RPOLO
I^EVISTR DE f\RTE:
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DIRECTOR-REDACTOR
Manuel Pérez y Curis
4 I
2v£03sra?:E:'^ri3DE!o
FEBRKRO. - 1 006
u
Obras de.M. Pérez y Curis
PUBLICADA
La CaíVcióa de las Cjusálidas.-— El Poema de la
Car>e. (Poesías).
ESCRITA:
Heliotuopos. ( Poesías ).
EN PREPARACIÓN:
Rosa íginea. ((cientos realistas).
Alma de Idilio. (Poema).
m]0
De venta en todas las librerías
20 CENTESIMOS
lia correspondencia á Manuel PéresE y Caris
MONTEVIDKO
APOLO
REVISTA DE ARTE
Director-Redactor: MANUEL PÉREZ Y CÜRIS
3£0]VTEVir>E0, r'ol>i'er'o <le 1 OOO
Liminaria
ii)
La dpoca es de lucha y de trir?-
teza. Ahajo, cu los légamos impu-
ros, las mediocridades vocean el
efímero triunfo de los viles que
se arrastran como reptiles grotes-
cos, desafiando la majestad de lo
noble y de lo bello; y surge, como
por ensalmo, con ostentaciones de
artista y plétora de ficciones, ese
aptérix del torpe diletantismo im-
potente y presumido.
Aptérix hosco y deforme, él mi-
ra con el dolor de la envidia, el
vuelo del jíguila de la idea por las
cimas de la gloria solemnes y lu-
minosas como un biselio del arte.
Y á las almas conscientes y sin ■
ceras, no indignan su estulticia y
zafiedad sino sus actitudes de pa-
vo real vanidoso.
il) Ti rniinadns estas finsos üminaros, he sabi-
do que lili poridfiiqíiillo clerical y \wv ende Iii-
lii'icrita y timorato, lelcgado al más bajo esca'i'm
(le la inepcia; sostenido como un exvoto por las
nimias refractarias á la Verdad y al Honor; si-
mii ador de todas las grandezas y sabedor de
tollas las ruindades; obscuraiuisa como sus
patronos, por necesidad, ponjue do ello de-
pende sil existencia de bestia avara y voraz, no
sólo im'uil para las gentes ignaras sino también
inculcador de doctrinas imiy retrógradas en un
)iaís tan liberal como el nuestro; que uno A mo-
do de episcoiiologio impuro, groiesco, desgra-
ciadamente enfático; evocador del fango en «¡iie
predica y jiredicaiá mientras viva; digno al fin
de coiimiseíacií'in ú olvido, (¡iie conmiseración
y olvido Concedo yo como escritor libre y fuer-
te á las ¡nnocuas mediociidades activas; que
una rcvuf jmur rirc, en fin, me nonibn'i, calbuc-
La estulticia es digna de com-
pasión.
La vanidad suele ser la expre-
sión antitética del eunuco de ta-
lento velada por un tul de hipo-
cresía.
En esta época de odios y de
egoísmos, surge Apolo, sincero en
su desnudez que rechaza de esa
hoja de parra encubridora, el atri-
buto de moral ficticia.
Ojos hostiles seguirán su mar-
cha
Almas sinceras amarán sus pá-
ginas.
Y, en plena lucha, cantará Apo
LO la rebeldía ingente de las al-
mas bajo la gloria épica del sol.
M. PÉRKZ V CURIS.
neando shmcamenie sobre mi cuento s A linas Vo-
hililes» aparecido en La TrUatna Pupular del
día r.^ del mes pasado.
Leyendo esa scudocítira custodiada por acó-
litos y abi'ilicos, podrá el lector apreciar la ver-
dad de estas fiases.
Yo lie admirado nuevamente el encanto axio-
mático de estos versos de l>íaz Mirón:
¡Odio que la olisciira escama
profesa á la iluina espléndida!
; Inmundo rencor de ortigal
¡ICteina y mezquina guerra
de todo io (jiie se arrasíra
contra lodo lo que vuela!
Y, en un gesto de dcsdi'-n hacia los obsciiran-
listiis y los débiles, n'produzco boy acjuel cuen-
to, como réplica más elocuente y discrela.
— 2 —
Sinceridades
(DIARIO DE UN HOMBRE)
Peri?pecllva.
Enero J.° de 1906. — Aunque me cuesta creerlo, tengo ante mí la
perspectiva de año sin nada de común á los demás hombres, llevado
por las circunstancias, y quizás por mi idiosincracia, más por esto
que por otra influencia, personal, como soy. en todas mis cosas; lle-
vado, como lo he sido, á un tácito renunciamiento de las generalida-
des humanas en sus manifestaciones sociales y sicológicas, la amis-
tad, el amor y hasta el arte.
Del teatro y de la vida.
Esta noche, como todos los domingos y días festivos, en los que no
se trabaja en el diario en cuya i'cdacción ocupo un ]Miesto de cro-
nista, he ido al teatro. Asistí á la representación de «Las Estrellas»,
un chistoso juguete cómico-lírico, según los programas. Se trata de
un padre que, contra los deseos de su mujer, lleva á sus hijos hasta
el camino ele la gloria, como él dice. Tiene un casal, y dedica la hija
al teatro y el hijo al toreo. Como resultado, silban á la muchacha y
apalean al muchacho'. Y los tres, en una noche fría y sin luna, al
dar las doce, vuelven fracasados del camino de la gloria á cobijarse
en la caliente y amorosa tranquilidad del hogar. El público rió ano-
che, y creo que reirá siempre, de este final, encontrándolo gracioso,
muy cómico. Yo, no sé si por estado de ánimo, lloré casi, sentí hú-
medos los ojos. Es que á mí la vida me ha ensoñado otras cosas ó
yo tengo un modo raro de juzgar sus menores sucesos. Foresto, qui-
zás, veo todo al revés que los demás, y suelo reir cuando otros lloran
ó llorar cuando otros ríen. IMcu que así, y todo, he visto muchas co-
sas en la vida. Y sobre el mismo tema, ¡cuántos fracasos dolorosos
he podido ver ya, al empezar recién la etapa de los veinte años!
¡Cuántos tristes regresos del camino de la gloria me han rozado en
este sarcástico juguete cómico-lírico que se llama vida! . . .
Lnz que pasa.
Yo también vengo de vuelta. Antes me sentía artista, y, diaria-
mente, pensaba y escribía como tal. Hoy, después de mis relaciones
con Muñeca y con Mimí, la virgen soñadora y vaga en sus deseos, y
— a — I
la prostituta de sensualidades enervantes; luego de estas dos mujeres
que me arrastraron hasta hacerme naufragar en la vorágine pertur-
badora de las pasiones del corazón, la una, y de los sentidos, la otra,
soy otro. Tengo, como todo intelectual de alma enferma, los des-
alientos melancólicos del pesimismo, las rebeldes altiveces del lu-
chador y el fatal nilismo de la duda, la desesperanza y el descrei-
miento del ideal. Desapareció ya en mí el frío, el sereno analizador,
el audaz teorizador de la vida y sus cosas, el orgulloso mental que
vivía asegurando que el amor, era una esclavitud moral, un limita-
miento de la idea y de la acción, del que el intelectual debía liber-
tarse, y la mujer un perjuicio, cuando no se aceptaba como utilidad
física ó como recreo, por su belleza, de artista que admira y siente
su hermosura. Fugaz meteoro, pasó, dejando apenas un leve trazo
de su luz.
Ángel C. MIRANDA.
Cuarto, Enin-o 19 do 190G.
Pon algo de Inz divina . . .
El anior no pide glorias, el amor no pide galas,
El amor es silencioso porque vive de quimeras; I
El amor es como un ángel que lleva sobre sus alas
Todo un mundo florecido de lujosas primaveras!
Por eso voy jubiloso buscando el antro en que esperas
\ en donde — flor de las tumbas — en un perfume te exhalas;
El amor es silencioso porque vive de quimeras,
El amor no pide glorias, el amor no pide galas!
Con tu lumínica gracia quiero enflorar las oscuras
Nostalgias en que sollozan mis ya mustias primaveras . . .
¡Pon algo de luz divina sobre mis ansias impuras,
^ condúceme en el vuelo sonámbulo de tus alas! ...
¿No ves que voy jubiloso buscando el antro en que esperas
Y en donde — flor de las tumbas — en un perfume te exhalas?,
Francisco Alberto SCHINCA.
Montevideo. '
_ 4 —
tt
I/iturgia sentimental "
EN LA SOMRRA
Estoy solo. Solo, sin tí, que me
iluminas y que me alientas, en es-
ta tenebrosa sombra de mi desti-
Liiis Kobcrto Roza
no ... . Medito. Mi cerebro vigila,
como un águila en acecho, sobro
una cinnbre. Y, dentro de mí mis-
mo, el corazón ruge, como \\n vio-
lento mar airado que se desboca...
Mis pupilas están áridas, como
ima maldita flor sin riego, y sien-
to en mi cuerpo la agitada vibra-
ción de mis nervios en crisis . . .
¡Estoy solo! ¡Qué triste estoy, mi
bien! Soy como un árbol joven
floreciendo en un páramo, sin una
mano compasiva que riegue su
tronco enhiesto, sin una alegre en -
ravana que acampe bajo sus ra-
mas.
Y, tó, viajera golondrina, vas
pasando ... y yo aguardo
tu trino que me extasía,
tu sonrisa que me cauti-
va. Pero, soy hosco, al
tivo como un roble de la
selva. No oirás nunca de
mis labios la frase que
envuelve una ternura, ni
la canción que rimarán
mis suspiros...
¡Dios mío! Las manos
sobre mis sienes que pal-
pitan cqino un volcán,
fijas mis pupilas en el ¡n-
menso, en el infinito va-
cío en que me envuelvo
como en un nimbo de
sombra, oigo que alguien
me llama, de muy lejos,
con una voz suplicante y
lejana, como una leve pal-
pitación de alas... ¿Eres
t6 acaso? ¿Tu impalpable
espíritu pasa, dejando una
rauda estela de risas, que forman
.cual un collar de notas y de ar
m )MÍas? . . . ¡Quién sabe! ¡Tal vez
si en estas horas de sombra, tu
sueñas. . alma mía!
Llueve. ¡Oh! Nunca esa lluvia
icrá más intensa que las lágrimas
que encerradas llevo en mis pu-
pilas!
En la calle, ni un eco. Sólo el
5 —
tintineo quejumbroso del agua ca-
yendo sobre las planchas de zinc.
lQ,aé tristeza hiela mi vida, esta
mísera vida que arrastro, sin una
luminaria que me guíe en este
océano solemne, infinito, sin un
espejeo de sol, sin una estrella
que se mire en sus ondas serenas!
En mi vaso de l^ohemia, los
juncos y las campánulas tiemblan.
Y yo pienso en tí, que eres una
flor de altar en tu lilial blancura;
acerco mis ardorosos labios á
su 3 corolas húmedas, y me ima-
gino te beso á tí, que esas flores
u quienes consagro mis cuidados,
tienen algo de ti misma, de tus
labios, de tu alma...
II
levp:ndo un poema...
Lo leí... Cerré los párpados, y
en mi pecho sentí como un rumor
de alas desplegadas. Había como
la condensación de una angustia.
de un sollozo mudo ahogado en la
garganta, de una suplicante im-
ploración en aquel poema, res-
plandeciente de dolor y de espe-
ranza.
Y, después de esa sombra que
negreaba mi espíritu, vi entrar in-
tangibles visiones, pálidas flores-
cencias que constelaban en el cie-
lo de mi cuarto. ¡Ah! Eran tus
ojos que veía en sueños, alma
mía, tus ojos que iluminaban la
noche de mi vida, como benignas
estrellas compasivas, como flotan-
tes mariposas de luz en medio de
la tempestad. ¿Y el poema? Era
tu recuerdo. Tu imagen que ado-
ro, así tan piadoso como un ermi-
taño adorando una reliquia. ¡Ben-
dita seas tú, que vienes á conso-
larme en esta horrenda vigilia
que me aniquila, que gasta mi ju-
ventud, mi juventud sin un des-
tello que la alumbre, sin un alma
que reciba su imploración!
Luis Eobkrto BOZA.
Presentida
Hay la soberbia iiioibidoz de un bello
Tulipán deBizancio en tus pupilas,
Y en el niamióreo cutis de tu cuello
Cisneo, un encanto de nevadas lilas.
Hay en tus labios la tremante gloria
De un arrebol de púrpuras jjerenne.
Y una como balada evocatoria
En la harmonía de tu cuerpo indemne.
¡Oh, cómo abrasan encendiendo amores
Tus palabras de luz! Como en un río
De ondas de fuego, las abiertas flores
Mueren bajo el incendio del estío.
¡Salve, Ideal!
Así, al arrullo de tus frases cálidas,
Muere mi corazón recién abierto
Cuando al rozarse con tus manos jiálidas
Tiemblan las mías y tu fiebre advierto.
¿Amas la gloria del amor? Yo espero
Ver al rebelde de mi amor contigo .
¿Que eres alma no más? yo te venero.
¿Que eres alma y cerebro? te bendigo.
Tu rebeldía es astro que fulgura
En el cénit de un cielo arrebolado.
¡Jamás la sombra de la nube impura
Empañará su disco inmaculado!
— 6 —
¡Oh, tu gesto ño amor y de heroísmo!
¡Oh, tu sonrisa de magnolia erguida
Tiene el espiritual lieliotropisino
De la verdad por la calumnia herida!
Tú evocas en miradas oportunas,
Flamas livores de incendiarias teas,
Y íila belleza de la forma, adunas
La magnanimidad de las ideas.
¡Ah! ¿Qué espera de mi tu pecho ardiente?
¿Las ficciones de un hombre que lo abrumen?
No! Yo tengo, mujer, para tu fronte,
Los besos ardorosos de mi nimien.
En el ocaso de las luchas mías,
Factar quisiera con la airada muerte;
Y caer en un mar: tus alegrías.
Como un albatros amoroso y fuerte.
Manuel PÉREZ Y CURÍS.
Ramiro Blanco
Engalanamos las columnas de
nuestra Revista con ol retrato
del distinguido escritor español
don Ramiro Blanco,
muy conocido en
América por la va-
riedad de cuentos y
narraciones que pu
biican coi! frecuen-
cia los diarios y pe-
riódicos. En el Plata
se hizo conocer con
sus amenas «Notas
españolas», y á más
ha ensayado con bas-
tante éxito el teatro
y la novela. Entre ; •
sus obras más cono- RarouoBjjiwo
cidas se cuentan la
comedia en dos actos «L;i do
Málaga», los juguetes cóiuicos
«Con permiso del mando», «Don
Juanito», «Los primos de mi mu-
jer», «El pecado de Adán» y
«Un estucho. Las
novelas «Ser algo»,
«El cercado ajeno»,
<- Las mujeres de lan
ce», cxLa muerte en
un beso», «Unsccre
to de amor», «El fi-
lón de oro», «¡Esta-
ba escrito!», «La es-
posa fea», «La do
inadora de fieras» y
el tomo de cuentos
« Historia de doce ti-
mos». Como hoine
_ < \ naje á su fecunda la-
bor ofrecemos hoy á
nuestros lectores este dato bio
y-ráfico de su vida literaria.
I/a copa del olvido
Kl ll.>nlo quecoiiiü pur tus ojeras
Xo lavó la negrura de mi duelo
Y en la fina batista de un jiañuelo
Se perdición tristezas agoreras.
Xo sabías uii mal. Obscuros velos
Cruzaban por la tarde cual severas
Reflexiones de Dios. Ab! si pudieras,
(Te decía) pensar como los cielos.
A Medina Betancort.
Y como con la tarde tu serena
Nostalgia remontaba hacia la luna
Cual á una copa de olvidar la pena
Llegó vibrando del salón lejano
Un sueño de Chopín como un hermano
A contar sus tristezas una á una.
VÍCTOR BONIFACINO.
— 7
Bajo los ceibos
A Raúl J. Melgar Diana.
Fraternalmente.
Después de un momento de
silencio Rodolfo prosiguió nue-
vamente su conversación, inte-
rrumpida por el vuelo atro-
pellado de una garza, blan-
ca y misteriosa.
--No seas terca María.
Bien sabes tú que mi cora-
zón no alberga ninguna ba-
ja pasión mercantilista. Él
se encuentra depurado de
todo ese sedimento de mal-
dades que el río humano,
en el correr de las edades
depositó sobre la concien-
cia de los seres humanos.
Si te hablo de la necesidad
de amar libremente es por-
que entiendo que el amor
debe manifestarse así, sin
calculismos mezquinos, ni
intereses, ni dogmas socia-
les. No lo concibo legisla
do por el Estado ni por las
costumbres de los pueblos.
Pierde todo su valor y sinceri-
dad cuando se le abruma de pre-
juicios y se reparte en dosis se-
gún las conveniencias que nos
agitan en el caos de las fórmulas.
Observa de lo contrario en torno
de tu persona, en esta naturaleza
agreste, propicia á toda manifes-
tación de vida amplia, si existe
alguna ley que reduzca en lo más
mínimo la libertad de amar. Esa
multitud abigarrada de pájaros
que pueblan con sus gorjeos y
trinos la espesura, va cumplien-
do con la necesidad de amar, de
rama en rama, de mata en mata.
Perfecto B. López
Hacia cualquier lugar que diri-
jas la mirada verás la eterna co-
munión de dos naturalezas con-
trarias. Es la ley inevitable de la
vida manifestada por los seres
que pueblan el mundo y á la cual
nadie ni nada pnorlo substraerse.
Ea trasmntnoión del todo, el mo-
vimiento incesante de las molé-
culas en la creación eterna de las
formas, radica en el amor. El
implica muerte aparente de unas
cosas para dar vida á otras. Es
— 8
su esencia por ser ley de la
vúda, la integración y desintegra-
ción de la materia.
¿Nosotros, reyes de la creación,
hemos de ser los únicos en el con-
cierto de los demás seres que se
agitan dentro de las mismas in-
fluencias que nos substraeremos
á la vida? Eso, María, es ridiculo
á la par que salvaje. Deberíamos
ser los más favorecidos, los más
libres, impulsados por la luz de
ciertos cerebros, y en cambio, so-
mos los que más obstáculos opo-
nemos á la realización de nuestra
misión en la vida, encerrada en
estas palabras del evangelio: "Cre-
ced y multiplicaos".
¡Oh! María, medita en esto. To-
do es transitorio en la vida de los
seres. Estos instantes no vuelven
y aunque volvieran ¿si algo se
agita en tu pecho y te impulsa al
amor, por qué no amas? Ante un
cielo de apoteosis, en la hora cre-
puscular cuando el sol rauriente
arroja el oro viejo de sus rayos
sobre la tranquila campiña oloro-
sa; aquí, cercanos á esta corriente
cristalina que ríe sin cesar gozan
do el placer de la vida libre; en
estos instantes on que la brisa
nace para herir las cuerdas ocul-
tas en las copas de estos ceibos,
sangrando flores, que nos brin-
dan su sombra; cuando desde el
más inofensivo insecto hasta el
pájaro de más hermoso plumaje
despiden al día que se va, ¿no te
sientes dispuesta al abandono de
todos tus prejuicios? ¿La sangre
no se enardece en tus venas? ¿Tu
corazón no brinca de júbilo ante
la majestad imperiosa de este pa-
norama que se desarrolla ante
nuestros ojos como un convite á
la vida.
Solos estamos. Ningún ojo hu-
mano nos av^ergüenza con su fije-
za escrutadora. La poesía de la
vida que palpita en toda la crea-
ción nos habla de dulzuras y ter-
nezas que podemos disfrutar sin
contrariar í las leyes naturales.
¿No ríes ni hablas? Tus ojos en-
tornados, la actitud de tu cabeza
hermosa, ese suspirar agitado, me
hacen pensar que después de tan-
tos meses de lucha vas conven-
ciéndote . . .
Rodolfo calló y acercándose á
María la cogió por la cintura, la
estrechó fuertemente contra su
cuerpo, pintando su rostro con el
fuego de una multitud de besos.
María respondió á todos ellos y
por breves instantes fuertemente
apretados, fundieron en uno solo
sus alientos, contando las palpi-
taciones de sus carnes.
— No vengo á violarte, sí á
convencerte — prosiguió Rodolfo
casi al oído de María, con gran
desfallecimiento en la voz. LTna
palabra de tus labios, esa palabra
que hace tantos meses esperé
febriciente, para vivir y amar.
Responde. La noche espera. El
sol ha besado ya la comisura le-
jana del horizonte incendiado.
Las sombras van bajando veloz-
mente de estos árboles y en el
cielo las estrellas, con sus brillos
temblorosos, escriben el misterio
de la noche. Vamos, una palabra,
tan solo una palabra de tu boca
para ser feliz.
María enmudecida no levanta-
ba los ojos del suelo en tanto sus
manos jugaban inconscientemente
— 9 —
con la hojarasca que los vientos
habían desprendido de los árbo-
les. Rodolfo interpretando según
sus ideas aquel silencio, enmude-
ció dejando que sus manos ven-
cieran la última resistencia opues-
ta por María.
—No, eso no, respondió ésta
aprestándose á la defensa. Te
quiero mucho, mi amor es infini-
tamente grande, pero no puedo
llegar á eso. El día que nos ca-
semos, seré tuya, únicamente tu-
ya. Hasta tanto eso no ocurra, no,
m'l veces no. Antes la muerte que
la deshonra.
Gruesas lágrimas corrieron á lo
largo de sus mejillas enardecidas
y Rodolfo desistió de sus propó-
sitos. Se incorporaron luego do
sus asientos y sin cambiar ni una
sola palabra salvaron la arbole-
da, y ya en plena campiíía aturdi-
da por el redoblé de los grillos y
el cló-cló de las ranas de los pan-
tanos, se encaminaron en direc-
ción á las casas. El día había
sido hermoso; mas la eloouenci;i
de la vida no pudo desgarrar del
cerebro de María el velo de sus
preocnpaciones. Persistía en sor
honrada aunque el amor le exi-
gía otra cosa.
Perffxto B. LÓPEZ.
Montevideo, lí)05.
I/iteratura y filosofía
Roberto de las Carreras es
uno de los pocos escritores que
en nuestro ambiente siente con
intensidad el arte y maneja há-
bilmente el estilo. Poco com-
prendido entre nosotros; zaheri-
do por la burguesía á quien sien-
ta mal sus producciones vigo-
rosas y valientes; inhibidas de
todo bajo preconcepto utilitario,
es un verdadero esteta en el más
amplio sentido de esta palabra.
VA libro que nos ocupa y del
cual es autor, es la mejor prueba
de lo que dejamos afirmado. En
todas las páginas que lo compo
nen, de las Carreras no sólo ha
hecho derroche de ese exquisito
sentimiento que lo caracteriza
como escritor, sino que también,
en un desborde de majestuosas
Psalmo á Vemis Cavallieri.
metáforas nos hace evocar el pa-
sado, ese pasado ya muerto, por
cuyo reinado brega incansable y
que hizo de la risueña Heliado,
la región de la Belleza supremri,
el reino de la luz, de la vida y
de la alegría misma, imperecede-
ra y siempre triunfante.
«Psalmo» no es un libro des-
tinado á estudiar lo complejo de
la vida moderna, las miserias y
desigualdades sociales. Pertene
ce únicamente á lo que fué.
Aunque expresión sincera de un
entusiasmo idolátrico hacia una
mujer que pasó triunfante por
la ciudad divina, en una loca
carrera de amor, es todo él una
imprecación al pasado risueño
que ya no volverá, porque en el
presente se vive una vida mer-
10 —
cantilista y es el corazón una
viscera y el placer una pasión
que sólo el oro satisface. Satu-
rado con los perfumes de las
rosas de Amátente, con cinamo-
mo y mirra, sabe á mieles añe-
jas y á pecados helénicos, pe-
cados divinos, donde intervienen
las carnes estremecidas por el
deseo, los labios temblorosas por
la fiebre de los besos y los se-
nos palpitantes. Todo él respi-
ra amor, pero un amor sensual,
como chispas de fuego de un
deseo irreductible q\ie extenúa en
las largas noches de insomnio.
Es sencillamente, y para concre-
tar todo su valor en unas pocas
frases, hermosamente divino. En
otro país que no fuera el nuestro,
hubiera bastado la publicación
de «Psalmo» para que el éxito
coronara el esfuerzo del artista
y de las Carreras recogiera la
palma simbólica con que los
antiguos sabían premiar al ta-
lento. Aquí, entre una turba de
vociferadores de oficio y de im-
potentes cerebralmente, el libro
será condenado y su autor verá
acribillada su reputación de ar-
tista que siente la belleza y sabe
traducirla en párrafos que se-
mejan block de mármol del pen-
télico, por aquellos que nada han
hecho y en los corrillos de café
levantan y hunden reputaciones
y talentos; «Psalmo», volvemos
á repetirlo, no es para un am-
biente como el nuestro, donde
no existe criterio crítico ni me-
nos aán facultades analíticas y
donde cada cual se cree un Dios
capaz de la concepción de nue
vos mundos. Con todo, de las
Carreras sabe con qué bueyes
ara en el país y de qué manera
debe tratarlos.
«Psalmo á Venus (Aavallieri»
es un verdadero libro de arte, una
especie de cofre donde du me el
pasado sensual, lleno de vida y
que brillará aunque se arroje
todo el lodo de la envidia, por
que tiene luz y mérito s propios
Aníbal DI<:l RISCO.
Degeneración
Salvador, cnaronta años, avojen-
tado, pringoso, peón do albañil á ra-
tos, sin educación, sin moral, lleno d(;
vicios y de malos instintos. Casado
con LrBORiA, treinta y dos años, ma-
cilenta, basta, á veces irascible, á ve-
ces solapada, á veces acomodaticia,
liija de la moral sin .sanción ni escrú-
pulos de un hogar á la buena de Dios
y de un ambiente demasiado pecami-
noso y demasiado libre.
Cuarto de casa de inquilinato. Una
cama de matrimonio sin tender, una
mesa llena de vajilla sucia, de restos
de comida y de moscas. Sillas caídas,
ropas revueltas en los rincones.
Salvador, (temblando de rabia y de fa-
tiga. Ja cara congestionada, los brazos en
alto, los puños apretados). — ¡Perra*
¡Renegada! ¿Que por qué te
pego? /.Pues no he de darte
hasta esciuTirte los hnesos?
Todo el día trabajando, de
sol á sol, subido en el anda-
mio ó acarreando arena, con
dos postas de pescado y un
pedazo de pan. Todo el día
así, sin reclamarlo ni llorarlo,
pa ganar los jornales, y venir
á la noche rendido á comer
11 —
la cena, y encontrarse sin
fuego y sin un pocilio de
caldo. . .
LlBORIA (recostadt-, en la puerta, )e mira
con lencor y desafío; mientras, se limpia
las lásrinias con las manos, se aiTegla los
vestidos, y se alisa las greñas caldas").—
Es que tñ no mereces la pena,
¿sabes? Te quejas de gusto. ,
¡borracho!
Salvador ( avalanzándose). — ¿ De
gusto ?
LlBORIA. — Sí, de gusto, sí señor!
¿Con qué quieres que compre
pa encender puchero? ¿Con
qué? ¿Con las manos vacías?
Salvador.- -¿Y los quince rea-
les del jornal que te traje?
¿Yo me los he comido?
LlBORIA. — ¡No! Pero te los has
chupado. (Serenándose). El do-
mingo, dos reales pa el sapo.
El lunes, uno pa tabaco y pa
papel. El martes . . .
Saí.vador (bajando la voz). —El mar-
tes . sí, me puse alegre . . .
es cierto . . .
LlBORIA ( interrumpiendo ) ComO
siempre.
Salvador.— Deja, déjame ha-
blar. . . Me puse alegre. . .
¡de rabia! ... Pa olvidarme
del hambre y olvidarme de tí.
LlBORIA (levantando la voz). ¿Y CU-
tonces? Si. reniegas de mí, si
me aborreces, si me prefieres
ver muerta. . (KI hace un gesto
¡Muerta, sí, muerta!. . á qué
te enojas, á qué me acusas, á
qué me pegas? Échame con
una patada y lárgame á la
calle. . . T(í sabes lo que ga-
nas . . . Tú sabes de tus vi-
cios. . ¡Tú sabes lo que
hay! . . . ¡Siempre la paga
una! ¡Siempre se quejan de
una! Y después. . . unas so-
mos las cristas. . . (bajando hv
v'iz)... las buenas. . . las que
perdonan todo . . .
(Hacen un silencio Salvador, con las
manos en los bolsillos se pasea unos ins-
tantes, arrastrando las zapatillas endun-
cidas por la cal. Su mujer le observa di-
reojo).
Salvador (deteniéndose). — ¿Y qué
haces los lunes, y los mar-
tes. . . y todos los días . . .
fuera de casa?
LlBORIA (con indignaci<5n). — Voy a'
casa de las amigas. . . ¿Qné
hay?
Salvador (sonriendo). — De las
amigas, eh!... ¿Te piensas que
soy zonzo? (Con decisión) Mira.
Liboria, puedes tener todos
los... queridos que tú quieras
¿sabes? Yo sé que soy un bo
rracho, y tú una mujer... que
necesita llenarse el buche... y
buscar lo que le hace falta...
¿entiendes? Pero los reales
que te traigo pa mi cena...
son pa mi cena ¿lo oyes? Si
yo lo trabajo, yo me lo co-
mo... Cada uno que se arre-
gle!... (Después de un silencio). El
amor da dolor de cabeza. .
y el hambre, Liboria, da do-
lor de barriga!...
Liboria (con fastidio). — Y enton-
ces ¿quién paga la pieza?
¿Con qué dinero? ¿Acaso me
lo das tú?
Salvador (andando de nuevo, y mi-
rando el suelo). — Yo no te pre-
gunto de donde lo sacas . . .
Liboria (con aire de ofensa, gritando). -
Entonces. . . ¿tú crees?. . .
Salvador (encogiéndose de hombros).
— Yo ... Y á mí qué me im-
porta!... Mientras no lo vea..,
Makdel MEDINA BETANCOKT,
12 —
Almas volubles
Una brisa impregnada de per-
fumes evocativos de dulces en-
soñaciones y reminiscencias va-
gas, penetn) en la sala de Leo-
poldo, suavemente,como el hálito
de vírgenes increadas, en la
aurora fugitiva de aquella noche
estival.
En la beatitud silente de la
pieza, y animadas por la lumbre
opalescente de una lámpara de
bronce, algunas acuarelas lucían
la harmonía eximia de sus mati-
ces tiernos, y en medio de ellas,
en un cuadro con marcos de cao-
ba, inclinábase un retrato de Víc-
tor Hugo en actitud meditativa.
Leopoldo, adolescente a(ín,
con su belleza imberbe de an-
drógino recatado y la luenga
cabellera negra que caía en on-
das acresponadas y espesas sobre
sus hombros de niño, parecía un
efebo-poeta de las fiestas apo
líneas.
Sus ojos obscuros, níflejo de
amargos presentimientos, de nos-
talgias y de ensueños y de vida
conventual, revelaban las inquie-
tudes de un espíritu medroso,
las angustias enervantes de un
corazón que se inicia en las lu-
chas del amor.
Y, Leopoldo era un poeta
humilde y sentimental. Sus ver-
sos de un sentimentalismo in-
conmensurable rimaban las dul
zuras añorosas de la musa bec-
queriana. Diríase un díscipulo
de Becquer contemporáneo de
Mistral.
*
Aquella noche, Leopoldo, ob
sesionado por el desdén con que
horas antes le hablara la amada
de su alma, alma enferma y
sensitiva, estaba triste, casi som-
brío. Su rostro se contraía en un
rictus de dolor exacerbado y
meditaba, meditaba en los albo-
res de aquel amor de castidades
sagradas que hacía negras sus vi-
siones sublimadas de poeta y de
vidente.
Parvadas de recuerdos ale-
gres y candorosos afluían á su
cerebro y torturaban su corazón
adorante con la nostalgia de
aquellas horas liminares de su
adolescencia en flor, saboreadas
en la campiña aromada entre el
murmurio de diáfanos arroyue
los y la eterna sinfonía de los
pájaros cantores, que surgían en
polícroma miñada, como evoca-
dos por esi)íritus etéreos, cuando
la aurora cou su gama de colores
poemizaba las cimas de los cie-
los.
¡Oh! ¡Qué es triste evocar al
rumor de los recuerdos las pla-
cideces de las horas idas, ansian
do mitigar nuestras congojas
bajo el palio capitoso de la ilu-
sión siempre hermosa, siempre
fugaz!
Pensaba Leopoldo mientras
— 13 —
sus ojos obscuros inmóviles y
piadosos parecían contemplar al-
guno de los libros predilectos
ordenados esmeradamente sobre
los anaqueles de su regia biblio-
teca
Súbitamente, con un arranque
de epilético impulsivo, levantóse,
cerró la puerta del gabinete, y
murmuró soifo roce:
¡Oh, no, no puede ser! mis sen-
timientos morirán conmigo! Esa
mujer me subyuga.
Sortílega deslumbrante, su voz
tiene las inflexiones arcanas de
las sirenas falaces y arrulladoras.
Ella me inició en los ritos del
amor cuando mis ojos recién
abiertos á la vida miraban hacia
horizontes augustos pletóricos de
luz, recamados de glorias augu
rales, y sus frases incoercibles,
en amoroso ritornelo, me habla-
ron de divinas emociones y ven-
turas y placeres que yo ignoraba
todavía en la penumbra de mi
adolescencia ingenua.
¡Oh, amor, qué fatal eres!
Y luego, con un gesto de ero-
tómano incurable y alisándose el
cabello que humedecía el sudor
de la fatiga en aquella hora de
meditación y de dolor, repitió:
No, no puede ser. Ahora mis
mo lo escribiré una esquela co-
municándole los motivos que me
obligan á abdicar de su amor é
implorarla olvido.
Y, esto diciendo, tomó del es-
tante el libro que acababa de mi-
rar tiernamente, devotamente.
Era «Ibis»; de Vargas Vila. Lo
abrió en el primer capítulo y le-
yó con fruición la carta que Teo-
doroj, víctima del amor más tarde,
recibiera de su maestro: profeta,
filósofo y artista, sublime en sus
ideas fecundas y su soberbia de
rebelde irreductible.
Y comenzó á escribir en un
pliego tenue y blanco:
Amiga mía:
Amiga, sí, amiga solamente. No
te impresione que te llame así.
Fría y voluble, tú me obligas,
consciente de tus grandes sorti-
legios, á dejar de llamarte Bien
Amada.
¿Recuerdas, cuando leyendo
«Ibis», me dijiste que la carta del
maestro es un sofisma sacrilego,
que el amor es el alma de la vida
y el paliativo eficaz de los espí-
ritus tristes en medio de los do-
lores qué consumen el alma de la
humanidad apática por excelen-
cia?
Y, ¿recuerdas también (¡ue
aplaudiendo yo esa carta, te pre-
senté ejemplos clarovidentes en
que el amor como una úlcera mo-
ral había corroído á aquellos que
le rindieran fervoroso culto?
jAh! recuérdalo, amiga mía!
Ahora, al decirte que mi cora-
zón ha dejado de ser tuyo y no
palpitará por tí, que ya no llega-
rá á tu oído el eco melodioso de
mis raros madrigales, los mismos
ejemplos te presento para que :i«í
puedas conocer las tristezas del
amor.
En tí misma está el ejemjjlo.
Me hiciste siervo del tuyo con
arrullos halagadores de paloma
enamorada, y cuando creías que
dominados estaban mi corazón y
mi cerebro, te mostraste indife-
— 14
rente, esquiva, ajena á mis aflic-
ciones y mis sentimentalidades
de trovador vencido del infortu-
nio.
Mas yo, hostigado por todos
los dolores, poseído de todos los
cilicios, he reaccionado y com-
prendido mi engaño. Y ahora,
iluminado como por un relám-
pago volitivo de mi espíritu, mi
corazón se ha hecho fuerte. Ya
no lo domina nadie.
«Gobernarse á sí mismo es la
mayor de las victorias», dijo Lub
bock.
¡Feliz el que pueda hacerlo!
Yo, emancipado ahora de pre-
juicios amatorios, pienso en tus
desdenes y se me ocurren muy
ásperos y muy fríos, fríos como
las ráfagas de invierno.
Y tu esquivez, y la insensibi-
lidad que finges, en contraste
con tu belleza impecable de pa-
gana emperatriz, me exasperan
tenazmente
Como esos medallones de vír-
genes escotadas y esas estatuas
de marmol de contornos luju-
riantes que simbolizan las deida-
des mitológicas, así provocaste
tá mis deseos en embrión. Y mi
amor fué hacia tí, humilde, sin-
cero, vencido por el deseo que tu
habías hecho nacer en mi cere-
bro y mi corazón, accesibles am
bos á todas las modalidades del
amor y la belleza
No pretendas acusarme de. .
No pudo continuar. El sueño
le había rendido y su rostro apo -
vado sobre la mesa tenía las
expresiones dolientes de un en-
fermo de anemia.
¡Pobre bardo adolescente!
Había visto á su corazón,
crisálida del amor, transformarse
en mariposa y volar incauta-
mente, con ebriedad de luz y de
perfume hacia el foco en que ha
bía de abrasarse!
Y sus tristezas juveniles dor
mían entre libros y periódicos, á
la luz opalina de la lámpara que
agonizaba lentamente, como tré-
mula flor crisantemada en Hs
inmensas sombras de la noche.
n
El alba insinuóse débilmente
cual si temiera á los reflejos lí-
vidos de la luna en el tramonto.
Más tarde, el ángelus de la ca-
tedral lejana vibró sonora, pausa-
damente, como un salmo broncí-
neo lleno de amor v misterio en el
encanto de aquella hora apacible.
Cuando despertó Leopoldo, los
primeros resplandores del nuevo
día tamizados por los cristales de
una ventana amplia, iluminaban
ya su sala silenciosa de artista y
de poeta.
Al despertar, sorprendido de
encontrarse allí completamente
vestido y fatigado, pensó en la
noche anterior. Sus palabras, sus
meditaciones, la carta, todo pasó
en ronda por su mente acongoja-
da como un cortejo de angustias
desconocidas.
Recogió la esquela inconclusa,
y al leerla, una brisa impregnada
de perfumes evocativos, de dulces
ensoñaciones y reminiscencias
vagas inundóle de gozo el cora-
zón, y Leopoldo, hondamente
conmovido, rompió el billete en
- 15 —
pequeños trozos que se esparcie-
ron sobre la alfombra como pé-
talos de gardenia maculados de
tinta en rasgos negros y finos y
exclamó:
¡Oh, mujer! Sois invencible!
¡Hasta lo inesperado os favo-
rece!
MAiruBL PEUEZ Y CURIS.
De la caravana bárbara
LA CANCIÓN DE LAS CRISÁLIDAS Y EL POEMA DE LA CARNE
Justo Pa'^tor Ríos, el noble
caballero del Toisón de Oro del
Arte, á su paso por Chile, dejó
en mis manos este libro, este
magnífico libro bello. Su autor
es Manuel Pérez y Curis, poeta
uruguayo, uno de los nuevos pa-
ladines (jue vienen á horadar
montañas y á embriagarse en el
lujurioso derroche de las rosas
plenas del Arte, rosas pictóricas
de savia y de perfume.
En La Canción de las Crisá-
lidas, es un alma la que canta,
un alma sencilla, desnuda y re-
verente que se inclina ante la
augusta visión de los ideales. Ya
cante ó grite, ya sonría ó blasfe
me, el verso-idea resplandece
con nimbos de una claridad sin-
cera y fecunda en suprema fuer-
za y en suprema gracia. Tal así,
por ejemplo, en Labios Vírge-
nes, en que el suave arrastra
miento rítmico va armonizando
con la dulce pulcritud del len-
guaje; verso casto como para ser
escrito sobre el albo mar jen de
un Misal. Ahora, en otros, tales
como en Blaso7ies, el apostrofe
es entero y firme, y entonces el
poeta no canta, sino que habla
con voz tribunicia y eufónica.
Admirable faz de la psiquis de
Pérez Curis es esta ductibilidad
de su yo, tanto mas de admirar
cuanto que por hoy la -poesía
contemporánea, — hablo de Amé
rica, — se sintetiza en un desdo-
ro de la personalidad y en mor-
bosa tendencia al sensualismo
atrofiante. Casi todos los poetas
americanos de la generación nue-
va llevan su lira encadenada al
medio vivido, con sus prejuicios
y desequilibrios, y al medio sen-
tido, con sus esclavitudes y el
inherente renunciamiento á la
propia voluntad. Es por esto que
los buenos lapidarios abundan;
pero los artistas intelectuales,
los poetas intensos ya escasean
en la tierra de nuestra América.
El vocerío apaga toda manifes-
tación de nobleza y toda voz
justiciera que se levante, como
una montaña de rimas, aplasta
da queda ante la rancia sonatina
de los versificadores de oficio.
Me complazco, pues, en aplaudir
16 —
á este poeta, y en reconocer en
él al luchador de raza y al soña-
dor de fibra. Porque en su libro
hay retazos que son como frag-
mentos de carne viva, carne he-
rida que se subleva y que pide
cauterio.
(Es como una racha de tem-
pestad soplando corolas pensati-
vas).
Ha comprendido, pues, este
poeta de fibra sáxea, que la época
pide más energías, más savia ar
dorosa para el futuro triunfo de
la vida sobre la inicua agonía del
presente. Hay que encausar la
cuadriga de sus apostrofes por
sendas más humanas y bellas.
No hay que llorar versos, sino
(]iie presentar versos que tengan
la virtud de conmover hasta el
llanto En todo caso, las lágrimas
que se desbordan no son más que
lina manifestaci()n de una oculta
fuerza impulsiva. Y los propios
dolores se atesoran y no se pro-
fanan.
El Poema de la Carne se titula
la segunda parte del libro. El tí-
tulo es sugestivo, y el poema en
sí mismo no es más que una nue-
va demostración del poder sensi
tivo de su autor. Aquí Pérez Cu
ris se nos muestra como un ar-
doroso pagano. Adora la forma y
la canta. Y esto para mí es efec-
to lógico, dada su libre espiritua-
lidad para prejuzgar los vicios
rutinarios que plagan la vida mo-
derna, estos refinamientos de
crueldad inventados por los hom-
bres con el pretexto de una mo
ral falsa y sin base ética que la
afirme. ¿Por qué taparse los ojos
ante el impecable desnudo de
una forma radiante? Como un
céfiro de intenciones cálidas pasa
por ese Poema, cual si entoea-
briera los broches de anémonas
virginales.
El Poema de la Carne es lo
más artístico del libro; pero á mi
ver, su primera parte es lo más
sincero, porque es lo más inge-
nuo. Y el arte debe ser sincero.
Porque estas súbitas explosiones
líricas no son más que energías
acumuladas en el cerebro, — esta
sagrada caja de música que llevan
los poetas en la frente.
Vuelvo á repetirlo. Este es un
libro bello, de juventud generosa
en ideales y pictórica en esfuer-
zos.
Yo bien sé que Pérjz Curis
gallardamente lleva su morrión
lírico y que toma fila en las hues-
tes irredentas de los bárbaros, de
los que venimos á echar al surco
la prolífica semilla de la justicia
y de la solidaridad humanas.
Porque, mi poeta, más vale des-
trozar tu lira contra la testa de
los tiranos, en vez de arrancar á
su cordaje el quejumbroso lied,
que hará sonreír á las niñas des-
de el balcón.
Luis Roberto BOZA.
Santiago de Chile, octubre de 1905.
— 17 —
Psicología de un muerto
Confieso francamente cómo
nunca pensé morir en aquella
ocasión. Cuando las llamas pren-
dieron en mis ropas y no pude
apagarlas, á pesar de los esfuer-
zos, me angustié mucho y hasta
creo que perdí un poco la cabe-
za. Perdí, no; no es la palabra,
ya que durante el pavor del
trance conservé una extraordi-
naria lucidez, Imsta el instante
en que mi conciencia se desva-
neció en un crepúsculo y luego
cayó en la sombra
Devoradas las ropas, el fuego
lamió mi carne con sus lenguas
de caricias mortales. Las llamas
parecían serpientes luminosas,
y las serpientes cantaban, canta
ban al<>o como una canción de
exterminio.
Las llamas me sirvñeron de
iluminación. Sin saber cómo, á
esta luz, vi, en un momento,
cuanto había visto en mi vida.
Vi las personas, las cosas y las
ideas. Lo vi todo como en un
fresco maravilloso. No era una
pesadilla. Era algo muy real; yo
estaba viendo todo aquello.
Fragmentos de mi vida, que
no recordaba, aparecieron de
súbito y distintamente á mis
ojo . Recordé que mi madre ves-
tía un blanco traje de muselina
constelado de estrellitas azules,
la noche en que mi padre murió.
Recordé á la gorda maestra
que me daba muchos besos de-
trás de las persianas y me hacía
caricias en su cuarto, asólas.
Recordé una cruz rural bajo
unos mangos, en la hacienda
nuestra, por donde jamás pasé
de niño sin estremecerme. Allí
asesinó á un borracho casi á mis
ojos, un negrito sirviente de ca-
sa, de nombre Alejo.
Recordé todas las dulzuras de
mi vida con particular precisión.
El inmenso amor de mi madre;
mis viajes; sensaciones de arte;
horas de triunfo; amores felices;
toda la gama de impresiones de
una vanidad satisfecha.
Pero no sé cómo expresarme.
También veía paisajes de amar-
gura, caras que eran para mí
repiesentación do una contra-
riedad ó una pesadumbre. Entre
éstas, descollaba cierto rugoso,
amarillento rostro lleno de cósmi-
ca majestad, coronado de docto-
rales canas; la barba rucia, ama-
rillosa de nicótica. Era la cara
del asno satisfecho, á quien la
ingenuidad paternal presentó mis
primeras rimas; del Moisés lite-
rario, cuyo reproche arcaico, ful-
minado desde un Sinaí de des-
dén y en medio de una tronitan
te retórica, me hizo desde muy
temprano despreciar á los pe-
dantes y saborear como artista
las primeras hieles.
He dicho que también veía las
ideas. Veía con una claridad sor-
prendente, la concreción de lo
inconcreto, por un extraño mo-
do. Así, por ejemplo, Aristóte-
les— un busto que había yo visto
en alguna parte, en Roma — pasó
— 18 —
á mis ojos. Advertí que pasaba
la Filosofía. Mi inteligencia
comproiidió las cosas como si
estuviese de pie sobre una mon-
taña construida con todo el sa-
ber humano; pasó una pálida
frente, ceñido el laurel. Era
Dante, es decir, la Poesía. Pasó
otra pálida frente coronada; pero
de esta corona caían gotas de
sangre. Era el Cristo, es decir, el
Altruismo.
A la vista de estas figuras yo
sentía el bienestar infinito de un
momento. En mis hombros, las
devorantes y mortíferas llamas,
empezaron á vibrar como alas.
Todo esto fué cosa de segun-
dos. Lo vi, lo comprendí todo en
un momeatü.., Dios también se
presentó á mi vista. Dios era
todo aquello; Cristo, Dante, Aris-
tóteles, los paisajes, los recuer-
dos, todo.
Después del atolondramiento
del principio, y cuando compren-
dí que era inútil todo esfuerzo
por apagar las llamas, fué cuan-
do me vino la extraña lucidez de
que hablo. Pero ni entonces, ni
en la fuerza del suplicio, pensé
morir; pensé que, manos piadosas
y fuertes, llegarían á tiempo de
salvarme, y mientras me estaba
desvaneciendo, soñé que días
después iba á despertarme en un
cuarto desconocido, entre bue-
nas gentes que me cuidaban,
hasta que por fin me recobrase
poco á poco. Repito: ni un mo-
mento creí que aquella fuese mi
última hora.
*
* *
Del lado acá de la tumba, en
la sombra, se está mejor que del
otro lado, bajo la caricia del sol.
Me v^algo de tales frases para
que se me entienda; pero aquí no
existen las funciones, merced á
las cuales nos cabe en lote, allá
en la vida, sufrimiento ó placer.
Aquí no se tiene conciencia —
aunque se dirá una paradoja en
mis labios;^— aquí el pensamiento
se evapora como el perfume de
una flor y va á donde van los co -
lores del arco iris y la luz de las
estrellas y. las músicas. Entre-
tanto, los átomos imperecederos
se cambian en copa de tamarin-
do, mañana palacio de pájaros;
en hoja de laurel, mañana coro-
na de proceres; ó en veta de mi-
neral, mañana pan de infelices.
La muerte vale más que la vi-
da para aquellos que no gustan
mieles, sino dolores en el mun-
do. Los desgraciados deben sa
lirse de la vida, que es un festín
donde no hay puesto para ellos.
El pesimismo es una cosa inútil.
Pero el hombre, aun el mártir,
se aferia á la vida porque diida,
primero, es decir, por el miedo
teológico ó moral, y luego por
que teme, es decir, por el dolor
físico que apareja la destrucción
de sí propio. La duda quizás
. existirá siempre como lo más
humano del ser; cuanto al dolor
físico de la muerte voluntaria,
aunque el bien que se compre al
precio del sacrificio es grande y
valioso, parecerá al hombre siem-
pre caro. El hombre es avaro de
su vida. Si el dolor del parto se
padeciera antes del placer del
amor, ninguna mujer tendría
19 —
prole. En esto, como en todo,
es sabia la Naturaleza.
Cuenta una hermosa leyenda
terrenal, que un profeta resucitó
al hermano de dos mujeres pia-
dosas. Si alguien pudiera, como
en el relato bíblico, prender la
llama de la existencia en lámpa-
ras humanas vacías de aceite vi-
tal; si alguien pudiera recoger y
fundir los átomos dispersos que
animaron un ser, y si este
taumaturgo me infundiera la vi-
da, yo lo apostrofaría indignado.
— ¿Por qué — le diría — me
arrojas al agujero luminoso adon-
de entro sin deseo y de donde
saldré á mi pesar? ¿Por qué me
reduces de nuevo al dolor, cuan-
do ya me había libertado de él?
¿Por qué me haces el mal de la
vida, S'eñor, por qué?
Mas no abrigo el temor de que
ningfm profeta me resucite.
R. BLANCO FOMBONA.
Bternidad
No llores, niña, no lloros,
que la vida se complace
en este perpetuo enlace
de alegrías y dolores.
La semilla, que da flores,
en la propia flor renace,
y la ilusión se deshace
como la luz, en colores.
A Magdalena,
Por mucho que se divida
en la hostia del sentimiento
nunca se agota la vida;
Y surge, en cada fragmento,
¡el alma, recién nacida!
¡incólume, el sacramento!
Josí; DE DIEGO.
Flor pagana
Dadivosa eres de amor, pró-
diga de tus gracias: por eso los
hombres te aman.
Tu pelo de oro, como trigal
por Mayo: negros son tus ojos
como noche sin fulgor de estre-
llas: y tu aliento, tibia caricia de
campo oloroso y hümedo...
Tu voz rumor de corrientes,
armonía de viento en arboleda,
canto de ave en la alborada: miel
que fluye del panal de tu boca.
Montones de nieve tus pechos,
en que florecen rosas: tu talle
palma del viento mecida: y la
sangre, que oculta corre, da ca-
lor al mármol de tu cuerpo
Tus hombros suaves lomas
— 20 —
albas: tus manos como lirios,
umbrales del amor, comicn/o
blanco de un camino de besos.
Tu vientre, arca sagrada de
amorosos frutos.
Tus muslos, obra de torno de
artífice supremo: humano pro-
digio tus piernas, fuertes colum-
nas que sostienen la voluble li-
gereza de tu corazón.
Tus pies^ manojos de jazmines
que exbalan el fragante contorno
de tu figura.
Entre boscaje se esconde el
lugar deleitoso: fuente de amor y
manantial de vida.
Tu andar airoso, dulce rima
de amor: ligera eres, como palo-
ma que acude al arrullo.
Tu piel suave y tersa, como
membrillo tempranero: graciosa
tu sonrisa: luz de perlería asoma
en el girón carmíneo de tus la-
bios.
Tu nariz aletea como ave pri-
sionera, abrasada bajo el fuego
de sombra de tus ojos.
Tus orejas diminutas, amasa-
das de leche y rosas: el oro de
tu pelo las defiende y tiembla al
cíílido soplo de mil cuentos de
amor.
Tu nombre, risa que seca el
llanto: esperanza de dulzor tras
la amargura: cicatriz de dolores
No hay fragancia como la fra-
gancia de tu carne; ni perfume
como el perfume de tu pelo; ni
aroma como el aroma que exha-
la el clavel de tus labios.
Corre por los campos, sube
por las laderas de los monfes:
deja en los sotos florecidos ras-
tros de deleites y estela de cari-
cias. Mira que bajo las frondas
hay nidos de amor, y en las
oquedades de las tocas refugios
de ventura.
¡Ven, amada mía! En tu cue-
llo candido he de colgar los co-
llares de mis besos: serán mis
brazos cin turón que, sin romper,
oprima el junco de tu talle: y mis
manos hallarán sabroso escondi-
te en los graciosos áureos rici-
llos de tu nuca.
Girasol de los valles mi espí-
ritu, esclavo de la luz de tus
ojos.
Tierra generosa que á todos
se ofrece, así tu cuerpo: tu espí-
ritu, alocada mariposa que en
muchas flores liba.
Infiel eres, como hermosa.
¡Bendita tu infidelidad mil ve-
ces!
Gusté en tus labios el calor
de otros besos: también besarán
sobre las huellas de los míos.
¡Qué importa si tus pupilas fue-
ron un instante espejo de mis
ojos!
Grácil eres como tallo de ri-
bera: alegre y ondulante como
regato de serranía.
Breves son los remansos en
que tu amor serena: como las
aguas, tornas á despeñarte loca..
y por campos yermos y tie-
rras que florecen, esparces la
rumorosa alegría de tu canción
eterna.
ESRIQl'E DE MESA.
APOLO
REVISTA DE ARTE
Director-Redactor: MANUEL PÉREZ Y CÜRIS
I^IOINTICA^IOJEO, 3Jai-a50 <lc 1 OOO
Soliloquio de un rebelde
Irguió el rebelde la cabeza airada
Con ese gesto de orador que impone
Silencio A la exaltada mucliedumbre,
Y el soliloquio fué:
«Buhos é histriones
Pe cualquier secta que vivís gritando
En vituperio de las almas nobles,
Y huís do los harapos del mendigo
Cual fugace toicaz de los halcones;
Que adoráis las imágenes ficticias
De los iconostasios, y á los priores
Besáis las plantas con afán inmenso,
Cual antieuos idólatras teutones;
Seres que al deslizares por el Cosmos
Infectáis el ambiente con la podre
De vuestras almas que oscilando ríen
En el obscunmtismo de los nubles;
Tal el gusano que surgió del cieno
I^levando en pos á su pequeila prole,
Y arrastrándose luego por el césped
Dejó en él sus miasmáticos vapores:
Vuestro espíritu es antro de impurezas,
Ánfora de los cánceres en donde
Sus venenos mortíferos escancian
Déla muerte los torvos escorpiones,
Y' la nube del crimen se eterniza
Como en un trono do barbarie ei bloque
De la^ abe raciones de la idea
Y el acerado corazón de un hombre.
Vuestros dicterios— vaniloquios pálidos —
Portavoces del énfasis que acogen
Las ideas de clérigos y reyes,
Is'o me ofuscan á mí, pardas é insomnes
Falanges de retóricos innocuos,
Proxenetas amados de los dioses,
Que vivís, cual vulpejas y murciélagos.
Con la sangre de todas fas succiones -
En el abismo
De la fi-ápula infanda.
Ya no impone
Ese vuestro ridículo visaje
Velado eternamente por la innoble
Sonrisa del hipócrita sin alma.
Paniaguados que sois de aquestos dómines
pe falsos ritos y doctrinas negras,
Negras como el tuguiio de los pobres!
Vuestra nequicia ingénita ha an'ancado
Rayos de indignación á mis apostrofes:
Formidables faláricas de fuego
Hechas para los reprobos del orbe.
Y, pues, vosotros desdoráis la gaya
Lumbre de los espíritus de bronce,
Azuzados quizá por la tristeza
Del bien ajeno que las almas roe;
En el nudo gordiano de mis versos
Expiaréis vuestros crímenes, y entonces,
Allá, en la cumbre de mis viejos odios,
Veléis nevando mis desdenes jóvenes.»
Y el rebelde calló. . . calló el bendito
Verbo de la Verdad á los fulgores
Del crepúsculo azul que se extinguían
Eu el umbral silente de la noche.
Manuel PÉREZ Y CCRIS
*'Vae Soli^M
Pasaban los días tediosos lle-
nos de inquietudes, de temores
que se agigantaban con el tiempo.
Dos meses hacía ya que la con-
desa no salía de sus habitaciones,
dos meses en los que apenas se
había levantado del lecho.
La enfermedad terrible avan-
22 —
zaba en su obra de destrucción,
en su labor exterminadora.
La grieta se profundizaba cada
vez más, dejando ai descubierto
las venillas azules que se veían
palpitar ... La carne se desha-
cía rápidamente, con una pronti-
tud espantable, como si sobre
ella se hubiera vertido algán lí-
quido corrosivo, alguna substan-
cia infernal.
El amado pasaba
las horas de la no-
che en constante vi-
gilia, atento siem-
pre, en acecho, cual
si esperara de un
momento á otro el
desenlace. Su razón
fuertemente sacudi-
da por tan rudas
conmociones , c o-
menzaba á vacilar,
á sufrir extravíos, á
vislumbrar figuras
irreales en las bru-
mas de la demencia.
En ocasiones soñaba paisajes
desolados, acuarelas de sepia,
donde árboles raquíticos y des-
provistos de verdura, elevaban
sus ramas retorcidas en el espa-
cio, como brazos renegridos de
fantásticos enemigos que lo ame-
nazaban.
Otras veces, viendo el cuerpo
inmóvil de la amada, bajo las
blancas sábanas, forjaba su fan-
tasía un cuadro melancólico, som-
brío, de tonalidades extrañas.
Veía entonces sobre el lago re-
vuelto y alumbrado por una luna
llorosa, el cadáver de un cisne,
de un cisne que bogaba sin rum-
bo, empujado por la corriente.
como una góndola abandonada,
como el alma errática de un bar-
do suicida.
El pensaba en la separación,
pensaba en la ausencia, en el
desenvolvimiento de los aconte-
cimientos, en la partida ... en el
último adiós . . .
Y todos sus dolores de otros
días, todas las amarguras del pa-
sado resurgían en
su mente, acudían
á su memoria, co-
mo en ronda es-
pectral, como los
esqueletos descar-
nados de tma raza
antigua, lejana, que
se alzara de la fosa.
Evocando los pri-
meros días de su
amor, pronto á des
aparecer con la
mueitc del ser que
lo inspiraba; recor-
dando los primeros
besos, las caricias
primeras, se le antojaba que todo
había sido un sueño que comen-
zaba á desvanecerse lentamente,
volviéndolo á la vida ruda, á las
luchas estériles, infructuosas . . .
El médico había quitado á Ga-
briel Alsina toda esperanza de
salvar á la amada. La enferme-
dad había avanzado notablemen-
te como si tuviera empeño en aca-
bar de una vez. Los continuados
dolores en la parte afectada hi-
cieron que el facultativa aconse-
jara al poeta la aplicación de
la morfina para soliviarla, para
adormecerla evitándole así los
sufrimientos horribles que expe-
rimentaba; dolores acerbos que
— 23
la hacían pensar en núcleos de
arácnidos que caminaran sobre la
carne deshecha. . .
Gabriel ,veía correr los días,
veloces, tristísimos, y pensaba
que cada hora que pasaba lo ale •
jaba de ella, que caminando ha-
cia el misterio, marchando á la
muerte, se llevaba su alma de
bardo atormentado, de psicólo-
go sutil, que estudiaba los fenó-
menos fisiológicos de su propia
entidad psíquica para sorprender
los secretos no revelados, para
practicar en la carne viva del
espíritu que se hallaba en la
plancha, para disecarla sin pie-
dad.
Su libro que acababa de entrar
en prensa, vería tal vez la luz el
día en que la amada se dirigiera
á otros climas, á las playas dis-
tantes y brumosas del no ser.
Tal vez, ella no podría contem-
plar el volumen elegante que lu-
cía una portada prerrafaélita, tra-
zada por su diestra, un año hacía,
cuando aun era feliz, cuando se
encontraba en la aurora de su
amor.
Quizás no podría leer la ama-
da la simbólica dedicatoria que
al principio había colocado el au-
tor, y cuyas palabras armonio-
sas, precisas, eran las notas de
un himno que él entonaba en su
loor, en agradecimiento á sus
bondades, en compensación á sus
ósculos, bajo cuya impresión ha-
bía él escrito los capítulos de su
obra.
Raúl Díaz, recientemente gra-
duado de doctor en medicina,
había puesto especial empeño en
aliviar á la enferma, que sólo te-
nía fe en las medicinas por él re-
cetadas.
Con cariño fraternal, con es-
merada solicitud preparaba las
fórmulas que le habían de ser ad-
ministradas, y pasaba largas ho-
ras estudiando la enfermedad te-
rrible, como si la paciente fuera
su hermana.
Y Alsina sabía agradecer aque-
llas atenciones de su amigo, y se
sentía ligado á él de un modo ín-
timo por los lazos de una grati-
tud sin límites que se empeñaba
en expresarle de todos modos .
Era que Raúl sufría al ver el
estrago que en su hermano de lu-
chas causaba el estado de la con-
desa, que rápidamente, como im-
pulsada por una fuerza brutal,
marchaba á la muerte. Conocía
demasiado la enfermedad para
forjarse ilusiones, para creer que
pudiera detener el proceso que
no podía dejar de tener un des-
enlace fatal; pero quería al menos,
ya que era imposible arrancar-
la de los brazos de la Implacable,
ya que era estéril toda lucha con-
tra el destino, anhelaba siquiera
aminorar sus dolores físicos en
los últimos días que le restaban.
Leonor languidecía como un
lirio que se marchita iluminado
por las luces de un crepúsculo
otoñal. El brillo de sus ojos se
había extinguido, su voz sinfóni-
ca anteriormente, vibraba ahora
de distinta manera, como una lira
de cuerdas destempladas.
y mientras que su sangre se
iba descomponiendo; mientras
que el cáncer se agrandaba des-
trozando los tejidos, consumién-
dolos; mientras mayores eran los
24 —
sufrimientos de la carne, más
grande era su resignación, más
estoica su entereza, como si su
espíritu se alimentara de la ma-
teria, como si su alma candorosa
y triste, encontrara un alivio en
el martirio porque atravesaba,
martirio que habría de purificarla
como el fuego.
Mas al pensar en el amado que
doloroso y sin consuelo peregri-
naría por la tierra hostil, llena
la mente de visiones y nostalgias,
sentía que su alma lloraba entris-
tecida, rebelde á desprenderse de
la materia, y llamaba á la vida
fugitiva, á la existencia ingrata
que se alejaba, que se alejaba sin
escuchar su llanto, sin reparar en
sus suplicantes frases, tiernas,
humildes, llenas de dulzura.
ün secreto instinto, esa claro-
videncia de los que pronto han de
morir, le hacía vislumbrar su fin
cercano. Ella sentía como un
desprendimiento paulatino que
se operaba en su ser, la separa-
ción de las dos fuerzas que inte-
gran la vida: el alma y el cuerpo.
Sentíase suspender, como un flui-
do, como un éter, como la exhala-
ción de una rosa que se muere.
Y se veía á sí misma como si
se hubiera escapado de la envol-
tura física, cual si su espíritu ya
ido, contemplara la materia iner-
te, el ánfora que contuvo el li
cor, el arpa donde vibró el soni-
do misterioso.
Se palpaba y creía hallar dor-
mida la carne, creía no encontrar
en ella el calor de la vitalidad, el
fuego del alma, y sus ojos mira-
ban á la materia muerta descom-
ponerse, transformarse, disolver-
se los ipúsculos, deshacerse los
huesos que fecundarían á la ma-
dre tierra con su abono, en tanto
su espíritu desligado de trabas,
libre para el vuelo, se perdía en
el aire, yendo á dar vida á alguna
estrella que titilaba débilmente
en la lejanía infinita, en el cielo
límpido y azul.
Y soñaba que las fulguracio-
nes del astro iluminaban la fren-
te del amado, del amado sin con-
suelo, del amado que lloraba sin
cesar. . .
Juan GUERRA NÚÑEZ.
Canto de amor
— Ven, amada mía. Nada te-
mas de la inmensidad. Somos
fuertes con el amor que nos
inunda.
— Las aguas son traidoras.
Tienen de las pasiones sus bo-
rrascas y de las caricias sus dul-
zuras.
— ¿No ves, tontuela, como es-
tas ondas que nos hablan besan-
do las riberas silenciosas, son
mansas? ¿No las oyes en su mú-
sica extraña, que prometen ser
buenas contigo? Atrévete y su-
be. El balanceo de esta barca me
exalta. Quiero mecerme, abraza-
do á ti, sobre su débil armazón,
en medio al cristal de las aguas
— 25
que murmuran la cancióa de los
amores.
— ¡El amor de las aguas! Dulces
y apacibles son sus caricias, pero
dentro de la calma aparente que
guardan junto á las barrancas, se
oculta la traición. Su amor tiene
cambios imprevistos: recorre la
gama de las pasiones . . .
— No temas de la vida, en la
pasión, los embates
imprevistos. Sé
fuerte como el roble
que no se doblega
al recio empuje de
los vientos. Cobra
valor y arrójate á
la vida. Sabrás de
ella. El temor es la
muerte. No temas;
vive en la aventu-
ración de tu auda-
cia arrancada á un
momento de irre-
flexión.
n
La tarde moría reflejándose en
la turquesa de las aguas tranqui-
las. Sobre las barrancas, encima
de la franja desigual de la ribera
opuesta, caprichosas tonalidades,
flamas de un rojo subido, colo-
raciones extrañas de un país de
ensueños, en el cielo sin borras-
cas se diluían en una apoteosis
triunfal.
La franja verdinegra y des-
igual, recortaba el horizonte le-
jano, donde el sol se había hundi-
do dejando en la tristeza crepus-
cular el último beso de sus rayos
de alegrías.
En el cénit, sobre lo más pro-
fundo de la comba sidérea, una
nubécula blanca como humo de
incensario, iba perezosamente dis-
gregándose, hasta que se mezcló
con la tranquilidad azul.
Los grupos solitarios de árbo-
les, que bordeaban aquí y acullá
la ribera de la laguna inmensa, se
destacaban como cuajarones de
sombras, sobre los celajes de la
tarde que moría.
La hora era su-
prema.
La mente galo-
paba en pos de fan-
tasías irrealizables.
La creación re-
posaba en la tnui-
sición de la luz y
las tinieblas, en la
hora doliente, en
esos momentos que
la angustia atenaza
y es el corazón un
volcán de latidos.
ni
— Así te amo,
mujer, valerosa y resoluta. Boga-
remos, y nuestro amor, en el silen-
cio majestuoso de la hora, sentirá
el epitalamio de las aguas, como
un hosanna triunfal á nuestra di-
cha.
— Boguemos, y que las manos
invisibles de las ondas decidoras,
aplaudan este momento. Despo-
jada del temor primero hacia la
inmensidad de las aguas, voy con-
tigo segura. El amor es fuerte co-
mo la muerte, y yo te amo.
Partamos en pos de la inmen-
sidad. Y en la postrera y angus-
tiosa hora, deshoje la tarde sus
caricias de colores sobre nuestras
cabezas nimbadas por los recuer-
dos gratos de la vida.
— 26
Lejos del mundo, de sus rui-
dos artificiosos y de sus fórmu-
las grotescas, seamos el uno para
el otro.
—Tu voz cobra c-n el dolor de
este paisaje sobtóraiio, el metal de
las promesas que radian dicha.
La felicidad me inunda. Quiero
vivir lejos de la sociedad. Quie-
ro ser yo misma.
— Vivamos, pues.
IV
El barquichuelo, viró al im-
pulso seguro de los remos mane-
jados por manos que ardían de
pasión. Las aguas fueron hendi-
das por la quilla de aquel jugue-
te de las olas, y la canción pla-
ñidera de las aguas, fué llenando
las barrancas, la tarde, la fronda
verdinegra de los árboles que
elevaban sus copas al cielo.
La brisa, fresca y blanda, tra-
jo en sus alas el golpeteo isócrono
de los remos, mansos como pala-
bras. Las aguas fueron tiñéndo-
se con los reflejos del horizonte
encendido. Sobre el lago, man-
chas desiguales, simulaban re-
mansos donde habían buscado
refugio miles de peces de colores.
A medida que los minutos
transcurrían, la brisa dejó de
traer en sus alas intangibles la
canción de los remos. El barqui-
chuelo al alejarse borró la silue-
ta de sus tripulantes y fué como
un punto informe sobre las aguas
tranquilas.
— No exijo de ti un juramento
de amor. Sé que me amas, y el
amor, forma transitoria de los sen-
timientos humanos, no es eterno.
El juramento te ataría al carro de
una promesa junto al hombre á
quien has amado ó amas. Vive
hoy en mi amor, porque nos que-
remos. Apuremos la felicidad
que nos embarga bebiendo en la
copa de la vida. Mañana tal vez
todo cambie. . .
— Sí, bebamos la felicidad en
la copa de la vida, pero júrame
amor eterno. Temo que en ti to-
do sea una veleidad pasajera, hi-
ja de un momento de entusiasmo.
No lo puedo, amada mía.
Sé que mi vida toda, hoy depen
de de ti. No quiero en un instan
te de ceguera amorosa mentir ju-
rando pertenecerte eternamente,
porque sé que todo pasa, el amor,
la forma, las instituciones, las
costumbres, las circunstancias, y
más que nada, los sentimientos
humanos.
— No te quiero así. Ámame
para siempre y vibre la vida en
torno nuestro como un rayo de
luz, ó sea mar proceloso de tor-
menta nuestra pasión. Y como
dos náufragos arrojados á los em •
bates de las olas, luchemos en
sentido contrario con nuestro in-
fortunio. Desafié el temor de la
inmensidad, y con tu amor fui
re -soluta. Desafía tú también la
idea y ven hacia mis brazos que
se abren para estrecharte con
fuerza contra mi pecho, donde
murmura mi pasión. Seamos
grandes y así unidos seamos fe-
lices.
— Amada mía: relampaguea
aún en tu cerebro el fuego de
una idea que te encandila. Eres
27 —
juguete de un prejuicio insano,
que tiene en el ambiente moder-
no, fuerza de muerte. Como el
temor á la inmensidad, avéntalo
al espacio, y sólo vivamos de la
vida lo que la vida nos ofrece.
Sobre las aguas que mueven
el barquicbuelo, en el silencio
majestuoso de esta hora melan-
cólica, ante el divino reflejo de
los arreboles, sella con un beso
de tus labios frescos, tu indepen-
dencia final. Sé mujer del porve-
nir. No quebrantes tu libertad de
amar con el prejuicio de una
eternidad amorosa. Vive, levanta
la cabeza y mira el horij^onte ro-
sado, prometedor de bonanzas
para los seres humanos, en un
porvenir que galopa.
Hunde en el olvido lo pasado,
tu vida, tu educación convencio-
nal, el temor al qué dirán, é inte
rroga á tu corazón. El te respon-
derá'. ¿Me amas? Bien: tú lo has
dicho. Fuerte como la muerte es
el amor. Con él, el sacrificio es
necesario. ¿No me amas? Sigue
tu ruta de mentiras sociales y
macera tus carnes en el vicio de
una ficción que concluirá conti-
go y no te hará vivir. El dilema
es cruel, pero necesario. Para
mí, en la explosión violenta de
un amor sincero, ó para el mun-
do que te atará á la coyunda fa-
tal, de un convencionalismo de
muerte.
Elige, mujer, en la hora gran-
diosa de la prueba.
— Duro y tirano es todo lo
que me pides. Transé contigo en
la aventura que corremos sobre
las aguas terribles. Me "exiges
ahora que acepte algo oído re-
cién por primera vez, y cuyas
consecuencias me espantan.
— Transaste conmigo en aven-
turarte sobre las aguas bonacho-
nas. El temor que le tenías se es-
fumó con el conocimiento adqui-
rido. También loque te pido pro-
voca en ti un temor infundado.
No conoces el porvenir y éste te
espanta con su inmensidad inex-
crutable, como no hace muchos
instantes estas agua? que nos
mecen. El día que tengas sufi-
ciente valor moral y te propon-
gas desafiar las consecuencias, el
porvenir abrirá sus puertas y por
ellas entrarás á conocer la feli-
cidad y la vida. Sólo te pido en
este momento, amada mía, que
seas libre, libre como el pájaro,
libre como la vida, libre como el
amor, ese amor infinito que se es-
conde en tu pecho como un flo-
rón de fuego. Vuela, Sulainita. Sé
feliz. Ven, que mis brazos y mis
labios te esperan para festejar la
ruptura definitiva de las cadenas
que te atan á las grotescas fórmu-
las sociales, que te oprimen y no
te dejan vivir.
VI
Las sombras cenicientas de la
tarde fueron intmdando el espa-
cio. Los contornos de la ribera
se hundieron lentamente en la
noche, mientras el ciclo se salpi-
có de miles de partículas de oro
milenario que guiñaron á la tie-
rra.
Los celajes del crepúsculo
avanzado jmrpadearon unos ins-
tantes más, y luego, en una carca-
jada explosiva se perdieron en la
negrura de la noche.
28
La luna asomó su mole gigan-
tesca por entre las copas de un
montón de árboles, y sobre las
aguas dormidas en las sombras,
trazó un surco profundo de
plata.
Y en esa hora, en medio del
silencio de la naturaleza dormida,
mecida por el débil movimiento
de un barquichuelo, una mujer se
independizó de las fórmulas y
fué libre, libre para siempre.
Pervecto B. LÓPEZ.
José de Diego
Publicamos hoy el retrato del
distinguido poeta y publicista
José de Diego
portorriqueño don flosé de Die-
go, cuya personalidad literaria se
ha captado el aprecio de los in-
telectuales de América, y es, en
la pequeña Antilla, como un as-
tro que ilumina los senderos por
donde marcha la falange de los
ricos de ideas y de ensueños.
Luchador noble y sincero, abo-
gado de talento que ve el más
allá de la vida, el señor José de
Diego es autor de la «Codifica-
ción Administrativa» y «La cri-
minalidad en Puerto Rico».
Últimamente, publicó en Bar
celona un hermoso libro de poe-
sías intitulado «Pomarrosas», y
en ese libro, la originalidad y la
belleza se han juntado para for-
mar un símbolo de triunfos in-
marcesibles.
Al noble literato, nuestro vo-
to de admiración.
A una casada
Violada la ilusión del primer sueño,
comprendiste que no eras comprendida;
sangró un raudal de llanto tu alma herida
y agonizó en los brazos de tu dueño. . .
¡Qué abrumador, qué bárbaro es el leño
para tu débil fuerza, alma afligida!
que no hay mayor dolor en esta vida
que morir de la muerte de un ensueño.
Perdóname el placer de aquellas horas
en que de mis pupilas á las tuyas
hubo un vuelo magnífico de auroras:
¡Tal vez hoy, cuando en lágrimas diluyas
de tus ojos las luces tembladoras,
se te acerque el Pasado y no le huyas!
Emilio FRUGOIÍI.
— 29 —
Ofrenda
Recuerdo de un alma eximia, este poema es un exvoto de amor.
Como ella, la amante efímera, aquella alma selecta se ha perdido
en el caos eterno de la vida.
¡Salve! ¡Oh, pagana evocatriz del amor y la harmonía!
Surgiste en la brumosa estepa de mi vida como una Helena fugaz
coronada de mirtos y de rosaa. Y al hablarme de tus emociones ín-
timas, de la unción de tus decires y el excelso crisol de tus ideas, huye-
ron de la barca de mis sueños los petreles del dolor cuya omnividencia
hablaba de vórtices y borrascas. Y, mi cerebro tanto tiempo ator-
mentado, quedó apacible y risueño, como una mar en calma, que
surcaran esquifes de cristal.
Entonces, á ti fué abierta la urna de mi corazón transido, que no
concibe un amor con sujeción á las voces del futuro, agoreras y si-
niestras como chirridos de cárabos en un claustro de tinieblas...
Y te hice el exvoto de mi amor, que sabe á salmos gloriosos
del paganismo, mientras tus labios elocuentes y temblorosos, ras-
gaban el silencio originado por el lirismo de nuestros besos, y mur-
muraban quedo, muy quedo, quemándome las mejillas:
«¡Cómo es sabia, cómo es triste la elocuencia del silencio! >j
Tú sabías de la vida... y la cantaste un salmo vibrador.
Yo sabía de sus tristezas inmensas, y mi homenaje á ella era un
himno de dolor.
Por eso, hallé en ti el elíxir de la vida:
cuando me oblaron sus caricias infinitas, tus ojos tiernos y ma-
dorosos como dos pétalos desprendidos de un corimbo de hortensias
azules;
cuando el ánfora de tus labios abierta á mi imploración volcó
en mi boca acre sus efluvios de nébeda exquisita;
cuando mis ojos, avaros de tus encantos — venero inagotable de
ternuras — cayeron sobre el domo de tus senos, que ostentaban como
las rosas de Irán los hechizos de eternas primaveras;
cuando mis brazos como un pselión animado, nimbaron tu cue-
llo lácteo y divino, mientras surgía en mi memoria aquel verso de
Francis Jammes, voluptuoso y pagano como tú; aquel verso . . .
«Bien n'est plus doux pour moi que ta chair daus la nuit,>
Y, cuando ambos nos amamos ¿recuerdas?
— 30 —
El alba nos sorprendió besándonos aún frenéticos y ardorosos
y nuestras almas vibraban al unísono por ideales de amor y
de verdad. Tu cuerpo lasro temblaba prisionero en mis brazos
fatigados, y tus ojos soñolientos y vagos en sus miradas de amor,
aureolados estaban de dos trazos como pétalos de una lila agoni-
zante. Tus cabellos en desorden caían como una avalancha de
oro sobre la nivea almohada, y, bajo los cobertores que te arro-
paban aún, yo adivinaba mórbidos y esculturales cual un poema
de mármol, el pequeño cimborio de tus senos y la curva auroral
de tus caderas.
Y aún así ¡cuan bella eras!
Después — ¿me quieres? susurraste en mi oído como haciendo
me un reproche.
— \o ya no te quiero á ti. Te amé, y para no odiarte es preciso
que te olvide. Seamos libres. El olvido, sólo el olvido decreta la
libertad de las almas.
Callaste, y una harmonía de perfumes y de luces pobló nucs
tros corazones.
Y luego, cuando te fuiste, y en la azulada lejanía perdióse tu
silueta leve y dulce cual una paloma blanca, murmuraron mis la-
bios dolorosos:
¡Oh, pagana evocatriz del amor y la harmonía! ;Salvc!
Surgiste del misterio y tornas á él con la libertad de un pájaro
de la selva.
Manuel PÉREZ Y CÜRIS.
Azul. . . .
Tras el azul de los cielos se despliega el luminoso infinito de lo
inconmensurable donde mora Dios.
Bajo el azul del mar duerme el obscuro abismo del misterio donde
se agita la tempestad.
Y bajo el azul de tus ojos, dime, ¡oh, mi adorada! ¿qué habrá? ¿el
luminoso infinito de los cielos donde mora Dios 6 el obscuro abismo
del Océano?
Rafael Ángel TROYO.
— 31 —
^ág'ina, artística;
POR ORESTES BAROFFIO
A Ulises W. Riestra.
El cuadro es elocuente y real.
Baroffio, con la originalidad y el encanto que le han hecho acreedor á infinitos aplausos, nos
mueve hoy á las meditaciones de la vida. Es el epílogo de una novela de amor. Sobre la mesa, la
triste esquela yace como una sentencia irrevocable. Ella llora. El pañuelo que ambas manos sos-
tienen cubre su rostro como seQal de inmenso desconsuelo. ¡Quién sabe! Una decepción amorosa ,
acaso. . . Acaso, no; es evidente. Porque el amor es pródigo en decepciones.
Nuestras sinceras felicitaciones al delicado artista. ¡Lástima que en la copia de su cuadro no
se puedan apreciar la sutilidad de su capricho artístico y los trazos excelentes de su hábil pincell
— 32 —
Nieve
Es la alcoba una habitación
pequeña, tapizada de rojo obscu-
ro y cuyo techo lo cruzan berme-
jas vigas paralelas. Los muebles
son escasos: un velador de made-
ra barnizada con incrustaciones
de nácar, sobre el que descansan
varios libros de tajias policromas;
en sus lomos desiguales se leen
los títulos de las obras ó de los
autores: Ohnet, Dumas, «Imita-
ción de Cristo»; en los restantes
no puede leerse ni el título ni el
autor.
Entre los dos balcones que,
aunque pequeña, tiene la estan-
cia, hay una mesa con tablero de
mármol: sobre el tablero reposan:
una bandejita de cristal tallado
que contiene horquillas, peinetas
de concha y alfileres negros, de
negra y esférica cabeza; fras-
cos con etiquetas extranjeras con-
teniendo líquidos de colores dis-
tintos y de perfumes penetran-
tes; hay también sobre este toca-
dor cintas azules y gasas incolo-
ras, abandonadas allí en desor-
den; y en su centro, en un búca-
ro de rosado cristal, se muere un
crisantemo con sus hojas amari-
llentas enervadas y su tallo ver-
doso bañado por agua añeja.
Frente al espejo hay una cama de
madera negra cubierta con lien-
zos muy blancos, y por entre esos
lienzos asoma un rostro de niña ó
de mujer, no tan blanco como las
sábanas, porque es amarillento,
pero encerrado en un marco de
cabellos negros, que sí son más
negros que la madera del lecho.
La niña se muere. Cabe la cama
llora una vieja y muchas veces só-
lo el gemir de la anciana turba el
silencio de la habitación y apaga
el lento respirar de la enferma
que, con los ojos abiertos, mira el
balcón que hay frente á ella.
Desde allí ve la niña cómo
van cayendo los copos de nieve.
¡Cuántos caen, y qué despacio, y
cómo descienden del plomizo
cielo para besar á la tierra con su
beso frío; y qué blancos son, y
cómo se juntan unos con otros,
como si fueran lágrimas que se
encuentran para formar una sola,
y cómo van posándose en las ho-
jas de los árboles y las van unien-
do hasta formar un manto que á
todas las aprieta en blanda cari-
cia!
La niña se queja; la anciana
pasa sus escuálidos dedos por las
cuencas de los ojos para quitarse
las lágrimas y procura consolarla.
— ¡Ya no volverá ! — dice la
niña.
Sí, gloria; sí, volverá; lo que
es menester es que tú no pienses
en ello, que dejes pasar las horas
cuidándote, distrayéndote con
migo siempre á tu lado; y luego,
cuando más lejos tengas el pen-
samiento, tú verás como viene; sí,
volverá, sí.
Y la niña suspira, y la vieja,
al oir el lamento del alma, vuelve
á llorar.
— 33 —
¿Te acuerdas? La última tarde
que estuvo fué la última tarde
que hizo sol; un sol que no calen-
taba; amarillo, amarillo, como si
fuese de metal . Desde enton-
ces no ha vuelto.
Salen las palabras de la boca
de la niña, lentamente, muy len-
tamente, y entre una y otra deja
un silencio para respirar; entra el
aire muy despacio hasta llenar el
pecho enfermo, y luego, como si
le causara horror estar allí meti-
do, sale de prisa, en una sola bo
cañada. Después torna á hablar
la niña:
— Las cuatro; ya no viene hoy,
ya no viene nunca. . . y sigue
nevando, nevando. . .
— Volverá, hijita, volverá;
cuando desaparezca esa nieve,
muy pronto; cuando vuelva el sol,
vuelve él.
— Sí, vendrá con el sol. ¿Pero
el sol vendrá pronto?
La respiración de la niña va
siendo más despaciosa cuanto
más difícil; llega la noche; poco
antes de llegar lo anuncia emplo-
mando los cristales y confun-
diendo las cosas y las personas
con sus propias sombras.
La vieja calla, la vieja duerme.
La niña calla: está á punto de mo-
rirse. Y la noche sigue avanzan
do, avanzando; se oyen desde la
estancia los pasos precipitados con
que caminan por la calle los tras-
nochadores; luego un silencio muy
largo, muy largo, de una, de dos
horas; luego el rodar de un coche
que ha de estar desvencijado á juz-
gar por el ruido que produce; lue-
go otro silencio más largo que el
anterior, después el golpe seco
que hace el farolero al herir con
un paFo la palanca del farol; más
tarde se oye el blando ruido de la
nieve al tropezar en las vidrieras;
pero pronto se extingue; el tro-
tar de un caballo que lleva cán-
taros de leche y que va entrecho-
cando; el gemir de unas ruedas
que hacen moverse á un carro
muy pequeño que lleva basura; y
por fin, el alba, y con el alba un sol
muy grande, que debe estar muy
cerca del mundo y que al asomar
allá lejos, detrás de la sierra,
manda su primer rayo á los bal-
cones de la niña.
El sol llegó tarde La niña
murió á la media noche.
Pronto despertará la anciana.
Miguel A. RODENAS.
¥
Bajo los árboles
Preguntabas: (Tu frase era la esencia
inmaterial de una camelia blanca)
— ¿Las aves son poetas? — De las flores;
— te decía. ¡Las flores tienen alma!
— ¿y el canto?
— ¡El canto es el dolor, de lo que muere
de nostalgia inmortal bajo las alas!
M. PIMENTEL CORONEL.
34 —
Crepúsculo
El Sol está cerca de su ocaso,
un mar de fuego se divisa en el
horizonte, caprichosos paisajes
se dibujan en la atmósfera, la
Doctora M. Práxedes Muñoz
suave brisa mece la copa de los
árboles, los pajarillos entonan
sus alegres trinos al regresar á
su querido hogar, la naturaleza
ya muda é imponente, ya anima-
da y retozona, ofrece á mis ojos
el más delicioso y poético cuadro.
Sentada al pie de un fúnebre
sauce contemplo tantos primo-
res. La analogía que tienen sus
abatidas y mustias hojas con el
estado de mi alma, me hizo esco-
gerlo por compañero y testigo de
dolor, y allí la cabeza inclinada,
mudo el labio, palpitante el cora-
zón, di libertad á mi llanto, por
mucho tiempo comprimido.
¡Oh, dulces recuerdos,
adoradas ilusiones que sin
cesar rodáis en mi menté!
¿Será posible que sólo seáis
para mí quimeras é impo-
sibles? Sueño de gloria y
ventura que habéis dormi-
do tanto tiempo en el fon-
do de mi ser, ¿quién os
despertó así para mi tor-
mento? ¡Ah, pluguiese al
cielo que antes de turbar
mi dulce inconsciencia,
hubiéranme arrebatado la
enojosa vida, entonces no
bullirían en mi confusa
mente esas imágenes que
á toda hora acosan mi po-
Ibre corazón, torturándolo
sin piedad con el anhelo
de lo imposible, el deseo
de lo desconocido, el amor
de lo misterioso y lo ver-
dadero que tan sólo seduce 'y en-
tusiasma mi espíritu.
Seducción adorable, encanto
irresistible, cual música sagrada
de esferas intangibles, de mun-
dos ignotos, lejos, muy lejos de
nuestras groseras realidades y
del medio empequeñecido en que
el destino me colocara.
¿Por qué tan brillantes pers-
pectivas, tan encumbrados pen-
samientos han de surcar á toda
hora el cerebro juvenil de una
— 35 —
tierna adolescente, para evapo-
rarse luego como sombras capri-
chosas, alucinaciones insanas,
productos de fantasía desequili-
brada? ' ¿Y cómo huir del ideal
sagrado que alberga lo íntimo del
alma, cómo matar entusiasmos
puros, creaciones excelsas, acari-
ciadas entre los perfumes de la
niñez, hoy profundamente arrai-
gados en mi mente?
Así desahogaba mi pecho jun-
ta á esa fecunda naturaleza, mu-
do testigo de mi quebranto,
cuando las negras sombras de la
callada noche, vinieron á nublar
aquel encantador paraje, llevan
dose entre los últimos destellos
del terminado día, al par que los
dolores, las esperanzas de mi
alma enferma.
Oprimióseme el corazón al
pensar si sería aquella la vez
postrera que vendría á exhalar
allí mis doloridas quejas, lágri
mas amargas brotaron de mis
ojos al abandonarlo, y mi exalta
da imaginación que no cesa de
presagiarme inevitables desgra-
cias, no dejó de atormentarme un
instante mientras me acercaba á
mi morada.
Fué tal el aturdimiento que
engendró en mi espíritu, que du-
dando hasta de la evidencia creí
me presa de una horrible pesa
dilla, y aun al escribir estas lí-
neas, no sé si sueño ó si estoy
despierta.
M. PRÁXEDES MUÑOZ.
Rondel
En la lumbre de tus ojos se bañó mi desconsuelo,
Y las mieles de tus labios endulzaron mis dolores;
Y pasó, cual vago bólido, por los nublos de mi cielo
La caricia inebriativa de tus púdicos amores.
;0h visión ultraterrestre cuyos vivos resplandores
Alumbraron las perpetuas lobregueces de mi anhelo!
Con las mieles de tus labios endulcé mis sinsabores
Y en la lumbre de tus ojos se bañó mi desconsuelo.
No te ausentes, dulce amiga, blanca estrella de mi cielo;
Quiero, asido eternamente, á tu cauda de fulgores,
En la lumbre de tus ojos empapar mi desconsuelo
Y en las mieles de tus labios endulzar mis sinsabores.
Salvador MARTÍNEZ AL0>UA.
— 36 —
Cositas
Ante la ley de evolución, el
hombre adquiere en lo creado
una majestad verdadera, aun
más grande que si lo considera-
mos irreflexivamente de fabulo-
so origen divino. La perfección
Enrique Crosa
humana alcanza su máximum en
las manifestaciones del amor. Un
hombre ó una mujer que sepan
amar, son por todos conceptos
seres superiores.
*
* *
Cambiada ó disminuida la ac-
tividad exterior de los elementos
generadores, es posible que hoy
sea apta la naturaleza tan sólo
para engendrar espontáneamen-
te seres inferiores. Basándose en
esa afirmación, es posible creer
que cuando apareció el hombre
en la tierra, el estado de esos ele-
mentos generadores era de una
extraordinaria actividad. Los ani-
males llamados antidiluvianos,
no existen ya, y fueron los pri-
meros en aparecer en nuestro
globo, según lo afirma la zoo-
paleontología. Por consiguiente,
puede creerse en la degeneración
generatriz de la naturaleza. Los
estados exteriores de nuestro
planeta, han cambiado; varían
también los elementos de pro-
ducción de vida. Nuestro mundo
pierde sus energías.
*
* *
Si se inyectara fósforo en
el cerebro de un determinado
animal, ¿se obtendría acaso una
inteligencia artificial superior á
la del rango del animal inyec-
tado?
*
* *
Los dioses se van ... los dio-
ses se han ido ... y los que aun
reinan en la tierra, viven una
pobre vida. Venus acepta en su
culto, los refinamientos france-
ses; Apolo se dedica al art nou-
veaux, y el pobre Cupido tiene
que mantenerse á fuerza de ex-
tracto de carne.
Los dioses se van . . .
*
* *
Si la materia es inmortal, en vano
resultará á los hombres pretender
destruir el amor, pues soberano
guarda el amor el insondable arcano
del principio del ser!
Enrique CROSA.
37
De "Némesis
ff
Eara vez ciertos triunfos del su-
fragio popular, me consuelan de
sus derrotas;
nacido en una democracia anal-
fabeta y domeñada, en la cual la
sola forma de elección fué dicha
por la boca voraz de todos los
partidos, en este aforismo de una
impudente precisión: el que escru ■
ta elige;
hecho después, á ver salir de
las urnas prostituidas, como de
una matriz de devastación, los
más rudos lobatones de la inepti-
tud y la violencia, aptos para de-
vorar la libertad;
habiendo vivido luego en la
República Modelo, donde el so-
borno y el cohecho son los úni
eos medios de elección;
encastillado entre dos horro-
res: el de aquellas democracias
bozales que reclutaban los elec-
tores, y esta democracia colosal
que los compraba;
no sabiendo cuíl era más vil,
si el voto uncido ó el voto vendi-
do; si el del esclavo atado ó el
del liberto comprado; si el obte-
nido por la fuerza del hecho, ó el
obtenido por la fuerza del cohe-
cho, asombrado ante las repúbli-
cas del Sur, que votaban amana-
das y la república del Norte, que
votaba sobornada, entristecido y
desesperanzado ante esa farsa
triunfal, ante ese hacinamiento de
bastardías, en donde crecía como
en un estercolero la generación
espontánea de las larvas parla-
mentarias, estuve un tiempo, to-
cado de un temor, más grande
que mi amor por el principio vio-
lado del Sufragio popular;
Francia, Italia, España, me han
consolado después;
ellas, me han demostrado que
aún envenenado y enturbiado por
los reptiles de la fuerza, aquél
permanece el único manantial
puro del derecho, la única fuente
de fuerza y de salud para los
pueblos;
como no tengo patria, sino
una circunscripción geográfica,
apta para el insulto de mi nombre;
como obligado á optar entre la
patria y la libertad, he optado
por la libertad;
no he sido elegible ni elector;
salido de mi país en mi primer
albor de juventud, habiéndome
hallado el Destino, digno de emi-
grar con la Libertad, antes de
ser apto para votar sin ella; ha-
biendo sido guerrero antes de
ser ciudadano; habiendo disputa-
do á la suerte el derecho de mo-
rir, antes de tener el derecho de
votar, mi pluma, abierta como
una azucena de fuego, en medio
á los combates borrascosos, ni ha
firmado un voto, ni ha tenido que
agradecerlo;
he sido el solitario armado,
que no sabe de la vida, sino la
lucha y el dolor;
no siendo bastante mediocre
para merecerlo, ni bastante vil
para mendigarlo, el voto de las
— 38 —
democracias esclavas, apenas
adultas y ya maduras para el cri-
men, no ha hecho enrojecer mi
nombre;
mi juventud pasó envuelta en
la tempestad, virgen de esa man-
cilla;
entrado en líi edad madura,
me hago inaccesible al halago de
las urnas, porque todo en mi país,
todo, hasta la Presidencia de la
República, está por debajo de mi
ambición. . . y, de mi orgullo. . .
yo, tengo en mi patria pasio-
nes, pero no tengo aspiraciones;
he renunciado á habitarla, pero
no he renunciado á defenderla;
no vivo en ella, pero vivo para
ella;
y, en momentos como el pre-
sente, no le queda otro refugio,
que mi pluma;
no se dirá que desapareció, sin
que el himno triunfal de mi pa-
labra la acompañara á la tumba;
mientras otros viven para ex-
plotarla, yo, vivo para honrarla;
y, esperando darle un día liber-
tad, le doy un rayo de gloria;
defiendo su vida contra la inso-
lencia de los amos, y protejo su
honra contra la insolencia de los
siervos;
y, en ella, nada aspiro, y de
ella, nada espero;
me estimo mucho, para aspirar
á ser su amo, y la amo mucho,
para dejar de ser su apóstol;
el poder, está muy por debajo
de mi nombre: sólo el deber está
á la altura de él;
y, lo cumplo;
hábil en hacer la soledad en
torno mío, ¿cómo no extrañar y
agradecer la caricia que un vien-
to de fraternidad, trae hasta la
profundidad de mi aislamiento?
lo confieso:
ver mi nombre, en la lista de
los candidatos que los republica-
nos de las «Dominicales» de
Madrid, desearían ver triunfar
para diputado al Parla manto es-
pañol, me ha conmovido honda-
mente;
esa candidatura, no es sino
un deseo, pero, eso basta para
ser un honor;
que haya habido un español,
que haya dicho su voto por mí,
para Diputado por Madrid, eso
basta á mi orgullo de luchador
cosmopolita, en el combate uni-
versal por la libertad;
y, cuando ese español se Ha
ma Demófilo y, el partido que lo
rodea es el partido republicano,
eso sobrepasa á mi ambición,
que es como poner un límite á lo
infinito;
el deseo de aquel voto, es ape-
nas una enunciación, pero, no
por eso, deja de ser una consa-
gración;
por eso he (juerido dejar aquí
constancia de mi ardiente grati-
tud;
ella rebosaba ya, desde que
los republicanos del distrito de
Chamberí, á raíz de una confe-
rencia de Fernando Lozano, fir-
maron una proposición en mi ho-
nor y aclamaron ruidosamente
mi nombre;
esa nobleza inesperada, me
consuela de tanta bajeza esti-
pendiada que se comete con-
tra mí;
ese honor que la democracia
me tributa en España, me venga
— 39
ampliamente de los ultrajes que
la autocracia me prodiga en Amé-
rica;
ese honor vale el olvido de es-
te horror;
esta prueba de fraternidad,
compensa los insultos de la ve-
nalidad;
el amor de los hombres libres
me venga del odio de los escla-
vos:
por ese recuerdo de mi nom-
bre ante un plebiscito de con-
ciencias libres:
¡ Gracias, gracias ! . . .
ex imo 'pectore. . .
VARGAS VILA.
Homenaje
En mía postal de la señorita Flor de María Sagarra .
Ha tiempo que voy en busca,
como aquel héroe Manchego,
del Ideal de mi alma,
armado de caballero.
Errabundo y solitario,
vivo, discurro, y me encuentro
en cada justa de honor
haciendo triunfar mis fueros.
Cada concepción que abrigo,
cada ilus'ón que entreveo,
es un imposible más
á mis imposibles sueños.
Yo también — como aquel lírico
héroe de Cervantes, ruedo —
resplandeciendo mi escudo,
como un astro, en los torneos.
Comprendo que la Esperanza
va abandonándome lejos;
sólo en las noches tranquilas
muy cerca la noto en sueños.
Hermosa dueña de este álbum
de pensamientos selectos:
¿pretendes un madrigal
de este humilde caballero?
¿Pretendes, di, que formule
sobre esta postal anhelos?
¿Qué podrá decirte un alma
árida como un desierto?
Hermosa daeña de este álbum:
á tu pedido me niego;
sólo á rendir homenaje
á tus beldades me presto,
depositando en tus manos,
cual cumplido caballero,
mi vieja lanza de oro
¡demoledora de ensueños!
Pedro EUASMO CALLORDA.
A propósito de La Canción de las Crisálidas'*
y "El poema de la Carne"
Torres de Meirás— Por Betanzos — Sada, 2 de Julio de 1905. —
Señor" Manuel Pérez y Curis. — Montevideo.— -Mil gracias por el
envío de su libro de versos, que acabo de leer con sumo interés y
que revela una personalidad.
Aprovecha esta ocasión de ofrecerse, de usted afectísima,— JE'w^-
¡ia Fardo Baxán.
- 40 —
New York, Agosto 15 de 1905. — Señor Manuel Pérez y Curis. —
Montevideo. — Distinguido señor mío: — Me ha honrado usted con el
obsequio de un ejemplar de su hermoso volumen de poesías; y al
presentar á usted el testimonio de mi gratitud por tanta distinción,
y especialmente por las muy galantes frases con que lo dedica, me
permito también unir mis felicitaciones ú las numerosas que sin
duda, habrtá usted recibido de personalidades mucho más valiosas
que la mía.
Deseara, en verdad, hallarme en aptitud de emitir en esta forma
las impresiones que he recibido con la lectura de su hermoso libro;
pero no siéndome esto posible por el momento, y no queriendo de-
morar el cumplimiento de un deber que el agradecimiento impone,
mientras puedo darme la satisfacción de decir de usted lo mucho
bueno que pienso, al través de la distancia que nos separa, tiendo á
usted mi mano para estrechar la suya cordialmente en prenda de
viva admiración y simpatía, á la vez que me complazco en ofrecerle
las seguridades de mi aprecio y amistad. — Alivio Díaz Guerra.
IBi'bliogrra.fía.
Sueños de media noche.
Este es el título de un libro de
poesías de que es autor el joven
Ovidio Fernández Ríos. Hay en
ese libro estrofas vigorosas que
prometen algo bueno.
Trate el novel poeta que su
oído corresponda al dictado de
su numen, y llegará á la cumbre,
á pesar de las sierpes de la envi-
dia que le acechan vilmente.
Musas hermanas.
Así se titula un tc.mito de poe-
sías de los jóvenes literatos na-
cionales F. Acosta y Lara y Ca-
siano Monegal. El encanto ar-
monioso, y á las veces la rebeldía
de la forma y la complexidad de
ideas, anuncian futuros triunfos
de esos dos iniciados en la lucha.
"Almanaque-Joya" para 1906.
Buenos Aires.
Es en verdad una joya por las
colaboraciones literarias y artís-
ticas que encierra, y por la niti-
dez y el gusto de la impresión
impecable.
En la parte literaria hemos
visto composiciones subscritas
por literatos que, como Samuel
Blixén. Chocano, Naón, Noé,
Casimiro Prieto y Troyo, ocupan
un puesto de preferencia en el
campo literario americano.
Tiene hermosas ilustraciones
firmadas por los aplaudidos ar-
tistas Francisco Fortuny, Apeles
M estrés, Federico Prieto y otros.
Es una verdadera joya artís-
tico-literaria. '^
APOLO
REVISTA DE ARTE
Director-Redactor: PÉREZ Y CÜRIS
MiOIVTEVIOEO, Al>ril-3Iayo íle 1 OOO
Para el "Áurea mediocritas" de Horacio
Uno de esos Gargantúas del
Crimen, cómico y único, que en
su voracidad de gran bestia vite-
liana, deshonra la Dictadura, más
allá del trópico,
amostazado por
los foetazos de
luz, con que Var-
gas Vüa ca&tiga
su canibalismo
oprobioso y su
bestialidad con-
cupiscente, hizo
llamada á todos
sus plumarios, y
no halló para su
defensa, sino un
eserü'jr, uno solo,
y eso, fuera de la
Nínive indígena, en que reina co-
mo señor:
en cambio, pulularon los asnos
de alquiler, romos y desmazala-
dos, para llevar repletas ías al-
forjas del insulto oficial, hasta
los pies del escritor rebelde; \
entre estos esclavos blasfe-
mantes, todos de una mentalidad
infinitesimal, digna de Fray Can-
dil, hubo uno, divertido hasta la
exageración y bufo hasta el opro-
bio, que hizo las delicias del es-
critor insultado;
este pedagogo hambreado y
venal, cultiva la
gramática;
y, fué, por este
tubo digestivo de
la mediocridad,
que se descolgó
hasta Vargas
Vila;
blandiendo 'la
quijada épica áv.
ese burro muerto,
que se llama el
clasicismo, í llegó
este -benemérito
de la inepcia,
dando tajos y mandobles, contia
la prosa altanera de Vargas Vila,
con la inocente ceguera de un
escarabajo, que clavara sus cuer-
nos en el tronco de una encina;
no sé cuántos litros de leuco-
rrea gramatical derramó este
maestro de escuela, infeliz,; sa-
cado del ayuno para vomitar vie-
jas barbaridades léxicas; \
ni hace el caso;
42 —
no es persona hfíbil íÍ la dis-
cusión, ni tiene personalidad jurí-
dica en los estrados de la preíisa,
cualquier follón menesteroso, que
aspira á discutir con escritores,
y quiere deslizar su personalidad
clandestina, hasta cerca á la gen-
te intelectual, para morderla en
los talones;
Contreras, ó cosa semejante,
parece ó dice llamarse aquel
pulpo de antología, enconado por
comisió'i oficial, contra la licen-
cia majestuosa del Verbo revo-
lucionario;
pí.^ro, su nombre, si lo tiene,
sea ése íi otro, que todo es lo
mismo, hablando de esos anóni-
mos sin cacumen, no viene al
caso;
¿es que tienen nombre propio
los esclavos?
no llevan en el collar sino el
nombre de su amo;
llegado á ciertos bajos fondos
de la infamia, el Alfabeto sedes-
organiza, y aún ayuntando sus
letras por la fuerza, no dicen
nada: se rebelan ú dar su nombre
á ciertos entes;
no es pues á este vertebrado
de nóminas guatemaltecas, á
quien Vargas Vila, (juiere refe-
rirse á propósito de la crítica,
chirle que las polillas de Diccio-
nario, hacen diariamente, a su
prosa atrevida y personal, á su
tecnicismo supraíilevado, ajeno
¡í los viejos odres, donde se agria,
el vino ya intrajinablc de un cla-
sicismo vetusto;
es á propósito de un escritor
insonoro y amable: don Gerardo
Matos Aviles, que en su libro re-
ciente: Del Estilo y de la Idea,
concluyo por asegurar, que: Si
Vargas Vila, escribiera en espa-
ñol, sería el primer escritor de
América y, aún (síc) de Es-
paíía. . .
y, Perogrullo sonrió con su
risa bonhomme, en el fondo de
esa candidez problemática;
el dardo, aun finamente puli-
do, no tiene punta;
la mano del arquero marró el
tiro;
Vargas Vila, ha declarado al-
tamente, no aceptar y no seguir
las reglas estrechas de las Aca-
demias; como no acepta y no
sigue los dogmas estrechos de
las iglesias;
ni academias, ni concilios le
dan la ley;
tanto vale para él la Academia
como el Sylabus;
y, se cuida tanto de la inmu-
tabilidad del idioma como de la
inviolabilidad del dogma;
esas cosas vetustas no hablan
nada lí la independencia salvaje
de su corazón;
sabe tanta Gramática como
Menéndez Peí ayo, y tanta Teolo-
gía como un Prior de Benedicti-
nos, y, tiene sin embargo, la grata
entretención, de violar por igual
los dogmas y las frases, torturar
la fe y el lenguaje, con una rara
voluptuosidad, que le viene de su
amor huraño á la independencia
del espíritu;
la tradición, no es su culto;
no se encierra en ella, ni para
pensar, ni para escribir;
no es águila de museo, ni león
de feria;
toda jaula está mal á su espí-
ritu;
no cabe en ellas; ni vive en
ellas;
— 43 —
piensa libremente y escribe
como piensa;
ama hasta el delirio la libertad
de su vuelo y de su verbo;
sus ideas, como su gramática,
son de El;
si escribiera como tantos, sería
uno de tantos;
no sería: EL
prefiere la libertad amenazan-
te del lobo, á la tranquilidad co-
lectiva del rebaño;
no aspira á que los otros escri-
ban como él; se conforma con no
escribir como los otros.
no impone su estilo, como re
gla; pero, no sigue las reglas del
estilo;
rolla tout;
continiía con su prosa ator-
mentada y rara, libre, como su
conciencia, de todo yugo;
esa prosa, que recientemente,
escritores españoles han hallado;
uno: contorsionada y luminosa
como iiiia xarxa ardiendo;
otro: personal y sugestiva, tan
rítmica y poética cpie llena sns
frases cou, n)ui euritmia sana;
otro: á reces iiicorrecta, ptcro
siejhpre bella y elocuente;
y, otros ... ¿á qué citar todos
los conceptos recientes?
hasta el señor Matos Aviles,
que la halla: consubstancial con
su personalidad brillante y tu-
multuosa;
todo eso prueba, que esa prosa
de Vargas Vila, que á tantos
exaspera, se abre campo, — por
no ser una prosa trivial — á tra-
vés de sus mismos críticos, con
la fuerza avasalladora de su li-
bertad;
y, Vargas Vila, no entiende re-
nunciar á esa prosa, á la cual
debe todo, comenzando por su
indiscutible superioridad sobre
sus críticos;
ha podido hallarlo declamato-
rio y ensañarse contra él, el ra-
quitismo intelectual de cierto re-
vistero cubano, que escribe des-
de París á diarios de la Habana,
con un seudónimo frailesco;
ha podido hallarlo démod4,
cierto filisteo marroquinesco,
acosado por esos apostrofes de-
belatorios y fustigado y pertur-
bado por ellos, en las bajas
obras de su domesticidad, en su
oprobiosa misión de delator pa-
niaguado ;
nada han podido, nada pueden,
las catacresis degeneradas de esos
juglares, contra la prosa triunfal
que entona las aleluyas de bron-
ce de la Libertad;
la Envidia tiene sus válvulas;
la Crítica es una de ellas;
¿qué sería de la crítica si no
existiese el mérito?
¿contra qué se ensañaría?
esa epilepsia de los desespera-
dos es un homenaje;
la Gloria, tiene el deber de ali-
mentar á los insectos que viven
de ella;
hay nombres hechos para sa-
ciar con su misericordia • el ham-
bre de los reptiles;
el señor Matos Aviles, no per-
tenece á los últimos, pero tam-
poco pertenece á los primeros;
no parece sentir la E.xvidia;
no tiene talla para despertarla:
ni la alimenta ni la merece;
es la Gramática apacible;
Áurea Mediocritas.
VARGAS VXLA.
— 44 —
Amor. . . .
A una señora deseable..
Amor sabe enervantes y finas sensaciones;
Duquesa, Amor merece morar vuestro corpino
Y á cambio de cariño canta suaves canciones.
Duquesa, Amor conmueve y es un perverso niño
Que vive de placeres, y fiebres, y cariño.
— 45 —
Duquesa, Amor es triste; Duquesa,'^ Amor es bello,
Y dar á Amor la vida es cual si os dieran besos,
Hesos á vuestros ojos, besos á vuestro cuello.
Besos á vuestra nuca y á esos pálidos presos
De dos líneas de sangre que están llorando besos.
Duquesa, Amor es triste; Duquesa, Amor es grande, ^
Amad bien locamente: Sufrid, después, señora.
Amad mientras Dios quiera y que á la tumba os mande-
Que sea vuestro lema. Duquesa, mi señora:
«Sufrir toda una vida y amar toda una hora».
Pablo MINELLI GONZÁLEZ.
Contemplando el mar
Todas las noches así que el
silencio vela el sueño del mar,
voy á recogerme ante su vista,
evocando el destino de mi vida.
En cada ola que se agita violen-
ta, veo surgir las tempestades de
mi alma! Xada más solemne ni
más grande que el mar contem-
plado en medio de una borrasca
del corazón! Entonces aparece
toda la inmensidad del dolor, y
el dolor sumerge el alma en un
volcán de pasiones.
Una noche plácida el mar re-
trata las olas plateadas y rumo-
rosas, que apenas se quejan al
morir en la playa y si rebotan
sobre las peñas ó las rocas, caen
envueltas por un golpe suave,
incierto, apesadumbrado.
* *
En cambio si la noche es tem-
pestuosa, si en el cielo no brillan
las estrellas, se mira al mar bajo
una gran sombra de dolor. Por
eso decía Víctor Hugo que el
mar como la mujer abisman. Yo
he escuchado muchas noches se-
guidas el lenguaje de las olas,
me he familiarizado con ellas,
adivinando sus pensamientos. No
permanecen quietas, el rumor le-
jano me avisa la ola próxima á
estrellarse contra las piedras.
Pero, ¡qué pavor inmenso me
produce el mar en una noche ne-
gra, de tinieblas, de misterios
profundos!
* *
Recuerdo con dolor una de es-
tas noches. La lejanía me traía el
rumor del viento y yo en la ori-
lla, con la penetración del visio-
nario, contemplaba impasible el
líquido elemento. Estábamos en
plena noche. Se proyectaba una
gran sombra en el espacio y en
el alma. El corazón también lio-
— 46 —
raba en la sombra. El mar se ex-
tendía inmenso, en una inmensa
llanura de luces oscilantes que se
movían al compás de lo indefini-
do. Todo se concentra, y en me-
dio del mar se proyecta una
mancha negra. Luego se extien-
de, se hincha, y una montaña de
espuma blanca, nivea, arroja sus
flecos encrespados á través del
círculo opaco que le sirve de
sudario. Después, nuevamente el
mar duerme, vela el sueño de
los que naufragan, de los que
luchan, de. los que lloran.
NORBERTO ESTRADA.
Abril de 19' )G.
Helénica
Yo enfermo cuando rima sus dulces ritornelos
De tu garganta nubil el pájaro cantor;
Y cuando, con el arco de luz de tus ojuelos,
Me arroja sus saetas el sagitario Amor.
Y, en tanto que sonríe tu faz de camafeo.
Las cálidas mejillas perladas de rubí,
Con el perfume ustorio de un incensario hebreo,
Van — píxides hibleas — mis versos hacia ti.
Yo sé que en tus palabras de adoración palpita
La gloria de algún rerso dorado de Nerval;
Que enciende y embriaga, subyuga y debilita,
De tus odoros labios el hálito sensual.
Cual dáctilo glorioso del mago Anacreonte,
Tú evocas alegrías y júbilos de amor;
Por eso los efebos, al par de Carmoleonte,
Sus ósculos te dieran ungidos de pudor.
¡Oh, canta la hermosura de Helena, porque el griego
Jardín lentejuelado de asfódelos está;
Y en él han esparcido sus pétalos de fuego
Las rojas eglantinas de tus ensueños ya!
Yo canto en apoteosis á ti tu heliotropía
Hacia el rosado limbo del connubial crisol,
Mas — heliotropo ardiente -tú sigues todav^'a,
Al sol de la belleza pagana de Antinóo.
— 47 —
Y ríes, cuando ríen mis labios amatorios,
Y luego tus pupilas me besan porque ven
De mi semblante austero los rasgos ilusorios
Velados por la nube sañuda del desdén.
Y pues tu rostro luce las líneas deslumbrantes
Y el garbo de las damas de Greuze y de Rembrandt,
A tí, doncella de ojos y gestos adorantes,
Rindieran homenaje las vírgenes de Ispaham.
¡Cuan bello es ver la onda de tus cabellos negros
Caer en bucles tenues por cima de tu sien!
¡Cuan harmonioso el lírico rumor de tus alegn)s!
¡Jamás así cantaron las aves del Edén!
Cual ibis hacia el Nilo de lotos circundado,
Hacia tus ojos rútilos mis ilusiones van;
Y en tus ojeras jóvenes que amor ha dilatado,
Ven el matiz del bello jacinto de Ceilán.
Semíramis rodeada de eróticas ofrendas,
Remedo de las flores ninfales de Estambul:
Tú sueñas en un ciclo de míticas leyendas
Y adoras el lenguaje melifluo del bulbul.
La fiebre del deseo tu espíritu exaspera
Maguer de tus heraldos de amor sentimental:
¡Oh, si exteriorizaras su voz, aquél te hiciera
Trasunto de la humilde Mireya de Mistral!
Empero, nunca inmoles la flor de tu sahumerio
De ideales voluptuosos: sé libre, tú, también;
Porque un amor existe bordado de misterio,
Y en él se abisman todas las áncoras del bien!
¡Oh, diosa que me brindas el soplo de tus labios
Voluble como el vuelo fugaz del colibrí! '
¡Qué en el altar divino de tus amores sabios
Me arrulle con sus glorias el cisne que hay en ti!
PÉREZ Y CURÍS.
48
:E='ágrin.a. a-rtística.
l'Oll OUKSl'KS KA KOI "I I O
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Cáíí;.^.*
De Manuel Ligarte
(Z. 2j^{u'J-^ (:AA/-fj ^i d 1:^^/0
■nifrtrrr -, .--?;,.>?, r .
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í^íi,tC^Jr:!r; ¿aJ'-i^i>^J /^*í^V^-<»/ yt¿i/ie.€je^ ^í**!^ ^^ja
no —
I/as flores
¿Le gustan las flores, Blanca?
Ellas son el emblema de la
poesía; son como el símbolo que
sintetiza los pensamientos de las
almas delicadas. Yo las amo i
cada una de ellas sujiere en mi
mente ideas distintas:
Las violetas, esas delicadas y
enfermizas florecillas. tan tími-
das, tan diminutas, con su per-
fume vago i suave, me hacen
pensar en amores ocultos que
moran en lo recóndito de almas
castas de vírjenes pudorosas, que
aman, que aman con delirio en
silencio, sin hacer jamás tras-
parentar su acallado amor, pero
que siempre están dihiyendo su
esencia como un hálito impreg-
nado de aroma misterioso i su-
jestivo (jue comunica a los cora-
zones una ÍOTorada i seductiva
sensación. Oh! en las violetas,
Blanca, están palpitando las al
mas de los que sufrieron amores
desgraciados i dolientes, amores
sublimes que se esfumaron en el
misterioso secreto de un sufri-
miento resiiínado.
Las azaleas, son lo contrario.
Esas flores blancas, pálidas, con
esa blancura eucarística, inma-
culada; sin un matiz, sin un per-
fume; con ese aspecto de muer-
tas sagradas, me semejan vírje-
nes trias, marmóreas, esas que
no aman, que no sienten i que
están enfermas por el mucho
hielo del corazón, por ese cierzo
helado que siempre rocía su alma,
sin una queja, sin una sola expre-
sión de sentimiento; siempre mu-
das, indiferentes, sin conmoverse
jamas ni ante la sublimidad de
lo grandioso i admirable, niantc
lo hórrido i tenebroso de un do
lor del alma mui hondo i mui in-
tenso. ¡Oh esas flores me hacen
daño. Son como el cadáver aun
tibio de una hurí. No tienen vida,
producen secreta repulsión a pe-
sar de ser tan bellas. Creo que
en ellas vagan las almas como la
de Hamlet, profundamente tris-
tes, frias, desengañadas, que ni
el amor lleno de arrebatos deli-
rantes como el de la pura Ofelia
son capaces de conmoverlas.
1 los claveles, Blanca, oh! los
claveles con su corola de urdim-
bre graciosa i rara, con sus tin-
tes multicolores, su exquisito per-
fume i sus pétalos triangulares i
bordados, me seducen, son mis
flores predilectas. Ellas produ-
cen en mi imajinacion la idea de
almas vibrantes i apasionadas,
en las cuales los pensamientos
cálidos i luminosos nacidos al
calor de mil influencias que sus-
cita la artista naturaleza, se ají-
tan i se mezclan para formar fili-
granas primorosas de sentimien-
tos ignorados, que emerjen eflu-
vios trastornadores en la juvenil
primavera de la vida.
Esos claveles encarnadov!, que
parecen grumos de pasiones in-
tensas, son los mas sujestivos.
Ellos exhalan aromas embriasran-
— ñl
tes que perturban e hipnotizan
en uno como ensueño tropical,
despertando en los corazones
amores somnolientos, deseos de
amar, de extasiarse i de sentir la
dulce impresión de caricias invi-
sibles, de confusas sensaciones i
espamos ardorosos de un ser
ideal, intanjible, cuya presencia
seductora se adivina en derredor
de uno, se siente palpitar con
emoción creciente, con anhelo
inusitado, i no se ve, no se palpa;
es incorpóreo. Oh! esos claveles
rojos. Sin duda en ellos están im-
pregnadas las almas de Romeo,
de Abelardo i Byrón, apasiona-
das, delirantes, como la expre-
sión magnánima del amor subli-
mizado.
Por eso hace dias que uno de
estos primorosos claveles no
abandoua mi ojal. I son tan be-
llos i los quiero tanto!
Raül dei. castillo.
Santiago do Chile.
Primavera
A José Santos Chocano.
¡Soberbio d'-sportar! En los alcores
Se (lifimiloii los rayos do la aurora,
Y allá, (^n lo espeso <lo la verde flora,
Se inqiiieum los alados trovadores.
Triunfa la luz; la niebla so evajiora. . .
Y entre sanees, easeadas y rumores.
Copiando eielos, retiiitando flores,
Se desliza el raudal. Kncantadora
La reina de ios mundos, Primavera,
Como nunca, graciosa y hechicera,
Vuelve cou sus obscuras golondrinas.
Y con ellas, debajo del alero.
Quebrando los impulsos del pampero,
La regia floración de las glicinas.
Eugenio C. XOÉ.
De alas asjules...
El pájaro de las alas azules re-
plegó su vuelo silencioso y íuéá
posarse en el hombro de marfil
de la virgen pensativa y melan-
cólica. . .
Sus dedos suaves como la se-
da, oprimían delicadamente, como
una mano cariñosíi, aquella piel,
pálida y fría como una alba de
invierno.
Y en la selva salvaje de su
cabellera hecha de rayos de sol,
de hilos do oro, colocó su cabeza
aterciopelada, azul como tus pu-
pilas, azul como las sonrisas del
cielo, azul como la onda. . .
Y, en una extraña hipnosis, se
adormeció, embriagado por el
perfume del jazmín blanco como
tu alma, como los sueños de los
que no saben de la pena, —
prendido á sus cabellos que pa-
recían quemarlo en una ola de
fuego.
ÓJ —
El pájaro de las alas azules oyó
el ruido formidable de la tempes -
tad bajo tu cráneo; la lucha de las
ideas opuestas, que combatían fu-
riosamente como dos adversarios
que alimentan pasiones violentas
azuzados por el odio; oyó el correr
de la sangre en sus arterias, con
la impetuosidad invencible y pu-
jante del torrente. . .
Despertó el pájaro de alas azu-
les, y se asomó á tu alma y que-
dó espantado: la noche, reina
despótica imperaba en ella, y uno
que otro resplandor de astros fu-
gitivos la alumbraban pálida-
mente con luces fantásticas de
crepúsculos que mueren; y, en
aquel silencio de sepulcro, es-
cuchó el giito desesperante de
la Dicha, implorando anhelante
su salvación, desmayada, flotan-
do en un mar lu^o-ro como un ca-
dalso y tempestuoso como el océa-
no cuando agita su tridente Nep-
tüno irritado. .
Y supo de tus angustias y de
tus sufrimientos, de tus dolores
y de tus alegrías: supo las se-
cretos todos.
Y entonces, el jiájaro de las
alas azules, acercó sa pico de
ágata \í su oído, albo cotno un
nardo en flor, y le dijo:
Amor ciñe con caudales he-
chos de flecos de luz. tu alma
pui'a como un rayo de sol.
Pero, tu alma está triste y va-
ga, somnolienta, con el perfume
de rosas envenenadas por los
jiaíses ensombrecidos del Miste-
rio, agonizando en el crepúsculo
autunmal de la Tristeza. .
La duda, como una corona de
espinas, hace doblegar melancó-
licamente tu cabeza soñadora,
adormecida en el seno helado y
estéril del Dolor.
jOh, poypeé, tu pobre cabecita
pálida y triste!
¡Oh, el alma es astro! ¡Oh, la
duda es sombra! ¡Oh, la triste-
za!;— el eclipse del astro, el rei-
nado momentáneo de la Sombra!
¡Oh, la melancolía es la prima-
veía, el parpadeo de luz, la ago-
nía dpi astro en el regazo del
Sufrimiento.
¡Oh, juventud, beso de luz, au-
rora de la vida -¡vives soñando,
mecida en los brazos de la Ilu-
sión y del Ensueño!
¡Oh, virgen, tú posees á Ju-
ventud, fuente inagotable de la
vida!
No debes estar triste, aunque
una sombra vele la luz de tu al-
ma, porque á veces tras la nube
se oculta el SdI.
¡Oh, virgen, tú debes vivii' con
un cielo en o\ alma, con la retina
perpetuamente herida por el des-
lumbramiento del miraje!
Cuando una venda negra te
ciegue, cuando el horizonte vuel-
to negro, se muestre impenetra
ble á tu.s miradas, avanza, av«n
za siempre, mira allá lejos, — muy
lejos, — un rayo de luz te indica-
rá dond**, entre fulgores, te espe-
ra anhelante, con los brazos lu-
minosos abiertos, la Dicha son-
riendo, perdida en mares de
bruma.
No te importe de los espinos
del camino, del oleaje huracana-
do de los océanos en tempestad,
de las heridas (pie sangran de
tus pies (lesinidos, de la fatiga
due te abruma, de la atonía in-
— 53 —
vencible que te domina, ni de
las saetas zumbadoras que te en-
vía tu enemigo implacable, el
Dolor, ¡en mi pecho y en mis
alas desplegadas, azules como
las ondas, como en un dosel de
bronce, se quebrarán los dardos!
Mira siempre hacia adelante, ha-
cia el Porvenir, perdidas en el
azul tus miradas — ¡rayos de sol,
luces de alba, luz, gloria del día!
Vencerás á tus enemigos, el
Dolor y la Duda. Cuando tú es
tés desesperada, yo vendré á alen-
tarte; ¡con salvas de luz, disiparé
las sombras! Yo soy profeta, te
auguro el triunfo: Vencerás: Y,
partió el pájaro de alas azules,
abriendo silenciosamente las alas
tenues. . .
Otoiio di! 1906.
Lino ARANDA Y CORKE.i.
I/ied
Te dije una noche bajo el milagro de uxi vasto cielo florecido
como un jardín:— ¡Cuan pequeño es el mundo cuando se le compara
á nuestro amor!
Oyendo los ruiseñores, permaneciste á mi lado hasta (jue llegó el
alba; y al despedirte sollozando, dejaste entre mis manos tu pe-
queño dedal de marfil.
Te alejaste y contigo se fué la primavera. . .
Murió nuestro amor, porque todo ha de morir. . .
El torreón ve languidecer la hiedra, y la hiedra lozana busca un
nuevo torreón.
Más tarde, en el retiro de una floresta de pinos, para ahuyentar el
frío, hice un auto de fe con nuestras cartas de amor.
ílxtinguiéronse las llamas sobre el suelo húmedo de la floresta; y
con las conizas llené el fondo de tu dedal de marfil.
EcGENio DE CASTRO.
Al partir
Estreché sus quince años,
besé su boca de flor
y sus cabellos castaños
junto al viejo mar cantor.
— Piensa, amada, en el amante,
no me quieras olvidar . . .
Y cayó una estrella errante
en la copa azul del mar . . .
R. BLANCO FOMBOXA.
— 54 —
Remember
,'.Te acuerdas? Arrastrados por las ansias
de mi amor, que más bien era locura,
envueltos en murmullos y fragancias,
buscando de la selva la espesina.
Ya por el cielo azul i trasparente
un pálido crei)tisculo de seda,
deslizábase triste al Occidente
con claridad de lágrima que rueda.
I sentados al fin bajo las frondas
que difundían un riniior de oleaje,
cuando á los soplos de la brisa, en ondas
se inclinaban las copas del follaje,
Bañándome con h'ibrica porfía
de tu dulce mirar en los fulgores,
— ardo en tu alma, cual arden, te dei-ía,
en luz los cirios i en color las flores.
I pues no aumentaría con mi anhelo
ni un vago pliegue, ni ima débil línea
del rubor fiijitivo — tenue velo
ya desplegado por tu faz virgínea. —
Si la luz que lucía en tu mirada
i'ra tibio destello solitario
de erótica ignición, alimentada
en el fondo de tu íntimo santuario.
Debías ir con mi profundo anhelo
— ensueño audaz en horizonte puro —
bajo la sombra que cernía el vuelo
de sus alas abiertas al futuro;
I nuestras almas, del dolor ignotas,
las cantaríamos de cima en cima,
poniendo yo la idea, tú las notas
de himno en que abriera, como flor, la rimal
II
Calló mi voz. En el silencio apenas
vagar se oía débil soplo hesperio,
1 sobre los latidos de mis venas,
los latidos astrales del misterio.
Comprendí que eras mía, te vi muda
á mis plegarias férvidas, extrañas.
i. queriendo cubrir tu alma desnuda,
bajaste el leve tul de las pestañas.
Entre dudas, suspiros i sonrojos
á mí inclinaste de tu sien el peso
i, húmedos del rocío de tus ojos,
me diste lui azahar encada beso. . . .
'\.
Después. . . ¡ah, sí! besé tu faz,'ení tanto
que, al desplegarse por la selva bruna, 'i
como suave cendal sobre tu llanto
pasó el ala de cisne de la luna! •
Miguel Luis'ROCUANT.
Santiago de Chile.
Adoración
Las viejas catedrales me estremecen;
Hay soplo celestial en sus olores
De incienso, tienen astros sus colores,
Y los ensueños con sus luces mecen.
Las viejas catedrales me enternecen;
Prestan sombra bendita á los dolores
Y ante la cruz entre sus cantos, flores
De esperanza y amor, divinas crecen.
Más que los cielos nos cobijan bellas
Con su visión de místicas estrellas.
Más que los parques de la tierra, hermosas,
Nos ofrecen sus lirios y sus rosas,
Y el alma vuela y se convierte en ellas
En astrojjy flor, con alas misteriosas!
Angelí DE ESTEADA (hijo).
— 66 —
Epístola á un corazón
Noche. Todo reposa en la estancia. Rayos de luna semejantes á
pistilos de ópalo, armonizan con la fragancia de los jardines dormi-
dos y penetran en la alcoba del poeta. La brisa trae el rumor de las
doce campanadas de la media noche. El poeta escribe.
¿No lo sabes aún? ¡Acaso tú lo imaginas, con tristeza, oh, mi sabia
virgen lírica!
Yo era el paria del amor.
Soledades de regiones hiperbóreas y huérfanas de luz, había siem-
pre en mi estancia. Sólo, de tarde en tarde, llegaban á mi alcoba en
silencio, — un silencio de ermita medioeval — muelles aromas de ma-
dreselvas en flor como evocando aqueUas que hace ya un lustro al-
beaban, leves y trémulas, cual las alas de un lepidóptero á vuelo, mi
ventana insaciable de su perfume insinuante.
Hace ya un lustro, ¿verdad?
¡Cómo pasan los años lentamente y sin atractivo alguno para los
seres que esfumar vieron la idealidad de sus sueños en la sombra te-
diosa de un paisaje de añoranzas! ¡Cómo pasan lentamente!
Entonces, lejos de esta elegía: la vida, aunque soñando en ella;
virgen aún de dolos y pesadumbres, de calumnias y de odios; yo es-
trechaba tus manos diáfanas é inquietas, como pétalos de nardo que el
aura mece apenas con un soplo de santidad, soplo de amor y de vida,
y en tus pupilas de cielo que dicen el encanto apacible de un mioso-
tis del Mosela; la castidad de una devadassi humilde; y la sapiencia
de Aspasias conmovedoras; buscaban mis ojos un rayo de inspiración
y una llama de amor para cantarte. . .
Y, tus frases ingenuas sonoramente, venían cual un arpegio de luz
á despertar mis dormidos pensamientos, y penetraban hondo ^ muy
hondo, en mi corazón, y allí dejaban como harmonías de aladas ana-
creónticas.
¿Te acuerdas, oh, sabia sacerdotisa del amor y la verdad?
Después, el destino que te había mostrado á mí como en un nimbo
de ensueño, valladares infinitos entre nosotros puso, pero ellos no
evitaron que el eco de tus palabras llegara á mi soledad y amorti-
guase las angustias de mi exilio doloroso, en tanto voces ignotas,
melodiosas algunas como el gorjeo de un mirlo, me decían: ama:
sonoras y fuertes las otras cual la épica de Alceo: lucha.
Y amé . . . Otros labios prendieron sobre los míos la púrpura del
— 56 —
deseo, y otros ojos alegres y centelleantes hicieron estremecer mis
nervios; exaltar mi sensorio; desvanecer mis dudas y creencias; mis
recuerdos; y, acaso mis sentimientos, como un olvido á la vida.
Amores frágiles fueron, amores breves, como breve iaé mi amor y
mi olvido engañoso de la vida.
Ya la voz de lucha vibraba dentro de mí, bajo la exasperación de
mis dolores y el fuego de mis ideas.
Y luché por pensamientos de tnia idealidad grandiosa, y, rebelde
y sincero como hoy, no brotaron de mis labios sino palabras de rebe-
lión y de verdad: apostrofes vibrantes de dolor.
Yo tenía amigos, también hermanos, pero, chocados por mi idiosin-
crasia de hombre libre y no de siervo consciente, me abandonaron al
fin, y quedé solo, solo, como en un idilio de silencios infinitos.
¿Hermanos? No lo eran moral mente aquellos que abominaban de
mí, empujados por su índole y sus instintos venales, cuando yo, solo
y altivo como un águila en la cumbre solitaria, me rodeé de sinsabo-
i-es y también de odios.
¿Hermanos? Si aquellos que, adolescentes aún, rechazan todír
forma de servil esclavitud; todo halago clerical que implica siempre
soborno; toda voz de apostasía que sabe á debilidad; y sueñan un
ideal de libertad.
Aquéllos son el estigma de mi nombre.
Estos mi admiración y mi orgullo.
Ahora mi soledad soiu-íe poblada por un pájaro muy blanco: tu sen-
timiento; y una frase elocuente: tu sonrisa. ¡Qué júbilo cuando rasga-
ron ellos el enigma de mis sueños, de mis sueños dolorosos en que
flotaban como nimbos de brumas hibernales, heraldos de duelo y
desolación!
Yo medité, conmovido el corazón, volví los ojos á mis pasiones
pretéritas y apareciste tú, la primera, con vaguedades de flor de iris;
teime, delicada y voluptuosa, cual un ritmo de balada cabe una
fronda de amor.
¿Cómo no cantar entonces un epitalamio azul por el eterno con-
sorcio de nuestras almas?
Y ¿cómo no evocar á tu retorno el perfume de aquellas madresel-
vas que con el tuyo animaba mi alcoba como de bohemio y mi espí-
ritu doliente?
¡ Ah, pero he evocado el pasado! No, mi artista, olvidémoslo. ¿Quie-
res? Yo lo olvido en homenaje á ti, que sabes de mi infortuuio.
Por ti, que eres la más bella estrofa del poema de mi vida y Ja flor
inicial de ese poema.
Que así como una sonrisa tuya basta á ahuyentar mis tristezas,
una lágrima, sólo una, de tus ojos de turquesa, bastará también para
conmoverme.
Porque se ha abierto mi corazón.
— 57
Tuyo es ¡oh, mi sabia virgen lírica!
Afuera todo es azul. El cielo, apacible y risueño como un lago: se
diría un crepúsculo de estrellas. En la alcoba suena el poeta arru-
llado por el eco monorrítmico de las hojas que besa el suave viento
del amanecer. Y, en el zafiro de agua de la atmósfera, parece que vi-
braran las últimas palabras de la epístola . . .
PÉREZ Y CURIS.
Atlántida
A Alma Fuerte, limiíenaje de simpatía intelectual.
En un bello girón del Universo,
l'orja uiodei'ua de la Especie Humana,
Do se ostenta al asonibio de los seres
Única tlom y vigorosa fauna, —-
Pechos dr espuma,
Brazos de agua.
El poderoso Atlante y el Pacífico
A veinte pueblos con amor abrazan.
Dominando los bosques y las nubes
Como una inmensa tempestad de alas,
Soberbia síntesis de varios climas
— Balcón de fuego con rastel de escarctia-
Médula enorme,
Jiba con galas
¡Como atalaya fiel de un continente
La cordillera Andina se levanta!
Kl majestuoso cóndor hace nido
Entre las rocas sin cesar nevadas,
Y— mientras por los valles silenciosos
Tiende la noche su brumosa capa —
Cruza los aires
Provoca/el alba
¡Y va ú. pedirte al sol que le derrita
Toda la nieve que ligó sus garras!
Poniendo proa á un promisor futuro.
Que riela al fin de su bravia etapa,
Turgente el seno, el mirar altivo.
Su enseña por el sol acariciada,
Rima del cielo,
Perla del Plata
;Se perfila con astros en la frente
- Y alguna orla de crespón mi patria!
Y la joven América se yergue
Marcando un derrotero A la Esperanza. . .
Y cuando el alma de la vieja Europa
Se siente de la lucha fatigada,
Mira ultramares
Mientras descansa
¡Como al impulso de los pueblos nuevos
Con toda plenitud la Vida estalla!
. . .Porque es cota de hierro para el crimen
Y á sus banderas el Derecho marca;
Porque su sol la esclavitud no alumbra
Y en ella es Libertad la soberana, —
Si en sus dominios
Es pura el alma
¡Dios reserva á la América Latina
Ser crisol decisivo de las razas!
Santín Carlos ROSSI.
Monterideo .
— 58 —
Voces americanas
Apolo. — El valiente y talen-
toso escritor uruguayo Manuel
Pérez y Curis, acaba de dar á la
estampa, en Montevideo, una
deliciosa revista de arte, con el
título de Apolo.
El cuaderno que tenemos á la
vista y que es el primero que ha
salido á luz, consta de veinti-
cuatro páginas de fino papel, ní-
tidamente impresas y engalana-
das con los fotograbados de Luis
Roberto Boza, Ramiro Blanco y
Perfecto B. López, tres distin-
guidos intelectuales.
En la primera página, carátula,
destácase el busto del señor Pé-
rez y Curis.
Todo el material de Apolo ha
sido cuidadosamente seleccio-
nado. De ahí su importancia.
Ríibvanlo. entre otros, Manuel
Pérez y Curis (Redactor), Ángel
C. Miranda, Luis Roberto Boza,
Perfecto B. López y R. Blanco
Fombona.
Apolo, estando como está,
bajo la competente dirección de
un intelecto entusiasta y batalla-
dor, tal como es el señor Pérez
y Curis, tiene, indudablemente,
que surgir y llegar á conquis-
tarse un puesto envidiable entre
las publicaciones de su índole.
El número que nos ocupa es
el primer brote de un árbol de
arte, á cuya sombra los trovado-
res de esta América escasa, po-
bre de revistas ó publicaciones
de bellas letras, vayan á hacer
vibrar las cuerdas de su laúd.
Agradeciendo la visita de-Apo-
lo, dirigimos al lejano cofrade
nuestras más calurosas palmadas
por sus valiosos esfuerzos inte-
lectuales.— De La Voz del Peni,
de Iquique.
Apolo. — Coqueta é intere-
sante se nos presenta la revista
oriental que, en Montevideo, re-
dacta y dirige el poeta moder-
nista Manuel Pérez y Curis, con
el simpático título de Apolo.
El número que tenemos á la
vista, que es el segundo que ha
llegado á nuestra mesa de traba-
jo, ostenta en sus páginas las
firmas de reputados mentales
que rubran una serie de impor-
tantes colaboraciones.
Entre los fotograbados que
engalanan el texto se destaca
una copia de un hermoso cuadro
del artista Baroffio, que repre-
senta á una joven, próxima á una
mesilla en que se advierte una
esquela, llorando profundamente,
cubierto su rostro por el blanco
pañuelo que sostienen sus ma-
nos. Quizá si Hora la pérdida de
alguna tierna ilusión que, efíme-
ramente, endulzó las horas de su
vida para amargar, después, los
días de su existencia.
Con sumo agrado notamos
que Apolo marcha camino del
progreso.
- 59 —
Ello Gs debido al entusiasmo
y gusto literario de su iateligente
redactor á quien deseamos com
pleto éxito en sus labores inte-
lectuales. - De La Vox, del Perú,
de Iquique.
«La CAXCIÓX DE LAS CRISÁLI-
DAS» Y «El poema de la Car-
ne».— Acaba de llegar á mis ma-
nos un precioso tomo de poesías,
editado en la respetable casa del
señor Alberto A González, calle
de 18 de Julio, número 150, en
Montevideo, debido á la pluma
del joven é ilustrado poeta Ma-
nuel Pérez y Curis, — Ismael, —
prologado por p1 dulce escritor
Ángel C. Miranda, y dedicado
como homenaje de admiración al
señor J. M. Vargas Vila, cuyos
títulos encabeza estas líneas.
El libro que el compañero me
envía con una muy cariñosa de-
dicatoria, es, á mi juicio, un des-
grane de hermosísimas perlas en-
tre las que surgcm rayos vibran-
tes que hieren al déspota
Por eso el poeta, al abrir su
libro, nos dice en sonora prosa:
(Aquí la introducción).
Después de tan brillante para-
goge, surgen en el libro delicadas
estrofas. En «Flor de fuego»,
dice:
Rie; tu gracia española
De andaluza rozagantu
Fuera el tema palpitante
De un soneto de Argensola.
En «Labios Vírgenes», en
«Amatoria)) y en «Mi Ofrenda»,
se nos presenta tierno y enamo-
rado para levantarse después vi-
brante y potente en «De mi Car-
cax», helo aquí:
Allá van -como flechas arrojadas
Sobre el cráneo de un monstruo corpulento . . .
L I^as soberbias estrofas arrancadas
A mi exaltado numen, cuyo acento
Baja es'entóreo al fondo del abismo,
Donde la Libertad yace proscrita.
Para decirla en írases de heroísmo:
¡Espora! El pueblo te reclama y grita.
Siguiendo la misma composi-
ción agrega:
¡Pueblo de ilotas éste! El ciudadano,
Víctima del tirano
Iconoclasta que hoUa nuestras leyes,
Debe apedrear el trono. . .
Es necesario,
Para ser libre, hacerse lapidario
Y hacerse Verbo, destronando reyes'
Sería tarea interminable el ha-
blar sobre los fluidos versos
«JuanMontalvo» y «Blasones»,
así como del resto de la obra
que os un bellísimo conjunto de
matizadas flores, rumorosas v
tiernas, cuyo perfume eleva al
alma
Con estas líneas va hacia el
ausente compañero, unido á los
aplausos, el testimonio de mi ad-
miración y aprecio. — Salvador
DÍAZ Rodríguez. — De El Mo-
derado,de Matanzas (Cuba>.
GO
Manuel ligarte
Nuestra revista publica hoy una hermosa poesía que el distin-
guido literato argentino Manuel Ugarte, nos envía galantemente
desde su residencia en París.
Agradecemos su gentileza.
((
Apolo"
Este número se había anunciado que saildría en. Buenos Aires, co-
menzando así la gira artística que por algunos países de América
pensaba efectuar Pérez y Curis.
Circunstancias imprevistas impidieron la realización de esa gira;
Apolo, seguirá publicándose aquí.
I/ibros y periódicos recibidos
Alarcón. — «El Capitíín Vene-
no» (Biblioteca de «El Deber
Cívico»)— Meló (R. O.).
La Vox del Perú — Iquique
(Chile).
El Afoderado — Matanzas (Cuba).
La y-V-e^í-sa— Medellin (Colo.n-
bia).
Caras t/ r/are/as — Buenos Aires
[R. Á).
El Deber Círico— Meló (R. O.).
Rocuant (Mi(iiiel Luis) — «Poe-
mas»— I Brumas— JI La on-
da y la espuma -III Alma-
Mater — ¡Santiaij-o de Chile.
Revútn Critica — Veracruz (Mé-
jico).
Heuriíjuez Ureña — «Ensayos
Críticos», Habana.
Moreno Alba, — «Lienzos» (Poe-
sías) — Barranquilla (C-olom-
bia).
Zadií) — «Un montón de barba-
rismos», Montevideo.
Ugarte Cuentos de la Pampa.
» — El Arte y la Democra-
cia.
i\.inelli // Oon)iálex — «^\ A\\x\^
del Rapsoda».
Brrata
p]n el segundo número, página 40, donde dice: Descararen ver-
dad, hallarme en aptitud de emitir en. esta forma; debe leerse:
Deseara, en rerdad, hallar me en aptitud de emitir en otra forma. . .
APOLO
REVISTA DE ARTE
Director^Redactor: PÉREZ Y CüRIS
ONTEVIDEO, Junio-Julio de I906
INEXORABLES
Tímidamente se agitan en^la penumbra, con la monotonía
de sus élitros fangosos hechos para el ludibrio eterno, y, á su
abrigo, poblado de silencios largos, cómplices de sus atentados
á la virtud intelectual, divina por excelencia, vegetan en dulce
consorcio con su madre: la estulticia.
Y, por ende, son incestuosos conscientes esos necróforos
exilados de las regiones del Arte, porque no fueron dignos de
habitarlas libremente bajo la luz insinuativa del sol.
Es que temen los resplandores del sol del Arte deslumbrantes
como el rayo, y, cual él, destructores de la sombra.
Su heliofobia sobreviene al fracaso de sus propios sueños; no
digo de sus ideas porque no tienen ninguna.
Su carácter, de una rusticidad vulgar que no enmiendan las
palabras humildes ni las liturgias de rebelión de los espíritus
consagrados, es refractario á todo ideal de nobleza y de vida.
Sas ideales están en sus vientres. Comer, beber, dormir,
mandar... como dice Octavio Bunge.
Son diletantes, simplemente.
Y, entre el diletantismo y la mediocridad, el paralelo existe,
inmensamente visible.
Ambos van hacia el nihilismo de la multitud amorfa.
Algunos, más osados que los otros, me han hecho blanco de
sus diatribas diarias que son algo así como la exteriorización de
sus tristezas infecundas.
Y, lejos de mí, que no los busco ni les huyo, dirigen sus mira-
das hacia Apolo, y, blandiendo sus yataganes oxidados y vetus-
tos, ensayan las actitudes irrisibles de un prosimío exasperado.
Eso me tiene sin cuidado.
No son ellos aptos para emitir juicio alguno sobre obras litera-
rias, y menos sobre una revista como Apolo, rebelde y libre, que
no se ciñe á cánones ni preceptos de ninguna clase, ni adjudica,
como muchas otras, sus ideas en pública subasta.
í
62
Ni yo me obligo con nadie á publicarla en determinada fecha
pues no tengo motivo para ello.
La publico cuando quiero ó cuando puedo.
Todo esto lo saben ellos.
Y, por eso mismo, porque no lo ignoran, es que me arrojan sus
diatribas epilépticas.
Les ha chocado también, y enormemente, que vaya en su
frontispicio mi retrato, y atribuyen esto á causas de un egoísmo
inconsciente.
Yo no discuto la existencia de ese egoísmo que ellos dicen.
inconsciente.
Sería una satisfacción para ellos.
Y, mis labios, en que no encuentra eco la Voz de la satisfacción,
por conceptos de rebeldía y de amor á la verdad, permanecen
herméticos y libres, libres para el anatema y la admonición en el
alba difusa de este ciclo que bosteza dominado por la pantera
del sueño.
¡ No ! yo no discuto su existencia. Antes bien, lo hallarla lógi-
co y justo, dada la índole personal de mi revista que no está
hecha para abrevar en las fuentes de la adulación por ideales de
lucro preconcebidos.
Ese hato de ventrudos que, cual babosas inmundas, se arras-
tran penosamente, dejando en su trayecto un reguero de los
miasmas pestilentes en que se exhala su cuerpo, me recuerda
ciertos seres, autores fracasados cuando menos, que, tentando
un último esfuerzo para salvar su personalidad de abismo, se
convierten súbitamente en críticos ( ¡ qué críticos ! ) é imitando
de Valbuena y Fray Candil su inexorabilidad irrisoria y nula,
completamente nula, juzgan á éste por la melena leonina que
cae sobre su espalda, y á aquél por su corbata extravagante y
rara, calificando á ambos de decadentes con un desdén de
monarca envanecido.
Son los Aristarcos modernos, y la crítica, el último refugio de
sus sueños infecundos.
Conmiseración para ellos, que hallarán en el Futuro un nirva-
na para sus vanidades inmensas.
¡ Conmiseración !
Pérez y Curi;-^.
LAS LÁ(SRI|V|AS
Hombre ó mujer, la prueba más evidente que podrían dar de
su amor lágrimas sinceras son. ¡ Ah ! las lágrimas debieran ser
una virginidad que la amada nos reservara y que nosotros rasgá-
semos como la otra...
JuLEs Laforgue.
— 63
AL MUJKK
Para Enrique R. Talice.
La libertad tu rostro no ilumina
Con sus luces de púrpura esplendente;
¡Permites enlodar tu triste frente
Que ante el pope y el Czar siempre se inclina!
La ortodoxia te vence y te alucina;
Ignorante, te encuentras impotente.
Para obrar como^la ola que rugiente,
Se alza sobre el peñasco y lo domina!
En tu mente, la idea redentora
Con fuerzas que se impone no aletea,
No anhelas contemplar la roja aurora.
Ni aspiras percibir la roja tea,
Que sirva como heraldo á la gran hora
En que el ruso se lance á la pelea!
Julio Raúl MendilaharsuJ
9 de Abril de 1905. Montevideo.
MACABRA
Para Pérez y Curis.
— Con mi cráneo — me dijo — haz la caja sonora
De mi cítara blanca de los huesos pulidos,
Que mis dientes que ríen de la virgen que implora
Serán todos de un piano de profundos sonidos.
O si quieres violines que parezcan de Hungría,
Con mis fémures rotos de suicida, haz un arco.
Preludiando en mi tórax la canción de la Harpía
Que simule el lamento de las jarcias de un barco.
Yo temblaba de miedo, y en la risa faunesa
De aquel cráneo amarillo que encontré en una fosa.
Vi el destello impreciso de una vaga tristeza :
La tristeza infinita de la Muerte espantosa . . .
Juan Guerra Núñez.
Habana, Abril 1906.
- 64
TETERNUM VALE
M. PIMENTEL CORONEL
Murió el extraño poeta mara-
villado y maravilloso, ¡muri !
y, el plegamiento de sus a as
enormes, hace un criptó<¿'n;mü
(le oro, en el cristal misterioso
del silencio estupe i acto;
y, las acres hojas del laurel,
' antan sobre su tumba: flores de
'. jloria crecen;
hay sonoridades en el laurel
pensante: ¡sonoridades ae las
auras inmortales y los ponientes
gloriosos;
todo laurel es un grito; en la
gran noche calmada grita: Inmor-
talidad; ^
todo laurel dice: rj-terno;
en la linde de los bosques
misteriosos de la Muerte: canta
el laurel;
implacable en el duelo de la
Gloria, que hace temblar el aire,
lleno de gritos perpetuos y de
palabras ele otras voces. Canta;
el laurel, que inmortaliza; sin-
toniza: Eternidad, Sonoridad, ra-
mas líricas del laurel son;
todo laurel es una lira;
suena en la noche milenaria,
sobre las tumbas sagradas;
y, los poetas muertos, lo escu-
chan, en un gesto asombrado de
pájaros que miran nacer el sol;...
El Poeta, es el Verbo de lo
bello;
el Poeta, es aquel que nombra
lo Inconocido y lo produce;
es aquel que articula lo divino;
divino es él;
el Poeta, es la voz de la Eter-
nidad, dándoselas á las cosas
frágiles de los hombres;
por él viven;
la submersión de un gran poe-
ta, en la sombra eterna, es un
hundimiento de astros en la
tiniebla inagotable;
un poeta muerto, es una pági-
na de :uz, arrancada brutalmente
al libro tie la Vida;
es una desheredación de la
humanidad, privada as', de una
gran voz de revelaciones;
la inte igencia universal gime,
cuando el genio muere;
un soplo exhuberante de tris-
teza, pasa hoy por sobre las al-
mas enamoradas del eterno rit-
mo, y del misterio eterno, perti-
nazmente vueltas hacia el divino
Ideal, que duerme en el fondo
de los corazones;
¡un gran poeta, ha muerto!
[Pimentei Coronel!
era un alma musical, crepuscu-
lar, sinfónica;*
divina á fuerza de Idealidad;
1 alma de Misterio y Oblación !
como una flor abierta hacia el
inmutable azar; así, su alma hacia
la Beieza: ¡desmesuradamente
era!
fué esa a'ma, como un motivo
musical, lleno de ideas significa-
tivas, de sonoridades, de profun-
didades, de tonalidades: Sinfóni-
ca. Polimorfa;
de oro y púrpura eran las alas
hiperffsicas de aquel pájaro ca-
noro que escaló los cielos de la
Gloria, á grandes golpes de ala;
luminosamente, sonoramente;
la virtud apolínea de la melo-
día reinaba en espíritu y vibraba
en sus rondas de sueños revela-
dores é inmateriales: divinamen-
te, tal un manto sutil;
de ritmos y de fascinaciones,
era hecha su alma;
su alma lírica, donde cantaba
el Ensueño, en perpetua comu-
nión con el aire sonoro;
¡su alma! hundida ahora tras
el gran nimbo de argento pálido.
- b5 -
en el gran gesto negro de la
muerte!...
su alma, expuesta ya á las gritan-
tes ráfagas del mar que se ocul-
ta á la sombra del poniente, más
allá del horizonte de oro del
Dolor;
¡la pradera de las floraciones
negras, donde inmóviles, los pá-
jaros plácidos y dolientes, no
cantan ya!
su alma, que era un pájaro;
su alma, que era una flor;
una cadencia;
un gran rayo de oro pálido;
Pasó el Poeta;
Y, pasó el camino de la Vida,
mirando en los estanques inertes
del Enojo, el rostro misterioso
de lo Desconocido;
j, nos dijo el trágico esplen-
dor de sus visiones; sintió el Do-
lor, el acre y alto Dolor que po-
ne el alma humana desnuda y
temblando, ante ese enigma te-
nebroso: el Absoluto;
y, nos dijo, en el incendio por-
tentoso de su ideología lírica, los
secretos de ese dolor, las mace-
raciones, 3^^, las agonías magnifi-
cei^tes de las almas que mueren
bajo él;
amó, con un culto extraño y
sincero, la Belleza:
y, en palabras misteriosas é
inesperadas, llenas de ocultos
sentidos, y secretas armonías, —
tal uu órgano en la noche, entre
rosales en flor, — nos dijo del De-
seo 3' de la Belleza, con el des-
plegamiento majestuoso de su
verbo, la fraseología voluptuosa
de un gran Poeta y su metafísica,
grandiosa como el murmullo del
mar cerca á una selva nocturna:
las resonancias graves de su
espíritu; los tumultos de su cora-
zón apasionado y sonoroso como
un caudal de' rio; sus emociones
de Infinito, desconcertantes y
lacerantes; sus altos sueños de
ideología intensa; sus simbolis-
mos difusos, luminosos y lejanos,
dichos nos fueron en las subtili-
dades exquisitas de su estilo, en
el bello lenguaje de sus visiones.
claras y sonoras;
obsesionado y penetrado de
las formas vagas de la \lda:fi'tro
de encantamiento fué su Verbo;
magnifícente fué, como un cas-
tülo de oro: la música de la pala-
bra cantó en los muros de aquel
templo de Idealidad;
obra de orfebre hizo, mas no
de bizantinismo, que la técnica
verbal, en manos suyas fué cáli-
do meial y cristal dócil, pvrii la
laboración de las ánforas y vasos
en que vació su pensamiento; y
construir supo el Verso, traspa-
rente, só'ido, dúctil, en un mila-
gro de galvanoplastia vitriscente;
la palabra tuvo en la estructu-
ra rítmica de su estrofa, todo el
valor de su sentido intenso, y el
soberano poder de su energía
significativa;
no puso el vino efervescente
de su inspiración en las vasijas
arcaicas, que la vieja coroplastia
académica vende como modelos;
no estaba bien el jugo abundante
y nutriscente de aquella vid de
gloria, en esos embasajes her-
rumbrosos, caídos en desmedra-
miento y desuetud;
ni de esta fiebre de exhuma-
ción^ de muertos resucitados y
exhibidos como nuevos, tuvo el
contagio;
todo vértigo es debilidad;
3^, él, no se inclinó del lado de
las escuelas;
permaneció erecto en medio
de ellas;
quedó, personal; única manera
de ser original;
sectarismos escolares no enca-
denaron su musa; libre fué como
un águila;
sobre la melena hirsuta de su
alta lírica verbal, ninguna escue-
la poética enredó la mano para
alisarla 3^ domeñarla;
ninguna secta lo encaden.0;
3', cosa rara en estos tiempos
de triste pecorismo literario: fué
un poeta sin collar;
y, porque no fué un versifica-
dor, sino un Poeta;
porque desdeñó ser pastor de
66
vocab'os, para ser águila de Idea-
lidad y Pensamiento;
porque no se ocupó en tejer
con los mimbres de la dialéctica
canastillas de embeleso, sino que
se produjo en una primavera de
rosas, de las cuales cada una de
ellas tiene como perfume, el sen-
tido hermenéutico, peculiar al
Símbolo;
porque á la esencia, y, no á la
forma del Verso, dio su vida;
por eso su lenguaje guarda una
serena independencia, una alta-
nera soledad, desde la cual se
vierte su a^ma, en hidromiel de
ritmos, sobre los mo'des de per-
sonal modelaci¿;n que él, labora-
ba en el silencio, con la delicia
ascética, de un monje artista, que
fuese un divino orfebre;
vasos de Bohemia y dijes cinco-
centistas, se dirían algunos ver-
sos suyos, tersos y artísticos cla-
ros y concisos, cual, un frasco de
Ghirlandajo, grabado por el buril
de Benvenuto, en el broche de
una capa pluvial;
de leones es abrir trocha en la
maleza; de carneros el irse en
manada á la sombra de un ca-
vado;
y, Pimentel Coronel, ni moldes
nuevos, ni mo]des viejos imitó;
ni tuvo jefes, ni se alineó en fila;
ni ofició en altar de ídolos bajo
el ritualismo de. las liturgias im-
puestas; ni se inclinó en gesto de
adoración, como el cañaveral pen-
sante de los cenáculos de ogaño;
fué solo y libre; y, como libre,
grande;
su poesia, es raudal sonoro y
agitado; ni reproduce riberas, ni
repercute ruidos; vibra, él, solo;
corre, él, solo; autóctono en la
llanura;
ninguna secta literaria puede
enorgullecerse de él, sino la sec-
ta, cada hora mas escasa, del buen
gusto;
ninguna academia lo contó en-
tre sus icoglanes venerables, gi-
necólogos de la frase, rumiantes
inofensivos de las cosas del pa-
sado;
no cultivó la poesía académica
y universitaria, esa pedagogia ri-
mada, ciencia de profesores, pra-
dera anacrónica, en que pastan
sin enojo los camellos verbilíri-
cos de la mediocridad y, se oye
el relincho agudo de las yegua-
das académicas, en espera del
Pegaso;
el clasicismo es la epizootia de
las bestias inútiles;
Pimentel, fué un Poeta, no fué
un clásico;
vivió de la inspiración y, no de
la tradición;
conociéndola, no amaba el alma
medioeval, el alma clásica; no la
evocoba en sus cantos; no tuvo
el placer idiota de imitarla; y, la
puerilidad caudalosa, de aquella
poesía arcaica, no regó sus linfas
muertas, por sobre el prado ar-
diente y voraz de sus creaciones,
donde se abrían las grandes flo-
res laminarias y rojas de su genio;
su alta y noble sensibilidad, su
rara cultura estética, se herma-
naban admirablemente para de-
purar y acrecentar su culto puro
y fiero á la esencia abstracta de
lo bello;
el Amor, la Libertad y la Belle-
za, tales fueron los dioses de la
Visión vitrisibilar que columbró
su genio;
esa fué la antorcha que lo alum-
bró, en aquella lampadedromia
hacia el Ideal que fué su vida;
humanista é impresionista; á
la vez ligero y grave; en sus
versos hay energías altaneras de
apóstol, voluptuosidades melan-
cólicas de soñador; sensibilida-
des indefinidas de artista, y el
grito bélico y b'rico de una musa
tan enamorada del sueño como
de la acción; del combate como
de la meditación de la tristeza, co-
mo la Belleza: Medusaria^ Revo-
lucionaria;
como en la quietud de una agua
tranquila el esplendor de un sol
convulsionario, tal en sus rimas
tersas, salta el pensamiento atre-
vido y fulge la metáfora de asal-
to y de revuelta;
los sueños de su vida interior,
cantados en horas de naufragio.
— b/ —
tienen el encanto soberano de
una música verbal rítmica y sua-
ve, como un descenso de olas en
un estuario crepuscular, y, una
sobria elegancia, llena de colo-
raciones tristes, como una caída
de sol, vista en los valles de Um-
bría, sobre terrazas gloriosas;
)'.• como el sueño, lleva al Poe-
ta, hacia los hombres, sus her-
manos, la musa de Pimentel,
baja á la arena y combate sin
cólera, entre los clamores bes-
tiales de los hombres;
y, sirve altamente, á la Ley de
Humanidad;
la secreta melancolía de su es-
píritu se esparce sobre las luchas
de la tierra, como una lluvia de
de rosas, sobre la frágil gloria
de una tarde;
y, como:
les femmes et V amour l'envi-
rent de sanglots;
la musa de Pimentel, está llena
de esos sollozos, que palpitan en
sus versos, con un ritmo grave,
de intensidad baudelariana;
ningún odio ascético ni bíblico,
al Amor ni á la Belleza, antes,
bien, un himno polícromo y vi-
brante de deseos, al cuerpo de
la mujer, al perfume de su carne,
el beso dado sobre los senos
erectos y sobre los labios rojos;
mézclase la voluptuosidad á la
meditación en la armoniosa sim-
plicidad de esas rimas, profundas
y sonoras, como un mar en calma:
quien dice amor, dice abismo,
y algo del horror de haberlo con-
templado, hay en el tenebroso
vértigo de los versos del Poeta;
las subtiles ficciones de su poé-
tica, desarrolladas en paisajes
violentos y tiernos de una inten-
sa melancolía, hacen replegarse
el alma, apaciguada, en limbos
de lo Absoluto, acre y cruel, tan-
to es el sentimiento penetrante,
del alto, inhumano dolor, que las
impregna;
tales de sus versos, están satu-
rados de un lejano perfume ado-
lecente, cuyo divino candor, nos
hacer columbrar la suavidad idí-
lica de las campiñas en que fue-
ron escritos, á la hora de la ago-
nía crepuscular, en el violeta den-
so de los campos, que se dormían
bajo los cielos de oro;
los tórridos soles caniculares
del trópico; la esmeralda túrgida
de los serenos valles; el perfil
opalescente de los cerros, hundi-
dos en lejanía; la gran tristeza de
los cielos, hechos de nácar al lle-
gar la noche; la mansedumbre
tierna de los lagos, llenos de visio-
nes imprecisas; el duelo de los ho-
rizontes, en la lenta desaparición
de los paisajes dilüentes; la tris-
teza de las floraciones otoñales-
que en su amarillo palor, aguar,
dan el largo beso mvernizo; el
gran silencio de las selvas, en cu-
ya ribera de hojas muertas, canta
el mar, la canción de los siglos
genesiacos, son evocados y sur-
gen vivaces á la caricia de aque-
lla musareminiscente, que decora
como un pincel y todo lo orna-
menta con sus rimas flexibles y
florecidas, como astrágalos de
oro;
su dolor, altanero como una ro-
ca coronada de glicinas, cerrado
á la imposible esperanza de las
cosas eternas, tiene en su tristeza
enigmática, la grandeza de todas
las renunciaciones;
la Fé,no ensombreció esos can-
tos, con la sombra de sus alas fu-
liginosas;
el fantasma de ningún dios, lle-
na con su inútil vacuidad, aque-
llas rimas, llenas de un calmado
deseo y de una dulce voluptuosi-
dad, obstinada y melancólica;
ama la tierra genitriz, fecunda
y voraz; y, su estro, es como un
pálido tirso, inclinado sobre la
llama de las rosas;
la eflorescencia triunfal de sus
metáforas, el ritmo de sus alitera-
ciones y de sus odios de aéda apa-
sionado, lejos de la lúgubre noche
cristiana, producen en el alma, la
impresión humana y calmada, de
un himno eólico, lleno del sortile-
gio peligroso de la grande alma
pagana;
la grave armonía de esos canta-
res aejan al espíritu la estática
68 —
emoción de grandes soles desa-
parecidos tras el aterciopelamien-
to de los cielos, en el vacío de la
tarde;
tal asi, la serenidad divina, se
desprende á veces, de aquella
gran lira, donde las sagradas
cuerdas bordonean de un innato
amor á las divinas cosas;
la enunciación de dolorosas pal-
pitaciones psíquicas; el aspecto
fugaz de las visiones emotivas; la
rareza enfermiza de ciertas sen-
saciones, que hacen temblar el
alma, en los limbos fronterizos á
la gran noche demente, son ex-
presadas allí, con un sombrío es-
plendor, en una lengua, de la cual
cada hemistiquio, es como un ra-
\'o de enigma, serpenteando en la
tiniebla;
Pimcntel, tenía herencias mór-
bidas, que predisponían su espíri-
tu á perderse en la gran sombra
maupasantiana, antes de entrar
en la noche definitiva;
sufriendo sin quejarse, del mal
cruel, que sentía avanzar en la
noche como el ala de Azrael, en
su engrandeciente crepúsculo, su
alma luminosa aún, trazaba en la
gran sombra, con el orgullo im-
perativo de una llama, las líneas
resplandecientes de ese poema
que fué su vida de orfebre viaje-
ro y soñador, hecho á trabajar el
oró repujado de sus cálices, en la
pompa orquestal de los desiertos,
en el tumulto de las ciudades, lle-
nas de almas neuróticas, gemelas
de la suya, en la bruma azul y el
fastuoso silencio de los grandes
montes, y bajo los manglares de
la costa, que la pensativa mar be-
sa: enormemente;
á, donde quiera que su carne,
doliente, llevada fué por la angus-
tia de la vida, el Poeta, cantó;
inquieto^ febricitante, nos deja
al morir, pedazos de su corazón,
todo su corazón poemizado, con
los fragmentos de su vida magnifí-
cente de visiones, donde todo el
dolor y toda la ambición de una
alma, canta, en ritmos de serena
eternidad, lo infinito de la pena,
lo amargo de la voluptuosidad, la
pavorosa nada de vivir,
altanero, doloroso, fatigado ese
Poeta, que no amó el reclamo,
nos dio sus versos para morir,
como si alinease una teoría de
vírgenes armoniosas, cautivas de
su genio, que escoltaran su ataúd
hacia la tumba, bajo un cielo so-
ñador, á través de un bosque de
laureles;
y, se retiró de la arena ensan-
grentada, dejándonos sus cantos
por herencia;
su espíritu bello y fiero, entró
en la muerte como en el alba de
un bello crepúsculo;.., y, se per-
dió en ella;
desapareció el Poeta, en el folla-
je luminoso de sus versos;
envuelto en ellos, como en un
sudario
armoniosamente;
luminosamente
gloriosamente
¡Paso al Poetal
"'^^ct/Vp<xA4^¿ca^
SERENATA
En la penumbra de tus pestañas
hallé el reflejo de un bien querido:
la poesía de las montañas
-^ los verjeles donde he nacido.
¡Oh^ quiénme diera porsus umbrías
vagar contigo soñando amores^
cielos^ y cumbres^ y lejanías
viendo en tus ojos encantadoresl
Moisés Numa Castellanos.
- 69
ERNESTINA MÉNPEZ REISSI6
Poetisa tierna, emotiva;
tal el alma de Becquer, con
quien tiene afinidades sen-
timentales, ella se ha hecho
cargo recientemente de la
dirección de la revista Vida
Social. Ha publicado ya dos
volúmenes de poesías y
cuentos: "Lágrimas" y "Li-
rios", que lahan hecho acree-
dora á los sinceros aplausos
de distinguidos escritores
hispanoamericanos.
He aquí el pórtico de
"Lirios":
1
PRIMHYERH
á Ernestina Méndez Reissig.
Canta; la aurora hechicera
De la ilusión te ilumina:
Canta, fugaz golondrina "'
De una hermosa primavera.
Sobre la Varia pradera.
Y en la esmaltada colina.
La blanca luz matutina
Como un joyel reverbera.
Canta; persigue en tu anhelo
La visión que esfuma el velo
Sobre el marfil de tu frente.
Todo es color y esplendores.
Y abre el alma de las flores
Su sagrario en el ambiente.
Pedro J. Xaóx.
SONETIN©
Las rimas de oro y de cristal,
Los versos que destilan miel,
Canten tus labios de clavel
Y tu alba frente virginal.
Para tu mano, un madrigal;
Para tus ojos, un rondel;
Para tus gracias, un tropel
De estrofas rumbo al Ideal.
¡Princesa pálida y gentil
De un luminoso cuento azul!
Te baña un tímido arrebol;
Y en tu belleza, flor de abril.
Es tu alma pura un leve tul
En donde brilla un áureo so!.
F. M. DE OlAGI ÍBKL.
70
JACINTO BENAVEMTE
Este distinguido dramaturgo
español ya conocido en nuestros
círculos literarios por su figura-
ción en los estrados del teatro
moderno, ha venido, en gira ar-
tística con la Guerrero y Diaz
de Mendoza^ á las repúblicas
de ambas orillas del Plata.
Personalidad loable, cuyos
triunfos forman como un pe-
destal inmenso^ el Sr. Bena-
vente no necesita más frases
de encomio que la que inspira
lalectura desús obras beliasy
el aticismo de su ideal artístico.
Ha publicado: Figiili'iaSj
Curtas ae mujeres y trece
tomos de comedias y dramas.
El escritor argentino José
León Pagano^ dice^ áprop 'si-
to del Sr. Benav^ente^ en su li-
bro «A travésde la España li-
teraria» 5//5 cartas de )u aje-
res pueden citarse como joyas
de sutil psicología femenina.
En ciertos aspectos tiene afi-
nidades con Bourget, aunque
este escritor quizás haya in-
fluido sobre Benaventé menos
que algunos dramaturgos tam-
bién franceses. El autor de La
Cotnida de las fieras y Gente
conocida j á no dudarlo/debe co-
nocer muy bien á F. de Curel^
Maurice Donney^ Alfredo Ca-
pus^ Lavédan^ Prévost y otra vez
Donney. Los que conozcan las
obras V las teorías de este últi-
mo^ comprenderán por qué in-
sisto al oír las declaraciones de
Benaventé^ sobre la vida moder-
na en el teatro.
FLOR PEL LACIO
Alma y cerebro:
cuando muy cerca
De tus pupilas aparecí^
Miré tus labios en que lucían
Eflorescencias de flor de lis.
Y Juego ;sabes? dije á mi mismo
Con fugitiva^ tierna emoción:
De "Heliotropos"
Nunca á tus ojos^ oh^ ñor del Lacio,
Será insondable mi corazón;
Porque en tu espíritu,
Como en las flores de Raffaelli^
Tremen gloriosos rayos de sol.
Pérez y Curis.
71 -
ILAPRONA!
Es media noche. Clara y Es-
ther duermen reposadamente en
sus camas de madera blanca es-
tilo arte nuevo. Sobre ima mesa
de noche una mariposa en un
velador de aceite, mece su luz
mortecina y alumbra con una va-
ga claridad amarilla el dormitorio.
En frente, el espejo de un lava-
bo, refleja la llama del pabilo y
la reproduce sobre la luna del
ropero de espejo que separa los
lechos. De tiempo en tiempo un
coche que cruza á escape por la
cal' e nace
temblar los ' "" ■" ' ~
vidrios y el
silencio del
dormitorio
se estreme-
ce con un
retumbar de
trueno leja-
no. A veces
Est he r ó
Clara se re-
vuelven ba-
jo los abri-
gos, monolo-
gan una fra-
se ininteligi-
ble, ó suspi-
ran con una
languide z
de gemido.
La maripo-
sa sigue me-
ciendo su
luz morteci-
na sobre el aceite y juega á las pe-
numbras por el silencio del
cuarto. De pronto Esther suspi-
ra prolongadamente como un
desahogo de penas, y comienza á
hablar en alta voz. Sueña. Clara,
su hermana mayor, de dormir
ligero, se despierta y en ese
asombro azorado de la conciencia
repuesta, escucha monologará su
hermana. Siente un estremeci-
miento por todos los nervios que
le hace sentar en el lecho con
una vibración de epilepsia. Y en-
corbada, echada sobre las rodillas,
con las manos en junto, los ojos
muy abiertos, escucha, escucha
y escucha, atónita, espantada, su-
friente. Esther deja de hablar,
revuelve su cabeza despeinada y
suspira otro quejido prolongado
y hondo.
Clara se arroja de la cama y
corre hasta el lecho de su her-
mana con una precipitación de
locura. El ropero de espejo en
la media luz amarilla, ha refleja-
do la silueta blanca que ha pasa-
do como una
"i visión de le-
J yenda espe-
■ luznante.
Coje á su
hermana
por los hom-
bros y la sa-
cude, apre-
tando los
diente s
mientras ha-
bla:
— ¡Esther!...
lEstherl . , .
Despiérta-
te... ¡sinver-
güenza! . . .
Porfinl ¡Por
fin!... ¡Yame
lo sospecha-
ba, hipócri-
ta! ¡Ya me
lo sospecha-
ba! Tú es-
tás enamorada de mi novio, tú
me quieresrobaráPepe, ladrona!
Esther, despierta de una ma-
nera tan brusca, acusada é insul-
tada en una exaltación y en un
lenguaje de mujer de arrabal,
sintió un pánico terror y se dejó
hacer y decir hundiéndose arro-
llada bajo los abrigos. El pecado
oculto tanto tiempo en el fondo
de su temor, la traición de aquel
robo que ella hubiera querido
ocultar y saborear en lo íntimo
de su ser apocado y henchido de
72
amor, le paralizaba la insignifi-
cante energía de su pobre alma^
y sentía^ lunto con el temblor del
miedo á perderlo todo, la con-
ciencia de que debía dejarse cas-
tigar la falta para purgarlo todo.
— Dime, ladromi, exclamaba
Clara mordiéndole con las uñas
los brazos desnudos escordidos
bajo las ropas. Dime, ladrona,
me quieres robar á Pepe, tú,
mocosa, mosca muerta ¡canalla!
— ¡Yo no!.. ¡Yo no!.. ¡Déjame!
¡Déjame!
— Síj tú, tu misma; yo te he
sentido. Soñabas con él; le llama-
bas tuyo; le dec as que me deja-
ra... ( Cuira cDmienza á golpearla
en el cuerpo, en los hombros, en
la cabeza) Dejarme á mí, ¡á mí!
para que se casara contigo ¿no?
¡Me io quieres quitar^ mocosa!
¡Me io quieres quitar! Tú te
piensas que él es para qu- tu lo
babees con tu boca y le ensucies
con tus manos! ¡Ni á las plantas
de sus pies! ¡Ni para su sirvien-
ta sirves!
—¡Déjame! ¿Tú que sabes? Tú
mientes. ¡Déjame en paz! Vete.,
vete...
— ¿Miento? ¡No! No me voy de
aquí hasta que no lo sepa todo....
¡todo! ¿Lo oyes? ¡Dime!.. ¡habla!.,
¡sino!... ¡seria capaz!...
Y prolongando la frase con un
sonido gutural como un rugido^
Clara se echó sobre la cama y le
apret(> el cuello con las manos.
— ¿Hace tiempo que te gusta
él^ eh? ¿Hace mucho, no? ¿Qué
se dicen? ¿Qué le dices de mí?
¿Cómo te lo conquistaste? ¿Qué
le das para que te haga caso? Di
sinvergüenza: ¿Qué hacían aque-
lla noche junto al piano cuando
yo entré en la sala? Di, ¿qué ha-
cían?... Se estaban besando, no?..
¡Asquerosa! ofreciéndose como
una..! loca al novio de su herma-
na! ¡Parece mentira, mentira!...
— ¡Suéltame! ¡Suéltame!
De pronto, azorada, Clara ca-
lló 3^ se levantó de la cama. Ha-
bía sentido un rumor en el cuar-
to vecino. Le pareció que alguien
se había despertado. Y mientras
escuchaba, ahondando el oído en
el silencio, se sentía el jadeo
continuado que exaltaba el pe-
cho desnudo y terso de Clara,
que asomaba por el escote fes-
toneado con ñores de sedas blan-
cas y rosas. Esther se ahogaba
acurrucada bajo los abrigos. En
el cuarto vecino el silencio se hi-
zo de nuevo, y Clara dejó de es-
cuchar y se agachó otra vez so-
bre el ¡echo.
— ¡Si no me dices todo, te aho-
go! ¿Lo oyes? ¡Te ahogo como á
una bestia! Clara se mordía los
labios con rabia, mientras apre-
taba con todas sus fuerzas el
cuello de su hermana.
— ¡Yo no sé nada! ¿Qué quie-
res que te diga? Déjame, porque
Lamo, grito!
— ¡Grita! ¡Llama! Aun tienes
coraic! ¡Anda! ¡Llama á mamá, á
papá! ¡Te dejo libre! ¿Quieres
que yo vaya?
Ante esta amenaza, Esther no
insistió, y lloriqueando á peque-
ños gemidos como los niños mi-
mosos, empezó á revolverse en
el lecho haciendo fuerza con los
hombros:
— ¡Déjame!... ¡Suéltame!... ¡Dé-
jame!... ¡Yo no sé nada!... ¡Nada!
— ¿Que no sabes? ¡Sabes, sí!
Es que no quieres decir, hipócri-
ta! Es que no quieres decir, la-
drona!... Pero tú estás fresca,
¡bien fresca! Para el santo de
mamá me caso con él ¿sabes? El me
lo ha dicho. Me caso con é', 3ye-
lo bien, oye o. (Le gritaba junto
al oído) Mamá y papá lo saben...
Y tú te quedarás con tu envidia,
con tus porquer'as, con tus cari-
cias y tus besos... Sí, sábelo bien:
Pepe será mío, mío, se casará
conmigo!
Esther, vencida por el cuerpo
de su hermana, hizo un esfuerzo
desesperado y estiró prolonga-
damente el cuello, para dcsasir--
se de las manos que le ahoga-
ban. Luchó, se enrojeció la cara,,
apretó la boca, dilató los ojos
que se anegaban de lágrimas a,r-.
dientes, y sosteniéndose en un
codo, se "incorporó. El dolor de
las carnes azotadas y estrujadas,
los vejámenes, el odio de la im-
— 73 —
potencia física, le estremeció to-
da la sangre. Y un hondo deseo
de venganza le subió hasta la
garganta con un impulso criminal .
—No será tuyo, Pepe, ¿lo sabes?
No será^ no^ no, y mil veces no!
Será mío ¿sabes? ¡mío!
Clara rió secamente enseñan-
do la blanca dentadura^ los labios
rígidos, con un gesto de burla y
de odio.
—¡Tuyo! ¡Tuyo! ¿De dónde? ¡Y
todavía lo dices!.... No te lo sue-
ñes^ mocosa! ¡No tienes dientes!
Ese pan no es para tu hambre!
—¡Que no! ¡Que no!
-¡No! ¡No!
— ¿En qué te fundas?
—En lo que no te puedes fun-
dar tú; en su corazón y en su ca-
riño.
—Eso es poca cosa. Un corazón
se deja por otro, y una novia se
deja por una madre...
Clara se estremeció de es-
panto.
—¿Qué dices?
—Lo que oyes. ¿Sabes? Pepe
no será tuyo porque yo he sido
de él...
Esther pronunció las últimas
palabras arrastrando y mordien-
do las sílabas para llenarlas de
toda la saña de su rabia. Aque-
llas dos mujeres delicadas, finas,
pulidas por el roce social^ y que á
la luz rutilante de los salones
parecían dos mariposas ligeras é
mocentes, en un momento de ce-
los de amor se disputaban un
hombre como dos fieras, como
dos bestias^ como dos comadres
de arrabal.
Clara se incorporó muda, gal-
vanizada por el pavor de la terri-
ble noticia. En su cabeza enlo-
quecida por la locura de los celos
y la lucha inaudita de ideas é ins-
tintos maquiavélicos, veía en un
relámpago toda una escena espan-
tosa^ donde desfilaban destacán-
dose con perfiles siniestros, su no-
vio, su hermana, ella^ el porvenir...
Ellos triunfantes, ella vencida...
EstSér le cogió una mano y se
la condiujo con decisión por deba-
jo de lo^ abrigos.
— Ven... Convéncete... Convén-
cete... Toca... Hace dos meses...
Dos meses...
Clara al sentir las carnes tibias
de su hermana, retiró violenta-
mente la mano.
— No decías que era tu^^o, solo,
solo? ¿No decías que se iba á ca-
sar contigo? ¿Te parecía men-
tira? ¡A mí^ también!
Esther reía ahora con una risa
de soberbia y de triunfo. Clara
alargó los brazos en una sacudida
de extravío, de ira loca^ de fre-
nesí bestial. Y con toda su volun-
tad^ con todas sus fuerzas, con
todo su rencor acumulado, dio un
alarido y se echó sobre el lecho,
se sentó sobre el cuerpo de su
hermana, y empezó á saltar con
ahinco^ con rabia, una, dos, tres,
muchas veces... Tenía los codos
hundidos en los flancos como pa-
ra concentrar todas las fuerzas;
los ojos dilatados, fulgentes de
extravío; los labios abiertos, los
dientes apretados, un rugido
en la garganta. Esther aplastada
y desmayada de dolor, volcó la
cabeza sobre la almohada, y em-
pezó á gemir como en una ago-
nía. Su hermana, en la incon-
ciencia de su odio bestializado,
seguía saltando sobre el tierno
vientre fecundo, sobre aquel re-
toño que le tronchaba su porve-
nir, sobre aquella flor de discor-
dia que florecía de los escom-
bros de todos sus sueños y de to-
do su mañana.
Al fin Esther, pasado el acceso,
pasada la ira, pasadas las fuer-
zas, dejó de saltar y se levantó de
la cama. Y al ver á su hermana
que en un quejido prolongado y
doloroso, yacía hundida en el le-
cho, medio muerta, inmóvil, pa-
vorosa, sintió como un fantasma
el espanto de su obra. La reac-
ción de la conciencia serenó su
cerebro exaltado, y un frío espe-
luznante le hizo temblar como
un azogue. Las piernas se ne-
gaban á sostenerla, los dientes le
castañearon, y su cara y su esco-
teterso y fresco retrocedieron
al blanco marfil. Y como si se
- 74 -
arrastrara, hizo un esfuerzo su-
premo y se precipitó sobre su le-
cho medio abierto. La silueta es-
pantable y despavorida se reflejó
sobre el espejo del ropero como
una visión de ultratumba,
Y mientras Clara, muerta de
frió y de espanto, se encorvaba
hundiéndose en el lecho, su her-
niana seguía quejándose prolon-
gadamente, en una agonía inter-
minable.
Y en tanto la mariposa, conti-
nuaba meciendo serena^ silencior
sa, imperturbable, la luz del pabi-
lo sobre el aceite del velador.
Manuel Medina Betancort.
NERVIOSA
¡Cuántos genios, Señor, que están dormidos!
¡Cuántos genios, Señor, que sufren hambre!
¡Y cuántos que no sirven para nada
brillando en todas partes!
Adula al poderoso el infelice,
el de cerebro enfermo, el ignorante,
que se arrastra cual sierpe ponzoñosa
dañando al que más vale.
Es ley de humanidad; solo el pequeño
inclina la cerviz y honra al magnate;
el genio no se humilla: iergue altivo
su frente de gigante.
Luis Martínez Marcos.
75
PÁÓIWA ARTÍSTICA
INOCENCIA
POR W. BOUGÜEREAU
76
EL PATROM
Desde el primer instante que
ocupó su puesto de auxiiiar en el
escritorio y abrió el libro de Ca-
ja para anotar las entradas y sa-
lidas de dinero, detesto la nueva
vida á qae habia sido empujado
bruta mente por su precaria si-
tuación económica.
Huérfano de padre y madre,
sin mayores relaciones en el me-
dio ambiente para insinuarse en
un círculo propicio al desenvol-
vimiento üe sus facultades inte-
lectuales, habia aceptado aquel
empleo en una casa de comercio,
porque se le prometió una remu-
neración excelente y estaba obli-
gado por necesidades de todo
orden. Al principio, cuando aun
no se daba exacta cuenta de lo
que iba á desempeñar, creyó fir
memente poder soportar esa es-
clavitud voluntaria del negocio
donde el cerebro se nutre con
guarismos comerciales, sin que
se resintiera en lo más mínimo
el vasto cúmulo de ideas que su
anterior vida introspectiva habia
hecho florecer en su cabeza. Bas-
tarían las pocas horas que sus
ocupaciones le dejaran libre, para
dar forma y colorido á todo ese
mundo misterioso é íntimo que
le hacia tener fé er, el porvenir.
Luego no podia detenerse á filo-
sofar sobre las inconveniencias
del presente. La claridad de su
situación lo hería tan vivamente
que la resignación no debia dis-
cutirse ni un solo instante. Ella
le aportaría la oblación de todo
temor económico á la vez que
recursos para la prosecución de
sus lecturas favoritas.
Se daba perfecta cuenta de su
encierro en aquel escritorio ates-
tado de libros comerciales, de
notas y cartas de la misma índo-
le, pero sabía también que habia
nacido por la condición social y
De "Muecas Humanas''''
económica de sus padres, para
ser esclavo de una voluntad age-
na, para cambiar las condiciones
de su cerebro robusto, exube-
rante de gérmenes de ideas nue-
vas, por un mendrugo ofrecido
con a tañería imperiosa por cual-
quiera, el comerciante ó el capi-
ta ista afortunado que la audacia
ó el nacimiento habia dado proe,-
minencia en el complicado me-
canismo social. Y por eso, por-
que veia su independencia írus-
tada, en los momentos de abati-
miento moral, de desconfianza
en el sacrificio y de rebeldias
ingénitas, acataba sonriente y
sumiso las observaciones incon-
sutas del patrón, sus rezongos,
sus malos gestos y sus modales
autoritarios, sin que un solo mús-
culo de su rostro denotara la
más mínima contrariedad íntima.
Y cuando el sol, el aire libre, el
movimiento inusitado de las ca-
lles, la visión del cielo y del mar
lejano, todo eso que se aquilata
cuando se posee alma y el pen-
samiento se ha forjado en la liber-
tad de la vida, en los momentos
mecánicos de la función oficines-
ca le infundían valor, rebeldias,
desalientos, un cúmulo de sensa-
ciones nuevas, trataba de sofo-
carlas para no comprometer su
empleo y con él su tranquilidad
diaria. Las envidias rastreras de
losp equeños que merodeaban en
torno suyo; los chismes precon-
cebidos y elevados hasta el oído
del patrón por todos los bajos
emuladores, sus compañeros de
oficina, que encontraban acepta-
ble todo los medios para ascender
un peldaño más en aquella vasta
escala de la remuneración capi-
talista, habían herido su alma gran-
de, abierta á todas las acciones
generosas, pero no habían logra-
do exasperarlo ni arrancarle una
- 77
sola frkse de censura ni de que-
ja. Los había comprendido -y los
aceptaba por fuerza en las horas
mecánicas de' su vida, rehusan-
'do su contacto porque quería
Eermanecer inmune á todas las
ajas miserias humanas, no nive-
lándose con esa inmensa mayo-
ría de seres qué acechando en el
silencio sus debilidades, se halla-
ban dispuestos á perderlo en sus
miras presentes. Eterno enamo-
rado de lo bello, huía siempre
qde podía de la vulgaridad encar-
nada en los seres que lo rodeaban
¿ para poder gozar de ese mundo
i íntimo de sensaciones que pobla-
ban su cerebro. Borracho recal-
citrante de un ideal, de todo aque-
llo que no se palpa pero que se
lleva con alegría en el cerebro
por ser el germen fecundo que
mfunde doble vida á los es-
píritus superiores, no podía dete-
nerse á considerar á seres que
habían nacido con una sola órbita
de acción: la esclavitud especula-
dora. En sus vaivenes de ilusio-
nista, salvaba los escollos coloca-
dos en su camino por los medio-
cres, eternamente risueño, sin
condenaciones para nadie. Había
sabido resistir á la tentación del
café y de las tertulias donde sus
compañeros de tareas quisieron
arrastrarlo y donde únicamente
se brilla á fuerza de vulgaridades
hirientes, de adaptaciones moles-
tas, de superficialidades reñidas
con todo criterio mediano, con-
cretándose á una sola cosa: á la
adoración de la belleza en sus
múltiples manifestaciones de vi-
da.
Cuantas veces en medio de su
rutinarismo, anotando una par-
tida de Caja en los libros del ne-
gocio, una chispa de luz creadora
lo alejaba del ambiente de tareas
obligándolo á maldecir la vida,
esa esclavitud á que estaba con-
denado por su situación económi-
ca, sintiendo entonces deseos de
volar bien alto, quebrantando to-
dos los miramientos sociales y
todos los prejuicios que lo enca-
denaban á un orden de cosas mo-
lesto para su psiquis. Pero estas
rebeldías determmadas la mayo-
ría de las veces por las propul-
siones de su modalidad artística,
eran veloces, parqué, la visión
del mañana le señalaba un hori-
zonte cubierto de nubes espesas
y tormentosas. Y entonces volvía
á concretarse nuevamente á su
trabajo, pacientemente, sin des-
mayos, confiando en el destino,
en las casualidades de la vida, en
el mañana que talvéz se le pre-
sentara mas propicio para la rea-
lización de sus esperanzas y de
sus ensueños de gloria.
Y los días transcurrían uno tras
otro, monótonos, como una suce-
sión de cosas iguales que fatigan
la retina, completando los meses,
acaparando los años, sin que tras
la nebulosa del tiempo [,que ven-
dría, vislumbrara su mdependen-
cia y con ella su libertad definiti-
va, esa libertad propiciatoria de
toda obra futura con la que soña-
ba entusiasmado. Había mejora-
do la condición de su sueldo, pero
esa ventaja le deparó mayores
obligaciones que hicieron su es-
clavitud mas insoportable. Se le
había dado cierta ingerencia en
el negocio, compartía yá algo de
las utilidades que las crecientes
transaciones de la casa volcaban
en la Caja comercial^ porque era
activo y despejado, pero no goza-
ba de tranquilidad. Se sentía in-
mensamente aburrido, nostálgico
de su pasado de libertad en lá'mi-:
seria gloriosa para su espíritu que
en ella se había modelado. Des-
pojado de toda tendencia mer-
cantilista, no veía en todas las
ventajas proporcionadas por el
cercenamiento aparente de la idea
más que un motivo de dolorosa
esclavitud. Y bregaba por inde-
pendizarse sin el valor necesario
para quebrar de una vez por to-
das y para siempre, la cadena que
lo ataba á un ambiente de muer- "
te para su cerebro, entregándose
de lleno á las contingencias de los
días por venir.
Cuando más s ufría era de no-
che, al sustraerse por breves ho-
78
ras al ambiente en que actuaba,
buscando en la lectura de sus au-
tores favoritos, un motivo de go-
ce intenso. Sufría por no poder
realizar todo el conjunto de co-
sas que en su cerebro eran des-
pertadas por una metáfora bella
ó por una idea humana. Se reti-
raba tarde del empleo y los po-
cos instantes robados con estoi-
cismo al sueño, no le bastaban
para hacer obra intelectual como
él deseaba, profunda, meditada y
verdadera. A lo sumo tenía solo
tiempo para anotar ideas y pen-
samientos que iba acumulando
para una ocasión propicia, cuan-
do fuera más libre y gozara de
más tiempo desocupado.
Las lecturas nocturnas, ese aco-
pio constante de ideas, esa ela-
boración incesante de pensamien-
tos, el deseo de exteriorizar lo
que sentía en hermosos artículos
de lucha, fueron incesantemente
acrecentando la repugnancia que
sentía por el empleo, por esa es-
clavitud del negocio, que le aca-
paraba el tiempo y mataba sus
vuelos imaginativos. Y la idea no
muerta en su cerebro lo impu'sa-
ba día tras día á la lucha por un
principio, por una forma, por
cualquier cosa ideológica, donde
sus compañeros de antaño habían
descollado alcanzando algim re-
nombre dentro del ambiente de
su pais. Y lo que era una nebulo-
sa de libertad en su cerebro, fué
avivándose, cobrando formas inu-
sitadas, hasta constituir una obse-
ción furiosa de independencia,
que tarde ó temprano había de
realizarse. Vio aún más sombría
su vida presente atado al empleo
y se dejó llevar por el abando-
no. Ya no fué el empleado acti-
vo y despejado que velaba por
los intereses del negocio^ sacri-
ficándose en aras de las utilida-
des patronales. Todo lo hacía
apresuradamente^ con mal agra-
do y torpemente. Descuidó la le-
tra y muchas veces se atrasó en
los libros para dar satisfacción á
la idea que jugueteaba en su ce-
rebro. Robó tiempo á sus ocupa-
ciones para dedicarlo á sus pre-
ocupaciones intelectuales, más
fuertes é imperiosas á medida
que los meses transcurrían. Hizo
abstracción de las ventajas con-
quistadas en el negocio por sus
sacrificios pasados, inconscien-
temente, porque había perdido
la noción de sus necesidades
económicas presentes y no pen-
saba más en las contmgenciás
del mañana, sólo y sin recursos
de ninguna naturaleza. Y lo que
por voluntad no se había resuel-
to á abandonar, lo fué minando
paulatinamente, empezando por
la pérdida de la confianza ciega
depositada por el dueño del ne-
gocio en su persona. Las censu-
ras y observaciones sobre su
comportamiento se sucedían y
varias veces el patrón tuvo que
increparlo duramente, con ges-
to airado, por su negligencia de-
masiado visible.
— Esto no puede continuar así
— le había dicho un día. — Es ne-
cesario que se corrija y cuide un
poco más la letra.
Pero él nada replicaba. Trata-
ba de satisfacer en lo posible al
patrón y reaccionando volvía á
su actividad de antaño, sin que-
jarse, mansamente, sin protestas
exteriores.
Todas las cosas en la vida tie-
nen sus causas y sus efectos co-
rrespondientes' Sembrada en la
conciencia del patrón la semilla
de un descuido aparente de su
empleado, ella daba su fruto en
el retiro de su confianza á aquél
que hasta ese entonces había ve-
lado por sus intereses comercia-
les. La guerra declarada no ce-
saría ya más, porque, dentro de
la mentalidad patronal el reco-
nocimiento al sacrificio no anida
mientras éste no sea eterno é
incondicional. Había encontrado
un pretesto para combatir á su
empleado en el descuido de la
letra y ese pretesto sería esgri-
mido todos los días, con la idea
preconcebida de hacer mal al
que por él había sacrificado todo
lo hermoso que radica en el co-
— 79
razón humano: su vida libre y
su vocación.
— Es necesario que perfeccio-
ne su letra — ^le había vuelto á re-
petir multitudes de veces.— Es
preciso que abandone las pre-
ocupaciones de otra índole que
iio tengan relación con el ne-
gocio.
Esa fué la eterna cantinela que
oyó aquel dependiente modelo^
porque tuvo sus momentos de
d;escuido irremediable é incons-
ciente. Y aún no se dio por ven-
cido. Trató de acaparar nueva-
mente la simpatía del patrón^
otorgando íntimo perdón á todo^
estrujando el grito rebelde pron-
to á salir de su garganta^ porque
aún tenía temor al mañana y á
su miseria. Transcurrieron dos
meses más^ hasta que por fin^
una mañana risueña y luminosa
de pleno sol^ templada y volup-
tuosa, dijo lo que tanto mal le
hacía reservándolo. El grito con-
tenido de protesta^ la palabra
vibrante de condena^ su odio so-
focado^ su fastidio^ todo lo que
había tragado durante el tiempo
que conservó el empleo^ lo bor-
botó con palabras agrias^ sin
contemplaciones ni miramien-
tos. Y en medio de su rebeldía
final y definitiva tuvo frases
mordaces para los otros emplea-
dos^ tal vez capitalistas embrio-
narios ú simple madréporas del
gran block de oro de la especu-
lación moderna.
El patrón perdía un esclavo
de cuyas fuerzas había dispuesto
á su antojo por tanto tiempo y
este entraba de lleno á la vida^
camino de su vocación artística^
repleto de esperanzas y satura-
do de quimeras. El vellocino de
oro no pudo inmolar su víctima
rebelde.
Perfecto B. López.
profecía pel verbo
De <'-La Voz de las Admoniciones» , inédito
¡Deíentc! ¿Quién te anima? ¿La voz de lo inconsciente,
Que üiene de las grutas ignotas de Aquerón,
Y ruge, y luego abrasa como en un eco ardiente.
Las almas de los émulos ferales de Nerón?
¿Dó vas? ¡Detente, oti, genio de la tiniebla, y siente
La uida! ¡cómo en luces embriaga el corazón!
Acaso eres enfermo de espíritu: ¡Detente!
¿No te amedrenta el alma del cuadro de Prudhón?
En la soberbia ruta que tiuellan tus hermanos,
Y en donde vibra un himno de génesis lejanos,
Y duermen sus nostalgias paisajes de magínj
No pongas, oh, nefario, la planta, porque el mismo
Espectro que te hiciera mirar hacia el abismo,
Quebrara, -al levantarse, -los brazos de Caín!
PÉREZ Y CURI s
^- so -
PÁÓINAS PE UM PIETARIO
EL POETA DE LAS COSAS HUMILDES
He aprendido, en no sé qué libros sutiles, el arte de reveren-
ciar las cosas infinitamente pequeñas ó insólitamente nimias.
Si fuera capaz de hallar, entre los autores que prefiero, al poeta
veraz y meditativo que cante la epope^^a de la fragilidad, ó
magnifique el alma oculta, y á las veces violenta, que Vive en el
átomo una vida misteriosa que es apenas un suspiro, una vibra-
ción, un estremecimiento; si hallara al extraordinario taumaturgo
que supiere inclinarse con amor ó con dolor hacia lo ínfimo, yo
haría de la obra de ese hombre el libro de horas de mi espíritu...
Emerson y Moeterlinck poseen el maravilloso sentido de que
hablo, se acercan atrevidamente al misterio, y desde el ardiente
misticismo de sus almas solitarias, — dotados los dos de una
imperiosa fuerza de evocación, — sueñan sueños extraños y
dicen palabras que tienen el encanto de las profecías. ¿Habéis
leído las obras de esos dos grandes silenciosos ? Emerson
habla de sus iluminaciones geniales desde una cumbre envuelta
en nieblas, ó desde un astro extinto, Moeterlinck trae en los
ojos los deslumbramientos de una vida anterior, imaginativa,
vertiginosa y soñadora. Y á través de las épocas, esas almas
fraternales y devotas se confunden en una misma fé en lo sobre-
humano, en una misma adoración del misterio. ¡ Qué ritmo el de
sus pensamientos ! El lenguaje de esos hombres, tan llenos de
filosófica simplicidad, tiene las serenidades de un vuelo de ave
bajo el azul. No blasfeman, no imprecan, no descomponen la
hierática actitud de sus espíritus frente á lo desconocido. Son los
sacerdotes de una nueva liturgia, los hierofantes de otro rito, los
magos de una teurgia renaciente; son á un tiempo mismo tacitur-
nos y alegres, porque han paseado sus almas herméticas por la
sombra del bosque, ó bajo los rosales en flor... Platican con los
espíritus dilectos ya desaparecidos. Se transfiguran en súbitas
encarnaciones, y ora se nos aparecen como los filósofos antiguos
que se aventuran en la metafísica, ora como los poetas modernos,
que tienen la divina facultad de sufrir. Pero, á través de esas
transformaciones, queda el alma sencilla, panteísta, pacífica; el
alma buena que se inclina sobre los surcos y recoge la florecedora
semilla; se yergue hacia el cielo y sigue el vuelo nómade de las
estrellas por el espacio tenebroso.
Así los poetas que yo amo. Los quiero ingenuos y ardientes,
llenos de pasión por las pequeneces familiares. Los quiero exten-
diendo su triunfadora generosidad aún á las cosas insignificantes
81 —
que pasan despreciadas por la vida. Los quiero con pupilas de
niño para mirar á la Naturaleza; unas pupilas de niño, admirado-
ras, preguntonas y ávidas. Y todo el agradecimiento de mi espíritu
sería para el espíritu hermano que me dijera al oído la leyenda de
una rosa marchita, de una gota de agua, de un trozo de papel...
Francisco Alberto Schinca.
EUGENIO c mt
El distinguido poeta urugua-
yo Eugenio C. Noé, forma par-
te de la ilustre falange de culto-
res que se consagran alas letras
en la República Argentina don-
de hace tiempo reside y brilla
sobre todo por
la pureza del ..r-^^sé.
esti 1 o y la
con cepción
espontánea de
sus versos de-
licados. Cuan-
tas revistas li-
terarias hacen
la aparic i ó n
en el vecino
país, muy raro
sería la que no
ostentase e n
sus páginas,
alguna pro-
ducción de es-
te poeta soña-
dor del Arte,
peregrino de
las letras, em-
peñado en difundir la diVfria
belleza por medio de sus can-
tos llenos de exquisita sensibi-
lidad. Y no solo es en las repú-
blicas rioplatenses que lucen
sus hermosos trabajos, sino en
muchas revistas americanas; su
forma aparece con frecuencia,
dando cuenta de su imagina-
ción fecunda. No solamente el
verso cultiva con donaire, sino
la prosa, que
;>»i»&.. ha tenido en
él también un
imitador apa-
sionado, ofre-
ciendo á sus
admiradores
la ocasión de
lucir una vez
más los dotes
poétic os de
su ingeni o .
Mucho antes
de publicar su
primer libro
de versos,
Claros de Lu-
na, que fué
muy aplaudi-
do por la pren-
sa americana,
ya era conocido por otros tra-
bajos publicados anteriormen-
te. Ahora el poeta nos anuncia
la próxima aparición de un nue-
vo libro el cual verá la luz pú-
S2
blica en Paris, en el que ha tra- nueva colección de Versos una
tado de hacer verdadera obra de gallarda primicia de composi-
Arte, reuniendo á la vez en la clones inspiradas y sentidas.
a propósito, de L,R eHXeiÓN DE
Las eRisáuoas y el poemh oe La eaRNE
Asunción del Paraguay, 24 de Abril de 1906.
Sr. Maxuel Pérez n' Cltis.
Director-Redactor de Apolo.
Montevideo.
Mi estimado compañero:
Hasta mi tranquilo retiro en la sombría y lujuriosa selva para-
guaya, me ha venido á sorprender su obra La Canción délas
Crisálidas-El Poema de la Carne y ella ha sido como un destello
de luz, entrando de lleno en la penumbra de mi rincón solitario.
La he leído de cabo á rabo y al concluir he exclamado: otro
luchador bizarro que salta á la arena, rico en fecundas promesas.
Y bien compañero, su obra, vale.
No soy yo el más autorizado para juzgarla, pues estoy muy
lejos de suponer que mi pobre opinión pese algo, pero mi juicio
es la expresión sincera de loquehes^/z//¿/oalleerla con detención.
En las páginas de su libro hay luz, calor y movimiento. El
amor, palpita, arde !... ese amor que se infiltra en los resquicios
y las grietas de los sepulcros, ese amor todopoderoso que mue-
ve desde el ínfimo gusanillo que se arrastra entre el pastito,
hasta los soles del infinito, flamea á través de las páginas hermo-
sas de su obra.
Son felizmente muchos, y forman una legión á todas luces
respetable y brillante, los proletarios intelectuales que llenos de
noble afán exteriorizan la desbordante vitalidad de su imagina-
ción creadora en libros, folletos, revistas y en artículos de diario
ó composiciones en verso.
Dentro de ese núcleo, dentro de esa pléyade, de nuevos, usted
se destaca con relieve propio.
Sin embargo, creo que su marcha triunfal ha de ser estorbada
á diario por mediocridades, que no siendo más que entidades
negativas, se complacen en desmenuzar reputaciones, aminorar
méritos, con la honda satisfacción con que los caranchos se
complacen en despanzurrar los cadáveres insepultos.
83
Pululan en el ambiente montevideano estos pajarracos de ace-
rado pico y afiladas garras, que, impotentes para crear nada,
pasan los días de su estéril é infecunda existencia criticando,
demoliendo y mortificando á los que, con una admirable gallar-
día, lanzan á la circulación una obra, fruto de vigilias, trabajos
sin cuento, luchas, ansias y tribulaciones.
Precisamente los que más feroz saña emplean en contra de
los luchadores noveles, son pedantes patentados, con mucho
viento en la mollera, incapaces de pensar, de sentir y de hacer
nada duradero y efectivo.
Lo mejor es aislarse dentro del torrente social mundano, y
consagrarse á la labor, con obstinación ardorosa, sin desfalleci-
mientos, contestando á esas críticas de conventillo, con nuevos
partos fecundos.
Y bien, espero su nueva producción. Ella me traerá el recuer-
do cariñoso de la tierra charrúa á esta buena tierra de guarani
que me sirve de tranquilo refugio.
Lo saluda con afecto, su compañero y amigo:
José Virginio Díaz.
CORPIflO BLANCO
Sin saber cómo y porqué,
evoca mi ansia febril
la visión de tu perfil
en enaguas y corsé.
Aquella tarde era así
como mística y sensual..,
bajo el raso- carmesí
de la gloria occidental.
Es unprodigio tu pie
que conoce la sutil
zapatilla de glasé
con botones de marfil.
Aristócrata benjuí
como perfume en el real
gabinete medioeval
de colgaduras turquí.
Corpino blanco de seda,
con olores á reseda,
del que supieron mis ojos;
Desde el fino tocador,
el espejo en su rubor
al conocer de tus ligas.
¡Oh, maravilla de tules,
caladas medias azules
de mis pensamientos rojos!
ignoró la gracia en flor
de dos nupciales espigas
que ocultaba el peinador.
Barranquilla.
M. Moreno Alba.
a4
FRAÓMEMTO PE VIPA
— Tú te vas... y me abandonas, Pablo — suspiró la esposa con
una Voz moribunda en que había el eco de todas las desolacio-
nes. Y ocultó el rostro entre las manos trémulas como las hojas
cuando el viento las orea, y permanei. ió así largo rato, silenciosa,
abatida, en actitud de mujer atormentada.
La voz de los niños que manifestaban sus júbilos inocentes
con palabras inconclusas, suaves y tímidas como el gorjeo de
un pajar lio que apenas vuela, palpitó en su espíritu y sacudió
su marasmo:
— ¡Ni estos angelitos te conmueven! ¡Ay de ellos! — sollozó
entonces, acariciando á sus dos hijos de cuatro y seis años que
jugaban á su lado.
Y miró luego á su esposo con una mirada humilde que era el
preludio de un canto de imploración y era también la síntesis de
sus amarguras todas.
Había en aquella mujer resignada y dolorosa los atributos
divinos de una virgen maltratada, pero indemne todavía; tan elo-
cuente era su gesto y la vehemencia de sus ruegos ante la pers-
pectiva de quedar abandonada en el otoño déla vida.
Los plegam'entos de su faz morena, triste y doliente como una
rosa te bajo el rocío; la laciedad de sus cabellos negros peina-
dos con indolencia; la vaguedad de sus pupilas garzas anegadas
de lágrimas que fingían algo así como un velo de brumas tenues
sobre cielos apacibles; sus gestos imploradores de piedad; y, el
rictus de sus labios exangües y conmovedores como un bardo en
agonía, evocaban — rompiendo la harmonía de la estancia en
cuyos muros glicinas y madreselvas mezclaban los matices de
sus flores y entrelazaban sus ramas, dando á aquélla el encanto
sublime de un paisaje de Corot — la tr'steza sabia y mística de
algunas vírgenes de Pellini y Eouguereau.y el ritmo majestuo-
samente lento de una oracón religiosa.
Su esposo la abandonaría en breves instantes y estaba allí
silencioso, inmutable, como un ser inanimado sordo á sus lamen-
taciones de esposa y madre sin mancilla, repudiada injustamen-
te después de un lustro de sosegado consorcio. Y, su silencio, y
la parsimonia de sus visajes la torturaban cruelmente y le anun-
ciaban una era de infortunios jamás sabidos por ella, cuya exis-
tencia se había deslizado siempre entre un fastuoso florecimiento
de dichas.
¡Sola y repudiada ella! ¡Oh, la soledad parámica de la esposa
abandonada! ¡Cómo su miraje abruma los corazones y los impreg-
85
na de un hondo sentimentalismo que espiritualiza las ideas y
palabras de la humanidad pensante!
...Y á aquel hombre sin conciencia que destruía un hogar
y atormentaba una vida, no conmovieron los ruegos ni la
muriente espresión de su esposa que aun tuvo resignación
y le dijo humildemente:
— ¡Pablo, tú me. aborreces ahora! Sin embargo, puedes
venir cuando quieras; tuya soy aunque tú ya no eres mío.
Otra está en tu corazón como habré estado yo un día. ¿Re-
cuerdas ? nuestros besos furtivos á la discreta sombra de las
magnolias en flor; la noche de nuestra bodas armoniosa co-
mo un epitalamio; delicada como un madrigal y fragante cual
un búcaro de rosas...
Ni siquiera esas frases evocatorias de aquel idilio de amor;
nada le conmovió. Y se fué tranquilo, inconsciente — con la
inmutabilidad de una roca erecta sobre la mar — murmurando
torpemente, fríamente:
— Adiós... pronto vendré á verte.
*
* *
Perfumada y risueña, la mañana extendía sobre la alfom-
bra esmeralda de los campos su inmensa gasa de oro; mecía
el aura las hojas de los arbustos erguidos y los cantos
de los pájaros canoros -harmonizaban él aire como señal de
adoración á la naturaleza.
Las campanas de un monasterio entonaron su sonata li-
túrgica que repercutió en el corazón de la desolada madre
como un himno á la muerte. Y, mientras ella permanecía en
doloroso recogimiento bajo la gloria de la luz matinal
que se deshacía en hebras blondas sobre sus cabellos lacios, los ni-
ños, alegres y bulliciosos como dos pájaros, arrancaban ma-
dreselvas y las depositaban en su falda.
Pérez y Curis.
EL PODER DE hH HERMOSURH
Admirar es grave error pues en cuitas como aquellas
que^ con mengua del pudor^ te bastara sin sonrojos,
Friné ganase á sus jueces, para invalidar querellas,
mostrándoles sin rubor juntando las manos bellas
seductoras desnudeces^ alzar al cielo los ojos.
Lima. Manuel A. San Juan.
86
REMORPIMIENTO POSTUMO
En un sarcófago persa
tallado en marmol de Paros
por un helénico artífice,
quiero que duermas, mgrata,
el negro y último sueño.
(Et le ver rougera ta peau comme un remord.)
Baudelaire.
Y quieras dar á tus fauces
hediondas y putrefactas
la gota pura de linfa
para templar los tormentos
de tus entrañas infectas.
Y cuando en noche callada
opriman rojas visiones
tu pecho niveo, mordido
por los impuros gusanos
que ñuyan de tu carroña.
En esas noches calladas
hermanas rojas de aquellas
que vimos entre caricias
flores^ placeres y besos
pasar risueñas y alegres.
Y tu cadáver se cubra
de manchas verdes y lívidas
do pose pálido espectro,
besos lascivos de amante^
caricias torpes de Sátiro.
Verás bajar á tu huesa^
plegando las negras alas
en tus podridos cabellos,
buitre de torva pupila
que tu cerebro desgarre.
Y sientas negros fantasmas^
macábricos esqueletos,
cruzar danzando la fosa
donde tu féretro yace
en nauseabundas materias.
Oirás rugir en tu pecho,
repleto de miasmas pútridos^
recuerdos, frases, promesas;
falsas palabras de otrora,
engaños^ ruines perjurios.
Y escuches ásperas voces,
chirridos, ayes de reprobos^
insultos^ gritos^ blafemias,
todo un infierno de notas
que crispe nervios y carnes.
Y los rojizos gusanos
que arrastran por tu carroña
su vientre fétido y lúbrico
«roerán tu piel satinada
como ün remordimiento.»
Febrero 1906.
Arturo C. Masanés.
— 87
BIBLIOiSRAFIA
JUAN DE DIOS PEZA
PoK.MAS HOlí Mk;uel Luis Rocuant,
Saxti \(;o DK Chilk: Un volumen de 190
páginas comprendiendo Brumas, La onda
y la espuma y Alma-Mater. Es un hermoso
libro, de grande aliento, donde palpita
un alma enamorada de lo bello y un espí-
ritu moderno á la par que complejo. En
todos los trabajos que constituyen el vo-
lumen hay sentimiento y fluidez, princi-
pios estos que por sí solos bastan para
hacerlo perdurable á través de todas las
críticas. La idea no está subyugada á la
forma; en todo él se trasparenta un cere-
bro evolucionando, lo que constituye un
signo evidente de que el autor conoce la
tendencia moderna y no desdeña embar-
carse en su corriente humanitaria.
miento ha cantado en él á la vida pasio-
nal, á lo delicado de la forma esté ella en
la naturaleza ó en la mujer, dejándose
arrastrar en algunos versos por el deseo
sensual, un deseo nada atrevido, sola-
mente humano. Todos los trabajos están
hondamente sentidos y la forma ha sido
cuidada con sumo cariño. Hay en More-
no Alba estro poético y el poeta perdu-
rará en el tiempo á través de sus produc-
ciones.
Ensayos Críticos por Pedro Hexkí-
QUEz Ureña. Habaxa. Cuba. Un pequeño
volumen con el siguiente interesante su-
mario: D' Annunzío el poeta. — Tres escrito-
res ingleses— I Osear Wilde — // Pinero — ///
Bernard Sfiaw — El modernismo en la poe-
sia cubana. José Joaquín Pére/— Rubén
Darío — Ariel — Sociología — / Mostos— ¡I Hu-
rla— La música nueva — Richard Strauss-
La Opera Italiana — La profanación de Par-
si f al.
Como su título lo indica no son más
que ensayos de una crítica superior, sin
que se ahonde mucho el concepto. Con-
cebida sin prejuicios, escrita con estilo
fácil y fluido, trata Ureña en su obra im-
portantes tópicos del movimiento inte-
lectual moderno y estudia á algunos de
sus representantes, pero sin detenerse
mucho tiempo en ellos,-trazando simple-
mente líneas generales. Con todo, estos
ensayos son reveladores de un espíritu
observador capaz de hacer crítica más
profunda é intensa. Tiene condiciones no
puestas de manifiesto en este pequeño
volumen, las que en lo sucesivo, no lo
dudamos, pondrá en evidencia.
Lienzos por Moreno Alba. Barran-
quilla. Colombia: Prólogo de Emilio
Hernández. Pequeño volumen de poesías
emotivas. Su autor llevado por el senti-
Cr=^^
88
UBR©S Y PERIÓOieOS REeiBíOOS
Scci/are//i—E\ Mártir del Qólgota, Mon-
tevideo.
¿t'/ra.s— Habana, Cuba.
l.a Quincena— San Salvador, Centro
América.
El Heraldo del Istmo — Panamá.
Monos y Monadas — Lima, Perú.
Vida .VHt'i'rt— Florida, Uruguay.
El Deber Cívico — Meló.
Caras y Crt/-e/fls— Buenos Aires, Argen-
tina.
El Anunciador Costa-Ricense— San José
de Costa Rica, América Central.
El Municipio— WWa Concepción, Para-
yuay.
Revista GYa^ca— Montevideo.
Kt'/-(/flí/— Montevideo— Periódico que la
Asociación de Propaganda Liberal re-
parte quincenalmente á sus afiliados. Lu-
ce un hermoso título dibujado por el ar-
tista nacional Orestes Baroffio, y un
fotograbado de Zola. Su material es inte-
resante y selecto.
A. León Gómez — Secretos del Panóp-
tico.—El Soldado. Bogotá, Colombia.
Sra. Acevedo de Gómez — El Tribuno de
1810. Bogotá, Colombia.
YoeES HMERieaNas
Apolo, revista de Arte— Director-Re-
dactor: Pérez y Curis, Montevideo.
Con placer apuntamos el aparecimien-
to de esta nueva y gallarda publicación
uruguaya, que trae magníficos fotograba-
dos y abundante y escogida lectura. En
el número \P de Apolo, su Director hace
estas declaraciones:
«En esta época de odios y de egoísmos,
surge Apolo, sincero en su desnudez que
rechaza de esa hoja de parra encubrido-
ra, el atributo de moral ficticia.
«Ojos hostiles seguirán su marcha.
«Almas sinceras amarán sus páginas.
«Y, en plena lucha, cantará Apolo la
rebeldía ingente de las almas bajo la glo-
ria épica del sol.»
Saludamos al nuevo colega y corres-
ponderemos al canje.
De La Quincena de San Salvador,
Centro América.
Libros en preparación que se publicarán en
Montevideo en el corriente año
Muecas Humanas, (prosa) por Perfec-
to B. López.
Desde el Patagonia, (Memorias íntimas
de un aprendiz artillero) por Perfecto
B. López.
Mi Torre de Marfil, (poesías) por Guz-
mán Papini y Zas.
Los Himnos y Los Madrigales, (poesías)
por Emilio Frugoni.
Proteo, (prosa) por José Enrique Rodó.
Helio/ropos, (poesías) I Heliotropos— II
Leyendas de un tríptico— III La voz de
las admoniciones, por Pérez y Curis.
Cantares de la Aldea, (poesías) por Pe-
dro Erasmo Callorda.
Tempraneras, (poesías) por Ángel Cor-
bacho.
Alma de Acero, (novela) por Ricardo
Martínez Quiles.
Cabeza de Oro, (novela) por Horacio
O. Maldonado.
Almas Trágicas, (prosa) por Isidro Ro-
dríguez.
Hampa, (nove!a) por Enrique Crosa.
Cuentos al corazón, (prosa) por M. Me-
dina Betancort.
RPOL©
m;'> : ■*■
• 1
REYISXa
DE ARTE
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
MONTEVIDEO, Marzo de 1907
¡Críticos!
Ayei era Elisius : ¿ conocéis á Elisius, aquel bufo-orador
que en nuestras plazas y calles daba rienda suelta á su
lengua de niño grande, en tanto que sobre su cabeza llo-
vían las papas con que sus oyentes, agradecidos todos, le
halagaban, en premio á la donosura de su oratoria versico-
lor ? — Pues bien ; ayer era él, quien, alardeando de crítico
consumido, quiero decir : consumado, se entretenía ( yo
aplaudo su entretenimiento, como aplaudiría á un golfo que
jugase á la bolita para distraer sus ocios), se entretenía,
digo, en lapidar « Heliotropos », ofuscado acaso porque no
le envié ningún ejemplar de aquel libro mío. ¡ Que voy á
enviarle! Obsequiarlo á él con uno de mis libros, sería como
arrojarlo á un país de analfabetos. ¿Qué harían de él? —
Nada. Y él tampoco, pues aunque lee y escribe cual un es-
colar cualquiera, carece de aptitudes para If-. cosa intelec-
tual y es un analfabeto del arte y de la ciencia.
Pero, dejémoslo á un lado. Críticos de ese jaez hay tan-
tos ¡ pero tantos ! ¡ como plumas cortesanas ! Bien lo sabe
aquel jovencito ingenuo que blasona de páter intelectual y
no es sino un servil cortesano de las letras; el mismo que
al devolverme un hermoso libro de Pedro Henríquez Ureña:
« Ensayos críticos », reputado de los mejores de su índole,
me dijo, con una arrogancia de Júpiter literario : « lo he
leído; tiene algunas cosas buenas».
Esa amabilidad paternal de los que nada son, ó al menos
no lo han demostrado aún, me exasperó en otro tiempo,
pero ahora m.e divierte. No es con ella que se trata á una
obra superior á la del sujeto que la juzga. Porque hay
maestros y discípulos, y de estos últimos son los más los
pedantuelos.
- 90 -
Después de una calma transitoria y cuando ya me dispo-
nía á preparar el presente número de Apolo, el gesto simio
de un palurdo que se subjó á las ramas de la adulación é
hizo proezas de mico, me detuvo. ¿Quién era él? Un po-
bre diablo, con mucho de fraile-y nada de literato. Ese cua-
drúpedo decrépito habló. ¿Para qué? Para atacar á Vargas
Vila. Y ¿ cómo habló ? — Parodiando á aquel Maestro, en un
juicio que escribió sobre mi libro « La Canción de las Cri-
sálidas ». La anunciación de su voz despertó, entre los po-
cos jóvenes que aquí escriben por ideales de nobleza, sen-
timientos de piedad. ¡ Ese reverendo padre pontificando en la
prensa ! ¡ Pobre infeliz ! ¡ Se olvidó de sus « Migajas » ( para
ratones) aquellas que él tuvo la osadía de llamar Versos, y
ahora, diciendo imbecilidades, quiere codearse con escrito-
res de fibra, reconocidos. Y, atribuyéndose virtudes de es-
critor clásico, hace la apología del Clasicismo ; es decir :
pretende hacer la suya, mientras acuden á su memoria,
como un recuerdo sagrado digno de su inmensa idolatría,
los nombres de Zorrilla, Quintana y otros poetas quo fue-
ron. Y no sé si ha dicho, plagiando desgraciadamente á
Pompeyo Gener, que el Modernismo es fuente de delicues-
cencias.
Termina su parodia ese último figurín clásico, ese vulgar
tonsurado, convertido en matamoros de las letras modernis-
tas, atacándome veladamente, á medias, como permaneciendo
en la penumbra; y la termina dé un modo cómico tal que
me ha hecho reir á carcajadas, porque dice, con la pausa y
ceremonia de un colofón de libro antiguo, que : yo hablo
descarnadamente de la carne aun cuando estoy en la edad
en que se me da á comer churrascos ó se me sirve con el
cubierto! ¡Pobre viejo! ¡A qué lo obliga su decrepitud! ¡A
denostar á quien siente compasión por él, y cuando pasa á
su lado le mira piadosamente, como si viese á un fraile
castrado y lleno de lacras 1
¡ Pobre viejo convertido en Zoilo ! Leyendo aquella paro-
dia, digna hermana de « Migajas », pensé en los tuberculo-
sos de la idea y del espíritu. Después murmuré, alterándolo,
aquel verso de Hugo :
« Muse,
un nommé Constantin, jésuite, tn'est hostile. »
Pérez y Curis.
- 91 -
Hquella noche...
Estábamos los dos en la ven-
tana. Ella, absorta, contemplaba
el profundo azul del cielo. Yo,
encantado, miraba el radioso
azul de sus ojos.
¡Oh, noche aquelal
La luna en mitad del infinito
brillaba en todo el es-
plendor de su gran- ,
deza . . . -0'*;:^ :■
A lo lejos, el ruido í^
del mar que iba á mo- [í
rir sollozando sobre las ;Í3
anchas playas . . . I
Cuando nuestro diá-
logo cesaba, oíamos un
canto melancólico que
parecía venir de algún
pescador que navegaba
hacia los muelles. Co-
mo la ventana era es-
trecha estábamos tan
juntos que los sedosos
bucles de su rubia ca-
bellera me hacían cos-
quillas en el cuello.
Su mano, como una
blanca avecita, tembla-
ba entre las mías ... A
veces tornaba mi vist i
hacia atrás, parecíame
que alguien, muy que-
do, 'muy paso, andaba
sobre la mullida alfom-
bra de la sala . . .
Un olor á marisco y
á salitre notaba en el
aire frío que venía del mar . . .
De pronto, acerqué mis la-
bios haca su boca. — No, mur-
muró, agitando sus blondos ri-
zos, y mi beso como un colibrí,
quedó suspenso, aleteando so-
bre la purpúrea flor de su bo-
ca.—¿Por qué?, la pregunté con-
trariado.— ¿No ves que nos es-
tán mirando? repuso con grave
acento. — Quién? la interrogué.
— Dios!... me dijo, señalán-
dome la esplendente luna . . .
Dios que nos está mirando tras
la luminosa ventana de su re-
gio alcázar . . .
Rafael Ángel Troyo.
Csrtago de Costa Rica.
Lra ronde des roseaux
L'hirondelle fuit. Voici la vesprée. L'hirondelle fuit devant
l'épervier. Sur l'étang frileux la lune étincelle, et dans son image
se noie l'hirondelle.
Qu'importe aux roseaux, lorsqu'ils font la ronde autour de
l'étang, la mort ou la vie? Ce n'est pas pour eux que l'épervier
crie.--Le malheur s'efface comme une ride sur l'onde.—PAUL Fort.
92
El tributo á la avaricia
— ¿Queréis saber cuál fué el motivo
que me obligó á maldecir de mi padre?
Bien: escuchad esta historia horrible,
casi inverosímil, pero desgraciadamente
cierta, que os referiré, y en la cual fui
un protagonista secundario.
Ruperto, después de una breve pausa,
empezó diciendo:
— Mi padre, hombre de unos cuarenta
años de edad, poco tiempo después de
la muerte de mi madre contrajo segun-
das nupcias con una joven de veinte
años que había tomado á su servicio.
Del primer matrimonio le habían que-
dado cuatro hijos varones y una for-
tuna invertida en buenas fincas, avalua-
das en quince mil pesos oro. El mayor
de todos era yo, y me seguía Arturo
con dos años de diferencia. El menor,
Casiano, no había aún cumplido los
quince años, y como sus demás herma-
nos, poseedor de un oficio, ganaba un
jornal suficiente para cubrfí^ sus gastos.
Yo era un hábil escultor en madera y
mi sueldo me permitía efectuar algunos
ahorros que mensualmente depositaba
en manos de mi padre para que los cus-
todiara. Arturo, dedicado desde peque-
ño á la litografía, había llegado á ser
un excelente oficial, querido y respe-
tado por los dueños del taller donde
trabajaba. Menos previsor que yo, muy
mano abierta y amigo de francachelas
y juergas nocturnas, gastaba más de lo
^le ganaba, recurriendo muchas veces
á mí en demanda de dinero para cubrir
sus compromisos económicos. Con todo,
no era malo. Excelente corazón, gus-
taba de la vida y la vi\7ía á su antojo,
sin amaneramientos convencionales ni
temores de futuras miserias. Además,
era bastante inteligente, con veleidades
literarias, lo que autorizaba su cabida
en ciertos círculos vedados á los que
no dedicamos un breve espacio de nues-
tro tiempo al parloteo improductivo con
las deidades del Olimpo.
Casiano y Roberto en sus tendencias
laboriosas, en su miraje de los días por
venir, se parecían á mí. Y los cuatro
hermanos estábamos en la más perfecta
armonía, dispuestos á la realización de
cualquier sacrificio, siempre que las cir-
cunstancias lo requiriesen.
Arturo y yo, por nuestros años, for-
mábamos conjunto aparte de nuestros
hermanos menores. Unidos por causas
diversas, éramos recíprocos confidentes
de nuestras cosas íntimas, tanto en la
mala como en la buena suerte. Los in-
tereses del uno servían á las necesida-
des del otro y viceversa, sin que esto
nos trajera el más mínimo enfriamiento
en la amistad cultivada hasta ese en-
tonces.
En esa armonía perfecta de proeede-
res, aunque no de miras, sin desacuer-
dos que hirieran nuestra susceptibilidad
de hermanos, ni violencias, ni tirante-
ces, fueron transcurriendo los años.
Nuestra madrastra, en ese tiempo, con-
tribuyó con dos nuevos vastagos á
acrecentar el número de los ya existen-
tes. Yo había cumplido, los veintiséis
años y pensaba, como era lógico, en ca-
sarme, para lo cual necesitaba estable-
cerme y trabajar por mi cuenta y riesgo.
Para poner en práctica este pensamien-
to contaba con los ahorros depositados
en manos de mi padre y la parte que me
tocara en el reparto .de la herencia de
mi madre que hacía elevar á dos mil
pesos.
Hablé á los pocos días á mi padre de
esta resolución y obtuve sus plácemes.
De mis ahorros sólo me entregó la mi-
tad y el resto tuve que darlo, por per-
dido porque mi padre, pretextando que
lo había gastado, se negó á entregár-
melo. En cuanto á la herencia de mi
madre percibí una cuarta parte de lo
que legítimamente me correspondía. El
resto, mi padre lo endosó á su parte,
como más tarde lo supe. Para entre-
garme este dinero y repartir sus partes
á los demás hijos, simuló una venta por
dos mil quinientos pesos, de dos propie-
dades avaluadas en siete mil, y sólo con
las rentas que éstas produjeron desde
la muerte de mi madre hasta la fecha
en que reclamamos lo que nos pertene-
cía y algo de mis ahorros que injusta-
mente retenía en su poder, pudo salvar
sus compromisos. Lejos de protestar
— 93
^ por esa usurpación disimulada llevada á
cabo con nuestros intereses, guardamos
la mas aparente conformidad. Lo que la
lucha por la existencia rio nos había en-
señado, nuestro padre con su avaricia,
nos lo indicaba en la más cruel de las
manifestaciones. Su gran fondo utilita-
rio, ese sedimento de apego al dinero
depositado en su conciencia desde el
jdía del primer ahorro hasta aquel otro
en que el capital le ayudó á vivir, se
nos mostraba en todo su feroz egoísmo.
El padre era absorvido por la desmesu-
rada pasión al dinero, y el amor al hijo
desaparecía sin dejar rastros en el fondo
de aquel corazón tocado á muerte por
el temor de ver su fortuna, reunida á
fuerza de privaciones, desmembrada y
repartida entre su prole que la haría ro-
dar nuevamente por la vida envuelta en
el torrente circulatorio provocado por
las necesidades humanas.
Atesoré en el fondo de mi conciencia
esta enseñanza maldita, abrí mi pequeño
taller y al cabo de seis meses, cuando
la marcha del negocio mató en mí todo
temor de pérdida, contraje matrimonio.
Arturo, por su parte, distribuyó lo que
le había tocado en el reparto entre mi
padre y mi negocio, guardando algún
dinerito para volcarlo poco á poco en
la copa de la vida, donde lo fué escan-
ciando sorbo á sorbo, sin remordimien-
tos, gozoso de poder agregar al capital
que mensualmente gastaba, un pucho
más, como él decía. Se sabía robusto,
con fuerzas para emprender todo tra-
bajo, y no deseaba con el ahorro, que
en sus circunstancias le aparejaría pri-
vaciones, construir una base que le sir-
viera para holgar en lo futuro. Y vivía
disfrutando de todos los placeres que
le brindaban los días, sin el menor re-
paro, sin contemplar siquiera que su
organismo se degastaba con el derro-
che de fuerzas á que lo tenía sujeto.
Trasnochador sempiterno, trasnochaba
siempre que podía y cómo podía. Nunca
supe que se recogiera antes de las dos
ó tres de la madrugada y ocurrió lo que
fácilmente podía preverse: enfermó del
pecho. Fué un fuerte constipado que no
quiso atender, maguer nuestras adver-
tencias, el principio de su futura enfer-
medad. Nos creyó torpes en nuestras
prevenciones, pensando que el mal se
iría así como había venido, sin que de
su parte hiciera lo más mínimo para
conjurar sus remotas consecuencias. Sus
pulmones poco á poco empezaron á da-
ñarse y un mal día, después de un fuerte
acceso de tos, arrojó sangre en sus
esputos. El mal, desatendido, progresaba
rápidamente é inútiles serían ya todos los
resguardos. Él seguiría su curso fatal
con sus diversas alternativas de mejo-
ramiento y empeoramiento, y Arturo,
mal de su agrado, tuvo que guardar
cama, sufriendo la esclavitud que ésta
impone. Y su vida se trocó en un mar-
tirio diario. Sujeto al lecho, pudo apro-
vechar únicamente aquellos instantes
de tregua que su enfermedad le brin-
daba, y durante ellos efectuaba sus
cortos paseos á pié por los alrede-
dores de su casa, bebiendo con an-
sias el aire de las calles los días que
un buen sol templaba la atmósfera.
Después, durante el período álgido de
su enfermedad, tuvo que sufrir lenta-
mente, enclavado en el lecho, el proceso
corrosivo que se operaba en sus pulmo-
nes. ¡Y vaya si sufría! Sin esperanzas
de un mejoramiento en su salud, se sa-
bía condenado á una muerte mas ó me-
nos remota, pero que al fin llegaría, y
aun más, sintió en torno suyo el vacio
que el temor á su enfermedad provocaba
entre los que más obligados estaban á
brindarle toda suerte de cuidados y aten-
ciones.
Mi padre, temeroso de los gastos que
originaría la enfermedad de Arturo,
desde que pudo cerciorarse que estaba
irremisiblemente condenado á morir, lo
abandonó á su suerte, rehusándose á
entrar por ningún motivo á su habita-
ción, situada en su misma casa, sin tener
en cuenta que Arturo había contribuido
hasta el último momento al sostenimien-
to del hogar con sus fuerzas y el pro-
ducto de su trabajo. Así mismo impartió
las más severas órdenes para que nin-
guno se acercara al lecho del pobre
hermano desahuciado por los médicos,
á pretexto de que esto podría traer un
contagio perjudicial para toda la familia.
Únicamente yo, tocado en lo más íntimo
por esa inconsulta disposición de mi pa-
dre, me sublevé contra ella, trasladando
parte de mi taller á la hábil ación de mi
hermano, con el objeto de estar á su
lado el mayor tiempo posible. No me
detuvieron en dicha determinación ni mi
— 94 —
mujer ni los intereses que durante mi au-
sencia estarían bajo su custodia. Debía
acompañarlo hasta el final como un de-
ber ineludible impuesto por la. misma
amistad cultivada en otrora y para que
sus días no se vieran amargados por el
vacío que en torno á su enfermedad to-
dos hacían. Y durante muchos meses
consecutivos lo atendí con toda suerte
de sacrificios, alentándolo en los mo-
mentos que perdía toda fé en un futuro
restablecimiento; cuando después de un
terrible icceso de tos, abandonado por
las fuerzas, quedaba anonadado envuelto
en la fatiga cruel del esfuerzo hecho.
Fui su padre, su amigo y su enfermero,
ya que nadie quería compartir conmigo
la ingrata tarea de cuidarlo. Lo alenta-
ba mintiéndole una mejoría en su enfer-
medad, imposible de operarse; bromea-
ba sobre sus temores de muerte, y más
aún, le hablaba de un hermoso porvenir
de vida, alejado de sus costumbres an-
teriores, de su característica de joven
disipador, junto á una hermosa mujer,
su compafllera y amiga.
Era para Arturo lo que la condición
de hermano me obligaba á ser; lo que
el carifio sincero que le profesaba me
imponía como deber ineludible.
Entre tanto habían transcurrido mu-
chos meses; una Primavera y un Vera-
no. Los días de Otoño, tristes y deso-
lados, con su coh.,rte de nébulas que
ocultan la alegría radiosa del sol de es-
tío, con el fárrago de hojas secas es-
parcidas por las calles á merced de los
vientos y el adormecimiento de la natu-
raleza en su potencia germinadora, vino
en pos de los meses de esperanzas, sem-
brando de temores mi espíritu y reagra-
vando el estado de salud de Arturo que
parecía seguir en el agotamiento de sus
fuerzas, el agotamiento de la naturaleza
en su corriente de savia vivificadora.
Delgado, ojeroso, con repetidos accesos
de tos, su vida se iba acortando maguer
mis desvelos y los esfuerzos de los mé-
dicos que pugnaban por salvarlo.
L'na mañana húmeda y fría, sin sol, su
voz, tomada por el lento proceso de la
enfermedad, perdió la sonoridad de an-
taño y sus palabras no fueron más que
un murmullo silvante de hojarasca en
una fronda espesa. Y no pudo ingerir
más los alimentos, así como los reme-
dios. Desde ese día toda esperanza de
salvación debía abandonarse. Arturo te-
nía pocos días de vida, pudiendo con-
tarse por minutos sus pasos en el ca-
mino de la muerte.
En ese estado de desesperación, de
lucha horrible, pasó Arturo una semana,
hasta que una tarde, apenas vuelto del
patio donde había ido á buscar un poco
de agua, lo encontré en un período de
extrema gravedad que se prolongó du-
rante dos horas, en cuyo tiempo perma-
necí silenciosamente de pie ante su le-
cho, contemplando aquel ser que se de-
batía encarnizadamente con la muerte,
sin poder articular una sola palabra.
Después, en un momento de lucidez,
de esa lucidez que precede á la muerte,
me pidió que llamara á nuestro padre,
de quien quería despedirse. Corrí al pa-
tio donde éste se paseaba, lo puse en
conocimiento de lo que pedía Arturo y
pretextando una evasiva estúpida y mal-
vada, se rehusó á entrar en la habita-
ción donde su hijo agonizaba. Al entrar
yo nuevamente en la pieza de mi her-
mano y contemplar sus grandes ojos
abiertos y clavados en una mirada fija
en el techo, no tuve valor para decirle
la verdad, y le mentí; sí, le mentí, di-
ciéndole que nuestro padre no estaba
en casa, que hacía un buen rato que ha-
bía salido no sé á qué ocupación ur-
gente. Apenas terminé de mentirle me
miró fijamente y haciendo un supremo
esfuerzo para reconcentrar el resto de
su vida que lo abandonaba, me dijo con
palabras entrecortadas, sin una frase
de condenación para nadie y resignado
á morir sin el postrer adiós de su pa-
dre, las palabras que siguen y que no se
borrarán jamás de mi memoria.
— Acércate Ruperto . . . yo . . . me mue-
ro .. . Dile á papá . . . que me acordé de
él . . . Tü recibe mi agradecimiento ... y
reserva en recompensa ... lo qne tienes
mío ... Te pido que no le guardes ren-
cor. . . á papá. . . por lo malo que fué. . .
conmigo . . . Compadece , . . al pobre vie-
jo. . . Puede que algún día se arrepienta
y llore . . . Adiós.
No pudo continuar más. Un terrible
acceso de tos, seguido de un vómito
sangriento que bañó las ropas de la
cama, ahogó en la garganta la última
frase. Después no se movió más. Su
rostro, de expresión tranquila, parecía
sonreirme. En sus párpados cerrados
■miím':.
- 95 —
permanecía aprisionada una gruesa lá-
grima que no pudo derramarse.
Repuesto de la impresión, salí al pa-
tio, donde mi padre se paseaba con la
mayor indiferencia, le comuniqué la fa-
tal noticia y sólo á viva fuerza pude
hacerlo penetrar en la habitación del
muerto. Frente al lecho no derramó una
lágrima, concretándose á decirme que
corriera con todos los gastos que de-
mandase su entierro. Después se mar-
chó y no lo he vuelto á ver más. Sé
que vive sin remordimientos, feliz con
sus nuevos hijos, á quienes ya explota.
Ahora juzguen ustedes las razones
que me obligaron á maldecir á mi padre.
Ruperto guardó silencio. Sus oyentes
no se atrevieron tampoco á desplegar
los labios.
Perfecto López Campaña.
EL AMOR QUE LLEGA
EL AMOR QUÉ PASA
Tarde de oro y azul y rosa claro
Fuera otrora en que tú ¡oh, mi coqueta!
Oyeras de mis labios la secreta
Confesión de un amor hondo y avaro.
Y la tarde que huía, allá en el aro
De tu anillo expiró, y en la violeta
Lontananza del mar la sombra escueta
De un vapor deslizóse junto al faro.
Volviendo por los últimos breñales
Ahondamos yo en tu alma y tú en la mía
La llaga heroica de los Viejos Males;
Mientras la luncí en su claror sedeño
Surgió de la impalpable lejanía
Con rumbo á las riberas del Ensueño!
Y ya todo acabó: de aquel pasado
Sólo resta una gris melancolía;
Ni un beso, ni un adiós; lo que sonría
Al alma triste, al corazón cansado.
Tal vez alguna carta: lo estampado
En pálido satín; lo que algún día
Fué mucho, acaso un mundo, más que hoy
^ . Tdía,
Es misero papel y hasta olvidado!
Y así pasa el Amor. ¡Oh. cómo zumba
Un breve instante nada más y luego
Es paz y olvido, gran silencio y tumba!
¡ Oh, cómo es lava y resplandor y^es
[fuego!
¡Oh, cómo es rayo que al herir derrumba
Todo lo que hubo sido y no fué luego!
Montevideo.
Juan Picón Olaondo.
Musa Galante
Interrogante de rosa,
de un mar dorado á la orilla;
cincelada puertecilla
de una caja misteriosa.
Caracol: ¿que verso ó prosa
floreció como semilla
de pasión, en la celdilla
más pura de su alma hermosa?
Número tres nacarado,
¿fué mi ruego el bien llegado?..
¿No fué? Pues ciérrate, ñor,
y no dejes que en su oído
se filtre ningún sonido
que la estren\ezca de amor!
Manuel T. Pichardo.
Habana, 1906.
- 96 -
De ''Prosas 'Laudes*'
Con motivo de unas poesías de PÉREZ Y CURIS
El Verso, es el esplendor mag-
nífico del Verbo;
la armonía de la palabra, es
la iluminación radiosa de las al-
mas;
la tiniebla ascensional de los
espíritus, principia allí, donde
se extingue la vibración mágica
del Verso;
el Silencio y la Muerte son
gemelos;
el Verbo, mata el Silencio;
el V^erso, pone en el corazón
de la Muerte, la flecha palpi-
tante de la Vida;
el Verso, es inmortal;
la Vida, es Armonía;
y, toda la armo-
nía está en el Ver-
so;
3' toda la luz;
el Arte de la
Palabra, no se ha
salvado del nau-
fragio de los tiem-
pos, sino en el ba-
jel armónico del
Verso;
es por boca del
Verso, que los si-
glos han dicho la
palabra revelado-
ra;
nada se ha sal-
vado de ios gran-
des cataclismos del Olvido, que
no haya sido en las alas frági-
les del Verso;
todo el pasado grandioso vive
en el corazón del Verso;
Dios, está en el corazón del
Verso, como el tulipán en el
corazón de la magnolia;
es por el Verso, que los dio-
ses viven;
¿por quién los del Olimpo?
por Homero;
¿por quién Jehová?
por aquellos del Deuterono-
mio;
Jean Richepin
¿de dónde surgió el mito cris-
tiano?
de las estrofas rudas de la Bi-
blia;
¿los Vedas?
un bajel de dioses asiáticos;
suprimid los poetas y habréi»
suprimido los dioses;
porque el Poeta es aquel que
canta lo Irrevelado;
y, lo lleva en su corazón;
es aquel que canta lo Infinito;
Verbo de Eternidad. . . .
hoy que los dioses han muer-
to sobre los cielos y la tierra,
aun viven en el
corazón de los
poetas;
¿cuál es el dios
délos poetas, hoy?
la Belleza;
ella vive en el
corazón de los
poetas, como un
águila en su nido;
de allí sale ten-
diendo al mundo
sus dos alas, en
forma de lira, y
el espacio, se lle-
na de músicas so-
noras . . .
el reino de los
poetas, principia más allá del
reino de las águilas;
¡vamos hacia los poetas!
El firi estético de una forma
es llegar á su apoteosis: es de-
cir á la absoluta realización de
su Idea de Belleza;
de ahí la evolución;
fuera de la evolución, no que-
dan sino el estancamiento y la
muerte :
rebelarse á cambiar, es rebe-^
larse á vivir;
97 —
el castigo de esa rebelión es
la desaparición;
todo va hacia adelante; todo
cambia, todo pasa en el abismo
tenebroso de la Vida . . .
• la Belleza no cambia, pero sus
formas de expresión sí;
va en un eterno viaje hacia
el Ideal, es decir, hacia la per-
fección;
y el Arte, va con eila;
porque el Ideal del Arte, es
el Apogeo de la Beileza;
el Arte, entra en la evoiución,
y hace como la Naturaleza, de
sus series agotadas, formas crea-
trices;
y, para no kantisar mucho en
Arte, sólo diré del Arte del Ver-
so y de su evolución en Amé-
rica.
Toda época tiene su Arte, co-
mo toda estación tiene su flora;
ei Arte exterioriza el alma
de su tiempo y la modela;
toda la mentalidad de una épo-
ca está en su Arte;
¿cuál era el Arte en América,
es decir-: el alma de América,
hace veinte años?
era una alma tradicional, una
aima claustral, una alma bár-
bara;
teníamos el alma opaca, mo-
nacal, fanática y tendal, de nues-
tros conquistadores;
vivíamos en pieno siglo XVII,
ignaros y rencorosos, rimando
nuestra desesperación, entre el
mar y la montaña;
el catolicismo, nos encerraba
en el templo; ei clasicismo nos
encerraba en la Academia, y
nuestro espíritu, prisionero de
esas dos extrañas fuerzas del
pasado, no sabía cómo escapar
á estas dos formas violentas de
barbarie;
permaneciendo intelectual-
mente colonos españolos, nos
alimentábamos de España, es
decir nos agotábamos con Es-
paña y moríamos con España;
pensábamos con España; es
decir, no pensábamos;
y, como no hablábamos sino
español; es decir, no hablába-
mos, todas las formas del Arte,
y del movimiento intelectual
del mundo nos eran extrañas . . .
inmóviles, cristalizados, fana-
tizados en la tradición, no vi-
víamos, sino que vegetábamos,
con gestos lentos de larvas. .
nuestros grandes poetas, co-
mo bueyes anie e' crepúsculo,
se entretenían en rumiar la paja
seca del cla-icismo español, con
una mansedumbre atónita;
el porvenir no existía para
ellos; era el pasado el que vi-
vía en sus almas;
cuando se fatigaban con la re-
tórica roja y negra de los clá-
sico> españoles, se refugiaban
en el Agro romano, despojaban
la vacada apacib e de las Geór-
gicas, y calumniaban los poetas
latinos, traduciéndolos;. . .
era su mayor esfuerzo de ima-
ginación;. . .
después... volvían á. dormir-
se con Santa Teresa de Jesús;
ó cualquier otro clásico de su
fuste;
pennanecían candidos: reían
de buena fe con ios chistes de
Quevedo; y tenían tempestades
de hilaridad, leyendo á Don
Quijote;
¡acaso eran más felices que
nosotros!: podían aún reír;
la risa es el privilegio de los
niños;
de vez en cuando, se escu-
chaba una voz tronante, rom-
piendo el estupor de la selva;
era Olegario Andrade, que
había leído á Víctor Hugo;...
y cantaba. ..
parecía que en el río de la
Plata, hubiese caído un Sol . .
y, más allá otra vez los ru-
miantes, parafraseando estrofas
de Quintana ...
¿cómo se hizo el milagro de
nuestra redención intelectual?
los Deracinés; esos fueron los
libertadores; yo lo he hecho
constar en otra parte;
á la pluma de estos hombres,
debe la América tanto como á
la espada de los héroes primi-
tivos que la libertaron;
98
para el Verso, Darío fué como
un Bolívar adolescente, que rom-
pió las cadenas en pedazos;
la métrica, era la prisión del
Verso, y Darío, la abrió á los
cuatro vientos del horizonte;
V voló el verso libre;
Darío, fué el Walt Whitman,
del Sur;
¿su rima es hebraica?
¿viene de Mallarmé?
yo, no lo sé. . .
ni él, tampoco;
su nombre es semita, su ape-
lativo es persa; todo en él, vie-
ne de Oriente ;
aunque haya na-
cido en el trópi-
co;
¿no lo veis con
qué pasión ama
las Mil y jDtn
Noches?
¿su antecesor
fué Kalidasa?
¿fué en Sa-
koií ntala, que
aprendió á hacer
un idilio en el
cáliz de un i flor?
¿aprendió su teo-
ría mará vi I osa
entre los pája-
*'*^S»k ■
ros y las gacelas, cerca á
hay del somnambulismo, en el
divino esplendor de los poetas;
van ciegos bordeando los pre-
cipicios;
los dominan... y cantan sobre
ellos;
¡no los despertéis!
¡rodarían al fondo del abismo!
esa innovación en la métrica;
esa evolución del Verso hacia
la Libertad, fué una prueba es-
tallante de la Omnipotencia del
Arte sobre las almas;
de los hipogeos del silencio,
partieron grandes gritos;
pero, Darío
;^ triunfó;
por grande que
sea el espesor de
la bestialidad, no
resiste á los ra-
yos de la genia-
lidad;
Darío, dio, lo
que llamaríamos
el poncif de la
nueva poesía, y,
casi todas las jó-
venes intelectua-
lidades se lanza-
ron sobre él, co-
mo abejas en
demencia;
servil deshonró
las flores-perlas, y los cálices
húmedos del lotus, que rodean
el corazón panteístade Olivar si?
yo, no lo sé, pero, como en la
feria sinfónica de la pastoral
elegiaca, yo, v^o á Darío, liber-
tando la Poesía, como Wikra-
ma libertó á Apsara. en el Poe-
ma de Kalidasa;
el sortilegio del pasado es
roto también; y la Virgen se
liberta; comoen el índico
Poema;
demoler, es vencer;
y Darío fué un demoledor:
¡cómo!
¿el dulce Poeta incapaz de la
violencia?
sí;
en el Artista, obra el divino
Inconsciente;
de ahí, que su obra, es siem-
pre superior á él; lo sobrepasa;
Fernand Gregh
la imitación
á algunos;
otros, triunfaron, porque su-
pieron conservar intacto su Yo,
en el generoso entusiasmo de
la fascinación;
Darío, deja discípulos; pero
no deja herederos;
para él, parece hecha la frase
de Gourmont;
es el precursor de un gran
poeta que no nacerá jamás;
su soledad, prueba su inacce-
sibilidad;
como las cimas
Una vez, rotas las cadenas del
verso, vino el poliglotismo á
completar la evolución;
la América, aprendió á hablar
lenguas extrañas; y se dio á
pensar con pueblos extraños;
— 99 —
un gran viento de renovación,
pasó sobre ella;
la agitó; la estremeció; la vi-
vificó;
y, la selva intelectual vibró;
y, se expandió en un largo
gesto de fecundación: como una
mujer que ha concebido;
e Arte, es una voluptuosidad;
las inteligencias, se hicieron
hospitalarias;
el vuelo de los espíritus leja-
nos vino á ellas;
y, hubo una gran fraternidad
de almas sobre las tierras go-
zosas...
¡qué emigración de genio, en
aquel Pentecostés de la Intelec-
. tualidad!
llegó Mallarmé: hierático, ar-
mónico, hermético; traía un ico-
nostasio de bellezas ocultas; so-
bre su tiara de Mago fulgía el
Sol;
y Leconte de Lisie, el Ar-
quero Resplandeciente; fiero y
solitario cantor de la Belleza,
llegó diciendo:
LaBeautéflamboie, ettoutrenaiten elle,
Et les mondes encor roulent sous ses
[pieds blancs;
y, el Impasible saludado fué
por un coro de aplausos, que
partían de pechos de discí
pulos;
y, Barbey, el Gran Condes-
table de las letras, vino tam-
bién; su armadura de Cruzado
lucía al sol; y, el cóndor de los
Andes, á saludarlo vino; y, él
le tendió el brazo, como á un
hermano; y, el c ndor se posó
en él; tal un halcón feroz, en el
puño de hierro de un viejo pa-
latino;
y, el Poeta de la Justicia, que
sabe
Etre á la fois Poete et citoyen,
vino diciendo, con su gracia
encantadora, sin profundidad:
Le meilleur demeure en moi-méme,
Mes vrais vers ne seront pas lus. . .
y, un coro juvenil le contes-
tó: «nosotros te leeremos y te
amaremos, ¡oh, Sullyl»
y, lo leyeron y lo amaron;
y, el tercer Príncipe de la di-
nastía de los Poetas: León
Dierx. llegó con sus rimas arit-
méticas:
Balayant les parfums au vent
Ou qu'au dessus des jupes blanches
Un pas savant
Balance et gonfle autour des hanches;
y, la panoplia prodigiosa de
Heredia, brillo con centelleos
de joya, como un escudo de es-
maltes, en manos de nn jefe
lidio;
y, Richepin, llegó con su
Ideal, de Escándalo, y arrojó
sus Blasphéines, como una pi-
rotecnia de Titán;
y, Jean Aicard, lievó su vir-
tuosidad lírica, llena de entu-
siasmo, su poesía que:
Un murmure, un rayón, voilá ce qui le
[charme,
Une ombre le met en pleurs. . .
y, Edmond Haraucourt, emi-
gró también con su Ame Nue,
hacia las selvas vestidas, di-
ciendo á la Naturaleza Impla-
cable:
J'ai crié vers la Terre: Aieule, ó bonne
[aieule!
Déesse de nos dieux, toi la Rhée et
irisis.
Toi que fais refleurir les bluets dans
[l'eteule
Et susurrer la source au fond des oasis;
y, la inasible melancolía del
Bravante, llegó con Rodenbach,
en un horizonte de canales dor-
midos, llenos de nostalgias, y
dijo voces de la Muerte...
Las! la rose de mai, je la sens défleurir!
Je la sens qui se fane et je sens qu'on
[la cueille!
Mon sang ne coule pas; on dirait qu'il
[s'éffeuille,
Et je défaille et j'al sommeil d'un peu
[mourir...
y, Henri de Régnier, llevó
las flores de su rosal cantante:
Un- petit roseau nf a suffi
A faire chanter la forét;
y, llegó Moréas, el caballero
del Gesto, con sus rimas helenas,
y habló á los vivos diciendo:
Les morts m'écoutent seuls j'habite les
[tombeaux;
100
y, Verhaeren apareció, con su
flora de acuarium, sus paisajes
de colorido acre, como ardidos
de sol, sus ciudades tentacula-
res, levantadas como tiendas
bajo la hostilidad de un cielo
palestino,
Comme des fleurs trop enormes, trop
(massives,
Trop sJéantes pour la vie...
y, el elíseo y taciturno Albert
Sámain, con su juventud enfer-
ma, color de sepulcro, emigró
también y, á su llegada:
Voici que les jardins de la Nuit vont
[fleurir;
y, florecieron
Fleurs suspectes, miroirs ténébreux...
y, Emanuel Signoret, y de
Bouhélier, y Fer-
dinand Gregh, y
Viélé-Griffin, y
Maeterlinck, y /'
des Essarts, y Le /
Goffic y Vicaire,
y le Cardonell y -
Cantacuzéne, He- '
garon últimos,
como venidos de ^ ^
un Bagdad Ideal,
cargados de pe- \
drerías finas y \
multicolores, de
extrañas sede-
rías, cambiantes,
color de lejanías,
y, dijeron:
Sully-Prudhomme
Que le désír est grand dans nos ames
Imuettes
De leur diré en pleurant, aux amis des
[antans,
Que nous les aimons bien. . .
...y, con ese Éxodo divino,
aparecieron grandes claridades,
sobre el sueño imposible de las
almas, y un casto y doloroso
deseo de cantar así, se apoderó
de ellas;
y, hubo escuelas y cenáculos;
y, una gran aurora de inte-
lectua idad, llenó el cielo todo;
y, la Nueva Poesía, nació.
Alucinante, como el Misterio;
embriagante como una Vid
de Intelectualidad;
la Nueva Poesía viene á nos-
otros;
llega con las arborescencias
ornamentales de su estilo, en
cuyo cielo continuo de Visión,
se tienden las perspectivas opu-
lentas de una superposición de
visualidades amorfas;
todo el deseo del Arte nuevo,
todo el encantamiento de los
artífices de la Belleza, se mues-
tra en la Poesía actual, con su
esfuerzo profundo de crear, y,
su voluntad de vivir , como di-
ría la fórmula espenceriana; el
romanticismo clásico, ya cadu-
co y vencido, recula en el ho-
rizonte, hasta perderse de vista,
y, expira sobre
su fondo agotado
de creaciones.de
imágenes y de
vida;
el coloniaje li-
terario, está ven-
cido hasta en el
corazón, por es-
ta ola espléndi-
da y triunfal de
poesía, fresca é
mtensa, revela-
triz de íntimas
armonías, de
creaciones tras-
cendentales y
simbolismos pro-
fundos;
en el sonoro silencio, las vo-
ces musicales de los artífices
supremos, suenan sobre las rui-
nas de la mole secular, como
un vuelo de águilas sobre una
selva en letargo, y, brillan como
una larga huella 'de esplendor,
cual una cauda de sol, sobre
parajes extintos;
el intenso desenvolvimiento,
el afinamiento sutil de estanueva
versificación enamorada de los
reflejos, de las sonoridades, de
las disparidades cuasi parado-
jales del ritmo, que fija en imá-
genes centelleantes y durade-
ras su labor dolorosa y signifi-
- 101 -
cativa, su noble gesto de infi-
nita armonía, desconciertan á
aquellos que no alcanzan á ver
su misión trascendental, su alta
virtud reveladora, evocatriz de
los profundos misterios del e?
píritu, de los mundos ignorado^
de la Belleza, ofrecida á las al-
mas inquietas, como una gran
flor odorífera en el lento silen-
cio de un horizonte de Fata-
lidad;
nuevos modos de expresión
se han creado; nuevas tonalida-
des sinfoniales de la palabra;
hemistiquios raros; epitetismos
triunfales; todo un mosaicismo
de coloraciones verbales, que
son como una audición de pa-
rábolas armónicas, llenas de una
virtud fecundante y lúcida, de
un gran poder ascensional ha-
cia la Idealidad—Soberana Dig-
nidad—del Espíritu;
la vieja barbarie escolástica,
con sus sollozantes palinodias,
y sus abyectas senilidades, des-
aparece; sus raros supervivien-
tes, hechos ya inertes por osifi-
cación, se repliegan lentamente,
ante este resurgimiento de vi-
talidad, ante este grito de la
especie, alto y sonoro, vibrando
en el horizonte profético, ante
este gesto victorioso, que es
cómo una gran potencia de Glo-
ria, llena del sentido abstruso
de la Vida;
las alas de la Victoria, están
tendidas hacia las cimas futu-
ras, y á ellas van;
un gran sueño de dominación,
un designio prepotente de ser
y de vivir, van encarnados en
esa voluntad de innovar, que
distin^e á todos los rimadores
actuales;
hay una transfiguración de
Fuerza y de Belleza armonizan
tes, en ese grito de Triunfo,
con que el grupo electo, tiende
al mundo la copa de la Inspi-
ración, llena del vino nuevo,
con el cual han colmado la sed
de sus labios sitibundos y vo-
races;
y, la insólita vibración de ese
arte nuevo, repercute difusa y
vencedora como un gran him-
no sagrado bajo bosques de
laurel;
y, esa agitación dominatriz,
grande y agitada como un mar,
ha conquistado un mundo;
porque ¿qué gran poeta dig-
no de ese título, hay hoy en
América, que sea cultivador de
las rimas arcaicas y de los si-
mulacros candidos de la vieja
métrica española?
ninguno. . .
y, he ahí que un Poeta llega;
un Poeta casi adolescente, con
las manos cargadas de rosas lí-
ricas, que arroja ante el altar
de la Belleza, como un niño de
coro, que sembrara de pétalos
el ara donde se alza el Taber-
náculo;
cada corola es una Sinfonía;
donde canta la gracia de las
rimas;
el perfume de sus rosas es
melódico, y en él se mezclan
los perfumes agonizantes de la
pureza adolescente y el acre
perfume de los jardmes de la
voluptuosidad, donde se mue-
ren azucenas pálidas;
y, nos dice las cosas de su
corazón;
y, nos cuenta los estremeci-
mientos de su carne, en un li-
bro lleno de exquisitas músicas,
de esfuerzos de originalidad fe-
lizmente triunfadores, de ideas
sonoras y ritmos nítidos, de ver-
sos llenos de Eternidad, en vue-
lo hacia la Suprema Belleza. . .
en este momento artístico, de
aparición de Vida Ideal, un li-
bro así, lleno de ritmos rojos,
saturado de rebeliones, pletórico
de energías altas y fustigadoras,
de savias de renovación, de eflu-
vios creadores y triunfa<4ores,
pide ser saludado con emoción,
por las almas de élite, á quie-
nes el sueño de la Belleza obse-
siona, y el alma bermeja de la
Libertad dice al oído, sus sílabas
amantes, sus sílabas eternas;
— 102 —
Pérez y Curis: tal es el nom-
bre del Poeta;
«La Canción de las Crisáli-
das»: tal es su libro;
es un libro voluptuoso, vesti-
do de Ideal; tiene la Omnipo-
tencia de un bello sueño, lumi-
noso y dulce;
el joven y límpido talento de
Pérez y Curis, exaltado de sue-
ños tiernos, inquieto del miste-
rio profundo, que pasa como
una caricia por sobre su cora-
zc3n; consciente de la hora te-
rrible v crepuscular en que vi-
vimos,'canta su Ideal, y el vuelo
de su \^oz, sube como un canto
en la noche, hacia el cielo en-
sanurentado.. .
bajo el velo tio-
resccnte de su dia-
léctica, se mues-
tra un pagano ex-
quisito, lleno de
sensualidades y
de rettnamientos,
ligero y profun-
do al mismo tiem-
po, así como un
canto de Melea-
gro que fuese di-
cho en la majes-
tad de una cam-
piña, á la hora
vesperal;
un soplo del te-
nebroso y armonioso infinito,
revelado en su trémolo ince-
sante, únicamente á los crea-
dores del grande estilo, vibra
en sus versos;
la inquietud obsesionante de
la carne, envuelve como un pé-
plum de voluptuosidad el libro
todo;
refugiado en la soledad alta-
nera de su pensamiento, su or-
gullo de efebo olímpico, parece
no humanizarse sino al contac-
to de la mujer, y, aun allí per-
manece alto, dominador, dueño
absoluto de sus sensaciones y
de la expresión rítmica de ellas;
la caricia violenta de esas es-
trofas, os deja en el alma un
largo estremecimiento de vo-
luptuosidad, como si manos so-
LÉON DiERX
ñadoras de mujer, se deslizasen
lentamente hasta vuestro cora-
zón;
no hay en la teoría sinfónica
de esas estrofas de odorante
primavera, las huellas inol vida-
das de otras musas, como su-
cede á los poetas jóvenes, que
sienten el deslumbramiento de
la admiración y van tras el
Maestro, por ei sendero de la
imitación, recogiendo las rosas
de su esiilo, para modelar so-
bre ellas sus creaciones;
no;
Pérez y Curis, permanece per-
sonal, en su modalidad litera-
ria, esquivando todo contacto,
que pudiera do-
minar y esterili-
zar las vegetacio-
nes vírgenes de
sus versos, plenos
de humanidad;
su estilo poéti-
co, lleno de armo-
nía, exquisito de
imágenes, es bien
suyo; y en ese Im-
perio de su len-
guaje personal,
permanece autóc-
tono, por el fondo
y por la forma;
ni de Darío, el
Príncipe del
Verso;
ni de Ñervo, el Cenobiarca
espiritual, guardador de rimas
mágicas;
m de la pompa salomónica de
las estrofas de Lugones;
ni de la bruma rneniana y el
hamletismo ibseniano de Díaz
Romero;
ni del lirismo épico de aquel
Hugo nuestro, que es Díaz Mi-
rón;
ni de aquel contagio de Amor
y de Belleza, que hay en las
rosas orientales de Santiago Ar-
guello;
ni de la poesía fluvial y es-
plendorosa de Chocano;
ni del simbolismo acre y pro-
fundo de las creaciones de Jai-
me Freiré;
- 103
ni de la nostalgia violenta de
aquellas apasionantes y apasio-
nadas « Rosas del Crepúsculo »
de Carlos Ortiz;
ni de la maravillosa flor de
Dolor y de Genio, que fué aque-
lla alma-cáliz, que se llamó José
Asunción Silva;
ni de la Belleza Inerte de las
estrofas sin alma de Guillermo
Valencia;
ni del esplendor y la paleta
de ese paisajista psicológico,
lleno de formas bellas, que es
Blanco Fombona;
de ninguno de nuestros gran-
des poetas hay el contagio, en
aquel libro, lleno de belleza in-
terior, donde cada verso es un
estado de alma, una síntesis
musical, llena de realidad, y
sugestiva de símbolos;
no le busquéis tampoco ante-
cesores, entre los poetas france-
ses, que tan marcada influencia
han ejercido en el movimiento
intelectual de nuestra época;
ni el mosaicismo arábigo y
polícromo de Gautier, aquel Sa-
iambó de la frase;
ni el huguismo hebraico y
pampanífero de Mendés;
ni el olimpismo invivido de
Leconte;
ni el parnasianismo de Sully;
ni de Baudelaire, ni de Here-
dia, ni de Régnier, ni de Mo-
réas, ni de Gregh, hay allí;
aquella fuente de lirismo vo-
luptuoso y directo, brota ella
sola del corazón del Poeta, como
de un divino manantial, abierto
en el halda maravillosa del Ve-
suvio;
adorador ferviente y puro de
la Belleza, él gusta de diade-
marla con sus sueños, pero por
sus propias manos adolescen-
tes, creadoras de un divino pres-
tigio;
la flora violenta de su estilo,
no tiene las opalescencias con-
vencionales, de cierta flora ané-
mica con que tanto espíritu sin
fuerza, decora el horizante glau-
co de sus visiones, en una pa-
noramia de delicuescencias;
no;
los versos de Pérez y Curis,
se dirían una flora de sangre,
sobre una montaña fiera;
el Arte mórbido de los escri-
tores de decadencia; el precio-
sísimo verlainiano de las almas
sin rayos, llenas de exquisite-
ces moribundas; la gracia inge-
nua y melancólica, de ciertos
poejtas, no sin mérito, que hoy
llenan de raras armonías nues-
tro Parnaso, no imperan en
esas páginas, llenas, sin embar-
go, de una gracia noble, y refi-
nadas y sutiles, como un tósigo
oriental;
conmovidas, sin dejar de ser
elevadas, las rimas de Pérez y
Curis permanecen absolutamen-
te humanas, dentro de su Idea-
lidad, que es como una luz
blonda, en un cielo de hilari-
dades;
algunas tienen la rigidez de
un acero casto, que tuviese la
suavidad de un lis;
son como rosas de humani-
dad, hechos para coronar la
frente de un sueño único : el
Ideal;
en ese poeta de veinte años;
tan maravillosamente esplén-
dido, yo, alcanzo á ver un fu-
turo luchador;
ese boiíquet de flores turba-
doras y capciosas que ho}' nos
brinda, parece me como la em-
puñadura de una espada, pronta
á florecer en im lirio de sangre;
en él, como en Néstor Carbo-
nell^ como en Arturo de Carri-
carte, como en Moreno Alba,
como en Emiliano Hernández,
yo, veo los hombres de un poe-
ma por vivir, más que de un
poema por cantar: los hombres
capaces de «vivir su sueño he-
roico»;
aquel que sabe hacer de su
genio una espada, para atrave-
sar con ella, el corazón del Mal,
es el único hombre digno de
vivir;
versos de pasión y no versos
de genuflexión, son los de Pé-
rez y Curis;
104 —
mañana nos dará su Verbo
de Rebelión;
en él, sus cualidades de Be-
lleza, van hacia sus cualidades
de Fuerza; y se hallarán;' y. el
vértigo de esa confluencia, será
enorme;
el alma ardiente y tumultuo-
sa de este Poeta, demasiado se-
vera par.i las bajezas de su
tiempo; su sueño, rojo, como un
río bajo el incendio del cre-
púsculo; su lengua indócil á la
domesticidad de las palabras y
reacia á entrar en servidumbre,
serán pronto, en los giros des-
mesurados de una prosa de
combate, el castigo y el escollo
de aquellos cantores de lira tur-
ca, que pululan entre nosotros,
al pie del trono mal seguro de
los tiranos adventicios, y en
cuya métrica:
Traitres sont les mots, laches les verbes.
lis ne font que bégayer nos maux.
Es la hora de
que la Poesía,
cumplasudestino;
Babilonia, cele-
bra su Victoria
Fatal;
hay que ir con-
tra ella;
hay que hacer
del entusiasmo es-
tético, un entu-
siasmo bélico;
hay que renun-
ciar á las gracias
accidentales y
precarias del Ver-
so que no dice
nada, para alzar "^^ry de
paralelas á las estrofas de la Be-
lleza, las estrofas de Venganza
en una asíntota á io Inñnito;
hay que despertar el alma de
la Cólera, que duerme en el
fondo de la estrofa;
los poetas, han envilecido mu-
cho el plectro en América . .
es tiempo de redimirlo de ig-
nominia;
¡no hay' poetas rebeldes!
¡no hay poetas heroicos!
¡apenas hay poetas dignos!
frente á los despotismos, los
unos se han envilecido por de-
bajo de toda palabra...
los otros se han envuelto en
una feliz beatitud, y sobre ma-
res de sangre, cantan la blan-
cura de las rosas ... i
otros callan. . .
¿su silencio es una protesta.^
el silencio es estéril;
los más viles,
continúan en deshonrar su Mu-
sa, con un corazón de Miedo
apasionado de Injusticia;
¡vergtienza sobre su Musa!
ellos, han hecho de la inspi-
ración una hacha, y con ella
han decapitado la Libertad;
es tiempo de que los poetas
de genio, vengan á rescatar
esa Tmtnira Victoria . . • •
Yo, sé que entre esos legio-
narios de Verbo Acre, como
un viento de borrasca, Pérez y
Curis, será de los
primeros, en ir
con el fausto ce-
gador de suses-
trofas suntuosas,
, contra los histrio-
nes imperiales,
haciendo de su li-
ra una hacha de
* resplandores épi-
cos;
lejos de la Ter-
nura;
lejos de la Pie-
dad;
como un .Sol:
Implacable. .
toda palabra
que no va hacia la Libertad, no
es una Palabra;es un ruido:
y, debe perecer en el Silen-
cio: Ignominiosamente;
toda justicia es Belleza; toda
Belleza, es Libertad;
cuando se dice bello, se dice
libre;
esa es la esencia del Arte;
donde acaba la Libertad, aca-
ba el Arte,
hagamos obra de Libertad,
Régnier
105 -
para tener obra de Belleza;
demos un fin alto á nuestra
vida;
vivamos heroicamente;
con energía y plenitud;
gloriosamente.
Orestes Baroffio
Nuestra revista está engala-
nada hoy con una hermosa pá-
gina pictórica, obra que á Pé-
rez y Curis ha dedicado este
excelente artista. Hemos visto
el original concebido con un
gusto tan altamente sugestivo
cuidado con tal esmero, cjue
a hecho nuestra admiración.
Es un divino paisaje. La albo-
rada vive en él, misteriosa, ex-
I
presiva, y lo anima con el pa-
lor difuso de su luz. El espíritu
panteístico de Corot y el dulce
genio de Hobbema se exterio-
rizan en ese paisaje con una
gracia conmovedora y tierna.
DEIL SII-ENCIO
¡Oíste mi amarga risa
Y negaste una sonrisa
Cual melancólico adiós,
Dado á un alma soñado ra
Que se aleja de la aurora
Para ir, de la sombra, en pos!.
Hiciste bien; preferible
Es, á una dicha imposible,
La indiferencia cruel;
Roto el dulcísimo encanto,
Tiéndase el piadoso manto
Del olvido, sobre aquél.
Por eso ya no te miro,
Por eso ya no suspiro
Ni palidece mi faz;
Cuando brilla en tu pupila,
Como fulgor que escintila
Una mirada fugaz.
No pudo ser. ¡Es la vida!
Y aunque el alma no te olvida,
Se consuela en su orfandad;
Como un recuerdo bendito,
Conservo tu nombre escrito
Que beso en la soledad!
Ismael Cortinas.
- 106 -
EMILIO FRUGONI
Murió de amor...
i Cómo ardían de amor los corazones
por la pálida virgen soñadora,
cuyos ojos diríanse la aurora
asomada á sus clásicos balcones ! . . .
¡ Cuántas almas henchidas de ilusiones
cayeron á sus pies, hora tras hora,
y ante una indiferencia abrumadora,
huyeron á enterrar sus desazones 1
Pero día llegó en que por sus ojos
cruzó, como un fatal deslumbramiento,
la visión que soñaron sus antojos . . .
Fué, entonces, por querer, muj desgraciada ;
sólo puso en morir su pensamiento,
¡ y se murió de amor, la muy amada !
Emilio Frugoni.
— 107— v-V^..
Amores huérfanos
Estoy desconsolado; la pena me consume;
una extraña amargura mi pensamiento llena;
tengo ganas de verte, de sentir tu perfume,
decirte mis amores y confiarte m.i pena.
El día es muy hermoso pero yo no me alegro;
nunca sentí mi alma tan desolada, nunca;
todo me causa hastío, todo lo miro negro,
porque sin ti mi vida es una vida trunca ...
Fermentan en mi pecho los celos punzadores,
y en el alma se clavan mil agudos abrojos ...
Yo feliz moriría de este dolor de amores,
pero en tus dulces brazos, mirándome en tus ojos !
Pasó una ave cantando una canción muy triste,
era ese canto dulce y á la vez gemidor:
si esa pobre avecilla en tus jardines viste,
sabrás como se mueren los enfermos de amor . . .
t
Hay en un árbol viejo que un tiempo fué florido, j
un nido desgarrado, sin calor y desierto ... J
Siempre causa tristeza la soledad de un nido,
porque son los despojos de algún amor que ha muerto ! -^
Ese nido deshecho por la tormenta fiera,
fué albergue venturoso de una ilusión en flor;
hoy no queda allí un resto de ensueño y primavera;
¡ que no pase lo mismo con nuestro pobre amor !
Una nube que pasa... una hoja que rueda,
nos hablan de lo frágil de la ventura humana . .
Acaso hoy en tu pecho ninguna ilusión queda, *
y por otros amores me olvidarás mañana !
A. Mauret Caamaño.
Santiago de Chile.
m- ■-%
- 108 -
l,e roi de Thulé
11 était un roi de Thulé,
A qui son amante fidéle
Legua, comme souvenir d'elle,
Une coupe d'or ciselé.
C'était un trésor plein de charmes
Oíi son amour se conservait:
A chaciue fois qu'il y buvait
Ses yeux se reniplissaient de larnies.
Voyant ses derniers jours venir,
II divisa son héritage,
Mais il excepta du partage
La coupe, son cher souvenir.
II fit a la table royale
Asseoir les barons dans sa tour;
Debout et rangée a rentour,
Brillait sa noblesse loyale.
Sous le balcón grondait la mer.
Le vieux roi se leve en silence,
II boit, frissonne, et sa niain lance
La coupe d'or au flot amer!
11 la vit tourner dans l'eau noire,
La vague en s'ouvrant fit un pli.
Le roi pendía son front páli . . .
Jamáis on ne le vit plus boire.
(JÉKAKÜ 1)K NkKVAI..
Angkl Falco
Homero
Era una vez un ciego, vagando por la Tierra,
Con su gran lira en hombros, á modo de una cruz,
Y así por las montañas, el páramo y la sierra.
Envuelto en sus tristezas, como en fatal capuz !
Cantó para los héroes, cantó la Edad que cierra.
El peplum de la fábula en broche de áurea luz,
Y al par del mago Orfeo, diz que á la voz de guerra,
Hasta las mismas fieras, doblaban el testuz!
La Muerte enamoróse de aquel gran vagabundo;
Jamás Volvió á escucharse su paso por el mundo
Porque sobre él cayeron las noches de Ilion ;
Pero su alma hecha ritmo perdura todavía,
Y es así que de entonces más hondo se diría,
El salmo de las olas y el trueno de Aquilón !
A. Falco.
— 109 —
De <«edio de Aldea"
(Novela Nacional)
FRAGMENTO
Miguel se calzó sus botas nue-
vas, de cuero de búfalo, se peinó,
se sacudió las bombachas, le qui-
tó una mancha á su saco, y bien
arreglado, se fué de visita al
rancho de la «Zapo Relleno».
Natalia estaba en la puerta,
mirando hacia el camino que
conduce al Paso Real del Car-
pinterí". por el cual se veían
ga op r varios ginetes en direc-
ción á «La Paloma».
Se dieron las buenas tardes.
De pronto, Miguel, como si hu-
biera sido violentamente impre-
sionado le dijo: «Pucha que'es-
tás linda, china!»
Ella hizo un gesto frunciendo
la boca, 'y entre contenta y eno-
jada le contestó:
— Entra, sentáte.
Natalia era hermosa, sobre to-
do maciza; alta, fuerte, bien di-
bujadas sus redondeces: una
belleza silvestre, en plena flo-
rescencia!
Y de pié, siguió mirando ha-
cia el camino; le interesaba
aquel pelotjn de hombres que
avanzaban.
Esto incomodó á Miguel.
— Entra vos también — le dijo —
ya llegará esa gente.
Los dos entraron, tomando
asiento en el mismo banco. Mien-
tras se miraban en silencio, Mi-
guel le cogió una mano y en
voz baja le dijo:
— Dame un beso, nena!
— No, no; no me hables de ter-
nuraS"le contestó ella.
— Ingrata, — le dijo Miguel sol-
tándole la mano-mas de pronto,
se la cogió otra vez y apretán-
dola fuertemente:
— Estoy ganoso! le dijo — y le
estampó un sonoro beso en'ple-
na mejilla.
— Propasao, bellaco! — gritó Na
talia-y levantando la mano libre
le dio una bofetada.
— A ese precio — díjole Miguel
con calma-te daría tantos besos,
como espinas tiene un tala!
Se amaban.
Desde e día en que regresó
Miguel de la estancia del coro-
nel Carrasnel, triunfante, platu-
do, luciendo golilla «azul», ella
se le había entregado; le fué
simpático aquel mozo fuerte y
sano, famoso entre el paisanaje,
amigo de «pencas», y solía de-
searlo con un cariño en el que
había algo de la fiereza charrúa.
En esto, apareció Jacinta. Ves-
tía pollera azul y bata celeste;
era alta y fornida; tenia los se-
nos muy desarrollados, la cintu-
ra gruesa, dibujándose fuerte-
mente las caderas; la cara re-
donda, ojos vivos y alegres, la
nariz llena, la boca grande, som-
breado el labio superior por un
bocillo negro, sedoso, que se ha-
cía perceptible á la distancia,
dientes magníficos, menudos y
parejos. Una admirable cabelle-
ra negra y tupida como alón de
cuervo, la coronaba.
— Como te vá, Miguel — le dijo
Jacinta saludándolo.
— Aquí andamos . . pasando el
tiempo — contestó aquel.
— ¿Has estado por San Gre-
gorio?
— No; hace tiempo que que no
voy al otro lao del «Rionegro».
Al contestarle, Miguel miraba
con insistencia á Natalia.
— Estás muy aquerenciado á
las casas! — díjole aquella
Miguel hizo un movimiento in-
voluntario y contestó:
— Ando por hacer un viaje á la
«Capilla de Farruco» y de ahí
al Cordobés; tengo que dir á lle-
*■*•■
— lio
var unos encargues del viejo.
—Tu yegüita está muy flaca . .
^cómo te vas á lucirl— y añadió
Jacinta — vos no confesas que de
paso te darás una vueltita^ por
la «Humedad»., .de seguro que
á la Eusebia se le vá á reventar
el corsé de f)uro orgullosa! . . .
Aludía Jacinta á otro pueble-
cilio de dolor y miseria inme-
diato á la Capilla de Farruco,
situado en la 7.^ sección del de-
partamento de Durazno, donde
se reproducían las mismas esce-
nas de «La Paloma». La Eusebia
nombrada, era una moza de
gran fama, por la que, en tiem-
po de esquila-(cuando el paisano
anda con dinero) -los hombres
andaban á tajos y puñaladas.
— Esa rosa tiene espinasl — dijo
Miguel refiriéndose á la Eusebia.
Natalia, roja de ira, sin poder-
se contener, le dijo:
— Anda, anda no más con tu
Usebia; mátale los piojos! —
Ella sabía bien la historia de
aquella Eusebia, por la cual tres
paisanitos jóvenes se habían
despanzurrado una ardiente
siesta del mes de Diciembre.
Había sido una «gurisa» huér-
fana de padre y madre, criada
por caridad en el rancho de una
morena, en el pueblecito de la
«Humedad», donde había nacido.
Se crio «de patita en el suelo»;
toda desgreñada, sucia, chapa-
leando barro, cruzando campos.
Cuando fué mocita, un buen
día, se alzó con ella un esquila-
dor y andando de aquí para allá,
llegó al Durazno, donde estuvo
varios años, desempeñando
diversos oficios. Luego fué la
querida de un teniente del Re-
fimiento de Caballería destaca-
o en ese punto, hasta que un
buen día, se separó de sn aman-
te V se marchó á la «Humedad»,
en la diligencia del Cordobés,
llevando tres baúles llenos de
buena ropa. Y allí reinó con es-
plendor soberano, queriendo bo-
rrar sin duda su negro pasado.
Contaba solo 19 añosl
Fuertes ladridos de perros.
poblaron el aire; los ginetes que
venían del Paso Real de Car-
pintería pisaban la orilla del
pueblo, y todos los perros de la
vecindad se alborotaron.
Natalia y Jacinta se echaron
fuera del rancho; todas las de-
más mujeres se habían volcado
fuera de sus chozas, y estiraban
sus pescuezos olfateando el aire.
Los ladridos despertaron á la
«Zapo Relleno» que dormía á
pierna suelta una siesta tranqui-
la; salió afuera toda azorada, su-
dando, roja; también ella quería
saber lo que ocurría.
La «Nutria» y la «Zorra Ato-
rada» permanecieron en la puer-
ta de sus covachas alargando sus
narices para oler bien: las intri-
gaba la presencia de aquellos
recién llegados.
De pronto la «Nutria» diri-
giéndose á la «Zorra Atorada»
le dijo:
— Esos traen platita en los cin-
tos; montan caballos goí"dos, con
güen herraje.. . . A la cuenta q'
son troperos —
—A la verdad comadre— con-
testó la «Zorra Atorada».
Los qué llegaban, eran efec-
tivamente seis troperos, y venían
con los caballos bañados en
sudor.
El pueblecillo estaba albo-
rotado.
Había una razón, pues, para
descansar y tomar un mate, la
suerte se volcaba!
Antes de detenerse dieron
una vuelta por la orilla del pue-
blo, y luego, se dirigieron rec-
tamente al rancho de la «Zapo
Relleno».
Esta, que había conocido á
uno de los hombres, por la ca
balgadura que montaba-un tos-
tado malacara — ¡Viene Maneco!
— dijo en voz alta.
José Virginio Díaz.
Montevideo.
- 111 -
VÍCTOR BONIFACINO
Arquitectura Humana
A Papini Y Zas.
Las voces del abismo, gigantemente extrañas,
Surgiendo de lo oscuro retan á las montañas.
El mar, el océano con su furor salvaje
. "'S'
112
Se baten con el muro de la roca. El oleaje
No puede. El granito es potente y destruye las olas.
En las ciudades regías, inmensas catedrales,
Soberbios monumentos; palacios colosales
Que el arte humano eleva,
Resisten á los fuertes embates de los vientos.
En el océano humano
Hay rocas que contemplan al astro como hermano,
En la ciudad humana,
Hay regias catedrales; sin mitos precedentes
Sin cruces que coronen sus torres emergentes,
Torreones que en la ruta del alma, se levantan
Para anunciar caminos
A todos los que piensan y á todos los que cantan.
La vasta arquitectura del alma y de las cosas
Tiene serenas formas
Graves y misteriosas.
Líneas preestablecidas por infinitas normas,
Hay hombres cual montañas, inaudita grandeza
El tiempo da á esos hombres, se llena de entereza
El bronce que modela
La forma de esos seres.
Los hay que son severos cual templos. En su humano
Saber hay la grandeza del astro, y del gusano
La pequenez exigua.
El alma de esos hombres jamás se vuelve antigua ;
, Llegan como los ríos
Al mar de las edades
Siempre con aguas nuevas.
Otros que en su imponente gravedad de montaña
Son dulces como un niño; como una flor extraña
Perfuman lo que tocan.
En esos grandes seres
Hay la razón que manda
El corazón que siente y el brazo que ejecuta;
Cual una gran batuta
Al cósmico concierto
Conmueven; á su paso,
Da flores el desierto ;
Para esas grandes almas jamás llega el ocaso.
Víctor Bonif agino.
-*«;■■"
- 113 -
Página artística
- 114 -
El alma del Baccarat
¿Por qué soñamos cipreses,
Tantas taciturnidades,
Anémicas palideces
E ignotas inmensidades?
¿Por qué soñamos, amado
Todo lo triste y lo vago?
Nunca soñamos un prado,
Nunca una fuente ni un lago. .
Siempre amamos la quietud
De los parques solitarios;
O el quejido de un laúd,
Los vértigos ofréndanos.
Abandonemos, amado.
Nuestras extrañas neurosis;
Vivamos en el pasado
Griego, de las apoteosis.
Evoquemos los festines,
Las orgías extinguidas,
Y al son de azules violines
Cantemos las cosas idas.
Evoquemos la alegría
De los clásicos festines
Y dejemos la agonía
De todos nuestros splines
Dijo la amada aquel día
Que siempre recordará
Para Julio Raúl Mendilharsu,
evocador de lejanas elegancias.
Cuando en su copa bullía
El alma del baccarat.
(Dijo la amada aquel día
Cuando en su copa buhía
El alma del baccarat)
Cuando la vi al otro día
Eran sus ojos azules
Una inmensa nostalgia;
¿Aun cantaban sus bulbules?
Y me dijo lentamente:
Devuélveme mis cipreses;
Venga la luna á mi frente
Con todas sus palideces.
Y mis vagos ruiseñores
Y mis santas nostalgias,
Los perfumes de las fiores
Que inciensan mis agonías.
Devuelve, amado, á mi alma
Tu azul taciturnidad
Y sea una fuente calma
En medio á la soledad.
Oh, devuélveme, mi amado,
Mi sueño del más allá . .
Y yo le llevé angustiado
El alma del baccarat.
José G. Antuña.
— 115
Glaro de luna
fcj^'^y.^--- ; — (~' - - I, V'
Altas y melancólicas virtudes . ^,-
velan junto á la tumba de mi amaáa
y sobre su ataúd pone la luna
una corona de sonrisas blancas, c
De los cipreses lúgubres y escuetos
que en el silencio se me antojan almas,
parece que bajara lentamente,
como un escalofrío, la Esperanza.
¿Será verdad que ha muerto la divina
musa de luz que la ilusión me daba?
¿Será verdad que ha muerto la que tuvo
síntesis de Universo en la mirada?
Sobre la losa lúgubre y silente
ha caído la flecha de una lágrima
pero no me responde desde el fondo
para consuelo de mi angustia, nada.
Sin embargo en las noches apacibles
que recuerdan las horas de la infancia,
resurjen las burbujas cristalinas
de los primeros juegos de palabras.
Y desde los cipreses pensativos
que en el silencio se me antojan almas,
parece qne bajara lentamente,
como un escalofrío, la Esperanza.
Manuel Ugarte.
Despo¡os
Sobre este mar que alegremente brilla
dorado por las luces del ocaso,
inclínate, mi bien ! i, de la orilla,
mira la arena de su fondo raso.
Hai un barco ¿lo ves? Él, á las brisas
de una tarde, partió raudo i esbelto,
i hoi está en los abismos hecho trizas
partido el casco i el velamen suelto . . .
¿Esa es la triste, inexorable suerte
de quien en brisas pasajeras fíe?
¿Sólo es la negra i pavorosa muerte
la que en lo azul del horizonte ríe?
— 116 —
No lo sé; pero en mi alma, cuando calla
el íntimo latir i silenciosa -
su clara inmensidad de playa á playa
sin una leve ondulación reposa,
Tú verás, destrozados en la hondura,
las velas blancas i los toscos leños
que irguieron en su ingenua arboladura
los bajeles perdidos de mis sueños!
Miguel Luis Rocuant.
Santiago de Chile.
Al mar
Muchas noches, sentado en tus riberas,
oyendo el bronco son de tus oladas
sentí sobre mi espíritu agitadas
en confusión mis cuitas y quimeras.
Me han hecho recordar tus plañideras
espumas, cuando mueren enlazadas,
que así mis ilusiones nacaradas
del mundo fueron ondas pasajeras.
¡Inmensa soledad, mundo ignorado!
¡Desierto colosal sin una palma
que le preste su abrigo al desterrado!
¡Nivelador de valles y de montes,
inunda los abismos de mi alma
y bate sus nublados horizontes!
Pedro Erasmo Cailorda.
. -.>.^JKfei-i.<wwmw**rfr^»
.j^fíS;>f»*íñ^ííwf«ís:^^<ífí«b.«^*y^ ¿
Oe "Irma
99
(fragmento)
Callan los rifles : Empeñados
en aquella persecución,
los ginetes mejor montados
se adelantan á su legión.
Siguen detrás del fugitivo
de quien admiran el valor,
y aprisionarlo quieren vivo
si lo cercan en derredor.
Mas se prolonga la carrera;
ya sólo tres siguen en pos
de aquel que cruza la pradera
bajo la mirada de Dios 1
Pero los tres son campeones
que lustre dan á su escuadrón,
y en sus intrépidas acciones
muestran su bravo corazón. |
Son sus caballos tan ligeros
que pronto Iván en derredor,
mira filosos los aceros
y escucha un grito vengador.
Alfredo Gómez Jaime,
Bogotá.
- 117 -
GUZMÁN PAPINI Y ZAS
En el jardín
( FRAGMENTOS )
El soslayado sol desde el Ocaso
Nos mira oblicuamente. Una invasora
Fragancia de Violetas nos conquista . .
Al beso evoca la insinuante hora.
El hondo, insomne azul de tus ojeras
Recuerda tus eróticas veladas . . .
¡Cual te ponen los rizos negligentes
Su sencillez de obscuras pinceladas !
>,.
— 118 —
El lago aletargado se despierta
Con sobresaltos de azorada espuma :
Lo azota un cisne, que en el agua imita
De Citerea un almohadón de pluma!
Inmoviliza en una faz de vidrio
La onda viva el helador Invierno :
¡Quisiera yo cristalizar tu llanto,
Su onda sufrida en un diamante eterno !
En las perseverantes castidades
De los luceros tu virtud aprendes...
¡ Pescadora de almas, en tus hombros
La obscura red de tu cabello extiendes !
¿Quién hila el blanco lino de tus senos,
Que van creciendo con ingenuas prisas?
¿Y en el huso divino de tu boca
Esa hebra sonrosada de sonrisas?
La fresca intimidad de la glorieta,
Su penumbra florida de secretos
Es el confesionario en que mi lira
Te hará su confidencia de sonetos.
¡ Cuántas veces, movido por tu diestra.
Tu abanico de púrpura y armiño
Se cierra con la misma picardía
Del ojo en donde parpadea un guiño !
¡ Cuántas veces él se abre ante tus labios.
Como una boca que besarte quiere;
O, desmayado, sobre tu hombro cae,
Plegándose como ala que se muere!
Bendito sea, pues sus auras dona
A las jóvenes risas que tú ríes,
Y, porque sopla sobre el fuego inmóvil
De tu ardiente diadema de rubíes !
¿Crea brisas de un nuevo Paraíso
Su Vaivén rutinario? ¿El Sentimiento
Hizo de él la panoplia de sus Rimas?
¿Es un paisaje que se torna en Viento?
— 119 —
Si el rostro ocultas tras su leve púrpura,
Tras él irradian tus pupilas bellas,
Como atrás de una púrpura de Ocaso
Dos noches de pestañas con estrellas !
En la decrepitud del viejo muro
Sus hojas un zarzal chisporrotea...
Como un pilluelo, por los nidos ronda
El viento que en las quintas juguetea.
En el buche mezquino de los tordos.
Apenas un silbido. Colibríes
Esmeraldizan el ambiente. Hay rosas
Cuya edad son tres días de rubíes!
Asolea una hebilla color de oro
Al raso encantador de tu botina...
Y el sauce, como un animal sediento,
Hacia el arroyo su tristeza inclina.
¿ Te acuerdas ? . . . fué en este jardín discreto
Donde te conocí. Muchas diamelas
Nos miraban con dichas protectoras
¡ Como los ojos de no sé qué abuelas !
Tus senos aun no habían madurado :
Tu Viña preparaba sus racimos;
Tu busto era el boceto adolescente
De la hermosa mujer que presentimos ! . . .
GuzMÁN Papini y Zas.
La Poursuite
Les coeurs voudraient bien se connaítre,
Mais l'amour danse entre les étres,
II va de Tune á l'autre atiente
Et comme le vent fait aux plantes
II méle les douces essences;
Mais les ames qui se distan cent
Son plus rapides dans leur course
Que l'air, le parfum et la source
Et cherchent en vain k se prendre,
L'amour n'est ni joyeux ni tendré ...
COHTESSE MaTHIEU DE NOAILLES.
- 120 -
Balada de amor
Yo Vi un rayo de tristeza dormido sobre tu frente
Y una rosa, rosa exangüe, cristalizada en tus manos;
Y pasaron por la tarde de mi espíritu hiperbóreo.
Como pájaros siniestros, las nebulosas del caos.
¡ Cómo en mi rostro doliente surge un dejo de añoranza
Conmovedor como el llanto,
Cuando pasas, taciturna, por las regias avenidas
Y derramas en el éter un perfume de otros años,
Cual un turíbulo ignoto que difundiese en el alba
La esencia maravillosa de una noche de Bizancio !
Entonces nieva en mis sienes, y mi espíritu comulga
Con las nieblas y el misterio de un paisaje escandinavo.
Y desfilan por mi mente,
Sosegados, —
En fúnebre comitiva, — mis antiguos infortunios,
Y el recuerdo de tus glorias, y la gloria de tus labios.
Y el búcaro de tus gracias, y tu gesto exuberante:
Matizada mariposa de los trópicos lejanos.
Resucitan mis quimeras
Que son himnos y son salmos
Desprendidos en el alba soñadora de mi vida
Y al arrulló laudatorio de tu beso enamorado.
Y desfilan lentamente
Mis tristezas — encumbrados
Ciparisos tenebrosos — ante la flor pensativa
De tus ampos.
Que, como tocas monjiles, hablan de mórbidos ritos
En la rósea eflorescencia de tus púberos encantos,
O cual pétalos de nieve fugitivos por el aire,
Fingen tórtolas dispersas y fragmentos de alabastro.
¡ Ave, virgen !
Yo he soñado . . .
Y he soñado como un cisne
Misterioso en el ocaso.
Los deleites de otras tardes
En la riva de otros lagos.
- 121 -
Y yo que siento un espasmo que provocas todavía
Con la fiebre de tus carnes y la flama de tus labios.
Mañana iré silencioso — bajo una aurora de brumas —
Hacia el país del olvido — meditando . . . meditando :
¡ Ya no más sobre tu seno mi corazón se estremece
Como un petrel aguerrido sobre la cofa de un barco
Destrozado por las olas !
¡ Ya no más bajo los astros
De tus ojos madorosos desparraman sus arpegios
Los nocturnos ruiseñores de mi numen solitario !
Pérez y Curis.
Ensueño
Turbando la^desierta
paz del jardín cercano,
una tímida mano
llama, lenta, á mi puerta.
La luna tu indecisa
visión traza en la alfombra,
y desgrana la sombra
el collar de tu risa.
Todas las madrugadas
conservan mis jardines
aun frescas las pisadas
de alguna sombra incierta,
que fué á cojer jazmines
para su novia muerta.
Francisco Villaespesa.
Ovidio Fernández Ríos
Roio y Negro
A Martínez Zuviríc.
Son las locas saturnales de los Príncipes de Hungría.
El palacio es cual un reino de luz, fuego y pedrería,
Que un fantástico Aladino lo robó del Ideal;
- 122 -
Y al compás de la alegría, que en los aires leve flota,
Surgen trémolos muy suaves de una mágica gaVota,
Con los ritmos argentinos de violines de cristal.
Hay un giro cadencioso de las sedas damasquinas,
Como sutil aleteo de invisibles golondrinas.
Que se pierde en el desmayo de la música orquestal ;
El ambiente está embriagado con esencias enervantes,
Y las chispas bulliciosas de champañas espumantes.
Fingen besos voluptuosos de un pagano bacanal.
En el Parque todo es calma. Las magnolias y gardenias
Gimen, lánguidas y tristes, sus secretas neurastenias,
Y en el cielo el plenilunio se destaca como un Sol ;
Sobre plintos se alzan torvos dos guerreros de Carthago,
Y, en la góndola que boga, balanceándose en el lago,
Hay dos almas que se funden en un místico crisol.
Pero, allá, donde en la estepa se refugia el triste paria,
Hay, raquítica, una choza de una raza proletaria,
Y un cadáver dentro de ella, sobre tosco y ruin diván :
Es el cuerpo de un obrero, de un vencido, de un ilota,
Y una triste mujer llora por la bárbara derrota,
Y los hijos abrazados á su padre, piden pan.
Ovidio Fernández Ríos
Nirvana crepuscular
Música de Schúmann.
Con su veste en color de serpentina, En consustanciación con aquel bello
reía la voluble Primavera . . . Nirvana gris de la Naturaleza,
Un billón de luciérnagas de fina te inanimaste . . . Una ideal pereza
esmeralda rayaba la pradera. mimó tu rostro de incitante vello,
Bajo un aire de frágil muselina, y al son de mis suspiros, — tu cabeza
todo se idealizaba, cual si fuera durmióse como un pájaro en mi cuello!.,
el vago panorama, la divina
, . ,. ... . Julio Herrera Y Reissig/
materialización de una quimera ... ■
~ 123 —
Cigarra de café
Allí están congregados en tor-
no á una mesa de mármol, re-
pleta de copas y tazas vacías,
Juan, Pedro, Miguel, Julián y
Doroteo, entidades abstractas de
la evolución que se opera en el
seno de las modernas socieda-
des. El que más se hace notar
entre todos ellos, es Pedro, el
joven rubio de voz muy- atim-
plada, de bigotes retorcidos y
muy engomados, con ojos cla-
ros de cielo y de estatura baja,
cuya voz, como un remordi-
miento, nos persigue á todas
partes.
Lo conozco desde que fre-
cuento el café y lo detesto por
lo fastidioso. Mis amigos le
guardan también idéntico sen-
timiento, pues no nos deja tran-
quilos un solo instante. No po-
demos sostener un rato de
amena conversación sin que la
voz de Pedro se nos meta rui-
dosamente, como una descarga
de platillos, en nuestros oídos.
Nos cambiamos de sitio á cada
instante, nerviosamente, demos-
trando nuestra impaciencia, pero
Pedro, que es tonto de remate
ó bien sordo como una tapia,
no se da por aludido y persiste
en incomodamos.
Su maldita costumbre es la de
leer fuerte todo lo que le im-
presiona. Nada embucha á so-
las, sino que, por necesidad psi-
cológica, debe hacer partícipe
de sus entusiasmos á sus ami-
gos, que han adquirido el fu-
nesto hábito de escucharlo sin
protestas.
Y Pedro, envalentonado por
este silencio, en cuanto entra
al café y ve á sus amigos re-
unidos, recoge cuanto periódico
y diario encuentra á su paso, y
con la desenvoltura mayor, sin
decir oste ni moste, retira un
poco la silla y procede á sen-
tarse entre el grupo que tiene
la sagrada paciencia de contarlo
entre sus compañeros de ocio.
Y allí comienza á leerles fuer-
temente, accionando con las ma-
nos, imprimiendo á su voz varie-
dad de sonidos, hasta que llegan
las once de la noche, hora en
que, bajo el aplauso unánime de
los tertulianos del café, empren
de invariablemente el retomo al
hogar materno.
Ya son artículos de literatura,
ya noticias policiales y políti-
cas, las que Pedro lee á sus ca-
maradas, que á su vez comen-
tan y discuten la bondad de
esas lecturas nocturnas.
Desgraciadamente, esto ya
hace más de un mes que se re-
pite todas las noches, sin que
á ninguno de ellos le haya ocu-
rrido la peregrina ocurrencia
de amostazarse, mandándolo
con la música á otra parte, por-
que es música la que nos da
ese señorito de Pedro, pero una
música descolorida, ruido en-
sordecedor de cigarra desafi-
nada, charla de cosas que ya
hemos leído ó que aprendimos
de mucho tiempo atrás.
Alguien me dirá que cada
uno es dueño de hacer lo que
más le agrada y Pedro, ciñén-
dose á ésto, persistirá en sus
lecturas nocturnas, malgrado las
protestas y todos los gestos avi-
nagrados que su presencia pro-
voca entre los tertulianos del
café.
La mayoría lo conoce y creo
que en muchos cerebros ha
echado hondas raíces la idea
de una mala jugarreta. Yo, por
mi parte de molestia, he pen-
sado también vengarme de esa
cigarra destemplada que aturde,
y propuse al propietario del
café lo contratara para que des-
de una tribuna improvisada,
nos diera Pedro lectura de to-
dos los sucesos v artículos con-
3
- 124 -
tenidos en los diarios á que se
hallare suscripto, ó que, por lo
menos, lo amordazara al entrar,
velando de esta manera por
nuestra paciencia y por lá tran-
quilidad del café. Mis amigos
también se lo han pedido y creo
que una acción conjunta daría
un resultado benéfico para todos
los que como yo, aman loca-
mente el silencio apacible, la
tranquilidad apocalíptica de un
café montevideano, la ciudad
por excelencia nada bullangue-
ra, cm^os habitantes prefieren
á la agitación febricitante y tu-
multuosa de los paseos, el d.ulce
calorcito de las sábanas plan-
chadas.
En el caso que nuestro pedido
se encarpetara, para no emi-
grar del café con el que esta-
mos encariñados, nos proveere-
mos de tapones de algodón que
nos den la sordera voluntaria,
porque es mil veces preferible
ser sordo como una tapia para
no escuchar esos soberanos exá-
menes de lectura en público, á
tener oídos de tísico, sufriendo
por ello lo indecible, sin que
nada pueda mitigar los malos
ratos pasados.
*
* *
Han transcurrido tres años
del desarrollo de este pequeño
cuadro. Pedro, la cigarra de
antaño, con un poco más de
formalidad aparente, ha criado
alas. Su modalidad pasada se
ha transformado en otra tal vez
peor. Ya no lee fuerte á sus
amigos ni tampoco comete otras
mojigaterías que lo ponían en
ridículo. Consentido en sus lec-
turas, se creyó un genio, y,
como tal, pretende hacer cate
dra en el café. Todas las teo-
rías, principios y sistemas filo-
sóficos actualmente en tela de
discusión pretende conocerlos
y darlos á conocer á todos los
que lo rodean. No hay talento
que lo supere ni persona que
sepa lo que dice. Cree resumir
en su cerebro todo lo complejo
de la sabiduría moderna. Está
con la última lectura no com-
prendida y está con ninguna.
Es pasto de todas las sugestio-
nes y no es nada. Amorfo por
idiosincrasia, sin una chispa
creadora, destruye por destruir,
por ixialdad ingénita, por edu-
cación atávica. Otra cosa no
hace, y eso que los años deja-
ron las huellas de la vida y
que bien hubieran podido alec-
cionarlo. Su obra positiva fué
un discurso gestado en medio
de dolores atroces, de vigilias
penosas y cuya esencia sólo él
pudo aspirarla. Otra obra no
ha producido. En él vale la
lengua, aunque se trabe, y no
el cerebro. Tiene más de Qui-
jote que de filósofo. Y por eso
y por lo que se calla, el Pedro
de antaño, el demoledor de
hoy, el babieca del mañana,
tendrá por única obra humana
su engreimiento y su maldad
ancestral.
Aníbal del Risco.
(Sinforoso).
Montevideo.
De Rivarol
En una tertulia no dejaba de hablar una señora con mucho
vello en la barba.
—Esa mujer es hombre para hablar hasta mañana, — dijo Riva
rol de pronto.
— 125 —
M. MORENO ALBA
Nupcial
I
Para Pérez v Curis.
Con elegancias finas de ceramio
se engalanaron las doncellas todas
para la noche del epitalamio.
— 126 —
En el salón se escuchan argentinas,
alegres risas de mujer. — Resume
la charla de las bocas femeninas
una historia de citas peregrinas,
mezcla de luz, de música y perfume.
La novia es una claridad de nieve
que en el mohín de la cabeza erguida,
muestra una joven plenitud de vida,
bajo el candor de la corona breve.
II
(En la mudez discreta de la alcoba,
Vacilan y se besan los esposos,
ante el tálamo nuevo de caoba . . . )
III
Nueve meses después . . . era una noche
pleniluniar .. . Entremos en la alcoba,
pero muy paso, sin hacer ruido,
porque cerca del lecho de caoba
hay una cuna y un recién-nacido.
Un hombre vela junto de la cuna;
sobre del lecho una mujer respira,
en tanto que una cínife importuna
en derreaor de la pantalla gira.
Priva un encanto de quietud . . . Afuera
la noche magna y pasional, es una
m.ujer de milagrosa cabellera
recogida en el broche de la luna.
Moreno Alba.
Colombia, 1906.
#
127
6on motivo de <<Heliotropos" y ''Rosa Ígnea
»»
París, Octubre 6 de 1906.
A Pérez y Curis.
Estimado compañero:
Sus rimas sabias y elocuen-'
tes que evocan armonías leja-
nas y despiertan imágenes en
el recuerdo, tienen un encanto
crepuscular que subyuga. Gra-
cias por el envío dé Heliotro-
pos y por Ja dedicatoria amable
de « Soñadora ». Es usted todo
un poeta que se anuncia con
extraño vigor. No se deje do-
blar por los vientos y continúe
serenamente la atrevida ascen-
sión.
Cordial apretón de manos.
Manuel Ugarte.
París, 24 Noviembre 1906.
Mi querido Pérez y Curis.
Acabo de recibir y, natural-
mente, de leer su precioso li-
brito Rosa ígnea. Ya en prosa,
ya en verso, siempre tiene us-
ted el vigor de los que van al
triunfo. Le felicito por la nueva
obra llena de sa-^^ia y de fulgo-
res de estilo. Siga trabajando y
mándeme cuanto escriba. Su
afmo. compañero,
Manuel Ugarte.
Buenos Aires, Septiembre 1906.
A Pérez y Curis.
I Gracias 1 acompañadas de
amistoso saludo, al galante poe-
ta, por los « Heliotropos », na-
cidos en la región heliconia
donde su Musa se solaza, aspi-
rando el perfume de plantas
raras que allí crecen ubérrimas.
i Verdes palmas á quien á
ellas aspira y generoso las re-
gala!
Carlos Guido y Spano.
Voces americanas
Hemos recibido la elegante
revista Apolo, correspondiente
á los meses de Abril y Mayo.
Escrita en papel satinado, sus
grabados son nítidi>s y el tono
de sus escritos de corte com-
pletamente modernista.
En el número á que nos re-
ferimos. Vargas Vila le sacude
unos cuantos papirotazos á un
su crítico, el señor Matos Aviles.
El principal redactor de la re-
vista, joven batallador, publica
una sentida poesía que titula
« Helénica ».
Nos ha llamado también la
atención « Atlántida », canto de
Santín Carlos Rossi, homenaje
á « Almafuerte ».
De Integridad, Lima (Perú).
" Apolo "
La magnífica revista de arte
que dirige en Montevideo él
notable poeta y literato señor
Manuel Pérez y Curis, con' el
título que sirve de rubro á esta
gacetilla, nos ha visitado, con-
teniendo espléndidos grabados
y muy interesantes trabajos li-
terarios.
Entre éstos reproduce el que
El Moderado publicó, suscripto
por nuestro inteligente compa-
ñero y amigo Salvador Díaz
Rodríguez haciendo el juicio
crítico del hermoso libro del
referido bardo Pérez y Curis,
denominado « La Canción de
las Crisálidas » y « El Poema de
la Carne ».
Agradecemos al apreciable
colega su fineza al insertar el
citado escrito y le deseamos
todo género de prosperidades
en la espinosa labor periodís-
tica.
De El Moderado, Matanzas
( Cuba ).
~ 128 —
Bibliográficas
Libros v periódicos recibidos
De Marsella á Tokio, por E. Gómez
Carrillo. — Garnier hermanos, París.—
Gómez Carrillo, el inimitable cronista
parisién, nos obsequia con un ejemplar
de su última obra De Marsella á Tokio.
Forman el volumen impresiones de viaje,
narraciones de regiones exóticas, de paí-
ses lejanos, que aun permanecen ocul-
tos por velos de misterio, llenos de ese
raro encanto que le prestan costumbres,
usos, idioma, aun no del todo penetra-
dos por las indagaciones occidentales.
Sensaciones experimentadas y vividas
en Egipto, la tierra ruda de una civili-
zación ya muerta; en la India, el país
de los fakires impenetrables, de las ba-
Enrique Gómez Carrillo
yaderas que danzan en torno á las imá-
genes sagradas de los templos elevados
en honor y gloria de Budha; en la Chi-
na, ese imperio secular que vive aún en
el florecimiento de una civilización es-
tancada en su marcha; en el Japón, la
tierra de los Kimonos, de las leyendas
fantásticas, de las musmés delgaduchas,
de ojos oblicuos y eterna sonrisa. Es
un libro revelador de visiones, repleto
de perfumes orientales, de no sé qué
algo de fantástico que sugestiona y ador-
mece, poblando el cerebro de deseos
imposibles, de ansias de esos horizon-
tes donde todo es extraño, donde la
civilización occidental no ha podido
arraigar sus fiebres de especulación co-
mercial y donde todo es primitivo y
exuberante de vida.
Fierre Loti, aqnel infatigable narrador
de esos países, que vistió el kimono y
usó pantuflas de terciopelo, paseándose
en kurumas tirados por japoneses, nos
había hecho entrever ya en sus libros
la belleza de aquellas regiones. Gómez
Carrillo completa esas narraciones no-
velescas, las amplía, les da un colorido
más vivido y á través de las páginas de
su libro nos conduce desde Marsella, la
ciudad condal, á Port Said; pasamos el
canal de Suez, nos internamos en los
misterios de Ceilán, la tierra del Maha-
vansa, admiramos Singapur é Indo-China,
dos regiones invadidas por las costum-
bres europeas, para ir á soñar en la
China y el Japón, los misterios de sus
religiones imperantes en el alma colec-
tiva del pueblo; sus musmés ingenuas,
de diminutos pies, de cejas arqueadas,
con sus peinados artísticos y gigan-
tescos.
De Marsella á Tokio es un verdadero
libro de arte que agradecemos en todo
su valor.
El Iris.— Hemos recibido el último nú-
mero de este semanario que en la Villa
del Cerro publica el inteligente joven
Julio V. Oria. Trae excelente material.
Alma Latina. -Con este título apare-
cerá á fines del presente mes una re-
Vista ilustrada de arte y literatura.
Cuenta ya con la colaboración de dis-
tinguidos escritores hispanoamericanos,
i Adelante !
Páginas intelectuales. — Hemos reci-
bido el número 1.° de esta importante
revista de arte que en Iquique (Chile),
129
dirige el distinguido y vigoroso escritor
M. Salvador Ulloa. Su material de lec-
tura es excelente y entre las colabora-
ciones figuran las firmas de los más
distinguidos escritores americanos. Im-
presa con mucho esmero, con gran can-
tidad de grabados, es una revista que
hace mérito á su director, lo mismo que
á aquel país del Pacífico. Entre las fir-
mas que rubran los artículos anotamos
las de Leonardo Eliz, Emilio Castelar
Cobian, Luis Roberto Boza, José S.
Chocano, Guillermo Vargas L., M. Her-
nández A., Ernesto Monje Wilhems, M.
Salvador Ulloa, José Antonio Román,
Horacio Besio, Alfonso López García,
Carlos Velarde y Fuentes, Renato Mo-
rales, Manuel S. Consuegra, Rómulo E.
García, Edelmira Cortés G., Horacio
Olivos y Carrasco y otros muchos es-
critores de talento consagrados en el
ambiente literario americano.
De Ariel. — Discurso pronunciado por
Gonzalo Zaldumbride en la distribución de
premios de la Universidad Central del
Ecuador. — Es un hermoso trabajn de
ideas. Su autor, Gonzalo Zaldumbride,
con unción casi religiosa, estudia pro-
fundamente, con gran acopio de origina-
lidad y talento, la obra de Rodó, el jo-
ven y vigoroso pensador uruguayo que
ha logrado conmover en sus páginas,
toda la psiquis colectiva de la juventud
americana. Escrito con admirable estilo,
no se sabe si admirar más la agudeza
de compenetración que revela poseer
Zaldumbride del hermoso libro de Rodó,
ó la clarovidencia con que interpreta los
grandes problemas del sentimiento ante
la absorvente vorágine del utilitarismo
encarnado en las manifestacionee de la
gran república del Norte. De Ariel revela
que su autor ha leído mucho, que sabe
pensar y sentir y que tiene condiciones
para hacer obra de aliento que perdure
á través de todas las manifestaciones
del pensamiento humano en medio á la
vorágine de las modernas ideas en pugna.
Almas que pasan, por Amado Ñervo. —
Madrid.— Constituyen el presente volu-
men páginas en prosa sobre temas di-
versos de la Vida. Son páginas inocen-
tes en su mayoría, donde sólo debe ad-
mirarse la belleza del estilo, yfresco
sencillo, pero no el fondo desprovisto
de ideas grandes. Los dos claveles (his-
toria vulgar) es una hermosa página de
vida, repleta de intenso sentimiento, tal
vez la mejor de las que componen el
volumen de que hacemos referencia.
Sin nombre.— Drama en tres actos y
en verso por Adolfo León Gómez.— Bog ^-
TÁ.— Como el anterior, es un drama que
tiene muchos méritos, aunque la tesis
sostenida por su autor no tenga la pro-
fundidad ni el atrevimiento de El sol-
dado. Sin embargo, es un drama de lu-
cha y de condenación social, escrito en
versos de una fluidez admirable y de
exquisita belleza. Como factura litera-
ria es sobresaliente, no así su trama,
que tiene algunos recursos impresionis-
tas sin mayor consistencia dentro de la
lógica moderna. Con todo, el asunto está
muy bien tratado, con algunas escenas
patéticas que provocan la meditación y
hacen gustar de su lectura. Los perso-
najes se desenvuelven sin ascidencias
hirientes y el final es sumamente hu-
mano y bondadoso.
Mujeres de Costa Rica, por E. Carras-
quilla Mallarino. — SAíi José de Costa
Rica. Es un hermoso volumen, bien
presentado, impreso en rico papel de
ilustración, con infinidad de grabados
de las bellezas costarriqueñas y con
hermosas páginas escritas en un estilo
castizo y ameno por E. Carrasquilla
MoUarino. Está impreso en los reputa-
dos talleres gráficos de María V. de Li-
ners, San José (Costa Rica), y habla
muy favorablemente sobre el adelanto
á que ha llegado la tipografía en aquella
república centroamericana. Luce una
hermosa carátula en oro, trazada con
talento, siendo por su presentación una
obra que merece figurar en cualquier
biblioteca.
Tupambaé, por Guillermo Arronga Ci-
ganda. — San José (República Oriental
DEL Uruguay). — Es un pequeño folleto
de 40 páginas, donde su autor relata
un episodio de la última guerra que de-
vastó la campaña uruguaya. Está tra-
tado en forma de diario y su estilo no
tiene mayores bellezas. Demasiado am-
puloso, todo él revela al partidario que
irrumpe en condenaciones contra el ad-
versario, condición esta negativa para
creer en la sinceridad de lo que Arronga
Ciganda ha publicado. El folleto está
dedicado á la memoria de Aparicio Sa-
ravia, general en jefe de las fuerzas que
actuaran en Tupambaé.
130
El Moscardón. — Almanaque satírico,
político-uruguayo para el año 1907. — Un
volumen de 80 páginas, editado por los ta-
lleres gráficos «El Artey> de Orsini Berta-
n/. — Montevideo. — Es un hermoso vo-
lumen, repleto de buenas caricaturas de
actualidad política. Luce en su carátula
un bien concluido trabajo en tricornia
que representa un rancho de nuestra
campaña. Su material de lectura es ex-
celente y lo rubran firmas de gran va-
ler literario. El objeto de este almana-
que es hacer sátira de todos los acon-
tecimientos políticos que se desarrollan
en el país, de los hombres que militan
en las filas de los partidos tradiciona-
les y, no dudamos que el objeto de su
editor está ampliamente logrado. Entre
las colaboraciones de mérito anotamos
la de Leopoldo Lugones, Osvaldo Saa-
vedra, Octavio Mirbeau, José Virginio
Díaz. Víctor Bonifacino, Perfecto B. Ló-
pez y José María Velez.
El soldado.— Z)ro/na fiistórico, en tres
actos y en verso, por Adolfo León Gómez.
—Bogotá (Colombia).— Es un pequeño
volumen de 90 páginas que ha metido
mucha bulla aí;á por los trópicos. Y á
fe que el drama vale, pues no se trata
de un ensayo, sino de ua trabajo serio
y bien meditado, escrito en verso de
una fluidez admirable y hermosa, donde
pinta escenas históricas de la vida mi-
litar colombiana con acendrado rea-
lismo y amplio criterio filosófico. Sin
puerilidades gazmoñas, León Gómez ata-
ca el sistema de reclutamiento empleado
en aquel país americano para la remonta
del ejército. La pintura no puede ser
más exacta, y decimos esto porque lo
que ocurre allá ha ocurrido entre nos-
otros infinidad de veces. Eso de que se
arranque al calor del hogar al campe-
sino inocente para agregarlo como uni-
dad de combate á un cuerpo de línea y
exponerlo á las contingencias de una
guerra civil provocada siempre por ri-
validad de ambiciones bastardas, es do-
loroso y bien merece muchos dramas
como el de León Gómez. La parte del
drama donde describe un fusilamiento
es impresionante, así como hermosas las
digresiones que sobre la aplicación de
la pena capital hace el autor, encon-
trando ridiculas las criticas que por tal
concepto ha merecido este drama. Los
tiempos modernos son de demolición de
todo lo que implica un resabio de bar-
barie, y Gómez, al condenar la pena de
muerte, se ha mostrado humano y po-
seído del espíritu moderno que anima á
los pensadores. Puede estar satisfecho
el autor de El soldado, pues además de
obra de demolición ha hecho obra alta-
mente hermosa y sugestiva. |
-*^-
Frédékic Mistral
Cuentos al corazón, por Manuel Me-
dina Betancort. — Un volumen de 200 pá-
ginas, editado por los reputados talleres
«El Arte >^ de Orsini i3er/art/. — Montevi-
deo.—Medina Betancort ha tenido la
feliz idea de recopilar algunos de sus
muchos cuentos publicados, en un her-
moso volumen de 200 páginas. A excep-
ción de Camino del amor, el más extenso
de todos, los demás cuentos que cons-
tituyen el presente volumen ya los co-
nocíamos. Sin embargo, juzgaremos al
libro en conjunto, y preferentemente al
cuento inédito.
Medina Betancort en este nuevo libro
no se nos presenta como el mismo au-
tor de De la vida que tan buena acogida
tuvo entre el elemento intelectual del
país. En aquella obra, magíier sus pocos
defectos, no tanto de fondo como de
forma, se dejaba entrever un gran espí-
ritu observador y bien orientado que
en Cuentos al corazón desaparece. No
con esto queremos decir que el libro
sea malo. No. Hay muchos cuentos, la
mayoría, y con^preferencia Idilio de ojos,
que son verdaderas joyas literarias. Pero
en cambio hay otros, como Camino del
amor, sumamente romántico, saturado
^
131 -
de ese fotnanticistno huero y sin lógica
ya pasado de moda, que rompe el con-
junto del libro. Su final (y eso que Me-
dina Bentancort lo reputa como el mejor
de los cuentos publicados) es desastro-
samente ilógico. Se concibe un suicidio
por amor entre dos seres inferiores,
cuando el camino recorrido está lleno
de escollos insalvables. Pero no se con-
cibe lo mismo entre dos seres (como
son los personajes de este cuento) que
han abjurado de todos los prejuicios de
la sociedad, que se sienten intensamente,
que no encuentran escollos insalvables
para la realización del amor y que pue-
den vivir sin que nadie se lo impida. Y
no es un justificativo para dar cierta
lógica al final de este cuento, que ella
tenga un novio á quien no quiere y él
una novia porque sí, pues tratándose
de dos tipos que no comulgan con los
cánones sociales, lógico sería que am-
bos se entregaran en brazos del amor,
para lo que están bien dispuestos, y vi-
vieran la vida, y no que resolvieran de
común acuerdo suicidarse, sumergién-
dose para eso lentamente en las aguas
del mar, buscando la vida en la muerte.
Esto es sumamente romántico y fuera
de toda lógica humana.
En el estilo de Camino del amor hay
demasiado hinchazón . . . Ciertas digre-
siones y metáforas no pueden admitirse
por lo ingenuas y faltas de sentido. En
esto disentimos profundamente con el
prologuista de Cuentos al Corazón
En los otros cuentos se nota la falta
de preparación científica de Medina Be-
tancort, pues ciertos finales no condi-
cen ni responden al estudio que hace de
los personajes. En cambio, en todos
ellos hay un cúmulo de observaciones
atinadas que muchas veces encubren
la deficiencia de preparación de Me-
dina. Si no estuviéramos plenamente
convencidos de la honradez literaria del
autor que nos ocupa, creeríamos que La
Criada fué escrito bajo la poderosa in-
fluencia de Valle Inclán, pues este
cuento se asemeja muchísimo (en cier-
tas partes hay demasiado similitud) con
uno de este autor titulado: ¡Malpocado!
Con todo de haber apuntado estos de-
fectos, el libro de Medina Betancort es
un libro de muchos méritos y demuestra
que su autor tiene condiciones sobresa-
jientes para triunfar. El día que se re-
suelva á estudiar empapando su cere-
bro con lecturas científicas y bien or-
denadas, base para la gestación de toda
obra buena y duradera, Medina será
una verdadera fuerza intelectiva dentro
de nuestro ambiente literario. Le sobra
la materia prima; talento y aptitudes de
gran observador, para que el triunfo
corone sus esfuerzos.
Alma de Acero, por Ricardo Martínez
Quites.— Un volumen de 250 páginas im-
preso en ios t: Iteres tipográficos de Dor-
nalecfie y ^eyes. — Montevideo. — Es el
primer trabajo literario que publica este
autor y como trabajo primerizo no llena
las esperanzas que se cifraban antes de
su aparición. Alma de Acero, como no-
Vela psicológica, es demasiado pueril é
ingenua. Su trama, mal urdida, tienei pa-
sajes que desconsuelan y está repleta
de recursos falsos y antojadizos. Su es-
tilo no es tal, formado como está por
una serie de párrafos incoherentes, sin
ninguna clase de hilación, incorrectos y
por demás obscuros. Martínez Quiles no
se revela en su primera obra lo que nos
hicieron creer sus prematuros panegi-
ristas. En cuanto á que sea un carácter
al decir del prologuista, puede que lo
sea, pero á nosotros no se nos antoja
tal. No creemos con el autor de las
desmalazadas digresiones que luce Alma
de Acero como presentación, que se po-
sea un carácter de nota, narrando ma-
lamente, sin chispa de talento, cosas
que ocurren en el seno íntimo de una
familia.
En síntesis: Alma de Acero, falsa en
su trama, incorrecta en su estilo, sin
una metáfora buena, y sí con cargazón
de párrafos obscuros, construidos con
evidente desconocimiento de las más
esenciales leyes gramaticales, no es una
obra de aliento y pasará entre nosotros
sin dejar rastros mayores. Tal vez la
obra tuviera algún mérito si hubiera
sido más meditada y mejor trabajada.
Con todo, Martínez Quiles, estudiando
más y leyendo mucho más aún, puede
que nos brinde en el futuro algunas pá-
ginas de mejor sabor literario y más
encuadradas en la actividad del pensa-
miento moderno.
Cabeza de Oro, por Horacio O. Maldo-
nado. — Novela. — Un volumen de 100 pá-
ginas, editado por la casa de Antonio A.
Z)/'az.— Montevideo. — Horacio O. Mal-
132 -
donado no es un desconocido para nos-
otros. Sus anteriores trabajos literarios
(tres volúmenes) lo revelaron como una
futura esperanza de la literatura uru-
guaya. Con Cabeza de Oro, simple bos-
quejo de novela de ambiente, su perso-
nalidad literaria se amplía y marca una
evolución en sus primeras tendencias.
Escrita con estilo sencillo, sin ampulo-
sidades hirientes, bien escrita, en una
palabrg, aunque no bellamente escrita,
Cabeza de Oro es la historia sencilla de
un individuo que en nuestro medio am-
biente vive la vida política y sufre por
ende sus consecuencias desquiciantes
para el espíritu. Lástima que su trama
se resienta de ciertas falsedades que su
autor, estudiando un poco más nuestras
cosas, las hubiera salvado fácilmente.
Nos referimos á la iniciación en la vida
de la política activa del protagonista
del libro. Cabeza de Oro, y de su rápida
ascensión en un medio donde para triun-
far es necesario toda suerte de humilla-
ciones y bellaquerías morales. No es
con talento que se triunfa en las filas
partidarias, sino con el servilismo in-
condicional, el retorcimiento de todo
ideal levantado y el cierre de la con-
ciencia á toda verdad y razón adversa-
rias. Eulogio es un tipo demasiado in-
genuo, demasiado puro para la acción
política que en nuestro país se desarro-
lla. Un joven, con título académico es
cierto, (lo que es ya mucho para la fá-
cil sugestión de la masa), un joven de-
cimos, que después del afiebramiento
producido por una lucha encarnizada,
busca en el regazo materno — como un
inexperto colegial — la fe y la confianza
para proseguir luchando, no es el tipo
que triunfa en los comicios partidarios
y mucho menos aún de la noche á la
mañana como ocurre con Cabeza de Oro.
Son otros, muy diversos por cierto, los
tipos que se encaraman en la montaña
partidaria.
Fuera de este pasaje del libro, hay
otros tratados con suma ligereza. La
muerte de Tito, aquel eterno soñador
de quimeras, es un recurso falso, enca-
jado violentamente en el desarrollo de
la novela. Maldonado no nos dice ante-
riormente á este pasaje, cuándo y por-
qué Catita, la prometida de Tito, enta-
bla relaciones amorosas, íntimas, dema-
siado íntimas, con Zoilo, el tipo de
hombre sensual y adinerado que vive de
conquistas fáciles, sin un ideal levan-
tado, sin más preocupación que la de
satisfacer su morbosidad psicológica, y
por lo tanto, incapaz de lograr despertar
en el corazón de aquella hermosa mu-
jer frivola, el más mínimo destello pa-
sional. Otra de las ingenuidades del li-
bro la vemos en aquel pasaje donde
Teresa, la sirvienta, llegada la hora de
la cena, sale en busca de Eulogio que
acompañado de Zoilo, no ha muchas ho-
ras, ha abandonado su hogar con el
objeto de distraerse, sin dejar dicho á
su madre hacia donde se encaminaba.
Descartando estos lunares que afean la
obra, Maldonado ha mostrado una vez
más tener condiciones de observador y
Cabeza de Oro es la promesa de otros
estudios superiores, tratados con mayor
acopio de datos y menos precipitación.
Ángel dk Estrada (hijo)
Whistier y Rodín, por Maj: Henriquez
Urcña. — Hemos recibido desde la Ha-
bana con una amable dedicatoria, este
pequeño folleto con la conferencia que
Henriquez Ureña pronunció la noche
del 22 de Abril de 1906, en la Acade-
mia de Dibujo y Pintura «El Salvador»,
de aquella ciudad. Es un breve pero
hermoso estudio sobre las personalida-
des artísticas de Whistier y Rodín; el
primero de ellos, pintor altamente su-
- 133 -
gestivo que con su realismo del arte
quiso cambiar la orientación de la pin-
tura moderna; el segundo, el genio más
robusto de la estatuaria en el siglo pre-
sente, que embarcado en el simbolismo
señaló una etapa nueva en la historia
de la escultura.
Revista de la Sociedad "Jurídlco-Li-
terarla". — Ecuador. — Hemos recibido
los números 45, 46 y 47 de esta impor-
tante revista ecuatoriana. Repleta de
excelente material de lectura, tiene un
sumario interesante donde figuran las
firmas de J. Alejandro López, Manuel
Cabeza de Vaca, A. Viteri Lafronte, Ni-
colás Giménez, Aurelio Falconi, Eduar-
do Mera, J. Trajano Mera, Francisco
José Urrutia, Leónidas García, Roberto
Espinosa, C. M. Tobar Borgoño y Quin-
tiliano Sánchez.
Letras.— Hemos recibido los números
18 y 19, de esta importante revista lite-
raria que se edita en la Habana bajo la
competente dirección de los literatos
Néstor Carbonell y José M. Carbonell.
Es indudablemente una de las mejores
revistas que ven la luz pública en los
trópicos americanos, no sólo por la ca-
lidad de las colaboraciones que llenan
sus interesantes páginas, sino por la-
cantidad de buenas firmas. En los nú-'
meros que obran en nuestro poder hay
composiciones poéticas de subido valor
artístico y firmadas por escritores ya
consagrados en las rudas batallas de la
idea. Anotamos los nombres de M. Lo-
zano Casado, Diwaldo Salom, J. N.
Aramburu, Nieves Xenes, Félix Callejas,
Abelardo Farrés, José M. Carbonell,
Luis Rosado Vega, Regino Boti, Tomás
Felipe Camacho, Juan Guerra Núñez,
León Ichaso, etc.
La Quincena. — Hemos recibido el nú-
mero 79 de esta importante revista
ilustrada de ciencias, artes y letras que
en San Salvador dirige y redacta el in-
teligente escritor Vicente Acosta. La
mayor parte de este número que consta
de 40 páginas de excelente material de
lectura, está dedicado á rendir home-
naje de admiración y simpatía al deli-
cado poeta colombiano Julio Flórez. Las
magistrales producciones que se publi-
can, así como el elemento intelectual
americano que ha prestado su contin-
gente á la confección del presente nú-
mero de «La Quincena», hacen que el
homenaje de admiración y simoatía tri-
butado al vate sea digno de su talento
y de su reputación. No transcribimos el
sumario por ser demasiado extenso y
tener demasiado material acumulado
para el presente número de Apolo.
También debemos acusar recibo de los
números 84, 86, 87 y 88 de esta misma re-
vista que, como los anteriores, vienen
repletos de excelente material de lec-
tura y lucen grabados de alto mérito
artístico.
F.l Fanal.- Desde Matanzas, Cuba, re-
cibimos los números 10, 11, 12 y 13 de
esta revista. Transcribe algunos traba-
jos literarios publicados en Apolo, lo
que agradecemos sinceramente.
ni Heraldo del Istmo.— Guillermo An-
dreve nos ha remitido el número 66 de
la hermosa revista que bajo sn direc-
ción se publica en la pequeña república
de Panamá. El material de lectura que
llena sus páginas es excelente, así como
su impresión tipográfica que le hacen
una de las mejores y más bien presen-
tadas revistas americanas. Entre las co-
laboraciones que figuran en el presente
número, fuera del material que perte-
nece á la redacción, anotamos las de
Ricardo Miri, Guillermo Afiles García,
Darío Herrera, Juan Ignacio Gálvez, M.
Moreno Alba, Luis C. López y Rafael
Ángel Arraiz. Con este número termina
el ciclo de lucha intelectual iniciado
por la revista á raiz de la constitución
en república independiente de aquel pe-
dazo dé territorio centroamericano. La-
mentamos sinceramente la desaparición
de esta hermosa revista que hacía honor
á aquel país lejano, máxime cuando las
causas que provocan su suspensión, ra-
dican en el retiro del subsidio que el
gobierno panameño le acordaba, retiro
provocado con la publicación de un her-
moso cuento La Mujer seria, de Guiller-
mo Andreve, donde se atacaba con sen-
satez muchos prejuicios y se hacía obra
altamente humana.
Hojas dispersas. — Poes/a.s por Luis
Eduardo Chacón Larca. — Saxtiag de
Chile.— Acusamos recibo de este ele-
gante folleto de 76 páginas impreso en
los talleres de la Franco Chilena. Lo
componen poesías de índole distinta,
prevaleciendo la tendencia erótica ate-
nuada. Su autor revela en él un perfecto
conocimiento del tecnicismo del verso.
134 -
y en cuanto á la idea que los anima no
hay los vuelos que corresponden á la
actual tendencia innovadora.
Mis noches. — Poe/no por Ataliva He-
rrera. — CÓRDOBA. — Es un folleto pre-
miado en los juegos florales celebrados
en Buenos Aires el 12 de Agosto de 1906.
Está dividido en trece cantos, algunos
de ellos hermosos, sobre todo el prelu-
dio, que es una página de exquisito sa-
bor artístico y de subido valor emotivo.
Todo el poema es sentido y lo orea una
gran racha de misticismo que lo hace
leer con recogimiento.
Mortaja de ¿loria, por Guillerma La-
vado Isava. Poema. — La Victoria (Vene-
zuela).—Hemos recibido con amable de-
dicatoria á la revista este pequeño
poema, hondamente sentido, escrito en
hermosas estrofas, donde su autor ma-
nifiesta grandes condiciones para la ver-
sificación. El tema, aunque común, está
bien desarrollado, y, más que todo, tra-
tado con gran dosis de sentimentalismo.
Mortaja de gloria, en medio de toda la
sencillez que lo anima, revela en su
autor talento y discreción.
Genle de letras de mi país, por Nor-
herto Estrada.— Este escritor ha reunido
en un pequeño folleto así titulado, algu-
nas impresiones personales sobre los in-
telectuales que actúan en nuestro me-
dio ambiente, dignándose obsequiarnos
con un ejemplar. Nuestro juicio sobre
Gente de letra, es malo. Norberto Estra-
da desconoce de una manera evidente
el consenso intelectual del país y en sus
juicios, ó pretensos juicios, desbarra-
No es con un criterio estrecho y pro-
penso al favoritismo que se juzgan las
altas condiciones intelectuales de nues-
tra juventud pensadora. Es necesario
poseer nn criterio más ecuánime, seguir
más de cerca á los que se inician ó á
los que ya iniciades nos brindan los fru-
tos del cerebro, para poder juzgarlos.
Así no lo hace Estrada y su folleto
se resiente de multitud de errores y
omisiones hirientes para los que, ga-
nosos del triunfo ó simplemente deseo-
sos de exteriorizar su decidez, aportan
sus energías al movimiento intelectual
del país. Lo único que podríase discul-
par á Estrada es el tratarse de impre-
siones; pero, con todo, en ellas debiera
haber un método y una lógica que no
existen en el folleto que juzgamos.
jAVe Franela! por Ángel Falco. — En
versos vibrantes, llenos de intensas re-
beldías hacia las cosas que fueron, Án-
gel Falco, el poeta de estro vigoroso y
seguro, canta á la Francia del progreso,
á esa república que después de brindar
á la humanidad el código de los dere-
chos del hombre, va camino de su liber-
tad definitiva quebrantando todos los
dogmas seculares y la influencia ener-
vante del oscurantismo. Es un folleto
pequeño pero valioso, desbordante de
bellos giros, escrito con la firmeza que
dá el conocimiento perfecto de la misión
versificadora, saturado de los altos
ideales que animan á las modernas mu-
chedumbres en marcha hacia el ideal de
independización económica.
Las poesías están precedidas por unas
páginas en prosa, donde valiéndose del
simbolismo explica el alcance de su
canto. Es de felicitar al joven bardo
amigo por las hermosas páginas publi-
cadas. En breve, de este mismo autor,
aparecerá «Yambos Rojos», editado por
la casa de Maucci.
Monos y monadas. — Lima (Perú).—
Hemos recibido varios números de esta
importante revista de caricaturas que
se publica en aquella ciudad. Al acusar
recibo nos resta agradecer íntimamente
ciertos juicios elevadísimos donde su
autor hace gala de una prosa jocoseria
tratando de rebajar el valor artístico
de unas poesías del director de Apolo.
Verdad. -Apareció el número 15 de
esta publicación, órgano oficial de la
Asociación de Propaganda Liberal, con
el siguiente interesante sumario: Fran-
cia triunfante — Hablando con Clemen-
ceau (Impresiones de Moróte)- Para
la escuela laica — Hojarasca — Movi-
miento liberal — Las reliquias católicas
— La hostería de los siete pecados ca-
pitales — Agua del Jordán — Sueltos —
Grabados : El gabinete francés — El
pulpo clerical — El desastre del clero
francés.
Almanaque Anticlerical Sudameri-
cano, dirigido por Emilio Erugoni. — Con
excelente material de lectura y una
buena cantidad de grabados alusivos á
los fines perseguidos por el liberalismo,
acaba de aparecer este importante al-
manaque que seguramente tendrá toda
la buena acogida que se merece por
nuestro público. Luce una hermosa ca-
/
-135-
rátula obra de la inspirada mente del
artista Goby y está esmeradamente im-
preso. En su texto luce una página en
tricromía obra de Laroche é impresa
con todo arte en los talleres de O. M.
Bertani.
ROBERT DE MONTESQUIOU
Tristitfoe rerum. (La tristeza de las
COSAS ). Poesías de Francisco Villaespesa.
I vol. Librería Pucyo, Madri:.. — Es un jo-
yel doloroso. Vibra en él la nota tré-
mula de todas las elegías y las nenias
conmovidas. El autor de «Las Cancio-
nes del camino » vuelca allí, con emo-
tivo dolor, el cáliz de su corazón des-
bordante de amargura, y su plectro,
pensativo y enlutado, gime dolorosa-
mente como un pájaro aterido bajo la
bruma hibernal. Hay poesías en las pá-
ginas grises de ese libro tan añorante y
sincero, que conmueven hondamente.
Villaespesa, herido acaso en el alma
por la invisible saeta de una pasión ex-
tremada, canta en él los misterios del
amor y el esoterismo nebuloso de los
espíritus tristes y los corazones trági-
cos. Subjetivo y personal, acaso el más
personal de los poetas españoles de
hoy, domina todas las formas con mara-
villoso acierto, y encierra sus pensa-
mientos bellos, humanamente bellos, en
un joyel armonioso de molde helénico
cuyo encanto exterior es aparente á la
elocuencia de aquellos. Es un poeta de
verdad; por su estilo puro y único y
por la complexidad de su estro apasio-
nado. En el libro que anotamos, la musa
de Villaespesa, vibrante en «Luchas»;
amatoria y panteística en «Las Cancio-
nes del Camino»; y, poseída siempre de
singular pesimismo, canta su desolaci9n
en versos hecho de niebla, y poemiza
divinamente la tristeza de las cosas.
La joven literatura hispanoameri-
cana, por Manuel Ugarte. — lJji tomo en
18, encuadernado en tela. — Librería
Armand Colín. — Manuel ligarte, el
avanzado pensador argentino con resi-
dencia en París, acaba de obsequiarnos
con un ejemplar de su última obra, des-
tinada á poner de relieve en el exterior
las manifestaciones intelectuales de la
juventud americana. Es una antología
donde su autor ha tratado de reunir lo
mejor de cada uno de los intelectuales
americanos, sintetizando á la vez el es-
fuerzo de un centenar de escritores de
menos de cuarenta años que con su
empuje provocan un verdadero renaci-
miento literario.
De gran utilidad para la juventud de
las escuelas, de indiscutible interés para
todos los que siguen la evolución inte-
lectual que se opera entre los america-
nos, el presente volumen llena una ne-
cesidad que se hacía sentir desde hace
largo tiempo.
Prosas - Laudes joo/- Vargas Vila.— Un
volumen.— Vda. de Ch. Bourel, París.—
Hemos recibido esta bella obra de im-
presiones literarias. Vargas Vila, con ese
criterio libre y refractario á los con-
vencionalismos innato en él, se ocupa en
su nuevo libro de los siguientes litera-
tos: César Zumeta, Eugenio Díaz Ro-
mero, Pedro César Dominici, Víctor Pé-
rez Petit, Jacinto López, Pérez y Curis,
Pimentel Coronel, Rafael Ángel Troyo y
Jean Chartier-Gerson. Sus Motivos es-
tán precedidos de Palabras de Arte y
Estética Roja, en las cuales hace un es-
tudio altamente personal del movimiento
evolutivo en nuestra América literaria,
sujeta á los antiguos cánones españoles
y aherrojada y encadenada por ellos,
hasta la llegada de esa legión rebelde
de innovadores, hoy en lucha abierta,
con un tradicionalismo artístico enfer-
mo y lleno de aberraciones.
En otro lugar insertamos las pala-
bras que con motivo de unas poesías
de Pérez y Curis publicó Vargas Vila
en la precitada obra.
El Principio. — El número 5 de esta
revista de arte, literatura y ciencias,
que se edita aquí, trae un variado su-
136
mario que no publicamos por falta de
espacio.
El Deber Cívico. - Meló. — Hemos
recibido los números de este importante
periódico correspondientes al sesíundo
semestre de 1906 y Enero de 1907. Como
siempre, su material es variado y exce-
lente.
Diarlo Oficial.— Sí N Salvador, (Amé-
rica Central). — Acusamos recibo de los
números 257 á 280 de este importante
órgano salvadoreño.
Nueva Vida, — San Salvador, (Amé-
rica Central). — Revista mensual que
redactan los señores Emilio Aragón y
Carlos Quehl. El segundo número trae
un excelente sumario que no publicamos
por falta de espacio.
Irma. — Poema por Alfredo üómez Jai-
me.—Bogotá (Colombia).— Es un episo-
dio de la guerra ruso-japonesa. Escrito
gallardamente y en un estilo sobrio y
firme, este poema revela toda una alma
de artista. Gómez Jaime, rompiendo con
la red vetusta de las escuelas tradicio-
nales, se presenta gentilmente rebelde,
y, en la variedad métrica en que ha es
crito «Irma» se adivina un espíritu in-
novador enamorado de las nuevas for-
mas. La acción del poema se desarrolla
de un modo sumamente hermoso, no
obstante la carencia de detalles nece-
sarios para una obra de su índole. Bello
gesto es el de Iván en el último canto
del poema; gesto de héroe que engran-
dece el sacrificio en aras de la mujer
amada. ¡Lástima grande que la mujer no
sea meritoria, muchas veces, del home-
naje de un bardo! Sino, muchos poemas
-divinos se escribirían, que, como el de
Gómez Jaime, la hicieran digna de loa.
Entres.- Maracaiuo (Venezuela).—
A nuestra mesa de redacción ha llegado
el primer número de este quincenario
político-literario que redacta el señor
C. Medina Chirinos. Trae un buen nú-
mero de buenas colaboraciones y viene
precedido de unas «Palabras de la Re-
dacción» enérgicas y vibrantes.
A. B. C — Montevideo. — La necesi-
dad de una revista para niños se hacía
sentir desde hace mucho tiempo. .4. B. C.
ha venido, pues, á satisfacer aquélla, y,
si bien es cierto que no lo ha conse-
guido en los primeros números, mal re-
dactados y llenos de notas gráficas
trazadas malamente y malamente esco-
gidas, creemos que en los sucesivos lo
conseguirá si en ello pone empeño su
Dirección. No es con páginas y más pá-
ginas de iectura monótona y fatigosa
que se hace una revista para el ele-
mento infantil, al que agrada siempre la
brevedad y sencillez de los cuentos y
hasta cierta amenidad instructiva en los
métodos de enseñanza, amenidad por
cuya implantación en aquéllos bregaron
tanto Pestalozzi, Froébel y otros peda-
gogos; al niño hay que instruirlo pero
halagándolo, halagarlo pero instruyén-
dolo, y no obligarlo á lecturas que,
como «El canto de un trabajador» y
algunas notas científicas que trae A. B.
C, resultan demasiado pesadas para
ellos.
Alpha. — /?<?wsto quincenal ilustrada. —
San Salvador í América Centrai ). —
Hemos recibido los números 1 y 2 de
esta hermosa revista artística y litera-
ria. Traen abundante y selecto material
de lectura y bellos fotograbados. El se-
gundo número publica unas digresiones
incoherentes y perversas de Salvador
Rueda (poeta de antiguo cuño) sobre
el verso. Su autor, no sólo desconoce
allí la alta personalidad de Mallarmé, á
quien injuria con epítetos soeces, sino
que la rebaja hasta el fango de su boca,
dándonos así un ejemplo de su incultura
y de su erudición neoclásica como su
escuela.
Le Courrier Européen. — París.— Re-
cibimos los números 4 y 5 correspondien-
tes al cuarto año de este periódico polí-
tico y literario, cuyo comité de dirección
está formado por losdistinguidos escrito-
res Bjornstjerne Bjornson, JacquesNovi-
cow, Nicolás Salmerón, Gabriel Séailles,
Charles Seignobos y Giuseppe Sergi. Su
sumario es muy nutrido é interesante.
Enfermedades sociales, por .Manuel
í/^ír/e. — Barcelona.- Es un libro de
estudios sociológicos tratados alta y
humanamente. Ugarte, presenta en él
todo ese cúmulo de prejuicios y males
ancestrales y morbosos que hacen presa
del alma social y no la abandonan hasta
dejarla exhausta. Observador sagaz de
la vida y sus costumbres y de las in-
fluencias que éstas ejercen sobre aquélla,
paulatina pero decisivamente, Ugarte se
muestra muchas veces optimista, y su
humanismo es el hermoso atributo que
por sí solo hace loable este libro.
.¥<•-
RPCLO
REVISTA
DE ARTE
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Montevideo - Bvenos Aires, Jvlío de 190?
Apolo triunfa fuera
de aquí, en América y
en Europa. Su material
selecto lo demuestra.
Amado Ñervo, el ex-
quisito poeta de «Per-
las Negras», nos ha ob-
sequiado galantemente
con la deliciosa poesía
inédita que insertamos
aquí, y que, como todas
las suyas, está oreada
por una brisa de beatífi-
ca unción y de dulzura.
N. de la R.
AMADO ÑERVO
.,-¥1
Languideza
(del próximo libro "En voz baja">
Yo no sé si estoy Irisie
porque ya no me quieres,
ó porque me quisiste
¡Oh frágil entre todas las mujeres!
Ni sé tampoco
si de ti lo mejor es tu recuerdo,
y si al adorarte fui cuerdo
y si al olvidarte soy loco.
^^M.
.^jf^TVsr-í KP^" -? -T^T^^BITÍW^TWWIÍÍÍSISP " " ■«'fc'^Ai,
- 138 —
Un suave desgano
de todo amor invade ei alma mfa,
¡Qué grande y qué falaz era el océano
en que nos internamos aquel día,
los ojos en los ojos, la mano entre la mano I
Hoy, siento que renace mi existencia
como una sutil convalecencia.
Llama soy que un suspiro apagaría . . .
...Déjame, junto á la ventana,
sorprender en el lampo que arde,
los pensamientos de la tarde,
las locuras de la mañana.
Si estoy enfermo, llamaré á la hermana.
A la tiermanita azul y blanca (y pura)
cuya dulce vejez, aún lozana,
tiene la grave y plácida mesura
de Señora Santa Ana.
Amado Ñervo.
Lrd flor de la tierra
¡Qué pura es, aparte de ab-
soluta !
Nada de ella me hastiaría. Y yo
la veo con más serenidad que
el año último, en parecida épo-
ca, con esa serenidad del dile-
tantismo que pasa . . .
Un beso en la esquina de su
boca cuando ella me sonríe con
sus ojos vivos, llenos y benevo-
lentes; eso no me saciaría, es
cierto ! pero esa sonrisa sería
el aliento de mi vida. Yo olvi-
daría la vida por ella, sus ma-
nos entre las mías . . .
No es una sonrisa feliz ú op-
timista, es la sonrisa de un án-
gel sabio, c[ue quiere hacer creer
en la felicidad cuando se en-
cuentra en sociedad. Ella ensa-
ya un airecillo provincial, de
excéntrica retirada á los veinte
años.
Ah ! esa sonrisa tan abierta,
tan noblemente franca, lo ab-
suelve Todo.
I Cómo su cuello es dulce I ah!
sus hombros deben ser todo un
tesoro 1
Todo eso es marchitable y
mortal !
Ella me haría zozobrar en
abismos de análisis y de prime-
ros problemas . . . pero su son-
risa me detiene. Es la flor de
la Tierra.
Julio Laforgue.
- 139
Triste amor
Es un campo muy grande, in-
menso ; tiene tintes verdes en
trozos sembrados de maíz, to-
nos de oro antiguo en bancales
que fueron mies y son rastrojo,
y lo que no es ni verde ni ama-
rillo es tierra labrada, á veces
de color de ocre y á veces de
color de sangre. Brillan allá á
lo lejos los cristales de una ace-
quia que pasan riendo y mur-
murando alegrías porque espe-
jan el sol.
Está partido en
dos el campo por
una carretera cu-
bierta de polvo
gris que parece
ceniza y orlada de
plátanos milena-
rios cuyas ramas
gimen cuando pa-
sa el cierzo. El ca-
mino parece ser
muy largo, á las
veces se esconde
detrás de un mon-
tecillo, después de
serpear su cuesta,
pero más lejos,
en un monte más
alto, vuelve á
blanquear para
volver á escon-
derse. Por él mar-
cha un mozuelo de
aspecto medio trovador, medio
juglar, y mientras marcha canta.
Son sus mejillas encendidas
como la ira del sol cuando se
muere, son sus cabellos rubios
como la mies tostada por el sol,
tienen sus ojos brillantez de
acero, tiene su andar el ritmo
de una poesía y tiene la can-
ción que canta la alegría de un
vivir y la tristeza de un amor.
Por la misma carretera, pero
en sentido opuesto viene un an-
ciano de aspecto miserable, cu-
bre sus carnes con andrajos que
al parecer fueron atavíos de rey
Samuel
ó gran señor, pues aun osten-
tan, entre zurcidos y remiendos,
hebras de oro enmohecido, tro-
zos de recias sedas que ya no
crujen, huecos que fueron nidos
de granates 6 amatistas, vestí
gios en fin, de muy pasada opu-
lencia. Tiene el anciano barba
gris, luenga, desigual y desgre-
ñada, que parece nacerle de los
huesos pues su cara es enjuta;
sus ojos debieron ser hermosos
como sus piernas
derechas, pero de
unos y otras no
quedan más que
unos párpados
que casi se cie-
rran y unos hue-
sos encorvados
que han menester
un báculo en la
diestra del viejo
para ayudarle á
sostener el cuer-
po.
Viejo y juglar
siguen su camino
y pronto han de
encontrarse. Allí,
en aquella piedra
musgosa, se ha
sentado el ancia-
ga y se detiene :
— ¡ Dios os guarde, señor !
¿ Queréis decirme si es este el
camino del Tiempo y si siguien-
do mi marcha podré encontrar
el sitio donde mora la Prima-
vera ?
El anciano suspira, vue've la
tonsurada cabeza para mirar la
parte de carretera que ya pa-
só, y :
— Sí mozo — responde — este
es el camino del Tiempo v en
él has de encontrar el palacio
de la reina Primavera. ¿Qué
es lo que allí buscas? Pareció-
me tu canción, canción de amor
- 140
y de amor son historias que
gustan á los viejos cuando la-
bios de zagales las narran. ¿Quie-
res decirme tu nombre y quie-
res contarme la historia de tu
amor?
— Mi nombre es Florisel, llá-
manme Estío las gentes y por
tal me conocen. Mi amor no
tiene historia : amo el cantar
de los pájaros, amo el reir de
los niños y el perfume de las
flores y el azul del cielo y el
verde de las hojas, y más que
nada amo á la que dispone que
canten los pájaros, que rían los
niños, que se abran las flores,
que el cielo se tina de azul y
que los árboles se vistan de
alegría.
El viejo sonríe mirando al
regatón de su báculo que des-
cribe figuras en la arena. Des-
pués dice :
— Yo he visto á tu amada no
hace mucho y puedo asegurarte
que es bella como un anoche-
cer en su reino ; vé, vé aprisa
que amor es algo que pasa pron-
to y que para pasar no espera.
Florisel ayuda al viejo á le-
vantarse y pasa éste las manos
huesosas por la nieve de su
barba y en silencio se aleja.
Mírale el mozo marchar 5^ cuan-
do al final de la cuesta casi se
pierde de vista, reanuda su ca-
mino y su canción.
El paisaje se extiende ante
sus OJOS con color de vida y
él sigue la senda, la senda que
parece interminable á su cora-
zón de amador . . .
Allá en la lejanía, en un mon-
tecillo de tonos pardos con heri-
das de ocre, hay un palacio que
ha de ser el de la reina de las
flores, pues perfume de ellas
llega al camino incensando el
espacio y cantar de ruiseñores
se escucha desde lejos.
Florisel precipita su paso, su-
be la leve pendiente y llega al
pórtico ; cruza el zaguán, entra
en el parque y según avanza
por una senda enarenada vá
arrancando nerviosamente ho-
jas de los evónimos qus cre-
cen á los lados.
Termina la senda en una pla-
zoleta circular en cuyo centro
hay una fuente que llora sus
lágrimas de cristal, lágrimas que
se rompen en la taza y van á
besar los pétalos de las cerca-
nas flores que al sentir el beso
frío se estremecen.
Cabe la fuente, en un tronco
que yace en el .suelo, más bien
que sentada tendida, está la rei-
na Primavera. El cabello negro,
largo y sedoso, cae en desorden
acariciando sus hombros, las
manos cubren el rostro y el
pecho se agita en convulsiones
de llanto. Primavera está en-
ferma, Primavera se muere.
Florisel se acerca, pronuncia
con timidez su nombre y ella
al oirlo intenta levantarse. Fija
sus ojos azules en los del mozo,
quiere llegar á él pero cae sin
sentido.
— Reina de las flores, reina
Primavera, si supieses que lar-
go fue él camino que tuve que
seguir hasta encontrarte, si su-
pieras cuanta fué la nieve que
con mis plantas deshice hasta
llegar aquí, abrirías tus ojos
para verme y en vez de ligri-
mas que de ellos brotan, bf^sos
brotarían de tus labios paní re-
cibirme.
— ¡ Florisel, Florisel !
Primavera quiere sonreír á
su amado y la sonrisa se mue-
re en sus labios antes de nacer,
quiere abrir sus ojos para verle
y los párpados apenas se sepa-
ran vuelven á juntarse ; quiere
consolar á su amante con fra-
ses de cariño y las palabras se
apagan en su garganta sin que
pueda decirlas; quiere acariciar
su rostro pero los brazos se *
niegan á moverse.
Florisel la levanta, apoya la
cabeza de la enferma en uno
de sus hombros y al ver la pa-
lidez del rostro la llama con ca-
riño, pero la lengua muerta no
puede contestar. Los ojos del
joven rebosan lágrimas y entre
- 141 -
sollozo y sollozo pronunica el
nombre de su amada.
La luna, grande, como un dis-
co de nácar, sube pausadamen-
e camino del cielo y se empe-
queñece al avanzar ; una brisa
fresca pasa por los rosales des-
haciendo las flores, y sus péta-
los— lágrimas fragantes— se en-
redan en las crenchas de la
muerta ó caen en la fuente ha-
ciendo ondular sus aguas sere-
nas.
Allá, al fondo, por el final de
una senda cubierta de hojas se-
cas que crujen bajo sus pies,
avanza el viejo Otoño y al es-
cuchar el plañir del joven, mur-
mura mientras camina hacia la
fuente :
— ¡Qué locura de mozo! ¡Po-
bre Estío ! . . . ¡ Pues no fué á
enamorarse de la reina Prima-
vera !
Miguel A. Rodenas.
TüLio M. Cestero
Marea vespertina
La playa estaba sola y yo como otras veces
lentamente seguía los caminos en eses
que orillan los peñascos, sintiendo los crujidos
de la arena impregnada de azul y de sonidos
por la luna y las olas; aspirando á momentos
el olor salitroso cernido por los vientos;
mirando las encinas que cierran el paisaje
al borde del ribazo, la orla del oleaje
que avanzaba y volvía y allá donde se pierde
la línea de la playa, entre el agua y el verde
de los cerros distantes, la ancha torre del faro
que lucía su albura bajo el ambiente claro.
Al viento Sur, oblicua la marea venía
desde el fondo indeciso de la gris lejanía
y cual cruza á lo lejos con aleteos suaves
avanzando, avanzando una gran banda de aves,
las olas temblorosas y batiendo las plumas
- 142 -
de sus alas formadas por cadencias de espumas .
con un vuelo apacible, silencioso y constante
pasaban con el cuello tendido hacia adelante . . .
¿Adonde dirijía su rumbo aquella banda?
¿En qué remota orilla, en que salvaje landa
su vuelo abatiría? ¿Qué rasgo de locura
la hacía en esa tarde volar á la ventura?
¿Qué anhelo misterioso de errancias migratorias
como aire sostenía sus alas ilusiorias?
Llevaba tal impulso, era tan insistente
el vuelo de esa banda incansable y silente,
era tan delicado el sedoso aleteo
de las olas innúmeras, tan claro el centelleo
de las leves, lejanas, perceptibles apenas
y de las que llegaban barriendo las arenas,
que lenta y dulcemente yo me uní á la bravia
marejada espumosa, sintiendo que podría
con esa fuerza virjen llegar donde no llega
el más íntimo anhelo del corazón que brega;
sintiendo que impregnado en la vasta porfía,
en la fé de esas alas yo también llegaría
más allá de la sombra, más allá de la Vaga
orilla silenciosa do la vida se apaga !
\
La noche se acercaba oxidando el bruñido
metálico del cielo, cayó el primer latido
de una estrella lejana y en los hondos confines
murieron lentamente los ocres y carmines.
Y en tanto que á lo lejos, en la costa ya umbría
la linterna del faro se apagaba y lucía
yo me fui con las olas que batiendo las plumas
de sus alas formadas por cadencias de espumas,
con un vuelo apacible, silencioso y constante
pasaban con el cuello tendido hacia adelante...
Miguel Luis Rocuant.
Valparaíso, 1907.
- 143 -
JUAN PICÓN OLAONDO
_ ,,. :>ff::?^í^, ré/.^;^:fe-
Ante una ofrenda hacía los dioses
He verbalizado con sus "He-
liotropos ", bouquct de Arte, fi-
no y galano, con que usted me
obsequiíira enhorabuena allá en
A Pérez j» Curis, poeta y amigo.
una causerie nocturna del ca-
baret San Román, donde una
vez á la semana, un grupo de
intelectuales amigos se congre-
-s',' *?*?■•'
- 144 -
T
ga en petit cenáculo á la ma-
nera de los noctámbulos pari-
sienses en los fanboiirg de.Mo.nt-
martre y le Qunrtier Latín.
Evoco' esa noche . . . En las
lunas opalescentes de los espe-
jos una geometría inquieta y
vivaz de gestos parlanchines; en
el' aire opaco y denso un des-
menuzamiento de ruido de mul-
titud agitada, y más allá, en un
ángulo discreto y distanciado,
Athenas en Cosmópolis . . •, Y á
fé que los Sábados de I' Émpe-
reiir tienen su nota típica. En sus
vastos salo-
nes ilumina-
dos caben
las múlti-
ples manif es
taciones de
la colectivi-
dad huma-
na. ¡Qué de
ideas con-
traditorias,
de órbitas
opuesta s ,
de pensares
distintos bu-
Uenenaque-
llas salas
exornadas
de plafones
y donde un
áffiche de
Caruso, de
la Cavalieri
ó de nuestro
más novel
literato ha-
MIS ENSUEÑOS
Para Amado Ñervo.
Mi huerto es una penumbra eterna
Donde florecen, lentas y frías —
Cual en el borde de una cisterna.
Pátina y musgo — mis nostalgias.
Muere la tarde callada y tierna ;
Y en tanto me hablan ¿us lejanías,
Miro en mi huerto : penumbra eterna.
Cómo se esfuman las ansias mías.
Sueños^ ideales, dicha remota :
Vuestro impalpable perfume flota
Todas las tardes en torno mío . . .
Pero en invierno se hacen las noches
Foscas y amargas como reproches,
Y mis ensueños mueren de frío !
Pérez y Curis.
ce penaant
al novísimo reclame del Bilz ó
del chocolat Saint ! . . . Pero el
ambiente es propicio al acerca-
miento, aunque este sólo sea
transitorio como el de ejércitos
enemigos que se contemplan
inactivos en la pasividad de una
tregua ... Y allí, vense contac-
tos que parecen paradojas, todo
en una vecindad bonachona, en
corrillos que se agrupan alre-
dedor de las pequeñas mesas,
en tanto en las copas de cristal
luciente, humea el dulce néctar
Oriental, que evoca los viejos
califas, los soles caniculares de
la Arabia, los visires adustos,
los sultanes aletargados con sus
pantuflas rojas y sus albornoces
albinos, pendiente en la boca
la pipa del opio y del haschis.
Y fué esa noche, en aquella
babel del boulevard, donde le
conocí á usted. Su silueta este-
reotipóse en mis retinas . . . Un
rostro juvenil y lampiño, con
ese dorado matiz de terracota
que recuerda la ardorosa raza
morisca ; una nariz aleteante de
conquistador; unos ojos moru-
nos con sú-
■^ bitos relam-
pagueos de
a c"e r o en
guardia ;
una cabelle-
ra indócil,
y todo, en
una delga-
dez aparen-
te, engaño-
sa al través
de una lar-
gura precoz
extremada-
mente alar-
mante ...
Charla-
mos El
vacío era en
el ruido del
hart en au-
ge : sólo el
cenáculo sa-
bía pensar ..
Algún bur-
gués veci-
no, sorbía á nuestro lado y sor-
bo á sorbo, su cuotidiano Moka:
la faz ungida, de placidez bea-
tífica dulcificado, santificaao to-
do él bajo la absurda metempsí-
cosis de una digestión cien ve-
ces culpable y mil veces feliz...
Charlamos ... El humo de los
cigarrillos formaba en el ambien-
te flotadoras muselinas de nie-
blas Verlainianas . . . Rozamien-
tos de cristales trémulos, ar-
monías truncas de copofonos
arrancadas por manos inexper-
tas, llegaban á nosotros en des-
/
J)
;.- i
■n^T-
— 145
florecimientos etéreos, en tanto la
voz de mando del Empereur de
nuestros cafés-conciertos reper-
cutía hasta más allá de las últimas
mesas, meilflua y pregonante...
Fué una velada feliz. Esa no-
che hablamos de Literatura, de
Arte, de Gloria . . . Los viejos
Maestros desfilaron precedidos
de sus caravanas salomónicas
cargadas de preseas, de pie-
dras preciosas, de tesoros mag-
nificentes arrancados del país
del Ensueño y á las riberas de
Aqueron, bajo el ahullido de
los lobos en acecho . . .
Desfilaron, también, en pro-
cesión fastuo-
sa de Césares
victoriosos, los
nuevos orfe-
bres, los ex-
quistos los ne-
bulosos los im-
palpable, toda
esa pléyade
brillante de ar-
tífices de hoy
á quienes la
Gloria ya son-
ríe como 'una
novia esquiva
y amante.
Y pasaron...
pasaron... pa-
saron... Én
marcha hacia
el templo res-
plandeciente
de la belleza
donde moran
las siete Musas
Luís Martínez Marcos
Allí sus ofren-
palpables ... y más, mucho más
todo un tesoro acumulado al
través de quien sabe cuantos
siglos por los magos y hechi-
ceros oe la palabra.
i Oh, noche de evocaciones ! . .
En medio de aquel deslumbra-
miento de nombres gloriosos
pronunciados por labios ungi-
dos de fervor, el joven cenácu-
lo animábase como bajo el so-
plo potente de las alas de la
Victoria. Y un poco de toda
aquella Gloria parecía también
llegar hasta él, templando cora
zones, robusteciendo energías,
creando añoranzas y ensueños,
en tanto que
un pliegue de
desaliento
enarcaba los
labios de algún
escéptico pre-
coz cuya fé
flaquease ante
el mañana . . .
Luego, esa
noche, como
tantas otras de
feliz bohemia,
pasó veloz y
fugaz, dejando
en nuestros co-
razones el cla-
ror vivificante
de las almas
gemelas que
se compene-
tran, y en nues-
tra mente, el
lampo lumino-
so de un recuerdo cuya evoca-
das eran mágicas. Cada artífice ción nos es grata rememorar,
había depuesto parte de su al
ma y de su vida. El cenáculo ad-
miraba aquella colaboración del
Genio 1 El blanco mármol de Le-
conte ; el jaspe maravillosamen-
te polícromo de Gautier; la lí-
impecable de los estetas
Y fué después, en mi retiro,
que gusté su obra. Mi espíritu
permeable vibró en toda la psi-
quis de su sentir y gustó en to-
das las bellezas de su pensar,
mientras mis pupilas ávidas, se
intensificaban en el ultra viole-
nea
Griegos*; la pompa oriental de ta intenso de la tinta impresa,
los Parnasianos ; el oro bruñido Espiritualmente aspiré esos "He-
de Mistral; los blasones herál- liotropos", que, como sus her-
dicos de Heredia ; los árabes- manas, las flores, también tienen
eos sutiles de Darío; las telas mucho de enervante, de turba-
maravillosas de Samain ; los dor, de carne voluptuosa, y vio-
símbolos caba1í«;ticos de los im- lenta. ..
— 146
Durante esa lectura, en mi
país azul
senderos
r
peregrinaje hacia el
de la Quimera, por
lilas y valles amenos, mi ima-
ginación febriscente ha visto
surgir esos amaneceres virgi-
lianos en que los contornos se
insinúan en el misterio de la
media luz ; se ha deslumhrado
en la hora
cáhda de un
meridiano
estival,
cuando el
sol cae aplo-
mo en una
lluvia de
metal ígneo
ha soñado
c-n la sere-
nidad au-
gusta de los
crepúscu-
los de oro
dei Parthe-
non,y, ebria
de nostal-
gias, ha va-
gado erran-
te en las no-
ches blan-
cas del vie-
jo Rhin, su-
gere ntes
bajo una lu-
na de algo-
dón, en me-
dio! de una
nivosidad i-
lial en que
todo es blan-
co... en que
todo es nie-
ve...
Y es que
usted, sin la
la ingenui-
dad infantil
de los poetas pastoriles de la
edad eglógica, sin el tono aus-
tero y solemne de los clásicos
presuntuosos y lamidos, sin la
imagen rimbombante de los
Góngoras, sin el romanticismo
espiritualizado de los Hugos y
los Lamartines, sin el dolor
descarnado de Alfredo Musset,
sin el tósigo amargo de Baude-
laire, sin la nebulosidad abstru-
sa y supersustanclal de los sim-
bolistas ; lejos también, de mol-
des caducos, de retoricismos
litúrgicos, de esa versificación
justa, precisa, horizontalmente
tirado á cordel, que aun sirve
de clisé á los ungidos á pre-
ceptos, ha
^
PASIONAL
Para Flor del Lacio
Yo no te quiero desdeñosa y fría
Como la muerte, destruyendo amores ;
Quiero que en ti perdure la ardentía
De un rosal de oro reventando en flores.
¡ Quiero que llores !
Yo no te quiero mortalmente triste
Como las noches del invierno, lentas ;
Te quiero alegre y sensitiva, i Fuiste
Sensitiva y alegre y te lamentas !
¡ Quiero que sientas !
Yo no te quiero dolorosa y mustia
Cuando á tu seno, tímida, me llames ;
Quiero que olvides tu febril angustia,
Que con tu amor mi corazón inflames.
¡ Quiero que ames !
No ! Yo no quiero que en tu casta boca
Beba otro labio su perfume, y ría ;
Mía es tu gracia en carne que provoca
Amor de cóndor y pasión de arpía.
¡ Te quiero : mía !
Quiero que te conmueva la emotiva
Desolación de mi alma que maceras ;
Y, cuando caiga mi tristeza altiva,
(Es mi tristeza la oblación que esperas)
¡ Quiero que mueras !
Pérez y Cüris.
S_-
sabido im-
primir á su
obra mucho
de la escena
real y del
vivir huma-
no.
Luego, en
la forma, en
el decir, en
el engarce
fluido y ar-
mónico de
esas estro-
fas mórb i -
das como
muslos de
mujer y can-
dente como
hálitos de
Siroco, na-
da hay de
los Maes-
tros admi-
rables cuya
sugestión
suele per-
durar en la
emarfc i pa-
ción de un
esti lo, asi
como en
nuestras pu-
pilas des-
lumbradas
porlairrup-
' ción de un
mete oro,
verdura la irradiación de su
uz, tiempo aún después de ha-
berse ella eclipsado.
Y en cuanto á buen hablista
usted lo es. A más de revelarse
un poseedor afortunado de nues-
tra lengua, reúne á ello el ca-
chet exquisito del artista que
da con la palabra justa y nece
— 147 —
saria que ha de sugerir amplia-
mente la clara concepción de
su idea. Y acaso este prurito
en buena ley, haya llevado á
usted á un cierto atrevido abu-
so de una fraseología exótica,
al decir de ciertos paladares.
Pero, teniendo presente la evo-
lución de la Literatura en el
decir, á través de las diversas
etapas de la Humanidad, con-
forme á costumbres y á épocas,
¿ acaso en el lenguaje no debe
conservarse lo añejo aún lógi-
camente adaptable y á la vez
enriquecerle
con intercam-
bios lengüisti-
cos, con nue-
vos tonos, nue-
vos sonidos,
nuevas modu-
laciones que le
den flexibili-
dad, añ n a-
miento , color
y riqueza ? . . .
¿Acaso el gi-
ro caprichoso
en el vocablo
no implica por
si solo el linea-
miento distin-
tivo de una per-
sonalidad pro-
pia?. .. ¡Oh, si;
seamos avaros
y magníficos!..
I Vive Dios ! . . ,
No cabalguemos el rucio lerdo
de Sancho por la ruta estéril
de un Toboso desolador ! . . De-
jemos esos escrúpulos de ran-
cio estancamiento para aque-
llos que acuden á la Fuente
Castalia con sólo la obsesión
monomaniática de simples spor-
mants pescadores de galicismos,
arcaísmos ó modismos innova-
dores ! Dejémoslo para aquellos
cuvo mayor anhelo fuera regir
á la Literatura por las reglas
de un código único, absoluto,
infalible; esto es: al pan, pan;
al vino, vino ; la simplicidad más
comestible, más económica, de
más fácil nutrición . . .
Pedro J. Naón
Y prosigamos con su obra.
"Presentida", "Después de ver
la", "Helénica", "Camafeo",
" Ojos pensativos ", " Crepúscu-
lo", 'La tarde", "Tus rubo-
res", "Balada de Otoño", "Tar
de gris", son de aquellas compo-
siciones que por lo feliz de la
concepción, lo brillante de la
imagen y el fúlgido colorido
que de ella fluye, hacen inten-
samente codiciable ese bouquet
exótico que, con princif>esca ga-
lanura. Usted nos brinda en
" Heliotropos ". Y tal, también
podríamos ma-
nifestar de sus
sonetos "Var-
gas Vila"" Ru-
bén Darío " y
" Gómez Carri-
llo ", hermosos
bajo-relieves
tallados con
primo r y d e
una filigrana
deliciosa y ad-
mirable.
Luego, jun-
to á esos éx-
tasis de amor,
á esas crepita-
ciones de la
sangre joven
que azuza al
deseo, á esa
plétora de ju-
ventud pujan-
te, á esas cui-
tas amorosas, allá, en la estan-
cia, donde fingió la penutnbra
como un vuelo de pájaros ne-
gros, y que, al través de la bru-
ma gris del viejo Tiempo, la
mente del poeta ha hecho re-
vivir en estrofas emocionales
palpitantes de vida, surgen los
versos levantiscos que dicen de
las miserias del arrabal y de la
vida errante de los parias.
Y es que su obra es así: Un
libro galante, pagano, con son-
risas de mujer y guiños de sá-
tiro ; un misal rojo que dice de
pubertades viriles y de rebel-
días indómitas : latigueante pa-
ra los histriones y mercaderes ;
148 --
r
henchido de piedad infinita para
ese rebaño anónimo que aun
sirve de engorde á los vampi-
ros de la Libertad, llámense
estos Czares ó Filisteos.
\ Oh, Musa de varón fuerte y
de hembra estoica ! Un vaho
candente de tempestad, una bru-
ma de borrasca que está muy
lejos de ser la autumnal y vaga-
rosa de los místicos y feminis-
tas, nimba esos versos que tie-
nen ósculos de hermano é ira-
cundias de Apocalipsis . . .
Y es que en estos himnos de
guerra y de
bonanza
que cantan
las liras de
hierro de
los poetas
noveles,
hay mucho
de'Cólera y
de Piedad.
Ellas evo-
can las jor-
nadas don-
de la Escla-
vitud fué
vencida, y
predicen a-
quellas vic-
torias que
se vislum-
bran para
un Futuro
no lejano...
Y evocan
las violen-
cias y las
bienaventu-
ranzas ; todos los errores y to-
dos los derechos ; todas las ter-
• nuras y todos los castigos ; por
que Ja Libertad es así : buena,
terrible implacable, generosa!
Y en esas estrofas bárbaras
de esta Musa bélica y melancó-
lica, cuánta sombra y cuánta
luminosidad ! . . . Ellas, como la
prosa profética y libertaria de
los Zoia, de los ToJstoi, de los
Mirbeau, de los Gorki, de los
Anatole France, están preñadas
de lágrimas y blasfemias ... El
corazón se oprime; el cerebro
OLVIDO
^
V
vé ; el puño, crispado bajo el
nervio de una impulsividad ins-
titiva, hiende el aire como el
brazo vengativo de un gladia-
dor que acomete y va á herir...
Y surgen ante nuestros ojos
fascinados todos los vejámenes
inauditos y todos los rencores
inconcebibles. Ora es el rebaño
de Germinal, que aulla bajo el
hambre que lo roe, mientras su
alarido inmenso vibra en el am-
biente cósmico de la Revolu-
ción y repercute más allá de
las ciudades minadas por el
agio y por
los t'ruc;
ora son los
días turbu-
lentos de la
Convención
en que ru-
ge Dantón
y brama Ro-
bespierre ;
ora el in-
cendio déla
Comuna la-
me con sus
lenguas ro-
jas el anda-
miaje ende-
ble de un
pusilánime
despotismo;
ora son los
alaridos de
las huestes
nómades de
la etapa,
hostiga das
I bajo el knut
de sus señores, vibrando en un
retemblar de cascos galopantes
y en marcha hacia el viejo
Kremlin de los últimos Cza-
res ! . . .
Y pienso, ante el gesto pusi-
lánime de algún retrógrado:
Todos los pueblos han tenido
sus poetas épicos, los viriles
intérpretes de la gratitud na-
cional. Las proezas legendarias
de sus antepasados, las glorias
rias homéricas de su emancipa-
ción, han sido cantados en ri-
mas laudatorias hacía el Ven-
Para Francisco Villaespesa
En el balcón las macetas
Están tristes todavía ;
Florecerán las violetas
Cuando las rieguen inquietas
Manos de una virgen pía.
La glicina que se prende
A las barandillas rojas,
Gime, y agostarse tiende ;
Y de sus ramas hoy pende
Un haz de anémicas hojas.
i Cómo han quedado olvidadas
La glicina y las macetas
Tras las persianas cerradas !
¡ Parece que están ligadas
Al alma de los poetas !
Pérez y Curis.
J
^,iUJi¿l£^.c
— 149
cedor. Hacerlo nuevamente se-
ría rastrear un camino que fué
fecundo en hora propicia ; sería
acaso desmerecer el remoto en-
canto de esos himnos que allá
en los albores de nuestra ni-
ñez supieron engendramos la
primer idea de Libertad, de
una Independencia colectiva, lo-
cal, con distingos de raza y or-
gullos de nacionalidad , luego,
¿por qué no ser los poetas de
hoy más humanos y luchar por
que esa Libertad sea aún más
amplia y generosa, envolviendo
á los hombres
en un abrazo
fraternal y ú-
nico ? . . . Pues-
to que en to-
das las edades
la poesía se ha
hermanado á
la filosofía y á
los anhelos de
su tiempo ¿por
qué no acep-
tar ahora esta
nueva tenden-
cia que al uní-
sono de la evo-
lución contem-
poránea dice
de la emanci-
pación del
hombre -cosa
y brega por un
mañana más
llevadero para
la humanidad
prediciendo la
el bienestar
común ? . . .
Y pienso, nuevamente, ante
el gesto pusilánime de algún
retrógrado :
Los poetas cortesanos pare-
cen haberse extinguido. Han
pasado para siempre aquellos
bardos de oropel, que entre bu.
fones patizambos y cervices his-
trionisas, inclinaban su plectro
ante testas coronadas de Calí-
gulas y Nerones. Hasta casi á
fanes del siglo último, trovado-
res hispánicos endilgaban sus tro-
vas á príncipes consortes y al-
Eduardo Ferreira
tezas merovingias. Uua visita
real, la boda de un archiduque,
el advenimiento de un nuevo
infante, eran precedidos de una
declamatoria rlmbombástica de
carácter contagioso... Toda una
irrupción de epitalamios, de so-
netos, de odas más ó menos
hueras, caían como plaga egip-
ciana sobre revistas y periódi-
cos. Y ante aquella vegetación
fofa de hongos palaciegos, las
Musas lloraban el sacrificio y
el rostro alelado de los Dioses
teñíase de rubor . . .
Felizmente,
en los tiempos
que corren,
ellos ya no re-
ciben con a-
plausos y Víc-
tores esos es-
labones de su
propia Escla-
vitud, legado
funesto de ve-
tustos señoríos
feudales crea-
dos por el hom-
bre en pro de
su ignominia...
Hoy ya nadie
cantaá los Cza-
res. Estos ya-
cen allá, en el
cautiverio d e
sus jaulas de
oro, entre un
ambiente arti-
ficioso y efec-
tista de bam-
bolinas y bas-
tidores de gran comedia, en
tanto las cloróticas princesas,
aguardan impávidas al incógni-
to desposado que le depare el
azar de la política ó las altas
conveniencias del trono, desvir-
tuando así la clásica leyenda
que dice de la sublime ceguera
luminosa del travieso Cupido.
I Oh, los nuevos caballeros de
la lid, sin miedo en el corazón
y con una espada que es antor-
cha!
En las vicisitudes de su Cal-
vario, en los dramas íntimos de
- 150 -
I
r
su existencia, hoy el Poeta ha
sabido ser orgulloso , . . ,É1 son,
ríe á la Vida, y sabe retar,
también sonriendo, al fantasma
pálido de la Muerte. Y ahora
son más sinceros, y más huma-
nos, y más prácticos . . . La Na-
turaleza y la Mujer son su Nor-
te ; la fuente inagotable de toda
Belleza y Sabiduría, alli donde
sacian toda la sed de «us almas
ávidas y lumíneas. Sus mejores
ofrendas son para los Dioses y
para sus hermanos de ideales,
para aquellos que empuñan ce-
tro y ciñen
diad ema,
aunque ave-
ces calcen
botinas ro-
tas... Y tam-
b i én son
más aman-
tes. Y las
más raras
flores de su
invernáculo
interior son
para la es-
toica com-
pañera que
con él com-
parte las mi-
serias de su
buhardilla y
los espíen -
dores de sus
éxitos. Y son
para ella
sus más ex-
quisitos ma-
drigales; pa-
ra ella que le brinda con la
púrpura de sus labios el beso
del Placer y que le abre su co-
razón, para que él arranque, to-
do, todo el acíbar y todas las
dulzuras, que luego, mañana,
él inmortalizará en rimas de ru-
EL PESIMISMO
Para Moreno Alba.
Surcando el proceloso mar de la vida
Va mi bajel errátil bajo la bruma,
Y el palor de la tarde gris que se esfuma
A lo lejos, evoca mi fe perdida.
El pesimismo eterno jamás me olvida
Y es una flor amarga como la espuma ;
El infortunio es acre virtud que abruma
Mi corazón sangriento cual una herida.
Y el huracán que, airado, ruge y golpea
Los mástiles endebles, se me figura
Un mórfex sanguinario que mata y crea
Como la boca enorme de todo abismo.
Que absorviéndonos crea gracia y ventura
Mientras ahoga al monstruo del pesimismo
Pérez y Curis.
bies, de esmeraldas y de zafi-
ros ...
Y pienso, sinceramente : i Oh,
tú. Poeta amigo, sé con ellos y
marcha hacia la lid. El combate
será encarnizado pero la Victo-
ria es inmensa ! . . . Mírala ! . . .
ELLA sonríe . . . Todo su cuer-
po, como ima sierpe de tenta-
ción, ondula y atrae. A su boca,
ánfora de delicias, mil besos flu-
yen. Allá en la negrura de sus
ojos ha soles infinitos. Solo su
cabellera sería un sudario mil
veces más
■^ codiciable
que la mor-
taja de oro
del más
grande Em-
perador.. .
Mírala!...
A su alre-
dedor hay
espinas y a-
hondonadas
y precipi-
cios . . . Pe-
ro, ELLA
sonríe...
¿ qué, no la
ves?,
paso ,
tro.,
tro . .
LLA
. Un
. o-
o -
E-
sólo
poeta,
eres!
como ellos
sabrá entre-
garse á los
fuertes y
temerario s ,
y tú, oh
también lo
Juan Picón Olaondo.
En Montevideo, Abril de 1907.
j^.„
- 151 -
Tríptico de las tentaciones
PRIMERA TENTACIÓN
EN LA RIBERA
Sí, recuerdo el naufragio y en la playa
seco mi ropa, como el gran Latino ;
y que la nave que sin mástil vino
lista otra vez para zarpar se vaya ;
yo no, que hundí tras la movible valla
del mar, mi fe, mi amor y mi destino . . .
Déjame este crepúsculo divino
en que mi vida, como el sol, desmaya.
Mas resurgen en mí las tentaciones,
cuando tú en la penumbra te perfilas,
de encararme á borrascas y aquilones ;
y, volviendo á mis horas intranquilas,
perder mi último barco de ilusiones
en el abismo azul de tus pupilas.
SEGUNDA TENTACIÓN
EN LA CIMA
Blonda de nieve y de sol, como lejana
cima, al fin de un paisaje de leyenda ;
blonda de luz y nieve, de estupenda
blancura de celaje en la mañana ;
blonda de mármol y oro, de pagana
y ritual actitud — ¡ Venus tremenda ! —
blonda de leche y miel, como ana ofrenda
pastoril, de bucólica romana.
Y bien ; desciñe del pudof ta ^enda,
blonda ideal, que la pasión te encienda
y que un beso de amor dulce y sonoro,
bajo la boca audaz que te profana,
el rubor y el placer fundan en grana! ~
nieves, mármoles, sol, nubes y oro !
TERCERA TENTACIÓN
EN EL jardín IDEAL
Viniste á mí, cuando por vez primera
salía del dolor que hirió mi pecho,
como sale un doliente de su lecho
por ver en el jardín la Primavera
y morir ... Y llegaste ; y lisonjera
una voz gritó en mí: Dime, ¿qué has hecho
de tu caudal de amor? ¿Con qué derecho
quieres matar tu fe? ¡Vive y espera!
Y aquí estoy, en la banca ensombrecida,
como un convaleciente que reposa,
leyendo el triste libro de la vida ;
mientras que corres tú, gentil y airosa,
tras un sueño de amor entretenida
como un niño tras una mariposa.
Luis G. Ujcbina.
O
Mirada encarnada
Ella es la única raza de mujer que yo no consigo desnudar.
Yo no puedo, aquello no dice nada de lo de abajo á mi iinaffi-
nacióíi ardiente. Esta imaginación queda estéril, helada, no na
existido jamás, no me ha degradado. Ella no tiene, para mí,
órganos sexuales. Yo no los sueño, me sería imposible soñar en
ellos, me atormentaría en vano. Ella es toda Mirada, una mira-
da encamada, oprimida en una forma diáfana, y escurriéndose
por los ojos.
Julio Laforgue.
.' ÍÚ¿íi
- 152 -
<^^^
¿lililí"
Julio Herrera y Reissig
Métamorphose
Je réve á Pan, <dieu de
lumiére, éblouissant Theu-
re premiére desastres tom-
bés de ses mains.
Le réVe meurt. II est
matin.
Le jour entre les feui-
Ues du bois ouvre ses
f leurs de cristal clair. Doux
fruit doré le soleil nait
d'une fleur d'air entre les
branches.
Et deux bergers, Tircis
et moi, d'un arbre á l'au-
tre se renvoient — une
orange.
Paul Fort,
El baño
De "Los ÉXTASIS de las montañas"
Entre sauces que velan una anciana casuca
Donde se desvistieran, devorando la risa,
Hacia el lago Pholoe, Sapho y Ceres de prisa
Se adelantan en medio de la tarde caduca.
Atreve un pie Pholoe ; bautízase la nuca
Y ante el espejo de ámbar, arróbase indecisa;
Meneando el talle Sapho, respinga su camisa
Y corre mientras Ceres, gatea y se acurruca.
Después de agrias posturas y esperezos felinos,
Gimiendo un ¡ ay ! glorioso, se abrazan á las ondas
Que críspanse con lúbricos espasmos masculinos . . .
Mientras ante el misterio de sus gracias redondas,
Loth, Phebo y David, püdicos, tanto como ladinos,
Las contemplan y pálidas huyen entre las frondas.
Julio Herrera y Reissig.
^-■i-- ,
— 153 —
La sangre
(pantomima)
Para la señoriía Emilia de Marchena,
en Santo Domingo de Guzmán.
DRAMATIS PERSONAE: Rosalinda — L.O-
velace — Pierrot — Ijabradores.
Desde el cielo occiduo el sol
derrama sobre la campiña on-
das de oro y bermellón ; la bri-
sa canta en los campos recién
segados.
La granja celebra la fiesta de
la vendimia. Uncida al arado,
coronadas de rosas las astas,
una yunta de bueyes, en la lin-
de de la era copia en sus pupi-
las la serenidad del paisaje.
En el centro del patio se yer-
gue una fuente: Dio nysos joven
que vierte un ánfora y un cuer-
no en el seno de la taza : vino
blanco y rojo. Gavillas áureas,
racimos opimos, frutos de todas
especies, turíbulos que perfu-
man el aire con sus mieles.
En las femeniles cabezas ru-
bias, sangran las amapolas; en
las cabelleras negras nievan las
flores del manzano. Mozos y
mozas forman un círculo en
torno de Rosalinda y Lovelace.
El es un gallardo mancebo, vi-
ril ; ella es la primavera ; los li-
rios silvestres le han tejido un
traje con su lino fragante.
Suenan las voces de pífanos
y tamboriles: las notas imitan
el rocío que riega las campa-
ñas en la noche, á la luz de las
estrellas.
La danza comienza. Las ma-
nos varoniles repiten las figuras
que baila Lovelace ; las femeni-
les, las de Rosalinda.
Lovelace — Anuncia la sali-
da del sol, los corceles del ca-
rro piafan; la tierra despierta,
los gallos cantan. El labrador
unce los hueves.
Rosalinda — La zagala orde-
ña la vaca; la cálida leche cae
cantando en el cántaro y la ofre-
ce como un don de su propio
cuerpo hermoso.
Lovelace — El labrador apu-
ra en el borde del cántaro, lo
devuelve risueño y con el re-
vés de la diestra borra el bozo
de blanca espuma que el líqui-
do pintó en sus labios. Se en-
camina á la era.
Rosalinda— Le envía un be-
so en la punta de los dedos.
Lovelace — El arador guía
la yunta, la reja rompe las en-
trañas de la tierra. El sembra-
dor arroja la simiente, germi-
na, surge la planta, crece.
Rosalinda — Las j^emas esta-
llan, los capullos se abren, los
árboles se cubren de ñores;
fructifican, y los frutos heridos
de los dardos solares se parten
como frescas bocas que ríen.
(Las voces de pífanos y tam-
boriles remedan el susurro de
la brisa entre las cañas.)
Rosalinda — Al ritmo de la
canción de la segadora la
hoz brilla, las espigas se in-
clinan.
Lovelace — La mano del se-
gador, oculta en las mieses,
acaricia una pantorrilla.
Rosalinda — La diestra de la
segadora pega y amapola la
mejilla del audaz.
Lovelace — El segador con
rabia aprieta los haces.
Rosalinda — Liberta los ár-
boles agobiados de frutos ; cor-
ta los racimos de uvas; aparta
— 154
los pámpanos ; un pájaro sor-
prendido vuela.
LovELACE — Cansado el labra-
dor sigue á los bueyes ; el sol
muere.
Rosalinda — Graciosa la la-
bradora, porta un cesto colmado.
(Los mozos y mozas, acordan
las voces en una guirnalda y en-
tonan un himno á Dionysos.)
Rosalinda — Abre los brazos
con un gesto de amor ; en la
boca encendida, un áureo gra-
no de uva.
LovELACE — Avanza y muer-
de el grano y los labios. Cie-
rra los ojos, pa'pita embriagado
por las dulzuras del fruto y del
beso.
(El círculo se rompe. Un ga-
ñán lacertoso arrebata una mu-
chacha, suave carga que con-
duce á la fuente ; sus anchas
manos ponen grillos á los bre-
ves pies, la inclina sobre la ta-
za, donde bulle el vino. La mu-
chacha se agita, grita, ríe y
sorbe el divino zumo. El gañán
la suelta y cuando erige su lin-
da figura, se esponja, sacude la
testa risueña y riega gotas que
cintilan como amatistas y se
deslizan por la piel cosquillan-
do los vírgenes pezones. La
alegría estalla. Otra muchacha
á la fuente, otra, otra, y todas.)
Una ZAGALA — Ahora Pierrot.
(Pierrot, olvidado, solo, triste
en un rincón, envuelto en su
amplio traje blanco á rayas ro-
jas, el espantapájaros de la huer-
ta, se estremece miedoso. Sus
ojos devoran á Rosalinda.
Todos — Sí, sí, Pierrot á la
fuente. (Dos mozos lo alzan en
vilo, lo sumergen, patalea, pero
traga vino. Un coro de risas
acoge su rostro empapado.)
Otra zagala— ¡Que baile Pie-
rrot !
Todos — Sí, sí, que baile con
Rosalinda. (El círculo se forma.
Las notas de pífanos y tambo-
rilen imitan el rocío que riega
las campañas á la luz de las
estrellas. Pierrot contempla ale-
jado á Rosalinda, feliz en su
desgracia. Baila, es un muñeco
dé madera tirado de un corde-
lillo. Las risas corean, los aplau-
sos ahogan las voces de los
instrumentos : el vino canta en
las bocas.)
Pierrot — Ansioso, avanza
i qué dicha ! Gustará la uva y
los labios.
Rosalinda — Rápida muerde
el grano y envía el beso en la
punta de los dedos á Lovelace.
Pierrot — Se detiene extáti-
co ; la diestra contraída desga-
rra el pecho ; le duele el cora-
zón. El brazo se tiende con un
ritmo de gracia exquisita ; se
dijera que ofrenda una rosa,
clava un puñal en el seno de
la bella cruel.
Rosalinda — Vacila. Un cho-
rro ardiente brota enrojeciendo
el lino fragante de los lirios.
Se abate : tal una estatua ful-
minada por un rayo.
Pierrot — Cae, y su cuerpo
contra el pavimento produce ün
ruido de huesos desvencijados.
(El olor de la sangre emerge,
inciensa, colma el patio en si-
lencio con la fuerza de una pa-
labra elocuente. Los bronces
de una iglesia lejana entonan
el Ángelus, las alas de la ple-
garia se extienden por cima de
todas las cabezas.)
Una vieja — De hinojos, los
brazos en cruz, con gesto que
surge de sus entrañas mater-
nales y lacera las carnes pa-
voridas: ¡misericordia, miseri-
cordia. Señor, ten piedad de
nosotros !
Un joven (inclinándose hacia
Rosalinda). — \ Dios mío, por
qué muere, siendo tan bella!
Pierrot. — Sumergido en la
sangre, que asciende, asciende
siempre ; se oprime el rostro
entre las manos; ríe, llora. Se
contrae : la amaba, la maté. Se
yergue impetuoso y en un gri-
to salvaje promulga su derecho
al Amor.
1907
TuLio M. Cestero.
— 155 —
Esdrújulos
A Blanca
Es la hora del crepúsculo,
momento solemne y lánguido...
parece oir las cólicas
arpas de los himnos clásicos
vibrar con rumor insólito
sus más armoniosos cánticos.
Pronto, pronto, el astro fúlgido
dará fin al diurno tránsito,
traspondrá las altas cúspides
en un cielo rojo y áureo
é irá á recibir las férvidas
plegarias de los asiáticos.
En medio de ese crepúsculo
¿no veis algo de enigmático?
¿no sentís nada de irónico?
¿no sentís algo sarcástico
que nos punza hasta la médula
en nuestro orgullo satánico?
Cuando la noche en la atmósfera
lanza sus glaciales hálitos, '
el corazón pusilánime
siente misterioso pánico,
cual si los ecos fatídicos
entre los montes impávidos
trajeran aislados términos
de los himnos y los cánticos
que al Sol ofrendan en séquito
mil espíritus fantásticos.
« Oh! los pigmeos terrícolas,
microbios del ser terráqueo,
sin nuestra esencia vivífica
¿ qué fuerais ?
¡ Y desde párvulos
vuestra sapiencia escolástica
os infla el altivo cráneo
con la pretensión estúpida
de ser los supremos arbitros
de la gran familia cósmica
do el sol es padre magnánimo !
Dejad vuestro orgullo típico
pensad un instante rápido
en lo que enciende la fúlgida
luz solar viviente, que ávidos
aspiran seres innúmeros
del Universo en los ámbitos ! »
F. Carbonell.
.- - r^^T---^
— 156 —
Los diamantes
Épocas hubo de magna ex-
celsitud para tu estirpe, ¡ oh
diamante de facetas prodigio-
sas, de transparencias inaudi-
tas, de claridades temblorosas !
Tiempos hubo en que la ima-
finación de los humanos hizo
orecer el milagro sobre tu in-
tacta solidez de carbono, y di-
fundió la quimera de un hechi-
zo benéfico en tu prestigio de
mineral cristalizado, ¡oh dia-
mante que tienes por cuna el
aluvión y que tuviste por se
pulcro, en olimpiadas extintas,
la suavidad perfumada de los
estuches imperiales !
Poseíante Jos nobles y dignos
de la tierra ; brillabas tan solo
en la corona de Francia: rutila-
bas tan solo en el pecho de Cata-
lina de Rusia; espejeabas tan so-
lo en el anillo de Mattan; ardías
tan solo sobre la testa corona-
da del Gran Mongol : eras aris-
tocrático, eras noble !
Sobre los bucles ondulantes,
en la cabeza erguida de las
princesas y de las emperatri-
ces, tu caricia de fulgor mag-
nificaba los mohines del orgu-
llo y sublimaba los melindres
de la coquetería.
Las manos sonrosadas, sa-
bedoras de tu encanto, los se-
nos turbadores, conocedora^ de
tu beso fantástico, las frentes
soberanas donde trémulas tus
aguas centellearon, nacidos fue-
ron en las más altas cumbres
de la grandeza humana, en épo-
cas remotas de la historia, cuan-
do el denuedo era proeza y el
genio inmortalidad.
*
Diamante ¡cristal que te elec-
trizas al contacto, que fulguras
bajo el sol y requieres para tu
belleza la constancia de tu pro-
pio polvo; diamante del África
y la India que ni te fundes, ni te
disuelves, ni te volatilizas ; dia-
mante de los Reyes y los Em-
peradores ! tu prestigio ha de-
caído ; eres una piedra vulgar !
El sastre de mi calle y el za-
patero de la esquina; el usure-
ro de enfrente y el quincallero
de al voltear, todos conocen la
diáfana riqueza de tu brillo.
La moda te envilece al re-
clamarte para los dedos de la
novia semibárbara que tiene la
cutis africana y el cabello re-
belde.
Tú que supiste de las orejas
finas y cuasi transparentes de
las infantas reales, prostitu3'^es
la gloria de tus antepasados
en Tos aretes que habrán de
hacer más ridículo el lóbulo
carnudo de la india primitiva.
Tú que resplandecías en el
anular de Carlos V, luces hoy
en el dedo de los saltimbanquis
y eres presilla valiosa en la pe-
chera de los banderilleros.
El comerciante hecho rico por
el ardid de una quiebra, y el
general de alfeñique que des-
pojó al contrario en la oportu-
nidad de una victoria, todos te
colocan como gemelo de sus
anillos nupciales, todos te arran-
can del rondo de los estuches
para engalanar las muñecas de
sus mujeres y las gargantas de
sus hijas.
Y, sin embargo de todas esas
Erofanaciones de tu estirpe no-
ilísima, hubo un tieinpo en que
sobre los bucles ondulantes, en
la cabeza erguida de las prin-
cesas y de las emperatrices, tu
caricia de fulgor magnificó los
mohines del orgullo y los me-
lindres de la coquetería.
Moreno Alba.
1907.
- 157 -
¡Es tan fugaz lá vida!
¿Mi porvenir? ¡Oh! vana pre-
ocupación ! I Es tan fugaz la vi-
da; tan contados son los años
que vivimos con plena concien-
cia de nuestras voliciones, que
pensar en el porvenir es grave
locura! Yo, m siquiera inciden-
talmente he querido pensar en
esa hidra monstruosa. Mi cere-
bro se hubiera visto poblado
por preocupaciones harto dolo-
rosas ... 1 El porvenir I ¡ El por-
venir ! Una fuerza de holganza
futura; una reserva de priva-
ciones para gozar en la vejez
de placeres y emociones que
no pudieron ser en la juventud,
cuando hubo en el cerebro una
ensoñación y en el alma fres-
cura y atrevimiento 1 No : el
porvenir me espanta; quiero
vivir y soñar, sobre todo soñar.. .
Mientras sueñe con locuras vi-
viré intensamente la vida. Y yo
quiero vivir, olvidarme de toda
preocupación proterva, de todo
humano odio, de todas las mi-
serias y dolores que, precisa-
mente, van sembrando esos bus-
cadores de porvenir. ¡ Qué her-
moso es olvidar el egoismo del
alma colectiva, su amn de di-
nero y espectabilidad, para en-
tregarse ae lleno al deleitoso
gustar de la vida vista á través
de las risueñas ensoñaciones del
espíritu y, sólo por necesidad,
rendir tributo al mandato im-
perioso del estómago, robando
al ensueño las horas necesarias
Eara ganar el pan de cada día !
