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Full text of "Apolo [microform] : revista de arte"

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RPOLO 


I^EVISTR  DE  f\RTE: 


</ 


DIRECTOR-REDACTOR 


Manuel  Pérez  y  Curis 


4    I 


2v£03sra?:E:'^ri3DE!o 


FEBRKRO.  -  1  006 


u 


Obras  de.M.  Pérez  y  Curis 


PUBLICADA 


La  CaíVcióa  de  las  Cjusálidas.-— El  Poema  de  la 
Car>e.  (Poesías). 


ESCRITA: 


Heliotuopos.  ( Poesías ). 


EN    PREPARACIÓN: 


Rosa  íginea.  ((cientos  realistas). 
Alma  de  Idilio.  (Poema). 


m]0 


De  venta  en  todas  las  librerías 


20  CENTESIMOS 


lia  correspondencia  á  Manuel    PéresE    y    Caris 

MONTEVIDKO 


APOLO 


REVISTA  DE  ARTE 


Director-Redactor:   MANUEL  PÉREZ  Y  CÜRIS 


3£0]VTEVir>E0,    r'ol>i'er'o  <le    1 OOO 


Liminaria 


ii) 


La  dpoca  es  de  lucha  y  de  trir?- 
teza.  Ahajo,  cu  los  légamos  impu- 
ros, las  mediocridades  vocean  el 
efímero  triunfo  de  los  viles  que 
se  arrastran  como  reptiles  grotes- 
cos, desafiando  la  majestad  de  lo 
noble  y  de  lo  bello;  y  surge,  como 
por  ensalmo,  con  ostentaciones  de 
artista  y  plétora  de  ficciones,  ese 
aptérix  del  torpe  diletantismo  im- 
potente y  presumido. 

Aptérix  hosco  y  deforme,  él  mi- 
ra con  el  dolor  de  la  envidia,  el 
vuelo  del  jíguila  de  la  idea  por  las 
cimas  de  la  gloria  solemnes  y  lu- 
minosas como  un  biselio  del  arte. 

Y  á  las  almas  conscientes  y  sin  ■ 
ceras,  no  indignan  su  estulticia  y 
zafiedad  sino  sus  actitudes  de  pa- 
vo real  vanidoso. 


il)  Ti  rniinadns  estas  finsos  üminaros,  he  sabi- 
do que  lili  poridfiiqíiillo  clerical  y  \wv  ende  Iii- 
lii'icrita  y  timorato,  lelcgado  al  más  bajo  esca'i'm 
(le  la  inepcia;  sostenido  como  un  exvoto  por  las 
nimias  refractarias  á  la  Verdad  y  al  Honor;  si- 
mii  ador  de  todas  las  grandezas  y  sabedor  de 
tollas  las  ruindades;  obscuraiuisa  como  sus 
patronos,  por  necesidad,  ponjue  do  ello  de- 
pende sil  existencia  de  bestia  avara  y  voraz,  no 
sólo  im'uil  para  las  gentes  ignaras  sino  también 
inculcador  de  doctrinas  imiy  retrógradas  en  un 
)iaís  tan  liberal  como  el  nuestro;  que  uno  A  mo- 
do de  episcoiiologio  impuro,  groiesco,  desgra- 
ciadamente enfático;  evocador  del  fango  en  «¡iie 
predica  y  jiredicaiá  mientras  viva;  digno  al  fin 
de  coiimiseíacií'in  ú  olvido,  (¡iie  conmiseración 
y  olvido  Concedo  yo  como  escritor  libre  y  fuer- 
te á  las  ¡nnocuas  mediociidades  activas;  que 
una  rcvuf  jmur  rirc,  en  fin,   me  nonibn'i,  calbuc- 


La  estulticia  es  digna  de  com- 
pasión. 

La  vanidad  suele  ser  la  expre- 
sión antitética  del  eunuco  de  ta- 
lento velada  por  un  tul  de  hipo- 
cresía. 

En  esta  época  de  odios  y  de 
egoísmos,  surge  Apolo,  sincero  en 
su  desnudez  que  rechaza  de  esa 
hoja  de  parra  encubridora,  el  atri- 
buto de  moral  ficticia. 

Ojos  hostiles  seguirán  su  mar- 
cha 

Almas  sinceras  amarán  sus  pá- 
ginas. 

Y,  en  plena  lucha,  cantará  Apo 
LO  la  rebeldía  ingente  de  las  al- 
mas bajo  la  gloria  épica  del  sol. 

M.  PÉRKZ  V  CURIS. 


neando  shmcamenie  sobre  mi  cuento  s  A  linas  Vo- 
hililes»  aparecido  en  La  TrUatna  Pupular  del 
día  r.^  del  mes  pasado. 

Leyendo  esa  scudocítira  custodiada  por  acó- 
litos y  abi'ilicos,  podrá  el  lector  apreciar  la  ver- 
dad de  estas  fiases. 

Yo  lie  admirado  nuevamente  el  encanto  axio- 
mático de  estos  versos  de  l>íaz  Mirón: 

¡Odio   que  la  olisciira   escama 
profesa  á  la  iluina  espléndida! 
; Inmundo  rencor  de  ortigal 
¡ICteina  y  mezquina  guerra 
de  todo  io  (jiie  se  arrasíra 
contra  lodo  lo  que  vuela! 

Y,  en  un  gesto  de  dcsdi'-n  hacia  los  obsciiran- 
listiis  y  los  débiles,  n'produzco  boy  acjuel  cuen- 
to, como  réplica  más  elocuente  y  discrela. 


—  2  — 


Sinceridades 


(DIARIO    DE    UN    HOMBRE) 

Peri?pecllva. 

Enero  J.°  de  1906. — Aunque  me  cuesta  creerlo,  tengo  ante  mí  la 
perspectiva  de  año  sin  nada  de  común  á  los  demás  hombres,  llevado 
por  las  circunstancias,  y  quizás  por  mi  idiosincracia,  más  por  esto 
que  por  otra  influencia,  personal,  como  soy.  en  todas  mis  cosas;  lle- 
vado, como  lo  he  sido,  á  un  tácito  renunciamiento  de  las  generalida- 
des humanas  en  sus  manifestaciones  sociales  y  sicológicas,  la  amis- 
tad, el  amor  y  hasta  el  arte. 

Del  teatro  y  de  la  vida. 

Esta  noche,  como  todos  los  domingos  y  días  festivos,  en  los  que  no 
se  trabaja  en  el  diario  en  cuya  i'cdacción  ocupo  un  ]Miesto  de  cro- 
nista, he  ido  al  teatro.  Asistí  á  la  representación  de  «Las  Estrellas», 
un  chistoso  juguete  cómico-lírico,  según  los  programas.  Se  trata  de 
un  padre  que,  contra  los  deseos  de  su  mujer,  lleva  á  sus  hijos  hasta 
el  camino  ele  la  gloria,  como  él  dice.  Tiene  un  casal,  y  dedica  la  hija 
al  teatro  y  el  hijo  al  toreo.  Como  resultado,  silban  á  la  muchacha  y 
apalean  al  muchacho'.  Y  los  tres,  en  una  noche  fría  y  sin  luna,  al 
dar  las  doce,  vuelven  fracasados  del  camino  de  la  gloria  á  cobijarse 
en  la  caliente  y  amorosa  tranquilidad  del  hogar.  El  público  rió  ano- 
che, y  creo  que  reirá  siempre,  de  este  final,  encontrándolo  gracioso, 
muy  cómico.  Yo,  no  sé  si  por  estado  de  ánimo,  lloré  casi,  sentí  hú- 
medos los  ojos.  Es  que  á  mí  la  vida  me  ha  ensoñado  otras  cosas  ó 
yo  tengo  un  modo  raro  de  juzgar  sus  menores  sucesos.  Foresto,  qui- 
zás, veo  todo  al  revés  que  los  demás,  y  suelo  reir  cuando  otros  lloran 
ó  llorar  cuando  otros  ríen.  IMcu  que  así,  y  todo,  he  visto  muchas  co- 
sas en  la  vida.  Y  sobre  el  mismo  tema,  ¡cuántos  fracasos  dolorosos 
he  podido  ver  ya,  al  empezar  recién  la  etapa  de  los  veinte  años! 
¡Cuántos  tristes  regresos  del  camino  de  la  gloria  me  han  rozado  en 
este  sarcástico  juguete  cómico-lírico  que  se  llama  vida! .  .  . 

Lnz  que  pasa. 

Yo  también  vengo  de  vuelta.  Antes  me  sentía  artista,  y,  diaria- 
mente, pensaba  y  escribía  como  tal.  Hoy,  después  de  mis  relaciones 
con  Muñeca  y  con  Mimí,  la  virgen  soñadora  y  vaga  en  sus  deseos,  y 


—  a  —  I 

la  prostituta  de  sensualidades  enervantes;  luego  de  estas  dos  mujeres 
que  me  arrastraron  hasta  hacerme  naufragar  en  la  vorágine  pertur- 
badora de  las  pasiones  del  corazón,  la  una,  y  de  los  sentidos,  la  otra, 
soy  otro.  Tengo,  como  todo  intelectual  de  alma  enferma,  los  des- 
alientos melancólicos  del  pesimismo,  las  rebeldes  altiveces  del  lu- 
chador y  el  fatal  nilismo  de  la  duda,  la  desesperanza  y  el  descrei- 
miento del  ideal.  Desapareció  ya  en  mí  el  frío,  el  sereno  analizador, 
el  audaz  teorizador  de  la  vida  y  sus  cosas,  el  orgulloso  mental  que 
vivía  asegurando  que  el  amor,  era  una  esclavitud  moral,  un  limita- 
miento  de  la  idea  y  de  la  acción,  del  que  el  intelectual  debía  liber- 
tarse, y  la  mujer  un  perjuicio,  cuando  no  se  aceptaba  como  utilidad 
física  ó  como  recreo,  por  su  belleza,  de  artista  que  admira  y  siente 
su  hermosura.  Fugaz  meteoro,  pasó,  dejando  apenas  un  leve  trazo 
de  su  luz. 

Ángel  C.  MIRANDA. 

Cuarto,  Enin-o  19  do  190G. 


Pon  algo  de  Inz  divina .  . . 


El  anior  no  pide  glorias,  el  amor  no  pide  galas, 
El  amor  es  silencioso  porque  vive  de  quimeras;  I 

El  amor  es  como  un  ángel  que  lleva  sobre  sus  alas 
Todo  un  mundo  florecido  de  lujosas  primaveras! 

Por  eso  voy  jubiloso  buscando  el  antro  en  que  esperas 
\  en  donde — flor  de  las  tumbas — en  un  perfume  te  exhalas; 
El  amor  es  silencioso  porque  vive  de  quimeras, 
El  amor  no  pide  glorias,  el  amor  no  pide  galas! 

Con  tu  lumínica  gracia  quiero  enflorar  las  oscuras 
Nostalgias  en  que  sollozan  mis  ya  mustias  primaveras .  .  . 
¡Pon  algo  de  luz  divina  sobre  mis  ansias  impuras, 
^  condúceme  en  el  vuelo  sonámbulo  de  tus  alas! ... 
¿No  ves  que  voy  jubiloso  buscando  el  antro  en  que  esperas 
Y  en  donde — flor  de  las  tumbas — en  un  perfume  te  exhalas?, 

Francisco  Alberto  SCHINCA. 

Montevideo.  ' 


_  4  — 


tt 


I/iturgia   sentimental " 


EN    LA    SOMRRA 


Estoy  solo.  Solo,  sin  tí,  que  me 
iluminas  y  que  me  alientas,  en  es- 
ta tenebrosa  sombra  de  mi  desti- 


Liiis  Kobcrto  Roza 


no  ... .  Medito.  Mi  cerebro  vigila, 
como  un  águila  en  acecho,  sobro 
una  cinnbre.  Y,  dentro  de  mí  mis- 
mo, el  corazón  ruge,  como  \\n  vio- 
lento mar  airado  que  se  desboca... 
Mis  pupilas  están  áridas,  como 
ima  maldita  flor  sin  riego,  y  sien- 
to en  mi  cuerpo  la  agitada  vibra- 
ción de  mis  nervios  en  crisis  . .  . 
¡Estoy  solo!  ¡Qué  triste  estoy,  mi 


bien!  Soy  como  un  árbol  joven 
floreciendo  en  un  páramo,  sin  una 
mano  compasiva  que  riegue  su 
tronco  enhiesto,  sin  una  alegre  en  - 
ravana  que  acampe  bajo  sus  ra- 
mas. 

Y,  tó,  viajera  golondrina,  vas 
pasando  ...  y  yo  aguardo 
tu  trino  que  me  extasía, 
tu  sonrisa  que  me  cauti- 
va. Pero,  soy  hosco,  al 
tivo  como  un  roble  de  la 
selva.  No  oirás  nunca  de 
mis  labios  la  frase  que 
envuelve  una  ternura,  ni 
la  canción  que  rimarán 
mis  suspiros... 

¡Dios  mío!  Las  manos 
sobre  mis  sienes  que  pal- 
pitan   cqino     un    volcán, 
fijas  mis  pupilas  en  el  ¡n- 
menso,  en  el  infinito  va- 
cío en  que  me   envuelvo 
como  en    un     nimbo    de 
sombra,  oigo  que  alguien 
me  llama,  de  muy   lejos, 
con  una  voz  suplicante  y 
lejana,  como  una  leve  pal- 
pitación  de  alas...  ¿Eres 
t6  acaso?  ¿Tu  impalpable 
espíritu  pasa,  dejando  una 
rauda  estela  de  risas,  que  forman 
.cual   un  collar  de  notas  y  de  ar 
m  )MÍas?  . . .  ¡Quién  sabe!  ¡Tal  vez 
si  en  estas  horas  de  sombra,  tu 
sueñas.  .  alma  mía! 

Llueve.  ¡Oh!  Nunca  esa  lluvia 
icrá  más  intensa  que  las  lágrimas 
que  encerradas  llevo  en  mis  pu- 
pilas! 

En  la  calle,  ni  un  eco.   Sólo  el 


5  — 


tintineo  quejumbroso  del  agua  ca- 
yendo sobre  las  planchas  de  zinc. 
lQ,aé  tristeza  hiela  mi  vida,  esta 
mísera  vida  que  arrastro,  sin  una 
luminaria  que  me  guíe  en  este 
océano  solemne,  infinito,  sin  un 
espejeo  de  sol,  sin  una  estrella 
que  se  mire  en  sus  ondas  serenas! 
En  mi  vaso  de  l^ohemia,  los 
juncos  y  las  campánulas  tiemblan. 
Y  yo  pienso  en  tí,  que  eres  una 
flor  de  altar  en  tu  lilial  blancura; 
acerco  mis  ardorosos  labios  á 
su  3  corolas  húmedas,  y  me  ima- 
gino te  beso  á  tí,  que  esas  flores 
u  quienes  consagro  mis  cuidados, 
tienen  algo  de  ti  misma,  de  tus 
labios,  de  tu  alma... 


II 


levp:ndo   un  poema... 

Lo  leí...  Cerré  los  párpados,  y 
en  mi  pecho  sentí  como  un  rumor 
de  alas  desplegadas.  Había  como 
la  condensación  de  una  angustia. 


de  un  sollozo  mudo  ahogado  en  la 
garganta,  de  una  suplicante  im- 
ploración en  aquel  poema,  res- 
plandeciente de  dolor  y  de  espe- 
ranza. 

Y,  después  de  esa  sombra  que 
negreaba  mi  espíritu,  vi  entrar  in- 
tangibles visiones,  pálidas  flores- 
cencias que  constelaban  en  el  cie- 
lo de  mi  cuarto.  ¡Ah!  Eran  tus 
ojos  que  veía  en  sueños,  alma 
mía,  tus  ojos  que  iluminaban  la 
noche  de  mi  vida,  como  benignas 
estrellas  compasivas,  como  flotan- 
tes mariposas  de  luz  en  medio  de 
la  tempestad.  ¿Y  el  poema?  Era 
tu  recuerdo.  Tu  imagen  que  ado- 
ro, así  tan  piadoso  como  un  ermi- 
taño adorando  una  reliquia.  ¡Ben- 
dita seas  tú,  que  vienes  á  conso- 
larme en  esta  horrenda  vigilia 
que  me  aniquila,  que  gasta  mi  ju- 
ventud, mi  juventud  sin  un  des- 
tello que  la  alumbre,  sin  un  alma 
que  reciba  su  imploración! 

Luis  Eobkrto  BOZA. 


Presentida 


Hay  la  soberbia  iiioibidoz  de  un  bello 
Tulipán  deBizancio  en  tus  pupilas, 

Y  en  el  niamióreo  cutis  de  tu  cuello 
Cisneo,  un  encanto  de  nevadas  lilas. 

Hay  en  tus  labios  la  tremante  gloria 
De  un  arrebol  de  púrpuras  jjerenne. 

Y  una  como  balada  evocatoria 

En  la  harmonía  de  tu  cuerpo  indemne. 

¡Oh,  cómo  abrasan  encendiendo  amores 
Tus  palabras  de  luz!  Como  en  un  río 
De  ondas  de  fuego,  las  abiertas  flores 
Mueren  bajo  el  incendio  del  estío. 


¡Salve,  Ideal! 


Así,  al  arrullo  de  tus  frases  cálidas, 
Muere  mi  corazón  recién  abierto 
Cuando  al  rozarse  con  tus  manos  jiálidas 
Tiemblan  las  mías  y  tu  fiebre  advierto. 

¿Amas  la  gloria  del  amor?  Yo  espero 
Ver  al  rebelde  de  mi  amor  contigo . 
¿Que  eres  alma  no  más?  yo    te  venero. 
¿Que  eres  alma  y  cerebro?  te  bendigo. 

Tu  rebeldía  es  astro  que  fulgura 
En  el  cénit  de  un  cielo  arrebolado. 
¡Jamás  la  sombra  de  la  nube  impura 
Empañará  su  disco  inmaculado! 


—  6  — 


¡Oh,  tu  gesto  ño  amor  y  de  heroísmo! 
¡Oh,  tu  sonrisa  de  magnolia  erguida 
Tiene  el  espiritual  lieliotropisino 
De  la  verdad  por  la  calumnia  herida! 

Tú  evocas  en  miradas  oportunas, 
Flamas  livores  de  incendiarias  teas, 
Y  íila  belleza  de  la  forma,  adunas 
La  magnanimidad  de  las  ideas. 


¡Ah!  ¿Qué  espera  de  mi  tu  pecho  ardiente? 
¿Las  ficciones  de  un  hombre  que  lo  abrumen? 
No!  Yo  tengo,  mujer,  para  tu  fronte, 
Los  besos  ardorosos  de  mi  nimien. 

En  el  ocaso  de  las  luchas  mías, 
Factar  quisiera  con  la  airada  muerte; 
Y  caer  en  un  mar:  tus  alegrías. 
Como  un  albatros  amoroso  y  fuerte. 

Manuel  PÉREZ  Y   CURÍS. 


Ramiro  Blanco 


Engalanamos  las  columnas  de 
nuestra  Revista  con  ol  retrato 
del  distinguido   escritor    español 
don   Ramiro  Blanco, 
muy   conocido    en 
América   por  la  va- 
riedad de  cuentos   y 
narraciones   que  pu 
biican  coi!    frecuen- 
cia los  diarios  y    pe- 
riódicos. En  el  Plata 
se  hizo  conocer   con 
sus   amenas     «Notas 
españolas»,  y  á  más 
ha  ensayado  con  bas- 
tante éxito  el   teatro 
y     la  novela.    Entre    ;     • 
sus  obras  más    cono-     RarouoBjjiwo 
cidas  se   cuentan    la 
comedia   en   dos    actos  «L;i    do 
Málaga»,  los    juguetes    cóiuicos 


«Con  permiso  del  mando»,  «Don 
Juanito»,  «Los  primos  de  mi  mu- 
jer», «El    pecado   de    Adán»    y 
«Un  estucho.    Las 
novelas   «Ser  algo», 
«El  cercado  ajeno», 
<-  Las  mujeres  de  lan 
ce»,    cxLa    muerte  en 
un  beso»,  «Unsccre 
to  de   amor»,  «El  fi- 
lón de  oro»,  «¡Esta- 
ba escrito!»,  «La  es- 
posa  fea»,    «La   do 
inadora  de  fieras»  y 
el   tomo   de   cuentos 
«  Historia  de  doce  ti- 
mos». Como    hoine 
_  <  \    naje  á  su  fecunda  la- 

bor ofrecemos  hoy  á 
nuestros   lectores  este  dato  bio 
y-ráfico  de  su  vida  literaria. 


I/a  copa  del  olvido 


Kl  ll.>nlo  quecoiiiü  pur  tus  ojeras 
Xo  lavó  la  negrura  de  mi  duelo 
Y  en  la  fina  batista  de  un  jiañuelo 
Se  perdición  tristezas  agoreras. 
Xo  sabías  uii  mal.   Obscuros  velos 
Cruzaban  por  la  tarde  cual  severas 
Reflexiones  de  Dios.  Ab!  si  pudieras, 
(Te  decía)  pensar  como  los  cielos. 


A  Medina  Betancort. 

Y  como  con  la  tarde  tu  serena 
Nostalgia  remontaba  hacia  la  luna 
Cual  á  una  copa  de  olvidar  la  pena 
Llegó  vibrando  del  salón  lejano 
Un  sueño  de  Chopín  como  un  hermano 
A  contar  sus  tristezas  una  á  una. 

VÍCTOR  BONIFACINO. 


—  7 


Bajo  los  ceibos 


A  Raúl  J.  Melgar  Diana. 
Fraternalmente. 


Después  de   un   momento   de 
silencio  Rodolfo  prosiguió  nue- 
vamente   su   conversación,  inte- 
rrumpida por  el  vuelo  atro- 
pellado de  una  garza,  blan- 
ca y  misteriosa. 

--No  seas  terca  María. 
Bien  sabes  tú  que  mi  cora- 
zón no  alberga  ninguna  ba- 
ja pasión  mercantilista.  Él 
se  encuentra  depurado  de 
todo  ese  sedimento  de  mal- 
dades que  el  río  humano, 
en  el  correr  de  las  edades 
depositó  sobre  la  concien- 
cia de  los  seres  humanos. 
Si  te  hablo  de  la  necesidad 
de  amar  libremente  es  por- 
que entiendo  que  el  amor 
debe  manifestarse  así,  sin 
calculismos  mezquinos,  ni 
intereses,  ni  dogmas  socia- 
les. No  lo  concibo  legisla 
do  por  el  Estado  ni  por  las 
costumbres  de  los  pueblos. 
Pierde  todo  su  valor  y  sinceri- 
dad cuando  se  le  abruma  de  pre- 
juicios y  se  reparte  en  dosis  se- 
gún las  conveniencias  que  nos 
agitan  en  el  caos  de  las  fórmulas. 
Observa  de  lo  contrario  en  torno 
de  tu  persona,  en  esta  naturaleza 
agreste,  propicia  á  toda  manifes- 
tación de  vida  amplia,  si  existe 
alguna  ley  que  reduzca  en  lo  más 
mínimo  la  libertad  de  amar.  Esa 
multitud  abigarrada  de  pájaros 
que  pueblan  con  sus  gorjeos  y 


trinos  la  espesura,  va  cumplien- 
do con  la  necesidad  de  amar,  de 
rama  en  rama,  de  mata  en  mata. 


Perfecto  B.  López 

Hacia  cualquier  lugar  que  diri- 
jas la  mirada  verás  la  eterna  co- 
munión de  dos  naturalezas  con- 
trarias. Es  la  ley  inevitable  de  la 
vida  manifestada  por  los  seres 
que  pueblan  el  mundo  y  á  la  cual 
nadie  ni  nada  pnorlo  substraerse. 
Ea  trasmntnoión  del  todo,  el  mo- 
vimiento incesante  de  las  molé- 
culas en  la  creación  eterna  de  las 
formas,  radica  en  el  amor.  El 
implica  muerte  aparente  de  unas 
cosas  para  dar  vida  á  otras.  Es 


—  8 


su  esencia  por  ser  ley  de  la 
vúda,  la  integración  y  desintegra- 
ción de  la  materia. 

¿Nosotros,  reyes  de  la  creación, 
hemos  de  ser  los  únicos  en  el  con- 
cierto de  los  demás  seres  que  se 
agitan  dentro  de  las  mismas  in- 
fluencias que  nos  substraeremos 
á  la  vida?  Eso,  María,  es  ridiculo 
á  la  par  que  salvaje.  Deberíamos 
ser  los  más  favorecidos,  los  más 
libres,  impulsados  por  la  luz  de 
ciertos  cerebros,  y  en  cambio,  so- 
mos los  que  más  obstáculos  opo- 
nemos á  la  realización  de  nuestra 
misión  en  la  vida,  encerrada  en 
estas  palabras  del  evangelio:  "Cre- 
ced y  multiplicaos". 

¡Oh!  María,  medita  en  esto.  To- 
do es  transitorio  en  la  vida  de  los 
seres.  Estos  instantes  no  vuelven 
y  aunque  volvieran  ¿si  algo  se 
agita  en  tu  pecho  y  te  impulsa  al 
amor,  por  qué  no  amas?  Ante  un 
cielo  de  apoteosis,  en  la  hora  cre- 
puscular cuando  el  sol  rauriente 
arroja  el  oro  viejo  de  sus  rayos 
sobre  la  tranquila  campiña  oloro- 
sa; aquí,  cercanos  á  esta  corriente 
cristalina  que  ríe  sin  cesar  gozan 
do  el  placer  de  la  vida  libre;  en 
estos  instantes  on  que  la  brisa 
nace  para  herir  las  cuerdas  ocul- 
tas en  las  copas  de  estos  ceibos, 
sangrando  flores,  que  nos  brin- 
dan su  sombra;  cuando  desde  el 
más  inofensivo  insecto  hasta  el 
pájaro  de  más  hermoso  plumaje 
despiden  al  día  que  se  va,  ¿no  te 
sientes  dispuesta  al  abandono  de 
todos  tus  prejuicios?  ¿La  sangre 
no  se  enardece  en  tus  venas?  ¿Tu 
corazón  no  brinca  de  júbilo  ante 
la  majestad  imperiosa  de  este  pa- 
norama  que   se  desarrolla  ante 


nuestros  ojos  como  un  convite  á 
la  vida. 

Solos  estamos.  Ningún  ojo  hu- 
mano nos  av^ergüenza  con  su  fije- 
za escrutadora.  La  poesía  de  la 
vida  que  palpita  en  toda  la  crea- 
ción nos  habla  de  dulzuras  y  ter- 
nezas que  podemos  disfrutar  sin 
contrariar  í  las  leyes  naturales. 
¿No  ríes  ni  hablas?  Tus  ojos  en- 
tornados, la  actitud  de  tu  cabeza 
hermosa,  ese  suspirar  agitado,  me 
hacen  pensar  que  después  de  tan- 
tos meses  de  lucha  vas  conven- 
ciéndote .  .  . 

Rodolfo  calló  y  acercándose  á 
María  la  cogió  por  la  cintura,  la 
estrechó  fuertemente  contra  su 
cuerpo,  pintando  su  rostro  con  el 
fuego  de  una  multitud  de  besos. 
María  respondió  á  todos  ellos  y 
por  breves  instantes  fuertemente 
apretados,  fundieron  en  uno  solo 
sus  alientos,  contando  las  palpi- 
taciones de  sus  carnes. 

— No  vengo  á  violarte,  sí  á 
convencerte — prosiguió  Rodolfo 
casi  al  oído  de  María,  con  gran 
desfallecimiento  en  la  voz.  LTna 
palabra  de  tus  labios,  esa  palabra 
que  hace  tantos  meses  esperé 
febriciente,  para  vivir  y  amar. 
Responde.  La  noche  espera.  El 
sol  ha  besado  ya  la  comisura  le- 
jana del  horizonte  incendiado. 
Las  sombras  van  bajando  veloz- 
mente de  estos  árboles  y  en  el 
cielo  las  estrellas,  con  sus  brillos 
temblorosos,  escriben  el  misterio 
de  la  noche.  Vamos,  una  palabra, 
tan  solo  una  palabra  de  tu  boca 
para  ser  feliz. 

María  enmudecida  no  levanta- 
ba los  ojos  del  suelo  en  tanto  sus 
manos  jugaban  inconscientemente 


—  9  — 


con  la  hojarasca  que  los  vientos 
habían  desprendido  de  los  árbo- 
les. Rodolfo  interpretando  según 
sus  ideas  aquel  silencio,  enmude- 
ció dejando  que  sus  manos  ven- 
cieran la  última  resistencia  opues- 
ta por  María. 

—No,  eso  no,  respondió  ésta 
aprestándose  á  la  defensa.  Te 
quiero  mucho,  mi  amor  es  infini- 
tamente grande,  pero  no  puedo 
llegar  á  eso.  El  día  que  nos  ca- 
semos, seré  tuya,  únicamente  tu- 
ya. Hasta  tanto  eso  no  ocurra,  no, 
m'l  veces  no.  Antes  la  muerte  que 
la  deshonra. 

Gruesas  lágrimas  corrieron  á  lo 
largo  de  sus  mejillas  enardecidas 


y  Rodolfo  desistió  de  sus  propó- 
sitos. Se  incorporaron  luego  do 
sus  asientos  y  sin  cambiar  ni  una 
sola  palabra  salvaron  la  arbole- 
da, y  ya  en  plena  campiíía  aturdi- 
da por  el  redoblé  de  los  grillos  y 
el  cló-cló  de  las  ranas  de  los  pan- 
tanos, se  encaminaron  en  direc- 
ción á  las  casas.  El  día  había 
sido  hermoso;  mas  la  eloouenci;i 
de  la  vida  no  pudo  desgarrar  del 
cerebro  de  María  el  velo  de  sus 
preocnpaciones.  Persistía  en  sor 
honrada  aunque  el  amor  le  exi- 
gía otra  cosa. 


Perffxto  B.   LÓPEZ. 


Montevideo,  lí)05. 


I/iteratura  y  filosofía 


Roberto  de  las  Carreras  es 
uno  de  los  pocos  escritores  que 
en  nuestro  ambiente  siente  con 
intensidad  el  arte  y  maneja  há- 
bilmente el  estilo.  Poco  com- 
prendido entre  nosotros;  zaheri- 
do por  la  burguesía  á  quien  sien- 
ta mal  sus  producciones  vigo- 
rosas y  valientes;  inhibidas  de 
todo  bajo  preconcepto  utilitario, 
es  un  verdadero  esteta  en  el  más 
amplio  sentido  de  esta  palabra. 
VA  libro  que  nos  ocupa  y  del 
cual  es  autor,  es  la  mejor  prueba 
de  lo  que  dejamos  afirmado.  En 
todas  las  páginas  que  lo  compo 
nen,  de  las  Carreras  no  sólo  ha 
hecho  derroche  de  ese  exquisito 
sentimiento  que  lo  caracteriza 
como  escritor,  sino  que  también, 
en  un  desborde  de   majestuosas 


Psalmo  á  Vemis  Cavallieri. 

metáforas  nos  hace  evocar  el  pa- 
sado, ese  pasado  ya  muerto,  por 
cuyo  reinado  brega  incansable  y 
que  hizo  de  la  risueña  Heliado, 
la  región  de  la  Belleza  supremri, 
el  reino  de  la  luz,  de  la  vida  y 
de  la  alegría  misma,  imperecede- 
ra y  siempre  triunfante. 

«Psalmo»  no  es  un  libro  des- 
tinado á  estudiar  lo  complejo  de 
la  vida  moderna,  las  miserias  y 
desigualdades  sociales.  Pertene 
ce  únicamente  á  lo  que  fué. 
Aunque  expresión  sincera  de  un 
entusiasmo  idolátrico  hacia  una 
mujer  que  pasó  triunfante  por 
la  ciudad  divina,  en  una  loca 
carrera  de  amor,  es  todo  él  una 
imprecación  al  pasado  risueño 
que  ya  no  volverá,  porque  en  el 
presente  se  vive  una  vida  mer- 


10  — 


cantilista  y  es  el  corazón  una 
viscera  y  el  placer  una  pasión 
que  sólo  el  oro  satisface.  Satu- 
rado con  los  perfumes  de  las 
rosas  de  Amátente,  con  cinamo- 
mo y  mirra,  sabe  á  mieles  añe- 
jas y  á  pecados  helénicos,  pe- 
cados divinos,  donde  intervienen 
las  carnes  estremecidas  por  el 
deseo,  los  labios  temblorosas  por 
la  fiebre  de  los  besos  y  los  se- 
nos palpitantes.  Todo  él  respi- 
ra amor,  pero  un  amor  sensual, 
como  chispas  de  fuego  de  un 
deseo  irreductible  q\ie  extenúa  en 
las  largas  noches  de  insomnio. 
Es  sencillamente,  y  para  concre- 
tar todo  su  valor  en  unas  pocas 
frases,  hermosamente  divino.  En 
otro  país  que  no  fuera  el  nuestro, 
hubiera  bastado  la  publicación 
de  «Psalmo»  para  que  el  éxito 
coronara  el  esfuerzo  del  artista 
y  de  las  Carreras  recogiera  la 
palma  simbólica  con  que  los 
antiguos  sabían  premiar  al  ta- 
lento. Aquí,  entre  una  turba  de 
vociferadores  de  oficio  y   de  im- 


potentes cerebralmente,  el  libro 
será  condenado  y  su  autor  verá 
acribillada  su  reputación  de  ar- 
tista que  siente  la  belleza  y  sabe 
traducirla  en  párrafos  que  se- 
mejan block  de  mármol  del  pen- 
télico,  por  aquellos  que  nada  han 
hecho  y  en  los  corrillos  de  café 
levantan  y  hunden  reputaciones 
y  talentos;  «Psalmo»,  volvemos 
á  repetirlo,  no  es  para  un  am- 
biente como  el  nuestro,  donde 
no  existe  criterio  crítico  ni  me- 
nos aán  facultades  analíticas  y 
donde  cada  cual  se  cree  un  Dios 
capaz  de  la  concepción  de  nue 
vos  mundos.  Con  todo,  de  las 
Carreras  sabe  con  qué  bueyes 
ara  en  el  país  y  de  qué  manera 
debe  tratarlos. 

«Psalmo  á  Venus  (Aavallieri» 
es  un  verdadero  libro  de  arte,  una 
especie  de  cofre  donde  du  me  el 
pasado  sensual,  lleno  de  vida  y 
que  brillará  aunque  se  arroje 
todo  el  lodo  de  la  envidia,  por 
que  tiene  luz  y  mérito  s  propios 
Aníbal    DI<:l  RISCO. 


Degeneración 


Salvador,  cnaronta  años,  avojen- 
tado,  pringoso,  peón  do  albañil  á  ra- 
tos, sin  educación,  sin  moral,  lleno  d(; 
vicios  y  de  malos  instintos.  Casado 
con  LrBORiA,  treinta  y  dos  años,  ma- 
cilenta, basta,  á  veces  irascible,  á  ve- 
ces solapada,  á  veces  acomodaticia, 
liija  de  la  moral  sin  .sanción  ni  escrú- 
pulos de  un  hogar  á  la  buena  de  Dios 
y  de  un  ambiente  demasiado  pecami- 
noso y  demasiado  libre. 

Cuarto  de  casa  de  inquilinato.  Una 
cama  de  matrimonio  sin  tender,  una 
mesa  llena  de  vajilla  sucia,  de  restos 
de  comida  y  de  moscas.  Sillas  caídas, 
ropas  revueltas  en  los  rincones. 