,uego..., después..., siempre...,
soñar junto á cualquier mani-
festación de la naturaleza ubé-
rrima y generosa. Animar con
el panteísmo del alma todos
sus colores, todos sus secretos,
y todos sus perfumes y vivir
identificado con ellos. En la sal-
vaje roquedad, guarida de ani-
Para María C. González,
Cariñosamente.
malejos que saben de la alegría
despanzurrándose ai sol; en el
risco peligroso donde las cabras
hacen proezas de estabilidad ;
en la ola que salmodia un him-
no de prepotencia; en el lago
sereno y cristalino que resguar-
dan fantásticos peñascales; en
la abrupta serranía donde cons-
truyen sus nidos las aves de
rapiña , en el valle oculto donde
trisca una majada ó se levanta
la silueta de una choza solitaria ;
en la vasta pradera verdeguean-
te que solo limita el firmamento;
en las ñores, en las nubes que
pasan y mismo en el yermo
donde la vida intensa del sol ó
de la nieve ha matado toda
germen de vida de la tierra;
en todos los sitios y lugares,
encontrar un motivo para enso-
ñar, para bañar el eppíritu en
ese lirismo incomprensible para
aquellas almas volubles que be-
ben en el cáliz de la esclavitud
cotidiana, el tóxico laxante del
utilitarismo. Saber que con el
ensueño no se obtiene una uti-
lidad práctica, pero vivir y go-
zar de la vida. Si en medio de
las ensoñaciones se añoran unos
labios, una sonrisa, una palabra
cariñosa de mujer, la juventud
es talismán mágico y, á su voz,
no falta quien se preste á brin-
dar en la soledad la ternura de
sus caricias, polarizando en el
cerebro una exigencia carnal.
Vivir unos instantes á su lado
el misterio femenino; reir al
borde de una fuente, bajo la
mirada pestañante de una es-
trella, entre el perfume de las
flores y el parloteo sutil é insi-
nuante de la brisa que sabe de
la alegría del vivir. Luego tor-
nar á errabundear por aparta-
dos donde el alma pueda dialo-
gar libremente con el alma del
■ Sse-A..
^í?j!*^í:
■p
— 158 -
misterio y del enigrna. Si en-
soñada una mujer no se hallare
en el camino, resta el mar que
tiene el delicioso perfume de
las carnes femeniles ; el río que
canta ; los pájaros que trinan y
revolotean; la vida que farfulla
al oído todas sus bellezas y
todas sus glorias.
Que el mañana no preocupe
ni se busque. El vivir en un
prolongado ensueño sea el más
intenso deseo. Y cuando enfer-
mo, achacoso y sin recursos, el
invierno de la" vida impida va-
gabundear por apartados silen-
tes, esforzarse por ensoñar aun.
También en la nieve de la edad
senil hay paisajes y alegrías.
Matar con el ensueño todas las
hondas cavilaciones dolorosasy,
ensoñando, morir con la alegría
del vivir, sobre pétalos de ro-
sas frescas, empapado en una
postrera ilusión. •
Perfecto López Campaña.
Mayo, 1907.
K Cervantes
K unos ojo
Porque fueron humanas tus creaciones
Es que siguen cruzando siempre errantes:
Del manchego, los restos arrogantes
Y de Sancho, las cuerdas reflexiones.
¡ Dualismo incomparable ! Las ficciones
Del pobre soñador, serán como antes
Mirajes del ideal, mientras triunfantes
Saldrán, del escudero, las razones.
Y así siempre ha de ser, pues mientras dure
Un destello de Venus Citerea
Y el brillante color del sol, perdure
Y la razón en los cerebros brote :
Sancho se ha de reir, viendo á Quijote
Soñando con su eterna Dulcinea !
Ismael Cortinas.
Montevideo, Enero de 1907.
Ojos llenos de luz, ojos soñados
ojos de esfinge, impávidos y fríos ;
ojos traviesos que al herir son píos
y que los celos tornan acerados.
Tristes ojos en llanto desolados
que son Inviernos y á la vez Estíos ;
que saben de galantes desafíos ;
en éxtasis de amor ojos nimbados.
En éxtasis de amor ojos nimbados,
son tus ojos de luz, ojos amados !
Juan Picón Olaondo.
O
o
Tulio M. Cestero
Este excelente prosador dominicano cuyo retrato publicamos éh
otra página del presente número, nos envía desde París sü
pantomima «La sangre», (inédita), que forma parte de su prJ^
ximo libro «Citerea» que edita la casa Rodríguez Serra di
Madrjd en su Biblioteca Mignon. Nos obsequia también coíl
una fotografía en que aparecen el conocido escritor Manuel
Ugarte y él, en París. La publicaremos en el próximo nú*
mero de Agosto como asimismo el último retrato del ob-
sequiante.
Todos éstos valiosos envíos que nos hacen escritores consagra*
dos, tanto de la América Latina como de la España moder-
na, demuestran de una manera evidente que Apolo se impone.
N. de la R-
-■i^i-.'&^tW^\
— 159 —
•^
Mme. Catülle Mendés
Pierreries
Au jade, á la turquoise, aux nuancés lapis,
A r émeraude, á i' hyacinte, á Ja topaze,
Aux béry's, au plus bleu diatnant du Caucase,
Aux opales en pleurs sous leur voile d'Isis,
Aux rubis faits avec le sang clair d' Adonis,
A r oeil de 1' escarboucle ou de la chrysoprase
Dont sont ornes les dieux de siJence et d' extaxe,
A la perle marine égale aux fleurs du lis,
A 1' or tors ouvragé par la main d' un artiste
Pour enchasser le sardonyx ou l'amethiste,
Méme á 1' eau du saphir préconisant i' amour,
Je préfére, decolores de mille sortes,
Suspendus á mes doigts et transpercés de jour,
Le colliers anciens qui plurent á des mortes.
Mme. Catulle Mendés.
- 160 -
La canción del paría
(De un libro en prep.'iración)
Ai poeta Ángel Falco
Yo soy un legionario de las turbas hambrientas,
Yo voy vagando siempre, cansado y sin hogar;
Yo Voy dejando trozos de mis carnes sangrientas
En las montañas, donde yo subo á blasfemar.
Yo soy un paria errante. En mi gran fiebre quiero
Buscar las libertades, soñando un Sinaí;
Mas, tengo por guarida, el Universo entero,
Y él Universo es chico para guardarme á mí!
Yo quiero herir al monstruo del mundo, con mi lanza;
Dejar hecho ruinas donde yo plante el pié;
Yo tengo mucha hambre de amor y de venganza,
Y sufro ... y me revuelco . . . ¡ pero llorar no sé !
Yo sueño las derrotas de todas las edades ;
Yo clamo por las almas vencidas y sin luz;
Y las miserias todas, de las humanidades,
Las llevo en mis espaldas, como una inmensa cruz !
El látigo del Déspota, en su bárbaro anhelo,
Jamás hizo á mi rostro teñirlo do arrebol ;
¡ Y yo no tengo frente para bajarla al suelo,
Porque mi frente se hizo para llegar ai Sol !
Mi Voz nadie la acalla. Mi Voz en las cuchillas
Y en llanos, tiene el eco de un lírico huracán .
¡Y el pan, yo no lo imploro hincando las rodillas,
Pues hombre soy, tan hombre como el que tiene pan !
Desprecio las riquezas, las pompas, los laureles;
Es todo fango y sangre, orgullo y vanidad
De los cerebros muertos. ¡Yo quiero los corceles
Y la carroza roja do va la Libertad !
Y siempre voy vagando. Y si algún día siente
Mi espíritu, apagarse la fe que le alumbró :
i Sabré morir de angustias, mas sin doblar la frente!
¡Sabré matar mi alma, pero arrastarla, ¡nó!
Abril 1907. Ovidio Fernandez Ríos.
- 161 -
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162
Algo que fué
Mi amigo Tito, como cariño-
samente lo llamaban sus bon-
dadosas hermanas, faltando á
su palabra, me deió sin su com-
pañía aquella tarde.
Resuelto me dirigí á pasar
unas horas por los vastos cam-
pos de los alrededores, toman-
do rumbo al cercano mar. El
aire demasiado fresco azotaba
mi cuerpo, entumeciendo mis
miembros. Levanté el cuello
del sobretodo, metí las
manos en 'los bolsillos " - '
y avancé. A cierta dis-
tancia distinguía gru-
pos de jóvenes que pa- ""
seaban en parejas, guar- • v ■
dando prudencial dis-
tancia á fin de poner
sus conversaciones á
recato de las parejas
vecinas. Y cruzaban...
Yo meditando observa-
ba la felicidad que em-
bargaba á esas almas,
mientras la raía, triste,
muy triste, dejaba caer
su llanto asi como los ár-
boles dejan caer sus ho-
jas, que en épocas pri-
maverales habían sido
su orgullo como el de mi
alma fueron también
esos vulgares col oq uios,
que solo alegran las épo-
cas primeras, cayendo
después, como las nojas,.
vulgares, vulgares...
Todo es mentira, todo...
El gesto de interés, de
dulzura; las frases a-
prendidas en las novelas de un
romanticismo rancio, todo es
mentira . . .
Y pensaba . . . De pronto mis
ojos descubriendo una silueta
conocida, desviaron el rumbo
de mis ideas. Alta, casi obesa,
haciendo crujir la seda de su
traje y ostentando un sombrero
con grandes plumas, Emma me
saludó. .. Me descubrí á su paso.
Un recuerdo acudió á. mi me-
moria : Anita, mi coqueta veci-
na, habíame observado que re-
bajaba mi persona al descu
brirme ante Emma. ¡Emma !
No, Emma es una mujer á quien
yo aun aprecio. ¡ La infancia !
oh! edad que no vuelve, cánti-
co que no arrullará más nues-
tros oídos, brisa perfumada que
al besar nuestros rostros dejó
José Enrique Rodó
impreso en los recuerdos la ti-
bieza de una caricia ! j La infan-
cia! es tan dulce su recuerdo,
su epopeya me hace tan feliz,
que Emma, de mis infantiles
amiguitos, es para mi lo más
sublime, lo más encantador de
ese recuerdo. ] Cuántas veces
abrazados por el cuello, riéndo-
nos de todo, corrimos tras las
— 163 —
chivas y los pollitos en los cam-
pos cercanos á nuestras casas,
gozando de 'a aflición de las
gallinas que amenazaban ata-
carnos para defender á sus pe-
queñuelos 1 Oh I cuántas veces
no tirábamos abrazados en el
césped, rendidos después de una
dé esas largas correrías provo-
cadas por algún vecino que nues-
tras bromas habían sulfurado I
Después, nuestras idas y vuel-
tas á la escuela, siempre ale-
gres, siempre felices ! . . . Y aho-
ra, porque ha hecho de su amor
una mercancía; porque fué arras-
trada por la miseria hacia la
prostitución, ¿ debo odiarla ?
No, no puede sa La quie-
ro más . . . mucho más que an-
tes I Anita que vive rodeada de
comodidades, que tiene á su al-
cance todo lo que anhela, que
sus menores caprichos pueden
ser satisfechos, ignora lo infa-
me que es la miseria ! No, el a
no sabe de los dias sin pan, de
las noches sin abrigo ; no, no
lo sabe. Sus mismos hermanos
con el oro que poseen, cuántas
Emmas no habrán seducido !
Yo, al saludarla, al quererla en
su desgracia, soy el mismo. No
se ajiganta mi estatura, ni dis-
minuye mi valor moral. Debie-
ra no saludar á ninguna si de-
jara de saludar á Ema. A nin-
guna ! Ni siquiera á Anita . . .
Todas son unas prostitutas ; del
sentimiento, unas; del cuerpo,
otras ....
Una mano se posó sobre mi
hombro. Volví en mí. Era Tito
que, habiendo llegado á su casa
momentos después de mi sali-
da, logró alcanzarme.
— i Qué piensas ? - me pre-
guntó.
— Pienso, pienso . . . que el in-
vierno es triste como mi vida,
porque mi vida es un invierno
ausente de sol, de felicidad . . .
Marcos Froment.
Junio, 1907.
En secreto
Cuando en el alba, la$ aves
mezclan sus gorjeos suaves
del bosque con los rumores ;
ahogando mis cuitas graves,
yo le confío á las aves
mis amores ...
Cuando en la noche, la luna
en la dormida laguna
riela sus limpios fulgores ;
pensando en mi cruel fortuna,
yo le confío á la luna
mis amores . . .
En las tardes, cuando el viento
con giro armónico y lento
roba su aroma á las flores ;
fijo en tí mi pensamiento,
mi pecho confía al viento
sus amores ...
Mas, si á tu lado, bien mío,
en tus ojos me extasío
sintiendo locos ardores ;
de ansia y de gozo desmayo,
y me callo . . .
sin confiarte mis amores.
Santiago de Chile.
Alberto Maueet Caamaí^o.
m-
— Ib4 —
Es el ©caso
Es el Ocaso amada, y es hora de añoranza,
Cuando el alma del mundo se postra en oración,
V lo suprasensible, iiloriosamente alcanza
Hecho un ala el espíritu en la ingente ascensión !
¡ Yo asordé mis deseos, de Uliscs á la usanza,
Para que no escuchasen tu solicitación !
¡ Y aún tú me esclavizas y ya sin esperanza,
Mvievc irredenta mi alma, las ruedas de Ixión !
¡Es el Ocaso amada, cuando gimen los bronces,
Mis huertanos amores sollozan como entonces.
En el Ángelus místico su misa de Réquiem.
Y aún en la campana, gigante de mi pena.
Hecho un badajo enorme, mi corazón resuena,
Con nostalgia infinita, clamando Ven... Ven... Ven..!
Yo me cegué los ojos...!
Podrá la Infamia herirme , mas, alta la cabeza.
Yo he de seguir cantando mi credo que es de Bien,
Envolviendo en mis alas de luz y de grandeza,
A todo lo que es noble y á lo que es vil también!
Al dialogar insomne con la Naturaleza,
Ella me habló de arcanos ; ella me dijo, ven !
Alza la frente augusta, que ensombra la tristeza,
¡ El ;vstro da sus rayos y nunca mira á quién !
V es así que en la sangre de mi canción suicida.
Voy fecundando el yermo silente de la Vida,
Soberbio con la augusta magestad de mi rol.
Pues con mis propias alas como el ángel de un día,
¡ Yo me cegué los ojos, en tanto que ascendía 1
\ Yo me cegué los ojos ... y amanecí en el Sol !
Ángel Falco.
165 —
Q
¿J
O
iS
REMIGIO ROMERO LEÓN
VJU/U4 .
Wttv
6on motivo de ''Heliotropos'*
Párrafos de una carta que el Dr. Remigio Romero
l-eón, distinguida personalidad del foro ecuatoria-
no, ha dirigido al director de Afolo :
«La injusta crítica, de ciertos envidiosos, hecha al libro "Helio-
tropos", me ha dado ocasión para escribir la estrofa que le envío
en la postal adjunta. Acéptela Vd. como un testimonio de cordia-
lidad y afecto, v como una prueba de la sinceridad con que
aplaudo la labor literaria de VM.»
Cuenca, (Ecuador) Abril 22 de 1907
■;:.»
166 —
Sinceridades
(diario de un hombre)
Gérmenes
Dia 25. — Esta tarde, hur-
gando en mi biblioteca, saqué,
de entre un montón de volú-
menes ya aviejados por el uso,
la novela ^'Gérmenes", dé En-
rique Crosa, el buen escritor de
alma de artista, que ahora, en
la lucha honrosa por la vida, ha
cambiado su pluma de literato
por el buril de grabador, mon-
tando un taller del género, del
que es inspiración y brazo.
Hace ya cinco años que Cro-
sa editó su libro "Gérmenes",
á mí dedicado, según él, en
muestra de admiración y com-
pañerismo; cinco años, y todo
ese tiempo no ha podido borrar
de mi mente la impresión de
protesta que me produjo el si-
lencio en que apareció y quedó
esa obra, apenas saludada por
el acuse de recibo de algunos
diarios, en la forma vaga y ru-
tinaria que se escriben esos
sueltos, que, como la hoja
en que aparecen, tienen la vida
efímera de unas cuantas horas.
Esta tarde, pues, volví á leer
"Gérmenes", y ahora, en el si-
lencio de la noche, mientras
escribo este Diario, todavía me
crispo de rabia al pensar, como
entonces, que se procedió así,
no porque el libro lo mereciera,
sino porque hay en esa obra
una poderosa simiente de revo-
lución social, mostrándose al
desnudo, en páginas crueles, los
orígenes de un elemento que,
antes de estar en primera fila,
pasó por la explotación de me-
dios ruines, que no debe su di-
nero al trabajo honrado, sino á
malos negocios, y que ahora, en
el presente, es la parte dura de
nuestro andamiaje social, allí
donde más fuerte debe pegar
la piqueta demoledora del mal.
Sí: en "Gérmenes ', Pablo y
Antonia son los gérmenes de
esa parte de nuestra sociedad
cuya historia equívoca se mur-
mura de oído á oído. Son los
frutos que se elevan del fango
y triunfan ; son el cobre encha-
pado en oro, que brilla, sí, pero
aue apenas se lima un poco,
eja ver un fondo negro y su-
cio. Son la encarnación de los
orígenes de los perdularios en-
riquecidos, cuya base de fortu-
na fué la crápula, el robo y la
tarea negociadora, baja y soez.
Son los gérmenes de la cana-
lla que producen luego los polí-
ticos farsantes, los bolsistas ma-
tuteros, los periodistas sin ideal,
los sacerdotes sin moral, los
militares brutales, los legisla-
dores sin civismo, la turbamul-
ta innoble que va á las urnas
con el voto fraudalento en la
mano, los gobernantes sin le-
5'es, y, también, de toda esa
gente sin tradición limpia que,
con las fastuosidades del pre-
sente cubre las lacras del pasa-
do : las degradaciones, los des-
pojos, las ventas, las fatigas y
sudores mercenarios de los co-
mienzos.
De esta germinación maldita
brotan los seres espúreos, sin
alma, sin nobleza en las ideas
ni en la acción; los «honrados
canallas» y los pillos con careta
de buenos ; los que en los dias
de prueba no salen á las plazas
á defender sus pretendidos de-
rechos, como indica Crosa; los
que tiemblan cuando entur-
bia el aire un cartucho de pól-
vora y se esconden para atis-
bar, por los resquicios de sus
viviendas, el momento oportuno
para lanzarse, como los cuervos,
sobre los restos del motin y
■fsp>nsi?vs!^
— 167 —
negociar. De esta masa informe,
monstruosa, oscura en sus orí-
fenes, salen los componentes
e las dictaduras, de las clau-
dicaciones y vergüenzas políti-
ticas de los pueblos ; los impug-
nadores de la belleza y de la
bondad ; los ido atrás áel po-
der y del vicio; los adulado
res para arribar ; los tolerantes
dignos de lástima, que estre-
chan sonrientes la mano del
que difaman por lo bajo, ensu-
ciándose así, en su propio lodo...
Pero, no salen, no, los carac-
teres íntegros, las almas artis-
tas, los corazones generosos que
nada quieren saber de aposta-
sías, ni de humillaciones, ni de
sórdidas avaricias. No brotan,
no, de ese légamo de faltas y
delitos, los espíritus austeros y
serenos, los que en todos los
momentos de la vida cuidan de
su altanería y se yerguen agre-
sivos ante la injusticia avasalla-
dora de los que proceden sin
derecho ni razón ; no nacen, no,
los seres de conciencia tranqui-
la, de manos impecables, de
frente pura, que pueden alzarla
sin temor ante todos, en la se-
guridad de no llevar allí el se-
llo, la marca infamante del cie-
no de la charca, sino la albura
triunfante de los buenos, de los
fuertes y de los justos.
Un libro así, que enseñaba
un cuadro sombrío, pero real,
debía ser silenciado, debía pa-
sar desapercibido, no fuera que
el pueblo bueno, justiciero en
sus cosas, notara de donde le
vienen muchos males y tratara
de demoler, para hacer triunfar
la gente sana, las ideas nobles
y grandes. Fué así. Pero, nada
se ha evitado. En la política y
en las letras, hoy son muchos
los que se yerguen airados
contra los que ¡vienen del fan-
go y llenan de miasmas el
pais.
Por ahora sus manifestaciones
son literarias ; pero, ya vendrán
otras. Las mentes rebeldes tra-
bajan y los versos y las prosas
de todos los estilos tienen chas-
quidos de látigo que sacarán al
pueblo de su sueño de enga-
ño. Ahí está, sino, la obra de
todas esas almas de lucha que
van hacia el porvenir y que en
libros, diarios y revistas cantan
ó dicen la doctrina de la reden-
ción y preparan el advenimien-
to de otras cosas.
En nuestro medio ambiente
hay, pues, estremecimientos de
rebellones é innovaciones re-
generadoras y es de esperarse
que los gérmenes de la menti-
ra y del mal sean vencidos, en
la lucha que empieza, por los
altivos propagandistas de un
luminoso ideal de pureza, de
verdad y de justicia.
Ángel C. Miranda.
Cuarto, Mayo 25 de 1907.
Eremita
Tierra fragosa j? adusta
llena de punzantes zarzas,
hace que ries^ues y esparzas
gotas de tu sangre justa.
Peñas en tu cuerpo incrusta,
mas, para que te resarzas,
te da el olvido, en que engarzas
perlas de tu fe robusta.
¡ Beato ! en éxtasis me miras
la patria por que suspiras
con desdén del mundo acerbo.
Y á cada luz eres rico,
sólo con el pan que un cuervo
para ti baja en el pico.
Enrique Diez Cañedo.
f-"^'
— 168 —
PERFECTO LÓPEZ CAMPAÑA
Por jardines ajenos
"FANFARRIA BE PREJUICIOS"
Los últimos frutos que ha da-
do á luz nuestra juventud pen-
sadora exteriorizando sus im-
presiones personales de la vida
— 169 —
con el noble proposito de hu-
maniz'irla, hablan altamente y
con halagadora elocuencia de
lo que llamaremos en un futu-
ro muy próximo el Renacimien-
to literario en el Uruguay.
Pronto, muy pronto, esa ju-
ventud pictórica de ideales, ac-
tiva y perseverante, cosechará
el fruto opimo de sus esfuerzos.
Se acerca la época de la ven-
dimia, y los nuevos viñadores
irán á ella maguer las diatribas
y los subterfugios de aquellos
entes amorfos á quienes yo he
llamado « los críticos de arra-
bal», y en cuyos gestos de Zoi-
los envejecidos duermen res-
quemores de odio, de ese odio
circunstancial que á los anqui-
losados de la idea y anémicos
del espíritu provoca^ el prema-
turo, avance de las inteligencias
jóvenes y vigorosas.
La publicación de un libro
bueno, aquí, es un acto atrevido,
imperdon ible. Y como ella im-
plica el esfuerzo de una menta-
lidad más ó menos apta para
lanzarse á la arena de la lid
intelectual, es preciso, pues, que
vayamos á la conquista del «Yo»,
^ero, ostentando — fuerte justi-
hcativo — algo así como una es-
quema de nuestro alcance y
gesto intelectivos. Es menester
hacerlo así, y no esperar el jui-
cio erróneo á las veces, y á las
veces malevolente, con que in-
ñnidad de críticos advenedizos,
surgidos como por encanto an-
te Ja aparición de una obra
cuyas virtudes ignoran antes y
después de leerlas, (pues la cos-
tumbre de menoscabar lo ajeno
se ha hecho en ellos una exqui-
sita voluptuosidad) hacen su pri-
mera entrada en el recinto del
tribunal literario.
Pero he aquí que entre esa fa-
lange de sembradores de ideas,
hay algunos que, cegados por
la palabra convencional y el
aplauso servil de sus amigos
de camarilla, insinceros y noci-
vos, se abandonan paulatina-
mente, con la inconsciencia de
un niño, más sin claudicar del
todo en sus ideales, y otros,
i guay de los débiles ! á quienes
un reproche muchas veces in-
justo y aplastador los abate,
arrojándolos en zaga aun cuan-
do tengan suficientes aptitudes
para expresar sus sentires y
propender al desenvolvimiento
de la acción universal. Eso no
es de lamentarse sino de casti-
garse. La inacción nos tornaría
impasibles hasta llevar nuestro
sensorio ó una pasividad de
muerte. Castiguemos eso, pues.
No pensemos como aquel escri-
tor que dijo :
«Selon la Nature, tout acte
pour acquérir ou se défendre
est legitime — Le Philosophe ne
doit réprouver ni le malfaiteur
ni le juge : qu'il se garde seule-
ment de tous les deux ! ».
Pero he aquí también que
frente á aquellos cuyo espíritu
morboso está exento de volicio-
nes supremas, se yerguen otros,
y son los menos, selectos é in-
claudicantes, cuyo lábaro, cual
un rojo oriflama de combate,
ondea á todos los vientos de
tempestad. Conscientes de sus
ideas é impertérritos en la lu-
cha que se desarrolla en el mo-
mento actual en que sólo el
mercantilismo impera ; refracta-
rios, tenazmente refractarios á
todo convencionalismo y á las
liturgias que la moda literaria
impone para granjear simpatías,
ellos van contra la rutina, des-
truyendo prejuicios y sacrifi-
cando su bienestar sin otro es-
tímulo que el de sus sueños de
libertad ni más halago que el
aue les ofrece la noble alma
e sus obras educativas y tras-
cendentales.
Y triunfarán, pues son los
verdaderos precursores de ese
Renacimiento que espera la In-
telectualidad.
A estos últimos cruzados de
fibra y voluntad férreas, y arie-
tes del buen pensar, pertenece
Perfecto López Campaña.
^ 170 --
Su nuevo libro «Fanfarria de
Prejuicios» tiene el vigor y el
alto y generoso atrevimiento
de los cerebros formados en
medio de una lucha continua
donde los sinsabores de la vida
se prodigan, y el buitre de la
envidia, insastifecho siempre,
siempre en acecho, bate sus alas
regocijándose ante la perspec-
tiva de nuevas víctimas.
Escrito en estilo bello, y si se
quiere, harmo-
nioso ; ubérri-
mo de ideas y
hondas consi-
deraciones en
las cual es debe
admirarse tan-
to lo elevado
del concepto
como la forma:
urna que 1 as
encierra, todo
él nos dice a-
certadamente
del desarrollo
de las huma-
nas pasiones ;
de morbosida-
des psíquicas ;
y en páginas
de un verismo
inmaculado y
fuerte , 1 1 enas
de dolorosas
revelaciones y
axiomas que,
lentos, tocan el
alma y la con-
mueven, nos
presenta her-
mosos temas de psicología, una
psicología sutil, personalísima,
(pese á los sacerdotes de esa
prosa de gacetilla innocua y ul-
tramontana que atrofia el en-
tendimientoj) y sienta como prin-
cipio, ora, las pertinaces rebel-
días que provoca la oposición
materna á los sentimientos de
la hija que un fuego de amor
inflama; ora, la perniciosa in-
fluencia que en los espíritus dé-
biles ejerce la hipocresía del
medio ambiente ; ó bien, recuer'
da, castigándolo con frases ple-
Alfonso Daudet
ñas de vida todo ese cúmulo
de aberraciones que se cometen
en nombre de las leyes huma-
nas.
Cual una mar serena en el
descenso majestuoso de la tar-
de, así su estilo brillante y ori-
ginal, donde la metáfora revo-
letea como un pájaro travieso
en una orgía de luces y de co -
lores.
La idea no está supeditada á
ese estilo con
el cual armo-
niza, sino que
lo sobrepuja.
Tal asi, por e-
jemplo, en «Ru-
perto Liebe»
que es un frag-
mento de vida
discreto y real,
toda una eto-
pea sugestiva
tratada con su-
mo acierto y
una sutilidad
sin mácula.
Hasta ahora,
nadie había he-
aquí un estu-
dio como ese
en que e! eso-
terismo de una
alma inquieta,
ávida de sen-
saciones, flore-
ce rosas de luz
que bregan por
reventar en un
ciclo de vida
íntima, bajo el
influjo poderoso del amor. Son,
algunos de sus pasajes, de una
exquisita melancolía que evoca
las delicadas y maravillosas ira-
presiones de Jules Laforgue.
Luego, aquella dualidad de sen-
timientos y aquella transición
oportuna y natural en el ánimo
del protagonista, nos pintan de
cuerpo entero y en breves ras-
gos detinitívos á un ser que,
despojándose de prejuicios atá-
vicos, marcha hacia una senda de
luz y de verdad, y siente y pien-
sa intensamente, intuitivamente.
— 17Í —
López Campaña perfila en ese
cuento de amor y de condena-
ción toda su personalidad pen-
sante. Leedlo, y exclamaréis
conmigo: ¡qué creación elocuen
te y conmovedora 1 ¡conmove-
dora y trágica como el amor!
« Sólo por un beso » es una
maravilla de realidad. Margari-
ta es el prototipo de la mujer
ingenua, retraída y tímida, con-
sagrada solamente á sus queha-
ceres y enclaustrada en el ho-
gar. El diálogo bien manejado
y fiel hasta en sus detalles más
nimios, revela una pluma colo-
rista exuberante en rasgos de
observación.
López Campaña pone además
en él, el sello de su alto perso-
nalismo que lo lleva á un pues-
to avanzado en nuestros cena
culos literarios acostumbrados
á las falsedades de la retórica
y á la tergiversación de la ver-
dad en el ideal artístico. Por
que no siendo él, partidario del
arte por el arte, no escribe por
simple exhibicionismo, como
muchos, sino por necesidad psi-
cológica, como muy pocos en
la hora actual.
De ahí, que su libro esté im-
pregnado de un humano perfume
en que se adivina el dolor de
un corazón emotivo para el que
no es paradoja «la tristeza de
vivir».
«Los censores», «Los reos»,
«La caza del hombre» y «El
patrón» son páginas condenato-
rias, motivos de humanidad don-
de cada frase es una sentencia
dicha contra la hez de los man-
dones y los aristarcos modernos.
Yo amo esos motivos huma-
nitarios y grandes porque en
ellos priva la idea y más aún,
por el placer que me propor-
ciona el gesto rebelde de un
hombre de pensamiento que se
yergue solo en medio á una
turba multa de escritores y ver-
sificadores que no saben pensar,
y se entretienen, sin embargo,
en áirojar saetas ó ditirambos
á literatos de verdad. Esto se-
gún el caso, pues si el escritor
señalado tiene músculos de bron-
ce que guardan la integridad
de su espíritu é imponen algún
respeto, para él, el ditirambo ó
sino el silenció : y si es débil
y no inspira temores, para él,
la saeta y el escalpelo de la
crítica venal.
i Que su obra vale ? ¡ No im-
porta! La cuestión es eliminar-
lo, y la envidia lo consigne til-
dándolo de imitador, sin una
prueba elocuente que apoye su
acusación, ó bien, atribuyendo
á su obra influencias que no
tiene.
Porque es indiscutible que la
aparición de un libro sincero y
personal, sabe á los «maestros»
de hoy como una bofetada en
la mejilla.
De todas estas diatribas que
caldean nuestro ambiente lite-
rario me ocuparé extensamente
en mi próximo libro «La neo-
crítica en el Uruguay» en don-
de pondré al desnudo con sus
lacras pestilenciales y su carác-
ter abyecto á algunos preten-
sos críticos que pululan por
aquí. Allí diré, haciendo mía la
frase de un compañero cubano :
«porqué no todos los críticos
son poetas ni todos ios imbéci-
les son críticos».
Volviendo á López Campaña,
os citaré «Canto de amor» que
aunque tendencioso como todas
sus creaciones, sabe á miel ma-
drigalesca, tal es la oblación de
sentimientos puesta en ese mo-
do de idilio y la gracia encan-
tadora con que describe, ora
una puesta de sol primaveral,
ora el estremecimiento de dos
almas que llegan á confundirse
sobre las olas cantantes, bajo el
ósculo lejano de un poniente de
rosa te.
En »Canto de amor» es un
poeta el que canta. Esas emo-
ciones hondas y ese contagio
crepuscular que impresionan lo
más íntimo y evocan lejanas
reminiscencias, bellos paisajes
perdidos en un caos de tinie-
.*-'.^j^fTr:r-'
■.■■^™"
■■^.^í,■,jí^:•-•':^■^■ «v^-
f-*^^*i5!^
172 —
blas, sólo se producen en el
alma de los poetas, por virtud
de emotividad.
«Odila» conmovedora confi-
dencia de una alma arrojada á
la corriente mundana por un
viento de egoísmo y desamor
es un relato ligero y frágil, pe-
ro fiel á la verdad, y no exento
de hermosos rasgos psicológi-
cos. Es este un caso muy ge-
neral en el seno de las moder-
nas sociedades ; no así «El tri-
buto á la avaricia» y «Dualis-
mo» dos casos aislados pero
reales en que aparece la psi-
quis en toda su desnudez.
«El hijo» añoroso y tierno, e-
voca nuestra campiña y es la
síntesis de un poema de amor
trunco cuyo epílogo se adivina.
Ese poema diríase una flor en
eclosión decapitada por un vien-
to huracanado en una tarde de
otoño.
Cierra el libro «Bajo los cei-
bos» un cuento idílico y poli-
cromo, palpitante de deseos, de
lágrimas y de besos. Como un
vaho de voluptuosidad pasa por
él el amor, impetra dulces ca-
ricias y ensaya humanas genu-
flexiones, mientras las almas
dialogan con el alma de la tarde.
López Campaña ha derrama-
do en su obra raudales de ideas
significativas que rebosan hu-
manismo y señalan, por ende,
á una personalidad bien robus-
ta ya.
«Ruperto Liebe» y «Sólo por
un beso» entre los cuentos, y
entre los estudios «Los censo-
res» de intensa psicología, bas-
tan para consagrarlo. Su moda-
lidad pensante queda definida
ya con motivo de esa obra en
que ha logrado adunar á la be-
lleza del estilo sereno y siem-
pre gallardo, la pureza de la
idea siempre elevada y grande.
Pérez y Curis.
Mayo, 1907.
La evocación
Suspiraba en mi oído moribundo
de Beethoven un aire triste y blando,
velaban en el cielo parpadeando
las estrellas, el éxtasis del mundo.
Un sopor nocturnal meditabundo
como un viejo filósofo, vagando
se perdía en las sendas desgranando
su sollozo neurótico y profundo.
Toda una extenuación de resplandores
hubo en el cáliz de las mudas flores
y al quejarme cual ellas de tu ausencia,
se alzó en la vaga túnica nocturna
la evocación delgada y taciturna
del misterio ideal de tu presencia.
Alberto Lasplaces.
- 173 -
Aspectos de Alma (*)
En torno á una mesa del Ca-
fé, festejábamos en regocijada
aparcería, la vena cómica, ges-
ticulante y comunicativa, de un
cofrade en tren de fáciles éxi-
tos. — Luego de hervir hilaran-
te, en las gargantas, el buen
humor, mosto generoso, silen-
ciarios puntos suspensivos pu
s i e r o n
una tre-
gua á las
extenua-
c i o n e s
d e u na
risa de-
senguan-
tada, ple-
b ey a y
convulsi-
va.
Des-
pués :
-Una
musa iné-
dita, ce-
rebral, u-
niándri-
ca é ina-
dap^able
desabro -
cha para
mi espí-
ritu las
plenitu-
des de su
virtu a 1 i -
dad inamativa . . . La Pasión pa-
ra los inactuales fluirá de vene-
ros de sentimentalidad ... En
cuanto á mí, el Amor, emocío-
nalmente, es un postizo ; enun-
cia Márquez «alma atormenta-
da» redondeando un monólogo
mental. — El exceso ideativo nos
arrastra á colocar una ilusión
en una mujer, como colocamos
un ramo, en un florero ; — prosi-
gue. - É iluminando con un
Catulle Mendés
A Roberto J. Payró,
Cerebralmente.
«bello gesto» una intención es-
céptica finaliza : — La amada es
á la manera de un ánfora en la
que guardamos el alucinante
perfume de un ensueño temien-
do su evanescencia ; la amativi-
dad viene áser una superelabo-
ración imaginativa que nos im-
portuna y á la que damos la
envoltu-
ra joyan-
te de la
carne pa-
ra tener-
la al al-
canee
de la ma-
no.. .
Blanco,
alma he-
ch a de
borrasca
le agre-
de tumul-
tuaria-
mente :
—La es-
tirpe de
noveda-
dores re-
torcidos
se expre-
sa en ti,
por una
voz pe-
dant e ,
oh! ma-
ravilla de innocuidad pensante.
— Cállate, fenómeno de in-
existencia comprensiva !
( Un propósito conciliatorio se
hace voz )
— Están abolidas las formas
de discusión personales.
— Para mí como para Nordau
Sighele Le Bou, la influencia
ideológica de la paradoja en la
muchedumbre . . . insinúa Bravo
una lata presumida, trayendo
(*)De "Cuentos Intelectuales" un libro sin Editor.
— 174
por los cabellos la ocasión de
citar sus últimas lecturas,
Blanco, lapida con su turbu-
lencias combativas la charla
erudita acometiendo A Márquez.
—Manipular frases, sobre esas
filosofías de laboratorio se aseme-
ja á salir con calzado de color en
día lluvia : ambos, zapatos y
hombres os ponéis á la miseria.
— No obstante la inexponta-
neidad del símil, te concedo la
vida para hacerte la gracia im-
perial de orientar tu intelecto,
se defíende Márquez, g osando
con ademán g^entil su certidum-
bre de superioridad.
— Soy andador de sendas rec-
tas, siéndome virtud familiar la
de preferir equivocarme á no es-
tar de acuerdo conmigo mismo.
— Deteneos, que vais á pre-
cipitaros desde el piso alto de
vuestros engreimientos, se in-
terpone como una cuña, una
voz entre dos réplicas. Tiene
la palabra « Don Pietro Caru-
sso» en carne donceles. Juicie
él á nuestros espíritus en mal
de espectativas intuidoras en
las adivinaciones inquietantes
de la Cabala y de las martin-
galas definitivas.
(A la siga del imperativo un
arnr.isticio tácito, páctase entre
Blanco y Márquez. Wilson, el
Eeriodista que se pretexta bo-
emio para ser borracho, anda,
visualmente, por los cielos ra-
sos á la caza de «una idea».
(Delirios de grandezas en un
periodista). Aguiar, el abogado,
lijo de padres ricos pero...
lonrados, según el mal-decir
de Pérez, narcisea ante el es-
pejo tanteando un capricho ar-
tístico en los buches de la cor-
bata. Piera, inhibitivo, vive para
su orbe. Los demás afinamos el
oído ).
No queridos ; no os regalaré
un don de ensalmo para ganar,
yo que soy el filósofo del per-
der, discurre un muchacho (ca-
lificado por Blanco de una abs-
tracción dentro de una realidad)
cuyas hondas pupilas turquesas
dan la sensación de un agujero
en el cielo. — Y no incurro en
desliz de originalizar ; continúa
— Las almas acongojadas por
el azar hallan positivos place-
res en la dulce y varona resig-
nación del perder. No sé cuál
inescrutable red de equilibrio
liga la postrer moneda con los
resurgimientos del ánimo. La
adversidad es materia prima de
fuertes; en ella mi alma frag-
mentada se ha integrado. Siem-
pre fui menos mío en la ventu-
ra. Mi ser se expandía buscan-
do complementarse en amigo-
terías que eran capitulaciones
de mi yo . . . Contextura inteli-
gencial, másenla y sabia se ha
menester para gozar el deleite
de no sentirse ausente de si
mismo . . .
— ( Por unanimidad se revela
en los circunstantes una impre-
sión de asombro irónico ).
— Luego perdéis por convic-
ción y deporte ? ; — interlocuta
Pérez — Psch . . . Cuando juego
me arruino sabiéndolo. Es una
voluptuosidad que me pago. Un
sueño de haschits. Wilson tam-
bién se embriaga apesar de su
bancarrota orgánica. — No po-
drán saber jamás vuestras al-
mas en prisión de lo vulgar, de
los revuelos mentales por entre
las arquitecturas quiméricas y
trastornadoras que forja la fanta-
síadeun jugador que sea un ima-
ginativo. -En determinados ins-
tantes cerebrales, inaccesibles
para espíritus poco artísticos, los
signos de la interrogación em-
paredan y torturan mis ansias
como en un potro... ¿ganaré?...
Y ante la aterradora posibili-
dad sufro por mis fantaseos ine-
fables, adorados amigos míos,
únicos amigos... Una antítesis,
una incoherencia volitiva, ¡ que
sé yó ! bien puede ser un ex-
ponente personal. — Creedme :
Sólo existe una manera de feli-
cidad : acompañarse de ideales
imposibles.
(Los belfos ante burlones, aho-
ra en grave estupor se estiran
— 175 —
cual si en las bocas se hubiera
corrido una jareta invisible ).
— Picor de lo estupendo y sen-
sacional esas teorías epatantes . .
musita Blanco y hay en su mi-
rada como un tuteo.
— Disgregación, inestabilidad
y toda la nomenclatura de esa
ciencia psiquiátrica que no ha
empezado á serlo ; te concedo
todas las denominaciones, repli-
ca Márquez, pero incuestiona-
blemente una impresionabili-
dad que brilla . . .
— Abrillantamiento de repos-
tería ! . . .
— Qué opinas Piera ? . . — pre-
téndese conquistar un parecer
que se respeta.
- Digo que me -sustraigo á
vuestra peligrosa sabiduría inin-
di vidual izadora.
— Aristócrata ! ; impotente ! ;
-truenan dos apostrofes.
— - Impotente eres tú Pérez,
impedido idel esfuerzo ; eterno
perseguidor de lo impecable que
aguardas la forma detiaitiva pa-
ra encerrar ideas que acaso no
tienes ; que mal vives precaria
y sobresaltada existencia, presa
del pánico de que el nuevo vo-
lumen que aparece se anticipe á
tus concepciones virginales. Eso
eres tú: un impotente que te auto-
timas descontando producciones
y triunfos de futuro, irrealizables.
... A tu vulgaridad acabadita de
salir de la peluquería, querido
Márquez, prefiero la otra car-
gada de pringosidades . . .
— A ver ! á ver 1 Aclara ese
sanculotismo vergonzante y de
tapadillo.
— Aristócrata mental, eso eres
tú, pero lo eres de principalía
clandestina ... Si prefiero la
vulgaridad de casta, en mangas
de camisa y agroliente, ello se
explica para los que saben leer
todo lo que no está escrito. En
un faquino hay una personali-
dad superior que pudo ser. En
la otra vulgaridad, perfumada
y charolada, apenas sois lo que
sois, con medios para haber si-
do más . . .
— Tolerándosete la modes-
tia ! . . .
— La modestia es una virtud
menor; virtud de débiles que
no practico. Acaso se requieren
arrogancias nietzcheanas para
arrojar á los aires los bienes
sagrados de la individualidad?
Existe algo de más soberbio
que recoger en haz los elemen-
tos del ser, el haz en hasta don-
de ondee el pabellón de la pro-
pia conquista ? . . .
Suena el timbre anunciador
del vecino coliseo é interrumpe
el extraño discurso.
Aguiar propone : — Vamos 1
Al cruzar nos llegan del tea-
tro, rumores de final de velada
y estrépitos de llamadas al au-
tor. Y en el peristilo nos sobre-
coge el eco de una carcajada
que dá escalofríos. Mezcladas,
con ella, nos vienen estas fra-
ses, que dificilmente entende-
mos :
— Os he hecho aplaudir vues-
tras propias infamias I . . .
José E. Peyrot.
Cesas Zuueta
'1 WTUJírairp'
f
- 176 —
APOIjO en lo futuro
Desde el próximo número del Apolo, quedará inaugurada
una sección de b>ociologta, á cargo de nuestro consecuente
colaborador Perfecto Lopes Campaña. Dicha sección tiene por
objeto ampliar hasta donde sea posible el programa desde
ya bastante amplio de la revista, y facilitar el estudio de
muchas cuestiones trascendentales que, iniliterarias en oca-
siones, im,pbrtan á la evolución humana muy mucho, pues
de sus conclusiones depende el porvenir de las modernas so-
ciedades civilisadas. La época actual se caracteriza por sus
luchas entre el capital y el trabajo que elabora en los estra-
dos sociales toda una evolución por venir y mal podemos
nosotros, fuerzas eficientes en el gran conjunto humatto,
substraernos á esas luchas entabladas para la mayor felici-
dad de todos los que piensan y trabajan. Dedicaremos á esta
sección cuya inauguración prometemos para el número pró-
ximo, una buena parte de actividades y entusiasmos.
Una ENQUETE sobre el modernismo
Á LOS ESCRITORES DE ESPAÑA Y AMÉRICA
Con este título publica el 2.° número de El Nuevo Mercurio,
la importante revista española que aparece en París, un llama-
miento á los escritores para elucidar la muy cacareada cuestión
del modernismo.
A continuación reproducimos lo que dice El Nuevo Mercurio:
¡ El modernismo ! ¡ Los modernistas ! A todas horas, en to-
das partes, estas palabras suenan, á veces con ironía, á ve-
ces con entusiasmo, á veces con curiosidad. Y ya no son
sólo los literatos los que hablan del asunto. Un librero ma-
drileño acaba de publicar un Catálogo de Obras Modernis-
tas^ lo que prueba que para el público que lee, la palabra es
conocida. Verdad es que en ese catálogo se encuentran
nombres de escritores como Blasco Ibáñez, Moróte, Bena-
vente, Cortón, Dicenta, que hasta hoy no habían sido recla-
mados ni paternal, ni fraternalmente, por los jóvenes poetas
renovadores. Pero, en fin, ese catálogo, con sus mismos
errores y hasta puede decirse que por sus mismos errores,
es una confirmación de que, según la opinión general, el
modernismo existe y que al mismo tiempo nadie sabe á
punto fijo en qué consiste.
El momento nos ha parecido, pues, muy oportuno para
tratar de dilucidar la cuestión, averiguando lo que es el mo-
dernismo en realidad y quienes son los modernistas de ver-
dad. Sólo que, en estos casos, un director de revista, se en-
- 177 -
cuentra siempre perplejo en/cuanto se trata de escoger el
mejor medio de poner al publico al corriente de lo que le
mteresa. ¿Cómo proceder, en efecto, para aclarar el punto?
Si estuviéramos seguros de que alguien podría ser capaz de
escribir hoy una obra que tuviera, para nuestra actual evo-
lución la misma importancia que tuvo La Cuestión Palpi-
tante de la señora Pardo Bazán para el naturalismo, á él
nos habríamos dirigido. Por desgracia nadie, hasta hoy, ha
demostrado conocer de un modo claro las bases de la lite-
ratura modernista.
En vez de dirigirnos á uno, recurrimos, pues, á todos los
que consideran con interés las diversas fases de la vida li-
teraria y á ellos, que sean jóvenes ó viejos, que sean con-
servadores ó revolucionarios, les pedimos desde luego su
opinión sobre el asunto.
Lo que nos proponemos, es hacer una enquéte como la
que hacen las revistas parisienses, y para ello preguntamos
á cada uno de los escritores y de los artistas que leen El
Nuevo Mercurio en España y en América:
1.° ¿Cree usted que existe una nueva escuela literaria ó
una nueva tendencia intelectual y artística?
2.0 ¿Qué idea tiene usted de lo que se llama modernismo?
3.0 ¿ Cuáles son entre los modernistas los que usted
prefiere ?
4.0 En una palabra: ¿Qué pieusa usted de la literatura
joven, de la orientación nueva, del gusto y del porvenir in-
mediato de nuestras letras?
En el próximo número comenzaremos la publicación de las
respuestas que nos hayan llegado, y una vez la cuestión
elucidada, pediremos á uno de nuestros colaboradores, que,
resumiendo los debates, establezca una síntesis de la esté-
tica modernista.
Las repuestas, deben ser dirigidas, como todo lo relativo
á la redacción, al director de El Nuevo Mercurio. El se-
ñor Gómez Carrillo no puede escribir personalmente á to-
dos sus compañeros de letras; más espera que, considerando
estas líneas como una amistosa circular, cada uno las reciba
como un llamamiento individual.
De antemano, mil gracias.
El Nuevo Mercurio.
Nota de Redacción :
Apolo se hace un deber en publicar las bases de la «en-
quéte», y al mismo tiempo, cree lógico solicitar de la
Administración de El Nuevo Mercurio y particularmente
del Sr. Gómez Carrillo el canje correspondiente.
178
EMILIO ZCLa
La prensa francesa ha hablado en estos días de este insigne
Maestro desaparecido, con motivo de proyectarse el traslado de
sus restos al panteón nacional.
Apolo publica hoy su retrato como homenaje á la memoria del
inmortal autor de /'Acense
^*^J;
179 -
Voces americanas
Apolo— El hábil y conocido
escritor uruguayo Pérez y Cu-
ris nos ha remitido un ejemplar
del número cinco de su hermo-
sa revista de arte intitulada
Apolo :
Contiene esta publicación co-
laboraciones de escritores de
Hombradía americana, tales co-
mo J. M. Vargas ViJa, Rafael
A. Troyo, Manuel J. Pichardo,
A. Mauret Caamaño, Manuel
Ugarte, Miguel Luis Rocuant,
Julio Herrera y Reissig, M. Mo-
reno Alba, Ovidio Fernández
Ríos, Perfecto López Campaña
y una pié vade más de sesudos
mtelectuales cuya obra literaria
es altamente apreciada.
Demás está decir que entre
las prestigiosas firmas que ano-
tamos se ice la de Pérez y Cu-
ris, quien, como siempre, revela
en las producciones contenidas
en el número de Apolo que
nos ocupa, sus bien deíinidas
tendencias de arte, su vigorosa
fuerza pensante y el completo
equilibrio de su cerebro.
Engalana las páginas de Apo-
lo un buen número de intere-
santes fotograbados, nítidamen-
te impresos con fina tinta, y en
rico papel.
Indiscutiblemente, Apolo es
una de las primeras revistas de
arte que se publican en Monte-
video, y, no puede ser de otra
manera si ella es reflejo de los en-
tusiasmos periodísticos y com-
petencia literaria de su redactor.
De La Vos del Perú
Iquique, (Chile).
Abril 12 de 1907.
revista de arte, que en la capi-
tal de la repúblca, dirige el jo-
ven literato nacional Pérez y
Curis.
Es Apolo el único baluarte
de las letras que nos queda y
por eso mismo, la labor de Pé-
rez y Curis resulta más simpá-
tica y más viril.
En un ambiente en que pros-
pera más la gacetilla que el
verso, ser poeta es una heroi-
cidad.
En las páginas de Apolo, en-
contramos el grande deleite de
las inspiraciones de \ argas Vi-
la— cuya prosa es una tragedia
de relámpagos— de Mauret Caa-
maño, de Papini y Zas, de Fru-
goni, de Ángel Falco, de Ugar-
te, de Pérez y Curis y otros
consagrados caballeros de la
gaya ciencia.
Agradecemos al bibliógrafo
de Apolo, el cariñoso recuerde
que tuvo para nuestra hoja.
De El Deber Cívico
Meló, (R. O)
Mayo 22 de 1907.
Apolo — Hemos recibido la
última edición de la revista que
dirige el joven y original escri-
tor Pérez y Curis. Trae nume-
rosas y selectísimas colabora-
ciones de literatos uruguayos
y extrangeros, y entre sus níti-
dos fotograbados, se destaca un
hermoso trabajo de Orestes Ba-
roffio, que constituye toda una
página de delicada inspiración
artística.
De Vida Nueva
Apolo — Tenemos á la vista
el número 5 de esta espléndida
Florida, (R. O.)
Abril 18 de 1807.
180
Bibliográficas
liibros.y periódicos recibidois
El alma japonesa, por Enrique Gómez
Carrillo : Garnier Hermanos, París — En
nuestro último número tuvimos oportu-
nidad de hablar del anterior libro de
este mismo autor : De Marsella á Tokio.
El que informa el epígrafe de este suel-
to, es el complemento de aquella otra
obra tan bien acogida por la crítica eu-
ropea. El alma japonesa es un libro de
arte y de encantadora observación. Gó-
mez Carrillo nos habla en las ptiginas
de su nueva obra, con una unción casi
mística, de todo lo que en el país de las
leyendas infantiles impresionó su cora-
zón y su cerebro. Y el alma misteriosa
del Japón, todos los secretos de aquellos
seres orientales que adoran al Mikado
y se prosternan humildemente ante el
ara de los templos levantados á la glo-
ria inmarcesible de sus dioses, nos lo
dice Gómez Carrillo con ese lenguaje
encantador que ha hecho de él uno de
los escritores de habla castellana más
leídos y gustado.
El alma japonesa no es un simple es-
tudio árido y superficial de las maravi-
llas que sorprenden en aquel país al via-
jero que por primera vez lo contempla.
No: es un estudio completo y hondo de
aquella raza heroica que lleva todo un
pasado de leyendas fantásticas y des-
conocidas, un misterio religioso, coloca-
dos sobre el alma como un broche de
oro que se opone á todas nuestras in-
dagaciones occidentales. Gómez Carri-
llo ha logrado penetrar con felicidad en
esa alma misteriosa, describe sus per-
fumes extraños, sus raras y extravagan-
tes manifestaciones, el concepto que la
vida le merece, poniendo de manifiesto
ante nuestros ojos, la belleza exótica de
un país que supo en la pasada contien-
da con el imperio moscovita provocar
la admiración del mundo entero. Nos
dice el porqué de aquel heroísmo sano
de sus ejércitos combatientes. Nos ha-
bla de todo : de sus mujeres, de su reli-
gión, de su vasta literatura, del cariño
inmenso que se tiene por las flores y
por las plantas, de sus jardines y leyen-
das, de sus costumbres, juegos y diver-
siones. De todo nos habla Gómez Ca-
rrillo en El alma japonesa, con agudeza
de criterio, con una observación pro-
funda y con un hermoso é impecable es-
tilo. No en balde la traducción de su
obra al francés mereció de la más alta
crítica de aquel país la acogida más
auspiciosa y serena. El inimitable cro-
nista parisién, sabe, al decir de un bri-
llante crítico francés, con «su estilo per-
sonal y maravillosamente fluido » envol-
ver y vaciar «de modo admirable su
pensamiento al cual presta siempre el
inesperado epíteto un nuevo encanto de
exquisita gracia».
Mucho hemos leído á los autores que
antes que Gómez Carrillo podaran be-
llezas en el huerto occidental, pero nin-
guno de ellos, como el autor de El alma
japonesa, supo en páginas admirables
provocar en nuestra psíquis un cúmulo
tan grande de sensaciones diversas, y
describir de manera tan altamente su-
gestiva aquel pais del harikiri, de las
musmés y kimonos y de la religión de
Confucio. Conociendo el Japón por los
libros de viajeros y escritores más ó
menos felices en sus descripciones, nos
hallamos en condición de posesionarnos
de toda la belleza que encierra el libro
que juzgamos. Además trasciende de sus
páginas un hálito tal de sinceridad que
el Japón actual, que el Japón después
de la desastrosa carnicería con la Rusia,
maguer todos los síntomas exteriores de
europeización que le atribuimos, es tal
como lo describe Gómez Carrillo en su
hermoso libro El alma japonesa, un Ja-
pón aun de leyendas, sumido en las glo-
rias de su fastuoso pasado, que no ha en-
tregado su alma nacional, sus sentimien-
tos y su religión, al avance mercantili-
zador de la civilización occidental.
El alma japonesa, es, en suma, como
muy bien lo dice el académico Emile
Faguet, conceptuado el primer crítico
de la Francia moderna «un libro subs-
tancial y más documentado que suelen
serlo, con frecuencia, los más gruesos
volúmenes».
181 -
Fanfarria de Pre|uicios, por Perfecto
López Campaña; O. M. Beríani, Editor,
Montevideo - Hemos recibido un ejem-
plar del nuevo libro de nuestro asiduo
colaborador, Perfecto López Campaña.
Constituye el volumen, una serie de
cuentos y estudios tendenciosos, unos
publicados y otros inéditos. Por ocu-
parse extensamente el director de Apolo
en otras páginas del presente número
de la revista de esta nueva obra de Ló-
pez Campciña, nos concretamos á agra-
decer el envío.
Los muertos, por Eduardo Carmona,
Mo.viEviDEO — Es un pequeño folleto
que este querido actor lia publicado,
dedicado al autor dramático Florencio
Sánchez con motivo de su drama "Los
muertos". Escrito en cuartetas fluidas
y profundamente sentidas, el folleto del
viejo actor que tanto participo tuvo en
épocas lejanas entre el público monte-
videano, sedejaleerymereceiun aplauso.
El Eterno Cantar, por Emilio Fiagoni;
O. M. Bertani, Editor, Montevideo — Fru-
goni, el poeta delicado y exquisito, de
estro propio, nos acaba de obsequiar
con un hermoso volumen de poesías, ri-
camente impreso, donde ha volcado todo
el sentimiento y la intensa emotividad
artística de su alma hecha en la comu-
nión de lo bello. El Eterno Cantar,
cuyo es el título, es un libro de fina
sensibilidad artística que revela en todas
sus páginas, al poeta que siente, plena-
mente dominado y dominador de la rima
sonora, sin amaneramientos ni hinchazo-
nes. Es condición de este poeta la flui-
dez que bien dice que el que lo maneja
sabe andar entre las rosas de la eurit-
mia, sin herirse en las espinas que se
oponen á su conquista. Canto del Soña-
dor es todo un poema corto donde no se
sabe si admirar más la idea que la anima
ó la belleza profunda y elocuente de las
metáforas que lo salpican en todo su
vasto desarrollo. Frugoni ha volcado en
él todo su entusiasmo ideológico, seguro
de sí mismo, en un instante de inspira-
ción hondamente sincera y conmovedo-
ra; y bastaría ese poemita para consa-
grarlo fuera del ambiente intelectual del
país.
Hay en todo el libro poesías exquisi-
tas, vibrando con gamas diversas, pero
todas ellas de una intensa emotividad
subyugadora. En el soneto, Frugoni se
muestra impecable, lo mismo que en la
poesía pasional. Lástima que el reduci-
do espac'o que se dispone en una sec-
ción como la de Bibliográficas, no nos
permita entrar en una serie de aprecia-
ciones justicieras, tendentes á poner de
manifiesto la belleza del libro, así como
el triunfo literario conquistado por Fru-
goni.
V'ersos dé las horas, por Enrique Diez
Cañedo, Madkid — Es un volumen de
poesías modernistas espontáneas y ricas
de colorido. Enrique Diez Cañedo, lapi-
dario del verso, multiforme, y enamora-
dos de los nuevos ritmos, pertenece á
la brillante pléyade de los actuales no-
vadores hispanos, y sus poesías siempre
nuevas, son la revelación de un espíritu
sumamente delicado y exquisito.
Carne doliente, por Alberto Ghiraldo,
Buenos Aires — Constituyen este volu-
men, una serie de cuentos y páginas
tendenciosas en las que prima la nota
de condenación social. Es un libro va-
liente, destinado al combate, donde el
Víctor M. Rocamonde
autor puso su fibra de revolucionario
enamorado de un ideal superior. Escrito
con admirable estilo, donde no se sabe
si admirar más la fluidez de las frases
ó el vigor y atrevimiento de ciertas
ideas, el libro vale y vale mucho. Ghiral-
do, por lo demás, no es un desconocido.
Caracterizado por una tendencia de lu-
" -'■^''^•'■'■■'^
182 -
cha social y emancipadora, desde hace
tiempo, ya en verso, ya en buena y vi-
brante prosa, actúa como fuerza efi-
ciente entre la pléyade de intelectuales
americanos que llevan sobre sus ojos á
manera de miraje sonriente, toda una
elevada concepción de vida futura en
una sociedad mejor y más igualitaria.
Carne doliente es un conjunto de cua-
dros reales de ambiente, todos doloro-
sos, ubérrimos de vida, animados por
un hálito de condenación social, que se
justan é impresionan hondamente.
Hacia el olvido, por Rosendo Villalo-
bos, La Paz, BoLiviA — Dividido en cua-
tro partes: Cantos sin resonancia, Piofa-
naciones. Ofrendas, Del diario de un excén-
trico, Rosendo Villalobos ha publicado
un grueso volumen de poesías emotivas.
Hacia el olvido es su título, (por cier-
to bastante sugestivo), y hay en él bue-
nos versos, sentidos y espontáneos. Poe-
ta emotivo por excelencia, ciertas pro-
ducciones suyas se resienten en la for-
ma y dejan algo que desear para que
pudiéramos calificarlas de buenas. A
menudo, Villalobos, sujeto á la belleza
del concepto que persigue, sacrifica la
música del verso, su euritmia, esa su-
prema exquisitez del giro que constituye
en la poesía moderna todo su poder de
encanto. Con todo. Hacia el olvido
tiene su valor intrínseco, su gran fondo
de belleza fresca y rozagante. Del diario
de un excéntrico (prosa) diremos que encie-
rra ideas muy originales. El libro que
nos ocupa trae como Suplemento editorial
Varios juicios sobre "Ocios crueles" otro
libro de poesías de Villalobos.
Las rancherías, por Héctor Saprisa
Vera— En un pequeño folleto de 32 pá-
ginas, Héctor Saprisa Vera ha publicado
la conferencia leída en la fiesta de la
"Liga del trabajo," en Molles, el 25 de
Diciembre de 1906. Es un pequeño ensa-
yo sobre los problemas que preocupan
actualmente á todas aquellas personas
que ven en el campo la prosperidad del
país. Abarca, Saprisa Vera, en su traba-
jo, de una manera demasiado superficial,
tres cuestiones que vivamente interesan
á la economía nacional: población, agri-
cultura é inmigración. Aunque los pun-
tos que abarca nos los desarrolla en
toda su compleja vastidad, el esfuerzo
de Saprisa Vera es encomiable, pues es
un esfuerzo sano y desinteresado en el
cual mucha parte de nuestra juventud
debiera ejercitarse, para dar al país un
contingente de que en la actualidad
adolece.
Un sueño por Amado Ñervo, Mí.dkid —
Así se titula la última obra del brillante
poeta mejicano Amado Ñervo, actual-
mente en Madrid. Es una novela fantás-
tica y por lo tanto inverosímil, de viejos
tiempos, cuando la ciudad de Toledo era
el foco de vida de la madre patria. Es-
crita con maravilloso estilo, no se sabe
si admirar más la notable erudición que
demuestra poseer Amado Ñervo de las
cosas que fueron en España, la belleza
fresca y lozana de las metáforas que
brillan en todas las pá^nas de Un sueño,
ó el conocimiento profundo del arte
pictórico y de sus grandes intérpretes.
En síntesis, la última ptoducción literaria
de Amado Nervo, como todas las ante-
riores del mismo autor, son de esas que
encantan en cada párrafo, que se gustan
por páginas y que se leen hasta el final
dejando en el ánimo del lector un sedi-
mento de grata calma, suave y deliciosa.
La forma en que está presentado Un
sueño, es bien novedosa. Ocupa un nú-
mero de El cuento semanal que, como su
nombre lo indica, se publica con el pro-
pósito de hacer conocer lo mejor de los
autores españoles y americanos que se
produce en la semana.
Letras — Hemos recibidos los números
22, al 27 de esta importante publica-
ción literaria que se publica en la Ha-
bana, bajo la competente dirección de
los conocidos escritores Néstor y José
M. Carbonell. Como siempre, los núme-
ros que tenemos á la vista, vienen reple-
tos de excelente material de lectura, y
muchas de sus producciones vienen ru-
bradas por escritores americanos ya
consagrados en el terreno intelectual.
La Quincena — De esta importante
publicación que en San Salvador (Centro
América) dirige y redacta el brillante
escritor Vicente Acosta, hemos recibido
los números del 89 al 95. Vienen como
los anteriores números, repletos de ex-
celente material literario y sus páginas
lucen algunos grabados, impresos con
con toda nitidez.
El Fíjaro — Recibimos de la Habana,
el número 5 de esta notable revista de
literatura y arte que se publica en aque-
lla capital. De gran formato, impresa en
183
inmejorable papel de ilustración, con
trabajos literarios de gran valía, ella
llegará á ocupar uno de los primeros
puestos entre las demás revistas litera-
rias que actualmente se publican en el
continente anicricaiio.
M. Díaz Rodríguez
América — Por primera vez llegaron
á nuestra mesa de redacción, varios nú-
meros de la notable revista América
que se publica en la Habana, bajo la di-
rección del escritor Julio Laurent Pa-
gés. Es una hermosa y bien impresa pu-
blicación literaria, con un excelente ma-
terial de lectura donde colaboran los
mejores escritores del trópico. Desea-
mos á la nueva revista que tan engala-
nada surge á la Vida cumpliendo su alta
misión educativa, una suerte próspera
y larga longevidad.
Alpha — Acusamos recibo de los núme-
ros 3, 4, 5 y fi de esta importante pu-
blicación literaria que se edita en San
Salvador, América Central. Los núme-
ros presentes acusan un notable progre-
so sobre los que recibimos anteriormen-
te, lo cual prueba que Alpha se abre
camino y que se impone tanto por el
material de lectura que lucen sus pági-
nas,' como por lo bien presentada que
viene.
Natara— Acusamos también recibo de
esta importante publicación nacional,
órgano de la institución del mismo nom-
bre. Los números recibidos correspon-
den á los meses de Enero, Febrero, Mar-
zo, Abril y Mayo. Como su título lo in-
dica claramente, el objeto de la revista
es bregar por hacer conocer las venta-
jas del sistema naturista (vegetarianis-
mo) sobre el régimen médico actual, y
la alimentación á base de pura carne.
Bien presentada, excelentemente impre-
sa y con un selecto material de lectura,
la revista que nos ocupa lleva ya sus
luengos años de vida con éxito creciente.
Élitro» — Hemos recibido los números
2, 3, 4, 5 y 6 de esta revista político-li-
teraria que se publica quicenalmente en
Maracaibo, Venezuela, bajo la direc-
ción de C. Medina Chirinos. Traen buen
material de lectura.
Revista de la Sociedad "Jurídico -Li-
teraria"—Acusamos recibo de los nú-
meros 48 y 49 de esta importante revista
que se publica en el Ecuador. Rubran
los artículos firmas de gran valor inte-
lectual americano.
Nueva Vida — Hemos recibido el nú-
mero segundo de esta revista mensual
de estudios psicológicos que en la Re-
pública de El Salvador, dirigen y redac-
tan los señores J. Emilio Aragón y F.
Carlos Quehl. He aqui el sumario de
dicha publicación : A las mujeres ....
Qraziella; Renacimiento de la Magia Ne-
gra. E. Gómez Carrillo ; Confusión (poe-
sía), Leonor Ruiz de Carabantes ; Los
obreros. La oración, J. Emilio Aragón :
Dos cuerpos y un alma, Quilogo, Espi-
rita M. Alvarez Magaña ; Las tinieblas
de la vida, Un místico. La voz de la hu-
manidad, Amalia Domínguez y Soler ;
No temas á la muerte (poesía), J. Emilio
Aragón ; Cuento, Salvador J. Carazo ;
i Aten ! Julia Alvarez ; Nueva Vida, Joa-
quín Zaldívar ; De Ultra Tumba, A. M. ;
Gacetillas, Guía práctica del espiritista,
M, Vives.
Gernen, Revista mensual de sociología,
Buenos Aires— Hemos recibido el nú-
mero 9 de esta importante revista men-
sual de sociología que en la vecina ca-
pital dirije el escritor Alejandro Sux. El
material de lectura que trae el número
á que hacemos referencia, es de lo más
sobresaliente y habla con altura de la
índole avanzada de la revista.
El Artista- Hemos recibido un ejem-
plar de este número especial publicado
184
en Bogotá, Colombia, en homenaje al
insigne escritor y poeta Adolfo León
-Gómez. Aunque de formato reducido,
viene repleto de excelentes producciones
literarias todas ellas dedicadas al autor
de El soldado y Sin nombre, dos dramas
que obtuvieron su éxito en Colombia y
de los cuales tuvimos oportunidad de
hablar en nuestro anterior número de la
revista» Bien se merece un homenaje
quien, como León Gómez, sabe pensar
y sentir.
El Deber Cívico- Corrientemente re-
cibimos los números de este importante
periódico que se publica en la ciudad
de Meló, Cerro Largo. Es uno de los
bien presentados periódicos que se editan
en el interior de nuestra república. Co-
mo siempre viene repleto de excelente
y variado material de lectura.
El anunciador Costa Rícense — Acu-
samos recibo de esta publicación que
se edita en San José de Costa Rica,
América Central. Está editado por la
importante Librería Española de María
V. de Lines y como su título lo indica,
sirve para fines de propaganda comer-
cial.
La Voz del Perú — Acusamos recibo,
asimismo, de este importante diario que
se publica en Iquique, agradeciendo el
elogio que hace de la revista Apolo,
elogio que va en otro lugar del presente
-número.
Trofeos, Bogotá, Colombia — Hemos
recibido los números 7 y 8 de esta im-
portante revista de literatura, arte y
crítica que en aquella ciudad dirigen los
distinguidos escritores Víctor M. Lon-
doño é Ismael López. Sus páginas vie-
nen repletas de excelente material de
lectura y rubran las producciones fir-
mas altamente cotizables en los círculos
de América. Entre las producciones
que más se destacan, citamos las de B.
Sanin Cano, Antonio Gómez Restrepo,
Guillermo Valencia, Alberto Sánchez,
José A. Silva, Manuel Cervera, Diego
Uribe, Salvador Lucerna y las de los
directores de la revista. En su sección
Notas se ocupa la redacción del folleto
de José Enrique Rodó, titulado "Libera-
lismo y Jacobinismo"
Integridad, Lima, Perú — Con regula-
ridad recibimos los números de este im-
portante diario que en Lima dirige el
brillante periodista Abelardo M. Gama-
rra. En el número correspondiente al 20
de Abril se ocupa extensamente del Di-
rector de Apolo, Pérez y Curis, con mo-
tivo del juicio que Vargas Vila publicó
en su obra Prosas Laudes.
Verdad — Con un sumario interesantí-
simo y doble número de páginas, hemos
recibido este periódico quincenal, órga-
no de la Asociación de Propaganda Li-
beral de Montevideo. Excelentemente
impreso, con infinidad de grabados ori-
ginales y tendenciosos, viene repleto de
selecto material de lectura, prosa y poe-
sía. Conmemora su primer aniversario
de vida y su presentación indica de que
ésta se prolongará por mucho tiempo.
El Iris- Recibimos con regularidad
los ejemplares de este periódico que en
la próxima Villa del Cerro dirige el in-
teligente periodista Julio V. Oria. El nú-
mero 242 viene repleto de selecto mate-
rial de lectura, con producciones litera-
rias de subido valor artístico.
NOTAS
Amado Ñervo, el poeta eximio de Amé-
rica, el rimador místico cuya obra litera-
ria tiene entre nosotros tantos adoradores,
nos ha remitido desde Madrid, donde resi-
de, una nueva producción poética titulada
Visión. Por haber llegadj á nuestro po-
der cuando el Apolo entraba en máquina,
la publicaremos en el próximo número. Por
lo pionto nos concretamos á agradecer al
poeta y al amigo su fina delicadeza al en-
viarnos con periodicidad producciones suyas
que hablan muy alto de la buena acep-
tación que en todas partes, en América y
en Europa, tiene el Apolo.
Los autores así como las casas editoras
tanto nacionales como extranjeras, para
tener derecho á un juicio breve en las
"Bibliográficas", es menester que envíen
á la redacción de Apolo dos ejemplares
de las obras que publiquen. Sólo así ver-
teremos opiniones, de las cuales nos hace-
mos responsables.
Todas aquellas publicaciones america-
nas y europeas que deseen establecer
CANJE regular con el Apolo, serán sa-
tisfechas á vuelta de correo. Basta para
ello que se nos envíe un ejemplar de la
revista interesada.
ñPObO
Í^BVlSTfl DE flt^TE
« Y SOCIOIiOGIfl «
- Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS -
Redactor: PERFECTO LÓPEZ CAMPAÍ^A
AÑO II — N." 7. Montevideo— Buenos Aires, Setiembre de 1907.
Universalidad d^ la lueJia Qeonómiea
El Estado uruguayo, como los diversos Estados que integran el
Nuevo Mundo, maguer su variada riqueza, su despoblación relativa
y el exceso de tierras vírgenes que esperan el esfuerzo fecundo y
consciente del factor humano para brindar al progreso y bienestar
colectivos óptimos frutos, lleva en si mismo, como las viejas nacio-
nes del continente europeo, las causas gestadoras de todas las hon-
das y graves desigualdades económicas. El Uruguay no es la tierra
de Promisión de la leyenda. Su organización económica, social,
política y religiosa, así como el reparto de las tierras comprendi-
das dentro de su demarcación geográfica, está sólidamente basada
en los viejos padrones de la economía política que aun rigen el meca-
nismo de las sociedades europeas y constituyen su única cohesión.
De ahí que la ciencia sociológica tenga en nuestro medio ambiente
social, político y económico su amplia misión que cumplir, y de
ahí también la razón por que el Apolo, cuyas páginas hasta ayer
estuvieron exclusivamente destinadas á vocear entre nosotros y
fuera de nosotros parte de nuestra cultura artística ( destino noble
y hermoso porque tiende á la formación de una- necesidad, factor á
su vez de un progreso eficiente en el seno de la masa de nuestro
medio ambiente ), inicie desde el presente número una sección desti-
nada á dilucidar los grandes problemas que se agitan en el seno de
las modernas sociedades en forzosa bancarrota.
Insinuada la idea de inaugurar una sección de esta naturaleza
donde cupieran todas las ideas avanzadas y transformadoras, hemos
oído decir multitud de veces que aquí, trabajando, nadie se moría
de hambre y que, por lógica consecuencia, la cuestión social que
sólo se manifiesta allí donde hay capitalismo que acapara riquezas ;
industrialismo que bloquea por miseria á la masa trabajadora y
leyes que cercenan derechos naturales, no tiene porque discutirse
entrb nosotros, en un país joven y pictórico de riqueza y abundan-
cia, donde solo el esfuerzo y la constancia ejercitada en el fecundo
terreno de la producción, bastaban para llegar desde el más humilde
nivel de una situación precaria, al pináculo de la riqueza desbordada
y del capitalismo soberbio y despótico. Bien : esto es lo que se nos
dijo y se nos repite apenas abordamos la cuest'ón social.
En el Uruguay, independientemente de su superabundancia,
existe la miseria como en las naciones de excesiva población. Y
esta miseria que no sólo radica en la capital, sino que se halla dise-
íí-off*^™
— 186 — '■
minada en todo el resto de su rico territorio, á no ser atribuida íí
uíia causa latente adherida á su organización política y económica,
es el resultado de un anacronismo que no tiene razón de ser, cuando
la tierra es generosa y fecunda, y no niega sus frutos al esfuerzo
disciplinado del músculo y de la humana inteligencia. Pero lejos de
ser anacrónica la causa generadora de dicha miseria, ella, dentro
de las nuevas teorías sociológicas, tiene su lógica y bien definida
explicación.
N"0 hay efectos sin causas y á la inversa. La miseria en este país,
como la miseria universal, no tiene por origen causas meramente
transitorias, sino perennes, mientras no se proceda á un más equi-
tativo reparto de la riqueza territorial. La pésima distribución de
la tierra en los modernos Estados, los impuestos y gravámenes
diversos que pesan sobre ella, son las causas primordiales que dan
nacimiento á multitud de causas secundarias que á su vez pesan
con marcada injusticia sobre la inmensa mayoría de los seres huma-
nos que son factores de progreso y de riqueza : la numerosa clase
trabajadora.
En el Uruguay, la distribución de la riqueza territorial es en
relación á los demás países civilizados, harto deficiente. Una super-
ficie de 14.515.104 hectáreas cuadradas está repartida entre 22.674
propietarios con un promedio de 640.16 hectáreas por cada uno. Es
decir: que del 1.100.000 habitantes. con que en la actualidad cuenta
el país, una fracción mínima, el 1/49 de ellos detenta la tierra, mien-
tras los 48/49 restantes sirv^en los intereses y necesidades de los
detentadores. Estos datos bastan de por si para hacer resaltar la
enorme injusticia que implica tal distribución de la tierra. Ahora
bien: si se comparan dichas cifras con lo que arrojan las estadísti-
cas de algunos Estados europeos, nuestro país ocupa una situación
bastante desventajosa con respecto á ellos. Veamos.
Superficie
Término Medio
Países
Propietarios
hectáreas
hectáreas
Austria . .
4.116.216
28.505.619
6.92
Hungría . .
2.486 265
27.025.195
10.86
Inglaterra .
272.836
13 205.200
13.52
Escocia . .
94.641
7 570 000
79.96
Italia . . .
5 157.293
29.625 403
5.74
Francia . .
14 074.801
49 388.304
5.50
Rusia . . .
481 358
100.125.188
207 99
Alemania. .
5.558 310
43 284.742
7.70
De esta comparación claramente se desprende que el Estado uru-
guayo, con una superficie mayor que la de Inglaterra, tiene 22.674
propietarios con un término medio de tierras de 640.16 hectáreas,
contra 272.836 propietarios, con un término medio de 13.52 hectá-
reas por cada uno. Y comparado el país con el imperio moscovita,
que es la nación que arroja una suma mayor de grandes terrate-
nientes, tenemos un término medio de tierras por cada propietario
( 207.99 hectáreas, ) muy favorable para el último de los países
nombrados. Y no es que el Estado uruguayo tenga en disponibili-
— 187 —
dad de oferta inmensas extensiones de tierras fiscales, que vendrían
á disminuir en mucho el área de terreno que en la actualidad co-
rresponde á cada propietario. La tierra, en su mayoría, está toda
repartida entre unos pocos, con la agravante de que cada* uno de
sus actuales detentadores en vez de propender á su subdivisión, se
caracteriza por su loco afán de acaparar nuevas tierras con las que
extender su dominio de amo.
Siendo éstas, como son, las condiciones de detentación de la tie-
rra, lógico es suponer que la cuestión social para nuestro ambiente,
no sea una cuestión importada por snob, completamente exótica en
nuestro mecanismo económico, sino una cuestión que debe merecer
una mayor atención por parte de todos aquellos espíritus que saben
de las nuevas teorías arraigadas profundamente en el corazón de las
naciones modernas. El problema social existe aquí, como en el Japón,
como en la Mongolia, como en toda sociedad organizada á base de
privilegios de clases. Allí donde existe un evidente desequilibrio entre
los diversos factores que integran el verdadero progreso; fillí donde
existe una clase que especula y explota, y otra, la más numerosa,
que trabaja y no puede llenar sus más perentorias necesidades; allí
donde existe una desigualdad en el orden político, religioso ó social,
la cuestión del pan, el vasto y complejo problema moderno, en una
palabra, la lucha económica, tiene amplio margen para su desarrollo,
y se manifiesta con mayor ó menor empuje, con más ó menos vio-
lencia, según la preparación media de los elementos que forzosamente
deben intervenir en ella. La dinámica del pensamiento moderno hace
algún tiempo que, reconociendo la verdad y la necesidad de la lucha
económica, su lógica consecuencia emanada del actual estado de
cosas sociales, se ha determinado en dicho sentido. Y no es porque
el pensamiento, que es el alma de nuestro siglo, siga propulsiones y
derroteros falsos, como no siguió un falso derrotero el pensamiento
que animó las grandes luchas que tuvieron por escenario el siglo
XVIII y XIX y desvirtuadas, más tarde, por los mismos que fueron
por ellas beneficiados.
La vida en todas sus diversas manifestaciones sociales, aquí,
allá, acullá, ( no importa el nombre de los estados ), se toi^na para el
asalariado más diflcil y tirana á medida que se avanza en el moderno
progreso. El campesino no gana para vivir porque es pasto de la
explotación ejercida de consuno por el Estado y el capitalismo. El
obrero en las ciudades, no importa su población ni su tendencia fa-
bril ó comercial, vé abierto ante sus ojos un horizonte de miserias y
de amarguras. Todo en el actual momento social se torna penoso
para una clase determinada de la sociedad que, con ser la que pro-
duce nada posee y, lógico es que esa clase, infinitamente numerosa,
que no puede consumir con arreglo á lo que produce y que sin em-
bargo tiene derecho como el que más á la vida, exija de quienes,
abroquelados tras un falso concepto económico, la tornan dificil,
sembrada de escabrosidades, la parte que en el concierto de las satis-
facciones universales corresponde á todos los que viven. Ayer fué
la burguesía la que bregó con tesonero afán por la abolición de to-
dos los previlegios de clase y la poseción de la tierra. Nadie en la
actualidad recrimina á los que prepararon el vasto orden de cosas
■"m
— 188 —
que en la actualidad reina. En el presente, una clase numerosísima
se levanta contra la burguesía que se ha abrogado la facultad de re-
ducir por el hambre á multitud de esclavos del taller y de los cam-
pos; que dicta leyes disparatadas con el único propósito de favore-
cer y resguardar sus intereses; que legisla y administra con arreglo
á multitud de prejuicios que tuvieron la virtualidad de sobrevivir á
los siglos; que impone una moral contraria á las manifestaciones de
toda ley natural que rige las voliciones del ser humano ; que castiga
severamente hechos punibles únicamente dentro del falso concepto
que se tiene de las necesidades y moral humanas, y que, sobre el
derecho de la vida ha plantado el estandarte de la fuerza brutal;
haciendo de la fuerza de las bayonetas una disposición de orden; el
sosten más formidable de los privilegios usurpados.
La lucha moderna que tiene por escenario de ejercicio el ancho
campo de la economía, vá á la conquista de la tierra, de la verdad
y do la justicia sin que entronice á ninguna clase determinada con
los privilegios correspondientes. Y si un mal entendido concepto
de la sociología ha autorizado en nuestro ambiente á ciertos indi-
viduos para negar de lleno la necesidad de las luchas económicas,
demostraremos con mayor extensión, en artículos sucesivos, que
ella existe y que, como propia medida de progreso, ella es nece-
saria.
Entre tanto, la juventud que lleva en sí todo el entusiasmo de
la lucha ; que piensa, lee y, por lo tanto, tiene un criterio más fácil
de ser inducido á la verdad que al error, tiene en esta sección que
hoy inauguramos, donde volcar todas las deducciones sugeridas por
la observación de las miserias modernas, ó por la lectura de los li-
bros en cuyas páginas se plantea el problema social.
Perfecto López Campa5;a.
-c{,$c:x$&a-
Noslal^ia -efímera
Para IVrez y Caris, poeta.
Pregonaban un ensueño dolorido las campanas
desde el valle nebuloso de la incierta lejanía,
difundiéndose en el coro de las voces tramontanas
que decían de algo magno que en la muerte se dormía.
Mientras, pálidas las rosas, — ¡oh mis líricas hermanas! —
entregaban en desmayos su más íntima poesía,
al morir en dulcedumbres como plácidas cristianas,
perfumando el alma triste de la tarde en agonía.
189
Y el nostálgico recuerdo de los suefios de otra er;i,
plenipotenciario adusto de un i)ais c[ue no fué grav(!,
agravó el solemne ambiente con tristezas y rencores,
J. J. Illa Moreno
cuando Venus surgiendo cautelosa tras la vera
de aquel bosque desolado y misterioso fué cual ave
nunciatriz de nuevas horas de otros más gratos amores.
Illa Moreno.
'Sím'.
190
VISIÓN
( 'Del próximo libro « En vo:¡^ baja »/
c///e lan cdlicam en le,
al lomar el rebaño,
en la larde Iranquila,
tíllala en el ambienle,
sobre el paisaje huraño,
con un inlermilenle
sonido que nace daño,
su relinlin la esquila.
Viriqense al paseo
los ciegos del hospicio,
seguidos de un hermano
que con leve siseo
va rezando el oficio,
mientras el parloleo
de la turba sin Juicio
despierta el eco vano . . .
(£>l ala pasajera
de nube cilla errante
proyecta sombra móvil
sobre la carretera,
por donde, resonante
aparece, en carrera
febril, como gigante
batracio, un automóvil.
Desconcierto provoca
en los niños su aaudo
rezumbar repentino,
mientras que, visión loca,
pasa el chauffeur peludo,
con su aspecto de foca
ó de buzo lanudo,
devorando el camino.
Ai os ciegos olfatean
la estela " capitosa
del monstruo; la pupila
dilatan; parpadean
con rapidez nerviosa,
y al fin quietos, pasean
su noche misteriosa
por la tarde tranquila.
Amado Ni£Rvo.
191
Literaturas J^tod^rnas
"Fflfipflí^l^IA DE Pt^EJÜICIOS"
DE PERFECTO LÓPEZ CAMPANA
Guando acabé de leer el primer
cuento, un escalofrío recorrió mi
médula y un silencio doloroso vino
á mis labios. Luego, torpemente,
articulé una frase ! « ¡ Es muy hu-
mano !...» No dije más. Á estas tres
palabras pude en ese instante con-
cretar en síntesis mis impresiones.
Pero sentí la ne-
cesidad imperiosa
de leerlo nueva-
mente. Era aque-
llo tan hermoso,
tan sincero, tan
real, tan de la vi-
da!... Y una gran
tristeza invadió
mi corazón, y una
gran piedad enar-
có mis labios, y
miré hacia allá,
lejos, muy lejos,
como hacia un pa-
sado ya entre nie-
blas, ya entre
sombras, ya entre
ruinas.
i Qué ?... ¿ acaso
aquello no era el
girón palpitante
de una vida eter-
namente ato rmen
tada ?... ¿ Acaso
no era todo el sen-
sorio de hombre
cristalizado al tra-
vés de una sola
faz, de una sola
manifestación cu-
ya mayor fuerza
emotiva hubiera
anulado todas las otras, sobrepo-
niéndose, absorbiéndoles sus ener-
gías y robándoles la voluntad ?...
Y iniré hacia allá, lejos, muy le-
jos, y vi siempre á aquel Ruperto
Liebe, de pie ante sus discípulos,
mostrando de su corazón honda-
menté lacerado todas sus heridas
aún sangrantes, estoico, sublime,
así como un maestro que en un ga-
binete de hospital enseñare una mí-
sera piltrafa durante el curso de
una severa disertación anatómica.
Y le admiré. Lo vi grande, ergui-
do, heroico, en medio de su horri-
ble descalabro moral, y' le compa-
decí. . . Y lo vi débil, pequeño,
Óscar Tiberio
lisiado, ya como un pobre ser ven-
cido cuyos menores actos sólo se
rigen bajo el reflejo de una vitali-
dad únicamente instintiva y mate-
rialmente impulsora.
Y en verdad que ese primer cuen-
to que nos brinda Perfecto López
Campaña en su reciente obra « Fan-
farria de Prejuicios >, es de una sin-
— 192
ceridad y de una concepción á todas
luces hermosa. La tesis, modernísi-
ma dentro de lo más vivido, tiene
un fondo hondamente psicológico ;
los personajes han sido delineados
con la perfecta maestría de un con-
cienzudo novelador, y el medio am-
biente en que actúan, lo mismo po-
dría ser el nuestro que Qualesquiera
otro extraño, puesto que la vida
humana allí es en una de sus for-
mas . más universalmente experi-
mentable.
Ha sido feliz en la elección de sus
tesis el autor Después de un jntere-
resante introito acerca de las diver-
sas teorías y experimentaciones so-
bre lo flnito ó inflnito del Amor á
través de las múltiples faces de su
compleja emotividad como potencia
efectiva, López nos sugiere el triun-
fo de su perduración indestructible
poniéndonos como ejemplo un caso
típico.
Y es éste un idilio trágico de un
desenvolvimiento altamente conmo-
vedor. Aquellos dos corazones jóve-
nes que laten al unísono impulsados
por un mismo anhelo ; aquellas dos
almas fundidas la una en la otra por
una idéntica afinidad de ideas y de
sentires, y aquella fatalidad ciega,
obcecadora, que se abate sobre ellos
en una lucha titánica, es algo que
evoca los grandes dramas pasiona-
les que á través de los siglos han
perdurado en la imaginación de las
multitudes sobre la eterna sucesión
de las generaciones idas.
Y no se crea, que los predichos
Amantes, sean burdas copias de
aquellos héroes de leyenda de otrora.
Aquí no es la lucha religiosa, ni la
animosidad política dé los Capuletos
y Mónteseos, ni la venganza de un
rival desdeñado á lo Casio, ni el cí-
nico abandono de un don Juan, ni la
fragilidad voluble de una Safo, lo que
da perdurable vida y muerte á este
drama. Una fatalidad aún más nove-
dosa, más real, más humanizada al
ambiente evolutivo de nuestra épo-
ca, es la que engrandece ese idilio,
la que aviva bajo múltiples cambian-
tes ese Amor, la que atormenta sin
piedad á sus héroes, y que, por fln,
tras un proceso lento pero perseve-
rante, termina su obra, de la cual
acaso fué génesis, para luego seri-
en cierto modo, destructibilidad.
Y digo esto, porque no fueran
esas trabas, esos rencores políticos
ó religiosos, esas ambiciones de
fausto ó de lucro explotado por un
desmesurado despotismo paternal;
esas traidoras venganzas de un rival
aborrecido ; esa volubilidad de un
amante versátil, lo que han hecho
realmente célebres y eternos y ad-
mirados un Amor ? . . . ¿No fué ese
pero, surgiendo como una Roca Tar-
peya ante ese torrente de felicidad,
desarrollando con su tenaz obstácu-
lo un génesis de pasión inflnito, en-
grandeciendo desmesuradamente la
Dicha y el Deseo, haciendo aullar
el Dolor, hundiendo en la carne viva
el hierro candente de los Celos, des-
pertando la Cólera adormilada de
los hombres de la edad bárbara, y
todo en una hora propicia y en tem-
peramentos por excelencia comple-
jos y receptores lo que engrandeció
un Amor hasta el sacrificio ó el ho-
locausto ? . . . Tal vez, sin la influen-
cia vital de ninguna de esas fatalida-
des creadoras, él no se hubiera des-
lizado con la monótona quietud del
agua mansa que corre por un cauce
que le es común ? . ,
Fl Amor?. . ¿Acaso hay nada
más natural, más sencillo, más
transparente ni más diáfano?...
¿Y acaso también hay nada más ne-
buloso, más abstruso, más caótico,
más laberíntico ? . . .
Un Amor común ? . . Los vemos
todos los días, á cada paso, á cada
instante : un frivolo flirt mundano ;
un interés adventicio; un capricho
sensual; una modalidad de nuestro
orgullo; una atracción física ó mo-
ral más ó menos concebible ó in
tensa ; pero, un Amor voraz, multi
forme, normalmente desequilibra-
do, con placideces de cielo azul y
borrascas de océano enfurecido, es
algo que se yergue por encima de
las almas mediocres y horizontal-
mente niveladas de las muchedum-
bres.
Y lo dicho no implica la negación
absoluta, de que en los actuales
tiempos, pictóricos de un positivis-
193 —
mo generalizado, donde todo es ve-
loz y fugaz, donde la vida se preci-
pita en la vorágine de un expreso
en marcha acelerada hacia el país
de una Felicidad egoísta por exce-
lencia, no quepan almas grandes ó
temperamentos sensi-
tivos que sepan gustar
de afecciones intensas
que pasan inadvertidas
ó que son miradas con
burlón escepticismo
por el cero nominal de
las mayorías Y luego,
¿cuántos dramas ínti-
mos se silencian, se su-
ceden ó se ahogan casi
á diario, sin trascender
ni lograr ese alto grado
de fantástica leyenda
alcanzado por aquellos
que la historia, la no-
vela, la poesía ó el tea-
tro se han encargado
de perdurar á través
del ciclo abrumador y
silente de las edades
muertas !
Tal -vez á nuestro pa-
so, en el paseo, bajo la
máscara inmutable de
los convencionalismos
¿cuántas veces late jun-
to á nosotros un cora-
zón héroe de un drama
silenciado, callado,
oculto él allá en lo más
recóndito de un ser en
apariencia feliz ó deci-
dor? Y, ¿cuántas veces
ese drama trasciende
en una simple crónica
de gacetilla ; allí donde
el criminalista sólo ve
una protuberancia más
ó menos anormal ; allí
donde la justicia sólo
ve un delito que casti-
gar y donde el escán-
dalo se apresta al par-
loteo del chisme ó al
volido de la murmuración?
Y es por esto, que esos célebres
Amantes que fueron, hoy para mu-
chos al parecer irreales, faltos de
lógica, no concebibles, mirados co-
mo locos, como casos psicológicos
dignos de estudio, y que en reali-
dad, ellos no han sido sino frutos
del ambiente de sus épocas ó con-
secuencias directas de causas, mu-
chas de las cuales la evolución ha
dejado atrás y de otras que aun
Javier de Viana
perduran no obstante la ola avan-
zante del progreso y de la educa-
ción contemporánea, tendrán siem-
pre sus sucesores más ó menos afi-
nes ó directos, y siempre confor-
me á los factores que los produz-
■\ »"T .'í^?j?^^ww^7*i
— lí>4 —
can, y de acuerdo al medio y á la
época en que se desarrollen.
Tal, es, en el presente, el caso
que en «Fanfarria de Prejuicios •
nos describe Perfecto López Cam-
paña. Leed ese cuento, esa joya de-
licada y sutil, que tal vez ni Mau-
passant ni Mirbeau cincelaran me-
jor con los toques enérgicos de sus
buriles consagrados. Leedlo, y ve-
réis allí encarnado todo un drama
dolorosamente humano en cuyos
héroes caben hombres y símbolos á
la vez. Leedlo. y durante vuestra
lectura, sentiréis revivir allá en lo
más hondo de vuestra psiquis algo
así como un soplo lejano de vues-
tra fogosa juventud, como el hálito
tibio de una Primavera que fué, co-
mo un vago perfume de amores ya
idos, reminiscencias de horas q\ie
fueron, de dulzuras que os supie-
ron á mieles, y luego, ya al final,
en llegando á los últimos párrafos,
una gran piedad os hará crispar
todo hasta la médula, y diréis
abiertamente, sinceramente, si allí
no hay mucho que os pertenece, ó
algo que estorbó á vuestro Pasado,
ó algo que aún estorba á vuestro
Porvenir !
El segundo cuento, « Sólo por un
beso », es toda una primicia litera-
ria en la que el autor ha concreta-
do todas sus energías al relieve
plástico del estilo y al maravilloso
desenvolvimiento del diálogo. Vquel
fluye fácil, pintoresco, con rasgos
de una luminosidad que cautiva;
este último surge natural, sin afec-
tacionos anflbiológicas ni retorci-
mientos de frase, y siempre en un
todo adaptable á los personajes que
lo promueven
Si en el primer cuento, López
Campana se nos revela un psicólo-
go sutil, un observador pertinaz y
un artífice discreto de la forma, en
« Sólo por un beso » se nos da á
conocer como todo un perfecto es-
grimista del diálogo, de ese escollo
de la frase amena y locuaz, déla
causerie armonizada al ambiente
escénico y á la modalidad intelec-
tual de los tipos que se describen.
Es « Sólo por un beso » un cona-
to de conquista, una aventura amo-
rosa fracasada por el temperamen-
to frío y monocorde de una mujer
exhausta de pasiones, cuya virtua-
lidad pensante y emotiva,' tapiada á
piedra y lodo por toda una costra
de rancios prejuicios y atávicos
pregones de una educación inculta,
marchítase en una simplicidad esté-
ril y desconsoladora.
En este estudio, breve y vivaz,
López nos pinta de cuerpo entero á
uno de esos tantos Tenorios de oca-
sión, cuya megalomanía amorosa,
ávida de fáciles éxitos, suele á ve-
ces estrellarse en un fracaso ridícu-
lo, ante una mujer rehacía, por
quien sus anhelos de seducción lue-
go se truecan en un mero y pun -
zante capricho.
Las insinuaciones del cortejante
se suceden en una escala ascenden-
te y gradual ; las negativas de ella
se aferran á una si es ó no es ter-
quedad obcecadora A veces, el re-
cuerdo de una afección adolescente
que los uniera otrora, mariposea
en su cerebro impulsándola casi á
ceder, como concibiendo una resu-
rrección de aquel pasado. Pero me-
dita, compara, hace apreciaciones
que ella juzga irrefutables. Allá en
la penumbra parpadeante de un
bochornoso atardecer, en la estan-
cia solitaria y propicia al beso, él,
ya agotada la locuacidad de su ver-
ba, se lanza al asalto. Y lo hace ya
con ira, con rabia, amparado por la
soledad del instante, enloquecido
por aquella negativa tenaz ; ebrio
de deseos voraces que le han gol-
peteado el cerebro allá en sus afie-
bradas vigilias insomnes. Hay una
lucha breve. Ambos se manotean
linos instantes entre el coágulo de
sombras cada vez más creciente de
la noche que avanza. Luego, por
fin, no obstante los gimoteos y las
últimas puñadas de aquella nueva
Segismunda, él logra suxir sus la-
bios á aquella carne esquiva que se
rehusa, y así aquello que hubo de
ser un idilio de amor, termina en
medio de un pugilato irrií-orio de
maritornes vulgar.
Y qué hermoso final aquél, qué
concretación sintética la de ese es-
tudio, con tanto arte como verosi-
195
militad descripto, cuando el héroe,
una vez llenados sus deseos, ya en la
puerta y próxin» á marcharse, la
grita aquella frase cruelmente ace-
rada, pero que encierra toda la
explosión de su desprecio y el des-
gias errabundas, horas de pasión
junto á una ribera insomne, bajo el
sutil espolvoreo de oro de un cre-
púsculo que se amortigua. Allí todo
late, todo habla, todo interroga con
esa elocuencia muda y sugerente de
(tUY de Maupassant
ahogo de su ridículo : « ¡Imbécil! . .
I Tanta copa por un beso ! . . . »
« Canto de Amor » es todo un be-
llo himno pasional rimado en una
prosa poética y vivamente colorean-
te, de una exquisitez extremada.
Hay allí párrafos evocativos, nostal-
la Naturaleza sabia Y en tanto la
noche cae. . . Los senderos tórnanse
grises ; las lejanías se esfuman en-
tre los vapores de la tarde que va
á inmolarse : sólo en las aguas
muertas de los remansos los últimos
vestigios del día aún chispean en un
.„ -^
106
postrer desvanecimiento de colores
en fuga... Y trisca el Amor : uu
Amor sin trabas, apasionado, sin
indiscreteces. . Y en tanto la no-
che cae. . Ln polvo de lapizlázuli,
un vaho de sombras, invade las
campiñas aletargadas, llenas de
ruido y ebrias de sueño . .
« Los censores » es un desñle de
tipos comunes á todo ambiente,
quienes impulsados por una mono-
manía de exhibicionismo diario,
quieren en todo y por todo oficiar
de pát^r ante la admiración públi-
ca. Están estudiados con verídica
exactitud Yo les veo pasar, desli-
zarse, escurrirse en medio de toda
una mímica mandarinesca henchida
de genullexiones que llevan estereo-
tipado el gesto grave de una augus-
ta paternidad Les veo formar co-
rrillo en los salones, en las veladas
del periódico, en el café, en la rué
Sarandí, en los pasillos de los tea-
tros. Hablan, gritan, gesticulan,
emiten opiniones que son senten-
cias. Y, como créense admirados,
escuchados, indicados como hom-
bres sapientísimos, tesoros de inge-
nio y sabiduría, he aquí que así
ellos se pasan la vida, en un char-
latanismo estéril, pero siempre gi-
rando sobre su v-i preponderante
de astros apagados y sin atmósfe-
ra. . .
En * El patrón », surge el triunfo
de un espíritu fuerte saturado de
nobles ideales, y el que merced á su
férrea voluntad, logra independi-
zarse de un medio exiguo y pro-
saico á que lo ha encadenado hasta
ayer la lucha por la vida. Este poe-
ta, doloroso sensitivo, que acaso pu-
do ser un (¡reso de haber sido un
buen Sancho, busca en la Libertad
y en la Belleza la realización de sus
ensueños, que no le ha sido dado
encontrar en las cifras tentadoras
del Haber ni en las llorituras esco-
lares de una buena plana . . .
« Los Reos », es una página triste
y hondamente sentida, en la que el
autor nos describe coa todos sus
horribles preliminares el bárbaro
espectáculo de una doble ejecución.
En aquella alborada invernal, bru-
mosa y displicente, el cuadro se
destaca entre un coágulo de som-
bras que un sol anémico aún no ha
logrado desvanecer. Los verdugos
que la justicia ampara, las víctimas
que á nombre de un mal entendido
escarmiento ella inmola, la muche-
dumbre inconsciente y ávida de ver,
y, por fin, el salvaje holocausto,
todo surge de entre la penumbra de
aquel lívido amanecer.
Es esta una página condenatoria
hacia una ley absurda, que, como
dice el autor, cobra impuestos por
los alcoholes y protejo á los Fabri-
cantes que lucran con los vicios de
muchos desgraciados á quienes ma-
ñana esa misma ley ha de casti-
gar.
« Odila », « Dualismo », « La caza
del hombre ». « El tributo á la ava-
ricia», «El hijo» y «Bajo los cei-
bos ', son, cada una en su género,
interesantes análisis contenciosos
en los que zigzaguea una sutil psi-
cología y en los que asoma un bello
gesto rebelde hacia un cúmulo de
prejuicios que el egoísmo ó la am-
bición desmesurada de los hombres
sirve de tierra fértil para que ellos
aún perduren en muchas concien-
cias como sombras errátiles de un
pasado que debiera caducar.
Tal es en breves líneas la nueva
obra de López Campaña Y en este
libro hondo, sincero, plétórico de
savia joven y de avanzados ideales,
se destaca vigorosamente la perso-
nalidad del autor, así como su estilo
propio y persuasivo, ondulante en
párrafos serenos y pausados, de
donde la verdad fluye desnuda, sin
recatos pusilánimes ni frases hirien-
tes para esos pobres cerebros aún
obscurecidos por el error.
López Campaña es un prosista de
garra y de nervio. Él habla como
piensa y piensa como escribe. Su
paleta es iris y su escalpelo es luz.
Sus ideas hacen meditar ; su obser-
vación encanta ; sus descripciones,
mesuradas, sintéticas, ebrias de sol
y orgíacas de colorido, surgen á
grandes rasgos, brillantes y felices,
sin caer nunca en falsedades pueri-
les ni en esos minuciosos inventa-
rios de procurador á que muchos
conteur conduce el deseo de pre-
— 197
sentarnos una realidad precisa y
meticulosa, y que, por cierto, ella
tan sólo no ha sido mirada sino á
través de temperamentos aún no
suficientemente artísticos ni asimi-
ladores.
Por encima de todo temor, por
encima de todo convencionalismo,
lejos de todo lucro eventual, él nos
describe lá vida tal cual es, con to-
das sus bellezas más fúlgidas y sus
errores más nefandos Y esa vida
de verdad, ora lozana como una
flor jugosa, ora anémica como una
joven miyer convaleciente, allá en
un crepúsculo que se esfuma entre
tonalidades de ópalo, fluye de esas
páginas humanas en las que el au-
tor ha volcado su yo violento satu-
rado íntimamente de orgullos le-
vantiscos.
Admiremos á este aliado de la
caravana heroica que prosigue por
la ruta que va hacia la luz Sean
nuestras salutaciones más sinceras
para este adalid del pensamiento
modernizado de un siglo que se in-
sinúa prometedoramente hacia la
verdad. Su obra, « Fanfarria de Pre-
juicios», es una piqueta demoledora
y un oriflama de conquista. Ella
destruye pero también crea. Y des-
truir el Mal es Virtud, é ir hacia el
Bien es Sabiduría.
JuA-N Picón Olaondo.
En Mavo de 1007.
-^{jíCiX^o-
•Oeír G'KOS
A Francisco Alberto Schinca.
Era en la noche eterna. Los volcanes
Vomitaban su lava incandescente,
Y al empuje de roncos huracanes,
Las montañas caían, cual titanes
Heridos en la frente.
Los truenos eran lúgubres tambores
Tocando á carga con pujante brío,
Y mil rayos de vividos fulgores
Fingieron una lluvia de colores
En medio del vacío.
Revolvióse el océano salvaje
Escupiendo sus olas Cí)ntra el cielo;
Chocáronse las rocas con coraje,
Y los astros, surgiendo del chispaje
Iniciaron su vuelo.
El Planeta giró sobre si mismo,
Y luego se incendió cual ígnea tea ;
Y al apagarse, de ese cataclismo, »
Surgió un hombre de lo hondo del abismo
Y en su frente una luz, y fué la Idea.
1907 Ovidio Fernández Ríos.
— 198 —
''j^azek maldita''
rq: o \7' e: L -jPs. ]sc jPs. c i o ist jPí. r^
FRAGMENTO
En el rancho de Juliana, los víve-
res se habían concluido; no quedaba
una piltrafa de carne, una migaja
de galleta, una cebadura de yerba.
Había registrado todos los rinco-
nes sin hallar nada y desconsolada
salió afuera, dis-
puesta á pedirle
á su vecina Ma-
nuela—la «Nata»
como la llama-
ban en todo el
rancherío— unas
cucharadas d e
yerba para to-
mar un mate,
pues se sentía
languidec(?r, con
una puntada en
el estómago que
la postraba.
Apenas había
franqueado la
puerta cuando la
«Ñata') se pre-
sentó.
— Ciüen día ve-
cina—la dijo Ju-
liana—añadien-
do con cierta en-
tonación de sor-
presa: Bien' aiga
la suerte! ... i ba
dir á verla! . .
I.a «Ñata» á su vez se manifestó
igualmente sorprendida: Güé. . . qu'
casualidad .
— A la verdá, iba ' dir á pedirle
una cebadurita é yerba . .
Güé. . lo mismo qu' yo!. Na-
dita, nadita me queda ; ' e rebuscao
y nada . . y venía á pedirle á ver si
me remediaba. . .
— Y vido á ña Ciriaca. . ella qu'
tiene á la Sofía!. . . tiene á la for-
tuna agarrada e la cola.
— La vide; pero anda cortada . .
sin un cobre. La hallé rezongando,
echando pestes .. . De siguro que'
José V. Díaz
la fortuna anda rabona como yegua
'e posta. , . Tüita la gente anda lo
mesmo,... si'sto sigue así vamo'
á comer yuyos, raices, ó . . bosta! . . .
Juliana oyó en silencio la res-
puesta de su amiga con un gesto de
acre increduli-
dad. Guando la
« Nata » conclu-
yó, alzando la
voz le dijp:
—Y Vi le cre-
yó! . . . miren
qu' candida!. . .
esa escuende la
leche; la'iji tie-
ne grasa en los
ríñones ! . . 1' an
engañao veci-
na! ... \d. sabe
qu'el dependien-
te ' é la pulpería
la visita! ... A
la cuenta qu' tie-
ne algún male-
tón bien relle-
no .. . Su amista
con esa gente no
va ■ durar mu-
cho, vecina! . . .
La «Ñata» por
salir del trance
le contestó : —
Válgame Dios,
tiempo malo ! . . ,
Juliana, haciendo una pequeña
mueca de desagrado, le replicó al
punto : — No ' ... el tiempito é' güe-
no; . . . • mire qu* mañanita más
linda! . .
— Güeno! . . . pa' 1 qu' tiene la
barriga bien rellena — le contestó 'a
«Ñata», añadiendo: — Si tuviera un
jarr ' e leche ' e apoyo, con pan fres-
quito y manteca . . aun qu ' llovie-
ran piedras ' staría lindo ! . . .
Estas palabras molestaron á Ju-
liana, hizo otro gesto avinagrado
y replicó: — No hable d' esas co-
-^W^-IPT'''
— 199
sas, vecina ... me dan más ham-
bre.
— Y no cai un hombre! .... pue-
blo desgraciao! . . Pura pollera ham-
brienta!. . . —dijo la «Ñata», cuya
fisonomía tomó un tinte de indeci-
ble melancolía.
De pronto se dio vuelta y dirigió
sus ojos deslumhrados hacia la es-
pesura del monte, que resplandecía
bajo la hermosa luz de un sol de pri-
mavera.
Juliana había callado también, y
de espaldas al monte, contemplaba
el campo abierto ante sus ojos, gran-
de é infinito, en el que se veían her-
mosos rodeos de hacienda vacuna,
é inmensas majadas de ovejas re-
cien esquiladas, cuya blancura resal-
taba con tomo mate entre el verdor
de los potreros en flor.
Largo rato estuvieron así, calla-
das, contemplando con los cerebros
vacíos, el cuadro maravilloso que
ofrecía la Naturaleza. De un lado las
tupidas selvas que bordean el ser-
penteado Yí cortando el horizonte
en dos partes con una línea verdi-
negra, y más allá las fértiles pra-
deras del Durazno, onduladas, ri-
sueñas, festoneadas las cuchillas
como los pliegues de una bata y
cuyos declives cubiertos de largos
y tupidos pastos morían á orillas
del Yí.
El cuadro tenía una amplitud in-
mensa, dándole singular hermosura
la nítida claridad déla deslumbrante
mañana. El sol naciente daba tonos
de luz y sombra de gran relieve, y
todo adquiría un esplendor magní-
fico bajo su influjo.
Un artista, con beatífica satisfac-
ción, se hubiera sentido avasallado
por la estupenda majestad del pai-
saje, pero la «Ñata», con sus ojos
tristes, todo lo miraba sin compren-
derlo, sin sentir la «vida» que des-
bordaba en todos los ámbitos del
gran cuadro.
Juliana con la vista perdida en los
campos que tenía ante sus ojos, de
una horizontalidad casi perfecta, no
consideraba la blanca riqueza de en-
sueño que representaban los rodeos
de hacienda y las majadas de ovejas
que veía pastar.
Aquello pertenecía á los ricos . . .
Esta fué, si acaso, la reflexión que
pudo hacerse.
De sus labios mudos no salía una
palabra, una queja: había algo de
desolado y sin fondo en su actitud
resignada de bestia aporreada.
José Virginio Díaz.
-o{)$cCC$&^-
Sobre el negro ataúd de mi cadáver
La loza sepulcral se colocó;
Mis amigos se fueron uno á uno
Y todo en el silencio reposó...
Los meses y los años transcurrieron
Y nadie á mi sepulcro íué á llorar:
Sólo el musgo — el amigo -el olvido —
Creció en rorno del fúnebre lugar! ..
Algún ser adorado! cuántas veces
Las hierbas de la tumba pisoteó!...
Pero ya...! ni siquiera se acordaba
Que allí, bajo esa piedra, estaba yo!.
EvAKiSTO G. Arias.
' - 1
— 200 —
(¿orno ^¡mi!
¡Ay de mí! ¡cuánto padecimos, cuánto,
El día en que te fuiste para el cielo!
Muerta, tenías un divino encanto;
Semejabas un ángel: algo santo
Con la quietud en que comienza el vuelo.
Como de cera tus inertes galas . . .
En el aire Jacob tendía escalas
Como esperando tu ascención por ellas.
Pero, ¡ay de mí! tú ya tenías alas
Prendidas á los hombros con estrellas.
Sentí aquel día, entre mi amargo lloro,
A mi consuelo el corazón remiso . . .
i Ave-María ! te rezaba un coro . . .
¡Laureaba tu frente un rizo de oro
Como un rayo de sol del Paraíso!
Sor de las rosas del Edén, querías
Vivir en tu celeste primavera...
Se evaporaron mil lágrimas mías
Y te hicieron la nube en que partías
Mientras yo en vano sollozaba: ¡espera!
¡Y no esperaste, no! ¿Qué prisa ingrata
Te apartaba de mí, querida Ausente?
¿Desde qué estrella de diamante y plata
Qué ruiseñor de dtilce serenata
Te preludió su melodía urgente?
La paz del cielo te atraía. Aun siento
El eco de tu voz que la imploraba...
Santa Teresa ideal del pensamiento.
Como á un divino esposo, al firmamento
Tu atormentado corazón lo amaba!
La Muerte, tu enfermera bendecida,
¡Cuántas noches veló junto á tu lecho!
¡Oh, tísica, ella fué la Bien Venida!
Viento hicieron sus alas... y en tu pecho
Cayó, al ñn, la última hoja de tu Vida!
GuzMÁN Papini y Zas.
i*m^
— 201
i Son los sineeposí
¡Dejadles paso, que son los débiles!
Son los viciosos, son los abyectos.
son los esclavos de sus flaquezas,
¡ son plumas leves que lleva el viento ! . . .
¡ Dejadles paso ! No son cobardes
viles hipócritas ; no son de aquellos,
que, poríjue saben velar lo impuro
(le sus pasiones, pasan por buímos.
¡Dejadles paso, qne son los malos!
los del estigma... ¡no hay que temerlos!
no son abismos impenetrables . . .
¡ son anchos campos al mundo abiertos !
Dejadles paso, que son sencillos,
((ue son humildes, que son ingenuos . . .
son los que tienen la valentía
de sus acciones... ¡ son los sinceros!
Vicente Medina.
"flPOIiO'* Hn ESPAflA
NUEVO COLABORADOR
En el próximo número publicaremos al-
gunas poesías inéditas que con la titulada
«¡Son los sinceros!» que insertamos en
esta página, nos ha enviado recientemente
el conocido y festejado poeta español Vi-
cente Medina, autor de « Aires Murcianos»,
«La canción de la vida» y «La canción
de la muerte». Ellas forman parte de su li-
bro «Poesía» que aparecerá en breve.
Ai'OLo agradece al distinguido poeta
murciano tan hermoso obsequio.
N. DE LA R.
-o{l$CCC3K}^-
Spótica
Muerde mis labios que rebosan vida I
Muérdelos con ardor,
hasta que brote sangre enardecida
por mi triunfo de amor!
Y tus ojos chispeen como estrellas
en las noches de abril,
al escuchar las plácidas querellas
de mi anhelo febril.
Y perfume el azahar nuestra ternura
y nos bendiga Dios,
al contemplar la erótica ventura
que nos une á los dos.
Entonces nuestro nido fabriquemos
bajo mi naranjal,
y un himno, todo amor, allí elevemos
á la gloria nupcial.
Santa Fé, (E. A.) 1907.
Luis Martínez Marcos.
— 202
Eugenia Toffes (^^éitieo)
En Buenos Aires tuvimos el placer de visitar á principios del
mes de Julio, á la señorita Eug-enia Torres, distinguida artista que
forma parte de la compañía Thuillier, actualmente en gira por las
principales ciudades de la Kepública Argentina.
La compañía nombrada funcionaba entonces en el Teatro Vic-
toria, y fué allí, donde, des-
„.__ _ ,_, pues de apreciar los méritos
' ' personales de la artista pre-
citada, supimos interpretar
y avalorar altamente su ex-
quisito buen gusto y su mí-
mica exenta de afectaciones,
dignos ambos de todo enco-
mio.
La eximia mexicana es
de esas actrices que se im-
ponen ante el público sin
amaneramientos de ninguna
especie, y en la escena, con-
servan siempre la naturali-
dad del gesto y con ella la
serenidad inherente íl toda
artista dueña de sus voli-
ciones.
Las lamentables abstrac-
ciones, ya sean voluntarias
ó involuntarias, que ocurren
muchas veces á no pocas
artistas al presentarse en las
tablas, inspiradas acaso por
un afán de mero exhibicio-
nismo que hace resaltar sus
formas y redunda en detri-
mento del delicado papel
que encarnan, y, por lo tanto, de su personalidad, no se obser-
van en la Torres, lo (|ue acusa un inconmensurable amor al arte,
un empeño absoluto en sus funciones y un acierto singular ; pre-
cursores ellos del triunfo definitivo.
En homenaje .-'i ella ilustramos estas páginas con algunos foto-
grabados suyos. El último la representa en «Numa Koumestan» en
que desempeñn de una manera asaz brillante el rol de coupletista,
pues, á sus facultades anímicas divinamente desarrolladas, se aduna
el encanto de su voz acadcnciada cuyas tonalidades producen dul-
císimas emociones exultantes para el espíritu.
En la matiné(! celebrada el 9 de Julio último en el teatro Vic-
'•^^
203 —
toria, la Torres desempeñó ma-
ravillosamente el puesto de pri-
mera actriz, siendo muy aplau-
dida por un público selecto y
exig'ente á la vez. Se había lle-
vado á escena «El honor», eo-
media en cuatro íJctos del céle-
bre dramaturgo alemán H. Su-
dermann.
Auguramos el triunfo á tan
excelente artista.
ALEGRÍAS
Segué, con mi hoz de amores
todo un trigal, en la mustia
campiíía de tus dolores.
En tu derruido santuario
llené de óleo tus lámparas
y de incienso tu incensario.
En tu alma — una cisterna
abandonada y profunda —
verti el agua de la eterna
Juventud. Los tristes bronces
que por la muerte clamaban
no más clamaron. De entonces
En el azar de tus vías,
el cascabel de mi alma
repicó sus alearías . . .
Luis Correa.
Caracas, 1'J07.
204 -
EXVOTO
(sonetos acoplados)
Aquel día el humano
Gesto de Mona Lisa
Irradió en tu sonrisa
Y en tu rostro elegiano.
Hoy, que un hondo y arcano
Dolor deja inriprecisa
Huella en tu frente, y glisa.
Cual un soplo malsano,
Sobre tu alma que es una
Mórbida sensitiva :
¿Qué triste perspectiva
Tus sueños importuna ?
Alma enferma : ninguna
Luz de amor es furtiva ;
Eros el ansia aviva,
Y holocaustos aduna.
Ama y sufre ; la j^loria
Del amor no se alcanza ;
Es, acaso, ilusoria.
¡Que en la celda sombría
Del Tedio tu esperanza
No visite á la mía !
Musa de otoño: aun eres
Bella como una blonda
Zagala de Citeres.
¡Sueñas! No te des\'íes. . .
Tú eres como Gioconda:
Sueñas cuando sonríes.
-o{iacccé-&o-
^oni^níQ hibernal
Para ()ri'í:les Baroffio
¡Qué poniente tristísimo tú sueñas
En el misterio de olvidada riva !
Ve mi numen en él la perspectiva
Omnicolor de las abruptas peñas.
¡Ni una barca en el piélago diseñas,
Ni un alción en la costa ! Tu emotiva
Quimera taciturna traza, altiva,
Los paisajes de invierno que domeñas.
Sobre el mar indolente se deslizan
Opalinos reflejos que agonizan
Como estelas de frágiles piraguas ;
Y el poniente, cual- una margarita,
Empurpura la mar y deposita
Un ósculo postrer sobre sus aguas.
Pérez y Curis.
T-TSig^'^
— 205 —
'página arti^tiea
POR
Ofestes fiafoffio
kA Enrique Crosa.
J-'
206
jjylonodla er^puseular
Para Apolo.
La tarde sonríe, pero
es preciso al cancionero
sollozar una canción
en memoria del postrero
querer de su corazón.
Pálido azul, rosa y oro
es el cielo vesperal
á la hora en que te lloro,
hermana suave, tesoro
de gracia confidencial.
Fuiste cordial, fuiste buena
en un silencio fecundo ;
apareciste serena,
])ero anadias tu pena
á la gran pena del mundo.
Tu boca supo un olvido
y tus ojos fueron las
aguas de un lago dormido...
rosa mística ;-; te has ido
para no volver jamás?
Callaste las añoranzas
de unos días ya lejanos. . .
hubo muchas esperanzas
entre tus candidas manos.
Todo mirífico cielo
sus puertas de oro te abra
y retribuya el consuelo
que dispensó tu palabra;
porque consuelo se lleva
en una mirada ó con
alguna palabra nueva
que sale del corazón,
y fué tu consejo guía
para unos ojos hermanos,
y la esperanza vivía
entre tus candidas manos.
Por tí sé que hay en amor
irremediables abismos,
y en el ajeno dolor
algo de nosotros mismos.
Y sé por tí que una luente
bajo la tarde serena
invita con voz doliente
á recibir dignamente
cada goce y cada pena. . .
Forjadora de ilusiones :
vuelve tus consolaciones
á ofrecerme como ayer,
que yo te daré canciones
acabadas de nacer.
En florilegios lejanos
cada lirio matutino
me recordará tus manos
y tu corneta de lino.
Como una música triste
rememorada serás,
companera que te fuiste
para no volver jamás.
Evoco lejano día
para (|ue á ti me reúna,
viendo un paisaje que ansia
vivir de su fantasía
bajo la Cándida luna.
Suave rosa peregrina
que todo supiste amar:
f; miras la tierra, Celina,
desde la clara vitrina
de algún palacio lunar?
Ya se fué la tarde, pero
no ha podido el cancionero
modular digna canción
en memoria del postrero
querer de su corazón.
Alberto Sánchez.
Bogotá.
— 207 —
(Jielo d^ fQiTOCQiO
Estamos en una época álgida de grandes luchas sociales provocadas
de consuno por el elemento conservador y el compadraje político en auge,
y estas luchas anuncian uu ciclo de retroceso para nuestra democracia
A la política reaccionaria iniciada por el señor Williman apenas
escaló el poder, política inadmisible desde cualquier punto de vista y que,
puesta en parangón con la de su predecesor, deja mucho que desear por
sus efectos contraproducentes en estos momentos de agitación para el
proletariado que no permite, lógico es, se menoscaben sus derechos ni se
restrinja ninguna de sus libertades, sucede ?hora la pauta del atropello,
empleada con rigor por la policía que se vale del cohecho para poner un
límite á la libertad individual
Atropello cosaco fué la prisión de los compañeros Falco y Bertotto en
la plaza Independencia á mediados del mes pasado, como asimismo el con-
sumado por los esbirros y los genízaros después del meeting efectuado en
el Centro Internacional de Estudios Sociales en la noche del 20 de Agosto.
Con motivo de ese meeting llevado á cabo en medio de la mayor armonía,
fueron aprehendidos los compañeros Russomando, Raffo y Bado, firmantes
de una solicitud para efectuar aquel meeting de protesta contra las auto-
ridades que procedieron arbitrariamente pretendiendo sofrenar los dere-
chos de ciudadanos conscientes al dirigir al pueblo la palabra; López Cam-
paña, puesto en libertad á los pocos instantes pues su detención se produjo
para saciar un deseo de mortificación por parte de la cáfila policíaca; y
Pérez y Curis, acusado vil é injustamente de difundir periódicos de pro-
paganda revolucionaria.
Exceptuando á López Gampaña,todos fuimos pasados á la cárcel correc-
cional y puestos á disposición del juez, después de pasar un día en el patio
más inmundo de la jefatura política, entre los ladrones, mientras conoci-
dos estafadores permanecían en el primer patio discurriendo en charla
amena con los escribientes, y tratados con toda clase de consideraciones.
Pero, la libertad llegó al fin, después de una semana de cautiverio, y
con ella llegó también el momento de hablar sin reserva alguna y de pro-
testar vigorosamente contra las autoridades cuya lógica es la fuerza bruta
empleada en menoscabo de los preceptos constitucionales
i Qué ? i Acaso cree esa esfinge denominada « autoridad » que esas
prisiones y esos desmanes absolutos pueden afectar nuestros ánimos y
amenguar nuestro amor inmenso á la libertad ? — Al contrario : ellos son
el acicate que nos empuja hacia más allá y enardece el espíritu del pueblo.
Es en el cautiverio donde se aprende á amar la libertad y el carácter se
templa, se purifica como en un crisol para el comienzo de las grandes
luchas reivindicatorías. Es allí donde el Verbo se vigoriza para lanzar sus
apostrofes á los mandones de la legión histrionesca.
i Qué importa el cautiverio y hasta la tortura de algunos cuando es
en holocausto de todo un pueblo que no quiere ser uncido con lo cobra de
de la esclavitud ? ¿ Qué importa ?
La visión del calabozo no nos inmuta De ahí que esgrimamos el anate-
ma contra el actual mandatario que tiene muchos afines en la historiado la
América latina.
En artículos sucesivos (pues hoy disponemos de poco espacio para ex-
playarnos como quisiéramos) hablaremos de la política actual, y no ceja-
remos en la lucha emprendida en pro de los derechos del pueblo hasta
que no se nos dé lo que por derecho nos corresponde : la libertad en todas
sus manifestaciones.
PÉREZ Y CüRIS.
Septiembre. 1907. -
/
/
— 208
\ '
\ '. •••
Adriano 'SU Aguiar
E: S L jPs. \7 JiPs.
(iiii tro)) t'iu'Iiiiiiie dccliaíne
lltiiTíili ! fils, 1 'I\euro esl procliaine
Kr It" v;iiiu"ii les vaiiiera
lliUTali ! Paul Dp'rovUdp.
Es púraino yerto — De Kurik la tierra. — En mar desolado —
De blaneas riberas — Las bálticas ag'iias, — Dormidas, se hielan, —
Y cruzan inquietos - Ciedlos de tormenta, — Con el vuelo raudo — -
De sus alas negras, — Los í;''''U*^s y cuervos — Aves carniceras —
Que de las matanzas — La sang-re olfatean.
Hirsutos aldeanos — Del Vístula al Neva, — Osaron altivos —
Alzar la cabeza — Al aire lanzando — Viril la protesta —De los
que no quieren, — Siervos de la gleba, — En vil servidumbre —
Seguir como bestias, — Xi sentir el golpe — De la tralla fiera — Del
tKnut», (jue la es})alda — Del lioml)re doblega — Mil surcos san-
grientos— Dejándole en ella,
afrenta.
Infames estiü-mas — De bárbara
Asoman del alba — Las luces inciertas, — La pampa de Ukra-
nia — Parec(í desiei'ta : — .\rriba. confusas En montón, revueltas,
— Del p]uro impulsadas — C(»n furia violenta, — Las nubes de invier-
no— Corren, cenicientas. — Abajo la helada Llanura blanquea,
— 209 —
— Como si un sudario — Todo lo cubriera, — Y un punto que oscura
— Se alarga sobre ella, — Y ondula en su marcha — Como una anfio-
bena, — Fantástica tropa — De monstruos remeda, — Tropel de cen-
tauros — Que aborta la g-uerra. — Serpiente acerada — De láminas
férreas — Que, audaz, sus anillos — Distiende yaprieta, — Y todo
devasta — Como una tormenta, — Columna cosaca — Galopa en la
« estepa ». — Visión del estrago — Que el ánimo aterra, — del Don
y del Dwina — Cohorte perversa, — De Iván el Terrible — La som-
bra semeja, — Y, vano fantasma, — La horda siniestra - Que mata,
que roba, — Que viola é incendia, — Siguiendo su rumbo — En
rauda carrera — A poco se esfunila — Perdida en la niebla, — Más-
blanca que el blanco — Corcel de Mazeppa.
La nieve amortaja — Llanuras inmensas — Que riegan el Nie-
men,— El Vístula y Neva; - Humos del incendio — Cubren las
aldeas, — Los lobos hambrientos -j- Salen de las selvas — Y los osos
blancos — De sus madrigueras ; — ÍLos cuervos en giros — Rápidos^
voltean — Y acechan, de lo alto, - La carne ya infecta — De los
que cayeron — En la lucha cruenta.
Ay ! de los que osaron — Desafiar al Déspota, Tremolando
audaces — Del libre la enseña: — Las tártaras lanzas — De flámu-
las negras — En ellos hundieron — Moharras sangirentas. — Y hecho
el vacío — Que la muerte deja — Tras de sus horrores - Aun dicen
(jue pueblan — Un feudo oprimido: — La polaca tierra, — La patria
de OstroAvskí, — Kociusko y Esteban — Bathori, el caudillo — Que
en ardua contienda — Hasta el Boristeno — Llevó sus fronteras. —
Tras de la matanza — El silencio impera. — Tétrica, solemne, —
Como allá, en la «estepa» — La paz del sepulcro — En Varsovia
reina ... — ¡La paz de Varsovia — Es Polonia muerta !
Del « boyardo » ruso — La ley es la fuerza, — Que al ♦ niujik >
domina, — Exacciona y diezma. — Oso con corona — La Rusia euro-
pea - De Polonia esclava — Devora la presa. — En tanto bien goza
— La autocracia rea, - Y viven y triunfan, — La andorga repleta :
— El Czar, el Gran Duque — Y la gran . . . Duquesa, — Que bien
simbolizan — Sus águilas negras.
Oh ! Themis, tu espada— ^ Es hoy una tea? — ¿AunBreno el
destino — De los pueblos pesa ? — ¿ Tu fiel, tu balanza, — Así inclina,
Astrea ? — Justicia : A tus ojos - Descifle la venda ; — Verás que tu
nombre — Es palabra hueca. — Mas . . . ya luce el alba — De Oriente
en la niebla ; — Haj' en el espacio — Signos de tormenta, — Suben
de los llanos — Rugidos de fieras, — Tienen ya encendida — Las
bombas sil mecha, — Hasta en las prisiones — Crujen las cadenas. —
Tolstoy es simiente — Y Gorki un profeta. — Un pueblo ya agita — -
Sus rojas banderas. — Tras tus pretorianos — Autócrata, tiembla 1
— De las redenciones — La hora está cerca. Quizás pronto empiece
— La lucha suprema, — Y el « hurrah ! » tú escuches — De las tur-
bas ebrias — Que al rostro te lancen — Su grito de guerra, — Y
sobre tu estirpe — Todo su anatema !
Adriano M. Aguiar.
— 210 —
^or ]ardinQ5 ajeno^
"El Etefno Cantat»"
La Poesía ha entrado aquí en
un período de evolución sor-
prendente. La dureza clásica que
coarta el dulce afán exterioriza-
dor de los espíritus dilectos é
impresionistas ha sido ya reem-
plazada por la humana cadencia
y los g-iros incoercibles de nue-
vas formas, á cuyo ritmo volu-
ble y leve como las ondas, vuela
el ave de la idea, y se deslizan,
sucediéndose serenamente, las
imágenes, tal un cortejo de ruise-
ñores en vuelo hacia un Eldora-
do de armonías.
El verso an-
tiguo, indócil
y monorrít-
mico, á la ma-
nera de un
árbol milena-
rio sacudido
por los vien-
tos, vacila y
se doblega ya
ante el avan-
ce majestuoso
del verso nue-
vo que tiene
toda la poten-
cia de un albatros adolescente
y gentil.
Y así como en la Espaíía con-
temporánea contribuyen actual-
mente al desenvolvimiento de las
letras modernistas todas esas plé-
yades de poetas y prosadores
como Francisco Villaespesa, con
su poesía naturista y de un tier-
no subjetivismo; Eduardo Mar-
quina, con sus l)aladas y pasto-
relas que evocan las églogas de
Virgilio y los cre})úsculos de
Arcadia ; Juan R. Jiménez, con
el soplo emotivo de sus « Jardi-
nes lejanos » poblados de lágri-
TcLiü M. Ckstkro— lííOT
mas y suspiros ; Isaac Muñoz,
con la prosa lapidaria de sus no-
velas realistas, plenas de sangre
sensual ; Valle Inclán, con sus
historias ingenuas hechas de luz
y armonía, así también, en nues-
tro país, brega toda una falange
de gallardos pensadores — hiero-
fantes del ideal — por el eterno
exilio de las fórmulas arcaicas
que no son sino la red que apri-
siona el pensamiento y oprime
el almo sensorio.
Nuestros portalirasde hoy ( ha-
blo de los poetas, no de los ver-
sificadores) tienden todos á inno-
var, oficiando en nuevos ritos.
¿Me diréis de Carlos Roxlo
que ha permanecido fiel á los
cánones retóricos?
Y bien ; el suyo es un gesto
clásico, quizá el único entre no-
sotros. Sus poesías, regionales
por excelencia, responden al mol-
de hispano y tienen, á pesar, un
soplo de arte modernizado. Algu-
nas tienden al modernismo pero
un tanto amortiguado.
¿No habéis leído «En un mi-
sal» «Perenne exilio» «Himno
á la luz» y «En el crepúsculo»
llenas de esa rica savia que ani-
ma las creaciones estupendas de
Amado Ñervo y José Juan Ta-
blada, y es el alma helenizada
de los «lieds» y las pastorales
de Paul Fort, aquel divino ca-
ma teísta de «Les Hymnes de
Feu?
¿No os parece que ellas seña-
lan una lenta pero eficaz evolu-
ción hacia el modernismo?
Yo creo que sí. Espero su nue-
vo libro.
En tanto, os nombraré, entre
otros Poetas, cuya personalidad
211 —
bien delineada actualmente, es
digna de toda loa por su carácter
innovador, á Julio Herrera y
Reissig, parnasiano y estilista de
verdad: Emilio Frugoni, huma-
nista y pasional, pictórico de go-
zosos pensamientos ; Guzmán Pa-
pini y Zas, cuyo estilo omnícromo
simula una cauda de luz auriso-
lar ; Ángel Falco, el verbo revo-
lucionario, formidable como un
huracán de fuego; y el autor de
estas líneas, personal y rebelde
en su labor.
Es con motivo de un nuevo li-
bro de Emilio Frugoni : « El eter-
no cantar » que escribo estas im-
presiones.
El autor de « De lo más hon-
do», poeta de exquisito senti-
miento, vibra allí la gama de sus
encantos emocionales, y en sus
estrofas discurre, diáfano y dul-
ce, un vaho intenso de emotivi-
dad.
La Emotividad es la virtud de
los Poetas.
Dar á aspirar el perfume de su
jardín interior, ya oreado por
brisas primaverales, ya batido
por el cierzo; expresar sus emo-
ciones eximias en ritmos cuya
I)ausa esté impregnada de alegría
ó de dolor, de indignación ó de
paz, según cual sea el motivo que
las produzca y el estado de su
psiquis ; decir de la vida, subli-
mándolas, sus dulcedumbres y
sus asperezas, en versos que sean
el lenguaje íntimo de su corazón
lleno del dulce contagio de una
sensitiva enferma: he ahí la vir-
tud de los Poetas.
Y, Emilio Frugoni, es un Poe-
ta emotivo « doublé » de un ga-
lano orfebre.
Leedlo. No le hallaréis ni desa-
liño en la forma ni sombra en el
pensamiento.
Su libro que es un joyel de
armonías y de altos sentimien-
tos cincelado con primor, se di-
ría un «paneau» decorativo eje-
cutado por los Gobelinos para
un trono imperial.
Suavidades de muselina y on-
dulaciones lacustres hay en la
gloria acadenciada de esos ver-
sos de impecable euritmia, donde
el amor á la naturaleza vuelca
su ánfora de perfumes y el cora-
zón su cáliz rebosante de ter-
nura.
El «Canto del Soñador» vigo-
roso y original, está lleno de esas
ideas felices que sugieren la ob-
servación profunda de las cosas;
la religiosa contemplación de un
icono de reverencia; y los éxta-
sis meditativos de un pintor pan-
teísta que se sintiera poeta, y
murmurase, evocando el corazón
de los valles que es un ameno
paisaje :
«La courbe d'un vallon m'a
fait battríí le coeur ».
fiQueréis un rasgo de sensibi-
lidad mayor?
En su peregrinaje hacia la vi-
da, el soñador recorre todas las
sendas; escruta todos los hori-
zontes; otea el valle alfombrado
de sinoble desde el flanco de las
montañas enhiestas que forman
un nimbo oscuro, verdinegro á
la distancia; y se extasía al fln,
deslumhrado por hri'.uigia délas
visiones terrestres, en la hora
crepuscular, cuando el espíritu
se recoge en los limbos del mis-
terio y hace de todas sus impre-
siones un himno exaltado de in-
flnitas añoranzas en que treme,
conmovida, el alma del Universo.
Es de admirarse la melodía
inefable y serena de ese canto, á
cuya gracia, descriptiva y orna-
mental á la vez, se aduna la opor-
tunidad de la metáfora que glisa
risueña y grácil, como un vuelo
de colibríes.
— 212 —
En « Suprema loa », « Sol mío »
y « Ojos arcanos » el poeta ma-
drig-aliza. ¡ Cuánta dulzura; cuán-
ta devoción estética poemizadas
'en esas rimas sutiles que se des-
granas en arpegios de tierna
mandolinata !
Y ¡ qué amable ritornelo el
de esos « Ojos arcanos » insonda-
bles como el mar!
Un luju-
riante aroma
de nardo y de
cinamomo se
exhala de
«Exhorta-
ción » poesía
piíg-ana hecha
de amor y de-
seo. Els una
exhortación á
la ardiente
Sulamita, di -
cha en estro-
fas de miel
que estreme-
cen los senti-
dos é invitan
á la voluptuo-
sidad. Leyén-
dola, recorda-
réis los versí-
culos divinos
de «El cantar
de los canta-
res». Toda
ella está im-
pregnada del
enervante
aliento de un motivo pasional al
que dieran vida las perspectivas
del placer.
«Semblanza», «Ni contigo, ni
sin tí», «Attractio abyssi», «A una
casada», «Ante el busto de Pe-
trarca», «Ante el busto de Laura»
y «Murió de amor...» son un bú-
caro de sonetos que, como los de
«El Sauce», tienen un sello carac-
terístico de delicados decires que
os hacen pensar con frecuencia
1 Manuel Ugarte— 2 Tulio M. Cestero
En París— 1907
en las canciones amatorias del
Petrarca.
Yo admiro en este Poeta, ese
aticismo de artista consciente y
firme que le ha permitido repu-
jar magistralmente dos joyas co-
mo « Semblanza » y « Attractio
abyssi».
Y admiro también en él, esa
exaltación sublime por el alma
de lo bello y
ese modo de
sentir tan in-
tenso,tan hon-
do, que lo han
llevado á la-
brar aquel,
«Camafeo»
polícromo y
transparente,
en cuyas es-
tancias— sím-
bolo de eter-
nos faustos y
de rondeles
de amor — so-
pla,comoenel
« Tríptico de
las tentacio-
nes» del ex-
quisito Luis
Gr. Urbina,
una brisa de
adorable bea-
titud.
«El Reloj >
es un poema
evocador de
1 o s placeres
juveniles, de las delicias que fue-
ron. Su nostalgia, cantada en he-
mistiquios tiernos, tiene la excel-
sa virtud de haceros ver el pa-
sado y de suscitar en vosotros un
deseo indescriptible de harmo-
nizaros con él.
El libro de Emilio Frugoni nos
ha traído con su aparición un
nuevo grito de aliento.
Nada importan, pues, las estul-
tas manifestaciones de aquéllos
/ — 213 —
;i quienes la rutina y el amor á g-e la libertad de pensar y de
los modelos arcaicos les restrin- sentir.
Mayo (le lüOT. PÉREZ Y CURIS.
-o^^Cíí^ro
Ante el oro suntuoso de sus ricos trofeos.
Bajo el peplo bordado de extraña pedrería.
Faraón está triste, y su melancolía
Nubla sus ojos pardos y aduerme su deseo.
Arde en los pebeteros el cinamomo. Enfría
El ambiente caldeado la brisa del Egeo
Y dentro de una tiara que ostenta un camafeo
Un icor raro filtra, dulce cual la ambrosía.
Las jóvenes esclavas con inquietud rodean
El mutismo del Procer, y sus faldas ondean
Húmedas levemente por tierno y triste lloro.
Todas ellas ignoran que el corazón del Dueño
Es de la bella Thóser, cuyos cabellos de oro
Trata obstinadamente de recordar su sueño.
— 214 —
andrOmjsda
Prisionera en la roca sobre el azur inmenso
Andrómeda está expuesta al Monstruo submarino:
Inflada su garganta de sollozos, un fino
Hilo de perlas rueda sobre su ser suspenso.
Cubre su dorso nubil el manto negro y denso
De sus cabellos; mira vencida su destino
Y hay en sus ojos algo de místico y divino
Como si huyera el alma en celestial ascenso.
Los Dioses del Olimpo, sordos á su quejido,
Su cuerpo abandonaron en miserable olvido.
Pero alguien, cuyas venas llevan candentes fraguas,*
Se compadece amante del moribundo reo;
Y en el azul gemelo del cielo y de las aguas
Impera ei gesto magno y airado de Perseo.
Julio i;iOT
Pablo Mixelli González.
•PÓRTICO
(di-: mi i.irro » ijuélülas» )
Para Pérez ¡j Caris.
W\ verso es iin melómano taeitiinio y doliente
(^ue cruza por la estepa de mis desolaciones,
Con el mismo silencio con que van los alciones
l*or el piélafío inmenso, tempestuoso y furente.
Ama en las noches larcas la caricia silente
Cabe la enredadera de arábio-os balcones;
Ama los ojos tristes, y las desilusiones
De la virgen que sueña con el amado ausente.
Cuando vierten las ondas sus lágrimas de espuma,
Y se enluta el espacio de misterio y de bruma
Mi verso en un abismo desolador se lanza.
Y como un ave triste que se posa en un yermo,
Abre un antro siniestro en mi espíritu enfermo
Y se posa en la noche de mí desesperanza.
Guillermo Lavado Isava.
En la Victoria— Venezuela— i!»07.
215 —
^iblio^ráfiea^
üibfos y folletos reeibidos
Morirse joven, por D'Ayot, POE-
jiA EX PROSA. Imprenta : Valero
DÍAZ, Madrid. — Es un pequeño fo-
lleto escrito con buen estilo y bellas
imágenes literarias. Su asunto no
es original. Muchos escritores, des-
de el tiempo de los griegos hasta
nuestros días, han loado el mismo
tema, sin resultado. D'Ayot en su
folleto canta, lleno de mística un-
ción, á la muerte prematura, cuan-
do las carnes conservan su tersa be-
lleza y estallan en el cerebro en re-
vuelta policromía las ilusiones y las
esperanzas ¿ Porque le canta ? Por
cualquier circunstancia menos por
aquellas que se abroquelan tras un
concepto lógico é irrefutable de la
verdadera finalidad humana ¿ He-
mos de temer, acaso, al apergami
namiento de las carnes, á las desi-
lusiones, á las diversas vicisitudes
de la suerte ? ¿ Y qué ? La vida es
todo eso Es dolor y placer, ham
bre y hartazgo de ilusiones, de es-
peranzas y de materia Si nos brin-
da enemigos que acechan nuestras
debilidades para sacar algún pro-
vecho, como contrapeso también
nos da amigos capaces de todos los
más hermosos sacrificios. La vida,
tanto en la pubertad como en la
edad proterva, tiene sus cosas bue-
nas y tiene sus cosas malas. ¿ O
cree D'Ayot que es patrimonio ex-
clusivo de la juventud in alejria
de', vivir? Hay viejos jóvenes, eter-
namente rientes y felices, con las
pupilas llenas de mirajes de paz y
de armonía ; como hay jóvenes vie •
jos, con el estigma de una herencia
fatídica como carga, para quienes
no alumbra el sol y es páramo de-
sierto y lacrimoso la tierra. ¿ Y en-
tonces . . ? Luego i dónde iría la
humanidad si á las primeras de
cambio, en la plenitud de la vida y
del vigor, cuando en los músculos
hay fuerza latente que se ofrece y
en los labios y en las combas an-
sias de renovamiento, buscara el
suicidio como medio de evitar pi^o-
bables futuros desengaños, la muer-
te de toda creencia ultraterrestre,
los dolores, la lenta consunción de
las carnes en íior de placer, y las
miserias que trae aparejadas el
solo hecho de vivir ? Tanto valiera
predicar la muerte de la inocente
criatura antes de que sus labios
inexpresivos gustaran el acíbar
de la vida, y su corazón virgen
se abriera al beso palpitante, á
la caricia que pasa, á la mujer
que ofrenda sus carnes y su sangre
para la acción procreadora y di-
vina i En nombre del estetismo se
pide á la carne joven la oblación
de la vida ? ¿ Por puro misticismo ?
Que infinita bobería ... ¿ Por recli-
nar la cabeza en un macizo de tules
y de rosas, símbolos de juventud
perenne ? Que infantilismc . . Es
más lógico vivir mientras las fuer-
zas nos acompañan y luego, cuando
la muerte nos reclame para la
obra de disgregación molecular,
morir sonriendo si se puede, de no,
llorar amargamente á fin de enter-
necer á la eterna niveladora y lo-
grar de su dudosa amabilidad unos
meses ó unos años más de vida.
j Si muriendo joven, algo se ga-
nara . . . !
Como se nos pide, estas son las
sinceras consideraciones que nos
sugirió la lectura del folleto del
señor D'Ayot. Vayan ellas como
juicio
De mi yunque, POR ALEJANDRO
Sux. Poesías. Montevideo. 19ii6 —
Desde Buenos Aires, donde reside,
Alejandro Sux nos ha obsequiado
con un ejemplar de su primera obra
literaria. De mi (yunque, aunque
con muchos errores, es una obra
que .revela un laudable esfuerzo,
acaso demasiado precipitado. Sux
desconociendo la técnica del verso
como la desconoce en muchas de
sus composiciones, presenta, sin em-
bargo, una característica buena y
216
generosa que aminora las deficien-
cias notadas en su obra primera
íluando se canta á la vida de una
manera sencilla, sin pose de magis-
ter, con el solo objeto de dar liber-
tad al sentimiento narrando las
miserias de los humildes, la poesía
aunque se incurra en ciertos defec-
tos, es digna de aplauso. Sux, al
loar dichas miserias, merece que
se le disculpe Siquiera ha hecho
obra personal, mala sí, pero al fin
obra personal,
lo cual es ya
mucho cuando
tantos son los
que con la ser-
vil imitación,
conquistan un
renombre que
mal les aviene
María del
Rosar o, POR
Daniel Ure-
ÑA. Drama en-
tres ACTOS Y
EN PROSA. San
José de Costa
Rica. 1907. —
Es un drama
de pasiones hu-
manas Argu-
mento : una
mujer del pue-
blo seducida y
abandonada
por uno de esos
tantos tipos so-
ciales que el
dinero da in-
fluencia y es-
pectabilidaden
el ambiente. Conclusión: Ricardo,
el seductor, es muerto de una puña-
lada por su víctima, María del Ro-
sario, al negarse por última vez á
casarse con ella
El argumento como se ve no
puede ser más trivial y, por lo
tanto, más humano. Lástima que
la conclusión no fuera otra, pues es
una conclusión hecha clisé y caída
en desuso en el teatro moderno
invadido por una corriente de ideas
más humanitarias y generosas. En
la vida real son pocos los casos que
se presentan de que la venganza
sobre el seductor sea ejercida por
la propia seducida, máxime cuando,
( como en este caso ), María del Ro-
sario ama con todos los sentidos,
honda y enérgicamente, al autor de
su desgracia. Esas represalias en la
escena estuvieron de moda en épo-
cas pretéritas, en las que, la falsa
moral burguesa no había sido ata-
cada en sus fundamentos como lo
es en la actualidad, por toda una
pléyade de escritores que piensa con
la vida Eran
^^-"^^mü efectismos que
gustaban, por-
que el criterio
de la multitud
no se había
abierto aún á
las nuevas
ideas que len-
tamente van
preparando el
terreno para el
advenimiento
de una moral
Julio Massenet
superior, mas
humana y, por
lo tanto, mas
lógica.
Pero dejando
á un lado lo que
Ureña pudo ha-
cer, juzguemos
la obra en sí,
en sus persona-
jes y en su des-
arrollo. ¿ Hay
lógica en los
primeros?
¿Existe verdad
en las escenas?
¿ Es natural el dialogo ? Vayamos
por partes. Los personajes, salvo
Andrés con su prédica de humani-
tarismo, son artificiosos y, por lo
tanto, se mueven con demasiado
efectismo en el diálogo. En la se-
gunda escena, cuando entra doña
Chayito, madre de Ricardo, lla-
mada por Miguel, no hay lógica,
y el diálogo que sostienen los tres
personajes es demasiado traído.
Igual ocurre en la escena tercera,
cuando doña Chayito queda sola
con su hijo invadiendo el terreno
de las confidencias. ¿ Por qué esas
— 217
oontidencias? ¿Acaso la simple insi-
jHuición que en la anterior escena,
en tono más que en serio en broma,
hace Miguel á doña Chayito es su-
flciente para provocarla cuando
Ricardo la rehuye y su ánimo no
indica nada de anormal? No ¿En-
tonces á qué viene dicha escena ?
¿ Para preparar la fuga ? Esto es.
Pero con todo, hay una precipita-
ción que falsea por completo la
escena. Falso es también el mo-
mento en que Jacinto, padre de
María del Rosario colándose de ron-
dón en la casa de Ricardo, va dis-
puesto á pedir la reparación á la
honrado su hija. ¿Es posible que
en íl estado de ánimo en que se
encuentra, espectase al público un
largo discurso, lleno de conside-
raciones fliosóflcas, precisamente
cuando su propósito es matar á
Ricardo ? En esos instantes las re-
flexiones no son lógicas El deseo
de venganza clava como una obse-
ción maldita la idea de reparación
en el cerebro. Si se va á matar no
se reflexiona y á la inversa. La
reflexión podría llevarlo á otra
escena cualquiera pero no á la que
tiene lugar entre él, Ricardo, An-
drés, doña Chayito y Juana la sir-
vienta, demasiado entrometida para
ser sirvienta. ¿ Cómo es que Ricar-
do después de haber dicho á ^liguel
en la primera escena que Jacinto
lo mataría, al encontrarse frente á
él, le dice casi sin temor, como si
estuviera libre de pecados : « ¿ Quién
hace tanto ruido ? ¡ Ah ! ¿ Qué quie-
res ? Di. » No entendemos la tran-
quilidad de esa escena donde actúan
dos personajes : la víctima y el vic-
timario, ambos en no muy buen
estado de ánimo Menos aún, el
lenguaje de Jacinto, un campesino
tosco que no sabe de filosofías y sí
de hechos. Interrogado por Ricardo
sobre lo que pensaba hacer, da
esta respuesta, bastante teatral por
cierto pero completamente desacer-
tada : « Que me devuelva la honra
de mi hija, ó uno de los dos estorba
en la vida. Conque, prepárese.
Debía tirarle á mansalva, ya que
cobardemente por detrás de mí, dio
en tierra con el honor de mi hogar.
Le probaré que este in feliz campe-
sino es más caballero que usté,
puesto que cara á cara le atacará ».
Sigue á esto un momento verdade-
ramente efectista y lo que debía
concluir en sangre concluye con
una retirada de saínete cómico: Ja-
cinto : « ¡ Canalla lo es usté! ( Con-
teniéndose). No haya miedo Mi
mismo corazón me ha desarmado,
y así como tiene valor para sufrir,
tendrá valor para esperar. Me mar-
cho, me retiro Pero por los huesos
de mi madre, volveré, sí, ¡ volve-
ré . . ! »■ Telón— fin del primer acto.
En los demás actos las mismas
escenas forzadas y la misma false-
dad en el diálogo ¿ El flnal ? Es de
un efecto casi churrigueresco. Se
grita, se impreca y antes de realizar
María del Rosario su venganza,
( previo revisamiento del seno para
buscar el puñal vengador ) ordena
como un oficial al frente de un pe
lotón de soldados : « ¡ Aquí todo el
mundo á presenciar mi venganza ! »
En síntesis : el drama deja bas-
tante que desear.
De luz y de hierro, POR ALEJAN-
DRO Sux y Mario Chilotegui. Bue-
nos Aires 1907 Es un pequeño
folleto escrito en colaboración por
Sux y Ghiloteguy La prosa que
lleva por titulo ¡Je luz corresponde
al primero de los nombrados : 1 a
poesía al segundo. Ensaye d". s -
ci ''o gia— Individualistas é indivi-
dualismo titula Sux su pequeño es-
tudio. Escrito sin mayores preten-
siones de analizar el problema que
se plantea, con buen estilo, lleno de
bellas imágenes, abunda dicho en-
sayo en consideraciones felices é
indica que su autor posee un espí-
ritu observador capaz de afrontar
de lleno otros estudios superiores.
Eli diez páginas de un folleto no
caben las largas consideraciones y
menos aún un análisis minucioso
del problema : individua 'ismo. Ca-
ben sí, ciertas ideas originales y es
lo que ha hecho Sux; verter sus
observaciones en ese pequeño en-
sayo, demostrando á la vez sus
garraspara emprender una futura
obra de mucho aliento, extensa y
documentada.
218 —
De hierro : es la parte del folleto
que corresponde á Chiloteguy. Son
cuatro poesías tituladas : Fibras,
Toques de clarín, Del 'íenlple y
Del Combate. Son poesías revolu-
cionarias hechas con maravilloso
arte y bien sentidas. En todas ellas
se revela al poeta seguro del domi-
nio del verso, que ama la armonía
y sabe de humanitarismo. Fluidas,
llenas de luz y colorido intenso,
con algunos vuelos atrevidos en las
imágenes, pero aceptables porque
ponen de manifiesto toda ima per-
sonalidad que se
destaca con re-
lieves propios y
enérgicos, ellas
más que de un
poeta joven nos
hablan de un
avezado en estas
lides de la eurit-
mia, líien mere-
cen un aplauso
quienes, como
Sux y Chilote-
guy, además de
obra humana,
han hecho obra
de arte.
Alma, Museo,
Los Cantares,
POR Manuel Ma-
chado G. PUE-
YO, Editor. AIa-
DKiD. — La musa
de Manuel Ma-
chado ya nos era
conocida. Había-
mos leído su obra
anterior «Capri
chos» y la que acaba de enviarnos,
nos ha gustado casi en su totalidad
porque tiene entre otros méritos el
de ser absoluta y personal.
Amamos el^ modernismo y, por
ende, loamos á este poeta que coo-
pera con sus esfuerzos y labor im-
portantes al desenvolvimiento de
aquél. Sin embargo, no estamos de
acuerdo con algunas poesías suyas,
inarmónicas á fuerza de una mo-
dernidad exajerada y á las veces
henchida de desaliño ; como tam-
poco estamos con Rubén Darío en
Leoncavallo
muchas composiciones de sus « Can-
tos de vida y esperanza ».
No creemos que el modernismo
en poesía exija ritmos estr avagan-
tes ni rarezas vanas en la estruc-
tura de formas más ó menos origi -
nales, no. La innovación en las
formas y el renuevo de vocablos
deben de efectuarse con un poco de
parsimonia y mientras ambos co-
rrespondan á la melodía del verso.
Y, Machado, en su inquietud de ar-
tista, descuida algunas veces la har-
monía de sus versos. De ahí, que
varias poesías
suyas resulten
monorrítmicas,
casi prosaicas,
como « Otoño >,
que á nuestro jui-
cio no debiera
figurar en el pre-
sente volumen,
porque en ella el
poeta no nos di-
ce nada.
Descartando
esa poesía y al-
gunas otras de
alma y corte
completamente
clásicos, como
« Alvar-Fáñez »,
«Retablo», etc.,
etc., que hacen
pensar en las
creaciones inso-
noras del Arci-
j preste de Hita,
el nuevo libro de
INIachado es dig-
no de todo enco-
mio. Hay en!él sonetos muy sutiles
( casi todos ) y otras poesías since-
ras y originales, vibrantes y sen-
tidas, entre las cuales citaremos
« Los días sin sol », « Antífona »,
( llena de amarga verdad, y porlo
tanto, virtuosa}, «Remember> y
« Abel ».
Luces pálidas, POR OrosmÁn Mo-
RATORio. Montevideo. 1907. — Es
un pequeño volumen de poesías de
lio páginas. Lo hemos leído con
simpatía y nuestra opinión es fran-
camente adversa á Moratorio como
— 219 —
poeta. Le faltan para llegar ^ á ser-
lo dos condiciones principalísimas :
imaginación y sentimiento sin las
cuales se llega á hacer versos, muy
bien medidos es cierto, pero ^ al fin
versos muy bien medidos única-
mente, sin alma y sin perfume.
Pasando por alto multitud de pe-
queños detalles, la misma dureza
de casi todas las composiciones que
constituyen Luces pálidas y el pro-
saísmo de estrofas enteras, señala-
remos algunos errores de concepto
inadmisibles en quien, como Mora-
torio, aspira al título de poeta, que
no otra cosa implica la publicación
de un volumen de versos seleccio-
nados.
Dice :
« Cantemos el dolor [lor quien surgimos
Del vientre de la madre,»
No es que surjamos por el dolor
del vientre de nuestra madre. Sur-
gimos por ley natural y nuestro
surgimiento trae aparejado el dolor.
Y en otra estrofa de la misma poe-
sía, dice :
«Y deja en tus pu)il;vi melancólicas
brillantes hechos lágrimas. »
¿Brillantes hechos lágrimas ? ¡ Oh!
fuerza del consonante !
Y sigue:
«Cantemos el dolor, como la noche
Oscuro y silencioso ;
Oscuro y silencioso, con la dulce
Caricia de lo ignoto. »
No : el dolor nunca es oscuro y
mucho menos silencioso. Todo lo
contrario, amigo Moratorio . . .
Prosigamos :
« Cantemos el dolor, el que preside
La noche de la boda,
Y deshoja los blancos azahares
En la pálida frente de la Novia. »
¿ Por qué el dolor preside la no-
che de la boda ? ¿ Es posible que se
sufra dolor cuando está próximo el
íhomento de la posesión ? No enten-
demos lo que su autor quiere de-
cirnos
Y sigue. Página 21 :
« Tengo insomnios de rabia y de protesta.»
No señor ; ocurre á la inversa :
la rabia y la protesta producen el
insomnio.
« Enervador como una racha helada. »
La racha helada no enerva : aca-
so tonifica, da vigor á los músculos
y agita el cuerpo.
Página 25 :
« Entreabiertos sus labios estivales. »
Eso de dar estación á los labios.
¡ Besos estivales ! ¡ hum !
« Deja entrever sus serios tropicales »
« Sobre sus pechos tibios como un beso ! »
« ¿ En qué quedamos ? ¿ Son se».
nos tropicales y como tales ardien-
tes, llenos de fuego, ó son tibios
como en el verso final del soneto ?
Página 33 :
« Se tú la musa de mis sueños. Coje
Mi cabeíH que estalla,
Y teje nuevamente con tus besos
Su corona dorada,»
«Aijuella (jue ceñiste en nna noche
Sobre mi frente pálida,
Sellada con estigma doloroso
Por la mano cruel de la nostalgia. »
De estas dos estrofas no sacamos
nada en limpio. Una cabeza que se
corona, con corona- tejida por besos
y ceñida una noche por la mano
cruel de la nostalgia... Esto es
incomprensible. Si los besos coro-
nan una cabeza á la vez la ciñen y
no la nostalgia. Luego.. ! nostal-
gia ! ¿ de qué ?
Prosigamos. Página 49 :
« Lleva en la alma cubierta de pesares.
Los albos azahares
Con sus corolas mustias y marchitas !»
Si están mustios y marchitos no
son albos.
Página 57 : >
«Contemplo de la vida en el camino.
Que va la humanidad el aire hendiendo
A impulso de las aspas del molino ! »
No : la humanidad no es un pája-
ro que pueda hendir el aire á im-
pulsos de aspas de molino ni de
ninguna otra cosa.
Página 61 :
«En que arda tu lasciva, tu Joven castidad!»
Una castidad lasciva. ¡Es el
colmo !
Página 73:
«Porque si hay que luchar para la vida. »
No se lucha paya sino pof la
vida.
Página "05:
«Era la hora del dolor, labora
En que la gestación del pensamiento,
220 —
líinc-ha de promisiones y esperanzas
AI cansado cerebro. >>
Las esperanzas y las promisio-
nes saturan el cerebro y no lo hin-
chan sin correr grave peligro de
congestión cerebral.
Páginas 109 y 110:
« Tu nimbada ealx'za ruborosa. »
No, la cabeza no se ruboriza, se
ruboriza el rostro.
« Al dejarte mis besos engarzados. »
Los besos nunca se engarzan. A
lo sumo, y esto como metáfora, se
graban
«Se aeoplan en el nido
Nimbado de o-orjíeos, las alondras.. »
Esto es una bar-
baridad ¡Nimbo de
gorgeos!
Creemos que con
lo dicho basta pa-
ra dar una idea
de lo defectuoso
del libro que nos
ocupa. Si dispu-
siéramos de ma-
yor tiempo, entra-
ríamos en mayo-
res consideracio-
nes Pero con todo,
es preferible á es-
perar dicha opor-
tunidad, este modo
de hablar franco
y claro.
Voluptuosidari,
POR Isaac Muñoz,
Madrid 1906 — Es
un libro cálido, de
locuras genésicas,
patológico si se
quiere, pero un li- Eduardo
bro colmado de vi-
da intensa, donde no se sabe si ad-
mirar más la belleza del estilo siem-
pre refinado y nervioso, ó la eclosión
de ansias carnales, de besos y de
lujuria que su autor derrama en cada
capítulo, en cada página de Volup-
tuosidad.
No es precisamente una novela
como la llama Muñoz, no : es una
serie de páginas que huelen á mu-
cha afrodisia, á mirra y á cina-
momo. Engendrado en el serrallo,
sabe de todos los divinos refina-
mientos, de todas las locas concu-
piscencias desmayantes, de todos
los afiebrados amaestramientos de
las manos y de los labios. En él se
loa con unción dese.^perada y ar-
diente, á la carne joven que se es-
tremece al latigazo del beso que es
un grito de protesta ; á la sublime
argamasa femenina que vibra como
galvanizada al contacto lascivo de
unos labios que en desenfreno re-
corren el cuerpo violando secretos,
escrutando sensaciones, provocando
desmayos y pidiendo, al fin, la pro-
longación indefinida é inexhausta del
poema siempre viejo y siempre joven
del amor á la carne' que se inmola.
Decimos : no es
una novela. Falta
hilación, falta una
trama, falta un
desarrollo final
que cierre como
un broche de oro
la lujuria. Es un
temperamento
tropical que vuel-
ca sus ansias car-
nales en el libro.
Un desfile de mu-
jeres poseídas y
gustadas sabia-
mente, con todo
el refinamiento de
los sentidos agu-
zados en las li-
turgias báquicas.
Anáis, Beatriz, Pe-
pita, Clara, Mano-
lita, Melita, Laura,
Rachel, Yacut, Ha-
nina, Margarita...;
un enjambre de
mujeres de todas
las regiones, de todas las razas,
rubias, morochas, todas ardientes,
que han brindado el cuerpo como
una ofrenda gloriosa á la vida del
beso y á la enloquecedora turbación
del espasmo prolongado, desfilan
por las páginas 4el libro de Muñoz,
llenándolas de perfume y de molicie.
Mucha vida y mucho fuego hay en
todo él. Se canta á la vida, se es-
grime como Inagotable argumento
á la mujer; no en sus puerilidades
gazmoñas, sí, en sus desenfrenos
Marquina
— 221 —
eróticos tal como nos la da á cono-
cer Casanova en sus Aveníui^as Ga-
lantes. ¿ Es perniciosa su lectura ?
¿ Debemos admitir esa tendencia li-
teraria encaminada á pintar todas
las formas más extrañas del amor ?
Abierto nuestro criterio á todas las
manifestaciones del pensamiento
moderno, fuere cual fuere su proce-
dencia y finalidad, no estamos con
la tendencia que trascienden las pá-
ginas del libro que nos ocupa. El
amor ( y entiéndase que no descar-
tamos á éste de sus manifestaciones
fisiológicas y de sus necesidades ge-
nésicas \ tiene una finalidad más
humana y por lo tanto menos dolo-
rosa. No gustemos en sus labios la
fiebre insa ciada de un placer que no
puede colmarse, pues que oficia con
todos los rituales de las concupis-
cencias que labraron la decadencia
de otras civilizaciones sepultas. No
hagamos del amor un vicio y de la
mujer un venero inagotable de pla-
ceres que asquean con el tiempo
El amor en la vida y en los 1'-
bros, POR Felipe Trigo, Gregorio
PuEYO, editor, Madrid 1907. — He
aquí un libro sano y perfectamente
humano. Su autor, Felipe Trigo,
uno de los pocos escritores de pu-
jante talento con que cuenta la Es-
paña nueva, aduna á la belleza de
un estilo personalísimo á la par que
sobrio, la profundidad del concepto
que lo lleva hasta el punto de enca-
rar con el más franco criterio ra-
cionalista, los vastos problemas que
se debaten en el vasto escenario de
la sociología. No es un libro de cien-
cia biológica, menos aún una novela
de asuntos pasionales. Lo constitu-
ye una serie de atinadas observa-
ciones, de críticas razonadas y de
ideas sueltas, sobre un tema que,
como el Amor, ha tenido á través
de los siglos y de las diversas orga-
nizaciones políticas y sociales de
los pueblos, tantos impugnadores en
su pro y en su contra.
Trata Trigo en su reciente libro
de las diversas manifestaciones é
interpretaciones del amor en el
complejo mecanismo de las socie-
dades modernas, despojado de todo
preconcepto erróneo, de todo dog-
matismo y de fórmulas escolásticas
que limitan el criterio, para hablar-
nos de un amor perfectamente hu-
mano, tal como se manifiesta en
todos los actos de la vida y en el
seno de los hogares Concebido con
el propósito deliberado de refutar
errores sancionados por las cos-
tumbres y aceptados sin previo aná-
lisis por la mayoría, se caracteriza
por su energía y raro empuje, que
llevan á Trigo hasta el punto de es-
cribir brillantes páginas destinadas
á destruir las falsas doctrinas de
los que, abroquelados tras la pedan-
tería que sugiere el principio de
falsa superioridad reconocida por
la mayoría en quienes han llegado
á una escala superior de la vida
mental, se atreven á negar el amor
con su secuela de actos fisiológicos
necesarios para la vida universal
de los seres orgánicos y, proclaman
por ende, que el porvenir humano
no corresponde al ser partes geni-
tales, sino al ser partes cerebrales,
como si posible fuera lo uno sin lo
otro.
Ese culto desmesurado á la sola
inteligencia que niega terminante-
mente la importancia de las otras
funciones fisiológicas á que está so-
metido el cuerpo como conjunto de
órganos y visceras, es combatido
triunfalmente por Trigo con una
serie de argumentos de un verismo
innegable. La cuestión sexual re -
pw^nnnte, baja y bestial al decir
de muchos, no podrá nunca sepa-
rarse de las funciones superiores
del ser humano, puesto que esas
altas funciones no llegarían á ser
sin ese acto, que será todo lo pro-
saico que se quiera, pero que cons-
tituye el leif motiv de todas las lu-
chas, de todos los sacrificios, y de
todas las rivalidades que se notan en
el seno de las agrupaciones huma-
nas.
«La inteligencia será el todo.
Ella formará al Dios despótico que
nos subyugará en lo futuro. El ul-
trarremoto destino evolutivo de la
raza humana, del hombre, será su
transformación en ideas», según la
afirmación teológica, pero la cues-
tión sexual, el ayuntamiento de
222
-dos cuerpos para la obra procrea-
dora, practicándose seguirá por los
siglos de los siglos hasta tanto el
hombre idea, en el remoto estado
de evolución que predicen los libros
sacros, no descubra la argamasa
con la cual ha de construir, infun-
diéndoles vida, los hombres de ese
porvenir que sueñan ciertos int^-
leo'ua'es.
Trata el libro de Trigo del con-
cepto que nos merece la mujer en
la época actual, y lo que será ella
en un próximo período de evolu-
ción, cuando sobre su libertad no
pesen las cadenas que la transfor-
man en. una esclava del hombre,
sujeta á todas las intemperancias y
á todas las negaciones en la vida
del hogar y en la vida pública, en lo
poco que ella interviene.
El libro que nos ocupa dividido
en cuatro partes: D versat eslima-
ciones acerca d^'l amor, Modos del
amor, El amor como s'-rá y L^
novela eró ica, es uno de los libros
cuya lectura provoca en el ánimo
hondas cavilaciones. Sano y huma-
no, escrito sin otra pasión que la
-de contribuir á dilucidar muchos
problemas fisiológicos oscurecidos
por un conjunto informe de doctri-
nas consagradas, merece leerse con
toda detención y meditarse.
Garibaldi ( POEMA \ POR ÁNGEL
Falco. O M. Bertani, editor. Mon-
tevideo. 1907 Ángel Falco nos
ha obsequiado con un ejemplar de
su última producción poética. Ga-
ribal'ii, que así ella se titula, es un
folleto de 35 páginas, formato gran-
de, esmeradamente impreso, con un
•cúmulo de bellezas literarias que
las pondremos de relieve en nues-
tro próximo número, cuando el es-
pacio nos permita juzgar con el
•detenimiento necesario esta obra
de Falco. Por ahora nos concreta-
mos á transcribir los títulos de las
diversas partes en que se divide el
poema. Ellos son : « La ofrenda del
poeta», «El numen», «El beso de
América >, «El sueño heroico »,
«La epopeya del corazón», «El
evo de sangre «•, • Caprera > y < En
el Valhala ». Agradecemos, hasta
tanto no nos podamos ocupar ex-
tensamente de Garibaldi, el obse-
quio del amigo Falco.
R ubíes y A matistas ( versos j,
POR J. J Illa Moreno. O. M. Ber-
tani, EDITOR. Montevideo. 1907 —
Acusamos recibo de esta obra de
Illa Moreno. Ella es buena ; revela
que su autor posee altas condicio-
nes para la versificación y que su
libro está llamado á merecer una
acojida favorable y simpática. Mu-
chas composiciones, maguer la di-
ferencia de criterio artístico que
media entre el autor de « Rubíes y
Amatistas » y el encargado de esta
sección, son de un valimiento indis-
cutible y se imponen á ciertas exi-
gencias artísticas contemporáneas.
Bien talladas, macizas en su estruc-
tura ideológica, espontáneas aun-
que faltas la mayoría de ese senti-
miento que las hacen asequibles á
todas las mentalidades, las diversas
composiciones de « Rubíes y Ama-
tistas» se gustan con íntima frui-
ción.
Hasta tanto no nos ocupemos de-
tenidamente de esta obra, vayan
estas líneas como un anticipo de la
favorable acojida que en el seno de
esta Revista ha merecido Illa More-
no con su obra reciente
Pensamien'os, POR JUAN MartÍn
Berna L. Buenos aires. 1907. —
Gomo su título lo indica claramen-
te, se trata de un volumen de pen
samientos diversos que, « han sido
extraídos de artículos escritos por
el autor de este libro, y otros apa-
recieron en las columnas de la
prensa, con el título con que fueron
bautizados, que deseamos conser-
var, como el nombre de un campo
de batalla, que se perpetúa en las
efemérides gloriosas como una le-
yenda indestructible». Hay entre
los diversos pensamientos que cons-
tituyen las 32 páginas de este folle-
to, algunos que han llamado nuestra
atención por la miga que contienen.
NUEVAS PUBLICACIONES RECIBIDAS
Páginas Ilustrada'». San JosÉ DE
Costa Rica. — Por primera vez vi-
sita nuestra mesa de redacción la
interesante revista Páginas Ilus-
tradas que dirige el señor Próspero
— 223 —
Calderón. Los números que tene-
mos á la vista desde el 138 al 148
inclusive, vienen repletos de exce-
lente material de lectura, con algu-
nos fotograbados locales Rubran
las colaboraciones literarias valio-
sas firmas de escritores del trópico
y tanto la impresión como el crite-
rio que prima en la selección de su
material de lectura, hacen de la re-
vista que nos ocupa una de las
publicaciones que dejan leerse con
sumo agrado.
Nuevos Ritos. Panamá. — Des-
aparecida la revista el Her-a do del
Istmo que dirigía el brillante é ilus-
trado escritor Guillermo Andreve,
aparece Nuevos Ritos, revista ex-
celente, que viene á sostener con
laudables bríos la tendencia glorio-
sa que le cupo defender á su ante-
cesora. Dirigida por el brillante es-
critor panameño, Ricardo Miro, los
cinco primeros números que han
llegado á nuestro poder, nítidamen-
te impresos, con variado y selecto
material de lectura, hablan muy
favorablemente de la vida próspera
que en lo futuro animará á la re-
vista. Entre las firmas valiosas que
rubran las producciones, anotamos
además de la del director y del
ex-redactor del Heraldo d-^l Istmo,
las de Dmitri Ivanovitch, Moreno
Alba, David M. Chumaceiro, Julio
Florez, Max Henríquez Ureña, Si-
món Rivas, Manuel Cervera, Ma-
riano Rarreto, Luis G. Urbina y
una pléyade de poetas y escritores
ya consagrados por su fecimda la-
bor literaria.
He vista J lustrada. EL PASO. Te-
xas. E. U A. - Hemos recibido el
número 4 de esta publicación men-
sual que en el Estado de Texas,
E. U. A. dirige y redacta el señor
Camilo Padilla. "^
Aunque no consagrada por entero
á la literatura y á las artes, las
producciones de esa índole están
bien selección adas .
j-a Idea. Treinta y Tres. — He-
mos recibido los primeros ejempla-
res de este periódico que, en la
capital del departamento de Trein-
ta y Tres, redacta el señor Héctor
Parra y Freiré Órgano del Partido
Colorado tiene también su sección
dedicada expresamente al arte y á
la literatura.
En Marcha. MONTEVIDEO. — Acu-
samos recibo del número 3 de esta
publicación mensual, órgano de las
nuevas ideas. Bien redactado, con
excelente material de lectura, En
Marcha se abre camino en las filas
proletarias.
Germen. BüENOS AiRES — Tam-
bién acusamos recibo del número
extraordinario de esta revista men-
sual de Sociología que en la vecina
capital dirige el señor Alejandro
Sux. Bien impresa, con gran aumen-
to en el número de páginas, su ma-
terial de lectura, como puede verse
por el sumario que más abajo inser-
tamos, es interesante y numeroso.
He aquí dicho sumario: El Moti-
vo, La Dirección, Las ideas cientí-
ficas en la conducta, Julio Molina y
Vedia, Ultratumba, Ramiro Blanco,
Origen de la inteligencia y de la
moral humana, Winwood Reade,
Verdad y delincuencia, Luis Molina-
ri. Sobre la vida. Segundo Nachón,
El canto nuevo (verso), R González
Pacheco, Voz de lucha ( verso ), R
Roch Naboulet, La firma roja (so-
neto \ Ángel Falco, Auguralmente
( soneto ), Juan B. Medina, El pesi-
mismo ( soneto ), Pérez y Curis, La
leñadora ( soneto ), Alejandro Sux,
Gesto ( verso ), Ovidio Fernández
Ríos, Gotas de tinta, Alfredo Puima
Schmidt, Arte social, R. G. P , Los
tristes, Fernando M. del Intento,
Miniaturas políticas, Siotruc, ¿De
donde viene la vida ? Henry de Va-
rygni. Nuevos colaboradores, Nues-
tra correspondencia. Nota impor-
tante.
Labor. BUENOS AIRES. — Hemos
recibido varios números de esta re-
vista quincenal de Estudios Sociales
que redacta y dirige el escritor Fag-
Libert Se caracteriza por lo enér-
gico de sus producciones y lo eleva-
do del concepto de todas ellas.
El diluvio. Barcelona, España.
— Ha llegado por vez primera á
nuestra mesa de redacción esta re-
vista satírica que se publica en
Barcelona. Con buenos y bien inten-
cionados dibujos, el número que
— 224 -
obra en nuestro poder trae una
brillante poesía ( gallega ) de la no-
table poetisa Rosalía Castro deMur-
guia. Al agradecer el envío deja
mos establecido el respectivo canje.
Fémna SANTIAGO DE Cuba —
Hemos recibido por primera vez
esta importante revista bimensual
que en Santiago de Cuba dirige la
distinguida escritora ^lagdalena de
Peña. Bien impresa, con selecto
material de lectura, es una de las
revistas cubanas llamadas al mas
lisonjero de los éxitos. En sus pági-
nas la sutileza femenina labra la
obra de su futura independización.
Letras. Buenos Aires. — Ha apa-
recido en la vecina capital, bajo la
dirección de los señores José de
Maturana, Julio R. Barcos y Mario
Chilotegny, la revista mensual así
titulada.
Letras es revista de sociología y
su primer artículo-programa viene
repleto de levantados ideales, de
propósitos muy humanos que le
auguran un brillante éxito El ma-
terial do lectura es excelente.
CANJE ORDINARIO
Alpha. San Salvador. — Hemos
recibido el número 8.
El Anunciador osta-Ricense —
Llegó á nuestro poder el número
385 de este periódico de Costa Rica.
Natura. MONTEVIDEO — Recibi-
mos los números 42, 43 y 44 de esta
publicación mensual.
Letras. Habana - De esta inte-
resante revista recibimos los núme-
ros 28, 29 y 30.
La Quinf^ena San SALVADOR. —
Hemos recibido los números 96, 97
y 98. Agradecemos el juicio publi-
cado en el número 97 sobre el libro
de poesías Heliniropos de nuestro
director, así como los términos elo-
giosos en que está concebido.
Caras y Caretas, — Puntualmente
recibimos los números de este im-
portante semanario argentino.
Periódico oficial del Gobierno
del Pstado de Chihuahua — Reci-
bimos el número 46 de esta publi-
cación mexicana.
El Combate. — Ha llegado á nues-
tra mesa de redacción el número
277 de este periódico que se publica
en San Carlos.
El civisnno. RocHA. — Hemos re-
cibido el número 620 de este perió-
dico.
El Orden — A nuestra mesa de
redacción ha llegado el número 88
de este periódico que se edita en
Minas.
Tribuna Libertaria. — Nos ha vi-
sitado el número 3 de esta publica-
ción, órgano del Centro Internacio-
nal de Estudios Sociales.
' ibertad. — Hemos recibido el nú-
mero 4 de este órgano de la Aso-
ciación « Libre Pensamiento » de
San Carlos.
Vid^ Nueva — El número 149 de
este interesante periódico floriden-
se ha llegado á nuestra mesa de
redacción.
Germen. — Nos ha visitado el nú-
mero 1 1 d e esta avanzada revista
de sociología que s!e edita en Bue-
nos Aires.
El Obrero. — Hemos recibido el
número 3 de este periódico que se
edita en Rocha.
El Heraldo. Maldonado -Reci-
bimos el número 10 de este periódi-
co bisemanal que dirige el señor
Luis María Güinasso.
REPRODUCCIONES
De nuestro número anterior han lieeho
los jieriódieos siguientes :
Vida Siiei-a, de Florida: «Pasional»,
por Pérez Curis y « En secreto », por A1-
Í)erto Mauret Caamaño ; Los Debates, San
Fructuoso: «Languideza», por Amado
Ñervo ; El Iris, Villa del Cerro : « La can-
ción del paria», por Ovidio Fernández
Ríos y « Pasional», por Pérez y Curis ; líl
Obrero, Rocha: «La canción del paria»,
por Ovidio Fernández Ríos.
NOTAS
Hemos hablado con Rodó, interrog'ándolo
sobre la fecha en que saldrá su anuncia-
da obra «Proteo» y nos ha contestado
que aun la tiene en preparación y que
talvez á principios del año entrante la dé
á las cajas. Será un volumen de regulares
dimensiones y como sus anteriores, llama-
do á agitar el ambiente literario latino-
americano. Ya lo saben, pues, las personas
que por cartas nos han pedido noticias
sóbrela próxima obra de Rodó. «Proteo»
aún no lia aparecido. Aparecerá á más
tardar, el año entrante.
ñPOüO
t^EVlSTfl OH flt^TB
- Y SOCIOliOGJA «
- Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS -
Redactor: PERFECTO LÓPEZ CAMPAÑA
AÑO II — N." 8. Montevideo— Buenos Aires, Octubre de 1907.
Ráfagas d-e r-ebeldía
(ij
R Emilio ppugoni.
Hay un rasgo de luz en los ojos
Exorantes de amor de los parias
En que caben las tintas murientes
Del sol de as grandes miserias humanas;
Y ese rasgo de luz indeleble
Se ha grab. do en el fondo de mi alma
Con el signo augural de las penas
Y los infortunios del golío que pasa . . .
No á las almas humildes sonríe ''' ' '"
La visión de la gloria lejana,
Ni á los dioses inspiran tristeza
Del siervo oprimido las húmedas llagas;
Alastores que tienen por ídolo
El retrato de algún heresiarca,
Los que ocupan el trono dan flores :
Mandragoras lúteas que todo lo empañan ;
Y en la báquica fiesta le brindan
A cualquiera bacante sus almas,
Y entre ritmos y frases obscenas,
Bebiendo en sus labios de virus se embriagan ;
Mientras ebrio de llanto el ilota
Con harapos sus úlceras tapa,
Y no puede dar pan á sus hijos:
El pan que á los pobres la tierra consagra.
( 1 ) Del libro «Heliotropos», agotado, y en prensa la segunda edi-
ción aumentada.
— 226 —
Y esos hijos del triste ilotismo
Cuyas quejas á aquéllos exaltan,
Así nacen y viven esclavos
Y mueren consuntos cual árbol sin savia,
Y los amos ¿lamentan su muerte?
Como cuando se agosta una planta:
¡Sólo sienten la muerte de alguna
Que cupo en su lecho capciosa sultana!
Esto influye en mi Verbo que os dice
Con su voz de Minerva indignada :
¡Rebelaos, humildes ilotas!
¡Haced el bochorno de dioses y sátrapas!
Porque así seréis libres y dignos
Del concierto social de las razas;
¡Que á la hueste viril de Kosciusko
Jamás amedrenta la voz del monarca!
Sagitarios : lanzadles saetas.
Quiero ver agotar vuestra aljaba ;
Lapidarios de estrofas : decidles
En versoá de fuego que enciendan las masas :
¡Abdicad ó morid! que los pueblos
De este ciclo de luz incendiaria,
Ya no quieren históricos ripios
Que empañen la gloria del sol de los parias!
Pérez y Curis.
Historieta de amor
Era en el tiempo de nuestras primeras citas.
Nos refugiábamos bajo los árboles del huerto, y allí, turbados por emociones inde-
íinibles, ni ella ni yo sabíamos cómo romper el voluptuoso encanto del silencio.
Mis ojos todavía inexpertos la miraban con ansia, en tanto que me atormentaba el
deseo de llevar mis labios hasta donde iba la mirada.
Su timidez de niña la aconsejaba acompañarse del hermanito pequeño. ¡ Encanta-
dor testigo aquel rubio muchachito de dos años ! Lo besaba ella pensativamente. Luego
venía él hasta mí y brindábame con sonrisa picaresca sus labios todavía rojos.
Yo retornaba el mensaje en la boca del niño.
Ernesto Montenegro,
— 227
/limas d(25nuda3
Los ojos verdes llamearon con
fiero mirar; restalló su lengua, des-
piadada, feroz, seca, en duro azote
quevedesco. Como el gran satírico,
despojaba alas almas de sus carna-
les envolturas y las presentaba en
desnudez de verdad.
Y dijo así:
«No pretendo atormentarte con
relato de podre-
dumbres y mi?e- — : ■■ - -v
rias. Mi corazón,
lacerado de amo-
res; mis ojos, cau-
tivo de femeniles
gracias, sólo figu-
ras de mujer aca-
rician, y rastros
de amor persi-
guen. Pudiera de-
cirte que es men-
tida la inflexibili-
dad de aquel juez;
que la vara de su
justicia se dobla
al halago de la li-
sonja ó al peso de
la dádiva. Seña-
larte podría los
cobardes desalien-
tos de este solda-
do, que finge en la
paz gallardías de
guerra; los tratos
infames de aquel
que se reboza en
manto de filantro-
pía; la vergonzosa usura de quien
pasapor hidalgo y caballero .. ¿Para
qué? Tú, como yo, lo sabes. Respe-
tamos la ajena máscara, por no
vernos desposeídos de la propia.
Acaso algún día se pudran en mi
alma los gérmenes de nobleza, y lo-
zanas florezcan semillas de maldad
Contempla la «grez de engañado-
res engañados ♦ que di,jo Campoa-
mor, aquel poeta humorista, aman-
te las mujeres - ; «las esposas abu-
rridas y los maridos fastidiados»:
ellos, tediosos, indiferentes; ellas
melancólicas, lacias. Van silencio-
'^Zi,
Adolfo León Gómez
sos. El silencio - ha dicho Maeter-
linck —es el sol que madura los
frutos del alma; y acaso en el silen-
cio las almas remontan su vuelo
grácil á la ciudad ideal, donde,
enamoradas, se besan.
Pero no todos los espíritus tie-
nen alas, ni se ciernen en atmósfe-
ras puras: algunos torpemente ras-
trean, esclavos de
sus egoísmos te-
rrenos, sin anhe-
los ni ansias de
aire y de luz
El amor, alegre
en su volubilidad
tornátil, entriste-
cióse sometido á
ley ineludible de
constancia: Lapo-
sesión es causado
hastío; del hastío
• brota el engaño.
Nos casamos sin
'■ conocer á las mu-
"^ jeres. Fl noviazgo
es fingimiento y
* mentira. Bajo la
inquisitorial mira-
. da de la madre,
es toda melindre
y dulzuras la don-
cella, que, dueña
de su casa, trué-
case en mujer
irascible y capri-
chosa.
Las mojigaterías de la educación
española — afeites del alma velan
y encubren, con rigidez hipócrita,
ideas y sentimientos. En el trato
insubstancial de los novios, no le
es posible al hombre moldear el co-
razón de la que ha de ser su eterna
compañera
¿ Yes aquella morena ? Sacrificada
al egoísmo de sus padres, sepulta
en la melancolía de los ojos negros
el recuerdo de su primer amor. Fie-
les son su espíritu y su cuerpo : aquél
á la pasión primera, éste al amor
santificado. Presume de honrada.
...Í..J. iJ^
m*'-- -1
228
Sólo es fría.
Mira aquella rubia. Casada sin
ciencia de amor, se entregó, gene-
rosa, al primer hombre á quien
amara de veras No íué su marido.
¿ Nada te dicen aquellos ojos azu-
les ? Son de una vanidosa, que, por
vanidad, se entrega. Le encanta ser
comidilla de club y cebo de escán-
dalo. A ser las gentes discretas, ella
sería honrada.
Los ojos de mi amigo, como los
del licenciado calabrés, del sueño
de Que vedo, « ojos de espulgo, vi-
vos y bulliciosos », escudriñaban la
multitud. Y unas tras otras, en do-
loroso engranaje, hirieron mis odios
traicioneros, infamias y falsías del
amor legal. Enseñóme, roto el con-
sorcio de los cuerpos, extraños ma-
ridajes de las almas. Y en quietud
el látigo de la sátira, apuntó el
misticismo del espíritu enamorado,
creyente en la ciudad ideal maeter-
linckiana.
Anochecía. Los coches se apelo-
tonaban en la última vuelta del
paseo. En un cielo azul , lívido, aso"
maban los astros temblorosos.
Peregrinos de la vida, nacemos
bajo la estrella de un amor, y su
luz alumbra nuestro camino. A ve-
ces cerramos los ojos, y, aun á tra-
vés de los párpados, percibimos sus
resplandores. ¿ Qué importa que una
luz terrestre declare indisoluble el
lazo contraído por conveniencia ó
por engaño ? La luz de la estrella
nimba, cerca ó lejos, en el princi-
pio ó en el término, la figura de la
mujer amada. Y si en la tierra los
cuerpos se separan, en la ciudad
ideal las almas se besan,
] Míralos ! Matrimonios que en la
fidelidad se aburren ; hombres que
sacrificaron su amor y mujeres que
dominaron su cariño . . . todos me-
lancólicos, todos tristes.
Tienen la tristeza del ladrón de
ajenos amores ; la melancolía de
quien se ve robado de los suyos.
Enrique de Mesa.
-<^$C:XÍ&^-
¡tos l)otnbt-es ! . . .
De ¿a « Canción de la Muerte »
Los pajaritos conocen á los hombres... Al verlos
venir han revoloteado en las ramas de los árboles, se
han agitado inquietos... ¡Saben que los hombres los
matan á tiros y deshacen los niditos calientes!...
Los hombres se han detenido cerca de los árboles : son
tropas que traen un desdichado reo para fusilarlo.
La sentencia se cumple rápidamente... ¡la víctima
cae atravesada por las balas !.. .
A la fatídica detonación, los pájaros, alzando el vuelo
y huyendo despavoridos, parece que dicen angustiados
con su lastimero piar: «¡Los hombres!... ¡otro nido
deshecho 1 »
Vicente Medina.
w ; rf^"7^
229
DE YXGENTE MEDXNA
Para Ai-ülo.
"\7"c5jn.tjjs dolorosa.
Venció la miseria,
la gran Celestina despótica y bárbara,
prestando su ayuda la noche de invierno
con sus desamparos y sus amenazas . . .
Venció y en la sombra vendióse la virgen
de rostro de niña, de carita pálida . . . ("^^
¡la sombra piadosa
su rostro velaba 1
Venció la miseria ...
Las sensuales manos palparon con ansia
i las vírgenes carnes,
que ateridas de frío, temblaban ! . . .
Y al sentir el temblor angustioso
de la virgen hambrienta y escuálida,
las manos del hombre
temblaron sin ansias
¡y en la sombra piadosa la virgen
de rostro de niña, quedó inmaculada !
jPLbisjmo
El arrogante, viril mancebo
junto á la reja las noches pasa . . .
¡ Ay del mancebo cuyos ardientes ojos obscuros
de los azules ojos no aparta ! . . .
¡ ¡ ay del mancebo que á la caricia mortal se entrega
de las menudas manos lascivas, suaves y blancas ! ! . . .
Murió el mancebo.. Lo consumieron los claros ojos
con su insaciable, febril mirada . . .
¡lo consumieron con su caricia
las manos blancas!...
Tras de la reja,
la niña candida
de los azules y claros ojos,
¡ mira á los hombres, con su insaciable, febril mirada !
Vicente Medina.
n&Mií'-
' ■:
— 2oO —
EQUILXBRXO
I
La que olvidé por demasiado buena
puesto que en el espíritu tenía
yo no sé cual dulzura nazarena
y en la voz 3-0 no sé cual melodía,
siempre que paso por la calle plena
de soledad y de melancolía,
alza los dulces ojos de l;i arena
y me dice con ellos: ¡Tod.'ivía!
II
Y aquella primorosa castellana
para la que mi espíritu resume
perfume y canto, como la mañana
resume canto y singular períume,
siemp e que la requiebro y la suplico,
burla mi gesto y mi palabra trunca,
mientras con el marfil del abanico
se da en los dientes y me dice: ¡Nunca!
Comulgo esta gemela encaristía:
Dolor por esa mi quimera trunca,
Placer porque me quieren á porfía . . .
Son unos labios que me dicen: ¡Nunca!
y unos ojos que gritan: ¡Todavía!
Barraiiqu illa, 1907.
Moreno Alba.
— 231 —
^ully f^rudhomm^
Dado su carácter esencialmente literario Apolo, no puede olvidar la
reciente fecha del fallecimiento del poeta francés Sully Prudhomme, sin
unas modestas líneas dedicadas á su memoria á manera de homenaje pos-
tumo.
Sully Prudhomme nació en París en 839. Hizo sus « debuts » litera-
rios en 1865, al lado de Gatulle Mendés y aquel gran loco de Glatigny, con
un libro de versos intitulado « Stances et poémes » que apareció más ó
menos en igual época que «Philomela » y «Les Vignes folies » obras res-
pectivas
de los pee
tas cita-
dos.
Un año
más tarde
publicó
una nota-
ble tra-
ducción
de los ver-
sos de Lu-
crecio, y
después,
suces i-
V a mente,
sus libros
«Les Soli-
t u d e s » ,
«Poesies»,
«Les Ecu-
ries d'Au-
g i a s » ,
«Croquis
iialiens » ,
«Les Des-
tins»,«Les
Epre u -
ves», «Im
pressions
de la gue-
rre», «La
Revolte
des
rs».
Sully Prudhomme
fleu-
', «La
Franco»,
« Vainas
tendres-
ses», «Jus-
tice», etc.,
etc.
En todos
los versos
del fecun-
do vate
hay un
gran fon-
do de sana
filosofía, y
se distin-
guen por
la preci-
sión del
ritmo y la
gracia ar-
mo niosa.
Sus ale-
jandrinos
son céle-
bres por
la nobleza
y magnifi-
cencia de
la forma,
y en sus
sonetos
filosóficos se plantea el eterno conflicto entre la razón y el sentimiento.
El poeta pertenecía á la «Academie» desde el año 82; era caballero de
La Legión de Honor y había obtenido varios premios, entre los cuales el de
Vitet en 1878 y el Nobel en 1901.
Sully Prudhomme ha sido, pues, una figura descollan-te del Siglo XIX y
en el Parnaso Francés le corresponde, en la hora de su muerte, sitio de
preferencia al lado de Musset, Víctor Hugo, Baudelaire, Banville, Paul Ver-
laine, Leconte de L' Isle y otros grandes poetas fallecidos.
Apolo engalana sus páginas con el retrato del Maestro, quien á estas
horas hace ya cerca de un mes duerme el largo sueño en el Pantheon de
París, que habrá recibido sus ilustres restos, inclinando ante su ataúd el
glorioso epitafio impreso en su fachada: «Aux grands hommes, la patrie
reconnaissante ».
¿.¿*;i..... '^.;
wt
-::-»!!
— 232 -
EL MÍ8TXG0
(1)
Camina en la noche
Cual pá'ido espectro;
Viste una sotana
Color verdi ne.gro;
Sus manos huesudas
Huelen á esqueleto;
Y está solo, solo,
Solo como un cuervo;
Marcha hacia lo obscuro
De un sitio desierto;
Lleva un viejo Cristo
Colgado á su cuello;
Hay en sus miradas
Flamas de misterio;
Sus labios contraen
Rictus de silencio;
De sus pies descalzos
Brota un charco negro;
Sus puños nervudos
Lastímanle el pecho;
Y en la eterna noche
Nadie oye su rezo.
Su rezo es un himno
De paz y silencio;
Ruega por los Santos
Y por los perversos;
Llora por los torpes,
Llora por los genios;
Y p'or los que ocultan
Sentires intensos,
Por los pasión arios
Fiebro^os, sedientos,
Aquellos que sufren
El sordo veneno /
De lo irrealizable,
Deí Mas allá inmenso,
Con mirada loca,
Por esos, por esos.
Con mirada loca,
Se atraviesa el pecho.
De su boca triste
Fluye un charco negro,
Y muere en la noche
Del Mundo incompleto;
Muere solo, solo,
vSolo como un cuervo.
Le ven los que pasan.
Legiones de huecos,
Le escurren el bulto,
Se apartan con miedo;
Y dicen : — Un loco,
Y dicen : — Un ebrio,
Y dicen : — Un vago,
O bien : Un enfermo,
Y algunos: — Un sucio,
Y algunos: - Un perro ....
Muchos ni le notan ....
Dios le abre los cielos.
Pablo Minelli González.
1907.
(1) Eli el soneto «La tristeza de Faraúii» del señor Minelli González, publicado en
nuestro número anterior, se nos deslizó un error. El flnal del primer verso es en singu-
lar y no en plural como apareció. — Queda salvado el error.
\m
233 -
DÍPTXGO
K-OIXEjPl
El alma de los siglos tutela en las colinas
Maternalmente el sueño de la imperial ciudad
Donde fueron Nerones y locas Mesalmas
En una fiesta insigne de Voluptuosidad.
Dicen las columnatas la canción de las ruinas
Con el habla evocante de la olímpica Edad,
Cuando abruman los ecos las maremmas vecinas
Y un alucinamiento puebla la soledad.
Todo es allí solemne ; la joven popolana
Tiene en su andar un aire de emperatiiz romana
Frente á las majestades de un regio atardecer,
Cuando allá, bajo el Tíber se adolora Giuturna
Y el alma de la Eterna se aduerme taciturna
Junto á su río como lo hiciese una mujer.
Yo te ensoñaba ¡oh, blanca ciudad de las lagunas!
En mis noches enfermas de mística hebetud,
Como un rincón de ensueño bajo no sé qué lunas,
Todo miraje extraño, todo edenal quietud.
Casi escuché tus ledas cantigas mientras cunas
Las góndolas dormidas á los vientos del Sud,
Y sorprendí los éxtasis de tus mujeres brunas
Cuando de amor se añora noctámbulo el laúd.
Yo vi las blancas nixas danzando en tus canales
A la luz fabulosa de los Ellos astrales.
Como en un sueño de hadas de una vieja Stambul ;
Y sé lo que en el Lido te salmodian las olas
¡Oh, Novia de los Duxes! cantando barcarolas
Que hablan de cosas raras como de un cuento azul.
Ángel Falco.
m
— 234
X,a3 manzana^
Por el sendoro perfumado y lleno de la tibia luz de la mañana, iba
lentamente el señor Cura Bajo el brazo llevaba un paraguas de verde tela
y en su vieja y lustrosa sotana, el sol ponía refulgencias de seda. Iba pen-
sativo, y de cuando en cuando se detenía á aspirar con deleite la fresca
brisa olorosa á azahares que venía de la montaña, ó sacaba de su bolsillo
la desteñida petaca de cuero, de donde tomaba poquitos de rapé con que
se refregaba la nariz.
Descendía el sacerdote la estrecha pendiente, espantando con su negra
y larga figura los alegres pajarillos, cuando oyó á lo lejos un murmullo de
risas cristalinas ¿ Qué será aquello? se dijo el buen pastor prestando aten-
ción y picado por la curiosidad, dirigió su despacioso andar hacia allá,
abajo . A poco, y siguiendo siempre al lugar de la algazara, se internó
en una frondosa montañilla, de donde brotaba un riachuelo que presuroso
se perdía por entre las verdes praderas . . .
— Ah ! son 1 as ninfas que juegan en el río — pensó — probablemente
voy á una fuente encantada . . Y temeroso de espantarlas, como á las ale-
gres avecitas del camino, encorvóse para no topar con las ramas, y em-
pezó á andar despacito, cuidadoso de que no fueran a quebrarse las hojas
secas bajo sus pies Y á medida que avanzaba, los gritos y las risas se oían
más cercanos De pronto, y á través de una tupida enramada, el sacerdote
vio la hermosa fuente que formaba el río y que rodeaban sauces de luen-
gas y susurrantes cabelleras Y bajo la dulce y misteriosa claridad que
traspasaba el toldo sombrío que tejían las ramas de los altos árboles, ei
cura, todo sorprendido, vio con asombrados ojos: Mujeres!! Mujeres!! no
ninfas.
Sobre el muelle césped que se extendía á la orilla, una linda muchacha
medio desnuda é indolentemente recostada, reía, reía bulliciosamente, en
tanto que con uno de sus breves pies, golpeaba el agua que caía en menuda
lluvia sobre la superficie; y entre el río,— oh pecado mortal! - se dijo el
señor cura santiguándose, desnuda y divina, otra bella mujer, cuyo busto
á flor de linfa, mostraba la preciosa turgencia de sus senos sonrosados y
pequeños. Y el sacerdote que por primera vez en su mística vida contem-
plaba tal cosa, extasiado se decía: Parecen dos manzanas!! Qué pecado!
Qué pecado! y por su cuerpo de carne inmaculada, sintió pasar un extraño
escalofrío . .
Al fin, y coran un enorme ramillete de lirios, todo blanco, surgió de
entre las aguas, el cuerpo de aquella hermosa mujer. El señor cura cerró
los ojos, y persignándose, se alejó despacito, con cuidado, que no fueran á
quebrarse las hojas secas bajo sus pies, y repitiendo entre dientes: - Pare-
cían dos manzanas aquellas cosas! Qué pecado ! ..
Y por el sendero lleno de la tibia luz de la mañana, el señor cura
siguió camino de su casa.
A la hora acostumbrada, sobre un blíinquísimo mantel, la vieja her-
mana del eclesiástico servía el almuerzo entre dos floreros azules, cargados
de nardos y azucenas.
En frente y por la abierta ventana que daba al huerto, oloroso á
tomillo y á yerba buena, se veían lus lloridos arbustos y la roja torre de
la iglesia.
— Aquí tenéis, hermano,- dijo la flaca viejecilla, presentando al señor
cura, en un plateado plato, des manzanas sonrosadas y pequeñas; - son
— 235 —
las primeras de esta cosecha, añadió — probadlas, que de seguro os gus-
taran
—Y el señor cura, encendido como la grana, santiguóse, y apartando
á un lado las frutas, exclamó en el colmo de su turbación : - Parecían dos
manzanas! qué* pecado! ! quí pecado !!
* ~ Rafael \>gel Troyo.
Cartaaro (1(; Co.sta Rica.
-od^CCCÍOo-
AhTURO GIMÍNEZ PASTOR
— 236 —
DE MX8 TRXSTJSZAS
jPl jOs.ama.d.0 Ñervo
Ven, que yo estoy muy triste y muy enfermo. ;
No me abandones, ¡no! Yo te lo imploro;
¡No te puedo soñar, porque no duermo.
Ni te puedo olvidar, porque te adoro!
Yo me siento morir. Duelo infinito
Tengo al no verte por la vez postrera;
¡Si haberte amado mucho fué un delito,
Culpable soy, y es menester que muera !
Ven á rezar tus oraciones suaves
Junto á mis labios, y en un santo anhelo,
Con nuestros besos las haremos aves,
Y siendo aves, volarán al cielo!
Ven, que se acerca mi cruel partida,
Porque antes quiero, en un abrazo fuerte.
Que despiertos soñemos con la vida,
Y soñando olvidemos á la muerte.
Ven, que mi noche es negra, y tengo miedo.
Consuélame, siquier en mi agonía;
i Quiero morir sin verte y no lo puedo ;
Y no puedo vivir sin verte un día!
¡Pero ya no me quieres! Las congojas
Hieren mi corazón, que se consume;
¡Cómo cambian los árboles sus hojas!
¡Cómo pierden las flores su perfume!
¡Cómo mienten amor los corazones!
Ayer que era ficción toda mi pena,
¡Cuántas lágrimas vi, qué hondas pasiones,
Qué de grandeza en ti, ¡Cuánto eras buena!
Y hoy que es verdad que muero, tú me olvidas ;
Por eso triste pienso en mis dolores:
¡Cómo acaban las cosas tan queridas!
¡Cuánto suíren las almas sin amores!
Ovidio Fernández Ríos.
Setiembre 1907.
— 237 -
¡)lo5 y ^ro5
Salen del internado del colegio ó
de la academia técnica un joven y
una joven con sus « carreras • con-
cluidas. Su pequeña dieta de escola-
res transfórmase en sueldo que les
per m te completa autonomía. Tal
vez están enamoradas ' no apasiona-
dos ) desde las mismas aulas, con el
digno amistoso amor crecido en
una comunidad de traba,] o intelec-
tual . , y pe casan.
i Se casan ?
Quiero decir que si persistían en
mayor ó menor amplitud las sectas
religiosas dentro del socialismo (es-
to dependerá de la fuerza intrín-
seca de aqneüas, porque el socia-
lismo, gubernamentalraente. no es
más que un régimen económico \
cada pareja podría unirse según
sus ritos por medio de sus sacerdo-
tes ( ciudodanos socialistas para to-
do lo no religioso i y exactamente
igual que hoy anie la indiferencia
del Estado
Es de presumir, sin embargo, que
esta misma lucha por la universa-
lización de las ideas antes aludidas
reaccionando en las creencias, des-
truya, por igual el ateísmo y el fana-
tisme, resumiéndolos, como pensa-
ba Spencer ' 1 ), en una suerte de
confuso y tranquilo panteísmo. De la
inteligencia, dejando aun lado las
«verdades reveladas», no puede
lógicamente surgir otro pensamien-
to ni por consecuencia otro senti-
miento religioso. La religión es el
culto hacia el misterio ; el Universo
es un misterio que parece que la
Ciencia desentrañará en no ?e sabe
que siglo de siglos : sólo entonces
sabrá la inteligencia cual es el fln
y la causa de lo creado, es decir,
sólo entonces conocerá la inteligen-
cia á Dios ( causa y fln de todas las
cosas ; y hasta «entonces» será
intelectualmente absurdo todo lo
que no se limite á un presentimien-
to de Dios: igual su negación, que
( 1 ) Los iiriiiicros in-incipios.
SU afirmación, — porque tanto los
ateos como los teístas, ante el mis-
terio universal, han procedido un
poco salvajemente queriendo desen-
trañarlo antes de analizarlo y co-
nocerlo, como cualesquiera que se
obstinasen delante de una locomo-
tora en negar á afirmar que lleva
los € caballos dentro », en vez do
procurar analizar el mecanismo que
constituye la razón de su marcha.
He aqui lo que intenta, y va reali-
zando la Ciencia en el misterio uni-
versal : mientras llega al fin, bueno
es suspender el juicio. . é «ir vi-
viendo». ' Base del positivismo).
Si todos los fanatismos proceden
del miedo á lo ignorado, todos los
ateísmas proceden de la insensatez.
Llega la deducción á un término
de donde no puede pasar sino for-
zando las más vivas y arraigadas
preocupaciones. Pero en este libro,
que no es un libro de propaganda,
sino de observación indiferente, es
preciso seguir hasta el fin á la lógi
ca, aun á trueque de indignar, por
un lado, á los socialistas que quie-
ren presentar el socialismo como
una especie de fiera amansada y dó-
cil capaz de someterse á cuanto
no sea «iniquidad económica-; y
por otro álos prejuicios sentimen-
tales de todos los que querrían este-
reotipar el porvenir sobre el molde
actual de sus costumbres» Así co-
mo así, las preocupaciones son en
este punto casi generales, de socia-
listas y no socialistas, de pobres y
ricos, de religiosos y descreídos, y
por lo tanto general puede ser muy
bien la protesta contra esa conse -
cuencia inevitable del socialismo. —
Sólo que como el socialismo no es una
teoría ni un sistema político cuya
implantación dependa del número
de sus adeptos, sino im conjunte de
fenómenos sociales forjado lenta-
mente por las leyes económicas y
por las leyes biológicas, igual que
son forjados los fenómenos cósmi-
cos por las leyes físicas, el socialis-
é
■3^
238 —
rao se le impondrá á la vida con
idéntico «desdén - á sus terrores
nimios que la tempestad ó, el. día
de sol á la flora de los campos.
Es precisamente el interés de la
integración del socialismo econó-
mico por cuanto ha de saber de an-
tropológico en todo problema hu-
mano ; y si la parte económica del
socialismo- parece no tener nada
que ver con la sentimentalidad del
hombre, ya se ha podido ver cómo
las relaciones económicas en su ar-
monía cientíñca
con las realidades ,
biológicas, arro- ' ■ ' '
jan inesperadas
conclusiones que
no por dejar de
ser económica-
mente innecesa-
rias y aun bioló-
gicamente no ine-
vitables de un mo-
do aislado, dejaran
de ser fatales, na-
tural ísim as, en
cuanto concurran
ambas causas pa-
ra^ su determina-
ción. Me refiero —
y ya es tiempo de
decirlo á la ple-
na libertad amo-
rosa que yo veo
en el porvenir.
Aquella pareja
que sale del taller
ó del colegio con
una amante sim-
patía nacida y
acrecida en la noble intelectualidad
del trabajo, se unirá sin otras fór-
mulas que las impuestas por su vo-
luntad y su dignidad, —probable-
mente.
Ella formará un hogar.
¿Cómo?
Sin compromisos religiosos, >\n
con)i)romisos administrativos lega-
les,—para determinarla forma de
ese hogar no quedarán má« que las
tendencias emotivas y las de la cul-
tura artística Para determinar su
duración no habrá más que la du-
ración misma de la atracción amo-
rosa. En puridad no será todo ello
Alberto Sánchez
más que el matrimonio civil despo-
jado (Je gastos y trabas legislativas:
hasta su nomenclatura podría res-
petarse llamándole divorcio» ala
simple reparación de los amantes,
que conservarían en un nuevo amor
el grato recuerdo de la felicidad pa-
sada y la mutua gratitud de haber
engendrado con su vida la de un
hijo dichoso, — igual que hoy
Es decir, mejor que hoy; más no-
blemente que hoy; porque hoy, en
Francia, por ejemplo, désele gra-
cias á Alfredo Na-
quet existe ese ra-
dicalismo del di-
vorcio, los cónyu-
gues, por capri-
cho de la ley, no
pueden separarse
y quedar en liber-
tad de contraer
nuevas nupcias,
sin haberse pre-
viamente odiado,
maltratado, falta-
do en traiciones de
asquerosa indig-
nidad é inicuo en-
gaño; y por lo que
respecta al mismo
caso de «conclu-
sión del amor» en
los matrimonios
indisolubles, ni
comparación cabe
siquiera, — i con
sus dramas horri-
bles de adulterio
ó con su condena
á martirio eterno
de odios disfrazados de frialdad ó
de odios detonantes en las' clásicas
batallas conyugales!
Y no es que defienda nada, vuel-
vo á decirlo; es que sigo contras-
tando con la vida el valor de
las simples deducciones socioló-
gicas.
l*or eso recabé al principio de
este libro mi calidad de impasible
observador *.
Mailriil i'.i!»'
Felipe Trigo
239
SALÜTATX í
Al feliz autor de « Cantos Rojos ■»,
Ángel Falco.
No preciso subir á la peana
Para lanzar mi canto soberano !
Yo soy de aquella estirpe prometeana
Que, á bregar por su fe, desciende al llano !
Llevo en la frente, la inmortal corona
Do espinas, que tejiera en mi existencia,
Y en mi altiva mirada la tizona
Para herir al protervo en la conciencia !
E.npuriando la estrofa como tea,
Hii'ó la lu/5 donde el civismo ha muerto!...
Aliante caballero de la Idea
Vj/ por el mundo desfaciendo entuerto.
Aquí estoy! como heraldo de la Guerra
Preludiando los salmos del « más fuerte »
Mientras siento temblar toda la tierra
Al connubio sangriento con la Muerte.
Hoy te miro surgir á la manera
Del espectro fatal de la Venganza;
Como el heraldo de una nueva Era
Emergida del seno de Esperanza,
Hoy te miro surgir, grave y sereno
Sobre el potro de hierro de tus cantos
Que atraviesa veloz, tascando el freno,
El desierto infernal de los Espantos !
Hoy te miro surgir de los escombros,
« Con los pullos repletos de verdades »
Y en peso levantar sobre tus hombros
El mundo de las nuevas libertades.
Ave rey ! morador de las alturas
Que al entonar el himno de las cumbres
Vibra el eco viril con que conjuras
A la lucha mundial, las muchedumbres.
— 240 —
Ahí estás ! y aquí estoy ! . . . frente á la Aurora.
Tú el cóndor, para el vuelo, soberano,
Que allá en la cumbre inmarcesiWe mora ;
Y yo, en el circo^ gladiador romano,
— Apoyado en el bronce de mi escudo —
Al entonar mi canto prometeano,
Levantando la frente, ¡te saludo!
Berna,!. Ajrosto r.K)7.
Tomás J. Caballero.
Carlos Guido y Spano
241
la ftlegría de pensar
(Para los 4110 tengan ratos de ocio y pueda
leer para si en la soledad y en el silencio. )
Desde el momento en que un hombre se pone á meditar, su
rostro adquiere nobleza. Es que la naturaleza, satisfecha de su
esfuerzo h^ia arriba — porque 'meditar es asfcender,-^ graba en
sus íácciohés una letra de su sabiduría. , He dicho entre, parén-
tesis, que .es , como decirlo en voz baja, que meditar-^ es ascen-
der y agrego que también es penetrar. El sabio con una niano
palpa los luceros y con la otra desgarra las entrañas del pla-
neta. De tiempo en tiempo sacude los dedos empapados de ideas
sobre las gentes, qne esperan anhelantes esa divina rociada.
Cualquier paso que á una mayor grandeza dé un hom-
bre, redunda en beneficio de todo el universo. Parece que la
naturaleza se alegrara cuando un nuevo pensamiento es arran-
cado del corazón de la Verdad. Y hay momentos en que creo
que los astros son manos radiosas que aplauden de silencioso
modo los hechos magníficos de la humanidad.
No es la meditación la agonía, como dijo liafael Núílez,
el poeta tirano de Colombia, ni tampoco la ciencia es el dolor
como pensaba el inmensurable Byron. Los que así opinan son
seres desesperados, que ignoran la paciencia, ese invento de
BuflFon. (Cuando una alma poderosa se encastilla en una vir-
tud, ennoblece y engrandece tanto esa virtud que nos la hace
aparecer enteramente nueva ). La ciencia es una religión. Toda
religión debe ser • por eso es la religión de las soberbias fren-
tes, de las reconocidamente creadoras.
Para un cerebro vigoroso pensar es una alegría. La embria-
guez del pensamiento es tan intensa como la del amor. Spinoza
gozaba tanto cuando pulía vidrios entregado á sus hondas,
serenas meditaciones como cuando hacía una caricia á su vie-
ja servidora. El filósofo es un noble ebrio sobre cuyas sienes
caen como un nimbo las sombras de sus graves refiexiones.
Ese nimbo sombrío lo hace igual á los dioses, con quienes
se codea y platica en el silencio. Esa muda plática — en que
sólo es visible uno de los interlocutores — es uno de los más
grandiosos espectáculos de que tienen noticia los humanos.
Se cuenta de Lady Jane Grey que una tarde fué sorpren-
dida por Roger Ascham leyendo á Platón. Asombrado él pregun-
tóla por qué no había ido á cazar como lo había hecho la
familia de la hermosa lady en esa tarde. Aquella extraordina-
ria mujer le respondió - en su voz había todas las aristocracias:
dulzura, claridad y serenidad — que prefería la lectura de Pla-
tón porque gozaba más con el excelso maestro que con el agita-
'^:¿¡Mte:'
242 ■
clor \' excitante sport. Esta bella respuesta es una prueba de lo
que vengo exponiendo.
Hay pensadores que aceptan la tarea de conocer el alma
de las cosas, de profundizar las cosas del alma y como una
fatalidad, como algo que no pueden dejar de hacer. Son esos
los que al sentir los pies heridos por las zarzas y las ortigas
del sendero, han balbuceado, con Lármig:
«Xo hay peusaniiento gramlc que no sea.
Hijo de un gran dolor». - .
Y esa lamentación ha sido una sugestión. Pero ya ha lle-
gado el tiempo de rechazar esa sugestión de reimos un poco
de esos jeremías filosóficos. Pensar es movimiento armónico
interior tan espontáneo y dichoso como la risa en los hom-
bres buenos. El pensador lleva dentro del pecho una estrella
que encanta. Esa música astral lo llena de alegría. Y alegre,
entusiasmado, exaltado de cerebro y de corazón, esculpe en
frases dicultas sus meditaciones.
Hoy necesitamos pensadores que ennoblezcan la vida ; pen-
sadores que, rebosantes de la gran alegría que produce en el
alma cada idea que en ella nace, eleven altares á la vida,
y, enalteciéndola, la hagan dulce y bella aún para los que
más sufren. La pena misma suele ser un goce.
Aquellos para quienes pensar es un dolor deben guardar
en sus entrañas sus cavilaciones. ¿A qué poner otra gota de
hiél en nuestros espíritus ? El que sufre pensando piensa cosas
dolorosas ; de suerte que es preferible que enmudezca. El silen-
cio en este caso es un incomparable beneficio.
Estos que sufren pensando son muy pocos. Lo que real-
mente sucede — y esto lo saben todos — es que el esfuerzo
intelectual constante refina los nervios que se hacen más sen-
sibles á cualquier motivo de pena. El sabio llora de lo que
el vulgo ríe.
Luego no es el pensamiento lo que produce dolor ( por el
contrario, el pensador se cura de la vida — p.orque la vida es
una enfermedad — zambulléndose en el mar de las ideas en
busca de una perla que regalar á los mortales (sino lo que nos
hace aptos para sufrir más intensamente. Las dos cosas son
en absoluto diversas.
Eli pensador alegre producirá obra serena, tranquila^ al pare-
cer indiferente, tanto más serena cuanto más alegre esté sn al-
ma — que la más profunda alegría es impasible.
Hacia esos espíritus serenos y tranquilamente felices tien-
de el mió las manos en actitud suplicatoria, pidiendo pan de
sabiduría, que es el alimento de los más nobles espíritus.
Pedro Sonderegger.
Saiitiajíii lie ('liile.
-■2¡t.*,:s
— 243 —
MXSTXGA
Envidio á esos monjes de oscuras edades,
aquellos fantasmas de melancolía.
que huyendo á la vida y á sus veleidades,
amaban las grutas y las soledades,
el húmedo claustro, la celda sombría.
Aquellos tocados de fe prodigiosa
que Jjallaí'on deleites en duro suplicio,
y, como se ciñe de espinas la rosa
cual de una armadura, su carne gloriosa
ciñeron con dardos de agudo cilicio.
Ancianos de faz amarilla,
de voz cavernosa, de barbas de invierno,
filósofos graves con alma sencilla
íjue sólo buscaban del Bien la semilla
y amaban la gloria, temiendo el infierno.
Oh! y esos que amantes orab;;n de hinojos
ante ¡el Cristo, pálida flor del martirio; .
aqueljos que fueron del circo despojos,
aqueÚos donceles de tímidos ojos,
aquellas doncellas de manos de lirio !
Felices los tristes, felices los graves,
que amaron al Cristo, que amaron al cielo ;
viajeros que á pu'írto llevaron sus naves;
su vida fué un paso de místicas aves
que á climas dichosos sesgaron el vuelo !
Oh ! Pobres de aquellos que atrás, en la senda,
perdieron el rumbo, perdieron la guía.
¡Qué inermes estamos en ruda contienda !
De intensas borrascas en noche tremenda
es luz que se apaga la filosofía !
¡Oh ancianos, oh niñas de castos fervores,
felices vosotros, feliz vuestra suerte.
Los dulces, los tristes, ya sois vencedores ;
y en tanto en la tierra, con mudos terrores,
se agrupa el rebaño que ventea el peligrr)
y teme á la muerte !
Alfredo Gómez Jaime.
244
Flor d^l lacio
<
f^etfato mignbíi
Te soñé madona
Del Corregió, }- tienes ^
Atributos lenes
De Flora y Pomona.
Sombrías arcadas,
Ciñe-n á tus sienes
Tus crenchas rizadas
Y undulan por cima
De tus delicados
Hombros. ¡Cómo anima
Tus senos velados
La blancura opima
De tu cuello enhiesto!
Evoca tu gesto ,. ,
Viviente poema
Sobre un mármol puesto.
¡Salve, Flor del Lacio
Única y suprema!
Tu espíritu es gema
De un verso de Horacio.
Pérez y Curis.
— 245 —
POSTALES
Del álbum de Fl«r del Lacio.
Quiso Nerón qué á los humanos seres
con sólo una cabeza le ofrecieran
^^ -. para poder cortarla.
Yo quisiera que todas las mujeres
confundidas, tuvieran
una boca, no más, para besarla.
Leoncio Lasso de la Vega.
•*wií
■ El Amor es como niflo recién nacido, hasta que
no llora no se sabe si vive.
\ Jacinto Benavunte.
Montevrtteo. Agosto de 1906.
Minúsculo bVbelot Viendo su fino perfil,
Esculpido en porcelana ... Ln blanca rosa pagana
O figurita Watteau De sus rimas de marfil
Toda crujiente de gro ... Le ofreciera Rene Ghil . . .
1907. |0SÉ G. ANTtJÑA.
-^$CCv^-
i,a JQune filie pr^nd dQ> 1^9003 de
printemp^
La jeune filie prend des legons de Printemps,
'' dans le tableaa que j'ai,
dans le tableau oü 1' on dirait qu' il a neigé
des roses:
, . . des le9ons de Printemps . . . du moins, je le suppose . . .
et joue du violón sons des géraniums blancs.
Joueuse de Printemps, vierge au coeur délicat, i
liseron des tonnelles:
r age peut me glacer, la mort venir. Tes bras
ont couronné mon front de leurs branches de neige
Feancis Jammes.
246 —
ESGHITOHES GOflTElHPOKAliEOS
Cfll^IiOS l^EVliES
#
— 247 —
0£l AMOR
¿Qué es amor? Pregunta á aquel que vive: ¿que es vida?
Pregunta á aquel que adora : ¿ qué es Dios ?
No conozco la constitución interna de los demás hombres,
ni aun la tuya, tú, á quien ahora me dirijo. Veo que en algu-
nos £Btributo& externos se parecen á mí; pero cuando, oiigaílado
poR-Bgta/ «parien€íiá4 intenté llamarles- áalgp común conmigo y
descargar eti-: ellos* ío- íñtiikb'i^djei.éMí^al'ma^'liailéí qtie, era mi len-
guaje incomprendido bofiíaiensjfcierEa tejamai! y ílsadvaje.v Cuantas
más ocasiones de expeiriísnciá me hair proporcionado, ; lirás. ancho
ha- surgido el abismo entíPe nosotros, y á mayor distancia han
quedado los puntos de simpatía. Con el espíritu bien poco pre-
parado á sostener prueba, semejante, tembloroso y -débil por su
misma ternura, he gemidxjj pidiendo simpatía donde quiera, y
sólo he hallado repulsa y desencanto.
¿Y tú preguntas qué es amor! Es esa poderosa atracción
hacia todo cuanto concebimos ó sentimos ó esperamos fuera de
nosotros mismos, cuando hallamos dentro de nuestros propios
peDiSamientos la angustia de un vacío inefable, y tratamos de
despertar en. todo lo . que ;existe, comunidad con aquello que
dentro de nosotros sentimos.
Si razonamos, queremos ser comprendidos, si .imag'namos,
queremos que las quimeras, hijas de nuestro cerebro, nazcan
de nuevo dentro de otros ; si sentimos, queremos que otros
nervios vibren con¡ los nuestros ; que, los rayos de otros ojos
se enciendan á la vez, y con los nuestros se mezclen y se
confundan ; que labios de inconmovible hielo no respondan á
labios que tiemblan y abrasan con la- mejor sangre de nues-
tro corazón. Tal es el amor. Tal es el lazo y la sanción que
une, no sólo al hombre con 'el hombre, sino con todo lo que
existe. En el mundo nacimos, y hay algo dentro de nosotros
que, desde el instante- -en que vivin^oSj tiene sed y más sed
de todo cuanto se asemeja. Probablemente, obedeciendo á esta
ley, saca el niño la leche del seno de su madre ; esta pro-
pensión se desarrolla- con el desarrallt» de nuestra naturaleza.
Confusamente vemos, dentro de'nuesthi- naturaleza intelectual,
una como si fuese miniatura de nuestro yo completo, aunque
privada de todo aquello que condenamos ó despreciamos: el
prototipo ideal de cuanto excelente ó digno de amor somos
capaces de concebir, • como inherente á la. naturaleza de hom-
bre. No sólo el retrato de nuestro ser externo, sino una reu-
nión de las nimias partecillas de -que ■ nuestro ser está com-
puesto: un espejo cuya superficie refleja únicamente las for-
mas de pureza y claridad; un alma dentro de nuestra alma,
que describe- un círculo en torno de su propio paraíso, donde
el dolor y la pena y el daño no osarán penetrar. A ella refe-
rimos ardientemente ' todas las sensaciones, anivelando (i[ue pue-
dan gar.ecerse ;á ella ó, corresponder con ella. El descubrí-
248 — '
miento de esta imagen; el encuentro con una inteligencia capaz
de estimar claramente la propiia nuestra ; con una imaginación
que pueda penetrar- y aquilat<ar las sutiles y delicadas particu-
laridades que nos hemos deleitado en amar y desarrollar en
sec; eto ; con un cuerpo, cuyos nervios, como las cuerdas de
dos liras exquisitas que acompañasen á una voz deliciosa, vi-
brase con las vibraciones del nuestro ; y una combinación de
todo esto en la proporción misma que el tipo interior pide:
este es el punto invisible é inalcanzable á que tiende el amor;_
y para alcanzarle impulsa las fuerzas todas del hombre, y le
hace apoderarse aún del más pálido fantasma de aquello, sin
cuya posesión no hay tregua ni descanso para el corazón sobre
el cual reina. Por eso, en la soledad ó en aquel solitario es-
tado de ánimo, cuando, rodeados por sei*es humanos no hay
simpatía entre ellos y nosotros, amamos las flores, la hierba,
las aguas y el cielo. En el movimiento de las hijas recién
nacidas, en el aire azul, hállase entonces secreta correspon-
dencia con nuestro corazón. Hay elocuencia en el viento que
no sabe hablar, y hay melodía en el arroyo que ñuye y en
el entrechocarse de los juncos en su orilla; y estas cosas, por
su inconcebible relación con algo que existe dentro del alma,
despiertan el espíritu á tina i-epsodia de éxtasis, y traen á los
ojos lágrimas de misteriosa ternura, como el entusiasmo de las
glorias patrias ó la voz de una amada que sólo para nosotros
cantase. Sterne dice que si estuviera en un desierto, amaría á
cualquier ciprés. Y tan pronto como este poder ó esta nece-
sidad se extinguen, tórnase el hombre vivo sepulcro de sí
mismo, y aquello que de él sobrevive es la mera envoltura
de lo que un tiempo fué.
Shelley.
cO^CCC^^ ■
Giordatio Bruno
La. fsLtíciica. ttxrba. a.rre;t>a.tsLdLa.5
cora, los ojos in.y«e:tos le: rocLe;sL,
y, ávida. dLe xxn ca-dLá-Tr^r^ se: c:od.e:a.
erx tor£xo de: la. ln.og-u.sra. prepara.da.
jf?s.txn, la. víctima ya. e:a.rboriJLz:a.dsL,
la. plebe ge:stie;u.la. y elaíxxorea.,
porqtxe él, «.ixevo Sa.rasÓJn, á. la. ra.lea,
a.pla.stó e:rx la. (zolxxrrxrxa. de:rril3a.da..
Ooloso axidaz del perxsa.rrLiento hinxia-no,
sxx amaxtirio y dolor futeron feetindos
como impotente el odio del tira.no.
Los déspotas ea.yeron., moribtxn.dos. . .
I y atxn. en. a.qt.iella hog-utera. está. Giordajno,
alxxmbra.n.do la. mar-eHa. de los mtxndosl
¿TOSE de: diego.
— 249 —
ftl oído d^ 0|t)ela
Yo cantaría á tus ojos
Pomos de dulces venenos,
Yo ardma en tus sonrojos
Chela felina y sensual,
Y llamaría á tus senos :
Dos cisnes de picos rojos
Sobre un blasón imperial.
Iría haci9 la rosada
Aurora de tu corjpiño :
Bombonera, perfumada
Amiga de Pompadour,
Para besar el armiño
De dos bombones que un hadee
Trajo de «Ck)sta8 de Azur».
José G. Vntuña
Yo iría hacia el reino rosa
De tus ducales perezas,
O á la viña lujuriosa
De tus labios, que Wateau
Pintara entre rojas fresas
Junto á la gata mimosa
De un abanico de gro.
Y por tus venas azules
Haría rodar mis besos,
Esos sedientos bulbule^*
De una fronda de Ilusión
Cansados de estar opresos
En el nido de tus tules
Buscando tu corazón !
'W
— 250 —
Te diría esas historias
Empapadas de elegancia
Que cuentan viejas memorias
De Hafitz y Saint-E vremont;
O esas que vienen de Francia
Y nos perfuman con glorias
De Versailles y Trianón.
Evocaría, mi Chela,
Una blonda "princesita
Que surgiera de una tela
Finísima de Van-Dicfe
O una duquesa exquisita
Qne fuera tina diamela
En el j ardín de tu chic
O la lira cristalina
Del «baccarat» perfumado
Vertiginosa y divina
Sonaría para tí,
Y el burbugear irisado
Sería en tu alma felina.
Carcajadas de Mimí !
Penetraría al ducado
Vaporoso de tu gracia,
Que es un cofre perfumado
Donde un vago lirio azul
Sublima tu aristocracia,
i Oh, el presidio nacarado
De mi lírico bulbul !
Iría hacia el amatista
Diluido en tus ojeras
Desde donde algún artista
Al modo de Paul Verlaine,
Llorara tus primaveras,
Siempre tristes mientra exista:
La noche, el piano y Chopin . .
Y pasó como pasaba
Con su orgullo blasonado,
Y onduló como ondulaba
Su persona de bambú,
Y quedóse el destronado
Con su ilusión que arrullaba
Aquel perverso «frou-frou»
José G. Antuña.
1907.
-o{!$CCCÍ)|}o—
OUftUOAO
Yo ten^o un alma dúplex : ayer en mi camino
lloré sobre los brazos de una cruz de madera ;
3' otro día, en la fuente que fluye en la pradera
me conturbó la forma de un flanco femenino.
Yo tengo un lúnm dúplex: el alma del Rabino
que dijo la parábola bajo la verde higuera,
y el alma tumultuosa de Paii, que en la ribera
les ofreció á las ninfas exámetros y vino.
f; Qué anhela el alma mía? Subir por el Calvario
á la ciudad que guardan con su poder los sellos
del libro que abrió el dulce Cordero del Santuario?
O marchar con su flauta, por la ruta armoniosa
de Eleusis, enlazados con yedra los cabellos,
á compartir el tálamo nupcial de alguna diosa ?
Pacho Valencia.
251
^arilla^
pe un libfo en prepafaeión
Estaban de pie frente al gran es-
pejo que ocupaba un ángulo del ta-
ller, bañados en la tenue luz oblicua
del sol poniente, que penetraba ta-
mizada por las cortinillas de la ven-
tana
En medio de la estancia, en un
caballete, se veía una tela recién
manchada por los primeros toques
del pincel. Era la obra de concurso
para el próximo salón del Ateneo.
Cuadros, bronces, tapicerías, una
jardinera con jacintos que parecían
de porcelana ; la atmósfera dulce y
tibia, debido al abundante fuego
que ardía en la chimenea y sobre
un pequeño conñdente, en revuelta
confusión, las ropas de la modelo
Luchaban ansiosos. Octavio casi
dominándola; Salomé jadeante y
nerviosa, con el cabello suelto y en
desorden, riendo con una risa so-
nora y alegre, enseñando los dien-
tes blancos y bien alineados, mien-
tras forcejeaba por desasir sus ma-
nos de las del pintor que las opri-
mían.
En tanto él, casi frenético, trata-
ba de arrancar á dentelladas, el
débil lazo que sujetaba en los hom-
bros de la joven, la fina camisa de
batista que cubría su cuerpo
De pronto Salomé lanzó un agudo
grito de sorpresa, sintiéndose ven-
cida, mientras que Octavio la obli-
gaba, no sin esfuerzo, á levantar los
brazos en alto para contemplarla
completamente desnuda, reflejada
en la luna del espejo. Pero por ins-
tintivo movimitM.to, revelador aca-
so de un resto de pudor, ella enco-
gió una pierna, deteniendo en el
muslo í uave y bl neo la camisa que
uttsegiuido máí tarde la habría li-
brado en carne!- ;i los ojos curiosos
del joven
Aquel inesperado y supremo re-
curso de Salomé disgustó á Octavio,
y como no pudiei^a conseguir su ob-
jeto, se contentó con mirar el torso
de la modelo.
Luego, con violencia, empujándo-
la hacia el confidente, le dijo :
— ¡Anda, virtuosa, arrebújate bien
que ni el honor mereces de que se
te mire con ojos de artista!..
Y como ella ofendida y avergon-
zada se llevara las manos al rostro,
rompiendo en . sollozos, la camisa
cayó por fin, antes de que pudiera
impedirlo.
Octavio había satisfecho en parte
su capricho; pero el espejo, su cóm-
plice, acababa de revelarle con fu-
gaz rapidez, en el campo de albura
que presentaba la escultural espal-
da de Salomé, un? rojiza mancha,
como húmeda y madura fresa, bro-
tando en un bloque de marmol de
Carrara.
Quiso disimular la sorpresa de
aquella revelación, y aproximán-
dose á ella :
— Galla tontuela, - dijo — ¿por-
qué te enojas ? ¿ acaso no eres mía?
Vuélvete que quiero copiar una
Iruta que te han dejado ahí, quizá,
olvidada.
Entonces se levantó decidida.
— ¡ Cómo ! — contestó secamente
— dime i por qué me tratas de esta
manera brutal, sin respeto siquiera
á mi debilidad ?
El joven, abandonando la voz,
lentamente, contestó :
He sido un atropellado, lo confie-
so. No hay ningún derecho que au-
torice á violar el «secreto de las al-
mas»
Ella se vio atac.uia, descubierta
en esta alusión ; y al mismo tiempo
se sintió la más fuerte .
— Eso no es verdad ! —gritó, co-
mo si él le hubiera reprochado cla-
ramente una infidelidad
Las manos de Octavio temblaron
con movimiento de ira, pero se con-
tuvo.
— ¿ Por qué te defiendes tan viva-
mente, si yo no te dicho nada . . si
yo no tengo que decirte n¿»,da? —
dijo casi con angustia, como ha-
ciendo un esfuerzo. Y en el fondo
de su alma pensaba :
« Defiéndete todavía ; no lo con-
fieses ; no permitas qae mis sospe-
chas se conviertan en realidades» ..
Pero aquello que pensaba no sa-
lía á sus labios ; sus palabras esta-
ban en desacuerdo con su voz, con
su voz trémula y triste.
Salomé comprendió que se había
hecho traición con su grito impru-
dente, y, cambiando de táctica, to-
mó de pronto la ofensiva
—Confiesa, entonces, que lo que
desearías tú, sería sorprenderme
faltándote,— repuso con tono tran-
quilo é inocente.
Le miraba á la cara, frente á
frente, resuelta á defender hasta el
fin de su precaria felicidad.
Clara ÍtIamktto
— 253
Octavio dio un paso ; ella retro-
cedió ante él. «Lo adivina todo,»
pensó, «y me abandonará » Y al
pensarlo sentía el cerebro vacío
Con los dientes apretados, volun-
tariosa y fría, con un alma casi
trágica, Salomé osaba levantar la
frente delante de su destino
Un segundo transcurrió largo y
pesado, como una pequeña é incon-
mensurable eternidad.
Vio que él no estaba encolerizado
y que sus ojos se anegaban en el
vaho de la pena Su grande y franco
rostro se inclinó, y sus labios pro-
nunciaron lentamente estas pala-
bras:
- ¿ Ves ? ; lo que debía llegar ha.
llegado ! . . Mientras te aforras á la
idea de no hablar jamás, yo se que,
lo confieses ó no, hay desde este
momento entre nosotros algo que
nos impele á repudiarnos. . .
Y como hablando consigo mismo,
continuó :
¡Siempre la desgracia que nos
persigue encarnada en la mujer!
Una vez que por culpa suya penetra
en el cerebro una idea, nada puede
hacerla salir; todas las apariencias
se vuelven contra ella misma.
Y, alzando la voz, agregó: *
— Así pues, tú seguirás siendo
para mí la que guarda un secreto
que no quiere revelar . .
Parecióle á Salomé mucho más
terrible en su dulzura. Todo su pa-
sado honesto subió espontáneo, co-
mo queriendo salir de su boca, com-
prendiendo que no iba á poder per-
manecer callada . . que iba á decir
su hondo, su profundo secreto . .
Experimentaba un abandono ine-
fable del alma, como una breve de-
licia. Mas, de pronto, con el terror
de lo irreparable, sintió el vértigo
de un abismo inmenso, donde se
hundía su vida; y repoifléndose con
un esfuerzo violentQ :
— ¡Dios mío! ¡Dios mío!— gimió
cruzando las manos.
Én el exceso de la mentira, ape-
laba á la buena fe, transfigurada de
verdad, inspirando piedad con su
rostro afligido de sacrificada.
¡Jamás había sido menos hipócrita
ni mentido con mayor sinceridad!
Florencio Fernández Gómez
Buenos Aires. Agosto 19.07.
-o{]$CCC^(}o.-
J)Q mi loeura . . .
El Vampipo»
¡Oh! fantástico, siniestro y antiffuo cuervo
Llegado de las riberas de la Noche!...
Edií.vri) Vuk.
De la Noche en la sombra, tan negra
Como el negro plumaje del cuervo,
Otra vez ha venido á buscarme
Mi fatal compañera de encierro,
La hermana del Hambre,
Del Vicio y del Tedio;
La horrible Locura
Que atrofia el cerebro.
Ha cambiado mi amada de anoche
Su forma de espectro,
De mujer que mató la lujuria
K-^.-
254 —
Y borracha murió con ajenjo,
Por la forma extraña
De un pájaro negro
Que ulula én la sombra
Su grito agorero,
El atan redoblando en el alma
Del que escucha sus lúgubres ecos.
Es un pájaro huraño y sombrío,
Repulsivo en su lúgubre aspecto,
Que revela de un ave nocturna
El instinto rapaz, carnicero,
Y en su canto, que es grito de muerte.
Se asemeja al «akako» funesto.
De fatídico augurio en las noches
Del lar polinesio
Cuando, Triste, presagia el desastre
Al posarse de un «pa-lio» on el techo.
Con su cara do torvo ungüirrostro.
Con sus giros de cortos revuelos,
t;on su pico ganchudo, que corta
De sus ojos la línea de luego.
Volando en mi torno
Parece un mochuelo.
Al batir de sus alas se siente
En el aire fugaz rnmoreo.
Como el roce de plumas frotadas
Suavemente sobre un terciopeU:».
Lentitud de murciago preside
La torpeza de sus m<>vimientos
Y su ronco espirar estertóreo
Es un sordo jadear de eurilemo.
Con pesado volar el Vampiro
Estrechando sus ciclos aéreos
Sobre mí, poco á poco, detiene
Un instante ¡-u torpe volteo,
Me aproxima su faz halconada.
Donde brillan sus verdes ojuelos.
Tan de cerca que siento en la mía
El hedor de su fétido aliento.
Su vista, que expide
l;n íluido magnético.
En mí clava mirándome fija
Con mirada de buho siniestro.
Luego posa su garra en mi testa
Y, al oído, me dice muy quedo:
«Soy la misma que ayer te ha querido,
Mi pobre bohemio,
Yo soy la Locura
Que la Noche pondré en tu cerebro.»
«iNo te asuste que venga, callada,
A turbarte otra vez en tu sueño,
iNo te espante que oculte mis formas
Bajo el negro plumaje de un cuervo.
\
\
255
'^-
Para mí quiero yo tus caricias,
Para mí solamente las quieío.
Y por eso otra vez he venido
A brindarte mi amor del Infierno.»
«No hallarás quien te estime en el mundo»
Tu no tienes ningún abolengo,
Una heráldica sombra en tu campo
Ya su «sable color» deja impreso;
Ya en tu escudo aparece una mancha
Y de muchos tendrás el desprecio.
Blanco lirio doliente, su alma
Con su amor, que te llora en silencio,
Ya de ti para siempre se aleja
Y, en vez de ella, á buscarte yo vengo.
No pretendas, esquivo, evitarme
A mis ansias hurtando tu cuerpo.
Si me huyes, mi pico acerado
De milano voraz en ti cebo
Y batiendo mis alas oDscuras
Yo la noche pondré en tu cerebro.
Eres mío, caíste en la Sombra
Y en mis garras quedaste ya preso!
Pobre poeta, que vives soñando.
Nada vale que tengas talento,
Es mejor que en el cóncavo cráneo
Guardes sólo aserrín y no sesos;
Nada vale la luz que fulgura
Fn las rimas que vibra tu plectro.
Que una intensa pasión se diluya
En la línea que encierra tu verso,
Ni que un hondo dolor se revele
De tus cantos en el sentimiento.
Nadie habrá que comprenda tu alma
Que al Ideal se remonta en su vuelo.
Insensato que anhelas Ventura
Para tí yo tan sólo li tengo.
Sólo bajo mi negro plumaje
Sentirás del Placer el amplexo.
Si me esquivas, verás en tu torno
De un miraje traidor el reflejo.
La mentida ilusión de un oasis
En el blanco arenal del desierto.
Bajo el terso cristal de las aguas
En el lago hay légamo y cieno.
El descanso está sólo en el fondo
De un sarcófago sólido hecho,
Como tumba de momias egipcias,
De asfaltite, betún del Mar Muerto,
Sin la luz que en ti alumbre la Duda
Y te muestre su pálido espectro
«Nunca más» hallarás tú la Dicha
Que persigues, noctámbulo inquieto;
«Nunca más», como dijo de Poé
\
r
i
?
i;^-
— 256 —
El antiguo y fantástico Cuervo.
Vespertilia que acecho á lo obscuro
De mi vida el preciado alimento,
De la Noche en la densa ti niebla
Chuparé yo tu sangre en mis besos. >
«Sil Yo quiero estrecharte en mis brazos,
Que los tuyos rodeen mi cuello.
Que el ardor de tus lúbricas ansias
Su calor le transmita á mi cuerpo,
Y el candente oscular de tus labios
En los míos imprima su fuego.
Con pasión de pantera celosa
En ti quiero saciar mi deseo;
Para hacerte olvidar el Pasado
Borraré de tu mente el Recuerdo
Y agitando mis alas de sombra
Yo la Noche pondré en tu cerebro.
De mi negro joyel de diamantes
Te daré mi diamante más negro,
Te daré mi diamante de Olvido
Que en tí ahogue cualquier sentimiento.
Por mi negro reir de Locura,
Por mi mueca infernal y mi cetro.
Yo te juro que sólo conmigo
El descanso hallará-^, ¡oh bohemio!»
Así habla esta Arpía, que avanza
A meterse conmigo en el lecho,
Como amante que viene á entregarse
A los brazos de aquel que es su dueño.
Al sentir que me oprime el fantasma
Un espasmo contrae mi cuerpo,
Temblor convulsivo
Agita mí^ miembros,
Y en el colmo de un pavido espanto.
Que me pone de punta el cabello.
Quiero hablar ... y exhalo un gemido.
Quiero alzarme en el catre y no puedo.
Pero trae el instinto su orgasmo
Y, á su impulso animal y violento,
Que me presta galvánica fuerza.
Hago un movimiento:
Bruscamente rechazo al Vampiro
Que me chupa la sangre en sus besos.
Después, me incorporo
Y, por fln, ya del todo despierto.
Enjugando el sudor que me baña
La frente y el pelo.
Me digo entre dientes:
«¡Qué espantoso, qué horrible este sueño!;
\
AUKIAXO M. AGUIAR.
Diiii'iiilirc 1!
i
— 257 —
Tears atid Pkasure
Yinierotí la« caricias — después de las tTÍste3as —
¡Se pinta el arco iri^^ — conclaida la tormenta!
I/OS Ibesos se tomaron — ardientes como lia-mas —
I/OS peclíos parecían — tener purpúrea latía . . •
Ta g-arganta emitía — quejidos ¡ Lella ofrenda!
íl^irra para mi alma — qm era una sombra inmensa . . .
Tus manos su. enroscal)an — caal dos albas serpientes -
Q.n mi cuerpo, -casallo de tus placeres crueles . . .
Gomo á líijos del "Prodigio — tus ojos go miraba —
Tus ojos dolorosos — forjados con nostalgias !
Tu cuello aparecía — como un castillo Manco —
Qn cugo parque un cisne entonara sn canto . . .
L-a "Ooclíe era profunda ^ como crueldad gitana —
6.1 mar con sns espumas _ protestas murmuraba . . .
L-a I/una se mostraba — en el cielo estrellado —
Gomo un dantesco espectro — qm gime en el Qspacio . . .
¡ Oli encantos de los besos después de los S0II030S !
¡ Olí encantos de la niebla — después de días l^ermosos !
Qn mi espíritu siempre — cantarán sns recuerdos —
^un cuando nuestro idilio — será un ruiseñor muerto!
Tendrán las saamdades — de un fino terciopelo —
Tendrán las -oibraciones — dolientes de un arpegio ! . . .
Julio Hsxúl IVIendilahapsu.
oB<M**nenKH*-tlv, 29 9* 3-itíío de- 1907.
— 258 —
^ota5 ^obfQ gruxela^
Al salir de París es difícil hallar
otra ciudad que deje tan grata im-
presión La Helvecia moderna tie-
ne, como ningún otro lugar del
mundo, el prestigio de la elegancia
refinada, de la espiritualidad sutil,
de la distinción noble. Todo aque-
llo que constituye lo que Gómez Ca-
rrillo apellidó
^'-
«alma encan-
tadora de Pa-
rís ».
Br ux e las
guarda á dis-
tancia cié rt a
semejanza con
la noble capital
francesa En la
lucha de los
pueblos euro-
peos para al-
canzar la he-
gemonía del
continente, el
qspíritu fran
cés ha sabido
captarse al bel-
ga; y costum-
bres, lengua,
modos de pen-
sar, son conio
una prolonga-
ción parisiense
en Bruxelas El
esfuerzo ale-
mán ha podido talvez conquistar el
predominio comercial, pero aquello
que constituye la vida misma del
hombre es francés por excelencia.
Admirable ejemplo el de Bélgica
para enseñar lo que pueden la cor-
dura y la sabiduría humanas .Este
país de territorio limitadísimo ocu-
pa hoy, merced agrandes virtudes
cívicas, la mejor situación económi-
ca del mundo y su población alcan-
za la mayor densidad conocida.
Formado de elementos heterogé-
neos, la disparidad entre flamencos
y walones si en ocasiones reapare-
Paro Ai'OLo
ce, se eclipsa cuando así lo exige la
común prosperidad. Los flamencos
reclaman para su lengua las mis-
mas prerrogativas legales concedi-
das al francés, y en tal reivindica-
ción van tan lejos que abandonando
el campo de la justicia y de su con-
veniencia, piden que el habla fla-
menca sea con-
=a
HITOHHEIiOS
¡Yo era un niño, yo era un niño,
y cuánto ya te quería!
El dolor (le mi carino
era mi sola alegría.
Siempre en el alma la idea
(le s(>r contigo sincero :
- ¡ Mañana como la vea,
le diré cuánto la (juiero ! . . .
Y cuando á tí me acercal)a
te miraba, te miraba,
y á hablarte no me atrevía
de anuel tímido cariño . . .
; Yo era un niño, vo ora un niño.
uánto ya te quería !
Francisco Vu.i.aksi'ksa.
8?:
sagrada como
la propia de
Bélgica.
Raza fuerte
por sus condi-
cionesde vigor
físico y de in-
dependencia
personal, los
flamencos son
poseedores de
un elevado sen-
timiento artís-
tico. En las
épocas de su
mayor flores-
cencia conta-
ron á Rúbeas,
el gran maes-
tro de la escue-
la decorativa,
Van Dick, Jor-
daens y Te-
niers, creado-
res de belleza
insigne.
Si en la pintura y en la escultura
han llegado á la más alta cima del
arte, no han obtenido el mismo
grande éxito al cultivar las letras
en su propia lengua. Dista mucho
de ser una inferioridad efectiva de
las mentes flamencas para esta cla-
se de trabajos, porque muchos de
los escritores que tienen puesto de
honor en el mundo de la literatura
son hijos de Flandes, pero todos
ellos prefieren modelar sus pensa-
mientos en el habla francesa para
la cual han cosechado muchas pá-
ginas plenas de hermosura. Sin du-
:«
259 -
da el flamenco es un idioma secun-
dario visiblemente inarmónico, y su
literatura, exceptuadas las obras de
Enrique Gonscience y alguna otra,
no ha traspasado reducidos límites
ni merecido la versión á extranje-
ras lenguas
El teatro flamenco con escenas
en Bruxelas y Gand, no ha marca-
do nivel digno de tenerse en cuen-
ta Forma contraste con el cata-
lán cuyo renacimiento es verda-
deramente admirable Ouimerá no
sólo es aplaudido por sus hermanos
en lengua y sus hermanos en nacio-
nalidad sino que lleva á más remo-
tos confines los ecos de su gloria.
«De Tierra Baja», aparte la tra-
ducción al castellano, exist? una al
francés que con el título de « La Ca-
talane » será adaptada á la escena
de la gran ópera de París en la
temporada próxima.
El movimiento intelectual de
Bruxelas figura entre los más acti-
vos y entre los mejore^ Sin hablar
de Maeterlinck y d) los hermanos
Rosny, más exactamente clasifica-
dos entre los parisienses, citemos
á Camille Lemonnier, novelista de
creaciones vigorosas, al delicado
Alberto iMoc'^el y á Verhaeren, con-
siderado por muchos como el pri-
mer poeta belga de la hora pre-
sente.
Las ciencias políticas y sociales
tienen brillante representación en
la Universidad Libre y en el Insti-
tuto de sociología, fundada la pri-
mera por Verhaegen, establecido el
otro por Ernesto Solvay. No existe
trascendental problema económico,
ni descubrimiento en las ciencias
naturales ó en las filosóficas, ni
grande hecho colectivo que preocu-
pe al mundo contemporáneo, cuyo
eco no repercuta en la Universidad
do Bruxelas: Vermeylen desarrolla
la historia del arte; Góblet d'Alvie-
11a los principios generales de la
evolución religiosa; Denis, diputa-
do soeialista, entusiasta como un
hombre de 848, expone sus ideales
de reformas; WasvAciler enséñala
ciencia sociológica y lleva al espíri-
tu de sus discípulos el amor al siste-
ma de la exactitud matemática en
las ciencias sociales con sus confe-
rencias sobre estadística y demo-
grafía.
Así en un ambiente de libertad
va siendo mayor la prosperidad de
este pueblo; va escalando máfe al-
tas cimas su espíritu. La riqueza
se desarrolla en un movimiento pa-
ralelo: los muelles de Anvers ase-
diados siempre por los grandes
vapores mercantes; la industria
metalúrgica ocupando millares de
obreros y grandes capitales. En to-
das partes bulle el trabajo y se
siente la inteligencia Por doquiera
se percibe el esfuerzo fecundo de
un pueblo feliz.
Enrique OLAyA Herrera.
Bruxelas, i:t07.
•■o{l$C:íX$i}o-
]SC"CrE:STK.OS COLjPí.]BOPíLjPs.DOI^ES
En otro lugar del presente número publicamos el
retrato del excelente poeta colombiano Alberto Sán-
chez, yn conocido de los lectores de Apolo. Inserta
mos también una poesía de Pacho Valencia y prome
temos para el próximo número su retrato y otra poesía
^uya que acaba de enviarnos el primero de los poetas
nombrados. Ya tendrán nuestros lectores ocasión de
juzgar las condiciones del distinguido poeta Pacho
VR\enc^^. N. DE LA R.
— 260 —
^iblio^ráfiea^
Iiibpos y folletos recibidos
IPoeíSÍa-s, ^ POR Ernesto v
Adolfo León Gómez. Bogotá ' Co-
lombia ). — El doctor Adolfo León
Gómez, autor del hermoso drama
«El Soldado» del cual hablamos en
números anteriores, acaba de obse-
quiarnos con un grueso volumen de
poesías que publicó en colaboración
con su hermano Ernesto cuando am-
bos eran adolescentes. Tanto las poe-
sías de Ernesto, el hermano desapa-
recido, como las del sobreviviente,
son muy sentidas y delicadas, aun-
que no hay en ellas el vuelo de las
escuelas modernas, justificable esto
pues el tomo que nos ocupa fué edi-
tado en el año 1890, es decir, mucho'
antes de que se operase la evolución
literaria en América. En cambio, son
todas ellas ricas de emotividad y es-
tán llenas de ideas originales
IE^re;se:ripe:iorxe;s y téar-
irainos le;ga.le;s, póR Adol-
fo León GÓMEZ (Bogotá) — Ade-
más de sus tareas literarias que han
aportado alas letras americanas un
preciado contingente, el doctor Gó-
mez, avezado en la lucha por la vi-
da, se ocupa magistralmente de las
cuestiones jurídicas, harto prosaicas
y opuestas ellas al alma de los inte-
lectuales, ensoñadora por excelen-
cia Con el libro que dejamos ano-
tado, el doctor Gómez completa su
doble personalidad de literato y ju-
risconsulto. «Prescripciones y tér-
minos legales» viene precedida de
unos conceptos elogiosos del magis-
trado señor Isaías Castro V , que po-
nen de manifiesto las dotes excep-
cionales del aplaudido autor de *E\
Soldado».
jPs-lba. Lírica.-, por Luis Co-
rrea. Caracas (Venezuela). — Un
nuevo portalira americano viene á
engrosar las filas de la hueste lite-
raria Luis Correa, un adolescente
que se inicia con laudables entusias-
mos y pertenece á la nueva genera-
ción de poetas venezolanos, nos ha
obsequiado amablemente con un
ejemplar de su «Alba Lírica», volu-
men de poesías cinceladas con pri-
mor. Ellas son un preludio, pero
un preludio triunfal que revela al
poeta apto para todas las manifes-
taciones del pensamiento. Pocas son
las composiéiones que componen es-
ta.ülw^ta, pero ellas bastan para re-
eonoc0P en su autor las dotes excep-
eiónátiés del poeta. «Alba Lírica»
esta dividida én tres partes : « Aba-
nicos gaiántes», «Alas de Cisne» y
« Holocaustos • y trae un breve pró-
logo deil señor Jesús Semprún y una
carta del conocido literato Pedro
Emilio Goll.
Topa-crioSj por Rafael Án-
gel Troyo San José (Costa Rica).
— Constituye el presente volumen
una serie de cuentos y fantasías es-
critos en admirable estilo y llenos
de entusiasmos y ternuras juveni-
les Su autor, harto conocido en los
círculos literarios de nuestra Amé-
rica, pinta allí diversos y conmovi-
dos paisajes y recorre toda una ga-
ma de estados de alma, sin profun-
dizar el concepto, lo que hace que
en la lectura de sus diferentes com-
posiciones el lector halle siempre
un deleite nuevo para el espíritu.
La obra trae un pTólogo del exqui-
sito poeta colombiano Julio Flórez y
contiene las siguientes composicio-
nes: « De Blanco y Rosa >, « Después
del Crespúsculo . . . » « Los Luceros »,
«Los Primeros Versos», «Nela»,
• Supremo Instante», «Las Manza-
nas», «Del Pasado», «El Rubí»,
«Del Tiempo Viejo», «La Tristeza
de la Luna», «El más viejo de la
Aldea », « Aquella Noche », « Eterno
Anhelo», «El Pañuelo», «Acuarela »,
«En la llanura inmensa»
La. cra.neiórx de la. xri—
da. i poe;sía.s ), La. (zecn.-
eión de: la. ±an.txe;rte ípro-
261 —
; ), POR Vicente Medina. Car
TAGENA España ; — Vicente Medi-
na, el inspirado poeta murciano
que nos ha favorecido galantemente
con algunas de sus poesías inéditas
acaba de obsequiarnos con un ejem-
plar de cada una de las obras que
dejamos anotadas. Sin mayor espa-
cio para extendernos en un jui-
cio, y sí para acusar recibo de
ellas, diremos que se trata de dos
obras de un poeta ya consagrado
en Hispanoamérica. Por lo demás,
Vicente Medina es conocido y alta-
mente apreciado
entre nosotros Es-
to es lo mejor que
podemos decir en
su elogio al agra-
decer su obsequio.
El autor de «Aires
murcianos» pre-
para actualmente
un nuevo tomo de
composiciones
poéticas que se ti-
tulará « Poesía ».
Ca.annpa.fia.
Florid-a., POR
Ricardo Arena-
les Barranqui-
LLAiCOLOMBIA).—
Es un breve y bien
sentido poema es-
crito casi todo él
en versos alejan-
drinos espontá-
neos y salpicados
de innumerables
bellezas. Su autor,
que lo es también
de otro poemita
intitulado «La tristeza del camino,»
pone de relieve en él sus cualidades
de poeta descriptivo, y demuestra
un gran amor á la naturaleza de la
cual es fiel intérprete.
! Lástima el prosaísmo de ciertos
versos y el cambio en la métrica
sin ninguna transición! Nos referi-
mos á algunos versos libres y á al-
gunas expresiones antipoéticas que
afean el poema aquí y allá. ¿Es
versolibrista Ricardo Arenales ?
Creemos que si, á las veces. En
«Campaña Florida», la repetición
del verso final en ciertas estrofas,
I. Emilio Aragón
no resulta. Sin embargo, estos luna-
res, que dejarían de serlo si se tra-
tase de una obra completamente li-
bre en la forma, no amortiguan
mayormente la hermosura del poe-
mita que nos ocupa, y que es, en
conjunto, sumamente grato y deli-
cado.
¿Tu-icrio lite;xa.rlo sobre;
el escritor soeia.lista.
j9ÜD(zlsLxá.o K-oea., 'or José
G. Bertotto. - Es un folleto de 14
páginas escrito en estilo sobrio y
con amplio criterio filosófico y lite-
rario. José G Ber-
totto estudia la
personalidad lite-
raria de Abelardo
Rocca, en síntesis,
sin detenerse ma-
yormente en los
rasgos caracterís-
ticos de aquel es-
critor extinto, pe-
ro llevándolos al
conocimiento del
lector En un estu-
dio así, hecho á
grandes rasgos,
se necesita poner
de relieve las prin-
cipales cualidades
y el alma del es-
critor juzgado
Eso es lo que ha
hecho Bertotto en
su folleto reciente,
que trae dentro
de su concisión,
breves y hermo-
sas digresiones so-
bre la lucha eco-
nómica y la moral de la actual so-
ciedad.
El compañero Bertotto tiene en
preparación dos obras más: «Des-
de la cima» (de lucha) y «Visio-
nes » ( cuentos ).
jPLlnaa. trágica., por Isi-
dro Rodríguez Martín — Hemos
recibido con amable dedicatoria á
la revista este nuevo libro impreso
en los reputados talleres de la Li-
brería Moderna. En cuanto lo lea-
mos emitiremos nuestro juicio.
Mientras tanto diremos que la obra
de Rodríguez Martín, ha sido bien
262
recibida en nuestros círculos inte-
lectuales. Agradecemos el ejemplar
que se nos ha enviado
NUEVO CANJ:
!E^e;cia.gogís. y le;tra.s. —
Ecuador — Por vez primera lle<?a
á nuestra mesa de redacción esta
importante revista mensual que se
publica en Guaj^aquil, Ecuador.
Bien impresa, con multitud de
grabados y excelente material de
lectura, es una revista que se abrirá
camino entre sus similares. Son
redactores y directores de ella las
siguientes personas. — Vicente D.
Pintos Larrea, fíustavo Lemos. R.
Alfredo Sanz, R. y Erancisco J Me-
neses.
lXle;s literario. — CoRO. —
Venezuela. — Hemos recibido por
vez primera, un ejemplar de esta
revista literaria que en Coro, Vene-
zuela dirigen los escritores siguien-
tes: Antonio Smitli, Carlos Díaz del
Ciervo, Camilo Arcaya, F. Smith
Monsón y Felipe Valderrama. lías-
tan los nombres citados para dar
una somera idea de la importancia
de los trabajos que colman las pá-
ginas de Mof Lite' II ■ i >.
Cxtxaya.qtj.il a.rtístie:o.
Guayaquil — Ecuador — Nos ha
visitado esta importante publica-
ción quincenal que en Guayaquil di-
rige el brillante escritor Juan Anto-
nio Al mínate. Los números que te-
nemos en nuestro poder adunan á
lo selecto del material de lectura,
su presentación tipográfica
Te:pie; X_ite;ra.rio. — MÉJI-
CO. — Es una bella revista mensual
de literatura y variedades, de re-
ciente creación La redactan los se-
ñores Arturo Moreno y Contreras y
Solón Agüello Retribuimos el canje.
jPLlpa. Ilixstra.d.a.. — San
Salvador. — Bajo la dirección y re-
dacción de los brillantes escritores
Isidro Moneada y Saturnino Cortés
Duran, ha empezado á publicarse
esta importante revista quincenal
de artes, ciencias y letras. Impresa
en excelente papel de ilustración,
con hermosos y nítidamente impre-
sos grabados, trae escogido material
de lectura rubrado por escritores ya
consagrados en América. Retribui-
mos canje.
La KLe;pt£bliea de; las
lístras — IXEad-rid., — Ha em-
pezado á visitarnos esta importan-
te revista madrileña Buena colabo-
ración, y excelente material gráfico
traen los números que obran ya en
nuestro poder
J>í-UL<z.\rsL Era -lXle;nd.o-
za. IE^e;pi.£blie:a jPLrge:jn.-
tirxa — Bajo la dirección del bri-
llante escritor uruguayo, Arturo
Ernesto Agnirre, se publica en la
ciudad, de Mendoza la revista tri-
mensual así titulada. « Nueva Era »
es una publicación excelente, reple-
ta de escogido material de lectura
y de no menos importante material
gráfico, que está llamada á tener
larga y próspera vida.
Es suficiente garantía el nombre
y la preparación literaria de su di-
rector. Con placer dejamos estable-
cido el correspondiente canje.
V"e;rciad.. - Santiago de Chi-
le — Hemos recibido el primer nú-
mero de esta interesante revista de
arte, ciencia y crítica que dirige el
distinguido literato Luis Roberto
Boza, ya conocido de los lectores de
«Apolo ». Trae un sumario muy nu-
trido y selecto En el número que
tenemos á la vista hay colaboracio-
nes de Víctor Domingo Silva, R.
Blanco Fombona, E. Gómez Carri-
llo, Juan Ballesteros, Luis Roberto
Boza, Pedro Sonderegger y otros
reputados escritores hispano ame-
ricanos.
Saludamos al nuevo colega y de-
jamos establecido el correspondiente
canje.
Eleos del Frogreso. —
Salto - Hemos recibido varios nú-
meros de este importante diario que
redacta nuestro compañero de re
dacción Perfecto López Campaña.
Bien impreso y con excelente mate-
rial, E'ioa d"l i'rogre'in es uno de
los diarios mejores de nuestra cam-
paña.
X- íneas — Cartagena — ( Co-
lóme r a ). — Hemos recibido el pri-
mer número de esta elegante y selec-
ta revista literaria. Bien impresa, en
■^"ÍSífe.
263
papel de ilustración, y con un su-
mario excelente y variado, ella está
llamada á ser una de las principa-
les revistas colombianas. Saludamos
al nuevo colega y dej amos estable-
cido el canje.
La. !Re;pt£blie:a., — Ba-
RRANQÜILLA - ( COLOMBIA \ — A
nuestra mesa de redacción han lle-
gado ios números 85, 86 y 88 de es-
te interesante diario quese publica
bajo la dirección del señor Rubén
Moreno V. Agradecemos el envío y
corresponderemos al canje de prác-
tica.
EIl I>l<DTt(z di<z. !Btxenos
SuIt^s^ — San
Nicolás — Hemos
recibido algunos
números de este
importante diario.
En uno de ellos se
ocupa la redac
ción de uno de
nuestros redacto-
res; el poeta Ovi-
dio Fernández
Ríos, con motivo
de la publicación
en dicho diario,
de una poesía de
aquel poeta, titu
lada « Mi Lira »
PiL e; -u- i s t a.
de; G!-txa.d.a.-
la.ja.3ra.. — He-
mos recibido el
primer número de
esta hermosa re-
vista ilustrada que
se publica en la
ciudad de Guada-
la jara ( Méjico ). Trae un escogido
material y excelentes fotograbados.
Z.ig-Z.a.g.— Santiago de Chi-
le. — Tenemos á la vista los núme-
ros 133 y 134 de esta exquisita revis-
ta semanal literaria y de actualida-
des. Es, sin duda alguna, entre las
de su índole, la mejor que se publica
en América, tanto por su esmerada
impresión como por los hermosísi-
mos fotograbados y el material lite-
rario que contiene. Los números que
citamos traen bellas reproducciones
de algunos cuadros de artistas
chilenos y elegantes carátulas en
ÜBALDO R. Guerra
tricromía trabajadas con mucho
acierto.
Agradecemos su envió y corres-
ponderemos al canje de práctica.
^T'id.a. inte;le;crt-u.a.l. — San
Salvador. —Ha llegado por prime-
ra vez á nuestra mesa de redacción
esta revista de ciencias, letras y ar-
tes, que dirigen los distinguidos es-
critores Alonso Reyes Guerra y Jo-
sé D. Gorpeño, correspondientes á
la Academia de El Salvador El nú -
mero 3 que es el que tenemos á la
vista, está dedicado á la memoria
del escritor y poeta Isaías Gamboa,
fallecido el 23 de Julio de 1904 en el
Callao (Perú).
Su sumario es
muy variado é in-
teresante
Saludamos al co-
lega y dejamos es-
tablecido el canje.
CANJE ORDINARIO
«Páginas Ilus-
tradas», San José
de Costa Rica; «La
Quincena », San
Salvador ; « Le-
tras», Habana (Cu-
ba); «El Diluvio»,
Barcelona; «Ger-
men», Buenos Ai-
res; * Caras y Ca •
retas», Buenos \i-
res ; « Letras »,
Buenos .\ires; «El
Deber Cívico», Me-
ló; «El Iris», Ce-
rro ; « Verdad »,
Montevideo; «El Anunciador Costa"
Rícense», San José de Costa Rica ;
«Natura», Montevideo-; «América»,
Habana (Cuba); «El Civismo», Ro-
cha; cEl Orden», Minas; «Nueva
Vida», San Salvador; «Vida Nue-
va», Florida; «El Obrero», Rocha;
«El Heraldo», Maldouado ; « La Tri-
buna Libertaria », Montevideo; « Re-
vista Gráfica», Montevideo; «Éli-
tros», Maracaibo (Venezuela); «La
Voz del Perú», Iquique; «Trofeos »,
Bogotá
^-:h^.c
i '
— 264 — '
Revista talitia
En brevo llegará el primer número de esta publicación mensual que
dirige en Madrid, el distinguido y galano poeta Francisco Villaespesa,
ya conocido en nuestro ambiente literario.
Se trata de una revista llamada á ser portavoz del pensamiento
contemporáneo, pues colaboran en ella escritores consagrados tanto de
Europa como de la América Latina.
He aquí su sumario:
« Giosue Carducci », conmemorado por Gabriel D'Annunzio. —
.«Viaje sentimental» (poesías , por Francisco Villaespesa. -«Una
.aventura de Don Juan - ( novela en forma dramática ), por Alfredo
Blanco. — « El desayuno », por Miguel de Unamuno. - « El libro de las
Victorias » ( diálogos ) por Isaac Muñoz - « La balada de Almoraduj »
y « Elegía * i poesías , por Juan R Jiménez. — « Soneto », por Rubén
Dariü. —«Rosa de la tarde», por Ramón del Valle -Inclán. -«¡Muer-
ta! • (poesía), por Amado Ñervo. — « Jaculatorias místicas», por Juan
Puyol. -«Soneto», por José Santos Chocano — «De Unamuno y sus
-versos» (estudio crítico), por Augusto Vis^ero. — « Los grandes poe-
tas*; « Romance «, «La Nereida», « Harlem » y «Crepúsculo» (poe-
sías ), por Eugenio de Castro. — « La medida de las horas », por
Mauricio Maeterlinok. — «Rimas del Trópico , por .Alfredo Gómez
Jaime —«El sentimiento religioso v la crítica», por José Enrique Rodó
— ,í; Staccati », por Tomás Morales. — «La marcha de las águilas»,
(páginas de viaje \ por Tulio M Cestero —« Los nuevos poetas», poe-
sías de Manuel Monterrey, José Muñoz Sanromán, Gonzalo Molina y
Félix Cuquerella. — «Viejos y jóvenes», por Antonio de Hoyos —«De
música: «Un músico español» (Ramón Montilla ', por Leonardo Sherif.
— « De arte >, por José Francés. — Bibliografía : *• Carmen é Historias
perversas », por Fernando Fortún. — « Prosas laudes » por Leonardo
Sherif. — « Citerea », por Felipe Sassone. « Tristitise Rerum », por M.
Romero Martínez.. - « La cueva de los buhos » por Augusto Vivero —
«Versos de Abril* y « La hora romántica», por Ángel Luya — Otras
notas de E Ramírez Ángel; Tomás Morales, Gonzalo Molina, etc. — «Re-
vista de revistas .
Como se ve, el sumario es excelente.
Revista Latina estará en venta en la Librería Moderna de O M.
Bertani, Sarandí 240, y 18 de Julio 34?; lo mismo se atenderán los pe-
didos qué se hagan á la Administración de APOLO.
El corresponsalato de Revista Latina en Montevideo, ha sido con-
fiado al director de APOLO, el cual ha recibido la siguiente comuni-
cación :
A Pérez ¡/ Ci'ris.
La dirección de esta Revista, ha acordado nombrar á usted, redac-
j:or de la misma en Montevideo.
Madrid, 15 de Agosto de 1907.
El Director. • ' El Secretario.
Villaespesa. José M. Harco.
El Administrador.
M. DE Castro.
flPOüO
HEVlSTfl DE flí^TE
« V SOCIOIiOGIfí -
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Redactor: V. LÓPEZ CAMPAÑA — Secretario de Redacción: O. FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO II — N." 9. Montevideo— Buenos Aires, Noviembre de 1907.
Rií)ios í)olíticos
Entre los infinitos órdenes de riitios. Icis polí-
ticos son los más toscos y detestables. Tre[ioí'f
era nno de ellos, isual qíie García Moreno, el
l)residente canonizado, y como los ripios, sea
cnal fuere su orden, se hacen siemjtre odiosos,
ambos fueron eliminados.
Los actos de crueldad ejecutados con toda clase de refinamien-
tos por la policía del Imperio Moscovita, se han puesto en práctica
aquí por mandato del actual jefe político coronel West.
El asalto llevado á cabo recientemente contra el Centro Inter-
nacional, é iniciado por un conocido vivevr al servicio de las auto-
ridades, demuestra evidentemente la mala voluntad del Gobierno
en poner coto á los desmanes de la banda policial y lo hace cóm-
plice, al mismo tiempo, de los atentados cometidos por ésta en el
seno íntimo de las colectividades obreras. ¿Si así no fuese, el seílor
Williraan no hubiera destituido inmediatamente al coronel West
como persona inepta para mantener elorden público, j apta, muy
apta para provocar el desorden? ¿No lo hubiera destituido después
de las terribles acusaciones formuladas contra él por el periodista
Leoncio Lasso de la Vega en su tonante « ¡ Yo acuso ! i» ?
Esa actitud pasiva del poder ejecutivo merece los más acerbos
reproches. El primer magistrado no procederá como el caso lo re-
quiere, y el coronel West seguirá en su puesto tejiendo nuevas
redes para apresar á los cruzados de la libertad é imponiendo á su
antojo leyes inquisitoriales no sancionadas aún por ningún gobier-
no de los países civilizados.
Un jefe político es el encargado de velar por los derechos del
pueblo que para eso paga impuestos y contribuciones, pero él no
puede coartar e&os mismos derechos sin extralimitarse en sus atri-
buciones. Y si lo hiciere: ¿no hay quienes podrían condenarlo
por abuso de autoridad ?
Sí, que los hay, pero como todos ellos son lobos de un mismo
cubil, se comprenden, y lo que hace uno es aplaudido en coro por
los otros.
¡ Así va la Democracia ! ¡ Hacia la desaparición, desde que el
señor Williman ocupó la silla presidencial, incierto y vacilante
como un doncel que, por primera vez, requiriese de amores á una
dama!
PÉREZ Y CURIS.
*a
— 2ti(; —
José EnriqueíRodó
EN 1906
0^ mi cari-era
Para Apolo
La intolerancia puede ser, transitoriamente, una
fuerza fecunda y poderosa en el espíritu del poeta
innovador, del que descubre un mundo y no tiene ojos
más que para verlo, ni entusiasmos más que para amarlo
— 267 —
Jamás puede ser sino una limitación odiosa é infecunda
en el espíritu del crítico. Mes haines es una obra intere-
sante y viril, porque detrás de su clamoreo de guerra se
siente sonar el férreo paso de una legión de libros
conquistadores. Sería una obra que ya no leería nadie
si sólo significase un poder de odiar que no estuviera
unido al don genial de la creación.
— Hay quienes con la afectación de una frialdad
displicente pretenden demostrar un exquisito y refi-
nado buen gusto. Pero ya observó Vauvenargues que
el no saber elogiar jamás sino con tibieza, es una de
las pruebas más irrecusables de mediocridad.
— La superioridad de la crítica moderna consiste
esencialmente en el sentimiento de la tolerancia, que
tanto la anima y enaltece; en su infinita capacidad
de comprender; en su insaciable aspiración á discul-
parlo y explicarlo todo. Consiste ella también en haber
hecho, de lo que antes era un juicio austero y des-
carnado, una psicología penetrante y una historia de
las costumbres y las ideas. Pero nunca llegará á for-
marse un concepto justo de esa superioridad si no se
tiene en cuenta la reconciliación de las formas de la
crítica can el estilo y con el arte: la variedad infi-
nita en las formas de expresión, que, permitiendo al
crítico literario ser, alternativamente ó á un mismo
tijmpo, un conversador; un maestro, un poeta, un no-
velador, un moralista, hacen de la crítica man jada á
la manera de Sainte-Beuve ó de Taine, una especie de
arte resumitivo, y del crítico artista un hombre de
muchas almas^ como aquellos maravillosos humanis-
tas del Renacimiento !
José Enrique Rodó.
-o^íCXX^O^-
Uti lejano amor d-e tiifio...
. . . Muy cerca de mí ha pasado Corrían entre las flores
por el parque en primavera, los niños ... Los ruiseñores
como una visión postrera entonaban su cantar . . .
que al sentirse se ha borrado.
Y esa aparición ha sido
En el ambiente ha sonado para mí como un perdido
su vieja voz cual si fuera amor que he vuelto á encontrar,
una canción que dijera
algún dolor ignorado. Fernando Fortün.
^H
268
Para mi nido ^^^
(fl una niña)
¿Tá no sa!be« por q-aé go "hago "ücrsos
g canto incan«aMe como el pajarillo
qae !ba«ca en los campos, canta qae canta,
«a grano de trigo ?
"Paes e«, dalce prenda, porqae como el pájaro
también tengo nido
g en él mis liijaelos gae sé gae me esperan
abierto el piqaito . . .
¡ todo el ^anto día,
pío, . . . pío, . . . pío ! . . .
¿Tá no «abes por qaé canto triste?
"Paes es porq-ae l^e "oisto
Sobre el árido campo sin mieses
maerto an pajarillo
Qae, cantando, cantando, bascaba
sa grano de trigo ...
es porqae desliedlo
"üí también el nido
g en él sas l^ijaelos mariéndose de l^ambrc
g abierto el pigaito,
¡ todo el santo día,
pío, . . . pío, . . . pío ! . . .
Vieente JWIedina.
(■i) SJeí -ivw&vo iiito «Soedía», «--tv -ptc-tvía.
269
fttnor y dolor
A primera vista parece extraña
é inexpicable la relación entre el
amor y el sufrimiento, entendiendo
por éste la tendencia á deleitarse el
hombre causándolo y á experimen-
tarlo la mujer. No nos podemos
convencer de que una mujer fina y
de voluntad firme se enamore de
quien la hace víctima de malos tra-
tos, morales ó físicos, ni de que un
hombre inteligente, tierno y apa-
sionado, se complazca en martirizar
á su adorada, una vez que ésta se
le ha abandonado Para compren-
der tales perversiones del instinto
sexual, hay que tener presente, sin
embargo, que la mujer admite, sí,
el sufrimiento, la simple molestia ó
la sujeción por parte del hombre,
pero siempre dentro de ciertos lími-
tes. Así; podríamos considerar co-
mo grado normal de los mismos^
aquel sufrimiento ligero que el
hombre puede aplacar con sus cari-
cias, y que soporta, gustosa, la mu
jer, en cuanto es algo así como un
precursor del placer.
Ahora bien; si ese sufrimiento
excede de los referidos límites, aun-
que pudiera ser tolerado por razón
del apoyo que le presta su origen
biológico, no causaría disfrute. Y
esto porque quedaría forzada de un
modo demasiado violento la nota
natural, dejando de ser perfecto el
ritmo del amor. Una mujer puede
desear ser violentada hasta brutal-
mente si se quiere : más ese forza-
miento de su voluntad habrá de ser
encaminado á aquellas cosas que le
son esencial y profundamente gra-
tas. El hombre que deje de com-
prender esto, es un profano en cues-
tiones amorosas.
«Me gusta que me peguen para
obligarme á hacer cosas contra mi
voluntad». Tal me decía en cierta
ocasión una mujer, quien agregaba
que los golpes recibidos sólo le eran
sabrosos cuando no le hacían dema-
siado daño. La ilimitadaí sumisión
de Griselda no tiene acaso plena
razón de ser biológica, si bien, des-
de el pimto de vista artística, es
admisible cual una acabada pará-
frasis sobre nuestro tema, justifica-
da por esa terminación.
Este punto tiene otro ejemplo
que lo ilustra, en los siguientes pá-
rrafos de una carta escrita por cier-
ta señora:
« La sumisión al hombre es y será
siempre para nosotras un preludio
del placer. Ahora bien, por experien-
cia propia y por confidencias de ami-
gas, puedo decir que cuando lo que
se discute entre el hombre y la mu-
jer es demasiado importante, anula
por completo el sentimiento sexual ;
y por el contrario, en las, discusio-
nes sobre cosas pequeñas, el impul-
so sexual anula al pensamiento de
qierer tener razón. Si los dos sen-
timientos son iguales, plantéase el
conflicto, del que puedo conservar-
me apartada haciendo cálculos so-
bre cuál de ello? prepondera, si
bien yo trato de alentar todo lo po-
sible el sentimiento sensual. Si es
el otro el que predomina al fin,
queda un sentimiento de irritación
mental y de malestar físico.
Cuando el hombre se sobrepone
en discusiones pequeñas, bien pue-
de asegurarse que, en cada diez
casos, en nujeve experimento mos
excitación sexual. Si por el contra-
rio, esa preponderancia se ejerce
en cosas grandes, ó el hombre se
reconoce sin fuerza para imponer-
se, entonces se determina en noso-
tras un sentimiento de menosprecio
hacia él ó una sensación muy dife-
rente de la que él se propone.
Piensan las mujeres que los hom-
bres, si han de excitar las pasiones
femeninas, deben ser más fuertes
que las mujeres. No estoy conforme
con esa creencia. Un hombre apa-
sionado tiene muchas probabilida-
des en su favor, puesto que sus pri-
mitivos instintos son fuertes. El
270 —
deseo de subyugar á la hembra es
innato al macho, y en todas las
cuestiones pequeñas ejercerá éste
su autoridad para hacer sentir á
aquélla su poder. En ¡cambio, la
mujer sabe que en una cuestión de
verdadera importancia tiene mu-
chas probabilidades de salirse con
la suya, hiriendo la susceptibilidad
masculina, mayor que la femenina.
Un ejemplo, en apoyo de lo que
digo.
Hace algún tiempo me hallaba
una tarde en
cierto j ardín _-- -
público, oyen-
do tocar á una
banda militar,
cuando una jo-
vencita y su
novio vinieron
á sentarse cer-
ca de mí. Ella
filé la primera
en acomodar-
se, y el novio
por un capri-
cho cualquiera,
indicó á la mu-
chacha que se
sentara en otra
silla La joven
se negó, si-
guiéndose un
altercado. El
hombre repitió
la orden nue-
vamente, y es-
ta vez con tal
acento im
perativo, que
la muchacha
cambió de puesto inmediatamente:
— Creí que no me habías oído —
dijo el mozo, satisfecho. — Que no
vuelva á ocurrir esto.
Interesándome esta escena amo-
rosa, sometí luego á la io"ven al si-
guiente interrogatorio :
— ¿ Tenía usted algún interés en
sentarse en un sitio con preferencia
al otro ?
— No.
— ¿Le
placer la
respecto
gar ?
Abelardo M. G amarra
DircL-tor de Integridad
causaba á usted cierto
insistencia de su novio
á que cambiara de lu-
— Sí — me contestó, después de
una ligera duda
— Y ¿ por qué razón ?
i No sé !
— ¿Se lo hubiese causado del mis-
mo modo de haber usted deseado
verdaderamente sentarse en aque-
lla silla ? ¿ sí, por ejemplo, hubiera
usted tenido un grano en la mejilla
y hubiese querido ocultarlo á la vis-
ta de su novio.
— No. La idea de que él lo hubiese
estado mirando me habría enojado,
impidiéndome
experimentar
satisfacción al-
guna
Me parece
que este peque-
ño diálogo co-
rrobora mis
asertos En el
momento que
una cosa pro-
duzca á la mu-
jer verdadera
contrariedad,
desaparecerá
el goce físico ».
Ya sé que, al
evidenciar la
tendencia fe-
menina á delei-
tarse sufrien-
do, no faltará
quien me acuse
de que intento
degradar al se-
xo débil, dando
argumentos á
los que preco-
nizan la nece-
sidad de que la mujer esté supedi-
tada al hombre. Sólo diré que ya
hace tiempo pasaron los días de
discutir la sujeción de la mujer.
Fn cuanto á lo demás, añadiré
ahora que la tendencia en cues-
tión ha sido comprobada nume-
rosísimas veces, tanto en mujeres
anormales como normales, no nece-
sitándose, por tanto, insistir sobre
ese punto.
A aquellos que lamentarían la in-
fluencia de semejantes hechos so-
bre el progreso social, les diré que
no se sale ganando nada con tener
Lima
— 271 —
á la mujer por hombres menores.
No ; las mujeres son mujeres ; obe-
decen á las leyes de su naturaleza
propia ; su desarrollo se verifica
con arreglo á esas mismas leyes, y
no con arreglo á las leyes naturales
masculinas
Hoy, como en los tiempos de Ba-
cón, sigue siendo una verdad que
para aprender á dominar á la na-
turaleza debemos empezar por obe-
decerla. Ignorar los hechos es
arriesgarse á contratiempos en
nuestra apreciación del progreso.
Fl hecho particular que acabamos
de estudiar es vitalísimo, radical y
en extremo ai'tiflcioso en su in-
lluencia. Es sencillamente tonto
querer des.conocerlo. No podremos
formarnos mi exacto juicio de la
vida, ni llegar á una sana legisla-
ción de la vida, sin poseer un exac-
to y preciso conocimiento de los
instintos fundamentales sobre los
que la Vida gravita
ílAVELock Elms.
ta Fuerza cotitta las Ideas
Es un pensamiento favorito de
los liberales contemporáneos el de
que la fuerza no puede nada contra
las ideas. En lo que á mí se refiere,
confieso que no creo en esa impo-
tencia.
No veo que se pueda impedir que,
por medio del hierro y del fuego, se
haga callar la inteligencia.
En el siglo XVI Italia era la tie-
rra de las ideas. En el siglo siguien-
te habían desaparecido esas mismas
ideas, no por medio de discusión
sino por el derramamierito de san-
gre. En la misma época los países
Uajos eran muy herejes, lo que se
les quitó en virtud del hierro, del
fuego y de la horca. Cuando Felipe
II hizo quemar á todos los que pre-
tendían tener un pensamiento libre
y pobló de buhos las ciudades de
Gantes, Ih-ujas y Amberes, obligó á
los herejes á que callaran y recono-
cieran la santidad de nuesti^a fe.
En los países católicos donde las
ideas son el monopolio de algunos,
puesto que el fanatismo impide que
penetren en las masas, la luz de la
verdad parece un privilegio y se
hace odiosa á las multitudes cuya
única herencia son las tinieblas.
í^osa extraña, el hierro que no
puede n^da contra la superstición,
ha dejado ver que no es impotente
contra las ideas. Es que la una se
apoya sobre un gran número y las
otras sobre un pequeño grupo. Toda
la Italia se conmovió con la muerte
de San Javier, mientras veía con
indiferencia, los martirios de sus
grandes filósofos.
L'is Villani, Dante y el pueblo
italiano, se comprenden mutuamen-
te. VlaquiaveU), (iiordano Bruno,
Sarpi, Vico, Calileo y ese mismo
pueblo, no h:ui sabido compren-
derse
I Qué tienen que decirse si no se
conocen ?
Esa es una de las razones que ex-
plican porque Italia, Francia y
todos los pueblos que en el Siglo
XM se opusieron á la libertad reli-
giosa, hoy se ven castigados con la
impusibilidad de entrar, en el Siglo
XX, en la libertad política. No pue-
den respirar el aire de libertad.
¿Qué impórtala libertad de im-
prenta al que no sabe leer ? Qué la
de pensar al que no puede hacerlo
sin ser hereje ? Qué la de concien-
cia al que no se atreve á delibe-
rar ? Todas esas pretendidas con-
quistas del hombre moderno no se-
rán más que ideales y vanidades
para los pueblos siervos del papa
romano
El mundo del alma no existe para
ellos ; el que les ofrezca « pan y
circo » será más bien recibido que
quién les hable de libertad moral.
Edgar Quinet.
— 272 -
K-ecótidita armonía...
Ante su retrato.
Mujer, que has alcrinzrido vivir en mi memoria,
Que ante tu amor, tan sólo, mi orgullo se inclinó,
Que has hecho de mi vida, rincón azul de gloria.
Para que sueñe mi alma lo que jamás soñó:
Escucha: Yo te imploro hincando la rodilla
Perdón para mis culpas de prevaricador;
¡Oh amada, mi soberbia tan sólo á tí se humilla!
¡Lo que no pudo el mundo lo consiguió tu amor!
■,^K
- 273 —
Escucha, que yo quiero rezar mis oraciones
Ungidas de suprema sentimentalidad
Para que nuestras almas y nuestros corazones
Lleguen volando al templo de la Inmortalidad.
¡Oh, tú, que con caricias disipas mis enojos.
Que á mi pasión rebelde tu magestad venció,
Dime: ¿verdad que sabes, que son tus negros ojos
Los únicos espejos en que me miro yo?
¿Verdad, que tus encantos serán tan sólo míos,
Que has de ofrecerme siempre tu dulce bendición,
Que no has de darme celos, que no serán sombríos
Los cielos de las noches de nuestra excelsa unión?
Por ti, busco la gloria para adormirte en ella.
Por ti á la lid se apresta, mi noble juventud;
Y en mis noches de ensueños tu imagen es mi estrella,
Y en mi camino incierto, mi estrella es tu virtud.
Por tu alma y por tu nombre se yergue mi hidalguía
Como el león que guarda el nido de su amor;
¡ Si el mundo te ofendiera con su astuta falsía,
Al mundo le haría escombros para vengar tu honor !
Cuando te veo triste... ¡Qué enfermo yo rae siento!
Tú tienes con el llanto, consuelo á tu pesar!
Pero yo, que comparto tu mismo sufrimiento,
¡ No tengo ni una lágrima para poder llorar !
Cuando te veo enferma, mis noches son extrañas.
Son hondas mis ojeras por no poder dormir ;
¡Yo cruzaría océanos, abismos y montañas,
Y cien vidas daría por no verte sufrir !
Pero ¡ ay ! si llega un día que tú 'indiferente.
De mi alma y mis amores ya no te acuerdas más ;
Yo romperé mi lira contra mi augusta frente,
Y olvidaré mis glorias, pero tu amor... ¡jamás !
Oviüio Fernández Ríos.
— 274 —
acerca d^l **mod^raismo"
No (Je hoy, sino de larga fecha, y
un período de veinte años no sería
corto para fijar su iniciación, se ob-
serva una tendencia señaladísima
en las letras mundiales, pero espe-
cialmente en las castellanas, que
rompe con los viejos moldes, que
abre nuevos horizontes y que seña-
la ignorados senderos. Pueril y ne-
cio alarde de
erudición se-
ría señalar
los. distintos
« p r e c u r s 0-
res» de esta
tendencia.
Los nombres
son tantos, y
tan al alcance
están de cual-
quier gaceti-
llero que no
vale la pena
de mencio-
narlos. En la
revolución
rom;intica y
su correlati-
V o movi-
miento natu-
ralista tene-
mos el pei'ío-
(Ic) de incuba-
ción del nue-
vo arte. N.)de
la nueva « es-
cu e 1 a » La
tendencia,
positivamen-
te fructuosa
que ha dado
en llamarse
modernista, esiá bien lejos de ser
una escuela Todas las escuelas
son intransigentes: o>tentan re-
glas, cañones, moldes, tipos que
deberán imitarse, el « modernií--
mo» por el contrario, desdeña to-
das las reglas, fustiga á todos los
imitadores y exige, precisamente,
lo que exigía un escolástico, ó por
lo menos el « creador » de una
escuela: personalidad, temperamen-
JosK M.^ Fernández Saldaña
to, originalidad. Eso es lo que dis-
tingue, entre todas las tendencias,
escuelas y capillas que han apa-
recido en la escena literaria, á la
tendencia «modernista». Pide ta-
lento y además del talento algo dis-
tintivo y característico en cada ar-
tista ; no se conforma, como por
ejemplo, el « clasicismo » con que
se haya imi-
tado mejor ó
peor á Ar-
gensola, á
Hurtado de
Mendoza ó á
Cervantes;
quiere que no
haya imita-
ción. En tal
sentido nada
más benefi-
cioso para el
auge y brillo
de las letras
que ese asen-
dereado mo-
dernismo;
pero nada,
tampoco, que
ofrezca más
peligros por-
que ninguna
otra tenden-
cia artística
está más cer-
ca de lo «ba-
rrocco» y de
lo «cursi». El
prurito de la
novedad y de
la originali-
dad conduce
seguramente á la pedantería y
amaneramiento que son los gran-
des lunares del arte. Pero cabe
decir que el peligro que el ma-
nejo de la electricidad acarrea no
ha de vedarnos su uso, sino sen-
cillamente garantizarnos contra el
riesgo por medio de un conocimien-
to perfecto de los aparatos que va-
mos á manejar. El hecho, por otra
parte, de que haya electricistas tor-
275 —
pes no quiere decir que él fluido sea
inconveniente . . .
En mi concepto el modernismo
no tiene propiamente definición.
Como no tiene fórmulas que lo re-
gulen tampoco tiene fórmulas (jue
lo representen Y no es por cierto
que sea algo indefinible, sino que es
tan comprensivo que se hace preci-
so recurrir á una complicada serie
de circunloquios para expresar m
« la idea • sino la multitud de ideas
que envuelve « el modernismo ».
Siendo así, difícil resulta, en ver-
dad, indicar preferencias hacia de-
terminados autores que puedan ca-
ber en 1? clasificación de modernis-
tas : los modernistas no están ca-
racterizados por ningún rasgo «ab-
solutamente ♦ comiía como no sea
la repulsión hacia la vulgaridad, pe-
ro todo artista de antaño y de ogaño
ha experimentado siempre ese san-
to temor, y complícase aún más,
por ello, la clasificación deseada.
íln cuanto á lo que sea preciso á
la evolución de las letras esa ten-
dencia cabe asegurar que es benefi-
ciosa en el mas alto grado. La evo-
lución, en todos los órdenes, exije
la derogación de lo existente: el mo-
dernismo es irreverente. Para él no
hay majestades, para él no hay
«santones , no hay ídolos. Pudiera
llegarse á asegurar que lo> que se
cubren con la máscara modernista
proclamando Jefes de esta escuela,
son los menos modernistas de la
banda. Daríj, el gran Rubén, á quien
tanto deben las letras castellana»,
ha dicho en el prólogo de uno de sus
libros, contestando á los que de él
solicitaban pragmáticas y dogmas,
que « al proclamar un arte acrático
incurriría en con ra dicción dando
reglas nuevas para suplir las reglas
que él intentaba destruir. » La ob-
servación es de gran valor ; si el
modernismo se caracteriza por rom-
per con tradiciones, con modelos y
con .lefes, caería en el mismo defec-
to de que acusaba á sus adversarios
aceptando otras reglas en sustitu-
ción de las leyes que desdeñó ó que
quiso abolir
En esto se repite el c;"so de nues-
tras democracias americanas, que
destruyen un cacique para colocar
otro cacique en su lugar . . .
Podría intentarse la definición del
modernismo declarando que «es
una escuela que rechaza todas las
escuelas ». Pero esta artificiosa de-
finición tampoco es muy exacta. Lo
único que cabe aplicar á todos los
« modernistas » es esta caracterís-
tica : el predominio de la persona-
lidad, el anhelo de hacer or ginal lo
nuevo y lo viejo manoseado.
Un caso perfectamente típico de
* modernismo » es el de Gómez Ca-
rrillo. Es modernista por su concep-
ción ecléctica del arte, por su «dia-
fanidad» admirable en el estilo, por
su aticismo en la expresión, por la
novedad en las ideas. Y es no menos
característicamente modernista
Maeterlink, obscuro, intenso, subje-
tivo.
La crítica,la obra crítica de Gó-
mez GarriUo es un modelo de Mo-
dernismo: analiza á cada autor y
analiza cada obra de un modo tan
gallardo, que el lector va insensi-
blemente penetrando en el secreto
del artista estudiado como si las ob-
servaciones fueran hechas pjr sí
mismo, como si Gómez Carrillo no
hubiera estudiado, y profundi/.adoy
aquilatado con su extensísima cul-
tura, cada uno de los rasgos esen-
ciales de la producción de este ó de
aquel autor.
Manuel Ugarte es un modernista;
también lo es Dominici, como lo es
a su Uivii.) Vargas Vil a, el gran ro-
mántico
¿ Y podría hallarse cuatro nom-
bres más conocidos que los citados
y que correspondieran á autores
más esencial y formalmente anta-
gónicos ?
Gómez Carrillo tiene todaladeli-
Ciideza parisiense con la austeridad
halena y la harmonía latina; Igar-
te un vigor germano de pensamien-
to y una severidad y concisión in-
glesas ; Dominici tiene la finura de
un Da Vinci, la sutilidad de un Pe-
troniv); Vargas Vila la fuerza arro-
lladora del hispano, neta bravamen-
te hispano, con la grandeza de Hugo
( español por su alma ) y la arrogan-
cia de un Castelar.
— 276 —
Y son modernistas los cuatro . . dernistas los que usted prefiere ? »
Y cierro estas líneas copiando una Los prefiero . . . á todos.
de las preguntas de la enquéte ; que En arte y en amor me gusta siem-
contesto : pre lo nuevo . . .
- . i Cuáles son entre ,los_^mo- . ^^^^^^ ^_ ^^ Carricarte.
-o{i$CXC$&o-
acracia
Yo he soñado con una hembra generosa . . .
Generosa cual la pródiga Natura
Que nos brinda su hermosura
En la copa de los siglos que es espléndida y grandiosa.
Yo he bebido de sus ojos, he aspirado de su boca,
He sentido de su pecho
Y he robado pensamientos de su mente,
Y ella siempre generosa me ofrecía
De sus ojos, de su boca, de su pecho y su cabeza,
La fructífera simiente
Que alentaba con su fuego á mi poesía
Y aliviaba mis dolores, mitigaba mi tristeza
Y arrastraba mis ensueños juveniles
Por las férvidas comarcas de la Idea
Con sus hórridos desier os y sus plácidos pensiles.
En el cieno dormitaba
Sepultaclo en la carroña nauseabunda del Prejuicio ;
.No sentía ni pensaba . . .
Era un nulo y miserable desperdicio
Arrojado en los rincones, pisoteado como un trapo ;
De los hombres en la eterna mascarada
Yo colgaba de sus hombros como harapo
V decían (lue era túnica dorada.
Se reían do mi facha arlequinesca.
Se mofaban de mi horrible raquitismo...
¡Y olvidaban en su orgullo de ignorantes
Que eran todos á sí mismo !
Ella vino 'á (lospertarme del letargo vergonzante
Con su aliento perfumado de esperanza,
Y en mi noche repugnante
Yí los fúlgidos destellos de la aurora en lontananza.
En mi frente puso el fuego de los grandes pensamientos
Y en mi pecho las volcánicas entrañas,
¡Al unirse estas dos fuerzas, las montañas
Han caído á los abismos con estruendo de hundimientos !
Alejandro Sux.
Buenos Aires. Oetiiliic de lltOT.
277
_La Qsirofa dQ oro
Se habían quedado solos, como
olvidados allá en un ángulo semi-
obscurecido del salón, en tanto en
el extremo opuesto la señora de
Baires, las señoritas de Very Well
y la viuda de Bandolín, comentaban
en rueda los últimos acontecimien-
tos de la semana.
Era en un atardecer hermoso y
sofocante de Noviembre. Por las
abiertas vidrieras veíase un trozo
de la quinta : los sen-
deros enarenados del f~ - , -
jardín; las ramazones ['" ";
plomizas de las acá- \
cias; los simétricos I :' - ■
canteros de heliotro-
pos, de rosas, de mar-
garitas y de lirios, flo-
recientes todos en la
pubertad anunciadora
de la estación insi-
nuante; alguno*^ «píos»
de pájaros errabundos
vibraban en el aire so-
noro de la tarde cadu-
ca, y, en el polvo de
agua del surtidor, en
los claros del follaje,
en la lejanía blanca y
recta del camino que
esfumábase á lo lejos,
los oros del crepúsculo
chispeaban en una nie-
bla luminosa de fosforescencias me-
tálicas.
Se estaba bien allí, en aquel salón
amplio, cuyos muebles y colgadu-
ras, bronces y bibelots, iban per-
diendo poco á poco sus contornos
bajo la penumbra cada vez más
creciente del crepúsculo que avan-
zaba. A ratos, ecos lejanos y desva-
necidos, esos mil murmullos que en
el campo y á esa hora percibimos á
distancia, llegaban como en un va-
go espolvoreo de ruido, pero pron-
to eran ahogados por las voces de
la señora de Baires, de las señori-
tas de Very Well y de la viuda de
Bandolín.
— ¿Han estado ustedes en la ópe-
1
T. Vidal Belo
ra? . . . ¿Oh, aquello es admirable,
admirable? Los modistos se han
portado * comme il faut ! Sedas, vi-
sos, gasas, plumas: todo de lo más
chic. Luego, los descotes más pro-
nunciados ; las faldas ceñidísimas ;
los bucles con añadidos ... en fln :
i admirable, admirable!
¿ Y el tenor, el bello Pelandrini,
como le llamamos? . . . Qué mona-
da, qué monada ! — suspiró melan-
cólicamente la viuda
de Bandolín.
— En cuanto al con-
junto de la compañía
sentenció gravemen-
te la señora de Baires
debe ?er indudable-
mente notable! ¿No lo
creen ustedes así, se-
ñoritas de_Very Well ^
— Sí, señora: ¡nota-
bilísimo, notabilísi-
mo ! . . . Así es como lo
dice papá. . .
Allá en aquel rincón
discreto y distanciado
del círculo de señoras,
en su butaca de pelu-
che perla y estilo mo-
dernista, Vtarcel, el
poeta de «Las Nostal-
gias Crespuscnlares »,
arrellenado democráti-
camente sonreía á Graciela que, á
su lado, le recriminase con su vo-
cesita dulce y acariciadora de mu-
jercita mimada
— ¡Ali, ustedes, los poetas son
incomprensibles! ¿Querrá usted de-
cirme en que ha estado pensando
hasta ahora, así, en esa actitud hie-
rátiea de Bhuda contemplativo ?. . .
Marcel se alargó, se incorporó,
se estiró beatíficamente y como sa-
liendo de un ensueño en su butaca :
luego, dejando caer las sílabas, de-
sarticulándolas:
— ¡ In-com-pren-sibles ! . . . ¡ In-
com-pren-sibles! . . . ¡vaya, ha
dicho usted la palabra !
Era fino, movible, nervioso ; pero
278 —
tenía momentos de enervante in-
dolencia musulmana, idiosincracia
ésta que entre el círculo de sus
amigos y cenáculos int^ectuales
había logrado crearle cieírto presti-
gio como aristócrata f^iis-fagon,
graciosamente despreocupado y dis-
plicente, y lo que no obstaba para
que él aseverase que durante esas
crisis hubiera concebido sus poe-
mas más hermosos
Ahora, acariciándose con ambas
manos la cabellera undosa, dúctil >
suave como la de una mujer, son-
reía con laxitud, mientras sus ojos
sonámbulos y como obnubilados por
un velo de fiebre interior, miraban
hacia afuera, hacia el jardín, hacia
los árboles distantes, dormidos bajo
los vapores violetas del crepúsculo;
hacia el horizonte lacre, húmedo,
lleno de brumosidades grises, y
donde un sol rojo y sanguinolento
declinaba su ruta.
Callaron. Allá en el otro extremo de
1 ^. sala la señora de Baires había rea-
nudado nuevamente la conversación,
y su voz meliflua, enfática, henchida
"de genuílexiones graves, tenía gra-
daciones de una comicidad hermosa.
— Han leído ustedes el relato del
proceso Waddington ?. . . ¡ es inte-
resantísimo, interesantísimo ! Cuan-
tos comentarios ; cuantas intri-
gas qué de intimideces violadas por
ese prurito de la publicidad perio-
dística ! Y pensar que todo esto ha
ocurrido en el gran mundo, en la
óreme, en el chic . . . sí, en el su-
per-chic de la sociedad !
Exteriorizaba su indignación en
una inquietud airada de toda su
personalidad obesa Recogía con es
trépito su viso de moaré: hacía en-
tre-liorar los dijes de oro de su ca-
dena ; dejaba caer sus manos dimi-
nutas, dándose fuertes míinotadas
sobre los muslos cortos y carnosos
La viuda de Bandolín, placida,
bondadosa, siempre indulgente para
con las debilidades volubles do los
hombres, tuvo una frase de conmi-
seración hacia el héroe:
— Esos Waddington — dijo— han
sido feroces : Balmaceda era todo un
hombrecito ! — ¿ Ao lo creen ustedes
así, señoritas de Very Well ?
Esta pregunta hecha á boca de
jarro pareció turbar á las señoritas
de Very Well. Largas, flacuchas,
pecosas, de un rubio descolorido;
ambas vestidas de igaal manera,
sonriendo de igual manera, hablan-
do de igual manera, se las podría
confundir fácilmente como a una
gota de agua.
Balbucearon dos ó tres frases in-
coherentes é ininteligibles — Su es-
panto era visible. —Y luego, á una
sola voz, cantaron de plano su igno-
rancia de veinte años en un tan es-
cabroso asunto.
— ¿El proceso Waddington? ..
Balmaceda ? . . . no sabemos nada,
pero absolutamente nada de todo
esto. Juramos á ustedes que no he-
mos leído ni por encima esos rela-
tos ! . . como papá es así, tan se-
vero, tan delicado, tan... ¡Oh!
¿papá? ¿papá? ¡¡Ooooooooh! !
Atisbando á Marcel con sus gran-
des ojos picarescos semivelados
por sedeñas pestañas, Graciela ha-
bía proferido de repente un gritito
agudo y chillón.
— ¡Ta! ta! ta!.. ¡Pero que ton-
ta soy! —exclamaba, mostrando al
reir su dentadura diminuta y de un
adorable blancor. — ¡Pues no está
usted desde hace un cuarto de hora
empeñado en — ¿ cómo diré ? en
hallar esa estrofa de oro que según
usted será el remate glorioso de un
poema que la belleza de este cre-
púsculo y la perspectiva de este pa-
norama han logrado inspirarle ! . . .
¡ La estrofa de oro ! La estrofa de
oro! .. Vaya; y cuan graciosa le
ha parecido esta expresión suya á
mamá!
Reía como una colegiala : mos-
ti'ando los ojuelos de sus mejillas
morenas sombreadas p r una pelu-
silla de fru'a en sazón; echando
hacía ati^is su cabecita bruna ; es-
tremeciendo en locos sacudimientos
todo su cuerpo alargado y ág 1 cuya
frescura y gracia inspir'aljan \ui dul-
ce encanto de juventud y lozanía,
Marcel, inclinándose hacia ella, la
reprochó con dulzura:
¡ Qué cruel es usted! cómo se bur-
la usted de mí ! . , Y tan luego us-
ted que es acaso la única mujer que
#
— 279
en realidad me ha comprendido ; la
Tínica que al través de mis versos
ha sabido sutilizar mi alma y mi
corazón de poeta! ... ¡ Ah, Graciela,
Graciela ! . , .
Habíase aproximado aún máf?:
envolviéndola en el fulgor de sus
miradas; bebiéndola el aliento; ro-
zándola con sus ropas en la vehe-
mencia febril de sus ademanes.
Si, — prosiguió, — he dicho la es-
trofa de oro : aquella en que sinte-
tizaría toda el alma y la vida de
ese poema con que en estos mo-
mentos nos ofrenda la naturaleza
toda ¿ Qué ? ¿ acaso usted duda que
ella pueda existir ? . . . No la conci-
be? ¡Y pensar, va-
mos, — ¿ por qué
no decirlo? — que
usted podría con-
tribuir á su ha-
llazgo!
-¿Yo? ¿yo?. .
j Yo colaboradora
de usted !
Pero Marcel no
la escuchaba, y
con aquella su
verba que en oca-
siones se hiciera
más sugestiva é
insinuante :
— Oiga, — la di-
jo, - mire usted
ese jardín ; mire
usted esos helio-
tropos cuya fra-
gancia aspiramos;
mire usted esas margaritas que no
parecen sino hechas de nieve y oro...
y esas rosas en cuyos pétalos hay
epidermis de mujer . . y esos lirios
azules como ensueños que nos son-
ríen ¡ Oh, mire usted más allá, en-
tre las arboledas verdegueantes, esa
carretera que el crepúsculo ha te-
ñido de un rosado ágata . y más
allá, aún más allá, esos campos
adormecidos j que aman, que sue-
ñan y dialogan ; que nos dicen de
todas las tristezas y de todas las bo-
nanzas; que nos evocan todas las
V. NlCOLAU RoiG
pasiones y todos los idilios
:0h!
I usted no percibe con los ojos y el
espíritu toda esa intensidad de vida
impalpable pero que flota y fluye
en el aire y en las cosas ? ¿ Este
instante no le sugiere á usted nada;
ni un recuerdo que fué ; ni una sen-
sación ya ¡da; ni un deseo acaso
desconocido pero latente ? . ¡ Oh,
yo sí lo gusto, lo bebo, lo aspiro por
todos los poros de mi cuerpo y por
toda la psiquis de mi ser !
Hablaba, hablaba con aquella exal-
tación que en ocasiones le diera el
aspecto febril de un alucinado. Sus
ojos despedían luz ; todo su gesto
había adquirido una extraña expre-
sión de movimiento y fuerza.
Ella no contestó. Le había estado
escuchando en silencio, como arro-
bada por uno de aquellos éxtasis
que la inmoviliza-
ran, cuando Mar-
cel, allá en las vo-
ladas íntimas de
amigo asiduo de
la casa, recitárale
sus versos pajo-
nales ungidos (le
amor y naturale-
za. Ahora, como
entonces, una lan-
guidez triste y
dulce á un mismo
tiempo agravaba
las líneas puras (I '
su rostro, en tanto
u n c ú m u 1 o de
ideas locas y con-
fusas mariposeaba
allá en su cabecita
de muñeca sona-
dora. Era ello algo
así como la nostalgia de un deseo no
definido pero latente é imperioso ;
algo que en la melancólica tristura
de los crepúsculos y en lasnoches
blancas del plenilunio solía turbar
su alma virgen de mujer, haciendo
precipitar los latidos de, su corazón
juvenil aún no tocado sabiamente
por la voz mágica de ningún hombre.
Y fué entonces, en mitad de este
silencio que los enmudeciera nueva-
mente para fóIo descifrarse en las
miradas la amplitud de su pensar,
que llegó otra vez hasta ellos; desde
el otro extremo de la sala, la voz de
la señora de líaires, de las señoritas
de Very Well y de la viuda de Ban-
dolín, i
m
280
Ahora ellas hablaban de dulces,
compotas y confituras, y la conver-
sación, muy amena, parecía haber
tomado un cariz interesantísimo.
Toda la alta repostería y la casera
salía á luz. Se citaba el dulce de
guindo, el de fresa, el dj coco. Re-
comendábanse recetas, medios exce-
lentes de condimentación ; fórmulas
de Pascal y de otros reposteros in-
signes. Por lo demás, en cuanto á
gustos preferidos las opiniones no
coincidían ; la señora de Baires gus-
taba enormemente de la nmele'te
soufflée ; la viuda de Bandolín, de
los cabellos de ángel, y las señori-
tas de Very Well, - siempre sumi-
sas á la imposición paterna, — sólo
mostrábanse partidarias del postre
favorito de su papá, esto es, los al-
mendrados al caramelo.
Y en tanto, allá fuera, la noche se
hacía en el amplio paisaje ya bo-
rroso donde los últimos resplando-
res del sol ya ido veteaban de oro
y grana el horizonte rosa, lleno de
paz y de dulzura.
-Marcel tornó á hablar. — ¡Oh, dí-
game usted, Graciela, que sufre
como yo ; que sueña como yo : que
ama come yo ! . . ¡ Dígalo usted,
( iraciela !
Había en esto su ruego como la
clarovidencia de una revelación tal
vez provocada por la subjetividad
propiciatoria de aquel instante con-
fidencial.
Bajo la penumbra del crepúsculo
moribundo que se cernía sobre ellos
como un vaho de esfumino, ella sus-
piró, más bien que dijo :
— ¡Oh, sí; sufro... sueño. . anio...
sí, sí, Marcel ! . .
Lo (lijo maqiiinahnento ; acaso
sin conciencia exacta del sentido
(le las palabras que pronun Mase ;
como obedeciendo también á una
fuer/a misteriosa y oculta que la
impulsara á ello. Kra algo que se
sobrepon í:i á su pudor natural de
adolescí^üte aun no iniciada en las
mutuas confidencias de la pasión ;
algo que Huía con sincera esponta-
neidad de lo más recóndito de su
ser, sintetizando así la concepción
clara de todas aquellas ideas con-
fusas que la turbasen delante del
poeta cuendo éste recitárale sus
versos pasionales henchidos de imá-
genes deslumbradoras, de insinua-
ciones entrevistas, de armonías dul-
ces y enervantes como una música
arrobadora.
— i Oh, sí; sufro., sueño... amo...
sí, sí, Marcel !
— ¡ Oh, en estas palabra?, ella
ahora exteriorizaba todos los de-
seos, todas las angustias, todas las
añoranzas que le anublaran los ojos
y le sonrieran al corazón, allá en
los mágicos atardeceres de las tar-
des de oro, allá en las mañanas ti-
bias de soles primaverales, olientes
á hierbas húmedas y á flores recién
entreabiertas ; allá en los albinos
plenilunios de las noches blancas,
cuando los caminos eran blancos,
las lejanías eran blancas, y todo el
paisaje parecía surgir como una no-
via desposada de entre ondas de tu-
les muy tenues y vaporosos !
Se comprendieron. Aquella afec-
ción que el trato amistoso y la dua-
lidad de sus sentimientos les llevara
siempre el uno hacia el otro, había
arraigado en ellos raíces más profun-
das y poderosas que las que pudieran
ser fruto de una mera amistad.
Ahora, sus rostros muy juntos,
sus ojos en éxtasis, sus manos en -
trelazadas, decían en su elocuente
silencio el eterno poema del Amor.
. . . Oiga usted : uno, uno ... sí, sí,
Graciela . . .
Era un ruego, una queja, una sú-
plica deslizada al oído. Ella suspiró,
y entornando sus párpados, brindó
sin esquiveces sus labios á aquel
primer beso implorado en las som-
bras de la tarde que se diluía.
y n reloj había dado horas. Una
claridad deslumbrante hacía chis-
pear los muebles, los bronces, las
lacas, los bibelots ; todas esas frági-
les monerías que son algo así como
una exteriorización personal del en-
canto femenino ; allá en el fondo de
la ííala y bajo los chorros de luz de
los candelabros eléctricos, las cabe-
lleras rojas (le las señoritas de Very
Well se esponjaban como manojos
(le llamas ; la viuda de Bandolín, ci-
tando literatura, recitaba sentidos
•agr-
— 281 —
versos de Hugo; fué entonces cuan- — La estrofa de oro ! . . . ¡ Ah, sí
do la señora de Baires, levantando por qué ser egoístas ! ¿ No cree usted
la voz, le preguntó á Marcel : Graciela, que la hemos hallado ? . . .
-¿Y usted, Marcel, aun no ha Allá lejos y sobre el cielo ensom-
hallado su estrofa de oro ? . . . ¡ Oh, brecido algunas estrellas titilaban
los poetas ! ¡ Pobrecitos ! ¡ Pobreci- como rosas de luz.
tosí: i Siempre eternos buscadores
de lo irreal ! Juan PicÓnOlaondo.
Mirando á Graciela, Marcel con- ioot.
testó sonriente:
c{l$C^X^(}o-
€1 alma de los cisnes
Las almas de los grandes poetas
Y de los grandes místicos que fueron
lian trasmigrado á los cuerpos de los cisnes.
Novalis.
J'altends une chose inconnue.
Mediarme.
I
Cuando el sol en las tardes agonizantes
Pone todos sus oros sob-e los lagos,
Pone todos sus oros agonizantes
Sobre los lagos vagos;
Cuando en atardeceres interminables
Cruzan por los estanques de terciopelo,
Dejando estelas blondas é interminables
Albos cisnes de hielo...
(Son los cisnes de raso de los estanques
De parques que se fueron con sus amores...
Porque ya no hay castillos, ya no hay estanques
Cisnes, ni trovadores)
— 282 —
Cuando en el lago de oro, poeta hermano,
De mis parques ideales veo á los vagos
Cisnes (le nieve y rosa, poeta hermano.
Los vagos cisnes magos...
i Cómo lloro en lo blanco de su plumaje.
De su pico en el fino cristal rosado.
En el esmalte virgen de su plumaje
Y en su mirar velado !
Tú conoces los cisnes de los estanques.
Las postumas canciones que murmuraron
Moribundos, al lado de los estanques
Los cisnes que pasaron. .
¡ Así como nosotros ellos esperan
Tú sabes — tina cosa desconocida !
(¡Ya no hay castillos blancos bajo la luna!
El mundo llama locos á los que esperan
Alguna
Cosa inmensa, remota ó ¿esconocida!)
II
¿No oyes en rl estanque del parque interno
Cantar á las gargantas de oro queridas?
¿No ves los cisnes sacros del p:\rque inter.o
Con las alas heridas ?
Esperando una cosa desconocida ?
José G. Antuña.
— 283 —
Qaviota^
Hay un pájaro á quien le cantaron
todos los poeta?, ave sencilla, men-
sajera de bonanz.i: la golondrina.
Para ella han sido los más dulces
arpegios de la lira, para ella los ca-
lificativos más tiernos.
Golondrina, tú que surcaste la ex-
tensión inmensa de los mares, que
llevaste en tu plumaje polvo de este
suelo hasta regiones ignotas, que
viste quebrarse el sol al deslizar sus
rayos á través de frondas vírgenes
en países misteriosos, que animaste
con tus gorjeos recintos donde el si-
lencio reposaba en sopor secular,
¿ qué sabes, di, del ansia de los hom-
bres por ser felices? ¿qué has apren-
dido en tus peregrinaciones ince-
santes de pueblo en pueblo, de
continente en continente ? ¿ qué co-
nociste de la paz y de la dicha ?
i qué paisajes encantados se te ofre-
cieron á la contemplación?
Mas, la avecilla nada revela. Via-
ja, vuela, se remonta, gorjea; pero
nada responde al poeta, nada cuenta
al enamorado, nada comunica al so-
ñador, avara de sus tesoros de be-
lleza y de luz.
Hay otia ave, otro feliz habitante
del espacio, no meni s digna de aten-
ción, no menos simpática y atra-
yente, ave modesta y cosmopolita,
interesante, poéiica: la gaviota.
Vo la he visto en dií-tintos mares
y en distintas zonas, revolando en
torno de las naves, graciosa, ani-
mada, lanzando sus agudos gritos
de saludo al viajero, entonando en
medio del océano una serenata de
bienvenida á las blancas velas ó al
oscuro casco del bajel que con ella
comparte los besos de la brisa y los
gratos perfumes impregnados de
aromas de ola, de hálitos de algas y
alientos de tritones y sirenas.
iNítida mota flotante, ella es la
única pincelada de color que rompe
la tediosa monotonía de las calmas,
cuando el aire, pendiente ^entre dos
cielos, líquido el uno, etéreo el otro.
simula inmoble gasa, velo tenuísimo
cubriendo la naturaleza dormida.
En su grito hay también notas ru-
das de tormenta, ecos repetidos de
borrasca, reminiscencias de tem-
pestad.
Trompetero del vendaval, heraldo
de las iras del océano, mientras el
monstruo forja sus tremendas explo-
siones de enojo, mientras en el seno
de la inmensidad líquida se dispo-
nen las huestes del oleaje, se prepa-
ran trombas, se combinan vórtices,
se hacen alianzas con los vientos y
las nubes armadas de haces fulgu-
rantes de rayos, ella, estimulada
por los efluvios de contienda que
impregnan la atmósfera, enarde-
cida, gozando de antemano el so-
berbio espectáculo, comienza una
danza aérea vertiginosa, embria-
gándose de electricidad y ambiente
enrarecido, trazando con sus alas
doí-plegadas vastísimas espiras en
torno de un centro suspendido en el
aire, animando su diabólica coreo-
grafía con alaridos bélicos que sue-
nan lúgubremente bajo el palio en-
toldado de negruras que se extiende
por el firmamento velando poco á
poco la difusa luz, sumiendo el cielo,
el mar, los contornos borrosos de
las costas, la naturaleza toda, en
aterrador nimbo de lobreguez y mis-
terio.
Luego, en tanto que las indisci-
plinadas hordas de horrores se des-
bordan, invaden el espacio, destro-
zan el cerúleo tapiz de la superficie
marina, se apoderan de los húme-
dos girones tremolándolos á modo
de líquidos estandartes que van á
plantar en la enemiga muralla don-
de la tierra combatida opone sólo
su inquebrantable indiferencia de
ser petrificado, suena la voz exci-
tada de la gaviota, azuzando á las
ondas y escupiendo su desprecio so-
bre las imliéciles rocas.
Armando R. y Salazar.
284 —
¡Cótno otoñan las almas!...
i Oh, — me dijo la enferma —
Cómo caen las hojas ! . . .
Y miré en sus pupilas dolientes
Reflejado el palor de las otras
Apacibles pupilas que fueron
Mi esperanza, surcando la sombra.
Quedé en éxtasis. Luego en la acera
Sollozaron mis graves congojas; ■
Evocaban los ojos aquellos
El ocaso de todas las glorias;
Esotéricas arias decía
En el éter, el alma del Bóreas,
Y en el místico y raro jardín de mis sueños
Se atería la faz de las rosas.
¡ Oh, que es triste mirar el tramonto !
¡ Es así que las almas otoñan !
. . Y cogiendo las flaccidas manos ' " 1^'
A la enferma, la hablé como oti'ora:
¡ Oh, qué trémula vienes,
Flor de un alba remota
Que los astros halagan
Y los vientos deshojan !
¡ (]ómo el frío de otoño lacera tu espíritu !
Y tu gesto : ¡ qué amargo es ahora !
Contemplábamos ambos la muerte
Lenta y cruel de .\atura en las frondas,
Y otra vez, divagando, me dijo la enferma :
¡Cómo caen las hojas!...
Fl cielo azul-violeta
Fingía inmensa ola
De un mar serono : idilios de gorriones
Había en la penumbra misteriosa
De los plátanos: alma de las fuentes-.
El cristal, sollozaba sus salmodias,
Y la pálida niebla de la tarde
Era el orfelinato de las cosas.
Cruzamos la avenida Algunas nubes
Glisaban en el cielo, y en la sombra
Del paisaje la tarde musitaba:
¡ Cómo otoñan las almas cuando caen las hojas !
Pérez y Curis.
Otoño, 1907.
285 -
Página aptistica
286
la coitií)aíí-era
rr-r
l De dónde vino ? Los hombres lo
ignoran. Los filósofos se han apro-
vechado de ella. Los poetas, algn-
nos poetas, la han cantado en sen-
tidas estrofas. Los iii^toriadores no
la quieren conocer. Ellos nos ha-
blan de sangrientas luchas, de latro
cinios de imperios, de atrevidas
conquistas do continentes. De gue-
rreros, de emperadores, do reyes y
de sabios nos hablan en sus histo-
rias.
Pero un día — no importa cual
ni de qué año — entró en una gran
ciudad una mujer. Sus carnes eran
enjutas; sus cabellos
grises, como empol-
vados: sus ojos hun-
didos y encuadrados
en un círculo obscu-
ro, miraban pene-
trantes I) ij érase
que en ellos brillaba
una luz intensa.
Y esta mujer cu-
bría su armazón de
ser humano con una
vestimenta ajusta-
da á una moda des-
conocida: su vesti-
do no era de encajes,
ni de sedas, si si-
quiera de lanas y
percales ; y era de
todo esto, porque
era de harapos.
Esta nmjer, triste
ó resignada, llegó
hasta una reunión de políticos. Eran
hombres irreprochables en el vestir;'
cuidaban de las prendas de los uni-
formes, de las bandas y de las cruces,
tanto como de las palabras de sus
discursos, en los que había cantos á
la Libertad, al Amor, al Progreso.
V á las veces, loas al Régimen.
• í'uando los políticos la vieron tan
mal vestida, ante el aspecto mise-
rable de aquella mujer, la interpe-
laron con dureza.
" ¿Qué nos quieres ? — la dijeron
— ¿ Qué pretendes de nosotros ? . . .
Carlos df, Santiaoo
— Vengo — respondió la mujer, —
vengo á hablaros con el lenguaje de
la Verdad Yo sé el secreto de la
\iáa: yo sé de la Humanidad y de
sus miserias
— iNo podríamos comprenderte -
replicaron los políticos - ; ni, por
otra parte, ¿qué nos importa á nos-
otros eso ? Largo de aquí.
Y aquella mujer, antes de aban-
donar la casa de los políticos, les
dijo :
Viviré eternamente en vues-
tros corazones. Eternamente seréis
mis subditos
Y llegó, en el pro-
ceso de su marcha,
hasta unos comer-
ciantes que discu-
tían la forma inme-
diata de enrique-
cerse.
Los comerciantes
también la interpe-
laron airadamente.
¿Qué buscas en
nosotros? ¿Qué nos
quieres?
Puedo— les con-
, testó la mujer, —
'j puedo deciros las
¡ miserias de los hom-
í| bres
Los comerciantes
n ) la dejaron ter-
minar.
— Nosotros la
inlerrumpie ron, -
nosotros lo que necesitamos de los
hombres, no son sus miserias, sino
sus tesoros Largo de aquí, mendiga.
Eternamente seréis mis escla-
vos. _ •
Les dijo la mujer, y prosiguió su
marcha.
Y penetró en un congreso de sa-
bios. Los sabios discutían acalora-
damente sus encontradas teorías
para lograr la salvación y el bien-
estar de los humanos. «
Los sabios eran hombres como
los políticos y como los comercian-
m-
287
tes, y se escandalizaron á la pre-
sencia de aquella mujer.
¿ Con qué derecho te metes entre
nosotros ? - le preguntaron — ¿ Qué
vienes á hacer aquí ?
Y la mujer, siempre humilde y
sin parar mientes en las gallardías
de los hombres, les repuso á los
sabios :
— ¿ Queréis llevar la salud á la
.Humanidad? Yo puedo daros el se-
creto de sus enfermedades. ¿ Queréis
hacerla buena? Yo puedo deciros
dónde radican y de dónde emanan
sus males todos.
Coléricos los sabios, y ahora con
rara unanimidad, exclamaron:
—Largo de aquí, ignorante.
Y la mujer, ya un poco más triste
ó un poco resignada, al abandonar-
los murmuró :
— 5 oís hombres Vuestros espíri-
tus me pertenecerán eternamente.
Eternamente seréis mis vasallos
Y llegó hasta unos artistas, que la
tomaron por modelo para sus cua-
dros y para sus escritos, pero que
. también la arrojaron con el menos-
cabante :
— Largo de aquí.
Y la mujer les dijo con dulzura á
los artistas:
— Eternamente viviréis en mi rei-
no. Y sólo vuestras frentes besarán
la gloria, que vuestros pies eterna-
mente pisarán el barro de mis do-
minios.
Y unas mujeres elegantes y aris-
tocráticas también la abofetearon
sus descarnadas mejillas con el
humano :
—Largo de aquí
Y aquella boíia, de la que salían
nuevas ironías, les dijo :
—Vuestros corazones serán por
siempre mio^.
Tan extraña mujer, paso tras pa-
so, llegó á una modesta vivienda de
obreros. No tuvo que llamar á la
puerta de aquella casa, porque esta-
ba abierta de par en par. Y quizá
por esto, ó porque estuviera ya des-
fallecida, la mujer se detuvo en los
umbrales de aquella casa, sin pene-
trar en ella
Un obrero, al verla, la preguntó :
—Buena mujer, ¿ estáis cansada ?
¿ Venís de muy lejos.
Y la mujer contestó :
— Sí; vengo del interior de mu-
chos hombres Vengo de muy lejos
- Eres pobre, como nosotros.
—Sí Pero los políticos son mis
subditos, los comerciantes mis es-
clavos, los sabios son vasallos míos,
los artistas serán eternamente de
mis reinos, y yo habré de inspirar
de hoy en adelante, las pasiones de
todas las mujeres.
Y el obrero objetó :
- Y puesto que tanto puedes ;
puesto que tienes reinos para los
artistas, y los sabios, los comercian-
tes y los políticos son tus vasallos,
tus esclavos y tus subditos, ¿ qué
vienes á buscar en una casa de
obreros ?
— Un lecho amigo. Un trozo de
pan dado con amor. Quiero com-
partir vuestros sufrimientos y vues-
tras alegrías Y ya que es mía toda
la Humanidad, quiero ser de voso-
tros.
— Pues adelante, hermana ¿ Cuál
es tu nombre ?
— Me llaman ... la Miseria
La mujer esperó á ver si al vi-
brar su nombre entre las paredes
de aquella casuca, se la despedía con
el sempiterno : « Largo de aquí ».
Pero esta vez, todos los humildes
dijeron á una, con voz cariñosa, en
la que la Caridad imprimió armo-
nías iníinitas de ternura :
—i Pasa adelante, compañera !
PiODOLFÜ DE SaLAZAR.
-o{l:^X:::$)(}o-
288 —
La l-ey-etida de Violatit-e
Era hija de Palma, la bella Vio-
lante. (Uiando la déciina quinta
primavera hubo cuajado muchas
rosas en sus mejillas, el i)intor se
arrodilló ante su hija, como ante
una imagen de la Santa Mrgen Ma-
ría, Reina de los Angeles.
«Violante, Violante, lirio abier-
to en mi amor sobre las olas azules
de mi bella Veneeia, - tu gloria en
este mundo va á ser incomparable.
Pintaré para la Iglesia de la Reden-
ción una Virgen que será tu imagen
fiel
« Porque tú eres como una de esas
castas vírgenes que viven allá, en
el cielo, junto á Dios.
«Porque el oro de tus cabellos ha
caído del empíreo, como un rayo
de amor; porque la llama que fulge
en tus ojos es la llama divina que
los Angeles encienden en sus; trípo-
des de plata».
Y diciendo estas palabras, el ar-
tista tomó su paleta y laboró por la
gloria del Arte y por la gloria de
Dios
Y de la lámina de cedro surgió
plena de vida una obra maestra:
una virgen radiante de amor y de
verdad.
Después de concluido el cuadro,
Violante voló, como un pjijaro, para
ir á cantar su canción de amor.
Ella había nacido para amar, como
todas las hembras de la tierra.
¡Hasta Dios mismo ama la juven-
tud en sus desvíos y se complace
en regar llores, muchas llores so-
bre el camino de Magdalena peca-
dora!
Cuando iba ella desgranando las
perlas de su canción, encontró á
Tieiano y á su amigo (liorgione.
— «Querido Tieiano! qué de ma-
ravillas brotarían ile nuestros pin-
celes, si esa tentadora flor humana
se dignase subir á nuestro taller!
Que altiva y elegante Diana caza-
dora! Qué Venus tan rebosante de
vida y de luz!
-«Si ella viniese á mi estudio,
dijo Tieiano todo emocionado, cae-
ría prosternado á sus plantas y
quebraría mi pincel»
Violante fué al taller de Tieiano
y. . él no rompió su paleta Des-
pués de haber bebido con ella todos
los perfumes enervantes de iina al-
ba amorosa, él la aprisionó en el
lienzo, en medio de una nube de
flores y con flores en las manos,
más bella que la más bella.
(riorgione quiso ver el retrato,
pero Tieiano ocultó el retrato y la
mujer. Y largo tiempo vivió aletar-
gado en el capitoso misterio de esa
pasión deslumbrante y fresca: era
como polvo de luz sobre gotas de
rocío.
Pero ¡compadeceos de la hija de
Palma el Viejo! Un día Tieiano ex-
puso el retrato de su amante. Todo
el mundo acudió á amarla ; pero
¿la amaba él aún! Después de ha-
ber sonreído á los Venecianos por
los ojos y los labios de su querida,
Tieiano, ebrio de triunfo, metamor-
foseó á Violante en Venus victorio-
sa, surgiendo del océano, envuelta
en ondas transparentes.
•Tened piedad de Palma el Viejo
que no ve ya su hija sino en las
Vírgenes de la Redención!
El Arte había asfixiado el Amor !
l'ero Violante era tan bella, que se
amparó en su nobleza. Su reino era
de este mundo y ella reinó en él
con toda su magostad de soberana.
Una tarde, á la hora del Ángelus,
entró á la Iglesia de la Redención,
y al verla murmuraron las gentes
a su alrededor: «Violante se ha
' equivocado hoy de puerta •.
Embriagada con el humo del in-
cienso se prosternó ante un altar
donde su padre venía á orar á me-
nudo. El órgano estallaba en alaban-
zas ;i Dios; las jóvenes venecianas
cantaban con sus voces argentinas
el himno de la Reina de los Angeles.
— 289
Violante levantó los ojos, esos be-
llos ojos que habían iluminado todas
las pasiones humanas.
Su mirada se detuvo sobre un ros-
tro de virgen la más pura, la más
noble, la más adorable que había en
la iglesia de la Redención, é implo-
raron sus labios dulcemente : « San-
ta María, madre de Dios, Rogad
por mí ».
La divina belleza de esa virgen,
que parecía creada con una sonrisa
de Dios, la tenía absorta.
Pensaba : « Me dicen que soy be-
lla, pero eso es tan sólo una galan-
tería del amor. La verdadera belleza
está aquí en todo su esplendor, co-
mo un pensamiento del cielo
De repente un recuerdo vino á
agitar su corazón, un vago recuerdo,
un relámpago en la mente.
—«Cuando yo era joven, se dijo,
cuando yo tenía diez y seis años. . »
Rodó desvanecida sobre el már-
mol. Esa virgen tan bella que sur-
gía de un cielo de oro y azul: era la
virgen de Palma el Viejo Violante
se había reconocido.
— € Dios mío ! exclamó devorando
sus lágrimas, ¿porqué habéis per-
mitido este cambio^ tan inmenso ?
Y ella, que la víspera aún se en-
contraba tan bella ante su espejo
de Murano, ocultó el rostro entre
los lirios de sus manos, como si se
viese en todo el horror de sus des-
víos.
Se levantó y salió del templo as-
pirando con amarga voluptuosidad
el amargo olor de la tumba. ¿ V
dónde iba.
El sol, el amoroso sol de Venecia,
vino á secar la última perla des-
prendida de sus ojos. ¿ A dónde iba?
Era la estación en que el pámpa-
no descorre el velo de sus altivas
riquezas. Ella tropezó en su camino
con Pablo Veronese, que coronó su
maravillosa cabeza rubia con los pri-
meros racimos dorados del Brenta.
- ¡ Oh, mi virgen! decía Palma el
viejo; ¡oh, mi ideal! decía Giorgio-
ne; ¡oh, mi Querida! decía Ticia-
no; ¡oh, mi Bacante! dijo Paul Ve-
ronese.
ARSÉNE IIOUSSAYE.
-<^^::xx:m^-
£k^ía
Firagiste; s<sr para. m± aamox la. px-ira.
in.ge;rxtxid.a.ci. ÜXEe; pa.3re;e:iste; b)tj.(S:an.a..
"Y" ya. xTíSS : t-uL pe;rfid.ia. m<z- e:orad.e;in.a.
é. iaa.e:e;i- jmss doloi-osa. aran.! a-m.a.xg-Lira..
Te; ofrendé mis c^&.n.<z.±c>n.<2,s y ■m.i xT-ida.,
y s.n.t'Z- ttj-s gra.eia.s d.e;s3rxojé m±s flores . . .
!&3Ioiy" soraríes amira.rad.o los dolores
eon qtxe brota, la. sa.rxgre de mí Herida..
tJa.m.ás ima.gin.a.ste la. loeu.ra.
en qij.s m± enfermo e:ora.2ión. a.rdía.
por tu. a.iTxor, t^i n.obile2:a. y tu. liermos-utra. j
Hloy stxeña. ttx ilt-isióra otra. qtxiíTaera.-,
artaientra.s qij.e en. artai loe-ucra. toda.\7Ía.
a.pa.reees eoíno xs^tx^l prii3n.a.\7-era. . . .
tJUjPs.r^ SH:K.K.jPs.]sro.
— 290 —
Sugestiones
Profunda sugestión de los olores
del alma de las flores
Rosas, como los dedos de Heloisa:
Jazmín, como la sien de Mona Lisa;
Clavel, como la Ijoca, nieve y grana
de Carmen, la graciosa sevillana
I\n-a Ai'üí.y
5^/
a^ái ' '-^ •
r&- • ■.
V"
Pacho Valkncia
Manos caballerescas, mano fína
de la raza latina,
que recogió claveles en España
y rosas on Provenza: flebre extraña
del alma do estas flores,
deliciosos dial)lillos tentadores.
- 291 —
Poder de los venenos
de que muere el jazmín sobre los senos
de garridas mujeres, á los sones
del bandolín, la flauta y los violones.
Perfume que palpita
en la alcoba nupcial de Margarita
de Valois; rosa fresca
que conturbó el sentido de Francesca.
Nariz que sabe del amor, divinas
locuras de la sangre, romanesca
fragilidad de nervios, manos finas
de las dulces latinas.
Preciosas mirras del Oriente: ungüentos
de los tres Reyes Magos; de los cuentos
de «Las mil y una noches»; refinadas
mixturas del cabello de las hadas;
gitanas errabundas, aguileña
nariz, mirar bravio,
mirar negro que infunde el desvarío
y á los beduinos á sentir ensena.
Nardos que recordáis á Sulamita :
siete noches sin par, en que se agita
el Amor invisible y muy despacio,
cabe los altos cedros del Palacio.
Violetas, flores buenas,
hermanas de las pálidas novicias,
infantas de otra edad, en las almenas
del castillo piadosas y serenas:
debéis de ser propicias
al que charla en la tarde con la bruma,
al que adora lo blanco de la espuma,
las manos perfiladas, la indecisa
santidad de una boca en la sonrisa.
Violetas pudorosas
que tenéis un divino
temor á los desmanes de las rosas.
Así debió de ser Santa Teresa
de Jesús, imagino
que á violetas olía la Abadesa.
Profunda sugestión de los olores
del alma de las flores.
Amo las rosas y el clavel, y guardo
reminiscencias del jazmín ; el nardo
la mirra, me impresionan ;
más adoro á las otras, son ascetas
y profanas á un tiempo, sugestionan
como dt)s ojos dulces las violetas.
Pacho Valencia,
■ss*.
— 292 —
ROJOS
Para Ani/el Falco, admiratii-amenlc
Son estrellas de fuego suspendidas
En la noche augural de tus antojos;
Son las gotas de sangre «Cantos Rojos»
Que manan sin cesar de tus heridas.
Hay algo en tus estrofas, algo grande
Como el arcano de tus negros ojos,
Cuando sobre la Plebe tus enojos
Truenan como una racha sobre el Ande
Bebiendo el ritmo de tus versos sabios
He creído sentir sobre mis labios
El beso de la fiebre y la congoja.
Y he sentido también que á tu conjuro
Mi alma escalaba un edenal Futuro
Para escuchar de ti, la Misa Roja!
ESTHER PARODI URIARTE.
l.i\iciit(i di' r.io?. — >[oiit('\ ideo.
(Del lilii'ii (11 prciis.-i « llolocaiistii «. )
-3{!$CCC$&0-
"CJNjPs. FOETISjPs- I^OcJjPs.
Tiene sólo 18 años, \penas una
niña. Se llama Esther Parodi Uriarte.
Es una flor deliciosamente sensi-
tiva ; su corazón de holocausto se
abre en nuestro a mínente de hosti-
lidad, con la audacia de una pro-
testa, como esas rojas margaritas
perdidas entre los fragantes trebo-
lares de las lomas, que hngen lágri-
mas de sangre lloradas sobre un
Éxodo de esperanzas !
Es una ñor de nuestros campos,
de estos campos uruguayos que tan-
tas veces han sentido pasar el Soplo
del Heroísmo rozando sus gramillas
ílorecidas, de estos campos que to-
davía se estremecen misteiiosa-
mente en las noches espectrales,
como si sintieran cruzar sobre ellos
un trágico galope de recuerdos, ó
como si aun resonaran con el tu-
multo de los entreveros gauchos !
Allá rimó sus primeras cancio-
nes, escuchando absorta en los atar-
deceres solemnes, la oración fervo-
rosa de los zorzales sonámbulos.
Después vino á la ciudad. Su bella
almita de pasión, se abrió entonces
como ima boca virgen en una ex-
plosión de besos, á las urgencias de
la Vida
Y sintióse artista, más artista que
nunca. Y abandonó de inmediato
sus enfermos ensueños decadentis-
tas para poemizar los dolores de los
tristes supliciados de la Miseria, ella
que había ya balbuceado sus infan-
tiles enamoramientos, sus divinos
éxtasis poéticos, frente á la magna
grandiosidad de la gran Madre Na-
turaleza.
Por eso su Arte es sincero, porque
es arte de sentimiento y de verdad.
Me leyó una tarde sus primeros
versos rojos.
Su vocesita tenue como un re-
— 293
clamo de tórtola en celo, rimaba
extrañamente las estrofas de rebel-
día, que desfilaban locamente en un
desfile de encantamiento, como una
larga procesión de visiones trágicas
despertadas de su sueño enorme
por quién sabe qué prodigio
Sus pestañas negrísimas, prolon-
gaban una penumbra sobre los ojos
de Esfinge, como para retener por
mas tiempo la obsesión roja . . .
A ratos fijaba en mí la pupila y
yo creía entonces que sobre mí se
posaba el Misterio.
Porque de sus labios divinamente
besadores, parecía brotar la Reve-
lación . . .
¡ Revolucionarios ! . . . Confiad en
estas almas femeninas de exalta-
ción y de bondad.
De sus lirismos se han ungido to -
dos los Apostolados.
Del heroísmo de estas almas sen-
sitivas está llena la Historia de la
Libertad !
De ellas surgieron las Vírgenes
rívjas ... / '
Ángel Falco.
Carlos Roxlo
.Jfr
■51
- 294 -
El Cristo lívido
(cuento ingenuo)
Desespero de su vuelta, hija mía,
decía el viejo monje, convencido de
que era un deber de conciencia de-
cir á la rubia joven la verdad, toda
la verdad del caso, por amarga que
ella fuera. Han sido inútiles mis
gestiones, he agotado sin resultado
mis razonamientos, vana ha sido
mi lógica sentimental. Reconoce tus
méritos, admira tu belleza, pero no
siente ya en su pecho, por ti, ese
luego ardiente que dicen que existe
y que llaman amor.
Ella tomó un aspecto siniestro, di-
lató sus pupilas y retardó la expi-
ración de un suspiro que 'martiri-
zaba su pecho.
El l)uen viejo se sentí;t conmo-
vido por la pena que le proporcio-
naba á aquella ingenua criatura
á quien conocía desde pequeña y á
quien diera, no pocas veces, almen-
dras y medallitas cuando á los cinco
años le recitaba sin equivocarse
toda la « Salve » ó Todo el « Bendito »,
pero consideraba un crimen mayor
el hacerle concebir inútiles espe-
ranzas.
Sus padres, cuntinuó el anciano,
han resuelto enviarlo á la capital
para donde parte en esta semana á
cursar estudios superiores, así que
el próximo verano le tendremos de
huésped, de modo que aunque te
costará mucho no verlo en este pri-
mer tiempo, su ausencia será pro-
ficua para que lo vayas olvidando.
Imposil)le ¡ imposible ! protestó
ella, yo moriré antes que eso suce-
da, cuando él vuelva ya no me en-
contrará. Yo quiero morir! añadió
con voz ahogada.
íS'o, hija mía, respondió el clérigo
con acento dulce y aire severo, no
debes ofender la voluntad divina
con esos despropósitos que te son
perdonados porque los dices en la
inconsciencia á que te conduce tu
gran dolor. Piensa en tu madre á
quien te debes y no^ olvides que
nuestra santa religión te ofrece
grandes consuelos Ve á postrarte
ante el Cristo del altar mayor y
observa, mieutras ores, como él
abre sus descarnados brazos para
abrazar á toda la humanidad, vé
como en medio de las angustias que
le provacan sus dolores eleva los
ojos suplicantes hacia el cielo Ofré-
cele en holacausto tu dolor y verás
como él te envía consuelo.
I nos momentos de silencio y con
voz más solemne prosiguió : Mues-
tra con tu resignación que eres real-
mente cristiana. Esta desgracia que
te allige puede bien ser una prueba
á que te somete el Señor. ¡ Animo
hija mía para demostrar que tu fé
es grande y arraigada! Ve, ve á
postrarte ante el Cristo del altar
mayor.
Ella permaneció impasible. Pare-
cía petrificada, su vista inmóvil se
fi,jaba con desgino en un punto, su
respirar era difícil y entrecortado.
.\o era una proeza darse cuenta que
por su imaginación desfilaba veloz-
mente una febricitante y lúgubre
cabalgata.
Además, cambiando de razones
añadió el fraile en una tirada de
lugares comunes, las penas no du-
ran siempre, la costumbre es una
segunda naturaleza y tú eres joven,
de manera que el tiempo borrará
tu dolor, te acostumbrarás á no
verlo y es lo justo que otro nuevo
amor venga en la persona de otro
buen mancebo á conmoverte y á
ocupar el lugar que hoy ocupa esta
desgraciada pasión
Juzgando aquello una profanación
á su íntimo y desgraciado sueño,
con voz desesperante exclamó : pa-
dre ¡jamás ! jamás, semejante cosal
V luego de una silenciosa pausa
295
movió enérgicamente la cabeza en
signo negativo cual si después de
una íntima reflexión rechazara más
enérgicamente lo que el cura amigo
le decía.
Ambos permanecieron mudos por
un rato mientras el buen viejo ju-
gaba maquinalmente con las cuen-
tas de su rosario y buscaba en su
fatigado cerebro la frase poseedora
de un consuelo eficaz. Ella rompió
el silencio al fin interrogándole con
acento que
daba una
apariencia de
tranquilidad :
¿ De manera
que ustedjuz-
ga imposible
que él vuelva
á ser mi no-
vio?
El interro-
gado, antes
de contestar,
se detuvo á
pensarla ma
ñera de no
herirla muy
hondo sin
alentarse
inútilmente y
como midien-
do las pala-
brap, recal-
cando sílaba
por sílaba di-
jo: Muv di...
íí . . . cíl . .
¿Muy difí-
cil...? añadió
ella como si
fuera un eco.
Creyéndose comprometido á una
nueva respuesta, el ingenuo padre
se vio en aprieto para dejar bien
definido aquel asunto que se hacía
ya demasiado engorroso para su
bonoraía sin recursos y tartamudeó :
Si, hija mía, tan difícil como .
como . . Y no encontrando el tér-
mino de comparación que diera la
idea de la imposibilidad subre ello
paseó los ojos en torno como bus-
cándolo en los objetos que !o ro-
deaban y divisando como una salva-
ción á través de los vidrios de la
M.^"-: LuciE Del
Inspirada ]i(n
portada, la sagrada estatua de már-
mol, concluyó : como si nuestro
blanco Cristo se tornara de color,
finalizando con un suspiro que indi-
caba el alivio moral y mental que
sentía al verse libre del aprieto en
que inocentemente lo pusiera la
afligida doncella.
Convencido de que sus argumen-
tos eran impotentes en aquellas
circunstancias y confiando ya sólo
en el consuelo sobrenatural y di-
vino se atre-
vió á exhor-
tarle nueva-
mente con
cariñoso
acento : Ve
ante el altar
del Cristo, hi-
ja mía!
Ella se ir-
guió y como
al acicate de
un poderoso
impulso atra-
vesó veloz-
mente el am-
plio locutorio
y penetró al
templo, que
estaba solita-
rio. El taqueo
de sus ínfimos
botines sobre
las viejas lo-
zas dieron un
eco frió y con-
fuso al espan-
dirse por las
acústicas bó-
vedas
ARUE-MaUI)KUS
tisa fraiH-csa
Llegó has-
ta el presbiterio, miró al Cristo
de mármol blanco que se alzal)a
sobre el retablo contrastando trá-
gicamente con la cruz negra, de
mármol también, sobre la que (es-
tuviera enclavado y al contemplar
la expresión angustiosa de aquella
faz demacrada, de aquella faz que
siendo una proeza de arte era una
maravilla de misticismo, si' dejó
caer de rodillas. Y sintiendo talvez
el ósculo fraternal que siente el
alma doliente ante otra alma her-
mana, abrió la clausura de sus pe-
■i-iKi'"- •
— 296 -
ñas que i^urgieron sin reserva en un
raudal de lágrimas.
Lloró en silencio largo rato, lloró
mucho, tanto, que de haberse reco-
gido sus lágrimas hubiera causado
asombro que un alma tan joven pu-
diera dar cabida á tanta pena
Oh! es que ciertas cristalizacio-
nes concentradas dan resultados co-
losales en su licuación
.\o hablaba ni una palabra. Pa-
saba por el período álgido de un si-
niestro psíquico y es sabido que el
grado superlativo de las magnas
catástrofes se manifiesta por la elo-
cuencia de terroríflco silencio.
Alientras ella permanecía llorosa
y agobiada, el sol iba acercándose
al cénit y colando sus rayos por un
valioso vitrial de la decorada cúpula
los proyectaba sobre la marmórea
imagen envolviéndola en un tinte
violáceo.
Guando después de largo rato de
doloroso sopor ella buscó de nuevo
la faz amarga del Cristo, sorpren-
dida, llevó las manos á sus sienes é
irguiendose convulsiva, con expre-
sión de visionaria y voz afónica de
emoción, exclamó por dos veces :
lívido! lívido!
Se oyó en el ámbito del templo el
nmrmuUo de la oración sincera que
por ella elevaba el viejo monje
de^de el coro.
Illa AIoreno.
Y sab-es ^ov quél
— Si lloro es de rabia, porque me dan fastidio, me producen indig-
nación ciertos hechos. Te lo confiero: cuando nos cacamos lo quería
con locuro, ci'eo liabría muerto si me hubiera abandonado. Pero, ¡qué
quieres 1, era v.na nma
dos, él se enfermó
su oficio de guarda
16 anos tema.
; apenas
A causa de las muchas
de
cargoso
A.1 poco tiempo de casa-
mojaduras recibidas en
trenvía, fué ataiado de reumatismo. Se hizo
Continuamente me reprendía y me insultaba, hasta llegaba
a amenazarme l-'A odio y el desprecio hacia él í'uer.m germinando en
mi pecho A veces llegaba á compadecerlo por lo mucho que sufría.
Sus amigos lo visitaban, algunos con mucha frecuencia. Alberto, ese
infame, que tontas y tantas horas de angustias originó á mi vida, lo
visitaba á menudo, mirándome insistentemente cada vez que la oca-
sión se presentaba. Kn las visitas nocturnas, á las cuales concurría
con más frecuencia que los demás amigos, yo lo acompañaba hasta
la puerta de calle, como una atención y un agradecimiento.
I na noche fué audaz. Me apretó fuertemente la mano suplicán-
dome un beso. Vn helante, cedí. Después de aquel beso, se presentó
mi vida amarga como el dolor. Me pidió placeres. V mi edad, re-
bosante de salud y energías no pude retraerme, más con mi ma-
rido imposibilitado para proporcionármelos Y después de aquel mo-
mento fatal y maldito, ya no hubo tranquilidad en mi espíritu,
ni alivio á mi aflicción. í.o hizo público. Tnftime ! . Y sabes por
qué ? Sabes ? . . .
Es tanta la conflanza que me inspiras, son tan sanas tus pa-
labras, tan poderosos tus razonamientos, Marcos, qtie me hallo feliz
en el instante que puedo hablarte y llorar sobre tus hombros mis
angustias Te lo diré todo, porque eres bueno, porque eres justo.
A veces, cuando te escucho en tus consideraciones, pienso en mi
madre, aquella mujer que me hablaba como tú, coii ternura, con
bondad ... Vh ! . . . Si todos los homares fuesen como tú . . de tus
— 297 —
ideas ! No las conozco, pero las comprendo, sí, las comprendo por
lo que tú dices: son de bien, son de amor . . . de amor sobre todo,
que es lo que falta á mi vida
Ah! ... el infame ... Cuando se cansó de gozarme, me exigió..
Ah ... Marcos! ... Marcos !... me exigió lo que una prostituta arrastra-
da no le concedería .. me exigió el placer .. el placer por cualquier
parte del cuerpo ¿ entiendes ? y como me rehusé, furiosa de tanta
maldad, se retiró después de amenazarme con divulgar nuestros amo-
res ... Y Pepe lo íupo. A las cuatro ó cinco noches estaba yo al
lado de su cama cosiendo, cuando se sentó rápidamente recostándo-
se en un cuadrado, se pasó las manos por la frente, me miró un
rato y luego habló. Lo que me dijo en su desesperación no es de
imaginarse. Cuando estuvo algo desahogado me recordó nuestros amo-
res, nuestros días de gloria y primavera, aquellas horas que fueron
como ilusiones soñadas ; que fueron .. y rompió á llorar amargamen-
te, y con él lloré yo ... Ah ! me decía, abusas de mi desgracia, Julia,
porque me hallo postrado, porque no puedo moverme . . todo el
jardín de violetas cultivado por nuestras caricias, lo has destruido;
sobre mi desgracia has elevado un prostíbulo ; has masacrado mi
amor... Y llorábamos, él con la cara cubierta por las manos, yo
con la cabeza hundida en su almohada ..
Desde entonces, el insulto y el odio se cernieron sobre mí. Can-
sada de soportar tanta inmundicia he huido hasta aquí, llena de asco,
llena de desprecio hacia esos corrompidos; repleto de honor y de
ignorancia uno, cargado de vicios y perversidad el otro. Las mur-
muraciones son las charlas de las chismosas del barrio. Si se hallaba
enfermo y nií; necesitaba, no debió vejarme tan pérfidamente. Yo no
me hallé con viilor para sufrir tanta malevolencia cristianamente. ¿He
hecho mal? Para mí, lo hecho, bien hecho está. Sabes ahora por qué?. .
Marcos Froment.
Kitoraelos
Alfredo Varzi
¡ Entre las jíimiíos iiu' \eo
siempre ¡i solas eoii mi lljinto.
igual que el palito feo
que Aiiderseii amaba tanto !
Como nadie me quería
eifré en ti mi línieo emiieño,
¡ oh, rubia primita mía,
blanca y frágil eomo un sueño !
De mi pasión te reiste
¡ y de nuevo quedé triste
¡i solas eon mi deseo,
siempre ocultando mi llanto,
igual que el patito feo
que Andersen amaba tanto ¡
Francisco Vii.l.\ksi'es.k.
— 298 —
Pour fíen r i Breicster
Une haleine de roses dans le vent m'a saisi. Gloire
et vie a mon coeur ! Je renais éternel. — Une haleine
de roses, un murmure d 'abeilles, me font l'áme divine
et le coeur sans souci.
Le Printemps sort des núes beau comme Saint-Mi-
chel, pose un pied sur la terre, un autre, et le voici.
L'aérienne armée des bourgeons s'épaissit, au rayón
de son glaive dégagé du soleil.
Gloire et vie á mon coeur ! Je renais éternel. - Une
haleine de roses, un murmure d 'abeilles, et cette vi-
sión dans le ciel éclairci, m 'ont fait lame divine et le
coeur sans souci.
Les drapeaux du Printemps se déroulent au ciel ;
voici flotter sur lui tous ses vols d 'hirondelles ! Et
mon ame est divine et mon coeur sans souci: une
haleine de roses dans le vent m 'a saisi.
Le Printemps a levé son glaive de rayón. Al'assaut
de l'Azur s'élancent les bourgeons ! Couché sur la
páleur de 1 'herbé nouvelette, royal et nonchalant, j'as-
siste a la conqéte.
Gloire et vie a mon coeer! - Mon ame est éternelle.
— Une haleine de roses dans le vent m'a saisi. Une
haleine de roses, un murmure d'abeilles, m 'ont fait
l'ame d'un dieu. — Mon coeur est sans souci!
Paul Fort.
tJOSH: E. K.ODO 'Y' «jPs.P=OLO
Apolo marcha, decimos nosotros, recordando á
Pelletan. Marcha á paso de gigante.
En otro lugar del presente número insertamos
algunos hermosos y elocuentes pensamientos sobre la
crítica en general, obsequio que de su cosecha iné-
dita nos hizo amistosamente el reputado autor de
« Ariel », señor José Enrique Rodó.
N. DE LA R.
— 299 —
Una av^tituva de Claudio
Más rara que tu aventura, fué la
mía, dijo Claudio, á sus amigos de
café.
La otra noche, después de acalo-
radaspalabras con la Domínguez, en
el Casino, nervioso por el final á
que llegamos, iba hacia casa, cuan-
do una mujer me
llamó. No presté
mayor atención,
porque, vamos,
me disgustan las
pobretas mujer-
zuelas, y reanu-
dando mis ideas
tendientes á ob-
tener de nuevo
la amistad de la
« Muñeca » seguí
mi marcha. A po-
cos pasos se acer-
có. Era linda, jo-
ven, pobremente
vestida. Con voz
suplicante, más
de mendiga que.
de horizontal, se
ofreció jNo hubie-
ra . pero ¡ qué
diablos ! me dije,
bien venga esta
por aquélla. La
seguí, pasamos
detras del Varíe-
te en dirección á
mi conventillo,
donde me suplicó
la aguardase breve momento Yo no
supe á qué causa atribuir su es-
capatoria á tan miserable lugar.
Temí fuera «artimaña» de algún va-
gabundo, vividor de faldas, pero
permanecí sereno al contacto de mi
fiel revólver Prevenido, con mucha
curiosidad de averiguar que miste-
rio había en esta mujer cuya forma
de conducirse era bastante extraña
obedecí á la seña que desde la puer-
ta me hacía
Ella me guiaba ; salvamos un an-
JosÉ G. Bertotto
Á Enriqíi.e Crosa.
cho y largo patio para subir una
malísima escalera de hierro y frente
á su pieza, hicimos alto. Entró. Yo
miraba á todos lados, sin apercibir
nada. Sin embargo, esa obrera me-
tida á buscona me tenía impacien-
te. Salió á tiempo. Sin luz, en plena
obscuridad, excu-
sándose, preten-
día indicarme el
lecho.
¿Por qué no en-
ciendes la lám-
para ?
— Porque . .
No quiso con-
testar Encendí
un fósforo, exa-
miné el cuarto, y
n o encontrando
nada más que una
camita que creí
vacía, me acosté
en la grande, al
aguardo de la
mujer que la ca-
sualidad, esa no-
che, había puesto
entre mis brazos.
¡Y, extráñense
ustedes !
No bien habíase
unido á mí, cuan-
do oí la voz
clara de una cria-
tura :
¡ Mamá ! ¡ ma-
¡Ay, mamá, que
má! ¡ladrones!
miedo ! . . .
La desconocida levantóse rápida-
mente. Hice lo mismo. Se dirigió á
la camita y acongojada, trémula
quería tranquilizar al pequeño.
i Quédate quieto, Juanito ! Maña-
na, te daré pan fresco, fresquito . . .
Estas palabras me hirieron en lo
más hondo del alma. Levanté á la
criatura, y lo que nunca había he-
cho, la besé con calor de padre, en
los labios. Mi espontánea actitud
-.iia ¿i-:V
— 300—
atrajo la simpatía de la madre. (Con-
fesó la causa que yo no imaginaba
— Vea, señor, soy la mujer de Gó-
mez, el huelguista matadur de Lez-
na, aquel krumiro que traicionó la
huelga. El está en la cárcel . . .
desde entonces . . . hace seis meses.
Los compañeros al principio me
ayudaban . . . después se olvida-
ron ... yo trabajé de todo ... Me
coloqué de sirvienta, pero como te-
nia esta criatura, no atendía, se-
gún mis patrones los quehaceres
Me echaban. Lavé, fregué, y nada
Siempre la miseria. Siempre ¡ oh, mi
madre! la miseria tenaz, cruenta.
terrible. Anoche . . . sabe, anoche»
robé á la vecina un pedazo de carne
que había dejado afuera , . . Mi po-
bre Juanito estuvo todo el día ante-
rior sin comer . . . Hoy, me decidí.
¿ Entiende ? ¿ qué iba á hacer ? . . .
¡ Todo por él ! ¡ Ay ! hijo mío ! . . .
Soy honrada, señor, créame ! . . .
La di mi dinero ; abracé al niño,
y sin atreverme á saludar á la már-
tir me retiré como si sobre mí pe-
sara algún espantoso crimen . . .
Luego, reímos de esas perdidas . . .
José G. Bertotto.
-oí^CCCÍ&o-
GAJSeiEAS asirías
Yo adoro las cabezas asirías.
Las cabezas pensativas, de gran-
des bucles obscuros y undívagos
que caen en dos bandas sobre las
frentes Umpias.
Yo adoro las cabezas asirías.
Las cabezas del perfecto rostro
oval, hostia arcaica elevada por esa
raza que no quiere morir.
Las cabezas de ojos liechos á es-
crutar los Libros Santos, de ojos
inmensos y sagrados, de ojos obs-
curos y apacibles; coronados por
cejas lucientes que scjbre ellos pare-
cen (los alas de águila abiertas so-
bre dos abismos de inmensos ensue-
ños .
Yo adoro las cabezas asirías.
Las cabezas de nariz ideal, cuyo
perfil divinamente curvo parece
desvanecerse .. desvanecerse De
bocas leves, de labios delgados he-
chos á cantar el salmo, á gritar el
apostrofe de Isaías, á murmurar el
simbólico versículo de Daniel, á ge-
mir las elegías formidables de Job ...
Yo adoro las cabezas asirías
Las cabezas de barba sedeña y
rizada, que se parten en dos, de
barba que se recorta breve sobre la
tez mate fina.. Las cabezas dignas
del camafeo de esmeralda, que, des-
deñosas del tiempo, se inclinan mu-
das sobre el Pentateuco y recuerdan
las glorias de Salomón, las pompas
deleroboán, las tristezas y las neu-
rosis de David .
Yo adoro las cabezas asirías.
En nombre de los viejos reyes
que usaban tiara y barba de cane-
lones, y alargaban sus ojos con pin-
tura y cabalgaban en bueyes y te-
nían ia definitiva frialdad de la
muerte . En nombre de los patriar-
cas beduinos cuyas hijas iban á la
fuente, soñadoras, al fulgor de los
occidentes pomposos de la tierra de
los Ben-Israel . . En nombre de los
profetas Mayores, los Jueces ungi-
dos del Señor .. Y en nombre del
Cristo, el de la tristeza augusta y se-
rena.
Amado Ñervo.
— 301
Hora Myslica
Oriente s'inrosa : il mattino
su i dor?i a le verdi colline
sorride ; son stille argentine
i mandorli, e'l cielo é turchino.
Sul eerulo clivo il convento
albeggia, pensoso, al sereno;
la tinnula squilla vlen meno,
la squilla che pare un lamento
E chiama á la prece nel coro,
le suore ne Tumili celle,
su i monti le ultime stelle
han bagliori trepidi d'oro.
Si cullano a l'aura i cipressi
sognanti il perdono e la pace ;
intorno il convento che tace
i nidi pispiglian sommessi.
I peschi son nembi di rose,
i meli son nembi d'argento,
l'alitare lieve del vento
reca loro essenze odorose.
Le lodole a sciami festose
si perdón, trillando ne cieli ;
tra l'erbe, su i gracili steli,
le viole sogguardan, ritrose,
Si desta la valle allietata
di canti d'uccelli, di foglie,
di fonti ; da 1 aureé soglie
s'avventa la rossa giornata.
Tu, Blanca, discendi nel coro:
non tace la tinnula squilla ;
non per te, oggi, 11 cielo scintilla,
né orizzonte tingesi d'oro.
0 pallida suora, il tiio velo
distendí su gli occhi viola ;
del mondo nessuna parola
ti sflori, o nata peí cielo.
1 gemite cupi de l'organo
echeggiano sotto le árcate,
o Blanca, le colpe passate
tu piangi col planto che sgorga ?
Tu piangi ! . . . voi tutte piangete,
o pallide suore, nel canto
Para Apolo.
che sale, che muore ch'é schianto
de l'anime vostre segrete.
Ma taciti i vostri pensieri
ascendono alati, l'intenso
azzurro ; una nube d'incenso
11 avvolge con fiocchi leggieri.
Dileguan nel cielo canoro
col gárrulo suon di campane
di piccole chiesse lontane
sperdute nel vasto pianoro.
Le glicinie sonó fioriti
a tutte le p'ccole grate
attendon che loro spruzziate
di stille le foglie appassite.
I passeri bruni ne Porto,
le briciole aspettan del pane;
le briciole e ció che rimane
del cibo che é loro conforto.
Ti aspettano, o Blanca, quei nidi
ascosi nel folto del rovi,
da l'uovo sgusciaron dei nuovi
uccelini ; senti i lor gridi ?
Accorri a quei piccoli nati,
ma adessi tu porta qualcosa,
son piccoli, nudi, ogni cosa
lor manca, son solo scaldati.
Ma quanti piccini nel mondo
son soli, che gridano: ü fama !-
Nessuno l'ascolta. Le grame
querele dileguan nel mondo.
Scendete dal blanco convento,
o pallide suore pentite
per madri a quei bimbi voffrite ;
la vita non sia un lamento !
Ma cessano le litanic
come goccie lente d'assenzio.
Un canto, . . . poi tetro silenzio
avvolge le lor voci pie.
E torna la calma nel cuore
co l'ultima nota del canto,
le suore, passandosi accanto,
sussuran : — Soreüa, si muore —
GlUSEPPE PlERUCCI.
— 302
^iblio^ráfiea^
Liibttos y folletos neeibidos
cRijjva» 3aí ^tóyico, POR Alfredo
"GÓMEZ Jaime. — Madrid. — Alfredo
Gómez Jaime, autor de un hermoso
poemita : «Irma »del cual hablamos
•en uno de nuestros números anterio-
res, acaba de enviarnos de Madrid,
donde reside actualmente, un ejem-
plar de su último libro intitulado
« Rimas del Trópico » En cada una
■de las poesías que constituyen ese
volumen, el poeta ha puesto un dul-
ce soplo de emotividad, de ese per-
fume que deleita á los espíritus y
es el alma de la poesía subjetiva.
El estilo de Gómez Jaime es fluido
y elegante, atributo éste que agre-
gado á la elocuencia de sus visiones
serenas hace que su nuevo libro sea
digno de todo encomio.
Lamentamos no disponer de ma-
yor espacio para ocuparnos exten-
samente del libro que mencionamos
y que ha producido excelente im-
presión en los circuios literarios de
España y América.
Nuestras felicitaciones al poeta, y
con ellas, nuestro agradecimiento
por su hermoso obsequio.
Sí uLíma 3c- ia CLmé/tica £a-tina, POR
Joaquín Arciniegas. - San José de
Costa Rica.— Joaquín Arciniegas ha
publicado en un volumen lujosa-
mente impreso los diferentes juicios
•que sobre su obra inédita intitulada
«El Alma de la América Latina»
han hecbo los principales y mejor
■conceptuados periódicos america-
nos. El libro, cuya aparición se
anuncia para muy pronto, versará
sobre la historia de América, desde
el descubrimiento hasta la época
actual, y contendrá un escogido y
vasto sumario y hermosas ilustra-
ciones en colores ejecutadas en uno
•de los mejores talleres de Europa.
&i e+viíjiíva in-tcí-io^, POR MaNUEL
GÁLVEz. — Buenos Aires.- Compo-
jie el volumen así titulado, una se-
rie de poesías muy sentidas y deli-
cadas La originalidad de muchas
de ellas merece el homenaje del
aplauso. Las otras revelan al poeta
no em?ncipado aún de la influencia
del maestro. Leyendo con devoción
las poesías de Gálvez, recordaréis
bien pronto la manera de Rubén
Darío; y, muchas veces, la de aquel
gran emotivo que se llama Juan R
(iiménez. Sin embargo, Manuel Gál-
vez merece los más entusiastas plá-
cemes. El no niega al maestro Ru-
bén Darío, á quién dedica su libro.
No hace como esos escritores (aquí
en el Uruguay, hay muchos ) que van
á la zaga de sus maestros imitando
escandalosamente su estilo y luego
no sólo lo niegan y lo lapidan sino
qae critican acerbamente su mane-
ra personal y pretenden aparecer
ante los otros escritores como des-
pojados de toda influencia extraña.
Dejamos constancia de esto porque
nos exaspera que algunos de nues-
tros escritores, nada personales,
por cierto, quieran oflciar de dómi-
nes literarios empezando por creer-
se superiores á los maestros que
remedan.
£ad oBa-tca»,POR ENRIQUE J BANCHS.
— Buenos Aires — Es un pequeño
volumen de poesías modernistas que
revela al poeta apto para todas las
formas y motivos que estremecen
su psiquis. Concebido con mucho
arte y con plétora de savia imagi- ^
nativa, el libro de Banchs acusa en
su autor un perfecto conocimiento
de las nuevas tendencias literarias
en las cuales se embarcan los soña-
dores de hoy.
El poemita « Las Barcas * que da
nombre al volumen es hermoso bajo
cualquier concepto. Escrito en ver-
sos alejandrinos de una fluidez ex-
quisita y lleno de brillantes imáge-
nes que dan realce á la idea original.
^-
— 303
todo él habla muy alto en elogio al
poeta que siente y sabe pensar. Si
el espacio nos permitiera, anotaría-
mos otras poesías de las que más
se destacan en el volumen. Pero, en
cambio, diremos que se trata de un
libro bueno, maguer ciertas aso-
nancias y consonancias mezclabas
que se pueden observar en algunas
estrofas de «Los cisnes del lago » y
« Ofrenda ■».
<}ato<i, POR EL Tunante ( Abelardo
M. Gamarra ) — Lima. — He aquí
un libro sincero y fuerte, un libro
todo verdad, donde se ponen al des-
nudo los torpes convencionalismos
y se estudian, con un criterio sere-
no ■ refractario al eufemismo, los
bajos fondos de la política peruana,
que, al fin y al cabo, es idéntica á
la de todos los países, sean ellos
monárquicos ó republicanos.
Abelardo M. Gamarra, que dirige
en Lima el periódico liberal « Inte-
gridad », consolida con ese libro en
que campea la sátira hábilmente
manejada, su reputación de escritor
de nervio y de voluntad de bronce.
Son de admirarse en esta época
de vergonzosas claudicaciones las
palabras sinceras de los que sueñan
en un ideal de libertad, luchando
siempre con la esperanza ante los
OJOS. Por eso admiramos el libro del
distinguido periodista peruano.
« Algo del Perú y mucho de Pela-
gatos »• contiene también un libreto
para ópera intitulado « El Yaraví >",
exquisitamente escrito y llenó de
imágenes hermosísimas que han
despertado en nuestras almas un
cúmulo de sensaciones divinas.
Agradecemos intimamente al se-
ñor Gamarra el ejemplar que nos
ha enviado.
NUEVO CANJE
<S.dio, — GUANTÁNAMO -- CUBA. —
Nos ha visitado el número 2 de este
quincenario de literatura que diri-
gen los escritores Rafael PuUés Pa-
lacios y Regino E. Boti Barreiro.
Entre las composiciones que lo com-
ponen, algunas buenas, y mediocres
las otras, hemos leído una titulada
«Capricho» que quiere ser algo así
como una crítica al potable poeta
cubano Manuel S. Pichardo.
(Conocemos la importante labor
de este poeta, y por eso, la mencio-
nada composición iios ha parecido
obra de algún ilustre desconocedor
de las letras ó bien de alguno de
esos impotentes que á trueque de
hacer obra intelectual mortifican á
aquellos que marchan hacia la
meta
Agradecemos y retribuiremos el
envío.
Sit/c (flm¿«ica. - Bogotá. — Colom-
bia — Hemos recibido algunos nú-
meros de esta interesante revista
que dirige el distinguido drama-
turgo y literato Adolfo León Gómez.
Traen un excelente material de
lectura. Felicitamos al autor de « El
Soldado » por la reaparición de su
simpática revista
£a fZ-u.eAja oíl<wi*ta. — BULNOS AI-
RES Acabamos de recibir el pri-
mer número de esta pequeña revista
literaria que dirige el señor Sergio
V. Florespine Trae un variado ma-
terial de lectura y excelentes íoto-
grabados. Dejamos establecido el
canje de práctica.
SLcvíí>Ía ¿ati-na. — MADRID Ya
ha llegado el número 1 , correspon-
diente al mes de Septiembre, de
esta interesantísima publicación que
dirige el poeta-amigo Francisco Vi-
llaespesa. De su importancia ya se
habrán dado cuenta los que leyeron
su sumario en el número anterior
de Apolo.
En el próximo número «Revista
Latina » se ocupará del libro « Fan-
farria de prejuicios» de nuestro re-
dactor Períécto López Campaña.
Los que deseen subscribirse á
« Revista Latina » pueden dirigirse
á la Librería Moderna, ' 8 de Julio,
342 y Sarandí, 240, ó á la Adminis-
tración de « Apolo ».
Sí (¿o'^o diu^Uado. — Caracas. —
Nos ha visitado el número 377 de
esta importante revista que en Ca-
racas dirige el señor J. M. Herrera
Irigoyen. Contiene un excelente ma-
terial literario rubrado por escrito-
res ya consagrados en el mundo de
las letras, y numerosos grabados
304 —
nítidamente impresos. El canje con
esta revista estaba ya establecido.
S'-topicaí. — Ibaguk ^Colombia ¡. —
Recibimos el número 4, de esta re-
vista mensual de literatura, artes y
•ciencias que se publica bajo la di
rección de los escritores Manuel A.
Bonilla y Enrique Yeleza. A. Su suma-
rio es nutrido é interesante. Esta-
blecemos el canje,
CANJE ORDINARIO
« Letras », Habana ( Cuba ) « Mes
Literario »Coro \ Venezuela ': < Ger-
men », Buenos Aires «El Iris »,
Villa del Cerro : « Caras y Caretas »
Buenos Aires ; «El Deber Cívico %
Meló » ; •* Verdad », Montevideo ;
« El Orden », Níinas : « Vida Nueva »
Florida : « El Obrero ». Rocha ; < El
Civismo ', Rocha ; « El Heraldo »,
Maldonado : « La Quincena ■», « San
Salvador; «Natura». Montevideo;
«Nueva Vida» ■'San Salvador;
« Ecos del Progreso». Salto; «Zig-
zag», Santiago de Chile; «dluaya-
quil Artístico », (ruayaquil ; « Ver-
dad ». Santiago de Chile.
REPRODUCCIONES
De nuestros númt'ros anteriores lian he-
cho los iieriiHÜeos si}í<iientes :
La Tribiniu Liho-taria. ^lontevideo: «Ci-
clo de Retroceso», por l'érez y Caris; El
Obrero, Rocha: «Rojo y Xeu-ro», por Ovidio
Fernández Ríos y « Universalidad de la
lucha económica», por Perfecto López Cani-
l)afia; Ecos del I'roi/ri'so, Salto: «Literaturas
^lodernas, «Fanfarria de L'rejuicios», por
Juan Pícími Olaondo y «Poniente Hibernal»,
por Pérez y Curis; El Ir/a. Villa del Cerro:
«Del Caos», i)or Ovidio Fernández y Ríos y
«Poniente Hibernal», por Pérez y Curis:
Vida Xueva, Florida: «Erótica», por Luis
Martínez Mareos ; El Iris. Villa del Corro:
« Ante una ofrenda hacia los dioses », por
Juan Picón Olaondo.
NOTAS
Nuestro compañero de redacciém, (d ta-
lentoso escritor Perfecto López Cam|*aña,
sigrue radicado en el Salto, donde redacta
el importante diario AVos del Pror/reso.
Nos ha prometido enviarnos desde allí su
colaboración. Nosotros lamentamos de ver-
dad la auseneiíi del estimado camarada y
aniiíío.
El Joven i)oeta (Ividio Fernándcíz Ríos,
de la redacción de Apolo, ha sido nombra-
do recientemente redaetor de nuestro colc-
g'a El Iris ([ue se edita en la Villa del Ce-
rro.
Felicitamos á « El Iris » por la adciuisi-
ción de tan valioso elemento.
Advertimos á todos los interesados en
l)oseer la colección completa del Apolo,
que la mayoría de los números publicados
hasta la fecha se han ajíotado inmediata-
mente. Del único número (jue e.viste can-
tidad suñciente para satisfacer ciertos pe-
didos, es del número i! (|ue corresi)onde al
mes de Julio. No obstante esto, siemjire
((ue los [ledidos lleu-uen á constituir una
cantidad di^n:i de tenerse en cuenta, jiu-
blicarenios en un solo número de ffran
formato, todos los números af^otados desde
el 1 al 5 inclusive.
Los autores así como las casas editoras
tanto nacionales como extranjeras (¡ue de-
seen un Juicio breve en las Biblionrájicas.
es menester ([ue envíen á la redacción de
Apolo dos ejemplares de las obras ({ue
publiíiuen.
Sólo así verteremos opiniones, de las
cuales nos hacemos responsables.
Todas aquellas publicaciones americanas
y europeas que deseen establecer Canje
regular con el Apolo, serán satisfechas á
vuelta de correo. Basta jiara ([ue este ¡lue-
de iniciado, con ([ue se nos envíe un ejem-
plar de la revista interesada.
Las colaboraciones de nuestro número
anterior correspondientes á autores nru-
fíuayos se han publicado talmente los ori-
K'ináles. Lo hacemos constar así, i)or cier-
tas palabras de desas'rado i)ronunciadas in-
debidamente por algunos de <lichos auto-
res.
-o^$CCC$&^-
Núm^ro extraorditiario d« ''A^oW
El 1." de Enero de 1908 publicaremos un número extraordinario de
nuestra revista, conmemorando así el comienzo del «tercer año» de
vida. Constará él, de más de 80 páginas de material gráfico y literario
de los mejores artistas y escritores contemporáneos de ambos mundos.
Las colaboraciones para dicho número se recibirán en esta redacción
Jiasta el 15 de Diciembre próximo.
npoüo
I^E VISTA DH flt^TE
« Y SOCIOIiOGJfl »
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Eedactor: P. LÓPEZ CAMPAÑA — Secretario de Redaceión: O. FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO II — N.° 10. Montevideo— Buenos Aires, Diciembre de 1907.
0-e *' Enfermedades Sociales"
El adelanto matefial
Los pueblos de filósofos y de; retores como la Grecia fantas-
mal de nuestra edad antig'ua, sólo podrían mantener su plena
autoridad en estas éijocas complicadas y multiformes á condición
de unir á sus excelencias metafísicas y á su superioridad pensante,
una vigorosa juventud industrial,- económica ó manufacturera, y
un espíritu vivaz, siempre despierto, capaz de ir revistiendo,
simultáneamente con las otras agrupaciones, las mismas formas
externas, y los mismos refinamientos en la existencia material.
Imaginar que un país puede contrabalancear con sus especulacio-
nes trascecientales y con sus exquisiteces artísticas, el empuje
absorbente de los que le rodean, es abandonarse al imposible. La
vida está hecha de equivalencias. Y el equilibrio es una ifaraleli-
zación de fuerzas anuladas.
Olvidando estos principios, ciertos pueblos latinizantes han
conservado como recuerdo de su origen y de sus aficiones de varios
siglos, una confusa tendencia á encerrarse en el ideal y á descuidar
extremadamente las otras formas de la energía humana. En el
momento actual algunos dejan ver un sensible achatamiento. Ello
se transparenta hasta en los detalles ínfimos. Porque los maravillo-
sos constructores de paradojas, obsedidos por la nubes, acaparados
por preocupaciones altísimas, parecen considerar su paso por el
planeta como una cosa provisoria que no merece grandes cuidados.
No son, ni con mucho, filósofos estoicos, enemigos de la molicie.
Pero la disposición que demuestran para los asuntos intelectuales,
se transforma á menudo en inaptitud, así que atacan el abecedario
casero de las necesidades cotidianas.
Petteza de las facultades efeadopas
Es evidente que la falta de esas comodidades, de ese confort,
de esos perfeccionamientos incesantes y múltiples que exige el ser
humano cada vez más complejo, más vibrátil y más alto, indica
una interrupción en la fuerza aseen sional de ün pueblo. A una cre-
ciente superioridad de aptitudes, corresponde una más grande
intensidad de progreso traducido en bienestar. -
— 306 — .
En determinadas comarcas, el hombre se siente acariciado por
la facilidad de Jas cosas. Todo resbala y se ofrece.
En otras todo parece estar hecho de pedacitos. Falta la concep-
ción audaz, la resolución franca. Se nota cierta mezquindad, cierta
economía, cierto deseo de hacer de lo indispensable lo menos posi-
ble y de burlar la opinión, dándole la mitad de lo que aguarda.
No basta que una élite viva con el siglo. Lo que marca el pro-
greso y la victoria es la difusión del bienestar dentro de las fronte-
ras y lo que cuenta en los cómputos universales, es el término
medio de la felicidad individual dentro de cada nación. La aristo-
cracia rusa tiene las mismas costumbres refinadas que la aristocra-
cia inglesa, pero eso no significa que ambos pueblos estén al mismo
nivel. Lo que en aquel país es patrimonio exclusivo de una casta y
forma como una isla dentro de la nación, resulta en éste extendido
y común á un número infinitamente mayor de individuos. Lo que
en Rusia sólo alcanza para perfumar la cima, resbala en Inglaterra
por las laderas y ñorece la mitad de la montaña.
La cultura de las naciones puede calcularse por sus necesida-
des. Los pueblos que marchan á la cabeza, son también aquellos en
que se vive mejor, desde el punto de vista de la alimentación, de
los transportes, etc. . . Las simetrías de la existencia quieren que á
una superioridad de pensamiento corresponda una superioridad de
vida material. Algunos desmienten esta regla. Y es porque sufren la
inñuencia de un factor nuevo que está á menudo en contradicicción
con el espíritu general del país y que se llama : la falta de inicia-
tiva.
Una revista de Viena, Die Zeit abrió una « enquéte » sobre la
influencia francesa en Alemania. Los profesores, literatos y artistas
consultados por ella hicieron respuestas evasivas, francas ó irónicas.
Pero casi todos dejaron la misma impresión desconcertante. Alema-
nia admira la intelectualidad francesa, pero se considera superior á
Francia por su acción de conjunto sobre el siglo. Se defiende de lo
que llama el « alma femenina » de París. El sentimiento del deber le
da según ella la fuerza necesaria para obrar ; mientras que el fran-
cés, escéptico, carece de motivos para sacrificarse. Francia es un
niño travieso y sublime cuyo espíritu superficial no concuerda con
la necesidad que dicen sentir los sajones de cosas fundamentales.
Quizá exageran éstos un tanto la solidez que se atribuyen. Pero es
lo cierto que en Berlín ó en Hamburgo se advierte más á menudo la
titilación de un espíritu crítico constantemente despierto y aplicado
á las cosas corrientes.
Lia inieiativa
La iniciativa es la renovadora de la existencia ; la facultad con
ayuda de la cual el hombre va haciendo entrar futuro en el presen-
te. Sin ella todo permanecería estancado á lo largo de los siglos y
las edades serían reproducciones pálidas de un eterno tipo ances-
tral. Es lo que pone en movimiento á las sociedades, lo que las
da rasgos propios, lo que las hace cambiar de piel. La iniciativa no
resulta por su esencia una cosa de conjunto, es una función perso-
nal. No es obra de los organismos, sino de las moléculas. Se tradu-
— 307 — :
ce en una acción individual y constante que descubre circunstan-
cias, analogía, procedimientos, disociaciones, matices, aplicacio-
nes ó formas desconocidas, que después se difunden y aumentan el
haber de la colectividad. Iniciativa fué la del primer hombre que
hizo brotar el fnego, que esclavizó las fugas del caballo, que impu-
so á los árboles la forma de una clioza, que traspuso con un puente
el imposible de los rios, que experimentó las virtudes de una plan-
ta, que adivinó la rueda, que mordió una fruta, que modiricó el
traje, que se bailó en el mar, que podó un árbol, que se sirvió de
un aviso, que imaginó un paraguas, ó que introdujo, creó ó acli-
mató algo inédito. Iniciativa es la del primero (^ue puso un freno á
la locomotora, que dio rueda libre á la bicicleta, que resolvió un
perfeccionamiento en el servicio postal, que acortó la duración de
un viaje ó que determinó cualquier mejoramiento de lo existente.
Tener iniciativa es transponer la costumbre, ser más que un fonó-
grafo, razonar las cosas, vivir completamente. Los paralíticos de
alma se contentan con la tradición ; los hombres plenos ven á tra-
vés de ella. Si lo miramos bien, la iniciativa no es más que produc-
to de la curiosidad y de la lógica. Quizá entra en ella también un
poco de presciencia y de adivinación. Pero es el motor supremo de
los pueblos y su condición de triunfo. Caando ante una escena ó
un caso inesperado ( haciendo abstracción de los grandes conflictos
morales ), un hombre no acierta á resolver lo que conviene y busca
en el pasado un ejemplo ó un lazarillo, se puede decir que ese
hombre decae. Ya no es capaz de saltar por sobre la dificultad para
crear vida. Es un baldado . . . Juventud, signiñca exuberancia,
decisión y jaque á los imposibles. Los pueblos jóvenes y triunfan-
tes son aquellos en que se oye el chisporratear de la inventiva, en
que cada cerebro es un laboratorio de deducciones y de induccio-
nes, en que se extrena una vida todas las mañanas, en que el hom-
bre siente dentro de sí el fuego creador, base de la supremacía de
la especie y origen de nuestra ascención interminable. Fuera de la
iniciativa no hay más que estancamiento y derrota. Basta echar
una ojeada sobre las naciones, para comprender la importancia de
esta facultad que algunos consideran como subalterna y que es en
realidad el origen de todo progreso. Si España pierde terreno, es
porque ha descuidado la iniciativa. Mientras ella permanece ancla-
da en sus costumbres, los otros pueblos continúan su marcha hacia
el sol, algunos, como los Estados Unidos, con una rapidez grande.
Porque en la América del Norte la iniciativa es el resorte principal.
Una educación razonada y libre ha habituado á los hombres á la
acción y les ha dado con la facultad del análisis la costumbre de la
crítica y el deseo de mejorar las cosas. Todos concurren según sus
facultades y en su esfera á empujar la monstruosa bola de nieve de
la civilización. Así consiguen ir adelante en la fuga hacia los
límites.
lia ausencia de " pettsonalidad '*
No faltará quien argumente que unos pueblos han nacido con
particulares aptitudes para los asuntos materiales y otros para los
asuntos espirituales, que unos resultan excelentes administradores
— 308 —
ó empresarios, y otros incomparables poetas ó filósofos, que aque-
llos son la carne y éstos el alma de la humanidad.
No nos deslumbre la paradoja. La ciencia dice que todos, con
excepción de los enfermos y los baldados, han nacido con una
organización cerebral semejante. Si unos pueblos demuestran tener
.mayores preferencias por una cosa que por otra, ello depende de la
educación que vienen recibiendo. Tan es así, que los franceses fue-
ron un tiempo maestros en cuestiones que hoy resultan ajenas A su
competencia. A una educación racional, deductiva, experimental,
corresponden temperamentos curiosos, razonadores, y atrevidos. De
una educación de fuegos tíorales, no pueden salir más que excelen-
tes retores mal preparados para la existencia moderna.
í]s innegable que la falta de iniciativa de que nos ocupamos
arranca del Liceo. Los sistemas pedagógicos en uso consideran al
nino como un rodillo impresionable de fonógrafo. Sólo le piden
memoria. Y esa anulación de la personalidad, que empieza en la-
escuela, se prolonga y se acentúa después en la vida.
Surgen hombres que no se atreven á desafiar la opinión.
« Hacerse notar » es lo peor que les puede ocurrir. Por no « hacerse
notar » se calla la boca el cliente i'i quien sirven en el restaurant un
beafteak calcáreo; por no « haeerse notar» se corre y huye el
transeúnte insultaíío por el pilludo; por no «hacerse notar» se ejecu-
tan ó aceptan millares de cosns nocivas ó desagradables que nadie
toleraría á solas, pero cjue todos acatan é imitan en público, terro-
rizados como están por la idea de diferenciarse de los demás.
Timidez matefial y moral
Aí^í t^e lia llegado casi á su})rim¡i' la allrniaeión. Quien sabe que
i'stá lloviendo, expresará su certiduml)re en forma dubitativa:
« parece que llueve. . . .> Se me dirá que ello ¡seríala una gran mode-
ración de carácter y una rneoniiable prudencia filosófica. Pero esa
eterna fiuctuación, eso estado neutro, esa incertidumbre, es, á la
postre, muy nefasta. Los qnr triunfan son los campeones que blan-
dón con denuedo la afirmación, esa espada del espíritu y los que
seguros de su razón. Jo aprecian y lo resuelven todo individual-'
mente, sin pasar revista á las caras de los demás.
Utras de las causas que dificultan la iniciativa, es la tendencia
al ahorro y el temor que tiene cada cual de arriesgar su tesoro.
Buena parte de los que poseen un pequeílo capital que les permite
una existencia mediana, prefieren la chata tranquilidad del rentista,
á las agitaciones, después de todo, viriles y saludables, de los que
excusan en cierto modo su riqueza haciéndole producir, en una
forma ó en otra, mayor bienestar para la colectividad. Los que no
caen en ese vicio, emprenden negocios tradicionales y usados, en
que las probabilidades de pérdida están reducidas al mínimun. Los
más valientes se aventuran en expeculaciones de bolsa. Pero muy
pocos inician esas empresas nuevas ó abren esos caminos inéditos,
que dentro de la organización económica actual, contribuyen á
aumentar la habitabilidad de un país. Falta la osadía y la confianza
— 309 —
en las propias fuerzas. Intentar variaciones, abrir surco, comenzar
algo, son cosas que parecen temerarias. Lo común e=í seguir por'el
camino conocido, á remohiue de los muertos.
Manuel U(;akte.
Luisa R. Guarnaschelli
— 310 —
Para Apolo,
Yo tengo cada noche en mi prisión obscura,
Cuando me duermo triste, un sueño extravagante.
En que parece veo tras el cendal flotante
Con que las sombras forman su negra vestidura.
Una beldad marmórea de trágica hermosura
Como la Esfinge griega, biforme y arrogante :
El cuerpo recio, alado, de fiero león rampante,
Y de mujer el busto, con ojos de escultura.
No habla ni vé la estatua ; enigma es su mutismo,
Misterio impenetrable del Porvenir incierto,.
Y, como el que se siente perdido en un abismo.
En la Tebaida fría de este árido desierto.
Ante el Arcano hoirible preguntóme á mí mismo
Si es que estoy dormido ó es que estoy despierto!
La Quimera
Pero otras veces sueño que de una inmensa altura
Luz estrellar desciende, que mi celda ilumina,
Y en un fondo que tiene matiz de agua marina
Una « mujer-quimera » destaca su figura.
En sus azules ojos chispa de amor fulgura,
Hasta mi lecho llega y sobre mí se inclina
Para besarme, y gozo cuando su purpurina
Boca en mi frente imprime un beso con ternura.
Y cuando el tiempo pasa y la tiniebla insiste
En recobrar su imperio, la forma peregrina
De la visión aérea todavía persiste.
Aunque mis ojos cierre, grabada en mi retina;
Y esa « mujer-quimera », que blancos velos viste,
Eres tú, mi Deseada, eres tú, mi Corina.
Adriano M. Aguiar.
Agosto, 1906.
%^-*-
311
ta Flor áe Sati Juan
Estamos en Junio, en el San
Juan del verano, y alrededor del
enjuto Bautista, comedor de lan-
gostas, convertido por la super-
posición de los cultos en sucesor
directo de Helios, se despiertan
las leyendas solsticiales.
Ayer el amigo Moulet me con-
taba una . . . Pero no conocéis al
amigo Moulet, un honrado hom
bre, combatiente en 1851, cuya
barba ha emblanquecido parale-
lamente con la mía, con un poco
de anticipación sin embargo, y á
quién yo admiraba muy pequeño,
cuando marchando hacia atrás,
con un paquete de cáñamo sobre
la barriga, hilaba esas cuerdas á
lo largo de los antiguos terraple-
nes.
Ahora que el progreso de la
mecánica ha suprimido la pri-
mitiva industria de la cordelería,
Moulet, como un filósofo resig-
nado cultiva legumbres y flores
en campos Brencdus, en medio
de las rocas y de las canteras
transformadas en jardines.
Es dichoso y no se lamenta,
porque el aire que se respira en
aquella altura es el más puro y
la vista de que se disfruta es la
más admirable del mundo.
No obstante, no fué en ese
paraíso rocalloso donde Moulet
me narró la leyenda. Moulet es,
por naturaleza, poco hablador.
Para desatar su lengua fué me-
nester que la casualidad de un
encuentro y de una excursión
improvisada nos condujese por el
camino de Ribiers hasta el pue-
blo de Amarons y sus casucas
agrupadas al pie del imponente
bloque calcáreo, sobre el cual se
alzaba, en tiempo de los cónsu-
les, de los podestás y las anti-
guas guerras, la bastida fortifi-
cada de San Juan.
Entonces, me dijo Moulet:
— Tú sabes que aún al pre-
tente la bastida de San Juan
conserva el renombre de un sitio
muy particular, donde ocurren
en cuatro días, y precisamente
en esta estación. . cosas que no
son cristianas.
— Diantre!
— Parece . . . Pero déjame to-
mar aliento . . .
« Parece que todos los años,
el día de San Juan, cuando
suena la hora de media noche,
nace una flor en la montaña,
una flor maravillosa que alum-
bra, iluminando la hierba alre-
dedor suyo, como lo haría un
gusano de luz.
« Los caminos, por los cuales
puede llegarse hasta ellos son sen-
deros de precipicios y no hay
sino un momento para cogerla.
Pero el que la conquista está
seguro de ser amado, ofrecién-
dola á la persona á quien ame.
« Ahora bien, sucedió que una
dama encopetada, una princesa
— pues las mujeres también pue-
den coger la flor — amaba á
alguien de quien no era amada,
y por consejo de su confesor,
hombre versado en ciencias,
subió á la cumbre, hasta las
ruinas de San Juan, en el día y
á la hora requeridos.
« Llegó, vio la flor que deste-
llaba y distinguió, á pesar de la
negra sombra, su cáliz color de
luna que por dentro tiene color
de sol. Pero cuando se allegó á
cogerla, alguien la tenía ya : un
campesino joven y pobre, con
312 —
su saco y su planta, cu traje de
pastor de cabras.
« La princesa trató de coaiprar
■ la ñor.
— « Nó, nó, hermosa dama, im-
posible! Si vos llegáis á tocarla
me amaréis y eso no estaría bien.
— « f: Por qué?
— « Porque yo amo á otra, de
quien deseo hacerme amar.
— « Más bella que yo?
— « Pues que yo la amo, aun-
que sea un poco rojiza y esté
curtida de sol, para mí es más
bella que todo el mundo.
« Y el pastorcito se marchó,
llevándose la flor, y mientras ([ue
el pastorcito se comi)adeeía de
la princesa, porípie tenía un
buen corazón, la princesa, á pe-
sar de su corona, envidiaba á la
rústica amada del pastor.
No pude contenerme é inte-
rrumpí á mi amif^o Moulet :
— He allí una flor que es nece-
sario poseer.
— f-; Ahora, para que nos ser-
viría?
— Xo importa ! Tú debías ha-
berme dicho esto antes. La pose-
sión de este secreto me hubiera
ahorrado muchas tristezas.
— Yo mismo no lo supe sino
ayer.
Xos miramos sonriendo, con
un ])oco de melancólica pesa-
dumbre en los ojos. El secreto de
la dicha llega siempre demasia-
do tarde. Así es como se estila
en la vida.
Paul Aréxe.
^:ÍC:CC-í(}c-
mis&H^fi^
lia IVIargafita del pciusto
^aza « (Sl-pof o ».
S-U-fría-S u.n mal InoraciOj iraisl-tieta.'ble;^
lE^ísbislcie; á. la.s b)e;nigna.s e;on.£id.e;ne:ia.S-,
"Y" (zrx ttxs ojos jrtie;nd.igos de; e;le;me;in.e:ia.s
IDi\7"<a.ga.bia. xxtí enigma. irxciese;ifra.b)le.
T-d. lloxa.ba.s la.s pá.lid.a.s a.-u.se;ne:ia.s
IDe ijí-na. pa.sióan. fa.ta.l-, irxol-u-id.a.h)leí
"^i^ de tut. lloro qtxe era. ina.gotat)le
Cien Oea.sos bebieron, sixs dolen.e:ia.s.
Con. xxríSL ex:a.n.gij.e m a.r elaitez: de lirio
Se a.gosta-ba. txx ser en. el delirio
ZDe: xxrx in.soinn.n.iOj 3na.sta. qt^e^ pia.d0sa.2m.en.tei
jPs.llá en. la. brtxma. de xxn. Oea.so lila.
Des"u-a.n.eeióse el lla.n.to en. ttx ptxpila.
liT te dorm.iste, a.1 fin. ... 1 etern.a.amen.te 1
Juan Picón Olaondo.
313
Sanare azul
El salón es muy amplio, el más
amplio del antiguo palacio que ha-
bitaron siempre los duques de San
Esteban ; tiene cuatro balcones con
sus persianas tendidas y las made-
ras entornadas, de modo que sólo
penetran en la estancia cuatro
rayos de luz que la dejan bañada
en suave penumbra.
Adosados á los muros, en los
huecos que se forman entre balcón
y balcón, reposan tres bargueños
antiguos de nogal obscuro y gra-
siento, en cuya madera hizo el artí-
fice, con paciencia de esclavo, labor
de talla minuciosa. Los herrajes de
acero destacan sus pinceladas bri-
llantes en la obscuridad de la ma-
dera.
De las paredes penden, cubrién-
dolas por completo, tapices africa-
nos de colores violentos, tapices
tejidos con indolencia mora, y sobre
ellos, encerrados unos en marcos
de roble, otros en molduras de oro
antiguo, muestran sus adustos ce-
ños todos los duques de San Este-
ban que fueron ; la pátina y la luz
han ido cambiando colores y borran-
do detalles : los rostros que quizá
en un tiempo tuvieron rosas de
sangre en las mejillas, tienen lioy
amarillez de cera : los labios en
vez de carmín son rosa pálido : las
damas son graves, ninguna sonríe :
se diría que los artistas pensaron
en el fenecer de sus modelos
Completan el menaje de tan pere-
grina estancia, sillones con res-
paldos y asiento de cuero cordobés
y remaches anchos de plata. Cubre
la puerta de entrada amplio telón
de paño azul, en cuyo centro se vé
la corona y el escudo heráldico de
los duques; hay en este escudo
tres cantones : uno horizontal y dos
verticales: el diestro del jefe es un
campo de azur con barras de oro ;
en el siniestro hay un castillo por
entre cuyas almenas asoma un bra-
zo armado con daga milanesa, y en
el horizontal de la punta un gato
de negro pelo y ojos verdes que
tiende fiera mirada.
El tapiz se levanta con frecuen-
cia para dar paso á gentes que van
entrando ; todas vienen con caras
tristes, con ropajes negros, con
guantes negros ; los hombres con
corbata negra también; avanzan
hasta el fondo en donde el duque
está como hundido en amplio sillón
de erguido respaldo Es un hombre
de certa estatura, de rostro enjuto
y rasurado, envuelve su cuerpo en
obscura levita y sostiene en una de
las manos blanco pañuelo que de
vez en vez le sirve para enjugar
sus ojos.
Los saludos son todos hermanos.
— ¡ Duque ! - Dice una señora
que llega con su hija; y la excla-
mación que al parecer iba á brotar
dolorosa se rompe en estas palabras
y en ellas se queda.
Los hombres se acercan decidi-
dos, como quien va á ejecutar un
acto (le valor, estrechan con sus dos
manos la diestra del noble y la sa-
cuden nerviosa y largamente como
queriendo demostrar una pena y
una emoción que están muy lejos de
sentir.
Luego el grupo que se formó para
saludar al viejo se va deshaciendo
y se vuelve á formar con nuevas
personas. Van sentándose en corri-
llos: viejos con viejos y jóvenes con
jóvenes. Al cabo de un rato, junto
al de San Estaban sólo queda ima
anciana.
— ¿ Ha visto usted, marquesa ?
— i Pobre Eulalia !
— Si, marquesa, si, y pobre tam-
bién de mí que me quedo sin ella;
de mi hijo que enloquecerá de do-
lor . . . ténganos compasión, acaba-
mos de perder algo muy grande . . .
algo que no sabemos aún bien lo
que era. — Fluyen las palabras de
boca del anciano, á borbotones como
la sangre de una herida.
— ¿ Y Alvaro, vendrá ?
— Ya no, i para qué ? Le avisa-
314 —
mos que sn madre estaba enferma
y á las tres horas justas tuvimos
que ponerle un telegrama á Augus-
to, que está con él, para que prepa-
rase al pobre hijo a recibir la noti-
cia de su desgracia horrible.
¡ Pobre Eulalia !
Pasa au momento de silencio ab-
soluto. Pónese en pie la marquesa
Se incorpora el anciano, y con
paso temblón, se acerca á un grupo
en el que se está hablando de polí-
tica.
Dos de los individuos se separan
al verle avanzar, y quedan otros
dos.
— ¡ Han visto ustedes qué desas-
tre!
\
Casimiro Prieto Costa"
y con un suspiro y una frase estu-
diada despídese y sale.
Queda el duque aislado en su si-
llón De todos los corrillos comienza
á surgir el siseo de conversaciones
en voz baja, silenciosas como mur-
mullos de agua, como rezar de an-
cianas, y de cuando en cuando se
oyen risas contenidas que quieren
estallar al tiempo mismo que manos
delicadas, femeninas, llevan á la
boca la albura de sus pañuelos.
— ¡ Tan buena como era la pobre !
— ¡ Ya lo creo ! Eso dice por ahí
todo el mundo. ¡Tan buena como
era! Por cierto que ahora mismo
me lo decía Roldan en el salón de
conferencias Me encargó que salu-
dase á usted en su nombre. El tam-
bién está de duelo.
El duque interroga con sus húme-
dos ojos.
— ¿ iNo sabe usted ? ¡ Una derrota
escandalosa de la mayoría !
:'*»■"
315
El otro interlocutor se asombra y
pide detalles ; la conversación vuel-
ve á tener por tema la política- y el
de San Esteban vá con su melanco-
lía hacia Glarita Rubio, que está
sola, sentada cerca de uno de los
bargueños pasando el regatón de su
sombrilla por encima de los dibujos
del tapiz que cubre el parquet,
— i Glarita, verdad que tú has
sentido mucho la muerte de la du-
quesa ?
Glarita levanta los ojos y como
haciendo un esfuerzo, responde :
— ¡ Ya lo creo ! Gomo que siempre
estaba procurando que lo pasáse-
mos bien, y daba bailes y thés, y
hacíamos comedias ... y, usted no
sabe lo mejor, ahora iban á presen-
tar á Diego Granada, figúrese usted
lo contenta que yo estaba; pero
cuando ya sólo faltaban unos días
para el de su santo, ocurre la des-
gracia. ¡Le digo á usted que tengo
una suerte !
El duque llora silencioso, la da-
mita vuelve á repasar con la som-
brilla las líneas de la alfombra y
transcurre un momento sin que nin-
guno de los dos diga palabra.
Por fin él hace desaparecer el si-
lencio :
— También ella te quería á tí
mucho, mucho. Mira, una vez, es-
tando en la mesa, hablábamos de
tus relaciones con Dieguito, y la
pobre, como os quería á todos lo
mismo que si hubierais sido sus
hijas, como tenía un corazón tan
grande ... - el viejo solloza angus-
tiado por el recuerdo ; un ps ss . . .
larguísimo, cruza el salón, la niña
levanta la cabeza.
—Perdóneme un momento ¿ eh,
don Justo ? voy á ver qué quiere
Gonchita Ríos Y Glarita se aleja
muy de prisa, casi saltando, y vá
á sentarse en medio de un grupo
que formaron al entrar las de Sal-
daña, las Montero, Eugenia Gortés
y Gonchita Ríos con su hermano
Paco.
Don Justo las mira con cariño y
vuelve á llorar ; la conversación
brota ya casi alegre de todas las
bocas, nadie se acerca á consolar
al anciano que vuelve á ponerse en
pie y se dirige hacia la puerta ; con
mano temblorosa levanta el azul
cortinón, el gato se encoge entre
los pliegues, encorva más el lomo,
parece que va á saltar, pero el
tapiz cae y vuelve el felino á su
posición constante
El duque marcha lentamente por
el largo pasillo; sus sollozos, que
trató de contener en la sala, esta-
llan ahora triunfantes, casi con
alaridos de dolor ; á las veces pa-
rece que le cortan la respiración,
pero es la fuerza del gemir,
— i Pedro ! ¡ Pedro ! - Llama con
voz que al principio no quiere salir
de su garganta, pero que fluye lue-
go temblona, cascada, como rozan-
do las palabras en el pecho antes
de pronunciarlas :
¡ Pedro ! . . . i Pedro !
Y allá, en lo último del pasillo,
destacándose sobre el fondo de co-
lorines de una vidriera, aparece la
silueta negra del viejo servidor,
Pedro es muy anciano ; viene
arrastrando los pies porque le fal-
tan fuerzas para levantarlos, su
espalda se encorva como tronco
senil, y sus patillas largas y blan-
cas, muy largas y muy blancas, le
acarician los hombros
En el corredor no se oyen más
que los sollozos del duque y el ras-
trear de los pies de Pedro que se
dirige hacia él.
- ¡ Pedro ! - dice el de San Este-
ban con voz quejumbrosa que le
sale del alma y en la que pone
todo su dolor con corona de lágri-
mas - i La pobre señora ! . . . ¡ Qué
va á ser de nosotros sin la pobre
señora!
El criado le mira dudoso mientras
sus ojos lloran; el duque abre los
brazos y en ellos cae Pedro como
en los de un hermano.
De la sala llegan ya ruidosos mur-
murios de fuerte charloteo que inun-
dan con sus notas el silencio augusto
del largo corredor. En la vidriera
del fondo se van apagando con la
luz los colorines, y, de entre ellos,
como lenguas que burlan, se desta-
can las manchas sangrientas de los
cristales rojos
;MiGüEL a. RODENAS.
- I
— 316 —
tn la £st«í)a
Ni un verdecido iilcor, ni una pradera !
Tan solo miro, de mi vista enfrente,
la llanura sin fin, seea y ardiente,
donde jamás reinó la primavera.
Kueda el rio monótono en la austera
cuenca, sin un cantil, ni una rompiente,
y, al ras del horizonte, el sol poniente,
cual la boca de un horno, reverbera.
i|l
i
g * 1
Jí
Y en esta Rama rtís ((Uc no abrillanta
niufíún color. a(|ní. do el aire azota
con íriu'o suplo la reseca planta,
sólo, al romper su cárcel, la bellota
en el pajizo nlfiíxlonal levanta
de su candido airón la blanca nota.
irANUKi. .T. Otiion.
— 317 —
GHXSPAS
Fra-ígínento.
De la "oida, el dolor e« la maralla
Qae detiene al amor «a iragectoria;
I YÍT3Ír la t)ida e« la magor l)atalla !
¡ Saber la -oida e« la magor " ijíctoria !
*
* *
L-a inconsciencia en el l^omlire e« an agra-oio,
Y l^ag do« modalidades qae desprecio :
Gaando el necio pretende ser an saMo,
Y caando el sabio se concierte en necio !
*
* *
Gomo el loco, el profeta es infelice ;
De los dos, la palabra tiale poco,
"Porqae el loco no sabe lo qae dice,
Y el profeta no sabe si está loco !
ji. ií
?I1 líamilde, l^amildad ; pero al tirano
Palminan -ton «oberbia mis miradas,
"Porqae el qae besa á un déspota la mano
Hcostambrado está á sus bofetadas !
Tienen los l^ombres, por ficción pomposa,
Sepalcros de magníficas cubiertas,
"Pero no tienen ana l^amilde fosa
"Para enterrar -^as pobres almas muertas !
Ai. «.
¿ Qres pobre ? . . . no llores ... no te entienden !
JSon nobles tas miserias . . . mne en calma !
¡ ÍQás pobres son aqaellos qne te ofenden
"Pues lle-oan la miseria dentro el alma !
Dos creaciones qae la ciencia ilastra
Fortalecen el ser de mi existencia :
Dentro del alma llevo an Zaratastra,
Y tenqo un Jesucristo en la conciencia !
— 318 —
Impresiones
Un libtto de Tullo fA. Cestero
CITEREA
Pensaba, cierta vez, que algunos
escritores se saturan de tal ambien-
te «interior» de arte, que como los
bebedores de éter lo exhalan ... Y
esa saturación se evidencia por un
halo singular que emerge de su
«obra», de su más insignificante
producción. En efecto, ciertos es-
critores en un sólo párrafo de gace-
tilla revelan su temperamento de
lucha, enérgico y agresivo, otros
su delicadeza Tulio Cestero, el ex-
quisito prosador dominicano es un
saturado : cuanto de su pluma sale
ostenta un sello aristocrático ( el
arte es aristocracia) inconfundible.
« Citerea » diminuto y lujoso vo-
lumen que acaba de editar la casa
de Rodríguez Serra de Madrid, fija
de un modo definitivo, la persona-
lidad simpática y atrayente de Ces-
tero, literato de sólida reputación
y ático burilador de la frase, que
ha alcanzado un puesto de primera
fila en América, á la edad en que
otros empiezan, apenas, á iniciarse.
Muchas veces el nombre de Ces-
tero ha acudido á mi pluma, siem-
pre entre frases de elogio justicie-
ro : porque desde luego, en las An-
tillas ningún otro artista supera el
estilo delicado y grácil, terso y lím-
pido de Cestero : él es á nuestras
islas lo que Díaz Rodríguez ó J)omi-
nici á Venezuela, lo que Rodó al
Uruguay, lo que Ugarte á la Argen-
tina, la figura «internacional» más
querida y estimada
Gozar de la vida entre perfume?,
entre hermosas, entre joyas y sedas,
ese debe ser el ideal de Cestero,
porque su talento refinado no es el
genio combativo de Vargas Vila,
ni tampoco le seduce el sereno
apostolado de Ugarte, en su lucha
por la vulgarización del arte, ni el
fiero gesto de Dominici desde « Ve-
nezuela ». El alma de Tulio Cestero
es un alma de contemplativo, de
admirador, un espíritu que yace
siempre en éxtasis de arte ; que pa-
sa sobre la miseria de este mundo
sostenido por la gran fuerza inte-
rior de su propio espíritu, guiado
por la luz de su alma generosa,
rechazando, con suave gesto patri-
cio, lo abyecto y lo vulgar. Un re-
finado de la Belleza, un espirituali-
zado del arte, eso es Tulio Cestero.
Tal vez podría hallarse en el gran
poeta mexicano Amado Ñervo algu-
na semejanza con Cestero, sólo
que Ñervo es más sentimental y
emotivo, sujeto al influjo de ese
morbo místico de los Huysmans y
los Verlain.
«Citerea» el libro de que hablo,
está formado por cuatro poemas
dramáticos muy breves, casi esguin-
ces, casi esbozos, llenos de unción
artística, y en los cuales desfilan la
juventud, el arte y la vida. El amor
se aleja en ellos vagamente, como
una nube ligera . . Pertenecen los
cuatro á ese género no bien defini-
do que ha dado en llamarse « lite-
ratura intensa » febrecitante, cruel,
que llena los libros de D'Annunzio.
Los poemas : El Torrente, La Me-
dusa, La enemiga, y La Sangre.
La Sangre es un cesto de rojos
pétalos desvahidos arrojados sobre
un lienzo de Goya ; La Enemiga un
cuadro macabro, doliente, fatal ; La
Medusa, es un idilio quebrado trá-
gicamente ; El Torrente es el desfi-
le veloz, fantástico, de la existen-
cia parisiense fútil y viciosa, im-
placable, brillante múltiple y . . .
única, que dijo Emiliano Hernández.
— 319 —
La fantasía de Gestero se mues-
tra obsesa por un sentimiento trá-
gico, atenaceante. Sin embargo, su
serenidad de artista resplandece
sobre las crisis pasionales, sobre
las tT'agedias del alma que descri-
ben las páginas de «Citerea» con
una fugacidad de estrella errante...
El parnasianismo dé Gestero se
impasible ) y su propio sentimiento,
su sensibilidad, su entusiasmo hu-
yen y se esconden entre los encjges
del estilo armonioso, dócil á la vo-
luntad del artista que lo pliega y lo
distiende, lo levanta y lo abate á su
capricho . .
Anúncianse tres nuev os libros de
Gestero : « Por los caminos » (im-
í?
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Manuel S. Pichardo
ha revelado esta vez más potente
que nunca. Se hace preciso recordar
el gran espejo de que hablara de
Vinci, porque una serenidad abso-
luta resplandece sobre los períodos
más vibrantes; el autor de « Cite-
terea» se sustrae á toda emoción
í escribe, como quería Gautier. pá-
ginas emocionantes permaneciendo
Habana, Agosto de 1907.
presiones de viaje) «Sensaciones de
estética » ( crítica literaria ) y ■• El
Velo de Tanitt» cuentos y poemas
en prosa.
Cestero es, pues, no sólo de los
que valen, sino, también, de los que
laboran.
Valga decir, en América, « rara
avis » . . .
Arturo R. de Carricarte.
; — 320 —
Motivo ítitimo
Amada
Eucarística flor de mi huerto : .
Sollocemos. ¿No ves:Cómo vuelven
Ateridas las noches de invierno ?
Eecoge en el diáfano cristal de tu espíritu
Vaporosos perfumes etéreos
Y el suspiro que exhala en la noche la ñor que sejmuere.
¡ Oh, sonríe y solloza conmigo ! Venzamos al Tedio.
Abandona, abandona, Alma mía,
El silente joyel de tu tiesto.
Ven conmigo. ¿No ves cómo cae
Lenta, en haces copiosos, del cielo
Sombrío la. nieve,
Y cubre los parques inertes de inmensos
Y puros aljófares
Que simulan harapos de lirios y nardos enfermos?
Ven, y besa mis lívidos labios,-
¡ Y mi testa repose en tu seno
Su rebelde cuadrig-a de ideas !
'fn"-
Jlepmana
¡ No, no beses mis labios ! En ellos
Del dolor el absintio circula ;
Besa sólo mis sienes de fuego.
¡ Qué iluminen mi espíritu. Hermana, ..^ .
Tus ojos cual gemas radiantes y tiernos ;
Esos ojos que otrora i):'('ndíaii su dardo en mis venas.'
Eucarística flor de mi huerto.
No eres más. Y, ¿ciuicn eres ? — ^li hermana :
¡ No eres ]nás el imán de mis besos !
Sus liimnos de niebla
Picludia el invierno:
Palidecen las albas ¡ Qué importa, •?
Si mi amor esotérico ha muerto !
PÉREZ Y CURIS.
Otoño, 1!»07,
- 321 —
POR ORESTES BAROFFIO
Á Guziaún Papini y Zas.
Í5ÍÍÍV-"- -, .-iXKjix*
— 322
€1 tnás vUjo de la aldea
A diiño Emilio Pardo Basan.
Una tarde, de los primeros
días de nuestra temporada de
verano, en que los niílos con-
versábamos en el balcón de nues-
tra casita blanca de la aldea;
por el sendero que poblaban ru-
morosos cipreses y sauces um-
bríos, venía pasito á paso, co-
jeando, un viejecito muy viejo
y muy encorvado, de nevados y
luengos cabellos, y de barba flo-
rida y larga, que le daba el as-
pecto de un anciano mago de un
cuento Oriental. Todos miramos
con curiosidad y respeto á aquel
anciano, que apoyado en un grue-
so bordón, pasaba sonando sus
pesados zuecos de madera, y
que sin mirarnos, seguía su ca-
mino como si estuviese fastidia-
do de ver niños en los balcones
de las casas.
Mis hermanitas dijeron enton-
ces : Pobreeito el viejecito que
de tan viejo se va á morir ! . . .
Y nosotros los hombres nos reí-
mos de los zuecos (]U(> choclea-
ban al andar . . .
Al dia siguiente, y á la hora
en que el crepúsculo dora))a la
silenciosa campiña, por el sen-
dero que llenaban con sus gemi-
dos los sauces y los cipreses,
venía el viejecito más viejo de
la aldea. Aquella tarde no iba
solo, una chiquilla le acompaña-
ba sirviéndole de blando sostén
á su cansado cuerpo. Qué boni-
ta era la niña con sus ojillos
morenos y picarescos, sus cabe-
llos brunos y su pequeña boca
de fresa, y qué buena se veía
con su sencillo trajecito de blan-
co percal. Al pasar I)ajo la ale-
gría del balcón, nos miró á todos
sonriente, como si quisiese te-
nernos por amigos. No había
duda, la muchachita debía ser
nieta del viejecito, sí, del vieje-
cito que se iba á morir, como
desde entonces lo llamamos.
Después supimos muchas co-
sas, entr-' otras : que el buen
hombre se llamaba don Joaquín,
que había sido maestro de es-
cuela de la aldea durante mu-
chos años, y que ahora, y en
una ruinosa casa, olvidado de
todos, vivía tan solo con el cari-
ño de la querida nietecita de su
alma, que desde muy pequeña
había sentido también la araar-
aa tristeza de la h orfandad . . .
Y á medida que transcurría el
tiempo, el liejecito que xe iba á
morir se volvía más arrugado y
más achacoso, mientras que la
niña se i)onía hermosa y sonro-
sada, como una manzana.
Y los días siguieron para nos-
otros con el delicioso encanto .
de los cuentos de brujas y de
magos, en tanto que el otoño
doraba las hojas de los árboles,
las ñores se marchitaban y los
pájaros en bulliciosas bandadas
se iban, se iban lejos ... Y el
viejecito que se iba á morir se
tornaba pálido y frágil como
una hoja de ese otoño que se lle-
vaba en sus alas el viento helado
y zumbador.
Una tarde, la última de nues-
tras bellas tardes en la aldea, y
cuando los niños reíamos ha-
ciendo fiesta de nuestra alegría,
vimos á lo lejos un cortejo fúne-
bre que lentamente avanzaba
— 323 —
por el sendero de los sauces y
cipreses. Las campanas de la
ermita doblaban con eco lasti-
mero ; y en el cielo todo negro,
había una tristeza infinita . . .
— Quién habrá muerto ? pre-
gunté; una de las ninas repuso:
— De seguro que ha sido el vie-
jecito que se iba á morir. Y todos
dijimos, sí, debe ser el viejecito
^ porque ya no podía con la car-
ga de sus aííos. Pobrecita la ni-
ña — agregó otra de mis herma-
nitas — qué sólita se va á que-
dar !
Pero á poco vimos que el
ataúd que traían en hombros los
melancólicos aldeanos, era un
ataúd blanco y pequeño, y de-
trás llorando, llorando mucho,
todo encorvado y tembloroso,
iba el viejecito que se iba á mo-
rir . . .
Rafael Ángel Troyo.
La resurreccióti
De "líos Ensueños del Jardín"
Para Apolo.
Desvanecióse el gesío pensativo
que sangraba, la dicha de fu sueño,
negaste el hombro al infamante leño
después de un vacilar meditativo.
Coronaste con ramas del olivo
la arruaa desolada de tu ceño
y hubo en redor de tu triunfante empeño
la aprobación de un mundo intelectivo.
derrotadc
os
luyeron para siempre
los nocturnos murciélagos odiados,
viejos demonios de tus dudas hondas;
y volvió á despertar la senda gualda
la tranquila caricia de tu falda
en tu lento pasear bajo las frondas.
-A-lberto Laspla-ees.
— 324
■».- I
— 325 —
laA GANGXÓN BE LAS LAVANDERAS
Plá!... Plá!... Plá!... En el río
que desdorda sus espumas y atraviesa la llanura silenciosa,
como frágil cinta tenue
escapada de alguna ánfora remota,
ó á manera de un gran crótalo gigante
que lamiese la epidermis formidable de las rocas,
suenan ruidos destemplados, suenan ruidos inacordes'
que atraviesan, que penetran y se hunden
en la fronda,
despertando con el eco de su ruda
sinfonía,
en los árboles :
las hojas ;
en los nidos:
las palomas;
y en las ramas:
el enjambre tremUlante de infinitas mariposas,
que parecen por encima de los árboles solemnes
infinitas banderolas,
que estuvieran anunciando
la llegada de la riente primavera sonorosa.
Ja llegada del renuevo
y la vuelta, de las hojas!...
Ese ruido que conmueve las inmensas
soledades de la fronda
>' parece que cabalga
sobre el lomo de las ondas,
es el ruido c|ue hace el sucio
desprendido de lo blanco de la ropa.
lis un ruid'j muy humano : .
es el grito do la Cólera,
es el eco de lo negro, la protesta de la mancha,
y el diabólico rugido de la sombra.
Plá ! . . . Plá 1 . . . Plá ! . . . La rolliza lavandera
de morena carne gorda
se recoge las enaguas más arriba, más arrilia
de las corvas,
y tomando
una ])ieza sucia y vieja, una pieza vieja y rota,
Plá 1 . . . PÍá ! . . . Plá ! . . .
la sacude sobre el donibo gigantesco de las rocas,
la sumerge en la tersura
milagrosa dr las aguas, de las aguas ])ullidoras
y la saca y sigue dando
con la pieza desastrosa
en la pi'Ha inconmovible que parece junto al rio
— 326 —
la pupila rocallosa
de una vieja lavandera
prehistórica,
que se hallara por los siglos y los siglos de los siglos
contemplando la carrera vagabunda de las olas
y lavando
sus inmensos lagrimales
en la seda delicada de las aguas bullidoras
Una vieja lavandera
sudorosa,
lava y lava
una pieza larga y tosca
que despide de su seno
un extraño olor á drogas.
En la orilla de los ríos
una roca
recibiendo las inmundas
lavaduras de la ropa,
es el lomo de la humana
muchedumbre que soporta
el ñagelo temerario
de las manos poderosas !
Quién pudiera . . . quién pudiera
ser ahora
una vieja lavandera,
una vieja lavandera de mirada rnda y torva,
para ir al manso río
del honor,
y en sus aguas luminosas y sonoras
y en el dorso de las peFías, de las pefías impasibles,
ir lavando . . . plá ! . . . plá ! . . . plá ! . . . las inmensas bancarrotas
de las almas consagradas por la imfamia y por el oro,
las inmensas bancarrotas
de las almas de los viles,
y lavarlas y lavarlas y quitándoles las sombras
y las manchas
ora negras como cuervos, ora sucias, ora rojas,
darles . . . darles . . . plá ! plá ! plá ! . . .
sobre el lomo de las rocas,
sobre el filo endurecido
de las piedras silenciosas
y lavarlas y lavarlas y que quede solamente
ya deshecha la usur]jada vestidura de las glorias,
y ante el ojo taciturno
de las turbas vengadoras,
el infame carapacho, con sus manchas y sus manchas
ora negras como cuervos, ora sucias, era rojas ! . . .
Rafael Ángel Arraiz.
— 327 —
DE I-A WIDA
Llueve. El agua, al caer sobre el pavimiento de las calles,
levanta un eco largo, sostenido, monótono.
Cuando el viento toma este eco y lo hace llegar á las ventanas
desiertas, el eco de la lluvia aflora melancolías de cantar. Cuando
trepa muros arriba hasta tocar en los aleros donde se abrigan las
palomas, el eco desmaya en languideces de arrullo. Cuando entra
por las rendijas de las puertas y se llega á los oídos de una mujer,
el eco toma tonalidades de palabras de amor y sabe á ducedumbres
de cariños ; pero si se cuela por las casas vacías, donde vive el
olvido, el eco largo, sostenido y monótono, se quiebra en mudos
ecos que nos hablan de suspiros, de quejas, de lágrimas.
*
No hay nada más melancólico ni más suavemente triste que un
día de lluvia.
El alma de estos dias tiene un eco para cada oído y un
recuerdo para cada corazón. Para el mío tiene un gran recuerdo
imborrable. Fué tarde de lluvia la primera en que yo di un beso en
unos labios de púrpura. Erase en un pequeño gabinete que tenía un
balcón á la calle, por donde se veía caer el agua en copioso agua-
cero. En el departamento inmediato al gabinete, un canario can-
taba.
No hay nada más hermoso que la vida cuando el alma florece
en ella. Y aquella tarde de lluvia lenta y tenaz, el amor florecía en
mí corazón como una gran rosa de abril.
Llueve. Yo escucho cómo el agua suena en los árboles con
gemebundo cantar ; yo veo cómo las hojas sin vida caen de estos
árboles y ruedan por el suelo puercas de lodo. Caen lentas, silen-
ciosas, resignadas en medio de un ambiente de soledad y de olvido.
Para estos árboles, que la otoñada tornó de hojas paliduchas y tris-
tes, la lluvia tiene eco de miserere.
En los altos balcones que cierran cristales herméticos, la lluvia
habla de soñolencia y de bien ; sueña á dulcedumbre y halago la
lluvia que resbala por los cristales señalando extraños geroglíficos.
Nada más arrobador que la música del agua cuando el bienestar
nos rodea y el amor nos mima ...
La tibia y suave caricia de unas manos blancas, la mirada hon-
da, larga, pasional de unos ojos que nos quieren, la palabra toda
amor y cariño que habla en nuestros oídos con cadencias de madri-
gal ; el beso rápido, nervioso, que vuela de unos labios á nuestros
labios con sabores de miel ; todo eso de que se compone el gran
encanto de la vida, resulta de sensación más honda, de sabor más
dulce, de más bella ilusión, en estos días de cielos grises en que la
lluvia cae lenta, prolongada, sonora. Porque el alma de estos días,
romántica y melancólica, tiene un eco para cada oído y un recuer-
do para cada corazón.
Lozano Casado.
.:#
328 —
la inolvidabl-e
Me detuve en aquel ignorado lu-
garejo porque el ambiente que allí
se respiraba, impregnado estaba de
penetrante olor de uvas maduras y
de innumerables rosas, y era dulce
como la miel y ligero como el respi-
rar de un niño ; porque la soledad
de aquellas montañas violetas, de
aquel mar nacarado, turbada sólo
por algunos rebaños y por aventu-
reras velas latinas, me pareció pro
picia para los largos, para los va-
gos ensueños de un destierro volun-
tario, para una convalecencia de
alma cuyas heridas lentamente ci-
catrizan : porque las mujeres ante
la fuente allí se hablaban, con voz
lenta y grave, de cosas legendarias,
y portaban con bellos gestos sus
cántaros barnizados.
La hostería tenía el aspecto son-
riente. Emparrados tapizaban su fa-
chada ornada de claros frescos y
sencillos, según el gusto itálico. Plá-
tanos, la cubrían con su fresca som-
bra. La rudeza de las sabanas com-
pensada estaba con el aroma deli-
cioso de lavanda y de iris que de
ellas surgía y con su blancura in-
maculada.
Las alegres canciones de las sir-
vientas la hacían semejante á una
jaula llena de pájaros Mis ventanas
se abrían sobre el i-ncanto, sobre
las metamorfosis, sobre la tiesta de
claridades, sobre el misterio de la
azul Inmensidad.
Tuve allí días cuya voluptuosi-
dad, cuya quietud inflnita no sabría
expresar; y tuve como un sobresal-
to de despertar, cuando, una maña-
na, el hostelero me advirtió que
uno de los criados de su Excelencia
el príncipe de Cittafelice me traía
una carta, recomendada cual un se-
creto de estado Aquella violación
de mi reposo me causó al principio
un malestar: tentado estuve á no
abrir la cubierta sellada con cera y
dejar sin respuesta aquella carta.
Luego, por curiosidad como por te-
mor de pasar cerca de un nuevo
placer sin gustarlo, ó de alguna mi-
seria humana sin aliviarla, leí estas
frases que á pesar mío me conmo-
vieron :
«Señor, - me escribía el prínci-
pe, hoy es que sé por los rumo-
res que tengo el placer de poseer,
casi en mis dominios, á pocas le-
guas de mi casa de campo, á un
francés, puede que de París. Bendi-
go esta buena fortuna y os agrade-
ceré el que os sirváis concederme
siquiera una hora de entrevista, ó
— lo que sería mejor, — que acep-
téis hoy el compartir la mesa 'ru-
gal de un solitario, de un soñador,
(le un triste. Ya veis que no escojo
á traición y que desde el primer
momento os doy completas señales
de mi ser. Agregaré que una nega
tiva vuestra avivaría mi melanco-
lía. >^
Hice enganchar mi silla de posta
y horas después, cuando el canto de
las cigarras se mezclaba á las doce
campanadas del medio día temble-
teadas por un vetusto reloj, mesen-
taba á la mesa de aquel enigmático
é imprevisto compañero de sufri-
mientos
' Tenía el aspecto gastado de los
jóvenes que abatidos por un golpe
demasiado rudo, arrastran la cade-
na de undolor inolvidable. Sus gran-
des ojos apagados hacían pensar en
esas charcas estancadas que lucen
en las tristezas de las laudas. Pro-
fundas arrugas hendían su amplia
frente. Su boca ya no se plegaba á
la sonrisa y fUs largas manos páli-
das tenían perpetuo temblor y pa-
recían no tener vigor ni aún para
sostener el vaso. Noté asimismo la
estudiada elegancia de su vestir, el
bouquet prendido en su botonera,
la flnura de su traje.
Durante el almuerzo, rociado por
uu vinillo blanco con reflejos de to-
pacios y sabor de yesca, el príncipe
fué encantador, espiritual, amable ;
burló su pobreza y el retiro al que
le condenaban las pasadas locuras
— 329
y me interrogó como un viajero
que llega de lejanos países
Mas yo sentía que no me daba á
conocer el fondo de su pensamiento;
que tenía otras confidencias que ha-
cerme ; que esa evocación ele la vida
pasada en ese divino París, que es
la Meca de los ansiosos de sensacio-
nes y de los voluptuosos, ocultaba
una historia que él no osaba y de-
seaba narrarme.
El día transcurrió en vanos diá-
logos, y cuando el sol declinó, cuan-
do las grandes montañas extendió
ron su sombra, el príncipe me con-
dujo á un jardín dj.ulo se arrullaban
palomas y saltaban rumorosos mag-
níficos surtidores. Me detuve sor-
prendido al pasar por un bosqueci-
llo Je cipreses; escuchaba en la
vibrante dulzura del crepúsculo un
concierto de harpas, violones, flau-
tas que palpitaba á lo lejos, y di-
riase que anunciaba una fiesta ga-
lante
— -X Es, exclamó .el príncipe ante
mi asombro, una pequeña orquesta
que guardo para distraerme en mi
desgracia. Alior i ej "ícutan una ga-
veta. . »
Dimos unos pasos más y, como
agotado prosiguió :
- En verdad, mi querido hués-
ped, no os he mostrado mi segundo
pabellón, el que se alza á orillas del
agua. Os agradaría verlo ? Oh, cier
tamente, contesté.
Seguimos otra avenida al cabo de
la cual había una puertecilla que el
príncipe abrió todo tembloroso. En
un paraíso de plantas raras, tras de
una cortina de follajes plenos de flo
res de violento perfume, apareció
una especie de templo pagano con
columnas de mármol blanco, con
terrazas cubiertas de laureles ro-
sas, con escalinatas de suaves ram-
pas que descendían hasta el mar,
acariciadas por las olas perezosas.
En un bosquecillo, los invisibles
músicos continuaban su tierna y
deliciosa sinfonía. Con voz sombría,
extraña, por la que pasaba como un
sollozo ahogado, el principe ex-
clamó :
— Ah ! señor : ved -una casa en
la que fui demasiado feliz.
Se descubrió como si hubiera pe-
netrado en una venerada necrópo-
lis y penetramos en aquel adorable
retiro.
Al mirarlo tan adornado por ma-
ravillosos ramilletes, tan bañado de
luz, tan tentador, tuve la brusca
sugestión de que una bella reclusa
de amor, una adorada sustraída á
las miradas con celoso cuidado, iba
á deslumhrarnos con su gracia
ideal, iba á surgir lánguida y radio-
sa y joven, de ese cuadro creado
para su belleza.
En fin, sobre luia de las estufas,
en medio de un altar de flores, dis-
tinguí un retrato de mujer. Recono-
cí la bella cabeza revoltosa de Son-
yette d'Orgy, aquella caprichosa
cuya risa ¡ ay ! ya no canta : Sonye-
tte d'Orgy que, fatigada de rozarse
siempre con los mismos imbéciles,
de no poder experimentar una nue-
va emoción, de no ser sino un ju-
guete de amor, se mató el pasado
año, como una griseta sentimental.
El príncipe se acercó á mí, páli-
do y tembloroso.
La, conocéis ¿ no es así ? mur-
muró, ¿conocéis ámiSocyette ? Oh!
decidme, os lo suplico, qué es de
ella . . .
Comprendí que debía mentir, y
le respondí
— No conozco á Madama d'Orgy
sino de vista y no podría daros de
ella la menor noticia . . .
Con lágrimas en los ojos, me con-
fesó su angustia, su amor. La había
encontrado en Venecia durante un
Otoño. Se habían adorado con to-
das sus fuerzas, con toda su alma,
con esa demencia, esa exaltación
que los neuróticos ponen en sus pa
sajeras fantasías de amor y de car-
ne. Apasionada, extasiada, ella con-
sintió en seguirle hasta ese rincón
de la naturaleza perdido lejos de
todo, y á él se dio en medio á esa
decoración que le agradaba, como
si jamás se hubiera dado á otro
hombre. Pero, así que él, perdido su
albedrío, tratara de desposarla, Son-
yette despertó y, recobrado su aplo-
mo, le respondió con una carcajada.
Una noche cambiaron los besos de
adiós, besos en medio á los cuales
— 330
se querría morir cuando se ama, y
haciéndose fuertes para no llenar-
los de llanto, se prometieron nue-
vos mañanas de alegrías y de ven-
tura. Desde entonces el príncipe
transformó el delicioso templo en
un relicario de amor, y si Sonyette
hubiese tenido el capricho de vol-
ver, habría creído al verlo queja-
más lo abandonó. A las mismas ho-
ras, los mismos conciertos, las mis
mas flores preferidas sobre las
consolas y rinconeras; los mismos
perfumes en las cazoletas de cobre
dorado con galantes emblemas. Todo
lo que le quedaba de su fortuna, el
inconsolable lo empleaba en aquel
paraíso, en aquel santuario, en el
culto de su ilusión, de su miraje ;
en el pago de los harpistas, de los
violones, de las flautas que, en los
momentos de ensueño, durante el
alba y el crepúsculo, evocaban el
fantasma de la « innamorata ».
Y en tanto que en la noche sem-
brada de luciólas, galopaban los ca-
ballos con gran ruido de herraje,
yo contemplaba tristemente el cielo
y me preguntaba si existiría entre
todas esas estrellas un país de en-
sueño, donde las almas elegidas,
las almas fieles, las almas creadas
para el eterno amor, cesasen de
sufrir, tuviesen su recompensa, co-
nociesen la delicia suprema . .
Rene Maizeroi.
O
<l # 1^
331 —
ñrias setilim^tilaks
Fui soldado y en la brega
dolorosa de la vida,
la traición me abrió una herida
y la herida al alma llega.
— Soldado, brega !
Soy poeta y cuando canta
mi verso dulce canción,
del fondo del corazón
la amargura se levanta.
— Poeta, canta !
Es la noche. Triste llora
el cíelo sin una estrella . . .
Un ruiseílor se querella
bajo la lluvia insonora.
— Poeta, llora !
Es el alba. El cielo ríe
sobre el monte y sobre el llano ,
El sol que fecunda el grano
sobre mi frente sonríe.
— Poeta, ríe !
Re ir
. ¿ Y cómo evitar
todo lo que hay que sufrir ?
¿ Cómo se puede reír,
cuando hay tanto que pensar !
¡ lieir fuera mancillar
la seriedad de vivir!
Porque vivir es bregar,
bregar es acometer,
y no se puede vencer
tñn herir ó sin matar.
Andrés Mata.
-o{)^CrX$.&o-
Son^lto
Pa)-a Ai'OLO.
II solé impera nell'azzurro cielo,
Hanno gli ulivi tremolií d 'argento,
Svanisce un canto ed un profumo al vento,
Sfuma lontan come di nebbia un velo.
Danno il profumo i fior di sullo stelo.
Col ritmo suo appassionato e lento,
Geme una fonte un gocciolar d 'argento;
Le querce annose le fan d 'ombra un velo. ^,
Si son raccolte intorno alia fontana
Tre montanine dalle treccie bionde,
Che cantan dolce come tortorelle
E bella é la canzone ed é montana,
II solé filtra a sprazzi tra le fronde
E indora il crine aíle cantrici belle.
Donato Bruno.
332
£1 amor
Penetremos en otra esfera gemela
de la quo hasta hace poco hemos
e.xplorsdo: la esfera del amor; y
admiremos el espléndido panorama
que en ella se descubre. A eamos en
que se funda esta energía que in-
mortaliza la expresión externa de
la realidad.
El anior es el sentimiento de
atracción que induce á los seres de
distinto sexo á realizar su unión
moral y material. Se ofrece de una
manera distinta en cada caso parti-
cular, mas nosotros lo estudiaremos
tan sólo en aquella forma que sin-
tetiza todos los matices en qtie
puede presentarse.
-No en la abstracción del idea-
lismo puro, que representa un im-
posible en la realidad de la vida ;
ni en la abyección de un materia-
lismo repugnante que coloca al hom-
bre al nivel de los brtitos, sino en
aquel justo medio en que un alma
pura y elevada desarrolla todas las
energías que le inspira su natura-
leza física, y todas las aspiraciones
que le despierta su esencia espiri-
tual.
Y en este punto hemos de ver
reproducidos todos los caracteres
de la unión de los amigos en la fu-
sión de los amantes, bien que com-
pletada por la atracción nnitua de
los sexos. liemos de ver al débil
uniéndose al fuerte; el constante al
voluble; el ser de una raza al de
otra raza opuesta ; el afortunado al
miserable ; el docto al ignorante :
el piadoso al descreído; la hembra
varonil al macho afeminado. De esta
manera observaremos cómo el pro-
ceso del amor no es más que la
función instintiva del deseo que in-
duce á los seres á completarse.
Los ejemplos de que hemos de
valemos para demostrar ntiestro
aserto no tendrían un valor posi-
tivo si los sacáramos del seno de la
masa ignorada, porque cabría la
sospecha de que fueran ün simple
producto de nuestra fantasía Pero
las tragedias del amor que se des-
arrollaron en el curso de los siglos,
se inmortalizan en los tipos creados
por los poetas • de esta manera per-
duran y se transmiten á las genera-
ciones del porvenir. lUisquemos,
pues, en ellas la materia de nuestra
investigación, ya que los persona-
jes que las exteriorizan, reproducen
la reahdad de la vida á través del
esfuerzo artístico. Séame permitido,
pues, realizar una breve excursión
analítica por el campo de las gran-
des pasiones que la historia ha es-
culpido y los genios han consagrado.
Remontémonos á la época más an-
tigua.
Elena, la famosa beldad de la
Grecia prehistórica, olvidó á Mene-
lao, en quien se miraban el valor y
la nobleza, para caer en brazos de
Páris, cuya belleza física compara-
ron los poetas á la de los dioses,
pero cuya valentía y virilidad no
corrían parejas con su hermosura.
En la epopeya homérica vemos á
sus hermanos decirle en más de
una ocasión, que su tínico ideal era
perfumar su cuerpo y adornar su
cabellera para seducir á las muje-
res. La divina Elena, educada en el
seno de las expansiones atléticas y
de los impulsos guerreros, poseída
ella misma de varonil entereza, ori-
ginó la horrenda hecatombe de
Troya por su amor hacia un hom-
bre afeminado. Véase, pues, en este
caso comprobada la atracción de
los principios opuestos.
Estudiemos ahora algunos de los
tipos creados por Sha espeare al
calor de la leyenda.
Ofelia, imagen de la constancia y
del candor, cifra su aspiración en el
príncipe Hamlet, cuyo amor es tan
débil, que se desvanece ante el pro-
pósito de realizar una acción, más
vengativa que justiciera, contra
unos seres que, aun siendo reos,
habrían seguramente encontrado en
su propia conciencia el castigo de
333
un amor incestuoso y de un crimen
horrendo. Hamlet impide que se
desarrolle el curso natural de la
justicia absoluta, interviniendo como
juez en el proceso de un hecho ne-
fando, y por eso abandona á Ufelia,
aun queriéndola, mientras ella se
hace superior á las pasiones huma-
nas, aniquilándose en las tinieblas
de la locura y del suicidio. Y conti-
núa amándole, aun viendo en su
persona el asesino de su padre
La mócente Julieta, heredera de
los Capuletos, se enamora de Ro
meo, el hijo de los Mónteseos. Es
decir : los vastagos de dos familias
cuyo odio y rivalidad ensangrientan
á diario las calles de Verona, tien-
den á realizar su unión en la llama
del amor. El alma de Julieta exhala
el aroma virginal de la primera y
única pasión de la existencia. Ro-
meo, en cambio, estaba, hasta el
instante de la aparición de Julieta
en el ambiente de su vida, loco de
amor por otra mujer. La nueva pa-
sión desvanece el fuego de la anti-
gua, y Romeo se nos ofrece como el
símbolo de la inconstancia y volu-
bilidad, mientras Julieta brilla como
la imagen de la firmeza. Y el per-
fume del amor aparece una vez más
uniendo los principios opuestos.
La veneciana Desdéniona, la bel-
dad europea de alabastrino cutis y
cabellera de oro ; la doncella teme-
rosa que apenas ha visto otro aire
y otro sol que el de su ciudad na-
tiva, ni conoce otro poder ni otras
leyes que las que emanan de la
voluntad paterna, se apasiona por
Otello, el de la tez bronceada y ca-
bellos de ébano, el guerrero que ha
luchado con los hombres y con las
ñeras, con el mar embravecido y
con la atmósfera tempestuosa, el
que ha penetrado en la espesura de
las selvas vírgenes, el que ha reco
rrido las arideces de los desiertos
tropicales. Y huye de la casa sola^-
riega para fundar aquella unión
sublime en que se hermanan el espí-
ritu ario y el africano, la inocencia
y la suspicacia, la juventud y la
madurez, el amor y los celos.
Examinemos algunos de los per-
soníyes que palpitan en las obras
fundamentales de (ioethe. Hermann,
el burgués acomodado, exacto pro-
totipo del heredero de una familia
alemana de vida regalona y seden-
taria, se siente emocionado ante la
visión de Dorotea, que arrastra su
miseria y desconsuelo por los cami-
nos públicos, en el seno de una
caravana de desterrados ; y su ima-
gen le despierta la idea de amor. Es
decir, le despierta el deseo de vagar
por el mundo en pos de lo descono-
cido y al amparo de la suerte para
librarse de una vida letárgica des-
arrollada en los muros de una ciu-
dad pequeña, á la que viene conde-
nado por el imperio de la herencia
y el poder de la familia. Y este de-
seo se cristaliza en Dorotea, la ado-
rable y desgraciada criatura que lo
encarna en acción.
Veamos lo que pasa en el poema
Fausto. Margarita, emblema de la
Ignorancia candorosa, espejo de la
fe, é imagen de la belleza y juven-
tud, siente el fuego de amor por
Fausto, el hombpe de conciencia
escéptico y derrocado, el viejo con-
vertido en joven por la magia de un
deseo ; el descreído que busca en la
esfera de la ilusión del mundo, la
verdad que pudo encontrar en la
esencia de su espíritu. Fausto y
Margarita se nos ofrecen como los
símbolos de dos seres diametral-
mente antagónicos. Y en el misterio
de su unión se vislumbra la fuerza
redentora que ha de salvar á un
alma ya casi sumergida en el abismo.
Prosigamos nuestra investigación
en otras esferas Francesa, la es-
posa de un ser contrahecho y re-
pugnante, despierta de su sueño á
la vista de Paolo, en quién se juntan
la donosura y gallardía, es decir, en
el ser que representa absolutamente
todo lo contrario del que le dieron
por esposo y señor. La majestad de
su amor perdura á través de los
siglos. Traspasa los umbrales de la
vida para eternizarse en el campo
de la muerte, y el espíritu católico
del gran poeta italiano contempla,
en el Infierno, la fantástica apari-
ción de los dos amantes, perpetua-
mente unidos por los lazos de una
pasión inextinguible.
334
'Tristán, modelo de caballeros, en-
carnación del valor é imagen de la
amistad, en la que profesa al rey
Marke, su próximo pariente y sobe-
rano, enciende el sacro fuego en la
nebulosa Isolda, la antigua prome-
tida de Moroldo, la actual esposa
del rey Marke, la futura amante de
Tristán. En él se refleja lá claridad
del sol, el deseo de vivir, el afán
del combate y de la victoria ; en
Isolda las sombras de una noche en
cuyo seno no brilla el ilusorio astro
que difunde el calor y la luz por el
reino de la materia. Tristán es la
inconsciencia de la vida terrestre,
Isolda la consciencia de la Muerte.
Y aquella sublime figura en quien
se encarnan el eterno femenino y la
fatalidad inevitable, inspira al héroe
la llama de un amor tan grande,
que traspasa la esfera mezquina del
individuo, para inflamar la esencia
del Cosmos. La llama que consume
la energía del hombre para poner
en combustión la inmensidad de lo
creado ; que funde al individuo con
el Todo para engendrar una unidad
suprema; que une al crepúsculo y
al ocaso terrestre en el seno de ía
Noche absoluta. Tristán es el Día;
Isolda es la Noche, y la Noche es la
Muerte. En sus tinieblas ha de reali-
zarse la fusión completa de dos se-
res opuestos é imperfectos.
Y estos ejemplos reproduciríanse
en cuantos casos particulares ana-
lizáramos ; siempre veríamos res-
plandecer la ley de atracción, en
las corrientes afectuosas de sentido
contrario. Al igual que se atraen las
electricidades de distinto polo y se
rechazan las de polo idéntico, se
atraen y rechazan los seres No
puede ser el complemento nuestro
el sugeto que posea nuestras mismas
cualidades. El deseo de amor es un
afán de perfección ; y la perfección
no puede lograrse sino adquiriendo
lo que nos falta. Gomo desea un sexo
unirse al otro para formar la dua-
lidad andrógina que elabora el sacro
símbolo en el cual radica la poten-
cia creadora, así desea un alma
unirse al alma opuesta para formar
el ser perfecto, que jamás puede
encontrarse en el individuo aislado.
El impulso orgánico y el deseo espi-
ritual juntan las almas y los cuer-
pos en una ideal unión en la que el
hombre se siente superior á las
criaturas y al Universo En ella
vibra la esencia de la fuerza y la
forma de la materia ; la ilusión de
la carne y la realidad del espíritu ;
en ella se refleja el misterio de la
inmortalidad en cuyo seno se igua-
lan la energía perecedera de los
hombres y la potencia eterna de los
dioses.
Y, así, vemos en la imagen de la
mujer amada la perfección de nues-
tro cuerpo y la salvación de nues-
tro espíritu No es tan solo la ninfa
seductora en cuyos brazos hemos de
apaciguar el volcánico calor de
nuestra sangre ; no es tan solo la
mágica deesa en cuyos ojos hemos
de ver reflejado el cielo de una
dicha sobrehumana Es más que
esto. En suseno se revela el arcano
del ser y del no ser, del día y de la
noche, de la acción y de la inercia ;
en su atmósfera se disipa la duali-
dad funesta que nos empequeñece,
para engendrarse el símbolo de la
unidad ideal que nos redime La pre-
dilecta hija de "Venus; la venerada
criatura de divino rostro y áu ^a
cabellera, se nos ofrece como la
única antorcha resplandeciente en
laluctuosaobscuridad de la Creación;
como la estrella polar en la diaman-
tina bóveda celeste; etérea; miste-
riosa; guiándonos al norte de nues-
tra vida en el desierto de la tierra,
como guía al navegante á puerto en
la inmensidad del mar. Subyuga
nuestra vista con los matices de su
luz; adormece nuestro espíritu en
los vapores de un ensueño en cuya
realidad se desvanece la ficción del
mundo; satura nuestro ambiente
con el perfume de su emanación;
aniquila en nuestra mente la conci-
encia de la propia personalidad,
para hacerla revivir en el secreto
de su esencia, donde se hermanan la
claridad cenital y las sombras del
crepúsculo; y disipa en nuestra al'
ma el fuego del deseo, para hacerla
sentir la delicia suprema de la fu-
sión de los seres; para hacerla gozar
— 335 -^*:'
el éxtasis de la muerte en brazos de temos al egoísmo como la única
la Noche absoluta. fuente de donde brotan las aguas
El sentimiento del amor es, pues, que inmortalizan la vida, y prosi-
la encarnación del egoísmo; pro- gamos nuestro camino, venerando
clamémoslo sin miedo. La realidad siempre á la verdad, sea cual fuere
es patente, y los ojos no pueden la forma en que se nos ofrezca.
permanecer cerrados á la luz. Acep-
JosÉ Antich.
Noctambulismo
Allá, tras el boscaje,
la tarde fué plegando paso á paso
el ruedo iridiscente de su traje
y un velo de tristeza en el ocaso
dio sombras caprichosas al paisaje.
En los cipreses lacios
el viento demostró su rebeldía,
rugiendo con sus pífanos reacios . . .
La tarde ensangrentóse en su agonía
y el cielo brotó un llanto de topacios.
En medio de nogales
el río murmuraba barcaro'as,
espumas destrenzando en los trigales ;
velaron su carmín las amapolas
y su arpa no pulsaron los turpiales.
¡ Oh noche de secretos !
En mi alma se posaron mil barruntos
cual huestes de murciélagos inquietos,
y entonces mis pesares ya difuntos
se irguieron como blancos esqueletos!
LisíMAco Chavarría.
X'
— 33(i
,-■#<■■
3ibl¡o^ráf¡ea3
Liibpos y folletos peeibidos
.iS.iictcci, i'OR TuLio :m. Cestero -
líinLIOTKCA AÍIGNON MADRID. Til-
lio M Cestero no e? un desconoci-
do en el ambiente intelectual de
ambos continentes y mucho menos
aún para los lectores del Adot.o. Su
último libro «('iterea-*, conjunto de
cuadros abundantosos do rica savia
ideológica, es un bello libro. Kn sus
p;iginas oreadas i>or rachas de ero-
tismo, se loa á la vida intensa, al
amor que no muero, que es ruego y
es gloi-ia. Inscrito en forma do di;i-
logos, todo él trasciendo un vaho
sutil d(^ pasión, pero no esa pasión
mística que no os m;is que una su-
pervivencia mcu'bosa del ultramon-
tanismo católico, si una pasión ar-
diente donde hay besos que chas-
quean en el vértigo supremo del deseo
y carnes que se estremecen como
galvanizadas.
("¡estero se nos nniestra en « Cite-
rea» todo un helenista profunda-
mente convencido de la belleza y
de la vida que radica en el amor.
Su estilo es impecable y sereno. Tie-
ne la dulce galanura del modernis-
mo y la concepción ideológica de
otras épocas, de un ambiente de re-
flnamiento incompatible con el mer-
cantilismo moderno. Cestero sabe
sentir muyjiondamente. Empapado
en la bellé«|^íle las cosas, arranca
los secretof'^que la exornan y los
traduce en párrafos de una perfec
ción ailmirable.
« Citerea » no es un volumen de
muchas páginas. Es apenas un pe-
queño librito de cien páginas, con
cuatro temas pasionales. La ene
miga; La Medusa; El torrente; La
sangre, he ahí los cuadros que
constituyen el libro. No son muy
largos, son sintéticos únicamen-
te y la síntesis, en la literatura
moderna, ocupa un lugar preemi-
nente. Aunque el asunto que consti-
tuye la esencia misma del libro
haya sido muy tratado, no por eso
*Citerea» deja de ostentar ideas
sumamente originales. Pero lo que
en el libro m;'is se debe admi-
rar, es la fuerza ideológica del
p;lrrafo, el oro de las metáforas, la
urdimbre y envoltura delicada de
la idea que so vierte fresc^ espon-
tíinea y hondamente sentida.
Cestero enriquece bien con su
libro la literatura americana. Va-
yan nuestras salutaciones, por el
triunfo conquistado, al amigo que
en el aud)ieiite europ(H), supo impo-
nerse.
C'\NJE ORDINARIO
«El Cojo Ilustrado , Caracas; «Zig
Zag», Santiago de Chile, «Letras»,
Habana; «Tepic Literario», Tepic
( México ' ; «Páginas Ilustradas»,
San José cíe Costa Rica; «Pedagogía
y Letras», (Juayaquil; «(inayaquil
Artístico»', Guayaquil) «Nueva Vi-
da v-, San Salvador ; «La Quincena»,
San Salvador; «La Nueva Revista»,
Rueños Aires ; «Caras y Caretas»,
Rueños Aires; «El Orden», Minas;
«Ecos del Progreso», Salto; «El He-
raldo-, Maldonado; «El Deber Cí-
vico», Meló; «El Civismo», Rocha ;
«El Iris», Villa del Cerro; «Vida
Nueva», Elorida; «La Tribuna Li-
bertaria », Montevideo.
REPilODUCCIONES
De iHiostros iiúinems antt'riorcs lian hc-
cliii Ids periódicos si-íuiíMites :
Kl Heraldo, de Maldoiiíido : « K(iuiHl)rio »,
por Moreno Alba: Vida yin'.rn, de Florida:
«Abismo». i(or Vicente Medina y « Eqni-
librip », i»or Moreno Alba ; Siiera Vida, de
Saii Salvador: « Frajíinento de Vida», por
Pérez y Cnris : (icvmi'ii, de Hnenos Aires :
« Ráf'anas de Rebeldía», por Pciez y Curis.
NUESTRA CARÁTULA
Kl f-rabado de la señorita Marta Tinoco
ijiie pnblicanxis en la carátula, es una re-
producción hecha de la importante revista
costarricense « Páginas Ilustradas ». Kl
l)ucde dar una idea de La altura á ((ue ha
llegado el arte fotográfico en aíjuella re-
gión centroamericana.
APOliO
HBVlSTfl DE Al^TH
- V SOCIOIiOOlfl -
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Redactor: P. LÓPEZ CAMPAÑA — Secretario de Redacción: O. FERNÁNDEZ RÍOS
ARO III — N.o 11. Montevideo— Buenos Aires, Enero de 1908.
"a|)olo" «ti 1908
PÉREZ Y GÜRIS — Director -Redactor
sacrificios y de inenarra-
ble lucha en un ambiente
inintelectual, y, por lo
tanto, hostil al desarrollo
de la cultura artístico-
literaria, podemos decir
en voz alta y sin ninguna
clase de circunloquios que
Apolo se ha impuesto á
pesar de los enormes obs-
táculos que obstruían su
camino desde la aparición
del primer número co-
rrespondiente á Enero-
Febrero de 1906. Porque
no es sólo la indiferencia
del público cuyo senti-
Ha llegado Apolo al
tercer año de vida, caso
extraño aquí, donde sur-
gieron en los dos últimos
lustros numerosas revis-
tas y al cabo de algunos
meses murieron de con-
sunción, completamente
arrolladas por esa vorá-
gine de papel impreso que
en forma de periódicos
más ó menos voluminosos
y repletos de un material
basto y estéril, parece
halagar los ojos de los
lectores.
Después de dos años de
P. LÓPEZ CAMPANA — Redactor
OVIDIO FERNANDEZ RÍOS
(le Kcdíii'ciún
Si'crctario
miento artístico, si lo tie-
ne, muy poco intenso es
aún, sino la gueiTa sorda
\^ mezquina de muchos
emuladores y de ciertos
intelectuales que alar-
dean de maestros, lo que
abrevia la vida de nues-
tras publicaciones. Estas,
como cualquier escritor ó
artista en su período de
evolución, tienen sus tu-
riferarios, es verdad, pero
también, y en número
superior, sus detractores
baratos. De ahí que sea un
verdadero triunfo cuando
logran imponerse.
Y Apolo lo ha conseguido. Los más selectos escri-
tores de Europa y de la América Latina colaboran en
él (esto no es fanfarronería; podemos demostrarlo con
el archivo de originales que existe en esta redacción);
y el canje que á diario recibimos es tan vasto como
riquísimo.
rQué importa que algunos por envidia ó por riva-
lidad niegaen la importancia de Apolo? Eso no nos
incomoda. El seguirá su marcha ascensional maguer la
guerra que se le ha declarado en aquellos círculos de
usurpada reputación, en
que la alabanza es mutua
3" convencional.
Convencidos de la im-
posibilidad de sacarlo
quincenalmente como era
nuestro deseo, optamos,
hace ya cinco meses, por
hacer de él una publica-
ción mensual con fecha
determinada, cosa que
antes no tenía, y muy
pronto obtuvimos un éxito
literario que repercutió en
el exterior con más inten-
siaad que aqm. ^^,^^ picón olaondo — dci cuerpo
Apolo seguirá, pues, de redacción
apareciendo mensualmente, fustigan Id á los histriones
que llámanse gobernantes, á los críticos^ que son, al
decir del poeta Montesquiou, « des peres putatifs de
lettres », y mejorando poco á poco su programa ya
que es la única revista de su índole que se publica en
Uruguay y Argentina, y ha alcanzado lo que ninguna
otra hasta la fecha; esto es: salvarse durante dos años
del naufragio á que están condenadas todas las de su
jaez, y contar con un cuerpo de redactores formado por
los más conspicuos escritores hispano-americanos.
Enero 1.» de 1908.
La Dirección.
-cO^CCC^Oo-
Su faceta al mate
Para Apolo.
"^Zanno le: paj'a.raze;!!^ in a.lto ms.xs,
Licrcome: -u-aan-rio le; spora.rize: e; i sograi
lÑre;ll*in.fin.ito, lávate; stxll'oan.cLa
C5-la.txea proforida..
Fassano a voló xapicLi sa<zttaan.d.o,
Ttxtt'attomo alie; bianclae: v^zle; gl'álbatri,
Coarxie: anote; di gala. ame;lod.ia
Ftxgge;nti -u-ia.
"El coana^ il fr^amito d.e;ll*a.rpa. d.'oro
TD^xxxxsl fata., d.il-u.an.ga stilla. riva.
II roamper d-Olce; stxlla. gln.ia.ia bia-incía
De:ll*oarLd.a stanea.
OH amare:, olí amax^ il ttxo amiste:r proforxcio
NssstirLO aancor l*tia d-isv^lato ijnte;ro 1
O graarid-e; amar csti^ ane;lle; anotti txsll^
Spe;ec:lTi le; ste;lle;.
Coame: il amistar o di dtxe; ocelii aziZLxrri,
O xnare: i-isonaiate, é il tuto am.iste;ro ;
Txa. all'oxizzoarxt^ ean.txo d'iian. salso ve;lo
^.aggixiangi il ciedlo.
'\7'a.anano le vele biaaneixe a eoppia xianite,
Coame a.an.iame sorelle in ver la. Itxee ;
"VaanarLO doan.e eol fia.to il eielo iandora.
La rxtxova aurora.
JDONjft-TO BK.XJ]SrO.
— 4 -
Oe mi locura . . .
El Silfo»
ECO-ESPIRITU ELEMENTAL DEL AIRE. SER FANTÁSTICO
Para Ai'Oi.o.
El Silfo en la sombra
Hablando muy quedo,
Me dijo con blando,
Suavísimo acento :
« Desde or.llas del claro Cefíso,
Donde tengo invisible aposento
Y donde alzo el murmullo suave
De su linfa en alas del Céfiro, —
Para ver lo que guarda tu mente
Y poder divulgar tu secreto.
Como hijo del Aire y la Tierra
He venido hasta aquí : Soy el Eco.
Cuando vibren las células grises
Que en su casco contiene tu encéfalo,
Agitada su masa nerviosa
Por un pensamiento.
Yo podré repetir golpeando
En tu cráneo qué sientes adentro.
Difundir en mis ondas sonoras
Lo que oculta tu duro cerebro,
Y llegar hasta el fondo de tu alma
Por saber si haven ella un misterio».
Y yo respondíle
Al Silfo indiscreto.
Que en torno volaba
De mi duro encéfalo ;
« Nunca, nunca sabrás golpeando
En mi cráneo, qué llevo aquí dentro :
Ya no vibra la masa nerviosa
Que en su casco contiene mi encéfalo,
Las ideas me faltan y duerme
Un letargo sin fin mi cerebro.
Una hetaira lasciva brindóme
De su lúbrico amor los excesos ;
Como «estrige» que sorbe la sangre
De un infante sumido en el sueño,
O curuza que chupa el aceite
De la lámpara que arde en el templo»
Su insaciable lujuria sorbióme
Lo poco que hube
De fósforo y sesos.
Y ahora en la sombra
De este monasterio,
Cuyos claustros sombríos albergan
— o
De lo humano, lo ruin y lo ledro,
Como monje de adusta Cartuja
O donado de antiguo convento, —
Que arrastrase su vida cenobia
Sin maitines, ayunos ni rezos, —
No guarda mi alma Que en mi levante eco.
Ningún sentimiento. Ya soy sólo un ente
Ninguna memoria, Con ojos, un yerto
Ya todo está muerto. Cadáver que ambula
Nada hay en el mundo Su pálido espectro,
Porque sólo la horrible Locura
Me dispensa su amor del Infierno,
Y con ella en el río de Olvido,
Cuyas ondas arrastran mi cuerpo,
Extinguida la luz de mi mente,
Sumergí para siempre el Recuerdo. »
El Silfo un instante O ya está por serlo »
Detuvo su vuelo. Mas luego me dijo
Acaso pensando Con un vivo gesto,
Para sus adentros : Que más incisivo
« O éste está loco Hacía su acento :
« En la Vida es la ley del contraste
Lo que lleva Natura en su seno :
La luz y la sombra,
Lo blanco y lo negro
Lo bueno y lo malo.
Lo finito contrario á lo eterno.
En la lucha se templan las almas,
Haz, poeta, que vibre tu plectro,
Que la luz que fulgura en tus rimas
Me revela el poder de tu estro,
Y esa lumbre hará se disipen
En tu torno las sombras muy presto. »
« A la meta gloriosa se asciende
Por el propio valer y el esfuerzo.
Se triunfa ó se muere.
No hay término medio :
En la marcha al Ideal, ya lo sabes.
No se puede hablar del Regreso. ••
Después, en el aire Pero antes justando
Alzóse ligero. Su nombre, refiejo
Y raudo alejóse De undívagos sones
En alas del Céfiro Gritóme á lo lejos
« Canta, canta, poeta, no temas
De la negra Locura el amplexo,
Ni que, obscura mazmorra, te guarde
En su lóbrega torre el Silencio.
Yo ya sé lo que guarda tu cráneo :
Tú tienes Carisma,
Tú tienes Talento ! »
Adriano M. Agüiar.
Eztf aña sinfonía nimbada de oito .
Para Isabel Venepas
Y eres como un lys en el crepúsculo.
Hondas cosas interiores del Jardín de los Silencios, dice al alma
tu Belleza coronada del Misterio; tu Belleza, que recuerda el perfil
grave y perfecto de las Palas-Athenea. — Tu Belleza, circundada de
un divino Sortilegio. ¡Albo lys en el Crepúsculo, ante el cual se
inclinan ledos, los rosales pensativos de este extraílo Florilegio!
¿No has mirado allá, en tu Patria, á la hora del Poniente,
cuando el Sol tiñe la Tierra, de un bermejo resplandor, las águilas
detenerse, tras un vuelo grave y lento, en las cimas inmutables, y
quedar allí, rígidas, inmóviles, extáticas, cual si fuesen esculpidas
en el dorso de un blasón ? ¡ Magniftcas, hieráticas, cual si fuesen las
cariátides del fúnebre monumento de algún viejo Pharaón ! . . . Esas
águilas son solas: Solas son bajo los cielos. Solas son sobre las rocas.
Solas son ante los vientos. ¡Admii\ioicj cenobiarcas de los ritos del
Dios-Sol ! Soledad, es vida fuerte. SoIímí id, es vida enorme. Nadie
sabe la grandiosa y severa intensidad de la Vida en el Silencio, sino
aquellos qmí aman mucho el prestigio de las almas y el Misterio
Omnividente, de las vidas interiores, que se expanden como ríos,
en la calma austera y grave de inviolada Soledad ... Y yo soy un
Solitiirio. que en l;is ásperas penumbras de una noche de combates
vive huraño como un buitri-, sin tender sus negras alas sino en horas
de tormenta, cuando airado vibra el trueno, bajo cielos escarlatas,
en la negra ineertiduaibre de un Ocaso convulsivo. . . Yo soy ave
carnicera. Vo soy ave de Ijorrascas, cuyas garras tienen sangre ;
cuyo cuello, si se enarca, es en un gesto de muerte; cuyo grito, si
se escapa, es un grito de tumultos en un campo de batallas . . . Mucho
lodo del combate forma el peso de mis alas ! . . . ¿ Cómo quieres que
detenga este vuelo de borrascas en las candidas páginas, todas ter-
sas, totlas blancas, de tu álbum, donde vienen los Poetas, deslum-
hrados, con sus liras de oro sacro á decirte suavemente, Ofertorios
de sus almas? ¿Cómo quieres que yo pose, ahí mi garra ensangren-
tada, y recoja sobre el libro la tormenta de mis alas? Y, ¿noves
cómo hacen sombra, cual si fuesen las dos zarpas de un león?...
Armonías ilimitadas que te cantan I Digan ellas lo que vale tu Be-
lleza circasiana, la tiniebla de tus ojos, y el incendio de tu alma. —
Homenajea esa Belleza, es mi Nombre en estas páginas... — Ese
Nombre, de Od os rudos, de implacable y ciega Ordalia, yo lo pongo
en este Libro, y ese nombre es una garra que te ofrece, suavemente,
una rosa perfumada.
7 —
VjPj.K.Gr-2P5.S \7ILjPs.
A-
^
^^
'^v^yl^^í^
QTv«...^^ -^Ct/tA-^r^iorXi
:r!^
— 8
¡)la ^rÍ3
Para Apolo.
Para Alfredo Ascarrunz.
Otoño. La garúa sus finas chispas llueve
sobre la mar. El agua cenicienta se mueve
apenas. No hay oleaje, ni espuma, ni murmurio
en toda la ribera; es un mar de mercurio
que á veces hunde el borde, arrastra los pedriscos
y de un golpe se quiebra en los agudos riscos
afelpados de musgo. Hace el gris que se liguen
los confines del agua con los del cielo. Siguen
mis pupilas el vuelo de unas aves, y pienso
cómo cual ellas mi alma sobre el abismo inmenso,
se ha cernido buscando los efluvios de ideas
que suben de las altas y las bajas mareas.
i Oh Mar! la vez postrera, una frase de aliento
yo buscaba en tu orilla, y sólo el vago viento
me respondió . . .
¿Te acuerdas? La sombra vespertina
oscurecía el fondo de tu agua cristalina,
y algo extraño bajaba con las tintas inciertas,
algo como ilusiones que con las alas yertas
de tanto levantarse y azotar las combadas
alturas silenciosas, cayeran desmayadas.
Había alma en el aire. Y tú que te esparcías
alegre, rumoreante, y que riendo ponías
en la sien de la ola una chispa de idea,
callaste ante la noche, callaste, y tu marea
semejante al romano gladiador que rendido
y agónico en la arena, con su último latido
hinchaba de su pecho los mórbidos relieves,
y esperaba en silencio los pavores aleves
de la muerte cercana, así ella, bravia,
mudamente sus pliegues, sus músculos henchía
y en su avance postrero, en la última bravura
del agua reluciente, bajo la noche oscura
quedó, como quedaba, sin soltar un jemido
en medio á la palestra, el gladiador "caído!
— 9 —
Al mirarte postrado, no insistí en mi plegaria
á tu fuerza creadora, y en una solitaria
peña gris de tu orilla, con la frente en las manos,
me quedé ante los negros horizontes lejanos.
^Cuánto tiempo ha corrido? No !o sé. Hoi mi acento
ignora las pueriles tristezas, y el lamento;
hoi respiro el perfume de la luz, hoi me ligo
á todo lo que sueña y se levanta, y sigo,
en el vértigo eterno, la vida de las cosas,
ardiendo con los astros, muriendo con las rosas.
Pero á veces la vida es tan oscura . . . ¿Dónde
el lejano destello que nos guíe, se esconde?
¿A qué volver los ojos? Tras lo azul que describe
su línea de horizonte ¿qué palpita? qué vive?
Yo amé, desde mui niño, tus aguas verdes, lilas
con las que tu grandeza besaba mis pupilas;
amé tus voces muertas en estos peñascales
que yo oía en las leves arenas musicales,
cuando en alta cascada las vertía en mis manos
al soplo de la brisa, y desde esos lejanos
instantes de mi vida, siempre hollé tu ribera
cuando quise en mis dudas un aliento cualquiera ...
No seas hoi como antes: habla, responde, dime
cómo á la vida oscura se la exalta y redime!
Calla el mar ¿sueña ó duerme? Su inmensidad apenas
se arruga y desarruga. Húmedas las arenas
al pisarlas no crujen. Cerca de mí se atreve
á triscar una onda, y su vellón de nieve
blanquea entre los riscos. Miro, al confín, la curva
de las aguas tranquilas. Va pasando una turba
de nubarrones grises 3^, al ras del mar, el viento,
haciendo en la neblina fugaz desgarramiento,
traza una leve y larga línea azul. Continúa
descendiendo la fina, temblorosa garúa.
Playa — Ancha — Valparaíso.
Miguel Luis Rocuant.
— 10 —
Sonetos de la Primavera
, Para Apolo.
I
Derramábase el sol, que era un tesoro,
en la tierra, en las aguas y en el cielo,
vibrando en el espacio como un vuelo
de innumerables élitros de oro.
Daba á los aires su canción un coro
de labradores curvos sobre el suelo,
y desde el llano, en la inquietud del celo,
un toro daba su mugir sonoro.
Los árboles que crecen junto al río
resplandecían de sus nuevas g"alas,
y hojas y alas en un solo brío
de fecunda ansiedad llena de encantos,
unían la impaciencia de las alas
il la emoción í^loriosa de los cantos !
II
En medio de esc sol y esos rumores,
bajo el ledo contiicto de la brisa,
el campo dcsauíba la sonrisíi
maravillosa de sus mil colores.
Se impregnaba de rústicos olores
el pie de las vacadas en la lisa
alfombra de los prados, é indecisa
notaba en todo el idma de las flores..
\ El alma de las flores ! . . Era el alma
del mundo en ese instante.
Los perfectos
caminos del jardín, bajo la calma
murmuradora de los altos pinos,
vieron pasar en rondas los insectos
al amor de las flores peregrinos...
Emilio Frugoni.
11
Eaariqíxe Csrómez Carxillo
De: dios á. dios
Tal es la dedicatoria que en el retrato con que engalanamos esta página nos ha
enviado recientemente desde París el distinguido escritor y amigo Enrique Gómez
Carrillo, director de «El Nuevo Mercurio». Así hemos querido interpretarla nosotros:
de Mercurio á Apolo.
Nuestro agradecimiento al compañero Gómez Carrillo por su delicado obsequio que
pronto retribuiremos.
— 12
Wojas d^l diario d« un Irans^unU
(1)
Para Ai'or.ü.
Dinembrfí 17 — Hoy, al salir de
la Cámara de Diputados, después de
una sesión borrascosa, comprendía
que no son eternas esas genuflexio-
nes de la voluntad que apagan tan-
tos entusiasmos bajo las bóvedas
de un hemiciclo. La interpelación
ha sido un triunfo Y al propio tiem-
po, en uno de esos viceversas de
la memoria, evocaba la imagen de
aquella última jornada del gabinete
cuando soplaban vientos de motín
y las tropas bajaban lentamente
por las avenidas al sordo trotar de
sus caballos, mientras los agitado-
dores se hacinaban en la plaza,
royendo cóleras y en el palacio de
los representantes burbujeaban las
ambiciones, los odios y las intri-
gas, con un hedor de estanque re-
movido por una sola ambición
inconfesable: «el triunfo». El de-
senlace de la epopeya de aquel
ministerio fué curioso Vn general
insurrecto escaló la tribnna con
ima ai'enga que era una proclama,
el abate (íayraud apostrofó desde
su asiento y el conde do Alun eiitre-
soñó el comienzo de una restaura-
ción. I "n gobierno que parecía sal-
vado alas seis de la tarde, cayó á
las nueve, después de una S(>sión de
siete hoi'as empleadas en tejerla
telaraña de una intriga Los sobren-
vivientes dol boulangismo pusie-
ron su barca á lióte. Y los grupos
oleosos remontaron los boulevares
á son de carga, mientras las redac-
ciones de los periódicos victoriosos
se cubrían de luces y las otras se
perdían en las tinieblas.
«Lunes, 19» Al regresar del
Bosque por el camino plantado de
árboles que tiritan en mitad del
invierno, en la avenida raspada
por los carruajes, las Iñcicletas y
los ómnibus, tengo la visión de una
vuelta de Trabajo, cabalgando so-
bre una victoria en medio de una
ciudad prosternada.
Es el emperador de una repú-
blica, qué regresa de una cacería,
comprando voluntades con sus sa-
ludos, en un trotar de corace-
ros, un brillar de espadas y una
suntuosidad rastacuera que desbor-
da la imaginación. Y mientras el
cortejo se pierde aclamado por las
multitudes en el fondo de la aveni-
da erizada de látigos, me alejo pen-
sando que el prestigio de los fuer-
tes no emana de ellos, sino de la
pompa que les rodea. Despojemos
á los poderosos de su palacio, su
ceremonial y sus alabarderos, sen-
témosles á comer en una mesa re
donda á dos francos por cabeza y
serán hombres como todo el mun-
do. El pueblo es com.o esos niños
que creen que los comediantes son
seres superiores porque taconean
la escena vestidos de oropel, mo-
risqueteando gestos graves. Cuan-
do la muchedumbre abn* calle,
arrollada i>or las tropas y se arre-
molina aclamando al magnate que
pasa, aclama los unifoi'mes, el lujo,
la " mise-cn-scéne >. todo lo que la
deslumhra y la maravilla, pero no
al hombre. Si le encontrara en una
taberna, le ofrecería tabaco para
atascar la pipa
Martes, 20 Me tomó por el bra-
zo, al cruzar el gran patio de Lou-
vre, — el gran patio del Louvre
que, todo blanco bajo la luna, pa-
recía recordar en aquella noche de
invierno las viejas intrigas y reve-
rencias cortesanas, con una sonrisa
irónica de gentilhombre me to-
mó por el brazo y me dijo : - « Es-
toy enfermo. Los pensamientos
torbellinan en mi cabeza, arras-
trando girones de pasado. La razón
pone á veces todo en su sitio, pero
el trabajo se reanuda para inte-
rrumpirse en seguida. A menudo.
( 1 ) De lili liliro fii pit-iisa: « Hurbiijas lU' la vida :
13 —
para poder continuar la labor de
una idea, me veo obligado á ha-
blarla; de lo contrario, el viento de
las otras me dispersa y me pone en
la necesidad de hacer dos veces el
mismo camino para volver á encon-
trarme. Creo que mi estado es
debido á la preponderancia de mi
corazón sobre mi cerebro Siento
más de lo que pienso Soy un ser
contradictorio: me pronuncio con
tra el sentimentalismo y soy más
sentimental que nadie. Quizá no
estoy de acuerdo con mi doctrina,
pero mi doctrina está de acuerdo
con mi razón » Nuestras sombras
se prolongaron, flacas y enormes,
sobre el muro Las seguí con los
ojos. En el silencio del gran patio
desierto, gesticularon un instante
y luego se fundieron en una sola
que se alejó, grotesca, ba^jo la luna
«Miércoles, 21»— Es innegable
que entre las naciones, como entre
los individuos, hay algunas que pre-
sumen de aristocracia, muchas que
arbolan « bank-note» de burguesía
y no pocas que se resignan á en
casquetarse ol hongo del proletaria-
do. Las primeras tratan á las se-
gundas como un marqués del Hipo
al banquero de las Tres Usinas :
con un desdén imperceptible que no
desarma muica. Pero las dos se
ponen de acuerdo así que se trata
de oprimir á Uis terceras y repar-
th'se sus territorios como bienes de
vasallo. Felizmente la resistencia
de la Vbisinia, el triunfo del Japón
y hasta la evolución de Siam que
comienza á vestir ideas europeas y
á usar arte, sancionan lo que pudié-
ramos llamar una descentraliza-
ción. El mundo estaba antes entre-
tregado ala influencia exclusiva de
un continente que, por una ironía
de las cosas, es el más pequeño de
todos. Parecía que nada podía exis-
tir fuera de él Y hoy, desmintiendo
la especie de que los continentes
restantes han sido creados para
aprovisionarlo de esclavos, azú-
car, trigo y colmillos de elefante,
vemos surgir, en uno de esos brus-
cos cambios á que nos tiene acos-
tumbrados el destino, el Japón en
Asía, nuestras repiiblicas en Amé-
rica y la histórica y vieja Etiopía
en ese continente desgraciado don-
de tantas rapacidades han encon-
trado su botín. La Abisinia da lec-
ciones de clemencia y de valor; la
América del Norte impone sus má-
quinas á todos los pueblos ; y el
Imperio del Sol, limitado en otro
tiempo al comercio de baratijas
exóticas, nos ofrece una literatura
y una civilización que se enroscan,
formando un nervio original y fe-
cundo Bah ! me decía hoy leyendo
una correspondencia de Addis,
pronto se convencerán los pueblos
de que el talento, la industria, la
inventiva, el refinamiento, no son
dones exclusivos de los habitantes
de una región determinada, sino
patrimonio de la humanidad, hueso
del mundo, semilla que ha caído en
todas las tierras y que ha dado
fruto en unas antes que en otras
sólo á causa del clima moral en que
se ha desarrollado.
«Jueves 22»-T-Recibo un libro del
mexicano Zuloaga. Es una traduc-
ción de los cuentos de Mendés, una
de esas traducciones que hoy se
llevan tanto, suficientemente capr-i-
chosas para ser queridas, pero di^-
masiado ínflele'! para ser legítimas
Los cuentos de Mendés son hermo-
sos, aun en romance. Son los misa-
les (le un amor exclusivamente pa-
risiense, lleno de tonos y medios
tonos intraductibles, y aun incom
prensibles fuera del medio en que
han nacido Delicadeza en el desen-
fado, idealización de la materia, y,
como pudor, uno sólo : el pudor de
lo feo. Abriendo el libro al azar en-
cuentro un cuadro delicioso «Cuan-
do se presentó en la pista un bien
perfilado caballo negro sin brida,
freno ni silla que piafaba y burbu-
jeaba espuma. Lila Biscuit arrojó el
gran manto que la envolvía y apa-
reció en el circo toda desnuda, ilu-
minada por las luces del gas, sin
traje, ni velo y se lanzó sobre el
bruto toda coloreada de nieve y de
rosa. Pero nadie se enfadó : porque
era un divino espectáculo ver á la
linda joven recostada sobre las an-
cas negras del animal, al galope,
con los cabellos mezclados ala crin.»
— 14 —
El prologuista de Zuloaga se espan-
ta ante la crudeza de estos cuadros,
arguyendo que las siluetas prima-
verales que sonríert desde el fondo
de todos los cuentos de Mendés no
son las más pi'oplas para predicarla
virtud en un corro de colegialas
Echa de menos los puntos suspen:-
sivo? de Pérez Escrich. Y al hablar
nos de la moral con una unción que
huele á almizcle de capilla francis-
cana, olvida que el cardenal de Ri-
chelieu, — que no era fracmasón, ni
naturalista, no desdeñaba entrar
al taller de los pintores, descorrer
las cortinas que ocultaban los mo-
delos y asistir á la copia de la car-
ne viva, proclamando que en el arte
no puede haber inmoralidad. Así
pensaban los grandes artistas mís-
ticos de la Edad Media y así pensa-
ron quizá también los (postóles, en
cuyos Evaufíelios encentramos ni;'is
de una imagen cruda que haría
sonreír á Fierre Louys. Pero la Jii-
pocresía <le nuestro siglo no se de-
tiene ni ante las Escrituras. De ahí
que se haya fabricado \u\ Evange-
lio para uso de las escuelas, como
se ha fabricado nn Rabelais, y has
ta un Cervantes.
«Viernes 23 • — Leo las memo-
rias del señor (ioron, — antiguo je-
fe de policía de París, — funciona-
rio que no abandonó sus viejas
costumbres de periodista, y perio-
dista que no echa en olvido sus
pi'ejuicios (le funcionario. Son re-
miniscencias de eorchete que sólo
valen por las llagas que desnudan
y por los objetos de conmiseración
que presentan, sin saberlo, á las al-
mas sensibles. Ño basta que una co-
sa sea abominable para que tenga-
mos el derecho de condenarla: de-
bemos combatir esas delicadezas de
estómagos bien alimentados. Es ne-
cesario estudiar las causas y el mé-
todo de elaboración de esas pasio-
nes, costumbres, vicios ó miserias
qíie la multitud corona con el adje-
tivo de repugnantes. Muchas deri-
van de nosotros mismos. Son nues-
tra obra Para consolarnos de ha-
berlas engendrado, las abofeteamos
con nuestra repulsión, como un pa-
dre cobarda aborrece al hijo contra-
hecho que atrae la mirada de los cu-
riosos. Tengamos por lo menos la
audacia de nuestras llagas. La pros-
titución es el resultado de los vicios
de todos : usamos de ella y no tene-
mos derecho á condenarla ¿ Qué
decir del poderoso que habiendo se-
ducido á la criada, á la institutriz ó
á la parienta pobre y habiéndolas
dejado con un niño en mitad del
arroyo, declama contra el vicio y
se indigna cuando una mujer ham-
brienta se le ofrece en el bochorno
de las calles obscuras ?
La humanidad, menos generosa
que los animales, se encarniza con
los muertos.
r ^
-*W f-
íi^C?
I :: . *yiicuu^ ^c^>ajÁ
LjPs. tjPs.r.ide iDOLiEisrxfi:
l'íirji Ai'OLo.
A l'aut Minelli/.
Suoñan los altos (liiios al fondo ilcl paisajt'
y cu t'l secreto lialag'o de la (luietud (jiie iiiijiera
lircliidia entristecidas baladas de ({iiiinera
la tarde en su ícuitarru de místico cordaje.
Un hondo amor dcs|)ierta la soledad salvaje
y el sol en las durmientes colinas reverbera
con liiiios de a^onia bajo la azul bandera
de nici>las (jue dcs|iliejfan el vaporoso traje.
l'or el confín borroso del pálido horizonte
crnzan las ^folondi iiias en un tardío vuelo,
como un adiós perdido sobre el lejano monte.
V emerge la tristeza con ansias fugitivas
en la doliente luna (lue ya acaricia el cielo
con el amor de todas las novias pensativas.
Jic'ríoli Garay.
NoQ^^s d^ moda
( INSTANTÁNEAS LOCALES )
— j Vííl . . . ¡ Qué calor ! ¡ qué ca-
lor I .. .
Esgrimiendo el abanico, Misia Pa-
sa se hace aire.
Ella esta pasando por nn trance
atroz. Sencillamente, la buena se-
ñora se siente ahogar. Toda su per-
sonalidad obesa, pesada, hecha á
block, corre inminente riesgo de
perecer, allí entre el hacinamiento
humano que la rodea, allí entre
aquel hormigueo que bulle sin cesar
á su alrededor, sobre la « terrasse »
del aristocrático balneario, en una
noche de moda hermosamente cani-
cular.
Pero Misia Fusa es terrible. ¡ Si la
conocierais ! Su vanidad de exhibid
cionismo no tiene límites. Hacer
acto de presencia en cualesquier
fiesta social ó paseo público, es su
obsesión. Saber que la gente la ha
visto y que ella' podrá mañana dar
fe ante sus amigas de tal ó cual
hecho, es para Aíisia Fnsa algo así
como una apremiante necesidad ; y
por esto mismo, por esta vanidad
ingenua de querer atraerse sobre sí
las miradas de algunos, es que Misia
Fusa tuvo muchos novios cuando
soltera, y luego se casó con el pri-
mero que se le puso á tiro cuando
ya ella frisaba en los treinta y tres,
y por lo que hoy se moriría todos
los días si ello fuera admisible, y si
á Aíisia Fusa le fuera dado contem-
plarse en espíritu sus funerales.
¡ Qué diablos lo Misia Fusa ! ¡ Oh,
no dirán mañana las de Pechugini
ni las de Fieramosca que AlisiaFusa
y los suyos hacen vida de pobreto-
nas cursis, sin saber más noticias
que las propaladas por el periódico
y sin ver más caras que las de los
vecinos do barrio! Y he aquí, que
ahora ella se halla en plena «te-
l'ara Ai'ot.o.
rrasse » de los Pocitos, rodeada de
todo el estado mayor de su prole
femenina, apeñuzcadas todas en un
pequeño espacio que han logrado
acaparar desde las cinco de la tar-
de, casi á pleno día y merced á
aquel madrugón que las ha obligado
á largarse de casa con una frugal
cena de algunos sandwichs y unas
pocas onzas de dulce de membrillo
comprado en el baratillo de la es-
quina.
— i Uff ! ... ¡ Qué calor ! qué ca-
lor!...
Misia Fusa ya no puede más. . Ella
siente un dolor agudo en las espal-
das, en la mica, en los tobillos, en
las partes más sensibles de sus ex-
tremidades. Ahora todo le tira : el
corsé, ceñido, ajustado, conteniendo
á duras penas el desbordo amena-
zante de sus carnes íláccidas y altun-
dosas; los zapatos, estrechos, de
horma á lo l.uis XV, coa taconeras
de corcho ; los pinchos de la gorra
regateada pacientemente y cente-
simo á centesimo durante tres dias
en lo de madame Pellicciari. Sin
soltar su abanico, Misia Fusa so
hace aire:
i Uff! . . . ¡ Qué calor ! ¡ qué ca-
lor !.. .
Y en tanto ya son las diez, hora
en que la fiesta social toca á su má-
ximun. Los acordes de una banda
militar, haciendo oir el IV acto de
Bohemo, vibran en el aire sonoro de
la noche apacible; el prolongado
campanilleo de los eléctricos reper-
cute en un caseaboloar loco y con-
tinuo, y bajo el cielo tenebroso,
apenas semi - alumbrado por un
menguante amarillo, la multitud
desfila paso á paso, poco á poco, en
un taconeo silencioso y rítmico que
se prolonga sobre el maderamen
— 18
del Tiejo muelle. Ahora todo se con-
funde, nada se destaca, todo se en-
treveo. Pasan cuellos relucientes
con destellos de marfil ; sombreros
blancos de paja de Italia ó Panamá ;
trajes de tonos lúgubres y alegres ;
ojos femeninos sombreados al esfu-
mino ; formas provocativas de mu-
jer nubil ; dentaduras albinas y que
sonríen ; vientres monolíticos y sa-
tisfechos; siluetas escuálidas ; des-
cotes incitantes ; torsos agobiados ;
talles erguidos é insolentes ; cabelle-
ras brunas ó aurirrizadas ; melenas
varoniles á lo Artagnan ó calvas
vergonzantes y relucientes . . . pa-
san . . . pasan . . pasan . . Y todo
en un Caleidoscopio macábrico de
manchas de color, que aparecen,
se ocultan, vuelven á reaparecer,
tornan á ocultarse . . .
El calor ahoga. Nadie creería en-
contrarse en un balneario, en plena
ribera del estuario, frente á la in-
mensidad del mar. Muy cerca de
allí, casi á pocos metros, se estaría
perfectamente gozando de los fres-
cos arenales de la playa blanca,
fina, undosa, que las olas mansas
lamen en su continuo vaivén. Pero,
que quieren ustedes, salir del mue-
lle, abandonar la«terrasse», no es de
tono; hay que ceñirse á las fórmu-
las; la etiqueta así lo exija, y he
aqui por la cual la enorme concu-
rrencia prosigue impávida por su
eterna ruta, siempre girando, siem-
pre dando vueltas sobre sí misma;
arremolineándose, estrujándose, de-
teniéndose ... i\o hay duda, mu-
chos estarían mejor en sus casas
que allí; pero, ¿quién dijo miedo?. .
¡Adelante! adelante! siempre ade-
lante! . . .
Ya el cansancio invade á muchos.
Misia Fusa cree percibir suspiros,
quejas ahogadas, lamentos vagos.
En ciertos rostros se va distendien-
do algo así como una sombra de
fastidioso pesar, en tanto una Inte
rrogación dolorosa se estereotipa
en los labios rígidos y enarcados
por el cansancio, como diciendo
¿Por qué diablos yo estoy aquí? . .
¿Quien me manda meterme en este
maremagnum?... Pero otra interro-
gación complaciente, henchida de
infinita vanidad personal, atenua-
tiza un tanto la protesta imperiosa
de la carne adolorida que se rebela,
exclamando: ¿Ven ustedes?; yo soy
fulanito de tal! Yo también he veni-
do aquí y aquí me tienen! Vamos, no
sólo ustedes han de concurrir á los
Pocitos en noches de moda ! . . . y
pasan . . . pasan . . . pasan . . .
— i Uff ! . . . ¡ Qué calor ! ¡ qué ca-
lor! ..
Pero á pesar del calor sofocante
que la derrite ; no obstante los do-
lores físicos que tanto la tienen á
mal traer. Misia Fusa no « pierde
pisada >. — El heroísmo suele ser
tan contagioso como el miedo. — Al
través de los cristales convexos de
sus gafas, Misia Fusa escudriña la
multitud.
—Niñas! — exclama - saluden uste-
des á las de Birandola; si, á las del
diputado Birandola . . . Mírenlas . . .
ya vienen... pronto van á pasar...
Y pasan las de Birandola, una,
dos, tres, cuatro siluetas de mujer
que muy pronto desaparecen entre
un estrepitoso frou-frou de visos de
raso y un entrechocar de brazaletes,
cadenas, colgantes y aderezos.
— ¡ Niñas ! Ahí viene « Mechita »
Stromponi; la hija única de aquel
ricachón licorista del Reducto.
Y pasa «Mechita» Stromponi; ro-
busta, bonachona, de pómulos colo-
radotes, rosada toda ella como una
sandía apetitosa y respirando esa
potente salud y «joie de vivre» de
una buena «figlia» de la patria
« del buon vin ». Luego, lleva «Me-
chita» sobre sí tantos brillantes, que
no parece sino que los acartonados
pretendientes que la persiguen lo
hicieran sugestionados bajo la ca-
talepsia de un sueño hipnótico. • .
Pasa « Mechita * Stromponi . . .
pasan sus adoradores . . . pasan sus
brillantes . .
Y al desfile continúa, lento, infi-
nito, interminable.
La charanga ha enmudecido; el
rodar incesante de las olas sobre la
inmensa playa se percibe más clara-
mente; una brisa saturada de un pe-
netrante olor á marisco orea los
rostros y hace ondular las gasas y
los tules; allá lejos, hasta los límites
- 19
del horizonte borroso, el mar no es
sino una inmensa mancha negra,
obscura, enormemente dilatada, en
tre cuyas misteriosas tenebrosida-
des los focos eléctricos de algunos
vapores lejanos oscilan á la distan-
cia como insomnes pupilas rojas . . .
Al través de los cristales convexos
de sus gafas, Misia Fusa prosigue
escudriñando en la multitud ¡Cuán-
tas amistades! ¡qué de rostros cono-
cidos aunque algunos de ellos sólo
por el cliché del periódico ó la revis-
ta!.. Allí, Misia Fusa ve desfilar belle-
zas de renombre; políticos incipien-
tes; burgueses acomodados; perio-
distas de nota; literatos solemnes;
críticos burlones y de sátira; perso-
nalidades expectables ; pebetes aci-
calados . . .
Junto al hotel, en el «hall», fren-
te á la multitud en marcha, los co-
rrillos se agrupan alrededor de las
pequeñas mesas. El champagne bu-
lle en las copas su dorado hervor;
los «bock» rizan sus bucles rubios
de ambarmar espuma; las grosellas
y licores tiñen los cristales con sus
bellos tonos de rubíes y exótica pe-
drería ; se oyen órdenes, carreras,
voces melifluas y de mando; corren
los «gargon» de delantal blanQO y bi-
gote al rape; humean los manjares
en las porcelanas sonoras ; el humo
de los cigarrillos se distiende en finos
cendales de bruma diáfana; todo el
pentagrama armónico de un parlo-
teo bullidor se cruza entre comen-
sales y bebedores.
í.as hijas de Misia Fusa, inquietas,
nerviosas, acometidas desde hace
rato como por una nostalgia lejana,
prorrumpen de repente en una la-
mentación pesarosa :
— ¿Ha visto ust_ed, mamá, que
ausencia de portenas se observa
este ano en las playas ? Se podrían
contar las que han venido . . . . ¡ Son
tan escasas !
Misia Fusa, que desde el flamante
conflicto con Zeballos guarda tirria
á todo aquello que huele á la otra
banda, se siente acometida de un
repentino furor :
Mejor, hija, mejor; cuanto me-
nos bulto más higiene ! — ex-
clama. — Lo que es este verano las
portenas se han cliingado ; no hay
« chucho »• ! . . Tendrán que recu-
rrir á la esponja casera! . . .
Sus hijas la interrumpen con so-
lícita reconvención.
— Pero mamá, usted se equivoca!
¿ Y el Hotel Mristol, el Mar del Pla-
ta, el . . ?
Mas misia Fusa, ya puesta en tren
de carrera, no admite «place».
¡El Mar del Plata! - exclama —
el Hotel Bristol ! . . . bobada, hijas;
pura bobada ! Allí sólo va media
docena de Anchorenas; los demás
se quedan en sus casas, muy quie-
tecitos, muy calladitos, como que
se han decretado voluntariamente
tres meses de reclusión celular, ta-
piándose á piedra y lodo y con la
inviolable consigna dada á sus sir-
vientes de que los patrones están de
«Villegiattura»! Vamos, lo dicho, hija,
todo un procedimiento de veranear
sumamente económico !0h, cuanta
razón tiene tu padre al decir que si
por algo desea vivir en Buenos Ai-
res fuera porque allí nos sorpren-
diese el verano ! Naturalmente,
encerrona prolongada y nada de
tranwais ni de extraordinarios de
playa 1 . .
Por fortuna, un nuevo incidente
corta esta nimia rencilla casera-in-
ternacional. Polidoro Menganés aca-
ba de hacer su aparición en pleno
balneario. Allí está, á pocos pasos
de ellas, varita en diestra, guante
en siniestra, reclinado airosamente
sobre la borda extrema del muelle,
fijos los ojos en la nina menor de
Misia Fusa, su adorado tormento y
su más bella ilusión . . .
Como en casos análogos, siempre
que esto acontece, la aparición de
Menganés es saludada con un ira-
cundo revuelo de ojos y una doble
salva de protestas por parte de toda
la confabulada famiha.
Ya está aquí ese simplote ! ese
bichito de luz ! ese zángano impor-
tuno ! . . .
A todo esto, estoico, sublime, im-
pertérrito, Menganés parece haber
ensordecido de repente como por
arte de magia, mientras sus ojos no
se apartan de su ansiada Dulcinea,
en tanto la mamá v hermanitas de
•:o —
ésti\— á quienes leda por el marque-
sado y PÓlo sueñan con títulos litúr-
gicos y libretas de cheques, y tienen
más humos que automóvil «Pope á
60 kilómetro? la hora, prosiguen
su rechifla hacia el incunmovible
« dragón », el cual no tiene más de-
lito que sólo ganar veinte pesos en
un ministerio, remiuieración exigua
y fatalmente microscópica para Mi-
si a Fus a y sus niñas . . .
Felizmente, la presencia de Men-
ganos, no se prolonga demasiado,
pues Misia Fusa ha dado orden de
retirada. Ya son más de las once y
entre la enorme concurrencia se ha
iniciado el desbande. Entre la con-
fusión y el apresuramiento algunas
parejas rezagadas aun bregan por
permanecer. Los «flirteadores-- de
ocasión se vuelven todo ojos: los
«dragones» consentidos se disponen
al abordaje.. Campanillean los
eléctricos su cascabelear loco; rue-
dan los carruajes por las avenidas
próximas; una fuga acelerada se
inicia hacia la ciudad en reposo,
dejando atrás -> villas» y «chalets*,
obscuridades acechantes, despobla-
dos extensos donde algún mal farol
á kerosene parpadea su achacosa
sonuiolencia {1(í senectud decrépita
y trasnochada. .
Pero he aquí que ya (-t;Í!i en
casa, y ol esposo de Misia l'iisa, que
ha preferido quedarse burguesmen
te, en mangas de camisa, pretex-
tando no estar ya para esos trotes,
las interroga con interés :
— 2 Y qué tal ? ¿ cómo les ha ido
á ustedes ? ¿ Se han divertido mu-
cho ?.. .
Misia Fusa se hace toda (Jxclama-
ciones :
— j Soberbio, hijo, soberbio ! ¡ Co-
mo que hemos estado - entre nu-
bes ! ... .
El buen señor cree haber oído
mal. Se hace mil conjeturas, ¿cómo?
¿ acaso su mujer y sus hijas han
viajado en globo ?....»
Pero la hija primogénita del ma-
trimonio toma á su cargo el repa-
rar este lamentable error de defi-
ciente maleabilidad lengüística
— Mamá, usted se equivoca : Se
dice « entre nous * ; oiga usted :
" entre nous »
Pero Misia Fusa no está en estos
momentos como para prestar oídos.
¡ Qué « entre nous » ni que ocho
cuartos ! Ella sólo atina á aflojarse
el corsé, los zapatos Luis XY con
taconeras de corcho, los pinchos de
la gorra, los añadidos del pelo, en
fin, todo aquello que tanto la ha
martirizado durante ocho horas
Y mientras ella suelta aquí, afloja
allá, desprende acullá, las hijas
del matrimonio, con los sombreros
puestos y aún en traje blanco de
playa, tratan de tomarse la revan-
cha de .-aquella frugal cena de unos
pocos sanwichs y algunas onzas
(1j dulce de membrillo con que
se largasen de casa á las cinco de
la tarJc, casi á pleno día, y sólo con
el propósito de acaparar algún
banco expetable. Esa noche, ant-tí
los ojos espantados del buen papá,
el aparador y la alacena sufren un
asalto que ni el de los bárbaros al
Capitolio. Oiiiéii se le prende al
mate dulce con cucharaditas de
café; quién á los fiambres; quién á
los restos del ahnuerzo guardados
con previsión desde la mañana.
Aquello es un comer y un beber
loco, voraz, desesperado.
Y en tanto, maltrecha, adolorida,
derrengada, pero firme siempre en
su propósito de no faltar á los Poci-
tos el próximo Jueves, Misia Fusa
suspira profundamente, ruidosa-
mente :
— i Uff! . . ¡Qué calor! ¡ qué calor!
¡qué calor! ...
Juan Picón Olaondo.
Canícula de lliOT.
e:k.k.íPí.t-2Ps.s
Por un olvido del cajista, la poesía de Donato Bruno jiublicada en este número,
aparece con varios errores. Su titulo es: Jn faccia al uiarc en vez de: Su faccia ai
litare. F.n la ])rimer estrofa, donde diee: Liccome, debe leerse: Sirco, ,ii\ y en la última,
donde dice: done, debe leerse: dote. Otras ('rratas de menor importancia que eontiem-
este número serán salvadas fácilmente por el lector.
— 21 —
EXPLOSIÓN
Si la vida es amor, bendita sea! — Quiero in.-'is vida i)ara
amar! — Hoy siento —Qué no valen mil anos de la idea — Lo
<]ue nn minuto azul del sentimiento.
Delmira Agustini
Mi corazón moria triste y lento ... — Hoy abre en luz como
una flor febea ; — ¡ La vida brota como un mar violento — Don-
de la mano del amor golpea !
Hoy partió hacia la noche, triste, fría, — Rotas las alas
mi melancolía; — Como una vieja mancha de dolor — En la som-
bra lejana se deslíe ... — Mi vida toda canta, besa, ríe ! — Mi
vida toda es una boca en ñor !
Delmira Agüstini.
00
Va^ vltae
(Boceto de un poema)
Para Ai'oi.o.
\' fué en el parque de la Infancia donde,
con melodiosa voz, me dijo un hada :
« Toma esta copa, regia y cincelada
» donde un néctar mirífico se esconde.
- 23 —
» En él las ansias vírgenes que hoy duermen
» de tu ser en el fondo, habrán hallado
»^al final de tu vida un encantado
» licor que de tus dichas tuvo el germen.
» Cuando te hable una cruel filosofía
» con criterio cuitado y destructible,
» bebe de este licor incorruptible
» que infiltrará en tus fibras la alegría.
» De ser soberbio, poderoso y fuerte
» él te dará el magnífico secreto
» y podrás sostener al duelo en reto
» hasta la hora solemne de la muerte. »
Con el fruitivo impulso del instinto
en sus bordes mis labios abrevaron,
y las alas de mi alma se agitaron
por jardines de lirio y de jacinto.
Cuando pasó mi ciclo de inocencia,
del excelso licor bebí de nuevo
y fué un drama de luz, de luz de Febo
el curso de mi ingenua adolescencia.
La fronda del amor lució sus ñores
para alegrar mis venturosas horas
y con himnos triunfales las auroras
celebraron mi gloria y mis amores.
Mas luego entre las rosas hubo espinas,
entre los lirios se agitaron sierpes,
en mi lira lloraron las Euterpes
y mis bellas se hicieron Colombinas.
Entonces apuré el cáliz mirífico
con anhelo tan fiel cuan infructuoso
porque tras del instante venturoso
vino el inmenso lapso dolorífico.
La cruel Intrusa ensombreció mi ambiente
con su séquito lúgubre de penas
y mis noches felices y serenas
fueron las de un enfermo febriciente
— 24 —
Y cuando como Job sobre el siniestro
de mi querida Sión me lamentaba
y á la hada profética invocaba
con el ávido acento de mi estro,
Cual una iluminada y convencida,
con firme voz, me dijo la Experiencia :
« Es tu dolor el de la humana ciencia,
« Aquella hada falaz era la Vida. »
Illa Moreno.
SONETOS
Pii>-n Ai'OLO.
Era una rubia princesita; un día
Oyó con emoción su ser entero
Las trovas que entonaba un cancionero
Al pie de su calada celosía.
Con qué unción escuchó la melodía
])e aquel errante y seductor trovero !
Le amó, le amó con el amor sincero
De los que no lian amado todavía.
Recluida entre los oros de su alcoba
Diciendo siempre la aprendida trova
Esperó, llena de ansiedad la cita,
Pero hay! en vano la esperó la bella,
A'o volvió el trovador, se olvidó de ella,
Y se murió de amor la princesita.
... Y la nave partió; borró la estela
La bruma de la tarde que moría
Y perdióse en la vaga lejanía
La postrera esperanza de la vela.
Mas la amada esperó, día tras día;
Su bien, su amor, cuanto en el mundo anhela,
Se alejaba, cual pájaro que vuela.
En la nave que nunca tornaría.
Desde entonces, nublada de dolores.
La miran al volver los pescadores.
Todas las tardes cuando el sol desmaya.
Vencida y triste, meditando á solas
Con los mensajes que le traen las olas
Al expirar, quejándose, en la playa.
Carlos Züm Felde.
Monti'vitleo.
— 25 —
jOs.Z,UL
Tus ojos de azul tan puro
Prometen, como un Futuro . . .
¿ Qué son sus raudas promesas ?
I Juegos de luz de algún hada
En que mi ensueño aventuro ?
¡Ellos anuncian las fresas
Que dan su rojo maduro,
Tus besos de Enamorada I
Pues bien pagas, cuando besas.
Lo que ofrecieron tus ojos:
j Las siembras de tu mirada
Para Ai'OLO.
Dan fruto en tus labios rojos!
No son encandiladoras
Ni tienen tiniebla alguna . . .
En ellos los ruiseñores
No hallan su claro de luna ;
Pero, una luz los decora
Con tan jóvenes destellos,
Que la alondra encuentra en ellos
El casto azul de la aurora!
GuzMÁN Papini y Zas.
— 2<;. -
Utia confesión extraña
l'ara Ai'üi.o.
El moribundo apretó convulsiva-
mente mis manos y con voz muy
apagada empezó diciéndome:
« A ti, Manuel, porque eres muy
bueno te lo contaré todo :
Se llamaba Blanca. La conocí una
noche en el Festival de las Flores.
Cuando me fijé en ella, paseaba por
los salones de brazo de sus amigas.
Era pequeñuela, bonitilla, alegre,
vivaz, parlanchína, de tez pálida, de
ojuelos negros, grandes, rasgados,
que miraban vivamente, inquieta-
mente, que decían de su almita
todo el primer deseo, ese deseo
hondo é incomprensible, que brota,
que fluye con la vida nueva de los
quince años. . Vestía toda de blan-
co como una virgencita. En cada
cinta de los vuelos de su saya, an
el lazo ampuloso que oprimía su
leve cintura, en cada broche que
cerraba los plie<rues de su blonda
bata de raso, había un algo de deli-
cadeza artística, de confección im-
pecable, de un sutil refinamiento
feuienino . .
¡ Qué bien lo recuerdo . . . !
A pesar de estar yo, locamente
enamorado de otra miyer encanta-
dora, sentí una necesidad íntima y
extraña de hablarla, de admirar-
la.. , de mentirla .. Requerí su
presentación á un amigo, el cual
accedió gustoso á mi ruego —Nues-
tro primer dialogo fué muy breve,
muy frío . . . casi tonto . . . ! Temí
haberla causado una impresión poco
favorable . . — Pero luego observé
qne me miraba de un modo singu-
lar . . casi provocativo . . ! sus mi-
radas me dijeron algo que compren-
dí muy pronto . ! Entonces tuve
miedo , . . temblé . . y todo mi ser
se reconcentró en una evocación
hacia otro ser querido. De pronto,
vibró cadenciosa la mágica música
de un bostón, de compases len-
tos . . . muy lentos . y guiado por
no só qué instinto, por no sé qué
tuerza misteriosa, contraria á mi
A Medina líctancurl.
deseo, le rogué, le supliqué emocio-
nado que bailáramos juntos. — Y
fué complaciente y comprendí con
su «sí • delirante, que ella también
lo ansiaba. Y bailamos . . baila-
mos, . y oprimiendo suavemente
su delicadíto cuerpo, inconsciente-
mente . obstinadamente . tal vez
loco, le fingí una pasión inmensa,
le dije que era muy bueno, que la
había presentido hacía mucho tiem
po . . . que la había ensoñado en
muchas noches de mis grandes tris-
tezas ... y ella, dudándolo primero,
terminó, ¡ oh, insensata ! por creer
mi gran mentira . . . ! quizá encon-
tró en mis palabras una música de
gloria que nunca había escuchado,
que por primera vez le cantaba al
oído el Ave de la satisfacción de su
deseo de quince años . .
Y bailamos . . . bailamos mucho y
yo más me enloquecía, más me
arrastraba el torbellino de la locu-
ra . . del desenfreno . . . mis sienes
y mi corazón latían con violencia...
veía que todo á mi alrededor giraba
vertiginosamente . . y luego todo
se esfumaba . . y desaparecía ... y
quería huir, lejos, muy lejos, pero
una fuerza poderosa me retenía é
impulsaba a continuar mi obra,
mientras oía una voz interior que
me decía: ¡Goza .goza, con tu
víctima . . saborea tu crimen ! y yo
sufría mucho, y sin embargo: «Blan-
ca - le decía — Blanca hermosa,
que feliz soy con haberla conocido
Jamás, nunca olvidaré ésta noche
de tanta dicha y de tanta gloria. . .
Dígame otra vez que me quiere, sí,
que nie quiere mucho . . . que me
querrá siempre. Repítamelo, una y
mil veces . . repítamelo ...» y
Blanca, como yo, jadeante, flebro-
sa, loca de amor, pero de amor pu-
ro, me repetía: « Si Osear, si, lo
quiero mucho, lo querré siempre. .
siempre . . . siempre . . . !
El primer beso de la tenue y vaga
claridad de la mañana llegó á nos-
— 27
otros para romper el encanto de
aquel idilio. Nuestra despedida fué
larga., muy larga y muy ardien-
te... ¡La fresca brisa de aquel ama-
necer estival aplacó un algo mi fie-
bre, despejando la pasadez de mi
cabeza . . . Caminaba casi incons-
cientemente ... á las veces mis
piernas flaqueaban . . creía caer. .
quién me hubiera visto diríame un
borracho Por fin llegué á casa . .
vestido me tiré en la cama . . . sen-
tía como una mano de fierro que
oprimía mi garganta ... y luego
empezé á llorar, á llorar amarga-
mente como un niño, sentí sobre
mi corazón y sobre mi conciencia
todo el peso de mi infamia ... y
así, caí en un anonadamiento, y el
cansancio y el sueño me sumer-
gieron en un profundo letargo ... y
dormí. . y soñé • . . ¡que era bueno!
Me levanté casi al anochecer, y
ya sin fiebre y sin pesadez ; la esce-
na de la noche anterior, parecíame
un sueno. Pero luego, la indecisión
de ir á verla ó nó, esa noche, me
postró nuevamente en un estado de
agitación nerviosa . . . luchaba con-
tra mi mismo; la existencia del
otro «Yo» se me manifestaba enérgi-
camente condenatoria, con aquella
misma voz de adentro que la noche
anterior me decía : goza . . . go-
za!». . y sin embargo, sintiendo
que me precipitaba al abismo, que
la derrota de mi cerebro era inmi-
nente, rugiendo la impotencia de
mi carácter, de no poder vencerme
á mí mismo, casi sin darme cuenta,
como guiado do la mano por algo
invisible, llegué otra vez a Blanca,
y le mentí de nuevo ... y la enlodé
de nuevo con todo el fango de mi
infamia . . . !
Y así esa noche, y así muchas no-
ches ... Y no podía comprender ese
mi estado psíquico. Y yo no la que-
ría de verdad . ! Mi primera mentira
me impuso, sin poderme librar de
ello, á continuar mintiendo .min-
tiendo . .
, El amor frenético y puro que ha-
bía sentido otrora por aquella otra
mi verdadera amada, fué también
decayendo lentamente . . . irremedia-
blemente ..
Y llegó el día que también le mea-
tí que también empecé á rujir mi
crimen. . quo también manchaba
con mi impureza su tan grande. . .
su tan puro . su tan noble amor . !
Y asi muchas noches en esta al-
ternativa infame y siempre aquel
demonio invisible, empujándome,
arrastrándome con su poder satáni-
co . . y siempre aquella voz inte-
rior: « ¡ Cobarde, no goces más, ¡re-
bélate !
¡No sé cur.nto tiempo continué así.
Mi estado de ánimo decaía día tras
día. ¡ Había sufrido tanto . . ! Mi de-
bilidad era extrema Una tristeza
muy grande me invadía . . . llora-
ba . lloraba mucho, pero no en-
contraba alivio.
Llegó un momento en que me
maldije y maldije á aquellas dos
mujeres . . . ¡ Pobrecitas ! .
Una mañana mo quedé en la ca-
ma No podía con mis huesos. Desde
aquel día no me levanté más . - . !
Deseaba escribirle á las dos confe-
sándoles mi delito . . . pedirlas per-
dón . . . ! Pero no pude . . Mi familia
obstruyó también las corresponden-
cias de ellas . . Mi enfermedad acen-
tuaba, mi debilidad crecía y mis de-
lirios eran más frecuentes y más
terribles.. Anoche tuve un mo-
mento de descanso . . Tal vez de
alegría ... Ya conozco mi mal . . y
ahora estoy más tranquilo . . me
siento más feliz : óyelo, porque me
voy á morir . ! »
— No, no piense;^ en eso,"' le con-
testé, comprendiéndole su razón . .
« —Sí, y ahora dime, mi buen Ma-
nuel i No crees tú que la nuierte sf a
el único medio de libertarme de ese
monstruo invisible que me hizo su
siervo impotente, matándome el al-
ma . el corazón . la conciencia?
Caía la tarde El sol se ocultaba
tras la sierra y en la estancia eran
ya las sombras. Un silencio funera-
rio reinaba en olla Las campanas
de la iglesia tañían su Ángelus, pe-
ro muy triste esa tarde . . ! Lloré
mucho. Mi amigo, el pobre poseído,
ya no estaba allí. ¡ Se había liberta-
do! Su cuerpo yacía sobre la cama,
inerte, rígido, blanco . . . muy blan-
— 28 —
co entre tanta sombra ! . . y enton- huí para llorar junto á mi amada
ees se apoderó de mí un terror des- todo mi grande duelo !
conocido, porque me pareció sentir . r^ -
rozar sobre todo mi ser, las alas de O^^^io Fernandez Ríos.
aquel demonio invisible . . y huí, Montevideo, Diciembre de 1907.
LíPl COK.ONJPS. DEL OOLOK. (i
(A una reina en su paso de Calvario)
Para Ai'OLO.
Aun más bella yo te encuentro
con tu cara melancólica . . .
¡ El dolor se lia enamorado
de ti también, reina hermosa !
B¡(Mi aventurados, reina,
b)s que lloran . . .
dichosos los que en las penas
se des])Osan . . .
lazos de amor dolorido
no hay quien rompa . . .
¡ y el dolor no á todos pone
su corona !
No te aflijas porque llores,
tiue la cara, cuando lloras.
reina bella,
tienes de la Dolorosa ...
Reina augusta,
más augusta por lo buena y lo piadosa :
yo venero el dejo triste
de tu cara melancólica,
y en tus sienes la corona del martirio,
¡ que de Dios fué la corona !
Vicente Medina.
Cartagena. España.
1XLX3 VIGILIjPs-S
Para Apolo.
Tarde venes y menguada,
pobre luna, tarde vienes,
y tan triste y denuicrada
te sostienes
en el azul silencioso
cual si esperaran tus sienes
para tallecer, un beso
do la bondad del Esposo.
Esperando tu regreso
va la noche de vencida,
con hi noche va íinida
mi esperanza . . . Tarde vienes
y tan triste y demacrada
que en la glacial madrugada
tus besos hielan mis sienes.
Tu suave luml)i'e indecisa
xa en las ondas de la brisa
(1) Del nuevo libro «Poesía», en prensa.
con moribundo albedrío . . .
Las sombras claman en vano,
luna, mi espíritu hermano
en la tristeza y el frío.
En la clara noche yerma
asomas cual una enferma
})or un calado ajimez ;
y á mi ser tu lumbre baja
como una eterna mortaja
de palidez.
Tarde vienes, mas no importa,
silenciosa compailera ;
el amor creció en la espera,
la ilusión será más corta,
más hermosa la quimera.
Luis Tablanca.
Ocaña, Colombia.
-^.-;i^Ull!^
páGiNa aRTísTica
SflCCAGI:
DANTE Y BEATRIZ
- 30
la i)oslia d^l id-eal
Para Apolo.
Me esperaba su espíritu con las
alas abiertas... Me esperaba para
que vertiera en su alma, vaso de
amarguras incurables el bálsamo
dilecto del consuelo y de la espe-
ranza.
Un lirio de carne puro é ingenuo
herido al nacer por la ráfaga impla-
cable y helada del dolor; un adoles-
cente que al surgir en la senda de la
vida cuando se tiene por alfombra
un nevado florecimiento de rosas es
súbitamente asaltado desde las som-
bras por los «parthos» alevosos del
^jército de la vida; un joven, un ni-
ño casi que en la alborada de su
existencia vé cernirse en su cielo las
mortajas tenebrosas y siniestras de
sus padres muertos, y luego el de-
samparo, la miseria, la orfandad;
á la edad en que todos sueñan pri-
maveras interminables de dicha,
mecidos en las ondas azules de la
cisterna insondable del ensueño,
lanzado a la vida como en un pa-
ramo ilimitado sin azules, sin auro-
ras y sin estrellas. ,. Tal era la si-
tuación de Gualberto. -
Aquella noche le vi como sif'm-
pre en su melancólica covacha de
bohemio — soñador sobre una mesa
tosca y raída. Como siempre le vi
en la misma actitud de traciturnidad
como aguardando siempre el adve-
nimientos milagroso de la muer-
te. .. La esperaba anhelante. Va-
ciado su temperamento en los mol-
des caducos del viejo romanti-
cismo, sólo pensaba en los crepús-
culos pesimistas de Werter y en las
noches, negras y frías de los Ober-
man y de los Rene. Su espíritu
nunca esperó vislumbrar en una re-
gión dorada la encarnación de una
luminosa idealidad, al contrario,
(iualberto sólo esperaba la caricia
de aquella visión funesta. Era un
vencido
En el momento que le sorprendí
en medio á la penumbra difusa de
su bohardilla con las manos apoya-
das sobre las sienes )en actitud de
profunda taciturnidad pensativa,
terminaba uno de los capítulos pos-
treros del libro íntimo de su vida en
el cual fnlguraba el gesto suicida
del malogrado Werter Leyómelo
con voz temblorosa;
«Es la hora del crepúsculo, tris-
temente anunciadora, en que to-
das las cosas adquieren ese tin-
te indefinido de dolor, hora dolien-
te y sugestiva, en que las amargu-
ras del vivir asoman á la luz y se
pierden con la caravana funeraria
de los recuerdos! ¡Ni una dulce pa-
labra de consuelo! !Ni una caricia
salvadora! ¡Sólo en mi cuartujo so-
ñoliento sueño con la frialdad am-
paradora de las tumbas! ¡Solo en
mi cuartujo soñoliento sueño con
la caricia interminable é insinuante
de la muerte Soy el último me-
lancólico soñador!
Errante, vagabundo en el sende-
ro difícil de la vida, no surge en
mis recuerdos ni siquiera una auro-
ra, ni siquiera una estrella, ni si
quiera un rápido instante de placer!
Solo estoy, y en la egoísta soledad
de mi cuartujo sólo acierto á excla-
mar madre! . y mi madre no vie-
ne, apenas me besó en la frente al
nacer y despareció como una som-
bra entre los cendales, de mi al-
borada!
Adiós miserable existencia *sólo
te amé en el misterio de la muerte!»
Terminado que hubo la lectura de
su página fui presa de un cúmulo de
extrañas sensaciones —Me anonadó
su intenso y extraviado sentimenta-
lismo y sus desconsuelos inaudi-
tos— Y cuando al igual de esos he-
ridos que desamparados en medio á
los campos humeantes, desangre en
que há poco se ha librado una ba-
talla, son inesperadamente auxi-
liados por una mano piadosa á la
que confían sus heridas todas, mi-
rándome fijamente abismóse en mi
- SI -
mirada que como él decía reflejaba
como un Leteo el azul, alegre siem-
pre y siempre esplendoroso de los
cielos' Y le hablé fraternalmente:
«¡Oh desventurado amigo envuel-
to en las tinieblas de tu pasado y en
sugeridas tinieblas sentimentales
más lamentables aún qu3 las de tu
pasado individual, marchitóse pre-
maturamente la flor de tu juventud,
y has penetrado en la región siem-
pre triste . .. á veces desolada. ..
casi nunca sonriente que se llama
la vida!
¿No es posible que se esfumen
los oscuros panoramas de tu pasa-
do en el horizonte infinito de una
primavera que desborde en tu cora-
zón y en tu cerebro? Viviéndola
apenas, has comprendido demasia-
do la vida . Yo t8 llevaré de la
mano por la región dorada del
Ideal. Yo te, llevaré á soñar. ¡Yo te
llevaré ú llorar!
¿No conoces acaso los mágicos
placeres de la ignorante juventud?
• Lo mejor que tiene la vida es la
idea quo sugiere de algo que no hay
en ella ha dicho el grande y que-
rido maestro Franco. Es por esa re-
gión de la^ grandes ideas y de las
«intangibles realidades» que te lle-
varé fraternalmente. Te enseñaré
el «divino verso de la piedad» ¡oh
pobre amigo! frente á los altares
brumosos y remotos del misterio.
¿No ves, en torno, nuestra gran
madre Naturaleza como nos prodi-
ga su abrazo siempre fecunda y des-
bordante y siempre generosa?¿No
sientes, en la brisa que pasa per-
fumes sutilísimos de amor y de be-
lleza?
¿No parece que esas brisas que
pulsan las liras de los árboles, y que
esa armoniosa nocturnal trae re-
membranzas de épocas lejanas y
felices? ¿No sientes en el alma la
fresca y hermosa serenidad de las
auroras y de los rocíos, mi buen
amigo triste? ¿No has sentido nunca
esos bellos reverdeceros interiores
cuando las sonrientes infancias de
las auroras despiertan límpidas y
triunfales en los nuevos Orientes?
Las auroras que cantan y que
ríen?. .
Y esto no es sino una página,
la página rosa de la juventud de la
vida Placeres.. . «lágrimas de un
inefable dolor». . Casi siempre un
sueño que desborda de esperanza
y de fé.
Ven, amigo mío, yo te llevaré á
soñar., y te llevaré á llorar al oasis
azul del Ideal en que reposará la
caravana fatigada de tus pesa-
res ..
Y Gualberto sonrió serenamen-
te... con la sonrisa de las estrellas
lejanas y vaticinadoras.
José G. Antuña.
Dbre. de l90ii.
-od^CiX^l)^-
íí
DS '''LOS PARQÜJSS ABANDONADOS
59
Para Apolo.
lia golondrina
Batiendo lindes y salvando zanjas,
inquietaba el amor nuestros latidos ;
pañuelos charros de amarillas franjas
dijéranse los predios florecidos ...
Tiñeron el azul desvanecidos
celajes rosas, lilas y naranjas
y collares de fósforo en fluidos
guiños relampaguearon en las granjas.
— B2 —
Pidiéndome que entrase — en tu querella
mi alma en tu alma y anidase en ella,
busqué en tu boca el oportuno acceso,. .
y mi alma, — pájaro invisible cuya
gorgeante nota fuera un frágil beso, —
entró cantando al seno de la tuya !
fíoctupno de Chopin
Todo era amor en el lozano ambiente ;
todo era fiesta en el galante prado,
y en un banco decrépito á tu lado,
yo sólo el mudo y tú la indiferente . .
A qué insistir? — me dije obsesionado,
muerta de noche y sin color la frente :
A qué insistir ! — si esta mujer no siente,
si no sabe llorar, ni nunca ha amado ! . .
Soñó -la orquesta en la tevrasse contigua,
y todo se turbaba de una ambigua
pesadilla de Schúmann . . Entre tanto,
tu clara risa con que al cielo subes,
aparecía bajo un tul de llanto,
como un rayo de luna entre dos nubes ! . . .
I^epefcusión aciaga
Monologando en íntimo desdoble,
desplomóse tu frente entre la mano ;
la solariega ancianidad del roble
era testigo de mi mal lejano...
Subía la montaña, al son del doble,
la mancha oscura de un cortejo aldeano,
y junto al ataúd, aullando el noble
perro gemía con un llanto humano.
Fraternizando con tan honda nota,
ligónos una horrenda simpatía - . ■
Por una breve inspiración remota,
el cisne del amor cantó aquel día,
y en el mismo pañuelo de agonía
fundimos nuestras almas, gota á gota ! . . .
Julio Herrera y Reissig.
Montevideo, « Torre de los Panoramas ».
— 33 —
^
Por tkrra de aract)aties
El día se apagó sin crepúsculo en
la brusca zabullida del sol tras de la
selva. Por breve tie:npo, solemne
obscuridad ocultó la grandeza abru-
madora de aquel paisaje impreg-
nado de recuerdos, de recuerdos ya
l'dic Apolo.
tristes, ya gloriosos; siempre gratos
para quien ama la tierra donde se
meció su cuna y donde duermen los
restos de sus padres. Luego, de
pronto, - como si en esta maravi-
llosa región todo obedeciera á má-
34 —
gicos mandatos, — la luna, una bri-
llante luna triunfadora, rasgó la
tela negra y apareció en mitad del
cielo sembrando haces de luz blanca
y suave sobre la adusta comarca
En el pequeño puerto, la barca
permanecía inmóvil, como amarra-
da por los sauces y los sarandíes
que extendían sobre el puerto sus
ramas verdinegras. Entre la barca
y la costa, había dos metros de agua
turbia y quieta; más allá el labe-
rinto obscuro de la selva En cam-
bio, del otro lado, en amplia exten-
sión, la tersa superficie del rio bri-
llaba con reñejos azulados de moja-
na que ilota al ras de la linfa en el
bochorno del medio día estival. Des-
pués, en el lejano confín de la ribera
los grandes árboles se erguían rígi-
dos y extraños proyectando fantás-
ticas siluetas sobre el espejo etrus-
co de la admirable laguna Y en me-
dio de todo, entre la violenta oposi-
ción de luz y sombra, un silencio
colosal, un silencio que impone, que
ordena, que domina, que subyuga.
De pie, reclinado sobre la banda
del barco, me disponía yo á seguir
con íntima delectación" de artista
los caprichosos juegos de la luz,
cuando en la quietud de aquella
noche salvaje y bella como el indio
que fué señor de mi tierra, me hi-
cieron es;tremecer los dulces y que-
jumbrosos acordes de una guitarra
En seguida, una voz joven y armo-
niosa entonó sentidas estrofas que
envueltas en las cadencias del crio-
llo instrumento, echaron á rodar so-
bre las aguas y fueron á morir abra-
zadas á los «viraros »,de las riberas
á la manera de un salmo con que las
estirpes nuevas rinden tributo á las
estirpes muertas. Suaves y me-
lancólicas las notas se desgranaban
en el infinito silencio de la noche
indígena, y parecían adquirir for-
ma y color y andar errabundas so-
bre las aguas azules, cual si fuesen
los misteriosos genios del bosque
concitados auna ronda de amor so-
bre la nácar del río, entre la guar-
dia discreta de talas y coronillas, de
melles y palmeras y bajo la mirada
complaciente de la luna.
Y cuando la voz callaba y la mu-
sica concluía en un lamento armo-
nioso, el eco propagaba en la distan-
cia las sencillas armonías, que se
infiltraban en la fronda, besando
las lianas, acariciando los troncos
centenarios, removiendo el montón
amarillo de hojas muertas y hacien-
do estremecer la selva con el reme-
do de los ardientes aires ances-
trales.
Después que la voz se hubo extin-
guido, cuando dejó de cantar la
guitarra, quedó vibrando en el am-
biente un rumor á la vez angus-
tioso y tierno, un temblor de alas,
un susurro de ramas. Luego, el si-
lencio, el colosal silencio de la sole-
dad semi-salvaje pesó abrumador
sobre mi espíritu, demasiado peque-
ño para contener la grandeza so-
berbia del torrente y la límpida
grandeza del cielo desde donde la
luna blanca y solitaria, impasible y
serena, lanzaba su mirada de luz
suave, tierna, pura y amplia
Mi vista se tendía sobre la linfa
tan clara, tan pura, tan brillante;
y luego, abarcando el conjunto se
extasiaba en la contemplación del
maravilloso paisaje. A la popa del
barco, amarrado por un cable invi-
sible, está un bote que so balancea
suavemente. Los remos tendidos,
parecen las alas en reposo de una
ave grande y huraña. V las aguas,
al pasar junto á los remos rizan un
finísimo festón de espumas que le
forman como blanco y suave plu-
món. Por él solamente se da uno
cuenta de la movilidad de la ana-
carada serpiente; por él y por el
gracioso balanceo, tan tenue que
apenas se advierte de los volup-
tuosos camalotes acostados á la
sombra de ramosos sarandíes. Y de
este lado, mi espíritu presiente la
vida vigorosa, los canelones es-
cuetos y soberbios como un gentil-
hombre español, los coronillas cu-
yas ramas semejan los brazos ner-
vudos de Milón de Cretona Es-
pinillos tortuosos, espinosos, sin
tensión, sin altura, sin brillo,— hé-
roes ignorados ; — yathays colosa-
les, cinco veces centenarios, cóm-
putos por la edad y por la ftier-
za, por la robustez — y por la
35
gracia; duro ñapindá de uña agu-
zada, resistente cipo, tierno cla-
vel del aire y dulce sensitiva. Viva
y salvaje muralla de árboles ás-
peros entrelazados por amorosas
enredaderas; antros obscuros, es-'
trechas sendas tortuosas, caminos
sin aire, senderos sin luz, albergue
de tigres en lo húmedo del bajo y
abrigo de águilas en lo luminoso de
la cumbre, .. yo ya sé lo que hay
de este lado: la mejor selva salvaje
de mi abuelo el arachán.
Del otro lado, en cambio, del
otro lado, resplandeciente de luz,
soberbiamente ataviado con los jo-
yeles de plata de la luna, se alza
toda una mole fantástica; recias
murallas almenadas, altivos torreo-
nes feudales, domos majestuosos
y audaces agujas de campanarios
góticos: sombras imponentes de fe-
roces bastillas y sombras reposa-
das, severas y serenas de catedra-
les medioevales
En la contemplación de tanta ma-
ravilla, el espíritu, sin control y sin
freno, se desboca y erra sin rumbo
¿Qué hay allá? ¿lo pasado? ¿lo pre-
sente? ¿lo futuro? ¿El perfume de las
idas edades fenecidas? el color de
las idas por venir? ... Yo cierro los
ojos, pienso, siento y veo..., mi río, mi
hermoso río CeboUatí; mi patria, mi
raza, mi época . La realidad, gran-
de y prometedora está en prensa;
no hay que soñar !
Javier de Vi ana.
<X!$::::X:í<}o-
InUrmedio
Para Apolo.
¡ La horn maravillosa de los cuentos de hadas !
El tiempo se detiene en el reloj parado.
\'iviinos sin sentirnos vivir . . , Hemos quedado
con las manos unidas á otras manos amadas.
Las cosas en penumbra se borran esfumadas
bajo las {grises nubes que el azul han borrado.
... Y nada recordamos de todo lo pasado . . .
Las anteriores vidas han quedado olvidadas.
Como un divino cuerpo encubierto por velos
de una urdimbre sin hilo, se adivina la vida
por una vara mágica esta hora detenida
bajo el palor opaco de los velados cielos . . .
Tembloroso en la estancia entra un rayo de sol .
Ha pasado el encanto del cuento de Perrault.
Fernando Fortún.
Madrid.
36
Vida
l.a llama clorada de la lámpara
suspira. Lanza torrentes de indeci-
sa luz sobro las blancas esque-
las,-camelias desfloradas,-que se
desparraman sobre mi mesa, é iri-
sando á un ramito de azules viole-
tas que mi vecinita--una chiquilla de
diez años que vivo l'rente á mi bo-
hardilla,-me ofrendó esta mañana,
al dirijirse á la escuela, envuelta en
su capita blanca de astrauan, tiri-
tando de frío ...
Es una muchachita alegre y boni-
ta como una mariposilla. Vo la veo
todos los días pasar trente ;i mi
ventana, con su carita pálida baña-
da de sonrisas, sus grandes ojazos
negros sombreados por las pestañas
onduladas, mirándome con cierta
sonrisa injenua y pecadora. Me
saluda con una reverencia de prin-
cesa, ajilando su manita en el aire,
como acariciando. Muchas veces he
tenido inpulsos locos de darla un he-
so; pero ella, como una coquetuela
mujercilla, me mira sonriendo, pro-
vocándome á la distancia, saludán-
dome desde lejos con su pañuelito
blanco. Yo la miro alejarse, perdi-
da ya entre el polvo del camino, y
me quedo pensando ... pensando...
quién sabe en qué
Esta mañana una espesa mibe cu
bría el espacio, y desde lo alto ca-
ían gotas de lluvia una Mi vecinita
pasó con sus ojazos negros llorosos,
húmedos y brillantes.
—¿Qué te pasa, queridíta?— la in-
terrogué.
— Mamá me castigó porque había
prendido mis violetas aquí, en el
pecho, como las señoritas- ¿sabe us
ted?-como las señoritas que se pa-
sean en la Plaza. .
Yo no pude menos de reírme. To-
mé un puñado de pastillas de mi
escritorio, y se las pasé:
— Toma No llores. .. Si aprendes
la lección te regalaré un cucurucho
de bombones con muñequillos de
chocolate.... Pero no te pongas las
]'(n•,^ Al'Ol.M.
violetas ahí: las violetas son vene-
nosas!
— Bien! me interrumpió dando un
salto. Mas luego v^olvió á mirarme
con sus provocativos ojazos negros
como extraños diamantes, y volvie-
ron mis deseos locos de darla un
beso-
—¿Quieres que te bese?
Y ella, lijera como tma gacela,
me arrojó las violetas á la boca:
Toma, ¡atrevido!-A mí no me
besan los hombres!., -y corrió hacía
la escuela, riendo á carcajadas, mi-
rándome desde lejos con su carita
inundada de sonrisas y su boca lle-
na (le bombones . .
1.a llama de oro de la lámpara
suspira .
¡Qué tedio, Dios nn'o!-.Me coloco
el sobretodo y salgo á la calle. _A
poco, una momia de arcilla parecía
desmoronarse, al chocar conmigo...
Rs un borracho que me grita inju-
rias con su voz cascada de organi-
llo viejo. .. Más allá, á la temblorosa
luz de un mechero, una joven nm-
jer da el pecho desnudo á su peque-
ño. Extiende á mi paso su mano en-
ílaquecida, que en un tiempo quizás
llevara sortyas, una flaca mano
aristocrática y fina Me da compa-
sión, introduzco mi diestra en el
bolsillo de mi chaleco, y lo encuen-
tro vacío. Ni un céntimo!
Me inspiro desprecio yo mismo;
Haber gastado el dinero en el club
cabe el odioso mechero de lo sala de
«baccarat», cuando ahí, sobre el
arroyo, una infeliz madre se muere
do hambre y de frío!
Quiero acariciar al niño, movido
de infinita piedad Si no puedo dar-
le unos cuantos céntimos para un
mendrugo de pan, podré en cambio
acariciar su rostro pálido y cloróti-
co, desde el fondo de mi alma; Pero
no La pobre madre creyendo que
voy á escarnecerla en su miseria^
O í
se aleja de mí, y me muestra, como
escudo, el aterido cuerpo de su hijo.
Alejóme en silencio Siento amar-
gura infinita. Vuelvo los ojos sobre
aquella pobre mujer, que extiende
aún en el implacable vacío su ma-
no descarnada Es un clérigo. Alto,
arrogante, va dejando elíru-frú
de su manteo que flota al viento,
mientras él masculla entre dientes
un misterioso rezo. Pasa. Silencioso,
i ndiferente ante aquella pálida mu-
jer que sigue implorando en vano
la misericordia de los hombres....
¿No hay justicia para los pobres?
Acaso las flores no tienen su eflu-
vios para todos¿ El sol, el buen sol,
¿no desparrama su óleo fecundo so-
bre la inmensidad de la tierra? - me
])regunto con angustia, mientras
camino sin rumbo, con una intensa
liebre que me abrasa y que tortura
mi corazón, mi pobre corazón.
LJna oleada de luz desbórdase por
los balcones de un palacio jónico.
Sobre el mármol déla escala ser-
pean los focos eléctricos. Y desde el
interior, de una sala abrillantada
por la lu/ ([ue cae euino un incendio
sobre las cornisas do oro viejo, so-
bre las columnas y las estatuas de
Ijronce vivo, se desbordan hacia la
calle las notas de una orquosia,
con epitalamios oprobiosos. Sien-
to una cólera infinita ante esto lu-
iurioso esplendor, ante aquella cal-
nia arrullada por la cálida pedre-
ría (lo las estufas Alzo los puños
vengativos, como á una señal de
odio, pero.... el piano derrama leja-
nas armonías, juguetonas y burles-
cas.
V, al paso, inclinado por el peso
de mi cruz, continúo nú camino; mi
calvario
Y lejos, cansado,mis manos febri-
les, tocaron la baranda del puente
del río. .. Corría el agua dispersán-
dose en espesos oleajes, producien-
do el roneo son de extraños clarines
de batalla.
Parecían «hosannas» de titanes
ignorados, en legiones innúmei'as,
lejanas, terriblemente vengadoras,
¡sublimes y heroicas.. ..
^)h! así, como esas lejiones innú-
meras de titanes gloriosos que esti-
man el vítor ronco de la victoria, asi
vendrá también la lejión inmensa de
los Prometeos que romperán las ca-
denas oprobiosas alzando arriba,
como un rojo símbolo, sus músculos
cubiertos de heridas, como con ro-
sas sangrientas!
¡Cómo caerían las pelucas blan-
cas y como desgarraríanse las tú-
nicas de las falsas vestales!
La muchedumbre febril, lanzan-
do chispas por sus pupilas renco-
rosas, formando como uu tempes-
tuoso mar de cabelleras, derribando
con su solo empuje esta vestuta pi-
rámide, esta ignominiosa Bastilla
de la desigualdad social!
Y las aguas siempre roncas, pa-
recían cantar las salmodias de la
venganza con los clarines de sus
olas tempestuosas, chocando - como
un desfloramiento de perlas — con-
tra las rocas del dique bambolean-
te...
Aquellas aguas, ya quietas, ya so-
berbias, como un torbellino de vo-
luptuosa desolación, parecían lla-
marme á consumir los instantes
últimos de mi vida sin horizontes,
sin estr>'llas, en un fondo de inex-
plicable grande/a.
].a niebla se despejaba ya. VA San-
tiago dormido, perezoso, se sumía
en (uia diáfana claridad. VA su<do,
húmedo y brillante, semejaba una
inmensa placa de extraño cristal
negro
De lejos, venían los ecos de un
organillo callejero, como un lamen-
to de ultratiunba.. . '
Dios mío! -pensé—; Que sensa-
ciones tiene el espíritu! —Pensar en
morir cuando aun no empieza la ba-
talla! .
Y me encaminé á mi boharda, si-
lencioso, sombrío, pensando en el
pasaje dantesco de la Vida.
Ya en mi cuarto, las violetas tra-
jéronme en sus efluvios ráfagas de
amorosa armonía.
Las blancas esquelas l)rillaban so-
bre mi mesa, como pétalos de albas
camelias desflocadas poruña tem-
pestad.
LUIÍ! ROUKRTO Bozx
S;inti;i;i->
Cliil.v
38 —
Moral Y AxU
grandes
Para Apolo.
El arte no moraliza, ni tiene
la intención de moralizai
Si se halla en los ^
maestros una poderosa virtud
moralizadora, no es preeisamen-
te porque ellos hayan querido
moralizar, sino porque sus al-
mas, profundamente dominadas
por la moral de
su época, al di-
t'undirse en
obras, tenían que
mostrarse por
completo.
Nada hay más
ridículo que los
artistas moralis-
tas ( frecuente-
mente estos in-
comparables ri-
dículos no mere-
cen el sagrado
apelativo de ar-
tistas). Se puede
leer la historia
del arte, desd(,'
los p r i m e r o s
tiempos hasta
hoy, y se encon-
trará que los ge-
niales no han te-
nido nunca la
enorme preten-
sión de liacer
más buenos á los hombres. TckIos
los (jue han tenido esa priítensión
ridicula (no me cansaré nanea
de llamarla así) y deplorable,
han fracasado y la posteridad se
ha burlado de ellos con una es-
trepitosa carcajada cruel.
El arte y la moral marchan
por muy distintos senderos. Si
ídguna vez suelen marchar de
^•\'í£V-íSw: i
Pedro Sonüerx<:oer
-A Miíjutíl Luis líocuant.
brazo por un mismo ancho ca-
mino, es porque el azar, ese gran
maligno sonriente, así lo quiere.
El arte es eterno. La moral varía
con los tiempos y, aun en un
mismo tiempo, es distinta en
cada país y en cada raza. El arte
es inmutable; las diversas escue-
las no son sino
diversas mani-
festaciones de
arte; donde quie-
ra que hay belle-
za hay arte, cual-
quiera que sea el
modo de reali-
zarla; porque el
arte no es más
que la realiza-
ción déla belleza
por el noble es-
fuerzo humano.
( Sin este esfuer-
zo puede haber
belleza, pero no
arte. La natura-
leza, aunque es
bella no es artís-
tica). FA arte es
complejo y miil-
tiple como las
almas, como la
vida. La moral
se daiía al to-
carla: y no porque sea uiui cosa
más delicada que el arte sino
ponjue es algo más convencio-
nal. Lo que es bello ahora, es
bello siempre. En tanto que lo
que hoy es una acción virtuosa,
puede ser maílana un delito. No
hay virtudes eternas. La fórmula
ética que ha de regir eterna-
mente las relaciones entre los
39
hombres nó ha sido encontrada
todavía. Los hombres, á medida
que ampliamos nuestro criterio,
á medida que nos hacemos me-
jores — y superarnos constante-
mente es la más vigorosa tenden-
cia de nuestros espíritus, — va-
mos modiíicando nuestra opinión
sobre las cosas.
El arte, repito, no quiere mo-
ralizar ; su fin es muy distinto.
Su fin primero es liacer agrada
ble !a vida, derramar sus rosas
de dicha sobre nuestras cabezas
torturadas. Dije que este es su
primero y agregaré que es su fin
único. El arte quiere divertir
antes que todo, sobre todo y des-
pués de todo. El arte es alegría.
Pedro Sonderéger.
Chile, 1906.
-o{|$;CC:$Oo-
CatiQÍóti augusta
Para Apolo.
A Salomé.
En tu imperial, magnífica autocracia
bajo el áureo esplendor de tus plafones,
en tu dorado ideal de aristocracia,
no impedirán que mi rebelde Acracia,
enlace mi inicial con tus blasones.
Lirio, santa azucena, hostia, estrella,
lo más blanco, lo más blanco que existe,
mujer de alma locamente bella,
deja que llore sobre ti y sobre ella
el poema viril de mi alma triste.
Escucha esa canción. Es una hermana
de mis grandes dolores carmesíes,
que llega hasta tu alcoba de sultana,
como un serenata musulmana
llorando una agonía de zegríes
Flor nivea, flor de luz, flor de alabastro»
darte una alma genial fuera lo mismo,
que dar huellas perennes á mi rastro,
calor al hielo, sahumerio al astro,
y corazón magnífico al abismo.
— 40 —
Tú no puedes vivir sino como una
antigua imagen de Afrodita y Palas,
resplandeciendo en un claro de luna . . .
deja que bese así tu crencha bruna
y abra, después, sobre tu sien mis alas.
Oh mujer imperial que altiva pasas
ofendiendo mi orgullo con tus rasos ; '
carne sangrienta que temblando abrasas,
caigan mis versos sobre ti hechos brasas,
como flores de luz tras de tus pasos !
Trocaré por tus dijes mis cantares,
pondré en tu escorzo de alabastro ñno,
la pompa de mis cánticos solares,
y la gloria de artísticos collares
traídos de mis grutas de Aladino . . .
Oh Augusta ! Trovaré para que rías
la canción de mis sueños imperiales,
3' rezaré tus santas letanías,
cuando viertan mi sangre tus gumías,
y degüellen mis versos tus puñales ! . .
No hay abismos que impidan que se abracen
mis laca^'os de amor con tus vasallos,
hay un puente de ósculos : que pasen,
y nuestras voces juntas acompasen,
esa danza de esclavos y lacayos !
Ven . . . }' que tus monárquicos delirios
impedirme no puedan que te quiera
aureolada de trágicos martirios.
— Sobre tu carne blanca hecha de lirios
crepusculizaré la Primavera !
Juan Julián Lastra.
Buenos xVirc's.
— 41 —
Alma luz
Pava Apolo.
Para Amalia Gómez
Hacia el ara del templo donde oficia
el ángel del amor
con su ofrenda acareóse una criatura
de rostro encantador.
Dos palomas, al verla, se agitaron
con extraña emoción,
es que alegre, la niña, como ofrenda,
llevaba su inocente corazón.
El incienso y la mirra perfumaron
aqiiel templo inmortal
al surgir la cadencia seductora
de una marcha nupcial
Se adormeció la niña y en sus labios
jugueteaban sonrisas de placer ;
¿soñaba? — sí! — con ángeles del cielo!
¡soñar así, qué hermoso debe ser!
Luis Martínez Marcos.
í^anta Fe.
Alfredo de Müsset
42 —
IDg Fgrgz y Otxris
ftl |)ueblo ante el vidente
Otra vez en la arena. Ya se ha erguido
Mi sáxeo numen y me siento Harmodio;
El dolor de la gleba y el olvido
De los que sufren tanto han encendido
Mi verbo indócil dt^ soberbia y odio.
Al gemir de las razas que se agitan
Ávidas todas de piedad, levanto
La testa irreverente: aijuí palpitan
IjOS rebeldes y allá las que se ahitan
Almas humildes de congoja y llanto.
Sobre los pueblos oprimidos pasa
Una nube de duelo liecha girones,
Y un viento extraño cuyo soi)Io abrasa
Los dolientes «(spiritus, arrasa
El florón de los grandes corazones.
Y triunfan los rebeldes. Ningún yugo
Puede hacer quebrantar en su garganta
La epopeya inmortal de Víctor Hugo
Porque luchan con fe contra el verdugo
De todo el orbe (|\ic agoniza y canta.
Oanta la imprecación de los (jiic gimen
De la -¡"leba cu la \'ia-Sccl(írata.
Y (le la muerte en el obscuro limen;
Canta la Libertad, y asoma el crimen
Su hiiKM'bólica faz que se dilata.
¡Oh. )iucblo rojo! Levantad la ficiiti',
Vuestro <'s el triunfo á tniciiuc del cilicio;
¿Veis á a(|iiély Ks el X'crlio, es el Vidente.
El (lile le grita al liáiliaro; ¡detente!
Y el que ajiura la liii'l del sacritiiio.
¡Oh, pueblo! Vuc.-itia misera coyiniila
Quedará en trizas al primer embate,
Cuando en la arena sus talones hunda
Aquel verbo de luz de la errabunda
Muchedumbre. ¡Id con él hacia el combate!
En un cielo de sangre los histriones
Son los buitres qne esperan la caída
Del corazón de vuestras rebeliones;
Tremolad vuestros rojos gonfalones,
Llevad, oh pueblo, la cabeza erguida.
El combate es un eco de la vida
Y la vida es un himno de pasiones.
Yo también, yo también voy agitando
El sangriento oriflama de mis sueños
Mientras miro ]>asar al miserando
Paria del arrabal; yo también and(»
Por entre zarzas que i)arecen leños.
Eii mi senda de csi)inas alfombrada
No <lerraman los astros sus fulgores;
Fosca como una mar atormentada
D(d inviíírno en la tardcí abandonada.
Asi es mi senda ((ue jamás dio flores.
Hijos del arrabal triste y silente:
Sois mis iHírmanos en la lucha-idea;
Yo me plegó á vosotros, y mi frente
Sangrando está conm una rosa ardiente
Cuando luz mci-idiana la caldca.
Yo me jdcgo á vosotros y prosigo
Mi ini|ui('lantc labor de solitario;
Hijos (Id arrabal: venid conmigo;
Vo soy el proletario
Paisaje
( Oli'o di' D. liazzurro ).
Hay sauces á la vera de a(iuel jtaisaje,
Y una morada humilde como una ermita;
Sobre la tierra de ocre finge el boscaje
Palios d(í boj y arcadas de malaquita.
El sendero serpea donde el follaje
Proyectando penumbras se precipita,
Y un parral á manera de vasto encaje
Al frente de la humilde mansión se agita.
Son las cimas del cielo de azul oriente
Sutilizado y frágil y transparente;
Habla de las unciones primaverales
La ramazón que esfuma la lejanía,
Y en el ambiente pleno de oros astrales
Ríe y palpita el alma de Andalucía.
— 43 —
EU^ía br^ve
Jamás romperé el encanto
De tus pasiones tardías;
Yo sé de las elegías
Desde que tus gracias canto;
Desde que abrió tu quebranto
Las ocultas llagas mías,
Y llorando me decías:
¿Por qué te haces querer tantoV
¡Oh, mi amada! Tu triste/.¡i
Como un retoño gallardo
A desenvolverse empieza.
Si en ti mi pasión subsiste
Te quiero así, tierna y triste,
Taciturna como un bardo.
II
Ya sabes: yo soy un paria
Y á ti fatigado vengo;
Ks el dolor mi abolengo
Y tú eres mi luminaria.
Dulce alondra solitaria,
Cuando trisas me detengo;
Yo he sufrido mucho y tengo
Mi lauro en una plegaria.
¿Unieres compartir conmigo
Tu desnudez .y tu abrigo,
Verdad? Yo iiuiero que .juntes
Al mío tu amargo llanto.
Pero nunca me preguntes:
¿Por (jiié te haces querer tanto?
Éxtasis
El enflorado patio simula una glorieta
Suntuosa; sus fragancias invaden el zaguán
Y tremen las begonias su púrpura coquetíi
Cabe liis heli(>tr(ii)os ([uc tlore<'ien(li) están.
l'jirc.jas (le canarios musitan su indiscreta
Pasión bajo las luces (|ue vienen y se van,
Y hablo á mi Bien-Amada que permanece iiuiuieta:
Tu labio es nua rosa febril de Gulistán.
Silencian nuestras almas la erótica y divina
Keminisccncia de otro querer; el sol declina
Fastuoso como un mago de Ispahán ó de Kstambul,
Y extática, la virgen, acrece mis delirios
Mirando como mueren en un .jarrón tres lirios
Que se alzan en corimbo como una hortensia azul.
El clavel
II
En un Taso de Alhambra transparente.
Cabe una fresca margarita odora.
Abrió el albo clavel. . . Era la hora
De mi eximia neurosis de vidente.
Tembló sobre mi sien convaleciente
Mi fatigada mano, y la dolora
Leve y gris de mi psiquis soñadora
Harmonizó ini ensueño, tristemente.
Y pensé en ti, paloma de holocausto,
Las ojeras hondísimas; exhausto
El corazón; y el alma taciturna;
Y madrigalicé tu genio arpado,
Maguer que, para mí, yace encerrado
Tu corazón divino en una urna.
Llorando á solas levanté la testa;
Miré el clavel tremante todavía;
Me acerqué, y sobre su corola fría
Puse los labios con cariño.— Ks ésta
Su ofrenda— dije— y la corola enhiesta
Como tu nubil seno, amada mía.
Me brindó toda, toda la ambrosía
De una mujer desnuda en la floresta.
Y abrí la puerta de mi alcoba; el vient»
Acarició, como mi boca, el fausto
Del ungido clavel; lancé un lamento,
Y creí, que una dama taciturna:
Ananké, me ofrecía en holocausto
Tu corazón abierto en una Urna.
Pkrez y Curis.
— 44 —
Ü^ ''G^om^lm Moval" ^^^
FRAGMENTO
Si preguntamos qué cosa influye
más favorablemente en las mujeres
respecto de nosotros, no podremos
sentar una regla general sin expo-
nernos á un error grosero. El vulgo
suele llamar destino ,,„,,,,,^,,,^.j^_,_
esas conexiones -•^"■:f í^^-'**^í^» ■*'^' ''-"
misteriosas que
aproximan dos al-
mas por vías no co-
nocidas y las unen
con los lazos del
amor; y el destino,
cabalmente, es di-
vinidad oculta que
obra según una ley
secreta, y cumple
sus fines señalados
en la órbita de la
creación. El destino
no es el genio del
vulgo ; es, al con-
trario, el símbolo de
la filosofía, que ejer-
ce su poder con vo-
luntad incontrasta-
ble, con mano irre-
sistible, disfrazado
de sombra, ó m;is
bien de una nada
que no esrá «njeta
á la vista, al tacto
ni al oído. Esclavos
del destino, su intención es ley para
nosotros : severas sus órdenes, y las
cumplimos; dura su voluntad, y no
hay resistencia. Destino es hecho
consumado, contra el cual ni pro-
testamos ni nos rebelamos Destino
es providencia; destino es orden de
Dios, y todo está dicho.
" Será mi destino », responde la
niña apasionada, cuando su madre
pone en su conocimiento la justa
pretensión del que la adora ; . será
mi destino»; y baja los ojos, con-
fundida en delicada vergüenza. El
destino está aquí supliendo al puro,
dulce « sí : . el . sí ., encarnación
del amor, en cuyas entrañas cir-
cunscritas viene
apiñada una vida
entera, esto es, feli-
cidad ó desgracia de
muchos años. El «sí*
es un resumen te-
mible. « Hágase el
mundov, dijo el
Creador, y el mun-
do fué hecho : « Si ,
responde una mu-
jer, y su mundo está
hecho: si bueno ó
malo, si bañado en
luz, ó revuelto en
tinieblas, no lo sabe
todavía. El «sí» es
el destino y, cosa
rara, el destino, que
es ley ciega, inexo-
rable, brota de la
punta de la lengua
mediante la volun-
tad bien consultada.
«Será mi destino»,
dice la novia para
dar á entender que
se somete á una or-
den de la Providencia; y ella mis-
ma, en plena posesión de su juicio
y su albedrío, ha formado su des-
tino con una palabra de dos letras.
« Fué mi destino, exclama entre
sollozos la esposa desgraciada; esto
es, dije « sí », y me condené á las
lágrimas ; dije sí», y acepté mal-
tratos, desprecios, insultos de parte
de un hombre necio y grosero . dije
« sí », y no me aterraron engaños,
(1) Ofrecemos á luicstrcis lectores un fra^nu'iito de la obra ])('istiiiiia del ilustre
escritor ecuatoriano .Tuan Montalvo. Dicha obra, además de ser interesantísima, es casi
desconocida aquí. Por eso se leerá con aforado. X. de la R.
45 -
deslealtades, ausencias inicuas de
un libertino; dije csí», y no eché
de ver el rostro sangriento de los
celos, que con mirada agresiva rae
estaba amenazando; dije « sí», y no
me retrajo el hombre con su sem-
blante descarnado ; dije € sí » y me
veo sin fuerza debajo de este ado
rado peso de hijos perdidos, de hijas
sin esperanza. » El « sí » le trajo en
su seno diminuto á esa pobre mujer
el mundo de padecimientos y dolo-
res que no podrá echar á un lado,
por más que se enderece y arroje
gritos lastimeros. Fué su destino : la
esencia del destino es matar, siendo
contrario ; dar vida y alegría, sien-
do propicio.
Esa muchachita cuyas mejillas
están ardiendo en malicia de serafi-
nes, malicia que no es sino la ino-
cencia apasionada ; cuyos ojos son
el prisma donde se están reflejando
los triunfos y las felicidades del
tiempo venidero ; cuyos labios sir-
ven de instrumento á la música del
cielo, pues no es otra cosa que
música del cielo el armonioso guiri-
gay de una niña pura y tierna, mú-
sica sin mesura, pero grata al oído:
esos brazos descubiertos, cilindri-
cos, blancos, donde la gordura re-
posa sin pecado : esa manecita que
parece pinza viva de tomar flores
del Paraíp(j ; esa cabellera derra-
mada por sobre los lioiubros en ti-
rabuzones de oro ; esos anillos de
su propio pelo que le adornan la
frente como rubias estrellas : esa
garganta que semeja ol torno en-
cantado en el cual se han de labrar
en otro tiempo los más expresivos
y deliciosos suspiros ; ese pecho
donde la carne humana se está des-
arrollando al influj o de la voluptuo-
sidad futura ; esa pierna, gorda sin
peligro, desnuda sin impudicia, á
cuyo extremo el piececito, bien
calzado, huella en gracioso menu-
deo los picaruelos genios del amor,
que van saltando alegres y siguién
dolé; ese como ente divino, palo-
ma en configuración humana, espí-
ritu de Dios puesto á la "vista en
pura carne ; ese extracto delicado
de intehgencia y amor, fruto ha
sido del fecundo • sí ».
El sabio, el poeta, el héroe, todos
le deben la vida al « sí » ; al « sí »
le debe el mundo sus héroes, sus
poetas y sus sabios. El «no » es el
reino de la nada, abismo que se está
tragando esa gran parte del género
humano que deja de nacer por falta
de voluntad. El « no » es la muerte,
V acío mezquino ; la luz no halla ele-
mento en sus espacios; auseneia
egoísta, no contiene simiente de
ningún linaje. El «sí» es vida, fuer-
za, poder ; es el universo iluminado
por la misericordia del Todopode-
roso, que gira eternamente en la
órbita de lo infinito, obedeciendo á
la voluntad soberana, que es el in-
menso « sí », figura del Creador. El
sol es un « sí » resplandeciente ; esa
estrellita que está pestañeando en
un descampado de la bóveda ce-
leste, visible apenas, á causa de los
millones de leguas que la separan
de nosotros, es un « sí ♦ remoto,
confuso, pero grato á los oídos del
espíritu; suspiro ahogado en un
océano de alegría, ay ! de felicidad
incomprensible, suena y silencia,
de modo que la oye y no la imagi-
nación del filósofo que la contempla
á porfía, rompiendo con la vista y
el pensamiento las inmensidades
que se dilatan alrededor, en círculo
al cual no hay diámetrc que alcance.
-Multiplicador sublime, el «sí» es
origen y fuente de todo cuanto
existe ; el amor es un sí » incrus-
tado en el corazón ; el placer es un
«sí» echado al mundo en forma de
atrevimiento ; el deseo es el « sí »
que subo á Dios y le alegra, en
siendo legítimo y puro ; cae, y se
convierte en demonio, como el án-
gel maldito, en siendo bajo y sin
fuero. «No », genio tenebroso, agen-
te de la desesperación, yo te mal-
digo.
El si es la línea recta de la Geo-
metría Moral; de un punto á otro
se va sin que nadie la contenga ni
la entorte. Diámetro del universo,
le sirve al propio tiempo de eje, so-
bre el cual está girando y consu-
mándolas operaciones que, en forma
de leyes naturales, son la voluntad
cumplida del Altísimo. El sí va rec-
tamente de un amante al otro, pa-
— 46
sando sin tercedura por el sagrado
tropezón que llamamos matrimonio.
El n de la madre es alegría para la
hija; á los ruegos empapados en lá-
grimas de la una, la otra responde
un si endulzado con inefable sonrisa ;
á la pretensión del joven, pretensión
tanto cuanto atrevida, el viejo con-
siente en un ligero menoscabo de
sus derechos, é iluminando su fosca
sonrisa con un destello de amor,
profiere el si, fuente de gozo. Entre
el hijo y el padre, la hija y la ma-
dre, hay una línea recta que, entrán-
dose por sus extremos en los cora-
zones, une las almas y reduce auna
persona moral los dos cuerpos dis-
tintos; el sí es un dios propicio, en
cuyo alegre pecho hierve una luz de
mil colores. El no .. . Animal ciego,
wo, pesado topo, tú no vives ; sin luz
no hay vida, y tú eres la noche del
lenguaje humano, discordancia mez-
quina de voluntades. El no es una
curva llena de quiebros; por esta
línea fementida no podemos salir á
ninguna parte. Cuando, á pesar su-
yo, nos metemos por sus dominios,
todo es obscuro y cerrado. La igno-
rancia es un »'0 rústico; la avaricia,
un "O sórdido vestido de andrajos.
El hambre misma es negación des-
esperada ; y la muerte, un no espan-
toso que ciega y aturde al mundo
con su obscuridad y su silencio
Juan Montalvo.
-o('$CCC$í}C'-
La FaUta
('■ Jiüio llo-rcra ;/ R(:/ssi.¡/.
Para AroLO.
Dios le ha dado su forma peregrina
y la esmaltan de espléndidos colores
iris bellos, crepúsculos y albores:
todo lo que los cielos ilumina.
Ya pide al rosicler su gama fina;
ya finge un cráter de encendidas flores ;
ya para los artísticos primores
sombras y luces con amor combina.
Ya invita á los románticos pinceles
del color con la nota más brillante;
ya le da la pasión tonos crueles . . .
Por eso, toda azul es la mañana ;
fúlgida y áurea la ilusión triunfante ;
roja ó sombría la pasión humana.
Horacio F. Rodríguez.
Santa Fe.
— 47 —
tos Sátiros
Para Apolo.
I
Entre el follaje verde, cerca de una laguna,
Brincan los viejos faunos morenos y robustos;
Cogen las flores tiernas, coleópteros y arbustos
Y, voluptuosamente, duermen bajo la Luna.
Sileno, Mársyas, Hermes y el romanesco Pan,
— Todos los cabri- hombres de la mitología —
Viven entre la fronda de la campiña umbría
Cual perros inconscientes, engendros de Satán.
Sus bucólicos ritos y danzas besti-humanas
Convocan á las ninfas de carnes generosas,
Y mondan, coronados de racimos y rosas.
Del Edén primitivo las cárdenas manzanas.
Las ninfas poco á poco les han perdido el miedo
Y festejan los brincos de sus patas velludas;
Ellos las ven, sombríos ; ellas se acercan, mudas.
Magníficas de audacia — pobres ingenuas! — quedo..
II
Verlaine, el de las «fiestas galantes», el esteta -
De cuerpo hecho girones 3' espíritu exquisito.
Fué felice cual fauno, fué felice y maldito,
Y triste, horriblemente . . . , triste como poeta.
Sus satíricos raptos y su pérfida audacia
Compensaron mil noches largas y dolorosas :
Le fué amarga la Vida, pero las frescas rosas
Un pétalo tuvieron para cada desgracia.
Verlaine, el gran poeta de PARÍS, pobre viejo
Lastimado en su carne lamentable y salvaje
Se embriagó de deleites, tendido en el boscaje,
Y era feliz de fauno, feliz como un conejo.
III
Me repugnan los faunos, símbolos de impudicia,
Escarnio del poeta, del amor, roña humana;
— 48 — •
Pero la vida, hermanos, la vida cuotidiana
Es ebria de pesares, de vicio, de injusticia;
Y perdonar debemos los blancos trovadores
Que aspiramos las raras esencias exquisitas
A esos monstruos eternos que ríen nuestras cuitas
Y nos roban el polen de las fragantes flores.
Ellos son los felices. Sólo vive la bestia
En sus cuerpos tostados, morenos y robustos ;
Se alimentan de yerbas, coleópteros y arbustos
Y son con las mujeres de una rara modestia.
Pablo Minelli González.
Buenos Aires, 1907.
I. Rodríguez Martín
— 49 —
t\ sadismo y ^l masoquistno
En tanto que en el hombre es
posible señalar una tendencia á
causar dolor, ó á ^ozar ante el
simulacro del dolor en la mujer
que ama, aun es más fácil com-
probar en el sexo débil cierto
goce cuando existe el mal trato
por parte del amante, y una dis-
posición á someterse al capricho
del hombre. Semejante tenden-
cia es perfectamente normal.
Abandonarse al amante, poder
confiar en sus fuerzas físicas ó en
sus recursos ima^^inativos, per-
der la personalidad \ la volun-
tad en beneíicio de! ser amado,
sentirse deliciosamente sobyuga-
da al más fuerte, todo esto cons-
tituye la aspiración corriente de
toda muchaclm. y el tema sobre
que se bordan sus sueílos de
amor.
En aquellas edades en que se
vivía más libremente, cuando las
emociones eran ex]n"esadns sin
velos pudorosos, podíase descu-
brir con mayor facilidad ese im-
pulso. Por ejemplo, en el siglo
VIH, la poetisa francesa María de
de Francia, mujer de sentimien-
tos delicados y cuyas obras eran
patrimonio de las más altas cla-
ses sociales, calificaba de hom-
bre perfecto, inteligente y cor-
tés á cierto caballero que había
forzado á una dama cuyos favo-
res venía persiguiendo en vano.
Ailadía la poetisa que el viola-
dor había conqniptado por ese
procedimiento el cariño de la
dama violentada.
Otro ejemplo déla fascinación
que ejerce la fuerza sobre la
mujer, nos la ofrecen las salva-
jes bellezas de Nueva Caledonia,
quienes hacen todo lo posible pa-
ra determinar las violencias de
sus galanteadores.
En «La gitana española», de
Middleton, encontramos una nue-
va demostración de lo dicho an-
teriormente, y el caso de la vio-
lada que ama luego á su forza-
dor constituye un episodio de
cierta novela ejemplar de Cer-
vantes.
Fácil es hallar en literatura
otros ejemplos de la expresada
tendencia, aunque algo más ate-
nuados. Shakespeare, á cuyo es-
píritu de observación ha escapa-
do muy poco, y que, por caso ra-
ro, describió contadas veces la
pasión amorosa de la mujer ma-
dura, pone en boca de Cleopatra
la frase siguiente: «El abrazo de
la muerte es como el pellizco de
un amante. Tanto hace padecer
uno como el otro, pero ambos
son apetecidos».
Contemplando una señora el
cuadro de Rubens «El rapto de
las Sabinas», exclamó: «Sindu-
duda á aquellas mujeres les debió
gustar mucho ser asi robadas».
Esto demuestra que semejante
método de hacer el amor no cho-
caba con los sentimientos de la
admiradora del cuadro. Y aun es
probable que la mayoría de las
mujeres se hicieran solidarias de
la referida observación.
Pudiera argirse que el dolor no
puede dar nunca placer, y que
cuando lo que llamamos dolor es
experimenta como placer, no debe
considerarse cual un sufrimiento. A
esto diré que el estado emocional es
frecuentemente algo complejo. Ocu-
re, además,que las mujsres no coin-
ciden, ni mucho menos, en la expo-
sición de sus sentimientos.
Es digno de notar, sin embargo,
50
que aun cuando sea negado el de-
leite del dolor amatorio, aun hey
quién admite que en determinadas
circustancias el sufrimiento ó la
idea del sufrimiento resultan pla-
centeros.
Una señora me ha escrito cí este
propósito lo que á continuación
transcribo:
«Respecto al dolor físico, no nie-
go que en teoría sea atractivo,
excitante si se quiere Pero la rea-
lidad es cosa muy distinta, á mi
juicio. Vo puedo decir que el dolor
más insignificante anula en mí el
placer de un modo radical. Esto lo
experimenté durante un mes segui-
do después de casarme y continúo
experimentándolo Siempre que el
placer ha ido asociado con el dolor,
he gozado muy poco.
Admito que cuando hay carencia
de sensibilidad, hasta el ' punto de
que el dulce beso ó la suave cari-
cia no producen goce, puedan de
searse procedimientos amatorios,
más brutales. Más, en tales casos,
lo que constituiría valor para una
persona sensible, para la que no lo
es resultará una excitación placen-
tera, no debiendo inferirse de ello
que tales individuos groseros amen
al dolor, aunque así lo parezca. No
puedo creer que nadie goce con lo
que le hace sufrir, á menos que ello
sirva para distraer la atención. De-
claro no haber oído decir jamás á
ninguna de mis amigas que les
gustaba que las hicieran sufrir.
En lo que no cabe duda es en la
tendencia casi general de los hom-
bres á causar dolor Tan solo he
tratado á uno ajeno á ella. Al mis-
mo tiempo es curioso observar que
á la mayoría de los hombres les re-
pugne poner en práctica sus ideas
en la materia. He oído decir á un
amigo de mi marido que su mayor
placer consiste en imaginar esce-
nas de dolor femenino, á pesar de
lo cuál le es imposible pegar ni ha-
cer sufrir á ninguna mujer, aun
cuando éstas le inciten á maltra-
tarlas
Ocúrreseme pensar á este propó-
sito, que quizá se toma la inclina-
ción de la mujer á someterse al do-
lor por jplacer efectivo. Yo insisto
en que si aman las mujeres la idea
del sufrimiento, obedece á que ese
sufrimiento implica la sujeción al
hombre, derivado del hecho de que
el placer físico ha de ser necesa-
riamente precedido de la sumisión
de la voluntad femenina á la mas-
culina»
Ea misma comunicante me decía
en otra carta de fecha posterior,
ampliando y modificando un poco
sus primitivas declaraciones:
«No creo del todo exacto lo ex-
puesto á ustedes en otra ocasión El
dolor efectivo no me produce goce, y
en cambio la idea de sufrimiento me
hace disfrutar, si este padecer es
infligido por vía de corrección y pa-
ra bien de la persona que lo expe-
rimenta. Esta condición es esencial.
Por ejemplo: una vez leía yo un poe-
ma de diablos y condenados. Estos
decían que sólo se recibían buenos
cuando experimentaban las tortu-
ras infernales, debido á que, mien-
tras sufrían la acción puriflc adora
de las llamas, reconocían la belleza
de la santidad. Entonces se resigna-
ban gustosos á su sufrir y bendecían
al Señor por lo justo de su senten-
cia.
Pues bien; ese poema me produjo
un verdadero goce físico, y, sin em-
bargo, yo sé que, de haber metido la
mano en el fuego durante cinco mi-
nutos, hubiese experimentado el
dolor de la quemadura.
Para conseguir la remoción de
placer me veo obligada, por ahora,
á volver á mis antiguas creencias
religiosas y á admitir que el mero
sufrimiento tiene una influencia ele-
vadora. Sí; las emociones pueden
ser grandemente modificadas por
las creencias.
Cuando yo tenía quince años in-
venté un juego, nmy del agrado de
una hermanita mía, consistente en
suponernos ambas sometidas á un
proceso de disciplina y prepa-
ración, con objeto de ganar la
gloria eterna. Tanto una como
otra, nos considerábamos ya muer-
tas é Íbamos pasando sucesivamen-
te bajo la tutela de diferentes án-
geles, denominados con arreglo é,
- 51 -
las virtudes que estaban llamados á
inculcar. El último de los ángeles
era el del Amor, quien gobernaba
solamente por razón de la cualidad
cuyo nombre llevaba
En los grados inferiores éramos
dirigidas por un ángel llamado Se-
veridad, el que nos preparaba, por
medio de prácticas austeras y con
sujeción á mandatos arbitrarios, á
la consecución de las virtudes más
excelsas. Consistían nuestros debe-
res en vigilar el tiempo, en pintar
la salida y la pneptr» del sol, etc.,
ejercitándonos en la paciencia y
sumisión mediante trabígos inin-
terrumpidos
Producíanos placer físico inven-
tar y contarnos mutuamente las
penalidades del día, aunque nos
guardábamos bien de confesar ese
goce Que mi hermana lo experi-
mentaba, probábalo el gusto con
que aceptaba el juego y la afición
que fué cobrándole
Yo disfrutaba mucho imaginando
ver el ángel é iníligiendo el dolor
con arreglo á las condiciones ante-
dichas
Hoy me ocurre sentir goce fin-
giéndome que soy un hombre y que
impongo á una mujer severas me-
didas para educarla.
En resumen: me hace disfrutar el
pensamiento de una mujer some-
tiéndose al dolor y á las penalida-
des impuestas por el hombre que
ama, siempre que se llenen las si-
guientes condiciones: 1.* La mujer
debe estar segura en absoluto del
nmor del hombre. 2* La mujer
debe tener plena confianza en el
juicio del hombre 3. El dolor
debe ser infligido deliberadamente,
no de un modo accidental. 4 *
El sufrimiento ha de ser pro-
ducido amablemente y para me-
jorar á la mujer, no por virtud de
la ira ó con el pr.)pósito vengativo,
pues en este caso quedaría des-
truido el ideal que la mujer tie-
ne del hombre. 5 * El dolor no de-
be ser excesivo, sino lo que se lla-
ma «dolor de niño»; no estará,
gues, vulgarmente determinado por
cridas, mutilaciones, etc. 6 * La
mujer debe estar sagura de su in-
fluencia sobre el hombre. Esto por
lo que respecta á la teoría
Añadiré ahora que como la com-
binación de todas esas condiciones
jamás me ha producido dolor, no
puedo asegurar si experimentaría
placer infligiéndome un sufrimiento
real»
Otra comunicante se expresa
así:
«Convengo en que la idea del su-
frimiento puede ser placentera,
siempre que vaya asociada con un
pensamiento utilitario. Por expe-
riencia propia declaro que eso (el
coito) resulta molesto en los pri-
meros momentos, aunque luego me
sea fácil y agradable. El daño ini-
cial no tiene, en verdad, nada de
terrible. Así y todo, es fastidioso, si
sólo es seguido de unos minutos de
placer, de un placer, después de to-
do, bien efímero No sé lo que le
ocurrirá á las demás mujeres. De
mí sé decir que, para gozar, nece-
sito que ello se prolongue bastante
tiempo.
En cuanto á si me gusta sufrir,
confieso que no, si bien tolero per-
fectamente el dolor de cualquier
clase que sea. Me seducen la viri-
lidad y la fuerza, porque á mí, co
mo á todas las hembras, nos tocan
ser pasivas en amor. No me ha si-
do posible comprobar si el dolor
mata inmediatamente al placer.»
Para terminar, una señora me
asegura, acerca de este punto, que
goza imaginándose sufrimientos, pe-
ro que de haber sido ellos reales, no
hubiese disfrutado
De todo lo expuesto puede dedu-
cirse que, con mayor ó menor fuer-
za, la idea ó la realidad del sufri-
miento en las emociones sexuales
son admitidas por la mujer, con tal
que ese elemento de dolor sea pe-
queño y subordinado al placer sub-
siguiente A menos que el coito sea
un placer ftindamental, el elemento
de dolor habría de ser necesaria-
mente sufrimiento no aplacado, por
lo que no se debe considerar nor-
mal el deseo de sufrimiento divor-
ciado de un mayor goce subsiguien-
te.
Havelock Ellis.
— 52 —
Iiibpos y folletos pecibidos
'Fíom.ú.n.ticzeL <^ por Federi-
co GiRALDi Montevideo Hemos
recibido esta nueva obra lujosa-
mente editada por los reputados
talleres « El Arte , de O. M. Bertani.
Es un hermoso poemita escrito
en versos vividos é impregnados de
una gracia y una fluidez maravillo-
sas. Federico Giraldi no parece un
iniciado en los rituales del Arte El
giro breve y alado de su estrofa
Sergio Medina
modernizada, llena de imágenes re-
gias que hacen pensar en un orfe-
bre del verso, pulcro y sensible, el
ritmo, y, la estructura misma de
sus versos, poseídos de un alma ar-
mónica que llora y sueña evitando
tergiversar su modalidad íntima,
hablan con mucha elocuencia de
un poeta de alto vuelo que esquiva
todas las rutas ya recorridas por
los soñadores de hoy. « Mirim » es
de los pocos libros que en otro am-
biente bastarían para consagrar á
un poeta. Hay en él mucho arte y
mucho sentimiento. El endecasíla-
bo, el verso armonioso por exce-
lencia, aparece allí dulce, flexible
y vigoroso á la vez. Pero, lo que
más debe admirarse en el poemita
de Giraldi, es esa comunión de la
forma y de la esencia de la estrofa.
La una es el complemento de la
otra. He ahí la verdadera labor del
poeta moderno
Felicitamos al nuevo poeta y agra-
decemos el ejemplar que se nos ha
enviado.
De;sd.e; los jPs.ndLss, por
53
LisÍMACO Ghavarría. ~ San José
DK Costa Rica. — Es una hermosa
colección de poesías seleccionadas
escritas con sumo gusto y llenas de
pensamientos originales Lisímaco
Chavarria maneja todas las formas
con una sencillez y una serenidad
admirables ; no es el bardo mono-
corde que canta siempre dentro de
uno sola forma; es un poeta com-
plejo.
La poesía «El. Arte», favorecida
con el primer premio en un certa-
men literario projíuesto por el «Club
Costa Rica », es, á todas luces, her-
mosa. Lo mismo decimos de « Los
bueyes tardes », « El Sol », y de la
serie titulada « Perlas grises ».
Nuestras felicitaciones al poeta, y
con ellas, nuestro agradecimiento
por el ejemplar que nos ha enviado.
Vargas Víla
Nuestro 4%xlo
Este ilustre eseritor y querido amigo nos
ha enviado recientemente desde su resi-
dencia actual en «Villa Ibis» (Málaga), su
último retrato, con el que ornamos una de
nuestras páginas.
Pérez y Curis agradece íntimamente al
exquisito autor de «Ibis» su magnífico ob-
seciuio, así como la dedicatoria conceltida
entérminos altamente cariñosos.
Ha sido completo. De todas partes nos
han llegado colaboraciones firmadas por
escritores de fibra. Apolo agradece esos
envíos.
A última hora hemos recibido fotogra-
fías y originales de Villaespesa, Valle-In-
clán, Isaac Muñoz, Juan R. Jiménez, Alfredo
Blanco, Juan Pujol, Alfredo Gómez Jaime,
Julio Florez, Fernando Fortún, Leonardo
Sherif y otros, que publicaremos en los
próximos números por estar éste completo.
;. Qué dirán ahora los detractores de
Ai'OLo ? ¿ Se abre paso ó no ?
••ofl^CC:^í}o-
Una coitieid^ixcia
En mi poesía «El Águila» publi-
cada en el almanaque Germen de
1908, hay una estrofa que tiene un
gran parecido con otra de « La
Atlántida » del poeta Olegario An-
drade. Ante todo, debo declarar que
jamás he leído á aquel poeta ; que
sé de su vuelo altísimo por reflejo
de algunos escritores que lo han
juzgado; y que, si no fuera por un
amigo íntimo, tal coincidencia, que
mucho me enorgullece, hubiera pa-
sado desapercibida para mí.
Dice Olegario Andrade:
«...Y las negras pirámides distantes
(iue á la luz del crepúsculo parecen
.■Ibandonadas tiendas de campaña
De una raza extinguida de gigantes».
Digo yo:
«¡Esos Andes! ¡Pirámides extrañas!
Que con su larga fila de montañas,
Sus cerros y volcanes.
Simulan ser, cuando la tarde cierra,
(rigantes carpas del vivac de guerra
De un ejército enorme de titanes».
Gomo se vé la idea es la misma.
Por eso, y porque yo desconozco la
obra del cantor de « La Atlántida »,
me enorgullezco, y como única jus-
tificación, dejo aquí constancia de
la coincidencia señalada.
Ovidio Fernández Ríos.
— 54
L-ihTo* g folleto* ent)iado« por «a< aatore* al Difector de
((Jipólo)) darante lo« años de i9o6 g i9o7
De la Argentina
Ataliva Herrera : « Mis Noches »
— Córdoba.
Alberto Ghiraldo : « Carne Do-
liente » — Buenos Aires.
Sux Y Chilotegui : « De luz y de
hierro » — Buenos Aires.
Alejandro Sux : «De mi yun-
que » — Buenos Aires.
J. Martín Bernal : « Pensamien
tos» — Buenos Aires.
Manuel Gal vez : « El enigma in-
terior » — Buenos Aires.
Enrique J. Banchs : « Las Bar-
cas » — Buenos Aires.
Ds B Olivia
E. Diez de Medina : « Bagatelas *
— La Paz.
Rosendo Villalobos : « Hacia el
olvido » — La Paz.
Da Colombia
A. León Gómez : « Secretos del
Panóptico » — Bogotá.
A. León Gómez : «El Soldado »
— Bogotá
A. León Gómez : « Sin Nombre »
— Bogotá.
A. León Gómez : « Prescripcio-
nes y términos legales» — Bogotá.
E. Y A. León Gómez: «Poesías»
— Bogotá.
M. Moreno Alba : « Lienzos » —
Barranquilla.
Ricardo Arenales : « Campaña
Florida» — Barranquilla.
Alfredo Gómez Jaime: «Irma*
—Bogotá.
De Costa Rica
E. Carrasquilla Mallarino :
« Mujeres de Costa Rica » — San
José.
Daniel Ureña: «María del Ro-
sario » — San José.
Rafael Ángel Tro yo: «Topa-
cios»—San José.
Joaquín Arciniegas: «El Alma
de la América Latina » (prospecto)
— San José.
LisÍMACo Chavarría: «Desde los
Andes» — San José. ^
De Chile
Luis Roberto Boza: «Rosas de
Pasión — Santiago.
Miguel Luis Rocuant : «Poemas»
— Santiago.
L. E Chacón Lorca : « Hojas Dis-
persas — Santiago.
De Cuba
Max Henríqubz Ureña: «Whis-
tler y Rodin» — Habana.
Pedro Henríquez Ureña : «En-
sayos Críticos» — Habana.
Juan Guerra Nuñez: «VoeSoli»
— Habana.
Del Ecuador
G. Zaldumbride : « De Ariel » —
Quito.
Ds España
Manuel Ugarte : « Cuentos de la
Pampa » — Madrid.
Manuel Ugarte : « El Arte y la
Democracia» — Valencia.
Manuel Ugarte : « Enfermeda-
des Sociales» — Barcelona.
Amado Ñervo : « Almas que pa-
san » — Madrid.
Amado Ñervo : « Un Sueño » —
Madrid
F. Villaespesa : «Tristitiae Re-
rum » — Madrid.
E Diez Cañedo : « Versos de las
Horas» —Madrid.
D'Ayot : « Morirse joven » — Ma-
drid.
M Machado : « Alma», «Museo »,
« Los Cantares » - Madrid
Isaac Muñoz: «Voluptuosidad»
— Madrid.
Vicente Medina : « La canción
de la vida » — Cartagena.
Vicente Medina : «La canción
de la muerte » — Cartagena. ^^
A. GÓMEZ Jaime : « Rimas del Tro- '
pico » — Madrid.
Tülio M Gestero : <. Citerea » —
Madrid.
— OO
De Francia -
E. GÓMEZ Carrillo: De Marsella
á Tokio » París.
E. GÓMEZ Carrillo: «El Alma
Japonesa» — París
Manuel Ugarte: «La joven lite
raturaliispano- americana» — París.
Vargas Vila: «Prosas Laudes»—
París.
Del Perú
Abelardo M. Gamarra: «Algo del
Perú y mucho de Pela gatos» — Lima.
De Puerto Rico
José de Diego : « Pomarrosas » —
San Juan.
Del Uruguay
o. Fernández Ríos : - Sueños de
media noche » — Montevideo.
Agosta y Lara y Monegal: « Mu-
sas Hermanas» — Meló.
P. MiNELLi González: «Mujeres
flacas » — Montevideo
P. Minelli González : « El Alma
del Rapsoda» — Montevideo.
G. Arronga Ciganda: «Tupam-
baé — San José
M. Medina Betancort «f ¡lien-
tos al Corazón • — Montevideo
R. Martínez Quiles : « Alma de
Acero» Montevideo
Horacio O. Maldonado : « Ca-
beza de oro » - Montevideo.
Norberto Estrada: «Gente de
letras de mi país » — Montevideo.
Ángel Falco : « ¡ Ave, Francia !»
— Montevideo.
Ángel Falco : « (iaribaldi * —
Montevideo.
P. López Campaña: «Fanfarria
de Prejuicios » - Montevideo
Emilio Frugoni: « El Eterno Can-
tar » — Montevideo.
O. MoRATORio : « Luces Pálidas »
— Montevideo.
J. J. Illa Moreno : « Rubíes y
Amatistas » — Montevideo.
J. G. Bertotto: «Juicio litera-
rio » — Montevideo.
J. Rodríguez Martín : * Alma
Trágica ».
De Venezuela
Luis Correa: «Alba Lírica» —
Caracas
M. Lavado Isa va: «Mortaja de
(rloria • — La Victoria
•c-0$cCC^-
Gaiije de (( ÍIpolo )) durante lo« afío« de i9o6 g i9q7
* La Voz del Perú », Iquique
( Chile ) ; «El Moderado », Matanzas,
(Cuba ; «Caras y Caretas». Bue-
nos Aires ; « La Prensa », Medellín
( Colombia ) ; « Revista Crítica »,
Veracruz ( México ) ; « Letras », Ha-
bana; «La Quincena», Salvador;
« El Heraldo del Istmo », Panamá ;
Monos y Monadas, Lima ; « Páginas
Intelectuales », Iquique ; « Revista
de la Sociedad Jurídico-Literaria »,
Quito ; « El Fanal », Matanzas ; « Éli-
tros», Maracaibo ( Venezuela ; ; « Al-
pha », San Salvador ; « Le Courrier
Européen », París ; « El Fígaro »,
Habana; « América», Habana ; « Na-
tura », Montevideo; « Nueva Vida»,
San Salvador; «Germen», Buenos
Aires»; «El Artista», Bogotá;
« Trofeos », liagotá ; « Integridad »,
Lima; «Páginas Ilustradas», San
José de Costa Rica ; « Nuevos Ri-
tos », Panamá ; « Revista Ilustra-
da », El Paso — Texas ; « Labor »,
Buenos Aires ; « El Diluvio », Bar-
celona ; « Fémina», Santiago de
Cuba ; « Letras », Buenos Aires ;
« Pedagogía y Letras », Guayaquil ;
« Mes Literario », Coro ( Venezue-
la ); « Guayaquil Artístico », Guaya-
quil ; « El Anunciador Costarricen-
ce »,: San José de Costa Rica ; « Ar-
chivos de Psiquiatría y Crimino-
logía», Buenos Aires; «Diario
Oficial », San Salvador ; « Tepie Li-
terario >, Tepie ( México ) ; « Alpa
Ilustrada », San Salvador ; « La Re-
pública de las Letras», Madrid;
56
* Nueva Era », Mendoza; « Verdad »,
Santiago de Chile; « Líneas », Car-
tagena ( Colombia ); « La Repúbli-
ca », Barranquilla ; « Revista de
Guadalajara», Guadalaj ara (México);
€ Zig-Zag», Santiago de Chile ; « Vi-
da Intelectual», San Salvador;
■cChic», Guantánamo ( Cuba ; «Sur
América », Bogotá; «La Nueva Re-
vista», Buenos Aires ; « Revista La-
tina > , Madrid ; < El Cojo Ilustrado »,
Caracas ; » Tropical ♦, Ibagué ( Co-
lombia > ; « El Iris », Villa del Cerro ;
«El Deber Cívico», Meló; «Ven-
dad », Montevideo ; * El Orden »,
Minas; «El Obrero», Rocha; «El
Civismo », Rocha ; « Ecos del Pro-
greso », Salto ; « Vida Nueva », Flo-
rida ; « El Heraldo », Maldonado ;
• La Tribuna Libertaria», Montevi-
deo; «En Marcha», Montevideo.
NOTAS
Nuestra carátula de hoy es un trabajo en tricromía ejecu-
tado mag-istralmente en los talleres «- El Arte » de Orsini M.
Bertani, que es hoy el editor obligado de nuestros escritores
de más renombre. t]lla es reproducción de un hermoso óleo
del conocido artista Gutiérrez Rivera.
P^elicitamos al compañero Bertani poi- su exquisito traba-
jo que nada tiene que envidiar á los hechos en los talleres
europeos, y agradeccmosle, al mismo tiempo, el concurso pres-
tado al Apolo al llegar éste al tercer ano de vida.
*
Nuestras sinceras felicitaciones á los seílores Fillat y C.-''.,
por los hermosos fotograbados que han hecho para el presen-
te número de Apolo. Ellos dan una idea exacta del grado de
perfección <'i que ha llegado en nuestro país el arte del foto-
grabado.
íí
CON MOTXYO DE ''RXPXOS POLXTXGOS
91
Publii'iUiios ;i contimiacióu las i)alabras
que á nuestro director dedicó «La Tribuna
Libertaria», órfíano del Centro Internacio-
nal de Estudios Sociales, con motivo de
transcribir en su número G el artículo de
Pérez y Curis : «Ripios Políticos» publi-
cado en el número ít de « Apolo ».
No hacemos ningún comentario porque
muy pocos is:noran que «Apolo» no es
una empresa comercial. Además la labor
intelectual de Pérez y Curis es bastante
conocida, como asimismo su actitud ine-
quívoca y hostil frente á los tiranos que
azotan la espalda del i)ueblo.
Hé aquí dichas palabras:
i Bravo, poeta, bi»avoí
Lo que gustosos transcribimos,
pertenece al bardo Pérez y Curis,
director de la revista local «Apolo»,
áv¡ esa revista que hasta ayer pare-
cía destinada á servir de « bálsamo
calmante» á más de una histérica
burguesita, y que hoy, desafiando
intereses de mostrador, cobardes
prejuicios y estúpidos convenciona-
lismos, propios en otras publicacio-
nes similares, da la nota más
HERMOSA entre todos los periódi-
cos que, no obstante blasonar sus
redactores de rebeldes, no han te-
nido siquiera una frase de protesta
contra el inicuo y criminal atentado
que llevara á cabo la cafrería poli-
cial que tiene á su frente al maestro
albañil Guillermo West, contra los
concurrentes al último mitin de
protesta reaUzado en el Centro In-
ternacional.
Leed, i oh rebeldes á « uso vos-
tro », leed al poeta que dejó de acu-
dir á la cita al pie de la ventana
para salir á la palestra á fustigar
tiranos y á daros de paso, una lec-
ción de varonil rebeldía.
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- Y SOCIOIiOGJA -
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Eedactor: I'. LÓPEZ CAMPAÑA — Secretario de Redacción: O. FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO III -N.° 12.
Montevideo— Buenos Aires, Febrero de 1908.
£1 gusto d^ la sangra
flota de psicología cpíminal
Los estudios de Vaschide sobre la
relación entre el impulso motor y
el acto genital ( « La psico - fisiología
del impulso sexual » en los « Archi-
vos de Psiquiatría» de Ingegnieros
1906 «, me parecen que proyectan
cierta luz sobre el problema del
gusto de la sangre.
Como nota al estudio - más bien
diría al asunto de estudio — que en
otra ocasión he publicado « ( El gus
to de la sangre » en el volumen
« Alrededor del delito y de la pe-
na»: Madrid, 1904 ), recojo esta re-
lación interesante.
Según Vaschide, el acto genital
consiste en una tensión progresiva
y creciente del estado motor, que,
llegando á su máximum, presenta
una fase tónica muy corta, seguida
de una fase clónica, terminando
con un período de adinamia y re-
poso
Consecuencia de ello es que los
eróticos sean individuos de tipo
motor, y que, en general, los indi-
viduos de tipo motor sean eróti-
cos.
Recordemos ahora el concepto de
que nosotros habíamos partido.
Sea la sangre excitante porque
sea roja, sea el rojo excitante por
ser el color de la sangre, esta es
capaz de convertirse en imagen
motriz excitadora de la sexualidad,
ya que — según el mismo Vaschi-
de— «la vida sexual es debida á la
evolución y á la tendencia de los
centros motores á descargarse »,
A veces, el sujeto mismo de esta
perturbación de la imagen motriz,
debe ser el primer sorprendido.
Pero ahora aparece un segundo
problema.
Luego que han conocido esta
asociación extraña, algunos la cul-
tivan, la preparan y repiten.
Esto es lo que con un nombre que
ya debiera retirarse — tanto e.>< de
imperfecto — llámase hoy «sadis-
mo 9 Y también lo que, disponien-
do como excitantes motores la em-
briaguez causada por la bebida y
los movimientos, se llamó en los
tiempos medioevales « rabia de los
Berseks », ó «rabia ursina» que
podríamos traducir nosotros (de
bearsark», vestido de piel de oso ) ;
furor homicida de los guerreros del
Norte de Europa, que determinaba
verdaderos contagios en los pre-
dispuestos, según un curióse texto
de Clodel, harto conciso ( « Miti e
sogni» traducción italiana, pági-
na 91 .
¿ Por qué, pues, este gusto ?
Aquí encuentra aplicación la teo-
ría que explica las perversiones
sexuales como organización de una
imagen extraña constituida en úni-
co excitante, mediante procesos de
psicología desviada.
Acaso esta manera de ver las
cosas exagera y amplia la función
del motivo sexual en los crímenes
de sangre. En los asesinatos inau-
ditos, de esos que se dicen «sin mó-
vil*, me parece que sería impor-
U-.
58 —
i ca-
tante investigar siempre — no obs-
tante, — toda clase de huellas
eróticas, tanto sobre la victima
como sobre el matador.
Y también en otros que no lo son
tanto, que parecen tener explica-
ción. Casi diría : en todos los crí-
menes de sangre.
C. Bernaldo de Quirós.
-o^^CC^O^-
C|)is^as d^ iva
Para AroLO.
Espíritus sin luz! Redil de ilusos;
Naves <iue no arribáis á ningún puerto;
Caravanas de hombres inconclusos
Que vagáis por la noche del desierto,
Quiero deciros algo que os abruma,
Por eso me insultáis sin ton ni mengua,
¡Qué unos van á la Gloria por la pluma,
Y otros van á la cárcel por la lengua!
Y (lue os llamáis geniales de ígneas galas
En vuestros estrambóticos proscenios,
Y no sois genios pues no tenéis alas
Y os faltan alas porque no sois genios:
De vosotros me río con tristeza,
Con gran desprecio, con dolor, con ira:
Reiría asi aplastándoos la cabeza
Con el arco de fierro de mi lira!
De vosotj-os me río: Os eréis maestros
Ceñidos de magnificas preseas.
Y no sabéis en los orgullos vuestros
(iue contundís laureles con libreas!
De vosotros me río: A'ucstrn frente
Humilláis sin valor y huís dispersos,
Al sentir restallar sonoramente
Kl látigo vibi-ante de mis versos!
Contra vosotros, infelices, quiebro
Mi pluma, sin dobleces ni recatos.
Yo tengo el brillo dentro del cerebro.
\'osotros. . . ¡Lo tenéis en los zapatos!
íío se lia de herir mi orgullo con los rayos
De vucsti'a envidia torpe y vuestro encono,
¡si no sois más ((ue míseros lacayos
(ine medráis á la sombra de mi trono!
Quiero enseñaros con salvaje anhelo.
Con todas mis soberbias rebeldías.
Que yo soy cóndor de incansable vuelo:
Todas las cumbres que hay, ¡todas son mías-
Yo soy un cóndor, sí; como bautismo
Un chispazo de luz el sol me trajo.
Por eso me insultáis desde el abismo:
¡Qué bien sabéis que yo hasta allí no bajo!
Y no me afectan, no, vuestros alardes,
Eunucos del saber; del mundo, escoria;
¡Cuantas más iiiedras me arrojéis, cobardes,
Alas pronto haréis mi iicdestal de gloria!
Y no oséis detenerme en mi subida,
Mis alas tienen odio á la penumbra;
¡Quiero ser como el Sol. toda mi vida.
Que el Sol, cuanto más alto más alumbra!
¿Mí rebelión, vuestro furor provoeaV
¡Si atacáis á mi alma y la defiendo!
¡(iuién se atreve á tai)ar la inmensa boca
Del cráter de un volcán cuando está ar-
[díendo!
Y ya os advierto sí, canalla impía,
Sierpes que en las cavernas hacéis nido:
Tened cuidado no caer un día
Bajo las garras del león herido!
Montevideo i;h),s.
Ovidio Fkrná.Mjkz Ríos.
— 59
El Enigma
Para Apolo.
La noche ha llegado. Las sombras
lo envuelven todo, como en una
mortaj a. En el espacio, una macilen-
ta luna asoma á ratos entre densos
nubarrones. La brisa calla. Los ár-
boles están inmóviles, y la tierra
parece sumida como en un letárjico
ensueño.
Yo camino. Bordeo los precipi-
cios, lentamente, lentamente. Incli-
nada mi cabeza y enlazadas mis
manos sobre el pecho, cruzo el va-
lle sin término, empujado por una
fuerza extraña, obsesora, que no
me deja reposo. Medito. Pienso algo
incoherente que me viene de muy
dentro, tan vago y sin embargo tan
hondo que me oprime el corazón y
que me nubla los ojos. ¿ Qué es esto ?
¿Cuál es el intenso problema que
así tan dolorosamente me obsesio-
na ? Nada sé Los sentimientos más
hondos son precisamente aquellos
que no podrán explicarse jamás.
Y sin embargo la idea me persi-
gue, y me hace sufrir Es como un
dolor muy antiguo, el dolor de una
raza, de un mundo que se acumula
en mí, ahogándome.
En tanto, me fatigo Una cruel la-
xitud me invade, y un deseo fer-
viente de dormir, de reposar, me
aprisiona. En un recodo del camino,
sobre un viejo tronco abandonado,
deténgome á descansar Ah! Con
qué delicia pondríame á descansar
para siempre! Hundo mis sienes
ardorosas en mis manos heladas, y
una horrorosa pesadilla me des-
pierta de súbito Ah ! Negra está la
noche. Sobre el pavoroso vacío, ne-
gras alas de cuervos parecen trepi-
dar. Y la luna, cual avergonzada,
ocúltase entre las nubes de luto.
i Por qué despierto ? ¿ Por qué re-
torno á la vida del sufrimiento ?
Vuelvo á caminar. A poco, mis pies
tropiezan con un can muerto sobre
los guyarros. i Si al menos tuviera
un cayado para apartar de mí tan-
tos abrojos !
(A JS'orberto Estruda, fraternalincnte ).
Camino. Hay algo en mí que me
empqja, que me grita : anda ! Y sin
embargo, ¡ con qué placer volvería
á descansar! Pero ese algo, ese otro
me grita con la imperiosa voz del
silencio; anda! ¿Adonde? ¿Para
qué? ¿ Qué espero ? ¿Cuál es el fin
del destino que nos hace vivir, que
nos empuja como el viento al débil
navio; en un mar en tempestad?
¿ Al puerto ? ¿ A la muerte ? ¿ Acaso
la muerte es el supremo puerto á
donde el alma cansada del hombre
va en busca de protector refujio ?
Andar ! Siempre andar !
Una brisa empieza á soplar. Una
helada brisa cargada de hastío, del
maldito polen de la muerte.
—Escucha ! — dice una voz. — Mi-
ro hacia atrás. La brisa quebraja
las hojas arrancándolas de cuajo,
como una racha de huracán.
— Quién habla ? — respondo an-
gustiado Mi voz se dilata en el es-
pacio con sonoridades metálicas,
como campanas que sonaran muy
lejos y con angustia. Sobre un lim-
pio retazo de firmamento, la luna
brilla.
— » Escucha » . . . , — dice la mis-
ma voz. — A mi espalda, creo .ver
la figura de un hombre, con un ca-
puchín benedictino, que jesticula al
hablar. Sin embargo, el tono de
su voz me es familiar, lo reconoz-
co en sus ecos apagados, acaricia-
dores é intensos.
— « Escucha. . . Preguntas, pobre
diablo de muchacho, el por qué de
tus sufrimientos inexplicables. Des-
de el fondo de tu espíritu interro-
gas á las cosas sobre el laberinto
de tu vida interior que flota á tus
ojos, á tu corazón, como esas ñores
de agua que se entreabren á los
crepúsculos silenciosos. Tienes un
nombre en la literatura de tu país ;
una bella querida que te aguarda
palpitando de amor y de misterio, y
una radiante juventud de veinti-
cinco años. Y sin embargo tu espí-
i;o
riiu hosco y extraño repudia á los
hombres que te aplauden, á los seres
que te aman ó que te odian ; el mis-
terioso encanto de tu amada te has-
tía y tu cabeza empieza á nevarse
poco á poco . . Por qué ? Oh hijo
de tu tiempo que vejetas entre in-
certidumbres y dudas, como en un
fangoso limo! Tu pecado es no
creer, porque tu sed de verdad es
infinita . . . Junto á tu corazón el
dolor del nuuido ha ido acumulán-
dose, como un lago enorme al pie
de una montaña Porque — fermen-
to de todos los análisis, de todas
las ansiosas íiebres de tu época, —
han ido á reventar como un lupus en
tú corazón todaí? las creencias, to-
das las falsas idealidades con que se
han alimentado las pobres almas
sedientas de Verdad, esas pobres
almas que han desgarrado al fin las
dudas, dejando en ellas abiertas he-
ridas que sangran su fe antigua, á
luz del sol y á las tinieblas de la
noche . . . Escucha, hijo de tu épo-
ca ,. . No hay verdad vieja ni nue-
va, que ella es como un sol que no
tiene principio ni fin Son los hom-
bres los que nacen para envejecer,
y así como el recién nacido no pue-
de ver la luz, así el hombre no pue-
de aún mirar cara á cara al sol.
Escucha aún . . . Todas las Verda-
iles — y la verdad es una, — pero
que el nerviosismo de los hombres
lia pretendido subdivirla en ver-
dad divina y en verdad humana, —
son mentiras Cuando creemos ha-
llar una verdad verdadera, comen-
zamos por dosiigurarhi, por llenar-
la de fiílsos atributos, hasta defor-
marla por completo, en vez de es-
cudriñar, dep^ ítir- y de sen 'ir en
su fondo ... He ahí el por qué del
malestar de esta época de nega-
ciones, de escepticismos llevados
hasta el colmo por los abuses de
los licores espirituosos, de las dro-
gas desequilibrantes, como el has-
chit, el opio, que reflnan los ner-
vios y hacen asistir a las transfi-
guraciones de una felicidad artificial
y hasta pueril ... Es la podrida se-
milla arrojada á los surcos de la
tierra que fecundará el fruto débil
y hasta mortífero! .. . Pobres almas
alimentadas por la podrida mies ! »
La luna brillaba El paisaje pare-
cía aclararse como cubierto por
una pálida bruma.
— Pero . . dije con voz trémula
—¿en donde está la verdad, la ver-
dad ? . .
— « Pobre espíritu, solo como un
navio abandonado al imperio del
temporal ! Mira el pájaro que canta,
el insecto que zumba, la flor que se
entreabre á la caricia de los vien-
tos » . .
— Ah ! - volví á exclamar. —
I Pero la verdad, la desnuda ver-
dad?...
Una carcajada partió desde el
vacío.
— €¡l.a verdad -^- respondió la
voz. — La verdad está en ti mismo» .
Volví los ojos hacia atrás». Y vi
mi sombra.
Luis Roberto Boza.
lí>07
Santiago de Chile.
-<^$ÍCC^&o-
Vous qu^ jamáis xim m d-élk
VoHs ((ue Jamáis rieii iie délie.
O nía pauvre ¡une d.ins mon eorpi*.
l'onrrez-vous, nía mclaiieolie,
Ayant bu le vin et la lie.
Oonnaitre la bonne folie
De reteniel repos des inorts.
— Vons si vivaee et si prolbiide.
Auie de rt've et de transport,
Qui, pareille a la terre ronde
l'ortez tous les désirs da monde,
Buveusf de l'air et de londe
l'ourrez-voHs entrer dans ee port...
Dans le port de ealme sagesse,
De ténebres et de somnieil,
Ofi ni l'ainour ni la détresse
X'étirent la tiéde paresse,
Et ne foiit, — mon ame faunesse,
SifHer les fleches du soleil...
COMTESSE M.\THIEi: DE NOAILLES.
- Hl
0« "Elegías Oule«s"
I'ara " '.Xiiolo ''
Hoy desde el gran camino, bajo el sol claro y fuerte,
Mudo como una lágrima he mirado hacia atrás,
Y tu voz de muy lejos, con un dolor de muerte.
Vino á aullarme al oído un triste ¡ Nunca más ! »
Tan triste que he llorado hasta quedar inerte . . .
¡ Yo sé que estás tan lejos que nunca volverás !
No hay lágrimas que borren los besos de la Muerte . . .
— Almas hermanas mías, nunca miréis atrás!
Los pasados se cierran como los ataúdes.
En otoño, á la hora de las decrepitudes,
Los árboles preparan su nueva floración ;
La Vida siempre deja un horizonte abierto :
Vamos por la hojarasca del gran pasado muerto
Soñando las futuras flores del corazón.
la barca milagrosa
Preparadme una barca como un gran pensamiento . . .
La llamarán «La Sombra» unos, otros «La Estrella».
No ha de estar al capricho, de una mano ó de un viento:
Yo la quiero consciente, indominable y bella !
La moverá el gran ritmo de un corazón sangriento
De vida sobrehumana ; he de sentirme en ella
Fuerte como en los brazos de Dios! En todo viento.
En todo mar templadme su prora de centella !
La cargaré de toda mi tristeza, y, sin rumbo,
Iré como la rota corola de un nelumbo
Por sobre el horizonte líquido de la mar...
— Barca, alma hermana; hacia que tierras nunca vistas,
De hondas revelaciones, de cosas imprevistas
Iremos ? . . . Yo ya muero de vivir y soñar . . .
Delmira Agustini.
62 —
Mi bu|)ardilla
Mi buhardilla era pobre y era he-
lada... y sin embargo, ¡la quería
tanto !
Por la pequeña ventana esforzá-
base en penetrar la luz al estrecho
A (¡reyorio Mcrtínez Sierra.
recinto, consiguiéndolo á medias y
haciendo resaltar en la penumbra,
el blancor lechoso de las cuartillas,
dispersas sobre la tosca mesa de
trabajo, y las limpias cubiertas del
— 63 —
lecho, donde á veces dormía y á
veces pensaba. Más pensaba su-
friendo, que dormía
Desde la ventanilla, mirando ha-
cia abajo, veíanse las viejas y car-
comidas techumbres de Florencia,
con sus chimeneas negruzcas y sus
inmundos albañales; mirando más
abajo, las calles de la tierra del
Dante aparecían angostas, grises y
torcidas como sierpes intermina-
bles; más allá, lejos, la fresca y
oliente verdura de la ciudad de las
flores, y más arriba, muy arriba,
el Armamento límpido, puro, se-
reno, teñido del azul incomparable
de los cielos italianos.
Yo era el rey paupérrimo de esas
alturas y sentado frente á la mesa,
patíbulo de mis ejecuciones litera-
rias, me pasaba las horas muertas
mordiendo la extremidad del lapi-
cero, dejando al cigarrillo quemarse
entre mis dedos, sin fumarlo, y mi-
rando fijamente aquel trozo de cie-
lo como si tratase de arrancará las
nubes un período altisonante ó una
estrofa musical
Mi buhardilla era pobre y era he-
lada ... y, sin embargo, la quería
tanto.
¿Por qué? Porque olía bien. ¿Y
por qué olía bien? Porque había
entrado ella. ¿Quién era ella? Una
mujer hermosa, una mujer que
amé; no sé su nombre, no me lo
quiso decir jamás, sólo sé su her-
mosura.
La conocí en Carnaval durante
un baile de máscaras, en el teatro
de «La Pérgola». Yo estaba solo,
en un rincón del patio de butacas,
pensando en mis amigos y en mi
país adorado; estaba solo, triste . . .
y rabioso al ver la alegría de los
demás. ¿Por qué el ajeno gozo sa-
cude tan dolo rosamente los nervios
de los que nos hemos olvidado de
reír? Las botellas se destapaban
con estrépito; las risotadas sonaban
como latigazos; el rubio vino, des-
haciendo sus burbujas de ópalo,
hervía en las copas y la sangre
hervía en las venas de aquella
gente que reía, reía, con la risa
caliente de la embriaguez. Y yo
lloraba en silencio, con la frialdad
de muerte que produce el recuerdo
del tiempo que se fué.
Ella pasó junto á mi muchas ve-
ces del brazo de un chambelán, de
un torero, de un marqués, de un
polichinela, de un Luis XV, de un
soldado, de un ángel, de un me-
phisto Y yo adiviné las formas
impecables de su carne bajo la tela
blanca del vestido de «Pierrette»,
y sentí los dardos de sus ojos de
hada, que atravesaban centellean-
tes los agujeros de la careta azaba-
che, menos negra que la brillante
cabellera sedosa.
Se detuvo ante mí.
—¿Por qué tan triste? -me dijo,
mientras su boquitín húmedo y
bermejo sonreía amable bajo los
encajes del antifaz. No sé lo que
pasó por mí: aquel maremagnum
de gentes, llenas dé colorines y de
cascabeles que danzaban gritando
locamente, no había logrado ma-
rearme; aquella «Pierrete», de la
cual no se conocía con seguridad la
belleza, ine trastornó al primer so-
nido de su voz aterciopelada. Ebrio,
dando traspiés, la seguí hasta un
palco de tercera fila
Nervioso, roído por ese desasosie-
go inexplicable producido por el
deseo, yo estrujaba entre mis manos
la careta que se había quitado y ad-
miraba su belleza. ¿Cómo descri-
birla?
—Piensa que soy un escritor po-
bre, triste . . .
—Por esto te quiero; yo seré tu
alegría Iré á tu estudio,
—Mi estudio es un hueco; mis ri-
quezas, mis ideas ; el adorno de mi
casa, un trozo de cielo.
— Tu adorno seré yo . . . iré á vi-
sitarte.
Y tanto insistió, que cedí.
Dos veces por semana e.speraba
temblando, ansioso, su venida. ¡Ay!,
los minutos se me antojaban siglos.
Al fin veía aparecer allá abajo, en
la calle, un puntito negro que acer-
cábase marcando poco á poco sus
formas impecables de mujer; luego
su manita enguantada se agitaba
saludando, y su boca de perlas se
entreabría sonriendo, ün momento
después me acariciaba el oído el
«frou frou» de la seda de sus ropas,
y el repiqueteo de sus piececitos
menudos sobre los ladrillos de la es-
calera reproducíase como martilla-
zos dentro de mi pecho. Aquella mu-
jer fué un oasis para el desierto de
mi vida. ¡Vh! ¡Si la amé! ¡¡Cómo la
amé!! ¡¡Cuánto la amé!l ¡Oh, cuántas
horas de pasión, las manos entrela-
zadas, mirándonos Ajámente; ella
como si quisiese verter su alma con
l;i mirada; yo como si quisiera hun-
dirme en el abismo de sus ojos ne-
(-.4 —
La dejé partir sin una lágrima,
anonadado; pero cuando su silueta
hubo desaparecido, allá en la esquina
de la torcida calle . . me sontí mo-
rir. Poco apoco las paredes de mi
cuartucho se borraban á mi vista,
y probé la espantosa sensación de
hallarme solo en una inmensa lla-
nura Huí como loco en busca de un
sitio donde viera gente. Tenía aún
unas cuantas monedas; fui al juego,
y gané, gané mucho dinero. Pasé
quince días sin acordarme de mi
buhardilla; de acá para allá, vino,
alegría, aventuras fáciles y amores
IIenry Bataillk
gros! Un día su visita ftié la última.
]\'o podía hablar, balbuceó, hizo pu-
cheros, protestó que me adoraba . . .
pero me dio un golpe mortal
— Tengo deberes, sabes, chiquito;
tengo marido; me marcho Si quie-
res dinero, no te ofendas, te lo
puede ofrecer; pero volver aquí, es
imposible; no averigües cómo me
llamo; no me busques, si quieres
agradecerme cuanto por ti he he-
cho; resígnate Te quiero, chiquito;
sabes, te amo tanto . .
Y me besó con desesperación en
los labios.
mentidos
pero la última mo-
neda se fué, y hube de volver á la
buhardilla una tarde de invierno.
Apenas la abrí, un vaho perfu-
mado me azotó la cara: el perfume
embriagador era el de Ella. En un
vaso, lánguidas y marchitas, ago-
nizaban unas cuantas violetas; eran
flores que había traído Ella . . y
que duraban lo que su amor. Sobre
el blanco lecho, dos guantes de Ella
yacían olvidados. Singular sensa-
ción: yo sentí aquellos guantes den-
tro de mi pecho, atenazándome el
corazón con sus dedos de piel. ¡Dios
— 65
mío! !Ella, siempre Ella, por do-
quiera, y Ella no estaba!
Huí de nuevo de aquel sitio donde
todo me recordaba el amor muerto.
Vagué con mi tristeza. . . llegó la no-
che. .. me venció el sueño, pero no
tuvo valor para volver á mi buhar-
dilla. Fui ala plaza de la Signo-
ría», y bajo los pórticos, al pié de
las estatuas, me tendí á dormir.
Hacía un frío siberiano, el viento
rugía, las estatuas vacilaban: una,
representando el rapto de las sabi-
nas, á mí más cercana, temblaba,
amenazando caer. La dirigí la vista
asustado; las desnudas formas de
las sabinas me traían una reminis-
cencia amarga de su cuerpo de
diosa; entonces me volví, arrebu-
jándome en mi gabán raído . . . pen-
sando en Ella. A.I fln pude llorar
copiosamente.
Me despertó un amigo cuando la
noche había pasado, pero no había
pasado mi llanto.
Le referí la historia.
— ¡Bah, tontón — me dijo — ¡Lloras
por una mujer!
—No -respondí-: no lloro por
ella, lloro porque no puedo volver,
no sé volver á mi buhardilla . . .
¡Ay! ¡Y mi buhardilla era pobre y
era triste ... y, sin embargo, ía
quería tanto!
Felipe Sassonr.
Nocturno
Para -4i'olo.
Xo son todos los ((lie están,
Xi (istáii todos los iiue son.
La cárcel está obscura como hosco monasterio,
La noche sus crujías esfuma, ya borrosas,
Y en la quietud solemne de las dormidas cosas
Hierático un silencio ahonda su misterio.
La pena del Delito aquí tiene su imperio,
Del Crimen aquí vagan las sombras horrorosas,
Y el suspirar de todos, en ondas angustiosas,
Un coro inmenso eleva de lúgubre salterio.
Haciendo buena guardia, en su nocturno vela
Del intranquilo sueño de miserables entes.
En el sombrío claustro se yergue el centinela;
Pero en la masa informe de locos delincuentes,
Precitos que el insomnio con su terror desvela,
No todos son culpables, también hay inocentes!
Adrlano M. a guiar.
— (;t; —
Panteísmo
Los dos sentimos ímpetus reflejos,
oyendo —junto al mar — los fugitivos
sueños de Gluc y por los tiempos viejos,
rodaron en su tez oros furtivos . . .
La luna hipnotizaba nimbos vivos,
surgiendo entre abismáticos espejos.
Calló la orquesta 3' descendió á lo lejos
un enigma de puntos suspensivos , . .
Luego : la Inmensidad, el astro, el hondo
silencio, — todo penetró hasta el fondo
de nuestro ser . . . Un inaudito halago
de consubstanciación y aéreo giro,
electrizónos y hacia el éter vago
subimos en la gloria de un suspiro ! . . .
Pm-a Apolo.
Bromuro romántico
Burlando con frecuencia el vasallaje
de la tutela familiar en juego,—
nos dimos citas á favor del ciego.
Azar, en el jardín — tras el follaje . . .
Frufrutó de aventura tu aéreo traje
sugestivo de aromas y de espliego,
y evaporada entre mis brazos, luego
soñaste mundos de arrebol y encaje . . .
Libres de la zozobra momentánea,
— sin recelarnos de emergencia alguna -
en los breves silencios, oportuna
te abandonabas á mi fe espontánea
y sobre un muro al trascender, la luna
nos denunciaba en frágil instantánea
Julio Herrera y Reissig.
Montevideo — «Torre de los l'auoranias».
67 —
Tarde de olofto
Saloncill o elegante, tle «ust.-» modcriio. Balcón á la calle. Día gris, lluvioso. Perso-
najes: Elena, Tristán . . .
TRISTAN
I Pintas mucho ?
ELENA
No ; la pereza me mata
TRISTÁN
Te encuentro muy cambiada, Ele-
na. Has perdido aquella alegre in-
quietud, aquella sugestiva expan-
sión de los primeros años. Estás
reservada, indolente Si no te cono-
ciera desde niño y tuviese la segu-
ridad de tu afecto, creería que tienes
algún motivo de enojo contra mí.
ELENA
¡ Quién sabe !
TRISTÁN
¿Es posible? Siempre me inspi-
raste un afecto noble, levantado. Y,
te lo juro, nunca pensé producirte
la más leve contrariedad,
ELENA
Lo sé.
TRISTÁN
¿ Entonces . . . ?
ELENA
Cosas de la vida. \ veces lo insig-
nificante, lo fútil, lo pasajero, ejerce
sobre nosotros una influencia deci-
siva.
TRISTÁN
Pero observa que en este caso,
para la persona supuesta, lo acce-
sorio se transforma en transcen-
dental.
ELENA
Así es la vida. Todo cambia, todo
pasa; las cosas sólo tienen un valor
relativo. La existencia de los demás,
con ser tan valiosa como la nuestra ,
es sólo accidental en lo que á cada
uno de nosotros respecta.
TRISTAN
Estás divinizando la teoría del
egoísmo.
ELENA
Quizá porque sea el egoísmo lo
único divino.
TRISTÁN
iNo discutamos : concreta. ¿ En qué
he podido molestarte ?
En nada.
Dímelo
ELENA
TRISTAN
ELENA
Las ofensas no están ni en las pa-
labras ni en los hechos, están en la
intención Y tú acabas de confesar
que nunca estuvo en tu ánimo el
interés de desagradarme.
TRISTÁN
Es cierto. Pero ¿ y si sin darme
cuenta ? . . .
ELENA
Da lo mismo La inconsciencia no
es responsable.
TRISTÁN
De todos modos ...
ELENA
Desengáñate, Tristán; yo soy fata-
lista. Nuestra voluntad se quiebra
muchas veces ante el destino. El
plan mejor combinado se derrumba
al soplo de lo desconocido. Sólo una
voluntad perseverante consigue lo
que se propone ; pero no como la
mente lo sueña, sino á costa de
grandes sacrificios y como la suerte
se lo da.
TRISTÁN
Me encantan esas filosofías, Elena.
Pero sepamos : ¿ hay en tu vida al-
go irreparable ?
(iS
ELENA
Ya te he dicho que no creo en lo
imposible Si los medios ?on buenos
para conseguir el fin, todo puede lo-
grarse ; i pero con qué serie de tor-
turas muchas veces!
TRISTÁN
Me entristecen tus palabras. Hay
en ellas una amargura recóndita,
infinita. En este instante me siento
estrechamente ligado á ti. Quisiera
tener en mis manos tu felicidad, y
aunque fuese con el sacrificio de la
mía, dártela. No hay en esto un im-
pulso cortés de complacerte, no; es
cariño, es amistad, es dolor: lo que
tú quieras. Pero es así.
ELENA
Me sería muy cómodo creerte ; pe-
ro aun reconociendo tu sinceridad,
renuncio á ello
TllISTÁN
i Qué enigma hay en todo esto ?
ELENA
¿ Enigma ^ Tú lo has dicho. De mis
labios no saldrán más que palabras
imprecisas, acentos borrosos. ¡ Ah,
Tristán ! Ni yo misma sé lo que sien-
to. ¿Enigma? Tú lo has dicho No
me preguntes más, no me pregun-
tes más
TRISTÁN
Tú siempre fuiste transparente
para mí.
ELENA
Y lo sigo siendo. Observa que
cuando la superficie de nuestro lago
está turbia para nosotros, no está
diáfana para nadie.
TRISTÁN
¿No eres dichosa, Elena?
ELENA
¿ Lo eres ti'i ?
TRISTÁN
No.
ELENA
¿ Por qué ?
TRISTÁN
¡ Quién sabe !
ELENA
Eres vengaiivo. Me ocultas tu
pensar.
TRISTÁN
No, Elena; es que desconozco la
causa. Cuanto me rodea me es agra-
dable ; pero tengo un vacío en el
alma que no acierto á llenar.
ELENA
¿ No te basta con el amor de tu
esposa ?
TRISTÁN
Quizá sí . . .
ELENA
¿ Entonces ? . . .
TRISTÁN
¿ TÚ no concibes que el exceso de
felicidad puede labrar la desgracia
de una persona ?
ELENA
El exceso de comodidad, de pla-
cer, sí. De felicidad, que es alegría
del alma, ilusión de la mente, en-
canto de los sentidos, no. La felici-
dad escapa pronto. Guando nos in-
vade el hastío, ya hace tiempo que
nos dejó, quizá sin saberlo nosotros,
porque aun perduraba en el alma sa
deliciosa embriaguez.
TRISTÁN
Es verdad. ( Pau<-a ).
ELENA
i Tristán !
TRISTÁN
Elena !
ELENA
¿Te acuerdas de nuestra juven-
tud?
TRISTÁN
No la olvidaré nunca!
ELENA
Qué días tan felices.
TRISTÁN
¡Oh, sí!
- 69 —
ELENA
I Los recuerdas algunas vez ?
TRISTÁN
¿ Los ha olvidado tü ?
ELENA
No.
TRISTAN «
Son esas escenas candorosas y
tiernas de la infancia la música que
conforta el espíritu en los días de
tedio (Pausa) Veo que sonríes. . .
I Te gusta oirme ?
ELENA
i Oirte? i Me encantó siempre I
Vicente ALMELA.
-o{iaCCCÍs}o-
Oróníca botia^vetise
I\n
Ai'i>i.o.
ÁiitiijO ¡'(''rp: 1/ Curia:
Cumplo mi promesa.
Este pobre rincón del mundo es
bueno que se conozca un poco.
Buenos Aires es sin duda alguna
una gran ciudad, asto nadie lo
niega, pero una gran ciudad mi-
crocéfala, un monstruo puro estó-
mago
El ambiente intelectual de Bue-
nos Aire?, es un ambiente tísico en
el cual se acatarran los cerebros
jóvenes y agonizan dolorosamente
los cerebros hechos. Se dice por
ahí, que la culpa de esta debilidad
la Tiene la juventud del país, el
poco tiempo que hace salió de la
tutela maternal de España... pe-
ro . . en fin, pueda ser.
Aquí no hay nada, amigo Pérez.
Aquí todo es superficialidad, tilin-
guería pura. Aquí nada se toma en
serio; ni el Arte, ni la Ciencia, ni la
Moral, ni la Política ! ¡ Nada !
La preocupación c^ioll'y es la ri-
queza fácil, sea por medio de un
casamiento rfe co»reniencin, sea
por la política que facilita la intro-
ducción de las uñas en las arcas del
Estado Ahora también se cree
en las revistas ilustradas, - ¡ una
verdadera peste, amigo Pérez y Cu-
ris ! — en el teatro popular, resumi-
dero donde van á parar todos los
desperdicios intelectuales, y hasta
en los libros ! . . . Así mismo, ami-
go mío ; figúrese Vd. como estará
el arte por estos i> 'g y<t.
Ayer fui al café Hrasii
El café Brasil está situado en la
calle Corrientes, al lado del Teatro
Nacional. Es un café donde se reúnen
los artistas del Teatro, los aficiona-
dos á la literatura, los bohemios de
todas clases, algunos anarquistas
intplec'uoles, los amigos de la pose
artística, y todos los melenudos an-
siosos de exhibición. Yo no sé en
que grupo colocarme.
Allí se charla de todo Allí se
desahogan los odios, se echan á vo-
lar las ilusiones juveniles, se pro-
yecta, se calumnia, se alaba, se
insulta. . Se recitan poesías fres-
cas, se caricatura « á la minuta »,
se leen y se comentan juicios, se
tiene ocasión para robar' ideas, pla-
giar innovaciones . . y, etcétera.
Las novedades de toda clase se sa-
ben allí.
— Che, no sabes nada ? Fulano
publica un' libro.
— No sabes la novedad ? Zuta no
ha presentado una obra al teatro.
— Te das cuenta ? Mengano ha
expuesto una colección de acuare-
las en lo de Witcomb !
Y así
Los que trabajan, van al café
Brasil los sábados para enterarse
— 70
En la fotografía L'Aiglon estuvo
expuesto hasta ayer un yeso de
Andina.
Es un hermoso grupo que el au-
tor ha titulado Náufragos. Un
hombre de medio cuerpo desnudo,
sosteniendo con el brazo izquierdo
á una mujer semidesmayada que
tiene en sus brazos un niño asom-
brado, en actitud de asirse á una
roca que sobresale entre las en-
crespadas olas de la mar. Las ex-
presiones son de una exactitud
asombrosa, los detalles anatómicos
bien estudiados sin llegar al ridícu-
lo extremo del joyero, el conjunto
armónico y la ejecución artística
admirable Toda la prensa le ha
aplaudido con justicia, cosa que
pocas veces sabe hacer la prensa
Emiho Andina ha triunfado con
esta escultura que se dice será com-
prada por la Municipalidad para
adornar los paseos. En la Exposi-
ción Internacional Permanente de
Italia, tiene El Picapedrero que
yo reproduje en « Germen ». Es un
artista filósofo, una voluntad indo-
mable y todo un carácter. Cuando
yo le visité en su taller de Recoleta,
me mostró la baranda de su cama
que le sirvió de sostén para la obra
en barro. Entre un hambre y un
desvelo ha podido llegar á triunfar
contra todos sus enemigos, sin do-
blegarse, sin humillaciones . . .
Podría servir de modelo á mu-
chos.
¿ Usted oyó hablar de Pelele ? Es
un dibujante que publicó en París
un álbum con las caricaturas délos
sud-americanos « de plata » que pa-
seaban por Europa. Rueño, este
Pelele expuso en el salón de Wit-
comb una serie de caricaturas del
cuerpo de profesores de las varias
facultades, y otros » personajes ».
Vo entiendo que la caricatura no
debe ser un mal retrato, ni un re-
trato hecho de dos plumadas y cua-
tro pincelazos más ó menos mal
puestos. La caricatura para mí, es
el estudio psicológico de un tipo,
hecho á pluma; al lápiz, al óleo ó á
la acuarela, de una manera satírica.
Lo que la fotografía no es capaz de
expresar, debe expresarlo la cari-
catura. Exagerando el flsico, ha-
ciendo hablar á los rasgos fisonó-
micos y deformando las expresiones
debe el caricaturista llegar á dar
una idea del carácter, inteligencia
y aptitudes de su caricaturado.
Los atributos deberán usarse con
mucha moderación, porque sino re-
sultaría una alegoría personal cada
dibiyo. Después de todo esto, hacer
que se conozca al tipo, es el triunfo
de una caricatura, arte difícil por
demás.
Pelele no ha tenido en cuenta
nada de esto.
«El Record» es una revista de
educación física y deportes que se
anuncia para fines de Febrero.
Santiago Fuster y Castresoy es
el director de «El Record».
Dícese que será la única en su
género, por el lujo y la presenta-
ción artística.
Fuster Castresoy es considerado
wno de los mejores reporters de
aquí. Esto hace esperar un triunfo
ruidoso Esperemos.
Se han formado dos sociedades:
La de « Autores Dramáticos y la
de « Actores Dramáticos ».
En la comisión de la primera for-
man parte dramaturgos conocidos
como Sánchez, Zabalía y otros.
La de actores no la conozco.
Hoy apareció el primer número
de « Buenos Aires Ilustrado ^ revis-
ta semanal á diez centavos que no
trae absolutamente ninguna nove-
dad.
Se habla de otra revista más
( i cuando yo le decía que era una
verdadera peste ! ) de carácter ga-
lante, sensualista y cómico
Creo que se llamará « El Morron-
go » y lo dirigirán los dibujantes
Wiedner y Henavente.
En otra seré más extenso.
Un apretón de manos de su affmo.
Alejandro Sux.
Buenos Aires, Enero de 1908.
I
80
h: O s jPs. ]sc ]sr jPs.
Pueblo, bésame en la frente
como si fueras pampero,
yo soy tu cantor y quiero
saturarme con tu ambiente
Mi esperanza te presiente,
mi fe en la noche te augura
rompiendo la ligadura
que á la miseria te liga
como nna bíblica espiga
De la cosecha futura
¡El poeta! En el taller
del alma un tesoro labra,
para él tiene la palabra
curvaturas de mujer , . .
i Pueblo ! Yo voy á encender
la fogata del ensueño . . .
porque me sobra el empeño
entre la sombra que crispa .
¡la lira arroja la chispa
y cada estrofa es un leño !
De las montañas él sabe
lo que piensan las alturas ;
el poeta en sus locuras
de luz traduce algo grave . . .
Oh, pueblo ! yo soy el ave
que canta tu libertad
y cruza la inmensidad
de tus nostalgias de ilota,
como cruza la gaviota
las nubes de tempestad.
¡ Libertad ! lucho por ella
con la espada de la estrota;
para el áspid de la mofa
tengo el desdén de la estrella.
Marco en la frente la huella
de los bríos duraderos;
en mi embriaguez de luceros
desprecio de loco el mote . . .
¡ es tan grande Don Quijote
cuando aplasta los carneros!
La Platu.
Pueblo, yo soy tu cantor
y quiero en mis arrebatos
abofetear tus Pilatos
con puños de gladiador.
Yo anhelo con el fulgor
del incendio en que me abraso,
dejar con la noche un trazo
que de lejos, brille y sea,
la proyección de una idea
sobre la sombra de un brazo !
Muestra, pueblo, tus martirios,
lanza tus hondas querellas
como un rebaño de estrellas
en una pampa de lirios.
Yo cantaré tus delirios
en harmonías bizarras
y, si altivo, te desgarras
agrandaré mis enojos
para ungir mis versos rojos
con la sangre de tus garras !
Por eso, tiembla y palpita
con tu lenguaje soberbio
como el chasquido de un nervio
en mi nostalgia inflnita . .
Pueblo, yo escucho la cuita
de tus tristezas aciagas ;
y en el antro donde vagas
llenar, compasivo, quiero :
de lirios tu estercolero
y de bálpamo tu? llagas.
¡Oh, pueblo! muestra tu andrajo
y prosigue la jornada
cantando en la barricada
marsellesas del trabajo . .
Tu poeta, desde abajo
buscará la redención,
porque lleno de pasión
ya le parece tener :
¡ la cabeza de Chenier
en los hombros de Dantón !
Francisco Aníbal Rui.
<^-^CCC^1}t>-
p"ie:bp2.es
Noche.
En la ciudad sola y triste so-
pla un viento de melancolías.
Nada os gris, porque todo es
l'ara Ai'üi.o.
negro : sin estrellas el cíelo, y sin
luna ... Y los hombres . . . Ah!,
los hombres ...
En las calles rectas, los focos
— 81
de luz eléctrica en hilera, — de
cuadra en cuadra . . . Los focos,
ellos, los solitarios aquella no-
che. ¡ Quién sabe porqué !
Cruzo las calles . . . Una lluvia
fría, delgada, sín ruidos, me
tamborileaba en el rostro . . . Mis
pasos resuenan en las veredas
produciendo un eco lejano, como
bajo las bóvedas de un cemente-
rio. Peculiaridades de la atmós-
fera !
¡ Qué canción entonaban las
acacias y los pinos!
Tristezas aqui dentro ... oh
desolación !
Yo no sé . . . Terrón de azú-
car, duro. Espíritu con plétora
de almibares nectáricos, que qui-
siera encontrar el que ha sofiado
para volcarse en él. Ese diáfano,
puro, que sabe no le engallará
porque lo vé . . . ¡ Gota de rocío
en la corola de una azucena, con
sus hermosos, con sus irisados
cambiantes bajo el sol ... !
Eumbo á mí alcoba voy por
las calles meditabundo . . . Pien-
so en auroras de días nuevos, en
las mañanas primaverales del
porvenir, y en las casitas blan-
cas como palomas dentro del
marco de la mies de oro de los
trigales.
Allá á lo lejos el coche fúne-
bre pasa muy lento ... Y refle-
xiono : ¡ Cómo tarda el entierro
de lo que ha muerto !
Los piquetazos lo han destrui-
do todo. Eso, putrefacto, apes-
t'i • . . ¿ . . . ? Sí ! Y también son
culpables los caballos del con-
vencionalismo y el prejuicio.
No les rompáis las patas ; pi-
cadlGS, que ya llegarán !
La Plata.
El viento sopla recio.
Noche triste, negra, de insom-
nio, de invierno.
Un silbido intenso, prolonga-
do, ascendente y descendente, de
ulular quejumbroso, penetra por
las rendijas de mi puerta ... Y
uno se siente solo, apartado, le-
jos ... ¿Y los otros? Duermen
tranquilamente. No saben de la
grandeza fosforescente del solita-
rio ... Y estos cerebros nuevos,
sin prejuiciosidades, anormales
si se quiere, están cada vez más
ensimismados, más consigo . . .
Son horas semi -negras, . . . Re-
membranzas, reminiscencias de
algo, que hacen sufrir y gozar al
que padece . . :
Después, todo cae extenuado.
¡No se puede más!
Es el peso de una educación
bastarda que hizo al místico ¡
Estudien los psicólogos á estos
modernos cantores, que luchan,
característicos de una época de
febrilidades impacientes ! Her-
moso tema el que presentan es-
tos sublimes poetas que yo amo,
que llevan palpitante en sí, vi-
brando como un augur, el color
rojo de sus trágicas neurosis! .
Allí, en esas retinas, hay algo
explorador de mundos nuevos.
Duerman los soñadores; res-
tauren sus fuerzas para las lu-
chas diarias. Y eduquen á los que
vienen, — basamentos de aquella
Humanidad de hombres libres,
de corazones amorosos . . .
¡Que los corpúsculos prejui-
ciosos que en la sangre quedan,
se irán extinguiendo ante los ro-
jos, que los suplantarán . . . Has-
ta que se haga el Integro ! !
Fernando M. del Intento,
82 —
Pascuas í)ritnavetaUs
Primavera. — Los plátanos
Vuelven á retoñar, y su follaje
De un verde amarillento de cimófana
Se destaca en la calle
Como un haz de madroños agitados
Por la brisa; en el aire
Hay comunión de aromas; los recuerdos
En el alma renacen
y hay sangre en las mejillas de las vírgenes,
Y hay plétora en la flora del paisaje.
r
Pueblan las avenidas
Frufrús de seda y gorgoritos frágiles
De femeninas voces; errabundos
Pajarillos se posan en los árboles;
Flores de madreselva sobre el césped
De los jardines caen,
Y están de fiesta todos los espíritus
Y todas las conciencias en el parque,
A la sombra dulcísima
Que dilatan los sauces.
¡Oh, el perfume divino
Que oculta entre los pliegues de sus chales
La virgen Primavera y se derrama
Sobre el negro florón de mis pesares!
¡Oh, la eterna alegría
Del pájaro en la selva! ¡Oh, el tremante
Corazón de las frondas donde quiebra
El sol sus rayos invadiendo el parque!
¡Salve á ti que presides la agonía
Fugaz del tedio, Primavera, salve!
Cuando á mi huerto vienes mi tristeza
Se convierte en la gloria de mis tardes.
Primavera, contigo
Reflorece el jardín de mis ideales.
Pérez y Curis.
— 83 —
Ideas
Del libfo "flltna Tfágica**
Para el artista que no ahoga su fantasía en el mero sensacionis-
ino, hay en la estética de la línea tal cantidad de Dios, talvez
mayor, inmensamente mayor, que la que cree columbrar el asceta
desde su reclusión claustral.
Los individuos que, por la promesa de la g-loria futura que les
asegurará el perpetuo goce,— hanse petrificado en la frase de Kem-
pis: vanidad es amar la presente vida; vanidad es amar lo que tan
presto pasa, — han ido mutilando lo que de Dios existe en la Natu-
raleza, con ese régimen impuesto de espantosa y estéril soledad.
En el arte como en el amor se opera el prodigio de la fecundidad.
La vida es su más bello florecimiento.
¡ Oh pensamiento ! en vano te esfuerzas por abarcarlo todo, con
tu vuelo audaz ; en vano es que tu implacable bisturí vaya disecán-
dolo todo ...
... El poder de tu visual centuplicóse con el poder do la lente, y,
con el ansia suprema del que desea, araílastc el rostro de lo infini-
tamente sombrío, sin poder conseguir nada de la verdad que te pro-
ponías;
. . . Está fuera de ti, escapa á tu poder, el llegar hasta el fondo
del supremo misterio.
Ayer como hoy, y hoy tal vez como mañana, te seguirá opri-
miendo la X indescifrable de la vida.
Gravitó sobre ti, como un enorme peso oprimente, la serenidad
de las esferas, y tu alma fué á enriscarse en los témpanos polares de
la duda ...
•ir
¡Harmonía, harmonía divina...! Tu ritmo produce mi embria-
guez . . . Obsesionado mi pensamiento de la sublime forma bella,"
sigue tu vuelo hacia el azul, lo seguirá eternamente, aun cuando
quede la materia, como un oriflama rojo — sangrando en los pica-
chos de tus cumbres.
. . . Quieres hacernos transparentes, y tus esfuerzos por conver-
tirnos en luz, nos van carbonizando lentamente en el deseo . . .
No importa: de las mutilaciones de la carne surgirá triunfal la
poesía del dolor; y hacia ti irán; Amada de mi vida y de mis sue-
ños, las blancas mariposas de mis poemas, á esparcir el polen de
mis caricias en la rosa encarnada de tus labios.
L Rodríguez Martín.
— 84
Esí)ítias y floras
Para Apolo.
Rompieron las fibras sensibles del alma,
Los roncos gemidos de acerbo dolor;
Perdida la dicha, perdida la calma.
Vago por el mundo, mendigo de amor!
Horrible jornada ! j Qué largo camino !
Cubierto de espinas, sembrado de abrojos ;
Con furia implacable llenóme el destino.
De acíbar los labios, de llanto los ojos!
Crucé la comarca de los desengaños,
Do arraigan las flores de las decepciones ;
Llevando girones pasaron los años,
Del manto de armiño de mis ilusiones !
Tan solo me dieron espinas las flores,
Tan solo del viento gemidos sentí;
Negóme la brisa sus dulces rumores.
Vi sólo tristezas en torno de mí !
Al fin tras la noche, surgió en lontananza.
El astro bendito que luz irradió;
Trayendo en sus rayos la dulce esperanza,
Con besos de fuego, mi sien coronó !
Un ángel rodeado de luz rutilante.
Plegando sus alas, pasó junto á mí;
Con voz que escuchaba mi alma anhelante.
Borró mis pesares, hablándome así:
« No llores, no llores ! Jamás en la tierra
« Perduran las horas de amargos dolores ; ?
« Por siempre en el fondo del alma se encierra
« La dulce esperanza con sus resplandores !
— 85 —
« No temas de nuevo volver á la lucha,
« Si vuelven las sombras, tu faro seré ;
« Mas yá se alejaron, y sólo se escucha
« El himno grandioso de amor y de fe !
« Levanta la frente mirando hacia el cielo,
« Un ser en la tierra, su amor te dará ;
« Con hondas ternuras, colmando tu anhelo,
* Tu lira cansada, feliz templará ! »
Dejando rumores del rítmico acento,
De nuevo sus alas, el ángel batió ;
Y hacia las regiones de azul firmamento
Do moran los dioses, su vuelo emprendió!
Oh! sí, desde entonces, soñando he vivido
Con esas mujeres de ardientes miradas;
Oh! sí, desde entonces, mi mente ha tejido
Diademas con flores, del alma arrancadas!
Alfredo Ramela.
Montevideo.
— 86 —
Poetas nuevos
Tus ojeras
Para Apolo.
La azulada penumbra de tus grandes ojeras
Dilata los misterios de tus noches calladas,
Y cuando en el espacio sumerges las miradas
Se adivina el connubio de tu alma y tus quimeras;
Cuando alumbras tu boca con sonrisas veladas
Parece que en los pliegues de los labios sintieras
Aletear intranquilas como aves prisioneras
Gratas y turbadoras las caricias soñadas.
¡Oh, los dulces misterios de tus noches ocultas!
En vano en el secreto de tu alma los sepultas . . .
¡Oh, tus ansias extrañas de ignoradas delicias.
Sueños incomprensibles, eróticas quimeras,
Trinos, suspiros, flores, besos, astros, caricias,
Todo brilla en el fondo de tus grandes ojeras ! . . .
Fermín Garico'íts.
Ensoñaeión saprema
Para Pi'rez y Curis.
Al evocar los besos que tu boca
Me diera en el espasmo de un exceso,
Sorprendióme la noche en embeleso.
Solitario, gemir, junto á una roca . . .
Soñaba con tu espíritu de loca ...
Y muriente de amor, sentíme opreso
En el fuego candente de tu beso,
Porque á la llama de mi amor provoca.
Y te estreché en mis brazos, desmayada
En ansias y placer ... — Abandonada,
Te mecía al capricho de mis besos.
Y te oprimía en convulsión extrema.
En delirante ensoñación suprema,
Perdido en el ardor de mis excesos.
Carlos María de Valle jo.
Montevideo, de 1907.
87 —
ft utia patita mimosa
Conozco una gatita displicente
(le tan flexible cuerpo tentador,
(jue me consume la esperanza ardiente
<le convertirme en gato seductor.
Traidora en su mirada, suave el pelo,
tan terso y suave, que con gozo ufano,
siento la sensación del terciopelo
si acaricio su lomo con la mano.
Y si alza su mirada soñadora
y una caricia lánguida le imprime,
siento en lo hondo del alma algo que implora,
siento en lo hondo del alma algo que gime.
En locos desvarios, un tejado
vislumbro con deleite en lontananza
y sobre él á un gatito enamorado
jialadeando la miel de una esperanza.
Sin que una fibra de su ser conmueva
la noche oscura, aguarda con anhelo,
á una felina seducción que lleva,
en sus ojos azules todo el cielo.
Para Afoi.o.
Y en brazos de mil dudas maldecidas,
gime y espera en vano á la traidora,
con ansias de matarse, mas no ignora,
que es un gato y que tiene siete vidas, . .
Luego, transida el alma de amargura
ante la indiferencia de la amada,
como al conjuro de una voz malvada
huye y se pierde entre la noche oscura.
Mientras en una habitación risueña,
sobre la curva mórbida de un brazo
dormita la gatita en el regazo
tibio y amante de sn dulce dueña.
Y oh ! poder misterioso del destino !
cómo se cumple tu fatal sentencia
en un caso que niega la conciencia
por macabro, romántico y. . . felino !
En el fondo de frías lobregueces
la noche aquella, viose inanimado,
el cuerpo de un gatito desdichado
suicida pasionista siete veces !
JOSlí VlAÑA.
Poetas nuevos
fílborada
Para la Sta. C. ^^ar¡no.
El sol ú las nubes
de púrpura pinta con pincel de mago,
dora las espigas,
á las hierbas dora,
mientras en sus rayos vagan los querubes
que alegran los parques.
Un indicio vago
de la noche, flota
por entre las hojas en la. espesa selva,
y en el lago vése retratado el cielo
cual si el lecho fuese del tranquilo lago.
Caen de las hojas
como hermosas perlas, gotas de rocío
que la tierra absorbe.
y las labradoras
recorriendo el surco, cantan como alhojas
las canciones dulces
que del bello estío
himnos son de gloria;
himnos que acompañan los pausados pasos
de los bueyes tristes que el arado airastran
siempre divagantes en su mudo hastío.
labiado está el campo de graciosas llores
HW. la brisa embriagan con aromas suaves
y en las arboledas cantan sus amores
en sublimes himnos, las risueñas aves.
Poblado está el campo de graciosas flores
que la brisa embriagan con aromas suaves
y en las arboledas cantan sus amores
en sublimes himnos, las risueñas aves.
Alberto R. Macció.
— »s
3SÜXJEVO CjPLN:tJ"E:
nofotjia. — liUENOS AlHES.
- Hemos
recibido el número correspondiente
á Septiembre-Octubre de 1907 de
esta interesante revista que dirige
el doctor José Ingegnieros.
Como esta publicación está por
encima de todo elogio, dada la sin-
gular competencia de su director,
publicamos sii sumario como mejor
Tributo :
« José r.. Pinedo » : « Educación
de los niños retardados » ; « lAicas
Ayarragaray : < El suicidio en las
campañas argentinas»; «Genaro
Sixto: € Tratamiento metatrófico
de la epilepsia infantil » ; « José In-
gegnieros : » € Liberación y aban-
dono de alienados delincuentes » ;
« José Ingegnieros » « La alienación
mental y el delito > ; « José Ingeg-
nieros»: « Los alienados y la ley
penal » ; * Lucio V López y A.
Agudo Avila : < Disimulación en los
delirantes sistematizados * ; « Ma-
nuel C Barrios y Leónidas Menda-
ño»; «Responsabilidad y alcoho-
lismo»; «Baltasar S Beltrán » :
« Histerismo y Responsabilidad »
Agradecemos el envío y estable-
cemos el canje correspondiente.
$:XX--*
K-EFE-ODUCCIOnSTES
I)i' nuestros uúiiicros ¡iiitcridics han he-
dió reprodueeiones los iieriódieos siguien-
tes :
Kl Cojo lÍKstrado, ('jiiacas : « Marea \'es
pertina», jior Miguel l^uis Hocuant : l.a
Tfihiina I./heyl<iyia. Montevideo : « llipios
l'cdítieos ». por IVrex y (¡iiris : Vida .\iiff(i,
Florida: « I'ara mi niilo». |ior N'ieente
Medina: h'l Iris. \'ill:i <lel Cerro: «El
Baño ». por Julin Herrera vKeissig; Vida
.\uei-ii. Florida: «Cantinela», por Vicente
Medina : Kl Ir/s, N'illa del ("erro : « Éx-
tasis ». por Pérez y Curis ; «Miserere», por
Juan IMe»')n Olaondo ; Vida ISrirva, Flori-
da: «Sonetos», portearlos Zuia Felde.
-$CXr::$-
h:k.i^jPs.XíPl iixip=opg.xjPListxE:
En el cuento « N'ida » de nuestro distin-
guido eolaliorador huis l{<il)eito Ho/.a, apa-
recido en el ui'iinero anterior de Apolo,
omitimos involuntariamente una frase que
altera el orden de todo un párrafo.
A la frase :
« Vui^lro lox i>Jo.-: íohrr (('/>(>'//(( })(i'^)7'
hnijey, i¡ur fxlii-iidi' in'm rii rl ihíplacable
r(í''i'i> .s;/ mano deararnudii »,
sigue la siguiente :
« I'osa i'iia soiiibra. tinu ni'i/fir somht-a
({)'!> (iranzii lijrra »,
y después :
« Es un clérigo, etc. ete.
jPs.í=olo — isruixiEP2.o de: EisrH:R.o
Nuestro número extraordinario tuvo un éxito enorme. Lo esperábamos,
á pesar le nuestro ambiente caldeado ya por la envidia.
A nuestros amigos y camaradas de Hispano-américa, les comunicamos,
al agradecer su concurso, gue el l.o de Mayo del año corriente publicaremos
un número similar á ese.
-oO^CXX^K
LIBK.OS PiECIBIDOS
A nuestra mesa de redacción han llegado los siguientes libros recién publicados:
«Crítica del Genio», por Pedro Sonderéguer. «Almas de Fuego», por Felipe Bas-
le. «Los problemas de la libertad», por Carlos Vaz Ferreira.
Prometemos ocuparnos de ellos en el próximo número.
oaaiAaxNoiM
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^g^ Ociauínii 'oixnj^ op <^\ 'eptaoA^^
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APOLO
REVISTA MENSUAL DE ARTE Y SOCIOLOGÍA
DK VKNTA KN TODAS LAS LIBRERÍAS DEL IRlíU AY
Y LA ARGENTINA
PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN MENSUAL
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Administpador: UUlS PÉREZ (Ejido 190)
n ('<ti-r(^si)(>n(l<^iic¡a literaria á l'ElíKZ V CLlíJS
— MON'l'KVlDKit nn i.r AV
JÍPOIÚ
Revista mensual d^ art-e y sociología
Direetor-Redaetor: Pérez y Curis -i- Redactor: Perfecto üopez Campaña
Secretario de redacción: 0. Fernández Rios
CUERPO DE f^EDACCION
Juan Picón OJaondo JNÍontevideo.
I^ancisco X'illaespesa — Madrid.
Manuel L'íjarte — París.
l'.nriqLK' Olaya ficnera — Hruxelas.
Pilis G. Prbina — México.
Ivafat'l Aníicl Trovo — Cai"ta,i>o de Costa Rica
(".uillermo Andieve — Panam;í.
iM'oihín 'I\ircios — 'PejLiUcio-alpa ( Honduras \
.Santia<^o Ar(>"LielIo — Peón ( Nicaragua V
Arturo Ambi()iii — San Salvadoi-.
M. .\P)reno Alba - l^arranquilla (Colombia'.
Miguel Pilis Roeuant — .SantiajL>o de Chile.
Pablo .Minelli (lOnzález Puenos Aires.
ivosendo A'illalobos Pa Váz (^Bolivia).
(Guillermo Pavado Tsava -- Pa X'ictoria ( X'ene/uela
kemii^it) Romero Pe(')n — Cuenca ( Pcuador \
luán C.uena Niiñez — Habana.
José de Dieiio — San pian de Puerto Rico. •
lllip. .'Lil i;\li;i(". i(<- Iv \'\\
l'loi-¡il;i NI \ '.iJ»
-í^
- 90
}0:
— Todo va saliendo á maravilla,
— me dice ofreciéndome im tabu-
rete en la gran habitación atestada
de circulares y folletos donde tra-
bajan febrilmente diez secretarios ;
— el congreso será como ninguno.
De Francia hemos recibido treinta
mil adhesiones Los grupos feminis-
tas, las sociedades científicas, las
universidades populares, las coope-
rativas, los centros libertarios, los
núcleos antimilitaristas y hasta al-
gunos sindicatos y sociedades de so-
corros mutuos, acuden en masa á
traernos el apoyo de toda una po-
blación consciente. Podremos estar
orgullosos de nuestra fiesta. Cuando
los representantes de la fracción li-
bre de cada nación inauguren fren-
te á la basílica célebre el monumen-
to del caballero de la Barre que-
mado en 1766 por no haberse des-
cubierto ante una procesión, algo
sutil y al mismo tiempo poderoso
va á í-alir de París para desparra-
marse por el mundo . .
— ¿ Y los delegados extranjeros ?
— me permití interrumpir — } se-
rán también muy numerosos.
Kl doctor Petitjean tuvo uno de
esos gestos casi imperceptibles, pe-
ro elocuentísimos que son la ef^en-
cia de su carácter,
— Todas las naciones estarán
presentes - repuso — y algunas de
legaciones, como la de Bélgica, ven-
drán en Irenes expresos y hasta
con sociedades corales. Tendremos
un delegado chino.. Demás está
decir que las diferentes repúblicas
de la América del Sud, tan resuel-
tas y tan atrayentes, estarán repre-
.^-entadas con brillantez. A la cabeza
de ellas, como usted sabe, la Argen-
tina ..
El delegado agradeció con un sa-
ludo y el cronista volvió á empezar:
— Y para el congreso de Buenos
Aires en 1900, ¿ qué previsiones po-
dría usted formular ?
— Varias. Entre ellas una personal:
que estoy resuelto á asistir á él.
Nada va á ser más interesante que
esa excursión colectiva al continen-
te ioven para activar allí la circula-
ción de la buena savia. Sin contar
con Jos beneficios que ello traerá á
la idea por que luchamos, se me
ocurre que esa gran asamblea uni-
versal, congregada en la capital de
un nuevo mundo, tiene que abrir
también insospechados horizontes
de intercambio comercial á los pro-
ductores y consumidores de todes
los paises Porque nosotros no so-
mos simples sectarios, sino hombres
de ideas avanzadas que lo abarcan
y lo comprenden todo. Los delega-
dos franceses por lo menos, serán
en su casi totalidad hombres públi-
cos ó grandes industriales que, sin
quererlo quizá, darán al vijge una
doble significación. INada puede im-
pedir que fuera del fin esencial que
nos conduce, observemos en torno
y descubramos posibilidades y exi-
gencias que desde lejos nos escapan.
Unos lucharán al volver en los par-
lamentos por modificar las tarifas
aduaneras ; otros crearán en su
industria nuevas corrientes comer-
ciales, y la visita de orden político
tendrá al fin, como todo en estos
tiempos de unificación y de síntesis,
sus resultados generales . .
Para ver á Furnemont tuve que
volver á estar en contacto con esa
ciudad maravillosamente sonriente
y hospitalaria que se llama Bruselas.
En el camino desde la estación
hasta el café donde pedimos los dos
grandes vasos de cerveza rubia pu-
de^bservar lentamente á mi com-
panero.
León Furnemont, diputado y con-
sejero municipal de Bruselas, hom-
bre de fortuna, fundadar de varias
cooperativas y secretario de la Liga
internacional del libre pensamiento,
es uno de los intelectuales más es-
timados de su país y, después de
Vandervelde, el que mejor traduce
el alma de esa democracia activa
que va ganando terreno é impo-
niendo sus concepciones á la nación.
De estatura mediana, más bien flaco,
nervioso, de ojos muy vivos, es,
con su barba en punta, un tipo ori-
ginal y simpático. El traje negro
que lleva con descuido y el sombre-
ro de paja que da no sé qué perfil
juvenil á su cabeza, donde abundan
los cabellos blancos, hacen de él
— 01 -
una figura campechana y atrayente,
que cabe con la misma autoridad
en el café elegante donde comimos
por aventura, y en la Casa del Pue-
blo donde tomamos el café más tar-
de en compañía de un grupo de elec-
tricistas
— Nuestros congresos del libre
pensamiento — me declara Furne-
mont no puedan asustar ya á na-
die. En otros tiempos tuvimos que
luchar contra terribles obstáculos
Hoy todo concurre á darles brillo
Y el que tendrá lugar en París será
seguramente el de más resonan-
cia entre los realizados hasta ahora.
No en vano ha habido un ministerio
Combes y una cámara capaz de vo-
tar la separación de la Iglesia y del
Estado París es hoy nuestra Roma
laica. En ella se reunirán dentro de
algunas remanas los emancipados
(le todo el mundo pnra afirmar su
deseo de desligar definitivamente
la tradición de la vida . . Y de
ese acercamiento de los mejores es-
píritus surgirá más vigorosa la vo-
luntad de todos ...
— ¿ Piensa usted ir á líuenos Ai -
res para el congreso de 1906 ?
— Iré ; y aprovecharé el viaje
para conocer el interior de la Re-
pública Argentina Es un país que
me interesa y me atrae más que
muchos de Europa, porque veo en él
no sé que audacia juvenil llena de
promesas ... A mi juicio, el congre-
so de Buenos Aires de 1 906 será un
acontecimiento ruidoso y comenta-
do. Por la primera vez en la histo-
ria una ciudad sudamericana servi-
rá de punto de cita para discutir
asuntos de interés universal
Ello equivale á incorporar á Bue-
nos Aires, á los grandes centros de
Europa y reconocer oficialmente su
importancia y su categoría... Lo
único que tememos es que las auto-
ridades, mal aconsejadas por algún
grupo enemigo, pongan trabas á la
realización del congreso ó dificul-
ten su obra . .
Aquí se imponía una aclaración
incidental :
— Es innegable — le dije — que
algunos gobiernos nerviosos y ex-
peditivos han dado á ciertas regio-
nes de Sud América una reputación
enojosa que autoriza los temores
formulados. Pero cabe afirmar que
en este caso no tendremos que la-
mentar ningún tropiezo. La posi-
ción y la autoridad de los organiza-
dores, entre los cuales figuran las
firmas de Augustin Alvarez, Pablo
Barrenechea y Juan Balestra, así
como la celebridad de muchos de
los delegados extranjeros que se
aprestan á concurrir, haría imposi-
ble toda tentativa de mal humor.
Antes bien, se puede predecir que
el poder facilitará, dentro de los
límites que le impone su abstención
teórica, la tarea de los congresistas
y hará gala del más amplio libera-
lismo. No faltarán desde luego los
que insinúen medidas prohibitivas.
Pero la casi unanimidad del país sa-
brá practicar la amplia hospitali-
dad que se impone. Y es casi seguro
que más de un adversario hará abs-
tracción de sus preferencias de doc
trina y callará sus rozaduras para
no pensar más que en la necesidad
de recibir cortesmente á un núcleo
de ilustres delegados extranjeros.
Puede usted tener la convicción de
que la actitud de las autoridades
será ampliamente alentadora. Aun-
que se sientan molestadas por el
matiz político avanzado que inevi-
tablemente imperará en el congre-
so, pugnarán por imponerse una
sonrisa, porque no ignoran el- re-
molino que el menor gesto brusco
podría producir en la opinión na-
cional y en la europea . .
— Siendo así, — reanudó Furne-
mont, — nada se opone al éxito de
esa primer reunión de libres pensa-
dores en el nuevo mundo . . . Será
un congreso histórico que nos per-
mitirá ver de cerca un país extre-
madamente simpático. Me han di-
cho que en Buenos Aires hay ahora
un millón de habitantes . . .
— Exactamente . . .
— A pesar de eso me asombra
que tengan ustedes una prensa in-
verosímil que no puede ser compa-
rada más que con la de Londres ó
la de Norte América ...
Y terminada la « interview » en
la terraza del cafó invadida por el
Ít2
crepúsculo, seguimos conversantlo
(le cosas varias, que se esfumaron
lentamente, como el humo de los
cigarrillos.
De las dos breves entrevistas se
deduce una moraleja que conviene
precisar en medio párrafo.
Los pueblos de la América del
Sur empiezan á abandonar ¿¡u papel
do eternos espectadores, para com-
partir con los de Europa la direc-
ción de la vida. Ya no se les consi-
dera como una dócil sucesión de
ceros destinados á corear las reso-
luciones tomadas sin consultarlos
VI empujo do una juventud prepa-
rada y resuelta que logrii horadar
los uniros antes impenetrables del
mundo viejo, nuestros países se in-
corporan al movimiento universal
y empiezan á ocupar dentro de él
el puesto que les corresponde. Una
vez reconocida su personalidad mo-
ral por Kuropa, !?ólo les queda la
tarea de aumentar su prestigio has-
ta igualar el de los demás países.
Lo difícil era hacer tomar real-
mente en cuenta nuestras banderas
jóvenes, (obtenida esa satisfacción,
las otras vendrán de por sí, porque
sólo dependen de nuestro esfuerzo.
Y la América del Sur tendrá que
agradecer este primer triunfo colec-
tivo á lUienos Aires, que ya empieza
á ejercer una justa hegemonía inte
lectual sobre el resto del continente.
Manuiíl i gartk.
-<Xl$^rX$)(}^ -
V-etius burguesa
Su falda suave, rozando
La baranda do un balcón,
Una joven, suspirando.
Los pétalos va arrancando
A un crisantemo nipón
Y como deidad <;i()iMosa
Por un cuento de líubén,
Los va guardando orgidlosa
En una eajita iKínnosa,
Chorno un diminuto edén.
Su mirada está pendiente
En algo ignoto y solaz,
Pues no repara el hiriente
Hesplandor de Febo ardiente,
Que nimba de oro su faz
i\'i advierte en unos claveles.
Une sonriendo en un jarrón
Exhalan voluptas mieles,
(jue llegi.n á sus vergeles
Como heraldos de pasión.
M repara que la brisa.
Fresca, lozana, sutil,
Juguetona se desliza.
Por la plegada camisa
De su alabastro gentil ...
Chivik'oy, ( If . A. )
l'iirii Ai'oi.i).
i\adie consigue sacarla
De su alígero soñar.
Ni el rayo que fué á nimbarla,
Ni la llor que va á sahumarla,
¡Ni la brisa en su pasar !
(Jué a-pavientos de grandeza
Prodiga su corazón ?
Fingirá ser la princesa
One derrochando belleza
Cruza un gótico salón ?
O soñará con las gemas
De (lolconda y de Geilán,
O con las estratagemas
Que en eróticos poemas
Le cuente un bardo galán ?...
No absorben su fantasía
Sortilegios de marfil,
Fs joven, rica, Harmonía
Rimó su excelsa poesía
En su todo juvenil.
Y su áurea falda, rozando
La baranda del balcón.
Sigue absorta, suspirando,
Los pétalos arrancando
Al crisantemo nipón!
Ovidio M. Barrancos.
93
jPs.-uir2^1io de^l IHe^brorx
; --,»t:sm.
'.^á 'W,
Altor de «Domus Áurea»
1 ^
— 04 —
táí)idas
Para Mawiel Pc'rez y C'inis, de Montevideo, como
lina reminiscencia y como 7in símbolo.
En el alba
En el cttepúsculo
Alba pnmaveral: una fontiina
niintin'a. un Jardín hace eclosiones
y un Jilu'uerii esnielita sus eaneionc-s
vierte tras el cristal (le tu ventana.
Es tibia y odorante la mañana ;
se estremecen de amor los corazones
y yo siento tremar mis ilusiones
l)o"rque esperan «(ue entreabras tu ventana.
Pero. i)or ()ué no sales, dulce hermana,
á mirar como rompen los botones
su prisióu y á mirar mis ilusiones
¡lue te afíuanlan mañana tras mañana'::'
Ya la aurora se fué y por tus traiciones
mis ensueños murieron, dulce Iiermana.
Un paisaje de mar: en lontananza
el sol, amortajado en los alcores,
muere. Ya en los estratos no hay colores
y va la noche silenciosa avanza.
Un paisaje de mar: en cuanto alcanza
mi pupila á mirar, sólo hay dolores,
dolores, por la ausencia de calores,
que huyeron con el sol por lontananza.
Ya mis ojos no tienen esperanza
de encontrarte, oh ilusión de mis amores !
Ya murieron mi* pájaros, mis flores
muertas también están por tu tardanza:
oh ilusión de mi vida!, en los alcores
murió el sol, y en mi pecho la esperanza.
En el eontieinio
La luna en el cénit: noche de estío
nemorosa \- ardiente. En la pradera
cierne su cabezal una palmera
mientras solloza en la hondonada un río.
La luna en el cénit: Como un navio,
del cielo por la vasta sementera,
boga una nube rápida y ligera
en esta noche cálida de estío.
Dondequiera hay calor, ensueño mío,
(lon<le(iuiera hay ventura, dondequiera
se ve felicidad en la pradera:
sólo en mi corazón hay mucho frío,
y solloza mi alma (jue te espera
como solloza cu la hondonada el río.
En otpo epepuseulo
En mis meditaciones
Honila dcsolaciiin : del eaini)aiiario,
como lánguidas notas de salterio,
difundiendo su fúnei)r(! misterio
las campanas congregan al rosario.
Honda desolación : del milenario
alcázar de la muerte — el cementerio —
surge un anciano encanecido, serio,
que es sin duda el .guardián de a(iuel san
[ tuario.
Me atrevo á preguntarle si al osario
no han llevado tu cutwpo, y con imperio
me responde el fatal livitinario:
— No turbes de estos campos el misterio:
aun vive, pero su alma, es un osario,
y tú duermes en ese cementerio.
Otoño de 1907. —México.
Oh corazón iutíel ; por qué viniste
á envenenar mi plácida existencia?
si sabias que te amaba con vehemencia,
oh corazón infiel; para qué huíste?
Desde el alba invernal Cu que partiste
negándole á mi vida tu clemencia
mí alma está, desgarrada por tu ausencia,
inmensamente acongojada y trist :.
La pluma á describirlo se resiste
pero es más que mi orgullo la dolencia
que me causa el rigor de tu inclemeiicia;
y estoy triste, ilusión, estoy muy triste!...
sí no habías de tardar: por que viniste
á envenenar mi plácida existencia?
Fr.^ncisco Cksar Morales.
— Í15 —
Vida
El cpimen voluptuoso
«Es una obsesión que me persi-
gue, que no déjame reposo. No es,
propiamente, un deseo sexual lo que
me atrae hacia ella. iNo. Es algo
más intenso, más enorme y mons-
truoso que no puedo ni explicár-
melo. Son extravagantes delirios,
ansias febriles de voluptuosidades
hondas é indefinidas, que me abra-
san las sienes, sécanme los labios y
hacen correr por mi epidermis vio-
lentos calofríos que se tornan luego
en apagadas y tibias sensaciones,
como una onda acariciante que co -
rriera por mis nervios enardecién-
dome la sangre.
Noche á noche espero la hora en
que eUa duerme. No plegó los ojos
pensando con cierta voluptuosa su-
tilidad, en i".«'o. Muchas veces me he
levantado, al amanecer, y de pun-
tillas, cautelosamente como un la-
drón, me he arrastrado por la
alfombra, para acercarme á su
lecho . . . Sin embargo, algo me
contiene I n lijero rumor, venido
quién sabe de dónde, me ha asus-
tado, casi helándome Ife sentido
angustiosas palpitaciones. Un sudor
frío ha corrido por mis sienes, y en
mi cabeza, los cabellos como mul-
titud de agujas, hánse clavado en
mi cráneo . . ¡ Cuánto tiempo ha
durado mi incertidumbre, mi dolo-
rosa agonía ? Un minuto, un año,
millones de siglos.
líe vuelto á mi cama. \íe he arro-
jado de bruces, mordiendo las sába-
nas, ahogando mi dolor entre las
plumas del edredón. Luego me he
puesto á sollozar, como un imbécil.
Anoche, las tinieblas invadían el
dormitorio. Al través de esas tinie-
blas yo veía claramente sombras
pálidas que pasaban inclinadas ante
mi. Luego, un largo desfile de visio
nes, blancas mujeres. que estiraban
sus cuellos, sus cuellos tentadores,
/'<()•(/ Ai'oi.o.
que tomaban la^ proporciones de
extrañas serpientes
Calladamente me levanté y acer-
quéme á su cama Mi amada dor-
mía i Qué bella estaba ! Acerqué
mi boca á sus labios, y bebí con
fruición todo el ardoroso chorro de
su hálito. Contemplé su cuello —
ah ! su caello! — albo como tallado
en espumas, sus pequeños senos que
erectaban como dos alas encarru-
jadas de cisnes en reposo, j Estaba
tan bella ! Sentí en mis manos el
obsesionante cosquilleo de tocarla,
de magullar su carne blanca, azu-
losa, de hundir en su mórbida gar-
ganta mis trémulos dedos, como
agudas garras Ah ! Con qué delicia
rasgaría su carne, sentiría el glu-
glu de su sangre, al estallar !
Sí . . Es un agudísimo deleite,
una sensación voluptuosa rara y
honda . . . Mis dedos, hundidos entre
la grácil curva de sus senos, res-
balan con cierto goce inefable Has-
ta el aire parece impregnarse en
enervantes efluvios de raras plan-
tas de Arabia . .
De pronto, lanzó un lijero grito.
Entreabrió un tanto los párpados,
volvió su cuerpo al lado contrario,
y continuó durmiendo . . . Un bulto
grisáceo, sedoso, un pequeño fan-
t sma, se alzó en el lecho, y empe-
zó á mirarme con ojos fosforescen-
tes de brillar ígneo ... Ah ! Es
« Rip ♦, su gata •< Rip » ! Maldito
animal ! Los ojos de la gata se fija-
ban en mí con escrutadora fijeza,
impenetrables, acusadores, inflexi-
bles, como dos grandes y líquidos
topacios. Tomóla con rabia, y entre
la tenaza de mis dedos, la estran-
gulé.
i Qué me djjeron sus ojos ? No lo
sé Pero es lo cierto que cuando al
día siguiente mi querida, entre hon-
— 96
dos sollozo?, presentóme la cabeza
dislocada del animal, yo volví á
ver sus ojos fijos en mí con imper-
turbable fiereza, como una mada
acusación, y sentíme horrorizado,
tuve miedo de algo siniestro y ma-
cabro, y por mis ojos pasó la visión
de una ergástula, de un patíbulo
erijido allá, en los terrenos maldi-
tos sin sol y sin riego . .
Y, sin pretexto aparente, eché á
mi querida á la calle, y mientras la
pobre sollozaba de rodillas á mis
pies, pidiéndome que no la abando-
nara á ella que me amaba como un
perro, yo protestaba interiormente
de mi destino que me obligaba á
arrojar al arroyo á la mujer ama-
da, para no matarla . .
Y sin embargo, doctor, no soy un
asesino . . . ! — concluyó.
El doctor calóse los lentes de
cristal, tosió un momento y le miró
perplejo.
Saiitiaso (If C'liilc. I¡iii8.
V SU frente, en la suave penum-
bra del estudio, un Hipócrates pare-
cía hacer muecas, sonriendo des-
preciativamente con su fría sonrisa
de mármol, desde el alto solio de su
pedestal Luis XV.
Y hasta una mosca irreverente
había ido á detenerse en la nariz
de un evanjélico Pastear, tranquilo,
apacible, cierto de la simpleza de
los hombres, á quienes había dise-
cado también, junto á la redoma de
sus experimentos patójenos, en su
laboratorio de cerebros fósiles y de
virus intoxicantes.
— Qué me dice usted, doctor ? —
exclamó el consultante — ¿ Qué re-
medio podrá darme usted ? . . .
- ¿ Remedio ? — contestó el mé-
dico con un gesto de abatimiento,
mirando sombríamente los librotes
de su estante. - ; El remedio ? . .
¡ El remedio se lo darán á usted en
el Manicomio !
Luis Roberto Boza.
-o<l$XC:$&^-
la Musa d^l í)i:isioti^vo
PlMas tPistes
Para Ai-OLO.
Cáfeere dupo
Arlas tristes mis rondeles
Son, y los tristes momentos
Que {;quí vivo son tormentos
Que me atormentan crueles.
Tiene esta cárcel obscura,
Como un círculo dantesco,
Un « patio » tintamarresco
De miseria y desventura.
Huyen, am¡i;os infieles,
De mi lado los contentos,
Y sólo beben, sedientos.
Mis labios amarii-as hieles.
Aquí, con vicio en hartura,
Hay un reposo chinesco
Y un saltar funambulesco
Ala muerte ó la locura.
i Ay ! En mi cárcel sombría
Si de tu boca las mieles
Yo lil)ara, vida mía,
Dice el Dolor sus ardientes
Frases, punzantes é hirientes,
En los hijos del Delito,
En primorosos joyeles
De una rica pedrería
Se trocaran mis rondeles !
Y de la Noche más largas
Son sus horas, más amargas
Si alza su conciencia el grito.
Adriano M. Aguiab.
97
Mu^rt^ Blanca
Pegu^fí^z
Para Apolo.
Morías como un pájaro en su nido,
en tu trono emoliente de escarlata ;
tus dedos picoteaban al descuido
la fresa que asomaba entre la bata . . .
A ratos delirabas la sonata
que te inspiró un amor desvanecido
y, oh, Suma Gloria, con la aurora beata
se abrió á tus ojos un Edén florido.
Plegóse en suavidades de paloma
tu honda mirada. Un religioso aroma
fluyó del alma entre los labios flojos . , .
Y florecieron bajo tus pupilas,
como sonrisas muertas de tus ojo's,
dos diminutos pensamientos lilas ! . . .
Julio Herrera y Reissig.
Montevideo, « Torre de los Panoramas ».
A madame Cle'nieDcc Ma~
latirte. — En Buenos Aire:^.
Para Apolo.
Allá un jardín de luz que exorna el ciclo,
un jardín de jacintos y topacios,
contemplo en esas noches de desvelo.
y va mi pensamiento en raudo vuelo
como águila que se hunde <;n los espacios.
y escucho lo que dicen las estrellas,
que así exclaman : — Inútil es tu empeño,
oculta tu dolor y las querellas
y ahoga en tu garganta aíjuese grito !
¡ Molécula del Cosmos !
¡ Cuan pequeño
eres!, — me dicen con piedad los astros
en su lenguaje de sidéreos rastros,
y torno á mi rincón del Infinito,
oculta entre mis brazos la cabeza,
y caigo y me sepulto en la tristeza
como si fuera un satanás proscrito . . . !
Lisímaco Chavarría.
María H. Sabbia y Oribe
- 'i)8 -
Nuestro castellano y el ttiodemismo
A Josf' Kiiriquc Rodil
f'ji-i' .li'.Ji, >.
>io tanto como haber nacido un nuevo idioma Todavía no tanto como
necesitar los de acá poner lindero en el término del español que escribi-
mos, para destacar más claramente una querida y pintoresca propiedad.
Ya nos distinguimos pero aun no es tiempo de, ni conviene fijar fronteras.
Estado tal debe coínplacernos porque en nada desvirtúa una agraJ-iMo
fraternidad con los hijos de la distinguida abuela España que nos legó al
menos un ligero donaire y un algo de gracia caballeresca
Es indudable que entre los dorados ensueños del espíritu americano
figura la posesión de un lenguaje tan suntuoso y tan peculiar como nues-
tra flora. Acaso es la más estimable de mis esparaiizas ésta de que la ac-
tual juventud literaria pueda realizar ese ofrecimiento precioso en honor
de nuestra querida América y del intelecto universal.
Tan acertadamente orientado, el castellano en el Nuevo Mundo efectúa
una evolución discreta pero evidente, lenta pero continua, que llenará de
satisfacción á quien se detenga siquiera sea con brevedad á considerarla.
De todas partes muchas buenas voluntades concurren para asistirla y sos-
tenerla; y que en algunas comarcas el interés sea menos vivo ó el espíritu
más estacionario, no será obstante á la marcha de ella ni al acercamiento
de una época más feliz, pues lo que demoren los unos lo adelantarán con
gusto los otros.
Prescindamos de pensar en uno ó más «neoespañoles>.,No se llegará en
mucho tiempo á contar tantos castellanos como regiones que lo hablen, no.
Hay sí una íjran atención fija en que el castellano de América se indepen-
diza y enriquece. l?lanco Fombona estuvo en lo cierto al decir que tiene
más combinaciones, que su vocabulario es más extenso Y ya será cuestión
de suerte m llega á tener mfiyor ligereza, frescura y virtualidad en una
que en otra zona
Conservando cuanto merece conservarse, resucitando lo que no ha
debido morir, combinando, introduciendo, creando, presenta el castellano
con el nombre de «modernista» la más interesante y grata de las evolu-
ciones. El espíritu la impone y han de verificarse milagros de expresivi-
dad para que las exteriorizaciones puedan cumplirse con toda pureza.
Nuestra verbalidad tiene cada día nuevas y más bellas exigencias á que
atender porque el alma no cesa de combinar sutiles complicaciones, y es
preciso decir el romance maravilloso, la novela florida de las almas.
Considero, la solicitud colombiana en pro del modernismo como la prin-
cipal y más valiente. Mas, si por esto habéis de mirarme un instante
serios, queridos vecinos, la llamaré una de las mayores. Hay cons^lgración
amical, fr-ecuencia religio.'a atentas al florecmionto del. idioma; están inte
resados en aquella quienes lo disfrutan hablando y leyendo; en la otra lo
está particularmente cada un apasionado del arte que gusta de pensar y
escribir. Hay cada día mayor afán por la belleza exterior, por la elocuencia
peculiar de toda palabra; nos cuidamos de las disposiciones especiales que
producen diversos efectos sonoros porque acaso tenemos muy al alcance
la idea subyacente de que el tiempo altera la sonoridad Así nacen la acti-
tud y el propósito del que para expresar algo valioso qne ha pensado y
sentido emprende en una orquestacióu verbal dotada de exquisita virtuosi-
dad exterior, pero también y más que todo plena de una virtud profunda
y esencial
Nuestro castellano tiene á veces ligereza parlante de agua que corre y á
veces lentitudes de fantasía; espiraliza para beneficiar la integridad del
concepto, ó tiene rectitud y agudez ae flecha que se lanza á la altura. Núes-
— 99 —
tro castellano tiene inquietud y gracia, es ingenioso y perseverante Y
presenta, al aparecer la luz de cada entusiasmo, cabrilleo de piedras pre-
ciosas, porque es idioma de «.«^unrise • y de sonrisa
Alguna vez miramos á e^fa gran llanura que recibe todas las mañana?:
un bautismo de suave oro y mantiene sobre ella un silencio selemne que
pide nuestra condolencia por siglos difuntos; hay entonces que pensar en
el advenimiento de las palabras propicias á cuanta fábula queda por labo-
rar sobre historias y tradiciones de aquellas tribus florecientes, apasiona-
das por el amor y la guerra, enfermas de superstición y de íantaseos. ano-
nadadas en la serie de tragedias que inició la conquista. Es preciso que
para esas fábulas nuestro decir esté un poco alucinado por el espíritu del
sol . .
Y cuando lo que nos lia movido á escribir es un amarilloso folio de
archivo, escrupulosamente garrapateado con pluma de ave y tinta cas-
taña, ó una efigie de virrey ca sacón rijo, peluca gris, oblicua mirada —
ó una abuela procer, ó una dama de crinolina y íiligranados pendientes,
elegimos un modo claroscuro, con marchiteces, con misterio, con religio-
sidad y con ingenuismo, con olor de manzana y ritmo de contradanza, ya
que emprendemos un recordar hacia los días de la candorosa Santa Fe.
Si solicitamos igualmente para referirnos á cada ciclo de pasado cuanto
valioso y oportuno del lenguaje hayamos menester, para decir la vida de
estos tiempos obtenemos de él no menos gratas y frecuentes generosida-
des; aquel dijo del amor con armónica delicadeza; alguien otro enseñó la
paz en discurrir pausado, pleno de serenidad; encareció este la guerra y
en el entusiasta llamamiento el idioma crepita. Podemos decir que en la
vida actual á cada día corresponde un hallazgo y si ella va tornándose más
prolija en sutilezas é impresiones, el idioma concibe nuevos primores y
eficacias; por cada complicación aparece un imprevisto matiz y al pie de
cada idea que aun no acaba de brotar hay ya florecimiento de palabras
Vhora la poesía maravillada emprende vuelos de capricho y de felicidad,
explora cada cielo, peregrina por todos los campos, se mira en todas las
aguas La obra poética empieza á resultar primorosa pero sencilla y plena
de alma; labor de diamantina sinceridad. La musa modernista es muy es-
belta, su sonrisa y el color de su veste sutilísima varían según eí ensueño;
tiene cielo en los ojos, y pendiente de nn hilo de luz lleva su estrella pec-
toral.
Satisfecho con su tarea de autopuriflcación, el pensamiento americano
va ejercitando cada vez mejores actividades, y el idioma paralelamente
otorgando mayor obediencia Cuando aquel pensar lleva sus anhelos más
allá del horizonte, este decir participa de iguales inquietudes; juntos ex-
cursionan por extranjeros ambientes lo preciso para enriquecimiento del
propio. Los de aquende el mar aprovechan cuanto pueda tetarles en la
continua fiesta de influencias recíprocas. América se interesa en llegar á
poseer una literatura completa y los escritores de buena voluntad ayuda-
rán á producirla cultivando su dilección por la idea y consiguiendo siempre
para esta el mejor aderezo verbal.
Lentamente ha venido haciendo su aparición entre nosotros el moder-
nismo que en mi leal sentir es la gracia que dimana de cada espíritu en-
cantado por el influjo de virtudes dominadoras y virtudes obedientes, el
resultado de la labor sutil y paciente de cada yo que se perfecciona satis-
fecho de hacerlo en obsequio de los demás; una grata amplitud en la hos-
pitalidad del espíritu; el gran tesoro á donde concurre cada fortuna de
hermosos pensamientos ricamente exteriorizados; el incorporar uno toda
su sensibilidad en la obra para más vivificarla y hacerla vibrante ; una va-
liente iniciativa sicológica y de expresión. El modernismo es algo sencillo
y magnífico, difícil de formular y difícil de seguir. ... A sus nobles ejerci-
cios están dedicadas principalmente las energías de este intelecto joven
— ICO.—
que en el mundo de las letras y ante el devenir del idioma vive con entu-
siasmo su día.
¡Nuestro día! Siempre lia dado tristeza escribir estas dos palabras Me
parece que oigo leí r : « \ sucedió una vez, por los tiempos del modernismo,
que.. *
]No tan allá, querido (íóniez Carrillo, como haber nacido un nuevo idio-
ma; prospera sí de manera imprevista y llama la atención estoque fué
trasplantado Tan lentamente realiza el tiem, o sus trasformaciones, que
sería imposible lijar el nacimiento de una lengua. De ayer venimos, el ger-
men de mañana está en nosotros y parece que la voz del profeta siempre
dice al amanecer: hay mil senderos desconocidos y mil tierras de salud
ocultas; el hombre y la tierra de los hombres están por tloscubrir y por
agotar.
Ya pasarán muchos centenares de años y en lugar de esta lengua, indi-
visible al parecer de algunos, y cuya prosperidatl ahora nos regocija, se
hablarán bajo el cielo del Nuevo Mundo varias otras, acerca dé cuya inal-
terabilidad es posible que tendrán le las gentes respectivas.
BrtSOt;í. Octlibve I." <!<■ 1!>07.
Albkuto Sákchez.
Noct)^ oí)aUtia
Pora Ai'oi.o.
Llegaste con el paso exquisitamente leve,
Trayendo en tus pupilas una aurora boreal
Y en las nobles arrugas de tu zapato leve
Vagaba una galante inclinación ducal.
Tu rostro dulce y pálido como una flor de nieve
Tenía la nobleza de tu gesto habitual;
Llovías tus reflejos, como sus luces llueve,
Sobre una blanca alfombra la araña de cristal.
Tal, 3^ sorprendidos en un éxtasis furtivo
Nuestras almas, esplendiendo en amor primitivo
Gozaban de su flesta, lest motivo augural.
Mientras en la alta nave de la noche silente
Rondaban las estrellas á la luna esplendente
Como áureas mariposas de una lámpara astral.
Víctor Bonifacino.
— 101
No tuvo luz tii flor...
Para Apolo.
Enero tiembla y se amortaja en nieve;
Febrero ríe la mundial parodia;
Madura Marzo y á la vez salmodia;
Lirios Abril sobre los prados llueve.
Mayo el imperio de la flor encumbra;
Dispone Junio la estival cosecha;
Enciende Julio al sol su roja flecha;
Agosto abrasador, quema y deslumhra.
Septiembre cruza en brava sacudida;
Amarillea tristemente Octubre;
Noviembre de hojas los senderos cubre;
Y Diciembre se va como una vida . -
Rosas con lluvias; claridad con frío . . .
¡ No tuvo luz ni flor el año mío !
Manuel S. Fichar do.
Oftiibro 31.
M. S.\LVADOR UI.LOA
102
La lucl)a d^l -estilo
; Qué portentosíL transformación
la de las palabras, mansas, inertes,
en el rebaño del estilo vulgar, cuan-
do las convoca y las manda el alma
del artista! . Desde el momento en
que queréis hacer un arte, arte cor-
póreo y musical, de la expresión,
hundís en ella un acicate que suble-
va todos sus ímpetus rebeldes La
palabra, ser vivo y voluntarioso, os
mira entonces desde los puntos de
la pluma, que la muerdo para suje-
tarla; disputa con vosotros, os obli-
ga á que la afrontéis, tiene un alma
y una llsonomia. Descubriéndoos,
en su rebelión, todo su contenido
íntimo, os impone á menudo que le
devolváis la libertad que habéis que-
rido arrebatarle, para que convo-
quéis á otra, que llega huraña y es-
quiva, al yugo de acero Y veces
hay en que la pelea con esos mons-
truos minúsculus os exalta y fatiga,
como una desesperada contienda
por la fortuna y el lioncr Todas las
voluptuosidades heroicas caben en
esa lucha ignorada Sentís alterna-
tivamente la embriaguez del vence-
dor, las ansias del medroso, la ex-
altación iracunda del herido. Com-
prendéis, ante la docilidad de una
frase que cae subyugada á vuestros
pies, el clamoreo salvaje del triunfo
Sabéis, cuando la forma apenas asi
da se os escapa, cómo es que la an-
gustia del desfallecimiento embarga
al corazón. Vibra todo vuestro or-
ganismo como la tierra estremecida
por la fragorosa palpitación de la
batalla (]omo en el campo donde la
lucha fué, quedan después las seña-
les del fuego que ha pasado, en vues-
tra imaginación y vuestros nervios
Dejáis en las ennegrecidas páginas
algo de vuestras entrañas y de vues-
tra vida... iQué vale, al lado de es-
to, la contentadiza espontaneidad
del que no opone á la afluencia de
la frase incolora, inexpresiva, nin-
guna resistencia propia; ninguna
altiva terquedad á la rebelión de la
palabra que se niega á dar de sí el
alma y el color? Porque la lucha
del estilo no ha de confundirse con
la pertinacia fría del retórico, que
ajusta penosamente, en el mosaico
de su corrección convencional, pa-
labras que no ha humedecido el tibio
aliento del alma. Eso sería compa-
rar una partida de ajedrez con un
combate en que corre la sangre y
se disputa un imperio La lucha del
estilo es una epopeya que tiene por
campo de acción nuestra naturale-
za íntima, las más hondas profun-
didades de nuestro ser Los poemas
de la guerra no nos hablan de más
soberbias energías ni de más crue-
les encarnizamientos ni en la vic-
toria de más altos y divinos júbilos ..
¡Oh, llíada formidable y hermosa,
Ilíada del corazOn de ios artistas,
de cuyos ignorados combates nacen
al mundo la alegría, el entusiasmo
y la luz. como del heroísmo y de
ia sangre de los combates verdade-
ros! Alguna vez has debido ser es-
crita para que, narrada por uno de
los que te llevaron en sí mismos,
durase en tí el testimonio de algu-
nas de las más conmovedoras emo-
ciones humanas. Y tu Homero pudo
ser Gustavo Flaubert.
Mdiiti'vidco.
JosK Enrique Rodó
-^$CCC*}o-
0« ** Cantos de juvetitud''
103 —
(1)
A Vicente Mcdiiiii.
|VIi canción
Si yo canto es porque tengo dentro el alma una gran lira;
Si yo canto es porque sufro, porque yo no sé llorar;
Porque yo soy flor y ave, luz, color, incienso y pira.
Yo soy todo un Universo, vida: cielo, tierra y mar!
Mis estrofas son piquetas que destruyen la Mentira;
Mis estrofas á los odios les incendian el altar;
iSon pedazos de conciencia que estallan toda su ira!
¡Son las voces de mi orgullo, que no se pueden callar!
En mi canto hay el dualismo del amor y del desprecio,
Todo es alma, todo es vida, todo es noble, todo es recio:
Es mi heroica marsellesa que conmigo morirá!
Pero á veces pienso triste en mi cansancio de atleta
Que la loca fantasía de mi sueño de poeta
Es un águila que vuela sin saber á donde va!
¿Qué quicpo?
Quiero llamar á mi lado con el toqué de mis versos
A mis hermanos que hu\xn, para no volver, quizás;
¡Si cuando ruge el tirano los pueblos se van dispersos,
Cuanto les canta el poeta, los pueblos vuelven atrás!
Quiero con mis grandes alas cruzar espacios diversos,
Cantar con mi lira al Mundo, dejando al Mundo detrás;
Mas ver no puede mi orgullo, á sus pies los Universos:
¡Mi corazón es del pueblo y no lo deja jamás!
Quiero buscarle á mi numen ese fuego que ilumina.
Haciendo surgir mi alma, roja, exaltada y divina.
Como una Roma hecha incendio para que cante Nerón ;
Quiero que mi augusta lira se desborde y se arrebate
Y enseñe que en mi soberbia .tengo en medio del combate
El alma de V^íctor Hugo y el brazo de Napoleón!
Ovidio Fernández Ríos.
MonteviiUío.
( 1 ) Libro ií publicarse.
104 —
£1 paÍ5 qüQ 3Q ^n^^
J'ara Apolo.
X
l.enfamonte, sobre la heráldica y
azulada plata, veía Roberto apare-
cer las líneas de los edificios leja-
nos, destacarse los escorzos de
las torres, de las cúpulas, de las
agujas, que á la distancia adqui-
rían la negrura y el relieve de tea
ira es y fantasmagóricos paisajes.
En indecisas y anaranjadas tonali-
dades, se fué diluyendo, esfuman-
do el primitivo tono, y con un leví-
s!Ímo matiz amarillento, surgían
ahora las líneas seguras de los de-
talles arquitectónicos, sobre aque-
lla íiotante vaporización de oro que
se elevaba abarcando medio arco.
Sobre el globo solitario de un
lemplo, aumentaba la creciente,
ascendente lluvia luminosa, y en
aquella claridad que se extendía,
dilatándose por la bruñida superfi-
cie de toda la bóveda, apareció la
luna, enorme, sangrienta, men-
guante, cortándose dos veces en la
línea negra de la torre y en la esfe-
ra déla cúpula, en cuyos ventana-
les la siguió Roberto con otro matiz
rojizo, surcada toda ella, romo un
blasón fantástico, por las leyendas
y las cruces de los vidrios historia-
dos.
La claridad de la noche purísima
propiciaba la-melancolía de su alma,
impulsándola de nuevo al goce soli-
tario de los ensueños taciturnos.
Toda la leyenda del estío, toda la
superchería (!e la mañana ingenua,
esfumádose había en las volutas del
presente encanto, como aquel astro
enorme, sangriento,.jlii>ono,.qne se
diluía, en ,'u lenta y estelar ascen-
sión, en una lluvia tenuísima de
plata, hasta tomar el tamaño y el
color comunes en la primitiva ter-
sura de los cielos diarios
Con singular é irresistible fuerza,
como 1. s ritmos prolongados del
momento lírico. Je atraía otra vez
la encantadora, la todopudiente, y
en el caminar fatigoso del paseo
nocturno, alzaba los ojos á la estre-
llada bóveda, con la unción fervo-
rosa y nostálgica de los místicos
agradecidos. Parecíale vivir una
existencia nueva,sentir, como en las
lúcidas fascinaciones, la conjunción
de su alma con el misterio ensoña-
dor de la noche plácida, y una vez
que, sobre el arco luminoso, cruzó
la estela fugitiva y áurea de un me-
teoro, le pareció revivir las noches
indiferentes de la infancia, contar
las horas, sin el suplicio del tiempo
y el espacio, en la inconsciencia del
reposo y el silencio
La misma sensualidad de su tem-
peramento cada vez mas femenino,
yacía sepultada en la serena triste-
za, en la humana añoranza déla no-
che favorable; y la figura de la dolo-
rosa aparecíasele como una intangi-
ble, diáfana visión, como los cuerpos
de esas criaturas nubiles, anémicas,
por las que sólo se siente una in-
quietante ternura, un deseo impe-
rioso de prolongarles la decadente
vida. Comprendía la intensa tortura
de la trágica al rememorar, en el
súbito silencio de la sala armoniosa,
aquella poesía tan evocadora, tan
melancólica, que tan carnales re-
cuerdos, tan íntimas remembranzas
tenía para entrambos; y él mismo,
en la dura soledad, pensaba en el
dilalacerante martirio que hubieran
de experimentar los seíitidos de la
mujer en los estériles abrazos de los
ensueños que agobian, el fuego de la
frase, toda la vida que fué, toda la
vida que será».
Vpresuró el paso, inquieto como
en las noches de la playa. Lnos
trasnochadores tarareaban, á lo le-
jos, una romanza italiana, y el eco
de aquellas voces juveniles, que
cantaban al amor y al futuro, lle-
gaba hasta él rítmicamente suave,
como el nuirmullo de los violines y
los violoncelos, sobre el silencio de
los bronces, en la hora crepuscular
lontana y fugitiva. .
Cuando estuvo eu el estudio, ilu-
— 105
minado solamente por la llama mo-
ribunda de la estufa, experimentó
un nuevo placer, una inerte delicia,
que le hizo pensar nuevamente, con
los ojos aún deslumbrador, en las
noches remotísimas de la infancia,
en los ñiegos de las madrugadas
que anunciaran por la primera vez
un cercano é inesperado viaje.
Atizó el fuego, y el calor de las
brasas revividas, sentado yaeqla
butaca favorita, le aumentó aquella
infantil bienandanza, la j«efable
alegría del nirvana espiritual que él
hubiera deseado prolongar infinita-
mente, dilatarlo hasta el punto de
perder la noción del tiempo, de las
horas eternas y fugac«s.
La ardiente caricia de la llama
que cobraba, en tonalidades rojiza?,
sobre el fondo negro de la chime-
nea, las volutas, los giros, los capri-
chos, las sinuosidades, todas las for-
mas raras y cambiantes de la vida
del fuego, le producía ahora una
nueva voluptuosidad, otro goce no
experimentado jamás, en el cual
aquellas lenguas ígneas, que se ele-
vaban, se recogían, se apagaban
para encenderse en súbitas explo-
siones, parecían hablarle un idioma
misteriosameute cognoscible, to-
mar, bajo el influjo de sus miradas
animadoras, los lincamientos labe-
rínticos, ambiguos como cabelleras
de monstruosas divinidades, de cier-
tos dibujos rafaelitas ó simbólicos*
Habíase recogido sobre su cintu-
ra, los codos sobre los muslos, las
manos, abiertas y amplias, sobre
las sienes, fijas las pupiljs en el fue-
go devorador, atraído por un pen-
samiento aún obscuro, velado, in-
formal, que debía ser á poco, en el
trabajo paciente de su inteligencia
ejercitada, una lúcida, perfecta y
luminosa idea.
Las lenguas devorantes, insacia-
bles, parecían aumentar, en el mag-
no silencio, svs ígneos jeroglíficos,
atraerle más aún con sus formas
satánicas, que, á veces, en las vo-
lutas, en las perí»zosas espirales, en
los cortos desfallecimientos, cobra-
ba el marino blanco azulado de los
ópalos.
- « Sería mi literario sacrificio.
— se dijo, absorto en el juego aho-
ra crepitante de las llamas ; sería
como una expiación votiva, reali-
zada en la hora en que la amante,
en ia supina actitud de algim en-
sueño, debe sentir, como el ritmo
de una música cercana, un canto de
vida y esperanza.
Sería también la anunciación, en
la caricia del fuego, de una vida
nueva, en la cual el pasado resurgi-
ría sólo un instante, flotaría un
segundo, como el humo primitivo
de la llama ».
Se había puesto de pie, y la som-
bra alargada de su cuerpo, sobre
los dibujos de los gobelinos, en el
carmín obscurecido de la tela autén-
tica, resaltaba con el escorzo y el
relieve de los forjadores del hierro,
como las ciclópeas figuras acrecidas
y desfiguradas por el fuego eterno
de las fraguas.
En la sombra, con su mano ex-
perta de bibliófilo, había tomado el
libro, cuyas iniciales, en la carátula
de blando pergamino,, había pal-
pado en la presión de sus dedos
inquietos, — aquellas mayúsculas
que en las vitrinas de París, habían
pregonado la gloria de una tierra
ingrata, aquella otra hechicería del
país nuevo, desflorado ya, caduco y
decrépito como un viejo país.
Otra vez, en la luz rojiza, con-
templó con curiosidad, con extra-
ñeza casi, aquella tapa novedosa,
donde las iniciales del título,— «Ha-
cia la tierra*, — de un rojo encen-
dido sobre plata antigua, de sinuo-
sos detalles, vivas y lucientes, re-
cordaban los mitos fabulosos en los
rancios escudos medioevales.
Estrujaba aquella pasta blandísi-
ma, y la presión de los pulgares,
como enjlas carnes mórbidas, som-
breaba en dos puntos, deslustrán-
dolo, el argento del plano.
Con insinuante curiosidad de ma-
niático, buscó la 'primera! página ;
y aquellas formas nuevas sobre
arcaico pergamino, la enseña desa-
fiante, vanidosa, americana, le pa-
recieron dejuna clara y burguesa
perfección, como las letras comu-
nes que en la última página, resur-
gida ahora, habían profetizado la
— 106 —
desilusión, la desesperanza de su
restante vida.
Eran toda su historia, toda la
■episódica volubilidad de su existen-
cia, aquellos dos lemas estampados
sobre la primera y la última página
úe su libro; toda su vida, toda su
infecunda vida, aquellas mayúscu-
las del artístico breviario, que de-
cían, como en la existencia real, el
«upremQ encanto, que en París ha-
bía sido la bohemia y en el villo-
rrio la superchería del estío, y la
suprema desesperanza, que había
sido en la aldea una tarde gris y
sería en la Villa amada un mortaí,
un melancólico amor.
Con mano segura, en el primer
movimiento de sus calmas repenti-
nas, arrojó al fuego el libro, sobre
el rectángulo sombrío, se recogieron
un instante, se elevaron, crepitando
en una lluvia de chispas, las lenguas
devorantes.
Otra vez, en la primitiva inmovi-
lidad, con las pupilas tenaces, seguía
las caricias ardientes, amorosas, del
fuego insaciable; y entre las llamas,
súbitamente quietas, de un azulado
tornasol, contempló un largo rato
las mayúsculas que, sobre el argento
-aun intacto, refulgían vivas, como
las lenguas tímidas que se habían
abatido bajo el paso del libro pa-
risién
Se consumía lentamente, lenta-
mente, el ejemplar enemigo, sin que
aquella carátula, que todo lo decía,
dejase de relucir en la misteriosa
calma de los haces; sin que aquellas
letras sinuosas, ondulantes como ca-
belleras divinas, dejaran de brillar,
de vivir; en el flotante y luminoso
polvo. Era un raro suplicio, un refi-
nado martirio, una asiática tortura,
aquella lenta destrucción, en el tra-
bajo oculto del fuego, aquel beso in-
terminable de las llamas que consu-
mían la inscripción francesa de la
página claudicante, que hacían ar-
quearse, en una comba suave que
dio otro brillo al rojo de las letras y
al argento del plano, aquella cubierta
aún evocadora, aún artística, aún
viviente.
No apartaba las pupilas de aque-
lla mancha todavía decisa, segura ;
pero veía ya, estremecido, poseído
á su vez del goce humano de la des •
trucción, del instintivo y bárbaro
deleite, aumentar aquella dulce com-
ba, encogerse, dilatarse, estreme-
cerse, temblar como una carne de
mujer, aquella pasta blanda donde
creía ver aún, en la plata que se
obscurecía, las señales impresas de
sus dedos impacientes
— «Es natural que sean las ma-
yúsculas, las inspiradoras, las que
más resistan el fuego que destruye,
el fuego que borra. » •
Se dijo, viendo como se elevaban,
en el agónico desfallecimiento de
la curva, aquellas letras que iban a.
refulgir desesperadamente en el
largo y ardiente paroxismo.
— « Es necesario que contemple
hasta el postrer instante, hasta
el postrer segundo, la vida resis-
tente del libro fatal». -Y dicho
esto, aguzó más las pupilas para
seguir aquellas líneas ahumadas,
aquellas manchas rojizas, cambian-
tes, que anunciaban, en ia plata y
el carmín heráldicos, la proximidad
de la destructora, de la intacta, de
la eterna
En el último estei'tor, la co;uba
suave, femenina, se contrajo como
en un pliegue doloroso, se plegó so-
bre las páginas negras, carboniza-
das, mudas y el humo de la llama
paciente, felina, obscureció del todo
el viejo y nocturno argento.
— « Quiero ver aún, quiero seguir
la conjunción de la vida y de la
muerte ».
^ olvió á decirse: y como aguzara
aún más las pupilas, en la violencia
del salvaje instinto, contempló ató -
nito, poseído de un súbito y vago
temer, de una religiosa supersti-
ción, aquellas mayúsculas simbóli-
cas que resurgían de un color blan-
quizco, de una brillantez indefinible,
de un diabólico relieve, sobre el
negro deslustrado, rugoso, deforme,
de la enemiga carátula muerta
José L. Gomknsoro.
— 107 —
lira Americana
I ■ ■■■
¿Versos autobiográficos? Allí están mis canciones,
allí están mis poemas. Yo, como las naciones
venturosas, y á ejemplo de la mujer- honrada,
no tengo historia, i Nunca me ha sucedido nada,
oh, noble amigo ignoto, que pudiera contarte !
Allá en mis años mozos, adiviné del arte
r armonía y el ritmo, caros al Musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
— ¿Y después?
— He sufrido como todos y he amado . . .
— ¿Mucho?
— ¡Lo suficiente para ser perdonado!
II
¿Que quién soy? Un lobezno de la nodriza bruta
de los Dioscuros : mi almo perfil y los anales
de mi solar lo cuentan, y hay en mi faz enjuta
las palideces de los olivos provenzales.
Nací con un gran beso de amor entre la ardiente
boca, y un grande anhelo de gloria en Taima esclava»
y llevo diez leyendas en mi brumosa frente,
con otras diez leyendas en mi melena brava.
III
¿Que cómo soy? Mudable, fugaz. Las nubes rojas
del orto, más que mi alma, conservan su vestido.
Yo tengo la impaciencia perenne de las hojas,
mi amor inseparable, gemelo es de mi olvido. ,
Mi mente es un- espejo rebelde á toda huella,
mi anhelo es una pluma funámbula, donaire
— 108
del viento. El aerolito que cae, esa es mi estrella.
Mis goces y mis penas son trazos en el aire.
El ansia del misterio me agita y desespera :
jinete en mis' pegasos ó nauta en mi galera,
corriendo voy tras todo señuelo que lo finge.
Mi hermana la cigüeña me ha visto donde quiera
que el rojo sol proyecta la mitra de la esfinge.
Amo unos ojos, mientras que su matiz ignoro,
amo una boca, mientras no escucho sus acentos.
¡Jamás pregunto el nombre de la mujer que adoro,
del cesar por quien lucho, del dios á quien imploro,
del puerto á donde bogo, ni el rumbo de los vientos!
Criatura fugitiva, que cruza el mundo vano,
temiendo que la alforja sus éxodos impida,
ni traje amor ni llevo, y así voy al arcano,
lanzando, con un gesto de sembrador, el grano
fecundo de mis versos al surco de mi vida ...
Amado Ñervo.
109
£1 otro encanto
Comedia en 3 aetos
l'ara Apolo.
ESCENA 2.* DEL PEIMER ACTO
Hettée y Alfredo
Alfredo : joven de 25 á 30 años:
moreno, culto, nervioso y elegante.
Renée — { Cohibida — Ali ! . . . ¡es
usted, doctor Aubriot!
Alfredo - (Saludando) Buenos
días, señora.
Renée - Bienvenido. A punto, se-
ñor Aubriot. He hablado con To-
más, nuestro jardinero . . sobre...
ya no recuerdo ! . . qué memoria
la mía! ... ah! sí, sí . . . sobre el
Amor. ¿ Sería usted tan amable en
desvanecer mis dudas respecto á
algunas preguntas? . . .
ALFhEDO — ( Sonríe ' — Nadie me-
jor que su esposo, señora. El señor
Vrigny, es hombre de talento; estu-
dia las pasiones humanas, y sobre
todo conoce íntimamente á usted.
Renée — ( Temerosa , — Ah ! ami-
go mío Mi esposo se ocupa de sus
novelas, como mi jardinero de su
jardín. í^os dos aman sus cosas res-
pectivamente.
At.fuedo — Sonriendo ^ - Señora,
no hable usted así El señor Vrig-
ny, su esposo y mi amigo, es un
ser priviligiado. La naturaleza le
donó de la facultad, sin la cual no
habría la comprensión profunda de
las cosas, ó lo que es lo mismo : el
talento : en este caso he ahí la per-
sonalidad del noveliza Quiero de-
cirle señora que es á mi amigo Vr-
mando, á quien debe usted dirigir
preguntas.
Renée — ¿ Pero ... no lo tomaré
como un desaire ?{' sonríe '. No es
correcto lo que usted hace señor
Aubriot : á una mujer no puede ne-
gársele . . ¿cómo diría? . . . nada,
en fin, nada.
Alfredo - ( Sonríe ) — Así lo pien-
san los hombres, amiga mía Cierto
es que en la mayoría de los casos
hacemos lo contrario de lo que pen-
samos Por lo demás lejos de mi
imaginación la idea, señora, del
más perdonable desdén
Renée (Con alguna inquietud i—
No me refiero á lo que usted dice
señor Aubriot. Si solicito su opinión
respecto á algunas de mis dudas es
porque ellas me producen una in-
cierta incomprensible . . . ¿cómo di-
ría ? . . . inquietud. ( Con ímpetu ).
Pero señor Aubriot: ¿quisiera usted
decirme la razón por la cual la ma-
yoría de las mujeres, en el amor —
que por mi parte concibo como la
alegría de vivir— la dicha es motivo
de infinitas inquietudes? O ? es, ami-
go mío, que el amor y la tristeza
son sinónimos.
Alfredo — Le repito, señora — y
no entienda usted mi insistencia
como una evasiva - que esos proble-
mas del alma, cuyos matices' más
vivos, y cercanos á la verdad, su
esposo de usted podría ponerlos en
claro enteramente. No silencio siu
embargo mi extrañeza de que sea
usted misma señora, quién me pre-
gunte . . .
RknÉk — ( Interrumpiéndolo -Cu-
riosidad . . curiosidad femenina.
Alfredo . . na lo silencio por-
que : no comprendo su tristeza, se-
ñora. Usted tiene un esposo enamo-
rado á quien usted encanta. Todo
convida á la ternura más intensa:
el mecimiento casi voluptuoso de
los capullos, las hojas, el aire sutil
que es pande los aromas. ¡Fs la Na
turaleza que sonríe ! . . .
Renée — (Nerviosa) —Amigo mío,
es indudable que todas estas cosas^
que exteriorizan tanta frescura nos
envuelven al acariciarnos, en el
más hondo misterio. (Suspira). ¡Ah
— lio
señor Aubriot! ¿no le parece á usted
que es un contraste? ¿No acaba us
ted de decir que mi esposo y yo nos
amamos? Y si amamos, ¿por qué no
somos felices? Confio, señor Aubriot,
en su amabilidad para que usted
responda á estas interrogaciones.
Pero no, no, no se excuse usted Yo
le suplico.
Alfredo - Me imagino, í^eñora,
que en el amor la diciía de vivir no
reside en lo íntimo del ser huma-
no, como una rosa entreabierta
Quiero decir que toda la belleza del
amor, no es el tiempo presente . . .
La dicha la forman el recuerdo, y
el mañana. Amar apasionadamente,
con la dud;i, la inquietud, el arre-
bato, — créame señora — es pala-
de? r con dulzura, febrilmente, aque-
lla rosa que se entreabre ... En una
palabra: el Amor.
Renée — ' En pié ) Según usted
entonces, ¿el amor no es tranquilo,
sereno? (sonríe). Para usted los teni-
peramentos ¿ no son distintos ? El
modo de acariciar en el amor con
la fantasía; el sentirlo; el verificrr-
lo, ¿no es tan diverso en cada uno
de nosotros como entre si los colo-
res que componen el arco-iris . . . ?
¿Por qué— según Armando —el amor
alba generosa en la frente no nnp
consuela, no nos concilla ¿ por qué
finalmente señor Aubriot, por qué . .
pero por qué, si amamos no somos
felices ?
Alfredo — ¡Por la inquietud!
Renée - ( Vehemente i - Sabemos
que amamos: tal vez, que nos aman
No veo en todo ello una ilusión en
la cuál se filtre la duda de nuestras
alegrías No comprendo.
Alfredo — Por la inquietud seño-
ra, ó sea lomi.'^mo por la Naturaleza.
Sabia la Naturaleza, nos da la ju-
ventud, tierna y apacible para el
goce y la expansión. Nuestro egois-
mal encaminado, hace que no edu-
quemos los sentimientos y estos en
nuestra juventud llevan la vejez.
En una palabra, señora: no hay en-
canto.
Henee -CCon interés —Caballero,
él ¿tiene edad determinada?
Alfredo - (íuando decimos: amé:
un año, dos, tres, nos engañamos
piadosamente Sonreimos al beso
del recuerdo de aquella dicha. Las
inefcibles horas; dos, tres, un mes,
mi año, no las podemos fijar Es el
tiempo que pasa, ó mejor, es la vi-
da. ¡Nos sentimos otros y con toda
beatitud, conrt irnos en el mañana!
RenÉe — Pensativa ) — Pero el
recuerdo de un amor: ¿no es amar?
Alfredo - Si la imagen, señora,
tiene la transparencia de aquella
belleza, sí En cambio bastaría un
grano de polvo en la pupila de
aquellas ilusiones, para que en no-
sotros brotase un dolor instintivo
que se asemeja al odio.
Renée — Le he oído á mi esposo
que, Paul Bourget, nos dice que :
«el amor no muere viviendo la
obsesión » ¿y se puede olvidar se -
ñor Aubriot á una mujer á quién
se ha amado ? . .
Alfredo— Con el pensamiento,
nó El pensamiento, ó en definitiva
el recuerdo no agota la esencia de
su encanto
Renée ¿Se puede olvidar el amoi*
de una mujer ? Esa es la pregunta
concreta que yo he formulado.^
Alfredo — Sonríe t - Lo sé se-
ñora, lo sé. No se puede olvidar, sí
hubo en ello : afinidad electiva.
Renée — (Sonriendo^ — De mane-
ra que cuanlo los hombres decís:
¡ mujer encantadora! ¿Porqué lo
decís ?
Alfredo — Por atracción.
Renée — Perdóneme usted, señor
Vubriot, pero no lo entiendo bien. Si
no percibís belleza en un rostro;
la mirada no os produce sutil suge-
rencia; perdonadlo, pero nuestra
atracción es primitiva, nada más
que primitiva.
Alfredo ¡Oh! señora. «Para
ser humano, hay que ser ineludi-
blemente : sensual . según la atre-
vida frase de un eminente francés.
El amor siempre es primitivo, y
ello, señora, lo confirman todas las
razas que, de esa fuerza han hecho
su hermosura.
Renée — ( Sonríe ) — ¡ Oh ! nó, nó,
caballero. Me parece que ciertos
espíritus — se lo he oído á mi espo-
so tantas veces — ciertos espíritus
ponen en el amor algo de la imagi-
— 111
nación creadora : una imagen que
caldea las pienes ; una caricia ; un
adiós; un sueño Una imagen, —
como usted lo sabe bien — no se
crea en el dominio del instinto
I Cómo se justificaría que el amor
siendo un « bien fecundo, envuel-
va en la ola de su impulso tanta
infelicidad ? . . . ¡ Oh ! nó, nó, señor
Aubriot. Usted se engaña.
Alfredo — ( Moviendo la cabeza )
— Terminemos, señora El amor es
algo así como una alegria dolorosa.
Ah ! le ruego, señora, no sonría u$-
ted No hay confusión de términos :
es un dolor insensible, continuo que
se mezcla en la alegría alborozada ;
es lento, imperceptible casi. ( Bajo»
usted misma, señora, ¿ no sufre ?
I no ama ? . . .
RenÉe — ( Nerviosa"» — Mi esposo
es un hombre bueno, amabilísimo...
Alfredo— (Inquieto, paseándose )
— Es cortés, afable, excelente el se-
ñor Vrigny.
Renée — Armando . tiene sus
caprichos. El cree que los caprichos
son inherentes á un espíritu inquie-
to. ¿ Piensa usted lo mismo, señor
Aubriot ?
Alfredo — También el amor es
caprichoso, señora, vale decir: en
sus rarezas radica su mayor en-
canto.
Renée - ¿Y en el misterio ?
Alfredo (Nervioso) ¡ ¡ Kl suyo !!
(Renée enmudece) Señorn, ¿se sien-
te usted mal, acaso ? .
Ri:née - ' Con afectación 1 — \o,
y(\ ha pasado. Un vahído la ma
ñaua, el aire quizás. Pero señor
A\ibriot, extraño á Armando . ¿Tía-
brá pasado algo ?
Alfredo — No, señora : es apre-
hensión de usted No olvide que yo
no me impaciento por la ausencia
de Adoro.
Renée Ah ! perdóneme usted !
¡ no sé dónde tengo la cabeza ! No
me acordaba de ella. Qué dulce ami-
ga es la esposa de usted ( aproxi-
mándose con alguna indecisión) ¿La
ama usted, amigo mío ?
Alfredo — (Con disimulo ) - ¿ Lo
duda usted, señora ?
Renée — i Con precipitación ) —
Oh! no, caballero . Curiosidad,
cosas femeninas Las mujeres en
nuestra intimidad, deseamos adivi-
narlo todo ; saberlo todo ; y todo
poseer. Lo que á una amiga inte-
resa, deseamos conocerlo Nada más
i no es cierto que estas cosas pura-
mente femeninas las perdona usted?
Alfredo (Sonríe ) — Sí señora:
con una condición : me dirá usted si
es curiosidad y nada más ( Con iro-
nía) Por qué todo lo que interesa á
mi esposa yo . . , yo también deseo
conocerlo.
Renée — ' Inquieta ^ — ¿ Qué se le
puede decir á un hombre, que se in-
teresa por una mujer? Nada. El debe
indagarlo ...
Alfredo - Si el hombre no des-
cubre el misterio que envuelve á
una mujer ella debe explicarlo ó
insinuarlo al menos . . . Por ejem-
plo : si usted, señora, no se hubiese
enamorado del señor A'rigny: ¿sabe
usted cómo haría mi amigo para
conocerlo? Fácilmente : usted se lo
diría ...
Renée - < Interrumpiéndolo ) —
¿Yo? ¿En qué forma?
Alfredo— ... en un beso!
Renée— Usted se burla, señor Au-
briot Como dice Armando « ¡ siem-
pre el misterio ! »
Alfredo - ' Con disimulo ) - Ami-
gos de la infancia, el señor Vrigny
y yo, nos conocemos perfectamente.
El es fino en la per epción ; tiene
tacto en todas sus apreciaciones
Créame usted, señora, para un hom-
bre delicado y culto, la mágica de
las figuras por el sentido óptico,
para un hombre culto de análisis —
me refiero á Armando — la figura
real imaginada, que vemos, como
á través de un cristal, una luz cual-
quiera, no seduce por su exterior.
Quiero decirle que el señor Vrigny
por estas razones conoce á usted ín-
timauT^nte.
Renée ~^o divaguemos. Un hom-
bre: ¿cómo conoce, cómo sabe si lo
ama una mujer ?
Alfredo - -Bajo'— Porque las mu-
jeres cuando no fingen : aman
Amando una mujer todo fingimiento
se desvanece
Gerónimo Colombo.
112 —
Mercurial
Luchador que buscó su derrotero
De la vida en las grandes arideces,
Y apuró como un fosco prisionero
La copa del dolor hasta las heces ;
No veng'O á ti por((ue jamás inclino
Con suave g'csto «le humildad la frente,
Oh histrión á cuyos ojos de felino
Muchos doblegan la cerviz doliente.
Yo no vengo hacia tí como esos viles
En busca del mendrugo que les falta;
De mis odios los pájaros viriles
Hoy te apostrofan con la voz muy alta.
Inmóvil ente que engendró el pantano
Y amamantó una cabra: la estulticia;
Espíritu pueril que das la mano
Al que cuando te compra te acaricia :
Yo vengo á sofrenar de tus intentos
La audacia enorme que te empuja al dolo;
Mi venganza se inspira en los lamentos
De tus inermes victimas, tan solo.
}, Que haces aquí? Despoja á tu conciencia
Del antifaz infame que la líucubre.
i O es que ignoras, acaso, la existencia
De una clase |)aupérrinia y sin ubre ?
Bien : yo soy su cantor ; sigo y pregono
El evangelio de esa clase aislada,
Por eso vengo á lapidar tu trono
Con la honda de mi numen, acerada.
Fomentador de todas las miserias
Y de todas las pústulas sociales:
Hoy predice tus íntimas lacerias
Un paladín de nuevos ideales.
Porque tu corazón lleno de lodo
Es como el cuarzo, sumamente duro,
Y ha de caer con tus libertos, todo.
Todo tu poderío en antro obscuro.
De orgullo y de valor haciendo alarde
Tú i)redicas el triunfo del más fuerte,
Y no ves que tu espíritu cobarde
¡Sufre el hondo contagio de la muerte.
Mientras yo siga el mismo derrotero
De la vida en las grandes arideces,
Y apure como un fosco prisionero
La copa del dolor hasta las heces ;
Para librarte del poeta austero :
f. A (luién, á quien elevarás tus preces?
Pkrez y CiRis.
■ <^-ÍCCC$i}o ■
Era ^l ideal
Vara Apolo.
Inusitadamente su silueta
surgió como una estrella vespertina
allá entre la nostálgica neblina
de aquel opaco atardecer violeta.
«Es mi hermana!» — me dijo en voz secreta
el corazón. — «Es elhij la divina
hada azul, vagarosa 3^ diamantina
que encarna los ensueños del Poeta ! »
Bajo el triste palor de aquel Ocaso
hacia su busca encaminé mi paso.
! Oh, eterna ensoñación ! Oh, amada mía!
Mas ay ! Oh, cruel ficción, minuto escaso,
que al quererla alcanzar ella ya huía,
y yo la busco aún desde aquel día !
Ju.AN Picón Olaondo.
— 113 —
ta cl)usma gue ríe
De "Cantos de l^ebelión"
Para Ai'Olo.
Pasaron una tarde cuando el Gran Astro moría. Yo soñaba
en la penumbra de un rincón de mi pocilga bohemia ; v de
abajo, de allá abajo donde duerme la miseria por el vientre
atada al suelo como el grillete del hambre, ascendía como
un vaho agri-amargo, y las alas deletéreas del céfiro nacido
en la entraña repugnante de la urbe, arrastraba los sollozos,
los suspiros y los ayes de los hijos de la chusma; y los
l»adres y las madres, alocados un momento, arrojaban hacia
*'l cielo mudo y sucio sus rugidos de placer retenidos todo
vi año.
¡Y pasaron, y pasaron!...
Pasan siempre, año á año.
Hoy, miradlos:
I
i Allá van! . . . todos llevan en los ojos
un no se quede lujuriosas ansias,
un no se quede espasmos deleitosos
de un bestial sensualismo que estallara
en rabiosa bíüumba de improperios,
de gritos, maldiciones, carcajadas! . ■ .
Es la turba de siempre, la que vive
al yugo eternamente esclavizada ;
la que todos los días muere de hambre
al pie suntuoso de marmóreas gradas ;
la que todos los días riega campos
con su amargo sudor y con sus lágrimas ;
la que todos los días deja trozos
de carne palpitante entre las máquinas . . .
Es la turba de siempre . . . plebe imbécil,
anónimo montón, multitud, nada ! . . .
II
i Reid y haced reir, pueblos esclavos !
i Reid, gozad ! . . . ¡ que viva la algazara !
¡ Arrojad el dolor á vuestros antros
3- vestios de fiesta, eternos parias!
El señor os espera en su palacio
para veros pasar en mascarada,
— 114 —
— es el mismo señor que os esclaviza,
mañana azotará vuestras espaldas!^
andad, haced que ría, haced que goce,
y vosotros. . . sufrid, servil canalla!
III
¡Allá van! . . todos llevan bajo sedas
podredumbre y dolor, roñas y llagas,
y la mueca risueña de sus rostros
oculta gestos de hambre, insomnio y rabia.
¡ Avalancha inconsciente ! i Manicomio
desbordado en las calles! ¡ Caravana
de hambrientos y azotados
vestidos de señores y monarcas!
. . Pobres pueblos si siempre á sus tiranos
servirán de bufones.
De sus báquicas
canciones de placer, hacer debieran
una música fúnebre, una marcha
triste como un páramo cinéreo,
y de sus trajes de arlequín, mortajas
para cubrir sus cuerpos extenuados,
faltos de voluntad, como una barca
que ha perdido el timón en la tormenta
y vaga ya sin rumbo por las aguas
hasta que éstas la estrellan en las rocas
ó inútil la abandonan en las playas.
IV
¡ Pueblos esclavos, escuchad ! Yo^ os hablo
en nombre del ejército del Alba,
ese ejército de hombres \alerosos
que llevan la bandera desplegada
como un girón de aurora tremolando
en la noche social de la ignorancia ;
yo os hablo en nombre de una idea grande
de libertad y redención humanas. . .
;me queréis escuchar, pueblos esclavos?:
— No hay tiempo de reir ¡á la batalla!
■que rían los ahitos, los que nunca
sintieron un vacío en las entrañas;
— 118 —
Vicente Medina
fia estado entre nosotro!*, de paso para la Argentina, el inspirado autor
<le « La (Ranclón de la Huerta » don Vicente Medina. Fueron á recibirlo
abordo del León XIII los poetas Pérez y Curis y Ovidio Fernández Ríos. Al
partir de Cartagena se celebró un banquete en su honor, al que asistieron
distinguidas personalidades de la prensa espoñola y poetas de alto vuelo.
Los periódicos « La Tierra » y « Carthago Moderna » dedicaron sentidas
frases á tan ilustre poeta, y durante el banquete, Chocano, el autor de
• Iras Santas ', i'ecitó entre otras poesías suyas, la siguiente :
Adiós á jVIedina
El Rey (le lasE»i|)añas|iii'iisaeii un boHo viaje El Rey de las Espafias llevaría su cetro,
por las tierras (le Indias; yo no sé si lo hará; Poeta: tú la lira, y el número y el metro
pero el Júbilo corre por mar y por boscaje conquelavidaajustasalsónde tus canciones,
y los An<les inclinan sus cuiiibres por si va. Por si va el Rey, tú ahora elhomenaje empie-
— " [zas;
El que hoy va es un [loeta, cuyo tíno cordaje porque si él verá cómo sedoblan las cabezas,
dice un cántico; el cántico ((ue siempre sonará tú verás cómo en cambio se alzan los corazo-
del amor que suspira por el patrio paisaje [nes.
y por el tiempo heroico que nunca volverá.
Damos la bienvenida al delicado poeta y querido amigo.
Voces americanas
" Apolo "
Esta simpática i bien nutrida revista que ha logrado, gracias al esfuerzo
intelijento i tenaz de sus directores, reunir en sus pajinas las firmas más
prestijiadas de América i España, en la poeí^ía i el cuento, nos ha enviado
el número 12 correspondiente al mes de Febrero.
Fs digno de todo encomio el entusiasmo con que Pérez i Curis contri-
buye con su Apolo á la confraternidad literaria de los intelectuales hispa-
no- americanos.
Después de « El Cojo Ilustrado » de Caracas, la primera revista de Amé-
rica por su material, no conocemos otra que, como Apolo, reúna mayores
lirmas. Apolo está á cien codos sobre «Zig-Zag ', por ejemplo, revista
que parece estar condenada á «zigzaguear ^, sin encontrar jamás el buen
camino, que es el de dar trabajos orijinales inéditos de autores que repre-
senten algo en la literatura de aquí o de cualquiera parte.
« Apolo » promete un número especial para el i ." de Mayo, que no duda-
mos sea tan selecto como el del 1.* de Enero, que alcanzó á cinco mil ejem-
plares, agotados en unos cuantos dias.
Al entrar á su tercer año de existencia, deseamos á ♦ Apolo » los más
lisonjeros triunfos.
El número 12, del cual acusamos recibo, trae colaboración de Fernán-
dez Ríos, Herrera i Reissig, Miguel Luis Rocuant, Alejandro Sux, Pérez i
Curis, Roberto Roza, etc., etc.
(De La Lei)
Santiago do (Ibile.
— 119
^ibllo^ráfiea^
liibpos y folletos peeibidos
jPs.lfna.s d.e fu-^go-, por
Felipe Sassone - Madrid. El
cuento es un genero literario casi ol-
vidado en América. La mayoría de
nuestros prosadores fe dedican á
la novela porque hay más donde
espigar ó bien porque fu tempera-
mente artístico necesita vastos cam-
pos donde poder mostrarse. España,
en cambio, cuenta con un núcleo
muy selecto de cultivadores de e?e
género divinizado en Francia por
Maupassant.
El escritor peruano Felipe Sassone,
autor de la novela Malos Amores»
que ha merecido muchos elogios de
la crítica iberoamericana, nos
ofrece ahora un hermoso bouquet
de cuentos que titula « Almas de
FuegO)?. Novelas cortas llenas de vi-
da y con un cúmulo de finas obser-
vaciones que revelan en su autor á
un psicólogo sagaz, en ellas existe
el consorcio de la idea y del estilo,
rico y armonioso éste; y aquella,
noble y humana. El alma que anima
esos cuentos es compleja y sensi-
tiva. Llora y ríe, impreca y bendice.
De ahí la duplicidad psíquica de
Sassone, esa duphcidad virtuosa in-
herente á los grandes escritores
Lamentamos no disponer de ma-
yor espacio para hacer un juicio
extenso sobre este libro de Sassone
que es uno de los mejores que hemos
leído en estos últimos tiempos. Va-
yan, en cambio, á su autor, nuestras
sinceras felicitaciones por su nuevo
libro.
Crítica. d.e;l Gre.ra.io-, por
Pedro Sonderéguer. — Santiago
DE Chile. - Es una hermosa mono-
grafía leída por su autor en el Salón
de Conferencias del Museo Pedagó-
gico de Santiago de Chile Pedro
Sonderéguer no es un desconocido
para nosotros. En 1904 publicó su
primera obra : c Cóndor » novela de
mucho aliento que mereció los más
altos elogios de la crítica. En «Oí-
tica del Genio» Sonderéguer se nos
presenta como un escritor original
que ahonda con mucho tino el con-
cepto de las cosas Sus disquisicio-
nes filosóficas sobre el genio, son,
á todas luces, eficaces y vigorosas.
Son el fruto de un cerebro bien nu-
trido y preparado para los altos es-
tudios.
La obrita trae un prólogo de Mi-
guel Luis Rocuant, el brillante poeta
chileno.
IDomu-s jPLtxrea., por Au-
relio DEL Hebrón — Montevideo.
— He aquí la obra de un solitario
incomprendido. « Domus Áurea »
consta do quince sonetos que no son
sino otros tantos poemitas cuya
originalidad y galanura de estilo
han conquistado el aplauso de los
escritores selecto y provocaron el
ataque de los mediocres. Aurelio del
Ilebrón ha dado la nota nueva de
nuestra literatura Fruto de un alto
y noble individualismo, cada uno de
sus sonetos es un símbolo extraño
de profunda idealogía De ahí- que
no haya sido comprendido sino por
aquellos espíritus selectos unidos al
suyo por lazos de afinidad
Foesía.^ por Vicente Medi-
na.—Cartagena ÍESPAÑA\— Nues-
tro colaborador Vicente Medina, el
tierno poeta de «Aires Murcianos»,
ha publicado en un grueso volumen
muchas de sus poesías ya conoci-
das y otras inéditas. «Poesía» que
así se titula este libro llamado á
tener mucho éxito en los ^ países
americanos trae juicios críticos de
Leopoldo Alas, Luis Bonafoux, José
M. de Pereda, J. Martínez Ruiz, Ur-
bano González Serrano, Juan Mara-
gall, Teodoro Llórente, Pedro Díaz
Cassou, José Ventura Traveset y
Pedro Corominas
Poeta original y emotivo, cuyos
versos tienen la intensidad de una
— 120 —
música humana y las ternuras de
un espíritu exquisito, Vicente Me-
dina es uno de los grandes poetas
*|ue han llegado á crear escuelas.
Su poesía siempre impregnada de
«entimental perfume tiene mucho
de los encantos y de las tristezas
déla vida. ■ En la senda» es una
de sus poesías que aquí más se co-
nocen.
« Poesía» está en venta en la Li-
brería Moderna de O. M. líertani,
calle Sarandí, 240.
NUEVO CANJE
Ecos disl '^iTu.raqtxe;. —
Baracoa, ( Cuba ). — Por primera
vez ha llegado á, nuestra mesa de
redacción esta revista ilustrada que
se publica bajo la dirección de Fran-
cisco V. Avila El número 20 que
tenemos á la vista trae composicio
nes de distinguidos literatos como
Manuel S. Pichardo, Julián del Ca-
sal, etc.
j<>Llbore;s. Manizales, (Co-
lombia ). — De esta interesante y
selecta revista literaria que dirigen
los señores Jesús Arenas y Pedro
Luis Rivas S., hemos recibidos los
números 7, 8 y 9 \'ienen repletos
de un material excelente firmado
por conocidos intelectuales de Co-
lombia
Alma. Jo-u-eiin..— Managua,
r Nicaragua ). - Acusamos recibo
de ios números 2, 3 y 4 de esta
hermosa revista literaria, una de
las más cultas que ven la luz en la
América Central. Son sus directores
los poetas Jorge übaudo R. y Salva-
dor Ruiz M —Entre las valiosas fir-
mas que contienen esos números
figuran las siguientes: Amado Ñervo,
Emiliano Hernández, José Santos
Chocano, Lino Arguello y otros es-
critores de renombre.
El j?>s.lba.. - León, ( Nicara-
gua ). — Hemos recibido algunos
números de esta interesantísima
publicación mensual que dirige el
delicado poeta A. Medrano
Es, sin duda alguna, la mejor que
se publica en los países centroame-
ricanos. «El Alba» es una bella re-
vista literaria por cuyas páginas
desfila la alta intelectualidad de la
tierra de Darío. Los números que
tenemos en nuestra redacción traen
composiciones ( algunas inéditas )
de Santiago Arguello, Rubén Darío,
A. Med"ano y otros escritores de fi-
bra, ya consagrados en el ambiente
literario hispanoamericano.
Con esta revista, igual que con
las anteriores, dejamos desdo ya es-
tablecido el canje de práctica.
CANJE ORDINARIO
«El Cojo Ilustrado», Caracas; «Le-
tras , Habana; «Zig-Zag», Santiago
de Chile; «Revista Latina*, Madrid;
«Revista Róchense», Rocha; «Tepic
Literario», Tepic México ; «Pedago-
gía y Letras», Guayaquil; «Revista
de Guadalajara», Guadalajara Mé-
xico ; «Nueva Vida», San Salvador;
«Tropical», Ibagué Colombia ; «Mes
Literario», Coro (Venezuela' «Éli-
tros*, Maracaibo Venezuela); «Pá-
ginas Ilustradas , San José de Costa
Rica.
NUEVOS LIBROS RECIBIDOS
A Última hora nos han llegado
los siguientes :
« La Cópula », por Salvador Rue-
da. — Madrid.
«Géminis», por R. Villegas y
Bermúdez de Castro. Madrid.
«Por los Caminos del Mundo»
('poesías), por Guido Anatolio Gar-
tey — Buenos Aires.
«El Dilema» drama en un acto),
por Guido Anatolio Cartey,— Bue-
nos Aires.
• Conocimiento y acción. En los
márgenes de «L'expérience róli-
gieuse , de W James. Sobre el
carácter. Un paralogismo de ac-
tualidad. Psicogramas Un libro
futuro Reacciones. — Ciencia y
Metafísica. , por C Vaz Ferreira
— Montevideo.
En el próximo número hablare-
mos de todos ellos No lo hacemos
en éste por no disponer del espacio
necesario para ocuparnos deteni-
damente de algunos de dichos libros
que nos merecen un concepto muy
alto.
2(^
r^
■X^ - 150 - I
'.r- - Pero ya el \erbo hepho volcán ha lanzado á las alturas sus erup-
ciones de auroras, y he aquí que las mucliedumbros errantes, han
hallado la estrella de Hetlen de sus largos peregrinajes en las tinie-
blas. La práctica de la lucha, la nueva orientación científica de la
Ideología revolucionaria, han concentrado toda su luz sobre el futuro
abierto, alumbrando el camino de las conciencias en marcha hacia el
l^estino Revelado.
Y es así que las muchedumbres contemporáneas, aleccionadas de
una larga experiencia, santificados sus ideales en el Jordán del marti-
rio, han hecho su Kvangelio del grito « M Dios ni Amo »•, lanzado á
los oídos de los déspotas por la vieja Internacional, arrastrada en las
tempestades tribunicias del verbo de liakounine, el épico revolucio-
nario cuya vida de Evangelio y de heroísmo, bastaría por sí sola
para que el INunien de un moderno Homero, reconstruyera el monu-
mento harmonioso de una Iliada
La Revolución envuelve en su torbellino gigante las conciencias
proletarias, que independizadas de su yugo inmenso, afirman la sobe-
ranía del hombre, frente á la omnipotencia sobrenatural predicada por
las religiones y frente á la Autoridad terrena, preconizada por los
pseudos pensadores burgueses
La violencia represiva, aconsejada por todos los lacayos de la
reacción, no ha hecho más que avivar las llamas de ese incendio colosal,
qtie agigantado por los odios rebeldes, mantenido por el genio de los
verdaderos pensadores, abanicado por las alas del lirismo rojo, amenaza
envolver al mundo en la gigante conflagración de una Aurora Universal.
Y he aquí porque todos los años, las almas plebeyas, se envuelven
en sus esperanzas como en un manto de fiesta y procesionan por las
calles, en tumulto, entonando los himnos de rebeldía y de amor, cuyas
notas exultantes como un Evohé, atraviesan por momentos á manera
de dobles funerarios, el crugir estruendoso de aquellas Horcas que
fueron pedestales del Sacrificio plebeyo en el drama de Chicago.
Las notas de la Internacional, llenas de intensas rebeldías exultan
de las roncas voces proletarias que saben hacerse suaves como una
caricia, glorificando el sueño del porvenir, cunándose en la infinita Espe-
ranza. Y el himno rojo, tronante y enorme como una pamperada de
entusiasmos excelsos, corre por toda la Tierra do fiesta, saludando el
gran advenimiento, como si el alma colectiva, vistiéndose de pontifical,
levantase en las misas promisoras de la Libertad, el cáliz eucarístico
del Supremo Amor.
Kl 1." de Mayo canta las glorias pascuales del Derecho y reme-
mora la epopeya de los heroísmos libertarios, á la falange universal
de los hijos del Pueblo, de esa «grande famille des malhereux » que
dijera en parábolas de luz la «Virgen Roja», la sublime Verónica de
todos los Cristos revolucionarios, que fué de mundo en mundo, en
exilio perpetuo, repartiendo entre fodos los oprimidos de la tierra sus
amores santos y sus visiones luminosas, como si fuese el olma misma
de la Revolución hecha ternura y el Símbolo mismo de la Justicia,
hecho mujer.
Ll ;." (le Mayo es el Rey mago que trae del Oriente su mensaje
supremo, llevando en sus alforjas una divina carga de esperanzas.
Kl 1 de Mayo canta el Peana de Gloria de • todas las vindica-
ciones resurrexas, como también el toque de rebato de las iras en
tumulto, que viene desde el fondo de los Tiempos, á sacudir las
conciencias proletarias como campana de alarma y de triunfo
Himno de guerra y de amor, que hace levantar las frentes aba-
tidas en una prolongada reverencia claudicante, y hace levantar los
corazones como cráteres de sangre en el brindis auspiciario.
— 151 —
Himno de guerra y de amor que empieza atronando los aires
como un presagio de ruina en la imprecación sublime de un Isaías,
y concluirá mañana arrullando idílicos amores en la gloria plenisolar
de la € Ciudad de la Luz » como una égloga de Virgilio.
Y es así como las muchedumbres irredentas se unen en las Pas-
cuas de Mayo, como una gran cadena de corazones, y marchan en
fiesta, hacia el Levante magnífico, donde el Sol de los últimos desig-
nios, semeja sobre la Tierra coronada de rayos, la mano bendecidora
de una madre sobre la cabeza blonda de un niño que tejiese idilios de
estrellas en el sueño apacible de su cuna.
Ángel Falco.
p.. f^ Oda. á. la. ^e-lleíza.
Ok Belleza, que tú seas bendita,
Ya que eres absolutiimeiite pura. _
Ya que eres iuviolada.
Línii>i(la, firme, sana é iniítnluta.
Fuente de la divina eoniphu-eneia,
Oasis infínito
Que sujíieres l«s éxtasis beatos
Y las romántieas eonteiiiplaeiones . . .
Adonde quiera que tu sijínn luzí-a.
Atiende quiera que la esencia eniarnes,
Fluye de tí, niaravillosaniente,
Una ííloria serena y luminosa.
Una fruición profunda 'é inefable...
Eres el cauce ijródif-'o
Surtidor de aruionía ;
Crisol de místicas depuraciones.
La veta que colora y que sublima
El eterno miraje;
Krcs la gema au<>:usta
Prendida sobre el arca
F'értil del Universo.
Auuíiue el ciejío te iffnore.
El profano te niegue
Y el infiel te repudie.
Kres perfectamente triunfadora
Sobre la indiferencia de los necios
Y la conjuración de los apóstatas ...
Aunque los pecadores
Te inculpen sus pecados
Y te acusen los reprobos
De atributos malditos,
Kres inmaculada é inocente:
No te corrompes con la hiél del odio
Ni la ponzoña del amor sacrilego.
Eres inaccesible.
Eres pasira, sola.
Sencilla y sobreluunana . . .
No inspiras, no padeces
El prosaísmo vil de la materia
Ni la sensible turbación del alma.
Entre todos los acontecimientos,
Evoluciones, mitos y teorías.
Entre la suficiencia que te alaba
Y la interpretación que te traiciona,
Entre todas las fuerzas.
Entre todos los tiempos,
Entre todas las cosas,
Tú te levantas religiosamente
Dentro la urna dúctil de tu forma
Como en la alada prez del incensario
La inmunidad de la sagrada hostia.
Oh Belleza, que tú seas bendita,
Más la sabia legión de tus apóstoles ;
La entraña que te crea.
El sol que te ilumina.
El prisma que te agranda.
La plancha que te copia,
El aúreo pedestal que te enaltece
Y el soberano lis que te corona!
Por eso sobre el plinto de tu imagen.
Sobre la majestad de tu hermosura,
Sobre el fulgor joyante de tus iris.
Sobre, la egregia línea de tus curvas.
Pongo la rendición del canto mío
A tu gracia inmortal loa fecunda.
María Eugenia Vaz Fkbreira.
152
tl« Vargas Vila
Las liestas de Cervantes llegaban
á su fin ;
el cansancio ganaba todos los es-
píritus ;
el fracaso ruidoso de aquel certa
men de admiradores y el abuso
estruendoso y cruel de todas las
formas de la oratoria, más ó menos
exóticas, habían predispuesto los
ánimos contra el uso de la palabra
hablada ;
una semana de festejos cuasi to-
dos orales y didácticos, habían ago-
tado el tema y la paciencia en los
cerebros y en las almas, aún de los
cervantistas más apasionados ;
de Menéndez Peí ayo, en la Aca-
demia, á Navarro Ledesma, en el
Ateneo, el ciclo de la oratoria apo-
tésica parecía definitivamente ce-
rrado ;
la fuente de la erudición se había
agotado, después de correr, casi
siempre sin ventura por entre los
guijarros de todas las mentes clási-
cas más ó menos rudamente infe-
cundas ;
Vargas. Mía, que había visto todo
esto, se había mantenido — á pesar
de tener la representación de un
país amigo — voluntaria y sistemá-
ticamente apartado de ese turbión
oratorio, que asumía el formidable
clamor de una avalancha .
esa > victoria del. silencio, fué efí-
mera ;
el contagio de la hora, lo tocó
al fin :
instado á liablar, en el Paraninfo
de la Universidad Central, de Ma-
drid, en la fiesta oficial, que clau-
suraba la celebración del Centena-
rio, no p 'dn excusarse, no de'>)ó
hacerlo ; y, accedió á decir en ella,
unas palabras;
aquellos que lo habían oído en el
Ateneo de Madrid, la noche del 28
de Marzo, deseaban con inmenso
empeño volver á oirlo, y los que no
lo habían escuchado nunca, atraí-
dos por el eco de aquel discurso,
deseaban escucharlo ;
sin tiempo ni voluntad para ha-
cer una verdadera pieza oratoria
sin amor al tema; sin pasión por la
clásica leyenda, que no decía nada
á su alma roja, de combate rudo ;
sin entusiasmo por la infecundidad
de las glorias orales, que no signi-
fican nada para la Libertad, ni de-
jan otra huella que el eco de un
fracaso, fué allí, sin emoción, sin
devoción, al frío cumplimiento de
un deber cuasi ornamental, dispues-
to á decir cuatro frases, que por su
cortedad evitarán el ridículo, que
ya empezaba á cernirse sobre los
discursos aparatosos, algunos de
los cuales, veía él, venir ya, con la
mole hojosa y amenazante, de un
pedazo de bosque descuajado;
y no pensó sino en decir algo,
que fuera, como la nota artística y
nueva, en la avalancha de dicción
antigua y el follaje pintoresco que
los conservadores de la vieja ora-
toria americana, no faltarían en
exibir allí, al lado de las vetustas
ánforas donde espumeara el viejo
vino de la elocuencia española, be-
lla aún, .en su sonora caducidad ;
y, así fué.
El espectáculo ei^a imponente ;
presidía el ministro de Estado, en
representación de S M. el Rey ;
tenía á su derecha al Nuncio del
Papa, y á su izquierda el Rector de
la Universidad y la señora Pardo
Bazán ;
en el estrado, estaba el Cuerpo
Diplomático de la América Latina,
muchos ministros y ex -ministros
de la Corona ; altos funcionarios
civiles y militares ; los presidentes
del Parlamento ; senadores, diputa-
dos, generales, académicos, escri-
tores, artistas, periodistas . . .
y, un escogido número de damas ;
llamado á la tribuna, Vargas Vi-
la, ascendió á ella;
un rumor de aplausos, estruen-
dorosos saludó su aparición ;
¿de dónde aquel rumor de simpa-
tía y admiración, al orador extraño
y lejano, al solitario cuyo alto des-
— 153 —
den, rechaza cultivar las flores en-
fermizas de la popularidad y del re-
clamo?
Vargas Vila se inclinó ante el
aplauso, y las siguientes Palabras
fueron dichas :
Palabras dichas
pop Vapgas Vila
en el Paraninfo de la Vniversidad Cen-
tral de Madrid, el 15 de Mayo de 1905,
en la sesión solemne, celebrada para
clansnrar las fiestas del tercer Cente-
nario de la aparición del Quijote :
Señor ministro, señoras, señores :
puesto que la junta directiva de
esta Asociación me ha instado para
decir en esta fiesta unas palabras,
vengo á decirlas ;
no haré un discurso ; el tiempo y
la materia están ya agotados ;
en una fiesta hispano-americana,
se impone, por lógico, que, los que
americanos somos, vengamos aquí
á hacer constar, como, el corazón
de América, late unísono con el co-
razón de España en esta apoteosis
del Genio Nacional ; nuestra pre-
sencia aquí lo corrobora ; nuestra
palabra viene á afirmarlo ;
la América ama á Cervantes ;
su asombrosa y épica creación le
es familiar;
el Caballero de la Triste Figura,
ha prolongado su viaje más allá,
mucho más allá, de las llanuras pol-
vorientas de la Mancha ;
Don Quijote ha viajado por Amé-
rica, viaja aún allí ;
todos le hemos visto, lanza en
mano, adarga al brazo, caballero en
su rocín, recorrer el silencio de
nuestras selvas, mirarse melancó-
lico en el cristal de nuestros ríos,
ascender nuestras cuestas agrieta-
das, para perfilar, desde las cimas,
su silueta angulosa, sobre los valles
pensativos ;
su locura nos ha encantado y nos
ha contagiado á todos ;
y todos hemos saludado con res-
peto, esa alta y noble figura, idea-
lizada de heroísmo y castidad ;
su grandiosa y conmovedora epo-
peya, es todo el poema de la vida
humana: esadivina tragi-comedia,
es la verdadera divina comedia de
la vida ;
y porque Cei'v.aites no escribió
un libro, sino el Ub o ; porque no
pintó el alma española, sino el alma
humana ; porque no retrató un
hombre, sino el hombre ; porque no
contó una vida, sino cantó la vida ;
por eso, aquella Biblia del Dolor
Heroico, es universal ;
todos lo amamos ;
y en América, pueblos de ideali-
dan y quijotismos agudos, donde
vivimos en eterna vela de nuestras
armas, y en culto perpetuo de la
guerra, amamos á Don Quijote,
porque es á nuestras almas bélicas
la más genuina representación del
heroísmo ; pero del heroísmo au-
téntico ; de ese heroísmo, desequi-
librado y visionario, que lleva so-
bre el casco, amellado por todas las
derrotas, un divino rayo de ideal ;
la heroicidad que razona, es la
vanidad que obra :
sólo en el seno ilücido de la divi-
na demencia, es que el hombre ad-
quiere la talla portentosa de los hé
roes, ó la silueta enorme de los
mártires :
todo gesto heroico, es extrahu-
mano ;
todo sacrificio, es la demencia;
la locura, es una vía láctea, cua-
jada de soles ;
el zodiaco de la inmortalidad, está
hecho de dementes ;
ellos alumbran, como un sol com-
pasivo, el rebaño inacabable de los
hombres normales, y se vengan de-
jándoles la razón; ellos, se llevan el
Genio ;
los espíritus equilibrados, ni sien-
ten, ni comprenden la divina neu-
rosis ;
la odian : su insulto al Genio, tie-
ne eso de inocente, que es incons-
ciente ;
la primera condición del Genio,
es no ser comprendido ; la segunda,
es ser insultado ;
la popularidad, es el lote y el dis-
tintivo de la mediocridad ;
los genios,, no son populares; son,
orgánicamente, antipáticos á la mu-
chedumbre :
— 154
el Genio y la multitud, son riva-
les ;
los genios, no van en tropel, como
los cerdos, como las ovejas .
los genios viven solos, van solos,
como los leones, como las águilas ;
el desierto es su apoteosis, la so-
ledad es su aureola;
la gloria del Genio, es ser lapida-
do ; su castigo sería, ser olvidado;
el Destino, no castiga al Genio ;
sólo castiga á los pueblos que no
saben admirarlo ;
el Genio, no es el sentido común,
es su antípoda ;
el Genio, es el visionario anor-
mal; el Genio es Don Quijote ;
El Sentido común, es la mentali-
dad equilibrada, la mediocridad ra-
zonadora y normal ; el vientre que
razona; es, Sancho Panza; el Alfa
y el Omega de la intelectualidad ;
los dos polos inmóviles del espíritu
humano ;
el Sentido común, también escri-
be ... y, á veces, mucho ;
pero, sólo el Genio hace obras ;
obras inmortales ;
nosotros, en América, amamos el
Genio y lo honramos ;
apiamos á Cervantes, el Manco
inmortal;
amamos á Don Quijote, el Loco
Inmortal ;
pueblos de rebelión y de heroís-
mo, nosotros amamos á Don Quijo-
te porque representa, á nuestros
ojos, la más alta, la más noble, la
más excelsa de las virtudes hu-
manas ; la santa virtud del entu-
siasmo;
fuera del entusiasmo, la vida es
un marasmo ;
¡ desconfiad de los pueblos y de
los nombres sin entusiasmo ! ellos
son pueblos y hombres sin grande
za ; allí donde el entusiasmo es con-
denado, tened por seguro que el he-
roísmo es burlado ;
I despreciad las almas y los pue-
blos que ríen de los gestos heroi-
cos ! ellos han perdido el respeto
noble de la gloria; allí donde la
burla tiene su imperio, es porque lo
sublime ha perdido el suyo ; el pue-
blo que llega á- reir de las cosas he-
roicas, es un pueblo destinado á
desaparecer entre las risas de los
otros ;
i tened piedad de la hora en que
la risa impera ! ¡ allí donde la risa
reina, la catástrofe germinal los
pueblos sin heroísmo mueren rien-
do, con un rictus de risa triste en
los labios, como el de aquellos que
mueren bajo la nieve ;
he ahí por qué yo bendigo la hora
actual ; esta hora en que se glorifi-
can el Genio y la Locura ;
i España, ama aún la idealidad !
¡ España, ama aún los gestos heroi-
cos ! esta apoteosis del Quijote lo
demuestra ;
España, ama aún el entusiasmo ;
España, ama aún el heroísmo ; ¡ben-
dita España ! el pueblo que glorifica
el entusiasmo, es aún capaz de sen-
tirlo ; el pueblo que dignifica el he-
roísmo, es aún capaz de imitarlo ;
coronar la Gloria, es la manera
más alta de mostrarse digno de
ella;
un pueblo que renuncia al he-
roísmo, es un guerrero muerto ba-
jo el escudo, cuando no es un escla-
vo muerto bajo el azote;
cuando un pueblo llega á creer
que el entusiasmo es demencia, y lo
proscribe, ese pueblo ha recobrado
la razón ;
y cuando Don Quijote recobra la
razón, no le queda otro camino que
morir.
esas palabras, varias veces, inte-
rrumpidas por la admiración, fue-
ron al fin cubiertas por una salva
estrepitosa de aplausos . .
Vargas Vil a, se inclinó para as-
pirar el perfume de esa flor extra-
ña, y colocó la pálida orquídea so-
bre su corazón . .
y, sintió la nostalgia desesperada
de sus grandes horas tribunicias, de
sus recios discursos de combate, del
perfume cautivador de las grandes
rosas rojas del insulto, cayendo co-
mo dardos sobre el acero recio de
su escudo .
y, como en un caracol marino,
sonaron en su memoria los ecos de
las tormentas lejanas. . .
el aplauso es un rumor, la admi-
ración es un miraje;
#
— 155
nada vale en la vida lo que una
tormenta de odios, lo que una hora
de lucha y de peligro . .
la poesía del triunfo es tediosa . .
no hay poesía verdadera sino la
poesía inquietante de la lucha .
fuera de ella la vida es un maras-
mo; no vale la pena de vivirse ;
la peor tristeza de !a vida, debe
ser triunfar ;
la peor desolación, sobrovivirse á
su poema ;
no hay para las almas de lucha,
sino un liimno enaltecedor; el. del
insulto ;
una apoteosis real : la del escar-
nio;
una inmortalidad ; la del dolor ;
eso es vivir ...
0^ '*£k^ías Oulc^s"
I'í!,-i' Aro I. O.
Pobres lágrimas mías las que glisan
A la esponja sombría del Misterio,
Sin que abra en flor como una copa cárdena
Tu dolorosa boca de sediento !
Pobre mi corazón que se desangra
Como clepsidra trágica en silencio,
Sin el milagro de ineí'ables bálsamos
En las vendas tremantes de tus dedos !
Pobre mi alma tuya acurrucada
En el pórtico en ruinas del Recuerdo,
Esperando de espaldas á la Vida
Que acaso un día retroceda el Tiempo ! . .
Delmira Agustixi.
**-
^:
— 156
{^J^ y^í'eTZ.
r
i^i^^ "^ ^^?^á<?'¿^
^y'í^d^cí^. i^cc^-& ^é^'-^ricc/^^T? ¡^724^ /a7? é^£^^^<2j^.4^
^
'Y^acc«^ ,^iíi^ yí,;^ ^
— 157
ViCKNTE Blasco Ibáñez
MiorEL Luis Rocuakt
-o{)$CCC$(}^-
Cou rumbo l)acia alta mar
fl bordo del "Iioa"
A Vireiiíe /{lasco Ihcnipz
Para Apolo.
¿Adonde va mi senda sobre el abismo? Pienso
en ]a hondura del agua, i me quedo suspenso . .
Van pasando las olas azules, espumantes,
rasgadas por la proa ; clarean los distantes
confines solitarios, i oscilan los cañones
enormes del steamer, por bajo los bullones
de las nubes altísimas. El aire desmelena
los penachos del humo.
¿Llegaré?
La cadena
que va al timón chirría ; i por entre los ralos
cordajes distendidos que sujetan los palos,
diviso la ribera. En lo azul se destaca
la línea de los cerros, se encoje la resaca
dejando las espumas en la arena, i perdido
en lo inmenso del agua i del cielo tendido
sobre todos los límites, lentamente desplego
mis alas invisibles, i sonando me entrego
al viento de la hora.
El sol desciende, pasa
— 158 —
la línea de occidente, í su fulgor abraza
por debajo la comba de las nubes. La orilla
de cada pliegue blanco ó ceniciento, brilla
con un tono de púrpura que suavemente deja
caer sus bermellones sobre el agua azuleja.
El mar, sangrando, se hincha, i hasta donde se pierde
no se divisa un rasgo ni azulado, ni verde:
todo es luz escarlata! ¿Qué recuerdo lo ajíta?
f. Qué remueve los antros de sus aguas ? ¿ Qué excita
sus tranquilas honduras á sentir el arrojo
con que cruza los aires este momento rojo ?
Es tan humano el ritmo del latido que impulsa
el avance del agua purpurada i convulsa,
que me turbo, i mis ojos, en el laxo ó erecto
erguirse de las olas, ven latir, resurrecto,
el haz de corazones caldos á este abismo
en los vértigos locos de pasión ó heroísmo !
¡ Cómo tiemblan algunos ! ¡ Cómo pasan aquellos
de ritmo doloroso ! ¡ Cómo este grupo deja
el lánguido recuerdo de una estela bermeja,
en tanto aquel se encumbra, se crispa, se revuelve,
se detiene espumando, i á sus ímpetus vuelve
como quien siente el ansia de alcanzar la ilusoria
majestad que prometen los lauros de la gloria !
Por aquí van algunos rodando adonde quiera
llevarlos el capricho de algún viento cualquiera;
i por allá, siguiendo sendas desconocidas,
como un revuelto grupo de hojas secas caídas
en el oscuro otoño de la pasión, van esos
que no sintieron nunca el calor de los besos
de que sonaron ; todos los que el postrer suspiro
barrió como un puñado de cenizas ...
Aspiro
la esencia del paisítje visionario. ]\Ie lleva,
me arrebata el ])rodijio. El oleaje se eleva
con luminosa insania de heroicidad, con bríos
que yo siento en ]ui sangre como si fueran míos;
es un algo de gloria i de sombra que enlazan
sus rosas i sus lágrimas i nuevamente pasan
camino de la nada : es vértigo que suena
con alzarse del linu>, i oscila i se despena;
es el himno grandioso cjue en la ñor es perfume
i destello en el astro, el himno que consume
las fuerzas interiores de todo ser; es llama
que en su floral instante, por algo eterno clama!
¡Oh los verdes laureles! Oh la inútil porfía
de todo lo que sube sonando todavía !
¿ Qué me quiere esta hora ? r, A qué estas remembranzas
de sueños extinguidos i muertas esperanzas?
¿ De todos los altivos corazones que en A'ano
159
lucharon, i cayeron como cae el océano
que en su rodar constante, febril sobre si mismo
no avanza i se revuelve sobre su propio abismo?
Cambia la luz, se amengua. Ya se va la locura
carmesí de las olas; ya la inmensa llanura
se tifie de esperanza. Es el viento un suspiro.
Hai, sobre el verde, tonos de pálido zafiro
que se indican i mueren con un temblor. Se apagan.
los largos horizontes ; confusamente vagan
las nubes cenicientas, algo de luz tirita
todavía en la seda de las aguas, palpita,
á lo lejos, rasgando la claridad dudosy,
una gaviota inquieta como una mariposa,
i el paisaje se borra, se pierde, se hace fluido
para rodar con todos sus sueños al olvido.
Miguel Luis Rocuant.
Santiag'O de Chile.
-ofl$c:x*!)o-
lSIi-ie:stros e;ojn.te;mporán(z;os <sra su. casa.
Verhaeren
— 160 —
Historia ie ^tisu-efíos y d^ amores...
Para Apolo
A Or/d/o Fi'rniinth':. Jx'/ox.
Rene, virgencita triste de los jar-
dines abandonados entre los cami-
nos del suburbio : han venido hasta
mí volando en el alma viajera del
viento, el eco gemebundo de tus la-
mentaciones, los inconsolables sus-
piros de tu primer pena de amor.
Sí, mi buena y dulce pequeña, tier-
na y perfumada como los pétalos
en flor. He sentido á través de nues-
tras ausencias, tu agonía solitaria
y doliente, por maleflcio de un en-
sueño que se ha quebrado en tu
alma y te ha desvanecido el primer
encanto y la primera fe
No llores más. Sé de tu romanza
sin palabras y sé de tus veinte pri-
maveras. Con el piadoso amor de
mi amor que te alaba, te diré la
canción que tú no sabes y el idilio
que ya no ves porque tus ojos están
llenos de tus lágrimas.
Ven, virgencita. Óyeme jimto á
los labios, que manan para tí el
bálsamo del recuerdo. Ven, mi bue-
na y dulce pequeña. Te evocaré
los pasados encantamientos, y con
ellos tornarán otra vez á tu nido
abandonado, las amadas, las sua-
ves, las dulces golondrinas.
Tú lo h?bías imaginado sobrena-
tural, maravilloso de bellezas y de
dones, armonioso y suave como el
Apolo de los mármoles, florecido
del regazo de Venus Anadiomena,
madre virgen iníinita, alma fuente
de la suprema belleza. Tú lo creas-
te en el éxtasis de un sueño, y por
eso era magnílico y hechicero como
un sueño liajo el augusto reposo
de sus párpados, sus ojos maravi-
llosos Huían dulce dulcedumbre de
miel. En sus labios palpitaban los
besos desconocidos, y en todo el
ritmo de las formas nuevas, ardía
como un fuego sagrado, el alma
eterna de la vida
Y milagro de la fecunda madre
que elabora desde el fondo omnipo-
tente de su reino las formas y las
almas, las armonías y las sensacio-
Envio.
nes, tu amado surgió del misterio
de tu ensueño, y se hizo tangible y
palpitante, viajero hacia tí, pere-
grino para tus adoraciones y tus
encantamientos. ¿ Recuerdas la pri-
mera vez? «Beata señora nuestra
de los dones y de las felicidades,
dijiste como un rezo, de rodillas,
besando con tus labios las palabras.
Vayan á la gloria de tu alabanza
infinita mis cariños rebosantes, y
sea mi ternura de gracias, el sacri-
ficio de mi ser por tus dispensacio-
nes. Mi alma va en mis palabras
para besarte, tú que vives en la
esencia invisible de las cosas, can-
tando tu triunfo en las auras que
pasan, en el espíritu de las savias,
y en la fiesta perfumada de los
colores. Adoraré en mis amores
tus magnificencias. Glorificaré con
la caricia dilecta de mis labios y
mis manos sabias, para el deleite,
tu maravilla de madre pródiga é
inmaculada. Tuya soy, beata, bien
aventurada, bendita madre Natu-
raleza. Tuya soy, beata madre, tuya
porque tienes mi felicidad suspensa
de tus manos manantiales de ju-
ventud eterna, vasos gemelos sur-
gentes de la hidromiel del amor.»
¿ Recuerdas, mi pequeña ? La ora-
ción musitada con el alma en los
labios, fué tu bautismo de fe para
tus vendimias y tus peregrinacio-
nes por el huerto agridulce de las
incesantes pasiones.
Llegó hasta tí por fin el encanto
hecho carne, la forma florida enso-
ñada por tus éxtasis, el amado tuyo
esperado y prometido. De hinojos te
habló. Vencida le escuchaste. El de-
cía tanto de tí con las palmas de
sus manos como con sus palabras.
Loaban á un ritmo su sangre nueva
brotada del flanco de Venus Ana-
diomena, y su espíritu sereno y
melodioso que se encendía en las
ascuas dulces de tus ojos. Fueron
sus palabras :
«Eres extraña y adorable; eres
161 —
una desconocida que signada para
los grandes destinos, signada pa-
ra mí que te buscaba, no tenías la
interpretación sencilla de las belle-
zas vulgares y de las vírgenes ala-
badas en los falsos pedestales de los
salones. La jadeante y ansiosa cara-
vana de los peregrinos del amor en
búsqueda, no supieron de tí porque
no pudieron identificar el ritmo de
sus corazones á tu corazón, ni sus
laudaciones espirituales á la par de
tus glorias esenciales y divinas.
Eras sola en el ser, sola en la forma
pura, sola en la vida desesperante
de las monótonas igualdades, de los
imiformes deseos y los uniformes
alientos. Yo te buscaba, imagen ex-
traña y adorable, para amarte más
allá de las simples vibraciones, más
allá de los fuegos ardientes que
consumen sin intensidades; yo te
buscaba para encender lentamente,
bajo la honda sabiduría de las ma-
nos que acarician, en los silencios
eternos de dos bocas unidas, esa
inconsumible llama de amor que
lleva por hiperbóreos laberintos de
deliquio, á los paraísos desconoci-
dos que tienen senderos y penum-
bras á la muerte.
« Así te deseo yo. Así te imaginó
el ánima de mi amor para mis ado-
raciones. Tu cuerpo ligero como un
lirio, tiene de su alba pureza y de
su sensitivo temblor á la caricia. En
tus ojos tranquilos de agua mansa,
se inmovilizan en suaves reposos
los paisajes azules del cielo, como
cielos encantados. Tus labios menu-
dos y breves, son dos rasgos de san-
gre virgen sobre la pálida transpa-
rencia de tu piel de seda. Bordes
sagrados de la fuente intocada de
tu boca, beberé en ellos en supre-
mos sabores, el agua milagrosa que
transporta á la vida inmortal. Tus
mejillas de suave languidez de ma-
dona, se encienden á mis palabras
como rosas abiertas. En tus manos
exangües de marfil, diáfanas como
manos místicas, hay una santidad
pagana que bendice cuando acari-
cias. Tienes la belleza virtuosa, la
impecable belleza de las mujeres
que en la gloria espiritual del ritmo,
se desvanecen de la carne hacia la
fluidez incorpórea del ensueño ima-
ginado. Tú no eres una vida, eres
una creación cerebral como los dio-
ses de las estatuas, un pensamiento
supremo prendido en una forma
visible, una armonía divina inmor-
talizada en un vaso de amor. Amada
mía, yo pongo mi alma en tus labios
como una ofrenda á tí, yo exhalo
mi aliento vivificado por los oríge-
nes propicios de la madre Anadio-
mena, y pido tu dispensación de
virgen y de diosa, para desvanecer
sobre tu boca mi esencia y mi ser
como el hálito de un suspiro ...»
Besó el magnífico amado la san-
gre húmeda de tus labios, ¿ recuer-
das, oh mi buena y dulce pequeña ?,
y al despertar tu alma del éxtasis,
te encontraste sola con tu primera
lágrima Parecía que el viento, ce-
loso y alado viajero, había huido
con éi hacia el infinito, fuera de lo
tangible, más allá de las visiones
humanas
A solas con el recuerdo, abando-
nada con una extraña ilor de fuego
que te abrasaba el corazón, sentiste
en las fuentes serenas de tu alma,
el primer veneno de la angustia. Y
nació como un alivio, y nació co-
mo un envío al ensueño, tu primer
suspiro. Y bálsamo generoso y fiel
más que la vida, brotó de tu con-
goja la fuerza redentora de la espe-
ranza. Vinieron días eternos de
doloroso alentar La diosa Levana,
madre de los - dolores, te enviaba
envueltas en sus crespones melan-
cólicos, á sus tres hijas Nuestras
Señoras de las Tristezas.
Esperaste en vano por las tardes,
en las penumbras desvanecentes de
los ocasos, la resurrección de tu
ensueño viajero Tus ojos mordidos
por el llanto, ahondaron las vague-
dades de los horizontes, y perfila-
ron con el deseo las formas desdi-
bujadas en los claroscuros de la
agonía del sol. Fuiste creyente y
tuviste súplicas para todas las vír-
genes milagrosas. Creíste en el
oróscopo y hablaste con las hadas.
Por las noches leíste tu destino en
las estrellas y á las estrellas les
imploraste la buena nueva. Acu- *
Trucada en las sombras inmóviles
162
esperaste temblando el nacimiento
blanco de la flor de la noche, para
descifrar en sus pétalos el sortile-
gio de tu suerte. Y las hadas, y las
vírgenes, y las estrellas, ninguna
supieron decirte el augurio. Solita-
ria con tu pena, tu alma, á cuestas
con tu corazón moribundo, lloraba
por todos los caminos de tus ilusio-
nes, pidiendo piedad y bálsamo de
amores. El ensueño se había roto,
y su muerte te daba la muerte. Llo-
raste con los ojos abiertos, á la
desesperada, buscando á través de
tus lágrimas prismadas en tus pu-
pilas, el maravilloso y encantado
castillo que guardaba vencido y pri-
sionero, como en los cuentos azules
de la abuela, al gallardo y tierno
mancebo de las adoraciones . . .
Yo que sé de tu agonía inconso-
lable, yo que conozco los muertos
idilios y los pasados encantamien-
tos, yo que te he sentido florecer al
amor de tu ensueño entre los cár-
menes del suburbio, te envío este
mi romance de ensueños y de amo-
res, para que te lleve un minuto
siquiera en la vida, esa dulce agua
de salud que solo brota del re-
cuerdo ...
Manuel Medina Betancort.
-<5{)$C^CÍ.(}^-
ÍQ5 CyclalÍ5(23
Oü sont nos amoureuses ?
Elles sont au tombeau;
Elles sont plus heureuses,
Dans un séjour plus beau!
Elles sont prés des anges,
Dans le fond du ciel bleu,
Et chantent les lounges
De la mere de Dieu!
O blanche flancée!
O jeune vierge en fleur !
Amante dólaissée,
Que flétrit la douleur !
L'éternité profonde
Souriait dans vos yeus . . .
Flambeaux éteints du monde,
Rallumez-vous aux cieux !
GÉRARD DE Nerval.
-o{)$CrX$[V;-
J^a Q^tfQlla de oro
Para Apoi.o.
Para que de tus victorias hermosísimas te ufanes,
Como ante una cruz sálvale, los Boyardos y EspJandianes
^Su amor jurante invocando la áurea cruz de su tizona ;
Que en los dramas de sus pechos eres tú la prima - dona.
¡ Quién te viese timonera de la concha en que Citeres
Navegó sobre la espuma de color de rosa ! . . . Tú eres
La onda clara de la vida (¡ue algún Paraíso mana...
Tu extendida cabellera, como insignia capitana,
Venga al mástil de mi barco . . .
¡ Sople el viento sobre ella,
Y sus flecos serán como ravos de oro de una estrella !
GuzMÁN Papini.
— 163 -
Ckoí)atra
Para .4i'OLO.
Al poeta y diplomático rloctov Davin Oalpíío.
El busto inflado por sensual suspiro,
Cleopatra, toda plena de joyeles,
Espasma, adormecida sobre pieles ;
Sus carnes con reflejos de zafiro.
Piensa en Antonio, el bélico triunviro.
Manso y feble á sus pies cual sus lebreles,
Hoy muerto entre engañosos oropeles,
Y ríe con sus labios de vampiro.
Y, tal cual una víbora irritada.
En su lecho, friolenta y excitada,
Se estremece con gesto voluptuoso.
Presentando triunfal, como un escudo,
A un famélico áspid ponzoñoso
Su cuerpo de marfil todo desnudo.
Buenos Aires, lltO?.
Pablo Mixelli González.
ISr-ut^stros oojn.te;íTapoi-á.an.e;os e;in. su. cra-sa.
Sarah Bernhard
t"-í^-
— 164 —
Tributo al mar
Para Apolo.
Llena de soñadores,
la temeraria nave
cruza el inmenso mar omnipotente
que puede aniquilarla . . .
llena de soñadores que partieron
en busca de las tierras
de promisión ... ó acaso,
guiados de una estrella refulgente,
en busca de otro mundo
que cual nuevo Mesías
alborea en un fausto nacimiento . . .
Como una leve pluma
surca la nave el mar embravecido
á través del inmenso
desierto del Atlántico,
y cuando cruza el Trópico,
en unas horas negras de la noche,
abordo, en holocausto
al mar omnipotente, '
la fiebre corta como flor de un tallo
la vida de una niña.
En su marcha un instante se detiene
y al mar la nave su tributo paga:
cae la flor al mar, y el mar sonríe
en un bello crepúsculo . . .
i Sigue su rumbo la atrevida nave
llena de soñadores melancólicos ! . . .
- Vicente Medina.
Montevideo, abordo dol « León XIII », 24 de Febrero de 1908.
— 165 —
Es de los consagrados. Su labor vasta y proficua
de novelador pujante lo ha colocado en un puesto de
avanzada en la falang'e intelectual contemporánea.
Ha publicado ; Las ingenuas, La sed de amar,
Alma ex los labios, Del frío al fuego, La altí-
sima. Reveladoras, La ]3ruta. Socialismo indivi-
dualista y El amor ex la vida y ex los libros,
y ya ha dado á las cajas una nueva novela intitu-
lada : La de los o.í(^s C(^)Lor de uva.
— 166 —
/> '' Ai
ri4maM&v 1444 Ci^^a/n^y/o
C/fa444h? H40H^ tu %/C4A^//^
i4A la ei^'fa4 ¿t/itMe^n^
^ /C(44JÍ e44tAfl4> Cu ¿á ¡rof
\
— 167 -
168
txí la soledad
Para Apolo.
C'est ehT)se bien comuiie,
De souitirer poiir une,
Blondo, chataine cu bruñe,
Maitresse ;
Lorsque blonde cu chataine,
Ou bruñe, cu l'a sans peine,
Moi, .j'aime la Lointaine
Prineesse.
Edmond Rostand.
Hace tiempo que estamos muy lejos.
Soy vasallo de intensas nostalgias ;
¡ En Provenza sufría Teobaldo
Por la hermosa Princesa Lejana !
Te soy ftel, sin cesar te recuerdo,
8iu cesar tu belleza me encanta ;
¡ Nada influía de Laura la ausencia,
En la ardiente pasión de Petrarca !
Hace tiempo que estamos muy lejos.
Soy vasallo de intensas nostalgias ;
¡ En Provenza sufría Teobaldo,
Por lu hermosa Princesa Lejana !
Jrr.io R.\rr. Mkndilaiiarsu,
Bournemouth — 1!»07.
De mañana despierto impaciente,
Por saber lo que dicen tus cartas ;
i Se levanta temprano el viajero.
Cuantío jiróxima se halla la Patria !
^^ -^ ^^^
A la playa sonriente de otrora.
Hoy la veo con triste mirada ;
¡ Al (|uedarse sin Luna los lagos
Se interrumpen sus bellas romanzas !
Hoy las olas parecen sollozos.
Antes eran un himno entusiasta ;
¡ Terminado el combate el herido.
Con las quejas reemplaza á fanfarrias !
Yo ([uisiera i)artir para verte,
Para oir á tu voz delicada;
¡ Cuando llega la Noche, las flores
Descaran muy pronto, la nueva mañana !
Paso el día recluido cual monje.
Con augustos silencios (lue cantan . . .
¡ En los templos (jue están sin rumores.
Los cirios murmuran, sonoras jdegarias !
Con las notas de estrofas dolientes.
Enviaré mil perfumes á tu alma;
¡ Con las páginas magnas de « El Fuego »,
Recibe Vcnecia. la luz danunziana !
Te soy fiel, sin cesar te recuerdo,
Sin cesar tu belleza me encanta;
¡ Nada influía de Laura la ausencia,
En la ardiente pasión d(> Petrarca !
Manuel ligarte
169 —
La Hiperbórea
ÜDra-ma. e;n -u.xi. jaeto
ESCENA II
Las viismas — Cora
El criado— (En la puerta iz-
quierda ).
La señorita Cora di Pietro . . .
I?-ma — Eli? Que pase . . .
(Ei criado se retira. Entra Co-
ra, joven y hermosa mujer, vis-
tiendo de paseo.)
Fan mj — ( Levantándose. ) Ade-
lante, señorita . . .
Cora — (A Irma, que está co-
mo abstraída en su lectura. ) Mi
ilustre anii^a . . . molesto?
Irma — (Mirándola y dejando
caer lentamente el manuscrito
sobre la falda.) Ninguna presen-
cia me es más simpática que la
suya, mi querida Cora ... (Se
saludan. )
Cora Debo pedir á usted
mil perdones ])or no haber co-
rrespondido á su invitación de
hoy, para el almuerzo ... Me
fué imposible venir . , . Tenía
multitud de cosas á que aten-
der . . . Sentí mucho . . . (sen-
tándose). ¿Qué leía Vd. tan abs-
traídamente ?
Irma — ( Tendiéndole el ma-
nuscrito ). Me leía á mí misma...
Yo soy mi autora predilecta . . .
Cora — (Hojeando). Ah, es un
drama . . . (Leyendo). «Hacia el
Abismo»... Hermoso título...
¿Y piensa usted llevarlo pronto
á escena?
Irma — No, por ahora nó . . .
Más adelante tal vez ... Es me-
nester que se produzcan ciertos
y determinados acontecimien-
Para Apolo.
tos . . . En fin . . . Pero, si quiere
usted leer algo verdaderamente
notable... (Buscando en la va-
lija).
Cora — Qué es? Otra obra suya?
//•ma— (Entregándole otro ma-
nuscrito). Sí, mi gran obra, la
verdadera obra de mi vida . . .
Qora — ( Leyendo ). « Memorias
de una Actriz».
Irma — Esa sí . . . pienso pu-
blicarla en breve... Es una obra
originalísima . . . Completamen-
te nueva . . . Sobre todo de una
audacia inaudita... Causará sen-
sación . . .
Fanmj — (Haciendo puntilla ).
Basta que sea suya, para que las
gentes se la arrebaten de las
manos . . .
Cora — Ya lo creo ... Me íigu-
ro el éxito extraordinario ...
Irma — Sí, sin duda . . . ( Re-
costándose, cansadamente, con
aire tedioso ). Y sin embargo . . .
¿ qué es, todo eso . . . ? ¿ qué va-
le ... ? qué significa ? ¿ Cree us-
ted que eso pueda llenarme . . . ?
¿Cree usted que eso pueda satis-
facer mi necesidad infinita ?
( Suspirando, con cierto sarcas-
mo. ) Mí necesidad infinita . . . !
¡ Ah, todo es tan mezquino . . .
Todo ... Si al menos pudiem te-
ner alas ... Alas ... ! ( Pequeña
pausa ) ¿ De qué sirve todo eso,
si al cabo, no se puede ser más
que una simple muier . . . ?
Cora — Usted busca lo impo-
sible, Irma . . .
Irma — Lo imposible ... I Sí,
usted lo ha dicho ... Yo estoy
enferma de ese deseo ! ¡ Ah, por
170 —
qué se nos ha dado ese deseo in-
finito, si nuestivi, voluntad no
puede conquistarlo . . . !
Cora — ( D straída, mirando al
rededor.) Pero, cuántas ñores . . . !
Se diría que hubieran llovido
aquí, esta mañana.
Faniijj — Si, verdaderamente,
puede decirse que han llovido . . .
Son tantas que no sabemos ya
donde meterlas . . .
Cora — Son las ofrendas á la
diosa ... al ídolo . . . (Súbitamen-
te, poniéndose de pié, sorpren-
dida ) Ah ! ¿ está aquí ?
Pannij — ( Solícita ) ¿ Quién,
señorita ?
Cora — ( Dominándose, en to-
no indiferente ) No . . . decía . . .
como vi ahí el sombrero y los
guantes de . . . ese caballero . . .
Faninj — Del señor Maleschi ?
Cierto . . . Los ha olvidado al ir-
se .. . como habita en el mismo
hotel . . .
Cora - Ah, si ? . . . ( Pequeña
pausa. De pronto, á Irma, con
cierto arrebato ) Amada Irma . . .
confiese usted que . . . que ese se-
ñor Maleschi es su amante ! . .
Irma — ( Sonríe ; luego ) Fa-
nny . . .
Famijj — Señorita ? ( Irma le
hace una seña. Fanny vase por
la derecha ).
ESCENA III
Irma -- Cora
Irma — ,; Así pues, cree usted
que . . . Gabriel Maleschi es mi
amante?
Cora — ( De pié) Naturalmente.
Irma — Sea, pues, ya que us-
ted se empeña . . . ( Pausa ).
Cora — ( Da unos pasos, coge
una rosa, va á sentarse al lado
de Irma, y, lánguidamente, aspi-
rando el perfume de la flor, dice).
Hace mucho tiempo que le cono-
ce Vd ? . . .
Irma — ( Que la observa, son-
riendo malignamente ) No . . . Le
conocí hace solo tres meses . . .
en Genova . . .
Cora — ^^Ah, en Genova . . . (Pau-
sa) Diga usted Irma . . . sea usted
franca . . . ¿ama usted realmente
á ese hombre ? . . .
Irma — (Indolente) Ps! . . . Es
un pobre muchacho . . . un joven
burgués . . . inteligente. . . si, cul-
to .. . muy culto, sin duda . . .
pero . . . tan inferior á mí . . . tan . . .
pequeño . . . Usted comprende. ..
Cora — Si, comprendo ... Us-
ted no puede sentir pasión —
por él . . .
Irma Gabriel Maleschi es
para mí como un niño ... Su in-
genuidad me encanta ... su pue-
rilidad me hace sonreír ... Su
pequenez me inspira cierta ter-
nura compasiva . . . Mi afecto por
él tiene algo de piadoso . . . algo
así . .. casi maternal, me atreve-
ría á decir ...
Cora Su afecto de usted,
pues, no es más que una piadosa
condescendencia ?
Irma - ¿Condescendencia¿tal
vez . . . ¿por qué no? Si es tan
pequeño
Cora —
Irma — Qué?
Cora — Perdone usted que le
diga . . . Pero, hay en él, al-
go .. . que usted no tiene ¡que
usted no tiene! y . . . que le ha-
ce superior á usted! . . .
Irma — Sí? Y que es ello?
Cora — El corazón, mi ilustre
amiga.
Irma ! Oh, el corazón . . .
( Después de mirarla lijamente un
instante) ¿Cree usted, pues, que
en mi haya muerto deveras el
corazón ?
Cora — En usted Irma, la ca-
beza ha matado al corazón . . .
Irma — Comprendo lo que
quiere usted decir... Y tal vez ...
Y sin embargo, Irma...
171 —
tal vez la parte intelectual de mi
ser se haya desarrollado, agi-
gantado en mí hasta el punto de
ahogar al sentimiento ... No ca-
de duda que el intelectualismo
puro nos hace descorazona-
dos ... y tal vez yo sea . . .
Cora — Si, una intelectual
pura . . .
Irma— Quien sabe . . .
Cora — De todo lo cual, resul-
ta que tiene usted engañado á
ese hombre . . .
Irma — Engañarle ? Xo, por
cierto. ¿ Cree usted que mi orgu-
llo lo consentiría? Me dejo amar
por él . . . Es cuanto puedo dar-
le .. . El mismo no se atrevería
á exigirme más ... El pobre mu-
chacho es tan feliz amándome . . .
Cora ( Levantándose y apar-
tándose ) El . . . pobre muchacho,
merece ser amado de otra ma-
nera . . .
Irma — (Impasible, sonrien-
do ) Si, como usted le ama, ver-
d;;d ?
Cora — ( Volviéndose brusca-
mente ) ¿ Qué dice usted?
Irma — Sí, apasionadamente,
locamente, como usted le ama . . .
¿ no es cierto ?
Sí,- sin duda, yo lo reconozco,
el pobre mtíchacJw, merece ser
amado por usted.
Cora - ¡ Usted se ha vuelto
loca, Irma ... I
( Se aparta unos pasos. )
Irma — (Se levanta lentamen-
te, sonriendo, se acerca á Cora y
poniéndole las manos en los
hombros le dice ) Y . . . ¿ desde
cuando le ama usted, mi buena
Cora . . . ?
Coi-a - (Con risa falsa). Ah!
pero, como se le ha ocurrido á
usted semejante cosa? (Se apar-
ta, luego se vuelve, diciendo con
arrogante aire de desafío). Que!
¿Se flgura usted que si yo le
amara, no hubiera sabido hacer-
me amar por él ? . . .
7;-mrt — (Sonriendo, con su-
prema ironía). Hola. ¿Con qué
se considera usted capaz de ven-
cerme ... de arrebatarme un
amante? Hay que confesar que
tiene usted una alta idea de si
misma (Ríe). Verdad que es
usted mucho más hermosa que
yo... ¡superior á mi en todos
sentidos... y no es difícil sui)0-
ner que él la hubiese preferido...
¿ verdad ?
Cora — (Dejándose caer en un
asiento, con desmayo, casi pró-
xima á llorar). Ah!, Irma, es
usted perversa ! . . .
Irma - (Acercándose á ella y
acariciándola) Si, aii pobre Cora,
mons-
. . (La
soy perversa ... ¡soy un
truo, mi adorable Cora ! .
besa ).
AURET.IO DEL HeBRÓX.
-o{l$CCt^!}c>-
^oIqü eouehani:
Oh! 1U011 Diou. «lue je suis triste! ¡Oh! que le ciel est ffraiid ! Va. prciids nía vie,
beau coiU'hant de rose triste d"aiiicthyste.
Aii inoiiis si J'étais roiseau mig-rateur, Je me noierais, heaii couchant de rose triste,
vers toi dans le fíoiiffre amer.
Au iiioins si j'étais rútoile. en toi Je brfilerais, ó triste ciel d'aniéthyste, et Je inc
fondrais !
Helas! Je suis sur la terre et J'ai eet amour au cteur. Oh! mon Dieu. (jue Je suis
triste, Occiílentl Oecidént !
Paul Fort.
— 172 —
'f^.^-'^^^'
.Vi
Jy%t-^!c^ ^¿z^
— 173 -
Ondas vivas
Para Apolo,
Al partir los discípulos en la barca viajera,
contemplaron la playa con un vago temor,
y Jesús apacible, desde el alta ribera,
los miraba alejarse con sonrisa de amor.
Yo seré con vosotros hacia el alba primera
habían dicho los labios del sereno pastor ;
y pensaban los rústicos: Ni soñarlo siquiera.
¿ Si no existe otra barca, cómo viene el Señor ?
Mas cuando ellos perdiéronse tras el límite vago
dejó Cristo la orilla, y avanzó por el lago
sin mojar su sandalia, de lo ignoto á través.
Halló firmes las combas del cristal ondulante,
y sembrando fulgores, como emblema triunfante,
sobre el vivo diamante caminaron sus pies !
*
. Otra vez, dolorida como trágica sombra,
Magdalena, la hermosa de los rubios cabellos,
quiso ungir del Rabino los pies castos y bellos
con la esencia más rica que en Oriente se nombra.
Y arrojóse á besarlos con ternura que asombra,
los cubrió con sus bucles, enjugólos con ellos;
desatados sus rizos en dorados destellos
como un sol derretido que sirviese de alfombra.
A su tibio contacto se turbó el Nazareno ;
en la plácida albura de su rostro sereno,
florecieron las rosas con su sabio decoro ;
Y hubo un raro momento de temor y agonía
al sentir el Profeta que su planta se hundía
en las ondas de seda de los bucles de oro!
Alfredo Gómez Jaime.
Madrid, 1908.
INTENTIONAL SECOND EXPOSURE
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, — 175 -
¡ Como que la alegría ya no era en mi corazón ! . . .
Y fué así que cesaron mis apostrofes, y frases con-
denatorias no brotaron de mis labios sino para castigar
la osadía de nuestros críticos, flagelos hechos carne
por una ley de odio al talento indiscutible. Yo perdo-
naba, ó más bien dicho, no denunciaba errores, pero
á la crítica empedernida le arrojaba el carcaj de mis
palabras destruyendo así sus deseos ominosos de des-
vanecerlo todo: esperanzas é ideales todavía en ciernes.
Musa de combate no fué entonces la mía; fué la
dulce contemplativa de todo lo que conmueve y suscita
diversas sensaciones humanas y vagos estremecimien-
tos de emotividad, como una puesta de sol ó un idilio
de pájaros cabe los huertos en ñor, en un amanecer
primaveral.
Entonces yo medité : Poetas : ¡ cómo influye en nues-
tro amor por las visiones panteístas el estado de nues-
tras almas !
i Eterna meditación ! . . . Las tardes grises y las
noches tormentosas ceñidas de vestiglos y espectros por
la ausencia de luz astral me deparaban un bienestar
inefable. Yo veía en ellas, como en las turbias pupilas
de una novia agonizante, la encarnación de mis dolores
desnudos, y su tristeza era la harmonía idealizada de
mis profundos sentires, la síntesis de mi etopeya doliente
dicha por la Naturaleza enlutada para el acto.
Los días de sol, primaverales, llenos de oro 3' de
aromas enervantes que sabían á labios de voluptuosas
mujeres ; las noches de plenilunio, diáfanas y misterio-
sas cual una aurora boreal contemplada desde un limbo
en tinieblas ; una campiña cubierta de flores rozagantes
que me ofrecían la gama de sus perfumes en el vaso
intangible de la tarde ; todo eso, delicioso otrora, pare-
cíame hostil, como que era la antítesis de mi recóndito
duelo.
Los antiguos paseos matinales por la soledad de
los parques, propicios siempre á la meditación sin tre-
gua y al goce único de la quietud interior eran aco-
gidos por mi alma enferma como una costumbre añeja
arraigada al ocaso, pero no como un placer divinizado
bajo la advocación de la Naturaleza.
Y era que el hastío había anidado en mí después
de un vasto silencio 3^ operaba como un factor eficien-
te de misticismo y misantropía.
Ya en los comienzos de ese ciclo doloroso gusté
— 176 —
esa obra de Francisco Villaespesa: «Tristitiae Rerum ».
Miré en el alma de este Poeta ecléctico hecho á
cantar bajo un pabellón de nieblas en la lira de la
tarde y vi en ella sepultadas las angustias de la mía.
El vaho sangriento de mis dolores soplaba allí cual
un viento de borrasca, exteriorizándose en rimas de
fragancias elegianas y languideces definitivas. Era la
comunión de nuestras almas afines.
Entonces yo medité: ¡la tristeza de las cosas! ¡qué
honda y misteriosa es ! Y ¡ qué dulce y bienhechora
cuando llega al corazón del poeta que ha de cantarla
en horas de recogimiento y de cruel incertidumbre al
unisón de la suya que es divina exhalación !
La tristeza es el crisol del espíritu. He ahí por
qué el amor á la tristeza hace humano y austero al
poeta que la siente.
Supremo gesto de humanidad el de Villaespesa que
cuando canta ennoblece cerebros y corazones, tal es la
magna, subyugadora elocuencia de sus palabras de vi-
dente y tan eficaz la magia de sus quereres apasiona-
dos y sinceros.
¿Queréis gustar de este Poetíf emotivo, mas de una
emotividad polífona y delicada, no monorrítmica, como
el rumor eviterno y también emotivo de las olas en
perenne pugna con las rocas milenarias, queréis gus-
tar — digo — el soplo quintaesenciado de su idealidad y
la harmonía intensa de su estro, cual un oasis, uberoso
y promisor?
Penetrad, quedo, en el jardín de su espíritu. Pasa
por él meciendo suavemente : ora, febles pasionarias ;
ora, sensitivas frágiles, que son el emblema de un
triste y tierno subjetivismo, un aura leve de ese vago
misticismo que hay en la urna interior de todo poeta
y de todo soñador que ha experimentado á un mismo
tiempo sensaciones de placer y de dolor.
« Tristitice Rerum » es un ramillete omnicolor, un
haz de olorosas flores, cuya evanescencia, producién-
dose al contacto más leve, provoca éxtasis divinos, así
como si escapara de un invernáculo y fuese á flotar en
el ambiente gris de los paisajes escandinavos.
Idealista por temperamento y rebelde como artista que
busca en si mismo, muchas veces, un motivo de dolor
para sus concepciones de vida, Villaespesa ha paseado
su musa indemne por la cima del Parnaso, lejos, muy
lejos del aprisco intelectual donde se reúne el rebaño
cada vez más numeroso de los mediocres y rutinarios.
— 177 —
i Qué elocuencia, qué exquisiteces verbales en el
lenguaje de esa musa evocativa y casi siempre taci-
turna ! Su estilo es diáfano como linfa de río ; brillantes
y discretas son sus imágenes que se suceden con mara-
villoso ensalmo, y la belleza que se desliza en todas sus
poesías concebidas con suma felicidad tiene la gracia
serena de una góndola en movimiento.
Y este Poeta, cuya regia prodigalidad no amor-
tigua en vuestras almas ese hondo sentimiento de in-
clinación hacia sus creaciones, figura en la legión de
los actuales innovadores hispanos á cuyo poderoso im-
pulso la estética se ha despojado de su ropaje anti-
guo, caduco, hecho girones con el tragín cuotidiano de
meros versificadores que marchaban en pos de los
bardos clásicos sin una idea de independencia artística
y exentos del orgullo que caracteriza siempre al poeta
de verdad.
Y no es que yo pretenda, al ensalzar el moder-
nismo, rebajar el clasicismo. No soy irreconciliable con
las antiguas escuelas aunque reconozco en la poesía
moderna una absoluta superioridad de concepto, de
vigor y de harmonía. Es que la sumisión á los poe-
tas que fueron y ya no serán jamás, implica un gran
retroceso. Y el poeta, como artista, como creador de
belleza, ha de ser libre para llenar dignamente su co-
metido. De ahí la diferencia entre poetas y simples
versificadores.
Y Villaespesa, en su raudo vuelo de águila, ha
sabido, con ejemplar soberbia, sustraerse á los decha-
dos que nos dejaron como sagradas reliquias los dómi-
nes de los antiguos templos apolíneos.
La rigidez de las formas clásicas \ el rutinarismo
encarnado de los cánones académicos, que campean en
los libros de muchos versificadores huérfanos de inspi-
ración y capaces sólo para las cosas prosaicas no har-
monizan ni se concillan con su alma libre 3" solitaria
que exhorta á una rebelión artística á los poetas jóve-
nes de la España contemporánea.
¿Cómo van á harmonizar las gemas de este Poeta
con los versos rancios, inarmónicos y hueros del señor
Unamuno ?
¡ Imposible 1
Ha dicho Francisco Acebal que Villaespesa perte-
nece á esa nueva generación de poetas que significa
— 178 —
el renacimiento del idealismo, como una nueva y quin-
taesenciada forma de romanticismo.
Esa generación representada actualmente en Amé-
rica por los poetas de más indiscutible personalidad ha
triunfado en España merced á la labor sobrehumana de
MUaespesa, Juan R. Jiménez, Antonio y Manuel Ma-
chado, Díez-Canedo, Valle Inclán, Eduardo Marquina,
Enrique de Mesa, Isaac Muñoz, Miguel A. Rodenas, G.
Martínez Sierra y otros. Prosadores unos, poetas todos,
ellos tienen su manera original, su idiosincracia artísti-
ca que no ha sufrido el contagio de los demás escritores.
Subjetivos por excelencia, y enamorados de un ritmo
armónico y nuevo, esos poetas que unen á su exquisita
labor de orfebres su exquisita virtud de sensitivos, ja-
más traicionan á su alma. Por eso sus versos fluyen
límpidos y sonoros, sin esas transiciones ásperas y la-
mentables que dan muerte á la idea original.
Cuando el poeta llora, aunque sea interiormente,
porque ha perdido una esperanza ó porque asiste á la
muerte de sus más caros ideales, su musa, á fuer de
sincera, no lanza imprecaciones, no agota los vocablos
del apostrofe ; llora con él, y con él entona el salmo de
la humana melancolía.
Y Villaespesa, en « Tristitice Rerum », canta sus es-
tados de alma como el ruiseñor que, al decir de Mi-
chelet, canta para su amor, para su nidada, para el
bosque, para si mismo, en fin, que es su jnds deli-
cado oyente. El traduce su idealidad en estrofas tier-
nas y originales ; solloza, y sus sollozos se exteriori-
zan en hemistiquios acadenciados de dolor é inebriados
de nostalgia. Su modalidad sellada de un modernis-
mo sumamente personal se destaca en las letras cas-
tellanas como un símbolo de la poesía actual y señala
nuevos rumbos tendientes á la absoluta emancipación
de las formas y á la sutilización de las impresiones
psíquicas.
Vosotros, los que habéis amado de corazón siquie-
ra una sola vez y os refugiáis en la soledad, ora im-
plorando olvido ; ora añorando la quietud de las horas
juveniles, leed « Horas de Tedio » y decid con el poe-
ta refractario al eufemismo todo un poema de resig-
nación sintetizado en estos dos versos de «Occeano»,
una de sus más brillantes joyas :
«Todo ha muerto, alma mía...
Otra vez estás sola ...
Pérez y Curis.
— 179 —
lSlu-e;stros e:ojn.te;írLporárLe;os e;n six easa.
Paul Herví eu
-oí$CCC$[}o-
Fvutas maduras
Para Ai'oi.o.
El cuerpo de las vírs^enes, cuando la vez primera .
conoce de las manos de su conquistador,
padece, cual si toda la carne le doliera
con dolores novicios bajo del cobertor.
Por eso, aunque la niña de tu soñar te quiera
con alegrías francas y límpido fervor,
procede suavemente, cuando la vez primera
desgranes su preciosa granada de rubor.
Sufre calladamente todo lo que se inicia:
la más deleitadora no es la primer caricia
y el beso más intenso no es el preliminar;
Así cual las redondas manzanas no son buenas
hasta cuando bermejas y maduras y llenas
descienden de las ramas jugosas del pomar.
Moreno Alba.
Colombia, lüOT.
— 180 —
A Pérez y Ciiris, estéticamente.
Para el número especial de Ai'oi.o.
Bajo la noche — su silueta aguda,
solemnizó — de adusto terciopelo.
Una discreta brumazón de duelo
turbaba sus encantos de viuda ...
No sé qué Esfinge interrogante y ruda
nos constreñía á respetar el velo ...
Mientras frivolizaba un ritornelo
el surtidor en la heredad desnuda . . .
Interpretando los silencios crueles,
y el imposible de un amor sin mieles,
— hadas del piano turbador sus palmas, —
hinchóse de solemnes confesiones
la noche y, oh dulzura, — á nuestras almas
se aproximaron las Constelaciones ! . . .
•« 'BIX !E?.osa.rio »
Solo la noche y tú, Casto Incensario,
sabían mi odisea pecadora . . .
Volviendo de una orgía, hacia la aurora,
te vi, la última vez, bajo el sudario . . .
Sé que me amaste, Lirio Visionario,
que, por mi culpa, — enferma y soñadora,
pasabas la vigilia, — hora tras hora —
confiando hacíalos astros tu rosario... '
Abrazado á la Cruz, pesando aquellas
náufragas horas, desmayé la frente,
— rompiendo, al fin en lúgubres querellas...
Mientras, sobre tu tálamo yíicente,
la noche desgranaba, dulcemente,
como un rosario fraternal de estrellas ! . . .
Julio Herrera v Reissig.
Montevideo, «Torre de los Píinnraiiias ».
— 181 — - I
Edmond Rostand
•■o{l$CCC*l}o-
ftrtnotiía s^titimetifal
Pa)-(t Ai*OLO_
Vagaba por la senda de la ilusión.
Era noche y no había ni astros ni flores,
no reían, lloraban los surtidores
mientras el mundo se armonizaba á mi corazón.
Tras el florido marco de su ventana
apareció su faz llena de alegría.
Miré en torno . . . ¡ había rosas de la mañana,
mariposas y aves ! ¡ Era de día !
Vagaba por la senda de la ilusión,
mientras el mundo se armonizaba á mi corazón.
Montevideo.
Illa Moreno.
/
182
lina debilidad Men pcrdonaMe de L-aciano í^obert
Para Apolo.
Caminábamos en silencio, por
aquel senderillo del bosque en flor,
todo él exhube rante al hálito íecun-
datriz de aquella Primavera pró-
diga.
Mirta iba delante ; yo la seguía
á pocos pasos. Bajo nuestras plan-
tas crujían las hojarascas secas y
se hundían muellemente los pasti-
zales tiernos. Por entre la espesura
del ramaje surgían á trechos algu-
nos claros : trozos de cielo azul ;
nimbos de luz resplandeciente; cho-
rros ígneos de aquel sol de oro que
ahora declínase su ruta. Era una
hora propicia . En cada árbol y
en cada rama un trino modulaba
en mil arpegios la sabia alegría de
la Vida que ama.
Durante esta marcha á través
del intrincado bosque, Mirta y yo
no cambiamos una sola palabra.
Esa tarde no nos embargaba la
alegría ruidosa de otras veces, cuan-
do haciendo la misma trayectoria,
el amor retozara en nuestro cora-
zón y el deseo fulgurase en nues-
tras miradas. Ahora un silencio
rencoroso había ahogado nuestras
mutuas expansiones, distanciándo-
nos como á dos amantes en quere-
lla A mi frente, á cuatro pasos,
Mirta triscaba en la maleza apar-
tando ramazones y lianas silves-
tres, líajo su somijrero aludo, de
paja blanca y flexible, una cascada
de sus rizos negros ondulaba sobre
el marfil ebúrneo de su nuca; á
veces su talle sé erguía en movi-
mientos bruscos, otras se distendía
en agazapes felinos, en desperezos
elásticos como el do una culebra
joven. . Aquel símbolo de tenta-
ción siempre frente de mí, evoca-
triz de felicidades otrora saborea-
das, ahora me hacían forzosamente
daño : trocábase mi enojo en una
cólera sórdida y vengativa y, cuan-
do :Mirta. obligada por algún acci
dente del terreno, recogiendo la
falda hasta la corva, dejaba ver el
jiacimiento de su pierna deliciosa y
Al poeta Oridio Fernández Riois.
admirable, esta nueva tentación ha-
cía temblar mis manos trémulas y
prontas como para el zarpazo, y
mis ojos, obsesionados quien sabe
por qué remoto atavismo del hom-
bre malo de las cavernas, fijábanse
con obsecación estúpida en aquel
cuello desnudo, cuya blancura invi-
tase á atenazar estrechamente y
largamente . .
Muy pronto nos internamos, y
allí, junto al arroyo, en un pequeño
hueco del follaje, los dos nos tum-
bamos sobre las hierbas. Era aquel
un escondrijo delicioso y feliz; un
retiro discreto y perfumado, esco-
gido desde nuestras primeras ex-
cursiones por nuestra natural codi-
cia de amantes egoístas ansiosos de
soledad. . . Las acacias, los tama-
rindos, las plantas trepadoras y los
rosales silvestres crecían allí con
una exuberancia loca y magnifi-
cente. Era aquello un gran retazo
de vegetación prodigiosamente lú-
brica, algo así como debió ser aquel
rincón del Paraíso bíblico donde
papá Adán y mama Eva gustaran
por primera vez del vedado ár-
bol...
Pero, esa tarde, que muy graves
rencillas amorosas agravaran nues-
tros gestes en un silencio de solem-
nidad trágica, nuestra estadía en
aquel sitio se redujo á una pasivi-
dad beatífica y ejemplar Nada de
besos ni de caricias robadas; nada
de frases pasionables y de arruma-
cos tiernos. Yo miraba sin ver
aquel paisaje encantador, con una
obsecación fija, estúpida, ya casi
imbécil, en tanto Mirta, con un rús-
tico "• Jocelin » eii sus manos, engol ■
fábase á mi entender en una lec-
tura tan interminable como enig
mática, puesto que en las dos horas
que allí permanecimos, creo que
sólo dos veces la vi dar vuelta las
hojas . .
¿ Pero saben ustedes, mis amigos,
que nosotros cuando novios sole-
mos tener mucho de tontos tan di-
183 —
vinos como ridículos ?. . . Juro por
mi honor y á fuer de hombre hon-
rado, que cualesquiera que esa tar-
de nos hubiera visto á Mirta y á
mí, nos hubiera tomado por una
joven pareja burguesa ya en su
último cuarto de luna de miel, y
por ende inofensivos, graves, de
una circunspección ejemplar. . .
Pero, ¡ ta ! otra cosa era por den-
tro! Yo amaba demasiado á aque-
lla muchacha para no saberla re-
ñir cuando esto así fuera preciso , . .
I Ustedes saben cuan poderoso es
el derecho de la razón cuando en
una rencilla de amantes él nos per-
tenece innegable y por entero ?. . .
Bien, aquel día ese de^^echo me asis-
tía, y, cuando él se juzga poderoso,
de raíces hondas y no fútil ó de
mal entendido amor propio, crean
ustedes que al que no lo hace pre-
valecer ó es un débil ó un consen-
tidor irremediable . Y no son
estas frases, alharacas de superio-
ridad varonil sobre la mujer; no,
sean para ella nuestras galanterías
más exquisitas y nuestra admira-
ción incondicional, pero, recuerden
ustedes, mis amigos, qne alguien
dijo en buen decir que el amor es
tirano... y yo agregaré: con la
paradoja absurda de que aquel que
tiraniza suele á veces no ser el que
exije sino el que niega .
La verdad que aquel día, Mirta
estaba encantadora. Echada de un
costado sobre el musgo; ceñida la
falda estrecha á su cuerpo escultu-
ral ; asomando por entre la ola de
encajes blancos de su enagua, sus
piececitos diminutos aprisionados
en reluciente charol, yo á veces al
mirarla así, sentía ímpetus tenta-
doresde trocar mi gravedad en un
risueño alborozo, en una idealidad
adoradora, y, ebrio de pasión, es-
trecharla entre mis brazos, su boca
en la mía y mis ojos en sus ojos . .
Y esta idea acabó por trocárseme
en una obsesión, en una lucha ínti-
ma de la cual ya me consideraba
vencido . . La Tentación, el Deseo,
el Egoísmo, este gran cínico inte
rior, ó acaso este filósofo sapientí-
simo, gritaba en mí sus teorías más
seductoras y sugerentes. — « Bésa-
la, — rae decía. — Acaricia su cuer-
po joven y bebe en su boca, con su
juventud, toda la savia del Amor .