Salvador,  (temblando  de  rabia  y  de  fa- 
tiga. Ja  cara  congestionada,  los  brazos  en 


alto,  los  puños  apretados).  — ¡Perra* 

¡Renegada!  ¿Que  por  qué  te 
pego?  /.Pues  no  he  de  darte 
hasta  esciuTirte  los  hnesos? 
Todo  el  día  trabajando,  de 
sol  á  sol,  subido  en  el  anda- 
mio ó  acarreando  arena,  con 
dos  postas  de  pescado  y  un 
pedazo  de  pan.  Todo  el  día 
así,  sin  reclamarlo  ni  llorarlo, 
pa  ganar  los  jornales,  y  venir 
á   la  noche  rendido  á  comer 


11  — 


la  cena,  y  encontrarse  sin 
fuego  y  sin  un  pocilio  de 
caldo.  .  . 

LlBORIA  (recostadt-,  en  la  puerta,  )e  mira 
con  lencor  y  desafío;  mientras,  se  limpia 
las  lásrinias  con  las  manos,  se  aiTegla  los 
vestidos,  y  se  alisa  las  greñas  caldas").— 

Es  que  tñ  no  mereces  la  pena, 
¿sabes?  Te  quejas  de  gusto.  , 
¡borracho! 

Salvador     (  avalanzándose).  —  ¿  De 

gusto  ? 

LlBORIA.  — Sí,  de  gusto,  sí  señor! 
¿Con  qué  quieres  que  compre 
pa  encender  puchero?  ¿Con 
qué?  ¿Con  las  manos  vacías? 

Salvador.- -¿Y  los  quince  rea- 
les del  jornal  que  te  traje? 
¿Yo  me  los  he  comido? 

LlBORIA. —  ¡No!   Pero  te  los  has 

chupado.    (Serenándose).     El     do- 

mingo,  dos  reales  pa  el  sapo. 
El  lunes,  uno  pa  tabaco  y  pa 
papel.  El  martes .  .  . 
Saí.vador  (bajando  la  voz).  —El  mar- 
tes .  sí,  me  puse  alegre .  .  . 
es  cierto .  .  . 

LlBORIA     (  interrumpiendo  ) ComO 

siempre. 
Salvador.— Deja,   déjame   ha- 
blar. .  .    Me  puse  alegre.  .  . 
¡de  rabia! ...    Pa  olvidarme 
del  hambre  y  olvidarme  de  tí. 

LlBORIA    (levantando  la  voz). ¿Y  CU- 

tonces?  Si.  reniegas  de  mí,  si 
me  aborreces,  si  me  prefieres 

ver  muerta.      .    (KI   hace  un  gesto 

¡Muerta,  sí,  muerta!.  .  á  qué 
te  enojas,  á  qué  me  acusas,  á 
qué  me  pegas?  Échame  con 
una  patada  y  lárgame  á  la 
calle.  .  .  T(í  sabes  lo  que  ga- 
nas .  .  .  Tú  sabes  de  tus  vi- 
cios. .  ¡Tú  sabes  lo  que 
hay! .  .  .  ¡Siempre  la  paga 
una!   ¡Siempre  se  quejan  de 


una!  Y  después.  .  .    unas  so- 
mos   las   cristas.  .  .     (bajando    hv 

v'iz)...  las  buenas.  .  .    las  que 
perdonan  todo .  .  . 

(Hacen  un  silencio  Salvador,  con  las 
manos  en  los  bolsillos  se  pasea  unos  ins- 
tantes, arrastrando  las  zapatillas  endun- 
cidas  por  la  cal.  Su  mujer  le  observa  di- 
reojo). 

Salvador  (deteniéndose).  —  ¿Y  qué 
haces  los  lunes,  y  los  mar- 
tes. .  .    y  todos  los   días .  .  . 
fuera  de  casa? 

LlBORIA    (con  indignaci<5n).  —  Voy    a' 

casa  de  las  amigas.  .  .  ¿Qné 
hay? 
Salvador  (sonriendo).  —  De  las 
amigas,  eh!...  ¿Te  piensas  que 
soy  zonzo?  (Con  decisión)  Mira. 
Liboria,  puedes  tener  todos 
los...  queridos  que  tú  quieras 
¿sabes?  Yo  sé  que  soy  un  bo 
rracho,  y  tú  una  mujer...  que 
necesita  llenarse  el  buche...  y 
buscar  lo  que  le  hace  falta... 
¿entiendes?  Pero  los  reales 
que  te  traigo  pa  mi  cena... 
son  pa  mi  cena  ¿lo  oyes?  Si 
yo  lo  trabajo,  yo  me  lo  co- 
mo... Cada  uno  que  se  arre- 
gle!...   (Después   de  un  silencio).    El 

amor  da  dolor  de  cabeza.  . 
y  el  hambre,  Liboria,  da  do- 
lor de  barriga!... 
Liboria  (con  fastidio). — Y  enton- 
ces ¿quién  paga  la  pieza? 
¿Con  qué  dinero?  ¿Acaso  me 
lo  das  tú? 

Salvador  (andando  de  nuevo,  y  mi- 
rando el  suelo). — Yo  no  te  pre- 
gunto de  donde  lo  sacas .  .  . 

Liboria    (con  aire  de  ofensa,  gritando). - 

Entonces.  .  .   ¿tú  crees?.  .  . 


Salvador    (encogiéndose    de    hombros). 

— Yo ...  Y  á  mí  qué  me  im- 
porta!... Mientras  no  lo  vea.., 

Makdel  MEDINA  BETANCOKT, 


12  — 


Almas  volubles 


Una  brisa  impregnada  de  per- 
fumes evocativos  de  dulces  en- 
soñaciones y  reminiscencias  va- 
gas, penetn)  en  la  sala  de  Leo- 
poldo, suavemente,como  el  hálito 
de  vírgenes  increadas,  en  la 
aurora  fugitiva  de  aquella  noche 
estival. 

En  la  beatitud  silente  de  la 
pieza,  y  animadas  por  la  lumbre 
opalescente  de  una  lámpara  de 
bronce,  algunas  acuarelas  lucían 
la  harmonía  eximia  de  sus  mati- 
ces tiernos,  y  en  medio  de  ellas, 
en  un  cuadro  con  marcos  de  cao- 
ba, inclinábase  un  retrato  de  Víc- 
tor Hugo  en  actitud   meditativa. 

Leopoldo,  adolescente  a(ín, 
con  su  belleza  imberbe  de  an- 
drógino recatado  y  la  luenga 
cabellera  negra  que  caía  en  on- 
das acresponadas  y  espesas  sobre 
sus  hombros  de  niño,  parecía  un 
efebo-poeta  de  las  fiestas  apo 
líneas. 

Sus  ojos  obscuros,  níflejo  de 
amargos  presentimientos,  de  nos- 
talgias y  de  ensueños  y  de  vida 
conventual,  revelaban  las  inquie- 
tudes de  un  espíritu  medroso, 
las  angustias  enervantes  de  un 
corazón  que  se  inicia  en  las  lu- 
chas del  amor. 

Y,    Leopoldo   era    un    poeta 
humilde  y  sentimental.  Sus   ver- 
sos   de    un   sentimentalismo   in- 
conmensurable rimaban  las  dul 
zuras  añorosas  de  la  musa   bec- 


queriana.  Diríase  un  díscipulo 
de  Becquer  contemporáneo  de 
Mistral. 


* 


Aquella  noche,  Leopoldo,  ob 
sesionado  por  el  desdén  con  que 
horas  antes  le  hablara  la  amada 
de  su  alma,  alma  enferma  y 
sensitiva,  estaba  triste,  casi  som- 
brío. Su  rostro  se  contraía  en  un 
rictus  de  dolor  exacerbado  y 
meditaba,  meditaba  en  los  albo- 
res de  aquel  amor  de  castidades 
sagradas  que  hacía  negras  sus  vi- 
siones sublimadas  de  poeta  y  de 
vidente. 

Parvadas  de  recuerdos  ale- 
gres y  candorosos  afluían  á  su 
cerebro  y  torturaban  su  corazón 
adorante  con  la  nostalgia  de 
aquellas  horas  liminares  de  su 
adolescencia  en  flor,  saboreadas 
en  la  campiña  aromada  entre  el 
murmurio  de  diáfanos  arroyue 
los  y  la  eterna  sinfonía  de  los 
pájaros  cantores,  que  surgían  en 
polícroma  miñada,  como  evoca- 
dos por  esi)íritus  etéreos,  cuando 
la  aurora  cou  su  gama  de  colores 
poemizaba  las  cimas  de  los  cie- 
los. 

¡Oh!  ¡Qué  es  triste  evocar  al 
rumor  de  los  recuerdos  las  pla- 
cideces de  las  horas  idas,  ansian 
do  mitigar  nuestras  congojas 
bajo  el  palio  capitoso  de  la  ilu- 
sión siempre  hermosa,  siempre 
fugaz! 

Pensaba    Leopoldo    mientras 


—  13  — 


sus  ojos  obscuros  inmóviles  y 
piadosos  parecían  contemplar  al- 
guno de  los  libros  predilectos 
ordenados  esmeradamente  sobre 
los  anaqueles  de  su  regia  biblio- 
teca 

Súbitamente,  con  un  arranque 
de  epilético  impulsivo,  levantóse, 
cerró  la  puerta  del  gabinete,  y 
murmuró  soifo  roce: 

¡Oh,  no,  no  puede  ser!  mis  sen- 
timientos morirán  conmigo!  Esa 
mujer  me  subyuga. 

Sortílega  deslumbrante,  su  voz 
tiene  las  inflexiones  arcanas  de 
las  sirenas  falaces  y  arrulladoras. 
Ella  me  inició  en  los  ritos  del 
amor  cuando  mis  ojos  recién 
abiertos  á  la  vida  miraban  hacia 
horizontes  augustos  pletóricos  de 
luz,  recamados  de  glorias  augu 
rales,  y  sus  frases  incoercibles, 
en  amoroso  ritornelo,  me  habla- 
ron de  divinas  emociones  y  ven- 
turas y  placeres  que  yo  ignoraba 
todavía  en  la  penumbra  de  mi 
adolescencia  ingenua. 

¡Oh,  amor,  qué  fatal  eres! 

Y  luego,  con  un  gesto  de  ero- 
tómano  incurable  y  alisándose  el 
cabello  que  humedecía  el  sudor 
de  la  fatiga  en  aquella  hora  de 
meditación  y  de  dolor,  repitió: 

No,  no  puede  ser.   Ahora  mis 
mo  lo  escribiré   una  esquela  co- 
municándole los  motivos  que  me 
obligan  á  abdicar   de  su  amor  é 
implorarla  olvido. 

Y,  esto  diciendo,  tomó  del  es- 
tante el  libro  que  acababa  de  mi- 
rar tiernamente,  devotamente. 

Era  «Ibis»;  de  Vargas  Vila.  Lo 
abrió  en  el  primer  capítulo  y  le- 
yó con  fruición  la  carta  que  Teo- 
doroj,  víctima  del  amor  más  tarde, 


recibiera  de  su  maestro:  profeta, 
filósofo  y  artista,  sublime  en  sus 
ideas  fecundas  y  su  soberbia  de 
rebelde  irreductible. 

Y  comenzó  á  escribir  en  un 
pliego  tenue  y  blanco: 

Amiga  mía: 

Amiga,  sí,  amiga  solamente.  No 
te  impresione  que  te  llame  así. 
Fría  y  voluble,  tú  me  obligas, 
consciente  de  tus  grandes  sorti- 
legios, á  dejar  de  llamarte  Bien 
Amada. 

¿Recuerdas,  cuando  leyendo 
«Ibis»,  me  dijiste  que  la  carta  del 
maestro  es  un  sofisma  sacrilego, 
que  el  amor  es  el  alma  de  la  vida 
y  el  paliativo  eficaz  de  los  espí- 
ritus tristes  en  medio  de  los  do- 
lores qué  consumen  el  alma  de  la 
humanidad  apática  por  excelen- 
cia? 

Y,  ¿recuerdas  también  (¡ue 
aplaudiendo  yo  esa  carta,  te  pre- 
senté ejemplos  clarovidentes  en 
que  el  amor  como  una  úlcera  mo- 
ral había  corroído  á  aquellos  que 
le  rindieran  fervoroso  culto? 

jAh!  recuérdalo,  amiga  mía! 

Ahora,  al  decirte  que  mi  cora- 
zón ha  dejado  de  ser  tuyo  y  no 
palpitará  por  tí,  que  ya  no  llega- 
rá á  tu  oído  el  eco  melodioso  de 
mis  raros  madrigales,  los  mismos 
ejemplos  te  presento  para  que  :i«í 
puedas  conocer  las  tristezas  del 
amor. 

En  tí  misma  está  el  ejemjjlo. 
Me  hiciste  siervo  del  tuyo  con 
arrullos  halagadores  de  paloma 
enamorada,  y  cuando  creías  que 
dominados  estaban  mi  corazón  y 
mi  cerebro,  te  mostraste  indife- 


—  14 


rente,  esquiva,  ajena  á  mis  aflic- 
ciones y  mis  sentimentalidades 
de  trovador  vencido  del  infortu- 
nio. 

Mas  yo,  hostigado  por  todos 
los  dolores,  poseído  de  todos  los 
cilicios,  he  reaccionado  y  com- 
prendido mi  engaño.  Y  ahora, 
iluminado  como  por  un  relám- 
pago volitivo  de  mi  espíritu,  mi 
corazón  se  ha  hecho  fuerte.  Ya 
no  lo  domina  nadie. 

«Gobernarse  á  sí  mismo  es  la 
mayor  de  las  victorias»,  dijo  Lub 
bock. 

¡Feliz  el  que  pueda  hacerlo! 

Yo,  emancipado  ahora  de  pre- 
juicios amatorios,  pienso  en  tus 
desdenes  y  se  me  ocurren  muy 
ásperos  y  muy  fríos,  fríos  como 
las  ráfagas  de  invierno. 

Y  tu  esquivez,  y  la  insensibi- 
lidad que  finges,  en  contraste 
con  tu  belleza  impecable  de  pa- 
gana emperatriz,  me  exasperan 
tenazmente 

Como  esos  medallones  de  vír- 
genes escotadas  y  esas  estatuas 
de  marmol  de  contornos  luju- 
riantes que  simbolizan  las  deida- 
des mitológicas,  así  provocaste 
tá  mis  deseos  en  embrión.  Y  mi 
amor  fué  hacia  tí,  humilde,  sin- 
cero, vencido  por  el  deseo  que  tu 
habías  hecho  nacer  en  mi  cere- 
bro y  mi  corazón,  accesibles  am 
bos  á  todas  las  modalidades  del 
amor  y  la  belleza 

No  pretendas   acusarme    de.  . 

No  pudo  continuar.  El  sueño 
le  había  rendido  y  su  rostro  apo  - 
vado  sobre  la  mesa  tenía  las 
expresiones  dolientes  de  un  en- 
fermo de  anemia. 


¡Pobre  bardo  adolescente! 

Había  visto  á  su  corazón, 
crisálida  del  amor,  transformarse 
en  mariposa  y  volar  incauta- 
mente, con  ebriedad  de  luz  y  de 
perfume  hacia  el  foco  en  que  ha 
bía  de  abrasarse! 

Y  sus  tristezas  juveniles  dor 
mían  entre  libros  y  periódicos,  á 
la  luz  opalina  de  la  lámpara  que 
agonizaba  lentamente,  como  tré- 
mula flor  crisantemada  en  Hs 
inmensas  sombras   de   la  noche. 

n 

El  alba  insinuóse  débilmente 
cual  si  temiera  á  los  reflejos  lí- 
vidos de  la  luna  en   el  tramonto. 

Más  tarde,  el  ángelus  de  la  ca- 
tedral lejana  vibró  sonora,  pausa- 
damente, como  un  salmo  broncí- 
neo lleno  de  amor  v  misterio  en  el 
encanto  de  aquella  hora  apacible. 

Cuando  despertó  Leopoldo,  los 
primeros  resplandores  del  nuevo 
día  tamizados  por  los  cristales  de 
una  ventana  amplia,  iluminaban 
ya  su  sala  silenciosa  de  artista  y 
de  poeta. 

Al  despertar,  sorprendido  de 
encontrarse  allí  completamente 
vestido  y  fatigado,  pensó  en  la 
noche  anterior.  Sus  palabras,  sus 
meditaciones,  la  carta,  todo  pasó 
en  ronda  por  su  mente  acongoja- 
da como  un  cortejo  de  angustias 
desconocidas. 

Recogió  la  esquela  inconclusa, 
y  al  leerla,  una  brisa  impregnada 
de  perfumes  evocativos,  de  dulces 
ensoñaciones  y  reminiscencias 
vagas  inundóle  de  gozo  el  cora- 
zón, y  Leopoldo,  hondamente 
conmovido,  rompió  el  billete  en 


-  15  — 


pequeños  trozos  que  se  esparcie- 
ron sobre  la  alfombra  como  pé- 
talos de  gardenia  maculados  de 
tinta  en  rasgos  negros  y  finos  y 
exclamó: 


¡Oh,  mujer!  Sois  invencible! 
¡Hasta  lo  inesperado  os  favo- 
rece! 


MAiruBL  PEUEZ  Y  CURIS. 


De  la  caravana  bárbara 


LA    CANCIÓN   DE    LAS    CRISÁLIDAS    Y    EL  POEMA    DE    LA  CARNE 


Justo  Pa'^tor  Ríos,  el  noble 
caballero  del  Toisón  de  Oro  del 
Arte,  á  su  paso  por  Chile,  dejó 
en  mis  manos  este  libro,  este 
magnífico  libro  bello.  Su  autor 
es  Manuel  Pérez  y  Curis,  poeta 
uruguayo,  uno  de  los  nuevos  pa- 
ladines (jue  vienen  á  horadar 
montañas  y  á  embriagarse  en  el 
lujurioso  derroche  de  las  rosas 
plenas  del  Arte,  rosas  pictóricas 
de  savia  y  de  perfume. 