Desecha necios enojos. . cLa Di-
cha es corta y la Vida es larga ;.
esto lo digo yo y la vieja Experien-
cia, podéis creerlo »
i Qué lucha, mis buenos camara-
das! Más de una vez, suspirando,,
desarmada toda mi voluntad, tenté
incorporarme con ansias de correr
hacia Mirta, pero, seamos justos, por
entonces mi voluntad salió victo-
riosa, y allá, junto al ribazo, en
aquel nido hecho para el Amor y el
Ensueño, Mirta y yo continuamos^
siendo la joven pareja burguesa ya
en su último cuarto de luna de miel:
los dos dignos, graves, de una cir-
cunspección ejemplar. .
Guando abandonamos aquel re-
tiro, la tarde iba á morirse... Al
retornar por aquel sendero por el
cual habíamos llegado, suspiré nue-
vamente, pero esta vez con inmenso
alivio. ¡ Ah, yo ahora iba a vencer,,
no cabía duda! La meñstoféUca ten-
tación no podría esta vez con-
migo!... Pero, ¡oh, fatalidad! la
angustia se apoderó nuevamente de
mí. Y es que la hora era de dura
prueba. El paisaje me traicionaba...
Juro por mi fe de artista, que nunca
jamás he visto un panorama seme-
jante ! - ün murmurio prodigiosa
surgía de la selva somnolienta : era
aquello un rozar de élitros, un con-
nubio de átomos, un fermento im-
perceptible de vida en expansión . .
Un olor cálido y penetrante de resi-
nas lujuriosas, de polen fecundador,.
de savia potente, de flores pecami-
nosas, de tierras almizcladas, de
pastos lascivos, se intensificaba en
mis sentidos, aguzándolos prodigio-
samente. Sombras acechantes, pe-
numbras tentadoras, se hacían á
nuestro paso brindándonos lechos
entre los árboles inmóviles . . . Lue-
go, un crepúsculo maravilloso, teda
una apoteosis del color y del prisma
desplegaba sus galas multicolores
allá sobre nuestras cabezas, en ple-
no cielo : franjas de un suave ana-
ranjado ; vetas verdes color de al-
gas marinas y de una transparencia
ideal; celajes rosas; manchones fre-
- 184
sas; alburas de armiño ; ópalos diá-
fanos ; violetas episcopales : piza-
rras de un tono gris sucio ; berme-
llones arrebolados ; ondas de un
azul de Turquía; nimbos gloriosos
de un oro deslumbrador ; oriflamas
lacres de un rojo vivo y violento. . .
todo esto surgía y se intensificaba
unos instantes, para luego desvane-
cerse en sutiles cortinados de nie-
blas, en gasas de vapores tenues,
en una llovizna de sombra que esfu-
maba las distancias ahogando lenta-
mente las lejanías.
Y á medida que los claros se ha-
cían á nuestro paso, el paisaje di-
latábase ante nosotros en todo su
plenitud. Las tierras de labor se
destacaban por sus tonalidades cla-
ras ; los montes de olivos verde-
guea])an aquí y acullá deformes
manchones obscuros ; los álamos,
con su varillaje ñno, tenían algo de
éxtasis y de adoración, como esos
santos escuálidos de los templos
góticos ; las parcelas, recién heri-
das por el arado, mostraban la ar-
gamasa lacre y húmeda de su arci-
lla roja; techumbres y vidrieras de
cortijos lejanos resplandecían á la
distancia con fulgores de incendio ;
los caminos tornábanse lilas; en-
tanto una serenidad apacible, una
paz augusta y solemne caía desde
lo alto, inmovilizándose en el aire
y en las cosas .
Y nosotros, caminábamos, cami
nábamos, caminábatnos. . La no-
<^he comenzó á hacerse ; los contor-
nos se esfumaron ; la llovizna de
sombra espesábase por momentos
y, entre aquel vaho borroso, miría-
das de luciérnagas chispearon en
mitad de una danza fantasmagórica,
como átomos errantes de luz de
aquella tarde caduca, como partí-
culas metálicas y volátiles de algún
radium raro y maravilloso . .
Mirta, cuya silueta mis ojos iban
siguiendo en una obsesión tenaz,
detúvose bruscamente.
— Has visto ? me preguntó —
Has visto. ? — Había en su voz y
en su gesto como una imploración,
«omo una súplica, como un ruego,
como un reproche hacia tanta im-
pasibilidad.. . Entonces, me sentí
débil y humano ; mis energías ce-
dieron ; los últimos puntales de mí
voluntad fueron vencidos uno á uno.
La Tentación, el Deseo, el Egoísmo,
este gran cínico interior ó acaso
este gran filósofo sapientísimo, vol-
vió á gritarme sus teorías más se-
ductoras y sugerentes : « Bésala. .
Acaricia su cuerpo joven y bebe en
su boca, con su juventud, toda la
savia del Amor Desecha necios
enojos. La Dicha es corta, y la
Vida es larga, esto lo digo yo y la
vieja Experiencia, podéis creerlo. »
Y fué en una ráfaga de pasión —
¡ Oh, Mirta, Mirta, Mirta ! La
atraje violentamente hacia mí ; ella
se abandonó ; nuestras bocas muy
juntas cantaron en mil besos golo
sos un aleluya de amor y de ideali-
dad suprema — Era noche, la vieja
luna al salir nos sorprendió aún en
pleno bosque, ambos sobre las hier-
bas finas y bajo las constelaciones
violadas ... ...
— Esta, prosiguió Luciano, fué
mi más grande debilidad de amante
Todavía me remuerde la conciencia
aquella falta de voluntad, que, no
me cabe duda, precipitó el desenla-
ce de aquel idilio. Sí, creedlo, exis-
ten ciertas mujeres demasiado co-
quetas quienes por idiosincracia só-
lo aman de verdad bajo el látigo de
una tiranía inflexible y hasta des-
pótica . Yo troqué en besos lo que
debió ser aquel día inflexibilidad
provechosa . . A la verdad, desde
hace un año nunca más he vuelto á
ver á Mirta Kuroski
Kl pobre muchacho estaba emo-
cionado La voz le temblaba ligera-
mente; una niebla húmeda le abri-
llantaba las pupilas ahogando la
expresión. Como en esos momentos
pasara junto á nuestra mesa un
camarero del café, Luciano, con la
voz aun alterada, le gritó:
— Mozo, pronto : otro bock !
Y, como aun observara en nos-
otros el mismo silencio, exclamó : —
¡(Jué diablos ¡ vaya ! después de todo,
aquello fué por cierto una debilidad
bien perdonable . . . Ustedes, mis
amigos, bien se darán cuenta . . ,.
— 185 —
aquella mujer amada, aquella hora ¡ Oh, sí, aquél crepúsculo ! .. . aquél
propicia ; aquella naturaleza ... y, crepúsculo I . . .
sobre todo aquel crepúsculo ! . . . I
10 Ü Juan Picón Olaondo.
Montevideo, Abril de IHOS.
5audadQ3
\Para Apolo. ^^^
¿Te acuerdas? Susurraban en el piano
taciturnas cadencias que {gemían,
tan dulces, que las teclas parecían,
enamoradas de tu blanca mano.
Como el pasaje de una voz divina
por no se que maravillosa escala,
musicando el silencio de la sala,
ascendió la armoniosa sonatina.
Suspiraste de amor, y en raudo ¡^iro,
las notas que el teclado producía,
cruzaron el dintel del alma mía,
temblando de emoción tras tu suspiro.
Lues'o cerraste el piano. Desmayada
la doliente canción quedó dormida . . .
entornaste los ojos y la vida
vagó por el azul de tu mirada.
Sin liablar, muchas cosas nos dijimos . . .
temblaron nuestros labios de i)asión,
y aíiuel furtivo beso que nos <limos,
fué la nota final de la canción.
•Tosí'; VlAÑA.
jfyladrl^al
Pjra xVi'OLü.
Amar, es Hotar comí) la esencia misma
<le las ñores, jtorfuniando la vida y retra-
tándost; en los limpios espejos do la R'loria,
tal como un lucero se retrata en la i)ro-
funda serenidad de un mar tranquilo, bajo
el misterio supremo y caricioso de una
noche de plata.
Amar, es darse todo á la dulzura feliz
de la inmortal naturaleza, tal como se
dan las golondrinas al sol de las mañanas
primaverales, y abre los ojos despertando
al mundo en la solemne maravilla de sus
deslumbramientos la aurora prodigiosa con
sus alas orientales y fúlgidas, y el vaivén
emocionante de sus penachos alucinados,
al mágico somatén de sus clarines. .
Amar, es entregarse, en el regazo de la
quimera' olímpica, á las atracciones hon-
das de la vida selecta, sin interés ninguno,
como el canario que gorjea, como el cielo
que alegra, comoiel paisaje que emociona,
como la onda que late, como el jardín (¿uc
perfuma, como ¡ la luz que baña todas las
cabezas y el mar (jue arrulla los acantila-
dos melancólicos en la playa remota, sin
interés ninguno de imponer un derecho á
la belleza.
Yo amo así las glorias del amor inmor-
tal...
Bkx.i.\mí.\ dk (J.vr.vy.
Buenos Aires, I'.kks.
VÁSl^UKZ Yki'es
isl —
I II
sa?: alburas deaniiiño: ópalos diá-
l'anos ; violetas episcopales : piza-
rras de mi iono yris sucio : bernu'-
Uones arrebolados : ondas de un
azul de Turquía ; nimbos gloriosos
de un oro deslumbrador: orillamas
lacres de un rojo aívo y viok'nto. . .
todo esto suraía y se iiitensiñcaba
unos instanít's, para luciio desvane-
cerse en sutiles cortiinulos de nie-
bla?, en <iasas de vapores tenues,
en uiKi llovizna de sombra queesl'n-
nniba lasdistancias ahogando lenta-
mente las lejanías.
Y ;'i medida (pie los elar()S se ha-
cían ;í miesii'o paso, el paisaje di-
latábase ante nosotros en todo su
pleniíud. i. as Tierras de lalior se
destacaban por sus tonalidades cla-
ras : los montes de olivos verde-
gueaban aquí y acullá deformes
manchones oliscuros; los álamos,
con su Aarillaje lino, tenían algo de
éxtasis y de atloración. como esos
santos escuálidos de los templos
góticos: las parcelas, recién heri-
das por el arado, mostraban la ar-
gamasa lacre y húmeda de su arci-
lla roja: techumbres y vidrieras do
cortijos lejanos resplandecían ;i la
distancia con fulgores de incendio :
los caminos tormibanse lilas: en-
tantouna seríMiidad apacible, una
paz augusta y solemne caía desde
lo alto. inmoA ilizíindose en el aire
>" (MI las cosas
■^ nosotros, ramin.-iliamos, cami
n;íl)amos. i-amiii;ii)alnos. . I, a uo-
•(•he comenzó a hacci'se : los couioi'-
nos se esfumaron : la llo\izna de
sombra es])es;íbase ])or momentos
y. entre aquel vaho iiorroso, mirla-
das de lnc¡(''rnagas clnsi)earon en
mitad lie una danza fantasmagórica,
como ¡itomos errantes de luz de
aquella tarde caduca, como ])artí-
cnlas metálicas y Aolátiles de algún
radiinn raro y maravilloso . .
Mirta, cuya silueta mis ojos iban
siguiendo en una olisesión toiui/,
detiívose bruscamcnti,'.
— lias visto? me preguntó -
lias visto. ^ — Tlalu'a en su vo/. y
en su gesto como una imploración,
como una súplica, como un ruego,
como un reproche hacia tanta im-
pasibilidad.. . Fntonces, me sentí
(l(M)il y humano ; mis energías ce-
dieron: los últimos puntales de mí
voluntad fueron vencidos uno á uno.
ba Tentación, el Deseo, el Kgoísmo,
este gran cínico interior ó acaso
este gran lilósofo sapientísimo, vol-
vió á gritarme sus teorías más se-
ductoras y sugerentes : «líésala..
Vcaricia su cuerpo jovtüi y bebe en
su boca, con su juventud, toda la
savia del \mor Deseclui necios
enojos. La Dicha es corta, y la
\ ida es larga, esto lo digo yo y la
vieja llxperiencia, podéis creerlo.»
V fué en una ráfaga de pasión —
;üh, Mirta, Mirta, Mirta ! La
atraje violentamente hacia nn' ; ella
se abandonó : nuestras bocas muy
juntas cantaron en mil besos golo
sos un aleluya de amor y de ideali-
dad suprema — V.va noche, la vieja
luna al salir nos sorprendió aún en
pleno l)osque, ambos sobre las hier-
bas linas y bajo las constelaciones
violailas ... ...
— l-".sta, prosiguió Luciano, fui'í
mi más grande (lebilidad de amanle
Todavía me remuerde la conciencia
aquella falta de volimtad, que, no
me cab(! duda, precipitó cd desenla-
ce de aquel idilio. Sí, creedlo, exis-
ten ciertas nnijeres demasiado co-
([uetas quienes por idiosincracia só-
lo aman de verdad bajo el hitigo de
una tiranía inflexible y hasta des-
pótica . ^ o troque'' en besos lo (\nc
debió ser aquel día inllexibilidad
provechosa .. Via vei'dad, desde
liac( un año nunca más he vuidto ;i
xer ;i Mirta, Kuroski
i;l pobre imichacho estaba emo-
cionado La voz l(í temblaba ligera-
mente: una n¡(d)la húmeda le a,l)ri-
llantaba las pupilas ahogando la
expresión, (lomo en esos momentos
pasai'a junto á miestra mesa un
camarero del café, Luciano, con la
\o/. aun alterada, le gritó:
— Mozo, pronto : otro bock !
^, como aun observara en nos-
otros (d mismo silencio, exclamó : —
¡(Jué diablos ¡ vaya ! después de todo,
aquídio fué i)or cierto mía debilidad
bien perdonable... L'stedes, mis
amigos, bien se darán cuenta...
— 187 —
Bellas RvUs
Ampliando nuestra sección artística ofre-
cemos hoy á los lectores de Atólo algunas
copias de los principales cuadros de Joshua
Reynolds, el célebre pintor inglés, acompa-
ñados de un juicio sintético, orig-inal de Er
nesto Cliesneau.
En números sucesivos nos ocuparemos de
otros {geniales cultivadores de las artes
plásticas.
( N. de la R. )
ter eterno, el del arte. La casti-
Reynolds posee el secreto de dad de las madres, el candor y
todas las distinciones y gracias también el secreto ardor de las
?
V
^
A
^
■^
■^
.1. Reynolds
de la mujer y del nifío. Traslada
al lienzo con asombrosa facilidad
los caprichos más fug-itivos de
la moda, y sabe darles el carác-
vír2:enes, los asombros, la senci-
llez, la picardía del níllo, y sus
carnes apretadas y sonrosadas :
ha sabido apoderarse del encan-
188 —
to de todo ii^to y cxpresai' su
perfume. Lo mismo del hombre.
Habitualmeute lo elige joven, 'es-
belto, siempre de elevada raza,
sin desmentir su renombre de
perfeeción aristocrática y de al-
tiva. ele,í>-ancia. Todos sus perso-
najes están presentados en la vi-
da activa, de ninjí'ún modo inmó-
viles, prosig-uiendo el gesto inte-
rrumpido })or la llegada del pin-
tor. Véase d admiral)le retrato
de lord llcathtield ( núm. o.°
déla National (iaIlei->' ). Lord
Heathfield, ciitoiiees lord Elliot,
dy gran uniforme de teniente
general, está en })ie, con la ca-
beza descubierta en medio de
la niebla del combate, tenien-
do entre sus numos hi i)esada
llave de la fortaleza de Gibral-
tar, que se percibe en el fondo
del cuadro. Es una alusión á la
célebre defensa ( 177í)-8o i. cuyo
héroe fué él. La aptitud del (Ge-
neral, firme como una roca, y el
accesorio de la llave, tan feliz-
mente hallado: he aquí los ras-
gos de genio que caracterizan al
personaje. Ahí está el secreto del
interés duradero de tantas obras
que no son más (]ue retratos.
Pero ¡ qué retratos ! ¿ Y á cuál
dirigirse preferentemente y f.;Cuál
más bien que otro alguno, fijará
nuestra atención? ¿Es el joven
y noble marqués de Hastings,
tan propio con su uniforme rojo,
la espada al costado, el dedo en
los labios, en aptitud de vaga
meditación, de cierta indecisión
que va á cesar, volviéndolo á la
acción? ¿Es aquella nina asus-
tada, ó aquella obra ( la Edad de
la inocencia), dejando transcu-
rrir su vida inmóvil en el seno
de la naturaleza protectora ? lis
la princesita Sofía Matilde, re-
volcárniose con un perro sobre el
césped de un panjue? ¿No será
más bien la bella duquesa de De-
vonshire, luchando contra los
ataques de su hija, medio desnu-
da, levantando sobre su madre
una mano que va á deshacer la
armonía del peinado de ésta ?
¿O la actriz Kitty Fischer, de
Cleopatra, con los ojos lángui-
dos, la nariz remangada y los la-
bios amorosos, depositando, con
un gesto lleno de adorable coque-
tería, una perla en una copa cin-
celada, demasiado pesada para
su mano ? ¿ O Mlle. Robinsón, la
actriz de Covent-Garden, déla
cual estuvo perdidamente ena-
morado el príncipe de Gales,
hijo de Jorge III y de la reina
Carlota? ¿O la trágica mistress
Siddons?
¡ Cuánta vida y cuánto atracti-
vo hay en la composición que re-
presenta á lady C. Spencer en
traje de amazona, con vestido y
corpino rojos, chaleco blanco
bordíido de oro y grana, con la
cabeza viva, graciosa y resuelta,
el rostro animado por la carrera,
los ojos muy abiertos y llenos de
fuego, los cabellos á media mele-
na y desordenados, cual los de
un muchacho, acariciando con
su mano enguantada la frente de
un caballo que se deslizaba poco
ha entre los árboles del bosque,
donde la noble joven hace alto
un instante ! No se sabe realmen-
te, entre todos estos retratos de
mujeres, cuál es el mejor.
Sin embargo, lo es el de Nelly
O'Brien. que todavía no hemos
citado.
Existen otras composiciones
de Reynolds, como El desterra-
do, figura dramática, una Sacra
Familia, sin elevación ; no hay
en la obra del artista nada com-
parable, en nuestro entender, á
esa asombrosa figura. En ella
Reynolds llega sin duda alguna
á la altura de los maestros; y
aunque sólo hubiera ejecutado
— 189
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gi ¡^'•"^*|MBBIBH^B
Lady Waldegrave
esta obra, su nombre figuraría
necesariamente entre los que no
se deben olvidar.
Desde el punto de vista de
la ejecución, no hay en este
lienzo defecto alguno ; lejos
de eso, el artista ha casado,
matizado y hecho valer alter-
nativamente los blancos, las
tintas negras y los tonos rojos
de que únicamente se compo-
ne su cuadro, con una cien-
cia consumada. Advertiremos
de paso que Reynolds evita
en sus pinturas la aglomera-
ción de muchos colores; tres
ó cuatro tonos le bastan, y á
menudo menos, indefinida-
mente rotos y variados ; pro-
fesa particular afecto al rojo,
pero en el retrato de Nelly ha
sacrificado este su predilecto
color.
¿Quién es esa Nelly O'Brien?
No lo sabemos seguramente;
una actriz, alguna despiada-
da consumidora de oro y de ^'
salud. Pero aquí la cuestión
es secundaria. Nelly es como
la Monna Lisa de Leonardo
de Vinci. Tal vez haya exis-
tido, tal vez no, lo cual es
indiferente, pues desde que el
artista la i)iiító, existe por su
poder, siendo un tipo eterno.
Puede comparársela con la
Joconúe, no i^ara establecer
comparación entre las dos
obras, que nada de común
tienen en la práctica, sino
porque la creación del pintor
inglés es tan enigmática, tan
conmovedora como la del más
profundo de los maestros ita-
lianos.
Nelly O.Brien sólo tiene de
la M(»iua Lisa la sonris;a de
esfinge, sonrisa indescifrable,
dulcemente burlona, de seduc-
ción tan irresistible, que todos
los copistas y grabadores han
sido impotentes para traducirla.
Pero ni tiene la misma serenidad
altiva, indiferente, discreta, ni es
Edad de laJinocencia
190
KlTTY FlSCHER
('] mismo tipo. La italiaiiíi,
mnjer del ^[ediodía, de saiig
hirviente, no se eleva tan al
al parecer, ni domina sincer
mente d deseo, en la obra de
Leonardo, m;'is que por una
especie de secreta impotencia
de la carne. Est;i atlmirabie
t)elleza es necesariamente in-
falible, ó. si se somete, es en
la plenitud de su voluntad y
d(^ su i"az(')n, (pie no la aban-
donarían ni aún en la breve
duraciíMi de un suspiro. V,
sin embar<4"0, es mujer: su
mirada es la de la mujer (pu;
sabe demasiado. La otra, la
hija del Norte, de carnes na-
caradas y transparentes, bajo
la desluuibjvidora nieve de su
})echo s'ente Ids ini]ieruosos
latidos di' su coraztni : sus ojos
penetran coJí un ardor sutil
liasta el alma de (piien cru/a
su mirada con Ja de ella; es
i'\ deseo. Pero la fren te; es
pura; todo permanece igno-
la
re
to
a-
rado en esta iiiFia. Es un már-
mol sin mancha; es Calatea en
el momento que Pygmalion
va á dar la última cincelada.
¡Cuánto más sensual es esta
figura, castamente vestida,
que las muchachas de faldas
remangadas que pueblan los
cuadros de Hogarth ! Esta
obra maestra de Peynolds,
que es su más hermoso titulo
de gloria, no podía nacer sino
del pincel de un artista que
había visto y estudiado, tanto
en el Norte como en el Medio-
día, las sublimes realizaciones
de los maestros en cada una
de las regiones donde el genio
del arte ha posado su planta
divina. Todo en esta admira-
ble pintura pertenece á Key-
}iolds, ó más bien, éste ha he-
cho suyos entonces los ele-
nu^ntos tomados en sus viales
á Leonardo de Vincí, Corregió,
Velázquez y liembrandt.
Ernesto Chesneaü.
Lady Cocrburn y sus hijos
— 191 —
ia musa d^l a^pv y del combate
Heos sentimentales
Cuando en la calma nocturna, el eco
De la hojarasca se deslizó,
Místico y vago como el motivo
De mi perenne desolación.
Hubo en el ritmo de mis conífojas
Algo hondo y flébil . . . era tu voz :
(lama sonora que se estremece
Y harapos hace mi corazón.
Y fué al conjuro de tus palabras
Que florecieron, á mi pesar.
En mi cerebro las cuitas todas
De mi pasado de tenu't'stad.
¿Volvió aquel tiempo que me (juerias
Y silenciabas tu inquieto afán?
Yo no sé. Acaso tu voz de alondra
Tornó mi numen sentimental.
Miré tu rostro florido en gestos . .
¡Ningún resabio de flor del mal !
Y fui al Nirvana de tus caricias.
Inanimado, sin frases ya.
Bajo la sombra (lue proyectaban
Los eucaliptos de aciueí lugar.
Fué como un sueño. Volví los ojos
Ál cielo siempre diáfano, azul ;
El horizonte sereno estaba ;
Suave, la noche, como eres tú.
Miré las aguas yertas de un lago.
Que parecían un verde tul ;
Todo era en ellas, cual en mi espíritu,
Sombra y silencio. ¡ Xinguna luz '.
. . Ciñó mi brazo tu cuello en donde
Tu cabellera forma un cairel ;
Miré tus ojos cisneos y castos . . .
¡Ningún reproche, ningún desdén!
Miré tus labios que fueron míos
En los albores del tiempo aquel,
Y la plegaria de mis tristezas
A tus arcanos entonces fué.
Luego un lejano claro de luna.
Discreto asilo
De nuestros besos ardientes fué.
Miraste el bajo sitial de pino
Que abandonamos; volviste á él
El alma en lloros, amada mía,
Y hubo en tus labios de rosicler
Un insondable rictus humano,
Hulnano y triste como un ciprés.
Busqué, tremante, ttt boca; y ella,
■Cual otras veces vino hacia mí ;
Me interrogaste : ,. me ({uicres mucho ?
Sondé en tu alma ¡ Ningún desliz !
Hallé en tu boca la pura esencia
De los claveles de tu jardín.
Y sufrí como si hubieras dicho :
¡ Yo ya no tengo piedad de tí !
Cayó en tu mano mi mano trémula.
Abandonada, como al azar ;
Y en tus ojuelos que yo miraba .
¡ Ningún reproche, ningún desdén !
Después tornamos á la avenida
En cuya vera se deshojó
De mi alba y frágil adolescencia
Rica de ensueños la última flor.
Como un relámpago cruzaba el éter;
E iba una égloga llegando á nos.
Debilitada por el isócrono
Eco sin alma de un surtidor.
R un paniaguado
Ferviente turiferario
De líi burocracia imiiía :
Yo te presiento en la vía
Dolorosa del calvario.
Tu Dios real es el Oro...
Tú rezas en su sagrario
Cada oración que es un lloro.
Tal un fosco presidario
(iue mientras su falta expía
Ve en su pasado la orgía
De un espíritu nefario.
¿ Qué implora tu hipocresía.
Si desmayas de la orgía
De tu corazón nefario V
PÉREZ Y CüRlS.
— 1ÍI2 —
la e2Cí)iacióti d^ tu crim^ti
Para Ai'OLo.
Por la herida profunda que tu mano alevosa
abrió traidoramente sobre mi pecho, ingrata,
ha brotado una extraña floración venenosa
más trágica y sangrienta que tu boca escarlata.
No pienses que en mi duelo una idea rencorosa'
pueda turbar tu calma, tu crimen lo delata
la doble ojera lila que en tu cara mimosa,
va agrandando el insomnio terrible que te mata.
La expiación de tu crimen será el rudo tormento
que hallarás cuando miren tus ojos otros ojos
que no han de ser los míos, y tu labio sediento
abreve en otro labio, el licor que otras veces
apuré con delirio en los cálices rojos
de tu pérñda boca sin dejar ni las heces . ...
Juan Serrano.
Caracas.
^C:^C::C5e&o-
ia musa del ^risiotiero
|VIi Vino
En vaso etrusco derramo
Yo mi vino de Falerno,
Y le repito mi eterno :
«Yo te amo, yo te amo.»
Ven ! Acude á mi reclamo
De la vid, oh I jugo tierno,
Y en mí calma el sempiterno
Afán con que yo te llamo.
Hoy y después, como antes,
Sean las rubias bacantes
Quienes me den goce eterno ;
A Baco mi Dios proclamo. .
i En vaso etrusco derramo
Yo mi vino de Falerno !
PiTü AroLo.
Ensueño
Luz de mis noches hieráticas
Fija en mí son las preciosas
Turquesas azul - verdosas
De unas pupilas simpáticas. •
En mi sueño siento erráticas,
Conio blancas mariposas,
Que me palpan cariciosas
Dos manos aristocráticas.
Oh ! musmé voluptuosa,
Crisantemo nieve rosa
Del exótico Nipón,
C:uyo aroma es mi delicia:
El palpar que me acaricia
Y esas manos, tuyas son !
Adriano M. Aguiar.
i;t3
cvyuo».
•^$CCCÍÜo-
Las danzas ^uen^ras
Asunto indígena
Para «ÁrOLO».
Axopil, el flechero más temible y robusto
que conociera el campo y el sol de Nicaragua,
ve llegar á diez indios con lanzas, en piragua,
y se adelanta á ellos con ademán adusto.
— 194 — •
Nimá-Quiché su padre — cacique ya vetusto —
levanta su penacho que arroja brillos de agfua
al argentarlo el Astro — Jehová del indio Nahua,
y aquel varón ostenta la desnudez del busto.
Con los rostros manchados de añiles y betunes,
se acerca con sus armas el grupo de Mosquitos
y con salvajes gritas entrégase á las danzas.
Resuenan atabales y pífanos y tunes
y al prolongar los bosques las músicas y gritos
el sol tiñe de sangre la punta de las lanzas.
LisíMACO Chavarría.
^aii .I(is(' de Costa Rica.
-<^$C=X$üo-
ia lard^ s« adorm^c^ en los tosaUs
T^a tardo se adormece en los rosales,
en la tímida luz vuelan ensueños;
Ten mi amada y unidos eual entonces,
repitamos el dulce ritornelo
que me enseñó la ^ama de tus labios
en suaves notas de tu ardiente beso.
Yo sé de tus caricias la tristeza.
yo sé de tus pupilas <■! misterio;
yo he leído en el rictus de lus labios
el profundo ^emir de los silencios
y en la inmensa obsidiana de tus ojos,
ios gritos de la carne y del deseo.
Tras la sombra jjentil de tus ojeras,
«e oculta la canción de los recuerdos;
ella deja escuchar el murmurio
«uando á solas te aduermes en tu lecho.
íNo te ha dicho ella, acaso, que yo sufro
desque no puedo repetir sus versos?
Kn ese cuerpo de impoluta virgen,
hay tesoros de místicos anhelos
•que viertes por doquier cuando me miras
Para Apolo.
y que hasta Dios ascienden con tu rezo :
de tu virginidad en la crisálida.
Una lucha cruel rompe tus nervios.
f.El sucumbo ha de ser tu desventura?
ífo debes sucumbir, yo no lo quiero ;
mas yo sé que tú anhelas enseñarme
lo que hasta hoy ha sido tu secreto,
y que aprenda hieráticas palabras
que sólo sabe tu desnudo cuerpo.
liada te resta de tu lucha, nada ;
rendida al íin, postergarás el tedio.
Si te hirieron los hijos de los hombres
¿ por qué has de respetar los que te hirieron ?
si tu Dios y mi Dios no nos beniiee
f. no sabrá perdonar, siendo El tan bueno?
Ven mi amada y unidos cual entonces,
repitamos el dulce ritornelo
que me enseñó la gama de tus labios
en suaves notas de tu ardiente beso.
Olvida tu tristeza ¡ oh tristeza !
¡ Oh negro abismo de tus ojos negros . . .!
-o{l($C^^^Í}o-
VÁSQUEZ Ykpks.
fttiadyometi^
Pi'ra Apolo.
Nua, de pé, na concha nacarina,
Sol) a marmórea alvura das luarcs,
Alfíida e branca, dominando os mares,
Surge da espuma á perola divina
De claras tintas, rutilas, solares.
Helias as ondas glaucas illumina.
Das sereias a querula surdina
Repercute — se modula ñas ares.
Ao poeta Illa Moreno.
Arias sagradas soam de tal forma.
Que, a doce orchestra das equoreas threnas,
Nuní neptunalio carme se transforma.
E Zeus consagra em cánticas serenas
A belleza symbolica da Forma.
Na perfeicáo olympica de Venus!
Martí NS Fontes.
— 195 —
liibros y folletos recibidos
"Elpitojme; da G!-txe;rra. e;rxtxe; o Brasil <z. as
IE^ro-\riin.e:ias lUn.id.as do lE^io da Fi-ata^ por Alcides
Cruz. Catedrático de la Facultad Libre de Derecho de Porto
Alegre. — Es un boceto histórico de la época del Imperio del Brasil
durante la independencia del Uruguay. El autor, con admirable impar-
cialidad y con criterio sereno, hace un estudio de la situación política
y social del Imperio en la época en que se declaró la revolución
oriental, los preliminares de ésta, sus causas, el grito de libertad de
los 33 ; esboza con notable acierto las íiguras más descollantes de la
Independencia: Artigas, Rivera y Lavalleja; describe las batallas del
Rincón de las Gallinas, la famosa carga de Sarandí y sigue la marcha
de su estudio hasta la dimisión del Capitán General Lecor, 1826. En
varios de sus pasajes hace cita de los autores uruguayos Orestes
Araújo y Luis C. Bollo. Está escrito con estilo elevado en el llorido
idioma de Camoes y Guerra Junqueiro.
Agradecemos el envío.
Oa.rxtos de: ¿rtx-u-e:n.tijí.d:, por Ángel Díaz de Medina. -
Buenos Aires. - Hemos recibido este volumen de poesías, lujosa y
esmeradamente Impreso por la imprenta Fragant — Buenos Aires. El
autor ha sabido con bello ritmo y noble inspiración cantar á todas
las manifestaciones del alma ; á todos los ensueños y locuras de la
juventud; á todos los sufrimientos y desengaños .. á toda esa ligera
vida de pasión y de dolor. Hay en sus estrofas gestos de rebeldía,
de exaltaciones y de viriles anatemas contra una sociedad enferma.
Es un amador de su patria, lo que hace que ella sea motivo de
muchos de sus cantos. La lira boliviana cuenta desde ya con un
nuevo poeta de valor y de inspiración.
Oropsles-, POR Eduardo J. Correa, — Aguascalientes (Mé
xico j. — Acusamos recibo do este libro de poesías. Agradecemos el
envío y felicitamos cariñosamente á su autor que revela poseer un
alma selecta y temperamento de artista. Sus versos son correctos
y armoniosos, predominando en ellos la nota sentimental. Domina con
facilidad el soneto, pero, sin apartarse del molde clásico. En resu-
men: un buen conjunto de poesías, hijas de una musa buena y sincera.
La caída de; la m.ijLje:r-, por Ai:gusto Martínez Olme-
DiLLA. — G. PuKYO, EDITOR. — MADRID. Esto libro prologado por el
vigoroso novelista Felipe Trigo, encierra un cúmulo de flnas obser-
vaciones Martínez Olmedilla maneja el cuento de una manera admi-
rable, y tanto el estilo como la esencia misma de la obra, dejan en
el ánimo la humana impresión de los cambiantes de la vida. Mar-
tínez Olmedilla es un psicólogo, y un psicólogo sutil Ahí están
« jNoches Andaluzas » y « Una de tantas » que lo demuestran eviden-
temente. El verismo de este libro, fuerte y audaz, sólo es compa-
rable al de las obras de Eduardo Zamacois y de Felipe Trigo Nin-
guna exageración en los detalles, antes bien : una pintura exacta de
las visiones oculares del novelador que ha logrado, gracias á la
variedad de sus modos de expresión, sugerir al lector una idea
amplia y concreta de las realidades de la vida.
Agradecemos el envío.
— l!»(i —
CANJE ORDINARIO
«Caras y Caretas», Buenos Aires; «El Cojo Ilustrados Caracas;
-« Élitros », Maracaibo ( Venezuela ) ; *. Letras », [labana ; « Trofeos »,
Bogotá; «Mes Literario», Coro (Venezuela); « Proshellos », Maracaibo
( Venezuela J; «Páginas Hustradas , San .losé de Costa Rica; «Tepic
Literario», Tepic México); «Revista Latina», Madrid; «Zig-Zag»,
Santiago de Chile: «Pedagogía y Letras», Guayaquil; «Germen-,
Buenos Aires; «Natura», Montevideo; «Nuevos Ritos», Panamá;
«Revista de Guadalajara», Guadalajara (México); «Alma Joven»,
Managua, (Nicaragua); « Kl Alba-, León (Nicaragua); «Nueva Vida»,
San Salvador; «Revista de la Sociedad Jurídico - Literaria >-, Quito.
NUEVO CANJE
-A-z-cxl, - Zaragoza Ksi'aña ' — Acusamos recibo del número 2
de esta selecta revista de arte y literatura que dirige el señor
Eduardo de Ory. Trae excelente material de lectura y algunos her-
mosos fotograbados.
IF^rostielios. — Maracaijjo f Vknezukla ). — El número 2 de
esta exquisita publicación venezolana ha llegado á nuestra mesa de
redacción. Rubran sus colaboraciones escritores ya consagrados en el
norte de América, y su Junta redactora está compuesta por los seño-
Tes : Elíseo ^López, Jorge Schmidtke, Ismael l'rdaneta, G. A. Cohén y
■J. A. Butrón Olivares, director éste de la revista.
Con ambas revistas establecemos el canje.
NOTAS
Los autores así como las casas editoras tanto nacionales como ex-
tranjeras que deseen un juicio breve en las Bib'iofjráfica>\ es menester
que envíen á la redacción de Apolo dos ejemplares de las obras que
publiquen.
Sólo asi verteremos opiniones, de las cuales nos hacemos respon-
sables.
A los intelectuales y centros literarios del exterior que nos solici-
tan continuamente las obras de Pérez j Curis, les hacemos saber que
ellas están agotadas En breve aparecerá la segunda edición de «Rosa
ígnea » y á fines del año corriente una colección de poesías, recopila-
das algunas, otras inéditas, precedidas del poemita «Alma de Idilio»,
título general de la obra.
Todas aquellas publicaciones americanas y europeas que deseen
establecer Ccuje regular con Apolo, serán satisfechas á vuelta de co-
rreo. Basta para que éste quede iniciado, con que se nos envíe un
ejemplar de la revi.sta interesada.
CONCURSO DE POESÍA
En su próximo número la «Revista Latina» de Madrid; publicará
las bases de un concurso de libros de versos, al cual pueden concurrir
todos los poetas españoles é hispanoamericanos. El jurado está com-
puesto por los señores : Julio Flórez, Amado Ñervo, José S. Chocano y
Alfredo Gómez Jaime ( Americanos ) y Eduardo Marquina, Manuel Ma-
chado, Juan R. Jiménez y Francisco Villaespesa ( Españoles ).
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M V SOCIOIiOGlA "
Director -Eedactor: PÉREZ Y CURIS
Redactor: P. LÓPEZ CAl^PAÑA — Secretario de Redacción: O. FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO III — N.* 16. Montevideo— Buenos Aires — Santiago de Ciilie, Junio de 1908.
Noc|)« de lutia -En el siUticio
Capítulo de la obfa en pfepattación, titulada "Desde el
Patagonia*' que apatteeetiá á fines del eopriente año"
Durante las horas de este día interminable, he sentido re-
crudecer el horror, á la soledad. Lejanas nostalgias, recuerdos
felices de una niñez perdida, instantes de vivida libertad han
azotado por 'igual mi espíritu, y he sentido disiparse por com-
pleto las esperanzas que cifraba en el porvenir de esta vida
militar que hace ya dos meses soporto duramente, sujeto ú
las mayores borrascas íntimas. No tengo más que un impe-
rioso deseo : ser libre, libre como antes para alejarme de este
buque de guerra que constituye una cárcel odiosa, y donde
no he podido encontrar una mano amiga que se me exten-
diera con afecto, una sonrisa bonachona y franca, ni siquiera
una palabra de carino.
Ahora mismo tendido sobre el coy inmóvil, han transcurrido
dos horas de fatal insomnio, sin que el sueno viniera á poner
tregua á la lucha empeñada entre mis sentimientos y mis ideas.
Siento como una marea gigantesca que los recuerdos de los
lejanos días de mi vida se agigantan con el misterio silen-
cioso de esta hora y sufro el dolor de la esclavitud de los
dos meses sin accidencias que soporto á bordo.
Aunque en torno mío todo es triste y desolado, sustraído á
la ajena influencia, viviendo la vida introspectiva donde tan-
tas cosas rumorean y se agitan, tengo un pensamiento de
simpatía para la vida universal de los seres que, lejanos, re-
crean sus envidiables ocios ó libran en la sociedad las fero-
ces luchas del fanatismo, de la supremacía y del odio.
Descansa, al parecer tranquila, la tripulación del buque. Só-
lo se escucha, en un amplio ritmo que ondula sofocado, la
respiración múltiple de los que duermen, los suspiros y las
quejas de los que sufren pesadillas ó suenan con vaporosas
quimeras. El sordo rumor de los pasos del imaginaria que
ahuyenta el fastidio de la noche recorriendo de uno á otro
extremo el amplio salón de batería transformado en dormito-
i'io común, semeja los golpes isócronos de una lejana batuta
s
— 198 —
dirigiendo el concierto de respiraciones y suspiros de la ma-
rinería. Llega indistinto y claro hasta mis oídos, desde la
cubierta, el traqueteo uniforme del centinela que, en el puen-
te de mando, ve como lentamente se dilatan las horas de la
noche. Las «aguas del río inmenso como mar», salmodian
junto á los elevados muros del « Patagonia », su canción eter-
na. Se diría que multitud de voces infantiles, loaran, ocultas
tras el misterio de las aguas aquietadas, al silencio de la no-
che y á los enigmas del sueño.
Por el « ojo de buey » que se abre sobre la cabecera de
mi coy, admiro la belleza omnipotente de la noche, y vivo
largos instantes la inñuencia dolorosa de la vida que palpita
en cada astro, en las tinieblas mismas, en el azul impoluto
del cielo que en lontananza se arquea, en las aguas que expre-
san con su misterioso lenguaje todas las humanas penas y
dolores. Siento que mis ojos se pueblan con la calma que
trasciende de lo alto y el mUgno silencio de la noche dia-
loga con mi alma contristada, con las mudas palabras de oro
de los astros. La tersa superficie de las aguas se me antoja
la partitura inmensa de esa extraüa y misteriosa melodía que
por todas, partes se insinúa y cuyas notas las escribe sobre la
uperficie líquida el reflejo de oro de los astros que parpa-
dean en la ignoto, y que se agiganta con el leve movimiento
ondulatorio de las aguas.
En el horizonte distante, donde la vista se torna débil y
todo parece verse á través de una incierta nebulosa, recién
emerge la luna como un enorme disco sanguinolento y terri-
l)le. Lleva interpuesta sobre su faz congestionada, como una
dentadura de ¡¡erlas, una pequeña nubécula blanca y tenue
(\i\e la transforman cu dos rojos labios inmensamente dilata-
ilos que cu el lejano precipicio del juar y del cielo, aplacan
la liebre que los devora.
Luego, con majestuoso andar de diosa inviolada, asciende
liierática liaeia lo alto; rebasa la pequeña nube solitaria capri-
chosamente interi)uesta en su centro ; se despoja de su roja
clámide y sobre la atjuietada superticie de las aguas, á ma-
nera de un monstruo labuloso cuyas escamas fueran de alu-
minio, tiende un robusto haz de plateada luz, que se quie-
l)ra, vive y se a<íira como poseído por una fuerza misteriosa
é invisible.
Y niieiiti-as derrama su pálida claridad sobre las aguas
y el espacio, u'l cielo gradualmente palidece; las estrellas dimi-
nutas guardan itrudente recato tras el azul profundo y el ho-
rizonte deja \er su línea im})recisa como trazada por un vo-
luminoso esfumino.
En los mástiles de los buques distantes, fondeados en la rada
exterior del puerto, brillan algunas inciertas luces amarillentas.
Afuera las aguas prosiguen su melancólico ron-ron, mien-
tras el « Patagonia » inmóvil, como enclavado sobre la inmensa
sui)erñcie líquida, presta sus altos flancos de hierro al pal-
moteo cariñoso de las pequeñas ondas del río.
— 199 —
En tanto la naturaleza ríe serenamente en el silencio lumi-
noso de la noche, yo me extravío en la selva virgen de los
recuerdos, urgando cosas íntimas, olvidadas quizá por las múl-
tiples preocupaciones de la vida. La visión de lo inconmen-
surable, de ese cíelo azul eternainente indiferente á nuestras
cosas y á nuestras rivalidades ; agujereado por el oro de lo
infinito que lo salpica en forma de estrellas temblorosas, me
sugiere multitud de ideas caóticas que escapan á todo análi-
sis y á toda exposición clara y meticulosa.
Todo en el espíritu es nebuloso é incierto, cuando el orgu-
llo de nuestra vanidad social cae abatido en una convulsión
de muerte en estos momentos de dolorosa meditación, cuando
se vive intensamente la intimidad de la vida, substraída al
loco torbellino de las pasiones humanas. Nos sabemos partí-
culas infinitamente reducidas de un gran todo complejo y ar-
mónico, transformados por un viejo prejuicio religioso en so-
beranos absolutos del universo, escrutando los secretos de la
vida : la eterna Esfinge de los siglos cuyos misterios perma-
necen aún ignorados.
Recién la duda asalta nuestros cerebros, cuando el alma
candente de ilusiones se sumerge en el océano infinito y si-
lencioso de las cosas y de los mundos que se agitan en tor-
no nuestro y nos convencemos que lo que afirmamos con
jactancia en el transcurso de una conversación insustancial,
no tiene mayor consistencia que un blanco copo de espuma ó
una vistosa pompa de jabón. Y es que en la vida exterior,
repartiendo nuestra atención aquí y acullá en multitud de
objetos y fenómemos, no nos compenetramos de la esencia
intima de los conocimientos que tratamos de adquirir y que
por otra parte constituyen el basto monumento de la humana
sabiduría. Ks que la contnulición entre lo dicho y lo que
aun resta por decir es tan enorme, que la verdad luminosa y
fuerte va alejándose do nuestro camino á medida que avan-
zamos en el laberinto de las más altas abstracciones filosó-
ficas, lo mismo (jue el caminante del desierto, ve alejarse á
medida que avanza en la ruta penosa, la visión entrevista de
un -oasis que el espejismo invierte en las arenas caldeadas
por un sol de fuego.
Basta nn misterio cualquiera, un enigma, un fenómeno
cuyo motivo de existencia ignoramos, para que nuestro espí-
ritu desfallezca en la duda é inquiéranlos la certidumbre de
que aun se prolonga mucho el camino que nos ha de con-
ducir al pleno dominio de los secretos que encierra la natu-
raleza viva.
Bien es cierto que el trecho recorrido en procura del
reino de la luz es extenso ; pero no es menos cierto que esto
se complica hasta tornarse impenetrable, al borde del abismo
misterioso donde el hombre se detiene á reflexionar en su gé-
nesis ; en su suerte futura, y en las cosas mudas que no res-
ponden á la interrogación que el genio humano, audaz y reso-
luto, le ha dirigido á través de los siglos de los siglos.
— 200 -
Por otra parte los diversos estados de ánimo ; la herencia
atávica legada á las generaciones pretéritas ; el caotismo de
una falsa educación convencional sembrada de prejuicios secu-
lares, el ambiente donde nos debatimos así eomo el factor
económico en las duras luchas por la existencia, conjuran con-
tra Ja verdad y la vida en su más sagrada amplitud, agi-
gantando en las horas de silencio y de reposo, la nebulosa de
ideas y de pensamientos que llena por entero nuestros cerebros.
Aceptamos á pj-iori los conocimientos que los libros ponen
de manifiesto ante nuestros ojos sin que entren en juego las
más altas facultades del raciocinio, y de ahí esos estados con-
fusos de conciencia en los que prevalece el desaliento y somos
juguete de vastas é inquebrantables dudas.
El cúmulo de ideas contradictorias puestas en tela de severa
discusión en las sociedades presentes ; lo nuevo que lentamente
va sobreponiéndose á lo v^iejo, las prácticas revolucionarias
rompiendo con los convencionalismos y errores estatuidos y
estratificados en la conciencia colectiva de las agrupaciones
humanas ; la pavorosa y enfermiza agitación de las masas po-
pulares en el mercantilismo moderno ; el egoísmo malsano que
incuba en el alma universal el apego cariñoso á los placeres
y refinamientos materiales ; el desmesurado y á las veces san-
griento deseo de adquirir riquezas y ostentar boato que son
asi como los supremos acicates de todas las luchas penosas;
el caos de las fórmulas sociales que se mezclan en el crisol
de las teorías futuras para la gestación de una sociedad más
humana y más bella ; el industrialismo y el capitalismo, todo,
en un conjunto indestructible al parecer, contribuyen por otra
parte á robarnos el tiempo que invertiríamos en las grandes
meditaciones íntimas, con las que se pueden llegar á la ad-
quisición (le un mayor conocimiento en el campo de la acti-
vidad mental del ser humano, á la vez que aquilatar la ver-
dad de los fenómenos que se desarrollan ante nuestra vista.
Cruzamos demasiado á prisa, procurando saciar las necesida-
des de nuestro organismo, frente á los crecientes progresos de
las ciencias y á las manifestaciones del pensamiento, empuja-
dos eternamente hacia la muerte por el complicado mecanismo
social en cuj'os engranajes destructores vamos dejando incons-
cientemente, algo nuestro, y el tiempo nos falta para sumer-
girnos en nosotros mismos, en ese reino íntimo y silencioso,
iluminado por una extraña luz que es á su vez armonía y vida.
Saturamos el cerebro con todo lo incierto que flota en el
ambiente estrecho donde nos debatimos; con todo aquello que
la veleidad humana coloca transitoriamente en boga, dejando
de lado lo que virtualmente puede interesar á nuestra mente,
libertándonos de toda falsa creencia ó preconceipto malicioso.
Vivimos y nos obligamos á vivir con el espíritu voluble de
la época, por observancia del medio unas veces, otras por
debilidad psíquica. Y poco importa que lo exterior no refleje
lo que caldea el sentimiento, hace reverdecer los retonos de
la idea y provoca la eclosión de las flores de nuestra selva
— 201 —
misteriosa. Debemos vivir para los demás, aunque la vida vi-
vida provoque dolores incurables y deposite en el fondo de
nuestras almas el dejo de una amargura infinita, una impre-
sión de racha invernal, fría y desoladora.
Y así, contemporizando con todo lo que nos rodea y cons-
triñe la fuerza expansiva de nuestras vacilaciones, el triunfo,
que es la suprema aspiración del egoísmo colectivo, de ese
bajo egoísmo que da marcado carácter á la época en la que
vivimos, fácilmente se logra. La mentira social ha menester,
para que el individuo se corone de falsos mirtos, de ese man-
to de hipocresías. El alma y el corazón son cosas innecesa-
rias para la lucha, porque en las ciudades, lo mismo que en
el seno de toda agrupación humana donde haya intereses en-
contrados que se discuten lo íntimo provoca náuseas y no
afianza el convencimiento. El formulismo y la exteriorización
en el medio ambiente donde florece la civilización moderna,
exige la sonrisa para perpetrar el crimen y las lágrimas para
acallar la alegría que, en ocasiones solemnes para el espíritu,
suele retozar dentro del pecho como si fuera una bandada de
nillos precoces y barullentos.
Las almas buenas y apacibles, almas hermanas, no se en-
cuentran un solo instante en las encrucijadas de la vida y si
esto ocurre alguna vez, no será por cierto en medio del for-
midable torbellino de las cosas y de los sucesos que se de-
sarrollan á diario; en aquellos parajes agrestes donde el mer-
cantilismo ha transformado á los seres humanos en un vórtice
interminable de pasiones insensatas y cuyo origen casi siem-
pre, está brutalmente generado por la desmesurada ambición
de la riqueza, del boato y, de la supremacía de clases. Será
sin duda alguna en el impenetrable silencio que engendra una
meditación muy honda, cuando los ruidos de las manifestacio-
nes exteriores de la vida, no nos conturban y llegan acaso
debilitadas al borde del lago íntimo donde no caben las tem-
pestades que en los mares sociales levantan, con gestos de
locura, las olas rugientes...
Perfecto López Campa5ía.
LES K:EXJE.ES IDXJ ¿TOTJFÍ
Ah ! c'est le Jour qui toml)e ¡ ah ! e'est vous qiii sombrez, qui sombrez, iiion amour.
Oíi done est ta Lelle íime ? Vous m'avez dit á l'aube des mots dcmesurés. Le matiii
s' élaiiQait daiis sa blancheur de flamine.
Et puis, iiiidi: les bles oü lAine dort, et puis, les írrillons qui causant sont
toute la eauseríe, Enftn que vous dirais-je? que te dirai» -je, aniie? le conchant
t' enveloppe et j'ai perdu nía fennne.. Flots sombres de la nuit, oü roulez-vous les
Tunes ?
Paul Fort.
202 —
Nuestros |)o«tas
]l]ÍGEIt FflliCO
CÜñDl^O DE * * * * *
* * JOSÉ D. Bñt^BlEl^I
— 203 —
tulu Margat
Juguete trágico en un aeto
POR
AUEELIO DEL HEBRÓN
Plu-o Ai'olo.
ACTO ÚNICO " f
La escena representa un buduar suntuoso y confortable. A la
izquierda en primer término, un gran espejo, y junto á él un mue-
blecito de toilette femenino. En segundo término un biombo japonés
colocado de manera que oculte esa parte del fondo de la estancia.
El foro, en forma de semicírculo, totalmente cerrado por gran-
des colgaduras de brocato que Hegan hasta el suelo.
A la derecha, primeramente, una mesa, rodeada de butacas,
luego una puerta, después un lujoso guardarropa con espejo; junto
al biombo, un sofá, con almohadones.
Es el anochecer. La estancia se halla cnv^uelta en la penumbra.
ESCENA I
En redor de la mesa, hállanse sentados. Tres Actrices
jóvenes, vistiendo raros trajes de paseo y Tres Elegantes,
lanreados del decoro burj^ués. Lun'-, cubierta con un amplio
peinador de seda, se halla en primer término ; junto á ella,
.ToRGK, vistiendo jaquet claro. Sobre la mesa, co|)as y bote-
llas. Todos beben y fuman, incluso las mujeres ; hablan
entusiastamente y ríen á carcajadas.
Caballero J.° — Vaya, me pa-
rece un poco extraordinario tu
cuento.
Caballero 2.° — No, ¿ cómo ?
no es un cuento. Les repito que
es perfectamente verídico.
Actriz i.a — Si así no fuera
qué gracia tendría ?
Actriz 2.» — Y sí que la tiene.
Lulü — ( Riendo) — No puedo
dejar de reírme al pensar en esa
escena.
Caballero 2.'^ — ( Entusiasma-
do ) Pero . . . ustedes se figuran,
verdad ?
Jorge — Pero, cómo se explica
que esa muchacha fuera inocen-
te hasta el punto de ... ?
Caballero i," — Es increíble.
Caballero 3° — Eso parecería
natural en otro tiempo . . . allá
cuando Pablo y Virginia.
Lulú - Si hoy las muchachas
nacen sabiendo esas cosas . .
Actriz 1^ - No ignoran nada.
Actriz 3."^ — Quién cree en eso
de la inocencia. .
Caballero 2." — Pues lo cierto,
sefioras y señores es, que así su-
cedió. Me consta de la manera
más positiva. (A Jorge) Hombre,
pregúntaselo á Castellanos . . .
Dile que te cuente el caso. El lo
conoce bien.
Jorge - En fin . . Habrá que
creer que la inocencia existe to-
davía para ciertas doncellas.
Caballero 1." — Yo la creía pa-
sada de moda enteramente.
Lidú — La inocencia, como la
— 204 —
virtud, me parece un anacro-
nismo...
Caballero 3.° — IMuy bien di-
cho, Lulú.
Jorge — Bien por la frase.
Actriz 2." — Lulú se está vol-
viendo literata.
Lula — Sabes que siempre lo
lie sido un poquito.
Caballero 2." — Ah ! Pero Vds.
no saben lo mejor del caso. . .
Caballero í.»— Cómo?
Actriz cí.» — A ver. . . á ver. . .
Jorge — Cuenta eso.
Caballero 2P — Sucede que,
cuando él volvió á la noche si-
guiente—porque la cosa le ha-
bía entusiasmado al hombre...
Caballero S." — Me figuro.
Caballero 1° — No era para
menos . . .
Jorge — Un bocado, así no se
encuentra todos los días. Sigue.
Caballero 2." — Pues, cuando
á la otra noche volvió le dice
ella, al oído, muy en secreto . . .
( Imitando el gesto que evoca, pro-
nuncia algunas palabras en voz
baja ).
( La concurrencia estalla en
una carcajada).
Cabcdlero 3° — Es realmente
portentoso . . . extraordinario!...
Actriz L^ — {Riendo). Yo no
puedo más ...
Actriz 2.* — Y yo me ahogo . . .
Actriz />.'' — ( Igual) En mi vi-
da DO me acuerdo de haberme
reído tanto.
Lidú — (Apurando iin vaso de
ajenjo) Por la inocencia de Cla-
rita'!...
Cabcdlero L" — Bebamos todos
por la inocencia de Clarita . . .
Caballero 2.» — Y por la vir-
tud.
Actriz 3.^ — Esos dos anacro-
nismos, como diría Lulú. ( Todos
beben ).
Lulú — Les confieso, mucha-
chos, que estoy un poco achis-
pada.
Actriz i," — A mí, el ajenjo se
me ha subido enteramente á la
cabeza.
Actriz 2.* — La verdad es que
hemos bebido demasiado.
Caballero 3.° — A beber, chi-
cas, á beber . . .
Caballero 2.^ — El ajenjo es lo
mejor que hay en el mundo,
después de las mujeres.
Actriz 3.» — Ay! No puedo be-
ber más . . . Me voy á poner bo-
rracha del todo . . .
Caballero 1." — No, no dejes el
vaso por la mitad, acábalo . . .
Actriz 3.'^ — No, no quiero.
Caballero L° - Apúralo, mujer.
Actriz 5.* — No, si te digo
que no.
Caballero 1." — Vaya, tonta,
cuando te digo que lo acabes . ■ .
(Quiere obligarla á beber; ella
resiste, el vaso se vuelca).
Actriz 3.* - ¡Ay, mi vestido . . .
( Se levanta ). Ves? Tú tienes la
culpa... Eres un grosero., un
insoportable . . Me has echado
á perder el traje. ( Se limpia ).
Caballero L° — No es nada.
Te regalaré otro. Te has enojado
por eso?
Actriz 3.' — (Sentándose). Con-
tigo ? No, no puedo enojarme.
( Le pasa tm bi-azo por el cuello
y ¿o besa).
Caballero 3." — A ver tú, Jor-
ge, que eres poeta, improvisa
algo sobre el ajenjo.
Actriz 2.* — Eso es. . eso
es. . . un canto al ajenjo.
Actriz l.'^ - Vamos á oir.
Caballero 2." — Silencio.
Jorge — ( De pie, con una copa
en la mano ) ¡ Oh, tú, magnífica
hada verde . .
Caballero L" — No, no, esodel
hada verde es muy viejo, todos
lo saben.
205 —
Lulú — Queremos algo nuevo.
Actriz 2." — Sí, si, algo nuevo.
Caballero 2.° — Oigamos.
Jorge — Oh, tú, divino ópalo
fluido . . .
Caballero 3.»— Muy bien, muy
bien.
Luhí — Divino ópalo fluido . ..
Sigue !
Jo7-ge — . . . con que los dioses
benignos quisieron dotar nues-
tra miseria humana. ¡ Oh, subli-
me nefente, que á los hombres
transportas al Elíseo de una ra-
diante venturanza ! . . . ¡ más pre-
cioso que el leteo de la fábula,
pues no sólo concedes al olvido,
sino también ofrendas la realidad
de las quimeras ! . . . Maravilloso
filtro que pones en nosotros la
vibración augusta de mil alas, yo
me entrego á tu numen ! . . . Yo
seré el corifeo de las almas que
te bendicen! Principe del Ensue-
ño : acógeme en la isla encanta-
da de tus predilecciones ! . . . He
dicho.
( Aplausos, gritos ).
Lulú — ( Pahnotsando ) Bra-
vo
bravo !
Caballero 1° — Muy bien . . .
Caballero 2° — Soberbio !
Caballero 3." — Muchachos: se
me ocurre una idea.
Caballero i.»— Qué idea? Di.
Caballero 3° — Que debíamos
ir todos esta noche al baile de
máscaras.
Actriz 1° — Eso es... eso es.
Actriz 2." Sí, es una gran idea.
Jorge — Yo opino que debe-
mos ir . . ,
Jjulú — Sí, sí, varaos ... Es co-
sa hecha.
Actriz /." — Yo me pondré el
traje de colombina.
Caballero 1." — (A actriz 5." )
Tú, aquel de Geissa que te sien-
ta maravillosamente, eh ?
Actriz 2.' — Yo, ya saben . . .
De chula. El mantón y los cla-
veles ...
Caballero 2.« — Ole !
Lulú —Yo no digo nada, to-
davía. Les voy á preparar una
sorpresa.
Caballero 3.° — Mejor que me-
jor.
Actriz 3.^ — Así es que hay
que irse arreglando.
Actriz i.' — Sí, vamos.
Jorge — Lo mejor es que nos
reunamos todos aquí y vayamos
á cenar juntos.
Lulú — Si, ustedes pueden ve-
nir á buscarnos.
Caballero L° — Sí, quedamos
convenidos.
Actriz 2.'^ — Hasta luego. (Van-
se todos, menos Jorge y Lulú ).
ESCENA n
LULÚ \ JORGE
Jorge — Ya es casi de noche.
Estamos á obscuras.
Lulú — Con encender la luz . . .
( Gira la llave de la luz eléctrica y
enciéndese tina araña, colgada en
el centro de la estancia.
Jorge — ( Consultando el reloj).
Las siete.
Lulú — {Se pasea, cantando )
Ah ! nos vamos á divertir en
grande.
Jorge — Ha sido una suerte
que no funcione esta noche el
Casino. Como es carnaval . . .
Lulú — Sí, así tenemos toda
la noche libre . ( Pequeña pau-
sa ). En una noche como ésta, el
alio pasado, asistí en Madrid á
un gran baile de trajes. . Pero
fué un baile regio, aristocrático
en casa de la marquesa de . . .
de . . . en fin, no recuerdo el
nombre de la marquesa. Sólo sé
que era enormemente gorda, y
apareció en el salón con un traje
— 206 —
horriblemente verde, y además
pintada ... al óleo, como un cua-
dro . . . Ali ! estas marquesas . . .
Y luego se burlan de nosotras. . .
Excuso decirte que asistí entera-
mente de incógnita. Me llevó un
muchacho, muy guapo y muy
alegre, un abogado que gozaba
de cierta intimidad acerca de la
marquesa. Como prometí no des-
cubrirme, me llevó, presentán-
dome en calidad de alta dama.
Y fuerza es confesar que repre-
senté mi papel á las mil maravi-
llas. Fui la reina de la fiesta. To-
dos se preguntaban quién sería.
Y tentada estuve de hacerle trai-
ción á mi amigo, descubriéndo-
me, . . ( Itie para fti, ante la evo-
cación ).
Jorge — (Que se ha f<entado
en el sofá ) Qué traje te pondrás
luego ?
Lulú — No, no quiero decírte-
lo .. . Me lo verás ... Es una sor-
presa.
Jorge — Siempre el misterio,
verdad ? Toda tú eres una sor-
presa. No te pareces á ningu-
na de las mujeres de tu clase. . .
Lnlii — Las mujeres de mi cla-
se ?.. . Lo has dicho así, con
cierto tonillo despectivo, eh? Las
mujeres de tu clase... I Sí, ya
conozco el criterio con que us-
tedes, los jóvenes burguesesjuz-
gan estas cosas . . . Pero me río
de eso ! No creo que ninguna de
vuestras mujeres virtuosas, val-
ga un comino más que yo. No
me cambiaría por ninguna. Pero,
ustedes también pertenecen á
una clase, ;como tú has dicho. Y
sin duda cada clase tiene su ma-
nera de ver las cosas. Lo que no
te concedo es el derecho á des-
preciarme.
Joi-ge — No he querido decir
eso. Has interpretado mal. Sólo
quise decir que te distingues de
la mayoría de las ai'tistas y de
las que hacen como tú, vida de
libertad.
Lulú — ( Mirándose al espejo )
Y . . . en qué crees tú que me
distingo?
Jorge — No sé . . . no podría
decir precisamente por qué. Pero
tú, tienes un algo, que no he
hallado en ninguna de las que
he conocido. Un algo, ¿cómo
diré ? — velado, misterioso . . . ,
atrácente . . . Eres una criatura
divina y ligera como una burbu-
ja. Hay en tí la levedad de una
caricia furtiva, pero tienes tam-
bién de la caricia, la vibración
perturbadora y honda. Tu inge-
nuidad es otra maravilla . . .
Lidú — ( Sentándose junto á
él ) Me crees, pues, muy inge-
nua ? . . .
Jorge — Como una niña . . .
Lidú — ( Riendo ) ¿Estás se-
guro de que no te equivocas ?
Jorge - - No, eres ingenua, ape-
sar de ser viciosa. Tú no cono-
ces la perversión satánica del
pecado. Todo lo malo que hay
en tí, todo lo vicioso, lo dejas
transparentar, lo ostentas con la
pasmosa inconsciencia del que no
conociera el bien ni el mal. Tú
tienes la transparencia de las
piedras preciosas.
Lidú — Gracias. Es muy her-
moso ser como una piedra pre-
ciosa.
Jorge — En apariencia, tú eres
como todas. Pero, en el fondo,
hay ese algo extraño, indesci-
frable, que te distingue de to-
das las otras. En todo caso no
eres nunca una mujer vulgar.
Todos tus actos, tus palabras,
tus gestos, están impregnados de
ese algo, que yo no acierto á de-
finir. Tienen así como una sig-
nificación oculta. Parece que al
andar, al hablar, al cantar, al
207
reír, al ejecutar los actos más
vulgares, cumplieras ritos extra-
nos, de un esoterismo trascen-
dente... Tú no comprendes esto,
verdad ?
Lulú — Oh, sí, un poco ... Yo
siempre comprendo, aunque no
pueda expresar. Pero, ya sabes
que me gusta oírte . . . Sobre
todo, cuando unas copas de ajen-
jo te han inspirado, como ahora...
Joi-ge — Y es sin duda por eso
que has llegado á encantarme,
como ninguna mujer supo ha-
cerlo hasta hoy. Yo, que he co-
nocido ya á tantas mujeres, no
he hallado ninguna como tú, tan
deliciosamente frivola y miste-
riosa {Breve pausa) Y es por
eso, que quisiera retenerte . . .
¿ Sabes ? algún tiempo . . .
Lulú— {Poniéndose de pie) Re-
tenerme? ¡Retenerme, á mí! ¡Oh,
quién es capaz de retenerme?
( Andando ) Nací para volar . . .
Nací para ser libre, como el
viento, f. Quién es el osado que
quiere aprisionarme ? Me gustan
todas las flores que hay en el
mundo . . . Nunca libo dos veces
en una misma flor. Mis capri-
chos cambian cada día ... El
amor que nació por la maTíana,
á la tarde está marchito . . . Ten-
go envidia á las nubes, esas nu-
bes tan blancas como copos, que
eternamente viajan por todos los
cielos, y que cambian de forma
á cada instante. ¿ Y tú quieres
retenerme? {Ríe ) Ah, ah, esniuj
gracioso! Te quiero hoy . . . ,
ya sabes que te quiero. Me pa-
reces el mejor de todos. Nin-
guno veo que me guste tan-
to como tú. Si tú no me qui-
sieras, me daría tanta pena,
que no podría cantar. Pero, ma-
ñana . . . Ah ! ¿ Sé yo acaso si
te querré mañana ? Quizás cuan-
do vuelva á mirarte ya no me
parezcas el mejor. Retenerme !
Quiéreme ahora . . . ahora . . .
Goza del amor que te ofrezco . . .
La hora que pasa es tuya . . .
toda tuya . . . Vívela ! Apúrala,
amigo mío ! El maílana . . . qué
importa! . . . ( Vuelve á sentarse
junto á él y lo ahraza ).
Jorge — Eres como un jugue-
te, frágil y peligroso. . .
Lula — No, ¿ sabes cómo soy
yo ? ( Tendiéndose en el sofá y
cruzando las víanos en la nuca ).
Yo soy como una planta . . . muy
extraña, que hay allá por la In-
dia, vo no me acuerdo el nom-
bre... Me contal)a de ella un
marino, un pobre capitán fran-
cés que había viajado mucho por
aquellas tierras. Pobre capitán!
Me adoraba... Estaba loco por
mí . . . No sé por qué, por un ca-
pricho, tal vez porque no me
gustaba su barba demasiado lar-
ga, no sé, pero fui siempre muy
cruel con él ; lo tenía para que
me contara cuentos, historias de
viajes y de países raros . . . Aque-
llo me deleitaba mucho, pero su
barba no me gustaba . . . Qué le
vamos á hacer. Bueno. Qué te
decía? Ah, sí, la planta, hablá-
bamos de la planta. Pues, sucede
que esa planta tiene en la extre-
midad de sus hojas, algo seme-
jante á un cartucho . . . Dentro
del cartucho hay miel — ¿sabes?
una miel que segrega la planta.
Bueno. Los insectos acuden —
naturalmente, atraídos . . . , pene-
tran en el cartucho . . . ; enton-
ces, éste se cierra . ." . el insecto
muere . . . Entonces la hoja vuel-
ve á abrirse . . . Y así otra vez. . .
y otra ... y siempre ... Es deli-
cioso, verdad ?
Jorge — Y tú te pareces á esa
planta ?
Lidú — ¿No le hallas cierto
parecido?
— 208
Jorge — ¿Estás borracha, Lulú?
Lulú — O sino no, mira . . .
Mejor . . . Yo soy como un río,
soy como un río que corre can-
tando, entre márgenes vigiladas
por árboles muy riejos, muy se-
rios . . . muy rígidos . . . Las flo-
res que se asoman á la orilla,
los viajeros que se inclinan hacia
la corriente ... las nubes que
pasan por allá arriba . . . las es-
trellas en las noches serenas . . .
todo, todo lo refleja en sus aguas.
Pero no puede detenerse . . .
Corre, corre siempre cantando,
corre eternamente . . . hacia dón-
de ?.. . qué importa !
Y, he aquí lo que ocurre : A ve-
ces cae una flor ... y se la lleva.
A veces es un hombre que cae
y ... se lo lleva también, sabes?
Jorge - Se lo lleva?
Lulú — ^ Si, se lo lleva . . Las
que no caen nunca son las es-
trellas, las picaras; lo miran des-
de allá arriba y le hacen guilía-
das. ¿No has notado cómo nos
hacen burla las estrellas ? Claro !
Como están tan altas pueden ver
cosas que nosotros no vemos. . .
Les tengo envidia y quisiera que
se apagaran todas. (Pequeña
pausa. De pronto, levantándose)
Vamos pues, al baile esta noche?
Jorge — ( De pie ) Naturalmen-
te. Yo voy á cambiarme el traje
y vuelvo.
Lulú — Y. . . dime una cosa.
Por qué vives en casa de tu fami-
lia? No tees, hasta cierto punto,
incómodo?. . .
Jorge — Qué quieres. . . Vivo
con mi madre. La pobre está en-
ferma del corazón y su vida se
halla á cada instante, en peligro.
Yo fui siempre su hijo mimado.
Y ella es para mí un objeto de
veneración; más aún, algo como
un ídolo de pureza. . .
Lulú- ¿De pureza?
Jorge — Sí. Porque debes sa-
ber, Lulú, que aunque aquí, en-
tre amigos, se burle uno de la
virtud, cuando se encuentra fren-
te á su madre, se comprende
cuanto de sagrado hay en ella.
Luhl — (Irónica ). Es posi-
ble ...
Jorge — Yo sigo siendo para
mi madre tan níno como cuando
tenía diez años. ¿ Comprendes
tú esto ?
Lulú — En fln ; tú obedeces
á tus sentimientos . . . como yo
á los míos. Está bien.
Jorge — Basta. No hablemos
más de ello. Casi me parece pro-
fanación hablar de mi madre,
aquí ... Es un nombre sagrado.
Lulú — ( Hiendo ) En verdad
que pareces un nifío.
Jorge — Bueno, voy á poner
me el frac. Dentro de veinte mi-
nutos estoy de vuelta. Tú, en
tanto, nos preparas esa sorpre-
sa. ( T7i.se \
ESCENA III
LULÚ, LUEGO, LA SEÑORA DEL
VALLE
Lulú — (Sola. Pasa á lajear-
te de la estancia oculta por el
biombo. Al instante vuelve á apa-
recer, en corsé, con una falda
corta, de seda roja. Carita en voz
baja; da una vuelta por la estan-
cia, frente al espejo se detiene y,
ajustándose la falda con las ma-
nos detrás, hace varias reveren-
cias ). ¡Oh, buenas noches, sello-
rita Lulú . . . ¿ Cómo está usted ?
Piensa usted divertirse mucho
esta noche ? Qué traje se va á
poner usted? Me parece que
está usted un poquito . . . borra-
cha, señorita Lulú . . . Oh, esto
no está bien. Pero no, no crea
usted que voy á hacerle cargos,
209 —
eh ? A usted todo le está permi-
tido... Gomo que es usted tan
linda. . Ah, es uated la jnás linda
de todas . . . Selíorita Lülú, per-
mítame i que le dé un beso ( Se
acerca al espejo y lo besa. Luego
se apar-ta y arrojándose en un
sillón, rompe á reír á carcaja-
das. La puerta se abre, silencio-
samente,, y la, señora del Valle
entra en escena. Viste totalrnente
de negro, las manos enguantadas
y cidjierto el rostro por un espeso
velo. Se detiene junto á la puerta
después de liaberla cerrado ).
Lulú — {Sin haberla sentido ;
levantándose ). Ea ! Esto no es
formal. Estoy haciendo cosas de
cliicuela. Hay que pensar en
arreglarse. {Ante el espejo). Ante
todo . . . Este pelo . . . así . . . re-
cogido hacia arriba y prendido
con unas horquillas... Eso es...
Muy bien . . . Luego, con el bo-
nete que cubre todo . . . Sober-
bio ! ( Da unos pasos hacia el
fondo. Viendo á la enlutada, lan-
za un grito y se detiene) Ah!
{Pansa. Temblando) Quién es...?
La señora — ( Adelanta unos
pasos, muda ).
Lulú — {retrocediendo) No se
acerque ! . . . Voy á gritar . . .
Quién es usted !
La señora — No soy más que
una pobre naujer. ( Se descubre
el rostro ; un rostro pálido, aja-
do, dolorido. Tiene cabellos grises.
Silencio ).
Lulú, — Qué quiere usted?
La señora — Vengo á hablar
con usted de cosas graves . . .
Lulú- — (Hace una mueca; lue-
go, duramente) ¿Y por qué ha en-
trado aquí de esta manera? Me
ha dado usted un susto terrible.
La señora — Le ruego, que me
escuche un instante. Tengo pri-
sa y el motivo que me trac es
muy grave.
Lulú — No lo dudo. Pero, es-
pere usted que tome un vaso de
agua {Lu£go de haber bebido,
sentándose junto á la mesa) Sién-
tese usted. Qué tiene usted que
decirme ?
La señora — {Se sienta; revela
estar agitada, turbada; mira con
inquietud á su alrededor; se
pasa con frecuencia la mano por
lo& ojos ; después de una pausa,
dice ). Aquí se está cometiendo
un gran crimen^ un crimen ne-
fando, señorita . . .
Lidú — ( Asombrada é incré-
dula ) Un crimen ? . . .
La señora — Sí, sí, un cri-
men . . . Algo horrible y repug-
nante . . . Pero usted no es cul-
pable . . . El, tampoco es culpa-
ble . . . Los dos ignoran . . . Pero,
yo sé... Por eso he venido...
Era menester que viniera . . .
Lulú — \Li\\)K'., hable usted. Me
tiene perpleja.
La señora — {Más agitada aún,
como sofocada.) Es preciso que
usted sepa . . . usted no puede. . .
no puede ser la . . . amante de
Jorge. . . porque Jorge . . . seno-
rita, es ,su hermano! . . .
Lulú — Eh? cómo? qué dice
usted?
La señora — Sí, usted y Jorge
son hermanos... ¡hermanos!
Han nacido de la misma madre.
Han nacido del mismo vien-
tre . . . ¡Son hermanos, Dios mío!
¿No comprende usted?
Lidú — {Con una carcajada.)
Pero, qué significa esto?
La señora — No se ría usted,
por Dios, no se ría usted. Está
usted delante de su madre !
Lulú — {De pie) Mi madre?
usted? ¡Nunca vía mi madre!
Cuando nací me abandonaron . . .
Me he criado, cuando nina, en
casa de unas gentes cualquiera !
y luego, he rodado, sola, por el
— 210
mundo ... ¿Y ahora viene usted
á decirme que es mi madre?
La señora — Soy su madre, se-
Tiorita, soy su propia madre. Es
usted hija de mi amor y de mi
dolor. Es hija del pecado. {Ba-
jando la voz ) Aún era soltera,
tenía veinte años, caí en brazos
de un hombre, por una debilidad
que nunca he acertado á expli-
carme ... De un hombre que no
podía ser mi esposo . . , porque
era el esposo de otra ... Y de
esa falta, de esa caída, nació us-
ted . . . {Pequeña pausa) El hom-
bre exigía que eso no se supie-
i'a . . . Mis padres me enviaron
al campo... Allí di á luz...
Después, todo se ocultó . . . Us-
ted fué entreg-ada á unas gentes,
mediante una cantidad de dine-
ro; á los ]\Iargat, de quienes ha
tomado usted el nombre . . . Nun-
ca vi á usted. Pero he sabido
muchas veces noticias suyas . . .
Ahora . . . ( A'e calla, sofocada,
llevándose las manos al pedio. )
Lililí — ( Se levanta y da una
Vuelta en torno de la señora, oh-
servándola y meneando la cabe-
za ) De modo que, ahora i'esulta
que es usted mi madre . . . ( Can-
tando ) La - ri - la - ra . . . La - ra -
la - ri . . . Está muy bien ... Sí,
seílora ... {Se sienta en el mismo
lugar y enciende un cigarrillo ).
La señora — Sefiorita, le rue-
go que guarde un poco de más
respeto. ¿ No se siente usted un
poco conmovida por todo esto ?
Lidá — Vaya, me causa mu-
cha gracia ...
La señora — Y ni el saber
(]ue Jorge es su hermano, y que
ustedes han podido ... ¡ Oh,
Dios! ( Se cubre el rostro con las
manos ).
Lulú — En mi vida he visto
cosa más divertida. Le juro.
La señora — ( De pie ) Diver-
tida ? A usted le divierte esto ?
Cuando debiera estar horrori-
zada por el delito nefando que . . .
Lulú — ¿ Delito ? ¿ De qué de-
lito me habla usted, seflora?
Tji señora - No me lo pre-
gunte usted. Todo está aquí con-
taminado, maldito, por la pre-
sencia monstruosa del incesto.
Mis labios pueden apenas pro-
nunciar la palabra . . .
Lulú — Toma usted las cosas
muy á pecho, senora . . .
Im señora — Y bien . . . No
puedo detenerme más... Jorge
va á llegar de un momento á
otro ... Yo no he venido más que
á esto. No por verla á usted he
venido. ¿Qué amor puede inspi-
rarme una perdida como usted,
aunque sea hija mía ?
Lulú — Una . . . perdida ? Lo
acepto. Pero, es curioso que ven-
ga usted á decírmelo . . . Usted,
que al nacer, me arrojó á la ca-
lle, como á una basura.
La señora — Era usted una
hija del pecado ... y estaba us-
ted maldita.
Lidú — A\\, sí? Sin duda que
cuando se acostaba usted con
aquel sefior que fué mi padre, no
pensaba usted lo mismo ... Y,
á propósito, debió ser un buen
mozo, eh ? Me es grato, después
de todo, saber que mi padre fué
un seductor, y un alegre cala-
vera . . .
La señora — Basta ! {Pequeña
pausa ) Y ahora que sabe usted
esto, espero que no vuelva á re-
cibir á Jorge.
Lulú — Ps! Francamente, le
declaro que todo esto no ha modi-
ficado en lo más mínimo mi ma-
nera de sentir respecto á Jorge...
La señora — Cómo ?
Lulú — Para mí, es siempre el
mismo tipo seductor . . . Me sigue
gustando como antes.
— 211
Im señora — Esté usted hacien-
do escarnio de las cosas más sa-
gradas ... No creo que su co-
rrupción llegue hasta el punto
de no importarle que Jorge sea
su hermano, Su deber, señorita...
LuM Mi deber? No sé . . .
¿Qué es eso del deber? Nunca lo
he conocido. No sé de lo que us-
ted me habla. Yo no hago más
que mi capricho. No concibo que
nada pueda oponerse á mis pla-
ceres.
La señora — ( Crispando las
manos ). Es horrible ! . . .
Lulú — En el mundo donde
usted vive, seílora, habrán debe-
res. En el que yo vivo no se co-
nocen. Eh !, venirme á hablar de
deberes á mi ! Era lo único que
faltaba ! . . .
La señora — ( Con desespera-
ción). Pero no es posible ! No es
posible ! Yo he venido aquí, ha-
ciendo un esfuerzo supremo, á
decirle á usted esto, para im^pe-
dir que ese crimen se siga come-
tiendo ... Yo no puedo confe-
sarle esto á Jorge, á mi hijo, no
puedo . . . Por eso he venido
aquí . . . para que usted, inven-
tando una Causa cualquiera, aca-
be las relaciones . . .
Zulií — ( Levantándose ). Seño-
ra : de mí no espere usted nada.
Entre nosotras dos no hay acuer-
do posible. Usted es la mujer
honrada. Yo soy la perdida, ver-
dad? Sea. Somos, pues, enemi-
gas. Mi ley niega la suya. No
puede haber nada común entre
wosoiYB,^. { Se aparta).
La señora — ( Juntando las ma-
nos, en el colmo de la tortura m,o-
ral ). Pero, cómo podré yo dor-
mir esta noche, pensando que
aquí, el incesto nefando, clama
al cielo ! . . . Cómo podré vivir
un día más, dejando que tal cosa
suceda ? . . . ( Retorciéndose las
manos). Porque yo no puedo,
no puedo confesarle esto á Jor-
ge .. . (Dejándose caer en un
asiento, ahogada). ¡ Ah, tenga
usted al menos compasión de
esta pobre mujer.
Lulú — ( Paseando ). Compa-
sión? Nadie en el mundo la ha
tenido conmigo ... Ni usted
siendo mi madre. Cuando era
muy pequeña, y vivía en casa
de aquellas gentes miserables^
me obligabiin á pedir limosna
por las calles, me laceraban el
cuerpo á golpes, me hacían su-
frir mucha hambre, y dormía
en un rincón asqueroso, junto á
las bestias. Y siendo niña aún,,
cuando tenía once años, me lle-
varon á un burdel, y allí comer-
ciaron con mi cuerpo, mi pobre
cuerpecito de niña. Nadie tuva
compasión de mí. Nadie me pro-
tegió. Pasé días de hambre y
días de llanto, y días de rabia,
Ab ! Y sólo cuando comprendí
que era bastante bella para do-
minar á los hombres con mi be-
lleza, comencé á ser dichosa. No
debo á nadie nada. He tenido
que luchar desesperadamente
con la vida. Si he triunfado, á
mí sola lo debo. Usted, mi ma-
dre, me abandonó al nacer. Era
una hija de la vergüenza. Al
amor que me engendró le llama
usted pecado. Nací contra su
voluntad. ( Bajando la voz ) Y si
usted no hubiera tenido miedo
por sí misma, me hubiera ani-
quilado antes de nacer, en su
vientre, para librarse de la infa-
mia . . . Ah ! (Se dirige á la me-
sa. Se sirve un vaso de ajenjo y
bebe. Luego, agrega.) Confiese
usted, señora, que he conquista-
do el derecho de reírme de todas
las cosas humanas.
La señora - (Anonadada en su
asiento, asfixiándose. ) Quiere
212
usted darme ... un poco ... de
agua . . . ?
Lulú — Oh, sí. ( Sirve agua en
un 'Caso y se lo presenta. Ella
hébe.) Se siente enferma?
La señora —^ No es nada . . .
(Indica el pecho. )
ESCENA IV
LAS MISMAS Y JORGE
( Se siente abrir la puerta. La
señora se pone vivamente de pie,
se cubre con el velo, y retrocede
unos pasos, hacia la izquierda.)
Jorge — {Entrando, de frac y
chistera; trae el sobretodo al bra-
zo.)Y . . .? Qué tal esa sorpresa?
¿ Aún no te has vestido, Lulú ?
{Avanza hasta la mesa y ve á la
señora. Sorprendido.) Eh! ( ^4
Lulú) Quién es esa?
Lulú — ( Sentándose en el borde
de la mesa) Esa ? Es mi madre.
Jorge — ( Asombrado. ) Tu ma-
dre ? . . .
Lulú — Sí, hombre, es mi ma-
dre. Qué te asombra?
Jorge — Vaya, déjate de bro-
mas.
Lidú — Pero es que yo tam-
bién no puedo tener madre ?
( La señora, en silencio, lenta-
mente, se dobla sobre las rodillas,
apoyada en el respcddo de una
silla, inclinando la cabeza sobre
las manos ).
Jorge — ( Que la mira, estupe-
facto ) Qué significa esto ?
Lidú — Ps ! Tonterías. ¿ Qué
quieres que signifique?
Jorge — ( Da dos pasos hacia
la enlutada y la observa. Silencio.
La señora — ( Levantando la
cabeza, con débil voz ) Perdón,
Jorge !
Jorge — {Precipitándose hacia
ella ) Qué ! Eres tú ? . . . Respon-
de !Eh?
La señora ^- ( Poniéndose de
pie, y descubriéndose el rostro)
Sí, soy yo . . .
Jorge - {Frenético ) Tú ! Tú !
Pero, tú ! . . .
La señora — ( Da dos pasos, y
se deja caer en el sofá) Perdón,
Jorge.
Jorge — {Fuera de si) Pero,
habla ! dime ! ¿ qué es esto ?
La señora — ( Cerrando los ojos
y echando la cabeza hacia atrás
en voz muy baja) He pecado,
Jorge ... He pecado.
Joi-ge — Has pecado . . . Qué
quieres decir ? Luego, es verdad?
Luego . . . ella . . . ella . . .
La señora — Ella es tu her-
mana.
Jorge — Mi hermana ! . . {Bre-
ve pausa. El mira á Lulú, con
estupor. Lulú, sentada al borde
de la mesa, sonríe, y balancea una
pierna. El interroga á su madre,
con apremiante angustia). Pero,
¿ cómo ? dime . . . cómo ?
La señora —Fui madre... Antes
del matrimonio.
Jorge — Y fué mi padre . . ?
La señora — No, fué otro hom-
bre.
Jorge — Quién ?
La señora - Otro . . otro . . .
No me preguntes, Jorge.
Jorge — {Después de un silen-
cio ) Es posible ? es posible ? Tú?
tú ? Mi madre ? tú, la pura . .
tú, la santa? Tú, la que no te-
nias ni una sombra en la con-
ciencia ? . . .
La señora — He pecado. . . He
caído.
Jorge — Luego, tú eres como
todas
LuesTO eres .como una
mujer cualquiera . Has tenido
amantes.. Tienes hijos en el
arroyo. . . Dime: ha sido acaso
ese tu único amante? Segura-
mente has tenido otros . . Segu-
ramente tengo por ahí hermanos
213 —
á quienes no conozco. Dime, al
menos, tengo yo, yo mismo, de-
recho á llevar el nombre de mi
padre ?
La, señora — {Sofocada, llo-
rando en silencio ) Jorge ! Jorge !
Jorge — Ah, sí . , . sí . . . ( >S'e
deja caer en un asiento con la
cabeza entre las mayios. De súbito
se levanta ). Ah ! ( Mira á Zulú,
como horrorizado. Luego, á su
madre). Y has dejado que esto
sucediera ? Dime ! Has permitido
que el crimen se consumara ?
La señora — Yo no sabía . . .
yo no sabía ...
Jorge — No sabías qué ?
La señora — Vuestras relacio-
nes. Recién . . . hoy . . . supe . . .
Jorge — Ah ! Y pensar que esto
ha podido suceder. ( Andando,
aguadamente, á grandes pasos).
Pensar que . . . Áh ! Lulú ... Me
da vergüenza mirarte . . . Pensar
que eres mi hermana y que ...
Ah I No podré mirarte de fren-
te .. . No podré encontrarme
contigo á solas . . . Creo que casi
no podré dejarte vivir . . . Siento
todo el recuerdo de lo que ha
pasado entre nosotros, como una
llamarada de bochorno que me
sube al rostro y me enloquece el
cerebro. No me mires, Lulú, no
puedo sufrir que me mires ... En
tus ojos, en tu cuerpo, en el aire
que respiras, aún hay efluvios
de la abominación. Ah ! Ah! Ah!
Za .señora — (Levantándose con
las manos en el pecho, ahogada,
con los ojos fuera de las órbitas).
Jorge ... No puedo más ... Me
ahogo ... Mi vida se acaba . . .
Falta el aire , . . El . . . cora-
zón . . . No . . . puedo . . . Per-
dóname . . . Jorge . . . ( Extiende
los brazos, crispa las manos, lan-
za un grito sordo y cae inanimada
sobre el sofá ).
Jorge — {Lanzándosehaciaella,
fuera de si.) Madre! madre!
madre! (La mueve, la toma el
pulso, la ausculta el corazón, per-
tnanece un instante inclinado so-
bre ella ; luego se yergue, pálido,
iñudo, descompuesto. )
L.ulú — (Asustada. ) Habrá que
llamar un médico.
Jorge — Es inútil. Ha muerto.
Lulú — ( Perpleja. ) Muerto ?
Jorge — (Cayendo de rodillas
junto al cadáver y rodeándole
con sus brazos. ) Muerta ! muerta !
¡ Oh, pobre vieja mía, la muerte
la ha limpiado de toda culpa. . ,
No hay pecado ... No hay más
pecado, pobre vieja querida. Pu-
ra^ pura como antes yo puedo
besar sus manos, sus manos y
reclinarme en su regazo, como
cuando era un uiíio . . . ¡Oh,
santa! santa! santa!
Zulú — ( Que permanece inmó-
vil, embargada por el estupor^
con la mirada fija en el cadáver,
dice al cabo con supremo sarcas-
mo ) Santa . . . Santa . . . ( Quiere
como reir y hace una mueca. Se
cubre el rostro con las manos y
da unos pasos. Se sienta. Des-
pués de un instante se levanta
estremecida por una idea súbita,
exclamando ) Ah ! comprendo !
ahora comprendo ! ( Andando
agitadamente, presa de una an-
gustia insostenible ) He aquí lo
que debo á mi madre ... El co-
razón enfermo ! . . . La muerte
que acecha ! La muerte que me
sigue los pasos . . . Esto es lo que
le debo !
Jorge — ( Que se ha puesto de
pie y la mira ) ¿ Qué dices ?
Lulú — Los ahogos . . . los aho-
gos . . . ese peso extraño ... los
dolores ... las fatigas sin cau-
sa .. . todo eso, sí, ahora lo sé,
todo eso es el corazón que quie-
re romperse . . . que se romperá
algún día . . . ( Echándose en un
214 —
asiento, retorciéndose, desespera-
da ) Ah ! ella era bien mi ma-
dre ! . . . A través de todo, vinien-
do de los extremos más opuestos
de la vida, á través del destino
yo estoy unida á ella por ese
mal terrible que he heredado . . .
Es la muerte que llevo aquí
( Oprimiéndose el pecho ) . . . aquí,
conmigo ... Es el corazón que
aletea como un ave herida, que
se desangra . . . Hoy . . . luego,
mañana, quién sabe, en medio
de una fiesta yo quedaré muerta.
Ah ! La muerte me sigue como
mi sombra ... La siento ! La veo !
Ah ! He aquí, pues, lo único que
le debo á mi madre.
Jorge — ( Estupefacto, balbu-
ceando ) Tú ... tú sientes . . . ? tu
sientes, deveras ? Entonces . . .
quizás . . . yo. Ah ! Quizás yo,
también . . . ?
ESCENA FINAL
{La puerta se abre violenta-
mente y entran todos los persona-
Jes de la escena primera. Ellas
disfrazadas. Ellos de frac. Ríen
y producen grande algazara ).
Jorge — ( A vanzando unos pa-
sos g deteniéndolos con el ademán).
Silencio !
Zulú — ( Levantándose y yendo
á ellos) ¡Oh, Esperadme.. Yo
voy. . . Yo también voy con us-
tedes.
Jorge — (ALidú). No, tú no
vas . . . Tú no puedes ir.
Lidú - Yo quiero ir. ¿ Con qué
derecho me lo impides?
Jorge — ( Señalando el cadá-
ver ). Tu madre !
Lidú — ( Después de una pau-
sa, con ademán solemne — La
perdono ! . . .
Jorge — Quédate, Lulú.
Lulú — ¡ Oh, ni un instante
más... Yo sov una extraíía..
Yo soy una perdida. ¿ Para qué
quieren el llanto de una perdida?
Nada tengo que ver en vuestro
dolor. Dejadme ir... Le tengo
horror á la muerte. . . No puedo
ver tristezas • . • ( Abre el guarda-
rropa, y febrilmente, saca varios
trajes, que arroja al suelo ; al fin
elige uno ,• pasa detrás del biom-
bo. Hay un m,omento de silencio.
Los personajes que acaban de en-
trar permanecen en él fondo,
asombrados y mudos, Jorge está
en medio de la estancia inmóvil).
Lulú — {Reapareciendo, ya con
el traje puesto, arreglándose aún,
un poco sofocada). No puedo sa-
crificaros ni un instante de feli-
cidad ... Ni uno soiO de mis
placeres ... Y ahora . . . ahora,
sabiendo que llevo en mí el terri-
ble peligro . . . ( Saca del guar-
darropa una capota fantástica, y
se tapone). El miedo á la muerte
me expolea . . . Más desenfre-
nada que nunca, yo quiero gozar
la vida, yo quiero gozar loca-
mente la vida, gozarla hasta su
último espasmo . . . Quién sabe
si viviré maííana ! . . . {Se pone
el antifaz y se mira al espejo del
guardarropa ). Lulú Margat . . .
¿no sabes que quieren obligarte
á llorar á tu madre? Pero, es
que tú tienes madre? Ah, Lulú . . .
No quieras saber nada de ese
dolor! No quieras saber nada de
esa tristeza! Que toio sea ale-
gría! Debes reír más que nunca !
más que nunca ! Ríete de la
muerte, de la misma muerte ! Alé-
jala con tus risas . . . ( Abriendo
los brazos) Lulú Margat, acaba
tu vida con una carcajada! . . .
( Vase. Los demás la siguen Jor-
ge queda en medio de la escena,
contemplando el cadáver de su
madre ).
TELÓN
— 215 —
Dionisio Ootniti^u^z
La eterna destruc-
tora de vidas, la ine-
xorable tronchadora
de esperanzas y de
idealidades, se ha re-
velado una vez más
flera é injusta, arras-
trando á la soledad
y el silencio de la tum-
ba la existencia del
jovea compañero cu-
yo nombre sirve de
epígrafe á estas líneas
y cuyo retrato publi-
camos.
Era un sincero ! Era
un privilegiado ! Su
vida fué todo un poe-
ma sentimental. Su
alma, de una sensibi-
lidad exquisita, se es-
tremecía de senti-
miento toda y cada
vez que llegaba á su
corazón el eco de una
queja.
Su amistad se ha-
cía carne en el cora-
zón de quienes lo tra
taban.
Era un sincero! Era
un privilegiado !
Dejó la vida cuando
empezaba á vivirla ;
cuando sus 22 años
por el mundo habían
derramado el perfume
de sus bondades infi-
nitas y el sahumerio
de sus esperanzas de
un futuro de conquis-
tas— y puede que do
glorias — alcanzadas
con su talento que
empegaba á revelarse
el de un poeta grande
y sentimental como
lo prueba el soneto
que' Apolo hace suyo.
Sobre su tumba po-
drían grabarse estas
palabras:
Aquí yace un niño-
hombre que tenía la
inteligencia en el co-
razón !
i: i: 3?
-o<i$::cc^^>-
3DE: IXÍXS NOCMIES .
t^itopnelos
Como una paloma que remonta el vuelo,
Que sube y se pierde por el firmamento,
Cruzas majestuosa por mi pensamiento
Como una paloma camino del cielo.
En vano pretende seguirte mi anhelo,
Mis alas ya rotas no azotan el viento !
Te claman mis quejas, y morirme siento,
Como un ave herida tumbada en el suelo.
No sé qué dulzuras tienen mis tristezas
Cuando por mis noches á cruzar empiezas
Como una paloma camino del cielo.
Cuando de mis noches te vas alejando
Se queda mi alma gimiendo, temblando.
Como un ave herida tumbada en el suelo.
Verano de 1908.
D. Domínguez.
— 216 —
El cobarde que oculta su rostro
Por haberme arrojado su infamia,
Y me tiembla, me implora, me gime, me huye,
Porque ve que mi dedo de Dios lo señala ;
El lacayo de torpe librea.
Que me adula, se inclina y se arrastra,
Porque á ocultas se ha puesto mi túnica, y teme
Que mi látigo altivo le cruce la cara; .
El tirano que al verme sonroja,
E impotente sofrena su rabia,
Porque el arco triunfal de mi lira de fierro
En su frente una huella profunda dejara;
El que besa mi mano y me aplaude,
Acallando una envidia que guarda,
Y que lleva en el cinto un puñal escondido,
Y al brindarme un abrazo me hiere en la espalda ;
El hambriento hombre fiera que afila
En el fétido abismo sus garras.
Para echarme el zarpazo y beberme la sangre
Cuando un día descienda, tropiece ó me caiga:
Dignos son de desprecio y de odio,
Pero dignos también de mi lástima,
¡Cómo pueden librarse de tanta miseria
Si no tienen conciencia, cerebro, ni alma!
Ovidio Fernández Ríos.
Montevideo.
-oO^C:Xíí}c>-
£1 ^spwXxo
Para Apolo.
El aire era «útil. En el sonoro, Descendió con la noche la sombría
místico bronce del tejar vecino desesperanza de un cercano duelo,
nc apagaba el fuljfor ya mortecino y en aquella hora aciaga de agonía
de aquella tarde que hubo sido de oro.
como un espectro de tu amor perdido.
En la pradera gris bramaba un toro una estrella fugaz cruzó en el cielo,
á las sombras errantes del camino, fatalmente... con rumbo hacia el olvido!
y en la muerta piscina del molino
Jas ranas prorrumpieron en su lloro. .Juan Picón Olaoxdo.
217
£ti los labios...
Charlábamos en confianza, so-
los en su gabinetito de mujer
elegante. Y divagábamos , . .
No era mi amante, sino mi
amiga; una hechicera amiga á
quien de buen grado hubiera
dado aquel día el ascenso inme-
diato. Porque el Amor acecha
siempre á sus víctimas asomán-
dose á los ojos de las mujeres
hermosas ...
Ella se había reído al oírme
lanzar un anatema contra los
polvos de arroz.
— ¿Se puede saber por qué le
son antipáticos? — me pregun-
taba.
El encanto de hablar á solas
con una dama joven y bella, no
emana precisamente del tema de
la conversación. Cualquiera que
éste sea, siempre es interesante,
ó llegará á serlo.
Diálogo de puerilidades, de ni-
ilcrías ... ¡no importa ! Hay pun-
tos suspensivos que son epigra-
mas muy sabrosos, mudos parén-
tesis de una elocuencia insupe-
rable, miradas de enorme fuerza
sugestiva. Es recreo de nuestros
oídos el timbre de aquella voz
femenina, el leve crujido de sus
zapatitos . . . ; y el fru frii de su
falda hace estremecerse en ondas
afrodisíacas el ambiente.
Sí, Eros nos acecha asomán-
dose á los ojos de las mujeres
hermosas ; y los nuestros explo-
ran el descote, queriendo descu-
brir, no un mundo, como el in-
mortal navegante genovés, sino
dos mundos de amor, en que la
nieve y la rosa se han fundido,
coronándose triunfalmente con
dos capullos de coral, imanes del
deseo . . . ; y buscan luego los
Para Ai'OLO.
ojos en el borde de la falda el
monísimo pie que juguetea « en
el mismo dintel del Paraíso »^
como diría Ayala.
Divagábamos, los dos solos, en
su gabinetito . . . ¿ Qué me pre-
guntaba ella ? ¡ Ah, sí ! Los pol-
vos de arroz . . .
— Perdone usted — le dije —
me rebelo contra ese . . . ingre-
diente con que ustedes se emba-
durnan la cara.
— ¡ Embadurnan ! ¡ Qué frase
tan poco culta !
— No la hallo más justa, ni
más correcta, aplicada á esos
aborrecibles polvos . . .
— Nada, por el contrario, tan
atractivo, tan vaporoso, como ese
polvillo impalpable, sutil, semi-
espritual, que pasa insensible-
mente desde una borla de finí-
simo plumón á un cutis feme-
nino. Cuando veo una mejilla,
cuyo sonrosado color descubro á
través del transparente velo de
los polvos de arroz ... se me an-
toja la aurora surgiendo á través
de los vapores matinales, ó las
fresas que cubrimos de azúcar . . .
Me hizo reír aquel despilfarro
de poesía y repuse :
— Por mucho tiempo, amiga
mía, he creído en la inocencia
de los polvos de arroz, pero aho-
ra los odio porque sé que son
traidores . . .
— ¿Cómo?
— ¡Sí, delatores viles !
— A ver, expliqúese usted ; me
muero de curiosidad . . .
— Nada le puedo negar. Escu-
che usted una pequeña historia
en la que jugaron un triste pa-
pel esos pérfidos polvos, matan-
do en germen unos amores.
— 218 —
— ¿Y fué usted el héroe de esa
aventura . . . nebulosa ?
— No, un amigo . . . cuyo nom-
bre me reservo. Este amigo es-
taba locamente enamorado de
una gentil mujercita, casada con
un buen seflor que podía ser
holgadamente su padre . . . ¡ Po-
bre muchacho ! Ciertamente, es
horrible la pena del que atrope-
11a, sin éxito, el noveno manda-
miento, pecado del que están
eximidas las mujeres . . .
— ¿Nosotras ...'?,; Donosa ocu-
rrencia !
— Perdone usted, querida ami-
ga; el noveno mandamiento dice
con toda claridad : « No desear
la mujer del próximo » Jehová
dictó á Moisés esta ley para los
hombres; á las mujeres, ni pala-
bra sobre asunto de tanta monta.
¿Qué mandamiento del Decá-
logo dice: «No desear el marido
de la prójima ?
— Adelante — c o n t e s t ó e 1 1 a
sonriendo.
— El marido de la linda mu-
jercita (le llamaremos el señor
Sánchez, si usted gusta) había
doblado ya el Cabo de las Tor-
mentas y entraba en el Pacifico ;
quiero decir que no hacía gran
caso de su apetitosa hembra,
aunque la vigilaba, suponiendo
con gran fuerza de lógica que
otros la hallarían exquisita.
«Mi ¿imigo frecuentaba aquel
hogar y era tratado con mucha
confianza, porque el señor Sán-
chez había sido compañero de
colegio del padre del joven ; este,
siempre respetuoso, amable, co-
rrecto, aceptaba agradecido las
invitaciones del señor Sánchez
para que los acompañara á la
mesa una vez por semana.
« Un día, después de la comi-
da, se durmió el señor Sánchez
en el gran butacón donde se
había arrellanado, mientras la
señora y mí amigo hablaban
amistosamente de muchas y de-
liciosas tonterías. Yo no sé, no
puedo asegurar si el durmiente
roncaba, pero podemos suponer-
lo; y suponer también que la
dama haría odiosas comparacio-
nes entre el áspero gorgoteo del
esposo y el suave acento con
que acariciaban su oído las pa-
labras del joven . . .
Yo sé que ellos se miraron, y
.se miraron... Era una tarde
hermosísima de estío. Por la en-
tornada persiana de un balcón,
que daba á un jardín, penetraba
una brisa fresca y saturada de
embriagadoras emanaciones . . .
La media luz de la habitación
prestaba un tinte de vaga y mis-
teriosa poesía á todos los objetos^
especialmente á los lánguidos
ojos de la señora . . . ojos que
dulcemente velados por las cur-
vas pestañas
le miraban, le
miraban ... de un modo irresis-
tible. Allí estaba el hijo de Ve-
nus, asomado á las pupilas . . .
¿ No he di cho á usted que el
Amor acecha á sus víctimas
asomándose á los ojos de las
mujeres hermosas?
— No; lo habrá usted pen-
sado . . .
— Es verdad; y lo pienso siem-
pre . . .
Hubo después de esto un silen-
cio bastante largo.
— Bueno, termine usted su
historia - me dijo ella á media
voz, y algo trémula por la impa-
ciencia — ¿Y qué sucedió?
— Nada . . . ¡Ah, sí. A los po-
cos minutos se despertó el mari-
do, y vio que mi amigo tenía
los bigotes (unos grandes bigo-
tes negros y rizosos ) manchados
de polvos de arroz . . . Dos días
después el matrimonio partió
para Italia. Mi amigo no ha
vuelto á tener noticias de ellos...
— 219
Por el momento, nada mé dijo
mi amiga, . . Luego exclamó de
pronto :
— ¡No! ¡No haga usted res-
ponsables de ese desastre á los
Madrid.
polvos de arroz, sino á su amigo,
que no tuvo el talento de buscar
un punto sin ellos, un punto
vulnerable ... Yo jamás paso la
borla por los labios . . .
Ramiro Blaxco.
-o{l$CCC«&o-
Maga |)áU(ia y dulc^...
Para Ai-OLO.
Maga pálida y dulce que conoces mi pena,
Inspiratriz gloriosa de mis versos, tu mano,
Pequeíla maravilla de nácar, es tan buena
Que quiero me bendigas. El pesar, noble hermano
Del amor, me persigue. Sé que, á las bendiciones
De tu mano perfecta, cesarán mis martirios.
Eres casi divina. Dondequiera que pones
Tu santísima mano nacen mágicos lirios
De sagrado consuelo. Con ferviente terneza
Te pido que bendigas el dolor sobrehumano
De mi amor, te lo pido por toda la tristeza
De Jesús Nazareno, por todos los enojos
Que sufrió en el camino del Gólgota . . . Tli^; mano
Curará las heridas que me hicieron tus ojos.
Pedro Soxdéregüer.
190S.
-^i$XX:í>-
Para AroLO.
Ensoñada
í Oh la caricia delicada y honda
de tus labios purpúreos y quemantes,
y el perfume de rosas incitantes
de tu encendida cabellera blonda !
Oh tus divinos ojos, en connubios
de idílicos donceles, adormidos,
y tu frente de albores escondidos
bajo el fulgor de tus cabellos rubios.
j Oh tus brillantes é invisibles alas,
y el pincel de tus lánguidos rubores,
y la natividad de tus amores
y la gloria radiante de tus galas !
3 Oh el ruiseñor de cantos inmortales
anidado en tu púbera garganta !
j Oh tu la soñadora que se encanta
en la miel de los éxtasis astrales !
Montevideo, Mayo de 1908.
A //, María.
¡Oh tu andar reposado y majestuoso
de ondas serenas y ecos sibilinos,
y tu talle que tienta á los divinos
abrazos al cimbrarse voluptuoso !
¡ Oh tu cuerpo gentil de amor y fuego
bajo las curvas de tu ondeante falda,
y la cinta triunfal de hermosa gualda
que ama el contacto de tu talle griego !
¡ Oh el palpitar de tus nacientes senos,
cumbres ingenuas de auroral blancura
que brindan embriagueces en la pura
copa de amor repleta de veneno !
Ven ensoñada, ven ; dame la honda
caricia de tus ósculos quemantes
y envuélveme en las ondas palpitantes
de tu encendida cabellera blonda !
Alberto Lasi'lacks.
— 220 -
Poetas nuevos
Alma joven
Para Apolo.
Vosotros, circunspectos filósofos y austeros
moralistas, engendros de una existencia fría,
ya que habéis recorrido los fúnebres senderos
de la miseria eterna y la eterna agonía ;
ya que sois sabios porque sabéis sentir al mundo,
y sabéis lo que enferma al alma un desengaño ;
dejad que vaya á vuestro saber y taciturno
busque vuestra clemencia para un eterno engafío.
Cuando se tienen veinte años que son la vida
de veinte ensoñaciones, no se puede pensar ;
el sentimiento ingenuo presta desconocida
potencia al sueno y solo nos es dado sonar . . .
y la filosofía que vuestras impiedades
exteriorizan deja la vida en un eterno
desconsuelo y las almas soportan las edades
de muerte que sentencian vuestros labios de
invierno.
Dejad que el sentimiento fiorezca en mi existencia;
prefiero ser un sueño y no una piedra muerta;
. . . Tengo un alma tan joven . . . ! La ingenua sugerencia
de una fior es tan dulce ... ¡ Quiero una ñor abierta !
¡Dadme una rosa, sabios! ¡dadme una rosa abierta!
Lorenzo Vicéns Thievent.
Monlcvidoo.
— 221 —
de: «vidjPs. que: czaj^ita.*
Para Ai'OLO
Hs justo flli blasón
Yo S('i que en vano su perfume exhala Yo que pergigo una visión Tle Acracia,
Preñado de efusioiies, mi lirismo ; Teuffo también mi dios y mi estandarte,
Y que más subo por la azul escala, Mi fe suprema, la divina Gracia,
Xle encontraré más solo com mí mismo. Y mi nobleza, la pasión del Arte!
j Pero en vano me sitia el pesimismo ¡ 8í j yo tengo también mi aristocracia.
De su lógica triste, haciendo gala ! Pero mi Numen que á lo inmenso parte
¡ Siempre ha de ser mi plectro como un ala. Su luz fecunda por doquiera espacia
Condenada á voltear sobre el abismo ! Y hasta lo vil su comunión imparte !
¡ Nadie sabrá mis intimas querellas ! ¡ Soy el Cruzado de una gran Coníiuista !
i Un ruiseñor seré que á las estrellas Por eso canto mi fervor de artista
Confiesa sus celestes añoranzas. . . Frente á un sol que alumbrando los senderos.
Es justo, pues, que la Abyección me azote. Espaldarazo es ya que la Belleza
¡ Tuve la culpa de nacer Quijote Da á esa Futura FAlíiá de la Nobleza
En este imperio ruin de Sancho-Panzas! íín donde todos sean Caballeros!
Ant.el Falco.
odaccc^&o
AIXLOFL ir DOLOR. '
El supuesto placer de ser estrangulado por la persona que so
ama, es cuestión que nos lleva á examinar un grupo de sensaciones
que parecen no estar relacionadas con elementos respiratorios ;
quiero referirme á la excitación placentera que sienten algunas
personas con la suspensión, el balanceo, el encadenamiento ó el
csforzamiento. La estrangulación sería el tipo extreme y decisivo
de ese grupo de estados reales ó fingidos, en todos los cuales es fac-
tor esencial la perturbación respiratoria.
Al estudiar estos fenómenos hemos de hacer notar que la
excitación respiratoria es factor preponderante en los procesos de
tumescencia y detumescencia de Jos órganos genitales, durante las
contiendas amorosas, y que, por consiguiente, cualquiera restric-
ción ejercida sobre los movimientos respiratorios ó, en general, sobre
el sistema muscular ó sobre la actividad emotiva, habrán de tender á
aumentar el estado de excitación genésica asociada á esa actividad.
La idea de ser encadenado ó esposado suele estar algunas
veces asociada con las sensaciones genésicas. He tenido ocasión de
observar numerosos casos de ello tanto en hombres como en muje-
res, coexistiendo ese sentimiento en ocasiones con la tendencia á la
inversión.
Por lo general se despierta ese sentimiento en edad temprana,
siendo su estudio de gran interés, en cuanto no podemos explicar
su frecuencia por una asociación casual ni por experiencias efecti-
vas. A primera vista parecería ser un capricho puramente físico,
fundado en el hecho físico elemental de que toda restricción emo-
cional produce un aumento de emoción. En todo caso el carácter
espontáneo de semejantes ideas y, emociones en los nitíos de ambos
sexos, basta para demostrar qué; unas y otras poseen una base
orgánica perfectamente definida. ^ .
Havelock Ellis.
222
H;]src3^jPs.R.OE: ide visioistes
Copdelia
Para Apolo.
lia llamado á la puerta de mi alma, Cordella,
la hermanita de Hamlet, la hermanita de Ofelia,
taciturna y doliente como Una camelia.
— Vengo del Norte. Vengo del país de la nieve,
donde el ensueño es largo porque el amor es breve,
y donde el sol apenas á fulgurar se atreve.
Soy , rubia y soy flexible cual la dorada espiga
(|ue de Rutli en la senda puso la mano amiga,
un risueño crepúsculo, después de la fatiga
de la siega. Mis ojos son azules y vagos,
y cual pasa La brisa por los dormidos lagos,
por mis ojos azules pasarán tus halagos
despertando del bosque á la Durmiente Bella,
(lue sueña con que el rizo de una lejana estrella
se enredó en sus cabellos, y es más pura y más bella.
Tesoro de mis manos! Mis manos ambarinas
parece hubieran sido tesoro de meninas
llevado con orgullo en fiestas palatinas,
Y todo para tí, traído del Castillo
donde mi hermano Hamlet en la noche sin brillo
de astros, desenreda el enredado ovillo
de sus meditaciones...
— Adelante, Cordelia ;
hermanita de Hamlet, hermanita de Ofelia,
taciturna y doliente como Una camelia!
Ofelia
AMADA, LUZ DE MI NOCHE
La noche sus i)endones de tragedia
desplegaba cu los ámbitos del alma;
luego, un rumor... Ofelia,
es Ofelia que pasa . . .
— A donde va, quién lleva
en su interior el albaV
- Voy á encerrar la luz de mi tristeza
en una cop.a de ámbar.
JARDINERA DEL ALMA
L'n ciprés melancólico sombrea
el verdor de las aguas,
en cuyo fondo estremecido tiembla,
en doi-ado fulgor, la cabellera
(lue destrenzaron con violenta ráfaga
la Locura y la Muerte...
Pobre Ofelia!,
jardinera del alma
íloreciente de ensueños, jardinera
de n)is amantes cantigas.
PASA EL CORTEJO NUPCIAL...
Evoco de la Madre y de la Reina
las dolientes palabras:
Suavidad, suavidades para ella,
la novia infortunada . . .
y caen sobre tu féretro violetas,
y caen, mientras pasa
el cortejo de nupcias que te lleva
á enterrarte en el alma
donde serás la rubia Cenicienta
de mis cuentos de hadas.
Luis Correa.
Caracas ( V^^czuela), 1908.
— 223 —
Breviario ^|)islolar
Corfespondeneia de " Apolo "
Inauguramos hoy esta sección, á pedido de muchos de
nuestros lectores que continuamente nos asedian con pregun-
tas de índole artístico - literaria. En el presente número eva-
cuamos las consultas más recientes, algunas de ellas impor-
tantísimas en estos momentos de febril actividad intelectual.
Tulipán— No he recibido aún el número
(■> de la «Revista Latina». Yo creo que el
concurso tendrá un éxito enorme pues con-
currirán á él todos los poetas hispano ame-
ricanos. En cuanto al jurado, no puede ser
más selecto.
SiRiNrtA— El autor de «Prosas Profanas»
se halla actualmente en Nicarag^ua, su tie-
rra natal. De allí irá á España, creo (jue
en misión diplomática. Prefiero la última
que me nombra. Es más rica de ideología
y de exquisito estilo.
Un lkctor de «La Razón» — Fué una
peroffrullada de Suplente. Yo no publico
nada sino en Apolo y jamás he mendigado
un puesto para mis lucubraciones, fuesen
ó no inéditas. Mi envío consistía en el
sumario del número especial que publiqué
en Mayo. Ya ve usted : Suplente se negó
á publicarlo con el pretexto ( digno de
l'erogrullo, tratándose de un sumario aviso
y no de una pieza literaria ) de que había
aparecido en otro periódico, y no obstante
su declaración de que no publica nada que
haya visto la luz. en otro diario, insertó
poco tiempo después en « La Razón » una
poesía publicada el mismo día por un co-
lega de la mañana. Eso sí que es tomarle
el pelo. Suplente ha sufrido una caída, y
lo lamenio. El habría acertado sí en lu-
gar (le a(iuella contestación me hubiera
(lado la siguiente: la i)ublicacióu del su-
mario no es gratis. Eso es todo.
Ácrata — Se titulará: «Vida que canta»
Es un volumen de poesías, eróticas algu-
nas y de combate las otras. Me abstengo
de formular juicio sobre el otro escritor
porque nunca lo he leído.
Orfeo — Será un fracaso ruidoso como
el del cone'urso Labarden. Yo no oreo en
la aptitud, ni mucho menos en la forma-
lidad de algunos de los jurados. Le adju-
dicarán los premios, como siempre, á los
niños mimados de ia casa. Tal es el re-
sultado de todos nuestros concursos. De
los señores que usted cita, sólo el primero
sabe distinguir las escuelas literarias y la
belleza y los defectos de cada una de ellas.
Poetisa — Francisco VMUaespesa y Juan
R. Jiménez son los más emotivos de la
España actual. En Eduardo Marquina apre-
cio la inspiración y la riqueza imaginativa.
Paxida Pienso como usted Esa obra
está llena de plagios. Detesto la critica y,
por lo tanto, no la hago, pero me exasptira
el desparpajo de aquellos que fueron críti-
cos y lioy son ladrones literarios.
Americano — No doy ninguna importan-
cia á las palabras de ese senor. Moreu" Al-
ba es uno de los jóvenes poetas colombianos
de más mérito, f. No ha leído usted algunas
composiciones suyas publicadas en esta re-
vista ?
Ramiro Blanco {Madrid l — Kn breve
irán letras mías. Ltí adelanto iiií agradeci-
miento por el envío de (•i)laboraL-ión.
I'i'iii.z Y Cluis.
dstotjPl :bk.e:\7E
Esa revista... «Caras y Caretas?) que todos conD3=mos como un
mal reflejo de las ilustraciones europeas, niega mi personalidad, inco-
modada por las dedicatorias jue constantemente me hacen distinguidos
literatos de España y América. Y luego pregunta : ¿ Quién es Pérez y
Curis ?
Yo respondo : Pérez y Curis, cuyo retrato puilicó ce Caras y Care-
tas )) hace ya un año, con motivo del asalto al Centro Internacional, es
el Director de ce Apolo )) ; y ce Apolo », esa revista de arte y sociologia
de donde « Caras y Caretas » suele sacar material para dar mérito á
sus páginas. ¿Se quieren pruehas? Léase el número de «Apolo» corres-
pondiente á Setiemhre del año 1907 y uno de «Caras y Caretas» publi-
cado dos meses después.
i Qué gracioso I Me roian y después me niegan.
PÉREZ Y Curis.
— 224 —
BIBLIOC3^K.jPlFIOíPlS
Ltibfos y folletos iteeibidos
Los Césares de la Decadencia, por Vargas Vila. — Volu
MEN 1.° — Viuda de C. Bouret. — París. — El libro que el Maestro
nos envía contiene una serie formidable de estudios históricos de
América que ponen de manifiesto cómo el Cesarismo impera en
todo el continente. Concebidos con oportunidad, en esta hora negra
y roja en que el crimen es la obsesión de los tiranuelos que quién
sabe por qué han alcanzado el trono, esos estudios llenos de acres
verdades, provocarán la ira de los verdugos de la libertad que hoy
gobiernan en toda la América, desde el estrecho de Magallanes
hasta el de Behring. Este libro de Vargas Vila es de demolición y
de verdad como todos los suyos.
Morena y Trágica. — Por Isaac Muñoz. — Madrid. — Acu-
samos recibo de esta hermosa novela que nos ha enviado el autor
■de «Voluptuosidad». En uno de nuestros próximos números se
ocupará de ella extensamente el Director de Apolo.
La Visión del Águila. — Por José Manuel Carbonell. - -
Habana. — Es un canto á la patria escrito para los Juegos Florales
iniciados por el Ateneo de la Habana. Está escrito en versos alejan-
drinos elegantes y bien sentidos.
Vox Patriae. — Por Félix Callejas. — Habana. — Este canto
fué escrito con el mismo fin que el anterior, y en versos alejandrinos
también. Aunque este metro no se presta mucho para el canto
épico, tanto los versos de Callejas como los de Carbonell, son dignos
de los más altos elogios por la idea de libertad que los anima. Al
consignarlo así, protestamos contra el jurado que declaró desierto
aquel concurso, manifestando que todas las poesías presentadas
eran malas.
San Salvador, Marzo 15 de 190S.
Al Excmo. señor don Manuel Pérez y Ciiris.
Montevideo.
Tengo la honra de participar á usted que en j^^'^sencta de los
socios titulares y honorarios de la Academia de Ciencias y Letras y
Artes de El Salvador, reunidos en solemne sesión pública el día de
hoy, ha tomado posesión la niteva Junta Directiva elegida para el
periodo 1908 - 1909, compuesta del personal siguiente : Presidente,
doctor Francisco Vaquero; Vicepresideyíte, doctor Víctor Jerez;
Vocal, ingeniero Pedro S. Fonseca ; Fiscal, doctor Francisco Martí-
nez Sudrez; Tesorero, doctor Ensebio Bracamonte ; Secretario {reelecto
por 5.» vez), don José D. CorpeTio ; y Prosecretario -bibliotecario,
don Salvador Calderón E.
Espero que al tomar usted nota de lo anterior, continuará pres-
tando su valioso concurso á la Academia y de manera especial á la
fraternidad intelectual hispanoamericana.
De usted con muestras de alto aprecio, me suscribo su afectí-
simo S. S. — José D. Corpeño, Secretario.
Ohras de Perfecto López Campaña
PUBLICADAS
«Nervosismos» (Páginas y estu-
dios ).
«Fanfarria de Prejuicios» (Crónicas,
cuentos é ideas sueltas).
CONCLUIDAS
«Desde el Patagonia» (Memorias ín-
timas de un aprendiz artillero ).
«Mar de Fondo» (Novela de am-
biente).
«En el jardín de las mentiras»
(Cuentos).
« Hacia el porvenir » ( Drama en
tres actos y en prosa*.
EN PREPARACIÓN
Capítulo de Sociología Americana,
«El Uruguay» (Factores de evolu-
ción é involución).
Oirás de Pérez y Curis
PUBLICADAS
« La canción de las Crisálidas »
«El poema de la Carne».
( Poesías ).
«Heliotropos» (Poesías).
«Rosa ígnea» (Cuentos).
EN PREPARACIÓN
«Por jardines ajenos» (Páginas de
Arte).
«Alma de Idilio» (Poema).
«Albas sangrientas» ( Poesías de
combate).
«La Ola» (Novela).
•En el huerto de los besos» (Poe-
sías).
#
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APOLO
REVISTA MENSUAL DE ARTE Y SOCIOLOGÍA
DE VENTA EN TODAS LAS LIBRERÍAS DEL URUGUAY,
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Edición económica $ 0.15 oro
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La correspondencia literaria ti PÉREZ Y CURIS
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DiFeetoF-Hedaetor: Pérez y Caris -^ Hedaetor: Perfeeto Iiópez Campaña
SeeretaFio de pedaeeión: Ovidio Fernández Híos
CUEHPO DE l^EDñCCIOfl í
Juan Picón Olaondo — Montevideo.
Francisco Villaespesa — Madrid. ' '^
Manuel Ugarte — París.
Enrique Olaya Herrera — Bruxelas.
Luis G. Urbina — México.
Rafael Ángel Tro3-o — Cartago de Costa Rica.
Guillermo Andreve — Panamá.
Froilán Turcios — Tegucigalpa (Honduras). ,|
Santiago Arguello— León (Nicaragua).
Arturo Ambrogi — San Salvador. t
M. Moreno Alba — Barranquilla (Colombia).
Miguel Luis Rocuant — Santiago de Chile. ^
Pablo Minelli González — Buenos Aires.
Rosendo Villalobos -La Paz (Bolivia).
Luis Correa — Caracas (Venezuela).
Guillermo Lavado Isava — La Victoria (Venezuela).
Remigio Romero León — Cuenca ( Ecuador ).
Juan Guerra Núñez — Habana.
José de Diego — San Juan de Puerto Rico.
Imp. «La Rural», de E. Bamoa — Florida 84 j »S«
lUH.
:a
f\p
226
fjo^ ^ ¿cómo proscribirlo de las
almas?
aquel gesto de orgullo, impre-
siona los espíritus ;
es necesario castigarlo ;
¿Cómo se castiga á un pros-
cripto ?
proscribiendo sus libros . . .
y eso es poco ;
el mundo libre, lee lo que el
pueblo esclavo no quiere leer . . .
no pudiendo matarlo, hay que
insultarlo;
y, el insulto al proscripto se
hace una profesión ;
y, el proscripto, se hace una
escala, por la cual trepan á la
celebridad, los paniaguados de la
dictadura . . .
cuando un rebelde muere, so-
bre su tumba se hace la comedia
del Perdón . . .
la muerte, desarma sus enemi-
gos ;
para el proscripto no hay ol-
vido . . .
es, la pesadilla del Despotismo,
y, el reproche vivo de los escla-
vos . . .
ese hombre nos denigra dice
el Amo : hay que matarlo ;
ese hombre nos humilla, dicen
los lacayos, hay que devorarlo. . .
el proscripto, es inerme, pero
es inmune ;
su dolor le sirve de escudo :
¿con qué podríais amenazarlo ?
su patria? la ha perdido ;
su familia ? la ha dejado ;
su amor? lo ha estrangulado,
dentro de su propio corazón ;
va solo ! solo con su dolor ;
¿qué podréis arrebatarle?
¿la vida?
y, ¿qué es la vida para un
proscripto ?
su sangre mancharía vuestras
manos, menos sus lágrimas ;
las lágrimas del proscripto,
son el gran grito inexorable ;
las noches del proscripto, en
su acre desnudez de soledad, son
el gran clamor, que acaba por
conmover las entrañas mismas
de la tierra ;
el orgullo del proscripto, no es
sino una forma de su dolor ;
su gran poder de despreciar,
no lo libra del tormento de su-
frir ...
¡ Tener que despreciar su Pa-
tria . . .
¿ imagináis tormento igual ? . . .
avergonzarse de su propia ma-
dre, sería sólo comparable á esa
tortura ...
la ingenuidad de su protesta
hace reír la indignidad de su
época ;
el gracejo se ceba en él, como
un tábano en las melenas de un
león herido ...
esa clase de ataques, adquieren
la prima en los mercados del dic-
terio oficial :
el César ríe, cuando uno de sus
bufones, hace reir su corte, á ex-
pensa del genio ausente ;
es un género de venganza, digno
de César:
cuando Víctor Hugo, jJ/-oscr¿/jto
voluntario, volvió la espalda al
César, y, lo azotó, se hizo de mo-
da en la prensa oficial, denigrar
de aquel gran proscripto, que era
toda la dignidad de su época ;
la caricatura deformo el águila ;
la crítica hizo su agosto ;
á la publicación de Williams
Shakespeare, Mr. de Pontmartin,
crítico oficial, que ya había de-
clarado loco al gran poeta, decla-
ró que la seílal verdadera de la
decadencia de Francia, era, el
tener aún lectores Víctor Hugo ;
diez años más, dijo el crítico
palatino, y nada quedará de ese
fárrago . . .
cincuenta aílos han pasado , . .
¿quién sabe que existió Pont-
martin ? ¿ quién ignora á Víctor
Hugo ?
♦..-
— 227
el Genio, aislándose se engran-
dece ;
la perspectiva magnifica su
actitud ;
he ahí lo que exagera la Envi-
dia ;
¿ Cómo aminorar á un hombre
cuya altura consiste en conser-
varse de pie ?
habría una manera de eclip-
sarlo, ponerse todos en su misma
actitud al lado de él . . .
pero, entonces ¿qué sería del
César, que no se ve grande sino
en medio de esa turba arrodi-
. liada ? . . .
ese hombre no inclina la cabe-
za, ese hombre no dóblalas rodi-
llas : su rigidez lo hace gigan-
tesco ;
¿ qué hacer contra el coloso ?
lapidarlo ;
arrojadle vocablos, ya que no
podréis arrojarle piedras ;
anatematizado sea por la piara,
el león huraño que medita en
la playa lejana bajo el implacable
sol . . .
las moscas que vuelan en torno
á la lepra de Tiberio, maldicen
al águila de las legiones vencidas ;
el proscripto es una cima ;
él solo, representa un drama ;
el drama de la Justicia Impla-
cable . . .
Todos olvidan, el proscripto no
olvida ...
Todos perdonan el proscripto
no perdona ;
Todos capitulan, sólo él, no se
rinde ;
su nombre es una bandera ;
es necesario abatir esa bandera ;
hay que sumergir esa cima ;
las olas del Olvido se niegan á
marchar contra ella ;
se apela entonces á las olas del
pantano ; esas, no la sumergen,
no aspiran sino á mancharla ;
dejan á sus pies el cieno asque-
roso :
ese cieno se llama la calumnia ;
la radiosa serenidad de la cima,
exaspera al crimen :
el César no tiene rayos ;
¿ Cómo herir la cima ;
esa cima se corona de tempes-
tades ; ella ; si dispone del raj'o. . .
j el César tiembla cuando la
cima fulgura;
la cima siembra el espanto, co-
mo la soledad ;
esa cima es el resto insumer-
gible de un cataclismo ;
ella, está allí para atestiguar an-
te los siglos, que hubo un pueblo:
la bandera de ese pueblo des-
conocido flota sobre esa cima . . .
detrás de esa cima brilla siem-
pre una aurora . . .
la gestación del mañana está
en ella ; he ahí porqué la noche,
ruge contra la cima ;
atacad la cima, es decir, calum-
niad la cima, he ahí la palabra
de orden de aquellos que no
pueden vencerla ;
no oís el rumor de esa calum-
nia ?
ese hombre esnn poseur-,
su actitud no es sino el con-
vencionalismo de su orgullo . . .
ese jacobino no busca sino el
Poder ;
en él duerme, como el decir de
Sila, el alma de muchos Marios ;
¿ no veis como es desproporcio-
nado y enorme ?
ese hombre es un Monstruo ;
no ha querido venderse al oro.
Sea.
pero se vende á la Historia ;
su soberbia capitula con la
Apoteosis del mañana ;
tiene el orgullo de ser virtuoso ;
esa necedad, es un fenómeno
en esta edad ;
representar la Virtud es ser
farsante ;
na hay admirable sino el es-
clavo ;
no hay grande sino el César •,
— 228 —
quien está contra él, está
contra el mundo ;
no amar la Tiranía, es rebelarse
contra la Humanidad :
no tener los vicios de su época,
es estar fuera de su época y con-
tra su época ;
he allí un revolucionario arca-
ico;
la Libertad, ha pasado de
moda ;
y la dignidad también ;
¿los principios?
un lastre, inútil, bueno para
arrojarlo desde la pasarela del
aereoplano, para acelerar la as-
censión ;
no se triunfa ya con las doctri-
nas, eso es arcaico también . . .
¿la Virtud?
no hablemos de utopias ;
no hay más Virtud que el
Éxito ;
la era de las ideas ha pasado ;
vivimos en la era do los inte-
reses ;
el Pensamiento, esa es otra uto-
pia romántica ;
no hay grande sino el vientre ;
el mundo es una enorme diges-
tión ;
esa es la Vida ;
! paso á los estomacales ¡ . . .
Tal es el lenguaje de la hora ;
la dignidad, es un gesto gótico,
que es necesario ocultar como
un vicio ;
es verdad ;
en la hora trágica de las deca-
dencias, la apostasía de la Virtud
se. hace el primer deber del ciu-
dadano ;
todo gesto de rebelión es gesto
estéril ;
no es la hora de Fóción ; es
la hora de Filípo ;
no es la hora de Catón ; es la
hora de César . . .
cuando Catón es inútil, César
triunfa ;
cuando César triunfa. Bruto
suena ;
y, Bruto, también fué estéril ;
la muerte, que libra, á los
pueblos del Tirano, no los libra
de su propia servidumbre . . .
¿ quién curará un pueblo ?
aquel que infunda en él una
alma nueva . . ,
decidle la palabra que haga la-
tir su corazón, que arme su fe,
que despierte su valor . . .
la hora es de la Palabra ;
nada se puede sin ella ; nada
contra ella . .
decid al mundo la Palabra, y,
el Heroísmo bajará sobre la Tie-
rra;
y, cuando el Heroísmo sea
venido, el tiempo de los escla-
vos habrá pasado . . .
no hay más esclavos sobre la
Tierra, que aquellos que quieren
serlo . . .
-c^$;CC$í}o-
L'jOj-nvtlE: QUE tT'jPLllXEE
Elle a sur le front deux veiiies pourpres qui sont coninie deux armées qui se pre-
cipitent. — Elle á sur le front deux soucis qui se battent et soudain s'épuisent. Alors
V0W8 verrez eomnie ses j eux sont doux !
Elle est si douce, l'amie que j'aime, elle est tout dans son front méchant. Elle est
terrible, celle que j'aime, elle est tout dans ses yeux d'enfant.
Paul Fort.
— 229 —
Tal fué el miraje del ensueño mío
Cuando anegaste el páramo
De mi tarde otoñal con el perfume
Intimo de tu seno y de tus labios :
Un paisaje
Apacible en que el bardo
Te recitara madrigales vírgenes
En la riva de un lago,
Cuando viera la vésper acercarse
Quedas y temblorosas nuestras manos.
Mi compañera de bohemia :
¿Has visto esos paisajes diáfanos
De las albas primaverales
Y los crepúsculos de raso?
He aquí un reflejo de ellos. ¡ Qué divina
Quietud la de aquel árbol
Que asoma apenas su follaje umbrío
Por cima del montículo lejano!
¡Oh, cómo evoca la cabana aquella
Que duerme en el regazo
Del valle solitario las ermitas !
Del medioevo hispano !
Verdeguea el otero;
Está dormido el lago,
Y la lumbre del alba es en el vaUe
Ligera lluvia de vitriolo blanco
Que al caer quema el haz de las sombras
Y argenta el sombrío follaje del árbol.
EflVÍO
He aquí nuestro paisaje.
Un paraíso en él has conquistado . . .
El fué el miraje del ensueño mío
Cuando anegaste el páramo
De mi tarde otoñal con el perfume
Intimo de tu seno y de tus labios.
Pécez y Cupis.
230 —
fttnor es... mudo
Engalanamos estas páginas con el retrato y colaboración del
joven y distingiiiilo escritor Felipe Sassone que se halla entre
nosotros de paso para el Perú, su tierra natal. La labur inte-
lectual de Sassone es vasta y digna del mayor encomio. Ha
publicado ya cuatro libros : «Malos Amores», «Almas de Fuego»,
«Viendo la Vida» y «Vórtice de Amor», y ha sido juzgado
í'avorablenientc por los principales críticos, tanto de España
como de América. Ya en otras ocasiones hemos hablado de sus
facultades intelectuales. En uno de nuestros próximos números
publicaremos un juicio extenso de nuestro director, sobre su
última novela intitulada: «Vórtice de Amor».
N. DE LA R.
g-Lll-
Fué una tarde en Sevilla, en la
Sevilla morisca y agraciada, ca-
nallesca y sentimental. Sentado
en la acera, abrazado á su
tarní cual si
abrazase á
una mujer, un
g'itanillo as-
troso, de tez
bronceada y
de ojos soña-
dores, lloraba
u na copla,
una de esas
coplas á la
vez dulces y
amargas que
halagan como
una caricia y
hieren como
un puñal :
¡ ¡ A mí nu!
mata el ca-
llar
av:
Sobre el
pespunteado
de la guitarra,
que fingía so-
^llozos, el can-
to desgrana-
ba la agilidad _ _
de sus notas
dolientes, entrecortadas, sin com-
pás y sin medida, corriendo por
la calleja borracha del gran sol
andaluz, estrecha y sinuosa como
una sierpe, invocando tal vez á
unos labios carnosos v sang-rien-
tos que sonreían tras la reja flo-
rida de campanillas y de claveles.
¡A mí me mata el callar... ay!
• •■•••••••a -
Más de una
_J^y ^"^^^^ TT vez, recor-
f^^^ . ^ ' dando aquel
cantar, triste
como el gor-
geo de un pá-
jaro cautivo,
he pensado
que el gitani-
11o tenía ra-
zón. El ama-
ba mucho, y
por eso calla-
ba, y matába-
le el callar.
Amor es
mudo. Menti-
ra aquel viejo
proverbio que
lo finge ciego:
El Amor mira
los encantos
del será quien
ama; los mira
aumentados
por el lente
poderoso de
; ■ , la ilusión y
del deseo; y
calla porque la emoción lo hace
enmudecer, y la palabra es menos
rica que el sentimiento.
Al travieso niño de las flechas,
mejor que con una venda en los
ojos, debieran representarle con
— 231
el dedo índice sobre los hxbios,
imponiendo el silencio, el silen-
cio que es amigo del Amor, por-
que es amigo de la soledad y del
misterio. Todo enamorado, víc-
tima de la idea fija, es un solita-
rio que se aisla para pensar en
su amada y lleva en el pecho el
misterioso arcano de su pasión.
Aquel amor audaz que dice «te
quiero » sin temblores y sin bal-
buceos en la voz, es falso como
la querella ampuloisa, mil veces
repetida, de los donjuanes aven-
tureros; aquel amor que jura
« no te olvidaré nunca » es un
querer poco firme, porque admi-
te la posibilidad del olvido y
piensa en él. Amor es suspiro,
es beso, es lágrima, y como es
una gran tristeza y un gran de-
seo, es mudo como el ansia y
como, el dolor.
Ante la mujer querida, el aman-
te verdadero se postra; tal el de-
voto ante la divinidad del altar,
el artista ante la magnificencia
de la obra de arte, y tiembla, y
llora, y enmudece, y es elocuente
su silencio emotivo y doloroso.
El silencio es el patrimonio de
los tímidos.
¡Bienaventurados los tímidos
en amor!
Jacinto Benavente, el gran
psicólogo del alma femenina,
ironista sutil, fauno saltante, que
esconde con el traje moderno,
«sus nerviosas patas de chivo»,
ha dicho en una de sus admirables
comedias: «Los hombres deben
ser tímidos en amor, porque es
la única manera de que ellas sean
las atrevidas». Y ellas se atreven
y lo dicen todo con los ojos, su-
premos intérpretes de la pasión.
¡ Benditos ojos azules que nos
sonríen como un cielo sin nubes
y dicen la paz y la ternura !
¡Benditos ojos verdes, inquietos
como el mar, que arrullan con
el vaivén cadencioso del océano
y sugieren voluptuosidades com-
plicadas y felinas! ¡Benditos ojos
negros, profundos y seductores
como el abismo, que hacen pen-
sar en una tragedia de pasión y
de celos!
Ellos son el lenguaje del amor,
por eso los enamorados no deben
hablar, y cuando en la calma de
una noche poética, en que la
luna pálida como un rival celoso
nos envuelve con su luz azul y
la tierra húmeda nos embriciga
con la afrodisia de su aliento,
hacen los ojos el esperado gesto
que consiente, los labios sólo
deben abrirse para besar. Y aun
aquel beso ha de ser calladito,
calladito, porque su chasquido
no turbe el silencio amigo del
amor, de la soledad, y del mis-
terio, y porque . . . según me
dijo en Sevila, en la Sevilla mo-
risca y agraciada, canallesca y
sentimental, una gitana tentado-
ra, como una picaresca heroína
de antigua novela castellana, ¡ el
beso cuanto más silencioso y
más largo, sabe mejor!
Felipe Sassoxe.
Buenos Aires y Junio á 7. 1908.
-o{l^CCÍÍ<X>-
i=h:r.ecík.iisco
Peregrino, peregrino,
que no sabes el camin*,
¿dónde vas?
— Soy peregrino de hoy,
no me importa dónde voy;
¿mañana? . . . ¡ nunca, quizás
Admirable peregrino,
todos siguen tu camino.
Manuel Machado.
232
ta caticíóti áe las campanas
A Pérez y Citri*.
En la regia Catedral
Bajo el lujo de Ta arcada de sus naves,
Se celebran en silencio oficios graves
De un pomposo funeral.
¡Ta-lán,... ta-lán,... ta-lán!...
A la luz crepuscular,
En el claustro negro y frío del convento.
Se recita la Oración del Sufrimiento
En un místico cantar.
¡Ta-lán, . . . ta-lán, . . . ta-lán! ...
Con ahogado sollozar.
Muchos niños, muchas niñas de albo manto.
Bajo un árbol del Jardín del Camposanto
Llevan un viejo á enterrar.
¡Ta-lán, . . . ta-lán, . . . talán . . .
En la iglesia parroquial
Entre risas de zagalas y entre flores.
Se celebran de dos rubios labradores
La ceremonia nupcial.
¡Ta-lán,... ta-lán,... ta-lán...
Con sonidos de cristal
Llora el Ángelus sus tristes ritornelos.
En la ermita que está oculta de los cielos
Por el arco de un rosal.
¡Ta-lán, . . . ta-lán, . . . ta-lán . . .
Las luces muriendo están.
La campana de la fábrica ha sonado,
Y rendidos los obreros, han dejado
Sus faenas, y se van . . .
¡Ta-lán, . . . ta-lán, . . . ta-lán! . . .
Ovidio pefnández t(íos.
— 23Í
Virtuosa . . .
— Ocho años, señora, oclio anos
que han transcurrido no propia-
mente en el recuerdo, pero sí en
las cosas . . . Los mismos temas
de antes, las mismas sensaciones,
pero con otros aspectos, con otro
ritmo, el ritmo de lo nuevo y de
lo desconocido . . .
Eulalia se quedo pensando, y
detrás de la visión esfumada de
un recuerdo apenas surg-ido, sa-
cudió lentamente la cabeza.
— Sí . . . Sí ... Es verdad. Cam-
bian las cosas, como los deseos,
como los años, como las flores y
las hojas . . .
— Las flores se van . . . Las
hojas caen . . .
— ¡Eulalia! Déjate de tonte-
rías. Gustavo ha venido á comer
no á llorar como en las novelas.
No le haga caso, Gustavo, coma.
Coma este pedazo que está muy
bueno.
Y Antonio, el marido de Eula-
lia, cogió entre dos tenedores un
trozo de la fuente, y lo colocó
en el plato aun lleno de su hués-
ped.
Gustavo era un viejo amigo de
su mujer, amigo de infancia y
de hogar. Juntos habían ido al
colegio, y juntos habían retozado
por dentro de las alcobas pater-
nas, y en los patíos revueltos de
sillas, escobas y basuras. Des-
pués de ocho aüos de ausencia
en la lejana y atrayente Europa,
volvía á su tierra, á su ciudad
natal, convertido en un hombre
serio, con toda la primera serie-
dad y el pleno sentimiento de la
nda. Educado y pulido, despo-
jado de las virtudes ingenuas de
los quince aílos, su mocedad flo-
recía en una suave salud llena
de vigor, que fijaba la gallarda
A Pérez y Curis.
semblanza del varón y le daba
carácter. Huésped de honor en la
casa de su antigua amiga de fami-
lia, convertida en el sueílo desco-
nocido de ocho aííos en señora y
madre, comía á la cabecera de
la mesa lleno de turbación y
embarazo, como en una casa
extraña que tuviera al mismo
tiempo una lejana y amable re-
membranza de cosas vividas y
dulcemente gustadas aún. A un
lado la chicuela Eulalia de otro-
ra, transformada debajo de aquel
vestido de comida en señora cor-
tés y obsequiosa, en la opulencia
de sus carnes satisfechas de lo-
zanía y de caricias. Al otro,
aquel desconocido, aquel impre-
cisable adversario de su infancia
encantadora y loca, obeso, rebo
sante de tranqudidad y bienes-
tar, que comía y comía á gran-
des bocadas echado sobre el pla-
to. Más allá, á un lado y otro de
la mesa, dos cabecitas rubias,
redondas y chatas como las mu-
ñecas de porcelana y crin de los
bazares pobres, comían con los
dedos, emporcándose las caras y
las manos. Y entonces Gustavo
pensó si el matrimonio no era un
aspecto de la vida animal, y si
el amor no era más que una
emoción fugaz de los sentidos
en deseo.
— ¿Se acuerda, Gustavo, cuan-
do hacíamos de modelo en casa
de padre ?
— Sí, me acuerdo. Usted y yo.
A veces usted. A veces yo . . .
— Y á veces los dos juntos . . .
Gustavo miró fijamente á Eula-
lia como buscando en sus ojos
brillantes y audaces, una sospe-
cha de evocaciones peligrosas.
Estaban cerca de los postres y
— 234 —
habían bebido en abundancia
la sangre cancionera del vino,
bálsamo y olvido xlc todas las
tristezas. A Eulalia le hacía re-
tozar la vida por todo el cuerpo,
y florecía en un incendio de sa-
lud. En su marido era abotaga-
miento y pesantez de ahito. En
Gustavo coraje y ebullición de
cariñosas sensibilidades.
— Los dos juntos, Eulalia ; los
dos juntos, me acuerdo . . .
— Usted no se estaba quieto,
interrumpió ella aparentando
burla en una carcajada. — Dos
horas todos los días, con las ca-
bezas juntas, desnudos hasta el
hombro, posando «El beso ro-
bado » ¡Ladrón ! A veces sí me
lo robaba ...
— Sin querer. Los labios esta-
ban muy cerca.
— Posándose . . .
Eulalia volvió á reir y puso
atrevidamente con los ojos, una
línea de intención debajo de
aquella palabra.
Antonio levantó la cabeza, é
hizo un indisimulable gesto de
desagrado sonriente. Gustavo en-
rojeció, y buscando indiferencia,
llevó su copa hasta los labios y
bebió.
— Cosas de muchachos . . . ex-
clamó después.
— Sí... ¡de muchachos! ¡Aque-
llo ya no vuelve ! Una mañana
amaneció nuestro « Beso roba-
do » hecho pedazos en el suelo
del taller, decapitados los dos,
las cabezas separadas, estirándo-
se aún como buscando los la-
bios ...
— Sería quizá por miedo al
padre . . . Alguna pelea en la no-
che . . . interrumpió Gustavo ha-
ciendo broma.
— No. Era el barro malo que
se había secado con el calor.
El estudio tenía el techo de zinc,
y era verano.
— i Claro ! No le habían echa-
do bastante agua. El barro quie-
re agua, exclamó Antonio con
aire de lógica.
— Probablemente . . . Proba-
blemente ... Lo cierto es que
padre se quedó sin beso, y nos-
otros sin aquel recuerdo que
iba á perpetuar nuestras ca-
bezas y nuestros días felices.
Quién iba á decir que aquel . . .
— Iba á volver con otra cabe-
za .. . ¿ verdad ?
— Y otros besos.
— De barro. ¡ En Roma he he-
cho tantos! Le debo á su padre
los primeros pasos . . .
— Y á su hija los primeros
besos . . . robados . . .
— ¡Eulalia! ¿Tú estás loca?
Siempre la misma criatura . . .
— ¿ Y qué ? ¿ Una no puede
hablar? Son bromas, ¿verdad
Gustavo ? Por decir algo . . .
Aquello ya pasó, y él es hoy un
hombre serio . . .
— Y usted una selíora . . . seria.
— Con esposo y con hijos. Me
parece.
— ¡ Mamá ! balbuceó un chico.
¿ Me das otro poco ?
— Ya lo ve, Gustavo. Con hijos
que comen ... y un marido que
se enfada ...
— Yo no me enfado. ¡ Eh !
Pero cada uno ... De ayer á
hoy el mundo da vueltas. Y al
pan pan, y al vino vino. Tome
otro poco . . .
Y mientras Antonio llenaba el
vaso,
— Sí, da muchas vueltas . . .
concluyó Gustavo como insi-
nuando un desprecio.
Los tres hicieron un silencio.
Gustavo pensaba : ¿ Sería acaso
feliz su amiga ? ¿ Por qué le ha-
blaba de aquellos recuerdos casi
olvidados? Eulalia suspiró lar-
gamente, y Antonio bostezó con
lentitud de sueílo.
235 —
De pronto, al estirar un pie,
Gustavo se encontró con el pie
de Eulalia. Un estremecimiento
le llenó las mejillas de sangre.
Era lo imprevisto y la tentación.
Miró rápidamente á su vieja
amiga buscando en su rostro una
expresión de cómplice, ó el rojo
encendido de un pudor que se
contiene. Sin embargo, Eulalia
acariciaba y besaba la rubia y
revuelta cabeza del hijo que co-
mía á su lado, y su cara sonreía
con amorosa ingenuidad. ¿ Disi
mulaba? ¿Sentía la provoca-
ción y Su marido, echado sobre
el respaldo, se adormecía. Y en
un instante, Gustavo experimen-
tó todo el goce exquisito de la
posesión prohibida, como si con
la sola caricia de su pie, hubie-
ra llenado la felicidad amorosa
de aquel cuerpo joven insatisfe-
cho, V de aquella alma román-
tica un tiempo, que resucitaba
reclamando el triunfo de su en-
sueño, ahogado en los brazos
prosaicos de su marido.
Eulalia pensaba también. Sen-
tía el dulce contacto de aquel
gallardo amigo que la vida le
había devuelto, después de ocho
años, con el alma bellamente so-
ñadora y artista que se parecía
tanto á la suya, á esa otra alma
escondida que muchas mujeres
llevan fatalmente al matrimonio
como un doloroso é incompren-
dido sacrificio. Por un instante
también sintió la tentación de lo
que no se puede gustar, la ti'ai-
ción del amable sabor del alma
poseída, de la afinidad que se
encuentra al fin en el milagro de
un minuto casual, en la floración
inesperada de todo el ideal, ven-
cido largos años bajo la marea
implacable de los destinos. Al
acariciar á su hijo, acariciaba y
agradecía á la vida entera, al
verdadero amor, á su propio co-
razón embriagado de dulzuras
desconocidas.
¡ Qué tiempo pesado! ¡ Qué
tiempo ! Tengo una gran pereza,
y unas ganas de acostarme ! ex-
clamó Antonio estirándose len-
tamente en un largo bostezo.
Gustavo sonrió. Eulalia miró
á su marido, y sus palabras, pe-
netrando una tras otra en sus
sensaciones, fueron desvanecien-
do poco á poco los dorados va-
pores del ensueño. Era una mu-
jer casada, tenía hijos y una
cadena de obligaciones le suje-
taban á un hombre, á acjuel tran-
quilo y ahito burgués vendedor
de hierros que se adormecía en-
frente. Detrás de aquel pie po-
dría prolongar unas horas más
el acariciante minuto de ensueño.
Pero, ¿y después? La vida in-
cierta, una venganza de muerte
cerniéndose sobre su cabeza, y,
sobre todo, la pérdida para siem-
pre de aquellos regalados y fáci-
les sabores del hogar sin priva-
ciones, donde el cuerpo, el exi-
gente cuerpo, holgaba hartamen-
te satisfecho ... Y entonces, de
un salto, como quien experi-
menta una sorpresa, se incorpo-
ró en la silla y exclamó fuerte,
mirando á su amigo con un ges-
to de ingenra insolencia :
— ¡ Ay ! ¡ Perdone ! ¿ Lo pisé ?
Gustavo se puso colorado, y
un amargo como una espina le
mordió en el corazón.
— ¿Será acaso feliz ? pensó.
Antonio levantó los ojos ador-
mecidos y sonrió á Eulalia con
— Estaba "si^^^. Es virtuosa,
mi mujer ...
Manuel Medina Betancort.
— 236
r
Isa.a.<r l!<Itx£ioz
Pertenece á l;i nueva generación de escritores castellanos,
y se caracteriza por la brevedad de su frase lapidaria y per-
sonal, lia piililicado los siguientes libros: «Vida», «Volup-
tuosidad», «Libro de las ^'ictorlas» y «Morena y Trágica».
Actualmente es Secretario de Redacción de «Revista J^atina»,
que dirige el exíjiiisito poeta Francisco Villaespesa.
- 237 —
Glovía OUm^toa
Para Ai-oi.»
Tras el baño gozoso de risueña frescura,
de la orilla fragante bajo el palio sombrío,
rubia flor cuyo cáliz engalana el rocío
está Leda, radiante de gloriosa hermosura.
De repente un gran cisne de suprema blancura,
aparece soberbio de esplendor y de brío
y al romper orgulloso los espejos del río
como un lirio de plata sobre el agua fulgura.
Al mirarlo la Reina su belleza recata
y los húmedos oros de sus bucles desata
ocultando sus formas con gracioso rubor.
En el cisne su instinto le revela un amante
y lo ve cual se acerca luminoso y triunfante
como barca de nieve donde boga el x\mor!
Llega el ave : sus alas de precioso diseño
cual dos brazos oprimen la beldad ruborosa
que devuelve turbada la caricia amorosa
alisando las galas del plumaje sedeño.
Con su pico el Galante, tras erótico empeño,
leve oprime el capullo de sus senos de rosa . . .
En el césped rendida desfallece la hermosa
y es el Divo que triunfa su magnífico dueño.
Tras un éxtasis dulce de ventura ignorada
huye el cisne tornando la cabeza argentada
mientras surca las ondas de sonoro cristal.
Y más rojo al contacto de los besos de Leda,
como rosa que arde sobre alburas de seda
resplandece su pico de luciente coral!
Alfredo Gómez Jaime.
Madrid.
— '238 —
Vida
(Pequeña alma)
Mamá! — y el enfermito la mi-
raba en los ojos, enlazándola con
sus largos y flácidos brazos, tan
blancos que semejaban de már-
mol. Toda la vida parecía resi-
dir en sus pupilas, de un azur
profundo, y que á veces la fiebre
las iluminaba con rápidos bri-
llos de acero, para luego apagar-
se lentamente tras las pestañas
que cerraba el cansancio.
— ¡ ^lamá !
— ¡ Hijo mío ! — Sin saber por
qué asustábale la mirada del ni-
ño, que parecía interrogarle con
la muda expresión de sus ojos,
hoscos y luminosos, enormes á
medida que el mal plegábale el
cutis á los huesos. Ella sentía
sus brazos pálidos, casi helados,
enrollarse á su cuello con rara
tenacidad ; luego, acercando á su
oído sus labios secos y ardientes,
murmuraba íatigosamente pala-
bras entrecortadas por un angus-
tioso hipo que parecía estrangu-
larle:
— ^laniá ! escucha, mamá !
— ¡ Hijito ! ¿ qué quieres ?. . . —
y alarmada en medio de una an-
gustia tan honda como inexpli-
cable, besábale en la frente, en
los labios que tenían la quebra-
diza dureza de las hojas secas,
en las mejillas demacradas que
dibujaban ya las líneas precisas
é indelebles del esqueleto. Pero
aquello duraba poco. Extenuado
al tin por el esfuerzo, doblegaba
la cabeza sobre el pecho, como
una flor agostada por el viento,
luego cerraba los ojos, y lacio,
Para Apolo.
casi inerme quedaba en la cama
como un infantil Cristo doloroso.
¿ Qué querría decirle '? ¿ Qué
atormentadas visiones desfilaban
por su afiebrada cabeza de niño
enfermo ? No lo sabía. Pero aque-
lla mirada azul, tan penetrante y
profunda, que dei'ramaban los
ojos de su hijo, sentíala muy den-
tro, desgarrando en el interior de
su espíritu velos de sombra, que
la llenaban de espanto. Un frío
soplo pasaba por su corazón, ca-
si helándolo. Su vida jiraba en-
tonces en lento desfile, evocada
por el recuerdo. Entre la vaga
neblina del pasado, la cabeza
blanca y dolorosa de su madre
se esfumaba muy lejos, en el cielo
de su infancia, como una nube.
Y después, el primer sueño, la
primera hoja caída al camino,
llevada en tremulante remolino
por el lodo de las pasiones efí-
meras, y que sin embargo tan
hondas huellas dejan en el ros-
sro surcado de pliegues profun-
dos, en los cabellos que blanquea
la escarcha de los inviernos de
la vida, y en el alma crucificada
por el recuerdo como en un Cal-
vario . . . Muchas veces en las
largas horas de vijilia, junto á
la cama de su hijo venía á su
memoria la amable visión de
una barba blonda, unos ojos azu-
les que parpadeaban ensueños
misteriosos, y unos labios al tra-
vés de los cuales la frase escapá-
base como un canto . . . Era el pa-
dre de su hijo . . . ¡ Ah ! ¡ Lo de
siempre ! La hojita lozana caída
del árbol, arrastrada por la ven-
tolina á través de sendas y ba-
— 239 —
rrancos, hasta quedar encajada
en los lodos de un pantano ! Des-
pués, un viento compasivo arran-
cóla de su cárcel, no sin que ji-
rones de si misma quedaran en
el lodazal ; luego un amigo remo-
lino llevóla á una vertiente á que
se lavara la cara, y ahí estaba
otra vez, asomada á la ventaníta
de su honradez, por entre los es-
pinosos ramajes con que la vida
la rodeaba, junto á aquel enfer-
mizo retoño de su carne, escu-
dada tras el cuerpecillo endeble
y doloroso de su hijo. Y enton-
ces tapábase la cara horroriza-
da, mientras la leve plumilla del
recuerdo pasaba jugetona é in-
constante, describiendo en el
aire cabalísticos signos ó bien
perfllando las iniciales de un
nombre, las cuatro letras de una
fecha, como los caracteres sera i
borrosos de una lápida . . . Des-
pués . . . nada. Un pasado lleno
de zanjas, como un interminable
cementerio, y un presente que
era como un largo camino, en
cuyos bordes alzábase al sol la
traidora arrogancia de una fila
de cardos ... Y junto á la pensa-
tiva cabeza de su hijo, lloraba
lágrimas ardientes, que sacu-
dían su corazón, como una po-
bre barca á merced de los olea-
jes. ¡ Y eran tan amargas, tan
tumultuosas sus lágrimas de ex-
piación infinita!
Pero, — preguntábase en me-
dio de los sollozos que la ahoga-
ban,— ¿por qué vienen á mi men-
te estos recuerdos del pasado,
evocados como por extraño con-
juro ante la mirada profunda de
aquellos grandes ojos azules? ¿No
era monstruoso que aquellos des-
pojos de su miseria pasada vi-
nieran á mostrarse en su más
pecadora desnudez, ante su hijo,
ante aquella vida suya, agotada
en jermen por extraños males
cuya procedencia no podía pre-
cisar? ¡Si estaría loca! Y acusá-
base á sí misma, magullando sus
manos por la desesperación. ¡ O
acaso, — preguntábase en segui-
da, — su hijo soñara con un ju-
guete raro, con un traje nuevo,
ó bien querría pasear por el cam-
po, por las largas alamedas, en
esas tardes apacibles del otoño
en que el sol espolvorea oro pu-
ro sobre los altos copos de los
árboles ?
Su corazón de madre tuvo en-
tonces un rayito de esperanza.
Al dia siguiente, un chorro de
sol penetraba por la ventana del
cuarto del pequeño enfermo.
Una mariposa nocturna aleteaba
aún sobre el tubo de la lámpara,
con un lento zumbido de alas.
El niño entreabrió los ojos, y so
bre la cama vio un hermoso tra-
je azul. Lo miró indiferente, y al
ver á su madre que le sonreía,
animándole, en tanto le señalaba
el albo cuello, en cuyos extremos
brillaban dos boi'dadas anclas
de seda, apartó de él sus ojos,
con un amargo jesto de hastio.
A la siguiente mañana el en-
fermito vio sobre la alfombra, en
el centro de su pieza, un enorme
Polichinela que hacia endiabla-
dos jestos y curiosas piruetas
que instaban á risa. Los niños
del barrio habíanse detenido en
la ventana, y hasta muy lejos lle-
gaba el claro rumoreo de sus vo-
ces, acompañadas de alegres
carcajadas y entusiastas palmo-
teos de manos.
— Ah ! — dijo un rubín peque-
ño y sucio, que pegaba la cara á
los barrotes de la ventana, para
ver mejor los jestos del payaso.
— Ah ! mi papá me comprará
uno también !
Como movido por un resorte.
— 240 —
el pequeño eiitermo se incorpo-
ro. Brillantes los ojos, secos los
labios, murmuró :
— Mamá, ¿has oído?
Ella acudió solícita. Tomó el
juguete y lo colocó sobre la ca-
ma. Entonces el pequeño se irri-
te'). Volvió la cara <á la pared,
con extraña obstinación ; sólo
cuando su madre, en medio de
ahogados sollozos, arrojó á un
rincón del cuarto el desgraciado
Polichinela, volvió á fijar en el
cielo de la pieza, sus profundos
ojos azules.
Los chicos continuaban en la
calle riendo y comentando ale-
gremente las graciosas piruetas
del juguete. Y la voz del rubio
de cara y manos sucias, volvió á
oírse como en una invocación
de esperanza :
— Mi papá me comprará uno
también !
Volvió á crisparse aquel cuer-
pecillo del enfermo, en una vio-
lenta crisis ; tendió sus brazos
sobre el cuello de su madre, y
con voz ronca que parecía arran-
carle de muy dentro, exclamó:
— ¡pjscucha! — se incorporó un
poco. Una oleada de luz brilló
su cara pálida, casi trasparente.
Iluminábanse sus ojos al impul-
so de violentos sacudimientos de
voluntad, agrandándolos desme-
suradamente, como si quisieran
arrancar de las órbitas.
-- ¡Díme ! — Un angustioso y
lento hipo cortó su voz en la
garganta ; ahogábase en sus pro-
pias palabras. Luego, con una
suprema enerjía, acercando más
los labios al rostro de su madre,
concluyó :
— Mira . . . ésos tienen papá.. .
¿ por qué yo no lo tengo ? . . .
Calló. Pesadamente, desplomó-
se sobre la cama. En medio de
aquellos míseros despojos de car-
ne pegada á los huesos, que-
daron los ojos muy abiertos,
mirando, mirando más allá de
las cosas . . .
En tanto, los gritos de la tur-
ba de haraposos continuaban en
la calle, pidiendo una nueva
pirueta del payaso . . .
Y el rubio })equeño y andra-
joso, volvía á exclamar con voz
de infínita esperanza :
* — Diré á mi papá que me com-
pre uno también !
II
Entre cuatro Tablillas negras
habíase colocado el píH^ueño ca-
dáver. ¡Era tan mísero aquel
niontoncito de pingajos de car-
ne y de huesos! Los ojos perma-
necían aún abiertos, impenetra-
bles, fijos, ol)sesor(íS. Inútil que
su madre piadosamente cerrára-
le los párpados, pues ellos vol-
vían á entreabrirsí! con preci-
sión mecánica. Y continuaban
así, espantables al través de su
fijeza, pero ya más serenos, amor-
tiguados por la suave claridad
derramada por los cuatro cirios.
Con los ojos enrojecidos y los
labios secos, la madre rezaba, de
rodillas.
La mañana era fría, poblada
de nubes grises. Al través de los
vidrios rotos de la ventana, un
vientecillo lijero ajítaba las lla-
mas de los cirios, alargándolas,
dilatando su aureola entre la me-
dia sombra. del cuarto.
Un violento ruido de carruaje,
de risas, de voces, venía desde la
calle. Instintivamente ella miró
por los postigos abiertos de la
ventana. Lanzó un grito. IMíró
con ojos extraviados el ataúd, y
extendiendo su brazo, como sí el
pequeño enfermo aun viviera,
exclamó:
— Tu padre!
í^n lujoso carruaje, había visto
ñamear la misma barba rubia en
— 241 —
un rostro pálido y bello, Erii el
diputado católico X., que pasea-
ba en companía de algunas da-
mas del gran mundo su esplín
.Tunio 13-1!)0S (8 de la noche).
aristocrático. Arrancó á la fusta
un violento c/u's-cliás ! y perdióse
á lo lejos, entre la tupida seda de
la bruma gris.
Luis Roherto Boza.
-ofl$:XC^Oo-
Balada á los Itnb^ciUs y los Pillos
Vedles vivir sus vidas deshaiiciadas,
Sin nn rayo de luz en las miradas,
Sin talento ni amor.
(iiié tristeza, Señor !
Ellos se creen los dueños de la tierra,
Miran á todos como en son de g'uerra
Con burlas y furor.
— Qué tristeza, Señor!
Viven soñando alguna mercancía
Sin ensueños, ni esplín, ni poesía
Ni ritmo, iH color.
— (¿ué tristeza, Señor!
Odian el noble Arte. ( Odiarlo es poco ).
Ser artista suponen que es ser loco
O crápula, ó traidor.
— tiué tristeza. Señor!
Los i)oetas son meros iifentecatos
Mas vivir entre lienzos y zapatos
Ks cosa superior.
— (iué tristeza. Señor!
Deber el pan es robo sin comento ;
Y ellos prestan á más del diez por ciento
líuiínos Aires, lí)0:-i.
Para Ai'Oi.o.
... Y son hombres de honor.
— (¿ué tristeza, Señor !
Xo respetan la pobre abandonada,
Y rezan á una estampa mal pintada
Coa tímido fervor.
— Q,ué tristeza. Señor !
Desprecian al pensante caballero,
Pero lamen la espalda de un banquero
Y el pie de un dictador.
— Qué tristeza. Señor !
Y así viven sus vidas deshauciadas
Sin un rayo de luz en las miradas,
Sin talento ni amor.
— Qué tristeza. Señor !
Y así viven sus vidas despreciables
Comentando cual bestias insaciables
Este ó aquel valor.
— Qué tristeza. Señor !
Y cuando llega al fin la muerte fiera
No saben del placer de la quimera
Ni saben del dolor.
— (iué tristeza. Señor !
Pablo Miiw.lli González.
-o{l$C:^^^[>o-
I=jPs.K.jPl ISjPlBEL \7E]SIH1GjPí.S
Eneantadoira amiga
03^e, perfumada brisa:
si, taciturna,., indecisa,
á la española ribera
baja Isabel, en la playa
alza tu vuelo, ligera,
y á la divina viajera
ruégale . . . que no se vaya !
Oye, resonante ola:
si en la ribera española
ves á Isabel entornar
los ojos tristes, proteje
Madrid, Abril de 1908.
Para Apolo.
SU navio sobre el mar;
y si la puedes hablar,
ruégale . . . que no se aleje \
Mas, si veis su faz risueña^
si con Patria y Hogar sueña,
y hunde la dulce mirada
en el remoto confín . . .
no le digáis nada, nada,
y llevadla . . . que es sagrada
flor que vuelve á su jardín !
Julio Flórez.
242
IE?.obe;rto de; las Ca-rreiras
243 —
Bajo la Carola
Para Ai'olo.
Cayó como caen las más tuertes, las más puras, cuando el
destino las arrastra todavía jóvenes y vírgenes hasta el fango del
vicio.
Su historia era la historia de la flor que se arranca de su tallo
y en seguida se arroja al estercolero. En su infamia no hubo grada-
ciones. Vino la ola del mal y la envolvió de golpe: y cuando la
dejó, era un resto, un despojo, algo que no es nada.
Fué engaílada por la dueña de casa, la Maestra del taller vn
que ella, Julia, á los quince anos, había ido aprender el oñcio de
modista. La seflora Maestra, como allá la llamaban, una bribona
que disimulaba en un obrador de modas, garlito de jóvenes, su
comercio infamante, la solicitó un día de servir de maniquí viviente
para un ajuar de novia que preparaba en la casa. Y allá, en el
lujoso tocador con grandes espejos, las manos hábiles de la Maestra
fueron despojándola de toda sus ropas, hasta las piezas más ínti-
mas. Y al quitarle su modesta camisa de hilo, adornada de senci-
llos festones en los hombros y el escote, para ponerle una riquísima
de seda sutil, transparente, con valiosas incrustaciones de encajes,
la Maestra tuvo una exclamación de asombro por el hermoso
modelado de su cuerpo y se apartó un poco para verle mejor.
Verdad que Julia, desnuda, despertaba admiración. Tenía un
cuerpo de una escultura perfecta, exquisita, sin un solo defecto en
su magnífica blancura de carne joven y tersa. Las líneas se
preveían duras, firmes; pero, en el conjunto, sin la inmovilidad
característica de las estatuas, sin esa muerte del mármol, que
sofoca toda emoción que no sea de arte, sino rebosantes de expre-
sión y de atracción sensual. Su desnudez era la desnudez incitiva
del placer. Esta cualidad vivida de sus formas se acentuaba, triun-
falmente, en el desarrollo gallardo de los senos, la amplitud ele-
gante de las caderas y el torneado esbelto de la cintura. El deli
neado de la gracia poderosa partía de la frente y se deslizaba
correcto por la cara, el cuello y los hombros, difundíase volup-
tuoso por el busto y se iba á perder fugitivo en la redondez m()r-
bida de los muslos, el torneado delicioso de las pantorrillas y la
artística construcción de los pies. Había, pues, en toda esta hermosa
desnudez de mujer, el encanto supremo que lleva á las sutilezas
fisiológicas del amor.
Mientras la maestra le probaba las piezas de ropa no tuvo la
lengua quieta y murmuró á su oído, con frases significativas, todo
un rito extraño, desconocido para Julia, del que sólo comprendió
que las muchachas jóvenes y lindas como ella gustaban mucho á
los hombres; que había algunos que las querían para casarse y
otros que las pagaban nada más y que por eso muchas tenían lujo^
joyas y hasta coche. Ya vestida, le dio la gran noticia : el ajuar era
para ella, un regalo que le hacía para que asistiera á un banquete
que daría en la casa el día de su santo. Julia resistió un poco y
;--;-^1%rHW*i
— 244 — ■ ■ ■
luego estuvo conforme con todo. ¿Por qué no? A los quince afios
hay en el alma do todas las jóvenes un hervor de mareo que des-
equilibra y que voltea á las mejores.
El día de la fiesta Julia estaba muy linda con su gran vestido
blanco, que la dejaban desnudos los brazos y los hombros. Como
convidados hubo todas las muchachas del taller y algunos hom-
bres, parientes y amigos de la Maestra, según le dijo á Julia su
compañero de mesa, un joven que no tenía más defecto que arri-
marse mucho á ella. Cuando vino el champagne, dulce para las
mujeres, fuerte para los hombres, hubo aplausos generales. Julia,
dominada por el medio, aplaudió á su vez. Su pareja la hacía ya
el amor, en voz baja, al oído, con frases ardientes y mareantes.
Julia, hasta entonces limpia de liombres, sentía de golpe la fiebre
del amor y se dejaba llevar, inconsciente, hacia esa región descono-
cida para ella, cuyos flores del hablar la atraían y cuyos misterios
la asustaban.
Gustó del líciuido aristocrático y perverso como un criminal refi-
nado y á la segunda coi)a tenía una niebla ante los ojos, una niebla
poblada de visiones extrañas, á través de la cual le pareció que su
vecino de sitio la abrazaba y besaba y que las demás muchachas
hacían lo mismo con los otros. Una tercera copa la abatió como un
manotón brutal ciega un copo de espuma. Y se fué de lado, sobre
su 3Iaestra, que la rechazó hacia el joven, que la recibió en sus bra-
zos, besándola en la boca, en los ojos, en el cuello. No opuso resis-
tencia. Quedó sumida en una de esas embriagueces fatales que ani-
quilan el cuerpo y el alma. Así, casi rígida, se dejó llevar á una de
las piezas interiores y poner sobre una cama. Sólo ante el ataque
postrero á su pureza el dolor físico la hizo reaccionar un poco y su
pudor no quiso ser vencido en la batalla. Y cuando se aprestaba al
combate, su cuerpo, excitado, la traicionó ; la sensación viboreó en
sus entrañas, la sumió en el supremo éxtasis; y entonces, ella,
como todas, palpitante, suspiró hondo, cerró los ojos y se abandonó.
Después, con la carne rebelada, enloquecida, quiso más abrazos,
más caricias y más besos.
Luego de su caída lo supo todo: la vileza de la Maestra y el
comercio de sus compañeras. Y fué como ellas, aceptando hombres
y pagas como las demás. Comprendía su estado, pero no se rebelaba
hacia el bien, considerándose como muerta en vida. Todo: su
engaño, su desgracia, la Maestra, sus amigas, sus amigos; todo lo
consideraba, en el fondo, un montón de infamias, oculto bajo la
careta de ciudad tranquila, burguesa y honrada de la capital, patro-
cinada por los santos, austeramente velada por sus leyes, la ban-
dera nacional que flamea en el Parlamento y las erguidas torres con
cruces de la vieja Catedral.
Ángel C. Miranda.
Cuarto, Junio -'1 de 1W8.
-odíCCC^&o-
— 245 —
«' Elodia Miranda, admirativamente.
Para Ai'OLO.
¡ Oh varona ! Si en mis horas tribunicias estuvieras
dando golpes en el parche de mi lírico tambor;
se haría carne el Rojo Verbo dejando de ser quimeras
las magnas anunciaciones del ácrata soñador.
Despertaran del letargo en que yacen las hogueras
cubiertas por las cenizas del prejuicio y del error ;
y el huracán de los odios azotara las banderas
que están sujetas al mástil de la nave del temor.
Y los parias, los que sueñan en futuros despertares
de luz plenos, los que forjan mis cantares
y se yerguen atrevidos ante tanta iniquidad,
al ver que esgrimes la tea de las reivindicaciones
entonarán las acráticas y proféticas canciones
envolviéndote en el rojo peplum de la libertad!
Juan B. Medina.
^dualidad \nsU
Para Ai'O-LO.
Tuvo una primavera feliz ; tuvo un pasado
de nobleza, de lujo, de fiesta y de canciones;
lamentan los cronistas (1 que le hubiera dado
por coleccionar besos y matar ilusiones.
La conocí cuando iba de pecado en pecado
y la urgían terribles todas las tentaciones ;
hoy la he visto y da lástima; tiene el ceño arrugado,
por la frente le caen unos blancos mechones . . .
Me atajó el paso y mientras cantaba un pregonero,
me dijo en voz muy baja y con penosa prisa
como si le angustiara pensar en la demora :
— Ayúdeme con algo, amigo y caballero ;
estoy en el empeño de pagar una misa
pidiendo que un milagro me haga Nuestra Señora.
Alberto Sánchez.
Bogotá, 1908.
246 -
Hacia «I Nkvatia
Píii-a Pi'rez ¡i i'ur'is.
Yo no sé lo que pasa, que doquiera que miro
sólo encuentro tristezas. Una pena me abrasa
el corazón, y siento que sollozo y suspiro ;
yo no sé lo que tengo, yo no sé lo que pasa.
Me preguntan la causa de mi dolor profundo,
pero á dar la respuesta mi labio se resiste ;
yo ignoro todo, todo lo que pasa en el mundo,
sólo sé que he nacido para vivir muy triste.
Yo jamás he tenido en mi ruta escabrosa
el aliento oportuno de un aplauso sincero,
el sublime consuelo de una mano piadosa
que mi paso encamine por el mejor sendero.
Siempre he viajado solo, con mi paso inseguro,
en pos de aquel destino que me marcó la suerte,
queriendo, pensativo, penetrar mi Futuro,
y sí, lo he penetrado : mi Futuro es la muerte.
¡ Qué triste es mi Futuro ! ¡Qué triste mi Mañana !
atravesar oscuro de la vida el desierto ;
y, luego que se rinda mi humilde caravana,
un toque de campana para decir que he muerto !
Ma>cuel Rodríc.uiíz Tovar.
(luaviKiiiil.
— 247
Oel Verano Cxlinlo...
lia Yunta
Para Ai'or.o.
Los grandes bueyes tranqui-
los, con la mansedumbre habi-
tual, acudieron dócilmente, á
mesurados pasos tardos, al lla-
mado anhelante del labrador.
Lentamente tendieron los grue-
sos pescuezos fuertes, duros en
la tensión de los músculos vigo-
rosos, plenos de potencia nervio-
sa acumulada en el descanso to-
niñcante de la víspera, acostum-
brados al brutal trabajo rudo, en
que el deslumbrador arado si-
lencioso, en su lento avance pro-
gresivo, con serenidades de pro-
ra que hiende mares suavemen-
te estremecidos, arrojaba A sus
ñancos, la gleba húmeda, con el
brillo metálico obscuro del acero
dulce : en un nuncio de fecun-
didad y de vida y un anuncia-
dor de veneros nuevos y una
promesa alentadora de la secreta
fuerza impulsiva del progreso
evolucionando : (ísperanza, de
blancas sonrisas luminosas, que
vuela hacia el incitante porve-
nir lejano ([ue se diseíía, abier-
tas las remotas manos divinas
en actitud de dar ; salutación
amable y bendición, en la tie-
rra exuberante, ávida de si-
mientes para nutrirlas con su
plenitud y hacerlas retofíar ; va-
ticinador incesante de nuevas
fuentes en la llanura pródiga,
con virginidades adorables de
cuerpos jóvenes, de ardiente san-
gre generosa, aun no maculados
por manos profanadoras . . .
El blanco yugo de álamo, se
ajustó á las caliezas indolentes
prestas á recibirlo con solicitud
voluntaria, y las coyundas blan-
das por el sobeo frecuente, ceñi-
das con proligidad por manos
hábiles, dieron término á la ta-
rea preparatoria al ondular del
arado sobre la tierra henchida
de juventud propiciatoria á la
mano nerviosa del sembrador.
Momentos más tarde, comenzó
la tarea proficua.
Los bueyes con los anchos ho-
cicos humeantes, levantados ha-
cia el frente, tiraron graves del
arado, con pasividad, en connu-
bio armonioso, sin violencias im-
petuosas y sin nerviosidades;
fuerzas vivas dóciles según la
voluntad dominadora del hom-
bre y que unidas abrían el surco
bendito que cerraba la melga
alargada: la tierra sonaba con
dulzura en estremecimientos de
alegría inusitada á la reja relu-
ciente que la hendía, — como
bendiciones de un alma buena
á proféticos labios reveladores:
canto férvido de la tierra al cant(,>
ardiente de la reja anunciadora ;
los hondos surcos recientes, pa-
ralelos en toda su longitud, al
seguir las sinuosidades ondulan-
tes del terreno, simulaban las
olas invasoras del mar impulsa-
do violentamente por vientos re-
cios hacía encantadas riberas do
oro, donde cantar su plenitud
arrulladora ; el olor peculiar que
brotaba y se difundía vacilando
en los surcos recién abiertos, s(í
percibía desde lejos: el hombre
que dirigía la yunta lenta, azu-
zándola á veces con el agudo
chuzo inexorable, aspirando con
avidez el perfume de la tierra
nueva, y pensando en la risueHa
— 248
cosecha abundante, biijo el cielo
transparente, serenamente azul
(le la mañana luminosa, parecía
transformado, en una fígura he-
roica de epopeyas magnas, con
una lumen desconocida en la
trente cobriza y en los visiona-
rios ojos maravillados, y su alma
ingenua, sentía la grandiosidad
de la obra iniciada y un placer
estético tan intenso, coiuo el que
ilumina al dilecto orfebre de la
palabra que después de buscar
ansioso en la soledad, amiga de
los que meditan, una piedra pre-
ciosa ignorada, selecciona la ima-
gen adecuada que ha de centellear
en prodigios superiores, en el en-
garce inefiíble del estilo único.
Los bueyes se detuvieron. Ha-
bía llegado la hora esperada del
descanso repai-ador de las enor-
mes energías consumidas. Una
mano compasiva las libertó del
yugo mojada en sudor viscoso.
Partieron corriendo, haciendo
resonar las grandes pezuñas obs-
curas, partidas en dos, como cró-
talos movidos sordamente con
pereza por manos cansadas ; al-
zaron las valientes cabezas he-
roicas, hechas más bien para agi-
tarse, bravias y terribles, en las
arenas ensangrentadas de la li-
dia, en un salvaje temblor de
rabia, con los cuernos torcidos
hacia adelante en forma de lira,
buscando frenéticos el pecho hu-
mano oculto tras las pérfídas
capas de púrpura incitantes; sa-
cudieron las melenas del cuello,
retorcidas y crespas, como la de
un león cachorro, recordando
los tiempos no olvidados en que
jóvenes vaquillonas de ancas
ampulosas, les esperaban solíci-
tas vencidas por el ardor del
celo ; y se perdieron allá tras la
hondonada bordeada de talas,
ruinlio á la cañada musical, á
grandes saltos joviales, con los
ijares fatigados, describiendo con
la pesada cola velluda, extraños
arabescos . . .
LiKo Aranda y Correa.
-c^íCCCÍ&o-
Oel Xxó^xQO
ta cttl|)a...
Para Apolo.
Las palmas y los robles del boscaje
balancean sus copas en la altura
y el río, retorciéndose en la hondura,
pasa entonando su cantar salvaje.
Los matices del Trópico al paissiije
engalanan de típica hermosura
y á los ojos se muestra la Natura
de pensiles envuelta en un encaje.
Pasa el jajfuar y se hunde entre la breña
dando visos al Sol su piel sedeña
(jue peinan los heléchos y las cañas.
Ruge el viento azotando los cedrales
y se alza, como un himno de timbales,
la gigrante canción de las montañas.
LlSÍMACO CHAVARRÍA.
Para Apolo.
Hay sombra sepulcral; se oye un vagido;
llega al torno una madre silenciosa,
y entierra al hijo en esa oscura fosa,
que muestra al mundo este epitafio: «Olvido!»
Con su lengua metálica un chasquido
dá el reloj de la iglesia majestuosa,
que resuena en su alma tenebrosa,
como un grito de muert* nunca oído:
Pegada al muro del asilo avanza
por la noche, pidiendo á Dios clemencia,
surge y muere en su pecho una añoranza,
debátese, infeliz, en la impotancia;
lucha y gime y naufraga su esperanza,
en el revuelto mar de su conciencia !
.TOSIÉ VlAÑA.
Han .José de Costa Rica.
Mayo de 1908.
249 —
Breviario ef^islolar
Coprespondencia de " Apolo "
Amateur — Ese verso es de la poesía
« Au bord des eaux ...» de Fraiicis Jam-
mes. Forma parte de un volumen de pro-
sa y verso que bajo el título de « Pomme
d'Anis» publicó en 1904 la « Société du
Mercure de France». De Santiago Argue-
llo me agrada todo: prosa y verso. Re-
cientemente he leído algunos fragmentos
de su libro inédito : « El poema de la lo-
cura ».
Alberto Sánchez, { Boyóla) — lie con-
testaré extensamente por carta. El libro
«Proteo» de José Enrique Rodó aparece-
rá en breve.
Isaac Muñoz (Madrid) — Gracias por el
envÍ3 de « Morena y Trágica». En el nú-
mero 19 me ocuparé extensamente de ella.
Hoy, sólo acuso recibo.
Felipe Trigo (Madrid) — En el próxi-
mo número irán mis palabras de « Por
jardines ajenos» sobre «La Bruta». No
las he publicado en éste por falta de es-
pacio. Agradezco el envío y espero todas
sus obras para la Biblioteca Apolo.
Serafín — Lea usted, la « Oda á la Be-
lleza » y « El libro blanco » de María Eu-
genia Vaz Ferreira y Delmira Agustini,
respectivamente. Aquélla no ha coleccio-
nado aún sus poesías.
Flor de luz — Es incorrecta pero bellí-
sima. Su autor no parece un iniciado ;
piensa bien y siente mejor aún. Llegará,
no lo dude.
Tulipán — Nada trae el número (! de
«Revista Latina», que se relacione con el
concurso. No he leído aún « El patio de
los arrayanes» de Francisco Villaespesa.
Leonardo — Gainsboroug fué un gran
paisajista y pintor de retratos que floreció
en el siglo XVII. Era contemporáneo de
Reynolds y de Wilson, también ingleses.
Su obra maestra es «El niño azul ». De los
cuadros de mujeres prefiero la «Musidora»
de una voluptuosidad pagana que subyuga.
Lea usted el libro de Salomón Reiuach,
titulado: «Apolo».
Luciano Soto — ¿ Amplexo '? Abrazo.
Adriano M. Aguiar ha empleado ese voca-
blo, hace ya tiempo, en su bellísima poesía
« El vampiro ». Otros lo usaron después.
Un profano —A Leonardo de Vinci.
Aficionado — La prosa de Picón Olaondo
es inimitable. Pronto lo conocerá usted
como dramaturgo, pues Apolo publicará,
íntegro, un drama suyo en un acto. En
cuanto á la poesía revolucionaria: «Insu-
rrexit », del poeta Carlos al Campo.
LoBRAc — «Vórtice», de Emilio Boba-
dilla y « Poesías», de Miguel de Unamuno.
El uno es digno del otro.
Guillermo Lavado Isava. — La Victoria.
— (Venezuela). — Se publicarán próxima-
mente.
Miguel Luis Rocuant. — (Santiago de
Chile). — «Playeras» es una poesía her-
mosísima. ¿ Quiere enviarme el apellido
del autor? ¿ Y lo suyo?
Neófito. — Emilio Frugoni es un poeta
personal. Por eso y por otras causas no
puede existir paralelo entre su libro « El
eterno cantar» y el otro que usted nombra.
Apolíneo. — José Enrique Rodó no tiene
discípulos en el Uruguay; aquellos que
quisieron imitarlo fracasaron ruidosamente.
Un cazador de plagios. — Aplaudo, en
este caso en que se acusa á uno de los que
fueron nuestros más encarnizados críticos
al joven autor de «Las Leyendas del Al-
ma », pero más lo aplaudiría si él no pecara
á las veces, y aunque de un modo atenuado,
del mismo defecto que Víctor Pérez Petit,
á quien acusa con sobrada razón. Ante las
poesías de ambos contrincantes la musa de
Lugones llora. Yo prefiero las de César Mi-
randa. Víctor Pérez Petit es el menos auto-
rizado para juzgar una obra literaria. Lo
afirmo y lo demuestro yo en mi libro « Por
jardines ajenos», actualmente en prensa.
El suelto de «Revista Latina» á que usted
se refiere, favorece á su ahijado. Pero no
olvide que dicen de él, que : « no da una
nota Mueva, no es un original, podrían til-
darse sus sensaciones de sobrado librescas».
Respecto á la conferencia, no me resulta.
Desconoce absolutamente el movimiento
literario americano y la modalidad de cada
escritor.
Margarita.— Ya lo creo. Florencio Sán-
chez ha obrado con prudencia.
A. BÓRQUKZ Solar. — (Santiago de Chile ).
— Su poesía «Angustias» es muy extemsa
para insertarla en esta revista. Respecto á
lo que me dice en su carta debo manifes-
tarle que Apolo no tiene en Chile colabo-
radores de ese jaez. El poeta Miguel Luis
Rocuant y el prosador Luis Roberto Boza,
que colaboran á menudo en Apolo me me-
recen la mayor estima por su reconocido
talento. . Por eso me felicito de que usted
no conozca Apolo. Se lo enviaré. El redac-
tor en Chile es el señor Miguel Luis Ro-
cuant.
Curioso. — « Gérmenes » de Enrique Cro-
sa. Hace pendant con las insulsas poesías
de Miguel de Unamuno.
Poetisa. — Samain y Jules Laforgue.
Manuel Rodríguez Tovar. — ( Gitaya-
quilj. — Se publicarán en el próximo nú-
mero. Envíeme su libro.
Luis Roberto Boza. — ( Santiago de Chi-
le).—Recihi el ejemplar de La Prema.
Agradézcole el artículo que publicaré en
ol número de Agosto.
Medina Chirinos. — Maracaiho. — ( Vene-
zuela).— En breve me ocuparé de la im-
portante labor de ustedes en las columnas
de « Élitros ».
Pérez y Curis.
— 250 —
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Iiibfos y folletos peeibidos
Vórtice de amor, por Felipe Sassone — Librería Pueyo —
Madrid. — En la portada de este libro bello, su autor debía haber
escrito aquellas palabras que ya hizo suyas Gómez Carrillo y que
dicen : «Pero si no eres artista, no entres. Es un jardín sellado para
el que no tiene la fortuna de vivir en Belleza . . . No entres, te digo^
si no eres artista ...»
Felipe Sassone se conforma con decir que su obra fué escrita
con el corazón, y con el corazón debe leerse. Así es, en efecto. Sólo
las almas apasionadas, las pobres almas enfermas de tristeza, y que
hayan amado mucho, podrán comprenderla. Todo en esta obra es
sincero. Mimosa, la protagonista, con todas sus incoherencias, con
todos sus desdenes primero, su amor ardiente después, y, por
último, con su frialdad hacia el amante que la adora, es muy
natural. Entre ella y Mario Renzi todo debía suceder así porque
j\Iimosa sólo ama á Mario. En ella la carne está muda ; el amante
sólo le inspira carino. Mario, en cambio, la ama y la quiere; su
amor es apasionado y ardiente, y por esa desigualdad de quereres,
las disputas entre los amantes son casi diarias. Ella es casada. El
marido, hombre rico, es un verdadero bonhomme, que se erige en
protector de Mario que es rico sólo en ideas é ilusiones, y éste, en
su delicadeza innata, en su alma de artista, sufre al tener que estre-
char la mano de aquel que vilipendia. El marido se lleva á Mimosa.
¡ Cómo describir todas las hermosuras del bello poema que escribe
el amante mientras se encuentra solo, solo, lejos de la Bien-Amada!
¡Cómo no sentir con él toda la tristeza que emana de la bella
estrofa que repite al oir un pregón callejero que en tiempos felices
lo despertara en brazos de la Inolvidable! ¡Cómo no sollozar con
él esta estrofa:
Tengo frío, tengo frío !
Mas murieron tus promesas con la muerte de las flores
Y estoy triste en mi ventana al mirar con amargura
La caída de la nieve que recuerda tus amores
Porque tiene tus frialdades y tu pálida blancura.
Al fin de la obra, Mario descubre el paradero de Mimosa en el
Perú, su patria, y marcha allá seguro de reconquistarla. Pero en
vano ! Ella tiene ahora un hijo y todo el cariño de su corazón es
para el pequeíluelo. Mario, en su desesperación, reniega de sus
escrúpulos pasados porque como dice y con razón: « si el marido
era mi amigo ella era mi amada y el amor, el verdadero amor,
obsesión, idea fija, debió vencerlo todo.»
« Vórtice de amor», como el libro anterior de Sassone, está
escrito en estilo exuberante.
Catálogo de obras modernas. — Librería de Pueyo. —
Madrid. - Gregorio Pueyo, el inteligente y progresista librero editor
que está de moda en Madrid, nos ha obsequiado con algunos ejem-
plares de su último catálogo que es_, sin duda alguna, el mejor y
— 251 —
más completo de los que han publicado hasta ahora las casas edito-
riales de España. Catálogo de obras modernas viene precedido
de unas palabras á manera de prólogo, que son un eetudio en
síntesis del movimiento literario hispanoamericano. La casa Pueyo
ha editado en estos últimos años obras de Eubén Darío, Amado
Ñervo, Chocano, Felipe Trigo, Sassone, Gómez Jaime, Machado,
Villaespesa, Diez - Cañedo, Isaac Muñoz y de otros escritores que
representan lo más alto de la intelectualidad moderna hispanoame-
ricana. Loamos el esfuerzo hecho para la confección de un catálogo
como ese y agradecemos al editor, señor Pueyo, el recuerdo que ha
tenido para nosotros incluyendo en él las obras de nuestro Director.
Cuentos Plácidos, por Ramiro Blanco. — Librería Ollen-
DORF. — París. — Este distinguido colaborador de Apolo acaba de
enviarnos su último libro publicado por la importante casa Ollen-
dorf, de París, Constituye « Cuentos Plácidos » una serie de cuen-
tos originales y amenos escrito ccn admirable estilo y una gracia
que seduce. El libro de Ramiro Blanco es un libro de observaciones
de la vida, en que se nota con placer esa gracia característica que
tanto renombre ha dado á su autor en los países de habla castellana.
Cosas del Mundo, por Alejandro Süx. — Mendoza.—
{RepübUca Argentina). — El Director de «Germen» nos han enviado
desde Mendoza este libro escrito con motivo de su prisión en aque-
lla ciudad andina. En « Cosas del Mundo » campea la frase hiriente
pero noble. Ese liljro es la mejor defensa que podría hacer de su
nombre Alejandro Siix. Nuestras felicitaciones, y con ellas, nuestro
agradecimiento por el obsequio.
fluevo eanje
Némesis, Palabras Políticas de Vargas Vila. — Hemos
recibido los números correspondientes á Abril y Mayo de esta for-
midable revista de Vargas Vila, que ha vuelto á aparecer en París
y que contiene artículos de palpitante actualidad política. «Néme-
sis» es un heraldo de la Libertad, que resurge para denunciar al
mundo, castigándola con tesón, la abyecta tiranía que en los pue-
blos de América ejercen las máscaras de la Democracia.
— 252 —
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Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Redactor: P. LÓPEZ CAMPAÑA — Secretario de Redacción: O. FERNÁNDEZ RÍOS
ANO II) — N.o 18. Montevideo — Buenos Aires — Santiago de Chile, Agosto de 1908.
?ox jardines ajenos
"lia Bfuta ", de pelipe Tfigo
No conocía al ilustre Maestro de « Alma en los labios » sino por
algunos fragmentos de sus obras leídos hace ya tiempo y por las
encontradas opiniones -de- la prensa española.- Sin embargo; su noble
personalidad de pensador -y de psicólogo que escruta con devoto
recogimiento el fondo del alma humana y resuelve trascendentales
problemas psíquicos de una manera concreta y fácil, asequible á
todos los cerebros, me atraía poderosamente. Luego leí « El amor
en'la vida y en los libros » obra esta, de una absoluta sinceridad y
de un odio puro á nuestros rancios convencionalismos, y su íntegra
individualidad acabó por cautivarme. Por cautivarme, sí, porque en
Felipe Trigo la franqueza habitual del escritor que crea todo un
poema de vida y suscita muchísimas reflexiones á los seres pensan-
tes, conquistadores del más allá, responde de un modo asaz evi-
dente á la idiosincrasia del hombre libre, del hombre nuevo, siem-
pre harano á todas las formas del eufemismo.
¿ Nó habéis observado en « El amor en la vida y en los libros »
que la sinceridad literaria se manifiesta abiertamente y sin esfuerzo
alguno?
A esas manifestaciones del escritor corresponden los actos del
hombre. Rara excepción en esta época de hipocresía y de indignas
claudicaciones en que se transige con todo para labrarse un bien-
estar. Hoy, hasta la virtud se inmola por un mendrugo de pan.
El arte y el artista deben de ser ambos sinceros. No basta que
la pluma de un escritor sea sincera conquistándose la admiración
de unos y el odio de los otros. Es necesario también que él lo sea
personalmente para arrostrar con firmeza la cólera que aquella
pluma provoque.
Hoy, de esos ejemplos, existe un número limitado.
El hombre-cosa es la negación absoluta del hombre intelectual
que va consigo. ¡ Qué contraste más estéril ! Él intelecto^ sólo el
intelecto, rinde culto á la verdad, y es, por lo tanto, superior
al individuo que discurriendo entre gentes sería incapaz dé expre-
sar en alta voz lo que escribiera su pluína un momento antes
en el silencio del gabinete.
. ¿ Eso es humano ? . "
— 258 —
Será, pero asimismo, yo no lo acepto porque amo la integridad
del espíritu.
¿ Qué importa que una pluma se presente rodeada de altas vir-
tudes ; preconizando la lucha hasta el sacrificio por ideales de ver-
dad ; pronta ella misma al sacrificio aparente ; si el hombre que la
esgrime, en contradicción su espíritu con ella, no sabe, no puede,
ó no quiere reconocer la virtuosidad de esa pluma ?
Lo mejor es ser sincero. Presentarse débilmente si se es débil,
y si se es fuerte, gallardamente, abierto á todos los campos el car-
caj espiritual.
Porque de otro modo el intelecto es una máscara ridicula: feliz
si desempeDa bien su rol y desgraciada si lo ejecuta mal, pero
siempre ridicula.
Estas palabras, que no son sino la síntesis del grande y hondo
concepto que me he formado de Felipe Trigo como creador inmune
y sincero, las dejo aquí para admiración de algunos y para odio de
muchos.
Y hablaré de «La Bruta >. No haré un juicio analítico como
esos disecadores de la literatura que se llaman : críticos. Yo no
creo en la crítica, y por eso, no puede ejercerla. Diré de esa genial
novela la grandeza de sus pensamientos y sus etapas grandilocuen -
tes.
El libro de Trigo es todo él un poema psicológico de gran
fondo, en que las humanas pasiones se desarrollan sin incidencias
infieles ; antes bien, con todos sus violentos instintos trágicos y
todo ese torbellino de deseos impulsivos é imperiosos al que inevi-
tablemente queda supeditada la barca de la humanidad en el mar
voluble de la vida.
Áurea— la heroína de ese libro, — honesta, inteligente y sensible ;
dotada de altas facultades intelectuales y de un delicado y exquisito
temperamento, niega su mano — á pesar de los consejos maternos —
á Fernando Elio, acaudalado industrial que ha tiempo la requiere
de amores, para unirse en matrimonio con Alvaro Bretón, un gran
viveur con ribetes de poeta, de quien se ha enamorado repentina-
mente y de cuyos versos ha sufrido el vértigo. La bestialidad de
este hombre bajo y mezquino que lleva en si cuanto de vil y con-
cupiscente pueda atribuirse al más abyecto de los humanos empuja
á la mujer que enamorara con su aparente bondad exterior y su
mentido tesoro de idealidad al adulterio primero y al antro de la
prostitución después.
Apenas desposados ambos emprenden el consabido viaje de
bodas, y Alvaro, que durante el primer trayecto en tren no ha
sabido, por torpeza ó timidez, desnudar á su joven esposa, resuelve
bajarse en una estación en que el tren se detiene un momento. Baja
con su compañera, entran ambos en un restaurant, y allí, él bebe
— invitándola á ella que no acepta — bebe hasta saciarse con el
objeto de fortalecerse para iniciar á la esposa, todavía virgen, en
los secretos del rito conyugal.
Cuando vuelven al vagón él trata de desnudarla bruscamente y
— 259 —
la arroja sobre la cama con ansias de poseerla. La toca apenas y se
queda dormido sobre ella, por los efectos del vino.
Esta escena emocionante que Trigo nos describe con tanta saga-
cidad es el preludio de la concupiscencia del hombre que despierta
á la lujuria, feroz como una bestia, y es también el funesto presa-
gio de la caída de la mujer.
Porque Áurea había soñado al poeta idealista y soñador, emo-
tivo y delicado como ella, y esta escena que ocurre en el primer día
del matrimonio la produce una impresión dolorosa y la inspira
repulsión.
El vaho del vino, y el gesto y la turpitud de su esposo que al
querer iniciarla, eructa y queda luego dormido sobre su cuerpo, en
contraste horrible con su sueño de mujer honrada y libre que
rechazara á un millonario con quien se pretendía hacerla casar á
todo trance, para ligar su suerte á la del hombre que había sabido
apasionarla, la predisponen al dolor y la llevan entonces á la insen-
sibilidad.
¡ Cuánta verdad en esta humana escena !
Un gesto, sólo un gesto del hombre puede causar insensibilidad
á la mujer con quien cohabita. Y en estos casos de iniciación sexual,
¡ son tantos los factores que intervienen! La sola emoción primera
podría insensibilizarla, aunque fuese transitoriamente.
En este caso de « La Bruta » la insensibilidad de la mujer es
parcial, no es absoluta. De ahí que Áurea, después de soportar las
humillaciones de Alvaro, humillaciones crueles como aquella de
arrebatársele los muebles y las alhajas para producir dinero que
aquel necesita para saciar sus deseos voluptuosos con mujeres -de
todo linaje, busque en Luis Vega, camarada de su esposo, el desa-
hogo de la pasión que éste despertara en ella cuando ambos se cono-
cieron.
Todo el libro de Trigo es así : profundo y esencial. Nada de
frases superfinas en esas páginas de dolor en que palpitan pedazos
de vida — envuelto en harapos — como un símbolo de las miserias y
degradaciones humanas.
Las emociones sensuales y los bajos sentimientos del hombre
vicioso que trafica con el talento de su mujer atribuN^éndolo á sí
mismo, y que si le fuera dado traficaría hasta con su cuerpo para
procurarse toda suerte de complacencias materiales, son expresa-
dos por Felipe Trigo con esa delicadeza de verdadero artista que le
es peculiar y que ha hecho reconocer su supremacía entre los culti-
vadores de la novela erótica contemporánea.
Los personajes de ese libro, bien delineados en sus rasgos fun-
damentales y exentos de ripiosas hipérboles, parecen hechos por un
artista genial que diseñara en un relámpago una cabeza de estudio
de fácil compenetración hasta para los espíritus menos educados y
expertos, tal es el acierto con que están trazados, física y moral-
mente.
El análisis psíquico de esos personajes de distinto jaez que apa-
recen y reaparecen en las diferentes etapas del libro sin ninguna
contradicción con su modalidad íntima, demuestra perfectamente la
magnitud del talento psicológico de Felipe Trigo.
— 260 -
Alvaro es la encarnación del libertino impudente que nada sabe
de los ocultos tesoros del alma. La vida es para él una fuente inago-
table de voluptuosidad y de locura. Nada conmueve su corazón,
nada ; ni los nobles sentimientos de su compañera de bohemia que
allá en su humilde boharda, sola, y abandonada á su 8uerte> trabaja
día y noche para el sostén del hogar, en tanto él, atraído por la
sirena del vicio, solicita dinero de sus amigos y reduce á oro el
mobiliario de su casa acelerando así la caída de su excomulgada
esposa. En él no hay ningún gesto simpático. Es audaz ájas veces
pero siempre superficial, hasta el último trance de su vida. Provoca
un lance con la intención veleidosa de llegar á la celebridad y en él
muere. Muere sobre el campo este personaje hecho para morir en
un prolongado espasmo sobre el cuerpo insensible de una meretriz.
Áurea es, por el contrario, la encarnación de la mujer ideal, de
la mujer superior que sabe sobreponerse á toda clase de vicisitudes
permaneciendo indemne. Pero, mujer joven al ñn, no puede sus-
traerse á los afectos del hombre y se entrega á un ser sensitivo como
ella, semejante al que soñara su magín, á un ser todo amor é ideali-
dad que explora su corazón y descubre en él un manantial de ter-
nuras adormidas. Muere aquél pero ese amor da su fruto : una hija.
Alvaro muere después. Áurea, acosada por la miseria que sobre-
viene á su soledad, es impotente para dar el sustento á su hija, y
hela entonces en el antro de la prostitución. Su sacrificio que no es
estéril tiene una lógica humana.
Nada hay más digno de observación, nada más emocionante
que un proceso psicológico estudiado sutil y humanamente por uno
de esos zapadores de las almas.
La divergencia de los sentimientos de un ser rebosante de pureza,
que no quiere envilecerse prostituyendo su alma, y los de otro,
lleno de lacras morales, que tiene un concepto erróneo de la vida,
establece la lucha entre ambos. Lucha desigual y enorme en que es
destruida siempre la lógica sentimental.
Felipe Trigo ha hecho una grande obra tratando con libertad y
cultura un tema así, de pasiones é ideas opuestas que van despeda-
zándose poco á poco sin que haya una barrera que las detenga y
apacigüe.
Este momento psicológico de gran trascendencia en las novelas :
la caída de la mujer, tan maravillosamente pintado por Zola y Flau-
bert: los más geniales noveladores del siglo pasado, está descrito
en « La Bruta » cuu tanta minuciosidad que el espíritu, subyugado,
se sobrecoge de emoción. Y esa riqueza de detalles, el novelista espa-
ñol nos la ofrece en bellas frases de un estilo nuevo y vigoroso, estilo
personalísimo de creador, que no tiene similitud con el de los otros
escritores castellanos apegados á la vieja fórmula que la Academia
les impone.
Yo sé que esa libertad de estilo puesta de relieve en un medio
ambiente sobrio hasta la rutina, exaspera á los puritanos del len-
guaje, impotentes para crear algo nuevo ó para señalar evolutivas
orientaciones, con la pueril y yá clásica excusa de su amor sin lími-
tes á los preceptos gramaticales.
Por eso aplaudo al novelista español.
— 261 —
¿ Que el giro de sus frases es exótico ?
Pues ahí está la personalidad del escritor, la característica de
su estilo que sobrepuja á los modelos uniformes de la Academia é
implica un gran esfuerzo de innovación.
La originalidad de un escritor no radica sólo en sus modos de
expresión sino también en el desarrollo de ideas nuevas que indu-
cen á largas meditaciones.
Pero una idea nueva necesita, para expresarse mejor, un nuevo
estilo que completa una personalidad y la consagra ante los ojos
extáticos de los académicos que ignoran en su embriaguez de
purismo que toda innovación es digna del más generoso aplauso.
PÉREZ Y ClJRIS.
— 262 —
Baik d^ tnáseatas
A Manuel ügarte.
Festejando la llegada del Dios Momo, que provoca
La sonora carcajada del alegre Carnaval,
Se celebra un regio baile de magnificencia loca.
En los clásicos salones de un castillo medioeval.
Por el lujo de las sedas de sus nobles cortinajes,
Los asiáticos jarrones enflorados de arrayán ;
Por la pompa de la fiesta, se recuerdan los pasajes
De la edad maravillosa del antiguo Buckingham.
Los magníficos espejos y los mármoles fascinan;
Las alfombras tienen signos de un oráculo oriental;
Y las lámparas de bronce resplandecen é iluminan
Como luces de bengala de algún fuego artificial.
Son las doce. Suena el piano con acentos cristalinos
La exquisita sinfonía de su gama musical,
Y los zíngaros violines riman como alejandrinos,
Y las flautas fingen choques de copitas de cristal.
Dicen dulces serenatas los graciosos bandolines;
Una queja extraña llora la voz ronca del fagot,
Y los locos cascabeles con alegres retintines
Van llevando los compases de la danza del pierrot.
A las veces va /// crescendo la sonora melodía,
Luego torna como el grave diapasón de Rubinstein,
Y en algunos de sus giros hay la gris melancolía
De la música mu}- triste de un nocturno de Chopin.
Y se baila bajo un vuelo de fugaces serpentinas
Que simulan un fantástico abanico de glasé,
Y las sayas vaporosas de las blancas colombinas
Son las reinas en las cortes de un romántico minué.
— 263 —
A una pálida princesa, un poeta le recita
Al oído, dulcemente, un amable madrigal,
Y la mágica palabra de su verso, resucita
Las galantes aventuras de los cuentos de Stendhal.
Con graciosas contorsiones y piruetas de beodo
Se descubre, ante una niña con disfraz de flor de lys,
Un grotesco jorobado que remeda al Cuasimodo
Qne en sus páginas nos cuenta Notre Dame de Parts.
Se requiebra con vaivenes de alocada culebrilla
Una gheisa cortesana del Mikado japonés,
Y hay trasuntos alegóricos en su exótica sombrilla
De las formas caprichosas de crisantos y musmés.
Hacen rueda á una manóla, que una tierna seguidilla
Canta con voz melodiosa como el harpa de David,
Mientras tiemblan los caireles de su manto de espumilla
Porque sufren las nostalgias de una chula de Madrid.
Y hay motivos musicales en las risas y en las bromas.
Como agudos gorgoreos de una flauta de bambú,
Y los raudos abanicos ñngen vuelos de palomas
Y las sedas hacen rimas de un levísimo frou-frou.
Y se baila locamente mientras que la noche huye . . .
Son las cinco. El carnet marca el postrero rigodón;
Luego cesan los acordes y la ñesta se diluye
Como efímera belleza de una pompa de jabón.
• »
Por Oriente asoma el alba con su resplandor incierto,
Y en los clásicos salones del castillo medioeval,
Ya no excita, ya no aturde... ya se ha ido... ya se ha muerto
La sonora carcajada del alegre Carnaval! —
Ovidio Fernández Ríos.
Montevideo.
— 264 —
"los Rezagados"
Comedia dpamátioa en un aeto y dos Quadpos
POR
JUAN PICÓN OLAONDO
Á Cesar Miranda, afecttiosamtnte.
PERSONAS
Rodolfo — 35 años.
Lucía — Esposa de Rodolfo — 2tí años.
MisiA Cleta — Madre de Lucía— 58 afios.
Don Pedro— Tío de Rodolfo — 65 años.
Antonia — Esposa de Gorrini — 30 años.
Señor Mondeja— 58 años.
MoNiNA— Esposa de Mondeja — 53 aftos. ,
Bebió — Hijo de Lucía y de Rodolfo — 7 años.
Mirasol — 20 años
Paseantes y parejas varias.
CUADRO I
Saloncillo moderno del Hotel «Las Delicias» sito en la playa del mismo nombre
y que se supone ubicada en la costa del océano Paredes ornamentadas con cuadros, espe-
jos, consolas y artísticos candelabros eléctricos. Puertas, con colgaduras, á derecha é
izquierda y sobre el foro, y que se supone dan á corredores ó salones interiores. Hacia
la derecha (del espectador ) un elegante biombo chinesco, abierto al centro, simula
dividir la sala. Junto á este biombo, del lado central de la escena, un canapé en primer
término; luego, diseminadas á capricho, varias butacas, mayólicas, plantas y bibelots.
— Durante el desarrollo de este Cuadro todos los protagonistas visten traje de etiqueta;
es^o es, los hombres frac ó smoking; las mujeres, vestidos de soirí^. — Al levantarse el
telón, don Pedro y Rodolfo aparecen en segundo término, ambos en actitud de se»-
tarse. — Son las once de la noche.
ESCENA I
RODOLFO Y DON PEDRO
Rodolfo — ( Ofreciéndole una
butaca). Siéntese usted; famare-
mos un cigaiTillo.
Don Pedro — ( Apoyándose en
su bastón ) Acepto .... Como es-
tas fiestas ya no tienen para mí
otro atractivo .... (Se sientan ).
Rodolfo — (Con sorna) Qué
fumar un cigarrillo, eh ? . . .
.Don Pedro — Claro. ! .... y a
pasé el Rubicón !
Rodolfo — Lo que no impor-
ta que mi aventura le interese..,
Don Pedro — Cómo que ella
es sabrosa !
Rodolfo — Y además recor-
dará á usted sus buenos tiem-
pos ! . . .
Don Pedro — Pues . . . decías ?
Rodolfo Qué nuestro vera-
neo aquí, como en todo balnea-
rio, tiene sus monotonías y sus
encantos . . . Vea usted: el baQo á
toda hora ; la caricia salobre de
la ola que va y viene ; la playa,
inmensa, rica ella en perspectivas
y en panoramas ; el espectáculo
siempre majestuoso del mar ; las
soberbias puestas de sol ; los pa-
seos por el muelle ; el desfile de
mujeres hermosas al caer de la
tarde ; la mesa redonda del Ho-
tel, con sus sorpresas y sus intri-
Nota — No es este un drama de tendencias . . . Sólo me he concretado á perfilar
tipos humanos, familiares dentro del ambiente actual, lleno él de vacilaciones, de enco-
gimientos ó de ideas consideradas como demasiado aventuradas, todo segün criterios y
puntos de vista. . . He hojeado la Vida en una d« sus múltiples manifestaciones de U hora
presente. Eso es todo. — E\ Autor.
-i 265
guillas ; alguno que otro paseo ó
cabalgata, por las cercanías ó al-
' rededores ; una que otra partida
de pesca ; oxfgeno, mucho oxí-
geno, una barbaridad de oxígeno,
y algún baile como el que esta
noche se celebra en estos salo-
nes, fiestas, estas últimas, gene-
ralmente organizadas por Florito'
Mirasol, ese cronista social de la
«Rosa Thé », ese tipo que á us-
ted tanto le divierte, efebo deli-
cioso, figurín de modas extrava-
gantes y heraldo porta-voz de las
últimas elegancias . . .
Don Pedro - Sí, la vida fútil
y ligera de los balnearios . . .
Nada de negocios ; nada de polí-
tica ; nada de problemas cientí-
ficos ni teodosios.
Rodolfo — Pues bien; esa vida
estábamos llevando usted y yo
hasta hace veinte días, cuando
he aquí, que este encuentro im-
previsto con Antonia Gorrini, ha
provocado esa aventura por la
que usted tanto se interesa.
Don Pedro — Y ha acentuado
aún más la ceguera ya total del
marido y de Lucía, tu mujer . . .
Rodolfo —{Displicente) Bah!...
En cuanto al marido, bien lo
sabe usted que los negocios y
sus empresas le absorben por de-
más el tiempo ; y en cuanto á mi
mi\jer . . . ! Pobre Lucia ! . . .
Siempre ingenua, candorosa, sin
malicia ... La colegiala de hace
ocho años, cuando recién salida
del colegio, se unió á mi ante el
altar . . .
Don Pedro — ( Con gravedad )
Sí, el hecho más reflexivo y bien
pensado de tu vida, puesto que
ella es toda una joya inaprecia-
ble como buena madre y exce-
lente companera, y también t el
hecho más criminal que has po-
dido tú cometer, puesto que has
hecho y la harás siempre la víc-
tima expiatoria de tus locuras, de
tus calaveradas y de tus ...
Rodolfo — ( IróJiico, cortán-
dole la frase) Vamos, tío, mo-
ralista está usted hoy !
Don Pedro — Cómo que lo
que digo es tan cierto ! . . .
Rodolfo — Qué hasta hace
cuatro aflos usted no lo pensaría
así ! . . . Vamos, usted, mi maes-
tro y principal instigador de to-
das esas locuras que ahora tanto
se recrimina ; usted, el que me
inició en la vida galante y risue-
ila; usted, el eterno eseéptico,
el refinado, el sibarita, el temi-
ble don Juan, el moderno Pe-
tronio , el . . .
Don Pedro — {Con afectado
enfado ) Calla, muchacho ! . . .
Cuando tú tengas mi edad y el
juicio te vuelva más cuerdo y
más sensato, entonces . . .
Rodolfo — Entonces, tío, tal
vez piense como usted ; pero, en
tanto ! . . .
Don Pedro — Bueno, mira :
en tanto acabarás tú de contar-
me esa aventura con Antonia
Gorrini, eh ?
Rodolfo — Ja! ja! ja ! . . Pues
que está usted impaciente J . .
Bien : como le contaba, hará co-
sa de unos ocho años, siendo yo
aún soltero y sin haberme aún
iniciado en la carrera diplomáti-
ca, tuve ocasión de conocer á
Antonia, por entonces, natural-
mente, ella aún soltera. Su belle-
za me encantó. Ella también pa-
reció interesarse por mí. Se ini-
ció entre nosotros, lo que aquí,
en nuestra tierra, llamamos pro-
saicamente un dragoneo, y pron-
to, muy pronto, nuestro noviaz-
go fué un hecho casi públido . . .
Ella, era vanidosilla, superficial,
pagada hasta lo increíble de su
hermosura, ya por entonces pro-
verbial : yo era un buen mozo,
—^66
un elegante, un periodista de ta-
lla y un poeta de cierto renom-
.bre . . . Creí amarla ; ella pareció
también creerlo, demostrándo-
melo en sus palabras y en sus
carillos . . . Un. buen día, mis ojos,
por demás curiosos é impresio-
nables, se fijaron en la que es
hoy mi mujer. El chisme llego á
Lucía. Su vanidad de mujer her-
mosa y testejada se sublevó. An-
tes del ano ella se casaba con
ese extranjero, con ese Gorrini
ricachón que usted aquí ha tra-
tado . . . ( Breve pausa. )
Don Pedro — Y tú ... ?
Rodolfo — Yo ? . , . A los dos
meses me casaba con Lucía : en-
cantado, subyugado por esa su
joyentud lozana de capullo en
flor ; atraído por esa su cando-
rosa inocencia, por esa bondad
dulce y serena que como manan-
tial vivificante de aguas puras y
mansas fluye á toda hora de su
alma angelical, contrastando así
con mis gustos exóticos, con mis
caprichos volubles, con mis re-
beldías violentas ávidas siempre
del más allá ...
Don Pedro — Y durante este
período . . ?
Rodolfo — Verá usted : la ha-
bía olvidado ... Mi nueva vida ;
el matrimonio de ella ; mi nom-
bramiento de atache en un Le-
gación ; luego, mi largo aleja-
miento de esta patria, siete aílos
transcurridos en el extranjero,
borraron de mi memoria aquel
pasado, cuando he aquí, que de
regreso y veraneando en estas
playas, hace diez días vuelvo á
encontrarme con aquella Anto-
nia hermosa que un día ocupa-
ra un sitio preferido en mi co-
razón ,,,
Don Pedro — ( Sonriente ) —
Ella se haría la indiferente . . .
Rodolfo — Lo simuló al me-
nos ; rehuyó mi presencia ; evitó
nuestro encuentro . . . Más, la fa-
miliaridad patriarcal y bonacho-
na que aquí se establece creando
Qon facilidad amistades ; las infí-
nítas oportunidades que á diario
se presentan, nos colocó muy
pronto frente á frente ... Al prin-
cipio nos tratamos como simples
camaradas de hotel, como veci-
nos . . . luego, como amigos; des-
pués ...
Don Pedro — Después . . . tus
mafias viejas de calavera sempi-
terno ! . . .
Rodolfo — No, después el tra-
to diario, las ocasiones, su fami-
liaridad para conmigo ; esa pre-
ferencia en ser yo su acompañante
más inmediato en nuestros paseos
en familia ; su alejamiento bien
visible de su marido ; ese despego
absoluto, esa frialdad de mármol
que él la demuestra aún en pú-
blico y que ella no oculta ante
miradas extrañas, nos aproximó
aún más . . .
Don PEDRO — ( Irónico ) — Sí,
más de lo que debiera, eh ? . . .
Rodolfo — Acaso . . . Hasta
que una tarde, los dos solos, ella
y yo allá eu la playa, mientras
su marido encerrado en su gabi-
nete resolvía grandes golpes de
bolsa que acrecentarían en un
abrir y cerrar de ojos su fortuna,
y mientras Lucía y mi suegra re-
corrían los senderos próximos á
la playa, yo me aventuré ; quise
nuevamente sondear su corazón,
y avivar aquella llama de otros
tiempos, evocar recuerdos que
ella tal vez aún no olvidara . . .
Don Pedro — Y, ella ... V Cla-
ro, naturalmente! ... . ..
Rodolfo — Mostróse rehacía :
después más dócil. Yo mé aven-
turé aún más. Ella defendióse
aún, recordándome nuestro esta-
do actual; aconsejándome oíyi-
darnos de aquello... ser soífi-
mente amigos ... Yo insistí, rogué ;
267
supliqué, mentí . . . Luego, el si-
lencio, la soledad del instante ,
la placidez del crepúsculo, mi
verba irresistible, mi audacia,
y hoy, hasta ese viaje precipi-
tado que maítana la alejará de
mí, acaso para siempre, contri-
buyeron á precipitar el desenla-
ce .. . La he hablado al corazón,
á los sentidos, al alma ! . . .
Don Pedro — Y . . . natural-
mente, me explico : la pobreci-
11a ya estará entre mallas . . . !
Rodolfo - No , . . Hoy he lo-
grado de ella lo que hasta ayer
acaso me hubiera costado unas
calabazas . . . Como en los buenos
tiempos de nuestro noviazgo, ya
al despedirnos me exigió una
declaración respecto á mi con-
ducta futura para con ella,
Bah ! . . . En estos casos todas
exigen lo mismo ! . . . Ahora , du-
rante la fiesta , me haré un sitio
para jurarle nuevamente á solas
mi amor . . . Luego , por qué
no ? . . . Allá , en Montevideo ,
nuestras entrevistas podrán su-
cederse . . . Tendremos nuestras
citas ocultas . Aquello es grande
y el chisme suele á veces quedar
atrapado , en tanto que aquí . . .
En fin , tío , que trataré de con-
formarla como mejor me inge-
nie . . .
ESCENA II
Lucía, Misia Cleta y los mis-
mos, luego, MoNiNA, Mirasol y
señor Mondeja.
Voces ( dentro ) — Mamá, ma-
má, venga usted. ( Llegan por el
foro Lucía y Misia Cleta ).
Lucía — (Deteniéndose, repa-
rando en Rodolfo y en Don Pe-
dro ) — Hola ! . . . Ustedes por
aquí?. . .
Misia Cleta — Y nosotras que
ya los hacíamos en pleno baile ! . .
Rodolfo — Aquí estamos, ya
lo ven ustedes, fumando tran-
quilamente y en buena armonía
un cigarrillo.
Don Pedro — Mi pasatiempo
favorito ... A mi edad, con mis
achaques, imposibilitado casi á
causa de este maldito reuma . . .
Lucía — ( Riendo ) Vaya, tío,
no se haga usted un Matusalén!...
Misia Cleta — Nosotros aún
somos jóvenes . . . Míreme usted
á mí . . : ya cumplidos los cin-
cuenta y ocho, con un nieto y . . .
ni por esas pensando en arrum-
barme como un vejestorio ! . .
Don Pedro — Ah, señora, us-
ted es joven aún ! . . . Aunque los
años han nevado sus cabellos,
conserva aún sus energías, en
tanto que yo . . .
Rodolfo — ( Palmeándole cari-
ñosamente el hombro ) Vaya, tío,
valor ! valor !
Lucía — Acabamos de acostar
á Bebé . . .
Misia Cleta — Y ahora ire-
mos al salón ; conque así . . .
vengan ustedes pronto que allí
les aguardamos. ( Se van por la
izquierda ).
Rodolfo — Lucía, siempre la
misma, ya lo vé usted . . . Siem-
pre niña, ingenua, bondadosa,
dulce ; cualquier cosa la distrae ;
cualquier pasatiempo la vuelve
una chiquilla . . .
Don Pedro — Y Misia Cleta . . .
del mismo corte ! . . digo, el an-
verso de la medalla ...
Rodolfo Regular, regular . . .
Así . . . Una suegra un tanto so-
portable . . . Bonachona,S ella ;
francota ; un poco celosa ^1 ma-
rido de su hija, eso sí ; uh tanto
curiosilla é importuna, á veces,
como una puerta abierta que nos
molesta . . . Luego, glotona siem-
pre como un rapaz, por ínás que
indigestiones van y que indiges-
tiones vienen ! . . . i
Y oc^B {adentro) --Yo les guia-
ré á ustedes . , . Tendré el altísi-
— 26b —
Djo honor de ser su Cicerone . . .
(Aparecen por el foro Mirasol,
Mondeja y Monixa.)
Rodolfo — {De pie, scdudan-
do. ) Seilora , . , Caballeros . . .
MoNiNA — ( Con timidez. ) Co-
mo no conocemos bien estos sa-
lones . . .
Mondeja — Desde hace veinte
años yo no sé lo que es bailar
un vals ; pero, como este señor
(indicando á Mirasol) nos ha
exigido nuestra preseocia . , .
Mirasol — ( En una genufle-
xión exagerada) Una presencia
inapreciable y que hará honor. . .
Monina — Caballero, su fineza
de usted . . .
Mondeja — Y su galantería . . .
Mirasol — (Atenciosisimo, de-
rritiéndose en almibares ) ¡ Oh, se-
ñora . . . Yo, como iniciador de
esta fiesta, me hago, me debo,
me ... el honor, sí, señores, el
altísimo honor . . . ( Saludan con
una inclinación de cabeza y se
van por la izquierda. )
Rodolfo — ( Riendo ) En este
hotel de « Las Delicias » se ven
cosas realmente deliciosas ! . . .
. Don Pedro - Este jMirnsol es
el tipo más ricura que verse
puede . . .
Rodolfo — Y el matrimonio
Mondeja ¿qué me cuenta us-
ted? ... El, cincuenta y ocho ;
ella, cincuenta y seis, tan ena-
morados, derretidos y celosos
como á los veinte y en plena lu-
na de miel . . . Casados, después
de treinta años de amores, y es-
to, gracias á la feliz ocurrencia
de una tía solterona que al mo-
rir les legó diez mil pesos, pre-
cipitando con esté acto humani-
tario y altruista un casamiento
ya in extremis . . . \ Qué se iba á
casar él, un pobrecillo auxiliar,
con treinta pesos ! . . .
Don Pedro — Pues chico, yo
creo que tu presencia es recla-
mada en alguna parte, y, si mal
no recuerdo . . . Antonia, eh ! . , .
Acaso ya te olvidas ? . . .
Rodolfo — Voy por ella ense-
guida. (Sale por la izquierda,
después de darse un último vis-
tazo ante un espejo).
Don Pedro — (Contemplando
su cigarrillo con placer de vicio-
so) Y yo , pobre viejo ; pobre in-
válido de la vida, en tanto me
quedaré aquí, aquí con éste mi
único íimigo fiel y bondadoso
que jamás me abandona \ ... (Se
hace un silencio ).
ESCENA III
Misia Cleta y Don Pedro, luego.
Mirasol, Monina, Lucía y
señor Mondeja.
Misia cleta — ( Alterada , con
misterio y llegándose por el foro )
Ha visto usted ? . . .
Don Pedro - ( Sorprendido )
Señora . . .
Misia Cleta — No ha notado
usted?...
Don Pedro - Qué ? . • ■ Rodol-
fo? .. . Monina ? ... Mondi'jn ? . . ..
]MisiA Cleta — Nó ; Rudolfo ,
Rodolfo ! . . .
-Don Pedro — Bien : acaba de
salir .
Misia Cleta — Y yo acabo de
verle nuevamente con esa Anto-
nia!
Don Pedro — '■ ( Con extrañeza )
Cómo ! . . , qué dice usted ? . . .
con esa Antonia ? . . . Pues no la
conozco ! . . .
Misia Cleta — (Perpleja) No
la conoce usted ? . . . Y á ese Go-
rrini de su marido tampoco co-
noce usted?
Don Pedro. — (Como quien
hace memoria ) Ah ! . . . Ah ! . . .
pero, si usted no se explica !
Misia Cleta — (Levantando
la voz ) Estoy sobre la pista ! . . .
Estoy sobre la pista ! . . .
269 —
Don Pedro — ( Aparte, con de-
saliento) Ay mi Dios ! . . . pues
ya apareció aquello ! . . . Claro !
La puerta abierta de que me ha-
blaba mi sobrino ! . . . ( Dirigién-
dose á Misia Cleta) Sí, señora,
la puerta abierta ! . . .
MlsiA Cleta — • ( Sin alcanzar
á interpretar la frase ) Qué ! . . .
Acaso le ha- _
ce á usted "^
daflo,?
Don Pe-
dro — ¡ Oh,
no señora,
no señora!...
Con qué de-
cía ?.. .
Misia Cle-
ta — Sí, se-
ñor, que es-
toy sobre la
pista y que
no me en-
gaño.
Don Pe-
dro — Pues
dig-a usted...
Misia Cle-
ta — Desde
el primer
día que vi á
la tal Anto-
nia, el cora-
zón, golpe-
ándome . . .
golpeándo-
me con mu-
cha fuerza,
me lo anun-
ció!... El me
dijo: Cleta, duda de esa señora de
Gorrini ; desconfía de sus aires de
respectabilidad y de buen tono
de que alardea : todo lo que allí
ves, sólo guarda hipocresía : en
el fondo no es más que una co-
queta sutil y refinada; ella ansia
de los hombres lo que de seguro
es incapaz de proporcionarla ese
hosco de su marido, ese usurero
acorazado, vulgar, sin más en-
sueños que el dinero ni más
ideales que el interés . . . Bien *
pues desde hace días, he venido
observando entre esa gran seño-
ra de Gorrini y mi yerno, ¡ otra
buena pieza I . . . algunas cosi-
Uas, que . . , á la verdad . . , se
me han atragantado aquí . . .
(Se lleva la
mano á la
garganta).
D¡oN Pe-
dro — Ga-
lanterías,
señora . . . . ;
finezas que
entre perso-
nas socia-
bles la bue-
na educa-
ción exige...
]MisiA Cle-
ta—Taita!
ta ! . . . No, se-
ñor!... {Ha-
ciendo gran-
des reveren-
cias y genu
flexiones)
Mucho de
aquí... Mu-
cho de allí...
Muchas mi-
raditas de-
m a s i a d o
charlata-
nas . . . Mu-
chas ponde-
racion es
mutuas so-
bre sus respectivos talentos y
elegancias . . . Muchos suspiros
¡ Ay, qué calor ! . . . ¡ Ay, qué
noche deliciosa ! . . . ¡ Ay, qué
luna más poética... En fin, {Lle-
vándose un dedo á la boca ) que
yo ya no estoy en la edad de
chuparme el dedo; y, cuando
yo, Cleta Montijo, huelo mal...
húm ! es porque necesariamente
270 —
no huele á rosas!... (Medio
Mutis ),
Don Pedro — (Cotí fingida cre-
dulidad) — Si usted así lo cree. . .
MisiA Cleta — Bien. Esta no-
che, ya de sobremesa y después
de retirarse esa" bendita Lucía,
he creído notar en ellos ciertos
síntomas necesariamente alar-
mantes . . . ¡ Pero sefior ! . . . Si
aquello era una telegrafía Mar-
coni á toda marcha ! . . . Muchas
miraditas significativas ; más pa-
labritas melosas ; más suspiros
que de costumbre ... El peine de
mi yerno, melancólico y caria-
contecido como el doncel de dofía
Ana ! . . . Y la tal Antonia, sólo
abriendo la boca para lamentar
la resolución imprevista de ese
ogro de su marido, el cual, desde
que ha comenzado á recibir tele-
gramas y más telegramas, sólo
habla de marcharse, ó se pasa las
horas refunfuilando, ó se lo pasa
discutiendo con los criados y
domésticos . . : ya porque la sopa
no está á punto . . ; ya porque el
pan es de cascarón . . ; ya porque
el café está muy cargado . . .
( Llegan por el foro Mirasol y
MoNiNA cogidos delhrazo).
Mirasol — ( Con voz insinuan-
te y meliflua ) Señora, repetiré á
usted mis palabras . . . Está usted
tan divina como hechicera . . .
Es usted una rosa thé, un pim-
pollo . . , un hada de donosura y
distinción . . .
MoNiNA — ( Confundida. Con
modesta timidez ) Caballero, us-
ted me confunde ! . . .
Mirasol — Es estricta justi-
cia ... El aceptar usted bailar
conmigo esta gavota, constituirá
para mí uno de los honores y
dignidades más ... {Se van por
la izquierda ).
MisiA Cleta — Si este par de
tórtolos estará también por de-
clararse . . .
Don Pedro — (¿ÍÉ»d©) Tal
vez ! tal vez ! . . .
MisiA Cleta — Como decía,
ó yo veo visiones, ó esa pizpi-
reta de Antonia y ese píllete de
mi yerno andan en muy sabro-
sos picos pardos ! . . . Y á todo
esto, ¡ oh, santa inocencia ! . . .
Mi hija sin pizca de nada ! . . .
Cómo que la pobrecilla es un
ángel del SeDor y es más can-
dida que un cordero Pascual ! . . .
( Entran por el foro, cogidos del
brazo, Mondeja y Lucia).
Mondeja — ( Con énfasis ) Oh,
señora ! digan lo que digan, no
hay nada como la sociabili-
dad ! . . . Yo siempre se lo repito
á Monina: la sociabilidad . . .
( Tras un silencio en que busca
inútilmente la frase) es la socia-
bilidad !.. . {Aparte) Acabo de
verles pasar . . . Qué le dirá ese
mequetrefe de Mirasol á mi Mo-
nina?... {Con celoso recelo) Si
con su corruptora lengua le es-
tará abriendo los ojos á esa ino-
cente de Dios ! . . . {Se van por
la izquierda. Pasan más parejas
conversando en voz baja ó di-
ciéndose galanterías ).
MisiA Cleta — Si, don Pedro,
ya no debo dudar . . . Hasta esa
extremada presunción, ese aci-
calamiento, esa pulcritud ex-
trema, hacen que mis sospechas
se arraiguen cada vez más . . .
Don Pedro — ( Incorporándose
apoyado en su bastón ) Pero, se-
ñora, yo no he visto nada de lo
que usted supone !
Mista Cleta — Pues créame
usted que no me equivoco , . .
Don Pedro — Varaos, señora,
iré con usted aunque el reuma
me martirice y, yo le demos-
traré á usted que ni Rodolfo ni
Antonia jamás han tenido otra
intimidad que la de simples
amigos . . . ( Co7i afectada persua-
den ) Naturalmente ! . . . natu-
— 271 —
raímente!... Pues no faltaba
más! ... (Se van por la iz-
quierda).
;■/, ESCENA IV
Rodolfo y Antonia. Luego, Mi-
rasol, sefior Mondeja, Misia
Cleta y Lucía.
Rodolfo — ( Entrando con An-
tonia por el foro y cerrando tras
si la puerta) Sentémosnos ...
Antonia — ( Vacilante ) Si te
parece . . .
Rodolfo — ¡ Oh, aquí estare-
mos perfectamente ! . . . Este rin-
concillo es ni exprofeso... Du-
rante diez minutos nadie nos
molestará ... ( Ambos se sientan
en el canapé).
Antonia — Y" sin embargo, si
supieras que miedo tengo !
Rodolfo — Bah ! . . He visto
á mi mujer haciendo pareja con
ese imbécil de Mondeja, y en
cuanto á mi suegra . . . juraría
que ya anda por ese bufet atraca
que te atraca de golosinas ! . . .
( Riendo ) Mañana será el bicar-
bonato y el agua de Vichi ! . . .
Habrá para rato ! . . .
Antonia — En cuanto á Go-
rrini, lo he dejado en su escri-
torio . . . Allí está él, encerra-
do como un oso . . . Que tele-
gramas van . . , que telegramas
vienen . . ; que planes aqui : . . ;
que planes allá ... Y, cada ter-
ne í . . . cada palabrota ! ... . j Je-
sús! Sí aquello es una .fiera más
que un hombre ! . . .
Rodolfo — ( Arrellenándose en
el canapé con indolente molicie )
Con que el viaje eS un hecho ?
Antonia — Desgraciadamente
irremediable ! Gorrini acaba
de decirme nuevamente que de
su inmediata presencia en Mon-
tevideo depende la estabilidad de
nuestra fortuna . ( Con despre-
cia) .^xi fortuna , sí , la causa de
nuestra desgracia ! . . .
Rodolfo — ( Apaciguándola )
Vamos , Antonia , por qué tanto
desesperar , cuando ahora . . . ?
Antonia — Sí; ahora que te
encuentro nuevamente en mi ca-
mino , la fatalidad se empeña
otra vez en separamos . . .
Rodolfo — Una sepa r a c i ó n
breve ... Ya, esta noche, después
de la cena , persuadí á Lucía de
la necesidad de apremiar nues-
tro regreso . Al principio ella
resistió . Esta vida de aldea se la
hace encantadora . . . Más yo le
mentí, diciéndole, que mi salud
así lo exigía por habérmelo ma-
nifestado el doctor Chermand ,
y . . , naturalmente , ella acabó
por acceder , fijándose de común
acuerdo nuestra partida para el
lunes próximo.
Antonia - Y después ... Tú
viaje á Europa siempre se lleva-
rá á cabo ?
Rodolfo — Felizmente no.
Como tú habrás visto , mi elec-
ción de Diputado ya es un hecho ,
con que así . . .
Antonia — ( Con alborozo ) Ya
nada nos separará!
Rodolfo — ( Con dulzura )
¡ Oh, ahora seré tuyo como an-
tes ! , . . recuerdas, Antonia ?
Antonia — ( Abandonándose á
él con sensualismo) Si supieras
cómo te recordaré ! . . Qué eter-
nos se me harán los días que me
aguardan lejos de tí ! . . . (Con re-
pentina vehemencia) Díme que
esta separación será muy bre-
ve!.. . Díme que muy pronto te
tendré á mi lado, para siempre,
así, ( Le coje de Ins manos ) mirán-
dome en tus ojos que son los
míos . . . dichosa . . . feliz . . . eter-
namente feliz \ ... (Se abandona
en sus brazos, como síimida en
un ensueño. )
Rodolfo — ¡^ Oh, poder del
— 272 —
amor ! Oh, milagros del 'deati-
, no ! . . .' Más de ocho aOos sin
verte. Ausente yo allá en un
pais remoto, y ahora". . . asi co-
mo en los mejores tiempos de
nuestro noviazgo, cuando los dos
libres y sin cadenas teníamos
por albedrÍQ el universo ! . . .
ANTONIA — Bien sabes que si
he amado en verdad á algún
hombre, ese hombre fuiste tú . . .
Ya te lo he dicho: no me juzgues
ligera . . . Tú me dices que tu ma-
trimonio con . . . Lucia, fué obra
de un mal momento, de ese cuar-
to de hora que todos tenemos en
esta vida . . . Bien, si yo me casé
con Gorrini faé sólo por un ca-
pricho de chicuela inexperta y
despechada ; por una coquetería
de la que muy luego me arre-
pentí . . . Escucha : cuando yo
supe que tú á mis espaldas mira-
bas á Ja que hoy es tu mujer, la
ira se rebeló en mi corazón ; una
nube de venganza infinita anu-
bló mis ojos y tamborileó con ra-
bia en mi cerebro ! . . • Mi orgu-
llo de mujer siempre halagada,
no pudo tolerar tal ofensa ! . . .
Quise aborrecerte, quise vengar-
me demostrándote que mi ca-
' riño jamás pudo ser tuyo ... y
entonces ! . . .
Rodolfo — Cuando volví á tí
me despreciastes ... no quisiste
escuchar mis palabras . . .
Antonia Y, aturdida, escogí
para instrumento de mis planes á
un hombre que desde ya ha mu-
cho tiempo mendigaba en vano
mi ampr ! . . . Si, á uno de esos tan-
tos hombrea»^ue no satisfacen en
un todo nuestros anhelos, nues-
tras miras, nuestras laás caras
ilusiones de miy'er, porque ellos
no éncarnaii nuestro ideal, y á
quienes nosotras, algunas muje
res, sin manifestarles categórica-
mente nuestro pensar, emplean-
do para con ellos, una conducta
equivoca, desairáhdólos hoy para
alentarles maOana con ana son-
risa, logramos mantenerlos en
una eterna xncertidumbre, para
luego, después, así como de un co-
modín, de un suple faltas, utili-
zarlo á veces en nuestro prove-
cho, allá, en la hora aciaga del
desengaño ; allá, cuando la des-
esperanza abate desconsolada-
mente sus dos alas negras en
nuestro corazón y en nuestro
orgullo ! . . . ( Medio Mutis.
KoDOLFO — ( Con triste convic-
ción ) — La eterna derrota del
orgullo que ha querido sobrepo-
nerse al sentimiento!
Antonia — Por cierto una de-
rrota bien dolorosa ! . . . Aquella
que se llora toda una vida ! . . .
Rodolfo — Y, entonces, era
verdad ... tú me amabas ?
Antonia — Con toda el alma,
aunque mi orgullo fingiera des-
preciarte ! ( Medio mutis Su-
surrando, con melancólica amar-
gura) Oh ! tú no sabes, Rodolfo,
cuánto he sufrido en esa horri-
ble eternidad que al destino plú-
giole sepai'arnos ! . , . Imagínate
tú una vida prosaica, vacía esté-
ril ... Un desierto árido, monó-
tono, interminable : sin una cis-
terna donde aplacar la sed ; sin
un árbol á cuya sombra guare -
cerse ! . . . Una existencia obscu-
ra, trivial, sin un miraje risueño
del pasado ni un rayo de sol
alboreando alegremente en lon-
tananza! . . . {Levantando la voz
gradvnlmente) Un simple ins-
trumento de placer, .á veces ...
Un enemigo, una carga, otras!...
Siempre igual, siempre así, en-
cadenada á un hombre que gra-
dúa la íimplitud de su querer
por el éxito positivo ó negativo
de sus mercantilismos utilita-
rios ! . . . Sometida á un hombre
cuyos vejámenes yo he sufrido
y he llorado én silencio más de
#-
27S
una vez ! . . . ( Con v^emencia )
' Oh !, no 'VOñ reproches \ . , . Di-
mé, tú; Rodolfo, ¿áciaso un amor
así, de prestado, del azar, po-
pódría algún día despertar en
mí un sentimienXó de {«edad ó
\ de agradecimiento ; suavizar mi
herida ; gorjeia'r alegremente en
mi corazón un nuevo día de paz
y de ventura? . . . {Mutis).
EoDOLPO — Pobre Antonia! . . .
Mi felicidad y la tuya truncadas
por . . . {Incorporándose súbita-
mente ) Has oído ?
Antonia — {Alarmada) He sen-
tido pasos . . .
Rodolfo — Alguien que lle-
ga .. . ( Tomando una actitud
indiferente) Dejémonos estar.
Mondeja— -(^ Mirasol, en-
trando por la izquierda. — Con
energía) Lo dicho, caballero, re-
petiré á usted mis palabras : us-
ted ha ofendido á Monina ... La
ha llamado rosa thé . . , pimpo-
llo,, , hada ...
Mirasol — ( Con medrosa es-
cusa ) Yo creo que entre perso'
ñas cultas ! . . .
Mondeja — No acepto sus pa-
labras ... O usted nos dá & Mo-
nina y á mí ahora mismo una
amplia satisfacción allí en la
sala y ante todo el público, ó,
de lo contrario . , , antes de una
hora tendrá usted que vérselas
con mis padrinos , , .
Rodolfo — ( Con burla ) Va^
líente espadachín ! . . .^
Mirasol — ( Trimulo y vaci' -^
lante ) Yo . . . Usted comprende-
rá.. . naturalmente . , . ( desapa-
recen por el foro sin Tiaber repa-
rado en la presencia de Rodolfo
y Antonia ).
X'ín:omK^{ Incorporándose y
abandonando el canapé) Tengo
miedo ... No sé por qué el cora-
zón me anuncia una desgra-
cia . . . ¿ Vamos, Rodolfo 7 ...
Rodolfo —{Ya, de pie y tras
una breve vacHaeión ) Sí. Bue-
no.. ; pero antes ... {Se inclina
hacia ella, quien temerosa, le
brinda los labios ).
MrsiA Cleta — ( Que habién-
dose llegada hasta ellos por la
puerta de la derecha les sorprende
en ese instante ) Qué es esto ! . . ,
Qué veo yo!... Cómo, infames,
aquí ? . . . aquí ... bajo el mismo
techó delpiarido ! . . . aquí, á dos
pasos de Tbucia ! . . . Aquí ! . . ,
aquí ! . . .
Antonia — (Aterrada y cris-
pándolas ma7io8 ) Dios mío ! . . .
Rodolfo — ( Seranánd ose)
Pero ¿ qué dice usted, señora? . . .
MisiA Gleta — ( Levantando
la voz) Adúlteros!... adúlte-
ros!...
Rodolfo - Eso no es ver-
dad ! . . .
M18IA Cleta - Yo lo he vis-
to!., . yo lo he oído ... > o lo sé
todo ! . . . {desvaneciéndose ) Ay!...
Dios mío ! . . . me muero ! . . .
( Cae sobre el canapé ).
Antonia — ( Consternada ) Hu-
yamos !
Rodolfo - Pronto ! . . . por
aquí ! . . . ( Huyen por el foro ).
MoNiNA — ( Tras un silencio —
Llegando por la izquierda ) Mon-
deja ! . . . Marido mío ! . . . donde
estAs? . . . Lo que yo te dije no
era cierto ... No te batas , por
Dios ! . . . ( Reparando en Misia
Cleta, que continúa sin sentido )
Pero qué es esto ! . . . ( Aproxi-
mándose á ella y recotwciéñdola )
Misia Cleta ! . . . Pero si no tiene
pulso ! . . . La han asesinado , no
hay más f . . . {Llamando ) Soco-
rro! . . . Socorro ! . . .
Mondeja {Llegando por la
puerta de la derecha qus casi ocul' ,
ta el biombo ) Mi mujer I . . . mi
mujer ! ... No hay duda : ese se-
ductor está atentando otra vez
contra su virtud ! . . . ( Llega has-
ta ella conjuntamente cotí Lucia
274
gentes y criados. Llegándose á su
mujer y gritándole al oido ) Meni-
na!.. . Moriina ! . . . Dime , pron-
to : por donde ha escapado ese
miserable ? . . .
MoNiNA — ( Haciendo un ade-
man incoherente) Por . . . por . . .
ahí.
Mondeja — ( Con gesto trágico )
MisiA Cleta — ( Con voz des-
mayada ; haciendo un esfuerzo )
Tú ínarído . . . Antonia . . . ( Vuel-
ve á desvanecerse). * '
Lucía - Está delirando ... No
tiene pulso . . . Algún nuevo atra-
cón de golosinas y he aquí las
consecuencias ! . . . ( Dirigiéndose
á los que la rodean ) Pronto, por
Juan Zorrilla de San Martín
Le mataré por la espalda ! ... Lo
que es ahora no esperaré ál due-
lo !.. . ( Vásepor una d^ las jnier-
tas laterales esgrimiendo un
arma ).
Lucía — ( Con angustiosa an-
siedad)M.ñmk ! . . . mamá! . . . Ha-
ble usted, yo se lo imploro ! . . .
¿ qué ha sucedido? ...
favor, vayan ustedes en busca de
un médico!
Voces — ( dentro ) Ya lé co-
gí!. . . Aquí le tengo ! . . . aquí
le tengo ! . . . ( Aparece Monde-
ja arrastrando por un brazo á
Mirasol^ que, aterrado, mitán-
do con horror el arma que aquél
esgrime, tieñibla de pies á cabe-
— 275 —
za hasta dar diente con diente ).
MraASOL — Pero seflor ! . . . Pe-
ro señor ! . . .
Lucía — Oh ! esto no es posi-
ble! ... No es verdad que usted,
Mirasol . . . ?
Mirasol — ( Balbuceante, elec-
trizado, y sin poder hilvanar la
frase ) Yo ... Yo ... Yo .. .
Mondeja - ( Con furor ) CJómo,
miserable ! . . . Con que tú has
sido y aún lo confiesas ! . . .
( Asombrado) Y con las dos ! . . ,
Mirasol — {Ya sin fuerzas,
desvaneciéndose en un última
sincope) Yo . . . Yo . . . Yo ... ( Con-
fusión.— El telón cae lentamente).
CUADRO II
La escena se desarrolla en la playa de «Las Delicias», al caer de la tarde del
día siguiente y ante una hermosa puesta de sol. — Hacia la derecha (del espectador )
se ve á la distancia una parte de la fachada del Hotel « Las Delicias », con sus venta-
nales, balaustradas y minaretes ; hacia la izquierda, y en segundo término, algunos
grupos de rocas, y junto á la orilla, varios sillones de mimbre y sillas de tijera. Sobre
el fondo, el mar sereno y azul limita con el horizonte rosa, Heno él de paz y de dul-
zura.— Al elevarse el telón, Rodolfo aparece paseándose con las manos puestas en los
bolsillos del pantalón. —Su gesto, caviloso, denota cansancio. — Viste traje blanco de
playa. —Se hace un silencio. —Rodolfo se detiene unos instantes para mirar hacia el
lado del Hotel, ñngiendo aguardar á alguien que por allí- se ^roximara.
ESCENA I
DON PEDRO Y RODOLFO
Don Pedro — ( Fatigado apo-
ijándose pesadamente sobre el bas-
tón ) — Ya lo ves tú, arrastrán-
dome, lleg^ando hasta aquí á duras
penas, encadenado por este mal-
dito reuma que atenaza mis mús-
culos y enmohece mis articula-
nes . . . ( Sentándose en un sillón
en segundo término ) Y tú . . .
qué cuentas ?
Rodolfo — Yo ? . . . pues nada!
Don Pedro — Con que todavía
en pleao temporal, eh ? . . .
Rodolpoí— Ya lo ve usted,
manteniéndose 4 la ca{)a; sin dor-
mir; con los fuegos encendidos,
y . . . esto es lo grave, sin señales
de salvataje ni indicios de bo-
nanza ! . . .
Don Pedro — Pues buen final ■
el de tu aventura ! . . . Qué día el
de; hoy !. . . qué escenas ! qué
sofocones ! . . .
Rodolfo — Mí suegra, hecha
un ají : hurafla, feroz, terrible ...
Mi mujer, desmayo tras desmayo,
sin tomar alimentos, ni decir
esta boca es mía . . . Luego, allá,
en el hotel, cuchicheos en las me-
sas; murmullos en los corredores ;
chismes en los pasillos . . . ¡ qué
sé yo . . . Y, á todo esto, aguante-
mos aquello, soportemos lo
otro . . . escuchemos lo de allá . . .
miremos lo de acullá . . . ( Con
gesto convencido ) No hay duda,
tío, el papel de casado tiene sus
inconvenientes ! . . .
Don Pedro — Lo que fuera
una gracia en un chico soltero
es un hecho censurable en todo
padre de familia !
Rodolfo — Y lo dicho no es lo
peor ...
Don Pedro — Como que el
desenlace no ha sido del todo
trágico, como en esos dramas de
folletín, en que el seductor mue-
re.. . la adúltera muere ... el
marido muere . . .
Rodolfo — (; Sonriendo ) Si, un
desenlace hasta cierto punto fe-
liz, oportuno, chic, elegante ! . . .
Don Pedro — ( Intrigado ) Y . . .
el marido ?
Rodolfo — ( Con displicencia )
Pischtsss ! . . . Valiente comenda-
dor! En el primer tren de esta
madrugada se la ha llevado, y
J
276
eso sin sospechas ni indicios de
lo ocurrido ; sin la más mínima
duda de la fidelidad de su Anto-
nia ... Se ha marchado ^ la lije-
rA, viento en popa, corrido, apre-
miado por un diluvio de telegra-
mas anunciadores de no s6 qué
crisis ni de que sé yo cuántas
calamidades bursátiles . . ; obse-
sionado por el espectro fatal de
su ruina : del desastre inminen-
te su fortuna, de la pérdida total
de sus millones ... Lo dicho : una
retirada en reg'Ia y altamente
oportuna ! . . .
Don Pedro - Napoleón en su
campana de Rusia ! . . . (Mirando
hacia la de/rclia) Hombre ! . . .
Ahí viene tu suegra . . .
Rodolfo — No me deja ni á
luz ni á sombra . . . ( Con decisión)
Pues bien : si me asalta nueva-
mente ... la aliof^aré, si seílor,
y... viento en i)opa también
ella ! . . . [Medio ¡antis de I\o-
dolfn )
ESCENA I 1
Lus mismos y mista clkta. Lue-
líO, LUCÍA V HKIIK
]\tlsÍA Clkta — { Apro.t'inján-
dose (i Rodolfo (¡ne, dist raido, fin-
</e ohserrar el liorizoute) Caballe-
ro ! . . . (Insistiendo nncrainen-
te ) Caliallero ! . . . ( Rodolfo da-
se rnelta. bruscamente ij la hace
lina ninda reverencia. )
MisÍA Cleta — ( Levantando
la voz) Caballero... la acción
que usted ha cometido es simple-
mente una villanía, una mons-
truosidad . . . una ...
Rodolfo — ( Con gesto altivo,
cortándole la frase. ) Sefíora . . .
mídase usted !
Misí A Cleta — No me callaré.
Esto mismo se lo diré á usted
ahora, maüana, siempre ... Sí,
seré su sombra, su fiíntasma, su
remordimiento que le persiguirá
á usted más allá de la tumba !
Rodolfo — ( Alterado ) Sello-
ra, por favor, repito . . .
Don Pedro — ( Apaciguándo-
los ) Paz . . . paz, que ahí viene
Lucía. ( Los tres miran hacia la
derecha. Lucia llega pálida //
ojerosa, envuelta en un peinador
blanco. Camina con paso vaci-
lante y trae cogido de la mano á
Bebé. Evitando mirar á Rodolfo,
que ha reanudado su paseo, ella
se sienta en último término. A
su dereclia se sienta MisiA Cleta,
quien, con signos visibles de agi-
tación, saca de su bolsillo una
labor y comienza á hacer malla.
iSe hace un siloicio).
Don Pedro — (A Lucia, con
pausada naturalidad) Es esta
una tarde deliciosa. Vea usted,
señora, que crei)úsculo . . . Ni un
soplo, ni una brisa, ni la más
Une bruma El mar, sereno ;
el horizonte, pictórico de luz y
colorido . . . Una serenidad dul-
ce .. . i)láe¡(la . . . apacible ! . . .
]\lisL\ Cleta — (Co// irania.
Mirándole á los ojos ) Sí . . . niuy
apacible!
Don Pedro — (Subrayándolas
palabras ) llermosaniente apaci-;
ble . . . ( Mutis. Un silencio.
Lucía — (Enjugando una lá-
grima y atrayendo hacia si á
Bebé ) Pobre hijo mío ! . . .
Behé — ( Acariciándola ) Yo
siempre te querré mucho, mu-
cho, mamita . . .
Lucía — De veras, hi,jo mío?
Bebé — Sí, mamá, siempre,
siempre !
MisiA Cleta — ( Con marcada
intención ) Únicamente los mons-
truos no tienen sentimientos !
Lucía — ( Con reconvención )
Mamá ! . . .
MisiA Cleta — Calla, tú ; ofen-
dida hasta el alma y todavía ! . . .
(Se hace un silencio).
Lucía — ( Reteniendo á Bebé,
277 —
con lentitud ) Pobre hijo mío ! . . .
Mí amor ya ha concluido. El
cierzo del desengaQo ha nevado
en mi corazón . . . Ahora, que
sólo seré un ente, un autómata,
un espectro errante y sin alma,
sólo en tí cifraré mis esperan-
zas ! . . . Todas mis dulzuras se-
rán tuyas . . . Todos mis anhelos
serAn tuyos ... De tí, que logra •
rAs evocar en mi espíritu los
íiüos más felices de mi vida; los
tiempos mils dichosos de mi ado-
lescencia ... ( Como ensoñando
el pasado) ]\I¡s días más v<íntu-
rosos de colegiala . . ; aquellas
auroras color rosa . . ; aquellas
tardes muy azules . . ; aquellos
crepúsculos de ailoranza, cuando
todo en mi era regocijo . . , di-
cha . . , ensueño . . , ilusión . . .
( QuMase meditabunda, con la.
mirada divagando en el vacio.
Mittis. Misr.v Ci.ETA liace malla;
Don Vkdro l'nm a un cigarrillo ;
Behk Juega á los pies de Lucía
c(>)i mi cestillo lleno de arena,
conc/ias marinas // algunos can-
grejos ).
Bfmk ~[ ."^ol lando á reir Ja!
,j;i !,j;i ! . . . Pajiníto . . . Pji paito! . . .
( RoDOliFO, siempre en sus paseos
no le escucha. — Insistiendo ) Pa-
palto ! . . . pa paito ! . . . qué te-
nes y . . . cütás enojado ? . . .
RoD()LF(i —{Como despertando
de sus meditacianes ) Qué dices,
hijo mío?
MisiA CiiETA — ( Iracunda, con
drspccliada ira ) ¿Hijo mío ? . . .
¡ qué sacrilegio!
Bebé - {Mostrando á'Ronoi.vo
un cangrejo) Te quería decir
una cosa, papá ... Te quería de-
cir... Ja! ja! ja ! , . . que.. .
que . , , que este cangrejo es
igual ito á un hombre. Deveras;
Mira que bigotes tiene y cómo
camina I . . . ¿ No es cierto lo que
digo, mamá Cleta ?
MisiA Cleta — ( Con senten-
eiosa mcUicia ) Si todos los hom-
bres malos y los maridos inñeles
fueron cangrejos, no se verían
tantas infamias en el mundo !
Lucia — {Reconviniéndola con
un gesto ) Mamá ! . . .
MisiA Cleta — Lucia ! . . .
Lucia — ( Incorporándose ) S i
te empeñas . . . me marcharé ! ( vá-
se lentamente por la izquierda ).
MisiA Cleta — ( Siguiendo sus
pasos ) Calla, tontuela ! , . . Hasta
cuándo serás la misma timorata
y... ( Frtse con Lucia— Silen-
cio ).
ESCENA ni
RODOLFO, DON l'EDUO Y HEBÉ
Rodolfo — ( Mirando h a c i a
donde lian partido) La pobreci-
11a es buena . . . Incapaz de guar-
dai'uic rencor . . . Estaría conmi-
go á partir un coníite dentro de
una hora ; pero . . . con esa fiera
á su lado , hasta las }>alonias se
vuelven buitres !
Don Pedro — l'obrc Lucia ! . . .
Un alma buena . . . un alma san-
ta . . . un alma dulce . . .
Rodolfo — La lelicidad de
cuaUíuier otro hombre que no
fuera yo . . . La companera inva-
lorable de otro ser cuya volun-
tad fuera menos compleja y más
humana que la mia ! . . . ( Con de-
saliento ) Pero yo . . . seré siem-
pre yo ... El escéptico . . , el gas-
tado .. , el incansable buscador
del placer.., el judío errante
y maldito que camina . . , cami-
na . . , camina siempre en pos de
una felicidad nunca finita ! ! . . .
( Mutis ).
Don Pedro — ( Con amarga
ironía ) Mi discípulo !
Rodolfo —Sí, y usted, mi
maestro !
Don Pedro — ( Con tristeza )
Un maestro ya en decadencia ;
una chispa errante de un sol
— 278 —
que fué ; algo que ya se apaga ,
que se esfuma, que se desvane-
ce .. . Algo que se va ... se va .. .
se va . . .
Rodolfo — Sí, el eterno retro-
ceso, el declive, la bajada . . . :
otra vez el llano que nos condu-
ce hacia el abismo.
Bebé — ( Insistiendo, palmo-
teando y dándole á Rodolfo un
cangrejo ) Sí, papá, tiene bigotes
y camina !
KoDOLFO — ( Examinando con
curiosa atención al crustáceo)
Pues vaya una ocurrencia más
feliz la de este chiquillo ! . . . ( Con
convidan- ) Y en verdad que le
es . . . Claro ! Natural ! No hay
duda ! . , .
Don Pedro — ( Irónico ) El
pendant del hombre - mono del
gran Darwin. Bebé lo ha dicho,
aunque la comparación resulta
un tanto burda por lo infantil. . .
Rodolfo — Antonia... Lucía...
elisia Cleta . . . acaso éste, {señala
á Bebé) todos pobres caminan-
tes errabundos, sin norte, sin
brújula, azotados á cada hora
por el rudo oleaje de la existen
cia . . . Los rezagados de la Vida.
Aquellos que llevan plomo en
las alas y un espejismo de bru-
ma ante sus ojos ! . . .
Bebé — ( En cuclillas, jugan-
do siempre con el crustáceo ) To-
dos caminan para atrás, no es
verdad, tío Pedro ?
Don Pedro — ( Sin escuchar á
Bebé ) Cuestión de miras . . , de
temperamentos . . , de modo de
ver . , .
Rodolfo — {Anitnándose por
instantes ) Yo no soy un rezaga-
do.. . Yo soy el fuerte ; yo soy el
luchador ; yo no miro hacia el
Porvenir ni hacia el Pasado . . .
Yo gusto del Presente todas sus
ambrosías y . . . sonrío sus mise-
rias, sus farsa^, sus prejuicios !
Don Pedro — Eres el Super-
hombre; el egoísta: aquel que
saborea su felicidad gota á gota
sin reparar en medios ni intimi-
darse ante obstáculos.
Rodolfo — El médico no titu-
bea cuando corta la llaga para
que la Vida surja. Y la vida eg
Felicidad; el Dolor es agonía ; la
agonía es la Muerte ... El Pasa-
do es la noche, el crepúsculo lo
que fué ... El Porvenir . . . Ah !
el Porvenir es el mañana, lo
ignoto, acaso la quimera . . . aca-
so lo imprevisto !
Don Pedro — Tú lo has di-
cho. Vives la Vida y la ríes . . .
Rodolfo — Vivo el Presente
porque él me pertenece y él es
mío ... Yo me adapto al medio
y á la hora: nada más ... Mi
reloj no adelanta ni atrasa . . .
Vivir. Saber vivir : este es mi
lema!
Don Pedro — El lema del ven-
cedor, de aquel á quien lo ido
no retiene ni el futuro no le arre-
dra . . .
Rodolfo — Si mía es la Dicha
no la rehuso (Con risa sarcásti-
ca) Soy un avaro de mi felici-
dad ! . . . (Con displicencia) Qué
la Vida . . .
Don Pedro — (Con amargura)
después de todo . . . (Mutis de
Rodolfo y de don Pedro ).
ESCENA ÚLTIMA
Los mismos y Misia Cleta y
Lucía por la izquierda. Lue-
go, señor Mondeja y Monina.
Misia Cleta — (Ofreciendo á
Lucia una silla ) Ven. No seas
niña . . . Estás fatigada y un
reposo te vendrá perfectamente.
Lucía — ( Con desgano, sentán-
dose después de una breve vacila-
ción ) Ay ! otro reposo necesita-
ría yo . . . (. (puédase como ensi-
mismada. DaN Pedro la observa.
— 279 —
MisiA Gleta ha reanudado su
labor. Rodolfo . parece haber re-
concentrado toda 8U atención en
la contemplación del paisaje que
comenzará áe^fumarse ligeramen-
te. — Lucía, dbstraida^ dialogan-
do consigo miamaj — Yo entonces
era muy joven. Aún era una
nina ... sí . . . era una niña . . .
Don Pedro — ( Observándola,
meneando la cabeza con desalien-
to ) Siempre el Pasado . . . Aque-
llo que recordamos con más pla-
cer; el espejismo engañador; lo
que nos hace soñar . . , soñar . . .
siempre soñar ! . . .
Lucia — ( Suspirando ) Sí, sí,
lo que ha sido... Lo que fué... Lo
que no vuelve ... Lo que no vol-
verá nunca . . . nunca . . . nun-
ca ! ... ( Breve silencio. Pronto
se oyen voces dentro ) — Voces —
( dentro ) Aquí están ! . . . Aquí
están ! . . . ( Aparecen por la de-
recha MONDEJA Y MONINA. Esta
i'dtima viste abrigo. Ambos traen
consigo valijas y maletas de viaje. )
Mondeja — {Fatigado y con
júbilo ) Al fin hallamos á uste-
des ! . . . Cómo que hemos reco-
rrido toda la playa y . . . nada! . .
( Observándoles con atención )
¡Hola, en familia, eh!... en
ñimilia!... ¡Oh, no hay nada
como la familia, la paz domés-
tica, la tranquilidad del ho-
gar, la . . ,
Misí A Cleta — ( Pon sorna )
Buena paz tenemos nosotros por
dentro !
Rodolfo — ( Reparando en las
valijas y. trastos que ambos car-
gan ) Qué veo ? . . . Acaso ustedes
se marchan? . . ,
Don Pedro — Así, tan repente?
MoNiNA — ( Indicando á Mon-
deja) Este a,8Í ló ha dispuesto,
y... como qiie la mujer debe
siempre obedecer al marido . . .
Lucía — Cierto ! . . .
MisÍA Cleta — ( A Don Pedro )
Obedecer al marido ? . , . hacer
siempre lo que él mande ? . , .
Lindas estaríamos nosotras, las
mujeres . . . Pues no es nada lo
del ojo!
Mondeja — Sí, señores, como
ustedes lo oyen: en el tren de
las siete y treinta partimos para
Montevideo ...
Lucía — Y esta marcha tan
precipitada ? . . .
Don Pedro — Acaso algún lla-
mado urgente . . .
MÓNDiy'A — Oh ! no, señor ! . . .
Mis deseos eran permanecer en
estos parajes una quincena más ;
gozar de estos céfiros marinos y
de estas brisas salúbricas . . .
pero, ¡ hay que ser prudentes !
Anoche á Monina no le ha sen-
tado bien el descote . . . Tosió . . .
estornudó dos veces ... y . . .
vaya !, ustedes comprenderán :
la estación avanza y es de temer
los constipados, las influencias,
las pulmonías, las tuberculosis,
los . . .
MisiA Cleta - Jesús !
Mondeja — Con que . . . pru-
dencia y á casita, que allí no
soplan aires colados ni . . . (^A
Don Pedro ) tampoco hay aten-
tados contra el pudor ! . . .
Rodolfo — Pues hacen uste-
des perfectamente.
MisiA Cleta — ( A Don Pe-
dro ) Lástima no habérseles ocu-
rrido antes ! . . .
' Mondeja — {A Monina. Con
afectuosa solicitud) No te duele
nada, nada, nada ? . . .
Monina — Nada, nada, nada.
Don Pedro — Qué le vá á do-
ler, hombre ! . . . qué le va á
doler ! . . .
Mondeja — ( Consultando la
hora ) Las siete y cuarto . . . pues
no hay tiempo que perder . . .
( Saludando ) En fin, ya saben
ustedes, hemos tenido la mayor
honra en conocerlos . . . Manolito
— 280-
Mondeja . . . {Indica/tido d Mo-
llina ) Monina Sancho de Monde-
ja. Los dos servidores de ustedes
y fleles amigos hasta la eterni-
dad ... ( /So despiden i/vánse^por
,/a derecha. - Breve pausa).
Misía Cleta — Buenos amigos
tienes, Benito ! . . .
Lucía — Senciljas gentes ! . . .
Don Pedro — Buenos ... co-
mo el pan ! •
Rodolfo — ( Riendo) Otro par
de rezagados ! , : A esa edad, pu •
díendo ser ya abuelos y . . . ¡ Có-
mo si recién empezara la mos-
tacilla ! ( Mutis )
Mondeja — ( Apareciendo nue-
vamente ) Ah ! me olvidaba de-
cirles ; Míguelete 2.001, á sus ór-
denes . . . Segundo piso ... A la
izquierda y en el vestíbulo una
puerta verde les indicará á us-
tedes . . . ( Vase. )
Lucía - Bien. Tendremos pre-
sente.
Don Pedro — Abur !
MisÍA Cleta — Y qué yo no
les vea !
Rodolfo — Lo dicho : en ple-
na mostacilla ! ( Se hace un silen-
cio. Luego, Rodolfo, apartán-
dose d un lado con Don Pedro. )
Escuche, tío: la tormenta aún
no ha pasado ... En estas renci-
llas domésticas no hay nada me-
jor como el alejamiento momen-
táneo . . . Con que así . . . Voy
con ellos y en tanto usted . . .
apacigüe, apacigüe . . .
Don Pedro — Excelente idea !
Rodolfo — ( hevant ando la
voz y llamando hacia donde se
han marchado los Mondeja ) Se-
ñor Mondeja ! . . . Seflor Mende-
ja ! . , . Que voy con ustedes á
acompañarles hasta la estación.
( Dirigiéndose á los suyos ) Pron-
to vuelvo ... Ún cuarto de hora
á lo más . , . ( Vase ).
MlsiA Cleta — ( Apartándose
con don Pedro ) Don Pedro, ó yo
veo visiones ó este bribón de flii
yerno también se las quiere gñi-
Uar para Montevideo en busca
de esa Antonia . . . Pero , si él asi
• piensa , juro que lo haré detener
ahora mismo por la policía! ...
Don Pedro — Pero , señora ,
no sea usted tan mal pensada !
MisiA Cleta — Nada! . . . na-
da !.. . {A Lucia ) Voy hasta el
hotel y enseguida ...
Lucía — Bien , mamá ; yo la
aguardaré á usted.
Bebé — Hasta luego , mamita !
Lucía — Ven pron t o , h i j o
mío ! ( Se van. Un silencio. La
noche se va haciendo. Los venta-
nales del hotel se iluminarán á la
distancia ).
Don Pedro — ( Sentado á la
derecha de Lucia ; con dísvlicen-
cia y saboreando un cigarrillo )
Si , mi buena señora ... la vida
es así . . : triste , risueña . . , ridi-
cula . . . ¡ Bah ! . . .
Lucía — ( Sin escucharle ; en
actitud de alucinada; mirando
alejarse á Bebé y como hablán-
dole ) Sí . . . Bebé . . . ahora, to-
da j mis ternuras serán tuyas...;
todos mis anhelos serán tuyos . . .
De tí, sólo de tí, que lograrás
evocar en mí espíritu los años
más felices de mi vida ; los años
más dichosos de mi adolescen-
cia ; mis dias más venturosos de
colegiala . . . ( Como ensoñando el
Pasado ) Aquellas auroras color
rosa . . ; aquellas tardes muy azu-
les.. ; aquellos • crepúsculos de
añoranza . . , cuando todo en mí
era regocijo . . , dicha . . , ensue-
ño .. , ilusión . . . ( Mutis ).
( Telón lento )
281
fvosa vomátitioa
t<a conocí una tar-
de, melancólica.
No era ella una
germana romántica
de aquellas que hi-
cieran llorar á Hei-
né, en vez de lágri-
mas, sus idílicas es-
trofas: suaves, como
la suavidad de un
beso enamorado; pu-
ras, coino la pureza del epitala-"^^
mió de dos suspiros correspondi-
dos: pero, si era adorable y dul-
ce, con esa dulzura enebriadora
de las vírgenes hermosas de cabe-
lleras áureas, que, en las noches
azules, se refrescan en las aguas
bohémicas de las orillas germá-
nicas del Rhin.
La conocí y la amé.
Su tocado nupcial adornado
con un ramo de azahares cuyos
botones parecían lágrimas blan-
cas que el Ángel del Amor
biera vertido sobre su cabellera
rubia, hacía el contraste de una
turquesa de perlas engastadas
en el metal de la esterlina ingle
sa. Y su talle triunñil, y su andar
acompasado de emperatriz egip-
cia, fascinaron mi espíritu en la
ráfaga eléctrica de una mirada
escudriñadora,
Y la seguí enamorado.
Después de atravesar lasca-
lies solitarias de la ciudad silen-
ciosa, llegamos á la encrucijada
de las selvas: suspiraba el bos-
que, las ramas unas á otras se
besaban silenciosamente, y las
aves, en su idilio crespucular,
gorgeaban su cántico nupcial al
dúo rítmico de las hojas secas
que caían al suelo desprendidas
de los árboles frondosos.
Nos hablamos ...
—-282 —
Nos hablamos, primero en el
lenguaje de los ojos, mudo y si-
lencioso, pero hondo y significa-
tivo; y, luego^jaiajabios, como
las fresas .imtetógicás de la At-
tántidOií^ejáron escapar una son-
risa,,-^- tras esa sonrisa de vir-
gen eriferma de la nostalgia de
pasión sublime, surgió el verbo
de la diosa que llegó á mis oídos
con la dulcísima suavidad de una
nota de Beethoven. En el gesto
de su semblante nostálgico, y en
el silencio de sus ojos, que ar-
monizaban con las modulacio-
nes de sus ^abios de púrpura,
adiviné el gran misterio de la
pasión volcánica que incendiaba
su corazón de virgen, y no pude
menos que, en an arranque de
frenético cariCo, hacerla prisio-
nera en mis brazos, para luego
sellar sus mejillas con un beso
que las tiñera en el rojo de mis
labios insaciables.
¡Nos habíamos comprendido!
Luego nos separamos para vol-
ver cada uno á su morada, que-
dando á vernos todos los días, á
la hora del crespúculo, en la ve-
reda del bosque, bajo las ramas
de los árboles frondosos donde
las aves gorgean su cántico
nupcial.
Cuando llegamos á la ciudad,
se despedía la tarde, se despedía
al arrullo de la música solemne
del frondaje de las selvas, con la
tenue sonrisa de un bosquejo de
primavera en la rara melancolía
de los crespúculos otoñales.
Manuel Rodríguez Tovar.
-<^$CCC$Do-
la cos^e^a
Paa-a Apolo.
Allí están, son los parias de la vida.
Es en el mes de Marzo : la cosecha
\o8 arranca del lóbrego tugurio,
mansión de sus dolores y tristezas,
y los arrastra á -la campiña fértil
á recoger la ofrenda
que generosa brinda la Natura.
Roja aurora preñada de promesas
viste á todos los campos de esperanza
y los hombres nervudos y las bestias
beben la vida en el ambiente sano . .
y es como una excitante borrachera !
Varios meses atrás, los mismos parias
abrieron las entrañas de la tierra
y Tertieron el germen de otras vidas
en los surcos dejados por las rejas.
Sudaron mucho al preparar los campos
para que fuera pródiga la siembra . . .
y hoy sudan como ayer... ¡hoy sudan mnch*
en la dura labor de la cosecha ! . . .
Y sudan para otros : ni sus hgos
tendrán el fruto del sudor, sus fuerzas
servirán para dar vigor á todos
esos que viven de la savia ajena!
Buenos Aires 1907.
Alejandro Sux.
-<>{l^XC€i>>-
Paisaj^
A Oitz,nán Papini.
Para Apolo.
llora (le siesta. El sol ardiente baña
Ir faz enardecida de la tarde,
y su beso de fuego tiembla y arde
en la inculta región de la campaña.
La ignición de la atmósfera se empaña
en nn espasmo de sopor ; cobardo
corre, la brisa y en canoro alarde,
dice un boyero su canción extraña.
Vislúmbrase á lo lejos la alta sierra
de lujuriosa floración henchida;
una vacada por los campos yerra ;
un toro muge, la cerviz erguida,
y cuádrase en el plano de la tierra
como en una apoteosis á la vida !
JOSK VlAÑA.
— 283
ftr^^éio
Para Apolo.
Florirei as pedras pelos maus caminhoa . .
Guerra Junqueiro^
Nuevamente he paseado — por la playa do otrora —
Elaboró el Idilio — fantásticos mirajes —
Con raudal de fulgores — de una mágica aurora —
Con secretas rapsodias — de brumosos paisajes . . .
Y he evocado decires — de su voz seductora —
En ía cual flautas de oro — la servían de pajes —
Y liturgias eximias — de su alma canora —
Como el azul del cielo — las selvas, los oleajes...
j También han revivido — los sollozos profundos —
De nuestra despedida — el beso de dos mundos . . .
De la América joven — toda primaveral —
Y las maternas tierras — de la Europa Gloriosa —
Donde Grecia ha brillado — como Suprema Diosa —
Mostrando los oasis — sidéreos del Ideal !
Julio Raúl Mendilaharsu.
Bournemoutli— Setiembre de líK>7.
-^$CCC«&o-
La musa del ^risiotiero
Nitaltris infie:!
Noche egipcia. Blanco Isis
Las verdes aguas del Nilo
Riela con luz de berilo
Cabe el templo de Menfís.
Del perro-sacro Annubís
Bajo la panza, en sigilo,
Su amor al bello Diphilo
Da la reina Nitakris.
Y muda como la Esfinge,
Cómplice de la que fínge
A su rey honda pasión:
Bajo la luz selenita
Calla la guardia menfita
Su desventura al Faraón.
3XEa.rjga.rit a.
De una Germania nivosa
Eres blonda Margarita,
La que en mi sueilo me acosa
Y la que el sueilo me quita.
De «faience» primorosa
O japonesa laquita.
De tu amor la nebulosa
Me convierte en selenita:
Que haces que viva en la luna
Si con tu amor me importuna
Tu travesura infinita,
Terracota artificiosa
De una Germania nivosa:
¡Oh, mi blonda Margarita!
Adriano M. Aguiar.
— 284 —
S^Üová. . .
"' Para Apolo.
Hoy he amanecido con un poco de buena
voluntad. Y es seguro que en mi pobre ventana,
hsLTí querido las aves cantar esta mañana
con más amor y más armonía serena.
Pero este enrarecido pesar que me envenena
quiere que en mí cualquier sonrisa sea vana,
y es por esto que el sol filti'a por la persiana
un poco más alegre sin alegrar mi pena.
¿Estoy enfermo acaso de algún mal incurable
y hondo, que no me deja respirar alegrías
ni ver nada que sea placentero y amable?
Es posible. Señora . . . Pero es bien verdadero,
que sin amor me muero de tristezas muy frías
y si me besa un poco el amor, también muero . . .
Benjamín de Garay.
Buenos Aires, 1908.
■ c{i$:cc$(}o-
£ti el Umfilo
Para Ai-OLO.
Te vi sola en el templo cruzar la extensa nave
Y fijarte en la imagen de la virgen María,
Mientras el viejo armonium con ritmo lento y suave
En la vaga penumbra tristemente reía.
Cual si te atormentara alguna pena grave
O como si esquivaras la claridad del día,
Te ocultaste en la sombra, y diste vuelo al ave
De tus hondas nostalgias y tu melancolía.
Yo que también soñaba con la música triste,
Y hasta me habia olvidado de todo lo que existe
Para pensar en algo divino junto al ara.
Sentí en la estancia mística como vuelos paganos.
Cuando el velo apartaste con tus gráciles manos
Y me embrujó el prodigio de tu belleza rara.
Guillermo Lavado Isava.
La Victoria, Venezuela 1908.
— 285 —
Biblioéváñoas
liibfos y folletos ireeibidos
Fiat Lux ( Poemas varios ), por José San-
tos Chacana — Librería de Pueya — ( Ma-
drid ) — Constituye este libro una selecta
recopilación de poesías publicadas hace
mucho tiempo algunas y las otras inéditas.
En él, Choeano se presenta como un poeta
amplío y vigoroso que no hace . cuestión de
escuela para crear belleza. Fiat Lux está
dividido en tres partes : Poemas clásicos.
Románticos y Modernistas y trae un her-
moso prólogo de Andrés González Blanco.
Ojo y Alma {poesías), por Santiago Ar-
guello — Librería de Bourel — ( Parts) —El
autor del «Viaje al país de la decaden-
cia » nos ha obsequiado con un ejemplar
(le su líltímo libro de poesías que lleva el
sugestivo título de «Ojo y Alma ». Argue-
llo no sigue ninguna escuela; se mantiene
libre, y es un ferviente adorador de lo
bello. «La verdadera desnudez de Friné»
y « Las elegías del labrador » que perte-
necen á ese libro, son verdaderos modelos
de arte literario.
Baladas, por Luis do Oteiza — Madrid
— La importante casa editorial de Grego-
rio Pueyo acaba de enviarnos el nuevo
libro del exquisito autor de «Brumas».
« Baladas» es un volumen de poesías emo-
tivas, de colorido intenso y gran potencia
imaginativa. Las poesías « fena blanca»,
« Flor de almendro », « Una balada de
Heine » y « La Balada del órgano » son
dignas solamente del " espíritu heiniano.
Luis de Oteiza es, después de Juan Ramón
.Timénez, el temperamento que más se acer-
ca al del suave poeta del Eliin.
El salto de la n-ovia, (novela) por Ra-
fael Lopes de Haro — Librería Pueyo Ma-
drid — Con un hermoso prólogo de E. Ra-
mírez Blan»o, López de Haro acaba de
remitirnos su ultima producción literaria
titulada El salto de la navia. Bien escrita,
con páginas admirables por su colorido
realista, con pinceladas maestras de obser-
vación sagaz y bien elaborada. El salto de
la novia, aunque se resienta en su parte
psicológica por falta de hilacién y de vero-
similitud, sustenta sin embargo una tesis
liumana y cruel por lo tanto. 8u autor con
ella se conquista lugar preferente entre la
juventud nueva de la España moderna.
Personal en el estilo, atrevido en la expo-
sición de ciertos hechos, demuestra López
Haro en toda su nueva obra grandes condi-
ciones de novelador que ha sabido adunar
ú las bellezas de un estilo moderno, el
nervio del pensador.
Los Buitres (cuentos), pof Angeles Vi-
cente — Librería Pueya — Madrid — una
serie de cuentos admirables forman la obra
«Los Buitres», de Angeles Vicente. Xo
conocíamos nada de esta autora y á fe de
sinceros confesamos que la lectura de todas
las narraciones cortas que constituyen el
volumen cuyo recibo acusamos, nos ha
sorprendido agradablemente. La Vicente,
ha escrito páginas admirables de una ex-
quisita sencillez en la tesis, pero que no
por eso dejan de producir una agradable
sensación emotiva en los espíritus refina-
dos. Tanto en la forma de exposición como
en el broche con que cierra cada una de
las páginas de «Los Buitres», la Vicenta
se revela nueva, con un criterio amplio,
tal vez algo incomprensible para la mayo-
ría de los lectores que no saben de las
delicadozas del alma y de los resortes que
pulsa la emotividad del artista.
Despertar — ( novela ) — por Carlos Su-
riguez y Acha — N. Tommasi — Milán — Ita-
lia— Pertenece esta obraá la categoría de
las de lucha. Suriguez y Acha desarrolla
en ella un concepto social superior que no
es socialismo, ni acratismo, pero que tiene
un algo de ambas teorías modernas. ¿ Vale
la obra? En el reducido espacio de una
nota bibliográfica no puede hacerse el aná-
lisis debido para arribar á una afirmación
contundente. Sin embargo, haciendo abs-
tracción de ciertas hinchazones y defectos
de íforma hemos encontrado en toda ella
páginas admirables, observaciones valio-
sas y más que nada una orientación en el
autor sana y meritoria. Cambiando el mé-
todo de novelar, podando algo del afán que
muestra Suriguez y Acha á filosofar por su
cuenta, haciendo abandono de los persona-
jes que se mueven en la novela, es decir,
dando mayor movilidad á los protagonistas
de la obra, llegará Suriguez y Acha á ocu-
par un lugar de preferencia entre los nove-
listas americanos. Tiene las dos condicio-
nes primordiales de todo novelador : saga-
cidad de observación y facilidad para urdir
una trama novelesca interesante.
-o^^CCt^Oo-
Cotifer^ticia Sassotí^
En los primeros días del mes pasado nuestro amigo el escritor paruano Felipe
Sassone dio una conferencia en el Ateneo sobre el modernismo en la literatura española.
Nuestra opinión sobre dicha conferencia es contraria á Felipe Sassone, como 8|e lo ha
dicho verbalmente nuestro director. Hemos leído detenidamente las obras de algunos
escritores españoles que él ataca: Felipe Trigo y Blasco Ibaftez, y vemos que sus ataques
son infundados ó exagerados, pues usando el criterio valbaenista que él empleó en aquel
acto, toda obra resulta mala por más buena que ella sea.
Concurrió á oir la conferencia un selecto grupo de intelectuales y amateurs.
286
Voces ameriaatias
Una de las más interesantes revistas de arte y sociología que se publican en Amé-
''ica, es sin duda alguna Apolo, lujoso cuaderno mensual que exorna sus páginas con las
más brillantes plumas del continente. 8u director, el ¡oven poeta uruguayo Pérez y Curis.
«e ha propuesto que Apolo sea el portavoz de la cultura literaria y cieutíflca de estos
países de lengua castellana, y al efecto la revistn circula profusamente en las diversa^
capitales americanas.
Pronto implantará en Chilo una agencia para su veata al público, y de su éxito res-
ponde la bondad de su material, tanto en grabados como en selecta lectura.
Dentro de poco, pues, nuestro público podrá apreciar una de las más bellas mani-
festaciones del esfuerzo intelectual de esta parte del continente, y ello resultará segura-
mente para nosotros provechoso, toda vez que no tenemos en el país una publicación que
responda al elevado concepto de cultura que alcanzamos.
Hay que felicitarse de ello. Ya que nuestras revistas no pasan más allá de simples
esfuerzos aislados y fugaces, cuando no llegan á convertirse en escaparates de monerías
y de simplezas, en las que se escriben lucubraciones latosas y danse escandalosos zarpazos
á Mseterlinck, la obra de un intelectual sudamericano que asi tan fraternalmente aduna
los esfuerzos artísticos de los diversos países de habla castellana, resulta muy noble y
simpática.
Por nuestra parte, enviamos un sincero aplauso al director de Apolo. — De La
Prensa, Santiago de Chile.
« Apolo »
Hemos recibido el número 15, correspondiente al 1.° de Mayo, de esta importante
revista de arte y sociología, que dirije en Montevideo el brillante literato Pérez y Curis.
Apolo es, sin disputa, la mejor publicación literaria de cuantas aparecen allende
los Andes. Otras tienen más presentación, grabados multicolores, actualidíides políticas y
cuanto constituye un atractivo para el público grueso; pero ninguna reúne un material
literario tan escogido, ni signado por tan prestigiosas firmas como Apolo.
El número de (jue acusamos recibo, trac colaboración inédita de Vicente ¡Medina,
Amado líervo, Vargas Vila, Manuel Ugorte, Miguel Luis Rocuant, Ovidio Fernández
Ríos, Moreno Alba y Pérez y Curis. — De La Li^¡i. Santiago de Cliile.
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SEPTIEMBRE DE 1908
ESTE NUMERO CONTIENE:
El siKÑo DEL Tktrakca pop Vargas Viia
En el camixo )) J. R. Mendilaharsu
«Morena y Trágica» DE Isaac -Al i-Ñoz » Pérez y Curis
Ea (AÍDA DE LAS H(»iAs )) Migucl Lu¡s Rocuaiit
Elavekas )) Jorge González >
J.A TK'ENZA )) Angeles Vicente
A )) Adriano M. Aguiar
J)(»N (^)LiJoTE )) Juan Guerra Nüñez
De Sa.;onia )) J. IVI. Guerra Nüñez
Va n<. iRE.Mds ......... )) O. Fernández Ríos
El \ AMi>iR(» )) Delmira Agustín!
Del (ortejo interior » Aurelio del Hebrón
Lo Es!>ERAD<> » P. López Campaña
oivMKLAMA )) E. Mario Barreda
Ea última nota de ln roE>L\ . . . )) I. Rodríguez Martin
CoNNiuio SENTIMENTA1 » C. M. de Vallejo
l(f)No( lasta )) L. Vlcens Thievent
BiHLKXiRÁFicAs )) La Redaccíón
Rosa ígnea )) Pérez y Curis
Breviario epistolar ......)) )) )) »
( T M A B x\. D O 8 : I'aisaie. Domingo Aren'a, Paisa.) e. Axgélka
';. Kauffmanx ( cuadro de Eeynolds i. Coima
; DE otro cuadro DE ReVNOLDS Y CaRLos
— María de Valle.k».
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Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Redactor: P. LÓPEZ CAMPAÑA — Secretario de Redacción: O. FERXÁXDEZ RÍOS
ANO III -N.° 19.
Montevideo — Buenos Aires — Santiago de Chile, Septiembre de 1908.
Palabras políticas de Vargas Vila
El sueño del Tetpat»ea
Desde el Tratado de Westplia-
lia, tan enfáticamente llamado el
CÓDIGO DE LOS PUEBLOS, el Go-
bierno de la Europa, no ha sido,
sino un verdadero estado de sitio,
bajo cuya abrumadora inanidad
se siente clamar los pueblos :
espíritus llenos de una senci-
llez prudhomesca, han elogiado
hasta el ditirambo la diplomacia
•de ese Congreso, que no procla-
mó ante el mundo, sino un solo
derecho : el del mas fuerte ;
esclava de la Fuerza, la Euro-
pa, no ha podido concentrar su
esfuerzo sino en la conservación
de una paz armada, cuyo triunfo
efímero, es más terrible que el
■de las más sangrientas derrotas :
la obra de todas sus Cancille-
rías, ha sido la combinación de
ún esfuerzo Diplomático-Militar,
tendente á conservar ese estado
violento, lleno de luchas instinti-
vas y de competencias apasiona-
das;
los pueblos han sufrido ese
STATü Qüo de la brutalidad; ora
con una resignación triste, llena
de presagios, ora con una violen-
cia creciente, llena de peligros ;
la dogmatología de los parti-
dos de la fuerza, ha tendido al
imperio de esa paz enferma, como
la única salvación de su tradi-
ción adentro y de su seguridad
afuera; mientras los partidos ex-
tremos, se encabritan contra esa
paz, y zapando los cimientos me-
dioevales de las actuales formas
de Gobierno, combaten abierta-
mente la guerra por la revolución
en las conciencias, y los ejércitos
permanentes por la abolición del
servicio militar ;
entre el arcaísmo oficial de los
unos, y el materialismo guberna-
hiental de los otros, los hombres
de Estado, desorientados y dudo-
sos, se suceden en el Poder, agi-
tándose en el vacío y fracasando
en la impotencia, sin encontrar
fórmula posible entre la violen-
cia y la debilidad, ni solución
entre lo que ha sido y lo que debe
ser, íii terreno práctico alguno,
— 290
\.:
para pactar en una economía do
transición, que salve la Europa
de este estado alarmante de paz
sin tranquilidad y de fuerza sin
autoridad, que distingue el esta-
do actual de las naciones ;
fiCómo evitar la guerra'?
¿Cómo desarmar la paz?
He ahí, lo que i)reocupa á los
hombres de Estado, fuertes de
voluntad, conscientes de su mi-
sión superior, deseosos de acabar
con esta gestación de cosas san-
grientas, y establecer, definitiva-
mente, el p]quilibrio y la Concor-
dia de los pueblos ;
la astucia y la violencin, con-
tsiiiúan en ser la sola fuente del
Derecho Público, y la Fuerza, el
solo Poder dictando al ruido del
canon sus leyes en forma de Tra-
tados ;
y, esos Tratados, continúan en
mostrar su único principio : la
Fuerza, de la cual, el mundo,
parece no poder sacudir la ine-
xorable necesidad ;
La idea de un Parlamento
DE LA Paz, como la idea del
Arbitrage, no son nuevas en el
mundo de la Política y de la Di-
plomacia;
ellas, han obsesionado las men-
tes más ilustradas, y los corazo-
nes más generosos, deseosos de
acabar, con la Anarquía oi"gani-
zada por la violencia, que es el
Estado político de la Europa ac-
tual ;
en vano, Enrique IV é Isabel
de Inglaterra, ensayaron la crea-
ción de un Parlamento de las
Naciones, que fuese como un
Tribunal Regular del Derecho
de Gentes ;
esta obra colosal que el gran
pensamiento de Sully^, secundaba
denodadamente, fué muerta por
el pufial de Ravaillac, al atrave-
sar el corazón del Gran Rey ;
la Europa, la declaró irreali-
zable;
de esa gran política de los dos
primeros soberanos del mundo
moderno, Richelieu y Mazarino,
no fueron capaces de tomar sino
los expedientes; y la idea de
aquel Supremo Tribunal inter-
nacional, que fuese como la base
jurídica de la igualdad de las
naciones, fué relegado por la
vanidad de los unos y por la
inercia de los otros, al limbo de
las cosas imposibles;
el cañón desgarró los tratados
dictados por la guerra de los cien
aKos y la anarquía ci'eada por el
Congreso de Westphalia conti-
nuó en reinar.
Esta asamblea plenaria de los
estados europeos, fué incapaz de
instituir el Tribunal de Derecho
Público y el código de las nacio-
nes, del cual los pueblos y los
soberanos sentían y continúan
en sentir, la clamorosa urgencia.
Faltó al de Westphalia, ese
carilcter legal y moral, que el
congreso de Arras tuvo;
este fué una reunión de poten-
cias mediatrices, reunidas por el
solo interés humano de detener
una guerra entre pueblos cris-
tianos; y aquel, al contrario, ftié
una reunión diplomática, de po-
tencias beligerantes, directamen-
te interesadas, siendo jueces y
partes, y no teniendo otra ins-
piración que la dictadura de los
ejércitos victoriosos y el juicio,
siempre ciego, de la fatalidad de
los combates.
los verdaderos diplomáticos,
fueron entonces, los grandes ge-
nerales, dictando como vence-
dores ó como vencidos, sus leyes
á la Diplomacia, á los golpes de
callón que se enviaban del Danu-
bio al Ezcaul y del Pó al Báltico;
de ahí la esterilidad de su
obra:
— 291
desde entonces, el llamado
Equilibrio de las Potencias, no
pudo sostenerse sino apuntalado
por las bayonetas ; y el Derecho
Público, no sufrió otros comen-
tarios que los comentarios de la
espada ;
en vano, los Congresos se su-
cedieron á los Congresos, sin
lograr fundar nada, sobre ese
terreno batido por todos los hu-
racanes de la Fuerza ;
el Congreso de Nuremberg
(1649-1651) como el de Nieg-
megue, ( 1696 ) fueron nulos, á
pesar de ser el Papa y el Rey de
Inglaterra mediadores ;
el de Rysswy en 1697, el de
Utrecn 1712, el de Aixle Chape-
lio, bajo la dictadura Franco -
Inglesa, que hizo murmurar á
España ; el de Teschen 1779 ; el
de Rastad 1798 en que se trató
sólo por notas ; y el de Amiens
en 1801, que fué más bien un
pouparleuf entre la Diplomacia
Francesa y el Foreing Office, con
prescindencia absoluta de todos
los demás ;
¿ he de relatar aquí los cuatro
Congresos de la Santa Alianza
estériles para el Derecho, como
todo lo que salir podía de ese
organismo vetusto, enemigo de
todo derecho colectivo creado?
su sangrienta esterilidad los
pone casi fuera de la Historia,
el Congreso de Viena, no fué
sino un acto de venganza de los
aliados contra la Francia, y, he-
cho para vengar la guerra y no
para evitarla, no merece ser con-
tado entre los Congresos de la
Paz:
el 21 de Marzo de 1859 el Em-
perador de Rusia, en vista de la
guerra inminente entre el Aus-
tria y el Piamonte, ensayó con-
vocar un Congreso Europeo con
el fin de provenirla ;
ese Congreso fracasó, por la opo-
sición del Gobierno Austríaco ;
en 1863 Napoleón III Empera-
dor de los franceses, después de
haber anunciado al mundo que,
LA ERA DE LAS COXQÜISTAS HABÍA
PASADO, invitó á los países de
Europa pa»'a un Congreso que
tenía por objeto: limitar los ar-
mamentos EXAGERADOS Y ATEN'-
DER AL ESTADO ENFERMIZO Y PRE-
CARIO DE LA PAZ, en el conti-
nente ;
esa generosa llamada al inte-
rés y á la razón de los Gobier-
nos, fracaso también ;
á ella siguieron de cerca, la
Guerra de Italia y la expedición
de Méjico, como para demostrar
la ironía sangrienta del destino
y el ridiculo conmovedor que
marca la inanidad de la palabra
humana, cuando quiere detener
con el dique de un vocablo la
marea tenebrosa de los hechos
por venir ;
la rapacidad organizada, con-
tinuó en ser la Ley de los más
fuertes, y el cailón, en dictar su
veredicto, al inerme dolor de los
más débiles ;
el pensamiento generoso, náu-
frago de la Diplomacia, se refu-
gió en el cerebro visionario de
algunos sociólogos, y la concep-
ción de una Paz Universal, pare-
ció delegada á los limbos de
un platonismo lúcido confinando
con las fronteras siempre ama-
bles del País de la Utopía ;
nuestro siglo brutal, de asola-
dora y ruda vegetación de obras
de fuerza, hizo que hablar de esa
paz, pareciese, si no un atrevi-
miento ilimitado, al menos sí, el
ensueño del más ridiculo candor;
el siglo que Napoleón había
inaugurado por la Fuerza, aca-
baba de desaparecer, con rudos
alardes de un barbarismo mili-
tar omnipotente ;
un ambiente bárbaro llenaba
— 292 —
la atmósfera, y el gesto despó-
tieo de los hombres armados, era
eomo el augurio del alba sinies-
tra, en que había de temblar el
mundo, ante el drama fratricida
que la inexorable fatalidad pa-
recía reservarnos.
Fué entonces, que el Soberano
absoluto de un país reciente-
mente vencido por la guerra,
vino á hablar al mundo de la
l>az ;
fué un vencido de los comba-
tes materiales, (juien tuvo esa
gran palabra de Victoria moral.
Del fondo de su palacio, rodea-
do de soldados, entre los gritos
asordadores del motín, cercado
por la revolución >■ por la muer-
te, el Czar de todas las Kusias,
lanzó al mundo su mensaje de
}>az, y convocó á las naciones <'i
ese gran IMebiscito del Derecho,
<]ue ha sido la. conferencia de la
Haya, ((ue acaba de cerrarse.
Yo, no sé de alguien que haya
tomado en serio el Congreso Pan-
Americano, de Río Janeiro ; ni
siquiera Mr. Koot, y el Barón de
Ivío Branco, que se guiñaban el
ojo, por sobre las cabezas tonta-
races y multicolores de sus cole-
gas, inclinadas en señal de ado-
ración, ante el retrato de Koose-
velt . . .
esa mascarada tropical, se des-
vaneció en el silencio . . .
pero, no así la Conferencia de
la Hay¿i ;
ese puffismo ostentoso de los
paciíistas, niAs ostentoso que una
obra de misericordia de Carne-
gie, si fué tomado en cuenta,
aunque hipócritamente, por la
Europa miedosa, coaligada para
admirarlo . . .
ningún pensador serio, creyó
en la eficacia de esa Conferencia;
su fracaso, era previsto, mucho
antes de su Sesión Inaugural ;
todos sabían, que el sueno del
Tetrarca moscovita, sería irrea-
lizable, y, que de su desastrosa
inanidad, no resultaría, sino una
reo'udescencia del instinto gue-
rrero, que trabaja el corazón del
mundo, y, una agravación más
n'ipida del anarquismo y el des-
potismo en los gobiernos;
en cuanto á los diplómatas del
viejo mundo, ellos sabían que su
misión era la astucia ; nombra-
dos para representar la farsa
imperial, ellos llenarían su papel
sin ninguna convención profe-
sional, dispuestos á cortejar la
soberanía de la Fuerza, é incli-
narse ante ella, como ante un
veredicto de la Divinidad . . .
en cuíinto á los débiles se les
había invitado para deslumhrar-
los y para humillarlos . . .
el sabor de militarismo gótico,
que distinguió desde el principio
la resonante Asamblea, acabó con
las pocas ilusiones, que los sona-
dores del mundo, con un entu-
siasmo conmovedor, habían sem-
brado como rosas, sobre aquella
muralla de la Fuerza bruta ;
el caporalismo Tudesco, impe-
rativo y aleccionado, convirtió
desde el primer día, las discusio-
nes de aquel Congreso, en las de
un Estado Mayor Universal, arre-
glando los preliminares de un
combate . . .
en aquella asamblea de la Paz,
no se habló sino de la Guerra . . .
y, como si no fuesen bastantes
los discursos de los hombres, las
fusiladas japonesas, asesinando
la Independencia de Corea, vinie-
ron A unirse íi estas deliberacio-
nes . . ,
y, los cañones del Almirante
Philibert, violando, los más tri-
viales preceptos del Derecho de
gentes, sonaron en la augustii
Asamblea, para anunciarle, cómo
se asesina un pueblo, cómo se
293 —
violan todos los preceptos de la
Civilización y de la Humanidad,
cuando ese pueblo no pertenece
al salvaje comité de los más fuer-
tes . . .
la sangre de Seoule, salpicó,
aquel Tribunal Feudal, presidido
por el alma de Moltke, y, el cadá-
ver de Marruecos, cayó en la
Sala de los SeSores de Holan-
da, para mostrar á aquellos for-
zados de la guerra, toda la infa-
me esterilidad de su misión . . .
en cuanto á nuestra América
y, Mr. Choate, como si tradu-
jese bien, el alma aventurera,
codiciosa y fríamente cruel de su
Amo, se oponía, á la admisión de
la doctrina Drago, ese triste ha-
rapo de derecho, que su mismo
autor acabó por renegar y trai-
cionar . . .
las colonias americanas (Cuba
y Panamá ), habilitadas de sobe-
ranía provisoria, para los sucios
menesteres del sacrificio de la
raza, concurrieron con sus amos
á la extinción de todo derecho
ecuatorial, fuera de los Delega-
dos, que defienden sus dietas,
nadie osará decir, que hemos ga-
nado algo, en aquella comedia
irritante, de la cual, el alma de
la Justicia estuvo ausente ;
mientras se discutía en la Ha-
ya, sobre el Derecho de los pue-
blos, las manos de Mr. Roosevelt,
— ese temible clown del pacifis-
mo, — apretaba el cuello de Cen-
tro - América, hasta casi ahogar-
la, porque esos pueblos resistían
hasta donde era posible á la pa-
namización lenta del Istmo :
escrito, para nuestra pobre Amé-
rica, una vez más mistificada y
vendida ; aquellos esclavos, ven-
didos y no conquistados, pusie-
ron en abandonar á sus herma-
nos mayor empeño que el que
habían puesto antes en abando-
nar la Libertad y en traicionar
la Raza . . .
¿Tendrá la América ocasión
de consolarse de esta nueva de-
rrota de sus esperanzas ? . . .
sí . . .
el día en que iluminada por un
rayo de Damasco, rechace el
— 294
Pan - Americanismo corruptor é
invasor, y proclamando altamen-
te el Indo-Hispanismo, convoque
un Congreso, netamente latino
Americano, sin la tutela vergon-
zosa de los yankees, lejos de su
salvaje policía diplomática ;
frente á la teoría de la Pasivi-
dad, es necesario alzar la teoría
de la Actividad . . .
el pecorismo de nuestra Diplo-
macia asusta . . .
pueblos sin iniciativa, pueblos
sin fe, habiendo renunciado á la
Libertad antes de adquirirln ¿va-
mos también á renunciará nues-
tra nacionalidad antes de defen-
derla ? . . .
¿ imitaremos todos á Colom-
bia?
¿no tendremos como aquella
nación, decrépita y desg-raciada,
una gota de sangre en las venas
para verterla á la hora en que hi
espada déla fuerza, tendida sobre
nosotros, venga á mutilarnos?...
no: sólo Colo-mbia, es capaz de
producir á Huertas . . ,
sólo Colombia es capaz de co-
ronar á Reyes . . .
no :
aun hay nieve en las cimas, y,
el día que el sol del patriotismo
la derrita, bajará sobre la tierra,
hecha un torrente de fuego . . .
y, á esos pueblos, que retroce-
den vertiginosamente, tan lejos
como es posible, hacia la Nada,
ese torrente los contendrá como
un rio invadeable . . .
y, detenidos en su estupefac-
ción, esos pueblos, darán cara á
la Conquista . . .
y, dar cara á la Conquista, es
dar cara á la Victoria . . .
no mueren otros pueblos, que
aquellos que se suicidan . . .
-<^$CXX:4:>-
£ti -el camitio...
Pura A i'or.í
Mi canción ora es triste cual hojas
Que el otoño doliente (li8))crsa,
Esas hojas (lue hablaban á Werthcr
De la Muerte con débiles iiuejus;
Ora tiene un clarín en sus ritmos
Y entusiasta, febril, aletea,
Entrenando, orgullosa, á los vieutos
Su purpúrea y rebelde bandera
Como un himno que brilla en las cimas
Donde triunfa la luz de la Idea.
Mi canción ora emite sollozos
Como lo ha^íen las rimas de Bécquer,
De Leopardi, los versos sombríos,
Y la flauta del pobre Verlaine,
Ora expresa con sones de diana
Esperanzas é ideales que mecen
Su corona de azur en los astros
Como flores de un sueño celeste.
Al araiijo y al poeta Josd G. Antuña.
Mi canción ya es un beso en delirio
Cual los besos que daba Romeo,
O ya es mística nota de armonio
Que atraviesa una nube de incienso . .
Ya contiene en su seno jazmines
Florecidos en valles helenos,
Ya posee la Uama de un cirio
Que paciente agoniza en un templo . .
Es mirada que invita á Cleopatra
A i-endirse á unos labios de fuego,
Es murmullo de selvas indúes,
Es plegaria que va hacia el Silencio,
O es la gota de lluvia que llora
Bajo un pálido cielo de invierno . . .
Julio Raúl Me.ndilaharsu.
Francia, Junio 190S.
295 —
Por jardíMs ajenos
" f/lot>enet y Tpágica", de Isaae |VIuñoz
He aquí el libro no de un pensador sobrio y profundo ni tampoco
de un novelista S3nsible á extraños y complica los psicologismos,
sino de un divino artista de quien diríamos el Leonardo de Vinel
de la prosa.
« Morena y Trágica » es una bella etopea rica de colorido y
modernidad en que aparece toda desnuda el alma supersticiosa de
la raza gitana cuya vida es una fuente de misteriosos ritos y prác-
ticas cabalísticas.
Isaac MuHoz, que es á la vez un mago de las sensaciones y un
innovador de vei-dad enamorado de la forma, ha interpretado bien
el modernismo, y alejándose de todo aquello que cercana ó remo-
tamente pudiera atribuirse á un modelo, nos ofrece á manera de
poema un dechado de novela, regio y original.
Sin profundizar el concepto de las cosas, y sí cuidando escru-
pulosamente la euritmia de la frase breve y lapidaria y los modos
de expresión que han de sugerir concretamente al lector emociones
estéticas simü^ii'es á las suyas, él es, entre los escritores contempo-
ráneos un cruzado del arte nuevo porque su estilo único, rebosante
de belleza, armoniza con el joyel de su ideología lírica, más alta y
más pura que la de quienes, fingiéndose refractarios á las leyes aca-
démicas, no aceptan las innovaciones de los grandes modernistas.
El modernismo no consiste sólo en la forma á pesar de los
asertos de algunos escritores, ni en la novedad de las sensaciones
únicamente, según aflrman otros que nos lo presentan como sinó-
nimo del decadentismo.
Sin embargo, quien no concibe modernista una obra nueva en
el fondo por sus ideas puramente tendenciosas, ó si se quiere, por
la sutilidad de sus impresiones emotivas, si es clásico el molde que
sirvió para ejecutapla, jamás debiera concebirla en la forma sí su
esencia es extraída del árbol de las ideas caducas.
Imaginaos la obra de un pensador modernista escrita en el
lenguaje de Cervantes y podréis compararla con un «Don Quijote»
de forma moderna.
¿No veis que ambos son la antítesis del modernismo?
Y bien : el modernismo es producto de la conjunción del color
y la esencia ó sea de la forma y el fondo que tienden á armonizarse
á medida que se opera la evolución literaria y la idea del indivi-
dualismo cunde doquiera y se cristaliza en los cerebros ansiosos
de renovación.
En América, como en España, hay escritores que sin poder
llamarse clásicos tampoco son modernistas. Permanecen vacilantes
en la penumbra, no atreviéndose á optar por el arte moderno que
es el fruto del esfuerzo individual.
— 20G -
Hay otros, en cambio, como Vargas Vila, Riibcn Darío y San-
tiago Arguello (éste en prosa, solamente) cuyo arte es absoluto.
En Espaíla Felipe Trigo, Valle Inch'in, Miguel A. Rodenas ( 1 )
y otros entre los prosadores, que no cito ahora porque no conozco
toda su labor intelectual, se han lanzado á la conquista de un estilo
propio y lo han conseguido merced A su desdén por las escuelas
literarias y A su gran deseo de no semejarse á nadie.
Tal hizo Isaac JMunoz con su novela «Voluptuosidad», mara-
villa artística que parece hecha por un orfebre de la palabra, y
ahora afirma su personalidad con «Morena y Trágica» que es como
un poema pagano cada uno de cuyos versi3ulos encierra, no obstante
su brevedad, una salve al amor humano ó un madrigal de miel á la
belleza plástica que produce dulcísimas sensaciones é ilumina y
educa el sentimiento estético.
La pintura descriptiva, así como las semblanzas de los perso-
najes de ese libro, no pueden ser más sugestivas y exactas dentro
de la síntesis de la oración en la que su autor no emplea voces
superfinas que amenguarían la gracia y espontaneidad de su léxico
sonoro.
La prosa de Isaac IMúfíoz es de una vaga harmonía que á las
veces contrasta con el realismo de las escenas audaces que él pinta
magistralmente. Es el suyo el divino contraste de un cuadro volup-
tuoso á lo AVatteu en el que sólo se enii)learan matices claros con
el objeto de espiritualizar el motivo.
Siendo amoral por temperamento, Isaac Munoz no cree en eso
que han dado en llamar algunos: pornografía del arte. El arte no
es pornográfico. Donde hay arte jamás hay pornografía; hay ver-
dad, además de belleza, porque el artista verdadero no ha de ser
un moralista cuyo objeto })rimordial sea halagar á todos los pudi-
bundos.
Pero hay ta minien un pr¡ncii)io de moral falsa en ciertos escri-
tores timoratos que suelen velar con enigmáticas frases sus escenas
descarnadas, tergiversándolas por completo.
Y eso es contraproducente para el criterio de los lectores suspi-
caces que aman el arte tal como es por naturaleza, y no deformado
por el velo de la hipocresía.
« Morena y Trágica » es de un verismo absoluto y de una evo-,
Ciición tan fiel de la vida y las costumbres gitanas, que recuerda
■ol alma reminiscente de los cantares de gesta.
JMartirio, supersticiosa ferviente como todas las gitanas que
•creen en la virtud de los amuletos y de los augures, ama febril-
mente y se entrega al liombre que la requiere.
Luego, para que el amor perdure, según los ritos gitanos,
liiere el brazo del amante y éste á su vez el de ella, y ambos suc-
cionan mutuamente la sangre que brota de las heridas hechas en
holocausto al amor. Y terminan el acto sus tremantes bocas con na
beso largo y sensual que sella el pacto amoroso.
( í j Recomiemlo la leetuia de «Tierras de Paz» de este admirable escritor. Próxima-
leiite me ocuparé de ese libro cuya dulzura eglógiea me hace pensar en los idilios l)as-'
mente ,
toriles de Arcadia
— 297 —
Después ambos se separan y cuando vuelven á verse, Martirio,
movida íntimamente por quién sab3 qué pronóstico fatal duda de
la fidelidad del amante y se entrega de lleno á la cabala procu-
rando saber su destino.
, ,. El Hado no le es propicio. El le dice que su amante ya no la
;vma y su amor grande y ardiente traé:^a3e en odio hacia él.
Y muere de amor Martirio, cumpliéndose así su lúgubre pre-
sentimiento :
« Yo moriré porque tsnjo tu zrtnjrs, por.juz z)y tu rumí, y;
porque no podría mira á otro hombre».
'■■ Tal es, en síntesis, el tema de esa novela que tiene poesía de
idilio y rasgos perversos de voluptuosidad y lujuria.
Las inclinaciones sádicas que S3 insinúan precediendo al
<?spasmo ; los atractivos del sexo sediento y devorador ; la crueldad
y la tortura implacables usadas como incentivos para el goce
sexual ; todo cuanto hay de humano en el amor está descrito coii
altura en esas páginas de fuego, cuyo fondo de verdad es un mérito
enorme que hoy nadie alcanza á loar.
Aunque t Morena y Trágica » no es esencialmente lo que se
llama una novela psicológica ni de modernas orientaciones sociales
ó científicas, la psicología de los variados tipos que presenta Isaae
Muíloz es tan delicada y veraz que lleva á la imaginación del
lector el arquetipo acabado y el carácter general de la raza á que
aquéllos pertenecen.
El gran instinto de observación pictórica y la grande intuición
de lo bello que acusan las descripciones breves y amenas de esa
obra hablan tanto de un sensitivo en cuyo espíritu priva la
influencia del miraje como de un poeta en cuyos labios pone el Arte
armoniosas formas verbales aparentes al motivo de su canto.
Esa virtud del escritor de fibra que aduna á la riqueza de sus.
emociones íntimas el venero inagotable de sus arpadas verbaliza-
ciones no invoca turiferarios para demostrarse á todos ni compra;
el silencio de la crítica convencional, dócil tan pronto al soborno-
como á la ferocidad.
Isaac MuQoz no necesita, pues, turiferarios, porque su vigo-
roso talento es superior al elogio y porque sus libros, á fuer de
originales, no tienen reminiscencias de otras lecturas ni siquiera
semejanzas con ningún otro estilo.
Entre las joyas de la moderna literatura que hoy ejecuta en
Espaíla un selecto grupo de paladines del Ideal, «Morena y Trá-
gica » es un breviario de amor y un bello símbolo de arte.
PÉREZ Y CüRIS.
o{:$c:^^|}o-
298 —
DOMINGO RHBfiR
— 299 —
tira Cl)iUtia ni
lia caída de las hojas
CERRO SANTA LUCÍA
Para AroLO.
En el Cerro. Anochece. Ya el verde amarilJea
en el ralo -boscaje, i en los Andes clarea
una línea de nieve con un róseo matiz.
Voi siguiendo la verja que oxida la patina,
mirando el eucaliptus, el aromo, la encina
i á lo lejos, el kiosco, dibujado en el gris.
Sopla el viento de otoño. Las hojas, dando vueltas,,
descienden de soslayo, i agrupadas ó sueltas,
las veo sobre el polvo de la senda correr,
en tanto que allá arriba, los árboles confunden
sus copas oscilantes, i se pierden, se funden
en las tintas del cielo que empieza á ennegrecer. -
Yo sigo paso á paso. x41 través de las ramas
infiltran las estrellas el oro de sus llamas,
que resbala con suelto, cristalino temblor;
tan levemente cae la luz sedosa i rubia,
que imita la lijera, la fujitiva lluvia
de los pétalos blancos de algún árbol en flor.
¿Qué viento las ajita? Me detengo. ¿Hacia ellas
qué me atrae? ¿Qué aguardan las abiertas estrellas
cujeas luces descienden con trémula fluidez ?
Sus hojas me sujieren la esperanza del fruto,
por el cual ya hace tiempo, que se dan en tributo,
cayendo temljlorosas, como aristas de mies . . .
¿Serán, talvez, como esos corazones que dejan,
cansados de la vida, en vientos que se alejan,
una á una las frondas de sus suefios flotar,
sin sentir ya las ansias dolorosas de un día
que, abriendo entre la bruma de cualquier lejanía,
los haga dar el fruto de su largo soñar?
¡ Quién sabe ! Mas si nunca la vida late en vano,
sí al fondo de los cielos í al fondo de lo humano
ella anima el esfuerzo de toda floración,
en auroras lejanas, del futuro sabidas,
¿no hará que nazca el fruto de las hojas caídas
de la pálida estrella i el rojo corazón ?
._ soo —
Se intensa la penumbra. Los élitros de un grillo
«crepitan en la grama ; el fulgor amarillo
•de un farol parpadeante se enciende en el confín.
Es la noche. 1 rasando los árboles que, rectos
o en mayúscula i griega se levantan erectos,
yo sigo mi camino, lentamente, sin fin.
Sabiendo que entretanto la ideal primavera
no alumbre el horizonte, los sueños del que espera
i las briznas florales de la luz estelar,
seguirán, en el triste silencio vespertino,
cayendo cual las hojas de este largo camino
bajo el soplo de viento que las quiera arrastrar!
Miguel Luis Kocuant.
Santiajío de Chile.
Playeras
Pa7\t Apolo.
I
II
Viejo encanto que revives
á la luz crepuscular ;
viejo encanto que recibes
mi adoración junto al mar;
Escribe sobre la arena
tu nombre. Escribe tu nombre!
i que la playa se alfombre
con nombres tuj'os, sirena !
yo sé que tú no concibes
ni mi amor ni mi pesar
i sé que cuando me escriljcs,
escribes riendo, al azar.
( I como tú eres tan buena
ojalá que no te asombre
mi extraiío delirio de hombre
al querer besar tu pena.. .)
I no sabes, perla viva!
lo que mi alma sensitiva
sufre mirándote así
Esci'ibe tu nombre. Escribe . .
I mi adoración recibe,
oh, mi inefable sirena !
tan pálida en la ribera
como una sombra playera
que se muere junto á mi !
I si aquí otra vez volvemos
buscaremos, buscaremos
tu nombre escrito en la arena !
Jorge González.
Santiafro tic Chile.
— 301 —
LjPl TK-ElSrZLA.
cí Luis de Terdn.
La puerta se abre suavemente
y una corriente de aire frío pe-
netra en la habitación, una ha-
bitación humilde de estudiante
bohemio. Sobre la mesa de no-
che se ve la mitad de un cráneo,
y sobre el pupitre, en revuelto
montón, libros y papeles, restos
de esqueletos, clavículas, falan-
ges, una tibia gigantesca . . .
Atilio ha estudiado esta tarde.
Después, rendido, casi extenua-
do, se ha tendido en el lecho, que
en estos momentos de cansancio
es su paraíso terrestre. Algún
rumor llega de la calle : son los
últimos trasnochadores que se
retiran A sus viviendas. Reina en
la casa profundo silencio. La
lámpara so apaga ... Y he aquí
que de la puerta abierta, cual de
esa puerta eterna y misteriosa
por donde pasan todos los sue-
ños, se precipitan multitud de
negros fantasmas; uno, otro, otro
más . . . Pronto está llena la ha-
bitación. Se oyen voces tenues
como suspiros.
— Duerme.
— Dejémosle estar.
— Está cansado.
— Si pudiéramos vengarnos...
— No, dejadle.
— Pero si me ha deshecho, me
ha cortado, me ha descarnado.
— A mí también.
— Mientras tenía mi cráneo
entre sus manos pálidas y ner-
viosas, le vi temblar. Por largo
rato tuvo fija su mirada en mis
descarnadas órbitas, como si qui-
siera penetrar el misterio de mi
vida y de mi muerte ...
Una voz más dulce, más te-
nue, como un suave murmullo,
se impone á las demás :
— También á mí me ha profti-
nado ... y le perdono . . .
Al sonar esta voz, las sombras
negras se desvanecen. En tanto,
una sombra vaga, informe, blan-
quecina, como un girón ule nie-
bla, se aproxima al lecho y se
inclina al oído del estudiante,
que duerme profundamente. Le
habla :
— Atilio . . . Soy yo, tu Ele-
na ... ¿No me reconoces ? . . .
Hace pocas horas me tuviste en
tus manos, indiferente y cruel . . .
¿no me reconociste? . . . Estaba
tan desfigurada . . . tan cambia-
da!.. . has descarnado mis po-
bres huesos, has fatigado tu vista,
has puesto toda tu voluntad de
operador en mi materia mortal...
Y pensar que tendrías miedo de
tí mismo si . . .
La voz se dulcifica :
— Sí, habrías tenido miedo . . .
¿ No me conoces aún ? ¿ Por qué
tiemblas? ... Si, soy yo, Elena...
¿ Quieres saber lo que fué de mí
durante tu ausencia?... ¿Para
qué ? . . . ¡La vida ! La vida es
sólo un tránsito . . . ¡ Qué ridicu-
las me parecen ahora mis penas
de entonces, y qué infantiles mis
alegrías ! . . . ¿ Para qué quieres
saber lo que fué mi vida lejos
de tí ? . . . No vale la pena de
relatar aquel suplicio . . . Imagí-
nate las mayores humillaciones,
las más grandes miserias . . . Fui
presa de caricias brutales, de
explotaciones inicuas, de infa-
mes vilezas . . . Ah, tampoco en-
tonces hubieras tú reconocido á
tu Elena, degradada y caída . . .
La muerte, tan estúpidamente
temida, me redimió al fin y me
trajo á tu lado, dejó á mi espí-
ritu que volase libre á tu en-
cuentro y te entregó mi cuerpo,
mi pobre cuerpo inerte y lace-
rado, en una sala anatómica,
302 —
delante de unos arrogantes escép-
ticos ... No me reconociste, me
viste lívida, desnuda, tendida
sobre una mesa, cerrados los
ojos, los miembros casi descom-
puestos, y no sospechaste siquie-
ra que aquel cuerpo había sido
incentivo de todas tus ilusio-
nes. . . ¿no quedaba en él nada
de aquella ideal belleza que te
deslumbraba ? . . . Un profesor
ñaco, huesudo, de voz estridente,
me mostraba ¿i sus alumnos, des-
cribiendo las impurezas de mi
piel, las deformidades de mis
miembros enfermos. Luego em-
pezó á seccionarme con un bis-
turí . . . Pero ¿ sufres ? ¿ te horro-
rizas?... Tranquilízate: no si-
go... Olvidaba que tú vives aún
vida material y he alterado tus
nervios . . .
El íantasma Viiclla y enmude-
ce. Otros íantasuias se acercan
y rodean el le^ho, fundiéndose
y compenetrándose con fluidez
maravillosa. El primero se rea-
nima por fin y habla de nuevo
al dormido, inclinándose sobre
el lecho con solicitud maternal:
— Nada temas : yo velaré por
tí. Antes de morir, ¿sabes?, qui-
se escribii'te. Te escribí una
carta larga, llena de higrimas.
Después me hice cortar el cabe-
llo, aquella trenza de oro que
tanto habías amado en otro tiem-
po, y la dejé, con la carta á tu
nombre, encargando que te bus-
casen. Guárdala, porque su in-
fluencia será beneflciosa á tu vi-
da . . . Despiértate, querido . . .
Atilio se despierta nervioso,
inquieto. ¿Había sonado? ¿Era
un alucinado? ¿Qué historia
era aquella? ¿Quién era aquella
Elena que se le aparecía en sue-
ños?. . . De pronto, un recuerdo
y una duda terrible le hacen
estremecerse: Elena... sí, Elena
se llamaba su primera novia, la
compañera de su infancia allá en
el pueblo natal. ¿Pero cómo se
había olvidado de ella? ¡Si la ha-
bía querido tanto! ... Se apodera
de él el terror. En la obscuridad
tropieza, haciendo caer el cráneo
que está sobre la mesa de noche.
El ruido que éste hace al caer,
aumenta la intensidad de su mie-
<lo y permanece inmóvil espe-
rando el alba. Llueve en la calle
insistentemente . . . Un reloj, es-
condido en alguna casa vecina,
da las horas incansable y monó-
tono. Al primer rayo de luz que
penetra por los vidrios de la ven-
tana, se viste Atilio, sale precipi-
tadamente á la calle sin cuidarse
siquiera de cerrar la puerta de
la casa y corre al hospital. La
sala anatómicii está cerrada.
— ¡ El guardián ! ¿ Dónde está
el guardián? La puerta se abre
al ñn sin ruido... El interior
está vacío como un sepulcro
abandonado. Atilio titubea unos
instantes y por ñn se lanza á la
calle... Cuando vuelve á su casa,
encuentra sobre la mesa una
carta y una trenza de cabellos
rubios.
Angeles Vicente.
Fuente pura y cristalina
Donde el amor se retrata,
Como en nn lago de plata
La luz del alba prístina;
Dül mar misteriosa ondina,
jPs.
Pai-a Apolo.
Aura que endechas murmura
Es tu célica hermosura,
Y en pos de tu huella voy
Que yo satélite soy
Del astro que en ti fulgura.
Adriano AI. Aguiar.
— 303
lira Cubana
Don Quijote
De Sajonia
Para Apolo.
Para Apolo.
Va por la Mancha el Mancliego
Con su yelmo y con su adarga,
Mientras que su pecho embarga
Terrible pasión de fuego.
Blanca y bella, casta y pura,
Semejante á una azucena.
La vi una noche de pena,
De pasión y de amargura.
La bella dama, su ruegro
Blanca v bella, su hermosura
No escuchó; y él con su amarga De princesita agaren£i.
Tristeza que es una carga Me dejó de anhelos llena
Va por los caminos, ciego. El alma torva y obscura.
Dice su cántico de oro
El de la Triste Figura
Junto al balcón ojival.
Taciturna y pensativa,
Bajo la moruna ojiva
Del elegante salón,
Soñando que la « Hermosura »
Oye su verso sonoro
Desde su alcoba feudal.
Juan Guerra NúSez.
Una visión parecía
La niña dulce y sombría
Que me robó el corazón.
José M. Guerra XúíCez.
504 —
Uva Uruguaya
Va no ii»cmos
(De Ziij Zaij, Santiago de Chile)
Ya lio iremos, ya no iremos
A Francisco Vill»espesa.
Los dos juntos á pasear por la pradera,
A contarnos mutuamente nuestras cuitas,
Nuestras ansias, nuestros sueños, nuestras penas !
¡ Ya no iremos, ya no iremos, •
A pasear por la pradera.
Ya no iremos como entonces,
A soñar bajo las frondas de los sauces,
En los días de apacible primavera.
Bajo el oro prodig'ioso de sus tardes !
i Ya no iremos, ya no iremos
A soñar bajo los sauces!
Ya no iremos, ante el lujo del ocaso.
Silenciosos, á llorar sobre las rocas,
Escuchando como sórdida querella
Los vaivenes rumorosos de las olas !
¡Ya no iremos, ya no iremos
A llorar sobre las rocas !
Ya lio iremos á llevar pan á los cisnes
Que nacieron en el lago ;
A .los cisnes que tenían su merienda
En el ánfora divina de tus manos !
¡Ya no iremos, ya no iremos!
Tú y los cisnes que nacieron en el lago
Ya se lian muerto, ya se han muerto !
Montevideo. OviDIO FERNÁNDEZ RÍOS.
El vampifo
En el regazo de la tarde triste
Yo invoqué tu dolor . . . Sentirlo era
Sentirte el corazón ! Palideciste
Hasta la voz ; tus párpados de cera
Bajaron ... y callaste ... y pareciste
Oir pasar la Muerte . . . Yo que abriera
Tu herida mordí en ella — ¿ me sentiste ?-
Como en el oro de un panal mordiera !
Y exprimí más, traidora, dulcemente
Tu corazón herido mortalmente,
Para ai'OLO.
Por la cruel daga rara y exquisita
De un mal sin nombre, hasta sangrarlo en
[ llanto !
Y las mil bocas de mi sed maldita
Tendí á esa fuente abierta en tu quebranto.
Por ([uc fui tu vampiro de amargura ? . . .
(. Soy ílor ó estirpe de una especie obscura
Que come llagas y que bebe el llanto ? . . .
Delmira Agustini.
-^ 305 --r-
Del eoptcjq interiop
( FRAGMENTOS )
Para AroLO
Y, lentamente... larg-amente . . . pasan,
como una silenciosa teoría en la solemne
lontananza en crepúsculo del recuerdo, como una
procesión extraviada de fatales sentencias
cortejo de misterios
náufragos de Ja bruma...
Pasan las Almas ... ¡ Almas
que fuisteis cual regazos ...
Almas como sirenas — de una traición de oro ...
¡ Almas que nos clavasteis en la cruz fervorosa
de vuestros propios brazos ! . . !
Almas como la Estrella Polar de los navegantes . . .
en el piélago inmenso
en las noches profundas.
Almas que fuisteis ídolos
Almas que fuisteis aras de vitales ofrendas
y sacrificios sumos
Almas suaves, liliales, de lunares sonrisas . . .
Almas como corceles desmelenados ! Almas
como graálicos filtros
Almas como vampiros ...
Almas como venenos ...
Almas como pulíales ...
Es la desoladora pujanza de los Recuerdos
cuyos ojos nos miran fijamente en la sombra
cuvas voces nos llegan á través de la muerte
cuya atracción sentimos latir en lo remoto.
Que aun pareaen llamarnos,
con sus claras sonrisas, desde el hondo Imposible
que aun nos tienden los brazos
desde aquel otro lado del insalvable abismo . . .
que aun nos hacen amigas
señas, desde los Astros ...
Aurelio del Hebrón,
— 306 —
alguno.
— No me digas. ¿ Rotas, com-
pletamente rotas las relaciones
con Amanda ? No te creo. — To-
dos mienten con un desparpajo
tan grande ... y Elena dejó oir
por breves instantes, ju fresca y
sonora risa.
En el vasto salón regiamente
iluminado, las parejas se pasca-
ban dialogando.
— Eres incrédula, sin motivo
Bien me conoces para
hacerme la iniuria de una des-
conñanza. A cualquier otra per-
sona que no fueras tú, tal vez le
mintiera por aquello de que no
cabe mayor ridiculez (lue inva-
dir los predios de las confiden-
cias pasionales en los parajes
aquellos consagrados por entero
á las huecas locuras del espí-
ritu.
— Pero asi, tan de sopetón,
cuando ayer mismo al ¡itardecer
te vieron muy entusiasmado con
ella en la puerta de su casa...
— Es cierto. Todas las apa
riencias dicen que nuestras re-
laciones se mantienen en todo
su apogeo. Ignoran, los que juz-
gan por ellas, que un al)ismo
muy hondo nos separa para
siempre.
— Todo puede suceder, pero
no me explico las causas que
pusieron fin á unas relaciones
que llevaban tan buen camino.
— Sino tienes inconveniente
en entregar un cuarto de hora
de tu vida á mi rt'velación, olvi-
dando el baile y las personas
que nos rodean, iremos á sen-
tarnos y escucharás de mis la-
bios todo lo que pueda conve-
nir á tu convencimiento.
Ernesto v Elena cogidos del
A Manuela Súñez, con cariño.
brazo cruzaron el vasto salón
resplandeciente, deteniéndose de
vez en vez para dejar paso á
una que otra pareja atortelada
sumergida en quién sabe qué
charlas insustanciales. Así lle-
garon á un extremo apartado
del salón, donde se sentaron en
un amplio sofá, cerca de un
enorme jarrón chinesco desbor-
dando en flores. Mientras la or-
questa en raudales de armonías
ejecutaba un Boston y las pare-
jas parlanchínas poblaban la sala
de rumores y perfumes entre-
mezclados, Ernesto dijo á Elena,
casi al oído, el ñnal de sus amo-
res.
— Tú l)¡cn sabes lo mucho que
yo idolatraba á Amanda.
Tarde y noche, todas las ho-
ras que mis ocupaciones me de-
jaban un momento libre, lo pa-
saba junto á ella escuchando su
voz, embelesado por todas sus
tonterías de mujer híimada, sin
cálculos de ninguna naturaleza,
dichoso y contento. Cada día
transcurrido, cada minuto nue-
v(^ (pie viví;i su cariño, mi pa-
sión por ella se agigantaba hasta
el i)unto de haber abandonado
el café y las reuniones con mis
amigos para destinar todos mis
entusiasmos y mis anhelos á su
trato único. Su ingénita bondad,
sus lágrimas mismas, pues que
también lloró por mí, no obstan-
te el negro pesimismo intelec-
tual incrustado en mi cerebro
hasta el extremo de llegar á
negar sus nianifestaciones since-
ras de carino, tuvieron la rara
virtud de transformar mi con-
cepto del amor, tornándome en
un esclavo sumiso de las maní-
— 307.—
testaciones que antes negara. No
•sé qué arte diabólico empleaba
para que se hubiera operado en
mi cambio tan radical, pero lo
cierto es que á los quince días
de tratarla, la creí la más buena
de todas las mujeres. Era tan
dulce su modo de expresarse, me
hablaba con tal entusiasmo mi-
moso de sus esperanzas, de todo
lo que en ella vibraba al recuer-
do mío ; sufría tan hondamente
mis gestos á las veces Iiirientes,
á las veces irónicos, mis insinua-
ciones ponien-
do en duda la
magnitud de su
amor, que des-
coníiar de ella
fuera terque-
dad ó mero de
seo de ser in-
justo por la in-
justicia misma.
Sin embargo
de este conven-
cimiento v á
medida que su
carino iba satu-
rando mis sen-
timientos, na-
cía la idea del
primer beso,
broche de oro
ciue guardaría
para siempre,
como en un re-
licario extraíío é inolvidable, el
fuego pasional que animaba su
corazón y el mío. Lo ansiaba con
toda el alma, borrascosamente,
hasta el punto de constituir una
obsesión muy dolorosa. Sabía
que en la muda expresión de
unos labios que se agitan con-
vulsionados por un sentimiento
de amor gigantesco, podía encon-
trar la suprema revelación del
amor de Amanda. Y lo deseaba
para medir la diferencia que
existía entre el carino iurado
Rkynolüs
con la boca y con los ojos, y el
que no se jura pero se manifiesta
en una convulsión orgánica á
través de unos labios que son la
expresión fiel de una idealidad
y de un deseo pujante y avasa-
llador.
Una tarde me atreví á insi-
nuarle este deseo, con voz balbu-
ciente, fijos mis ojos en los
suyos, para arrancar de ellos una
expresión que hablara al uní-
sono con mis deseos. Debida
quizás á mi estado de ánimo creí
ver en la mira-
da de Amanda
como un con-
sentimiento tá-
cito á la reali-
zación de mi
deseo, á la vez
que un aplaza-
miento de la
hora en que de-
bía realizarse.
Me disgustó esa
trepidación,
pero con todo
no desmayé á
la espera de
una ocasión
propicia y ven-
turosa. No de-
seaba pecar
por precipita-
do, aunque tu-
viera el con-
vencimiento de que, al igual que
el hombre, la mujer que ama con
fuer a superior, sin gazmoñerías
ni cálculos, debe sentir idénticos
deseos de caricias y por lo tanto
no ceder al razonamiento y á la
obstinación, lo que debe ser el
resultado de una necesidad im-
periosa y solemne.
La ocasión se presentó una no-
che calurosa de estío, clara y se-
rena. La temperatura bochor-
nosa nos ahuyentó del escritorio
donde solíamos platicar larga-
Angélica Kauffmann
308 —
mente todas las noches, bajo la
severa vigilancia de Gemma, su
hermana menor. Nos encamina-
mos hacia el jardín, instalándo-
nos bajo la comba de una glo-
rieta de glicinas y rosas.
Las cigarras y grillos orques-
taban con sus élitros una música
extraila, con no sé qué algo que
incitaba al amor.- El ambiente
saturado con el perfume de las
flores diversas que poblaban los
canteros, pesaba sobre nuestros
sentidos. Ni una brizna de aire
agitaba el follaje tupido por don-
de la luna apenas ñltraba sus
rayos para dibujar sobre el piso
de mosaico, extrañas formas de
cosas inverosímiles. El cielo sin
una nube, bailado por una pali-
dez láctea, parecía que nos insi-
nuaba algo de su alegría tran-
quila y riente. Juntos el uno al
otro, sentados sobre un rústico
banco de cal y canto, escuchando
nuestras respiraciones, hacía un
rato que permanecíamos mudos.
Nos miramos sin pestañear, las
manos entrelazadas apretadas
con toda la fuerza de nuestros
nervios en tensión. Luego, sin
transición, estallando casi en un
grito, le pedí que me diera un
beso en la boca como expresión
acabada de su cariño inmenso.
Hubo una negativa primero,
un movimiento instintivo hacia
atrás esquivando mis labios con-
vulsionados, pero obsediada por
mí, empujada irresistiblemente
por mi deseo frenético á la explo-
sión de los suyos, consintió porfln
y me ofertó sus labios queridos
donde dejé un beso hecho todo
de fuego, de sangre, vigoroso
como mis ansias contenidas por
tanto tiempo. Ella no movió si-
quiera los suyos y si lo hizo fué
con tal frialdad que todas mis
ilusiones, todas las creencias de-
positadas en su amor, todo lo
que en mí había germinado fe-
cundado por las miradas y el
lenguaje de Amanda, se derrum-
baron estrepitosamente. Sentí en
mi corazón, en mi cabeza, al
contacto de aquellos labios inex-
presivos un desgarramiento tan
doloroso, que cuando volví á mi-
rarla la desconocí, ya no era la
misma mujer en quien depositara
fervoroso y alegre hasta ese mo-
mento, la fe inquebrantable del
porvenir y de la felicidad.
Mi amor por Amanda, había
muerto. Ella aun no lo sabe.
Perfecto López Camparía.
-o{¡$CCC$r/>-
OKLlFLjfís.nvnjPs.
Hombre: ama tu idea
Sin temor á la herida, —
¡Siempre causa una herida
El tener una idea !
Detrás de toda luz
Se levanta un martirio:
Yo saludo el martirio
De Jesús en la cruz.
Cual se quema una tea
Se ha de quemar la vida;
Mata su propia vida
Pero alumbra, la tea . . .
Hay que ser hondo y fuerte
Y por amar la vida
Perdiendo hasta la vida.
Seguir hasta la muerte!
Ernesto Mario Barreda.
— 309 —
la última nota ie un |)o^nia
Para Ai»OLO.
Si algún?, vez, vosotras, almas siempre ávidas de nuevas sensa-
ciones, llegasteis en vuestras peregrinaciones á través de las pági-
nas, á interesaros por esos personajes de que nos hablan ciertas
leyendas en quienes el amor parece ser más fuerte que la muerte,
— y la atmósfera de castidad con que las envolviera la ingenua
imaginación del que las escribió, os lleva á representaros el
tiempo, el medio, el personaje, y llegáis á vivir por unos instantes
su misma vida, á sentir su pasión, — creéis con él que nada hay
fuera de ella, que la muerte es menos fría, menos triste que un
abandono. Si, por la pasión pura y desinteresada á que se habrán
dado, sin reserva sin deducción alguna, había algo de ese romanti-
cismo que nos cuentan esas leyendas que aun viven por virtud
talvez del fu^^go que las inspiró, que las hizo invulnerables á la
acción del tiempo y la polilla, — abandonadas en los empolvados
rincones de viejas bibliotecas.
¡ Ah ! p^ero yo no sé si debo, si hago bien en enteraros de una
cosa tan íntima, como es el contenido de una carta.
De una carta que á mi se me encomendó su entrega, pero que
no pudo llegar á su destino, debido á que la muerte se me anticipó.
El golpe que la implacable segadora asestó en una, fué lo suficiente
p:ira que la otra le siguiera ; eran dos vidas que el amor había
fundido en una sola. Y ya que lo insalvable de las circunstancias
se opuso á que llegara á su destino, juré guardar, como se guardan
ciertas cosas muy queridas, en esos relicarios que luego se arrojan
al fondo de algún baúl, para abrirse talvez, algún día en la vida, ó
no abrirse jamás, por temor á que la voz que guardan de las cosas
que fueron, despierte emociones que uno ya talvez no se siente con
fuerzas para soportar.
Bien, que sea ésta la primera y última vez que mi relicario se
abre para mostrárosla.
Dice asi :
Querida amiga : El principio y fin de esta carta es triste, todo en
ella será triste; por eso su lectura ha de producir en tí, la misma dolo-
rosa sensación que á mí me produce el escribirla. Para no prolon-
gar demasiado esa tristeza en ambas, trataré de hacerla breve, aun
cuando tengo tanto que comunicarte, cosas que él depositó en mí,
para que te las enviara á tí, alma pura, alma buena, que tuviste la
virtud de despertar en él una pasión tan grande, que algún calor
ha de llevarle al frío de la muerte, para hacerla menos cruel, sino
con nosotras, con los corazones que todavía tienen esperanzas en el
amor. La noticia no quise comunicártela de inmediato, me detuvie-
ron las consecuencias, por eso esperé á que primero lo supieras por
medios indirectos.
Ayer lo enterraron. Jamás me han impresionado tanto las flores,
como me impresionó el ramo que tú mandaste. Yo las recibí, y
á pesar de haber hecho un viaje tan largo, llegaron tan frescas, tan
perfumadas y tan húmedas, que se parecían á un alma enamorada
— 310
cansada de llorar. Cuando descorrí el papel que las cubría, me pare-
ció que las animaba una v^da extraña, ajena á su natui'aleza ; que
sus corolas miraban, con mirada ávida, como preguntando : ^; dónde
está ? contentas de su destino.
Tuve un momento de loca alegría, me pareció que se iban á trans-
figurar en tí, y las llamé por tu nombre. Tú por ellas, ó ellas por tí
parecían llorar sufriendo la desolación de la hora. Apenas tuve
tiempo de colocarlas entre sus manos. La alucinación que sufrí, me
desmayó, me sumergió en tina especie de somnolencia que me duró
hasta hoy, de lo que me alegro ; pues si hubiera estado en pie, quién
sabe si habría permitido que se lo llevaran. Al corazón que quiere.
no le convence
el decir del poe-
ta: que haya un
cadáver mch,
qué importa al
mundo.
Cuando cayó
enfermo, ape-
sar de que los
médicos no
consideraron el
caso de grave-
dad, se apoderó
de mí un prc
sentimiento tan
triste, que ni
aún en los mo
mentos de reac-
ciones favora-
bles, me permi-
tía creer en el
deñnitivo res-
tablecimiento.
:Ah
mi que-
rida amiga! yo
tendría que en-
trar á enume-
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Cuadro de Reynolds
rar aquí multi-
tud de detalles,
insignificantes
algunos, para
demostrar en
qué se fundaba
mi presenti-
miento, pero ya
no tienen obje-
to, además se-
ría hacerle una
nueva disec-
ción ámi alma,
entrando á re-
capitular todos
aquellos he-
chos que se su-
cedieron antes
de su caída.
Lo primero
que me pidió
fué que arrima-
ra la cama á la
ventana del pa-
tio, así recrea-
ba la vista ame-
n i z a n d o la
siempre igual monotonía del cuarto, con el pedazo de cielo y las
plantas del jcirdin, que desde allí se divisan.
Tú recordarás la fecha en que cayó en cama, en los primeros
días de Otoño, y á los pocos de haber dado el último examen de la
carrera. Después de haberle dado la última estocada como él me
decía ; pero él también quedó herido en el esfuerzo que hizo para
vencer. Su lucha, fué una lucha desesperante, un duelo á muerte.
Su victoria la pagó con su vida. Tú sabes demasiado bien cómo fué
ésta aunque breve su trayectoria, llena está de irisaciones dolo-
rosas.
«¡Qué raro encanto --me decía — tienen para mí estas tardes
de Otoño !
« Esa tristeza que de todo parece desprenderse y que yo res-
— 311 —
piro á manera de perfume, despierta en mí, tantas y tan múltiples
sensaciones, que á veces al seguir sus acordes, me siento desva-
necei en el ritmo de la onda , . .
« Es algo que viene hacia mí, ó sale de mi interior, algo como
el eco plañidero de una lejana melodía ; talvez, la voz de lo que se
va ! — la despedida del sol que se pone, el rodar de las hojas que
caen ...
« Si yo fuera poeta, para cantarle á Ella, buscaría el refugio de
esos apartados y silenciosos retiros que el Otoño diviniza con sus
tristezas, libre de la presencia de ojos vulgares, hechos nada más
que para la simple curiosidad, en la seguridad de que todo lo que en
mí hubiera de artista, se iría vibrando con mi alma en una estrofa.
« Pero, una pena inquietante, mortificadora, me roe en mi inte-
rior. Alguien ha dicho que todos cumplen en la vida — en la
medida de sus fuerzas — lo que han prometido. En mí, la promesa,
se desvanece con mí vida. Para ella, y luego para mi juventud será
causa de un derrumbamiento de esperanzas.
« Hay una fuerza secreta, misteriosa, superior á toda energía
vital, que nos gobierna á su antojo. Ella al mov^erse nos tritura,
consciente ó inconscientemente, tal como nosotros al movernos tri-
turamos á millares de seres, de seres infinitamente pequeños, sin
oír siquiera su lamento.
« En nosotros también, lamento ó protesta, es perenne el grito
contra la brutalidad de esa fuerza.
« La juventud es la aurora de esta vida ¿ quién duda que el día
le sucederá ? — por eso es dolorosamente triste, ver á esa aurora
convertida en obscura y fría noche.
« Si en estos momentos, en que todo parece esforzarse por
hacerme visible la nada de las cosas, su final inevitable, la tuviera
para asirme á su cuello y ver renacer mi vida en su mirada.
No veo, no pienso, no siento más que una sola cosa ; su
imagen ! me parece que viene hacia mí, con los brazos tendidos,
dispuestos para la caricia...
¡ Ah ! Si la distancia no fuera tan cruel, éste sería un momento
glorioso para nuestro amor!
Yo, al oirle no podía menos que llorar, pero sabía que esto le
hacía mal, y tenía que sobreponerme á las lágrimas, mostrándome
con mucho valor, para decirle que esos esfuerzos que hacía le
excitaban demasiado, favoreciendo el avance de la enfermedad ;
que tú pronto vendrías á verle, o que él pronto estaría bien para
ir á verte.
Al decir esto, él se reía. No quiero acordarme de aquella risa;
y, sin embargo, ahora mismo me parece sentir su eco. Desde que
cayó en cama, tuvo conciencia de su gravedad. Jamás he visto
una serenidad tan grande ante el peligro. El, sin inmutarse, al
salivar, observaba lo que arrojaba. Al principio se impresionó un
poco, luego se familiarizó, y aquella sangre que salía, era para
él como si obedeciera á una necesidad orgánica. Pobre ilusa me
decía, - es bueno tener ilusiones en la vida. «Nada más triste que
el que no las tiene. « Yo también las amé mucho, mientras tuve aspi-
raciones. Ellas me permitieron muchas veces sonreír, cuando me
— 312 —
sentíg, capsado de la co;ptii)ua brega ; con la sonrisa del convencido»
de queál fín vencei'á. cY' nié asombraba de' la procligiosa fecundi-
dad dé ini naturaleza, era un perpetuó'' surgir yVenacer de ilusiones,
cuyo ensordecedor tumulto ahogaba en mi interior el grito que 'lá
lucha provocara. ^ " ' ' '. ' •
Tenerlas en demasía es peligroso, le hacen aspirar á tapto; sin'
pensar en las causas finales, y éstas suelen Sei* de dolorosas' con-
secuencias. , .' ' ■
Hoy ya no tengo ninguna, el calor de la lucha que las alimen-
taba, acabó por marchitarlas, y todas, una á una fueron cayendo
como esas hojas que ruedan. « Estoy como mallana estarán esos
árboles, sin hojas. « Mi vida está en el horizonte, como ese sol que se
pone. Empieza á franquear ya, la divisoria que separa ésta de la
otra vida. Es necesario pues, que se vayan familiarizando con la
idea de que pronto no me verán más, así les será menos dolorosa
mi partida.
Mientras hablaba, yo estaba como el ajusticiado á quien leen la
sentencia. Aquellas palabras de hielo me congelaban la sangre ; pero
luego que terminaba una fuerza imperiosa, extraíía se apoderaba de
mí. ¿Por qué, me decía, él también no ha de tener su primavera,
como lo tendrán mallana esos árboles ? ¿ por qué él también no ha
de tener su nueva aurora, como la tei:drá mallana ese sol que se
pone? Y ante el imposible que la realidad me presentaba, donde
iban á chocar todas mis energías, deseos locos, furiosos se apode-
raban de mí. Deseos de ser yo, quien diera el golpe, anticipándome
á la hora, para caer todos juntos ...
Me sublevaba, me sacaba fuera de mí, el pensar que todos nues-
tros esfuerzos, y el de los médicos, eran incapaces de retener el
lento pero continuo desmoronamiento de aquella vida.
Se había decretado su caída, é inevitablemente tenía que caer.
Aunque su deseo por verte era demasiado grande, yo me felicito de
que tu viaje no se haya realizado enseguida, en la creencia de que
la enfermedad no sería tan rápida. Para mí hubiera sido doble-
mente doloroso, me habría faltado el valor necesario que me sostuvo
en pie hasta el último momento. La que me acompañaba y me ayu-
daba en todo era mamá. Papá tenía á su cargo el cuidado de los
chicos, pues los médicos habían ordenado su retiro por temor al
contagio.
Tus cartas, mi amiga, tenían una virtud medicinal tan grande,
superior á todo lo que el médico le recetaba, — creo que á haber sido
otra la enfermedad, ellas por sí solas hubieran sido suficientes para
curarle, — mientras las leía yo le observaba, y era tan visible su
alegría, que parecía empezaba á convalecer. Las horas para mi
más tristes, interminables, y á las que le tenía miedo eran las de la
noche. Durante largo rato, aun cuando ya las había releído de día,
se lo pasaba leyendo tus cartas, que iuego colocaba debajo de la
almohada.
Después entreteníamos nuestras veladas, lerendo al amor de
la luna á veces, algunos libros, sobre todo las partes subrayadas
de los qu; tú le mandaste; — cuando estaba con ánimo me recitaba
versos de Musset, Cyrano y la sonata de Nájera.
— 313 -:
Las noches pasadas después de haber Ifeído tus cartas de la
semana me dijo : « Como esta noche teng-o poco sueílo, voy á entre-
tenerme haciendo algo, alcánzame el cofre, donde están las demás.
Cuando se las traía estirólos brazos, con esa misma jubilosa ale-
gría que los tendemos cuando vamos á recibir algo muy querido,
que no veíamos por efecto del tiempo y la distancia.
He aquí lo que un día constituyó mi más querida y poderosa
esperanza, en torno de la cual giraban todas mis aspiraciones, —
también ella tendrá el misnib ftn que las demás,
« ¡Pasión devoradora, todavía quedan algunas gotas de sangre
en mis venas para arder, tú las quemarás ! »
« He aquí lo que mi corazón guardaba como un tesoro, donde
iba á refugiarse cuando se sentía cansado por el tragín cotidiano,
para hacer menos triste, menos fría la distancia». «También el
cofre de los amantes cuando no es eterna la felicidad que en él se
ha depositado se convierte en sudario». Luego besó, acarició todo
largo rato. Las últimas lágrimas que le quedaban las derramó
sobre tu retrato. Yo me había inmovilizado en la contemplación,
maquinalmente miraba todo aquello, durante las dos horas que
estuvo en esa tarea, permanecí en silencio, él habló solo. La emo-
ción que todo aquello me produjo, me tuvo largo rato sin sentido.
Después me pidió papel para escribir y lo necesario para
empaquetar todo. Este pedido confirmó lo que presentía. Quise
rehusarme haciéndole ver que era demasiado tarde para esa tarea ;
que descansara ; al otro día tendría tiempo. Mañana tendré tiempo
de descansar, de lo que quizás no tendré tiempo, es de hacer este
trabajo, fué lo que me respondió, y tuve que obedecer.
Kenuncio á describirte, mi amiga, todo lo que sucedió después
de esto. Yo no me siento con fuerzas para soportar la emoción que
su recuerdo me ha producido. Ya te contaré todo cuando nos
veamos.
Tü retrato se lo llevó, quiso que tu imagen le acompafiara, por
si el viaje que emprendía era demasiado largo. Todo lo demás, .en
la forma que él lo arregló, junto con su carta lo recibirás mañana.
El portador es el amigo más íntimo que en su vida tuvo, el que le
acompañó hasta en sus últimos momentos.
Cuando me puse á escribir ésta era la una de la tarde ; me
iicabo de asomar á la ventana, y la luna me ha sorprendido con su
luz blanca y fría la misma que nos acompañó en tantas veladas.
Adiós, mi querida amiga... :
« Hoy al leerla he sentido la misma dolorosa tristeza que sentí
cuando la leí por primera vez, y mi corazón ha vuelto á sollozar
en la estrofa querida del poeta único.
. - . . ^ .
Ninon, Ninon, que fais-tu de la vie
L'heure s'enfuit, le jour suecéde au jour
Com,o un llamado á lo que ama, asustado por el doble presenti-
miento de la soledad y del pasar vertiginoso de las horas.
'■■ ' ■ ■ Isidro Rodríguez Martín.
— 314 -
Poetas nuevos
Ofrecemos á nuestros lecto-
res el retrato y una poesía de
Carlos Maria de Vallejo, jo-
ven poeta que se inicia con
vigor y que con Lorenzo Vi-
cens Thievent ocupa un pues-
to de avanzada entre los poe-
tas de la nueva generación
uruguaya.
Dejamos para el criterio
del lector el juzgar la obra
(le estos dos colaboradores de
Apolo. Nuestra mejor reco-
mendación es la lectura de
los dos sonetos que inserta-
mos en esta ptígina.
Sota de Redacción.
^ ^ ^
Connubio sentimental
Hubo sónambulancias en la sala
E irisaciones mágicas y astrales,
Al posar tus dos nimbos siderales
Sobre el teclado en fugitiva escala.
Tu mano fervorosa como un ala,
Hizo vibrar secretos ideales,
Y sonaron acordes inmortales
Con profusión magnífica de gala.
Para Ai'OLO.
En la ansiedad de una pasión triunfante,
Diste al piano, tu alma en ese instante,
Y ante el delirio de su afán, rendido,
Adormeció sus ecos lentamente,
Para escuchar absorto y tiernamente.
Del corazón el rítmico latido . . .
Carlos María de Valle.io.
leonoelasta
Para ArOLO.
Tus vestidos cayeron con romana indolencia,
tu cabellera, dócil, se extendió por tu espalda,
tu piel se matizó de fina erubescencia
y en tus ojeras lívidas durmió un pétalo gualda.
Tus labios en galante bienvenida á la esencia
de los míos mostraron su purpúrea guirnalda;
se estremecieron, púberes, tus senos en demencia
de placer, y se hincharon tus venas de esmeralda.
Desmayé en un ocaso de inconsciencia absoluta;
mi cerebro apoplético vio una boca impoluta
con la extrañeza erótica de los placeres hondos;
Tembló tu cuerpo blanco de ninfa imaginaria . . .
y de sus ansias ígneas fué víctima precaria
la conjunción estrecha de tus muslos redondos.
Lorenzo Vicens Thievent.
— 315 —
BIBLIOaK.jPi.FIOjPs.S
Iiibfos y folletos tteeibidos
Preludios, por Ricardo Miró — Panamá
— Como su titulo lo indica, es este el libro
de un iniciado. Las poesías que componen
Preludios son el fruto de un cerebro bien
nutrido que empieza á manifestarse. Hay
en muchas de ellas derroche de colorido y
riqueza de imaginación, pero les falta el
sello de la personalidad que no dudamos
adquirirá Ricardo Miró, dadas las aptitu-
des y el talento que acusan las oomposi-
ciones de Preludios. Para perdurar, es
necesario ser personal. Y eso se consigue
con el tiempo, á medida que el escritor va
conquistando fuerzas que le permiten ais-
larse de los demás. Preludios, repetimos,
es el fruto de un cerebro bien nutrido, de
un poeta verdadero que comienza á revelar-
se y que triunfará. Agradecemos el envío.
NUEVO CANJE
(tAckta Ilustrada — San Juan de Puerto
Rico — De esta revista de literatura y
actualidades hemos recibido el número
lor. Exornan sus páginas hermosos foto-
grabados.
FcLGüRACiONES Y ECLIPSES — Concepción
del Uruguay — Acusamos recibo de esta
revista mensual de literatura, ciencias y
variedades, que dirige el seAor Alf. Pa-
rodié Mantero. Ella está bien impresa,
pero no trae colaboraciones d j importancia.
La Salud — Montecidej — Nos ha visi-
tado el primer número de Li Silud, órga-
no oficial del Instituto Naturista. He aquí
su sumario : ¡Salud'.; Decálogo de un cen-
tenario; La curación Satural; La inútil
Vacuna; P^-ácticas Fortificantes ; Variedad.
La Patria de Darío — León ( Nicara
gua ) — Ha llegado á nuestra mesa de re-
dacción el número 2 de esta interesante
revista de arte que dirige y redacta el
señor Leonardo Montalván. Su sumario es
excelente. Baste decir que en él figuran
las firmas de Manuel S. Pichardo, Emilia-
no Hernández, Luis Tablanca y otros escri-
tores de renombre.
Mensaje Literario Marida ( Venezue-
la)— El número 4 de esta valiosa revista
de literatura trae un número selecto de
composiciones inéditas.^ Mensaje Literario
es dirigido por el señor T. Carnevali Retali.
Arte — Maracaibo (Venezuela ) — Recibi-
mos los niimeros l y 2 de esta bella revista
literaria que se publica bajo la dirección
del escritor José Agustín López. Su mate-
rial es bueno. Arte llegará á imponerse en
el ambiente americano, pues cuenta con
colaboradores ya consagrados en el conti-
nente.
Alpha — San Salvad »• — Ha vuelto á
visitarnos esta publicación quincenal de
artes, ciencias y letras, que redacta el
conocido escritor S. Cortés Duran. Por la
bondad de sus colaboraciones y por su deli-
cada presentación tipográfica, Alpha, es
rara avis en el ambiente salvadoreño.
El Masón Moderno — Madrid — El nú-
mero 27 de este periódico, órgano oficial
de la Masonería mundial, ha llegado á
nuestra mesa de trabajo.
Germinal — Asunción del Paraguay ■ —
Tenemos á la vista el número 1 de este
semanario que publican los escritores Ra-
fael Barrett y José G. Bertotto. Germinal es
un periódico valiente que dedica sus esfuer-
zos á la lucha en pro del proletariado.
Revista Róchense — Rocha — El número
23 de esta importante publicación trimen-
sual que redacta el señor Carlos N. Rocha,
ha llegado á nuestra redacción. Revista
Róchense es una de las mejores publica-
ciones que aparecen en nuestra campaña.
Bohemia — Dirigida por el señor Julio
Alberto Lista, ha comenzado á publicarse
en esta capital, una revista de arte, con el
título que más arriba indicamos. Figuran
en la lista de redactores elementos de gran
valía que se destacan en nuestro ambiente
literario.
La Paz — Mérida ( Venezuela) — De este
selecto periódico redactado por los señores
Juan N. P. Monsant y Gabriel Picón Fe-
bres, hijo, hemos recibido desde el número
30 al 34. La Paz es un periódico político y
literario que dá á conocer las producciones
de los mejores escritores americanos.
La Lucha — También hemos recibido el
número 14 de este excelente periódico que
publica en Nico Pérez el talentoso escritor
Ricardo Eguía Puentes Su material es
inédito y está firmado por escritores ya
consagrados, la mayor parte de ellos, en
nuestro país.
Con las revistas del exterior arriba noin-
bradas dejamos establecido el canje.
OE 0K.E:STES IBjPlK.OB'F'IO
El dibujo del título que luce hoy nuestra revista, es obra del
artista nacional con cuyo nombre encabezamos estas líneas. Fué
encomendado á él por esta Administración, en la seguridad de obte-
ner algo sobresaliente, como todos los trabajos que ha hecho el
talentoso artista.
— 316
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«FanlaiTia de Prejuicios» ((.romeas, \
cuentos e ideas sueltas). { ' ' *^6sias ).
) «Ueliotropos» Poesías)
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timas de un aprendiz artillero . ,,., PHFP\R \("I<')\
«>íar de Fondo* 'Novela de am- r
biente). ^ «l>oi' jardines jijeiios» ci^jiginus .le
«En el iardín de las mentiras» , '
.,, / . i Arte).
((iUentos). (
«Hacia el porvenir» Drama en ) «Alma de Idilio < Poema),
tres actos y en prosa . ; «Albas sangrientas» C Po.-sías .!e
i:\ PREPARACIÓN
combale).
«La Ola» (NovelaV
Capítulo de Sociología Americana,
«El Uruguay» (Factores de evolu- ¡ «1"-» ^^ '"'ei''^ ''« ^"^ '»^''"^'' ^''*^''
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M. Moreno Alba — Barranquilla ( Colombia J.
Miguel Luis Rocuant — Santiago de Chile.
Pablo Minelli González - Buenos Aires.
Rosendo Villalobos La Paz (Bolivia).
Luis Corre i — Caracas (Venezuela).
Guillermo Lavado Isava -- La Victoria (Venezuela).
Remigio Romero León — Cuenca (Ecuador).
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Y si el canto del tedio, monoprimo y doliente,
Que arrulla tus visiones heráldicas y agita
Tu espíritu noctámbulo, desdeña la infinita
Misericordia de una virtud para tu frente.
No impreques á la esfinge del destino; medita
Sobre el largo viacrucis del Apóstol de Oriente.
Con el suave poema que la infancia presiente
Canta de tu infortunio la liturgia bendita.
Que en tu alma el pesimismo dejó algo del desierto
Y el dolor el resabio que hoy tus carnes macera, .
Yo lo sé . . . Sin embargo tu alegría no ha muerto,
Duerme aún al abrigo de Ja Ilusión y espera . . .
¡Cómo esperan las flores que una mano cualquiera
Las riegue cuando el oro del sol abrasa el huerto !
EL POETA
Yo espero de tu amor y de tu gracia,
¡Oh, virgen fuerte! la exquisita ofrenda,
Para unir á la mía la estupenda
Canción impúber de tu ideal de acracia.
Jamás en mí despertará la audacia
Del amor de la mítica leyenda . . .
¿Qué importa que Eros mi dolor sorprenda
Bajo el sol de la muerte ó la desgracia?
Alma: tú que apareces en mí senda,
— Lejos de la fastuosa aristocracia
Que tiene un EIdorado de prebenda, —
Y vienes ebria de entusiasmos hacia
Mi corazón que implora una vivienda.
Sé Alma de idilio, de pasión y acracia.
Pérez y Cufis.
— 323 —
ftrtnotita |)asiotial
Las pasiones de cada individuo pueden considerarse como una
manifestación de la resultante de dos fuerzas, perfectamente repre-
sentada, en dirección é intensidad, por la diao^onal del paraleló-
gramo construido con estas dos fuerzas; y éstas, á su vez, se hallan
determinadas: la primera, por la constitución intima del orga-
nismo de dicho individuo ; la segunda, por el ambiente y por el
conjunto de influencias exteriores que ejercen su acción sobre él.
Las pasiones humanas no son, pues, la causa de la inarmonía
social ; sino en efecto, al menos, en su conjunto.
El organismo del hombre, como el de los animales, es un pnro
transmisor. Las sensaciones que percibe son transmitidas por él, y
se expansionan de distinto modo, según sea el campo de acción
que encuentran para expansionarse.
L(í ocurre al organismo humano lo mismo que á los conduc-
tores de una instalación de alumbrado eléctrico: ellos reciben la
fuerza ehíctromotriz desarrollada por los generadores, y la trans-
miten á la lámpara, pero oponiendo á dicha fuerza una resisten-
cia variable, según sea la longitud, el grueso y lo conductil)i-
lidad de los referidos conductores. No obstante estos vienen á ser,
al fin y al cabo, un solo factor del fenómeno, el cual dependerá tam-
bién de, la fuerza del generador y del cami)o de acción del
receptor.
Cuando son malos los dos principales factores de la instalación,
generador y lámpara, resultará un conjunto tanto más imperfecto y
oontraproducente cuanto mejores sean los conductores ; asimismo,
en la sociedad presente, en (jue las impresiones y el cami)0 de
acci(')n se mueven en un cíi'culo vicioso, suele verse que los hombres
buenos conductores ó sea capaces de grandes pasiones, única-
mente ponen su actividad al servicio de malas causas, mientras que
los j)oc() imin-esionables son casi siempre seres inofensivos que
l)asnn á formar pai'tc del innumerable rebafío de los miserables
explotados.
Si los generadores son Imicuos, ))ero la lámpara es de mala cali-
dad é incapaz úv transformar en luz la electricidad (ju(! recilx;,
entonces aíleniás de las })éi'didas de utilidad se originarán reaccio-
nes caloríficas en los conductores ; así pasaría en una societlad
comunista autoritaria en la cual la fuerza productiva \)\v.u aprove-
chada, no encontrando el campo de. la libertad, se cel)aríu en los
mismos conductores (jue son los organismos humanos, hacién-
doles sufrir á consecuencia de las reacciones que por su iiitei"ior
se verificarían, puesto (jue el diíjue autoritario no les j)ermitiria
manifestarse por completo.
Por último, si los gííneradores y la lámpara son buenos, podrán
ocurrir dos casos : í." (jue los conductores sean malos ; 2.° (jue sean
buenos. Si los conductores son malos, la luz no se manifestará y
— 324 —
ciiu'dará l;i l'uerza eleetro-inoti-iz á (lisposición de cualquier buen
conductor que la utilice, sin haberse ocasióna'do perjuicio algauío.
Si los conductores son buenos, la luz se manifestará esplendente.
Asimismo sucederá en la sociedad del porvenir : el hombre cuyo
organismo reposado sea poco sensible á l;is garandes vibraciones de
¡ossontidos, conij ciue al din y al cal)o, tendrá ])or princif)ar misión
sniistácrr ;'i las necesidades d(í su ori^anismo, no tendrá para
(lUi' satisláfcr ucccsiilades (pie no existirán, dejando á org-auis-
mos más neci'silados de vida e! a})roveclKunienlo de los j^randés
manantiales e|úe él no estará en condiciones ni con deseos de apro-
vecli.-ir.
Pasamlo del terreno cientítico al terreno práctico, vemos que las
llamadas i)asiones humanas pueden servir sieni¡)re en pro ó en con-
tra dt; l;i armonía social, según el medio eíi que se muevan. •
La sobriedad, envenenada por la idea de proi)ieda(l, engendra
la avaricia. El apetito y el amor, necesichides naturales, envene-
nadas i)ür el abuso, engendran la gula yda lujuria. VA descanso y
la emulación, envcne^iados por la Ignorancia, engendran la pereda
y la envidia La entereza y la digiddad, envenenadás'por la idea
de autoridad, engentlrau la ira y. la soberbia.
J^a sobriedad, la emulación, la entereza y la dig^nidad, son vii--
tudes; el apetito, el amor y el descanso son necesidades. En cambio,
la gula y la lujuria, la pereza y la envidia, la avaricia, la ira y la
solicrbia son malas i)asiones que completan la inarmonía social pro-
ducida por hi ignorancia y mantenida por los principios de auto-
ridad y de propiedad. El cristianismo ha propuesto contra estas
malas ¡¡asiones un remedio que es aún peor que la enfermedad :
contra la avaricia, la largueza en el sentido de derroche; contra la
soberi)ia y la ira, la humildad y la paciencia, precisamente para
sufrir resig"nados á los soberbios y á los iracundos ; contra la gula
de algunos, la abstinencia de la ntayor parte para qtie aquellos
puedan satistacer su gula ; contra la envidia de los ruines, la cari-
dad de los corazones nobles; contraía lujuri;i, la abstinencia que
deje campo más ancho á las empresas de los lujuriosos; contra
la lícreza, la diligencia de los infelices que han de proporcionar
lo surtciente para (]ue los que practiquen dicha pereza, puedan
practicar también la soberbia, la ira, la gula y la lujuria.
No es, pues, en la religión donde hemos de buscar el remedio.
Únicamente en una sociedad libre encontrarán los hombres los
elementos necesarios y surtcientes para que el conjunto de las
})asiones resulte prenda segura de prog'reso, de goces y de acti-
vidades.
F. Tarkida del Mármol.
-<^^^X:€l>o ■
325
3De;lmira. -A.gtj.sti2rai
r"
t
Sufr^tno Idilio
Boceto de un poema
En el balcón romántico de un castillo adormido
C¿ue los ojos suspensos de la noche adiamantan,
Una íij^ura blanca hasta Ja luz... Erguido
Bajo el balcón romántico del castillo adormido,
Un cuerpo tenebroso . . . Alternándose cantan.
Para Ai'OLO.
— ¡Oh tú ñor augural de una estirpe suprema
Que doblará los pétalos sensitivos del alma.
Nata de azules sangres, aurisolar diadema
Florecida en las sienes de la Raza ! . . . Suprema —
Mente pulso en la noche tu corazón en calma !
— 326 —
— ¡Oh tú que surges pálido de un ¡^víhi fondo de enig-ma
Como el retrato incógnito de una tela remota ! . , .
Tu sello puede ser un blasón ó un estigma ;
En las aguas cambiantes de tus ojos de enigma
Un corazón herido — v acaso muerto — flota!
— Los ojos son la Carne y son el Alma: mira!
Yo soy la Aristocracia lívida del Dolor
Que forja los pulíales, las cruces y las liras,
Que en las llagas sonríe y en los labios suspira.
¡ ISatán pudiera ser mi semilla ó mi flor !
Soy fruto de aspereza y maldición : yo amargo
Y mancho mortalmente el labio que me toca ;
Mi l^eso es flor sombría de un Otofío muv largo
Exprimido en tus labios dará un sabor amargo,
Y todo el Mal del Mundo florecerá en tu boca!
Bajo la aurora fúlgida de tu Ilusión, mi vida
Extenderá las ruinas de un apagado Averno ;
Vengo como el vampiro de una noche aterida
A embriagarme en tu sangre nueva; llego á tu vida
Derramada en capullos, como un cefíudo Invierno!
— ¡Como en pétalos flojos yo desmayo á tu hechizo!...
Traga siniestro buitre mi pobre corazón !
En tus manos mi espíritu es dúctil como un rizo...
El corHZ(')n me lleva á tu siniestro hechizo
Como al l)arco incouscicute el ala del timón!
Comulga con mi cuerpo devoradora sima !
Mi alma clavo en tu alma como una estrella de oro;
Florecerá tu trente como una tierra opima,
Cuando en tu almohada trágica y honda como una sima,
Mis rizos se derramen como una fuente de oro !
— Mi alma es negra tumba, fría como la Nieve...
— Buscaré una rendija para fíltrarme en luz!
— Albo lirio!... A tocarte ni mi sombra se atreve...
— Te abro ; oh mancha de Iodo! mi gran cáliz de nieve
Y tiendo á tí eucarísticos mis brazos, negra cruz 1
Enróscate ¡ oh serpiente caída de mi Estrella
Sombría ! á mi ardoroso tronco primaveral ...
Yo apagaré tu Noche ó me incrustaré en ella :
Seré en tus cielos n(\gro3 el fanal de una estrella,
Seré en tus mares turbios la estrella de un fanal !
^ o
27 —
Sé mi bien ó mi mal, yo viviré en" tu vida !
Yo enlazo á tas espinas mi hiéllra de llus¡(3ii...
Seré en tí una paloma que en una ruina an.da;
Soy blanca, y dulce, y leve: llévame por la Vida
Prendida como un lirio sobre tu coraz<3n !
— Oh dulce, dulce lirio!... Llave de las albiras!
Tú has abierto la sala blanca en mi almi S3:nbría,
La sala en que silentes las Ilusiones puras
p]n dorados sitiales, tejen mallas de alburas!...
— Tu alma se vuelve blanca porque va siendo mia !
— Oh leyes del Milagro ! yo, hijo de la sombra
Morder tu carne rubia : oh fruto de los Soles !
— Soy tuya fatalmente ; mi silencio te nombra,
Y si la tocas tiembla como un alma mi sombra!...
Oh maga flor del Oro brotada en niis crisoles!
— Los surcos azurados del Ensueño sembremos
J)e alguna palpitante simiente inconcebida
<^ue arda en florecimientos imprevistos y extremos;
Y al amparo inefable de los cielos sembremos
De besos extrahumanos las cumbre? de la Vida !
Amor es milagroso, invencible y eterno;
La vida formidable florece entre sus laÍ3¡os . . .
Raiz nutrida en la entraña del Cielo y del Averno,
Viene á dar á la Tierra el fuerte fruto eterno
Cuyo sangriento zumo se bebe á cuatro labios !
Amor es todo el Bien y todo el Mal, el Cielo
Todo es la arcada ardiente de sus alas cernidas . . .
Bajar de un plinto vano es remontar el vuelo . . .
Y El te impulsa á mis brazos abiertos como el Cielo,
Oh suma flor con alma, á deshojar en vidas ! . . .
En el balcón romántico de un castillo adormido
Que los ojos suspensos de la Noche adiamantan,
E\ Silencio y la Sombra se acarician sin ruido . . .
Bajo el balcón romántico del castillo adormido.
Un fuerte claro -obscuro y dos voces que cantan . . .
Delmira Agüstini.
0{:$CCC$00
— o28
"Oe Ul«eia"
El profundo lirismo de mi alma,
el supremo encanto que en mí
produce la armonía, me conduce
á buscar al través de toda belleza
una sensación orquestra!, compa-
rando mArmoles, cuadros y libros
con obras musicales, ó á juz^^ar
de obras literarias por la dulce
emoción que en mí despiertan
admirando, sobre todo ¿i aquellos
hombres en quienes vibra perpe-
tuamente el canto glorioso de la
infinita poesía, SjIo los grandes
poetas han sabido vencerme. Y
por eso, entre los escritores que
hoy lachan en Europa por la su-
premacía de nuestraS; Bdlas Le-
tras americanas, Pedro César 0o-
minici sabe entusiasmarmy. El e,s
ante que todo, un gran poeta
armado con la lira Apolínea que,
fustigando tiranías, crea roman-
ces, embellece el lenguaje político
y canta solitario la libertad- y la
belleza. ^
La diversidad de tonos, la pu>
reza del colorido y la dulzura de
lenguaje, onio licor cristalino,
embriaga mi cerebro transpor-
tándome en suave ensüeílo de
ilusiones que revolotean én torno
mío, eclipsando por algunos ins-
tantes la obscura realidad que
amarga la ex¡st(Mícia. La Olím-
pica música de Wagncr funde mi
ser; parece evaiH)rar mi espíritu
arrancándome dulcemente del
mundo para posarme mi donde
sólo existe verdad y amor.
Leyendo las obras de Domini-
ci, participo de la misma sensa-
sación : momentos sublimes en
medio de un paraíso imaginario
iluminado por la aurora que vi-
vamente engendran el arte y la
literatura. Sin hablar de ese poe-
ma humano de intensa psicología
dolorosa que es Tristeza Volup-
tuosa, De Lutecia, Dionysos, y
El Triunfo del ideal forman una
trilogía espléndida. En De Lute-
c¿rtencontramos al crítico erudito,
acaricia sus juicios con un estilo
melodioso. Habla de arte, litera-
tura y ciencias con asombrosa
facilidad. La firmeza de sus crí-
ticas demuestra sus vastos cono-
cimientos en donde se refleja su
espíritu de artista : eleva á los
grandes hombres, vivifica el alma
de los genios fortificando con no-
ble empeño á aquellos que se
encuentran aún entre nosotros.
. El combatiente áa Venezuela,
el cantor ,d6 El Triunfo del ideal
— poenuí cllyino á la Belleza —
tenía lógicam^en te, al hablar de
la antigua Grecia, que escoger la
gloriosa época de Pericles para
desarrollar la acción de Dionysos
Sus magnos ensueños de repu-
blicano, sus nobles anhelos de
artista encontrábanse unidos es-
trechamente bajo el apacible cie-
lo de Atenas.
Los tiempos helénicos nos entu-
siasman por la belleza y la filo-
sofía : doctrinas, que cual de ma-
nantiíiles sagrados, brotan des-
bordándose por el mundo para
refrescar cerebros do hombres
sabios que moran en ciudades
civilizadas. Dominici ha abrigado
en su espíiiíu una época de li-
bertad, puríticando en sa cerebro
nobles pensamientos, acariciando
con ellos.lo quQ en su patria se
encuentra vilmente oprimido ba-
jo el dominio inf.ime de Cipriano
Castro.
Desde aquí, con su periódico
Venezuela vela y lucha por el
bienestar de su país. Es en París
el corazón de los venezolanos.
— 329 —
Se encuentra faera de su patria, por la elevada cima que repre-
huyendo de la falsedad y el cri- senta su noble y austera cam •
nien. Ha venido al mundo de la paila por la Libertad de la Amé-
luz y procura iluminar las tínie- rica Latina, es digno de magno
blcis. Sus compatriotas, como leo- elogio y puede servir como mo-
nes hambrientos, devoran el con- délo á las generacións futuras,
tenido de Venezuela, hallando en En nuestras bellas letras, con su
cada uno de sus artículos las pro- Dionysos le bastaría para perpe-
pias ideas que como una brisa tuarse.
perfumada azota dulcemente sus ¡Gloría al soñador que hacien-
secretas aspiraciones. do llegar sus ideas hasta nos-
En la lucha contra Castro hace otros labora delicadamete su
dorar las páginas gloriosas de inmortalidad! Así los rayos del
la patria de Bolívar, y al mismo sol desgarran la atmósfera para
tiempo arroja despedazadas las llegar á la tierra. . .
<]uc por el gobierno actual man-
chan ignominiosamente la histo- Francisco Merino y Córdova,
ria de Venezuela. {Mexicano).
Por su talla moral, es decir, En Paris, Julio de 190S.
-oí$í:x^>—
ta £kcta
Pava Pérez y Curis.
En medio del jardín, junto á un desnudo
Pentélico de Apolo, su sonata
Preludia el surtidor que se desata
En un eterno, inacabable agudo.
Yo estoy absorto, ensimismado, mudo,
Escuchando la suave serenata,
Mientras la luna su esplendor de plata
Vierte en el bosque impenetrable y rudo
Hay fragancias divinas en la umbría.
Fulgor de luna y tierna sinfonía,
Quietud inmensa ... el ánima reposa ;
Sólo falta que venga al parque agreste,
Envuelta en amplia y sonrosada veste
La electa de mi espíritu : La Esposa !
Juan Guerra Núxez.
Habana.
Pati aux c^ris^s
Moi. j'iii rocoiiiiuc Pan ;'i su libre panut'. á sos poils ! 11 .siuitail ilims le soloil,
iiU'illaiit crmí títvstf ¡liso, paviois, une fcrisc aux arl)r('s M-niieils. (iu'll était piir!
Des «idiittes il'ean perlaient sur sa lisse toisón, conune des étoiles: on reñt ilit
tlaifreut.
Kt i'était sous l'a/.ur de mon .ji'UiU' printi'nips.
(>r, a\aiit avisé dans 1 air une cerise plus firosse et plus belle. ¡1 la saisit. et
ptiisa le uoyau sous la pulpe san-ilante. .le m'approeliai. .I'etais ra\ i . . . Luí m'ayaut
visé l'teil. Je reens le novan. .I'allai tuer l'au de uii^u i-oulea;i ! II élendil un liras,
fit une volte, et tout le monde lonrua.
Adorons Pan, le dieu du monde I
Pací. Ki>ur.
— 334 —
milde hogar que se entibia con
el beso de un amor santo y primi-
tivo.
Ruido de remos se escuchan
como palmadas cariñosas sobre
las divinas redondeces de una
virgen. Una queja humana ju-
guetea sobre las ondas del silen-
cio y se pierde en las lejanías
serenas. Una guitarra desgrana
las notas de oro de un motivo
hecho con penas y con hlgrimas
ardientes, y la brisa repite fra-
ses de una canción que nace del
misterio brumoso de la tarde . . .
« Triste es vivir . . . Dame un . . .
beso de fuego . . . Me muero . . .
Me muero . . . por ti ... »
Luego otra vez impera el s len-
cio tranquilo y sedante. La tris-
teza del crepúsculo pone un sello
glorioso sobre la frente enarde-
cida por la idea. El sol derrama
sobre las aguas tranquilas, en la
comba dilatada, en la junción
distante del azul y de lo verde,
rios de oro y de sangre, de sobe-
rana belleza, de metales en fnsión
ígnea. Flámulas se agitan en lo
alto como pañuelos gigantescos
que se mueven en despedida glo •
riosa.
Un grupo de luces salpica el
caserío desordenado que se yer-
gue en la loma cercana. La no-
che agita su manto tramado de
tinieblas, y barre la campifia. El
sol, lujurioso y solemne, ha des-
aparecido tras un monte de eu-
caliptos lejanos que forman cua-
jaron de sombras.
En el cielo asoma su enorme
pupila luminosa la estrella del
pastor. La luna, semejante á un
enorme glóbulo de sangre, emer-
ge en el horizonte lejano, de la
cumbre de una cuchilla de sua-
ves declives. Un misterio nuevo
invade el paisaje y una nueva
tristeza coloca sobre el corazón
el broche de una pena infinita y
las facetas luminosas de una lá-
grima amarga.
Perfecto López Campa5Ia.
Santa Rosa del Cuareim, Agosto <le i'JOS.
-<^$CCC^(}o-
NUva -el l)asUo...
Para Aroi.o
La nostalgia infinita de los nublados cielos
y el sopor melancólico de las tristes llanuras,
rtotan sobre mi ensueño con largas amarguras
como un cansado Otoño de inconsolables duelos.
Los íntimos dolores son mis viejos abuelos,
me invade una cansera de visiones oscuras,
y estoy viendo á la Muerte que abre sus sepulturas
á toda la tristeza de mis hondos anhelos.
Voy así ... Voy lo mismo que el que no vé y no habla
porque, si es un poeta le falta una heroína
y si es un pobre náufrago le falta alguna tabla ...
Y soy en el regazo de mi extraño abandono,
como un rey del Oriente que murió de morfina
porque había perdido su esperanza y su trono ...
Buenos Aires. l!»OS. BENJAMÍN DE GaRAY.
o O —
ISTu isstros e:ola.bora.d.ore;s
^
i
N
jVI. JVIEDINA BETAKCOÍ^T
^
— 336 —
la eterna sombra
De nuevo me rugió la fiera hambrienta.
Jío cabe que esta vez mi labio calle-
Es necesario, de esta gran tormenta,-
(iue el rayo de mis cóleras estalle.
Y su estallido, á la jauría artera
Acallará sus lúgubres aúllos.
¡ Esta vez mi humildad no es la que impera,
Quien obra no soy yo, son mis orgullos !
Contra vosotros, los que habéis hundido
El puñal en mi espalda, innoblemente.
Es que me yergo como león herido
En plena majestad, por la serpiente !
Contra vosotros, sí, que tal bajeza
Nunca lo hubiera, á mi pesar, creído ;
Al creeros hombres, en mi gran nobleza.
Os di la mano y me la habéis mordido !
Contra vosotros, que fingiendo afectos.
Profanasteis mis flores más sagradas !
¡ Cuando suben á un árbol los insectos,
Dejan siempre las ramas deshojadas !
Contra vosotros, que á mi heroica lidia
Contempláis con rencor y sobresalto!
¡Es fuerza que asi sea! En vuestra envidia,
Cuanto más descendéis, me veis más «alto !
Montevideo.
Los que clavasteis con traición maldita.
El aguijón del odio en mis entrañas !
i Ay ! Es en vano. Es una ley escrita !
¡ Odio eterno de abismos y montañas !
Es una ley que ampara las pasiones
Que en una misma génesis se encastran,
i Todos nacemos con distintos dones :
Unos pueden volar y otros se arrastran !
¡ Para qué continuar? Odio al pantano !
Batir á la jauría es lucha loca !
¡ Si el mal se yergue como fosco océano.
Siempre está el alma para hacerla roca !
Y mi humildad no es causa de desdoro ;
En mi mente hay de luz, magnificencias.
El saber no se compra á precio de oro ;
Se venden por el oro las conciencias !
La brújula es según como se inclina,
El talento es según como descuella;
¡ Por reflejo del agua cristalina,
En un vaso también cabe una estrella !
¡Pai-a que continuar? ¡Si siempre hay yerros!
¡Si hay siempre uno que odia, otro que olvida'.
Escrita está la ley. ¡ « Ladran los perros.
La caravana pasa» ! ¡ Así es la vida !
Ovidio Fernández Ríos.
-oí*C:íCÍ¡&^-
lotiatitia de ^irímavera
Para ArOLO.
Kiiia sueña y suspira junto á la antigua vidriera
Donde el buen sol que retoza ríe Juminosamente,
Presagiando así el retorno de la loca Primavera
Diosa azul de la Alegría y ensonación del Vidente.
Kina está enferma. Es su rostro tan blanco como de cera.
Y su delgadez se abate bajo aquel mal inclemente,
Y hay en su pecho afiebrado de dulce convaleciente
Como una pena infinita que ahogase alguna quimera.
Pero en el parque do ambulan, los gorriones melodizan
VA himno de sus amores, y las rosas idealizan
En los tiestos del arriate sus nicis rosados ensueños.
Todo gusta de la Vida. Los contornos son sedeños.
Y es por eso que en la tarde de oro de su quimera,
Pina sueña y suspira junto á la antigua vidriera
Donde el buen sol que retoza ríe luminosamente
Saludando así el retorno de la loca Primavera.
Juan Picón Olaondo.
— 337 —
JUNTO AL CAlXEIlSrO
Lucía es hija de un peón ca-
minero; linda su casa con una
carretera y detrás de la carre-
tera tiene el campo y detrás del
campo la sierra, y tras la sierra
el cielo. La carretera está cu-
bierta, siempre que no llueve,
por un manto de polvo tan blan-
co que deslumbra ; de trecho en
trecho hay montones de grava
que poco á poco se van tapando
con el polvo del camino; en las
cunetas crecen hier bajos de un
color verdoso que se torna ceni-
ciento á poco de nacer. El cam-
po es un secano grande de trigo
donde la mies grana más pronto
que tierra adentro, pero con
fuerza, y cuando las segadoras
llegan á estos bancales, los tallos
del trigo parece que se van ci,
tronchar al peso de la espiga y
es que no pueden erguirse de
anemia, pues rara es la vez que
cae sobre ellos agua, y más rara
aiin la ocasión en que á poco de
caer no pasa por el camino un
carro que al andar de sus bestias
remueve el polvo y mata la fres-
cura. La sierra que está alh'j, al
tondo, tiene matices muy distin-
tos según la mira el sol, que
desde que sale hasta que muere,
todos los días, se entretiene en
entonar sus colores con los que
toma el cielo: al amanecer, mon-
te y cielo son grises, con dificul-
tad se precisa donde empieza ^1
uno y donde acaba el otro; luego
el cielo comienza á verdear y
la sierra sigue tan gris como al
principio; más tarde toma pin-
celadas violeta, toques de ocre,
manchas gayas de los pinos que
cría, y entonces el cielo es de un
azul intenso como el azul del añil,
es decir, como el azul del cielo.
La casa del peón caminero
está cortada por el mismo patrón
que todas las de su objeto, pare-
cen casas de nacimiento coloca-
das en la orilla de la carretera
por manos de niño : una fachada
rectangular de un color blanco-
moreno, en ella una puerta con
dos escalones de ladrillo que na-
cen en la cuneta, dos ventanas
una á cada lado de la puerta y
en uno de los costados de la casa,,
un horno que enseila á los cami-
nantes su bocaza negra como si
les dijera maldiciones.
La historia de Lucía me la
contó un rudo labriego, viejo, con
faz terrosa, con manos arrugadas
y contrahechas á fuerza de empu-
ñar el legón, con ojillos azules y
pequeños ; mientras hablaba son-
reía irónicamente mostrando dos
colmillos solitarios y negruzcos
y unas encías rojas veladas con
una sombra blanquecina : yo no-
pude reir.
Hace ya muchos años, la hija
del peón caminero era hermosa,
de una belleza bravia, salvaje: la
color morena como las barbas
del trigo; los ojos más negros
que el pelo, parecían dos endri-
nas maduras — según el decir
del aldeano. — Los sen«s detona-
ban en su cuerpo con valientes
curvas, y sus flancos eran pode-
rosos y macizos. Los labios eran
rojos, como si no tuvieran nada
encima de la sangre.
Lucía, en un pueblo cual-
quiera, hubiese sido la zagala de
más arranque y más hechuras ;
las guitarras habrían llorado bajo
su ventana todas sus notas, día
por día, años enteros ; todos los
mozos de aquel lugar la habrían
juntado mil veces á la virgen en
sus coplas; todos los huertos se
habrían quedado sin flores en
338 —
primavera para qno ellajas lu-
ciese; todas las mujeres liabrían
perdido los colores de sus mejillas
envidiando los de ellas. . . Pero,
Lucia nacij3 en la easuca de un
peón, caminero, á treinta. kilóme-
tros de distancia del más cercano
caserío.
Todas las tardes, cuando el ^ol
se escondía detrás de la casa,
poco antes de anochecer, la moza
se sentaba á la puerta con una
lalior que no acababa nunca, á
pesar de trabajar siempre en
ella, pues siempre era la misma.
Pasaban carros enormes entol-
dados de lona blanca y tirados
por una reata de tres, cuatro,
cinco, y á veces más caballerías,
que ritniicamente iban avan-
zando sus patas con pereza can-
sina, como si tnvieran seg-uridad
de que aquel movimiento hal)ian
de hacerlo muchas, muchas ve-
ces antes de i)arar detinitiva-
mente; pasaban también tartanas
pintarrajea tías de colorines, c^ue
al compás de cascabeles iljan ha-
ciendo equililirios sobre el eje y
dando túmidos al i)asar por los
baches; de vez en vez acertaba
á pasar un coche que i)udiera
llamarse tal, y más rara vez aún,
un viajero á pie. Pero el g-oce de
Lucía no estaba en ver pasar los
carros, ni las tartanas, ni los co-
ches, ni los caminantes; su ilu-
sión era esperar la dilig^encia, el
correo, como pomposamente le
llamaban, y que no era sino una
silla de postas descolorida y
blancuzca de tanto moler con sus
ruedas la g^rava del camino, ti-
rada por cinco bestias, que des-
de hacía mucho tiempo eran las
mismas: cuatro muías castañas
y delante un caballazo grande y
blanquísimo.
Todas las tardes pasaba á la
misma hora sobre poco más ó
menos. Lucía esperaba haciendo
hibor hasta que empezaba á oír
el ruido de los cascabeles que
aun venían muy lejos, tan lejos
que, siendo recta la carretera en
mucho trecho, n^da se veía hasta
pasado un biíeri rato. Entonces
abandonaba ki labor, se ponía
en pie y mira,ba la blancura del
camino hasta el lior.izonte. Pri-
mero asomaba nada más que una
mancha obscura que apenas se
movía y el cascabeleo conti-
nuaba sonando muy débilmente;
después sí, después ya se distin-
g-uía la forma del coche con su
l)aca enfundada de cuero, más
tarde se veía todo, hasta el ca-
ballo blanco que antes se con-
fundiera con el color del camino.
Y por ñn, mientras sonaban fu-
riosamente los cascabeles y se
oía el rechinar del polvo bajo
los aros de las ruedas para levan-
tarse después en densas nubes y
se percudía ruidos de cadenas,
pasaba el coche al trote largo de
sus cinco bestias por delante de
la casilla; se oía un « i Buenas
tardes! » del mayoral, dicho con
afectuosidad, y luego, con^ la
misma voz, pero con distinto
tono, un «¡Ya, ya. Porcelano !>^
un trallazo, y el armatoste ac[uel
seguía su camino mientras se
apag-aba poco á poco el monó-
tono tintineo. Lucía agarraba su
silla y su labor, se quedaba un
momento mirando cómo dismi-
nuía la marcha del carruaje, y
después se entraba.
El sol acababa en horas tales
de hundirse detrás de un ceri-o de
color rojizo ; las nubes se tenían
de púrpura, el campo se iba obs-
cureciendo, y la sierra tomaba
sus más fantásticas coloraciones
á medida- que el cielo iba pa-
sando lentamente de un violeta
intenso á un morado pálido, del
morado al verde, del verde al
azul claro, del azul claro al gris
339 —
y del gris al negro, un negro
fosco, roto por mil puntos en
cada uno de los cuales se pren-
día la luz de una estrella. Des-
pués nada, un silencio sedante
no interrumpido más que por el
vientecillo serrano que movía los
trigos ó por una malagueña can-
tada muy lejos, sabe Dios dónde
y por quién, cuyas notas se me-
cían en el aire durante largo ra-
to y cuyas palabras decían cari-
ños y hablaban de sangre, de
navajas, de morenas y de madres.
Y así todos los días, pasaba
uno, pasaba otro, y aquel caballo
blanco, aquel Porcelano, era el
reloj que marcaba á Lucía el
término de su cotidiano vivir.
La niña cumplió los veinte
años y ya llevaba cinco viendo
pasar la diligencia y aun no sa-
bía lo que era la voz de un hom-
bre cuando le dice á las mujeres
que son bonitas. Ni lo sabía, ni
esperaba saberlo, ni pensaba si-
(luiera que alguna vez en su vida
se lo debían decir, porque aun
ignoraba cuanto lo era ella.
Una tarde de primavera pasó
el coche como siempre, pero en
vez de sonar desde su interior
tan sólo el saludo recio del ma-
yoral, se oyeron también otras
palabras que ella no supo lo que
decían ni quién las pronunciaba;
y al poco rato, cuando aun no
había oído la moza el nombre
del caballo blanco, detúvose pe-
rezosamente la diligencia, estuvo
parada un instante y un hombre
saltó á tierra. El hombre se diri-
gió hacia la casilla y el coche
siguió rodando.
Aquel dia la hija del peón ca-
minero vio anochecer á la puer-
ta de su cortijo y oyó cómo
dicen los hombres á las mujeres
que son bonitas, y supo cómo lo
decían; supo también que su cuer-
po era un encanto de cuerpo, y
que tenía música en la voz, y que
la sangre, al saber todo esto, se le
subía á las mujeres hermosas á la
cara, y que se les cerraban lo&
párpados, y oyó cómo la pedían
entonces que los abriera. Pensá
que de aquella manera debían ha-
blar los hombres cuando no mien-
ten, y que todo, todo cuanto de-
cían así, debía ser verdad !
Lucía no acertaba á contes-
tar al principio, hubo un mo-
mento en que, creyendo que
aquel hombre iba á hacerle al-
gún daño, estuvo tentada de co-
ger silla y labor y meterse en su
casa y dejarle en medio de la
carretera, pero cuando oyó su
voz, cuando se convenció de que
nada habría de sucederle, enton-
ces se quedó, sobre todo cuando
la dijo que era más bonita que
los claveles de su reja. Después
estuvo escuchando cómo vertía
desde su boca aquel hombre pa-
labras, que ella no conocía unas
veces y otras veces palabras que
había soñado.
Mucho tiempo estuvieron ha-
blando, mucho ; al poco rato ella
hablaba también, pero con temor,
tenía miedo de contestar algo
desagradable que hiciera callar-
se al mozo y al mismo tiempo
temía que si callaba se ofendiera
también.
Hízose de noche. Sonó á lo
lejos el rodar de una tartana y
el mozo se puso á mirar. Se te-
nía que ir, era imprescindible,
pero volvería; claro que volve-
ría !, volvería para estar con ella
mucho tiempo, para decirla mu-
chas cosas que aun no le había
dicho, para enseñarle muchas
palabras que aun no sabía. Tal-
vez no fuera al día siguiente, ni
al otro quizá, pero debía espe-
rarle porque tenía que volver.
La tartana se detuvo á una
540 —
seña. El mozo entró bajo el tol-
do y lue^o tornó á ponerse en
marcha. Lucía estuvo mirándola
un buen rato, hasta que se con-
fundió con las negruras de la
noche, \ después otro rato hasta
que dejaron de oirse las campa-
nillas del caballejo.
A partir de aquel día, la hija
del peón caminero ha visto mu-
chos atardeceres desde la puesta
de su cortijo." Ya sabe cual es la
primera estrella que sale del
más alto picacho de la sierra, ya
sabe que desde hace unos aflos
no es blanco el caballo que lleva
delante la diligencia, ni es el
mismo el mayoral; sabe también
cuánto trigo han segado en el
secano de enfrente.
Todos los días sale para ver
pasar el correo. En sus cabellos,
ya grises, pero cuidadosamente
alisados, pone todas las tardes,
antes de llegar la diligencia, una
flor nueva, roja, como eran antes
rojas las rosas de su cara.
Miguel A. Rodenas.
-o(¡-^:xx:^ío-
FSA-Lixro nDE jPs.nv:OK.
Para Ai'Oi.o.
A María Ltiisa
Benditos sean tus ojos de miradas tan buenas
que apagaron mis dudas y extinguieron mis penas :
ardieron en su lumbre mis profundos enojos
>' mis amargos duelos, benditos sean tus ojos!
Benditas sean tus manos que con sublime calma
fueron curando todas las heridas de mi alma ;
sucumbieron por ellas mis ansias infinitas,
benditas sean tus manos, benditas sean, benditas !
Bendita sea tu boca ardiente, como el fuego,
que cedió noblemente á mi erótico ruego,
y con sus almos besos que el corazón evoca
calmó mis horas negras, bendita sea tu boca !
Oh!, la noche solemne de tus guedejas brunas
donde son tus peinetas estrambóticas lunas; • •
oh !, tus mejillas pálidas como enfermizos mares
donde veo cual náufragos tus pequeños lunares !
Oh !, Tú, mi santo ensueño, mi novia inmaculada
á quien rendido llego, y quien con la mirada
de sus ojos benditos mis tormentas evita:
serás la amada eterna, la eternamente amada
bendita seas por eso, bendita seas, bendita!
Benditos sean tus besos que en paréntesis aímo
recibirán en breve al trovero y al psalmo :
por ellos veo mis hondas penas en mil pedazos
huir para «in cternum», benditos sean tus brazos! . . .
Francisco César Morales.
Primavera— 1008.
341 -
FiniK-K-OT DE CO]XrP=PS.jPLS
Jadeante, apurado,
Y al brazo la cesta,
Pieri'ot.va al mercado
Con cara de fiesta.
— (í Dónde vas sin Colonil)íiia,
Pierrot?
-- De compras, señor.
Para el rostro busco íiariiui,
Para el alma busco amor.
Buenos Aires. l!)Oá.
l'ara Ai'ui.i
Pierrot fatigado
Y al brazo la cesta.
V^uelve del mercado
Sin cara de fiesta.
— ¿Bu dónde sin Colomljiíia
Vuelves ?
— De conii»ras, señor.
Traigo harina, mucha liarina .
Pero no he encontrado amor.
Pablo Minelli GoxzAi.lz.
TlSICiPs.
Xevada era la seda del rostro, como un lirio,
y hiucha luz de aurora guardaban sus pupilas,
azules como el cielo, como el azul tranquilas,
brillantes como el oro que en hilos torna Sirio.
Se le allegó la tisis con su letal martirio
y le brindó implacable semanas intranquilas.
y tuvo en las ojeras el tinte de las lilas
y fueron sus dos manos exangües como uñ cirio.
Amó los versos vagos ungidos de tristeza,
las flores amarillas de pétalo sedeño,
la queja de las flautas y el aire del jardin.
Una tarde de inviei'no doblegó la cabeza,
se le acercó la IMuerte y dióle su beleño
y fué su faz más casta que el blanco del jazmín.
San José de Costa Riea. LlSÍMACO ChavaRRÍA.
542
tos ojos tiegros
Vosotros, los que, engañados
por la mentida luz de unos ojos
negros, disteis en la traición de
su sombra, oidel relato.
Si de dos enlutados soles guar-
dáis en lo recóndito del pecho
dos rayos escondidos, habréis de
gustar su encanto misterioso.
Era en la estación suave y ru-
morosa, la do las alboradas ri-
sueñas y los ocasos tristes. Por
aquella época de ventura mi es-
píritu, en temprano florecer de
amores, seguía enamorado y cau-
tivo la oculta trocha, el deleitoso
sendero que con su luz le alum-
l)raran dos pupilas negras.
Habíame arriesgcido en excur-
sión romántica, por los replie-
gues de pintoresca serranía, y
tras largo caminar aquella tarde
abrileña, henchida de luz y de
aromas, di en esquivo paraje,
donde se alzaban los soleados
muros de antiguo monasterio.
Poco antes cruzaba un pueble-
cilio serrano, blanco y alegre,
abierto al sol y á la brisa. En sus
huertos los frutales florecían en
alba primavera. Reía el agua en
los regajos, y en el frescor de
sus ondas bajaba á la llanura la
vistosa gala, el perfumado atavio
con que había de enlozanar y
enverdecer el valle. Junto á la
presa de un molino, y en la mar-
gen de un arroyo, que sus puras
aguas entre lirios escondía, lava-
ban dos mujeres. Era la una
vieja, rugosa y fuerte : la otra,
mozuela, desgarbada y sucia.
Ambas mujeres tenían sus ros-
tros curtidos por el beso del sol,
encendidos los brazos por la ca-
ricia del agua. La vieja, afanada
(MI su trabajo, me miró indife-
rente ; los ojo? de la moza, gran-
des y negros, me siguieron cu-
riosos. Y juro que sus tenaces
miradas hicieron temblar los ra-
yos de otras pupilas negras, que
yo recataba gozoso allí en el rin-
cón más escondido del alma.
Me interné en la espesura, y
durante un rato escuché el alegre
rumor de las femeniles risas.
Poco después, nada oí.
Con el cielo azul, sereno y lim-
pio, rimaba la tierra florecida y
riente. Embriagaba los sentidos
la brisa, llena de campestres fra-
gancias ; era deleite del espíritu
la paz, el silencio aquietante de
aquel solitario retiro.
Como soy un espií-itu román-
tico, á ratos poeta y soñador
siempre, me sedujo en extremo
la plácida melancolía de aquellas
soledades.
La zarzamora obstruía la entra-
da del ruinoso claustro; la hiedra,
trepando por las maltrechas co-
lumnas y enredándose en las
gárgolas, cubría sus heridas ccn
un manto amoroso de verdura ;
ocultaba el musgo las afiligra-
nadas labores de frisos y capita-
les, y entre la maleza desapare-
cían las lozas de las tumbas. Una
fontana pura gorgoteaba caden-
ciosa en rincón sombrío, bajo
dosel de zarzas.
Esculpidas en tosca piedra,
sobre pedestales y sepulcros,
destacábanse las severas figuras
de evangelistas y guerreros, y,
sin duda por extraño capricho de
la suerte, los evangelistas apare-
cían con los evangelios destro-
zados, los guerreros con las es-
padas rotas. Dijérase que los
siglos en su labor destructora, y
343 —
el tiempo, en su correr incesante,
habíanse complacido en ir poco
/i poco destruyendo aquellos sím
bolos de su poder y de su influjo.
Aunque la contemplación de
aquellas mutiladas maravillas á
remotas edades de luchas heroi-
cas y ciegos fanatismos trans-
portaba, impresionado por la
gentileza de una flgura y por la
luz de unos ojos, rumbo distinto
tomaron mis pensamientos.
¡ Mientras existan unos ojos
negros ! — exclamó, como res-
pondiendo á mis propias ideas.
Y después de tenderme sobre
la hierba, seducido por el poético
misterio y la amenidad de aquel
lugar delicioso, í'ué suavemente
invadiendo mis sentidos una
dulce somnolencia.
Un ruido turbo el silencio y
vi, con terror indecible, alzarse
la loza de una tumba cercana.
Las lagartijas corrieron asusta-
das á sus escondrijos : se oy(3 el
roce (le una culebra en los zar-
zales, y un monje, vestido de
blanco, destacó su figura sobre
el ib 11 aje.
Quise huir y no pude. Sobre-
cogido del más temible de los
espantos, sentí un frío mortal
que penetraba hasta la médula
de mis huesos. El fraile me mi-
raba lijamente.
La humedad de la tumba, con-
densada en espesas gotas, corría
por sus hábitos ; un rayo solar
reflejaba en su blancura. Me pa-
ció que el fraile era de nieve, y
que al contacto del fuego del sol,
de* la luz esplendorosa de la
vida, comenzaba á derretirse.
— ¡ Pobrecillo I — dijo con voz
dulce, moviendo la venerable ca-
beza con expresión de lástima —
¡Pobrecillo! ¡Mientras existan
unos ojos negros ! . . . También
á mí, en el mundo, me cegó la
luz de unos ojos, también soñé
con horas de inefable dulzura,
de amor inmenso... Los ojos
negros me traicionaron; por
algo eran negros.
Hablaba el fraile lenta y tra-
bajosamente, como si le costasi'
gran esfuerzo pronunciar las
palabras ó le pesara decirlas. Yo
le oía sin atreverme á respirar
siquiera.
— ¡ Negrura ! ¡ Negrura ! —
prosiguió, con voz cada vez más
dulce — eres reflejo del amor de
los hombres. En el claustro bus-
qué la paz apetecida ; pero no
pude encontrarla. El Señor no
quiso otorgarme su gracia di-
vina. Como tantos otros me refu-
gié en la celda, no por amor á
ÍDíos, sino por odio al hombre.
En meditaciones y rezos, me dis-
traía una tenaz idea. Yo no acer-
taba á explicarme cómo Dios,
pureza infinita y l^ondad suma,
puso negruras en los ojos de la
mujer.
Una revelación vino á aclarai'-
me el misterio, y supe que el
amor divino hizo los ojos azules
y que el amor humano los con-
virtió en negros ... ¿ Dudas ?
¡Ay!, yo también dudé cuando
en mí corazón ardía el fuego de
la mocedad, cuando mi fantasía
acariciaba mentirosas ilusiones.
Pero mi corazón se consumió en
las llamas, y sólo cenizas que-
dan ; las cenizas no arden. So-
bre mi cabeza cayó la nieve de
lósanos; bajo la nieve no bro-
tan flores . . . Escucha.
Hubo una pausa. No se oía
otro rumor que el monótono y
soñoliento del agua de la fuente-
cilla. El fraile continuó :
Dios hizo el mundo de la na-
da ; con gala y verdores cubric)
la tierra, y de frágil barro for-
mó al hombre. Púsole en el pa-
raíso del deleite y le instituyó
dueño V señor de toda la tierra,
344
(le las ave? del cielo y de los
peces del mares. Pero Adán,
con este imperio, no era feliz; le
faltaba la mujer.
Y cayó en un profundo suefio.
Compadecido Dios del hom-
bre, quiso darle companera :
con cuidados de artista exquisi-
to modeló el barro, vertió en él
todas las gracias, encantos y
pi'imores, y nació t^va.
Para recibirla vistió la Natu-
i'aleza sus atavíos mejores: con
jíorjeos la saludaron las aves;
las ñores, con pei-fumes; el ag-ua,
con murmullos.
El sol se enredó cu la undosa
mata de su \)e\o.
Inflamada por el amor divino,
la mujer elevó su mirada á la
altura, y dos pedacitos de ciclo
azul, puro y transparente, reñe-
j'áronse en los limitios cristales
de sus ojos.
Kva tuvo los ojos azules. Aun
no se había tijado en el hombre.
Por entre espesuras y frondas
deslizaba el Tig-ris su mansa co-
rriente. Ansiosa de gozar su
frescura, Eva sumergióse en las
ondas. Abrazó el agua, con ca-
rino de amante, atiuel cuerpo
l)lanquísinio, y, cantando su di-
elia. corrió pov la, pradera, be-
sando con besos de espuma las
amenas orillas eubieitas de flo-
i"es olorosas.
Eva salió del río lozaiui de ju-
ventud, espléndida de hermo-
sura, radiantes de belleza. Adán,
<iue desde la orilla la contem-
plara, sintió el bullicioso correr
de su sangre, el latir presuroso
de su corazón sin tristezas ; tuvo
conciencia déla vida. Temblando
de e-moción, acercóse á la mujer
primera, sin mancha y sin peca-
do. Sus ])upilas. espejos del cielo,
aun reflejaban, el azul purísimo.
El honibre las cerró, besándolas
eon reiMiura. Cuando Eva tornó á
abrir los ojos, los tenía negros . . .
Se ahogó la vOz del fraile, des-
vanecióse sobre el verdor de la
umbría su alba fígura.
Asustadas del ruido más leve,
las lagartijas se deslizaban, on-
dulosas é inquietas, por los mu-
ros soleados. Sobre la loza de la
tumba cercana, guardando el
misterio de la muerte, un obispo
dormía su eterno sueño de pie-
dra. Rítmicamente goteaba la
puertecilla en el rincón húmedo
y sombrío, bajo dosel de zarzas.
En un rayo de sol se perseguían
dos mariposas de fuego. Un vien-
tecillo suave me trajo, envuelto
en su perfume, jubiloso rumor de
iemeniles risas.
Y parecióme que por entre el
encaje de la fronda al dolor de
la vida y al amor que la alegra,
me atraía el llameante mirar de
los ojos negros.
Enrique de Mesa.
— 345 —
F- jPs. nxi I L I jPí. K.
Manos de casa abrieron mi postijco
y entróse hasta mi tedio l.i inariaii:i.
con la cordial franqueza de un aini}?.!
y la unción cariñosa de una hi^rmana.
j Era una gloria ! Y en verdad, os diífo
ijue el sol KJiHel brillando en mi ventana
era más sol que nunca; y fue. conmifro,
viva en su luz, toda la paz aldeana . . .
Pitra Ai'in.o.
Después de la al)lución en agua pura
y fría de la fuente, con premura
á vestirme empecé ; cuando, de afuera,
lleRÓ hasta mí de un pájnro la trova . . .
Corrí á al)rir la ventana y Primavera
llenó mi corazón conio la aleóla.
Kmh.io Frl'ijm
-o{!$CCC$^
Paya Ai-olo. .4 Maiiufl J. d,' O. Kocko.
Veste-se a térra inteira de esperanga ;
De seus labios gentis — as bellas flores —
Evolam-se balsámicos olores
Ao louro esposo que no azul avanga.
Brilha um iris por lucida allianga,
E a Terra lendo a música dos cores
Ensina o beijo— o canto dos amores—
Á fera, á virgem meiga, á rola mansa.
Passa nadando em luz a brisa em festa ;
Cantao em coro os vates da floresta;
E o Sol em honra á venturosa data .
Liberta as innocentes prisioneiras,
Solta as aguas das alvas cáchoeiras,
Fundirido os nos dos seus griíhóes de prata !
snissa, 11.01. Darío Galváo.
jPl ISjPs-BEL
¿Dónde hay más fucs'o ([uc cu tu boeaar
[diente V
¿ (¿ué hay más azul (lue tu pupila amante V
¿Qué luz es más augusta y dcshinibranlc
que la que brilla en tu serena frente V -
¿ Cuál es de todas la inci'alile brisa
(jue ingenua corre pur la tar.le en calma,
<iue haga vibrar, como música el alma,
la expresión adorable de tu risa V
(, Y qué podrá forjar la mente loca
de una intensa pasión en mil (excesos,
((ue sea comparable con los b^sos
que llevas des:naya;los en la boca V
¿Y (lué habrá de más puro (inc el acento
de tu voz, cuando amanté- langiiideee,
tan exquisita y suave que parece
hecha de gracia, amor y sentimiento 'í
¿ Cuál el rayo de luz que no caduca
Pitra AiMi.c).
consumiéndose de odio en sus liestcllos,
ante la rubia^tureolrt dt- cabellos,
iiue en ettuvios te caen sobre la nuca V
Es inútil buscarlo por doquiera,
volando en alas del febril anhelo
sobre la faz inmensa de este sudo.
Talvez lo encontraré cuando me muera.
tras el raudo volar por el es¡)ado
di-l alma, libre ya, que canta y sube.
en el seno ¡nefabledé una nuhe
(¡ue tenga fefracciones de topacio.
Eii una dulce noche, en elcircnito
<U' tenue luz (^ue vaj*» perftlando.
alguna estrella celestial, cruzando
como una bendición el Inñnito.
O Junto al mármol de mi tumba fiia.
la más triste de toilo el cementerio,
en una flor oculta en el misterio
y amamantada con la vida mía !,
Jdsi' Vi II ña.
— 346 —
Lira Yetiezolatia
Desesperanza .
Para Apolo,
Princesitíi gentil, decidme, cuando
Kegresa el paje Flor,
FA barbilindo paje
Que va y viene cantando
Cuando lleva un mensaje
Para vuestro seíior.
Hace tiempo que espero,
Hilvanando mis suefíos
Bajo el naranjo en flor.
Hace tiempo que espero
Al rubio paje Flor,
Que ha sonado unas cosas en sus noches de cnsuello»
Que lo tienen enfermo de un hondo mal de amor.
Ya retorna princesa,
Retorna vuestro paje
Y cruza el boulevard ;
Trae un tierno mensaje
Y un radiante collar.
En una caja un velo, y en otra color fresa
Una corona hecha de flores de azahar.
¿ Son aprestos de boda ?
Ya preludian las almas
Su galante canción.
A vuestra sienes, palmas
Prenderá la ilusión,
Y de tu regia corte la buena gente toda
Rendirá á tus hechizos sus flores de oblación.
Solamente hoy el paje,
El rubio paje Flor,
No ha venido cantando
Como el blanco mensaje
De esperanzas y amor.
r, Por qué torna princesa, tan triste vuestro paje?
¿Será que han muerto todos sus ensueños de' amor?
Guillermo Lavado Isava.
La Victoria. — Venezuela. — lUOS.
347
Bibliográficas
LtíbiTos y folletos reeibidos
Tamsmaxks, por Ernesto Mario Bavreda
— Madrid Acusamos reeibo de esta nue-
va obra poética publicada por la impor-
tante casa editorial de Grejforio Pueyo.
Talismanes es un volumen de poesías mo-
dernistas que revelan en su autor $^ran
potencia descriptiva y excelente j^usto en
la elección de los motivos. La musa de
Barreda es liaruioniosa y compleja : tan
pronto canta á ima pucsti du sol ó á una
indiada que cruza la fampa en actitud
belicosa como á la mujer que ha lojirrado
impresionar á su psiquis. £ii este último
c&so Barreda se muestra un emotivo exqui-
sito y ori<fiual que subyuga y á la vez
deleita. Su estilo exento de juegas amane-
rados, hace que se le lea con hondo recogi-
miento. Barreda triunfará. Talismanes se-
ñala su primer paso hacia la meta.
Estudio cRírico sobrr P. Soxderííííukr,
por F. Jara Mar — Santiago dt Chil: Es
este un folleto de 2i> páginas en el que se
«studia someramente la joven personali-
dad del autor de «Cóndor» y «Crítica del
genio». Correctamente escrito, y con abun-
dantes detalles acerca de la obra intelec-
tual de ■Sonderéguer, el f,>ileto de Jara
Mar demuestra sing.il ir ;< :r»tlt:ides á des-
arrollarse en otra obra il -. la iiiisma índole
pero más extensa que la qüc nos ocupa.
Corazón' ROM v.\rioo,j9))" I-inciU Urdant'-
ta — Miirmaibo ( Venmuela I — Constituyen
«ste folleto una deveua de poesías ricas do
emotividad y de imágenes originales. ¡ L'is-
tima que todas ellas estén escritas en en-
decasílabos y pareados ! Un libro así, ma-
guer su poca extensión, resulta monótono
para el lector que quiere harmonías diver-
sas y ii.i ritmo vario para halagar á su
üspíritii. En Corazón romántico^ la idea y
el motivo mismo de casi todos los versos
«ncubren algo lo monorriino del acento,
pero lio alcanzan á desvanecerlo por com-
l»leto. Agradecemos el- envío.
KiLiGRAN'AS. por M'-UH-'I •^- Monloloo -
Gnat/aquit (Emaiov) - Es este un artís-
tico volumen de poesías, impreso con todo
lujo y llciio de fotograbados que represen-
tan á las bellezas ecuatorianas. El libro
de Montalvo es una rcL-o,iilación de mu-
chas (le las poesías que. el distinguido es
critor ha enviado en postales ó publicado
en las principales revistas de (iuayaquil y
Quito, donde su flrnia goza de mucho pres
ti-gio. FilUjranas es un bello libro que se
lee con agaido por las muchas bellezas que
encierra.
-Q,-B.v.KC\()-s; ■^m-^'Tr-'Cj.rn'PViili Rnali y E.
Picón Lares -r- Mijrida ( V.-anzuda) — Jle-
mos reaiWdo eshi foHeto il^e ^líosa y verso'
que acusa la labor insegura de dos. jóvenes
iniciados. « Prosas », que así se titula la
primera parte, pertenei-u al se.'ior Carne-
valí Retali, director de la revista Minsij»
Literario. Son páginas breves, impresione*
frágiles que halagan el oído y revelan un
temperamento de poeta. Constituyen la
segunda parte: «Notas de mi lira», del
señor Picón Lares, diez composiciones poé-
ticas reveladoras también de un exquisito
temperamento pronto á manifestarse.
NUEVO CANJE
Venezuela — Paris — Por primera vez
nos ha visitado este periódico de combate,
latino-americano, que dirige y redacta el
galano prosador Pedro César Dotninici, ya
conocido entre nosotros por sus hermosos
libros « Dionysos » y « De Lutecia ». Su
sumario es excelente. Cada artículo es un
latigazo á Cipriano Castro, el actual dés-
pota venezolano bajo cuya administración
se comjte tod;i clase de excesos contra la
libertad individual.
Enamorados de un ideal más amplio y
huinatiitario que no reconoce fronteras ni
se circunscribe sólo á una raza, nosotros,
aplaudimos sin embargo la labor de Ooini-
nic!, p:>r cuanto ella signiñca también un
gran esr'ii !rz > por el supremo ideal de la
libertad.
Establécenos gustosos el cmje de prác-
tica.
Hispano- Am. CRIC A, San ^osf' ds Costa Rica
— Kl iráinero I de esta revista internacio-
nal que dirige el señor Silvio Selva, ha
llega lo á nuestra mesa de trabajo. £u su
editorial promete mucho en pro de la liber-
tad. Vamjs á ver si cumple. Corresponde-
remos al canje.
Letras, H'ibana — Do esta bella revista
literaria que publican los hermanos José
M. y Néstor Carbonell, hemos recibido los
miineros 2, 3 y i, correspondientes á su
segunda época. Letras sale ahora semanal-
inente y ornada de her.nosas ilustraciones.
Ya tenemos establecido el canje con la
simpática revista cubana.
CANJE ORDINARIO
«Letras», Habana; «Revista de la Sor
ciedad Juridico-Líteraria», Quito; «Éli-
tros», Maracaibo (Venezuela); «Vene
zuela », Paris; «Nueva Vida», San, Üal;
vador; «Cxermen», Buenos Aires; «Tror
feos», Bogot.V; «Nuevos Kitos », Panamá;
« Fé. nina», Santiago de* Cuba-; <í Pedagi>í
gia y Letras», Guayaquil; «Mes LLt^ira.-
rio », Coro' ( Venezuela ) ; ■ «-Guayaquil Ar-
tístico », Guayaquil ; « El Anunciador Cos-
tarriccnsij », Saii JostJ' de Costa Rica ; « Ar
chivos de Psiquiatría y Criminología ",
Buenos Aires.
NOTA— Esta revista no canjea sino con las del exterior.
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«Vlnia de Idilio. (Poema).
« Albas sanfíi'ientas » ( Poesías de
combate).
) «La Ola» (Novela).
) «En el huerto de los l)esos» (Poe-
MO^^TEVIDEO \ sías).
Calle Florida números 84 y 92a
Teléf. La Uruguaya, 369 (Central)
Director- WiMhietor: l'KUEZ V ClIRIS
Redmtor: I'. L»»1'KZ r.VMI'.VÑ A Sicnimi» <lt! Il.(li(«<i«'.ii : O. FKIIXÁNDK/ UÍOH
AÑO Itl N.* 21.
Montevideo Buenos Airai Sintiago de Chile, Noviembte de 18M.
EL isrjPi.xui^jPs.Lisixio ir fénix
Con motivo de haberse repfoducklo en Revista Ro-
i'hcHsc, un trnbajo literario de nuestro distinguido cola-
borador Anííel C. Miranda, _intitulado Bajo i a cakkta
y publicado en el nijmero 1/ de esta revista, suscitóse
una pequeña polémica entre el Diario Español, ;í cuya
redacción pertenece aquel escritor )• El Siglo.
Dice Fénix en El Siglo que dicho trabajo pudiera
fali/icarsc de (wJiihición para lionihrcs solos.
Lamentamos la ligereza, y más aún, el poco crite-
rio con que ha procedido aquel periodista. Bajo i,a
cAKiíTA es una página del libro de la vida, real como
todas. Al concebirla, su autor lo hizo con altos lines
humanitarios \' moralizadores que Fénix se empeña en
negar no obstante saber que Zola escribió sobre temas
análogos con idénticos fines.
{ Fs decir que en Zola, s(')lo en Zola, es aceptable
el naturalismo que instruye y educa?
; Ka compenetrado Fénix el alma del autor de
Bajo i, a cai^iíta?
No ; su atan de presentarlo como un escritor por-
nográfico y no como un artista, es sistemático. Bajo i,a
cAiíKTA es una página de arte, y el arte no es porno-
gráfico sino para aquellos ultramontanos que se horro-
rizan ante un desnudo de mujer.
He ahí nuestra opinión aí respecto.
Ahora bien : rogamos á todos los intelectuales que
hayan leído el trabajo del señor Miranda, nos envíen
la suya para insertarla en nuestro próximo número.
La RiíDAccróx.
— 354 —
Ultnas de sombras
La ciiviiliii es Hii culto.
Ks <íl culto tic las almas viles á laé
¡fraudes almas.
ks una ailoración, la ailoracióa del mé-
rito por el desprecio.
Una extraña religión, la religión de lá
Iiajeza. Tiene sacerdotes — almas cadavé-
ricas, — diría Lauímenais, desesperados,
pálidos, torturailos, perennes nostálgicos,
d<'l liien ajeno. Kstos ascetas de la sombra,
viven de rodillas ante la extraña gloria.
Le alzan su plegaria: la calumnia.
I-a envidia es la forma liastarda d(! la
a<lniiración.
Las almas viles admiran y prorrumpen
en un himno : el dicterio.
Knvidiar es estar de rodillas ante una
gloria. Es la muda contemplación de los
insectos hacia los astros.
Las almas envidiosas nacen prosterna-
das. Son la eterna genuflexión ante el mé-
rito. Como los mutilados de la capilla
sixtina, son el himno de la impotencia en
liis altares del genio.
Ser odiado y ser envidiado es la síntesis
de la grandeza.
Nadie envidia sin) lo que hubiera de-
seado igualar.
Nadie odia sino lo ([ue hubiera podido
amar.
Si la envidia es la forma negra de la
ádniirauión, el olio es la forma negra del
amor. Ser envidiado es sentirse grande •
Nadie envidia lo pe^iueñó. Nadie odia lo
débil.
El odio tiene majestad de fiera.
La envidia tiene forma de reptil.
El uno vuela y piotea como un cóndor
furioso á su presa. La otra se arrastra y
silba buscando el talón.
Las grandes almas odian: no envidian
nunca.
Son las del odio, batallas d« leones ; sién-
tese á lo lejos el rugido, vense como pers-
pectivas de desiertos, rayos de incendio
en la mirada flameada, la proyección, so-
berbia de la guerra ... la epopeya sublime
de lo grande.
Las de la envidia, riñas de reptiles.
Se percibe apenas el ruido del crótalo
arrastrándose en la escama pálida por en-
tre el limo verde; el ojo torpe que espía el
águila; la boca abierta como escupiendo
al sol, la sucia boca; el maleado aliento . . .
la epopeya fangosa del pantano.
Inspirad envidia: seréis grandes: inspi-
rad odio: seréis fuertes.
<^$CCC$(}^-
las ventanas
Hay ventanas de alegría: claras vidrieras, corti-
nas de muselina florida; diríase que delante de sus
marcos de madera se balancea de continuo un velo de
flores . . . Estén abiertas ó cerradas, siempre tienen la
apariencia de reir bajo las flores.
Hay ventanas que lloran solitarias en la desnudez
de los muros muertos. ¿Es de remordimiento ó de
pesadumbre ? . . . ¿O lloran sin saber por qué, como
lloran los niños?
Hay ventanas de terror: no se abren sino para las
— 355 —
tinieblas, lenta, pesadamente, como ojos febriles; silen-
ciosamente, como labios que han perdido el uso de la
voz.
Todas arrulladoras de caricias, hay ventanas de
amor ; ventanas alrededor de las cuales, sin lasitud
ninguna, noche y día, como una banda de palomas en
torno de una tumba, el enjambre de los deseos locos
y de las vanas promesas se cierne, revuela, se abate y
agita las alas . . .
Hay ventanas de orgullo : bronce, mármol, esplen-
dores apagados, con estandartes de victoria ó de duelo,
en el oro y la sangre de los trofeos.
Hay ventanas de ensueño, á donde comprendemos
que debe ser dulce asomarse, por la tarde, á contem-
plar la luna que se levanta por encima de las techum-
bres y los campanarios de la ciudad humeante y ardiente
de delirio, que limita la floresta de los mástiles de los
grandes buques . . .
Pero es á vosotras á quienes principalmente amo,
¡oh! ventanas melancólicas de las humildes moradas
asoladas bajo la pesadumbre del largo destino; es á
vosotras, ¡ oh ! vidrieras misteriosas de los viejos edi-
ficios en la linde de las avenidas, á quienes, á través
de la red de las ramas desnudas, gusto interrogar los
ojos sombríos, donde persisten, semejantes á mustios
reflejos, tantos sueños desvanecidos é imágenes resuci-
tadas ... A vosotras también, en el fondo de los bue-
nos jardines sencillos ¡oh! ventanas de los presbiterios
que "miráis con tanta calma pasar y repasar las esta-
ciones por encima de la tapia del cementerio ...
En las ventanas está toda el alma de las casas y
de aquellos que las habitaron, como si sus cuadrados
de vidrio, á despecho del azar y del tiempo, guarda-
ran para siempre prisionera la huella luminosa de las
miradas, hostiles ó temerosas, curiosas ó hurañas, angus-
tiadas, resignadas ó contentas, miradas de lágrimas,
miradas de amor, miradas de alegría, miradas de orgu-
llo, miradas de terror, miradas de ensueño ó de locura,
ante la miseria ó las magias de la inútil y maravi-
llosa vida.
Gabriel Mourey.
-o{^C::X$&o-
ESTPiOF'jPi.S
(.'uaii<{o mi iiiiior t>iirí(ió im <>l aibu
tUH nioiriiiis eran de <>ro,
V til» pupilas oran verdes
eonio la linfa de los po7.08.
Olí, iiiñeit aleare y dorada,
motivos dir risa y de lloro!
'I'raiilor venero de tristezas
fué a<(uel eneanto Itiillieioso.
Volviste lue>ro á mi eamiiio
y en los ealiellos y en los ojo»
traías abismos de tiiiiel>las
siendo lirillante couio mi orto.
Oeafia. ColomUla.
Paya Apolo.
Oh. adoleseencia que triunfabas»!
Oh. «avia bullentc ! Oh, pórtico
donde á la invasión de loi^ suefioit.
(|uedó yaeientc mi reposo !
Has de tornar? En la penumbra
sufriendo te espero y te nombro,
escnehando todas las voces
y inirniido todos los rostros.
AI<;o de tí llevo juruardado
como en un rico paño el oro . . .
lOs la dulzura de tu boca'/
Ks la ecntelln de tus ojos?
Luis Tablanca.
'^Kl^CCt-^-
ljPlS coirón: as
I'ara AeoLO.
. . . ¿Vn (Misiuírio (•iiti".iri;il)lcy . . . ¿Lía rücuei'du profundo?. .. —
¡ KiU' mi moiueiilt) su|)r('iu() á las piuíftas del Mundo !
El Destino nic dijo inarnvillosaniento :
— Tus sienes son dos vivos enerastes solu-ranos :
rVigv una eoiona. todas van á tu frente! —
Y yo las vi brotar de las fecundas manos.
floridas y ghtriosas, trágicas y brillantes!
Más fría (¡ue el inarinóreo cadáver de unn estatua,
miré rodar espinas, y flores, y diamantes,
como el l)a<ra.je espléndido de una Quimera fatua.
Luefjo fué un haz luciente de doradas estrellas:
— Toma !- dijo — son besos del Milagro, entre (Mías
Florec(n"án tus sienes como dos tierras cálidas! ... —
. . . tal pupilas (|ue nineien se apagaron rodando ...
Vo ]n(> interné en la A'ida, dulcemente, sonando
hundir mis sienes fértiles entre tus manos pálidas! . . .
Dp^.lmika Agusti.vi.
o5*:cx-<6i)^
"x/isiónsr blíPlisto-íPl
Kn eslos (.tbscui'os días
\ en esta nocturna calma.
Tiene un dietai'io mi alma
De negras mclancolias.
^ a no anidan alegrías
Jíajo el dosel de mi palma.
^li salterio sólo salma
Monotonías letanías.
J'<n-(i Ai'oi.o.
Tras los hierros de mi reja,
De los tri'nos de mi queja
Nadie responde al conjuro,
Sólo en la nociie la luna
Finge tu imagen, como una
Blanca visión en el muro.
Adriano M. Aouiar.
NUESTROS ESCRITORES
José Iput«2ta Goyena
— 358 —
De " Bl mipadot* de Iilndattaxa "
los jardines trágicos
A Luis Iíodri¡juez Kntbil.
Viejo jardín, el aire entristece un misterio
inexorable como la pena de la vida.
Pareces, al crepúsculo, un viejo cementerio
donde aun se extingue un último adiós de despedida.
La luz de tu belleza fatal nos avasalla.
En ti se olvida todo. Y el corazón se siente
hoja seca en el árbol, rosal en la muralla,
y hasta gota de agua en la morisca fuente.
Eres, bajo el encanto de la luz: oro y rosa,
como una vieja música húmeda y olorosa
ix la (|ue cada espirita pone su propia letra.
Y cuando de la noche el negro enigma avanza
quien en tus taciturnas soledades penetra
se deja en tus umbrales perdida la esperanza.
II
Perdui'a en tu belleza trágica, el ¡nñnito
dolor de alguiií) antigua estirpe desterrada,
y hasta la voz del agua solloza como el grito
de una rol)Usta y joven garganta estrangulada.
En la fragante cárcel bermeja de ladrille»
donde tu viejo espíritu suspira aprisionado,
la lierida del crepúsculo tiene el caduco brillo
(le un antiguo y sangriento damasco deslustrado.
W cerrarse tu pueita tras nosotros, parece
([ue s(; cierra un sepulcro . . . Todo se desvanece . . .
Se pliega nuestra alma como una sensitiva
y se (-[ueda en el pecho el corazón inerte,
mientras recorre el miedo de nuestra carne aun viva
el brusco escalofrío y el terror de la muerte.
III
Todo tiene una vaga palpitación. La tarde
de trágica pavura tu silencio ilumina,
y de la vieja alberca en los cristales arde
el temblor de la última hoguera vespertina.
— 359 —
Se desangra el crepúsculo estival, gota á gota
y en la sombra fragante del naranjal, se siente
sólo el llanto del agua que tímido borbota
en la flor centenaria del mármol de la fuente.
FA corazón nos punza una, aguda tristeza,
y entre las manos, pálida, se inclina la cabeza
que el recuerdo lejano de un Imposible agobia . . .
Todas nuestras potencias se tienden al olvido
(\i todo, entre los brazos amantes de una novia
que no puede ser nuestra porque nunca ha existido.
IV
Se adivina en el gárrulo temblor de la hojarasca
un estertor, un grito que eriza de pavura
el alma y el cabello, y en el aire se masca
un húmedo y salobre olor á sepultura.
Sentimos nuestra alma morir con esta roja
tarde que se desangra sobre tersos cristales,
mientras el pensamiento, al acaso, deshoja
los frágiles ensueños de sus mustios rosales.
^rs
Todo se va extinguiendo ... El tiempo pasa apenas
como el tic -tac de un péndulo que late en nuestras venas.
Se apaga la luz lívida de nuestra pesadilla
de sangre . . . Calla el viento, y el alma se despierta
al ver entre el rcimaje á la luna amarilla ;
que asoma su faz pálida como la de una muerta.
Lenta como la tarde, siento que e:i esta hora
mi vida se desangra sobre el jardín sombrío.
Hay un dolor remoto que en mi pupila llora
y algo que hace á mi carne palidecer de frío.
Yo no sé qué recuerdo á mi memoria viene . . .
Para besar un sueílo mi labio se despierta,
mientras la planta nómada inmjvil se detiene
y el alma vuela errante igual que una hoja muerta.
Aquí fué ... En esta hora, bajo el verde ramaje
nos vimos: yo sería su cautivo ó su paje
y ella alguna sultana del viejo alcázar moro.
Nos besamos ... Se eriza de pavor el cabello
como si de repente sintiera sobre el cuello
el golpe agudo y frío de un yatagán de oro.
Francisco Villa espesa.
— ;-5H{) -
0^ las ciudades viejas
Yo g'uanlo (!<• I;is c-iiidaik's desvcntiiras. « Es pastor el ma-
vu'Jas. allá en lo lioiuU) del al- rido. y los fríos del haxto son mu-
UIM. cu el liipir oeidto donde sr elios: ella sola no puede cultivar
reeaíaii las si-nsaciones (juc se su liuerteeillo ; eu hi pasada pri-
li'ustaroii eoii iuiiiuo deleite, un luavera, la oruj^a se Cüniió los
ni<'laue('»lie() reciierd*». frutales : la moza se seca á par
lie recorrido, cu h» m:'is iuelc- del huerto...
iiu'uic y vi^-oroso úv la estación Y su monótona quejumbre se
invci'uiza. cuando la nieve cubrí' alio;ji¡'a (íu la soledad y el silencio
las veredas del monte y el liit-lo de la planicie nevada,
endurec»' los caminos del llano. Por los g^irones de^ la niebla,
los puel)los secidarcs y tristes asoman los rayos de un sol de
(|ue asientan su pardo caserío invierno y su caricia se extiende
en el yermo de C'astiHa. Sus por el albo terruño. Ni una casa,
nonil)rés evocan nu'moi'ias d(! ni un liomljrc. De trecho en tre-
fueros. suscitan rumores de ar- eho. amarilUían sobre la nieve
mas. V en la d¡li<í(íncia. cuya las l)arbas de un rastrojo. Oyese
marcha riman el clurrido de los híjano campaneo.
ji'astados ejes y el lembleteo de Una arboleda anuncia la pro-
Ios vidrios rofiosos. pienso en ximidad del pueblo. El coche pe-
el vivir miserable dv estos lu*;a- netra en la villa entorreada, y el
res vii'Jos. no por soleados ale- cascabeleo de sus colleras ale-
;Li-res. ni [»or liidali-os ricos. >;-ra las dormidas calles; lueg^o
Fronteros del sitio (puí ocupo. se detiene frente á solariega casa,
soljre la resoltada bampu'ta del I<M sol doró sus muros; ostenta
carricoche desvencijailo, si' acti- Morcados herrajes, zaguán espa-
modan un labriego y una aldea- pacioso y ancho portón, seilorea-
na. Ijiviu'-h'cse el hombre en do ])or nobiliario escudo. En uno
parduzc;! capa: es alto, huesii- de h)s balcones tiembla el visillo,
do. seco : crisi^aliza en sus (.)j'()s y alzado i»or mano feíUenil y
la serena ti'istcza de un crepús- i)lanca, descubre^ el rostro pálido,
cido castellano. La mujer, chata la esbelta figura, la mirada sofia-
y recia, es trasunto y copia dv dora y triste de uiustiaxloncclla.
la sei'rana de Malagosto. (pie con V yo pienso (pie acaso la llegada
sano y burlesco regocijo cantara del coche sea la nota alegre qm;
el Arci[M'estc. ~ i'ompa el moiuHono curso de una
Habla el lal>ricgo, y su charla vida de meditaciones y rezos,
grave es continua y mansa (pie- En demanda del correo acucU'
ja. -^^ 1 loga fio está la tierra mu\' unamoza. Un anciano acércase á
castigada del ciclo; las cosechas las mulasehapoteandoen el agua-
no se logran: la (pie respetan zalde la calleja. Una mujer nos
los hielos la arrasan los [te- mira indiferente; otra aguija á
driscos: están vacías las trojes. un cerdo, ( pie en su carrera sobre
la vi(^ja baldada, la yunta en- el fango derril)a á un chicuelo
ferma . : . sucio. A grandes sorbos el zagal
La mujer, doliente y lacrimo- apura un jarro del alegre vinillo
.sa, le ataja con el r(>latú de sus de ribera. Rítmicamente gotean
— Ul
Jtis gárgolas de la casa noble.
Y otra vez la diligencia cruza
los nevados campos de Castilla;
y otra vez se detiene junto á la
casa hidalga; y otra voz tiiMnbla
el visillo y pega á los cristales
la frente marchita una doiictílla
triste.
Al caer de la tanh' llena mi
corazón extraña melancolía. En
la última parada el visillo no
tiembla, ni tras los vidrios as)-
el labrador ronca ; dormita la
serrana, cabeceando á compás
de los tumbos del coche. Y yo,
mientras el hombre ronca y la
mujer dormita, forjo con el re-
cuerdo de todas las frentes páli-
das, de todos los ojos tristes, de
todos los cuerpos lánguidos, una
ideal ñgura de donc(!lla. muy
pálida y muy triste. Y la veo
nuircliitars(!, con el i'ostro pega-
do á los vidrios, esj)in"an(lo an-
uía la interesante' figura de la
muchacha enfermiza.
En el es]>ac¡oso zaguán de la
casa solariega, una anciana. <mi-
lutada. llorosa, platica con una
mujer del })ueblo. Y oigo (jue la
aldeana dice plañidera :
« ¡ Pobre s^Tiorita Ignaeia ! . . .
¡ Qué gol 1)0 para la señora ! . . . »
Apura el zagal su último jarro.
V la diligenciaarranca de nuevo.
Envuelto on su parduzca capa.
siosn. día poi" día, el rotoz('>n
('Mscahcloo ()uo alcgi'a las doi--
midas callos. Y la c()ntcni[)k>
muerta, entro ol dcsospiTado
])lanir i\o la madre >■ o] llantcar
.sosegado do la liol siM'viduinl>ro.
V mi os[)ír¡ru. on iuMosa Hora-
oi(')n romántica., llora cnol-silon-
oio do la n()cho y on la soledad
dol yorm ) castellano, por las
doncellas tristes {|uo so marchi-
tan on las oinihulos viejas.
' Enuhh'I" "i" Mi:s.\.
— 362 —
Visión
El Castillo f^ojo
Yo nací en la Alhambra. Mi padre era moro.
Mi madre fué en Cortes, dama favorita.
En aquella Alhambra que ralió un tesoro
Por sus ajimeces y sus torres de oro ;
En aquella Alhambra que no resucita.
De la auo^usta guardia de los Soberanos
Siendo aún muy niílo me nombraron paje;
Y por las envidias de los cortesanos,
En menguados rostros, mis pequeüas manos
Vengaron la ofensa de algún torpe ultraje.
A los veinte anos tuve ensoñaciones
Bajo las glorietas de rosas amigas,
Eran mis hermanos los grave Leones,
Y evitaba siempre las bajas pasiones
De las emboscadas y de las intrigas.
Yo aprendí los quiebros y raros antojos
De las danzas árabes de las bailarinas ;
Y por mis carines y mis negros ojos,
Se quedaban siempre sin claveles rojos
Todas las macetas de las granadinas.
Yo por mis amores tuve mil locuras.
Burlando la espía de adustos guardianes,
Y en medio al silencio de noches oscuras
Yo tuve mis citas y mis aventuras
En el fresco patio de los arrayanes.
Yo tuve mis tardes de melancolía
Y supe de idilios entre los jardines ;
Y en las noches largas de la nieve fría.
Con gracioso mimo la Reina quería
Que le diera besos para sus esplines
Yo escribí leyendas en los azulejos,
Y en las columnatas de los corredores ;
Yo aprendí la magia de fakires viejos,
Y escuché en ])alacio, los graves Consejos.
De blancos Califas y de Embajadores.
Yo he muerto en la Alhambra. Y en la noche oscura,
Cruza mi alma, el místico Alcázar desierto.
¡ Soy Boabdil que se alza de la sepultura !
Soy el gesto último de la Arquitectura
¡ Que llora á la Alhambra de una edad que ha muerto !
Ovidio Ferxández Ríos.
— 36a —
Inadvertida
Para Ai-oi.o.
— ¿ Verdad que tú me harás
feliz? — Y la eriatura deliciosa
apoyaba en mi hombro su cabe-
za rubia, como presa de una ne-
cesidad de protección ante el
augusto panorama del mar.
Habíamos recorrido un largo
trecho de la costa levantina que
en aquella, como en ninguna otra
parte de la bahía, muestra el pro-
digio versicolor de sus arenas
tornasoladas y el encanto supers-
ticioso de sus algas, tejidas y
destejidas á continuo por la in-
<iu¡etud constante de las ondas.
— ,; Verdad que tú me harás
feliz? — Estas seis palabras pro-
nunciadas por una boca exqui-
sita de diez y nueve aflos, estas
seis palabras dirigidas á mi leal-
tad de hombre en el reclamo más
dulc(^ de la vida, me han inquie-
tado dolorosamente. ¿ Hacerla
feliz? ¿Cómo poner á salvo de
mi hastio la turquesa desleída de
sus ojos y el oro ensortijado de
su cabellera magnífica? ¿Cómo
librarla de la predestinación que
siempre ha encaminado mis amo-
res á producir el mal en aque-
llas mujeres que inadvertidamen-
te vinieron al encuentro de mí
egoísmo creyendo venir al en-
cuentro de mi sinceridad? ¿Có-
mo hacer que mi compasión
¿idquiera una tal voluntad de sa-
crificio que me lleve hasta rom-
per el prisma fantástico de mi
Barranquilta de Culonibii*.
celibato sonreído? ¿Cómo vul-
garizar mi vida ?
Antes que Coralia, catorce mu-
jeres cuasi ninas, catorce ilusio-
nadas, se dejaron mecer en el co-
lumpio de mis promesas cordia
les ... Suplicaron clemencia ;
rogaron felicidad para sus pobres
almas sumisas, y se fueron heri-
das para siempre por mi vanidad
satisfecha, tras de haber dejado
en mis lal.)ios y en mis ojos la
significación de unos besos pro-
longados y el hondo sentido vo-
luptuoso de unas miradas soste-
nidas ... Después, he sabido de
sus maldiciones.
Y yo no he tenido la culpa de
nada: las he amado intensamente,
han inquietadonais noches, for-
talecido mis creencias, alegrado
mi vida; pero ignoro porqué,
llegado el advenimiento de las
intimidades fervorosas, se han
ido por la senda del resentimien-
to, camino de los definitivos aban-
donos.
La pregunta de Coralia me ha
inquietado dolorosamente,. por-
que Coralia es rubia como el
trigo, porque tiene unos ojos de
agua profunda, y porque, des-
pués de todo, f cómo hacerla
feliz?
. . . Caminábamos por la costa
levantina, las manos en las ma-
nos, ante el augusto panorama
del mar . . .
M. Moreno Alba.
-o{^CÍX:í'}c.-
— 364 —
Retrato
Para Ai'OLo,
Tiene sobre el rostro la blanca neblina
De un tul nacarado. Su poeta, el Sol,
Le da coplas de oro. Se entreabre en sus manos
Su inquieto abanico, cual un ala en flor.
Su triunfo más rojo la carne de Venus
Lo encuentra en la boca de aquesta beldad:
La rosa de un huerto florido de besos
vSemeja su boca de .i>Tana ideal.
Tal vez, á sus ojos les dieron su sombra
Las xMil y una noches de un Oriente azur...
En ellos ha\' hondas, extrañas tinieblas,
Y lloran humildes tristezas de luz.
¿ De un claro de luna naci(') el primer cisne ? . . .
Én su escudo arcaico, sobre áureo cuartel,
Buckingham del Abuelo, nevando sus perlas
\l\ pájaro blanco de Leda se vé.
Ya tartamudea su traje de seda
Las intermitencias de un vai>o íVú-írú...
Para ella, su moño de cintas precoces
Desata Un capullo de rosa del Sud.
Como á un par de lirios de un valle lejano, '
Evoco sus senos ocultos . . . De un. Rey,
De un Luis abolido, de un Trianón sin corte,
Caducos senderos dibuja su pie. .
Pueril colegiala del Beso indulgente, .. , , .
Como en la limosna de un Beso se da... .:
Para ella, en mi flauta sopló el Paraíso
No sé qué canoro viento celestial.
Su rostro es la cosa más blanca y más suave/
Desde que una estrella de él se enamoró
Y, por contemplarlo, le dio sus hechizos...
¡Áh, cuando yo sigo su plumacho de oro.
Su pompón de rizos,
i Hasta el cielo vo}^ !
GuzMÁN Papini.
865
El^nrFaneínifipano
\ \
-X-
-Tino Bfano
iSi'.
Teii«(u>os X'í lílaiter «le reiiio
(lucir eii nuestra ' revista, los
retratos de estos Jóvenes eón^
yiiges. i|Ue en poeo tiftii^K» han
sabido eaittarse la sinipáHíi de
un i)úl)lieo numeroso (i)jo:noelio
á noelie los a])laude.
Al barítono Tino JJruno lo
hemos podido admirar en diver-
sas oj>eretas, entre ellas «Ka
Maseota». «Saltimbanehi». etc..
<Mi (juc (lemiiestra todo su arte,
haciendo comiirender <|Ue le
í'stán reservados más altos ho-
nores, pues está dotado de una
bella y verdadera voz de ba-
rítono, «nie se ha manifestado
en la noche ile su bencliclo,
cuando intcriirctó algunos frag-
mentos de ópera lírica une fue-
ron muy aplai;didos.
A la Fancini Bruno, jtoseedo
ra también de aiilaudidos me-
dios vocales, la bunios elogia
do en el rol de ("ostanza. en
« D'Artagnaii ». y cu otros jia
¡leles, en los cuales se -luce ad-
mirablemente.
Xosotros. no acostumbrados
á prodigar elogios, no vacila
nios»en unir nuestro sincero
ajilauso al del numeroso i>úhli-
co, deseando ^•cr cuanto antes
á esta feliz pareja en el lugar
á <|ue se ha hecho acreedora.
■»¿j^ *^y^ ^^^
366
Hoi^S^s de la l^iba
I
El barbero del pueblo, que usa f^ori'a de paja,
zapatillas de baile, chalecos de piqué,
es un apasionado juj^ador de baraja,
que oye misa de hinojos y habla bien do Voltaire.
Lector infatig-able de El Líbzral. — Trabaja
alegre como un vaso de vino moscatel,
zurciendo, mientras limpia la cortante navaja,
chismes, todos los chismes de la mística grey.
Con el señor Alcalde, con el veterinario,
unas buenas personas que rezan el rosario,
y hablan de los milagros de San Pedro Claver,
departe en la cantina, discute en la gallera,
í«acando de la vida recortes de tijera, —
alegre como un vaso de vino moscatel.
El Alcalde, de sucio jipijapa de copa,
ceñido de una banda de seda tricolor,
panzudo á lo Capeto, muy holgada la ropa,
luce por el poblacho su perfil de hnll-dog.
Hombre de pelo en pecho, ruljio como la estopa,
lubrica con la punta de su machete. Y por
la noche cuaiido toma la lugareña sopa
de tiillarines y ajos, se afloja el ciuturón ...
Su mujer, una chica nerviosamente guapa,
<|ue lo tiene cogido como con una grapa,
gusta de las grasicntas obras de Paul de Kock,
ama los abalorios y se pinta las cejas,
mientras que su consorte luce por las callejas
su barriga, mil dijes y una cara feroz ...
Luis C. L(jpez.
— 367
El vUjecilq
Cada vez que esta rueda del
año, más erizada de púas que
la de Sanííi Catarina (á juzgai*
porias penas que nos trae), üa
dado una vuelta completa y que
el apacible y triste valle de Mé-
xico se cubre con el manto cris-
talino de las primeras heladas,
me acuerdo de una relación de
Donaciana, mi vieja nodriza, he-
cha, Diciembre por Diciembre,
en Jos últimos días del mes, en
un rincón de la cocina humosa
y cordial. En mi país no hay
tradiciones poéticas. El viejo
^oel francés, cuya sonrisa bo-
nachona ilumínala selva virgen
(le una barba en la que han ne-
vado tantos inviernos, jamás ha
sido mentado por aquellas co-
marcas; Santa Clauss, á pesar de
la vecindad yanqui, no ha apa-
recido tampoco nunca por mis
. valles con su cargamento de re-
galos. La poesía íntima y suave
de la chimenea en que un tron-
co arde crepitando, es ajena por
completo á aquellos modestos
liogares. Ningún nifío pone, por
lo tanto, sus zapatítos y con
ellos su ilusión á la vera del
fuego amable, y ninguno se
despierta rodeado de juguetes.
Unos cuantos alemanes, expa-
tria^ps definitivamente, que de
Kiengos aílos atrás comercian en
aquellos rumbos y que han lle-
vado consigo sus prestigiosas
tradiciones, velan el 24 de Di-
ciembre, rodeados de sus hijos,
alrededor del árbol maravilloso;
pero la bella costumbre ni por
esas se aclimata en mí costil. El
árbol que da juguetes no prende
en mis trópicos: es árbol del
Norte, árbol del frío, árbol de
perfumes boreales, árbol de las
montañas desconocidas en cuva
cima duerme siempre la nie-
ve , . .
Así, pues, lo único que indi-
vidualizaba en aquella sazón (y
individualiza aún en mis recuer-
dos el fin del aíío eran : las leta-
nías de los Santos, que se reza-
ban en la parroquia, y á la&
cuales nos llevaba mi madre de
la mano ; la escarchado los co-
llados olorosos ... y el relato de
mi nana.
Allá como por el 28 de Di-
ciembre, mí nana empezaba á
contarnos de un viejecito, muy
viejecito, que se estaba murien-
do. El 29 el viejecito estaba má&
viejecito aún ; el 30, no pudien-
do tenerse en pie, se metía en
cama . . ,
El 31, el interés del relato su-
bía de punto para nosotros. A
las oraciones rodeábamos ya á
mi nana, muy abiertos los ojos,.
nidos de inefables curiosidades,
muy atento el oído, en el rincón
humoso de la cocina, y mien-
tras la olla cantaba en la hor-
nilla y el gato barcino y enor-
me « hilaba » cerca del fuego,,
preguntábamos hasta la sacie-
dad á cada momento:
— (i Y el viejecito, nana, y eí
viejecito ?
— Muy viejecito y muy enfer-
mo — respondía Donaciana mis-
teriosamente ; — se está murien-
do en una cama llena de escar-
cha . . . Pronto vendrá el padre
á confesarlo. Ya fueron por él.-
— ^;Y cómo es el viejecito,.
nana ?
— i Ah ! es tan flaco que pare-
ce un raanqjito de huesos . . .
Tiene los ojos muy azules, pero
ya muy empanados.
— 368 —
— ¿Como mi abuelita?
— Como tu abuelita . . . Las
arrnj^as aran su rostro y recuer-
dan los surcos en las tierras de
labor que ahora cubre la hela-
da. Es muy bajito y tiene un
báculo i)ara a[)oyarse ; ¡pero ya
iiu se levantará derla cama!
— r, Yno tiene hijos el vieje-
citoV' - '
— Tiene uno. uno solo, que va
á nac-er hoy á Ja-s doce en punto
de la noche: uno muy colorado
y muy ji'uapo, (|ue va á nacer. . .
Aquel k» ñus satisfacía plena-
mente, i)orque ya sabíamos, has-
ta (le vicio, que el viejecito era
el año cjue acababa, y su hijo, el
ario cjue iba á lleg-ar.
A medida que se ai)roximaba
la noelie, el viejecito se ponía
más malo : empezaba á agoni-
zar : . . . le ayudaban á bien mo-
rir . . . Pero nunca asistimos á su
mucrti' ni al nacimiento de su hi-
jo, por una sencilla i'azón : nos
acostai)an temprano ...
Durante muchos afios, el monó-
tono relato se repitió invariable-
mente cada Diciembre . . . Yo iba
creciendo, y á i)esarde mis libros
elenjcntales, mnrtajados en la es-
cuela i)articular donde dos bue-
nas señoras nos hacían deletrear
las primeras nociones de Geog'ra-
fía >' Cúsmog-rafía, seg'uí viendo
al ailo {|ue se iba como un vieje-
cito moribundo de ojos azules y
cabello de lino, y al ano nue-
vo eomo un bebé rollizo y endia-
blado, hijo del anterior...
Después api'endí muchas co-
reas: aprendí que la tierra es el
tercero de los planetas de nues-
tro sistema,' una estrella, tan lu-
minosa como Venus; que gira
alrededor del sol en un período
casi idéntico al {(ue constituye
nuestro año civil : que su juven-
tud es eterna con relación á
.auestra existencia de relámpa-
gos: que el hielo del invierno
cobija bajo su manto la escondida
germinación de la primavera
próxima ; que todo renace ince-
santemente ; que un día nosotros
seremos viejos y nos acostare-
mos para siempre en una negra
cuna;, alargada y triste, para ya
nó ver más ni el rubor de las
mañanas, ni la mies de oro de los
medios días ni la austeridad me-
lancólica de los crepúsculos. Pe-
ro que lio por eso la fuerza re-
l»roductora cesará en el mundo,
y volverán las primaveras ano
por año, y las gentes seguirán
confiando sus esperanzas á los
Eneros, para recoger la cosecha
de tristezas de los Diciembres,
y los niños reirán como siempre,
aunque ya no podamos oírlos, y
las parejas adolescentes se bus-
carán las bocas para besarse y
los ojos para mirarse mucho,
aunque ya no podamos verlas, y
los perfumes, y el calor suave
del día y el enigma argentado de
las noches, seguirán sucedién-
dose, aunque ya no podamos sen-
tirlos...
Aprendí que el tiempo no es
más que uno de tantos subjeti-
vismos, como el espacio ; que el
latido del universo continuará in.
(ifternum ; que el sol, enfriado,
se convierte en planeta ; el pla-
neta se disgrega y cíie en la hor-
naza de otro sol, y que de la
nebulosa (]ue se condensa al
mundo que acaba, hay un eterno
y divino sendero de fuerza y de
resurrección y de amor; que la
vida del hombre más larga de
que haya memoria, no dura lo
que una estrella, la más rápida,
tarda en desplazarse, aparente-
mente, un centímetro en el cic-
lo. . . Aprendí, en ñh, que no es
el tiempo el que pasa, sino nos-
otros los que pasamos ...
— 369
Mas no he olvidado al viejeci-
to de marras, al viejecíto de ojos
tan azules como los de mi novia,
(jue besé tantas veces; de cabe-
llos tan blancos como lá piel se-
dosa de mi novia, cuyo calor in-
vadía mi corazón cuando, uiano
(intre mano, íbajnos por ios Cxi-
minos, queriendo sorprender eii
la frente de los ocasos el iirtimo
pensamiento de la tardé . . . Nó
he olvidado al viejecito, más ru-
idoso que las labores trabajadas
para la siembra ■ por el arado
y en Diciembre cubiertas de
hielo. . .
No, no lie olvidado al viejecito
moribundo, y ahora que torna á
meterse en c^ma, aliQra que le
ayudan á bien morir, ahora que
puedo asistir á su último suspi-
ro >- ¡ parque va no me acues-
tan temprano ! — le pri'>;uMt(» con
triste sonrisa: «D¡mc, vicjfcito:
r, qué me traerá tu hijo, el bebé
rollizo que va á nacer?» Y el
viejecito me respomle: «^Espe-
ra lizas ! »
— «¿Y (^ué me dejará cuando
agonice como tú, buen viejecito
de los ojos azuU^s'?»
Y el viejecito me resitonde
dulcemente:, «Esperanzas. . .tam-
bién esperanzas...»
— <>(i$cd:*}o-
th:íPs.xk.o xjFixjGXJi^iro
La L¡l)i'('ri<M IModern.-i, de
O. M. Hertani, ha publioado
en folleto la coniCíUa en un
acto El. Crkd:». del. aplau-
dido escritor Ismael C"oi"-
tinas.
Aquellos que vieron la
representación de dicha eo-
media, favorecida con el
primer pi'cmio en el con-
curso dramático de autores
urug-úayos, pueden delei-
tarse nuevannMite con la
lectura del libreto, lujos;i-
mente confeccionado por
Bertani en sus talleres j^rá-
ficos «El Arte».
IS.M.\KL COUTIXAS
— 37,0 —
tira Peruana
Líos eatofee años
Me pides un Soneto : catorce te daría,
puesto que son catorce también tus priniaveras ;
y con catorce rosas tu frente así ciñeras,
por otras tantas veces que habló la poesía.
Catorce son los versos con que esta rosa mía,
que para hacer tu elogio cogí yo en mis praderas,
reventará en tus labios cuando aspirarla quieras-
en tu palabra toda perfume y melodía.
Mereces un soneto por cada abril vivido,
que, al reflejar tus formas y al halagar tu oído,
fuera un cristal que hablara desde un rincón discreto ;
mas ya que uno tan sólo le pides hoy á mi arte,
permite que mi musa te diga, al contemplarte,
que tus catorce abriles son el mejor soneto.
El amof de Calatea
En su amor imposible por aquella escultura,
Pigmaleón anhelaba darle el alma y la vida:
estrechaba sus formas con pasión nunca habida
y besaba sus labios con pasión siempre pura.
Así loco por ella, con tan mala ventura,
obstinábase, á modo del que escarba su herida,
en buscar el encanto vanamente suicida
de poder, entre sueños, animar su figura.
Pigmaleón : yo te envidio. Mi dolor es más fuerte,
mi destino es más triste, mi pasión es más dura.
La mujer á quien amo tiene vida y da muerte.
Yo querría que fuera, dentro de esta locura,
no mujer, sino estatua, para darme la suerte
de pouer en mis brazos estrechar su hermosura . . .
José Santos Chocano.
— a7i —
lira Uruguaya
Lia IVIagdalena
Para acolo. •^
Profundos surcos de color violeta
Engarzan sus pupilas amorosas,
Es su sonrisa, de pasión inquieta,
El centellear purpúreo de mil rosas.
Sus ojos de mujer ven al poeta
Tras las palabras graves y armoniosas
Con que Jesús, aquel gentil esteta,
Habla de Dios á todas las esposas.
Con un gesto de humilde y blanda pena, —
Gesto de amor que al implorar ordena,—
Avanza hacia Jesús la pecadora
Y al inclinar su frente encantadora
Lo envuelve en sus cabellos de morena
Y le arranca el perdón, más que lo implora.
plott de Samapia
Junto á la clara fuente de pie la cortesana,
Sobre su espalda el ánfora llena de linfa pura.
En sus cabellos rojos una rosa temprana,
Y en su rostro el reflejo de fatal hermosura.
En su boca florida, la música pagana
De una canción de amores de dulce galanura
Anima con su ritmo aquella forma humana
Que en el silencio fuera magnífica escultura.
Ven las luces del día sus pupilas rientes,
. . . Mas no han visto la aurora de celestes reflejos.
Han bebido sus labios las aguas de las fuentes
Que murmuran meciendo sus temblantes espejos,
. . . Pero aún no han bebido las palabras ardientes
Del que estando á su lado, todavía está lejos.
Clotilde Luisl
372 —
Por jardines ajenos
Tiepras de Paz", de IMiguel fl. f^ódenas
Gerré el libro \' reñexíoné un instante. Su lectura
había despertado en mi ánimo el deseo de volver á
leer esas páginas tan evocativas y tiernas que sugieren
la alegría de un triunfo recién conquistado.
A^osotros habréis experimentado alguna vez ese viví-
simo deseo de saber algo más del idilio ó del drama
que se desarrolla en aquellas historias cuyos persona-
jes lograron cautivaros ó conmoveros, 3' cuya esencia,
ya psicológica ó plástica, inftltróse en vuestra psiquis,
predisponiéndola ú un dulce y largo recogimiento.
Al trax'és de ciertas lecturas el espíritu permanece
abstniído \' pierde toda influencia para seguir el curso
de aquéllas, á cuya grata corriente comienza por entre-
garse cuando hay entre ambos un leve indicio de afi-
nidad emotiva.
Si leyeseis « Tierras de Paz » sentiríais indudable-
mente la imperiosa necesidad de volveros hacia sus
primeras hojas en búsqueda de algo más que fuera
como un epílogo complementario, superfino para la obra,
sí, pero indispensable para saciar vuestra sed emocio-
nal. Porque esas divinas páginas que por un mago-
poeta parecen haber sido extraídas del corazón de
Arcadia ; esas pláticas idílicas que traen consigo las inge-
nuas remembranzas del inmortal cantor de las églogas,
tienen no sé qué atractivo, qué fuerza de sugestión -ava-
salladora y humana que os impele á observar sutil-
mente sus cuadros y sus paisajes retrospectivos, llenos
éstos de una beatitud riente como un parque en prima-
vera, \' aquéllos rebosantes de -verisnio.
• Miguel A. Rodenas posee un bello temperamento
conmovido y lírico que se manifiesta hasta en la selec-
ción del motivo de sus prosas. Modernista, y por ende,
pulcro 3^ gallardo en la forma y atrevido en el desen-
volvimiento del asunto que expone, este hermano gemelo
de Enrique de Mesa, el poeta creador de « Flor Pa-
gana », ha excluido de su obra esas extravagancias ver-
bales y esa puerilidad infantil que son el fruto híbrido
- 374 —
de la estulticia y el decadentismo y simulan jeroglífi-
cos de difícil solución. (1)
El es en España, entre los prosadores de alto coturno
cuyo sensorio es prisma cautivador, lo que Francis
Jammes en Francia, entre los poetas más exquisitos y
raros de la actual generación. Como éste, él también
gusta de las dulzuras virgilianas que pueblan los atar-
deceres de las campiñas olorosas y colman de bienes-
tar el espíritu. Entonces, deslumbrado ante la pompa
de la naturaleza á la cuíil sabe rendir tributo, hace
obra de panteísta y evoca en sus descripciones exube-
rantes de matices las escenas campestres de Millet y
los paisajes de Hobbema.
«Tierras de Paz» es un libro de cuentos y de estu-
dios y de impresiones de la vida que se caracterizan
por la serenidad con que fueron concebidos y por la
exposición de las observaciones, sobria, aunque pre-
cisa, unas veces, y ubérrimas las otras de elocuentes
rasgos que ponen de relieve la altísima mentalidad de
su autor.
De un libro así, multiforme y omnicolor, no puede
darse una impresión completa sino omitiendo, á pesar,
algunos de sus atributos fundamentales. Por eso no me
detendré parcialmente en todas esas prosas de dis-
tinta índole ni tampoco descenderé al análisis que,
como cualidad principal de la crítica mezquina, está
vedado al artista y á todas las almas superiores que
no corroe el sentimiento de la envidia.
El vigoroso paisajista que hay en Rodenas, y que
se presenta todo entero en Cantares y en Triste Amor,
se embarca de cuando en cuando en amables disquisi-
ciones sociológicas que hablan de grandes ideales gene-
rosos y humanitarios. La novelita Tierras de Paz,
( 1 ) Quiero liacM-r constar aquí, en oportunidaí], <(iie \'o tenjfo un (^onceptü persona-
lisiuio del decadentismo. Kste no es, á mi modo de pensar, luin escuela; es un símbolo
de arte anémico cuando no es el producto de un escritor (jue tramonta, puesto al
alcance de los eunucos de la iuteli^j^encia que atribuyen el ^enio á los necios.
El decadentismo no tiene formas concretas ni liturjfias ini{ucbrantables <iue lo eri-
.jiin en escuela. El implica el descenso que i»or ley natural sufren todos los qu»; pien-
san, ó de lo contrario, denuncia esc estado morboso, ya transitorio ó eterno, de las
facultades intelectuales, que ocasiona la anemia del Arte. Al sustentar est.a ¡dea yo
prescindo en absoluto de la acepción del vocablo: «decadencia»; me inspiro en las
producciones de los verdaderos decadentes y de sus paneffiristas y emuladores.
De allí que yo no piense, como aquel joven escritor que ha poco dio una conferen-
cia en el Ateneo de esta ciudad, que Modernismo y Decadentismo son una misma cosa.
Vo llamo decadentes: en España, á Mijfuel d<í Unaniuno <Miaudo pretende ser poeta ó
novelador y en America á alfi^unos escritores que habiendo hecho obras grandiosas
declinaron muy pronto y hoy sólo conciben extravaf^ancias que ponen bajo la éjfida
(le ^u obra primordial. Yo acepto dentro del Arte las incoherencias espirituales (|ue
provoca, perpetuándolas á las veces, el estado patolóffico de la psiquis del artista,
pero no acepto .jamás las extravag'ancias ideobígicas y v(!rbalcs creadas por snobismo
para asimilarse al genio.
— o4;> —
cuyo colorido intenso es animado y armónico, estíl
llena de altas ideas que revelan un criterio amplio y
libérrimo en pu^na abierta contra el prejuicio y las
aberraciones sociales. Además inspira hondas reflexio-
nes sobre los instintos humanos.
Pero donde más descuella la personalidad pensante
de ese apacible novelador es en Sangre Azul, un
estudio fuerte y conciso de un caso de hipocresía. ¡ Es
tan humano y tan minucioso y real que no encuentro
concepto para loarlo ! Imaginaos una sala mortuoria
donde, entre los sollozos de unos y el siseo apagado
de otros, alterna irónicamente el rumor de risas ape-
nas contenidas que contrasta con el gesto doloroso de
los más allegados dolientes, mientras en los corrillos
que en tales circunstancias se forman priva un júbilo
de fiesta y tan pronto se discute sobre política como
se comentan ( esto por fórmula ) las virtudes del
extinto, fingiéndose así un sentimiento que no se tiene.
Todo eso, descrito como está magistralmente, sin
parsimoniosos gestos pero palpitante de ritmo y elo-
cuencia, es de un efecto eficaz para la consagración
del observador discreto cuyos personajes muévense
allí fácilmente como en las demás escenas del libro.
No es Rodenas un escritor subjetivo y por lo
tímto expuesto á las tormentas íntimas que destrozan
el espíritu y enfoscan el horizonte artístico de algunos
escritores sentimentales. De ahí la serenidad de sus
páginas donde el objetivismo impera como un extraño
cantor enamorado de la naturaleza y hecho para ele-
var madrigales á los astros y las flores, y á la sole-
dad y el silencio de las regiones abandonadas que tie-
nen el privilegio de suscitar gratísimas emociones al
alma de los poetas.
El encanto idílico y la ingenua poesía de algunos de
sus cuentos como esa maravilla que se llama juxto
AL camino; el perfume de añoranza que se desprende de
casi todos ellos como de una flor evocadora de lejanos
amores fr astados allá en la adolescencia risueña 3^ feliz,
y las ricas ideas que sugieren sus pensamientos ebrios
de gracia y belleza, perduran á través del tiempo en
las almas sensibles á cualesquiera manifestaciones del
arte y producen la placentera emoción de una vida
reposada y libre de preocupaciones.
Ningún reflejo de la dominadora modalidad mau-
passantiana á cuya influencia no han podido sustraerse
muchos escritores jóvenes, cultivando el cuento, detona
f ^ 37^ -
allí, donde los idilios de los enamorados pastores y las
zagalas candorosas son narrados con un dejo de salu-
dable optimismo comparable sólo al de las églogas de
los bucólicos griegos. .
Es Rodenas un artista eminentemente soñador que
no se detiene á analizar las pasiones del alma colec-
tiva ni inquiere en la patología social el origen de los
males que aquejan á la humanidad. Empero, sus boce-
tos psicológicos, nos presentan al desnudo las almas que
él estudia profundamente, no cediendo á las inclinacio-
nes de su temperamento, poético por excelencia, sino
movido por ese instinto de observación, inconsciente
acaso, que hay en el fondo de todos los poetas de alto
vuelo.
Su oración robusta \' límpida, salpicada de esas
regias constelaciones que .son sus metáforas, bordando
en oro la frase ; llena de acadenciados giros 3^ voca-
blos sutiles que enriquecen el léxico castellano, ñexibi-
lizan su estilo y lo hacen delicioso hasta la exigencia
de los más empedernidos clásicos que aun forman en
las ñlas académicas. Eso 3^a es un gran triunfo casi
imposible en estos tiempos en que los últimos clásicos
pretenden ejercer aún la supremacííi en el arte.
Contemplativo como el poeta y dado como él á las
infinitas embriagueces del miraje, su numen poemiza tan
pronto la tristeza de una puesta de sol que anuncia á
los pastores la hora de encaminarse al aprisco como
la gloria de un amanecer en la soledad de los campos
castellanos () la melancolía de un amor perdido para
siempre.
Y ese afán de concebir, exaltando la humilde vida
de la aldea y harmonizando con su prosa cuotidiana
la poesía de encantadores paisajes, hace más aparente
á la meditación calmada ese manojo de anémonas que
constituye « Tierras de Paz » y que tiene, entre otras,
la virtud de surgir allá, de tarde en tarde, en el jar-
dín del Ensueño, como un emblema de triunfo y reno-
vación.
Pérez v Curis.
Septiembre 1908
— 377 —
El (asado
Pm-a AfO(.t>.
El aliuíi mía siente el ft-ío de los acabamientos ;
se iluminó con la incongruente fugacidad del ricio,
y el resplandor de los deseos hirió á sus sentimientos
con implacables consecuencias . . . Iba hacia al sacrificio • •
El alma mía fué dejando todos sus pensamientos
serenamente voluptuosos en medio del bullicio
que enajenaba sus placeres : fué en todos sus momentos
libando mieles lujuriantes de amor, panal propicio.
El alma mía se recluye, es alma que se aleja
y se confunde entre las sombras; en su sendero deja
no sé qué lúgubres tristezas, qué inconscientes gemidos .. .
Quizá es la huella de sus locas orgías por la vida,
quizá es el goiie que reclama vivir sus días idos ;
quizá el pasado niyri bando al borde de mi herida .. .
Lorenzo Vicens Thievent,
— 878 —
€ti la Sokdad
— ¡Oh, extraño cenobita del Silencio ! ¿qué piensas
En tu pobre boharda?
— Que mis fiebres intensas
Van poblando mi espíritu de visiones sombrías;
Que mi dolor pregona la muerte Inevitable
De mis vagos ensueños, y que el sol misera.blé
Hoy no ha venido á verme, triste como otros días.
Pienso también que el torvo buitre del pesimismo
Viene á anidar en mi alma próxima al paroxismo,
Y ese otro buitre en forma de paloma sumisa
Que es el amor me arranca fibras del corazón
E impide que en mi labio florezca una sonrisa
Para velar mis odios y mi desolación.
Mi existencia es un árbol cuyas flores austeras
Exhalan el perfume de una amarga pasión ;
Mil pétalos de sombras encubren mis quimeras
Conmovidas á modo de intangible Jubón.
Como no tengo hermanos ignoro el alma tierna
De las íntimas frases, la caricia fraterna
Y el elogio sincero que es el mejor laurel.
Mi juventud se agita cómo un ave que marcha
Hacia la luz, y, huyendo del fango y de la escarcha,
Ve en el camino Un árbol y se guarece en él.
La Soledad acoge la exhalación de mi estro.
Así como una madre .. .
— Y tu canción. Maestro :
¿Adonde va?
— Hacia el alma de los seres que abrevan
Sólo en una fontana de amor y de verdad ;
Mi canción no esi humilde pero es noble y la llevan
Cuantos desheredados aduna ia humildad.
Allí va esa ave humana que es mi canción.
— Yo mismo
Voy con ella, Maestro, á sondear ese abismo
Donde todos los parias impetran libertad.
Octubre, 1907. PÉREZ Y CURIS.
— 3'79 —
bxbliogelAficíoLs
Iiibfos y folletos fteeibidos
La !;ran c;is;l e litorial l'ueyo de Madrid, la que con mis e.n;)e'io y ásiduidal pro-
pende á la difusión de las Ideas mjJernas en Hispanoanijri :a, aeaba de obsequiarnos
con los siguientes libros de su última cosecha :
La Db los ojos cor,q« de uva, por Felipe Trigo; El dolor »k l.v casa, por Julio
Hoyos; Treoua, por Dorio da (iidex; Sa.vore de PniMAVEav, por Tnlio M. Cestero;
D.í MAR Á MAR, por Ángel (Juerra ; De C.vi»a y Espada, por Ranión A. Urbano.
También nos ha enviado Tierras de Paz, por Miguel A. Rjdenas, publicado ante-
riormente.
De este último, como liabrá visto el lector, se ocupa extensamente el Director de
Ai'OLo en el presente número; de algunos de los otros. nos ocupamos á continuación
lamentando que la exigüidad del espacio nos impida explayarnos como quisiéramos y
como ellos merecen-,
Agradecemos íntimamente al señor Gregorio Pueyo su valioso é interesante envío.
años, y el otro, un chico de trece. Para
Gloria es un placer hablar á esos niños
con palabras que los hacen enrojecer aun-
que no las comprendan del todo. Cuando
ella, sin pixca de pudor, se desabrocha y
apoya Ibrzmlamente la cara de Rodrigo^
contra su seno blanco y duro, el chico, en
su inocencia ultrajada le grita : puerca.
La otra receladora es Josefina, de la mejor
sociedad, joven y bella señora casada con
un hombre que la deja casi siempre sola.
Ella, pervertida también como Gloria, la
vulgar sirvienta, besuquea y manosea á ese
pobre niño que parece condenado á que
le sean revelados de nU modo brutal y
repugnante los divinos misterios del amor.
Josefina, más seductora y perversa que
(rloria consigue que esa pobn; almita blan-
ca vaya á su casa. Lo qre se desprende
de la obra es que esas R<;v<;ladoras harán
de Rodrigo un ser que vivirá para sus sen-
tidos y no conocerá nunca el a^nor del al-
ma; será, como dice el autor, nn sensual
irredimible.
Excusamos hablar del estilo de Felipe
Trigo en esta nueva obra. Baste decir que
es siempre el suyo, vigoroso y personal.—
Flor del Lacio.
El Camlno del Truni-o. por Vanjas Vi-
la. Librería Bourel. — París. — (\>nipren-
de esta novela dos tomos: «Las Adoles-
cencias » que acabamos de leer y « Vidas
Paralelas», actualmente en prensa. A juz-
gar por la lectura del primero venios que
se trata de una vigorosa novela psicológi-
ca y moralizadora en la que se ponen de
manifiesto y se anatematizan abiertamen-
te las bajas prácticas sacerdotales y los
inmundos actos cometidos á la sonibra del
confesionario.
Los crímenes de la religión se han pro-
ducido en todos los tiempos y se produ-
cen aún sin ningún paréntesis. Por eso,
un libro así, que los denuncia, relatándo-
los minuciosamente y poniendo en guar-
dia á la juventud que surge apta para la
seducción y el halago, es siempre oportu-
no y saludable.
En « Vidas Paralelas » el Maestro dirá
de la evolución intelectual y moral de
los personajes gallardamente esbozados en
«Las Adolescencias».
Esperamos con ansiedad la aparición de
aquél para hablar extensamente de esa
El dolor de la casa, por Julio Hoyos. —
Librería Pueyo. — Madrid. — Es éste un li-
bro de nuieho aliento pero muy breve, muy
conciso para el desarrollo de nn proceso
psicológico que por su importancia y com-
plejidad debiera tratarse con más ampli-
tud. Hoyos ha hecho un boceto de novela
cuyo elevado intento emociona al lector
por el cúmulo de finas observaciones que
ofrece. Su tema es tendencioso. Mirbeau
lo ha tratado magistralmente en su libro
« Sebastián Roch ». El protagonista de El
D3L0R de la casa se educa en un colegio
de frailes y sale de él con todas las mor-
bosidades del pederasta pasivo. Sus de-
seos no colmados tras largo tiempo le
exasperan terriblemente y ie causan fre-
cuentes ataques de epilepsia que lo vuel-
ven hosco y huraño para con todos los de
su familia que le prodigan toda clase de
cuidados ignorando el motivo de su mal.
.lulio Hoyos ataca allí el pr<yuic¡o reli-
gioso y demuestra al mismo tiempo los
beneficios de la enseñanza laica. Aunque
su estilo no es bello sino correcto. El do-
r.oii UE LA casa es un libro laudable por
las deducciones que nos sugiere y por el
noble propósito que persigue su autor. -
Pt'rez y Curia.
La de LOS OJOS COLOR de uva, por Feli-
pe Trigo. — Librería Pueyo. — Madrid.
Comprende la novela así titulada y « Re-
veladoras». En la primera, nos muestra
Felipe Trigo á la mujer en su neurosis.
Toda la incoherencia del proceder de esa
Eladia que sin amar y sólo por vanidad
acepta por novio á un pobre periodista
para que en los periódicos de Madrid se
ocupe de ella, es bien femenino. Ricardo,
en cambio, hace de esa mujer sin corazón,
su ídolo y su todo, y por ella trata de
llegar á la celebridad, cosa que consigue
como en un bello cuento de hadas Pero
Eladia, la nerviosa, al fin, que no sabe lo
que quiere ni lo que desea porque no ama,
en vez de pagar con su cariño tanto es-
luerzo, se niega á casarse con él aun des-
pués de haber sido suya. He ahí en sín-
tesis la llaga moral y social que estudia
Felipe Trigo. «Reveladoras» es de un
verismo cruel. Gloria es la mujer sin edu-
cación que sólo sigue su instinto; nna per-
vertida que mancha con su impudor el
alma de dos niños ; la una, niña de quince
— :-58()
(iovcIm HHlvMilitr» qiif rs Ki. Oamixo uv.i.
'rniiNi-'o. Kiiti'ftiiiito, siíH ««stH breve nota
imi in<)ti\o parii Mjfrjulfcer ii luicstro ilus-
tre Hini)i:ii Vurj^us Vil» el envío <le hii 11
3iro. - /Vív; ¡i Vnt-ix.
I)k ("ai'a y Ksi-viiA. /((»• Uiiiiióti A. Cr-
J)ii>iii, Lihn'fitt l'iii'i/K. — Madrid. — l'or
<'ste eloTHUte liliro linee «leHtiInr Kiiiiióii
A. l'rl»aiio ilute iiiiestrus ojos visiones de
4'ONMS itiHs. Xos Imilla, eviieaiiilo el luedioe-
ro y sus W-yeiitlas. de iliiiM'ias y de |i)l,ies
<le culiallei'os (jiie sabían morir por su da
nía. Kserito en estilo elásieo. niiiy pesado,
pero adaptable á Ht|iielhi edad, eree uno
ver en un» eallejnela ile la lieroiea Kspa-
íia un paje blondo tañendo el laúil en la
reja de su bien-íiiiiiida. ('tuntos í>ki, ni.v.
que eoinponeii la secunda partí* del libro,
eslán eseritus en el tluleii lenjrniOe aiida-
Iti/., N \a no liay pajes ni dueñas, sino
;{oltlllos eii\o espíritu travieso alejara el
Minia del leetor. y sevillanas, como la .\i
ñu di' lux //ii/v.v. bellas y aniniites á la par
<|Ue oi-^ullo5as. Todos estos eiientos siíii
liellos; deeir que uno es superior á otro
«•s imposible, has eostiinibres tipleas del
pueblo así eonio .sus modalidades están
jiintadas allí divinamente. I^iiiión \. Ur
Jiano lia eondenitudo etl Dk ('mvv y Ksi-a-
i»A tollo nii eaudal de felices impresiones.
— /•7()<- drl l.crio.
SvNtiKK i>i-; l'iíiM vvi.u \. pur TkIíh M. Ci'x
lera. — l.lhriTiu l'iii'¡ii>. - M(idt;id. — Ksta
«oleeeión de poemas en prosa que prolo-
H^M (ióiiie/. rarrillo. el e\i(iiisito eseritor.
Tiene á robusleeer aún más nuestro eon
-eepto sobre, la obra iiiteleetual del divino
autor de «Citerea». si en dicho libro,
formado de cuadros n-ales, es dijfno Ai-
loa el trabajo de obscrvacii'm. en SaNORB
OE Primavera se admira, con la labor
.«útil del artista qne mnsicaliza la frase,
la delicada labor del espíritu iMiiotivo que
cantil y elo;¡^ia sus más dulces impresio
lies. Kl arte de Ccslero es moderno é iin
presionista: n<) acusa cstreclios formulis
nios ni rituales académicos reverenciados
en otras épocas ; rs rebelde y |ior lo tanto
personal. Sangre DE Primavera coloca
á Cislcro en un puesto de honor entre los
más alliis prosadores americanos. — /VV';
V ('Hri.i
J«iSPES. ¡Kii- Erni'xio Mitiiif. \\'illi('fHí!. —
li/ii/ilKi-. - Krnesto .Monffc \Villiems es un
pt^lisador. Y piensa iiicii. lo (iiic hace que
sea un buen escritor. JASPES es su obra.
I''.s mía i'ccopilacii'in de cuentos y páginas
i|i' <!stii(ll(i. escritos cu iiii estilo elevado
y sobretodo con una sinceridad espontá-
nea que dice muy alto del alma artística
y noble de sn autor.
("ontrario á lo que manlliesta en su l'ór
tico, he observado que cada cuento, cada
páK'ina, cada párrafo, encierra iiiiii eiise-
fian/a muy humana, una máxima severa,
expresadas con mía amar<;a ironía y con
sutil delicadeza, que hace conmover y
peiisjii- hondamente en las fírandes triste
/.as é infortunios de los hombres, que la
Humanidad arrastra con la voráxint' <••'
su alma desei|uilibrada c injusta.
Kl autor de Jaspes posee un don de
^tbseiyaeión saj^az y una admirable con
cepeióii iisicoliiffiea, lo que hace (|ne su
libro sea de alto valor, porijue refleja de
lili modo fiel y preciso —sin afectados' con
veiieioiíalisuioi» —cuadros de la vida real,
eon' to«lo 8U enloridu v tuda la desnudez
de 8U Mima ! — Oridio fienuindcz Ilion.
Db mi Villorrio, por i-uin ('■ Lope/.. —
lJhre):¿ír di- l'iunio,^ Madrid. — Manuel Ocr-
vera. el altÍ8Íino poeta, y uno de los tein-
perainentos más delicados de la actual t/tv-
ueración, nos ha enviado iiii ejemplar de
la obra de ese otro Ktm\ poeta que se lla-
ma Jiiiis (\ Lópex. De mi Villorrio e.«
una eoleceión de poesías oritjrinalisiiua»,
cuyQ estilo y vijfor ideoiÓKrieu muestran
á un espíritu amplio y selecto ({ue posee
et eneautn de deleitai* intensamente. Un
poeta como Lópex, que sabe innovar á
maravilla, haciendo del verso una expre
siún armónica .v sutil, y no una frase pro-
saica á la manera de los decadentes, es
(•((/•« iu-is entre los triunfadores de la fa-
laiijce hispanoamericana. Porque si para
innovar es preciso colocarse fuera del cía
sicismo y por encima de toda fórmula ó
ley, ha.v que cuidarse también de la ex-
travagancia, en la que es fácil caer cuan-
do más empeño se pone en la innovación,
licyendo los versos de este poeta sabréis
de sus emociones v de su rara modalidad.
»)id:
¡>r Kobr,rinc$a
8c vive, amada mía. ^— según y cómo . . .
Voi por la mañana tengo hipócoiidri» —
y por la noche bailo un rigodón.
V qué y Pura ironía ^del hígado, mu-
chacha. Kn el amor — y en otras cosas d»
mayor cuantía — todo depende de la di-
»restión.
(¿ue no fume, que olvide la lectura,—
que no maldiga en ratos de amargura— jr
mil consejos más de este jaez. - como si
se pudiera — vivir ú la manera — de las
calles tiradas á cordel ...
y así todo el libro: bello conjunto de har-
monías (|Ue exteriorizan los estados de al
ii>a de un soñador ((ue se ha ins]iirado en
la vida. Db MI VILLORRIO trae un brcye
y conceptuoso prólogo de Manuel (lervera.
— Pcri'z ¡I Curis.
Flauta ingenua, por Uohcrln Valladu
ri'x,^ — San .lotí' di' ('osla Jíica. -- Un libro
pcijueñito, tiexible, elegante, aristocráti
co, pero grande eii su contenido: áiifor.-i
que guarda muchas maravillas del estro,
y mpeha mentalidad brillante como chis
pus y luces de piedras iirociosas.
La musa de este nuevo iiercgrino del
Ensueño, está impregnada <le una tristeza
muy honda y de un sentimentalismo ex
traño Ks una musa rebelde que no sabe
de dogmas académicos, ni de la tarda
immotonia del clasicismo. ¡Yo le aplaudo!
¡Sus versos, ora ingenuos. or:i graves:
ora desaliñados é incorrectos, ora de una
lierfección admirable, dicen todo ivse poe-
ma de fiebres y locuras de los veinte
años, jiero con una sinceridad muy noble
y con un sabio pensar, ]irofuiido yscreno.
Ksiiero que FLAUTA INOENUAsea pre
cursor de otra obra más grande y más
perfecta (i»r consolide firmemente la con
«agracióii de Valladares, ruiseñor nielan
cólico cuyo gay cantar ya hace estre-
mecer el alma de la selva del Norte. —
Oriditi ¡■'i'rnáiide: Ríos.
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ñdministrador : LiUlS PÉREZ (fllzáibat», 35)
La correspondencia Jiteraria á l^ElíKZ Y CUKIS
— MONTEVIDEO ( URUGUAY j —
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Redactor: P. LÓPEZ CAMPAXA — Secretario de Redacción: O. FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO III -N,° 22,
Montevideo — Buenos Aires — Santiago de Chile, Diciembre de 1908.
Carta ie Vargas Yila
Con motivo de la muerte de Estrada Palma, expresidente de la
República de Cuba, creemos oportuna la publicación de esta carta
llena de profecías que se lian cumplido para dolor de la Joven repú-
blica durante la administración de aquél.
53 Rué de Chabrol.
París, el 20 de :\Iayo lítOó.
Al señor Arturo R. de Carricarte.
Habana.
Mi noble amis'o :
SU carta, me ha enorgulleeido
y me lia iiidig'iiado ;
orgullo y mucho, he sentido,
de ser amigo de usted ; de que
usted me proclame su :\iaestro, y
de que liaxa sido mi vida de re-
sistencia y de tenacidad contra
las tiranías exóticas que nos des-
honran, la que ha inspirado é
inspira, su noble y valiente vida
pública ;
la visión del mar, donde pasa
la tempestad, no atrae sino á las
almas heroicas ;
la soledad de la cima rigida,
en donde vela, el rayo, no seduce
sino á los grandes visionarios;
el peligro i manta los lucha-
dores, como el Misterio fascina
á los pensadores ; es un ímpetu
irresistible de alas :
la vorágine del pavor, atrae al
soñador ;
lo terrible es bello . . .
indignación, y mucha se apo-
deró de mi espíritu, ante el aten-
tado bárbaro de que usted lia
sido víctima, por parte del peda-
gogo nulo y menesteroso, que
hoy administra en nombre de
Rooseveit, la Antilla gloriosa,
por cuya libertad murió Maceo ;
yo. conozco ese cacógrafo ruin,
desde que era el envidioso ator-
mentado y el enemigo encu-
bierto de José ]\Iartí, en New-
York, en esa aurora de rebeldía,
que en 1894, el Gran Poeta, en-
sayaba dibujar ya, con los colo-
res de Cuba, sobre el lienzo de la
Historia :
él, se ocupaba entonces, de
desalentar los cigarreros patrio-
tas que sembraban con el sudor
de su frente, gérmenes de epo-
pej-a, ó ansiaba amotinarlos con-
tra el Gran Vidente, á quien su
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Keilacti»!-: P. IA)\>K'/, (íA^rI^\XA - Sccictario de líedaccióii : O. FKRNÁNDKZ RÍOS
AÑO III -N." 22.
Montevideo — Buenos Aires - Santiago de Cliile, Diciembre de 1908.
Carla d^ Vargas Vila
Clin motivo (le la iiiui'ite de Estrada Palma, cxprcsidciite de la
I{c|)i'il)lica de Cuba, croemos oportuna la pulilieaeióii de e.sta carta
llena de in-ot'eeías (lui^ s(í han cuni|)l¡(lo para dolor de la Joven repú-
Mica durante la ailminlstiacii'm de a([uél.
ri.i Rué de Cliabrol.
Parí.';, el l'o de >[a\o l'.io.'i.
Al señor Ai-turo R. de Carriearte.
Habana.
Mi noble amiii'o :
SU carta, me lia ciiorjiRlIeeido
>' luc lia ¡ii(l¡<>"iia(l() :
or^'ullo \' inuc'lio. hv sentido,
de ser auii<;'0 (Uí usted : de (iite
usted iiie proelauíe su maestro, y
de (jue haya sido mi vida de re-
sisteneia y de tenacidad contra
las tiranías ex(3ticas (jue nos des-
liouran. la qnv lia inspirado é
insi)ira, su noble y valiente vida
pública :
la visión del niar, donde pas.-i
la tempestad, no atrae sino á las
alimis lieroicas :
la soledad de la cima ríi^-ida.
en donde vela el rayo, no seduce
sino á los g-randes visionarios:
el peligro imanta los kiclia-
dores, como el ^Misterio fascina
á los pensadores : es nn ímpetu
irresistible de alas :
la vorág-ine del pavor, atraca]
soñador ;
lo terrible es bello . . .
indignación, y mucjia se apo-
deró de mi espíritu, ante el aten-
tado bárbaro de que usted ha
sido víctima. i)or parte del peda-
gogo nulo y menesteroso, (jñe
iioy administra en nombre de
K'oosevelt, la Aiitilla giorios;i.
l)or cuya libertad murió .Alaceo :
yo. conozco ese caeógraíb ruin,
desde (|ue era el envidioso ator-
mentado y el enemigo encu-
bierto de José IMartí. en Xew-
York. en esa aui'ora de rebeldía,
(lue en 18í>4, el (íran Poeta, en-
sayaba dibujar ya, con los colo-
res de Cuba, sobre el lienzo de la
Historia :
él, se ocupaba entonces, de
desalentar los cigarreros patrio-
tas que sembraban con el sudor
de su frente, gérmenes de epo-
peya, ó ansiaba amotinarlos con-
tra el Gran Vidente, á quien su
íí«o
82 —
alma ponzoílosía, estática de en-
vidia, apellidaba : loco . . .
la terrible alimaña pedagó-
gica, no se daba descanso enton-
ces en demostrar la obra de la
libertad, como no se da hoy des-
canso en perseguirla ;
él era ya ciudadano entre los
yankees antes de ser su esclavo ;
sus impuras manos, cultivado-
ras del peculado, sembraban ya
la disolución, antes de que en
ellas ñoreciera la maldecida rosa
de Iscariote ;
puesto ya al servicio del oro
yankee, él, deshonraba l;i liljcr-
tad cubana antes de asesinarla :
asi conoci ese hombre ;
y así lo oí pintar por el au-
gusto verbo de Martí :
r, qué mucho que aquel anciano
pueril y malévolo, predicador
del desaliento y de la inercia, se
vuelva hoy contra los cubanos
libres, y los atrepelle y torture?
¿por qué extrañar que sea el
aliado de los galeotes rotativos
y de los gacetilleros torciona-
rios, que se gozan en insultar c'i
los cubanos que no pudieron do-
minar?
¡vendido al extranjero, es jus-
to que trabaje con él y para él,
y que agote la adulación, antes
de consumar definitivamente la
traición !
yo, no tengo sino que felici-
tarlo á usted de haber caído víc-
tima de ese hombre;
una colérica melancolía y un
orgullo alto y sereno, deben lle-
nar su corazón ;
es usted un precursor, en la
gran vía de estériles dolores que
Cuba va á emprender ;
antes de desaparecer la lieroi-
ca nacionalidad fundada por el
verbo de Martí y la espada de
Maceo, dará figuras como la suya,
de visionarios heroicos, gesticu-
lando apocalípticos ante el cri-
men, ¡solitarios en la tiniebla
estremecida ! . . .
no dará ya héroes ;
auroras rojas no se encende-
rán ya en su cielo, antes teñido
de carmín heroico ;
los milagros de la epopeya no
se repetirán sobre esa tierra,
donde los héroes duermen para
siempre bajo la gleba misericor-
diosa ;
la ^Manigua, no resurgirá con
sus legiones homéricas trotando
hacia la muerte ;
lo épico ha muerto ;
el mercantilismo, segó hasta
en sus raíces, la fior del he-
roísmo ;
la espada de Maceo, se enmo-
hecerá en la tierra, falta de un
brazo de héroe que la levante ;
el poema bélico se extinguió
hasta el último canto . . .
la estrella solitaria, se borrará
del horizonte, sin una orla roja,
sin un fulgor de sangre ;
vendida por Estrada Palma,
Cuba desaparecerá, sin que la
sombra de Calixto García, se
alce para defenderla ;
el oro americano inmovilizará
el plomo cubano ;
y, al pie de la estatua de Ma-
ceo, no se agrupará ya un pue-
blo redimido, sino un rebaño
vendido ;
el mármol que inmortaliza á
José Martí, será un escarnio ;
el Gran Vidente será allí un
prisionero del yanlvee, de su obra
y de su sueño ;
el pedestal de su estatua será
como un poste de infamia, del
cual querrá desprenderse en
vano, la imagen del Gran Ven-
cido . . . ¡ Sólo, ante el inmenso
mar abierto ! . . . ¡ Sólo, como un
escollo ante un lívido levantar
de luna ! . . .
Cnba confronta en la hora ac-
tual su trágico dilema . . .
383 —
es eoino la sombra de A(in¡les
ante el Misterio antiguo ;
el pi-obleiíia electoral : he ahí
la Esfinge ;
si Estrada Palma, triunfa,
Cuba muere . . .
y, Estrada triunfará . . .
el oro yankee es invencible . . .
¡ felices los que como usted en
esta hora precaria y visionaria,
han sumado en sí todas las ener-
gías de la extinta alma cubana,
para dar el grito de protesta !
¡benditas esas manos que han
arrojado lodo á la frente del
Traidor!
¡ ellas se han anticipado á la
Historia ! . . . Y, la han venga-
do .. . ¡ Benditas sean!
yo, estrecho esas manos con
efusión : v', me digo de usted
amigo de verdad
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<4^CCX:í&o-
le Ketouv
Le lierre a coin'ert tout le iniir. Oh! foiubieii (riieures. tlepiiis tes pleurs, notre
aventure y coinbien de joiirs':*
Plus de roses; le Merre a déehiré la vig-ne. Oa est ton Cune'?... Franchissant les
nids d'hirondelles, le lierre étoiiftc la inaison.
Oh vent ! les roses d'autrefois coniblent lo puits. — Est-ce la (lue tu fes eacliée, inii
feninie morte ?
Xul ne répond. Qui rj;)r);ilraity . . . Vaut-il pas niieux ou'ír le vent ehanter dans
rherbe: «Ma doulee amour?»
Au ras du toit l'aneien soleil, le soleil rou«-e, est coap'; par le milieu si tristenient
J'appellerai le jardinier ! Le jardlnier? II faudrait mieux appeler la Mort pour fau-
cher l'herbe,
tant de souvenirs et tant d'amour, et le soleil au ras du monde.
Paul FORT.
— 384 — ,
Lira Peruana
El JV[adPigal de las liosas
A\ verte que en el pecho tenías una rosa
imaginé que tú eras un ramo que surgía
de un cáliz de alabastro ; y en él se convertía
cada uno de tus ojos en una mariposa.
Ra3^os de Sol tejieron tu cabellera undosa,
y así bajo tu cutis se transparenta el día ;
por eso es que la rosa ceñirse parecía
en torno de una estatua de nieve ruborosa.
Estatua que apareces nimbada por un astro,
con cara hecha de rosas y cuerpo de alabastro.
En un jardín de plata, bajo un temblor de luna :
al ver la rosa encima del busto de Carrara,
pensé \^o que del ramo de rosas de tu cara
se había desprendido sobre tu pecho una ...
cabala
Á Eulogio Horta.
Los hombres de ojos verdes son sugestionadores :
tienen algo felino que en la sombra chispea ...
Por eso cuando te oigo, s(31o digo «así sea»;
y dejo que tu sierpe se arrastre por mis flores.
Me hablas de cosas llenas de miedos y temblores;
y en tu espíritu negro mi espíritu bucea
y saca á luz, á veces, la perla de una idea
en que se cuaja un brillo de llantos interiores. ,
i Qué sé yo si eres grande ; ¡ pero sé que eres raro !
Ha}-^ en tus ojos, plenos de sol, un verde claro
que habla de los antiguos y nobles amuletos . . .
Y así eres, como un héroe de extrañas latitudes,
digno de ser cantado, por tus siete virtudes
y por tus siete vicios, en catorce sonetos.
José SANTOS CHOCANO.
— 385 —
ta musa ignorada
Corría el tren por 1-' llaniim
castellana. Era un día espléndido
de Ag'osto, y por las abiertas
ventanillas del coche penetraba,
en bocanadas de fueg-o, el valió
asfixiante de los terruños secos.
Do pronto la máquina lanz(3
un pitido; mi compañero de
viaje, que amodorrado por el
insoportable bochorno parecía
dormitar, abrió los ojos, y des-
corriendo con ímpetu Ins corti-
nillas que amortig-uaban la fuer-
za del sol, miró hacia afuera
explorando con ansiedad la pla-
nicie abrasada.
Después de un rato me dijo:
— ¿Ves aquel pueblo que pa-
rece ocultarse en un replieg-ue
de los terrones? Allí he nacido;
allí vive mi primero y único
amor, la mujer inspiradora de
mis poesías, la que en todas mis
novelas aparece.
Miré con curiosidad. Efectiva-
mente, aquellos eran los luga-
res tantas veces descritos por
el novelista y cantados por el
poeta. Poco distante de la vía,
sobre cam¡)os de rastrojos, al-
zábase un pueblecillo, agrupan-
do sus casas pequeiías y sucias
en torno del viejo campanario.
Yo no habíti visto nunca aquello,
y sin embargo me causó la impre-
sión de lo conocido: tan maravi-
llosamente lo había pintado el
novelista en páginas admirables,
con tal exactitud lo reprodujo
el poeta en sus tiernos cantos: la
llanura solitaria y seca, sin galas
ni verdores; la aldea tranquila,
el cielo azul, la luz esplendorosa
del alegre sol castellano.
Mi amigo continuó:
— Cuan lejos están de creer, los
que me aplauden y admiran, que
mí Musa es una lugareña vulgar,,
ordinaria, cargada de hijos, que
solo piensa en los chiquitines que
alegran su vida y en las cosechas
<]ue llenan sus trojes y graneros.'
En ese pueblo nací: arariando
la costra de esta tierra fecunda,
pasé mi juventud. Mi padre se
dedicaba al cultivo de sus here-
dades, sin desalientos ni desma-
yos, cuidando con amor las
cosechas siempre' amenazadas
por el hielo y los pedriscos. A
los diez y ocho aiíos ayudaba á
mi padre y enamoraba á las mo-
zas; una me cautivó, y i)or ella
correspondido y abrasándome de
amores, me pareció que la vida
era más alegre que este cielo
azul y más llana que esta tierra
de Castilla.
No quiero enternecerte con
lacrimosos recuerdos: la, moza
casó con otro, y yo pensé morir
de rabia y de tristeza.
Poco después murieron mis
padres, y de un golpe apuré los
dolores más grande de mi vida:
desde entonces estoy convencido
de que el dolor no mata.
Lloré mucho, algunos buenos
amigos intentaron consolarme; y
amortiguada, que no desapare-
cida, mi honda pena, malvendí
las tieri'as de mi escaso i)atrimo-
nio y marché á la corte.
Nada más he de decirte, pues
tan bien como yo tú sabes y
conoces mi historia literaria, mi
amargo aprendizaje y mi rápido
encumbramiento.
Vacié en mis obras todo mi
corazón; quizás por eso están
llenas de amargura.
Siempre tuve delante de mis
ojos la imagen de aquella mujer,
que al darme tan terrible desen-
— 38(5
gaño, me hizo lioiubi'c, y hacién-
dome padecer dolores, me con-
virtió en poeta.
Ha sido mi Musa. Sin que yo
lo pretendiera, todas mis Jieroí-
nas tenían alg-o de la moza
castellana. Puse en unas la dulce
mirada de sus ojos nebros, ó el
gracioso sonreír de su fresca
boca, en otras la gentileza de su
íigura ó la gallardía robusta de
su cuerpo: en tod;is algo de su
alma.
Los amores que pinté en mis
obras, fueron poi" mí sentidos ó
por mi intuición adivinados.
Alegrías canté pocas, solo las
que con ella había gozado; que
las que no se sienten, no pueden
expresarse.
Ha sido mi inspiración cons-
tante; pero no he vuelto á verla,
^le han dicho que ha engordado,
que está vieja y fea, pero para
mí siempre será la mujer que
abrió mi alma al amor y al su-
frimiento, la galla rd.M moza de
mis ilusiones juveniles.
Xo le tengo ninii-ún rencor, ^[e
quitó la alegría, [X'ro fortiHc(3 mi
alma, iniciándola en los amargos
desengaños de la vida; me privó
de ser un labrador cuidadoso de
sus tierras y de sus hijos; pero
me dio la gloria.
No dijo más. El tren seguía su
fatigosa marcha, atravesando
tierras secas y campos en rastro-
jo; un desnivel del llano ocultó
las casas del pueblecillo, y en hi
vaga lejanía fué poco á poco es-
fumándose la torre de la iglesia.
Y entonces pensé que no todas
las musas son seres vaporosos é
ideales, que no todas son conoci-
das como las Beatrices, Lauras
y Teresas por los poetas canta-
das, y que la mujer más prosaica,
tan sólo por ser mujer, puede
inspirar las más grandes bellezas
y las ol)ras más acabadas del
ingenio humano.
¡ Cuántas como aquella habrá,
pol)res é ignoradas musas, ins-
piradoras de tantos dolores,
viviendo vida feliz y oscura en
un pardo lugarejo casi perdido
en la soledad de las llanuras
castellanas!
K.\RI(¿UE DE MESA.
Nuestros colaboradores
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l'ulilii-Miiiii.s el retrato de este .¡óvcu |irictíi
ya couofiílo de los lectores ilc Ai'eL> i>or
sus licllas i)oesiiVS. al<íiiiias ile las eiiales
tienen un sello de ori<4-inali(l¡iil |ioeo común
en ios ciiizailos de nuestia nne\a .<;eiiera
ción Soñadora.
En nuestros próximos númeids |)ulilica
remos otros retratos, dando á conocer el
movimiento actual <le las letras naciona-
les y sus iirogresos en estos últimos tiem
IPOS.
yotd di' Rcdari-ión.
— 387 — _:, i;- \
aitua enferma
I
Si fué un manojo de emociones yertas
Mi corazón, y adoro todavía
La virtud de tus ojos y ia fría
Revelación de tus paiabras muertas,
Ámame y lucha. Las ignotas puertas
Del triunfo que soñó mi fantasía,
Cuando tus confidencias, algún día.
Para nosotros estarán abiertas.
Y allá lejos, perdiéndose en la tarde
De un paisaje olvidado: mi añoranza;
Y más lejos aún, en la cobarde.
Lívida aurora del amor, mis penas:
Quedarán presintiendo la venganza
De nuestro amor convaleciente apenas.
II
Si fui el espectro que surgió temprano
En tus diáfanas noches sosegadas,
Y te produjo insomnios y agitadas
Témporas de poniente hiperboreano,
Odíame entonces; y seré el galano
Trovador de tus iras elevadas;
Que si hay odios en flor en tus miradas,
Himnos hay en mi espíritu elegiano.
Y callará mi corazón transido,
Cual un pájaro en pena adormecido
Dentro el nidal de su nativa huerta ;
Mas si volviese á ti con sus periodos
De luz, yo hundiera mis ideales todos
Por encontrarte conmovida ó muerta.
PÉREZ Y CURIS.
— 388
Párrafos d^ utia carta
«Ayer lie releído todas tus eartas. Una
á una íbalas exaininando en las ideas y los
pensamientos. La mirada de mi alma des-
i'ubria sienijjre eosa.s nuevas. En los párra-
fos descuidados era donde yo veía más ver-
dad.
Pero... ([ué duda más grande me asalta
ahora. Hoy día que ya hace años (lue nues-
tro amor se apas'ó de un modo e.xtraño, hoy
(lía, mujer, me lias hecho sollozar con tus
cartas.
Y tú dirás; ¿por (lUc si todo acahó?
¿Porciuéy Pues, precisamente por eso;
porque el recuerdo cu este caso lia sido el
liresente... y te he vuelto... á amar!
Sí, querida Clara, vosotras las n.u.jcres,
y ampliando aún. las adolescentes tenéis
un almita muy compleja. A ratos percibía
en tus menudos caracteres huellas de tris-
teza, clfucus de üinar ó débil cayiiio. Otras
(¡vivimos tan influenciado!;, huellas cla-
ras de que todas tus frases eran imitadas,
eran falsas, (¿uerías decirme con i)alabras
rumbosas cosas bellas, pero te resultaba
feo aquello...
A un hombre bonaclnin lo habrías hecho
llorar, á mí sólo me hacías encojer los
hombros, revolucionar mi esi)iritn i hacer
una psieolojía infinita, (|Ue llegaba á ser
falsa. Nunca creí en tus cartas, una duda
inmensa me invadía. ^ Sabes V .Vcaso no fué
aíiuello lo (|U(! hizo ((ue yo te (juisiera tan-
to? Porcina ¡Clara! yo te he (luerido i...
( ¡ quién sabe ! ) te (luiero !
Te acuerdas cuando saliste aquella vez
de Santiau-o ¿yn marché aún más lejos ((ue
tú, por un tiempo más larfí-oV La noche (lUe
nos despedimos tú estabas indiferente : ¿por
<iué'? ¿dimey ¡Oh! vosotras las mujeres
sois alg'o indescifrable !
Vuestra mentalidad, en tus cartas oscila
entre la imitación i la lece sinccridod .
f Siempre guardáis egoistamente una parte
(le vuestras almas para vosotras sidas, so-
las ! Xunca os entreg'áis todas, ínteg'ras ! )
Hacéis la comedia de un modo regular i la
mayoría délos hombres no disting-uen esos
Santiago de Chile.
Para .vi'Oi.o.
estados. (¡También estos pobres ni saben
lo que es una mujer! )
Y hoy (lue te he vuelto á ver, después de
varios años, cuando ya eres una damita i
yo, por cierto, un caballero; cr(!es tú, te
he mirado con otra especie de cariño : hoy
se me imagina (jue ambos somos de una
juisma familia. Xi tus ojos, ni tu boca, ni
tus cabellos me llaman la atención: ¡los lio
visto tanto! Eres de mi casa.
Sólo tu alma, tu almita de mujcrcita vul-
gar ó (juizá única es la ((ue escudriño.
Y no creas (|ue cuando ine sorprendas
mirándote de uii modo estraño i tijo, (jue
es que ([Uicro >dlver á las andadas. Xo. Ale
seria imposible. ¿Ignoras tú (lUe el alma
también se gasta? Xo. lío lo ignoras. Por-
que lo he sorprendido en tus ojos, (jue ya
no tienen el brillo a(iuel... ¿Te acuerdas,
cuando, por jugar, nos mirábamos lijamen-
te largo rato V Tus ojos revelan tu alma.
Estás cansada de los i|ue te rodean. Yo per-
cibí en tí ansias de libertad, ansias de cida
plt'iia. ¡Pobrecilla! Ignoras que la mujer
no es libre ; (lue toda su vida es un tutela-
je? Pasa de una ca.sa á otra, siempre con
un amo encima. •
Por eso sí >o te amo ( ¿ainor dije?) , por
eso si aihi nía c/vs ai/radablí', te deseo libre.
Mi alma no comulga con nada, ni con na"
(lie. Seré ([Uizás un lueo. un iluso, pero'
dentro de mi. supieras lo fuertumvnte q>'_(>
razano!
Sigue la \ ida tal como piensan tus pa
dres. porque nc' qui- st' h' wonaeja himiio.
í tiué Sorpresa no te dará iiuc yo sepa eosa.s
([ue nadie me las ha dicho. ) Vive, vi\e. Se-
rás primero una esposa, después una ma-
dre. Bien. La vida detesta á los espíritus
como yo, iioríjue no transijen. Todo lo (luic-
ren rapriclii>sa,íienli\
(iiicrida Clara, sé esposa, sé tiel. ¡ Ojalá
sea bueno el uuu'hacho (¡ue te toque ! Xo tit
molestaré, no temas. Tú sabes que siempre
he sido hidalgo, caballeroso. ¡ Hay tantas
mujeres, Clara ! »
(illl.I.ERMO BOUCH.
~ ;;s;)
.J"
/
V^
y.
1. I
— oKO —
Qe novia
/ • !'<irt! Ái-ín II.
Unas iij.'i nos vii'íles ¡(jue no scr;ni . I;is mías I
ag-otarán ol lujo dv sus galanterías,
'ielícadeza >■ tacto queriendo conjuntar.
l»;iTa con fina gracia, con ademán sencillo,
cenir la epilaiániica [>roniesa de un anillo
id suave j^rimor blanco de tu de<lo anular.
Y ti'iis lU' a(j«e!la noeiie de ¡núsica. >' de fiesta
vendrán las serenatas: el alma de la orquesta
}jreludia)-á g-emídos para tu corazón:
y aprenderás el arte (íe manejar el ric<;
disimulo g"al;inte del abierto abanico
pal*,-! luezeiar los besos á la conversación.
Y yo i ¡K-Síí á !a cruda ¡nalig'nídad ¡raídura
que me alejí') del cielo rosado do tu aurora
por corKiuistar el orbe donde l)rilla.ba un sol i.
domefio ilentro el alma mis júbilos extraños ;
al vei* <[Utí se nie t'ug'an los diez y nueve años '
qite idolatré con celos y sang-re díí españel. ;
Porque til ]io recuerdas, pero yo si recuei'do :
porque ante la evidencia tenaz de (¡ue te pierdo
para toda la vida, para la, eternidad. - |
á trechos luminosos eidiebra mi nicmoría i
iletailes im[>r|'VÍ>tos de aíjuella tra.nsitoi'ia i
risueña historia '!>!;inca de dulce intimidad. ' i
i
Esos amcíres niiestrfís tuvieron cual ningunos \
franqiiilos i-eposorios. i>aisajes oportunos.
serenas lontananzas propicias al soñar: i
¡os lag'os bonancibles, las frág'iles piraguas. !
la brisa lie las costas, el ritmo de las aguas. ■
¡amores ¡unto ai rio!, amores junto al mar I I
Y sin embargo, tengo (¡ue confemplarte ajena. :
sin que pueda culparte ni negar <|iie ere.s l>ueiia, \
pi rc|iie tienes pureza de Cordero Pascua 1 : I
y porípie los reeuer<ios lloridos con (jue hiein> i
me dicen que lloraste, que me qi\isiste muclio. i
;]>ero que siem]U'e tienes «'I pecho de cristal! \
M, \íiM;kN(» Aíd^A.
!!;iO;(llijHÍna lii- • V,(iiiiii'í;i .
391 —
Infortutiio
I
A Juan Picón O'iaond-
II
l'j J;ir«i)n Hora desierto;
V iiiu'.sri-(t nidu de aniíTcs
Va mi está con blancas ñores
De madreselvas, cubierto.
\'ulai'o¡i con rnnil)o inciertu
í '(. 111(1 ronda de dolores,
\.<» i>ájaros trovadores
A! salu'r ((ne te iiabias muerto!
Tttd»» está aquí abandoiiado.
i'arece estar abrazado
A una üfran dcsolacií'ni.
V d<'sti<' ijUe rú reposas.
Va liO tioreeeti más rosas
I>elíaJo de mi l)alcón !
Respeto ofrece mi h<tí;-;tr.
Xo se abren los miradores:
Y los pobres labradores
Se descubren al pasar.
De noche, el perro del lar,
La.iiza en convulsos temblores
Aui 1 idos desgarradores,
(^'ue me ha-cen solloza i*.
■i' así vivo, tristemente.
Como un espectro doliente,
Que por una maldición.
Llevara en su negro nufi,
Atravesado un. puilal,
En medio del corazón I
Ovidio FERNÁNDEZ iííus.
^$;CCÍi&o-
Setisual
Llego la hora propicia para <m
dulce, misterio! W-ii a mis bra..
zos. bien -amada !
\'eii á mis brazos iucien«lo tu<
mejores galas : el suave ras(( de
tu ]f¡e! desnuda: la saua r(»i»us-
i'/. di- tus gallardas eui'vas: el
>ii!i!iuíe cucaiili' de tu pud")'
\'<-iK'ido !
Trae fuego en tus o.jos y avi
de/, .-ii tus labios, ó. si lo ¡iCetie-
ri->. sedienta atracei'Mi de ai)is-
me en la uiii'ada. y la l>ee;i como
vixos tizones ile aromático san
dalo: pero siempi-e trémula de
deseo, desfalleciente de emoci('m
>■. como en la primer caricia, cu-
ríela de un placer tan nucA'»!
enante gozado, (jue en si. mismo
■-e renueva infinito é inau'otal>le
l'i2i-a Ai'Di.ii.
como oleajes de amargo ínat
asaltando paradisíacas playa>!
En ef.sacritieio del amor sin-
eero se dilatan >• e\tingu(-n en
la dicliíi todas- las amarguras. \
llaman alas [uierta> de la. oxi-
tencia los tri.stes náufragos d<- l.i
nada insondable.
Dame él excelso goce del *Miig-
lua! ¡ Jlaz vibrar en mis ojos in-
tima luz punzándob's eou la i'-ja.
eréctil cresta de tu> ^eno-, pi-..-
vocatiATt en la aniant<' retViega.
y deslízala despué-s lla^ta niis l;i-
bios para .saborear e! t'-n-entr
ideal de tu .sangre inei-eada. ante>
que me la ri')be la raza lie liéi"oe>
qiu' fundirá mi idolatría en tus
entrañas :
Ven á mis lu'azos \ roi>u<t<'ze;¡
>()->
lili i'>¡iril«ia 'I ;iiTi) i'lx'inifn de l;(ic'i' ticl iiiil;i lilf <It>ii «h- [os scii
¡it^ iu\ii>, i'nuit» ;iin*ir< '^o iltii^ai
ijtii- (11 un liax- (!<' iiiii-^ rccinuin
nos cinvirrla ; y i-ii !«>s i rninilos
jM'lalc> (ic la i'osn canial m cinc
fliiriTc lu lifi'mi'siira. como sn-
!)]¡lili- (!otl. recoce el i_;-t'ii,>i-i «so
!oci.. lie la vida.
Silo hi olivcuriiiail ümila el
tidos: pn-o es iii<iis|iciisa i)lc \
muy iionda. ¡mpciictrabN' liasi.i
pa'ra !«ís ojos de Dios mismo á
tiii de <|iic ic ot'iiltc, cómo el ri-
prol)!) mortal, hurla sii eoiuleiia.
sustrayéndole un trozo iusuj.c-
rai>le de su ¡'ioi-ia.. ■
hsTo \a)\-\:a dk (ií>:\iAi¿A
5^:
Lita
j^ P ! i o '^ o
/',/,■,- Al .u ■
Alcohn dcSV clic ! j;i( i.i
-iii pan a!>l'¡ii'o ui hi/ :
li li;i j. 'V • ■ I ! ( lc->< I le ii,-! í i , i
I Uo -•■!!' '/a aci 'iie. \:í<\:i
!-.;i ¡' ■■ ■•! jii->.o i\{- -I! cni/
l-.ü >u i'cii'a/.i I di-rniM ;
■■■] hijo de -n (|Uer' i' :
• 'l-ri me -11 c;d>ec;!;i.
,\ dev\ ,-||'ÍalUÍo meiiil;(
iii ia- \ eut ura> de .-lycr.
Supe-,' ,]\ su a e'ilada nie!ile
:•'] re<-uerdo ;i i»rnm:id' >i'
de ,•(( jUe! llUUUIo >o|irÍenic
i-n I |Ue ;i SU alma inoe.-nii-
¡ici:i'i cantando e¡ .•imor,
V mientras la lar-íe en e;i|Ul;i
'■■'¡niell/a á laliUllideeer,
• •oiiio soÜK'd'ia palma ■
--. v;j doiilaiido sn alma
,1 t'üer/a de |i,-idecer.
l-ai lanío ia noche a\ .-m/a
ilisti-ndieiido >u capiiZ
eoino una ti'iste a ñoivni/a.
\a muriendo >n espera nza
lal coino iniicl'c la luz. , '
\ ai pen-ar con des\a-(itnra'.
Mtie y;i la dicha, pasi'»,
le ¡.;irc<-e en su loCUI'a '
\er |;j i;-,tllarda Ije-ura
'iel hondU'C i| lie l;i e 11 e'; i ñ i \.
A lia 1 ida la cilicza.
uiira al niño domiitar :
> a>í. con ruda lijeza. . ^i
\ ,1 peii-^ando en la iri^^tt'za
de su llet^ro despcrtai" ...
( i iuuí en la it^lcsia cerca na ^
ceui lueiaiKa'ii ico Son |
el tañir de la caini'aiia.
ipic llora como una hermana
de su enrermo corazi'm. í
I -
V en ia penumbra doliente i
de la estancia á iiuaiia luz. '
meciendo al nifio iiioceme.
Si )| loza calladamente ' '
iia jo ei peso (!<• su CrUZ.
.losi:: VI \ÑA.
Oí)itiióíi sobr€ "Bajo la careta''
;rii;i (>|»íii!('mi >.>lirc .-sn j(n^in;i lilfríuMa de Anp-i ( '. .Miríniti.-r^
- lifin ;((|UÍ. rii uii.i i!,il;il>i';i : ¡ .•Hlmir;il>l(' !
V, l'> inrir.-il l;i dIh";! V Aiil"' 1(»(1<>; r;<|nt'' ><■ ''nü'-iHii ¡m.i-
iiií»r;il¡ii.'i(l - ('II iiicrnf ni'.t ? ¿I.;i (¡ue liac<" .-siivin riit<- \ / -iin
¡'.•'itico i'l |>i'(';((l(i t'X'tciidii'iiili» subi't' <■] Cnadro una «ÜM-rci.-i jiin
<-cla(ia cv'l(»l' l'<>s;i. n ¡,i (|U!' enseria á (Miiun'er i;i vid.-i i \iii
)>ieiiil" la lealiiad del \iri<i |iara ' i pie liuyaiiios (ie r¡ ? — ;]■;-- l.'i
'¡lie ¡liiifa la \'erdad desim.ri;! Ti la tuic |;i viste enn \ ,-i ím.|''--i.^
'idus (jiie |Hiiieii ¡risaiiiieüii» !iaearad(is .s<d>i'e l,i e;i rne y l'ain
¡t(iSMtf"s. ;dlí d<iiide esté ia \'erdad estará la .Mi'i'.il: 1;( ¡ni-ri
licaeir»!! \" el eiiii'afH» serán ^ieiui're á .micsliX's ..j.^- iniie 'i-.-de-
¡>iH- aciisai' lili (•riu'eii esiiúi-.M..
S se jlize;i|',ii| |;,-> Mi.r-is lilaestl'as dei tlli;-ein-' íi il!ll;i lii ■ eij,¡
el ri'itei'io de un iiiiriíaiiisnnt llevado ai i'iitinti' liiniíe. fner;,
Mienestei' iiacci' ii!'¡ aul" de fe con jiiás de lina wdniiíalil'
página de Sliakespeai'c \ la nii.sina suci'íe eori'eiian Hfanntine
j\.( lieiais. La l*"oii!aine. llilz.-ie. l>in'i'ecio, el líeiine iin ¡eni " <■>.
Mia>a \ li»s oeiiios más ilustres, en fiíi, de todas las ütec-ii lii-.-i--
]fa.lti"¡a «lUe i'eniíiu-iar i-ntniie<'s á obsci'vaf la vid.-i \ j,, ^w,
e> ¡leul' telldl-iaiiliis (¡ue dejai' de sel" siiieéi'es. Tra ii'e;i riri lii' --
enliinces con la \'erdad. ¡Mjsitondi'íaiiios á Id fiíndanien'.-il 1»
neeesdi-io y lios í'a la"ie;ii-i,i nn is imn luoival <!<' j^ai-i >! i¡i,i p.,,)- n.
*.er el (.-aivuiín del »iálsi> {'tilsin- enJoi'e.Miido las nieiül.-is ,¡.- 1.-,^
d<-lllÍ-VÍe|-*4-es •> de .M;ircel l'reVesV.
¿Sel!,! esta lina eeníliu-ta diii'iia ? - - ¡ Janiás I
hijo Alai'er.ii en un liiseiirsi.t leído ■.aTiíc la l>ea! AeaiieHii;i
l]sj>n ñf <!a. (jiie la \'enii^ <\<- .M<''dieis c.stá i'<'¡uUad" ei.iu,. ¡.t iii,'--.
I'údii-a. iiiinalei'ial y candnrosa efcacióii ■ del aiMe lieliMiiee- j,,,j
ie misnie (pie sil desnude/ es absoluta; no se vc <ii elj.-i ■,
la tniijei". sino á la (ii"sa.
l'or otra pari(/. las \'eniis e-|-i,.o-;is se cxliilx'n en i..d"S le-
iniiseos eia'stianos y pu(-deii vefse así niisino en e| niu>e,i ({.•;
\a!ieaiio y á nadie se le oeurre niirai'las con "j'os d" -áiii(
sillo con ojos de aiaista.
¿Ks iiinioral la divina desnn.de/. de Friiié. > al ,\re('('a^:i
'pie la absolvic'» en noiiilii'e de la eterna. Belleza podría eensu-
rárseic poi" eoneii|>iseente ? - No. ¡loi" Dios. — Si ¡al sueedicra
Alera <■! caso d(í exelaniar eon el ilnsti"e aut(»r de ],<.- K'om
^■on Maeipiai"t » : — « es lieili» ai novidista [liiitar con iodo-, sus
detalles un asesinato ¡-ero se i'xeoniiilj^'ai'á sin remisii'ui al e-eri-
ior (¡lie lieseiaba la uni('>ii intima de (los espoxts poripne e^
más editieaiite el asesinato (pie el acto tie la e-ciK'i'.H-iiui ^.
A estos exti'enios nos eondiivii'ia la moi'al nhra |'iiri!a}ia
con (jue tUdiran aleamos.
Nosotros, en cambio, le dii'ennts al seiloi' M ii'a nda : - e,,ii
lini'ie usted su niarclia sin niirai" liacia ati'ás, r"'i'^'' li'''> '¡"i'""
i,'-i-ita. (pie hay ([itien cl.ania y le amenaza C(.»n el í'ueiz'o etei-no -
-- Sí^4 — .1
. N'^ iiiip('rr;t ! l*rusi<i-;i iisft-d i'l camino ('iii|ireii(li(1o, mu !;i
•» ;-tr;i iiit-u n!ln \ ostciitaiidu s(>l»i"i' su escudo esta frase !ai>i-
fi;; :
1*>I ;tltr i'o|- i'i nrlc
<,'u>- en siuiiri. i'l es i,i¡altici\ luia relinaiui y una reliiiion
la-- iuá> herniosa^.
oi»NAX!n:i-\ :
ofla>-;-:;.;-<fí¡'> ■
MoKKNd AI.IÍ.V
\l'ii-n.) Alli:i. rl . \i|i.i~ilii .-iiiIiH- i{<- 1.11 A/ns. |inl)lii-:n:i i-n Ihtví- un lilu'.. ili- |ii'ci>;i
— .. imiml.-Ml" Oi;i. I'! s.i. Asi 11.11- l'i li:i iiiaiiilVstadii i-l ¡mmi.-i i-ii i-yiia 'i(Ui' iin.-. lia
•■■ r.-í-li-lili-lin-iib'. oli-i-i,ui;'niiliui.i> {{ la si/. i-mu la Ji.ii->la ¡Ir Mivi\. ijiii- li"\ |iilli|i
- 395 — ■ .
Oti Some Flowers
.1/ ]>i<i't(i.>i iil tUiíi'jit /'•■.'■; '. ' in'''v.
A los !"(»i(»s cl;i\c'lcs c|Lic S'»ii labios >c-iisii;!l(,s
}'!niiti(,iKlo las notas Je uaa •ai'diciiu- (.'aiu'ii'iii,
Adornos de las picas cu luchas inmortales
'Jue foriaron la aurco'la de la l\e\<'liicí('>n ;
A los aibos )a/miiies que sueñan en misa!e>
\' acampanan á armonios — en férvida oraci^Mi ;
A los h'ses que ostentan orgullos señoriales
\' guardan las sonrisas pintadas c-ir '!'rian('>n ;
A las rosas que e\ocan \ isiones juxenik-s
C"o!i bes(,>s é ilusiones en i"adiosos abriles;
A los mii'tos de ( owia todos ebri(,'S Je' luz -
.\ los !oto> del ("iani;es preücro las vi(ík-la.s -
Cu\as corolas i^uai'dan hl^^rimas de poetas
\\ otrora lapizaron la senda déla Cruz!
In lo Rai-í. MHXl )1LA!1AKZL'
Versos de armiño
¡''ira lili Viril
Kics liiir. i'ii's unsci i) «'it's Imiilnr y De aijiu'llos. tus ;rli'^;iis viiiiuaadiis
De ijilt' )i;ii-< «le i'ilsiK'ños lias \imíiÍii (¿ih' vives lia.jo el (loiiilm ilc utrii <ii'li.,
\ iiiifi^ar til) vieja |icsailiiintiic Doiulo Ii' atloraii cmi el ihímiih celn
^ á ii'\¡v¡r mi cura/.iíri <liinu¡(iipV V son lilancas tamliii'ii las atlM.)aila<. '
("iiasuio ili'spicrtas. lii caiiiíñr il.- iiifin .'?''•":' ""^ pii|iilas. riile :i .'lias.
\lia\ ifsa mi ispíritu r,iiin> iiii.-i ''""^ émulus lailiaiire.x :
l>él>il ala lie aniiiño. las istrcllas.
l--|..raM s.ii.n- mis sri.-ñns muclias r.isas; M",'' ''" '"** li'i>l'''lii^ ii.K-l.es ,i,. alaUa-t...
V ..meifrei. las sonrisas Je tu e.iiia ^ '"'='" í" '^'H'"». amantes.
CoiiK.si fiieían hlaneas m:iri|i..sas ( «m.. a la luz imnsima <le un astru
liañAn. Irise en la luna "'"^ tiernos eoiazones pall-irantes.
l>i A tus lieinianas lia-iles : las ll. .,-,■> ) "'>!'r >¡"¡- '';'.>" >i" I"'';'''" ''" 'l'i'- U- a^l:;
K.l iniunlo á .,iie has venido l'letoneo de dielias y de ainoies
• ■amando dielias v senihiando anioies. londe al vivo tiil-or de rus impilas
Keviveii en los eaiin.ein's las tloio:
Diles ,,ue iiav un l.-jano }"•'" •»■' "'"•''V' tran.|nilas.
l'araisoeseo'ddido/ Misteriosas y t.e.las
IM- donde eres altivo ^oí,, Taño ^'' .'''"'» '^i •^'"'1' -¡í^f^s nis pupilas
V por Iodos leiiildo. • * '^i S"'i tus pupilas las estrenuas.
, , , ,. , , . (.'in iiuMo l,AV.\l>U 1SA\ \
( ni/.a sobre la espalda ile una niihe
I.a eoiiil>a a/.ul de! elido. I..i \ ictoria \'eiie/.uela,
^' d¡í>- ;í ;ll;;i'in i|Ueri)to' ■ Iiiédiía .
o'.tf".
Sobre -el' sadismo
"- i"i!;''iiu.)> tiCc i'rc.!]!' >c;«'r «¡lie el •~;(ili>iiio n</ sii4-niti(*;t (le iiiniíún
iiiiiii.i i;i tcli'.lciici;! ,-'i ¡'r'.MÍi'.ril' - II (Viiircli 1 1 1 t'lUT.M tic his ¡llsI;^!t(*^
■ii- 'niiteiúii s(.-\!i;il. \ '[iif o iiii.i j>rrvfrsi('íii c-"in|'ati!)if ;u'iii ('(MI
•icci' 1 i4T;(<.lti ci.-v.-iii" 'i.- ^'riicf.-il liiiiii.-iiiitHrisiiiij. J h'!n»»s tlt.' rcvujH)-
■el' !,iml)i(''¡i (¡íii- iliMiir') <\r l,-i í'^tí-ra ■>t.-xiial, rl sridis'ta no .se upoilc
■r t'ii >it \ ici inia. .-iiioijih,-. i'í.rcl ciMitrariu. ¡íiicde eniisídcrar
1 i ¡ ' I ; M ■ I
.■s,,. j.Kici'r ajt'tii' v'-iiH' c-viH-ial á >ii ¡'ersniíal satisíaccióli. llt'Uló^
i-; r< '•'>ii')CiT, |M.|' úiiiiiiii. (jiic i[,!iia-> las csircrlias rclat-ioiK's eiitn-
■^.Mli-iih' y mas('<|iiisiiii.. fs iiiá> i jiU' iirtih.-i bh' (|iu'. ni alalinos rasos, el
■-.hIí-i.i sea reaiiiielilf ini !iias«p(jiii-ía ilistVazado >' disfrixtc eoli el su-
tViiiiiiMit" de sü vil-tima, p'ir.jUr >e idrnTili<|iU' cdii csi; sutVimieütí».
I'i!"'! exisic .fti'i' >:tí!¡m. df casias. m!i>" imporraiile ¡»or eierr<», á
-i-.-iii-:. '.le ia ¡ii/.i|iif xit'iie á an'iijaf -.'ilii-c la naiuraleza es<'¡ieial de
I'-"- ri'-ní>niei!<!s, y t-s ai|uel dmide c! |KM!saiiiieitto ('* el espcet.áeiili'
d>K<i'>|nf (ihra r!'!¡io est ¡iiiu la 11 1 c s.-siia!. sin (¡ne el sujeto se ide-nti-
!i'|ii'' elai'aiiieiile. \a e(»n 'I •jih- íiifiiiif *') ya con el t|Ue sufre el
■!■'!' r, .^cinejantes casds hau ^ide e!asitieadi>s alii'Uiias V(?ces eoiiU'
-.;'idi'-'"'S. pt-rtí esl" t's frr<''iie< >. ¡ue-s taifs easos pudieran ser pT-rieC-
lain-iile eaiiHe.idns de uiasoí juisias. Kl término al}4"ola<;'nia. |>udiera
■"■•1-" srr aplieadíi á ellos e-Mi i'\-artinid, en eiianto revela una nía-
'•i(';ii lio diferenciada enrre la exidraeii'ui sexual \' el dolor IK) <h'scn-
\ii(tiiií (MI una ¡lartieipaeiiMi ai-t¡\'a >') pasiva. Si-nujantes sentimien-
tos pu<'di-n apancfi' esporádieanieiite en pi-rsoiias en (luienes no
deoí d'-eifse .pii" exisi.an perver>iones sádie-as (') niasoquistas. aun-
■f'ii- !ia;:4an su aparieii'ui en individuos ile temperamento neur<')tico.
¡•'asatii'V ;.t, en sus Mi moi-ins. d'-seril>e un easo de este i;énero (¡ne
\'n'\-* .'liservar diiianre la tortura' \ ejeeueit'ui de Damiens vw 17.')7.
He ai|.ru ()tro pe(jU<'ño e|>¡sodio. (jue puede servil' de contirniaci<')n
de I" »|Ue decinios. Cierto iiiijividiii-, conocido mío, y .«¡ue no tenia
tcud'-neias ma.so(piistas ni sádicas, >i bien ei-a un invertido, se
• •iicMiit ral)a un día sentado á la Nenian,!. De im]»roviso advirtió (¡ue
niia .araña siil)ia rápidamente de >ii escondrijo y que se lanzaba
^ol.r.- una mosca acallada de caer en la tela. I'iies l)ien. td citado
indi vidiio expcrinientf'i, presenciando este dr.-nua ininúsculo, una
tiHi-ir erección, circiiii>t;incia oii' j,ini;'ts le li.a!>''a «leurrido antes en
íi:uald,ad de coiidi<d'»n<-s,
.\ '-ste ¡<ropi'isito añ;idiremi!s ijue ;tccident('s de la clase del j'elato,
pr< -.[¡eiadíis en edad temprana, \' en cireunsíamdas favora!)les,
pie iicn ejercer una iidltieneia deei>i\a sohre su \'ida sexual. Kl pro-
fe-. .,■ 'i'amlnirini, de l-'errara. re>4-istra el caso de un miudiaclio de
"le-i .-irios, (|Ue cxpeiijiicnti') sus primeras emociones voluptuosas,
conicinplando en \\\\ peri(MÍ'co ilustrado una escena representamlo
un iiMinbre pisoteando á su liij'a. Kl <Mt;ido individuo tenía necesidíid
dec\(.car Iuej;'o es;i imai^cn, \a en la inastur1)aci<'>n ó ya en el coito.
I '<r(' líos cita otro caso stimam<nte instructivo. Se trata de una
^efji.ra ]ieu!"('»tiea ptu' In-rem ia. »'■ histérica, la cual exjieriinent<') su
priniera crisis sexual ú la edad de trece años, poco después de la
— 397 —
aparición de las reglas, y cuando se hallaba convaleciendo un ata-
que de corea. Su doiícella, una mujer de edad madura, tenía un hijo
bastante perdulario,' quien, después de haber andado correteando
por el ■ mundo varios años, tornó al regazo materno cu;tndo menos
se le esperaba. Este nuevo hijo pródigo se presentó á su madre
dando muestras de gran desolación. Arrojándose á las plantas de la
autora de sus días, empezó á llorar á lágrima viva, y á abrazarse á
las rodillas de aquélla, diciendo agrandes gritos que lo perdonara.
Esta escena fué j)resenciada por la muchacha de referencia, deter-
minando en ella una excitación sexual desconocida. Avergonzada y
confusa huyó auna habitación próxima; pero como desde allí ae
continuaban oyendo los sollozos del individuo, la referida joven fué
presa de un fuerte orgasmo sexual.
Esta circunstancia causó extraordinaria turbación en la mucha-
cha; turbación que aumentó al comprender que aquel individuo,
un ser despreciable y vagabundo, empezaba á ejercer sobre ella
invencible atracción física. Poco tiempo después, la joven tuvo un
ensueño erótico, durante el cual vio á un hombre abrazándose
sollozante á sus rodillas.
Transcurrieron algunos días, volvió á ver al hijo de la camarera,,
advirtiendo con agradable sorpresa que aquél, no obstante ser un
buen mozo, no le causaba ya impresión alguna ; que su imagen
habíase borrado para siempre de su espíritu. No obstante, la joven
siguió teniendo sus sueños lascivos, siempre sobre el mismo asunto:
un hombre abrazándole las rodillas, y prorrumpiendo en grandes
sollozos. ' ■
La joven de que me ocupo sufrió luego, desde sus trece á Ios-
veintitrés años, Viirios desórdenes de carácter más ó menos histé-
rico, y aunque no le era indiferente la idea del matrimonio, rehusa
todos los pretendientes, declarando que ningún hombre le intere-
saba. Apenas cumplidos los veintitrés años, y encontrándose en
los Pirineos, hizo una excursión á España con objeto dé ver una
corrida de toros, espectáculo que no conocía. Las acometidas del
toro á los caballos, especialmente cuando eran detenidas súbita-
mente, la excitaban mucho. Lo curioso del caso es que ninguno de
los espectadores ó de los toreros la interesaban; su imaginación
estaba libre de hgura masculina. Sin embargo, aquella mujer
gozaba sexualmente en tales momentos, presentándose el derrame
á la cuarta ó quinta acometida del toro.
Esta señorita, aunque abominando del espectáculo, que califica de
bárbai'o, no perdió desde entonces cuantas ocasiones se le presenta-
ron para ver corridas de toros. En todas ellas se repitió el mismo
fenómeno sexual. También solía tener derrames durante el sueño,
cuando, soñaba con las escenas de la plaza de toros. Más tarde
empezó á aficionarse á las carreras de caballos, por haber descu-
bierto que la producían el mismo efecto, sobre todo cuando ocurrían
caídas. Pues bien, esta mujer contrajo matrimonio á poco, dándose
el caso^que no experimentara placer alguno en el coito marital, y
sí cuando presenciaba dichas escenas taurinas ó hípicas, ó durante
el sueño.
Como evidencia el caso anterior, los caballos, especialmente los-
— 398 —
caballos en carrera, ó trabajando, estimulan á veces, como el espec-
táculo del dolor, las emociones sexuales. Un comunicante, médico
de Nueva-Zelanda, me habla á este propósito de un cliente suyo,
joven de veintiséis anos, enfermizo, y que jamás se había mastur-
bado ó tenido contacto con mujeres. El mencionado joven, cuya
habitación daba al patio de una cuadra, soñaba todas las noches
que perseguía al caballo más hermoso de la misma, un hermoso
ejemplar, negro como la noche, y la captura del animal iba seguida
de una emisión seminal abundantísima por parte del capturador.
Esta anormalidad desapareció con un tratamiento tónico y paseos
por el campo. Feré habla de un muchacho, neurótico por herencia,
que sufría emisiones siempre que veía trabajar penosamente á un
caballo.
Havelock ELLIS.
-o^íClíXÍ&o^
Prosas fttnericatias
Kiitre los libros iiue Ueg-aii á mis manos
hay iniiL'lios ((lie de América proceden. No
se ])or (juc los escritores españoles, con in-
i-rcibie apatía, rara vez otorgan atención á
las iirodncciones literarias de atjnel país, á
menos ¡ine los autores de ellas. aban(lo-
nando su patria, ^"enf>■an á la nuestra y
a((ni se abran camino luchando bravamente.
De este modo, lejos de fomentar el movi-
aniento de aitroximación ([iie con el hermoso
país anierioano debiera sosttMierse, nos en
co<;-cmos de liombros. sin comprender que
■ellos, los escritores americanos y el públicd
d<' America en fieneral, iirocediendo en re-
c¡i)rocidad Justilieadísíma. acabarán por ha-
cer lo mismo . . .
Claro está ([ue en America — como en to-
das partes — se inodnce mnclio malo; pero
también ven la luz muy estimables [iroduc-
ciiines. (jUt! no merecen (iiiedar (i<'scon()ci
das i)ara los lectores de aiiuende los mares.
A estas últimas iicrtenecen las (|Me mné-
■\enme á escribir las iiresentes lineas.
Fijíiua. en jirimer término, una no\cla t¡
tulada /.(' reina. Su antoi-. .losé Kscot'et. á
Juzfí'ar por el asunto de la obi-a. es español
— catalán, ¡lor más señas ; — jiero como el
libro está editado en Méjico, y allá vive
Kscot'et. téus'olo ¡lor americano á los elee
tos de la información presente No conozco
<le Escofet más obra (¡ue esta ; más ella sola
basta para acreditarle de nii\flador. ixcep-
cional. Describe la vida barcelonesa con
Jicieito e«iuij)arable al de los •;randes maes-
tros del f;énero. y lo<rra emocionar honda-
mente con el relato del drama (lUe envnelv(í
la narraci(Jn. drama humano, intenso, inte-
resantísimo, en el iiiie destaca con extra-
ordinardinario relieve la ti^;iira de Reme
dios, la protaoronista. mujer de tempera-
mento esforzado, ([Ue antes de caer en el
faiifío, empujada por la fatalidad implaca-
ble, muere . . . La renia merecería un largd
articulo; basten las lineas (nie anteceden
liara hacer constar la firata impresión que
produce su lectura.
Manuel I'érez y Curis — el director de la
liiulísima revista Apolo, que vé la luz en
Montevideo — es un excelente poeta, ([Ue
alfíuna vez tiene la feliz humorada de es-
cribir en prosa. VA ilustre Firnanflor dijo
en cierta ocasión solemne (jue el medio
más eficaz para ser buen prosista es haber
hecho versos previamente. Dicho se está
cuan galano será el rojiaje literario en que
se envuelven los cuentos que con el título
Rosa ¡¡inca ha lanzado en ses'unda edición
recientemente Pérez y Curis. Y en cuanto
al fondo de estas novelas cortas baste de-
cir (^ue cada una de ellas contiene lo que
debe apetecers« en esta clase de ju'oduceio-
nes : una honda sensación emotiva.
Deliciosamente frivolos — con la frivoli-
dad amable de una íij;iilina de Sévrcs -
son los ('in')il(is fruijiles que en Nueva York
ha iiublicado Fabio Fiallo. Un volumen
encantador, en el (|ue no se sabe (lué ad-
mirar más, si los jirimeros editorial<!s (juc
lo exornan, ó la sus■esti^ a lectura de sus
jiásinas.
Y cierran la serie de esta raiiiclisima re-
seña 'Pulió ^1. Cestero-, con sus poemas en
¡irosa Sitn(in: rii' prtuKtriTa^ en los (jue re-
ileja su t'siiíritu de luchador idealista — tal
vez demasiado cerebral, como firan parte
de los escritores americanos contemiiorá-
neos. - y Perfecto Léipcz Cainjiaña. autor
de Fanfarria di; prcjniriox., colección de
prosas, en la (jue resalta vi<;orosamcnte la
novela l\>i¡ii'rto Lichi>, reveladora de un só-
lido temperamento díí artista.
Todos ellos son Jó\enes. animosos ; las
obras (|Uc lle\an producidas son nuncio
venturoso de otias aún mejores. Esperé-
moslas.
Ai.H sio MARTÍNEZ OLMEDILLA.
Del Heraldo de Madrid, '■]
i-2 de Octubre de moti.
399
águila ^^tisadora
Para Ai'Olo.
Un águila? Eso fui! Crucé los ciclos,
busqué una presa y la encontré desnuda
en la ruin Sociedad, y desgárrela
en los picachos de mi peña abrupta.
Devorándola á solas, siempre quise
(lue hasta ella descendiera mi amai-gura
en forma de desprecio, y sus dolores
nunca tuvieran lenitivo, nunca !
Miré abajo y la Tierra estaba negra,
la ocultaban, cual nubes, mil infamias,
ingratitudes, crímenes ... El viento
que soplaba era un viento de borrasca.
Guayaquil.
A Vargas Vila.
Tendí luego mi vuelo majestuoso
jiara no presenciar miseria tanta . . .
Del fango de esta vida miserable
nadie está limpio ya. sino las águilas !
Después quise dormir. Perdoné ofensas,
viendo del mundo vil las asechanzas ;
y por no castigar á los ingratos,
guardé mi noble pico entre mis alas.
Y pensé: ¿No habrá alguno entre estos necios
que no se halle al alcance de mis garras V
Pretendieron herirme, pero en vano:
¡ en mi altivez yo llevo mi coraza !
Manucl RODRÍGUEZ TOVAR.
0^ uti tnisUrio
Pora Ai'iH.o.
De sus galas uuiicialcs atnviada.
Con su veste brocada, de áureo brillo.
A la crijita del gótico castillo
isleña de Agramunt baja callada.
De un n)isterio profundo enamorada.
Salva, cu breve, los hierros del rastrillo
Y la estatua yacente de un sencillo
Sarcófago contempla extasiada.
Del adusto panteón de sus mayores
Sepulcral el Silencio no la arredra;
La marm(')rea escultura, sin temores.
Ciñen sus brazos como amante hiedra.
Y al beso con (jue ofrenda sus amores
Otro beso de amor vuelve la piedra.
Adrianí. M. AGUIAR.
Marzo — lüOó.
— 400 —
La revelación
A la luz mortecina de una
lámpara, Armando Koiibal, sen-
tado en un taburete de pino, con
los codos apoyados en l;i- mesa
de dibujo- y Jü caUfeza^tUiStían-
sando entre las manos; con el
cabello enmarañado y el rostro
surcado por lá;;TÍnias (¡ue roda-
ron veloces i»or sus demacradas
mejillas : inmóvil como una de
las tantas niaqiieffes i\ne se lialla-
l)ari en el talleí", con su <;-uarda
polvo l>lanco, parecía la inia*;'en
viva de la Desolación.
En :íu mente se a,<;-ital)an ideas
confnsas. indetinidas. - Vov su
¡niag-inación destilaban visiones
extrañas y su pensamiento reco-
rría en vertig-imjsa carrera los
])asados días de su vida, — una
existencia ími)roba, sin ternuras,
sin carino ni amor; una serie no
interrumpida de tristezas, de in-
cesantes anj^ustias (jue habíanle
hecho })erder las esperanzas de
ver realizados los m<ás caros sue-
ños que acariciara al jirincipio
de su carrera artística, <á la (pu'
habla ai)ortado todas sus ener-
ólas, todos los bríos de su juven-
tud, marchita ya, i)or los cons-
tantes deseng-anos, como flor
arraneada antes de abrir su co-
rola y de sentir las caricias ama-
bles del sol.
Nunca pudo creer que después
de haber dado en holocausto del
arte, la savia de su vida vig'oro-
sa, pudiera aquel, herirle tan
cruelmente, sin compasión alg'u-
na, con ensañamiento feroz . . .
Fué una de esas revelaciones
terribles, — brutal por lo inespe-
rada, — que paralizan todos los
l't(i-o Ai'oi.o.
miembi'os. A Armando le surtió
el (docto de un g'olpe rudo ases-
tado traidoramente en el cráneo ;
un golpe que vuelve loco ó ani-
(juila ai'in á los mejor templados
l)ara soportar los choques recios
del destino.
í]n una carta voluminosa y
cuidadosamente lacrada, dejada
para él por una tía que había
tallecido meses antes, se le re-
velaba el proceder de su madre
inujer pervertida, de esas que lo •
abandonan todo: hogar, lamilla
y honor, i)ara entregarse; al pri-
mero que se i)resentecon los bol-
sillos re[)letos de billetes y des-
lunibrarse á sí misnnis con nn •
lujo cu]pal)le. con resplandores
de infamia.
A(iuel pliego le había robado
la calma, ahuyentando la tran-
(¡uilidad (]ue hasta entonces ha-
bía disfrutado, dedicado ])or
completo al estudio y al trabajo
fecundo, acariciando ensueños
de gloria más ó menos lejana.
l'ero todas sus ilusiones, todas
sus eslieran zas se dei'rnnibaban
ante a(iuella funesta revela-
ción. • •
Es decir que su madre había
sido una mujer liviami, una de
las tantas que, por disfrutar á
sus anchas y sin trabas de una
vida tristemente miserable, se
entregan al primero que quiera
recogerla en sus brazos y com-
prar sus besos impúdicos sacrifi-
cándolo todo, hasta el amor de
un hijo, el cariño de su esposo y
quizá la vida de ambos ...
^, Para qué, con qué objeto ha-
cerle conocer tal secreto que él
hubiera deseado ignorar?
Una duda le asaltaba ; ¿ no se-
401 —
rí;i una vil calumnia fraguada
por odio de familia?
Pero este nombre que mencio-
naba la carta : Irene Rigermont
¿ le era desconocido, acaso ; se-
ría, efectivamente, su madre ? El
documento decía claramente que
su madre lo usaba ocultando así
el propio, - Y Arnumdo recor-
daba á su maestro, quien le ha-
bía haljlado con demasiada fre-
cuencia, de la mujer que lo lle-
vaba, una hermosa, ])ecn(lora,
célebre, que allá en Madrid se
prestó á servirle de modelo, á
una de las obras cpR; le dieron
fama : « Impúdica ».
La, esc ni tura a(iuella, comple-
tamente desnuda mostrando sns
formas armoniosas, impecables,
con unos s(;nos soberbiamente
incitantes y una sonrisa lasciva
en sus labios perversos, era una
obra de soljerano reajisnu) y
de Ix'lleza ideal. -- Roubal esta-
ba enamorado de aipiclla escul-
tura genial y la tenía en un án-
gulo del taller, octdtándola á las
miradas profanas con un manto
de terciopelo violeta. 8u maestro
se la hal)ía regalado á él, su últi-
mo discípulo, cuando se retiraba
á descansar los ])Ocos años que
le quedabíin de vida, ¡sí es posi-
ble que un artista, descanse! Y
]"ecor(lan(lo todo esto, Armando
se irguió con un gesto de histé-
rico y los ojos salidos de las órbi-
tas . .'.
Corrió hacia la escultura y
tiró del manto que la cubría. Por
sus labios vagaba una sonrisa
cruel. Recliinaban sus dientes ;
las manos temblorosas y crispa-
das,el cabello y el bigote erizados
le daban el aspecto de un loco
furioso. Y la estatua divinamen-
te hermosa le sonreía provocati-
va, como acostumbrada á dormir,
cual si estuviera convencida del
poder de sus encantos de már-
mol, y sus labios fríos, hastiados
de besos, admirablemente i)er-
versos parecían desafiarlo, bur-
lándose descaradamente de su
dolor y desesperación.
Arnumdo no pudo resistir ante
aquella bui-|a, inás tiempo. Con
un nuivimieuto rápido, cogió una
pesada maza de hierro cuyos gol-
pes reducirían á polvo al granito.
— La hizo describir un arco so-
bre su cabeza.
Un instante y el hierro cae-
ría sobre el l)ust() destruyéndo-
lo.— La estatua Ix'llamente atre-
vida continuó l)urlándose de
aquel gesto brutal. La maza cayó
solire el pavimento arrc»jada con
despi-ecio por Poubal que se dejó
caer sobre un viejo diván mur-
murando con voz de llanto:
— r, Qi^i*^' i'^'i '' hacer? Acaso
]iu('do yo destruir una obra que
no me pertenece á mi, (|ue es <le
la posteridad, por escrúpulos >'
prejuicios vulgares . . .
¡Xecio de mil Esa escultura
genial, sea ó no mi deshonra,
hará inmortal á su autor.
— Y á ti! — parecían decirle
los angelitos de yeso que colga-
ban del techo del taller, tendién-
dole sus manecitas, sonriéndole
afablemente, como si ellos com-
prendieran la revelación inefable
del artista.
Roberto R. GARD.
-o{)$CCX:$&c>-
íO-2 —
Por jardÍMs aj^tios
Ideas y Sentimientos
-A Jase' Kitriqíii; Rodó.
A'uelvo á íibrir v\ liljro (]uc'
Tantas veces me deleitara el es])í-
ritiiy me íiiterruiii[)eii i;-ra la men-
te los acordes de una Ijandui'ria
(jne melodiza en la ctillej'a.
Serena y azul es la noche. La
brisa primaveral trae á mi alco-
ba, con la dulzura de aquellos
acordes, el perfume de los rusa-
Íes \' los naranjos en llor, c^ue se
difunde en la atmósfera como la
evanescencia de un florón (pie
fuera un ánfora liernuHica des-
trozada' por nerviosas manos.
Dejo un instanti^ el libro y evo-
co lejanos dias de ensueilos y
holgorios : toda esa tiesta efíme-
ra que acompanu á la adolescen-
cici ávida de exteriorizar sus
sentimientos sin temor ú lo por-
venir.
La miísica ejerce en mi ánimo
una inñuencia absoluta de me-
lancolía y de tristeza. Por eso,
en el silencio claustral de mí ga-
binete oreado por un vientecillo
de paz y de amor que musita
bienestares, mi alma sentimen-
tal iza los recuerdos, y, olvidando
las viejas lecturas que otrora
fueron su placer más favorito,
se da toda entera, como una mu-
jer enamorada bajo la obsesión
de unos labios iebricitantes, á la
gama cpie afuera se expande y
estremece. Y se dan también á
ella mi corazón y mi voluntad:
esclavos inconscientes del Alma-
ILarmonía que, merced á los aires,
entra por mi ventana é irrumpe
en mi soledad . . .
Luego, cuando la música se lia
extinguido en la distancia, el
encanto se desvanece. Un beso
de mi companera preside mí
nuevo estado de alma y otra vez
las poesías de tu libro, oh, soña-
dor hermano, arrullan á mi espí-
ritu consagrado á ti, lejos de los
rumores del bulevar alegre . . .
Y otra vez medito sobre esas
páginas calmas donde el dolor
no ha posado susgarras sangrien-
tas ni el pesimismo ha volcado
su cáliz de veneno. Porque tu
poesía que sugiere y deleita,
también conmueve, pero no lan-
za sollozos ni los provoca como
la musa de Heine, como el alma
de Alfredo de Musset . . .
Kovieinbre 1908.
PÉREZ Y CURIS.
403 —
Tard-e Marina
Al clavo atardecer i>arte la barca,
un suave noroeste ¡uña. su vela;
á sus costados la onda azul se enarca
i á flor de espuma se elesliza 1 vuela.
Uon su florida barba de ])atr¡arca
tin viejo en el timón raya la estela:
su vista lija el liorizonte abarca
mientras el cuerno de la luna riela.
Pai-o. Ai'OLO.
Perfume de alji'as en el aire flota
1 en un celaje pálido (lue avanza
la Venus vesperal pone su nota.
... Y la barca va lejos de la orilla.
Pone el viejo en la estrella su esperanza,
i su esperanza como estrella brilla.
A. B(')RQUEZ SOLAE.
Santiae'o de Chile.
Playa Ramírez — Montevideo
-ofl;^c^:c^&o-
Himtio de las ruedas
Paia Apolo
Para el alma — lira de Federico Vhrhach.
Dilúycnse en las auras aronias de violetas
y el Solpone en las fuentes nenúfares de fuego;
desciende de las abras el rústico labriego,
y cantan sus estrofas de vida las carretas.
Parece que anunciaran sus triunfos á las metas
del plácido cortijo que es urna de sosiego;
simulan epinicios, o bien un largo ruego
que llevan á otros campos las brisas indiscretas.
Ya bajan de los montes cantando por los flancos,
y tejen con sus notas la urdimbre de las arias
que saben las campiñas, las cumbres y barrancos.
Sepulta el Sol su disco allá en el bosque verde,
inciensan á la noche las rosas y las guarías
y el himno de las ruedas prolóngase ... y se pierde.
San José de Costa Rica.
Lisímu-o CHAV arria.
- 404 —
Breviario -epistolar
MoRKNo Ar.it.v — HíiD-aiiqiíill'' {('iiloíiib/í' ).
— (irücias, por el iiiiiable envío, l'roiito irá
carta mía.
LlSÍMACÜ CirWARRlA — S/IH Josi' (CnHía
Ki''a. — Las fomitosiciones ([lie se envíen á
Apolo lian de ser inéilitas ; de lo eontrario
no las jiublicaré. Le liay-o esta oUservaeiiín
]ior(iiie me ha sticedidf» de iinliliear ¡inesías
suyas aparecidas ya en «El Cojo Ilustrado»
y en « Pás'inas Ilustradas», no obstante ha-
bérmelas enviado usted, indieando : expi-f-
■sat,ii'iili' para Ai'or.o.
Las transeripeiones son hedías á mi elee-
eitni. pero entonees no doy eomo inédito lo
pul)lieado en otras revistas del eontinente.
JiTi!) Kacl Mi;.vi>ir.AiiARZU — -l/críjv'íí. —
rieeibí earta y efdaboraeión. ¿Dónde debo
enviarle la eorrespoudeneia y
liTis TAur-ANCA —Orai'ia (Ciiloiíibia). — Lo
demás en el próximo número. (íraeias, por
todo.
ALiiKRro SÁNcuKz — Bo¡/iilá. — Va earta
eertift tada. Esiiero lo ((ue me prometió de
(íuillermo Valencia.
Palas Atk.vka. — Es verdad; mi poesía
Pasionai., publicada en Julio de l'.riT t-n
esta revista, comienza con esta estrofa:
Yo no li' quiero di'sdi'i'ioíya y fi'ia
('orno la iniii'rtí', di'strui/i'nchi amorfa:
Q'(ii')'o que en ti perdiiri' la ardentia
J)e un roiínl de lo-o reventando en //ores.
; Quiero que llorex I
PÉREZ Y CURIS.
^<^$rX:::r4-(}o-
Bibliográficas
liibpos y folletos recibidos
Laoticinade información i\t'\ Ministerio
<le líi'laciones Exteriores de (íi)lombia nos
ha hecho, y lo a<?radecemos, el sif;-uiente
envío :
TiíArADO SOHRH r.íMiT.is y librf. xavkiía-
CI(')N Y (.(INVIONIO SOliHE «MODIS VlVi;NI>I» EOX
KL RÍO PllTMAYU KNTRK F.AS Rl-.l'ÍHI.K AS 1)K
(^or.oMHiA Y i>KT. Krasii. ;
La lr.rsrRAci(>N. — Revista de arte ([ue
ilirifí'cn los señores Rafael Espinosa (riiz-
máii ^-.roríi'e Reinales, sericí 1.". número 1.";
Rhvistv iiK r.A Paz. — redactada ))or los
selores .íorfíe líei nales y -Manuel Torres
Kodríjí'ui'z, número 1-2 ;
El (GENERAL Rai-akl Rkyks y el Cieri-o
DiPLO.MÁTKo KN BociüTÁ. iiúmcro único re-
pleto de fotos'rabailos. ¡(ubücado el l'1 de
Octubre de lUDT ;
BolktÍn" del iMLNisrKRío i)i-; Rklah:)XI':s
Extf.riorks, números lo y 11 correspondien-
tes á .1 linio y Julio de ino-i.
Lkykndas \- xo'rAs iKsriiiucAs. pnr líer-
iiiiniíi GÓMcz Jaiiii" de Abadia, 1 volumen
de L'DO páfíinas, editado en Bogotá en l'.tDT.
Pkxsamikxtos. por ^^aria Luisa — Buenos
Ai}-e.<<. — Todo blanco y lujosamente im-
preso ha ll(!}íado á nosotros este libro del
nue es autora la S(;ñorita María Luisa.
Como su titulo lo indica, es una recopila-
ciiHi de p(!nsamientos orig-inales, algunos
<le ellos tan acertados (¡ue nos han hecho
meditar profundamente. Su autora demiu^s-
tra ((ue sabe; iiensar con bastante discreción
y que está dotada de esa delicadeza innata
en el artista de corazi'm.
Vaya nuestro aiilaiiso á la gentil escri-
tora. — Fl ir del Lario.
Ri'MüO AL S3L, }wr Andrés T. GoYiiensoro.
— liemos reciliido este elegante volumen
im)ireso con mucho gusto en los reputados
talleres « F>1 Art(í». En nuestro próximo
número, uno de nuestros redactores se oeii-
[lará extensamente de él.
I^aevos libfos feeibidos
En el próximo número nos ocuparemos con detención del libro (¡kkcia. ciue acaba
de enviarnos su autor, el exfiuisito Gómez Carrillo.
]jO mismo decimos con respecto de La novela de mi amioo. original del conocido
escritor español Gabriel Aliró.
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Al costado de la Metropolitana
■...■■"■-■:•"■■• -■ '"íiP'i-i- ' ■■■.'■'■■
— 404
Breviario ^^istolar
MoRKNo Al. HA — liiirrtnií/iiill'i i ('nlnuibiii ).
— (iracias. |ioi' L-1 ¡imable ciivíii. l'roiito irá
carta iiiia.
LisÍMACo CuavaKKÍA — Stiil Jnsr' •Cnalii
7i'/'ff. — Las coiTiiiosicioiu's (jiic se ciiníi'II á
Apor.o lian de si'i- iiuMÜtas ; de Ici cniítraiii)
lili las iiriMicaró. Le lia?;ii esta (pliscrvacicíii
li(HM|Uc me lia succilido de imblicar piicsias
suyas aparecidas ya en « 1-1 Cojo Ilustrado»
y en « l'áfiinas Ilustradas», iio obstante lia-
bériiielas eii\iail<i usti'd. iudieaiido: e.i-pri'-
s(i„ii'iil(' piirt' Aror.ii.
Las traiiseripeioues son hechas á mi clec-
v'iúu. pero eutcinees no doy como inédito lo
jiublicado en otras revistas d(d coutiiieiite.
,U'\.V) R\iL ,Mi:Ni)ir.AiiAu/U — -1/('í'r/V'. -
Ueeibí carta y colaboración. ¿ Di'mdc debo
enviarle la correspondencia V
Lris 'l'Aur.ANCA -(¡'-(uiii ( <'iiln,,ih!('). ■ — Lo
demás en el pró.ximo número. (íracias. por
todo.
.Vlheri'o SÁNciiKz — Uoiinid. — Va carta
certitl tada. Ksiiero lo ((iie me prometió de
(iiiillcriiio Valencia.
I'at.as .\tkni;a. - -Ks verdad; mi poesía
l'AsiONAr,, publicada en Julio de l'.i )T en
esta revista, comienza con esta estrofa:
Yo no If (¡iticri) di'sdi'i'iosíi 1/ fi-ia
('orno la iiíiii'rtí'. (b'slriiiioiúit a.iioi-i-n :
Qi'/i'ro qui' i'n li 'perdtiri' la a,-(h;iiliii
¡):' un rriaal de aro ri'Vi'nifuido cii ¡lnri'x.
¡ (juicyn t/Xi; llorrs !
i'KUKz Y cruis.
-oíír-XXr^-to
Bibliográficas
Liibpos y folletos feeibidos
La oticina de ¡nt'orniacióii did Miiiisti'rio
<le líelacioncs Exteriores de (!iiloiiibia nos
ha lie(dio, y lo a;íra<lcceiiios. el sif;uieiite
envío :
Tkaiaiio soiiiiK i.ÍMiT,:s Y i.iiiRi-: x\vi:ii\-
ik'in y cowkmo sohke «müdis vivinhi » i;\
KL Rio l'rri'MAYo i:\TKi-: las hkci' ui.icas di-:
Cot.oMniA Y i>i;i. JJuAsn.:
La Ii.rsriíAC'ióx. — Ivevista de arte i|iie
<lirii;'eii los señores Uatael Kspinosa (¡uz-
máii y .lorjiC Reinales, serie !.•'. número 1.";
IvKvisiA 1)1-: r,A I'az. — redactaila por los
señores .rort>e Jíeinales y .Manuel 'rorri's
Rodrínui'z. número I:.';
Er, (íeveral Kai-akl Rkyks y ef. Ci ehi'o
Dier.oMArico kx Boiídt.'v. número único re-
pleto do totoiírabados. publicado el 1' 1 de
Octubre de l'.ioT ;
IJoi.Kriv i>EL .Mixis iKKio DI': Uf.l \( i ixi':s
Exi'KRioKHs. números loy II corresiiondien-
tes á Junio y .lulio de l'.iii-i.
I..i:yi:ni>as y .xotas iiisri'nui as. pur Il.'i-
iii'ii/'i (ióiiii'z .íiiiiii" di' Ahtidht, 1 volumen
de L'oi) itájíinas, editado en Bogotá en l'.mT.
I'KXSAMiKXros. p:tr Aíavía Lii.isa — liin-nos
.V'/v'x. — Todo blanco y lujosamente im-
preso ha lleí>'ado á nosotros (¡ste libi'o del
«lUe es autora la señorita María Luisa,
('onio su título lo indica, es una recopila-
ciiín de píMisamieiitos ori<;'¡nales, algainos
de (dios tan acertados (|U(! nos han liecho
iiHíditar iH'ot'iindameiite. Su autora demues-
tra (lUe sab(í pensar con bastante discreción
y que está dotada de esa delicadeza innata
en el artista de eorazini.
\'aya niuístro ai»lauso á la n'entil escri-
tora. — Fl >)• del Iah'Íü.
Ri'MHO AL s:)L, por Aiidrc's T. GouH'iiaoro.
— lIcMiios recibido este elejíante voliiiiien
inilireso con mucho ■■•usto en los reputados
talleres «El Arte». En nuestro pr('i.\imo
número, uno de nuestros redactores se oeii-
]iará extensamente de él.
[huevos libros fceibidos
En (d próximo número nos ocuparemos con dctenciéin d(d libro (íkki ia. c(ue acaba
de enviarnos su autor, el ex(iuisito (ióincz Carrillo.
l.,o mismo decimos con respecto de IíA novela DE MI aMIOO. ori<íinal del conocido
escritor español (Gabriel AIiré>.
Gran Sastrería PYRAMIDES
Calle Sarandí números 226 y 228
■i^
/:;/ esta casa, la pri-
mera Cfi su genero de
¡a capital, se e*í:neii-
tra siempre un vana
do surtido de lasimiies
délas mejoi:es jdhrii a<
J-rancesas ¿ Inglesas.
Atiende peduw: de
la lampaña.
L 'onsulte US tea' . lo i
prciios que van u! pie.
La tasa no tiene
^VSmO^^^^^^^^^lH^^^^H^B cotnpeieniia.
Se garanten .es
____.___. p= pg^ h: c I o s -
Traje de saco de .'? looo á i 22.00
jacquet j> « 22.00 » » 28.00 l'o-r 1 'i'' ^cd.'(
Smoking. . . .... » s 18.00 » » 28.00 ^
Levita s> ji 30.00 ■>> » 40 00 » > y
Frac i> 5> 30.00 í » 40.00 » »
Sobretodos » 2 12.00 > 22.00 » »
Pantalones s » 2.00 » » 7.00
Chalecos fantasía j> ■ i.oo i » 5.00
La casa tiene elemenco especial
para el trabajo de medida
CALLE SARANDI, 226 Y 228
Al costado de la Metropolitana-
f.
n
s*-.
oarle un larg-o artículo en el que no'otaba el vocabulario de la adu-
]aci()n x el elog-io.
Y ese e(3nsul cayó en ridículo ; porque el presidente Willimaii
ni tiene talento ni ha encarrilado al Uruguay en la senda del pro-
li'reso como aquél se obstinaba en demostrar con ditirámbicas
frases.
¡Eli... bueno! El agradeciniiiuito se impuso, y el flamante
cónsul quiso demostrarnos sus veleidades literarias haciendo la
ap<^log'ía de su amo.
Cipriano CastPo
Ha estado en París el sátrapa venezolano. Su ausencia de
Venezuela, en el |)rescnte momento en (jue una élite de escritores
exilados al)oo^a por la supresión del déspota, parece anunciarme la
hora del tiranicidio.
r;Xo habrán animado ali>'úu espíritu libre las prosas exaltadas
de Vargas Vila, de Pedro César J)jminici. de Jacinto López y de
César Zumeta ?
r; Volverá Cipriano Castro á ensangrentar con sus garras el
alma de Venezuela V
(:¿uiero creer que no. Surgirá un brazo libertador que le pon-
drá una barrera entre Europa y América. Esperemos.
PEKEZ Y CUKIS.
Dicicsiilii-c 15 — l'.Kis.
Estancia rRuoiAYA
tas tgtiotadas
CefPo Santa Iiucia
I
/'('/■(! AlHlI.
Cubriendo peñascos enormes i grises,
al borde del eerro colgaban tapices
de leves, lijeros i'osales en ñor:
la red delicada del suelto ramaje,
sutil i flotante, formaba un encaje
de rosas nevadas i oscuro verdor.
Al sol matutino, de lo alto, prendidas,
bajaban cubriendo, ias ramas floridas,
la parte del cerro cortada en talud,
i hacían con sombras i luz arabescos
si por sus dibujos livianos i frescos,
l)asaba una brisa del norte o del sud.
Al soplo errabundo, fugaz del estío,
sus lágrimas tenues dejaba el rocío
correr por el tallo, la fil)ra o raíz;
algunas brillaban, caían al suelo
teñidas de rosa, de púrpura o cielo,
envueltas en iris de vario matiz.
Pero otras, como esas tan lev'es i puras,
corrían ] ¡jeras por guías oscuras,
])erdiéndose al fondo del blanco rosal.
De aquella ondulante cortina de flores
caían rodando, sin luz, ni colores,
al légamo oculto, sombrío, letal.
El mismo risueño capricho del viento
que hizo al ramaje temblar un momento
i dar un murmullo de vaga fluidez,
rasgó la pureza sutil del rocío
cerniéndola en gotas, ya al sol del estío,
ya sobre la negra, la húmeda hez!
II
Así, cada vez que algún soplo impregnado
De fe, de ideal, o de amor ha pasado
moviendo lo humano con voces de augur,
las almas del lado radiante caídas,
se fueron por luces de gloria ceñidas,
orladas de blanco, de grana o de azur.
— 4 —
'Slixs, cuántas como esas tan grandes i puras,
rodaron secretas, calladas, oscuras,
¡olí, cuántas no fueron al lodo a caer!
Allí para siempre quedaron perdidas
i nunca un matiz de las otras caídas
al sol déla g'Ioria, pudieron tener!
Cayeron al soplo del aura ondulante
(lue hizo a lo liumano vibrar uu instante,
cual lágrimas puras de fe o de pasión:
las unas al día, de cielo irisadas,
las otras al fondo sin luz, ignoradas,
como esas que ruedan sobre el corazón ...
III
Vosotras, mis Eimas, ardientes: piadosas,
que amáis a quien va sobre espinas o rosas
buscando la sombra que cierne el lanrel,
moved vuestras plantas, alíjeras Kimas,
cruzad las llanuras, las cumbres, las simas
en suelto, lijero, sonoro tropel.
K(nni)ed el azul de la bruma distante,
buscad con mirada vivaz, aidielante,
las flores más blancas de todo el confín:
cargad vuestros brazos de tiernos albores,
con todos los frescos, los niveos colores
del lirio, la rosa, la dalia, el jazmín.
Y luego esas flores cerned solare aquellas
incógnitas almas perdidas sin huellas,
sin dar una chispa de luz inmortal.
Abrid vuestros brazos, verted en lo hondo
del lóbrego olvido, allá, sobre el fondo,
cual rayos gloriosos, la lluvia floral.
Cubrid de perfumes el negro vacío
donde ellas se hundieron heladas de frío
i yacen cubiertas de inmenso capuz;
cubridlo, mis Rimas, con mano expiatoria:
¡tan i)ura es nn alma caída sin gloria,
cual lo es una lágrima caída sin luz!
MiGUKi. Luis KOCUANT.
.Sniit¡;ii;o de Chile.
Oescr-edo d-e RtU
Para Afoi.o.
(Diluios ;'i continuación el pniiog-o ijuc llevará d
folleto « Bajo la careta », de nuestro colalxirador Ans'el
C. Miranda, ((Ue contendrá su ci>euto del mismo título
aparecido en esta Revista y (}ue el <-oiiocido escritor
«í<Y'uix» motejó de ultra naturalista y casi pornográfico i.
Si pai'ci mí el Arte pudiese divinizarse como el Dios de una.
religión cualquiera, yo tendría también mi credo . . . Creo en el
Arte, todopoderoso, creador de lo bsUo, de lo grande y de lo
jnsto . . . Después seguirían las demás frases de orden.
Pero, en arte, yo no tengo ritual. Mi culto es sin brevario, y,
por lo tanto, sin oraciones. Frente á su ara yo no silabeo más que
alguna (^ue otra frase de atlniiración, con algo de encanto y de
éxtasis.
En literatura, pues, no soy adepto de ninguna escuela. Cuando
leía libros, — puesto que hoy sólo leo á la vida, — leía diversos
autores y de distintos géneros. Al escribir, lo hago también así,
libremente, sin más preocupación que reflejar el caso que estudio,
desarrollo y analizo en el ];apel.
Ni en ideas, ni en escuela literaria, soy sectario. Soy, sí, un
cerebral autónomo, independiente, que ha pospuesto todos los pen-
sares ajenos á su modo de observar y juzgar las cosas de la vida
que pasa. Por eso creo que no se me puede apreciar para un trá-
belo literario aislado del conjunto de mi labor.
¿ Es lícito ésto? ¿Es normal, es justo, es propio de un ente
humano, por más intelectual que sea, frente á las relatividades de
la vida? Nunca me he detenido á pensarlo y menos voy á hacerlo
ahora, después del difícil \ árido camino recorrido.
En cuestiones intelectuales soy un tanto orgulloso y jamás me
preocupa el vocerío del vecindario. La suerte está echada hace
tiempo. ¿Pasaré el puente? ...
Por lo demás, soy un cultor austero del arte. Y es á mí que el
viejo trovador de todas las orientacione? mentales, el cronista
«Fénix», ílel diario El Sif/lo, ha venido á llamar escritor ultra
naturalista, casi pornográfico ó para hombres solos? En Verdad
ipK! la ironía es cruel.
Sin embargo, mi cuento «Bajo la careta» es un trabajo literario
decente, como todos los míos. Julia, desnuda, es un hermoso sím-
l)olo de la belleza femenina en todo su esplendor. Si mi jduma se
especializó en describir a(|uel cuerpo sin velos, fué sólo por can-
tarlo y sin ningún pensamiento pernicioso, puesto que yo, como
(íscritor, no so.' ningún atacado de morbosidades sensuales y tam-
poco pretendo iialagar los sexualismos enfermizos de nadie.
¿Quiere saber (juien me sirvió de modelo para la descrip-
ción de es»í desnudo ? Pues, una pobre jovencita, suicida del fuego,
á la que cumpliendo un deber periodístico vi curar sobre la mesa di-
un hospital, con parte de su espléndido cuerpo devorado por las
llamas. ^Eás tarde, interesado por aquella existencia tronchada á
los quince años, supe por la joven misma la liistoria de su caída en
— (■) —
v] vicio y el iiioHvo de su lioi'rihle i\í.s )luciún. totlo lo cual,
variado un poco, mv sirvió ])ara csei'il)ir la [)roduc'c*ióu literaria
que defiendo.
l'ero, todo es i'eal. Kxistii'» en su y\i\;\ la mujer infame que la
cng"ari(') y la vendida la mejor oferta: se realizi) aquella ñesta del
(lia de su caída : tuvo, entre los l)razos de su primer poseedor,
aquella irónica (explosión de su carne joven Jlasta durante la visita
que la hice en el hospital, sencillamente, como ella podía, me
«'X[)resi) el vacio selecto de su alma sin te en nada de los liombres,
constatando con su vida, la ¡nclicaeia d;- las leyes y de las religio-
nes, d(! los eiKligos y dr la cruz, para evitar la fuerza y e! avance
del m;d.
("on (ístas rellexiones termino mi cu(Mito. Si así fué todo, yo no
.soy culpable de (jucí á unos les pai'czca bueno y á otros malo. Como
escritor de las cosas (W. la vida, he pi'esentado una de sus múltii)les'
\' variadas fases.
Axoi:l C. :\í1R.VNDA.
Cii;irr,i. Dicic'.iilirc i;! de I'.mi ;.
-oíi
o{i$^r,3f.i;o -
Kuíltio Blanco Fombotia
1
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p^£
i :^mf
-^y^,^;?
ík
*1# §
'3 ^
3f
Es lino de los escritores
A-enczolanos que, como Domi-
niji, Díaz líodríguez \Zuine-
ta. representa lo más alto de
la intelectualidad de su país.
Sus lil)ros «Cuentos Anieii-
canos» y «PeiiueFía Opera
]>irica», (prosa y verso, res-
j)ectivamente), son un bello
conjunto do creaciones origi-
nales que consagraron á su
autor en Europa y América.
¿I: ᣠ*
0-e uti libro -eti ^xmssL:
las nuevas Utideticias literarias
El « modePíiisnno» en España
A raíz (le la muerte del deca-
dentismo, que llegó á España
con g'ran atraso, después de ha-
l)er dado la vuelta á la América
latina, qued(3 en la literatura,
castellana un grupo neutro que
supo escapar al naufragio, dan-
do á su desorientación una forma
cautivante. De las particulari-
dades d(í las antiguas escuelas
había conservado la meticulosi-
dad, el rebuscamiento de la lí-
nea y cierto prurito jactancioso
de denigrar el pasado y creer
(jue todo estaba por hacer. Pero
á esas supervivencias atenuadas
de la coi'riente artificialista, unía
una clara visión de las cosas, un
amor profundo de la belleza y
una admirable libertad de espí-
ritu- lloran almas jóvenes queso
mantenían al margen de la vida,
escj-.ivas de un desgraciado pre-
juicio inicial. Pero las excentri-
cidades, cada vez más tímidas y
más intei'niineutes, empezaban
á perder la forma agresiva. Cla-
ro <!stá que toda esa juventud
desencantada no se atrevía á
quemar ios ídolos de ayer. Pero
la mayor parte afirmaba, con
más ó menos reticencias, su vo-
luntad de pensar de acuerdo con
el siglo. Porque aunque todos
no comprendía 11 las cosas de la
misma manera, y aunque se po-
día decir (jue la homogeneidad
del grupo residía precisamente
en la diversidad, no era difícil
descubrir algunos puntos comu-
nes. En conjunto, se trataba de
un núcleo impaciente (jue, des-
pués de haberse entregado al
preciosismo, descubría la vani-
dad final de su tentativa y se
dispersaba por las laderas de la
montaña al azar de la fortuna,
sin más lazo de unión que la
perplejidad.
Todo ello fué tomando ¡joco á
poco un carácter y una forma.
La reacción contra el primitivo
decadentismo se hizo patente
hasta en el nuevo nombre que
adoptó el grupo. Decirse « mo-
dernistas» era confesar una ten-
dencia á avanzar, á renovar, ¿i
caminar hacia el porvenir, mien-
tras que el anterior dictado de
decadentes parecía envolver no
sé qué idea de cansancio, de re-
signación y de caída. Además,
había una cuestión de número
y de popularidad. Los decaden-
tes fueron un grupo hermético
y reducido que se dirigió á una
pretendida élite^ mientras que
los «modernistas» se multipli-
caron y se crearon un público re-
lativamente numeroso. A mayor
amplitud de gesto, correspon-
día mayor amplitud de escena.
Por otra parte, el « modernismo »
tendía á alejarse cada vez más
de su punto inicial. Insensible-
mente, como se renueva la piel
por asimilaciones y eliminacio-
nes invisibles, se fué modifi-
cando la fisonomía de muchos
escritoi'es, que pasaron del fin-
gimiento á la casi sinceridad sin
darse cuenta de que se habían
metamorfoseado ; é insensible-
mente también fueron siendo
8 —
íiiK'xados i)or la opinión al
« niock'i'nisniu » niuehos otros
<liu' ])or.su orig'en \- por sus ca-
i'acrcrísticas nunca habían so-
nado fraternizar con el. Así se
tbi'in(') una masa tan considera -
l)l(' como confusa, donde por la
misma ausencia de i)roji'rama
cabía todo.
Pero r, qiu'' es, en detinitiva, el
« modernismo » ? De « modernis-
tas > lian sido motejados Valle
lucían, líueda. Carrére. los hiv-
manos Insúa, Jiménez, ÍMartínez
fSierra. ^Fachado, Pedro de Ivc-
pide. López ]íarl)adillo. VUlaes-
l)esa. Cándame, de A'al. (¡onzá-
lez Illanco, K'usiñol, Diez ("a-
iiedo. Marag'all. Bena vente, l'érez
de Avala, 3lar(.|uiua. ]\;imíi'ez
Ang'cl y hasta el ([ue escrii)e
estas páginas. Tan [trofunda re-
sulta la coufusi('>n úo tendencias
y matices, que no parece ])0sible
deducir nada concrcti». Alg'unos
de estos lirei"atos son simples
adoradores de la Naturaleza :
otros blasonan (U- artítices pa-
cientes y limitados: aipiéllos se
obstinan en aparecer como dile-
tantes á la antigua usanza, y
éstos se coutiesan partidarios de
un arte social. fM'iuno descul)iar
los lazos (pie los unen ? ¿(U'nno
explicar que fraternicen baj'o
una misma (lenoniinaci(')n y Sin
embargo, el «modernisun»» exis-
te, sino como escuela, por lo
menos couu) g'rui)o. De ello dan
fe los artícuhjs de los escrito-
res j<>venes >' hasta el catálogo
de la librería ]'uevo, donde han
s¡d(> reunidos los nombres más
contradictorios. La palaljra se
ha hecho tan couiún. (jue la ve-
mos aplicada á todo: al perio-
dismo como al traje, á la jn'iitura
como al sistema de alumbrado,
y auntjue a(|uí significa una cosa
y allá otra ( ^; cómo pueden ca-
ber igaialmente dentro de un ró-
tul(» Xietzche, la mitolog'ía, el
socialismo y las modas 1830?),
es inneg'able que alg'o coordina
interiormente las visibles diso-
nancias.
(^)uizá ocurre con esta tenta-
tiva lo (jue con el bien público:
muchos son los que se dicen par-
tidarios de ella, pero cada cual
la entiemle ú su modo. Sin em-
bargo, vamos á tratar de desen-
tra ilar su espíritu.
Lo pi'iinero que hallamos den-
tro es el odio al clasicismo gla-
cial y al romanticismo g-randilo-
cueute. Como consecuencia inme-
diata, vemos asomar un deseo de
novedad (|ue ora lleva á los es-
critores á aceptar las hipótesis y
las formas más atrevidas, ora
los empu.ja hacia pasados remo-
tos (pie por su propia vetustez
sorjirenden y dan la sensación
de lo inédito. Como tercera ca-
racterística, para completar el
triángulo, descubrimos una fran-
ca predisposición á aceptar y
bascar la influencia francesa.
Pero mirándolo bien, estos ras-
g'os comunes son casi exclusiva-
mente negativos^, porque ponen
en evidencia lo que axiuellos es-
critores combaten, sin especi-
ñcar lo (jue persiguen, líasta
cuando se inclinan á adoptar for-
mas nue\as. á rehabilitar el pa-
sado (') á admitir la ayuda de
otra nación, no hacen más cpie
de.jar constancia de su inquie-
tud. }i(jr(iue ni delimitan cuáles
serán los procedimientos reno-
vadores, ni exidican dónde re-
side la novedad del pasado, ni
declaran en qué dosis debe sei'
mezclada la influencia extran-
jera al alma nacional. De lo cual
resulta que lo único definido y
tang'íble que encontramos den-
tro del modernismo es lo (^ue
éste ha conservado del movi-
miento decadente. Y no lo dcci-
inos cu son de burln, porque la
})i'oliJidnd, el aniuuerauíieuto y
la jactaueia de antes se han luo-
diíicado de tal luodo, que hoy
pueden pasar eonio eiuil ¡(hules
útiles para contrarrestar el des-
cnidü y el sometimiento (pie ea-
ract(M"izó hasta hace i)oeo á h'i
I iteratura espahola.
.Si (quisiéramos recog(ir rasg'os
aislados qiut s()lo existen en ;il-
g'Linos escritores, [)otlríanios lle-
var rio arriba el análisis y la.
definici(3ii, pero como lo (piesor-
preiidenn»s en (['stos está en con-
ti"adicci(3n con lo que (l('sciil)ri-
mos en aciucMIos, y como cada
cual parece habci' renl izado lo
posible por darse un perfil dife-
rent(í de los demás, s(')lo conse-
i^'uiríamos aumentarla confusiíui
iuti'oduci(>ndo com[)onentes pu-
ramente personales en una deft-
nición común. Después de todo,
el modernismo no es (piizá más
(lU(í un movimiento individua-
lista, una coalici(3n momentánea
de g'entes que abominan lo (^ue
existe sin declarar loqucílesean
y quieren ir á alg-una parte, sin
saber á dónde. La tendencia na-
tural que nos induce á buscaren
la actitud de los otros una excusa
á nuestr;is propias deljilidades,
hizo que los escritores de este
g-rupo reprocharan á los de la
O —
g'eneraci(3n anterior la inconsis-
tencia y la abulia (jue en(;ontra-
nios en ellos mismos. l\'ro la
verdad es que el movimiento,
tal y como lo vemos actualmente,
significa una protesta, ^lero no
abre una orientaci(3n.
Y claro está (pie si s(Jlo le da-
mos el alcance de una [)i'otesta.
todos los i'íjvcnes somos modei--
nistas, portjue todos deseamos
acabar con el tradicionalismo y
crear una nueva literatura. En
lo (jue diferimos es en la manera
de ver el [¡orvenir.
Por eso cabe declarar (]ue si
el emptije no ha sid(j definido
aún, es porqu(.' todavía no ha
lomado cuerpo. V,C(')mo delimitar
los contornos de una aparici(jn
insegura y i)runiosa. (pu.' todo
lo deja suponer sin ahrmar na-
da?... Es de es[>erar, sin em-
bargo, que las nuevas g'cnera-
ciones, que como hijas (pie son
de su siglo, tienen una tenden-
cia hacia la exactitud \' hacia el
método, no prolongarán mucho
tiempo esta incertidumbre. El
«modernismo*, como ciertos
grupos electorales sin programa,
tiene actualmente la ventaja de
que todos puedan identificarlo
con lo (jue apetecen, i)ero fuerza
será decidirse v definirlo al fin.
ypai4Hjt^ íl^iüM^
-o^$C:CC*&o-
LíPl I=jPi.5§.H:SSE zdes coxji^ibes
Le soleil toiinic autoiir dii circiuo de L'oUiíies. ct iljiíis l;i i)lciiic (ililoii^íuc ct verte,
¡linsi <'eniée. le iii-iiiteini)s bien des sanies et roiix des iieuiiliers fVúle iiouelialaniineiu
la Seine. aiiisi divine. r
.le reg-arde tonriier le joui- et la ri\l('rc : uinn Anh; éprise et lasse etendrait mes
liiiniueres verser l'onibre on \v. jonr en mes yenx. Mais voiei (ine mon Ame eiieliantee
riísseiit la iioesi(! de s'endormir eernée de eonrbes jiinsi saisie 1
PaII. F(iKT.
1(1
((
Vida"
El dolop de la vida
Pera Aroi,(j.
— Si es una de tantas ! — V
micntrMs culocábanu! el al)iM<¡;-o,
ya dis[>uesto á salir, aquella mii-
jei" [¡osó sobre uno <le mis lioni-
Ijros su blanca mano cubierta de
sortijas. íiUet^o, niirándomc con
sus ojos diaI>ól¡cos, (¡n los qiw
\KU'ecvd\\ chispear iris ardientes,
otVeciíjnie sus labios rojos y sus
senos pálidos, á cuya blancura
la luz del j>-as daba tintes de
inarñl i)ulido.
— ¿ T(! vas y . . . — Miré con
desdén sus ojos, sus senos qu<í
<lescubría el escote, al mismo
tiempo que arrojábale al^-unos
billetes.
Salí.
Sentía allá dentro, en la sala
del Jíentanrant, como un vaho
«'speso y sofocante (¡ue enarde-
cíame las sienes y me martiri-
zaba el corazíui. Sobre todo, re-
pug-nábame aquella mujer con
su lúbrico al>andono y su risa
ínii»ú(iica (|ue ])enetraba en mis
nervios con la ao^udez.i, de una
aguja. Y' hasta sus j^^rnesos labios
rojos, imáginábanseme los bor-
des de un tajo abierto en la car-
ne viva.
Ya fuera, el aire helado disíi)ó
mi tedio. Y en I,; inmensa liber-
tad d(; la noche callada, sentíme
aliviado como de un g'ran peso,
y respií-é con delicia. Oh noche
silenciosa, ctuno en tus tinieblas
sueílan envolverse, cual así en
una moi'taja d(í seda, aquellas
pobres almas (jue tan tísmprano
se cansaron de vivir !
La brisa nocturna imprimía
en mi frente caricia inmaterial.
\ el a-.i^aisiL) sileutiio de las co-
sas, evocaba en mí recuerdos
muy lejaiu:»s, voces muy anti-
g'uas que decíanme muy dulces
palabras, amores muertos que
revivían en mi corazón, como
(ísos viejos sarmientos que re-
verdecen en los estivales días,
entre las g-rietas de una mon-
tana . . . Oh, noche 1 . . .
\j\\ viíMito frío, cortante como
una daga, pasó agitando las ra-
mas. \a\ Alameda extendíase
ante mis ojos, como una larg'a
avenida claustral. Y los focos,
casi apagados por la niebla, pa-
recían pupilas empanadas por el
llanto.
Encendí un pitillo, y á la luz
amarilla del fósforo, vi tras de
mí, una sombra. Ah ! Sombra
que me persigues, que nublas
mis dichosas horas, que ahuyen-
tas el desflle de mis sueños de
gloria! Di me, ¿qué crimen come-
ticiron mis abuelos, que así te
l)resentas, acusadora y mudaV . . .
Pero, no era una sombra. Tras
de mí, silenciosa y cabizbaja, es-
taba la odiada mujer del l'e.^fan-
rant.
— i Ah ! r, eres tú ? — y detú-
veme para darle paso. Detúvose
también. P]| viento, al desmele-
nar sus cabellos, arrancaba á su
boca, á sus senos, penetrantes
vahos de heliotropo, y alcohol.
]\Ie impacienté :
— Anda ! ¿ Qué esperas? — Vi-
niéronme deseos brutales de ras-
garla, de escarnecerla, como á
un perro. Todo el odio, todo el
desprecio y el rencor humanos
parecía acumularse en mí, y es-
tallar sobre aquella carne blan-
— 11
ca y prostituídn. Jaico-o, recapa-
cité. TüíiLié sus manos casi hela-
das, y con voz profunda la
interrogué :
— ¿ Qué deseas ? ¿Quieres más
dinero? — Y puse en sus manos
alg'unas monedas. Ella, con v.n
gesto suave é imperioso, las re-
chazó.
— No! Basta! —Luego, con voz
suplicante, coutiuuó :
Luis Roberto 1?oza
— Escúchame. . . Esperaba que
desapareciera tu cólera, para
hacerte una súplica . . .
¡Cosa rara! La voz de aquella,
mujer, aquel pingajo de carne
opulenta que vendíase en el mer-
cado, aplacó por encante mi c(')-
lera, disipando mi incurable lui-
rán ez.
— -Te sui)lico (pileras acompa-
ñarme . . . allá, á mi casa . . .
Volví á irritarme. ]M¡i'éla con
fastidio, con asco desiuiés.
— Anda, bestia !
A^'olvió á sui)licarm(\ y su voz
era, doliente. Sentí en mi interinr
profunda piedad por acpielia ]>()-
bre mujer latigueada por el vi-
cio.
— Sea.
Y marchamos. Íba-
mos juntos. e(uno dos
"^ soin))ras. A lo Jejos, mis;
ojos íibsortos contem-
plaban la larga íiJa de
Jos focos eléctricos, que
forma Ijan en el Aaeio in-
finitos collares de eliis-
pitas de oro. luces si-
métricas (le ur.a proce-
s¡('m litúrgica, en aseen- .
sión hacia el cielo, como
si las nubes fueran las
escalas que soTiO Jacol).
Luego nos perdiums en-
tre los vericuetos de un
camino de sulmrbio, in-
terminables zig - zages
por calles obscuras, ilu-
minadas á largos trazos
por algunos mecheros á
])aratina, cuya luz bri-
llaba sobre el traje.de
i'aso viejo de mi acom-
pa fían te.
Llegamos. Era aquel
un callejón obscuro.
a})estante á estiércol.
Soijre la pared, un can-
dil lagrimeaba esiierma
sucia.
Nos detuvinu)s ante una ven-
tanilla cerrada, por cuyas ren-
dijas asomaba una luz o[)aca y
triste. Ue tomó la mano, condu-
ciéndome, á un extremo del cuar-
to. Luego, callada, rompi() al íin
en sollozos, rasgando ante mis
ojos una cortina que ocultaba
una segunda habitación :
12
— ]\[ira . . . ¡ es Iiijo mío !
Mii'é. Con ;isoiiil)i'o, sobre una
mesa (le pino, vi el cadáver de
uii iiifio. ya esiiiielétieo. Las i)ii-
[lilas habíanse Imiiditlo y mos-
Traljan dos t'uencas sombrías y
profundas. Y sobre la frente an-
<4"iilosa. caían ¡ndócües. como un
último resto de l)elle;':a. (bjs íi"ue-
dc^jas blondas. Y acpiel esqueleto,
pálidamente alumbrado por dos
cirios ([ue (d!Ísporroteal)an sobi'e
ios candela i)ros de cobre, vestía
un rico traj'c de terciopelo azul,
y sus })ies calzal)an botinas d(;
charo!.
Y la mu.iei', entre ahogados so-
llozos, decíame :
— Xo lie tenido dinero para
comprarle el ataúd de cristal, lii
para un nicho ... y lie ido al
mercado, á vender los restos de
mi i)asada belleza . . . Oh, si su-
])iei'as, amiyo mío, la an^^'ustia
que experimenté cuando vi que
te alejaljas del Hestaii raiit, y no
([uedaba ya nadie (]ue comprara
mis caricias! ]\'ro tú eres bueno
y con tu dinero conii)raré á mi
Iiijo un ataúd y un lioyo en el
cementerio . . .
Miré sus sortijas >' vícpie(;ran
falsas. ^liré su traje de seda, y
noté su veje r. Y entonces lo com-
prendí todo ... Oh madres ! La
])odreduml)re no alcanza á des-
truir vuestra inefable blancura!
Brillaba en acjuel callejón un
sol amarillo, con tintes de ane-
mia, cuando salí á la compra de
la caja mortuoria. Y entre los dos,
confundiendo nuestros cabellos,
( Xovicnibn- ilc i;ki-!. — Saiitia^-o de Cliilc. )
colocamos el cadáver dentro del
cajón blanco con tapas de vidrio.
Antes de salir, miré el cuarto
miserable, de paredes blanquea-
das, en cuyas grietas las ararías
entretejían sus hamacas de seda.
Va\ el medio, tras un marco de
t(U'eio[)elo, vi un retrato. Acer-
(piéme, y contemplé por un mo-
mento la arrogante figura de un
hombre, en cuyos labios notaba
una sonrisa satisfecha.
31(' encojí de hombros. ¡La
historia de siempre! J^a hora de
placer furtivo, recayendo como
un estigma sobre los hijos ino-
centes ! La tisis, la miseria, la
muei'te c(nuo espectros en el es-
cenario de la vida ¡Y no hay
espectadores, sino todos vícti-
mas en esta pantomima humana !
Con la caja en brazos, parti-
mos. Yo mismo, sobre la tierra
movediza: y arenosa, coloqué una
cruz de tablas, y sobre sus bra-
zos escribí un nombre . . .
Y al separarnos, estrechamos
mutuamente nuesti'as manos frías
en silencio.
La niebla volvía aparecer. Del
cielo gris cayó una lluvia lenta j
y fina.
Y en tanto, ambos nos inter-
namos en sendas opuestas; luego
miré hacia atrás, y vi á aquella
muier caminar doblegada por la
vida, y pensé por un momento, en
el ei'orme, en el monstruoso peso
del dolor humano.
Hubímeel cuello del abrigo; y,
l)ai'a ahuyentar la pena, silbé
una canción.
Luis Roberto BOZA. .
^acxí&o-
- IG
de las cualidades más envidia-
i)les para el eseritor niodenio :
<'I talento sintétieo. Kx^írcsar en
una ijáo-iiui. clara y bellamente
lo (jue exio-iría á ,,tro un capítulo
ó nn 111)1-0, es un éxito cada vez
más valioso, ya (]{\o la actividad
de la vida luodenia lejos de
aquietarse, cada vez se acrecienta
más. Sobre las belkízas so forma,
la novedad, amplitud y nobleza
de los i)ensamientos. . resr.lta en
los capítulos De /.nferia v>í-a pre-
ciada circunstancia. Sintéticos,
pondei-ados. los múltiples estu-
dios (juc el libro encierra descu-
bren nuevos aspectos en la ajena
labor y avaloi-an la de J)ominici
en <i-i*a(lo sumo.
/)<' Liiterid es un libro en (jue
aparece fielmente transcripta la
mentalidad parisiense (valga de-
cir la mentalidad europea ). Sus
páj>-inas son no solamente deli-
ciosas caKser/es para el artista Ct
el profano, sino que el crítico
profesional hallará en ellas orien-
taciones saludables, puntos de
vista nuevos y, eiv suma, la rati-
licación de un concepto ya sen-
tado : que es su aiitor uno de los
más aventajados escritores de
Anu''rica, (pie con Vargas Vila,
(íómez Jaime, Díaz Romero. Pi-
cha rdo, Xervo y Ug'arte han lo-
grado despertar las más vivas
simpatías de Europa, haciéndo-
las converg'er hacia nuestra Amé-
rica, la pujante y gloriosa Amé-
rica latina.
Arturo dk CAHRICARTE.
-o{!?^CC-^^> .
Psiquis í)rofaiia
( IBalacia. Urt^gU-a-ya )
Ks;i \t'z liasta nn sitio niiis lejano
Sus con-t'rias extcniUi) el iiaisauo.
Y una Venus lian(j. que al aire entrega
ras maravillas de su forma í;-r¡e<;-a.
I'ara xt-ila mejor, del pcptro ardiente
l.a carrera sujeta <i¡estramente ;
/'">■« Ai'or.o.
Coii voz ;i un tiempo tímida y rau.sadíi
'iDiija, iiii'iii i/i'iit'l, no tii'iit' ¡ii'dc
Pare <ihr/ija¡:si- i'ii i'sli- ci'i'do d/a-n
Le diee. Venus ijueda unida y fría.
Kl ](Oeo ii ))Oeo su eal)allo aeerea :
.< X i.v lUiri/ 1)11, tilo, pi'ro -sos uiuii tci'r<i\"
A eada rasg'o. ¡i eada real tiirj>'eiie¡a
Latí' sn eora/.iin con más violeneia.
Apresa; lues'O i'O'i ^n ntano toea
1.a earne l)lanea. dura eiial la roca . .
Kl somliri'ro se cala hasta los ojos.
Km su morena piel los labios rojos
Kntoines snl)r<' el eiierpo albo y <lesnudo
l'iadosamentí! tiende el i)onelio rudo.
l.lamean de malicia y de ecniti-iiti
y sil meloia ondea el manso viento.
V Venus ríe su divina risa
Mientras huye el corcel á toda prisa.
María Kk.knia VAZ FERREIRA.
- ]■
ángelus
l'.trn MiM <•
Cil-niiiu slli-M:l hi c-i inciiri lif I ;l tiH'i'- ilc Im fi'iiiiti.
y i-ll el íiilT sil i-ailclll'¡;i. ilililt;inii'>sc. |i;lll)¡t;i.
iiiifiitras iiriLi-ic cu la pciuiiiilira ia iinsti'cra \ ilu :ui 'i,.
i-n el alma sil'.-m'iosa mis tristf.as se dan cita,
y i-iiiiid a\cs sdliraiias ati'a\ ii-san la iiitinita
y. moiiútima |ilaiiicic ilr mi amia/, iiii'ilitacii'ni
Van sin riiiiilpü. finja el ala. iics\ arianiln ,\' sin anhele
por la somlira i'nlmiiccida ilc mi ni-^ro (irscunsiirl.i
en i|iir ini t'sciiitilMii asti'us i|Uf sr cxiianiian iii sii lii/:
acallaiiilii sus nosiali;ias. sin usar mirar al ciiti'.
iMial sf saufi'ra las roilillas iimstfi námldsr i-n il siicN-
il cii-yciitc ((lie si- alíate- para nrar anli- la i-rnz.
V asi niarrlian. taciturnas como d triste ¡lercüriiin
(|Uc atra\icsa. ensimismado, por las zarzas del camino,
siemiire solo, .siempre errante. siemiM'e á fuerza lie senlii
reteniendo en la pupila ia visii'in de al^jii divino,
riimlio al irdire;;d misterio i|Ue se oculta cu el destino,
tr.is la incierta lontananza del oscuro iM)r\enir.
.1.-1 VI \N.\.
18
Tetuí)«slad
Dzl Iibr»o, no publieado aún, "Cuentos Ingenuos"
« \ii>' *'"ll M.H'í.l. l']s|>rl';i nos. X(( (isil>;l luilVl l'la. ^*^>U('' cticll-
()<-fiir¡u. t;is il),i ú «l.'il'iilc ;ii|il('ll;i li¡st(''i-ic-|
< >cl;i vio lí el cscntor liclll'r) de 1;| llUlciMi' (le sil lll;i l'i'lo V
lien lie [i.-i l;i hivi licl;iil;i. «T;! lili Al lili |)ililii li:il)l;il" \' ili.jo cs-
;iiiiÍl;o (1.- |;i iii|;iiici;i : \- .M;i r,;i. su t i'crlianili» mi Jiiaiio ciil re ¡as su
uiuji-i-. i'i'a mi (|Ui'n'(li, vas, hlaudas'y (.•aliciitc- muio
()rla\'iii cstaha nn-ilid Iíh-u, l'or las de un niño :
su uiodo i-xiraH') dr sentir y [inr -— ('o<4'i(') lu caria. Tu úlliuia
su ni'iilo ('xti'aüo lie adnrai' la caria (|ucy(> ü"uai"dal):i cu el [-ic-
l'i'llc/;! |i;i^-ana de >u es|>(isa. clin. Me la cni^-ií') dui'uiida . . . \"
I 'n esc'^id ico (| ue creía en lodo. se mali't. \unca uH' lia bía amado
('uando lle^',') el i'\.iiri''s y vi á lauto como t-n^ esie \daje. .Mi
.\lai-i;i en un reser\;i(lii. cí.ri'í á amor y la torinenta liorril)le de
saludarlo: pero olla. aWrienilo esta noche, |»¡-odujer( ui en su al-
ia |Mirie/uei;i \ si • | ).•( i'á I idose | la i'a ma tde',-tos espantosos. ¡()li era
IUos!ra|-|lle el l'ojido. dijo desM|;i- [preciso hahel'le visto!
danieiite: — ^_ Y dí'uKie est i ? .Meatl'eNÍ á
.Vlli \ení;i (d. pre^aiiiTar.
¡*>c!a\'io! — ¡ .Vllí I ■- dij'o la joven seña-
.Miierto: — respondíi'i tan lando el (.»e(''aiio.
'lajirv tan seealiiente (|Ue ape- DillMllIe airamos seüailidos \\
iia> la oi. los denlos de la p(du"e mujer Tcm-
Luc;^-o. sin den'aiiiMi' una lá i)lando s(d)re (d pailolito (pie
^rinia, sali('> ;il and('ai, me suplic(') lleV('» á los ojos. Las coiiiisiiras
-ilcncdo. indic(') po|- xMlas á un de su boca saltahan en iiei'viosas
ino/,,i ijiic nos si^'uiera con el convulsiones.
eipiipaje. entre <'uyo.> objetos re- ('uand I lo^-ri') serenarse. Iial)l('>
c(Uiorí cd >iuidirero de iiiiaiuiíi'o. asi, e(.)n vo,/ ca usada, de a paidble
\ no> diri>;-iiii()s a 1 liosei á la ca- >■ j^a'ata moiioroiiía :
rrcra del (■)iiinil>u>. - I'/iioro si iiiHiií decdsixa-
mente en el destino de Octaxioi')
l'ln cuanto est u\-imo> Sillos eii un si ruinada más la fútil ocasií'ui
U'aliiiiete. cuyo l»alci'>n dai)a á la del rapio ípie le arraiiei') la \ida:
playa, sepiilt(') Maria la cara cu- earii'a pai'a id. d<' todo cansadi»
tre lo- brazos y I loi'i'i niiielio. Vo. y iiasta de sí propio, d'i'i -abes
ai)rumado en la butaca, cerca <-(')mo me i|iiería. Con desespera-
de la suya, lanzaba la vista idio- (dones (pie me daban miech». con
lamente á la inmensa curva don- exalfa(d(»iies insensatas, ('uaiido
líese unían el mar y el cielo: ayer tomamos (d tren estalla ale
('■sil- encapotado de <;aaiesas y ^-rc expansivo, cíuiteiito (le vivir.
blaiu-as nubes, a pnd t rain] iiilo \' c(Uiio pocas \-eees. Xadic d(d)ía
de un fuert( azul plomizo, sin un acoiiipañarnos. ('•] y yo solos, en
vapiu'. sin una vela, en su vasta un r('ser\a(lo. Ilai»l('> niuelio todi)
\ ci'iidia siipíU'fieie. (d día. y á poileí' lialterse escrito
1'.)
cn.-inti) me dijo, scnn sin tliulíi \o
iiiñslicruíDSo df todo lo mu'J.-tiuás
pasar/i poi' su iiii;ioinac¡<)ii. Kl
«•i-a tcliz. y yo ¿á (iiu'' iie^i-árrclo V
coutau-i.-uia d<' a(|iu'lla ctcnia
so-.ii'isa df vciirura (|iu' ,jui;';il>a
«■11 sus lal)ios. tauil)i(''n lo era.
¡ Í\nubic'-n feliz. uin>- tVliz ! . . .
Al anoi'liccci'. dcs|iU(''s ijuc co-
uiiuios cu el rcsfiiiirdi/f (\r la cs-
(•¡<'in ui<-is alta de la cui-dillri-a.
pascaiuos un rato. VA paisa.ji' so
litafio t' iiuiK'iisu nos pafcría
lundio i»afa el t''.\'iasis d ■ nucsti'a
diciía.
Totbi nos movía á la tci'uui'a.
V coiiit* si la in;'niuiii.i. qiH' nos
ha!) a affasti'ado á tantos dclci-
ics. jiudici'a (Mitcmlcf nin-sti'a
liTatilud. la miramos juntos, con
su iM'ii-ra mole linamiMio' liii'tca-
(|a de rellcjos de luna, cneiuidi-
das ya en sus toiif- las tarólas
blanca \ roja. l->t<á li imos dclati-
¡c de ella, csrolidido-- del aildiui
j.or los tdnu'ros (le vapor de sus
li'rü'os. cuvas nul>i"s nos rodearon
c.duio en apoteosis (le aiuor. cuan-
do la campana anum-¡('> la mar-
cha. Xo sé por i|U('' Ule parecií'i
.[Ue Octavio, alira/.adn á mi. liu-
liiiM'a ijiierido permanecer en los
ralis . . .
Iv •cuerda i|Ue una de sus má-
Kinias era ('-sta : i'-i >■•' (/■'■'/' nmrir
'ii-'is /'/■! //'//■ ¡'( i'/fhi, sÍH'> (/i'sjirc
<-/il i/diild . rii ¡il''iiit fcUridilil .
Subimos al res(M'\'ado. 1 )e nue-
\-<) el 1 reii empez('i á corr(M" en la
sdledad de las montanas, huyen-
do por la cinta <[Ue c(M"taha sus
laderas. \'ii ¡l»a junto á la venta-
nilla, abierta para respirar el
fresco, y ()cia\'io á mi lado, ro-
deándome (d cuellit c(Ui (d brazo,
murmurando á mi oído. (|ue ro-
/.alian sus laidos, dulcísimas pa-
labras. La pantalla de la lámpara
ídisciirecía (d interior did coidie.
listaba la iiocjie esph'uidida. La
Juna. (|Ue parecía más alta soiu'e
la enorme |irofuiididad did \alle.
venía su luz traiujiiila sobre Pis
pinares lie la sierra. \- arrojaba
sobi'e los desmontes la somlífa
(hd tren. (|ue corría despiTiado
cuesta abajo.
Sentía la cara de <)ctavio ro-
zando con la mía en los l)ambo
leos de la martdia. Sus manos
ac.ari(;ia l>an mi calxdio y miear
li'.'inta. l'erdí la i-onideiicia y iio
s(' cuánto nos diirfi a<|Uel mareo
de viuitura: pero creo (|iie más
(le una vez nos alumbrar<ui las
linternas de pei|uerias estacionen
cruzando á es,-;||,c. y si'.lo i-|..
ciKM'do (|Ue ya lio veía la luna
en las s(Uiil)ras del (dejo, cuando,
al iin. reídinada en <■! lemibro de
()etaVÍo. (jlle be-~alia lodr(\-í;| f|
cabcdlo de mi frente, nie fui (pic-
daiulo donnida entre i.-i presicui
suave de sus brazos, llena el
alma de ctdeste paz. sin teinoi-es.
sin memoria, sin más xida ipie
la de acjuel nieiuiento y la de
a<|Uel estrecdio espacdo del ca-
rruaje, blando, siiji . niiest ro co
nio un nido ^\^^\ amor, trepidando
siempre >■ eiivindio en <d <'s-
truelldo de la cari' l'a d(d tren
p(U" la sol ita ria iioidie.
p ' * * * .......
l'ua luz blanca. ¡iiten-sí>inia.
rápida, ijiie Ule liirii'i dormida.
me iiizo despertar lUi la olivciiri-
dad para e>cu(diar un estr(''p¡to
formidaltle.
Ls decir, la idix-uridad no era
á mi alrededor comiijela : el fa-
rolillo (l(d coídie. a uiiiiue tapado
por la pantalla azul. ]iermitía
ver las cosas esfumadas. ()cta\ ¡o
no esta !ta Junto á mi.
La luz (d(''ctrica' de un i'elám
pau'o \olvi('i á iluminarlo todo.
Kntonces vi á ()cta\'io al oti-o
extremo, tirailo soitre su asieii
te. C(U1 td heruios'i cabello ne^l-ii
levantado en rizos por (d \enda-
val y miramlo jioi' las abierra->
20
\ cilt.lllill.'is el htil'l'ol' (If los cic-
¡.i> . . . l'ii mU'Vd rcl;'iiii¡';ii:-(>. t;iii
i^r.iinlf 'jiu' iiit' liizi» t'Xt'l;iiii;ir un
; 1 )ii's me v.ilji'n ! dilmjí'i >■ itic
iil' i>t l'i'i ('II l'i> l;|l>ins (le mi lli;t-
|-iiiii Uli;i sdill'isH (li;|li(''l¡i';i. Sus
i)¡.>> hal>i;ir niiivnhi lijunuMitc l;i
iiuIh- n<'^'r;i (|Ut' >•■ r.iví'» ilc t'iu'-
'j:(i : \ cunniifi un I rucnn p.-i n'oi'o-
<ii ('st,-il|i'i >iM-(> xilin- II Ufsl i';i>~
ui ¡>in;is c.'i l)i-/;i>. ('1. iü¡ ()(*!,i\ÍM.
<'iiii uii;í s('rcn¡il;iil ¡ncuiiccUi hlc
i-i>i¡ una s;ii ist'ai'cii'ni |>a rrcida á
|;i íld csccuiíjiTa l'( t (|Uf iiyc i(is
l)rav(t> |iai"a >u> (li'ctJi'aciono.
Mil' lihli^-i') á ()ru|iar iit|-;i \futa-
na. ^aci» un lu'azn l'nd'a y <li.i";
¡ K>\n ^i f I lie o jLZ'i'andf !
; l-;>ii I c.-s innnai-" !
I'oitn'a .jurar i|Uf un ray» ca \<')
vi)l)|v- los liilus (¡i'l lcl(''iiTa l'i).
Tcui lilr. i'J soiirii'' I 't i'a \ !■'/..
¡<»>ur lifrinii>a á csra lu/ !
nu' iliji'. y !•] iruiMU' a.ÍM)<^'i'i ^us
[■alalM-a>.
(aía la liu\¡a ¡Mi ii'otas i^TUi'sa>
I-..111U una ¡^Tani/aila de liala>.
1-]| hui'ac-án rui;-ía con ¡nc<'s;iiitc
r;i l(ia. Kl tn-n. en diri'cc i('ui ojiiifs-
I;i a 1 viento. Vi lia lia á N m|;i niá
i|uina |)or una rn.rva. silhando \
lanzando r> | aunara jos (!>• \a |iin' :
di- hp ido i;iii intenso ros|)|;i ndo-
(■i;i n jos i'i-l;'i ni ]i;i'^'os. 1 1 ue pudi-
v<] na-lanieiitc >olirc el lu-^'ro
¡•od;i jo do l;i ioi'i ano; 1 i|-;i . i,-i I iiol,-i
\ l;i man í1h-I;i. 1 im nia^ \ Wril 1,-in
los. ino\ ¡('■ndo'-o con o| \ai\('-i'
furn is" de los hra/i is de un Im-o.
- ¡ Kl mal' ¡ !■:! ()c.\-ino : -
i:;riiri ( )cia \io de ini pro viso. 1 1 m--
rjeiid'i solue|ioner la sat.-mica
a|ei;'n'a de sU \ <>/. al I rileno i| iie
¡nnndi'i los es|i;i(Mi 1-.
^ en (decti 1. 1 ii r< 1 i'el/i m |ia<io
li.-diíaiios descii liierto el mar |ior
eiiire un de>li ladej-i I de ri icas.
1 )¡riase i|ne l;i má(|U¡na marcha-
Ka des|ieriada !i;icia <'-\. co|i sii
li-nidloros;! c;ide||;i de camiajes
\ ■-11^ laiidos di- metal.
^<» s('' (^{l(' tcnidí" me inva(ii(') y
me estrcelié á Ootaxio. J'ero al
cu<icrl(' la Ulano tropccr con iiii
|'a|nd (|U(' me Jiizo retroceder.
I'^ra tu carta. Húhitanieiite
coiupremh' iiuc su Miain». <i'uia(la
á lui c(U'az('»u por <d carillo, la
cucontn') miíuitras yo dormía. V
coiiijM-cndí taiubnuí con espanto
la tempestad (pie en competencia
c(Ui la del cielo liiihiera pr((Vo-
cado en su alma, i-^l terror nu' lie
lai)a.
.VI tatídicd serpear de una
centella (| lie iiicend¡('» k>s aires,
vi (pie »d tren comenzal)a á sal-
\'arsol)re (d mar un algalio de
la cosía por un puente colpinte.
Las olas se esrndlahan allá aiía-
,jo coiirra las peñas, deshacién-
dose en espuma : (d huracán.
meti(didose en las concavidades
de ii'raiiiro. arrancaba un i>ra-
niido cimtiiiiio. uKUK'ttoiio en sus
cambios: las nubes se al)rían
incesaiilemeilte despidiendo fue-
^'o sobre (d mar. y el trtuMio re-
rumbaba cada vez más potente,
eoiiio creciendo en su ji'ramh-za.
'I (d tren, entre la obscuridad >■
la luz. entre (d viento >• la llu-
via, se^'iiía y seyaiía. Iiatdeiido
retemblar la fV'u'rea trabaz('>n d(d
puente con su carrera sin tVeiio
\' sus resoplidos de iiionstiaio.
en\-|le||o en I iim lu'e v \"a por.
¡ l'n iNdámpayo ! . . . ¡ Otro ! . . .
¡ .\li ! de pnuito ál)rese la porte-
zinda. ()cta\io arr('»jase p(»r lo
alto de la Itarandilla del puente.
\ . . . ¡ si. 1 )ios mío. al t(U"c(U' re-
láinpau'o. un momento antes d(>
chocar su cuerpo allá a bajo con
los escollos \ ser ari"id)atado |>or
las olas, me pai'ecií'» \cr (|Ue (d
insensato sonreía!... ; AI mar!
Vo caí i-(»(lando piU" la alfom-
bra d(d reservado . . .
Fi:i.ii'E TK'KiO.
NiMilri.l.
21
Págitia artística
Por Ouillernrjo Liabopde
(iiiillcniíf) Lnliordc es todo nii rcmix-rninciitr, de ;n'nsi;i i|iu'
se hn r('V('l;i<l<» rccicntciucntf con ><u C'a\t<> á i. a I'rimwkiía.
tr;il)ij(t ;'i pliimn de iinn i'ara cxiinisitcz. (¡uc .•i(Mis;i ur,-mii«'s
(•ondicioiics )>;u";i eoiK | uistai' <■] triunfo.
; l.;isiiina ijiio nncs^Tro humIío ambiente sea laii lídsiil ;i l;i>
nía n i fi -si a ('ion es a rn' ícticas !
I'crii. ¡ ni> iniiiorr;i ! ('«ni iiorscvoi'ancia y VMJnntad Laliordi-
ti"in!i<;ii-á.
Reti'osí)ecliva
I
Tu sabes que envolvieron mis resabios
En una onda de encendidos goces
Los besos que florecen en tus labios
Y el himno ideal de tus perladas voces.
Tú sabes hoy por qué tremó en tu mano,
Como en un lirio hermético, la mia
Siempre lánguida, y sabes por qué, ufano,
íVlire en tus ojos de madona un día.
¿Recuerdas? ¡Cómo palpitaba el domo
Que en tus cabellos el amor presume,
Al suave aliento de una brisa como
Primaveral cuyo era tu perfume!
Tal un patio andaluz tu luminosa
rviansión poblada de claveles era;
Claveles blancos: comunión gloriosa;
Claveles rojos: deslumbrante hoguera.
Bajo el antiguo capitel sembrado
De acantos, una pléyade de egregios
Pájaros de plumaje matizado.
Junto á nos desgranaba sus arpegios;
En tiesto de ocre, y coronando el muro
De tu ventana abierta.
Una gardenia impúber al conjuro
i3el sol abría su corola incierta ;
Ranas evanescencias de celaje
Eran en el azur que parecía
Eco de luz de matinal paisaje
IVliosotisado y pleno de harmonía,
23
Y un pomo de fragancias exquisitas
Se derramaba en el ambiente y era
£1 divino cauterio de mis cuitas
Evocado otra vez por mi quimera.
Era un día de gracias infinitas,
Y como atiora, me dijiste: ¡espera!
li
¡Olí, mi enlutada de los ojos tiernos!
Era en tu corazón una hoja blanca,
Y lloraron sobre ella mis inviernos
Y mi dolor y mi exigencia franca.
¡Oh, mi enlutada de las frases llenas
De ternura y unción ! Era en tu seno
Un columpio de castas azucenas,
Y me incliné sobre él, callado y bueno.
Tu tristeza y la mía eran hermanas;
Tu soberbio carácter era el mío;
Dulces tus confidencias y lejanas . . .
¡Así su arrullo mitigó mi hastio!
Y nos amamos en silencio en tanto
Yo meditaba, conmovido y grave:
Esta mujer es toda ella un canto;
¿Llegué á su virgen corazón? ¡Quién sabe!
II
¡Quién sabe!... No solloces
Que todavía envuelven mis resabios
Én una onda de encendidos goces
Los besos que florecen en tus labios
Y el himno ideal de tus perladas voces
PÉREZ Y CUR!S
Kev^lacióu
K>:{ vnz pndi'niSM i|tic se ;nii(l;i
cTi 1.1 i-iiiinm' ¡iinpiiniil tic lus >ili ihÍ'>s
li;ilihi ;'l mi (.-(iia/iMi mw |;i clicnciíi
i|ilf ¡iiiiina la \ irlud ilt-l smti Ic^'in.
«•TI la noclif estival, [ilciia ilt- lmi;i.
nr-iiiula ,\ iii-!ir:iiiir ilc mi.sti'rii'.
I>¡JM :i mi i-'ir.i/i'iK iiii.i ¡lal.alira
y li- ilii'i la vi(lfiu-ia di- jn.s >iii-rii«.>.
V al licladi" lini<-:il lic mi Iminld .-iliisiifo
(las.i rl aliil;l riifii- \rlt¡;:ii> \ v('Tti;;'n>
;i mirar i-ii un limlio (■\li';tti-ii-c>trf
á lilis iii-i'iiiaiiiis. !,■> ((lie no naciiTciji.
S(i> iDNtru.s iiii-ijiiM-itiilf- soiiiri;iM
■nii ...niM'i^a r>lii'clial qUi- ilifuiiiic inirili
\ ^11^ liiK-as i-\;ii!;;iir» :-in ini'v it>i-
llll.'l frase taiitástir;i ilijrrnll.
una frase i|Mc \a^a ••ii ini> niiln.-.
tt>nii> i",ia lilii-lul.i ili' tiii-:.'M
i|iir iiian-ara lina ~rnila ilc twif:n;í-
liai-l;i la> \ ai^iUMÍaiic» ■i'l ;uihi-|..
\ fin- |i;na mi- 'i.i"- l."in i 1 il.iiil...
;..l 1,1 III i ci.ra/.i'íl Ii'iIm ,\ ;ii-i|Ih.
,i,,|,,i lii- |..> s iai-i iici^, \ I, -I- li ul t-^
¡1.1 I ,111, i lallin 1--.II-I i I > ^ciliflll..
|-".l ri;;i'i .■i>li\¡;i iilr i|.-l r>t|i.
jiara un . > i-l ri^ni i|i- 1"- i ii\ ni m.- :
i-.i- ;;ai r.-i- t ra ii-ii'in- la ^ :\ iiti carin
i ^,.iiri' iiii^ hi-riiia- .1 ^ ■■ii.ii..,
Ma- ''-.ii"!! mi- i|isr¡;i> l>i-iiiil IÍ1I.Í.-I
il,. ilniMle m.-iiia <ii ■■ml.-i V ilr mi-U iw-
j:i iihiii I ib- la \ iil.-i. 1 \i\" II II a>I i '•
;i i liiiuíii.-n li iniA.. iM-h-.imii-i'l'i :
/'";■" .Vror.d.
;i tra\i's ilrl caniiiiii. en las jinsustias
HiK- fatigan mi alma, pasa (•iivuclto
(I licilor mic la villa pii'|iaral(.i
á mis hcniíamis. los i|iic mi iiacifiiiii ,
Lris 'IA1{I,.VN( A.
(>caña. Ciil<Miiliia.
I.ris Tabi.a.nca
'ifiijrrr:*
j^
A Oeltnifa ft^uslitii
bu eub rae iones
. I'cl i|líi- rl 1-,'llltii ili- M(- . Ii ;;la- «',-. .Idlrr; p.:C
ijiic \ lilla \ i-aiila > llnr.i ci.imi un arpa. > piiri|Ui'
i-- lo'la rtl.a mía it\ i-lai-imí .
I', lhni.'a> (-..|i Mil ii'iiiílii r lir i| iitiiliM-. \ romi i lilla. Ii-ta ilia : ililii- lii- .-.i-r culmi iiii i i-
,.|,^ ;"li. si-^iiram>'ii!i '. il r>piiitii iii l;i¡r. min i(r ou- iflajr.N i|U'- van tras |a>
ipiij,., iii:'i> I miinlm un- \ ih:'i> r iix .-iii.i i| iu j iimliía r.ailas ri rpiiM-iiiarr>. iiiia> \ ri-i->
iii"ia -iiiii 1- la I ii-ir,i ilr lii> \i\i'>. Iii alma i-mim piiiiipiisii> plnimnifs ili- tiH-ailor. ntr.as
ijiii. lii' -■•i ii.mi- lili lililí : lililí- ili- -II liiii;iiiiiiii uii i-milrriHn iK- ri-üalia . ,
25
r. De ili'intlc llt'fr.-istf ;'i l;i \ ida. lejana ami
íX;\ í^i'iitil y ¿ (¿110 liulziira cucaí ística. i'i inié
siiiirciiia (l('li'i'tac'¡(')ii lince (iiic sea til eaiito
iin trino de alondra, más enamorada de nna
fijiiiK. i|n<í mani\¡llada ile nii miido lucero
\(''spero y ¿Acaso volcaste tu copa amarga
y cruel como la ilel ;iteniens<' y exterioii
zastc Inefí'o hi más nstoria. la más apasio-
nada de las sonrisas? ¿i) vas Uajo el ddlor.
intocada, como lia.jo nn jialio. despiJiendo
aromas y otVeeiendo HoresV Xo lo sé; p<'ro
debe.s .ser todo lo ()iie yo he pensado (jne
eres; todo lo ((lie — desde (|Ue s/ de tn
alma — lie (|iieriiio (jue seas: incoinprendi '
lia. |i<ir lo sutil.
Dijiste en una vibraciiHi ... « lluy par-
tir» hacia la noche, triste >• fría. — liotas las
alas mi melancolía; — ('omo nna \¡(ja
mancha ile dolor — En la sombra lejana
se deslíe ... — Mi vida toda canta, besa,
riel — yi\ vida toila es nna biiea en ñuv I »
V esos versos dejai-on en mi alma nn dolor
horrible, una incurable nostalgia. Dolor dc
tiimba olvidada; nostals'in <lt' a<;iias estan-
cadas, de estrellas adormecidas sobre el
eresin'in de la noche, como la memoria <le
nn iiinerto mil veces ((iierido. solire el \ <i-
tivo crespiin de nn catafalco . . .
Tu libro es blanco ('> debe de serlo — ; oh
poetisa dolida ! — y haces bien en llamarlo
blanco, iiorijiie sus |(á}í'iii!<'^ ■'^'^i'- se;;uro.
pétalos de jazmines imjtolntos. Kn ellas
está tu estrofa, (iiie es la más alta, la más
serena retíexii'ni de tu alma, de tu enorme
alma iiuejunibrosa. (|ue se abre al dolor
como estas rosas ( estoy en una terraza), á
la humedad reli;;iosa de esta tarde de Sep
tiembre. cu que al^-<) \-a<;-o como un pre-
sentimiento está en tixlo mi ser. > acaso
]ior ello te uiemoro. y torturo en tu loa
esta Hor mía — roja y es|ioujada <li' inima—
vera — ([Ue en tu loili'lti- de iindaucolia
debe tiu<>'ir una estocada . . .
lí in'an:|uilla di' Ciloir.bia. .Si'jirieinln'e ile luos.
.\\m!i:s CKSIKXA.
■•:-^$CrX$)o —
0-e fttnado N-ervo
La ¡(oesía con (|ue ens'alaiiaiiios esta página nos Ita
sillo enviada por .su autor, desde .Madrid, con una ama-
ble carta ([iie ag-radecenius.
I'ai'Á Kmko ha sido publicada ya eu •< Kl Cojo Ilns-
tiado» de Caracas, pero para la mayoría de nuestros lee
toles es aun desconocida.
Papá Enero
Papá Enero (|U(' tienes tratos Manten sus ínii)etus e.selavos.
eoii los hielos y eoii las nieves manten lieladas sus entrañas,
( y (]ue sin emb ii'íí'o remueves i como los fi'/n/s escandinavos
el celo arditMite (le los gatos, ) en su anñteatro de montañas, i
liHiarda en tu frío proteetín"
el cuerpo y e! alm:i.en flor
de mi niña de ojos azules,
( en cuyas ro[)as y bu'ilos
Iiav castid.-uli's de alcMiifo!". i
Pon en su frente de azahare
y en su mirar hondo y divino,
remotos brillos estelares,
((uietud augaista de ^^-laciares
y claridad de lag'o alpino.
— 2(;
jPl xjisr ljP£."cjí^h:l
l'ora Aroi.o.
l-niirol (|iu' alircs al \ iciito
tu enoniic iiaiasol
r. ¡tara cuántos destinos
te hizo L'l )»-('i'nu'ii ó Dios?
i, (Inv fondos soiidcaivis con tus raíi'cs V
f. Hasta dinuio tu fuerza penetró V
;. (iiié savias y resinas
alisdi'be tu secreta fíestaeii'in V
r. Qiic iMiili-¡d<To le dará el esmalte
á tu verde color ?
/ Acaso iiajias en silencio al liunius.
jd terso lustre (|ue á tus ojos dióV
¿ I'ara (¡nc \i\es. ái'liol '!
í'onio una vida. ¿ (¡ara un triste adiós í
¿(¿uién <lel fil)roso arcano
la estin<íe interroR-('( y
¿ l'nál es sobre la tiei'ra
tu secular niisiiin '!
/ Serás horca de un .ludas
<( cruz de un Redentor?
X Rama para corona
/> trozo de carhi'tn "/
¿Símbolo de la Fama"/
/ símbolo del Dolor ?
¿ 1,0 inmortal V
;, í,a cxtincii'tn ? . . .
Tu ramaje sombroso.
f, acaso cobijó
A! ser libre ([uc canta su victoria
<> al esclavo nwv ¡finie su baldón 'í
i Para cuántos destinos
te hizo el nnernien ó Dios.
Kn la tierra. ¿ so|)orte V
V.w el afína ¿ ííahníii '!
;. Serás lanza d(í cuna '!
camastro de dolor?
lecho de enamorados ?
de féretro, tabb'in '!
iirinoniuní para el músico del N'icnto?
;;lauca paleta del artista Sol '!
¡ Cual tu existencia niúltiple
cl poeta admiró ! :
«•ncaje tamizado por la luna ;
de pájaros, balcini;
tiltro del as'ua de los cielos; sombra
del cansa<lo andador ;
ii;;asaJo del aura y del rocío ;
ira de rayo, furia d(í ciclón . . .
i Para cuántos destinos
te hizo el f>'ermen (') Dios '!
i, I'ara un Apolo que arrancara un lauro
/') un Radaniés (jue vuídva triunfador V
llábana. Septiembre l'.ios.
Al dni-hij' Oi-i'kIí's- Krmiva.
Palio de peregrino ;
bélico palxdii'in:
tienda de liviandades :
dosel de errante amor ;
techo de vagabundos ;
— toldo (lue fué una noche de los dos ; —
de rumorosos nidos.
alada floración ;
(. deiicnderá tu suerte
de rudo leñador?
¿ serás astilla inútil ?
¿ asta de gonfalón ?
(. i)olvo i»ara tisana ?
de condimento flor?
abono de sembrado ?
pica de rebelión ?
asiento de suplicio ?
(') g;rada de señor ?
¿ (iué cínitrastes. (d tiempo
. á tu ser reservó ?
¿Serás altar ó radio
de otra rueda de Ixii'm ?
¿ Para enantes destinos
te liizo el germen i'i Dios ?
,; (íué misteriosa estrella
tus días alumbró ?
A veces tiemblas eoum nervio liumano-
al sentir de los aires el fnrfir.
ó pareces estar (luieto y sombrío
en muda retlexi<ín . . .
¿ (¿ué signo añade tu redonda copa
al genio Creador ?
f, Ks letra del espacio
tu esmeraldina O ?
Vulgar como una \ida.
¿no más (|ue polvo dejará tu adiós?...
Kn mis lloras de ensueño ó de fatiga,
hacia tu campo voy.
tienda de enanmrados.
— toldo ([U<í fue una noche de los dos.^
tiltro del agua de los cielos, sombra
del cansado andador . . . !
¡ Laurel : á los |>oetas
se iguala tu niisiioi !
¡ Tu vida se asemeja
al laurel, trovador!
Sois ramas de corona,
ó trozos de carbón.
; Símbolos de la Fama !
¡ Símbolos del Dolor !
i r,o Inmortal I
; La Extinción ! . . .
MvNTir. S. PICIIARDO.
Oe Colombia
Tocas ciudades de Aiurriea
c)HS('rvan tantos i'ecuci'dos his-
tóricos como Bo_í4'otá. Y en [)ocas
se siente, como allí, mi y-rande
apcí^'O á los usos y costumbres de
laspasadasgeueraciüues. J^a vida
L:is vistas ([ue i'ei)rodue¡nio>
en estas paganas, y quc' nos lian
sido enviadas por AlbiTto Sán-
chez, eIex(iuisito poeta l)oii-oT<-ino.
ilustran'ni al lector más ([Ue
nuestras palal)ras.
Bogotá — PiU-iiiu' del Oeiiti'iiiirio
de Bog-otá es, por decirlo así. pr¡-
mif/ra ¡j ratinariq ; tiene un de-
jo de leyend;i heroica, como un
símbolo auténtico de la época de
la coiKiuista.
Destácanse entre ellas las dd
autig-uo convento de San Dieg'o
en donde se hizo fraile el \'irrey
80IÍS, una de las fij^uras más in-
teresantes de la Época colonial.
— :i8
Dielio conví'iito es una verdade-
ra rcliíiiiia liist()r¡ea : su editieio
]iernuniee»' aún eonioen aíiuellos
tiempos. Han transeurrido dos
sio-los V en el alma colombiana
todavía ix'rdura el recuerdo del
A'iri'cy (jue lo lii/o célebre lo-
mando en él los hábitos mona-
cales.
santc en la Colonia <|Ue la dcM'ste
joven X'iri'ey lleno (le exeepcit)-
nales condiciones.
Páremenos (jue su i;"entil cabeza
tieiK! el nimbo atractivo del mis
tcrio >' (|ue las leyendas fluctúan
en torno de él enamorada-; de su
vida extraña y ansiosas de asir-
s(í á los [)lieu-ues de su capa corta
J!of;"ot;í — Convento dr San ni('.;o. visto desdi' el |i;u'.|ni' del ("cntcnaiii
; Extraordinaria figura la de
<'sc i)ersouaje l)unaeli(úi >' ale^í-rc;
y lleno de hermosas iniciativas!
A ]iro])r»sito de él dice la es-
<'r¡tora Herminia (¡(Htiez Jaime
<!(' Abadía en su libro Lkvkxdas
V XoTAs; IIIST('>KI('AS :
« Xin*>'una tig-ura más intere-
de tíirciopelo. de la empuñiulura
de oro de su espada, de su jubón
acuchillado de raso, ('» su ele^^ante
chaniber<i'o de desmayadas i)lu-
mas, (puí completaba airoso esa
especie de cal)allero medioeval.
Antes de venir á Santa te don
José Solís \a era Aíariseal de
20
Bo^Mtíi — Aiili.nili( ('oiivcnto (le Snii Di('};ii
caui]DO(lelos rea-
les Ejércitos, ú
pesai" (le su jii-
veiitiid, y yatani-
ljíéii numerosas
aventuras hijas
(le su ardiente
carácter habían
llevado e! alarma
á su i)oderosa
familia; fu(!' este
el motivo por el
o nal los Duques
<le ]\Ion tellano
int(>rpusieron su
inñuencia en la
Cort(í para en-
viará su hijo por
un tiempo á las
colonias, espe-
ranzados en qae
la g-rave respon-
sabilidad del
puesto (|ne le da-
ban y la separación de sus ami
g'os, calmaran su tempestuoso co
i'azón.
De modales exquisitos y atrae
tiva figura, el nuevo Virrey im
Bijj.itá — .Vntiü-uo Cnivontrt de Siiii Diosn-
en (lomle se liizo tVaile el \'irrev Snlís
l)artía la justicia
c o n e (| u i d a d
completa y oía
con afabilidad al
más infeliz (pie
se le dirio'iera.
I)edic(jsuatcn-
ci('>n á las mejo-
ras materiales y
llevó á cabo al-
gunas de impoi'-
tancia : emper(j.
si no desatendía
los cuidados del
(iobierno, tam-
])Oco faltaba á las
cit;is que con lo-
cos amigos de ju-
ventud concerta-
ba alegremente.
Aitocotiempotie
hallarse en 8an-
tate, tenía un cír-
culo de diver-
sión y relaciones muy poco con-
venientes para su alto puest»^)».
«Se dedicó á la apertura de ca-
minos. V como encontrara gran-
8')
(les truliicZO-;. «Icji» <'<('l"¡t<> en su
n>l;u'¡(')ii di' nKiiido: ^J'Ji ('>í;i tic-
ri'a ii;iil;i se puede Une 'V. poniue
l;is ü'entes (luicreii ohíeiier l;is en-
rías sin rí'al):ij<> ».
Lle\(') ;'i calx) la ()I)ra del aciie-
ductd, lo mal fué una gran nic-
j'ora par.i Sautat'é ».
líofiíiti - Pi'iii'isito (id AciK'iIilcti)
^:-¥':-:^.<B^-
Solís
Tiiiüntíí.
l',ir<i Ai'oi.o.
Si'M ir ilr altu liiuijc y •;-;illaril;i ti^-iir,-i.
:'i l;is (liiinis (lili lic<(i-i \ c)tV('c¡(i iimil r¡;4';llcs ;
.•ijiiii'ó sin reserva sus jímccs \'¡ri'f'¡iial('S
rail liiiidailcis con (iro coinii su \t'st idiira.
l'iK- iiiictáiiiliiilo : iba de una en otra aventura
eiiii lieiiiliias [ilacentci'as y ¡lor l(is ari'aliales ;
|iaicci('T()iil(' un ilia sus |)e;'a(los mortales
y al cuín cntii fui'' en liusca (ic una vida más pura.
I'.n priicesiiiii ndcturna. su rdsario cu la diestra,
eantci jaculatorias en olise(|uio de Nuestra
Señora de la Luz.
I.e 1 ctiataiun muei-tu: los pies muy amarillos,
la caiieza rapada sübre un par de ladrillos
\ las maniis en ei'uz.
AdiiKr.. SÁXCHKZ.
;}i —
d^ ''los Parques Abandonados''
La liiga
Pura Al'OI.O. « ¡¡nui sni¡ ijii'i ,,,,11' II pi'ilSi- »
Husmeaba el sol. desde la pulcra hebilla
de tu l)otina, un paraíso blanco . . .
y en l)ranias de felino, so!)re el banco,
íiinchüse el tornasol de tu soni brilla.
Columpióse, al vaivén de mi rodiila.
!a estética nerviosa de tu naneo,
y se exhaló de tu vestido un franco
efluvio de alhucema y de vainilla.
Entre la fuente de pluviosas hebras.
diluía canibiantes de culebras
la tarde... Tu mirada se hizo muda
a,l erótico ritmo, — y díísde el [)ardo
plinto, — un Tritón significó su dardo,
concupiscente, hacia tu lig;a cruda 1 .. .
flzul
Hurí de g-enias en moderna posa,
— ■ peinado de alas, floreciendo Anas
sedas de Holanda y blondas bizantinas —
eras sonrisa y astro y marii»osa . . .
El campo te acog-ió con olorosa
languidez y en la tela vespertina,
se ilusionaron para, tu retina
vagos Alhauíbras de heliotro[)(» y rosa...
A las postreras rielaciones bronces
del sol, te amo por vez primera : Entonces
temblamos en la unción de aquel poniente
como dos niños, bajo el olmo espeso,
á punto que en la hostia (k; tu Ix-so
se alzó mí alma, luminosamente!...
Oleo Bfillante
Fundióse el día en mort(!CÍiu)s lampos
y el mar y la ribera y las aristas
del monte se cuajaron de amatistas,
de carbunclos y raros crisolampos.
XcVí'i la luna y un l)illón do ain[)()s
alui'inr» las caprichosas vistas
_\ ('luhai'i^'aha tus ojos idealistas
el divino silencio (,le ios cauíiios . . .
('oiuo un ('X(')tico abanico de oro.
cci'iv') la tarde cu el pinar sonoro...
S()l)re tus senos, á mi abrazo impuro,
aj;'ir<msc tus blondas y tus cintas,
y cri"!') á lo lejos un ruinc-r obscuro
de carros. i>or el lado de las (luintas!
Jl-i.io HKliK'KK'.V V K'EISSK,
.tt^;:;^.-'*;/^-
ñtidaluza
J'ara Ai'nij
.\llil;ihl/.;l c|lli' rSt,!s cil la l'i'ja
KsjH'rMnilK al [lorta i|iir aaias:
¡ A tu tVi'iitc lie luna liar.' un nlnilu)
Crin Im'siis (le t'üi';;-!!. Clin Im.'sh-í ili' llania<I
Anilalnza i|ii(' ticnrs la san.nri'
l)i' la ariUiaitt'. ii'cntil ntVii'aiia:
¡ Kn mis lidi-as de Idch il.rlhln
Di'Jaia'' en tus lira/.ns mi pena y mis ansias'.
Amlaln/.a (|ni' ticni's la nix-lic
Kn tn i-al)('llci'a de liui-li's iii-aaila.
¡ Kn tns lirazos niDi'rnos \ .1 iinici'o
Alin;;-ar esta licliic ili> aai II- i|Mi- nir exalta !
Andaluza de ojazns más nci^iMs
(¿111' la prna (|iii' liirri' y i|Ui' mata :
¡A ni lado SI' trilcra rii diil/.iira
I, a pasiiín iiuc mis \i'iias inllaaia I
Auilalii/.a. ;;-i'ntil cumiiaaci-a.
Andaluza, mi ^Uisa. mi amada :
¡ Kn un lii'si) te lii' ilailu mi \ii|a I
¡ Kn lili lii'so di' mii'li's y llimas I
Km \ui>o iii-: ( )|{V.
í'ailiz. l;iii-
Kdlakdo OK OI^.Y
r
El... tío quiera
Friip,' y,;../...
■ -Pcrmam-co IcvantadíiV rrió antes (K- ahora, (•unfiési-mclo
— Sí ... Sabía ([iic usted ven- sin temorc-s . . . Le estaré agra-
<lría y no (luiso acostarsi; . . . decido . . .
— Fiir violento entonces el — Es (]ue ^Maruja se oponía
ntaiiue V siempre - c:>ntest(} Matilde — Si
— Yo jamás la vi en ese es- su estado de salud no hubiera
tado . . . JA'Juro (|ue creí (jue se tomado un cariz tan pésimo des-
moría . . . de anoche, á la fcclia usted aun
— Pobre ^[aruja. ..! Tanto cjue ignoraría todo... Quizás esté
.sufre por mi culpa ! cometiendo una grave falta al
P^ufrasio se llevó ambas juanos quebrantar el prop('tsito jurad
o
X caljcza y permanecii'» así á la pobi-e amiga enferma. ]>e-
largo rato. En la casa im[)eraba ro usted comprenderá (|ue son
un silencio religioso. Matilde, inmensas las responsabilidades
contagia(bi por el dolor que abis- que sol)re mi conciencia pesan
malja á Eufrasio, permanecía en el caso (]ue llegara á empeo-
muda. sin atreverse á desplegar rarse . . . Ha venido á mi casa á
ios lal)¡os. gozar de mis cuidados y (b' mi
— Cuénteme.. . cuénteme, jn'o- cariño, y no quiero cine una re-
siguió Eufrasio levantando y sa serva (jue en este caso no podi'ía
cudiendo penosamente la cabeza. justittcarse. trajera consecuen-
Usted sabe el interés (|ue me cías fatales.
tlespierta todo loque se refiere — Tiene i'azón .Matikle . . . Yd
<á .Maruja ... soy (kunasia(b) injusto . . . No sé
— Xo podría ser de otra ma- cómo recompensarlos inmensos
]iera. — murmuró ^[atilde lan- sacrificios <]ue se iinpone por
zando un profundo suspiro. — aliviarla del [)eso de su negro
Tocas mujeres encontrará que infortunio ...
lo quieran tanto como ella . . . Enmudecieron nueva men te.
— Sí, sé (jue nuí quiere mu- Eufrasio, profundamente eonnio-
cho . . . Espero qu(í su estado no vído, lu) pudo contener dos grue-
«ea muy grave y que nuestro sas lágrimas (jue se tleslizaron
carillo podrá restituirle la calma ])or sus mejillas. Ningún rumor
y la alegría que le faltan. callejero venía á turbar el silen-
— p]stá tan delicada .. . cío que imperaba en la lial)ita-
— Con e! ata(iue de esta tarde ción. Ante el dolor de aquel
no puíMle ser . . . Algo deljc haber- hombre que se creía eul[)able de
le ocurrido antes, para que us- toda la gravedad de su ])romet¡-
ted se exi)rese así. da, la vida parecía haber eoiite-
Eufrasio. con mirar anheloso nido su armonioso ritmo,
trataba de ini]uirii' en el i'ostro — -Hace una semana que per-
<le .Alatilde un signo ríívelador manece bajo la ¡nfltu'ncia de un
sobre el estado de Maruja . . . temor sobrenatural — dijo ]\latil-
— Usted se muestra demasía- de rompiemlo el silencio, míen-
do reservada y yo no merez- tras miraba los oj'os colmados de
•co que sea así conmigo, — prosí- lágrimas de Eufrasio. — Padece
guió Eufrasio. Si algo grave ocu- de continuos soVíresaltos. y euan-
.-u
<1() le dirijo l;i palabra cu uno de
esos iustautes, i)areee uo euteu-
derine . . . ^Luchas ocasiones nw
fuerza á re[)etirle cuatro ó cinco
veces una niisnia i)re<2,"uiita, has-
ta lof^-rar que me resi)onda, pero
«'Utonces lo liace casi con esi)an-
to, como si dormida despertara
))ruseaniente de un mundo de
cavilaciones misteriosas . . . Ano-
che, por ej'emplo. pei'maneci(') en
la azotea durante dos horas...,
en plena, al)stracci(')n. La llamé,
temiendo ([ue el frío de la noche
lo hiciera dailo, pues estal)a con
una hatita de verano. d(^ te-
la, muy (lelo'ada. y no prest<')
atcnciíju á mi llamado . . . l-Jecu-
rrí á toda suerte (\v ari;umeid<)s
])ara inducirla á descender y no
loji'ré mi ol)icto ... Al fin, cuan-
do ella (juiso. (lesceudi('), enca-
ui¡nándos(! cautelosamente á su
habitaciíui, donde yo ya la espe-
raba i)ara reconven irhí })or su
actitud desobediente... Clavó
en mi rostro una mirada de ex-
travío, y lueg'o, con una extraña
sonrisa (|ue heh) la san<;'re en
mis venas, me dijo(ine había es-
tado ha))Iando en el huero de la
escalera con su hermano Juan ;
»[Ue lo había visto y besado, y
([ue l(í iiabía recomendado n(j sé
(lué cosas dis])aratMdas . . . Tenia
los ojos muy ai)i(írtos y sábados
de l;;s (U'bitas, y en ellos una ex-
pr(,'si()ii de díMuencia (|ue aterra-
ba .. . Luego, en una transici<')n
rápida, me acarici(') el i'ostro >■
con una ¡nfiexié)n de \-oz de des-
conocida ternura, me hablí) de
usted... ¡Cuánto lo (|U¡ere ! . . ,
¡Dice (jue Juan también lo(]UÍe-
remiu'ho!... Vo me asusté al
verla en ese estado y deseal)a
<|U<' ustcíl viniera para coinuni-
cársehj,.. 'J'eillo (|ue esas visio-
nes (jiie la trastornan, vuelvan
á i'cpetirse hoy. mafíana, pasa-
do ... ¡ La pobre .Maruja, tan
buena y afable, el día menos
l)ensado se vuelve loca!
— Y usted no trató de persua-
dirla, de demostrarle que su her-
mano Juau no puede aparecér-
sele? - interrumpió Iilufrasio cou
marcado espanto.
— Sí ; me aventuré á })oner
en duda sus i>alabras, pero niiis
valiera (jue no lo hubiera he-
cho. . . Después de condenar
agriamente mi desconíianza,
prorrumpi(') en tan copioso llau-
\() (\nv me vi en serios aprietos
para consolarla . . . Cesó en sus
lágrimas solamente cuando la
amenacé con revelarle á usted
todo lo ([ue había ocurrido en-
tre nosotros. ¡ Viera desi)Ués del
llanto su actitud de profunda
humildad 1 . . . ¡ ^le dio tanta
lástima, (pie apenas ]Hule conte-
ner las lágrimas (]ue pugnaban
p(ir asomar á mis ojos . . .
— ■ ¡ Uh I ([ué desgracia. . . ¡dijo
luifrasio con desesperación.
Desi)ués. como iluminado por
una idea rei)entina, i)regunt(3 :
— Kecién anoche notó en ella
esa esi)ecie de desequilibrio men-
tal?
— Xo : lo noté al siguiente día
de retugiarse en casa . . . Prime-
i'o empezó á (piejarse de la mal-
dad de su familia, ([Ue por el de-
lito de (iuer(u*lo mucho á usted la
había expulsado de; su casa; del
odio (pie su madre hal)ía ])uestc)
de manitíesto en esa ocasión, y
(.lespués, á medida que transcu-
rrían los días, me habló del ca-
riño (jue le i)rofesal!a su pobre
hermano muerto . . . Así, día
tras día. hora tras hora, me ba-
ldaba siemi)re de lo mismo, ob-
secada i)or una sola idea la mal-
dad de su madiH^ .... el cariño
de Juan .... la indiferencia de
todos ios suyos. .. Yo le hablaba
de multitud de cosas con el ob-
jeto de distraerla, ahijándola del
— 3Ó -
i^írculo funesto de sus preocui)a-
ciones, pero me empeñaba inú-
íilmeiite. perdía toílo mi tiem-
po . . . En (los ocasiones (jue
inostré más eiier^i^'ía para com-
I)atir el mal que hacía ya estra-
_i>-os en su ment<^ seao-ravó tanto,
([ue desistí desde entonces á la
idea de eoml)atÍL' su mal . . . Hoy
mismo \>ov culpa mía fue que le
repitió el ata(iuo al corazón...
La S(>rj»i'endí en un <^x;ti-ciuo úc.
üii liabitaeión hablando y gesti-
eulando á solas... X(» st'* cpió
cosas disparatadas decía . . . .Me
<'nojé mucho con la pobrecita á
tin de C[ue no so entre.<>'ara más á
sus cavilaciones d<' ultratumba :
llegue hasta el extremo do amena-
zarla con la expulsicHi de mi casa
si no hacía por corregirse, y lo
único ([ue logré fue <]ue le r(q)¡-
tíera la puntada . . . Se dcspNnnó
sin pronunciar una sola palabi'a
sobre el i>¡s(». permaiiccic') dos
horas conuj muerta, hasta (pie
mis cariñosos cuidados la vol-
vieron en sí . . . Apenas recobró
el sentido y pudo balbucear las
primeras ])alabras, le dijo que
usted no tardaría en venir...,
(jue tratara de consolarse . . .
— Se sorpi'endió mucho cuan-
<lo le comunícc) la noticia? — in-
terrnmi)¡ó Eufrasio.
— Se concretó á exhalar un
])rofundo sus[)iro sin articular
una sola Irase . . .
(luardaron silencio. Eufrasio
miró varias veces el reloj. Hacía
más de medía hora (pie platicaba
con ]\lat¡lde y aun ]\Iaruja no ha-
lu'a aparecido. (^)ué le (tcurriríaV
Habría vuelto á reproducirse hi
crisis? Estaría quizás sujeta al
imperio de una aparición sol)re-
natural ? Quién sabe . . . I^lufrasio
extrañando esta demora, sin la
calma necesaria para tomar una
resolución única en medio de las
dudas que asaltaban su imagina-
ción, pidií) á Matilde, (¡ue á su
lado [lermanecía eonnj ensimis-
mada, i]\w. fuera hasta la habita-
ción de Maruja é inípiiriera las
causas de su tardanza. Entretan-
to aíjuélla cumplía este propósi-
to, Eufrasio (]ued() solo, sumer-
gido en un caos de doloro>as
íncertidumbres, sin atinar c(»n
ninguna resoluciíui (pie salvara
á su prometida de una catás-
trofe que i)arecía inminente.
Al)sort() se hallal)a en sus ea-
vilaeion(\s. cuando Matilde re-
íqnireció caminando lentamente,
tomando de nuevo asiento al
lado de Eufrasio.
— Ahora viene ... — dij'o aíjué-
lla i'espondii'iido á la interro-
gación (pie enceri'aba la mirada
de Eufrasi(». Estaba terminando
de ari'eglarse un jtoco . . . Le
duele mucln» la caljcza \" espe-
raba (pie yo fuera })ara decidirse
á venir. . . Le dije ([ue usted es-
taba impaciente por su demora
y Sonriendo me contest('> (pie no
se afligiera . . .
Elle interrumpida en su con-
versación ]ior iin extraño rumor
de i)asos. ^Maruja no tard J en apa-
recer por la puerta, (jue comuni-
caba con las habitaciones inte-
riores.
Venía pálida >■ ojerosa, lu-
ciendo en su frente una ancha
vincha, de tela blanca. Eufrasio
apenas la divisó corric') presuroso
á su encuentro, estrechando con
vivos trasi)ortes de alegría las
manos que le extendiera con
disi)licencias de enferma. Matilde
aprovechó estos instantes para
alejai'se de la habitación y de-
jarlos solos. J.a enferma >• Eu-
frasio tomaron asiento casi jun-
tos, mírándost' en silencio bre-
ves instantes.
— Te duele mucho la cabeza ?
— le pregunt(') éste.
— Un [»oquit() — c(»ntestó Ma-
— ;](; —
tildi' — Liie.i'i» ;ií;T('^'.'» : V;i p.t- to stitVía por sil culpa. Después,
saiVi . . . como st' prolon^'ara el silencio >'
— l'oi^iué (leiuorastes tanto cu la actitud il(í ^laruja fuera anor-
lleii'ar ? nial, la ca,i;'i(') mu'viosaüieute de
— .Me estal)a arre^'lando un anil)as manos y con tono de pro-
)H)co . . . Después, en una tran- fundo azoramieuto le dijo:
s¡ci(')n r.ápida. preu'unt('): ]^~;tás — .Alaruja ! . . . No seas así ! . . .
enojado y Kstoy á tu lado ! . . . Hál)lame I . .
— \o, Maruja, yo no estoy DiiUí' cualquier cosa !... Xo per-
«■nojado . . . manezcas muda ! . . . Xo V(!s (jue
— Como te liit'eesjx'rar tanto...! sufro;... .^[e volveré loco!...
— Xo imperta . . . l-^staba atti- ¡ .Vv ! .Mfiruja mía ! . . .
<;¡do i)(U'(ine creí (|ue te hubiera Ivifrasio dej() que estallara to-
•urridíj al^a'ui percaiu-e . . . da su desesperación y llevándose
*>('
-Maruj'a rompi(') ;'i llorar. iMifra- ambas mañosa la cabeza, llür<)
sio. sorpi'endido hacía esfuerzos auiai">;'ameute por larj>"o rato, ^la-
poi- consolarla. ruj'a, no se inmuté) ])or esto. Pro-
— Xo llores, lio te atujas — le fundameiit(í abstraída no aparta-
dij'o — Va vendrán días mejores l)a los ojos del extremo de la lia-
en los cuales nos resarciremos bitaciíui, como si en la penumljra
de todas nuestras tristezas . . . hubiera un ser extraño que la
l'or ahora cuídate mucho .. . Tú solicitara, una causa que la akí-
estás muy .delicada de salud y .jaba de la vida haciéndole olvi-
iiecesitas tranquilidad . . . .Mien- dar al ser (juíí á su lado sufría,
ti'as ti'i tratas de mejorarte, yo Pasado el momento de crisis,
me preparo para el poi'venir . . . Kufrasio l(!vant(j la cal)eza y
— Xo. luifrasio, yo no te con- acercáudosíí á Maruja la co^í;Í('>
venji'o. . . ! Xadie me (luiere. . . ! de las manos (¡110 estruj(') con ca-
Va \'es mamá. . . ! Drs[)ués, estoy rifiosa Víduuiiencia.
enferma y te dai'ía mucho traba- - (^>U!'' t(! pasa Maruja V — le
"j'o. . . ! Olvídame. . . ! Tú puedes pre>;'unt(') — Xo estás contenta de
t'iieontrar otra mujer y ser fe- verme á tu lado? Quieres (jue
liz. ..: Kriís l)ueiio. . . : me \'a>a ? . . . ¡ IIál)lame ! . . . ¡ Há-
-Xo, Maruja, no <l¡i>as eso — l)lame . . . !
interrumi)i('> Kufrasio — Vo te Kufrasio se aproxiuK) más á
(|UÍero á ti únicamente . . . Xo .Maruja y. c(>mo otras muchas
seas mala. . .! Tiui contianza en veces, (niiso darle un beso en la
mi carino. . .! Yo no (|uiei'() per- b;H'a. l'lsta. como si la hubiei'an
dert(!. ..! Seremos ni u.\' felices. .. ! herido, se levante') como azorada
.Maruja no desp|eu-('» los la- de su asieuto, se zaf() de las ma-
l)ios, pennaiiecieiido como al)-- nos de lOufrasio y ))crnianec¡('>
traída, con Jos ojos tij'os en un lue^'o como momiHcala.
extremo de la Iiai)itacié)U doude — Xo, eso no — H'riié), mientivis
se había condensado la peniim- se alejaba con pas(j vacilante en
l>ra. K.ufrasio la min') con soln'e- direcci(')n al extremo de la pieza
salto, sin anicular palal)ra, in- donde su mirada, S(3 había obsti-
(luiririido en el rostro de su nado (ui una fijeza aterradora,
prometida un *i,'('sro (pie lo con- — Xo, no Kufrasio...! Kl 110-
«lujera hasta descifrar la extraña (luiere...! .Mírale.. .! Klno(iuie-
hudia de ideas (pie se lil)ra l)a en re...!
«'I cerebro (le a(juel ser (|ue tau- S(í llev(') las manos á la cabeza
i) I
procipitáiuli.isc ;il ln,tí';ir referido. liorrible. EutVasiu de ]j¡e. ¡nmo-
Kü su rostro se linljía i);iral¡z;ulo vilizado por el miedo, siiitic) (jue
un i^'esto de lo.'ura. Sus ojos des- en su garganta se anudal»a un
mesurada nientií al)iertos, pare- grito.
eían (ijuerer escapar de las órbi- ^ , ^, _ ■
tas. Hn su bocM, uu.i extraña son- Pkrfkcto Loi'EZ C a.mi'ANA.
risa había ])intado una mueea >i,.iit<'viiioo i:kis.
Poetas nuevos
Silueta de Boulevap
I'iira Al'oMi,
]\;'i[)id;i eruzns ])or los boulevares
esparciendo cual pomo, las esencias
de tu cuerpo sntil, cuyas turgencias
son dignas del Cantar de los Cantares
Del Vicio tú no ignoras las sapiencias:
debieras s(M' ungida en sus altares...
lluehi á nardo, á pert'unu.' de azahares
tu l)oea (|ue i)asc(') desvanecencias.
l'vsparces por doijuier las i)rinui veras
de tu mirar nervioso — tus ojeras
son un mundo de luz... ¡Oh Parisina!
tú sabes (h; la vida y los placeres,
gnstaste del (¡uerer de los quereres
a\:da de pasión, cruel y felina !
Julio J. Casal.
Plaza Independencia - Montevideo
:í8 —
Bibliográficas
Liibpos y folletos reeibidos
(i ni:ii \. ¡I
K.ir
"/'
•:. r,,-r:il
'IJI'l/l ■XII.
Mitrlritl. — Di'sidirs (!,■ /•./ .1',,.
ln'llo lililM (le inilircsiiiiics (!:■ \¡;iji' por el
.Ijipiiii. (irniic/. Cari'illo ims nlrci-c otro
.siilii'i' (irci'iii. i|ili' Ii;km' ¡>"jiiI mt c iii ai|ll('-l.
I;tll f;l\'()r;ll>lcmi'lltr ;li-ii^¡(|ii rii i'lsciii) di'
l;\<- criticas csiiañnla y tVaiiccsa. V es. ca
x'i-rdail. cxiiiiisitn este lili|-.> proloj^-ado \)iiv
td ilustre pncta .Icau Mirc'as.
De las pájíiiias
de (h-i'i-'ni se exha-
la lili sutil peil'll-
iiie cdiiio (le rii
sas llelcilicas qni'
transporta mies
tros sentidos ;i
aiiiiella ren'iini de
la perenne liidleza
\ nos hace \ ¡\ ir
un instante liajo
<d cielo de la líe
lade en coiiiunií'in
con la rieiite na
turaleza y los ilio
ses del Olimpo,
(ii'miey. Carrillo
hace Mil estudio
de (¡recia su es-
píritu olisei\ailor
lodo lo ahonda —
\" nos da ;i cono-
cer hasta en sus
ras^-os iiiíis íiiti
nios. el alma de
esi' piiehli). tan
compleja y miste-
riosa : sus niiije
res. sus poetas, sus
i nidinaciinii's ar
tisticas y litera-
rias >■ sil -laiiile
amor ¡i los lii'roes
anti);ii,is y á Ims
ley<'ii(ias del |ia-
;;anisiiio.
Ohra ele \erdM-
dero ai'tista . coi
i|Ue la descripciiiii
siirn'c amena y
sua\-eniente niati
/.ada. harmonizan-
do asi con la |uii
tura moral (!<■ los
Krie;;-os. la ejecii-
lada por ("airillo
sintetiza todo el
pasado heléiiicii y
cauta á la vez 'la ('tojiea de la (¡recia
enntemporánea.
I..I1S i|iie ;•, tra\-.-s de ciertas lectitra-i
ernnieas se lia\;in forniado un concepto
'''l"i\'";-o ,|,. |;| (;rc;-¡a actual, cr, ■vendida
sometida á la fusta de la civiiización
oriental i'i iircilispuesta al coiita'íio de los
niales bizantinis i|\ie llevan ;i la decadcu-
cia. se snriirenderáii leyendo este lihro iiue
E.XRlgUK (IfKMEZ C.VRRILI.O
presenta á aquel país como el centro de
cultura ,\ de arte que iiiiiiurtalizaron l[ii
mero y Kidias. Dciinistencs y l'raxitidcs.
f. l'ii liliro siilire (ireciaV . .. dirán al^'U
nos. ¡ Cuántos volúnicnes haliria que e.scii-
Uir para mostrarla, apenas en eshozo, tal
como es hoy y como t'iié en la antiüiieilail !
Pero (i, '>mez Carrillo sahe el arte de la
síntesis ; no se deticiie eii di;i'resioues
lar;;as y nioinUu-
nas que s ii e I e n
roin]ier casi sieiii-
lire el eucauto vir-
};iual de una oliia
artística ; he ahí
el atriliuto de la
su_\ a sohre un te-
ma tan vasto _\- de
t a u coiii]ilica(las
fa c e t a s como (d
que ofrece la tie-
rra de Anacreon-
te. Kl arte de Ca-
rrillo es deleite v
o!iser\ae¡iin. Hré-
\eilad en los co-
mentarios llenos
s¡ein]ircde hernio-
sos ras^-os psico
lii;;-icosque hastan
en una frase para
liintar algunas de
las modalidades
populares; exacti-
tud en la acciiin
ilescr¡pti\a y una
ineomparahíe ri-
queza de einocio
lies son las \irtu-
des inimordiales
de ese artistaiioe
ta que hay cu (d
autor de (¡rcria.- -
l'KPiKZ vcriíi.s.
1, \ NoVKI.A lli; MI
.\y\\i'U. piir ( Uihi-irl
Mira. — Al/'iin/i'
< Espuñít . — Cuan-
do acallé de leer
este liliro e\o(|U('-
la di\'ina modali-
dad de ese artíti
<•<■ de la iialalira
que se llama (ia
liritd I)'.\nniiuz¡o.
Porque Miii'i. al
i^iial de aiplél. tie-
ne la facultad de hacer (lUe <d lector se
asimile al iirota^iiiiista ; pues le liare sen-
tir en la carne y en el alnia todas las des-
dichas y toda el ansia de ternura que for-
man la \iila did principal personaje de su
olira. Kn l,ii nori'la df ni/ umino. Miro estu-
dia un caso de psicoloK'ía raro _\" morboso.
Hl inotaíí'ouista — uii pintor — padece de un
mal que hace que sus actos sean en un todo
3!» —
cDiitraiios ii sus iiciiSHiiiieiitos. l'or oso.
cuíuhIo pinta, lio reproiiiu'c el iiKuleln <iii<'
tiene ante su vista sino ai|Uello (jue ve su
inias'iiiacióii.
Ya he iliclio que es el ansia de ternura,
en liarte, lo (|ue forma su vida; una ter-
nura reeoneentratla en su iiija, tierno lirio
condenado á morir prematuramente, y úni-
ca alma (jue h- coni|irende.
Bello libro, en verdad, y escrito en un
estilo .sobrio X' personal ({ue revela |iaclen-
Xí: labor de artista. — FLOii DKL L.VCIO.
('aí.v. pi>y ('(istai)o Moiii'iiiil . — Mi.'hi. —'
(¿nien liaya Uido los versos que Mones'al
¡lublieara hace tres años, liabrá notado
una marcada tendencia revolucionaria. ([Ue
se ha vis'orizado notablemente en el des
arrollo (le una incansable lalmr de estudio
y de pensar.
lloy nos ofrece un nue-
vo liliro, ('(lili, que, aun- ,
(|ue no es de \cisos. pal - - '
pita en él el aletazo de su
musa rebelde (juc le sacu-
diera el alma á los \cinte •
años.
Caín es una serie de
cuentos, escritos cu un es-
tilo de difícil seiicillez y
saturados de un iiesimis-
1110 (|ue enferma \ de una
atrevida psicología. , 'I-.
Xo se han escapado de * ' '
la sagaz (discrxaciim de
.Moiiegal esas escenas ín-
timas de sufrimiento; esas
hondas trag-edias que se
desarrollan en las noches
i 11 1 erm i n a bles de l;is
errantes almas del Dolor;
esos fíestos de rebelión
qu(! son imprcLacioues de
conciencias (|ue se aho-
í;aii bajo el peso de su
AiU'iihi'. y es por eso que
sil obra resulta de un ve
risnio ñcl, y de un temple
eajiaz de liacer conmover
y liacer sentir toda
odisea y toda la amar
la de las almas aisladas
¡lor las leyes injustas de
una sociedad liumaiia. mil
veces maldita.
.Moiiesal ha hecho obra
de verdad y de tesis, de
criterio, l'u aplauso de:
XAXDKZ RÍOS.
HoiijrKT \>K .V/ri;;N \s.
AiKKs 1)1-: Aniiai.ic í \. ¡Kii
— ''inli:.. - Hemos recibi
inenes de poesías
cieiite. Kl primero, (jUe es una aiit(d.).!;ía
de los más Jiixenes poetas esjiañoles. viene
á ccmpletar /," rorí,' de lia pn.'lps. editado
por la casa (i. l'iieyo de .Madrid ; lus otr.s
dos son orifrinaics "del aplan:l¡d> autor di-
J-y ¡uijari) az-iil^
t'omplej.-i persoiialidul iiaréceue la de
'poeta varonil ((iie se llama I', luardo de
•Sus versos de sutil estnictui'a y ple-
savia nueva, reciun'dan á las veci s
la musa de su comprovinciano .Manuel
H.eiiia.
La labor de Eduardo d
Jiiiable. V su fecundidad.
publicado en menos de cinco años cincir
libros rebosantes de belleza, y iironto publi-
cará otro intitulado Maripasas rfc aru.
Ya teiidreinos ocasión de hablar c.xteii-
sainente solire el Jo\eii jiocta. c<iii motixo
del nuevo libro (jue editará cu l'arís. J.,a
absoluta falta de espacio h<iy nos impi-
de ocuiiarnos con amplitud. — I'EIÍEZ Y
CERIS.
Ea ktickna ANi.rsTiA. p<ir Alilit' M. Clúop-
¡luri. - llii.fiiDs Aires. — «Debd narrar una
Jiistoria cuya esencia está llena de horror >•.
— Asi nos dice el autor en las palabras
limiiiares de su libi-o.
\ todo él, en cfectu. diríase
de misterio y espanto, y aun
final, cuando todo se aclara.
nosDtros esa misma sensaciiin.
¡ Libro admiralile .\ de estibi que acu
imprcfí'nado
dcspiiés. al
lienliira cu
a
la
í'u-
JOSKFINA M. DE PÉREZ Y (ÍURIS ; Fí.oR DKI. T.ACIO
rellexion v sabio
— OVIDK') FER
E \ MIS \ \i i-:v \.
■ lúli!:ii\U) lie (Je;/.
do estos tres volii-
piiblicacii'm Cfisi re
< )ry
nos de
' Ory es eneo-
iirodifíiosa. Ha
una lalior de orfelire I Sus |iá<;in.is parecen
sitiiradas de un iierfuin,' de pasii'm. Al
amor que vibra cu ellas podría llamársele,
eoüi.l dijo Eu^-oncs: "Anme ihr'nin, pinijiif'
r.x xia e.'iji 'enHZii ».
1'>I viilfio no sentiiá tildas las bellezas
(jiie encierra /.c el'-rna e iiiinsl ie. pero pre
siiino(jue este libro fué escrito para los que
estíu unjí'idos de tristeza v de amiir. jiara
es.is elegidos de la vidii. — l'EOR DEE
EAOlO.
l'i-:i«Kii.Ks V Ui:iji:v;:s. jinr F. duren' (in-
d,,,/. — .Snil" iJiutiiuj.i. - Las .\iilillas pue-
den considerarse urgiillosas en ciintar con
hijos tan \alieutes y <ie tanto talento,
cimo lo es (iarcía (iodoy. de (|UÍen nos
vamos á ocupar en breves líneas:
Su último liliro l'erfih's ¡i Relieces es una
obra de estudi<is. que s(í destaca vigorosa
jior su complexión severa y por lo jiro-
finido de sus meditaciones acerca de la
— 40 —
laWor ImniíHis;! de coiisM^A'i'íHlns iirtíticfs
<li' l:i l';il:ilir:\. de l;i Foniiii y ilc l;i Idea.
Kl estilo ili' (iarcia (idrlo^ es altamente»
lifisnual. >^ii pluma, siiliria y lirillaiiH". sin
(IcsIiiTS anipiilDsos (le rcliiisfailas afecta
(•¡(ines. tiene el pniier siifA'est ionailor de
}iaeei- enseñar á las almas seleetas. toda
nna divina lPere;;rinaeión á tia\és de la
<'X(|UÍsita y ^'enial erincepcii'in de eerelifos
niara villnsDs.
l'frftlcs ;i J\rl/rr, ,■< es nn lilil-ci ile eiinsa-
iATaeiipn y de ali(Mito. (|lie lia mi-reeido nn
puestn lie li(ini)r entre las más valientes
(linas aniei'ieanas. de estndiiis eritieos.
IJefiíie hasta (iaicia (i(>dii\ nnestia ail
miiaeii'in sineera. -OVIDIO FK|{XAN1)KZ
Jx'lOS.
J-J. r\iii;i\i) 1)1-; ('i-> ir.iA. ¡m,- Miirin M'>i-i-i-
muerte.
Xnestros a|ilans(is á la gentil esiMitni'a. ■
ClKls.
i> nesircis apiansoj
l'EHKZ V ClKls.
-ofl
í'' :"/.¥/
Nuestra juventud
Il(í ;uiuí un cstiidioso: el
j(jvcn Klzear S. (üufTra ([ue
recieiitcnicntc lia sido incor-
porado al cuerpo de rcdac-
ci(')ii dv Kl 'rclnjra l'd Mari-
timu. Su suficiencia para
nijordar con felicidad tenias
de diversa índole, ha sido
comprobada con su perseve-
rante labor (|ue revela no
s(')lo uu espíritu esciulrina-
dor ([Ue todo lo ahonda y
d(í todo trata de incautarse,
sino también una jj^raii vo-
luntad ])uesta al servicio de
¡d(!ales educativos.
Sus Apuntes (le ( ícnuní fifi \ -
A inprt'cniKí, pui)licados en el
afio pasailo, son una pru(d)a,
irrefutable de sus altitudes
para <d estudio d(í esa rama
<!<' la ciencia tan vastamen-
te y tan bien tratada por
K'eclus. Dicha obra, (lue se-
rá adoptada, no lo dudamos,
como texto para uso de nues-
tras escuelas, ha sido juzgada
muy favorablemente por perso-
nas com[»etentes
Araújo, etc.
Xuestros ajilau
leg'a.
como Orest(.'s
sos al joven co-
¡'litada
Ji venta
|il. llena
en un
le hace
(las snn
6'"-
)t' nota.
|a es la
^vcr (|iu'
iin])oi-
11 Plata.
|C|ltUl)SO
lAlcides
i<iia.
stcs
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'\ ,-" la ciudad, no tiene ^ue preguntar .,
/^ '^^ , nada á nadie, todo se lo explicará ' ^ , i i » '
^^7 : : : : LA GUIA : : : : ; fOV I03 JardmQ^
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« e íi
Administrador: LiUlS PÉÍ^EZ (Cerrito, 375)
>a ciprrespfiiKttMicia litfi'aria á i'l-llíl-y. V ('I'KIS
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Secrotíirio de Eedacción: OVIDIO FERXÁXDEZ KÍOS
AÑO IV
flontevideo, Febrero de 1909
I- 24
la tfisUza d^l Sol
I
En estas horas de melancolía
de gris y nebuloso desconsuelo,
sueñan mis ojos turbios con el cielo,
la luz y el campo de mi Andalucía.
Aspiro un tibio aroma de romeros
y de jazmines. El azul chispea
de sol, y duerme la morisca aldea
entre naranjos 3^ entre limoneros.
Señor, un poco de reposo, en esta
vida gris de miserias 3" dolores . . .
Olvido para todos los afanes,
y adormecerse en la calina siesta
mientras sueñan los frescos surtidores
en algún viejo patio de arra3^anes.
II
Del rojo sol de estío los ardores
agostan mis jardines orientales.
Están mudos de sed los surtidores
3^ de sed se deshojan los rosales.
Y hasta aquel ruiseñor cu3"as cantigas
perfumaron de ensueño mis veladas.
Av
- 42 -
muerto le encontré ayer, lleno de hormigas
entre las negnis hierbas calcinadas.
Ni el eco errante de una voz alegra
el sopor inftnito del paisaje . • • ,
Todo muere y al par todo se olvida ...
Sólo la sombra de una araña negra
hila entre el esqueleto del ramaje
el tedio fatigoso de la Vida.
III
Un triangular ensueño de cipreses
rasga el cobalto fúlgido del cielo,
proyectando en el ocre de las mieses
las sombras de su obscuro desconsuelo.
Es ceniza la giba de la sierra ;
nos asfixia la fiebre del bochorno . . .
Quema el aire, y parece que la tierra
es el candente respirar de un horno.
El llano es todo fuego, sin más sombra
que la de nuestro cuerpo . . . Alguien nos nombra
con voz ronca de sed ... Y paladea
el labio las nostalgias de la jarra
que colgada á la sombra de la parra
el frescor de sus lágrimas gotea.
IV
En las arenas rojas bajo el fuego
del sol, que en el espacio reverbera,
se yergue un esqueleto de palmera
sobre el pardo brocal de un pozo ciego.
Todo en la paz canicular ha muerto !
Y hasta el inmóvil mar, de sol bruñido,
es un lago de sal, adormecido
en la tórrida margen del desierto.
Es un humo de incendio el calvo monte ;
y si algún ave cruza el horizonte
desciende á las arenas asfixiada.
Ni una gota de agua se conserva
en los pozos, ni el rastro de una hierba
verdece entre la arena calcinada.
Fraxcisco VILLAESPESA.
1 "1
4o —
£1 fracaso r^al
El palacio alto, amplío, fuerte,
de mármol brillante con incrus-
taciones de oro.
El Silencio y la Meditación
recorren sus galerías como sobre
alfombras de mullido terciopelo.
La Eeina moradora de ese pa-
lacio es magníflca, soberanamen-
te hermosa : esbelta y robusta
como una antigua matrona ro-
mana; ojos escrutadores ; labios
ñrmes, como para el convenci-
miento ; brazo que se extiende
en dirección al avance, al por-
venir. Su ropaje de seda que
deslumbra y cruje, y sobre las
espaldas el manto como de rayos
solares cuajados en forma de
tela.
Es la Razón.
Va á salir de su blanco pala-
cio, en pos de una conquista que
acrecentará su imperio.
A la puerta espera el regií)
automóvil que sorbe el espacio
dejando como estela una nube
de polvo que disipa el viento.
Lo guía un joven ruino, muscu-
loso, ardiente. Mirada, orgullosa,
labios plegados con desdén, ce-
ño sombrío que se impone en
una extensión, como la luz del
medio día ; mentón agudo y só-
lido.
Es el Valor.
Está impaciente, porque lia
tiempo espera á la Reina, para
lanzarse hacia el futuro de una
evidencia presentida, de un de-
recho en germen.
Cuando subía al automóvil,
entró á la mansión señorial un
caballero correcto y flno, vesti-
do de negro.
Habla con Su ^Majestad. Discu-
ten con interminable lógica. Ella
desespera; pero él es insinuante.
Su faz pálida se anima á veces
con fugacidades boreales. Su
descarnada y temblorosa mano
cuenta y desgrana los argumen-
tos, entre las frases de convenci-
miento frío y penetrante. Se in-
clina á veces rendido. Xo, hay
algo más. Y renace el collar de
axiomas transparentes, que se
va extendiendo ante los ojos de
la Reina.
El Valor, á la puerta, sobre el
vehículo vencedor, cierra los
puños y golpea.
La Meditación desciende por
las gradas brillantes y tersas
del palacio de mármol con in-
crustaciones de oro. Se acerca al
oído del Valor, y le dice : El
Miedo está en el salón. Habla
con la señora Reina, -largamente.
Ella le escucha.
El Valor, visiblemente triste,
baja y entra al palacio, murmu-
rando : Cuando la Razón y el
Miedo discuten, éste vence. La
conquista no será.
J. D. VAXEGAS.
— 44 —
Pkrrot grotesco y trágico
.1 Ji'li I Ili'rri'rii ¡i }\'i'Í!<siij.
Juoueteando aleiiremente van Pierrot y Colombina,
En camino al baile. Cantan cJiansoiicttcs de arrabal.
Ella es pálida y es frágil como una ñgulina
Y él es fresco y él es rubio como un vaso de champagne.
Han llegado. En los salones reina alegre tremolina.
Carcajadas, gritos, músicas llegan hasta el boulevard.
El pierrot dice locuras y se empolva con harina
Que ha encontrado en uníi como bombonera de cristal.
El pierrot está borracho. Colombina fué perjura.
Un C\'rano es dueño ahora de su gracia 3^ su hermosura
Porque díjole al oído un romántico rondel.
El pierrot comprende todo. Su dolor es sobrehumano.
Y en su ñebre . . . va y se ahorca en la nariz del Cyrano
Con el lazo de una blanca serpentina de papel !
omdío eerxAndez Ríos.
£1 sacrificio
penetró bruscamente en el
Perdón
Clotilde
es ritorio.
— ¡ Ricardo ! ; Perdón ! Soy yo. \'e-
nía decidida á verte. Te conocí por
la ventana. Por miedo á tu madrr
no he esperado, no he querido lla-
mar.
Ricardo de pie delante de su mesa
Para Ai'oi.n.
de trabajo, la miró inmóvil, com.>
interrogándola, sorprendido é indig-
nado.
— Comprendo tu sorpresa. No me
esperabas. Mi abandono y mi cruel-
dad haciendo un vacío entre nos-
otros, ha dejado al dolor que con-
virtiese el amor en odio, la amada
45
miel del pasado en este veneno amar-
go. Ayer he llegado de Europa con
papá. Anoche no pude dormir. Hoy
me tienes aquí á pedirte perdón.
Ricardo dejó escapar la fínica pa-
labra,
—r: Perdón?
— Sí, perdón. Sé que me cdiaw, j
que tu madre ha deseado mi muerte.
Me lo decían las últimas cartas de
Ana Mora. Ayer me lo dijeron entre
alarmas y sonrisas todas las amigar,
que fueron á saludarme. Clotilde er.i
antes para tí el principio y e] íiu,
la vida y la muerte, todo. Tus ideas
comenzaljan en ella, y á ella voIvía'i
para terminar, porque ella era la
universalidad de todas las rosas.
Siendo tu cristal maravilloso, á travo;
de mi ser — de mi manera d^ ser,
de mi forma de ser,^ imaginabas ai
mundo. Ahora soy tu sombra espec-
tral, tu recuerdo mortalmente im-
placable. He quedado detrás de tí
como una pesada cadena que co-
menzara en tu alma..
Clotilde se echó gimiendo en un
sofá, la cara entre el pañuelo. Ri-
cardo la miró con piedad, y bus
cando indiferencia, comenzó á pasar
maquinalmente las hojas de un libro.
— Y si todo lo sabes, y si tú mis-
ma confiesas tu traición, ¿á qué vie-
nes? ¿A qué vuelves á buscarme?
— A pedirte perdón, á explicarte. .
— Explicarme ¿lo qué? ¿Tu aban
dono? ¿Acaso quieres expiar el mar-
tirio de un arrepentimiento? ; No !
Eso es de las Magdalenas, y las Mag
dalenas ya no existen. Cuando huye
de un alma el amor, es hacia otra
alma y no retorna. El amor crea,
pero no resucita sus muertos.
— Es que tú te engañas. Es que tú
no conoces. Yo no he dejado de
amarte un solo día, un solo minuto.
Tuya y para tí he sido siempre. Te
lo juro. Es que..
— ¿Qué? ¿Qué vas á decir?
— Óyeme, Ricardo, óyeme. Haz
de mí después lo que quieras. ¡ Dios
mío! ¡Dios mío! ¡Yo misma, yo mis-
ma con mi corazón, he muerto á
mi corazón !. .
Ricardo hizo un ge.sto de indiferen-
cia y se sentó.
—Tú sabes, Ricardo, cuánto nos
amábamos.
— ¡ Eso creía ! Todo pasa. Ilusio-
nes... ¡Va!
—Déjame hablar, por favor! Nos
amábamos, sí. Hace cinco años publi-
caste tu primer libro. Leyéndolo, leí
tu alma, leí en tu vida, soñé como
tu habías soñado en aquellas pági-
nas donde pusiste todo el calor de
tu corazón y la juventud de tu cere-
bro. Cantabas la vida y la amabas
porque la sentías bella y la sentías
buena, buena y bella como aquellos
tus gallardos varones y tus hermo-
sas mujeres de las novelaciones.
que á fuerza de amar el amor amauaii
hasta el amargo de sus dolores. Mi
corazón palpitó con el palpitiir de
tus héroes, y alentando con ellos,
envié á tí sin conocerte el p;imer
suspiro y la primera ilusión. Sí, Ri-
cardo. Te amé desde lejos, te aru''
desde cuando leída la TÍltima página
de tu primera ol)ra, vencida por tus
imaginaciones, soñé con el ensueño
de tu.s personajes, y una voz dijo
dentro de mi corazón : ¡ Dichosa .-^erá
la mujer que pueda estar junto y.
su vida! Mi de^eo envidiaba, luego
mi amor se ofrecía. Más tarde el des-
tino nos acercó y como si nos ho.
biéramos esperado, pronto nuestros
espíritus exaltaron su armonía hasta
las más intensas vibraciones, y sus
ansias y sus aiu iliciones se parecie
ron porque el alma que soñaba era
sólo un alma : la tuya, la mía, la
de los doi). i üemaüiado lo sabes '
¡Demasiado lo recuerdas!
— ¿Para qué? ¿A qué vuelves con
aquéllo? Expía tu delito á solas con
tu remordimiento, pero no tengas la
herejía de morder con tu crueldad
las cicatrices de las propias heridas
abiertas por tí. Déjame. Me haces
daño. ¿A qué volver?
Clotilde se avalanzó hacia Ricardo
y levantando las manos hizo un geát>
de súplica.
— ¡Déjame hablar! ¡Déjame decir-
te ! Tú dices que yo te he hecho su-
frir, que he sido tu desgracia. Por
eso me odias. .
— Odiarte. .
— O no me perdonas . Yo necesito
explicarme.
Ricardo se levantó iracundo.
— ¡Explicarte! ¿Pero qué? Que te
fuiste un día, ambiciosa, extrava-
gante ó divertida, á buscar por toda
Europa colgada del brazo de tu pa-
dre, extranjeros que te ofrecieran
boatos, títulos ó dinero?
— ¿ Ofrecerme ?
— O poco menos. Sé ciue sigues la
moda. Sé que al fin has concluido
por ser un sonido más del alma so-
cial., que no tiene alma. De tí ha
huido como ha huido de todos los
corazones, ese dulce y lento amanecer
interior que no se sabe de dónde vie-
ne ni á dónde va; esa aurora de un
sol que hace enloquecer soñando, y
que soñando siempre, se clama por
enloquecer toda la vida ; esa luz ma-
ravillosa de salud y de perdón que lle-
va á olvidar de tanto en tanto que la
vida es amarga y que no vale la pe-
na de vivirla. .
— Has sufrido.
— Más que tú.
— ¿Más? No.
— Más, sí. ¿Sabes por qué me fui á
Europa? No fué por ambiciones ó ex-
travagancias. No fui á ofrecerme. Mo
fui para salvarte.
— ¿Salvarme?
— 4(;
— Sí. Después de tu primer libro y
de tu éxito, caiste en mis brazos co-
mo si ellos hubieran sido una corona
que te ceñías, y bien ó mal, ó las
dos cosas, olvidaste tu labor comen-
zada, el floreciente camino abierto, y
vencido en la dicha te adormiste
bajo la sombra amable de tus lau-
reles. Yo estaba perdidamente ena-
morada de tí. Te veía grande en el
hoy, magnífico en el mañana. Presentía
para tus homenajes todos los tri-
butos de la tierra, porque tú tenías
todos los merecimientos. Pero mien-
tras á tí la pasión te enceguecía lle-
vándote desde la locura hasta el sui-
cidio intelectual, á mi enloqueciéndo-
me también me iluminaba para sal-
varte. Un instinto de mujer, de mv-
dre ó de hermana, ponía ojos en mi
alma, y una secreta voz me decía que
estaba en mi voluntad, ó apagar con
mis besos tu vida moral — precipitán-
dote al silencio y al anónimo — ó esti-
mular con la fortaleza valerosa de mi
amor y el acicate de su sacrificio, tu
deslumbrante gloria d? mañana, que
imaginaba doimida en el sagrario
n.i.-terioso de tu icrebro, espera -ido l,i
voz conjuradora que le llamara á los
dtbate.s y á los triunfos Y para sal-
varte olvidé el amor, salte por enci
ma de los corazones, é impuse con
mi deseo tan fuerte como mi '-oluii-
tad, la ofrenda rie nuestra comiiii
felicidad y la apremi.mte tortura dei
dolor. Yo aparentando olvidarte, ha-
ría un silencio, buscaría espacio entre
los dos, me ir]a á Europa.
Ku-.u ifí la miraba c inst-.rnado.
— rlNo comprendes? Quería nacerte
sufrir p^rii salvarte, i riv) ar tu do-
lor, tus penas, tus lágrimas, para que
sufriendo y llorando hicieras sulrjr
N íl r I ;i los demás, ú todo f se niu;.-
do líese iH'x ido y ag 'liado oue en el
castigo del hambre que martiriza,
no rectierda ya que lleva en el se-
creto de sus corazones, grande ó pe-
queña, una porción de paraíso, el al
ma. Tocados por la virtud de tas
amarguras, dulces á fuerza de ser be
Has, despiertan un instante y por un
instante sueñan porque rú los has
maravillado, son más buenos porque
tú les has enseñado á amar lo ama
i)le y á la piedad de lo que sufr-.
Buscaba en tí, Ricardo, algo de tu
agonía, algo de muerte en tu vida
para asegurar con tu tributo de d)
lor, la eterna y gloriosa bienaventu
ranza. de mañana. Estaba segura de
que yo era tanto como la mitad de tu
existencia, que al alejarme de tu la-
do se alejaba la felicidad, digna ó no
de tí, pero necesaria á tu alma como
las venas á tu sangre. Y entonces, —
conociéndote como te conocía, todo
espíritu, todo vehemencia, todo vi-
bración,— acorralado, desesperado por
la angustia y el recuerdo, brotarí:i es-
tallando tu pujante temperamento de
e.scritor, y la gloria desvanecida entre
la miel de los besos, volvería á na-
cer de una tierra más fértil porque
era más amarga, del dolor, origen
universal. ¿Comprendes? Era cruel
para ser buena. Condené mi alma pa-
ra salvarte.
— ¿Quieres decir que mi gloria...
—Sí. Fué mi delito.
— ¿Y si me hubiera muerto en el
dolor?
— ¡Oh, no! Eso no era posible!
— ¿ Y si hubiera sucedido ?
Clotilde sacudió la cabeza con
desesperación. Luego, enrojeciéndose,
exclamó con firmeza :
— No... sé. Creo que era preferible
verte muerto en la lucha á verte fra-
casado.
Ricardo la miró con estupor, como
ante la revelación de un increíble mi-
lagro. No podía comprender que fue-
ra posible colocar por encima del
amor del corazón, otro amor más
heroico y más divino : el amor á la
Gloria, representación de la suprema
fuerza.
— Sí, Ricardo. Tú lien lo sabes. Un
fracasado es un muerto vivo, es un
inútil que estorba, un despojo que
afrenta, una vergüenza que no se la-
va jamás. Ni tú ni yo hubiéramos al
cabo resistido la vida, viéndonos su-
frir en la demanda de tu conquista
imposible, no obstante el amor y la
disculpa del amor. Yo era tu felicidad
alcanzada, pero no tu deseo, tu es-
peranza, tu ensueño, tu quimera.
Mi posesión era tu derrota y tu ven-
cimiento porque era el silencio de tu
satisfacción. Como en todas las co-
sas humanas, se hacían por desgracia
necesarios el afán, la lucha, el obs-
táculo, el espejismo lejano, la cruel-
dad de los sueños eternamente fugi-
tivos. No era, en fin, tu dolor. Recor-
daba á la Laura del Petrarca. Recor-
daba á la Beatriz del Dante. Recor-
daba á todas aquellas mujeres que
habían sido ya en las artes bellas, ya
en las conquistas de sangre, en todos
los esfuerzos heroicos y en todos los
triunfos memorables, fuerzas «nece-
sarias", "necesarias» aunque fatales.
Sí, Ricardo. Tú mismo, en nuestros
pasados lejanos dulces días de bienes-
tar y ensueño, me las encareciste con
todo el amor y la belleza que tú sa-
bes poner á las cosas cuando te son
amadas. Sí, tu mismo, yo lo he apren-
dido de tus labios, cuando tus labios
me hacían el elogio, cuando yo era
para tí más que tu propio arte...
Por los ojos de Ricardo cruzó un
fulgor de ira.
— Eres diabólica. ¡Tuviste el valor
de llevarme á la experiencia! ¡Tuvis-
te "el valor de precipitarme á lo des-
conocido sin temer por mí ni por tu
suerte! Temerariamente segura, des-
piadada y audaz, jugaste el porvenir,
el tuyo y el mío, colocando mi vida
como una apuesta en el albur del
destino, donde las cartas eran Glo-
— 47 —
ria ó Muerte. Pues bien. Mediocre o
grande, relativo ó completo, el triun-
fo fué tuyo porque vencí á la muer-
te y conseguí la gloria. Pero á costa
de un sacrificio : Tu felicidad, mi
amor. Hoy ya no existe para mí.
— ¡ No es posible, Ricardo ! ¡No es
posible !
— Es irremediable. El dolor, la du-
da, el tiempo, la confidencia de las
ideas y las emociones á las páginas
del libro, el generoso amor de mi ma-
dre que me prodigó sus bálsamos y
sus consuelos, disiparon poco á poco
las impresiones y los recuerdos, y
sobre las cenizas apagadas del amor
que fué, sólo queda flotando aún,
la tibieza vaga y triste de mi melan-
colía.. .
—¡No es posible! ¡No es posible!
j No, Dios mío !
— Sí, Clotilde. Sí. Acabemos de una
vez. No hablemos más. Vete. Huye de
mí. Olvida. Yo no tuve la culpa. Ya
no es posible, no, no es posible. No
podría volver á quererte. . .
—i Ricardo ! ¡ Por favor ! ¡ Mira lo
aue dices! Eso no puede ser. Dios
mío, no puede ser!
^Sí, puede ser, sí. . .
—¡No! ¡No! ¡Pensar que otra mu
jer. la primera, al acaso, la que me-
nos valga, ocupará mi rincón en tu
alma y acompañará tus Tjasos en la
vida, con tu amor, con tu gloria, con
tu corazón !. . .
Ricardo se encojió de hombros
— i.Y! ¿Qué quieres? ¡Extraño y
caprichoso juego de las fuerzas in-
tangiMes, que para algunos se lla-
man Dios y para otros fatalismo,
azar o combinación! Mas castillo que
cae no vuelve á levantarse. Ensueño
que huye no tiene retorno. Amor que
se apaga no deja rescoldo. Otra qui-
za habrá mañana en tu lugar en tn
lugar no, porque tú no vuelVes j!"
í Tn i,^''-Í^T'^ ^^ 1^^ pasiones, y
f-L.H '^ ^"^ ^°^^''*^ ^" absoluto tu re
cuerdo en mi vida, conseguirá al me
nos desvanecer el espectro de tu
amor, que puede eternizar mi martí-
no perpetuando mi tortura
camo"?e?n^'*'' °"iy^- ^ ^" el desen-
ó olvidar °. "*"' '" '"'''' ^í^J° ^°l^e^ás
—Olvidaré... Sufriré... Apuraré lis
agonías... Volveré á em¿ezar Así
-da la vida, porque la vfda\s así."
vaI'S¿Jasr-'"f-^''^"-^""-
—Déjalo. Es el destino. La felicidad
no existe. it^iicuiaa
— Y el amor..
no~lff.•''™°^' .Espejismos. Ansias de
no sufrir, sufriendo siempre.
Callaron ahogados por la angustia
de lo imposible, agobiados bajo la
pesada sentencia de las ideas reper-
cutidas en el pensamiento, volantes
por encima de las cabezas malditas.
estremecidas en los oídos con las
últimas palabras. Era la fatalidad
que los vencía.
—Vete, Clotilde. ¡ Vete ! Esto ya es
irreparable, como los que se mueren.
No me queda para tí más que pie-
dad. No tendría ya valor ni para
ofrecerte el socorro de un afecto de
hermanos. Nuestra historia, nuestra
desventurada historia nos ha separad >
para siempre y es necesario que vol-
vamos retrocediendo á ser lo do an-
tes, dos desconocidos, á perdernos de
nuevo en la bruma del tiempo, en la
vaguedad de las cosas, en la nada de
lo que nunca ha sido... Necesitamos
curarnos de nosotros mismos. Ne.-esi-
tamos olvidar, olvidar absolutamente.
Deja á la vida seguir el designio de
su voluntad.
— No, Ricardo, no ! ¡ No puede ser !
Clotilde sollozaba temblando, acu-
rrucada en el extremo del sofá, poqui-
ta cosa del alma, sofocándose entre
el pañuelo, abrasada por la fiebre de
aquel fantasma del porvenir desola-
do, triunfante sobre la gloria de los
pasados días. Ricardo, mirándola,
sintió pena, y un ahogo le contrajo
las mandíbulas. Eran ansias de llan-
to, angustiosas ganas de dar consuelo
y pedirlo.
—i Clotilde ! ¡ Vete ! Mi madre puede
venir. . .
— Tu madre. . .
La puerta se abrió lentamente. La
figura esbelta y severa de una señora,
vieja joven, entrecana, de perfiles se-
renos, altivamente marchita, apareció
en el umbral. Ricardo y Clotilde bu-
jaron la cabeza anonadados.
— ¡ Usted !
— Sí, madre. Clotilde. Yo te expli-
caré.
—Explicarme ¿lo qué? exclamó acer-
cándose. ¡Tú eres, Ricardo, el que
quieres explicarme !
— Yo, madre, sí.
—¡Te has olvidado ya! ¿Te lias ol-
vidado lo que has sufrido, los días de
amargura entre la vida y la muerte,
las angustias que me has hecho pasar
por esa.. .
— ; Madre !
— Sí, por esa, que harta de tus
amores te abandonó en busca de
nuevas aventuras, de otros hombres
que le dieran vidas que sacrificar, va-
nidades y vencimientos, serviles cor-
tejos de coqueta donde triunfar sin
condiciones... Purificada por tu amor
de la tontería social, despreció al ca-
bo tu amor porque sentía nostalgt.i
de la tontería. Tenía el alma hueca
y tu alma le abrumaba dentro de su
vacío. Por eso huyó de tí. por eso
sin comprender lo que le dabas ni lo
que valías, arrojó tu vida y lo tuyo
segura de su tiranía, presintiendo' el
calvario de tus lamentaciones. ¡ Yo te
lo decía, Ricardo ! ¡ Yo te lo decía ! Er;.
como todas. Y como todas vuelve en
los caprichos á martirizar á la víc-
48 —
tima, más propicia cuanto más casti-
gada.
— No, madre. No es eso !
— No, señora. Yo no. . .
— Ya no te acuerdas, Ricardo, de tus
desesperaciones, ni de tus angustias
clamando por ella, de tus días de
fiebre y de tus delirios sin consuelo.
Ya no te acuerdas de las noches en-
teras de aquellas eternas veladas
Que pasé á tu cabecera, transida de
cansancio, dañada de pesadumbres
enloquecida por tu suerte, imploran-
do con mis lágrimas la salud que te
faltaba, la felicidad que no tenías, la
esperanza que te me llevaba poco á
poco de mi lado. . .
Las últimas palabras vibraron tem-
blando como si se ahogaran. Dos
gruesas lágrimas corrieron por las
mejillas de la anciana, estremecida
por un hipo de emoción y de coraje.
Clotilde, abrumada por el destino im-
placable, se apocaba medrosa, hundi-
da en el sofá, gemebunda y plañidera
como los que han llorado mucho.
— i Qué he hecho. Dios mío ! ¡ Qué he
hecho ! ¡ Si yo lo hubiera sabido !
— ¡ Y ahora vuelves otra vez ! ¡ Quie
res abandonarme !
— Pero madre, si no es eso !
— No, señora. Yo no. . .
— Vete, si quieres. Vete. Te has inde-
pendizado de mi voluntad y ya es
imposible vencer tu corazón. Otras
son tus glorias y otros tus sacrificios.
Pero óyelo, Ricardo : Negada por tí,
yo ya no soy tu madre. Bien te pue-
des morir cien veces, que cien veces
morirás sin que te conozca.
— i Por Dios ! i Por Dios, señora !
— ¡ No, madre, no ! i Usted no com-
prende !
— ¿Para qué? ¿Vas á inventarme
acaso otra verdad? ¿Para qué? ¿Para
qué? Yo que sé lo que has sufrido,
yo que sé cómo asesina el dolor, yo
que te he defendido de todas las
ansias postremas, de todos los trances
acerbos, no conozco otra verdad qui-
la verdad del amor. Esa mujer te ha
dejado ir hacia la muerte porque le
faltaba el corazón. Más allá del co-
razón no puede existir otra disculpa.
La vida comienza con un beso y aca-
ba llorando porque los besos acaban.
Todo lo demás es el mal, es la here-
jía, es lo monstruoso. Tú lo sabes por-
que eres mi hijo. Sigue, sigue ado-
rándola ya que lo quieres. Ahí la tie-
nes.
La anciana hizo un gesto de altivo
y doloroso desprecio. Después, vol-
viéndose hacia Clotilde, le dijo len-
tamente como una maldición :
— Sólo le deseo que pueda usted al-
gún día ser la madre de un hijo quo
sufre.
Y salió del escritorio. Solos de nue-
vo, segundos de silencio pasaron, se-
gundos eternos donde las voces te-
naces palpitaban aún en los oídos en
trémulas dilataciones. Clotilde enton-
ces tuvo miedo, tembló en un pánico»
aterrador, y levantándose huyó hacia
la calle, á la carrera, enloquecida.
—i Es necesario ! i Es necesario ! ex-
clamó. ¡Estoy maldecida! ¡Maldecida!
Inmóvil, aniquilado por tantas
emociones, Ricardo escuchó la preci-
pitación de los pasos que se iban.
Una sombra cruzó por la ventana, y
al volver la cabeza, imaginó ver aún.
la silueta despavorida de Clotilde,
aquel su pobrecito amor sacrificado
por su gloria, por la fatalidad, por el
destino. Y echándose de codos sobre
su mesa de trabajo, comenzó á llorar
desesperadamente, como una criatura.
— ¡Pobrecita! ¡Pobrecita!
r
Tres días después :
«Ricardo : No me acuses. No insisto
Me despido. Serán las últimas noti-
cias que tendrás de mí. A solas con
mi desventura, he pensado que tú tie-
nes razón. Yo me he sacrificado la
vida inútilmente. ¿Inútilmente? Sí,
inútilmente para mi. Ya nada soy
porque nada valgo en tu existencia.
Mañana parto con la gobernanta pa-
ra el campo. Iré á morirme, á dejar-
me morir. ¿Entiendes? A exhalar len-
tamente la vida espiritualizándome
hacia la nada, i La nada ! ¡ Sentir la
áspera desolación del vacío sin poder
llegar absolutamente á él ! Es horri-
ble, Ricardo, es horrible! Sé que la
sociedad concluiría fatalmente por
borrar de mi corazón mis viejos dolo-
res y mis intomables alegrías. Por eso
huyo de eUa para defender tu recuer-
do y vivirlo intensamente, todo lo que
me sea posible. Quiero sacrificarte
hasta el último aliento, desvanecer
mi vida en tu homenaje como se des-
vanece el incienso en un altar aban-
donado. Hubiera podido matarme, pe-
ro siento repugnancia por la sangre
derramada. Después, sería una cobar-
día para, mí y para tí un remordi-
miento. Y yo no quiero hacerte su-
frir, sino curarte de mí mal en unt
plácido é insensible olvido. Dentro •
de un año, el bullicio de la vida can-
tando á tu lado, el regocijo de lo»
nuevos encantos y de las nuevas con-
sagraciones, harán un piadoso silen-
cio á lo que fué nuestra historia, y
hundida en la paz eterna de las va-
guedades imprecisables con todos mis
recuerdos que serán mis flores de
mortaja, dormiré para siempre co-
mo en una tumba. Te hará sonreír mí
romanticismo, pero si otra cosa es el
amor y el ensueño, déjame con él y
perdónalo porque lo siento como la
única virtud digna de vivirse : él es
la consecuencia en la fe y la pureza
de los ideales. Lo demás es brutal y
doloroso.
Esta mañana he quemado mis tren-
zas, que estaban llenas de tí, de tus
manos y de tus labios. — Clotilde.»
Manuel MEDINA BETANCORT.
49 —
í^<-'
(1)
Pare A.i»OLO,
De !a materia
l'ortc lilis i-reiichus á ht Hiititrna usansa
N;r/.!iren!i y galante: mi calieza
De hcioicd aventUTt-ro. la altiveza
'Piciu' (1(^1 castellano en toda andanza.
Kii mis ttjosde un verde de esperanza
\'ilii'ii mi alma; el oro que aun empieza
!>(• mi liiji'otc. Oculta eoii tristeza
Fu fíesto venusino de aseelianza,
. V entre mi corazón eiinobleeido
l'or el Krisiteño. [lasa y me enlo((i(ece
C'omo una lanzadera á jioeo ruido.
Una sota de sang-re (¿ue enaltece :
De alíii'iii cae!((ue ñero y aguerrido
<' lie un coiüjuisrador audaz y fuerte.
Ocafia - ('olotniíia — l'.iOfi.
II
Del espíritu
Alma en pena, mi alma. Lo que hoy amo
Mañana hace una fug-a hacia el olvido ;
Sufro por lo (¿ue ha sido
Y por lo (iue será padezco y clamo :
Ni soy Hi! soñador enipeiiertiido
Xi el realismo ine fuerza á su reí^lamo,
Y de esta dualidad en que me iartaiiio
Se resiente mi espíritu abatido.
Una ftiente. una nube, una quimera.
Una vo/ de mujer suave y sincera
Mi ánima exaltan. Sufro, gozo y hi.cho . . ■.
Luego me queda al fin de la partida.
La tristeza de haber amado mucho
Y un eausancio iniinito de la vida,
Edmundo VELÁZQUKZ.
(1 ) l'ubiicainos esios sonetos tal como nos los envió el autor. El primero trae up.
verso libre de rima, como habrá notado el lector aU final del segundo terceto.—
N. !>i-; r..\ R,
50
Ba]o pelievc
l-;^stc libro os un l»(.)6(juc en doii-
dr i-\ canto il»' las uves celebra ru
Bflk'za.
Yo, esas aves uit'hjdicas no e;i-
patiró,
Sobei'bio en su tristreza, ti
buitre solitario, que aislado y
saiiiz'uinario, en abrupto ptífióu
lie l;i aira sierra soñando con la
u'uei'fa el Tila neg'ra bate, con he-
roicas nostalgias de combate, y
cuyo g-rito audaz tan solo estalla
tatidicp y salvaje, cuando a^ita
fuí'ioso su plumaje so!)re el san-
;:i'i<aito campo de; liatalla : no
extenderá el ala ensanií'renrada.
ni lanzará su lúi>'ul)re j;-r;iz!)id().
u'.jui donde en idiiica bandada^
las aves Cciriñosas han venido á
cantar tu Belleza iniuaculada.
Kste libro es un Temido en
donde canta, un coro de creyen-
tes tu belleza.
Detenj^o ante él la planta., in-
clino la cai)eza. No voy al Ara
Santa, ni nuevo Ozáa extenderé
mi mano, sacríhígo y pi'otano. á
donde está la Síintidad del Arca...
Inctirable liéresiarea, de extra-
no culto y con ajenos dioses, no
lanzaré mis voces, hechas para
• el rumoi' de la Blasfemia,, a(¡uí
donde se premia la fe de un alma
pura con cantariís.
Yo, peregrino adusto, no; en-
traré á profanar tu Templo,
augusto, ni arderá eH tus altare.^
mi cirio de rebelde iconoclasta.
¡ Oh, nifia l)ella, y cuanto Ixv-
11a casta ! |
Kl viajador obscuro que no ha
([tierido que tu Fe .se asombre,
escril>irá por fuera sobre el mu-
ro d(,'l Templo blaiico y |)ui-o. su
perseguido nombre,
V^, ese nombre por tantos com-
batid*,», será en el tdm]do .-ilzacio
á tu pureza como un Bajt)-relie-
ve, allí (íseidpido, pai'a pi'obaí' á
cuántos lia rcndi(io el ¡>od<'r ce-
gador de ru !>elleza. .
-o(¡'S^y.'XjB^'
lápida
Eli la „ii".'tli' (>'• (.'urli>a l'noa \'(-i¡.i
.\h interminable mañana 1
And;i dia, turbio día !
En el íSol no hai alegría
ni ¡liedad ...
Esa campana
fastidia .sobremanera
con su toque de oraci<jn.
.Apague su áspero Sí'tn
la campana vocinglera !
.Más silencio ! i
A d<'t))d*' vas.
poeta V . . .
No háAa rnnioit's.
.Más silencio, muclio más!.
Así callada, callada.
es una Ofelia sin Moi'es
la Poesía cidutada !
J.,.K.)ií (Í0NZ.\L1-:Z BASTÍAS.!
51
Ritnas í)rostibulai;ia$
I'iira Aroiii.
lin el sal'')!i de baile, lujoso y asíixiíinte,
las notas incendiarias, resuenan de la orgía :
la risa entrecortada ; la sátira quemante ; -
la charla purpurina : el vals y la alegría ...
Desñlan las rameras de carne palpitante,
brindando sus caricias, preñadas de falsía,
y j(3venes y viejos, con ansia delirante,
se agiüín por la sala, regando su ironía.
Las bocas de .Vírodita. sensuales \^ carnosas,
apuran del champaña el fuego embriagador:
y en ;íngulos velados, por telas vaporosas,
el beso enx'ilecido, resuena incitador.:.
De cuando en cua.ndo se abren cortinas misteriosas,
que ahogan en su bruma los triunfos del amor...
II
Kn esa ni{>n"ia casa, en esa misma hora ;
mientras la orgía expande su intensa calidez,
en solitario lecho se ve una pecadora,
que siente de la muerte la horrible gelidez.
Comprime las almohadas, y amargamente l]i>ra,
al ver en un espejo su intensa palidez . . .
Y llama . . .Y nadie la o\'e . . ¡Su \'0z desgarrad* u'a,
se apaga con el valse : la eclipsa la embriaguez.
Las horas se desmayan, fatídicas \- lentas.
En medio de la fiebre voraz que la arrebat;i,
recuerda su pasado de vividas tormentas...
Lanza un postrer gemido... su rostro se dilata...
Retuerce con angustia sus manos macilentas,
y expira en el instante que cantan la T>uu!<na '
Claudio de .\LAS.
\/iSTAS DE
S6 nn Qí" i^ "
■s:r:-
- -' J-
?r^
--*^.«1«J5^.;
Piriápolis ser;í dcntru de brc\c ticnrp:) el recreo olili-
iiado de ios viajeros y exearsiunistas qiu' visitan nuestras
playas.- . ; ;;■; ;
El Gran Hotel Balneario que ser;i inaug'uradu próxi-
mamente tiene capacidad para m:ls de /jOO personas y es
reputado el mejor de la América del Sur.:;- ■ v | ■
¥^
;;^. a...v,<a... «i
oo —
PIRIÁPOLIS
Situado en un:i de las regiones más s:í1u Jabíes -Jj la
República donde la vegetación exuberante tiene las mis-
mas proporciones que la deltnípico el Balne:irii) Piri;ip(,)lis
está llamado á ser la Meca de nuestras peregrinaciones
veraniegíis. — Las vistas que publicamos han sido sacndüs
recientemente
54 -
IJes^s|)ei'an2a
/'(/;••</ Ai'i
(iUt lllf'lllt!! rii^t('z.-i \n iiiic tíuyi
li Til tnuiia Jim siciiiliri' y;t ciiiniiitiü !
I'i'i ijnt 1,1 )i lUiMf me vtAtú tu viila
\ I (III lili iiMi( ,1 csiit-rjiíi/.a IiiiycV
\ M t s niutit» \ nii llíintii ijiüfifiüihlt-
iHifi (!•• mi piilirt' .iliii;! sin ventar;!.
i'H ut).i>< limo. |it'iití!iiuli' fii tu iicriiiiisiuii ■
, |ii>' ijii' til b( lili Mil .sri:'i iinnilt.iSih- "'
. l'i i i|lii t'l üliMii iic>;;iin;i 'i camU t rí"
(i'f i:( «ipriiiu . \ t-n vi'z-iir ii<t<iit'rsc
-.i'i).* .1 I.i inii.i iisiiiíul ¡lára inriier.sc
1 1,1 ii>\iolaii,t iiochv df! iiiisKTin V
, l'oi ((iif i'ii lii siil;i tíui tatal lU-nuiiiln- V
. l'di mw -«t 1, lili» el loraziiii iiHTif V
/ l'iii ijiK il ll.M !o iiictalilo l|Uf Si- viiit»-
II 'tiit),is('l iiliii, d'' ilolor í«iiciiiiiiie y
, \li ' \ » j>u ii»i iiiiíaiiiin iiaiia ti tiisliin'
iu< n< >• Inimhi t,iii lioiulu!- iiadt'i'cn's.
iMi (•>> 1,1 iniHiii ((iH- iiuiiiila liiTtos scu's
i'ii i'H «iiiiiu iisuiíi'iii' fh'.saíini! !
\!< liij,!! toilu i «.[i;. «Haüilo iiifíii-.
V i>liiiii¡uii til ( .ti'i'za ininaciiiaila.
pi iiliiia t II l.is lil.iiuiiras lit- ¡a aiiiiiiliail.i
X II 1,1 tn-tc 4i.|( /.(de la nuivitc
^■'ii l,ts- liiiliila> ,uiji!!Stia> lii- mi dinli'.
iiia-- lujólas ((IK' la !i»h1k- de ia \'u\:',
, l',!H I 1 " mi;i íil.tnca piniiieliifa
II 1 ■( (It »[if)'<;ii li tu'i;i> en el cieic '.
V!!«,ti! Lii til M.)ii' niatogradi,'.
t i¿iiiiiieí> de iiii'i,ible!> tiaiispareinias
>(in me jiare< t II lái-tea.s ilcii'eseeiieia.s
«!iiam,nitandi> eif^a.'í del ¡ias;idii'.
l'oiiHi vt- i{lle|;iii ( 11 «I aliiia i.i|iiesri,s
>( > íllJ^alllllL^ i{lle '1 didíir ¡li'ovuea - .
> I niiKi ueliili!,! 1 xáiiiíne. esta linea,
li 1 1 1 iiia de! e.K iiit<i d"- tus lies^v '
(¿i.t M ntid.is 1 ,n ü'ias iiie !»!'iiidar,(>
->i ,i>iii t-.tii\u^i.- al amor d ¡sjiieita !
Ni jtiit lid Mimpn líder ei''iiii' esta^ iiiiurla :
iiM iiaittt 111,1". I II!!. !(Ue úiTiiiitara».
<>.\ e. didiii-. (jiie leinai-ás cterní'
al aliatir imr sielnjirc mi cabeza:
Dale una o.senra flor :i mi tristeza;
ramliién tiene .sus flores el iiivieni(f!
Tdd.o aealm: Tu muerte asaz teiuiiíjuia,
nos aleija en terrible despedida;
y .si todo es efímero en la vida,
Sollozando tedij-o: ¡ Ha.sta nialan:
Hasta mañana : Y el destino quiera
que iiroiito doble mi eansada frente:
amaré tu recuerdo santamente,
rento .scg-uro. mientras no Jiie innerji^
Al huir para .siempre (le este suefo
liay en tu faz tan jiiajestuosa caliiiíi,
que aeaso miras tu inefal)I« alma
en un raudo volido hender el cielo.
Ks hoy la mía un g-ran desierto tris'tc
que no aMent-a ni un solo «'crinen viio
pero tiene un (lasis compasivo,
tonnado con los besos que me distw! .
Su íuiiparo buscaré, cuando ateridc
venza el liolor mi espíritu cobarde,
como res'rcsa, cuando cae la, tarde
el zorzal iiielaneólieó á sil nido.
Y allí te amaré más, en los iniíiutoi-
en 1)111! el ocaso entristecido llora..
y apas'aré mi sed abrasatiora
exprimiendo ia savia de susfruto-s*. .
• ■ . i ■
■^ i- .,.
Hoy me causas envidia, cementeri(|.
al pensar en la g'loria que te espcjja.
(inania su cuerpo en tu mansión austiu-a,
y ocúltalo en las sombras de! misterie
(iiie Junto al mármol de su tuinlia fria
i'i eiitre las hojas de nn ciprés clenientc,
como uíia taciturna ave doliente,
liar.i su nido l.-t tristeza mía . . , ! |
!
.b.-i. Vl.VÑ \
.).>
Hermosa v tonta...
Kiiiraiido .-'i l;i easfi, se |j<,'1"cíIk^
uti tuerte oior .-'i iM-iMuiues. A l;i
Jcrreíiíi. i'ii el jiuíio, una luibitíi-
ci<')n ;nuuel)!a(la con lujoso.-; diva-
!!<'-- y iíTan(l<-s csimíjo-^ : una lier-
ulo•^a aríiHíi <|U<í espai'ec sus lu-
<4e> (le g'alns. pende del leciiu
<M! su centro, íSobre los divines.
jM'rezosaniénte reclinadas, están
las mujeres expendedoras d('l
placer. La patrona, Erciiia, una
jov^en y esbeltíi mujer, con una
sinirisa acariciadora, se levanta
á rT-cihirnos.
— Ku vuesti'a casa: — ^ nos di-
('tv™ podéis tomar asiento, mis
aíuabies auíip3s.
-Se inicia uufi conversación
íranc;i, expansiva. Se ríe t'aerte,
se. eliacotea, se critica á medio
niiiudo. El palui'do tal, que siem-
pre acude' con refranes nuevos,
olientes <á t'ítr.s-i ; el sobrino del
tíiinistro aquel, siempre haciendo
sonar las monedas en el bolsillo:
el teniente de artillería, de capri-
chos íntkmes; etc. .
— Pero 8ara — interrumpe Er-
ciiia— ^ tú siempre triste, retira-
d.-i. Qué haces en ese rincón ? I
Acércate tonta ! . . . Es una mujer
lue no la comprendo, siempre
silenciosa, fria ; oye y calla.
Observóla un instaiite. Alta,
blanca hasta el trasluz de las
veiuis, de cuello i^Tueso y salien-
tes senos. Vestía un liatón rosa ,
pálido y sobre su rubia cabelle-
ra lucía un lozano jazmín. Nues-
iras miradas se (íncontra.ron. Ha-
j''t la vista eoTi una cadencia su-
blinie. La curiosidad me iui[>iiK«'.
a -^u lado. Orreeílc un asiento \
comenzamos i] hablar. .Vtjuel de
.jo do x'nlinientalísmo pi'olundo
atjurlla sonrisa d<- e.Kpi"csi\ ¡i
amarj^ura. obraiían soin-.- mi
como un supremo d(Jior. iíai)la-
inosde la vida ...
; ... :No sé reír, ni sé ale^rarahí.
Erciiia reníej4"a. Hermosa y loji-
ta es una des^'racía, dice. (.'rnn<.i
reír? Onuo aleg'rarmey I># «jué
y por qué? Después dearrancar-
me del seno d(; mi íamilia. don.h
era mimada por mis padres n
mis heruianos, adulada y ajíasa-
jada por mis amí^-os, para -arras-
trarme luista aijui ...
El rosti'o fué hiitnedeciiiü por
asé Ihuito silencioso que mana
desde el fondo tlel alma y un
breve silencio se hizo. Hal)lab:i'
pausada, con una^ tristeza [rro-
funda.
— Y, dime, quién fué . . .?
— Fué . . . bah . . . fué un anii-
g-o que dijo amarme... Aiuiv
g'o de mis hermanos, de mis jiei--
nas, de mis padres... Xos ¡remos
y nos casaremos, fueron sus. pa
labras. Nos fuimos, pero casara
nos... Cuando se aburriiV me
abaudon<). Erciiia lo supo. Habla
sido condíscípuia mía yconiotal
me visitó. .\[e habló de las belle-
zas de esta. vida, y yo, incauta..,
ya lo vé ... Ahora, quiere iju*-
ría., queme (hnuuestre ale.¡rre ...
Keírme . . . ;iU;,üra ['me . . D.- q ué . . .
(-d'or <iué ... y
-M \KC«>S Kk'omk.nt.
-c-Í^XCír^o —
— ;)H
Ovidio Fernández: l^íos
-m
Por jardines ajenos
'"Por jos lardines del alnria*% de Ovidio Fernández f^íos
; Aun rxiíírs'ii soñadores ! ;Aún !
.Í']!l0!5 s^í. BOU los Ik'tocs ojuiesros á ('.>;) Ic'gíón de autómatus. ijiie
li:)!! st'íi-uidu cj eainiíio de las lüás verí^^onzosas claudieaciohes sui^e
(iiiítndo.a las i-x-uras del vicio las virtudes del eiisueno del cual
— 57 -
abominan ; abjuríindo de las ideas que alimentan los hombres
libres predispuestos á la lucha, y ensayando genuflexiones con las ■
que pagarán los favores de los Cresos.
El ensueño es, pues, un símbolo del heroísmo ; una forma de
lucha contra el Minotauro del oro que todo quiere acapararlo y
domeñarlo á su antojo, protegido por la inercia de unos y la indi-
ferencia de los otros, seres nacidos para la vida animal en un impe-
rio de orangutanes.
Por eso, toda vez que me llegan en forma dé libro las manifes-
taciones de un espíritu superior al que no arredra el avance de la
fauna mercantilista, me siento inclinado más que al elogio á la
admiración, sin creer por eso, como muchos, que el elogio de la
obra ajena sea dicho en perjuicio de la propia.
Mucho regocijo me ha causado la aparición del libro de Ovidia
Fernández Ríos, digno, por su estructura y concepto, de loa y con-
sagración.
Era esperado entre nosotros un poeta así, que uniera á las
exquisiteces de la poesía lírica las notas y el vigoroso empuje de
la épica, pero conservando en ambas la belleza de la forma y
siguiendo estrictamente el evangelio del arte. Otros intentaron an- ;
tes conciliar las dos tendencias convencidos de que ello.era factiblcy
pero debido á su carácter ó á su predilección por una de el las-
fracasaron lamentablemente, incurriendo en futilezas negativas de
su talento ó cayendo inconscientemente en el abismo de la imita-
ción servil.
Por los jardines del alma es la exaltada obra de un poeta
combativo y á veces sentimental. Estrofas ricas de savia, de una
fluidez á todas luces divina, que deleitan y dominan el espíritu
encaminándolo hacia el corazón de la vida, las de Fernández Ríos
son un trasunto del alma contemporánea, tan difícil de sondear por
lo compleja y contradictoria. Muchas de ellas traen un soplo del sen-
timiento, del poeta que rememora el pasado con ferviente devoción,,
ó un rasgo de su idiosincrasia que nos habla de la verdad con el
viril acento de los apóstoles apasionados. Entonces, Fernández Ríos-
nos ofrece todos los matices y todas las notas de su temperamento
tropical que, ora se desborda en vehementes imprecaciones contra
la canalla que le asecha en la sombra ; ora en consuelos para los
humildes cuya es la aureola del dolor; ora en explosiones de sober-
bia respondiendo á sus detractores, ó bien en serenas expresiones
sobre la tristeza de las realidades humanas.
Las composiciones Chispa de ira, Lacrima;, Cantos de la
— 58
luclm, Desde la cumbre y La eterna soinbra son un bello conjunto de
axiomas que nos revelan la tendencia filosófica de este poeta
moderno tan dado á largas meditaciones de k\s cuales el fruto es
siempre positivo y eficaz. El estilo personal de dichas composicio-
nes cuyo brillo no obscurecen las sombras de la retórica ni los arti-
ficios de la decadencia ; el esfuerzo innovador que él señala, y los
grandes aciertos con que termina cada estrofa, han hecho de ellas
la escala por la cual asciende el autor á la cumbre de los grandes
triunfos. En esas estrofas de rebelión y de verdad la belleza plás-
tica harmoniza con el ritmo y con el pensamiento exuberante por-
que el artista se ha igualado al pensador y la labor de ambos se
nivela. '
Una de las características más encomiables de Fernández Ríos
■es la de exaltarlo todo en versos cuyas figuras nos dan una idea
acabada de las cosas que canta y cuya harmonía tiene la virtud de
conquistarse la voluntad del lector menos sensible. Leed Pórtico y
os sentiréis arrastrados por sus palabras revolucionarias y por su
soplo musical.
La poesía amatoria y la descriptiva en general tienen en
€ste poeta un digno y noble representante que imprime sobre nue-
vas formas el sello indeleble de su originalidad y produce emocio-
nes de humano y hondo sentimentalismo. Ahí tenéis: Epitalamio,
escrita en alejandrinos pareados tan suaves y cadenciosos que
remedan una teoría de cisnes deslizándose sobre un lago ; Baile de
máscaras y Rojo y Negro, cuyos hemistiquios sonoros presentan giros
flexibles y cambiantes aterciopelados ; Visión, evocativa toda ella
de las cosas déla Alhambra y cuyos frescos dodecasílabos sucé-
dense apaciblemente como los acordes de una guzla mora ; La can-
ción de las cavipanas y Ya nos iremos . . . , ambas leves y emotivas ;
Lnfortunio, en que el poeta vuelca con pasión su cáliz de amargura
rememorando á su amada muerta, y ese galante soneto : Perdonad
á este pobre. , . tan divinamente cerrado con este po7-qué elocuentí-
simo :
« Porque de vos yo quiero, noble Señora mía.
Lo que siempre se piensa y no se dice nunca !
Ovidio Fernández Ríos es un poeta que ama y siente el madri-
gal pero no abandona la epopeya á la que es aparente su tempera-
mento de luchador fogoso y en la cual su numen adquiere la talla de
un Tirteo subyugador. El sabe que ha nacido para la lucha y para
g\ ensueíío como la mayoría de los escritores modernos, pero no
— 59 —
traiciona su vocación. Es un lucliador y un sonador cuyos gestos, á
veces, se contradicen. Más en este caso la contradicción no es sino
un rasg-o de la sinceridad del poeta «uya alma está expuesta á los
huracanes íntimos que provoca la perspectiva del horizonte social
ó el pesimismo de la juventud pensante. .
Cuando dice:
«La libertad es grande como el mundo -
Y el mundo es uno solo para todos!»
el trovador se yergue en rebeldía y su voz tiene la firmeza de un
convencido avezado á los embates de la suerte.
Yo creo que el artista moderno debe ser un sembrador de idea-
les cuya cosecha disfrutarán las futuras generaciones, más aptas
para la libertad que las de hogaño por la experiencia que legarán
de sus mayores y por la evolución de la sociedad en estos últimos
siglos.
¡Desgraciado quien dice que al artista no debe importarle la
libertad !
El arte no implica de ningún modo la sumisión absoluta á los
potentados ni á los déspotas.
La era délos artistas áulicos pasó á la Historia y sólo en e!la
persiste su recuerdo como una sombra dé la conciencias antiguas
tan fuertemente 'apegadas al fausto y á las pompas reales.
El artista de hoy es un emancipado que, ó bien canta la liber-
tad, ó bien la traiciona al precio del lujo y la comodidad.
Y Ovidio Fernández Ríos ha optado por lo primero, figurando
así en la falange de los escritores libres. .
Yo aplaudo en él al luchador y al artista y les estrecho la
mano después de haberme deleitado por los jardines del alma
donde ellos me condujeron.
PÉREZ Y CURIS.
■o{]í^:X$>-
a. Goby
Nuestra earái-tula luee hoy un hermoso trabajo del exquisito artista cuyo iioinhrc
sirve de epígrafe á estas líneas.
Elogiar al Maestro que en ambas repúblicas del Plata ha conseguido un justo
renombre y conquistado tantos triunfos, nos parece innecesario. Además, para ocupar-
nos de él, dignamente, necesitaríamos más espacio y tiempo, que emplearemos en una
serie de estudios de arte, de próxima publicación. En tanto, agradecemos al artista su
valiosa cooperación.
60
Poetas tiu-evos
Julio J Casal
En i<etipada I
Para Apolo.
Con mi (lulor ;i cuesta, '
Yo seré el nuevo Sísifo errabundo
Huyendo siempre de la humana fiesta
Dejando atrás el muladar del mundo 1
No. No llamo á la muerte | .
Para ahorrarme el sufrir de mi caída
Para ahogar los reveses de la suerte
Que fué el azote de mi ingrata vida.
Jle voy lejos, muy lejos j !
Ni yo mismo lo sé, tal vez acaso
Al ocultarse el sol, ya sus reflejos
Sólo alumbren las huellas de mi paso.
A dónde voy ? Lo ignoro ;
No voy en busca de mejor destino
NI me seducen ni el poder, ni el oro
Ni tampoco la sed de peregrino, j
Yo voy quien sabe íi dónde
Para siempre á perderme en lontananza
Allá muy lejos donde el sol se esconde
Donde la vista del mortal no alcanza !
Ricardo PASEYRO.
Montevideo, Diciembre lí)08.
« H^léniea »
A Pérez y Ciiris.
Es ánfora sutil de evocaciones,
un ensueño de amor donde palpita
del pasado —las regias tradiciones. . .
Bajo las alamedas, una cita:
El rubio paje de tus ilusiones
y tu canción la blonda sulamita . . .
¡ Hay un beso de luz en la exquisita
sentimimentalidad de tus canciones!
Hay un pálido azul en los mirajes
miríficos, sonoros de tus versos,
biombos dorados y jarrones tersos —
surtidores que cantan leve trino,
el grato rumorear de los follajes,
la sombra que se pierde en el camino. . .
El Amuleto
i _-■ ■
Para Apolo.
La tarde más feliz de nuestras citas
en el transcurso de un amor velado,
tus ojos en un llanto idealizado
me ofrendaron sus lágrimas benditas.
En las propicias lumbres infinitas
de mi cielo interior — opalizado, —
oculté con ternura el cruel pecado,
de conturbarte con amargas cuitas.
Te emocionaste en esa lucha grata
y ardieron tus mejillas de escarlata
por la embriaguez de un trémulo secreto
que delató tu mano caprichosa, ,
al privar á tu pecho de una rosa
para que de ella hiciera mi Amuleto.
Carlos María de VALLEJO.
Ji'Lio .1. CASAL.
Montevideo, 1008.
— 61
Juan Yie^tit^ Góm^z
Reiiroducinios do Venezuela, revista que publica en París
el gallardo escritor Pedro César Dominici, el presente artículo,
escrito con motivo de la caída de Cipriano Castro, el inmundo
déspota venejsolano, y la exaltación de Juan Vicente (iómez
á la presidencia de la República. — JS'. de la li.
Por Última vez el Destino pone
en manos de este hombre afor-
tunado la suerte de la República !
Sobre los hombros del soldado
que en diversas ocasiones aflrmó
con su espada la tiranía tam-
baleante, descansa momentánea-
mente el honor de la Nación !
¿ Tendrá conciencia ese hombre
de la altura en que se encuentra ?
¿ Sabrá abrasarse su alma en el
supremo ideal de la Libertad?
¿ Cumplirá sus deberes para con
la Patria oprimida ? ¿ Tendrá alas
de cóndor ó alas de cuervo?
¿ Bajo la púrpura de su ambición
se esconderá el servidor manso
y sumiso, ó el libertador de un
pueblo esclavo ?
No necesitamos requerir en las
entrailas de la víctima, ni entrar
en el delirio místico de la jjito-
nisa de Delfos para adivinar el
porvenir : cortos días bastan para
descifrar el enigma y descorrer
el velo de los misterios.
Las ofensas y humillaciones
que Castro ha inferido á Gómez
públicamente bastarían para
romper la más sólida amistad,
que sin deshonrarse pueden cul-
tivar dos hombres. Juan Vicente
Crómez no puede olvidar el opro-
bio de la Aclamación del Terror,
ni el papel ridículo que alevosa-
mente Castro hizo desempeñar
entonces al hombre que en La
Victoria le había salvado la vida
y el trono. Celoso de los laureles
de su rival, el odio del sátrapa
fué aumentando hasta la ruptura.
Los amigos del. vice-presidente
conocieron los encantos de las
cárceles « restauradoras » y las
tristezas del destierro, y Gómez
mismo no osaba salir de su casa
por temor de ser asesinado, ó
preso, por orden del héroe de
Capacho. Vigilante de sus pro-
pios intereses, Doíía Zoila — ilus-
tre consorte— observadora de la
consunción que minaba la salud
de Cipriano, juzgó prudente
reconciliar al presunto sucesor
con el estropeado cónyuge,
suponiendo que aquel había de
protegerle la cuantiosa fortuna
del difunto: y la reconciliación
fué hecha por manos femeninas.
Reconciliación aparente. Gómez,
hosco y taciturno, siente tras sí
la hostilidad hipócrita del tirano ;
y sabe que sólo la mala salud de
éste le ha impedido hasta ahora
destruir completamente á su
rival.
¿Por qué ha soportado Juan
Vicente Gómez las más dolorosas
infidencias y las embozadas
vejaciones de su jefe, sin chistar,
en admirable mutismo, sin in-
tentar el gesto varonil de la pro-
testa? ¿No aguardaría inquieto la
hora del desquite? ¿No le aho-
gará la cólera al recordar los ul-
trajes recibidos? ¿ Tiene ese mi-
litar alma de siervo ? ¿ O se im-
ponía tales sacrificios para salvar
más tarde al país de las garras
de la tiranía ?
No cuadra al guerrero vivir
de hinojos. La actitud propia de
frailes y sacristanes no está bien
para quien ha conducido ejér-
— 62 —
citos y dormido en el estruendo
de la metralla. El militar debe
estar siempre de pie, ó sobre los
estribos de su corcel, no de
rodillas.
¡ Cuan más noble destino, y
cuántos varones ínclitos de altas
virtudes y alma generosa no
envidian hoy el sitio que ocupa
Juan Vicente Gómez ! . . . Rom-
per las cadenas de un pueblo
esclavizado es la más grande
hazaña á que puede aspirar un
soldado. Reedificar el imperio de
la Ley sobre las ruinas de la
satrapía, crear de nuevo la Repú-
blica, devolverle á los ciudada-
nos sus dereehos conculcados, la
libertad de reunión, la libertad
del pensamíeuto. Abrir las puer-
tas de las cárceles en donde gi-
men enyugados desde hace aíios,
ancianos que ya contemplan la
almohada de la tumba, jóvenes
altivos que pasan los mejores
años de la juventud tras los mu-
ros de la ergástula : j por el
horrendo crimen de no amar á
Cipriano Castro! Devolver la
alegría á la mujer venezolana,
cuyo rostro, cansado de llorar ya
ha olvidado hasta la sonrisa.
I Qué mayor gloria! ¡A qué
satisfacción puede aspirar mor-
tal alguno superior á la infinita
dulzura de quien devuelve al
seno de la familia al pariente
prisionero. Alrededor del recién
llegado todos lloran, madre,
esposa, hermanas, hijas; pero no
son lágrimas de tristeza las que
surcan aquellas mejillas : son
lágrimas de dicha inefable y
purificadora, lágrimas de amor.
¿Valdrá más para Gómez el
amor ponzoñoso de la serpiente
á quien llaman Cipriano Castro,
que el amor del pueblo vene-
zolano ? ¿ v^ se imaginará él que
sus deberes de magistrado son
con el tirano y no con Venezuela?
¿ Creerá acaso que aquella tierra
es feudo y bajalato de Castro
hasta que la obra del gusano lo
consuma? ¿Nueve años de cri-
minal despotismo y cien millo-
nes de francos no le parecen
suficiente premio para su anti-
guo amigo?
La reacción contra la tiranía
es evidente. Nuestro pueblo no
ha podido llegar á tal grado de
abyección que no pueda des
pertar de la ignominia.
La figura del general Juan
Vicente Gómez aparecerá ante
la Historia : ó como la de un
benefactor de su Patria esclavi-
zada, ó como la más débil de
nuestra política, manchada con
los crímenes de Castro y con las
infamias de una época vergon-
zosa y funesta.
Pedro César DOMINICL
-o^$CÍC$(}^-
Rojo
Para Apolo.
Yo soy un soñador que por la Vida
Cruza con un enjambre de quimeras.
Pensando en las auroras venideras
Do vislumbra la Tierra Prometida . . .
Cuando yo lucho, nada me intimida;
A las olas que se alzan altaneras,
A las nubes plomizas, mensajeras
Que del Dolor anuncian la venida :
A Emilio Boise, cariñosamente.
Les presento mi pecho adolescente,
Que semejando un gladiador valiente,
Ante la fuerza del más rudo embate,
No siente ni el temor ni la zozobra:
¡Tiene el poder que basta y aun le sobra
En las ardientes horas del combate!
Julio Raúl MENDILAHARSU.
— 63 —
Fae^s radiosas
Para Ai'OLQ.
Esta noche el paisaje me cautiva
Con sus oros, su múrice y su plata:
Cada estrella es un alma pensativa,
Cada rama una flébil serenata.
La fuente melancólica, en la riba
El raudal de sus perlas desbarata,
Y arde como una lámpara votiva
La luna, siempre misteriosa y grata.
En el leve mutismo del paisaje,
Donde prende la bruma albas de encaje,
Flota el alma sublime de las cosas;
Y en mi espíritu, enfermo de belleza,
Florecen con romántica tristeza
De la Reina Ilusión, todas las rosas.
Guillermo LAVADO ISxWA.
La Victoria — Venezuela — 1903.
-oííCrXÍOo-
Mi íirof-eeía
Para Apolo.
Por verte siempre joven ha roto Sagitario ,
el arco de sus flechas. Y Dios lo ha consentido ...
Para que fueras triste la noche ha detenido
sobre tus ojos negros su tardo dromedario ...
Para que fueras blanca, el sol — el presidiario
de la celda imposible de tu cutis — ha ido
encaneciendo, y tiene de nieve enriquecido
su venerable manto, como un rey solitario . . .
Por ti se purifican todas las cosas bellas ;
por ti las ñores quieren besar á las estrellas
y aspirar el perfume que en el aire derramas,
¡hasta claudica Eolo para beber tu aliento...!
y yo que te comprendo, y te amo y te presiento
no puedo ni siquiera saber cómo te llamas ...
Lorenzo VICENS THIEVENT.
64 —
Bibliográficas
liibfos y íoUctos feeibidos
Salvador Rueda y Rubén Darío, por
Aiidn's Gonzólez Blanco. — Librería di'
Piieyo. — Madrid. — Es un heriudso estudio
<le ííi personalidad de aquellos poetas y de
la poesía española en estos últimos tiem-
pos. Escrito en ese gallardo estilo (jue ha
hecho de la obra de González Blanco uii
verdadero símbolo literario, el libro que
me ocupa, lleno de interesantes conceptos
. y notas psrsonalisimas paréeeme, no obs-
tante, un tanto apasionado. No sé si ello
es debido á la discrepancia de ideas (lue
existe entre González Blanco y yo con res-
pecto á la labor de aquellos poetas y al
esfuerzo ijue ella signltica comparándola
con la de otros que en España y América
.señalaron también nuevas orientaciones
poéticas. De cualquier modo : el libro de
(ronzález Blanco, bien nutrido y documen-
tado, se hace acreedor al elogio sin reser-
vas, por la nobleza del concepto y por la
plétora do conocimientos qne denota. Mis
aplausos al Joven literato. — PÉRKZ Y
CURIS.
Batalla de Odios, por Rafael Lóps: de
Haro. — Librería de Pueyo. — Madrid. —
€on una fina dedicatoria de su autor heñios
recibido esta novela de un conjunto bello
y armónico. La acción de Batalla de Odios
•se desarrolla en una aldea y de Haro hace
desfllar allí todas las miserias morales, la
avaricia y la ruindad que constituyen la
vida de sus habitantes. Está en lo' cierto
López de Haro cuando dice que liaj/ quien
canta ó la paz de ¡a aldea sin conorerla.
Muy bien pintado está ese abobado Joven
lleno de buenos propósitos, que prevarica
poríjue la parte contraria la representa
una mujer bella y seductora
Batalla de Odios es un libro de estilo y
de observación. Han colaborado en él el
artista y el psicólogo, ambos con igual
suerte.
Vavan al autor nuestras sinceras felici-
taciones. FLOR DEL L.\CIO.
Las Nuevas Tendencias Literarias,
por Manuel Ugarte. - F. Sempere y C.^ —
Valencia. — EÍ laborioso escritor argentino
Manuel Ugarte, nos ha enviado un ejem-
plar de su liltimo libro, así titulado. En
Las Suevas Tendencias Literarias so ocupa
Ugarte de nuestra literatura contemporá-
nea y de la labor de los escritores (jue más
se han distinguido en América en estos
últimos años. Los capítulos «El modernis-
mo en España» y «Una ojeada sobre la
literatura hispano -americana» son dos her-
mosos estudios que ponen de manifiesto la
serenidad de criterio y la benevolencia con
que procede Ugarte después de observar
las características de cada escuela y su
influencia en pro ó en contra del verdadero
ideal literario. Agradecemos el envío. —
PÉREZ Y CURIS
Los Maestros Jóvenes. — « Gómez Ca-
rrillo », por Eduardo de Ory. — Librería
de Pu.eyo. — Madrid. — Hemos recibido este
estudio de psicología literaria sobre la
obra incansable y proficua del exquisito
Gómez Carrillo, ya consagrado como maes-
tro de la Joven literatura hispanoameri-
cana.
Ory, con elegante estilo, describe en él
sus iinpresiones intimas acerca de la belle-
za que encierran todos los libros de Gómez
Carrillo. Agradeciendo el envío, adherimos
al de Ory nuestro más sincero aplauso
para el notable maestro. — OVIDIO FER-
NANDEZ Ríos.
NUEVO CANJE <
El Posta Andixo. — MfVirfa ( Vcnezti"la ).
— Acusamos recibo del número i de este
])eriódico de literatura, política, etc., que
dirige el señor Nicolás Fernández T.
Gkxesis. — 'Slérida. — { Venezuela). — De
esta interesante revista de literatura nos
lia llegado el número 22, repleto de exce-
Itntes materiales.
Blanco y Negro. — Santo Domingo. —
De la tierra de Tullo M. Cestero también
empieza á llegarnos canje. Blanco y Nefiro,
que es una hermosa publicación artística,
registra en sus páginas firmas de consa-
grados escritores dominicanos.
La Cuna de América. — Santo Doraint/o.
— Es ésta una bellísima revista de cien-
cias, artes y letras, que se publica bajo la
dirección del señor .Tuan Elias Moscoso
(hijo). Los números 86 y 88 que tenemos á
la vista traen un excelente material de
lectura y, numerosos fotograbados. L«
Cuna de America ocupa un alto puesto
entre las más selectas revistas del conti-
nente.
El Fígaro. — San Jase de Costa Rica. —
Revista semanal ilustrada, de exquisita
presentación y selectos materiales. Nos
ha visitado el; número 87 correspondiente
al 17 de Octubre de 1908.
Establecemos el canje de práctica con las
revistas arriba nombradas.
En nuestros próximos números nos ocupáramos: de las novelas:-
«Sor Demonio», de Felipe Trigo, y ce El Tormento de Sisifo», de
Augusto Martínez Olmedilla;
y de los siguientes libros de Francisco Villaespesa: c(El Patio de
los Arrayanes», «El libro de Job», «El Mirador de Lindaraxa» y
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Secretario de Redacción: Ovidio Fernández Ríos
CUERPO DE REDACCIÓN
. . Julio Raúl Mendilaharsu — Corresponsal en Europa
Juan Picón Oiaondo — iMontevideo.
Francisco VMllaespesa — Madrid.
Manuel Ugarte — París.
hnriquc Olaya Herrera — Bruxelas.
Luis G. Urbina — México.
Rafael An^el Trovo — Cai"tago de Costa Rica.
Guillermo Andre ve -- Panamá.
Froilán Turcios — Tegucigalpa (Honduras).
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Anuro Ambrogi— San Salvadoi".
M. Moreno Alba — Barranquilla (Colombia).
Alberto Sánchez — Bogotá.
Miguel Luis Rocuant - Santiago de Chile.
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AdminíStradóP: LtüíS PÉfiEZ (Cerrito, 375)
-■ M'NTEVIDKÓ {L"liU(,LTAV
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Secretario de Redacción: OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO IV
Montevideo, Marzo de 1909
N/ 25
La mu^rt^ es la Paz
, Es el de cronista, triste oficio.
Siempre el alma inquieta, vo^
lando de miseria en desgracia,
de infortunio en desventura,
poniéndole glosa á ja maldad,
comentario, á la injusticia: tor-
turada la imaginación, en su em-
peño de hallar en dramas vul-
gares, esencia de idealismo, de-
licados matices y poéticos tonos;
elaborando el espíritu, con el
pesar ajeno, la propia tristeza :
Como el hidalgo loco de £!er-
v^antes, el cronista, ñjo en e¥
Clavilefío de su dolor, recorre
con la fantasía el espacio sin fin
de todos los dolores.
Es inútil que busquemos notas
alegres. Sólo un asunto, tristí-
simo en el fondo, induce y mueve
ala risa: la eterna imbecilidad
humana, dando oídos á mani-
fiestos pomposos de partidos que
murieron, por abandono de la
idea que era su espíritu; á propa-
gajidiis de una política, que por-
que nada tiene lo promete todo.
Ya lo dijo, Larra. El hombre,
que deja engafiar su apetito con
vana palabrería, promesa de
poco substanciosas libertades, es
el más estúpido de los animales.
Tiene hambre, pide pan; le ofre-
cen derechos y se conforma. Y á
la postre, sólo un derecho, que
no le prometieron, goza y dis-
fruta: el derecho de morirse.
Descontada esta risible tris-
teza — valga la antítesis — los
periódixios, sólo sangrientos rela-
tos de crímenes y desgracias
publican. Por igual sentimiento
de egoísmo, la alegría se esconde
y el dolor se muestra: aquélla
para que ninguno la comparta;
éste para que todos le lloren. La
vida, como el mar, solo arroja á
la superficie los cadáveres.
Y sin embargo, entre tantas
muertes, hay una que de todas
se destaca.
No es fin al que se llega, llenos
los ojos de sangre, por rebelión
de gTOsero instinto ó á impulsos
de colérico arrebato: es muerte
serena, producto del dolor sedi-
mentado, de la amargura refle-
xiva.
— 66 —
A la vista de Algecims un sub-
dito alemán, pasajero del vapor
correo de Ceuta que atraviesa el
estrecho, se arrojó al mar, de-
jando clavado en la borda un
papel que decía : « Mors est pax
laboris et miseriae».
A este hombre le pareció que
la existencia no merecía el es-
fuerzo del trabajo, si por premio
sólo encontraba la miseria. An-
sioso de goce, y no pudiendo
gustar el efímero queda el triun-
fo de la vida, buscó el eterno
que proporciona el descanso de
la muerte.
Con la idea suicida, se alejó
de la costa africana: vio como
la tierra negruzca, perdiendo
contornos y perfiles, trocábase
en azul pincelada, que poco á
poco fué esfumándose en la leja-
nía del horizonte.
Tal vez en aquel instante, co-
mo la tierra en la lejanía, borró-
se en su alma la idea de la vida,
y con ella la idea de la muerte.
Ni trabajos ni miserias le recor-
daban, la azulada ondulación del
mar, la tersara azul del cielo.
Fué un sueílo corto ; que al
emerger de las ondas la tierra
española, pincelada azul prime-
ro, mancha negruzca más tarde^
que lentamente fué adquiriendo-
contornos y perfiles, remanecía
en su alma la idea de la vida
cortejada de la muerte.
Acaso entonces como Hamlet
se pregantara: ¿Será morir, dor-
mir, soííar ? . . .
Y atacado de vanidad postre-
ra, con pretensión orgullosa de
que el mundo no ignorase de su
cansancio, ó su desprecio, puso
lema á su muerte, lo clavó en la
borda y se arrojó á las aguas,,
anhelando beber en su salse-
dumbre la dulzura inefable de!
eterno reposo.
¿Habrá conseguido su propó-
sito ?
¿ Desligado de las terrenas
ataduras, que á la vida le sujeta-
ban con trabajo y miseria, goza-
rá libre el espíritu, en serenas
regiones, la paz apetecida ?
Las aguas devolverán á la tie-
rra lo que es suyo : la carne
muerta.
Enrique DE MESA.
V
TÜXIDIO
Todo es tetro en el alba de las noches vernales
Porque yo me he tornado displicente y sombrío.
No perfuman, mi alcoba los opimos rosales,
Y las brisas hesperias ya me causan hastío.
El azur transparente dol remanso de un río
Que desliza, apacible, sus copiosos raudales,
Y el miosotis del éter en las tardes de estío I
A mi psiquis enferma dan nostalgias iguales.
Resquemores de viejas pesadumbres y el frío
De un invierno de dudas, atiriendo mi gozo,
Anegaron en nublos el espíritu mío ; i
Y ahora estoy en mi alcoba despidiendo un sollozo,
Cual un monje en su celda, displicente y sombrío,
Y soy reo de amores dentro de un calabozo.
PÉREZ Y CURIS.
•■-■ -67 -%^
de mx locuira
El Insomnio
Para Apolo.
El Insomnio mis párpados abre,
A lo obscuro mirando no veo
Pero estatua de blancas pupilas
De mí mismo yo miro hacia adentro,
Y en la sombra una voz angustiada.
Que parece que viene de lejos,
Muy despacio repite á mi oído
Lo que mi alma le dice á mi cuerpo :
«Soñador, mi carnal envoltura.
Yo el espíritu soy que te muevo.
Yo sufro, mi angustia
Es la que hace te agites inquieto.
Yendo en pos de la dicha soñada
Con el ansia de puros anhelos.
Como tú me debato doliente
Que es mi cárcel obscura tu cuerpo.
Si es que llama el abismo al abismo,
Como llama el Amor al Deseo,
Como llama la cúspide al rayo,
Como Uama el relámpago al trueno.
Con la voz formidable que lanza
El. su barca el terrible Nochero,
Cuando, airado, les grita á las almas
«Que no esperen jamás ver el Cielo» ;
En el raudo turbión que me arrastra
El abismo soy yo que en el seno
De otro cae, cruzando en tinieblas
La región infernal del Erebo,
La morada glacial y sombría
De la Noche, la Muerte y Cerebro,
Donde flotan, vapores que asfixian.
El Dolor, el Olvido, el Silencio.»
Y mi cuerpo le dice á mi alma,
Como hablando con ella en secreto :
«Yo también aquí vivo en la sombra.
Yo también aquí v^go sufriendo.
Ya perdí mi postrer esperanza,
Ya no siente un latido mi pecho.
Ya su fauce me muestra el abismo,
Ya no brilla una estrella en mi cielo.
No hay vestal que custodie mi ara.
Para siempre apagóse su fuego.
He perdido el favor de mi Diosa
Y ahora soy como un templo desierto.
De Sisifo me agobia la piedra.
Como Tántalo vivo sediento
Y del viejo Carón en la barca
Surco el río de Olvido, el Leteo,
Con sus ondas me baña la Estigia,
He caído en el Tártaro negro.»
«Oh ! mi alma, que ves disiparse
Eu la vida tu mágico ensiieño,
Como nieve que al sol se derrite
Aunque extreme su frío el Invierno.
« Y pasando por delante de mi espíritu hizo erizarse los pelos
(le mi carne ».
Job.
Oh ! mi alma, que sientes opresa
De lo ignoto el terrible misterio :
La región de la sombra cruzamos.
La región de la Sombra es mi encie-
[rro !•
El Insomnio mis párpados abre.
Aquí estoy, como siempre, despierto
Mientras bate impalpable sus alas
Transparentes el dios del Silencio;
Aquí estoy, sumergido en la Sombra
Que, solemne, me infunde respeto.
Porque el ser de un peligro invisible
En sus átomos vaga disuelto.
Pero aun más que la sombra, tan
[negra.
Es la negra visión á quien temo
Y que ven destacarse á lo obscuro.
Espantados, mis ojos abiertos.
Como el rostro de fiera medusa
En la piel del escudo amalteo.
Esa negra visión eulutada
Menazáinte se acerca á mi lecho
Y me dice con voz cavernosa:
«Yo la única soy que Ve quiero.
Yo soy la Locura,
Que la noche pondré en tu cerebro,
Y en mi sombra entrarás si te toca.
Como un báquico tir^o. mi cetro.»
«Mas no es un cantar de bacante
Jxigueteando en un campo asfódelo
Perseguida de un fauno lascivo.
Ni la lúbrica voz de Sileno
Que te habla en la sombra. Es la mía.
Es mi voz que te da su consejo.
Tú la dicha hallarás si penetras
De mis silos al hondo misterio.
Venturoso serás cuando seas -.
Insensible á todo lo externo,
Y en un mundo quimérico vivas
Como aquel que se finge en los cuentos
Que á Harún— al— Raschid le narrara
El mirífico labio de un Genio
En Bagdad la opulenta, que tuvo
Al Califa abasida por dueño.»
«Fuma el opio, mortal fatalista.
Como el hijo de Budha. En el seno
De su sacro Nirvana diluye
Al creyente que embarga su sueño.
El sopor de un narcótico busca
Que mitigue tu rudo tormento.
El «haschich» que te embriague, ó el
[loto
Con que borres memorias del suelo.
Bebe el «ponche» diabólica me;ícla
68 —
De jengibre, aguardiente y, ajenjo ;
En el ron, cuya lívida llama
Es crepúsculo triste de Invierno,
Hay que arda tu última idea
Mariposa de luz del Cerebro,
Y, estalagma de un cavo geoda.
Deja inmóvil en ti el pensamiento.
Ei alcohol, el doral, la morfina
Te darán la visión de mi Imperio.
Ven conmigo á mi río de Olvido,
Que en sus ondas el turbio Leteo,
De venturas que huyeron fugaces
Como huye fugaz todo ensueño.
Extinguida la luz de tu mente
Ahogará, para siempre, el recuerdo !»
Y la Sombra imponente, con paso
Mesurado, se acerca á mi lecho;
Y me abraza la horrible Locura,
Y me estrecha en sus brazos de hielo,
Y al sentir de su fría caricia
El contacto, que enerva el Deseo,
Una lluvia de pena en raí cae.
Una lluvia que hiela mis huesos !
Adriano M. AGUIAR.
-o^^CCCÍ&o-
^utorr^tralo
Por la espaciosa frente pálida y pensativa,
desciende la melena en dos rizos iguales. ' j
Negros ojos miopes, gruesa nariz lasciva, ,
la faz oval y fina, los labios sensuales.
Sobre el flexible cuerpo, perturban la negrura
del enlutado traje que su dolor retrata, I
el d'annunziano cuello con su nivea blancura
y con manchas sangrientas la flotante corbata. ,
Apura un cigarrillo Kedive, reclinado I
en un diván obscuro, y entre el humo azulado I
del tabaco, sus ojos contemplan con amor
el azul de las venas sobre las manos finas
dignas de rasgar velos de princesas latinas
y ceñir el anillo del Santo Pescador. '
Franclsco VILLAESPESA
Miniatura
— ¿ Si no conozco la desnu-
dez de mi alma ? La conozco, y
por eso vivo alto en orgullo. Al-
ma desnuda como la verdad, co-
mo el amor. Todo lo puro, limpio,
legítimo, es desnudo. Los ángeles,
desnudos, vuelan por el aire en
sus veloces alas. El agua del mar,
cristalina y transparente, es des-
nuda ; el charco inmundo, sin
inovimiento, renovación ni ven
tilación, está vestido de .yerbas
malsanas, algas venenosas, y te-
las verdes y nauseabundas.
Los árboles superiores, los
admirables, son desnudos : su
cuerpo, limpio, se levanta en me-
dio de la selva, y en su cumbre
se sientan las aves del Paraíso.
Los arbustos vestidos de musgos
y parásitos, no son los señores de
los montes ni de los jardines.
Juan Montalvo.
Catulk M-etid-es
Hace poco m;is de un
año las letras francesas
estuvieron de duelo por
la pérdida del gran poeta
S II 11 y Prudhomme. La
muerte de Catulle Men-
dés, su compañero de lu_
chas, acaecida en los co-
mienzos del mes pasado,
ha vuelto á llevar el luto
á las escuelas y los cená-
culos literarios de Fran-
cia, que sentían por el
ilustre poeta una viva ad-
miración.
Rijidiendo homenaje al
Maestro desaparecido,
Ai'OLO reproduce su retra-
to y dedica estas líneas ¿
su memoria.
'^ ^ ^
«fl^CCCÍ&o-
a Julia Fotis
Sevillana que luces tu bslleza felina
en las danzas aéreas de elegante prinior
y que cantas tus cantos con la voz <ii'istal¡na,
toda trémula y fina, de un arrullo de amor :
Sevillana que domas la intención masculina,
¡bajo un ósculo tuyo, quién pusiera una flor!
; quién oliera tu rosa sin punzarse en tu espina!
¡quién gozara tu lumbre, sin quemarse en tu ardor!
Tú qne tienes la gracia, ten piedad de mi fuerza:
que tu palma debajo de mi viento se tuerza,
en un lírico gesto de prolífico afán.
Tal recuerdo las palmas del gran páramo yerto
y quisiera en la fiebre de un callado desierto
ser profeta ó astrólogo ó b3du¡uo ó sultán.
José SANTOS CHOCANO
70 —
¡aUcatiU, aUcatit^!
ríOVELifl
Para Apolo.
— i Hola, Chápuli ! — ¿ Cómo le va ? —
Me dijo nna herinosísinia dama la otra tar-
de en la Avenida de Mayo, presentándome
una de sus diminutas manos, que yo estre-
ché con frenesí.
— Mny bien— f; Y Vd V — musité — un po-
co confuso.
— ¿ Parece que no me conoce?
Interrogó la señora dando un timbre es-
pecial á su voz y una sonrisa á sus rojizos
y purísimos labios, que me hizo estremecer.
IJn sudor frío corrió por mi frente y un lé-
l)il desvanecimiento pasó por mi cabeza.
Sin embargo, contesté con todo el despar-
pajo que me permitió mi azoramiento.
— No me es usted desconocida. Esos ojos
negros y rasgados, esa diminuta boca...
lio me son del todo extraños, pero ¿ qué
quiere Vd. que le diga? no recuerdo en
este momento ¡viaja uno tanto ! Quizás la
conociera en . . .
— No tiene nada de particular — me in-
terrumpió—hace seis anos que falto, que me
encuentro ya desfigurada, vieja, tal vez . . .
— Vieja no, porque está Vd. en estado de
merecer, es Vd. nna lindísima joven, f, No
ve como todos la miran con cierta admira-
ración ? Eso prueba . . .
— Gracias, es Vd. muy galante. No puede
negar que es de la tierra ¡ Alicante, Ali-
cante !
— ¿ Pero, ¿ es Vd. de allí ?
— De Torremanzanas. Nací en esta ba-
rriada, en el verano de un año que fueron
mis padres, pero siempre viví en la capital.
¿ Aun no me ha conocido ? ¿ No recuerda
de María Sisó, aquella que vivió en la Pla-
za Constitución frente al Banco de Es^iuña.
al lado de la Nueva Adnanita ?
— ¿ Aquella cuyo padre era . . . ?
— ... Oficial (ie Hacienda.
— Sí ¡ ya lo creo ! — Le contesté, aunque
ignoraba la familia y ni recordaba de aque-
lla figura tan bella como simpática.
Era ésta una real hembra: buen tipo, alta,
<le pechos abultados y movedizos, de dimi-
nuto pie y pantorilla que, en la forma gra-
ciosa con que se recogía la falda, dejaba
ver tan irreprochable que enloquecía á los
hombres. Vestía primorosamente un f -aje
blanco, dejando al descubierto un bien tor-
neado cuello y unos redondeados brazos
cubiertos por encaje de tul.
Por conversar con aquella mujer inví-
tela á tomar un te.
Entramos, distraidamente, en el salón
del piano del Paris Hotel. Las pocas per-
sonas que alrededor de las mesas conver-
saban, nos miraron con fijeza. Pasamos á
otro aposento, el destinado para señeras.
Era éste un pequeño departamento con och»
mesas colocadas con cierta simetría; en el
centro pendía hermosa araña de unas doce
lamparillas eléctricas. Solamente dos, da-
ban una humilde como mortecina luz, que
hacía más á propósito el lugar. Una vez que
hubimos tomado asiento, entró el mozo,
prendió cuatro lamparillas más y se apro-
ximó á nuestra mesa.
— Dos tes, con masas— le dije— antes de
que pronunciara palabra alguna.
La lugareña habló entonces en voz baja.
—Cuando salí de España -me dijo,
acercando su cara á la mía, marché á Rio
de Janeiro en donde me desposé con un
viejo brasileño de mucha plata. En el
verano de un año enfermó él. Los médicos
al reconocerle, le recomendaron el benigno
clima de Af ontevideo. Él vino aquí porque
gustaba más de la capital de la Argentina.
Dos años hace que habito en Buenos Aires
en donde he visto algunos coterráneos, á
quienes no he podido conversar. ¡Alicante,
Alicante!
Entró el mozo y nos sirvió. Los dos be-
bimos del te caliente.
— ¡Oh, ahora sí que sabré de mi tie-
rra!—dijo la lugareña; mañana le espero en
mi casa Rivadavia 1125. Vendrá Vd— ¿ver-
dad?
Yo estaba desvanecido. Las caricias que,
en mi cara hacían sus finísimos cabellos y
el vaho del perfumado de sus ropas, pro-
ducían un gran éxtasis en mi ser. Murmuré:
— Mañana á estas horas estaré en su casa
por más que no he tenido el honor de cono-
cer al feliz mortal que ha tenido la dicha
de tocar ese angelical cuerpo.
— No le hace. Ya se lo presentaré. ¡ Es tan
bueno í Pronunció con cierta dulzura _ sus
últimas palabras y dio cierta expresión á
sus ojazos negros y rasgados.
Los dos apuramos nuestros tazas, dispo-
niéndonos á marchar. Eran las 7 de la tarde.
La lugareña me dio la mano y me miró
profundamente.
—Adiós; hasta mañana á las 6
—Adiós— le dije yo estrechando entre mis
manos la enguantada de aquella dama.
La penumbra de la noche había llegado.
Sirio brillaba en el diáfano azul del cielo
En aquella hora, las larguísimas filas de fa-
roles, de ambos lados de la Avenida, despe-
dían- haces de luz, mortecina. La hilada del
centro permanecía aún apagada. Por ambas
veredas innúmeras mujeres que ostentaban
vaporosas vestiduras y adornos, colores y
tonalidades que ofuscan y alegran á un
tiempo. Infinidad de coches rodaban por la
calzada y los severos palacios alzábanse
solemnes entre la verdor de los árboles que
adornan la espléndida calle.
Yo atravesé todo aquel enjambre humano
y crucé la Avenida, sin apercibirme siquiera
de algo. En mis oídos zumbaban aún sus
palabras.
¡Es tan bueno, es tan bueno!
A las cinco y media del siguiente día,
salía yo ufano y nervioso de mi modesta
mansión, arropado con lo mejor que tenía_
— 71 —
La hora fijada aproximábase con suicida
tranquilidad. Presuroso, tomé Santiago del
Estero, atravesé Alsina y Victoria y víme
de nuevo en la Avenida, agarré su vereda
derecha hasta Lima, doblé y llegué gor fin
é, Rivadavia, por el domicilio de la lugareña
Llamé.
No bien hubo sonado el timbre, cuando
apareció en el umbral de la puerta. Estaba
hermosísima. Yestía linda bata, azul celes-
te, algo ligera; su escote dejaba ver el
nacimiento de sus abultados pechos. Sas
cabellos negros azabache, estaban sujetos
■con una cinta del mismo color que la bata.
—Creía que no venía y empezaba á impa-
cientarme—me dijo sonriente, al tiempo
■que me extendía su diestra mano.
— La hora convenida no ha sonado aún en
el reloj de la Catedral— le contesté yo estre-
•chando la mano y besando el carmín húme-
do de sus purísimos labios
Entramos en una pequeña como bien
íimueblada sala. En el centro un velador
con mil bisuterías. A la derecha un piano
de caoba, encima una vista panorámica de
la levantina ciudad española, á ambos la-
dos, dos magníficas acuarelas de flores de
L. Pericas. En el fondo un diván, dos bu-
tacas y unas cuantas sillas todas tapizadas
de rosa y de un puro estilo inglés. A la iz-
quierda un magnifico espejo, que ocupaba
todo el testero. También había algunos
cuadros de personajes, que no conocía.
Sentéme en el diván. Ella, arrellanóse á
mi vera. Y tomando su mano que estrecha-
ba entre las mías, la dije en tono cariñoso.
— ¿ Y su marido ? ¿ Por ventura hállase
ausente ?
— Sí . . . Un amigo ... ha venido y se
lian marchado á . . . Palermo.
Por salir de aquella situación la dije :
— En ese piano pasará Vd. sus horas.
¿ Sabe tocar ?
— No, bien no, me acompaño el canto en
mis lúgubres ratos.
... Y la lugareña hundió las teclas, y
produjo el armonioso sonido del vals « So-
bre las Olas» y cantó con purísima voz
Valcáreel se fué
el día 13 en el « San Agustín »,
Terminó, cerró el piano y ocupó de nue-
vo su asiento.
— ¿ No vale más que charlemos ? — mur-
muró— ¿ Recuerda Vd. cuando el embarque
de las tropas en el « San Agustín» ? ¿ Y la
«atástrofe del día anterior al embarque ?
Qué terrible. Aquella tarde encontrábame
yo dentro de la nave.
— También yo. Por cierto que buen sus
to no di á mi familia. A las 8 aún no había
yo aparecido por sitio alguno y creyeron
que yo . . .
— ¿ Por qué no me habla de la tierra ? —
gimió la lugareña, pasándome un brazo por
el cuello. Yo quiero un recuerdo, una idea
un algo que me reminiscencie mi pasada
vicia . .. ¡ Alicante, Alicante !
Estábamos muy cerca. El grato perfume
de su cuerpo me embriagaba . . . Veía el
nacimiento de su pecho . . .
— ¿ Qué quiere Vd que diga ? todo
está lo mismo, que seis años ha.
— Y con Eusebia ¿galantea Vd aún ?
— ¡Nó! ¡Si casó con un marino!
— ¿ Con aquel del <• Nautilus » ?
— El mismo.
— ¿Y Carmen, y Teresa ... V
— La primera continúa con aquel hom
bre largo y flaco y la otra está próxima á
sus desposorios.
— ¿ . . . Y Marita . . . Marita Vega ... la
hija de Antonio Vega, el de la Compañía
Arrendarla de Tabacos ?
— ¡ Oh, ya ! — ¿ Aquel que vivió en la
calle Labradores ? . . .
— ¡ El mismo, el mismo! — interrumpió
frenética la dama.
— ¿ Aquel cuya mujer partió en amable
consorcio con un cómico . . . ?
— ¡ El mismo, el mismo ! — decía— apre-
tándome cada vez más, con sus torneados
brazos y echando fuego por sus ojazos.
— Pues aquel hombre, — repuse después de
desasirme un poco de mi carga— aquel
murió de vergüenza más bien quede pena.
Y en cuanto á la hija tuvieron que recluir
la en el manicomio de Elda porque. . .
— ¡ Mi hija ! — exclamó la lugareña,
poniendo sus ojos en blanco y dando su
cuerpo mil convulsiones. Cayó y un toico
ruido sonó, producido por el choque de su
peinada cabeza con el pavimento.
Yo quedé anonadado; no supe lo que
allí ocurrió. Cuando volví en mí, vi aquella
mujer aún en tierra, hundida su cara en
uu cabezal y tres hombres sujetábanla con
esfuerzo. Próximo á ella un viejo, de blan-
ca barba, la miraba desesperado. Más tar-
de, condujeron á la accidentada á un le-
cho... El viejo quedó inmóvil, mirándome
con mirada penetrante, como preguntán-
dome por lo allí acaecido.
— Estábamos — le dije algo aturdido -
hablando de nuestra tierra, de Alicante . . .
— Ah, vamos ya comprendo — repuso con
voz acongojada. ¡ Alicante, Alicante !
Y sollozó tras la lugareña.
Ernesto CHÁPÜLI AN8Ó.
•o{)$CCC:^^-
Letvas fttn^vieanas
Don Quijote llet^ó con su épico
escudo y no vio ya la planicie
anémica de la Manclia, sino que
([uitando el yelmo y puesta la
lanza en tierra, miró al caer de
la tarde, el tropel de luceros, bri-
llantes escalonando la montaña
de la noche. La belleza, pasó de-
jando su fulgor de gloria por la
mano férrea de los conquistado-
res ; la Poesía que era una luz de
atavo alumbró las frías naves
de nuestras viejas catedrales, 3
la frase ascética tuvo alas de
ensueño en el ritual sagrado, en
la celda sombría y ante el rostro
pálido de los Cristos.
Don Quijote brindaba todavía
en la usada copa del viejo Hora-
cio, frente á los retratos, toda una
serie de Luises y Quev^edos.
En el ano 1830 cayó sobre Ro
ma el fuego de la Francia román-
tica, como sobre u)ia ciudad mal-
dita. Lutecia, la gloriosa y fuerte,
no dejó en Roma mármol sobre
mármol.
F,\ encanto romántico hizo el
corte heroico á la AUántida de
Olegario Andrade, cada estrofci
fué alta, como un picacho andino,
aquel numen rico marcó, firme,
el conti*aste con la indigencia del
marco clásico.
La AUántida es un símbolo,
pasa sobre una voz de i^ron^esa,
es la Clarovidencia anunciando
el alba futura á la raza latina.
Muerto Bello, Abigail Lozano,
Heredia y Manuel Gutiérrez Ná-
jera, quedó sin verdor el árbol
lírico trasplantado de España.
Ya en la Europa convulsionada
c intensa, un obrero de gran
musculatura se atrevía á poner
su taller frente al Cenáculo,
luista los oídos del Arte llegaba
Para la revista Apolo.
uu ruido de fábrica y de bur-
guesía.
Con el 1880 se alzó, formidable,
una ola de París, la juventud,
que atacaba desde La Vague el
Olimpo de Medán. El Mercurio
de Francia fué uno de los ter-
mómetros que marcó el mayor
grado de conmoción de entonces
La demencia hería con fino pu-
ñal de oro las ordenadas vér-
tebras del habla francesa. El co-
lor, la forma plástica, la línea y la
cadencia, todo fué arrebatado
por la corriente anárquica. Flotó
en los manicomios la bandera del
Arte.
Fué confusión el Ritmo. La
Belleza, del brazo de Rene Ghil,
se manchaba en la charca del
delirio. La Poesía, arrastrada y
escarnecida por la secta de Zola
s.' cubrió de laureles en Mont-
martre.
El cuadro conciliador se pre-
senta con un toque bíblico: eí
azul brilla diáfano, cada altura
se muestra en la desnuda gloria
del paisaje, La Moral quedó en
los cánones del Bien, la ciencia
fué á la Ciencia, el calco sepul-
tado junto á la tumba de Luis el
Catorceno, el corazón de Víctor
Hugo enterrado también muy
hondo. !
Rotas todas las banderas, des-
hechas todas las capillas, cerrado
el camino que conducía á las
Grecias y á las Romas, la pluma
sólo pide la fuerza de una mano
para abrir la vereda.
Tal procedimiento, ha puesto
hosca la faz de cierta crítica . . ,
porque en verdad es enorme el
número de los fracasados. Pero
no encuentro en absoluto lógico
censurar una tendencia de Arte
73 —
con motivo de las caídas de unos
cuantos poetas y escritores se-
j^uidores de esa tendencia.
Puede un artista, rodearse de
^lo:-ia llevando á sus cuadros el
predominio de tal ó cual color,
tras ese vendría otro poniendo
en propios lienzos una múltiple
luz y arabos sólo habría queexi-
í^írseles sinceridad y belleza ; no
produciéndose ésta ni presentan-
do aquéllíi, todo intento es inútil,
V vano todo esfuerzo. Ahora se
Nicaragua.
discute y se espera en aptitudes
de ansia, ver la última lanza rota
á favor de esa gran cruzada.
Preocupación es ésta no píira el
cerebro equilibrado que la llej^a
á buscar al pensamiento centro
de g-ravedad, sino para el que
estudia y analiza el alma de las
Repúblicas latinas, á despecho
de los que creen tan sólo, en que
América es la incauta mariposa
que se quema las alas atraldíi
por el faro de París.
Leonardo Montalb.án.
• o^íCCC^Oo
Oitne q:u« volverás
Pa ru Apolo.
Cuando á mis pies la micaneciila espiiiiiH
Veiifía á morir en la oncia silenciosa
Y tiemblen los girones <le la bruma
Y se e.Ktinjfa la tarde pesarosa,
Cuando la lluvia con pesadas }?f>tas
Hiera el frío cristal de mi ventana,
Y cuando el viento haji-a vibrar sus notas
Llorando hasta morir, en mi persiana,
Cuando las hojas secas y amarillas
Ritmen su triste danza del otoño.
Y allá, lejos, las pálidas cuchillas
Sueñen con el verdor do algún retoño,
En esas horas de tristeza y duda
Di me (jue para mi despertarás
Y rompiendo el niisterio que te anuda.
Di me que volverás . . .
Dime que siemjire no estaré tan sola
Y que no he d i llorarte siempre, así.
Que volverás, envuelto en una aureola
(<omo vuelven los astros de rubí.
(¿ne dejarás la tierra un solo instante
Y el florido Jardín que te aprisiona
Y la noclie, poblada y palpitante
Donde la vida muerta su ay ! entona.
Pero en la tierra sólo dudas leo . . .
Diinelo una vez más;
Necesito creerlo y no lo creo ...
Dime que volverás !
Di que á mi lado temblará tu aliento
Confundido en la brisa perfumada
Y que tu voz percibiré en el viento
Y en la luz, de tus ojos la mirada.
No puedo, nó, creer que en una hora
Todo se acabe sin tornar Jamás . . .
Que haya noches eternas sin aurora . . .
Que ya no volverás . . .
No .puedo no creerlo. . . Y no lo creo !
Di que á mi lado temblará tu faz,
Que te he de ver, como á los astros veo
En suave y honda é infinita paz.
Di (jue en mis n>clies largas, pesarosas
Tu imagen brillará consolailora
Y con tus manos fuertes y piadosas
Del cruel insomnio detendrás las horas.
Y al aletear confuso de la idea
Y en el suave rumor del sentimiento
Dilo — aunque no lo crea -
Que en mí se agitará tu pensamiento.
Dime que volverás, dímelo, vida,
Kn esas horas de misterio llenas
(¿ue el ala de la noche adormecida
Arroja cual crespón sobre mis penas.
Sé que no vuelven las marchitas hojas
Al tronco añoso que les dio la vida ;
Que para siempre, las corolas rojas.
■ie arrancan, como carne dolorida'
Sé qne no vuelve ya la misma espuiua
A besar de la playa'las arenas.
Que cuando torna en el Abril la bruma
Nó es la que antaño amortajó mis penas.
Sé que el rayo de sol que me ilumina
Ya no es aquel que iluminó tu frente,
Que el huracán que hace torcer la encina
No es el que ayer se desató inclemente.
Que ni ía sangi-e misma que palpita
Ks la que otrora estremeció mis venas.
Que todo pasa, y sin cesar nos grita
El adiós sin retorno . . . Más serenas,
Quiero creer que volverán las notas
Del canto de tu voz junto á mi oído
Como un vago rumor de cuerdas rotas,
Como un tenue suspiro adolorido.
Como una sombra vaga, fugitiva . . .
Como un aliento leve . . . nada más . . .
Como una gota en una fior cautiva . . .
Pero anhelo creer que volverás.
Dilo con fe, porque creerlo quiero.
Dímelo una vez más.
En este instante, ya talvez lo espero . . .
Dime que volverás!
Enero 1909.
ClOTII.OK LÜISI.
— 74 —
Playa d-e los Pocitos
Fura Apolo.
PAXSAJE
La ruta se perdía como entre un vaho violeta
que ahogaba los contornos, distancias y colores,
y grupos silenciosos de rudos labradores
á ratos perfilabain su escuálida silueta.
Rodaban en el aire los últimos rumores
de la caduca tarde, y apenas si una veta
de parpadeante oro abría una ancha grieta
en el Ocaso rojo nimbado de vapores.
/.■>
Playa Ramírez
r.-
- -f*}
r K
BÍBLICO
.4 Francisco A. Schinra
La paz era de claustro ; la luz languidecía.
Ya todo se esfumaba como una alegoría
de una remota estampa de polvorientos años...
Balaban en el valle los últimos rebaños,
y entre la sombra ambigua de la arboleda huraña,
en éxtasis celeste soñaba la montaña.
Juan picón OLAONDG.
- 76 -
Idealidad vencida
Para Apolo:
Cada vez que usted se aleja de mi lado, empiezo á repro-
("harme, — no por lo que hayamos hecho ó dicho, porque si hav
charla espiritual v delicada es la suya, — sino por permitirme
yo, el lujo podría decirse, de estar en su presencia. — Y pienso
en inventar alg^ún medio, en hacer al^o, para despertar en
usted el deseo de no verme, provocando el hastío, — que es á
\c que inevitablemente está abocada su alma joven y bella,
ai contacto de la mía, vieja v fea. Solamente que su í^enero-
sidad, esa otra bella condición suya, no le ha permitido to-
davía, que se detenga en el examen. — Es muy grande en
usted el deseo de hacer caridad.
— Si no admirara todo lo que hav de infantil é ingenuo
en eso que acaba de manifestar, tendría motivo sobrado para
resentirm.e.
— Si de ingenuo, podría pasar, pero lo de infantil... en
una persona que va se va internando en la zona polar de la
\ ida, en la que va empiezan á nevar los aii(ís !
— No diré la del cuerpo, — á pesar de que no es mucho
tener 30 años, — pero sí la del espíritu, porque ciertas almas,
llegadas á cierta altura tornan otra vez, por la bella v encan-
tadora infancia del espíritu.
¡ Bienaventuradas de ellas ! — porque vivirán en perenne
frescura, sin sentir las arideces de la vida !
— Todo eso va muv lindo, pero disculpe que le interrum-
pa,— quiero decirle algo respecto de nuestra glorio.sa entre-
vista en la quinta.
— ¿ Por culpa de quién, fué que la gloria de esa entrevista,
resultó tan triste ?
— Los dos nos portamos como hidalgos, .sólo que tanta fe
liridad no estaba hecha para mí, v pasó de largo...
Por primera vez en mi vida — al menos que vo lo recuerde,
— el arte de la coquetería, me dio resultado. — Mientras me
hacía la toilette, pensaba yo en el placer grande, inmenso,
que sentirá una novia, cuand(j empieza en los aprontes para
recibir la visita del novif), — que se detiene en mil detalles,
para no sentir el pase de los minutos que la apro.KÍma á la
hora de la cita ; de e.sos minutos que en la espera parecen
eternizarse ; — á la vez que, con la deliberada intención, —
por algo que es exclusivamente femenino — de presentarse
siempre linda ante los ojos de él, v se interroga silenciosa-
mente ante el espejo. — No por el placer de conquista, que
es patrimonio del alma aventurera de ustedes — sino por la
tranquilidad que se adquiere, al ver siempre entusiasmado,
á eso que .se adora, que lo convence á uno, de que todavía
no ha llegado el ha.stío á su alma.
\
— 77- — ,-.>■
Yo también ese día estaba, me sentía linda.
Llegué á la quinta, dispuesta á esperarle toda una vida,
si al fin, la esperanza me lo prometía á usted, — pero no se hizo
esperar mucho rato.
Yo traté de ocultarme entre las plantas, para ver si sus
ojos, venían poseídos del don de buscar lo que se desea.
Pasó cerca mío, no se cómo pude contenerme sin lla-
marle.
Llevaba su rostro, una expresión de alegría, — le iba
sonriendo bellamente á la vida.
Su alma, sus ojos, todo lo que en usted hay de exquisito,
al sonreír, parecía proclamarlo, la nevada blancura de sus
dientes.
Si yo hubiera sido su novia, habría ido hacia usted con
los brazos abiertos ; — pero, su presencia produjo en mí la
sensación del contraste, que me recordó mi vejez y fealdad,
— desvaneciendo la ilusión que me había estado acariciando,
de provocar una pasión grande, fuerte, de que su alma es
susceptible. — Y le dejé pasar, que llegara hasta el Prado, —
pensé que usted esa tarde debería pasarla doblemente más
feliz, al lado de una joven y bella como usted, — yo me con-
formé con esperarle, con llamarle, si al regreso volvía á pasar
por mi lado.
Esperé hasta las 7, — hora en que pude convencerme, de
que ya no quedaría nadie más que pasar.
La espera me había helado, — de todos lados salía, y
sentía frío.
Luego que me hube convencido de que ya no vohería,
pensé en escribirle, haciéndole ver de que había cumplido ;
de que si yo, en nombre de mi sentimiento, pude haberle
llamado cuando pasó por mi lado, — usted en nombre de su
juventud, hizo bien en seguir de largo. — Pero la idea— esa
idea, de cuya influencia no podemos independizarnos en ab-
soluto, por más superior que sea el plano en que nos agi-
temos, — de que usted debió haber pasado una tarde muy
feliz al lado de otra, — mientras yo me helaba esperándole, —
empezó á preocuparme ,y acabó por hacer triunfar mi orgullo
de mujer.
— Es decir que por la preocupación de siempre, los dos
pasamos un mal momento. — Por esa misma preocupación,
usted estuvo tan vaga v tan indecisa al designar el lugar de
ia cita, que fué sin rumbo cierto, — por si la casualidad, la
ponía al alcance de mi vista. — Así que anduve largo rato,
vagando por las avenidas más desiertas. — Pero la idea de
que otra... ¿por esa idea me habrá usted tratado mal,
verdad ?
— Mal no, usted había cumplido, solamente que yo
exigía demasiado, — que sus ojos vinieran poseídos de esc
- 78 -
don, de buscar ¡o que se desea ; — por eso reg^resé bastante
triste ; — pero luego, cobré mi tranquilidad habitual, de la
que me había desorbitado una fugaz quimera. — Y si al prin-
cipio lo lamenté, más tarde me felicité, de que nuestra entre-
vista, tuviera el fin que tuvo. — A no haber sucedido así,
hoy tendría un cargo de conciencia que me mortificaría. — La
<spera sin resultado, fué el Jordán que lavó á mi alma, li-
brándola de toda ulterior tentación.
Yo no debo hacer nada, por fomentar en usted mi senti-
miento, que por ley de las cosas, tiene que ser efímero.
Déjeme á mí, seguir siendo ruina, y no intente gastar su
primavera en reverdecerla.
Soy una alma, muerta ya para la vida del sentimiento
inmune de sus pasiones, — que sólo desea hacer vida de
Orfebre, para la gloria del verso. — Déjeme, pues, seguir
tejiendo mi filigrana, y no intente sacarme de esta penumbra,
donde es ya debilitada la sensación de la vida.
— ]ís muy bello su deseo ; pero, es demasiado frío. —
Nadie tiene derecho á alejarse de la vida, mientras sienta
¿irder en sus venas, la roja onda sanguínea.
Hoy está usted romántica, como coqueta el domingo, al
pensar en nuestra entrevista.
j Y que mi alma, que todavía siente estas cosas, crea
apagado el fuego en sus venas ! i
Acerqúese, quiero ver á su alma reclinada en la Aentana
de sus ojos.
Tiene razón, en sentir á veces lo que siente. — Estos
carbones tienen que haber quemado mucha vida. — Pero, yo
volcaré el ánfora de mi sentimiento, y ella se sentirá renacer,
retoñará nuevamente.
Y ya que siente placer en ser ruina, tendrá que resig-
narse, y ostentar el verdor del musgo, ó soportar el peso de
la yedra ; — porque es á lo que están predestinadas las ruinas.
Sin que por eso mi deseo importe hacerla abdicar de la
gloria del verso.
A mi contacto, despertará lo que en usted duerme, y
arderá la vida en sus venas, que cantando, subirá hasta el
alma de sus versos, para llevarle en sus ondas, el encanto de
su nuevo ritmo, con una nueva vida.
Hay algo de inacabado, de franco, en el verso que no
lleva algo del perfume, luz y calor de la vida.
El que más y mejor lleve, hablará de ella fuerte é inten-
samente.
La sensación artística que ése provoque, se traducirá
en una lágrima, ó en un delicado deseo de caricias.
, — Ese es el horla, que la exquisita sensibilidad de su
alma, pone en todo lo que roza, ya sea hablando, ó escri-
biendo.
■ ■ — 79 —:/:-;-
— Por eso en mis éxtasis contemplativos, delante de
ciertas manifestaciones de lo bello, siendo ardientemente el
deseo de la caricia.
Hay la música de un poema, en la naturaleza que se des-
borda, que se expande, que se identifica en una comunión.
— ¡Señor, no hagáis que me arrepienta por los siglos de los
siglas!
Sabes tú, que me considero vieja y fea, como para poder
resistir á toda bella tentación.
i Yo no soy responsable, de que esta alma joven arda
en deseos !
¿ Por qué, pues, me has puesto, en el trance, de decir
con aquel que vivió acompañado de cómica y riente desola-
ción : «¡ Apreta, apreta, caballero, la espada»!... Si hiciste
más fuerte, y más bella á la tentación ?
Bueno, le regalo mis manos... Y todo, porque sonríe
bellamente, v dice palabras divinas!
Isidro RODRÍGUEZ MARTÍN.
-o{)^C:XÍ&^-
Margatíta Práx^d^s Muñoz
Ha muerto también en uno de
los pueblos del interior de la Ar-
gentina, la dis-
tinguida escrito-
ra y médica pe-
ruana Margarita
Práxedes Muíloz
de cuya obra in- /
telectual ofreci-
mos algunos
fragmentos á
nuestros lectores
cuando la escri-
tora errante vi-
sitó nuestro país
de paso para la
vecina orilla.
Talento sólido y vigoroso, que
^^Vu
tan pronto se manifestaba en
una página literaria de bello
estilo, como en
un estudio so-
ciológico ó doc-
trinario, Marga-
rita Práxedes
Muñoz deja un
vacío en el mun-
do literario, muy
difícil de llenar,
hoy, que en la lu-
cha por la vida,
./ cada vez más
. ' cruenta, claudi-
can verdaderos
cruzados del Ideal Liberal y de
la falange acrática.
— 8o —
£ti la íilaya
-■1 Manuel Vijarte,
Para Apoio.
El mar se dilataba de un verde azul intenso,
i el sol, siguiendo el jiro de su augusto descenso,
caía al horizonte, proyectando una raya
de claridad purpúrea,, hasta la misma playa. i
En las grises arenas, tras la ola muriente
que extendía su espuma, otra ola insistente i
se enarcaba, i tras ésta, con un avance lento
de grupos separados o unidos por el viento \
la marea venía con su turba lijera
de crestas espumosas, a bañar la ribera. \
Y como era el instante de la luz vespertina
que se aleja entre velos de ascendente neblina, '
sobre el claro paisaje se oscurecía el cielo. |
De las sombras nocturnas descendían al suelo
copiosos, impalpables, sutiles, inseguros
cernidos levemente, los átomos oscuros.
Vagaban en el aire pavores sepulcrales,
alientos i murmullos, suspiros i señales,
i la pálida tarde que alejándose iba
al perderse en la vaga, brumosa perspectiva
dejó caer el beso de su último celaje
sobre la mar. Seguían subiendo del oleaie
los pliegues rumoreantes, las ondas cristalinas
aún bajo las lóbregas tinieblas vespertinas.
Seguían, pues ppP' toda aquella mar desierta
no rodaba una ola melancólica o muerta :
cada una, vehemente, luchaba por sí misma,
recibiendo en su seno la luz como en un prisma ;
traían en su linfa traslúcida, animada,
la flotante dulzura de una suave mirada ;
alzaban en sus jiros la comba de la frente
con el ansia divina de una sien de vidente ;
sujerían un ruego, se elevaban ceñidas
con guirnaldas de lirios en su senda tejidas,
o exaltadas al soplo de ardorosa plegaria
oraban a una estrella naciente o solitaria.
Así, en el brioso avance de la marea plena^
que enorme i persistente ya cubría la arena,
cada ola venía febril, perseverante,
siguiendo su incansable rodar hacia adelante ;
i del esfuerzo mudo, de la insistencia altiva
del impulso constante de cada onda viva,
del afán que las lleva hacia un borde lejano
se formaba la eterna pureza del Océano,
que por todas las playas, cercanas o remotas,
va ' esparciendo su espuma de perlas o de notas !
— 8i —
Y en la línea oscilante do moría el anhelo
del agua fervorosa, yo sentí el desconsuelo
con que lo humano rueda, como oleaje callado
tras la playa ilusoria del futuro ignorado.
Sentí las corruptoras i lángaidas quietudes
en que duerme la vida de tantas multitudes,
de tantas almas muertas que la luz no reanima
porque están impregnadas del lodo de la sima ;
de esas aguas silentes que al empuje del viento
no se mueven, ni bullen, ni dan un leve acento,
e inmóviles al peso del légamo diluido
jamás hincha sus senos el ansia de un latido.
¡ Oh, qué fría la lucha ¡ Oh, qué larga la senda
para la ola pura que a lo ideal ascienda ;
qué horrible i pavorosa la inmensa travesía
por medio de esa calma ! qué inútil la porfía
por dejar el reposo tenaz, perseverante,
salvar sus languideces, rodar hacia adelante ;
qué estéril el ensueño de que a un ímpetu libre
se levante la intensa vida armónica i vibre
bajo el cálido aliento de esperanza suprema,
como al ritmo la dócil floresta de un poema ;
i qué vano el esfuerzo por][ue todo se eleve
i no haya corazones dormidos bajo nieve,
cual los fósiles bosques, por la tierra cubiertos,
que no elevan el himno de sus árboles muertos I
Y en tanto que la tarde se esfumaba en lo oecuro,
llevado por mi angustia soñé con el futuro,
con la era solemne, con el tiempo lejano,
en que igual a las aguas que rueda el Océano,
sin tener una ola desmayada o dormida
que no luche i se encumbre persiguiendo la vida,
del intrépido esfuerzo, de los i'audos vaivenes,
de la chispa que luzcan las ondas en las sienes,
del latido constante, del obstinado empuje
de la espuma que sueña, de la linfa que ruje,
levante su armoniosa pureza soberana
el impulso vehemente de la marea humana.
Así ella, — aunque sea la hora vespertina
que se aleja entre velos de ascendente neblina ;
aunque sobre la tierra se empañe el claro cielo,
i caigan de las sombras eternales al suelo
copiosos, impalpables, sutiles, inseguros
cernidos levemente, los átomos oscuros ;
aunque vaguen en lo alto pavores sepulcrales
alientos í murmullos, suspiros i señales, —
llegará, cual los mares, cantando a las ignotas
riberas en que suelte sus perlas i sus notas !
. ' Miguel Luis ROCUANT.
Santiago de Chile.
— 82 —
£1 írítu^r beso
Fué una viejecita blanca, una
viejecita de nieve, encorvada y
temblona, de esas que en los
cuentos del divino Perrault re-
galan á Cenicienta su chapín de
cristal y ofrecen al príncipe ena-
morado para que, de rodillas,
ante el lecho de púrpura, pueda
despertar á la hermosa durmien-
te. Figúrate que al entrar en el
templo, junto á la tallada cance-
la, á la hora de la primera misa,
me la encontré con un rosario
de cuentas colgado en su vestido
de pliegues rectos, y su mantón
negro, triangularmente erguido
sobre la cabeza como la capucha
de un hábito.
Era una maííana fría, color de
azucena. Entré con unción, le-
vanté la pesada cortina verde
cuando en el mismo instante en
que me herían los reflejos de los
cirios que desde larga distancia
picaban la sombra, sentí la pri-
mera caricia dada en la mejilla
por una mano de seda oliente á
incienso. Jamás en mi nifíez so-
litaria y hura tí a, en mis ocho
aiíos de candidez meditativa -e
había posado así una mano con
tan blanda finura sobre mi ros-
tro. No recordaba haber sido
arrullado con la canción mater-
nal, ni había sentido el aleteo de
los ósculos entre los labios que
entreabrió el primer suspiro
del ensueño.
Conservo esta impresión como
una reliquia. Está guardada en
la sacristía de la pequeña igle-
sia, de la iglesia que levanté á la
castidad de mis días blancos,
para que algún día entren á re
zar mis recuerdos y tengan don-
de esconderse mis maldades.
No sé con precisión cuánto
duró aquella caricia ni lo que me
dijo la anciana — algo muy sua-
ve y muy alado que se evaporó
como una nube — lo que sí sé,
es que apareció en la soledad de
mi espíritu un ángel hecho de
ráfagas azules, y que cuando
evoco mis memorias infantiles
miro á la viejecita de nieve, en-
corbada y temblona, junto á la
cancela tallada, á la hora de la
primera misa.
Luis G. URBINA.
-o^$CC^&o-
Gavota de las llamas amarillas
Algunas damas rubias, no ya
jóvenes, pero apenas salidas de
la juventud, vestidas de una aja-
da seda de color de crisantemo
amarillo, la bailan con caballe-
ros adolescentes, vestidos de ro-
sa, un poco aburridos, que lle-
van en su corazón las imágenes
de otras mujeres más bellas, la
llama de un nuevo deseo. Y la
danza en una sala muy vasta,
que tiene todas las paredes cu-
biertas de espejos; la danzan
sobre un pavimento entarimado
de amaranto y de cedro, bajo
una gran lámpara de cristal don-
8;
de las bajías están paua caiisu-
mirse y no-se coasamen nunca.
Y las clam-is tienen en sus bosas,
un poco marchitas, una sonrisa
tenue, pero inextinguible; y los
caballeros tienen en sus ojos un
telio infinito. Y u:i reloj de pén-
dulo seílala siempre una misma
hora, y tos espajos repiten siem-
pre las mismas actitudes, y la
«G-avota» continúa, siempre dul-
ce, siempre lenta, siempre igual,
eternamente, como una pena de
amor.
Gabriel D' AXXíJNZIO.
-oO^ÍCC^&o-
Obertura
Un recuerdo inextinguible de
algunas mujeres que han pasa-
do por mi vida, y que no pudie-
ron besarme ... y que yo no
pude besar ... Y luego, en el
jardín, estas noches de luna, pa-
rece que la vida de los sueílos
florece en la sombra dormida
del mundo ; y parece que las
novias que sé fueron, ó que se
murieron, pasan de nuevo cerca
mi corazón, con su palidez de
azucena y de claustro, y su son-
risa de santidad.
lliiy momentos en que la vida
se creyera una quimera de pla-
ta ; otros, parece que hemos pa-
sado ya por el jardín de la
muerte. Pero las visiones huj^en,
y se diría que son sombras de
la vida soñadas en una obscuri-
dad de otro mundo . . .
Sombras ó mujeres en flor,
pasando entre las flores, en el
esplendor de la luna muerta, y
ya no vuelven nunca . . .
Juan R. JIMÉNEZ-
-oí$^CCÍ&o-
Sol de Itivkrtio
Es mediodía. Un parque.
Invierno. Blancas sendas.
Simétrico^ montículos
y ramas esqueléticas.
Bajo el invernadero,
naranjos de maceta,
y en un tonel, pintado
de verde, la palmera.
Un viejecillo dice,
para su capa vieja :
« El sol, esta hermosura
de sol ! ... > Los niflos juegan.
El agua dé la fuente
resbala, corre y suefla
lamiendo, casi muda,
la verdinosa piedra.
AntOxNio machado.
- 84 -
Bibliográficas
üibfos y folletos peeibidos
ScR Demonio, por Felijjc Triyo. — Li-
hreria de Fernando Fi. — Madrid. —
Ya en distintas ocasiones, he hablado
con verdadera delectación del pujante
novelista que con su obra tendencio-
sa y educativa ha señalado un nue-
vo horizonte á la novela contemporá-
nea. Sucintamente expondré aquí mi
impresión sobre el último libro con
que acaba de obsequiarme.
Sor Demonio es, á la vez que una
vibrante novela, un vasto estudio
psicológico de complicadas ramifica-
ciones y una sátira sangrienta, Ho-
norio, el protagonista, es el prototipo
del hombre celoso que á fuerza de
conseguir los favores de mujeres fá-
ciles, casadas y solteras, duda de la
honorahilidad de su esposa á quien
maltrata y escarnece sin tener una
sola prueba de su culpabilidad. Sus
temores, débiles al principio, vánse
acrecentando poco á poco, á medida
que él se hastía dfi las caricias de su
mujer, y el enigma de los celos, in-
descifrable y adusto como una obse-
sión trágica, concluye por arrojarlo al
abismo del ridículo. Felipe Trigo,
usando de una cruel ironía conve-
niente á los actos de Honorio que
cree á cada instante coger infraganti
á su mujer en el lecho con.yugal, sa-
tiriza los celos y nos dice, reflejando
sus observaciones, á qué tristes y bu-
fas escenas conducen ellos al indivi-
duo que por un mero prurito de va-
nidad duda de la ñdelidad de su
consorte y no tiene reparo en mani-
festárselo á su querida.
Ese marido hidalgo y metafisico,
como llama á su personaje el ilustre
novelista, es la encarnación de la fa-
talidad y es el blanco de la sátira.
Pintado vigorosamente y con rasgos
firmes de una verosimilitud reveladora
y serena que ponen su alma al des-
nudo y hablan de su mentalidad, Ho-
norio es, vuelvo á decirlo, el proto-
tipo del hombre celoso para quien
la virtud de su esposa es un juguete
de sus temores y de sus rancios con-
vencionalismos.
Otra de las figuras más interesantes
que se destacan eii la novela es la de
Dulce, querida de Honorio y esposa de'
Julián, hombre ignorante éste, que
cree ingenua á su mujer y lo mani-
fiesta á todos los vientos, dejando á
la adiíltera á cubierto de toda sos-
pecha.
Trigo nos ofrece en Sor Demonio
una obra de estudio y de tendencias
demoledoras, que perdurará por su
estilo y por el ideal que sustenta. La
humanidad ha menester de esas obras
para emanciparse de ciertos prejui-
cios y ciertas aberraciones. — Ftrez y
Curis.
El Tormento de Sísifo, por Axignsio
Martínez Olmedilla. — Librería de Pue-
yo. — Madrid. — Cuando leí La caída de
ka mujer de este mismo autor, tuve
la oportunidad de manifestar mi con-
cepto favorable acerca de aquella
obra, concepto que hoy repito y am-
plío con motivo de la lectura de El
Tormento de Sísifo. El argumento de
esta novela es hermosamente huma
no. En resumen: trátase de un prole-
tario dotado de un excelente tempe-
ramento de artista, que no puede
desarrollar por la esclavitud que sus
medios de vida le imponen ; un lu-
chador que se afana por llegar á la
luz, por demostrar el fruto de sus fa-
cultades, y que des^jués de haber lu-
chado tenazmente, se acerca al lugar
de sus aspiraciones y el destino le es
adverso, obligándolo, como á Sísifo, á
cargar nuevamente la piedra de sus
desgracias, hasta que halla en el sui-
cidio el fin de sus tribulaciones.
El sujeto está muy bien tratado y
tanto él como los otros personajes de
la novela se mueven, dialogan y gesti-
culan con soltura y naturalidad.
En FA Tormento de Sii^ifo la frase
fluye fresca y espontánea y las des-
cripciones evocan dulcísimas acuare-
las, tan grande es el cariño que el ar-
tista ha puesto en ellas.— P('re2: y Ctí-
Huevos libfos i«eeibidos
Lauracha, por Otto Miguel Clone ;
Juicio sobre el libro Por los jardines
del alma ee ovidio fernández ríos,
por Pío Gandolfo; Frente á la Iglesia,
por Gumersindo Ardanaz ; Granada,
por M. L. D' Ayot : Vanidad de Vani-
dades, por E. Gómez Carrillo : Apósto-
les Rebeldes, por Santos García Ma-
llarini; Canto á la Sireneta, por Guz-
mán Papini; La disciplina escolar y
los castigos corporales, por Horacio
Dura.
En nuestro próximo número habla-
remos de los libros anotados.
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Secretario de Redacción: OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
AÑO IV
Montevideo, Abril de 1909
N.°26
ttotn^tiaje al íiroklario
Dispuesto, muy tarde ya, á
gozar de la paz del hogar,
abandonando el pesado tragín
cotidiano que llevara á su orga-
nismo el germen
inevitable de la
muerte, dejó de
existir el 11 del
mes pasado, fren-
te al sol esplendo-
roso y á la natu-
raleza que le son-
reía^ el padre del
director de esta
Revista.
Para él tambicii
hay un recuerdo;
Julián Pérez y Rial
llenos de infinita mansedumbre,
ora de indignación ó de tristeza,
no recorrerán más estas páginas
que eran su alegría y su orgullo
— por el esfuer-
zo de quien las
sustenta — y' cuya
voz ya no modu-
lará la elegía de
los grandes infor-
tunados y de los
parias de la suerte.
«Apolo» publi-
ca hoy el retrato
del extinto como
un homenaje á la
memoria del obre-
una ofrenda al noble, al humilde ro cuyos errores no han logrado
proletario cuyas manos encalle- empafiar la lumbre de sus idea-
cidas no sufrirán ya el dolor de les de libertad y de sus sueños
las rudas ftxenas; cuyos ojos, ora reivindicatoríos.
La Redacción.
86
Hacia el ocaso
Es inútil que los apologistas
del gobierno y la prensa asala-
riada se obstinen en pregonar los
progresos del país bajo la admi-
nistración del presidente Willi-
man. Este ascendió al poder, no
por el voto espontáneo del pue-
blo, sino por el voto impuesto
por su predecesor ; fué á él con
un programa de proyecciones in-
mensas y de fórmulas salvado-
ras y quedó allí extático, estu-
pefacto, deslumbrado ante la
obra de su protector y recono-
ciéndose ignaro en achaques de
gobierno.
Pero tenía que regir los desti-
nos de la nación, mal ó bien, y
comenzó su política de retroce-
so, encaminando á aquélla hacia
el ocaso de la bancarrota defini-
tiva.