En  La  Canción  de  las  Crisá- 
lidas, es  un  alma  la  que  canta, 
un  alma  sencilla,  desnuda  y  re- 
verente que  se  inclina  ante  la 
augusta  visión  de  los  ideales.  Ya 
cante  ó  grite,  ya  sonría  ó  blasfe 
me,  el  verso-idea  resplandece 
con  nimbos  de  una  claridad  sin- 
cera y  fecunda  en  suprema  fuer- 
za y  en  suprema  gracia.  Tal  así, 
por  ejemplo,  en  Labios  Vírge- 
nes, en  que  el  suave  arrastra 
miento  rítmico  va  armonizando 
con  la  dulce  pulcritud  del  len- 
guaje; verso  casto  como  para  ser 
escrito  sobre  el  albo  mar  jen  de 
un  Misal.  Ahora,  en  otros,  tales 
como  en  Blaso7ies,  el   apostrofe 


es  entero  y  firme,  y  entonces  el 
poeta  no  canta,  sino  que  habla 
con  voz  tribunicia  y  eufónica. 
Admirable  faz  de  la  psiquis  de 
Pérez  Curis  es  esta  ductibilidad 
de  su  yo,  tanto  mas  de  admirar 
cuanto  que  por  hoy  la -poesía 
contemporánea, — hablo  de  Amé 
rica, — se  sintetiza  en  un  desdo- 
ro de  la  personalidad  y  en  mor- 
bosa tendencia  al  sensualismo 
atrofiante.  Casi  todos  los  poetas 
americanos  de  la  generación  nue- 
va llevan  su  lira  encadenada  al 
medio  vivido,  con  sus  prejuicios 
y  desequilibrios,  y  al  medio  sen- 
tido, con  sus  esclavitudes  y  el 
inherente  renunciamiento  á  la 
propia  voluntad.  Es  por  esto  que 
los  buenos  lapidarios  abundan; 
pero  los  artistas  intelectuales, 
los  poetas  intensos  ya  escasean 
en  la  tierra  de  nuestra  América. 
El  vocerío  apaga  toda  manifes- 
tación de  nobleza  y  toda  voz 
justiciera  que  se  levante,  como 
una  montaña  de  rimas,  aplasta 
da  queda  ante  la  rancia  sonatina 
de  los  versificadores  de  oficio. 
Me  complazco,  pues,  en  aplaudir 


16  — 


á  este  poeta,  y  en  reconocer  en 
él  al  luchador  de  raza  y  al  soña- 
dor de  fibra.  Porque  en  su  libro 
hay  retazos  que  son  como  frag- 
mentos de  carne  viva,  carne  he- 
rida que  se  subleva  y  que  pide 
cauterio. 

(Es  como  una  racha  de  tem- 
pestad soplando  corolas  pensati- 
vas). 

Ha  comprendido,  pues,  este 
poeta  de  fibra  sáxea,  que  la  época 
pide  más  energías,  más  savia  ar 
dorosa  para  el  futuro  triunfo  de 
la  vida  sobre  la  inicua  agonía  del 
presente.  Hay  que  encausar  la 
cuadriga  de  sus  apostrofes  por 
sendas  más  humanas  y  bellas. 
No  hay  que  llorar  versos,  sino 
(]iie  presentar  versos  que  tengan 
la  virtud  de  conmover  hasta  el 
llanto  En  todo  caso,  las  lágrimas 
que  se  desbordan  no  son  más  que 
lina  manifestaci()n  de  una  oculta 
fuerza  impulsiva.  Y  los  propios 
dolores  se  atesoran  y  no  se  pro- 
fanan. 

El  Poema  de  la  Carne  se  titula 
la  segunda  parte  del  libro.  El  tí- 
tulo es  sugestivo,  y  el  poema  en 
sí  mismo  no  es  más  que  una  nue- 
va demostración  del  poder  sensi 
tivo  de  su  autor.  Aquí  Pérez  Cu 
ris  se  nos  muestra  como  un  ar- 
doroso pagano.  Adora  la  forma  y 
la  canta.  Y  esto  para  mí  es  efec- 
to lógico,  dada  su  libre  espiritua- 
lidad para  prejuzgar  los  vicios 
rutinarios  que  plagan  la  vida  mo- 
derna,   estos    refinamientos    de 


crueldad  inventados  por  los  hom- 
bres con  el  pretexto  de  una  mo 
ral  falsa  y  sin  base  ética  que  la 
afirme.  ¿Por  qué  taparse  los  ojos 
ante  el  impecable  desnudo  de 
una  forma  radiante?  Como  un 
céfiro  de  intenciones  cálidas  pasa 
por  ese  Poema,  cual  si  entoea- 
briera  los  broches  de  anémonas 
virginales. 

El  Poema  de  la  Carne  es  lo 
más  artístico  del  libro;  pero  á  mi 
ver,  su  primera  parte  es  lo  más 
sincero,  porque  es  lo  más  inge- 
nuo. Y  el  arte  debe  ser  sincero. 
Porque  estas  súbitas  explosiones 
líricas  no  son  más  que  energías 
acumuladas  en  el  cerebro,  —  esta 
sagrada  caja  de  música  que  llevan 
los  poetas  en  la  frente. 

Vuelvo  á  repetirlo.  Este  es  un 
libro  bello,  de  juventud  generosa 
en  ideales  y  pictórica  en  esfuer- 
zos. 

Yo  bien  sé  que  Pérjz  Curis 
gallardamente  lleva  su  morrión 
lírico  y  que  toma  fila  en  las  hues- 
tes irredentas  de  los  bárbaros,  de 
los  que  venimos  á  echar  al  surco 
la  prolífica  semilla  de  la  justicia 
y  de  la  solidaridad  humanas. 

Porque,  mi  poeta,  más  vale  des- 
trozar tu  lira  contra  la  testa  de 
los  tiranos,  en  vez  de  arrancar  á 
su  cordaje  el  quejumbroso  lied, 
que  hará  sonreír  á  las  niñas  des- 
de el  balcón. 

Luis  Roberto  BOZA. 
Santiago  de  Chile,  octubre  de  1905. 


—  17  — 


Psicología  de  un  muerto 


Confieso  francamente  cómo 
nunca  pensé  morir  en  aquella 
ocasión.  Cuando  las  llamas  pren- 
dieron en  mis  ropas  y  no  pude 
apagarlas,  á  pesar  de  los  esfuer- 
zos,  me  angustié  mucho  y  hasta 
creo  que  perdí  un  poco  la  cabe- 
za. Perdí,  no;  no  es  la  palabra, 
ya  que  durante  el  pavor  del 
trance  conservé  una  extraordi- 
naria lucidez,  Imsta  el  instante 
en  que  mi  conciencia  se  desva- 
neció en  un  crepúsculo  y  luego 
cayó  en  la  sombra 

Devoradas  las  ropas,  el  fuego 
lamió  mi  carne  con  sus  lenguas 
de  caricias  mortales.  Las  llamas 
parecían  serpientes  luminosas, 
y  las  serpientes  cantaban,  canta 
ban  al<>o  como  una  canción  de 
exterminio. 

Las  llamas  me  sirvñeron  de 
iluminación.  Sin  saber  cómo,  á 
esta  luz,  vi,  en  un  momento, 
cuanto  había  visto  en  mi  vida. 
Vi  las  personas,  las  cosas  y  las 
ideas.  Lo  vi  todo  como  en  un 
fresco  maravilloso.  No  era  una 
pesadilla.  Era  algo  muy  real;  yo 
estaba  viendo  todo  aquello. 

Fragmentos  de  mi  vida,  que 
no  recordaba,  aparecieron  de 
súbito  y  distintamente  á  mis 
ojo  .  Recordé  que  mi  madre  ves- 
tía un  blanco  traje  de  muselina 
constelado  de  estrellitas  azules, 
la  noche  en  que    mi  padre  murió. 

Recordé  á  la  gorda  maestra 
que  me  daba  muchos  besos  de- 
trás de  las  persianas  y  me  hacía 
caricias  en  su  cuarto,  asólas. 


Recordé  una  cruz  rural  bajo 
unos  mangos,  en  la  hacienda 
nuestra,  por  donde  jamás  pasé 
de  niño  sin  estremecerme.  Allí 
asesinó  á  un  borracho  casi  á  mis 
ojos,  un  negrito  sirviente  de  ca- 
sa, de  nombre  Alejo. 

Recordé  todas  las  dulzuras  de 
mi  vida  con  particular  precisión. 
El  inmenso  amor  de  mi  madre; 
mis  viajes;  sensaciones  de  arte; 
horas  de  triunfo;  amores  felices; 
toda  la  gama  de  impresiones  de 
una  vanidad  satisfecha. 

Pero  no  sé  cómo  expresarme. 
También  veía  paisajes  de  amar- 
gura, caras  que  eran  para  mí 
repiesentación  do  una  contra- 
riedad ó  una  pesadumbre.  Entre 
éstas,  descollaba  cierto  rugoso, 
amarillento  rostro  lleno  de  cósmi- 
ca majestad,  coronado  de  docto- 
rales canas;  la  barba  rucia,  ama- 
rillosa de  nicótica.  Era  la  cara 
del  asno  satisfecho,  á  quien  la 
ingenuidad  paternal  presentó  mis 
primeras  rimas;  del  Moisés  lite- 
rario, cuyo  reproche  arcaico,  ful- 
minado desde  un  Sinaí  de  des- 
dén y  en  medio  de  una  tronitan 
te  retórica,  me  hizo  desde  muy 
temprano  despreciar  á  los  pe- 
dantes y  saborear  como  artista 
las  primeras  hieles. 

He  dicho  que  también  veía  las 
ideas.  Veía  con  una  claridad  sor- 
prendente, la  concreción  de  lo 
inconcreto,  por  un  extraño  mo- 
do. Así,  por  ejemplo,  Aristóte- 
les— un  busto  que  había  yo  visto 
en  alguna  parte,  en  Roma  — pasó 


—  18  — 


á  mis  ojos.  Advertí  que  pasaba 
la  Filosofía.  Mi  inteligencia 
comproiidió  las  cosas  como  si 
estuviese  de  pie  sobre  una  mon- 
taña construida  con  todo  el  sa- 
ber humano;  pasó  una  pálida 
frente,  ceñido  el  laurel.  Era 
Dante,  es  decir,  la  Poesía.  Pasó 
otra  pálida  frente  coronada;  pero 
de  esta  corona  caían  gotas  de 
sangre.  Era  el  Cristo,  es  decir,  el 
Altruismo. 

A  la  vista  de  estas  figuras  yo 
sentía  el  bienestar  infinito  de  un 
momento.  En  mis  hombros,  las 
devorantes  y  mortíferas  llamas, 
empezaron  á  vibrar  como  alas. 

Todo  esto  fué  cosa  de  segun- 
dos. Lo  vi,  lo  comprendí  todo  en 
un  momeatü..,  Dios  también  se 
presentó  á  mi  vista.  Dios  era 
todo  aquello;  Cristo,  Dante,  Aris- 
tóteles, los  paisajes,  los  recuer- 
dos, todo. 

Después  del  atolondramiento 
del  principio,  y  cuando  compren- 
dí que  era  inútil  todo  esfuerzo 
por  apagar  las  llamas,  fué  cuan- 
do me  vino  la  extraña  lucidez  de 
que  hablo.  Pero  ni  entonces,  ni 
en  la  fuerza  del  suplicio,  pensé 
morir;  pensé  que,  manos  piadosas 
y  fuertes,  llegarían  á  tiempo  de 
salvarme,  y  mientras  me  estaba 
desvaneciendo,  soñé  que  días 
después  iba  á  despertarme  en  un 
cuarto  desconocido,  entre  bue- 
nas gentes  que  me  cuidaban, 
hasta  que  por  fin  me  recobrase 
poco  á  poco.  Repito:  ni  un  mo- 
mento creí  que  aquella  fuese  mi 
última  hora. 


* 

*  * 


Del  lado  acá  de  la  tumba,  en 
la  sombra,  se  está  mejor  que  del 
otro  lado,  bajo  la  caricia  del  sol. 
Me  v^algo  de  tales  frases  para 
que  se  me  entienda;  pero  aquí  no 
existen  las  funciones,  merced  á 
las  cuales  nos  cabe  en  lote,  allá 
en  la  vida,  sufrimiento  ó  placer. 
Aquí  no  se  tiene  conciencia  — 
aunque  se  dirá  una  paradoja  en 
mis  labios;^— aquí  el  pensamiento 
se  evapora  como  el  perfume  de 
una  flor  y  va  á  donde  van  los  co  - 
lores  del  arco  iris  y  la  luz  de  las 
estrellas  y. las  músicas.  Entre- 
tanto, los  átomos  imperecederos 
se  cambian  en  copa  de  tamarin- 
do, mañana  palacio  de  pájaros; 
en  hoja  de  laurel,  mañana  coro- 
na de  proceres;  ó  en  veta  de  mi- 
neral, mañana   pan   de  infelices. 

La  muerte  vale  más  que  la  vi- 
da para  aquellos  que  no  gustan 
mieles,  sino  dolores  en  el  mun- 
do. Los  desgraciados  deben  sa 
lirse  de  la  vida,  que  es  un  festín 
donde  no  hay  puesto  para  ellos. 
El  pesimismo  es  una  cosa  inútil. 
Pero  el  hombre,  aun  el  mártir, 
se  aferia  á  la  vida  porque  diida, 
primero,  es  decir,  por  el  miedo 
teológico  ó  moral,  y  luego  por 
que  teme,  es  decir,  por  el  dolor 
físico  que  apareja  la  destrucción 
de  sí  propio.  La  duda  quizás 
.  existirá  siempre  como  lo  más 
humano  del  ser;  cuanto  al  dolor 
físico  de  la  muerte  voluntaria, 
aunque  el  bien  que  se  compre  al 
precio  del  sacrificio  es  grande  y 
valioso,  parecerá  al  hombre  siem- 
pre caro.  El  hombre  es  avaro  de 
su  vida.  Si  el  dolor  del  parto  se 
padeciera  antes  del  placer  del 
amor,    ninguna    mujer    tendría 


19  — 


prole.  En    esto,  como   en   todo, 
es  sabia  la  Naturaleza. 

Cuenta  una  hermosa  leyenda 
terrenal,  que  un  profeta  resucitó 
al  hermano  de  dos  mujeres  pia- 
dosas. Si  alguien  pudiera,  como 
en  el  relato  bíblico,  prender  la 
llama  de  la  existencia  en  lámpa- 
ras humanas  vacías  de  aceite  vi- 
tal; si  alguien  pudiera  recoger  y 
fundir  los  átomos  dispersos  que 
animaron  un  ser,  y  si  este 
taumaturgo  me   infundiera  la  vi- 


da, yo  lo  apostrofaría  indignado. 

— ¿Por  qué  —  le  diría —  me 
arrojas  al  agujero  luminoso  adon- 
de entro  sin  deseo  y  de  donde 
saldré  á  mi  pesar?  ¿Por  qué  me 
reduces  de  nuevo  al  dolor,  cuan- 
do ya  me  había  libertado  de  él? 
¿Por  qué  me  haces  el  mal  de  la 
vida,  S'eñor,  por  qué? 

Mas  no  abrigo  el  temor  de  que 
ningfm  profeta  me  resucite. 

R.  BLANCO  FOMBONA. 


Bternidad 


No  llores,  niña,  no  lloros, 
que  la  vida  se  complace 
en  este  perpetuo  enlace 
de  alegrías  y  dolores. 

La  semilla,  que  da  flores, 
en  la  propia  flor  renace, 
y  la  ilusión  se  deshace 
como  la  luz,  en  colores. 


A  Magdalena, 


Por  mucho  que  se  divida 
en  la  hostia  del  sentimiento 
nunca  se  agota  la  vida; 

Y  surge,  en  cada  fragmento, 
¡el  alma,  recién  nacida! 
¡incólume,  el  sacramento! 

Josí;  DE  DIEGO. 


Flor  pagana 


Dadivosa  eres  de  amor,  pró- 
diga de  tus  gracias:  por  eso  los 
hombres  te  aman. 

Tu  pelo  de  oro,  como  trigal 
por  Mayo:  negros  son  tus  ojos 
como  noche  sin  fulgor  de  estre- 
llas: y  tu  aliento,  tibia  caricia  de 
campo  oloroso  y  hümedo... 

Tu  voz   rumor   de  corrientes, 


armonía  de  viento  en  arboleda, 
canto  de  ave  en  la  alborada:  miel 
que  fluye  del  panal   de  tu  boca. 

Montones  de  nieve  tus  pechos, 
en  que  florecen  rosas:  tu  talle 
palma  del  viento  mecida:  y  la 
sangre,  que  oculta  corre,  da  ca- 
lor al  mármol  de  tu  cuerpo 

Tus    hombros    suaves   lomas 


—  20  — 


albas:  tus  manos  como  lirios, 
umbrales  del  amor,  comicn/o 
blanco  de    un  camino  de  besos. 

Tu  vientre,  arca  sagrada  de 
amorosos  frutos. 

Tus  muslos,  obra  de  torno  de 
artífice  supremo:  humano  pro- 
digio tus  piernas,  fuertes  colum- 
nas que  sostienen  la  voluble  li- 
gereza de  tu  corazón. 

Tus  pies^  manojos  de  jazmines 
que  exbalan  el  fragante  contorno 
de  tu  figura. 

Entre  boscaje  se  esconde  el 
lugar  deleitoso:  fuente  de  amor  y 
manantial  de  vida. 

Tu  andar  airoso,  dulce  rima 
de  amor:  ligera  eres,  como  palo- 
ma que  acude  al  arrullo. 

Tu  piel  suave  y  tersa,  como 
membrillo  tempranero:  graciosa 
tu  sonrisa:  luz  de  perlería  asoma 
en  el  girón  carmíneo  de  tus  la- 
bios. 

Tu  nariz  aletea  como  ave  pri- 
sionera, abrasada  bajo  el  fuego 
de  sombra  de  tus  ojos. 