Para ciertos mandatarios, la
apatía y el abandono absoluto
son altísimas virtudes. He ahí
por qué gobiernan automática-
mente, como seres iletrados en
quienes el instinto animal triunfa
sobre todas las facultades del
entendimiento, y pasan... pasan
sin dejar ningún otro rastro que
el de su inferioridad intelectual
ó el de sus triunfos mujeriegos.
No es de ahora que el mal
reina en nuestro país. Ha tiempo
ya que el malestar cundió en él
con tanta eficacia, que el éxodo
de los trabajadores, siempre en
aumento, lo convirtió muy pron-
to en un páramo maldito, en el
cual es estéril el humano es-
fuerzo.
La campana, despoblada por
la falta de trabajo y por la poca
seguridad de paz que ofrece el
gobierno actual; las quiebras y
los concordatos que á menudo
se suceden, y á los cuales están
abocados los comerciantes del
interior, á causa del mal de la
emigración, repercuten en esta
capital é impiden la realización
de las operaciones de la Bolsa
que es como el termómetro de la
política y de la situación de un
país.
Y, sin embargo, en los círculos
allegados al gobierno y en los de
la prensa servil, se habla, con
increíble desparpajo, del supe-
rávit de las cajas del Estado, y
se cita la presente administración
como una rueda de progreso y
bienestar generales.
El caso no necesita comenta-
rios. Provocaría la risa si no
causara indignación á las almas
amantes de la verdad, á aquellas
que están por encima de todas
las comodidades que ofrece el
presupuesto.
Los proletarios, cuyo único
patrimonio es el jornal reducido,
desconcertados ante la crisis que
amenaza paralizarlo todo, no
trepidan en abandonar el país,
buscando en otro, lo que éste les
ha negado por boca de su inhábil
representante.
¿Dónde está el progreso, pues?
— En la mitología ... ó en la
mente de los eternos presupues-
tívoros.
Ya es hora de que la prensa
independiente, hable bien alto,
y diga á todos los vientos, de la
desolación que sobrevendrá ma-
ñana.
¿Por qué engañarse á sí mismo
si el pueblo no calla sus miserias
ni ignora la bancarrota del país
puesto que harto conoce la inep-
titud de quien lo guía?
Y, ¿cómo evitar, por otra parte
-87-
los efectos desastrosos que tal captarse las simpatías de todo el
Ineptitud ocasiona principalmen- pueblo, sin distinción de clases
te á la clase proletaria que es ni partidos y coadyuvar á su
la que más sufre en la hora acia- engrandecimiento, no permitien-
ga de la derrota? do que se le veje y explote mi-
El actual gobernante se ha serablemente. El presidente Wi
manifestado, enlos hechos sobre- lliman se ha colocado en los an-
todo, enemigo recalcitrante de la tipodas del verdadero magistra-
falange obrera. Testimonio : las do y allí está rodeado de sus
frecuentes prisiones y los desma- apóstoles: los apóstoles del ocio,
nes cometidos, al comenzar su Y, en tanto que las clases po-
ejercicio, contra pacíficos obre- bres se anegan en la miseria,
ros que habíanse congregado en aquéllos presentan un proyecto
un centro social para protestar de pensión á un ex-presidente
contra los atropellos de la poli- que condujo el país al abismo del
cía. dolor.
El deber de un- magistrado es . ^ PÉREZ Y CURIS.
o{i$cr:C$|}o — ■
Pot el l)uerto amigo
r Para Viceate Medina.
Para Apolo.
Tiempo hacía que no iba por aquellos lugares. Después de una
larga estadía en ellos, á raíz de un duelo de familia, después de una
larga estadía de la que regresé á la ciudad en pleno invierno, no
había vuelto por allá. El último recuerdo que de aquello conservaba
era demasiado melancólico. Había encontrado á mi vuelta á, la ciu-
dad un ambiente más propicio para amortiguar mis tristezas y aun-
que no me lo hube confesado abiertamente, tácitamente temía que
mi visita abriera de nuevo en mí las heridas que el tiempo se había
encargado de cicatrizar. Sin embargo, mi falta de consecuencia cdn
la vieja quinta de mis abuelos, me aguijoneaba en la conciencia co-
mo ün delito de ingratitud. Pensé, para resolver mi visita que con ella
pudiera resultar lo que con aquellos amigos que en un momento de
intimidad con amargas confidencias le dejan á uno el espíritu enve-
nenado de dolor, pero que al encontrarlos más tarde bajo la presión
de otras circunstancias, borran aquel precede ate de honda tristeza
rectificando que las amarguras son también efímeras porque son de
la vida, y hacia ella me fui.
La casa solariega no había cambiado en nada. Era en su caduci-
dad, siempre la misma semi-ruina de la que por tanto tiempo fui su
buho soñador.
Como una buena abuela que guardara para amabilizar sus choche-
ces los juguetes y los garabatos de su nieto, á ella la encontré llena
de mí: libros de mi infancia, borradores de mis primitivos ensayos,
— 88 —
dibujos míos en sus paredes y acá y aeuUcí cosas colocadas en otra
época, con aían decorativo, por mí mismo; cosas que nadie había osa-
do tocar en el mucho tiempo transcurrido desde aquel entonces y que
ella ostentaba con cierta coquetería, que aunque ya marchita, me su-
po al reproche de toda una consecuencia afectiva no correspondida.
Todo en ella hablando de mi pasado en ella vivido.
Después de un rápido paseo por la amplia casa bajé al huerto. En
aquel momento sentía ansia de volverlo á ver. Una fruictiva emoción
me invadió mientras fui penetrando en él. De todas partes surgían
formando dulce coro, voces amigas que hablaban de cosas queridas.
Las hojas de los cirboles escintilando al contacto de hi brisa bajo la
esplendidez de un pleno sol de estío, tenían toda la elocuencia de
un saludo entusiasta; las floj-es en su colorido exuberante pro-
pio de la flora de la estación, despertaban mil asociaciones gratas
á mí espíritu; los pájaros parecían que habían estado guardan-
do en mi espera aquellos mismos trinos del ayer lejano para alegrar-
me; aquella epifanía y los frutos mórbidos se ostentaban como una
espontánea oblación de aquellos árboles tan unidos á mi pasado que
me hablaban con acentos fraternales. Debo de confesarlo, me sentí
avergonzado ante aquella inmerecida recepción porque me conside-
raba el amigo pródigo de aquel hermoso y familiar jardín.
Por todas partes surgiendo mis recuerdos y envolviéndolo todo,
como las lianas que se extendían desde la floresta hasta los cuadros
de las hortalizas, ya rastreando, ya trepando á los arbutos ó ya ca-
yendo de ellos en cimbreantes cascadas.
¡ Cuántas evocaciones intensas y queridas ! . . . ¿Y cómo no ser así
si en aquella heredad he pasado casi un tercio de mi vida, si á ella
fui, cierto día de mi adolescencia, con el alma en noche, herido el
cuerpo c¿isi de muerte y tras el curso de muchos días sombríos mati-
zados de muchas esperanzas, á la par de las corolas que allí se des-
plegaban triunfantes, fueron abriéndose flores luminosas en mi espí-
ritu y mi físico, nutrido de una nueva y sana savia, surgió de nuevo
vigoroso á la vida cuando también aquella su vegetación se hacía
pomposa como un canto á la primavera.
Al llegar á una enci'ucijada de senderos busqué el viejo banco de
rústico pino que estuviera junto al lago y al que en mis horas más
ingenuas de lirismo para mí solo llamaija «banco de mis sueños*
¡ oh amarga decepción ! El banco no existía ya, ni tampoco el anti-
guo sauce que lo doselaba y que por tantas hovas protegió, como
una mística ala, la inspiración de mis primeros cantos y tantas veces
mezcló sus gemidos casi humanos con la recitación de mis primeras
tristes estrofas líricas. En los canteros de su torno, donde yo mismo
ejercí de labriego para formar un pequefio jardín de plantas esco-
gidas, no había más que matas silvestres que lo habían ahogado
todo. En el cuadro de mis rosales favoritos sólo un rosal se conser-
vaba apenas reverdecido, triste, como un Jeremías sobre su ciudad
en ruinas. Más allá, junto al cerco vecino, había flores pero eran de
unas matas nuevas. Aquellas flores eran ajenas á mí, tan ajenas que
abrían sus corolas como pupilas abiertas, extrañadas de mi pre-
sencia. Y entonces pregunté ; ¿ qué se han hecho mis plantas ami-
gas, aquellas que retribuían cada uno de mis cuidados con una
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Vl>TA l'K PlHlÁl'OI.I-
•^8>. :4-:&o. — —
Balada del ^aisaj-e sombrío
Del libpo "Alma de Idilio", ppóscimo á apafecep
Atrás quecl;il);i el i);ns;ijc
'l'<)(i(» iíiniul.ulo (ic sunil>r;i . .
KI tren seg-iiía .-i v.-iiiz<-uhío
l'or" l;i senda silenciosa.
liajo niia yasa de niebla
ijgei'a eitniu tiiía eiitia.
Súl)ito alt'onando el x'ajh-
('(»n sus ru«iM"(|()s el lí(')ri'as --
Kl a<:ua del i-iier<'s|ta<i<>
Mar eiihrió todas las foi-as
Krjíiiidas allá enlre el imis>>'<»
.Víalatjnita de lacosta :
(JiMizaroii <'i liorizonre
Las intrépidas {j;'aviotHS;
Las nubes y las tinieblas
Fingieron simas caóticas
V la lluvia t-n la avcíiiida -
C/a\('» sobre un lecho de lio
Atrás <jiiedal)a el paisaj<'
Todo inuiuiado d<' sombra
A 1 ra vés de los cristales
Mirábamos las remotas.
A<liátaTias h^janías -
De la tan le. Melanc-(')Jieas
Visiones d«- otr(j> inviernos
'):)
Va\ uU'h vía lii[>iTÍK>i'cn
l'lst r<'iii<'ci«l(> en I II tiocn.
Sr (TLiní.-m en nuestro rsin'riiii. Aiiti' l.t (i<-s(t|;ic¡(>ii
|-"n';is. ('iiilcl)lcs y lor\;is.
)\<-iiicttiiii';iii<i() l;i «iénosis
Di- iiili-str;is ;ili'>nsl ¡;is lod.-is.
^ Xo \isrc (Maíllo li»s sniircs
K]\ l;i rilu'ivi torliUis;!
l)<-sin;l \ .•! bíill I l'islciiiciilc
línjd l;i llii\i,-i soiior;!.
-M ii'iilivis. iu<>(liil;il»;i (-1 ri(»
La i -I (til! a (le las hojas
V en los árboles ijcsiiniios
Se aiii\iiiaba la ¡HKia ?
; Tú ignoras de atiudla larde
Iva' siig'e>t ¡(MI volii|iriiosa !
A(jiiella taríie s<unl)n';i
('oiiid fa/i de f)o|orosa
Mi labio inerte se liiil)¡era
1 )e las lilorieías i|iie lloran
í'naiidó fMi sil seno, aieridas.
Se refugian las palomas.
/\ o adoro en la> iai"<les g'rises
J.a eoniniii('tli de 1 II lioea.
( 'es(') como á algiui coiljliro
.i-,a leiiijK-stad. y i'ii la on<la
Del iris, lenil)l(') un reHcjo ^
Siitilisiino (je aiiroj-a.
Volvii'i el ireii. Luego, la lai'd'
Dijo su posti'er saliinMJia.
V atrás <[iie(i('»se el pajsaje
'J\»do iiHiiidado d<- soniln'a . . . .
l'ÉHKZ V (TRIS. :
■"*'T? "
Kí;t.\bI;KCI5iiknto i»i-: X<.\ a .Sau s
- ()6 —
Oracióti á la ^altn^ra
; A lililí tli'l siil : ¡ ^i-bol ili; ( )i¡fiiti- !
; lispirilii lie árbol '. ¡ I'üiimcIhi de \i'i-
(or '. ; Aiiiij;!! iltíl (iiísiortí) ! ¡ üiiiii ilel f;i
tniriaiitc I Beiiilito hiüis, y l)fnilir.>s lus
iiticltliis ijuf aiiiiiitriis coii iii s.iiiilii',i.
DiVmiiiii' !■ iiii('in|>l,irt(' cu l;> I lauíira. ;il l;'i
MI 1-1 f'iiiicid cerca de las rusalas imlic-
qluí se (lcsl¡/,:ni sdhrc tu ('ii|ia, c ir Iimcím ti.
OójaiiKí reposar á fu sointira.
Til cvi-s el riiiiiM árliol (itic. ama. sin i|iie
ia iiii|iiire/a ile los labios maiiilie el ver
'Kir (le tus ojos. Tú envías lus liesos cu
(lOltMi. y tu amor, cniío las cauciones. Ia>
lleva el aire cupidines MI. Tú auias velan
(lo ediiio Ids áim'cles. I'Ú te feciiiKias eo
ias iiiibcs. iju el \ i'jiUo. en todo ciiaulo
iiay de más puro cu la tierra. \ por es i
í-.s tu fruto de orn. > es dulce. \ es lií'e
ro \ cría en cuna de fíloria.
Tú. palmera, nunca miras liac-ia abajn
y á la tierra : sicnpre va ¡iltu tu mirar.
!>eso\ illáiidotc como las llores, te vas
idísi i'-nzando v suliieiido euuKi un minare
le. siempre con la mirada abicMla á. Id
azulina b:i\iMla del cielo, i'i á las irisacio-
ui'S brillantes de la ilaniira.
Tú. palmer.i. eres ln amijia de lus pro
tetas: eoiiiii ellos te elevas solemnemente
V ciiuteiiplas la planicie basta t-A t'oucto
\ cuuKi elliis presientes lo porvenir adi\i
uiiidii la^ tiistezas (|iie la liumauidail pre
para, y vas apuntaudn las centurias en el
riisariii de tu tronco, como (d relu.i de los
b.isiiiies. Tú te apiadas de los sut'rimien
los lie los liombres tejitnido las palmas
de los m irtires ! Tú <-res la adorada de
lci> artistas i|iie esperan ser eormiados poi
I i y como ellos buscas la lodieza I Tú eres
la pahii.i lie la victuiiji. la hi.ia i(ue.r¡da
del sol. y eres un suspiro \ eres un sim
liólo. > allí donde encuentras la luz. allí
I ¡enes la patria.
Imitemos al árbol safí^rado ! rendamos
la claridad poi- patria, el azul por dosel.
\ apiinlando al siit'rir de los años, mire
iiio~ á lo :ilio : como «día ! i
S\NTi:\(;o RIJSINOI-
-3{i* ,.■ "<Í!|}C'
Rimas ftá^iUs
/V,v' Acó..
Iliaiims juntos recitando versos
c\oi-a.n(lo V isioni^s inefables...
— \<' iiiiraiía tus tersos
i:iliellos adorables.
\i I ibiar lus poetas, duleeiiiioite
) liacías i con aljfO de tu pena.
Yo miraba lu frente
luminosa ¡ serena.
Tus jialaliias sabí.an de eOii,juios
i ciu-aiilabaii. líiic ilulce.s i (jiié bellas:
Kn tus ojos oscuros
ardían dos estrellas. |
V liiciio á ineilia voz _\ temblorosa
versos de amor, lie la de iiucirní dijiste
V. te vi mili liermosa i
, i. Dios s.iiito : mili triste '. i
\ lisiabas .soipreiiderme en mi retiro
i fiiistes á él. I'ai un rincón oscuro j
lloraban mis (|U¡meras. Iiisi^íí^ki'o
SI- iii/.o 111 paso ciitoni'es i un suspiro
se escapó de lii peebo . ..
Xo creías
i(ue biibiera soledades tan inmensas
cuando ii veces cli.-irlando te reías
(liciéndouie : qué tienes? en ntié piensas
l'ero desde esa tarde .y.i te veo i
de otra malicia. No eres .ya la misma.
V le sigile turbado mi deseo
i niiiero |iref;iiutarte (iiié te abisma . . '.
I
.loK.iK (JUNZÁLEZ bastías
Santia^M de Cdiile,
97 —
t\ diamanta d^ mi anillo
Es extraño, la piedra brilla
hoy con un i'esplandor de san-
g-re, de tal modo intenso que pa-
rece una brasa.
No es un reflejo rojo, uno de
los tantos reflejos uiiilticolores
que tienen los brillantes y que
se desvanecen para formarse de
nuevo al menor movimiento del
dedo que los ostenta. Todo él es
intensamente rojo, y en vano
muevo la mano en un sentido y
en otro, que ning'ún nuevo color
aparece en su habitual mente tan
variado iris.
Vagamente pensativa me pre-
gunto el por qué del extraño fe-
nómeno buscando en los faegos
sombríos de la tarde muriente
una aplicación más ó menos
plausible. Dígome que se trata
de un simple juego de luz, que
mi diamante no puede haberse
convertido en rubí por arte de
magia, pero es en vano, por
que, como esta joya, ha tenido
siempre para mí un valor de
misterio ^icómo evitar que lo
misterioso obsesione mi alma?
La joya es hermosa, labrada
de un modo singular, en un
estilo imposible de precisar, pues
nunca he visto nada semejante,
ni en las imágenes de las viejas
joyas más célebres, ni en la
infinita variedad del arte mo-
derno. A su rareza se une para
mí, la circunstancia en que la
adquirí. Un amigo á quien mu-
cho estimo me la ofreció de
vuelta de un largo y azaroso
viaje advirtiéndome que la joya
tenía una historia y prometiendo
contármela. Al día siguiente mi
amigo desapareció de un modo
;, „/^. ■ ;: : ■ Para Apolo.
misterioso sin que nunca nadie
iiaya sabido de él. Yo quedé con
el dolor de haberlo perdido y la
punzante curiosidad de saber
la misteriosa historia de mi ani-
llo.
La tarde muere completamen-
mente, los celajes rojos han
desaparecido y la piedra conti
núa empeñada en disfrazarse
de rubí, como para burlar mis
pretensiones de explicar su
secreto. A medida que la luz se
extingue, brilla con más inten-
sidad; es un foco ardiente que
lanza rayos.
Pensativa, sigo con los ojos-
uno de ellos, es un río de san-
gre luminosa que se dilata ex-
traordinariamente como en un
sueño y va á desaguar en un
vasto resplandor vaporoso.
Algo se agita allí, no pueda
dudarlo, es una figura humana,
¿ La sombra de mi amigo ? . . .
No... Vuélvese en este ins-
tante, no reconozco esa cara:
¿quién es? De nuevo inclina la
cabeza atento á algún objeta
muy pequeño que no puedo per-
cibir. La luz roja del diamante
se hace más intensa ¿estoy so-
ñando ? . . . No, est03' despierta.
Aquel hombre no parece preo-
cuparse de mí, viste de un modo
raro y á su alrededor brillan mil
pequeños objetos que cada vez
percibo con más claridad. Pa-
rece que hubieran introducido
dentro de mi habitación y junto
á mi ventana abierta sobre el
jardín, ya completamente oscu-
ro, un pequeño bazar luminoso;
¿ qué quiere aquel hombre ?
¿ qué hace en mi casa ? . . . estoy
-98
por preguntárselo pero no puedo
moverme y siento d olorosa men-
te en mis sienes que su cabeza
melancolice; piensa en la mía.
No puedo explicar el misterio
pero es así.
¡ Cuánto secreto jjenoso! Fati-
g^ada de buscar su clave, pierdo
la rig-idez del que investiga y me
-abandono á ellos, resuelta á
dejar pensar dentro de mi cere-
bro á aquel otro cerebro, como
si tuviera un cáncer doloroso en
mi pensamiento.
Porque aquel hombre sufre,
sufre el augusto dolor del alum-
bramiento de la idea. Sufre el
dolor de los que tienen dentro
de sí un ideal que no pueden
exteriorizar.
j\Iuchas joyas han labrado
sus hábiles manos, joyas que
han ido á reposar en las blan-
cas gargantas de las princesas y
en las cabezas de las reinas;
otras muchas están allí á su
alrededor, elegantes, puras en
la línea, vivas en la expresión.
Yo las veo extasiada.
Es increíble que con unas
cuantas piedras y un pobre
trozo de oro muerto ó plata vie-
ja, puedan hacerse tantas mara-
villas.
Son flores qne parecen respi-
rai', son gotas de rocío de
una transparencia que Dios en-
vidiaría para las suyas, son ho-
jas de una gracia suprema, son
perfiles inimitables, son las vo-
lutas movibles de una cabellera,
son serpientes que completan su
misterio simbólico en la luz vaga
de las esmeraldas, son mil líneas
armoniosas que cantan la belleza
suprema de la forma, junto á la
mística palidez de los ópalos. Y
todo ello realzado por el brillo
estelar de los diamantes, por los
zafiros tristes, por los topacios
solares, por las amatistas, mora-
das como carnes que sufren, por
el iris de la nácar y la candidez
de las perlas. Y luego, como una
corte que se oprime y se empuja
por rivalizar en encantos, los va-
riados berilos, las rojas cornali-
nas, el sardónix y el jacinto, los
corales sanguíneos, granates, ro-
sados, verdosos, negros, grisá-
ceos, parduzcos, blancos, toda la
gama coqueta de los jardines des-
conocidos que florecen allá lejos,
bajo las aguas azules del océano.
¡ Oh, qué maravilla !
Tiendo las manos y de nuevo
me clava en mi sillón un dolor
agudo, el dolor de la idea de
aquel hombre que piensa en mi
frente ...
El artista no está contento . . .
¿ Qué es todo aquel conjunto
maravilloso junto á su ideal?
¿De qué le sirve tener ante los
ojos la visión nítida de la Belleza
si sus manos han de manejar
irremediablemente la materia
pesada.
¿ Qué son el oro y la plata y
los brillantes, qué es la frágil
delicadeza del esmalte, junto á
la luminosa transparencia del
ideal soñado?
Su cincel ha creado obras
de sorprendente magia, pero
su imaginación las ha creado
más sorprendentes todavía ...
Es en vano. Nunca, nunca, la
torpe arcilla de las manos será
capaz de realizar completa la '-
idealidad del genio inspirado. ■
La obra de esos instrumentos
materiales se resentirá siempre
de su materialidad, será siempre
imperfecta.
El artista lo sabe. Pero esa
amiga del corazón que es la Es-
peranza, se burla del saber y del
razonamiento y le murmura al
oído: Llegarás. Y las manos
vuelven á la obra imposible,
constantes v ansiosas.
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~1
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7
141
:ia
fl. fi. de CaFFieapte
Se ha radicado entre no-
sotros, donde triunfará por
sus altísimas cualidades de
artista y su verbo de bue-
na cepa, el gallardo prosa-
dor Arturo R. de Carnear-
te, con cuyo retrato enga-
lanamos esta página. El es
ya conocido de los lecto-
res de Apolo. En varia
ocasiones hemos ofrecido á^
nuestros lectores páginas
suyas de vigoroso estilo y
hondos conceptos.
Luchador infatigable,
siempre en peregrinación
por los países de América
que tanto deben á su bri-
llante pluma, el señor de
Carnearte ha colaborado en
las principales revistas his-
panoamericanas, para las
cuales su nombre ha sido
tin verdadero símbolo de
consagración.
-•♦•-
Pfes^titítnietilo
I^ixncsa. sixps por quté; anne: pa.rscsiste;
Siismpr^, ij.«.a. £ior para, vi-wir txn día í
Una estre:lla futga.2; qtis alixmbraría
EIn -una. n.oe;]ne solam.e^n.te;. Fixiste;
TXLi b-u.ena. a.imigaí 'jr da; tra.± la.bio oíste
i^alabras d.e: - tsrntxra. y d.2: a-le^gría i
"Y atxnqixe: ttx bosa amable se; reía.
Siempre en. ttxs ojos te encontraba triste
Eras sólo d.e txn ser, a.lma y eseneia. j
En ti fixé la ■visión de txrxá escisteneia.
Oixe mixrió sin. imorir, pixes n.o vi-u-ía..
"Y al eutmplirse la ley, severa, y fixerte, .
JSIO ptxde sorprenderme eon tix mixerte
I=*txes sin. saber por qtxé, ya lo sabía í
Ovidio FEK.1SCjí1iSCOH:ZL E.IOS.
INTENTIONAL SECOND EXPOSUFi£
Revista mensual de art« y sociología
CUErJ:PO DE RSDSCCiÓN
*va. U. -V¿;.'i.l
juaii í'i<\vn Oíaondo Alciiiipviden.
Franciscc) V'inaesfií^sa- Aíadríd.
Matmei I 'izarte - f*arís.
f^nnqüe 0!a\'a íí<Tr<-r;t Brtixeías.
íai!> (y. i rhitía M<'>:irf<.
Raía<í An^'eí Trdx'D-Caraaíj^o dt- Cosía Ri<-rs.
GuWU-rmn Arxirevr í^inaniá.
Fr'ñívíñ í urcaiS í áí^iuan-aípa (í ínsuluras!.
Saaitac;''» Aríjia-Üa (,f!)n íNíraraj^iía).
Arlurí> Afríbr()0-í---Saii Salvaofir.
M. Mcirt-no A!!')a ÍKirranouina í'CoKanbiai.
Aihí-Tto Sanrfu'z-, -Boí^oia.
Miiju<:a í.uis Rociianí: SantiaLí'o de (adlc.
Pabí() MineÜi ( >oriza!i'v' Ri'una-.
Roxaido \dUaioí>í)s !,a í'a./: !B<iíiv¡a|.
ÍAiis </í)rrea Cara('a> ( \ <aiczuiMa|.
(luilkTiiU' LavaiÍ!^ í>ava
.a \'u-!¡>i"ia (Vi-nezuefa:-.
Rrfííii^iíí lsOí¡a-ri) ía-dn (uf-nra íKcuadori.
fuan (d:í-rra Xúñez !lar)ana.
José de Dicj^o- San Juan de Pxierin RJro.
143 —
to, sin que nadie pudiera sepa-
rarnos { que mi cuerpo se pene-
trara del suyo como en los abra-
zos supremos del amor . . . eter-
namente.
Y mi deseo se cumplió.
¡ Oh! vano de mí, que no quise
conformarme con el suave pla-
cer de verla y de aspirar sus
caricias!
QuJse algo más intenso, quise
el abrazo supremo y lo he tenido.
La he absorbido en mi ser, y
es por eso que ella ya no existe
sino en mi.
¿Qué es el amor sin dos per-
sonas, sin dos almas, sin dos
individualidades fuertes y com-
pletas.
!0h, vanos, los que en su am-
bición ilimitada, sienten el deseo
inquieto de beber el ser amado!
Cuando lo han realizado, nada
queda.
Tú que me escuchas, dale á tu
amante todo lo que quiera, poro
no le des tu voluntad de vivir
según tu propio ser y tu propia
alma.
Una inailana en que la nina
quedó jugando más que de eos
tumbre, algo pesado y luminoso
que lastimó mi espalda con dolo-
lorosa quemadura, pasó sobre el
cuerpo hermosísimo de Aurora
que se deshizo en magnífico lago
de sangre, tiíléndome con sus
colores rutilantes en toda mi
larga extensión.
La bebí poco á poco, con frui-
ción dolorosa, hasta que de ella
no quedó nada, nada . . . sino su
larga cabellera roja, envolvién-
dome con su finísima red que no
me ha abandonado más.
Ya no vienen viajeros al cer"
cano pueblo ; ya no van á pasear
á la montana por donde todas las
mafíanas asomaba Aurora. Dicen
que los cielos han cambiado, y
que de su magnifica cabellera
roja, no queda más que una pa-
rodia en el camino viejo y que-
mado, que se empella siempre en
ostentar sus colores.
La vo/ del camino rojo que
antes era bhincose perdió ern un
suspiro quejumbroso.
Ya era noche. Las luces del
pueblecito se encendían melan-
cólicas delante de mí.
Tal vez había soííado.
Ol,AI)Ys ELIS.
Moiitevidcti.
.JOSÉ .JOAQÜIX OLMEDO
«♦«
— 144 —
LjPl SOEXJK.
Para Ai-OLO.
( Adaptatión írangaise de la poé-
sie castillane de Francisco Villa-
espesa la «Heniiaiui».
En un pays tres lointain,
Jusqué soi'r, dos le matin,
Fres de la fenétre assise,
Les yeux sur la route ^rise,
Sans se lasser, au printeiups
Une triste soeur ni'attend.
A la joyeuse hirondelle
Au nid printanníer fidéle
Elle dit avec douceur :
— Au noiii de r6f)¡ne amere
Q'une ibis sur le Calvaire
Du front de notre Seigneur
Tu tiras de pitié pleine,
Oh ! dís — moi si dans la plaine
Tu Tas vu marclior ! - L'oiseau
Jetant son cri le plus triste.
Se perd au ciel d'améthyste . . .
Elle reprend ses fuscaux . . .
Et, quand un voyao-our passe
Sous sa tenétre, nía soeur,
Demande á ce voyag-eur,
De r atiente jamáis lasse :
— ¡ Au nom de l'amour premier
Que peut-etre encor tu pleures,
Dis-moi si dans ce sentier
Tu Tas íipercu ¡ demeure ! —
Luí s'éloig-iie lentement
Et monte aussi son calvaire,
Laissant un peu de poussién;
Se disperser dans le vent.
5335^-^!.
Ma pále soeur, quand la lune
Tremble au íbnd de la nuit.brune,
Crie : — ¡ Au nom du Crucitíé,
Oh ! dís-moi dans quel sentier
II vit ton rayón dernier ! —
La lune au loin ¡Ilumine
Toute la plaine, decline
Puis, dans la mer de satin
Comme une lampe s'éteint.
Peut étre un jour, si je passe
Sous ta fenétre, ma soeur,
Comme á Fautre voyajíeur.
De Tattente déjá lasse
Tu me dirás : — Pélei-in,
As tu vu dans ees chemins
Celui que j'attends, mon frére
Que de voir je desespere ?
HÉCTOR DÍAZ.
Genéve, 1907.
Para Apolo.
Salud, mañana, tarde y mediodía,
Que en vuestro seno quiebra melodía
La mano espiritual que tan^o adoro
y que me hace rimar: hombre canoro.
Salud mañana, porque la primera.
Con buen sol la acaricias lisonjera,
Y presides de un hábito sagrado
La sonriente labor de su tocado.
Tú que la ves hacer y deshacer
El gesto de oraciíin, y amanecer
En el gesto las venas opalinas.
Cadenas de las manos peregrinas.
Tú que ves la graciosa somnolencia.
De aquella transparencia
De sus manos, salud, salud, si aciertas
Las nianitas á ver, recién despiertas.
Hora silenciosa, medio lía
Que en clámide de sol te envuelve el día,
Dime cóum en tu seno era su mano:
Como la flor rosada del manzano.
Y tú. más que una estrella pensativa,
Recogida vestal, tú, tarde esquiva,
Que abres nardos y cierras girasoles,
Cuenta las lanjruideces de mis soles.
—Ruido de fabla asusta uns palomas,
Ni mis sandalias se oyen en las lomas,
Yo recogida estoy, soy como una
Vestal que sólo habla con la luna . . .
Enrique BANCH8.
Buenos Aires.
m;>
Ideas V S-eütimi-eníos
II
üos Ssnriuíadones
••(Ut'. sorpr«'!!(i*- á ios incautos y
é .i!»s jiovtíií.'s í/rtisiab, ya sea coa
ÚKsa í'uaí un nianant.ia! de n[»ios
ó í'Oíi SU8 !{nej;».s (!«• at'fcíada.Sírií-
sihilid.id. dif«-r»nite.s tÍ[!OS y qUt.
at!.;(VC».'níi!f d!>tii!t;iS apreciín-ÍO'
P*;rdoii<i ai siiouhMSor d'-i ta-
v;.irii«i;id„ fns;f>:(, fo'Si's i-\\yj.Ti3H
y ;tt!':M' Stihs-f: -i l;t_^ !aÍr;id:iS d*'
<u-- Sfíücjantes. K^r desea vivir
y t'ñ"'>c!ir,'t ♦•! .'ilinií-.iiííí .jüc ^'utís-
üi^it su ••sídiíUi^ií t't cwhü't s?i va-
5)¡d;{d.
[*''rdi>n>i ;il sisuüladiír Úi-l iríi-
ÍM. !í;s de >ü Vt.hu¡rad hl. P'Tí'Za,
'iriMVí .nii;(<;«.n auí*' ia í'üal s»';
Hrri.diila Es" r- m? -cr í-rdVrrno
ral.
inspiran .«di<! v á iri \v/. dc^iTíí-
'isu — ü !íis s;!iiUÍadt>r<^>: <ívl -rs;-
tíniifiiÍ!». ¡h-\ v;u<-¿iií= y íi«d tra
UJIJííí-r VíVc, i!i;tS ni' di-i ?--niÍ'
ai,M-n!'í. ¿ l'ui" «-Uí- <>iií!iita!'. I^H-i,
ijsa virtud 'ju*' *-s ni inii<-fi ¡c-oro
d»; jiilicíias aiüía.s siina ras V
í.a hipi.tTísía iíh- >'\a-«f>«'ra
■}>or«jtie no hay Davia .|Ut' rítií'da
jusiiticui-ja. Por vs<¡, uai-» tauío
i! artista í¡i|tó«'rita coíiü» al iuás
■'íii|-/d»'r!i!do y cuiií'upiíOfíjú;
Quo uií «scritor j>«'r verso nie
Sea una pñgiua suya, vSt'iiiiaíenial,
llena de humaiios p^^■•po^it<^s y
capaz dt; eOíiiauv, r hHt^Ui. td
llanto á quien iío ciinuzca sus;-
crueiosj instiiiíus, e^o yo no io
ít'iero. Sf i'S ^ensibic por na tu
raleza y no por v\ íuedio en que-
se vive u! por cít^tMo 4^' ías cu
euHStanoias.
La siinuiación es la ünlca ha-
bilidad di* {as aiiuas intcru-rcí
ijUc aiuiati á tietitas vn ¡a ^ío^u•
bra ocultando stJS Hioviinií'níoe
á las miradas tlcí .-^¡m EíIíi pro-
tcjre á alirunos cohío terrea
coraza y licva al cf-rcbro dt' otror
e'>nio un iiáliti; áe ínieüg'rficia
aparente.
¿ No veis eúiao intíídios !nd>é-
íiiles cubií'rtiis^ en otro fien.'po,
de harapo.-^, v bey ctuaíiiados de
insoiencía, han dad-^ en Haniar*e
ácratas. ik> ol>,>tan?»- v.^ eíjroisino
indiscreto y sn ^rau >vd de
oro? — Si r»eneTrá!s (•s•i^ adnas^
etu'ontraréiH ets clia^ un depósito-
de lacras. Eüa.s han. prociaHiaiio
la Acracia — ce?!;- pcdri.in iiu-
berio hecho con i'\ a^-^CiUtisnu^ —
para vivir á exjí-ri-a-- del oucblo
cuya íji-nerosideá ■'^p]t>!at! so
pretexto de condiudrío al niuntb
definitivo. I'ara iog ;ie?.>s uc la
vida pn'ttiea jso se uisr-irriii , j)
las. ¡deas de Jiakouiune «ede
K.ropoíkine, euNa > b?.«. sh; cíu*
bartro, ensai'/an cnir- la claí^e
avanzada. En ia ida práctica
Son sus maestros los autócrasas y
Uis déspotas <ie los -^ue 'Sirit:»n
Il<i
üt'í-nvf! verso «.'n ui! manto de Wi'
Uno tie tíllo.s ou" ha s('!-vldo de
estudio eii tuis ¡arjí^as |>i*rt'<iTÍ;
ísacií'iies d«' lU'Mh-íario y d<í
hombre libr*'. Ye sr «jiu- la r»-
%--i-]¿ieión de ^li üuSühi'í' '% úv
«ns hechos d»- íntiiüidad t!a =
fiaíi al trast«' v*>]i >\i insoiciieia
jr" su «;n.s(f!»í'rhcrÍ3i¡i*n!'i d',' bur-
gués ueaudaJndo. i 'ero, no, í¡h-
:p<»ria ; ui senaii- «-^1! j-í iütlii'*- v
escnüo su liuüibi'c í.'i! 113 j libro {
de ve!!|iaj!zas, l"t! dia. liaré !a
revelación v •'■! í<-!H,irá >n ■(•;i.stiif<!.
Custitío ívrriitit', introin- !os
sim'aladffrs's «ie «-sr jm-/. no jne
:ini¡*.'V«'íj .-'i picd.-id.
La Ai'ícif a. «-s uii ^tvinñüicistü.
P!;hí::z y (;üííí>
".?>
■'¿í^
*^
B^:^¡(;^<•• s- \ui- '. a
racióti
A Nuestra Señora la Poesía
Pa ro. A í-<!£ /»,
Sanofi. i Tu que suave como la luz del alba
La mtúBú énciareces >• doras la quimera,
SmúfB í Tu que eres drvioa primavera
Oyyo mOagro todo lo purifica y saiva,
Hacia ñQ^ú\f@B tiende fus manos generosas
Que ©frecen armoriia^ carino, düscedumbre ;
La vida del espíritu va perdiendo mil rosas
¥ ya solo sabemas gemir de incertidiimbre.
Por fu viffyd ayer cfuede santificado,
RecÜba méB- dia que se tor na pasado
■ Un b^ñe^ñCQ germen de salud y herniosura
Para que todo sea entusiasta, fecundOs
I esté UenG de amor y más perfecto el mun
Cuand® en ai obtengamos una Vída futura,
kíbtríQ $kfiQ
HE2-
U'
'^^\'\^ I ^m::^
i ■---'-^ ^
■i> ~
£1 pí^^T] i'ft jslrlr?
Apoi '
.1 fVircs ?/ Curi.t.
Kl <!i i .ii.terii'r, un <ioni!fitío Jl de J)i<-ifnit)re, .»r|uiU-.> Millón fe hal^ia pa-
ct.-iio ífúit ia tarde rfoori iptido ios iiazares de lujo y i.is erandes tiendas de no-
i.tii idií. :.!nsii)-<,) d«; i ticoiit r;ir f-ii <lli>s f¡ ü^iiin^ildu con (lue se propu.siora oh*
-;('i!!i;^r u su ptii.niía Lulii. una rul u'riia tina, movihle, norvio^a. f.ivr". ado*
fa!)U'- quínco .;t'¡(i-; a raTos ia iiu'ian grave, u ratos ^cntiiuentai. ;'. ratos un
di i. !iHo teri-i'iiif (¡lu- rcvoincioiialia toda ia i;a,-ia <;ii)i \<'n agudoi* de sus risas
V ¡••¡n l<>^ gc.r.ifo^ de M!> ii!a i'ia.-^,
,líUí|> !tw!! loraion ;ura''s Aquilas .viilton' AijacS ilurniJiKO ¿\ de Jíii.iemíire
6\ t( ti! i en í i jH.i'.ir Vi lütiti neo p>— ••- . si. i onu' usfcíle- lo nyen. toda nn.a es-
;')le>idi(ia f'>rtur. ; pir- mi {nimilde n)i!ih..<ho romo í<í í-ra A(|ni!es, rnyo sueldo
íiiii r\!ini)oso y f.';iiad> ; f- iha.íi'íaiiH-üt.-' en ¡-asa d" un lonsienatario dí> trutos,
•lindo á tina pi-n^inn ptacniile ¡imv prr<i!i!cra .-ru ímena madre, ia vind;! del
antiíTUo ínacHtro (te f-.-^í ueia Zac.irí.i.s .Miiton. apenas í-j .sumatia lo c-trieta mente
?»i.<'.s irlo para í;;Uí' ainhos vivieran .;ino ton pr!V<i<.;iono<. ai menos eon relatiy»?
r «1 rt-':hoceí.
¡El regalo ¡i.íi': !.:'.ím' i)e.-d( tiíí me^er- .."ras e.«to hatua oon.mituido j.t
pre/xtipación ■ on.-t .inti\ de .Aciuiie.s Müton- iiatna -¡ido .^u pensamiento, an idea
•rij.i una otíS' .-ion ienieiO.-^.i y tiulce. a('.iri<'i,irltir.! y íerníde á un mismo tiein
55i' -Que íe rí.'ííai.iri.i. el a l>u!u eu.'iiido Uetia-e e! tan anlielado romu temido. Vs
■i>: .¡ño- .Mjíton ii.i'i!;! ravilado mU! ho esta eleecion. Su bolsa no ie permita'.i lu-
iO- i.j;ayores. K!. que er i p-ihre -,<iué jvidria otrecerie :i arjuellíi su muy amada
Lula, criatur.i .ii.'A~íuint)rada á !ort mayores hoat.os y magniíiscenoias. pueat.-
-fi'c .-ts* padres vivjtu .-n ia opuleiü-ia -
Urave pro- irma •"-;?{■. Y no p!>rque Miltori itiera un anibieioso vulgar, ni
in íatuo. ni tan sioniera «üo de c.-rj^ tanto-» vani(!i!.siiii>.s del peor gusto; no.
.sino poriiue At !l*i.'; , en !á optiini^t.i adoiesceucia <i<t sus veintitré.s año.-, perte-
.loraa á esa > ia-' ■!■• • tía ivoridos peiiírro^.is f¡\i'\ fomo íii.io ei poetr... no tendrían
•'eT'tru en iia-a-r friego-, rit- .uíiñeio ron e! .■sol. ía iujia y las estreüaa siempre
]w '--te e.-in:- ! i ■".I" ;ooí..-.,r.— .r, ^r.-. era'.-: pl:ic,er á 1;; dama y señora de «<n?
aeL-taínteriío.-i.
- f.r f-f-p .. i írí 1. .a Luid uiía jo.va, uit i erar iosa iionitonera. nn houqitct, de
ioií.'» raras y tx,;t ica.s ; »¡¡di-. rxpre.-; iiiuone f-e día para él desdo tierr.as mn>
v'j'anas y de.-rononri v- ■ "ta. icd • f-to hatiia pensado el bueno de .Mtiton. lili
■■■.•a .sus horas de i.nM.r .i-idr,., : i; .1 ¡-Mc-ritario del ronsitfnatarios de iruf'S :i'¡\:*
.-.n .-Ai •eeh'i 'íe- : líaie-ieiite .-ení inu-nt : i, t-n ios iareos insomnios de las noeíie-
i-at;;rD-rt)ie.<;, ó. cu iiüio <a <--p< ran7..i . .-oünéudole dülee ,y prometedoramente.
apareciasele ei' sui-hr-f^ en lorm.'. de un hada ecnerosa que pregonábale riquezas
..- honores i-iin Msh' n T.nnd.ri,! .i svi Vuen.i maare v ,i -.n primita Lulü. nU m">
•añada y sor'i.d: lO'.raí'! ¡d ;
i f'oi;re .Vílt'O)' l.>esd>- baria tre- me-íes, épora enque comenzara á amar a
S.uiíi toriá>;d '^e :n,i pL-iie- f a n(á-t ¡eos, e liusnrior!. Milton, sin descuidar po?
-ao l.i .usii-n ^ ióü üuiisna! ip!,- ■ aií rr-u-.'- ,■: -u 1 uen ■, nMdre. había iosrrado reo
i-^ar algún -. .•ononii.is .-oíoe -n va .•xi-'uo presupues'to personal. Frivánd^áe .
-.1.; cierto.s íjasto- .superfinos y líuardando en su eaja de ahorros loa pequeños
acnorarioií eon üHe á vece.-- ¡o/^ elientes d»d eonsiignatano de frutoi* prcmi»b».S'
— 149 —
alguna comisión que le confiasen, Milton, después de esos tres meses de duro
ahorro, había logrado reunir aquellos veinticinco pesos que él ahora destiacv?e-
para el soñado aguinaldo.
— Esta tarde lo compraré — habíase dicho Milton aquel 31 de Diciembre tau
pronto hubo saltado del lecho. Efectivamente, esa tarde, dichoso, feliz, henchido
do un orgullo muy justo y muy legítimo, Milton diose á recorrer los barrica
centrales de la ciudad inquiriendo precios y consultando gustos.
Caminó mucho. Todos los escaparates le fascinaban. Una loca y desuic
surada ambición parecía haber despertado de repente en su cerebro de hucn
muchacho hasta entonces resignado con su suerte. En cada vidriera, algnn:<
joya, algún bibelot, algún objeto artístico, poníale á punto de dicidirse, ,.>ero
luego, impulsado por el deseo de hallar otro más hermoso, titubeaba nueva-
mente, y vuelta otra vez á detenerse ante nuevos escaparates donde los curio-
sos se apiñaban en un éxtasis de infantil admiración.
En una joyería central, un delicioso medallón de oro con una perla le
fascinó.^Cuánto quiere usted? habíale dicho al joyero, un hombre muy ama-
ble y muy ceremonioso que vistiendo irreprochable traje negro de levita aten-
día el despacho. — «Treinta y dos pesos, ni un centesimo menos», habíale res-
pondido éste. Milton ofreció veinticinco, todo lo que él tenia, pero el hombre
muy correcto y muy ceremonioso no cedió un céntimo. Milton se marchó, tiiste,-
apss adumbrado, renegando de la terquedad inusitada de aquel hombre por lo
demás tan fino y tan ceremonioso.
Por fin, á las 7 de la tarde, entre dos luces, y ya casi entrada la noche,
Milton pudo realizar su ansiada compra. En una casa de antigüedades logró
adquirir' un hermoso guarda joyas de porcelana fina con cinceladuras de oro.
objeto que, según la palabra honrada de Mister Butifar, el propietario del es-
tablecimiento, era un joyel de la más legítima porcelana de Sevrea.
Y en verdad que el tal joyal pregonaba un cachet y un buen gusto ex-
quisito. Era aquello un objeto hermoso y delicado, una frivolidad galante digna^
d3 las blondas y amables marquesitas del Trianón, una monería sólo propia del
talento de un gran artífice. La porcelana era tan diáfana que parecía rasgarse al
menor soplo. Elegantes alegorías de la época del Imperio aparecían diluidas en
tenues acuarelas. Filigranas del mejor gusto la exornaban en graciosos dijes y
fiorituras, y una llavecita diminuta, también de oro, así como debieran ser las-
di; las hadas, servía para asegurar aquel adorable estuche de monerías.
Milton pareció encantado. ¿Qué mejor regalo podría ofrecerle á Lulú que-
aquel juguete delicado, diminuto, etéreo como un ensueño y frágil como una-
sonrisa? En un instante él perfiló sus planes. A la mañana siguiente, de paso
que iría á saludar á sus tíos augurándoles feliz año, él ofrecería á Lulú aquel
obsequio como prueba de un hasta entonces acallado pero infinito amor. Y esa
noche Milton se durmió plácidamente, feliz de pensar en el efecto que produci-
rían sus palabras, cuando, entregándole el joyel á Lulú, él, hasta entonces
tímido é incapaz d,e confesar su amor, la dijera su declaración romántica y
efectista: «Toma, Lulú, es para tí. Yo quisiera poder ofrendarte todas las ri-
quezas de los emperadores, pero créeme, Lulú, que si esto es muy poca cosa,
por tí mi amor es infinito como el universo todo». Sí:... «como el universo-
todo»,.. Esta frase le sonaba al oído de una manera maravillosa — «como el
universo todo»... «como el universo todo»...
¡Año Nuevo! ¡Año Nuevo! — Todos los recibimos con placer: todos, aunque^
— 150 — ' i ;
-en ese día, allá en nuestra mesa y en la hora de las íntimas expansiones, llo-
remos en silencio al ver á nuestro lado un nuevo blanco, un hueco, una nueva
brecha abierta por la fatalidad, un nuevo vacío que no volverá á llenarse por-
que el ser que antaño lo ocupara ya se ha ido de nosotros para siempre...
¡Año Nuevo! ¡Año Nuevo! — ^La imaginación da un formidable salto atrás.
Loe recuerdos se agolpan á nuestra mente y las ilusiones nos sonríen de un
modo grato al '«orazón... Un nuevo desaliento nos arredra y una nueva esperan-
za nos fortalece. Evocamos felicidades perdidas y auguramos felicidades entre-
vistas. Damos un traspiés en la vía-crucis de nuestro Calvario y ensayamos un
majestuoso vuelo hacia la cumbre. Desmayamos y nos sentimos titanes. La fe
nos anima y la esperanza nos hace fuertes, nos agiganta, nos hace despreciar
al rudo destino y retar á muerte á ese enemigo intangible y por eso mismo trai-
dor que se llama lo irreparable...
¡Año Nuevo! ¡Año Nuevo! — Un aleluya de parabienes futuros repiquetea
vTi nuestro corazón alborozado. Ese día el sol es más chispeante y la naturaleza
88 nos muestra más pródiga. Las penas se ahogan en una consolación mutua y
necesaria. Las bienaventuranzas se prodigan á manos llenas. Cosa rara : ese dia
el hombre deja de odiar. Cosa incomprensible: ese día el nombre augura la dicha
ajena como ansia la suya propia. Cosa inusitada : ese día la bondad se univ^r-
aaliza como ante el peligro de un acabóse final... til Año Viejo se fué! El Año
Nuevo se insinúa como una bella alborada que canta, y que es de oro, y de rosa,
y del azul más azul!...
— Volveré á almorzar.^Habíale dicho Aquiles Milton á su buena madre
esa mañana, y ambos se habían dado un largo abrazo y un fuerte beso no sin
pensar mutuamente que ese día, el buen padre, el antiguo maestro de escuela
Zacarías Milton, ya no compartiría con ellos la entrada del nuevo año.
Con su pequeño joyel, Milton marchaba por la calle como un hombre
honrado y dichoso que no tiene por que ocultar su felicidad. ¡Qué hermosa ma-
ñana aquella ! La alegría del sol, la placidez del ambiente, el azul moaré del
cielo se exteriorizaba en los rostros risueños de los numerosos transeúntes. !■&
ciudad toda gustaba loca dicha. En las calles, festoneadas de árboles, la multi-
tud se expandía bullanguera. Los carruajes y otros mil vehículos rodaban entre
un estrépido de fustas cimbradoras y de gritos. Los tranvías eléctricos pasaban
veloces cargados de enormes masas humanas que traían y llevaban del uno al
otro extremo de la metrópoli.
Milton marchaba con su buen alma de veintitrés años henchida de dulce*
emociones. Bajo el espolvoreo de oro de aquel sol de estío, mil graciosas silue-
tas femeninas cruzaban á su paso. Luego, hermosa coincidencia : esa mañana
todo el mundo parecía andar de compras. Los ramos de rosas y de crisantemes,
los paquetes denunciadores de confituras, las cestas de champagne y de bour-
dcaux, las joyas, las ropas y los zapatos flamantes, veíanse á cada instante pre-
gonando un bienestar común.
Aún faltaría un cuarto para las once, cuando Aquiles Milton llamó á la
puerta de la regia mansión donde habitaran sus tíos. Muy pronto entró. Por
las escaleras, porteros y lacayos subían y bajaban con obsequios. En el TioII,
regio, observó un movimiento inusitado entre la servidumbre. En las escalera»
un viento de borrasca le intimidó... Cuando flanqueó el salón, suntuoso y mag-
nifiscente como un hermoso templo del arte, Milton tuvo la primer noticia de
.aquella horrible hecatombe que de tan alarmante manera había puesto de punta
los nervios de la bella Lulú.
— 151 —
— Cálmate, mi querida Lulú, yo prometo traerte ahora otro más hermoso.
— Sí, hija mía, escucha á tu padre: él cumplirá su palabra...
Y el padre hablaba y la madre suplicaba, entanto Lulú, acoauinada allá
ea un ángulo del salón sobre un canapé de brocato, sacudía todo su cuerpeci-
Uo Oh espasmos de santa ira que tenían la virtud de avivar hasta el acero la
mirada de ordinario bonancible de sus glaucos ojos.
Y fué allí donde Aquilea Milton supo toda la verdad de la horrible tra-
gedia. El encantador Bihi, el liliputiense perrillo de lanas de Lulú. el mimoso
de la casa, el amo, el dueño, el señor, el antojadizo gustador de frutas^ecas y
de bocados exquisitos, el gran goloso de bombones y de confites, aquél mimado
entre los mimados y festejado entre los festejados, aquel que durmiera en le-
cho de pieles y que en invierno gastara mantas de riquísimo astrakan, esa ma-
ñana, víctima del pie burdo y aldeano de un lacayo torpe, había fallecido des-
panzurrado.
¡Horror?
— ^No quiero que me traigan nada. Yo sólo deseo á Bihí. Sí, lo quiero vi-
vito y coleando. — Chillaba Lulú.
Valiente antojo. Aquel milagro era imposible, lül pobre Bihi ya estaba en
el cesto de los desperdicios hechos un adefesio. ¡Oh! lo que pedía Lulú era algo
mayor que los tan admirados trabajos de Hércules. Bueno estaba el pobre
Bihi á esas horas!
Y toda argumentación resultaba inútil. Se retiró el padre en busca del
prometido sustituto de Bihi, se retiró la madre desconsolada por la enorme
pena que embargara á su hija, y Aquiles Milton, frente á su primita erizada,
optó por sentarse á tres pasos de ella hasta tanto la crisis pasase, imitando así
á Dieguito Mir aflores, el amigo asiduo de la casa, quien, desde los comienzos de
la tragedia, había tomado heroicamente aquella digna resolución. Milton estaba
consternado. ¡Bonita suerte la suya!... ¿Habríase visto mayor fatalidad? Traer
él su aguinaldo, venir con la resolución formada de confesar su amor á Lulú.
y ahora, por un mísero perrillo de lanas á causa de la impericia de un lacayo
torpe desbaratarse de semejante manera todos sus planes !
Miraflores, el hombrecillo de salón, el que supiera bailar a, la suprema,
elegancia el schotis Luis XV y fuera sabio conocedor en tocados femeniles, mos-
trábase en circunspecta pesadumbre.
En un cuchicheo discreto, como así lo requerían las circunstancias, él des-
lizaba al oído de i»iilton detalles horripilantes.
— Eran las 9 y 3/4 — decía,— yo mostrábale á Lulú un magazín de modas.
Bihi dormitaba en aquel corredor de la izquierda... Pasó José, apremiado por
un llamado urgente... Un aullido horrible llegó á nosotros... Luego, nada: todo
en silencio... ¡Oh, el desastre se había consumado!
Milton, casi sin escucharle, repetía estúpidamente una misma frase : ilo-
n'ible!, horrible! horrible!...
Y luego, proseguía Mirañores todavía espeluznado por la espantosa visión,
qué cuadro aquél!... Lulú presa de un agudo ataque de nervios. El padre, el se-
ñor de Meneses, prometiéndole un inmediato sustituto. La madre, la señora Mil-
ton de Meneses, llorando junto á la hija desconsolada. José, el pérfido victima
rio. huyendo, la dama de llaves, la servidumbre entera, también huyendo... To-
da una fuga, un correr loco y desatinado por pasillos y corredores.
Y de pronto, deteniéndose bruscamente en su peroración, Miraflores tam-
bién acabó por huir de Milton, pues "un nuevo estremecimiento de Lulú le pre-
dijo que la crisis se agravaba de una manera harto alarmante...
- 152 ~
Entonces Milton quedóse solo frente á Lulú. Transcurrieron tres minutofl
Dolorosa espectativa. Luego, ¡Olí, visión celeste! Qué veían sus ojos? üou que
Lulú ahora le hablaba y le sonreía, a ei, á Aquiles Milton en persona?
La esfinge habló: — Hola, eres tú?...
Milton, perplejo, mudo, asombrado, reducido á un átomo, balbuceó anhe-
lai.'te — Claro, soy yo. Sí, Aquiles Milton... tu primo... tu...
— Já! já! já! Pero, tú estabas aquí? Pues créeme que no te había visto...
¡Pero qué cara tienes! Estás, ¿cómo diré?... Vaya, pues que no doy con la pa-
labra !
y después, en un mohín nervioso — ¡Hola! Pero qué veo?... Qué es lo que
tienes ahí, envuelto en papel de seda y atado con un cintillo?... ¡Vamos, ya cai-
go; será... será...
— El joyel, — dijo Mitón ol sesionado por su idea fija.
— El joyel?... Pues muéstramelo. ¿Qué es eso del joyel?...
Milton fué nuevamente héroe en aquel instante, ihí valor vigorizó su espí-
ritu. Kecordó su declaración romántica, hermosa y efectista, y. habló:
— "Toma, Lulú, es para tí... Yo quisiera poder ofrendarte todas las rique-
» zas de los emperadores, pero, si esto es muy poca cosa, créeme, Lulií, que por
»tí mi...»
— Es muy bonito, pero no es de Sevres, dijo en ese instante una tercera
vez á sus espaldas.
Lulú miró al intruso. Aquiles Milton le reconoció instintivamente. Si : era
Miraflores.
— ¿Pero, de verdad, es para mí?... es p:ira mí?... Pero, es cierto que tú te
has acordado hoy de tu primita Lulú?... Y qué bello es! Pero, escucha: qué era
lo que me decías hace un momento?... «Yo quisiera poder ofrendarte las riquc-
» zas de todos los emperadores, pero, si esto es muy poca cosa, créeme, Lulú, que
»por ti mí. mí. » ¿Qué era lo que ibas á decirme?... «mí?...» «mí?.. »
Y mientras así parloteaba, adorable y encantadora en medio de su loco
aturdimiento, Lulú miraba y remiraba el joyel.
Repito mis palabras : Es muy hermoso pero no ea de Sevres, afirmaba á to-
do esto el pedantesco Miraflores.
Milton estaba exasperado. Su fastidio era inmenso ante este nuevo desba-
rajuste de todos sus planes, ante esta impertinente cortada de su declaración,
cuando, por fin ya.á sol is con Lulú, tan sólo le faltara decirle la última frase
d^ su declaración soñuda : « ... pero créeme, Lulú, que por tí mi amor es más
«grande que el universo todo \»
Y en esos momentos, frente á Lulú, entre los dos rivales se entabló una
discusión tan enojosa como interminable. ¿Era de Sevres el joyel? No lo era''
El pobre Milton acaso habría sido engañado miserablemente por el judío del
bazar de antigüedades?...
Y entonces, he aquí, que Lulú, acaso ya pasada la primera impresión que
le produjera el joyel, acaso obedeciendo á un arranque felino de su adorable
cal:ecita blonda de muñeca frágil, tuvo una frase cruel que mató de raíz todas
las ilusiones y los largos ensueños de su buen primo Aquiles Milton :
— ¡Ah, mí querido Aquiles, exclamó, yo creo que Miraflores está en lo cier-
to... Este joyel, no pasa de una simple imitación. Créeme, Aquiles, que yo ja-
más consentiría en ser tu esposa... Serías un mal marido. Nunca me serías útil
para las compras!...
Juan PlCOiN OLAONÜO.
Montevideo. 1909.
153 —
la Pálida Pensativa
AI verla tan pálida y tan triste,
una inmensa compasión se apo-
deró de mi alma. Ese silencio en
que se envolvía su lánguida ni-
ííez, fué para mí desde entonces,
la revelación de un misterioso
poema de dolor. Sus lindos ojos
negros, se adormían pensativos
como si estuviesen contemplando
la fatídica visión, de su negra
desventura; su
boca tan bella,
¡ cómo se marchi-
taba ! esa boca
que parecía hecha
para los ardientes
besos de amor, se
contraía ya, en su
temprana vida de
rosa enferma, en
un gesto de amar-
go sufrimiento.
Y al verla así,
tan pálida, tan
triste, en su trági-
co recogimiento
de melancói ica
flor de claustro,
al instante, sospeché la cruel his-
toria de una novia abandonada
al olvido de su primer amor.
¿Quién sería el infame — pen-
sé — que así robaba la felicidad
'á esa alma de candor y de vir-
tud? ¿Quién sería el que así
agostaba aquel jardín de pri-
mavera con el helado cierzo del
Desengaño ?
Para Apolo.
Y compasivo, me acerqué á la
dulce niila que meditaba en su
sombrío ersueilo, y la dije:
— ¿Por qué esos lindos ojos se
nublan de lágrimas ?
— ¿Por qué esa recóndita tris-
teza en esa vida donde sólo de-
bían florecer ilusiones y ale-
grías ?
¿Quién es el ingrato, niña, que
así paga ese amor
con el olvido?
Y llorando,, en
la resignada ac
titud de su sufri-
miento, y con una
voz angustiosa
murmui'ó :
— Quién ha lle-
nado por siempre
mi vida de dolor
quien ha trocado
mis alegrías en
pesares, mí risa
en suspiros, y mi
corazón en eter-
no manantial de
lágrimas, es ... .
la bella madre mía, la adora-
da madrecita de mi alma, la
que reposa su último sueño,
allá. .. bajo los sauces del ce-
menterio . . .
Kafael Ángel TROYO.
Carta<!0 de Costa Rica
-*♦*-
154
de H^Uotroí)os
DESPUÉS DE VERLA
¡ Oh, mis visiones matinales ! Deja
Que al evocarlas te bendiga y cante :
Tú pasaste también con la radiante
Elegancia de un cisne que se aleja.
En la avenida se perdió una queja
De tu vestido, y en tu faz distante
Se posó mi pupila agonizante.
Ávida y pertinaz como una abeja
Después, un ramo de visiones raras
Pobló mi fantasía en las avaras
Dilataciones de una enredadera ;
Pero volviste pronto á las aladas
Rondas de mi cerebro, y las habladas
Imágenes huyeron por la acera . . .
Y hoy, en la urna
dsl alma mía,
¡ Oh, mi virgen, perduras todavía !
eucaristía
A Luis Roberto Boza.
(Santiago de Chile}.
¡ Oh, albura de magnolia, eucaristía
Del alma de las vírgenes! Pagana.
Mi fantasía moduló un hosanna
Confidencial en tu gloriosa orgía.
Pulcra en las formas de la amada mía
Y el alabastro eres, oh, galana
Evocatriz, en tu promesa arcana,
De un heraldo de amor y de harmonía.
En un ampo de nieve la inocencia
De candidas imágenes evocas ;
En una curva de mujer tu esencia
Sacude las eróticas desidias ;
Y el mármol, orgulloso de tus tocas,
Alcanza un beso del cincel de Fidias.
— 155 —
CAMAFEO
Flor de Chipre dulce y rara
Y alegre como un rondel,
Gracia que evoca el pincel
De Antonio de la Gándara ;
Su faz luminosa y clara
Del nardo tiene el mador,
Y en su labio abrasador
Hecho de orobias y miel,
Hay una urna : joyel
Para los himnos de amor.
¡Oh, la noche, noche umbría
De sus ojos de cristal !
El alma de un madrigal
De Amado Ñervo sería.
¡Oh, que es pura la harmonía
De sus formas, y el rubí
De sus pómulos ; allí
Vertió Natura un oval
Celaje primaveral
Sobre un ampo de alhelí.
Es su frente de alabastro
Un ánfora de abadires ;
Trasunto de los zafires
Del mago Eugenio de Castro.
Con encantamientos de astro
H^Uotroíios
Con el presente nú"
mero comenzamos la
publicación de las poe-
sías de HeliotYopos, li-
bro de nuestro Direc-
tor, cuya segunda edi-
ción aparecerá á fines
del corriente mes.
Rasgando el etéreo tul,
En su pensamiento azul
Florecen tiernos decires :
i Un venero de elixires
Más glorioso que Mosul !
Su cuello ebúrneo y erecto
Ha de la nieve el albor,
Y ese cuello es un primor
Hipérdulico y dilecto.
Bajo corsé predilecto
Dos rosas muriendo están,
Y sus movimientos dan
Los vértigos del amor ;
¿ Acaso sabe una flor
Como su seno al imán ?
¡Oh, virgen de fuego y nieve,
Adorable virgen mía:
¿ Que eres una canturía
Del alba exótica y leve,
Y una flor que canta y llueve
Polen vaporoso y miel ?
Dime entonces el rondel
Soberbio de la alegría.
¿ Podrá mi espíritu un día
Armonizarse con él ?
PÉREZ Y CURIS.
156
Bibliográficas
liibpos y folletos peeibidos
FüBGO Y Tinieblas, por Claudio de
Alas. — Santiago de Chile. — Claudio de
Alas, el poeta colomhlano residente
■en Chile, nos ha enviado un ejem-
plar de su libro, publicado con el
afán de dar á conocer al público la
verdad del terrible drama de la lega-
ción alemana. Escrito en forma de
novela y, por lo tanto, más atrayente
y artístico que una simple crónica.
Fuego y Tiníehlas trae las siluetívs
del asesino y los principales persona-
jes que intervinieron en su captura.
La pluma contundente de su autor
traza en breves pero fuertes rasgos al
criminal VVilIy Beclíert lí'ramhahuer,
para quien tiene duras frases de con-
denación por las circunstancias y el
modo artero en que privó de la vida
á un servidor tan tiel y de tan nobles
sentimientos como era Exequiel Tapia.
Fuego y Tinichlas es un li'^ro san-
griento pero ungido de verdad. Mi
aplauso es para su autor.
Senda de Tortura, por Benigno Vá-
rela.— Librería de Pueyo. — (Madrid).-^
Es la novela íntima de un doloroso
que sabe sobreponerse al gran dolor
de la vida. A pesar de la Inquietud
con que parece haber sido escrita (á
juzgar por la precipitación y el pre-
maturo desarrollo de algunas de sus
escenas) Sendi. de Tortura es obra de
un novelista espontáneo y hábil, y de
un buen observador, tan seguro de
su arte cuando pinta un paisaje ó
describe las cosas de la naturaleza,
como cuando descurre sobre las al-
mas.
lia prosa de Benigno Várela es ma-
tizada y atrevida. Prosa de combate
que tiene el ritmo y la frescura de
una poesía heroica, y en cuyos giros
audaces el vigor del anatema surge
de pronto como una ola que todo lo
inunda.
Senda de Tortura es un libro sin-
cero y fuerte, y por lo tanto, lauda-
ble. El triunfo aguarda á su autor. —
Pérez y Curis.
J*4aevos libros feeibidos
Agradecemos el envío y promete-
mos ocupirnos en nuestro número
próximo, de: Pufelo fnffrmo, por A.
Arauedas (París): Ensayo de una filo-
sofía FEMINISTA (KfF"TACIÓN A MCBTDS),
por M. Romera Navarrn (Madrid) ;
Floe (novela) y La Literatura Venezo-
lana PN E'. siR'-o DIEZ Y NTEVE. por Gon-
zalo Picón — Feires (Caracas) ; KuFI-
NiTO <S''c.edido histórico), por F. Gar-
cía Godoy (Santo Domingo) ; ATíoRAN-
GAs Líricas, por Lisimaco Chavarria
(San José de Costa Kica).
flpolo » cti Eufopa
La acogida que en Esoaña han dis-
pensado á nuestra revista los mas
conspicuos representantes de ]las le-
tras, habla, con mucha elocuencia del
alto concepto en que se tiene á Apolo
fuera de aquí.
Los sonetos de nuestro Kedactor en
Madrid, el poeta Francisco Villaespe-
sa, que hoy publicamos y forman
parte de dos libros : El jardín de las
quimeras y Las horas que pasan,
próximos á aparecer, nos han sido
enviados galantemente por su autor,
como un testimonio de .adhesión á
nuestra noble é imprD^^a tarea.
Julio Kaúl Mendilaharsu, nuestro
corresponsal en Europa, también nos
ha enviado coli},boraciones inéditas,
suyas y de muchos escritores que le
han hablado de J^POLo en España y
Erancia. Hoy publicamos parte de
esos materiales ; en el próximo hú-
mero insertaremos otros y los que
han ofrecido enviarnos, por inter-
medio del joven iDoeta, Eeüpe Trisro,
Vargas Vila, Leopoldo Díaz, Amado
Ñervo y otros más.
Con sus últimos números Apolo ha
acabado de consafrrarse, ocupando
con sólo otra revista, el primer pel-
daño de la escala literaria de Amé-
rica. Otras publicaciones, sostenidas
por empresTS que las han mercanti-
lizado. vienen más ricas de ornato,
más llenas de avisos, pero ninguna
presenta un selecto material inédito
ni cuenta con un cuerpo de redacto-
res como ArOLO. redactores que, como
se ve por el presente número y los
precedentes, y como puede atestiguar-
se por los originales que conservamos,
nos remiten periódicamente compo-
siciones que agrTdecen>os.
rtSe nos llamará egoístas?
La egolatría, en este caso, se im-
pone porque tiende á la verdad que
todos han ocultado siempre. Y se
impone á pesar de todos los imbéci-
les que han querido detener nuestro
avance, sembrándonos de escollos el
camino y de todos los felones que
han pretendido ensañarse con el alma
proletaria que sostiene esta revista.
Director -Kedactor: PEKEZ Y CURIS
Secretario de líedaicii'.ii : OVIDIO FKRXÁXDEZ KÍOS
ANO IV
Montevideo, Julio de 1909
N.' 29
0^ los lís^s y d^ las Rosas
El Mirador de Lindaraxa y El Liiiro de Joto, por Francisco Villaespesa
Lo que es á la prosíi. de la Espa-
ña actual, aquel Mago del Verbo, ad-
mirable é inimitable que es, Valle-
Inclán, lo es al Verso, este extraño
y sugestivo Poeta, que es Francisco
Villaespesa : un espíritu significativo
de la raza, en el cual se hallan, me-
jor que en otro alguno, los vesti-
gios y el determinismo de las épo-
cas pasadas, pero no estancado y
desdeñoso como en los viejos clási-
<-os, sino movimentado, actualizado,
en un vuelo atrevido para evadirse
del sueño ancestral, pero impreg-
nado siempre de un orientalismo
morboso, lleno de perfumes de ha-
rem, y del de las rosas penetrantes
de los jardines del Generalife: pen-
samiento, indiferente si no hostil ¡i
las influencias de afuera, y, siem-
pre soñador, como un .¡'"Vcn Kaid. á
la sombra de un rosal, porque ia
mvisa de Villaespesa, no tiene pe-
plum, como la de los jóvenes poetas
í;eudo-helenos, sino blancos velos de
Sultana, que ocultan apenas á me-
dias; los ojos tentadores de la Huri:
su poesía, es revelatriz de un esta-
do de alma, soñador y plácido, con
murmurios de un surtidor en un
patio árabe y un meditativo claro-
obscuro, de ajimez: porque la Mu-
sa de Villaespesa, es eso : oriental
y clásica, con la plástica admirable
de un espíritii móvil hasta lo infi-
nito ;
Villaespesa, no es un poeta or-
questal y huracánico í^ lo Hugo ;
su arte, aunque polífono y ricu
hasta la prodigalidad, lo es en co-
lores y matices suaves, no en gran-
des ritmos timbálicos y asordado-
res : su caudal musical, no es de
Wagner, es de Verdi :
el tecnicismo de su música verbal,
exquisito y profvindo, lleno de in-
tensidades sonoras y apasionadas, lo
hace un mágico de la sintaxis y
un evocador de la sensibilidad, que
nos hace sentir por igual, la emo-
ción artística de sus rimas y la
emoción sensual de sus pasiones ;
porque es Villaespesa, un emotivo
exquisito é intencionado. lleno de
esa devorante sinceridad que hace á
los grandes artistas, mostrarse mo-
ralmente desnudos, á la sola luz ri-
tual de su pensamiento ;
no que Villaespesa, sea un vesá-
nico de esos atacados de psicopatía
sexual, que nos dan en el desnudo
de sus creaciones, el olor y el horror
de la carne en orgasmo ;
no: la sensualidad de Villaespesa.
no viene de la expresión acre y bru-
tal de la palabra, es una rara y ex
quisita voluptuosidad, que se esca-
pa, más de la música de la estrofa,
que del pensamiento del verso, lleno
de una arcaica y delicada rareza :
arcaica, más que clásica, se diría
la musa de Villaespesa, porque ella
representa, como la prosa de Valle-
Inclán, ur regrese consciente y sa-
158 —
cosa, hu
nosotros,
lili siiíive
l)io, hacia las fuentes luminosas y
sonoras de la vieja poesía española,
pero, no para imitarla servilmente,
como los poetas, ó escritores sin ge-
nio, sino para rejuvenecerla y mo-
dernizarla, con los elementos líricos,
y los ritmos nuevos, que el andar
(le los tiempos ha traído como sano
caudal, á la antigua métrica caste-
llana y, de cuya alianza sutil, vié-
líele un nuevo esplendor, y, una
extraordinaria potencia de color y
de sonoridad :
porqiie eso, y, no otra
;-ido el Modernismo, entre
iberos, é ibero-americanos,
y disimulado regreso á las formas
de verso de la ya olvidada métrica del
siglo de oro: regreso espontáneo y
por imposición de imperiosas evo-
caciones étnicas, en algunos, muy
ponos, como Villaespesa: incons-
ciente, mezclada de fiebre gálica, y,
con mvicho de mistificación, en otro^:
en el dominio de algunas de esas
rimas de Villaespesa, riño os parece
hallar, mucho de preciosismo añejo,
de Juan y Jorge Manrique, de Juan
de Encina, ó Padilla, el Cartujano .=
vagas, muy vagas reminiscencias,
pero ciertas, son,
y, en el dominio del endecasílabo,
ese metro todo de gracia y armo
nía, metro italiano, traído á Es-
paña, como una cautiva galera
Veiiev'ia, por ese caballero de la
ma, que fué Andrea Novagiera,
aceptado el primero por Boscán
mogaver, r.no halláis en Villaespesa,
el apropiado manejo, la gracia y
la soltura, con ciue manejáronlo lue-
go, aquellos grandes petrarqnistas,
que fueron Hurtado de Mendoza,
Acuña y Cetina.'
y. el liahitíiruit di (¡iiociac ííHuíis,
el sabor de la égloga, de que habla
Virgilio, r.no lo sentís cou un olor
de miel, en todos los versos de Vi-
llaespesa, en que evoca el campo y
con tal pureza de con-
idealismo geórgico, que
de aquel gran giierre-
sin embargo, como un
de
ri-
y.
Al
sus paisajes,
tornos, y, tal
recuerdan el
ro, que era.
pastor de Tíliulo, y que se llamó
Garcilaso.!'
leyendo nuestros más amanerados
modernistas, no se os vienen á la
mente muchos cantares de viejos
maestros, desde Cetina á Hurtado de
Mendoza, de Garcilaso y Villalobos
á Juan de Mena y Santa Teresa, pa-
sando por el divino Herrera, aquel
que fiíhJahd ¡lerlas?
si algo más que
estas líneas, de este
regreso, largamente
de estudiarlo habría
do y precisión :
pero, notas al vuelo son estas, no-
tas en que la erudición cansa y es-
torba, y, sólo el perfiil del Poeta ha
de salir apenas diseñado, de entre
el tumulto de la prosa, concisa por
deber, y concisa con dolor :
porque díjelo ya, en una llamada
apuntes fuesen
movimiento de
hablara yo, y
con más cuida-
inaugural de estas "Notas» : fálta-
me el espacio, fáltame el tiempo, y,
sólo algo breve, como un point sec,.
puedo hacer de los escrilores y poe-
tas, que juzgo, y, cuyos Uses y cu-
yas rosa.s, me plazco en deshojar:
de Villaespesa, decía que la cien
cia del efecto, la severa plenitud del
vocablo rítmico, pocos como él la
poseen, de tal modo, ciue se diría
que una música verbal preside la
armonía de las rimas y la virtuosi-
dad sabia del vocablo :
los ritmos habituales que en cier-
tos poetas preciosistas sirven como
recurso á una técnica pobre, adquie-
ren en Villaespesa, una elegancia
personal tan rara, que se dirían nue-
vos, tal es la ñuidez, la sobriedad ,el
alto sentido artístico con cine los
maneja;
la crítica, incomprensiva de si, no-
ha querido ver en Villaespesa, el
Poeta, significativo que es, como no
ha querido ver, la verdadera tras-
cendencia, que tiene, ese grupo ais-
lado de nuevos poetas que con lo!>
Machado, Diez Cañedo, Jiménez, y
Zayas y Pujol, forman una fuerza
nueva, y. han hecho cambiar de-
rumbo, el pensamiento poético de
Esxiaña, grupo excelso, que aún sien-
do revolucionario, permanece clási-
co, clásico del ¡Siglo de oro, del cual
es un rosal en retoño :
la España, que hace diez años, no
teiiía nada digno de atención, que
ofrecer al espíritu inquieto de nues-
tra América, tiene hoy, ese grupa
de poetas, que con el arte inimitable
y, la prosii única de Valle-Iuclán, y,
las gallardías artísticas de Manuel
Bueno, marchan á la reconquista
del pensamiento americano, y son
dignos de ella ;
entretanto, vayan esos libros de
AMllaespesa, á encantar las mentes-
americanas, con la fascinación irre-
sistible de sus tristezas, y, el perfu-
me de perfección que se escapa de
ellas, como de un rosal oculto, en
el cual cantara un pájaro la or-
questación invisible de sus poemas
musicales, llenos de coloración y de
armonía, cerca á las zarzas en flor
de los cármenes de Granada ;
allá hay un grupo de almas, llenas
de sensibilidad meridional y de cul-
tura estética, que sabrán recoger y
admirar, estas misteriosas canciones,
que subiendo de las profundidade.*
aisladas del corazón de un Poeta,
van á perfumar el nuevo mundo,,
con el olor de la vieja encina lírica,
la vieja encina española, súbitamente-
reflorecida y poblada de jilgueros;
que cantan la vieja canción en rit-
mos nuevos.
— 159 —
La Sol-edad
Junto al lago
A I i. J iilt.'lii ciiudd a .
Para Apolo.
Hoy lili .iardiii de iiálido i)OCt;i
con aziiceiiíis de orfandad se viste.
un solo nombre vive en mí: Julii'in .'
¡ Canta, mi amor, tu soledad y iiiciisa
(jue sin el sol de su mirada innieiis:i
mi alma solloza como un agua triste '.
Lleg-a li;ista mí una música divina
de besos y nostalgias : Es Julieta
(lue supira en el piano una indisereía
cont'esi('ni de latidos... Ella trina
-- alondra y surtidor y brisa fina —
su canto — encaje y tul y pej'la rara —
¡ Canta, mi amor, tu soledad \ piensa
que al ver el sol de su mirada inmensa
mi alma revive como un agua clar.i !
Surge en delg'ada y gcítiea silueta,
la tentación de la primera eila ;
la buena luna sabe ser discreta
y ))arece ([ue se oye á Alarg-arita
decir : ¡ un beso ! . . ¡.júrame ! . . ¡ te adoni I
¡ Canta, mi amor, tu soledad y piensa
((lie sin el sol de su mirada iiimeiisM
mi alma la sueña como un agua de uro I
Una forma snbliiiic en la glorieta
lie mi espíritu, va.'a . . . se detiene
y me mira . . . un crejiúscnlo vinleta
junto á sus (ijus inspii-;nlos tiene:
Ks mi iiuimcra _s' es mi linrí. la in(|UÍeta
rcv(daei<ín de mi aiisiedail (ilisciira.
¡ Canta, mi anuir, tu soledad y piensa
i|ne bajo (d sol de sn mirada inmensa
mi alma la espeja como nn agua pura 1
Silencio y luto en mi jardín inerte...
ni pájaros, ni brisas... de ctiíjiieta
severa viste el lago y el jioeta.
— mi corazt'in — se acuesta con la muerte.
Ella se fué!.. ; ilecri'iiitnd secreta.
N'acio. Eternidad. H(j|-i'or y... Xada !
¡ Canta, mi amor, tu soledad y piensa
(lUe sin el sol di' su mirada inmensa
mi alma está muerta como un agua licladal
.Inio llEKMiEüA Y REISSKr.
M<inte\iiieo.
• ^ Q
To yo^^ Hatids
Para Apolo.
! Deja, tan solo un instante
Mirar tus pálidas manos.
Con el coriil de sus uñas
Y sus dedos alargados;
Trozos de lirio, (ine aumieia
Como g-loriosos heraldos.
La exquisitez de tu alma
Poblada de sueños blancos
Las iniag'ino en un temiilo,
Unidas ante un santuario.
Vibrando con las pleg-ariax
Como cirios extaífiados . ...
() en un hermoso jardín
Entre jazmines y nardos,
Oyendo en la iiíimavera
'Priunfante gorjear de jiájaros. ..
Ó recorriendo los libros
De poetas olvidados,
Bajo la luz de la luna
Y los besos de los astros ...
Jii.io Raúl MEJsDlLAHAliSU
Madrid, iDOíi.
— KIO
Ku^stras obvas
I'.xoriiiunos esta |iíÍí;íii.i con
1^1 i'i-tialii del iii;i<'iiicin mu
4;iiayo don ('arlos líicci y 'l'oii
Jiiii. i|iiicn. en cDlalniraciiin con
't'l famoso aninilcctii italiano
t'oiMt'ndador don Aii;;nsto (Üii
■<liui. jiroN i'cní la (iaU/ria .Mo
.luuni'iital iini' se construirá en
•el radio conipi'cndido entre las
<'niles Rincíin >' iiiicnoN Aires.
y l'la/.as Independciuia y Cons-
íltiiciini. tomando emiio centro
Ja calle Sarandi.
l'oi- el li'l-aWado i|lle hice nile>-
ra portada. los lei-tircs de Aro
I. o podi-án admirar la majíiiili
i-eneia di' la olira proyectada.
— 4^
¡£l vaso roto!
.1 Ciirl,<s M. ,1,
¿ iMo sabes porqué ahopa me fesisto
Á quererte, sabiendo que me quieres?
Por que todas las glorias y placeres
Sé de tu euerpo sin haberlo visto!
No te extrañes si llegas á saberlo
Porque he troeado en odio mis ternuras.
Yo gusté tus caricias y locuras
Y tu amor conocí, sin conocerlo I
En un sueño tu amor perdió el encanto.
Lia misma causa fué porque odió tanto
Demetryos á K^^ysis, que habia querido
Y en un sueño sus gracias consiguiera.
Lío que despierto pretendí que fuera
En aquel sueño fué, sin haber sido!
Ovidio FERNANDEZ RÍOS.
— 161 --
Uti motivo sobre Motivos de Proteo
Fdia Apolo.
Al eerr;n' el libro úr] ¡idniirablc estilista y iJCMisadoi" orieiitaL
Tina iiitcrroo";ic¡(')ii npreiiiinníc se ha jilzado cu mi (.'spíritn :
— Lm iroiiín ^. es un siijiio de l'uei'za V
Porque hasta nyer la eonvicción tuvo el ('spacio de la duda (K-
hoy, y siempre tbrjé para los altos peiis.-idores llenos de ironía timi.
y áticíi, l(!yendas portentosas de vii>-or mental, de fuerz;i ii'resislible.
de poderío intelectual sojuzgador y omnipotente.
La duda lia suri^ido á modo (W desluml)i"aniienío, como si entre
densas nubes tempestuosas un cárcUíno rel;'inip;i_ii-o hul)iera irradiado
su luz ¡nesjxírada soljrc; un panorama desconocido é insoñado. La
ironía repres<ínt(3 siempi'e (ui mis creencias el suniuu del vigor y de
la fuerza, cr(iía enti'ever en ese ivsquicio del espíritu, un á modo de-
atolón de la ^lalasia, una lag-una perfunnulM que entoriuin multifor-
mes corajes, serenas las agnins, llenas de g-éruiencs, [)i-estas á saciar
la sed del peregrino (íntre las salobres ol.-is del océano.
Así contemplaba á aquel gran Cervantes íSaavedi'a cuy;i ironía
infinita llev(') á encarnaren un desiintentado trashumante los senti-
mientos más generosos y más altos que la humana imaginación ha
conc<.'bido; i\ne hizo de un zaHo ganan el prototipo del sentido de
la realidad, el sereno pensar y el honesto vivir. Loco v desatentado-
el generoso que desface enluei'tos, grosero y rústico el ser eciuili-
brado que pesa, la vida y la viveserenaujente. Ironía más sangrienta
jamás se ha visto. Y luego, en el tiempo que se pierde liacia los con-
fines remotos de la historia, en el pasado de ayer, en el i)resente
de hoy, los más delicados espíritus dieron entrada á la ironía p;ira
serpentear con las galas de su mente las enseñanzas fecundas, las-
nonuas exacttis, la tinajidad de una vida y el norte de un propósito.
Asi la veo deslizar, esa ironía, helena, majestuosa y serena. sir>
amargura ni odio, entre las páginas llena de unción de los pensado-
res modernos, de los pensadores del día, de los (juíí sienten pasar la
vida inestable y tumultuaria sin dejar otro rastro en las evolu-
ciones del cosmos que las sunaciones de nuestra ambición y nues-
tra vanidad.
Y he aquí que Rodó se ofrece de lleno, con gesto de profeta, sin
un solo vestigio de esa adorable ironía, sin que señale en el árida-
ruta de su peregrinación al través de las sendas que su « Proteo >
recorre, un solo alto donde repose junto á las aguas pei-funiadas de
un atolón polinesio el cuerpo atlético de ese « Proteo » singular, que
siendo « Pi'oteo » solo se envuelve en la túnica del alto pensar, del
austero pensar, y que muy rara vez siente, con sentimientos de
Iiombre pasional, la entereza del instintivo, la realidad del
« humano » . . .
Yo hubiera amado más este « Proteo » si liubiera sentido ])al pi-
tar arterías, vibrar nervios, gritar pasiones, gemir duelos y angus-
tias entre sus austeros pensares y su vivir metafísico. Porque he
— u;2 -
visto en él mucho de aiiiicl Eiiierson humilde y diáfano, arreijatado
entre his ondas de !a (iloe lencia de C;ii"l Was'ner, pero he adver-
tido á este (( Proteo » douiinado por hi exclusividad del pensamiento
y no S(')lo se vivj la vida mental; taniljíén se siente . . .
Y la sutil pincehida de una ironía exquisita hubiera puesto nota
de color y de vida (¡ntre las austeras lucubraciones del pensador,
oriental, habría vencido en plena lucha de pensamiento y arte á ese
Kmerson, g-ran Profesor de Enerj^ía, y á ese Wagner mistificador de
liumildades. Porciue Kodc) ha mostrado la magia de su estilo insu-
perable en cada página, la alteza y la intensidad de su pensar en
cada línea, la amplitud de su horizonte mental encada párrafo, pero
ha hecho obra mental, obra, de metafísico, obra de liniamientos
morales y de preceptos de ética demasiado escuetos dentro de su
alta finalidad.
No es unilateral la vida, ni «Proteo» [)uede serlo sin hurtará
*u nómbrela primera condici(3n (jue le caracteriza.
Norma, enseñanza, finalidad son de una i)ureza ideológica insu-
perable en este libro admirable.
Cabe graduar al gran artista Juzgadoi' de Darío, al sereno ana-
lista de « Ariel » con^o gnia(;or moial de íi:er;'a iiü-ólita y de pureza
insufjerable. Pero falta, en su libro la palpitaci(3n de la vida, falta en
t>u ol)ra lociue ha hecho surgir en mi espíritu con la lectura de sus
páginas: la duda, (lue es elemento de existencia, ([ue es caracterís-
tica de actividad, ([ue es ex|)()nente de fuei'za, úv. vigor, de acción
que es lo único (jue puede hacer de un libro ó de una mente, algo
« al)ierto sobre una perspectiva indifinida ». Hila afirmación abso-
luta se estampa, (lueda cerrado el círculo, el horizonte se redtice,
algo concreto como un muro limita la « peis|)e,ctiva » y entonces no
se acrece en el manana lo c)ue debió ó (¡uiso ser objeto de per[)etuo
« devenir ».
Yo hubiera amado más este «Proteo» si hubiera señalado en
todas sus líneas los dos aspectos posibles, los dos caracttM'es coexis-
tentes y contradictorios (jue señalan cuanto vive como un sello de
realidad, inconfundible é imprescindil^le.
Podó nos lo nuu'stra sólo visto l)ajo un aspecto, un color y una,
«ola perspectiva.
Los cueri)Os en el es|>aci(j tienen tres dimensiones y más amplios,
más grandes, más luminosos, son los artistas cuanto más se acercan
■en el lienzo á esa impresión de tres longitudes, imposibles de ence-
rrar en un plano único . . .
Adoraré siempre^ el arte supremo de aquel insigne Cervantes
Saavedra que encarnó en un desatentado trashumante los sentimien-
tos más generosos y más altos qtie la humana imaginación ha con-
cebido, que hizo de un zafio gañan el prototipo del sentido de la
realidad, el sereno pensar y el honesto vivir ...
Aktuhc. H. de CAPPICAKTK.
Montevideo. .Iiiiiio de litD'.i.
— -*^
— 163
Elogios lívicos
I
Tus manos
La bondcul de tu mano es un iniJagro
<le suavidades y de transparencia;
y á sus puras caricias le consagro
la más blanca ilusión de mi existencia.
Vivir entre tus manos como una
rosa de paz ó nna paloma herida,
<'S seutir en la pl-ita de la luna
diluirse el ensueño de la Vida.
¡ Oh, frágil mano que mi mano estrecha,
yo te daré perfumes, mientras queden
rosales en mi senda florecida !
¡Olí, mano de piedad! ¡Oh, mano hecha
para cerrar los ojos qne no pueden
soportar las tristezas de la Vida !
II .
Tus ojos
Tus ojos son dos ñores de tristeza,
dos claros lirios de melancolía,
qne perfuman tu lírica belleza
de nna iuefable y mística poesía.
Ojos que aman la plata de la luna
y la pureza de los alabastros.,..
Ojos de paz qne son igual que nna
noche profunda constelada de astros.
¡Ojos, ebrios de ensueños, que tenéis
ardores de fulgentes mediodías
y claridad de noches tropicales ! . . .
¡ Ojos de buen camino, florecéis
en las tinieblas de inis elegías
como dos luminosos madrigales !
III
Tu Voz
Tu voz tiene un dulzor de áticas mieles
y nn éxtasis de mística poesía....
Tn voz hnele á jazmines y á claveles,
, y suena á coplas de mí Andalncía.
Tu voz se lia hecho para el rezo, y para
dar á las almas débiles aliento....
j Si alguna estrella en el azul cantara,
"tendría las "dulzuras de tu acento!'
— ItU —
Voz de palabras castas y tranquilas,
voz (]ue ¡uiprcg'na de llanto las pupilas
á donde nunca se asomara el llanto ! . . .
Voz hecha de piedad y de poesía,
para hablarnos, en horas de quebranto,
del Cielo, de Jesús y de alaría.
IV
Envío
Jamás borrarte on el olvido esperes.
Me obsesiona tu amor. Cuando te veo
se para el corazón, porque tú eres
su sanjíre, su Verdad y su ])eseo.
^lis blancas alas cruzarán ilesas
por el tani;o de todos los pantanos . . .
yu vida entera es tuya, es una de esas
sortijas que tulg'uran en tus manos.
Mi ambici(')n ya no aspira á más laureles
que á morir á tus plantas, de rodillas . . .
Y por morir por ti, mi amor quisiera
ser uno de esos fútiles papeles
en que sueles probar tus tenacillas
para i'izar tu negi'a cabelku'a.
Fka xcisco VILL AESPES a.
Madrid, 1001».
i"
165
La Uyetida d^l Ooctor Exquisito
Ffagmento
Para Apolo.
Era allá por los tiempos en que aún Espronceda dominaba con el gesto
mosquetero de su romanticismo, la ingenuidad del sentimiento lírico en Amé-
lica, y en que el gesto hiperbólico del viejo padre Hugo señalaba para loe
pobladores del nuevo continente los confines del universo intelectual...
Era asimismo por los tiempos en que Becquer, taciturno, mantenía aún
en suspenso á las almas contemplativas, añorando la vuelta de las obscuras
golondrinas, y en que, con odas de Quintana, candidos bardos loaban las
emancipaciones políticas de su patria.
Cuando he aquí que un día, cierto indio genial de Nicaragua, impelido
por quien sabe qué extrañas clarovidencias, y atraído por quien sabe qué
sirenaicas melodías, abandona la eglógica paz de su villorrio y emprende
viaje hacia el país de Francia, en busca de las alucinantes maravillas, que
ensoñara en las noches de sus nativos lares.
Ignórase cual fuera su nombre entre la tribu; él decía llamarse Rubén.
y hasta diz que Darío, mas en el caso al narrador le basta para denominarle,
su voluntad de haber tal nombre, que prestigia el encanto de una melodía
pánica...
Ibase pues, á Francia.
Y allá en la vieja tierra de los Luises, en la ciudad dionisíaca, heredera
de Roma, al borde trágico del Sena, en pleno bulevard halló la gruta feérica,
d( nde traviesos gnomos, elaboraban filtros enigmáticos.
Ya no eran elixires de larga vida, ni hechizos captadores de corazones.
<;omo en el medio-evo. Eran tóxicos prodigiosos, que enloquecían la carne y
el espíritu, tóxicos como aquellos que arrebataban á las jóvenes brujas, ini-
ciad.is apenas, á través de la noche, cabalgando en escobas, hacia el saljhal
monstruoso del aquelarre... Eran tóxicos, enemigos de la tranquilidad del
Alma, prohibidos por la Moral y condenados por la Ortodoxia rígida.
Rubén, naturalmente, quiso poseer los filtros de ese laboratorio, en que
la alquimia renovaba sus fórmulas esotéricas, hacia fines del siglo decimonono.
Pero los gnomos, tenían celebrado pacto solemne con Luzbel, y exigieron no
ya el Alma del indio, más si algo que era tanto como la esencia de su Alma .
exigiéronle el don de su Sinceridad
Y el indio peregrino, preso ya en las redes de araña del encanto, firmó el
pacto, vendió sti Sinceridad á cambio de los filtros mágicos.
Tendiéronle los gnomos en un lecho ritual é infundiéronle un hondo
sueño inmóvil.
Ágiles, con esa agilidad de que ellos solos saben el secreto, procedieron
á las formalidades de cierta impía liturgia, por cuya incógnita virtud el que
firmara el pacto, íbase á consagrar doctor en Rimas y Ficciones.
Cuando ."s despertó, sintió en el pecho un vasto frío, y en sus venas,
dimde corriera la tumultuosa sangre de su estirpe, había un perfume raro,
destilado en los alambiques de los gnomos.
No sin cierto recelo abandonó Rubén la gruta misteriosa, donde dejara
el palpitar humano de su vida, oprimiendo en las crispadas manos, el tesoro
de sus venenos químicos.
— IC.G ~
En la calle, profanos transeúntes, creyeron, con frrave irreverencia para
.su título doctoral, que aquel hombre que de tal modo olía & esencias de toca-
dor galante, fuese un reclamo de la perfumería de moda.
Así fué como el indio genial de Nicaragua, convirtióse, por obra de cual-
<iuier hado irónico en el Doctor Exquisito de esta leyenda.
Deseoso de mostrarse ante sus coterráneos, en aquella imprevista consa-
gración de su persona y de asombrarles con' el l)rillante alarde de sus muni-
ficencias, embarcóse de nuevo nuestro héroe, desandando la ruta que an-
duviera.
Llegado que hubo á .Vniérica, y i-evestido con un traje precioso de
antiguo prestidigita 'or, que había adquirido en una tienda del Fauboiirti. ¡. o-
menzó á desplegar ante la atónita candidez de los americanos, una serie de
gestos nigrománticos, malabarismos del circo parisiense, y en dosis cautelosas
á expender sus venenos, al precio módico de la estupefacción.
En el primer momento, algo como un impulso retroactivo del ambiente,
py recio enajenar el éxito de la empresa.
Sus prácticas ocultas y sus ritos herejes, produjeron católicos recelos en
las musas honestas, que inspiraban las trovas de aquellos bardos simples.
Y las primeras extravagancias de maese Exquisito, fueron vistas con esa
inveterada desconfianza hacia las cosas nuevas, arraigada en las almas pere-
zosas, que vegetan en la tranquilidad de sus rediles.
Afirmaba el Doctor que más allá de Hugo, más allá de ese límite para ellos,
hasta entonces extremo, liabía un mundo de inspiración y de prodigio, un
inundo pleno de una belleza nueva, ubérrimo en tesoros de delicia y de horror
Hablábales, en un lenguaje raro, de raros hombres, enfermos de \in
misterioso mal, nacidos bajo la influencia cabalística de los astros malignos.
y todo esto perturbaba el curso monótono de aquella vida aldeana, la
somnolencia plácida de los días, en su gotear isócrono.
Mas, paulatinamente, fué operándose entre el rebaño lírico, un fenómeno
digno del más severo análisis.
Bajo el extraño influjo de los filtros que el Doctor, con fina diplomacia
íbales dando, un estremecimiento desconocido hizo vibrar las almas... Miste-
rios de penumbras y vaguedades de nieblas, invadieron el campo de la psico-
logía. Sibaríticas ansias atormentaron sutilmente las sensaciones, y refinados
espeluznos recorrieron los nervios.
En la tosca emotividad colonial, nació la percepción estética del matiz.
Y, prefirieron los oídos á las charangas patrióticas de los clarines, la
melodía encantada de la siringa, en los crepúsculos.
Las elegantes drogas comenzaron á producir su efecto : el flamante maes-
tro había logrado inyectar en las venas de los colonos candidos, el virus de-
moníaco de las neurosis, y los intoxicados íbanse difur^diendo en villas y ciu-
dades, de uno á otro confín del continente.
Olvidáronse, presto, de las obscuras golondrinas, y no cantaron ya para
la independencia de las patrias.
Kenegaron del culto de Espronceda y de Becquer, y el venerable Hugo
pa.só como reliquia al museo de las antigüedades.
Y en su defecto diéronse á adorar los nuevos ídolos que el mago se
iiabía traído de París, un \iejo mendigo mitad cabrío, mitad mono, católiin
y corrompido, degenerado y genial, que reía como un ebiio y lloraba como
— 167 — :
un niño, y un elegante caballero mitad francés y mitad griego con enhiesto?
bigotes de espadachín, y sombrero de copa.
Los curneritos de panurgo de la literatura, convertidos en traviesos ca-
1 rillos. se negaban á seguir tras el cencerro académico, para lanzarse á su
áibitro á los prados, triscando como en tiempos de la mitología.
Aquellos venerables vasos seculares tallados con las reglas de un
alte simple, que de padres á hijos íbanse trasmitiendo, para apurar en ellos,
el vino generoso de las inspiraciones, fueron abandonados en la sombra de
las iintiguas arcas de caoba.
Y en su lugar, finísimas, delicadísimas ánforas parisienses, de las más
r ira»- formas, sirvieron para escanciar aquel champagne histérico que burbu-
jeaba en el espíritu de los intoxicados.
Mas. contra aquel avance inesperado de la nueva fiebre, en el ambiente
irguióse una protesta clamorosa.
Aquello semejaba una irrupción de hetairas ebrias, en la paz solariega
di' una mansión tradicional, donde se mantuviera el culto de la virtud do-
méstica, bajo la égida mansa de los abuelos.
Vn vasto cacareo de alarma, cundió por todo el continente. Las comadres
di. la retórica, azoradas, lanzábanse á las plazas, comentando en corrillos,
con alardes teatrales, la invasión pavorosa, de aquella locura iconoclasta.
Diéronsele á los intoxicados, fuertes inyecciones de suero Jnirgués. Quí-
sose prohibir que el mago envenenador continuara expendiendo sus diabólicas
drogas.
Mas ya era todo en vano.
Habíase iniciado en el organismo intelectual de América, el proceso fatal
de una neurosis, que iba á ser más intensa de hora en hora, hasta alcanzar
sil instante de suprema crisis, para perderse luego como las cosas todas en el
eterno torbellino de las transformaciones.
Aurelio DEL HEBRON.
«♦»
£1 Nudo
Paro i'l inefable Rodó — e,Hi"<íasla,,'i',il<'
Su idilio fué una larga sonrisa á cuatro labios . . .
Kn el regazo cálido de rubia primavera
Amáronse talmente que entre sus dedos sabios
Palpitíj la divina forma de la Quimera.
En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
Hablábanse un lenguaje sentido como un lloro.
Y se besaban hondo hasta morderse el alma ! . . .
Las horas deshojáronse como flores de oro,
Y el Destino interpuso sus dos manos heladas . . .
Ah ! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas
Son el más intrincado nudo que nunca fué . . .
En lucha con sus locos enredos sobrehumanos
Las Furias de la vida se rompieron las manos.
'^' fatigó sus dedos supremos Ananké ...
Delmira AGUSTINL
— 168 --
SAMÜELi BLilXEf>l
Por esttir yaoii prensa nuestro
número anterior, no pudimos
adherir nuestro pésame al de to-
da la intelectualidad uru^'aaya.
l)or la muerte del compariero en
letras Samuel Blixen, troncluida
<lolorosamente su vida en ñor.
por la acción de un mal fulmi-
nante.
Y Ap(1L() lioy lo lince. Se adhie-
re de rodo buen corazón v con
todd sentimiento, á la Q;v;\n de-
mostración de condolencia (|ue
han llevado á cabo, ante el ji'hi-
rioso caído, todos los liomi)rcs
de un pueblo, sin distincicui de
clases ni tle ideas.
Y Ai'oLo entre toda la vorá-
jí'iiui de diarios y revistas (|ue se
han ocupado extensamente de
Blixen, destacándose luminosa-
mente y ocupando un lug-ar de
honor, se hace suyo el dolor de
todos, por ser el más alto (íxpo-
nente de nuestra literatura, (jue
tanto amó y luchó por ella, el
([uerido Maestro muerto.
Y con esta humilde página
Apolo ya lleva en si la misión
de hacer saber la triste nueva á
todos los distinguidos cenáculos
intelectuales de América y Espa-
fía donde el autor de Cobre n'ejo
gozaba de j' US ta y merecida tama.
Sobre su tuml)a deponemos la
tlor de nuestras afecciones y la
garantía de todos los respetos.
«♦«
UN RECUERDO
'írtid iirr/óii (le Lcojxildii Dn.i/..
Klla iiiiriili.i lijjinu'iite el sucio.
Kii el lioii(li> silencio, los instantes,
abismos eran de dolor y duelo.
! Olí. si por sienipre juntos, anhelantes,
un iniíirevisto f;'olpe nos liirieía !
Lentamente elaNinne sus brillantes
ojos. Aún niiio su e<iiivulsa boca
Iiablándome palabras, y evocando
una i'oji/.a lla^;a. ijue sanj-rando.
parece i|uc salpica á quien la toca.
(iAiuiíia. D AXXrXZlo.
«♦«
GESTO
Lij.e:lT.a., xtxsls jn.olDl<2;ir3ne;nte;. ÜSTo te; arre;d.re;s
OiJ-a.radLo (sl dolor sxxs ga.rfios sobre; ti
da-"u-e; siró. e:oxDn.pa.sión ; (^xizttsl^ si piji.e.dLe;s,
La. lae;rid.a., y sigixe; h)a.ta.lla.ncio a.sí.
Ltxeiaa, orgu-lloso de; tii e:rgixido e:uLe;llo,
lif a.nte;s qtxe; re;fTJ.gia.rte; e-n e;l IE^ode;r
EIntréga.te; a.1 TSrir\7-a.na., Jna.^: e;se; ge;sto ;
Sé tánico dT_te;fio de; \.\j. propio se;r.
t Inédita). l'KREZ Y CURIS.
- 169 —
La rosa natural
(i;
ESCENA XIJI
fllbcpto y Elena
Alberto — Elena.
Elena — ¿Qué?
Alberto — Escúclieine.
lÍLENA — ¿ Para qué . . . para
qué?
Alberto — ... un momento,
un instante; después tendrá tiem-
po de ejecutar su veng-anza.
Elena— '/u-eicándose ' ^^^¡ [ veji.
oanza?
Alberto Sí, su venganza.
.Justa, mu V justa: pero venganza
al ñn.
Elena — Y usted . . .
Alberto — Sí, . . . tiene raz(3n.
La culpa no es suya. Ahora tai-
vez usted no crea en mi sinceri-
dad.
Er>ENA — ¡Quién sabe! Pensai-é,
calcularé . . .
Alberto— No, Elena. Deje esa
máscara por un momento y crea
que hablo con el corazón.
Elena — Uf. . . ¡el corazón! . . .
eso es muy viejo.
Alberto — Hoy he sentido como
un i-ecio latigazo de vida en el
t'spíritu, y ha pasado j'or mí co-
mo un relámpago, la certidum-
bi-e, la evidencia de algo muy
doloroso. ¿Quiere que sea pro-
fundamente sincero?
Elena — Por cui-iosidad... ¿Qué
va usted á decir?
Alberto Hace un momento,
para salir de una situación vio-
lenta ])ara todos, propuso us-
ted . . .
Elena Sí... una j'usta mo-
derna. Una lucha en que se pon-
Para Apolo
drá á prueba, la vol tintad, tM ca-
rácter, eJ amor . . . propio.
Alberto Pues bien: yo no la
acepto. Renuncio áella y me de
claro vencido de antemano.
Elena — ¿Lo ha pimsado bien?
Alberto No lo he pensado...
lo he sentido.
Elena — Es extraño. Provocar
una situación para retroceder
antes de llegar al final. ¿Qué
fué de ese espíritu práctico con
que se ganan las más grandes
empresas?
Mire usted ' se''"i''i -'i ^^^'^'^t ) ^^ijj
está el enemigo en acecho, espe-
rando la opoi'tunidad de ganar
la partida. Ahí dentro, sí, ya ha
empezado la lucha. El interés
tiende sus redes, la convenien-
cia afila sus garras, el fuerte cla-
va las uílas sobre el débil que al
fin ha de entregarse cansado de
luchar . . . Por mi parte ya es-
toy preparada para todo. Usté -
des me han transformado. ¿Voy
á permanecer inmutal)l<'. acaso?
Meditaré, tendré en cjienta lo
que convenga ('■"'" ''"'<'i'-
Alberto — Precisamente, por
eso es que yo no ace|)to la lu-
cha. Porciue usted ha cambiado,
porque usted es otra. ¡Si el es-
cepticismo me hizo dudar frente
al raudal purísimo, ¿cómo quie-
re usted que me haga creer en
la corriente oscura y turbi;i?
lOoii siiR-eriila.l ycaloii Vuelva usted
á ser la mujer de antes, la que
arrojó una flor como ofrenda
del alma y veiVi entonces C('>nio
lucho y triunfo. Ti'iunfo, sí. Fren-
te al peligi'o de perderla para
siempre, he sentido latir el co-
fl) Bella comedia en un aeto ile nuestro iiuerido aniijío el aphuKlido eseriior Ismai
I ortinas, que será representada iiróxinianiente en un teatro de Buenos Aires.
170
i';i/.(Mi. hcjciiios luc linbU' libre-
mente. Xu se eiiltr;) usted con
es;t niásc;ir;i cruel — (pie la hace
eu<»ista y calcul.ulera — porque
entonces se habrá perdido to-
do. . . Kido, y no valdrá la pena
kichai' ni vt-ncer . . .
Klkna ¿Acaso soy culpable?
Amíkkto - Xo, <'1 culpable soy
\<i. 1.a culpa la tenemos todos
los (¡ue en la vida nos creemos
bii>-;;os. fuertes, desinteresados,
pero llcf^amos á dudaí- de sus
más nobles fines, á fuerza de
cliocar con el interés S(')rdido y
l)rutal: o!\i<hindo (pie lia_\ un
refiii;M'o inviolable en el alma de
usledes. al cpie sólo del^e Ileoar-
se por el amor: ese amor i'inico
dominad(>r >■ exclusivo, absolu-
to y ;íi-ainj. eji'oísta de su propio
l^ien. <|ue m» duda, tpie no razo-
na porque es impulso misterio-
so > secretf) . . . Elena: en este
instante soy un hombre sincero.
Me experimentado el doloi- hon-
do y profundo de ver alejarse
lina i»rimaA"era. llai;a usted que
\i:elva y me verá resuelto y lu-
chador, con ^'eneroso brío, con
nol)]e impulso . . .
Ei.i-:na (¡'r.icM.inciitc ^y si fuera
tarde?
Alberto — X<i: en su alma
puede rexerdecer la Horesceiieia
de la es] eranza y el ensueño.
Perdone usted al (pie no sujio
mirar hasta el fondo, para ba-
ñarse en la onda serena (pu' es
fuente de etei'no y bienhechor
consuelo . . .
Ei,EXA— <'"" ii"iii;i> ^_p;ira (pié. . .
para qué? . . .
Al-HKRTo- Xo repita usted es;i
frase cruel, (pie eiixcnena >■ (pu-
mata.
Elkna — ])e usted la he apren-
dido.
Ai.HERTo- Olvídela . . . como
la olvido yo. Y si la recordamos,
sea tan s(')lo para preg-untar:
.il c.í.h> y .•ünon.s.-iinonte) ^joni que CU-
j^a fiarse, ¡tavít <¡n¿ mcmtír, para
71»^' ahoyar los más nobles im-
pídsos, para (¡uo desvirtuar lo
más hernn)so, lo más humano,
acaso lo i'iiiico (pie hace bella >•
amable a la vida? ]\lireuie, Ele-
na: ¿no me ve transfig'urado?
Atiui. junto á usted, después de
la prueba dolorosa, siento palpi-
tar uti hálito misterioso de vida
nueva y fectmda, que llega á lo
más íntimo de mi ser. iM<i.v eerca >•
(•011 fermii-íi. Ki(;n;i con ^raii turliachiu es-
(inivará la nu.adaí, Yo la qU CrO, SÍ
la (pilero .. . pero como era an-
tes, afectuosa y sotii-iente, can-
dorosa y buena . . . Junto á usted
siento reiuicer todas las esperan-
zas. ¿Kecuei'da aquellas tardes
de dulce y suprema poesía?...
¿Hecuerda aquellos versos? ('i''"
laridii (le (|U(' lOleiia lo mire \ muy (iult-c
""''"'■■ «()j<)s claros, .serenos-
(¡ne (le dulce mirar sois alabados'
/itor (¡lié si me miráis, miráis
ai/-a(los/»
l'aiisii. Klciia muy emocionada y tratan
<li> (le u<-nllar.sc á las miradas de Ailjerto-
se acoM;;'o¡a -.
¿Llora usted?
Ei.KNA- -Xo, no . . .
Al,HKRT() - <Iii*'i'<ticndii ])ara ()nc tu
'"'■'■ Olvidemos lo pasado y va-
mos hacía el ])orvenir (jue nos
sonríe. Y(^» sabré tener el brazo
tirnie y la cabeza erguida...
Isleña lo mira Mparcntando cnojoi «,()i(i}i
claros, -ycrciios, ¡/a (¡ue así me mi-
níis. ¡uiradme al ¿í^r'y^o.v». (^e estre
cii.-ni las manos y se miran por nn instante
(■(in aniorosd aliaiidimo. Ailierto va á 1)0'
s:ula. perii Klena. con ;idemán de eoíiuete-
ría. lii ricli.c/.a snavementci-
Ei.KNA -Xo . . . hay que ganar
la apuesta.
.Alhkrto — Es (jue ... la lucha
era i)or la otra mujer ... la ra-
zonable, la egoísta, la prosaica.
Yo (¡uiero á ésta . . .
Ei.KNA Vanidoso! ¿Y si la
_ 171 - •
inuier razoiinhle no lo perdona? Ai.hkkto -¿Qué hace;- ciitoii-
Alhkrto Yn me ha perdo- *^6S.
„.,({,, Elena ¡(^)nr liac«-r! . . . 101 i»ra-
Elkn.v — Quien sal.el Ad.-- zo firme, la calx'/.a erun;da .. .
más no podemos faltar á la ■ •
palabra empeñada, («'•■nit-si' ..'mi- ]s.m.m:l ( í )irriNAS.
miiUo <lc lUálii^ro en el «'Imlt't > .Y|| j | ](^o;i
, . ' '" Montoviclco. .Iiiiiiii lie- nt'i.!.
el adversa rm.
pp|Ví¿^?.-^';", '.f ' ^'•'i|.--^f:#Wíi"i:''
HOTEL UE LOS POCITOS — MONTEVIDEO
»♦■
ta SaU
)
Para Ai-OLO.
El polvo se ha hospedado en las persianas
como capas de abrigo, y hay Inciertas
cintas de luz sobre las porcelanas,
donde las rosas se consumen muertas.
Los lirios de la alfombra se han gastado
de los coturnos de oro con el peso.
Sobre el plano, los bustos, el teclado
custodian con sus órbitas de yeso.
Todo tiene un perfume, y cuando arde
el misterioso encanto de la tarde,
prendiendo su reflejo en las cortinas,
llega hasta el alma un mar de evocaciones
y al claror de las luces vespertinas
se ven pasar las viejas tradiciones.
Julio J. CASAL.
1T2 —
Blasco Ibáfl-ez
En la otra iiiarg-cii del Plata, don
(le lia dado una í^erie de notables
conferencias, se encuentra el dis-
ringriido autor de «La Bodeg^a».
Apolo le salnda carifiosamente,
esi)erando que antes de partir con
rumbo á EspaTia. visite Montevideo
y deje en él la dulce impresión de
su admirable talento.
«♦»
V. BLASCO IBxWEZ
de H^Uotro^os
OJOS PENSATIVOS
Una pagana de ojos pensativos.
Su carne en flor invoca mis caricias
Cuando mi labio bebe con delicias
La onda de sus ósculos votivos.
Flor de Eros que provocas avaricias
y enciendes corazones sensitivos:
una pagana de ojos pensativos
Dióme tus mieles á mi íe propicias.
Pagana de Efraím á quyo acento
De alondra, el alma de mi amor palpita
Como un pétalo herido por el viento:
¡ Gloria á la luz de los ensueños rojos,
Que estremece tus párpados y agita
La gracia pensativa de tus ojos !
MAITINES DE AMOR
I
... Y te dirá mi labio la olvidada
Melodía de un búcaro de besos.
¡ Oh, los maitines del amor ! Un mirlo :
Mi alado numen, oficiaba en ellos,
Bajo la luz etérea de tus ojos
— 173 -
Y la divina unción de tus ensueños ;
Llegó el invierno pregonando inmensas
Añoranzas de amor, y el ritornelo
Del amor mío se extinguió en la fría
Desolación de los paisajes muertos.
Las avenidas se tornaron grises,
Veladas por la sombra y el misterio
De los nublos perennes y lejanos,
\ quedó la campiña como un ^^errno,
Huérfana del amor, adormecida
Bajo la triste caridad del cielo.
No hubo más rosas ni geranios. Hondos
Lamentos de almas exhaló el sendero
De nuestra cita en la silente hora
Del crepúsculo pálido y sereno ;
Los taciturnos álamos, refugio
De nuestra vida espiritual, gimieron ;
Emigraron las aves ; y las viejas.
Solitarias campanas del convento.
Preludiaron conmigo la elegía
Conmovedora del exilio eterno.
¡Qué triste es el exilio de dos almas
Que á un mismo epitalamio se han abierto I
n
Amada, ven. Mi angustia y los brumosos
Hibernales crepúsculos huyeron,
Y Primavera enflora la avenida
Espolvoreada 'de oro.
En el sendero
De nuestra cita los acantos ríen
Y las lilas de nieve abren sus pétalos
Al soplo de los céfiros y pueblan
Con sus aromas la región del viento.
Mira mi labio y ven. Bajo las frondas,
Entre esencias de impúberos espliegos,
Tú me hablarás de las canciones mías ;
Yo te hablaré de tu perfume intenso,
Y te dirá mi labio la olvidada
Melodía de un búcaro de besos.
Y vosotros,
Espíritus volubles del invierno:
¡No volváis á decir en los maitines
De mis amores la canción del Tedio !
PÉREZ Y CURIS.
— 174 -
¡Mujer al üti!
Alicia, en coche, iba de com-
pras á las tiendas. Vestida de
blanco, virgen y rubia, daba la
impresión de una mujercita de
licada, joven y linda. Como esa
mafíana hacía calor, viaiaba con
las ventanillas del carruaje ba-
jadas y el tibio aire sano aca-
riciaba su rostro de líneas co-
rrectas, gráciles y puras.
^lientras el vehículo rodaba.
Alicia leía
leía un libro de
amplia presentación de las co-
sas humanas, de la vida y de
los seres. Hija de padres ricos,
pero sin ilustración, ella misma
elegía sus lecturas; mejor dicho,
conij)ral)a A'olúmenes al acaso,
sin i-eparar en su g-énero ni en
autores, g'uiada por una curio-
sidad instintiva de leer, de leer
mucho y de todo. Su natural
l)uen sentido la apartaba de las
obscenidades escritas; pero, no de
las teiiuosidades sicológicas del
análisis de his almas y tampoco
de los refinamientos sugestivos
de la carne.
Asi es que sabía mncho de
la vida, de los hombres y de
Jas mujeres; y sin ser una ce-
rebral determinada, siendo sólo
una frivola entidad social, te-
nía un criterio de arte y ado-
raba los libros selectos. Por eso
liasta en los viajes á tiendas
leía, pero siempre atenta á las
infinitas variedades de la calle,
á los saludos de la gente cono-
•cida ó amiga, ó á los trajes de
las demás mujeres. Mientras,
trente á ella, en el asiento delan-
tero del carruaje, sobi-e un lu-
joso cojín, se adormecía Lnh'i,
su perrita ])ref'erída, alba y vir-
gen como su dueña, cuidada
Para Apolc.
como una señorita, llena de per'
fumes y con alhajas al cuello»
como una mujer elegante y con
dinero.
Cuando el carruaje enfrentó
á la Catedral, Alicia suspendió
su lectura, se persignó, hizo una
caricia al animalito, saludó son-
riente á una amiga que pasaba
y al tomar el coche por Saran-
dí continuó leyendo El tomo
que Alicia llevaba entre sus ma-
nos se titulaba cLa mosca de
oro» y era un detenido estudio
de la mujer. Cuando el carruaje
se detuvo frente á una lujosa
tienda de modas, Alicia no quiso
bajarse sin antes terminar el pá-
rrafo. Este era por demás inte-
sante. «Como esas moscas de
brillantes colores, tornasoladas,
— decía el autor,— que lo mismo
se alimentan en un estercolero
que en una sabrosa confitura,
así, así es la mujer en sus amo-
res. En su hambre de amar, no
repara en categorías y se tija
tanto en un astroso de Ja calle
como en un dandy de salón.
Por eso, por eso se puede decir
de ella que bajo su epidermis
blanca y suave como un armi-
ño tiene mucho cieno ...» Al
llegar aquí Alicia, con un gesto
de asco ceri'ó el libro y bajó
deJ coche.
Llamó á Lulú, pero ésta, mi-
mosa, se negó á seguirla. En-
tonces ella cerró la portezuela
y penetró en la tienda Allá
adentro dejó, olvidadiza, trans-
currir el tiempo, entusiasmada
con el contacto de los géneros
finos y de las sedas sutiles y
la vista halagadora de las mer-
caderías lujosas y caras.
- 175 -
Al volverse al carriuijo Alicia
notó que Lulú faltaba de allí.
Sorprendida, casi nerviosa ya,
dirigió su vista á todas partes
y de pronto, á la (listanci{i, vio
á Lulú, su aristocrática perrita,
ligada á un perro sucio, bolie-
mío y fJMCO, uno de esos ani-
males errantes, descuidados, ver-
daderos hijos de la calle y el
lodo. Avergonzada, corrió á re-
fugiarse en su coche y dio or-
den de partir ligero.
Ya en viaje, hizo una pelota
con el libro y los cojines de
Lulú y lo pisoteó todo, furiosa,
mientras exclamaba entre hon-
dos sollozos:
—Oh! la mosca de oro! Lulú
la puerca! l'erra, hembra, mu-
jer al fin ! . .
AxGEL C. Miranda
VISTA DE l'UNTA ARENAS
•♦•
Azucena de Milagro
Para Apolo.
IVIaría de Cervantes, candida, suave y fina.
Era una religiosa hija de Santa Clara;
No se le pasó noche sin tomar disciplina
Y en veces con la Virgen dialogó cara á cara.
Pan Celeste le daba en solemnes momentos
Francisco de Garayta, un fuerte dominico
Que difundió el espíritu da los dos mandamientos
En aquel corazón de virtudes tan rico.
Tuvo al morir la monja delirios muy extraños ;
Francisco la exhumó pasados doce años
Para guardar sus restos bajo un altar mayor.
Estaba intacta; el fraile besó de la clarisa
Los labios que guardaban una leve sonrisa
Y dijo undosamente: "Lo ha querido el Señor. . .
Hay una santidad que sonríe de amor."
Alberto SÁNCHEZ.
Bogotá.
176
£1 Patio d^ los arrayanes
( 2.* edición )
Para Apolo.
Alo'o iiiuy exaltado y vital. Y
al misino tiempo alg'omuy triste
y muy suave: un tlesbordamien-
to dé verdadera vida. No es la
falsa sutilidad á lo Martínez Sie-
rra (jue dora sus composiciones
con mieles rt^og'idas de abejas
amaestradas. No, sino esa oti'a
más ruda ([ue liucde á Jaramago
y que naturalmente se elaboi'a
en panales de corteza de encina
y en el hueco de algún árl)ol
centenario y venerable.
Sombríos y vig'orosos son los
versos de Vilhuispesa de una trá-
fíica intensidad d'annunziaiía. Ha-
ce amará la, vida santificando á
la ^[uerte. Morboso y aérenos
liace percibir el olor enervante
y asfixiador del pantano y el
sutilmente [)ervei-so de las car-
nes tísicas.
Flota en todo el libro, acor-
dando con esta briosa eflores-
cencia de juventud, un ambiente
de melancolía y honda amargu-
ra byronianas. Desolación de un
alma sedienta, é insacia])le, nos-
talgias nielanciJlicas de algo que
<iuizá no existió nunca, deses-
peranzas abrumadoras d(; lo que
no existirá jamás acaso.
Sol (le iiniiortaliiliiil, scil ilt; infiíiiti)
¿«'II i|n»'^ los líibios (MI Hiir podré íI|>;ijí;u'1h
«i (le ímiars(! I;is .-iliiias se íatis-íin
y luista l(is labios de Ucsítr S(i catisim I
Es Villaespesa, entre todos Jos
l)oetas cont(ímporáneos el más
sincero y <!l más humano. Sus
versos tienen un fuego y una
ínspií'aciíui tan extraord naria
como no se halla, sino en los gran-
des maestros d<í la, poesía. Vi-
brantes y pasionales, á veces.
rugen como tigres en braliama.
Otras, suaves y melancólicos, tie-
nen el nostálgico encanto que se
ve en las sonrisas de algunas
muertas jóvenes.
Adviértese en « El patio de
los Arrayanes » como en todas
las oljras de este joven y admi-
ra 1)1(! maestro ese transcendente
é inconfundible sabor á rea-
lidad (^ue para el gran Zola
constituía el princii)al mérito de
las obras artísticas. Y esta cuali-
dad es tanto más api'cciable aquí
cuanto que, para la mayor parte
de los que se intitulan poetas, el
hacer versos s<'>lo consiste en ade-
rezar cortos renglones de una ar-
monía más ó menos sonora. Un
adjetivo su\o es siem[)re tan jus-
to que no parece sino que nació
allí mismo, al lado de aquel nom-
bre á (juíí acompaña. ImposiI)le
parec(í una sustitución por otro
sin (jue resulte en menoscabo de
la idea. Y no se juzgue menuden-
cia estcí detalle de acierto que, si
al i)arecci" es insigníficAnte llega
á constituir frecuentemente, el
ánimo de toda poesía. Un adjetivo
es siempre, de pov sí, algo muy
bello. Pero si es además signifi-
cant<' y ])reciso adquiere una
transcendencia universal que ja-
más hubiera podido sospecharse
en él de otro modo.
¡Y luego, qué sobrio vigor de
desci'ipciones, qué maravilla de
sugestión, qué enorme vitalidad
siempre !
Tus rizos iiu! (M1 volvieron. Y cutre el y!\'¿o
olor Á iiiiisjío de tu cabellera
.sii-spiraiite absorbí como un veneno
el acre aroma de tu carne enferma.
t t
Nief^oabsoliitameiiteíiue pueda Tara mí no hay duda de que
expresarse esta idea mejor de Villaespesa es el primer poeta
ningún modo. Todas las pala))ras es])ano] contemporáneo. Y «El
¡ cada una ! evoca, por la virtud patio de los Arra> anes » uno de
<lesu contextura eufónica y de su sus mejores libros,
sig-uiftcado íntimo, una serie in- ;
mensa de sensaciones no escritas. . 1\'a:m('»x VILLEÍíAS.
Y tan intensamente expresivo
siempre. Ma.iri.i i!io;i.
»»■
Ct)ik— Mujer
Pií ra Apolo.
Carii'ni.-saineiiti', d M/i/i'i'l I.uis Rni-tunxt.
Opulentas cabelleras de color de tempestad :
noche lóbrega sus ojos, noche lóbrega que brota
envolvente y suaxe luz . . .
Epidermis, — terciopelo de magnolias y carmín : —
\' sus bocas, — tibia púrpura que incita,
de los besos al festín !
Curvas lentas \^ tremantes,
que en sus ritmos \oluptuosos se difunden perturbantes
tras la seda de sus trajes y la bruma de los mantos. . .
Y, sus senos, — .senos santos!
Dos palomas de alabastro
que aletean voluptuosas bajo el velo del corset.
Pantorrilla ebúrneíi 3^ dura,
terminada en una jo\^a, que es su pie.
Sensitivas en el duelo, 3^ salvajes en amor.
Si se sienten cautivar, se agigantan 3' se incendian :
y se tornan explosi(3n,
cuando el beso del Engaño, les comprime el coraz<')n.
vSoñadoras . . . ?
No, no, no ! |i
Almas ñeras de tres faces:
fuego, hielo 3^ convulsión...
En conjunto ...
Satanaces de opulentas cabelleras,
y de curvas tentadoras,
y miradas turbadoras,
que dispersan envolvente, suave luz !
Claudio DE ALAS.
-S¡iiitiiij'-o (le Cliilf.
— 178 -
IE^ie:a.rd.o P^a-ss^T-xo
Sítitesis
Para Apolo.
Siiiitos Choccino (•(iiiieiiz(') eiicciiclicinli)
Y iixu/cando después mis i)i'0])i:is iras
Y oí con ñültre cutre el clamor liorreiuiü
('nijir las horcas. crei)itar las piras !
Kl bardo luchador trep() á las cumbres
Y en las cumbres sus versos atronaron;
Se encendieron de ardor las muchedumbres
Y' el tirano y el déspota teml)laron !
Mi lira lo sis'uió . . . Fnc tal su empuje
(¿uc (ínsoñé como mío su entusiasmo
Y siento en mi interior alf>"0 ()ue rug'C
Y se enciende mi ser to<lo heclio espasmo!
La caricia ondulante en suave f^iro
Mi frente acarició, mi mustia frente,
Y llef¡;ó hasta mi ser como un suspiro,
Y hasta el alma sintió lo ((ue hoy no siente.
Fna nueva existencia la dolora
Descubrió en un replie^'ue de mi vida.
Hablando Cami)oamor el alma llora
La lá};rima mejor, la más sentida.
Y es su intenso pensar tan noble y llano
(iue confundo en un haz doble suceso:
Kl (MUjinjc marcial del o-ran Chocano
Y (d suave deslizar de «El tren expreso».
Kl uno se revuelve como un potro,
Al sufrir y al amor el otro ensalma.
Kl uno es luchador, profundo el otro
Y son uno los dos dentro del alnia.
Ohocano es la i)asión que habla impetuosa,
C.anipoamor el decir bello y profundo;
Y en síntesis grandiosa,
Chocano y Campoamor, la voz del mundo!
Ru\RD0 PASEl'RO.
— 179
Biblio^ráñcas
Liibros y folletos i»eeibidos
Ensayo de una Filosofía Feminista.
— {Refutación á Moeliiits), por M. Ro-
mera Navarro. — Madrid. — He ;ihí ui)
bello libro escrito no sólo con el ob-
jeto de refutar, como su título lo in-
dica, las ideas de Moebius, sino tam-
bién de castigar su terrible misoginia
y su obra sistemálica en contra de
la mujer. Con gran acopio de datos
científicos que desvirtúan mtichas ve-
ces los asertos categóricos del es-
c-ritor alemán, y una preparación
amplia y discreta que ridiculiza T;v
filosofía barata de los autores de fo-
lletos antifeministas. Romera Nava-
rro aborda el tema, recorre las pá-
ginas de La inferioridad, rnenral de
lo m ujer y señala — confirmándola
con citas que fortalecen su asevera-
ción— la secuela de errores en que ha
incurrido Moebius. No queremos ha-
cer en estos renglones la aijología
del libro que los motiva. Es que sin
ser feministas, y más aún : no acep-
tando del todo los conceptos dema-
siado amables que ha dictado la to-
lerancia de Novicow, comulgamos en
parte las mismas ideas de su joven
autor, en cuanto se refiere á la
igualdad mental entre el hombre y
la mujer. No se es feminista, en el
sentido bajo con que suele aplicarse
tal palabra por parte de algunos
empedernidos, sino htimano y equi-
tativo, cuando se lucha afanosamen-
te por la emancipación de la mujer
ó por el solo reconocimiento de su
capacidad intelectual y moral. Ni se
es noble, ni siquiera discreto, cuando
se hacen cargos que no han de jus-
tificarse jamás. De esa falta de no-
bleza y de discreción Moebius adole-
ce á menudo. Y Romera Navarro se
ha empeñado en demostrarlo con ar-
gumentos abrumadores de este jaez:
«En varios pasajes de su libro, re-
pite Moebius, que cuando alguna
mujer descuella como superior á las
demás en cualidades mentales, pier-
de los caracteres femeninos ,y su es-
píritu más que de mujer parece serlo
de hombre. De manera que llega al
extremo de quitar á la mujer hasta
la posibilidad de tener talento, por-
que en íiuanto uno de sus individuos
lo posee, lo considera como un ta-
lento masculino, que por anómala
combinación ha venido á encarnarse
en una criatura femenina. La bio-
grafía de los grandes genios nos ase-
gura, por el contrario, que todos ellos
encontrábanse dotados de cualidades
morales, de temperamento y de ca-
rácter que los distinguía de su sexo
y los asemejaba al sexo contrario.
Ejemplos : Cicerón, Demóstenes, Ju-
lio César, Virgilio y Bacón, del cual
se dice que hasta sufría un síncope
en todos los menguantes de la luna.»
De lo cual se deduce que Moebius
suele evadirse por la tangente cuan-
do le faltan argumentos con que
combatir las femeninas aptitudes.
Más tiempo y más espacio quisié-
ramos para poder expresar todo lo
que la lectura de la obra de Rome-
ra Navarro nos ha sugerido, y para
analizar á la vez ciertos folletos que
circulan aquí de la índole del li'nro
de Moebius, cuyos autores ensayan
poses de hombres avezados y so
jactan de observar bien la vida y
las costumbres de los pueblos.
Romera Navarro ha demostrado en
su Ensayo de una Filosofía Fen^inití-
ta ser un temible contrincante y un
sutil analizador, al que no escapan
las más pequeñas aberraciones.
Nosotros lo 'felicitamos sincera-
mente.
La Literatura Venezolana en el Si-
glo Diez y Nueve (Ensayo de Historia
Crítica), por Gonzalo Picón-Fehres. —
Caracas (Venezuela). — Cbra elevada,
obra hermosa, por lo bien meditada
y escrita y por el alto desinterés
personal que ha demostrado su au-
tor al ocuparse de los escritores de
su país. Es la obra de un artista.
Gonzalo Picón-Febres, que es á la
vez prosador y poíita, pone en sus
estudios críticos, laudables por su
caudal de observación y su bella eru-
dición, cierto matiz de tolerancia
que, siendo un gran estímulo para
las nuevas generaciones, no implica
ni mucho menos un menoscabo de la
verdad, ni siquiera un desvío de su
reposado criterio.
Su libro, exento de omisiones do-
lorosas y de venganzas preconce-
bidas, es rara avis en nuestro mun-
do literario, donde siempre, ya sea
por falta de preparación especial ó
por un prurito de amor propio exa-
gerado, exclúyense nombres de altí-
simas personalidades, se evitan citas
necesarias y trátase de colocar por
encima de todo la propia persona-
lidad. La. Literatura Venezolana en
el Siglo Diez y Nueve es un libro
que ha aportado tesoros de detalles
á la Historia Literaria Americana
tan tergiversada hoy por los anto-
logistas que han puesto al servicio
de la casa Maucci sus aptitudes me-
diocres y su escasa inteligencia. Im-
preso lujosamente por los talleres de
El Cojo Ilustrado, y ornado todo él
con los retratos de Ibs escritores ve-
— KSO —
nezolanos del siglo pasado, el libro
de Picón-Febres es. lo dec-iruos sin
temor de equivocarnos, el mejor, el
más completo y acertado entre sus
similares
Por lo
publicados en
cual felicitamos
América,
á su autor
PÉREZ Y CÜRI8.
f^uevo canje
Letras. — '<a)t Josí de Cot
— De esta escogida revista
ha llegado á niiestra mesa
el número 6, cuyo sumario
ta Rica. do y excelente. Trae los retratos de
de arte la poetisa Ada Negri y de nuestro
de labor redactor en Costa Rica, el literato
es nutri- Rafael Ángel Troyo.
Voees flmetiieanas
El gran escritor Santiago Argue-
llo ha vertido en el número 4 de su
hermosa revista La Torre de Marfil
los siguientes conceptos sobie Apolo :
"Dirigida por el poeta l'érez y Ca-
ris, es ya una preciosa antología
Muy bien presentada, y, sobre todo,
muy selecta de material.
La entrega vigésima tercera publi-
ca xin exquisito cuento de Felipe Tri-
go : una tempestad moral frente á
una tonante tempestad de la tierra,
dentro de un tren que arrastra sus
vértigos, en fuga por la noche es-
triada de relámpagos. El Solig, de
Alberto Sánchez, se distingue por
profunda belleza emotiva, y por cier-
ta dulce siigestión de lejanía en el
tiempo. También es bella la Retros-
¡H'ctiva, de Pérez y Curis, director de
Apolo, y poeta y prosista merecedor
de aplausos.
jvlota
En la sección líihliojráf iras nos
ocuparemos de todas aquellas obi-as
que se envíen á nuestra redacción en
cantidad de 2 ejemplares : uno para
el director y otro para el secretario
de redacción.
Breviario £í)istolav
A. Reyes. — M o n te video.- Nada me
Importan los desahogos de ciertos
í/enios inéditos que creen hallar en
toda poesía de su agrado un fondo
ultra-ftlosófico. La palabra de esos
simuladores qvie dicen rereuionia
ceremonia y evocatriz poj- evo(
no puede tomarse en serio.
Eso es todo cvumto tengo que
cirle sobre su necio interlocutor.
Rafael Ángel Troyo. — Cartooo
Coi^tii Ui'd. — Griicias por sus
tos. Apolo ha ido siempre si
mitencias.
Isaac MrS'oz.-.Wdf/ /•/</. — Espero los
ejemplares de la edición italiana de
Mítreiiü II Tráíiicd. f;Recil)ió ya los
números de Apolo ciue me pidió, con
el pequeño estudio que escribí sobre
por
•ador
de-
de
concep-
I inter-
aqtiel libro suyo.'
Pedro Clsar
agradeceré me
Do.MINK'I. — 1'(iri,<. ■ - Le
envíe sn domicilio.
Tengo u
de usted
enviarle,
i-ecilio su
Manuel
(í K ll. .Su
llegado á
l'oícs del
ambos en
M. Salvador
l)í Torc.* de
a carta. coTitestación á la
y algunos libros míos para
:Íace ya ires meses que no
liermosa revista.
RüDRÍGirEZ TovAR. — (1 11(1 ya -
lil)ro Ivipresione.t no ha
mi poder. Envíemelo con
(ilnid. Nos ocuparemos de
la Secriüii büdioi/ ráfica.
I'lloa. — /(/ ;(/(/ (le. — Reci-
1 rte. Mucha> gracias
por el envío y por los amables con-
ceptos que sobre mi labor literaria
ha vertido usted en aquellas pági-
nas. Dígame qué números de Apolo
le faltan, para enviárselos
tamente en caso de que
agotados.
F. García
— Agradezco
de su nuevo
ocupará de
inmedia-
no estén
])o)iiin(/o.
el envío
GoDOY. — Santo
al compañero
libro. Fernández Ríos se
él en la Bibliografía del
próximo numero.
FÍGARO. -.V o ?i Ice i (/('O. —
disposición el ejemplar
tura cenezalana en t
que he recibido hace
Allí encontrará usted
sos sobre la oV)ra de
Pongo a su
de Jai hitera-
l Siglo XIX.
poco tiempo,
datos hermo-
Juan Vicente
González y Romero García.
A. Argüidas. — Iai l'az iholioia).
- YjM el próximo número n*e ocuparé
de Fiieblo eiifenuo. Gracias por el en-
vío.
Lorenzo N'icens Thievent. — San Jos/.
-Hermosa poesía la suya. Saldrá en
el próximo número. Gracias por el
envío.
Jl'STü Deza.- Buenos .-i iré.". — Agra-
dezco el envío de los versos dignos
de toda loa. En el número de Agos-
to los publicaré.
PÉREZ Y CUKIS.
de
lito
BUS
de
|er-
el
os-
de
lor
ir;i
rio
na
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OLO
</o.
VIO
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te
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ISSUE!
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Af40 IV
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Secretario de Redacción: OVIDIO FJíRísÁKDEZ RÍOü
Montevideo, Octubre de 1909
H." 32
Floretieío
Sánct)«z
El altísimo dramaturgo cuyo
retrato aparece en esta página,
partirá en breve paia Europa.
En su gira por las principales
ciudades de aquel continente,
Florencio Sánchez hará repre-
sentar sus obras, contando pa-'
ra el caso con una gran compa-
ñía dramática que se ha com-
prometido á tra|dacirlas exac-
tamente.
Antes de irse el querido com-
pañero, saldrá á luz su hermo-
sa obra Nuestros Hijos bella-
mente editada por los talleres
« El Arte ».
Nuevos y brillantes triunfos
le deseamos al noble amigo
y genial creador.
»♦■
.2PS. "CJlSr .2Ps.K.TISTjPsl
No vejes al humilde ni adules al magnate.
Sé noble; hiere al Zoilo tenaz que te combate,
Pero de frente. Sólo la Gloria se conquista
Con los geniales rasgos del numen de un artista
Y el gesto de un espíritu de lu/, que no se abate
Convierte en evangelio la norma de tu vida ;
Ten probidad, no para que el vulgo, ese suicida
Moral, en un instante de lucidez te nombre,
Sino para elevarte tú mismo, porque el hombre
Que en ti hubo, se hizo un mago del verbo, que
10 oh ida
PÉREZ Y C'UUIS.
^
iiÜiii
-^"""^'" "'■^^-^''
te
— 238 —
Balada d^l Oes-eo
En el Mar de lo Infinito, boga y
llega el Mensajero, el bajel que trae
la Noche...
tenebroso como un muerto, lenta-
mente va avanzando, con sus velas de
Misterio.
el bajel que trae la Noche. Tene-
broso como un muerto !
¡oh, las tardes del Otoño, precurso-
ras del Invierno, cómo brillan, cómo
cantan, en un ritmo de colores, en
los mares y en los cielos, i Oh, las
tardes del Otoño, las auroras del In-
vierno !
ya el Crepúsculo se muere en la
Sombra y el Silencio.
¡Oh, la muerte del Crepúsculo, el
Poeta del Ensueño.
ya se besan en la sombra, en di-
vino Epitalamio, las estrellas soñado-
ras y los pálidos geranios, cuyos péta-
los muy tristes, van cayendo lenta-
mente, lentamente, como sueños que
se mueren en su nítida blancura.
¡Oh, los sueños de las flores! ¡Oh,
la muerte de los sueños !
á la luz del Plenilunio, albas ro-
sas de la Tarde van abriéndose co-
mo almas que escucharan en su
angustia, el coloquio formidable de
la Sombra y el Misterio.
¡oh, las rosas de la Tarde! ¡oh, las
rosas del Silencio !
¡oh, la Amada de mi vida! ¡oh, la
Amada de mis sueños ! Ilumina este
crepúsculo con la lumbre de tus be-
sos, de tus besos, que son astros.
y el perfume de tus labios caiga
en mi alma como un bálsamo de
ventura y de sosiego.
¡oh, los rojos tulipanes de las
frondas de tus besos !
una estrella ; ven, reclínala en mi
pecho.
¡tu cabeza perfumada por los mís-
ticos ensueños ! i oh, tu pálida cabe-
za ! ¡ oh, mi reina, coronada con las
rosas entreabiertas en praderas ig-
noradas y en silencio de las selvas,
de las selvas que te guardan su per-
petua primavera, de las selvas don-
de viven mis ensueños de Poeta,
Tu cabeza con un nimbo de jaz-
mines y violetas.
¡oh, la Amada! ¡oh. Bien Ama-
da ! ven, reclina tu cabeza, tu cabe-
za triste y blonda como el halo de
que me toque la caricia de tuí5
grandes ojos tiernos, algas verdes,
que se mecen en los mares muy re-
motos de la Gloria y del Ensueño.
que me toquen con sus alas tus
libélulas de fuego.
¡ oh, los ojos de mi Amada, miste-
riosos y serenos ; playas tristes, don-
de mueren las oleadas del Deseo !
que los lirios de tus manos, cual
capullos entreabiertos, como brisa»
perfumadas, como rayos de un lu-
cero, se deslicen en la selva autum-
nal de mis cabellos, y serenen mis
pasiones tempestuosas; y soberbias,
y dominen la implacable rebeldía de
mi cerebro.
mi cerebro oue es tu Ara; mi ■•?-
rebro que es tu Templo ; mi cerebro,
donde imperas tú, mi Diosa, entre
la mirra que te queman mis pasio-
nes, y los cirios del Deseo, y mis
himnos amorosos, y el perfume que
te brindan las corolas de mis ver-
sos.
y un^; ñor que se abre augusta,
con sus pétalos soberbios, una flor
en holocausto ante Tí : mi Pensa-
miento ;
¡ oh, los lirios de tus manos doma-
doras del Deseo ! i oh, los cirios de
mi templo y las rosas de mis ver-
sos!
Por las flores del Crepúsculo ; por
239
las rosas del Silencio; por las algas
de tus ojos; por las frondas de tus
besos; ven, reclina tu cabeza en las
sombras de mi pecho.
¡ Bien Amada ! ¡ Bien Amada ! ven,
responde á mi deseo; ven, unamos
nuestros labios en un beso que sea
eterno..
i ven, mi Amada, que es la hora !
¡ven, mi Amada, que aún es
tiempo !
¿tú no sientes cómo pasa la ca-
ricia del momento?
¡ Ven y ameraos ! Aún es hora.
ya declina en el silencio con la
tarde nuestra vida.
ven y amemos, que aún es tiempo ;
aún hay flores en el bosque ; aún
hay luces en el cielo ; aún hay san-
gre en nuestras venas y palpitan
nuestros besos...
son las tardes del Otoño, precur-
soras del Invierno... ven, tus ojos
agonizan en las ansias del Deseo;
aprisione yo tus manos, y tus la-
bios, y tus senos;
y te brinden sus perfumes las co-
rolas de mis versos.
es la hora del Crepúsculo. Todo
se hunde en el silencio.
es la tarde en nuestras almas; y
la noche avanza presto.
nuestras vidas ya se pierden en los
valles del Misterio.
aún dibuja la ventura un miraje
en nuestro cielo.
es la hora de la muerte ó la hora
de los besos.
.1
Ven y unamos nuestras bocas, en
un beso que sea eterno
Ven y unamos nuestros cuerpos,
cual dos llamas de un incendio.
«♦«
IDEIOIlXrjPs.
Sólo quiero el desamparo,
La tiniebla y el olvido
De la tumba; hoy he perdido
Para siempre, lo más caro :
Mi madre, el único faro
Que en la mundanal contienda
Vertió su lumbre en mi senda;
El único ser que quiso
Encontrar un paraíso
Donde levantar mi tienda.
Julio FLÓREZ.
»♦»
I=OI^TK.j?>lIT
On dirait qu' elle fait éclore
du fond d' une illusión
le grand soleil qui la dore
et la change en papillon,
Dans son amoureux delire
on penserait que ses yeux
font petiller le sourire
pour illuminer les cieux.
París 1909.
Para Apolo.
Quand V aube blanche et moróse
surgit du brouilJard, elle sait
que pour la changer en rose
il suffit de son reflet.
Et comme tout ce qu' elle touche
se transforme en madrigal,
je voudrais froler sa bouche
pour me rendre son egal.
Manuel UGARTE.
— 240 —
Periodistas Cubanos
IVÍodesto popales Díaz
Para Apolo.
En tesis general la experiencia nos hace escépticos, y el escep-
ticismo está totalmente reñido con las palabras absolutas, las ideo-
lógicamente «definitivas». Y bien, mi experiencia del diarismo me
obliga á declarar, una vez escrito el nombre j\Iorales Díaz, que es
imposible hallar ejemplo más acabado de voluntad, de energía, de
fe y de lealtad (pe el que ofrece en su larga actuación en la política
y en el periodismo militante el actual director de «El Triunfo», el
gran diario liberal cuya valiente (y valiosa) campaña contribuyó
en buena parte á la exaltación del actual Gobierno.
Bctjo las órdenes d(! Morales Díaz ( si es que puede decirse de
ese modo en referencia á las fraternales indicaciones del más llano
y más deferente de los compañeros) bajo su inspiración he trabaja-
do largo tiempo. En el período de la ardua lucha, en plena campa-
ña electoral >' después de la resonante victoria del 14 de Noviem-
bre; tengo, pues, motivos para conocerlo á fondo.
florales es un gran sngestionador: ata el cariño, conquista el
afecto y la estimación. Una nobleza de carácter rara en estos tiem-
pos en que la doblez impera; una voluntad insuperable y una leal,
tad á toda prueba hacen de él, en una colectividad política, el hom-
bre de confianza.
Eso es lo que es él para el ilustre Presidente de Cuba: su confi-
dente y su ('onfi;mz;i. No conozco ejemplo alguno de adhesión más
p()siri\:: \ ¡u.is ilcsiiiteresndíi >' perseverante que la que ]\[orales
Díaz ha consagrado en todo tiempo al General Gómez. Bien es cierto
que este ^landatario ejemplar se hace amar por sus dotes excepcio-
nales, por su cultura y su bondad. De todas suertes, la fidelidad de
Morales para con él ha llegado muchas veces á la abnegación. Últi-
mamente, pudieiido haber tenido con más facilidad que nadie, pues
es una de las figuras más populares de Las Villas, un sitial en el
Congreso, hizo oblación de todo derecho y renuncia de todo título
para ceder su plaza á otros que obtuvieron el triunfo ¡ oh generosi-
dad ! por la obra y el esfuerzo de Morales. La correspondencia de ,
el Director de El Triunfo están voluminosa como la de un Ministro:
todos acuden á él, quien en demanda de un consejo, quien en solici-
tud de su apoyo decisivo, quien para lograr su nunca rehacía me-
diación en bien del terruño. Y jamás un nó sale de los labios de Mo.
rales;, á todos procura satisfacer, á todos secunda, á todos ayuda-
Esa es su ambición: hacer el bien.
En « El Triunfo » su labor ha sido proficua en todos sentidos:
logró en tiempos de penurias llevar á la Redacción lo que más vale
y lo que más pesa en Cuba; después, nuevo triunfo, conquistó á Ra-
món Cátala, el co-i^ropietario de «El Fígaro» para que asumiera la
administración de «El Triunfo». Y Cátala aceptó, por y para Mora-
— 241 — :
les; y ahí está la obra ele esos dos grandes corazones niiidos, de esas
dos inteligencias y de esas dos voluntades: «El Trianfo» es lioy uno
de los primeros diarios de Caba. Sobre Cátala he de escribir pronto;
bien lo merece el más bueno, el más sano y más generoso de los
amigos.
Al frente de «El Triunfo» Morales Díaz cumple como muy pocos
podrían liacerlo: sostener un diario adicto al Gobierno (en cuya
adhesión no puede caber la duda) y esto sin servilismo, siendo á la
par intérprete de. la «realidad y la opinión nacional», es cosa ex-
traordinaria. Para llevarla á cabo; qué derroche de t;icto, de ener-
gía, de esfuerzo, de habilidad y, sobre todo, de buena intención !.
Son muy pocos los que conocen bicMi el significado de esa
frase, la «buena intención»; es decir, olvido absoluto de sí mismo,
pereime anhelar de justicia; constante preocupación de los ajenos
intereses, y, de continuo, el sacriftcio del propio egoísmo, de todo
medro.
Así resulta «El Triunfo» un diario sin tacha, ({ue, en todo
tiempo, en el combate y en la victoria, ha ostentado una divisa
que nadie ha osado manchar ni aún la calumnia rozarla: la de
una honradez absoluta.
No á todos es posible realizar tal tarea. En horas de penurias,
faltando todo, dinero, máquinas, colaboradores, puesto que los
comienzos de « El Triunfo » no fueron esplendorosos, Morales
Díaz decidió justiflcar el nombre de su diar o : conquistar el
triunfo. Y en buena lid lo ganó ! No sólo el triunfo, descontado
para todo observador imparcial, del candidato liberal, sino el
triunfo de su diario mismo, de la hoja de cuatro planas que,
.entamente, fué creciendo con un linotypo hoy y dos maiiana, la
gran rotativa después, y los grabados y las doce y las diez y
seis grandes páginas de la edición matinal . . .
Y, aquí, siempre, la obra de Morales Díaz : todo esto sin la
prebenda oficial, el apoyo del gobierno ó la humillante sub-
vención, sino haciendo el periódico necesario al público ; suman-
do iideptos por su labor incansable, su información moderna,
oportuna y seria.
Hace pocas semanas se organizó un banquete en honor de este
valeroso adalidad de la causa liberal: en la lista de comensales
figuraban los nombres más prestigiosos de Cuba y, en primera
línea, los de sus más encarnizados adversarios políticos. Porque
enemigos políticos tiene muchos Morales Díaz, pero enemigos
personales ninguno. No puede tenerlos quien es modelo de ami-
gos, de compañeros y de leales.
Hoy se cumplen dos aílos de la aparición de « El Triunfo » y al
recordar esa fecha he deseado tributar un homenaje justiciero al
que es alma de ese diario, siempre para mí querido. Sean, pues, las
líneas que preceden, la ofrenda del compañero que no olvida y
que, siempre, lejos ó cerca, está con «El Triunfo» ya que en la
vida le ha tocado muy pocas veces ser de los «del triunfo».
Arturo R. DE CARRICARTE.
Agosto 2 de 1909.
242
Cómo es dulce morir
Para Apolo.
Recostarse en la playa, en la hümeda arena,
Envolver las espaldas con su blanda frescura.
No moverse, ni hablar, ni sentir una pena
Mientras pasa la brisa en la inmóvil figura.
Llenar con el cobalto del cielo misterioso
Los ojos que se cierran ávidos de infinito,
Y en la última mirada llevar todo lo hermoso
Que la luz en los cielos y en los mares ha escrito.
Ver en el horizonte, pálida ¿incolora.
Esfumarse la nave que conduce al hermano
Hacia las tierras vagas donde se goza y llora,
En busca de un reposo que se halla en nuestra mano
Sin una sola lágrima, sin un solo suspiro,
Extinguirse en la arena do mueren las espumas;
Sin rencor ni deseos, dejar que el vasto giro
Nos lleve en sus revueltas de luces y de brumas.
Clotilde LUIS!.
243
Profecía de fll Molatiabbe
Abdallah Abú Attibe, el orgu-
lloso poeta árabe, que propagó
A los cuatros vientos que no ex-
istía guerrero que le venciera,
mujer que no le amara, vate ca-
paz de superarle, cantó un día :
« Al Motanabbe, cuya voz reso-
nará en los venideros tiempos,
dirá cosas que jamás han oído
los hombres y otras hará que
nunca supieron los graves abue-
los del canto.»
Pasaron los días y los años.
Los pueblos, que levantaran sus
livianas tiendas en los desiertos
cálidos, ó las flechas de sus mez-
quitas, en las ciudades que des-
cansan en las fecundas llanuras
de Asia Menor, repitieron las
canciones del poeta ú oyeron
extasiados las maravillosas le-
j^endas y raras anécdotas que, á
la sombra de la tienda del cau-
dillo ó el alcázar del señor, ca-
yeron de los labios de Abú Atti-
be como sonoras gotas de miel y
leche manadas de hinchado se-
no de las hui'íes.
Los sabios ancianos, de luenga
barba y cansados ojos turbios ;
los ardientes caudillos que, vic-
toriosos siempre, empuñaran el
corvo alfange y^ al paso de sus
negros corceles, allanaran los
pueblos del Nilo, del Jarasán,
del Ganges, de las playas del
mar Egeo y las risueñas riberas
del Guadalquivir; los graves teó-
logos que, en silencio y á solas,
interpretaran las santas leyes y
enseñaran al hombre la volun-
tad que Alá dictara á su Profe-
ta ; los ulemas que, en pos de las
huestes guerreras, llevaran la
nueva fe á los fieles del Zerdes-
tía, á los idólatras de la piedra
Para Apolo.
tallada, á los amantes de los ge-
nios del mar y la tierra, á los ab-
sortos indios brhanianistas y á
los rubios cristianos célibes, nun-
ca pudieron sobrepasar la sabi-
duría de Al Motanabbe ni des-
mentir jamás los altos dictados
de su genio. Pero sucedió que,
un día, presentóse en casa de
Ahú Attibe un extraño niño, cu-
yas pupilas brillaban como las
estrellas en las noches oscuras y
serenas del ancho Sahara; cuya
tersa frente se elevaba como la
cumbre de las Pirámides. Y dijo
el niño al poeta: «He oído i"epe-
tir á los pueblos de Arabía tus
proféticas leyendas, tus profun-
dos apólogos, tus finos epigra-
mas. Sé que nunca los sabios, los
santos doctores, los soldados con-
quistadores y los más inspirados
Sensitivos pudieron doblar tu
vencedora espada ni aventajar
tu canto. Sé que has dicho que
los honibi"es oirán de tus labios
cosas que jamás supieron tus an-
tepasados, y que harás otras que
nunca pudieron hacer ellos. Y
bien : Nuestros nómadas abuelos
pusieron veintinueve letras al al-
fabeto ; poi" lo que vengo, pues, á
desafiarte á que, de tu genio usan-
do y obrando al contrario de ellos,
reformes el alfabeto, sacándole
una letra ó poniéndole otra».
Al Motanabbe, sorprendido,
sintió que el asombro penetraba
su espíritu y turbaba gu genio ;
pero, serenándose luego, irguió
el guerrero busto, levantó la lu-
minosa frente, interrogó en si-
lencio los enigmáticos dictados
del destino, y, con triste acento,
respondió de este modo al subli-
me niño : ' .
244 —
Al Motannbbe, que narica do-
bló la cabez.i en las luchas del
campo y de la idea, la inclina
ahora ante tí ! ¡ Me has vencido !
Pero ¡ ay ! que, interrogado por
mí el destino, me ha respondido
que tu débil cuerpo debe sucum-
bir al peso de tu alma. La pre-
cocidad, insaciable como las ne-
gras águilas que roban los tier-
nos hi.juelos á Ic^s blancas ovejas
del Líbano, devorará tu vida!
Vas á morir en breve — ¡ oh pri-
vilegiado niño! porque un alma
grande como la tuya no cabe
bien en la estrecha y mezquina
tierra ! »
Jamás pro leeia en vano Abú
Atibbe ; por lo que, cuando no
había aún él dedo de los astrólo-
gos marcado el paso de cien so-
les, el hermoso nirio genial, ven-
cedor del poeta, cerró los negros
ojos para siempre.
Lloró Al Motanabbe la tempra-
na muerte de aquel niño mara-
villoso ; y, como su voz debía
ser oída en los tiempos futuros,,
quiso que, por medio de su can-
to, las venideras edades supieran
que el mismo Alá, encarnado en
la figura de un nillo y avergonzar
do de la torpeza de los demás
hombres, había una vez tenida
que bajar al mundo para vencer
á un poeta !
León SEGUY.
■ ♦«
Por senderos Ujatios
Para Apolo.
I
II
Escancia el rojo vino
de tu amor en mi vaso,
V sigue luego el paso
del triste peregrino.
Por mi sendero de abrojos
pasé junto á tu ventana,
y se prendaron mis ojos
de tu escultura pagana. |
Es muy ruda la senda
y mi sed muy arcana;
como un rey v una aldeana
nos haremos le venda.
Luego al postrarme de hinojos
en tu discreta persiana,
vi florecer los sonrojos
en tu cara-porcelana.
Bogaremos los mares
de Citeres, juntando
nuestros cuerpos amantes
No quisiste abrir tus flores
á mi corazón divino,
aquella tarde de amores ;
y entre vino y cantares,
me moriré besando
tus senos palpitantes . . .
Caracas.
y bajo el frío y la escarcha,
el doliente peregrino
rompió de nuevo su marcha
Juan SERRANO.
— 245 —
£1 futurismo
En otra ocasión, y á propósito del Modernismo, expresé en las columnas
dsl Suevo Mercurio, que con tan buen éxito redactaba en París Gómez Ga-
llillo, mi opinión acerca de las escuelas literarias, en cuya efectividad no
creo, pues pienso que los escritores no son ocas para formar algarabía mo-
iiorrítmica, ni números de un casillero telefónico sujetos á un mecanismo de
exactitud desesperante. Juzgo, sí, que cada uno de ellos tiene su individuali
fiad intelectual bien definida, su amaneramiento de estilo; su alma, simple ó
cc.nipleja, distinta de las otras, por la que rige sus pensamientos, á cuyo in-
flujo brotan las ideas, se cristalizan en verbo luminoso y riegan por el haz
do la tierra simiente generosa ó egoísta, dulce ó amarga, pero siempre mar-
cada con un sello característico que viene á ser, como el blasón en la herál-
dica, el distintivo de cada caballero del Ideal.
¿Por qué, pues, ufanarse en fundar escuelas literarias, como quien funda
hospicios para inválidos ó casas de corrección i?ara muchachos extraviados?
¿Puede imaginarse que pase esa idea de una mera ficción en la hora actual?)
¿Qué amplios no tendrían que ser los moldes de una escuela para que dentro
de ella cupieran las tendencias de quince ó veinte escritores ó poetas de ver-
dadero valer, ó qué estrechos resultarían á la postre, si todos los que la
orocl amaran siguiesen una misma ruta, cual condenados del Dante, cargando
la capucha de plomo de un manifiesto tendencioso, pero al fin estrecho á pesar
de su falta de reglas, manifiesto que recortaría las alas al espíritu y no deja-
ría alzar el vuelo libremente á la traviesa imaginación, la locuela adorable y
caprichosa, que se resiste siempre á todo yugo?
Estas consideraciones que á mí se me antojan muy claray, no lo son!
para algunos. De aquí la causa de que un buen amigo mío, personalidad lite-
raria de alto rango, haya lanzado desde las columnas de una gran revista de
arte puro, la revista italiana Poesía, el manifiesto de tina nueva escuela que
bautiza con el nombre brillante de Futurismo. Francisco Marinetti, tal se
llama mi amigo, no se c-onforma con ser uno de los primeros poetas de la
Italia moderna, la Italia de D'Annunzio, Ferrero, Panzzachio, Fogazzaro y
Balin D' Abate, sino que aspira ahora á reunir al rededor de una bandera
llamativa á todos los rebeldes, á todos los inñamables llenos de prevención
contra el Pasado, que ambicionan borrar con su huella toda la ruda labor
que en cinco mil años ha realizado la Humanidíid, para sin estorbos poder ser
líllos los únicos en los dominios del Pensamiento
Este propósito es ingenuamente descabellado. Estamos fuertemente liga-
dos al Pasado, del cual no podemos librarnos. El Progreso mismo es como
un largo cordón á través del cual pasa la electricidad acumulada durante
miles de años y que ha de convertirse en luz en el foco que está en el ex-
tremo que . nos corresponde. Si se rompe ese cordón, la comunicación cesará ;
las fuerzas acumuladas se dispersarán locamente y sobrevendrá algo seme
jante al caos, un caos espantoso, más aún que el de los elementos físicos en
la edad prehistórica. '
El Pasado es la fuerza de gravedad que impide nos despeñemos en el
abismo. Suprimirlo, pues, no es posible. ¿Cómo haríamos tal cosa? Sería pre-
ciso acabar con el recuerdo antes que todo, lo que es imponderable para las
- 246 — - I .
i
humanas fuerzas. Y en el raso improbable de que esto pudiera conseguirse,
la vida perdería entonces su mayor encanto.
Yo me declaro siendo nuevo y ansiando conquistar el Futuro, respetuoso
y admirador con el Pasado. Las cosas que fueron los hechos que se realiz i
ron, tienen un oncanto y una armonía inimitables. Recordar es vivir Je
nuevo en épocas anteriores : y amar las cosas viejas establecer comunión con
los humanos que nos precedieron en esta jornada azarosa: con los que lu
charon, y sufrieron ó gozaron, vencieron ó fueron vencidos, igual que hoy
nosotros. Por eso yo prefiero, contra la opinión de mi amigo Marinetti, La
Victoria de Samotracia al auto rugiente que parece correr sobre metrall.i.
Demoledor ps el manifiesto de la escuela en embrión, pues proclama algo
que equivale á la anarquía ; una anarquía intelectual extremada. Condena
la literatura que ha exaltado la inmovilidad pensante, el éxtasis y el ensue-
ño, y quiere en cambio exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril,
el paso de trote, el bofetón y el puñetazo. Ni más ni menos que una escuela
de energía á la que de seguro se afiliará como Profesor Teodoro Roosevelt, con
sus escopetas, sus osos y sus vestidos amarillos.
¿Querrá Marinetti reírse un poco de la tontería humana ó creará sin-
ceramente lo que expresa? No lo sé: pero es lo cierto que en Europa ha le-
vantado gran polvareda su manifiesto, que ha sido el tema obligado de la
prensa, sobre todo la francesa, y que no hay literato ó poeta que no se
ocupe en él.
Pero con todo, sea cual fuere el móvil que le dio origen, á pesar de
tanto ruido semejante al de nogales sacudidos por el viento, pasará el Futu-
rismo como pasan las cosas que no han conquistado su derecho á la' vida. Las
escuelas hoy están abolidas en literatura, son algo exótico en nuestra época
y más si como ésta do Marinetti ellas proclaman que sólo en la lucha existe
la belleza y que la Poesía debe concebirse como un violento asalto contra las
fuerzas ignotas si anhelan glorificar la guerra, el militarism.o y el desprecio
de la mujer; si quieren destruir los museos y las bibliotecas y ansian jue
la vida se reduzca al momento único, convirtiéndose la humanidad en un le-
b.año de búfalos que saltan libres en las praderas, emprenden galopes verti-
ginosos ó se dan de comidas para probar la resistencia de sus testuces.
Dentro de la Estética acrática y amoral que profeso, no hay cabida para
la idea que preconiza la necesidad de escuelas literarias. La literatura hoy es
más subjetiva que obieti>ra; las impresiones personales que cada escritor tiene
di la Vida, son las que deben integrar sus ideas, y lo que cada uno produce
dpbe estar de acuerdo con ellas, para- ajustarse á la verdad, fuente la más
rica de beUeza.
Zola creía que la naturaleza en toda obra de arte había que verla á
través de un temperamento y Eemy de Gourmont sostiene que los escritores
son unidades heterogéneas que no pueden sumarse desde luego. Yo me estoy
con estos grandes pensadores, y en el caso especial del Futurismo, juzgo que
la vanidad, esa epidemia que tantos daños causa entre los hombres de letras,
es el móvil que ha impulsado á Marinetti, ansioso de hacerse célebre y de
ocupar en el soñado cenáculo el lugar que Víctor Hugo entre la pléyade bri-
llante de los literatos franceses que dieron esplendor á las letras en el se-
gundo tercio del siglo pasado.
Guillermo \NDREVE.
San José de Costa Rica— 1909. :
— 247
liIRA COUOJVlBlAfJA
Nocturno
Una noche,^üna noche toda llena de murmullos, de
perfumes y de músicas de alas; — Una noche — En que
ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fan-
tásticas,—A mi lado lentamente^Contra mí ceñida, toda
muda y pálida, — Como si un presentimiento de amarguras
infinitas, — Hasta el más secreto fondo de las fibras te agi-
tara,^Por la senda florecida que atraviesa la llanura —
Caminabas. — Y la luna llena — Por los cielos azulosos, infl-
'nitos y profundos, esparcía su luz blanca; — Y tu sombra —
Fina y lánguida, — Y mi sombra, — Por los rayos de la luna
proyectadas, — Sobre las arenas tristes— De la senda se
juntaban, — Y eran una — Y eran una — Y eran una sola
sombra larga, — Y eran una sola sombra larga, — Y eran una
sola sombra larga.
Esta noche, solo, el alma— Llena de las infinitas amar
guras y agonías de tu muerte,— Separado de ti misma por
el tiempo, por la tumba y la distancia, — Por el infinito ne-
gro,^Donde nuestra voz no alcanza, — Mudo y solo, — Por
la senda caminaba.— Y se oían los ladridos de los perros á
la luna — A la luna pálida,— Y el chillido de las ranas. —
Sentí frío ; era el frío que tenían en tu alcoba — Tus meji-
llas y tus sienes y tus manos adoradas, — Entre la blan-
cura nivea — De las mortuorias sábanas, — Era el frío de la
muerte : era el hielo del sepulcro, — Era el frío de la nada.
— Y mi sombra por los rayos de la luna proyectada, — Iba
sola ; Iba sola por la senda solitaria; — Y^ tu sombra esbel-
ta y ágil,— Fina y lánguida, — Como en esa noche alegre
de las muertas primaveras, — Como en esa noche llena de
murmullos, de perfumes y de músicas de alas, — Se acercó
y marchó con ella, — Se acercó y marchó con ella, — Se
acercó y marchó con ella i oh las sombras enlazadas ! —
i Oh fas sombras de los cuerpos que se juntan con las som-
bras de las almas ! — ¡Oh las sombras que se buscan en las
noches de tristezas y de lágrimas !
: José Asunción SILVA.
— 248 —
Hfi Vei^SflLiIiES
ftromas de uti ^arqu-e olvidado
Para Apolo.
Bajo la sonofa fontana olvidada
del antiguo papqae de leda enfamada
eanta el agua ffesea su gpáeil eaneión
eomo una leyenda de amopes tranquilos,
y el clapo remanso retrata los tilos,
y los terebintos y el verde asaron.
Una vaga queja suspira el ambiente,
que en el alma in^presa queda lentamente
entre el oloroso frescor del jardín,
y de la arboleda de ramaje oscuro
parece que brota un raro conjuro
que dice una gloria que toca á su fin.
Evoca recuerdos de tiempos pasados
cuando el aire finge cantos escuchados
bajo las acacias, en noche estival ;
cuando en par abiertas las altas ventanas
daba el dulce clave las notas galanas,
que el alma de todo llenó de ideal.
En su laberinto y en sus avenidas
aun suzrxQn eonfraisas las notas perdidas
de los galanteos del fino minué
que nuestras abuelas en aquel palacio,
muy cerenioniosas, danzaban despacio,
señalando el ritmo con su lindo pie.
V las aventuras de los amadores
tuvieron testigos en los corredores
largos, que conducen al blanco salón,
donde las dan:>itas iban comentando
sus novios idilios, quizás suspirando
al bello recuerdo de la evocación,
Enrique PÜIGCERVEÍ?.
Alicante ( España ).
- 249
Construcciones yiooRRy as — Hotelito-cottage, estilo art-notiveati üaliano. — Tres plan-
tas; dependencias de servicio : abajo ; salas, comedores, hall; principal ; dormitorios :
altos. — Ubicado en la calle Juan M. Blanes esquina Gebollatí, adyacencias de If. Pla-
ya Eamirez.
Arquitecto - proí/ectista : Alfredo Nin. -- Plafones de A. Goby. — Decorado por Padé.
— Construido por V. M. Garrió, para el doctor Juan Carlos de Alzáybar.
- 2-0 -- ■ ; ■,
£1 Gvito
(Del libro en ppepapaeión «Lias Prosas de Iris»)
Para Apolo.
Al celebrado escritor don Vicente Blasco liáñes
Era un hecho que yo ya había podido constatar por repetidas ocasiones,
ciue siempre que mi amigo Andrés Bremón oía interpretar el vals de Octavio
Cremieux «Quand l'amour meurt», Bremón quedábase absorto, ptnsativo. con
la mirada meditabunda de sus gr.mdes ojos sombríos fija allá muy lejos en
algo que yo jamás alcanzaba á ver, y que, á buen seguro, Bremón sólo vería
el el espejismo alado de su quimérico ensueño...
Obsei-vando este raro efecto mil veces repetido siempre que mi amigo 03-
c iichaba la música inspirada de «Quand l'amour meurt" donde quiera se encon-
tl;i^■e, mi imaginación, echándose á indagar efectos y causas, había creído dai
en la Vr?rdad, imaginándome al efecto que la música de Cremieux, melancólica
y apnsioradi. evoi-aríi en el alna ;util é impresionista de Bremón la nostalgia
de algún amor lejano, de alguna aventurilla amorosa cuyo recuerdo aún no se
hv.hiese extinguido con los mil accidentes diarios de su vida accidentada de
bohemio y de artista gustad;->r de todos los goces y de todas las sensaciones. •
Sin em>'argo, na obstant3 la fr inca amist.id que yx me ligase á aquel mu-
chacho, yo nun^a me había aventurado á solicitar de él una franca explicación
::1 lespect ). ni tampDc;> Bremón parecí;! tener gusto en satisfacer mi curiosidad,
pues, cu:, ndo en uno de esos instantes de su arrobamiento judo ver que yo le
observaba, Bremón, turbándose visiblemente, había iniciado de inmediato una
conversíic'ón fúti" é inoportuna.
Yo conocí.t á Breuón desde seis años atrás, época en que él había Uegado
de Buenos Aires, y tanto yo como mis amigos de cenáculo sólo sabíamos por
sus propias confidencirs, que él era oriundo de Mendoza, y que, hasta la edad
de veinticinco años, había vivido en plena campaña, ora como administrador
de una estancia, ora como capataz de un establecimiento vinícola, ó como juez
de paz ó comisario de partido. Luego, también á estar á sus propias declara-
ciones, Bremón había sido durante sus cinco años de permanencia, en la me-
trópoli bonaerense donde él se Iiabí.x rebelado poeta, cultivando y iH-rfectionar.-
ú> así una modalidad ya innata que Bremón jamás antes hubiese cultivado en
serio, pero quo en él siempre se había manifestado por la melancolía y el
entusiasmo que á toda hora le había inspirado la campaña, los hermosos cre-
púsculos camperos, sus bella.s alboradas, sus noches de cielos diáfanos tachona-
das de constelaciones oscilantes, el silencio majestuoso de las selvas comno-
litiitas, los soles implacables de la canícula, la poesía ya iegendaria de las
ct'Stumbres campesinas, todo, belleza virgen, que Bremón no había exteriori-
?Ltdo sino de una manera imperfecta pero espontáneamente sentida en sus es
irofas ircult.,s de trovidor silvestre, e.i esíiíoj y en cielitos, ó en décimas fluidas
pero sin leyes gramaticales ni los engarces fastuosos de un estilo. Y es por eso,
que yo, conociendo el alma sentimental y tierna de aquel bardo sensitivo,
siempre que la ocasión se presentaba, afirmábame más aún en la creencia de
que la músi<ta de «Quand ramour», evocaría en el alma de Bremón, á no du-
- 251 —
darlo, el recuerdo melancólico de algún dulce idilio campero de aquella su
primera adolescencia.
Una tarde, — hace de esto dos semanas, — como no viese á Bremón en las
leuniones del cenáculo ni en las noctámbulas tenidas del café donde solemos con-
grigrarnos, me hice el propósito de irle á buscar á la casa do huéspedes dondo
Bi-eíión habitase en un cuchitril de cuatro metros cuadrados, allá en ¡o alto
te ui tercer pico y iunto á los tejados y las bohardillas.
Bmpreudí la ascención por la vetusta escalera de peldaños de madera
obscura y desgastada : subí los cuarenta escalones, y, ya en lo alto, fuime
derecho hacia el refugio del bohemio.
Pero ya próximo al dintel, cuando iba á empujar la puerta, me detuvf
sorprendido. Allá dentro, Andrés Bremón, con voz hermosa y bien timbrada
cantaba su partitura favorita «Quand l'amour meurt».
Según entonces pude escuchar, la letra que Bremón había adaptado ni
val« de Cremieux no era sino unos versos pasionales ungidos de inspiración,
rebosantes de sentimiento, que .sollozaban, que reían, que imploraban, que
maldecían... : los versos de El adiós supremo, aquel pequeño poemita que tanta
nombradla y lauros le proporcionase al poeta años antes cuando recién se diese
á conocer en nuestro ambiente literario.
Y mi curioDidad, mi sorpresa, el dulce metal de aquella su voz para mí
hista ese momento ignorada, así como toda la ternura y el gusto exquisito que
Bremón ponía en aquel canto, hicieron que yo continuase irjmóvil, el oído pe-
g'do á la puerta, aguardando el flnal... '
Adentro, la voz de Bremón se alzaba poderosa, se desvanecía en molicie*
tiernas, sollozaba en melancolías infinitas, exteriorizaba todos los gritos y las
iásrimas de la pasión y del sentimiento, interpretaba, en fin, todas las sensacio-
nes de un espíritu complej.i é impresionista en el doloroso instante en que
siente morir su amor ante la desilutión del desamor, de un ultraje ó de la
traición de la mujer amada.
Yo estiba maravillado. Aquella voz me seducía. Sentía correr i lo largo
de mi médula tan pronto coito una dulce caricia, como un letal escalofrío de
angustia ; tan pronto el alborozo retozaba en mi semblante como el horror
dejábame rígido... Andrés Bremón ya iba á concluir su canto . Ya sólo le
faltaba melodizar las últimas notas de «Quand l'amour meurt». Yo ya mo
i^feparaba para aplaudir, para abrir la puerta de un empellón y darle un
abrazo de felicitaciones al bohemio, cuando, bruscamente, inesperadamente, en
el último compás de la inspiradísima música, oí que Brernon lanzaba un grito
estridente, terrible, dD cólera y de piedad, en fin, un grito p .r:i mí Inexplicable.
Durante un segundo me quedé alelado. Luego, bruscamente, de un soi»'
empellón abrí la puerta y entré...
En el centro de la habitación, con los ojos llenos >le angustia, y conster
nado hasta el alma, Bien:ón me miraba en silencio.
—He venido á ver á usted, le dije. Su ausencia de dos semanas por el cafe
mucho nos ha inquietado y, temiendo por su salud resol\ií enterarme perso-
Uíilmente... Cuando iba á llamar a su puerta le oí cantar á usted ese vals de
Cremieux... sí, usted bien sabe á cual me refiero: á «Quand Tamour meurt»
Estaba encantado de su voz y de la maravillosa interpretación que usted sabe
hacer de esa música, cuando de pronto... su grito inesperado me produjo miedo
y me hizo temer un accidente...
Bremón, ya repuesto, me miraba de soslayo y con una mirada en la que
no ocultaba su recelo dejando traslucir su descontento. Parecía cohibido por
— 252 - ' ^ ■ 1 ■■
mi brusca aparición, é igudlmente, fastidiado enormemente por mi presencia
en aquel sitio.
Sin responderme me indicó una silla. Yo, algo turltado á mi vez, curiosee
u.'ios segundos á mi alrededor. Aquella habitación ya me era harto conocida.
Etíi el mismo cuchitril donde tantas noches hubiese pasado largas horas cou
aquel poeta, charlando de arte, evocando autores favoritos, recitando versos
ele nuestra propia cosecha. Era un cuartucho desmantelado y miserable. XJú
lavabo, dos sillas desterioradas y una mesa humilde que lo mismo servía de
bufete qu3 de comedor, constituía todo su mueblaje. Claveteados á las paredes
algimos retratos de cofrades amigos, algunos perfiles fotográficos de mujer y
media docena de postales con paisajes, veíanse en pintoresco desorden. Un
tintero, unos blocks de papel en blanco, una lapicera y un candelabro de
bronce yacían esparramados sobre aquella mesa ; luego : nada más.
— Pues sí, estimado Bremón, tiene usted toda una bellísima voz y un
gusto exquisito para manejarla, dije yo, queriendo reanudar la conversación
Bremón, por toda respuesta abrió de par en par la única, ventana que
allí había y volvió á sentarse frente á mí, pero tomando esta vez un aire
triste y meditabundo.
En tanto, yo había vuelto los ojos hacia aquella ventana sintiéndome grata-
mente emqcáonado ants el hermoso espectáculo que tenía ante mis ojos. Era aque
lia la hora del crepúsculo. El sol ya había desaparecido del horizonte pero sus
últimos rellejos pintaban de mil matices las alturas del cielo y coloreaban de
oro y grana las cúspides, los minaretes, las azoteas, todo aquel infinito mar de
tejados y de pretiles que surgía á la distancia entre chimeneas humeantes y
mil postes telefónicos.
— Es un crepúsculo de maravilla ! — había dicho Bremón, mirando á su vez
por la ventana.
Hubo un largo silencio. Nuestros labios enmudecieron y nuestros ojos mi-
rab.-in ávidamente hacia afuera... Ahora, el fresa, el naranja, el azul cobalto,
el celeste pálido, el violado, el oro mismo se desvanecían poco á poco, en tanto
un rojo vivo y violento lo iba conquistando todo... Y era aquel un rojo lacre,
nn rojo que ardía en oriflamas sangrientos en los cielos y como a.scuas en la
tierra.
Yo, inconscientemente, había afirmado las palabras de Bremón : -
-Sí : es un crepúsculo de maravilla !
Un nuevo silencio gravitó sobre nosotros. El rojo crepúsculo aún se pro-
loi;gaba. El horizonte entero ardía envuelto en llamas intangibles y amenazan-
tes, en explosiones rojas, en reñejos cárdenos que empurpuraban ha.sta el in-
cendio las cúspides, los minaretes, los ventanales, las techumbres, las vidrie
ras, los pretiles todos de la ciudad, y, no muy lejos, frente mismo á nosotros,
coloreaba una redecilla de hilos telefónicos distendidos haciendo de ellos como
un collar de frágiles rubíes que también chispeaban en centelleos rojizos...
Bruscamente, Bremón se puso de pie. En la media penumbra de la están-
ci.i, distinguí, también entre reflejos rojos, su erguida figura de tez cobriza y
c;ibellera desmelenada. Yo no satía lo que Bremón iba á hacer, pero, tuve como
un presentimiento fatal, como una sensación de angustia inexplicable... Te-
miendo no se qué, quise hablarle, cuando oí su voz, potente y hermosa, entonar
los primeros compases de «Quand l'amour meurt».
Enmudecí. Yo escuchaba á Bremón con religioso silencio. Oía brotar de
su garganta las mismas ternuras, los mismos estallidos de pasión, la misma
raelancolí.a doliente que momentos antes hubiera escuchado de sus labios
— 253 — .
cuando le sorprendí cantando al llegarme á su habitación. Y .-iliora Ins notas
dei canto se desgranaban bajo la serenidad augusta dol crepiísculo, bajo la
flámula roja de aquella tarde moribunda que sangraba en los últimos instantes
de su bárbara apoteosis...
Yo escuchaba á Bremón. Luego, cuando él hubo acometido los últimos
compases de la música, me sobrecogí de terror... Recordé el grito imprevisto,
inarticulado, brutal é inexplicable con que Bremón momentos antes había re-
matado aquella misma música, y, sin saber por que, tuve horror de oírlo
nuevamente.
cLo volvería á repetir? Y, si así lo hiciese ¿por qué aquéllo.'... Acordá
bame del efecto que antes había podido observar en Bremón cuando en cafées
ó teatros él oía ejecutar por orquestas ó simples murgas «Quand l'amour
níturt». Esta música evocaría indudablemente en Bremón los recuerdos dulcts
ó tristes de algún grande amor aún no extinguido, pero ¿aquel grito?...
¿aquel grito?...
No pude meditar más. Bremón ya cantaba el último compás de «Quand
l'cxmour meurt» y, después de la última nota, como yo lo había previsto, el
volvió á repetir su mismo grito inarticulado, brutal é inexplicable...
Quédeme rígido. Un sudor de agonía me humedeció el rostro. Ya toda
la pompa roja del crepúsculo se había desvanecido en los cielo.s y en la tierra
Sólo algunos pálidos destellos aún sonrosaban algunas vaporosas nubéculas
muy lejanas. Un espeso polvo de sombra, una Uuvia de cenizas, una niebla
obscura, un espolvoroso menudo de grafito amortajaba á la tarde ya caduciV y
ensombrecía el paisaje sumiéndolo en una doliente desolación...
— ¿Qaé ha hecho usted?... ¿qué ha hecho usted?... — le dije á Bremón cuya
silueta apenas si distinguía entre la opaca sombra de la e'stancia.
No me contestó. Yo deseaba ver su gesto, pero toda su figura ahora se
ahogaba entre la penumbra. Luego, no sin asombrarme, lo oí que sollozaba,
en sollozos largos y ahogados.
Todo aquello era tan absurdo para mí que mi razón flaqueaba en mil
fantásticas conjeturas. Finalmente, una idea horrible me asaltó. Creí saber la
espantosa verdad. Si: ¡Andrés Bremón estaba loco!...
— Bremón, mi querido amigo, estimado poeta ¿qué le ocurre á usted?...
No me respondió. La, noche se iba haciendo allá afuera y entre nt)soti'os .
Un imponente borrón negro iba cubriendo el tragaluz de la ventana. Todo el
paisaje se ahogaba en sombras espesas. Después, á dos pasos míos, también bajo
la obscuridad creciente que nos envolvía, la voz de Bremón se elevó hacia mi :
¡Amigo mío, me dijo, no se mueva usted... En esta penumbra que tan
discretamente nos oculta, yo haré á usted una revelación.. ¿Se sorprende
usted?
Sí, le revelaré mi único y gran secreto... Aquel que sólo Dios lo sabe
Aquel secreto que es mi eterno remordimiento!...
Calló otra vez. Ya no sollozaba. Su voz dulce y tranquila llegaba hasta
mí por entre la niebla obscura que nos distanciaba...
— Usted acaso dirá que yo estoy loco ! — prosiguió Bremón, esta vez riendo.
Bien : no es así. Yo, en este momento, soy tan cuerdo como el que más...
Rió otra vez, lúgubremente, y su risa repercutió en la estancia por a
través de la sombra que todo lo esfumaba con su crespón fatal. .
— ¡El grito! — prosiguió Bremón, animándose. ¿Usted quiere saber por qué
aquel grito?... Ese mi gri-to inarticulado, salvaje, para usted acaso inexplica-
ble... Bien: eso es lo único que Cremieux olvidóse de poner en su «Quand
— 254 —
l'amour meurt» y, con el cual, yo, Andrés Bremón, he sabido rematar sober-
fciamente esa página inspirada!...
Ya no me cabía la menor duda. El desgraciado poeta estaba loco. ¡Loco!
.3 loco ! ¡ loco ! monologaba yo, mentalmente. Sentí una infinita piedad por el
liebre amigo.
— «Qviand l'amour meuit» ! prosiguió Bremón. ¿No ha visto usted como
esa músici interpreta todas las sensaciones de un amor que ya no será jamás?...
Ha visto usted cuánta dulzura, cuánto desaliento, cuánta tristeza, cuánta me-
lancolía de tiempos felices y que fueron, encierra toda esa música evocatriz y
humanamente trágica?... lEl amor que muere está ahí soberbiamente interpre-
tado en notas y en modulaciones sugerentes, pero, lo he dicho, amigo mío, ahí
le faltaba algo, le faltaba una nota, una tan sólo, y, esa nota, se lo repito A
Usted, era ¡ el tjrito !
Me creí en el deber de intervenir.
— ¿El grito? dije yo. El grito rompe la melodía; no tiene porque existir.
Es inadecuado y absurdo.
Allá, entre la sombra expetral de la alcoba, sentí que Bremón se revol-.
ví.i en su silla. Indudablemente raí inocente observación llegó á molestarle
<leinasiado porque oí como su puño colérico golpeaba en un mueble al mismD
tiempo que decía :
— (¡Inadecuado?... ¿absurdo, ha dicho usted? Es decir: superfluo é innece-
síirio como mejor nos plazca llamarlo ¿eh?... ¿Oh, no, mi amigo! Eso si que no
se lo permito ni tolero !
Su aliento jadeaba. Su voz habíase vuelto dura y áspera. Yo le sentía
saltar inquieto sobre eu silla.
Un instante después pareció apaciguarse, y, Bremón se extendió en deta-
lles y explicaciones.
— Es preciso, me dijo, haber amado una sola vez como yo he amado, y ha
ber asistido á la muerte de ese mi propio amor, para avalorar el poema mu-
sical de Cremieux en todo su valor. . Yo, mi amigo, amé allá en la pampa á
una mujercita jov^en y bella. La amé hasta el delirio. Mis mejores estilos y
cielitos fueron para ella... Ella me hizo poeta... Todos mis celebrados poemas de
hoy le pertenecen... Sería un ingrato si yo no lo confesase. Yo era feliz con su
^mor y con sus caricias. Sus ojos negros y su cabellera lóbrega me encantaban
Sus labios rojos como el hurucuyá tenían para mí ambrosías divinan... Su cuer-
po ágil y flexible era de ondina y de diosa. Sus dientes muy blancos y menudos
eran perfectos. Su sonrisa fascinaba y sólo el tierno acento de su voz era sufi-
ciente p'.ira mitigar mis penas y mis desesperanzas. Ella se llamaba Eosario. .
¡I'n delicioso nombre de mujer! Una noche, noche lóbrega y de desgracia para
mí, en un ímpetu de celos, de locura, de ideas horribles, tal vez descabelladas y
sin sentido, recriminé á Rosario con acritud lo que yo llamaba su¡ falaz en-
gaño y su traición... Rosario negaba; negó todos los cargos que yo le repro-
cliase. Acaso fuera inocente.. Después creí que así realmente lo fuera... Pero,
en esos instantes de locura, de arrebatos, de recriminaciones p.-stumas. de do-
lores infinitos en que yo sentía como aquí dentro, en este mi pobre y lacerado
corazón, mi tínico y grande amor moría; en ese instante terrible y trágico en
que el amor se nos exhibe en todas sus llagas y ensueños, en todas sus po-
dredumbres y divinidades, en que el cariño lucha con el desprecio, y el amor
Iiropio, y la dignidad, y la venganza que se paladea agonizando!...; en ese se-
;gundo en que se vive toda una vida, toda una existencia de dolor y de placer,
yo, el Ótelo atávico de la pampa de mis mayores, yo, desatentado y sin saber
. _ 255 —
lo que hacía, eché mis manos convulsas al débil cuello de Rosario y... la es-
trangulé ! !
— ¡ Y el grito ! ¡ el grito ! — le interrumpí yo anhelante.
— ¿El gri-to? ¿el gri-to?... — replicó Bremón sordamente. El grito que Rosa-
rio articuló en ese segundo de su breve agonía, el grito terrible, l^eno de sor-
presa y de reproche, de angustia y de muerte, es el grito que usted me ha oído
hace un momento... Sí, ese os el grito con el cual Cremieux no supo rematar so-
berbiamente su página inspirada !
Un nuevo silencio, mucho más pesado y más doloroso se hizo entre nos-
otros. La noche ya era completamente y las primeras estrella? apuntaban en
los cielos. Y, en la densa obscuridad de la estancia donde no podía distinguir
á Bremón pero si le oía sollozar de nuevo, yo me preguntaba, angustiado y
trémulo de piedad, si Andrés Bremón, el gran poeta bohemio, no estaba real-
mente loco !
Juan PICÓN OLAONDO.
1909.
PLAZA LIBERTAD — MONTEVIDEO
«♦»
'A una Ufuguaya
Para Apolo.
Cuando leas mis versos y tú pienses
Que ya soy iiñ poeta;
Que soy el compañero inseparable
De la ruta de luz de las estrellas.
Que soy el taumaturgo que colora
Las cosas más pequeñas:
Un suspiro tremante de nostal;;'las
Que tantos sueños pálidos despierta;
Madrid— 190Í).
Un muniHillo de fuente (lue en la noche
Débilmente se (lueja;
Un perfume de flor que se estremece
Como el ala febril de una quimera;
Entonces, al oír de tu marido
La palabra sanehesca:
Recordarás al soñador que un día
Besó con ansia tus pestañas negras!...
Jidio Raúl Mendilaíiarsv.
- 256 - .;
0^ H^Uoti:oí)os
TUS RUBORES !
Cuando quedó la tarde nostálgica 3^ desierta,
Y hablamos de las gracias eróticas, íiliales, i
Lesbias y tindaridas de vaporosos chales
Se erguían en tu mente de virgen inexperta.
Pálida como el triste semblante de una muerta,
Tu faz cubrióse luego de cálidos corales ; '
Y fueron mis palabras alados madrigales,
Y tus tristezas flores de pesadumbre incierta.
¡ Tarde feliz aquélla ! De tu sonrisa arcana
Abrióse levemente la urna, y mi pagana
Pasión pidió á tu boca sus mieles y madores :
Y, cuando de tu rostro los lirios y alabastros ,
Clisaron en mis ávidas pupilas, tus rubores
Huveron como el oro de los murientes astros.
LA TARDE
Horas de nostalgia. Trisan las alondras
Bajo el indeciso palio de la tarde.
Lilas y amarantos taciturnos cierran
Herméticamente sus corolas frágiles :
Ánforas en donde titilan los besos
Y lágrimas de oro del sol de la tarde.
Baten en la senda de las margaritas
Blancas, á la vera de azules estanques,
Leves mariposas sus alas de seda ;
( Son pétalos raros de flores del aire ).
Y en las frondas dicen sus muelles baladas
Mirlos y bulbules en consorcio afable,
Mientras que las lilas del éter esfuman
Diáfanas visiones de un nuevo Versalles.
Cruzan la floresta, y allá en la penumbra,
Detienen sus pasos furtivos, iguales,
Y estrechan sus trémulas manos
Los enamorados amantes.
Y en tanto, derrama sangrientos rubíes
En el horizonte, la luz de un celaje.
Suspira el efebo ; la virgen otea
Los ámbitos todos y ve aglomerarse
- 257 —■■•■•■
Cisnes en los lagos do emergen nelumbos,
Y en torno de Febo rodelas de sangre.
Apaciblemente trisan las alondras
Bajo el indeciso palio de la tarde.
— Y son estas horas de dulces nostalgias,
Amenas y breve. — Claman los amantes.
Y, quedo, se alejan de las avenidas
Pobladas de aromas que vienen del valle.
La tarde agoniza nimbada de nubes,
Y el último rayo de Apolo se esparce
En pálidas hebras y sonrisas vagas
Por cima del amplio cristal de los mares.
AVE Y FLOR
^4 Roberto <lt' lax Cítrrera.H.
En un gemido muere la tarde, y — como un taro
Cautivo de la bruma — ve al sol agonizar ;
Y en su lenta agonía finge añoranza un raro
Celaje de amaranto que tiembla sobre el m.ar.
Luces de rosa y oro sobre las avenidas
Apenumbradas caen — del cielo — en comunión ;
Y á sus reflejos vagos de hespérides dormidas,
Llora la virgen ebria de fe y adoración.
Acaso la pupila somnámbula del bardo
Que va á una nueva Hélade conmuévela otra vez
Y en su mejilla suave como la flor del nardo.
De un beso del poeta presiente la embriaguez.
Sus manos que simulan heráldicas corolas
Palpitan en la falda ligera como un tul ;
Y al ritmo de sus senos ensayan las violas
Que cierran el escote volar hacia el azul.
Volubles — en su frente — guedejas hacen ondas,
Albean en sus párpados palores de marfil ;
Y en su oloroso peplo de vaguedades hondas
Suspira una gardenia con ansia femenil.
En la glorieta donde gustara con inmensa ,
Fruición las ambrosías del cáliz del amor.
Cabe una pensativa paloma de faienza
Sinceramente llora la virgen Ave 3' Flor.
El véspero yix. exangüe sus palideces mira
Cubriendo la penumbra de opalescencia astral ;
— 258 —
Y, bajo la turquesa del éter donde gira
Cual invisible espíritu la psiquis sideral :
— ! Pobre virgen
Plañidera cual ave que expira ! —
Su espíritu y sus labios artísticos ayunan
Y la gardenia cae del peplo de surah;
Mientras allá en la sombra sus lágrimas adunan
La lira del crepúsculo y el bardo que se va.
CUAL UNA FIGULINA ...
A Ángel de Estrada.
El parque está muy triste y en la avenida orlada
De lirios y magnolias de una blancura ideal,
La pálida doncella sonríe inanimada,
Tal una figulina con ojos de cristal.
Los heliotropos mueren como los besos. Cada
Lucero es un doliente que va á su funeral,
Y en su corola exangüe pero soberbia, un hada :
Selene, ha derramado su lloro sideral.
Esfúmase el gallardo perfil de las acacias ;
En el estanque hay cisnes dormidos, y sus gracias
No lucen ya las góndolas ... en la ribera están
Inanimadas como la pálida doncella
Que sonríe y medita, y es indolente y bella
Cual una figulina sin ansia y sin afán.
PÉREZ Y CURIS.
-»-♦<-
"Visión J??i.3n.d.a.ltJ.2;a.
La. I^ixina.
Yo amo la hella armonia
de vivos claveles rojos,
rimando con negros ojos
y cielos de Andalucía.
El cantar hondo, gitano,
y el suspiro [jue desgarra
el aire, y en la guitarra
una ensortijada mano.
Sol. Alhamares de oro
gue rozan astas de toro,
y olor á sangre y á vinos.
La navaja y la mantilla
y los ojos asesinos
tras las rejas de Sevilla.
Leonardo SHERIF
Para Apolo.
Como un despojo de la edad pasada,
sola con su tristeza y su destino,
vislúmbrase en el borde del camino,
una pobre vivienda abandonada.
Fué en otrora, de risas circundada,
albergue del humilde campesino;
hoy, si cruza á su lado un peregrino,
ni le presta el calor de una mirada.
En eterna agonía languidece;
á su vejez decrépita se abate;
y si el pampero despiadado crece
cuando sus muros derruidos bate,
en la angustez de su dolor parece
que algo en la ruina se levanta y late!
José Viaña.
— 259 —
Vibraciones
Toda mi gloria consistiría en
en que pudiera trasladar al papel
todo lo que siento. Hay momen-
tos que invade á mi interior una
ternura tan intensa que al que-
rer desbordarse, por medio de
palabras, llega hasta los labios y
se transforma en un gesto de
desdén . . .
El corazón late tan apresurado
que á veces creo que desea salir
del pecho para exponer una
como idealidad de cosas imposi-
bles . . .
Esteta, me conmueve tanto una
belleza física como una moral, y
amo la sacra belleza del Dolor.
Ayer, fueron unos ojos negros
de mirar triste, los que me hicie-
ron decir muchas bellas cosas ;
hoy, fué una acción, una palabra,
hermanas de las mías, que me
trajeron lágrimas ; mañana, al
contemplar un cuerpecito ebúr-
neo y tierno, puente del arroyo
( ¿ por ilusión de óptica ? ) pasa-
rán por él todos mis lirismos en
busca de un estro redentor !
¡ Y siempre amando ! Siempre
en busca de una Perfección.
Otras ; en busca de esa ignota
palabra que sea la placa fotográ-
fica que reproduzca mi sentir!
Para Apolo.
De esa palabra que vive en mí;
que tiene una sílaba del espíritu^
oti'a del alma y otra del corazón-/
que hace aílos está compuesta
aquí, dentro del pecho, y sin
embargo no sube á los labios^
Quizá sea porque el día que sa-
liera fuera un monstruo que ne-
cesitara de muchas páginas de
un libro para posarse, y las em-^
bardunaría . . .
Y á todo esto, ¿es digno de
amarse cuanto se ama?
Algunos dirán que sí ; desde-
luego que se ama . . .
Y yo, ¿soy un escéptico ó un
optimista ? me lo pregunto.
Las dos cosas. Hay veces que
á la Verdad le pasa lo que á Cris-
to : la crucifican, muere y la en-
tierran. Pasado un tiempo resu-
cita llena de irradiaciones . . .
Mientras estuvo enterrada pudi-
mos muy bien pasar sin ella, los-
que no la veíamos no la creíamos.
Cuando resucita, algunos creen
que es otra. Y somos creyentes.
Suscita controversias. Es un te-
ma para siempre. ¿Y si hay con-
trincante, cuál triunfa ? Los con-
trincantes siguen discutiendo.
Quien triunfa es la Verdad.
SILVA SERRANO.
»♦«
Sarcasmo
Con paso incierto, eon mirar sombrío,
llena el alma de hastio
y el corazón de amargos desengaños,
llegó junto á la¿ márgenes de un río
un arrogante joven de veinte años.
Por espacio de un rato, tristemente,
contempló la corriente,
del desbordado rio, ancho y profundo,
y con ojos de loco y voz doliente
dio su postrer adiós al traidor mundo..
Y cuando el infeliz enamorado
poco á poco se hundía
en el seno del río desbordado,
la mujer á quien más había amado...
con infernal sarcasmo se reía.
Benjamín Garda.
— •260 —
X ^titrarotí los fríos
•■■' : ><^
.'' : . Para AroLO.
Sobre los verg^eles el tiempo ha mandado —su gran lobo
blanco ( como algaien lo ha dicho) ;-rDe todas las cuerdas del arpa
del año — sonó la más grave ... y entraron los fríos.
Desde el nacimiento del Tiempo en un Todo — las oscilaciones
de un péndulo arcano— fueron Primavera, Verano y Otoílo . . . — é
Invierno; este tiene cabellos plateados. — Es viejo en los hombres y
viejo en las hojas,— los hombres lo alcanzan á veces, las hojas — en
él mueren siempre, lo mismo las rosas . . . — Si el péndulo oculto lo
impone, sollozan — y tiemblan los huertos, y mudan de pluma — bajo
otros paisajes de sol, cual las aves, — muchísimas ramas, la lej^ aun-
que dura — se cumple : eres viejo, ¡ lo nuevo que nace !
i Todos los jardines ha poblado el frío ! — Todos los jardines que
en otros inviernos — temblaron, ahora, de nuevo han sentido — las
mismas palabras heladas del viento— que llega: ese errante de
labios cansados— que muerden y arrancan las hojas que quedan; —
que al alma que pasa le cantan llorando, — y besan las ramas nudo-
sas y negras ...
de frío . . . ansiedades . . ,
y pisan el vago --rumor
Sufren los colores un grave desmayo
lebreles de miedo — sin ser vistos yerran .
de las hojas, á veces ligero . . .
Y sólo hay trazando los viejos canteros — violetas: las monjas
humildes del prado —que indican la senda, que nunca fitrevieron —
su vista á los pasos que al huerto llegaron.
.,, Enrique CASAR AVILL A.
-♦♦•-
-.;^;».v... :>j::-
BIBLIOGRAFICAS
En el próximo número nos ocupa-
remos, además de los ya anuncia.-
dos, de los siguientes libros recibi-
dos recientemente :
El Genio de la Especie, por A. Her-
nández y Cid, (Barcelona; Trébol y
Visión l^upcial, por Guillermo Posa-
da, (Bogotá); Lolita Acuña (novela),
por Dorio de Gádex, (Madrid) ; Mis
profetas locos, por José de San Mar-
tín, (Buenos Aires).
NUEVO CANJE ; t
Selecta. — Santiago de Chile.- — Acu-
samos recibo del número 5 de esta
interesante y lujosa revista men-
sual, literaria y artística, que pu-
blica le Empresa Zig-Zag. Selecta
está llamada á ser en nuestro con-
tinente la mejor revista,^ tanto por
su presentación artística como por
la selección de sus materiales.
Revista Escolar. — Ihagué {Colom-
bia).— El númerol de esta revista
instructiva ha llegado á nuestra
mesa de redacción. Interesante es el
sumario que trae
Actualidades. — Guayaquil. — Her-
mosa revista ilustrada cuyos mate-
riales hablan muy en favor de los
intelectuales ecuatorianos. El número
26 que tenemos á la vista publica
un ameno sumario y muchos foto-
grabados.
El Tiempo. — Chichigalpa (Nicara-
gua).— El conocido escritor Leonardo
Montalbán ha empezado á publicar,
quincenalmente, un periódico de li-
teratura y variedades, con el título
preindicado. Lo secundan en su la
bor los literatos Manuel Tijerino, J.
D. Vanegas y Juan R. Aviles. En el
número 1 que hemos recibido', están
planteados los propósitos de £1 Tiev^-
po. Esperamos su cumplimiento.
El Progreso. — León (Nicaragua). —
De esta publicación literaria que di-
rige el joven poeta Lino Arguello,
recibimos el número 22 que tiene
plétora de excelentes composiciones.
Gran Sastrería PYRAMIDES
Galle Sarandí números 226 y 228
En esta casa, ¡a pn-
mera en su género de
la capitaL se encuen-
tra siempre itn variado
surtido de casimires
T^^^^^^^^séM de las me/ores fábricas
Francesas é Inglesas.
Atiende pedidos de
campaña.
Consulte usted los
pr< dos que van al pie.
La casa no tiene com
petencia.
Se garanten los
trabajos ée la casa
FI^ECIOS
Traje de saco
Jacquet .
Smoking .
Levita. .
Frac .
Sobretodos
Pan ta iones
Chalecos fantasía
de ^ lo oo á .j? 2 3.00
» . 2 2 On
2 » 1 8 on
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para el trabajo de medida
CALLE SARANOI, 226 Y 228
Al costado de la Metropolitana
— 260 —
Y entraron los fríos
Para Afolo.
Sobre los verg-elcs el tiempo ha iiiíiiulado —su ^van lobo
blanco (como algiiieii lo ha dicho); — De todas las cuerdas del arpa
del afío — soiK) la más grave... y entraron los fríos.
Desde el nacimiento del Tiempo en un Todo — las oscilaciones
de un péndulo arcano— fueron Primavera, Verano y Otoño... — é
Invierno: este tiene cabellos jjlateados. — Iils viejo en los hombres y
viejo en las hojas, — los hombres lo alcanzan á veces, las hojas— en
(M mueren siempre, lo mismo las rosas. . . — Si el péndulo oculto lo
impone, sollozan — y tiemblan los huertos, y mudan de pluma — bajo
otros paisajes de sol. cual las aves, — muchisimas ramas, la ley aun-
que dura — se cumple : eres viejo, ¡ lo nuevo que nace !
i Todos los jardines ha poblado el frió! — Todos los jardines que
en otros inviernos— teml)laron, ahora, de nuevo han sentido — las
mismas palabras heladas del viento— que llega: ese errante de
labios cansados— que muerden y arrancan las hojas que quedan;—
que al alm¿i que pasa le cantan llorando, — y l)esan las ramas nudo-
sas y neg'ras ...
Sufren los colores un grave desmayo — de frío . . . ansiedades . . .
lebreles de miedo — sin ser vistos yerran ... y pisan el vago ---rumor
de las hojas, á vcct-s ligero . . .
Y sólo hay trazando los viejos canteros — violetas: las monjas
humilde.s del prado —(|ue indican hi senda, (pie nunca atrevieron —
su vista á los pasos que al huerto llegaron.
ExRi(n:K CASAKAVILLA.
-♦-♦-•
BIBLIOGRÁFICAS
En el próximo número nos ocupa-
remos, íidemás de lo.s yii uniuui;i-
dotí. de lo.s siguientes libros recil)i-
dos recientemente :
El (iL'niü (le Ui /íspcr/c. por A. Her-
nández y Cid. (Barcelona: Trrhol y
Visión yupcidl. por Gviillermo Posa-
da, (Bogotá); ¡joiitu Acuña Inovclu),
por Dorio de Gádex. (Madrid); Mis
profetas Jocos, por José de San Mar-
tín. (Buenos Aires).
NUEVO CAX.IE
Selecta. — Santiac/o ele Chile. — Acu-
samos recibo del número 5 de esta
interesiinte y lujosa revista men-
sual, literaria y artística, que pu-
blica le Empresa '/Ag-7.ag. Selecta
está llamada á ser en nuestro con-
tinente la mejor revista, tanto por
su presentación artística como poi'
la selección de sus materiales.
Revist.4 Escol.'^r. — Ihaijac [Colorn-
hia). — El númerol de esta revista
instructiva ha llegado á nuestra
mesa de redacción. Interesante es el
sumario que trae
AcTüALiD.MiES. — (i iiíiyaquil. — Her-
mosa revista ilustrada cuyos mate-
riales hablan muy en favor de los
intelect lales ecuatorianos. El míraero
26 que tenemos á la vista publica
un ameno sumario y muchos foto-
grabados.
El Tiempo. — Chicliiciíilim (Xicara-
(jua). — El conocido escritor Leonardo
Montalbán ha empezado á publicar,
quincenalmente, un periódico de li-
teratura y variedades, con el título
preindicado. Lo secundan en su la
bor los literatos Manuel Tijerino. J.
D. Vanegas y Juan R. xVvilés. En el
número 1 que hemos recibido, están
planteados los propósitos de El Tiev^-
po. Esperamos su cumplimiento.
El Progreso. — León (yica rauuu). —
De esta publicación literaria que di-
rige el joven poeta Lino Arguello,
recibimos el número 22 que tiene
plétora de excelentes composiciones.
Gran Sastrería PYRAiVlíDES
Galle Sarandí números 226 y 228
En cstíí casa, la /^/v-
mera en su genero de
la capital, se encuen-
tra siempre un variado
surtido de casimires
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Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Seeietíuio de Redaeeión: OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
A dxn j nistrador:
XjUIS férez
Redaooión y A.dxaii:iistra,ción:
I*ÉREZ CASTELOj A NOS, 111
AÑO IV
Montevideo, Diciembre de 1909
N.» 34
e;l fi^eijuicio
Para Apolo.
A Manuel ügarte, afectiwsamenle.
Serpiente vil, de colosal cabeza
i veneno mortal, vive enroscada,
con la fuerza imtal de su grandeza,
á la presente sociedad menguada.
Con su lengua mortifera ella hiere
al corazón que noble se levanta,
cjue despreciando fórmulas, prefiere
la libertad de una conciencia santal
Serpiente vil de negros anillares,
mientras mas ignorancia hai en la tierra,
mas oprimen sus fieros tutelares
al torpe mundo que á su error se aferra
Las f atidicas sombras son su trono ;
la humanidad, su corte palaciega.
Hija de los Avernos, en su encono
para la estupidez rayo gue ciega.
Yo no la temo! La detesto. Libro
.'siempre con ella desigual batalla;
i la arrastro a mis plantas cuando vibro
la tempestad de mi furor gue estalla I
Nunca el prejuicio i su mortal veneno
mancharán el cristal de mi conciencia
¡No obedezco jamas a impulso ajeno I
¡Mi ruta es la verdad; mi Sol, la ciencia I
Benjamin VELASCO REYES
|p '^OFICINA DEL COMERCIO
BJ-JOX IQ©
Teléfono: LA URUGUAYA, 699
ENRIQUE BRUSCO Y PAULINO BA&NATI
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Alma de Idilio y Rimas Sentim^ániales
Edición de lujo: 0.50 el ejemp'ar
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Segunda edición : 0.40 el ejemplar
Director -RedMCtor: PÉREZ Y CURIS
Secretario de Rediiteión : OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
A dmi nistrador:
XjUIS PÉREZ
Redacción y Administración:
fÉREZ CASa?ELa^ANOS, m
AÑO IV
Montevideo, Diciembre de 1903
N." 34
E,L FE-E^JUICIO
Para Afolo.
A Manuel Cgarte, afectuosamente.
Serpiente vil, de colosal caheza
i veneno mortal, vive enroscada,
con la fuerza irutal de su grandeza,
á la presente sociedad menguada.
Con su lengua mortífera ella hiere
al corazón gue noble se levanta,
gue despreciando fórmulas, prefiere
la liiertad de una conciencia santal
Serpiente vil de negros anillares,
mientras mas ignorancia hai en la tierra,
mas oprimen sus fieros tutelares
al torpe mundo gue á su error se aferra
Las fatídicas sombras son su trono ;
la humanidad, su corte palaciega.
Hija de los Avernos, en su encono
para la estupidez rayo gue ciega.
Yo no la temo! La detesto. Libro
'siempre con ella desigual batalla;
i la arrastro a mis plantas cuando vibro
la tempestad de mi furor que estalla I
Nunca el prejuicio i su mortal veneno
mancharán el cristal de mi conciencia
¡No obedezco jamas a impulso ajeno I
¡Mi ruta es la verdad; mi Sol, la ciencia!
Benjamín VELASCO REYES
-- 286 — •
£1 t)abla s-erá la í)alvia
Z'arí/ Apolo.
— Pero allí líablaii español r; verdad ? — me preguntaba un hombre dt?
los que iban á partir para Chile, en la expedición que salió de este puer-
to en 3 de Diciembre liltimo. Era un hombre de unos cincuenta años, mi-
nero de profesión, picador l)arrenero. había sido huertano allá en Alge-
zares donde llevalia una tierrecica... luego se pusieron las cosas tan ma-
Ijimente que hubo que venir á la sierra... y ahora la sierra está muerta
'/ lidji q\it' n ande Dios quiera, porqite ¡lor enrimu de tú, hay que vivir.
V este hombi-e pone en su pregunta un dejo de consoladora esperanza que
torna melancólica la amarga expresión de aquel rostro en donde puede
lee'se j.i piígjna triste: tiene sü mn.ier, de la misma edad que él; una
iiiiii (|ue 8e le casó muy ,j(>ven, cargada de criaturas y pasando mise-
liíis y traliajos : otra hija soltera y un muchacho de unos catorce años
(¡lie ya trabaja "u las ¡ninas matándose... — Y no es lo peor eso, dice, si
no (\\\v Mo hay trabajo... taita el inin... vamos en cueros. ..¡y ande se
iuní comió tó lo í|iie uiu) ha ganao, ande se han quedao con el sudor de
Kuo;... no fían un cliiiro, ni dan una sed de agua!... — Así las cosas,
s(^ ba sabido que reclutaban mineros para Chile, y aquel hombre ha pa-
sado unas horas terribles abismado con la cabeza entre las manos, dán-
dole vueltas á la desesperada situación de su casa y á la salida única por
aquel camino á través de los mares ¡tan largos! sin viielta quizás!...
Luego se ha erguido resueltamente, ha cogido la manta > ha dicho:
((;Voy á apuntarme!»
La nuijer y la bija .soltera han asistido llorosas y en silencio al dra-
ni.i interno, sabían lo ;|U' pensaba aquella cabeza, las vueltas que le
i-'^taba dando á las cosas, aciuelia locura y aquella desesperación en que
se hacían los .sesos agua... Se han levantado también desesperadas y se
han puesto delante de él. — \ó, no te vas! Nos moriremos de hambrr-,
saldré ;í i)edir limosna !
— No, |)adre, no se vaya nsté, ([ue no le vamos á ver más!
En esto, iia llegado h\ hija casada con un pequeñuelo en los brazos;
la llegado tanii)iéii el niozneio, el hijo, que tampoco trahajaha aquel día.
— Padre de mi alma, no se vaya usté, no se apunte usté! — dice ia
liija mayor.
VA mozuelo icj.iiica :
— Pii^'s liace bien en apimtaise, y yo con él! á la fin del mundo I
— No, Ln, por >>! pronto, no ; después, ya veremos.— responde el pa-
dre, marcliándose .it'ectado. \
Las mujeres (|U."(lan <les:)ladas llorando á lágrima '.i^-a, y el mozue-
lo i-efunfuñando :
---No lloren ustés ;nás ! No hay ()ue llorar sino tener alma para
hacerle cara á tó. Vo si no me ]\evn el padre, me iré solo!...
Sí ; la misma página triste se puede leer en otros rostros desalen-
tados, abatidos, desesperados... V el hombre una vez apuntado en las
li.«tas de emigración á Chile, torna á preguntar: .; Conque allí hahlan
español?
- 287 - -, :
V al contestarle de nuevo añrmativaniente. al asegurárselo rotun-
(Ía"iiiente. explica suspirando con aquel dejo de consoladora esperanza :
— Verá usté: en toa (asta de hombres los hay l)ueuos y >nalos ; pero
consuela «1 ir ande el habla es la nuestra ; parece i|Ut-, por atiuello del
iiabla, se- han de apiadar más de nosotros ; se siente, en cierto modo,
la confianza de ir ande se tiene familia ; y hasta la tierra, por remota
que se encuentre, si es nuestra habla la suya, ya no nos parece tierra
f xtranjeia !
Si. <>1 habla es la patria, el habla será la patria ! .
De un barco de emigrantes, un liombre joven de corazón animoso,
en el momento de partir y al ronco son de la sirena, se arranca con es-
te cantar :
La Viriíen del Pilar dice
(|ue no ((uiere ser francesa,
que (¡uiere ser capitana
de la tropa aragonesa.
Y el barco al lu^satr-icar del nuielle, parece un pedazo de i)atria
que S(> desprende y camina sol)re el mai...
Y en la inmensidad del océano, cuando la obscuridad ó la niebla
b(irren el pabellón nacional y hasta la silueta de la nave, quedará como
soberana y única personiftcación de la patria, caminando fantástico
solire las olas, a(|uel cintar!
Kl 'nal)la es la pati'ia : Vo he visto en los cuai'teles formar grupos
1(.'S soldados, se^ún su, dialectos. 101 lazo fraternal nuis fuerte era el
Inibla.
Y i)()i- el contrario, motivo (U' rivalidad entre grupos, el liabla dis
tinta.
La patria es el habla : H(> \isto á unos franceses en un hotel esp:i-
iiol celel)rar una conmemoración de su país, una ñesta. Había en el
i'.rupo una cosa por encima de la conmemoración y de todo: el liabla-
(Hie los unía, (pie los exaltaba, fpie los confraternizaba —
¡ Oh, \erbo, espíritu de los pueblos, característica y iK'isonihcaciórt
de los puei)los, dulce lazo fraternal!
¡ Oh, América ! El habla me trae tu aliento hermano, la visión de
tus mares, tus ciudades, tus montes, tus ríos, tus selvas, tus llanuras..
Tus periíklicos. tus libros llegan saturados de actividad febril, de tus
jjrogresos. de tus democracias.. .
Tus políticos, tus d¡ph)mátic()S, tus comerciantes, tus periodistas,
tus poetas, en suni-íi, vierien á la vjeja patria como arrogantes heraldos
de la feliz aventura que corrieron aquellos hijos del hispano suelo (pi-»
{)aTtieron de estas iilayas en sus valientes naos hace siglos...
Y es el hai)la! Kstos días ¡Oh, Améi'ica ! ha pasado por nuestra ciu-
dad iiiH) de tus poetas, José Santos Chocano, y nos lia encantado con
sus versos: Nos ha encantado porque, como digno hijo tuyo, lleva en
su inspiración las bellezas arrogantes y el fogoso empuje de las tierras
tropicales, la íuerzi de tus razas poderosas y el deshirabramiento y la
— 288 —
riqueza de los fastuosos tesoros de tu suelo... Nos ha encantado porq_ue
nos ha pintado de una manera deslumbradora tu belleza ; porque nos
ha contado íntimamente tus pasiones, tus luchas, tus esperanzas ; por-
que nos ha traído en su fantasía noticias de aquellos nuestros hermano.*
<iue con armaduras brillantes y espadas sangrientas, aun cabalgan con-
quistadores por el suelo americano, iriipenn^eiit^rc^ en la leyenda!...
¡Uii, tierruh lieruianao, por vínculo de lenguaje siempre españolas!
¡Oh, poetas de Auíérica, poetas hermanos, Rubén Darii., José Sar.-
tos Chocano, Amado Ñervo y otros, engarzadores del habla espaíiola ei
aquellas remotas tierras, apóstoles del habla que recorréis el mundo ha-
ciendo su religión: yo os sigo, yo recorreré tamliién mi Galilea hacien-
do la exaltación del verbo divino!
Y así haremos patria!...
Y si, con mengua de nuestros gobernantes, llegamos á la ínfima ex-
presión de la nacionalidad, si llegamos á la nulidad completa, aun que-
dará flotando sobre los pueblos, como pabellón indestructible, la perso-
nificación española, el habla!
Y en la inmensidad de los mares, ya sin pabellón y sin nave, surgirá
la patria en ;u|uel cantar de un pecho español animoso!...
¡Oh, viejo fuerte (|U.e vas á América en busca del pan, lleva un be-
Hu mío a las hospitalarias tierras!
¡ Animo, viejo fuerte! También los que son carne de mi carne han
püitido como tú... Quizás en tu sendero encuentres á mi madre... es muy
anciana... ¡ bésala !...
¡Adiós, viejo profético murriador del habla!
Vicente MEDINA.
«♦•
lira Peruana
Tu espejo
Huíste y <k' tn estancia ya no iiiieda
ni un recuerdo: el ropi^ro ((ue lucia
«n tu alcoba, vi ayer qtie .se vendía
con trájiico clamor en la almoneda.
Yo ([ue tanto te amara sin fortuna,
((uedouie ante tu mueble iireferido
extático un in.stante. y conmovido,
di un lar}fo beso en .su azocada luua.
Mueble feliz, también abandonado
(juedó por tí; i)ero es para envidiado
porttue en su limpio esitejo al tín él jtudo
besar toda tu carne nieve y rosa.
V ver tu cuerpo de pas'ana diosa.
'incitante. ma;i-nitico y desnudo!
Tus labios
Yo no sé lo ((Utí sieiuo. que al mirarte
tiemblo y «rozo pensando en (|ue te ciuiero
pues no sé si es ((ue vivo para amarte
ó si por adorarte es que me muero.
Tu boca es una flor y es una herida.
y no sé si en tus labios de escarlata.
bebo una esencia <iue me da la vida
ó un sórdido veneno que me mata.
Tus labios pecadores y benditos
me sugieren ternuras y delitos,
y mientras te acaricio se me antoja
que son tus besos suaves y crueles,
porque tienes la boca dulce y roja
asi como las sanj^res y las mieles.
El último beso
Tu boca hecha de miel y de ambrosía,
donde bebí de amor el rojo vino,
sobre tu rostro pálido y divino
como una fresca herida parecía.
Yo iba á partir y tú, con ansia loca,
estrechándote á nii' nerviosamente,
con un s'!"*!" beso, enamorado, ardiente,
toda mi alma absorbiste de mi boca.
Hoy nada me interesa cuanto existe,
pero aunque la nostalí^ia me tortura
al recordar tu amor y tu hermosura,
voy cruzando la vida menos triste
])orque llevo en los labios la dulzura
de aquel ultimo beso que me diste.
Fklii'k SASSONE.
2o !t
ftlla Musa
Para Ai>oi.<.'.
Fa.ta ge;ntile.j fscie; d.e;l r^nio CLioris
El cieílla- triste; gio-trirxíszza itraia,
3iinii eoronpa-grxa. ttx msl etxpo orrons
]E?.ise;lT.ia.ra- a. rorae; d-e^ll'' a.\7-\7-e;nii- la. -u-ia. :
Oomponi txj. il rxxio v&rso sol d." amore;
E d' a.ffe;tto ge^rxtil, e; ma.i non. sia.
CZ}rx<z- xjLxy e:a.n.to d' odio a.e:u-tOj di rancoxe;
Ctxpo ristxoni stilla. eiztra. arxiia..
In.na-l2;a. la. -u-irtixde;, in.n.a.lza- il san-to
Ideial pisx e;xj.i ptj.gno eon. dile-tto,
E eon. me; pui.gn.a. ta.e:ita. d' a.e;ea.n.to.
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A^ e;iai n.or:L se;n.t& p&i £rate;lli aff&tto,
jPl eh-i xic2:e;ÍT.e;^2:e; sol a."u-ido a.gogna..
2Í)0 - .
Mártiioks
Partí Ai'Oiü.
-1 ('(irlos ('(tiiiií (ir Bon.
Amo tu arte, ami^o ! Cuando en mi sien vacila
una idea insegura, como gota que oscila,
próxima ;í evaporar&e, al borde de una flor,
el verso me ])arece una /este ligei-a
y en\-olver en ropaje de alabastro quisiera
ese lampo inasil)le de celeste fulgor.
La escultura es el ritmo en el silencio. Traza
relieves una lín(>a, y en la forma se enlaza
el ensueño (|ue intenta sus vuelos descriliir ;
pero ya detenido su fervor ascendente,
en el Illanco latido de la piedra se siente
el viento de sus alas de alígero l)atir.
l*or eso yo amo el mármol (|ue es mole de l)lancnra.
el que va por los frisos en la suelta locura
de bacantes helenas olvidadas del tul,
el que sueña en estatuas de grandes ojos ciegos
y el que con paso augusto de intercolumnios griegos
avanza ¡xii' la falda de una colina azul...
I I
\u sé que tú lio esculpes; (pie la d(')cil are-illa
ce sujile la dureza (pie en los mármoles brilla ;
que ignoras de los i)loípies el claro resonar.
Moliüsas las espátulas, perdidos los escoplos,
sólo sigue la línea de tus líricos soplos
la gracia fugitiva de tu ]evv pulgar.
^' quiero (]iio tú esculj)as ! Yo (juiero (pie tú bregues
dando luz á las curvas, dando sombra á los -pliegues
de una línea (pie busque gloriosamente un fin ;
y quiero que á tu gama de blancos tonos áticos,
cuando cinceles gestos, ya heroicos ó ya extáticos,
Corneille le dé sus bronces y sus sedas liacine!
• A veces, (:n mi anhelo, imagino tu esbelta
figura de esforzado, en blanca blusa suelta,
hirsutos los cabellos v á la luz del taller.
— 291 —
siguiendo con atento mirar desde tu banco.
lineales melodías por el silencio blanco
del mármol en que sueñas un cuerpo de mujer.
Y tomas el escoplo! Al !)eso de la línea,
la piedra se estremece, y candida, virgínea,
esboza un cuerpo eréctil, sin velos de pudor;
y surge así tu ensueño sin vana vestidura,
desnudo, esplendoroso, vestido, en su blancura,
de I'río, de belleza, de luz y de candor.
V vividos, iel)riies, enciéndense tus ojos
buscando entro la lluvia de los blancos despojos
que saltan á los golpes soñadores que das.
los últimos contornos (]Ue aun la piedra esconde
y cuyas líneas sientes, sir. que sepas por dónde,
correr en ilusoria, melodía fugaz...
Al verte así en momentos en que nada te ariedra,
fecundando la nubil blancura de la piedra,
yo siento que á los iiríos (|ue llevas en la sien,
ya esculpas tus idilios en pálidas lialadas
ó eternices tus luchas en tragedias nevadas,
Carjíeaux les da sus ritmos y sus alas Hodiu !
III
En tanto, si no esculj>es, si al mármol milenaiás
aun no has dado un golpe de cincel visionario
y á veces desesperas y lloras de dolor,
talvez, sin que lo sepas, un gesto de tu arcilla
es ya un instante islastico en (|ue lo eterno hriliü
sujetando á tu gloria en inmóvil temlilor.
Confía en lo quimérico, y el sol suba ó traniíuite,
no quieras con tus manos pal])ar el horizonte
qiie en torno de los ojos re desplegue lo real :
vivir de lo ilusorio es una vida intensa.
j si en ella tu enorme anhelar se condensa
tendrá que ser gloriosa, tendrá (|Ue ser triunfal.
V un día —cualquier día — sol)re \u'veo al!ii)astn).
un toque de tu escoplo temblará como un astro,
y serán esculturas los sueños de tu fe ;
ios sueños que vestidos de blancuras pentéhcas.
suben hoi de tu frente, cual las trombas angélicas
que evapora en celeste claroscuro Doré!
. MiGii:.. LlIS ROCUANT.
Santiago de Chile.
— 292 —
0^ crítica
El caso " de Ibsen
Para Apolo.
Nada tan aventurado, en verdad, como disertar acerca de ía obrís
de Henrik Ibsen, el formidal)le creador de Nora, ingenua y trágica, por-
que él, con su propia voz y en tono de sutilísima ironía puso á sus exé-
getas la más peligrosa barrera al formular aquella frase en que pedía á
la crítica (cque le desentrañaran el sentido de su último drama».
Exaltado como libertario, denostado como simbolista, repudiado co.
mo místico, hoy nos lo ofrece la señora Jacquinet (1) bajo el disfraz de
irreductible individualista. Por más que el libro de la señora Jacquinet
no avalore en mucho la bil)liografía ibseniana pues su mérito no es ex-
traordinario, ni tampoco venga á descubrirles é íb!_ti.^ y que aquel re-
belde tan poco dado á la? rx¡ii]>iciciAí. i.iV.iiaanas tuvo el privilegio, aun
no prescT-ifU at ■cy^h^unar á los más altos espíritus haciendo familiar
sú personalidad literaria en todos los círculos intelectuales del mundo.
<*s una obra, empero, que por su carácter de ardiente proselitismo y ser
la más reciente, justifica el que se le otorgue más atención de la que eu
lealidad reclama su valor sustancial.
De otra parte, si la personalidad de Ibsen no es un enigma, en cam-
bio su carasterística mental constituye uno de los más arduos proble-
mas de las letras contemporáneas. Puede decirse que tiene tantas «ten-
dencias y tantos aspectos como analistas han estudiado su obra.
Ha despertado odios, inspirado adoración, desdén y reverencia y es
1.) particular que los sentimientos contradictorios de que ha sido objeto,
nunca se han fundado en los sectarismos de dos escuelas opuestas sino-
que provienen de todas las escuelas que atribuyen por suyo el dogma de-
Ibsen los monárquicos y los demócratas, los acérrimos partidarios del na-
turalismo y los fervorosos prosélitos del misticismo. Quiere decir, filóso-
fos y políticos, artistas y pensadores. No sería sorprendente que tan
opuestas impresiones provocara su labor si cada libro respondiera á un
distinto credo y á una manera diferente, entonces resultaría lógico ef
(|uc distintos bandos pretendieran ungirlo Jerarca de su grupo, pero l(^
<(ue hace singular el «caso Ibsen» es que en su labor se advierte una ad-
mirable unidad, una perfecta armonía, la más rigurosa consecuencia
en finalidad y en procedimientos, hasta en las dos etapas de su vida
unánimemente señaladas por la crítica.
Gran énfasis adopta la señora Jacquinet para «clasificar» á Tl)sen co-
mo individualista. Nefando crimen, á juicio de esta escritora, pues esM
tendencia, á su ver reaccionaria, constituye un grave peligro para el
futuro desenvolvimiento de nuestra especie, representando, además, una
regresión filosófica que entorpecerá grandemente la realización del ideal
de suprema felicidad que persiguen los socialistas, línicos iios«>edores aT
])resente. según propia declaración, de la verdad absoluta la <ual una
(1) Ibsen y su Obra por Clemencia Jacquinet, Valencia. 1908, Sem-,
pere y C.^, editores.
- 25)3 —
vez rocouocida, traiistormará niiostro maiulo eii Itijiár de inacabables
\(Mitiiras, de iiiexLiii¿^uii)le dicha.
_ Teniendo á ]a vista el libro de ia señora Jacquinet el aproblema Ib-
stiD) se reduce á estos términos:
— «Fué Ibsen individualista ó socialista:-»
«Demos, pues, de lado todos los otros aspectos bajo los cuales ha si-
do juzgado Ibsen y procuremos averif^uar en qué consisten esas dos es-
cuelas políticas ó ideales ñlosóñcos.
El socialismo igualitario define el hombre como entidad colectiva in-
tegrante de la humanidad, el individualista lo proclama ser autónomo
librado á sus propias facultades y aspiraciones.
Si alguna vez en la evolución de las ideas ha habido posibilidad de
coordinar dos afirmaciones aparentemente disímiles, ha sido al tratarse
del individualismo y del socialismo. Pretender, como este anhela, la di-
cha de la humanidad no <'s proscribir Ja facultad de mejorarse á sí mis-
nm cada unidad. La sociedad perfecta será aquella en que cada indivi-
duo sea perfecto, si es esta la finalidad del socialismo, el individualista
no la contraria. Cu;;iido mucho las dos escuelas difieren en procedimien-
tos, una busca el progreso de las partes para el mejoramiento del todo,
la otra intenta el mejoramiento del todo para el progreso de las partes.
Cuestión de método no puede ser esencial y en este caso concreto
debemos confesar que más razonable es seguir el sistema adoptado por
la ciencia (de lo simple á lo complejo) que contrariar la tradición Je
nuestras investigaciones merced á las cuales, partiendo de lo conocido
para ir á lo desconocido, hemos alcanriado las pocas conquistas logradas
sobre la ignorancia y el error.
Hay un punto de intersección para esos dos impulsos provinientes
de distintos orígenes, es la comiín ambición de progreso. Olvidar esto
para fijarnos en detalles es desperdiciar energías.
Cuanto á Ibsen, realizó una magna obra de educación social. Con sus
dramas llevó á la escena miserias, dolores y amarguras, dio cauce á mu-
chos pensamientos que antes pugnaban en vano por aparecer ante el
mundo carentes de la forma apropiada en que mostrarse, planteó
Ijroblemas morales y sociales que todos ¡afectaban ignorar y que ante
la audacia de artista fué preciso analizar y considerar. La obra de arte
no puede juzgarse por su mérito intrínseco sino por sus efectos sociales,
la más genial producción si permanece desconocida ó ignorada por cir-
cunstancias fortuitas, no i)uede pretender que se equipare por razón de
su trascendencia á otra cualquiera muy inferior, pero del dominio de
todos y que en varios climas y en medios distintos haya ejercido influen-
cia poderosa. Bjoesternf Bjoersen es dramaturgo de mérito igual al ác
Ibsen y, sin embargo, su labor, por estar menos vulgarizada, y resultar
por consecue?.\cia menos influyente en el orden social, no puede paran-
gonarse con el creador de «La Unión de los Jóvenes». Tanto las ideas
de éste como la forma misma en que hubo de emitirlas, (no debe olvi-
darse el valor hermético del verbo), así. también, como la encarnación
d«j sus personajes que forman un conjunto tan armónico, tan incon -
fundible que su teatro resulta aparte en el movimiento intelectual de
su época! Si individualista, su concepción personal era alentadora y
optimista. V sea la que fuere la constitución social de mañana, sera
preciso crear, será necesario organizar, porque el caos es extinción.
— 294 — '
nn florofiíníputo. rU'suIta tanto más necesario insistir en esto, cuanto
¡¡uc \a (loin()c.;,(i;i ñcraía os evidentemente disoeiadora. fuiuiaiido sít
f)i()f^ediii!ient() en la aec'ón de varias unidades difícilmente acopahlt^.
Predominando el individualismo ((SociaL) exclusivamente (distinto del in-
dividualis-no '«nientn!)) (¡no es el practicado por ]hr,en) se anulan los os-
tnerzos encaminados á nn ftii común, j^ero no persef^iiido por procedi-
mientos unificados sino contradictorios, ó cuando menos disímiles (|ue se
estirilzan y (|uel>rantan mutuamente. Parece, ])ues, que es causa efe-
rente de la debilitación del esfuerzo colectivo el predoininio excesivo
del individualismo, pero liieu analizado, resulta que el colectivismo, á
S'i vez. basado sin dispita en la teoría democrática e i<íualitaria que
confiere paridad cU> derechos y de atril)uciones (si bien con el sutil dis-
tingo de «á cada uno según su capacidad y á cada capacidad según su
esfuerzo») saiiciíuia cu f(>finitiva la teoría individualista. V he a(|UÍ, unir
vez más, el punto de int -rs(>cci()n de las dos teorías
Xo fuera demasiado aventurado el sugerir que Ibsen colocado en r-sp
punto tangencial, resulta equidistante no sólo para esas doctriu.is en eí
fondo concordantes, sino ]iara todas las ideas en cuyos cauípo.; rivales'
lo ha clasificado la crítica.
Esta explicacióri. en definitiva, tiene la inmensa ventaja de ((Ue pei--
niite á todos los comentaristas de Iliseu creerse en lo cierto sin menosca-
bar por ello la exactitud de las apreciaciones Tuás opuestas.
Los aficionados á esta clase de problemas tienen un inagotabl(> -.>-
ñero en el «caso íbsen», tan inagotable que después de veinte años pue-
do hoy rei}(>tii-se la, fi-ase de l\nnt-Hansen ciue Sarcev (1) hizo suya (<¡Cn
presencia del movimiento ibsíuiiano en Alemania y en Inglaterra, yo no
puedo hallar oti-a explicación para ese fenómeno (|ue juzgo inconiprí'ü-
sible sino que la liumariidad, burlándose de sí misma se había puesto de
pronto á jugar á la gallina ciega».
Y todavía jugamos a la gallina ciega, mas no por Tl)sen. sino a s;;
costa.
ARTrRo P. DE CAPRICAPTE.
.^^
LjPs-ZO ETEI^jNO
.Almas
De la gloria voluble enamoradas,
Del infortunio insepanibles son.
; Que el infortunio las anima? Entonces,
Enamorado de la c^loria so\'.
Porque en la lucha
Grande y perenne que sostengo 3-0,
Surge un hacha de vdento: mi firmeza;
Y una nífaga helada: mi dolor.
l'KKKZ Y ( llíis.
(1) Sarcev y Knnt-Hanseii fueron a nti-ibseniaUom irreductüiles.
— -Jí).') —
Página artística
Criollas
yri/tilh-o rif ('. .1. (',rx!,'!linia>¡
— 2!í(; —
0^ '*Los ?eve^nnos de Pkdva''
(í)
Inspinaeión Taeitunna
Muje un caimán. Sobre la tersa duna,
maniobra un beato pescador isleño.
Ara el barco los cauces de mi sueño
en una etiope religión boyuna ...
El \iento se adormece con alguna
niusicación de Gricg. Y en el pequeño
drama del abanico marfileño,
tu escote se ha tugado con la Luna.
¡Oh dame de soñar, Amada mía!
A mí tu néctar de misantropía.
Libemos el café . . . "S' así la siibia
Noche que quintaesencia mis antojos,
cristaliza desvelos en la Arabia
lánguida y taciturna de tus ojos !
Génesis
Los astros tienen las mejillas tiernas . . .
La Luna trunca es una par idoja
espectro — humana. Proserpina arroja
su menstruo al mar. Las horas son eternas.
Júpiter en la orgía desenoja
su ceño absurdo \^ junto á las cisternas,
las Ménades, al sol que las sonroja,
arman la columnata de sus piernas.
Juno duerme cien noches... Vorazmente,
Hércules niño, con precoz desvelo,
en un lúbrico rapto de serpiente,
la muerde el seno. — Brama el Helesponto.
Surge un ampo de leche. Y en el Cielo
la Vía Láctea escintiló, de pronto.
___ Julio HERRERA Y REISSIG.
(Ij l.iliro (jiu' iiiiiiret-eiil i'ii l>revc
P'ira Apolo.
297 —
La ^UxudL Ijístoria
Al. piii'if (li; "Por btx jardiiies Ai'l alma*. OcicHo Ft'rni'nili':. A'/.i.v,
No, aquí no. Necesito aire, mu-
cho aire. Quiero respirar amplia-
mente, á pulmones llenos : el re-
cuerdo de mi pasado me ahogu,
me sofoca. ¿Cómo evocar mi ayer
de felicidad en este ambiente que
me habla de mi presente abruma-
dor? Vamos por ahí, por donde
haya espacio y silencio : tal vez
entonces me sienta fuerte para
contar mi dolorosa historia.
Rosaura cubrió sus formas im-
j)ecables con un sencillo traje co-
lor cielo, y en su graciosa cabeza
puso, acaso como un símbolo de
felicidad, un albo sombrero.
— ¿Te gusto?— preguntó al mis-
ino tiempo que con sus nerviosas
manos acariciaba las mejillas de
.Vlberto, su amante de ocasión.
— Estas soberbia, emperatriz del
sufrimiento. Nadie creería, al ver-
te tan gentil, que en tu alma ani-
da el pesar. Vamos.
La noche imperaba. En el espa
cío, las estrellas parecían miria-
das de ojos que contemplaran cu-
riosamente á aquellos dos seres que
vagaban á las horas en (|ue la vi-
da está como suspendida.
En la Av^enida 18 de Julio, si-
lenciosa y tristf, sus pasos re-
sonaban cual i'udos martillazos
dados sobre las piedras. Las lám-
paras de arco, (¡ue vistas de lejos
y en conjunto semejan una enor-
me serpiente de luz suspendida en
lo alto, daban á sus sombras, mo-
vimientos V formas extrañas. Ya
parecían gigantes mostruosos, de
colosal estatura y extrema delga-
dez, ó bien enanos de cuerpo an-
cho, muy ancho, en el que la cabe-
za se perdía entre los hombros.
Silbando un trozo de «Bohemei)
pasó junto á ellos un pálido noc-
támbulo: tal vez uno de esos soiía-
dores de ideales incomprendidos
para el rebaño.
Unos instantes después los dis-
trajo una báquica canción ento-
nada con voz aguardentosa y cas-
cada por uno de los tantos infe-
lices á quienes el alcohol transfor-
ma en seres de rasgos toscos y
groseros, mezcla híbrida de hom-
bre y bestia.
— Un vencido en l;i !iiciia por la
vida- — murmuró .\lberto.
— r.JJn vencido? — replicó liosau-
ra — ¡Quién sabe! ¿Por (|ué no
será un filósofo que encuentra »l
placer en el alcohol (jue enerva
el pensamiento distrayéndolo di-
todas las preocupaciones que ani-
quilan? ¡Triste y repudiable filo-
sofía!, es cierto; pero ¿somos aca-
so lo suficientemente perfectos pa-
i-a conocer todos los secretos del
alma? ¿Existe una filosofía que
sea universalmente aceptada como
la línica verdad? ¿Ha surgido,
acaso, un pensador (|ue nos hava
trazado un plan de vida (¡iie con-
duzca por fuerza á la armonía so-
ñada ?
Acostumbrado á no ver chispear
el pensamiento en la generalidad
de las mujeres. Alberto miró con
mezcla de asombro y regocijo á la
que así razonaba.
■29H
— No sé adonde quieres llej^iar
con tus palabras — exclamó.
— r;No sabes í-" Quiero decir que
la inmensa diversidad existente en
el pensamiento de los hombres, las
distintas maneras de concebir el
placer y el dolor, el bien y el mal,
revelan la terribl;' desi<2;ualdad de
las conciencias. Y que por ello es-
tamos inhabilitados, si somos lógi-
cos, para prejuzgar, cpie tal hace-
mos cuando atribuimos á nn estado
moral determinado causa filosófica
Has dicho (pie ese beodo c|Ue acaba
de pasar es un vencido en la lu-
cha jjor la vida. Tal vez lo sea.
Pero, ripor qué no será sn vicio nn
lesultado de su ))ensamiento ínti-
mo, de su modo de encarar y defi-
nir la existencia.' V después dt'
todo... mirando bien las cosas...
Sí : no hay tales vencidos : hay
víctimas. Víctimas de una época
((ne sobei-biament»» se llama civi-
lizada, olvidando que está llena
de prejuicios bái'baros y bárbaras
instituciones.
— Me causas admiración — díjolc
.\lb(M-to. — Me hastían — y hasta me
hacen mal — esas muñecas huma-
nas (|ue todo lo (|Ue son lo tienen
exteriormente. en (>1 rostro y en
<'l cuerpo, pei-<) (jUc en t^l alma
llevan el vacío, la nada, ^lás las
(|ue c-omo tú. son hermosas y á la
vez de espíritus pleiH)s áv vigor,
las que saben hablar de algo nir^
importante (pie los vestidos, ios
l)ailes y los paseos — ¡jorque saben
hablar de la vida — me producen
un placer intenso y pi-olundo.
l^na ráfaga tría los hizo estre-
mecer, V á su vista se ofreció el
amplio espacio de la ciudad ocu-
pado por la Plaza Independencia.
Sentáronse silenciosamente.
Con voz cariñosa y tierna, co-
menzó Alberto :
— Oye : me prometiste contar
tu historia ; desahoga en mí, todo
el infortunio que te martiriza...
— r.Mi historia?... Bien... Yo...
La visión de sn pasado ahogó
sus primeras palabras. Una lágri-
ma tembló aprisionada en las se-
dosas pestañas, y levantándose
bruscamente continuó con un
acento de sentida tristeza :
— ¡ ^li historia! ¡ Tií la conoces'
V la conocen todos los hombres...
y las mujeres: todo el mundo...
¡Hasta los niños! riNo compren-
des I' Ka la eterna historia. Ara?:
creí ser amada. ¡ Fingía tan bien
el canalla!... ¡Parecían tan since-
ras sus frases!... Me entregué: el
.\sil() de Expósitos y Hiiérfanf)S
guarda el fruto de mi amor...
Después... el abandono. ¡El aban-
dono de todos ! Ni padres, ni her-
manos, ni amistades... ^; Traba-
jar!' r.\ quién le da trabajo á una
mujer (pie cometió el horroroso
crimen de amar con toda el alma
sin el consentimiento de la socie-
dad!' ¡Oh. la sociedad! Es im-
placable. Abandonada, repudiada
,;qué hacer? ri^latarme? ¡Nun-
ca ! Se matan los atormentados
]>or su propia conciencia. Y la mía
¡está tan serena ¡...r! No es cierto
que conocías mi historia? ¿\
(piién no la conoce si es la histo-
ria de siempre, la eterna historia ?
Monte\ ideo.
Htvói.tto COIHOLO.
«♦■
L".)ít
ftbfe d alma....
Para Apolo
Abre el alma á las cosas ado pables y bellas,
él los eielos azules, al sol de mediodía
y á la noche serena que siempre se atavía
con su diadema oscura fulgurante de estrellas.
flbre el alma á la vida, que en ti quedarán huellas
de su pie leve y blanco con>o una eucaristía ;
abre el alma á la luz y á la diosa alegría,
y al son blando y amante de las dulces querellas.
En^briágate en la copa de todos les placeres ;
liba en los frescos labios de todas las mujeres,
desbordantes de mieles y cariñoso halago ;
ama el divino encanto de las cosas sencillas
y que tu alma tranquila refleje conio un lago
línapido y transparente, todas las maravillas!
AiBKRTo i.ASPl.ACKS.
CALLE 25 DE MAYO — MONTEVIDEO
300
Poemas
EL DIAMANTE
Hoy, en una mano burda, ins-
tintiva, deforme, he visto el dia-
mante más bello que pueda encen-
der el Milagro... Parecía vivo y
doloroso como un espíritu desola-
do... Vi fluir de su luz una som-
bra tían triste, tan triste, que he
llorado por él y por todos los be-
llos diamantes extraviados en ma-
nos deformes...
EL RAUDAL
A veces, cuando el amado y yo
soñamos en silencio, — un silencio
agudo y profundo como el acecho
de iin sonido insólito v misterio-
l'ara AroLO. '
so — siento como si su alma y la
mía corrieran lejanamente, por yo
no sé que tierras nunca vistas,
en un raudal potente y rumo-
roso...
LOS RETRATOS ^
Si os asomarais á mi alma como
á una estancia profunda, veríais
cuanto la entenebrece é ilumina la
intrincada galería de los Descono-
cidos... Figuras incógnitas que,
acaso, una sola vez en la vida pa-
saron por mi lado sin mirarme, y
están fijas allá dentro como clava-
das con astros... I
Delmib.4 AGFSTINI. !
—^^~
Ruego eti Madrigal
J'orii Apolo.
Vuestro prestigio en amor,
y ese donaire, señora,
(|ue bien rima á cada hora
con vuestro leve rumor ;
á vuestro sentir reclama
no desertéis, por ventura,
esa tan noble hermosura,
del bando de aquel que os ama.
Pensad que la juventud,
dama bella y desdeñosa,
pierde su aureola gloriosa
y hace vana esa virtud ;
pues, el Otoño indiscreto
por nuestras vidas avanza,
y marchita la esperanza,
con un gran dolor secreto...
Montevideo, 1909.
.1 iiiKi (hirna ¡H'/roia.
Po]' vuestra dicha lís preciso
disipar ya ese desdén,
y por el amor también,
(lue os cerrará el Paraíso ;
porque Cupido que acecha,
vuestra sublime elegancia
vencerá vuestra arrogancia,
irresistible, á su flecha...
Por mi Dios, Señora l)el]a,
cuidad con tesón y empeño,
de no agostar el ensueño
de vuestra divina estrella ;
pues, mañana, ya vencida,
y perdida por (|uerer,
scntiréi.H tiur es padecrr
querer' n ru> aer quer'itla.
CARLOS Mari.a de VALLEJO.
301
Oiuturtia
Para Apolo.
No ¡se borra en mi memoria ' ^
El día aquel ,
En que pasaste á mi lado presagiándome una Gloria
Y formando, para siempre, una extensa y lauta Historia
Que es más dulce que la miel!
¿Lo recuerdas? Es de tarde; !
Tenue el Sol ;
Tras las plantas del paseo se ve un cielo ígneo que arde...
El crepúsculo se inicia, do belleza haciendo alarde
En un giro de arrebol.
Y fué el bello Advenimiento ; '
¡ Magistral !
Yo te vi ; y mi alma triste fué llevada por el viento
De tu amor sagrado y puro, que me sirve de elemento
En mi áureo viaje «nstral!
Son tus ojos mi poema... . "', '
Y algo más... .
Que lo forman grande y triste, melancólico es el tema;
Soñador, cual son tus ojos, que parecen brunas gemas
Conquistadas por Rajas.
¡Y' son ellos, ellos solos!
Mi Corán,
Si me miran ; cuánto dicen ! de mi estro son los polos ;
Me remontan al Parnaso, como si fueran Eolos,
Y hasta el Nimbo de esa gloria me lo dan !
SILVA SERRANO.
-•♦^
Caticióti triste
Vamos en la trágica senda Y seguimos á la ventura
Muertos ya por no creer en nada, Hostígalos por la locura,
¡Sin que descubra la mirada Perdidos en rutas brumosas.
Ni una esperanza que se encienda ! . . .
Con miedo de lo porvenir,
Dilacerados en la contienda En este vivir por vivir
Vamos con la vida cansada, Y en lo inútil de tantas cosas ! . . .
j Sin hallar en nuestra jornada
Ni un corazón que nos comprenda ! . . . Ernesto M.\kio BARREDA.
— 8():
Recuerda los eticatitos . . .
Para ApoLa,
Hecuerd» los encantos de sii pasada vida,
la novia que adorara con tan profunda fe,
la ihisióu de sus años para siempre perdida
y las cosas felices del buen tiempo que fué.
Se alegra intensamente por su alma dolorida,
y porcjue á solas sufre <íustaudo ese no sé
()ue silencio de ausencia, <|ue á soñar lo convida
libremente, pues nadie sus dulces sueños ve.
Sin estndiai' el mnndo conoce sus secretos.
Salie de las dulzuras, de los ritmos inquietos
que perfuman el alma y que nuis bellos son.
Piensa michos poemas (|tie c-asi nunca escribe,
no tiene una esperanza, pero, no obstante vive
adoi'ando la \ ida de todo corazón !
Julio J. CASAL.
París. 1909.
¡Hijos d-el Cid!
T
Para Apolo.
(Pueblo... despierta...»
A lili it ni I (JO Alfredo Rodó.
Hijos ciel Cid, «M'iíuida la \ai'onil cabeza
Tíomped, con mano fuerte, los bierros cjue os humillan.
La fvil)iM-tad reclama vuestra antigua ñereza,
Ya entre las negras sombras, vuestras pupilas brillan.
Hijos del Cid, (|ue se alcen, en justas giganteas
Las franjas ¡jurpurinas. las lujas de la luz ;
Filosos los aceros, lucientes cual las teas
Aliimbren los s(>nderos que ennegreció la cruz. ♦
,H'J<*s ciel Cid. ios inausers sean, en vuestras manos
í..a deidad vengadora de las viejas leyendas ;
i^Jarchad! y al (■nc()ntrarf)s en frente á los tiranos
Mareadlos con el ravo de las nubes horrendas.
Jüuo Carlos NETTO.
Octubre, 1909.
non
de HeUolíoí)os
BALADA DE OTOÑO }^
¡Qué triste está la playa! Otrora el vaho
Salobre de las agua nos unía.
La tarde va poblándose de brumas
Semivioletas , languidecen rimas
En la ribera solitaria, y caen
De los sauces las hojas amarillas ;
Las ráfagas de otoño en el silencio
Del parque abandonado se concilian
Y una pareja de palomas blancas
Llora en la almena desolada y fría.
Ya la salmodia que los vientos cantan
Exasperados en la inmensa riva,
Suena en mi corazón como un preludio
De la balada enferma de la vida.
— No te vayas aún : en la discreta
Soledad de la tíirde, amada mía,
Escucharás la oda de mis besos.
La serenata de mis frases líricas :
Y, cuando abrase á mi aterido rostro
El impoluto lis de tus mejillas,
Soñarás arrullada por el eco
De mi erótico labio de panida.
La elegía del mar quiebra en las rocas
Los acordes de un arpa amalecita,
Y el muaré de las agua finge un velo
Constelado de trémulas fluorinas.
¡ Qué triste está la playa ! Otrora el vaho
Salobre de las aguas nos unía.
— 304 —
De la lejana hoguera del poniente,
Donde se inmolan grandes amatistas
Y sardónix de fuego, baja un rayo
Puro como la luz de tus pupilas; :: /
El último destello de la tarde
En las ondas del éter escintila, ; _
Y una bandada de gaviotas vuela . ".
Sobre los riscos de la playa antigua.
— Dame otro beso, amada. ¡ Cómo el lirio
De tu labio de seda arde y palpita
Cuando aprisiona el mío ! Y, ¡ Cómo evoca
La santidad del alba de la vida! :.
Otro más . , . otro más . . . largo y sonoro.
Mientras que nuestro espíritu medita :
¡ Qué triste está la playa ! Otrora el vaho
Salobre de las aguas nos unía.
CRISOL
.4 Eugenio C. Noé.
'■ La noche poemiza en el misterio
El Eldorado de las almas jóvenes.
Cuando oporina su tristeza evocan
Las almas de los dulces soñadores,
Y, cuando estiva los poetas le hacen
Una apoteosis de lirismo. Entonces
Ríen labios y espíritus
Y miríadas de astros y de flores,
Los ópalos aurinos de Selene,
La fronda, el río, la llanura, el monte,
Y de los cielos el azul cimborio
¡Oh, la sonrisa inmensa de la noche!
Y, cuando eleva sus aromas mórbidos
Hacia el éter el búcaro del bosque.
Hay en los dulces
Arcanos de la noche,
De la noche silente y perfumada
Una como piscina de abluciones
En que se purifican las tristezas
Y los ensueños de las almas jóvenes.
PÉREZ Y CURIS
Año 5
1910
XJl^jO^ P^jPlGIjNTjPs. F'AFíjP^ «jPíFOLO;
sucfi.-t i-'H) ir á íiortui'.irM- cii i;i '!•■! iiiiiii<ii> -t- Ji.-iiJcn inniniM-s «i.-
llíft l'('i¡iit| i; el ÜlK/o (le |Mi<'l)|t' (j lie tü h'S SOlli lir;l> i' i ¡!1 ¡ 'í-l'í'i ■<•(• i, ijit ■^
nuticn ve ;i |>;!i"l<'i tic l;t S'UniíiTi <!'• *'l;'ro fstá ijih' ü-im- <m juínoc;» cu
>u camiiniinrii) y ;iiilu'l;i riMiiH-<-i' luui'liíis di- ('st;!> (¡ií'cn-inin.- ijU«-
1-1 umiikÍo. siH'li'U t''ii-J;irs»- i\r i;i ;niísci¡>;i «■iiiit 1;i .-(¡(I.-.-i ij ií<- <-wn''i
<-¡tl(l;ií!. Mltjcto (it- sus sut'fp's. iinn *'»' y la eiuilaii ijuí' ii;nuivt; ]n-\-f
¡lira a ian¡ i)ica(!a. siibiinic y muy iü» «'s iuciios s<-i:'iir<> (jOv >c >■])
^itjKM'i'ir á i'Kia rfaüdaii. Cnw «-I ii^'aña i-ii utras iniU'lia^, y (|Ui- ¡;i
iVu-i! (fjit iiiii-<!ii<> i|i- la iüiici-iicia. ¡«iH'sciit'ia íi<- la suñ.-Hia n-.-iMihci
• 'líos se í^^-il^,•ll! la <-iUíia<i inmii*» le >>l>lij4'a Iih-ií'í;'i red i tica r aTaii
ia rt'ali/.ací'Ui (¡i' un or h-n- ¡M-.r- ¡larif üc sus c.-Muinias íih.-il: ina ■
!'''('í<i. íJiiikIo todo cst.á iiiv<'!a(i<i cíoikís. y ;'i n'.-üiicili.-irsf <íuiz;t
por lu .ilíst: tiitiidc h'iias !as vasas cOU ci rcciH-r'io d*- su b ri nru»,
sotí iinipias. cíMiiodas y luTnio- «•onvencii'ndiiif (i<- (¡ui- la- >du-
sas: todas las iuuiff''s. i'sjurii ua- dadcs s<»ii aldeas cu <:rand''. J»-
•i's y clcoaíirfs: discretas > drÜ- ijUí' los ('(írtesaruis siui lugarcñus
'•a<ias í.'.das las convcrsacicMH-s: hicn vcstidns. y de ijU'c no jd-cas
iotios i.os ofijfíDs. di' j;-|isií.-: d'Ui'ii- di' las ru'indad<'s. de a iíariclieia
e¡ uión'ío e.irre sii'ínpre pai'ejas y esencia, {\\w h* causalfaii ennj"
con la lama., y la inisiria maldad en <'l lui;ar donde nació, no eran,
y el uiisuio vicio se presentan como stip(uiía. des\ eutajas de ía
constauíeHK'hte en f(i!'nía.s ¡ufe vida de ¡uj^'ai', sinn deíeetos y
i'eí^aníes y n<ivel<'scas. limitaciones iidiereates á la na-
Oiü'a en estos mirajes la natu- lurak'za humana y á la eondición
ral '^xcrhiraiicia <íe la iiuaü'ina- de las cos.-üs terrenas, aurujuí- en
í'íón candí.M'osa y at;-uijoneada !a aldea se maniliesten en t'ornia
por l<»s presti<;'ios <le lo descono- tVecuentemeide más <í' rosera, des-
eido; pero obra además la ten a|>aeihle é incónnxia. (¡ue e)i Jos
deneia. no menos tei-ca y <-<in^"e- i-entros de la civilización. .
nial á la natui'aleza dei hombre. En el juiei'j >\ni- los anieriea-
de !',o e(i¡|ju!-ti!;¡rse con las im- nos- f>;)rmamos de nosori-íis mis
períeericnes de ia realií^íad que uios, de niu-stra in!"eri'U'ida.d \
i<í rodea, y de mantener, mientras nuestro atraso. \ de las excelen-
ia. exj'erieneia no le fuer/.a deti- eias de ias socíeilades lejajias (jUe
nitivaniente ai d(;sen,uvino. la es- nos sirven de nn^delo ¿ur< inier-
pei'aríza en una esfera de wnW- vendrá, con harta tVecueneia. ei
dad donde lo ideal y soñado sea j^énero úv ilusii'm á i\uv me lie
posiíih'. Cuaiiio feo. de ruin y d<' reteridoV.,. ¿i\<> intervendrá nn
niezíjuino. \a matei'ial, ya nio- poco del enji'año del í\í"/j' ú»
rahnetite, halla .el íugat-eño ó pueblo (jue iinajrina ¡a cíudaii
proviíiciíUiíí de nuestro e¡ern]>lo eonio la )'ealizaei<')t! de nn orden
*¡i su lug'ar ó su provincia, lo pert'eoto y atribuye á rniseri.is d»-
atribuye á la irifei'ioridad de su lug"ar mueluis de las peijUeñe
este nicn^uado niarc") dentro del ees y í'ea]dade<s que son de la
cua! vive, io c(Uisi(hn'a }U'(»pio y esencia de las cosas y de los honi-
e,xeln^ivo de éi. y no dn<{a. ni í>res?.=..
por un niomerdo, de t|ue los es- Jr»sK ]\nkm<^t:h líOTx».
0^ mis tristezas
Liéis ni as deí reeuerdo. . .
Puro Avui.o.
\') riií .sé pin' ijuc' iu- rcfurüiido Ika' c^n c-nlrisicc'ici;!
tcniLir;i, ;í acin*,'! bum 'í!-.'nibr</ siempre t;it."iturn(> y siem-
pre miseralMe, que Licias las iai\Jes pasaba, por mí
puerta c<>v, <i\ piei^ira lÍc alilai' y su zampona eoeera.
l{n u!i instanie. \ ueUe ;i mí aciuelia su mustia y es-
eu;i'iida silueta de deseelío humano, e\ueada suspirandf»
4-omo si la hubiera amado. ; jLs po.sible, oh tú, alma
deseonsulada que le fui-u quién sabe ;'i dónde en busea
de pan r, de .sosiei^o, es p<,)sib!e que ha\as dejado una-
V!.'Z i.;n mi eorazi'.'n eom.o dejaste un hih> dorado en la
irama epie dedo-- muertos ya', tejieron en un nKanenio
lejano de mi \ ida ?
Sí, obrero xa^iiabinui". lú dejaste una \'oz en mi eo-
raz'Ui. Hoy te am(> en el reeuerdo, te amo porque en el.
\érti^'o de tu rueda volante, enmadejaste frente á mi
puerta carirnís herman*i>, 1"S míos y lo.s de ella, despu('>
de haber reeo>oido sobre los lomos déla piedra L|ue pule.
el desuaste maravillosa, de sus armas de labí.'r, duleiíi-
ead'.' por ei aaii^emio amoroso de sus manos Ik-nas de.
e--peranza, y p'u- sus ojo>s neí^ros eneendidos de ensueñ(j>-
i'e amo, peregrino del hambre, porque tú también te
íuiste y eres im muerto eomo» ella, una xísiímt í'u.nitixa
que he \isto desapareeei" melaneólieamente en los ere-
púst'ulos de mi ;dma, haeia una n<)ehe inevitable, el
(-)lvido. Siuue sonando lejos tu pre,i4'(')n musieaí, c-n otras
ealles y para cetros aeeros eonsumidos en la faena de
otras manos blanea.s. Si.uue las nuevas rutas de tu m;i-
quina trashumante, ;í la búsqueda de los deseonoeidos
ajuares que esperan la .sabiduría de tu muela loea, para
en<4'alan.ar la í^loria seereta de una noche de bodas. .\li
e<)raz(')n te acompaña, errante por d<jnde vayas, ;i través
de la< tierras acia,i4"as y de las eternas jornadas sin meta,
bajo cielos sin horizontes n junto ;'t los caminos que no
tienen puertas para llamrirte. Donde quiera que le de-
tengíis, donde quiera que .nire tu rueda laboriosa, estarán
las palpitaciones de mi sangre acompasando el ritmo de
U). pie tesonero \ el voltear tembloroso de tu disc(.) de
piedra,
Y'd no volveréis ;'t poner en mi calle, sobre la angustia
callada de los crepúsculos, la sonata dulce y triste de
tu zampona. Ya no vendrás á mi puerta á tejer en tu
rueda veloz, ilusiones hermanas y hermanas esperanzas.
Has caminado muy lejos en mi recuerdo, andariego ta-
citurno, y si tuvieras por acaso en tus ojos la amargura
inconsolable de mi pena, verías que arrastras con tu
máquina los hilos rotos de un poema, y que sobre el
lomo de tu muela temblorosa, hay sangre de mi corazón
Maxlel MEDINA BETANCORT. '
BLANCA BARRIERA SIENRA
— ü
la ti^oeulica eti ^l Uruguay
El ministerio de la crítica no comprende tareas de
mayor belleza moral que las de ayudar á la ascensión
del talento real que se levanta y mantener la venera-
ción por el grande espíritu que declina.
José Enrique liodó.
Decir que en nuestro país, prescindiendo de llodó, el admirable
Maestro, no existen críticos de arte que loen en sus estudios serenos
y amplísimos el rasgo invulnerable de una creación artística, paré-
temo superfluo y más aún importuno.
¡ (íiaciosa rirtiid la de nuestro crítico cuyo ojo experto halla siem-
pre los lunares mientras permanecen ocultos á los ojos de su entendi-
miento los grandes toques y la concepción genial!
Enamorados de lo frivolo en el análisis ; apasionados de la frase
soez y del bajo preconcepto ; que llenan de escollos la senda de los pe-
regrinos del arte, mis nrorríficos habrían logrado la celebridad en un
reino de magnates donde el amor á la lectura no hubiese arraigado aún
y donde la esperanza de difundir el pensamiento moderno y la estética,
las tendencias y modalidades de nuestros contemporáneos, liubiéraso
desvanecido como el perfume de una tior ensoñada.
Ignoro si en los demás países lüspanoamericanos ñorece la neocrí-
tica, exuberante como en el nuestro. Sé que en Cuba Arturo R. de Ca-
rricarte, en Coloml)ia Sanín Cano y (Jarcia Calderón en el Peni ofician
noblemente de maestros <>sj)i rituales ol)servand() el arte en todas s\is
facetas y estudiando y avalorando su plasticidad y su concejito sin su-
peditar jamás la belleza de uno de ellos á las debilidades del otro. Es-
tarán solos esos cerel)ros de alto ])ensar ó entre la turba de los me-
diocres cuyos juicios pai'ecen sentencias, como aquí el autor (le Ariel!-'
El espíritu crítico se revela en los escritores después del fracase.
El que no ha' podido triunfar en la, novela, en la poesía ó en cualquier
otra forma de literatura después de largo tiempo de labor busca un
refugio en la crítica y abomina de todos aquellos que consiguen lo que
á él no le fué dado. I'oi- eso el crítico literario que ha siílo forzosamen-
te, un mal novelista ó un i)oeta mediocre nunca juzga sinceramente,
l^rimero por su ignorancia y luego por el odio que en él despierta el
triunfo de los demás. Fray Candil, entre los contemporáneos, confir-
ma con su ol)ra mi aseveración. Ese difcctivc grotesco de las letras
castellanas, ese enemigo de los artistas, que, como ííavio y Moevio,
satiriza á los Poetas — digo l'oetas y entiéndase que la porsía es con-
génita ron el ('s¡>íi¡fii (h'l hoiulnc — (1) porque no fueron hechos para
su frente los laureles del Poeta, tiene aquí algunos emuladores, pocos,
pero audaces y plagiarios como él.
Simuladores empedernidos, viviendo en eterno fracaso ; asaltan-
do por la noche los huertos ajenos, suntuosos ante su vista y en pleno
fie recimiento primaveral que contrastaba con el misérrimo aspecto de
(1) Shelley ; Defensa de Id iweshi.
s!i propio huerto, de sus canteros desamparados, t'sos serts engreídos
optaron al tin por la crítica, lanzando piedras á diístro y siniestro y
atribuyéndose las cualidades del Genio. Al principio se les temió, pero
luego, conocido su sistema de zaherir á todos para colmar su envidia ;
descubierto su afán de menoscabar las creaciones de ios otros, se j'ís
odie unas veces y otras se les tuvo conmiseración.
Algunos letrados nuestros de valía y de renombre, en cuyas fuen-
tes abrevaran aquellos fatuos (■(ihaUcritos, fueron más de una vez amo-
nestados por ellos y destrozados sus libros por el hacha que esgrimían.
¡ Copiaban al Maestro y lo negaban ! ¡ No tenían siquiera el valor
de reconocer sus méritos !
Y no podía ser de otro modo puesto que ellos, ingenuamente,
creíanse suoeriores á él, y como, según sus declaraciones en público,
nunca lo habían leído, nada tenían que agradecerle.
Así son mis neocríticos : tan volubles y desagradecidos como esté-
riles.
En este ligero esiiozo en que castigo su esterilidad y sus alardes
de pernicioso exhibicionismo no es preciso citarlos á todos. Fustigan-Io
ai más tenaz y encarnando en él á todos, nombraré, pues, á ^'íctor
Pérez Petit, conocido fuera de nuestro ambiente bajo una faz dis-
tinta á la suya que lo hace simpático y hasta benévolo con los romejos
del arte. Los otros, cuyo dictamen no ha trascendido del Uruguay,
no merecen por suerte los honores de la cita.
El precitado escritor dióse á conocer al público alia por el año
1894. En 189o fundó con líodó y los hermanos Martín*/, Vigil la líi-
vista yaciondl donde iniciáronse muchos talentos (|ue más tarde se
hundieron en el olvido. Del cuadrilátero de escritorc ; que redactab;in
aquella revista sólo Rodó triunfó... triunfó no sólo por su talento y
su intuición artística sino también por su norma de tolerancia. Los-
otros bregaron aún, siguen luchando todavía, pero pertenecen á la
gran banda que no crea ni trata de superarse ; es decir, son los tipos
representativos de la mediocridad.
Amante de la A-erdad y enemigo del convencionalismo, sea cual
fuere su objeto, yo no ocultaré en este breve ensayo la veleidad del
carácter y la petulancia del crítico nombrado. Pero, enemigo también
del análisis crítico que es símbolo de impotencia, no bajaré á ensji-
ñarme con su obra, á escudriñarla profundamente ni á pregonar sus
plagios ya divulgados y castigados hasta el delirio por los colibríes que'
mariposean sobre la flora magnética de Leopoldo Lugones.
En un almacén de libros conocí hace ya cuatro aííos á Pérez Petit.
Por sus estudios literarios publicados en la lícvistn Nncional habíame
impuesto de su criterio y de sus modos de ver el arte. Los libros por
él juzgados no estaban nunca á la altura de los escritos anteriormente
por sus mismos autores. A üaudet y Pérez Galdós los presentaba cual
agotados intelectualmente (1).
Cuando le conocí en el higar preindicado cogió un libro al azar,
lo hojeó con nerviosa rapidez y lo arrojó con desprecio sobre el ana-
quel; cogió otro, muchos más, y todos sufrieron la misma pena, el
(1) Revista Nacional: A'tímcro.* de 20 de Ahril y 5 de Mayo de 1895.
— 8 — -
' .■ * ■
misino castigo del ofuscado demoledor. Su gesto, á no estar tachado por
el desprecio, hubiera sido el de un juez dictando una sentencia.
llecuerdo que entre los liinos excomulgados por él en breves mi-
nutos figuraba uno de Contreras. Lo abrió y llamó mi atención, di»
ciendo : PscJn. i/iir modo di: hnrtr sonetos. Leyó uno, luego otro,
después otro, y fuese al fin satisfecho de su opinión categórica creyen-
do que yo, en mi silencio no tle aprol)aoión sino de lástima, habíalo
confundido con un mago de las letras. Y he aquí que un día leyendo
sus Joyeles Bárharos observé entre muchos otros de Los crepÚsculob
DEL jardín reminiscencias y plagios de aquel libro de Contreras.
Con esa falsa idea que suele tenerse de la propia personalidad, ol
criterio más disciplinado se ciega y equivoca. Y Pérez Petit, que no
es un creador ni un artista sino un erudito (la erudición no es talen-
to) que á fuerza de leer asimila mucho, no es persona autorizada para
jt;zgar á un artista cuya ol)ra sólo puede comprenderla un espíritu
exq'iisito gemelo del suyo.
Tampoco es él un exaltador de temperamento digno de mencio-
narse como i'> lii hecho, quizá engañado por el miraje, mi querido ami-
go el poeta Villaespesa. I^os exaltadores aquí se llaman Florencio Sán-
chez, Carlos Keyles, Kmilio J^'rugoni... y son de vigoroso tempera-
mento y de instintos creadores. Pero no son críticos porque ellos,
para elevarse, no osaron aplicar á la ol)ra de los otros el bisturí de
l;i crítica síik) c|ue fueron superándose cada día y en cada uno de sus
libros.
Daniel Alaitínez N igil y líaúl -Niontori) Bustamante no son neo-
ciíficos, jamás han ensayado la crítica arrabalera.
El primero, á quien debe admirarse por la enterí^za de su carác-
ter en una época de adulación, de mentira y positivismo, no es un
])oeta ; es un aislado que versifica y suele observar las cosas á su ma-
nera (bastante discutible i)or cierto) sin hacer víctimas ni mofarse «le
la producción ajena.
Sumido el segundo en la sombra del prejuicio religioso qvie no lo
jiermite exjjlayarse lil>remente sobre escabrosos temas de sociología,,
tiene, no obstante, un alto espíritu de observación que interpreta el
arte sutilmente. Sus correspondencias de Íjo l'renau bonaerense son
bellas páginas que unen una galanura de estilo y una profundidad de
concepto raras y admirables. Pero el prejuicio religioso suele cortar
las alas de su pensamiento y éste da en tierra confundiéndose con el
de la multitud creyente que juzga toda obra artística con la exigüi-
dad de criterio que el dogma le impone. Y así no se puede ser sincero.
N; puede emitirse una opinión serena y equitativa porque el credo
tiene el privilegio de exaltar á las almas distanciándolas de la re-
flexión. Además, Montero Hustamante rinde culto á nuestros bardos
tradicionales. Y ese culto exagerado que no tiene razón de ser por
cuanto aquellos copiaban el símbolo literario de boga en su época y
nada trascendental nos legaron, ese amor á nuestros clásicos muy poco
le favorece ; antes bien, lo pierde, pues le lleva hasta negar talento á
lo> poetas de la actual generación. (1)
(1) Esto he podido comprobarlo, después de escritas las páginas preceden-
tes, leyendo un artículo suyo que bajo el título La crisis literaria publicó
— !.» —
Y entre éstos y aquéllos no existe paralelo.
Nuestros antiguos poetas r.qué fueron sino pequeños Zorrillas «>
Esproncedas pero sin genio P «Qué horizontes señalaron á la juventud
(le su época y qué inflnenciai ejercieron sol)re ella para que iioy ?«í
les reconozca superioridad ?
Ninguno y ninguna.
Habiendo sido alguno de ellos el poeta de su tiempo, su ohra no
resistiría hoy el más somero análisis de un lector l)enevolente. Por
eso es absurdo el culto á la tradición, el cual no debe aconsejarse ;í
nuestros jóvenes que necesitan un campo ilimitado donde desarrollar
sus facultades intelectivas y un fuerte estímuh) ci)ntra la corriente
regresiva de los cánones literarios.
Las letras americanas estuvieron de i)aral)ien;>j (•;)menzado aquel
brillante movimiento con el cual Knbén Darío, José Asunción Silva,
Julián del Casal, (iutiérrez Nájera y otros pocDs lograron emanci-
parlas de las tradiciones clásicas. Lo mismo aconteció en Kspaña :
allí están los libros de los escritores modernos, que son el mejor ex-
ponente de la propia individualidad y la más rotunda negación de la
eficacia del escolasticismo poético.
Críticos hay aquí que, por su poar doctoral y ^u inepcia en materia
de arte, son el hazmerreír de los cenáculos selectos. Su obra ])ermane.x>
inédita y jamás se publicará. • Ksos deberían ensayar la autocrítica y
estudiarse severamente para evitar las tor])ezas en que incurren á
menudo.
Pero no es este libro á propósito para citarlos. Que otros los pon-
gan en solfa y tracen con pulso firme sus siluetas de primatos.
Ciertos poetillas de abolengo aristocrático han gustado imitar
á esos cuadrumanos, pretendiendo enaltecer á los mediocres y amor-
tiguar la gloria de los artistas dignos de consagración. Esos expolia-
una de nuestras revistas. iMontero Bustamante niegii allí su propia perso-
nalidad, porquo dicho artículo et' una serie de digresiones erróneas Que-
conviene discutir para soliviantar un tanto el espíritu de nuestros jóvenes
literatos. El aludido escritor también niega, rotund imente, la eftciicia de
la inspiración personal y aconseja la regí-mentación de Ja })uena producción
para que la literatni a nacional recohr" sus rasóos caracteristicos.
Tales rasgos no los ha perdido aquélla. Es que la literatura de cada época
tiene sus características, su latido peculiar, sin dejar por eso de ser perso-
nales sus más altos representantes.
El individualismo en arte se impone y triunfa. No le pidáis á un artista
que siga tal ó cual tendencia poque le exigiríais el sacrificio de su numen
y de su libertad espiritual.
Cuanto á que el romanticismo murió de anemia y de hiperlrofia lírica
la fórmula decadi'nt" de Baudelairc y Verlairie es una gran aberración. Am-
bos murieron tranquilamente y por ley de la vida, como los ¡tstros y Jas
flores pasado el ciclo de su esplendor.
Montero Bustamante habla del oficio de escritor. Tal oficio en nuestro
medio no existe y por lo tanto no puede caer en descrédito á pesar de la
literatura híbrida que él atribuye ¿é. quién?., no se sabe.
— 10 —
tUiíes que hurtaron á Saniain y líauclelairo en Francia, y en Amé-
rica á (irutiérrez Nájera. Kiihéii Darío y liiigoiieá, haiise erigido en
fiscales ele las Ultras y ])r()ce(len arl)itrarianiente. con petulancia inaii-
<lita.
Contra la insolencia ele esos i)ol)res advenedizos qw^ infestan
nuestros peí iódicos el uso de la fuerza se impone.
Poetas: esgrimid el yatagán del ridículo y el garrote de los mús-
íMilos, y el triunfo será vuestro.
PÉREZ Y CURIS.
M.\K1.\ (ASTKO
I'iiiiicia iiitri/ lie la ("oniiiariia Draniática l'ni-|ii}fuc.sa
— 11 —
Flama r^velatríz
Arde la bíblica zarza.
Sin quemarse, al umbra y q ueiria...
¡Es el verlío, el rudo verbo
del Anatema!
Es el Espíritu Santo
de la Verdad lo que anima
su fuego, corona ardiente
de la 3Íma.
Relampaguea en la noche
sobre el Horel) de mis sueOos,
y á su luz se ve á los grandes
¡ muy pequeños I
Se ve negros precipicios
asechando á las montañas
como fauces de monstruosas
alimañas;
torrentes desenfrenados
en una carrera loca,
lajos de luz en la carne
de la roca.. :
aguas nuinsas (jue cobijan
el torbellino en su seno.
Ftna Apolo.
fuentes puras que descausar
sobre el cieno...
Se ve al lobo en los caminos
aguaitando á los corderos,
y puñales que amenazan
traicicnieros :
y ojos en qm- i'esplandecc
el rencor como una daga,
y manos qna hunden aceros
en la llaga :
y máscaras de inocencia
sobre torvas intenciones.
y sonrisas cjue disfrazan
maldiciones.
Y abrazos que cicri'an lazos,
y crímenes (lUc cían gloria,
y sangre ó lodo en los puños
de la Victoiia.
Llama ])ercnne, ilumina
como el verbo de un i)ro{eta:
arde y jamás se consume
el corazón del poeta !
Emilio EHUíiOÑl.
-*^^
ta ilusióti del creí)ixsculo
Pa ra Afolo.
Era en otoño. — En un salón dorado
qne hablaba de extinguidas etiquetas
fulguraban las pálidas siluetas
de una pareja de tacón realzado...
En las vagas penumbras indiscretis
gemían un romance ya olvidado
sublimando el ambiente perfumado
d'j lilas, de heliotropos y violetas
rara Alfredo Marfctan.
Para gozar de nuevos panoramas
ó para usar de nuevos galanteos
el Rey del día se esfumó en las lamos
del estanque... Y la tarde de turquesa
que amparara sutiles devaneos
moría en la ilusión de la Marquesa.
1910.
José G. ANTUÑA.
— 1-2
la £kgía d^l P^fióti
Urita, pues, alma mia. ¡lianza á
los vientos tu clamor! Que tu ;i.mor
sea poesía y tu dolor sea canto!
■■ (irita, pues, tu pasión á las es-
trellas ! Que suba á las estrellas tu
clamor y su harmonía salvaje estre-
mezca las ondas del supremo silen-
cio en cuyo seno gesta, inmanente,
el Destino...
¡Cuéntale al mar tu pena, al vie-
jo mar que guarda tan inmensos se-
cretos !
¡Dile tu pena al viento, para que
él la disperse y la difunda, y la ha-
ga rugir en las tormentas, y llorar
en las selvas, y resonar en las ca-
vernas, y silvar en las jarcias de los
navios... ¡Dile al viento tu pena para
que íie la lleve más allá de los ma-
res, á las remotas islas, hasta que
algún girón llegue á .s» .alma, hasta
que llegue un eco.
II
Fué en un ocaso tempestuoso y bra-
vio; en un ocaso de nubes, estreme-
cido de relámpagos^ en que el viejo
océano con una insólita pujanza, ba-
tía en mis flancos sus milenarias có-
leras... Fué en una hora en que me
sentía como nunca solo y fuerte, con-
tra el mar, contrii el viento, contra
el cielo, contra el hombre — una hora
dp- tristeza infinita y de infinito or-
gullo, cuando tú— ¡ fugitiva !— posaste
en mí tu vuelo que se extinguía.
En mí!... En mí, que soy como el
dolor hecho roca !
En mí que soy oscuro, de la más
oscura piedra, hir!.ato y hostil y lle-
no de filosidades mortales.
En mí, que soy estéril, de una
esterilidad suprema, que hago morir
de frío los gérmenes que rae traen
las alas de los vientos.
En mi, que yergo mi soberana fren-
te de granito, en el furor batiente
de un piélago proceloso ; y que dome-
ño su inmensidad eon la altivez som-
bría de mi dureza !
En mí, que soy el dueño de mi so-
ledad y mi egoísmo... ¡qtie me sien-
to enemigo del mar. enemigo del cie-
lo, enemigo del hombre, y que soy
tanto más duro cuanto más en mí
propio me reconcentro!...
En mí, á quien el odio ha dado tan
poderosa voluntad de muerte, que pe-
rece aterida toda ave errante que
busque en mí reposo...
Ixl
rlEras tú acaso e] arma de la trai-
ción para rendirme? Eras acaso el
filtro de algún hechizo artero? ¿O
simplemente un lampo ingenuo de
ternura que fué poder en ti pues
emanaba del amor de los universos?
Porque yo te he amado. ¡Fugiti-
va!... Sí, porque yo te be amado...
Amor, amor era sin duda aquella vi-
Irarióa de ignoto origen, aquella mis-
teriosa palpitación de los átomos es-
tremecidos, que perturbara, la dure-
z;i irrefragable de mi misantropía...
Amor era sin duda esa onda cá-
lida que surgía de las profundidades
entrañables de mi odio — como una
Euménide que diera á luz un ángel,
— como si en mi durmiera desde el
principio de los siglos, la célula fe-
cunda que, á tu influjo despertó, en
un milagro!...
Parecía que, del corazón llamean-
te del planeta, una vena de fuego,
ascendiera hasta mí, para encender-
me...
Diríase que el mar, endulzaba sus
cóleras milenarias, y las fauces del
monstruo que siempre mordieron ira-
cundas mis flancos, iban á acari-
ciarlos con su lengua.
13
De bis lejanas playas amorosas, en
el viento llegaba vagamente, tomo el
eco de algún cantar perdido...
En la noche, temblaban con más
febril angustia las estrellas, como
anunciando oráculos inquietantes..
Y yo, el enemigo de todas las cosas,
el que á todas las cosas odiaba, fui
para tí, como un regazo !
Como un regazo yo, el somlirío, el
hirsuto, el helado...
Como un regazo, para tí, golondri-
na de arrullos inefables, golondrina
que un día te posaste en mí crestón
airado, golondrina que un día te re-
fugiaste herida, en la tormenta, so-
bre mi mole obscura!...
Como un regazo. .
IV
Y lo que era la fuerza de mi Odio,
trocóse así en la fuerza de mi Amor !
Ah ! si fuera como esas vagas is-
las que el horizonte ensueña, como
esas islas pródigas, á las que ansia
arribar el navegante, como esas ver-
des islas donde maduran los racimos
bajo la gran sonrisa de los Dioses!...
Ah, yo hubiese querido florecer, co-
mo un jardín, en dorada primavera
de rosas...
Y que fuera mi granito, mórbido
como la carne !
Y que si alguien viniera á golpear
mis .flancos, fluyeran de mi entraña^
manantiales de miel, de leche, de per-
fumes...
lOh, cómo te he amado, Fugitiva!
,0h, cómo entregué á tu leve fra-
gilidad de plumas y de arrullos, todo
mi orgullo secular que no arredra-
ran las pujanzas del piélago, y des-
preciara el brillo de los astros !
¡Oh, nadie, nadie como yo ha ama-
do con toda la potencia de su Odio
convertido en ternera!
Mas... ¿cómo llegué á crer que til
podías amarme, con aquel aiismo
amor absurdo, que hacía palpitar
mi dureza de pieflra como si fuera
la carne de un corazón ?
riCómo llegué á creer (lue mi ter-
nura inútil, pudiera hacerte olvidar
de tus hermanas, y de tus horizon-
tes, y concentrar en mí — en mí que
era una roca — todi tu ^ed de vida.'
¿Cómo llegué á olvidar que tú eras
sólo un ave extraviada en su camino,
un ave herida que abandonaran sus
hermanas, y que sólo te detendrías
en mí, los días fugaces, que basta
ran para curarte ue tu herida!'
Cómo llegué á olvidar que tú
eras sólo un ave fugitiva, con el di-
vino don de la hora errante^ y que
tarde ó temprano proseguirías tu
"•"uelo, en pos de la.s sonrientes lon-
tananzas.'...
¿Cómo llegué á olvidar~¡oli fugí
tiva ! — que yo era roca y tú eres ave?
VI
Y te he visto alejarte.
Te ha seguido, trat el mar, mi mi-
rada sombría, hacia el críente, has-
ta muy lejos..., basta que tu ala
blanca, que era ya casi un punto im-
perceptible, se posara en el mástil
d^ un navio, que iba á tierras Ion-
tanas...
He seguido tu ruta hasta más allá
del horizonte.
Te he seguido hasta más allá de
la mirada.
Como una noche que no tendrá
mañana, así, así he quedado!...
VII
¡Lilora. pues, alma mía, que ya
sobre tu frente, no luce la cimera de
tu soberbia !
Se ha rendido tu orgullo y tu do
lor es blando, blando como el dolor
cobarde de los hombres .. ¡un dolor
que se queja!
¡Alma mía!... te han despojado de
14
tu aiititruo valor pura siurir... Ya no
eres, no, l.i roe i altiva contra la,
cual en vano se r>strellaban las iras
del destino... y á qiiien, las viejas
Furias, consternaran jamás con sus
atiúllidos...
Te ha vencid:) el Amor ! E\ Amor
es más fuerte que el Orgullo... el
Amor que no venció la Muerte!...
Ciime, pues Alma mía!
Bile tu pena al mar, al viento, al
cielo, al hombre...
Y que tus enemigos, esos que no
pudieron rendirte, te vean de rodi-
llas, llorando por la quimera fugi-
tiva...
Aurelio UEL HJííBKON.
I'ABI>() PODK-STA
l'iiiiici' jictor (le la ("iiniiiarií:! Xaciuiiai
15
£1 Suplicio
Vitra Apolo.
líuperto Olmos, el poeta y publicista sexagenario iallecitlo no ka
aún cuatro primaveras, será iniludablernente l)ien recoidado por
vosotros. La inmensa labor poética y periodística de este cruzado de
las letras es frecuentemente citada ron admiración. Su vida bohemia,
inquieta, nerviosa y pródiga en coda clase de accidentes aun sirve
dy tema vastísimo á sus modernos apologistas ; jiero lo que es muy
probable que todavía ignoréis, es el martirologio de los últimos años
dt su vejez acliacosa y despiadada.
Oid : A los sesenta y dos años, no tan abatido por la edad come
si ensañado por los mordiscos de la miseria, Ruperto Olmos fué ata-
cado súbitamente de una parálisis parcial que en un mal día lo in-
movilizó de repente sobre su vieja butact» de estudio, junto al pupi-
tre, allí donde tan bellas produce-iones lapidara.
P'ué aquel un ataque brusco, solapado, á traición, quf inmovili-
zó de repente todo aquel organismo aún hermoso cuya musculatura
férrea contrastaba admirablemente con ¡a resplandecient.' cabellera
(>ndulante y la albina t)arba patriarcal del bardo.
En los primeros tiempos de su desgracia Olmos vióse visitado con
harta frecuencia por amigos leales y no pocos admiradores. Algu-
nos periódicos y revistas de las que él fuera asiduo colaborador mos-
traron su reconocimiento hacia aquel Inmibre ciivo cerebro fecundo
tantos pensamientos saludables supo prodigar á las multitudes.
Además, aunque privado de lüoverse, de arrastrar una pierna ó
de levantar un ))razo. Olmos aún continuaba enviando producciones
á los periódicos, ]uies, felizmente, su cerebro permanecía incólume,
luminoso y clarovidente como en sus mejores años.
Desde la trágica inmovilidad de su sillón, Olmos recital)a las pre-
seas de su sólido talento, que luego eran escritas en el blanco papel
por ^liguel Anibul, un cliicuelo de catorce años, sobrino único de Ol-
mos y á quien éste había recogido al perder aquél sus padres, cuidán-
dolo y educándolo como á un hijo propio" y utilizándolo después como
su secretario ó amanuense.
Pero un día las visitas de los redactores de periódicos, de los ca-
ma radas y admiradores del poeta fueron cesando sensiblemente. Aque-
lla inmovilidad lastimosa del pobre paralítico tal vez les ahuyentó
porque les amargaba loS éxitos de sus actividades diarias. Olmos
veíase cada vez más sólo, y en mitad de aquel abandono, de aquel va-
cío que sentía hacerse á su alrededor, él pasábase mortales horas en
aquella butaca de la mísera buhardilla donde vivía lejos de todo bulli-
cio y alejado de todo ruido exterior...
Hubo inviernos muy tristes en que el frío del cierzo le llegó hasta
el alma. .Pasó noches d^ insomnio cruel, evocando recuerdos felices,
experimentando la nostalgia de sus bohemias trasnochantes. Luego,
conoció más á los hombres y palpó hasta el asco la ingratitlid huma-
na ; pero su espíritu superior y su alma bondadosa muy poco sabían
recriminar..-
— lÜ -^
— ¡ Mit^uel !... ¡Miguel!... grital)a Olmos, con voz tenihloiia.
Migue], el chictielo desarrapado, el hijo de su liennana muerta,
el im!ierl)e secretarici leí poetn, hacía su aparición cop. las manos aún
jiiingosas ó con los carrillos enrojecidos por los moquetes que recibie-
r:i en un reciente pugilato con muchachuelos de su edad.
— Escribe, Miguel, fscril)e, — ball)uc;'aba Olmos transportado por
la ñei)re de su inspiración de poeta exquisito y de pensador profundo,
^tiguel sonreía unas veces ; otras refunfuñaba. Con mano posada
y con su caligrah-i de rasgos torpes pero audaces, él llenaba carillas
y más carillas. Kran veladas hermosas, bastantes extensas, en las que
el pequeño secretario más de una vez acabó por dormirse hasta dar fie
bruces escandalosamente sobre las páginas inconclusas.
Pero muy luego el muchacho llegó á demostrar conatos de rebe-
lión. Solía gruñir. Su oñcio de secretario ya se le hacía intolerable.
Íj 1 calle, el libre lagabundear, los juegos infantiles, las pillerías del
golfo emancipado le hicieroi! protestar contra aquel tutor que le obli-
gal)a á pasarse horas enteras llenando carillas y más carillas con letra
abigarrada. Sí: r! Cuándo acallaría aquello.^ ;•; Cuándo de una vez por
todas terminaría su ingrata cuan fatigosa tarea de llenar hojas y más
hojas de ])apel, con metáforas ininteligibles, con historietas absurdas,
con palabras cientíñcas ó de grave liturgia cuyo signiticado Miguel
íiún no alcanzase á comprender pero que él escribía con perfecta orto-
grafía gracias al socorridc; diccionari;) qiu^ por indicación de Olmos le
( ra preciso consultar á cada instante?
— silgue!, escribe, — murmuraba Ola.oj, en tanto su imaginación
tejía madrigales delicados, narraciones interesantes ó conceptuosos
análisis de acontecimientos recientes y de palpitante interés público.
De mala gana, forzado, sin voluntad nada bnena de su parte, Mi-
guel escí il)i'a. Su mano pringosa de muchacho desaseado no cesaba de
esgrimir la pluma, .V, sobre el blanco papel, garabateaba renglones in-
íinitos con aquella su caligrafía torpe pero de rasgos audaces quo
a])reudiera desde tiemoos atrás durante las lecciones nocturnas que le
prodigara Olmos, su tío, su maestro y su protector.
Y así la dura miseria era combatida diariamente. Las cuartillas
llenadas por Miguel muy luego convertíanse en , flamantes monedas
de plata que alcanzaban para pagar al casero, comer un mal guijote
y para no morirse de hambre aquellos dos seres miserables pero su-
blimes !
¡ Y qué labor la de Olmos ! Nunca el viejo maestro pareció más
fecundo ni más hermosamente humano que durante aquellos últimos
tiempos en que su vida declinaba tristemente hacia el ocaso. Su coii-
cepción era inagotable y su pensamiento de una clarovidencia feliz.
Desmoronado, enclavado sobre aquella vieja butaca que ahora fuera
su banco de suplicio, todo el cuerpo inmóvil, la hirsuta cabeza aureo-
leada de canas estremecida por un temblor perenne y angustioso. Ol-
mos parecía resarcirse de la soledad en que se hallaba, concibiendo y
lapidando hermosas páginas de un arte exquisito y admirable.
Pero á su vez, muy pronto Miguel pareció ya harto de aquella
colaboración fatigosa con el maestro que le privaba de tantas horas de
juego y de holgazanería aún durante las noches. Una tarde se rebeló.
I'erdido por las malas compañías con pinches de su edad, contaminado
— 17 — ■.^,-:--.
por costiinibies y liabitos perniciosos que poco á pocí) íué adqiiii iend.»
desde que la í^arra de su tutor paralitico mostrábase impotente para
corregirle, Miguel (reyósi- con derechos y línijiios suficientes para gri-
tar su emancipación.
— No quiero escril)ir !... Ao escribo más !— le grito á Olüio.s. cierta
vez, con insolencia
V á partir de este día el suplicio del pobre viejo fué aún más te-
rrible. La soledad se le hizo infinita. La ingratitud canallesca del mu-
ch'ic-lio lo exaspérala. Luego, todo aquel oro maravilloso de sus peiisii-
rnientos que se iba á periler á cansa de la maldita eniennedad qi'.«> ic
{>)ivase de coger la ])]unu), aiín amargaba mucho niá i su triste existvM-
< la.
¡ Cuántas ideas, cuántos pensamientos, (pié d > licrniosas concep-
ciones percudas é ignoradas!
— Miguel!... escucha.. IV io ruego yo!... Te lo ruego yo ¡lUe he si-
do más que un padre nara tí!... Ven, escribe, escribe, liijo ii!Í.>; To-
do el dinero que poi' ello obtengas será para tí solo, sí, para tí!...
Pero ei ni.ucha( lio ya no estaba á su lado. Tiempo iiá que vaga-
hundeai)a al azar con granujillas de su calaña que lo iniciaban lenta-
uiente en el pillaje y en el vicio. Y el viejo Olmos, rogaba, suplicaba,
imploraba con los 'jos llenos de lágrimas desde su inmovilidad de s -r
impotente y abandonado!... Oh" fué aquél un suplicio atroz! l.,a pará-
lisis había sido lia.sla entonces resignadamente sobrellevada, per.
la!...
A veces, en un arranque de locura, de inutilidad vana, el niaes-
tr.) hacía esfuerzos inauditos por arrancarse de aquella inmovilidad
acaso para él mil veces peor que la misma muerte; i)ero ¡ ay ! sus
brazos, .sus piernas, su torso ya no le pertenecían ; estaban en él como
algo extraño ó sii!>eríiuo. V entonces, durante crueles horas de larg,)
agonizar. Olmos lloraba en silencio, en tanto su ■íeneral)le cabeza al-
bina continual)a moviéndose cor aquel tenddor perenne y angustioso...
— Miguel!... ^Miguel!... ^liguel!... Su voz se hacía tierna, dulce,
imjjlorante como un sollozo. Su suplicio era peor que el de Tántalo:
allí muy cerca y al alcance de su mano yacían sobre el pui)itie las ca-
rillas y la pluma que él no podría nunca alcanzar!
Y en aquel abandono nadie venía en su socorro. Los mil ruidos v!e
I:i calle y los murmullos de los pisos bajos llegaban liasta él como un
ronco zumbido de i)iarind)a vieja y rota, listaba solo. Solo con la inu-
tilidad de su im])otencia, con el florecimiento de sus ideas (pie le su-
bían á los labios en estrofas geniales ó en párrafos bellísimos que sóio
el ]\raestro conociera!
Y cuando tras mortales horas de soledad se apa i\ cía ^Miguel, des-
arrapado, sucio, casi en girones, oliendo á tabaco ó á bebida. Olmos
conformábase con recil)ir de manos de aquél el escaso sustento (pie aún
contribuiría á liacerlo vivir para prolongar su bárbaro agonizar...
Una noche, en la soledad de la bohardilla, á la Iut; par])adeante de
una vela, el anciano, (n un transporte de inspiracicín. de locura subli-
me, llamó á Miguel con voz anhelante:
— Miguel!... Miguel!...
Se sentía pletórico (ie ideas, genial, inspirado cual nunca.
--Miguel!... Miguel!...
— 18 —
ii ' ■ '
L'm silencio mortal !♦♦ rodeaba. Jios ruidos de los pisos bajos y de la
calle eran muy vajeos é irrejíulares. Ya debiera ser media noche ; aca-
so el alborear.
— AJi^iiel I... -M ¡,j;iiel !...
A un paso de Olmos, sobre el pupitre, las carillas vírgenes, el tin-
tero y la pluma abandonada le atraían, irresistiblemente.
— Mifíuel !... Miguel!...
Hizo un esfuerzo. Tentó. La parálisis le tenía inmovilizado como
una roca, como un objeto cualquiera...
-—Miguel!... Miguel!...
Y aquello iué milagroso, inaudito, casi inexplicable. Olmos se ir-
guió. Durante un segundo pudo permanecer erguido, rígido, inmóvil,
estirado como un muerto de pie. Luego dio un paso... Su brazo, como
el de un autómata se alargó hacia la pluma ávidamente pero sin lo-
grar tocarla... Kl viejo Olmos, el anciano poeta, cayó de bruces sobre
el negro entarimado de la bohardilla.
A la mañana siguiente algunos vecinos le recogieron. Estaba muer-
to. Esa tarde los periódicos ensalzaron la memoria del Maestro y no
pocos lu)mbreR lloraron su partida...
Juan PfCON OLAONDO.
ftuto-bosqu-ejo
Venticinco Febrerü.s llevo ya hacia la meta ;
Ojos verdes ; cabello color piel de león ;
Unos labios .sensuales ; una espalda de atleta,
Y un cerebro que piensa dentro del corazón. -
Desconozco la envidia é ignoro el odio. Miento
Cuando creo preciso que se deba mentir ;
OrjJ'ulloso á las xeces ; sé decir lo que sientt),
Y bien sé que una causa me llevará á morir.
En mi silencio extrañe.) amo á las muchedumbres ;
Amo el vuelo del ág-uila ; amo al vSol, á las cumbres,
Y á una mujer que nunca le confesé mi amor;
Y á veces en la ñebre que mi pasión de.sata,
Cambiaría mis versos por un barco pirata
Para incendiar las naves de algún Emperador!
OviDío FERNÁNDEZ RÍOS.
10
0« "Breviario GalatiU"
M )
Para Apolo.
f^ÜEGO
Sólo te he visto una hora . . -
Apenas te pude hahlar,
1 Y todo es ya luz y aurora,
De entonces en mi soñar T
Tuyc soy; porque te adora
Es mi ruego, familiar . . .
¡Te escribo en verso, Señora,
Para poderte tutear í
Quiero acercarme á tus ojos .
Si es íjue te agravio, de hinojos
Pediré la absolución;
¡Tú eres mi Virgen, Señora,
Y tuteándola se implora
A la Virgen el perdón!
SOFÍA SCHLNK
DIARIA K. CHT01.INI
SU SOMBRA
Cuando con paso tan suave
Por el pargue en fiesta va
\ Su personita . . . ¿ guien sabe,
' Si anda, ó si volando esta?
.. .1 Me pongo al verla, muy grave,
.., i Temiendo al ensueño ya ;
• I ¿Es ala frágil de un ave,
.' O un alma de hada, guizá?
:■¥ Pero lo gue más me asombra.
Es gue apenas deja sombra.
De la túnica al trasluz
Su cuerpo guü al sol deslumhra.
Proyectando una penumbra
Más gloriosa gue la luz!
(1) l.ihyo próxhn i ¡i uporei'rr.
Ángel FALCO.
— 20 -
De Arturo R. de Carricarte
£1 *'tiaciotiaUsmo'' m ftm-ériea ■>
(Glosa de un libro chileno)
Para Aroi.o.
•1 Jos/ Manuel Ca rhoncll, ixitrioia y urtiata,
L'no (U- los piobleiiias qii-,> cu América solicitan más imperiosamente
l;i atención de los ])ensa(lores y analistas es, sin duda alguna, el de la
(HüK-ionalizacióu)). nuestros países parec(>n entender el progreso á ba-
se de inmigración extranjera, pero no cuidan de asimilar el contingente
• •xotico nn;i vt^z ingresado al núcleo so; lai, ni meiios de sele:ícionarlo
Miites de píM-i'.iitii'le (1 acces;). \uestra previsión polit.i-a se ha -íesr-a-
rriado por un falso c:)ncept:> de internacionalismo que no se han atre-
vido á llevar á la ])riícti(a ni aiín aquellas naciones que por su grují
pujaii'/.a matei-ial i)arecen estar á cubierto de todo líeiigro (-xterior.
Además, esas traiiquicias extremas al elemento extranjei'o es peli-
grosa en sí misma ;illí donde el alma nacional no ha podido cristalizar*
íiiín lie un unido deñnitivo, ni el suhsti-atus social es tan sólido que
constituya una i)as;' suftcientemente resistente para soportar el peso
de Formida!)les activitlades coniícientes, más poderosas y decisivas que
las autóctonas, ])or cuanto el inmigrante en nuestros países setrans-
fornia en plaxo i)reve de mozo y obrero en patrón y jefe, con el adita-
mento de la riífliieza que ellos acumulan rápidamente y que nosotros
no sabenios conquistar. Sobre la base que hoy s^ practica la inmigra-
ción, cada inmigrante llamado para acrecentar la riqueza pública na-
cional es una fuerza ab.sorbente que acapara en provecho propio la
mayor suma tle riqueza que sabe extraer de nuestro suelo, descen-
diendo á sus entrañas para arrancar la veta de la mina ó roturando
su superñcie para liacerle transformar el grano en espiga que luego
transmuta en oro.
(Quienes \eaii exajeración en estas afirmaciones deben buscar la obra
de^ seiior Tancredo Pinochet Le-Brun, «La Conquista de Chile en el
Siglo XX». en la cual, metódicamente, con sereno razonar y clara y
biillante exposición bosqueja el cuadro alarmante que ofrece Chile on
su presente, y el amenazador porvenir que aguarda á ese heroico pue-
blo del Pacífico, tan gra-de en las letras, tan grande en las artes y
tan glorioso en la historia.
Esa valiente obra nos mostrará cóm;) el nativo desdeña sus propias
(\) Kii iiiii'stio |)iiÍNÍiii.i iiiniicic. tfiiiuii.ni-iiK.s <!«■ imlilii-nr este csUiilio «It'l lirilliiiite
escritoi' enbiuiM.
y<if(i di- la I{f(Un-cioii.
— 21 — : ■:■ ■
cosas, su patria, inclusive, su historia, su cultura ; cuan inconsidera-
damente se deja arrastrar por un inconsulto afán de repoblación y
con qué desdén los legisladores dan de lado cuanto debían primor-
dialmente precaver, concitando con tal imprevisión el irónico desdén
del extranjero á quien quieren halagar. En esas páginas vibrantes, y
eii las de esta glosa cuyo línico mérito consiste en su buena inten-
ción, hallará el lector, con hechos recordados de veracidad indiscuti-
ble, las consecuencias fatales que la excesiva benignidad para con el
extranjero proporciona al pueblo irreflexivamente hospitalario, al pos-
poner el alto interés de la patria al transitorio individual ; veremos
t-ómo la imprevisión legislativa va restringiendo cada un día más ti
límite de las actividades del nativo y cómo la educación nial eiicami-
rada, huérfana de todo ideal, mantiene en su desolador desamparo
a.i estado de cosas cuyo líltimo porvenir será, fijamente, el aniquili-
iiiiento de la patria.
El seiíor Pinochet lía creído su obra beneficiosa para Chile y el autor
d.» estas páginas entiende que las cuestiones que plantea interesan á
li América toda.
Tal es la razón de ser del presente folleto, gentilmente editado por
la brillante revista Apolo.
La lectura del hermoso libro del señor Pinochet Le-Brun no puede
ser más fructífera en América. Los problemas que expone con una va-
lí atía y un civismo excepcionales, no son exclusivos de Chile : en un
grado n:ás restringido, ó en ocasiones más extenso, se observan en
toda la América española con igual intensidad. Alguna vez se ha ta-
chado esa obra de «estrecho patriotismo». Confieso mi imposibilidad
para comprender cómo puede ser ((amplio» el patriotismo ante la
amenaza de una inminente absorción, ante el peligro grave de la
patria, ante el riesgo próximo de que la tierra natal pierda cuanto
le es privativo : desde el idioma hasta la propiedad de, las tierras.
Si ante tal atingencia el patriotismo no vibra enardecido, sino que
sereno y frío se exterioriza, habremos de confesar que se trata de
uo patriotismo muy singular, bastante diferente de lo que entendemos
en todas partes por patriotismo. Las escuelas en manos de extranjeros,
pero no de extranjeros que aman el país de adopción, en donde libran
la vida y gozan de preeminencias y prestigios, sino que desdeñan la
tierra generosa en donde su posición social y sus elementos económicos
han prosperado en grado imprevisto; las tierras vendidas por los par-
ticulares á sociedades y sindicatos extranjeros, cuando no cedidas por
el gobierno gentilmente, graciosamente, á compañías exóticas ; las
industrias nacionales vegetando y viviendo vengonzantes, las indus-
trias indígenas en manos de trusts extranjeros ; ante tales cosas el
patriotismo no puede, no debe, no es posible que sea un patriotismo
cosmopolita, sería ilógico en presencia de tales cosas que se diera
muestras de un avanzado y moderno altruismo. El tipo de los deranicés
n j cabe n el marco sombrío del panorama que traza el señor Pino-
<I>et. Bien haya el que vengan á la patria extranjeros que contribuyan
á engrandecerla, pero bien haya también quienes mantengan inc^lu-
— 22 —
i!i., o\ iittnvo patrio, liuibiies reanimen el porvenir de la noción «pa-
tria» ; quienes contrarresteri las propagandas y tendencias malsanas,
encaminadas á extinguir el concepto nacional y el ideal de indepen-
dencia y autonomía moral, imprescindibles para que subsistan la indo-
pendencia y la autonomía políticas. Si la mente, si el espíritu no vin-
culan el concepto de la patria y la bandera, bandera y patria desapa-
recerán en plazo más ó menos breve. Fuera de Inglaterra el inglés iiO'
concibe país grande, ni admite instituciones progresistas y amplias en
grado mayor que las inglesas ; fuera de Francia el francés no reconoce
el progreso, la cultura ni la civilización. FJ francés lleva su exajerado
patriotismo hasta el grado de que la enseñanza de los idiomas extra^i-
jeros en las clases elevadas es privilegio de un número muy reducido,
y nulo en la práctica ])ara las masas populares. En América hacemos
los idiomas extranjeros obligatorios para las escuelas públicas. Y ei
idioma es el único baluaite que mantiene integérrimo el sentimiento
pi.trio. Juzgándolo así la segunda intervención yankee en Cuba liiza
f'l liga toria la enseñanza del iiiglé.5 en las escuelas públicas...
La cuestión del idioma es tan decisiva que el Cíobierno Federal de
México se vio obligado au 190o á promulgar una ley en la cual se
])rohibía el uso de idiomas extranjeros en las muestras de casas de
comercio y en los anuncios y relames de las mismas de no a-rompañarse
de una traducción en castellano.
Jiien sombrío es el cuadro que el señor Pinochet nos describe : escue
la>b, industrias, gobierno, instintos, ideales, todo tiene sello extranjero
en Chile; todo tiende á la extranjerización. Y, sin embargo de que
este cuadro es verdaderamente aterrador para los que tenemos un
ideal de engrandecimiento americano sobre la base de la perijetúación
de nuestra subraza, la impresión que deja el libro no es d(> desa.liento
ni de pesimismo. Al contrario, es alentadora. Porque los males no son
nunca desesperados si se tiene conciencia de ellos. JSingún morb»
social es fatal si ha sido diagn<)sticado y previsto, y, afortunadamente,
no es el señor Pinochet el único que ha dado la voz de alarma ni el
único oue ha rlenunciado en su ])aís la ((extranjeri'iación» de Chile.
Un gran diario rioplafcense adujo d(- (<La Conquista de Chile en el
Siglo XX» que (lera una glosa más del famoso libro «Raza Chilena»
de Palacios». Fn l)uena hora, la propaganda del libro en tan noble
sentido januis será excesiva: la publicidad del terrible peligro naci:)-
i.al que amenaza al culto país del Pacífí'co, es la muestra mejor de que
tenemos el derecho, el riente derecho de abrigar espeíanzas, de confiar
e ! que ios males denur.ciados desaparezcan más adelante ; en que
una saludable reacción :>e iiroduzca en los elementos del Gobierno y
que Chile se salve para la civilización genuinamente americana, para la
giandeza y el esplendor de América.
Hace poco tiempo apareció en ^Montevideo un folleto en que se ataca-
ba sañudamente al insigne poeta uruguayo don Juan Zorrilla de San
^Martín, y aunque el folleto aparecía suscrito ])or un pseudónimo,' éste
no pudo velar el nombre de un distinguido diplomático oriental, publi-
cista eminente. El autor del folleto no quiso consignar en él sino burlas
y dicterios contra el autor de la (tLeyenda Patria»' porque éste intentó
resucitar la epopeya charrúa, porque tuvo amor hacia la raza abori-
gen, que sería dís'jola, que sería cruel, que sería sanguinaria, pero
23
Gakna de ''ApoW
ARTURO R. DE CARRK ARTK
— iM - -
qiU', en estricto tl"ieclio, tMa la propietaria de estas tierras magni-
ficas que el esi)ariol le arrancó con sus tradiciones, con su derecho, con
su sangre y con su vicia liasta el punto de extinguir la raza. Yo
creo que los cliiienos no tienen el derecho de insultar á los arancanos,
que los peruanos deben mirar siempre á los incas con respeto y admi-
ración, que los mexicanos de!. en teiuM- ])ara los aztet-as y toltecas
\\i> recuei'do de amor y de respeto, que los antillanos debemos siempre
conservar el culto de una memoria llena de unción hacia nuestros pro-
genitores los fiboneyes. Ei francés venera al galo, el inglés al sajón, el
alemán al teutón, y se glorian de su ascendencia. Y, siti embargo,
ingleses, franceses y alemanes nos enseñan la civilización y la ciencia
.^ la cultura y las artes y las letras... No debemos admitir, proclamó-
moslo lealmente, que sea un europeo, un es))añol, un compatriota de
los insaciables y sanguinarios repobladores de América, quien nos dé
lección de humanidad, respetando y amando á los aborígenes de Amé-
rica. Las Casas debe tener imitadores entre los descendientes del ex-
poliado indígena. No es vengiienza pertenecer á una raza que no tuvo
tiempo ni oportunidad de incorporarse al movimiento de civilización
y cultura modernas ; la vergüenza jiodría i)roducírnosla el querer retro-
giadar. pero no el respetar la memoria de nuestros antecesores. Pues
bien, si un diplomático, el que debe representar á su país ante el ex-
tranjero siente tal desprecio por los aborígenes de su país ¿qné mucho
que los extraños miren con desprecio, no sólo al progenitor sino tam-
bién al descendiente;-'
II
La cultura cliilena, en el estado en que hoy se encuentra, si per-
siste será én lo adelante cultura «de» Chile, pero no chilena. Será la
cultura de los «habitantes» de Chile pero no la de los chilenos. Y c.])ov
qué, con qué derecho renunciarán los chilenos al disfrute de su país,
al derecho de tener una patria? La inmigración es provechosa cuando
faltan brazos, cuando faltan pobladores, pero teniendo unos y otros,
es un elemento perturbador si no se controla esa inmigración. El deber
primero de toda sociedad urgida de nueva población es asimilarse el
elemento extranjero que se avecina. Y mal podrá lograrse esta asimi-
lación si el nativo se desarraiga y niega su patria. Es un problema
continental el planteado en Chile. Es un magno problema que á todos
interesa por igual, ya que ])adecemos la fiebre de la inmigración. Ll:"-
vado á su líltima síntesis el análisis nos muestra que es falso el con-
cepto de la imperiosa necesidad de la inmigración ; el pretexto para
establecer su urgencia es la carencia de brazos ; pues bien, la capacidad
de producción de un país no está siempre en razón directa del nú-
mero de brazos disponibles para las tareas mecánicas, sino indefecti-
blemente en la de la capacidad del obrero. ((En sus once millones de
indios y mestizos embrutecidos por el fetichismo católico, la ignoran-
cia, el fatalismo y el pulque ; en sus trece millones y pico de habi-
tantes, ociosos y viciosos en su mayor parte, México no produce lo que
la improvisada Australia en un territorio más pobre, pues lo que hace
la capacidad de los brazos, no reside en los brazos ni en los fetiches
milao-rosos. sino en el cerebro y en el corazón del hombre mismo ; y
- 25 -
la China tiene tal sol)ra de brazos que hay parajes donde el trabajo de
un hombre por semana cuesta diez centavos y las máquinas de vai)ür
resultan inaplicables para la industria porque la fuerza muscular del
sel lacional es más barata q".;- ci (•ari)ón, mientras en el Fí<r West de
la Unión Americana, los carruajes se alquilan sin cochero, dice Kous-
sier, por que este gentleman costaría más que el carruaje y los ca-
ballos.» (1)
Contemplemos la llegada de un trasatlántico cuya sentina \ierie ab.;-
rr(jtada de inmigrantes, de «salvatlores» de la i^ntria ; de los que vie-
nen á engrandecerla, para mayor gloria de nue-t;-a i)andera ; contem-
plemos los civilizadores, los engrandeceros, los salvadí res : míseros la-
briegos cuyo noventa ])or ciento es analfabeto, rudos y toscos que vie-
nen u ((jacer la An, erica) no á puro de int;-lig?ncia y d<' sai)er sim» a
fuerza de brazos y á golpes de puño. Y en coriipensación, U)s nativos
demandan inutilnientt" trabajo ó piden ti<>rras al gol)ietiio sin !o-
giarlas. (2) Xo son hombres lo que nos falta : son máquinas ; no son
bazos, son iniciativas. La tendencia de la industria moderna, qué
decir, hasta la del comen-cio es sui.)lir por la fuerza mecánica el es-
fuerzo manual. Nosotros que usamos en pleno siglo XX el arado feni-
cio, olvidamos que la naturaleza nos ofrece hulla blanca donde nó la
hulla negra : los brazos que pedimos á las viejas naciones del continente,
Y estas fuerzas naturales nos lo ofrecen todo sin exigirn<)s nada en
cambio: ni tierras, ni exenciones de imj)ue3to, ni siquiera el que nues-
tros compatriotas aprendan, para jjoder entenderse en su tierra na-
tiva, un idioma extranjero. Los gobiernos de América otorgan todas
las franquicias al capital extranjero, pero no inician ninguna obra
nacional. Conceden á veces subvenciones tan cuantiosas paia protejer
una industria nueva en el país, organizada por extranjeros que son
los que van á beneñciarse, con tal munificencia que podiía ese go-
bierno establecer con igual ó menor gasto por su cuenta propia la
industria que otros van á explotar con capitales las más veces nomi-
nales y sin mayor a])titud que la que pueda poseer un nativo, falto
de audacia para decidirse y falto de in-otección para ser alentado.
Tal ocurren en Cliile, donde los l)ancos extranjeros «disponen de
recursos mitológicos, que no traen al país para hacer sus operaciones.
La ignorancia capital nacional les lleva depósitos en abundancia que
asombra. El 2.5 ]ior 100 de los ahorros nacionales están depositados en
aquellos bancos que no tienen base legal y sobre los cuales no cabe vigi-
lancia gubernativa». (3) Operan, sencillamente, con dinero de la na-
ción, con capitales del gobierno, y que el gobierno tiene suficiente can-
didez para tomarle de nuevo, pagando interés leonino á pretexto de
(1) Agustín Alvarez : «La transformación de las razas en América", pág.
124, Barcelona, 1908. -
(2) En la página 76 de su ol)ra que gloso, el señor Pinochet revela que
según la Memoria del inspector general de colonización correspondiente á
1903, siete mil chilenos habían pedido tierras al gobierno para colonizirlas
y que el gobierno no accedió á ello para poder reservar tierras para los
inmigrantes extranjeros.
(3) Discurso del señor Joaquín Walker Martínez citado por Piíux-het Ujid
página 127.
- 2r. —
t'iüpréstitos ()!!(' esos lüismos bancos acaparan, gracias al dinero ga-
nado... con dinero del prestatario. í>ebeinos mirarnos en ese ejemplo
doloroso y seivirnos de las enseñanzas qne él nos ofrece para no incu-
rrir en los n i ;í:i ;s errores. La patria lieclia, conquistada, defendida
IDor nuestros ])adres (>8 un vínculo, una hijuela, del que no tenemos el
derecl)() de deshacernos. Ni es ni del)e ser renunciable un patrimonio
para alcanzar el cual lucliaron nuestros antepasados más que nosotros
mismos liayanios jxxlido coni])atir. Defender esa teoría no es patrio-
tismo «estreclio» : es civismo y comprensión exacta de la política que
siguen los (lemas pueblos de la tierra : toilos, y muy especialmente
aquéllos cuyos usos y hábitos queremos copiar servilmente sin análisis
ni estudio. Ks á los gobiernos á quienes corresponde esa labor de
(¡nacionalizar)). Sin olvidar que c:)mo expuso liello hace más de 50 años,
(1) (cel esi)ír¡tu comercial ha llegado á ser uno de los principales regu-
ladores de la ])olític;i.))
Vju un libro muy reciente, como que su aparición data de breves se-
manas, un admirable i)ublicista ai'gentino ha puest;) de manifiesto lo
que hacen y ))rei)aran los países europeos con la educación de sus
nativos {'2) ; es la enseñanza á la base social lo que constituye el más
sólido asiento del ])aís : nacionalicemos, ])ues, la enseñanza, nacionali-
ce-üos la industi-K!, nacionalicemos ¡oh escarnio! nuestras tieriias para
podej- t(Mier ])ati'ia, para gai'antir su persistencia, para asegurar su fu-
tuiL y su esplendor.
III
En la lucha ])or la vitla (the stiugle for life) cada día menos preva-
lecen y triunfan las armas naturales. Para dominar el espacio no bus-
camos saltarines sino m()noi)lan()s ; para dominar la distancia no adies-
ti amos la voz ni las ])iernas, sino que utilizamos la electricidad de la
atmósiei-a robándole sus ondas, y conti'uimos automóviles ; para domi-
nai' v\ tiinipo nos servimos de todos los agentes transfoi'mados por las
iutes, ])()r la industria y ])or la ciencia. K\ cultivo de la tierra no
L) dejamos al)andonado al capricho de las fuerzas ciegas sino que re-
gulamos liasta el número de semillas y el número de frutos que debe
dar cada ái'l)ol, como eliminamos los huesos innecesarios del animal cu-
ya carne nos nutre para que dé en músculos, en sangre y fii grasa lo
qne antes peidía en osamenta. ^', en t>l orden ])olítico, en el orden social.
no podemos dejar que actúen libérrimamente las fuerzas naturales tam-
j){-co, sino (¡ue á ellas debemos sobrejjoner nuestra voluntad y nuestra
ii'teligencia. Tna legislación adecuada es el arma con que podremos
dominar todos ios obstáculos, aunando en ella todos los empeños y
«jSfnerzos para salvar la i)ersonalidad, para mantener incólumes la
soberanía, el crédito, el i)restigio, el honor de nuestros pueblos V,
como consecuencia. ])()S(>er ca])itales, crédito é indntrias con que sub-
venir á las iiecesidaíh's donié.sticas y trancar con el extranjero.
La comunidad es susceptible de ])rogreso y. de hecho, avanza siem-
pn- en un sentido de mejoramiento moral y de constitucionalidad, .isí
¡1) Principio.'- fie i^erclu) Intcrnacioiml, i^or Andrés Bello, 3.a edición pá-
gina 14, París, 1873.
(2) lliciirdo Tlo.jas: "La IJestauración Nacionalista», Buenos Aiis, 1909.
— 27 — -
■*i el orden interno del mutuo respeto individual, como en el trato
recíproco de las naciones entre sí. Pero es indudable que esa perfec-
tibilidad colectiva puede ser acrecentada por medios externos, y no
precisamente por una sanción coercitiva, sino, por el contrario, esti-
mulando cualidades innatas y haciendo perceptible la utilidad y co)i-
veniencia de la prevalencia del derecho sobre el egoísmo irreñexivo.
Con una precisión y claridad sorprendente el ilustre pudlicista chi-
leno señor Jenaro Abasólo expuso este principio indiscutil)le en mi
obra monumental «.lúa Personalidad Política y la América del porve-
nir)). «La sociedad, dice en la página 296, es la potencia creadora de
áí misma, i es conciencia, i es elección de lo mejor.))
Ahora l)ien, que no es equitativo ni beneñcioso incurrir en extremos
exajerados : no existe un sólo tratadista acreedor á resi)eto que no re-
conozca como imprescindible el derecho de defensa, y es este el que
muios se practica entre los países neomundiales. K¡ «egoaltruísm)»
<1 : Fouillet y de otros pensadores, entre ellos el ilustre profesor cubano
don Enrique José Varona, impone la prrscn.:n¡óíi como el"mento pri-
mordial de existencia. Será altruismo contradictorio y al)sur(lí) el que
se basa en la propia destrucción ó en el grave quebranto de a ¡uel que
realiza el beneñcio. Y ocurre que, inspirados j);)!- egoísmo ciego, caemos
ei! el extremo de un altruismo enervante» que nos Imce abdicar dere-
clios permanentes, hipotecando el porvenir sin ninguna vi'utajd real.
Sacriñcamos bienes inherentes á la soberanía so pretext;) de preser-
var la soberanía ; habituamos nuestros pueblos á la idea de una inferio-
ridad idiosincrásica cuando sólo lo es circunstancial, y seniljramos en
ellos el fatalismo letal, sin darnos cuenta de que el pesimista es un
A'encido de antemano. La profilaxis social que conviene á Hispano-ame-
rica es la difusión del o[)íiniisnio ; inculcar la fe en el porvenir colec-
tivo, la confianza en el destino propio, la evidencia de nuestros dere-
chos, y la indiscutil)le capacidad para realizar ese destino, la facultad
iialienable de ejercer los liltimos, Tal es, á la postre fácil, el sistenia
d¿ educación r.acional que conviene, que urge á nuístros países. •-',
claro está, debemos comenzar por llevar ese es])íritu de fe á la escuei.i
pública que es donde se incuba el niicleo de los dirigentes del porvenir.
Inculcar en el ciudadano desde la infancia, no sólo los deberes que con-
trae por el heclio de nacer, para consigo mismo, sino también jiara con
su T)atria. y, sobre todo, mostrar cómo es incoini)atii)le el bien indivi-
dual que tiene por base el sacrificio de la colectividad.
No olvidemos que los pueblos que son tributarios en el orden econá-
micolo son á ])lazo más ó menos largo en el orden político. Merróiioli
económica es nuncio de metrópoli política, y para llegar á una servi-
dumbre humillante no vale la pena recordar que líolivar y Sucre, Saií
^lartín y José ^lartí. Sarmiento y Rivadavia, nos enseñaron cómo se
muere por la p«tria, como se crea una patria, cómo se organiza una
l^atria. cómo se coiisolida una nacionalidad. Kl español viviendo d<-l
pasado, lia empobrecido, su país, nosotros olvidando nuestro pasado
V' estamos envilenciendo y de hecho consentimos en que nos despojí-n
di^ él. Los Estados Unidos del Norte que tienen una patria grande y
fi:erte se acuerdan de Inglaterra para amarla y admirarla pero i.o
han copiado de ella ni su legislación ni sus procedimientos. Nosotros,
e.a cambio nos acordamos de España para insultarla... y para imitarla
2S
Los v^Ucaríos dulces
Para Apolo.
Hace tiempo, algún alma ya boppada fué mía ...
Se nutfió de mi sombra . . . Siempre que yo quería.
El abanieo de oro de su risa se abría,
O su llanto «sangraba una corriente más;
Alma que yo ondulaba tal una cabellera '
Derramada en mis manos... Flor del fuego y la eera.
JVItirió de una tristeza mía... Tan dúctil era.
Tan fiel, qué á veces dudo si pudo ser jamás...
Delmira ñOÜSTlfíI.
«♦«
a la ciudad d-e Mont-evíd-eo
]'(n'a Deliidra Agtislini.
Pienso en ti como en una lejana y sonriente
princesa que enamora con su aliña singular ;
tienes un ayer noble y un dorado presente
con que la luz de claro futuro sonrosar.
JVIás que soñarlo, vi^/es tu sueño felizmente,
luces, fuera de títulos del saber y el cantar,
oro de primavera sobre la herniosa frente
y Ojos de azul purísimo . . . porque miran al «»ar,
JVIereces que un rey joven á conocerte vaya j
peregrinando, y sobre la arena de tu playa
riegue todas las gemas de su país en flor.
Poeta que no tiene dádiva tan preciosa
para ofrecer, te envía con una mariposa
lírica el homenaje de su reino interior.
Alberto SñflCHHZ.
Bogotá. i
Garlos Caváco
O SdL^o
*Mi'?i* !;;]■> '-hi-^'u " -I-;, "li-i"' n;T() S'.,(Vi !i \<.-
<■ íi<-;i n Mi ii"n:(.r -> .•■;(>!, !i rni;i iiniíi' i.
H^
(■ !•■'<'■ '' si-u ;n \s! ('I' i> . .'11! rci'lw s M"c^>-!i! :i-^sc:
\¡\v>-/. .jiic ;,.. i-i iiii.x-i !■ ,!',->s<- ;iii¡¡ii;(l inniuntlii
í';t.¡';i >'-f iii;ii> {'i-\\7. U" ¡';'.iil;ii¡i ■ ii<i iniíii'io.
OS Ki'ossos o,lm:os
■.^ílíM.r;-í" r>-ri;< \i y. í;í1!;(1';i£i>
iÚS ;i US ;¡ ;!ii.i¡"i-S. 'ios íil''U'-
n.-. tciH .•iiiiñl'rs. US iiK-il^.
<{i!;iii<io i>> lut'Us iiIIk^v f¡i-ar;uti
p* ii-,M(ii)> )1< '> dillOS l<'US.
['"■■i'i'-iii. ifií.v t:!hr,,> (i.'jx;ii";un
ti"' SI- fÍ»;irt'l!V ?!os JllfiiS.
I' t'iitáí' nn-iis MUIOS cfi^'.-ir.-itii
lia tah.-í <i:i lux tli>s ifii-
Carlos <'A\Á( O.
t^íOTj^S SUELXjOlS
L;i i'*lvbí'i*la<i os cOíHíí (d ¡.'.'Ui:
iíj< (.!(!»• i(> ven i.'ii la viiiricra v>'
;'íüi<-Mití' !io sai)eti el tí'abajo (jue
•.'OSt.'.' aiUHsari'.), ni adivinan las
uiatcfias delezjiabh'S (|U*' cniran
:í v»'<'t'< (íji SU eompoüirif'in.
lla.\ almas fettieiiinus (|U(' cjcr
••••n !a atraecii'.'n dt'fsas ventanas
>«bi<-rías jior d«>nd</ en las ihk'Iu's
<í(- (->! jt.' se escapa ia uü'lodía de
Püiiiiínai' eíMíti'a et «iesHiK*. es
'•.>ní'<-^al• una itiícriori<iad.
Hay anusfad<'s 'jUe •■■<>\a<) el
niunr" de eíectas tnujoces ne<'<'SÍ-
ian l'.i pfeseneia i-uusíautc pai'a
l'íiro AroLd
Ha> a!^"o !iiás sul>alt»M'n" <[!!'•
ia inaia l'e del ipie lanza la ca
luninia; ia pasivida.il de! i¡ut'ei*'-'-
vn vM.i.
VA auiur es eonio el fa\ o; st'i¡<>
ra<' soiii'e las eitnas.
l'or eiertos ^■>razoMes l.-i inujei-
pasa sin levantar un rumor: la
nieve apa^a el eeo de ios pastts..
A la pi'Sieridad y á las novias
sólo mostramos h» nnrjor «le no^
v)iros IhisÜlOS,
(,;ierías IV'>rmulus de eortesia
son. eomo ios fj^iiantes, un estor-
bo i^tara quietí las usa por prime
ra Ví-z y unu necesidad para
(|UÍen esi.t aeostumbrado á ellas.
y^ai44a^ (i^ííMjÍ
— .-ll
MU la alcoba
;/■) AV'^iio.
r» .i.jl!' i i :l ;iir--tt:l i'Jl ! ;l í ¡'Mi it llj ip r;í U"I>Í<
'¡;:.^ lal ^ < / liara >;i-i),¡i;.' has ■•¡iMia'in
i'.u: >•■ ii-.¡>rai! !'"> ii,-."< iiiif IH'- iii>t'-
\ i ^ V . i . - a ; * ■ i 1 1 r s í 1 1 ■ -ií I ^ 1 1 ! I ■ ' 1 1 * j 1 • • ( í a t í n !
\\.ií 'li>r(!ii;-' lii~ ]ia>''> .11 !a alt'"iiiaia
li-'iia^a a¡'i ñas (r.ir la -üc íii'.| U'-rii'.
iiir'Mlra- Ví-rra iiu aíaia ¡mu !a > .in'i;:i
■;•••:". li.sa .■11 .'í .'•■as. I .!.■! l'a, -h .n-..
Iji i" la.'i-. ii.pii.i.i .ji- aii ¡..-.h.. amaal.
■ ! ...ra/..!! I-. lilaila -a I .n.i...
.■ 1 .-y 1-11. 1.1 ¡i... I ¡];\ (■ a .■.ui:. n;-."a!: '.•■
■ •■ !■■..! !r-'U ÍM:;ii.l..(i .!. !a v,-^t;.i...
>' .-i 111' I..).;-. i-..;jipa-- .;.- Mil lai-.ia-'a
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la iii!iM'ii-a lí.vi.ajaa, .a .,a. a
fuailii" IiMaiii.i .a ;) - .i;.- iv;.
.¡111' .-.ali.- .i.-! Mr.'i.i ■■■• !ii- .-ar!'-
^' i'.iii f..'].., lili .-I. I, ira 'laaiiii:.
aiiii III 1 1". -11. -I. i'. . a a.: a .•a."' a.
ijlif l|.. ¡.llfíia !ia;:ai ; , ■■■■<• . -.;.:a
!'.> iiili-iiv.'.s ¡lia.'-;, s .ja. ai.- .'i-
S'.T I ctii.a.i.i ia^iiar.- -i' ai;:.,
ai \ i-ni- iiiiil.i a la i ; a ',:;■.: •- ina
.aun. I á ia l.iaa.a. \ . .a:- >lVa'ji;
t.- i(lli>.- ■ aai.-aiala 1 ■■■■■: ,, .l.^a.: :
V ;!>í !•■ V 1 I ; (^'r.' t'..;ana» '■.¡■. al
Mi liiUsa á i .-^ .-ia; ;a- a-. -. a; ;a
I'.a r. a-i a 11 lu^ v. la-^ .;._;, ¡j., .-^
'i.is i-aj.ii n.i~ 'iaraa.a... . ¡ j , ;■ ,.■
l'.-IM 1|.. !a!!ia« !l" '
^ i..|;.ra .!.■ . >.• ax.-i' .
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N 1
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Ma-- iMi .■; ii.-.-ti.> aaa .-^v.-rai;
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Xa.ij.-. lia'!!.- I. laira aaJa .■ a^
¡;;a> aial i.aü. .. \ rin-aa- ■ . ; ■ ~ >,
'i.- a.i^ aiai .ís Ía^.-M;.- a: .■..¡.la.
inii'aT;a> '•'•¡aai'aN lü- ,. ai--^ .'
i'.. lia. j: .'"n i na 's riiai.'i'. . i ^i .1 a''> ■■■?.:.
>•! »>■! i|a.- ya. r ¡uia .• ' :• >.. aaii-i;...
a-l lia l¡. 'ia.il. i-a la .; ;. ! ai,, ai.- a.a
|>'ii iia.'-li'. aa.i'i ■-. :¡ a. • -;. ai,.a /aa. rHi.
11 la laaaa .11 ía~
a la lai ; a
\.(H.''i''' ..¡a V ,;.■ . . a! a la; > .ai ; laa
l".r >i'll!i':.- .11 .• aa^aa.. -^ liaa ;
-•.!.! ¡aaaa i'ü ¡..^ !i i á"- i • la aiiia
ja .'1 lí.-i ; tía i [fí-.a.-a a a .a .a v a; ...
ji.i- a'ra- ■■ai-. :a -ai- a a - ■ - ' ia-iH-'-- i a
1)11 '. iiliia; il"-'. '~!.a~iii'. ij.- FiTiiiira.
^ .11 .1 !'i 1 ■ . la
.aaiii.ia . a. lili
ll,.a
i 1 . i ;_;■ ■ I ; ; 1 ■ i ,
i :•■(■) u ,
Oe mí €tisu^ño
\ i av.
1|.- N..íi:tiia i|i!á 1 síaliii r. Miliar.. ■
i>.- i:l aiíaih.-i lai ri iu'll'M líl i..íar)|i
1' :i tra vánciiiiiía á 'i. '!i<' lir>a'('as
r..|i tailiiio.- i'.-..> :
li^ -... "la.i.i i|lia. aiiiaara." la>'!caii;ls
!'.il. lii> lii;i7ai> i-aiini.- .- ¡ni ru.-ll..
V. iimy iiaji., :'i iiii "i.l.i i!i'a!a.- :
'. Mi Amalia. '•■ nuiaro ' •.
Y 'Mltl-..- !l!I...> ll,' !r:-a li 1 a tic li ril.
I.'.a-i iii.M,!.,s l.is il..> '-1I .'! iia-ll'i.
Xi)Y"!i)'- I"."''-I
.,:;_.;- 7'.;ri A ai.;
l'.. \aa'.r mio>tr,iS ahna^ lUiia
i 11 un l.T/a. t~ria .áai
All!;(|nO iru-ll;l Tr\>l.'l lialjtlíui:!
^fi i*;iiii-z,;i 4'H, tu ni.'iS.i.i.) s.-vi.i,
,\.-.i>ii:uiií<> ¡:i i'si'i|..-¡;! •!•• ii.-vial..
<;ii.- !,'\hal;i 111 rüi'ij'.i,
:-SÍ. ilii AillUii.:!. ;•! .-lltMIlH (if- tila.-a .
i;l;l!Hñi - !',^>;í ri!;u íl"!' lirl .-iljli.'ia! i •
0(HI <;V)ii5.i-riii.s .ia V'.imi-. ¡atiraiiji
■ ; a^..; , A;)Ki 1.^'. M . A' • r i A i
Un triunfo
tU-l U ^ u r;í !ii i<- <•> •■{ i :: s;i¡
■'.' ■>;(•;: ;!X;!-i- ' :-i-r Ar'M.fi :¡'¡
!:!; I !';í ■'■■'.'" : i'í '■']'<':•'' i i' '■■ ¡¡U-íh'-
'.'' / •: í i ■ ■ ■; ; «r: MH' !' ! U ^! i'' i i i'"-
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(jlli- <-n<ii;;:íi r.-|;ti;;\
üjcri -
I-a L.Mtm;! li.iü a|"i\a'|w ;'t tml.-i
íi'if;! m¡ <i<-sílií('rc.--;i(i;( l,-ii.i.|- «ii
i'i'i' (ii- l;is N't i'.'K r;i.~-!ci jan;is |irc>-
í;ilní" MI \ai¡o>'i cí (lUMiro 1 ;i
.\|-itl,(i y i'dini'iiHiycü'ii' lU- \n\
Mialifra á s!t l'á;í.iiii.| r üf !l li) I a'a -
i£! !<-!ii<' ■!<■ ayer \ á >u f ri ii n I''- ii<-
íi<' \ 1 1 He si-VÚ 'it'liíi il i\ 1'. * 'lili
(iCi-ií:ia>i- (|Ui- lai i ruin l'i \i:: >¡'\<>
ti" I ai'a -M Aihiliíi;--! rarM'ü -in..
hara^ií ! .'íi'i'ci-h'íii .\i . i^u-;: ' ^ ni<-/.
'.■!ar li'H.a l'i>n!"- ■■a í'-i.-í-^ UiMa>
■ . !^i';i i'ia- \ «-! ¡I ■ ill<-!<fa ana ■-■aa
■;:■/. 'UUiuia'a li'iii iu> vii-.(*i i ja^'i»:-
<- [ 'a ai j u I ! !i'! a- , -. —
\ )•' M .'1 lia ria a na
'■x;i'-!a !!|''a <!''
i-> i ta-u 'i !(r;í a<-
■aa.iii- j."-, más
^■• '¡'■ifiían i-'-n
I ' li! !' I a !i d •* la>
iaui ' na> " ¡''Víai-
'.i^' !• ■■- ahasí-a m-
iU'^ líe ficricS
i H ra ••. i ¡ai. !?< lie i 1|~
K. I.Ah'l ÍA <ai|)<i\ SANl. i'!-\ii\', ■
Ai''M " a- f,a -
Mi' a i • ■ ' i a ' 1 ■ \ i ■ ! ■ i
^i\ ;; a'-a'i- ■ s-ar;
• a r;a-na> ,\a
(v^:.. -!••: .•■ at
<■'.- aartí- ! u\
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■*~t.„
T ^ a ]•]>,:■■
U. .\í!\í:LI i lioN/ M.F.Z U(>MA
aüaiiTi. para fl. \'r:,-<- «jia'
aurri<lcci'f liUi-van
(•("•i'i'a'ÍM- cual!-!' aiM'- 'li- Ma-aa"
an |<is cuales lisi \' ■: U!;i ^ ' ' ' ■'' ^H-
fV) s()l»i'<' las Zii/i'ia'a-- taiíaaa'f ■-
(l<- la ('•¡mea \' i-í a ni i 'M a a-,
VA lcc*ii>- Jtiz^:¡ iá 'i:- :. iíM a, :
laiK-ia <ia A!'<a •• ■•■ !■ -ax ai a-r.-
!Mi1i?;l!<-v-l-«aia:-!,af- ü! laiiia... \
Alll«'-rica, aiiV^.s :. ■■!-.■'•- Wii-.a'a-
1(1 «-U rslNS pa^jana-, i.iaaa^;i!aa
i. !•!" íM'Kífrí' \<{Cii hí taila <ii- ai^iua-- -¡ar --• ja»
í<ft
i.
%,
\' l:i i';'!' ■■
ij-i- Z,i i'- ií:;í/ii liv i ¡1- II II -M- _!•>
-'i M !• ! il ! Ij II !.■!■• . . i ■!•• !:!■ ' ■ \' :-U
\ ii' ' ■' :■■ ^.]':t '..)< \'i--.'. I ' 'I' I i^! i S) Si-
t| i: !i-i'>', !■<■!:' \i> • i r;¡ ti-.: ;■ - >■ ■;! il ■-
i IPÍ i V Í< i ni -^ I I !!■• \ M-!|i i; ^! Ü! : i U •
j 1^ ( ir;i i |( I' 1 I i i I l;i \ ! .)■ \ i '• ■ i) I i .' : I •>! •
■ . ■ (ic riMÍ!Íi;is !!-■•: ;i-I :t i-i lí^'i es •
!-I;i\o ccll.-ciríi!.- ijii'- ii'> pH'f'-
¡i'' Jl.-i'-i-r .'i.ji'to «i»- SU- list
li!cr,'jli\';i> ;il ipH'. iii.-tfííin.-! . (•
i;';il'."'i sin •Ir.-'CíHiíii'. iih; ]>'.'>>
ll/lll-'',-!.-- \ ¡IH- llt'Víl <■') Im S"H
I ,.,; \ lüiiv'iiMlonn' líela, .-imistat!. «il
ti-
iijus
llíHJ.
'.:n<' .\ !'< '1.< i ' j lif "•>< p'.'ri.'l \'./.
< i»- iiii «'^¡li fl ( li, i;i rdi'i t-n i*' iii
-fi; II ii I-i í riiin l'cí .
Sonólos
i*^ rio r sin^H: a. s
liiichodii ii'JiiN la iH'ifd.-til: el valle
nal i\ n: cí lili i'iiiiKirosii;
'-( ccinfíitciiii hl;iiic(t y silencioso;
i:i \iej.-i iglesia, la desieila eaíle.
l»ej!t(i cdii el i-eei|eri|i» «(lie batalle.
> l'Us<|ue ¡i la líi.staueia el iirsiilloso
'•iUiijiaiiai ii>. ((lie liri tieiiijxt. elainorosd.
iiiiilié tiii \ ida en su mennr iletalle.
• Quiere eseiieharde nuevo sus eainpanas:
* er ¡,.s maizales en (¡iie i-anta ei viento;
[¡eeeiíades liablar eon las aldeanas.
irlll.LKKMc ANIUíKXi: — Í'\>\M\
y va;;-av )cir lo> i-.i ,^i ,...s. .un., .ili-ii!'
jíertninado as|iiri niiieitis nian.iíKis
(¡ueaini v¡\ en yiatas m mi íiei.-.,i;i¡¡r i- ::.
Kso pensalia ayei ; más \i >iis ■•)•>>
y lie arriijad'i al imoinnlu lüdo aqiielt
en el |ii-iitnndo olvidn; si al^in iiellu
lia.v en la v ida. «¡ue hoy me eanse. aiit")-. «
es el \eleii .sil IusISm I<is sonrojo.--
de la \lrtud: ei pi'idieo di'sri'Mo
((lie se advierte en su trente; r«vi'> si i.'
de lioliilad. ((lie ilisipa Ir.s eüi'i''.-..
¿I'or ((lié secreto Intlnjo Klla li.i \\' '^-.iC.
¡i causar en mi ser tan honii.a hesi.ia '^
Todavía lo teiifí-o s^^ i;:iiorailo;
Mas lio cello mciiiis mi heredaii p.-rdíti;.
ni el valle, ni la ifilesia. ni (I callad.,
eellleilterio. <"omietl/.a enmj.itla X iii;i.
r,y ii I I HM,, .\NiH¡KVK.
KIÍOILAN TL'Utííis — TKtaM'IiiXI.I'A l'anamú.
.ll
1.1 lí.l.HU'Uo l.AVAIX) IS\V\>-1A fUJMKA — V:;NKZirKI,\
Hoja d^ álbum
((Suavidades para la suave»
¡'uro AroiiO
1.,,- ;tsti-ú en !i i-irüi '. i¡o! <'¡i'l.> ;
¡ r.'-i tlor fil \-i Vi-ritc I)r;MÍ"r;i ;
i • t'.s castíi (U:ji iiu~tico aullólo
■ i.!i-ai •(•"tilo ir/.'-i\ iiri-'':iviTa.
h'.:-i-:- licri!:; > >!!r¡l coiiu) un \ noto :
.T,-¡ j;-..,t ¡va ciuao na , i|UÍ::;aia.
V •'!! lu aínsa. tn;i,~ Mane:! i;Kc oi hi:K>
- ■ Mlorinoía' aüa aiMidr ! liocliícc:- .
i''.> ia vuia (io ca-iio;io>, y aaiui'o.
Va -i-iiibra lalii la -■ mia do íioi-o-;
T a paH<' !a l'a •■ Koi t ana .
V ino linio a 1 la !! a la <■ ta n i'oiia .
'/!!.' (!(-; rciiM ai '! ■ iMi' ohí r-'^lla
T.- !.a^ íujraao ,ai aa i'.yo lio huía..
<;i;ii.!.f.'./;V(i. l,.\\.\!io IS.WA.
i .. ( Mía ira \ fiu-zai-la ' "■H').
\. '< >i
.l.'K \ ' i;.\í;.\a \S, \ KN'l'./,! 11. \
— 37 —
Nuestro corresí^otisal «en £uto|)a
JLI.IO KAUI. MENDILAHARSÚ
«♦«-
JUr.IO HERHERA Y REISSIG
— 38
La voz d^l vidente
A Pérez y Curig.
_( Y habló así. — ilesilc la eiina de la uioii-
tañu dormida, - después de pasear sus
miradas por el abismo elreundante ):
Mis ojos poseen el relámpHg'o
ignorado de una iiuevM luz. . . de
una nueva vida.
He aquí á mis ojos — dcsaña-
dores y reverberan t(!s, — dueilos
<le uu Gran Secreto.
Yo os daré la dádiva irrecom-
l)ensable del secreto de mis ojos,
S\ los santosjiiraiuentos de vues-
tras fidelidades. . .
Pero, cuando en la opulencia
llameíinte de la orgia placentera;
<iuando en el alboi-ozo sin lími-
tes de la delectaciíMi, sientas g-a-
lo|)ar i>or tu ])siquis el garfio
Jielado del desmayo, apag'a los
jjárpíidos. . . : el más glorioso de
Jos homenajes al Secreto, es el
liomenaje d(í la tiniebla. . .
¡ »Sí ! Poi'(|ue yo le arraii(|uéal
seno de ]a tiniebla niisteriosa, vA
tesoTo del secreto de mis ojos. . .
( Si'ibitaiiieiitc tiiui <i'rit!i lejíiiia le sor
jtrende en su profétit-a ¡ictitiuí. \' le haec
eallar. I^os ecos i\f su yo/, se lian ahoj^'a-
do ya en las caveiiias «luí ii))isiii<) espec-
tante... La «íTÍta lia ecsíulo. La voz rea-
núdase más vibrante, eomo vigorizada por
el soplo de una inmensa te :
La ciarovidcüicia de la som-
bra, constituye el enigma...
r. Quién conoce los cHuvios
áureos de la sombra ? . . .
Mi Gran Secreto se relaciona
con los hombres. Vaticina deve-
nires. Aug'ura tiem])os ulteriores.
Por él, — i>or este (íraii Se-
creto que os revelo, — sabed qu(í
la cuadriga humana rescatará el
-caudal inmenso de sus ilusiones
perdidas y lloradas. . .
Reconquistará las esperanzas.
— de frentes esmeraldinas, —
ciue se tornarán magn i fícente s
realidades: [ las esperanzas caí-
das á la vorágine del olvido, en
el más angustioso lloro de los
desencantos letales ! . . .
( El vidente ha proiiuneiado las últimas
palabra.-», débiles y trémulas, hasta conver-
tirlas en affóuicos balbuceos. Luejío enmu-
dece. Reclina la cabeza sobre el pedio, y
así. rígido, inmóvil, como hipnotizado por
(sxtrañas fuerzas, parece ((ue aguardara el
eoi'rer de las horas. . Al ñn sale de su
prot'iiiid<i sojior. Sacude la espesa cabellera
(lue tlota á los aires, y vuelve á exclamar
eoii voz esteiitór(!a. vivifleada en ((uien
salle que fuentes de energía ):
¡ Aguardad las pascuas uni-
versales! Y saludadlas. Saludad-
las, porque ellas condensarán
los amaneceres de todas las ma-
ravillas resurrectas :
Kl de la Libertad, amordazada
v gimiente
en los dogales del
J^i'ejnicio:
J'^l del Derecho, siiíi'vo de ¡ni-
el tildades tri unfadoras :
El d(; la Justicia, burlada, víc-
tima de bárbaras turbulencias;
El del Amor, — el del sacro
amor, — esclavo de la ponzoíía
de las almas:
r]| (k- l;i Verdad. . . el de la Be-
lleza. . .
I Dichas estas iialabras. cayó de la cima
de la montaña dormida, al abismo e-spcc-
tante. Kl abismo lo acogió — silencioso y
soKíiiiiK' — en su lecho de sombras opacas
y pavorosas ;. . .
. . . ¡ Oh, el tesoro del secreto,
arrancado jior el vidente al seno
de la tiniebla creadora, fué re-
clamado por el fondo infinito
del aliismo !, i
Montt'vidco.
Justo DP^ZA.
— 39 —
fttit^ uti cráti^o
Kl ci'áiKiO (le lili lioiiiltrc es mi
libro abierto.
Yo roiifí-o el eiilto de los libros.
Y i-ii el hueco cseiiro de esta caja
de hueso tistáu escritos los jri-aiiii<'s,
los misteriosos capítulos <lc la vida.
Esa iiiiieea eterna, ¿es de dolor'
4's de risa V
Kl dolor es el rcHeJo de una alma
«nt'erina.
l^M risa es el llanto de la alejírla.
liolor y risa son liernianos.
foiiiiiadci-ed á los qiK! lloran.
l'eró c()ini)ade<'ed toda\ ía más á
los (lite ríen.
El llanto se extiende desde la
<'Uiia al ataúd.
La risa es pasajera; la risa es una
mentira.
Y este cráneo, ayer nido de ideas
y lioy nido de fíusanos. rió mucho,
lloró mucho.
llo\. ¿ seguirá llorando y
¿ Seguirá riendo V
f>i lloras. W envidio.
.)OA(¿UIX t'Aí^TKO
(('ompañia Dramática l'ortus'uesa)
1 Compañía Dramática l'ortiisíuesa /
Si líes, te detesto.
Eres tliir de tumba.
l'üres mueca enis'míiticn.
Ccsií en ti el movimiento; i»ero
nu ci'Si) el ¡silencio.
Y el silencio es sublime cu los
labios descarnailos de una calavcíra.
í_ Amaste y
Si amaste muclio. tu siilVimieiito
será eterno.
Kl amor d»,' un cráneo no se con-
viertií en cenizas.
¿Odiaste?
si odiaste, serás mii\ feliz.
Kl odio honra.
Kl odio es sicipe de plata.
Tiene alas y se remonta al cielo.
Se arrastra y baja al intieriio.
El almila eandal no sabe txliar.
Es centinela did aire.
Xo sabe lo que pasa en Iji tierra-
¿ Inspiraste envidia 'i
¿Si y
En tu cámara oscura y fría como
el olvido puede entonces alojarse
el tronco del genio.
Ser envidiado es casi ser un Dios.
YARiíAS YILA.
— 40 —
De Ismael Cortinas
La vosa natural
COMKDIA KX IN A( To. K«TKKAA1X\ KN KL TKA'I'IM SOIJS. l'OK I.A
COMPAÑÍA COlllXA
\
PKHSOxXAJKS
])oñ(i Miíifii (60 años).
Elenti (2Ó años).
Eduardo (28 años).
Don Ludo (70 años).
.Ubnio m años).
Don l'i'dro Bodríyurz (Ir Stda-
Z(ir (4o años).
l'cpa (ciiada).
J)KC()HACIOxN
Casa quinta de modesta apariencia. — Buen gusto y distinción. —
Ei: primer término, á la derecha (del espectador) un juego de mueblis
de iiiimhre.- — Sobre ]a niesita, un damero y varias revistas. — Kn segundo
término: la facliada á' an chalet con dos puertas practicables, terrasse
V escalinata. — A la izquierda, profusión de árboles y plantas. — Un ro-
sal florecido. — Dos bancos y una estatua de yeso. — Al fondo, verja pra"-
tirable. Telón de foro con vista hacia el campo. Es de tarde. Mucha
lu/, ('II ías primeras escenas. — Después irá amenguando, á medida q<U'
la tarde declina. — (Época actual).
ESCENA I
Doñii Makta, Don Lrcio /y EnrAuno. — Diainu'n Pepa
Al alziirsc el telón, se verá en primer término á dotj.i
Marta y don Lucio jugando una partida á las^ damas, oen-
tadoti junto á la mesita. — Eduardo trente á la ierruíse
fuma un cigrarrillo y lee un diario^ acostado con indolea-
cia en una mecedora. — Oyense vacamente los acordes del
piano que tocan en las habitaciones del cltalet. Al prin-
cipio se oirá claramente el motivo musical, que será más
vago á medida que se avance en el diálogo.)
Don Lniio. — Pues si, señora roico... Verdaderamente, enton-
n)ía ; eran otros tiempos... ees...
Dono Mnrtn. — Ya lo creo; mu.v Doña Marta. — A usted le toca,
rlistintos. á usted le toca, Don IjUCÍo...
Don Lnc'io. — ... Otro carácter, Don J.iirio. — Ah... es verdad,
otro espíritu. — Existía el generoso Doña Marta. — J^a imaginación
impulso que lleva hacia la cum- le hará perder otra vez el parti-
bre, hacia lo grande, hacia lo he- do... y serán cinco.
41
Don JjUcío. — Espere, espere us-
ted, mi respetable amiga. — Vamos
;í ver. For aqiií no iiay salida para
mi peoncito. — -Veo en la misma
senda á \ina gallarda y arrogante
dama y... «jamás fuera caballe-
ro...».
Doñii M(irt(t. — Tiene tres juga-
das.
¡)()n. Lucio. — Tres eran tres, las
hijas de Elena, tres eran tres...
(mueve una pieza).
Doña Marta. — . .. Y las tres
eran buenas.
Don Lucio. — ¡Elena!... Ahí tie-
ne usted otro nombre del pasa-
do... Toda una epopeya, mi res-
petable amiga... Por ella desatá-
ronse las iras del jiueblo Griego,
que se lanzó sobre Troj^a poseído
de todas las furias. — Viera usted
en que forma magistral canta Ho-
mero la aventura, la singular y
romántica aventura . . .
Eduardo. — (Que ha abandonado
su. asiento y hii escuchado las últimas
palabras). ^; Aventura... de quién .^
Don L\tcio. — De Helena!...
Eduardo. — ¿Mi hermana?
Doña Marta. — Pero hijo!
Don J.ucio. — Hablábamos de al-
iío remoto.
Eduardo. — liah, bah... bah...
Creí que se trataba de cosas mas
interesantes. — Amigo Don Lucio,
con esos recuerdos se hace usted
más viejo...
Don Lucio. — El espíritu no en-
vejece nunca.
.iJhcrto. — ¿Le parece?
ESCENA II
Dichos y Pepa
J'cpa. (Entra por el foro y habí;'.
con precipitación). Señora.
Doña Marta. — ¿Qué quieres
muchacha ?
Peypa. — Este... nada.
Doña Marta. — Pero... esa con-
fusión... ¿qué te ocurre?
Pejia. — Buscaba á la señorita...
para decirle...
Eduardo. — No oyes que toca ol
piano ?
Doña Marta. — Entra á verla.
Pepa. — Bueno ; con su permiso.
(Mutis).
Eduardo. — ¿Con que el espíritu
eh? Pero, mire usted que hablar
del diluvio á estas horas ! Y si ,vo
le dijera que detesto los clásicos
que usted adora : me parecen in-
sípidos, aburridos. Tienen un so-
lo mérito : curan el insomnio.
Doña Marta. — No le haga usted
caso.
Don Lucio. — Amigo mío...
Eduardo. — Bah... no se alarme
señor profesor. — Para mí el pa-
sado es como si no existiera. En
cambio para ustedes eh? ¿No fué
uno de sus preferidos que dijo :
«recordar es vivir...» (con ironía).
Don Lucio. — Cierto, cierto. —
Bien lo dijo el poeta :
«Recuerde el alma dormida
Avive el seso y despierte
Contemplando :
Comió se pasa la vida.
Como se viene la muerte
Tan callando...
Doñ(i Marta. — . .. Cuan presto
se va el placer... (Este último verso
junto con las risas de Eduardo y Ui
entrada de Elena y Pepa en escena).
Eduardo. — Pero Don Lucio, us-
ted va á concluir par hacernos
hablar en verso.
ESCENA I TI
Dichos y Elena y Pepa, por la
puerta del chalet
¡'Jlcna. — ( Muy risueñamente ).
Sí, hija, sí: puedes ir ahora mis-
mo.— Y apúrate, apúrate, no sea
cosa que le va.va á pasar algo más
giave. (Riendo). Qué gracioso, sa-
ben ustedes lo que ocurre?
Pepa. — Señorita... Señorita.
— A'J -
K<ht<n<h>.- — -;Qué hay?
Elfna. — Qut» el novio de Pepa.,
está preso... por celoso. (Risas),
¡Quién había de decir:... el mos-
ca muerta !
Doñfi Marin. — l'ero que ha ha-
bido ?
Elena. — Verán ustedes...
l'cpa. — < interrumpiendo). JSada,
señora. Hace tiempo que esto es-
taba por suceder. — Nunca faltan
atrevidos que le digan á lino cier-
tas cosas y le hagan proposicio-
nes... vamos... y como pI tiene es(>
genio así... que yo no sé de donde
lo ha sacado...
Eduardo. — Sí, huho... casta-
ñas ...
rcpa. — Así me han dicho... y
que está preso... y que quiere ver-
me... y que se yo...
Elena. — - Bueno ;
tiempo : vé, corre
rate muchacha.
liona Marta. — Xó,
pié). Amigo IjUcío :
nuaremos la i)ai-tida.
Th)n Lucio. — Como
])arezca señora.
Doña Marta. — Está refrescando
mucho y ya sabe usted que mis
acliaques... j'cpa, acompáñame.
Elena. — AI)ríjrato, mamá.
Doña Marta. — ÍKetirándose con
Pepa). Si hi,ja, si... (á. Pepa). Y á
ver si tienen más .juicio .v tratan
de evitar esos escándalos... (Hepa
retira el juego de damas).
Pepa. — Señora... yo ya le he di-
cho...
Eduardo. — íá Pepa). Sí, cuidad'-
con ese... que tiene muy mal ge-
nio.
ESCENA I Y
Ei,Ex.\, T)oH Lrcio y Edxt.xrdo
Elena. — ri l'ero usted no se ríe/
No le cansa gi'acia todo esto?
Don Lucio. — Si, la tiene.
Ehna. — Ese amor violento, qu ■
no pierdas
corre... apu-
ísjjfra. (Do
luego conti-
nsted i '
ruge y estalla en puñetazos .. E&
extraordinario.
Ednardo. — Y ridículo. !
Elena. — ri l'or qué? '
Eduardo. — (á Don Lucio) Ahí
tiene usted la herencia de los
tiempos lieroicos donde ha venido
á parar.
Don Lucio.- — ^\'ah^ más eso y
no...
Eduardo. — Sí; ya se lo que va
usted á decir: «los descreídos, los
que no quieren á nadie, los qiie
calculaíi»... Bah. Tienen razón.
Don Lvcio. — Jamás, r! Verdad,
Elena ?
Eduardo. — Sí. Esta .ya se sabe;
también mira á la luna...
Elena.- — Cállate. iiO que yo
quiero ni tú lo sabes, ni eres ca-
])az de entenderlo...
Eduardo. — Lo sé, lo sé: estás
esperando que venga alguno á de-
cirte arrodillado: señorita, yo la
(lino con delirio] Pero no vendrá,
])orque liemos i)rogrGsado mu-
clio... ri Cierto, Don liUcio? Fsted
es hv ilnica ¡)ersona que conserva
bi línea... J*ero con usted íio br.v
que contar... Me ñguro.
Elena. — Eso es: biirlate.
J)()n J.ucio. — Oh... Ale hacen
rnticlia gracia sus alusiones. (á
>Muardo). Qué quieres... Ya no es-
to.v á tiemi)o de retroceder y aun-
que ])udiera... no lo haría. Pero
tu hermana ...
Eduardo. — Si es igual. — Mucha
música, ñores, v... sombras chi-
nescas. Pero el sentido exacto de
la vida, las cosas como son, en fin,
el espíritu ])ráctico... r! para qué?
V usted tiene alguna culpa. Los
versos, como todas las cosas dul-
ces... indigestan.
Don Lucio. — Juventud, juven-
tud.
Elena. — No hables así. Ni soy
cbifiada ni soy romántica. ¿Aca-
so ya no se i)uede sentir ni pensar
sinceramente... honradamente?
— 43 —
Don Lucio. — tíien dicho. No
hay que renunciar al ideal...
Eduardo. — El ideal... Ideal... Si
fuera de Koubigant... menos mal.
Elena. — Eduardo: riqíié te pro-
pones ?
Eduardo. — Sencillamente : de-
cirte que no estás procediendo
hien.
Elriía. — ¿Y tú me lo dices?
Eduardo. — De mí no se trata.
Yo conñeso francamente mis as-
piraciones: llegar á donde pue-
da, por el camino más corto. ¿Có-
mo ni cuando, no sé. Traljajar no
tiene gracia : será algún hallazgo,
un hillete, una lieredera. No me
dejaré llevar por la correntada,
les aseguro. Antes que ser un
vencido digno de lástima, tomaré
por asalto lo que se iiresente. —
Pero tú, el espíritu en flor, jugan-
do á los novios como una colegia-
la sin pensar en que el tiempo pa-
sa y en que el porvenir,^desde la
muerte de nuestro padre, — no es
muy halagüeño que se diga...
Elena. — Sobre todo si cuento
con tu apoyo..
Eduardo. — Ya sabes que soy ave
de paso. ¡Mis viajes!...
Elena. — ¡Tus viajes... tus via-
jes !
IjiicÍo. — Pero ramos á cuenta,
(á Eduardo). ¿Cuántos novios tie-
ne?
Elena. — Ninguno.
Eduardo. — Dos.
Elena. — No es cierto. Acaso
puedo impedir que los liombres
miren...
Eduardo. — Pero... ¿para qué
negar si todo el mundo lo sabe.
El afán de los dos rivales consti-
tuye la nota de la temporada.
Don Ludo. — ¿Quiénes son?
Elena. — No haga usted caso ..
No es cierto... Nó.. .
Kd nardo. — ¿Qué nó? Mire us-
ted lo que he recibido hoy. (saca
vna tarjeta del bolsillo y lee). Pp.
dro líodrif/uez de ¡^alazar y Com-
j>añí(i. — Socied((d anónima. —
(rran rasa fundada en el año-.-
(Bueno, el año es lo de menos). — ■
Xef/orios en (jeneral. — Ventas al
por mayor. — (Y al contado) — Comi-
siones y arrendamientos. — Frutos
del País. — Compra venta de pro-
piedades.— -Préstamos sobre hipo-
tecas... etc., etc. (Este es el mem-
brete).., saluda á su amigo Eduar-
do del Campo y le manifiesta : (dos
puntos) que hoy á las 3 p. m. irá
por su casa de usted para hablar
de negocios y á saludar á su ma-
má y señorita liermana, á quien
le pide ofrezca mis respetos.»
Aquí hay mucha intención.
Don Lucio. — Y ])oca gramática.
Elena. — ¿Qué negocios tienes
tú con e.se señor y compañía.
Eduardo. — Yo no debía decir-
te... pero es mejor que lo sepas. —
'llenemos una hipoteca encima v
en estos días se vence. Pero con
Kodríguez hemos de arreglar.
Además, proyectamos un viaje á
Europa, pues yo le he ofertado
mis servicios para alguna comi-
sión comercial. — Para algo son los
amigos.
Ele 11(1 — Comprendo, comprendo.
J)on ]^>ici(>. — r.\ el otro... quién
es ?
Eduardo. — Ali... el otro es más
reservado y prudente. — Aboga-
do... sin chapa. — Pchss... Vu mo-
zo bien... pero escéjjtico. — Me pa-
lece que no se casa si no hay...
(seña de dinero). ¿Comprendes?
Elena. — Eduardo.
Eduardo. — Vive ahí cerca. Y
parece que le gusta la vecindad,
por que está edificando... ¿no
vé?... Suele venir por aquí. — Se
llama...
Elena. — Eduardo, Eduardo. . .
Edvfirdo. — Para qué andar con
rodeos... Alberto J.iaguna ; ya
está .
44
EIriKi. — Só, lió, don Lucio...
lio crea.
Don Lucio. — Hien ; jih' parece
muv l)ieii. (Oyese el eco de ulgunau
voces que tararean wiiix canción popu-
lar que se indicará : cesand:) des-
pués unos instantes mientras conti-
núa el diáloíTo). (Pep.i hace mutis
por el foro).
Eduardo.- — (á iiilena) \'es como
estoy enterado? Uno se insinúa,
pero el otro. éste, (golpea la tarje-
ta) no sabe perder los minutos y
ataca de ñrme. — La verdad : pre-
fiero á los que atacan. Calcule us
ted un hombre que ba amasad )
una fortuna con los puños, se vá
á andar ahora con romances. Ata-
ca con la seguridad de los fuertes,
de los que se imponen y triunfan
porque tienen voluntad. Es de los
que llaman «profesoi-es de ener-
gía». Ya se que no es tu tipo...
talvez porque traliaja demasia-
do...
Elena. — Xó,- i)or eso iió... es su
única virtud.
Eduardo. — ... pero ¡qué dia-
blos! el amor no debe ser muy
exigente hoy en día... Un brazo,
firme, un aliado fuerte, un víncu-
lo afectuoso... hipara qué más?
Elena. — Lo oye usted, lo oye.
Es indigno.
Eduardo. — Soy como todos: ni
bueno ni malo. Hay que vivir la
vida como es .
Don Lucio. — Egoista, prosaica.
Eduardo. — Así... así... una pro-
sa rimada... cuando mucho. ^ — 'A
Elena)) Convéncete, los que más '.a
■cantan, son los que menos la sir-
ven. Ahí tienes á Don Lucio. Por
mirar arriba, ni siquiera tuvo la
oportunidad de casarse.
Don Lucio. — Tienes razón. Pero
deja á tu hermana que haga su
gusto. Ya hablará su corazón...
Eduardo. — Pues no se vá á ca-
sar nixnca.
Don JjUc'io. — Cuántas... por ca-
sarse... se suicidan. AJira. no se
por qué. pero cada vez que veo
una esquela de invitación para
una l)oda, me impresiona, iiorque
me parece ver grabada una cruz
misteriosa sobre los nombres de
los prometidos.
Eduardo. — Una cruz. ' ■•
Don Lucio. — Sí, una cruz.
Edua rdo. — La niegra.
Don Lucio.— No te rías.— Hay
algo impalpable que se ha soñado,
que nos ha sonreído, y que ese día
muere para siempre.
Eduardo. — Está tisted muy fú-
nebre.
J)on Lucio.- — ... <(No son los
n'.uertos. los que en dulce calma,
la paz disfrutan de la tumba
fría...»
Ed ua rdo . — (Interrumpiendo) ^; Y
usted ])or qué no se casó?
Don Lucio.— Vor que no cons-
truí á tiem])o. Me lo pasé cantan-
do y cuando quise reaccionar vino
otro más fuerte y más práctico...
Eduardo. — Sí : penche y mesa
limpia. (Oyénse nuevamente los can-
tos de los obreros).
Don JjUcío. — Ya te lo he dicho:
Yo también equivoqué el camino.
Pero se pueden conciliar las dos
cosas.
Eduardo. — Me parece mity di-
fícil.
Don Liicio. — -r; Por qué? Escu-
cha, escucha: ó Oyes esos cantos?
Eduardo. — Sí, ¿y qué?
Don Lucio. — Son unos obreros
que trabajan en la construcción
de al lado. — Ya lo ves : edifican
cantando. — Así quería ver un filó-
sofo á la humanidad. — ^; No te pa-
rece un bello símbolo?... .-iNo es
hermoso ?
/!/(/imrí/o.— Habrán l)ebido. — Y
además tenga usted en cuenta
que construyen para otro, talvez
para algún señor afónico. ¡ Quién
sabe si ellos fueran los dueños!...
Don Lucio. — Eres incorregible.
— 45 —
Página artística
BAJANTE
Nesíativii de O. 'ráli<-t'
4íi
KhiKi. — Sí, pierde usted el tiem-
po predicándole. — Es caso per-
dido.
Eduardo. — No tanto. — Miro las
cosas como son y por lo menos si-
^o mi camino. — En cambio tii no
sabes cual elegir... Se van á can-
sar de esperarte y entonces...
Hlefí<i. — ri Otra vez 'f
Kdutirdo. — Sí, otra vez. — No es-
tá bien lo que haces. O uno li
<)tro ; ó Kodríguez ó Laguna. —
IjO de ayer en el Prado fué ridí-
.«■nlo. r. Sabe usted lo que pasó ?
Don Lmiu. — ¿()né?
Elena. — Harás que me vaya.
A'di/í/rí/o.^ Figúrese usted que
luimos á la batalla de Hores. —
Para que veas que no soy egoíst;i,
te diré que iba oiguUoso, si señor.
—A cada ])aso oía exclamar :
"Che, mira la de Del Campo»
<(¡Qué budín \» So faltó quien di-
jera: (da romántica». Como no
faltó quien siguiera al coche.
Elena. — Kduardo, Eduardo.
Eduardo. — Dos caballeros, muy
•conocidos, que suelen venir por
aquí, solicitaban un ran:o. EUa .s<^
quitó uno que lleval)a sobre el j^*--
-cho y... ahí va eso. — La gente se
fijó y vio que los do, se inclinal)an
ií recogerlo... y que hal)lal)an y
discutían. ^:Tú sabes quien quedó
con él y
Ehna. — 'Con ansiedad; ^iQuién-'
Eduardo. — No sé, no ])udimos
verlo.
J'Jditardo.—Voro esta carta. En
fin. til tienes la (iili)a. Seguro que
no ha ocurrido nada, pero de
i'ualquier modo es ridículo. 'A don
Lucio). ^:Kecuerda usted lo que de
<-ía hace un momento sobre el pu
sado'-" Hueno : lo que es nosotros
no vamos á tener que decir: aquí
fué Troya. — < A Elena ). .\quellas
Helenas eran con Iridie, .\hora \:\
gente no las toma por la tremen-
<la y la ca])a y la espada han sido
ísustituidas por la astucia.
J)oii JjiicÍo. — «Todo lambia, to-
do iiasi. como la.t n.iibes del ciclo,
como Jti.f aiiua.s que corre7i...»
Eduardo. — Hah... bah... Me han
liedlo ustedes charlar más de lo
que acostumbro. — (A Elena) Y al
fin y al cabo, quien sabe no tienes
razón. — Cualquier día vas á estar
como ahora y sentirás de pronto
por entre el follaje, la voz del
amado que como Fausto te llama-
rá cantando: <<Elena... Elena...
Elena... Elena» 'Tarareü el motivo
de Meflstófeles). (Siéntese el sonido
de unii ( orneta de automóvil que lie-
ga frente á la quinta.) ^;Oyes?
Elena. — riQíiéP
Mduardo. — Mefistófele... en au-
tomóvil.— Mira si es puntual: las
tres. (Elena hace un movimiento co-
mo para retirarse). Nó, no te va-
yas, espera. Aj)rovecha y decide.
[ ESCENA V ;
Dichón ¡I Rodríguez ok S.\IíAZah
l>or el foro i
l'odríijucz. — <Con afectada cor-
dialidad) Felices tardes, señores.
Eduardo. — Hola, amigo mío. Es
usted exacto como un cronómetro.
Bodríijuez. — Veo que ustedes
me esperaban. (A Elena saludando
la) ,;Cómo está usted, señorita...
Se siente usted bien de salud,
eh?... r.X su mamá de usted?
Bien ? Ya sabe que me intei'esa.
Elena. — (xracias.
líodríijuez. — Ah, Don Lucio!
(saludándolo). Siempre guapo, eh?
Me alegro mucho ; la salud es lo
primero... (Pausa). Pues, si señor:
r.Con que todos buenos eh? ;i
Eduardo) .;líecibió mi carta?
Eduardi). — Sí. Por eso lo espe-
raba.
I{<:driiiucz.- — (Pansa) Está bueno,
está bueno. Si señor. (Después de
una pausa, saca una ?ran cigarrera
y ofrece con prosopopeya). "[Tn ciga-
rro, tr«'s equis ])uro. De estos no
47
hay en plaza. Yo los recibo direc-
tamente.— (-Lie da uno á Eduardo).
Eduardo. — (iracias.
Undríguez.—i^ I>on Lucio) Tome
usted, verá que ceniza.
Don Lucio. — Agradezco ; ni
fumo.
liodríyucz. — -(Hacundo una cajita
de bombones) Señorita... unos cho-
colatines. Sírvase con confianza.
No hay que fijarse en la canti-
dad... sino en la calidad.
Hjhiin. — Sí... gracias. (Pausa).
líodríiiiicz. — Si, señor, está bue-
no.— Por mí no interrumpan la
conversación. Talvez trataban al-
go interesante.
Eduardo.- — Hahlábamos de cons-
trucciones. Don Jiucio me hacía
notar aquellos obreros que edifi-
can y cantan al mismo tiempo.
Decía que era un símbolo. r.Qué
le ])arece ?
liodríijut'z. — No, no, no. — O se
edifica ó se canta. O se canta ó se
edifica. — Primero la obligación y
después la devoción.
Don Lucio. — Es que en este
caso...
Rodrií/niz. — Todo lo que usted
quiera... Pero lo que es yo no ha-
bitaba esa casa. No señor, -i Qué
dice usted señorita!-'
Klciia. — Nada.
l'odiíijucz. — c Está usted pensa
rlora... ó pensativa!-'
Khno. — No, distraída.
/)oii ]jiirio.—i'^i-eTcá,ndoi<e á Ele
na) Y nerviosa. N'amos : eso no
está bien.
Kdintrdo. — Y todo ))()r una le
tra.
Liodrí<i\tiz. — r. Cómo 'f
Hdiuirdi). — Si le dábanu)s bro-
mas con la Helena griega, por la
cual destruyeron una ciudad.
J'odriyuf'z. — ¡ Qué bárbaros!
(Don Lucio queda junto á Elena y
Eduardo con Rodríguez. — Los diálo-
gos siguientes han de ser simultá-
neos).
Eduardo. — /-iQué tal esos nego-
cios ? Siempre adelante.
liodrUjuvz.—^i. Si, Sí...
Eduardo. — ^iHa meditado bien
lo del viaje !- Yo creo que le con-
viene.
llodríf/urz. — Sí, amigo mío, hoy
se resolverá todo !
Eduardo. — (Palmeándolo). Oh ...
usted es hombre de empresa y ha
de salir bien...
Don J. lirio. — No te preocupes,
hija...
Eh'U'i. — Es que ya me voy can-
sando de so])ortar ironías.
Don Xi/c/'o.- -Hueno, bueno ; bay
que esperar.
Elena. — Esjierar ... esperar ...
Siempre lo mismo!
(Se oyen nuevamente los cantos de
los obreros. — ■ El ex-o se escuchará por
breves instantes) .
Don Lmvio. — ¡Oyes, Eduardo!
Otra vez los cantos.
Eduardo. — \ amos á escuchar-
los, porque tengo que salir... Has-
ta luego, señor Rodríguez.
Don Lucio.— Si, te acompañaré
por que tengo que salir... Hasta
luego señor Rodríguez.
l{odrí(/ucz. — Que usted lo pase
l)ien.
Elena. — (duplicando). Don Eu-
cio... yo quisiera decirle.-
Don Lucio. — N'oheré más tar-
de. Ha quedado pendiente la par-
tida.
Elena.— Pero aliora... /■; Dónde
vá usted ?
J)on Lucio. — (Ketirándose con
Eduardo).
"A mis soledades voy
De mis soledades vengo.
Porque para andar conmigo
!Me bastan mis pensamientos...»
(Quedan Elena y Rodríguez de Sa-
lazar en primer término y don Lucio
y Eduardo cerca del foro, mirando
hacia la construcción y simulando
diálogo. — Cada vez qu« se produzcan
- 48 —
pausas violentas entre Filena y Ko-
dríguez se oirá como un mvirmullo
del diálogo de Eduardo y don Lucio).
UiHÍríinicz. — mespués de una
pausa) Si, señor. r.Vor qué está us-
ted tan seria !'
T-J/r/ia.—r; Yo?
liodríaui-.. — Sí. usted. (Como \n
piropo) Las caras bonitas se des-
componen cuando se arrugan.
Khnti.' — Es que... ya soy vieja.
l{:)(lrí(juiz. — \' ieja... (Acercándo-
se insinuante) ^ a quisieran mu-
chos... y sobre todo algunos que
usted conoce... y que la estiman..
si señor la estiman... la apre-
cian... .V algo más. Saca una ?ran
(artera) ,;Sahe usted lo que tengo
aquí y
EJiHti. — Dinero
l'otliífiKtr.. — Es cierto; hay va-
lores muy importantes, c(mio para
hac'-r temblar la Bolsa. Pero hay
algo que... (Mostrando unas llores
rojas) :Mire usted...
KJiiiii. — Ah... las flores... las flo-
res ... ,: T'stí^d 'r
líii(lií<iiii'z. — Sí, yo... Ya las vé,
bien guardaditas. Esto quiere de-
cir algo.
Klrna. — Si, si, comprendo.
lioilr'niut'z. — l<;s claro... J.as
guardo porque son suyas. ,-: Qué le
j)arece !■'
h^lriut. — ;, \ si se i)erdieran ?
(Pausa).
Ifotl lid iicz . — (Insinuante) Si us-
UkI quisiera, yo sería capaz d-
niuclias cosas. — x\o encontraría
palacio digno de usted...
Elrim. — Yo... no sé... quiero de-
masiado mi casa : mis flores, mis
pá.iaros. Aquí he vivido...
l{(nlríi/urz. — Eso es lo de me-
nos. Klores, pájaros, ñeras... co-
lecciones ni agn incas, las compra-
ría . . .
El f lia. — Pero... no serían estos
líixlrítjiu'z. — Bah... no importa.
(Pausa. — Alberto Laguna llega
frente á la verja y saluda á Eduardo
y Don Lul:ío, simulando diálogo).
llodríi/urz. — .-i'roca usted mu-
cho el piano? ,
Eli'ri'i. — A vece.
l'oílrifiiirz. — E; claro... eso can-
sa. Si usted quisiera... no le falta-
rian, i)iaiiolas, ai'istones... Yo soy
loco i)or la miísica. (Pausa). Si us-
ted su])iera qué triste es la sole-
dad!
EJruii. — (Con ironía y acongoja-
da). Si, triste... muy triste... muy
triste.
(En este momento ve á All)erto que
la saluda desde el foro).
lí:ii]rí<iinz.—Se ha emocionado
usted con mis ])alahras.
Ehiiii. — No. no.
l'oihíí/iirz. — Yo no quise tanto.
(Toma la cajita de bombones de arri-
ba de la mesa) Tome usted... prué-
belos, le van á agradar.
Elena. — (Después de habr mirado
con insistencia á Alberto, que trae
un ramo de flores rojas en la houton-
i.ierc) Escuche: esas flores no son
las del ramo que yo arrojé. (Don
Lucio se despid? .v hace mutis por el
foro, izquierda). |
Itodríijiiez. — l-'ej.-o como nó . .
Estoy bien seguro.
EhiKi. — Ahora yo también estoy
segura de que no son.
Eduiirdo. — (Hablando hacia la iz-
quierda) Cuitlado J)oM Lucio, no
vaya á pasar bajo los andamios!...
rlQuéy... Si, es ¡rttatura, já, já...
l'ddríf/iicz. — (A Elena) Pero ex-
pliqúese usted.
Ele 11(1. — No ve...
Alhi'rfit. — (A Eduardo) Deseo sa-
ludar á su familia.
Eduardo. — Si, pase, pase.
h'adríf/iiiz . — Pero. . .
Elena. — No tiene usted ojos pa-
ra ver y
— 49 —
KSCKNA MI
Ki.ENA, Rodríguez de Salazar,
Eduardo ;/ Alberto
-liberto. (Saludando á Elena).
Muchísimo gusto.
Eduardo. — ^ Ustedes se cono-
cen ':"
liodrujucz. — Sí, de vista. rMwé
casualidad encontrarnos ahora...
eh?
Albrrto. — (A Elena) ^; Melanco-
lías ?
Kduardo. — Bah... Mi hermana
se preocupa por cualquier cosa.
.iUtcrfo. — Las ilusiones, la qui-
mera.
Eduardo. — Eso: Y al fin y al
cabo, las ilusiones son para el al-
ma de las mujeres como los polvos
que llevan en la cara : concluye!!
por caerse, mostrando las arrugas
Y los suicos que deja el tiempo.
Es mejor no usarlos.
.Ubcrto. — Filosófico está.
Eduardo. — Tengo mis -caídas. (A
Rodríguez) ,;Qué le parece?
RodrUjuez. — Eso no está bien.
Edua rdo. — ¿ Po. qué ?
ItodrUjucz. — Por que... se me
ocurre que... en broma, es cla-
ro!... las ilusiones son rosadas... y
los polvos son blancos. (Risas).
Eduardo. — Tiene gracia. Bueno,
mis amigos, ustedes me dispensa-
rán por linos instantes. Vengo
en seguida. (Se dirige á las hahita-
ciones).
Elena. — ¿Vov qué no pasan?
Mamá está ahí.
Rodríímez. — Después iré á salu-
darla, sacando un gran reloj) por-
que á las cinco sin falta tendré
que ir ai Banco. Una operación
importantísima.
Alberto. — Está tan hermoso
aquí.
Eduardo. — (Despacio á Kodrí
guez) Y piense usted en nuestro
asunto.
Uodt'mncz. — 1' lerda cuidado.
(Eduardo, mutis por el chalet).
ESCENA VIII
Alberto, Rodríguez i/ Elena
iÍ0(/ríí/i/*2. — ( i^espués de una
pausa bastante viólenla). Está bue-
no, si señor.— Si señor, está l)ue-
no. (Pausa) (Sacando nuevamente la
cigarrera), ^i Quiere usted un ciga-
rro ?
.liberto. — Gracias.
Uodr'ujuez. — l'res equis... pu-
ros. De estos no hay en plaza.
Alberto. — Gracias, no fumo.
Rodriiinez. — Si señor, si señor,
está bueno. (De pronto á Elena)
Ahora me explicará usted...
.liberto. (Interrumpiendo) Ele-
na : le debo una disculpa. — Ayer
no tuve oportunidad de acercarme
para agradecerle sus flores.
^7,.;,í/.— (A Kodríguez). Vé, todo
queda explicado.... Estaba usted
confundido.
Rodríf/iiez. — Nó, la de la confu-
sión es usted por que ignora lo
que ha ocurrido. Saca la cartera y
muestra las flores). Estas son autén-
ticas...
Elena. — No es posible.
Itodríf/uez. (Señalando las que
tiene Alberto)... Y esas también.
Elena. — r.Cónio? ó Qué dice us-
ted?
Al b lito. —Cierto. Algo inespera-
do, inevitable, ridículo, si usted
quiere, pero...
Elena. — No comprendo.
Rodríguez. — Verá. verá. Cuan-
do usted arrojó el ramo, este jo-
ven se apresuró á recogerlo. — -Pero
vo (tocándose el párpado) qvie no
me pierdo de vista, reclamé mi
parte. Al principio discutió, pro-
testó, pero como nos asistía igual
derecho y se trataba de personas
cultas...
Elcmt . — r. Qué ? (Con ansiedad)
Diga pronto.
50 —
líoiliíf/uez. — .Pues... Yo le pro-
puse una transacción : la mitad
para cada uno. Ahora usted resol-
Acrá.
FAn\u. — r;Es cierto?
Alberto. — l'erdóneme. Yo no lie
querido provocar esta situación
forzada... y violenta. Fué un mo-
mento de vacilación y de duda.
r,l'nr<i (/lié producir una escena,
pnra (iiir? Le aseguro que esta
tarde he venido sin ánimo precon-
cebido y sin i)resumir estas expli-
caciones que soy el jirimero en la-
mentar.
KJvna. — Basta, basta, basta. No
tiejie usted por qué disculparse,
ni usted por que insistir. Yo no
he arrojado ese ramo. Será de otra
persona.
Ihxlríijurz. — ^:Qai'' broini-^ta, cii r
Kstos dos ojos ]() vi<>ron ])erfecta-
nu'nte.
fíh'ini. — Nó, nó. Ao he sido
,v<) — no puedo lial)er sido yo. (A
Alberto) ,; Verdad, que mó:--
liodríf/ucz.—Feco, si lo llevaba
usted sobre el jiecho. Vamos, i'stoy
tan seguro como...
fílniít. — lie])ito que nó. íPuusa).
Fsted, Alberto, nu^jor que nadie
me conoce. Usted que me ha vis-
t<) cuidar estos rosales con mimo,
con ternura... Nó. no puede ser...
(Transición) V„ sé que ya no creen
en estas cosas. Fsted, transa sus
negocios, usted sus pleitos, y to-
do lo conciliaii, todo lo reparten.
to(h) lo calculan ; hasta el amor.
• Alberto. — Elena,.
FAenu. — Sí, hasta el amor. J{e-
cién me doy cuenta. Para qué
sentirlo intensamente, dominador
y exclusivo? rForo tpié, verdad?
lioilríf/itfz. — Parece que habla-
ra usted en verso
Klenn. — ¡Para qué!... Esa es
la frase cruel, con que ustedes en-
frían el alma, rompen el encanto
de las cosas inefables; ahogan, sí,
ahogan todas las vibraciones del
espíritu ; las más puras, las más
nobles, las que sólo reclaman un
poco de luz para vivir la vida...
(Con emoción).
.l/b(ríí>.—¡ Vivir la vida!... Si
se pudiera !
LlndrUiuez.—]^^ claro que se
puede. Que se vá á vivir enton-
ces... r;la muerte?
1/í,,. río. —Pero reconozca usted
que el delito— si lo hay— es de to-
dos. Fas cosas son así.
/<;/^,„„.__No son así.— Las hacen
ustedes porque piensan los senti-
mientos.—.; Quieren que también
])ensemos nosotras.-'
í?oJr/;/./f3.— Yo no comprendo.
Todo esto por una tlor.
l,;^,,f.f(,.__Elena: usted exagera
los hechos y su imaginación le ha-
ce perder el sentido exacto de las
cosas.— Más de una vez, cuando
hemos hal)lado cordialmente en
este mismo sitio, le he reprochado
su excesiva confianza, su optimis-
mo, casi diré... Su ingenuidad...
yjenu.--í^ó... Si esta es la últi-
ma... de mis sinceridades. No lo
puedo remediar. Soy... como soy.
Ya se que me habrán juzgado
desequilibrada...
Itodríunez.— No tanto, no tan-
to. Fn poquito novelera.
ljl)f.,t„, .^Yo también en la
adolescencia, padecí del mismo
mal ; pero unas cuantas lecciones
rudas y cn\eles, me han enseñado
á aquilatar fríamente las circuns-
tancias.—El amor, es á veces una
eiiferniedad. — Si dejamos al cora-
zón que hable libremente ; si de-
rrochamos todas las emociones en
el primer impulso, puede conver-
tirse en nuestro peor enemigo. —
Puede ser el pordiosero del alma.
No es mejor proceder cuerdamen-
te y aliorrar en la primavera para
cuando venga el frío, con todo su
cortejo de nieblas, estar á cubierto
de sus rigores?
Bodríiinez. — Es claro. El aho-
— 51 ^
Página artística
REOUKRDOS
NejíJitivo «le O. Tálice
— r»-^
iyj —
no... es la lia;?e de todo. VA (\\\y
nada j^iiarda, nada tiene.
Kh'na. — Ya veo que están muy
cerca uno del otro. Hay que cal-
<"uiar bien las prohabilidadíís...
pesar... medir.
Alhcrtn. — Es usted un poco in-
justa. Cierto que hoy un conjun-
to de detalles se lian conjurado
como una acusación. Pero hay qu.'
vivir con la época. Las furias pa-
sionales, quedaron para la novela
y para el teatro. — Ya vé iisted :
yo que varias veces he arriesgado
la vida en lances personales, por
un suelto político, por una ironía,
por una palabra, me vería cohi-
bido de hacerlo por cuestión amo-
rosa .
h'(>(hí</u(z. — Yo igual.
AUx'rto. — Y es que en los otros
casos se va á la ludia, no poi-que
se crea que es el único medio de
reparar agravios. Se vá porque
los demás lo mandan, lo quieren,
lo exigen. — El dilema es brutal:
ó se mantiene el brazo firme y la
caheza erguida ó lo desalojan sin
compasión, en medio de la indi-
ferencia y el desprecio. — La vida
es así. Convénzase usted...
Elena. — Si, si... No hable más.
Comprendo que se luche por cosas
que interesan. Comprendo que he
vivido en un mundo muy distinto
al de ustedes. Tiene usted razón,
ahora me doy cuenta. Ha dicho
una verdad inmensa... lo desalo-
jan, si, lo desalojan...
Alberto. — ¿De modo que no me
guarda usted rencor?
Elena. — J\o... ahora no. (Con
desdén) Si supieran ustedes lo que
he aprendido en un sólo día se
quedarían asombrados !
liodríffuez. — Pero vamos á ver.
hablemos claro.
Elena. — Eso es, hahlemos claro.
Rodríguez. — Es necesario con-
cretar. Ya saben ustedes que á
las CUÍCO me esperan. (Vuelve á
;;;iciir el reloj).
Elena. — Ah... y no vaya usted
á faltar. Ya sabe que lo desalo-
jan, si. lo desalojan. Únicamente
que se tratara de cosas sin im-
portancia... de afectos ...de sen-
timientos... de amor... Entonces
no hay peligro.
Alberto. — Vuelve usted á ser
injusta.
Elena. ■ — No, muy razonable.
ñ. Dónde se ha visto que por amor
se sufra, se llore, se luche hasta
el sacrificio... Usted lo ha dicho:
únicamente en la novela y en el
teatro.
.liberto. — ^Ah... esa imagina-
ción.— Don Lucio es el culpable...
Todos hemos pasado por esa crisis.
Elena. — Sí... yo también... ya
pasé. — Es claro, él siempre me re-
petía : cada mujer es una lira y
á los hombres superiores debe im-
portales mucho que lo sean.--
¡ Los hombres superiores ! ¡ Pobre
amigo mío! No darse cuenta que
hoy las liras son cosas, objetos.
Mírenlo, ahí llega...
ESCENA IX I . - .
Dieho.s 1/ Don Lucio i>or el foro
Don Iauío. — Como disfrutan
ustedes de la tarde apacible. Han
buscado el rincón máj delicioso
para charlar á gusto.
Elena. — Llega usted á tiempo
para sacarnos de una duda y para
resolver con su experiencia un
problema...
Alberto. — (Me figuro que no va
usted á enterarlo).
Don JjIkío. — ^;Es muy grave F
Elena. — Yo creo que si... ¿ver-
dad ?
Don Lucio. — Vamos á ver.
Elena. — Figúrese usted : un
pleito original. — Hubo una vez
una mujer ...
53 —
]>on Lucio.— r,V ero es un cuen-
to y
J<]l,'n(i. — ... hubo una vez una
mujer de quien dos caballeros so-
licitaron un ramo de flores...
Don Lucio. — Ali... ya entiendo.
yjfna. — ... que fué arrojado...
como una ofrenda... Uno de ellos
lo recogió, pero como otro tam-
bién lo reclamaba, á ñn de evitar
discusiones inútiles... ¿verdad?...
lo repartieron por mitades, lia
casualidad los reunió después, pa-
ra conocer la intención del home-
naje... Aquella mujer no supo que
contestar, pero consultó con un
amigo muy viejito que pasaba por
allí (abrazando á Don Lucio) y, co-
mo éste la queria de verdad, le
contestó ... le contestó . . . que . . .
¿qué fué:-'... qué fué lo que le di-
jo? (Pausa).
Don Lucio. — Al principio quedó
sorprendido, nuly sorprendido...
Era aquello tan nuevo y tan ex-
traño?... Pero después se acordó
de Salomón, que siendo mucho
más viejo y más sabio, ya había
resuelto un caso parecido
liodriijucz. — ¿ Cuál ?
Don L>uio.—YA de t-os mujer^^'s
que dis])utaban por un niño, di-
ciendo que era liijo suyo. Enton-
ces el arbitro, procediendo sabia-
mente, ordenó que se partiera en
dos á la criatura. ¿Qué sucedió?...
Una de las mujeres permaneció
impasible, pero en cambio la ver-
dadera madre, protestó, lloró, gi-
mió, consintiendo por líltimo que
lo llevara su rival, antes de ver
sacriftcada á la criatura. Pues
una flor dada por una mujer, pue-
de ser como un latido de su alma.
Si dos la disputan
AVí'Hfí.— -Sí... ¿qué se hace?
Don Lucio. — Se divide como al
niño en dos partes y se sabrá cual
es el verdadero dueño.
líodríiivcz. — Miré que gracia...
ya está partida.
Don Lucio. — Ali... entonces no
era para ninguno porque ningu-
no de los dos la (juería... Al re-
partirla, mataron lo mejor que
había en ella y por una cosa muer-
ta no vale la pena discutir... (Di-
rigiéndose al chalet! Si ustedes me
permiten voy á continuar una
partida que hal)ía quedado pen-
diente... ¿Qué tarde más linda.
eli?... Con permiso- (Mutis por el
chalet).
^.. ESCKXA X
Ei.ENA, Alberto y IIodriguez d<'
S.XLAZAR
Klen.t. — (Después de una pausa).
¿ Lo oyen ustedes ? No vale la pe-
na discutir.
Bodrujucz. — Sí. vale la pena,
pero hablando sin rodeos. A fran-
queza nadie me gana y tengo
aprendido que en todos los asun-
tos de la vida se debe ir al grano.
Señorita : Usted conoce mis as-
piraciones, las cuales espero rea-
lizar— ¡ Dios mediante ! Y si \is-
tí>d no se oi)one. rlQué hago con
estas flores ?
Ele no. — (Gesto de confu-sióni Yo...
no sé.
Alberto. — Dígalo usted. • Hace
un momento hubiera considerado
ridicula esta excusa. Ahora... tam-
bién me interesa saberlo.
Elena . — Pues bien, verán uste-
des como algo he aprendido. — Se-
ré completamente razonable. Dé-
me usted. (Toma las flores que Ro-
dríguez tiene en la mano) Y usted
también. (Toma rápidamente las
que Alberto lleva en el ojal del saco
— Después las tira al suelo). Esto va
no existe. Fué algo que pasó y que
no tiene importancia.
Bodrifjuez. — ¿Qué ha hecho?
Alberto. — Pero...
Elena. — Un momento, un mo-
mento. He dicho que seré com-
— ól
pletamente razonable. (Va hasta el
rosal y arranca una rosa). Aquí liay
otra flor. riLa quieren ustedes ^
Hodríf/ucz. — ^Sí.
Elevo. — l'ues para ol)tenerla
liay que llegar muy alto, muy al-
to... porque 'se 'a coloca en el peloi
hay que llegar liasta aquí.
l'odrífpiiz. — ri l'ero cómo!'
Alberto. — Klena !...
Elena. — Nada de frases, gestos
]ii actitudes- (A Alberto). Recuerdo
sus palabras: (¡Hay que vivir coi;
la época ; las furias pasionales
quedaron para la novela y par:!
el teatro». ;()li!... Voy á resul-
tar una discípula muy aventaja-
da! Ijas mujeres sabemos apro
vecbar muy bien las lecciones que
se nos dan, por dolorosas que-
sean.
líodrítjurz.- — Otra vez la misuia
confusión. — riQné liemos de hacer r
Discutir, luchar...
Elena. — Sí. luchar... Cada uno
con sus armas, como si se tratara
de una de tantas cuestiones que
•Á diario les ])reocupan. — Será -una
justa moderna. ^A Rodríguez), f.^..
ted. la voluntad de liierro, que
vence todos los obstáculos á fuer
za de rigor, el bomt)re práctico
que todo lo conquista ; continúe
la pirámide de sus éxitos, amon-
tone oro, mucho oro... y... quii>n
sabe. Y en cuanto á usted fá Al-
berto) recuerde sus palabras: el
t)iazo ñrm(> ... j)orque sino lo
desalojan en medio de la indife-
rencia y el desi)recio...
l\0(hí(iiie'.. — r, V des))ués ?
EJiua.- — 'Con afectada gravedad)
Después ... resolveré. — JVnsaré
fría y juiciosament;' lo que más
convenga, meditaré todas y cada
una de las circunstancias, calcu-
laré las pral)abilidades y enton-
ces... decidiré. — Hay que llegar
muy alto. Seré una mujer digii<i
de ustedes, r. Aceptan P
Ttndr'uni'z. — Kxagera usted un
]í)co y i)lantea la cuestión en tér-
minos... así... pero acepio. JVle
gusta más la lucha tranca y ain
tapujos, aunque ])areKca grosera,
que esa comedia sentimental dig-
na de chicos de colegio. — El amor
viene después, con el trato... con
la vida en común. (A .Uberto). ¿Y
usted que dice?
Albnto. — Vo... estoy sorpi'eti-
dido.
l'(>(lri<jiiez. — Sí, también acep-
tará, l)es])ués (le lo ocurrido hay
(jue llegar á una solución. Bien,
perfectamente bien. Al fin hemos
iial)lado claramente. Ahora sabre-
mos á que atenernos. ;Y cuando
decidirá usted y
Elena. — Ali... el ])lazo corre de
mi cuenta. Tengo que hacer vida
nueva : lazonar, calcular, medi-
tar friamente ...rlHan A'isto uste-
des (pu' sencillo es todo esto?
¡t<)(Jfí(Hii ~. — .\liora estoy cí)p-
tento.
Khna. — Y yo también alegre...
muy alegre... muy alegre... ('"on
tristeza).
KSCF.XA XI ¡
l>¡(hiis 11 Tki'.v j>or el foro
l'i ¡xt . 'Entrando apresuradamfcn-
tc) Señorita, señorita.. .
Eleiiii. — Ah... I'epa. ;
1'i¡)'i. — ... J'erdonen... i
Elena. — Habla.
¡'i'l)ii. — .\\\... Si usted supiera
lo que luí ocurrido. ¡ Un escándú-
lo ! Esc hombre cualquier día va
á hacer una barliaridad ; los celos
lo tienen ])eidido... perdido.
Elena. — ril'ero... qué hizo?
J'ejia. — Aada... una zoncera...
Cuando supo qiU' Don ^lelchor me
])erseguía y me hacía proposiciones
.sr h fué al h finio, ciego de rabia,
lo provocó, lo insultó y armó nii
escándalo, llegando ha.sta pegarle.
.\h... está hecho una furia. Y tie-
Oí)
lie razón, porque el otro bien sabe
qHo yo le he dado la palabra...
KlciKi . — r, Lo viste ':'
Pppa. — 8í, y lia llegado liast'
anuMiazainie. . Kstá Ioíu y el lí.'
menos pensado... Yo no sé.
Elena. — ¿Y tú... Jo quieres!-'
l'cjxi. — JSaturahnente... Por es',>
lo atiendo. Ali... señorita, si us-
ted quisiera, i)odría arreglarse t(i-
do esto...
Kh'iKi . — r. Casándose 'f
Viixt. — Sí... ó de otra manera...
por que sino esto vá á concluir
mal. El tiene ese genio así, que
yo no sé de donde lo lia sacado...
?]l<n(i. — Vé... liahla con mamá.
I'riiii. — (Hetiráudose) Donde va-
mos ú })arar... Esto no j)iiede se-
guir así... porque cualquier día...
con ese genio... no faltaba más ..
(Mutis por l¡i derecha).
ESÍJEXA A 11
Dichos ntcnox J'ep.v, (h's¡ni<''.a
EnUABDO
nos vá á trastornar á todos. ¿Y
se puede saber ?
Ifodríi/itez. — Ya se sabrá. (Acer-
cándose). Por lo pronto he medita-
do bien las cosas y me parece que
su viaje se realiza... Ifuede us-
ted efectuar una comisión venta-
josa para... los dos.
Eduardo. — r^ Por qué no pasa
aquí y hablamos del asunto ?
l{odrí(/iiez. — Sí; y al mismo
tiempo trataré con su mamá de
algo que le interesa. Hemos de
arreglar el asunto... (Sacando el
reloj) Ya es algo i-arde pero tengo
tiempo. (Sube la escalinata).
Eduardo. — (A Elena) Mira, po-
días darnos un poco de té.
EJi'iitt. — (Kncaminándose al cha-
let) Sí, voy.
Eduardo. — (Muy ¡Uectuoso con
Rodríguez) Pase, pase, amigo mío...
Sin cumplidos. (Amlos hacn mu-
tis por el chalet). - (Elena va á subir
la escalinata).
ESCENA XIII
T'odríi/iti'z. — (Después de una p.iu
**a)- ¡ Las cosas del bajo pueble- !
Pobre gente !
AUxifo. — ¡Gente feliz!
Itodr'nnu'z. — Parece mentira :
tienen (jue sudar todo el día para
ganarse un jornal y aun les que-
*lan ganas para armar alborotos
])()r cuestión de faldas!...
A Hurto. — Es lo línico que les
queda! Hacen bien.
Edito rdo. — (Desde la terrase) ¿ Pe-
ro, »>stán ustedes en sesión per-
manente;" r.Qy\é ha resuelto ese
comité;-' Seguraineiite cosas im-
l)ortantísimas.
l'odríi/iirz. — ¡Oh... ya lo creo!
"Cosas glandes para el mundo,
pero chicas... (rectiflt ando) nó, lió. .
"Cosas chicas para el mundo, i)e-
ro grandes para mí...»
Ednardo. — r; Usted también ha-
blando en verso? Este Don Lucio
Alhekto !i Ei.en.\
.Ubcrfo. — Elena.
Elena. — ,-;Qiiéy
AJhrrto. — Escúcheme.
Elena. — -:Para qué... [xna 'qué:"
Alberto. — ... Un momento, un
instante ; después tendrá tiempo
de ejecutar su venganza.
Ehnn. — jAcercándose) ,; Mi ven-
ganza y
Alberto. — Si, su venganza. Jus-
ta, muy justa ; ])ero venganza al
fin.
Elena. — Y usted
Alberto. — Sí... Tiene razón. I..a
culpa no es suya. Ahora tal vez
usted no crea en mi sinceridad.
Elena. — ¡Quien sabe! Pensaré,
calcularé.
Alberto. — No, Elena. Deje esa
máscara por un momento y crea
que liablo con el corazón.
06 -
Klnid. — I t... ¡ Kl corazón!...
Eso t's muy viejo.
Alberto. — Sí, he sentido como
iin recio latigazo de vida en el
espíritu y lia pasado por mí co-
mo uji relámpago la certidum-
bre, la evidencia, de algo muy
doloroso, r! Quiere que sea profun-
damente sincero?
Klrnti. — Por curiosidad... riQí'é
vá usted á decir?
Albrrto. — Hace un momento,
para salir de una situación vio-
lenta para todos, propuso usted...
KliHít. — Si... Una justa moder-
na.— Una lucha (^n que se pondrá
á prueba la voluntad, el carácter,
el amor... propio.
Alhcrfo. — Pues l)ien ; yo no la
acepto. Hen unció á ella y me de-
claro vencido de antemano.
FJinii. — r! Lo ha pensado bien?
Aíbifta. — No lo lie jiensado... lo
lie sentido.
KJcnti. — Ks extraño. Provocar
una situación para retroceder an-
tes de llegar al ñnal. ri Qué fué de
ese es])íritu práctico con que se
ganan las más grandes empresas?
Mire usted- (Señala al chalet) Ahí
está el enemigo en acecho, espe-
rando la ojiortunidad de ganar la
partida. Ahí dentro, si, ya ha
empezado la lucha. VA interés
tiende sus redes, la conveniencia
atila sus garras, el inerte clava
las uñas sobre el débil, que al fin
ha de entregarse cansado de lu-
char... l'or mi pirte ya evstoy
l)reparada i)ara todo. Ustedes nu^
han transformado, rl Voy á pernia-
iH'cer inmutable acaso? Meditaré,
temlré en cuenta lo que conven-
jra. (Con dojor).
Alhrrfo. — Precisamente, por eso
es ()ue yo no ace|)to la lucha. I'or
qu«' usted lia caml)iado, porque
usted es otia. ¡Si el escepticismo
me hizo dudar frente al raudal
purísimo. ^:cómo qiuiere usted
((ue me luiga creer en la corrien-
te oscura y turbia? (Con sinceridad
y calor) Vuelva usted á ser la mu-
jer de antes, la que arrojó una
flor como ofrenda del alma y ve-
rá entonces como lucho y triun-
fo. 'I'riunfo, sí. Urente al peli-
gro de perderla liara siempre, he
sentido latir el corazón. Dejemos
que hable libremente. No se cu-
bra usted con esa" máscara cruel
— que la hace egoísta y calcula-
dora— porque entonces se habrá
perdido todo... todo, y no valdrá
la pena luchar ni vencer...
Eli n II . — r. Acaso soy culpable ?
Alberto.- — Nó, el culpable soy
yo. lia culpa la tenemos todos los
que en la vida nos creemos bue-
nos, fuertes desinteresados, pero
llegamos á dudar de sus más no-
bles fines, á fuerza de chocar con
el interés sórdido y brutal ; olvi-
dando que hay un refugio invio-
lable en el alma de ustedes al que
sclo debe llegarse par el amor,
ese amor único, dominador y ex-
clusivo, absoluto y tirano, egoísta
de su jiropio bien, que no duda.
que no razona porque es impul-
so misterioso y secreto... Elena:
en este instante sov un honilue
sincero. He experimentado el do-
lor Jiondo y profundo de ver ale-
jarse una primavera. Haga usted
que vuelva y me verá resuelto y
luchador, con generoso l)río, con
noble imiiulso...
Eh'H't. — (Dulcemente) ,; Y si fue-
ra tarde?
Alberto. — Nó ; en su alma pue-
de rev<>rdecer la Horescencia de
la esjieranza y el ensueño. Per-
done usted al qu«' no supo mirar
ha.sta el fondo.
J'JIciiíi. — (Con ironía) ;_ Para qué...
jiara qné?
Alberto. — No repita usted esa
frase cruel, que envenena y que
mata.
KleiKi.-^Do usted la he apren-
dido.
di —
AUxrfo. — -Olvídela... romo la ol-
vido yo. Y si la recordamos, sea
tan sólo para preguntar: (al oído
y amorosiimente)y>f(;f< (pu'' engañar-
se, para (/iié mentir, pura quA
ahogar los más nobles impulsos,
¡Kini í/iír desvirtuar lo más her-
moso, lo más hiimano. acaso lo
único que hace bella y amable ú
\i\ vida ? ¡ Míreme Elena : no me
vé transfigurado!' Aquí junto á
usted, después de la prueba do-
lorosa, siento ])alpitar un hálito
misterioso de vida nueva y fecun-
<la. que llega á lo más íntimo de
mi ser. (Muy cerca y con ternura. —
Elena con gran turbación esquivará
la mirada). Yo la quiero, sí, la
quiero... la quiero. Pero como era
antes, afectuosa y sonriente, can-
dorosa y buena... Junto á usted
siento renacer todas las esperan-
zas, rilíecuerda aquellas tardes
de dulce y suprema poesía!-'...
c Recuerda aquellos versos (Tra-
tando de que ¡ílena lo mire y muy
dulcemente) ... Qjos cidros, serenos,
í/iir (le (liilre mirar sois iildhados ;
Aj'or (/lié si me miráis, miráis ai-
nidús ? (Pausa. — Elena muy emocio-
nada y tratando de ocultarse á las
miradas de Alberto, se acongoja).
'! Ijlora usted ?
Elena. — Nó, nó....
Alberto. — (insistiendo para que
lo mire) Olvidemos lo pasado y
vamos hacia el porvenir que nos
sonríe. — Yo sabré tener el brazo
firme y la cabeza erguida!...
íElena lo mira aparentando enojo^ .
('Ojos claros, serenos, ya que asi
me miráis, miradme al menos. m
(Se estrechan las manos y se miran
por un instante con amoroso aban-
dono.— Alberto va á besarla, pero
Elena con ademán de coquetería, lo
rechaza suavemente).
Elena. — No... hay que ganar la
apuesta.
Alberto. — Pero... la lucha era
por la otra mujer... la razonable.
la egoísta, la prosaica. — Yo quie-
ro á esta.
Elena. — -¡Vanidoso! ^; Y si la
mujer razonable no lo perdona?
Alberto. — Ya me ha perdonado.
Elena. — Pero... no podemos fal-
tar á la palabra empeñada. —
(Siéntese murmullo de diálogo en el
chalet). Ahí llega el adversario.
Alberto. — ¿Qué hacer entonces?
Elena. — ¡Qué hacer!... El bra-
zo firme, la cabeza erguida!...
ESCENA XIV
Dichos u HoDHiGrEz 1/ Eduardo
l>or la tcrrasse
l'odrí'.itiez. — Todo se arregl-ará.
Si señor. — Usted hará el viaje ami-
go mío, y su madie aceptará la
prórroga que es un simple obse^
quio... (Viendo á Elena y Alberto)
Ah... ¿Ustedes por aquí todavía?
Alberto. — Sí, el sitio es deli-
cioso.
Ilodrí(jtii z. — La vei-dad que el
panorama es digno ile un cuadro.
Eduardo. — Bonito anda el arte.
líodríquez. — Nó, amigo mío. El
arte... es el arte. Y hay que pro-
tegerlo. Precisamente ayer fcom-
pré un cuadro bien grande, y con
una buena firma.
Alberto.' — ¿'J'res equis? (Kisas).
liodriqnez. — Tiene gracia. Já,
já, já. Bueno, amigo nu'o, la par-
tida está em])eñada. A luchar y...
á vencer.
.liberto.— iií.
Eduardo. — ¿Qué partida?
liodriquez. — Ah... Su liermana
lo sabe. Y á propósito, señorita,
r! cuándo vá á vencer ese plazo ?
Elena. — Pues... se me ha ocu-
rrido, que no necesito mucho
tiempo para resolver. Esta tarde,
á las cinco.
liodrÍQUez. — Ah... (sacando el re-
— ■>(;
Nlinn.- A i... ¡ Kl corazón!...
Ksd es muy viejo.
Alhirtí). — Sí, lie sentido como
un recio latiííazo de vida en el
espíiitn y lia pasado j)or mí co-
mo un relámpago la certidum-
bre, la evidíMicia, de aijío muy
doloroso. ,;(^iiiei'e quv sea ])rotun-
damente sincero?
Elena. — Por curiosidad... riQtié
vá usted á decir?
Alht'ifo. — Hace un momento,
para salir de una situación vio-
lenta para todos, pro]) uso usted...
Ehntt. — Si... l'na justa moder-
na.— Una lucha en que se ])ondrn
5Í prueba la voluntad, el carácter,
el amor... propio.
Allxrfi). — l'ues l)ien ; yo no la
acei)to. líen unció á ella y me de-
claro vencido de antemano.
Khnii. — .-; Lo ha peiisado l)ien?
Alhirto. — No lo lie i)ensado... lo
lie sentido.
KlciKi. — Ks extraño. Provocar
una situación jjara retroceder an-
tes de llef^ar al ñnal. ri Qué fué de
ese espíritu práctico con que se
frailan las más grandes empresas?
JMire usted- (Señala al chalet) Ahí
está el enemigo en acecho, espe-
rando la oportunidad de ganar la
partida. Ahí dentro, si, ya ha
empezado la lucha. Kl interés
tiende sus ledes, la conveniencia
atila sus garras, el inerte clava
las uñas sobre el débil, que al ftn
ha (le entregarse cansado de lu-
char... Por mi p.irte ya estoy
preparada para todo. Ustedes me
han transformado. ,:Voy á perma-
necer inmutable acaso? Meditaré,
tendré en cuenta lo que conven-
ga. (Con dolor).
Alhrrto. — Precisamente, por eso
es (jue yo no acepto la lucha. Por
que usted ha cambiado, porque
nsted es otra. ¡ Si el escepticismo
me hizo dudar trente al raudal
purísimo. ^:cómo (jiinere nsted
que me haga creer en la corrien-
te oscura y turbia? (Con .Hinceridud
y calor) Vuelva usted á ser la mu-
jer de antes, la que arrojó una
Hor conn) ofrenda del alma y ve-
rá entonces como lucho y triun-
fo, rriunfo, sí. I'"reiite al peli-
gro tle perderla ])ara siempre, he
sentido latir el corazón. Dejemos
que hable lil)remeiite. No se cii-
l)ra usted con esa máscara cruel
— que la hace egoísta .v calcula-
dora— porque entonces se habrá
l)erdido todo... todo, v no valdrá
la pena luchar ni vencer...
Khnii. — ^: Acaso soy culpable?
Alhnfo. — Nó, el culpable soy
vo. ¡ia culi)a la tenenios todos los
(jue en ¡Vn vida nos creemos bue-
nos, fuertes desinteresados, pero
llegamos á dudar de sus más no-
bles ñnes, á fuerza de chocar con
el interés iórdido y brutal ; olvi-
dando que ha.v nn refugio invio-
lable en el alma de ustedes al que
sclo debe llegarse par el amor, '
ese amor línico, dominador .v ex-
clusivo, absoluto y tirano, egoísta
de su i)roi)io bien, que no duda,
(jue no razona ]M)rque es imi)ul-
so misterioso y secreto... Klena :
en este instante sov un hombre
sincero. He experimentado el do-
lor hondo y ))rofundo de ver ale-
jarse una i)rimavera. Haga usted
que vuelva y me verá resuelto y
luchador, con genei'oso lirio, con
noble impulso...
VJiii'i. — (Dulcemente) ,; Y si fue-
ra tarde ?
Alhnfo. — Nó ; en su alma pue-
de reverdecer la florescencia de
la esperanza y el ensueño. Per-
done usted al que no supo mirar
hasta el fondo.
Elena. — (Con ironía) ^; Para qué...
para qué?
AUxrii). — No repita usted esa
frase cruel, que envenena .T que
mata.
Elena. — De íisted la he apren-
dido.
;)(
.l//>(/'/n.- -Olvídela... como la ol-
vido yo. Y si la recoidaino.s, sea
tan sólo para prcjíuntar : (al oído
y amorosiinieiite)/(í(,yí (/ui' eiifíaíiar-
.s<>, [xird <iiir mentir, parit qar
aliojíar los más nobles impulsos,
¡líini u'"' desvirtuar lo más her-
moso, lo más humano, acaso lo
único que hace bella y amal)le á
la vida y ¡Míreme Elena: no me
vé transñgurado h Aquí junto á
usted, después de la prueba do-
lorosa, siento i)alpitar un hálito
misterioso de vida nueva y fecun-'
da. que llega á lo más íntimo dv
mi ser. (Muy cerca y con ternura.—
Klena con gran turbación esquivará
la mirada). Yo la quiero, sí, la
()UÍero... la quiero. Pero como era
antes, afectuosa y sonriente, can-
dorosa y buena... Junto á usted
siento renacer todas las esperan-
zas. rlKecuerda aquellas tardes
de dulce y suprema poesía!"...
-; Recuerda aquellos versos (Tra-
tando de que Telena lo mire y muy
dulcemente)... Oyo.s claros, serenos,
(¡lie (le (Jiilrr niinir sdÍs <i](th(idos ;
Aj'or (/lié si me nuráis, iii'tráis <i't-
riidns 'i (Pausa.^ — Elena muy emocio-
nada y tratando de ocultarse á l:is
miradas de Alberto, se acongoja).
'! Jjlora usted?
Elena. — Nó, nó
.liberto.- — (Insistiendo para que
lo mire) Olvidemos lo pasado y
vamos hacia el porvenir que nos
sonríe. — Y'^o sabré tener el brazo
firme y la cabeza erguida!...
(Elena lo mira aparentando enojo"). .
^'Ojos claros, serenos, yn que asi
me miráis, miradme al menos.»
(Se estrechan las manos y se miran
por un instante con amoroso aban-
dono.— Alberto va á besarla, pero
Elena con ademá.n de coquetería, lo
rechaza suavemente).
Elena. — No... hay que ganar la
apuesta.
Alberto. — Pero... la lucha era
por la otra mujer... la razonable,
la egoísta, la prosaica. — Yo qui<'-
ro á esta.
Elena. — -¡\anidoso! ^.\ si la
mujer razonable no lo ¡¡erdona?
Alberto. — Ya me ha perdonado.
Elena. — Pero... no podemos fal-
tar á la palabra em])eriada. —
(Siéntese murmullo de diálogo en el
chalet). Ahí llega el adversario.
Alberto. — ¿Qué hacer entonces?
?Jlena. — ¡Qué hacer!... El bra-
zo firme, la cabeza erguida!...
ESCENA XIV
Dielios ¡I HomuGUEz .1/ Eduardo
por hi teriiisse
UodrítjiK z. — 'l'odo .se arreglará.
Si señor. — Usted hará el viaje ami-
go mío, y su madre aceptará la
IJrórroga que es un simple obse-
quio... (Viendo á Elena y Alberto)
Ah... ¿Ustedes jíor aquí todavía?
Alberto. — Sí, el sitio es deli-
cioso.
Rodríf/itez. — La verdad que el
])anorania es digno de un cuadro.
Eduardo. — ^Bonito anda el arte.
líodrif/uez. — Nó, amigo nao. El
arte... es el arte. Y' hay que pro-
tegerlo. Precisamente ayer com-
pré un cuadro bien grande, y con
una buena firma.
Alberto.' — ¿'J'res equis? (üisas).
Bodríqiiez. — Tiene gracia. Já,
já, já. Bueno, amigo mío, la par-
tida está empeñada. A luchar y...
á vencer.
.liberto. — Sí.
Eduardo. — ¿Qué partida ':^
liodrif/uez. — Ah... Su liermana
lo sabe. V á propósito, señorita,
¿cuándo vá á vencer ese plazo?
Elena. — Pues... se me ha ocu-
rrido, que no necesito mucho
tiempo para resolver. Esta tarde,
á las cinco.
HodrÍQuez. — Ah... (sacando el vt-
— o^ —
loj) l)it>n sal)e usted que á esa
hora tent^o precisamente un ne-
jfooio iniportaiitísiino. Recuerda
\istetl ":' Y ya sal)e que si uno se
descuida, lo desalojan, sí, lo dos-
alojan... como decía el seüor (P'^>r
Alberto) hace un momeiivo. Poro
eso es una })r(mia... (Despidiéndose)
hall... <á Elenu) lo conozco en su
cara. — Hasta mañana, oh!' Vamos
Kduardo. (He aleja con Krtuardo
hacia la verja y desde allí exclama) :
J'ues sí, la partida está emiK-
ñada.
Ele 11(1. — Y si lo del plazo... iio
fuera broma ?
lioiliíiiuc:,. — Oh... yo sé (pío <!s.
Eh'iKi. — Nó. nó... esta tarde .1
las cinco.
l{()(Jií{¡H('Z. — (JJespués de dudar
breves instantes), líneno. en ese ca-
so... por las dudas... ;i esa hora
yo hablaré... por teléiono. — (Mu-
tis c-on Eduardo. — Siéntese el sonido
de la corneta del automóvil).
Ai.,BEHTO y Elen.v
Ehnn. — (Después de una pausa).
Ha visto usted como se vence á
eso enemigo.
Alberto. — ^?í, Klena... Y' aho-
ra... la flor es mía.
Eli'iia. — Ahora... (f>aca hi flor del
relo). Ahora sí. I - .
Alhrrtn. — Pero, esa ñor es la
do la otra... mujer.
Klina. — No, os la mía. (^'<^ besa
y vá á ofrecérsela á Alberto, pero
reacciona con un gesto de amorosa
ironía), l'oio... hay que conquis-
tarla, cumpliendo lo prometido.
A las cinco (f^e pone la flor en los
lal)ios).
Alhcrfd. — (estrechándole las ma-
nos) A las cinco. (Después de mi-
rarse un instante amorosamente, Al-
berto se aleja y saluda de,«ide la
verja, mientras Klena sonríe con la
flor en los labios). (Telón lento).
IsM.vEí, CXXHTINAS.
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Bibliogtáñcas
Vi;' i<' SríiíimtMlícil, )•'■:. i ;; i--
I'iiii/ii — M . I ■ ; i-iii .
-t'ric ílt.' Sl)lU-!<'- lii' l'.l.i !■■- Il!(i' h-. <■!■.
\i)- iMKili'H la eiii"nv;i!:d y «i uii-: '
.•~t('tic<> (le su liU^'I■ i:;- i¡i!::--t : aiiij
n ui'vaniento ->; üi. r: vü:, ■ -,. aia-adc-
:-.a. \ ilhii-sric.- 1 < •■ u;; ¡"■.■':: 'i.' alta
.licuriua ■■{".>■ i::; ¡KUi-aá. ■ . fi Wi ■ > ai
^t'iit imieniij liiUcc > íxijaíri;'.' oiic
(■¡nana do su- í-rroias la hirnioisia
y liiüliidez "It- .-u.- V!-!>(!s < lista lisjos.
-Kl autur lia .Xiwr SLXrijsr.xTAi. ¡lo
lia lita-iui r.iiiii.i (>t i. ii- ¡n.iftas ílf Aiiié-
viíai qut" (It'Spués íli' ¡luí'iirar ■ lií'rrao-
•iíis libros han curaaia^i,.) ext ra.ua -^
i<)nrf)iis¡c¡ones de ¡■iimu qiíu-'ira ^!'> >
¡au-files i-oil('-i'pt(i> _ !()m<i Va. ¡■>.ií; ,;.-,
UK ¡,u.s lUliRira,- i{i- Leopoldo .Ij!.¡j;o!H'~.
\' iilacspesa. a lüa- de! dan d.- -.'u-
rinicntaüdad, ¡ja-'e,' el de la 'Uhii-
ra artí>T!ea (.ue tantos eloirioS I;;; me
i-ceid<) de in- t ;:'i-- -clcaos i.~eriIores
lie lairo]iu y -\ iaeriea..
Va en i'tra,- i't,,sioi!es ine l)i- oiu-
p.;do i-on íieteücióü de sis laiiar poé' :
'■ I. v,:-.Ta .y !)rina.nTe ('■■,71 motivo de
* ■A.'!; Sí:míM!:\ta¡. dirí l'> üiismo qui-
ex()re-é Si,!ire El l-ATia !'£ Ijjn Muww-
N:>., l'oriiue \iiiaespesa e.s lui ^v-\n
j>;H-ta ((lie Va eoüíinnáüdo'-e illa- '■■ \
!i.! día.
\iA.í^; S;;:<TiMrNTAi. trae á manera !■;•
|iró!o^-..i ui) eoileC-[)t lioso y.7ai/a. lit-
.\artias \ila v un iieiio suiíero de -iii-
1¡" KU'-rez.
HrtciVi la Gí'iosis, i'iiií Mskii-
!>'' '^ ' id i .! > a . : .¡hi-i ríii lii-
:Ví?s reeibici.'/S.
1ÍA!ÍA i.l i;Ni.s¡^
lia'
/■'';/•. — M<i,lri,!,
Li ' olcoeióil de. artuaiior- voíü-t^
j ieíaaa ;,■ !oo.-<.d'i:i f.ue ¡ajo el (íTiiei
í)reiiiuieaiio .¡calía de editar-se en .M:,-
drsd. derla. ^ ronrrei a:!ieii!.c la oriea
'á< ' a. !:[.T ;ria de su autor \ io
I"'"' '-a nutrido de itrovechosas U-a-
tur, y rieo en i<)iu)eim!enT.>> lt: ¡a.--
rale,. Ili'rmrsn ;. ro<l;ii; ha.'- ,s ia
ohr 1 ediKativa de Víosíí de iaií:.;. Sus
artiiado-:. eserit >;- <oi un i--tii ■ ¡a
¡ii-ea.isa simplieidad aae ¡"■¡aaa,- .1 !
l>a!..r iütía-preiar ¡aeilnieTre .d '. ,o-
'■''!■■" - a: sarda¡}er.is modeev- a-- va'-
i^.- r¡z:ud.a. eieíiT Mil-a (¡n,. laa-unt r . Ta. a
'a'i;\|i,i.;i(--,i,¡, ., iriT i; ui,,i!as .\ a í -
ae d;-i¡!i:u i--iiee!e, aero li'iaa-: -1-11
10 a.a-.--;.. y i,,^.., .-,;¡i--, ■,.(:;, -. V :..|
■<"■" '-'• ii i;\i que p;íe', ii<-:Íe' p-U' US!
¡'■ti-.i-i<- atuarai
exaa'ai' ua i-:íen-i- ariaüiía i.a-
la- 1- pia-i-i-a. ir e- =■ ai la ~iiite-is :
la aueiia iia! r,--Í! u a. a- Ule ha -a;
En voz bdjo, !•< iv .\M.\ia . Nid:
ia aai.'r a. Pk:.;.as XiaiKAs a- pa-
'.Ue.i'i.a el; e^io- lllthia.s tieilipo- d. ^
iihros: Es voz i;ai\ .v Eí.lo.s. de verss-
y prcísa respet-tivaniente. K! 7:)riiner!
!¡ae han}...- reei'idd-i re^ueateilieiite. t ■-
aa voia-ui a de pHie-ias tiernas y >er.
:i:i:ea; .](■-. La oriirinalidaíi de -\iiia-
lio '''•■__}'\'' '- cosa iiidisetiíililf en .líis
P ; ii.oaiiieriea. Par i .-^o .v jíor sti e.vt'n -
nía sen.sildiidad es kado eon .a-rrui:
y .¡t!7.eudo -in di.a!ri!!;i~ de ninfíiM: iri ■
pero,
K.N saz, baia ec.nürma u'ia vez :n.,s
la reputaeión .c;nc eoza ~u autor -i;
;re !'•- iriauíde^ ¡i..etas del eontinea
t> -aeTÍi' i no. .Vnuido .N"ervo y Luis
Ci . 'rojü' -'OÍ !as n )> í-:lllrla^ nieM
lan - en vi «ana urso aetnai de ¡--^
p-;<:!í¡:i easteliana.
Doiorosa,
Un ¡/ijd.
:•■ i; r i r'Kiin <i til N-
\ ...i .V i , Sf!/I' / '■
.• .- aiH ' revé .v doloroso poe;r: - . i;! -
(ia-,¡(i.) a ia na'nioida de \iri idi''' Jiai-
:ad-i. K'-i ri'ii ea versos dode(a.;.-ilala-s
(■; i'dleTo lMji.e!a->A lí.; ua.i idea de !;¡
roiiustai inentalid.ad de íienriquez
Carva.jal. El ver.-o e> ilaid) y tviele-
diíai y ei-;a exoiaa.dn ai- niaijníti<-: •
iniauenes one atáis,;]! ruhara e-'eTi;.
V lira 1 .iriLriaa ! ¡dad.
MOres 'K;-! v_,;-ini:jn. ;■■•; ••
.\ ':/.'<{: y./ \ ,i i 'i- --w ■ lii-i' -■ ■/-
.■ri InlH S.
He .inni 'ir. ;"'!i;o de p'a^s¡a> : tnu-
to:; » .\ rev- -i ia-aa;arias i¡rie revelar^
a na p'a • !■ u r;;; en eieriaa Kl-
eíe. :,i. i-I 11;;.:- ar '.'AMi'a e:- i; í>r:-
naa' e^ i-.i ¡i- '■.::.<',:: oy. Leilesina. T\<i es
.■\:r.::iii. iiai-. la.'',;!' i-n sns piie^íp^s
di'í'ia t<>- d" Ti-eU; a y :;. veees ¡lasí.;.
p.ai'oia'd ;d di au- is. Su :■ 'UTítr. eii,
ciTnl.io. ilí.^;; a.'~: '■ , - -r na iíireíis<
eniiitivo y a i ' '■■•■:'. .ia sail.'rdo iu-
ehador ijue ■'■ 'a'"-¡ri'e ;-...ii .-^u vi-i-lx» '»
liesíruir pr",; u i; '• '^ : : .idii'ii.>!iuies.
t;^
Cosas de la vida, !•"!.■ 1'ki'i
l,"l ! \-
1 1(1 /■(•/ /' 'I/I I .
u<X:: ~a Ivaitorcño. «''l'NI'us r\n.\ Ni-
Ños IK 40 AÑOS t>s lui lilini oriüiii il
y aiiiciiii qiU' (Miiticiu' iiiufiía- Icll''-
z.is (ic ('~tili) y (U'iiiiU'st r.i , sohi-f lo-
li>. >:i ¡ra^iilait V al:solutii iloiiiimo <li'
l'rii'in>'ir .le clt^.•^ r-t!ii;ic'- Hi- ma
\.i!- ! ra-'iiiilt iiiia \" ilc nía-* lioii-i"- Tal iri'iici'n lir litfraiura
• .rri'pto- en r-ir cii-ay.i (h lov;'' i
u>;; lii-liil trama psiicildírira ^i liii-ii
MI 1- (le (iriíXiiial iila.cl. ilciiuu-st ra qur
,a autor posee ver(iailfia> lioto <ie
r.ovcli~ta. C\iv\,-- iH: 1,\ \.iA es una
■ ■'.fa iu-pií'ada en la la-aluiail >" •'>-
lata M'iieilla inent e y ron alto en
f lio . >\i- pei~ in a ie~ haü .-ido e:-ln>-
.-. o.io- (i.u ^lULTulaf aeierto, y algu-
na- ile s\!.- e-eena ■. ileserir ,> e.n
i a liiiiúail. !:i .-ueiilo /.a / • .••/:!, iii-
-er-to a! lili <lel voluiui-i!. e.- helio y
o-ii.'i[ial. Kl (lie,- nía- en tavor del
• ;li uto de Meften- (|\ie todas las pa-
:-ilias de -\1 uovelita,.
La fiesta de la Sangre })"
\ 1.1. \ \li M.I.'KIÜ NA , |a i|; is \ \i
Mi"".''/,. ' Lihn'rm i/r /'//<//'<_-
\'nt>lr¡,l.
V.>X.\ eleirailto novela _ «iiya.- esi e-
nas son veíalader.'.s oi'iri:i> (ie san-
iri'e, tiene todo el aialof de! ambien-
te afrteano en i\nv t'ite vivida.. V'.l ;ll-
liía afat e in'oteiea y ermd apai'eee
allí ilesiiiKl a y sus prineipales ras'jo-
<UU' observa eoM deten<-ioii el t ilen-
. to (le Isaac Muño/, van .ieetit iiiin-
CueníOS para niños de 40 .lose arm en eada párrafo, en cada .a-
anos, !•' 'lí !■ ' i>i'< '!.•' 1- •'■• . \{' >
\i \ \ < 1 ! i\/..\ I I-'/. Sdii Sdlln
l'.i li'ro asi intitulado trae un ma-
!.,ii(. de euento- interesantes y lle-
nos de eliispi, i|Ue me ria-uerdiu la
moíialidad y el frusto ai-tistnai d'
Ki'ay Moeho. sin (lue P >r e.ei nad.i
¡ielia a las eolliposic iones de este es-
•i'itor i! vit;oroso talento del euei'-
intnlo del libro, hasta, niosti'arse l.or
eoiiipleto al espíritu del lector. I''l
imiH'tu eoniliativo de los tiijo^ del
Moirreh y id atr.oi" do Kamir. la ar-
diente y sensual uiusulmana (|Ue
habla un lentrua.jp laadritra leseo, es-
tan fieltiieiite descritos en \.\ K!KííT.\
iiK I. A San(;í;k. donde id autor <be Mo-
iíi:n\ y Trágica luce otra vez la helle
za lie su estilo.
PÉREZ Y CURÍS.
Nuevos libros ncGibidos
|-.S( Kilos. ¡II,' I l',<,< y, K<l':tl\¡":
si.-;ií(- I >ii lili r:;"i : .\liairi.AM ■Ctiii -
:,;t . fii.i- l'.inUí l',,t:z, • ^í ¡{■■.u,n ; .1
AK!', \.M)S1Ma 'l>r,iiii,i i'ii, tri's I--.
'>..'i. /wr Ciiri'i.-: Cii n: : II ; \ KiíSos lu.
r.s\ .ifVENTri), iiiir K:l iti >i mío M-niliiu-
r.i ; DlM.oao;. -i .IfGrCrr.S KslENh os. ¡iiir
\ilnliii l.iiiti (iiniir: i lim.'nt ¡i i ; Kl. Sa-
riiiFleio i)F, M.ARnAiH. I' ir !> iiionn I'.,
[>íuevo eanje
■ Lry. Ni;(;K\. Sur rlr jn '. uliillihi, ,
.\i-\isamos I-e. il)o ilel numero co-
■Tf-jiondiente a .\bril y .Mayo de es-
•,i interesante levi-t:, literaria, que
iirifre el señor Saimiid (¡oilzalcz Ta-
pia,. Su material i-> e.veeleiite.
<'l:i)>,i(A MoPEKN.A. - /)'//( ni/.- Airi!<. VA
numero 1 de est.i revista mensual
u.vo direetoi' es (d eonoiddo es.'citor
iiuido .\naiolio (',,riev, h i llcir.ido
;i nuestra rertacíion. Coniii'iie valio-
-Lis eolaboraídones.
\j\ I'niON. -/./j ]'ir!iini} ' V I' II' í lí-'iii
Hemo,- i'eidbidos los números 44 >■
45 de este periíxlico de literatura y
variedades. Aícradeceiiios .ía trans-
■ ripcdon que hace di- l;t poesía />■■-'
'•íi.'ií .i. ln.< y i/;;/í(i.s.', oritrmal de
nuestro Director.
bibros de Flammanion
i.. i..-a (Ir.auad.i ;. Cía. ilc Üareel.)-
;.i nos ha oo.-equi;e'io ion lo.- si -
uiente- libro- del [! ri'c i K! 'io i'Scri-
or K,l \ll-\liii V ¡HiVKs liF. I.As Kll\I)r.-.
I'ki rsiuDAí) i;f i. a .N m nm.K/. \. Hisio
HT.\ 1)F. IS SAIUO i2 í()ííll).-l_ i \ NvTIKA-
I.FZa. ("iKIO y TiFRK\. llKsTI-SO I)K I.OA
SKRl'S V l)K l.\.s I (ISAS
Director-KedMctor: PÉREZ Y CURIS
Sceietíirio de Redíicción : OVIDIO FERNÁNDEZ JtíOS
Aclmiiiistrad.or:
LUIS FÉrtEZ
£i.e<Ia,ocióu y A.d.mii»istracióii:
i'ÉREZ C-A^STIüt^ruANOS, 111
ANO V
Montevideo, Febrero de 1910
N." 3G
Etica d^l Titatiícidio
No hay moral superior ni anterior á la moral que emana de la necesidad
superior y anterior de la propia conservación. Subsistir es el primer mandato
y la primera ley de la naturaleza. Esto es verdad sin reserva y sin limitacio-
nes en el yo elemental. En el yo social y mental esta necesidad está subordi-
nada ó controlada por sentimientos, pasiones é instintos que constituyen lo
más bello, lo más noble, lo más fecundo y lo más formidable del ser humano.
Sulisistir continúa siendo la indesacatable orden suprema, pero la dignidad, el
honor, el respeto propio, el orgullo, la decencia, la indesconocible tendencia á
la desanimalización, á medida que la bestia se eleva por la generosidad y se
espiritualiza por la cultura, le dictan términos más imperiosos aún que ella
misma. Hay una cosa que se llama la conciencia humana, último y con fre-
• cuencia solo y verdadero Tribunal de vida ó muerte.
Como el primer interés de la naturaleza es la conservación de lo que ha
creado, porque sus creaciones tienen un objeto que nosotros no alcanzamos,
pero cuya importancia podemos presentir por las fuerzas protectoras y mis-
teriosas de que rodea su obra, la primera moral es sin duda la que se inspira
en la más plena satisfacción de ese interés. Por ello, no matar es el primer
principio de moral, proclamado lo mismo por los dioses que por los hombres,
porqxie él encierra íntegra la moral de la naturaleza, la moral fundamental
de la humanidad. En definitiva, la naturaleza no tiene más principio absolu
to de moral que la conservación de su obra. La vida es la base y la madre, es
el vientre, es la fuente. En la preservación de la propia existencia, están todos
los orígenes de la moral y del derecho. La naturaleza mata, pero la muerte
consumada por la naturaleza es vitalmente esencial á la perennidad de las es-
pecies. La muerte del individuo, dice Weismann, es tan útil á la raza, que la
selpcción natural ha exterminado lo potencialmente inmortal en lodas las es-
pecies, excepto en las más inferiores.
Toda la historia del progreso humano está en la lucha secular del hombre
contra las fuerzas destructoras de la existencia. La civilización es mensurable
por el grado de duración y conservación de la vida. La. más completa elimina-
ción de todos los agentes mortíferos equivale sin disputa á la más completa y
mejor entendida civilización, como la mayor aptitud para la propia protec-
ción es el privilegio de ese magnífico elegido que se llama el más fuerte. Hay
civilización allí donde los más activos y temibles agentes de la muerte, las en-
fermedades, las epidemias, los vicios, los fanatismos, las guerras, las tiranías,
hari sido al cabo, en la mayor medida posible, vencidos y proscritos. Combatir-
los y vencerlos ha sido la grande hazaña humana, á través de siglos de mag-
nos y pacientes é incesantes esfuerzos.
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i'll' I,' '!■ ;Í!.'::il; : ;-l|¡, I ii. ■- !■!..- ini). •■•■'■ -• - ^ ',1,.
■• i"; ., -. .|. ' \. \ I- iii:, I ¡I ; . 1 i'i 1 ■ II :! ■ i . Iil \ ni;; : . i;i üi f- .
r.inii ri pniin I i!'-, ,1 - i. ,■ i.; ' :.'■ !■;:;. i-- ':.• ■■•••¡-■■r'. ;. ii'. ■,■ i.. . i '
;■' •■ (i \ .1 ! III , ■■ 'M . ¡1. i .1 i i. 'li,'!!]! ,- ; -I , .. 11 : 1 r I', i; |, - ! ¡ ..■;;, - !■■'■■ ■■ ■ i . - '. '
■■■■■-:- ll; .| 11: n .lif.: - 11 . " 1. i 1 ¡I, I llU ; .. lili ii;i I r- -; |i i! : !'i '. i ■ • ■. , 1 ■
■I.' ip;.! '.!■ iii'W..'. v: "■ i.'-n i'ii' !■■ lüi-H;.' l'ii !■'- .i;.. 4- n:.. ;■ ■■-■ I.- ¡..i-;'
; ■ I ' ' I I rii:' :;' |-r . ! M ru ! . !;• lii.'i : I I ■ ll' i ; 11;, ! 1) r. í' /;■ , 1 !■!; , í ,•.:■•,..':.
il IIKI ;i i; ¡1 i;. I I . Im iiiiil:jll\ . i '; .•;.:, l.-v.:, 1;,, ■.■.¡■y., !i;i- I.; 1; p :., . . ,'
11 i'|.i!;il qlii' !; •ii|i-"|-\ .i;i'! lii -n .■■ir;i. I,;; \;.|;; .- ; '1-, i : i!:i'¡.i. .
^•■■M'|■|■. 1- !, ¡liih'i- !,i. <■ ¡ü.'-iiA.ic'iMi .ic !■. pr.n i'i-'i , ■■-•;i!. ■,.,!.
'I -lllli. i| I ;■, ;■ I.' 11 ;, I M l;i hz I- \ i .. ; Í...11! I- I l'r',;! ;, i. ,.■ 1 ;.i, .1 .1 ii. i
■ ;i'-. i..; Ili !ii i'l I- .¡I i I iii ' , \ 11 1 .:. . t' :. 1 \;"i'¡ -m 1 1: i , . 1 - i 1; ¡ ' ■ ■. r / i <;,
1 ■'■■■¡•■i' ii.Miiimí li.' '■'-, ' I ■■•!■ i ll.. i;. I I. 'i..'i-ii,-i Mili!-!;'. ;¡:i:i •':. . ■. '•'•! -
■ • - 1 \. 1 p;.i .11 ,,;- -li;!- li;!. ■;■■.■.- -,
'i -li;; I I lü-iin-i;; .1, ¡ pr .-r - i;-,;i. ;; •■ r->., ni !,■ ¡ü.-j. , -,- i,i ■ .j,., i , ..
!■'!■ i;- !¡..¡/.- III -I, "¡i. ■;.',..- ,;i i.. i\¡-:i-!ii;, i, .■'\':;,'i;.'; .- imii-iii.;
■■ I i :: r ■ lii ■ li. ll II r, , II r \ .-. I -■ ri . . '..|i ih '.:. v ni., . I . ■ . - . ih; !.■. ; ;. i-i : :i> 1 1
" 'll' lililí'- ¡11- ;i ',;i'|i' !■- li,, , "j 1 I ..I . ., i'i. ;i ' \ .1 ic -II. ili-p;r ;:;.!- i-.-nip',.- .
■•'■■■' ■ n; i'liil ; ll,, ■', \ 1 ! I/-, 1' " i| iiiii ' ' lu;, \ . ,|
i;,. il'ií II
■lll l'l'il.- ll : -¡i|,.
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^í: VÍ^Í -'Í3^" {-■. jí"
— t;6 — .^; w'y-::;ykc:- ■ ■■^- .!.:■:-■;■;
/ ■ ■ '
L:i cieiuia h;i acíibudo con las epidemias, ó ha puesto en las manos del
hombre los medios de prevenirlas; ha disminuido el número de las enferme-
dades, cur.i la mayor parte de ellas, y ha dado al hombre los medios de pro-
longar lu existencia, atacada por la enfermedad incurable. La educación y la
instrucción pública destruyeron los fanatismos. Una mejor apreciación de Ios-
propios intereses, la temibilidad de los armamentos modernos, el desarrollo
de la amistad entre los pueblos, el arbitraje, han hecho de la guerra la po-
sibilidad más remota en los conflictos internacionales. La democracia ha exter-
minado las tiranías y consolidado la paz doméstica de las Naciones. En suma,
el triunfo es de la vida.
Entre los agentes de la muerte, ninguno probablemente es más potencial
que el despotismo. Ni el cólera, ni el hambre hacen tantas víctimas en Rusia
c()mo la autocracia. Además, después de todo, estos ñajelos no son sino cor-
tejo natural de aquel despotismo asiático. Una repentina epidemia acaba de
matar en la cárcel (le Kiew trescientos prisioneros políticos. Las guerras pro-
nu'vidas por los despotismos que registra la historia de todos los tiempos, han
cu usado incalculablemente más cadáveres y más estragos que todas las epi-
rttmia.s de qvie se tiene memoria desde los tiempos ))íhlicos.
cQué es el despotismo? En los más simples términos de exactitud y reali-
dad corroborables por quien quiera que no sea un inconsciente, el despotismo
es un monstruo que devora cuanto existe, hombres y cosas, grandes cosas, ins-
titvcioncs. costumlires. caracteres, virtudes, riquezas, patrimonios nacionales.
El despotismo es la mayor capacidad posible para realizar el mayor daño po-
sible, y el más irreparable, sin piedad y sin responsabili(hid alguna, > omo un
inccíulio ó una tef-pestad. El despotismo es el mayor azote del genero huma-
no. Kl déspota puede disponer en cualquier momento y á su antojo, sin Tuotivo '
alguno y sin consecuencia alguna, de vuestra mujer, de vuestros hijos, de vues-
tro tesor ). de vuestra vida.
Vuestra propiedad, no inrporta cual sea, no es vuestra sino de él, por-
que él es el amo, el dueño, el verdadero y único poseedor de todo. Lt) que te-
néis, no importa qué sea. es vuestro mientras á él no se le ocurra (luitároslo,
desi)ojándoos y dejándoos desnudos, deslionrados y crucificados, en \v. vía pú-
bli'-a. compadecidos acaso por el 7iiiedo, pero de seguro por el miedo iiijiiria-
ilo-^ y apedreados. No es iniaginul)ie un agente de la miu*rte capaz como él de
tanto mal. Un día el tirano, cansado de (omunes y familiares perversidades, es-
tragado del crimen cotidiano, an;;,nece ron el capricho de concluir de una vez,
de hacer de todos un solo enorme montón de muertos y despojos y gozar la sei:-
sa(i(')ii extraordinaria de una catástrofe máxima. Y es entonces el incendio de
Roma. Los horrore- del cesarismo i'omano. como los del cesarismo ruso, y los del
cesarisnio hispanoamericano, dicen mejor que la más alta pluma en qué medida
l-i tii-aní¿i sacrifica los intereses humanos y viola y bui'la los más sagrados
de-ignio- de la Naturaleza. .Me río. dijo un tiraiu) roma iH). -porque pienso
i|U(- iá una señal mía todos podéis sel' degollados." Entre los papeles secretos
de crtro de estos monstiaios. <e encontraron, al morir, dos larguísimas lista-!
de condenados á muerte, las dos bajo títulos distintos: l'or el iiinuil, encabe-
¿.iba la una : /ioc ,'/ !• nciin la otra, y en las d<^s se encontraba lo más grana-
do de la ciudad impei-ial. Cuando otro de estos monstruos murió, los venenos
que guardaba, echados al mar. envenenaron las aguas en una inmensa exten-
sión. Otro de ellos gritó tu dí;i su deseo de íiue el género humano tuviera una
sola calieza para cortársela. Estrada Cabrera, en Guatemala, asesina por do-
cena.s y. ebrio de sangic su cuchilla, no distingue entre los sexos. Cipriano
Castro, en Venezuela, encarcela al Médico que denuncia la aparición de la
peste bubónica en La Guaira, ordena á un médico, ó venal ó pusilánime, ó sim-
plemente imbécil. (iue niegue la epidemia, declara sobre este dictamen perfec-
to el estado sanitario del puerto infestado, y cuando un mes más tarde es ya
conipleta la invasión del flagelo, .y general su reinado, todavía retiene la pro-
«•iamación (¡ue reconoce y publica el espantoso peligro, para que pueda efec-
tu.ir.-e, días después, una fiesta en que él va á hartarse de placer v de anima-
lidad.
La lucha l)ajo la tiranía es meramente una lucha por la propia existen-
cia. El tirano os devorará en una cualquiera de sus mil formas de exterminio,
ó por la cái'cel. ó por el destierro, ó por la miseria, ó por la guerra, ó por el
suicidio. <■) direítamente por el asesinato. Y no vale que seáis amigos del tira-
no, y lo aduléis, y abdiquéis abyectamente en sus manos todos vuestros atri-
butos. Eso no os proteje contra el tirano. Como él es absoluto y todopodero-
so, é irresponsable, su facultad de hacer daño persiste lo mismo sobre vosotros,
sus fámulos, que sobre los indiferentes y los rebeldes. Vuestra bajeza no lo
desarma, y así como os ha hecho ricos en un momento, en un momento pue-
de arrebataros lo que os dio, porque es de él lo que quiera que os haya dado,
porque él es el amo, el único amo y señor de vidas y haciendas. De carne y
sangre de inválidos están llenas las garras de la tiranía.
Bajo el despotismo surgen estas cuestiones: r'cómo suprimir al déspota .í*
(xS
cuice otros medios do ciistigro que ha Juzerado «uficientes á los fmes de lu pe-
na lectamente entendidos: la can el, lo.^ trabajos forzados, la prisión perpe-
taa: pero es cliro que si estos medios de defensa no estuvieran á su alcance,
la soficdnd penaría e.^os delitos con la muerte. El tirano comete todos esos de-
litos, los comete á diario, á diestro y siniestro, en todos los sexos y todas las
edade^', con la audacia y el escándalo á que la impunidad lo estimula. El tira-
no no es encarcelable. r! Puede cuestionarse el derecho de la sociedad á detener
de nn haehazo la mano exterminadora?
Por lo demás, no es ni más ni menos que ocioso el disquisicionar sobre si
el tiranicidio es salvador ó no de la sociedad. Esta especulación es oportuna,
si ^ilg'inia vez lo faere, sobre el cadáver del tirano, no bajo su hierro suspen-
dido sol)!-e nuestras cabezas. Lo estupendo es que los que discutan el tiranicidio
no discuten la guerra civil para derribar al tirano. Se arguye que tras un tira-
no suprimido por el asesinato otro tirano surge. Pero yo redarguyo que no se
h-\ hecho tt)davía el experimento del tiranicidio sistemático, que contra la se-
rie de tiranos impunes no se cuenta todavía una sola serie de tiranos siste-
máticamente inmolados. Si el tiranicidio no silva políticamente á un pue-
blo, es incuestionable que lo salva vitalmente, haciendo así posible en lo tu-
tiiro las reg-eneraciones de la paz y la libertad.
Lo social, lo moral, lo natural, lo vital bajo la tiranía es el tiranicidio.
Jacinto LÓPEZ.
Xucvji V(irl<.
|VluestPos eoíabcpadores
PAISAJE
Campos de trigo, olivares,
parras, y bajo las parras,
jarras frescas y guit.irras
y aomnolientos cantares.
La tierra es una gitana
—pelo negro y clavel grana —
desnuda al sol, que envenena
la sensualidad del viento
con su lasíñvo y violento
olor á carne morena.
La polvareda asfixiante
es tomo la roja flama
de un horno encendido, y el
aire cálido y fragante,
es una ))0ca de llama
que al besar quema la piel.
.irsro DKZA
Francisco VILLA KSPESA.
P:^y.li».;,
^cST'-'-
Cí) —
Leyendo ''Ecos de ausencia"
i'íi I a Apolo.
Ninjíún liombre puede merecer tarto mi admirativa simpatía eomci
«(¡iicl que trabaja complacido creyendo descxn.iar del trabajo. Vivir
en irreductible intim.ismo con una grata voluntad^ sonriéndole como ;•
una liermana y derivando á la vez de sil fecunda bondad satisi acciones
que t)asen por uno mismo y trasciendan liasla los demás, no es don
qne á todos fuera concedido, ['no de los snrai:;c-ricanos ])oseedores hoy
de- tal distinción, es el poeta colomboargentino Eduardo Talero. Acabü
fl.^ le<>r su libro último. Como otros libros suyos éste representa horas
perdonadas por la exigente labor del funcionario y del i)eri:;dista. horas
ccn vertidas por esta vez en colección de muy agradables y bien tra/.a-
dos cuentos.
Ku EcDít (Je (luscnrid mal hubiera podido faltar la nota escriTü
cariñosamente en memoria de la iirimera patria. Talero guarda para
sí aromas de las selvas colombianas, visiones de nuestra vida tro])Í!al y
tono de nuestros cantares ; así, los primeros ecos repetidos por «'se c.)-
razón de ausente poeta al dictar su libro, han sido para nosotros, '..¡s
demás cuentos escritos pensando en episodios y lugares de que el autor
fcnserva recuerdos valiosos, acreditan un espíritu reconocido para con
todo lo que alguna vez Ir liizo el ofrecimiento de una estimable ini-
jnesión.
Y en Talero casi toda im])resion se grava fuerte y bondaineiitc.
A esa base y con el elemento de un expresar vigoroso y notable jjor su
precisión, consigue que símtiniiento y colorido sean tan virtuales ai
llegar al pico de la ])luma como cuando salieron de la floresta i's\)\-
ritual. Su manera de decir, concreta sin sequedades y pintoresca sin
suijerñcialismo, logra cuando es el caso, intermediar las nalabras'con
una ])ropicia \ halagüeña sugestión. Gracias á lo primero derivamos d.c
Vitltis hrnvids, por ejemplo, tan claro ver como si hubiéramos asistida
f' drama ribereño: nos conmovemos tan de veras como si hubiéramos
visto sepultar á la Carmela. Indudablemente debich) á lo segundo, "n
7v7 (Ich'ifc di' iiunir, v en Se s'ii/iii' <nn<in<hi, el fantasma en cuya ami-
gable aquiescencia liay diluida una leve gota de humorismo, recrea
nuestra percepción con lo que salie decir entre líneas.
Talero nosee una fantasía muy aprecialile, una rara generosidad
que en su obra se transparenta, una alma sana y una inteligente ma-
nera de tral)ajar con que ha sabido adaptarse á las actividades de la
vida en el ambiente jjor él escogido. Ha hecho, segiín ya dije, de su
voluntad una compañera fecunda y de su perseverancia en la labor una
virtud en (¡ue está su mejor goce. De todo nuestro continente y
también desde ultraamérica, le llegarán voces de parabién ; pero "ii
lí (|ue para terminar estas líneas dejo consignada, deseo halle el poet»
ni! eco fratei-nal qne va desde su lejana tierra.
Alberto SÁNCHEZ.
rc)
Baladas de la tatde
EFIM2RAS
BGtán [IU3 mu^ra en la rama
sin haber llegado á flor;
suspiro preso en los labios;
nota [jue no tuvo son.
Con el ritmo de la hoja
5ue el viento otoñal Ikvc,
la pena de vuestra pena
pondré en doliente canoión.
Y en esa canción la historia
de aquel desdichado amor;
hotón que murió en la rama
sin hah^r llejado á flor.
CREPUSCULAR
Cada tarde cuando muere
alguna ilusión me arranca,
por eso al caer el sol
siempre hay en mjs ojos lágrimas.
Las negruras de la noche
tras la luz de la mañana...-
Tras la ilusión venturosa
la desilusión amarga...
Hay, cuando agoniza el dia,
una agonia en mi alma;
cada tarde cuando muere
alguna ilusión me arranca.
Luis de GTEIZA.
-»-*^
¡Otilio
en alabanza de los de D. Liuis de Góngora
En tu jardín paciTico y secreto
sabes juntar en bienoliente ranno
catorce rosas ¡oh nnaestro y amo
del verbo noble y el pensar disci'eto!
*
Sagital ironía, bravo reto
y amoroso, ternísimo reclamo,
son tus finas espadas. Yo te amo
por la ma^;ia sutil de tu soneto.
Poi' su cadencia y majestad bravia
me [jarece bajel que a toda vela
rompe las olas cuando muere el día;
con la proa al ocaso recto vuela,
y íitrás deja una vaga melodía
y un aroma de flores como estela.
-Enrique DIEZ-CANEDO.
-'Wr^SS^KOVü
71
tas bodas del caballo de ovos
Erase que se era un mazu de
barajas, virgen todavía del con-
tacto de manos pecaminosas.
Todas las cartas eran á porfía
hermosísimas ; pero la más gallar-
<la, la que se llevaba la palma por
su donosura, la mejor acicalada,
era la sota de espadas. Vestía ca-
tsaquilla^ argentada con alamares
de oro, cuello de volados cual da-
misela de la corte de Cosme de
Médicis, y mangas acuchilladas de
raso celeste. De los hombros se
descolgaba aii-osamente una artís-
tica ca])a de seda gris perla y su
cabeza era cubierta })or l)ellísima
gorra de vellorí azul, ornada de
tenues phimnlas de oropéndola.
l)rendidas al desgaire con abiga-
rrado broche de ¡jiedras ])reciosas.
Todos los varones del mazo, la
cortejaban, luchando con ahinco
por conquistar tan precioso te-
soro.
¡ A'anos anhelos! El preferido
(b la graciosa esquiva era el ca-
ballo de oros.
Artístico yelmo de acero y es-
malte glauco de cuya sobrecalva
arrancaba elegante y cimbrador
plumón negro de avestruz, cubría
su cabeza, dejando vei' por la vise-
ra alzada pai'te del rostro varonil.
Su cuerpo ocultáI)alo fortísima ar-
madura de olilán ; jK-to cortante
COTÍ arabescos de oro . y (>1 risti'o
d( analizar la manija de la lanza
en las justas y torneos de ])ur()
bronce ; espaldar del cual arranca-
ban los escamados guardabrazos.
En las i)iernas los quijotes y las es-
quinelas; hasta terminar en los
escar])es ferrados ú maiiei-a de
pico de albatros.
El corcel no menos lujosamente
Fura Apolo.
aparejado ostentaba toda la barl)a
afestonada, que guarnecíale el
cuerpo ; y si lujosos eran el pretal
y las testeras, no le iban en zaga
el ataharre lleno de áureos borlo-
nes y mucho más las gruperas ca-
ladas que ceñían las ancas robus-
tas.
Mucho tiempo hacía que ambos
amantes acechaban la ocasión de
encontrarse á solas ])ara unirse en
indisoluble lazo.
El príiicii)e Horis de Argento-
vich daba una ftesta en su hei'mo-
so castillo de Perm con motivo de
su enlace con la gentil gran du-
quesa (iregorowna de ivanhoff.
Después del banquete nupcial,
mienti'as las damas se aderezaban
para el baile (pie iba á efectuar-
se en los regios salones del casti-
llo, los caballeros se dispusieron á
jugai- á las cartas i)ara hacer
tiempí;.
Comenzó el juego. Horis, encar-
gado de tallar, estalla en desgra-
cia.
Al ])oc() rato, el ])ríncipe (pie ya
había perdido ingentes sumas,
nervio.so y aii'ado Cí»n \d su(>rti'
que tan adversa .se le mostraba,
arrojó sobre la mesa, la sota de
bastos y e\ caballo .de co])as. di-
ciendo :
Al cabalh; juego mi castillo con-
tra todo lo que he perdido.
— Aceptado, contestó imperté-
rrito un caballero Inílgaro que
hasta entonces no había jugado.
Con mano ñrme <>! jiríncipe.
acostumbrado á este linaje de
aventuras, oprimió las cartas y
-■'Í-T-
- 1-J
las liizo deslizar ])a usadamente
una i)()i" una.
De i)n)nt() un tenue estreme-
cimiento recorrió su cuerpo. De-
bajo lU la primera carta liabía
entrevisto las i)h'nnulas de la ^o-
rra de la sota de es))adas ; lejos de
inmutarse, con audaz juego de
manos, corrió la sota dentro la
nianjía ile su jubón. I^ebajo apa-
reció (>1 caballo de oros. El prín-
ci])C' bal)ía recuperado lo perdido.
Kl cal)allero biílgaro, que no
peidía de vista ;i lioris, cogió el
caballo ganador y lo guardó en
su cartera, iliciendo :
--Lo conservaré como recuerdo
de la nocbe de bodas del grande
y gencu'oso i)iínci])e de Argento-
vicli ! .
I^os salones rel)osal)an de liúdas
jó\ cues, nobilísimas matrojuis y
linajudos caballeros. Se esperaba
la cuadi'illa de lioiu)i' con la que
los recién desijosados y ti'es pare-
ja.- más iban á iniciar el baile.
!.,a orqiU'sta liizo oir los prime-
ros acordes de una caprichosa nní-
sica tziniíaua y los l)ailarines se
<Iis])usierou ;í comenzar la danza.
Ya dai)a el i)rínc!pe los ]jrimeros
])ases lie uso, cuando al efectuar
un i)rimoros() baiauce, enrédasele
el fine encaje que rodeaba su bo-
camanga en un manojo de (¡¡(/rrt-
fcx de la dama que con él bacía
la figura y se le rasgó hasta el
codo.
Cf)n asombro de todos los cir-
cunstantes, la sota de es))adas, li-
bre de su prisión cmvó al suelo.
Todos miraron á Hoi'is esperando
una exj)licación de lo ocurrido.
Este, re])uesto do su sorpresa iba
,á emi)ezar un discurso cuando el
caballero búlgaro adelantóse cere-
moniosamente y t-lijo :
— Señor i)rínci])e de Argento-
vich, ya que el destino ha- queri-
do descubrir la artimaña de que
os habéis valido para ganarme, yo,
Sigfredo de Spielborg, os devuel-
vo el naipe que había guardado
conu) delicado recuerdo de vues-
tra noche de bodas, para que él
os sirva de tarjeta de presentación
ante los infames, follones y ma-
landrines de los cuales seréis el
rey con sólo desearlo ; — y arrojó
sobre la alfombra el caballo de
oros.
Dicho esto fuese y con él todos
los presentes, dejando al príncipe
como i)etriñcado.
¡ Solo quedó Horis de Argento-
vicli la noche de sus bodas !
En la alfombra roja de la sala
de baile, una sobre otra estaban
las dos cartas!
También estaban solos en sus
esponsales el caballo de oros y 1»
sota de (>s])adas !
Otto :\riGrKi, C'IOXE.
7'L.\CII)A ("IIÍILsi IIII.L
73 —
Tritotiíada
Cómo surgen mis memorias ante el mar alborotado !
El mar es mi padre auguso... deja, deja que recuerde:
En los viejos episodios, fui tritón, enamorado
de una joven oceénida oji-verde.
Sus cabellos impregnaban de su olor mi cuerpo todo,
cuando trémulos mis brazos musculosos la ceñían;
sus cabellos algas eran verdinegras, que de iodo
y de ozono, los perfumes embriagantes despedían.
Qué dichoso si los besos de sus labios escarlata
se pesaban en mis labios, descendían por mi tronco,
y erizando de deleite mis escamas de oro y plata,
inspiraban á mi oblicuo caracol su canto ronco!
Cuántas veces en la noche, de la luna á los reflejos,
en la roca hospitalaria más distante y más esquiva,
constelada de rojizos carapachos de cangrejos,
entregábase á mis ansias, melancólica ó lasciva...
Cómo hendíamos las olas irritadas ó serenas,
con su mano entre mi mano y en la suya mi pupila,
y qué dulces serenatas nos brindaban las sirenas
en los hoscos arrecifes de Caribdis ó de Sella!
Quién dio muerte á mis venturas? Un delfín gallardo y bruno..
— Te burlaron !— íVIe burlaron —Te vengaste?— Sabiamente!.
Demandando su tridente formidable al dios Neptuno
los clave sobre mi lecho de coral con el tridente!
Cómo surgen mis memorias ante el mar alborotado!
El mar es mi padre angüsto .. . deja, deja que recuerde:
En los viejos episodios fui tritón, enamorado
de una joven oceánida oji verde...
— 74 —
Prólogo
De «Cantos de la mañana» de la poetisa Delmípa Agustini
La creadora de belleza que ba
concebido estas rimaB extrañas, de
gracia intensa y ubérrimo colorido,
es una de las figuras más gallardas y
complejas de nuestra lírica actual.
No es la suya un alma puramente
isentimental, de esas que sufren el
contagio de la ajena angustia, ni su
arte fruto no más del subjetivismo
que encanta y conmueve; su poesía
ofrece por igual las íntimas exha-
laciones del alma humana y de la
naturaleza, convertidas en imágenes
de alto sentimiento estético. Su ta-
lento musical y su virtuosa imagi-
nación aparecen de consuno hasta
en sus niás pequeñas manifestacio-
nes de arte.
¿No percibís la frescura y el ju-
venil perfume que emanan de este
título: Cantos de la mañana?
¿No os place la harmonía de ese
frágil heptasílabo que acusa jovial;
dad?
Tal delicadeza innata en la poetisa
hace pendant con su léxico florido.
Luego, la amplitud del toncepto y la
belleza plástica, que caracterizan á
la poesía moderna y revelan al verda-
dero poeta, coexisten en estas estro-
fas donde el hábil é inquieto nu-
men de la artista juega á la origina-
lidad en períodos de elegante cons-
trucción, á veces mórbidos y ator-
mentados, más siempre ricos de
fausto y sonoridad. Porque si bien
Delmira Agustini gusta dotar á sus
versos de una grande alma peregrina
como la suya, no olvida, por eso, el
el encanto de la dicción ni el sorti-
legio del ritmo que tan bellas co-
sas sugiere á los espíritus contempla-
tivos de nuestra época.
En Cantos de la mañana, como en
El libro blanco: su hermano mayor
que tantos lauros conquistó entre los
literatos hispanoamericanos (I), hay
variedad de motivos y matices. De
ahí la complejidad de esta gran Ele-
gida que florece en nuestro ambiente
como una orquídea en un vasto jar-
• din inundado de rosas.
El verslibrismo de alguna» de las
composiciones que constituyen este
opúsculo es harmoníoso y personal,
sin caer en el abismo de la extrava-
gancia á que están expuestos los que
creen hallar en él hondos veneros de
originalidad. Las alas y i Vida ! son
creaciones que confirman ese concei>-
to : el verso es suave y á la vez vigo-
roso, y su sentido profundo y origi-
nal.
Los verslibristas contemporáneos se
distinguen por sus estrofas monorri-
mas y sus cláusulas hiperbóreas. Y
eso se explica porque el verso libre,
no obstante su absoluta libertad, re-
sulta aún más difícil para el poeta-
orfebre que odia las asonancias y
ama hasta el paroxismo el sereno des-
granamiento de sus rimas.
(1) Debo dejar constancia aquí de que dicho libro no traspuso las fronte-
r!í« del país. Los juicios de escritores extranjeros insertos al fin de la presen-
te obra son parte de los recibidos por su autora y fueron enviados espontánea-
mente é inspirados en algunas poesías publicadas por revistas nacionales.
*■. ...V^yi^''''
« 75 -
Delmirai Agnstini) que ha ensayado
con felicidad todas las combinaciones
métricas, maneja admirablemente el
verso libre, melodizándolo, y engran-
deciendo en ideas lo que la métrica
y la rima restringen al pensador.
Pero donde más se luce su maravi-
llosa intuición de artista es en el do-
minio del soberbio alejandrino. Leed
La boTíO milagrosa y Supremo idilio^
boceto este último que es todo un
suntuoso poema en que impera el
pensamiento y fluye la melodía fres-
ca y jocunda como el cristal de un
río... Los hemistiquios de ese poema
son tan perfectos y han sido cincela-
dos con tal primor que concretan la
consagración de su autora.
Yo no encuentro entre las poetisas
autóctonas de América una sola com-
parable á ella por su originalidad
de buena cepa y por la arrogancia
viril de sus cantos. Otras hay, más
dadas á la poesía amatoria y madri-
galesca, que me halagan el espíritu y
dejan en el fondo de mi corazón una
estela de dulzuras infinitas. Pero el
poeta debe cantarlo todo : un paisa-
je, un idilio, la alegría de las maña-
nas primaverales saturadas de per-
fumes y la insondable tristeza del
invierno que todo lo arropa en su ve-
llorí de brumas. Y, como no ha de
seguir una pauta en sus inquietas lu-
cubraciones ni ha de ceñirse á nor-
mas preestablecidas, su emotividad y
su genio creador exhiben íus deWÉU<^
deces y exaltan la vida. Porque el
poeta es ante todo un sublime exal-
tador y no un pasivo observador de
las cosas.
Delmira Agustini, que ha cantado
con el mismo afecto sus paisajes in-
teriores y todo aquello de la natura-
leza que ha arrancado zalemas á su
espíritu soñador, ha interpretado
fielmente el divino evangelio del
POETA.
La lectura de estos cantos colec-
cionados precipitadamente y sin pre-
vio examen, dirá al lector cuál ha
sido hoy la modalidad de la elocuen-
te poetisa, ya que ella, antes de ini-
ciar una nueva etapa literaria, ha
querido dar al público, á manera de
ofrenda, la última floración de su
primer ciclo artístico .
¿Qué tendencia ó qué credo buB'
tentará mañana?
De renovación, sin duda. Porque
quien no ha ido á beber inspiración
en las fuentes de los maestros no vol-
verá á los modelos de viejos clásicos
que imponen lae academias, sino que
traerá en Bus alforjas nuevas for
mas y modulaciones gratas que dirán
del proceso evolutivo de su arte y
señalarán una nueva orientación poé-
tica.
PEEEZ Y CUEIS,
Enero de 1910.
«♦•
Limostia id^al
Para Apolo
Ihiinina mis pasos; en mi senda
pon la miserieordií) de tus oj<(¿;
llevo el alma entre sombras y entre abrojos
y no sé dónde coldcnr mi tienda.
Colma la pequenez de mis antojos,
se mi ángel tutelar en la contienda,
dame á beber, como piadosa ofrenda,
el vino excelso de tus labios rojos.
Oye : mi corazón es un mendigo
que llega taciturno y sin abrigo
á pedirte merced para sus males.
Si»tú tienes bondad no me abandones
que yo te pagaré con mis canciones
la limosma de amor que me regales.
F. Restrkfo GÓMEZ.
Bogotá.
.:^!WW^^
- 76
■(■■■" ■
SelUmbre
Esbo2;a. en. la. e;a.mpifia. txraa. a.e:t4.a.xe;la.
Ds tie;m.o eoloi-iclo tu. pirase;!.
En. qxxe; txn. paisaje; d.e oro se (ronste;la.
*y^¿-ij.n.a. glorieta. xeflor<se;e: e;n. él.
1 03n, artista : frágil e;s tij. este;la
Como de; xxn. óse;tj.lo de:, mié;!
La £ragan.e;ia qixe; e;l labio anlae;la3
O csoimo el (seo de; xxn. rondel 1
Palies pasa.s por el fan.go de la "wida
Corxio tj.na. t>lon.da. xiaa.riposa. tierida. ^
I^txes litxyes mientras el jardín, q-ixe "u-iste
DesriXido atin., Itxce stx pompa en flor,
i. OJrij artista de alma soñadora, -y triste.
Sea ttx nitAmerx pa.ra. xxn gra.n. pintor 1
i=e:k.h:2^ -y cuijis.
«♦»
ft las Musas
Para Apolo
i>(' P>-oclii, pni'la liriro, floreciente en Alejendria, año 100 de .Y. K.
Cantemos, si, canteit)os
■4. la luz que levíuita á los mortales:
del gran Júpiter son las nueve hijas,
las MuSás, (liosas de armoniosa voz.
Cuando errantes cruzaban nuestras almas
los senos de la vida,
por gracia "de sus l¡Í)ros saludables
fueron santifleadas,
libres ya del funesto
asalto de los duelos terrenales.
Por ellas aprendieron nuestras almas
sobre las hondas ajanas del olvido
á elevarse y llegar al astro, puras,
á que su suerte se halla unida; al astro
abandonado otrora
cuando cayeron á las playas deste
existir, locamente enamoradas
de la materia. Oh, diosas: el tumulto
calmad de mis congojas y extasiadme
con las cuerdas palabras de los sabios;
haced de los impíos que la raza
no pueda desviarme del sendero
sagrado, luminoso,
fecundo. De entre el caos
de las desenfrenadas muchedumbres
atraed mi alma errante á la luz santa,
constantemente; cólmenla los frutos
de vuestros caros libros, y que siempre
posea, permitidme,
el don de la elocuencia persuasiva.
Escuchadme, vosotras,
diosas que el gobernalle
de la sabiduría sacrosanta
á vuestro arbitrio manejáis; vosotras
que encendéis con las almas de los hoiiibrtís
la llama que sublima;
vosotras que distante del abismo
tenebroso del mundo, arrebataislos
á las regiones de los inmortales,
con la pureza de los csiiitos rústicos
santificándolos. Oh poderosas
salvaguardantes: escucliad ; mostradnit;
la pura luz en los sagrados libros;
destruid la niebla que mis ojos cubre,
á fin de que distinga sin obstáculo
entre el dios inmortal y el mortal hon.brf
Que un maligno demonio no me tenga
eternamente lejos de los buenos
bajo las insondables
corrientes del olvido,
y que un castigo infausto no sujete
con lazos de la vida mi alma trémula
en medio de las frígidas
aguas de aquesta humanidad, mi alma
que vagar ya no quiere deste modo !
Oidme, diosas guias
del supremo saber que da la luz :
por entrar en la senda que á vosotras
conduce, yo me esfuerzo; los misterios
y las iniciaciones
de las sacras palabras, reveladwie !
Edmundo MONTAÍíNE.
I I
Galena de '^a^olo'*
ÁNGEL FALCO
(Autor de « Breciario Galante » >.
— 78 -
De Arturo R. de Carricarte
£1 **nacíotialístno" «ti fttn-éúca
i")
( Glosa de xxn libpo ehileno )
í^ii todos sus errores y llegar, como ella, al aniquilamiento fatal. Los
Estados Unidos han querido, en todo tiempo, tener nación propia
nosotros hemos querido tener un mosaico de naciones en el que entren
fragmentos de todos los exotismos excepto algo nacional y propio,
Y así, en tanto quo el coloso septentrional del Continente crece y me-
dra, nostros nos empobrecemos, ó cuando mucho, permanecemos esta-
cionarios, y si adelantamos es á costa de la renuncia á todo lo que nos
es propio y autóctono, transformándonos lentamente de país hospita-
lario en ((ColonÍH» de los pueblos extranjeros surgidos en la tierra na-
cional. (1)
Hace algún tiempo apareoó en Venezuela una novela, ((Don Quijote
e 1 América», en la cual su distinguido autor, satirizaba á un innova-
dor (don Quijott' moderno) que quería convertir predios abandonados
í' 1 jardines públicos, corrales inmundos en jardines de aclimatación ,
hosterías en grandes hotehís. callejas intransitables en avenidas su:i-
tiiosas, todo esto hecho en bieves días. Del espíritu del libro trasciende
tr.iíi ironía despiadada contra los innovadores, contra los sinceramente
proeres'stas. Lo que se narra en el libro como sueño insensato, es !r
que á diario realizan los yankees en su tierra, transformando en se-
manas un yermo en una ciudad ó levantando los cimientos de Chicago
l)ara impedir que las ñltraciones de las aguas en aquel lugar inado-
tnado socaven los cimientos de los edificios. Es decir que cuanto ex-
pone el libro en cuestión como ridículo y fantástico, como fruto de un
afán inmoderado de progreso, lo vemos practicar cada día en puebloi
que no solamente hacen esas maravillas sino que dan vida á pensadoi-es
{* . En el núnifro coi-respondiente á Alaizo publicaieinos la conclusitin de este cstii-
ilio. p]l exeeso de material nos ha impedido hacerlo hoy como habíamos prometido á
nuestros lectores. — Aota da la Redacción.
(1) En la página 86 de su obra, el señor Pinochet declara que en una
Visita hecha á lori establecimientos ingleses del Norte, en Chile, por el Pre-
sidente de la Repúl lic^., asistieron todos los elementos más respetables á aga-
f^ajar al mandatario «incluso la colonia chilena» según declaración d?!
.í :i-i-i El yfcr curio de 19 de Abril de 1909.
Y esto ocurre i.ada menos que en un país donde el patriotismo de sus repá-
lilicos es tal, que para elloe Chile está por sobre todo y ante todo, como aflrm:i
Irrer^to Quesada en su obra «La Política Chilena en el Plata», Buenos Aire^
1F95, páeina 26. Y esta afirmación tiene tanto más valor cuanto que su aii
tor es realmente un observador imparcial, pero en caso de partidaria-no sí'
habrí ! de inclinar, forzosamente, en contra de Chile.
- 79 -
como 1 ¡r.njson, literatos y ivoetas como Edgard Poe y Cooper, pint .>
res como Sergent, inveatons como Edison, dibujantes como üanu
üibson. País que atiende á todo, y que en sus escuelas enseña á trans-
formar un grosero alambre en objeto de útil adorno, ó un trozo de
madera en art< racto practi • • y bello y, á la vez, á pensar y á crear
belleza ; que ha reducid i ú reglas matemáticas la creación novelesca
i.The Science of Flot by W. B. Ransdem, New York, 1909), que ha or-
ganizado el negocio editorial en tal forma que son los editores los que
solicitan á los autores y no éstos los que se humillan al impresor. Qut-
lian podido elevar á centenares de miles de ejemplares la publicidad
de una revista de cuentos y novelas cortas, que ofrece pagar el más
alto precio, f<no á la más reputada firma, sino á la mejor producción;
y que no tieno tasa en su presupuesto para aceptar originales (Th(.
Black Cat).
IV
Dos aspectos se denuncian en la obra del señor Pinochet : la acción
disolvente del elemento extranjero y la desidia nativa para contrarivs
tarla ; el desdén al trabajo y la incomprensión del ideal de la civili-
zación moderna. En puridad la carencia de ideal es casi general en nu --
tra América. ccSe necesita siempre como guía un ideal, (1) por distant"
que aparezca su realización. Si en medio de esos compromisos que por
las circunstancias de los tiempos son ó se consideran como indispensa-
bles, no se tiene ninguna concepción de lo mejor y lo peor en materia
tle organización social, si nada se ve detrás de la exigencias del mo-
mento y se adquiere el hábito de identificar el bien inmediato con el
bien definitivo, no puede entonces haber verdadero progreso. Por it-
nioto que se halle el fin y aunque frecuentemente los obstáculos inter-
puestos nos obliguen á desviarnos del camino más corto, es evidente-
mente indispensabl3 saber donde se encuentran.» Nosotros hemos des-
deñado esta suprema ori-^ntación, y al organizar los servicios trasce:>
dentes del Estado, la instrucción, la distribucción administrativa y
hasta, en algunos países, la misma organización política, hemos se-
!.;:uido los más varios rumbos sin prefijarnos una línea predomiante de
c'oncli.ieta ni cohonestar los elementos diversos encaminándolos hacia
una finalidad común. Todavía el general Mitre se muestra más ser-
ró: «en la masa general de nuestros países, dice, se observa la ausen-
cia de todo ideal». (2) De ahí el que sea estéril cuanto esfuerzo se ha
realizado para asegurar el éxito de instituciones excelentes pero deti-
cientemente comprendidas. Chile nos ofrece un ejemplo elocuente con
la revolución de 1891: en ella se dilucidó una cuestión radicalísini
de principios : el movimiento que encabezara don Jorge Montt sus-
tentaba como programa la supremacía del Congreso abrogándole li
suma de los poderes piíblicos en tanto que Balmaceda, el ilustra
svácida, defendía el principio de la división de los poderes y de Ins
prerrogativas inherentes al Poder Ejecutivo. Y véase como ni el qu.»
á juicio de los revolucionarios encamaba una política centralizadoi:!
(!' Herbert Spencer : «El individuo contra el Estidc». página 222.
(2) "Historia de San Martín», página 25, I.
'■■•• ■v.-:' *■■-■•.■ ■■'■■'V
— 80 — ■■''.'/'
id grado de que se le acusaba de ejercer la tiranía, ni los que se lan-
zaron á la lucha armada en nombre db la democracia y la descentta-
iización, pusieron coto á la creciente absorción de los colonos extran-
jeros. Y cuenta que durante la actuación de Balmaceda desde el 28
de Septiembre de 1887 hasta el 17 de Julio de 1891 se llevaron á cabo
obras públicas de incuestionable importancia, no siendo las menores
las relativas á la instrucción pública que fué notablemente reformada.
La obra de Balmaceda, la obra de sus antecesores, la obra de Montt y
(le sus sucesores mancó en lo esencial, en lo definitivo de su orienta-
ción patriótica : ni esas obras públicas, ni la educación popular tuvie-
lon un objetivo nacionalizador : las fuerzas vivas del país, sus reciir-
s( s económicos, y el contingente más lucido de sus ciudadanos, des-
tinóse en unos casos á las obras de ingeniería, en otros, con decidida
preferencia, á realzar el ejército para garantir la independencia del
Estado contra los ataques del exterior. Se vio, y Chile apercibióse para
tal evento, la posibilidad do un choque con pueblos extranjeros que
debilitase ó perdiese la independencia del país, pero no se advirtió el
lento y continuo laborar del enemigo interno, la absorción del senti-
miento, del concepto, de la riqueza de la patria por las colonias ex-
tranjeras en todo ol territorio establecidas, que mantenían integérrinio
el sentimiento de Ja patria nativa en contraposición al desprecio que
el nativo les inspiraba ; el nativo que le había cedidcí insanamente sus
tierras, su riqueza, su industria y su cultura misma.
Y allí donde la tierra está monopolizada, dice Henrj' George (1)
sus habitantes caerán forzosamente en una condición que aun cuanao
so vean recompensado:^ con títulos y apariencias de libertad, lo será
viitualmente de esclavitud. Basta aplicar este principio económico
ú ios fenómenos sociales en general, y especialmente al desenvolvi-
iiiionto político de los pueblos en formación, para comprender que,
lógicamente, (tuna nación que pierda el doninio de sus tierras mono-
polizadas por el extranjero, cualquiera que sea su apariencia de li-
líortad será virtualmente esclava».
Estudiando los efectos do la invasióy árabe en España, dice Buckle,
(2) «la invasión mahometana empor.Teció á los cristianos, la pobreza
i r.goüdró la ignorancia, la ignorancia engendró la credulidad quitando
á los hombres el deseo de comprender por sí mismo». La pobreza, pues,
de^ nativo, en fronte á la preponderancia del extranjero, es fuente
do males innúmeros y de consecuencias fatales.
De otra parte, las excesivas franquicias otorgadas á una colonia
extranjera dentro del territorio patrio, así como las excesivas conce-
siones hechas á otra nación más poderosa, están muy lejos de asegu-
rar en la práctica el que la colonia se solidarice con el país de su
residencia y de alcanzar de la nación favorecida una reciprocidad
(>í|iiivalente. Por el contrario, los hechos demuestran que está en razón
inversa de las concesiones del pueblo débil la consideración y el res-
])rt!) que el pueblo fuert? le otorgue. Del primer caso puede ofrecerse
ui ejemplo en la colonia yankee establecida en la isla de Pinos, te-
(1) "Progress and Misery, London, 1894, página 47.
(21 Henry T. Buckle: «Bosquejo de una Historia del intelecto español!»,
página 28.
• ^ *■ "*•' ^^r V*-í
- 81
rritorio de la República de Cuba ; no obstante Jas liberalidades que
el Gobierno cubano otorgó á esa colonia, ésta no tuvo reparo, en 1907.
I^ara pretender erigirse en dueña del territorio y pedir la incorpora-
ción de la pequeña isla á los Estados Unidos, desconociendo, con he-
chos, las autoridades locales, dependientes del Gobierno de Cuba. Sa-
bido es que la administración del general Díaz no ha escatimado es-
fuerzos para atraerse la benevolencia del gobierno de Washington á
la mira de obtener de éste la represión y aún la prevención de cual-
quier conato revolucionario encaminado contra la administración de
Díaz, que intentara oi-ganizarse en territorio yankee ; pues bien, no
obstante la innúmeras deferencias 5' concesiones de toda índole quv
por espacio de más de diez años México ha venido haciendo á los Es-
tados Unidos del Norte, éstos, cada vez que el interés nacional mexi-
cano ha tenido necesidad de su cooperación, se han mostrado rf^miso:^
cuando no hostiles. En 1906 estalló en Cananea, en las minas qu'-
legenteaba el vankee Mr. Green, una huelga de los mineros mexica-
nos en aquel fundo establecidos, é inicuamente explotados ; Cananea
está en la frontera de los Estados Unidos, en el estado de Sonora y
Mr. Green, 110 tuvo reparo en llamar fuerzas yankees que gustosa-
mente violaron el territorio de México para fusilar inermes mexi-
canos. Semejante hecho provocó las iras populares ; México vibró lleno
d.' noble indignación, la prensa independiente denunció el hecho y
exigió del Gobierno que demandase la reparación condigna ; la Canci-
llería de \\ ashington se negó resueltamente á ello y tan sóJo pudo ob-
tenerse que se aviniera á declarar que las fuerzas invasoras habían
traspuesto la frontera á pedido del Gobernador de Sonora . señor Iza-
iial, y que dichas fuerzas no llegaron en formación ni como ejército-
nacional de los Estados I nidos, sino únicamente como fuerza poli-
cial cuyos auxilios liabían sido requeridos por autoridad conipetentv'.
E> de advertirse que aún habiendo ocurrido los hechos en esa forma,
sienipr{> resultaban violadas las constituciones del Estado de Cananea
y la federal de ^México que exigen para la admisión <]e fuerzus i\-
tranjeras dentro del territorio mexicano requisitos prolijos, todos omi-
tidos en aquella inolvidable ocasión. La única satisfacción efectiva que
se otorgó á la opinión pública fué la destitución del gobernador Iza-
bal. Todavía hay más: nn año apenas después de haberse suscrito un
i'ontrato entre los gobiernos de México y Washington, en el que éstos
obtenían el usufructo de la espléndida baliía Magdalena para ejercicios
(íe tiro y prácticas de la Escuadra Blanca, casi sin limitaciones, conce-
sión que indignó al i)aís, un cónsul mexicano fué atropellado villana-
nunte en la ciudad de El Paso, por un oficial de policía de esa ciudatl
La cancillería mexicana sólo pudo obtener de la de "Washington, la
l>ioniesa de que se investigaría el caso, pero ni el castigo del culpabio
y ni aún siquiei-a las garantías pedidas por el atropella.lo funciona-
rio. (1)
El cónsul comunicó al canciller mexicano, señor Ignacio ^Mariscal.
su temor de ser nuevamente agredido. En efecto,, menos de dos me-
ses después era víctima de un segundo atropello, esta vez mucho más^
bi ntal, ])ues las violencias que sufrió le retuvieron en c ama largos
<!) El Pais, México, año XI, niim. 3,681, 24 de Abril de 1909.
— 82 —
iiu'ses. El cónsul reclamó nuevamente, la cancillería pasó otra nota á
J.i de Washington y tras una larga tramitación se obtuvo, por todo
desagravio, la imposición de una multa de cien pesos (cuando la legis-
lación del Kstado de Texas para delitos de las circunstancias de éste,
señala mil pesos de multa y dos años de prisión) al policía yankee, pero
111 siquiera se logró la indemnización de los daños materiales inmedia-
tas y los perjuicios consiguientes experimentados por el cónsiil. Pocj
t.eiiipo desjiués este funcionario era destituido. Sería demasiado malicia
^\ suponer que tal destitución tuviera por objeto impedir un nuevo
atropello al de8ani])arado representante mexicano; pero, claro está,
i xonerado éste de su calidad consular, sería en lo sucesivo asesinado
-como simple particular y no como un representante de nación amiga,
coii lo cual quedaría á salvo el decoro de ^léxico y garantido de todo
nesgo contra el agresivo eshirro texano, el maltrecbo Derecbo de
(ientes violado con admirable contumacia. Parece que los casos cita-
•dos. ya que son hechos de veracidad indiscutible, prueban, con más
elocuencia que cualquier argumentación, la inocuidad de la tolerancia y
lenidad de nuestros países en puntos atañaderos á su seguridad, á su
interés y hasta á su decoro, para con las colonias extranjeras estable-
cidas en su seno y para con las naciones jioderosas de cuya amistad tie-
iien i)riiebas tan ieliacientes como las que los Estados Unidos han dado
i\ México en el siglo último lüirándolo del magno problema de organi-
y.i'.v y fomentar los estados de Xuevo Aléxico, Texas v California.
«♦•
jPs.Lp- jPl
A A mador Sánchez.
F'tra ArOLD.
— El Pasado--Kl Futuro — La K-ifiíig.' de la Vida —
líeciierdos, esperanzas, mutismo de las cosas —
T'ii visionai'io pinta la Tierra Prometida.
I na mujer t-onteiiipla un manojo d(> rosas.
La .Aurora es Alegría y la Tarde es Tristeza —
JiKs «'strellas nos niiraii desde remotos cielos.
La Historia de los i)uel)los sueña con la (Jrandeza,
Las almas acarician sus i'ervientes aidielos
';(,^ué fuei'on Sakiamuni. .Jesucristo. Malionuí!' —
Su \()z suena en los siglos luchando con la Mueite —
La Ci'ítica dcstiuye y la Fe se des])loma —
c^^'agneI■? r! Tolstoy ? Vencidos — Sólo Xietzsche es el fuerte.
«
Las l)acant<^s no ríen (»n los valles de (¡recia —
J.as sirenas no bordan su canto deslumhrante —
^; Progi(>s() !' Norte América — r! Agonía I" Venecia —
T>i)i) (Quijote en derrota — Sancho Panza triunfante.
-: Me sei)ultan las sonil)ras ó la luz me ilumiiui!-'
^; ^íe avasalla el Olvido I-' r! I^a Victoi'ia me esperad
Nada sé — Todo ignoro — Ali vida es una .encina
Solitai'ia que escucha trinar la l'rimavera. .
Jri.]o Rai 1. MKNDILAHAlíSr.
■^ww^ '
— Hn
Plegaría
Para Apolo.
{^estaña este dolop en el que vivo
tan hupaño de todo lo que es^iste ;
topna tu eofazón menos esquivo
á la mipada de mis ojos , triste .
Tengo un presentimiento compasivo
CHUZ de ilusiones mi esperanza viste:
he de besar tu rostro pensativo
aunque en negarlo tu hosquedad persiste.
Disipa este pesar que tiene opreso
n^i delirante espíritu soníbrío
al rojo sortilegio de tu beso;
bríndame en eopa de piedad tu ofrenda,
que, esclavo de tu amor y tu albedrío,
sabré ser el "Don Juan" de tu leyenda.
Juan SERRAf^iO
Caracas .
KK I'IÍADO - MOX'lKVinr.O
— .S4
Vara Apolo
Sei propriü piizza; dei^iia di rimpianto
Se ancora credi che a te porti amore,
Te ne portai. . . si t'adorai. . . e tanto
Ma ora non mi fai altro che orrore.
No, non lo creder: toí>li dalla mente
Tali pensier, or mi tai sol ribrezzo.
Come te, son vi a mille ira la "-ente
E a te non serbo ch'odio e ti... disprezzo.
So^tio
T'ho riveduta, quei^li occhioni neri
Pei quali un piorno ho tanto spasimato,
Que.íi"li occhioni si belli e menzo.o-neri
I. i ho contemplati, ma non ho tremato.
\í m'hai parlato: la tua dolce \oce
Scendeami nel cor quasi armunia
Del ciel, ed una lotta barbara. . . feroce
A lun;u-o conturbó Tanima mia.
Di nuovo mi dicesti che il tuo amore
Per me non ha piú hne né misara,
Hd io senz'un sol frémito nel core
'í^i domandai: Nc se/ propr/o sici/ra?
Le braccia tu allun,i>asti per baciarmi
H in ,ií"inocchio ,iíiui"asti che ne ardevi :
Ma io pei>uio ancor freddo de'marmi
Ti risposi un bel /¿o, che tu hn,í>-evi.
(;. MOLA.
— 85
EL HIOlSrOKL, IXEUcJEIK. 1
— La señorita Elida, presa ! La
llevan en un carruaje con el se-
ñor y Pepa !
— -i Pero qué dices ^ — respondió
Antonio, el mucamo de la casa
— Pues que, r; no sabes lo que
liH pasado y
— Cuenta, cuenta! Haz prisa,
mujer...
Y Carmen, la cocinera de la
familia, sin saher como comenzar,
habló :
— La señorita ha muert.o al
hijo...
— Calla, bruta ! Calla, que si te
oye la señora, l>onita te va á de-
ar
I
— Sí, hombre, si es cierto. El
novio que tenía la dejó gruesa y el
señor que sospechaba de algo la
amenazó con encerrarla en un con-
vento si deshonraba á la familia.
La ])obre, por .-njjuesto, se apre-
taba el corsé jjara disimular y el
señor no notaba la cosa, l^os otros
días dio á luz, apretó la garganta
;í la criatura y la envió á tirar
por la mucama. Pepa arrojó el
bulto contra un portón, pero la
vio un vigilante y la siguió. Ella
echó á correr y entró aquí. Pero
el vigilante fué á ver lo que era
el bulto y se encontró con la cria-
tura muerta. El asunto es que
vino el comisario y la ])obre Pei^a
asustada confesó la verdad. Ahora
acaban de llevar á los tres en un
<ari-uaje...
I I
— Dinie, Antonio, i^ero es una
canallada que Pepa esté en la
cárcel. ^; Por qué soltaron al pa-
trón y á la señorita y á ella ñor
— Es que el patrón tieiu^ muy
liuenos amigos y con un poco de
l)lata arregló el asunto. Se ha
dado también á Pepa una canti-
dad ]irometiéndole que saldría en-
seguida para que ella dijera que
el nene es su hijo, y la infeliz ha
caído en la tontera...
— ^Pero, ¿los doctores dé policía
no revisan 'f
— Los doctores dicen lo que les
mandan los superiores, de lo con-
trario los echan del empleo.
— Pero esto es una barbaridad !
Si ella no ha cometido la falta.
r por qué la ha de pagar ?
— El honor, mujer! El honor!...
Si la gente sabe que Elida ha he-
cho eso, las demás hermanas no
l)odrán encontrar marido, pues
nadie las querrá...
— Ali ! el honor!... Y dinie, Ma-
nuel: ¿Los pobres, no tenemos
honor;-'...
— Pero qué torpe eres. El honor
es la sociedad, esas reuniones que
efectúan los señores, ccmio aquí
los viernes.
— Entonces, se pierde el honor
cuando se hace una cosa que á la
sociedad no le gusta 'r
— Seguramente, mujer.
— Y á la sociedad le gusta que
la-, mujeres casada.s sean queridas
de los amigos de la sociedad!'
— ¿Cómo le ha de gustar!' ¿A
quién le gusta eso?
— Y entonces, como don .Blas.
Enrique el soVírino de la señora y
otros que tú sabes, so'i de la so-
ciedad y todos están entei'ados de
lo que hacen sus mujeres !'...
— Pero entre ellos...
— Ali ! entre ellos... Peio Elida
y Carlitos el novio, son de la so-
ciedad y sin embargo...
— Sí, ])ero ellos no son casados
y no siendo casados...
— Ah, sí, sí! no siendo casados,
el hijo...
— No tiene editor responsable,
mujer, ¿entiendes?...
:Maecos froment.
— so
otoñal m^laticoUa
'., /'.^Sag*?*'
•f--
En aquella tarde triste, Carlos
Milet lu) tuvo, como otras veces,
ansias lie ai)urar (mi pequeños y
sejíuicios sorbos la favorita bebi-
da. Se hallaba ante él la rebo-
sante copa sol)re la fría mesita
(It mármol, al parecer desprovista
del la subyuij;aiite atraccióu de
oti'as lioi'as.
A(piel solitario, taciturno caba-
llero de oscui'a barba entera, de na-
riz nuis acentuada nu'ute aguileña
sol)i-e el rostro etiria()Uecido y cu-
yos ojos grises, ojos con extraños
tuigores tle ñel)res (jue evocaban
ia juortal |)ali(lez (!«• los aceros,
dej(') vagar sil nuiada tras los
cristales (le la amplia galei'ía.
I']n el jardín de otoño eia el mi-
raje. Kl cielo plomizo, cejijunto
e! lioi-izont(i anunciador de borras-
ca, la tii'n-;¡ falta de alegrías y
de encantos, y el \¡ent() frío, cu-
yo iiimor liiciera pensai' en cosas
niueitas, deshojaba inii)lacal)le las
i'dtimas losas eniernuis.
l)eso]aci(')n inmensa en el i)ai-
saje yerto.
Kn el alma de Mib't, ipu» con-
tem|)lal)a a(piello, conuMizaron ;í
florecer las llores sin ])ei'fumes,
las flores p;ilidas <le la más hontla,
de la más punzante de las melan-
colías. Ii •remedial)lemente se juz-
gó \\n lracasad(», mi \cncido jior
sieiii])]»' frente á la vida.
Como en los instantes ])Ostre-
ros de los dramas bumanos, en
(pie por un minuto los protagonis-
tas tienen la lucidez C()ni])leta, ab-
soluta, de lo que lian sido, Milet
Para Apolo.
apuró el acíbar moral de todo lo
estéril, de todo lo iniecundo de
sus años.
Indolentemente dejó caer su
busto. Tomaba ahora el melancó-
lico, un relieve doloroso y artís-
tico á la par que bien pudiera
.simbolizar en una tela la Amar-
gura. Su iiarba, en el desfallecido
incliiiar.se de la faz. rozaba la
ftiui y delicada corbata modernis-
ta ; sus ojos á medio cerrar pare-
cían abstraíalos en algo muy inte-
rior, sin mirar, sin seguir por un
momento las azuladas es])irales del
humo perfumado del habano que
las manos exangües del doloroso,
s(!stu\'¡(>ran.
A cada instante se abismaba
ii:;is en su tornuuito ; comi)rendía
(liK la \()limtad, que el entusias-
me y el optimismo creador en él,
liabíaiise esfumado, — sufría la l)e-
iia de (piien no lia cuni]jlido la-
ley de la \ida. Por un momento se
C()mi)ai('; á los árboles (pie iban
(piedándose desnudos ; — los años
le fueron así arrancando la espe-
ranza y en vez de dejarle como
á los arbustos, oscuros, esquelé-
ticas las ramas, dejábanle á él
blancos, nevados los caliellos de
las sienes, (pie no alentarían ya,
un sólo, un ixnpieño y azulado en-
sueño.
VA \ient() inclemente seguía y
del cielo caían las ])rinieras enor-
mes gotas de agua, ])]-eludio de
lluvia sonora y copiosa.
Andrks T. (íOMKXSOHO.
*-*-»-
.^n»!-
— 87 —
No es amor
R^stxU
Xo es ílllIOl- 11¡ (Icst'll
1^0 <iU(' iiH' lleva ;i ti para ailiiiirait(
Te admiro, eoiiio veo
I'iia ¡ova del arte.
Si<;»(' para todos desdrñosa y fría.
V ([ue un \ai;o eiisuerio
Si-a el niiieo dueño
De tu tíuitasia.
Üoiiio miro en el Louvre ¡i la (iioeoiida
Ircniica. lisueña y jiensativ;!;
Ni le hablo, ni iiuicro i|iic i<'spoiida
Como si fuese viva.
^íe miras, y eallas. eoii rostro risueño;
Kii tu oído eáudiilo ; ((ué cosas diría.
Si no fuese un loeo ó iniposilile. empeño
(¿ue yo fuese tuyo y tú fueses mía !
FuAN<isio A. I)K 1(\\/A.
VISTA DK ^roXTENinKO
Ingenuatnetite
Tú. (|ue esperas amor de los amores.
l'oliríí poeta (|ue pusiste un día
Tu esperanza en el búcaro de flores
«iue |>oi- piedad te d¡<') la Poesía.
Tú. i|ue si t(í liiiíren los dolores.
Secas la sans're .v dices: Dios no envía
Dolores, sino á ai|Uellos pecadores
De alma oscura y torcida cual la np'a.
("aracas-l'.io'.i.
Puro Apolo.
(íoza aliora «leí cielo, ya (¡iic ella
l'rendi('i en tu cielo la primera e.strella:
Y en la heredad humilde de tu vida.
l'n haz lie los claveles matizados
Con la blancura de su ti'z durmida
Y el lojí) de sus labios encarnados.
I, lis ConUKA.
— 88 —
Bibliográficas
liibpos y folletos recibidos
£1 Sacrificio de iVIárgara (no-
vela), POR Beni(4X<) Várela.
— Librería de Pneijo. — Ma-
(IrUI.
IjH realidad se ha encargado de
eonñrmar el triunfo que en estas
mismas páginas auguré á Benig-
no Várela con motivo de leer su
novela St'tuhi de Toiiiini. En efcv'-
to, el novelista se ha integrado :^n
su nuevo lil)ro ; El Sacrificio de
Máif/aia es una novela pasional
de generosos sentimientos y ]:-\\-
cada psicología. Las escenas ailí
descritas revelan un espíritu olj-
servador y un corazón de artista,
que han aunado sus esfuerzos pa-
ra exteriorizar á la vez sus enin-
tividades. Cuanto á la prosa :le
Várela, mi opinión es invariable ;
llallí) en ella frescura y vigor, á
pesar del crítico de Xurv) Mi:n-
líi,, que ha querido encontrarl;i He-
na de americanismos. El tal crít'
co se me figura un pol)re maestro
de escuela ó un tonto de capi)ote
que á fuerza de respetar la gra-
mática, incurre en barbaridades
de todo calibi-e. -; Quién le ha di-
cho á él que no se del)e innovar
eiiriíjueciendo el léxico y dando á
la cláusula más pureza y morbi-
dez que nuestros clásicos?
Prosiga • Beigno Várela con esa
su prosa de combate salpicada de
nuevos giros, y no haga caso á las
pedantescas observaciones de aquel
crítico cuya ceguera no le permite
ver grandes poetas en España.
Mármoles y Lirios, porK. Pé-
rez Ar.FONSECA. — Santo Do-
m i ligo.
Es un pequeño volumen de ver-
sos suaves y afiligranados. El jo-
ven dominicano se revela poeta de
imaginación exuberante y exqui-
sito buen gusto. El poema Itoitif-
ría Tráfiicd, dedicado á Villaes-
pesa, rebosa sentimiento y espiri-
tualidad.
Almanaque Ilustrado del Uru-
guay, Director : K ic a r n o
SÁNCHEZ. — Montevideo.
El ejemplar correspondiente á
1910 contiene valiosas colaboracio-
nes y retratos de escritores nacio-
nales y extranjeros. Hay en él--
además de las firmadas por nues-
tros literatos — composiciones de
Amado X< rvo, Chocano, ligarte,
Rul)én Da rio. Carricarte, etc. etc.
PÉREZ V CFRIS.
Nuevos libros recibidos
Feminis-mo .Tri?ÍDi(o, i>i¡r 3Í. lti>-
iitcni navarro (Madrid); Cantos
DE i.A Mañana, ¡lítr Dnhiiini .If/íí.s-
fini (Montevideo) ; X'lises (.Votv-
l<i iiri/rntiiiii). ¡lov (1. Liiiirmcftin
{Santa Fe) ; Amitoi.ocíÍa. pur Ani-
hrasio L. ItiiiiKisso (Montevideo);
Creih'sci'los {pocHÍas), por Fer-
iKiiah) 1/ Francisco Llrs (Matan-
zas) ; Breviario Galante, por Ait-
(jcl FaJco (^Montevideo).
iNTENTlONAL SECOND EXPOSURE
Bibliográficas
ülbros V folíete s recibiGí
ti Sacrificio de lYicírgara \
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\1 ' I J,IM IM li--- I II 11 i II - I -ji I'. -| lll I I II .
IVIar moles y Lirios, ¡^ i.- I-' !'i
I'. - 1 1 II i ii 'I I ii fu I \ I i! i; 1,11 I, I !• \ t '
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I lll ■! : '. I ll I. rli '! i i'\ 1 I I I 'IM li ! I ■ y • \i I , I ,
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¿Tose Saan-tos Olnoeano, por Juan (íris
( De Kl Cojo Ih'xirado, do ("¡irai-as 1.
<7¿t IWONTEV'.DEO ^íT
c^ IWRRZO DE 1910 ^
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Revista m^tisual d^ atU y sociología
Director-Redactor: Pérez -y Guris
Secretario le' Redaccióíi: Ovidio Temáudez Rios
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CUERPO Úb IREOflCCIÓN
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í '■" ^ ;-■■■;. ^ V. .-. _ . ., . -
Julio. Raúl Mendilaharsu — Corresponsal en Europa
Tuan Picón Olaondo — Montevideo.
Francisco Villaespesa — Madrid.
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Enrique Olaya Herrera — Bruxelas.
T.uis G. Tjrbina — México.
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£/ Jardín de /as Quimeras
Las Horas que Pasan -
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X'reolo de oa.c1.£i. toxxxo | 0.78
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Rumbo al Sol
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Alma de Idilio y Rimas Sentimentales
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ítedaoción y A.dministraoióii:
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ANO V
Montevideo, Marzo de 1910
N." 37
¿Qu-é Ijar-el
7.7
No sé [jué hacer con una
imposihlG ilusión,
¡jue, á toda hora, importuna
mi corazón.
Estoy enamorado,
y 3s de una estrella:
cuanto más la he mirado,
la he encontrado más hella. . .
En vano husco cjué
hacer con mi ilusión.
¿ Qué haré. Señor, cjué haré ?
. . .Haré una canción.
No sé pé hacer con cierta
dolorosa impresión,
que, al encontrarla ahierta,
se me entró por la puerta
del corazón.
Tengo un amigo al lado
suave como un reptil:
cuanto más lo he tratado,
lo he encontrado más vil.
En vano Msco gué
hacer con mi impresión.
¿ Qué haré. Señor, qué haré ?
. . .Haré una canción.
¡Oh madre PoesiaT
Cada vez que senti
un ansia, una agonia,
pensé en ti, madre mia;
y me refugié en ti. . .
Cuando llegue el momento
en gue mi corazón
se hinche de sufrimiento,
. . .haré una canción;
y cuando venga el dia
en gue la reina de mi corazón
ss me niegue y no guiera ser ya mia,
i me quedará el consuelo todavia
de hacer una canción! . . .
José Santos CHOCANO.
^?o\lO
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Edición de lujo: 0.50 el ejemp'ar
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AÑO V
Montevideo. Marzo de 1910
N," 37
¿Qu^ l)ar-é?
7?
No sé gué hacer con una
imposiWe ilusión,
gue, á toda hora, importuna
mi corazón.
Estoy enamorado,
y es de una estrella:
cuanto más la he mirado,
la he encontrado más hella. . .
En vano husco qué
hacer con mi ilusión.
¿ Qué haré. Señor, qué haré ?
. . .Haré una canción.
No sé qué hacer con cierta
dolorosa impresión,
que, al encontrarla ahierta,
se me entró por la puerta
del corazón.
Tengo un amigo al lado
suave como un reptil:
cuanto más lo he tratado.
lo he encontrado más vil.
En vano ^usco qué
hacer con mi impresión.
¿ Qué haré, Señor, qué haré ?
. . .Haré una canción.
¡Oh madrePoesial
Cada vez que senti
un ansia, una agonia,
pensé en ti, madre mia;
y me refugié en ti. . .
Cuando llegue el momento
en que mi corazón
se hinche de sufrimiento,
. . .haré una canción;
y cuando venga el dia
en que la reina de mi corazón
se me niegue y no quiera ser ya mia,
i me quedará el consuelo todavia
de hacer una canción! ...
José Santos CHOCANO.
90
Tarjóla í)ostal
(A la poi'lixa bi'>tii/ita, inspirada j/ bella, Diümiva Agits-
tini, ai'lora de mCantus de la Mañana»),
Para Apolo
Besaron mis oídos «Cantos de la mañana»,
como pumop sedoso de lejano aleteo;
como eco de un apfuUo; como amante gorjeo;
cual si al alba anunciase cKistalina campana:
tPovas de agua {pagante que ente e vergeles nsana;
fina lluvia de polen qu^ incuba al gineceo:
eneapnación harmónica de estrofas del deseo,
en cuerpo de teutona con alma de gitana.
Tú, Delmira, has orlado con rubios arreboles,
la beldad matutina, bordándole aureolas
con la luz de tus ojos qxxz irradian como soles,
con la voz de tus himnos que cantan cual las olas.
iCielos,... ráfagas,... mares,... alboradas de grana!...
iSon gloriosos tus fúlgidos «Cantos de la |V[añanaí
Lieoncio JjñSSO DE liR VEGfl.
»♦«
£1 llanto t)«lado
Para Apolo.
En la calma infecunda, gastabas las pupilas
que ffjccían en sueños las nuevas esperanzas
cuando en raudal candente, las viejas añoranzas
retornaron las glorias de tus noches tranquilas.
Volvieron los recuerdos en refulgentes filas,
pasando ante tus ojos en raudas lontananzas,
y en el dibujo e3¿ótico de sus entrañas danzas
bordaban tus paisajes sus pinceladas lilas.
Amastes el pasado, desde tus noches yertas,
con sus encantos idos y sus canciones muertas;
y cuando tus pupilas sus lágrimas formaron,
para encontrar en ellas las dichas de un consuelo,
los fríos del presente sobre ellas se arrojaron,
i y no brotó tu llanto petrificado en hielo í
Alberto IiASPliACES.
íll
Turris Ebúrnea
jí>Lbxe;me:, Torre de naarfil, tu.s pixertasl
El anaa.1 y el "biera., los honrabres y la. \ricia.
á ti no a.lea.nza.n ni el anaor qtxe ol"vicia.
roba, tti pa.2: eon espera.n.2:a.s naxiertas.
jPlI erítieo Sa.tán., la.s a.ras yerta.s
y el nxtxstio libro tix dosel no a.nida. :
n.i ú. la. tribij. de len.gxAa. dolorida.
a.sila.ron txís bÓT7-eda.s desiertas.
■\7'i-u-e á ttx a.mparo la. IBelleza. : nntj.da.j
iam.pa.sible, gla.eia.1 : -diltims. diosa.
q-Lie ornó de mirto el a.ar3raoroso griego:
"Yo — eoíin.0 el a. ve qtj.e 2XIin.er\7-a. esetxda.—
qtiiero en. la. Itxmbre de ttj. fas: radiosa.
a.paeenta.r mis eíretilos de fu.ego 1
Gru-illermo "X/jPs-LElSrClJPs..
EDMOND ROSTA ND
— !)2
Itig-eüuidad
La que iiiterroü'aba era una
inucbacha fVescota, do ¡n.sinuaii-
tes ojos, iiei>TOS como endrinas,
y una tez de color tri,i>-ueño lim-
pio y sano que despertalxi como
las frutas maduras, deseos de
uiorder; traía apoyado en la ca-
dera ampulosa uu cántaro de
agua fresca que se tíltral)a á tra-
vés de la porosidad del barro y
caia en gotas brillantes sol)re la
vía polvorienta.
— Y qué es de Cecilia?
La interrogada llevaba so))re
la cabeza un rollo do ropa lava-
da que le escurría por las sie-
nes y la nuca chorritos de agua
fría; vaciló en contestar:
— Cecilia. . . se murió, ¿uo sa-
l)ías?
La coiu pañera no sabía; hacía
dos años que se hallaba en lugar
distante y había regresado el día
anterior. Cecilia había sido una
buena amiga, humilde, inofensi-
va, con ios ojos morados como
dos uvas maduras untadas de
aceite, si'.'inpic pálida p()r(|ue
tosía muelle y casi no tenía san-
gre.
Por un lado del camino real
iba una muralla de construcción
antigua, cuyas piedras estaban
ocultas por un enmarañamiento
de yedras verdes; al frente una
hilera de árboles vetustos i)re-
sentaban al viento sus ángulos
nudosos y al abrir ti'abajosamen-
te la ramazón cenicienta, deja-
l3an ver atrás, como un rebaño
apacentando, las últimas casas
del pueblo.
Se sentaron de espaldas al ba-
rranco y descansaron sobre la
muralla caliente el cántaro obs-
curo y la ropa lavada; desde aba-
ja se las veía haciendo un con-
ti'aste peregrino, bañadas de oro
pálido por el sol muriente so))re
la deliciosa solución de cobalto
(jue teñía el firmamento.
— Xo notas como siendo tem-
prano todavía se van retirando
ya ¡as muchachas del lavadero?
Pues es que el río se ha puesto,
miedoso por lo de Cecilia. Ella y
yo, por lo regular, íbamos jun-
tas y escogíamos aquel pocito
lleno ele yerlia-buena (|ue tiene
de un lado un árbol medio caído
que da mucha sombra y muestra
fuera una pr)rción de raíces ama-
rillas y delgadas como dedos de
muerto. Un día acabamos tem-
prano de lavar el líltimo pañue-
lo y nos pusimos á conversar bo-
berías. Se nos fué poniendo; la
sombra caía fría y pesada: el río
al colarse; por entre las piedras
iba conversando cosas que una
no entendía pero que eran mie-
dosas, y si caía en un pocito,
entonces además de la conver-
sación soltaba quejidos de criatu-
rita enferma, reía como persona
loca y lloraba delgadito como
para que no le oyeran. . . Por de-
bajo de las ramazones obscuras
entraba un resplandor lívido que
ti'ansformaba las aguas en co-
rriente de azogue, y las piedras
con lana verde comenzaban á
verse como cabezas cortadas- Pa-
recía que eran ellas las que se
lamentaban tan triste, las lanas
verdes flotaban como si fueran
cabellos, la luz les daba de modo
que las desigualdades llenas de
sombra se veían como bocas
abiertas que seguían gritando,
gritando. . . De pronto las nubes
se encendieron y entonces el río
era como de sangre, corría en
ondas gruesas y se quejaba más
— 98 -
ronco, iba eoiitaiido un cuento La niuchaclni d;-! c.'intai'o .s(í
miedoso. En los remansos el agua levaritó estupefacta.
era como tinta, las piezas de ro- — ,-;Y no se casaron?
pa (lue teníamos al lado pai'e- — ¿CnSíViNjuV Xo. Y cuanod la
cían animalitos tjue l)uscal)an i>"ente couienzi) á mirarla, de cier-
refuí^ío. .. Tuvimos necesidad de to modo y liubo ([uien le hiciera.
c(n'rer, y corriendo vi un hom- una señal vergonzosa (ni la calle,
bre ()ue estaba escondido. Yo en- Cecilia se escondi() y apure) un
fermé. . . ella sio"iiió yendo sola, veneno. . . Dicen, porque le dio
y al fin, aqnel ii'i'andulazo (pie una boi'r.iclier.i y lueo-c) la cu-
nos daba velas en las procesio- contra!"(»:i inufM'ta. . . Ho;< ¿(i|uién
ncs. ese la en^'aru'). . , va á es^x'/ar la noidie en el río?
Jais T.UÍLAXCA.
Heroínas d-e Sl)al?5es^eare
Shíikespeiu'e no tiene ninoún héroe: sólo nos presenta
heroínas. En todas sus obras no se encuentra una ñoura
de hombre enteramente heroica, excepto el ligero esbozo
de Enrique V^, exagerado por las necesidades de la escena;
y el más ligero todavía, de Valentín en Los (ios Hidalgos
de Vero na. En sus obras más trabajadas y perfectas no
encontraréis un solo héroe. Ótelo hubiéralo sido, si su sim-
plicidad no llegara al extremo de convertirlo en juguete de
todas las ruines maquinaciones que lo rodean; y éste es el
único ejemplo que se aproxima al tipo heroico. La energía
de carácter de Coriolano, César y Antonio vacila en oca-
siones, y aunque por momentos se sostiene, las vanidades
terminan por abatirlos; Hamlet es indolente y se adorme-
ce razonando; Romeo es un mozo impaciente; el mercader
de Venecia se .somete lánguidamente á la adversa fortuna;
Kent en Rey Lear, tiene un corazón noble, pero es dema-
siado rudo y grosero para ser verdaderamente útil en los
momentos críticos, y desciende al nivel de simple criado.
Orlando, no menos noble, es así mismo, por su desespera-
ción, juguete del azar, acompañado, alentado y redimido
por Rosalinda. En cambio, difícilmente ha\' una obra su^-a
en que no aparezca una mujer perfecta, ñrme en una gra-
ve esperanza, y en un designio sin error; Cordelia, Desdé-
mona, Isabel, Armione, Imógena, la reina Catalina, Perdi-
ta, Silvia, Viola, Rosalinda, Helena, y finalmente X^irginia,
quizás la más dulce, son todas intachaoles y fueron conce-
bidas seg"ún el más alto tipo de la humanidad.
]0Hx. RUSKIN.
— w —
de "las Moras"
Para Apolo.
Amanece. En el húmedo vidrio de mi ventana
iicüanse impalpables globitos de neblina.
El sol, tras una nube de fuego, se acoquina.
Y en tanto, lo saluda la matinal campana.
Abro el balcón. El puro aire de la mañana
me sorprende con una fragancia repentina;
y, con ligeras gasas de oro, se ilumina
la gruesa y uniforme arquitectura aldeana.
— 95 —
Dilátanse en los aires aromas matinales;
como una exuberancia de cosas virginales
espolvoreada sobre la vida de la aldea;
todo se Impregna de aire, de fuerza, de harmonía,...
Y hasta mi triste alcoba huye la melodía
sonora de una vieja fuente que parlotea...
Lorenzo VICENS THIEVENT.
»♦«
Wl)eti I sl)all R^tum
Para Apolo.
Aiinqiw 'cuy por ticrvo ¡'xtraTia.
Solitario y peri'f/riiU},
Xo coy solit, nii' acoiitpaño
Mi candirá por el camino.
Á lasjúccncx pocl/sas de mi Patria.
Kn un Jardín, en medio d« rosalüs,
Te encontraré de nu(!Vo:
Será bajo el Azur de ini terruño:
Allá lejos muy lejos,
Donde el rumor del Plata se contunde
Con el dulce trinar de los jilgueros;
Donde el ombú se eleva, solitario.
Desaliando las iras de los vientos
Y en lasverdes cuchillas se adormecen
J^os ranchos de terrón, (jue tanto (luiero;
Allá, donde sollozan las guitarras
■Como el triste ciprés de un cementerio
Cuando cae la lluvia, lentamente.
En incolora i)rocesi<ín <le duelos. ..
llecorrerán tus ojos pensativos
Mi volumen de versos
<iue te hable de un castillo abandonado
Bajo el manto de armiño del Invierno;
Vn castillo con viejos clavicordios,
Evocadores de i)asados tiempos;
Con paríjiies sin murmullos
Como naves desiertas de los templos
Y con lagos dormidos
Donde algún cisne esbozará misterios...
Yo besaré tus manos, delicadas
Como el vago suspiro de un arpegio
Y luego, en los jazmines de tus brazos
Dirán mis labios su cantar ingenuo.
Hermanos de las flautas pastoriles
F. DI-: llAZA.
De los idilios griegos...
Será bajo el Azur de mi terruño:
Allá lejos, muy lejos...
Ah. yo te contaré cuanto he sufrido
En mi largo destierro,
Al cruzar por los puentes de Verona
En busca de la sombra de Romeo;
Al soñar nirvanisn'os en Venecia
Mientras los gondoleros
Musitaban nostálgicas canciones
En su dulce dialecto.
Tú me hablarás de tus serenas horas,
Del fervor de tus rezos
Cuando lasflautas místicas de un órgano
Elevan sus plegarias á los cielos
Y en un altar ondean espirales
Frágiles del incienso
Que esparcen la fragancia del Milagro
Con la edénica paz de los conventos.
f,Y llegaré á olvidará Zarathnstra
Para adorar tu blanco Nazareno?
Será bajo el Azur de mi terruño:
Allá lejos, muy lejos...
¡Ah, yo te contaré cuanto he sufrido
En mi largo destierro!.,.
.Tino liAir. MEXDILAIIARSU.
Alta í>avoya, lüO'.i.
— 9H -
Sub Umbta
Era el anochecer. En la llanura
Tendió la sombra su ropaje lento,
Y habló la fatigada voz del viento
Con palabras d'e insomnio y amargura:
«^Atraviesa, también, tu Selva Obscura
Oh triste, lacerado pensamiento;
Lleva tu carga de Odio y sufrimiento;
Tu cilicio de Ensueño y de Locura
«Atraviesa el infierno de la vida,
Oprimiendo los bordes de tu herida.
Para que tu Dolor más alto vuele;
Y sé como el errante Gibelino
Cuando, al final de lóbrego camino.
Empieza el alma « riveder le stelle!»
Leopoldo DÍAZ.
«♦«
ft Mariuccia
Vara Apolo.
Amo in te la dolcezza di quei labbri
Tumidi e freschi qual 'na rosa in maggio,
Amo i tuoi occiií glauchi come i! mane
Che mi saettan qual potente raggio.
Ed amo i tuoi capelli color d'oro
Quali spighe ondeggianti all'aura lleve
La personcina tutta, sí graziosa,
E le manine dal color di nevé.
Ma piü di tutto in te amo la pura
Candidezza dell'anima sí bella,
Amo in te la virtú scolpita in fronte
Rilucente, qual'é fulgida stella.
iVIa vieppiü io t'amo perché buona
E sincera íu sel, Mariuccia mía;
Ma dimmi, se t'adoro e t'idolatro. . .
Contraccambl tu un po'la miafollia?
G. MOLA.
97
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— 98 —
C-ésar d^^gomm-é. . .
La pasión de la Libertad es insaciable, como la vida; nada la colma;
el Universo es el enorme Símbolo de la Libertad, todo reside en él, todo
está en su orden mara/illoso ; fuera de él, no hay sino el Caos ;
la tiránica pasión de la Libertad, devora la Vida, la consume como una
llama enfurecida sobre la cual soplaran desencadenados todos los vientos de
la Rosa Náutica ;
he ahí que al corazón de carne de los hombres, es sucedido un corazón
de lava en aquellos que aman la LiLertad, con un amor encima del Espíritu
y do la Vida ;
en esos visionarios del futuro, en cuyo corazón clama perpetuamente la
tempestad, y, que ven la Vida, al través del cristal terrible, donde la Verdad,
miiestra al Hombre el esplendor de sus desnudeces m.irtiriz.idas, l.i aurora
boreal de la Esperanza tiende raramente, la luminosa red de sus mirajes;
y, ellos son perpetuamente tristes, cual si el dolor de todas las razas, llo-
rara como un diluvio, en el fondo de su corazón ;
lop! falsos espejisnios de la Libertad, que á otros consuelan no tie?ien el
placer de desarmarlos ;
su salvaje oLstinación no capitula ante ellos, porque está habituada á
verlos desvanecerse al menor soplo del viento, y, á ver aparecer tras el áureo
amaranto de ese velo, la soledad nocturna del desierto, empurpurada de
nuevo con la sangre de los pueblos;
y. él, grita ¡ Silencio ! al clamor de los pueblos ebrios de una Libertad
ficticia, puestos de rodillas en las tinieblas, viendo pasar precipitado el carro
del 'íltirno Amo que huye...
su visión neta y dominadora ve ya venir los nuevos amos, y, apresta
contra aquellos sus flechas, pronto á traspasar con ellas el horizonte, donde
el vacío momentáneo de la púrpura hace una mancha de divino azul ;
tal sucede hoy á los pensadores, con ese girón de pueblo, que fué Co-
lombia ;
Cocobolo ha huido, como un bandido; se escapó en la Noche;
la odisea de Casti-o, iluminó su Miedo, y, el jaguar asustado ante el
incendio, eclipsó la cobardía del mono, tembloroso ante el cataclismo;...
y, el mata moros dcgonfU' -. el Hércules de feria, pjiesto en presencia
del pueblo,' se redujo á sus verdaderas proporciones, y, esciEó...
Didador ijerpetuo, lo habím aclamado los suyos, como los romanos á
Julio Cósir, después de su último abominable triunfo SDbre li moribunda
Kfípública Romana...
Y, él, se creía perpituo... ¡Perpetuo en la movilidad vertiginosa de nues-
tra vida democrática, hecha de mirajes y catástrofes, incierta y temblorosa
como un mar!...
Dictador, si que lo era, esta soldado obscuro y brutal, con el espíritu
insondablemente pequeño y, el corazón más pequeño todavía;
él, mandaba en alto y en bajo, seduciendo á todos con la promesa de
nna paz que nadie pretendí i turbar; de un.i tranquilid id sin orgullo de
pnrtido y sin amor de patria; en el seno de una fraternidad hecha de abdi-
caciones y de ¡ipostasías; en un i política sin dignidad de Gobierno y sin
sinceridad de ideas ; gobierno de facciones y de exacciones ; sin rumbos y sin
decoro; teniendo por bandera la Venalidad afuerií* y el^soborno adentro; de
rodillas ante el extranjero, y el sable desnudo contra el pueblo;
su dictadura de cinco años, llenó con su fango, las cimas que parecían
inaccesibles; ., ,.*"......
los corrompidos de todos los partidos se amontonaron, en torno de él,
para servir su despotismo, disputándose por la bajeza la mayor zona de
influencia;
los conservadores más envilecidos se unieron á los liberales más abvectos,
para hacerlo Amo absoluto y Omnipotente, levantándolo sobre sus hombros
como un ídolo ;
predicó á grandes voces la muerte de los partidos y, el reinado de las
tacciones ; .
y ,se embriagó con el humo de la adulación que la prosa mística de los
conservadores, y, la retórica plebeya de los jacobinos le administraban á altas
dosis- y, se creyó Eterno;... • .- ;.'
y, se infló, en una hipertrofia de Vanidad; soberbio de su propia peque-
— 99 —
ñez, como de una grandeza, orgulloso de mostrar su propia Vulgaridad, como
una distinción;
seguro de la complicidad de todos, confundiendo esa complicidad con la
fidelidad, se dio todo entero, á saquear y despotizar, sin mirar una vez si-
quiera el obscuro y tormentoso horizonte, tras el cual, se agitaba confusamen-
te el pueblo ; . .
y, he ahí, que un hombre se alza; un hombre solo y desarmado, agi-
tando en sus manos de Escritor y de Tribuno, una hoja de papel;
era Nicolás Esguerra, con su «Memorial á la Asamblea Nacional» ;
ese Hombre, inerme. Le alzaba ante la Muerte, sereno en su seguridad,
sólido en su fuerza ;
y, el Pueblo se alzó súbitamente tras aquel Hombre, transformado insen-
siblemente, en una Democracia, pensadora y agresiva...
y, aquel César, al cual faltaba todo, hasta el acento imperial de los
grandes dominadores, tembló ante aquel pueblo que de súbito, se sentía he-
roico, y, de su trágica humild.xd que era un crimen, se lanzaba á la plaza
pública, on una gallarda ascención hacia sus derechos conculcados;
ante el aliento plebeyo del Pueblo, ya casi olvidado, el Tirano tembló
y cieyénilose perdido, escr.pó en la noche, como un lacayo infiel... y, Colom-
bia, quedó sin amo; en poder de los lacayos... ¿qué harán éstos? ¿qué surgirá,
quién se alzará, bajo el cortinaje de ese solio, que el miedo del Amo, dejó
\;tcío...
esos lacayos hechos ainos. son incapaces de dar al Pueblo la Libertad ;
y, el pueblo ha optado por la guerra; ¿qué surgirá de todo eso?
la Lil ertad y la Tempestad, son gemelas; ¿quién osa encadenarlas? la
mirada implacable del Destino, ve desde lo alto, y, juzga desde lo .alto ; su
justicia, es tan grande, que se llama Perdón; sin la Misericordia, que reside
en el fondo del Destino, la Gloria sería inaccesible para los pueblos y loe
hombres que han caído en la esclavitud; la Liiiertad, es Formidable, pero no
es implacable; ella tiene Piedad de las cadenas que no ha sufrido... y, ella
oae no ha temblado, se estremece;
y se inclina vertiendo 'sobre los jjueblos el torrente armonioso de la
palabra humana ; y, eácuchando las confidencias de su debilidad, las revela
al mundo como un alarido
Nada sorprende la Omnisapiencia de la Libertad: conociendo todas las
(aídas de los pueblos, no se sorprende de ninguna: he ahí, porque ella con-
tinúa en amar ciertos pueblos : porque su gloria ha sido má'' grande ciue su
desvanecimiento... por eso perdonó li Eoma de los Césares: por eso continuó
en amar la Francia de los Nipoleones.. ¿Continuará tn amar á Colombia?
. ¿la perdonará? el Rescate del ideal, se impone para aquel pueblo; ay ; ¿no
será la liora demasiado tarde?...
¿sobre la tumba de ese pueblo, muerto para la Libertad, muerto de
Sumisión é Idolatría, podremos escribir la palabra inconmensurable, la gran
lalabra, que salva y vivifica, Esperanza?... ¿Sobre ese epitafio lucirá el Sol
de Betania?... ¿Lázaro resurgirá?... Yo, no lo creo...
Polífemo desventurado, en vano llenará con sus clamores los cielos y la
tierra, un nuevo moscardón, más vil que aquel que acaba de abandonarlo,
se alzará del fango para insultar su Miseria.
\Áve César] dicen ya las brisas resurrectas de Bizancio...
¡Ave César!...
«♦»
Los QoxíUmpovéíneos
Con el presente número comenzamos la publicación en nuestra
portada, de una serie de caricaturas de escritores contemporáneos.
La de José Santos Cliocano que hoy ofrecemos á vuestros lectores,
ha, sido reproducida de El Cojo Ilustrado de Caracas.
Nota de la Redacción.
— 100 —
Para Apolo.
Es la faz ovalada, pálida y sugestiva;
sus ojeras azules como de monje real
reflejan los insomnios de una labor activa:
(versos de amor, caricias, besos en madrigal.)
Rojos como la sangre de los dobles claveles,
son los labios sensuales que florecen al beso,
en ellos arde el fuego de amorosos rondeles
y las felinas ansias de un sátiro travieso.
Son dos discos llameantes los dos ojos castaños,
por los que el alma triste mira pasar la vida,
húmedos en nostalgias de los pasados años
ante el recuerdo amado de una muerta querida.
Revelan sangre noble de estirpe Bizantina
las blancas manos tibias, con uñas sonrosadas,
(que acusan camafeos de un mandarín de China,)
ofreciendo amorosas sus caricias doradas.
Artífice pagano, amó las tentaciones,
las bellezas de Diana, la desnudez de Europa,
y, nuevo Benvenuto, sus líricas canciones
van á posarse al bajo relieve de una copa.
Tentaron á su lira los grupos pastoriles,
las intrigas galantes en Cortes florentinas,
y en los Decamerones con duquesas sutiles
gozó el elogio ardiente de sus bocas divinas.
Y este nuevo Rolando de corazón amante,
logró amores serenos y desdenes perversos;
en unos fué vencido, en otros fué triunfante. . .
(mas siempre fué orgullosa la rima de sus versos.)
Carlos María DE VALLEJO.
Montevideo, 1909.
101
GaUna d€ "íl|)olo"
CARLOS MARÍA DE VALLEJO
- 102
De Arturo R. de Carricarte
£1 **tiaciotiaUsmo'' ^ti Am-érica
( Glosa de un libro chileno )
( OOXOLUSIÓX )
Y si se piensa que cuando una nación de cultura superior adminis-
tui un pueblo débil lleva á él sus progresos y sus beneficios domésticos
diríjase la vista á Puerto Rico y obsérvese la situación que en el orden
político, en el económico, en el social mismo S3 encuentra el nativo
bajo la tutela del protectorado yankee.
Si be de producirme con entera imparcialidad, debo recordar que
una de los más extensos territorios de América, la República de Co-
lombia, que ha ])odido sustraerse al influjo extranjero, no ha logrado
cnipe'f, mayores beneficios. Sojuzgado el espíritu público por el reac-
cionario pensamiento católico, por la educación católica, hasta el pun-
to de que el Presidente Reyes enviara al \'aticano una Diputación de
sus Ministros portadores de una bandera colombiana, y que el Nuncio
del Papa tomara sieir.pre asiento á su derecha en las ñe^tas oficiales,
el atraso material de ese país asombra, por el contraste que ofrece con
ei brillo, con el verdadero esplendor de sus letras, y el positivo mérito
intelectual de sus hijos. Las comunicaciones, por ejemplo, corno todas
las obras públicas, están en embrión. Para transportar el mineral de
oro desde las minas del interior que son tan ricas, se emplea el
mulo como único transporte y p^ra llegar desde el exterior á Bogotá
la secular y culta capital, es preciso emplear todos los medios de loco-
moción tradicionales: vapor ñuvial, lomo de muía, carro y ferrocarril.
liOrs campos de la República de feracidad excepcional, permanecen yer-
moi porque los transportes iir.plicau erogaciones que el precio del fruto
no puede compensar. Existe un caso, muy comentado, de un culto "ó-
l'imbiano que había vivido en Europa. Al regresar á la patria, hizo
cuantiosos gastos para sembrar varias hectáreas de cafetos duraiii '
la fiebre cafetera á que ■>! l'stado de Sao Paulo en el Brasil debe f-u
ei>?i;randeciniiento. C.ia.ido las plantas comenzaron á producir, la cosecha
iué 1ro-, veces más abu n mulo c!« lo que sus cálculos señalaron y al or-
¡■iwir/.iir el tiansporte del fc -ínio encontróse con que una vez puestos los
sacos en el muelle marítimo más cercano aún antes de pagar el flete
lara el exterior, el precio del producto era igual al que tenía de coti-
zación en las plazas consumidoras y tiiA^o que perder aquella inmensa
riqueza que representaba centenares de miles de pesos y que implicaba
l:i ¡•c-.íüdií "if un capital ruí: nri(>sísimo, de tiempo y de esfuerzo impre-
visoramente aplicados. Quiere decir que cuando nuestra actividad se
consagra al fomento de las artes ó industrias patrias, lo hacemos sin
contar con todos los elementos que son imprescindibles y cuando abri-
mos nuestros puertos á la iniciativa y al capital extranjero, éste ab-
— 103 —
sorbe nuestro poder, anula nuestras esperanzas y destruye iiuestro por-
v<inir por una absorción irresistible. México está surcado en toda;
direcciones por ferrocarriles hasta ayer extranjeros, boy on copartici-
pación del Gobierno, pero garantizando un oneroso interés al capital
eñalado á las erapresas de uso modo nacionalizadas. En Colombia el
elemento extranjero está en minoría insignificante, hay ])oca3 indus
trias exóticas, no hay riesgos que provengan del exterior, pero en
ca:nbio permanecen sus bosques y selvas completamente vírgenes y ca-
rece de vías de comunicación. El problema, pues, consisto tn aunar los
dos extK-inos- fomenta^' lis industrias y hacerlas uí;Ci'.i aies, pero sin
que ello implique el pagar con fondos de] E' rario, lo que los bene-
ficios de la industria debían producir y que no pueden en la prác-
tica producir; y tener en cuenta todos los elementos quo entarnúu
cualquier iniciativa y que son complementarios de cualquier labor parn
nr caer en el fracaso del agricultor colombiano. México tiene 16,114
kilómetros de ferrocarril para 1.987,310 de superficie, mientras Colom-
l ia con 1.248,200 kilómetros de suparficie, sólo tiene 72^ de ferrocarril.
En Yucatán estuvo vigente hasta hace poco tiempo la ley de naciona-
lización de capitales. Toda industria yucateca era nacional, pues ei
hecho de adquirir un terreno ó de poseer una fabrica implicaba la
ciudadanía forzosa. JNo había, pues, terratenientes extranjeros. E'i
Cuba se propuso una ley semejante y fué preciso desecharla en la
Cámara, pero no como dice el Sr. Pinochet, «cediendo á altas influencias
yankees cuj^os intereses lesionaba», (1) sino porque las ciicunstanci-is
del momento imposibilitaban la adopción de esa ley. Al rechazarla, 'a
Cámara cubana consignó que la ley era patriótici y que el Congresr
s reservaba estudiar el asunto, pero que el proyectj del señor Artea-
ga, era inadoptable por cuanto su articulado era demasiado radica).
En el fondo fué una ley inconsulta, siendo el principal argument >
aducido para no aprobarla el qu3, después de la crisis provocada po,
la revolución de 1906, y la dosastrosa administración financiera de la
stgunria intervención, cualquier precepto tendente á dificu.'tar la ad-
quisición de propiedades territoriales por lo3 extranjeros haría des-
cender muy sensiblementa la valorización de la? tierra: dificultando <1
refaccionamiento de las grandes estancias nacionales cuyos propieta-
rios necesitan cada año recurrir al crédito para lograr el poder liac.T
fíente á las erogaciones correspondientes al corte de la caña, pagos de
jornales y demás atingencias propias de la zafra de azúcar. Por lo
demás el Congreso reconoció el patriótico espíritu de la ley en cues-
tión reservándose el legislar sobre la materia en oportunidad más
adecuada. La ley Arteaga, así desechada, no es el primer acto qui'
realiza el Congreso cubano en ese sentido, pues durante ]a priaera
llepública el senador señor Sanguily, eximio hombre de letras y pa-
triota ejemplar, propuso una ley análoga y en la Cámara de Diputa
dos el que fué presidente de la misma doctor José A. Malberti, formu-
la ui) proyecto de ley semejante siendo tanto en e] Senado como en la
Cámara pospuesta la resolución pertinente.
No debe confundirse esta práctica de discreta reserva ante el egoís-
mo extranjero, justificado en suma, coa la preconización del sisten^a
(1) Página 51.
— 104 —
■ie aislamiento internacional, puesto en práctica con invariable resal-
lado legativo. Se trata solamente de prever eventualidades del futu-
ro, i;¡)ercibirse para ellas y nunca, cualesquiera que sean las circuns-
tancias, por graves y perentorias que se ofrezcan, consentir en que
iiueshos propios elementos vayan á robustecer al extraño, que en un
monniito dado utilizará las armas que nuestra inconsciencia le ha
¡.rop:>icionado para labrar nuestra pérdida. La política á la mira in-
ternacional ha sido dteñnida exactamente en estos términos: «el juga-
dor <lebe siempre calcular las jugadas del contrario. En todo cuanto
empiendemos luchamos con lo impevisto : el más previsor gana siem-
pre la partida.» (1).
Vv.i de las causas que provocan los males que á la lijera quedan
resefiados, es la falta de solidarización mental. Disgregados por in-
consistencia intelectual, por exceso de personalismo, no comprendemos
1,1 disciplina colectiva, como se nos hace difícil lograr alguna disci-
plina mental. El general Mitre, entendía que ese espíritu de extrao3'-
dina.io personalismo que nos caracteriza, era un caso de manifiesta
herencia directa: «nos lo legaron los españoles con su sangre», dice. (2).
Lfi íoiiqu.sta, hecha á puro de esfuerzo personal, dejado á su al-
bedrí > jn iniciativa de cada aventurero, determinó en éstos un espí-
ritu de independencia, sin su necesario complemento para el buen
orde.i social: la idea de la responsabilidad, limitándose á exaltar la
confianza en el propio esfuerzo y la fe en la labor aislada, de donde á
¡a hirga, surgió el espíritu de disociación prevaleciente en nuestros
países.
Nuestras democracias americanas han dado demasiado impulso al
individualismo y han desdeñado lo que constituye la fuerza de los
países más adelantados: la especialización y, con ella, la disciplina y
la clasificación de las capacidades. Juzgándonos individualmente omnis-
contt'S nuestro esfuerzo colectivo se resiente de la atomización y las
actividades disgragadas no tienen ni la unidad de acción que garan-
tiza ol triunfo ni aún siquiera la unidad del propósito que es impres-
cindible para que cristalice en un éxito. Este mal depende exclusiva-
mente del error inicial con que la educación del pueblo ha sido acome-
tida.
La preparación escolar deja poco campo al hábito y á la comprensión
di- las costumbres piíblicas. El respeto al orden, la necesidad de la vida
normal, sin turbulencias ni guerras civiles, para asegurar el desenvol-
vimiento de las energías nacionales en todos sus aspectos, y el deber de
mantener las relaciones partidaristas dentro de un pacífico razonar y
una tranquila discusión son nociones muy poco difundidas. Cuando las
violencias de hecho no estallan porque el gobierno posee suficientes
elementos para asegurar el orden, las violencias de palabras, que en-
gendran como inmediata consecuencia la perturbación de la paz moral
aparece con todo su cortejo de mezquindades y de vilezas. En todo
el Continente es la Argentina el país de nuestra habla que ha logrado
sostener la paz más persistentemente, y con ella se ha engrandcido de
modo portentoso, siendo un verdadero exponente de progreso y de cul-
(1) Nabtico: «La Guerra del Paraguay», página 101. París 1901.
(2) Ibid, página 23, I.
— 105 —
Una ; á excepción de México, sojuzgado por la férrea mano del insigJio-
Porfirio Díaz, sólo la gran Metrópoli del Plata lia conseguido asimi-
larse los grandes progresos mundiales. Pues bien, en un reciente edi-
t(!rial de La rrcnsa bonaerense (24 de Octubre de 1909), se lee el si-
guiente párrafo que es una síntesis admiralile de un estatío de alma
colectivo : «quien con ánimo sei'eno tome nota reflexivamente de lo que
ocurre en ese escenario (el político), se dará cuenta exacta de la pro-
fundidad en que radican la subversión y la anarquía de las ideas, obra
do un largo cuarto de siglo de relajación de los resortes democráticos
y gubernamentales, consumada por personalismos prepotentes. El he-
cho indica que hay mucho y muy arduo hacer para encontrar la hue-
lla al)andonada)).
Esta anarquía y esta subversión se advierten en todo el continente.
Juzgando imprescindible inculcar en la mente del niño la idea de la
igualdad, no liemos sabido imponerle la idea de la relatividad dentro
de esta igualdad teórica atañedera más que otra cosa al derecho posi-
tivo que no á las demás funciones sociales: la igualdad ante la ley
que es la que persigue la sana democracia, pero que no es ni puede ser
igualdad social ni mucho menos la igualdad mental. A cada uno según
su capacidad y á cada capacidad según su mérito, esa es la fórmula
más adelantada del acratismo eurojieo. Nosotros ampliamos la teoría
hasta el límite ; á todos sin medir capacidades ni méritos. Y de ahí
parte todo el error. El hijo de un obrero oye en la escuela que él es
igual al Presidente de la República y que cuando tenga la edad que
requiere la ley, podrá él también ser presidente. Andando el tiempo
llega al conocimiento de que ese Presidente, ha sido electo por la mayo-
ría de votos y entonces si siente el deseo de ser Presidente no piensa en
que ese alto cargo es privativo de las grandes capacidades, sino de las
grandes audacias y mira de igual á igual al jefe de la nación y juzga
á todos sus compatriotas por un mismo rasero, sin poder distinguir
entre un alcohólico degenerado y los otros cultos é inteligentes ciuda-
danos. La base democrática se ha establecido entre nosotros en la
igualdad y no en la capacidad ; así vemos en muchos de nuestros país;'s
que iletrados aspiran á alcanzar puestos técnicos aunque carezcan -del
título que la ley les exige.
El otro problema es el de la nacionalización del sentimiento colectivo
é individual. En estos mismos días la Argentina, por la acción del
señor Ministro Naón, ha iniciado la «argentinización» del niño ar-
gentino.
Para lograr esto es preciso que la historia patria, que las necesi-
dades patrias, que las letras patrias sean familiares á cada ciudadano ;
que en las escuelas elementales se comience á iniciar al niño en lo
qu( es patrimonio nacional, en lo que son las necesidades nacionales,
lo que tenemos y lo que nos falta. Y no obstante ello, un sólo pueblo
ibero americano, Venezuela, cuenta con una historia literaria nacio-
nal merecedora de ese nombre : la del señor Picón Febres, honrado "
valioso monumento de juicio imparcial, abundosa erudición é indepea-
dencia de criterio. En los demás países neomnndiales se ha desdeña-
do recopilar la producción literaria, como si tan desmedrada fuera
que no hubiera hecho fijar en ella la atención de jueces tan severos
como [Marcelino ^Tenéndez y Pelayo y Frederic Loliée. Cuanto á l:r
— 106 —
iiistoria uacimial, tan cultivada en todas partes, entre nosotros es
mirada con el mayor desden. vSi acaso las monografías abundan es en
ílaño de la unidad de pensamiento que debe regir la confección de
un texto propio para ser facilitado en las escuelas populares á aque-
llos ciudadanos que en el curso de su vida no han de volver á hojear
semejantes textos. Ni un sólo país de América, desde Cuba hasta la
Aigentina, tiene un libro elemental de historia patria que responda
Á un fin verdaderamente pedagógico. Cuando mucho son libros de
exposición ó narrativos, carentes de todo incentivo para provocar la
reñexión crítica y facilitar la deducción y la comparación. Es más,
«sos mismos textos de historia narrativa están plagados de errores
£asi siempre. En México está de texto para la enseñanza elemental
y la secundaria progresiva un libro del Ministro de Instrucción Públi-
ca, el notable literato don Justo Sierra ; pues bien, la prensa ha denun-r-
ciado repetidamente inexactitudes contenidas en los varios tomos de
^niseñanza gradual, sin que se haya modificado el texto. La geografía
nacional se mira como asignatura de importancia escasa, la oreogra-
fía se desdeña por completo y cuanto á la geografía comercial compa-
rtida se ignora hasta su significado. <(En las escuelas y colegios argen-
tinos se ha enseñado Geografía, y aun se enseña, con mapas extran-
jeros algunos de los cuales trazan en Misiones y en los Andes los lími-
tes que pretenden el Brasil y Chile. (1).
Y sobre base tan débil se pretende erigir el edificio pesado y abruma-
dor de la enseñanza universitaria, vínica que preocupa y á la cual
se otorga una errónea y descaminada influencia en la vida colectiva.
Últimamente el Presidente de la Kepiíblica Argentina, doctor Fi-
gtieroa Alcorta, se ha visto obligado á reconocer (2) que en la gran me-
trópoli platense ((el progreso material no corre parejas con el adelan-
tc institucional ó político» ;efecto característico de la educación defi-
ciente é inadecuada.
El señor Pincohet cita un -caso que es realmente típico de nuestra
incomprensión de los alcances de la enseñanza popular : un periódico
satírico, dice, publicó en Santiago una caricatura que representaba
un hombre macilento, cuyo traje, cubierto de harapos, mostraba las
emaciadas carnes, y al pie del grabado se leía esta significativa leyen-
■da : ((es maestro de escuela : lo enseña todo».
Tal es la situación : contemplémosla de frente, no dejemos vagar
el espíritu oi^timista en cuanto á la aplicación de los males sino en
cuanto á la posibilidad de remediarlos mediante la voluntad y el es-
fuerzo ; tracémonos un ideal superior de civilización y de progreso y
aunemos nuestras voluntades posponiendo todo estímulo al de los
grandes intereses de la patria, solidarizando, cada día más, á los pue-
blos de nuestra raza, en ideal confraternidad de amor, de justicia y
do progreso, basado en la mutua ayuda y en el común apoyo que pre-
-conizara, doloroso es decirlo, no uno de los nuestros, sino el más culto
representante del gobierno yankee : Mr. Elihu Eoot, en el primer Con-
greso Pan-Americano.
(1) «Misiones» por Estanislao S. Zeballos, ex-Ministro de Relaciones £x-
-teriores de la Kepiíblica Argentina. — Buenos Aires.— J. Pouser 1903, pág. 21.
(2) «La Nación», Buenos Aires Octiihre 22 de 1909.
— 107 —
;ol de Mediodía
Para Apolo.
A OctiHit FfriKindi'z JOn".
Sol de Mediodía. i Bendito
seas ! Tú despiertas tn el alma
mil sensaciones á nn tiempo. En
ti todo es sonoro porque todo es
callado. Hablan en ti las cosas del
presente y las cosas que fueron.
¡ Tú evocas todo lo que no puede
ser ! Cuando muestras tu cabellera
de oro comienzan á reir las vi-
das.
Los campos, las torres, las ca-
rreteras, dicen ima añoranza
siempre que tú te asomas ! Sol
de Mediodía ¡Bendito seas! mur-
muran en ti las fuentes de todos
los amores. En ti cantan todas
las aves y secretean en tu silen-
cio todos los ruidos de la Natu-
raleza ! Luminosa es tu sombra,
porque ¡ oh ! tus reflejos son como
una sombra! Sed infinita de amor
se siente cuando tii llegas. Yo
tengo ansias de ti ¡ tantas como
de placeres puede tener un mari-
nero á la vuelta de un largo via-
je' Sonríeme siempre, Sol de Me-
diodía ! Acuden á ti todos los am-
parados por la fortuna, y todos
los desgraciados, porque ¡ oh ! tú
lo remedias todo! ¡Tanta música
hay en tu luz que se olvida lo
triste !
Por ti se aleja el odio. ¡Hasta
por ti la sombra parece luz dor-
mida ! Sólo que tu belleza es un
poco caprichosa ¡ me hace decir
las cosas que yo no quiero ! ]\l.as
r.cómo resistir? ¡Son tan grandes
y tan claras tus pupilas y hay
tanto oro en tu cabello !
Vuelven los campesinos por la
ancha carretera. Las ermitas al-
zan hacia ti sus grisientos campa-
narios. A lo lejos se ven labrado-
res emparvando mieses... ¿Cómo
no amarte, si sólo por tí todo e.sto
es bello? En ti cantan todas las
aves y secretean en tu silencio to-
dos los ruidos de la Naturaleza !
Por ti hablan los colores y hay
como una onda de savia en cada
latido del Universo. ¡ Siempre que
tví te asomas ríen las vidas ! ¡ Tú
evocas todo lo que no puede ser !
Porque eres heriuoso y triste y
alegre, Sol del Mediotiía ¡ Ben-
dito seas !
Jrijo J. CASAL.
Niza, 1909.
«♦»
Postura difícil
Siento el paisajt'. Pero la veeiiia.
noble señora «uiy devota, nuiy
de mi pueblo, me ot'reee su anodina
eonversaeión de ama de llaves. Y
mientras la vie.ia va zurciendo prosa
debajo un cielo de color de pus,
le pregunto, pensando en otra cosa :
¿ De qué murió Teresa de .Tesús V
Luis C. LÓPEZ.
— 108 —
0^ mi diavio
Una noehe en el campo
Para Apolo.
Es esta niui de las iioclies iiuís
propicias para medir toda la in-
tensidad de mi valor.
No siento miedo. Siento esa ex-
traña sensación que produce la so-
ledad ; y la soledad es un vacío
■ mortificante. Busco en mi derre-
dor el reflejo de una personalidad
extraña y encuentro un eco de la
mía. En esos momentos e, uno
mismo el que se vé siempre. Xa-
die me contradice !
Hasta los propios seres de que
me rodea mi fantasía, que antes se
me antojaban tan extraños, los
encuentro hoy demasiado símiles
para que me pai-ezcan compañeros.
No me producen, por lo tanto, la
sensación de un choque, tan ne-
cesario á la simpatía de dos al-
mas.
^^e encuentro solo!...
No sugiere esta exclamación la
idea inmensa de un es¡)acir) in-
menso, interminable?
Es necesario haberse hallado
solo, como yo e;-ta noclie ¡jara
al)arcar la intensión de esas tres
palabras.
Me encuentro solo!...
Todos los ruidos que me son fa-
miliares durante el día, han cesa-
do. El rancho de material est.í
ubicado sobre la loma de la cu-
chilla y se siente el sordo clamoreo
del viento solire el tejado de pi-
zarra.
Su higubre m()iU)tonía aumenta
la tristeza de esta noche y la
puebla de misterios.
Suena un golpe. El instinto avi-
sor me pone alerta... Y Hevado
por un exceso de i)rudencia miro
á mi derredor impacientemente.
Esta impaciencia me ofende! A
quién temo?
Si estuviera seguro de que de-
trás de la puerta hay un hombre
armado... 13ah ! Es que no temo á
ningún hombre. Lo que siento es
vago ; es acaso temor á lo sobre-
natural. En la soledad se llena el
alma de angustia y de incerti-
dumbre. V no hay nada ])eor qu('
temer y no saber á quien.
El mismo ruido se re])ite, pero
ya más cerca... Entonces ante la
seguridad dt un peligro, me sien-
to fuerte y me vuelvo brusca v
resueltamente : Veo un cascarudo
negro empeñado en darse de gol-
pes contra el suelo. Parece un va-
tiro!
Yo me entretengo (>n contar los
])orrazos que se da. He llegado á
ocho y á la conclusión psicológica
de que a])orreándose cree que
vuela. El casca i'udo es muy estú-
pido !
Fna cantidad de maripositas re-
voletean sobre mi mesa de traba-
jo. Algunas permanecen quietas
como en un letargo estii])ido. Se
parecen en su manera de volar á
los cascarudos, pero no son tan
imbéciles. Al contrario ! Sospecho
en ellas un cierto grado de ca-
pacidad intelectual. í'oseen ade-
más la obstinación del sabio cp
sus investigaciones y llevadas iJor
su terrible curiosidad mueren an-
didas en la llama de la vela sin
haber descubierto que es la luz.
lOí)
El viento lia calmado ; 6s ya
tarde y la quietud soñolienta de
la noche me invita á dormir.
Durante el sueño pasan por mi
imaginación voluptuosas formas de
mujer. Sus delicados conrorivos
me incitan á una sabia vir'.i f'e
ilesos y á soñar con encantadoras
quimeras..
Y mientras sn.eño así, solo as-
piro á que dure mucho e^t;-. no-
che triste con su (silencio iuti-
nito!...
Mateo :\rAaAKI5:0S.
«♦•
- lio -
£1 R^cu^rdo
Para Afolo.
Aquella noche, fría y lluviosa,
sujetando el sombrero con su pá-
lida mano huesuda y sin sangre,
llegó Aristóbulo al club, y en me-
dio de la charla alegre reinante
buscó un sitio junto á la estufa...
Sus ojos se perdían en la in-
mensidad de las órbitas, adorna-
das con grandes ojeras violáceas,
que con la tos continuada que te-
nía dejaban revelar la enferme-
dad que le aquejaba
El bien sabía que poco á poco
los días se agostaban para sí, y,
mientras los demás hacían cálcu-
los para un futuro alegre y son-
rosado, él, echaba una mirada
retrospectiva á su pasado, en el
cual soñara con su porvenir...
Y ahora estal)a triste, y sumer-
gido en los muelles sillones del
hall, dejaba ver, como poco á po-
co, la tisis concluía con aquellos
pulmones cavernosos.
Ya el médico le había dicho: --
amigo, usted se muere ; la ciencia
no puede con su enfermedad.
Y, sin embargo, esta revelación
del facultativo, hecha á su ruego,
había sido soportada por su alma
fuerte de caballero andante...
Los demás departían con él un
rato ; luego le dejaban siimergido
en el sillón y uno á otro se de-
cían : — ¡ Pobre Aristóbulo ! ¡ Se
nos muere !
Y él, era víctima de dos males ;
la tisis y el recuerdo.
Un día se enaanoró perdida-
mente de una bella rubia, fresca y
lozana, pero coqiieta como deli-
cada flor de invernadero que al
primer contacto pierde su lucidez
y se pone miistia.
Y la chica, en aquel baile, en
que él la conociera, pasaba junta
al sillón del tísico, que hacía un
esfuerzo para sonreír, sin dirigirle
la mirada, y el pobre hombre,,
conocedor de su situación, no se
atrevía siquiera á hacer por tra-
tarla más intimamente, temeros»
de la decantada negativa.
Y pasó el tiempo ; la chica se
alejó del país, y el pobre Aris-
tóbulo vivía del recuerdo.
Pensando en ella, las horas,
transcurrían así como su vida, y
el pobre enfermo con la obsesión
en S|U recuerdo, marchaba, mar-
chaba muy aceleradamente hacia
la tumba...
Y su alma latía aún para aque-
lla mujer que le había desdeñado,,
y el pensar en ella, era para
Aristóbulo la lanceta terrible,
emponzoñada de duda, esperanza
y dolor, que se clavaba en lo más
íntimo de su ser, deslizándose las
horas, amargas unas, dolorosas las
otras.
Y su vida, con estas faces, era
rara ; el poeta hubiera hecho de
(rila el poema de la muerte exó-
tica !...
II
Había pasado algún tiempo y
Aristóbulo no concurría á la re-
unión de la CTial era tertuliano ;
estaba en la última faz de su te-
rrible enfermedad.
Los amigos indagaron iior aquel
joven, espíritu alegre de un tiem-
po, hoy cuerpo agonizante, y sa-
bedores de la triste nueva, salie-
ron en masa á casa de Aristóbulo.
Estaba en cama.
Aquel rostro color resina, ha-
bía sido adornado con dos man-
— 111 —
chas rojas, tan rojas, como las
que quedaban grabadas en el pa-
ño, cada vez qne lo acercaba á su
boca liara detener los accesos de
su tos esputosa.
Los compañeros se miraron unos
á otros, comunicándose de esta
muda manera, la .pésima impre-
sión que les causaba.
Y Aristóbulo, reuniendo sus úl-
timas fuerzas se incorporó en el
lecho y habló :
—Saben, que hoy ha estado An-
tonio á verme, y me ha dicho que
María Eugenia se ha casado.
— Vamos, hombre, no lo ocul-
ten.
— Bien notan que son estos los
últimos restos que me quedan de
vida ; sólo lamento no poderlos
pasar en mi viejo sillón del Club.
— Creen ustedes que pueden
precipitar mi muerte con estas
noticias ?...
— No teman hacerme daño ;
muero con el cerebro sano, y con
el recuerdo de la mujer aquella^
que, casi sin conocerla, hubiera
de haber sido mía...
— Acordándome de ella, no me
acordaba de la tisis...
Un nuevo acceso interrumpid
su conversación, obligándole á de-
jarse caer sobre la almohada.
Pasó éste, y Aristóbulo estira
su mano :
— Si no temen el microbio de mi
mal, estréchenla ; esta será la úl-
tima vez...
— Me llevo conmigo dos cosas :
el recuerdo de aquella mujer y el
de los buenos amigos.
Y en la noche, en medio de un
hálito terrible de tristeza, las
doncellas de la miterte, extendie-
ron el negro sudario sobre el ex-
tenuado cuerpo de Aristóbulo...
H. O. ARAUJO YILLAGRAN.
«♦»
Oe '*HeUotro$os"
REMINISCENCIAS
r Sabes ? Te adoro, nubil gardenia,
Hostil al rito del Himeneo :
Porque has calmado mi neurastenia.
¡ Qué horas aquéllas de devaneo !
, Bajo la arcada de las magnolias,
Ó en la avenida blanca y ríente ;
Entre harmonías de arpas eolias,
Y á los fulgores del sol poniente :
¡ Cómo irisaban sus mil facetas
En nuestras almas las ilusiones.
— 112 —
Y alboreaban asaz inquietas
Las mariposas de las ñcciones!
¡ Y de tus labios — urna de chistes —
Acariciando los ígneos velos,
Iban mis ojos — pájaros tristes —
Hacia el absintio de tus ojuelos !
; Ríes ? Aun piensas en la ilusoria
Voz de las frases esponsalicias,
Ríe, sí, pero dame la gloria . . .
Quiero la gloria de tus caricias.
No de tus labios arpados brota
Ya. de mis himnos la melodía ;
;Para qué te hago versos y agota
Sus gayas formas mi fantasía ?
Pues que la gracia de tus lunares .
Madrigaliza mi pensamiento.
Fuerza es que cantes como los mares.
Como las frondas : novias del viento.
Mariposea cabe las flores
De mis estrofas, mariposea ;
Liba su néctar ; ve sus colores.
¡ Oh, misteriosa luz de la idea !
Vive en el alma de quien te adora,
Para consuelo de sus cilicios ;
Y, cuando rías como en otrora,
Piensa en los votos esponsalicios.
; Sabes? Te adoro, nubil gardenia,
Hostil al rito del Himeneo ;
Porque has calmado mi neurastenia,
¡Qué horas aquéllas de devaneo!
PÉREZ Y CURIS.
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I'M-íii-- ■!<• 'jVli- ;í : h li' i'l;! !i »!;■■ -'T-
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ii;i:!l'' ^"lunif!! 'li.' •■f\y'\;\]'.\, a i ■
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|HJ,-/- ; i;i>;í¡. .'Ni i-a;z. . í> -r ■.;;,.;•-
la-si;. í)jria^!- i^i;i- ha ; fa ; a a: ■-!>-
!a l:|.-ii i :■ líi- i--^- ; I hl '■ l!i ¡ii->¡. ■ i^a ; a
da; irii Linn-Mi i nh; •a-ii . 'i ra- aai
■■!■ ari-wl iJUi- jia'í'-^aü !!l) i:^il,;s cv-
> ¡iliií'r- aciii u-¡;i piij'a iiía i> . i'aía ■u---
taratNc i-iiiri- ¡a /nu;;i!)¡!, .(¡.a-
'■aiUa. ¡M- a- ¡a,'ri!'s! .■' uí¡:\ \a^ia
ia'ior --ina Ui: raVíj li; í'áiuafia;.-
'ia'i mU- i¡u;n,if¡a í a-ia ufia ;í ;a^
lícwa- ■■■ >!i! uo-ic '< r;,.-^ ijin Se- i.;;!-/;-
■ la ii a i t.-'ic;i .
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i". \( Ka a,.. ••-. .;?!:í anA ci'a- ai ,< ¡iíís
1 sai lia r.iii -..líaiiuii .!..■ v-r.laiú-
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IfSis ! raist aaiícii ; a! : i; !iív^a-J;>;a
■'lan icii \ s.a; ■ iiia-nla i ■■aia ' A^í
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!"^- <!U 1!!,!^ ¡Hi-nais (id a iuia ;. ilvi
Sí • X ( : .
Vo-:eS d-í aíma, V'.i- UiK-
.; ; Mis Vi-a,,-,.
kíaVIaS, - - .V.íf-
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!¡iii(ii. i-x- .-I ii.ia.l,, asL íaaiaiiii
(iiva-rsa-^ !■! üujii isif iiiMa-. ■ i íi/'-i K ti.s
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Secretario le Redacción: Ovidio Fernández Rios
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Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Secretario de Redacción: OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
administrador:
JEtedaooión. -y .A.dBiiiiistraoión.:
TREINTA Y TRES, rS
AÑO V
Montevideo, Abril de 1910
N.°38
c^iMivaSlS
De codos en la mesa, la mejilla
apoyada en el dorso de la mano,
vuelvo á sentir como una pesadilla
la calentura de tu amor lejano.
Mis ojos no te ven, pero te siento
avivar el sopor en que me postro,
y estás tan cerca que me abrasa el rostro
el cálido perfume de tu aliento.
«¡La boca mi bacío tutta tremante!»
Sobre las vivas páginas del Dante,
ciegos á nuestro instinto, nos besamos.
Vimos una mirada de agonía . . .- ^
El libro, melancólicos cerramos ... ' .
¡Y no leímos más desde aquel día¡ .•
1
Francisco VILLAESPESA.
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^ dxuiíii st r ador:
XjUIS FÉRBZ
ftedaooióu. y .A.daiiiiistra,oiói:i:
TREINTA. Y TRES, TS
AÑO V
Montevideo, Abril de 1910
N.» 38
Paráfrasis
De codos en la mesa, la mejilla
apoyada en el dorso de la mano,
vuelvo á sentir como una pesadilla
la calentura de tu amor lejano.
Mis ojos no te ven, pero te siento
avivar el sopor en que me postro,
y estás tan cerca que me abrasa el rostro
el cálido perfume de tu aliento.
«¡La boca mi bacío tutta tremante!»
Sobre las vivas páginas del Dante,
ciegos á nuestro instinto, nos besamos.
Vimos una mirada de agonía ... ^
El libro, melancólicos cerramos ...
¡Y no leímos más desde aquel día i
Francisco VILLAESPESA.
— 114 —
Julio Herrara y R^issig
No sin dolor, sin piedad, sin
tristeza, acabo de ver por vez
última al amigo muerto, al poeta
cuya vida hoy se ha extinguido
de una manera brusca, casi ines-
perada. xUlá en la cámara mor-
tuoria acabo de ver su cabeza
yacente. Está sereno, inmutable,
como adormecido en uno de
aquellos sus ensueños que en
horas de éxtasis le alejaran de
la tierra. No parece haber su-
frido ni siquiera experimentado
la visión fugaz del moribundo
que presiente su fin, y sin em-
bargo, él vio acercársele La In-
trusa, él sintió horas antes de
expirar cómo la muerte le roza-
ba con su hálito helado, él vio
allegársele esa misma muerte
que al poeta tanto llenara de
misterio, de congoja, de infinito
asombro . . .
Envuelto en el sudario negro
del ataúd y á la luz amarillosa
de los cirios, hoy el poeta duer-
me su último sueño : sus ojos
azules cerrados para siempre
hacia la Eternidad, el arco ama-
ble de su boca contraído en un
rictus acre, la comba frente nim-
bada bajo las hebras áureas de
sus cabellos nazarenos. Esta ma-
ñana cuando me enteré por un
diario matutino de la irrepara-
ble pérdida sentí como un ano-
nadamiento letal. Aquello colmó
mi estupor, tan inmensa pare-
cióme la infausta nueva.
Desde hace quince años una
afección al corazón retenia á
Herrera en las alternativas do-
lorosas de una existencia conde-
nada. Las crisis eran tan agudas
como repentinas, pues á veces le
sorprendían en la calle ó en ple-
no trabajo intelectual. Y nada
predecía el asalto. Uii ¡ Ah ! an-
gustioso acompañado de un mo-
vimiento instintivo de la mano
del poeta hacia su corazón, de-
nunciaba en ese instante á los
presentes el brusco despertar
del acceso. Entonces tornábase-
pálido, trémulo, nervioso. Luego,
penosamente, reteniendo con su
mano aquel prolongado y rui-
doso latir de su corazón enfer-
mo, el poeta buscaba en las di-
gitales y en el « hada morfina »
el codiciado alivio ...
Y estas crisis de su mal que
se manifestaban por un galope
desbocado de su corazón enfer-
mo, latiéndole fuertemente y an-
gustiosamente como el sonoro
tic-tac de un reloj cuj a marcha
no es precisa, solía retener á He-
rrera en el lecho por espacio de
semanas enteras, hasta que, un
nuevo suspiro musitado por el
poeta, predecía que en un re-
torcijón doloroso la sangre ha-
bía logrado hacerse paso nue- -
vamente á través de las arterias
imprimiéndole al corazón su
marcha regular y rítmica.
Pero hoy á las tres de la ma-
ñana el acceso sobrevino, y á
las seis, ó sea tres horas más
tarde. Herrera y Eeissig había
expirado entre el cariño y las
manifestaciones de dolor de to-
dos Irs suyos.
Ha despertado en verdad un
unánime sentimiento de pesar
la pérdida de este bardo cuyo
estro exquisito supo auscultar
en la belleza contemplativa el
alma vibrante de las cosas y la
dulce armonía del verbo. De
imaginación fastuosa, ebria de
— 115 —
luz y resplandeciente de colo-
rido ; de potencialidad robusta,
de concepción amplísima y feliz,
Herrera y Eeissig concibió poe-
mas consagrados, sonetos delica-
dísimos de fino arte que se ca-
racterizaban por su sentimiento
puro, por su gracia amable y
por su verdad sentida y honda-
mente interpretada.
Desde el genio cósmico de
Hugo hasta la sutileza espiritua-
lizada de Mallarmé, desde la vi-
sión macábrica de Baudelaire
hasta la gracia fina de un deli-
cado encantador de corazones,
desde el simbolismo etéreo y va-
garoso de un ultra-modernista
hasta la sencillez plácida y se-
rena de Theócrito y Virgilio,
sus versos, dijeron del Amor y
de la Vida, todo lo más luminoso
y más sombrío. El amó de La-
martine sus entusiasmos líricos
y de Samain sus bellezas ideo
lógicas. Fué amable para la mu
jer é irónico ante el prejuicio ó
el convencional error. Sus poe-
mas cantaron á la naturaleza
en todas sus faces multiformes.
En su paleta augusta, de ma-
go hechicero, él esfumó cielos
azules de una luminosidad ar-
caica; diluyó crepúsculos de oro
vivo veteados de záfiro y de ru-
bí; hizo vernos amaneceres diá-
fanos y noches lunares constela-
das de astros en las que idilios
lugareños respiraban santidad;
ahulló con la tempestad y se
adormeció en el silencio, porque
su alma, pantesta y vibrátil, su-
po intensificarse con el pájaro
que trina, con la nube que esbo-
za su leve cendal, con la fuente
que arrulla, con la ola que abo-
fetea, con el rayo de sol que di-
ce de alegrías lozanas, con la
sombra que acecha, con el ár-
bol cuyo ramaje pone su nota
alegre sobre el azur, con la flor
que euian;i vivacidad y aroma.
Y la prosa de este lírico no
fué menos feliz. Artículos de crí-
tica ungidos de una originalidad
muy persona] puesto que se her-
manaba maravillosamente á su
temperamento único , cuentos
hermosos , narraciones intere-
santes, vieron con frecuencia la
luz en el [¡criódico y en la re-
vista.
Fué incansable su labor. En la
soledad de su existencia él tra-
bajó con el ahinco de los infati-
gables y la santa fe de los ilu-
minados. La obsesión de dar fin
á un trabajo le asaltaba en la
calle y en el mismo lecho. Más
de una vez su sueño fué inte-
rrumpido para coger febrilmente
la pluma y dar término á una
estrofa abandonada á medio con-
cebir. La palabra tenía para él
todo el iris del prisma y el valor
de una presea. Fué un artífice
no superado en el engarce. El
hallazgo de un adjetivo justo é
insustituible le producía entu-
siasmos de esteta y alegrías de
niño. La redondez armónica de
una frase le acariciaba como una
forma impecable de sensualidad
serena. Sus versos pasaban por
el cincel de un virtuoso donde
ninguna aspereza lograba esca-
par á su oído sensible y á su vi-
sión clarovidente. Un simple de-
talle, una duda molecular, una
disonancia sutil é inadvertida
para profanos oídos, le atormen-
taba sumiéndole en cruentas vi-
gilias. Y es que Herrera y Eeis-
sig detestaba la vulgaridad, la
frase común, el «cliché» mano-
seado por las mediocridades. Un
lapsus en la impresión de sus
trabajos constituía la mayor
afrenta que se le pudiera hacer,
á él, cuyo corazón era sencillo,
y dulce, y benevolente. Luego,
cuando en mitad de su labor un
- 116 -
mandoble traicionero de su en-
fermedad le obligaba á bascar
en el reposo el alivio necesario,
entonces una duda dolorosa y
un anhelo febriscente le asalta-
ban.—«No quisiera morir, — de-
cía,— sin antes haber terminado
esta página! » —Y era esta, su ex-
clamación, como un ruego im-
plorante, como el deseo postumo
de un condenado á muerte cuyo
pedido no es posible denegar,
como una protesta sórdida hacia
la fatalidad ineluctable y acep-
tada, como una clemencia final,
como una súplica, como una gra-
cia postrera, mezquina, irrecha-
zable. . .
Su iniciación fué temprana.
Un misal amoroso recogió sus
nubiles ofrendas de iniciado. En
La Razón vieron la luz aquellos
sus versos que le vislumbraron
poeta: «Oriflamas», «^El sauce»,
cNaturaleza» y la «Oda á Espa-
ña». Su primera y única obra
aparecida en forma de libro fué
el «Canto á Lamartine». Después
de estos trabajos una evolución
hacia el refinamiento de la for-
ma y el super-engarce del voea-
ble le atrajo la incredulidad de
las muchedumbres y la admira-
ción de los estetas. En La lie-
vista aparecieron «Tus ojos»,
«La musa de la playa», «^Epita-
lamio», «Holocausto», «Wagne-
rianas» y los «Conceptos de Crí-
tica». En el Almanaque Artísti-
co, que dirigí y sostuve durante
tres años, Herrera y Keissig pu-
blicó «Las Pascuas del Tiempo»,
«Giles Alucinada» y algunos so-
netos brillantes, y, traducidos
expresamente por él para esa
misma obra, «Nina», de Zola;
«Una carrón a» , de Ciarles Bau-
delaire y «El sueño de Canope»
de Albert Samain. En Mda Mo-
derna, en los almanaques de
Peusser y de Prieto que se edi-
taron en Buenos Aires, é igual-
mente en infinidad de revistas y
periódicos del pais y del extran-
gero, Herrera y Reissig colaboró
con asiduidad. Son también co-
nocidos sus artículos de crítica
á propósito de «Sueño de Orien-
te», de Roberto de las Carreras,
de «Letanías Simbólicas», de Cé-
sar Miranda, y de «Mujeres Fla-
cas» de Paul Minely. El prólogo
á «Palideces y púrpuras», la obra
de López Rocha, es una bella
página analítica de esa literatura
evocatriz, á veces difusa, pero
hermosamente rara que perso-
naliza á los modernos simbolis-
tas. Son curiosamente exóticas
sus décimas tituladas «Desola-
ción absurda». Entre los asiduos
del cenáculo, fui de los pocos
que tuvieron la oportunidad de
conocer el bello prólogo que es-
cribiese piíra una obra del inspi-
rado poeta de La Plata Osear
Tiberio, libro que ignoro porqué
causas dejó de aparecer. Una
página sobre Andrés Demarchi,
el creador de «El Enemigo», y
otra sobre Ulises Favaro, le va-
liei'on muchos elogios. No hace
aún un año v en ocasión de des-
cubrirse la placa erigida á la
memoria del cantor de nuestras
tradiciones camperas, el llorado
don Alcides De María, á Herrera
le cupo pronunciar la oración
fúnebre inicial de ese acto. Pero
sobre todo como sonetista fecun-
do y perfecto su modalidad fué
saliente. Allá en aquel tradicio-
nal armario, que fué para el
poeta biblioteca y ropería, boti-
quín y secretair, él llegó á guar-
dar más de doscientos sonetos
imaginativos, bucólicos y pasto-
riles, todos ellos de- una forma
impecable y de una veracidad
humana.
Mas su labor no sólo está ahí.
Aun quedan muchas produccio-
117
nes inéditas que janto con otras
ya publicadas, pronto verán la
luz en sus «Peregrinos de Pie-
dra», obra á medio editar, pues-
to que la muerte ha sorprendido
á Herrera, cuando daba los últi-
mos toques á las pruebas de la
impresión ¡Qué destino implaca-
ble el suyo! Ni siquiera le fué
dado ver recogidos amorosamen-
te en un volumen las maravillo-
sos preseas de su talento! Y esta
ambición, muy justa, que acaso
encarnó uno de sus ensueííos
más caros, le fué denegada ya
en las postrimerías de su ruta...
La vida de Herrera y Reissig
fué una odisea múltiple en sen-
saciones de todo género. Una
idiosincracia exótica le distin-
guia con rasgos propios de un
personalismo poco couiún, atra-
yéndole simpatías espontáneas ó
adversiones pueriles. ¿,\ aspiró
del Placer las sutilezas más abs-
tractas y del Dolor sus más
cruentas desdichas. Conoció las
abundancias y las privaciones.
Fué un peregrino impertérrito
de la Vida, un camarada senci-
llo, un bohemio delicioso que en
mitad de sus pobrezas nunca dio
al oro más valor real que el de
su brillo áureo, al igual de una
partícula de sol chispeante ! . . .
Como artifictj él fué un se-
diento de Belleza. Sonaba con
París y amaba á Grecia con
la fe de un helenista. Las mara-
villas contadas del Louvre, los
tesoros fabulosos del Vaticano,
las telas de Rubén, de Goya, de
Velázquez, de Murillo, de Ra-
fael y de Salvador Rosa; las es-
culturas del Partenón y del Acró-
polis; las ruinas de Roma, de
Egipto y de Atenas; las curiosi-
dades de la Indici y del Ganges,
en ftn, todo aquello que para un
artista ecléctico es poesía deli-
ciosa y sensación perdurable de
belleza eterna, le evocaba ensue-
ños, ansias infinitas, divagacio-
nes entusiastas de ver, de palpar,
de admir.-ir. Y sin embargo, to-
dos estos deseos no llegaron para
él á más allá de lo intangible!
Allá en «La Torre > el supo
conj>reg;u" á su alrededor á una
pléyade de intelectuales quienes
hoy llorarán su muerte. En aquel
santuario del Arte, en aquel poé-
tico mirador donde grabados de
Doré y retratos de poetas exor-
naban pintorescamente los mu-
ros, divagué con Herrera horas
de amistad inolvidable. Allí el
sol del éxito resplandeció sus
rayos y las sombras del desas-
tre nimbaron tétricamente la
derrota de los vencidos. Allí es-
peranzas y desilusiones se con-
taron sus cuitas en fraternal
anhelo. Allí crepúsculos de oro
y grana empurpuraron los vi-
dríales en la serenidad augusta
de la hora taciturna, haciendo
sollozar corazones y sonreír á la
esperanza, en tanto, allá abajo,
muy cerca del paisaje marino y
á treinta pies de profundidad, la
metrópoli zumbaba su laborioso
colmenar humano.
Y así fué Herrera un héroe y
un mártir, un retraído y un noc-
támbulo.
Sobre su tumba, yo depongo
una siempreviva de amistad y
una rama de laurel simbólico.
JüanPICÜX OLAONDO.
Marzo 18 de 1910.
«♦«
— 116
La sombra cru^l
Para Apolo
A Périjz )/ Ci'rh
En la pupila azul de aíiuel ocíiso
vino una sombra en duda, desde lejos,
desde los cuentos, di-sde « allá más lejos »
desde que no hubo flores en el vaso . . .
En la intangible estela de su pasr»
fruncieron los obscuros entrecejos,
las alamedas de los parques viejos
que sentían la ausencia de otro paso.
Y esa soíiibra, fué una pollera negra,
como una larga campanada negra
de un campanario en ruinas, cuasi negro,
una pollera que arrastró una enferma
en todos los destinos, yendo enferma
de santidad como un pájaro negro.
E. LASCANO TEGUI,
— 119
0^ **£l libro d-e l)otas"
Que apapecefá ppóxíi mámente en Pat» ís
Para Apolo.
Cabe la sutileza de la hora tranquila,
llena de aromas vagos y de música blanca,
una admirable rosa floreció en tu pupila,
y en tu frente serena fué cada vez más pálida.
Cantaban en la noche los dulces ruiseñores
con voz inimitable su canción preferida,
murmuraban las fuentes, languidecían las flores,
y era santa la luna como una eucaristía.
Yo perseguía en la suave comunión del momento;
la dulzura indecible de ingenuos pensamientos . . .
y mi alma fué harmoniosa como una estrella clara.
Tú seguías la inmensa floración de los astros,
una sonrisa tenue era luz en tus labios,
y en la flor de tu mano temblaba una esmeralda . . .
II
Con un azul extático y cobarde,
se humedeció de amor el combo cielo
y en las extenuaciones de la tarde,
se escucharon las arpas del silencio ...
Tus ojos pensativos, que Dios guarde,
abrieron sobre mi alma sus deseos,
mientras el sol en un postrer alarde
fué á caer como un pájaro á lo lejos.
Siguiendo los ejemplos cristalinos
de mis versos, tu gusto vespertino,
una canción sintetizó en tus labios.
Tus manos blancas destilaron mirra . . .
y asi como una lámpara encendida,
palideció tu cuerpo en el ocaso.
Fernán Félix DE AMADOR.
París MIXCIX.
— 120 -
Alma d^ Idilio y Rimas Sentim^ntaks
De *El Diario» que se publica en Santiago de los Caballeros
{Santo Dominc/o), reproducimos el juicio siguiente:
En estos versos rebosantes de
imágenes de suave y melancólico
colorido, de factura netamente
modernista, plenos de anhelos y
ensoñaciones, ha marcado hon-
damente su huella un alma do-
tada de exquisita sensibilidad,
en la que con frecuencia vibra
con cierta intensidad la nota de
un erotismo noble, de urdim-
bre delicada, que no se solaza
morbosamente ante ciertas cosas
de pronunciado carácter sensual
que suelen muchos sedicientes
poetas poner á flor de mirada
con vivo y malsano regocijo. La
inspiración de Pérez y Curis, el
inteligente director de «Apolo»,
la preciosa revista montevidea-
na, se encauza por rumbos más
serenos y luminosos. Su musa es
casta. El deseo, impetuoso y ve-
hemente, no pone en ella llama-
radas de incendio. Pérez y Curis
es un poeta muy subjetivo, que
ve siempre las cosas de una ma-
nera muy personal y muy pro-
pia, en una forma muy artística,
en que hay combinaciones mé-
tricas y rítmicas que tienen como
un agradable matiz novedoso^ y
en que ciertos vocablos flaman-
tes ó perfectamente remozados
que esmaltan el lenguaje poético
le habrán sin duda merecido la
acerba censura de ciertos dómi-
nes de palmeta para quienes el
idioma ^s como cosa sagrada,
intangible, que perdería mucho
de su esencia divina con pala-
bras nuevas, con más abundante
léxico, como si pudiera conde-
nársele á perpetuo estancamien
to. Los idiomas, como todas las
formas en que se refleja la vida,
se desarrollan y viven siguiendo
fases de caracterizada evolución,
procesos de integración y des-
composición como puede pro-
barse fácilmente . . .
En Alma de idilio canta el
poeta :
Ánfora inagotable, la mañana,
La iuñnitud del éter tragancia,
Y en la floresta hay una algarabía
De púrpuras tremantes. Es la grana
De las rosas joviales. Una anciana —
Coge llores enhiesta todavía,
Y el sol un copo de su luz le envía
Que va á besar su cabellera cana.
En la serena limpidez del cielo
Hay arrebolamientos de eglantinas ;
En el ambiente un trémolo sonoro,
Y en el ribazo azul del arroyuelo
Que baña la floresta, las divinas
Aromas fingen lentejuelas de oro.
De Rimas sentimentales, entre
otras composiciones iguales ó
mejores, escojo este bello soneto :
MIS ENSUEÑOS
Mi huerto es una penumbra eterna
Donde florecen, lentas y frías—
Cual en el borde de una cisterna,
Pátina y musgo— mis nostalgias.
Muere la tarde callada y tierna ;
Y en tanto me hablan sus lejanías,
Miro en mi huerto: penumbra eterna,
Cómo se esfuman las ansias mías.
Sueños, ideales, dicha remota:
Vuestro impalpable perfume flota
Todas las tardes en torno mío . . .
Pero en invierno se hacen las noches
Foscas y amargas como reproches
Y mis ensueños mueren de frío !
F. GAKCÍA GODOY.
Santo Domingo— 1910.
121
Oe rodillas
Pora Apolo
Suave forma que cruzas por mi vida
como el alma errabunda de un ensueño :
oh ! adorable quimera con que sueño,
en noches de ignorado padecer :
fija tus ojos en los ojos míos
por'itevolverme la perdida calma,
y alumbra las tinieblas en que el alma
implora de rodillas tu querer !
Sufre calladamente su tristeza
el corazón, latido por latido,
y ya es hora que sepas que he vivido
muriendo desde el día que te vi ;
no esquives, pues, la luz de mi mirada,
sé más dulce, más buena y compasiva
que yo sabré quererte mientras viva
con toda la ternura que hay en mí. '
Mis penas — taciturnas mariposas —
afirúpanse á la luz de tu reiíuerdo,
mientras llorando mi dolor me pierdo
en la región incierta de la fe.
Siempre, siempre buscando tu mirada
he de seguir las huellas de tu paso",
y de ini triste vida en el ocaso,
bendiciendo tu nombre moriré.
Y ailn después que mi vida haya cruzado
el umbral de la muerte que la espera,
tríis el breve pasuje por la (!-sfera
de este inimdo sin luces ni arrebol,
flotará de tu ser en lo más hondo
la vibración de mi doliente queja
como el destello que en la tarde deja
después de hundirse en occidente, el sol.
Porque tienes del canto la armonía,
de la luz la inefable transparencia,
de la Santa Madona la clemencia,
la dulzura del niño que se fué. . .
Eres como la luz que en la pupila
queda grabada con destellos rojos,
y aunque se cierren á la luz los ojos
en la penumbra cintilar se ve.
Yo vi un día tu imagen soñadora
y en el alma quedóse prisionera
como una inmaculada ave parlera
que inunda con sus trinos mi pasión.
Pero (, qué importa que en el pecho vibre
la lírica efusión de su garganta,
si por desdicha mía solo eanta
á expensas del enfermo corazón ?
Tú no sabes que sufro lo indecible
y á vivir como un paria me condenas ;
todas mis alegrías enajenas,
ya ni tengo el derecho de vivir ;
que no es vida la vida que soporto
en esta proscripción desventurada:
¡ Ilumine la luz de tu mirada
la horrible lobreguez del porvenir!
Josii VIAÑA.
LA USIXA TK.\s.\Tl>ÁNT10A — -^'OX
!>': )
1^2
Literatos jóveties de Oolotnbia
fñ. f/íopzno Alba
Recio de cuerpo y luiisculoso; cabeza grande redondeada; boca
pequefla; trente amplia y ligeramente convexa; ojos negros de
mirar duro y penetrante, es, este poeta, acróbata y comerciante
á la vez.
Tiene voz sonora y agradable y sus palabras bien pronunciadas,
una entonación oratoria. Habla como declamando.
Nació muy cerca de la industriosa ciudad del Caribe donde re-
side habitual mente.
La obra literaria de Moreno Alba es corta, porque cortos son
los anos de su vida; pero es suficiente para haberle merecido fama
en la literatura contemporánea. Ouahiuiera revista artística se
honra ho\^ con la firma de Moreno Alba.
Su verso robusto y elegante viste casi siempre una idea profunda
de pensador genial.
Así cuando dice :
« Tu dogma inaccesible no recibii» la herida
del análisis crudo ... ni el beso de la Vida ...»
« Porque si perpetuando la raza de los hombres
dais pábulo á la pena bajo sus varios nombres,
seffún el erudito filósofo j^ermano.
también en vuestro alegre, glorioso predominio
reside, ajeno á todas las formas de exterminio,
el vigoroso germen del espíritu humano. »
Pero es también á veces exclusivamente artista y le atraen las
mujeres jóvenes y elegantes que visten á la moda y usan Camia ó
extracto de Chipre :
« Nubil modelo de coquetería, Muestra la mano de color de rosa
ella conoce del plegado encaje un anillo de pálida esmeralda
y de la crema pasamanería cuando, con intención pecaminosa
para contraste en el color del traje se recoge los pliegues de la falda.
Consciente de su gracia femenina Moderna musa de la aristocracia
viste el surah tornasolado y rico. que idolatra la curva de sus flancos,
Y es adorable cuando el talle inclina Polimnia de la moda y de la gracia
para donaire del porta abanico. con medias negras y chapines blancos. »
En ocasiones la sangre castellana de sus mayores cobra un fugaz
predominio sobre su espíritu de hombre moderno y,
«la antigua fe perdida sus alas desentume »
y canta entonces al humilde crucificado de Galilea:
- 123
«Jesús es como un astro, Jesús es como un lirio ,
La bárbara y blasfema corona del martirio
apenas si en su frente dejara cicatriz.
Mostró la faz profunda de todo cuanto existe,
y en el lieroico gesto de una dulzura triste
lo contempló la tarde doblada la cerviz.
Por el que caminara sobre ilel Tiberiades ;
ante la sombra muda de todas las edades,
—conjurador solemne del agua y de la luz -
podrán pasar los siglos . . mas siempre los humanos
adorarán las puras, las enclavadas manos
del taciturno y pálido Poeta de la Cruz».
Ahora escribe un poema de y^randes alcances: « Oro de Sol »
cjue proloj^ará Arturo R. de C irricarte. Es un canto de la viri^en
tierra americana en el cual se sienten ios estremecimientos de la.
selva combatida por los huracanes, se oye el bramido del ti^re y el
magnífico mugido del toro padre en celos. La publicación de este
bello libro lo pondrá de hecho, entre los más distinguidos porta-
liras modernos.
Pero si como poeta Moreno Alba tiene un porvenir halagador,
como prosista es mediano. Casi cíursi. Demasiado limada y repuli-
da, su prosa se torna amanerada. En ella sacrifica muy frecuente-
mente el pensamiento á la forma. Cuida más de la rotundidad del
período que de la compresibilidad de la frase.
Sus cuentos, sin atractivos ideológico ó psicológico, calcados so-
bre temas exóticos en este medio, son insulsos. Esas escenas dé
boudoir de los decadentes franceses se tornan en cadáveres al pasar
por su pluma.
Pero Moreno Alba tiene mucho talento y sabe preferir sus versos."
Escribe muy poca prosa.
Lástima que el ambiente de mercantilismo de la New York colom-
biana vaya á pervertir el gusto y el talento de este exquisito y jo-
ven poeta colombiano.
' G. PORRAS TROCONIS.
■ ♦»
Oe *'Us Horas"
Paseo ansiosamente por tu aeera
mirando la cerrada celosía . .
Esta noche he pensado :
. Hoy me abrirá; veré su manecita
descorriendo el visillo ;
veré sus ojos, que á la calle miran
para saber si estoy ; y luego ... y luego,
un crujido sutil : la celosía
se abre á dos lados, cual si fueran alas
para el amor nacidas ;
asomará su cabecita rubia ;
llegará hasta mi alma su sonrisa
como diciendo : avanza ;
aquí estoy ; te he esperado; date prisa.
E iré, nerviosamente ;
Tara Apolo
le ofreceré estas rosas de la India
que para ella he cogido y que aprisiona
el rojo lazo de una roja cinta ...»
Esta noche he pensado
como otras tantas, en tu celosía,
siempre cerrada para mi deseo,
siempre cerradaámi esperanz \ intima . . .
Y me vuelvo, sabiendo que á la noche
siguiente iré, llevado por la misma
ilusión de que acaso
me abras tu cerrada celosía ...
Lorenzo VICENS THIKVKNT.
- 12-1 —
\/ip¿C3rE:isr hiisfAimicíPs.
La he visto cuando dormían
Los arrabales ... El alba,
Predilecta coníidente
De las flores solitarias,
Puso en el rostro de aquella
Jovial elfina de Hispania
Los rosicleres joyantes
De su sonrisa de nácar.
Sangre y fuego de las rosas
De luz su labio derrama,
Y su labio es un cendal
Muy cálido que no empañan
Las congojas que torturan
Ni las pedidias que matan
El sentimiento amatorio
De la cítara del alma.
¡Y es la rosa de Provenza !
¡Sangre y luz de la mañana!
La vi cuando su primera
Sonrisa de oro perlaba
El sol, é iba animándose
La llora de la sabana ;
Y en el odorante y amplio
A MigviH Luis Roriianí.
Sendero de las acacias
Una pareja de alondras
Su epitalamio cantaba.
Y ahora, bajo un fogoso
Mar de lumbre meridiana,
Vuelve al hogar lentamente
Por las avenidas áureas ;
Y su veste de batista
Con lentejuelas de plata
Viene ungida del perfume
Que de las frondas emana.
¡Pobre virgen! ¡Cómomueren
Los crepúsculos del alma!
Ya no mecen su cabello
Las brisas de la mañana !
Candentes irradiaciones
Sus morbideces abrasan,
Y en sus ojos hay connubios
De sonrisas y de lágrimas.
¡ Pobre rosa de Provenza !
¡Sangre y luz de la mañana!
PÉREZ Y CURIS.
AVHMIDA is Di: .ICI.IO — MOXl KVIDKO
— 125
Como á mujer alguna...
Para Afolo.
Me dicen tus pupilas, fulgentes y amorosas,
que hay mundos de ternura nuevos en su interior,
brindándose al secreto de otras más ardorosas
para envolver sus ansias en un mismo fulgor.
Que ha tanto tiempo aguardan nostálgicas y solas,
la llama de un espíritu gemelo á quien amar,
y esperan incansables, brillantes como aureolas,
las hermanas ausentes que sueñan adorar.
Que ha tanto tiempo anhelan quemar sus negras alas
en vano, sin que puedan su inspiración lucir,
quien sabe si en castigo de sus soberbias galas,
ó acaso por su inmenso deseo de vivir.
Perdidas en un suave deleite no alcanzado,
consumen su esplendente reflejo sideral,
sufriendo las nostalgias del amor tan soñado,
opresas en las redes que tejió su ideal . . .
n
También las mías sueñan, amar al espejismo
que ocultan las pupilas enfermas de esperar,
y perderse en el hondo misterio de ese abismo,
logrando así el tesoro de su extraño mirar . . .
Si acaso en sus desvelos, Azema, tus pupilas,
presienten que está cerca la luz de su ilusión,
si se miran mis ojos en sus aguas tranquilas,
verás como por ellos se asoma el corazón . . .
Deja, pues, que confunda nuestra idilio la luna,
é iluminen sus rayos, nuestro encantado Edén,
que yo he de amarte tanto como á mujer alguna,
jamás he idolatrado con tanto amor, mi bien . . .
Carlos María DE VALLEJO,
Montevideo, 1910.
— 126 —
aiVatiima mia
Para AFOLO.
AlVEgregio Dr. Joaquín de Salteráin, affettiiosamente.
Se nella vita un'apgine— a^/panno le s^/entufc,
E se i gagliapdi sogni — sozzanti eolle dufe
Ti»aveFsie del destino — pev ranima irrequieta
Pap non sará delirio — anima mia t'aequiete. . .
pFa gli spazzi di cobalto, — alta lassú nel cielo,
flrde una nuoVa face, — cade un funesto velo,
E fu per quella fedc — che ti tempró i dolori
flell'ora di calígine — priva di earmi e fiori.
Se di lassú, dall'alto — torna con nuoVo maggio
R sorrider la vita; — e tu nel farle omaggio
Terse le amare lacrime — a quel che fu rivolto
I^iconoscente esclama: — «Tu m'insegnasti molto».
JVIa avanti, avaj^ti sempre. —Se nel eammino ancora
Ti si parasse innanzi — una novella aurora,
Pallida, ma pur densa, — di piú grandi Ideali,
Di luce e scienza ávido — spingi piú aVanti l'ali.
pino agli estremi spazi — sotto ai fulgenti rai,
pin che la vita ha un frémito — dehl non t'arresta mai.
flivanti, avanti sempre — non soffermare il piede,
Pensa, ch'il tempo — altro quaggiú non riede
JVIa fanno fácil brcceia — le lacrime e il dolore.
Ove manehi una fede, — aVe manehi l'onore
Con l'onore e la fede — all'umana virtude,
R.Í lavoro cd al genio — nessun la Via precludc.
G. ^lOLiH.
»♦«
La agotiía d^l Príncipe
Para Apolo.
Un día llegó un viejo, muy viejo, hasta el Palacio
de un príncipe nocturno que moría en su lecho,
sintiendo en el abismo turbado de su pecho
e1 beso de una estrella, perdida en el espacio . .
Y el viejo dijo : «Traigo, en mi búcaro terso
un bálsamo divino para curar tus males.
Será como una de esas maravillas astrales,
para tu alma vencida por los ritmos del Verso»
— 127 —
El moribundo príncipe apuró la bendita
esencia ... La silueta de la santa Afrodita,
trasmigró sus encantos á un Patriarca abatido . . .
Se dibujó en sus labios una frágil sonrisa
y en el misterio austero de ia tarde indecisa
se quedó aquel Patriarca blancamente dormido . . .
JUSTO DEZA.
»♦»
Sokdad
Poro Apolo.
¡ Qué triste está mi alma, qué melancólica,
Cómo extraña tus risas, tus frases buenas,
Vive aún con los besos que dio tu boca
y hasta con sus caricias ardientes sueíla!
¡Qué largas son mis noches, que paso á solas
En extraño coloquio con las estrellas.
Voy viviendo cual planta que enferma brota.
Voy viviendo cual planta que vive enferma !
Siento muchas nostalgias dentro del alma,
Nostalgias de caricias, pues mi morena
Ya no arranca los tristes á mi guitarra.
Ni ya suenan pausadas las habaneras.
Ya en los arcos sombríos de sus pestañas.
No contemplo extasiado sus finas hebras,
Y los claveles rojos de mis ventanas
No nacen ya como antes para sus trenzas.
Por los campos hay ñores — mi castellana —
He visto golondrinas — es Primavera —
Mas en el pecho mío y en toda mi alma,
Eeina siempre el invierno de mis tristezas.
Y ese invierno en que vivo; toda su escarcha
Va dejando implacable sobre la senda
En que vaga mi vida, mi vida amarga
<^ue avanza tras tu sombra, mas nunca llega.
Yo no puedo olvidarte, — la caravana —
De tu recuerdo eterno, callada llega ;
Yo la siento, la sigo con la mirada
Que se pierde . . . volando tras de sus huellas
Fernando SILVA VALDÉS.
128 -
Gloria
Eco ie rimas moduladas
Al oído de una mujer,
Caie las regias balaustradas:
Nombra las aves extraviadas
De mis ilusiones de ayer.
Estela de intimo perfume
Que al pasar deja una mujer,
Y embriaga y presto se consume :
Que tu recuerdo no se esfume
Hoy 5ue en mi vuelve a florecer.
Mirada plena de deseo
En gue arde un alma de mujer
Y en cuya gloria fugaz creo :
¿Qué silencias cuando sondeo
El alma de tu atardecer?
Eco, estela, mirada.
Vuestra gloria es asi :
Bella como una hada,
Frágil cual la alborada..-.
Pero perdura en mi.
PÉREZ Y CURIS.
■♦»
La Fe
( ]V[onologando )
Para Afolo.
La fe. . . ¿qué es la fe?... lo
ignoro; mi alma exenta de pa-
siones, indiferente, escéptica, in-
mutable, no la conoce ó más
bien dicho, la ha - perdido. . .
Tal vez, en mi infancia, — víc-
tima de mi propia precocidad;
porque he sido precoz en todo
mi yo — la he sentido, la he ali-
mentado, pero desde que he car-
gado cuatro lustros, cuando re-
cién debiera poseerla, cuando es
llegado, para la generalidad, el
momento propicio á las pasio-
nes ; cuando se empieza á vivir,
cuando nacen las ilusiones to-
das, cuando se empieza, recién,
íl ver desfilar el cortejo de las
quimeras, de las esperanzas, de
los ensueños . . . cuando debiera
comenzar á sentir el fuego sa-
grado de la fe, de la fe santa, de
la fe heroica, de esa fe que arras-
tra la mente y conmueve al co-
razón ya en un arrobamiento
místico, ya en un arrebato de
pasiones ó en una explosión de
A O. Fernández Ríos.
rebeldías . . . cuando en fin, se
inicia en otroS) la parábola de la
vida, en mí ya ha terminado su
trayectoria ... en lugar de na-
cer, muere . . . ¿ soy, pues, una
aberración ? . . . soy una entidad
en la vida humana ó soy un áto-
mo en el caos de lo increado ? . . .
soy un enigma ó soy un des-
tino ? . . . mi alma, la f e de mí
alma . . . ¿ pero es que tengo un
alma como los demás ? . . . — sí.
Entonces, si tengo un alma á
imagen y semejanza de los otros ;
¿por qué soy diferente á ellos? . . .
por qué, entonces, no adoro, no
idolatro, no me apasiono?...
por qué, diferentemente de todos,
para mí todo es uno y lo mismo,
bajo sus mil faces y formas ? . . .
por qué no puedo creer en una
cosa por sobre todas las de-
más ? . . . por qué la duda, esa te-
rrible duda, irguiéndose fría, im-
pávida, desesperante siempre y
á cada paso, entre yo y la creen-
cia, entre el si y el no ?
— 129
Por qué, queriendo amar, no
puedo ? . . . por qué, sintiendo la
imperiosa necesidad de ofrendar
mi corazón en aras de un en-
sueño, de una utopía, después de
mirar en rededor, no liallo nada,
sobrando tanto ? , , . Por qué me
siento solo^ aislado, sin un punto
fijo en la periferia de mi corazón
donde posar la visual de mis
afectos ? . . . Por qué, solo tengo
fuerzas para el análisis ? . . .
i Oh ! la f e . . . yo bendigo á
aquellos que la respiran por to-
dos sus poros ... yo envidio á
aquellos que cargan un ideal
con la fuerza que ella les presta.
Yo admiro á los esclavos de sus
pasiones, á los idólatras de sus
creencias, á los convencidos de
sus doctrinas ; á los que persi-
guen un ñn, bueno ó malo ; á los
que luchan, á. los que bregan, á
los que sufren por el logro de
una conquista ; á los cruzados
de la fe, que ante nada se arre-
dran, á los que hacen tremolar el
pendón de sus sinceridades, á
los que tienen la fuerza de sus
convicciones, á los que no des-
fallecen, á los exaltados, ¿i los in-
convencibles, á los extraviados, á
todos los que aman con ardor,
con fe, con verdadera fe . . . por-
que son bienaventurados; por-
que la vida tiene para ellos un
objeto, porque les representa un
algo . . . porque para el creyente
que nada analiza, deja de ser un
mero paréntesis abierto entre
el ser y el no ser ; porque para
el ferviente, para el crédulo, hay
algo aún más allá de la vida,
mientras que para mí, todo ha
terminado aún antes de la muer-
te puesto que he vivido mu-
riendo, puesto que he ido ente-
rrando bajo la lápida de mí
descreimiento, una á una, to-
das mis ilusiones; una á una,
todas mis creencias ; uno á uno,
todos mis ideales . . .
¡Oh! Todopoderoso... ¿por qué
no me has dado una alma con
fe?... y si me la has dado, ¿por qué
ha sido tan mustia, triste, gasta-
da, anémica, que no ha resistido
el embate del más sencillo análi-
sis ?,. . por qué me la has des-
provisto de todo atractivo, de
toda sugestión ? . . . por qué me
has dejado sin un ídolo, sin una
creencia, sin una ambición, sin
un crimen siquiera ? . . . por qué.
haciéndome vivir, me niegas la
vida? . . . por qué, no haciéndo-
me sufrir, no gozo ? ¿ por qué,
haciéndome gozar, no sufro ? . . .
por qué en el volcán de mis pen-
samientos, de mi ideología, has
puesto la nieve perpetua del
escepticismo ? . . . por qué, que-
riendo ser, no puedo ? . . . el co-
razón se supedita al cerebro, ó
el cerebro al corazón ? . . . quién
es quién ? . . . ¡ supremo arca-
no !.. . yo declaro mi impoten-
cia ... yo pregono á gritos lo
indefinido de mi ser, mientras
no sacuda á mí yo, la fe que ne-
cesito ... ¿ quién me hace la
gracia de una convicción ? . . .
¿ quién me hace la limosna, la
suprema limosna de un poquito
de fe ! . . .
Santiago DALLEGRl.
130
la Barca
Habían quitado al tío Quíco
su barca, que era como sí le Jiu-
bieran quitado la vida. Aquella
barca, que era el org-ullo y la
admiración del viejo. ¡ Cuánto
se la habían envidiado los pes-
cadores de la aldea ! Ningunii la
aventajaba en ligereza y gallar-
día. Gustábale al tío Quice mos-
trarla á los couipaíleros, con esa
vanidad con que los mozos en-
señan á una novia hermosa.
A fuerza de tiempo, habíase
encariñado con ella como con
un hijo. Diríase que era un alma
viviente, á la cual comunicaba,
sin palabras, en medio de la infi-
nita y magna soledad del mar,
el secreto de sus esperanzas y
sus incertidumbres. Y no pare-
cía sino que se había establecido
entre los dos una profunda y
misteriosa reciprocidad de sen-
timientos. Cuando el abuelo se
mostraba apesadumbrado, la bar-
ca, á pesar de que él remaba con
vigoroso empuje, caminaba len-
ta, torpe, á disgusto, rimando, al
deslizarse sobre la inquieta lla-
nura del mar, la callada tristeza
de su patrón. Por el contrario,
cuando la pesadumbre era rego-
cíio, ella, sin necesidad de que
la tocasen, como si poseyera una
voluntad oculta, cruzaba rauda
y veloz sobre las olas, semejan-
do en la lejanía, con las velas
desplegadas, una paloma blanca
volando á flor de agua.
Le habían quitado su barca,
que era como si le hubieran qui-
tado la vida.
Era aún más que su vida : era
también la vida de su hija, viu-
da, y de su nieto, á los cuales él
mantenía. ¿ Dónde iba á ganar
en adelante el pan de ellos,
sí desconocía todos los trabajos ?
Además, era ya muy viejo para
emprender nuevos caminos. Des-
de muy pequeño dedicóse á la&
luchas del mar. El le había dado
siempre para vivir. Primero, con
el contrabando, trabajo lleno de
peligros, pero que producía pin-
gües ganancias. Días hubo en
que fué perseguido á tiros por
los carabineros, sin que lograran
nvinca alcanzarle. En aquellos
momentos su barca parecía te-
ner alas. Después, acabado el
contrabando, se dedicó á la pes-
ca Infinitas veces la borrasca Je
cogió en medio del mar. Y, sin
sabérselo explicar, siempre salió
triunfante de aquellas embosca-
das siniestras de las olas revuel-
tas.
A pesar de tantas luchas, á
pesar de tantos afanes, no logró
salir de la miseria. ¡ Cuesta tan
caro el pan del pobre ! Y en re-
compensa á sus trabajos y á sus
dolores, ahora, en la vejez, cuan-
do tan difícil le sería luchar en
campo extraño, le quitaban su
único medio de vida. Y todo por
una maldita enfermedad, por
una pulmonía traidora que el
año pasado le tuvo en cama cer-
ca de dos meses. Sin dinero para
atender á los muchos gastos que
se ocasionaban, pidió á su v^eci-
no, el tío Juan, una cantidad á
cuenta de la barca, comprome-
tiéndose á pagarla en un plazo
de seis meses. Pasó el tiempo
marcado y, por más esfuerzos
que hizo, no pudo cumplir su
palabra. Entonces el otro, va-
liéndose de la justicia, se apo-
deró de la barca.
Viéndose desocupado, quiso
aprestarse á trabajar como ga-
131 —
fían ; mas en seguida desechó
tales ideas. Prefería morirse de
hambre. Consideraba á los cam-
pesinos como bestias resignadas,
como esclavos. Aunque en el
mar se habían quedado varios
de los suyos, nunca dejó de
amarle. Le encantaba aquella
vida de lucha, de fiereza, de
constante peligro ; aquella vida
que había que ganarla desafian-
do de cerca á la muerte.
Triste y solitario, vagaba de
un lado á otro, hablando consigo
mismo, como un sonámbulo. La
mayor parte de los días vélasele
en las tabernas, charlando con
sus antiguos compaiíeros. Algu-
nos de ellos, para enfarecerle, le
trataban de cobarde por haberse
dejado quitar la barca. ¡ Bien le
engañaron, bien le había atra-
pado el tío Juan en sus redes !
¡Y poco que se ufanaba de ello !
A todo el mundo se lo contaba.
Además parecía protegerle la
Providencia. Ni un día pasaba
sin que hiciera una gran pesca.
Estas palabras lograban agran-
dar el callado dolor que le con-
sumía. Y aunque trataba de olvi-
dar, seguía zumbando en su ce-
rebro, con tenaz constancia, el
pensamiento de su desdicha.
Cierto día se encontró al tío
Juan en su camino. Con temblo-
rosa voz le suplicó que le cedie-
ra la barca. Se comprometía,
previa escritura, á pagarle la
deuda en un corto plazo, y con
un crecido interés. El otro se
negó á sus deseos. Ni aunque le
diera doble cantidad la cedería.
Perdidas todas las esperanzas,
el tío Quice siguió concurriendo
á las tabernas sin ánimo ni deseo
de ponerse á trabajar. Para amor-
tiguar, sus penas, emborrachába-
se de vez en cuando, aún sin
gustarle la bebida. Y gracias al
jornal que la hija ganaba como
lavandera,- no perecían de ham-
bre. Algunas noches, cediendo á
una imperiosa tentación, se en-
caminaba hacia donde estaba la
barca y daba en ella un largo
paseo, haciéndose la ilusión de
que era suya. Luego, vuelto á la
realidad, su amargura era más
grande. Y lentamente, el pobre
viejo tornaba á la aldea, llorando
por el camino.
Le habían quitado su barca,
que era como si le hubieran qui-
tado la vida.
Ya, varias veces, el nieto ha-
bíale preguntado :
— Abuelo, ¿ por qué no me lle-
vas contigo á pescar como antes ?
El, entonces, inventaba cual-
quier disculpa para engañarle.
Éstas preguntas avivaban cruel-
mente su herida. ¡ Oh !, no poder
satisfacer aquel deseo pueril,
que era la más grande alegría
del pequeño.
Una mañana volvió llorando
del colegio. Los nietos del tío
Juan habíanle dicho que su abue-
lo era un tramposo y que por
eso le habían quitado la barca.
Después le dieron envidia ante
los compañeros, contando que
todos los días se paseaban en
ella. Y el rapaz, muy añigido,
preguntaba :
¿ Es verdad, abuelito, es ver-
dad?
Al fin el abuelo no tuvo má&
remedio que confirmarla. ¡ Ah !
Pero él prometía que no habían
de volver á decirle aquello. Ya
que su nieto no se paseaba, tam-
poco los otros se regocijarían
mucho tiempo. Desde hacía días
acariciaba aquel secreto deseo
de vengarse. Sólo le había dete-
nido un vago temor de cometer
una injusticia. Puesto que el otra
daba motivo, estaba dispuesto á
realizarlo. En vista de que na
volvería á ser suya, pretería des-
— 132 —
hacerla para que no fuera de
nadie.
Y aquella misma tarde, desde
la orilla, estuvo observando al
tío Juan, y, cuando le vio alejar-
se, se acercó á la barca y duran-
te un rato se oyó un tenue ruido,
como si fuera roída por los rato-
nes. Después de tapar el agujero
con una mezcla que llevaba, se
ocultó en la maleza para ver el
resultado.
Al cabo de una hora volvió el
tío Juan. Sin sospechar nada,
desamarró la barca y remó fuer-
temente, mar adentro. Al verle
avanzar, una salvaje alegría sa-
cudió el cuerpo del tío Quico.
Dentro de muy poco, cuando la
mezcla se deshiciese, el agua pe-
netraría, sin darle tiempo al otro
A evitar que se hundiese. Y pues-
to que sabía nadar, ya trataría
de salvarse. Luego lo achacaría
á cualquier rajadura abierta por
el calor.
Mas, de súbito, su alegría se
vio turbada por una sombra de
remordimierto. Sentía las conse-
cuencias de su propia maldad.
Era como el dolor de haber ma-
tado á un hijo. ¡ Quién había de
decirle que cometería aquel cri-
men de destruir él mismo su bar-
ca ! ¿ Así era cómo él pagaba el
que le hubiera salvado infinitas
veces de la muerte ? Y su cariño,
y su gratitud, ¿ dónde estaban ?
¿ Qué culpa tenía ella de la mal-
dad de los hombres ? Y la veía
alejarse como una vida que se
pierde en el misterio eterno de
donde no se vuelve más.
Dominado por estas reñexio-
nes, quiso dar una voz para que
el otro volviese hacia la orilla.
Pero ya era tarde. La barca em-
pezó á cabecear, y, á los pocos
momentos, acabó por hundirse.
Viendo la torpeza con que el tío
Juan nadaba, el tío Quico ahogó
sus sentimentalismos con una
sonora carcajada de salvaje ale-
gría. Ya estaba vengado. Ya su
nieto no volvería á llorar ni á
tener envidia de los otros :
' Pensaba alejarse, cuando vio
los esfuerzos supremos que el
tío Juan hacía al nadar. Segu-
ramente no tendría fuerzas para
llegar á la orilla. Temiendo una
desgracia, que quizás pudiera
evitar, se detuvo. ¡ No ! El no
quería que se ahogara. Sería un
crimen imperdonable. Su propó-
sito fué sólo el de hacer desapa-
recer la barca.
Kápidamente, impulsado por
un sentimiento humanitario, qui-
tóse la ropa y se arrojó al mar,
Muy pronto se encontró al lado
de su enemigo. Al verle, el tío
Juan lanzó un rugido de cólera,
— ¡ Ah, canalla ; tú has sido
el criminal !
— ¡ Déjate de insultos, si no^
quieres ir al fondo — contestó el
tío Quico.
— ¿ Te atreves todavía á ame-
nazarme ? Veremos quien puede
más.
— No he venido á pelear, sino
á salvarte.
Antes de pronunciar estas pa-.
labras, el tío Juan habíale ate-
nazado el cuello con una mano,
mientras agitaba el brazo libre
para mantenerse á flote. Sin po-
derse desasir de aquellos dedos
que le ahogaban, y compren-
diendo que allí no valdrían ra-
zonamientos, el tío Quico se
aprestó á la defensa. Fué una
lucha rápida, ciega, salvaje. Al
fin, faltos de apoyo, se hundie-
ron abrazados, en el fondo del
mar.
Le habían quitado su barca,
que era como si le hubieran qui-
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gio.
Canjo Otoñal, i-* i; Pmu,.'
MjNKÍ,!,! (itiNZ\l,KZ. - ¡.'"iiifi.
Minidií (íonzidc/. td ori'j;nia!
autor de Ml.lKRKS Kl,A(.'.\S V El.
-Alma ¡iki. Ha1'.S('I)A, ha j)unlicado
recieiueuient,. un Canto oto.va). á
Honuí y á l.i Ad l<vsc.'ncia. Su^
versos son música Íes y discreta-
mente artísti<-()s. Me han sorpren-
dido ^ratanu'urc algunas de la^■
innova(Moiies biza iras ^\ne mati-
zan dichc opiísculo, en el cual, el
talento d.c Minelli íustenta su r<-
puta(dó¡i alcanzada con otros h-
l.iros.
Canto otoñai causará lun-nü
im])resi(',ii en nuestro anibnnte li-
terario.
La Fiesta de los Besos, ¡ík
Vid PAXltobF' '. — .'^V;//f'//' ( li'c
pill)lic;i .\.l"g"("i!lÍ!ia ).
C.'o'tist il uye (d iibi'o de l'a!id<di<'
un tloi-detiHi le soF:et()s llenos de
sutilezas y Llalla i< lías e^pi idt i!a les.
Fd joven poeta es un enaniorade
del arte, <pu- i-ania ;i l-i iielic'v-i
con teliiil entusiasmo y st' exta-
sía ante la calma <le los cTepiiscii-
ios, c<in nudanconas de soiia<ior.
Si 1:0 lucra por ia estructura ;'
ivcjoi diídlo por el tccnicisiuo de
esas cstrotas. alLío descuidado. [,a
Fiks;a ok i.ois Hksos bastaisa p:->
ra consae;iai ;i su autor.
PVAUvÁ V (Tins.
Nuevo canje
Flor de Loto.
Mr.iii-u „
-MifbM-d.
El Eco de Flores.
I
ÍH K\(!S
.\1UKS.
.Vcusamos recibrj fiel niímero í í
de la revista de literatura así ti-
inlada. Su material es" ameno.
Germen. lít knms Airr'^.
Ha vrndto á aparec<;r esta co-
nocida revista de sociolo<íía y ar-
U-. Trae excedentes materiales fir-
mados ])or escritores americanos
de valía.
Nos lia \isitad(> por pr-inieía
ve? este i)eriódico liteiario v in>-
ticioso (|Ue se edita en l'dori>s
(Huenos .Aiics). í'ontieii,. iuter<'-
santes colaboraciones.
iris. — .Mkí.m Ki.Ks. — l'ri'mnifi
i?evist.\ litera 'io-noi iciosa v sn.
cial r|ne redactan los s ñores l,ii <
.A. Amaral y Carlos \. Warren
El mínicro I (pie acabaros d«' r< -
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La FiéStii (i-
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a ' a -M- l;a hia'i ■. > a c la-, . i. .j
N'iíi.')Í! !...!,za¡.a.
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Kl ,i..vi a '¡.■-5^^ '- ';•= ''^i- •
■;.■! an.a .!'- •■■--•- - ■- ■■
-i:i a !i ! ' ia c-a la.: a- i'i- ■.'<■:,
!<'S, cí iii na-la a >! la ^ a ,- ,. ,:
^ i la 1 " a .■ !'a ai 'i- ia i -- ! raaa a
asa ^ ( ai ro ! a s , a i ^a ' ■ i' '■^"V] ! a a - . <
¡■'i Kí- ;■ \ ;i!' \.íi< !i¡:s. la iai ,' a r ;
ra (■■iii'-a;::! a I a s'¡ auií.ra
i'laíMa/. \ í Til
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■ ; < > I
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f»u€v'o esñjc
FíOr de Lola.
\aa:-aaa'^ laa m ¡r -a- i i¡i¡
í'' sa ra\- a-,; a i!" i-l > ¡\; i ti j .
1! lacia . Su ;ua\ a na i .•- a a
Ha ^ aal;,,
i"a-!.;:, H'Viai;
;<a Tra,. axa..
inait,.:, puí' .•
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ti £<:Q dA Finrcs.
■'■•■y. ,-.i,-
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MU! !: í! i !! . ; a ;-a> v iis
-a aa a a í a i";. .: !■:
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sa I! i <■> I ■{ lua an raí ía^
I CiS ,- 'ai . h' !
H<-va.ia liíara':
aw;! (j'n- r.ajaraaa
A. Aruaiasi \ ('a
!0Í nutra aai i ¡aa-
I ■ I-' I ! t! ' !
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k*?'
Di rector -Redactor: PÉREZ Y CURIS
Seciefario de Redacción: OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
.A.<iminÍ8trador:
LUIS iȎiie:z
Redacoión y A.dBciinistraoión:
TR.E1K"TA. Y TK.KS, rS
AÑO V
Montevideo. Mayo de 1910
N.» 39
atii)eio
Para Apolo. /'
¡ Oh, poder traspasar las carnales barreras !
Ver do no ven mis ojos,
Desbordar ese mar de ilusión y quimeras
Que revuelve impotente sus eternos despojos!
Romper el horizonte estrecho é implacable
Del pobre cráneo inquieto
Y volar, como vuela la parcela impalpable
Que sabe del espacio el callado secreto.
Ver dónde están las luces que hasta este día ardieron
En dónde, el movimiento...
Dónde, el respiro inquieto de aquellos que vivieron,
Dónde, las notas cálidas de su sonoro acento.
Dónde sevierte el río de los humanos lloros,
Dónde luce Isí aurora de las miradas muertas,
A dónde van, de amor los ocultos tesoros.
Dónde, la idea fútgida reflorece sus huertas.
¡Oh! ¡Poder destrozar los materiales lazos?
Para mirar. . . ¡ morir!
Poder reabrir los ojos, de la Muerte en los brazos.
Quién, como madre buena, me enseñara á vivir...
Clotilde LUtSI,
in I en I iwnMi. ocownLí K.^r^\JSKUT%m
Je H-eiioko|)os
LA SOXRISA DKL DESDÉN
D(' níe\ c \ rusa eras. Todaxa'a
Tu rostro pleno de amargaras tiene
RI p;ilido reliejo de la ori^ia
De luz de un iris harmonioso y lene.
Nubil enamorada de los astros,
La sidenil sonrisa ;i cu3^o asomo
Una lámina de oros y alabastros
FiníJ'e del cielo el transparente dom(^
Sua\e constelación era en el orto
De tus hoyuelos, y en el ónix claro
De tus pupilas en que irradia absorto
El corazón de un pájaro mu}' raro.
Tú parpado sutil eni un;i hoja
Pálidamente malva, y el ^lodoso
Lis de tu labio, libre de contj'oja
El remedo de un \aso luminoso.
Tu cabellera exótica formaba
De un abanico griego la aureola,
V Juventa en sus pómulos quemaba
Púrpuras de eo^lantina y amapola ;
_ Evanescentes púrpuras que fueron
Símbolo de frescura y lozanía,
Y que al besarte la tristeza huyeron
Acongojadamente, como el día.
Púdica rtor de la inocencia, el aura
De los amores te meció temprano:
Hero, Julieta, Xhir^arita y Laura . . .
Todo eras tú : la flor del meridiano.
Director-Redactor: PÉREZ Y CURIS
Secretario de Redacción: OVIDIO FERNÁNDEZ RÍOS
Administrador:
LUIS PÉREZ
Redacción, y Administración:
TREllVTA. Y TR-KS, 73
AÑO V
Montevideo. Mayo de 1910
N.» 39
atil)elo
Para Apou).
¡ Oh, poder traspasar las carnales barreras !
Ver do no ven mis ojos,
Desbordar ese mar de ilusión y quimeras
Que revuelve impotente sus eternos despojos!
Romper el horizonte estrecho é implacable
Del pobre cráneo inquieto
Y volar, como vuela la parcela impalpable
Que sabe del espacio el callado secreto.
Ver dónde están las luces que hasta este día ardieron
En dónde, el movimiento...
Dónde, el respiro inquieto de aquellos que vivieron,
Dónde, las notas cálidas de su sonoro acento.
Dónde se vierte el río de los humanos lloros,
Dónde luce Isí aurora de las miradas muertas,
A dónde van, de amor los ocultos tesoros,
Dónde, la idea fúlgida reflorece sus huertas.
¡Oh! ¡Poder destrozar los materiales lazos?
Para mirar. . . ¡ morir!
Poder reabrir los ojos, de la Muerte en los brazos.
Quién, como madre buena, me enseñara á vivir...
Clotilde LUISI.
— 136
Desde entonces
¡pobre Lilia! para tí murió el misterio,
y tu amor fué taciturno,
y mis besos !oli, mis besos!
han viaiado, desde entonces, sobre tí, desnuda y blanca.
sin ningún lugar secreto.
Ya eres de otro
y aun mi amor vive on mi pecho,
y eres pura ante los hombres que te ignoran
porque nunca mis palabras han manchado tu recuerdo;
pero ¿acaso eres dichosa?
no; yo pienso
que á buscarte en altas horas de la noche
va un Deseo . . .
va un Deseo. .
va un Deseo »
Montreal (Canadá) li>Oi>.
VÁSQUEZ YEPES.
«♦«
ELENA SERRA
137
Nivelacióti social
Fara Apolo.
Al salir del local donde el mitiu
Sí- iiabia celebrado, el coaapanero
ocíate se embozó en la raída bu-
rr.nda y encendió un cigarro. Petate,
el insigne Petate, el orador fogoso,
tenía trio. Kestregóse las manos,
zambullólas en los bolsillos del pan-
talón, y se alejó á paso . largo del
teatro de sus iriunfos tribunicios.
¡Pues li^o!.. Flojo fué su éxito de
aquella noche. Los concurrentes, en
ijf.sa, le vitorearon, proclamánd. le
bienñeclior de la Humanidad. Cier-
to, que su sistema era infalible para
.'.níseguir la ansiada nivelación:
• •. (juánto dinero hay circulando en
la actualidad por "1 mundo i' — üaOia
I rno Petate :— Tantos millones. —
-; cuantos ser-^s üumanos pueblan ei
globo terráqueo ''—Tantos. Dividiendo
1-1 primera cifra entre la sé'^unda re-
sulta un cociente de ciento cincuenta
pesetas, que es la cantidad que co-
rresponde, en ley de equidad, á cada
hombre. Pues bien: ¡nada de vio-
lencias! Kepartamos el dinero exis-
tente, y demos á cada cual las 150 del
fia..."
Ijos aplausos inteirumpieron su pe-
roración: ¡eso era discurrir! Y el in-
signe Petate se enorgullecía, viéndose
en camino de la celebridad...
Un bostezo cambió el rumbo de sus
meditaciones: los aplausos no alimen-
tan, y su estómago estaba totalmen-
te vacío. ¡ Y, si al menos tuviera don-
de guarecerse!... Bostezó de nuevo
¡Ah, si él poseyese aquellos treinta
duros que equitativamente le corres-
pondían! Buena mesa y buena cama
fsr raríanle de fijo: en tanto que
rhora...
Se había sentado en el quicio de
nna puerta, acurrucándose para pa
liar en lo posible loe efectos de la
1 ciada. A poco, quedóse dormido...
JS'o tardó mucho en despertarse, za-
randeado rudamente. Dos compañe-
ros le sacudían para hacerle aban-
ck nar el sueño.
— ¡A \er, tú. Petate, arriba!
— ¡Te lla-jian los individuos de la
Junta ce-.itral, para felicitarte!
- ¿yu? es eso? óyue sucede.- — in-
quirió Petate, restregándose los ojos.
— JNada, liOmbre: que estamos de
cnnorabuena.
— ¡Que ya mandamos!
lí se vá á poner en práctica tu
sistema.
— ¿De veras?
- Lo que oyes.
—Pero ¿cómo ha sido eso?
—Muy sencillo : tu discurso se ha
propagado rápidamente por el mun-
d'.', y ha producido tal impresión,
que todas las clafes sociales, de co-
miín acuerdo, reconociendo su efi-
cacia, lo quieren implantar.
— ¡ Magnifico !
Se levantó Petate, y entre sus com-
pañeros, dirigióse á presencia de la
Junta, que le lelicitó vivamente, y le
hizo entretja de sus treinta duros
El inmenso salón en que aquella se
constituyese, estaba lleno de indivi-
duos, cada uno de los cuales tenia
e^- la mano, en plata ó en papel, su
cuota correspondiente. Kl insigne Pe-
tate creía soñar: ¡con qué sencillez
habíase llevado á efecto lo que poco
antes se juzgaba imposible! Ya todos
eran iguale.^ : con igualdad consísten-
*f y perdurable, puesto que tenía
por base la equidad crematística...
Ante todo, érale necesario comer :
¡con el hambre que tenia!... Pero co-
mo el ors-mismo social se había
desquiciado, ^os estn blecimientos es.
taban cerx..\dos, y no era fácil satis-
facer el apetito. No obstante, supo
— 138 —
■q.u' el compañero Ceneque, uno délos
11. ás conspicuos innovadores, que ha-
nía siUo cocinero antes Cjue innova-
•dor, acabai;a de improvisar una es-
pecie de casa de comidas, por puro
Compañerismo, naturalmente, mere-
ciendo por ello los elogios de la Jun-
ta, la cual, ten:e.icio en cuenta las
ci?licultacles le instalación, accedió a
que cobrara sesenta céntimos por
r.nos cocidos análogos á los que an-
tes valían dos reales, bajo el oaioso
rcgimeii de opresión, ya extinguido.
Jr'etate coniio su cocido, y pago ¡i
('eneque : al hacerlo, cayó en la
*uenta de que el bodegonero impro-
visado, destruía la nivelación social,
puesto que acaparaba una parte del
haber de .'^ns compañeros, y acabaría
X'Oi quedarse con todo, á medida qu-i
it.esen consumiendo cocidos y más
-cocidos .
A pocos paso,- de la tasca de tJene-
•CiUe, el insimio letate vió á vanos
conspicuos jugándose al cañé las i^u
l.Psetas del repirto. ijiio de ellos des-
plumaba á los otros lindamente, lie
{rando á reunir en sus manos unas
cuantas -notiis. Loa desplumados,
é\idos de desquitarse, buscaron un
empréstito, y acudieron al compaile-
ro Ceneque, quien les anticipó al
gunas monedas ríe cobre, y, no pu-
diendo cobrarlas de otro modo, lubo
ne obligarles á que le ayudaran a
servir á los parioquianos, cada vez
más abundantes. Kl ganancioso, tu
•cambio, aprovechó sus haberes para
establecer una tienda de ceoiaas,
on la que los compañeros iban de-
jando las escurriduras de sus respec-
tivas cuotas...
Más tarde, el insigne l'etate, nece-
sitó renovar su guardarropa, y avistó-
ao. con otro compañero, que acababa
d.í abrir una sastrería, sin áni.-nus
de especulación, claro está, aunque
cobrand'^' por las prendas más caro
■que antes, en atención á las circuns-
tancias, híirto difíciles para orgaui-
j-ai cualquier servicio, pues nadie
(jueria trabajar mientras le durasen
ic^ treinta duros del equitativo re-
ía rto...
Por fortuna — ó por desgracia — el di
ñero duró poco, i^l insigne Pet-ite
vio cómo se extinguía en su bolsa
t-i dulce peso del metal acuñado, t^in
probabilidades de renovación, pues
e" ilustr;^ tribuno, como buen filósofo
y hombre de palabra expedita, deni-
graba el trabajo manual, conside-
rándolo como algo depresivo é inde-
coroso.
Pero á otros no les sucedía lo mis-
mo. Pasada la influencia letal del ¿ti-
ñero, la mayoría recordó sus anti-
guos tiempos, acudiendo en busca de
trabajo, para ganarse la vida. Ke-
aparecieron los patronos, á semejan-
zi de los de antaño — los que, mí.s
hábiles ó más pillos supieron acaníi-
rar en sus mano.s el oro de los de-
más—y á su alrededor, pulularon de
nuevo Laudadas de trabajadores, en
busca del indispensable mendrugo...
Kl Ilustre Petate no salla de su
asombro, viendo resurgir el organis-
mo social tan enhiesto y regulariza-
do como antes de ser adoptada su
maravillosa reforma. ¿De qué ser-
vían, pues, las ideas magnas.' c-->e
qué los discursos elocuentes? Kesuel-
to á todo, con tal de no trabajar —
i eso nunca ! — reanudó la serie de sus
trillantes éxitos tribunicios, inte-
rrumpida durante el breve lapso de
ni\ elación... Algo desilusionado, cier-
tamente, volvió á hablar de injusti
cías, de opresiones, de iniquidades;
quiso decir algo acerca de la des-
igualdad en que se encuentran los de
abajo respecto de los de arriba, pero
sus palabras sonaban á ñueco, ya
que tan reciente estaba la época en
nur- todos eran iguales, con la igual
dad más efectiva : la del dinero...
Sin embargo, no le faltaron parti-
darios. Los eternos descontentos, que
sólo son capaces de chillar desde aba-
jo sin fuerzas para elevarse ni una
pulgada sobre su nivel habitual. An-
139
tp ellos habló nuevamente, con el ío-
gcso apasionamiento de antaño, i
liibo un día en que expuso su siste-
ma de nivelación social: "¿Cuánto
dinero hay circulando actualmente
por el mundo? Tanto. ¿Cuántoé seres
liumanos pueblan el globo terrestre?
Tantos...» El triunfo no fué tan gran-
de como la primera vez, pero aún le
valorearon, apellidándolo bienhechor
de la Humanidad. Nuevamente, al sa-
Ij" del iri^T, sintió hambre y frío.
Y resguardándose en el quicio de
una puerta — como la vez primera —
se durmió...
Despertado por un rudo zarandeo,
abrió los ojos.
— íQué hay? ¿Qué ocurre?
— ¡ Arriba, hombre, arriba !
— ¿Ha llegado ya la nuestra? ¿Me
ii;ma la v'unta para implartar mi
s'stema?
J'os carcajadas le contestaron.
I Vaya una túnica de terciopelo
que tiene ! — dijo una voz.
—Déjese de juntas y de garam-
li'inas — exclamó otra. — Lu gue hay,
es que nun es pecmitido pernotar en
este sitio, Conque, Járgo de aqu:
El insigne Petate se había*^,uesto
de pie.
— ¿JDe modo que no se ha plantea-
do de nuevo la nivelación social? —
dijo.
Volvieion á leirse ;os guardias.
-Nun satemos de qué nos habla,
buen hombre.
Entonces, el ilustre tribuno, tuvo
u 1 grito del corazón:
— Pues, la verdad... i me alegro!
Para lo que íbamos á ganar con el
reparto...
Augusto MARTÍNEZ OLMEDILLA.
Madrid— 1910.
«♦«
£1 Poeta
Para Apolo
Bajo un negro dosel que el viento enarca
pulsa el poeta su heptacorde lira.
Cuando la estrofa de su labio expira
sangra su joven alma de patriarca.
Y canta el triste amor que amó el Petrarca,
al eterno Ideal que no es mentira;
y mientras canta, en la penumbra mira
la indigna turba que nació en la charca.
Que avanzan hacia él en son de guerra,
que intentan apagar con su gruñido
del poeta los coros celestiales
los más inmundos puercos de la tierra.
Y dio el poeta su postrer jemido
y la risa reinó en los albañales.
A. bOrquez solar.
Santiago de Ckile.
— 140
Muertos ilustres
MARK TWAIX
Los í)ereérinos
de piedra
Brillantemente editado
por los talleres «El Arte»^
acaba de ponerse en ven-
ta él primer tomo de las
obras completas de Julio
Herrera y Eeissig-, elilus-
tre poeta recientemente
desaparecido.
Los PEREGRINOS DE Pli:-
DRA, que así se titula di-
cho volumen, contiene
diversas composiciones
que su autor coleccionó
bajo los títulos siguien-
tes: El laurel rosa, Los
éxtasis de la viontaTia, La
torre de las esfinges, Los
■})arqíies abaiidottados, Las
campanas solariegas.
Anunciamos á nuestros
lectores que los pere-
grinos DE PIEDRA están
♦■n venta en todas las li-
brerías de la capital y del
interior de la República,
■ ♦»
angustia . . .
Para Apolo.
Menudos copos de grisácea melancolía
hielan mi enfermo corazón que llora;
y es en el polo del dolor el alma mía,
Ycebei'g solitario sin un i'astro de aurora !
Me acongoja el recuerdo de amarguísimo día
y su alfaiige agresivo mis sollozos desflora...
La esencia de mi ser es una flor sombría
suspensa en el martirio de una lúgubre hora.
Al oprimirse mi alma destilando en collares
de lágrimas que llevan mis antiguos pesares
y el aroma sutil de mis pasiones mustias;
Cruza errante en las sombras de torvas inquietudes
como una viuda Joca que buscara ataúdes
envuelta en el sudario de sus propias angustias ! . . .
José M. ANGüITA ZEBALLOS.
Buenos Aires.
— 141 —
Héroes ocultos
A.1 otro la.d.o disl ceíciixión. Tr<se:ina.s
á Lina elnoza irxfe-liz, tiencLen sus bxazos
d-os crruLcrizs, e:n qtxe; etxe;lga.an. á pedazos
dos eorona.s qtxe; ixoy sólo son de; espina.s.
¿, Qtxién.es dixerann.en. a.laí "y" Leyes di-^ina.s
Jutn-tara qu-izás, en. póstixamos regazos^
á dos Jnéroes qute a-yei-^ rotos los la.2;os-,
combatieron. roda.n.do por las rtxin.as.
i jPs.ln 1 Y"o sé qtj.e en. in.eogn.ito laeroísmo,
si en.tre los etioqiies de la. Itxelna. a-eerba
rnixerde el pol^^o el in.trépido solda-do,
ten.drá sti ttxnaba. en. ese pol-u-o nriisartao ;
y era esa. tixmba- ereeerá la. yerba.,
y sn esa. yerba, pa.sta.ra el ga.n.a.do 1 . . .
¿Tose Santos OHíOCj^^ISUO.
K^clamo galatit-e
.A /(' (.'ondi'sa Mai/rialn.
I' (ir a Apolo
r Por qué, bella señora, ya el surtidor sonoro
de vuestros suaves labios, no se muestra elocuente,
dejando oir su gárrulo de amor, sobre la fuente
del corazón que sueña con su cascada de oro?
¿Dudáis, acaso, hermosa, que siempre yo atesoro,
con el viejo entusiasmo que vos sabéis ferviente,
esa blanda ternura de adoración creciente
hacia vuestro donaire que, con gran celo adoro?...
Y, si queréis que siempre arrulle vuestra vida
con versos de amorosa pasión nunca sentida,
sed tierna y bondadosa con el que os ama tanto,
y á cambio de sus trovas galantes, noble dama,
brindad en recompensa de amores, al que os ama,
un beso, solo un beso, para inspirar su canto . . .
Carlos María DE VALLEJO.
.MoiitevidtM) 1911).
U2 -
Tú sab-es amar!
Para Apolo
Nubia, la joven y ardorosa viu-
íiita, consagraba la mayor parte
do las horas al cuidado de su lii-
jito, niño de dos años, en quien
adoraba una era reciente de amor
\ do felicidad, que sólo duró la
brevedad de una primavera, para
extinguirse cuando recién como
lUi alba gloriosa, comenzaba para
ella la dicha del amar.
Y Nubia, llorosa, recorría su cá-
ii'ara de deleites, llevando en bra-
zos su varoncito y deteniéndose
v. intervalos á admirar el retrato
de su muerto, colocado en la ca-
1 ecera del lecho, permaneciendo
en un éxtasis hasta que el pe>;ii
del chico adormeciéndole los bra-
zos, la volvía en ai.
Mas una tarde en que Nubia
salió con su fruto á distraer su
pesadumbre en la cercana playa,
bailó unos ojos que en la vivaci-
dad de su mirar, halúáronle d(>
iMievaa dichas y nuevos placeres.
Como Una planta que secárase por
falta de agua, sintió renacer en
el fondo de su alma, la esperanza
de una augusta aureola, y la
frescura de su .iuventud cobró
bríos que indujéronla á gustar las
'. ivaces miradas de los ojos ha-
llados.
El amor tomó campo en el es-
píritu de esa viudita de las ca-
nelas, comenzando u.n idilio de
ardorosos deseos. Amó á aquellos
OJOS >íe macho atrevido, y lloró
al mismo tiempo el dolor de un
hijo, estorbo en el nuevo comienzo
(ii un amor que le hablaba de
intensas delicias para un cercano
futuro.
Y es que aquellos ojos que dul-
ce-, miraban su tentadora volup-
tuosidad, tornábanse tristes al mi-
lar al chico, que al grito de ma-
dre besábala siempre.
Hablábalo ella :
— El bijo es la gloria, fruto de
ua amor que encierra el poema
ih: toda una dicha vivida. Con-
suelo y fortaleza de un dolor su-
premo, de una triste página cu-
bierta de luto en el libro de mi
\ ¡da. Mi hijo es caricia y arrullo,
vida de mi vida, es flor perfumada
que despide aroma de un lecho
adorable que tornóse triste y frío.
I uy frío... Despojarme de él es
destruir mi sentimiento ])ara con-
lertirmo en la bestia ansiosa de
ííruesos placeres, insaciable, insa-
ciable !...
Respondióle él :
— Odiar á tu hijo, es odiar á tí.
Conquistar la dicha de poseerte,
no es lograr la gloria de poderhe
amar para ser amado. Amar á tu
bijo, fruto de tu vientre, vida de
tu vida, es amar á tí. Mujer ado-
rable, madre sana y digna, tú sa-
bes amar!...
Y los tres muy juntos, cruzaron
la playa. Ella murmuraba : mi
hijo es mi dicha, tú eres mi amor :
y él sonriente y tierno, susurrá-
bale al oído: tú sabes amar...
Marcos FTfOMENT.
«»■
— 143 —
La aus-eticia de tus labios
A Qfclo.
Pa ra. Apolo.
Estoy triste, muy triste, como tina agonía,
poique siento la ausencia de tus dos finos labios,
en esta grave hora de la melancolía,
cua ido todas las almas olvidan sus agravios . .
Aqui tengo un manojo de rosas en las manos,
para suplir la esencia de tu purpurea boca,
¿stas rosas me cuentan mis amores lejanos
de la niñez tan riente, de la niñez tan loca . . .
¡Amada!; ya no puedo vivir sin las tibiezas
de tus dos finos labios IVIis sombrías tristezas,
reclaman á esta hora tus caricias primeras...
Arrúllame como una paloma enamorada,
y luego con el alma llena de unción sagrada,
verás cómo reviven en mí, las Primaveras...
Woitevid'O, 19iO.
Justo DEZA.
Oe **Las Woras"
Para Apolo
Epa un ppíneipe blondo que llegó eiepto día
al palacio de una pnineesa medioeval ;
y que en lo méis peeóndito del eopazón tpaía
los lír<ieos destellos de un amop inmoPtal.
Y dijo el blondo Ppíneipe: «Ppincesa, vida mía,
en vuestpos ojos upge mi tiepno madpigal ;
y papa vuestpa boca, tengo en mi poesía
el pepdu rabie elogio de un Vepso cssultupal ».
Calló, y en el unánime silencio de la sala
pepdióse su palabpa eomo el pumop de un ala . . .
Y la dulce ppincesa dijo con decisión :
« Ppodigad las tcpnupas que mi amop osppovoca;
habladme de mis ojos, habladme de n^i boca,
pePo — os lo puego, ppíncipe — dejad mi copazón,»
Lorenzo VICENS TflIEVENT.
144
La i)umatia caticióti
Del libpo en pfepapación : " Albas Sangpientas "
I
El espirita humilla q:a5 labra un p]3.iii.
Un posma fastuoso dG ritmo y de luz,
Nunca ignora su triunfo aunque tama
Del vulgo profano la vil acritud.
Por eso el poeta
Que se obstina en negir la virtud
De su numen, sabiéndolo grande, parece co^utía
Doncella 5ue oculta su gracia en un tul.
II
Hay hombres imbéciles
Que sonríen y agotan el léxico d3 oro ds la adula ñon :
[Pobres almas sin luz, gue mendigan
Aplausos y juscm si lauro mejor I'
¡ Oh, grandes pigmeos :
Apartaos (jue para vosotros mis odios ni son I
Mis odios no vierten su luz en las almas
Q,ue con trágica sombra proyectan su garra f3r:z.
- ■ in
Poeta gue tienes
En la estrecha cárcel del dogma un jardín :
Yo sé gue no sufres ninguna tortura,
Que tu áulica estrofa se arrastra por ti.
Alguien gue predice como tú el reinado
De la hipocresía, desde su cubil,
Que tiene colmillos y zarpas ignora :
(Un dogal oprime su cuello y un aura
Capciosa envenena su espíritu gris).
PÉREZ Y CURIS.
Utta
Vi. filtre niiicliiis iiuijcii-^- fi'i'Htilcs.
i|ilc imijcr! l';irc( IM iiii.i llm-.
I''spir:iliíHi SMS IpIíiikIiis jilirilcs
111) tVüS'Hiirc 'íi'iicMO <li' ;nii'ir.
F II 1 <;•('(• ifi . Caiiilor de ;i7,iii-iii;is !
Y en sus ojos de jiliicidci iniir
(•ilutaban sirnias .
Yo esciielu'' el cantar.
Ay. Dios liliol (ili('' ilañn un- ha lir. 'i .
la iiiujcr «ic sdiirisa ilc tlm!
('iMiio )ui(lo seiiilirar en mi ¡icrlio
la semilla ilc mi iicjíía doidr!
líiFiNo BLANCO FoMl'.i 'N v
-«■♦^
Remembranza
Pnrd Aroi.o
Añorando tieiTip')s idos sin c:)ntraried id alguna
bajo la glorieta mis^a cuyas paredes frondosas
ocultaron las mlridas in4uietantes d¿ h luna,
platicamos en silsn do ¡tantas ansias, taitas cosas!'
Hubo ensoñaciones. Eran nuestras almas como una
floración de ideal idíides, de recuerdos y de rosas.
Gustábamos los ncantos de la vida, sin ninguna
tristeza que perturbara nuestras citas venturosas.
Ho3^ se íueron, como todo, aquellas horas benditas.
La glorieta está en silencio, sus paredes sin la fronda
de las hojas, con invierno se marcharon nuestras cit i^.
La luna filtra su dulce, delicada transparencia
calladamente, tendiendo su aterciopelada blonda
sobre el banco desolado que gimiendo está tu ausencia.
La Roclielli'. r.Hii.
JULIO ]. CASAL.
i4(; —
Golas d^ tinta
Para Apolo
Rcir?
— Kíe mi vecino, el idiotii y ríe el
< íiiico de enfrente á Quien mantiene
l:i exulierante carne de vina mujer.
Llora cr
— Ijlor.i la mujer en venta, con re-
signack)» de (■an.-..;da I estia y llora
oi idint., también, poi-que ante su
vista riiza un pájaro que con el ba-
tir de -i^s alas le hace parpadear.
; .Vorir ci cornzón y cerrar los pu-
ños cu i;]-avo crispamiey.to de ner-
vio^- no lo liacen torioí-!... Pero,
liazlo 11. i asi podrás ex:5erime:itar
c: placer de ser tt-mido y la suave
carie iíi íiue produce en el espíritu
iniestro el ajeno respeto.
La .lüiistad es
c.imhio "spi ritual
lia lo es ('el inte
Vale decir que
nomía se adjudic
deterniiiiado por
a. la anii'^Lad se 1
I;, connieusación
iiimieníos genere
L.a :i mistad es
Ínteres (jue por
;'ial tracinar de
estar siempre su
un factor de inter-
así como la mone-
rcambio comercial.
así como en ecoiio-
i al dinero un valor
el li.umano esfuerzo,
a valoriza según sea
que de nuestros su-
en nuestro espíritu.
la cara limpia del
el constante comer-
los liomiires siu'ie
cia.
ti dolor me parió des])ués de nueve
niPses de flagelante preñez. Por el do-
lor es que vivo y por él moriré. Kn-
tonces, ¿el dolor es el supre;r.o re-
gidor de la vida? — Nó.
iiS el diapasón del inmenso con-
cierto de .luestras sensaciones. El ar-
nici.iz i los ecos del Bien y del Mal.
Jíl sel que te enceguece y hace ar-
iler tu sangre; la noche que te
aduerme; el frío que te alfllerea las
carnes y la primavera que vuelca en
tu alma perfume de bondad y de be-
lleza, 1 o son m.ás que manifestacio-
nes d( dolores, qu.í son, ciue fuer'Mi
V (pic eran
Los políticos son como los asnos.
que desean todos comer en el mis-
mo pesebre
Y el elector es como el arriei'o, que
por retartirles el pienso interviene en
sus T"'i'^as y recibe como agradeci-
miert- de tus beneficiados, patadas
.V mé patadas.
Uu:
polvo
el ai
tu íi
qne
lez I
raes
lldo.
do los años empiecen á em-
ir de blanco tus cal;elIos y
'o del tiempo abra surcos en
e, no dejes de recordar. Por-
recuerdos son en nuestra ve-
aricia de un amor que tuvi-
1 castigo de un delito come-
No aceptes nunca protectorado al-
guno ni creas que alguien pueda
redimirte.
iil primer protector de más uni-
versal fa-r.a, fué Cronwell y el pueblo
ingléí á quíMi protegió, lloró por mu-
ciio tiempo la vergüenza que perdiera
al dejarse proteger tan sangrienta-
mente.
L'risto ye dijo Kedentor. «Jreyeron
los pueblos en que les redimiría, y
c'epusieron su voluntad porque su pa-
labra supo indicar mirajes jamás POr
millones <!e ojos vistos. Y Cristo no
redimió más que á su nombre del
anónimo.
Es que los protectores y los reden-
tores redimen y protegen como aca-
rician y aman las rameras.
Ojos hay, parecidos á focos eléctri-
cos, que iluminan lo bueno y lo ma-
lo el Crimen y el Bien reciben sin
distinción la irradiación de su luz.
Qub son ojos criminales? No. Son
ojos de mujeres coquetas y de uáure-
ri>s
Cómo r.o í-ufrir hastio?
— Viviendo en perpetua interroga-
< ón con i as cosas y los hombres.
La lisa es un signo de franqueza.
El criminal ríe Ei hipócrita, el usu-
vero y el ingenuo también ríen.
Y por li risa de cada uno de estos
esclavos de sus pasiones, el fondo mo-
ral se exterioriza voladamente.
Poi eso !a risa es la más extraña
ñor de nuestro espíritu, tiene ella el
peí fume de nuestra savia interior.
La moral es un pan duro que in-
teiit in mascar los pobres y que los
ricos digieren con ayuda del cham-
p:tgne.
Cómo no decir mentira? Dejanfío ele
ser lo que somos : Corazón y Cerebro.
La i nenia es el colchón donde los
que cargan arrobas de imbecUiaad
VLin á descansar sus cuerpos de las
fatigas que tan enorme peso oca-
siona.
>o digas nunca que tus ojos no nan
sido ardientemente acariciados por
las láürimas. Porque entonces, el do-
lor que en tu interior se oculta pue--
de que se ría de tu orgullo con la
risa de Jus propios labios.
CARLOS CAKAKES.
Montevideo, Abril de 1910.
— 147 -
fturoral
Tal es el titulo del liiro, gus á fines del C3 .Tiente
mes publicará el joven- y taienioso posta Emilio Trías
Du Pré. AURORAL es un manojo de inspiradísimas
composiciones. De dicho liüro ¡jue será prologado por-
nuestro Directo;^ entresacamos los siguientes sonetos:
EU iriVlERNO
(Vil ALiDEA
Lento, lento ; majestuoso ;
con paso grave y pensando
el invierno va llegando...
j El Invierno irrespetuoso !
Y como un burgués dichoso
su fortuna acumulando,
por doquier, todo llorando ■
él, riente y desdeñoso.
Despiadado é irrevereni^c
en reirse de la gente
encuentra grande placer.
Al pobre le infunde miedo ;
al rico, quedo, muy quedo
el tedio le da á beber.
Las Piedras— 1909.
Es coqueta y es airosa ;
y en mi misión de profeta,
es un sueño de poeta
vn un capullo de rosa.
Sutil, como mariposa,
, q:ie en la planta de violeta
retidme la fe secreta
do su vida misteriosa.
Y aunque sólo es una aldea,
;'. menudo so pasea
con !j;ran majestuosidad.
Como todo lo que vive
tiene 'imbición... Y cancibe
un título do ciudad !
Emtlto trias du PRE.
«♦•
Or-e Noslalgicl)^
C'idc la ijioírfíia; la vien «riú cliias.so.sa
II cielo é iiero, e tiiona lá lontano.
Cliiiule i jietali auüferi la rosa
Mentre iiigrossari le s'occie mano á mano.
E la continna. Anmentano i riiscelli
Che anmentano a lor volta i fiumi. i maii.
Tutto tace all'intoriio ; i eari ni-celli
Stendon l'ali snl nido de Mor cari.
(Ti-aocliian dalle poüzanslieie le lane
Ed a sg-ridare la natnra ria
Dalla sua cueeia latra forte ¡1 eane.
Ed anch'io inipreeeo a (jnesta sorte ni ¡a
E pianito le contrade mié loiitanc
CA\é afí'ranto sonó dalla nnostalijia».
*
Splende nel cielo azzurro e píen d'iiicanti
Un solé mite, il sol primaverile
A/ lít/i'i on/ini loniani.
Sorride la (•;nnp;i^iia ed al sito baeio
Sorride jinr la manimoletta iiinile.
Cliisnett.-m ¡xW !\n;;el!ftti ¡n niezzn ai pran
E iiitessono trioeondi il loro nido:
La rondiriella torna f li.^nluta
In niille modi il profiuiiato lido.
Tutto é b(!l. tutto é vita; la sper.inza
Riunsee coil'.inuir .sublime, austern . . .
8olo a me (¡nesra vita o^nor piú ]icsa
Per me si scopre un (irizznnte iien.
Sorridi pur. o bel imttiii d'Auíore
Ed a me tiaccia del pi;ieer la vi.i :
Son bellí! eose ma che pnssan presto
E altro H'iii resta . . elie la « ru<stnl(fi:! •■ .
Vt. Mol. a.
Sanee. Marzo r.)io.
— M-8 —
Nostálgicas
A una sandiiccrd.
1'iin: Al'OLO
I-ji l;is liwr.Ms tristes de tristes ensueños
'l'ii iiiiaiieii (liviiiM me viene á buscar;
Juntos reeorrenios \alles halagüenos
1)() iimiea el olvido lot>fra penetrar.
A la li'rata sombra del verde ramaje
l.os dos extasiados deeiiuos de aiuor
Frases ardorosas (pie escucha el follaje
\ ansi()so rt'pitíi claro surtidor.
Mm;.! un;».
Lil:)élu1as i^laucas vaj^'an silenciosas
l'or la densa bruma (jue empaña la luzc
Floia en los auil)ientes p'irfume de rosas
\' la tai'dc [)<álida. vi'la su capu;c
Cru/.aii ru}j;alivas cual j^-arzas lijeras
Fas nul>fs o-risáceas (¡ue el viento impulsó:
S;ciitt> las nostalj^'ias de vanas (juimeras
i|ne en frag-uas doradas mi numen forjó
Julio Carlos NPTITO.
-»-*^-
l'dKTA OKSAl'AKKCIIX)
La caticióti
d^ la mu-erl-e
>h- ;iri-iill;iliM iUiiordSrt la iiuit'it('
con una vnz diilec, y yo k' decía:
-~ Xii me cantes asi, (jue estoy triste
¡no me duei-mas aún, niadrecita !. . .
déjame iiue .iue}>iie,
¡ déjame enííañado eieer todavía,
ijiie divierte el jiiejío
Nano de la vi<la !
VicKMK MEDINA.
JüAX 01-; Dios Pkza
— 149 —
ft^ostasia
Aquella noche, mi gran amigo
Renato de Grelois, analizando
cuidadosamente el libro de su
filosofía, llegó al convencimiento
que se imponía una claudicación
absoluta en el sistema pesimista
de sus razonamientos.
— Sí, se dijo: — aunaré todos
los esfuerzos de un gimnasta de
la voluntad, para vaciar mi yo
en el molde poco escrupuloso de
una tolerancia acomodaticia; y
prodigaré iniciaciones en procu-
ra de relumbrones, aún de los
más insanos y vejatorios.
Y ante un acopio tan insólito
de enervamientos, las más puras
idealidades iban cayendo como
las hojas que flagela el torbe-
llino.
— Y prosiguió: en holocausto
de las timideces fracasantes, cui-
daré que el arco punzador (le los
entrometimientos, esté pronto á
lanzar siempre una flecha en
contra de ana sensatez perturba-
dora.
No pareció sino, en aquella in-
dagación, que la ninfa Egeria,
rebosante de risueflas esperan-
zas, trazaba el derrotero á un
Numa que anhelaba tan solo un
gobierno de conciencia. Tal fué
su estremecimiento de éxtasis
frente al hallazgo de una pauta
sagrada é inviolable.
— Medito el pian de ataque
contra el círculo apremiante de
mi oscurantismo, que como una
noche lóbrega, apaga el brillo de
las aspiraciones legítimas y ma-
ta la recompensa de todos los
merecimientos.
En el gran ensimismamiento
reflexivo, su corazón atormen-
tado, revivía á influencia de la
doctrina utilitarista que pensaba
abrazar con fe inquebrantable.
— Comparo la esterilidad en
el aislamiento, con la voz exáni-
me de un abate enfermo de in-
credulidad, en que las tibiezas
de su prédica no alcanzan á con-
mover al más devoto de los se-.
cuaces; quiero revocar, de aquí
en adelante, todo el programa
de colaborador silencioso que
me había confeccionado; quiero-
dar amplitud á la onda de mi lu-
cha para que su irradiación se
sienta hasta lo lejos.
Abandonemos el afán de revo-
lucionar; no nos inquiete el im-
perio del prejuicio, que en el
mástil del porvenir tremolará,,
lánguidamente el traje morteci-
no de los mái'tires, frente á los
clamores iracundos ae las imbe-
cilidades histrionas.
En estos discurrí mientos, acu-
dieron en tropel las decepciones^
para rondar esa reacción com-
pleta que iba á operarse en to-
das las órdenes de su acción.
De Grelois continuó: -bata-
llemos, pero por la oportunidad
del triunfo, sin reparar en la fe-
cundidad de su significación. Se-
pamos hasta el momento de mo-
rir, cuando señalándonos como
promesa halagcidora, trunque-
mos voluntariamente la labor,
sin haberse erigido en paladín,
de ninguna causa.
Aquel virtuoso por ¡diosincra-
cia; aquella integridad catonia-
na; el luminoso exótico de un
puritanismo bíblico, atenido por
el frío de la indiferencia, en una
brusca ascensión a las más de
primentes banalidades, contem-
plaba la ruina de los más caros
150
propósitos, y como un Aiiia ven-
•cido en las contienda de la rec-
titud, prendía fueg'o á sus huma-
nidades en montón, para gozar
•de las delicias superbas en el
Wallialla de la popularidad.
En aquella noche, todos los
cultores fav^oritos, que deleitaran
sus horas taciturnas con el pa-
norama de contemplaciones bri-
llantes, aquellos mismos que en
otras veces dejaran una huella
tan profunda de amargura, con
su eterno desñie de personajes
terroriñcos; se agrupaban ahora
■en torno de sus exaltaciones pa-
ra, reforzar el hosanna más flori-
do á la libertad mas coercitiva,
como Hebes profanándose en la
<icioración á un Apolo (^ue simu-
lal)a enloquecer.
De deliberación en delibera-
•ción, había llegado á ofuscarse
•con los espejismos de un Sahara
bonancible; olvidando que sus
tormentas no conducirían jamás
•el bagaje utópico de la caravana
de sus sueños á El Cairo inase-
quible de las ambiciones.
Quizás disgustado con la mofa
•de su apodo: Alcibiades, — cuan-
do se le huía como á un Luzbel
sin infierno;— quería preparar un
terreno donde la simiente de
unas cuantas calaveradas produ-
jera una buena cosecha de adu-
laciones.
La fama, como el musgo que
esconde el agua cenagosa de las
cisternas asfixiantes, aplacará el
subido color de los vicios y de
Jos defectos. Así podrá disputar
en cualquier torneo los primeros
premios, sin temer á ningún Ne
ron que dispusiera, —como cas-
tigo cruel á su osadía — el baño
hirviendo donde estallarían sus
venas. Sería Lucano afortunado.
Volar con los ímpetus de un
-cóndor, hacia las cumbres de
una gloria inmensa, con las alas
de una fama improvisada, ob-
sequio de los discípulos gene-
rosos, en su gran ceguera de in-
concientes; conducir turbamul-
tas, hacia la conquista de reivin-
dicaciones quiméricas, equivale
á discernirse por sí propio la co-
rona de laureles.
Puesto que Renato así dijo : ■
desde el día de mañana, aporta-
ré materiales á la construcción
de mi popularidad, (¡ue como
las más, descansan sobre pies de
arcilla, a! decir del profeta Da-
niel sobre Babilonia. Ella viste
el traje deslumbrante de las aves
tropicales con la música de los
buitres; fragorosa como una ca-
tarata sin arrastrar las arenas
de oro del Pactólo, siempre si-
lencioso, con el silencio de la
linfa oprimida entre rocas gi-
gantescas. Tiraré los datos de
mi destino sobre el tapete abiga-
rrado de los exhibicionismos.
Debo torcer mi vocación ínti-
ma en obsequio á una dedica-,
ción para la cual no veo sino la
conveniencia. Seré un Sainte-
Beuve arrastrado á la critica, sin
tener por la medicina más que
una gran afíción. Pero la labor
efectuada en la soledad del ga-
binete, no servirá sino á romper
los crisoles, en que se funden
junto con muchos desvelos la
materia y los humos mefíticos
de los triunfos exiguos.
El álgebra metafísica de los
misterios hizo que hasta Hugo
vociferara en sus ii'onias de «El
Asno» contra la sapiencia del
filósofo de Koenisberg.
Las tenues ramificaciones ner-
viosas, que surgen en la pacien-
cia de una disección no hacen
sino enredar más el camino de
mis elucubraciones. La ubi-e de
las ciencias tan muniflcente en-
edades pretéritas, está ya ex-
hausta en fuerza de haber ama-
151 —
inantado tantos Descartes quí-
micos y Sócrates naturalistas; la
secreción de la complicada glán-
dula no se restablece sino con la
excitación de una corriente de
alta potencialidad intelectiva, de
que estoy creyendo carecer.
Y en aquel equivocado exa-
men de aptitudes, todos los re-
sortes que movían su voluntad y
su cerebro en múltiples vibra-
ciones, polarizaban ahora la
fuerza de sus elasticidades para
impeler la inercia en una nueva
adaptación. Subidamente se es-
taban cotizando, en el mercado
de absurdos, fianiante errores es-
peculativos en detrimento de sa-
bias mercancías.
No t'aé sino como un viento
huracanado que colado por las
grietas que dejaban sus falsas
consepciones, arrasaba las mejo-
res flores del jardinero solícito.
El mismo que sorprendieran las
albas, asechando los malos hués-
pedes de su fronda lujuriante,
rendía la frente ante el cetro
ponzoñoso de los azotes cruen-
tos
II
Aquella metamorfosis comple-
ta, mariposa crepuscular abrien-
do sus alas al impulso de una
voluntad caducante ¿no se po-
blaría de asombros al verse er
guida de repente sobre un exis-
tir siempre austero cuando es
tan sólo compañera de cosas que
agonizan ó que mueren ?, Imagi-
nemos el pudor más santo, blan-
co como los lirios y las hostias y
veremos que la tinta bermeja
del pecado, se destacará inmune
del menor rastro de sombra.
Sin embargo, la irrupción de
los desórdenes fué de un poder
tan vasto y tan fuerte, que ejer-
cieron el efecto de los caos aho-
gando la luz de las razones in-
concusas. Hubo más; la causa
tenía historia, longeva como na-
ciente allá en un precoz des-
aliento de sus primeras armas,
allá en los albores de un profuso
abortamiento de cálices seráfi-
cos, que encontraron muerte en
el ambiente enfermo de envidias
maleficientes.
Y la obra secular de la fisiolo-
gía neptúnica; formar cantos ro-
dados del bloque anageométrico,
como ideal armonización en el
correr vertiginoso de su gran
vientre de aluvión; estaba ha-
ciendo la cultura convencional
con la psiquis de este errabundo
egregio en su afán de adhesión
incondicional.
Y fué en aquella noche, céle-
bre y sin igual e)i las efemérides
monótonas de una vida, que el
hacinamiento de tantas perpleji-
dades produjo la eclosión de esta
guerra radical en todas las ma-
nifestaciones de un celoso en el
cumplimiento del deber y en el
reato de una obligación.
El Eedon de las inmortalida-
des populares, hería mortalmen
te á otro Catón que abolía la
esclavitud hermosa de las abne-
gaciones. El príncipe augusto de
un exagerado platonismo iba á
vestirse con el traje plebeyo del
epicureismo adulterado. En su-
basta privada, vendía las pose-
siones más regias de la nobleza
espiritual para sufragar los elec-
tores que lo conducirían á la
tentadora representación de los
ascendientes.
III
¡Ob !, bien recuerdo la tristeza
subjetiva con que idealizaba to-
das las faces de un discer-
nimiento luminosamente bello ;
- 152 -
bien recuerdo la modestia en
que escudaba la molicie de hasta
sus más grandes pensamientos;
bien conocía cuanto por encima
de todas las estulticias estaba su
corazón; para no extrailarme,
cuando vino hacia mí, ebrio de
las caricias de la gloria:
— Tartarín -Quijote, Cincinato
y Diocleciaiio, Pirrón y Dióge-
nes, Adriano Sixto y De Vigny;
austeros, cartujos, esquivos, filó-
sofos: locos.
— Cleopatra peidiendo el mun-
do es igual que Penélope devo-
rada por la nostalgia infinita de
Telémaco.
— Monseñor Bienvenido, de-
rrochando una fortuna de al-
truismos con mil Valjeanes tiene
el mérito de Heliogábalo malba-
ratando los tesoros de un impe-
rio ó de Calígula coronando su
caballo. Porque los furores de
los Hunos engendraron á Napo-
león y la faustuosidad Oriental
de los romanos engendró el
parasitismo. Del parasitismo sur-
gió la Edad Media y ésta produ-
ce al Dante. Cambises precedió
á Dario y Lutero precede A
Nietzche. La flor surge del pan-
tano como la estrella brotó de
las tinieblas.
— He abandonado mi retiro
solitario donde extendía la neu-
rastenia sus rémiges funerarias
de fantasma letal, para asilarme
entre las gentes, combatir, de-
mostrar que vivo y que soy
fuerte.
— El Werther suicidado por
los libros, el agobiado por el
peso de los remordimientos, sur-
ge á la palestra á luchar con las
armas más envenenadas. Quiero
trocar este invierno desolado por
las rosas de una primavera divi-
nal. He llamado en auxilio los
optimismos anacreónticos, bellos
como dijes de esmeralda, para
ahogar á Leopardi en todo su
hastío y en todo su mal.
— Como aristócratas del talen-
to, somos hijos del desgarrante
pauperismo. De aquí ha nacido
el estoicismo que defendemos
con la fiebre de budistas hiper-
bóreos, de aquí nuestro afán de
extravagancias, que nos ha lle-
vado á imponer la enmarañada
selva de Sar Peladán y los ul-
tragongorismos sobre la música
acariciante de los líricos y el es-
truendo taumatúrgico de los Er-
cillas. Con la fuerza de nuestra
petulancia monopolizaremos los
favores de un siglo.
— Toda una juventud militan-
do en las huestes de los impera-
tivos de Kant, paní que la dulce
alabiinza que anhelaron los en-
sueTios del, niño fantasista, en-
contrara el ensañamiento inicuo
de los prosistas de una época
carcomida.
— Vicio valetudinario sin te-
ner siquiera un cuarto de centu-
ria: adolorido por los hierros del
convencionalismo, busco resar-
cirme con la conquista de unos
cuantos triunfos sarcásticos. To-
das las niieses de oro de un alma
helenizada, que se agostaron con
el fuego de los insomnios estéri-
les, lucirán de nuevo antes que
el enlutado de un ocaso se cier-
na sobre la tarde milagrosa de
un poeta.
— ¿No tengo acaso razón?
No queriendo disgustar á mi
amigo, con la oportunidad de al-
guna refutación, dejé que prosi-
guiera en alas de su acongojante
neurastenia.
— Mi espíritu conserva intac-
tas, como en el primer instante,
las huellas de todas las tragedias
que he representado, sin jamás
haber actuado en el saínete bur-
lón que reconforta con ese des-
dén ingenioso que ayuda tanto á
— 153 —
olvidar el acre gusto de las de-
rrotas humillantes.
- Ya volarán azoradas, todas
las abejas de la colmena imma-
na, que fuei'on á fabricar pana-
les de felicidad con el néctar de
las ilusiones bohemias, cuando
sientan la diatriba que ayita su
cabeza de envilecidos. La trom-
peta del Apocalipsis me anuncia
que tocan á su ñn. Surja Pedro
el Ermitaño aprcsrando los cru-
zados. Aspiro á hi sal vacilan del
Santo Sepulcro de un Jeremías
que llora la ruina de sus idea-
les.
- Venga Ida de Barancy á li-
bertar el poeta D'Argentou del
inmundo gimnasio ^loronval. .
Yo auguro para Renato De
GrL'lois la gloria del «Don Timo-
teo» de José Mariano De Larra.
A pesar de todo, no me resta
sino prosternarme ante la heca-
tombe!.
Carlos PITTAMIGLIO BUQÜET
/■
''.ÍKfl
»
^^^
Ij^g
MARÍA CONCEPCiÓy MUKOZ ANA Y A
— 154
R ^ro^ósito de uti í)oeta colombiano
No creo que lleguen á cuatro
los cirios transcurridos desde el
día en que Emiliano Hernández.,
ese cantor bohemio de ^rtin ta-
lento, de tino espíritu crítico y de
ojos verdes — ojos (jue ponen una
nota enigmática soore su rostro
moreno de beduino me hizo co-
nocer por vez primera versos de
Luis Carlos López, uno de los
poetas jóvenes de América de
mayor originalidad y rareza. Lo-;
versos que el ti";isliuinante bard >
marcicaibeñü nu recitó con su
grave voz de pastor anglicano,
no son por cierto de los mejores
de López, mas los hallé de una
tactura tan sorprendente, que
sin esfuerzo se grabaron en mi
memoria y despertaron en mi ser
hacia el autor de ellos viva sim-
patía, que liieg'" el tiempo ha
trocado en amistad inalterable y
en compañerismo intelectual li-
bre de envidias rastreras y de
solapadas veleitladcs.
Me agradan jos poetas (|U(í,
como López, viven cun su época;
esta época compleja en (jue caen
todos los ídolos y se desv^irtúan
por añejas ó ridiculas todas las
creencias de ayer, grilletes del
pensamiento, cortapisas de la vo-
luntad y carlancas del libre al bo-
drio de los humanos. No com-
prendo, si es acaso que no me
desagradan, á aquellos eantores
que ofrecen una dualidarl des-
consoladora entre su vida, pro-
ducto innegal)le del presente y
sus versos, remembranzas sopo-
ríferas del pasado más remoto,
dualidad de acciones y de pensa-
mientos que no sabemos como se
engarzan, compenetran y ejuili-
bran. Yo bebo con placer el vino
nuevo en odres viejos y me de-
leito con el vino viejo vaciado ei^
odres nuevos, lo mismo que co^i
el vino nuevo que foi'ina espuma
y aromatiza los odres nuevos»
también ; ó aclarando la ñgura
retóricíi, gusto lo mismo de los
pensamientos nuevos vaciados
en moldes antiguos que de Ios-
antiguos ofrecidos en moldes mo-
dernísimos tanto como de los
que siendo nuevos se expresan
de igual manera y forma. Por
esto me agrada, Villaespesa que
adora el pasado con el más deli-
cado romanticismo, pero que lo
cantil en versos que reflejan cla-
ramente las inquietudes de su
alma compleja, y no tengo es-
crúpulo en manifestar que lo
considero, en mi sentir, el prime-
ro de los poetas españoles del
momento presente, superior con
mucho á Salvador Rueda, á Ma-
nuel Machado, á Eduardo Mar-
quina, y á Juan R. Jiménez, que
en grupo con él forman la van-
guardia en el movimiento poé-
tico de la siempre muy amada
inadi'e España.
López, de quien quiero hablar,
lleva publicados dos libros de
versos : De mi Villorrio, desde
hace iin año, y PosturaJt Difíci-
isíi, desde hace dos meses. Con-
ceptúo el primero mejor que el
segundo, (luizá porqué los versos
(¡ue contiene los fi^ conociendo
y apreciando uno á uno, á medi-
da que el poeta íos producía, y
poriiue los conservo casi todos
en la memoria. Un gran elogio
hubiera yo querido hacer oportu-
namente de tal libro, que los ha
recibido muy merecidos de va-
rios distinguidos intelectuales ;
pero una razón poderosa fué obs-
táculo entonces para la realiza-
— 155 —
ción de mi deseo : la de haber
tenido López el capricho de de-
dicarme ese estache delicado de
raras y valiosas -joyas líricas.
El elogio viene ahora, si bien
tarde por ningún motivo inopor-
tuno, á propósito de Posturas Di
fícUes, libro qae me agradi bas-
tante, pero que coloco por debajo
del primero; preferencia que no
me lleva desde lueo^o á negar que
encierra así mismo versos de fina
ironía, llenos de acabadas des-
cripciones, de combinaciones mé-
tricas y gramaticales sorpren-
dentes y de una gran percepción
naturalista, cualidades distinti-
vas de toda la labor poética de
López, que la hacen, al par que
su excesiva libertad de espíritu,
apreciable y encantadora.
Estas cualidades que dejo se-
ñaladas han conseguido llamar
la atención desde el primer mo-
mento sobre el poeta de Carta-
gena de Indias. De los más, para
condenarlo por sus atrevimientos
líricos y humanos. Los poetas
mínimos de parroquia que toda-
vía hacen acrósticos á las chicas
en los días de cumpleaños, déci-
mas en los matrimonios y deplo
rabies sonetos en los bautizos y
entierro del vecindario, los cali-
ñcan de sartas de disparates,
ayuntados en esta opinión á los
eruditos del pejugal graduados
en Sigüenza, que se espantan le-
yendo los Crepúsculos del Jardín
y que no pierden ocasión de ha-
blarnos con énfasis de Horacio,
Virgilio y el Dante, como si no-
sotros no los conociéramos tanto
como ellos y no los admiráramos
más que ellos. Para esos organi-
llos de un solo son, para esos
eunucos del pensamiento, no hay
innovaciones, no hay audacias
meritorias; todo lo simplifican y
reducen á círculo mezquino, por-
que sus nervios jamás se alteran,
porque sus gustos y aspiraciones^
rurales no se han visto sujetos-
nunca al tormento de soHar alto-
y de pensar muy hondo. De los
menos, ha llamado la atención
para meditar profundamente en
el raro talento de este poeta vi-
goroso que marcha de frente al
porvenir y á la cabeza de una le-
gión de intelectuales jóvenes,
ante cuyos atrevimientos de for-
ma y de espíritu siente Darío que
él y Lugones van pasando de mo-
da y que muy en breve habrá
forzosamente que contarlos en el
número de los clásicos.
No hay duda alguna de que la
falta de estrechas relaciones in-
telectuales es la que hace que los
más generosos talentos de Amé-
rica sean poco conocidos fuera de
su terruño. Salvo unos cuantos
nombres de poetas ya muy céle-
bres, los demás son ignorados no-
sólo por los analfabetos sino tam-
bién por las masas aliterat-idas
de nuestras democracias chauvi-
nistas. Tal vez me equivoque,
pero creo con sinceridad, por lo
que he podido observar personal-
mente, que a(iuí en Costa Kica, y
sirva esto sólo como ejemplo, muv
pocos son los que conocen si-
(]uiera de oídas á Guillermo Va-
lencia, y aún entre el grupo de
intelectuales hay quienes apenas
han leído algunos versos suyos,
pero no conocen toda su obra
poética y artística, exquisita y
delicada. Y si esto pasa tratándo-
se de un egregio hijo de Apolo,
^;cómo exigir que se conozca á
otros que si bien meritorios no
han alcanzado aún la prodigiosa
altura en que esplende el inspi-
rado payanes ? No es raro desde
luego que ignoren en su mayor
parte que en tierras de América
nacieron - y viven casi todos —
Ricardo Jaymes Freiré, Luis Ro-
sado Vega, Andrés Mata, Rufino
— 156 —
Elanco Fombona, Pacho Valen-
cia, Víctor Londofio, Ricardo Mi-
ró, Fabio Fiallo, Osvaldo Bazil,
José Gálvez, Néstor Carbonell y
Manuel Pérez y Curis, por no ci
tarlos todos. Apenas si comienza
Á saberse que en la lejana Repú-
blica del Plata vive un Ángel de
Estrada, de refinado gusto artís-
tico ; que en tierras de Nicaragua
labra estrofas que compiten con
las de Darío y Lugones un San-
tiago Arguello; que Salvador
Díaz Mirón con Lascas ha evo-
lucionado completamente y que
Manuel Ugai-te el socialista tenaz,
el escritor vigoroso, es también
poeta á las veces, lírico y enamo-
rado. Fuera de las lindes de la
bella República más ecuanímica
de todas las de origen hispano,
sucede otro tanto : vaya usted á
hablar más allá del Colorado ó
del Golfo Dulce á cualquiera de
esos titulados eruditos lectores
asiduos de las Invernizios y
Braemés, de los Ohnet y Ponson
du Terra i 1, que de vez en vez se
dan un atracón de Ibo Al faro y
se sienten en ratos perdidos su-
perhombres con Vargas Vila, va-
ya usted, repito, á hablarles de
Roberto Brenes Mesen, de Rafael
Ángel Troyo ó de Lisímaco Cha-
varría y no sabrán si esos caba-
lleros son condecorados de las
musas ó modestos revendedores
dé cerillas y velas esteáricas. Pe-
ro yo no les hago cargo, sino más
bien los disculpo. Yo mismo ig-
noro la existencia de muchos en-
tusiastas compañeros de Jabor, y
esto seguirá siendo así hasta tan-
to que la cultura general sea más
elevada y las relaciones entre las
Repúblicas Colombinas más fre-
cuentes y más fraternales.
A todo lo dicho se debe el que
Luis Carlos López sea poco co-
nocido y por tanto yo he querido
presentarlo á los lectores de esta
culta Revista con que Próspero
Calderón contribuye de modo
eficaz al progreso de Costa Rica,
dando á conocer de paso algunos
de sus versos, en la seguridad de
que interesarán de tal modo, por
una ú otra razón de las expues-
tas párrafos atrás, que aún en el
caso de que la crítica valbue-
nesca que atiende más á la pul-
critud y mensura de la forma .
queá lo sustancioso del fondo, se
cebe en ellos, siempre habrá de
reconocer en López genialidad,
facilidad de expresión, hondo
sentido de la vida y humorismo
irónico inagotable, ese humoris-
mo concentrado que según el de-
cir de don Miguel de Unamuno
no es frecuente ni en españoles
ni en hispano-americanos.
GUILLERMO ANDREVE.
Costa Rica— 1910. -
«♦«
Poetas nuevos
INSTANTE IiíI^ICO
Cual nereida saliendo de la espuma
sur}i^Í8te en la penumbra de la sala :
todo mi ser tembló, como una escala
de notas que solloza y que se esfuma . .
Te vi nimbada de una excelsa bruma
por eso ignoro si eres plectro ó ala,
ó harmonía seranea que exhala
todo el sahumerio que al amor perfuma.
Y me envolvía la luz de tu mirada
que tiene lampadazos de alborada
en cuyo fondo hay un ensueño que arde,
Y navegué anhelante en tu pupila,
como una estrella tímida rutila
al lado del lucero de la tarde . . .
1909.
Antonio GIANOLA.
; Recuerdas? De tu veste perfumada
La harmonía triunfal de los matices
Reinó contigo: tú con la mirada,
Y ella con sus relámpagos felices.
Era la hora del ángelus, y el manto
Del horizonte índigo cubierto
De livideces, fulguraba en tanto
Con la serenidad de un niño muerto ;
Amorosas parejas el recinto
Del enflorado parque abandonaban,
Y en un lecho de rosa y de jacinto
Las miradas del sol .agonizaban ;
Y tú, del brazo del efebo, hallaste
Una penumbra misteriosa y triste,
Donde á los ritos del amor cantaste
Y á su deleite inmenso sonreiste.
Y entre el rumor de fuente tremorosa
Y las plegarias de aves que gemían,
El galán percibió la madorosa
Oblación que tus labios le ofrecían.
Y en el iconostasio de tu débil
Corazón ebrio de amorosa lumbre,
V^ibró como una cítara muy flébil.
Del cariñoso efebo la quejumbre.
Hora á ti llegan vilipendios. ■{ Quiere
Substraerte á las penas de la vida ?
] Ríe, mujer ! con la sonrisa hieres
A los que anhelan ulcerar tu herida I
156 —
Blanco Fombona, Pacho Valen-
cia, Víctor Londofio, Ricardo Mi-
ró, Fabio Fiallo, Osvaldo Bazil,
José Gálvez, Néstor Carbonell y
Manuel Pérez y Curis, por no ci
tarlos todos. Apenas si comienza
á saberse que en la lejana Repú-
blica del Plata vive un Ángel de
Estrada, de refinado gusto artís-
tico ; que en tierras de Nicaragua
labra estrofas que compiten con
las de Darío y Lugones un San-
tiago Arguello ; que Salvador
Díaz Mirón con Lascas ha evo-
lucionado completamente y que
Manuel ligarte el socialista tenaz,
■el escritor vigoroso, es también
poeta á las veces, lírico y enamo-
rado. Fuera de las lindes de la
bella República más ecuanímica
de todas las de origen hispano,
sucede otro taiito : vaya usted á
hablar más allá del Colorado ó
del Golfo Dulce á ctialquíera de
€SOs titulados eruditos lectores
asiduos de las Invernizíos y
Braemés, de los Ohnet y Ponson
du Terra i 1, que de vez en vez se
dan un atracón de Ibo Al faro y
se sienten en ratos perdidos su-
perhombres con Vargas Vila, va-
ya usted, repito, á hablarles de
Roberto Brenes Mesen, de Rafael
Ángel Troyo ó de Lisímaco Cha-
varría y no sabrán si esos caba-
lleros son condecorados de las
musas ó modestos revendedores
de cerillas y velas esteáricas. Pe-
ro yo no les hago cargo, sino más
bien los disculpo. Yo mismo ig-
noro la existencia de muchos en-
tusiastas companeros de Jabor, y
esto seguirá siendo así hasta tan-
to que la cultura general sea más
elevada y las relaciones entre las
Repúblicas Colombinas más fre-
cuentes y más fraternales.
A todo lo dicho se debe el que
Luis Carlos López sea poco co-
nocido y por tanto yo he querido
presentarlo á los lectores de esta
culta Revista con que Próspero
Calderón contribuye de modo
eficaz al progreso de Costa Rica,
dando á conocer de paso algunos
de sus versos, en la seguridad de
que interesarán de tal modo, por
una ú otra razón de las expues-
tas párrafos atrás, que aún en el
caso de que la crítica valbue-
nesca que atiende más á la pul-
critud y mensura de la forma ,
que á lo sustancioso del fondo, se
cebe en ellos, siempre habrá de
reconocer en López genialidad,
facilidad de expresión, hondo
sentido de la vida y humorismo
irónico inagotable, ese humoris-
mo concentrado que según el de-
cir de don Miguel de Unamuno
no es frecuente ni en españoles
ni en hispano-americanos.
GUILLERMO ANDREVE.
Costa Rica— 1910. -
-»♦•-
Poetas nuevos
INSTANTE lilRICO
Cual nereida saliendo de la espuma
surgiste en la penumbra de la sala :
todo mi ser tembló, como una escala
de notas que solloza y que se esfuma . .
Te vi nimbada de una excelsa bruma
por eso ignoro si eres plectro ó ala,
ó harmonía seráfica que exhala
todo el sahumerio que al amor perfuma.
Y me envolvía la luz de tu mirada
que tiene lampadazos de alborada
en cuyo fondo hay un ensueño que arde,
Y nave);ué anhelante en tu pupila,
como una estrella tímida rutila
al lado del lucero de la tarde . . .
1909.
Antonio GIANOLA.
* *
-; Recuerdas? De tu veste perfumada
l.a harmonúi triunfal de los matices
Reinó contigo: tú con la mirada,
y ella con sus relámpaí^os felices.
Era la hora del ángelus, y el manto
Del horizonte índioo cubierto
De livideces, fulguraba en tanto
Con la serenidad de un niño muerto;
Amorosas parejas el recinto
Del enflorado parque abandonaban,
Y en un lecho de rosa y de jacinto
r.as miradas del sol .agonizaban ;
y tú, del brazo del efebo, h;illaste
Una penumbra misteriosa y triste.
Donde cá los ritos del amor cantaste
Y á su deleite inmenso sonreiste.
Y entre el rumor de fuente tremontsa
Y las plegarias de aves que gemían,
El galán percibió la madorosa
Oblación que tus labios le ofrecían.
Y en el iconostasio de tu de'bil
Corazón ebrio de amorosa lumbre,
Vibró como una cítara mus^ flébil.
Del cariñoso efebo la quejumbre.
Hora á ti llegan vilipendios. {Quieres
Substraerte á las penas de la \ida '-
] Ríe, mujer ! con la sonrisa hieres
A los que anhelan ulcerar tu herida '
I ■ '^W
ALMAS ERRANTES
F^n tu ^^arg-antn trina Filomela
V el ave Amor sus infortunios llora,
^' tu frase hiperbólica y sonora :
Un colibrí que liba y se rebela,
Hiere con sus halag"os, y en la hora
De nuestro idilio su virtud revela ;
Aun perdura en mi espíritu la estela
De su voluble vibración canora.
Canta. Tus insinuantes harmonías
Rimín así las añoranzas mías
Con l'i nost ílgia de mi labio opreso ;
\\ lueoro, cuando en tu cariño me hundas,
Sj ahji^aran nuestras almas errabundas
En 1 1 s-iorema beatitud de un beso.
«♦«
Biblíográfic^is
Htievos libpos recibidos
Alma Criolla í novela ) por americana, por G. Porras Tro'
K. .IiMÉN'EZ Arraiz. — Caracas: coms. — Siucelejo ( Cnloinhin ) :
El templo de Taiía, por Au- Le vers libre, por Marinetti.
ttiisTo Martínez Olmedilla. — —Milán.
Víiu/rid : La Clave, por Feli- De dichos liliros nos ocup.-ii'r-
FK Trigo. — Madrid: En tiePPa mos en el pr()ximo número.
De la casa editorial PpíetD y C.'*
Acusamos recibo y agradece- neo de Maintel Bueim. Dichos
riios t'l envió de las obras esco- libi'os. elegantemente impresos,
'iiii AS de Jaciiifii lienaceide y hablan muy en favor de la c;isa
!'k\tk(j ESPAÑcti, C0XTEMP0RÁ- editorial.
- 150 —
Gakna ie **aí)olo''
CLOTILDE LÜISI
i(;o
0^ lo tnás l)otido
Para Apolo.
I
Nada nos complace tanto como
colaborar en el afecto de las per-
sonas, que nos son gratas.
II
La simpatía es el germen del
amor. — Brota la simpatía de im-
proviso.
TIT
Pensar eteruamnete en la mu-
jer amada, es ser sonáml)ulo, 'ii-
jo Hngo. — Los niños jiensamos
con el corazón ; los viejos con d
cerebro.
IV
El amor es ta.nto más profun-
do, cuánto más propicia v\ alma
para la franqueza. — Y ¡a fran-
queza es innata porque es ima vir-
tud.— La franqueza hace sensib!;'s
á las almas.
Y así como las cuerdas sonoras
repercuten las notas que las hie-
ren, el alma exhala toda la gaina
de las virtudes, cuando otra alma
ha tocado su sensibilidad.
Y es sensible el alma, cuánto
más ingenua.
Y' es ingenua, porque es iniaii-
til.^ — ñLos niños engañan, acaso?
Cuando el alma sueña, el espí-
ritu vela. — Hay estados del alma
en que las ideas que concibe, no
tienen ilación.
Y de la confusión brota el sen-
timiento, como del caos brotó el
mundo.
VI
La novia es para el alma, co-
mo la madre para el hijo.
VII
La tarea más difícil del hombre,
es hacerse comprender.
VIII
El lenguaje más expresivo de las
mujeres son las miradas, como el
de los hombres, es el silencio.
El sdencio del Infinito me ha
hecho pensar en Dios.
Y como la materia surje de la
.nada, de la palabra nace la men-
tira.
Dicen, que Dios dio al hombre
la palabra para ocultar su pensa-
miento.
IX
Las mujeres vulgares son para
el alma culta, como los yuyos pa-
ra el jardín.
Por eso el jardinero inteligente
escoge las flores raras...
Cada día que corro por la vida,
adquiero un poco de experiencia,
por cada ilusión que pierdo. — Y
este equilibrio me da esperanzas.
¡ La esperanza de adorar á
Dios!
Dios, es un consuelo. — En tA
piensan los tristes.
XI
Siendicx el amor el móvil de nues-
trík existencia ; si por el amor- liar
— 161 —
cemos, y por el amor vivimos y
por el amor morimos, ¿ no se des XII
prende que es algo así como la
voluntad de Dios?... ¡Amor!...
Y si Dios hace apta á un alma ¡ Dios ! , , .
para exhalar las vibraciones de ¡ Cómo se abusa de estas pala-
otra alma, ¿tiene el hombre de- bras!
recho de impedirlo?...
Emílio trias DU PRÉ.
«♦»
M'ami?
Para AroU).
« Helia <;' la vita
Quando pero fsi e amati».
TDitntXXi tix b^llsi dagli oschion.! ne;ri
Ve:lltxtauti « were;n.i
Ctie: t'atgsiri qtxstssii p«*<roHi ait*ie;ni
Tu. dagll oscHiorxl fieri,
JDirxxtxxit ÍC3 t*aL«ao, t*aum.:3 a.Xla. follia.
X'a.m.o e t'€Ld.oro tairxto . , .
F'íST t«P H.O psLSsa-to irxt«rfls; xaotti in. pia.rLto
^F'esr tfip spsratnssa. nal»
TDimrxxi rxoxx s^txti i battiti d.e;l eixors
OHe; txxi sobba-l35«L irx petto "=?
Diuxtrii norx cr^dLi eul rrxio pote^nte; a.ffe:tto,
oRlI rxxio ve;ra.<5e^ aimor» •?
Fors'é lo. spcsms cle:l mió eu.or fa-llita-V
IDitrimi adoratau t3"ol« . . ,
Odio la. te^rrsLj rtaatl^dieo il solé
Iim-pr^co a-llau tnia. vit».
Oue tramotiti
Paro Afolo.
3iren,d-e: roseo rxz^l rxxm.T«Sí «eon£irxa.to . . .
Lento, l'aBítro «lagaior dell*u.niv"e;rso :
Solo d-a. pos^H-e: ste^Ils? imeoronato
E il firí».*m.«5nto rxella motte inmerso.
ISlella 0te00'or&4 oimile ad txjn. fiore
La. sioia xxiia, la mia cara ¿7ita-
Corx txn nonae; stxl labbro «iPs-rrLOre;. . . J?íLmore..,>
3XI'a.bba.n.don.a.-ü-a. tetro in qtxesta. vita. 1
G. MIOLjRl.
— ](;2
GjPs.le:p2.ia. ide: be;lle:z;íPs.s
JUANA MARÍA 1?KVES
— 163 —
V OtCt • • •
Qué ternura de luz de la mañana!
Oigo tras de la rústica alquería
la voz confidencial de la fontana.
i Qué ternura de luz de la mañana !
] No te vayas aún, mañana mía !
Como tejida con sutil espuma,
envuelve cada copa amodorrada
la gran tela de araña de la bruma.
i El bosque es un ensueño que se esfuma !
i No te vayas tan pronto, madrugada !
Me baño del silencio en la onda rica,
y algo como blancura en mi presencio :
yo siento que mi ser se purifica
en la casta ablución de este silencio.
Y sólo á veces, con afán de cielo,
desde el hondo boscaje blanquecino
la alondra rasga el silencioso velo
con el cohete musical de un trino.
¡ No te vayas, silencio, todavía !
Aun siento que me acosa
ese ronco zumbar del mediodía.
i Ablucióname en tu onda silenciosa !
í No te vayas, silencio, todavía !
Si te vas, se despierta la mesnada.
¡No te vayas, silencio, todavía!
i No te vayas tan pronto, madrugada !
¡No te vayas aún, mañana mía!
Santiago ARGUELLO.
Managua.— 1909.
- 164 -
Las vocaks
(Jean flpthur Rimbaud)
Paro Afolo.
A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul.
He de decir un día, oh! mágicas vocales
vuestros vagos y grandes nacimientos latentes,
A, negro corsé vestido de moscas lucientes
que despiden obscuras iiediondeces fatales.
E. albura de las tiendas, vapores transparentes,
picachos, reyes blancos, y ombelas virginales.
I, púrpuras, sangre escupida, risa de ideales
labios, en cólera y embriagueces penitentes.
U, cielos, vibramlento de las ondas verdosas,
paz de las llanuras, y las nobles arrugas
con que marca la alquimia las frentes estudiosas.
O, clarín supremo lleno de extrañas fugas,
silencios que atraviesan los ángeles y mundos;
O, ei Omega violeta de sus ojos profundos.
t^otiavdo da Viuci
De : *VA Libro de Horas», que aparecerá
próximamente en París.
Vago y dulce señor de las barbas de seda,
beatífico y sublime, enorme y delicado
que en el suave silencio de su alma serena
vivió; tal un cisne solitario en su lago.
Su frente luminosa era un jardín de estrellas,
eran hondos sus ojos como mares arcanos...
una alondra cantaba dentro de su alma bella,
y los divinos lirios perfumaban sus manos...
Ei escuchó las voces lejanas de los astros,
y hermoso mago fuerle, triunfador del Destino,
con la flor de sus manos hizo muchos milagros.
Fué como San Francisco de bondad infinita,
y en ei huerto sellado de su farte pensativo
floreció como un lirio: la ciencia de la Vida.
París, Octubre MCMix. Fernán Féüx DE AIVIADOR.
— 165 —
Pan
( Intermedio )
Toda á su arbitrio la verde floresta,
antes que el día su párpado entorne,
Pan soberano, en la paz de la puesta,
alza, mirando, su frente bicorne.
Ha visto, ha visto ... El abrazo fué ardiente,
y una inefable nostalgia le queda;
su flauta trina dulcísimamente
la pastoral del Cisne y de Leda.
Ha visto, ha visto ... y sintió que impelía
algún sagrado huracán aquel celo,
porque, al unirse los dos, parecía
que se abrazaran la tierra y el cielo.
Ha visto, ha visto ... 3' es tanto el destrozo
que causa en él el nostálgico dejo,
que llegó á verles con saltos de mozo
y ahora sospecha que muere de viejo.
Ha visto, ha visto ... Su mano fué incauta
cuando, al pasar, apartó la arboleda ;
y, sin querer, canta y canta su flauta
la pastoral del Cisne y de Leda ...
Hnvío
Pan : el amor ha traspuesto su infancia,
y en vano, en vano esperas que torne.
¡ Pan \... ¿ Dónde estás que, á esta larga distancia,
tu flauta es sólo ancestral resonancia,
mitología tu frente bicorne?
Eduardo MARQUINA.
— Itío
GaUría de "a|)olo"
PKREZ Y CÜRIS
— 167 —
Oe **£l í)o«ttta d« los b^sos"
rioGturno
Llegué á tu lecho. Encima de la almohada
Yacían en desorden tus cabellos;
Me incline' sobre tí sin. decir nada^
Mire tus labios y cante' con ellos.
La canción de mis labios, la exaltada
Canción te despertó, y á los destellos
De tus pupilas frágiles mi helada
Mano hundióse en el mar de tus cabellos.
Afuera el flébil ulular del viento
Y en la alcoba el rumor de tus suspiros,
Ambos me emocionaron como un lento
Miserere invernal ó una elegía
Que retornara con pausados giros
De la edad de mi cruel melancolía.
Desde el sendepo
Opimo de violetas el sendero
En la luz del crepúsculo se anega,
Y al torvo frío del invierno entrega
Sus últimos despojos el otero.
Su desnudes misérrima el austero
Sauce gime, y en esta solariega
Mansión el alma de los cisnes ruega
Por la pálida lumbre del Héspero.
Vibra el ángelus : llega á nuestro oído
De sus rituales /nodulos el eco
Vago y conmovedor; el aterido
Pájaro ve en los árboles la muerte
Y al posarse en el suyo -ve en un hueco
La compañera de su nido, inerte.
PÉREZ V CURIS.
168
La l)ova ütiíca
Fara Apolo.
He aquí, amigo mío, que ha pasa-
do para tí la hora de la felicidad, y
tú no la has vivido...
Sí. la hora de la felicidad ha tem-
blado, para tí, como una lágrima
ingenua en los ojos de la Quimera,
y tú no la has bebido...— no has gus-
tado su extraña sal divina...
Como un creyente antiguo volcado
ante el estupor del ídolo, no viste
la sonrisa que transmutó la mueca
bárbara de su rostro, con el encan-
tamiento de la gracia...
En los labios esquivos de la Ilu-
sión, por un instante palpitó tu an-
helo, como un supremo llamamiento,
y tú no lo escuchaste... Tu oído,
atento á la palabra que te nombra
no supo oir, sin embargo, en la hora
misma en que tu dicha hablaba...
Y he aquí que la hora de la feli
eidafl se ha desnudado como una
querida ante tu lecho y tú no has
gozado. ! en tus pupilas, ávidas, la
voluntad fulmínea, sólo tuvo un re-
lámp.isxo de muerte.
JI
Ya uo más... Ya no más...
Sólo una hora, en la profunda obs-
curidad del cielo, sobre tu tienda de
peregrino que sacuden los vientos
del desierto, rutila el astro heráldi
co. que habla á tu corazón.
Sólo una hora, en el mira.ie torvo
de la vida, la dorada manzana de
la dicha pende, madura, del árbol
del Destino .
Ay, de tí, si no la coges !
Ay. de ti, si tus ojos no ven, ni
tus oídos no escuchan, si tu corazón
no está aleteante, y tu voluntad no
es tensa, como un arco!...
Ay, de ti, si esa hora te encuentra
dormido al pie del árbol — y te con-
templa, y pasa...
Jamás volverás á encontrarla ! ja-
más tornará á tí la encarnada qui-
mera, con sus ojos de cambiantes
reflejos, y trayendo en sus manos el
don de la caricia inmortal !
III
La hora única !
r! Sabes tú, ¡oh, amigo mío infeliz!
— el milagro de la hora única?
¡Oh, tú debes conocerla... porque
ella ha palpitado junto á tí, dentro
de ti, quizas, amigo mío !
Toda la espera trémula de tus días,
toda la fiebre insomne de tus noches,
todo el aciago anhelo de tu ilusión,
van hacia eUa, con impetuoso y cie-
go afán, tal como va la vida hacia
la muerte.
Cuando sientes en tu pecho la an-
íiustia indefinible de un presentimien-
to, y toda la sangre afluye en tor-
bellino á tu corazón, y te detienes,
mudo, lívido, como si por primera
vez te interrogaras á ti mismo y ha-
llaras en ti un desconocido, es que
tu hora se acerca, es que tu hora ya
llega, caminando por un sendero
oculto, con pies livianos...
Sientes oscuramente, la proximidad
de la hora única, y por eso te has
detenido en el camino, como aguar-
dando la decisión de tu sentencia.
Toda tu vida tiembla á la espera
de la desconocida, y miras con
ojos turbados, pasar los transeún-
tes...
Entre la caravana viene ella. Tu
hora ha de pasar junto á tí, con-
fundida en el torbellino de las ho-
ras 15s menester que tus ojos la
reconozcan... Es menester que se ilu-
— 169
mine tu inteligencia, y que tu vo-
luntad se apreste á la conquista...
Es menester que tu oído, atento, oiga
lu voz en el preciso instante que el
destino te nombra.
Porque hay una hora, hay una
hora en toda vida en que el deseo es
potencia, y en que el dorado fruto
d>' la dicha, pende maduro, del ár-
liol del destino.
Una hora tan sólo en el vacío in-
finito, en que parece rendirse ante
el Deseo, toda la adversidad de la
Quimera...
Una hora tan sólo en que el Deseo
se ilumina, como los astros, y en
que el torrente de la vida afluye á
él, tornándolo fecundo y helio para
el Amor.
¡Hora sagrada, divinamente frágil,
divinamente fugitiva, hora en que to-
da cosa vive su primavera triun-
fal!
Hora única, gestada en el vientre
de la Eternidad, parida con el dolor
de la belleza, y amamantada en las
ubre.-^ del sufrimiento humano!
IV
Y..., si ella ha pasado junto á ti y
no la has conocido..., si tus manos
no la han tocado..., si tus ojos no
Ii.u. mirado en el vórtice de sus pu-
pilas el signo misterioso de la sabi-
duría ., si no has bebido en el án-
fora de su boca la miel paradisíaca
del Deleite ., si no has sentido en-
tre tus labios deslizarse su lengua
como una sierpe que fuera buscando
el corazón..., si entre las dos ajorcas
de tus brazos crispados, no has sen-
tido su cuerpo contorcionarse en un
espasmo de pantera..., si no la has
poseído así, inmensamente, hasta
arrancarle un grito de dolor... ¡ay,
de ti!. ya no serás más que una
sombra..., tu razón de vivir se ha
ido con ella!
Porque ella era, amigo, tu hora
única... Fué creada por el destino pa-
ra tí, y tú para eUa.
Si no supiste conquistarla, si no
fuiste capaz de extraerle el secreto
de tu dicha, si la dejaste pasar...
¡eres más miserable que un mendi-
go!... ¡más inútil que un paralítico!
m.ás estéril que un eunuco !
Vagarás por el mundo, pero no co-
mo Ahasveras, llevado por un an-
helo eterno, por una eterna sed, á
través de los mares y de los pueblos
y de la historia.
Tú irás entre los hombres, con
apariencia mansa de cordero, desli-
zándote anónimo y callado.
Nadie al verte se apiadará de ti,
pues tu miseria no es la que viste
de andrajos, ni tu dolor se cubre con
púrpura de tragedia.
Tu sufrimiento obscuro no tendrá
:ii c' consuelo de ser bello, tu mise-
ria i tirauesa ni siquiera podrá ser
'occrrida.
Los que viven en contacto contigo
ignorarán que sufres... Ni tus ami-
gos^ ni tus hermanos, ni la mujer
que comparte tu lecho, sabrán ja-
más tu pena.
Tú solo, tú solo, cuando golpees
tu pecho con los puños, escucharás
que suena á hueco, como si fuera la
tapa de un ataúd...
Tú solo, tú solo sentirás dentr'o de
ti como se pudre un muerto, y como
el frío que sientes nada puede cal-
marlo, y como te persigue el olor á
la podre, á todas horas, hasta en la
horii del sueño.
Amigo mío ! hermano mío ! no me
mires con esos ojos vitreos de cadá-
ver, suelta tu mano helada. . déja-
me!, apártate! .. Tengo miedo de ti!
AüliELio DEL HEBRON.
Montevideo,. 1910 *
— 170 —
Prólogo
De "Auroral" del poeta Emilio Trias Du Pré
El libro (]ue habéis abierto pertenece al más joven de nues-
tros |>oetas. No obstante su juventud, este nuevo portalira
canta como un convencido, y sus estrofas, ora ingenuas, (la
ingenuidad es inherente al poeta) ora pesimistas como la can-
ción de un paria, llevan en cada uno de sus versos, en cada
uno de sus giros rítmicos y aterciopelados, la dulce savia del
corazón del artista. L'na psicología personal, sutil v harto
definida, palpita en ellas y matiza las ideas también persona-
les. Por(|ue Ai'Koi^M. es eso : un manojo de ideas en verso
expresadas para deleite de las almas que sueñan todavía...
i^milio Trías Du F^ré ha bajado á la aiena de las justas li-
terarias >in \acilación alguna, \- triunfará fácilmente. I'^ste,
su primer libro, no está como otros de j<')\enes escritores, pla-
gado de reminiscencias \- de lugares comunes. La imitacié)¡i
\- el cal(-o, en los (|ue incurre á menudo, creo (|ue incons(Meñ-
temente, una gran ¡jarte de nuestra juventud, no se enseño-
rea en sus páginas para goce de dómines ni de (TÍticos. Poesíri
subjetiva (|ue da las íntimas impresiones de un temperamento
artístico \ en la cual expone Trías Du l'rt- sus humanos sen-
timientos \- su inagotable sensibilidad, tal es el perfume de
e>te lil)r() tan lleno de \igor como exento de ñoñas extra\a-
gancias \- de infantiles conceptos.
lie observado en la elocuente simplicidad de muchos de
estos cantos tin homenaje de amor á toda la Naturaleza, desde
le más humilde hasta lo más suntuoso; i'se bello tributo abre
el altTia del poeta v la muestra como es: enamorada de todo
cuanto existe.
- 171 —
Entusiasta panteísta, yo he experimentado gratísimas emo-
ciones leyendo La canción de la noche v lü poema del invier-
no, donosa como un madrigal aquélla, v éste desolado v gris
como un paisaje de invierno en el que imprecaran todos los
odios humanos.
Y si como poesía descriptiva v de puro psicologismo es
laudable El poema de invierno, los sonetos coleccionados bajo
el título El paje son también dignos de consagracitni jDor s'_:
riqueza harmónica y su gran melancolía sabiamente expre-
sada en los últimos versos.
Merecedora de los más altos aplausos es asimismo la liomo-
<;eneidad del léxico escogido por Trías í)u Pré para la cons-
trucción de sus rimas. Los poetas noveles suelen usar \<)c;\-
blos altisonantes que disuenan ton el conjunto de sus creacio-
nes V dan á la euritmia de éstas el aspecto de un bello panneai
(¡ue fuera pintorreado por profanas manos. \i\ estilo de este
p(»eta, sencillo v sin afectaciones, como el de julio b'l()rez v
el del mexicano Icaza, préstase divinamente para la compe-
netración de la corriente emotixa en el alma sensible de cuan-
tos pueden sentirse artistas en nuestra época de brutal posi-
tivismo. De ahí tjue Trías i)u Pré supedite la fraseología ai
concepto, sin dejar por eso de mostrarse un artista de la t-or-
n-a. Porcjue ha\- belleza técnica en estos cantos briosos (]ue
resistirán el paciente análisis de los acíidémicos, de los p\'-
dagogos V de este halo de versificadores (]ue tan pronto dis-
cierne títulos de notoriedad (^omo profana soberbias cons;'-
g:a(-i()nes.
Bien es cierto C]ue á l^milio irías l)u Prt* no tiu- prt-ciso
decirle : i'oeta : haz el análisis de tu propia obra.
pi:ri:'/ \' ctkis.
Mavo '24/910.
- 172
Eti uti álbum
Para Apolo.
¡ Oh, hermosa ! i quién me diera,
de antiguo trovador un canto regio
que de tí digno fuera
y que hasta tí ascendiera
en un sublime y cristalino arpegio !
Pudiera, entonces mi canción sonora.
á ti llegar, señora,
luminosa en su gala y reverente;
y ofrendarte podría,
de tierna poesía^
una corona digna de tu frente.
Pero si no es pomposa
para tu sien de diosa
. la diadema sencilla que te envío,
recíbela piadosa-
mente que es cariñosa
ofrenda para tí del pecho mío.
VASQUEZ YEPES.
PRIMITIVO HERRERA
■♦»
El murciélago
Para Afolo.
Extrangero simbolista, claudicante del Destino,
Grave numen del IVIistepio, venerado en el desdén:
Tú no añoras la comedia del cenáculo divino,
Bajo alientos de madonas, siemprevivas del Edén. '
Tus enfermas bendiciones de la noche son camino
De las líricas serpientes sitibundas que no ven ;
Y en el jacio donde oteas se retuerce el peregrino
Blasfemado como nunca por los látigos del Bien.
Como el Cuervo, en tus infames, negadoras sinfonías,
Has palpado con tus alas de Infortunio, siempre frías.
La nostálgica vendimia que florece en un dolor... *
Eco — adiós de las tinieblas y del caos y la nada :
No has logrado en mis jardines la azucena idolatrada,
IMí la eterna madreselva de la luz que ora de amor!
ROCH NABOULET.
Montevideo, r.iio.
— 173 —
Mustia
.4 I't'rez ¡/ Cvfia, ponía.
Jamás podfé olvidat>la I Pott siemptte Isi adorapa,
aquella nubil vli»gen ct«a una miníatuita ;
sus bpazos patteeían de máfmol de Cattpafa
i un ánfora su boca de eándida ternui^a.
Tras el susurro blando de la fontana elara
de ]VIayo en una tarde deslumbradora i pura,
desvanecióse el tinte de su bendita cara ;
i luego ... la llevaron á la amplia sepultura.
Aquel earmín divino de sus mejillas cálidas
enrojeció una noche que entre mis manos pálidas
convulso la estrechaba con ansia irresistible.
Por eso hoi que está muerta, de la profunda huesa
hai noches en t^ue sueño que sale su cabeza
á hacerme entre las sombras alguna mueca horrible . . .
Primitivo HERRERA.
República Doniinií'nna.
»^^
Oe ?xo^iUos fútiebr^s
Para Apolo.
III
Ya no suena más el piano de Julio }íeppepsx Reissig . . ,
lia tarde ha ido á enlutarse en el harem de un visir
Y se ha llenado de sombra la bernuza del emir
crepuscular.
El cuervo decorativo ha graznado en el muezín
Se destrozó una niuñcea en la torre de marfil
Se ha derramado un tintero y sangrando en el atril
Una balada florece eonjo la sangre de Rysxjt :
En la ruta en polvo de oro cayó el hijo de Phaeton
Se ha quedado sin auriga el regio carro del Sol.
E. IiASCAlMO TEGÜI.
174
DE LUIS k.o^e;k.to :BOZ,j9l.
Habláis de la amistad. d<^]
nmor ! Vanas palabras ! Vivimos
como náufragos, y en este desespe-
rante anhelo de ser dichosos, cada
uno se aterra á la vida, con sus
propias ganas. La existencia es
difícil. Se bracea con angustia,
se lucha á la desesperada. ¡ Yo.
xi'ilo //o! Nada me imj)orta, her-
mano mío, si atrás qviedas, reza-
gado por la fatiga ! No he de ser
yo. ciertamente, quien vierta so-
bre tu boca sedienta, sobre tu
trente quemada por la fiebre, las
gotas del agua consoladora ! No !
lia lucha es terrible é inhumana.
Por alcanzar el summum de mi
hartazgo, devoraré á mi amigo, ú
mi líermano. — si es preciso. La
llora lia sonado, y la campana del
siglo llama á los hombres á devo-
rarse á si mismos... ¡ TiOs antro-
pófagos !
Es cruel esto. Es horroroso. V
■esta lucha despiadada y caniba-
lesca del fuerte contra el débil,
ilel audaz contra el simple, va se-
cando poco á poco la fuente cri.s-
talina del sentimiento en el alma
de los hombres, ^a misericordia i-s
una deliilidad y el amor una co-
l)ar(lía. Lleganu)s. pues, al punto
dv i)arti(la de nuestros progenito-
!-es. los salvajes, ó. mejor dicho.
lo.s bárbaros... Cumpliremos den-
tro de jioco nuestra labor históri-
ca, extinguiéndonos nosotros mis-
n\()s. el liombi-e devorando al hom-
bre...
Sé bien que os reirés. vosotro.-,
ios imbéciles que vagáis por esos
enormes Hosi)icios que se llaman
bis ['niversidades y las Cátedras...
Xo ignoro que tu. pobre diablo de
ministril ; adiposo l(>gnleyo ; '-as-
trado funcionario, solapado discí-
pulo de Hijiócrates : no ignoro, lo
Para Apolo.
repito, que estiraréis vuestras ge-
tas, en un acceso de idiota hila-
ridad. Mas, no importa ! Porque
yo lo digo á vosotros, los vagos,
los soñadores, los filósofos, los in-
dependizados del medio, los que
formáis, en fin, la legión dispersa
de los pequeños grandes, mucha-
chos de talento: mirad! extended
la vista á vuestro alrededor! Ob-
servad cómo al débil se le oprime
entre cadenas, aherrojándolo en-
tre las cuatro murallas de esos
presidios que llámanse talleres,
hasta los cuales no llega el menor
soplo de pura brisa. Observad sus
rostros amarillos, angulosos, can-
didatos prematuros á la tisis, á
la anemia, á la locura, al suicidio!
Contad los latidos, apagados é
inarmónicos, de sus corazones que
vivieron tan de prisa! r! Acaso no
es ésta la manifestación más efi-
ciente de la voracidad del rico
ensañándose en la carne macerada
por los suplicios de la miseria, de
los humildes, de los últimos?...
^: No es. j>or ventura, ésta, la obra
del jiatrón avariento, obra devo-
radora de vidas que son. por ley
natural, por ley humana, tan dig-
nas de ser dichosas, de ser entera-
mente dichosas?
Si qneréis.-^oh. vosotros, pe-
queños grandes muchachos de ta-
lento, que me leéis !— os mostraré
un spcciiiicri . de estos bandoleros
del ])oder. en cuyo presidio se
agosta un puñado de existencias
jóvenes, en un cuarto obscuro,
pestilente, con la letrina á las
puertas, para dar riquezas á las
arcas sucidentas del patrón! ¿Qné
Gobierno, qué autoridad le pedi-
rá cuentas de esas vidas que, en
sus talleres, diariamente inmola?
rQué justicia señalará ante el
-ir*"'
líí)
imiiido la ergástula reparadora
que debiera segar esa cabeza in-
noble ?
Nadie. Por el contrari.), jiava
ol mundo es iin modelo, un in-
<lustrial experto y económico. La
sociedad le abre sus puertas. Las
mujeres le sonríen... Y hasta el
Iltmo. y RA'dmo. señor Arzobispo
le saluda, al pasar, echándole ben-
diciones desde el fondo afelpado
(le su lujoso carruaje...
II
V tú [jáltdn víií/cn, que me son
líes desde el solio soberano de tu
belleza casta... No creo en tus pa-
labras. Creo sólo en tu deseo, en
tu inmenso y torturador deseo...
Frátíil maquinita, carnívora y dé-
l)il pauterita de seda : al través
de tu sonrisa angélica, yo visluni-
í)r(> tus colmillos que me han de
inordtM'. 'N' dentro de esa cabeza
riinibada de oro ó de sombra, yo
sé (]ue nada hay, á no ser el mis-
nui felino instinto que anima á
mi iíata «Rip».
V entre Rij) y téi, estoy ])or ))!('-
tfi'ir á la primera. Esta devora Á
sus gatillos ; y téi. me lo imagino.
l)i()stituii'ías él tus hijos...
>;iiiti;tt;<i de Cliile.
in
V tií, //(/ <nni<i<)\ Me hal)las ■li'
la amistad, de las mujeres, de la
bondad humana, como no lo ha-
ría mejor un apóstol ó un maestro
de escuela moral.
Jja amistad! Mientras un men-
drugo quede en mi uK^sa h(is])iti
laria, tendré tantos amibos coim,)
moscas ronden por el aiic.
Las mujeres! Al ti'av(''s del tem-
bloroso mimo de tn^ labio., mi
amada, mi apasionada eaine ur
flor, — yo descubro las ansias de tu
apetito de 'incurable voluptuosi-
dad, mientras, al través de n.i
vestín, tu mirada se clava en el
sitio en donde guardo mi calie-
ra de piel de Husia...
Y la bondad P ¡ Palabras! .Me
diréis que á diario los periéxlici-
citan los nombres d»' las damas y
los señores ((fihíntropos)) ... ¡ l'ala-
bras ! La caridad, el bien, el sen-
timiento... ¡ ])nra fars;i ! Ks el
ansia de ])nl)licidad. la satisfaccK n
del es))íritu vanidoso y pueril In
que muev(> é\ esos séitrapas y á es.i-
Mesalinas éi arrojar una iiiigüja
(pU' les sobi-a de sus .iestuK-s. .>o-
bre el hogar desmantelado del
hand)riento.
Lris HOREinO WO'AX:
CL.2PS-KLO DE LUISr^Pi.
Quiero vivir la vida tic los éxtasis.
Sustent(í por la luz de una mirada
Ksa vida tranquila que refleja
Sn feudo puro, como una agua clara
Quiero seiuir el vth-tigo de dicha
Q\u- procede al vibrar de imas pala
[bras.
'.Vunque luego esa dicha se destruya
-VI rodar por los antros de la Nada. .
Quiei'o vivir la vida del poeta.
Con un mundo de ensueños en el alma.
Vttru AfOLu
Quiero sentir de mi interloi- alzai->e
Del rojo IJía, la esplendente alba '
Quiero el contagio ile un amor une
Tema lie
lila caricia eterna, delicada.
V en una etérea sensación me excite
.V lanzar sempiterno y fausto hosanna I
Quiero vivir la vida de los é.xtasis.
Sustento por la luz de una mirada
Esa vida tranquila que refleja
Su fondo puro, como una asiUíi clara .
SILVA SERRANO.
— 176 —
La mu^rU del Gistie
Pnru ArOLO.
A una ¡poetisa.
Címbula negra que impasible cruza
El íérvido helesponto
De la gesta de eróticas leyendas,
Los tiempos mitológicos.
La Tradición, sibila del pasado.
Vuelto hacia atrás el rostro.
Del canto que seduce y la tristeza
Nos revela el connubio misterioso.
Que á la caricia lene
Del ritmo sonoroso
Incentivo al placer, sigue el acerbo
De un íntimo remorso.
Con el blanco disfraz de niveas plumas,
Cabe el río sagrado del laconio.
Gozar pudo de un rey la esposa bella
Júpiter poderoso.
Como Danae, la princesa argiva
A quien el ardoroso
Rgv del Olimpo fecundó lascivo
Con una lluvia de oro,
Nü quiso la ultrajada del Eurotas
Al dios guardar encono.
Mas, de entonces, presagio de su muerte
Es del Cisne el cántico armonioso.
II
V^ibrando poderosa
Como un timelo bronceo,
La voz de la Sibila
Que llega hasta nosotros,
De estas ansias agónicas nos dice.
Del fondo de su antro pavoroso.
Cuando de Caisthro flotan
Los fébridos despojos
Sobre el cristal de las cerúleas aguas
Que agitó con espasmo doloroso.
— 177 -
Cavan su sepultura
Del Hectrópa en el arduo promontorio,
En la orilla apartada de aquel río
Que él amó sobre todo.
Para que la de Leda sombra amante
De su cantor no busque ya el consorcio,
Ni de su carne mórbida
Se reanime el deseo voluptuoso.
Ah ! si tú, como el Ánade, pudieras
Del cavo pecho en lo hondo
Sepultar tu dolor, y alegres notas
Punteara tu plectro melodioso ;
Si tu laúd ahogara entre sus cuerdas
El último sollozo.
La virgen Poesía tu alba frente
Circundara con nimbo más radioso.
Cual la esposa de Tíndaro, la pena
No turbe con sus ansias tu reposo.
Tiernos cantos de amor tu lira vibre
Dulce poetisa, ruiseñor canoro.
Adriano M. AGblAR.
«♦»
Oe ''tos ^tisu^ííos d^l Jardín"
Faru Apolo.
Lia adofaeión
Llegó la sombra á tu redor, callatla
como un ladrón que duda temeroso ;
por no turbar tu lánguido reposo
la brisa se aquietó maravillada.
Sobre el césped magníñco, sentada
con tu blanco vestido vaporoso,
me pareciste un ángel delicioso
perdido en la glorieta de algún bada...
Me arrodillé ante ti ; junté las manos
y te adoré confuso y febriccntc
como adoran al Dios de lo infinito . . .
Despertaron tus ojos soberanos
y al mirarme espantada y sonriente
mi boca pálida bebi<) tu grito !
Iios ensueños heprnanos
Bogaban en los mares de tus ojos
de la ilusión los candidos b.-ijeles ;
una colmena de odorantes mieles
se opalizaba entre tus labios rojos.
Entre la íioración de tus antojos
se elaboraban tus paisajes fieles
y el secreto pintor, con sus pinceles
carminaba tu jiiel con los sonrojos.
De mis labios las liondaN amarguras
volqué en tu boca que vertió dulzuras .
y al aspirar tus s'racias adormidas
pude después de un meditado empeño,
armonizar mi sueño con tu sueño,
¡ como dos aves en un vuelo tniidas .'
Alhertu LASPLACES.
178
ALTCíL'STi) MAK'T'XK/C OhMRDILLA
Filosofíslíca
/•.■.<;./
í hi¡ ni i: 1,1
Cartcí. í I.i
Ab;iii(loiiciU()s \a el romanti-
cisiuü. Viene- (üi la adolescencia,
pero en la juventud es grotesco.
Los sentimientos son lo que los
surcos hechos en la arena: pro-
fundos <') le\"es, v;ui llenándose,
muy lenta pero incesantemente,
liasta desapare::er por completo.
Las pasiones niñs intensas, ba
jo la acción di'l tiempo, sufren
lo que las rosas rojas bajo la ca-
ricia iWA sol. el descoloi'amiento,
que llega hasta el tinte palidísi-
mo qu(! simboliza al Olvido. Y
éste es señor del mundo psíqui-
co al igual (jue la, Muerte es dio-
sa del co;-i»;')re,o. Ya\ sus senos no
cabe la excelsitud de lo eter-
no. Abren sus criptas bajo lo
que empieza á vivir demasia-
do, porque su desaparición es
necesaria á la « vida nueva ».
¡ Ay ! y no se olvida — como
no se muere — porque se de-
see. No cae bruscamente el
huésped funeral ; viene como
la nocturna sombra: lento
pero inexorable.
Y yo he olvidado.
¿ Por qué ?
No por la miseria espiritual
de que se acusa á la infor
tunada especie humana, sino
por la ausencia, verdadera
asesina del amor, y por el
tiempo que tanto agosta y
hace caer las hojas de los
rosales en nuestro huerto,
como atenúa ( hasta borrar-
las por completo) las afec-
ciones dentro el pecho.
No nos culpemos, pues ; ellos
lo han verificado. Sti obra no
merece el anatema ; resigna-
ción, acaso gratitud.
,: Por qué tardamos tanto ?
.Si interrogas á las hondas ca-
vernas por qué en su fondo se
siente el frío ; te dirán que es la
lejanía del sol : así, el corazón del
amante.
La presencia no se sustituye
con nada. El recuerdo es pro-
yección desfigurada ; sombra bo-
rrosa.
Nada perdura sobre la mísera
tierra ; no digas que tu dolor
perdurará. Tanto cicatriza la he-
rida hecha en el tronco joven
por afilada hacha, como la que
deja el dolor en los corazones
tiernos. El rocío no se eterniza
en la corola de la ñor, ni el llan-
to en la mejilla humana.
En tus nuevos amores, cuida
de estar presente ; la presencia
alimenta y mantiene en pie aj
MISSING PAGE(S)
- 183 -
fttitífotia Madrigalesca
Potir Mademoiselle Jeanette.
Para Apolo.
Quémame en tus ansias locas Apiádftte de mi ui;il,
pecadora que provocas que así mi amor augura!
el afán de tantas bocas. tendrá su aurora inmortal.
Con sus perversos enojos,
los verdugos de tus ojos
mi senda cubren de abrojos.
Que tus manos femeninas,
con sus suavidades fina,s,
libren mi frente de espinas.
Y tus caricias aleves,
( caben alfileres breves ),
mis penas hagan más leves.
Haz que tu joven poeta
se extasíe en tu secreta
ojera color violera.
Dejando de ser esquiva,
dame la llama que aviva
tu crueldad sensitiva ;
Que á tu boca como rosa,
mi boca que es mariposa,
irá á libar amorosa.
Por tus sensuales abrazos,
soTIaré con tiernos lazos
cuando me duerma en tus brazos.
Y en ese soñar ardiente
me hará delirar vehemente
tu hiperestesia ferviente .
Si á tu frescura de Abril,
es mi exaltación gentil
y mi palabra sutil;
( Esta antífona elegante
fué escrita por un amante
con la sangre iIcí n:i tais.án ;
es un elogio galante'
del tiempo (le L'Isie Adaní ).
Carlos :\íaría DE VALLEJO.
Monteviiieo.
■áE t. ^Jk lk
Emilio Trías Du Pré
184
CIELO i¿' ixla.:el
• POK
Margarita, está linda la mar, y el
viento lleva esencia sutil de azahar.
Yo siento en el alma una alondra
cantar : tu acento Margarita : te voy
á contar un cuento.
Este era un rey que tenía un pa-
lacio de diamantes, una tienda he-
cha del día y un rebaño de elefan-
tes ; un trono de malaquita, un gran
manto de tisú y una gentil prin-
cesita, tan bonita, Margarita, tan bo-
nita como tú.
Una tarde la princesa vio una es-
trena aparecer. La princesa era tra-
viesa y la quiso ir á coger.
La quería para hacerla decorar un
prendedor, con un verso y una perla,
una pluma y una flor.
Las princesas primorosas se pare-
cen mucho á tí : cortan lirios, cortan
rosas, cortan astros : son así. Pues se
fué la niña bella, bajo ei cielo y
sobre el mar, á cortar la blanca, es-
trella que la bacía suspíra^r.
y siguió camino arriba por la luna
y sobre el mar; mas lo malo es que
eVLa, iba sin permiso del papá.
Cuando estuvo ya de vuelta de los
parques de! Señor, se miraba toda en-
vuelta en un dulce resplandor.
y el rey dijo, ¿qué te has hecho?
Te he -buscado y no te hallé ; y qué
MA)
tienes en el pecho^ que encendido se
te ve?
La princesa no mentía, y así dijo
la verdad : fui á cortar la estrella mía,
á la azul inmensidad.
Y el Rey clama : «No te he dicho
que el azul no hay que tocar? ¡Qué
locura ! ¡ qué capricho ! El Señor se va
á enojar.
Y ella dice: «No hubo intento, yo
me fui, no sé porqué; por las olas, en
el viento, fui á la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado : «Un castigo
has de tener; vuelve al cielo, y lo ro-
bado vas ahora á devolver».
La princesa se entristece por su dul-
ce flor de luz, cuando entonces apare-
ce, sonriendo, el buen Jesús.
Y así dice : «En mis campiñas esa
flor yo se la di : son mis flores de las
i.iñas que al soñar piensan en mí».
Viste el rey ropas brillantes, y lue-
go hace desfilar cuatrocientos elefantes
á la orilla de la mar.
La princesita está bella, pues ya tie-
ne prendedor en que lucen con la es-
trella, verso, perla, pluma y flor.
Margarita, esta linda la mar, y el
viento lleva esencia sutil - de azahar :
tu aliento : guarda, niña, un gentil
pensamiento del que un día te quiso
contar un cuento.
RüBEN DARÍO.
iDmj^ f'íPs.isaje:
Para Israel, Vi'sr/nc:. Yi'pe», ruspiHuonamente.
Se inquietan al impulso del ambiente
Las frondas neurasténicas y hurañas,
y fingen enigmáticas pestañas
Que velan á la límpida corriente.
Gomo en la paz de un lienzo tras-
[parente
^e ven surgir imágenes extrañas
Copiándose el ramaje en las entrañas
Azules y movibles de la fuente.
Emergen de la vega los aromas
Cuando tu busto de querub asomas
Entre las hebras del juncal espeso.
Y es allí cuando entonces me provoca
Probarme las dulzuras de tu boca
Con las lubricidades de mi beso.
Tobías CASTAÑEDA.
Colombia 1910,
— 185 ~
Relralo d« Juati Motilagtie
Para Apoto.
¿Ves el daguerreotipo que resguarda
un marco oval y negro?-
Precisamente. Aunque está umbroso el cuarto,
allégate y verás qué raro y bueno
ese rostro de un hombre cuya mano
en actitud juramental ha puesto
con ademán tan digno
abierta sobre el pecho
que una banda de ocultos signos dé oro
cruza por sobre el hábito severo.
Mira, míralo, y guarda
la imagen y su aspecto.
Frente anchurosa y calma: no hay tortuoso
ni vano pensamiento
en esa frente que contornan grises
dulces cabellos.
Los extraños ojos
tienen claror de un alba en mar abierto.
Sobre la boca noble, bien cerrada,
narinas aptas á espacioso aliento.
Y cima el labio y en la barba, afeites
según se usaba en los patricios tiempos.
Mas, sobre la corbata que diez veces
rodea el amplio cuello,
qué imponente ademán el de esa mano
laboriosa, posándose en el pecho
sencillamente. Arroba más al alma
que la banda y sus oros de misterios.
Mira, míralo, y sabe
que ese antiguo sefior fué nuestro abuelo,
á quien no conocimos y hoy nos guarda, .
porque es dios tutelar-de este aposento.
■ ..•"■.■. - . ' * ■ ■ \
Edmundo MONTAGÑE,
186
Fágitia artística
^ — 187 —
Primitas IrisUzas
Para F. Martínez Rifas.
Esta tarde los niños están tristes. Pesarosos, medi-
tativos, cuchichean en el jardín solitario.
El jardín también está triste : el invierno se robó
todas las flores y todos los perfumes.
Están tristes los niños ... y ellos no lo saben. Tienen
la tristeza que deben sentir las aves cuando un poco
de viento les desbarata el nido: una tristeza inmensa,
pero inconsciente y vaga.
Todas las tardes, en ese mismo jardín, una abue-
lita de cabellos blancos y de dulce voz temblorosa les
contaba cuentos maravillosos.
Y esta tarde no viene la anciana. La anciana se
fué muy lejos ... y los niños no saben á dónde. Y
están tristes: son las primeras amarguras que llegan,
son los primeros dolores que muerden.
Poco á poco va llegando la noche. Hay mucha
tristeza. A intervalos cae una lluvia menudita y tenue.
Se diría que el cielo también está triste ... y que llora.
Los niños cuchichean en el jardín solitario. Espe-
ran que llegue la anciana . . pero ella no ha de venir.
La dulce abuelita de cabellos blancos 3^ voz tem-
blorosa se fué para un país lejano, muy lejano, y no
ha de volver nunca... y con Ella se fueron los cuen-
tos maravillosos. La dulce abuelita duerme bajo un
montón de tierra allá lejos, muy lejos. En un cemen-
terio ruinoso abrieron un sepulcro muy hondo, y ahí
la arrojaron por misericordia: sin oraciones, sin lágri-
mas, sin flores. Ahí la arrojaron como se arroja una
cosa. Era pobre la anciana... y á los pobres los en-
tierran así...
Cae la noche. En el jardín solitario los niños llo-
ran porque esta tarde no ha venido la dulce abuelita
de cabellos blancos, que les contaba cuentos maravi-
llosos.
Los niños cuchichean... y no saben que están tris-
tes. Y la anciana se fué para un país lejano, muy
lejano.
Ernesto SARAVIA MATEUS.
188
Breviario epistolar
Augusto Martínez Olmedilt.a.
— Madrid. — Muchas gracias por
todo. En breve recibirá carta mía.
Manuel Tjgarte. — París. — H^a
llegado á mi poder «Cuentos Ar-
gentinos ». Me ocuparé de ese li-
bro en uno de los próximos nú-
meros. Le agradezco el envío y el
cariñoso recuerdo.
M. Moreno Alba. — Burranqni-
11a de Colombia. — Va en este nú-
mero. Gracias.
A. O. Ll. — Montevideo. — «Ba.)0
LAS estrellas» uo se publicará.
Esa composición está escrita, par-
te en catalán y parte en español.
Primitivo Herrera. — Santo TJo-
mingo. — Recibí «Helios». ¡Ade-
lante !
Luis Roberto Boza. — Santin'jo
de Chile. — Su composición vino
sin título. ñFué olvido, acaso?
Agradezco mucho su recuerdo.
Miguel Luis Rocuant. — Santia-
(jn (h Chile. — ((Ronda» no se pu-
blicó antes por exceso de mate-
rial. ¿Y la revista Selecta? No
he recibido sino un número.
Edmundo Montagne. — Buenos
Aires. — Le envío <(Apolo». Graciis
por su colaboración.
Benigno Várela. — Madrid. —
((Fifí» no se publicó por estar en
venta el libro del cual forma par-
te. Y «Apolo», salvo raras excey)-
ciones, no publica sino materiales
inéditos ó poco conocidos. Envíe
algo inédito y se le publicará con
mucho gusto.
Alejandro 3ux. — París. — Reci-
bí su libro «Cantos de Rebelión».
Le agradezco el envío pero no lo
felicito, porque esperaba otra cosa
de usted. El escritor que, desde
las columnas de <(La Actualidad»,
señala fácilmente los defectos de
muchos buenos poetas de Améri-
ca, pretendiendo ser algo así como
el padre espiritual de las nuevas
generaciones, estaba obligado á
producir algo mejor. Y usted, con
ese libro, no ha logrado ponerse
á la altura de aquellos poetas en
quienes encuentra tantos errores.
Lamento tener que castigarlo en
esta ocasión, y sin pretensiones de
maestro, porque odio ese título,
le ruego que lea más y trate de
ser un poco original siquiera, pa-
ra conseguir el triunfo.
PÉREZ Y CURIS.
-•♦*-
te5.i:buto
Siembras ángel de amor en tu camino
Olivos de virtud y de belleza.
Lanza tu aliento aromas, la pureza
Es tu fiel compañera, el peregrino
Derrama de sus cautos el más fino,
A tus plantas ¡Oh Maga!... y contris-
rteza
Deja Una flot de paz ea tu c»bdZa,
Zagala encantadora... Y si Longiao
Oh trágico deicida!... con anhelo
Rasgó el costado santo, y loe dolores
Izaron de Jesús su negro velo,
La turba de tus iloil admiradores
Levantan coú amor sobre tu su«lo
Augusto pedestal de ricas flores.
TOBÍAS CASTAÑEDA.
Colombia 1910.
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I par-
Ecep-
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ISSUES(S)
CATALOGO DE LA « LIBRERÍA MERCURIO »
Obras de la Condesa de Pardo Bazán
1 — La cuestión palpitante
2 — La Piedra Angular (novela)
3 — Los Pazos de üUoa (novela)
4 — La Madre Naturaleza (novela)
5 — Cuentos de Marineda
6 — Polémicas y Estudios Literarios
7 — Insolación — Morriña (dos novelas amorosas)
8 — La Tribuna (novela)
9 — De mi Tierra
10 — Cuentos nuevos
11 — Doña Milagros (novela)
12 — Los Poetas épicos cristianos
13 — Novelas ejemplares
14 — Memorias de un solterón (novela)
15 — El Saludo de las Brujas (novela)
16 — ( aientos de Amor
1 7 — ( uenf os sacro-profanos
18-F.l niño de Guzmán
J9--A1 pie de la Torre Eiffel — Por Francia y por
Alemania
2(1 -Un Destripador de Antaño
21— Cuarenta días en la Exposición
22 — Una Cristiana — La Prueba (novelas)
23 — En tranvía (Cuentos dramáticos)
24- -De Siglo á Siglo (1896-1901)
2; — Cuentos de Navidad y Reyes. — Cuentos de
la Patria. — Cuentos Antiguos
26— Por la Europa Católica
27 — San Francisco de Asis (primera parte)
28 — San Francisco de Asis (2.''> y última parte)...
29 — La Quimera (novela)
30 — Un Viaje de Novios. — El Tesoro de Gastón
(novelas)
31 — El Fondo del Alma (cuentos)
32 — Retratos y Apuntes Literarios (primera serie
33 — La Revolución y la Novela en Rusia
34 — Mi Romería
35 — 'i'eatro
36 — Sud-Exprés (cuentos)
37 — La Literatura francesa moderna — I. El Ro-
manticismo
Los Franciscanos y Colón (conferencia)
Colección completa del Nuevo Teatro Crítico
1 tomo $ 0.75
1 ))
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1 »
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1 í'
.. 1.15
1 »
>x 1.00
» 0.50
» 5.00
10 CATVLOGO DE LA <r LIBRP^RÍA MPÍRCURKl»
Biblioteca Clásica
LIBROS KNíüADKRXADOS EN PASTA ESPAÑOLA, (ADA TOMO $ O.80
Clásicos Griegos
Tomoi
Hoiiitro La lliutla ». 3
» La Odisea 2
til nxhito Los nueve libros de la Historia 2
riiit'irco '. jjas Vid;ís paralelas ó
- 1 nstófa nes 1 catre completo 3
i (it'tfis Bucólicos (Teócrito, Bioii y Mosco) 1
¡'¡iidaro Odas I
I-Jsq uilo 'Featro Completo 1
'J'ucididcs Historia de la «guerra del Pe-
lopont'so 2
X i'iiofonte lias Lieléiiicas 1
>' La Cyropedia 1
>' Historia de la entrada de Cyro
(1 Menor en Asia \
Luciano Obras completas 4
■ ^ri'inno Expediciones de Alejandro 1
l'iuias Líriros (Anacreonte, Safo, Tirteo, Si-
món ides, Arquílogo, Aristó-
teles, Meleagro, etc.) 1
f'^'lil'io Historia l'.niversal durante la
Re})úi)liea Romana ."5
¡'hitan ^ La Heipiíblica 2
Didgcnrs Larrcio Vida y opiniones de los filósofos
más ilustres 2
Mr,niJ¡.st<is (Marco Aurelio, Teofrasto, Ce-
l)es, Epicteto) J
■los(fn Historia de las guerras de los
Judíos 2
í sorra fes Oraciones políticas 2
Clásicos Latinos
Tomoi
I trgilin La Eneida 2
» Églogas y Geórgicas 1
Cicerón Obras completas 17
Tá'ifo Los Anales 2
>) Las Historias 1
Sal II si ¡(I Conjuración de Catilina 1
<'(''S(ir Los Comentarios 2
Sni'tonin Vida de los doce Césares 1
> (' n c-ra epístolas Morales 1
» Tratados filosóficos 2
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
A dmi nistrador:
JL.TJIS PÉREZ
Redaóolón y A.d»iinistraoión:
TREINTA Y TKES, TS
ANO V
Montevideo, Octubre de 1910
N.«44
E^lo^o
Para Apou)
La. qtiise con a.ma.bl<s dL«se;in.fr«aao,
talv^z: la. aimaba con. id.ola.tria. j
Sobr^ la. gloria blanca, de: six se;in.o
eoMao lin rxirio travie;so ame dormía.
Qutiss^ e;«. "u-ano salvarla de; aqixe^l cie^rio
doiade: le: laa,llé qtie; raaiifxa.ga.ba. ixn día,
"^iT desde: entonces al lna.eeriM.e btxen.Of
la n.imbé de ea.riño y poesía.
Soñó nai empeño eon.qtd.istar la. gloria,
pa.ra. eactingtxir eon. ella, de stx Trida,
la sombra in.fa-u.sta qt^s dejó la. escoria;
le d.í nai jtxven.ttxd, «ai ssLn.gre, todo,
por a.lean.zar á -u-erla. redimida
de XXZ2. SLzxtxo de miserias y de lodo . . .
Caracas.
fcrt4.an SEK.K-Í1NO
— 230
La Ucatón d^ las a^uas
Linfas errantes que la madre
Gravedad arrastra, sonorosas, con
arrullos, balbuceo de infancia, por
el flanco de la montaña, al pie de
las colinas, á la sombra de los bos-
ques, en el valle tendido como la
palma de una mano abierta ;
La madre Gravedad os junta en
el cauce hospitalario, las de acá
con esotras, con las de más allá ;
Ya sois río ; atrás quedaron los
arrebatos torrentosos, el enarcado
salto, el choque con las peñas, la
espuma blanca con sus miles de
pupilas que el sol irisa, que pla-
tea la luna, deshechas en el aire,
sin dejar más huella que el ala de
una alondra.
Ya sois río ; la madurez trajo
la serenidad ; os deslizáis quedas,
casi sin rumor, por las anchas ve-
gas susurrando vuestro mensaje
da bendición á las márgenes ami-
gas, de doradas arenas, de bruñi-
dos guijarros, ó de verde revesti-
das con yerbas y con plantas, co-
mo atavío de gala á vuestro pa-
se, evocador de la vida.
Linfas errantes, espejo peregri-
na dé cuanta cosa creada se aso-
ma á vuestra faz ; profundidad
de cielo, vagar de nubes, resplan-
dor de astro, sombra de selvas y
— de la humana efímera labor —
da los niuros y las frágiles flotan-
tes fábricas.
En cárceles de piedra os ence-
rraron y, la sacra libertad perdi-
da, ya no vagiáis sobre el pecho de
la tierra al impulso de lo que fue-
ra vuestro instinto. ¡ Linfas pri-
sioneras, linfas esclavas !
Vosotras que vivís con las eda-
des, en la eterna transformación
de la materia, que no muere para
la tierra, ó huye de ellas como el
espíritu, carecéis del don fatal
de la memoria ; no conocéis el do-
lor indeleble, ni la dicha vana.
Donde hoy os oprimen rígidos
muros, fueron, allá donde expira
la luz de nuestro recuerdo, para-
jes sombríos, bajo el follaje de tu-
pidas arboledas. Y llegaron los
hombres, errantes como vosotras,
y pararon ; fiiisteis para ellos lí-
mite y centro ; cerca de vosotras
nacieron y murieron las genera-
ciones, y creció su número.
Alzaron sus hogares y sus tem-
flos, lucharon sus luchas y so-
ñaron sus sueños.
Y se alejaron y tornaron cerca
de vosotras ; y partieron á la gue-
rra y volvieron vencedores ; y
otras veces volvieron con la opre-
sión de la derrota, míseros y hu-
millados ; con su Jiúmero crecieron
sus hogares, sus palacios y sua
templos ; y ellos ahondaron vues-
tra cárcel y fuisteis para ellos
fuente de vida y vía generosa y
compañeras fidelísimas.
Y creció su orgullo ; y creció su
poderío ; triunfadores, no tuvo lí-
mite su soberbia ; ávidos nada con-
tuvo su ambición.
Y sucedió que los menos opri-
mieron á los más ; lo que era do
todos y para todos fué privilegio
de los audaces y los fuertes : la
iüiquidad triunfó.
Tal evolución á través de los si-
glos, en que rodasteis, oh linfas
errantes, á la mar, impacibles,
¿qué á vosotras las misérrimas
querellas de los hombres?
Y un día llegó la aurora roja
más con sangre de hombres que
con resplandor de teas, visteis su
reflejo prof ético y vibró sobre vos-
- 231
ctras xin hálito de redención para
los míseros. Si las cosas inanima-
das jamás sienten, debió de estre-
meceros aquel ímpetu precursor de
caridad y de justicia.
¡ Ay de los endebles esfuerzos
humanos ; perecen en mitad de su
luminosa trayectoria los empeños
redentores de lo3 hombres. Volvió
la opresión ; otro fué su nombre
su esencia fué la misma !
Aquellos mismos que fueron
arrojados del Templo por el látigo
divino, invictos á través de los
siglos, volvieron á su tarea ; más
que nunca es hoy suya la suerte
de los hombres.
crueldad. Y los míseros no recuer-
dan que la fuerza es suya.
Crece li soberbia d3 lo3 pocos
afortunados como marea invernal
en costas septentrionales ; ¡ ay dé
los míseros, cuan míseros son !
¡ ay de los humildes ! Y los sober-
bios les dicen á los míseros : dad-
me vuestro esfuerzo para hacer
mi labor, vuestra sangre para re-
gar los campos en que mi codi-
cia, disfrazada de patriotismo, li-
bra sus batallas ; vuestras hijas
para mi placer, vuestros hijos pa-
ra que no perezca la cría de mis
esclavos.
Y en mansionets y en templos y
en palacios resuena en monstruo-
sos eufemismos este evangelio de
París, 1910.
Fatigadas estáis, linfas erran-
tes, de las cárceles de piedra. Si
las cosas inanimadas alguna vez
sienten, pasarán sobre vosotras,
como ayer los reflejos anunciado-
res de libertad, un soplo de ver-
güenza y vibración de sollozos,
Jio ya como errantes cantos, como
rumor de profecía.
Os fatiga la opresión ; crece
vuestro caudal, crece con la augus-
ta serenidad de lo inexorable ;
pasáis rugientes sobre los muros
que os oprimen ; nada os detie-
ne ; un día de vuestra cólera sa-
grada, uno sólo, hace temblar la
labor humana acumulada en si-
glos ; ¡ ay de las mansiones de los
templos, de los palacios! ¡un 'día
más de vuestra cólera y la ciudad
en que la opresión de los míseros
impera — prototipo de cuantas ur-
bes hoy florecen — donde se blasfe-
ma de Cristo, invocando su ley
para encubrir la iniquidad, un día
más de vuestra cólera sagrada, oh
linfas errantes ! y la ciudad se
desmorona, socavados sus cimien-
tos, arrastrada como los despojos
de un náufrago...
¡ Oh, la lección de las cosas sin
alma !
PÉREZ TRIANA.
«♦»
P^nsami^Titos
El mar posee un poder sugestivo que se
impone como una voluntad. El mar hip-
notiza: lo mismo hace toda la naturaleza.
El gran misterio consiste en la depen-
dencia del hombre con respecto á la» fuer-
zas ciegas.
En su evolución habrá' seguido la hu-
manidad un falso camino ? Por qué no per-
tenecemos á, la tierra? Por qué al aire ó
al mar? El deseo de poseer alas, los sue-
ños en que creemos volar, sin sentir sor-
presa, qué significan?
, • Ev^IBSEN.
— 23:
Periodistas cl)iktios
J
EDUARDO CONTARDO CHAVARRIA
»♦«
Tu risa y mi l)ada
Para Apolo
A la manera de un madrigal.
El infolio éste es nuevo, do el cincel se desliza...
Yo quisiera escribii'te los catorce sonoros
versos de un gran soneto, que tuviera sus coros
tan graves y armoniosos como un coro de misa.
Haría el primer verso recordando tu risa...
En el otro lo glauco de tus dos ojos moros
como piedras preciosas lo engarzara en los oros
que cincelan los frailes de un convento de Niza.
— 233 —
Y en los versos restantes tronaría en mi cuerno
el leit - motiv de un canto que hizo un bardo moderno . . .
(Bardo que no se corta su crinada melena).
El infolio éste es nuevo, do el cincel se desliza . . .
Pero, piensa Señora, que no sentí hoy tu risa
y... ¡Dentro de su torre se encerró mi Hada -buena!
TRÍAS DU PRÉ.
-•^<-
ToUdo
Para ArOLO.
( Transmigraeión )
A Aiiutdo yerro, en pais lejano.
Cuántas veces, ¡oh hermética! Toledo insustituible,
me adormecí en el ángulo de tus muros bermejos,
embozando mi rostro como en los tiempos viejos,
de amadores osados de un valor indecible.
Y en ese claroscuro que proyectan las tintas
graves de tus castillos, con más de cuatro siglos
de vida aventurera, entre torvos vestiglos,
enamoré atrevido tus mujeres extintas.
Como buen Caballero, yo descendí hasta el bajo
sereno y silencioso del culebreante Tajo,
y me batí en tus campos, Vega de las leyendas,
para volver airoso junto á la reja amada,
con la ondulante capa que suspende la espada,
en busca de los labios que premian mis contiendas.
Carlos María de VALLEJO.
Montevideo.
— 2á4 —
B^íio
Un gabinete rosa-perla, un nido
de elegancia exqiiisita, de artísti-
cos decorados y de exóticos mue-
bles de palisandro, ríe con sus mol-
duras doradas á la inefable cari-
cia de un magnífico velador, que
mano de mujer coqueta ha ador-
nado con cintas y encajes azules
semi-transparentes, donde la luz —
cribada en ellos — toma tintes de
cielo pálido, como el fondo diluido
y milagroso de un cuadro parisino
de Rafaelli.
El, un elegante caballero meri-
dional, moreno, alto, de grandes
ojo negros y espeso bigote, primo-
rosamente cuidado, riñe á la es-
posa querida, una figura frágil y
esbelta de campánula de río, en
el albor evanescente de una maña-
na de Mayo.
Margot — la única hija de aquel
matrimonio — canta á solas en un
ángulo del gabinete, como un pá-
jaro en la fronda, y á veces in-
terrumpe su canción de inocencia
para dar paso al arrullo de un be-
so, con que bendice la frente de
so Bepo.
— Música, Bepo — dice, al ver el
piano abierto — y ruedan sus de-
dos minúsculos y ágiles sobre el
marfil del teclado... Una nota sal-
ta y gime, otra ríe, la otra rega-
ña y ronronea en loca confusión
de acordes extraños, nacidos en el
alma blanca todavía, de Margot.
Bepo es bonito y no llora : (Be-
po es un muñeco).
La pareja reñida vuelve los ojos,
húmedos, al prematuro idilio de
la niña, buscando en él punto final
á frases obscuras que el marido,
celoso, ha dejado caer sin escrúpu-
los-— como nubes de invierno — so-
bre el ancho y riente verjel de la
coqueta. Y, como para desahogar
su corazón atormentado, él, arran-
ca del piano á su Margot, eleván-
dola sobre su cabeza, en un eflu-
vio de cariño paterno, desplegado
en la desolación amarga de su al-
ma de amoroso creyente. Y ella,
ella, la chiquitína adorable, alar-
gando sus labios frescos en la ac-
titud de un beso, le dice quedo,
coiro una confidencia ingenua de
su almita de mujer :
— ¡ Mañana me caso con Bepo,
papa
Una turba de niños juguetea
alegremente, haciendo cabriolas y
mil monadas en el gabinete rosa-
perla : quién, al piano sentada, to-
có la última lección del maestro
— un aire de mazurca, sencillo y
melancólico — ; quién otro, saltim-
banqui diestro, apoyando su cabe-
cita desordenada en la estera de
la alfombra, da «vueltas de gato» ; ,
otro ha tomado el álbum de la se-
ñora y divierte su curiosidad in-
fantil, sigjuiendo — con el dedo en-
mielado— las curvaturas capricho-
sas de un río — prodigio de acua-
rela— en un paisaje primaveral de
Donart... ; y todos ríen, y todos
charlan, y todos levantan ima no-
ta triunfal, en la algarabía tumul-
taria que, en los esponsales de
Margot, alza una docena de chi-
quillos rubios.
Silencio... En grupo, junto á la
puerta del dormitorio, en espera
de la novia, avanzan curiosamente
sus ojitos picarescos al interior,
donde á Margot le prenden — como
último toque de ioilette — guirnal-
das simbólicas de azahares, eri la
coronación de su blancura de vir-
gen desposada. Y ella marcha len-
— 235 —
ta, casi triunfalmente, al gabinete
donde brillan — como banderas des-
plegadas en un combate — ^los pape-
les de colores de las sabrosas con-
fituras de almendra.
Aplausos, risas, notas dispersas,
arrancadas al pasar al viejo piano,
suenan locamente, envolviendo el
cuadro encantador en una como
explosión de alegría inocente y ju-
glaresca.
Y después la ceremonia.
De un sillón anticuado, de ter-
ciopelo rojo, que se arrumbaba en
el desván de los muebles inválidos,
han hecho el reclinatorio ; y san-
tamente bella, beatificada en su
inocencia blanca — no abierta aún
íi las rosas del pecado — se arrodi-
lla la virgen, frente al pontífice
grave y meticuloso, que alarga ro-
lliza mano en señal de bendición.
Y Bepo está allí, al lado de la
novia, impasible y sereno, fijos
los ojos en el viejo Cristo ahuma-
do que los niños han traído del
cuarto de las criadas, para elevar,
en el zócalo de la ventana, (tel
triunfo de la leyenda» y santificar,
en el nombre de Dios, aquel simu-
lacro tentador de la vida.
Margot está triste. En sus oja-
zos musulmanes tiembla el lloro,
próximo á rodar por sus mejillas,
y en la flor de la boca se adorme-
ce una como contracción de amar-
gura, en el pliegue de sombras que
la circundan. Bepo se ha caído ;
Bepo tiene el brazo mutilado, la
nariz ahondada, un hueco enorme
en la cabeza ; Bepo está descuaja-
ringado : ¡ pabre B^po !
Debajo de la escalinata del mi-
rador, en uji agujero cualquiera,
ha colocado. Margot los últimos
restos de su esposo ; y, tristemen-
te meditativa, se sienta á la me-
sa aquella tarde, entristecida y
pensando — á solas — cómo hará pa-
ra pedir á sus padres otro Bepo.
De pronto, sus ojos brillan ale-
gremente con un extraño fulgor :
ha encontrado la solución del pro-
blema y, ensayando sanrisas ma-
liciosas, alegre, con toda la jovia-
lidad de su alma-mariposa, le pre-
gunta á su mamá :
— Cuando papá se muera ¿tú te
casarás con otro papá, mamaíta...-'
Una onda de rubor cubre instan-
táneamente el rostro de la madre,
como si aquel vaticinio — dicho por
labios vírgenes — fuera una maldi-
ción caída en el estrago de su al-
ma atormentada. Y antes que !a
sorpresa dejara libre el paso, tai-
vez á una reconvención ó á un ca-
riño de la joven madre, él, el ce-
loso marido, concretando su egoís-
nro salvaje en el verbo candente
de una mirada interrogadora, le
contesta — gozándose en el efecto
(jue sus palabras blasfemas produ-
cirán: — Sí, ángel mió, sí, se ca-
sará con otro ¡y qi\ién sabe...!
Y el ruido de xm sollozo trémiilo
cortó la frase agresiva que, como
flecha envenenada temblaba aún
en el aire de la tarde agonizante
y fría...
— ¿Por qué preguntas eso, mi
Margot? — dijo el esposo infame,
como para llevar sus dardos enve-
nenados al sagrado refugio del
llanto.
— ¡ Ah ! no te digo. Me riñes,
papá. Y balanceaba su dedito de
rosa, repitiendo : «No te digo, no
te digo».
— Dinip. Te doy lo que pidas...
— .M ira : Bepo se ha muerto. Se
cavó el pil- recito de la escalinata.
Estoy sola, papaíto ¡ cómprame
otro Bepo !
^-Mañana, sí, mañana, viudita.
—¿Verdad?
—¡Sí! ¡sí!
— Mañana, mañana viene mi
— 236 —
maridito. ¡ Qué bueno es papá,
mamaíta ; dale un beso...!
Ya es la hora de paz.
En la cuna, arrebujada bajo lavs
ropas de lino, blancas y sedosas
como un capullo de algodón, Mar-
got sueña con su nuevo Bepo ; con
la caricia tentadora del primer
beso — desflorador de pétalos into-
cados — y vuelve á verse con sus
guirnaldas de azahares, prendidas
en la veste nupcial, como sartas
de mariposas blancas y diminu-
tas...
i Sueño de niño ! lirios abiertos
en el arrobo virgen del bosque,
ya nunca tomaré en vuestro va-
so temblador el rocío de la maña-
na ¡ blanco lirio !
Ya es la hora negra.
En el colchón de plumas, cubier-
to el rostro pálido con las ma.nos
tembladoras, ella, la madre infor-
tunada, piensa, con honda melan-
colía, en sus primeras ilusiones de
amor ; en las caricias pasadas ; en
la inefable claridad de su espíritu,
hoy ensombrecido y yacente... Y
una como ola de desesperación
anubla sus sentidos, pensando, en
su infatigable mariposeo, conver-
tir en realidad todo el cuadro en-
trevisto por el marido, en la bru-
ma desesperante de los celos.
Ya es la hora trágica.
En el estudio, hundidos los de-
dos crispados en la melena hirsu-
ta, él, cavila...
El libro que comenzó á leer, en
la mesa de ébano, há tiempo
abierto por la misma página. A
intervalos, contestáredose él mis-
mo el monólogo terrible ; se le
oye murmurar: «¡Ella me en-
gaña... !))
Suena una hora en el reloj le-
jano. «¡Es tarde!» Y se dirige al
dormitorio, diesperezándose como
ur felino antes de entrar en la
madriguera. Al paso tropieza su
mirada con la cuna de Margot, y
el sentimiento de padre, sobre-
puesto á todas las vicisitudes de
la vida, cae, e.n la beatificación de
un fulgor misterioso, sobre el sue-
ño errabundo de la inocente. Y
más allá, al extender el tul del
mosquitero en el tálamo bendeci-
do en nombre del Señor, le dice á
la compañera de sus días :
—r! Sabes? Margot sueña con su
nuevo Bepo, y tú... ¿con quién?
— ¡ Con quién ! repite la infeliz
esposa.
Y un ahogado suspiro vuela y
llora en la desolación de aquella
burguesía.
Edg.vrd LEMAIS.
Tiad. de Vázquez Yepest.
-•-♦^-
Mujer y gala
IjA sorprendí jugando con su ¡snUx.
y contemplar cansóme maravil'a
la mano blanca con la blanca pata,
de la tarde á la luz que apenas brilla.
Cómo supo esoonder la mojigata,
del tnitón tras la negra redecilla,
la punta de marfil que juega y mata,
con acerados tintes de cuchilla!
Melindrosa á la par su comp»iñ<írí*
ocultaba también la garra fiera;
y al rodar, abrazadas, por la alfombra.
un sonoro reir truzíi el ambiente
del salón... y brillaron de repente
cuatro puntos de fósforo en la sombra!
PAHf.o VEKLAINE.
Trad. da Gitillermo Valencia,
237
fltiivefsatio
Del libpo « Iti jVIemopiam », pFÓ3<íimo á apapeecp
Pa ra Afolo.
III
— ^iiii no hace un año que ciiyó la tierra,
la tierra del olvido, ji^ris y fría,
sobre elnegTO sepulcro (jue me encierra;
aun no hace un año del eterno día
en que á mi cucriio rígido al)razado,
enjuji'aste el sudor de mi a^'onía,
y en tu pecho mi imají'cn se ha borrado. ..
¡ Aun no brotó una ilor sobre mi fosa,
y ya á tu pobre Elisa has olvidado !
¿No recuerdas el itálido semblante
([Uü levantó tu mano lemldorosa
jiara besarme en el postrer instante?
¿ Ni los labios que tanto te besaron
y que al plej^arse para siempre, ansiosos,
en un débil suspiro te llamaron?
¿Ni aquellos ojos de mirar doliente
([ue á tus besos cerráronse, vidriosos,
para soñar eonti^'o eternamente?
¡ Ya no te acuerdas de tu pobre muerta,
la que bajo la ne^ra sepultura
Sillo al recuerdo de tu amor despierta,
y elevando al azul su pensamiento,
"desde su negra obscuridad murmura
con un hilo de luz (jue apaga el viento:
— Señor, haced de mi lo que queráis,
mas tened compasión de esta criatura
((ue sola ¡i su destino abandonáis !
II
Ya perdí la esperanza, y aun te espero.
Cuando mi cuerpo de terror so helaba,
1* inmensa pena del adiós postrero,
más que por mí por tu orfandad sentía,
que si mi coraziin agonizaba
era tu corazón el que moría !
Y más que el abandono de la fosa
más que este pertinaz misterio helado
que me amortaja en noche tenebrosa,
siento tu soledad entristecida . . .
Verte andar, como un niño, extraviado
por el gran laberinto <ie la Vida !
¡ Y'a no habrá quien mitigue tus dolores,
ni pupilas que velen tu destino
y que lloren al par cuando tú llores!
Una huérfana siilo en tí confía . . .
Vive por ella, como yo, en tu caso,
aun sin alma y sin vida viviría. . .
Aparta de su senda los abrojc)s,
disipa las tinieblas á su ¡laso.
y haz que recuerde á Aquella que sus ojos
apenas retlejaron en la Vida.
á aquella polae mártir infelico
que ni cu la tumlia su recuerdo olvida,
y que alzando su mano descarnada
desde su lecho secular, bendice,
su débil cabecita iirmaculada. . .
i Oh, Mailre de .Tesús, Virgen M-'ría,
oíd de una madre muerta los clamores,
mudas plegarias que hasta el Cielo envía!...
Si UH destino fatal á mi hija inmola.
sus Maníds. su ti-istcza y sus <tolores
los quiero para mí, para mi sola !
IV
No marchas solo. Sin cesar te sigo,
y á donde vayas, en tu ruta incierta
verás mi sombra caminar contigo.
Contigo sufriré la suerte esquiva,
y la que para todos está muerta
para ti eternamente estará viva.
Y al verte vacilar triste y cansado,
murmuraré á tu oído : — Aguarda... Espera..^
La hora de la partida no ha sonado !
Y por tus sueños pasaré ligera,
derramando en tu espíritu agostado
las ílorfS de ini eterna Primavera.
Y en la hora final de la partida,
cuando desciendas á la tumba á verme,
igual que en las tristezas de la vida,
besándote en los ojos, diré: — ; Duerme !
Y en la honda paz del ataúd estrecho,
al arrullo inmortal <ie tu cariño,
te dormiré, cantando, sobre el pecho,
como una madre que adormece á un niño.
Francisco VILLAESPE8A
— 238 -
0« ?4uz y Cutís
DE *EL POEMA DEL HOGAR»
Paréntesis matinal
Su pie sobre mi huerto posó la primavera...
Ya el canto de mis íntimos ruiseñores halaga
Mi oído, y el perfume de Flora me embriaga,
Disuelto en la purísima frescura mañanera.
Trepando por el muro, la verde enredadera
Que cubre mis balcones, tamiza la luz vaga
Del crepúsculo, y veo que en un regato apaga
Su sed una paloma de la finca lindera.
Inundado de júbilo, yo elogio la menuda,
Magnífica sandalia que calzó Primavera
Al tornar á mi huerto, siempre semidesnuda.
Hago luego un paréntesis; á la puerta me asomo:
Que hay un concento de aves y yo lo escucho como
Si la voz de mi alegre primogénita oyera.
DE « ALBAS SANGRIENTAS »
Para mis hijos Apolo y Mercurio,
cuando entren en la odolescencin .
Apolo :
Oye, hijo: en la lucha por la vida
Triunfa ligeramente la canalla;
El vulgo es necio, su pasión estalla,
Y el que besa su pie sube en seguida.
El hombre libre, que es un mártir, cuida
Su libertad que todo lo avasalla:
Si cuando el vulgo aplaude, él, solo, calla,
Cuando aquel calla, él, solo, es un atrida.
— 239 —
Pero ese triunfo de los viles pasa
Fugaz, y el mártir solitario asciende;
La gloria acoge al luchador; la crasa
Multitud huye entonces de la arena,
Y el hombre austero que luchó, comprende
La avilantez del vulgo... y la condena.
Mercurio :
Tú, como Apolo, escúchame, hijo mío:
Sé altivo y noble, soñador y humano
Oí tus ideas, pero no al villano;
Oa tu alegría, pero no tu hastío.
Sea tu corazón, como el sombrío
Bosque, un haz de misterios; y tu mano,
Baldón sobre la frente del tirano
Y fusta sobre el dorso del impío.
Odia los gestos y genuflexiones
Oel pulido lacayo y ios histriones;
Y, si grave y solícito, cultivas
La verdad: credo de las almas fuertes,
Más que á todas las furias vengativas
Teme á los hombres frágiles é inertes.
240
£ti -el Yosl)iwara
(í:
i'a IV. Apolo.
A la vspirit'ialidiid cxqiiiíiiía de Anreliatio Gonzáles Tizón.
'- llyc :
A ifii en el Yosliiwiira,
'11 1 -la lii-lla miflic ciitV'niiu i l;int;'iiiiiii,
i|i'.;i]i iiiMs \i((l¡nt;s tiMiiis iir^írds,
uipi- \ inünrs ni';;Tiiíj (|uc en Italia,
i-a lilarou su,-; pcsari's {x los astros
<^n^ lloraban el fondo de sus cajas;
■\v -lis cajas tan negras i tan viejas,
::ii, llenas <le harnionia.s y nostal^'ias:
aoi.Hic el curaz.ui de los violines,
riM. les sollozos lafiranientc sanü'ra !
l)iia lii- s>iureii'. eliica mimosa
.; N ' \es mi cara pálida?
con un • kimono» extiaño donde brillan
áureos dra.i;ones i dos Ibis de oro;
tiene en la mano una pantalla antifíua
i[Ue ti^nró en el t(!niplo de «Asaekusa»
en tanto ([Ue, en su peebo se columpia,
nna Joyita ebúrnea ! . . .
Otra €n)usmé» me dico (lUe me espera
en su blanco aposento . . .
«(juiero besarte» murmura en mi oído,
i se aleja sonriendo,
mientras ([ue de sus ojos alf^o oblicuos
resbala una caricia,
que después de contarme sus deseos
rueda por su abanico ! . , .
t'oii.c. cmneas pidiéronlas
'■11 la cara siniestra de la noelie.
l'iflu'iiian las chinescas
la ii!,\>licas farolas.
)ii'iiili',-ntes de las r;>inas ^;-emebund;!s
|i'iiiladas de hojas secas:)
III" lapizadas de matices raros,
a'i. I Hieren expresiones cadavéricas ! . ,
I na ale^i're «nuismea nos acaricia
I W'o cuenta una historia . . . asaz extraña,
lie üii «samuray» iiue... f.acaso importa? ;
itii' niras ([ue el compafiero de mi infancia,
'ic «saclvé» apura basta la hez la e0|)a!.,.
V :\ rrisaiitiieinn hermoso se deshoja
en ¡a ale;.;ri:i enática de mi alma;
miiiitras i|ue, en el ambiente se estremece
'Olla la vibraciiin que hay en mis ansias...
Allí viene una «oirán» eng'alanada
'■'iii un resi<i «kimono».
Eh, comiiañero: en marcha . .
\j\\ momento . . .
espera ([iie sollocen los violines,
los violines enferinos;
f, no sientes (;n sus sones tan profundos
un hálito de tue>;o?,
así, como el vajior de muchas lágrimas
brotriiido de un efluvio sidéreo !
Escucha como lloran los violines,
¡oh! Hilé amargo es su acento!;
se dijera ([iie el alma se me escapa
en un suspiro trémulo,
i se ahorca en las cuerdas dolorosas
de los violines nejfros ! . . .
Chica: esios versos,
escribí en un «Uuamisé» del yoshiwaru,
una noche en que el viento
sollozaba en las ramas,
i dos «maickos» risueñas
miraban una estaniiia (le Utaniaro,
i un «samuray» hojeaba,
sobre una mesa un álbum ! , . .
Josi; M. DK ANUÜITA ZEBALLOS.
Genios
Seiob-laros que al lucir
tíMiéis por fuerza que arder,
(lili plid con vuestro deber,
alun brad hasta morir;
i.ichad \)ov ol porvenir;
al aos s:()brc la insidia,
que no triunfa quien no lidia,
■ni es grande el que se levanta
sin sentir bajo su planta
el pedestal de la envidia I
Salvador DÍAZ MIRÓN.
í 1 I Del libro en prepaiaclón «Las Selvas del Rio de Oro». — Buenos Aires líUO.
- 241 —
Poema
Para Aroi.o. A Carlos J/.» de Vallej).
Su matinal eaneión mupmupeí la fontana
á una volable fosa que se ofpeee entpeabiepta
en lo alto del tallo, sutil y casquivana,
eomo á las tentaciones de una engañosa oferta.
Espéjase temblando su eot*ola temprana,
en el cristal bruñido de la fuente desierta,
y al mirarse se enciende el carmín de su grana,
tal como se sonroja una niña inexperta.
Una R^ano de nieve pone fin al idilio
de la eglógica fuente y la flor, cuya esencia
— inédito poema sin rimar de Virgilio —
perfuma de albo seno la divina turgencia,
n:iientras en la silente soledad de su exilio
solloza la fontana la canción de la ausencia.
José VlAf^A.
»^4
tto
Para Apolo.
Ojos verdes y astutos de monje ó de bandido^
Una melena hivsida como la del león:
Tan libre como el águila^ altivo, descreído
Si pequeño el cerebro muy grande el corasen.
De natural bohemio, sin ambición, sin nido . . .
Una meta: el futuro; pasiones: la pasión
De la mujer y el vino: cuando más he sufrido,
He corrido mi pena con alguna canción.
Una carga injinita de ensueños y quimeras.
En mi huerto un continuo reir de primaveras,
Lo jocundo del trino, el perfume y la jlor.
He de hacer una escala con mis sueños dispersos
Y subiré' confiado recitando mis versos.
Hasta un cielo encantado de Locura y Amor.
MONTIEL BALLESTEROS.
Montevideo.
— 242 —
Rimas
Para Apolo.
Lluvia lenta para sentir
qué del vivir, qué del sufrir
con un ensueño evanescente
fulgurando bajo la frente
lejano, muy bello, lejano...
y el recrudecer inhumano
de la frígida herida hundida
en la leve alma aterida . . .
Lluvia, lluvia para sentir
qué del sufrir, qué del morir,
sino la grávida esperanza
de un misterio que no se alcanza:
la negra ribera severa
ó la albada y dulce ribera.
Silenciosa en que se reposa,
yo quiero luz, no quiero fosa:
luz celeste por cabecera
para este mal que desespera;
para este mal, para esté mal
de lo infinito y lo inmortal!
Cayendo, llorando, diciendo
un gran perdón que no comprendo,
lluvia lenta para sentir
qué del vivir, qué del morir:
cae, cae perennemente . . .
mas no muera bajo mi frente
el bello ensueño evanescente, .
muy bello, lejano, lejano ...
oh terror, que fuera la vida
en alma blanca horrenda herida !
— 243 -
Un tirano sentir profundo,...
no sé qué ... la entraña del mundo
me gruñe el crimen de su invierno!
¿ Por qué sentir, por qué sentir,
para sufrir, para morir?
Me pesa el crimen de este invierno . . .
Oh lluvia, reza la oración
de tu gran llanto de perdón,
por siempre, por siempre en lo eterno,
sobre el absorto corazón !
Edmundo MONTAGNE.
■—*--
Máximo Soto Hall
Te he visto en algún cuadro florentino :
Has sido tú escultor, pintor, poeta,
Espíritu que canta ó que interpreta,
Bohemio humano, pensador divino.
Nos hemos encontrado en el camino,
Y hoy te pinta mi pluma harto indiscreta,
Sin poner más color en mi paleta
Que el que á la gloria tuya ha dado el sino.
Empieza en tu florida primavera
Tu bella musa con sus alas de oro
A alfombrar, de laureles tu carrera.
Y entre el aplauso de entusiasta coro,
Bravo batallador en tu trinchera.
Triunfante suenas tu clarín sonoro.
RUBÉN DARÍO.
- 244 —
"Pan« lucrando"
El periodismo no es hoy un apostolado ni siquiera un cul-
to. Pane lucrando, Qwiúqn'xei'íx. de esos fracasados en el arte y en
la lucha cuotidiana se prende como un náufrago á esa tabla
salvadora que el destino puso á su alcance : la prensa, y arró-
gase fácilmente el título de periodista.
Yo no soy tan ingenuo para extrañarme de ello. Bien sé
( de América hablo ) que si existieron un Montalvo, un Juan
Vicente González y un Martí, fué en épocas de más alto idea-
lismo y honestidad que la actual en la que un grupo de merca-
deres de sus conciencias, abroquelado tras el escudo de la ley,
hace fuego contra la libertad, pretendiendo detener la corriente
evolutiva que siguen todos los pueblos.
¡Oh, la prensa asalariada; antro de prostitución donde se
corrompen todas las almas; donde se encubren todos los críme-
nes; donde todos los fracasados se dan cita!
Bien dijo Ibsen: <. Es inadmisible que los sabios martiricen
los animales en nombre de la ciencia. Los médicos debieran ser-
virse para sus experiencias de periodistas y políticos ».
PÉREZ Y CURIS.
- 245
£1 vi^o de las gafas verdes
En uno de los barrios de Mon-
tevideo, llamado la Aguada, exis-
tí' un gran estableciiniento 'fabril
que ocupa alrededor de 500 obré-
ros. Don Fermín, el propietario,
hombre viejo ya, tierie el rostro
color mate, con pronupciadas
arrugas, labios gruesos y un re-
cargo en la papada que le dan 'el
aspecto de un hombre en con-
tinuo eructo ; bajo y barrigón :
de n irada acusadora, como si la
desconfianza hacia todo estuviera
l)alpitant9 en su ser. La:5 gafas
verdes que usa y su bigote, muy
raro y grueso como cerda, dan á
esta cara de bestia, un aire de
repugnancia.
Sus operarios, á los cuales les
jjaga lo menos posible, regañán-
doles hasta el último centesimo,
1: temen por su eterno mal humor
^ por su excesiva avaricia.
En su casa, don Fermin, con-
trola las cuentas del gasto domés-
tico, discutiendo con su mujer y
sus hijas todo centesimo que crea
n al invertido. Odia las modas
que le ocasionan un derroche inú-
til en el atavío de sus hijas ; y
grita contra las compañías teatra-
les que cobran precios fabulosos
por los abonos, cua.ndo en ellas
se inscribe lo chic de la sociedad,
y su mujer que mira por el porve-
nir de sus niñas le reclama el di-
nero para las localidades, puesto
que en estas reuniones donde acu-
den los jóvenes de bien, existe la
posibilidad de hallar novios para
éstas. Xo puede conformarse que
habiendo en su casa cuatro mu-
jeres, haya que pagar una sir-
vienta para los quehaceres, que
ellas bien ijcdríaii hacer sin sa-
crificar ese dinero inútilments...
Para Apolo.
Hay en una' de las calles aparta-
das de la" ciudad, cierta casita
conocida por' el nombre de ((Ca-
sa Rosada» por el hecho de ha-
llarse piiita/do su frente de este
color. Se reúnen en ella todos los
viejos adinerados y verdes, que
asisten' á desahogar toda la mor-
lio'sidad de sus degeneraciones.
La Isidra, mujer entrada en
años, gorda y grande como una
vaca, ks proporciona continua-
mente niñas, de las cuales la ma-
yoría no ha alcanzado aún los 15
años. Pero la Isidi'a, á pesar de
su calidad de madame y sus años,
sirve á algunos de los concurren-
tes que la consideran una mara-
villosa artista en la materia. Gran-
demente difícil, casi imposible
puedo agiéverar, resulta la entrada
á esta casa de personas ajenas al
círculo de estos viejos lascivos, y
más aún siendo joven. Pero la
I idra, á quien conocí cierta no-
che de carnaval en un baile de
máscaras que en el «Club X» se
realizaba, tuvo la deferencia des-
pués de mucho insistir de permi-
tirme lá entrada á condición de
quedarme recluido todo el tiempo
que permaneciera en ella, en su
dormitorio, desde el cual por me-
dio de tres espejos colocados á ese
efecto,, podría dominar la sala sin
ser visto por. los que en ella se
encontraran.
Un sábado, por ser este día ei
que más número afluía á la casi-
ta, nie encaminé hacia ella, dando
los golpes indicados de antemano
para entrar sin ser visto. La Isi-
dra, con su enorme corpulencia,
ca Trinando de espaldas á la sala,
hizo imposible percibir mi llega-
da, pudiendo colarme oculto por
- 246 -
tan inmensa trinchera. Frente al
dormitorio donde me hallaba, con
una cortina corrida y desde un
rincón pude, por medio de los
espejos, ver todo el movimiento en
la sala.
En la pared del frente, un ar-
tístico brazo con tres picos eléc-
tricos y en las laterales dos con
otros tres picos cada iino, llená-
banla de fuerte luz. El piso cu-
bierto por una alfombra granate
formaba un hermoso efecto con
las paredes decoradas por gran-
des flores granates también y los
divanes tapizados de terciopelo
del mismo color.
Un concierto de risas y voces in-
fantiles contrastaba con gruesas
risotadas. Ocho ó diez viejos, al-
gunos sin sombreros, otros el sa-
co y chaleco desabrochados, y otras
tantas niñas, regord|3tas y en-
cantadoras, algunas aún con ru-
los, todas con la pollera hasta la
rodilla, llenaban la sala.
Uno de nuestros hombres, tenía
sobre la falda, sentada á una ni-
ña que pasaba su brazito alrede-
dor del cuello de éste, besándole
como pudiera hacerlo con un pa-
dre. Otro, tenía entre sus pier-
nas, apretándola con las rodillas,
á una rubiecita, á quien con sus
manoplas apretábale la cara atra-
yéndola hacia la suya para im-
plantarle ua beso con sus labios
que estiraba como los de un ne-
gro. Aquello parecía la consagra-
ción de la~ belleza infantil por ca-
riñosos padres que adoraban á sus
hijas en su ingenuidad y alegría.
Mas nó ! De pronto se veía una
mano entrando cautelosamente
por debajo de la pollera de alguna
y un calzón que caía al suelo...
Se veía levantar la ropa á otra y
con I ostros de imbéciles contem-
plar todos lo que quedaba á des-
cubierto...
Haciendo coro en esta fiesta de
c^ecrepitud, el viejo de las gafas
\eides, sentó sobre sus faldas á
una niña regordeta, redonda co-
mo una bola, á la cual balbuceaba
algunas jjalabras, tomándole por
la gruesa papada.
Luego, la paró sobre el amplio
diván donde se hallaba sentado.
Tembloroso, como si se hallara
poseído de una excitación extre-
ma, bajóle los calzones.
Sus compañeros entre fuertes
risotadas gritaban: ¡Ahora!...
¡ Ahora !
Don Fermín, metió la cabeza
por debajo de las ropas tomándo-
la ansiosamente por las caderas...
La regordeta, roja como el fue-
go, abrió las piernas dejándose
caer contra la pared...
MARCOS FROMENT.
• ♦■
£1 £febo
Tu cuello sur^fc ilel seno como una torre
de marfil. Oh etebo!; los bucles oscuros
(le tus cabellos, notan sobre tu palidez,
líquidos y más azules que la noche de ojos
de oro con su traje de seda.
Entre las vestiduras negras, tus flancos
puros y nerviosos, de los mármoles con-
sagrados eternizan la gloria, y tu boca
sangrienta e& la tibia píxide en donde re-
vive el perfume de las cremas fabulosas
Empero, tu lindo cuerpo de líneas rít-
micas no calmará nunca el amor de las
prometidas; tus grandes ojos, semejantes
á gotas de mar, no bajarán nunca de sus
cielos poéticos en los cuales sueñan, fra-
ternalmente, los efebos antiguos con Nar-
ciso, gran corazón que murió de amarse.
LAURENT TAILHADE.
CATAI.O*;0 DE LA «LIBRERÍA MEKCl HK ) » 11
Tomos
Ovidio Las Heroidas I
» • Las jjetamórfosis 1
J^'loro Hazañas romanas I
i^hiint Ulano Instituciones oratorias ^¿
Qntnto Cvrcío V¡da de Alejandro 2
Estacio... La Tebaida 2
i^iicnno La Farsalia 2
Tito Livio Décadas de la Historia iíor.ia-ia 7
TirtuHdiio Vpología contra los .ij;eiitiles... I
Historii .-higusta ,. (Historia Augusta) ■'-1
Mtncinl y Fcdro Epigramas y fábulas .-í
Trr.ncio Teatro completo l.
.\ ¡ndryi) El asno de oro 1
J'Iinio (i Joven Panegírico de Trajano y Cartas 2
í'orncHo Nepote Vidas de varones ilustres 2
■I iivcnd y l'ersio Sátiras I
J.idio (relio ijas r¡oches áticas '/
San. Agustrn f,;, Cimlad de Dios i
Ainniiano Historia del Imperio Romano _'
Lricrrci) De la naturaleza de las c^osas 1
Clásicos Españoles
Tomos
('fivontes Novelas ejemjjlares y Viaje del
Parnaso 2
» Don (Juijote i'e li Mancha S
» T<^atro completo .'-{
Calderón dr hi Barca Teatro Selecto '»
Jliirtido de Mendoza sus en prosa I
(,hirvedo Obras satíricas y festivas 1
» Obras políticas, históricas y crí-
ticas 'J
» Política de Dios 1
Quintana- Vidas de españoles célebres -2
Duque dr Rivas Sublevación de iVápoles L
Aléala Galiano Recuerdos de un anciano 1
Manuel de Meló Guerra de Cataluña i
A ntolocjía (Poetas Líricos) ]'2
i'ri'.tóbal Colón Relaciones de sus viajes.. . ¡
Clásicos Ingleses
Tomos
Maeanlay Estudios Literarios I
)) Estudios Históricos 1
» .,- E'ltudios Políticos 1
» Kstudios Bioerátícos I
12 CATÁLOGO DE LA «LIBREKÍA MERCURIO»
Tomes
'■ Estudios Críticos 1
Estudios 'd(> política y litera-
tura 1
\'idas de políticos ingleses 1
Historia de la Revolución in-
glesa 4
Historia del Reinado de Gui-
llermo III 6
■' Discursos parlamentarios 1
Mil ton E' Paraíso perdido 2
.s7('/fcf.<//f nr* 'I'eatro Selecto 8
Clásicos Italianos
Tomo
M'imcni l,os Novios I
!> La Moral Católica 1
» Tragedias y poesías 2
i iu'icciardin I Historia de Italia 6
M '■,r]ui(tvi}i' Obras históricas 2
" Obras políticas 2
li'')iven!it< Crll'ifí'i Su Vida 2
l'nf^xo \,a Jerusalén libertada 2
Clásicos Alemanes
Tomos
. ihillir Teatro completo 'ó
n Poesías Líricas 2
!l('iii( Poemas y fantasías 1
») Cuadros de Viaje 'i
(locthf Viaje á Italia 2
» Teatro Selecto 2
ffvmbojdi Cristóbal Colón y el descubri-
miento de América 2
Clásicos Franceses
Tomes
l/oiiattiiK Civilizadores y Conquistadores 2
I{n!<fit((f Oraciones fúnebres 1
Clásicos Portugueses
Tomos
< "/•/((.( o> — lios Lusiadas 1
|-*c)esías Selectas 1
let
MI
lo
1
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1
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?'. í -■
''kJ^XS'
• •fríh-.-Á-
CATÁLOGO DE LA «LIBRERÍA MERCURIO» 13
Ediciones varias
L'omppyo Gener- — Cosas de España ., $ 1.00
l'onipeyo Gencr — Leyendas de amor » 1.00
Vicente Medina — Poesía » 1 .00
Antonio Lcdesma — La Nueva Salida de D. Quijote de la Mancha » 0.90
l'o7i(Jesa de Fardo Bazán — Insolación (edición ilustrada) » 1.00
^'ondesd de Pardo Bazán- — Morriña (edición ilustrada) » l.Oü
Alejandro Larrubiera — Camino del Pecado » 0.75
C pton Sinclair — Los envenenadores de Chicago , » 0.7-5
Manuel -7. Savri — Dios no existe » 0.50
Matilde Serao- — Historia de dos almas (novela) » 0.45
José Asunción Silva — Poesías » 0.50
■fosé Antich — Andrógino (Poema en prosa) » 1.00
-/. M. Llanas Aqnilaniedo — ^Pityu'sa (novela) » 0.90
U. Bahelais — ^Gargantúa » 0.90
■T. M. de Pereda — La novela en el teatro » 0.50
José Brisa — La Revolución 'de Julio en Barcelona » 0.50
Fnim-iscn A. Sicardi — Libro extraño (2 tomos rústica) » 1.80
Intimidades taurinas y El arte de torear de Ricardo Torres
«Bombita» (1 tomo rústica) » 0.90
E(a de Qiieiroz — La ilustre casa de Ramírez (1 tomo riística) » 0.90
J. M.^ Gabriel y Galán — Obras completas (2 tomos rústica) » 2.00
Federico García Sanchíz — Nuevo descubrimiento de Canarias (1
tomo rústica » 0.75
J. Pop per — El derecho á vivir y el deber de morir (1 tomo tela)... » 0.50
Tí". James — Fases del Sentimiento Religioso (3 tomos tela) » 1.50
Can'pano ilustrado— Diccionario castellano enciclopédico (1
tomo tela) » i. 00
Obras de Luisa M. Alcott
C.\D.\ TOMO $ 0.50
Tamos Tomoi
Las mujercitas 1 La Provincianita 1
Las mujercitas casadas 1 Los Hombrecitos 1
Obras de Valle inclán (i)
Aromas de Leyenda ; versos en loor de un Santo Ermitaño 1 tomo 9 0.76
Historias de Amor (edición ilustrada) 1 •> » 1.15
lias Mieles del Rosal: crónicas 1 » «0.50
La Guerra Carlista:
I. Los Cruzados de la Causa .- 1 » » 0.90
II. El Resplandor de la Hoguera 1 » » 0.90
III. ürerifaltes de Antaño 1 » » 0.90
(1) Ver las páginas 2 y 3 del presente catálogo.
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í O'.. ;.Aíi
;4^í V '¿i
14 CATÁLOGO DE LA «LIBRERÍA MERCURIO J
Obras de Rubén Darío (1) ^
Cantos de vida y esperanza (1 tomo rústica) $ 1.25
Viaje á Nicaragua (1. tomo rústica) » 1.00
Obras escogidas (tomo 1." rústica) » 0.90
Obras escogidas (tomo 2.° rústica) » 0.90
Obras escogidas (tomo S.° rústica) » 0.90
Prosas Profanas (1 tomo tela) » 0.90
Peregrijiaciones (1 tomo tela) » 0.45
Los Raros (1 tomo rústica) » 0.4o
España Contemporánea (1 tomo tela) » l.ÜO
La caravana ¡)asa (1 tomo tela) ; » 1.00
Tierras Solares (1 tomo rústica) » 0.90
Obras de Vargas Yila
Á 0.25 CADA TOMO 1-:X RÚSTICA, V O.45 EN TELA
Tofflos ' Tsmet
Aura 6 las violetas 1 Flor del Fango 1
Copos de espuma 1 Las rosas de la tarde 1
Á 0.90 CADA TOMO — PASTA DE LUJO
Tomes Toáis
Páginas escogicjas 1 Ibis 1
All)a roja 1 Laureles rojos 1
Kí Alma de los lirios 1 Prosas Laudes 1
.\rs-Verba 1 La República Romana I
El Camino del Triunfo 1 La Simiente I
La Conquista de Bizancio 1 Los Parias 1
Los divinos y los humanos 1 Verbo de admonición y de com-
Flor del Fango 1 bate 1
Novelas de Eduardo Acevedo Díaz
Brenda 1 tomo $ l.oO Grito de Gloria... 1 » » 1.20
Ismael 1 » » 1.20 Soledad 1 » » 1.20
Nativa 1 » » 1.50
Obras de Samuel Smiles
0.(J() CADA TOMO EN TELA
Tomos Tomes
El ahorro 1 Viaje de un muchacho alrede-
¡. Ayúdate! 1 dor del mundo 1
El Carácter 1 Vida y Trabajo 1
Inventores é industriales 1 El Deber 1
Vida de .Jorge Stephenson 1
(1) Ver la página 3 del presente catálogo.
í-(
CATALOGO DE LA -tíJH'íEKIA 3ÍKRCUKIO J
Obras de Rubén Darío (1)
Cantos (le \¡(\ii y t'i?})franza (1 toiiu) rilstipa) $ 1.25
\ iajc ;í Nicaragua (1 ttjino riistica) » l.UO
( )t)ias i'SíH)gidas (toiuo 1." nistica) » O.ÜQ
Oliias cseogi'ilas (toiiio 2." nistica) : » 0.90
()liias csco^^iidas (tomo 3." nistica) » 0.9(1
i'rosa-s L'roíauas (1 tomo tela) » 0.90
Peregrinaciones (1 tono tela) » 0.4.5
ivos ¡{ai'os (i tomo lústica) » 0.4.1
Kspaua C()iitenij)oráiH>a (1 tomo tela) d 1.00
i^a caravana ¡jasa (1 tomo lela) >> 1.00
i'ierras .Solares (1 tomo rústica) » 0.90
Obras de Vargas Vila
Á 0.25 CADA KJ.MO KN KCSTICA, V O.43 EN TEL.A
Tomos Tomos
.Aura ó las violetas 1 Flor del Fango 1
Copos de esjiuma 1 Las rosas de la tarde 1
A (i.(j() CADA TO.MO — PA.STA DE I-UJO
Tomos
Tomis
Páginas escogicjas 1
All)a roja 1
1".! .Alma de los lirios 1
.\rs-\'erlia 1
KI Camino del Triunfo 1
La Conquista de liizancio 1
Los divinos y los humanos 1
Fl(n- del Fango 1
Ibis 1
íjaureles rojos 1
Prosas iiandes 1
L;i Kepiíhlica Romana I
La Simiente 1
IjOS Parias 1
Verho de admonición y de com-
hato 1
Novelas de Eduardo Acevedo Díaz
Prenda 1 tomo $ 1.50 Grito de Gloria... 1
Ismael
Nativa
1 )) » 1.20 Soledad
1 )) » 1.50
Obras de Samuel Smlles
().(;(! ("ADA TOM(1 EN TELA
Toaos
» 1.20
)) 1.20
Tomos
I'".! ahori-o 1 Viaje de un muchacho alrede-
; Ayúdate! 1 lor del mundo 1
Kl Carácter 1 Vida y Trabajo 1
Inventores é industriales 1 F.l Deber 1
Vida de Jorg(> Stephenson 1
(I) Ver la ¡)ágina 'A del i)reseute catálogo.
- -201 —
Los suicidas
1
Yo me explico el horrur de los
suicidas á la vida. La última
cumbre de sus aspiraciones ha
sido franqueada y después ....
un gesto de metafísica abruma-
dora sefialará íi la Muerte C(Muo
la única emperati'iz conquista-
dora de las finalidades ascen-
dentes.
Hamlet desde la infausta no-
che reveladora, ya nunca, más
oye la voz de Ofelia; la obsesi(3n
de veng'anza llena toda su vida.
Mientras describimos invaria-'
blemente la órbita de nuestro
trágico cotidiano, el espíritu di-
lata enormemente el pensamien-
to de la vida y el Yo imaginati-
vo, insosegable corre tras la cua-
driga vertiginosa del Ensueflo,
porque va volcando rosas en su
peregrinaje al infinito.
Solo así concibo la existencia
de los miserables; desde el cre-
púsculo eterno en que los ha
sumergido su condición de hu-
mildes, á través de la negra no-
che de sus designios, ellos ima-
ginan la torre de oro que guarda
al poderoso y comprenden el
reguero de estrellas que les brin-
da su Dios. (Finalidad incons-
ciente).
Y nosotros que describimos la
órbita de un trágico que podría-
mos llamar trágico perfeccionado,
rendimos homenaje á las mismas
leyes y ofrendamos á los mismos
dioses.
• De esta manera ha planteado
el sublime místico Maeterlinck
su socialismo igualatorio, fun-
dado en la psicología. Socialismo
de conciencia, raro y profundo
Para Apolo.
socialismo, por el que las accio-
nes heroicas y las acciones ba-
nales se diferencian en la pre-
sencia ó en la, ausencia del yo
trascendental. Son círculos repre-
sentando \:i vida con centros re-
prcsent.'iudo la ambición. «-Le
Trésor des Humbles», bello sal-
mo de optimismo y de esperanza,
es así como la encrucijada donde
confunde destinos, la gloria épi-
ca y la existencia austera, la
virtud, el silencio y el dolor.
Cuando mayor sea la inteli-
gencia mayor será el área del
círculo. Así tendremos el círculo
del imbécil cuyo radio es el ra-
dio de su cabana y el radio del
círculo del sabio que se extiende
al infinito. (Finalidad infinita).
Yo me explico el horror de
los suicidas á la vida.
La última cumbre de sus as-
piraciones ha sido franqueada y
después . un gesto de metafí-
sica abrumadora seilalará á la
Muerte como la única empera-
triz Conquistadora de las finali-
dades ascendentes.
Ofelia cuando siente que la
espina del desdén se ha clavado
en su corazón se arroja á los
abismos.
Los suicidas son los que han
hecho con la finalidad consciente,
la finalidad finita. (Se borran los
círculos, pudieron ser idiotas
como pudieron ser genios; pue-
de ser infeliz el ignorante como
el genio: el idiota preguntando
para qué sirve su caballa y el
sabio preguntando qué es el
Cosmos ).
Kioiitevideo. Octubre ]!»10.
Carlos PlTTAMKiLlO BCC^UET.
MISSING I
- 263 -
Mi cuc|)íllo
Para Apolo.
Tengo un viejo cuchillo lobero,
cuchillo de historia,
que al verlo mohoso no sé por qué infiero
que en antiguas edades de gloria
yo fui su salvaje i audaz compañero.
Que los dos por las Islas nos fuimos,
de Castro a los Chonos,
rompiendo los bosques, hundiendo los limos,
i burlando del mar los enconos
triunfantes de todo los reyes nos vimos.
Me parece que aún lo tremola
mi mano siniestra,
que lo hundo hasta el mango, pelando en la ola
con el lobo que herido me muestra
sangrientos sus pechos, su vientre i su cola.
Que con él yo les quito la vida
a diez blancas focas
que vienen del Polo en fantástica huida,
que les rajo de un golpe las bocas
i senos al darles mi recia embestida.
Y que lanzo clamores salvajes
que el eco dilata;
yo el rei primitivo de aquellos parajes,
mientras pasa la gris cabalgata
del Austro que ruje sus rudos rendajes.
A. BÓRQUEZ - SOLAR.
Santiago de Chile.
»♦•
£1 coirazóti tiento
Erase un pobre corazón que
estaba todo negro y al que nada
podía tornar blanco.
En vano el pobre corazón les
suplicaba á las palomas que de-
jaran caer al pasar sus alas sobre
él; las palomas, enternecidas al
escuchar sus súplicas, dejaron
caer sus alas sobre él ; pero el
pobre corazón permanecía siem-
pre negro.
Y en vano le imploraba á la
luna que lo mirara durante largo
tiempo: la luna lo miraba cuan
do podía y el pobre corazón per-
manecía siempre negro. Y el agua
264
del íiiToyo lo lavaba, al propio
tiempo que á las guijas del álveo;
y la lluvia del cielo caía sobre él,
como sobre los trigos, y el sol
mismo sentía piedad de aquel
{>obre corazón negro.
Pero un día se aeerc(') á él otro
corazón que era feliz, puesto ({ue
era blanco, y tocó al corazón ne-
gro, y el corazón negro se rom-
pió; pero antes de rompeise se
tornó todo blanco, y sus despojos
eran ciindidos como las propias
plumas de las tórtolas.
Erase un pobre corazón que
estaba todo negro y al que nada
podía tornítr blanco.
Helena VACARESCU.
«♦«
lllegrtas dolorosas
Para mí las tiestas del carna-
val son de una tristeza profunda,
que está por sobre todas las fra-
ses hechas y por sobre todas las
lágrimas que diluvian en las lite-
raturas.
Yo veo la desolación más gran-
de en esos momentos en que sue-
nan infinitos cascabeles y vuelan
infinitas serpentinas y un alarido
inmenso desgarra las sedas de
la tarde y los terciopelos de la
noche.
Los cascabeles me dicen un
pavoroso espectáculo de mani-
comio. Las serpentinas me fingen
miles de víboras que se retuer-
cen per los aires en una furia
tremenda contra las pobres vidas
enloquecidas. Y el alarido inmen-
so que desgarra sedas y tercio-
pelos, es el propio dolor humano
llev^ado al frenesí.
I^as máscaras son más tristes
mientras expresan mayores júbi-
los. Nada más desgarrador, en
efecto, que esas faces de seda y
de cartón convulsionadas de ri-
sas y llenas de gestos de come-
dia Puede que el que las lleve
sobre su mísero rostro sea ver-
daderamente un ser feliz. La
expresión grotesca de la felici-
dad me restilta más melancólica
que la mayor desilusión.
Siempre ha sido costumbre en
otros decir que el carnaval en-
cierra y disimula todos los do-
lores. Porque siempre ha sido
costumbre, á mí me pesa incu-
rrir en idéntica exteriori/.ación
de impresiones.
Pero á pesar de todas las fra-
ses hechas y de todas las lágri-
mas que diluvian en las litera-
turas, es cierto que las fiestas
de esos días funambulescos son
de una tristeza profunda.
Y no quisiera hablar del al-
mizcle espantoso que envenena
la atmósfera ; de las caras mas-
culinas que siirgen como opro-
bios por sobre los rasos llamati-
vos de grotescos trajes de mujer :
del espectáculo simiesco de cier-
ta parte maldita de humanidad.
Desgraciada fiesta que viene
tradicionalmente inspirando he-
chos y frases cursis ! Desgracia-
da fiesta en la cual no hay más
blancura que la de Pierrot eter-
namente blanco bajo la eterna
harina de la luna !
Carlos Paz GARCÍA.
«ÜATaIAií.'.'. r.>E LA tl.l'Bl'xKIí.A M'KK'll' (."¡n t> ').)
Los Clásicos del Amor
CADA TOMO $ 0.25
:'C5E:t
i'oltahe — La Doncella 1
'f'^i.sdnova ....- Amores y Aventuras 1
Apulei/o El Asno de oro 1
l.onqo Bafnis y Cloe •
i'ncnthlas Italianos .„.., Obras Galantes I
nilHis Las canciones eróticas L
OoleoüJón Excelsior
.1. Dnudet — E\ Sitio de l'arís 1 tomo $ 0.40
H. (h' lialzar — Cuentos Droláticos. 1.^ serie 1 » ■ 0.4")
n. <]r Balzar — Cuentos Droláticos, 2.^ » 1 >' ■< 0.4")
H. (Ir Balzar — Cuentos Droláticos, 3.^ » ,-- 1 n > O.4.'
Jarqurs Souffrancf — El Convento de Gomorra 1 » ) 0.1"
('(u-Jos Burdel'iirr — Pequeños poemas en ])rosa 1 )s > 0.4n
Jiláximo (rorki — En la Cárcel , — 1 » » 0.4"
J.rún Tnlstiy — La Revolución en Rusia 1 •• ■ 0.2.'>
Bibliotes^ L? Argentina
{).20 CAH.A TOMO KN KC.'-TKA
Tomes
Hiiíi'h Cnnu-'ijf — ^listerio ., 1
< h . <'(tn''V>f — Hijo del mar I
¡■:. W. Honunuj—llníñes '. 1
]'¡cf()r Clirrhulirz — El novio de la Señorita Saint ^laiir 1
Jnrfir Ohiut — Un antijíuo rencor !
-Joriir Ohnet — Las batallas de la vida "2
f'l ■(l'nn'iT!) Knrnlmln — -El Desertor de Sajalín I
.1. Conan T)o\ilr — Sable en mano i
Adolfo Bdof — El crimen de la calle de la Paz 1
l'/'/or HiKjo — Bug Jargal I
Ortnv'io VruUirt — La novela de un .joven pobre ,_ 1
Alhirio Bh'si-Gana — La Fascinación 1
Obras de Ouida
CADA TOMO $ 0.25
Tomos 7oBos
Hebé 1 Tva Condesa de Vassalis 1
La Princesa Xenia 1 El Secreto de Idalia 1
El Correo de la Reina 1 La Rodrigona 1
La Conspiradora 1 Los Malhechores ,.:... \
— if^
<lel arroyo lo lav;tba, al propio
tiempo que á las Ji^uijas del <álveo;
y la lluvia del cielo caía sobre él,
como sobre los trig^os. y el sol
misdio sentía piedad de aíjuel
l)obre corazón neg'ro.
Pero un día se acerc('> á él otro
coraz(jn (jue era feliz, puesto (jue
ei"a blanco, v tocó al corazón ne-
¡?ro, y el corazón negro se rom-
pió; pero antes de ronipeise se
tornó todo blanco, y sus despojos
eran cándi'los como las propias
plumas de las t(')rtf)las.
Erase un pobre corazón que
estaba todo negro y al (]ue nada
podía tornar blanco.
Helf.na VACARESCU.
ftkgrias doloYosas
Para mí las tiestas del carna-
val son de una tristeza profunda,
(|Ue est/i por sobre todas las fra-
ses hechas y por sobre todas las
lágrimas (|ue diluvian en las lite-
raturas.
Yo veo la desolación más gran-
de en esos momentos en que sue-
nan infinitos cascabeles y vuelan
infinitas serpentinas y tin alarido
inmenso desgarivi las sedas de
la tarde y los terciopelos de la
noche.
Los cascabeles me dicen un
pavoroso espectáculo de mani-
comio. Las serpentinas me fingen
miles de víboras que se retuer-
cen per los aires en una furia
tremenda contra las pobres vidas
enloquecidas. Y el alarido inmen-
so que desgarra sedas y tercio-
pelos, es el propio dolor humano
.llevado al frenesí.
Las máscaras son más tristes
mientras expresan mayores júbi-
los. Nada más desgarrador, en
efecto, que esas faces de seda y
de cartón convulsionadas de ri-
sas y llenas de gestos de come-
dia Puede que el que las lleve
sobre su misero rostro sea ver-
daderamente un ser feliz. La
expi'esión grotesca de la felici-
dad me resulta más melancólica
que la mayor desilusión.
Siempre ha sido costumbre en
otros decir que el carnaval en-
cierra y disimula todos los do-
lores. Porque siempre ha sido
costumbre, á mí me pesa incu-
rrir en idéntica exteriorizac¡<')n
de impresiones.
Pero á pesar de todas las fra-
ses hechas y de todas las lágri-
mas que diluvian en las litera-
turas, es cierto que las fiestas
de esos días funambulescos son
de una tristeza profunda.
Y no quisiera hablar del al-
mizcle espaittoso (|ue envenena
la atmósfera ; de las caras mas-
culinas que siirgen como opro-
bios por sobre los rasos llamati-
vos de grotescos trajes de mujer:
del espectáculo simiesco de cier-
ta parte maldita de humanidad.
Desgraciada fiesta que viene
tradicionalmente inspirando he-
chos y frases cursis ! Desgracia-
da fiesta en la cual no hay más
l)lancura (jue la de Pierrot etei--
namente blanco bajo la eterna
harina de la luna !
Caklos Paz GARCÍA.
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•'¿ATa I.Vi'.V'i ViK \j\ 1 \:íYi\Vr.\{ . \ 'ArKl^Vl' I, Tn t,
! .>
Los Clásicos del Amor
CADA TOMO S 0.25
\'<>lt<iln; , 1,;:, Donfcíla
■i'^isíinnva ..„, Amoivs y Avonturr.s.
li'"'''.'/" El Asno <lc oro
I onijn
Dafnis V ('Nx
•^'iirnfistas Ifidiann.'. : Obras (¡alantes
'yilitis [vas cancionfs tTÓrica?.
Coleoción Excelslor
1. Dnidct — El Sitio de l'arís I toix.o $ 0.4"i
> ■ O.^l")
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//. i'li Jidlznr — Cuentos Droláticos. 1.-'' serif 1
//. <h lUiJzdc — Cuentos Droláticos, 2.^ » 1
H. <}(■ BnJzdc — Cuentos i)roláticos, 3.^ » ^ 1
■ lacquíü Snuifrnnri — El Convento de (Tomf)rra 1
('(irlos ]{'! nlfl-iirf — I'eqiieños poemas en i)rosa 1
Má.r'iUK) (rorl-'i — En la Cái'cel , 1
.L/i'iti T<iUf¡.y — Ea líevoliieión en Knsia 1
Biblio^eo^ Lp Arorentina
('i.20 C'.\l).\ TOMO !ÍX !-T,<Tl(A
Ilmjh (^nnir-iif — Alisterio
< h . ('anh-ff — Hijo del rjar '
!i. T[iirn>in(i — !?afíl(>s
\"ictr,i- < ItcrhiJii r. — Kl Tiovio de la Señorita Saint .Manr
■ f'iri/'' ( ,'h n< t — I'n anti<j;iio rencor
-inriir Oh lU'f — Las batallas de la vida
/ I ■(] i!ii¡r:i K(ji iilrnl.o — El Desertor de Sa.ialin
,1. C'niiui l')ui/]c — Sable en mano..,..