Tus  orejas  diminutas,  amasa- 
das de  leche  y  rosas:  el  oro  de 
tu  pelo  las  defiende  y  tiembla  al 
cíílido  soplo  de  mil  cuentos  de 
amor. 

Tu  nombre,  risa  que  seca  el 
llanto:  esperanza  de  dulzor  tras 
la  amargura:  cicatriz  de  dolores 

No  hay  fragancia  como  la  fra- 
gancia de  tu  carne;  ni  perfume 
como  el  perfume  de  tu  pelo;  ni 
aroma  como  el  aroma  que  exha- 
la el  clavel  de  tus  labios. 

Corre  por  los  campos,  sube 
por  las  laderas  de  los  monfes: 
deja  en  los  sotos  florecidos   ras- 


tros de  deleites  y  estela  de  cari- 
cias. Mira  que  bajo  las  frondas 
hay  nidos  de  amor,  y  en  las 
oquedades  de  las  tocas  refugios 
de  ventura. 

¡Ven,  amada  mía!  En  tu  cue- 
llo candido  he  de  colgar  los  co- 
llares de  mis  besos:  serán  mis 
brazos  cin turón  que,  sin  romper, 
oprima  el  junco  de  tu  talle:  y  mis 
manos  hallarán  sabroso  escondi- 
te en  los  graciosos  áureos  rici- 
llos  de  tu  nuca. 


Girasol  de  los  valles  mi  espí- 
ritu, esclavo  de  la  luz  de  tus 
ojos. 

Tierra  generosa  que  á  todos 
se  ofrece,  así  tu  cuerpo:  tu  espí- 
ritu, alocada  mariposa  que  en 
muchas  flores  liba. 

Infiel  eres,  como  hermosa. 
¡Bendita  tu  infidelidad  mil  ve- 
ces! 

Gusté  en  tus  labios  el  calor 
de  otros  besos:  también  besarán 
sobre  las  huellas  de  los  míos. 
¡Qué  importa  si  tus  pupilas  fue- 
ron un  instante  espejo  de  mis 
ojos! 

Grácil  eres  como  tallo  de  ri- 
bera: alegre  y  ondulante  como 
regato  de  serranía. 

Breves  son  los  remansos  en 
que  tu  amor  serena:  como  las 
aguas,  tornas  á  despeñarte  loca.. 

y  por  campos  yermos  y  tie- 
rras que  florecen,  esparces  la 
rumorosa  alegría  de  tu  canción 
eterna. 

ESRIQl'E  DE    MESA. 


APOLO 


REVISTA  DE  ARTE 


Director-Redactor:  MANUEL  PÉREZ  Y  CÜRIS 


I^IOINTICA^IOJEO,    3Jai-a50  <lc    1 OOO 


Soliloquio  de  un  rebelde 


Irguió  el  rebelde  la  cabeza  airada 
Con  ese  gesto  de  orador  que  impone 
Silencio  A  la  exaltada  mucliedumbre, 

Y  el  soliloquio  fué: 

«Buhos  é  histriones 
Pe  cualquier  secta  que  vivís  gritando 
En  vituperio  de  las  almas  nobles, 

Y  huís  do  los  harapos  del  mendigo 
Cual  fugace  toicaz  de  los  halcones; 
Que  adoráis  las  imágenes  ficticias 
De  los  iconostasios,  y  á  los  priores 
Besáis  las  plantas  con  afán  inmenso, 
Cual  antieuos  idólatras  teutones; 
Seres  que  al  deslizares  por  el  Cosmos 
Infectáis  el  ambiente  con  la  podre 
De  vuestras  almas  que  oscilando  ríen 
En  el  obscunmtismo  de  los  nubles; 
Tal  el  gusano  que  surgió  del  cieno 
I^levando  en  pos  á  su  pequeila  prole, 

Y  arrastrándose  luego  por  el  césped 
Dejó  en  él  sus  miasmáticos  vapores: 

Vuestro  espíritu  es  antro  de  impurezas, 
Ánfora  de  los  cánceres  en  donde 
Sus  venenos  mortíferos  escancian 
Déla  muerte  los  torvos  escorpiones, 
Y'  la  nube  del  crimen  se  eterniza 
Como  en  un  trono  do  barbarie  ei  bloque 
De  la^  abe  raciones  de  la  idea 
Y  el  acerado  corazón  de  un  hombre. 

Vuestros  dicterios— vaniloquios  pálidos — 
Portavoces  del  énfasis  que  acogen 
Las  ideas  de  clérigos  y  reyes, 
Is'o  me  ofuscan  á  mí,  pardas  é  insomnes 


Falanges  de  retóricos  innocuos, 
Proxenetas  amados  de  los  dioses, 
Que  vivís,  cual  vulpejas  y  murciélagos. 
Con  la  sangre  de  todas  fas  succiones    - 

En  el  abismo 
De  la  fi-ápula  infanda. 

Ya  no  impone 
Ese  vuestro  ridículo  visaje 
Velado  eternamente  por  la  innoble 
Sonrisa  del  hipócrita  sin  alma. 
Paniaguados  que  sois  de  aquestos  dómines 
pe  falsos  ritos  y  doctrinas  negras, 
Negras  como  el  tuguiio  de  los  pobres! 

Vuestra  nequicia  ingénita  ha  an'ancado 
Rayos  de  indignación  á  mis  apostrofes: 
Formidables  faláricas  de  fuego 
Hechas  para  los  reprobos  del  orbe. 
Y,  pues,  vosotros  desdoráis  la  gaya 
Lumbre  de  los  espíritus  de  bronce, 
Azuzados  quizá  por  la  tristeza 
Del  bien  ajeno  que  las  almas  roe; 
En  el  nudo  gordiano  de  mis  versos 
Expiaréis  vuestros  crímenes,  y  entonces, 
Allá,  en  la  cumbre  de  mis  viejos  odios, 
Veléis  nevando  mis  desdenes  jóvenes.» 


Y  el  rebelde  calló. . .  calló  el  bendito 
Verbo  de  la  Verdad  á  los  fulgores 
Del  crepúsculo  azul  que  se  extinguían 
Eu  el  umbral  silente  de  la  noche. 

Manuel  PÉREZ  Y  CCRIS 


*'Vae  Soli^M 


Pasaban  los  días  tediosos  lle- 
nos de  inquietudes,  de  temores 
que  se  agigantaban  con  el  tiempo. 


Dos  meses  hacía  ya  que  la  con- 
desa no  salía  de  sus  habitaciones, 
dos  meses  en  los  que  apenas  se 
había  levantado  del  lecho. 

La  enfermedad  terrible  avan- 


22  — 


zaba  en   su  obra  de  destrucción, 
en  su  labor  exterminadora. 

La  grieta  se  profundizaba  cada 
vez  más,  dejando  ai  descubierto 
las  venillas  azules  que  se  veían 
palpitar ...  La  carne  se  desha- 
cía rápidamente,  con  una  pronti- 
tud espantable,  como  si  sobre 
ella  se  hubiera  vertido  algán  lí- 
quido corrosivo,  alguna  substan- 
cia infernal. 

El  amado  pasaba 
las  horas  de  la  no- 
che en  constante  vi- 
gilia, atento  siem- 
pre, en  acecho,  cual 
si  esperara  de  un 
momento  á  otro  el 
desenlace.  Su  razón 
fuertemente  sacudi- 
da por  tan  rudas 
conmociones ,  c  o- 
menzaba  á  vacilar, 
á  sufrir  extravíos,  á 
vislumbrar  figuras 
irreales  en  las  bru- 
mas de  la  demencia. 

En  ocasiones  soñaba  paisajes 
desolados,  acuarelas  de  sepia, 
donde  árboles  raquíticos  y  des- 
provistos de  verdura,  elevaban 
sus  ramas  retorcidas  en  el  espa- 
cio, como  brazos  renegridos  de 
fantásticos  enemigos  que  lo  ame- 
nazaban. 

Otras  veces,  viendo  el  cuerpo 
inmóvil  de  la  amada,  bajo  las 
blancas  sábanas,  forjaba  su  fan- 
tasía un  cuadro  melancólico,  som- 
brío, de  tonalidades  extrañas. 
Veía  entonces  sobre  el  lago  re- 
vuelto y  alumbrado  por  una  luna 
llorosa,  el  cadáver  de  un  cisne, 
de  un  cisne  que  bogaba  sin  rum- 
bo, empujado   por  la  corriente. 


como  una  góndola  abandonada, 
como  el  alma  errática  de  un  bar- 
do suicida. 

El  pensaba  en  la  separación, 
pensaba  en  la  ausencia,  en  el 
desenvolvimiento  de  los  aconte- 
cimientos, en  la  partida ...  en  el 
último  adiós . . . 

Y  todos  sus  dolores  de  otros 
días,  todas  las  amarguras  del  pa- 
sado resurgían  en 
su  mente,  acudían 
á  su  memoria,  co- 
mo en  ronda  es- 
pectral, como  los 
esqueletos  descar- 
nados de  tma  raza 
antigua,  lejana,  que 
se  alzara  de  la  fosa. 
Evocando  los  pri- 
meros días  de  su 
amor,  pronto  á  des 
aparecer  con  la 
mueitc  del  ser  que 
lo  inspiraba;  recor- 
dando los  primeros 
besos,  las  caricias 
primeras,  se  le  antojaba  que  todo 
había  sido  un  sueño  que  comen- 
zaba á  desvanecerse  lentamente, 
volviéndolo  á  la  vida  ruda,  á  las 
luchas  estériles,  infructuosas  . . . 
El  médico  había  quitado  á  Ga- 
briel Alsina  toda  esperanza  de 
salvar  á  la  amada.  La  enferme- 
dad había  avanzado  notablemen- 
te como  si  tuviera  empeño  en  aca- 
bar de  una  vez.  Los  continuados 
dolores  en  la  parte  afectada  hi- 
cieron que  el  facultativa  aconse- 
jara al  poeta  la  aplicación  de 
la  morfina  para  soliviarla,  para 
adormecerla  evitándole  así  los 
sufrimientos  horribles  que  expe- 
rimentaba; dolores  acerbos   que 


—  23 


la  hacían  pensar  en  núcleos  de 
arácnidos  que  caminaran  sobre  la 
carne  deshecha.  .  . 

Gabriel  ,veía  correr  los  días, 
veloces,  tristísimos,  y  pensaba 
que  cada  hora  que  pasaba  lo  ale  • 
jaba  de  ella,  que  caminando  ha- 
cia el  misterio,  marchando  á  la 
muerte,  se  llevaba  su  alma  de 
bardo  atormentado,  de  psicólo- 
go sutil,  que  estudiaba  los  fenó- 
menos fisiológicos  de  su  propia 
entidad  psíquica  para  sorprender 
los  secretos  no  revelados,  para 
practicar  en  la  carne  viva  del 
espíritu  que  se  hallaba  en  la 
plancha,  para  disecarla  sin  pie- 
dad. 

Su  libro  que  acababa  de  entrar 
en  prensa,  vería  tal  vez  la  luz  el 
día  en  que  la  amada  se  dirigiera 
á  otros  climas,  á  las  playas  dis- 
tantes y  brumosas  del  no  ser. 

Tal  vez,  ella  no  podría  contem- 
plar el  volumen  elegante  que  lu- 
cía una  portada  prerrafaélita,  tra- 
zada por  su  diestra,  un  año  hacía, 
cuando  aun  era  feliz,  cuando  se 
encontraba  en  la  aurora  de  su 
amor. 

Quizás  no  podría  leer  la  ama- 
da la  simbólica  dedicatoria  que 
al  principio  había  colocado  el  au- 
tor, y  cuyas  palabras  armonio- 
sas, precisas,  eran  las  notas  de 
un  himno  que  él  entonaba  en  su 
loor,  en  agradecimiento  á  sus 
bondades,  en  compensación  á  sus 
ósculos,  bajo  cuya  impresión  ha- 
bía él  escrito  los  capítulos  de  su 
obra. 

Raúl  Díaz,  recientemente  gra- 
duado de  doctor  en  medicina, 
había  puesto  especial  empeño  en 
aliviar  á  la  enferma,  que  sólo  te- 


nía fe  en  las  medicinas  por  él  re- 
cetadas. 

Con  cariño  fraternal,  con  es- 
merada solicitud  preparaba  las 
fórmulas  que  le  habían  de  ser  ad- 
ministradas, y  pasaba  largas  ho- 
ras estudiando  la  enfermedad  te- 
rrible, como  si  la  paciente  fuera 
su  hermana. 

Y  Alsina  sabía  agradecer  aque- 
llas atenciones  de  su  amigo,  y  se 
sentía  ligado  á  él  de  un  modo  ín- 
timo por  los  lazos  de  una  grati- 
tud sin  límites  que  se  empeñaba 
en  expresarle  de  todos  modos . 

Era  que  Raúl  sufría  al  ver  el 
estrago  que  en  su  hermano  de  lu- 
chas causaba  el  estado  de  la  con- 
desa, que  rápidamente,  como  im- 
pulsada por  una  fuerza  brutal, 
marchaba  á  la  muerte.  Conocía 
demasiado  la  enfermedad  para 
forjarse  ilusiones,  para  creer  que 
pudiera  detener  el  proceso  que 
no  podía  dejar  de  tener  un  des- 
enlace fatal;  pero  quería  al  menos, 
ya  que  era  imposible  arrancar- 
la de  los  brazos  de  la  Implacable, 
ya  que  era  estéril  toda  lucha  con- 
tra el  destino,  anhelaba  siquiera 
aminorar  sus  dolores  físicos  en 
los  últimos  días  que  le  restaban. 

Leonor  languidecía  como  un 
lirio  que  se  marchita  iluminado 
por  las  luces  de  un  crepúsculo 
otoñal.  El  brillo  de  sus  ojos  se 
había  extinguido,  su  voz  sinfóni- 
ca anteriormente,  vibraba  ahora 
de  distinta  manera,  como  una  lira 
de  cuerdas  destempladas. 

y  mientras  que  su  sangre  se 
iba  descomponiendo;  mientras 
que  el  cáncer  se  agrandaba  des- 
trozando los  tejidos,  consumién- 
dolos; mientras  mayores  eran  los 


24  — 


sufrimientos  de  la  carne,  más 
grande  era  su  resignación,  más 
estoica  su  entereza,  como  si  su 
espíritu  se  alimentara  de  la  ma- 
teria, como  si  su  alma  candorosa 
y  triste,  encontrara  un  alivio  en 
el  martirio  porque  atravesaba, 
martirio  que  habría  de  purificarla 
como  el  fuego. 

Mas  al  pensar  en  el  amado  que 
doloroso  y  sin  consuelo  peregri- 
naría por  la  tierra  hostil,  llena 
la  mente  de  visiones  y  nostalgias, 
sentía  que  su  alma  lloraba  entris- 
tecida, rebelde  á  desprenderse  de 
la  materia,  y  llamaba  á  la  vida 
fugitiva,  á  la  existencia  ingrata 
que  se  alejaba,  que  se  alejaba  sin 
escuchar  su  llanto,  sin  reparar  en 
sus  suplicantes  frases,  tiernas, 
humildes,  llenas  de  dulzura. 

ün  secreto  instinto,  esa  claro- 
videncia de  los  que  pronto  han  de 
morir,  le  hacía  vislumbrar  su  fin 
cercano.  Ella  sentía  como  un 
desprendimiento  paulatino  que 
se  operaba  en  su  ser,  la  separa- 
ción de  las  dos  fuerzas  que  inte- 
gran la  vida:  el  alma  y  el  cuerpo. 
Sentíase  suspender,  como  un  flui- 


do, como  un  éter,  como  la  exhala- 
ción de  una  rosa  que  se  muere. 

Y  se  veía  á  sí  misma  como  si 
se  hubiera  escapado  de  la  envol- 
tura física,  cual  si  su  espíritu  ya 
ido,  contemplara  la  materia  iner- 
te, el  ánfora  que  contuvo  el  li 
cor,  el  arpa  donde  vibró  el  soni- 
do misterioso. 

Se  palpaba  y  creía  hallar  dor- 
mida la  carne,  creía  no  encontrar 
en  ella  el  calor  de  la  vitalidad,  el 
fuego  del  alma,  y  sus  ojos  mira- 
ban á  la  materia  muerta  descom- 
ponerse, transformarse,  disolver- 
se los  ipúsculos,  deshacerse  los 
huesos  que  fecundarían  á  la  ma- 
dre tierra  con  su  abono,  en  tanto 
su  espíritu  desligado  de  trabas, 
libre  para  el  vuelo,  se  perdía  en 
el  aire,  yendo  á  dar  vida  á  alguna 
estrella  que  titilaba  débilmente 
en  la  lejanía  infinita,  en  el  cielo 
límpido  y  azul. 

Y  soñaba  que  las  fulguracio- 
nes del  astro  iluminaban  la  fren- 
te del  amado,  del  amado  sin  con- 
suelo, del  amado  que  lloraba  sin 
cesar.  .  . 

Juan  GUERRA  NÚÑEZ. 


Canto  de  amor 


— Ven,  amada  mía.  Nada  te- 
mas de  la  inmensidad.  Somos 
fuertes  con  el  amor  que  nos 
inunda. 

—  Las  aguas  son  traidoras. 
Tienen  de  las  pasiones  sus  bo- 
rrascas y  de  las  caricias  sus  dul- 
zuras. 


— ¿No  ves,  tontuela,  como  es- 
tas ondas  que  nos  hablan  besan- 
do las  riberas  silenciosas,  son 
mansas?  ¿No  las  oyes  en  su  mú- 
sica extraña,  que  prometen  ser 
buenas  contigo?  Atrévete  y  su- 
be. El  balanceo  de  esta  barca  me 
exalta.  Quiero  mecerme,  abraza- 
do á  ti,  sobre  su  débil  armazón, 
en  medio  al  cristal  de  las  aguas 


—  25 


que  murmuran  la  cancióa  de  los 
amores. 

— ¡El  amor  de  las  aguas!  Dulces 
y  apacibles  son  sus  caricias,  pero 
dentro  de  la  calma  aparente  que 
guardan  junto  á  las  barrancas,  se 
oculta  la  traición.  Su  amor  tiene 
cambios  imprevistos:  recorre  la 
gama  de  las  pasiones . . . 

— No  temas  de  la  vida,  en  la 
pasión,  los  embates 
imprevistos.  Sé 
fuerte  como  el  roble 
que  no  se  doblega 
al  recio  empuje  de 
los  vientos.  Cobra 
valor  y  arrójate  á 
la  vida.  Sabrás  de 
ella.  El  temor  es  la 
muerte.  No  temas; 
vive  en  la  aventu- 
ración  de  tu  auda- 
cia arrancada  á  un 
momento  de  irre- 
flexión. 

n 

La  tarde  moría  reflejándose  en 
la  turquesa  de  las  aguas  tranqui- 
las. Sobre  las  barrancas,  encima 
de  la  franja  desigual  de  la  ribera 
opuesta,  caprichosas  tonalidades, 
flamas  de  un  rojo  subido,  colo- 
raciones extrañas  de  un  país  de 
ensueños,  en  el  cielo  sin  borras- 
cas se  diluían  en  una  apoteosis 
triunfal. 

La  franja  verdinegra  y  des- 
igual, recortaba  el  horizonte  le- 
jano, donde  el  sol  se  había  hundi- 
do dejando  en  la  tristeza  crepus- 
cular el  último  beso  de  sus  rayos 
de  alegrías. 

En  el  cénit,  sobre  lo  más  pro- 
fundo de  la  comba  sidérea,  una 


nubécula  blanca  como  humo  de 
incensario,  iba  perezosamente  dis- 
gregándose, hasta  que  se  mezcló 
con  la  tranquilidad  azul. 

Los  grupos  solitarios  de  árbo- 
les, que  bordeaban  aquí  y  acullá 
la  ribera  de  la  laguna  inmensa,  se 
destacaban  como  cuajarones  de 
sombras,  sobre  los  celajes  de  la 
tarde  que  moría. 

La  hora  era  su- 
prema. 

La  mente  galo- 
paba en  pos  de  fan- 
tasías irrealizables. 
La  creación  re- 
posaba en  la  tnui- 
sición  de  la  luz  y 
las  tinieblas,  en  la 
hora  doliente,  en 
esos  momentos  que 
la  angustia  atenaza 
y  es  el  corazón  un 
volcán  de    latidos. 

ni 

— Así  te  amo, 
mujer,  valerosa  y  resoluta.  Boga- 
remos, y  nuestro  amor,  en  el  silen- 
cio majestuoso  de  la  hora,  sentirá 
el  epitalamio  de  las  aguas,  como 
un  hosanna  triunfal  á  nuestra  di- 
cha. 

— Boguemos,  y  que  las  manos 
invisibles  de  las  ondas  decidoras, 
aplaudan  este  momento.  Despo- 
jada del  temor  primero  hacia  la 
inmensidad  de  las  aguas,  voy  con- 
tigo segura.  El  amor  es  fuerte  co- 
mo la  muerte,  y  yo  te  amo. 

Partamos  en  pos  de  la  inmen- 
sidad. Y  en  la  postrera  y  angus- 
tiosa hora,  deshoje  la  tarde  sus 
caricias  de  colores  sobre  nuestras 
cabezas  nimbadas  por  los  recuer- 
dos gratos  de  la  vida. 


—  26 


Lejos  del  mundo,  de  sus  rui- 
dos artificiosos  y  de  sus  fórmu- 
las grotescas,  seamos  el  uno  para 
el  otro. 

—Tu  voz  cobra  c-n  el  dolor  de 
este  paisaje  sobtóraiio,  el  metal  de 
las  promesas  que  radian  dicha. 
La  felicidad  me  inunda.  Quiero 
vivir  lejos  de  la  sociedad.  Quie- 
ro ser  yo  misma. 

— Vivamos,  pues. 

IV 

El  barquichuelo,  viró  al  im- 
pulso seguro  de  los  remos  mane- 
jados por  manos  que  ardían  de 
pasión.  Las  aguas  fueron  hendi- 
das por  la  quilla  de  aquel  jugue- 
te de  las  olas,  y  la  canción  pla- 
ñidera de  las  aguas,  fué  llenando 
las  barrancas,  la  tarde,  la  fronda 
verdinegra  de  los  árboles  que 
elevaban  sus  copas  al  cielo. 

La  brisa,  fresca  y  blanda,  tra- 
jo en  sus  alas  el  golpeteo  isócrono 
de  los  remos,  mansos  como  pala- 
bras. Las  aguas  fueron  tiñéndo- 
se  con  los  reflejos  del  horizonte 
encendido.  Sobre  el  lago,  man- 
chas desiguales,  simulaban  re- 
mansos donde  habían  buscado 
refugio  miles  de  peces  de  colores. 

A  medida  que  los  minutos 
transcurrían,  la  brisa  dejó  de 
traer  en  sus  alas  intangibles  la 
canción  de  los  remos.  El  barqui- 
chuelo al  alejarse  borró  la  silue- 
ta de  sus  tripulantes  y  fué  como 
un  punto  informe  sobre  las  aguas 
tranquilas. 


— No  exijo  de  ti  un  juramento 
de  amor.   Sé   que  me  amas,  y  el 


amor,  forma  transitoria  de  los  sen- 
timientos humanos,  no  es  eterno. 
El  juramento  te  ataría  al  carro  de 
una  promesa  junto  al  hombre  á 
quien  has  amado  ó  amas.  Vive 
hoy  en  mi  amor,  porque  nos  que- 
remos. Apuremos  la  felicidad 
que  nos  embarga  bebiendo  en  la 
copa  de  la  vida.  Mañana  tal  vez 
todo  cambie.  .  . 

— Sí,  bebamos  la  felicidad  en 
la  copa  de  la    vida,  pero  júrame 
amor  eterno.  Temo  que  en  ti  to- 
do sea  una  veleidad  pasajera,  hi- 
ja de  un  momento  de  entusiasmo. 
No   lo  puedo,  amada    mía. 
Sé  que  mi  vida  toda,  hoy  depen 
de  de  ti.  No  quiero  en  un  instan 
te  de  ceguera  amorosa  mentir  ju- 
rando pertenecerte   eternamente, 
porque  sé  que  todo  pasa,  el  amor, 
la   forma,  las    instituciones,   las 
costumbres,  las  circunstancias,  y 
más  que   nada,  los   sentimientos 
humanos. 

—  No  te  quiero  así.  Ámame 
para  siempre  y  vibre  la  vida  en 
torno  nuestro  como  un  rayo  de 
luz,  ó  sea  mar  proceloso  de  tor- 
menta nuestra  pasión.  Y  como 
dos  náufragos  arrojados  á  los  em  • 
bates  de  las  olas,  luchemos  en 
sentido  contrario  con  nuestro  in- 
fortunio. Desafié  el  temor  de  la 
inmensidad,  y  con  tu  amor  fui 
re -soluta.  Desafía  tú  también  la 
idea  y  ven  hacia  mis  brazos  que 
se  abren  para  estrecharte  con 
fuerza  contra  mi  pecho,  donde 
murmura  mi  pasión.  Seamos 
grandes  y  así  unidos  seamos  fe- 
lices. 

— Amada  mía:  relampaguea 
aún  en  tu  cerebro  el  fuego  de 
una  idea  que  te  encandila.  Eres 


27  — 


juguete  de  un  prejuicio  insano, 
que  tiene  en  el  ambiente  moder- 
no, fuerza  de  muerte.  Como  el 
temor  á  la  inmensidad,  avéntalo 
al  espacio,  y  sólo  vivamos  de  la 
vida  lo  que  la  vida  nos  ofrece. 
Sobre  las  aguas  que  mueven 
el  barquicbuelo,  en  el  silencio 
majestuoso  de  esta  hora  melan- 
cólica, ante  el  divino  reflejo  de 
los  arreboles,  sella  con  un  beso 
de  tus  labios  frescos,  tu  indepen- 
dencia final.  Sé  mujer  del  porve- 
nir. No  quebrantes  tu  libertad  de 
amar  con  el  prejuicio  de  una 
eternidad  amorosa.  Vive,  levanta 
la  cabeza  y  mira  el  horij^onte  ro- 
sado, prometedor  de  bonanzas 
para  los  seres  humanos,  en  un 
porvenir  que  galopa. 

Hunde  en  el  olvido  lo  pasado, 
tu  vida,  tu  educación  convencio- 
nal, el  temor  al  qué  dirán,  é  inte 
rroga  á  tu  corazón.  El  te  respon- 
derá'. ¿Me  amas?  Bien:  tú  lo  has 
dicho.  Fuerte  como  la  muerte  es 
el  amor.  Con  él,  el  sacrificio  es 
necesario.  ¿No  me  amas?  Sigue 
tu  ruta  de  mentiras  sociales  y 
macera  tus  carnes  en  el  vicio  de 
una  ficción  que  concluirá  conti- 
go y  no  te  hará  vivir.  El  dilema 
es  cruel,  pero  necesario.  Para 
mí,  en  la  explosión  violenta  de 
un  amor  sincero,  ó  para  el  mun- 
do que  te  atará  á  la  coyunda  fa- 
tal, de  un  convencionalismo  de 
muerte. 

Elige,  mujer,  en  la  hora  gran- 
diosa de  la  prueba. 

— Duro  y  tirano  es  todo  lo 
que  me  pides.  Transé  contigo  en 
la  aventura  que  corremos  sobre 
las  aguas  terribles.  Me  "exiges 
ahora  que  acepte  algo  oído  re- 


cién por  primera  vez,  y  cuyas 
consecuencias  me  espantan. 

— Transaste  conmigo  en  aven- 
turarte sobre  las  aguas  bonacho- 
nas. El  temor  que  le  tenías  se  es- 
fumó con  el  conocimiento  adqui- 
rido. También  loque  te  pido  pro- 
voca en  ti  un  temor  infundado. 
No  conoces  el  porvenir  y  éste  te 
espanta  con  su  inmensidad  inex- 
crutable,  como  no  hace  muchos 
instantes  estas  agua?  que  nos 
mecen.  El  día  que  tengas  sufi- 
ciente valor  moral  y  te  propon- 
gas desafiar  las  consecuencias,  el 
porvenir  abrirá  sus  puertas  y  por 
ellas  entrarás  á  conocer  la  feli- 
cidad y  la  vida.  Sólo  te  pido  en 
este  momento,  amada  mía,  que 
seas  libre,  libre  como  el  pájaro, 
libre  como  la  vida,  libre  como  el 
amor,  ese  amor  infinito  que  se  es- 
conde en  tu  pecho  como  un  flo- 
rón de  fuego.  Vuela,  Sulainita.  Sé 
feliz.  Ven,  que  mis  brazos  y  mis 
labios  te  esperan  para  festejar  la 
ruptura  definitiva  de  las  cadenas 
que  te  atan  á  las  grotescas  fórmu- 
las sociales,  que  te  oprimen  y  no 
te  dejan  vivir. 

VI 

Las  sombras  cenicientas  de  la 
tarde  fueron  intmdando  el  espa- 
cio. Los  contornos  de  la  ribera 
se  hundieron  lentamente  en  la 
noche,  mientras  el  ciclo  se  salpi- 
có de  miles  de  partículas  de  oro 
milenario  que  guiñaron  á  la  tie- 
rra. 

Los  celajes  del  crepúsculo 
avanzado  jmrpadearon  unos  ins- 
tantes más,  y  luego,  en  una  carca- 
jada explosiva  se  perdieron  en  la 
negrura  de  la  noche. 


28 


La  luna  asomó  su  mole  gigan- 
tesca por  entre  las  copas  de  un 
montón  de  árboles,  y  sobre  las 
aguas  dormidas  en  las  sombras, 
trazó  un  surco  profundo  de 
plata. 

Y  en  esa  hora,  en  medio  del 


silencio  de  la  naturaleza  dormida, 
mecida  por  el  débil  movimiento 
de  un  barquichuelo,  una  mujer  se 
independizó  de  las  fórmulas  y 
fué  libre,  libre  para  siempre. 

Pervecto  B.  LÓPEZ. 


José  de  Diego 


Publicamos  hoy  el  retrato  del 
distinguido   poeta    y    publicista 


José  de  Diego 


portorriqueño  don  flosé  de  Die- 
go, cuya  personalidad  literaria  se 
ha  captado  el  aprecio  de  los  in- 


telectuales de  América,  y  es,  en 
la  pequeña  Antilla,  como  un  as- 
tro que  ilumina  los  senderos  por 
donde  marcha  la  falange  de  los 
ricos  de  ideas  y  de  ensueños. 

Luchador  noble  y  sincero,  abo- 
gado de  talento  que  ve  el  más 
allá  de  la  vida,  el  señor  José  de 
Diego  es  autor  de  la  «Codifica- 
ción Administrativa»  y  «La  cri- 
minalidad en  Puerto  Rico». 

Últimamente,  publicó  en  Bar 
celona  un  hermoso  libro  de  poe- 
sías intitulado  «Pomarrosas»,  y 
en  ese  libro,  la  originalidad  y  la 
belleza  se  han  juntado  para  for- 
mar un  símbolo  de  triunfos  in- 
marcesibles. 

Al  noble  literato,  nuestro  vo- 
to de  admiración. 


A  una  casada 


Violada  la  ilusión  del  primer  sueño, 
comprendiste  que  no  eras  comprendida; 
sangró  un  raudal  de  llanto  tu  alma  herida 
y  agonizó  en  los  brazos  de  tu  dueño. . . 
¡Qué  abrumador,  qué  bárbaro  es  el  leño 
para  tu  débil  fuerza,  alma  afligida! 
que  no  hay  mayor  dolor  en  esta  vida 
que  morir  de  la  muerte  de  un  ensueño. 


Perdóname  el  placer  de  aquellas  horas 
en  que  de  mis  pupilas  á  las  tuyas 
hubo  un  vuelo  magnífico  de  auroras: 
¡Tal  vez  hoy,  cuando  en  lágrimas  diluyas 
de  tus  ojos  las  luces  tembladoras, 
se  te  acerque  el  Pasado  y  no  le  huyas! 

Emilio  FRUGOIÍI. 


—  29  — 


Ofrenda 


Recuerdo  de  un  alma  eximia,  este  poema  es  un  exvoto  de  amor. 
Como  ella,  la  amante  efímera,  aquella  alma  selecta  se  ha  perdido 
en  el  caos  eterno  de  la  vida. 


¡Salve!   ¡Oh,  pagana  evocatriz  del  amor  y  la  harmonía! 

Surgiste  en  la  brumosa  estepa  de  mi  vida  como  una  Helena  fugaz 
coronada  de  mirtos  y  de  rosaa.  Y  al  hablarme  de  tus  emociones  ín- 
timas, de  la  unción  de  tus  decires  y  el  excelso  crisol  de  tus  ideas,  huye- 
ron de  la  barca  de  mis  sueños  los  petreles  del  dolor  cuya  omnividencia 
hablaba  de  vórtices  y  borrascas.  Y,  mi  cerebro  tanto  tiempo  ator- 
mentado, quedó  apacible  y  risueño,  como  una  mar  en  calma,  que 
surcaran  esquifes  de  cristal. 

Entonces,  á  ti  fué  abierta  la  urna  de  mi  corazón  transido,  que  no 
concibe  un  amor  con  sujeción  á  las  voces  del  futuro,  agoreras  y  si- 
niestras como    chirridos  de   cárabos    en   un  claustro    de   tinieblas... 

Y  te  hice  el  exvoto  de  mi  amor,  que  sabe  á  salmos  gloriosos 
del  paganismo,  mientras  tus  labios  elocuentes  y  temblorosos,  ras- 
gaban el  silencio  originado  por  el  lirismo  de  nuestros  besos,  y  mur- 
muraban quedo,  muy   quedo,  quemándome  las  mejillas: 

«¡Cómo  es  sabia,  cómo  es  triste  la  elocuencia  del  silencio! >j 

Tú    sabías  de  la  vida...  y  la  cantaste  un  salmo  vibrador. 

Yo  sabía  de  sus  tristezas  inmensas,  y  mi  homenaje  á  ella  era  un 
himno  de  dolor. 

Por  eso,  hallé  en  ti  el   elíxir  de  la  vida: 

cuando  me  oblaron  sus  caricias  infinitas,  tus  ojos  tiernos  y  ma- 
dorosos como  dos  pétalos  desprendidos  de  un  corimbo  de  hortensias 
azules; 

cuando  el  ánfora  de  tus  labios  abierta  á  mi  imploración  volcó 
en  mi  boca  acre  sus   efluvios   de  nébeda  exquisita; 

cuando  mis  ojos,  avaros  de  tus  encantos — venero  inagotable  de 
ternuras — cayeron  sobre  el  domo  de  tus  senos,  que  ostentaban  como 
las  rosas  de  Irán  los  hechizos  de  eternas  primaveras; 

cuando  mis  brazos  como  un  pselión  animado,  nimbaron  tu  cue- 
llo lácteo  y  divino,  mientras  surgía  en  mi  memoria  aquel  verso  de 
Francis   Jammes,   voluptuoso  y   pagano  como   tú;  aquel   verso . . . 

«Bien  n'est  plus  doux  pour  moi  que  ta  chair  daus  la  nuit,> 

Y,  cuando  ambos  nos  amamos  ¿recuerdas? 


—  30  — 

El  alba  nos  sorprendió  besándonos  aún  frenéticos  y  ardorosos 
y  nuestras  almas  vibraban  al  unísono  por  ideales  de  amor  y 
de  verdad.  Tu  cuerpo  lasro  temblaba  prisionero  en  mis  brazos 
fatigados,  y  tus  ojos  soñolientos  y  vagos  en  sus  miradas  de  amor, 
aureolados  estaban  de  dos  trazos  como  pétalos  de  una  lila  agoni- 
zante. Tus  cabellos  en  desorden  caían  como  una  avalancha  de 
oro  sobre  la  nivea  almohada,  y,  bajo  los  cobertores  que  te  arro- 
paban aún,  yo  adivinaba  mórbidos  y  esculturales  cual  un  poema 
de  mármol,  el  pequeño  cimborio  de  tus  senos  y  la  curva  auroral 
de  tus  caderas. 