.\<ln]fn lhlnf~-YA crimen ('e la calle de la Paz
['¡■■fui Jluíjo — Bu<i, Jarííal
(hf-irní Vfiiilh't — Ea novela de nn joven jtobre
. [Ihi rio Wrsf-dann — Ea Ea se ¡nación
Obras de Quida
CADA TOMO $ 0.25
Tomos
Hebc , 1 La Condesa de \'a>-saiÍ5
Ea Princesa Xenia 1 El Secreto de Idalia
El Correo de la Reina 1 Ea Rodrigona
r.a Cojispiradora 1 Eos Aíalhechores
1
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X
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
A<iministra.d.or:
LUIS PÉREZ
ftedaooión. y A-draainistración:
TREINTA. Y TRES, 73
AÜO V
Montevideo, Diciembre de 1910
N.° 46
£1 artista
El artista ideal es aquel que reúne en una misma
obra y con mayor intensidad esos atributos de la. esté-
tica que se llaman sentido plástico y sentimiento poé-
tico.
Todo artista persigue esa conjunción tan difícil de
alcanzar. Todos los cultivadores del arte quisieran ser
creadores y de la noble lucha en que empeñan sus facul-
tades resulta que unos se imponen por la idea ; por la
forma otros y los menos por ambas.
En poesía no existe hoy el taumaturgo divino que
domeñe por igual, llegando al sumo grado de perfec-
ción posible, concepto y forma. El genio poético des-
aparece poco á poco. El culto de la tradición, unas
veces, y otras el afán de ganar prosélitos, desvían de
su ruta al poeta y cohiben su pensamiento. De ahí el
mal de las escuelas á cujeas normas él se somete menos-
cabando su talento en una cristalización prematura 3-
por desgracia definitiva. Un artista en perenne evolu-
ción es siempre un innovador que no pone límite á su
talento ; susjnodalidades varían á menudo y aunque la
idea que él sustente sea siempre la misma su arte es
multicolor.
Pero aun logrando esa conjunción estética de que he
hablado, el artista ideal ama sobre todo el sentimiento
poético que perdura.
PÉREZ Y CURIS.
1!)10.
- 266 —
FLOR. :be:is[ditjP5.
Para Apolo.
Cojo esta rosa del solar. — Galana
ofrenda os hace de ella el corazón. —
(¡Mirad, qué roja está y es de pasión,
por vuestros ojos, esta ñor toscanal)
Flor que nació en Abril una mañana,
y naciera, al nacer, en la prisión,
donde han postrado mis fervores, con
las bendiciones de una buena hermana.
Flor que ha nacido para hablar de amores
á vuestros ojos, que por ser traidores
ocultan la frialdad de una estocada.
Flor que ha nacido para ñor bendita . . .
y aunque os la ofrecen mirará marchita
porque ha nacido para ser amada.
TRÍAS DU PRÉ.
•♦«
SI TU SUI^IE^K-jOlS
Si tú supieras con qué premura
todo el tesoro de su ternura
te ofrece el alma ! i Qué triste está !
cuando á mi lado pasas esquiva
con el orgullo de reina altiva
quo despertando pasiones vá !
Si tú supieras cuánto medito
puestos los ojos en lo infinito
d? mi angustiosa desolación !
Cuanto me encantas y me enajenas
mientras descienden todas mis penas
á lo más hondo del corazón !
Cuando de lejos sigo tu paso,
puestos los ojos en el ocaso
do una esperanza que muere en él,
pienso que toda la vida diera
si en un instante besar pudiera
tu boca dulce como la miel.
I'ienso — y en tristes dudas me pierdo —
que es inhumano que en el recuerdo.
tan sólo á voces se pueda amar,
porque en la saña cruel de tu dolo
coii mis deseos me dejas solo,
muriendo á fuerza de suspirar.
Ven ; no desoigas el ruego mío,
porque padezco tan cruel hastío
qiif. sin tus besos muero de esplín ;
ven, y en tus labios la sed vencida,
ya sin objeto mi inútil vida,
eiitre tus brazos encuentre el fin !
José VIANA.
».»»
son BliAflCO
jPl^^t e:tj.a.ncio en. el templo
el veraerable pá-xroeo
te dio la. eom.txan.ic5n, yo te -u-eía.
desde txn. rin.eón. sa.gra.do . . .
"Y" ntxn.ea. ixn. sol má.s n.í-u-eo
tüvo amas rojo oea.so
qixe a.qtxel sol del espíxitix — la. hostia. —
a.1 desa.pa.2recrex tra.s de ttxs la.lDios.
tJtilio FLCf)I?.E;Z,.
— 267 —
Los camellos
Lo triste es asi . . .
Peter Ai.tkmberg.
Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos, hinchadas las narices,
á grandes pasos miden un arenal de Nubia.
Alzaron la cabeza para orientarse, y luego
el soñoliento avance de sus vellosas piernas
— bajo el rojizo dombo de aquel cénit de fuego —
pararon silenciosos al pie de las cisternas . . .
Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico
y ya sus ojos quema la fiebre del tormento:
tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico
perdido entre las ruinas de infausto monumento.
Vagando taciturnos por la dormida alfombra,
cuando cierra los ojos el moribundo día,
bajo la virgen negra que los llevó en la sombra,
copiaron el desfile de la Melancolía ...
Son hijos del Desierto : prestóles la palmera
un largo cuello móvil que sus vaivenes finge ;
y en sus marchitos ojos que esculpe la Quimera
sopló cansancio eterno la boca del Esfinge.
Dijeron las Pirámides que el viejo Sol rescalda :
« Amamos la fatiga con inquietud secreta » . . .
y vieron desde entonces correr sobre una espalda
tallada en carne, viva, su triangular silueta.
Los átomos de oro que el torbellino esparce
quisieron en sus giros ser grácil vestidura;
y unidos en collares por invisible engarce
vistieron del giboso la escuálida figura.
— 268 —
Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre,
la sed sin agua, el j^ermo sin hembras, los despojos
de caravanas . . . huesos en blanquísimo enjambre,
todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos.
Ni las sutiles mirras, ni las leonadas pieles,
ni las volubles palmas que riegan sombra amiga,
ni el ruido sonoroso de claros cascabeles
alegran las miradas al rey de la fatiga.
¡Bebed dolor en ellas, ñautistas de Bizancio,
qne amáis pulir el dáctilo al son de las cadenas,
sólo esos ojos pueden deciros el cansancio
de un mundo que agoniza sin sangre entre las venas !
¡ Oh artistas ! ¡oh camellos de la llanura vasta,
que vais llevando á cuestas el sacro Monolito !
¡Tristes de Esfinge! ¡novios de la palmera casta!
¡ sólo calmáis vosotros la sed de lo infinito !
¿Qué pueden los ceñudos ? ¿Qué logran las melenas
de las zarpadas tribus cuando la sed oprime?
sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas,
sólo su arteria rota la humanidad redime.
Se pierde ya á lo lejos la errante caravana
dejándome — camello que cabalgó el Excidio ... —
¡cómo buscar sus huellas al sol de la mañana,
entre las ondas grises de lóbrego fastidio!
¡No! buscaré dos ojos que he visto, fuente pura ,
hoy á mi labio exaasta, y aguardaré paciente
hasta que, suelta en hilos de mística dulzura,
refresque las entrañas del lírico doliente;
y si á mi lado cruza la sorda muchedumbre,
mientras el vago fondo de sus pupilas miro,
dirá que vio un camello con honda pesadumbre
mirando silencioso dos fuentes de zafiro . . .
Guillermo VALENCIA.
— 269
Periodistas chilenos
HERACLIO FERNANDEZ
-^^ -
Ojos avises
Fúlgidos ojos extraños
de metálicos matices,
divinos ojos castaños;
haced mis horas felices.
Yo vi el valor de los años,
yo vi remotos países,
pero no vi en mis antaños
la luz de tus ojos grises.
Hoy esa luz ilumina
mi senda trágica y bruna
donde tu sombra camina.
Ojos con lumbre de luna,
que tenéis los míos presos,
he de cerraros en una
noche, al calor de mis besos.
FROILÁN TURCIOS.
— 270 —
£1 fvío d^ la larde
En mitad del camino que for-
man dos hileras de sauces y que
costea, ondulando, la orilla del
riachuelo, á veinte pasos del pue-
bluco que recorta sobre la barran-
ca la línea complicada de sus te-
jados contra el fondo purpúreo
del cielo de la tarde. Personajes,
un viejo cargado de años y de pe-
Jias que se apoya en un nudoso y
fornido bastón de viaje, y dos an-
cianas ladinas que han salido á
distraer sus nietos, haciéndoles
contemplar las imágenes inverti-
das que refleja el agua.
Un hálito de tranquilidad en-
vuelve y dulcifica todas las co-
sas, del mismo modo que la luz
rosada de la tarde las hace risue-
ñas. Se oyen, suavizadas por la
distancia, voces de campesinos que
suben á la sierra ; los golpes me-
surados del martillo de la herrería
y la conversación melodiosa del
agua que se dispone á velar el
desfile de las horas nocturnas ; una
paloma se queja con voz de mu-
jer, y los grillos alternan bajo la
hierba sus agudas canciones. Por
un camino distante que baja rep-
tando al poblado, se ve pasar una
procesión de campesinos que des-
cienden lentamente.
Dice una de las abuelas :
— Ves ? Magdalena ? Allá van á
enterrar á Dolores la novia de
A.ntuco. Una linda muchacha
muerta en hora mala. Ya es la
segunda... ¿Recuerdas? Mal año
éste para mozas casaderas...
— Malos años todos y siempre ;
buen año éste para las muchachas
con novio.
— A tristezas de olvido prefiero
el descanso bajo las rosas y los
mirtos. . .
— ¿Por qué dices eso? Juntas
vimos la desesperación de aquel
mozo que esnviudó sin casarse ;
juntas le vimos cubrir á la difun-
ta de ramas florecidas, como para
impedir que la tierra hedionda
manchara la palidez de aquella
carne muerta. Además ha tras-
plantado al cementerio todos esos
lirios rojos de la montaña que se
abren por la tardecita como la-
grimones de sangre que llorara el
sol moribundo ; y en las noches de
luna han llegado á sorprenderlo,
acodado en el bardal musgoso, es-
perando algo que ni él mismo ha-
brá logrado explicarse...
— Por eso prefiero la muerte...
Estas muchachas que desaparecen
en el alborear de la pubescencia,
dejan grabado su recuerdo de
una manera borrosa, pero indele-
ble ; dijérase un girón de neblina
que se pone á danzar en el almar.
que á ratos se compacta y toma
una vaguedad encantadora de for-
mas corpóreas, y á veces se disuel-
ve, se disuelve sin extinguirse
nunca.
Callan poco rato, y una de las
abuelas nota la presencia del an-
ciano, y pregunta:
—¿Quién es aquel señor que allí
mira tan fijamente nuestras ca-
sitas ?
—No lo sé, por mis días, res-
ponde la otra. Pero adivino que
ha hecho una buena jornada, por-
que trae mucho polvo y parece
cansado. ¿Ves? Ha llevado el pa-
ñuelo á los ojos.
Se acercan. Es un bravo capi-
tán que arrima la nave de su cuer-
po á la costa ineluctable ; las es-
pumas del mar de la vida blan-
quean en su cabeza ; la transpa-
— 271
rencia glauca del piélago se ha
quedado á hacer misteriosas sus
pupilas ; su barba de patriarca le
llega hasta el ombligo.
— Buen señor...
Y sentados en el tronco de un
árbol que derribaron las tormen-
tas, cadáver enjuto y bien oliente
á quien las gramíneas tratan de
dar una sepultura verde, echán-
dole por encima sus tallos jugo-
sos, departen los tres como viejos
camaradas ; entre tanto los niños
sobre las rodillas de las abuelas
se están quietos con los ojos ale-
lados.
— En mi pueblo, cuenta el an-
ciano, tuve una novia, una mu-
chacha hija de u.n hortelano que
decía quererme mucho, pero que
amaba más á su padre, puesto que
le siguió el consejo de no dar su
m.ano á vin hombre sin fortuna.
<'Vete — me dijo una vez — y ve si
en otros lugares logras con qué
comprar ese pedazo de tierra de
cultivo que exigen por única con-
dición para darme á tí». Recuer-
do su voz temblorosa de persona
que hace de tripas corazón para
dictarse una sentencia. Recosta-
da á la pared de su huerto, con
las manos envueltas en el delan-
tal recogido á la altura del seno,
lloraba en silencio, y el cielo de
aquel Noviembre nubloso también
lagrimeaba sobre nosotros una llo-
vizna fría y menuda que enfan-
gaba el suelo. «Que no tardes y
me escribas mucho ; ya verás cuan-
do vuelvas cómo seremos felices ;
padre no exige imposibles : un pe-
dazo de tierra de labor para que
no nos coma la miseria...»
— Tal vez no le escribirías, in-
sinúa con voz muy débil una de
las abuelitas.
— ¿Para qué? Yo confiaba en re-
gresar á los pocos meses haciendo
cascabelear en mi bolsa muchas
monedas de oro, y olvidé que con-
migo viajaría la infelicidad. Su-
frí mucho, padecí demasiado, y al
fin se cerró en mi corazón ese hue-
quecito en donde anida la ventu-
ra. Hoy... tras de tantos años,
vuelvo á mi tierra, sólo á buscar
un rincón de paz donde son pol-
vo los huesos de los que me en-
gendraron. Magdalena... Magda-
lena habrá muerto...
Una de las abuelitas se siente
mala, se levanta y se va con su
muchachito de la mano. La otra
la sigue.
— Adiós, buen señor ; si entráis
al poblado en mi casa hallaréis ca-
ma y cena.
En la luminosidad de la tarde,
que ha tomado un vivo color de
naranja, el río, lamiendo la ba-
rranca negra, brilla con brillo me-
tálico. Los sauces cabecean lenta-
mente y se besan con rumoreo pa-
sional. Las dos ancianas se ale-
jan dejando marcadas en el -polvo
las huellas de sus pasos, como las
cuentas de un rosario de tristezas
rezando en silencio.
— ¿Por qué lloras? ¿Te duele su
abandono?
— Sí me dviele...
E inclinándose al oido de su
compañera, muy quedo, como para
evitar que la escuchen los niños
que llevan de la mano.
— Yo soy esa Magdalena — ^le di-
ce— ¿ no habías comprendido ?
LUIS TABLANCA.
■ ♦«
272
!■■r^.
tas mucl)aci)as
Yendo hacia la ciudad en cu-
yas terrazas se canta, bajo los
árboles floridos como ramajes
nupciales, yendo hacia la ciudad
en donde el suelo de las plazas
vibra, en la noche azul y rosa,
con silencio de danzas fatigadas,
encontramos á las muchachas de
la llanura que venían á la fuen-
te, que venían anhelantes mien-
tras nosotros pasábamos.
La dulzura del cielo claro vi-
vía en sus ojos tristes, los pája-
ros de la mañana cantaban en
sus voces dulces (oh, tan dulces
con sus ojos de buen augurio y
tan tiernas con sus voces de pa-
lomas indicadoras!) Ellas se sen-
taron para vernos, tristes y cas-
tas y sus manos juntas parecían
j^uardar sus corazones en jau-
las . . . Nosotros vamos hacia la
ciudad en cuyas terrazas se can-
ta, bajo los árboles floridos, par<*
buscar novias — oh campanas de
alegría en el silencio de las pla-
zas! las campanas tiemblan co-
mo flores que se mecen.
Henri REGNIER.
273 —
Oe ''ti ^o^tna d-e los besos''
Baladas de los estados de alma
II
Sobre mi mesa de caoM
Yacen los húcaros vacios.
Hoy no han déjalo
Mis heliotropos favoritos
En la oguedad de aquesos húcaros
Su perfume desvanecido.
La soledad de mi aposento,
Otrora llena de un prestigio
De aroma, es hoy cual inodoro
Y humilde páramo maldito.
Sólo, filtrando sus clarores
Por los cristales conmovidos,
Besa la luna mi faz pálida
Donde refléjase el hastio.
Fuera, las ráfagas del vienta
Han deshojado un eucalipto
Cada una de cuyas hojas
Sacrificadas lleva un ritmo
De desconsuelo hasta gue expira-
Cahe las márgenes del río.
i Oh, artista dulce y peregrinad-
Cultivadora del espíritu!
Pon en los húcaros, mañana,
Mis heliotropos favoritos.
Que en su fragancia anegar guierc
Mi ensoñación y mi lirismo.
¿No sahes, jardinera.
Que el corazón del heliotropo late al unisono del mió?
III
Llora el violin en la noche
Y es un ruiseñor enfermo.
¿Qué artística mano arranca
Su melancólico acento.
Tan hondo como un latido.
Tan dulce como el ensueño?
¿Qué espíritu idealizado
Da á sus módulos el treno
De las alm.as taciturnas
En donde duerme el deseo?
* * *
- -Sigue llorando en la noche,
¡Pobre ruiseñor enfermo!
Tu lloro gue es un poema
De amor ha encontrado eco
En mi psiguis agobiada
Por los nublos del invierno.
• Hermano mió es guien dice
Contigo su sentimiento ;
Divinas son esas manos
Que juegan con tus misterios.
El eco se fué apagando
Lentamente, y el silencio
Volvió á poblar doloroso
El. corazón del invierno.
PÉREZ Y CURIS.
274 —
la loba $arda
Oid un viejo romance de la sie-
rra.
Yo lo escuché, de labios de un
zagal, una tarde de invierno bru-
mosa y triste. Cuenta el roman-
ce añejas andanzas de pastores
y lobos, y por sus versos corren
ráfagas invernales ; sólo lo ilu-
mina y templa la esperanza tenue
de una primavera riente y fecun-
da. Evoca su ritmo el paraje deso-
lado y agreste. Envuelto en el en-
canto del misterio, tiene el can-
dor infantil de las antiguas le-
yendas : dialogan pastor y lobo,
y á los requerimientos de la fiera
hambrienta replica el hombre con
montaraz jactancia.
Fué en el rigor de la invernada.
La nieve que cayera en la noche
había borrado los senderos ; yo
Caminaba aterido bajo el cielo ne-
voso ; temblequeaba dentro de mi
capotón recio, con el rostro en-
cendido por el azote de la ven-
tisca. Era la jornada áspera y
dura. Resbalando en la nieve, mil
veces me perdiera en su monótona
blancura sin embocar el piierto.
Hube de bordear las asperezas de
roquedal bravio, y, traspiiesta la
cumbre, atravesé los piornos aba-
tidos al peso del nevazo ; luego
crucé un retamar ; más tarde me
acogió la candida fronda de un
pinar centenario.
En el silencio de la montaña,
una esquila tintineó melancólica.
La vereda perdíase en iin calve-
ro. Un pastor salió al camino.
Era mozo ; bajo su manta, ji-
roneada por el uso, asomaba el
zamarro ; zahones renegridos v
lustrosos resguardaban sus pier-
nas de la humedad serrana ; mu-
grienta boina protegía sus gre-
ñas.
— ¿Queda mucho para el pue-
blo?
— Poco, señor.
— ¿ Me perderé en el camino ?
— Desde la salida del pinar no
tiene pierde.
— ¿ Quieres acompañarme ?
Nada dijo. Fijó un momento en
mí la indiferencia de sus pupilas
claras, y comenzó á caminar por
entre los pinos, monte abajo.
Soplaba furioso el cierzo, y la
nevisca, que antes cayera pausa-
da y lenta, tornóse alegre y dan-
zarina. Declinaba la tarde, y la
voz del zagal, clara y vibrante,
rasgó su helado silencio :
Las enbriUas van muy alfas,
la luna va arrehatada,
las ovejas de un eornudo
no paran en la majada.
Estando el pastor en vela
vio venir la. loha parda.
— Llef/a, llef/a, loha parda ;
no tendrás mala llegada
con mis siete cachorrillos
y mi perra truqnillana
y mi perro el de los hierros, •
que sólo para tí bastan. —
— Ni tiis siete cachorrillos
ni tu perra truguillana,
ni tu perro el de los hierros,
no valen para mi nada.
Entró y sacó una horrerja,
hija de una oveja blanca,
que la tenían mis amos
PA la mañana de Pascua .
— Aqití, siete cachorrillos ;
aquí, perra truquillana
aquí, perro el de los hierros,
(i correr la loba parda. —
Sirte lequas la han corrido
por unas qrandes montañas,
V siete la han arrastrado
por unas veredas llanas.
Al subir un cotarrito
- 276 -
y al bajar una cotarra,
salió el pastor al encuentro
con un cuchillo sin vaina.
— Pastorcillo, no me mates,
por Dios y la Virgen sarda,
que diré á mis compañeros
que no vuelvan á tu piara.
— Siete pellejitas tengo
para hacer una zamarra ;
con la tuya serán ocho
PA acabarla de aforrarla.
Las patas para manguitos,
las orejas pa polainas,
y el rabo para agujetas
para coserme las bragas ;
y en caso que sobre algo
VA hacer un mandil pa el ama.
Calló el pastor. Y el cierzo ge-
mebundo arrastró en sus ondas
de hielo la xiltima cadencia del
lomance serrano.
— rt Quién te enseñó el roman-
ce?
— Mi padre.
— ¿Lo inventó él?
— No, señor ; mi padre se lo oyó
á mi abuelo.
— ¿ Era pastor tu abuelo ?
— Lo mismo que padre.
Habíase perdido en el espacio
el último verso y aún escuchaba
su ritmo. Era el romance que los
pastores viejos cantaban en los
hatos, allá en las noches largas,
para alejar del corazón de los za-
gales el miedo del lobo.
Hubo un silencio. El pastor ca-
minaba ligero, sin que sus abar-
cas dejasen huella en la crujiente
nieve. Al coronar una loma paróse
en firme y con su brazo señaló una
dirección. Allí estaba el pueblo.
Su caserío tiritaba bajo el manto
de la nevasca ; sólo indicaba su
existencia la torre de la iglesia y
el humo que lento ascendía de sus
hogares.
— rCómo te llamas?
— Juan, señor.
— Pues adiós, Juan ; ya nos ve-
rem-os.
Tornóse el pastor al hato, y yo,
animoso, me aventuré en la senda
que ondulaba en el robledo. Bien
entrada la noche llegué á la aldea.
Después de un largo caminar
sobre la nieve, ¿quién no ha sen-
tido la voluptuosidad exquisita
de la posada en el pueblecillo de
le, sierra ?
En el zaguán obscuro sacudís,
como maiojo en primavera, los
copos que blanquean vuestro ca-
pote ; demandáis sitio en torno
del fuego, y mientras la moza os
escancia el retozón vinillo de la
tierra, escucháis de labios de un
serrano viejo los fríos fabulosos
de las invernadas de antaño.
i Antes era.n las nevadas más
fuertes y los lobos más feroces!
Llaman á la puerta, y un nue-
vo caminante reclama puesto en
el hogar.
Es un baratillero que recorre
los pueblos de la serranía. Viene
de Canencia, y, dentro de su an-
guarina parda, farfulla que los
negocios están malos, que la nie-
ve cierra los puertos y dificulta
los caminos del valle, que cada
madrugada alumbra nuevas fe-
chorías de los lobos hambrientos.
IJn trago del pardillo de Esco-
pete ahoga las quejas.
Y de tiempo en tiempo el cier-
zo silba, y los cristales temble-
quean, y cae el hollín en la brasa,
y un copo que penetra por la chi-
menea, enorme y solitario, se eva-
Dora en la cresta de las llamas ro-
jizas. Y antes que el silbo se ex-
tinga y se evapore el copo, el viejo
pastor dice con ademán solemne :
— Este, este es el lobo que mata
nuestros corderos.
Y yo adormezco junto á la lum-
bre, mientras el viento simula
aullidos y la brasa finge el fos-
— 276
forescer de las pupilas de la loba
parda.
Vuelvo á la sierra en primavera
y recorro el camino del invierno.
Zarandeados por los vientos
marzales, los piornos han sacudi-
do su carga de nieve ; lloran los
pinos sus invernales rigores, y el
sol no tiene fuerza bastante para
rn jugar su lagrimeo.
En el pinar alcanzo á unos pas-
tores que bajan á la aldea. Es la
Pascua, y llevan cruzados sobre
sus hombros los corderos que han
de sacrificarse.
Pregunto jior Juan, y me dicen
que Juan ha muerto de frío.
Bajó una tarde á la aldea y no
tornó al hato. Retuviéronle hasta
la noche el amor de la moza y ú
amor de la lumbre. Intentó subir
luego, y, por ser la niebla espesa
y la ventisca fuerte, no acertó el
camino.
— Allí le encontramos — dice el
más anciano de los pastores, — jun-
to á los pastizales, al pie los can-
chos, á la vera de aquel boyizo.
Y su brazo indica el agrio declive
de un barranco, en cuyo fondo,
mugiendo, salta un torrente es-
pumoso.
Caminamos en silencio. Al ter-
minar el robledo, en la primera v
suave ondulación del monte, aso-
ma el pueblo su albo caserío, en-
vuelto en los últimos jirones de
la niebla azulada. El agua en las
caceras ríe bullidora y salpica sus
espumas á las márgenes, florecidas
de margaritas blancas. Vestidas
de fiesta, circulan por las callejas
las mozas, y brillan al sol sus
pañuelos rameados y sus zagale-
jos de colores vivos.
Y mientras el valle en su loza-
nía se alboroza, refugiado en las
altas cumbres el enemigo del pas-
tor, el lobo del invierno, enarca
su blanco lomo, que se destaca
del azul de un cielo castellano.
Y parece que, envuelto en los
aromas de la brisa abrileña, flota
irónico el ondulante ritmo del vie-
jo romance serrano :
Vi tus siete cnchorrillos,
ni tu perra trvqnillana,
ni t'u perro el de los hierros
nn valen para mi nada.
Y las campanas voltean jocun-
das. Y los hombres, para celebrar
la Pascua, sacrifican los cabritos
n)ás tiernos de sus rebaños : los
que no devoraron los lobos duran-
te las largas noches de ventisca v
hielo, en las rabiosas hambres in-
vernizas.
Enrique de MESA.
»♦■
LO QUE ITO te: IDjS>5.-FLXjPl
Un castillo de blancas azucenas
donde una mano lere
coloque entre armonías y rumores
rocío trasparente ;
un rayo misterioso de la luna
empapado en el éter;
un eco de las arpas que resuenan
y el corazón conmueven ;
un beso de un querube en tus mejillas,
algo apacible y leve,
y escrita sobre la hoja de albo lirio
una rima de Bécquer.
Rubén DARÍO.
— 277 —
Ná^oks
Bacante poseída de embriaguez infinita.
Bajo el beso del Sol, etepnaniente rubio.
Del agua eternareiente azul al suave efluvio,
flápoles danza. Ñapóles ríe, Ñapóles grita.
En Vano al horizonte como una ara «maldita.
Siniestra espiral de humo rojo lanza el Vesubio,
El mar sereno y límpido, bajo el áureo diluvio
Del Sol, en una eterna fiesta de luz se agita.
Desde los verdielaros jardines de la playa
Y el pintoresco y loco Viejo barrio de Chiaia
Con sus rejas floridas que aire azul engríe,
Hsista el monte en que albea su vetusto castillo
Y sus cincuenta iglesias llenas de falso brillo.
Ñapóles canta. Ñapóles grita, Nápoles ríe.
Francisco CONTRERñS.
'♦«
{RETROSPECTIVA
ñU TRAVÉS DE LiOS ANOS
Fara Apolo.
Ataviada de sedas ondulantes
en medio de la sala, presidías,
un coro de oficiosos elegantes
expertos en mundanas cortesías.
Por todos adulada, recogías
mil frases cortesanas y galantes,
cuando calmando las angustias mías,
permaneciste sola unos instantes.
Con la inocencia de un incauto chico,
te balbucí mi gran pasión secreta,
y usando una crueldad que no me explico
en mis ingenuidades de poeta,
sonreiste detrás del abanico
con la frivolidad de una coqueta.
.Tosió VIAÑA.
Para Apolo.
Era blanca, tan blanca como el lino
mi frágil vestidura de ilusiones,
vestidura que en miseros girones
me tornaran las zarzas del camino.
Por eso á la ciudad de donde un día
me alejé melancólico y sañudo,
hoy regreso, tras larga romería,
decepcionado, sin calor, desnudo.
Todo está como ayer, y sin embargo,
yo no sé, .. mas encuentro un tinte amargo
en todo. . . hasta en las aves y en las flores.
Y bajo la desgracia en que me pierdo
ahogo, resignado, mi recuerdo
en el agua, lustral de mis dolores.
F. RESTREPO (iÓMEZ.
Periodistas chilenos
— 278 -
-\3|^ü¿¿
^^s;:- '• -jj
MISAEL CORREA
(Director de «El Diario Ilustrado»)
»♦»
Inmortal
Morían las luces de la tarde
En el cristal de tu ventana:
Y sus fulgores temblorosos
Al despedirse acariciaban
Tu cabellera color de oro
Que. en ondas rubias, sepultaba
El alabastro de tu seno
Y el niveo mármol de tu espalda.
¡Qué embriagador era el perfume
Que las gardenias exhalaban!
¡Qué deslumbrante tu blancura
Y qué amorosas tus miradas!
Si en el océano del olvido
Todo recuerdo al fin naufraga:
Si la luz muere y se marchitan
En el jarrón las rosas blancas.
¿Por qué en mi boca se estreme-
[cen
Todos los besos que me dabas,
Y no se borra en mi memoria
Este recuerdo que me embriaga?
EDUARDO ROSALES SAENZ.
— 279 —
La Embarcación á CiUves
Corta el mar la barca de marfil pulido;
mascarón de proa fórmale un cupido
que, esforzadamente, sopla un caracol.
Diez remos plateados, á un solo chasquido,
parecen diez alas abiertas al Sol.
A veces, reposan los remos en coro;
y, al trémulo halago de un viento sonoro
que riza la espuma del líquido tul,
recorta la vela de purpura y oro
su triángulo sobre la túnica azul.
En popa, cercada de blandos cojines,
la Reina ve absorta los vastos confines
con una mirada que vaga al azar;
y, en gesto tedioso de mudos esplines,
un brazo desnudo descuelga en el mar. ..
Esclavas etiopes prorrumpen en una
fantástica loa de amor y fortuna.
¡Oh diálogo alado de flauta y violín!
Las cañas se llenan de arrullos de cuna,
los arcos vibrantes sacuden la crin.
¿A dónde la barca? Quizás es á un rico
ducado, á un celeste País de abanico,
adonde dirige su vuelo de azor . . .
Un alba paloma le trae en el pico
un ramo de dulces naranjas en flor.
La Reina ha fletado su barca á Citeres :
entre olas de ensueños, isla de placeres ;
y su barca luce marca de Watteau . . .
¡Oh amada! si en ella lugar no me dieres,
detrás de tu barca nadando iré yo !
José SANTOS CHOOANO.
— 280
Oí)mion^s
1 ^ !
Dejar que las abejas del espí-
ritu, busquen mieles en las re-
membranzas del pasado, es un
sig'no de impotencia.
La paradoja y la palabra pro-
funda es propia de sabios y de
necios...
Un ladrón honrado, no roba
mil pesos... Se estafaríaá sí mis-
mo.
Cuando un filósofo es buen
psicólogo, puede permitírsele que
liag-a literatura.
La decadencia empieza donde
termina la confianza en el ma-
ílana.
Cuando riñáis con un bellaco,
encareced mucho sus cualidades
morales: así le humillaréis.
La libertad no se posee. Se
vive en el afán de alcanzarla.
No conocemos la verdad. Ella
es la vida: nosotros en la natura-
leza somos parte.
En el hombre el descontento,
es la iniciación del degenerado.
Nada tan zarandeado como la
juventud. Es campo al que con-
fían la fructificación de las se-
millas los nobles y los malva-
dos . . .
Hasta mirando al porvenir so-
mos egoístas. Y es que el egoísmo
es un instinto, resultado de to-
das las manifestaciones fisiológi-
cas: por lo tanto bueno v no-
ble...
Admitir la Ciencia fuera de
nosotros, es no quererla.
La insolencia, es la torpeza
molestada.
Víctor Hugo es la imaginación
con visos de profundidad. Zola
un héroe de tragedia épica, pero
murió . . .
Tengo un amigo, á quien por
su manera de afirmar y negar
simultáneamente llaman incon-
gruente. No lo merece. Es sim-
plemente un caso de ¿veloci-
dad mental? Habla y ya al ha-
cerlo parte, seguramente, de una
base negativa, y afirma; mas á
tiempo que sigue afirmando, ya
en su cerebro ha habido infini-
dad de trasmutaciones psíquicas.
Tantas que le conducen á la ne-
gación ... y niega.
Aplacad la furia de vuestros
látigos. Los periodistas, no me-
recen el rencor incendiado de
los Dioses: El odio.
El Periodismo en el orden de
los valores, no es un eficiente
que marque un punto. Apenas si
es un resultado...
La música buena, es una bru-
ja amable.
Desconfiad de los oradores que
explotan el símbolo. Tan pronto
cantan á Dios como maldicen al
Diablo.
El derecho de todos es un
principio democrático. Y la De-
mocracia... ¡Ay, que dolor de
hígado ! . . .
Delio morales.
Ü zy^
HUEVOS lilBROS I^ECIBIOOS
V
(de la librería paül ollendorff — parís)
A punto largo, poík Américo
Lrbo; Del Rómantici«no al Mo-
dernismo, POB Vbntuka Gakcía
Calderón ; Horas de Estudio, por
Pedro Henríquez TJrbíía; Para
América — Desde España, por Adol-
fo Posada ; La muerte de Pliiloe,
'por Pibrrb LOTl.-
lias ediciones de la Librería
Ollendorff son de buen gusto edi-
torial. Por las publicadas última-
mente, vemos que dicha casa, po-
ne empeño en enriquecer su bi-
blioteca de libros castellanos pro-
curando conseguir obras de los es-
«ritOrtes que más se destacan hoy
en la península y en América.
Ayer fueron Pedro César Do-
minici, Manuel Ugarte, Batniro
Blanco; José S. Chocano, Rufino
Blanco Fomhona, Luis Bonafoux,
Amado Nervg, Cristóbal de Cas-
tro, F. García Calderón ; hoy son
Manuel Díaz Rodríguez, Américo
Lugo, Pedro Menríquez Ureiía,
Carlos Reyles, E. Rodríguez Men-
doza, los que responden á los
deseos de aquella casa editorial
que, con la Biblioteea Renaoimlon-
to, de Madrid, representa el ma-
yor esfuerzo que puede hacerse en
beneficio de las letras hispano-
americanas.
-•♦^
BiblioUoa Retiacimietito
♦ :. -
-h
^l
( V. Pfieto y Cía., editopes — ^adirid )
La Biblioteca Renacimiento ha
publicado y anuncia nuevas obras
de Pío Baroja, Jacinto Benaven-
te, Joaquín Belda, Manuel Buenos-
Concha Espina, Alberto Insúa,
Ricardo León, Ua^ael López de
Raro, J. López Pinülos, Eduar-
do Marquina, O. Martínez Sierra,
Condesa de Pardo Bázdn, Felipe
Ttigo, Miguel de TJnamuno, Fran-
cisco Villaespesa, Eduardo Zama-
cois. . ' "
Próximamente editará obras iné-
ditas de Francisco Acebal, Sera-
fín y Joaquín Alvarez Qy^iniero^
Azorín, Bernardo G. de Cána-
mo, Rafael Domenech, Joaquín
Dicenta, Andrés González Blanco,
Juan R. Jiménez, Ramiro de
Maeziú, Enrique de Mesa, Ra-
món Pérez de Ayála, Pedro de
Répide, Santiago Rusiñol, Víctor
Said Armestú,--' í
LUIS y IXI jPLtíUEL FEES.E2;
librería " MERCURIO " - Sarandí, 240
r
UN LIBRO DE BOIMBIXJL
«Intimidades Taurinas y el Arte de Torear
de Ricardo Torres (Bombita)»
TEXTO
Pr(')LOGO — ¡OJi. ¡a sofífisa del
Bomba! ^or Felipe Tri^o.
C-ArÍTriJ) 1 Bioí^rafia: La ca-
sa V la familia Bombita cajista de
imprenta. La revelación — El pri-
mer capotazo Las capeas. — La
becerrada del cocinero. -El pri-
mer traje de luces. — Las novilla-
das.— Hn .Madrid. Emilio y su
hermano — La alternativa — El
triunfo -El toro «Catalán». — Los
toros y el dinero.
Capítulo IÍ Las cogidas: De
novillero. — De matador de toros.
— Precauciones hi^^iénicas. — El
por qué de las cogidas. —Los toros
y el circo. Una grave cogida al-
ternando con Emilio. Los tres
Bombitas — Ricardo Torres, pacien-
te y médico. La cogida de Méji-
co. - NúiTiero de cicatrices. Pala-
bras (ie Bombita
Capítulo 111 Of^iniones: La
política. -Pintura. -Sorolla y Bil-
bao Literatura Blasco Ibáñez
V Alarcón. -Julio Verne. Músi-
ca.— Teatro — Actores — Actrices
V tiples. A la memoria de Villa
verde
C.-iPÍTU' o ÍV El arte de torear:
La teoría v la práctica. — Primer
tercio. — El cambio de rodillas —
Los toreros á la derecha. ¿Debe
suprimirse la suerte de banderi-
llas.^—Cómo debe forearse de mu
leta. Las faenas largas -Lasuer
te de recibir. I' 1 volapié.
Capítulo V Muertos r idos:
Juicios de Ricardo acerca del arte
V la personalidad taurina de La
Precio del ej
gartifo Guerrita Mazzantini, Es-
partero, Reverte. Bombita mayor y
Montes
Capítulo VI - Psicología profe
sional : Las preocupaciones de
Bombita. Y\ valor v el miedo.—
Los amigos Los públicos. - Los
toros Los ganaderos. La pren-
sa — La cuestión de las puya^. —
Los miuras. Bombita y sus com -
pañeros. — El Montepío taurino. —
La cuestión palpitante y el des
tierro.
Capítulo Vil — La retirada: Las
fuerzas físicas y el arte taurino.— ^
La emoción de los aplausos. — La
popularidad. ¿Qué haría yo.'' —
El amor. - La familia.— Los viajes.
■ — La vida pública. Una vida sin
objeto. — Por la madre. — Me reti-
rarán 'os toros ó el tiempo.
, GRABADOS
La primera becerrada en que
toreó Bombita - Bombita rematan-
do un quite. -Un gran pase de
muleta Bombita entrando á ma
tar. Bombita en París — Bombita
en Méjico. Bombita en las cata-
raras del Niágara. Bombita en
alta mar. - Cacería de Chantillv.
(Francia) organizada en honor de
Bo7nbita Un pase de peligro —
Toreando de capa. — Bombita ínti-
mo —Bombita con Gloria Laguna.
— Antonio Montes el día de su
cogida y muerte en Méjico. Una
guapeza de Bombita. Autógrafo
de liombita acerca de su última
cogida en Barcelona y de los ru-
mores sobre su retirada etc.
emplai* : >: 0.90
liiinr-MT L'. Ri'RAi,, de Mienel v Feo. Ramo>
le Florida niimeros 84 v 92a
n -
s-
as
ID
i-
le
1-
a
i
n
Año 6
1911
30 CATÁLOGO DE LA «LIBRERÍA MERCURIO»
Temos
tíindoux (León) Tratado práctico de molienda
y panificación 1
Krebs (León) Fabricación de licores y bebi-
das económicas 1
» n El libro 'de las familias. Tra-
tado práctico de economía
doméstica 1
Irhrs (lyucien) I^a abeja doméstica. Tratado
práctico de apicultura 1
Lebrun (Benaud) Manual práctico de equitación \
l.iirbalétrier (Alberto) IjOS animales de corral. Cría
de las gallinas, de los pavos,
de los ga.nsos, de los picho-
nes, etc I
»> ') Tratado práctico de manipula-
ción de la leche, crema, man-
teca y queso
» '> Ti atado práctico de jabonería
y perfumería. Manual razo-
nado del tocador 1
Maurnn Faul y Broqueht (A.)... Tratado completo del arte lito-
gráfico 1
Mewenylou-ski (G. H.) Tratado Elemental de fotogra-
fía práctica 1
l'oiissard y Caillard , Tratado de carpintería. Nocio-
nes de geometría y de ar-
quitectura '2
f'iieto y TiUarenl (Emüio) ^fanual de Topografía. Leccio-
nes sumarias para el levanta-
miento rápido de planos 1
R'ihira ilómcz (Br. Emilio) ,. Manual sobre los árboles fru-
tales (escrito especialmente
para América) 1
Suutini (E.) ,..., Fl Caballo. Tratado completo
de Hipología. Estudio del
caballo y su educación. Se-
guido de un curso de equi-
tación para ginetes y amazo-
nas j
Siitinirr (Claudio) Manual del relojero y . colec-
ción de procedimientos usa-
dos en la relojería 1
Saiizat (M.) Manual del zapatero. Tratado
práctico de corte y confec-
ción del zapato 1
Sfrinn- (Ch.) Tratado práctico de la fabrica-
ción de aguardientes por me-
dio de la destilación 1
32 CATÁLOGO DE LA «LIBKEKJA MERCÜKIO >
Etíiciones varias
< ADA UNA ( ONSTA UE 1 TOMO
iíicanlu Gil Kl liltimo libro (poesías)... $ O.oU
/,. Sdcin'i-Masoch.. Jja Venus de las pieles » 0.70
í.uiíí <()l())na lioy » 0.90
Branióiin: litis Damas Galantes » 0.30
>^<ilv<ulor llaeda Lenguas de Fuego (poesías) » 0.50
n » I ronipetas de órgano. » 0.50
líente de Salud » 0.50
Kn la vendimia » 0.10
» 1) Kl patio andaluz (prosas) » 0.50
.>a Cópula (novela) » 0.75
» »
)> »
-i'.sTín- il ildc..... La Casa de las Granadas » 0.50
Eduardo Zamacois >iOches satánicas » 0.50
Einilio Fcnitre \.n vida y el alma d 1.00
UodoJfo St'nit i. as Estoglosias » 0.70
lüiidio i'íirrcn: Kl Caballero de la Muerte » 0.75
» » Kománticas » 0.25
Kiliiiirdo Murquma X'endimión (poema) » 0.90
)) n . ¡-as Vendimias (poema)... » 0.80
.!./>. Xt'iiopol I eoría de la Historia » 1.75
Kosrndo (histells Croniquillas y Recuerdos » 0.75
Mminil Mochado Mma — -Museo — Los can-
tares » 0.75
■ \ iiiiiH ¡O M (I chado Soledades — Galerías — Otros
Poemas » 0.75
l'i'dro dr Rép'ide La enamorada indiscreta » 0.75
» » » las canciones de la sombra » 0.75
» » » ..os cohetes de la Verbena
(novela) » 0.75
\if\u(> Reyes Cielo azul (novela anda-
luza) )) 0.75
.1/. Mdrtiiifz Bdirionui'vo '''1 sacrilegio de Sor Ado-
ración (novela) » 0.90
Enriqur Diez-Canedo X'ersos de las horas » 0.50
» » » Del cercado ajeno » 0.50
» » » i^a visita del sol » 0.50
Hnc/o M ansierberfi La psicología y el maestro » 0.90
.UuJrrs (ionzáh'z Bhincn Salvador Rueda y Rubén
Darío )) 0.90
I.iii.^ Tnboada — l-^os Kidículos (edición ilustrada) 1 tomo » 0.9'^
.1. Martínez Olniedilla — Siervo y Tirano (novela) 1 » » 0.75
Luciano de Pol'ignac — El arte de descasarse 1 » » 0.25
\\' . Fernández b'lorez — La tristeza de la Paz (Bibliote-
ca de Escritores Gallegos) 1
Juan Mas y P¡ — Canciones de la vida 1
.1. Delpif — ¡Desaparecido! 1
l'oyd Laynard — ¡secretos de belleza, salud y longevidad I
Antonio Casero — Los Castizos (l'oesías madrileñas) I
))
» 0.50
))
» O.'Jó
))
» 0.30
»
,) 0.30
»
» 0.90
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
^dxiaiiiistra.d.or;
LUIS PÉREZ
ftedaooióu. y A.d»iiiii8traoión:
TREINTA. Y TRES, 72
AÑO VI
Montevideo, Marzo de 1911
N.» 49
dh: i>a.x E:3S[SXjE:fq:o . .
A la hora en que enciende Aladino
De su lámpara el áureo mechero;
A la hora en que brota en la mente
La flor del recuerdo;
A la luz de la llama, que brilla
Como el ojo de un tigre en acecho.
Mientras blancas miríadas de estrellas
Tachonan el cielo;
En el diáfano tul de vapores
Que, serpeando, se elevan al techo
De la estancia en que alquimia sus filtros
Un mago hechicero ;
Al mirar las aéreas figuras
Que evocara el conjuro del Genio :
He creído que tú eras el Hada
Y yo, era el Negro ;
El esclavo qne besa la fimbria
De tu veste de nítidos velos.
Que argéntea en la nube azulada
Del áureo mechero.
II
Y á la hora en que surgen las sombras
Concitadas por un sortilegio,
En la incierta penumbra que deja
El tenue reflejo
De la lámpara en cálida alcoba
Perfumada con mirra é incienso,
Cuyo aroma enervante el ambiente
Caldea, saliendo
Al través la rejuela calada
De la arquilla de los pebeteros ;
En la blanca espiral de su humo
Balsámico y denso
Por un hilo de encanto, invisible.
Suspendidos con hondo misterio :
El fantástico dúo encarnamos
Del Hada y del Genio :
Tú, la virgen de cuerpo divino.
Yo el etíope de cárdenos belíos;
Tú la diosa que esplende en el ara,
Y yo, el sahumerio.
Fara Apolo
III
Burilada en el ágata rosa
De la piedra que es mi amuleto.
Medallón con cadena de oro
Prendido á mi cuello.
Tu figura de blanco relieve
Es venera que guardo en mi pecho.
Bella imagen hialina esculpida
En un camafeo.
De esa joya preciosa, que tiene
Por emblema tu busto soberbio.
Es divina leyenda tu nombre
Grabado en su exergo.
En el blanco alquicel que lo envuelve
El beduino que cruza el desierto,
Bajo el sol que lo quema, destaca
Su rostro más negro.
Al contrario : tu busto alabastro
Aun más blanco parece en mi pecho.
Que han quemado con llama de amores
Tus ojos de fuego.
IV
De la sangre de torva Medusa,
Muerta á manos del héroe Perseo,
Que dio muerte á la fiera gorgona
Mediante un espejo.
Brotó alado el caballo Pegaso
Que á los aires remonta su vuelo
Remedando del hombre el altivo,
Audaz pensamiento.
Como al golpe del casco del hijo
De Helicona brotara en el suelo
El raudal de Hipocrene, la fuente
Sonora del estro :
Asi, al golpe de luz de tus ojos
Que, tan claros, remedan un cielo
Con sus iris cobalto, que irradian
Fulgor de luceros.
Ha brotado la lumbre ardorosa
Que ilumina mi obscuro cerebro,
Y tú eres la musa inspirada
Que llevo aquí dentro.
Adriano M. AGÜIAR.
— 46 —
Biblto^vafta
Acabo de leer un libro de gran-
des proyecciones sobre nuestro
continente y nuestra raza. Me re-
fiero á El Pobvenir de la Amé-
KiCA Latina, de Manuel Ugarte.
Con ese sano optimismo que
campea en todas sus obras de ca-
rácter sociológico, expone Ugar-
te múltiples consideraciones acer-
ca del presente y el porvenir de
los países laritinoamericanos, re-
montándose, para ello, á la épo-
ca de la conquista ; hace la psico-
logía del tipo aborigen y discu-
rre sobre la fusión de razas, fu-
sión de la que más tarde había de
depender (y aun depende) la exis-
tencia de estos pueblos jóvenes que
marchan paulatinamente camino
de la desaparición.
-La primera parte del libro está
dedicada al estudio de La raza ;
al de La Integridad territorial y
moral la segunda, y la tercera al
de La organización interior.
Dice Ugarte en el brillante pró-
logo de su libro «aquí sólo hay
ensayos y sondajes para un traba-
jo más hondo, que alguien em-
prenderá acaso algún día.» No
obstante eso la obra del escritor
argentino, que es un bello retoño
de su robusta mentalidad, merece
las más fervorosas loas por la sin-
ceridad y el sentimiento de raza
que anima todas sus páginas.
-Nuestras guerras civiles y la
apatía y carencia de aptitudes
que pesan sobre nuestra raza hu-
bieran merecido en el libro de
Ugarte un capítulo extensísimo.
Las primeras son el más poderoso
factor de retroceso ; las últimas,
el germen de tal factor.
Aquí, y como aquí en los de-
más países de América, los ciu-
dadanos y, especialmente los in-
telectuales, hacen gala de su falta
de aptitudes para las luchas de
la vida y de su poco amor á la
libertad.
Hace días discutía el que subs-
cribe con Ángel Falco, el cantor
revolucionario, y éste, exasperado
por la intransigencia de aquél en
cuestiones de ética personal, dijo
con desparpajo que la libertad la
conquista el hombre que tiene los
testículos bien ¡juestos. No le ex-
trañó al autor de estas líneas tal
manifestación. El sabe que Fal-
co, poco experimentado y sin ma-
yores nociones de la vida, pues
aun no ha vivido, no se encuentra
en condiciones de apreciar los sa-
crificios que impone la libertad
antes de ser conqiiistada, y dis-
curro, por lo tanto, platónicamente.
Y como el bardo precitado mu-
chos son en América (intelectuales
y simples vivientes) los que pien-
san de tal modo acerca de la li-
bertad,
Y esa carencia de aptitudes de
que he hablado es, precisamente,
una de las principales barreras
que se oponen al avance de la ra-
za latina que los yankees humi-
llan á cada paso. Si no fuera por
e" imperialismo de éstos, que tan-
tos odios provoca, yo no hablaría
de rivalidad de razas como no ha-
blo de fronteras que para mí no
existen.
Ugarte ha hecho obra de síntesis
y, por lo tanto, muchos puntos de
vista no han sido tratados por él
sino someramente. De modo que
no me mueve ni remotamente el
afán de reprocharle ; antes bien :
aplaudo con simpatía y sin reser-
vas de ninguna clase su paciente
labor de sociólogo y la vastedad
de su criterio abierto á las más
— 47 —
tiobles manifestaciones de la vida.
il,L, POBVENLR DE LA AmÉKICA La-
TINA dará lugar á que se publi-
quen otros libros de su índole que
tanta falta hacen en España y en
América. Ugarte l^a lanzado el
primer grito de alerta. Y ese gri-
to salvador encontrará eco en las
conciencias libres.
Un poeta de alto vuelo cuyas
estrofas dicen originalidad y ex-
quisito buen gusto : Enrique Díez-
Canedo, acaba de reunir en un
volumen titulado Imágenes una
bella colección de sus versiones
poéticas. Diez-Canedo es un exce-
lente poeta y, como tal, ha inter-
pretado sabiamente los sentimien-
tos 'de esos altos poetas cuyas ri-
mas ha traducido. Hay en Imá-
genes versiones de Ronsard, Mar-
lowe, Raleigh y otros entre los va-
tes antiguos, y entre los del siglo
pasado, de Hugo, Gautier, Baude-
laire, Banville, Verlaine, Moréas,
Samain, De Regnier, Francis Jam-
mes, Paul Fort, Carducci. D'
Annunzio, Swinburne, Walt With-
man, A. de Quenta], Bilac, etc.
La fluidez de esas versiones, uni-
da al arte delicado del autor de
Versos de las Horas, es límpida
y maravillosa. Muchos guijarros
se oponen al avance del poeta en
los campos de la traducción, pero
Oíez-Canedo, con la poesía de su
l.uerto interior y sus facultades
estéticas harto disciplinadas, ha
logrado sobreponerse á todo, ha-
ciendo una bella selección poéti-
ca en la cual la intensidad del
sentimiento responde al espíritu
del poeta que ha cultivado con
cariño los jardines de sus herma-
nos.
Alfredo Gómez Jaime se reveló
poeta en su libro Rimas del Tró-
pico, editado en Madrid. Su poe-
ma El Enigma de la Selva, que
acabo de leer, significa un nuevo
triunfo para el joven bardo co-
lombiano. Poema objetivo, dulce
é ingenuo como una leyenda an-
tigua y exornado de suntuosos
paisajes pintados con naturalidad,
todo en él habla entusiásticamen-
te del artista que lo ha concebi-
do. Gómez Jaime, dominador del
ritmo y amable cultivador de la
forma, ha reunido en su poema
L<clleza y amenidad, dentro de esa
variedad métrica que ostentan
sus otros libros. La poesía contem-
poránea se caracteriza por su ten-
dencia á la síntesis. El poema pre-
citado no es sintético, pero su
autor le ha infundido tal aliento
emocional que cada una de sus* es-
trofas deleita y cautiva al lector.
PÉREZ Y CURIS.
«♦«
**Por javdities ajenos"
En el próximo número publicaremos el prólogo del libro por
JARDINES AJENOS, de Pérez y Curís, que está imprimiendo actual-
mente la casa F. Granada y C* de Barcelona. Dicho prólogo confir-
ma de. nuevo la sinceridad de su autor en medio á la hipocresía
que hoy gastan ciertos escritores.
- 48 —
De la £s|)afia gloriosa
Un peeuevdo á Béeqaeti
Para AiOLO.
Serafi.n y Joaquín Alvarez Quin-
tero, los saladísimos escritores se-
villanos que tanta gloria dan al
teatro español contemporáneo, han
tenido la feliz ocurrencia de ini-
ciar una suscripción para erigir
un monumento á Gustavo Adolfo
Bécquer, el exquisito poeta de las
liimas, monumento que habrá de
leva.ntarse en uno de los jardines
de la risueña ciudad del Betis.
¡ Bien hayan los poetas que han
recordado al Maestro, y alabados
sean todos los que lleguen á con-
tribuir á la pía obra que da lugar
á un florecimiento de bellas año-
ranzas románticas evocando la me-
lancólica ñgura del amado Gusta-
vo Adolfo !
En el más blanco mármol y la-
brado por manos de artista que
haya padecido del mal de amar,
el busto del trovador, colocado en
los jardines del Alcázar, porque
er. ellos hubo amores de reyes y
amores d» Im^^ildes, casi escondi-
do entre madreselvas, jazmines y
mimosas, será como una imagen
que mereciera el homenaje de pe-
regrinos inflamados en santa de-
voción, los cuales vendrían de
luengas tierras para decir ante el
mármol todos sus dolores y toda
sil fe.
¡ Cuántos dolidos del corazón,
pálidos y sonrientes, un poco des-
ilusionados, al llegar los maravi-
llosos crepúsculos de la primavera
arribarán á la mágica ciudad se-
villana y ante la estatua del ama-
do cantor pedirán curación para
su mal y creerán en Dios porque
sobre su alma sientan la lufluen-
cia de aquellas palabras excelsas :
Hoy la tierra y los cielos me sonríen !
JL or estos pobres caminantes en-
fermos del terrible mal del desen-
gaño ; por los herma.nos poetas que
dejaron en las zarzas del amor sus
delicadas carnes, llagándose para
siempre ; por los que cegaron de
tanto mirar el lejano azul de la
esperanza hemos de desear que
cuanto antes se levante eji honor
de Gustavo Adolfo ese busto que
tantas veces habrá de recibir la
ofrenda de unas rosas de thé, —
las flores de los tristes, — ó de unas
violetas marchitas, que acaso es-
tuvieron sobre el seno de una muy
amada mujer.
Acudid á la suscripción todos
los que hayáis sentido la pun-
zada del desencanto en lo flo-
rido de vuestra juventud ; y re-
cordad que con el poeta dijisteis
la salmodia de vuestra angustia
en la dulzura de estos versos :
Volverán las oscuras golondrinas
...Porque bien merece el óbolo
de todos los sensibles, para recuer-
do eterno, el hombre á quien re-
currimos en nuestros años de al-
borada para que llorase con su
lira la tristura de nuestra espe-
ranza ida dejándonos al mismo
tiempo una grata emoción de con-
suelo.
Bécquer vive en el recuerdo de
toda la juventud latina, aunque
no le rindamos el ferviente culto
que mereció en aquella gloriosa
época del romanticismo, cuando
todo era amor, y lances guerreros
en defensa de las damas, y madri-
gales floridos trovados en las mis-
teriosas rejas de las encantadoras
— 49 -
hembras españolas. A veces, cuan-
do hablamos de nuestros poetas,
encontramos que en los nuevos
hay hijos espirituales de algunos
de nuestros más inolvidables can-
tores ; pero al buscar el sucesor de
Gustavo Adolfo nos quedamos per-
plejos y confesamos dolidos : —
¡Aquel Bécquer!... No, no tiene
a quien compararse ; fué Prínci-
pe de su tiempo y aun ocupa, des-
pués de muerto, el mismo lugar.
Y es imposible hablar de nues-
tros exquisitos sin recitar cual-
quiera de las maravillosas rimas
del gran sevillano, que fué capi-
tán de enamorados y padeció to-
das las pasiones".
-jOs autores de la deliciosa co
media El Amor que pasa, encan-
tador poema de la vida provin-
ciana, merecen bien de todos los
que hemos amado, porque va.n á
reparar un olvido.
Sevilla, la ciudad de la alegría,
cuando albergue en sus jardines
el busto de Gustavo Adolfo, será
la Meca de los malheridos de
amar, que irán á tejer coronas de
laurel para orlar con ellas el blan-
co mármol que nos recuerde la
dolorosa expresión del exquisito
Uécquer, hermano de Verlaine,
hermano también de aqiiel llorado
José Martí.
Leocadio MARTIN RUIZ.
■ ♦»
P^osta. Dominicano
Arqüímedes Cruz
— 50 -
Tu mirar
Tus miradas son suaves como
caricias lentas.
Hacen nacer en mi alma el re-
toño fragante de esperanza, ven-
cedor en los tiempos propicios, lu-
minosos de lumen increada ; son
para mi alma la primavera que
le canta y el sol que la ilumina,
desde un cielo amigo, en el rubio
amanecer de una mañana roza-
gante, olí: rosa como una flor ;
blanca y rubia ; apaciblemente
suave como el sonar de la égloga,
donde las pia,nissimas vibraciones
de la jovial música subjetiva de
los sentires, se unimisman en una
gran armonía triunfadora...
Cuando me miran tus ojos ver-
de-claros, con la serenidad de cie-
los lejanos, todos los rumores so
adormecen, y e.n mi predio inter-
no se abre lenta, la rosa irreal,
sjtoda blanca del ensueño, cuyo
aroma suprasensible penetra tem-
üiando con temblores de latido,
en mi corazón que se enciende de
juventud radiosa, como si el oro
de la mañana y u.n soplo vivifi-
cante de montaña se entrase de
lleno, en la médula misma de la
vida, sonando en las venas, el
hossanna...
Tu mirada perlada de ensueño,
penetró en mi corazón, con suavi-
dad acariciante, como un temblor
de luna y como un soplo enivran-
te de viento favorable, haciendo
espejear y resonar en ondinas, el
remanso dormido, bajo la noche
de balbuceos vagcs...
Para Apolo
vantaron muchas veces mi espíritu
hacia la conquista de irredentos
mundos maravillosos para ofren-
darte una rara presea aún no ha-
llada ; hacia supremas ascensiones
en la búsqueda del verso sobera-
no, que ornara tu frente impo-
luta, como diadema aromosa de
retoños subjetivos, centelleantes de
la lumen del pensamiento reju-
venecido ; lo he sentido levantarse
paso, lentamente, ávido de más
espacio, como el mar en el flujo ;
lo he sentido vibrar como un ar-
pa como si, sin palabras, quisiera
cantarte, en sonetos rubios como
tu caballerera temblorosa ; lo he
sentido luminoso, con una nueva
claridad extraña, como si deseara
dar toda su fuerza y toda su luz,
er un relámpago enorme, que
abriera desmesuradamente el ho-
rizonte misterioso, para que las
tierras pródigas, los azules diáfa-
ros. los prodigiosos horizontes
ocultos, el universo entero, sur-
gieri de pronto para ungirte con
su aroma, con sus soles deslum-
brados, con la música de sus
océanos, en un himno magno me-
lodioso, como si, obediente á una
voluntad milagrosa, te glorificara
¡ ÚNICA soBERAN.A ! con todas sus
potencias, en un divino minuto
ilusorio de apoteosis.
Tus miradas plenas de ternura,
con clarores extraterrestes de es-
trellas vagas, muy distantes, le-
A veces tus ojos tienen la diá-
fana claridad del mediodía, y se
A uelven transparentes como re-
mansos á través de cuya superfi-
cie serenante se divisa el fondo,
en un ritmo suave de luz apacible,
al tactarla el sol con sus dedos in-
dagadores de un rubio fluido...
— 51 —
Y son para mi pecho conmovi-
do, cancionero de amor, como un
íiat lux glorificante.
^os ojos son el libro donde se
leen las almas sencillas, y el infi-
nito que lo resume todo, para los
espíritus fuertes y las almas gran-
des. ^
Tu mirar tiene no sé que poder
inmanejite, qué extraño dulzor en
su amable omnipotencia, qué don
sobrehumano de producir una re-
novación en el ser, un mirífico
anhelo, un ansia sin nombre: es-
tá lleno de esa gloriosa claridad
creadora, que vierte en lo más
hondo, como un raudal de melo-
días aún no sonadas, y arma al
espíritu de grandes alas vigoro-
sas, sonoras, que lo levantan ca-
denciosamente, por arriba de las
cimas arrogantes de las cosas
reales.
Y, entonces, qué vida intensa,
qué tuerte potencia desconocida,
qué plenitud desbordante, qué ím-
petus indomables prontos á tra-
ducirse en acción victoriosa, sien-
to fluir de las raíces de mi ser ;
qué agilidad para saltar el abis-
mo y la aspereza fatigosa de la
vida, para luego hacer llamear
la inquieta bandara triunfadora,
en la orguUosa soledad de las
cumbres ; qué anhelo de tomar al-
tura el espíritu, para orientar el
vuelo hacia las tierras magnífi-
cas y qué impulsos irrefrenables
de hundir las sandalias desmedra-
das de viandante ávido de más
allá, en la zona vedada que cie-
rra la azulada curva renovadora,
y así, seguir venciendo horizontes
y más horizontes, arrancándole
una palabra sin sonido al misterio
en la mudez de su silencio vago,
en una ansia ilimitada de espa-
cio, sin sentir el ala enervante de
la fatiga golpear perezosa los
hombros heroicos.
i Benditos seáis verde-claros ojos
acariciantes !
Figúrate un monte alto, exu-
berante de vida, con susurrantes
frondas.
Abajo y á lo lejos, una llanura
inmensa, que se esfuma en lo lon-
tano de la curva grácil que cie-
rra el horizonte enigmático ; des-
colorida, con la tristeza irreme-
diable de las vencidas frentes do-
madas; con el suelo roto, en la
sequedad desolante de la tierra
ávida del gran beso reparador de
la tonificante linfa cancionera.
Momento á momento se siente
sonar un clamor anunciador de
que una vena musical de agua
transparente, se ha abierto del se-
no túrgido del monte y cae en
la iianura como una bendición
profética.
La tierra se estremece en sus
entrañas, como cuerpo que adivi-
na el dulce acercamiento de la
gran caricia esperada.
Y, las grietas sorben el agua
cristalina, como si fueran labios
enjuntos que tuvieran mucha sed
El agua suena con un rumor
de joviales risas reparadoras, más
bien parece que cada fresca onda
consolante, hablara en lengua de
armonía, de juventudes lozanas y
de próximos remozamientos ; y re-
suena en el espacio con la suave
tonalidad, con la sana alegría sim-
pática, con que voces amigas un-
gen de esperanza, de visiones fa-
vorables y de bálsamos, el alma
del hombre que ha sufrido mu-
cho.
Después, el milagro se realiza :
la fecundidad cambia el aspecto
sollozante de la llanura en oasis
adorable, en cuyo seno abundoso
hierve la vida jocunda y fuerte.
Y, á la clara risa del agua, que
bajaba del monte, sonando buena-
- 52 —
venturas, con vivos resplandores
de plata, se unió la risa jovial de
la llanura remozada ; fundiéndo-
se en un solo clamor ondulante,
en un solo canto venturoso, como
si fuera el bello reir de una mis-
ma boca aromada...
Pues bien, soberana en la gra-
cia : tus ojos en el éxtasis inefa-
K.xe, diáfanos con la diafanidad de
la onda balbuceante en los días
serenos, me revelaron en verbas
sin sonidos, de luz, subjetivas, las
maravillas desconocidas, el tesoro
de ternura que llameaba en tu
cof recito sellado ; el lento amane-
cer de tus sentires florecidos en
primaveras ; todo eso dicho á la
distancia, con los labios inmóviles
como si ese mundo fabuloso en
potencia dentro de ti, con ansias
santas de espaciarse, se hubiese
fundido en tu gracioso mirar, pa-
ra llegar íntegro, puro como el
aire de la mañana, á mi recogido
espíritu, sonante en la soledad,
produciendo en él — ávido de ese
aire y ávido de esa mañana — una
inesperada eclosión y como un
resurrexit y un soberbio desper-
tamiento melodioso ; y entonces,
tu mirada reconfortante, anun-
ciadora de armoniosas afinidades,
de devenires gloriosos, fué para
mi alma incomprendida y sola, lo
que el agua rumorosa que caía del
monte, sonando églogas á la abra-
sante gleba desnuda : la transfor-
madora amable, la renovadora
bendita, la transfiguradora de las
cosas íntimas, la que infundió, en
mi parcela interna, olvidada de
la clemencia del ambiente indife-
rente, vida vigorosa, briosa exu-
berancia exultante, é hizo, reven-
tar los brotes á los rosales que
morían y en sus ramas llameó la
rosa fraganciosa, como si fuera
un corazón que se abriera, en un
vértigo superbo á la caricia infi-
nita de un sol desconocido...
Y, esas rosas nacidas, como en
una resurrección del ser, con la
fre'scura del rocío bautismal del
nuevo amanecer de mi espíritu,
perfumaron tus manos finas y el
oro puro de tus rizos, en dos
poemas azules que tú ya conoces...
Y, ahora de pie, sobre mi ego-
ísmo, como sobre el escudo, duro
y sonoro de un vencido, ante ti,
pronuncio, lentas : Alabados sean,
glorificados sean, bendecidos sean
tus ojos de primaveras ; claros
como el agua que corre ; lumino-
sos como la mañana ; verdes co-
mo la mar ; como el atardecer, so-
renos...
A tus ojos : la ofrenda balsá-
mica del latido tremante que flo-
rece en las venas como loa aro-
mosa de savia : esencia de vida.
A tus ojos : suprema unción de
alabanza ondulante ; á tus gran-
des ojos queridos, que llevo siem-
pre abiertos sobre mi corazón ; co-
mo piedras preciosas en joya de
oro, así brillan aquí dentro, en
el santuario...
A tus ojos : hossanna exultante
en la lengua musical del alma
sedienta, ávida de imposibles, en-
53 -
rendida divinamente en las brasas
sagradas del ideal !
Á tus ojos : todo lo que siento
hervir con los hervores ignaros de
la ola que rebasa mi universo
interno, libre y suelta, ondulosa,
sonante, como verso desprendido
de un himno : todo lo que bal-
bucea dentro de mí gratas cosas
extraordinarias, que no encuen-
tran vocablo : todo lo que está
pleno de juveJitud y desborda vi-
gores de retoño : todo lo que sur-
ge de lo más hondo con la omni-
potencia de un sol en llamas : to-
do eso es para tí : todo lo que es-
tá lleno de lontano...
Lino ARANDA CORREA.
Montevideo, Febrero de 1911.
#♦»
tJecorativa
A la señorita Delia Vilaró.
Se dipía una fiesta de ppíneesas galantes
pródigas en deeires de opoptana efieaeia,
paseando la nobleza de sus almas {pagantes
en pisueña hapmonía con la luz y la gpaeia.
Un mupmallo de espumas ha poblado el ambiente
insinuando suspipos de apomátieo vuelo,
y el alma de Beethoven se hace oip dulcemente ....
como en una flopida ppimavepa del eielo.
V envuelta en la capicia de una túnica posa
que cae ligepaniente como una gpaeia gpiega;
más bella que la aupopa, divinamente hepmosa
como una sobepana que del palacio llega ...
Lia Divina morena de las nianos ducales,
de ojos negpDs y es^tpaños, de un ej^tpaño mistepio ;
llenó la noche alegpe de suaves modales
con su dulce ppcsencia Pcal digna de inipepio.
Esteban ETCflEPflnE.
- 54 —
EPÍSTOLA. LITH:K.jPlR.Iíí>l
El matttimonlo de Tolstoy
fara Apolo.
Debo advertiros, antes que em-
pecéis á distraeros en la lectura
de mi epístola, que no encontra-
reis en ella, ni un elogio á El Ma-
trimonio de Tolstoy, ni un aplau-
so á vuestra admiración literaria.
El A[atrimonio no me merece
mención ni como arte, ni como
ciencia.
Y no me achaquéis pedantería,
si, peregrinamente me tomo la
seriedad, de verter en éstas, mis
impresiones — descorteses quizás —
pero sinceras, porque así pienso
y así escribo ; pues entiendo, y
de ello auto de fe hago, que en
arte sólo es dable hablar con sin-
ceridad ; que sólo puede hablar el
que proclame el derecho del cora-
zón sobre el cerebro, en estos
tiempos de vulgarización en que
andamos, y donde prejuzga, más
la frialdad de una idea, que el
ardor de un sentimiento. No en-
tendáis con esto, que doy á la
pasión un precio desmesurado, ni
que para los actos de la vida
omito el fallo del pensamiento,
que así como el cerebro analiza —
y siglo de análisis es éste — el
corazón sintetiza — ^y síntesis debe
ser nuestra juventud. De niños
pensamos con el corazón ; de vie-
jos con el cerebro. ^Cómo queréis
que el amor discuta ? Ni razona ;
ni piensa. — Ama solamente.— Y es
toda amor la niñez.
Amar todas y sobre todas las
cosas, y de ese amor perenne que
mantiene al espíritu y al alma,
deducir lógicamente del teorema
de la existencia los grandes co-
rolarios de la vida : el Derecho,
la Moral y la Social.
Y el libro que nos preocupa es
una aplicación errónea de ellos.
Siempre me ha disgustado la cá-
tedra de moral — ensñanza no en-
señable— y tienen para mí sus
textos el valor que tiene un al-
manaque, que con la exactitud de
un sirviente bien asalariado, me
señala los días de veinte y cuatro
horas, con la sensación del vérti-
go, como si la insolencia del nú-
mero, me indicara mis horas de
dolor y mis horas de placer.
i Oh, la paradoja del almana-
que ! — ¿ Acaso son iguales los días
que el calendario se afana en igua-
lar?
También es la moral una para-
doja.— Ella es vasta como es vas-
ta la vida. — Cada ser tiene su mo-
ral propia.
Tolstoy receta en este libro, co-
mo única felicidad, la paz del ho-
gar ; y en su afán de psicólogo,
relega á la mujer á una inferio-
ridad intelectual, como si el si-
glo XX consintiera esa negación
al derecho de vivir con el alma y
con el cuerpo.
¡ Hablad con el corazón y decid
si es ese el summum del bienestar
que apetecéis!...
Y delucile Tolstoy, si tiene la
mujer derecho espiritual solare el
hombre, ó, el hombre sobre la mu-
jer, que en tanto opino, que un
libro que lleva á una finalidad
falsa, es malo.
II
Tomemos otra faz del libro y
descartemos sus protlagoaiistas.
¿Os halaga el marido?
— 55 —
En cuanto á mí, os declaro (jue
esa mujer no me enamora. La
considero una mujer vulgar. Y las
vulgaridiades son de los necios.
Una Amada que se aburre no
es merecedora del amor.
Y, si toda ideal ; si toda ensue-
ño ha ido al matrimonio y en el
menguante de la luna de miel ha
visto la defluación del ensueño y
desconocido ha el ideal ; si azora-
da, los últimos sorbos en el ánfora
de la felicidad que soñara, le su-
pieron á hiél, ¿quién más que ella
tiene la culpa .P ¿Por qué ha tro-
cado sus sueños crepusculares de
soltera por las vanalidades de mu-
jer amada y hermosa? ¿Por qué
en vez de plegar sus alas de oro
junto al fuego del Amado, las tien-
de hacia el coqueterismo más in-
sípido?...
Y tan vulgar es, que madre ya ;
cuando carne de su carne se in-
miscuye en la vida ; cuando el ac-
to de mayor trascendencia en la
vida de la mujer se realiza en
ella ; cuando despojada de lo hu-
mano se diviniza, como demos-
trando al hombre su omnipoten-
cia ; ella permanece indiferente y
conserva la inconsciencia de su
conciencia, hasta que el arrepen-
timiento de una falta presentida
conmueva sus entrañas, para que
comprenda que es esposa y que es
madre. Es menester la presencia
del mal, para que se inicie en el
bien.
...Temo que huelgue deciros la
concepción que tengo soñada de la
mujer, por eso concluyo, no sin
glosaros ante — á manera de epílo-
go— mis impresiones sobre Tols-
toy: De buena gana os confesaría
que soy un profano de este emi-
nente literato ruso, pero un pro-
fano consciente. No creo en la
belleza de su romanticismo dog-
mático, y fuera de El Matrimonio
que me habéis hecho leer tengo
mal leída La Sonata á Kreutzer ;
texto también de moral, que hue-
le al cristianismo primitivo ; — esa
escuela de negación que predica-
ba el despojo de la personalidad
en bien del amor á la solaridad
humana. Tolstoy combate el ego-
tismo del artista y es en La So-
nata donde se caracteriza de dó-
mine. El somete la Vida á la Mo-
ral.— Canta á la muerte como á la
suprema salvación del bien.
Irompeyo Gener le incluye en
sus estudios de patología litera-
ria.
Emilio TRIAS DU PRÉ.
1911.
• ♦■
inscTiixcjPL
Para Apolo.
Las doce pausalaments,
rezonga el viejo reloj,
y en la quietud de la alcoba
se pierde el último son.
La tenue luz de la vela
vacila, con el temttor,
de las lentas agonías
de la desesperación.
Una campana, en la noche,
eleva al cielo su voz
con el acento piadoso
de su mistico dolor.
Sobre la mesa unas cartas
gue guardan con fiel unción,
el perfume de la mano
frágil gue las escribió .
Ante mis oio& un libra
gue no leo, en el ardor, i
de una idea gue me obsede
con tenaz obstinación.
Dentro del libro una rosa
blanca, gue el tiempo secó,
y una pena gue no muere
dentro de mi corazón.
José VIAÑA.
— 56 —
ftUgona del amor desolado
Paro Apolo.
Yo soy el jardinero caviloso
ante mi pobre almáciga en que admiro
crecer la flor que llaman «tu suspiro»
y á la que di por nombre «mi sollozo».
Damas de amor en tanto pasar miro;
van sembrando la angustia en mi reposo,
aunque á su dulce andar grave ó airoso
decora primavera mi retiro.
Suspiros dan á mi vergel llegando,
y la flor, copa azul, brindarse veo,
por si una dama en la que amé soñando!
Mas ay, se alejan, y á su paso, dura,
clava la flor su estilo en mi deseo
y vuelca luego su corola oscura!
Edmundo MONTAGNE.
— 57 —
ttotas nuevas
Para Apolo.
I
Hoy ha entrado á mi alma luz de mi poesía
por la ventana abierta de mi melancolía.
Hoy han redivivido mis amores lejanos
como por el encanto de unas mágicas manos,
Y todo canta en mí; todo lo que convida
á decir, al espacio, un brindis á la vida:
Por el amor y el arte ; por la vieja armonía ;
por la cuerda del alma que dejó de vibrar
y que hoy hirió la clara luz de mi poesía
para que retornara á su antiguo cantar.
Por Dios, que, ante mis ojos, abre el cofre divino
de la naturaleza, con la llave del Sol ;
y cede, cual promesas, para nuestro destino,
músicas á los bosques, y sangre al arrebol.
Por nuestro amor, amada; por las horas felices
y las amargas horas que en nuestra vida son;
por todo lo que sientes y todo lo que dices ;
por el dolor y el goce de nuestro corazón.
Por el recuerdo que á ambos nos une en el pasado
y por la perspectiva de nuestro porvenir,
por lo que hemos sufrido y lo que hemos gozado
y por lo que aún nos queda por gozar y sufrir.
Y, sobre todo, brindo, por tu belleza, amada;
única, obsesionante, olímpica y triunfal ;
por la divina flecha de luz de tu mirada;
por tu mano que oprime, dulce y conñdencial.
— 58 —
¡ Cómo ha entrado á mi alma luz de mi poesía
por la ventana abierta de mi melancolía!
¡Y cómo rediviven mis amores lejanos
como por el encanto de unas mágicas manos I
II
Yo viví muchas horas lejos de mi poesía;
viajé, vi, sorprendíme, me plegrué al Universo;
pero se hizo un vacío dentro del alma mía :
¡ le faltaba la bella música de mi verso !
Y sentía su urgencia á cada paso dado ;
cuando sobre las aguas el sol se diluía,
y el buque, como un ebrio gigante, fatigado,
al femenino arrullo del mar, se adormecía ;
sobre el suelo romántico de la España compleja ;
de árabes alcázares bajo los corredores;
donde siempre hay relatos de alguna historia vieja;
donde siempre hay historias de algunos trovadores ;
en París, en la urbe donde siempre agoniza
el recuerdo llevado, y otro recuerdo asoma;
en los nevados montes y lagos de Suiza;
en la Roma pagana y en la cristiana Roma.
Estos ojos, amada, que han visto tantas cosas,
por este resurrexit olvidan sus sorpresas ;
ésta, mi alma, tiene para ti nuevas rosas ;
y tú, para mí, tienes siempre nuevas bellezas.
Porque hoy entró á mi alma luz de mi poesía
por la ventana abierta de mi melancolía.
Porque hoy redivivieron mis amores lejanos
como por el encanto de unas mágicas manos.
Lorenzo VICENS THIEVENT.
- 59 -
Emociones ves|>ertitias
Para Apolo.
Tiene el oro del véspero risueño
un tenue encanto, adormecido y vago,
como la calma plácida de un sueño,
como las ondas trémulas de un lago.
El cielo es muy azul. Para el ensueño,,
para pensar en tu amoroso halago
está bien el crepúsculo sedeño,
tal vez salido del pincel de un mago.
No declina la tarde todavía,
pero me invade una melancolía
y con tu amor y con tu ser yo sueño ;
Y voy hacia el jardín donde me digo :
para soñar y para estar contigo
está bien el crepúsculo risueño . . . !
H: ^ ij:
Tiene el jardín el duelo de no verte,
la tristeza más grande y más sentida
y el cobarde presagio de la muerte
por el recuerdo de tu despedida . . .
Ven^ Lilia primorosa. Ya la suerte
me brindó la ilusión reverdecida
y un noble corazón para quererte
sobre todas las cosas de la vida.
Ven hacia mi jardín donde la rosa
contrasta con la pálida azucena,
donde el clavel pecaminoso posa
sobre la dalia un ósculo bendito.
¡Ven que te espero, Lilia, ágil y buena,
soñando sobre el banco de granito!
* * *
Te he esperado ya tanto ! . . . La agonía
suprema del que aguarda no la sabes,
y está muy llena de monotonía,
de cosas tristes y nostalgias graves !
— 60 —
Abro el libro sutil del almo mía:
las páginas allí todas son suaves
y va cruzando la melancolía
por todas ellas, entre trinos de aves.
Al fin no volverás ¡ pero qué importa !
Mi pecho varonil también soporta
la pena que engendró tu despedida,
porque en mi corazón todo ternura
canta la alondra del amor la pura
canción que endulza el duelo de la vida!
FlLADELFO URUETA.
Síncelejo (Colombia).
«♦»
El posta, de: la. a.ld.ea.
Para Apolo.
Un soñador de quince á veinte años
que tiene el corazón de penas lleno
sin haberse embriaprado en el veneno
de la experiencia y de los desengaños.
Sueña un cielo de rimas caprichosas
é ignorante del mundo y de la vida,
sabe vivir de la ilusión perdida
y analizar el fondo de las cosas.
Y ha recorrido todo lo que existe
con el vuelo atrevido é imaginario
de ese pájaro azul que hay en la idea,
Sin ir más lejos de la sombra triste
que proyecta el vetusto campanario
de su tranquila y apacible aldea.
Julio J. CASAL.
«♦»
IDsja.d.rtie:, qtxisro pa.z
Dejadme, quiero paz,.. Ya estoy hastiado
De este vivir sin goce ni placeres:
Para mi ya la vida ha terminado,
Y andaré muerto entre vivientes seres.
_En la orgia el placer siempre he buscado
Sin hallarle jamás. Y las mujeres
El corazón y el alma me han helado
Con su hipócrito amor y sus quereres.
Dejadme, quiero paz.. . En el olvido
Quiero verter las hielen que he bebido
Y para siempre en él quiero abismarme;
Y si no logro allí borrar mis penas
Y romper de mi angustia las cadenas,
Me sobrará valor para matarme ! !
Antonio MONTENEGRO (hijo].
»♦«
lXCa.dLriga.1 á. sxx risa.
Risa : cascada armoniosa
cual sonata musical ;
risa : diadema ideal
de su boca color rosa ;
¡ Oh vuelo de mariposa !
Risa : nota prodigiosa
de una flauta de cristal,
ó de Chity un madrigal ;
¡ nunca oído por hermosa 1
Pora Apolo.
Risa la más melodiosa...
Con todas las armonías,
que amar pueda en mis poesías,
nunca lograré fijar
el sonido de su risa :
risa que sensibiliza
como las ondas del mar.
Carlos María de VALLEJO.
Montevideo, 1911.
CATALOGO DE LA « LIBRERL\ MERCURIO » oo
Biblioteca Sociológica internacional
Ex\ VOLÚMENES DE II X ¡ "J CM. DE I50 Á 250 PÁGINAS
EN RÚSTICA $ 0.16
TOmOí
Ji. L. Emerson ^iete tnsayos
/r. de Greef as leyes sociológicas
-i. J.oria Problemas sociales contempo-
ráneos
('. Kantsky ,... ¡.a deíensa de los trabajadores.
^ la jornada de ocho horas.. 1
1' . Gmer de los liíos Kilosoh'a y Sociología 1
ir. Sergí Leopardi á la luz de la ciencia 4'
A. Marnack l'sencia del Cristianismo '2
li. de (rrecf Evolución de las creencias y de
las doctrinas políticas ^
Ih. Zicgler La cuestión social es una cues-
tión moral -
.1. France í,i Jardín de Epicuro 1
JJ. González-Blanco El Feminismo en las s>ciedade-?
modernas '^'
•lames Los ideales de la vida '2
G. de Azcáratc Concepto de la Sociología y un
estudio sobre los deberes de
la riqueza ^
. i'olajanni Kazas superiores y razas infe-
riores ^
i. C'irlylr Sartor Kesartus Ü
-/. Ftske El destino del hombre i
.>i . Longo La conciencia criminosa 1
^i, Ardigó Tja ciencia de la educación 2
/. ]'ah'ntí Vivó La sanidad social y lo.s obrerop 2
E. Laurent Antropología criminal 1
J'. Mossi Místicos y sectarios i'
V. Dorado .^> nevos derroteros penales 1
.1. (.'hiappi'll'i El Socialismo y el pensamiento
moderno 2
JK íiuiz. (ienealogía de los símbolos ~
G. Sergi La evolución humana indivi-
dual y social 2.
G. SchmoUer Política !^ocial y Economía po-
lítica 2
.1. Angiolini De los delitos culposos 2
(t. Piazzi El Arte en la muchedumbre.. 2
■/. Antich Egoísmo y altruismo 1
.1. Ihjroff El concepto de la existencia.. 1
A. .isturaro El materialismo histórico y la
sociología general 1
P. Eossi El alma de la muchedumbre... 2
.1. .Angmlli La Filosofía y la Escuela 2
34 CATÁLOGO DE LA « LIBRERÍA MERCURIO »
Temoi
V. í'crrini El Mundo y el Hombre 1
<T/. Lcgrain degeneración social y Alcoho-
lismo 1
J. Jaiirés Acción socialista 2
I'. Mossi Los sugestionadores y la mu-
chedumbre 1
J:iUcn Key El siglo de los niños 2
(i. liodrígucz La Nueva Pedagogía 1
E. Grosse Los comienzos del arte li
M . Tkury El paro forzoso 1
ii. Ctmbali El derecho del más fuerte 2
#•;, t'nt-otti El ocaso de la esclavitud en el
mundo antiguo 3
f. (rascón Los sindicatos y la libertad de
contratación 2
A. y icéforo tuerza y Riqueza 2
;*i. A. Vnccaro Génesis y función de las leyes
penales 2
H. Hüffding La Moral. Principios de Ética 1
» » La Moral. La moral individual,
social y de familia 1
3) » La Moral. La libre asociación
de cultura 1
» » La Moral. La cultura religiosa
y filantrópica. El Estado 1
¡i. N. Fattcn Los fundamentos económicos de
la protección 1
•S. 1 alcntí Camp Premoniciones y reminiscencias 1
'i'. Carhjlc Los héroes, el culto de los hé-
roes y lo heroico en la histo-
ria ." 2
tiaen Kcy .Vmor y matrimonio 2
E. licich El éxito de las naciones 2
I. Orchansky La herencia en las familias en-
fermas 1
A. ' Albornoz Individualismo y socialismo... 1
A. Vhmpelli Voces de nuestro tiempo 2
>S'. Tiilentí Camp Atisbos y disquisiciones 1
A. Mcnger FA Estado socialista .. 2
L, Lacour Humanismo integral 2
Th. Héxizka Las leyes de la evolución social 2
A'. Asturaro ^^ociología zoológica 1
H. Zoccoli La Ananuía. Los Agitadores:
Max Stirner. P. J. Prou-
dhon 1
H. Zoccoli 1 ¡i Anarquía. Los Agitadores:
M. Bakunin. P. Kropotkin.
B. R. Tucicer 1
CATÁLOGO DE LA «LIBRERÍA MERCURIO^ 35
TOBOI
S. N. Fatten Teoría de las J Jerzas sociales... 1
M. ZoccoLi La Anarquía. Las ideas. Los
hechos 1
» » La Anarquía. Apreciaciones éti-
cas . . . 1
-/. Caballero El Espíritu de la Enseñanza... 1
L. Ferriani Delincuentes astutos y afortu-
nados 2
II'. James La vida eterna v la fe 1
Biblioteca Renacimiento
OBRAS DE I TOMO
Augusto Vivero y Antonio de la
Vilia Cómo cae un trono (La re-
volución en Portugal)... $ O.VK)
Kduardo Marquina En Flandes se ha puesto el
sol )) O.'M
Angelina Alcaide de Zafra La tontería de un «gato»
(novela) » 0.9<)
Biblioteca de Poetas Americanos
$ o. 8o CADA TOMO EN TELA
TOBOt
-»j a/1 ucl Acuña Poesías
Igmicio M. AUamirano Himas
Santiago Arguello.... Ojo y Alma
Andrés Bello Poesías originales
Manuel Carpió Poesías
Francisco Contreras I oisón
■iosé S. ('Iiocano Alma América
)) » )) Cantos del Pacífico....
Líubcn, Darío Prosas Profanas
José de Espronceda Obras poéticas
Manuel Flores ]''asionarias
» » Poesías inéditas
,s' García Torres Flores de amor
Emiliano Isaza Antología colombiana
José Mármol Obras poéticas y dramáticas...
Salvador Martínez Alomia -Nieves
Amado Ñervo ^ erlas negras
» » J'oemas
Manuel de Olayuíbei Cajiciones de Bohemia
liicardo Falma Armonías
Felipe Fardo Poesías
M. Pimentel Coronel Vislumbres
Flácido Poesías
CATALOGO DE LA «LIBRERÍA XIERCÜRIO »
/ jvrn Iti Itnllcdo
■' ivicr Hnn+n Mtrrín
y \-ié. Judii Tiildadd
I '"I I pe. 1 <'i<-ii(ito Black.
i 'lis (r. I rliiuc
)> » ))
ilaiiucl ''iifi.rrrvr: Ndjfi
■>!iiin di Dios l'izd
Tomos
Joyeles 1
Poesías escogidas 1
i'lorilegio 1
Cantos de Bronce 1
Tiigenuas « 1
Puestas de sol 1
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Cautos ctel hogar 1
Biblioteca hilosóftca
\1 . (1 uyii •: — \,a K.iueaeion y la liereiicia 1 tomo tela $ 1.20
.'•U'i'íi B(rfrniiil — Léxico de b'dosotía 1
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/' . Bradf-'ii 'íifilinicr — l'jlenieutos de Psicología... 1
i>r. A. ('Iiiinz — -Hesunn'u siutétu'u ,1»! los pii-Jicipios
de moral de Herl)ert S]>encer 1
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Stuart -Mdl 1
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Biblioteca de los mejores novelistas contemporáneos
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/,'. De Bill ¡I- l.a venganza de una
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nas de Lourdes.
M<(.itrici<' L(l)l(inc — .Arsenio l.,upin.
;> » Arsenio Lujjin
contra .Slierlock Sliolmes.
Mdurici'' l.i'hliinc —Jja aguja hueca.
)> )) 813.
!) )) El hombre ne-
gro.
(j. -Leroux — El misterio leí cuarto
amarillo.
(' . l.cronx — El perfume ile la ilama
de. negro.
C. ¡.cnxi.c — El Eantasma de lii
''luera.
SUCA. .\ $ 0.40 CADA UNA
C. Lctinix — El hombre de la noche.
»' )i El Príncipe Agrá.
l'i tiro Lotl — Las Desencantadas.
<>'(/.(/ (/(■ Maupassant — El buen
mozo.
M I/lid 111 Thirry — La. Conquista de;
Jerusalén.
Ohiit f-—¥A vendedor de veneno.
1 Camino del amor.
» El Aventurero.
» La Tenebrosa.
)) La gente alegre.
II En el fondo del abismo.
i> El Rey de París.
)> El cura de Favieres.
i> Inútil Riqueza.
i> Un antiguo rencor.
i> La Dama vestida de gris
I) La Hija del Diputado.
/'/í'i-ri.sf — Vírgenes á medias.
)i La Princesa de Erminge.
)i El Otoño de una mujer.
)i Cartas de mujeres.
» Pedro y Teresa.
Sft itdh'il — Amistad amorosa.
INTENTIONAL SECOND EXPOSURE
¿-^K
'^l
í-,*¿-y¿
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
A-dzuinistrador;
üedaoolón. y ^Vdsainistraoión
TREINTA. Y TflKS, 27
AÑO VI
Montevideo, Abril de 1911
N.» 50
la |)edagogía d^l siglo
((Conócete á ti mismo», dijeron
con Tales de Mileto los filósofos
de la antigua Grecia ; ((enséñate
é tí mismo, para hacerte dueño de
tus sensaciones y de tus actos»,
dice hoy la Pedadogía, actuando
de ciencia fundamental socioló-
gica.
Pero hasta los presentes días (en
que se ha afirmado con Greef,
Barth, Azcárate y Giner de los
Ríos, la realidad subsantiva de la
sociedad, como ser \3oncreto de
organización biológica, adecuada á
sus aptitudes, y de energía propia
que se transforma en fuerza de
cada una de sus diferentes partes
para realizar el proceso de sus
determinaciones peculiares, fuerza
que después de vigorizada reobra
sobre el centro de que procede),
la Pedagogía no ha sido conside-
rada como función social origina-
ria de imprescriptibles derechos y
de irrenunciables deberes, que al-
canzan á todos los seres humanos,
sin excepción alguna ; pero dere-
chos que favorecen más directa-
mente á los más débiles y deberes
que obligan más á los más fuer-
tes.
Nadie puede desconocer el dere-
cho de los padres para dar á sus
hijos la dirección que juzguen más
ccnveniente, dentro de sus medios,
y el derecho de la patria para
dictar las disposiciones que crea
más útiles en favor de la instruc-
ción y de la higiene de la juven-
tud ; y el derecho de la sociedad
á intervenir en cuanto se refiere
á la moralidad, á la salud y á la
vida de todos sus individuos, del
modo que más prudente estime en
cada tiempo y lugar ; pero supe-
rior al derecho de los padres, de
los gobiernos y de la sociedad es
el derecho de los jóvenes á ser edu-
cados sin preocupaciones, sin fa-
natismos y sin ficciones que atro-
fien su inteligencia, extremen su
sensibilidad, perturben su razón
y maten su libertad; y es el de-
recho que todas las personas tie-
nen á la mutua educación inte-
gral y á la higiene científica para
garantía de su conciencia y de su
salud. También es sacrosanto el
— 62
deber de los niños para sus pa-
dres, maestros y protectores ; y
el deber de los desvalidos que en-
cuentran refugio ; y el de los per-
turbados que hallan corrección
reintegradora ; y el de los anor-
males, á quienes la beneficencia
pública protege ; ineludible es el
deber de los humildes amparados ;
de los pobres atendidos ; de los
débiles, á quienes la colectividad
fortalece con su ayuda ; pero es
más obligatorio, más imperioso y
más inexcusable el deber de los
poderosos, de los ricos y de los
ilustrados, que sólo tienen poder,
riquezas é ilustración, no por fa-
vores de la naturaleza, sino por
privilegio de la sociedad.
El hombre no es hombre más
que por la educación : la serie de
mudanzas que desde el estado em-
brionario en su formación experi-
menta, pasando por distintos gra-
dos de la vida orgánica, no ter-
mina al dejar el claustro materno ;
continúa en plena luz y en pleno
aire hasta que, por efecto de la
higiene, de la enseñanza y de su
actividad bien dirigida, llega á
ser persona consciente, moral,
fuerte, capaz de resistir toda clase
de presiones contrarias á su liber-
tad de pensar y de determinarse
en actos buenos ; luego la Peda-
gogía en los actuales tiempos es
la acumulación de los recursos co-
lectivos empleados reflexiva y me-
tódicamente por la sociedad mis-
ma en favor del perfeccionamiento
gradual de todos y de cada ixno
do sus individuos.
Hasta los últimos días del siglo
XIX se entendió que toda clase de
personas debía proceder en todo
caso con sujeción á las circunstan-
cias de su tiempo, y que los jóve-
nes debían ser educados para su
época ; pero hoy á la Pedagogía
se ha confiado la misión de impul-
sar, de mover, de empujar á los
hombres á la consecución de un
medio social mejor que el presen-
te, y de dirigir á los jóvenes hacia
un ideal de justicia equitativo con
arreglo á un plan científico sus-
ceptible de corregir los defectos
que nosotros mismos, aunque entre
errores viviendo, reconocemos eii
la educación que hemos recibido.
Si por el fruto se conoce el árbol,
y por el estado social que nos en-
vuelve el sistema político-religio-
so-pedagógico vigente, ¿cómo y
para qué hemos de seguir culti-
vando el árbol que da frutos da-
ñinos y las instituciones que pro-
ducen malestar, desdichas y crí-
menes sociales?
Sabemos positivamente que nues-
tro estado actual de luchas y de
miserias es transitorio : que las
condiciones intelectuales y mora-
les humanas van mejorando bajo
el influjo de la cultura social v
por reversión, modificando favora-
blemente la vida colectiva ; sabe-
mos que el derecho público y pri-
vado, la amplitud de la idea mo-
ral y hasta el concepto de la justi-
cia dependen de lo que pensamos
y creemos, y que nuestros pensa-
mientos y nuestras creencias se de-
livan de representaciones reflejos
internos por virtud del funciona-
miento de las células cerebrales
á favor de las erecciones y vibra-
ciones de sus fibrillas nerviosas ;
y también sabemos que el cerebro
humano en su estado presente,
según frase de Ramón y Cajal,
<(no representa el término in-
franqueable de la organización
del substratum del pensamiento.
Marchamos incesantemente en bus-
ca de mejores días.
La Pedagogía tiene, pues, que
realizair en el siglo XX una obra
de magnitud y trascendencia : - la
de recolectar materiales en el
^es-
campo de las ciencias de la Natu- judídica y de dicha de la vida en
raleza y del espíritu y con ellos el culto del amor á todas las pa-
preparar el camino que la Huma- tiias, de dignificación de la mu-
nidad ha de recorrer para llegar jer y de santificación de la fa-
al logro de todas sus aspiraciones milia.
de solidaridad, de igualdad ético- M. RODRÍGUEZ NAVAS..
V* Siembra y Vetiditnía"
Tal es el título de un libro de versos que acaba de publicar en
Buenos Aires el poeta venezolano Ismael Urdaneta que estuvo en-
tre nosotros á su llegada de la tierra natal.
(( Siembra y Vendimia» es un bello libi-o emotivo y original,
lleno de feligranas y encantos artísticos que los cultivadores de la
belleza sabrán admimr.
Con más detención que la que nos permite la brevedad de esta
nota bibliográfica, hecha tan sólo para acusar recibo de los ejem-
plares que su autor nos ha, enviado, hemos de ocuparnos próxima-
mente del libro de Urdaneta.
Escritores Españoles
Francisco de P. L. de la Vega
- 64 —
Un eatitatiU tiotabk
Esteban Etchepape
Pocas veces nos ha sido dado
oír un cantante de dotes tan re-
comendables como las que posee
por fortuna nuestro distinguido
compañero Esteban Etchepare,
que hace algún tiempo se encuen-
tra entre nosotros después de ha-
ber cursado brillantes estudios de
canto en Europa bajo la dirección
de los más afamados profesores en
la materia.
Una tenaz y dolorosa afección
de que más tarde ha venido pade-
ciendo en las cuerdas vocales, y
que obligó al inteligente artista á
interrumpir su bella carrera des-
tinada á obtener envidiables triun-
fos, hizo necesaria la interven-
ción de los médicos especialistas,
quienes, después de haberlo some-
tido á un largo y enojoso trata-
miento, recientemente le autoriza-
ron para que vuelva á cantar,
aunque sin atacar por ahora el
registro primitivo de su voz : el
de tenor que todavía no se en-
cuentra diel todo consolidado.
Y la voz vuelve á nacer hermo-
sa, fresca y abundante, con im-
pecable afinación y perfectamente
bien timbrada.
Pero lo que más nos sorprende
en este excelente cantante es el
aplomo con que aborda las más
difíciles y complicadas tesituras
para barítono, de las que salen
airosos solamente los consumados
del canto.
A. los quince días de volverle la
voz, y casi sin ejercicio previo, le
hemos oído interpretar notable-
mente, con dicción clara y correc-
ta, <(di provenza il mar» de Tra-
viata ; «non t'amo piú» de Tos-
ti ; y magistralmente, á la mane-
ra de los grandes cantantes, el
famoso brindis de Hamlet.
Etchepare canta como lo exige
el Arte Soberano : sabe impostar
adnyrablemente y distribuye el
matiz con inteligencia y buen gus-
to. Su dignidad artística es enco-
miable : jamás recurre á los ba-
jos efectismos, ajustándose seve-
ramente á la música. Llega á los
agudos sin bruscas transiciones,
con inspiración y valentía, encen-
diéndolos con una sonoridad pa-
sional simpática.
El concierto que con el concur-
so de algunos aficionados dará este
notable cantante, el 8 del corrien-
te mes, en la elegante sala del
Instituto Verdi, está llamado á
obtener un éxito lisonjero.
'♦»
KLH:]X[H:2XEBI?.j??i.]Sr2^jPs.
Entonces, cuando era mía,
las flores ¡ cuan gratamente
perfumaban el ambiente
allí donde andar solía !
i Con qué plácida harmonía
cantaba la alada gente !
i Cómo la hma esplendente
al ver su faz sonreía !
Muertos aquellos amores" ,
tan dichosos, tan suaves,
fenecida mi fortuna,
ni aromas tienen las flores,
ni dulces trinos las aves,
ni claro esplendor la luna.
F. rodríguez MARÍN.
— 65
£1 Trovero
I
Aladas trovas (jug vais
doniie no va el trovador
aladas trovas pe vais
diciendo penas de amor,
si encontráis á un rimador
suspirando una canción,
prevenidle la traición,
aladas trovas que vais
donde no va el trovador.
Prevenidle la traición
aladas trovas que vais
diciendo penas de amor,
prevenidle (jue fiador
no salga de su ilusión,
aladas trovas íiue vais
donde no va el t-^ovador.
Y si halláis á un tejedor
íue con las perlas de Omán
hilvane para su amor,
prevenidle al tejedor
gue su Dama no se alcanza,
porque muertos á traición
ha expirado el corazón
y su he.í^mana la esperanza.
II
Si sahéis de su rigor,
Pn ra ApOLO.
dulces trovas gue soñáis
con amor más gue con gloria;
si sahéis de su rigor
y sahéis tamhién la historia
gue os contara un amador;
dulces trovas, gue soñáis
con amor más gue con gloria
id, cantando mi dolor
¡Dulces trovas, porgue sois
las penas da un trovador!
III
Blanca cinta gue me atáis
á una ilusión guerida_,
y gue hlanda reguardáis
como una venda, la herida,
gue una mujer impiadosa
dentro abrió del corazón,
deshojad con mi canción
los pétalos de una rosa
Y en galante postración
repetid mi juramento,
gue si palabras,— el viento
se las lleva, al corazón,
íBlanca cinta!, vos le atáis
á una ilusión guerida,
porgue hlanda reguardáis
como una venda, una herida.—
Emilio Trias Du Pré.
•♦^
La -et-ema mascarada
¡Todo es difraz! Bajo una frente hermosa
descubro un pensamiento pervertido:
allá contemplo un ser empedernido
con tristes ojos y la voz llorosa.
Aquí la corrupción con faz de diosa;
y allá, en risueño y apartado nido
de amores, el rencor vela escondido,
cual víbora en el cáliz de una rosa.
¡Todo es disfraz! Con cara placentera
y en el labio la aleg-re carcajada
la horrorosa perfidia nos espera.
¡Tuvo siempre el cobarde audaz mirada!
¡Piel sedosa y brillante la pantera¡
¡Y resplandores la traidora espada!
MANUEL REINA.
— 66
Las futicioues de uti Gobierno
Son las de un gemente no las de un amo
El Gobierno es el órgano nece-
sario de la sociedad.
Sin la existencia del primero,
la segunda no pasaría de ser una
abstracción.
La sociedad es el organismo, es-
to es, la estructura orgánica en
que los órganos se encuentran dis-
puestos para llevar á cabo las fun-
ciones vitales ; y el Gobierno es
el medio ó el instrumento por el
cual se llevan á cabo esas funcio-
nes.
De aquí se sigue que el gobier-
no debe corresponder forzosamen-
te á la sociedad que representa,
ser una emanación ó una conse-
cuencia lógica de ella, so pena de
que haya vin desequilibrio entre la
parte y el todo, y resvilta, por en-
de, una sociedad enferma, ó un
Gobierno morboso
El objeto fundamental de la so-
ciedad es ayudarse mutuamente
para el propio desarrollo físico,
desarrollo moral é intelectual ; y
el objeto fundamental del Gobier-
no es el de ayudar eficazmente á
la realización de los propósitos de
la sociedad organizada.
Cviando una sociedad no cumple
con ese objeto, no tiene razón de
ser, y está madura para la escla-
vitud ó para la conquista.
Cuando un Gobierno tampoco
cumple con esa misión, no tiene
razón de ser, y resulta iniítil, me-
jor dicho, nocivo.
Sólo á la sociedad corresponde
el derecho de dominar por combi-
nación, y no debe consentir jamás,
ni por ningún motivo, qi;e uno
de sus miembros use del privile-
gio de ocupar el poder y de usarlo
en provecho propio, independien-
te de los propósitos de la comu-
nidad.
De aquí se sigue que toda oli-
garquía, y principalmente toda
autocracia, sea antisocial, por
más que reclame principios de paz,
de orden, de regeneración y de
progreso, porque nada de eso pue-
de realizarse sin tener la libertad
como fundamento, como medio y
como ñn.
Porque como dice una eminente
autoridad norteamericana, toda
le\ de desarrollo, es una ley de
adaptación, una ley para hacer
frente á las circunstancias del ca-
so ; pero las circunstancias del ca-
sa no son por lo que el Gobierno
concierne, las circunstancias de
cualquier caso individual, sino las
circunstancias del caso de la so-
ciedad, las condiciones generales
de la organización social.
La sociedad es mucho más vasta
y más importante que el Gobierno,
como lo es el organismo respeóto
del órgano ; y 'de ahí se sigue que
el Gobierno debe servir á la socie-
dad, pero que no tiene el derecho
de dominarla, porque entonces se
convierte en tiranía, cualquiera
que sea el pretexto que invoque
para su acción detentadora.
Porque no debe perderse de vis-
ta que el Gobierno no es ni un
])rincipio ni un fin, sino un medio.
No es un principio, porque no
es el origen de la sociedad organi-
zada. No es un fin, porque la so-
ciedad no se ha formado con el
objeto de constituir un Gobierno.
67 -
Es un medio creado por la socie-
dad con el exclusivo objeto de que
la represente, y honre la dirección
de la cosa pública, funcionando
^conforme á las reglas que le dicte
la misma sociedad, es decir, con-
forme á su constitución política, á
fin de que mantenga, defienda y
fomente los intereses del organis-
mo en general.
Como consecuencia de estos prin-
cipios racionales, indiscutibles, no
es la sociedad la que debe adaptar-
se al Gobierno, sino éste á aqué-
íca, estudiando sus necesidades, re-
«onociendo sus anhelos legítimos.
y buscando los medios de satisfa-
cer las unas y de realizar los
otros ; sin que valgan en contra
argumentos como la ra^ón de Es-
tado, y otros por el estilo, que
más bien que argumentos, son ar-
gucias invocadas por el 'despo-
tismo.
Porque no debe olvidarse que el
Estado existe por la voluntad y
para el provecho de la sociedad, y
-no ésta para provecho del Estado.
La acción del Gobierno es diri-
gente, en la forma ; pero en el
fondo, ante todo y sobre todo, es
cooperativa.
El Gobierno no es más que la
gerencia de una sociedad anóni-
ma, en la que todos los ciudada-
nos son accionistas. — El Gobierno
dirige los negocios, y lleva la fir-
ma de la sociedad, pero con arre-
glo estricto á la Constitución de
la misma, y el provecho exclusivo
de ella.
Y todo lo que se haga saliéndose
de los límites de la Constitución,
es un abuso, y todo lo que haga
que no sea en provecho de los in-
tereses sociales, es un fraude.
Estos conceptos no son adapta-
bles sólo á los gobiernos republi-
canos democráticos, sino á todos
hasta las autocracias ; pues si es
cierto que en éstas no hay ley
escrita que limite el poder del
autócrata, sí existe la ley socio-
lógica, ineludible y fatal, que
exige que se gobierne en provecho
de la sociedad, en favor de la cual
se ha erigido esa autocracia, por-
que es irracional presumir que
pueda haber un pueblo, ni entro
los hotentotes, capaz de constituir
un Gobierno para que lo explote,
lo mutile y lo mate .
R. DE ZAYAS HENRIQUEZ
»♦«
Es^^ratiza
Bi ella te ha dicho espera, es necesario
que esperes, corazón! Dolido espera.
y en tu templo de amor el incensario
enciende en un ritual de primavera.
Suficiente no fué que de la altura
épica de mi orgullo te lanzaras,
á llevar á sus pies mi desventura
y á inmolarte en la dicha que soñaras.
Ella estaba tan alta que á tu ofrenda
lio le dio asilo en su piedad, ni quiso
abrigar mi dolor bajo su tienda;
i suspirado y remoto paraíso!
Mas ya que átus jardines la esperanza
torna en claro celaje vespertino,
pleno de rosas el cendal, avanza
¡oh noble corazón, á su destino!
■ Espera, espera hasta morir si ((uieres
espera hasta morir si es necesario. . .
Celestial entre todas las mujeres
ella, afligido corazón, si mueres
encenderá á tu amor un incensario.
Luis A. CORREA
Caracas
— 68 —
0^ Froíláti Tutcios
R Baudelaipe
Satánico poeta, permíteme que abra
cual si abriese tu espíritu, las páginas fatales
en que va la theoría de tus fúnebres males
entre el himno sonoro de tu ardiente palabra.
Tu polífona frase en el tormento labra
exóticos zafiros y pálidos corales :
forjan tus manos blancas venenosos metales
y tu risa es gemido y tu mueca macabra.
Derrama llanto y sangre tu insólita poesía.
Hieres con tu sarcasmo, matas con tu ironía
y un doloroso tedio tu corazón consume.
Tus sueños son mandragoras en que anidan serpientes,
mas exhalan tus rimas profundas y dolientes
de rosas y mujeres un cálido perfume !
flyet» mufió mi ensueño
Ayer murió mi ensueño cual se esfuma un celaje.
Me impresionó de lejos su sideral figura
y fui tras el aroma de su extraña hermosura,
y mis ojos amaron su corpino de encaje.
La distancia embellece el matiz del paisaje
que es una árida estepa sin fulgor ni verdura . . .
Tal así me sedujo su celeste blancura
y su candido cuello y el azul de su traje.
Las horas de la tarde pasé ayer á su lado,
de su ignoto perfume sentíme saturado
y luego el casto lirio trocóse en hoja seca ...
Oí su risa importuna y su charla incolora . . .
y me dejó el recuerdo de su faz seductora,
de su cráneo vacío y su alma de muñeca !
— 69 -
£1 |)esimisla y -el lucl)adov
— Leí en el libro de la vida un triste
Capítulo de horror y desconcierto. . . .
— Pesimista, tu vida es un desierto,
Pero yo amo el oasis que allí existe:
Porque es tu nenia al ideal que ha muerto
El último suspiro que tuviste
Para la humanidad.
— Pero subsiste
Mi corazón — á tu palabra — abierto.
— Pesimista, las luces y las preces
De. mi palabra el ánimo iluminan,
Y ya que abierto el corazón me ofreces.
Oye : salta otra vez sobre la arena.
— ¿ Y si las multitudes me abominan?
— Ríe, el vulgo es feliz con su cadena.
PÉREZ Y CURIS.
»♦■
Escultores Españoles
Julio Delgado Torres
70
la primer avru^a
Para Afolo.
— Buenos días, tía ! gritaron los
chicos alrededor de la cama de
Eleonora, en alegre alborozo. Bue-
nos días ! que los cumplas muy
feliz...
— Pero, ¿quién les ha dicho se-
mejante cosa ?
— Sí, mamá nos dijo que cum-
plías cuarenta años, que viniéra-
mos á felicitarte...
— Cuarenta años ! murmuró la
solterona cubriéndose la cara con
las manos como si pretendiera
ocultar tan dolorosa verdad. Mu-
chas gracias', queridos, retiraos
que aún no me levantaré...
Eleonora era el tipo completo
de la belleza andaluza. Hembra
■de corpulencia estética, de redon-
deces simétricas. Ojos grandes,
regros, coronados por una aure-
ola de violeta tenvie, y embelleci-
dos por largas y espesas pestañas,
como los ojos, negras. Nariz gran-
de y amplia, armónica, con su
boca de gruesos labios. Poseía la
convicción de svi belleza y daba á
su mirar la arrogancia de un ser
superior. Tenía un defecto, insig-
-nificante, vulgar : 28 años peren-
nes.
Por eso, tan pronto sus sobrinos
le participaron la dolorosísima
niieva, saltó del lecho cuando se
hubieron retirado, y tomando un
pequeño espejo que se hallaba so-
bre el lavatorio, comenzó á exa-
minar su rostro para persuadirse
de la veracidad que contenía la
noticia.
Sobre su frente, simulando un
superficialísimo rasguño, un hilo
apenas perceptible interrumpía el
delicado glacé de su cutis.
Y pálida, temblando por el te-
rror á la vejez, pasaba su nerviosa
mano restregándose la frente, y de
nuevo, el hilo cruel, el terrible ras-
guño, como una acusación impla-
cable y ruda, reaparecía á des-
truir la delicada suavidad que
tantos admiraran .
No, no es posible, niurauraba;
debo haber aioyado mal la cale-
zc- di rante la noche, sobre aJgi'iu
nj echón de cabello quizás, y con-
tinuaba restregándose aquella fa-
tal delación de su madurez. Recos-
tóse nuevamente, boca arriba, así
la frente en bieves momentos re-
cuperaría su delicado glacé.
Mas la intranquilidad que agl-
talja su espíritu la impulsaba á
tomar el espejo cada segundo, y
nada, nada, el hilo infame per
sistia, aumentaba en ei estupor
que su presencia le causaba.
El pasado acudió á su memo-
ria.
Recién aun había asistido á una
fiesta, y sn presencia, como siem»
pre, provocó el murmullo de sus
incansables admiríidores. Ahora
este recuerdo, solo constituía una
desesperación en su vida.
Ah! la fatalidad del tiempo!...
murmuró. Y tornándose roja, muy
roja, pensando en sus victorias de
veinte años en las exhibiciones de
bellezas, dejó caer el espejo, en-
rollándose en las cobijas hasta cu-
brir la cabeza.
Dos días permaneció sin poder
abandonar la cama donde tantos
ensueños había gozado después de
cada triunfo en los salones que
frecuentaba. Dos días, en que la
arruga se pronunció como inexo-
rable acusación de su vejez, aba-
tiendo su ánimo, borrando de sus
labios aquella sonrisa que solo de-
cía de su intensa felicidad.
- 71 —
Jamás el perfume de sus carnes,
volvió á embellecer el ambiente de
los salones...
Sólo quedó, como recuerdo de s-u
paso por ellos, la eterna pregunta
sin respuesta: ¿por qué?... ¿por
qué?.
MARCOS FROMENT.
«♦»
ftsí es
Para Apolo.
A César Borja.
Recibir del dolor el duro embate
con alma varonil y fe valiente,
sonreirá! destino indiferente
cuando más ciego su furor desate;
Tener esa altivez que no se abate
para azotar del criminal la frente;
ostentar sobre el yelmo refulgente
la divisa de fuego del combate;
Es luctiar como bueno en la batalla;
enrojecer el odio como hierro
para marcar el rostro á la canalla;
Y si Tebas ó Roma nos olvida,
ser grande como Edipo en el destierro;
¡ó despreciar como Catón la vida!
C. F. GRANADO G.
Del libro «Hojas al Viento»
'♦■
Flor de loto
Y no entiendo el amor; á veces
me parece que el amor no ha
existido y que es un egoísmo
propio del corazón. ¡Yo fui ama-
do también, como en el mundo
han sido amados otros muchos,
mas sólo mi amor fué una efíme-
ra flor que, al soplo del destino,
marchitada cayó. ... La triste
flor de loto reemplazó á la de
amor, y el tiempo hoy ha borra-
do del alma que me amó, el ca-
riño inmaculado que pasó. ¿Es
verdad el amor? El amor no ha
existido en otro corazón que no
sea el mío. . y si existió, como to-
do, ha pasado, como pasa el ria-
chuelo por la arena para perder-
se en el lejano mar. . . . Y tan sólo
en esta alma traidora, el amor
no se extinguió: ya mi amada no
me ama, la fé en mi amor perdió,
mas yo la seguiré adorando,
que su amor para mí no ha sido
flor de olvido, sino cariño in-
menso, indefinido, que hoy para
siempre va mi corazón per-
dió....!
ENRIQUE HEINE.
72 —
Tú tuí vkjo rosal...
Para Apolo.
, Como un pastor galante de los tiempos ducales
pon los prados azules, iba guiando el céfiro
las nubes, en aprisco de corderos pascuales
y era dulce el crepúsculo como un largo suspiro.
Con el vuelo del pájaro y la voz de la fuente
el Jardín se poblaba de sonrisas paganas,
como en esas antiguas églogas italianas
donde las flautas hablan serenísimamente.
Los ojos dilatados en húmeda amplitud,
dándome con tus manos toda tu juventud,
me hablaste con un ritmo pacífico y zahareño, . .
y tus frescas palabras, canto primaveral,
se quedaron colgadas de mi viejo rosal
como rosas enormes . . . abrumadas de Sueño . . .
Fernán FÉLIX DE AMADOR.
Paris, Setiembre MCMX
»♦•
£ti ^l baiU
Para Apolo.
Cien miradas lujuriosas por la sala se difunden;
Las bocas tejen síi risa debajo de la careta,
Nadie calla, todos gritan y los gritos se confunden
Con la orquesta diminuta que una mazurca interpreta
Al saltar de los tapones corre el vino por la mesa ;
Luego, manos como lirios alzan copas de cristal ;
El mareo sube, sube, y al llegar á la cabeza
Se desata la cascada de la risa artificial.
Luego se calla la orquesta, niegan su luz las bobinas ;
Se acabó la mascarada y nobles y campesinas
En un connubio de estirpes se hablan de amor con pasión
Y las bocas parloteras que al besarse se devoran
Al traducir las ideas que las mentes elaboran
Dicen quedo á los oídos frases de doble intención.
Fernando SILVA VALDÉS.
— 73 —
£1 vUtito Noeluttio
El viento nocturno ha venido
íi decirme cosas muy tristes—
murmuró el pobre hombre, mi-
rándome extrañamente con sus
míseros ojos de alcohólico. Lo
sabe todo. ... el raudo viento de
la noche. En los pliegues sutiles
de su ráfaga sonora, como sobre
las alas de un pájaro hiperbóreo,
vaga el alma misteriosa del fu-
turo. El dice con su voz inmor-
tal la historia de los siglos remo-
tos y predice el porvenir á los
hombres señalados por el dedo
del aleve destino. El sabe el se-
creto de las hondas melodías y
délas palabras mortuorias. Ano-
che, mientras soñaba inefable-
mente con unos ojos claros y
distantes, me despertó el viento
helado con un rumor de seda
que cruje y con una caricia géli-
da y fugaz. Sentí sobre mi el
frío de una lápida y me imagi-
né que bajo de ella todos
mis pensamientos estaban
muertos. Y fué entonces
cuando oyó mi espíritu
aquellas cosastan tristes
y profundas.
Yo pregunté al misera-
ble.
— ¿Y que os dijo el fúne-
bre viento?
— No lo podré decir aho-
ra, señor — contestó pa-
lideciendo. Son cosas que
me hacen delirar Son
cosas de la otra vida. Ni el
agua del surtidor en las
altas horas del plenilunio,
ni el muriiiullo de los sau-
ces en las necrópolis de-
siertas, ni los extraños ru-
mores que en las leíanlas
surgen de las sombras pro-
fundas, pueden poner en un
espíritu visionario el terror que
en mí produce esc ligero ruido
metálico del vientecillo noctur-
no. . . . En fin, os haré, en parte,
la confidencia trágica ¿Veis
mi cuerpo, mi cabeza, mi boca,
mis ojos? Pues bien, dentro de
algunos meses todo esto no será
sino un montón de tierra. El vi-
ento me dijo: «Pronto dormirás
en la tumba» Y he aquí que ten-
go miedo de mi propio esqueleto.
La media noche sonó en la ca-
tedral. Una ráfaga de viento hi-
zo vibrar las veletas del campa-
nario. A la luz de la lámpara ví--
mientras cruzaba mi cuerpo un
escalofrío— vi durante un segun-
do, sobre los hombros del ator-
mentado, una calavera amarilla
que haciendo una horrible mue-
ca, sonrió espantosamente.
FROILAN TURCIOS.
• ♦■
Gakria d^ artistas
SeSor Almeida Cruz
— 74 —
¡ Poeta yo !
Llamarme á mí con el mismo
nombre con que los hombres han
llamado y. Esquilo, á Homero, al
Dante, á Shakespeare, á Shelley...
¡Qué profanación y qué error !
Lo que me hizo escribir unos
versos fué que la lectura de los
grandes poetas me produjo emo-
ciones tan profundas como lo
son todas las mías; que esas emo-
ciones subsistieron por largo
tiempo en mí espíritu, se impreg-
naron de mi sensibilidad y se
convirtieron en estroñis. Uno no
hace los versos: se hacen dentro
de uno, y salen El que me-
nos ilusiones puede forjarse res-
pecto del valor artístico de mi
obra, soy yo mismo.
Viví unos meses, con la ima-
ginación en la Grecia de Ferí-
eles; sentí la belleza noble y sana
del Arte Heleno con todo el en-
tusiasmo de los veinte años y
bajo esas impresiones escribí los
Poemas Fáganos; de un lluvioso
otoiío, pasado en el campo, le
yendo á Leopardi y Antero de
Quenthal, salió la serie de sone-
tos que llamé después Las Al-
mas Muertas; en loñDías Diáfa-
nos, cualquier lector inteligente
adivínala influencia de los mís-
ticos españoles del siglo XVI;
y mi obra maestra, los tales Poe-
mas de la Carne, que forman
parte de los Cantos del más allá,
que me han valido la admira-
ción de los críticos de tres al
cuarto, y cuatro ó seis imitado-
res grotescos, ¡qué otra cosa son
sino una tentativa mediocre para
decir en nuestro idioma adora-
ble, las sensaciones mórbidas y
los sentimientos complicados que
en formas perfectas expresan en
los suyos Baudelaire, Eosetti,
Verlaine y Swinburne?
¡No, Dios mío: yo no soy poe-
ta Soñaba antes, y sueño
todavía, á veces, en adueñarme
de la forma, en forjar estrofas
que sugieran mil cosas obscuras
que siento bullir dentro de mí
mismo, y que quizá valdrían la
pena de decirlas; pero no puedo
consagrarme á eso
¡Poeta! Puede ser Ese ti-
quete fué el que me tocó en la
clasificación. Para el público hay
que ser algo. Póneles el vulgo
nombre á las cosas, para poder-
las decir, y pega tiquetes á los
individuos, para poderlos clasi-
ficar. Después, el hombre cam-
bia de alma, pero le queda el
rótulo. Publiqué un tomo de ma-
los versos á los veinte años, y se
vendió mucho; otro, de versos
regulares, á los veinte y ocho, y
no se vendió nada. ]\[e llamaron
poeta desde el primero; después
del segundo no he vuelto á es-
cribir ni una línea y he hecho
nueve oficios diferentes. Y, á pe-
sar de eso, llevo todavía el tí-
quete pegado, como un envase
qne al estrenarlo en la farmacia
contuvo mirra, y que más tarde,
lleno por dentro de cantáridas,
de linaza ó de opio, ostenta por
fuera el nombre de la balsámica
goma.
¡Poeta! Pero nó; no son las fa-
cultades analíticas la razón in-
tima de mi esterilidad Es
que, como me fascina y me atrae
la Poesía, así todo me atrae y
me fascina irresistiblemente: to-
das las Artes, todas las Ciencias,
la política, la especulación, el
lujo, los placeres, el misticismo
- 75 —
el amor, la guerra: todas las for- cia de mis sentidos necesito de
mas de la actividad humana, to- día en día más intensas y más-
das las formas de la vida; la delicadas,
misma vida material, las mismas
sensaciones, que por una exigen- josÉ ASUNCIÓN SILVA.
«♦»
Uti su-eño
De Gabriel D' Anniinzio.
Estaba muerta, sin calor. La herida
era visible apenas en el flanco :
¡ estrecha fuga para tanta vida !
El lienzo funeral no era más blanco
que el cadáver. Jamás humana cosa
verá el ojo más blanco que aquel blanco.
Ardía Primavera impetuosa
los cristales, do cínifes inermes
golpeaban con él ala rumorosa...
Huyó de ella el calor. Yo dije ¿ duermes ?
Con un salvaje sonreír violento
más cerca repetíle : r Duermes ? ; Duermes ?
i Duermes ?, y al recordar que aquel acento
no era el mío, me crispo de pavura.
Escuché. Ni un murmullo^ ni un acento.
Cautivo de la roja arquitectura,
se dilataba en el bochorno un fuerte
olor á destapada sepultura.
El hálito invisible de la muerte
me estaba sofocando en la cerrada
habitación. A la mujer inerte,
i duermes ? le dije, ¿ duermes ? Nada, nada.
El lienzo funeral no era más blanco.
Sobre la tierra de los hombres, nada
verá el ojo más blanco que aquel blanco.
Guillermo VALENCIA.
— 76 ^
ñda K^^xi
ppagtnantos de un juicio epítieo
Pocas' figuras como la de esta
escritora son interesantes y simpá-
ticas en el conjunto general de
una literatura.
El nombre de Ada Negri sale
afuera del vaso cincelado, repuja-
do, incrustado y doloroso de la
actualidad literaria italiana, co-
mo un ramo de rosas blancas, ol-
vidado por una mano aturdida en
una estancia largo tiempo cerra-
da, con atmósfera artificial, rin-
cones de penumbra sabia, mue-
bles profnn-dos y biombos y ban-
dejas de nácares y laca.
Vino Ada Negri á plena cele-
bridad de vida literaria no hace
todavía muchos años fuños lo á
lo sumo), y fué de esta manera :
Publican los editores Fratelli
Treves, de Milán, una revista li-
teraria que lleva el nombre de
L^illnstrazione Popolare.
En las páginas mediocres y co-
rrientes de esta ilustración comen-
zaron á aparecer, con cierta asi-
duidad, versos 'dp una exquisita
sinceridad doliente, que firmaba
una pobre maestra de Escuela,
enterrada en Motta-Visconti un
burgo (borgado) de la áspera liom-
bardía.
Decía.n aquellos versos, con una
transparencia de estilo que se reco-
gía humilde para dar paso al sen-
timiento doloroso y abundante, la
fatalidad menudamente trágica de
•-♦^
lina alma generosa y grande, con-
denada á vivir en la monotonía, la
inacción y la mis^-na.
La maestra de Escuela de Motta-
Visconti era Ada Negri.
El alma italiana recogió con
simpatía larga y conmovida las
lágrimas sinceras de sus versos. La
mujer había triunfado, abriendo
con sus manos débiles- y humildes
el camino de gloria á la escritora.
Lo que ital vez no habían logra-
do apostrofes valientes, lo alcan-
zaron unas pocas lágrimas.
El alma generosa y buena de
Ada Negri, tan limpiamente re-
flejaída en el agua casta de un es-
tilo, obligó á volver la cara á la
gente distraída que, en la fiebre
moderna do la vida tumultuosa,
no está hecha á la ternura de una
voz tan fresca, tan graciosamen-
te dolorida, tan sencillamente sin-
cera.
Los hermanos Treves llamaron á
Milán á la escritora. Las poesías
publicadas en L' IlJustrazione fue-
ron recogidas en un tomo elegante
de esta casa editora. Ada Negri
les dio el título general de «Fata
lita», y el libro alcanzó rápida-
mente la décima quinta edición.
Hoy Ada Negri es la figura más
graciosa y más amable de las le-
tras italianas.
E. MARQUTNA.
i=i?.h:li:jidio inscTEi^nsco
Ilusión (jue ya duermes en el alma
el apacible sueño de la muerte:
Duerme tranquila, que mi amor te guarda
como guarda la tierra la simienta.
(ierminarás bajo la luz extraña
de la estrella sombría de mi suerte;
En el mutismo de mi vida, nada
podrá turbar tu gestación silente.
Serás gala de verdes ramazones
y (le lozana tloraeión eterna,
si te nutres de savia de dolores;
Fijando tu mirífica raigambre,
como maraña de intrincadas sierpes
en las desolaciones de mi alma...
JUAN SERRANO.
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EPA-
Imprenta La Bubal, de Miiruel y Feo. Bamce. otile Florida númeroB b4 > VJ*
Pórl
- 79
■Ti
El 24 del corriente llegó á nuestra
ciudad de paso para Buenos Aires, el
ilustre autor de La Clave, Las Evas
del Paraíso, Sor Demonio y otras no-
velas de fina psicología, don Felipe
Trigo. Le acompaña en su viaje por
estos países el señor Ruiz Castillo, so-
cio-gerente de la Biblioteca Renaci-
miento, de Madrid.
Fué á recibirlos, á bordo el director
de AHor.o, quien los presentó á algu-
nos diarios de ésta, en las breves ho-
ras en que el vapor se detuvo en nues-
tro puerto. Pronto volverán á visitar-
nos, permaneciendo unos quince días
en esta ciudad.
No viene Felipe Trigo, como alguien
lo anunció, con el objeto de dar confe-
rencias. Su viaje responde á motivos
de salud, quebrantada como está la
suya por el exceso de labor en estos
últimos años. No obstante observará
nuestro ambiente y el de los países
vecinos, reuniendo mate-
riales para una próxima
obra de mucho aliento,
que devorarán con ansia
sus numerosos lectores de
América.
De un grupo de escri-
tores y admiradores que
aquí tiene el novelista,
ha surgido la idea de ob-
sequiarle con un banque-
te que se realizará en la
primera quincena del mes
entrante Se reciben ad-
hesiones en la Librería
^Mercurio., Sarandí 240.
El señor Ruiz Castillo
viene á estudiar el movi-
miento librero en esta
parte del continente para
propender luego, con efi-
cacia, á la difusión del
libro espaiol La casa
que representa ( Bibliote-
ca Renacimiento ) es la que ha emprendido con más acierto la ardua tarea editorial,
presentando obras de las más autorizadas firmas hispanas en volúmenes elegantísimos
de impresión nitida y con magnificas portadas en colores, que son verdaderas obras
de arte.
Deseamos á los viajeros amigos muy grata permanencia entre nosotros.
• ♦•
Nuestros agetit-es eti el -ext-eríor
Participamos á nuestros lectores de la
Argentina (¿ne desde esta fecha es nuestro
corresponsal y agente en aquella Repú-
blica, para la Región Cuyo, el joven es-
critor Eduardo Arancel, radicado en Men-
doza.
El señor Arancet es un elemento activo,
(lue dedicará sus esfuerzos al intercambio
intelectual de las provincias andinas con
este país.
En nuestros próximos niimeros publica-
remos colaboración inédita del nuevo co-
rresponsal y de algunos intelectuales de
Mendoza, San Luis y San Juan, que son
desconocidos para nosotros no obstante su
cultura artística y su bello talento.
— 80
Teatros y artistas
Solís — Con el éxito acostumbra-
do ha dado término á su friictífe-
ra temporada en nuestro primer
coliseo la prestigiosa compañía de
opereta dirigida por Ettore Víta-
le. En breve debutará en este
teatro una gran compañía de ope-
]'(>ta española bajo la dirección ai-
tística del ilustre literato y saine-
tista don José López Silva. He
aquí el elenco de dicha compañía :
Tiples: Anita Hernández, Asun-
ción Nadal, Am})aro Taberner,
Dora Herrero. María Silvesti'e,
luisa Camps, alaría Hernández.
Caballeros cantajites : Joaquín Na-
dal, Manuel Fernández, Valentín
González. Eugenio Casáis, Anto-
nio 3íartíiK'z. Jaime Kojas, Ma-
nuel López, Antonio Robles, Pepe
Giménez, ^Manuel Diego. Mauricio
Martínez. Maestros directores y
concertadores : Prudencio Muñoz,
Jaime Pascual. Banda de Corne-
tas: señoritas Niebla, Quintana,
García, Palacios, Reyes, Liñan,
Sofía, Díaz y i'aquita. (irán masa
de coro de señoras y caballero^'.
UrqUiza — La troupe liliputiense
de ópera que actúa en este teatro
y que tiene por director al pacieji-
te maestro Guerra, se desempeña
á las mil maravillas. Hay que ver
con qué gravedad cantan y gesti-
culan estos precoces artistas. La
curiosidad por ver como se arre-
glan los chicos para desempeñarse
solos en la escena, ha dado moti-
ve para que el público acuda nu-
meroso á cada función anunciada.
Lí>. temporada toca ya á su térmi-
no. Próximamente ocupará el tea-
tro de la calle Andes una excelen-
te compañía de drama italiana,
er la que figura el notable actor
Zago, de quien la crítica europea
hace grandes elogios.
Politeama — Los amantes de las
sensaciones fuertes ya tienen don-
de entreteiKM-se. La compañía Ga-
ralt, que es muy discreta, es es-
])(cialista en la representación de
piezas del espeluznante género
guignolesco, de comedias y dra-
mas policiales, melodramas, etc.
Los éxitos mayores de la tempo-
rada han sido : «La diadema de
la princesa». El vendedor de ca-
dáveres», «La mano del mono»,
«El otro», etc., ecc.
Cibiis — Este antiguo teatro,
completamente rejuvenecido por
()bra y gracia de su empresario,
*i señor Dámaso Sierra, ha reco-
brado su merecido prestigio, debi-
do al cuidado y selección con que
las obras son puestas en escena.
Ahí está fresco en la memoria de
todos el recuerdo de la brillante
íictuación de la opereta ((Lahoz».
La compañía del veterano Sal-
\any, que actualmente funciona
en este bo.nito teatro, se esmera
en ofrecer al público espectáctilos
altamente morales y amenos, con
lujo de decoraciones y vestuarios.
«La princesa de los doUares», «La
casa de los enredos» y ((Después
del matrimonio», constituyen los
últimos éxitos de esta compañía,
que tiene como principales figuras
a las simpáticas tiples Irma Gás-
peris de Salvany y Pilar Mado-
rell, y como primeros actores á
Salvany y Robles. La empresa de
este teatro anuncia para muy
pronto el debut de la compañía
dramática española que tiene á
s'i frente al notable actor Carre-
Emilio^
tor, intérpr?
ve.neciano, del
rriente en el t"
frente de una gran
mica, en la que figurar ^^^^
meras actrices señoras Amali^wo-
risi, Giselda Gasparini y Yole
Sclanizza. De él, dice la crítica
turopa que es un maravilloso y
fino artista, que posee el don de
reproducir con exactitud el tipo
que repres&nta, armonizando, si-
multáneamente, la palabra con el
gesto, poniendo en su rostro ex-
presivo al pensamiento en relieve.
Esj hijo de Venecia, á la que ama
con ardor, y la conoce, y la estu-
dia, y la reproduce en toda su
gloria, e^ toda su humildad, en
toda su degeneración. Su reper-
torio es extenso, formando parte
todas las obras maestras de Gol-
doni, Jacinto Gallina y demás co-
medias originales venecianas. En
fnel teatro
funciones, para
^cretaría de dicho
Kerto el abono que se
Fiando rápidamente. Eq
'temporada se representará
)eau)), última producción del
ilustre maestro Mascagni, escrita
para ser estrenada como primicia
ante los públicos rioplatenses ; y
«Morgana», del autor nacional Ra-
fael De-Miero, que se pondrá en
escena en la gran función de gala
á verificarse el 2o de Agosto.
Titta Ruffo, Bonci, Barrientos y
De Luca — Estos cuatro célebres ar-
tistas líricos forman en primer tér-
mino en el elenco artístico de la
compañía de ópera que á fines de
Agosto debutará en el teatro Ur-
quiza, donde en breve se abrirá
el abono, estableciéndose, además,
la fecha del debut y el número de
representaciones á darse.
RAÚL WlDKB.
Para Apolo.
Ya sabes que te guardo de amor todos mis fuegos.
Quisiera, para iiacerte sentir yo sus ardores,
Como la Venus Cipria de los antiguos griegos
Desnuda acariciarte en un lecho de flores.
Los goces que he de darte al enlazarnos ciegos
Sobre el triclinlo muelle, serán mucho mayores
Y, del amor oculto en los lascivos juegos,
Más cálida la gesta tendrás de mis amores.
Será tentar la blanca carne de tus caderas;
Será besar el lila color de tus ojeras
Y acariciar tus senos que erectan su botón.
Será posar gran beso de amor sobre la ardiente
Múrice de los labios de tu boca riente,
En un espasmo loco de erótica pasión !
Adriano M. AGUIAR.
Mayo 1911
83—
Alcira Olivera
«♦«
£s |)ara tu dolor...
"^a. qtxe; no ptxscio rem.e;d.ia.r cioloxe^s
•57- e;se;a.la.x ime; e:s ^7-e;d.a.d.o ttx pxisióra,
d.<sja. qxA.^ m± eaneión
cLiga amoreíS.
QtJ.Í2;á ste: a.li\ris t-ta. pa.sión se;e:i-e:ta-
Si eseu-slrias en. la re:ja del torreón^
(Z-SLTsJtsLT a.1 croxaizón.
de; t^i poeta
"^ es pai-a tta. dolor, oíij doña. Ell-u-ii-a. 1
cixjL^ eseaneio en. eopa de oro el dixlee vin.o,
qtie te o£ren.da <^3t<z. trin.o
de mi lira.
Emilio TRÍAS DU PEE.
— 84 —
£1 retrato ovalado
El castillo en el cual mi criado
prefirió penetrar á la fuerza an-
tes que dejarme á campo raso,
mal herido y exangüe como yo es-
taba, tenía la grandeza algo me-
lancólica de las viejas mansiones
de los Apeninos. Sus almenas de-
rruidas y sus baluartes ruinosos
evocaban la lectura de ciertas no-
velas de Mistres Radcliffe.
Sin duda, huyendo de nuestro
ejército, sus dueños lo habían
abandonado hacía muy poco, sin
tener tiempo para llevarse otra
cosa que sus alhajas, y dejando
todo el mobiliario antiguo y rico.
Yo me instalé en una cámara
del ala izquierda del castillo, de-
corada, aunque lujosamente, con
gran sencillez. Sobre la regia ta-
picería que cubría las paredes des-
tacábanse gloriosas panoplias y
robles trofeos heráldicos entre al-
gunas pinturas modernas encua-
dradas en tallados y ricos marcos
de oro. En el delirio que me pro-
dujo la fiebre, recuerdo que lle-
gué á interesarme por aquellas
pinturas, las cuales no sólo ocupa-
ban la parte central de los teste-
ros, sino numerosos ángulos en-
trantes que describía la extraña y
complicada arquitectura. Así es
que, conociendo yo mi facilidad
para el insomnio, ordené á mi
criado que descorriese las grandes
cortinas de terciopelo, franje^idas
de oro que cubrían el lecho para
poder disfrutar de la contempla-
ción de los cuadros.
Encendí varias bujías de un fino
candelero antiguo, y cuando me
disponía á desnudarme, hallé bajo
las almohadas un pequeño libro,
en el cual estaban enumeradas
prolijamente las obras de arte que
contenía la señorial mansión aban-
donada.
Entre los cuadros veíanse algu-
nos representa,ndio viejos nobles,
muertos hidalgos, ca,ncilleres, gue-
rreros ilustres..., y las horas me
parecían rápidas en aquella com-
pañía muda y gloriosa. Sería cerca
de media noche cuando, al ir á
sustituir una de las velas que ya
amenazaba extinguirse, merced á
un movimiento torpe hice oscilar
el candelabro, y extendiéndose la
luminosidad, llegó hasta un rincón
de la estancia que, oculto á mi
vista por una de las columnas del
lecho, había hasta entonces perma-
necido en la sombra. Despierta
mi curiosidad por aquel incidente,
atrajo mi atención una pintura en
la cual talvez no me hubiera niin-
ca fijado.
Era un cuadro oval, de marco
severo y valioso, al que asomaba
su busto una joven pálida y ya nu-
bil. Lo miré con indiferencia ; pe-
ro después de una ojeada rápida
cerré los ojos repentinamente, sin
saber por qué, aunque obedeciendo
á una voluntad resuelta é impera-
tiva. Yo quería darme exacta
cuenta del origen de aquel fenó-
meno, y averiguar dónde radica-
ba y cuál era la razón que me
obligaba á cerrar los párpados ;
pero concluí por responderme con
un movimiento equívoco, tal vez
para dar lugar á un nuevo exa-
men razonado que calmase la in-
quietud de mi alma.
Después de algunos minutos, ha-
ciendo gran acopio de energía, tor-
nó á fijarme en la pintura .
Entonces ya no pude achacar
á debilidad ó alucinación el efecto
extraño que me produjo el ova-
85
lado lienzo. La luz lo iluminaba
totalmente, y la mujer asomada al
marco de ébano parecía mirarme
ñ jámente con sus grandes ojos so-
ñadores y tristes.
Apenas lo hube mirado con
atención, reconocí por la factura
el estilo de Sully en sus mejores
composiciones. Los tonos acerados
del pelo y los marfileños de los
brazos y la garganta, se fundían
armoniosamente con la vaga me-
dia tinta que servía de fondo,
dando al retrato una entonación
sombría, realzada por el color del
marco, cincelado y dorado al gusto
morisco.
Tenía la seguridad de encontrar-
me frente á una obra maestra ; y,
sin embargo, me parecía que la
emoción extraordinaria de que
me hallaba poseído no provenía
de] talento del artista ni de la
belleza inmortal de la retratada.
Tampoco podía creer que mi ima-
ginación, extraviada por la falta
d(- reposo y por la somnolencia,
hubiese juzgado aparición real
aquella melancólica y dulce ñgura,
pues el carácter del dibujo, el in-
confundible estilo de viñeta y la
magnificencia del marco, en se-
guida hubieran disipado mi calen-
turienta ficción. ¿Qué motivaba,
entonces, la indefinible sensación
que me producía ?
Mientras reflexionaba, siempre
dubitativo, no dejé ni un momento
de contemplar el retrato. Tal vez
duró aquella agradable tortura
imaginativa una hora entera ; pe-
ro al fin logré descubrir el secre-
to de la emoción que me causaba.
El encanto de la pintura no re-
sidía en determinada facción, sino
en su expresión vital, absoluta-
mente adecuada á la misma vida ;
en una rara espiritualidad laten-
te en toda la figura ; existencia
activa é inmortal, que primero
me había hecho estremecer, y des
pues me había confundido.
Obligado por la misma imperati
va voluntad, volví á colocar el can-
delabro en su posición primitiva,
lleno aún de un espanto respetuo-
so. La pintura volvió á dormirse
en la penumbra, y aún en ella re-
fulgía la mirada inextinguible de
aquellos ojos melancólicos. -Enton-
ces abrí el libro que contenía la
leyenda de todas las obras, y ávi-
damente leí en él la, vaga y extra-
ña narración que transcribo.
Era una joven de peregrina be-
lleza, que á este encanto unía el
de su carácter inquieto, amigo de
la alegría y de luz. ¡ Maldito el
día en que amó y contrajo nup-
cias con el pintor apasionado y
triste que adornaba su arte sobre
todas las cosas de la Tierra! Ella,
figulina loca y amable recha de sol
y de sonrisas, ponía un foco de
amor en todo, menos en el arte,
su rival, y odiaba paleta y pince-
les porque le hurtaban el cariño
de su querido artista. Juzgad
cuan grande sería su tristeza
cuando su esposo manifestó él de-
seo de hacer su retrato. Pobre fi-
gulina, pletórica de pasión huma-
na ! Humilde y obediente, duran-
te semanas enteras se colocó con
resignación en la alta cámara de la
torre, envuelta en la tibia luz ce-
nital que caía pálida del techo, y
su esposo trabajaba febrilmente,
casi sin hablarle nunca, sólo pre-
ocupado con aquel retrato, que
sintetizaba toda su .pasión de ar-
tista ambicioso .
El hombre, extrañamente apa-
sionado, lleno siempre de ensue-
ños profundos, no reparaba en que
la escasa luz, filtrada tristemente
por la cristalería de la torre, con
sumía la salud de su esposa, que
se debiliaba y languidecía á me-
- 86 —
dida que avanzaba la ejecución del
retrato. Todos notaban esto, y no
atreviéndose á decirlo á él, adver-
tíanselo solícitos á la modelo. Pe-
ro ella sonreía siempre, sin exha-
lar una sola queja, prefiriéndolo
todo á turbar el placer del artis-
ta, que pintaba día y noche sin
comprender el sacrificio de la mu-
jer que le amaba tanto. Los visi-
tantes hablaban muy bajo del
parecido maravilloso como de una
doble prueba del genio del pintor
y de su cariño hacia la mujer. Pe-
ro más tarde, cuando el retrato
casi tocaba á su fin, no se admi-
tió á persona alguna en la torre.
Absorto en su obra, él no separaba
la vista del cuadro ni aún para
fijarse en su esposa. ¡ Pobre figu-
lina, hecha de dolor y de sonrisas!
¡ No veía que los colores que po-
iban desapareciendo de las mejillas
nía sobre las mejillas del lienzo
verdaderas !
Cuando después ae mucüos días
de vigilia no faltaba más que dar
un toque 'de púrpura en la boca
y una sombra azulada bajo los
ojos, el espíritu de la joven palpi-
taba aún como la llama de una
lampara, y entonces el carmín y
l;i sombra fueron dados. Durante
unos momentos el artista perma-
neció en éxtasis' delante de su
obra ; luego, palideció de entu-
siasmo, y al fin gritó con voz apa-
sionada y vibrante: — ¡Es colosal!
Tiene todo tu espíritu y toda tu
vida !
Y se volvió para dar un beso á
su esposa.
Pero su esposa estaba muerta.
Edgar POE.
»♦»
Flor arg^tilitia
¿De dónde viene aquella maravillosa, aquella
que cuando pasa, á paso de reina diosa va?
¿De Viena? Acaso.. ¿Acaso de Sevilla ó Marsella?
Acaso..., pues su Imperio doquiera imperará.
Es la flor de Argentina, divinamente bella,
azucena del Plata, rosa del Paraná,
y que siempre aparece con su fulgor de estrella,
ya la pinte Boldini ó De la Gándara
Ella es la que á las reinas del gran París emula,
pues como ellas encanta y sonríe y ondula;
y cual dea transforma, al golpe de su pié,
en primavera pura un triste otoño enfermo,
en el Bois de Boulogne el Bosque de Palermo.
Y la calle Florida en la rué de la Paix!
París, 1911
Rubén DARÍO.
87 —
NARCISO DÍAZ DE ESCOBAR
•■*-•
De una espesa selva salióle al
camino un viejo {'nnitano á un
joven cazador, y con voz temblo-
na le interroo-ó así:
Oh, mozo blanco, de ojos
verdes y apcicibles, deten tu pa-
so. ¿A dónde te diriííesy
— Al punto de mi felicidad,
— Pues mirn, toma esta vere-
da de l-i izquierda y te vns, te
vas hastM top.'ii' con aquefl;! sie-
rra donde ya se va ocultando el
sol, subes á ella, bajas á un j^-ran
valle; tomas liieo;-o á la derecha,
al lado donde el sol sale y verás,
á, lo lejos, una sierra muy alta,
sube hasta la cumbre; no impor-
ta que te tardes un día entei'o y
una noche; pero allá, en lo más
alto de esa sierra encontrarás
una fuente y al pie de la fuente
un árbol. Sin probar el a^ua de
la fuente, aunque la sed esté con-
sumiendo tu sanare, tomas de
ella en la cuenca de tus manos y
la llevas al pie del árbol hasta
humedecer sus raíces; después
que hayas hecho esto, bebes de
la fuente y comes del fruto del
árbol, y eso será tu felicidad
— No, buen viejo; yo tengo la
felicidad en mi casa.
—Pues qué, ¿tienes en tu casa
la fuente de la vida v el árbol de
la ?
— No, buen viejo; pero tengo
mi mujercita blanca, de ojos ne-
gros y cabellos negros, con unos
brazos más lindos y torneados
que las mazorcas de la ladera, y
unas manitástan pequefias como
las de un nifio, que yo beso mu-
chas veces y ellas me acarician
luego que llego, dándome tanta
felicidad, que ya no cabe masen
mi corazón. Adiós, buen viejo!
Ricardo FIGUEROA.
Líos hepoieos mentales
Una mañana de 1869, después
de haber bebido mucho, me sentí
con la cabeza pesada, y, ¡rara
coincidencia! con el corazón re-
publicano; tan i'epublicano, que
resolví dar muerte al Empera-
dor. Poseído de mi negro deseo,
me encaminé hacia las Tullerías.
La casualidad se puso á mi ser-
vicio; en ese momento, Napoleón
sal'a á paseo, y de á pié. Lo ase-
siné primero con una mirada,
y . . . para dicha de él, el Sobera-
no parecía cansado y triste. Su
rostro llevaba ya las huellas de
la enfermedad que debía matar-
le. Al punto en mi alma el poeta
intercedió con el sanguiiiario re-
publicano. Perdo^ié al tirano y
rae alejé. Este día me dijo algu-
no—hubo un dios para los bebe-
dores y para los Emperadores.
Hubo también — agregué -algu-
nos agentes de policía muy aten-
tos y ique me causaron cierto te-
mor.
Paul VERLAINE.
- 88 —
Notas de arte
jVIúsíea y pintura
El compositor Chimenti
Ante uji grupo de damas, críti-
cos y periodistas, el joven pianista
y compositor Armando Chimenti
jealizó días pasados una audición
en el Círculo de la Prensa. En ei
programa figuraban solamente pro-
ducciones suyas. Hay que adver-
tir que este joven artista se ha
formado solo, sin ayuda ni direc-
ción de maestro, siguiendo el irre-
sistible impulso de sus aficiones.
Sentado al piano se ha hecho eje-
cutante, y compositor hojeando
tratados- de armonía y contra-
punto.
Como ejecutante deja algo que
desear, pues su técnica es defec-
tuosa y la digitación incompleta.
Pero, teniendo en cuenta sus es-
peciales disposiciones' y lo sucep-
tible de su perfeccionamiento con
el estudio, pasaremos por alto es-
to ligero defecto del que adolecen,
dicho sea de paso, muchos célebres
compositores contemporáneos, y
nos ocuparemos de su lado fuerte :
el de la composición. Fuénos da-
' do oir primero un preludio relati-
vamente original, de idea melódi-
ca, selecta y bien desarrollada.
Luego una piaráfrasis sobre el fa-
moso vals de «Fausto», bien com-
prendido y adornado con gracio-
sas cadencias. En un melancólico
nocturno y eji otra composición
descripta con felicidad y titulada
((Chanson du matin», se revela un
subjetivo exquisito, apasionado
adorador del «poeta del piano»,
Federico Chopin. Su música es,
pues, sentimental y delicada :
arranca al teclado notas de uo
sonido simpático, aterciopelado,
diluyéndolo y matizando con fe-
briciente inspiración en arpegios
sentidísimos, que hacen cantar al
piano quejas muy dulces.
El talentoso compositor dio fin á
esta audición, que dejará gratos
recuerdos en nuestra memoria,
con una soberbia polonesa suma-
mente pianística y de gran efec-
to, en cuyo desarrollo, por su bri-
llantez, nos recordó en más de un
pasage al genial Listz. En breve
tendremos el placer de oir nueva-
mente á este joven músico, en el
concierto que dará en «La Lira».
El éxito está 'descontado de ante-
mano.
Óleos
En el salón de exposición de
cuadros de lo de Moretti, Catelli
y C.'^ han estado e.n exhibición du-
lante largo tiempo tres telas de
firmas norteamericanas, que fue-
ron premiadas en la Exposición
Artística pro Centenario Argenti-
no. La más importante de ellas es
un hermoso desnudo de mujer, en
e\ que su autor, Piliph Harley,
que demuestra poseer inteligencia
y ciencia en el arte del color, ha
sabido trasportar al lienzo con
perfecto conocimiento de la ana-
temía y la fisiología, á un ser jo-
ven, palpitante de vida y de sa-
lud. Es por esto y por su manera
exacta de entonar la carne y
alumbrarla de saludable traspa-
parencias, que el pintor subyuga,
haciéndose admirar largo rato an-
te su obra inspirada. A muchos
no les ha de gustar la modelo ele-
- 89 —
gida por pertenecer á la raza sa-
jona, ni cierto amaneramiento
académico en la posse adoptada ;
pero no por eso dejarán de reco-
rocer la morbidez y tibieza de
aquellas formas triunfalmente be-
llas ; lo gracioso de sus brazos en
adorable abandono ; las mamas,
\erdaderos frutos, turgentes y ple-
tóricos de savia rica ; el vientre
amplio y fecundo ; y los' muslos
fuertes y bien torneados.
Dos paisajes completan este trío
pictórico de producción norte-
americana, copiando una, con real
verdad, un parque abandonado, .de
ambiente tibio y amable, con nin-
cba luz, miicbo aire y lejana pers-
pectiva ; y la otra, una bahía es-
fumada por una densa niebla, que
da al espíritu una sensación de
honda tristeza.
El gobierno ha estado muy acer-
tado al adquirir dichos cuadros
para destinarlos al Museo Nacio-
raí.
— En lo de Moretti Catelli y
C.^ exhíbese también u.n grau
cuadro al óleo, verdadera obra de
aliento, 'debida al pincel del inte-
ligente artista nacional Carlos M.*
de Herrera. Esta producción, por
su mérito intrínseco, es objeto de
discusiones' aunque no tan apasio-
nadas como las que se mantuvie-
ron entre artistas y amateurs an-
te el famoso cuadro de Galarza á
caballo, hecho por Blanes Viale,
tal vez porque el que nos ocupa se
aproxima más á la verdad.
Se trata de nuestra gran figura
»♦»-
histórica. Artigas, que, en el ama_
necer de un día de cielo tormen-
tos^o, aparece en actitud meditati-
va, descubierto, ginete en un rús-
tico caballo criollo detenido sobre
y al borde de la agreste meseta
que lleva su nombre. La labor ha
sido necesariamente grande. Se
impone de luego la gallardía del
relieve con que ha sido tratada
la figura. Aquel conjunto de gi-
nete y cabalgadura es tan real,
se 'destaca tanto del medio ain-
l)iente que, sencillamente, asom-
bra. La cabeza de Artigas est-í
r.otablemente concebida y alum-
brada de inteligencia. En la fren-
te del liéroe. Herrera ha puesto
un chispazo de inspiración, ha im-
preso \in tono inefable de luz. Y
aquella mirada pensadora y dulce ;
aquel rostro varonil, de colorido
admirable ; la maestría con que es-
ta tratada la indumentaria ; ese
verdadero caballo de carne y hue-
so que alienta ; y, en segundo tér-
mino, la luz necesaria distribuida ;
la amplia perspectiva que se per-
cibe ; el aire fresco y húmedo de
Ifi mañana, que la imaginación
palpa ; y el estado somnoliento,
diremos así, de la naturaleza al
despertar, todo, todo acusa en el
autor de esa bella tela á un gran-
de y emotivo temperamento de' ar-
tista.
El gobierno debiera adquirir
también ese cuadro para desti-
narlo al Museo Nacional.
BATO WlDRE.
HIIDjPs-LCJjPj.
Para rimar mis versos castellanos
yo me inspiro en los bardos proveníales,
y escHdando mis tueros ideales,
no reclamo el elog'io dejijlanos.
Yo no llamo á la cliusi^#í^<?rt^hermanos,»
pues me lo impiden mre^noblezJts-^eíiles;
é igual que los troveros medioevales
escribo madrigales cortesanos.
Montevidi'o, 1911.
Yo tengo como biblia k don Quijote;
desprecio al escritor follón y aleve.
y cual don Luis de Gúng-ora y Argote.
«he de seguir la senda de los raros:
que mendigar sufragios de la plebe
acarrea perjuicios harto caros.»
Carlos María dk VALLE.TO
90 -
£n «I cr^^úsculo
Más dulce que el glosar de una fontana
mi lira incomparable en el arrullo,
te idealizó en la hora tramontana
con todos tus encantos y tu org'ullo.
Y surgiste gentil, dominadora
en la inefable músicíi del verso,
mostrándote á mi ensueño en esa hora
emperatriz de todo el Universo.
Para Apolo.
¡Xada más sublimado ni más bello
que el influjo ideal de todo aquello
con que soñé bajo el encantamiento
de tus ojos. Tus ojos: hondo abismo
donde voleando todo el pesimismo,
torné radiante de contentamiento!
M. Ei-cr.ioES PEÑALVA
l><Ia.rinia.
— 91 —
algunas o^itiioties sohve ''A^oXo''
Acabo de recibir € Apolo». En
mi periódico, de Noviembre, le
dedicaré un saludo carifloso.
Pedro César Dombiici.
«ApoIo> es un oriflama de arte.
Vargas Vüa.
Su revista va cada vez mejor.
Manuel ligarte.
Recibo con mucho gusto su
Revista^ que tiene la amabilidad
de enviarme, pero siento que me
llega con gran irregularidad,
faltándome bastantes números.
Y por si quiere Vd. enviármelos
para que se complete la colec-
ción, abajo expreso cuáles son
los que me faltan.
La Condesa de Pardo Bazán.
El librero Pueyo me envía los
números de Junio y Julio de la
revista «Apolo». Doy á Vd. mu-
chas gracias por su atención y
espero tener el placer de seguir
recibiendo su periódico,
Juan Ramón Jiménez.
Le pido á Vd. perdón muy
rendidamente por haberme to-
mado la libertad de enviarle un
artículo con el objeto de que lo
publique en el periódico que tan
dignamente dirige.
Luis Moróte.
«Apolo» no ha vuelto más con
sus fragantes versos y sé que si-
gue su revista llevando el perfu-
me de la eterna primavera de su
alma de poeta.
Rafael Ángel Troyo.
(Cartago de Costa Rica. )
... las páginas de «Apolo», que
recojo siempre con el interés que
despierta su escogido y ameno
material de lectura.
Rosendo Villalobos.
(La Paz— Bolivia)
He recibido la última entrega
de su magnífica revista «Apolo»
verdadera joya literaria y artís-
tica. Es un periódico primoroso,
por el cual felicito á Vd.
Adolfo León Gómez.
(Bogotá)
La lindísima Revista que tan
magistral mente dirige Vd., y que
sabe llevar adelante con tantos
bríos, me trae de esas latitudes
brisas de juventud, albores de
un tiempo nuevo que abre am-
plios horizontes al espíritu, en-
cerrado hasta hoy en rutinarios
convencionalismos . . .
Ramiro Blanco.
(Madrid)
Debo manifestarle que la lec-
tura de «Apolo» me ha propor-
cionado la más alta delectación.
Luis Tablanca.
(Ocaña— Colombia)
He recibido á « Apolo >. Veo
que la Revista gana terreno en
los altos cenáculos del Continen-
te.
Moreno Alba.
(Barranquilla de Colombia
... y le ruego enviarme siem-
pre «Apolo»; me es grato discu-
rrir por su jardín interior.
Tidio M. Cestero.
Con esta publicación presta
Vd. un importantísimo servicio
í^^ :-''>^j-
- 92 - .
á la América literaria i á todos- Ya, gracias á «Apolos, empie-
los países de habla castellana en zan á ser familiares en este país
general. los litei'atos del Urug-uay.
A. Bón/uez Solar. - Juan Guerra Núñez.
tSaiitiiis'o de Chile) (Habaují)
la casa abaldonada
Esta noche esto}^ solo en esta casa vieja
que está vacía y triste como mi corazón.
El polvo de los años ha borrado los frescos
que pintó, en las paredes, algún sabio pintor.
¡Ah, quizá un día borren los años el ensueño >
que florece sus flores para mi corazón!
Un frío de sepulcro llena toda la casa
que parece que tiembla con lúgubre temblor.
Hace frío en la casa abandonada y vieja.
Yo también tengo mucho frío en el corazón!
Mis pasos suenan como voces que desde el fondo
de una tumba salieran. Yo conozco esa voz.
Me detengo y escucho ... Es el eco de siempre
¡Es el eco que siempre siento en el corazón!
En oscuros rincones hay historias dormidas;
pero al interrogarlas siento un vago temor.
Yo llegué, cierto día, á un rincón de mí mismo
y i Dios mío ! que cosas le oí á mi corazón !
El patio de esta casa, que es frío y muy oscuro,
no ha recibido nunca ningún rayo de sol.
Es frío y muy oscuro el patio de esta casa ..."
Es frío y tan oscuro como mi corazón !
Cruza por las cercanas calles una rondalla . . .
Cantan . . . Ríen ... La aldea está de fiesta hoy.
Pero á esta pobre casa no entra la alegría.
Esta solemne y triste como mi corazón!
Lorenzo VINCENS THIEVENT.
M
■Mi
CATALAGO DK LA LIBRERÍA «MERCURIO»
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Aalens {José) Los horrores del absolutismo...
.\riquct {Alfredo) La Anarquía y el colectivismo
» La Humanidad y la Patria
{Federico) Así hablaba Zaratustra
» La genealogía de la moral
» La gaya ciencia '.
» El Anticristo
» Aurora
» El caso W'ágner
» Ei crepúsculo de los ídolos
» ^]ás allá del bien y del mal...
» E' origen de la tragedia
» El viajero y STi sombra
)) Bumano, demasiado humano...
(Alberto) Ensayos de crítica o historia...
» Estudios religiosos
Sóvoa L;i influencia espiritual del se-
xo femenino
Ort'ivio ricón (Jacinto) Drama de familia
¡''uncios Las universidades populares...
í'nl-icios (Alfredo L.) j^iscursos parlamentarios
! ihtnrro ■ (Antonio) su majestad el hombre
¡'(drcll {Felipe) Ai usicalerías
'/v: Arroyo Cuentos é historias
.' ' / rcm io Ei Satiricón
. ío Baroja VA tablado de Arlequín
•oíí {Eduardo) Eureka (Estudio del Universo
material y espiritual)
l'orras Troconia (Gahriel) Proscenio bárbaro
'f'rniidn (Adolfo) Autores y libros
» » Pedagogía
i'inf (José) ' Crónicas demoledoras
» » ' La Burguesía y el Proletariado
Frnycovrt (F.) La moral del cura
Froudhon (P. J.) .Qué es la propiedad?
» » )» Amor y matrimonio
» » » El Estado — La dignidad perso-
nal
Liafandli (Leda) Fr. sueño de amor (novela so-
cial)
Bamirez Ángel (Emiliano) Después de la siega
Heclus (Elíseo) Evolución y revolución
» )) I. a Montaña
)) )) Mis cxploracio^Tes en América
' )> » El ari;toyo J
n » iSifestro planeta
ílcnán (Ernesto) Estudios religiosos
)) » El porvenir de la Ciencia 2
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Biblioteca de Novelistas (Carnier)
C \1)\ TOMO KN" riJ.A b 0.45
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¡ii-ti-fit¡ Stuc:,, La C'a'oaña deí
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¡ ■■ i'i: I '■' I! li I II I
I hrl , ,,s lí .//■/■',s^
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Domhey é hijü
Aventuras del Señor Piekwick
Dm-niii- Duininil — Carlos y
Kiumy
!)iiriiiii-l>iiiiunil — Días fn el
Campo
Ksriiíiirn — VA Patriarca del vaHc-
F< n I m iii'f i ' lili ¡icr
Idoiiel l.ineoln.
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Los l'ui-itanos de América
Mercedes de Castilla
Kl i'iloto
Fiii'iüi Í---VA Diario de una Da-
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Fl'iiilnrt (/.'.> — Salammln')
Cnifiiu VA Doetor Temi.s
Ci lilis (Mini. ilf) — AdelayTeo-
dol'o
(Ji liíi.^ {M ini . ili) — Pl Sitio de
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//;/e;i --M i-^terios de la Vida...
Cnlilsniílli- A'A N'icario de V\a-
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Cniíznli '- (.V. .1 -V A'A último hi-
dalilo
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La Conspiraci'.Hi Tle los millo-
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El Anticristo
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El crepúsculo de los ídolos
Más allá del bien y del mal.
F.l origen de la tragedia
VA viajero y su sombra
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Pedagogía ■ •
Crónicas demoledoras .■
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48
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Castilla
Algunos intérpretes in-
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La Ruta de D. Quijote 1 » » 0.90
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Jf. Sánchez Díaz Jesús en la Fábrica
(novela) 1 » «0.90
(1) Ver las páginas 1, 3 y 18 del pres&nte catálogo.
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
administrador:
Redaoción y A.dBainistración
TREINTA. Y TJRKS, rs
AÑO VI
Montevideo, Junio de 1911
N.o 52
Mensaje
Mensajerita blanca: extiende el abanico
de tus alas y vuela junto á mi novia ausente,
y llévala esta estrofa que guardo entre tu pico,
y bésala en los ojos, los labios y la frente.
En el jardín, muy sola, la encontrarás bajo una
parra frondosa y triste, sentada sobre un banco,
y recitando acaso mis versos á la luna,
vestida como siempre, de trajecito blanco.
Si se ha dormido, espera sobre su hombro, espera:
y mientras duerme, oh casta paloma mensajera!
abriga con tus alas su negra cabecita,
y al despertarse rima mi estrofa en tono blando
y dile que la luna me sorprendió llorando
junto á la reja amada de la primera cita.
Cartagena de Indias, 1911.
Gregorio RUEDA.
iniKniii^lAI. ^UWftt#
48
VATMAXiO JM-] I, A -íLíHl^ElílA MKRl'URJO »
Obras de Pío Baroja (1)
r)BRA,s DI-; f lOMo i:\ ri'stica á $ 0.75
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el verdadero espíri-
tu de Don Quijote...
Los Pueblos
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(novela) 1 » » 0.90
(1) Ver las ])áf:!nas 1. '?> y 18 del presente catálogo.
Director -Redactor: PÉREZ Y CURIS
A dxninistrador:
LUIS PÉREZ
Redaoción. y A.d.ministraoióii
TREINTA. Y TRES, TS
AÑO VI
Montevideo, Junio de 1911
n.o 52
Metisaj-e
Mensajerita blanca: extiende el abanico
de tus alas y vuela junto á mi novia ausente,
y llévala esta estrofa que guardo entre tu pico,
3^ bésala en los ojos, los labios y la frente.
En el jardín, muy sola, la encontrarás bajo una
parra frondosa y triste, sentada sobre un banco,
y recitando acaso mis versos á la luna,
vestida como siempre, de trajecito blanco.
Si se ha dormido, espera sobre su hombro, espera:
y mientras duerme, oh casta paloma mensajera!
abriga con tus alas su negra cabecita,
y al despertarse rima mi estrofa en tono blando
y dile que la luna me sorprendió llorando
junto á la reja amada de la primera cita.
Gregorio RUEDA.
Cartagena de Indias, 1911.
De "El pozma de los besos" y "Albas Sangpient;as'
ftUauza
Un día, con el ritmo de mi verso elegiano,
Flotó de mis triste^^as el perfume. Temprano
Anegáronse en lágrimas mis ojos y no había
Nada que amortiguase mi gran melancolía.
¡Ah, yo adoraba entonces los ponientes, los vagos
Ponientes otoñales y los días aciagos! ^ ^ f
La ¡impide:^ de un cielo puro me entristecía,
El gorjeo de un pájaro me hablaba de la muerte;
Tor eso yo adoraba los ponientes más vagos
Y los días más tristes que elegí para verte.
S\€as otro día el ritmo de mi verso elegiano
Apagóse en tu boca que deshojó en mi mano
Su corola de besos... Y entonces la alegría
'De la naturaleza se fundió con la mía.
Tus besos desterraron mis angustias, apenas
Sentí, recio, el latido de la sangre en mis venas;
agostóse la adelfa de tni desesperanza;
De mi jardín huyeron las sombras, y su aroma
Desparramó en mi espíritu, loando nuestra alianza,
Tu acento que es un frágil arrullo de paloma.
la l)umaüa caticióti
IV
Triunfar sin ruegos ni genuflexiones
O no triunfar, es el dilema mío;
Aquellos que se curvan para el triunfo:
¿Vencidos, qué hacen?
— Que responda el cínico.
Tor la prostitución de la conciencia
Luchan los pordioseros del espíritu
Que palidecen ante el triunfo ajeno...
bregar aislado es el afán que hostigo.
Contra los viles mercaderes de almas
Y los conquistadores del ludibrio.
PÉREZ y CURIS
97 -
Dibujo á lápiz de victoria margpot
Marao, ^l amador de la bell-eza
(Cuento florentino)
En un día sereno, sentado en
la pendiente rápida de una colina
bf.scosa, mi espíritu se sintió uno
con toda la belleza del árbol, del
cielo y del aire puro. A lo lejos,
por encima de la sonriente arbo-
leda, se adivinaba Washington, la
más moderna de las capitales. Ce-
rré los ojos al presente. Acaso co-
raenzé á dormitar, y no sabría
Horae serenae !
precisarlo por qué coincidencia, el
])ensamie.nto mío reposó en Floren-
cia Como reminiscencia de una
época gloriosa, vi desarrollarse las
escenas de este cuento.
Vivía en Fiésole y dentro el
monasterio del mismo nombre, un
joven príncipe, cuyo nombre era
Marco. Pertenecía á una de las
- ".»8 -
más renombradas familias de prín-
cipes mercantes, tan notables por
su astucia como por su amor á
lo bello. La mala herencia se ha
bía detenido en el gallardo man-
cebo. Sólo la contemj)laciÓH de la
belleza, movía sus acciones y su-
gería sus ideas.
Los padres, se decía, habían
niuerto víctimas de la envidia del
gran duque reinante, quien lo ha-
bía recluido después, en un monas-
terio con el secreto designio se
volviera monje. Su deseo no llego
á cumplirse. El adolescente, cu-
yc rostro se asemejaba al de un
ángel pensoso, creció como rey
que lo era de corazón. Llegó sin
dificultad, por su recóndito sen-
tido del arte, á dominar á todos
los monjes. Ley resultaba su jui-
co, simpatía ó consejo.
Aquellos hombres santos alaba-
ban á Dios, consagrándose á algún
arte
Por una fría mañanita otoñal,
la abadía fué notificada que >il
Protector había muerto y Marco
estaba llamado á sucederle, según
vote unánime de la Comuna.
No sin amarga melancolía, aban-
done el príncipe su tranquilo ho-
gar y á sus fraternos compañeros,
fuertes y puros.
Para gobernar á un pueblo vo-
luble y refinado como el Florenti-
no, se exigía otro temple.
No por mucho tiempo permane-
ció en la inquietud y el pavor en
pendrados por una nueva em-
presa .
Rememoró el instante más di-
choso de su vida, cuando en el si-
lencio divinal, allá sobre la su-
perficie tersa de las aguas- atisiió
la suprema revelación : el alma y
sus probabilidades !
Por distintos conductos nos arri-
ba esta sublime nueva. En esto
caso, fué á través de la belleza
de la fisonomía, donde el perfil clá-
sico reflejaba la misma serenidad
é inocencia que en Grecia. Desde
este día, su vida cambió. Era tan
honda é intensa su incomparablo
ventura, que viéndose dueño de
Ins destinos de un pueblo, pensó
en llevarlos á su serenante visión.
.A'dielaba también para ellos, la
dicha suya.
Si; coronación fué claro indicio
de Srii propósito filosófico. Los aus-
teros consejeros se mostraron ad-
\eisos á tanta prodigalidad. To-
los los sabios y artistas con que
ccutaba Europa, fueran invitados
á esta ceremonia que en la for-
ma de una mascarada, debía re-
Producir la procesión de los Caba-
lleros del Graal, al sitio donde se
celebraba el Divino Banquete.
Para Marco, el Graal era la belle-
za, medio, objetivo ó tendencia
poi los cuales en ese momento,
era más fácil acercarse á Dios.
A' ser ungido en la gloriosa ca-
tedral, atmósfera de profunda es-
liiitualidad radiaba del joven mo-
t'.arca. Cuando la insignia ducal
il)a á posar sobre sus sienes, la
iinebató de las manos del Car-
rleiial Arzobispo y adelantándose
con ella al altar, dijo humilde-
n ente :
((Seré coronado el día de mi
nuierte, porque aun no se sabe i-t
merezco tal recompensa».
La estupefacción fué general.
Debía aumentar con el tiempo.
Seleccionó sus consejeros entre
los hombres; cuyo espíritu se in-
clinaba más á la filosofía que á la
iií-tucia, tan prevalente entre los
f:f:t a distas de la época. Comenzó,
líesele luego, á desenvolver su filo-
sofía política, fácil de resumir:
'(formar por lo helio. Se rodeó
de una guardia compuesta de los
j( venes más bellos é instruidos del
ducatlo, cualquiera fuera su ori-
gen.
Mandó construir en los jardi-
99 —
nes del alcázar, seis magníficas
cíisas y las enriqueció de cuanto
su mansión poseía de artístico y
lieimoso. Por turno, mandó vivir
en ellas á las familias desvalidas;
do Florencia. Antes de morar allí.
se les bañaba y mudaba de ropa.
Se sentaban en la mesa regia y
vivian esa existencia variada, có-
moda, intelectual y placentera que
ccnstituia la maravilla del Qua-
iirvccnio. Los seres felices aumeu-
tíuon en proporción á la ambición
despertada por aquel caudal esté-
tico, fácilmente accesible al es-
fuerzo y á la inventiva.
Mascaradas soberbias, ideadas
por Boticelli, en que el arte más'
consumado señalaba las lecciones'
nfás saludables del pasado, se eje-
<:utaban á menudo.
Se invitaba á los artistas y pen-
sadores á exponer su arte ó filo-
sofía á la juventud estudio&a.
Florencia volvíase el cerebro de
Italia. Serena se avecinaba la
edad de oro. Un joven puro y no-
ble conducía á los Florentinos al
descubrimiento del reino, que no
cá menester buscar fuera de .nos-
otros mismos. El embellecimiento
intensivo de la ciudad también
preocupaba mucho al Duque. Edi-
noios sugestivos, no sólo exponen-
tes de alta idealidad, sino de esa
fuerza y grandeza que la arqui-
tectura difunde, se levantaran co-
mo por encanto, acrecentando las
glorias de la cudad.
En el curso de los asuntos hu-
manos, no era fácil presumir pu-
diera durar mucho esta tregua al
despotismo y al envilecimiento ciu
dadano. La época recordaba uno
de esos días en que acompañado
de una alma encantadora, se pa-
san leves las horas en la aseen
ción de una montaña. Desearía-
mos que ese momento feliz nunca
tocara á su fin. Mas, como sobre
aquel día, el sol habría de poner-
se. El tierno y enajenador perfu-
me de esta jornada, se evaporaría
como el perfume de un lirio del
A alie.
Comenzaron á conspirar los que
en la sombra prosperan. La agita-
ción creció sorda, pero fuertemen-
t»^. TJ.n prelado, á quien Marco
había despojado de una prebenda
influyente, halló medio de envene
liarlo. El hecho ocurrió en un ban-
ouete faustosísimo. Se había que-
rido simbolizar con él, las nup-
cias de Psyquis y Eros. Profundo
estalló el clamor del pueblo. Al
esparcirse la noticia, el palacio fué
invadido y al pie del lecho mor-
tuorio, asesinados muchos de los
del séquito del príncipe. El cuer-
po del mártir fué reclamado por
la muchedumbre, que se acordó
<!el dicho de Marco, al ser coro-
nado.
Con pompa extraordinaria se ce-
lebraron sus exequias y á indica-
ción de los síndicos, el ataúd fué
abierto para coronarlo. La pre-
ciosa joya había desaparecido del
tefcoro. Los que comprendieron lo
s-ucedido, oyeron en lo íntimo de
su ser, las voces de la juventud
heroica y angéllica que glorifica-
ban á Marco. Era conducido á
los más altos sitiales del coro ((CU-
ya música es la alegría del mun-
do».
Así se esfuman los grandes sue-
ros y se recompensan á los fieles
caballeros.
ALBERTO NIN frías.
Washington— 1909.
■ ♦«
— 100 -
Obsesión
Para Apolo.
Todas las noches siento que acarician mi frente
linos labios que saben disipar el dolor ^
linos labios que dejan con sti beso indulgente
la savia fecundante de yo no se' que' amor.
Y aunque es grande el anhelo, nunca logra mi empeño
descubrir el secreto de este dulce besar;
será, acaso, una novia que me visita en sueño
y me brinda los besos que no la supe dar?
Y no se' por qué extraño, triste sonambulismo
estando en este ensueño donde siempre me abismo
pienso en mi madre buena que fué á juntarse á Dios;
Y la ínelancolía me envuelve en su miraje
porque el mar de la vida me alegó con su oleaje,
sin besarle en la frente para decirle: ¡Adiós!
M. Euclides PENAL VA.
£1 atorrante
Para Apolo
jPLllá. -u-a, taeittxmo y d.e;sgr(Z;fiad.Oj
Elte:ma e;ne:arin.ac:ión d.<s la irTd.igsn.e:iaj
P^arizee; qtxe; stis ojos de: ine:one;ie;in.cia
Soria.xa.ra la. caricia, de; tin pa.sa.do.
lS[o naaldigáis su. aspe;cto degra.da.do,
iPs-saso llc-u-e: oetxlto e:n stx cson.csie:n.oia
El pe:sa.r ds la. e:tsma. indiferencia.
Con qtxe el laombre lo a.parta de sxx lado
Soñó en la. gloria y se perdió erx la nadd.
En-vtjLelto en ixrxa. roja. lla.marada.
Odió, con la. gra.n.de2;a. del -veneidoi
"y prefirió a.1 a.bismo de la mxierte
desafia.r la tormerita. de sxj. sixerte
Con la rratxda protesta del Olvido.
li^endo2;a, 1911. Eldxiardo HEerrero.
— 103 —
€1 Fer^gritio
Para Apolo.
I
Nada más hondo que un dolor callado. -
Nada más cruento que una :oculta pena. —
Es el dolor de amor idealizado
que todo corazón desencadena. —
Y andando su camino va el cuitado
bajo la fronda de una selva amena,
que en cambio del dolor de haber amado
se siente el alma más potente y buena. —
Y siempre aquejumbróse el peregrino
dentro de la escarcela lleva un sueño
para yantar al borde del camino. —
Le ofrece un surtidor cristal risueño
con que aplacar la sed de su esperanza,
que es una estrella que la mente alcanza.—
II
Traza en el cielo la argenteada pauta
— al peregrino — esa fugaz estrella,
y tiene luz de amor, que es la más bella,
y el engaño del son de alguna flauta. —
Es el divino encantamiento de una
divagación que del dolor emana;
es la estrella que brilla si la luna
hace sublime á la pasión humana. -
¡ Mísero peregrino que tras de ella
vais en la andanza, con su luz por guía,
al ensueño de amor idealizado!...
Pero, ¿qué Importa?...
Si nos da la estrella
para templar el alma una harmonía,
y al corazón un nombre suspirado!...
Emilio TRÍAS DU PRÉ.
Junio. 1911.
— 104 -
€1 Hogar
El poder del hombre es acti-
vo, progresivo y defensivo. Es
el hacedor y creador por exce
lencia, el que descubre y el que
defiende. Su inteligencia es espe-
culativa é inventiva; su energía
está formada para las aventuras
y la guerra, así como para la con-
quista, en cualquiera parte que
sea justa y necesaria. El poder
de la mujer, en cambio, se hizo
para el gobierno y no para el
combate, y su inteligencia no es
inventiva ni creadora, sino que
está organizada más bien para
la dirección, para el estableci-
miento del orden y para las de-
cisiones suaves. Atiende á las
cualidades de las cosas, á su con-
veniencia y á su colocación y
rango. Su principal función es-
triba en el elogio: no interviene
en la pugna, pero es la que ad-
judica infaliblemente la corona
del triunfo en el combate. Por su
oficio y por su categoría está
amparada de todo peligro y ten-
tación. El hombre, durante sus
rudas faenas en el seno de las mu-
chedumbres, vése forzado á pa-
sar por muchas pruebas y á
arrostrar muchos riesgos; para
él son las injurias, los errores y
los fracasos inevitables; muchas
veces será herido ó juzgado,
otras veces se extraviará, y siem-
pre resultará endurecido por la
contienda. Pero mantiene apar-
tada y libre á la mujer de tales
contingencias; y dentro de su
casa, como regida por ella mis-
ma, no entrarán, si ella no los
busca, peligros ni tentaciones, ni
causa de error ni de injuria.
Esta es la verdadera naturale-
za del hogar, retiro dé paz, lugar
de abrigo, no sólo contra toda
injuria sino asimismo contra te-
rrores, divisiones y dudas. No
siendo así no es hogar. Si las an-
sias de la vida exterior penetran
en su recinto, si las personas
casquivanas ó desconocidas, si
las gentes hostiles ó no ama-
das traspasan sus umbrales con
anuencia del esposo ó de la es-
posa, ya no es hogar, sino por-
ción del mundo exterior puesta
bajo techo, y donde habéis en-
cendido lumbre. Pero si es lugar
sagrado, templo de Vesta, que
custodian los dioses lares, ante
quienes no llegará nadie que no
pueda ser acogido con amor, si es
esto, y ese techo y esa lumbre
son sólo emblemas de una som-
bra y de una claridad más no-
bles -sombra de roca en tierra
árida y claridad de faro sobre
mar tempestuoso— entonces me-
rece el título de Hogar y justifi-
ca su amable renombre.
Y este hogar rodea y envuelve
á la verdadera esposa por donde
quiera que vaya. Aunque las es-
trellas brillen al descubierto so-
bre su cabeza y la luciérnaga
sea la única luz encendida á sus
pies, su hogar está con ella en
todas partes y se extiende á gran
distancia en torno á la mujer no-
ble, mucho más que bajo el te-
cho de cedro pintado de berme-
llón, y proyecta á lo lejos su luz,
para los que sin ella no tendrían
hogar . . .
John RUSKIN.
-»♦•-
— 105 —
La Experiencia
¿Dónde marchas, peregrino,
No le temes al destino
De la ilusión asesino;
A la torva, cruel y fría
Desolación del camino?
¿Dónde marchas, peregrino,
Con la escarcela vacía?
¿Peregrino qué tesoro
Te acompaíla, llevas oro
(O la tristeza del lloro)
Para las puertas abrir?
Peregrino llevas oro?
Solo su canto sonoro
Te apartará del sufrir.
Peregrino, no has pensado
Que el camino ha devorado
Al ingenuo y al cuitado
Inocente soñador.
¿A dónde marchas confiado?
Ese país encantado
Que sueílas, es el dolor!
El Peregrino
Experiencia, vieja y fría
Apártate de la vía
Tu creencia no es la mía;
Mira, llevo mí laúd.
Oro de mí fantasía.
Llevo amor, llevo poesía
y llevo mí juventud!
No quiero tu vieja escuela:
Mí ensueño tan solo anhela
Eso impalpable que vuela....
La quimera, la ilusión.
¿Va vacía la escarcela?
Eso no le desconsuela
A mi joven corazón.
Déjame marchar lo mismo
Yo nivelaré el abismo
Con mí fé, con mi optimismo.
Déjame ir al azar
Llevo mi romanticismo,
INIí bohemia, mi lirismo
y en los labios el cantar!
La Experiencia
Mira que lo real yo toco,
Peregrino llevas poco,
Peregrino, pobre loco,
Deja tu vana ilusión
El Peregrino
Experiencia no revoco
Mi pensar -¿Que llevo poco?
¡Mí tesoro es mi canción!
Envío
Cuando sonría la suerte.
Cuando el sufrir sea fuerte,
Cuando se acerque la muerte.
Yo volcaré mi caudal.
Cuando el dolor me despierto
Cantaré, viril y fuerte
Mi joven canto triunfal!
MONTIEL BALLESTEKOS
Salto líiu.
»♦»
LOS EI^CTjOs-SIS
Cuando el Sol que se oculta en occidente,
de frente al mar contemplo,
y la tarde presenta el argentadlo
tenue ósculo del véspero,
— ¡claroscuros de Dios! cómo os admiro!—
Y pienso en Tintoreto.
Es Selene, la pálida de insomnios,
que me habla del cielo
cuando absorto la miro, y me confía:
en rano es tu desvelo
débil átomo; ansias el dominio
de un mundo de misterios!
Para Apolo.
Son dos ojos tan límpidos y azules
cual dos trozos de cielo,
los que á veces me dan los inefables
éxtasis de mis sueños;
otras veces los lánguidos y obscuros
me hablan del deseo.
Es la cara llorosa de una enferma..
Madre del suírimiento,
la que dice á mi alma los arcanos
de dolores intensos:
injusto en su dolor; he de vengarla
si es arma mi cerebro!
Silva SERRANO.
106
Pórtico
(Del Hhro aPor jardines
ajcnosn, editado por Ja en-
sa de F. Granada y ('.'^.
de Bareelona).
Este libro, en mi país, ha .^e
exacerbar el odio de mis enemi-
gos : los poetas serviles y los pe-
riodistas asalariados. Escrito mien-
tras las nulidades abominaban de
los poetas, y en una época de mi
vida en la que toda suerte de
preocupaciones hacía más dolorosa
la gestación ; escrito acaso mien-
tras aquéllas doblegaban la cerviz,
rir:diendo parias á los críticos y ¡i
Ifs cesares de la prensa, este 1i-
liro. como todos los míos, desrcon-
ceriará á esas grandes nulidades
lordioseras del elogio.
Y hay razón para ello : los qwi
lucieron para llevar el dogal en la
garganta maldicen al hombre li-
bre, y éste á su vez siente con-
iiiiseración por ellos: i pobres se-
res inferiores que, de adulacióa
en adulación, van vendiendo sm
fí.nciencia al precio de las lison-
jas convencionales
M pluma, pronta al elogio .na-
tural sienijire que se ha tratad)
de una obra artística, no lia men-
digado jamás el aplauso, y, pue-
di; asegurarlo, nunca lo mendi-
gará.
Ali intelecto corresj^onde á mi
carácter. Yo no subordino el hoiü-
1 re libre al de talento.
; Pero hay acaso u.n hombre de
trlento que no sea libre?
No. Hay talentos á medias : los
qi:e no saben conquistar su liber-
tad ó aquellos otros que, habién-
(¡ola conquistado, abjuraron mise-
labkmente de ell¿i.
Ser libre es tener talento.
Así me expreso á menudo coa
Jos intelectuales indiferentes que
me profesan un odio cordial. Esas
digresiones sobre el talento son,
pues, conocidas de aquéllos. Sin
embargo, he querido ratificarlas
aquí como un homenaje á mis vie-
jas ideas.
Considero inútil manifestar que
e«íi- libro ha sido hecho contrarres-
lindo el avance de la crítica. De-
tofitf el análisis minucioso al que
«e dedican los críticos escrudiñan-
cio los defectos de una obra de ar-
te Tal mezquindad sólo cabe en el
ama de las medianías amorfas.
Hago obra de estímulo para las
i.uevas generaciones y si á veces
mií excedo en el aplauso es por-
que sé qué incentivo ha menester
o] espíritu del adolescente cuya
labor he observado.
í! Acaso tengo el derecho de ma-
tar en flor las nobilísimas aspira
ciones de la juventud que sueña?
Dejo ese derecho para los críti-
cofi y los esclavos del dogma que
cli.-curren acerca del arte. Estos
úliimos, que todo lo juzgan con
uji criterio netamente religioso,
me mueven á compasión ; de ahí
que en muchas ocasiones, estando
a punto lie castigar su insolencia
v su hipocresía, me haya conteni-
do á tiemjio su mísera condición
d(- ilotas.
* * *
No hay en este libro oraciones
ditirámbicas dichas en agradeci-
miento á nadie. Los escritores de
cuyas obras me ocupo merecen Tii
admiración u.nos, y mi simpatía
ios otros, por la iiureza de su arte.
Páginas de loa al talento, pero no
le gratitud, éstas han de exaspe-
rar á ciertos literatos dudosos que
adulan á la plebe, para encum-
biarse, aun á trueque de quedar
envilecidos para siempre.
- 107
((La Neocrítica en el Uruguay»,
capítulo violento de verdad y de-
nolición que .nadie en mi país «e
dignó escribir por no romper lan-
zas contra la crítica arrabalera
en él entronizada, aleccionará í
tJgunos escritores de la península
que, ingenxiamente, y deslumbra-
dos por la& hipérboles de quién
sabe qué joven turiferario, dijeron
Ijrenos á ciertas mediocridades
dei Uruguay.
Lamento que entre aquellos es-
critores figure uno cuyo talento
es digno de las loas que le he de-
dicado. Me refiero al poeta Villa-
espesa que tan lastimosamente
desbarra cuando formula opinio-
nes sobre nuestra literatura.
((Por jardines ajenos» lleva un
soplo de optimismo á los cenácu-
los de América.
PÉREZ Y CURIS.
-*■**-
Migajas
Li": idea es pura en la concep-
ción ; pero al expresarla la adul-
teramos, materializándola, porque
escollamos con la imposibilidad de
encontrar la identidad del símbolo
que la represente.
. La felicidad en el matrimonio
es una lotería, á la que juegan
millares de parejas y una sola
acierta.
► ¿Por qué del parecido, con fre-
cuencia idéntico, entre individvios
que no los une consanguinidad ni
paientesco, y que hasta pertene-
cen á razas distintas?...
Para Apolo.
Nadie puede ser insincero con-
sigo mismo.
- La modestia excesiva en ciertas
peisonas no es más que una hipó-
crita vanidad.
- El hombre de i)ositivo talento
es modesto porque ignora la iJO-
teocialidad intelectual que posee.
•'El instinto de conservación nos
prueba qiie la vida es necesaria.
— ^ El hombre es el intérprete de
la Naturaleza. ,
HAVL ERÜS.
Oes^o
Dame la copa del ajenjo, g-lauc-o.
quiero tener esos horribles sueños
que da el licor amarji^o.
O bie ndame tus labios. Tierna mía.
que dulce debe ser y mareante
el vino de esa viña.
O dame á Baudelaire, al que en las «Flores
del mal» dejó su alma;
al que puso en la piel de la caricia
como el sudor, la lágrima;
quiero aspirar el delicic'so ai'oma
que es espíritu y carne;
con vino, con amor ó con nostalgia,
pero quiero embriagarme!
Lino ARGUELLO.
- 108 -
Bibliográficas
liibpos y folletos peeibidos
Var'ios
Voluntarios aristócratas (drama contra la guerra), pob A. Her-
nández— Cid, Madrid ; idealismos Juveniles, por José Cantarell Dart,
Buenos A'ires ; La Epopeya de Artigas (cantos épicos), por Kicaudo
Pollo Darraqxje, Mantcvidco.
De la Librería Paul Ollendorff (París)
Tratado de Derecho Penal y los Comentarios al Código Penal Co-
lombiano, por Vicente Concha ; Ocios de Emperador, por Charles
Laurent ; Blancaflour, por Tancredo Martel ; Ortología Castellana de
Nombren propios, por Miguel de Toro Gisbert.
L^ publicación de este último libro significa un triunfo para la
casfi Ollendorff que día á día nos sorprende con la bondad de sus edi-
ciones. Miguel de Toro Gi&bert, que ya tiene otros volúmenes en la mis-
ma biblioteca, labora incesa.ntemente y su encomiable labor, variada y
personalísima, resulta provechosa para quienes se dedican al estudio
de la lengua castellana.
La de Vicente Concha es una obra de consulta, cuyo valor sabráíi
apreciar los que se dedican á esos estudios.
La Librería I'anl Ollendorff tiene en vías de publicación obras im-
portantísimas de escritores hispano-americanos y franceses. Sus biblio-
tecas' elegantes y económicas, con magnificas portadas en colores que
demuestran un buen gusto editorial, obtienen los beneficios del público,
pues allí figuran obras de Amado Ñervo, Manviel ligarte, Bonafoux,
Cristóbal de Castro, Villaespesa, Dominici, Blanco Fombana, Contre-
ras, Chocano, Reyles, Diez-Canedo, Martí, Moróte, Pompeyo Gener, etc.,
entre los autores americanos y españoles' ya consagrados, y entre los
franceses Lorrain, Theuriet, Bazin, Paul Adam, Capus, Bertheroy,
Lombard, Maizeroy, Judith Gauthier, Uchard, Loti, D'Esparbes, Ro-
lland, etc., etc.
Biblioteca Renacimiento (Madrid)
El señor Ruiz Castillo, de la importante casa editorial (íBenaci-
miento», ha hecho iina gira por el vecin-j país, estudiando el movimien-
to librero, para dar un fuerte impulso á la difusión de sus ediciones
Dentro de breves días estará entre nosotros y luego visitará Sa.ntiago de
Chile.
La Biblioteca Benacimiento anuncia ya la aparición de dos obras
de Marquina : «La Alcaidesa de Pastrana» y <(E1 Rey trovador», que
tendrán, sin duda, tanto éxito como ((En Flandes se ha puesto el sol»
del mismo escritor.
CAT.\LO'^(:> DE LA «LTBRRIíÍÁ MERCCHIOs 49
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Biblioteca CientífiQO-k-ílosófisa (1)
Ailolfo i'osada — Principios de Sociología..... 1
irttsfdvo Le Bon — Psicología del Socialismo.. 1
Heiji] — Filosofía del Ksj>íritu 2
H Elstética 2
77í. liibot — La Psicología de los Sentimientos ^
» » Ensayo acerca de la imaginación creadora 1
») » La Herencia Psicológica 1
linit, restalozzi y Goethr — Sobre Educacic.n 1
Frrriérc — Errores científicos de la Hiblia 1
» Los Mitos de la Biblia , 1
i!:i:icJd('r — Lo bello y su historia 1
Jlt'inK qv''n- — La crítica científtca 1
Luciano Brmj — Lo bello 1
Jurisprudencia, Filosofía é Historia
/'. I.( rny BcauVica — Compendio de Economía Política 1 t. rúst. $ 2.0')
a. M urray, M. .1. -Histoi'ia de la Literatura clásica
giiega : 1 >) » » 2.-";.
■ 'arlos Lanche — Estética , 1 >) »> » 2.00
//. HoffiJinf; — Psicologí,! Experimental 1 >> )> » 2.2">
■ Jnhn lltiskin — Las siete lámparas de la Arquitectura... 1 » >> » 1.77)
K(hiardo Dowcbn — Historia de la literatura francesa... 1 ¡) » » 2.25
Hax Mullir — Historia de las Religiones 1 » » » 2.00
» 1) La Ciencia del licnguaje 1 )> » )> 2.0)
Kibjarán (Ju'nief — El Espíritu nuevo ;... 1 <> » » 1.20
./. 11'. Biir</iss — Ciencia Política y Derecho Constitu-
cional comparado 2 » » » 3.50
Etnlquc F. Amiel — Diario íntimo 1 » » >' 2.25
M. Giiyai: — La moral inglesa contemporánea 1 >> » » 3.00
Ediciones varias
Antonio Zo-.nya — Misterio (Tríptico campesino; ] t. rtist. S 0.50
Fernando Mora — Los vecinos del héroe (novela) 1 » » )> 0.75
Benigno \' arela — Eiebres Amorosas (cuentos) 1 » •> » 0.7-'*
•Julio ('('¡ador y Franca, — Oro y Oropel (novela) 1 » » )> 0.75
i'nrrns Enrigiiez— -Aires da miña térra (poesías) 1 » » » O.""'
Loaquin J7.^ Bartrina — Algo (poesías)... 1 » » » l.Oí'
Alfonso Hernández-' 'ata — JNovela erótica.... 1 » r> » 0.75
Prudencio Canitroi — Cuentos de Abades y de Aldea... 1 » y> » 0.7."i
Alberto Cainha — Baratijas 1 » » >> 0.2'
Delage ij (rohlsmitli — Las Teorías de la Evolución 1 » « » O.'^'j
Luis de Comoens — Los Lusiadas 1 » " " 0.25
(1) Yex la página 19 del presente catálogo.
i^jum^
- 108
Bibliográficas
liibpos y folletos peeibidos
Varios
Voluntarios aristócratas (drama contra la «íuerra), por A. Her-
nández— Cid, Madrid ; Idealismos Juveniles, por José Cantarell Dart,
Buenos Aires; La Epopeya de Artigas (cantos épicos), POR Ricardo
Pollo Darraque, Mnintcvideo.
.1,
■/,'■;
Be la Librería Paul Ollendorff (París)
Tratado de Derecho Penal y los Comentarios al Código Penal Co-
lombiano, POR Vicente Concha; Ocios de Emperador, por Charles
Laxjrent ; Blancaflour, por Tancredo Martel ; Ortología Castellana de
Nombres propios, por Miguel de Toro Gisbert.
La publicación de este tiltimo libro significa un triunfe para la
easa Ollendorff que día á día nos sorprende con la bondad de sus edi-
ciones. Miguel de Toro Gisbert, que ya tiene otros volúmenes en la mis-
ma biblioteca, labora incesantemente y su encomiable labor, variada y
personalísima, resulta provechosa para quienes se dedican al estudio
de la lengua castellana.
La de Vicente Concha es una obra de consulta, cuyo valor sabrán
apreciar los que se dedican á esos estudios.
La LiJirería Faul Ollendorff tiene en vías de publicación obras im-
portantísimas de escritores hispano-americanos y franceses. Sus biblio-
tecas- elegantes y económicas, con magníficas portadas en colores que
demuestran un buen gusto editorial, obtienen los beneficios del público,
piles allí figuran obras de Amado Ñervo, Manuel ligarte, Bonafoux,
Cristóbal de Castro, Villaespesa, Dominici, Blanco Fombona, Contre-
ras, Chocano, Reyles, Diez-Canedo, Martí, Moróte, Pompeyo Gener, etc.,
entre los autores americanos y españoles' ya consagrados, y entre los
franceses Lorrain, Theuriet, Bazin, Paul Adam, Capus, Bertheroy,
Lombard, Maizeroy, Judith Gauthier, Uchard, Loti, D'Esparbes, Ro-
lland, etc., etc.
Biblioteca Renacimiento (Madrid)
El señor Ruiz Castillo, de la importante casa editorial uRenaci-
iiiiento)), ha hecho una gira por el vecin-j país, estudiando el movimien-
to librero, para dar un fuerte impulso á la difusión de sus' ediciones
Dentro de breves días estará entre nosotros y luego visitará Santiago de
Chile.
La li'íhlioteea llenacirniento anuncia ya la aparición de dos obras
de Marquina : <cLa Alcaidesa de Pastrana» y ((El Rey trovador», que
tendrán, sin duda, tanto éxito como ((En Flandes se ha puesto el s-ol»
del mismo escritor.
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DÁTALO', o DK LA «LIRi-íKlíiA 'MKiírnnn:^ ]'.)
BiblíotQcn Cierstífi30-í-ilosófiD3 (1)
.[¡lulfn l'iis-hhi — PniU'ii)ios de Sociología 1 t. ¡lUt. $ L'.O'J
HükÍíivo Lr Bon — J'sir-ohigía (1(>1 Sofialisiiio , \ >< » >. 1.7,"
Uc'jií — !''ilosofía (!el Kspíi-jtu 2 x ), >- ■_'.i:ri
» Estética 2 I. !« )i ^.T.-i
fli. Hihni — I, a Psieolo^ifa «le los Seni iniieiilos/ "■ )■■ )> -> 2.0 i
)) íí .Ensayo acerca de la imaginación creadori \ ;-> .■ ;> \.~,i\
» » lia Mereneia ¡'si-olcgica 1 .•■ ,, » 1.75
/v /;íí, J'rsfiili:z-:i y ^'óf//(^- Sobre Educacicn 1 ).■ .. >> 0.70
Frriién — l'^iTores c¡<'nt;'íicos de la l'ibiia : 1 ;■ ;> >> 1.0'
i; .Los -Mitos de la !5il.)lia 1 ,. » ,> i .00
?t'í .'.tA/í /• Lo helio y su histoi'ia 1 . ■- . 0.7")
íliií ií< i¡!i 'Ti — í.a ci-ítica ci"iitííica 1 x w y. 0!70
'.ilcKifid liiriij — Lo bello... 1 a .. >, 0.00
JiírisprurienoH, Filosofía é Historia
./'. í.inrij lii'iiiiíii II — C'omjx'ndio de Economía l'olítica 1 t. lúst. $ "2.0'>
a. Miífiínj. -U . .1. Mistoria de In Lireratura cl;ísica
líntga 1 >/ )i )i 2.^í.
■'itrl'/s l.i mr];c — Estética 1 y. v, » 2.00
//. //(■■;//</'/((/ -i 'si cologí.i l\xi>criinental 1 >■ » )¡ 2.2"i
■ ffiJín i^/.s'A/'/i — 1/is siete lániparas de la Arqaitect;ira... 1 y¡ ¡¡ » 1.71
K^!iiardo !)<nr(bn- — Historia de la literatura francesa... 1 .'> >:• » 2.25
i.''í,r Miilhr — Historia de las Rí'ligioiies 1 » » >■. 2.00
!) )) La Ciencia del Lenguaje , 1 >> )< » 2.0 i
.'■,'(';/'"■'?" ■hf'tncf — El l"]s]iíj'itn nuevo , 1 y » » l.'J"
-/. li . liiiifirss — C-'iíeicia Política y Derecho Constitn-
ci¡)nal comparado 2 >. >> )> 3.50
KurKiiif F. .[fuirl — Diario íntimo 1 » >-• >• 2.25
'./. Uniy;;: — i, a uioral iiíglesa conteiiiporáuea 1 » jí ." 3.00
Ediciones varias
Infonio Zo:ff(/n- --Misterio (Tríptico campesino) 1 t. rúst. S 0.5o
Fernando Moni — Los vecinos riel héroe (novela) 1 >, >■ >■ 0.75
liinujno \'<iri'la — Lielires -\morosas (cuentos) 1 y >¡ y 0.7".
■ I lili (I ('(¡iidnr ¡I Fr-incn — Oro y ()ro])el (novela) 1 y¡ >> > 0.7^
i'iinn:^ ]'j)i fK/vcz — Aires da miña térra (poesías) 1 >) y >■ 0.7"'
-lonijii'm M^ Biirfrinfi — Algo (poesías) , 1 >> y y l.Oí'
ilf'>nso tLi'rnánde'.-"(itá — -Novela erótica 1 » >•■ ¡i 0.75
!'i iidrnr'iD Cnnifrot — Cuentos de .\bades y de .\ldea... 1 ). r, y 0.7"
AVxrto t'aniha — Baratijas 1 >> " > 0.2"
Dchiqi II (h)ldsiiFitJi — lias Teorías de la Evolución 1 >> > y Ú.^'i
Lilis de ('^nnoin.f — Los Lusiadas 1 " » > 0.2'i
(1) Ver la págiiui 10 del presente catálogo.
C.\T\L'i:;ii DI-; L\ '■U.iBKKKÍA MEKCURKf »
)■ >) . . . .
/ :f:<(<J-i líUsiñnJ.
TomoB
/•!n>-¡ir:!' ríñri/m .. Cómo ac;il)(3 la J)ominación de
lísjjaña en América 1
K! País de la Selva 1
Cosmópolif. 1
Hojas de la Vida 1
Desde el Molino é Impresiones
■de Arte 1
1 'ajaros de l)arro 1
Ohras Dramáticas 2
Cuentos bretones 1
Crónicas del Bulevar 1
Paisajes Parisienses' 1
La novela de las horas y de los
(ÍÍ1S í
I .la tarde de Otoño 1
Vértigos 1
Lígajo ('e ^'arios 1
.'■hiiivij T'í/drfi
V. ))
f'il ¡II nlo Z'iniíirois
II r>, Z'i-njn
»♦«
OXK.C
PlTjPlLOCS-OS
Tenemos á disposición del público los sii^uientes :
Citáio.iío ilusti-;ido de i;i Biblioteca Reoacimiento,
co:i retratos de los ;iutores y opiniones de ilustres lite
ratos, (nueVf) edición).
C.itáioiíode la Colección Científica dirii^idapor Emilio
Borel \- de la Bibliotecc de Filosofía Científica dirio-ida
por el doctor Gustn. o Le B(;n.
Cit.íloiío de 1 1 cnsa F. Granada y C.'''- de Barcelona.
G. Martínez Sierra :
Eduardo Marquina :
Canci'ix de Cuna .
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Doña María la Brava
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El arihi (le la casa.
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En FUnide.i s-c ha pifsto i'l si>l .
» O.Ud
Ca-rrrKsn IXEaxtí d.2; IXEissé :
Alte (I<; cortar, cfiiilcccionar .v ailoniar
tip(l;i cliisc (!<■ iii-cnd.-.s de vestir.
■■^EXTA EniOI(')X (l'.iiii) 1 tomo con inniicrosos K'ni''a(lo.s .$ :¡.sO
El Corte Parisién-
S. y J. Alvarez Quintero :
G. Martínez Sierra:
La \i\\\\ ETEIÍNA . * 0 80
Pk'Imavera ex ÜTorin.
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0 !»(*
La '■'ii'i- (le la M'la . » 0 7-')
La síuiilj-a fiel padre .
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0 7r>
¡ii:¡Hi'c. -- ;'i tomos ¡ii'ot'iiSMmi'iitc ¡lustiMíios . . . . $
r. J>'l,
CATALOGO DK I, A "LIBRERÍA MKRCUK'IO»
Mdchtulo de Aüxis. El Caira de Aldea .i
Don Casmnrro 1 '"^ Caridad Cristiana 4
Varias Historias I ^^"^ ^í"'^'" 'i*í"lt«'i 4
U„-,m o/— Amalia 2 ^^«^ Ksceiias de la Vida 6
.y,,,;,,,.,,,/— Penas del Corazón i "^^^ P'":«^ •^*' IMisericordia P
La Envidia I
Mdtthiy (A.) La Calumnia 1
1 'i Brasileña 1 ^^" Madre de los Desamparados t
Kl Juramento de una madre... 2 ^^"^ Des^raeiados í
Sor Anivela 1
Los Hi.j('s de la Fe 4
Zoé ehie.i-chien 1 l'.rü— Sanos y Culebras 1
M. ('. dv I.— Relaciones peii- ¡'nüwn-o rAm/a5-Tn.stez?is á
a
prosas 1 "'•i"=»s ^l^'l >»=''■ '
Mrrñ-kou-.dñ—^.!, Muerte de los y,^^,, ,,,^ ^,,^ y,, ,.,.^,^
Dioses I
.1/,, „,;,./■— Carne de Placer...... 1 'f^ Piratas del alto bordo 7
El Cai)itáii de los l'i'.nitentes
Monicjñn (Jdv'icr de) negros 2
l.a Hija de IMargarita 6 ''«s Noches del Barrio de Breda i
Los Amores de un loco 1 ^^^^^\ Busiñol i
l>as I Itimas Aventuras de Ro-
eaml)ole 2
La Cuerda del Alioi'cad
o.
o
Kl Co!n])adre Leroux 1
La Confesión de Tulia 1
(ienovexa (íalliot 1
La Hija del .\Lie.stro de escuela 1 ^^^ Diamant;> del C'omendador I
Fl Idiot'i 1 l'u> rtn 1 izcuino- -VA Aiuíjr y ¡-i
La Perla del Palacio Roval... 1 Caridad 2
La Querida de su Marido 1 ^''y'>"-'(-^- D-Hunil.erto Fa-
l^a Sirena 1
l'na nueva bailarina 1
( na l'asión i
Su Maiestd ,4 Dinero 3 '-• ^^''^''''^ A.loptiva
ora
It'ichi'h-xini (E.)
Juan Lobo
M ii.^^s/'t (Alindii de) Jj¿- Señora del \'elo n»'U;i'o.
{'lientos 1 l'-x'hc (Ui'ijiíKi'^ — Osear y Aman-
La Confesión de un hijo dei ''
-'«'" I S„rz dr Mrlun:
<hfr</(} (K nrKjUrt ■ l^a Pastora tlel (¡uadiela
.L.st<,s V Pecadores ] ''" ^I^rqUesa de !'¡
!.os Casamientos del Diabin... 1 Sriidmu-FA Castillo d.. Mont-
/lis/-,,' ,/ Vxihnii — ^^Fl DdTc .]<■
-MatLCn rita
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» IMariana i
lili, r.srrich i /•, ;/ ( /(/ ii i )
!'J. -Vnioi- de liis Anioi'fs 1 El A :it ic;ia rid 2
i'.! infiei-no de los Celos 4 .^venturas de NÍlii'I 2
I (is .M at niiion ios <1(4 Diablo... 4 Danlioe i) el Cruzado 2
\'A ('oi-;iz(;ii en la Mano 4 (.hiinti'n D.irward 2
!' i i'an de los Pobres i Hedi^autlft '-'.
! •' i'i'i'd icituí de la .MiijiT 4 iiob !{ov 2
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l/ATALfKiii ÍM-; í. \ v: IJíüíKuiA MKHCUKÍü»
Temos
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Cuentos bretones 1
í'rcnica.s del Bulevar 1
i'aisajes Pai'isienses 1
\j\\ n()\-ela de ias lioras y de ^los
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Telemos á dispíjsición del públicf) los sii^uientes :
C itá!o,i>-o ÜListr.idn de hi Bfiiblioteca ReuacImleMfo,
COI' retratos de 'os ;iutores y opiniones de ilustres lite
rales, í iiiievíi edieién ).
C;!t;'iiOLío de !;í Colección Científica dirioida poi" Emilio
Bore! \- de ia Bibliotecc de Filosofía Científica dirio^ida.
por 1*1 doctor Gustn o .Le B(jn.
Cit.l'iOíío de 1 1 casa F. Granada \^ Ci^ de Barcelona.
G. Martínez Sierra
El (t.nxí íA" la c<ts(t .
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leX'l'A !'".1>UM()X (!'.'Mi) 1 tiiiiiñ ron innncrcsíis ^rabjiilo.s .■* il.^O
S. y J. Alvarez Quintero
l..\ ¡;;\! \ KTKIÍNA
¡.'I I-'hir ilc la ]'i(l(i . >-• () T't
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G. Martínez Sierra;
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J'i,'nrv\i:RA kx OtuTíi.
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CAT\í>(»Go PK I. A M.IBKEiílA MHRCriíTí"»
Mnrhiiihi <U' .l.'í.'ís.
bou Casinurro
\';ir¡;is Historias
Miirriiol- Aiiiidia
.l/('/,:'/oi/--— i'cnas del Cocazóu
Maltk,!! (A.)
I.a Brasil<'ña
Ki .J uraiiicrito de una uiailri'. . .
Sof Aiis^i'la
Zdc chicii-cliicn
.1/. ('. (Ir L. — l{('laciimt'S jifii-
iZi'Dsas
M I i /■¡koirski — Tya Alucrtc de los
l)ioS<'S
Miittt'nr — Carne de Placer
}[ Diiti' i>in {-Ini-Kr '/i )
La Hija de Marica rita
Los AtiHij-es de un loco
l']| C'orupadre l.eroux
La CoiitesHuí de 'l'ulia
(ieiiovexü (iulliot
La Hija del Maestro de eseiíela
K! Idiota
La l'erla d.-l Palacio Poyal...
La (^)uerida líe .=;u Mariiio
La Si relia
i na uue\:i iiailai'uia
I ua i'a.^iiin
Su .Majesld (I i)in<To
( iicri to>
La CiUi tes!('i!i de un llijo dei
Sli^jo
(Iitiiiii { K n riijU r ■
■ ! U.^t ( JS \ Pecadi il'es
Lü.-- Ca.'-aní lentos .|el l>i:dilo...
' "Sí- ,■ 7 I!, i'inii ¡ ~VA i),,t.' d.'
Margarita
/ '( /'' : /•,'.'■•< I' uji 1 1", II 1-11/ lí i )
L! -\Uhii- di- los Ahiores
i-d íuiierno de los C,.],,,
I II- .Mar riiüoiiios lie! i ¡iiililu.
!'.! ( I ira/.Oíi i-!i l;i M a III I
I.
VA Cuia d(> Al(^en
La Caridad Cristiana
La Mujer adúltera
I^as Kseejias de la \'ida
Las. OLi-as de .M iserieor-lia
La I''nvidia
La. Caluiiiuia
lia .Madre de los Desauíiuirados
iiOs l)es<;raeiados
Los Hijis d(- la Fe
I'ii'ir — Sai)Os y Cule'ua.s
r i nl>. I : ru C/m;;/(;.|.' — Tri.-iti-z«..s á
orillas del iiiai- '
I'an un i] !j Ti /'/ <¡ lí '
Los i'iratas del alto Lordo
H! Canitáu de los Penitentes
Jícaros
La.s Xoclics.; del JJarrio de Preda
Maese Husiñol
Las Ultimas A\'enturas de }{o-
eanihole
La Cuerda del Alioreado
El l)iainaut;> del Cone'udador
l'tnrid 1 ir.cni/i'i VA AuKjr y
Caridad
Itnniiis (./. . 1 .') 'H uiidie¡-li) Fü-
lira
l! icli I }f,ii rii íK.)
L' .Madre Ado|)t¡\a
J ua, n Lolio
L; Señ:ira de! \ elo nemo -. . . .
Ii'irlii i lli •! I un "i — ( lse:i r \ .\l]l:!ii-
Snrz (/( Mihl:r.
].n Pastora di'l Cuadieia
i^a .Mar-jUesa i|e Pinaies
S'' ni] I II I! -'A-Al Casiiilu ¡c ,M(Uit-
siLrey
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Obras poéticas
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Kl Parnaso Argentino 1
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VA Parnaso Mexicano 1
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/'ufifano— Parnaso Argentino 1
(' B. A. — Parnaso Venezolano 1
Hcl Valle — Parnaso Cubano 1
Donoso — Parnaso Chileno I
Tesoro del Parnaso Americano 2
I 'ampoamor — Los pequeños.- Poemas 1
» Doloras y humoradas 1
» Poemas I
» Poesías y cantares... 1
» Obras poéticas *2
» » » 2
Mármol — -Poeyías completas 1
» » » 1
S.ux- — Cantos de Rebelión 1
l-'nlco — Cantos rojos 1
t'hocano — Obras poéticas 1
» » '> 1
I laza — Poesías I
» Poesías completas..... 1
» >i » 1
llores — Pasionarias 1
» » 1
» » 1
l'rza — Poesías 1.
» Poesías escogidas 1
» » )) 1
)i Glorias de México 1
» » )) » J
)) Monólogos 1
.liuñrt — Poesías completas 1
» )) » I
Ueine — Poesías completas 1
Xúñez de Arce — Poesías 1
» » » » 1
Kxproncedü — Obras poéticas 1
» » » 1
Zorrilla — Poesías completas 1
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Ualart — Obras poéticas 1
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38 - Catálogo de la « lib«ería mekcürio »
Biblioteca de los novelistas (Bouret)
CADA TOMO EN TELA >$ O.45
Toaei
Blest Gana {(inilLermo).'. La ií'ascinación i
El Pago de las deudas 1
El Primer amor 1
La Aritmética en el amor 2
E¡ Ideal de una calavera...!.. 2
Martín iii vas 1?
Vastera (í'edro) Carmen 1
Champsaiir {Fdiriano) Jb]l nido vacío ]
rhantecUiir , La Aljodelo 1
Cfíatcaubriund Átala, Rene y el último Aben-
cerraje 1
Deanircdh: {l>xlro) Los dos l'iiletes 2
DoctetiT {('arlos) Por un título 1
l)umaí< {Alepindro) KJ capitán Pable 1
El Caballero de Casa Roja 2
KJ Caballero de I-larmeiital 2
Ijh Hija del Regente '¿
liOí, compañeros de Jehú 2
l'l conde de Monte-Cristo 7
La Condesa de Salisbury 1
La Guerra de las mujeres 2
Memorias de un módico 6
VA Collar de la Reina 4
Ángel Pitou 2
La Condesa de CKarny 5
Los Mil y un fantasmas 8
l'Os Moliicanos de París 10
Na poleón ]
La Reina Margarita 2
lia Dama de Monsoreau '<i
lios Cuarenta y cinco 4
La San Felice 8
Sultanetta 1
I^os tres iMosqueteros 'ó
Veinte años después 4
E' vizconde de Bragelonne 6
Isabel de Uaviera 2
La Regencia 1
liuis XV^ 2
Las lobas de Machecoul H
Kl Speronare 2
Kl capitán Arena 1
El Corneólo '2
Un año en Horejicia. I
Ija Villa Palmieri 1
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aiaLuüo l»e la clibri-.k.a mercurio > 39
SOBM
Uvmns {Alejandro) Las Orillas del Kin 2
» » Quince días en el Sinaí 1
)) '» La Suiza 3
if urnas {Hijo) La dama de las Camelias 1
Knseñat {J . B.) Tritón 1
» » » Por la Honra 1
Fernández y González La Dama de Noche 1
(ienlis {Madame de) El Sitio de la Rochela..; 1
fJómez Carrillo {Enrique) iJel amor, del dolor y del vicio 1
» » » La bohemia sentimental I
» » » Maravillas 1
Bernández {Dr. Fortunato) Desequilibrio 1
Hugo {Víctor) De orden del rey '2
Jho Alfaro {Manuel) Malditas sean las mujeres 1
ísaacs {Jorge) María 1
Koch (Paul de) El Prado de Amapolas 2
í,ópez Penha (Abraham Z.) La desposada de una sombra... 1
Ijoti {Pedro) Mi hermano Ivés 1
Mary_ {Julio) Los Últimos Cartuchos 2
I arios autores Mejores cuentos de los mejores
autores españoles contempo-
ráneos 1
.\()mbela {Julio) Historia de un minuto 1
» La novela de un joven 1
La Fiedra Filosofal 1
La realidad de un sueño I
» Un Hijo natural 1
La Niña de Oro 1
El Secreto de la Vida i
Bisutería literaria 1
líl Ultimo duende / 1
La semilla y el fruto... 1
Novelas cortas de los mejores
autores españoles contempo-
ráneos.
I'tirdo {Mif/iiil Eduardo) \ iliabrava I
Pezfí {Juan de Dios) Memorias, reliquias y retratos 1
i'iibt'n Darío Peregrinaciones i
Savage {Coronel) Mi esposa oficial I
Sirnkieyvicz (Knriquf) El Diluvio 2
Siniiés de Marco (María del P'dar) La Ley de Dios 1
') » » » » » Sofía Restaud de Cottin 1
Iheuriet lAndri') b'lavia 1
Wisemann Fabiola *■'
Zola {Emilio) J^a caída del Padre Mouret.. 2
» » Los Misterios de Marsella -'
»
»
»
»
»
»
»
»
»
arios
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40 CATÁLOOO DE LA « UBREKÍ A MERCURIO»
Biblioteca Artística
OBRAS I)K I TOMO, ES RÚSTICA, Á $ O.50 CAÜA UNA
Altamirano Clemencia.
Jjalzac Los Soldados del Imperio.
Castanier La orgía romana.
„ La Cortesana de Menfis.
)) La hija de Creso.
), El Loto del Ganges.
Dominici Dionysos (costumbres de la a,nti-
gua Grecia).
Ilalevy 1^1 abate Constantino.
tieller Amores antiguos.
i.ouyfí Afrodita.
,) La mujer y el Pelele.
„ Aventuras del rey Pausóle.
Massón napoleón y las Mujeres (,KI Amor).
llehdl L'i Nichina.
Biblioteca Científica
CAI)\ TOM(í FN la'sTICA : $ 0.75
Tcmss
Ernesto Haeck el- VListoiia de la creación de los seres según las leyes _
naturales
/•. Lonfrey — Historia Política de los l'apas I
.1. Renda — El destino de las dinastías • 1
I). F. Strauss — Xiu>va \ idií i!e Jesús ■ -
J. Fola 7í7Mr/^;Jr-^-líevelaciones cieiitíñcas. que comprenden á todos
los conocimientos iluiiiaiioi ••■
/'. J. Frowd/i";,- -De la creación del orden en la humanidad ó prin-
cipios de organización política
■losé Ingcyniercs' 1 i isteria > Sugestión (Estudios de Psicología clínica) I
o o Simulación de la locura ante !a (.'nminalogía,
la iMedicina Legal y la Psiquiatría i
IjVÍs Bnclner — Ln vida i)síquica de las bestias ^
A'nqufitii IJiíJe — Kl tin óe las religiones '
i;-rfne1 AUn mi ni \']s.]mui\ en América I
Carlos Octavio Bunge
lia Kducación 1 tomo en rustica $ l.óí)
Obras de Carmen de Burgos (Colombino)
(ADA TOMO í:\ IU'sTK'A $ 0.25
Tomos TomCS
La cocina moderna 1 alud y Belleza !
.Vrte (le saber vivir 1 ¡.as artes de la mujer..,: 1
.Modelos de cartas I
Di rector -Kcdnctf)!-: l'VAlK/u Y CUKIS
Adnainistracior:
LUIS PÉREZ
I:í,edaocióii y A.<inainisitracJóii
■^ritElK-TA Y TK,EíS, TS
AÑO VI
Montevideo. Julio de 1911
N." 53
Visión Itidia
Dül M;iliiib}iriit;i.
Para Ai'or.o.
Cabe la margen del apestado Ganges
piepos combaten Koravas y Pandavas;
Con pesio empuje las índicas falanges
Unas sobre otras se precipitan bravas.
I^ayan los cráneos ensangrentados franges
Que abren los golpes de ponderosas clavas,
V sajan hondo los filosos alfanjes
Lia carne flaca de las turbas esclavas.
Hlarde cruento de bárbaras pujanzas.
Perdido el brillo de sus hojas cortantes.
Sangre destilan las falas y las lanzas
Que los Ghatrias guerreros blanden triunfantes.
Lia tierra tiembla. Sobre el juncal las panzas.
Lia trompa al aire, al trote, jadeantes
Pasan los elefantes
Como una tromba, en apretadas filas;
Y en la pagoda husmea las nraatanzas
XJn ídolo «monstruoso de hoscas pupilas
Kalí, la torva «Diosa de las Venganzas ».
Junio, 1911.
Adriano JVI. ñGUlñí^,
trt I s^rví
m"!' iifMi I lil .1
40
CA'I'ÁI-Oíio DE LA «LIBRERÍA MERCURIO»
Biblioteca Artística
OBRAS l)K 1 TOMO, EN Rl' STICA, Á $ O.5O CADA UNA
Altamirano Clemencia.
Bnlzac Los Soldados del Imperio.
Cantanier La orgía romana.
1) La Cortesana de Menfis.
» La hija de Creso.
)) VA Loto del Ganges.
Dominíci Dionysos (costumbres de la anti-
gua Grecia).
Kl abate Constantino.
Amores ant igiios.
Afrodita.
La inujer y el Pelele.
,) .Vventiiras del rey Pansole.
Massón .Napileóny lasAlnieres (Li .\nior).
líehiil f^a Xichina.
Biblioteca Gientcfica
ILaievy
tvcUer
11
.•.\l)\ TO.Mn i-N Ri'sTUA : $ 0.75
Temos
KrtKsto HaccLul Histoiia de hi creación de los seros según las leyes
naturales
./'. />íí/)/r''i/— Historia Política do los l'apas i
1. lUtirla — El destino de las dinastías ■■■ !
/>. F. Strauífs Niio-.a \ 10a >!c .Jos\is
./. Fola IgúrliiíJi '- i;o\-olacioiics (•¡oiitííicas. que compronden a todos"
los conociniiíMiTos 1 lum;! no.- '■
/'. .7. l'ro-i¡dh"ii Do la cicación del oi'dtMi en la liunianidad ó prin-
cipios de orga ii i/.acii'iii i>olític-a '
h>sé Inijciinn ri::<^ 1 1 i.-.tona > Sogcstión (Kstmlios de Psicología clínica) i
o ■.) .Siiniihu-ión do la locura ante !a Criminalogía,
la [Medicina Legal y la Psiquiatria ¡
/.'/í.v F>iicl:iirr — l.n \i(l;i ])sí<|nica do las Itcstias i
1 i/í/i/s-^i. Dille — MI lili liv las i-oligioiios i
L'iifiiil Altamini Kspaña 011 .Aniónca I
Carlos Octavio Bunge
La lüliicaciíin 1 tomo ou rustica $ LÓü
Obrus de Carmen de Burgos (Colombino)
(.\i!A 'rf).\io i:\ Ki's'iK \ $ 0.25
Tomos
Toincs
Lii cixnia iiiodorna —
.\rto <lc s:il)or \'ivir.
-Modelos do cartas
1 alud y Helleza
1 i.as artes de la muier
Director- lícdnetor: l'KK'KZ Y CURIS
Administrador:
LUIS PÉri,E:z
K,eda.cción ■^,' Administra oióii
AÑO VI
Montevideo. Julio de 1911
N." 53
Visión India
Del ^r;lll:lb!l^:lt:l.
l'<ii-(r Ariir.o.
Cabe la margen del apestado Ganges
piepos combaten Kopsí'^sis y Pandavas;
Con pecio enipujc las índicas falanges
Unas sobfe otras se precipitan bravas.
Rayan los cráneos ensangrentados franges
Qixz abren los golpes de ponderosas clavas,
V sajan hondo los filosos alfanjes
lia carne flaca de las turbas esclavas.
ñlarde cruento de bárbaras pujanzas,
Perdido el brillo de sus hojas cortantes.
Sangre destilan las falas y las lanzas
Que los Ghatrias guerreros blanden triunfantes.
Lia tierra tiembla. Sobre el juncal las panzas.
Lia trompa al aire, al trote, jadeantes
Pasan los elefantes
Como una tromba, en apretadas filas;
Y en la pagoda husmea las matanzas
Ijn ídolo monstruoso de hoscas pupilas
I^alí, la torva «Diosa de las venganzas ».
Junio, 1911.
Adriano M- flGÜIAf^.
— 112 —
fl los trovadores áulicos
De «Albfis Sansiieiitus»
Troveros que algún día
Loasteis la Verdad,
Y veis ahora en la venal jauría
De los necios, pudor y austeridad,
Sed discretos; el alma no es el limo
En que anegáis, con gestos de acritud,
La poesía 3' el rosal opimo
De la belleza en flor de juventud.
(En el alba sangrienta de mis luchas yo rimo
Apostrofes sonoros á vuestra turpitud)
No embadurnéis el busto
De Apolo ni el perfil
De los panidas líricos; callad bajo el augusto
Baldaquino del templo de la Belleza.
Hostil
Es vuestra voz meliflua, troveros y rapsodas
Con almas de libertos en torres de marfil.
Que oficiáis vuestra misa en las pagodas
Del vicio obscuro y la pasión servil.
El arte— y, como el arte
La libertad— para vosotros es
Una mueca No alcéis el estandarte
De la teoría de poetas, pues
La poesía no persigue impuras
Aspiraciones. Poesía es:
Candor en las risueñas criaturas.
En las divinas flores eclosión,
Esperanza en la vida.
En el alma ilusión,
Y astral reflejo en la tiniebla erguida.
- 113 -
Y, decidme: ¿qué son
La verdad del artista y el talento
De las mujeres libres cuyo aliento
Espiritual nos llena de emoción?
Trovadores coreantes,
Sed discretos, callad.
No busquéis en la piara de mediocres triunfantes
Ensueños de pureza ni amor de santidad.
Si en el aula cubierta de artesones fastuosos,
Claudicasteis, poniendo vuestra musa á los pies
De los reyes del agio, no digáis rencorosos
Que todos los poetas os siguieron después.
Hay poetas que empañan el crisol de la vida,
(Troveros curvilíneos gestados con pesar);
Id con ellos, pensando que la rama garrida
Se dobla, mas al peso de su carga florida,
Y se yergue de nuevo, pronta para gestar
Y vosotros, en tanto,
Ascendéis á la cumbre con el canto
Prostituido y la súplica vulgar.
El poeta cautiva, como el mar, con su encanto,
Y no hay nadie que intente la conquista del mar.
¿No fué Apolo un rebelde cual Orfeo,
Y el emotivo Anfión
Un artista viril y un corifeo
De la lucha, fogoso de pasión?
Impúdicos troveros,
Ya que sois pregoneros
Del vicio, acariciad
Su desnudez Empero no habléis de poesía:
La poesía.
Qué fué del genio — patrimonio — un día,
Jamás abjura de su libertad!
PÉREZ Y CURIS.
— 114 —
Oe '*£l ritmo de la vida"
Háme sorprendido siempre,
enormemente, que hombres del
raro valer de Arturo Schopen-
hauer, hayan escrito grandes
libros, con el solo fín de bus-
car, el fundamento de la Moral;
porque paréceme, que éste, se
muestra á vuelta de poco esfuer-
zo, con una transparencia cris-
talina, y, no por modo de Reve-
lación, sino de simple demostra-
ción, en vena de escudriñar;
basta querer ver, para hallar
sin esfuerzo que; la base de toda
Etica, es, el, Interés-^
el Interés Colectivo, imponién-
dose como norma al Interés In-
dividual, para anularlo;
y, esa lucha entre el Interés
Social, y, el Interés Individual,
entre la Sociedad despótica y el
Individuo libre, ha sido la lucha
de todos los tiempos y, todos los
momentos de la Historia, y, á
través de ella, la Moral, ha sido
el Código Social, imponiéndose
al Individuo, para limitarlo y
anularlo;
de ahí, que toda Moral, es
anti-Individualista, y, por ende,
anti-Natural, y anti-Humana;
es el Sacrificio del Individuo
á la Colectividad; la absorción
del Yo, por ese Minotauro lla-
mado : Todos.
toda Moral se disuelve en le-
yes, como la nube se disuelve en
agua;
de ahí, que la Ley, tenga el
mismo origen que la Moral : el
Interés Colectivo, en guerra con
el Interés Individual; la guerra
de todos, contra el el Yo que de-
debería ser Sagrado é Intangible.
todo Precepto, todo Deber,
todo ley, es un yugo;
código de rebaños;
se ayuntan los bueyes;
no se ayuntan los leones;
he ahi por qué, los hombres
aman los bueyes y no los leones;
porque no los ayudan á arar
sus campos;
los leones, no son explotables,
he ahí por qué los leones son
abominables;
los leones, no quieren ser es-
clavos;
he ahí por qué los leones son
un peligro;
como los hombres libres;
no deben existir;
he ahí por qué se organizan
cacerías contra los leones y con-
tra los libres...
Sociedad y libertad son in-
compatibles;
es natural que la Una devore
la Otra;
«♦■
EIL -2Ps.2XrOI5. ES DOLOI5.1
El amor es dolor! lo presentía!
Y el dolor es placer, haber sufrido
Para poder gozar; yo lo he sentido
En mi poema de melancolía.
Placer de la tortura y la agonía
Tan intenso, tan hondo, tan vivido!
Grato y suave dolor, porque perdido
Es que te anhelo más, placer de un día!
— Y ella permite que mi angustia siga
Con su crueldad. —Oh dulce mi enemiga.
Volved á ciliciarine con desdenes,
No con indiferencias asesinas,
Para gozar cual Cristo con los sienes
Sangrando en la crueldad de las espinas!
Salto, 1911 MONTIEL BALLESTEROS.
- 115
Señorita María Terksa Jerf:z
R la tiífla Mana Teresa Jet-ez
En su cumpleaños
Sori ttxs ojos, nirisL. amacia.
De: lixces \jLr\Si. eascada,
ÜXEas tix I-ostro (sspiritixal
ISTo trad.tj.e:e; los eolore:s
Sed-U-cstore^s
D^ ttj. pale:ta genia.1.
C de: la F'jPlLTXEA. (Violeta.)
Jf?5.gosto 1/ 1811
116 —
Alma andaluza
Paseando mis melancolías pol-
las playas de dormida arena de
esta MALAGA paradisíaca, do;. de los
vijios tienen el mismo sabor que
los besos de sus mujeres, yo he re-
cordado, esta tarde de otoño, que-
rido HAROLDO, la divina frase de
Madame Sevérine. «...En cada
bella ciudad que visitamos, vamos
dejando un pedazo de nuestro oo-
lazón...» ¡Porque nada es más
doloroso que contemplar estos be-
llo.'^ sitios de ensueño, y pensar, al
njismo tiempo, que pronto vamos
á decirles adiós, á perderlos, qui-
zás para 6Í)i|>mpre, com¡o ¡hemos
perdido tantas cosas lejanas ;y
amadas... Pero no melancolice-
mos. El recoger tristes añoran-
zas en la tierra del sol y los can-
tares, casi es un pecado. Olvide-
mos un instante que nuestro es-
píritu es doliente relicario, y bus-
quemos refugio piadoso en el alma
loca del vino. Andalucía nos dice.
((Yo húré sonrisa tu pcnti
• 'nn una aleare balada,
Mirntras mi mano de. hada
Acaricia tv melena. n
De la Andalucía fantástica de
G.\UTiEtR y de la milagrosa Sevilla
de Alfred de musset, — confesémo:-
io tristemente, — queda muy poco :
pero Andalucía .sigue siendo uno
de los lugares que el mundo ha
escogido para sitios de peregri-
nación sentimental ; y si Carmen-
rita no lleva ya la navaja en la
liga, ni blasfema, ni siquiera mur-
mura, sus ojos, en cambio, siguen
siendo siempre negros, siempre
adorables, y tan bellos ! ta-n be-
llos ! La alegría no la ha abando-
nado ; no la abandonará jamás:
está en su alma ; ¡ es su alma mis-
— Para Haroldo — .
nía ! Esa alegría que se refleja en
la reja que baña el sol, que aro-
nan los azahares del patio riente
y fresco, donde bordan arabescos
l-is enredaderas del jardín.
¡ Andalucía sigue siendo la Ate-
nas sonriente de la gracia; el co-
razón de España, que eternamen-
t • canta y encanta ! Sigue siendo,
también, la patria clásica de la
n^a.ntilla, del garbo, de la sal me-
ridional. Las cabelleras de sus mu-
jeres son siempre adorables en la
fiesta de sus claveles rojos : y si la
rairada ardiente de sus morenas
ya no derrite el asfalto de las
(I < eras, — como reza el lindo cantar
de la tierra, — la gallarda manda
que pasa suele llevarse todavía
nu stro corazón, prendido en el
lloco do su mantón de Manila...
El piropo es otra de las cosas que
•;ara este pueblo jacarandoso y di-
charachero sigue siendo una reli-
gión. Penetremos en la calle del
Molinillo del aceite ó recorramos
la arifstoorática avenida de La
Caleta é infaliblemente tropezare-
n os con el galán un tanto des-
X^reocupado, en eterna persecución
de la morena de cara bonita que
luive cual mariposa, esbelta en el
anadear de sus caderas, ruborosa
cuando T)on Jnan la dice apasio-
r.adame.nto, «marecita, ay ! quién
fuera sordao y nsté bandera.»
...Tropezaremos aún con la reja
que adornan macetas floridas y
lujuriantes rosas, y donde el mozo
de garbo pela la pava, y trata en
vano de ocultar la cabeza tras las
anchas alas del ladeado cordobés,
f .a florista de mirar picaresco y pia-
<lo.sos labios... nos saldrá al paso, y
1(>\ antando de la cadera ondulosa
donde descansa, el jarro de las fio-
res, nos dará á beber los nardos
- 117 -
embriagantes... En una esquina
veremos aún la farándula del pue-
blo que se arremolina alrededor
de la gitanilla graciosa y zandun-
guera, para admirar las danzas
vibrantes, que se deslizan en mo-
vimientos intensos, que acompa-
ña una guitarra de risas sin pu-
dor...
¿...Seguimos caminando...? Es-
cucharemos, un poco más allá, el
eco inolvidable, único, del cante
flamenco que se escapa de un bal-
concillo inmediato, y viene hasta
la calle y la llena y la inunda. ¡ Es
tan ingenuo, tan hondo ese cante,
que diríase el alma sentimental
de esta tierra saliendo de la gar-
ganta de la camtaora ! ¡ Si cantas
andaluza, eres divina, — me digo ;
— porque el cantar .nació contigo,
en tu cuna ; y si bailas, también
tres divina, porque á la cuerda
llorosa y sentida, ó riente y cruel,
se ajusta el aire flamenco, que
también baila contigo, ondulante,
vibrante ! ¡ Salve, morena !
Ricardo GÓMEZ CARRILLO.
Paisaje
Para Apolo.
Bajo el misterio de la noche en g'ermen
alza la tarde su ropaje triste ;
la sombra avanza y al llegar se viste
sus galas negras ... En los nidos duermen
las aves que han truncado sus gorjeos;
la brisa inicia su canción de flautas,
y á las peñas que esbozan mausoleos
las ondas llegan á morir incautas.
En la sombría ramazón se incrusta
la tristeza letal, y la vetusta
é inmensa peña de la fuente — evoca
inclinada á la linfa que murmura —
un Cíclope de piedra que procura
besar las ondas con sedienta boca.
Fernando SILVA VALDÉS.
118 -
T^atralía
SOLIS. — La compañía cómica italia-
na que actúa en este teatro, tiene
como director y primer actor á uno
dj los cómicos más eficaces que ha-
yan desfilado por nuestros escena-
rios. Alto, enjuto, de mirada vivaz
y traviesa, naturaiisimo dentro üe
sus graciosas interpretaciones ae
■imachietista», el capo-cómico Sichel,
posee el secreto inimitable de pro-
vocar en el publico con su gracia
irresistible, verdaderas explosiones de
hilaridad.
Pero no vaya á suponerse que pa-
ra obtener esto, el artista se valga
de gesticulaciones y de piruetas gro-
tescas. No. Su procedimiento es sen-
cillo y difícil á la vez. Toda su co-
micidad la pone en la voz, en lo que
dice y ejecuta, con una expresión in-
teligente, maliciosa, ó torpe, que ha-
ce de los personajes que encarna
este brillante cómico, acabadas y ad-
mirables creaciones risueñas. Nos ha
hecho reir hasta las lágrimas en «TI
portafoglio», su caballo de batalla, en
"Un groso affare», en «II tacchino»,
en..., en fin, en varias pochadas lle-
nas de situaciones equivocas y de
calembours picarescos é ingeniosos,
liiste demonio de Sichel es un cura^
neurasténicos, nipocondrlacos, nistft-
ricos, y demás enfermos que sufren
de nebulosas en el espíritu.
Convencido de esto, el público acu-
de numeroso para reir libremente a
carcajadas.
Entre los compañeros de escena de
este mago de la risa, se aestacan.
Napoleón Massi y Arturo Garzes (ca-
racterístico), excelentes cómicos, ven-
tajosamente conocidos por nosotros;
Valpreda, Maccheroni, Pescatori, Ga-
ra ; y como primera dama, Azucena
Dalla Porta, de rostro hermoso, de
elegante y distinguida figura, que en
la función de su beneficio pudimos
apreciarla debidamente, reconociendo
en ella á una actriz discreta, que
reúne cualidades muy recomendables
para el género que cultiva. Por su
orden artístico siguen la Privato, la
Piacíentini y la Scarrone.
En breve debutará en nuestro pri-
mer coliseo la gran compañía lírica
dirigida por el genial Mascagni, de
quien oiremos como Dios manda, sus
más celebradas producciones, entre
las que se cuenta su última ópera
«Isabeau», cuyas primeras represen-
taciones en Buenos Aires provocaron
<;i.n variados juicios críticos y tari
tas discusiones apasionadas.
Se ha organizado una comisión de
connacionales, músicos y críticos mu-
sicales para recepcionar y agasajar
al Ilustre maestro, que de un mo-
mento á otro llegará á ésta con so
compañía.
URQU1ZA.— La opereta está de mo
da. Los que la cultivan hacen for-
tuna. Sino que lo digan Pranz Le-
har, Leo Fall, Straus, Luis Ganne y
otros músicos no menos afortunados,
que con un poco de alegre y travie-
sa, aunque no siempre constante ins-
piración, satisfacen el gusto nada
exigente de ese publico oonaciion,
que se le arrulla fácilmente con me-
lodías sencillas y digeribles, rimadas
en valses, marchas, mazurcas, y mi-
nuets.
Montevideo, que no ha podido sus-
traerse á la chifladura reinante,
quiere y pide insaciable, opereta. Y
durante más de dos años consecuti-
vos se le ha servido con preferencia
el plato apetecido. No bien una com-
pañía de ese género lía sus petates
para irse á otra parte con su alegre
música instrumental y de pesos, ya
tenemos otra en vísperas de llegar.
No hay vuelta de hoja: estamos irre-
mediablemente operetizaaos. centre
nosotros triunfaron varias veces, la
de Sconamiglio, la de la Cittá de Mi-
lano, la de Marchetti, la de Vítale,
que en el mes entrante vuelve á So-
lis la de uahoz, la de uatinl-An-
geline y no recuerdo cuantas más.
Ahora tenemos otra en el teatro de
los hermanos Crodara : la de Mares-
ca,-Uaracciolo, que nos- trae una
troupe numerosa y bien combinada ;
que pone las obras en escena con
todo lujo de decoraciones y vestua-
rios; y que tiene mujeres bonitas
de formas idem, en cantidad, y de
estrella (le primera magnitud a la
monísima y graciosa soprano i^io-
dia Maresca. La «Donne vienesi», del
mimado autor de «La viuda alegre»
y de «El conde de Luxemburgo», que
nos dio á conocer esta compañía, á
ratos tiene música de verdadera y
alta inspiración.
Pero aún cuando esta suele de-
caer, incurriepdo el compositor en
haios recursos, apelando á menudo á
los bailables, desilusionándonos, la
partitura, en sus lineamientos gene-
rales, artísticamente considerada es
más honesta que las nombradas. En
la sinfonía con que comienza el pri-
mer acto; en el concertante ñnal del
segundo : en el dúo de amor del ter-
cero ; y en alguna que otra frase fe-
liz, es donde realmente culmina la
obra.
Liuego, infinidad de reminiscencias
y motivos que nos son familiares por
lo oído/ plagan el curso musical de
esta producción del maestro uenar.
En su interpretación se lucieron y
cosecharon aplausos, la señorita Elo-
dia Maresca, de bonita voz y agrada-
ble timbre; el tenor Grassi, que po-
see una voz beua, de las que no
MISSING PAGE(S)
— 123 -
si-prema delicadeza, la otra pier-
na...
Hacía dos horas que nos hallá-
bamos acostados, sin recordar ella
sn calidad de casada, ni yo mi si-
tuación peligrosa, cuando un ca-
rruaje se detuvo frente á la puer-
ta. Con la sorpresa del caso, oímos
cómo se abría. Salté del lecho y
corrí á la sala, mientras ella apre-
suradamente cubría con sus ro-
pas las mías que había colocado
sobre una silla.
— Martha ! gritó el marido, Ua-
ir.ando con los dedos á los crista-
les de su dormitorio.
— Eduardo, eres tú?...
— Sí, vengo á avisarte para que
es-tés sin cuidado porque tenga
mucho que hacer y no vendré á
dormir.
— Ah ! respiré corriendo hacia
ella y abrazándola fuertemente. .
Cerróse nuevamente la puerta.
Partió el carruaje, tornando nos-
(.tios con la tranquilidad tan bien
gil nada, á concluir de clavar el
puñal en las espaldas de la ho-
nestidad conyugal...
MARCOS FROMENT.
■ ♦»
arabesco ^ti ^ns m^tiot
Para Apolo-
Recuerdo con qué impaciencia
apella tarde le frío,
paseabas la opulencia /
de tu gracioso atavio.
Envuelta en la ioa gñs
ágil, suave y caprichosa;
eras la más deliciosa
mujercita de Paris.
Tu pie leve y delicado
como un pétalo de acacia,
era el objeto admirado
de toda la aristocracia.
Ligeramente rosada
bajo tu lindo chapeau,
parecías escapada
de algún cuadro de Watteau:
Montevideo— 1911
Al hablarte de Rubén
observé pe entristecías
¡Y pensar 5ue merecías
un soneto de Verlainel....
Esteban ETCHEPARE.
— 124 —
T^Tigo una amiga...
Mi amiga es una extraña cria-
tura muy inteligente, muy linda,
muy .sentimental. Tiene un alma
(le niño y es como los niños, ver-
sátil y caprichosa. Tras su ado-
rüble apariencia, esconde en el co-
razón una florecilla satánica que,
en ocasiones graves, puede causar
la muerte de algún incauto. Ama
l<i luna y la peniimbra crepuscu-
lai en el gabinete exornado de pe-
sadas colgaduras ; ama los clave-
les rojos y las miísicas, que son
encajes de sonidos, á las formas
sTÍtiles de aristocracia espiri-
tual... ; pero todo lo ama un ins-
tante... Sus amores tienen la du-
ración del perfume de las violetas
y cambian de matiz como las nu-
bes, y son como las nubes iluso-
rias y nómadas... Van hacia todos
ios rumbos, en fugaz vuelo de ma-
riposas... y nada hay más comple-
to y difuso que su pensar amoro-
so, i Desgraciado del que crea que
sil impresión de u.na hora va á du-
rar eternamente! i Desgraciado
del que oiga sin sonreír su can-
ción de sirena ! Porque ella, en
verdad, no sabe lo que ama, ni
• ta importancia alguna á las pa-
labras. Y es á un mismo tiempo
triste y alegre, apasionada é indi-
ferente, dulce y cruel, sincera y
banal. r.Qué es ella .° ¿Qué es ella?
J eal y pérfida, inspira deseos com-
plicados y es un paraíso y un abis-
mo. El tedio la roe interiormente.
como el gusano á la ñpr... Ríe en
los bailes, en los paseos, en todas
partes ; sonríe á la amiga que pa-
sa, al majadero que la persigue,
al petimetre que la devora con
los ojos... Ella ríe y se burla, ó
tiene lástima de todo y de todos...
Entre sedas y rosas revuela su al-
ma sutil precozmente melancólica.
Sus limpios ojos castaños recogie-
roii la tristeza de las cosas, y la
ilusión no tiñe de azul su lonta-
r.aiiza...
Ha vivido demasiado y aun no
' t'ene veinte años. Nerviosa é im-
pulsiva, una emoción anormal la
hace vibrar, pero como sucede á
{POS miniísculos relojes exornados
de rubíes, que las duquesas llevan
on sus abanicos, su mecánica in-
1 erna fe)B inndoviliza pronto ; y
para disculpar la aridez de su es-
píritu, finge confundir la jiiedad
coiv el amor.
Yo quiero mucho á esta amiga
tan joven y tan enigmática. Me
atrae con su gracia encantadora.
Tengo fe en su afecto... de un
t!ía. Hoy es mi mejor amiga, á
pesar de su divina juventud que
perfumó en algún tiempo mi co-
razón. Daría una parte de mi al-
ma p 5r verla feliz. Pero jamás
l'odrá serlo, porque su pensamien-
to y su hastío la llevan más allá
'Irf B¡cn y del Mal.
Froilán TURCIOS.
«♦»
ft una francesa
El mal que en sus recursos es proficuo,
Jamás en vil parodia tuvo empachos;
Mefistófeles es un cristo oblicuo
Que lleva retorcidos los mostachos.
Y tú, ((ue eres unciosa como un ruejío
Y sin mácula y simple como un nardo,
Tienes trágica crin dorada á fuego .
Y amarillas pupilas de leopardo . . .
Amado ÑERVO.
OATxXLOÍiO DK LA « LIBRERÍA MERCURIO* il
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LIBROS POmJLARRS Á •$ O.15 P:L TOMO RÚSTICA
TcffiCí
.1. Mamón Üetenninismo y liesponsabilidad .
» » Psicología del militar profesional 1
» » t sicología úel socialista-anar-
quista t
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Aleramo {ÍSibila) Una mujer T
.Urxis, Bonafoux, Bhiacn Iháñc:.... Emilio Zola (ÍSu vida y sus obras 1
Álfixh Las chicas del amigo Lefevre ., ]
AUamira (Rafael) Cosas del día '. i
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titeologismo 1
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Bcnuzzi (Modolfo) Creación y vida 1
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Bovio {Juan) Las doctrinas de los partidos-
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B\icklc {Enrique) Bosquejo de una historia '' '1
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Bueno {Manuel) ^\ ras de tierra I
Bunge {Carlos urtario) í>a novela de la sangre 1
Cantaclaro Comentarios al Concordato 1
(■apitán (Jasero Recuerdos de un revolucionario }
Comandante **• Así hablaba Zorrapastro i
Conde Fabraquer La expulsión de los jesuitas... . i
Cortón {Antonio) El fantaáma del Separatismo . ^
Chamberlain {John) El atraso de España . '
HfTENTKHUL SECOtm KBfGSUm.
— 124 —
T-etigo utia amiga...
Ali ami^a es una extraña cria-
tura muj' intelig(>nte, miiy linda,
muy sentimental. Tiene iin alma
íle niño y es como los niños, ver-
sátil y caprichosa. Tras su ado-
rable apariencia, esconde en el co-.
Tazón una Horecilla satánica que,
, en ocasiones graves, puede causar
la muerte de algún incauto. Ama
1-i luna y la penumbra crepuscu-
lai en el gabinete exornado de pe-
sadas colgaduras ; ama los clave-
les rojos y las miisicas, que son
ericajes de sonidos, á las formas
siítiles de aristocracia espiri-
tual... ; pero todo lo ama un ins-
tante... Sus amores tienen la du-
ríuión del perfume de las violetas
y cambian de matiz como las nu-
bes, y son como las nubes iluso-
rias y nómadas... Van hacia todos
los rumbos, en fugaz vuelo de ma-
riposas... y nada hay más comple-
to y difuso que su pensar amoro-
so. ¡ Desgraciado del que crea que
SI, impresión de u.na hora va á du-
rHr eternamente! i Desgraciado
tlel que oiga sin sonreir su can-
ción de sirena ! Porque ella, en
verdad, no sabe lo que ama, ni
• la imijortancia algu.na á las pa-
labras. Y es á un mismo tiempo
triste y alegre," apasionada é indi-
ferente, dulce y cruel, sincera y
banal. ^;Qué es ella P o Qué es ella .^
leal y pérfida, inspira, deseos com-
plicados y es un paraíso y un abis-
mo. El tedio la roe interiormente,
como el gusano á la ñor... llíe en
los bailes, en los paseos, en todas
partes ; sonríe á la amiga que pa-
sa, al majadero que la persigue,
al petimetre que la devora con
los ojos... Ella ríe y se burla, ó
tu-ne lástima de todo y de todos...
Entre sedas y rosas revuela su al-
iDi' sutil precozmente melancólica.
Sus limpios ojos castaños recogie-
ioii la tristeza de las cosas, y la
ilusión no tiñe de azul su lonta-
iiaiza...
Ha vivido demasiado y aun no
tM'ue veinte años. Nerviosa é im-
pulsiva, una emoción anormal la
hace vibrar, pero como sucede á
(SOS minúsculos relojes exornados
de rubíes, que las duquesas llevan
c^n sus abanicos, su mecánica in-
lerna s>3 innioviliza pronto; y
para disculpar la aridez de su es-
liiitu, finge confundir la piedad
con el amor.
Yo quiero mucho á esta amiga
tan joven y tan enigmática. Me
aiiae con su gracia encantadora.
Tengo fe en su afecto... de un
(!ía. Hoy es mi mejor amiga, á
pesar de su divina juventud que
perfumó en algún tiempo mi co-
razón. Daría una parte de mi al-
ma p or verla feliz. Pero jamás
vodrá serlo, porque su pensamien-
to y su hastío la llevan más allá
'Iri Bien y del Mal.
Froilán TÜECIOS.
R utia francesa
El mal ([ue en sus recursos es proficuo,
Jamás en vil parodia tuvo empachos;
Mefistófeles es un cristo oblicuo
Ciue lleva retorcidos los mostachos.
Y tú, (|ue eres unciosa como un rue^'O
Y sin mácula y simple como un nardo.
Tienes trásicii crin dorada á fue^o
Y amarillas pupilas de leopardo...
Amado ÑERVO.
CATAL<»(;<» UK LA « LIBRERÍA MKHCURIO*
Biblioteca Sempere
LIBROS POm ! ARRS Á $ O.15 KL TOMO Rl'STK A
Tea?:
.1. Ramón Oetemiinismo y Jtt^sponsabilidad 1
» » Psicología del militar profesional 1
)) » I sicología del socialista-anar-
quista ; !
)) » Socialismo y anarquismo -,
has tiiez y un n noches 1
Una mujer T
Emilio Zola (ÍSu vida y sus obras ]
Las chicas dol amigo Lefevrc .. J
Alada Galiana {José)
Aicratiio {^Sibila)
.'ili'xis. Bonafoux, JUnsin ll/áÍKZ...
Alexis :'
Altamira {Rafael) Cosas del día
Ángel Guerra Literatos extranjero?
Argente (Baldomcro) 1 ierras sombrías
]'n k nnnine {Miguel)
)) »
Dios y el Estado
Federalismo, Socialismo y
titeologismo
l'nrúii de Holbach Moisés, Jesús y -Maliouia...
¿Jaudelaire {Carlos) Los paraísos artificiales...
¡ienuzzi {Rodolfo) Creación y vida
JJfoernson {Bjoernstjii/i'j
)i »
de 1
Blaneo Fombona {Un fino),
¡ileiíicn J báñez { Vicent< ^ . . . .
» » » . . . .
¡ioii/irUcr {Suint G( ii'i'S
liar i o (./ uan)
dr).
¡{racen
1)
liüehner
))
»
Ihiekle
{Roberto).
{Jaiís)....
))
» —
{Knrique).
¡{lleno
liinu/e
(Manuel)
{Carlos ui-fariu').
El Jtiey
El guante — Más allá
fuerzas humanas
El hombro de hierro
Cuentos valencianos
lia condenada
El rey sin corona (drama).. ..
Las doctrinas de los i):irti(.i )s-
políticos en .Lnroi)a .■. .
lluecas humanas ,.
Se acalx) ol amor-- Biae rnson -
Una quiebra
Enerza y niíiteri a
i-uz y, vida
Ciencia y Naturaleza
liosquejo de una hisiona < 'I
intelecto español desd»- (>1
glo V y hasta mediados del x x
.^ ras de tierra
La novela de la suugre...
!
1
T
Cnntaclaro Comentarios al Concordato
Capitán Casero líecuordos de un revolucionario
Comandante *** Así hablaba Zorrapastrn
('onde Fahraquer La expulsión de los jesniías' .
Ce)Ttón {Antonio) El fantasma del Separatismo .
Chamberlain {John) El atraso de España
44 CATÁt.A(it» 1>E LA « I.IltKKUJA MKliCUKlOa
)) ))
' » ))
TOBOt
Laugel {Augusto) Los problemas de la iSaturaleza 1
lios prol)lemas del alma 1
Los problen¡as de la vida t
t.roiiK {Kiiríque) VA sindicalismo 1
■'.orcnzo (Anselmo) Ki l'uehlo 1
López lioUrsteros {Luis) Junto á las máquinas 1
i.ub'jock \a\. dicha de la vida 1
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Márqui-, Stciimq Ln diplomacia en nuestra his-
toria 1
Marx (('arlos) Kl capital 1
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Max .\ordau Fl mal del siglo '2
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.Jesuítica) 1
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5) )) . Kn el Magreb-el-Aksa '
» » ¡Para música vamos! 1
\foehuis (]'. J.) La inferioridad mental de la
mujer J
Molesíhoi (Jacohi)) La circulación de la vida 2
Mora ni f I ¡Aquellos tiemiDos ! 1
Murof' (Luis) Pasados por agua 1
i) )i Kel)año de almas 1
)) )) Lí< Duma (2.'' i)arte de Rehaña
(Ir aliñas) 1
y, )i !)<> la Dictadura á Ja República
(La vida política en l'ortugal) !
» >i La conquista del Mogrel
1
^m^
*
Sobre el libfo "Pop jafdines ajenos'* de Pérez Cupís
Ha llegado á mis manos y acabo
de leer, con el cuidado y la reflexión
que son necesarios para que la lec-
tura nos resulte provechosa, el nue-
vo libro del poeta Pérez y Guris, con
cuyo título encabezo estas líneas.
Editado por la importante empresa
de publicidad de F. 0ranada y Cía.,,
de Barcelona, forma el libro un to-
mo de 158 páginas, en 4.o, con ele-
gante carátula de colores serios y
. artístico dibujo, perfectamente im-
preso en buen papel y bien presen-
tado.
Esto, respecto al material; en.
cuanto á la obra en sí, comienza por
una sencilla dedicatoria que, en una
sola línea, dice mucho, y nos mues-
tra con esta ofrenda á la memoria
de su padre, cómo perdura en el jo-
ven escritor el noble sentimiento del
cariño niial, ya exteriorizado en
idéntico homenaje de veneración ha-
ce más de do^ años, en una breve
página de su revista Apolo, con oca-
sión del fallecimiento del autor de
sus días.
Viene luego un severo Pórtico — que
63 do granito por lo recio : «janua
critica» con inscripciones ia:;\Lu.i o
en la que el autor con serena ener-
gía, resueltamente, nos dice lo que
es su libro; y á este pórtico, que es
un contrarresto á todo avance male-
volente de la baja crítica, sigue, en
el mismo tenor decidido, y levanti'-co,
el vigoroso capítulo : «La Neocrítica
en el Uruguay» — que es, como bien
lo expresa Pérez y Curis, un capítulo
violento de verdades demoledoras de
los Zoilos que ofician de críticos sin
tener condiciones para ello.
Aunque guardando una forma cul-
ta, quizá sin apercibirse de que no
hay siempre necesidad de decir alto
y libremente nuestro sentir, movido
por quién sabe qué injustificados
agravios ó rispidas rozaduras á su
personalidad pensante, que no nos
es permitido apreciar ni mucho me-
nos queremos investigar, Pérez y Cu-
ris ha reunido en este magistral exe-
dra de vapuleo á todos sus gratuitos
ofensores, sin temer al «mugitus la-
byrintho» de que nos habla la sen-
tencia latina ; la protesta airada de
los Versificadores ramplones, aullante
destoncierto de gozques ladrando por
detrás de los bórdales á una risueña
Selene.
Pero, si el escritor que se ha for-
T»>qdo por sí mismo y ha triunfado
tiene la conciencia de su propio va-
ler, esta su exaltación no debe ha-
cerle olvidar que la ingratitud es de-
fecto demasiado frecuente en los hu-
manos, y que también, muchas veces
ella es provocada ■por la arrogancia
del bienhechor. Una superioridad que
se nos exhibe con cierta frecuencia
puede producir molestia, y luearo, un
desvío rencoroso. El talento de un
hombre libre que vale por sí y que
ha conquistado una sólida reputa-
ción, despierta siempre envidias, y no
seria de extrañarse que por I s opi-
niones vertidas por Pérez y Curis en
los prolegómenos de su nuev > libro,
aún sin propósitos de polémica, al-
gún Babirius le saliera á la p ilestra
obligándole á preparar sus t ililetas
otra vez y á empuñar su estilo para
rechazar el ataque.
Después de estos introito^ igrios,
viene la parte elevada y sedante del
libro, la parte verdaderamente artis
tica de la obra, en la que por nin-
guna parte aparecen ni la r ^qúicia
ni los mezquinos sertimientos que
alguien ha atribuido á Pérez y Cu-
ris.
Una docena de loas de fino factu-
ra, escritas con robusto estilo y me-
recidas por los poetas y prosador s
á quienes van dirigidas, y media do-
cena de notas breves, reunidas bajo
el título de «Ideas y Sentimientos»,
forman la médula del libro que, sin
duda, ha de Uevar un vivificante so-
plo de aliento y nobles estímulos á
todos los, cenáculos literarios de Amé-
rica, porque respecto á aqueflos de
quienes se ocupa, este poeta de idea-
les generosos, seguro de su arte, no
se bajaría á otorgarles por favor lo
que ellos no pudieran pretender co
mo una recompensa á su n;érito.
A pesar de su literalidad, Pérez y
Curis en sus loas sólo rinde culto á
la verdad, sin sacrificar su indepen-
dencia de escritor. Parco en el elo-
gio, acertado en sus juicios el con-
junto de la obra resulta en extremo
favorable para su autor, un sensitivo r
enamorado de la Belleza; y si toda
obra poética por sugestiva y per-
sonalísima qu-s sea, es una o>ra so-
cial y toda obra analítica é inter-
pretativa es de enseñanza, de este
viaje «Por Jardines Ajenos» 'pode-
mos decir — que es un libro en el qae
los ignorantes pueden aprender y en
el que los doctos pueden aumentar
su caudal.
No pretendemos hacer una critica
literaria detallada, del nuevo libro
de Pérez y Curis, que á tanto no lle-
gan nuestras fuerzas; dejamos esa
tarea á otras plumas de más fuste
que la nuestra, y deseamos tan solo,
al poner de manifiesto nuestras im-
presiones respecto de él,— llamar la
atención de los inteligentes sobre el
mismo, para que puedan valorar su
mérito, que es grande, iio solamen-
te por la plasticidad de la forma si-
no porque en él se hallan reunidos
en estrecho consorcio la profundidad
del sentimiento y la claridad en la
expresión de la idea. Bien venido,
pues, sea este libro que aparece co-
mo una nueva luz en el horizonte
del arto nacional — alumbrándonos
una ruta de Verdad y de Belleza.
Adriano M. AGUIAR.
-Jf,
CVTALOGO DE I-A cMBRKKÍA AIFRCURIO»
Roht'iti. Conde de París 2
r':i l'irata 2
Ln I*rÍ5Í6n de Edinburgo 2
La l.inda Moza de Perth 2
(íuv Manuering ó el el astró-
lojvo 2
Waverley, ó hace sesenta años 2
Woodostocli. ó el Caballero 3
VA Monasterio 2
FA Condestable de Chester 2
Ke-iiiihvoorth 2
Las Crónicas d^^ la Canongata 2
l.o^ Puritanos de Escocia 1
El Enano Negro 1
Las Aguas de San Ronán 2
Fl Castillo Peligroso 2
Capitán Aventurero 1
l*evriil del Pico 1
FA Talisniá-i ó Ricardo en Pa-
Eva 1
Stnl'l )Mme. de) — Corina ó Ita-
lia 2
Staj}ha}( — Noche de carnaval... 1
Sihendtl — La Cartuja de Parma 2
» Rojo y Negro 2
Strvenson — La Isla del Tesoro 1
Sué (Eugenio) :
Ija Atalaya del diablo ó la bar-
ba azul 1
El Judío errante 6
Tarrago y Mateos (E.) — El Mon-
ge Negro 2
Icstina
Fl A!):k1
Ijí: NOvia
Carlos (1
S¡( :i I, ¡I irr:
S i! i-rsf /■('
1
2
de Lammermoor 2
Temerario 2
^Quo Vadis? 2
( D— El Pecado de
Tohtoi (León) ¡
Cuentos Populares
Recuerdos
K atia
La Guerra y la Paz
Ana Karenine
Resurrección
Tirior Hiicjo — Los Miserables.
Wallare (Luis) — Ben-Hur
1
1
,1
2
5
2
'Pop jardines ajenos '
(ÜETRRS HISPANO - AMERICANAS) ;
rDe; ■ ¡ '■'
I ":
f. Qranada y (^.® ^ ^^re^lona
Zi venta:
En la Liirer.a :: MERCURI3 »
Saranli, núm 240
PRECIO :
EN RÚSTICA $ 0.5 O
EN TELA $ 0.70
'*íí'
Inip. L.1 Rural, de M y F, R.amos, Florida 84 y 92a
',• >i.
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50
■.•r*>
Director -Redactor: PP^REZ Y CURIS
A dministrador:
IL>UIS PÉREZ
JEledaooión y A-dministraeióii
TREINTA- Y TRES, 73
AÑO VI
Montevideo, Agosto-Setiembre de 1911
N." 54-55
Poetas cotiUm^orátieos
Gabfiel Aloman
Gabriel Alomar es un poeta es-
pañol ; pero no es un poeta cas-
tellano ; ha nacido en Mallorca y
escribe sus versos en la provenzal
lengua de Raimundo Lulio.
Sin embargo, no es un poeta
regional ; su poesía és de todas
partes, de todos los tiempos ; clá-
sica y futurista.
Para convencerse de ello basta
leer su último libro. La columna
dt foc.
Le precede un bello prólogo de
Santiago Rusiñol, que, más que
por la pluma, parece trazado por
su florido pincel.
Rusiñol hace de Gabriel Alomar
la siguiente pintura :
<(E1 que escribe versos impeca-
bies ; él que ha aprendido la Mi-
tología como un cristiano la Doc-
trina ; que ha bebido en el ánfora
de Horacio, que tiene el Parte-
nón por parroquia y Venus Afro-
dita por patrona, que (si los hu-
biera en los bosques) saldría á
cazar faunos, á pesar de lo que le
espantan las armas ; él, que trata
en sus artículos de cuestiones eco-
nómicas, que es socialista, que es
pagano, que estima la uniformi-
dad, que es amante de la línea
recta, de la Ciencia, del cinema-
tógrafo y de los sonetos sobre
bloques de mármol, es, aunque se
ofenda (y ya sé que no se ofende-
rá), es... terriblemente román-
tico.»
Es cierto ; Gabriel Alomar ha
bebido en el ánfora de Horacio,
como lo demuestra la Horaciana,
que á continuación traduzco :
Bajo la parra, en la serena tarde,
junto á la boca del callado pozo,
Lesbia ¿ recuerda que de amor moríamos
como poetas?
Tranquilo el aire en libertad pasaba,
sobre nosotros, bajo el puro cielo,
lo mismo que un dosel, nuestros amores
cubrían pámpanos.
iM I ci^ I iv^nML. ^tuUNÜ IbAHUbUKh
■'^m-.
Bibliográficas
(Obnas necomendadas pop «Apolo
m.
rOB fiEOKGES D'ESPARHf.S.—
^tilUntít (íf E. Diez Ca-
si Tumulto.
( l'irsión Cíi,-
íit'(/(<).
VA lirisuu) (■'pi<'0 (le Ccoriní d'Kxpnr-
'.( >- canta en la pi-osa do eiite vola
mt'ii con fiatror do tornionta. Ks iin;i
sticosiüti do cuadros liitítóricos luMulii-
dos por el aliento vital del lioroís-
nio. una catai'ata de prifos y ruuio-
i'os. do quejriS y ext'laniacionos do víc-
t( ría. de abnofracioncs y sacrificios en-
tro el estruendo de la pólvora, las vo-
ces de mando .v el estallido do triun-
fos que pai'ocen arrancados de la vie-
ja eepi de las edades mitológicas.
Canto repiil)l¡cano entusiasta, es El
TiMri.TO la epopeya en prosa de los
ai'ónimos. de les ig-norados. de los que
hichuroii y murieron entreprando su vi-
da en l>olocausto de la Tndiri^ihh , cu-
y ) verdadero sitrnifitado fueron á bus-
ca i entre los despojos del campo de
batalla.
La pcrtentosa imaErin.ición de (Icor-
íM'.-' d'K!<¡ni rhi'^. ha idasmado en Fl
Trviri.TO una visión grandiosa de
aquella lucha homérica que la Fran-
ci 1 rc])ublicana luibo do sostener ton-
tr;' seis iioderosas naciones á la vez, y
05 cada pápina un clarín que del fon-
do do las tumbas snrgre cantando el
l.ei-oísmo del pueblo— jóvenes, ancia-
nos, mujeres, niños- que harapiento,
faiiiélico, armado de los más hetero-
pcnoos instrumentos de combate, pasó
triunfante la bandera do la república
s<ibre cien campos de batalla, que fne-
roi. á la vez cementerio do héroes y
perennes monumontos elevados al in-
domable empuje de la raza
Lej'endo las páprinas de soberana
n' a estría de Fl TrMii/ro. conmuévon-
so las fibras más tiondas del sentimion
to, y Á despecho do cnanto pueda
existir en el lottor contrario á la ideri
de puerra, el corazón palpita con vio-
le i.cia, laten las sienes, y el escalofrío
do tanta grandeza recorre la médubi,
! I (.Viseando la admiíación y el entu-
>i ismo por quienes de manera tan te-
II il. lómente hermosa supieron defen-
di-i' el suelo de six patria contra los
r icv mil cschiroí! que los dr^potas
Ichzarnn á ?us fronteras.
El TiMi'LTO es una gloriosa lección
cívica, una cantera inagotable de emo-
ción, un galopar constante del heroís-
mo, y una fuente inexhausta, donde
jóvenes y viíjos hallarán la base de su
piicpia elevación do alma. Libros co-
mo éste, además de una neiesidnd,
SOI' x\n bello presente á las genera-
ciones jóvenes, y un reactivo contra el
afeminamiento do los caracteres que
f-s el primer síntoma de la decaden-
cia y desaparición do los pueblos. La
ju\entud de habla castellana encentra-
r.i en los cuadros históricos de El Tcr-
lun.TO, además de una prosa vibrante
y castiza, materia abundante para el
fortalecimiento de sus ideales de pro-
greso republicano.
La versión castellana, del celebra-
di poeta í'. Diez Cañedo, os irrepro-
chable, y la portada artística de El
Tumulto un mérito más que agregar á
la esmerada edít ion.
Camino de perfección y otros ensayos,
roR Mantel Díaz Rodríguez.
KI distinguido litoíato vonozolaiui,
don Manuel Díaz Rodríoucz, lia com-
puesto un hermoso libro de jtiventud
en el que se hallan condensados el on-
ti siasmo, la fe en el arte y la serena.
cor.i-cpción de la 1 elleza. Por las casti-
zas páginas de Camin'o de rERiECCióN. en
d indo el idioma castellano se muestra,
purísimo y brillante, corre un dulce
m anantí il de ensueño generoso cele-
I r indo el desinterés como la mejor co-
ra;: 1 del ideal, como el arca santa del
esi-íritu.
En estos tí'.-mpos de egoísmo, en qtie
las sociedades parecen al dicar de su
tentimontalidad en holoiausto á lo
práctico, á lo inmediato y tangible,
causa verdadero agrado, sano placer,
el entusiasmo con que. armado de to-
da;: armas— buen gusto, cultura lite-
raria y filosófica, — sale á la palestra
DÍAZ EouRÍr.T-EZ en defensa de su dul-
cinea la Belleza.
Camino ue i'FRPErcid.v es un libro repo-
sado, sereno, de esencia eminentemen-
te ciftica. sobre cuya base inicial ha
1 ( rdado el autor varios ensayos de
grandísimo valor en los cuales mues-
tra peregrinas condiciones de crítico.
sagac idad psicológica y. lo que es mu-
cho, un espíritu abierto á la contem-
plación de todas las manifestaciones
cíeiititicas ó estétii as. La noblemente
aj asionada y vigorosa juventud que
ti asciende en todas las páginas de es-
t? volumen, tiene á veces sus puntos y
1 il otes de ironía, de una piadosa iro-
nía que da suaves cachetazos y, burla
lurl indo, oportunos pasagonzalos á
ese figurón especial llamado don Per-
fecto. Y buscando en la contextura de
esto personaje que en todas las Aca-
demias tiene silla y es el Aristóteles
(lo las pasadas y venideras Humanida-
des, es como el celebrado literato ve-
nezolano se nos revela en toda su va-
lía con una serie do estudios que bas-
tarán á la crítica para dedicarle sin-
ceros elogios.
El libro, primorosamente editado,
fcrma un volumen de cerca de 300 pá-
ginas, y lleva una artística y simbó-
lica portada del también muy cele
br;ido pintor venezolano Tito Salas.
su
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l^iroctor-llednctor: VVAiK'Á Y CÜIÍIS
A^dniiíiist radon
j^ u I s f É K, e: Z
I:i.e<ia,ooióii y Adnniíii^^ti-a-eióii
AÑO VI
Montevideo. Agosto-Setiembre de 1911
N.' 54-55
Poetas cotiUm^oráti-eos
Gabriel fllomat»
Gabriel Alomar es un poet^_jB&'-
pañol ; pero no es un poeta cas-
tellano ; ha nacido en Mallorca y
escribe sus versos en la provenzal
lengua de Raimundo Lulio.
Sin embargo, no es un poeta
regional ; su poesía es de todas
partes, de todos los tiempos ; clá-
sica y futurista.
Para convencerse de ello basta
leer su último libro, La columna
de loe.
Le precede un bello prólogo de
Santiago Rusiñol, que, más que
por la pluma, parece trazado por
su florido pincel.
Rusiñol. hace de Gabriel Alomar
la siguiente pintura :
"El que escribe versos impeca-
bies ; él que ha aprendido la Mi-
tología como un cristiano la Doc-
trina ; que ha bebido en el ánfora
de Horacio, que tiene el Parte-
nón por parroquia y VeJius Afro-
dita por patrona, que (si los hu-
biera en los bosques) saldría ;í
cazar faunos, á pesar de lo que le
espantan las armas" ; él, que trata
en sus artículos de cuestiones eco-
nómicas, que es socialista, que es
pagano, que estima la uniformi-
dad, que es amante de la línea
recta, de la Ciencia, del cinema-
tógrafo y de los sonetos sobre
bloques de mármol, es, aunque se
ofenda (y ya sé que no se ofende-
rá), es... terriblemente román-
tico.»
Es cierto ; Gabriel Alomar ha
bebido en el ánfora de Horacio,
como lo demuestra la Horaciana,
que á continuación traduzco :
Bajo la parra, en la serena tarde.
Junto á la boca del callado pozo,
Lesbia ¿recuerda que de amor moríamos
como- poetas?
Tranquilo el aire en libertad pasaba,
sobre nosotros, bajo el puro cielo,
lo mismo que un dosel, nuestros amores
cubrían pámpanos.
— 128 —
Sobv« ^l libro ''Por jardines ajetios"
^Kelll■u liuriúii lU- ¡<t Dic )
La crítica es quizás !a más deli-
cada tarea á que i)uedaii dedicar-
se los cultoi-es de la literatura. Y
es que para ello se requieren cua-
lidades esenciales, tales como la
sinceridad y el conocimiento sufi-
ciente de la obra que se critica, es
decir, erudición.
Carecer de alguna de estas con-
diciones es exponerse al ridículo.
La sinceridad debe primar. Sin
ella, la crítica queda relegada á
un instrumento de bajo servilismo
ó infame venganza. Erudición pa-
ra un sano análisis.
Pérez y Curis. á quien cono-
cíamos ccmo á un ferviente cultor
dfi la sublime Musa, se presenta
con un nuevo libro, en prosa, de
crítica y de combate. Desde sus
primeras páginas, se respira un
hálito de frescura en el estilo y se
experimenta la sensación del valor
-de los conceptos vertidos en sus
\ibrantcs pá^dias. .\dniira por la
■entereza can que expone su pen-
samiento. Y admira doblemente,
si se tiene en cuenta que en nues-
tro mundo intelectual, la envidia
no hace otra cosa que pretender
minar con sordas y malevolentes
injurias, la reputación de los ele-
mentos más descollantes en nues-
tra intelectualidad .
La loa surge de este libro va-
liente, como una j^loriosa voz de
aliento que consagrara caminof de
triunfo, imposibles de asaltar por
los mendicantes del elogio. La per-
sonalidad de los jóvenes e&criti)res
hispanoamericanos, se destaca en
ella con toda su luminosa poten-
cialidad. Son figuras conocidas y
admiradas, comunes con nosotros
por sus obras y hasta por sus idea-
les.
El anatema tiene caracteres de
rudeza ¡mijlacable. Es la severidad
de un temperamento convulsiona-
ilo por la vanidad de los adapta-
dos ó impotentes.
Por jardines ajenos, contiene
tambiéii algunos artículos de lu-
cha, que cierran el libro, dejando
en nuestros espíritus un grado su-
i'fiente de esperanza, para creer
(,ue aun existen cerebros sanos y
espíritus iconclastas .
En Los simuladores dice Pérez
y Curis: ((La simulación es la úni-
ca habilidad de las almas inferio-
res que andan á tientas en la
sombra ocultando sus movimien-
tos á las miradas del sol».
En El hombre sincero : ((Fuerte
es el hombre sincero. Y cuanto más
sincero más odiado es».
En El Artista hace la siguiente
definición :
((El artista ideal es aquel que
leúne en iina misma obra, y con
mayor intensidad, esos atributos
de la estética que se llaman senti-
do plástico y sentimiento poético.»
Conceptos todos, que exponen
ante los criterios elevados, la per-
sonalidad de mi luchador valiente
y talentos'O.
El nuevo libro de Pérez y Cu-
ris, puede servir de encarrilamien-
to á todos aquellos que desviados
de la verdadera senda, sólo se pre-
ocupan de crear ídolos y destruir
reputaciones.
Marcos FROMENT.
Julio. 1910.
— 120 —
Egipto
Para Apolo.
Cuarenta siglos há. El cocodrilo,
El blanco ibis, la flor azul del loto
Son dioses. Las pirámides, el Nilo
La eterna faz de aquel país remoto
Divinidad velada en el sigilo.
Del Misterio, Hermes, el dios ignoto.
El Verbo creador tiene un asilo
En cada ser. Todo le está devoto.
Duermen las momias en los hipogeos
De Cheops y Micerino, mausoleos
De los reyes pastores y Faraones. {i
Perdieron su virtud los Icneumones;
Una puerta de bronce las edades
Separa, Hoy, son ruinas las ciudades
De Tantáh y Luxor.
Solo el fecundo río fertiliza
Aquel suelo sagrado que agoniza
Bajo la planta de un conquistador!
Adriano M. AGUJAR
• - •^—
tas gotas amargas...
Para APOLO.
Yo he querido, pulsando la lira,
Mil veces contarte mis cuitas, mis ansias.
Que van, como sombras traidoras y densas,
Envolviendo, alevosas mi alma...
En las lloras de insomnio — que paso
üenando incansable mis páginas blancas -
También he rimado á tus o|os, la rima
Que arrancarles pudiera una lágrima.
Pero a! largo silencio, que avanza
Cual ruda mordaza invisible, la Nada,
Se cierne triunfante como ave siniestra
Que impusieran mutismo sus alas.
Patrimonio del hombre, que vive
Del negro Destino sujeto á la garra,
Es del alma la fuente finita
Que vierte incesante las gotas amargas.
Mendoza, 1911 J. Enrique ACEVEDO
130 -
Marcos Froment
Ou^tito blanco
(Papa mujepes histétiicas)
Fara Apolo.
Pálida, ojerosa, flaca, muy fla-
ca. Tenía los labios ardidos por el
deseo, donde las huellas de sus
dientes jamás desaparecían. Los
hombres debiendo prosternarse an-
te su austera personalidad, que
ios veía llegar con un mortificante
despotismo en la mirada.
Todos, tímidos, sólo deseaban
desembarazarse de la primera en
trevista, para respirar ampliamen-
te lejos de ese verdugo de los an-
helos.
Sintió frío. Frío en su orgullo
rebelde. Y lloró una noche sobre
el pecho del varón que sonriendo
á sus impertinencias quebrantado-
ras, había persistido durante una
semana en la obra en que tantos
y tantos fracasaran.
Ni un beso ! quejóse á una ín-
tima. Ni iin beso después de siete
días ! Ese hombre no tiene sangre.
Le insulto, le grito, le pellizco ;
5Í, le pellizco y siempre sonríe,
ríe, sonríe...
Todavía nada, nada ! — ^habló á
su amiga por segunda vez. Un
mes, te aseguro ; de todo ríe, todo
es para él broma. Esta noche re-
solveré en definitiva.
Lo he perdido ! . . . — dijo en su
tercera confidencia. Es usted un
hielo, carece de sensualidad, des-
conoce la misión de la juventud
en el amor. Sonrió sin murmurar
una sola palabra. Busqué excusas
para acercar mi rostro al suyo, le
hablé á los oidos, le toqué la cara
para gozar de la suavidad del
cutis después de afeitado.
Me miró un rato. La sonrisa fué
desapareciendo de sus labios, y
cor ella, mi última esperanza mo-
ría como el último rayo de sol,
que al desaparecer lleva consigo
la? ínfimas caricias de su destello.
Adiós ! — dijo extendiéndome la
mano. — Adiós ! Y desapareció en
las sombras de la noche, donde he
enterrado para siempre mis más
caras esperanzas..
Marcos FROMENT.
- 131 -
ios4 Martí, en Guatemala
Una página de amof
De la tierra del padre Hidal-
go, el cura heroico, pasó Martí,
á principios de 1877, á Guatema-
la, deteniéndose antes en la Ha-
bana, á recoger unas cartas de
presentación para distintas perso-
nalidades del Gobierno de aquella
líepública. Allí, apenas sacudido
el polvo del camino, fué nombra-
do Catedrático de Derecho Polí-
tico y Director de la ((Revista
(Guatemalteca». Allí escribió, á pe-
tición del Gobierno, nn drama his-
tórico en cuatro actos y en verso,
y también allí, una angelical al-
ma de niña, sintió por él la más-
purísima de las pasiones. Era una
distinguida señorita, hija de un
General ilustre de aquel país, que
lo amó locamente. Y dicen que
Martí sufría como de un crimen,
al tener que mostrarse indiferente
ante aquel amor primaveral. Pero
él, cuando fué á Guatemala, ya
estaba comprometido en México
con Carmen Zayas Bazán, á quien
hizo luego su esposa y es hoy su
viuda respetada : por eso no amó
Martí aquella criatura tan tier-
na y talentosa. Martí salió á Mé
jico de .nuevo á contraer matrimo-
nio, y volvió casado á Guatema-
la. Y dicen que la pobre enamo-
lí/da murió entonces de dolor, del
dulce mal de sentir demasiado
las ingratitudes de la vida. Mar-
tí, años después, pensando sin du-
da en esta historia romántica que
estremeció su existencia, escribió
estos divinos versos de ternura y'
melajicolía :
((Quiero, á la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
l'j. que se murió de amor.
Eran de lirio los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín : la enterramos
en una caja de seda.
¡ ...Ella dio al desmemoriado
lina almohadilla de olor :
él volvió, volvió casado ;
ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y Embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.
...Ella, por volverlo á ver,
salió á verlo al mirador :
él volvió con su mujer :
ella se murió de amor.
Como de bronce candente, ?
al beso de despedida
era su frente, ¡ la frente
que más he amado en mi vida !
...Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor :
dicen que murió de frío :
yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos ;
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador :
nunca más he vuelto á ver
á la que murió de amor!
Otras pasiones inspiró Martí á
otras mujeres, pero acaso ninguna
tan pura y tan hermosa como esa
que inspiró á la niña de Guatema-
la, la de las ma.nos de lirios y la
fíente purísima : luz y música he-
cha carne...
Néstor CARBONELL..
— 132 —
0^1 Libro: Covt-e de amor
He aquí un libro de juventud,
un libro escrito en esta edad di-
chosa de sueños y de esperanzas,
i Hoy esa edad se me aparece ya
casi lejana ! Al releer estas pági-
nas, que después de tantos años
tenía casi olvidadas, he sentido en
ellas no sé qué alegre palpitar de
viela, qué abrileña lozanía, qué
gracioso borboteo de imágenes des-
usadas, ingenuas, atrevidas, de-
tonantes. Yo confieso mi amor de
otro tiempo por esta literatura :
La amé tanto como aborrecí, esa
otra, timorata y prudente, de al-
gunos antiguos jóvenes, que nun-
ca supieron ayuntar dos palabras
por primera vez, y de quienes su
ruta fué siempre la eterna ruta,
trillada por todos los carneros- de
Panurgo. Como aquellos viejos é
ignorantes doctores de Salamanca,
ni siquiera osan presumir que ha-
ya tierras desconocidas, á donde
se llegue surcando mares nunca
navegados. Amparándose en la
gloriosa tradición del siglo XVII,
se juzgan grandes sólo porque
imitan á los grandes, y presumen
que hicieron como ellos el divino
Lope y el , humano Cervantes.
Cuando algunos espíritus juveni-
les buscan nuevas orientaciones,
revuélvense invocando rancios y
estériles preceptos. Incapaces de
comprender que la vida y el arte
son una eterna renovación, tienen
por herejía todo aquello que no
hayan consagrado tres siglos de
rutina. Predican el respeto para
ser respetados, iJero la juventud
desoye sus clamores, y hace bien.
La juventud debe ser arrogante,
violenta, apasionada, iconoclasta.
No haya de entenderse por esto
que proclamo yo la desaparición y
muerte de las letras clásicas y la
hoguera para sus libros inmorta-
les, no. Han sido tantas veces mis
maestros, que como á .nobles y
viejos progenitores los reverencio.
Estudio siempre en ellos y pro-
curo imitarlos, pero hasta ahora
jamás se me ocurrió tenerlos por
inviolables é infalibles, acaso por-
que los biienos cristianos sólo reco-
nocemos como dogmática la doc-
trina de nuestro padre el Sumo
Romano Pontífice. Pero hay mu-
chos desgraciados, víctimas del De-
monio, que discuten las parábolas-
de Jesús, y no osan discutir una
mala comedia de Echegaray, ni un
lamentable soneto de Grilo. Esas
idolatrías han provocado la cólera
divina. El Señor derribó á los ído-
los y maldijo á los sacerdotes, se-
cándoles el aeso y alargiándoles
las orejas, como á Nabucodono-
sor. Esta adulación por todo lo
consagrado, esta admiración por
todo lo que tiene polvo de vejez,
son siempre una muestra de ser-
vidumbre intelectual, desgracia-
damente muy extendida en esta
tierra. Sin embargo, tales respe-
tos han sido, en cierto modo, pro-
vechosos, porque sirvieron para
encender la furia iconoclasta que
boy posee á todas las almas jóve-
nes. En arte como en la vida,
destruir es crear. El anarquismo
es siempre un anhelo do regene-
ración, y, entre nosotros, la úni-
ca regeneración posible.
Yo he preferido luchar para ha-
cerme un estilo personí».l, á bus-
carlo hecho, imitqindo á los es-
critores del siglo XVIIT. Leyen-
do á los antiguos aprendí dónde
se hurtan esos postizos clásicos,
con que disfrazaíi su miseria li-
teraria todos los desventurados
que van á segar en lo-j fértiles
133 —
campos de Cervantes y de Queve-
do, como los villanos gallegos van
á las Castillas para cegar espigas
en el campo del rico, pero hallo
mejor hacerme un huerto y tra-
bajar en él, solo y voluntarioso.
J)e esta manera hice mi profesión
de fe modernista : Buscarme en
sí mismo y no en los otros. Por-
qiie esa escuela literaria tan com-
batida no es otra cosa. Si han
caído sobre ella toda suerte de
anatemas, es tan sólo porque le
falta la tradición. Las obras que
los críticos admiten sin protesta,
y que todos los hombres admiran,
son aquellas que cuentan cientos
de años, y que nadie examina,
porque ya tienen la sanción uni-
versal.
Si en la literatura de hoy exis-
te algo nuevo que pueda recibir
con justicia el nombre de moder-
nismo, es, ciertamente, un vivo
a.nhelo de personalidad, y por eso
hin duda advertimos en los escri-
tores jóvenes más empeño por ex-
presar sensaciones que ideas. Las
ideas jamás han sido patrimonio
exclusivo de un hombre, y las sen-
saciones sí. Las ideas están en ol
ambiente intelectual, tienen su
órbita de desarrollo, y el escritor
es lo más que alcanza á perpe-
tuarlas por el hálito de persona-
lidad ó por la belleza de expre-
sión. Ocurre casi siempre que
cuando un nuevo torrente de ideas
y de sentimientos transforma las-
almas, las obras literarias á que
da origen son bárbaras y persona-
les en el primer período, serenas
y armónicas en el segundo, retó-
jicas y artificiosas en el tercero.
Podrá, aislada, la personalidad de
un poeta, adelantar ó retroceder
en la evolución, pero la obra li-
teraria en general sigue su órbita
con absoluto fatalismo, hasta que
germinan nuevas ideas ó se for-
man nuevos idiomas. •
Por todo esto no puede afirmar-
se, sin notoria injusticia, que
sean las contorsiones gramatica-
les y retóricas achaque exclusivo
de algunos escritores llamados
«modernistas». En todas' las lite-
raturas— si no en todos los tiem-
pos— hubo espíritus culteranos, y
todos nuestros poetas decadentes
y simbolistas de hoy, tienen en lo
antiguo quienes les aventaje. Que
yo sepa, no ha llegado nadie en-
tre los vivos á las extravagancias
del jesuíta Gracián, ya citado á
este propósito por D. Juan Valera.
Gracián, en su poema <(Las sel-
vas del año», nos presenta al sol
como picador ó caballero en pla-
za, que torea y rejonea al Toro ce-
leste, aplaudiendo sus suertes las
estrellas, que son las damas que
miran la corrida desde los palcos'
c balcones. El sol se .convierte lue-
go en gallo.
Con talones de pluma
Y con cresta de fuego.
y las estrellas, convertidas en ga-
llinas, son presididas por el sol.
Entre los pollos del Tmdario hue-
[uo ;
lo cual significa que el sol llega al
signo de los Gemelos,
riles la (jran Leda por traición di-
Empolló clueca y concibió (jallma.
Si en la literatura actual exis-
te algo nuevo que pueda recibir
con justicia el nombre de «mo-
dernismo», no son, seguramente,
las extravagancias gramaticales y
retóricas, como creen algunos crí-
ticos candorosos, tal vez porque
esta palabra, ((modernismo», co-
mo todas las que son muy repeti-
das, ha llegado á tener una sig-
nificación tan amplia como du-
— 134 —
dosa. Por eso no creo que huel-
gue fijar, en cierto modo, lo que
ella indica ó puede indicar. La
condición característica de todo
el arte moderno, y muy particular-
mente de la literatura, es una
tendencia á refinar las sensaciones
y acrecentarlas en el número y
en la intensidad. Hay poetas que
sueñan can dar á sus estrofas el
ritmo de la danza, la melodía de
la música y la majestad de la es-
tatua. Teófilo Gautier, autor de
la Sinfonía en blanco mayor, afir-
ma en el prefacio á las Flores del
mal que el estilo de Tertuliano tie-
ne el negro esplendor del ébano.
Según Gautier, las palabras al-
canzan por el sonido un valor que
los diccionarios no pueden deter-
minar. Por el sonido, unas pala-
bras son como diamantes, otras
fosforecen, otras flotan como una
neblina. Cuando Gautier habla de
Baudelaire, dice que ha sabido re-
coger en sus estrofas la leve es-
fumación que está indecisa entre
el sonido y el color; aquellos pen-
samientos que semejan motivos de
arabescos y temas de frases mu-
sicales. El mismo Baudelaire dice
que su alma goza con los perfu-
mes, como otras almas gozan de
la música. Para este poeta, los
aromas no solamente equivalen al
sonido, sino también al color :
// est des parfums frais comme
des rhairs d'enfants.
j^ouces comme les hauts bois, veris
comme les prairles.
Pero si Budelaire habla de per-
fumes verdes, Carducci ha llama-
do verde al silencio, y Gabriel d'
Annunzio ha dicho con hermoso
ritmo :
i'ania la nota verde d\in bel limo-
ve inflar I' .
Hay quien considera como ex-
travagancias todas las imágenes
de esta índole, cuando en reali-
dad, no son otra cosa que una
consecuencia lógica de la evolu-
ción progresiva de los sentidos.
Hoy percibimos gradaciones de
color, gradaciones de sonido y re-
laciones lejanas, entre las cosas
que hace algunos cientos de años
no fueron seguramente percibidas
por nuestros antepasados. En los
idiomas primitivos, apenas existen
vocablos para dar idea del color.
En vascuence, el pelo de algunas
vacas y el color del cielo se indi-
can con la misma palabra : «Ar-
tuña». Y sabido es que la pobre-
za de vocablos es siempre resulta-
do de la pobreza de sensaciones.
Existen hoy artistas que preteai-
den encontrar una extraña co-
rrespondencia entre el sonido y el
color. De este número ha sido al
gran poeta Arturo Rimbaud, que
definió el color de las vocales en
un célebre soneto :
A-no¡r E-bleu, I-rouge, U-vert, 0-
jaune.,
Y fnás modernamente Renato
Ghil, que en otro soneto asigna
á las vocales, no solamente color,
sino también, valor orquestal .
A. cldifonne vainqueur e>n rouge
flamboiement.
Esta analogía y equivalencia de
las sensaciones es lo que constitu-
ye el ((modernismo» en literatu-
la. Su origen debe buscarse en el
desenvolvimiento progresivo de los
sentidos, que tienden á multipli-
car sus diferentes percepciones y
corresponderías entre sí, forman-
do un solo sentido, como uno so-
lo formaban ya para Baudelaire :
O meta mor phose mytique
Ve tous mes sens fondus en vm:
Son heleine fait la. musique.
( omme se voix fait le parfum.
VALLE INCLAN.
— 135 —
T^attos y ftrlistas
Solis^El 19 del corriente debutará
en este teatro, la compañía dramáti-
ca francesa de Lutien Guitry, el más
célebre de los artistas dramáticos del
teatro francés contemporáneo. Este in-
teligente actor acaba de realizar una
brillantísima temporada en Buenos
Aires, mereciendo grandes elogios por
parte de la prensa argentina. El con-
junto que acompaña al gran artista
es excelente. Entre los mejores ele-
mentos de la compañía, figura en pri-
mera línea Henriette Roggers, joven,
inteligente y hermosa actriz, de bri-
llante carrera escénica, habiéndose
conseguido toda una merecida reputa-
oión en las creaciones de «Le Domai-
ne», de Lucien Besnard ; en «La bou-
re ou la vie», de Capus ; en «Le roi
Candaule», de Gide, y en otras mu-
chas obras. Maree Magnier, es una
de las artistas mimadas del público
parisién, quien la ha aplaudido con
verdadero entusiasmo en «Place aux
femmes», y en «La bonne hotese», en
la que está inimitable. MUe. Jeanone
Déselos es una de las más jóvenes
artistas de París. Tiene talento, es
hermosa y elegante, y ocupa uno de
los primeros puestos de la escena
francesa.
Además figuran en esta «troupe»,
Marie Sestat, Marcelle Homerey, Ee-
née Charmoy y Augusta Prieur, to-
das ventajosamente conocidas en la
interpretación del teatro francés. En-
tre los hombres, hay para nosotros
nombres conocidos como el de Sig-
noret y otros cuya fama ha llagado
hasta aquí : Henry Lamothe, Charles
Mosuier, Jean Duval, Louis Sauce, etc.
El dúctil talento interpretativo de.
Guitry, abarca el repertorio clásico y
moderno del teatro francés. En la se-
cretaría del teatro Solís queda abierto
el abono para las cuatro únicas fun-
ciones que dará dicha compañía, lle-
vando á escena las siguientes obras .
«L'Aventurier», de Capus; «L'Emi-
gre», de Bourget ; «Le Tribun», tam- '
bien de Bourget y «Mariage de Mlle.
Boulemans», de Fonsons.
Paderewsky — En breve y también en
nuestro primer coliseo, dará dos con-
ciertos este famoso artista polaco,
reputado por la crítica < ontemporá-
nea como el mejor pianista del mun-
do. Su técnica maravillosa, su manera
única de decir y de arrancar sonidos
aterciopelados al teclado, y su inspi-
rada interpretación de los clásicos.
le han valido el colosal renombre de
que hoy goza, pudiéndosele llamar sin
exageración, el príncipe del piano.
Nuestro público tendrá la envidia-
ble oportunidad de apreciarlo inter-
pretando fielmente al genio de Beetho-
ven, al divino Mozart, al romántico
Listz, al sentimentalísimo «poeta del
piano», al aristócrata y sutil Schum-
man, etc.
Adelina Patti — Esta celebérrima can-
tatriz española, que ha hecho las de-
licias de nuestros padres con su voz
excepcional, á pesar de contar hoy
sesenta y ocho años, pretende aun ha-
cerse admirar en varios conciertos,
habiendo firmado un contrato con el
empresario norteamericano, Benjamín
Harris, con el objeto de hacer una
«tiournée» artística en la próxima
temporada, por las principales ciu-
dades de los Estados Unidos.
Urquize — Otra compañía de prosa de-
butará en breve en el teatro de la ca-
lle Andes. La compañía cómico-dra-
mática del teatro do la Comedia de
Madrid, dirigida por el primer actor
José Santiago, en la que figura la ce-
lebrada actriz Mercedes P. de Var-
gas. El repertorio es interesante. Helo
aquí: «La escuela de las princesas>,
«Lo cursi», «El automóvil», «Los bu-
hos», «Rosas de Otoño», de Jacinto Be-
navente: «El centenario», «Las de
Caín», «La musa loca», «El genio ale-
gre», «Amores y amoríos», «La escon-
dida senda», «Los peces de colores»,
«Los galeotes», «Las fiores» : de Alva-
rez Quinteros; «El gran tacaño», Mi-
guette y ^ü'.mamá» : de Paso y Abatti ;
«El príncipe consorte : de Martínez
Sierra; y otras comedias de Costa y
Gorda. Arniches y García Alvarez, An-
tonio Palomero.
La temporada constará de diez fun-
ciones.
Politeama— Con éxito y por tercera
vez, actúa en este teatro la compañía
dialectal Cittá di Nápoli, dirigida por
el actor Carlos Nunziata.
El cuadro artístico es discreto, des-
tacándose de él su director y G. Tren-
gi, y las señoras C. MuUer y A. Caffe-
recci. El repertorio es copioso y va-
riado, de piezas llenas de color re-
gional, en las que la -realidad está re-
producida con cuadros exactos y vi-
gorosos, intensificados de sincera y
fuerte expresión, que ponen de mani-
fiesto la elocuente capacidad artística
de la apasionada raza napolitana.
Al final de las obras, hay una ame
na parte de concierto, en la que las
señoras Franchi. Muller y el tenor
Frengi < antan hermosas conzonettas
y dúos napolitanos, con esa gracia y
poesía sentimentales, - que solamente
saVen sentirlas y colorearlas de ex-
presión, los hijos de ese pueblo en ei
que el sol es tan pródigo.
El púMico que concurre á las fun-
ciones d3 esta compañía es numeroso,
aplaude con entusiasmo á los actores
y se retira más que satisfecho del
teatro.
- i;
Cibiis- La afortunada "troupe" na-
cional de Supparo-Arellano. continúa
atrayendo enorme público, al que ofre-
ce diariamente interesantes estrenos de
obras de autores rioplatenses. "La
dulce calma». "El león ciego», «La
quiebra». "El alma de la casa». «El
cuento del tío Marcelo». "Primavera»,
"Frente á la muerte>', «El último cau-
dillo», y sin olvidar las incompara-
bles pieziis del infortunado Florencio
Sáncliez, y otras más que no recor-
damos, han constituido verdaderos su-
cesos para los meritorios artistas que
componen el elenco de la compañía
que funciona en el antiguo coliseo de
1 1 c lile Ituzaingó.
WIDRE.
»♦«
Sikticio
Para Apolo
El crepúsculo reza con murmurio de fuente
La oración del silencio. En los brazos del sueño
La campiña se entrega tan candorosamente
Como una niña en brazos de su adorado dueño.
La tarde, con un gesto de calma displicente
Se esfuma en las umbrías del paisaje zahareño,
Y sólo rompe el tedio crepuscular, la riente
Canción de. una zagala de semblante risueño.
El aire está impregnado de olores excitantes,
Que recuerdan los tibios, rojos y palpitantes
Labios que cierta noche nos contaron un cuento.
Inician su chispeo los astros en la altura
Y así, por cada estrella que en el azul fulg'ura:
Sobre la frente mía chispea un pensamiento.
Fernando SILVA VALDÉS
»♦»
p"i^ jPLG;-ii<rE]srx o
Dan los talentos imaginativos en pensar que poeta es
como oficio. Poeta es algo como relámpago; se encien-
de á instantes ; pero los. campos de la tierra no se cul-
tivan sin que el sol dore por la tarde las amarillas
copas de las mieses. La vida práctica necesita un
hombre práctico. Duro es traer á la tierra la imagina-
ción que vuela á lo alto; pero si lo dice el deber: así
lo entiende el que sueña ; así lo sabe el que vive. Y
puesto que vivir no es placer: puesto que para llegar á
todo es necesario andar por lo que lleva á ello, cúm-
plase el deber, vívase la vida, ándese !
Tose MARTI.
37
' I
Ismael Urdaneta
• ♦«
I E^^tld
Pafa Ai'OLO
A Luis Burisso .
L,a "BLomsL cLisoltxta. en ^1 xsointo
pierio d-e; sol. Ixrita. six deseo
la. tixr'ba y mixestra. s-ut brtital instinto
d.e san.gxe ■57- lixcstiaí en. vasto dainoxeo.
La.t4.xo eni las sien.es, itnpexial el plin.to,
a-laxe el Oésax el txágieo toxn.eo ;
y stx d-iestxa aban.d.ón.ase en. el ein.to
si eae ixn. glad.iad.ox ó tin. nn.a.ea.'b eo.
El gla.diadox qixe naixexe, xtxdo el doxso,
se in-naoviliza en. -tin. sotsexbio eseoxzo s
el naáxtix de xodillas. Sol de gixalda.
J^Llegxa. el eixeo, y ]R.oma. disoltxta.
a-pla-u.de, na.ien.txas qtxe ISIexón. esexixta,
ol£n3.pieo, al txavés de stx esxn.exalda.
IQll— Inédita.
IS1><I:jí>s.E;L XJxdaneta
— 138 —
£1 mUdo
Para Apolo.
La conversación giró sobre di-
\ersos tópicos, sin método pi or-
den, con esa inconstancia con que
familiarmente se habla, pasando
de un tema á otro completamente
opuesto, saiscitado repentinamen-
te, y de ese, á otro y á otro. Fué
así y de una manera impensada
que se llegó á tratar del miedo.
Un jovencito nervioso y locuaz, y
nci muy valeroso por cierto, tomó
la palabra y dijo :
— Pocos, muy pocos, han sentido
y saben lo que es el miedo, el ver-
dadero miedo, el miedo cerval, el
miedo aterrador, el miedo mor-
tal.— La-nzó un profundo suspiro,
luego un ¡ ah ! prolongado, son-
rió y prosiguió :
— No pueden imaginarse ustedes
el susto que llevé no hace aún
mucho tiempo. Ustedes saben lo
que es el insomnio porque, ¿quién
no lo ha sufrido alguna vez en
su vida? Pues bien. Me había
acostado á las diez de la noche
sin ninguna juiciosa preocupa-
ción, pero sí con el maldito é
incurable temor que me asalta á
veces de desvelarme, defecto de
toda persona nerviosa, — ¿Por qué
no decirlo .P — y apocada. Sentí en
el reloj del comedor, inmediato á
mi dormitorio, dar las once, las
doce, hiego la una, las dos, y no
podía conciliar el sueño por más
que en ello me exnpeñaba. Me
alargaba en la cama, me encogía,
daba vueltas y revueltas, me re-
volvía nervioso buscando cómoda
posición, quedaba luego largo ra-
to quieto, muy quieto, sin pens'ar
más que en dormir, cerrando los
ojos, respirando tranquilamente,
haciéndome el inconsciente dor-
mido. Pero era en vano : el sueño,
reacio, no venía. Cansancio que
hubiera deseado tener no sentía. Y
respiraba, respiraba y no dormía.
Entonces trataba de provocar el
sueño, bostezando larga y profun-
damente ; abría desmesuradamente
los ojos, hasta irritarlos y can-
sarlos, fijándolos fuertemente, co-
mo queriendo sondar la densa obs-
curidad que me rodeaba, en Ta
que reposaban tranquilamente las
cosas, en medio del mortal silen-
cio reinante. Decididamente, el
sueño me era esquivo. ¡ Qué impa-
ciencia no poder dormir cuando
se desea. ¡ Qué tormento ! Y qué
largas, interminables y eternas-
parecen las noches pasadas así !
Preferible es estar de pie, andar
automáticamente. ¡ Qué exaspera-
ción ! Comprendía que me estaba
atormentando inútilmente, y tra-
taba de tranquilizar mis nervios
irritados, de tener paciencia, pero
no podía. Al fin, después de infi-
nitas tentativas y de mascullar
mil maldiciones, á las tres de la
madrugada, anulada la concien-
cia empezaba á dormir, cuando
un ruido casi sordo, como de ropa
mojada caída al suelo, me des-
pertó. Aquel ruido provenía de
la pieza inmediata á la mía. Oí
atentamente, y como no se repi-
tiera, me dije: «bah!, no es na-
da.» Disponíame á continuar el
interrumpido sueño, cuando res'O-
nc en mis oídos otro ruido me-
nos amortiguado y más distinto
que el primero. Sobresaltado abrí
los ojos, los restregué y pensé todo
temeroso : <(es un ladrón». Y a
medida que escuchaba atento mi
intranquilidad crecía por momen-
tos, apoderándose de mi alma un
miedo desconocido hasta entonces.
De pronto siento crugir el pestillo
de la puerta, chillan sus goznes,
y yo, que empezaba á temblar y á
soltar á «la loca de la casa», vi
— 139
en el espacio de la puerta abierta,
un hombre recio, corpulento, de
feroz mirada relampagueante, in-
quisitorial, el que — ¡horror! — es-
grimía un filoso puñal que relucía
siniestramente en la obscuridad.
Al ver aquello, el corazón me
golpeaba fuertemente el pecho ;
me zumbaban los oídos, y frío su-
dor corría por mis sienes. El ho-
rrible asesino, con gran cautela y
de puntillas, dio un paso, dos,
tres, hacia mi cama. Redobló mi
temor. Quise gritar : (( ¡ Socorro,
que me matan!», pero el terror
me ahogaba la voz en la garganta
y no podía articular una palabra,
\ en terrible bandido frente á mí,
contemplándome gozoso, me mos-
traba el centelleante puñal que en
seguida hundiría en mi cuello! Se
aproximó más á mi lecho y me
tocó pesadamente los pies ! Nueva-
niente intenté gritar, pedir auxi-
lio, y no pude. Entonces, desespe-
rado, aterrado, enloquecido de mie-
do, me refugié bajo las cobijas,
qiie cubrieron mi cabeza trastor-
nada. Así, suspendida la respira-
ción, paralizado todo mi ser de
mortal espanto, esperé que me ase
sinase aquel monstruo infernal, sin
oponer la menor resistencia, sin
exhalar la más leve qjieja!...
Un ¡miau!, tembloroso y lasti
mero, que resonó en el silencio,
me hizo recobrar la calma y vol-
ver á la realidad. Era mi cariñoso
Micifuz quien me había dado aquel
susto mayúsculo, y que esa noche
se echaba á dormir sobre mis pies.
Había sufrido una ridicula y lo
ca alucinación.
Raúl ERtrS.
• ♦«
la musa d^l amor
Tríptico
¡ Bendígote, divina ! Si no me amas .
¡ qué importa ! si entretanto que te vea
coré vibrar las ¡gemebundas g'amas
de mi verso que es mi única presea.
Una de tus miradas, una sola,
basta para embriagarme de ternura ;
eres voluble así como la ola
mas tu inconstancia, igual, muy poco dura.
Si soy feliz al verte ; que más quiero !
Antes de conocerte no setttia
la infinita bondad con que me hiero...
Hoy sólo tengo malestar que es gloría.
Hoy, cual la Aurora, mi melancolía
saltó el carro triunfal de la victoria !
II
¡ Noche hermosa y feliz ! Noche de orgía
rara mi eterno duelo como una
palabra redentora, que á mi oído
llegó con un augurio de fortuna...
¡Noche hermosa yfeliz! Noche de orgía
entre expansiones amistosas ; luego,
la mayor expresión de mi alegría :
la amada abandonándose á mi ruego.
Para Apolo.
¡ Oh ! insondables misterios de la vida,
que logran despertar la fe dormida
de mi existencia lóbrega y escéptica.
Olvidaré del sol los resplandores !
sólo pondré en las Noches mis amores
porque á mi alma inundan de luz poética!
III
Yo la encuentro en lo etéreo...; en lo pál-
en la imaginación, ó en el deseo...; (pable;
en la nube que elévase..., inestable...,
y en la imagea viviente que poseo...
Es un sueño de amor si no la veo,
y realidad feliz si se aproxima,
—y creyente seré en lo que hoy no creo:
pues no hay revelación como la rima! —
En todo está su ser. En lo que hallo,
desde la onda y luz de mi intelecto
hasta el mundo visual qne me despierta...
Pero ¡ay! que en llanto doloroso estallo,
al verla en cuánto la buscó mi afecto
mas no en la estrofa que mi amor le oferta!
SILVA SERRANO.
Montevideo, Julio de I9ii.
uo
'^Sotimtido''
Llegó un día á la redacción de
"El Cojo Ilustrado», de Caracas,
el libro De mi yunque del señor
Alejandro Sux. El ático escritor
venezolano Jesús Sempriín, encar-
gado á la sazón de la Bibliogra-
fía de aquella ?evista, acusó reci-
bo del libro mencionado, con e^tas
6 parecidas palabias:
((Hemos recibido De mi yunque,
libro de versos del argentino Ale
jandro Sux. De la musa feroz de
este poeta, consignamos una es-
trofa : ))
(Y aqvií una estrofa sangrienta).
Transcurrieron cinco años, y el
señor Alejandro Sux remitió á la
misma revista su nuevo libro Can-
tos de Hehelión. Jesús Semprún,
encargado todavía de la sección
bibliográfica de la revista cara-
queña, se acordó de De mi yun-
que ; recorrió la colección de ((El
Cojo Ilustrado» y encontró la no-
tícula que dedicara á aquel libro
de versos. Tal notícula resultaba
de perlas para el nuevo libro, y
Semprún, que es un espíritu se-
lecto, la recortó cariñosamente, in-
jertándola luego en ((El Cojo Ilus-
trado», previa permuta del título
y de la estrofa...
Señal de que el escritor venezo-
lano no tuvo necesidad de modifi-
car su opinión.
Irritado el señor Sux por unas
palabras mías que concretan el ges-
to de Semjjrún, había perdido el
sueño, pero al fin ha logrado re-
euperarlo. Acontece que la apari-
ción de mi libro Pok jardines aje-
nos llenóle de regocijo, regocijo
oue ha torturado su exquisita in-
genuidad hasta que el señor Sux
optó por exteriorizarlo en las pá-
ginas de ((Mundial».
Y no creáis, lectores, que el
autor de Cantos de llebelíón igno-
ríi qué es el delirio de las persecu-
ciones ; leed sus versos :
"...los humanos que forman la piara,
pebres bestias sin alma ni seso,
me desprecian, me escupen la cara...»
Y bien : dice el señor Sux que
I'OR JARDINES AJENOS es un libro
bilioso ; poetas y novelistas han
afirmado que es la obra de un lu-
chador, y yo agrego que es uñ li
bro en el que tan pronto se cas-
tiga á los poetas serviles y á los
] eriodis-tas asalariados, como se
desprecia á los troveros ramplo-
nes que han profesado la acra-
cia, (la acracia es un sentimien-
to), no por convicción sino como
un modus vivendi.
Y conste que el señor Sux es
el único á quien le ha caído el
sayo...
PÉREZ Y CURIS.
»♦«
"€l Madrigal"
Nuestro colaborador el delicado poeta Emilio Trías du Pré, acaba de entregar á
las cajas los originales del poema con cuyo título encabezamos estas lineas.
En el próximo número nos ocuparemos de la nueva producción del poeta ; por
ahora adelantamos que ella contiene escenas rimadas concebidas con mucho arte y
sentimiento exquisito.
'.* ;
La muerte de Phüae, fob Piebbe Loti,
de la Academia Francesa. — (Versión
castellana de Pedro Simón Pineda).
Lo primero que surge de este libro
es una luminosidad trasparente, rosa-
da, reflejo fidelísimo de la que se quie-
bra sobre la cadena de montañas de
Libia, bajo la caricia de un sol po-
niente. Fierre Loti es un alma de ar-
tista diáfana y sensible, en la cual la
belleza del pasado reverbera como so-
bre los floreados capiteles de las des-
enterradas ruinas tebanas, y en cuyo
límj)idb espejo sendor^o toma cada
paisaje una forma plástica, luminosa,
animada y definitiva. Las ruinas sur-
gen de las profundidades de los siglos ;
siéntese gravitar el alma silenciosa de
lod desiertos líbicos, y ante la Gran
Esfinge, como en las ruinas del Cairo,
en las márgenes del Nilo ó en presen-
cia de las inmensas necrópolis de los
antiguos Faraones, el genio artístico
y la aguda sensibilidad de este viaje-
ro poeta evocan toda una civilización
cien veces milenaria, como si á través
de los amontonamientos de columnas,
techumbres, frisos, capiteles y esta-
tuas el rosal de la existencia antigua
floreciera...
En la magia de su estilo, desbor-
dante de luz, ha engarzado Fierre Loti
suü grandes amores por aquellas ar-
tífcticas civilizaciones pretéritas, ru-
díiuiente combatidas por los hombres
primero, sepultadas por el desierto
después, y exhumadas ahora por el
sentimiento y la veneración de los mo-
dernos, para que sirvan de mofa y de
*irrisión á esa pandilla de turistas de
las agencias de viaje que, guía en
mano, recorren el Egipto profanando
lieduinamente el alma de ruinas tan
gloriosas, de la misma manera qu2
han profanado la limpidez y el silen-
cio de aquellas latitudes con pintarra-
jeados hoteles á la moderna, y chime-
neas y ferrocarriles. Y es tan podero-
sa la evocación, que al conjuro del
artista vamos anhelantes recorriendo
las páginas con una secreta esperan-
• 7.-Í de ver animarse las estatuas del
templo de Ammón, y barrer al vigoro-
so impulso de sus gigantescos miem-
bro8 petrificados, cuanto de bárbaro
y sacrilego han llevado al Egipto los
civilizados contemporáneos.
Pero la ilusión se desvanece, y des-
pués de recorrer El Cairo, de visitar
loá inmensos cenáculos de momias ;
cuando hemos contemplado Tebas y
acudido á una galante audiencia de
Amenofis II, tristeza infinita, mezcla
de piedad y de silencio se apodera de
nuestros corazones, mientras la diosa
Isis mírase tristemente en las ver-
duzcas aguas que inundan su mag
níflco templo y cubren toda la inmor-
tal isla de Philae, gracias al descu-
brimiento inglés de que estas estan-
caciones hacen más productivos los
algodonales...
Li%ro de luz y de ensueño, de pie-
dad artística y de rebelión contra los
vándalos que asuelan la patria de
KDmséB, deja en el ánimo una duránt
dera sensación de simpatía acrecen-
tada por el brillante estilo de una
traducción digna de la elegancia U-
teiaria que anima todas las produc-
ciones de este viajero infatigable que
so llama Fierre Loti.
El señor De Phocas, poe Jean Lo&rain.
— (Versión castellana por Carlos de
Batlle).
La literatura francesa contemporá-
nea puede enorguUecrse de esta verda-
dera joya literaria que el maestro au-
rífice Jean Lorrain bautizó con el nom-
bra de El señor De Phocas. El prota-
gonista, real ó imaginario, creado por
el malogrado escritor, no es héroe de
folletín, es algo más y es otra cosa, es
la síntesis de esas vagas y terribles
dolencias del siglo, de esas modernas
entidades patológicas que los faculta
tivos llaman «las neurosis» pero que el
sentido común de la humanidad me
diana, que no se precia de clínico, se
lí ha antojado achacarlas á la falta
de ciertos elementos que con el nombre
de principios contribuyen en gran par-
te á la salud moral del individuo y de
la especie.
Jean Lorrain ha sabido describir con
rara perfección ese mundo especial de
buscadores de sensaciones cuya febril
curiosidad, perversos refinamientos y
enfermizas originalidades han hurga-
do, aguijoneado y arrastrado en todo
tiempo á cuantos' se han empezado en
gozar, como seres aparte, con las pon-
zoñas y venenos de la naturaleza.
Hay páginas y capítulos enteros en
esta obra que son verdaderas visio-
nes, otras hay que valen tanto como
los mejores estudios de crítica artísti-
ca que se han publicado en estos úl-
timos tiempos, y casi en todos, sin
exceptuar un solo capítulo, se mues-
tra el autor como en realidad fué :
un verdadero artista.
Pax, POR Lorenzo Marroquín.
La novela de costumbres latiho-ame-
ricanas, que con tan breve pero sig-
nificativo vocablo ha dado á luz dpn
Lorenzo Marroquín, miembro corres-
pendiente de la Real Academia Espa
ñola, ha suscitado numerosas contro-
versias que consagran los talentos de
aquel fecundo literato como crítico
sagaz y agudo observador, y colocan
esa curiosa producción en la catego-
ría de documento étnico de grandísi-
ma importancia. Con efecto, si en la
mayor parte de las repúblicas sud-
americanas falta para su progreso y
desarrollo el don considerado por el
Cristo como la mejor y más valiosa
prenda, no es porque carezcan de ins-
tituciones adecuadas, leyes justas ó sa-
1>ias disciplinas, sino por la influencia
que en sus destinos logran alcanzar
hombres en quienes la audacia rivali-
za con la indigencia intelectual ó con
indigesta erudición enciclopédica sin
fundamentos filosóficos. Tal es la ense-
ñanza que se desprende de esta nove-
la^ y une la informa vigorosamente.
Allí se ven pintados con magistral pa-
leta al empleado subalterno, de obscu-
ro qrigen, que delira con la magistra-
:i- • ■■ :,-;
.--*■-•
INTENTIONAL SECOND EXPO&URE
140
''Sotimtido"
i
Llegó un día á la redacción de
((El Cojo Ilustrado», de Caracas,
el lii)ro De mi ¡jnr^quc del señor
Alejandro Sux. El ático escritor
venezolano Jesiis Sempnín, encar-
gado á la sazón de la Bibliogra-
fía de aquella levista, acuse reci-
be del libro mencionado, con esrtas
V ])arecidas palabias:
((Hemos recibido T>e ¡ni yunque,
libro de versos del argentino Ale
jandro Sux. De la musa feroz de
este poeta, consignamos una es-
trofa : »
(Y aquí una estrofa sangrienta).
Transcurrieron cinco aiios, y el
señor Alejandro Sux remitió á la
misma revista su nuevo libro C(in-
tos d<> Hehelión. Jesiís Semprún,
encargado todavía de la sección
bibliográfica de la revista cara-
queña, se acordó de T)e mi yun-
que ; recorrió la colección de <(EI
Cojo Ilustrado» y encontró la no-
tícula que dedicara á aquel libro
do versos. Tal notícula resultaba
de perlas para el nuevo libro, y
Sempnín, que es un espíritu se-
lecto, la recortó cariñosamente, in-
i^ertándola luego en «El Cojo Ilus-
trado», previa permuta del título
y de la estrofa...
Señal de que el escritor venezo-
lano no tuvo necesidad de modifi-
car su opinión.
Irritado el señor Sux por unas
lía la liras mías que concretan el ges-
to de Sempnín, babía perdido el
sueño, pero al fin lia logrado re-
cuperarlo. Acontece que la apari-
ción de mi libro Por jardines aje-
nos llenóle de regocijo, regocijo
oue ba torturado su exquisita in-
genuidad basta que el señor Sux
oi)t6 por exteriorizarlo en las' pá-
ginas de ((Mundial».
V no creáis, lectores, que el
üutor de Cantos de líebelión igno-
ra (jué es el delirio de las persecii-
cicnes ; leed sus versos :
"...los humanos que forman la piura,
pebres bestias sin alma ni seso.
me (desprecian, me escupen la cara .. >>
Y bien : dice el señor Sux que
I'oR JARDINES .VTENÓs es uu Hbro
bilioso ; poetas y novelistas han
afirmado que es la obra de un lu-
chador, y yo agrego que es uii li
bro en el que tan pronto se cas-
tiga á los poetas serviles y á los
] eriodis'tas asalariados, como se
desprecia á los troveros ramplo-
nes que han profesado la acra-
cia, (la acracia es un sentimien-
to), no por convicción sino como
un modns vivendi.
Y conste que el señor Sux es
el único á quien le ha caído el
savo...
PÉREZ Y CURIS.
»♦»
"£l Madvigal"
Nuestro colaborador el delicado poeta Emilio Trías liii Pré, acaba de entregar á
las cajas los orifíinales del poema con cuyo titulo encabezamos estas lineas.
Kn el próximo número nos ocuparemos de la nueva producción del poeta : por
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.sentimiento e.xquisito.
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Director -Eedactor: PÉREZ Y CURIS
^dxninistradort
XjUIS PÉREZ
Redetooión. y i\.d.Biixiistraoión.
TREINTA. Y TRES, 72
ANO VI
Montevideo, Octubre de 1911
U." 56
Biblia Profana
Pufiñeación del Templo
Salido que hubo Jesús de las
Bodas de Cana, y después de
pasar unos días en Cafarnaum,
situada en las risueHas y pláci-
das orillas del lago de Geneza-
ret, tomó rumbo á Jerusalem,
con motivo de la Pascua y á fin
de aprovechar ésta, para pre-
sentarse y revelarse como Me-
sías, en la Capital de Israel.
Entró Jesús al templo el día
de su llegada y se halló, con
profunda sorpresa, que en el
gran atrio llamado de los genti-
les, alegremente hacían su ne-
gocio una multitud de trafican-
tes, vendiendo corderos, bueyes
y palomas, para los sacrificios ;
y cambistas especulando con
monedas griegas y romanas.
La ira, venciendo el natural
pacífico de Jesús, se apoderó de
él, en vista de tan magno sacri-
legio. Hizo, de las cuerdas con
que cenia su túnica, un azote, y
arremetió contra los profanado-
res, que huyeron del recinto
santo con sus objetos de comer-
cio.
Sólo permanecieron impasi-
bles una hermosa hija de Israel,
blanca como los lirios de Bitinia,
encarnada como las rosas de Je-
ricó, y un joven de aspecto so-
Cador, como David, el rey au-
gusto del salterio de oro.
— Salid — les dijo Jesús, alzan-
do en son de amenaza el azote
que vibraba en su diestra.
— ¿ Por qué nos arrojas, hijo
de Nazaret? — le dijeron ambos
— : No somos traficantes ni
cambistas.
Jesús clavó sus ojos despre-
ciativos en los negros y ardoro-
sos de la joven y con voz firme
repuso :
—Sal, flor de impureza. Tú
eres infiel y engaCas; traficas
con los más hermosos sentimien-
tos del alma ; profanas el templo
del amor ; maldita seas !
— 142 —
Y dirigiéndose al joven agregó:
— Sal, germen de miasma. Mi
padre te dotó con el verbo divi-
no : eres poeta ; pero en busca
del aplauso vil, dejas las regio-
nes de lo alto y rastreas adulan-
do el gusto pervertido de las
muchedumbres: profanas el tem-
plo del arte. Maldito seas !
Y Jesús, más indignado que
antes, descargó el azote sobre
sus espaldas, mientras, baja la
frente, iban ambos á confundirse
con los traficantes, y con Ios-
cambistas.
M. SOTO HALL.
-•♦»■
txíXx^ las vamas
Eligieron el árbol más oculto
del bosque para fabricar su vi-
vienda amorosa.
Un roble copudo y gigantesco,
escondido en un paraje virgen
de las plantas humanas, fué el
predilecto á la consagración de
aquel idilio salvaje.
Era una pareja de ruiseñores
que, amante y jubilosa, llegaba
á consolidar su amor en la fron-
da amiga del árbol centenario.
Nacieron los dos en indiferentes
nidos de un huerto tropical, ba-
jo la majestuosa serenidad de
una noche estrellada y al mediar
de un estío largo y lujuriante.
Cuando pudieron volar, presuro-
sos é ingratos abandonaron los
nidales paternos y de rama en
rama, de jardín en jardín, bus-
cando con parlera alegría el
cotidiano sustento. Al despun-
tarla madrugada, como jocun-
da salutación á la luz, desgra-
naban sus himnos eglógicos,
y en bulliciosa algazara pasaban
el día revoloteando por entre
la ramazón de los plantíos, Al
llegar el crepúsculo, cuando
sobre los campos empezaban
á amontonarse las sombras, la
enamorada pareja se guarecía en
cualquier rama, para seguir la.
noche entre arrumacos y mimos.
Pero ello fué que un día el
padre Invierno descargó su ru-
deza sobre aquellos lugares, y
las dos avecillas, medrosas y he-
ladas, hubieron de emigrar á ho-
rizontes lejanos, donde encontra-
ran la caricia del sol. El viaje ng
les fué fatigoso ni largo y al atar-
decer del mismo día, llegaron á
un bosque donde aun el verano
tenía plantada la esplendidez de
sus dominios. En amante connu-
bio continuaron allí su vida de
jolgorio los suaves trovadores ba-
jo la paz beatífica de un cielo sin.'
mancha, respirando la frescura
de un ambiente aromado y con
trovas cristalinas loando incon-
cientes, la augusta solemnidad
de la naturaleza, que en aquel
sitio ostentaba manificencias
de templo. Y como al cabo la
hembra experimentara la ímpe •
riosa, necesidad del nido, eligie-
ron los dos el árbol más oculto
del bosque, un roble soberbio y
en su fronda opulenta fabricaron,
de hojarascas el pequeño recinto.
Ella se echó al tibio nidal,
atristada, y enferma, y mientras-
amorosamente cumplía su sagra-
- 143 —
da misión, el uicicho solícito y li-
gero revolaba por las huertas
distantes, en busca del sustento
y á la tarde volvía con la gar-
ganta llena de granos y de arpe-
gios para la dulce conipaílera.
Mas sucedió que algunos lena-
dores penetraron cierta mañana
al fondo de aquel bosque, y al
fijarse en el roble portentoso, re-
fugio de la alada pareja llenos
de codicia febril é ignorantes
déla maldad, que cometían con
el cortante filo de sus hachas
arremetieron impetuosos contra
el árbol espléndido. Los ámbitos
del bosque se poblaron de ecos
á medida que los .hombres tala-
draban el tronco y en la apacible
pomposidad del paraje aquellos
ecos sordos eran como una ago-
niosa lamentación de la natura-
leza, como un divino miserere
por la hermosa pareja que calen-
taba á sus polluelos impluines
en la fronda del roble que mo-
ría.
Cobarde y temeroso, á las pri-
meras sacudidas del árbol el rui-
seílor abrió las alas y con la ra-
pidez de una flecha disparada
hendió los aires y se internó en
el corazón de la selva. Y á la vez
que el golpe de las hachas hei'ia
la religiosa tranquilidad del es-
pacio y con retumbos de truenos
repercutía hasta el confin del bos
caje, el prófugo alado, cual si se
sintiera perseguido, duplicaba la
velocidad de su vuelo á través
de las tupidas marañas, olvidado
de su amorosa compañera.
Llegó al límite del bosque, y
un instante, amedrentado é in-
quieto, se detuvo en la copa de
una ceiba elevada; brincó un mo-
mento entre el obscuro ramaje,
desgranó una tonalidad quejum-
brosa, y luego, como poseída
de inquebrantable resolución,
reanudó su fuga indolente y se
perdió á lo lejos, en el desmayo
azul del horizonte.
En tanto, el roble centenario
donde la amante pareja fabrica-
ra su albergue, empujado por la
fuerza del hombre se desploma-
ba, estrepitoso y trágico, con la
.egregia majestad de un monarca
vencido.
Cuando la hembra canora sin-
tió que el coloso caía, como en
busca de amparo exploró con
angustiosas miradas el frondaje
vecino, porque quizás pensó que
el compañero llegara impaciente
á salvarla y á salvar á sus im-
plumes hijuelos. En vano inda-
gó tenaz á las ramas tembloro-
sas, en vano observó el impasi-
ble horizonte, en vano aguzó el
oído por sorprender la proxi-
midad de un aleteo. Entonces,
ya perdida la postrera esperan-
za, lanzó un himno desgarrador
y, lejos de huir como el ingrato,
con dulcedumbre de madre ex-
tendió el blancor de sus pluma»
sobre sus débiles polluelos, y re-
signadamente se dejó aplastar
por la vigorosa ramazón del árbol
que, impulsado por la mano del
hombre, se desplomó sobre la
tierra, solemne y pomposo, en
una trágica apoteosis de muer-
te.
F. RESTREPO GÓMEZ.
1911.
■ »■
— 144 —
De un libro ppó^imo á aparecet»
En ^l jardín
Auroral manto de rosas
Cubre el jardín que dormita,
Eezan palabras piadosas
Las esquilas de Ja ermita.
A las plantas ruborosas,
El viejo pino recitó,
Todo ese mundo de cosas
Qué en el silencio palpita
La aurora en traje de tul
Sufre vértigos de azul
Y en el azul se deslié.
El sol envió un ígneo rayo,
Que al filtrarse de soslayo
Besa al pino que sonríe.
O^solacíóti
Alma, madre, no^áa, vida!
Sacra fuente de mi huerto,
Eres la pnlnia dormida
Nota azul en el desierto.
Con la brújula perdida.
Llega mi dolo á tu puerto,
Sembrando rosas su herida,
Desangrado y medio muerto.
Por tu desdén desolada
Y en el madero enclavada.
Gime mi pena afligida.
Vengo á buscar tu consuelo,
¡Ten compasión de mi duelo:
Alma, madre, novia, vida !
■ ♦■
Más allá
A Roberto Buela.
Ambulaba en la sombra automáticamente
Como suelen algunos caminar por la vida.
Una idea obsesora se enseñoreó en mi mente
Y su peso doblaba mi cabeza abatida.
Mi conciencia gemía bajo el yugo candente
Que formó en mi memoria la caricia prohibida
Me alumbraron los ojos de la safia serpiente
Con la luz que despide la carroña podrida.
Un deseo infinito de cumplir penitencia.
Para limpiar las manchas de mi torva conciencia,
Llevó mi pensamiento más allá de la muerte.
Descendió hasta mi espíritu un rocío divino.
La luz de la bonanza alumbró mi camino
Y en medio de la noche la fe me hizo más fuerte.
Gerardo Y. RODRÍGUEZ.
145 —
Homenaje d-e "^^olo"
flli DÍJAJVIATÜI^GO
FüORENCIO SÁNCHEZ
En el primer aniversario de su muerte
— 146 —
Oe **Los ritos confid^ticiaks "
Para APOLO.
Caían á manera de guirnalda
Las ramas de los sauces, sobre el lago,
Y suscitaban un recuerdo aciago
Con el otoño de su tinta gualda.
Palidecía toda la esmeralda
De tu jardín, y el amarillo vago.
Se insinuaba en mi ensueño sobre el mago
Reclinatorio lila de tu falda.
Después bajó tu frente hasta la mía.
Olvidando mi lúgubre elegía
Aniquiló mi pena sus despojos.
Y al abrirse el prodigio de tu cielo.
Mi pensamiento azul tendió su vuelo
Por la curva celeste de tus ojos!
Te invadía la tarde en la lejana
Angustia del jardín hondo y íi*agante...
Una carreta en la quietud distante
Palideció su nota rusticana.
El clamor funeral de una campana
Desma3'aba tu ensueño alucinante,
En la calma beatífica y sedante
De la lumbre litúrgica y arcana.
Hubo una larga pausa de gemidos.
Mis enfermos rosales florecidos
Deshojaron sus pálidas corolas.
Todo se diluía en el mutismo
De un sereno 3^ profundo misticismo...
Y nuestras almas se quedaron solas !
Tejían las canciones del retorno
Bajo el asombro inquieto de los tilos.
Un desconcierto de enredados hilos
Que fraguaban las voces del contorno.
— 147 —
De la hoguera sonámbula de un horno
Las parábolas de humos intranquilos
Se dilataban, y clavó sus filos
Estridentes, la música de un corno.
El amor de la tarde en la floresta
Apagaba los oros de su fiesta
Junto á la unción humilde de los prados.
Y cuando me alejé de tus jardines,
Un coro de litúrgicos violines
Ofició mis silencios encantados !
Carlos SÁBAT ERCASTY.
«♦»
ftvt^íientimi^nlo
A. Roberto Buela
Turbada por los bruscos desenfrenos
De mis manos prosaicas, diste un grito
Y cruzaste ios brazos en tus senos
invocando el perdón del Infinito
Dibujóse el azul en tus serenos
Ojos de virgen inocente. El rito
De tus pudores, resistiendo menos
Se deshojó como un clavel marchito.
La tarde se arropó tras la difusa
Tira del horizonte. La inconclusa
Página de tu Vida, lentamente
Se grabó en tu recuerdo; y entre tanto
Te miraba pensar, noté que el llanto
Corría por tu rostro amargamente.
Fernando SILVA VALDÉS.
Envío
]XEa.nos; ttxs "blaiacas amaños ■bond.ad.osa.s
si el xtxego a.<roge:n IDios t^ la.s t>e;nciiga.,
q.t:te: marxos qtxe: perdonan son. sagradas ;
ÍT si tiis man.os ftá.e;ren. impiadosas
Cl^a.s; le n.egaran. pan. a qtxién. m.e:n.diga,
también. ben.ditas ; i lXEan.os despiadadas 1
Emilio TK.IJPS.S DU JE^FLEl.
— 148 —
Elogio (i« la Carne y del Esí)ívitu
Hablé á la Carne y hablé al Espíritu:
Yo adoro en una viril é hidalga
Mujer, los módulos de vuestras voces
Y la concordia de vuestras ansias.
Y respondióme la Carne, trémula:
Doy al espíritu toda mi savia;
Yo soy jocunda como la aurora,
Y echo mi sándalo sobre la senda por donde pasan
Las hembras todas enardecidas por el deseo.
Todos los hombres atormentados por la nostalgia.
Quien abomina de mis encantos,
Ignora el triunfo de las humanas
Afinidades en el consorcio
De los sentidos y de las almas.
La poesía sin mi perfume
No es inodora, pero es estéril : i ave que canta
Siempre cautiva, viendo el espacio
Desde el columpio ruin de su jaula!
En los paisajes la soñadora
Luz de la luna teje arabescos de ópalo y plata,
Y yo derramo sobre las ígneas rosas joyantes
Mi voluptuosa, vital fragancia.
Bajo los tiernos ojos ustorios
De las mujeres enamoradas
Hay un grácil curva violeta
Que mi amatoria fiebre dilata.
Yo soy la sangre,
Soy la coyunda de la especie humana.
- 149 —
II
Luego en voz baja dijo el Espíritu :
Soy en la sombra luz que no apagan
Jamás los vientos de la tristeza
Ni los alardes de la desgracia ;
Hacha de viento para la ira
Boreal en tierras hospitalarias.
¡Oh, los lisiados y los enfermos
Cuyas sonrisas florecen pálidas
Al suave soplo de mis dulzuras
Y al ritmo intenso de mis palabras !
¡ Oh, las endebles vírgenes mustias
Que bordan todos, todos los días tras la ventana,
Soñando acaso con los mancebos
Que en los vernales atardeceres, erguidos pasan !
Ellas conocen mis alegrías,
Vírgenes débiles ebrias de sombra como los parias.
Guían al ciego y al peregrino
Mis luces blancas ;
Y á los rebeldes excomulgados,
Y á los vencidos en la mundana
Lucha, mi esencia maravillosa
Los solivianta.
Yo soy la esfinge.
Soy el enigma de la prole humana.
III
Sangre y Esfinge :
Yo adoro en una viril é hidalga
Mujer, los módulos de vuestras voces
Y la concordia de vuestras ansias.
PÉREZ y CURIS.
— 150 —
ftrt^ y artistas
Carlos Severin
La pantomima, género teatral muy
poco cultivado, debido á las dificulta-
des que su arte sutil ofrece, tiene ac-
tualmente un intérprete de facultades
extraordinarias é insuperables.
Este grandilocuente actor mudo se
llama Carlos Séverin, y es el orgullo
de los franceses.
Ha llamado grandemente la aten-
ción de la crítica y públicos del mun-
do entero. En Buenos Aires, de don-
de viene, ha hecho furor.
Actúa en el alegre teatro de la ca-
lle Andes, y él por sí solo se basta y
sobra para llenar el programa del
divertido music-hall. Lo hemos admi-
rado en sus incomparables creaciones
tituladas «Conciencia» y «Pobre pie-
rrot», convencidos de que el tal es un
artista psicólogo en toda la exten-
sión del vocablo.
Asombra la inspiración, diremos
así, de su gesto inteligente; en el
pensamiento y sensibilidad de la mi-
rada, en los que expresa y define in-
confundiblemente el dolor y el placer
en sus matices y nuances más varia-
dos, más complejos, más íntimos y
recónditos.
De este mimo se podría decir que
tiene la genial virtud de reñejar y
fijar asombrosamente el alma sobre
el rostro.
Cibiis
Los señores Arellano y Supparo, in-
teligentes directores artísticos de la
discreta compañía que con tanta for-
tuna actúa en el bonito teatro de la
calle Ituzaingó, no se dan un momen-
to de reposo para responder digna-
mente á la franca protección que le
dispensa el público, ofreciendo sema-
nalmente interesantes estrenos, por lo
que resulta atrayente el programa de
sus funciones. Como de costumbre,
esta compañía tiene actualmente en
ensayo, y estrenará en breve, varias
piezas de autores nacionales. En lo
que va de la temporada, entre otras
han constituido verdaderos éxitos las
representaciones ie «El drama d€ to
dos», una serie de cuadros á base
de episodios de nuestras sangrientas
guerras civiles, que es toda una do-
lorosa enseñanza. Su autor es el pe-
riodista señor Enrique Crosa; «El ver-
dadero amor», comedia del fecundo
dramaturgo Éamos; y la comedia
«Partenza», hermosa producción que
acusa en su autor, Otto Miguel Clo-
ne, una vez más sus especiales con-
diciones de observador fino y de hábil
mane j ador del diálogo ; la obra del
inteligente escritor señor Ismael Cor-
tinas, titulada «Rene Masón», es una
comedia de tendencia antifeminista,
muy bien tramada y de dialogado Vi-
vaz y conceptuoso.
Politeama
Desde el 24 del corriente actúa con
éxito en este teatro, la compañía dra-
mática española de drama, comedia,
vaudeville, gran guiñol y obras po-
liciales, de Eamón Caralt, que, como
se recordará, en este mismo coliseo
efectuó hace seis meses una tempora-
da larga y fecunda en éxitos. Como
primera actriz figura esta vez Mer-
cedes Blanco, ventajosamente conocida
por nuestro público.
"WIDRE.
■ ♦»
Jomadas d-e Ctisu^eño
Para Apolo.
La abeja de Platón sobre el yermo latino
Deshojaba la fábula de los racimos de oro ;
Sangre de nueve diosas, el vaso gongorino
Ha escanciado á las rosas^de mi labio sonoro!
Se ha encendido de zarza milagrosa el tesoro
De Maetoerlinck ahora y un pálido destino
Ha abierto la ventana para que suene el coro
Ungido á la parábola lunar de su camino !
— 151 —
... La leyenda de bronce sepultó sus escudos
En el bosque de mirtos . . . Sangran sus pies desnudos
Entre espigas azules, los silencios en flor ...
Y la paz nazarena de la emoción cautiva
Hila su rueca blanca bajo la nueva ojiva
Sobre el mito del tiempo, con un ruego interior !
Vicente BASSO MAGUO.
• »■
** Cosas del medio ambUtiU**
Así se titula el libro
que el joven escritor
Elzear Santiago Giu-
ffra acaba de publicar
entre los aplausos de
la prensa nacional y
extranjera. Cosas del
MEDIO AMBIENTE Con-
tiene, un estudio sere-
no y bien meditado de
nuestro pequeño mun-
do artístico-literario ;
Giuffra se rebela en él
un analista de mérito,
que juzga nuestras co-
sas, no superficial-
mente, sino ahondan-
do el concepto hasta
buscar su origen y se ■
guir su desarrollo.
El nuevo libro del
jovenlescritor ha tenido aquí una acogida muy favo-
rable.
ELZEAR S. GIUFFRA
Para Apolo.
— 152 —
Eílislolarío
(A. Eriinda Nüñez)
Tengo á la vista tu sublime carta y no sé por donde
empezar á contestarla. Hablemos de ti, primero. Dices
que no sabes explicarme lo que sientes, lo que tu alma
pasa, y sin embargo todo me lo explica esta palabra: «amo
en silencio» — Amiga mía!...
Amar en silencio es un martirio, pero un martirio que
puede tener término y en el cual se pueden gozar mo-
mentos de inexplicable encanto siempre que nuestro co-
razón abrigue la dulce esperanza de ser correspondido.
¿ Crees que el ser á quien amas puede corresponder á
tu pasión ?
En ese caso auia y espera, sonríe y no llores — porque
amar y ser amada es alcanzar sobre la triste tierra el
prometido Edén. — El amor es el Iris donde se reflejan y
abrillantan los colores mágicos del prisma ; es la aurora ,
resplandeciente que ilumina la noche de la existencia, y
la nota de un himno sublime que al resonar en nuestro
oído repercute en los ámbitos más recónditos del alma
conmoviendo nuestro ser una sensación encantadora y
dulcísima.
Por eso cuando amamos y nos creemos amadas, nos
parece todo más bello, porque todo lo ven nuestros ojos,
sublime, risueño, iluminado con las célicas tintas del
amor y la poesía!...
Mas ¡ay! del corazón que ama sin esperanza! ¡Ay! del
ser desgraciado que amando con todo el fuego de su espí-
ritu ardiente deposita el raudal de su insólita ternura en
un corazón ingrato ó pequeño que no sepa comprender la
sublimidad del sentimiento que inspira!...
Entonces la vida es triste y el porvenir sombrío, eston-
ces el alma se estremece sollozante envuelta en las som-
bras de la duda, y la existencia se convierte en un infierno
más espantoso aún que la muerte
Por eso, amiga mía, te aconsejo prepares tu alma, ya sea
para gozar las delicias supremas de un amor correspondi-
do, ya para soportar con altivez de espíritu el dolor de
los dolores : el olvido.
Yo he sufrido mucho. Hoy, gracias á mi entereza, mi
alma está serena y mi espíritu tranquilo: quizá el sol de
la ventura que en mis delirios vislumbré no vuelva á irra-
diar en el cielo de mi vida, pero á lo menos viviré tran-
MISSING PAGE(S)
ral y sencilla al mismo tiempo, que no
choca con los sentimientos del lector,
á pesar de lo extravagante de sus
aventuras.
Al mismo tiempo el autor ha dis-
puesto con el mayor ingenio, al rededor
de su famoso protagonista, una accióu
verdaderamente extraña, en que apa-
rece el curioso contraste de la vida
oriental con los refinamientos de nues-
tra existencia civilizada y en la que
figuran como principales personajes,
Andrés de Peyrade, sobrino de Bar-
bassou y la joven odalisca Konye Gul.
Los amores de Andreo y de Konye
Gul, que se inician en la intimidad
del harén, llegan á adquirir carácter-
trágico que excita el más vivo inte-
rés y tienen feliz desenlace. Los dra-
máticos episodios del rapto de Kony.-í
Gul por su madre, de su encierro en
un convento griego, de su evasión y
de la persecución de Daniel, hacen de
esta novela uno de los más interesan-
tes libros de aventuras.
A todo esto se unen lo elegante y
literario del estilo, las originales teo-
rías del autor y lo notable de las ilus-
traciones. En resumen. Mí tío Barbassou
es un cuento de las Mil y una no-
ches que se desarrolla bajo el her-
moso cielo de Provenza y en medio de
los refinamientos de la vida pari-
sígusg.
El conocido literato granadino don
Miguel de Toro Gómez, ha traducido
esta obra. Desde todos los puntos de
vista, el texto castellano iguala al
francés.
Mi tio Barbassou forma un elegante
tomo de más de 300 páginas, esmera-
mente impreso en papel satinado, con
abundantes ilustraciones y con una
artística cubierta á dos tintas.
Bizancio, por Jean Lombard.— (Fers/óíi
casteUana de Mifjuel de Toro Gómez).
Hay pocos litros que hayan llamado
la atención tan poderosamente como
la hermosa novela de Jean Lombard.
que lleva este título. Y no sólo en el
público, sino en la gente de letras, se
ha dejado sentir su influencia.
Del mismo modo que allá en el oca-
so de la Edad Media, la célebre no
vela caballeresca Amadis de Gaula,
dio lugar' á innumerables imitaciones
y produjo en literatura el famoso
ciclo de los Avmdises, puede decirse
que la inspiración de Jean Lombard
al resucitar la brillante y fastuosa
existencia del Imperio bizantino, con
sus apasionadoras carreras del circo,
sus luchas religiosas y políticas y su
civilización semi-bárbara en medio de
su refinamiento, dio lugar á que otros
escritores distinguidos volviesen la vis-
ta á aquellas edades lejanas y trata-.,
sen de buscar inspiración para sus
novelas en Grecia y en Roma.
La novela Bizancio, que nos presenta
el cuadro de la hermosa capital de
Oriente en tiempo de Constantino V
Coprónimo, tiene además el atracti-
vo del prodigioso estilo de Lombard
que ha sabido pintar como nadie las
grandes oleadas de la mudiedum-
br<-, y cuya exuberante imaginación
ha logrado hacer revivir de un modo
inimitable, no sólo los variados inci-
dentes de la épic.i coiitieTida entre
Verdes yAzules, sino tanil)ién todas
las suntuosidades de la vida de Bi-
zancio. El traductor no ha omitido
esfuerzo ni trabajo para conservar í
esté libro admirable toda la b.rilhui-
t'3z de su estilo, y ha completado su
^.trabajo agregando al texto \iii léxico
''en que se hallan explicadas multitud
de palabras desconocidas para la ge-
neralidad de los lectores. Lj\ obra
forma un volumen de 388 páginas,
elegantemente ilustrado é impreso.
y con una artística cubierta á cuatro
tintas.
La Bailarina de Pontpeya. pok Jean
BeRTHEROY. — {Versión rastt lUi tiii de M ,-
(juel Zerolo).
Desde los días en que Bulwer Lytton
trazó en páginas, ciue tuvieron y aun
tienen justa fama. Los Vitimos Jík.--
de Pompcya, no halla vuelto á figu-
rar sino en los catálogos de los anti-
cuarios y en los obras de los arqueó-
logos, el nombre de la insigne c-iu-
dad que compartió con Heiculano la-:
abrasadas caricias del V -subió, en los
albores de nuestra Era. La elegante
plumi' de Jean Bertheroy ha hecho
resonar de nuevo armoniosamente este
nom-bre en el campo de las letras, con
su deliciosa novela La Bailarina de Pom-
peya. Los casi idílicos amores de !a
diminuta Nonia con el «amilo de.
templo de Apolo podrían lignrar dig-
namente en las Pastorales de Longo.
Al mismo tiempo que la .sencilla
tramn de estos amores, que costaron
la vida al pobre Camilo, traza el au-
tor un cuadro lleno d? anima ion y
colorido, sin violencias naturalistas.
de la vida sensual é intensa de aque-
lla ciudad que tenía como patrona y
divinidad tutelar á la Venus Física.
En el seno de aquella ciudad entre-
gada por completo al culto del amor
y del deleite, aparece como hermosa
protesta del 'd-al elevado y puro, úni-
co que puede hacer vibrar las áureas
cuerdas del arpa de Apolo, la noble
figura del Sacerdote Cresto.
Se d?be al conocido escritor don Mi-
guel Zerolo, esta hermosa y corre, ta
traducción.
Forma la obra un eleg.nite tomo
de 300 páginas, impreso en papel sati-
nado, con gran cantidad de grabados
y una artística cubierta r cuatro tin-
tas, tirada sobre papel nacarado.
(lioTetin Bihl iiiiiráfico).
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.MI ECAS.
CON '..\ CAPrCHA \rELTA.
MI(;iKI. I)K TOKO CuMKZ
POh L.\ CCLTCUA V l-Oi: I, \ R'/'A.
I'. .MOMNA V Iv l"ÍXf>T
l'OET.\S BOLIVIANOS.
H HLA.NC'O l'"()MH()NA
LETRAS Y LI:TRAD0S OE IÍLSÍ'A-
.\0-A.\rñRICA.
CANTOS DE LA PRISUÍN V DEL
DESTIKPRO.
! C'O.X lUEKAS
LO.- :,0DERN0S.
.\il NO/ KSC'A-MEZ
L.v CiCDAl) DE LOS STICIDAS.
.MAM KL lííAirrE
BCRBCJAS DE LA VIDA.
lOSi; S. CHOCAXO
FIA'I LL'X.
M. AKA.MIU lU) Y .MACHAIXI
r rifclPATCKA CRÍTIC.V.
AMADO X\El{AO
EN VOZ BAJA.
ELLOS.
MIS filosofías.
Cl^lSTOBAL J)E CASTRO
CANCIONERO GALANTE.
.M. DE l'OKO G1S13ERT
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LA CANDIDATURA DE RO.I VT
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HORAS DE ESTUDIO.
E líODJJKJl EZ MEXDOZA
CUESTA ARRIBA.
1>. IU)DJU(;rEZ EMBIL
LA INSURRECCIÓN.
CAi{l>OS iíEYLES
LA >n ..RTE DEL CIí^NE.
E. DIEZ-CAXEDO
IMÁGENES.
TI ElO M. CESTERO
CIUDAD ROMÁNTICA.
hRAXCISCO VILLAESPESA
TORRE DE MARFIL.
A
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ISSUES(S)
Director-Redactor: PÉREZ Y CURIS
.A.<lxiainistr£tdor:
XjUIS I?ÉltEZ
f^edaooión. y A.d.'BaiixistraLOióii. :
TREINTA. Y TRKS, 7S
AÑO VI
Montevideo, Diciembre de 1911
58
£1 -eulkrro del camarada
-a
.4
El fúnebre cortejo bajaba pjc la
gran pendiente del cementjrio del Bu-
ceo, y durante unos minutos, bajo
la sombra de los altos tipreses y de
las hermosas arancanias, no se oyó
más ruido Que el rozar da los za-
patones de los obreros sobre los grue-
sos areniscos del camino recto é in-
terminable.
Iban allí unos veinticinco hombres,
tc.da la cuadrilla á la que pertene-
ciera Eufrasio, expresamente autori-
zatta por ei AuiinnibLiaUor fio la
Compañía para concurrir al entierro
del pobre camarada muerto. Entre
esos hombres se hallaba üuizot, el
anciano capataz, un hombre enérgi-
co, muy trabajador y minucioso; Ri-
go, el encargado del primer grupo
de calderas, y Parral, el foguista más
viejo de la casa; hombre compla-
ciente y dócil, pero cuyo grave de-
fecto consistía en emborracharse to-
dos los domingos, con grave perjui-
cio de su mujer, á quien apaleaba
irremisiblemente por la noche, para
luego, al otro día, esto es, todos los
lunes, pasárselo de holganza, con pér-
dida segura del jornal.
— ¡Qué suerte perra! gruñó Parral,
blandiendo los puños en una ráfaga
de cólera.
Guizot, el viejo capataz que presi-
día ol duelo, tuvo una frase elogiosa
para el pobre muerto:
—Murió en su puesto como un buen
soldado, — dijo con gravedad.
un nuevo silencio enmudeció al
grupo. Acaso las palabras de Guizot
les hacía pensar, porque todos pro-
Para «Apolo».
siguieron caminando, silenciosos, ves-
tidos con lar' Hj» j-ore.s ropas reservadas
para los domingos y las grandes oca-
siones, llevando ei sombrero respe-
tuosamente recogido en 1h diestra.
La voz monótona del sacerdote na-
politano que iba dolante masculla-
ba latines ; al chirriar de los arenis-
cos bajo los burdos zapatones, reper-
cutía siempre en un frotamiento ás-
pero y acompasado ; el confortable sol
de Octubre caía en los claros, sobre
loa nombres, bruñendo algunas ca-
belleras cenizas y dando lustre A sl-
gunas calvicies precoces.
— Crick — Crick — Crick Marchaban
siempre, en columna, mientras á su
paso los panteones y las tumbas de
mármol ó granito, con portadas y
dijes Ue bronce, centelleaban bajo
aquel cielo muy azul, cielo lleno de
luminosidades estivales y de una dia-
fanidad serena. X en tanto prose-
guían, en marcha siempre hacia el
fondo del vasto cementerio, donde en-
tre verdes acacias y paraísos, los
desheredados de la suerte reciben pia-
dosa sepultura en plena tierra, en el
grupo se recordaba al pobre Eufrasio,
al buen camarada sin padres ni pa-
rientes en América, y que, á causa
de la rotura de una cañería de vapor,
había fallecido la tarde antes en una
sala del hospital.
Bruscamente, el grupo se aetuvo.
Entonces todos los ojos miraron con
curiosidad, hacia adelante, creyendo
haber llegado al sitio prefijado: pero
muy pronto la estola blanca del sa-
cerdote y el ataúd negro, se destaca-
/
174 —
yon otra vez en un recodo del camino,
doblando hacia la izquierda, para in-
ternarse por un senderillo estrecho,
trazado entre hileras interminables áe
nuevas tumbas que surgían á flor de
tierra en una vecindad fraternal.
Mas después de un breve rodeo, la
cuadrilla hizo alto junto á un mon-
tículo recién removido y en cuyo bor-
de se hallaba la sepultura. Era la
losa de poca profundidad ; apenas si
la necesaria para cubrir bien la caja.
A su alrededor, y en filas escalona-
das, otras fosas iguales se extendían,
cual bocas glotonas aguardando nue-
vos muertos. En muchas de ellas las
aguas pluviales habían formado char-
cas cenagosas, donde los mosquitos
zumbaban en enjambres tuiíiaores,
y las más próximas parecían haber
sido rellenadas la víspera, ó tal vez
breves horas antes, pues la tierra,
enrojecida, aún se conservaba en te-
rrones, como si las paladas se hubie-
sen sucedido con apremiante precipi-
tación y sin tiempo para detenerse á
apisonar.
— i a nemos- iiegaüo, — había dicno
Eigo haciéndose paso para llegar has-
ta ol féretro y ver por última vez.
Un corrillo apeñuzcado habíase for-
mado alrededor del ataúd, un humil-
de ataúd de pino forrado con merino
negro y que la Compañía había ad-
quirido por su cuenta, üuizot, que
también observaba, murmuró una fra-
se : — Esto ya va á concluir, dijo.
Un movimiento de curiosidad esti-
raba los cuellos y abría enormemen-
te los ojos. Todos querím ver. Lr.s
tumbas contiguas, donde reposaban
otros muertos, eran pisoteadas en el
deseo de no perder los detalles, y ya
los sepultureros na oían clavado el
número correlativo de la caja: era el
N.o 34937 ; los guarismos grandes, pin-
. tados en negro, sobre fondo gris.
Un último responso murmuró el sa-
cerdote despuc's de rociar la caja con
agua bendita. Entonces, alrededor del
numilde léretro, el silencio aun se
alzo mayor : tué un ei-oncio impo-
nente, tétrico, que tan sólo los par-
i-inciUnes gori,\jnes se p;\rmi:(.eron
interrumpir con tus alocados gorjeos.
En el sopor del aire adormecido, algo
chirrió lúgubremonte : fvié como un
quejido triste, desolado y agorero.
Después el humilde ataúd comenzó á
descender, descendió más. más, hasta
que, durante unos segundos, aún se le
pudo ver allá, en el fondo de la fosa
obscura... Luego el capataz Guizot,
adelantándose y persignándola con
respeto, lanzó el primer puñado de
tierra negra y dura... La caja sonó
sordamente, hasta producir escalo-
fríos, pero otros puñados se sucedie-
ron, y así la caja continuó sonando,
hasta que aquel golpeteo comenzó á
debilitarse á medida que la tierra cu-
bría al muerto...
— Ya no sufrirá más, dijo Guizot,
enjugando con el dorso de la callosa
mano una lágrima sincera.
— Cierto, le respondió Parral; ya no
sufrirá más. — Y, con amarga ttloso-
fía, añadió : — Ni tampoco ya tendrá,
que trabajar...
No le respondieron. Silenciosos y
conmovidos por esta escena se mar-
chaban cabizbajos por entre las tum-
bas y los montículos, donde tantos
muertos reposaran en una vecindad
bonachona y íraternai. Los gruesos
zapatones pisaban nuevamente las ho-
jarascas secas, mientras los labios
iban descifrando torpemente nombres,
efemérides luctuosas, frases da cariño
ó de trágica desesperación, y todo en-
tre tristes ofrendas de cruces y de
coronas, algunas ya marchitas por
las inclemencias del tiempo.
Una vez de nuevo en el gran ca
mino central una bocanada de aire
salitroso, venido desde la costa, les
oreó los rostros, haciéndoles respirar
á pulmón pleno. Ya el capataz Gui-
zot,— qa.3 había tomado punta, — apri?-
miaba el paso con los ojos aún enro-
jecidos; pero el resto de la cuad'-i
lia se había quedado rezagada, escu-
chando á Parral, quien ponderab.a las
bellezas del paisaje en tanto distri-
buía oigerrilJos
—Son de lo.< buenos, decía Parral,
pasando su petaca de mano en mano,
i'umaban todos, uas espirales ue
humo blanco salían de bo:.as y na-
rices desvaneciéndose en tenues hila-
chas, bajo los rayos del sol, en tanto
es'cuct-.aban á i'arral, que ludicat).^
perspectivas y sorpresas maravillo-
sas. Sí, el buen muchacho, en ayunas,
parecía estar encantado. Y en verdad
que el cuadro era sorprendente : los
arenales de la playa reverberaban á
lo lejos, entre nimbos de luz ofuscado-
ra ; el río, muy azul, aletargado en
una calma suprema, tenía irisaciones
aceradas- y bruñideces de blanquísimo
estaño ; las islas de Flores eran en la
lejanía como tres puntillos nivosos so-
bre aquel plafón muy azul; arbole-
das frondosas de un encanto paradi-
siaco diseminábanse en lontananza,
semejando manchones verduzcos, mien-
tras escalando las lomas, hasta más
allá de Carrasco, los plantíos de vi-
des y de hortalizas formaban capricho-
sas cuadraturas, cual gigantescas pie-
zas de un extraño dominó.
Por Euerte para todos, á esa hora
una brisilla del norte soplaba hacia
el rio, nevándose tierra arnera las
molestas exhalaciones del vecino va-
ciadero de residuos de la metrópoli y
el hedor desagradable de los hornos
de ladrillo que pululan en el pa-
raje.
¡ Ah, qué hermosa mañana ! Tanta
Quizura, tanta tluiaez en el aire y
en las cosas, tanta prodigalidad de la
naturaleza toda junto á la paz in-
finita del cementerio pareció conmo-
ver profundamente a rarral, que.
175
acaso en. un arranque de sentimenta-
lismo lírico, acaso nostálgico de sus
clásicos lunes de holganza, prorrum-
pió en una exclamación sentida :
— Aquí los muertos son felices,, dijo;
nadie trabaja...
Y, como ya esta frase la hubiera
repetido momentos antes, "1 capataz
Guizot se creyó en el deber de inter-
venir :
—No trabajan pero tampoco beben,
como tú lo haces los domingos! repli-
cóle riendo.
Como vuelto de súbito á la reali-
dad, Parral le miraba asomLrado.
— Cierto ; tú tienes razón : ellos tam-
poco se emborrachan !
E indudablemente, la frase le hacía
meditar. Posiblemente se maravillaba
de no habérsele ocurrido tamaña ver-
dad. Acaso la dulce visión de sus bo-
rracheras desfiló en esos instantes an-
te sus ojos, porque, sus pupilas crista-
lizadas de bebedor sempiti^rno se ilu-
minaron, una piaiCiaez bei>titica j.o
dulcificó el rostro abotagado, su len-
gua chasqueó, y su boca, carnosa y
concupiscente como la de un sátiro
libidinoso comenzó á sonreír con pa-
ternal bonhomía.
Como ya hubiesen llegado h.ista la
portada donde les aguardaban los co-
ches. Parral se obstinó en no regre-
sar á Montevideo sin antes beber una
copa en una taberna vecina al cam-
posanto, y en la que, en perfecta paz
y armonía venüíanse comestibles y
brebajes, conjuntamente con urnas fu-
nerarias y otros objetos destinados al
culto exclusivo de los muertos.
— Antes de irnos iremos hasta allí,
hasta ese boliche. Una copa, una sola
copa que yo pagaré de mil amores,
repetía.
Guizot. siempre celoso de sus debe-
res y metódico en sus costumbres, se
oponía á ello ; pero Parral, muy se-
rio, muy lormai y nasta oienaiüo,
fundaba gravemente su petitorio.
— Tienes que complacerme... Cuando
yo les digo que sólo se trata de una
copa, es porque será así como lo he
aicho. Aaemas, — anadia en un tono
henchido de enternecimiento, este es
un gusto mío y que yo abonaré en
recuerdo á él, ¿oyes?... á el, á Eu-
frasio, al pobre amigo muerto que
hemos dejado allá abajo...
' Los sollozos le ahogaban ; gu voz hi-
posa tenía mucho de trágico y de có-
mico ; todo su rostro húmedo por las
lágrimas se estremecía en una epi-
lepsia conmovedora, que ahondaba
hasta el ridículo las anchas arrugas
que lo surcaban.
Y ante esa súplica Guizot no pudo
menos de acceder. Entonces, en tropel
y formando ruidoso grupo todos pene-
traron al bodegón, donde la caña, la
ginebra y ei vino seco lueron ser-
vidos de inmediato.
Con la voz trémula y sollozante. Pa-
rral levantó su copa de ginebra, lle-
na hasta el borde.
— Bebamos por él..., por Eufrasio...
por el pobre amigo que...
Como los sollozos le ahogaran, in-
terrumpió su iLinebro brindis para
apurar de un sorbo el ardiente líqui-
do, á la vez que Rigo, Guizot y todos
los demás hombres allí presentes le
imitaban, sucediéndose entonces un
silencio, durante el cual, en aquel ex-
traño comercio atestado de botellas y
de cascos, de urnas de latón y de hie-
rro, el gluc-gluc de los bebedores pudo
oírse con claridad.
— ¡ En marcha ! — había dicho Gui-
zot, indicando los coches; pero Pa-
rral, ya beoido el primer sorbo y
puesto en tren de carrera hizo una
tentativa de Botorno.
— ¡ Nó ! — exclamaba.— Otra copa ; una
segunda copa que yo también paga-
Tí y luego nos marcharemos...
El viejo capataz se opuso terminan-
temente.— ¡Basta! basta!... Hemos ve-
nido aquí para acompañar á un
muerto y no á beber, repetía con
firmeza.
Y estas palabras, muy razonables
y muy juiciosas, parecieron conven-
cer á todos, porciue un murmullo de
aprobación las acogió, á la vez que
lentamente y de uno á uno comen-
zaron á abacdomr el despacho bus-
cando los carruajes.
Arrellenároiise eu los bracks y vo-
lantines como pudieron. Ya el corte-
jo retornaba. A su paso los chalets,
las pequeñas casitas y los barrios de
Obreros aiEominarlos á lo largo del
camino desfilaban á la carrera. Allá
lejos, hacia donde iban, en la ciudad
febril y bullí. íost, les aguardaba el
taller, las rojas fauces de las horna-
llas siempre hambrientas de carbón,
los tornos monstruosos, las calderas
trepidantes, los tubos traidores donde
el vapor hirviente chirriaba y mata-
ba. Detrás de ellos, de donde volvían
y entre las tellezas de un paisaje en-
cantador, quedaba la paz, el reposo
eterno, el pobre camarada caído en
la lucha diaria por el Pan y por la
Vida...
Jü.iN Picón Ol.iondo.
»♦«
— 176 —
OMo
Caen las hojas secas. -El viento marchita
las últimas flores que abren los rosales.—
En las tardes grises, iargas, otoñales
hay una tristeza vaga é Infinita.—
Las sendas se enlodan.— La fuente recita
su postrer leyenda. -Sombras espectrales
semejan las cusas bajo los Hílales,
reflejos del cielo. - La brisa musita.
Cánticos extraños.— Blanca, cual la cera
Ja pálida enferma mira la severa
oalma del paisaje, y á la luz incierta.
grave y taciturna dal ocaso triste,
Ja pálida enferma se finge que asiste
al ultimo ensueño de una novia muerta . . ,
Juanita FERNhNDEZ MORALES.
Motivos d-e skmí)r^
Resulta más difícil de lo que
se cree el saber cómo ha de
portarse un hombre para hacer-
se un medio lug-ar en el mundo.
Si uno yp.-irenta talento ó ins
trucción, se acarrea el odio de
todos los ignorantes envidiosos
porque lo toman por soterbio y
capaz de cosas grandes. Si al
contrario, se mue^stin humilde y
modesto, lo desprecian por inú-
til. Si ven, que es prudente y
detenido, lo toman por traidor
y vengativo. Estas considera-
ciones, pesadas con madurez y
confirmadas con tantos ejemplos
como abundan, le quitan al hom-
bre todo sentimiento de bondad,
liaciéndolo el más exagerado in-
dividualista.
Las extravagancias liumanas
son tan antiguas como ridiculas;
Buenos Aires 2/912.
por consiguiente me guardaré
muy bien de creer que haya ha-
bido siglo en que los hombres
hayan sido cuerdos. Cada era
ha tenido su locura favorita. La
nuestra es de creer que somos
lo que no seremos jamás.
*
* *
¿Quiér.es son los filósofos ?
Unos hombres rectos y amantes
de las ciencias, que quisieran
hacer á todos los hombres odiíir
las necedades que tiene la len-
gua unísona con el corazón y
otras ridiculeces semejantes.
Vuélvanse, pues, los filósofos á
sus bohardillas y dejen rodar al
hombre de modo que á fuerza
de dar vueltas, se desvanezcan
las pocas cabezas, que aun se
mantienen firmes, y se convier-
ta el mundo en un hospital de
locos, que ese es su fin.
Esteban ETCHEPAKE.
— 177
~r
H Gakría ítifantil ^
"^"
Chita Sanst quz tenemos el gus-
to de presentar á ostedes^ y que
hoy desfila por esta ligera sec-
ciónt que APOLO» con general
simpatía» destina á los niños» atrae
verdaderamente la atención . . .
Los ni-
ños...! cabe-
lleras rubias
de ángeles»
hermosos
ojos que en-
cierran pro-
mesas de
ternura . * .
caricias ...
besos . . .
iQuíén
no ha senti-
do un ins-
tante la in-
fluencia de
la caricia
tierna y pu-
ra de la in-
fancia ... 1
¿ En qué
estará pen-
sando este
Plcrrot de
medio me-
tro de alto»
con su c&ri-
ta angelical
y sus cabe-
llos llenos
de harina ?
Probable-
mente esta-
rá curioso
por saber
qué hay dentro de la máquina
fotográfica que le ha hecho
abrir» tamaños» sus ojitos bri-
llantes* No por eso se ha olvi-
dado la coqueta de adoptar
una pose interesante y de arre-
glarse sobre la frente los bucles
de su cabellera» nada más que
para que adornen mejor su
preciosa carita» capaz de dar
envidia á las muy rosadas y
CHITA SANS
pintadas de sus muñecas» pues es.
la admiración de todos» quienes
le rinden cumplido homenaje á la.
belleza de que fué dotada por na-
tura» y que sin duda tal como está,
en el retrato» con su actitud pen-
sativa ; sus
grandes ojos
alzados» co-
mo si siguie-
ran una ri-
sueña visión
infantil ; su
gorrito con
borlítas cu-
briendo stf
cabellera y
su trajecito
para rendir
homenaje al
Dios Momo,
resulta una
belleza ideal
y exquisita;
un angelito
de Rafael»
escapado de
uno de sus
cuadros y
vestido de
Pierrot . . .
No duda-
m o s que
nuestras a-
mables lec-
toras al con-
templar á
este travieso
Pierrot, de-
searán cu-
brirlo de be-
sos» y... es muy posible que
la picarona las dejara hacer»
siquiera para acreditar su se-,
ráfica actitud» que la hace
todavía más bonita y atra-
yente.
Habría que elegir fragantes
flores y rimar versos primoro-
sos para hacer algo digno de
esta hermosa galería,
ESOJ.
— 178 —
"€l íllcázav d^ las Pavías"
Esta leyenda trágica, dividida
en cuatro actos, puesta en verso
por el gran poeta Francisco Vi-
llaespesa, antes áe ser estrenada
en el Teatro de la Princesa, lo
fué en Granada, Córdoba y Má-
laga, obteniendo en todas partes
clamoroso éxito. Cuando fué es-
trenada en la ciudad granadina,
los periódicos de aquella capital
relataron el argumento de la
hermosa leyenda. ¡Cuál no sería
la agradable sorpresa de Juan
García Goyena al cerciorarse de
que la obra escénica del renoni
brado vate se halla inspirada
esencialmente en la ieyenda de
igual título, de su original, pu-
blicada en 1905!
Efectivamente, en dicho año
García Goyena pul)licó un libro
titulado Al-lanhk-bar (Aiah es
grande), uno de cuyos primeros
ejemplares llegó á mis manos,
con amable dedicatoria del au-
tor, á quien hace años me une
verdadera amistad. Aquí debo
hacer constar que García Goye-
na es uno de los hombres más
bondadosos que he conocido; su
vasta cultura de literato corre
parejas con sus dotes de exqui-
sito poeta; su proverbial modes-
tia quizá sea causa de que al
presente no goce de envidiable
fama.
El expresado libro, que fué
por cierto muy celebrado por la
crítica, contiene cuatro leyendas
árabes, en prosa, absolutamente
originales, «pues él inventó la
acción y los personajes, asi como
sus caracteres y hasta sus nom-
bres, fuera de los puramente his-
tóricos, j aun éstos hubo de
amoldarlos á Jas circunstancias
de las ñlbulas por él ideadas, á
las que puso por nombres El
alcázar de las perlas, El etiope,
El homúnculo y El hebreo, in-
tentando reproducir en ellas to.
da la Granada morisca».
García Goyena, al enterarse
de la coincidencia, escribió una
correctísima carta á Villaespesa,
tan correcta como ^hábil, publi-
cada en el Heraldo de Madrid,
en la cual, entre otras cosas, le
manifestaba.
«Sirve de base á su obra el constante
(leseo de Alhamar, desde que subió al
trono, de dotar á Granada de un mara-
villoso alcázar asombro de las (gentes,
sueño de mag:niñuencia no realizado por
no encontrar artífice que lo UeVara á
efecto; la existencia en la ciudad morisca
de un alarife de clase humilde, Azhun a,
tenido por loco poniue en sus sueños de
arte cree ver en los aires alcázares sun-
tuosos por el construidos; la aproxima-
ción del Emir y del artífice, que se eom-
prcnilcn y sd unen para realizar la mis^
ina idea; los amores de Azliuna con 8o-
beya {hija de un rico comerciante grana-
diiioj, que le anima en su empresa y re-
presenta para el alarife el ángel de la
esperanza; la impotencia de Azhuna para
dar forma al alcázar soñado y la necesi-
dad de que recorra el mundo en artística
pcrejirrínación en busca del ideal ansiado;
la decisión de Sobeya de compartir con
él los pelig:ros del viaje; la realización
de este por ambos con asentiirtiento de
Alhamar y del padre de la joven, esposa
ya del alarife; el regreso de ambos á Gra-
nada al caer de una tarde sin haber con-
seguido su deseo, él abatido y ella siem-
pre esperanzada; su detención en la vega,
donde, al ocultarse el Sol tras los pica-
chos de la Sierra, formando fantásticas
visiones, mira Azhuna reflejarse en el cie-
lo los contornos del alcázar, que dibuja
rápido y tembloroso; la muerte de Alha-
mar y Azliuma sin ver la construcción del
maravilloso alcázar.
Esta es la parte esencial del argumento
de su celebrada tragedia y esta misma esl
la de mi leyenda. ¿Qué existen diferen-
cias entre ambas obras? ¿Qué duda cabe,
siendo usted el autor de la tragedia?
Usted, huyendo de la sencillez de la
leyenda, no. apropiada para la escena, en
derredor de estos personajes ha creado
otros dignos de la corte de Alhamar y ha
Ideado otra acción secundaria, más plás-
tica, por la cual Sobeya es perseguida por
el i)oderoso y rebelde Abu-Ishac, que ase-
sina á Azhuna, á quien roba los planos
del alcázar; el que, á su vez, es asesinado
por Sobeya, que recupera éstos y que to-
ma asi venganza de ia muerte de su ama.
I7Q —
do; además, usted hace hablar á los acto
res en magrniftcos versos, en contraposi-
ción con la humilde prosa de mi leyenda;
pero todo esto, que indudablemente avalo-
ra la tra$|^edia, no es más que el marco de
la accióu principal reseñada, que es su
fundamento y esencia, y que, como llevo
dicho, fué creada, sin inspiración ajena
de ninguna clase, por mi fantasía
Siendo esto así, la cuestión á debatir
no puede ser más sencilla, circunscribién-
dose á estos dos extremos:
1.0 Kl autor que de tal modo se inspi-
' ra en otra obra, ¿debe pedir autorización
para pul)ltear la suya?
2.» Al publicarla, ¿debe hacer constar
en los carteles y en el libro la fuente de
su inspiración?
Respecto del primer extremo, mi crite-
rio es tan amplio que entiendo que si bien
por cortesía puede darse tal paso, literaria-
mente no es imprescindible, pues las ideas
deben ser de todos, y máxime de aquellos
que al acojerlas las avaloran mejorándo-
las. Pero no puedo opinar lo mismo res-
pecto del segundo extremo, pues los más
rudimentarios principios de ética literaria
exigen que se indique la procedencia de la
parte fundamental de un argumento y de
/ los personajes que en él intervienen cuan-
do han sido tomados con los mismos ca-
racteres y los propios nombres de otro au-
tor».
í)iez días transcurrieron desde
la publicación de la carta,, que
en parte acabo de transcribir,
durante cuyo lapso de tiempo
Villaespesa dio la callada por
respuesta, en vista de cuya con-
ducta, García Goyena, teniendo
en cuenta que ambos pertenecían
á la Academia de la Poesía Es-
pañola, y toda vez que con arre-
glo al caso S." art. 2." de sus es-
tatutos, uno de los fines de esta
corporación es el de fomentar
entre sus socios el espíritu de
confraternidad y solidaridad y
servir de arbitro en sus diferen-
cias, acudió al ¡lustre Presidente
de aquella, D. Alfredo Vicenti.
rogándole se sirviera adoptar las
medidas pertinentes al caso.
En este punto la cuestión, Vi-
llaespesa, desde Granada, dirigió
un telegrama á García Goyena,
publicado en el Heraldo de Ma-
drid, el cual, copiado á la letra,
es del tenor siguiente:
«Xada contesté á su carta fecha 16 por
parecerme prematura toda discusión mien-
tras V. no conozca mi Alcázar de las per-
las. Cuando la obra se publique, V. reco-
nocerá lo aventurado de sus suposiciones
En tanto no puedo prestarme á ningún gé-
nero de reclamo.— Villaespesa».
En verdad que á casi todo el
mundo sorprendió el desenfado
y bástala incorrección de Villa-
espesa, máxime tratándose del
demandante, cuya digna actitud,
desde el punto y hora en que
entablara el pleito literario, me-
reció generales alabanzas.
La contestación de García Go-
yena fué pronta y expresiva. Se
publicó en el Heraldo de Madrid
al día siguiente de haberse dado
á luz el transcrito y comentando
telegrama. He aquí la respuesta
de García Goyena.
«Muy señor mío: Recibo su telegrama,
y como en esta clase de cuestiones no
pneden seguirse dos procediinientos á la
Tez y yo, en vista de su silencio, ya -adop-
té el de los Tribunales, comenzando por
el literario de la Academia de la Poesía
Española, para continuar después por otros
si fuera preciso, no he de apartarme de
este camino por su tardía contestación,
que contiene frases desconsitleradas que
me han sorprendido mucho, pues no co-
rresponden á los términos en que me di-
rigí á usted, y que ye recogeré á §u
tiempo en forma adecuada»,
Pero afortunadamente la in-
tervención de la Academia de la
Poesía Española tan eficaz re-
sultó en este caso, — fui el prime-
ro en holgarme de ello— que la
publicación de las siguientes
epístolas, insertas en el repetido
y popular diario madrileño, puso
término al pleito literario segui-
do entre ambas partes litigantes.
— He aquí dichas cartas:
Señor D. Juan Gaicía Goyena.
Madrid.
Mi querido y admirado amigo: Deseo-
so de acabar de una vez la discusión que
involuntariamente hemos entablado, y
creyendo de justicia que el piiblico conoz-
ca su resultado, puesto que pública se hi-
zo, confieso espontáneamente, para su sa-
tisfacción, que entre los muchos libros
que consuJté para escribir mi tragedia ¡il
alcázar ríe los perlas se encuentra el tomo
primero de las «.Toyas de la literatura uni-
versal», con el titulo de Lit-^ratura árabe,
publicado por la Editorial Ibero-america-
na, de Barcelona, el eu.-tl contiene, entre
traducciones de los más famosos poetas
— i8o —
del Islam, dos admirables Leyendas ára-
bes puestas en prosa castellma— así dice
textualmente el libro— por Jnxn Garda
Goyena, y en una de estas leyendas, El
alcázar de las perlas, do un Siibor arábigo
prodigioso, encontré valiDSOs elementos
para la formación de mi trageifia.
Es natural que, de haber s.-ibido que
dicha leyenda era original de usted y no
una traducción, como indican los editores
de dicho libro, yo no hubiese vacilado en
declararlo asi, como lo hago ahora, des-
pués de nuestra cordialisinia entrevista de
ayer, entendiendo que el autor dramático,
cuando intenta escribir un trabajo histó-
rico, se ha aprovechado siempre de todos
los elementos que i)uedan dar á su obra
carácter y ambiente de é¡»oca. Y esta
misma declaración pensaba y pienso ha-
cerla en la autocrítica que se publicará al
frente de la edición de mi Alcázar de las
perlas.
En cuanto á lo que pudiera haber de
personal en este asunto, una vez deshecho
el error editorial que lo motivó, (lueda
completamente desvanecido, puestos de
relieve de una manera terminante su pro-
verbial corrección y caballerosidad y mi
buena fe; y felicitándole y felicitándome
por ello, le envío, con un fuerte apretón
de manos, el testimonio más sincero de mi
admiración y amistad inquebrantables.
Francisco Vii.laespesa.
Madrid, Diciembre 18, 911.
Señor D. Francisco Villaespesa.
Mi querido amigo; En vista de nues-
tra conferencia de ayer y de las nobles
manifestaciones consignadas en su carta
de hoy, ¿qué quiere usted que le diga? Que
desvanecido el error que motivó nuestras
diferencias, sólo me queda agradecer á
usted su correctísimo proceder y corres-
ponder á su cariñoso apretó:: de manos
con otro cordialísimo, repitiéndome de us-
ted, como en mi primera carta, su más
entusiasta admirador y amigo.
Juan- García Goyexa.
Madrid, Diciembre 18; 911,
El insigne Villaespesa, en ]a
autocrítica de El alcázar de las
perlas, publicada en La Noche,
importante diario de Madrid,
declara:
«El motivo inicial, la idea fundamenta-
de mi tragedia, surgió después de la lecl
tura de la famosa leyenda de El Lamina-
ni, preclaro poeta descendiente de los ara
bes sicilianos, que floreció en Túnez en el
siglo XI F y que fué huésped ilustre de la
corte de los nazaritas. El legado de Al-
hamar es Víiui maravillosa leyenda, digna
de ser bordada en oro en el velo negro
que cubre la Kaaba.
Alhamar agoniza en medio de la vega,
al salir al frente de sus huestes y acompa-
ñado de D. Enrich, aquel hermano aveii-
urero y bravio de D. Alfonso el Sabio, á
combatir á los walíes rebeldes de Málaga •
Gomares y Guadix.
En torno de su tienda se agrupan los
caudillos. Su hijo primogénito solloza jun-
to á la litera real. Alhamar, en trance de
muerte, le entrega su espada de pedre-
ría, su sello de oro y una misteriosa bol-
sa de cuero. El principe descubre en ella
la silueta de un alcázar é interroga al.
padre acerca de aquellos extraños trazos.
Alhamar, entonces, le cuenta que una
tarde, en la que cabalgaba por la vega,
tuvo de pronto, entre los últimos fulgores
del sol, la visión de un alcázar quimérico
que resplandecía en la cumbre de la Sie-
rra. Glav ') el acicarc á su p itro y partió á
galope; mas, á medida que avanzaba en
su carrera, ei alcázar se ib:i desvainjciendo.
¿N) piidj nacer de aquí aquello de Zo-
rrilla:
«hauzjse el fiero bruto con ímpetu vio-
lento?»
Murió el alcázar con el crepúsculo, y
Alliamar tornó á la ciudad, pensativo, lle-
nos los ojos dü la mágica visión encanta-
da. Venia la noche, cuan lo en una de las
alquerías do la vega es nu-hó el ulular de
la multitiiil y vio al populacho que ape-
dreaba á un miserable fugitivo.
Ante la presencia del en>ir, huyeron
las gentes. Descendió Alhamar de su ca-
bal^'adura y tenilió la mano al caído.
— ^Sólo Alhamar es capaz de dar su
mano á un leproso.
Y el miserable, diciendo esto al emir.
entrególe un pergamino, en el que apare-
cían las siluetas de un alcázar maravi-
lloso.
Esta leyenda de piedad y de ensueño,
del divino leproso y de la más alta glo-
ria de la casa del Naz.-ir, dominó mi espí-
ritu y fué el alma madre de mi tragedia.»
Pese íl la declaración de nues-
tro gran lírico, encerrada en su
autocrítica, yo creo, separándo-
me del juicio de algunos reputa-
dos críticos, que la principal
fuente de inspiración en que él
lia bebido para componer su her-
mosa tragedia, es la leyenda de
García Goyena, cuya influencia
es más notable, más decisiva que
la que puede repararse en la
maravillosa obra debida á la fan-
tasía del huésped ilustre de la
Corte de los nazaritas.
Así lo podrá deducir el discre-
to lector de todo cuanto impar-
cialmente he manifestado en el
ayuntamiento del pleito literario
habido entre Villaespesa y Gar-
cía Goj^ena.
*
* *
En mi concepto, el celebrado
i8i —
poeta de El mirador de Linda-
raja, aunque considerara la obra
de García Goyena como una tra-
ducción, debió solicitar de éste,
en virtud de lo que exigen los
más rudimentarios principios de
ética literaria, el competente
permiso para valerse de los im-
portantes elementos que ha uti-
lizado en su primar trabajo es-
cénico, toda vez que cualquier
traducción es digna de respeto,
máxime si se trata de la versión
en castellano de una obra de la
literatura árabe.
¿Cómo Villaespesa leyendo El
alcázar de las peídas de García
Goyena, pudo pasar inadvertido
que esta obra era fruto de la fan-
tasía de un escritor contempo-
ráneo? ¿Acaso no se fijó en las
llamadas á notas que aparecen
al pié de algunas de las páginas
de la leyenda? A veces dormita-
ba el buen Homero...
La conducta de Villaespesa
contrasta con la de dos jóvenes
literatos á quienes acaba de con-
ceder autorización para hacer la
parodia de su celebrada leyenda
trágica. La parodia, que proba-
blemente se titulará La casa de
las perras, se estrenará en breve
en uno de las principales teatros
madrileños.
Los parodistas no desconocen
los más rudimentarios princi-
pios de ética literaria...
*
* *
La bellísima obra escénica de
Villaespesa ha sido uno de los
más grandes éxitos teatrales de
nuestra época; noche tras n óche-
se ha representado y, como el
día del estreno, el nombre del
poeta siempre ha sido insistente
y calurosamente aclamado.
El asunto dramático de la
obra, tan bello, pese á los que de
nimio lo han calificado, aparece
envuelto en la magnificencia de
impecables estrofas líricas, de
castizos romances, de sonetos
magistrales, de kásidas y gace-
las, en los cuales vibra con mú-
sica deliciosa, ora la energía, ora
la ternura del alma apasionada
del glorioso autor de El espejo
encantado. Los versos en que el
legítimo sucesor de Zorrilla can-
ta la misteriosa poesía de las
fuentes de Granada, es de lo más
admirable que ha producido la
Musa castellana de nuestros tiem-
pos.
La interpretación no puede
resultar más afortunada: María
Guerrero, á guien el poeta debe
gratitud eterna, nunca ha dicho
versos con tan pasmoso dominio
de su arte; Díaz de Mendoza, en
el papel de Azhuna^ sobrio al
par que delicado; los demás ac-
tores muy discretos.
Dos veces he visto la obra, de
Villaespesa, y, si muchas más la
viere, siempre saldría profunda-
mente emocionado al influjo de
su maravilloso estro, pero nunca
la influencia de tantas bellezas
me perturbarían el ánimo hasta
el extremo de ser injusto...
Francisco de IRACHETA.
Madrid, á 13 de Enero de 1912.
«♦»
— l82
La catili^a d^l dolot
De « plopcs de lys
¡Así lo quiere el destino
que tu sigas el camino
y yo mi camino siga "
Toma en la copa mi vino. . .
Yo tomaré de tu lino,
y andando por el camino
cantando iré mi cantiga. —
Asi lo quiso el destino
que te encontrara á la vera
florida de mi camino. . . .
Un ruiseílor hizo un trino
y se voló á la pradera. . . .
Hace mucho que sabía
esa suave melodía
que cantara el ruiseñor.
Yo, decírtela quería,
y el destino se oponía. .
Para Apolo.
1011.
Se la dije al ruiseñor
y el ruiseílor de aquel trino
hizo un canto fino. .. .fino. . .
tan fino que era de amor
j Así lo quiso el destino ! . . .
Andando por el camino
recuerda de mi cantiga. . . .
Yo, tejeré con tu lino
la cantiga de dolor
para que nadie me diga
que no cuido de mi amor.-
Tú, sigue por el camino
hasta que llegue y te diga
alguno, que se mitiga
tu dolor con otro vino ;
pero nadie en el camino
te dirá de mi cantiga . . .
¡ Así lo quiere el destino ! . .
Emilio TRÍAS DU PRÉ.
«♦»
T^attos
Iios teatros reabren sus puertas. El
«alor declina, el frío avanza paulati-
namente. Las gentes abandonan las
playas para buscar abrigo y distrac-
ción en los espectáculos teatrales. El
año se presenta con halagadoras pro-
mesas novedades en todos los campos.
Para todos habrá satisfacción.
SOLIS, ofrece un agradable espec-
táculo. La compañía de óperas y ope-
retas que allí funciona desde el jue-
ves 14, compuesta por elementos en su
mayoría jovencitos, ha despertado el
mayor interés en nuestro público. Las
obras son puestas en escena con todo
lujo, mereciendo bastantes aplausos
su director artístico, señor Arnalrto
Billand. Figura como director de or-
<iuesta y maestro concertador el señor
íínrique Giusti
URQUIZA— Sagi Braba, el feliz barí-
tono á quien nuestras cazueleras siem-
pre miman, está conquistando, en
compañía de su inseparable tiple se-
ñorita Vela, los mayores éxitos de
boletería... Nada diremos de la labor
artística de estos simpáticos cantan-
tes, pero del resto de la compañía...
Sagi sabrá porquo lo trae.
18 DE JULIO— Zarzuela, género chi-
co. Buen elemento y mejor dirección.
Perdiguero ha sabido seleccionar un
conjunto que pueda satisfacer á los
innumerables attcionados á este gé-
nero teatral.
Juanita Eamón y Mercedes Díaz, ti-
ples ya conocidas y con muchos ad-
miradores ; Perdiguero, del cual no es
necesario hablar; Grotti, buen baríto-
no, que canta con mucho gusto, y
otros elementos que escapan á nues-
tra memoria, son suficientes para
acreditar á cualquier compañía de
zarzuela. Por ello, es lógico que
triunfen todas las noches... empresa-
rios y* actores
FROM.
— 18.-? —
r
"x
Garlitos Dighiero
Eti uti albutn...
Amor! — acorde dulcísimo
arrancado de un arpa celeste
por la mano de un ángel! Rayo
de esplendorosa luz desprendi-
do del trono excelso de Dios!
Grandioso y sublime sentimien-
to, ¿quién no ha sentido tu má-
gica influencia? Qué corazón no
ha palpitado al compás de tu
rítmica armonía? ¡Todo lo bueno
solo tú lo inspiras!...
Tara Afolo.
El que no ha amado no ha go.
zadolas delicias supremas de la
tierra; elque no ha amado no
puede comprender la inmensa
felicidad, el inefable encanto, la
magnitud grandiosa del senti-
miento sublime que encierra esta
sencilla palabra: ¡amorl
VIOLETA.
Febrero 19-1912.
' — l84 —
Poetas uruguayos
Emotiva
Para Apolo.
Reclinando sobre mi hombro su alba frente
Aureolada por la luz de ideal ensueño,
Preguntóme mi divina, dulcemente:
« i Cómo me amas ?, ¿ de qué modo ?, di, mi dueño 1 »
Adorable de abandono la inocente
Aguardaba mi sentir más halagüeño;
Toda el alma en las palabras y en !a mente^
Con purísima intención y con empeño, ;
Conmovido, y en la forma más sencilla:
« Yo te amo, — la juré — con la ternura
Con que suelen prodigar al avecilla,
— Prisionera, tremulante de pavura —
Nuestras manos». — Y su boca sin mancilla
Como gracia me brindó la criatura ! i
^adfe
Tres años hace que te fuiste
Sagrada, augusta madre mía ! '
Tres años hace que estoy triste,
Lo estaré' tanto todavía!
El amor de mi alma se resiste
A creerte demacrada, yerta y fría.
Oh, no! tu ausencia para mí reviste
Misterioso viaje del que un día
Tornarás cariciosa é inefable,
— E imprimirás un ósculo impalpable
— Sobre mi sien, marchándote á hurtadillas.
Oh, madrecita mía tierna y santa!
De que me beses la ansiedad es tanta
Que te aguardo, durmiendo, de rodillas ! ^
Raúl ERÚS. ;
Concordia, 1912. ^/ ^7 -^f ^f
»♦»
Nota de Redacción Jo Flores del alma y dedicada
á la seilora Otilia Schnltz de
La poesia de nuestra col abo- Galarza.
radora Violeta, que insertamos Quedan salvados el error y
en el número anterior, debía ^a omisión que involuntaria-
,¿aberse publicado con el títu- mente cometimos. ;
- i85 -
Idilio
A mi querida amiga Violeta con motivo de su
canto á « Las mariposas »
Las lindas mariposas de la ilusión te dieron
Sus vividos colpres, sus alas de tisú
Y de las blancas flores de su jardin huyeron
Para besar las flores de tu alba juventud,
¡Y que felices fueron
Cuando saber quisieron
Como cantabas tú!
Y el ave de las selvas, dulcísima y canora
Despierta entre las hojas del verde guavij'ú.
Cuando iba con sus trinos á saludar la aurora
Sintió que estremecido vibraba tu laúd.
Callóse de improviso
Porque saber quiso
Como cantabas tú!
Y tú, entre blancas nubes, cual misteriosa ondina,
Cual virgen de los cielos con túnica de luz.
Alzabas á los aires una canción divina
que trémulas dejaba las cuerdas del laúd,
Por eso, Carolina,
Soñaba el alma mía
Cuando cantabas tú!
B. C.
«♦»
P-erdonadm-e . . .
Para Apolo.
Señora, cuánto sufro en vuestro nombre La vida que desprecia el llanto vano
mi vieja soledad me causa miedo. se entreg'a enamorada al fuerte y sano ...
Si pudiera llorar... pero no puedo... ¡Despreciadme, Señora, despreciadme;
¿Es vergüenza, verdad, que llore un liom
H)re ? si me vierais llorar en vuestro nombre!
Si fuera un niño ... pero siendo un hombre
Señoia, por aquel nuestro cariño ¿es vergüenza, verdad, mas... perdonadme...
si vierais en mis nwclies cuánto escucho
llorar el corazón... í Oh llora mucho! Juan TALAlIONi.
¿ No es vergíLeuia, verdad, que llore un ni-
Iño ?
— i86 —
<r\ • • • •
Epistolario
. Voy a turbar nuevamente tu
silencio que ya parece el sueño
de los muertos.
Te quiero demasiado para no
disculparte, y tan demasiado que
bien podria decir de tí lo que
aquel viejo — rezador y creyen-
te — decia de ana otra : «Al cíelo
me iba dentrando Cuand©' me
dijo San Pedro Si no la olvida
no dentra, Y nif volví desde el
cielo. . . »
Tanto hace que no me escri-
bes ! . . .
Con una paciencia lieroica he
resistido tu silencio (y di<^o he-
roica porque asi debe llamai'se
cuando el cariño es grande).
Los días han pasado, se lian
sucedido los meses y con los me-
ses las estaciones.
Cuando me escribiste la últi-
ma vez era en el estío : los árbo-
les estaban prefiados de racimos,
flores risueíias bordaban la lla-
nura, y los pájaros preludiaban
amores mirándose en los crista-
les de las aguas puras. . .
Después... oh! después vino
el otoño con su séquito salvaje;
los árboles perdieron sus hojas,
languidecieron las flores, y los
pájaros se ocultaron en el bos-
que á llorar su amor perdido.
Luego vino el invierno frío, gla-
cial como la indiferencia misma,
y el corazón sensible y ávido de
expansiones herido por la incon-
secuencia
Violeta.
"Éxtasis"
Para Apolo.
Vivida imagen de la Venus griega
En dórica columna reclinada,
Un éxtasis á mi alma que te ruega
Brinda el célico azul de tu mirada.
Dime que amante hasta tu oído llega
El eco de mi voz apasionada;
Que con mi amor tu corazón se anega,
Ánfora sacra por mi fe exaltada.
Roja amapola de un ardiente estío
Tu labio selle sobre el labio mío
Nema profundo de cariño tierno,
Y, en el deleite que mi afán provoca.
Con el beso quemante- de tu boca
En mí sienta encenderse fuego eterno.
P"(sbre;ro 1©12
Adriano M. AGUIAR.
- i87 -
Azules
i)
Para Apolo.
¡ Azules, pero azules como el color del sueño !
—Son las pupilas tuyas de las que soy el dueño.
Pupilas que interrogan con su mirar profundo
Y que confraternizan con el plafón del mundo.
Oh pupilas amadas, celestes espejismos
asis donde apago la sed de mis lirismos ;
Hunque vosotras no me prestaréis ayuda
En esta lucha eterna en la q^e á veces duda
El pensamiento, y queda el corazón partido :
Tan sólo por ser vuestro dueño hubiera vivido !
(Pupilas de mirada celeste que me atraen
A donde el alma vuela cuando las carnes caen.)
Amada ¿no recuerdas cuando sentados juntos
A la vera del lago, dimos en ver los puntos
Suspensivos de una bandada de marinas
Aves, que trasmigraban Junto con tus divinas
Miradas errabundas . . . ¿ No recuerdas — querida —
Que te dije galante, con la faz encendida :
Señora, tus pupilas — sin que esto encierre halago —
¿Son hermanas del cielo... son gemelas del lago?...
Fernando SILVA VALDÉS.
■♦»
Tl^Clct ti
Para Apolo.
Única flor (le amor que he cultiraiio
en el Jardín de mi íntima tristeza,
y el rieg'o de mis lágrimas te he dado
en holocausto á tu gentil belleza;
¡no me abandones, no! piensa en mi vida,
tan triste como un árido desierto,
— ¡qué soledad después de tu partida! —
y aun cuando vivo yo me siento muerto.
Tú eres oasis de esa triste vida,
y un eco en mi constante soledad.
Tú eres sangre que pierdo de una herida...
contigo arrastras mi vitalidad.
Eras lumbre y calor al almajmía
en las noches sin luz de mis desvelos.
Eras la blanca claridad del dia
que esmalta de matices á los cielos.
¡Pero has partido ya! Sólo me resta
morir de frío en medio del desierto.
— Tú eres un Sol brillante allá en su pnesta-
Se han secado las flores en mi huerto.
Silva SERRANO.
-. ■■ .!•:
— i88 —
Deseos
Para Apolo.
Dormir comG el teru-tero,
ha] o la ceiha florida
■donde, aun, no ha entrado el Pampero
ni la luz de algún lucero,
¿Es anhelo de otra vida?
Dentro de déhil harquilla,
seguir la mansa corriente
de algún arroyo en (¡ue hrilla
la verdura de la orilla
i Es anhelo de demente ?
Lihar de la lechiguana
la miel, gue guarda entre el cardo,
lu3har con la verde iguana
¿no es la vida americana?
¿no puede anhelarla un hardo ? ...
Si: es la vida gue he anhelado,
:para amortiguar congojas,
hoy gue el tiempo se ha llevado
mi infancia y un ser amado,
como el Otoño, las hojas.
Ya, gue nada ha fenecido .
en mi vivir de ilusiones
¿ por qué no he de hallarme henchido
de deseos gue han. nacido
en medio de las pasiones? . . .
Sólo, á mi Destino ruego
gue, en la lid de un cataclismo,
no apague ese tenue fuego,
aungue guede sordo y ciego, , -
hundido en profundo ahismo. '
Pedro MASCARÓ y REISSIG.
Montevideo, Diciembre de 1911
lU misa «st
.''-íic?
Para Apolo.
;^
Mi pensamiento peca en tus encantos
con la iuoceiicia de un amor culpable,
y mis ojos Uiipúdieos profanan
en vértigos lascivos y cobardes:
¡el virg^íneo blasón de tus pudores
y la nieve impoluta de tus carnes!...
La plástica belleza de tus formas
nevada de prestij^ios virginales,
con la fascinación de sus hechizos
y el mórbido perfume de sus carnes,
me supi-imen tan hondo, que bien c#eo
que un instinto de locas pubertades:
¡ en la redoma de mi ser dan vida
al fauno de las viejas saturnales !..
Y te amo con la roja decadencia
•de un sátyro provecto... y en los parques,
donde más se complican mis deseos,
y es más firme tu amor inexpugnable:
¡ germinan por mí ser todas las fiebres
de los siete pecados capitales!..
Si tu invicta belleza es el estímulo
de mis largos insomnios contumaces;
si el vértigo sensual que me corroe
en la ilusión se atreve á profanarte:
¿cómo cambiar en un amor platónico
la ingénita lujuria de mi sangre?..
Yo soy tan inocente de mi mismo,
que mi pasión al adorar tu imagen,
aunque bien lo quisiera, no podría,
en un amor ideal transfigurarse:
¡ porque rueda el ideal hecho pavesas
aute el grito supremo de la cariie !..
JusÉ M. DE ANGUITA ZEBALLOS.
-i
■ '4
'i
Ilos.
co
sas N^
END