Y  aún  así  ¡cuan  bella  eras! 

Después — ¿me   quieres?  susurraste  en  mi    oído   como    haciendo 
me  un  reproche. 

— \o  ya  no  te  quiero  á  ti.  Te  amé,  y  para  no  odiarte  es  preciso 
que  te  olvide.  Seamos  libres.  El  olvido,  sólo  el  olvido  decreta  la 
libertad  de  las  almas. 

Callaste,   y   una   harmonía  de  perfumes  y  de    luces   pobló    nucs 
tros  corazones. 

Y  luego,  cuando  te  fuiste,  y  en  la  azulada  lejanía  perdióse  tu 
silueta  leve  y  dulce  cual  una  paloma  blanca,  murmuraron  mis  la- 
bios dolorosos: 

¡Oh,  pagana  evocatriz  del  amor  y  la  harmonía!  ;Salvc! 
Surgiste  del  misterio  y  tornas  á   él  con  la   libertad    de  un  pájaro 
de  la  selva. 

Manuel    PÉREZ  Y  CÜRIS. 


Azul.  .  .  . 


Tras  el  azul  de  los  cielos  se  despliega  el  luminoso  infinito   de  lo 
inconmensurable  donde  mora  Dios. 

Bajo  el  azul  del  mar  duerme  el  obscuro  abismo  del  misterio  donde 
se  agita  la  tempestad. 

Y  bajo  el  azul  de  tus  ojos,  dime,  ¡oh,  mi  adorada!  ¿qué  habrá?  ¿el 
luminoso  infinito  de  los  cielos  donde  mora  Dios  6  el  obscuro  abismo 
del  Océano? 

Rafael  Ángel  TROYO. 


—  31  — 

^ág'ina,  artística; 

POR  ORESTES   BAROFFIO 


A  Ulises  W.  Riestra. 

El  cuadro  es  elocuente  y  real. 

Baroffio,  con  la  originalidad  y  el  encanto  que  le  han  hecho  acreedor  á  infinitos  aplausos,  nos 
mueve  hoy  á  las  meditaciones  de  la  vida.  Es  el  epílogo  de  una  novela  de  amor.  Sobre  la  mesa,  la 
triste  esquela  yace  como  una  sentencia  irrevocable.  Ella  llora.  El  pañuelo  que  ambas  manos  sos- 
tienen cubre  su  rostro  como  seQal  de  inmenso  desconsuelo.  ¡Quién  sabe!  Una  decepción  amorosa , 
acaso. . .  Acaso,  no;  es  evidente.  Porque  el  amor  es  pródigo  en  decepciones. 

Nuestras  sinceras  felicitaciones  al  delicado  artista.  ¡Lástima  que  en  la  copia  de  su  cuadro  no 
se  puedan  apreciar  la  sutilidad  de  su  capricho  artístico  y  los  trazos  excelentes  de  su  hábil  pincell 


—  32  — 


Nieve 


Es  la  alcoba  una  habitación 
pequeña,  tapizada  de  rojo  obscu- 
ro y  cuyo  techo  lo  cruzan  berme- 
jas vigas  paralelas.  Los  muebles 
son  escasos:  un  velador  de  made- 
ra barnizada  con  incrustaciones 
de  nácar,  sobre  el  que  descansan 
varios  libros  de  tajias  policromas; 
en  sus  lomos  desiguales  se  leen 
los  títulos  de  las  obras  ó  de  los 
autores:  Ohnet,  Dumas,  «Imita- 
ción de  Cristo»;  en  los  restantes 
no  puede  leerse  ni  el  título  ni  el 
autor. 

Entre  los  dos  balcones  que, 
aunque  pequeña,  tiene  la  estan- 
cia, hay  una  mesa  con  tablero  de 
mármol:  sobre  el  tablero  reposan: 
una  bandejita  de  cristal  tallado 
que  contiene  horquillas,  peinetas 
de  concha  y  alfileres  negros,  de 
negra  y  esférica  cabeza;  fras- 
cos con  etiquetas  extranjeras  con- 
teniendo líquidos  de  colores  dis- 
tintos y  de  perfumes  penetran- 
tes; hay  también  sobre  este  toca- 
dor cintas  azules  y  gasas  incolo- 
ras, abandonadas  allí  en  desor- 
den; y  en  su  centro,  en  un  búca- 
ro de  rosado  cristal,  se  muere  un 
crisantemo  con  sus  hojas  amari- 
llentas enervadas  y  su  tallo  ver- 
doso bañado  por  agua  añeja. 
Frente  al  espejo  hay  una  cama  de 
madera  negra  cubierta  con  lien- 
zos muy  blancos,  y  por  entre  esos 
lienzos  asoma  un  rostro  de  niña  ó 
de  mujer,  no  tan  blanco  como  las 
sábanas,  porque  es  amarillento, 
pero  encerrado   en  un   marco  de 


cabellos  negros,  que  sí  son  más 
negros  que  la  madera  del  lecho. 
La  niña  se  muere.  Cabe  la  cama 
llora  una  vieja  y  muchas  veces  só- 
lo el  gemir  de  la  anciana  turba  el 
silencio  de  la  habitación  y  apaga 
el  lento  respirar  de  la  enferma 
que,  con  los  ojos  abiertos,  mira  el 
balcón  que  hay  frente  á  ella. 

Desde  allí  ve  la  niña  cómo 
van  cayendo  los  copos  de  nieve. 
¡Cuántos  caen,  y  qué  despacio,  y 
cómo  descienden  del  plomizo 
cielo  para  besar  á  la  tierra  con  su 
beso  frío;  y  qué  blancos  son,  y 
cómo  se  juntan  unos  con  otros, 
como  si  fueran  lágrimas  que  se 
encuentran  para  formar  una  sola, 
y  cómo  van  posándose  en  las  ho- 
jas de  los  árboles  y  las  van  unien- 
do hasta  formar  un  manto  que  á 
todas  las  aprieta  en  blanda  cari- 
cia! 

La  niña  se  queja;  la  anciana 
pasa  sus  escuálidos  dedos  por  las 
cuencas  de  los  ojos  para  quitarse 
las  lágrimas  y  procura  consolarla. 

— ¡Ya  no  volverá !  —  dice  la 
niña. 

Sí,  gloria;  sí,  volverá;  lo  que 
es  menester  es  que  tú  no  pienses 
en  ello,  que  dejes  pasar  las  horas 
cuidándote,  distrayéndote  con 
migo  siempre  á  tu  lado;  y  luego, 
cuando  más  lejos  tengas  el  pen- 
samiento, tú  verás  como  viene;  sí, 
volverá,  sí. 

Y  la  niña  suspira,  y  la  vieja, 
al  oir  el  lamento  del  alma,  vuelve 
á  llorar. 


—  33  — 


¿Te  acuerdas?  La  última  tarde 
que  estuvo  fué  la  última  tarde 
que  hizo  sol;  un  sol  que  no  calen- 
taba; amarillo,  amarillo,  como  si 
fuese  de  metal  .  Desde  enton- 
ces no  ha  vuelto. 

Salen  las  palabras  de  la  boca 
de  la  niña,  lentamente,  muy  len- 
tamente, y  entre  una  y  otra  deja 
un  silencio  para  respirar;  entra  el 
aire  muy  despacio  hasta  llenar  el 
pecho  enfermo,  y  luego,  como  si 
le  causara  horror  estar  allí  meti- 
do, sale  de  prisa,  en  una  sola  bo 
cañada.  Después  torna  á  hablar 
la  niña: 

— Las  cuatro;  ya  no  viene  hoy, 
ya  no  viene  nunca.  .  .  y  sigue 
nevando,  nevando.  . . 

— Volverá,  hijita,  volverá; 
cuando  desaparezca  esa  nieve, 
muy  pronto;  cuando  vuelva  el  sol, 
vuelve  él. 

— Sí,  vendrá  con  el  sol.  ¿Pero 
el  sol  vendrá  pronto? 

La  respiración  de  la  niña  va 
siendo  más  despaciosa  cuanto 
más  difícil;  llega  la  noche;  poco 
antes  de  llegar  lo  anuncia  emplo- 
mando los  cristales  y  confun- 
diendo las  cosas  y  las  personas 
con  sus  propias  sombras. 


La  vieja  calla,  la  vieja  duerme. 
La  niña  calla:  está  á  punto  de  mo- 
rirse. Y  la  noche  sigue  avanzan 
do,  avanzando;  se  oyen  desde  la 
estancia  los  pasos  precipitados  con 
que  caminan  por  la  calle  los  tras- 
nochadores; luego  un  silencio  muy 
largo,  muy  largo,  de  una,  de  dos 
horas;  luego  el  rodar  de  un  coche 
que  ha  de  estar  desvencijado  á  juz- 
gar por  el  ruido  que  produce;  lue- 
go otro  silencio  más  largo  que  el 
anterior,  después  el  golpe  seco 
que  hace  el  farolero  al  herir  con 
un  paFo  la  palanca  del  farol;  más 
tarde  se  oye  el  blando  ruido  de  la 
nieve  al  tropezar  en  las  vidrieras; 
pero  pronto  se  extingue;  el  tro- 
tar de  un  caballo  que  lleva  cán- 
taros de  leche  y  que  va  entrecho- 
cando; el  gemir  de  unas  ruedas 
que  hacen  moverse  á  un  carro 
muy  pequeño  que  lleva  basura;  y 
por  fin,  el  alba,  y  con  el  alba  un  sol 
muy  grande,  que  debe  estar  muy 
cerca  del  mundo  y  que  al  asomar 
allá  lejos,  detrás  de  la  sierra, 
manda  su  primer  rayo  á  los  bal- 
cones de  la  niña. 

El   sol  llegó  tarde     La  niña 
murió  á  la  media  noche. 

Pronto  despertará  la  anciana. 

Miguel  A.  RODENAS. 


¥ 


Bajo  los  árboles 


Preguntabas:  (Tu  frase  era  la  esencia 
inmaterial  de  una  camelia  blanca) 
— ¿Las  aves  son  poetas? — De  las  flores; 
— te  decía.  ¡Las  flores  tienen  alma! 

— ¿y  el  canto? 
—  ¡El  canto  es  el  dolor,  de  lo  que  muere 
de  nostalgia  inmortal  bajo  las  alas! 


M.  PIMENTEL  CORONEL. 


34  — 


Crepúsculo 


El  Sol  está  cerca  de  su  ocaso, 
un  mar  de  fuego  se  divisa  en  el 
horizonte,  caprichosos  paisajes 
se  dibujan  en   la  atmósfera,  la 


Doctora   M.    Práxedes  Muñoz 


suave  brisa  mece  la  copa  de  los 
árboles,  los  pajarillos  entonan 
sus  alegres  trinos  al  regresar  á 
su  querido  hogar,  la  naturaleza 
ya  muda  é  imponente,  ya  anima- 
da y  retozona,  ofrece  á  mis  ojos 
el  más  delicioso  y  poético  cuadro. 
Sentada  al  pie  de  un  fúnebre 
sauce  contemplo  tantos  primo- 
res. La  analogía  que  tienen  sus 
abatidas  y  mustias  hojas  con  el 
estado  de  mi  alma,  me  hizo  esco- 
gerlo por  compañero  y  testigo  de 


dolor,  y  allí  la  cabeza  inclinada, 
mudo  el  labio,  palpitante  el  cora- 
zón, di  libertad  á  mi  llanto,  por 
mucho  tiempo  comprimido. 

¡Oh,  dulces  recuerdos, 
adoradas  ilusiones  que  sin 
cesar  rodáis  en  mi  menté! 
¿Será  posible  que  sólo  seáis 
para  mí  quimeras  é  impo- 
sibles? Sueño  de  gloria  y 
ventura  que  habéis  dormi- 
do tanto  tiempo  en  el  fon- 
do de  mi  ser,  ¿quién  os 
despertó  así  para  mi  tor- 
mento? ¡Ah,  pluguiese  al 
cielo  que  antes  de  turbar 
mi  dulce  inconsciencia, 
hubiéranme  arrebatado  la 
enojosa  vida,  entonces  no 
bullirían  en  mi  confusa 
mente  esas  imágenes  que 
á  toda  hora  acosan  mi  po- 

Ibre  corazón,  torturándolo 
sin  piedad  con  el  anhelo 
de  lo  imposible,  el  deseo 
de  lo  desconocido,  el  amor 
de  lo  misterioso  y  lo  ver- 
dadero que  tan  sólo  seduce  'y  en- 
tusiasma mi  espíritu. 

Seducción  adorable,  encanto 
irresistible,  cual  música  sagrada 
de  esferas  intangibles,  de  mun- 
dos ignotos,  lejos,  muy  lejos  de 
nuestras  groseras  realidades  y 
del  medio  empequeñecido  en  que 
el  destino  me  colocara. 

¿Por  qué  tan  brillantes  pers- 
pectivas, tan  encumbrados  pen- 
samientos han  de  surcar  á  toda 
hora  el  cerebro   juvenil  de   una 


—  35  — 


tierna  adolescente,  para  evapo- 
rarse luego  como  sombras  capri- 
chosas, alucinaciones  insanas, 
productos  de  fantasía  desequili- 
brada? '  ¿Y  cómo  huir  del  ideal 
sagrado  que  alberga  lo  íntimo  del 
alma,  cómo  matar  entusiasmos 
puros,  creaciones  excelsas,  acari- 
ciadas entre  los  perfumes  de  la 
niñez,  hoy  profundamente  arrai- 
gados en  mi  mente? 

Así  desahogaba  mi  pecho  jun- 
ta á  esa  fecunda  naturaleza,  mu- 
do testigo  de  mi  quebranto, 
cuando  las  negras  sombras  de  la 
callada  noche,  vinieron  á  nublar 
aquel  encantador  paraje,  llevan 
dose  entre  los  últimos  destellos 
del  terminado  día,  al  par  que  los 
dolores,  las  esperanzas  de  mi 
alma  enferma. 


Oprimióseme  el  corazón  al 
pensar  si  sería  aquella  la  vez 
postrera  que  vendría  á  exhalar 
allí  mis  doloridas  quejas,  lágri 
mas  amargas  brotaron  de  mis 
ojos  al  abandonarlo,  y  mi  exalta 
da  imaginación  que  no  cesa  de 
presagiarme  inevitables  desgra- 
cias, no  dejó  de  atormentarme  un 
instante  mientras  me  acercaba  á 
mi  morada. 

Fué  tal  el  aturdimiento  que 
engendró  en  mi  espíritu,  que  du- 
dando hasta  de  la  evidencia  creí 
me  presa  de  una  horrible  pesa 
dilla,  y  aun  al  escribir  estas  lí- 
neas, no  sé  si  sueño  ó  si  estoy 
despierta. 

M.  PRÁXEDES  MUÑOZ. 


Rondel 


En  la  lumbre  de  tus  ojos  se  bañó  mi  desconsuelo, 

Y  las  mieles  de  tus  labios  endulzaron  mis  dolores; 

Y  pasó,  cual  vago  bólido,  por  los  nublos  de  mi  cielo 
La  caricia  inebriativa  de  tus  púdicos  amores. 


;0h  visión   ultraterrestre  cuyos  vivos  resplandores 
Alumbraron  las  perpetuas  lobregueces  de  mi  anhelo! 
Con  las  mieles  de  tus  labios  endulcé  mis  sinsabores 

Y  en  la  lumbre  de  tus  ojos  se  bañó  mi  desconsuelo. 

No  te  ausentes,  dulce  amiga,  blanca  estrella  de  mi  cielo; 
Quiero,  asido  eternamente,  á  tu  cauda  de  fulgores, 
En  la  lumbre  de  tus  ojos  empapar  mi  desconsuelo 

Y  en  las  mieles  de  tus  labios  endulzar  mis   sinsabores. 


Salvador  MARTÍNEZ  AL0>UA. 


—  36  — 


Cositas 


Ante  la  ley  de  evolución,  el 
hombre  adquiere  en  lo  creado 
una  majestad  verdadera,  aun 
más  grande  que  si  lo  considera- 
mos irreflexivamente  de  fabulo- 
so origen  divino.   La  perfección 


Enrique  Crosa 

humana  alcanza  su  máximum  en 
las  manifestaciones  del  amor.  Un 
hombre  ó  una  mujer  que  sepan 
amar,  son  por  todos  conceptos 
seres  superiores. 

* 

*  * 

Cambiada  ó  disminuida  la  ac- 
tividad exterior  de  los  elementos 
generadores,  es  posible  que  hoy 
sea  apta  la  naturaleza  tan  sólo 
para  engendrar  espontáneamen- 
te seres  inferiores.  Basándose  en 
esa  afirmación,  es  posible  creer 
que  cuando  apareció  el  hombre 
en  la  tierra,  el  estado  de  esos  ele- 


mentos generadores  era  de  una 
extraordinaria  actividad.  Los  ani- 
males llamados  antidiluvianos, 
no  existen  ya,  y  fueron  los  pri- 
meros en  aparecer  en  nuestro 
globo,  según  lo  afirma  la  zoo- 
paleontología.  Por  consiguiente, 
puede  creerse  en  la  degeneración 
generatriz  de  la  naturaleza.  Los 
estados  exteriores  de  nuestro 
planeta,  han  cambiado;  varían 
también  los  elementos  de  pro- 
ducción de  vida.  Nuestro  mundo 
pierde  sus  energías. 

* 

*  * 

Si  se  inyectara  fósforo  en 
el  cerebro  de  un  determinado 
animal,  ¿se  obtendría  acaso  una 
inteligencia  artificial  superior  á 
la  del  rango  del  animal  inyec- 
tado? 

* 

*  * 

Los  dioses  se  van  ...  los  dio- 
ses se  han  ido  ...  y  los  que  aun 
reinan  en  la  tierra,  viven  una 
pobre  vida.  Venus  acepta  en  su 
culto,  los  refinamientos  france- 
ses; Apolo  se  dedica  al  art  nou- 
veaux,  y  el  pobre  Cupido  tiene 
que  mantenerse  á  fuerza  de  ex- 
tracto de  carne. 

Los  dioses  se  van  . . . 


* 

*  * 

Si  la  materia  es  inmortal,  en  vano 
resultará  á    los  hombres  pretender 
destruir  el  amor,  pues  soberano 
guarda  el  amor  el  insondable  arcano 
del  principio  del  ser! 

Enrique  CROSA. 


37 


De  "Némesis 


ff 


Eara  vez  ciertos  triunfos  del  su- 
fragio popular,  me  consuelan  de 
sus  derrotas; 

nacido  en  una  democracia  anal- 
fabeta y  domeñada,  en  la  cual  la 
sola  forma  de  elección  fué  dicha 
por  la  boca  voraz  de  todos  los 
partidos,  en  este  aforismo  de  una 
impudente  precisión:  el  que  escru  ■ 
ta  elige; 

hecho  después,  á  ver  salir  de 
las  urnas  prostituidas,  como  de 
una  matriz  de  devastación,  los 
más  rudos  lobatones  de  la  inepti- 
tud y  la  violencia,  aptos  para  de- 
vorar la  libertad; 

habiendo   vivido   luego  en   la 
República  Modelo,  donde  el  so- 
borno y  el  cohecho   son   los  úni 
eos  medios  de  elección; 

encastillado  entre  dos  horro- 
res: el  de  aquellas  democracias 
bozales  que  reclutaban  los  elec- 
tores, y  esta  democracia  colosal 
que  los  compraba; 

no  sabiendo  cuíl  era  más  vil, 
si  el  voto  uncido  ó  el  voto  vendi- 
do; si  el  del  esclavo  atado  ó  el 
del  liberto  comprado;  si  el  obte- 
nido por  la  fuerza  del  hecho,  ó  el 
obtenido  por  la  fuerza  del  cohe- 
cho, asombrado  ante  las  repúbli- 
cas del  Sur,  que  votaban  amana- 
das y  la  república  del  Norte,  que 
votaba  sobornada,  entristecido  y 
desesperanzado  ante  esa  farsa 
triunfal,  ante  ese  hacinamiento  de 
bastardías,  en  donde  crecía  como 
en  un  estercolero  la  generación 
espontánea  de  las  larvas   parla- 


mentarias, estuve  un  tiempo,  to- 
cado de  un  temor,  más  grande 
que  mi  amor  por  el  principio  vio- 
lado del  Sufragio  popular; 

Francia,  Italia,  España,  me  han 
consolado  después; 

ellas,  me  han  demostrado  que 
aún  envenenado  y  enturbiado  por 
los  reptiles  de  la  fuerza,  aquél 
permanece  el  único  manantial 
puro  del  derecho,  la  única  fuente 
de  fuerza  y  de  salud  para  los 
pueblos; 

como  no  tengo  patria,  sino 
una  circunscripción  geográfica, 
apta  para  el  insulto  de  mi  nombre; 

como  obligado  á  optar  entre  la 
patria  y  la  libertad,  he  optado 
por  la  libertad; 

no  he  sido  elegible  ni  elector; 

salido  de  mi  país  en  mi  primer 
albor  de  juventud,  habiéndome 
hallado  el  Destino,  digno  de  emi- 
grar con  la  Libertad,  antes  de 
ser  apto  para  votar  sin  ella;  ha- 
biendo sido  guerrero  antes  de 
ser  ciudadano;  habiendo  disputa- 
do á  la  suerte  el  derecho  de  mo- 
rir, antes  de  tener  el  derecho  de 
votar,  mi  pluma,  abierta  como 
una  azucena  de  fuego,  en  medio 
á  los  combates  borrascosos,  ni  ha 
firmado  un  voto,  ni  ha  tenido  que 
agradecerlo; 

he  sido  el  solitario  armado, 
que  no  sabe  de  la  vida,  sino  la 
lucha  y  el  dolor; 

no  siendo  bastante  mediocre 
para  merecerlo,  ni  bastante  vil 
para  mendigarlo,  el  voto  de  las 


—  38  — 


democracias  esclavas,  apenas 
adultas  y  ya  maduras  para  el  cri- 
men, no  ha  hecho  enrojecer  mi 
nombre; 

mi  juventud  pasó  envuelta  en 
la  tempestad,  virgen  de  esa  man- 
cilla; 

entrado  en  líi  edad  madura, 
me  hago  inaccesible  al  halago  de 
las  urnas,  porque  todo  en  mi  país, 
todo,  hasta  la  Presidencia  de  la 
República,  está  por  debajo  de  mi 
ambición.  .  .  y,  de  mi  orgullo.  .  . 

yo,  tengo  en  mi  patria  pasio- 
nes, pero  no  tengo  aspiraciones; 

he  renunciado  á  habitarla,  pero 
no  he  renunciado  á  defenderla; 

no  vivo  en  ella,  pero  vivo  para 
ella; 

y,  en  momentos  como  el  pre- 
sente, no  le  queda  otro  refugio, 
que  mi  pluma; 

no  se  dirá  que  desapareció,  sin 
que  el  himno  triunfal  de  mi  pa- 
labra la  acompañara  á  la  tumba; 

mientras  otros  viven  para  ex- 
plotarla, yo,  vivo    para   honrarla; 

y,  esperando  darle  un  día  liber- 
tad, le  doy  un  rayo  de  gloria; 

defiendo  su  vida  contra  la  inso- 
lencia de  los  amos,  y  protejo  su 
honra  contra  la    insolencia  de  los 


siervos; 


y,  en  ella,  nada  aspiro,  y  de 
ella,  nada  espero; 

me  estimo  mucho,  para  aspirar 
á  ser  su  amo,  y  la  amo  mucho, 
para  dejar  de  ser  su  apóstol; 

el  poder,  está  muy  por  debajo 
de  mi  nombre:  sólo  el  deber  está 
á  la  altura  de  él; 

y,  lo  cumplo; 

hábil  en  hacer  la  soledad  en 
torno  mío,  ¿cómo  no  extrañar  y 
agradecer  la  caricia  que  un  vien- 


to de   fraternidad,  trae  hasta  la 
profundidad  de   mi  aislamiento? 

lo  confieso: 

ver  mi  nombre,  en  la  lista  de 
los  candidatos  que  los  republica- 
nos de  las  «Dominicales»  de 
Madrid,  desearían  ver  triunfar 
para  diputado  al  Parla  manto  es- 
pañol, me  ha  conmovido  honda- 
mente; 

esa  candidatura,  no  es  sino 
un  deseo,  pero,  eso  basta  para 
ser  un  honor; 

que  haya  habido  un  español, 
que  haya  dicho  su  voto  por  mí, 
para  Diputado  por  Madrid,  eso 
basta  á  mi  orgullo  de  luchador 
cosmopolita,  en  el  combate  uni- 
versal por  la  libertad; 

y,  cuando  ese  español  se  Ha 
ma  Demófilo  y,  el  partido  que  lo 
rodea  es  el  partido  republicano, 
eso  sobrepasa  á  mi  ambición, 
que  es  como  poner  un  límite  á  lo 
infinito; 

el  deseo  de  aquel  voto,  es  ape- 
nas una  enunciación,  pero,  no 
por  eso,  deja  de  ser  una  consa- 
gración; 

por  eso  he  (juerido  dejar  aquí 
constancia  de  mi  ardiente  grati- 
tud; 

ella  rebosaba  ya,  desde  que 
los  republicanos  del  distrito  de 
Chamberí,  á  raíz  de  una  confe- 
rencia de  Fernando  Lozano,  fir- 
maron una  proposición  en  mi  ho- 
nor y  aclamaron  ruidosamente 
mi  nombre; 

esa  nobleza  inesperada,  me 
consuela  de  tanta  bajeza  esti- 
pendiada que  se  comete  con- 
tra mí; 

ese  honor  que  la  democracia 
me  tributa  en  España,  me  venga 


—  39 


ampliamente  de  los  ultrajes  que 
la  autocracia  me  prodiga  en  Amé- 


rica; 


ese  honor  vale  el  olvido  de  es- 
te horror; 

esta  prueba  de  fraternidad, 
compensa  los  insultos  de  la  ve- 
nalidad; 

el  amor  de  los  hombres  libres 


me  venga  del  odio  de  los  escla- 


vos: 


por  ese  recuerdo  de  mi  nom- 
bre ante  un  plebiscito  de  con- 
ciencias libres: 

¡  Gracias,  gracias  ! . . . 

ex  imo  'pectore. . . 


VARGAS  VILA. 


Homenaje 


En  mía  postal  de  la  señorita  Flor  de  María  Sagarra . 


Ha  tiempo  que  voy   en  busca, 
como  aquel  héroe  Manchego, 
del  Ideal  de  mi  alma, 
armado   de  caballero. 
Errabundo  y  solitario, 
vivo,  discurro,   y   me  encuentro 
en  cada  justa  de  honor 
haciendo  triunfar  mis  fueros. 
Cada  concepción  que  abrigo, 
cada  ilus'ón  que  entreveo, 
es  un  imposible  más 
á  mis  imposibles  sueños. 
Yo  también — como  aquel    lírico 
héroe  de   Cervantes,  ruedo  — 
resplandeciendo  mi  escudo, 
como  un  astro,  en  los  torneos. 
Comprendo  que  la  Esperanza 
va  abandonándome  lejos; 


sólo  en  las  noches  tranquilas 
muy  cerca  la  noto  en  sueños. 
Hermosa  dueña  de  este  álbum 
de  pensamientos  selectos: 
¿pretendes  un  madrigal 
de  este  humilde  caballero? 
¿Pretendes,  di,  que  formule 
sobre  esta  postal  anhelos? 
¿Qué  podrá  decirte  un  alma 
árida  como  un  desierto? 
Hermosa  daeña  de    este  álbum: 
á  tu  pedido  me  niego; 
sólo  á  rendir  homenaje 
á  tus  beldades  me  presto, 
depositando  en  tus  manos, 
cual  cumplido  caballero, 
mi  vieja  lanza  de  oro 
¡demoledora  de  ensueños! 

Pedro  EUASMO  CALLORDA. 


A  propósito  de     La  Canción  de  las  Crisálidas'* 
y  "El  poema  de  la  Carne" 

Torres  de  Meirás— Por  Betanzos  — Sada,  2  de  Julio  de  1905. — 
Señor"  Manuel  Pérez  y  Curis. — Montevideo.— -Mil  gracias  por  el 
envío  de  su  libro  de  versos,  que  acabo  de  leer  con  sumo  interés  y 
que  revela  una  personalidad. 

Aprovecha  esta  ocasión  de  ofrecerse,  de  usted  afectísima,— JE'w^- 
¡ia  Fardo  Baxán. 


-  40  — 

New  York,  Agosto  15  de  1905. — Señor  Manuel  Pérez  y  Curis. — 
Montevideo.  — Distinguido  señor  mío: — Me  ha  honrado  usted  con  el 
obsequio  de  un  ejemplar  de  su  hermoso  volumen  de  poesías;  y  al 
presentar  á  usted  el  testimonio  de  mi  gratitud  por  tanta  distinción, 
y  especialmente  por  las  muy  galantes  frases  con  que  lo  dedica,  me 
permito  también  unir  mis  felicitaciones  ú  las  numerosas  que  sin 
duda,  habrtá  usted  recibido  de  personalidades  mucho  más  valiosas 
que  la  mía. 

Deseara,  en  verdad,  hallarme  en  aptitud  de  emitir  en  esta  forma 
las  impresiones  que  he  recibido  con  la  lectura  de  su  hermoso  libro; 
pero  no  siéndome  esto  posible  por  el  momento,  y  no  queriendo  de- 
morar el  cumplimiento  de  un  deber  que  el  agradecimiento  impone, 
mientras  puedo  darme  la  satisfacción  de  decir  de  usted  lo  mucho 
bueno  que  pienso,  al  través  de  la  distancia  que  nos  separa,  tiendo  á 
usted  mi  mano  para  estrechar  la  suya  cordialmente  en  prenda  de 
viva  admiración  y  simpatía,  á  la  vez  que  me  complazco  en  ofrecerle 
las  seguridades  de  mi  aprecio  y  amistad.  —  Alivio  Díaz  Guerra. 


IBi'bliogrra.fía. 


Sueños  de  media  noche. 

Este  es  el  título  de  un  libro  de 
poesías  de  que  es  autor  el  joven 
Ovidio  Fernández  Ríos.  Hay  en 
ese  libro  estrofas  vigorosas  que 
prometen  algo  bueno. 

Trate  el  novel  poeta  que  su 
oído  corresponda  al  dictado  de 
su  numen,  y  llegará  á  la  cumbre, 
á  pesar  de  las  sierpes  de  la  envi- 
dia que  le  acechan  vilmente. 

Musas  hermanas. 

Así  se  titula  un  tc.mito  de  poe- 
sías de  los  jóvenes  literatos  na- 
cionales F.  Acosta  y  Lara  y  Ca- 
siano Monegal.  El  encanto  ar- 
monioso, y  á  las  veces  la  rebeldía 
de  la  forma  y  la  complexidad  de 
ideas,  anuncian  futuros  triunfos 
de  esos  dos  iniciados  en  la  lucha. 


"Almanaque-Joya"    para  1906. 

Buenos  Aires. 

Es  en  verdad  una  joya  por  las 
colaboraciones  literarias  y  artís- 
ticas que  encierra,  y  por  la  niti- 
dez y  el  gusto  de  la  impresión 
impecable. 

En  la  parte  literaria  hemos 
visto  composiciones  subscritas 
por  literatos  que,  como  Samuel 
Blixén.  Chocano,  Naón,  Noé, 
Casimiro  Prieto  y  Troyo,  ocupan 
un  puesto  de  preferencia  en  el 
campo  literario  americano. 

Tiene  hermosas  ilustraciones 
firmadas  por  los  aplaudidos  ar- 
tistas Francisco  Fortuny,  Apeles 
M  estrés,  Federico  Prieto  y  otros. 

Es  una  verdadera  joya  artís- 
tico-literaria.  '^ 


APOLO 


REVISTA  DE  ARTE 


Director-Redactor:  PÉREZ  Y  CÜRIS 


MiOIVTEVIOEO,   Al>ril-3Iayo  íle    1 OOO 


Para  el  "Áurea  mediocritas"  de  Horacio 


Uno  de  esos  Gargantúas  del 
Crimen,  cómico  y  único,  que  en 
su  voracidad  de  gran  bestia  vite- 
liana,  deshonra  la  Dictadura,  más 
allá  del  trópico, 
amostazado  por 
los  foetazos  de 
luz,  con  que  Var- 
gas Vüa  ca&tiga 
su  canibalismo 
oprobioso  y  su 
bestialidad  con- 
cupiscente, hizo 
llamada  á  todos 
sus  plumarios,  y 
no  halló  para  su 
defensa,  sino  un 
eserü'jr,  uno  solo, 
y  eso,  fuera  de  la 
Nínive  indígena,  en  que  reina  co- 
mo señor: 

en  cambio,  pulularon  los  asnos 
de  alquiler,  romos  y  desmazala- 
dos, para  llevar  repletas  ías  al- 
forjas del  insulto  oficial,  hasta 
los  pies  del  escritor  rebelde;  \ 

entre  estos  esclavos  blasfe- 
mantes, todos  de  una  mentalidad 
infinitesimal,  digna  de  Fray  Can- 
dil, hubo  uno,  divertido  hasta  la 


exageración  y  bufo  hasta  el  opro- 
bio, que  hizo  las  delicias  del  es- 
critor insultado; 

este  pedagogo  hambreado  y 
venal,  cultiva  la 
gramática; 

y,  fué,  por  este 
tubo  digestivo  de 
la  mediocridad, 
que  se  descolgó 
hasta  Vargas 
Vila; 

blandiendo  'la 
quijada  épica  áv. 
ese  burro  muerto, 
que   se   llama    el 
clasicismo,  í  llegó 
este  -benemérito 
de    la    inepcia, 
dando  tajos  y  mandobles,  contia 
la  prosa  altanera  de  Vargas  Vila, 
con   la  inocente  ceguera  de    un 
escarabajo,  que  clavara  sus  cuer- 
nos en  el  tronco   de  una    encina; 
no  sé  cuántos  litros  de  leuco- 
rrea   gramatical     derramó    este 
maestro  de  escuela,  infeliz,;  sa- 
cado del  ayuno  para  vomitar  vie- 
jas barbaridades  léxicas;  \ 
ni  hace  el  caso; 


42  — 


no  es  persona  hfíbil  íÍ  la  dis- 
cusión, ni  tiene  personalidad  jurí- 
dica en  los  estrados  de  la  preíisa, 
cualquier  follón  menesteroso,  que 
aspira  á  discutir  con  escritores, 
y  quiere  deslizar  su  personalidad 
clandestina,  hasta  cerca  á  la  gen- 
te intelectual,  para  morderla  en 
los  talones; 

Contreras,  ó  cosa  semejante, 
parece  ó  dice  llamarse  aquel 
pulpo  de  antología,  enconado  por 
comisió'i  oficial,  contra  la  licen- 
cia majestuosa  del  Verbo  revo- 
lucionario; 

pí.^ro,  su  nombre,  si  lo  tiene, 
sea  ése  íi  otro,  que  todo  es  lo 
mismo,  hablando  de  esos  anóni- 
mos sin  cacumen,  no  viene  al 
caso; 

¿es  que  tienen  nombre  propio 
los  esclavos? 

no  llevan  en  el  collar  sino  el 
nombre  de  su  amo; 

llegado  á  ciertos  bajos  fondos 
de  la  infamia,  el  Alfabeto  sedes- 
organiza,  y  aún  ayuntando  sus 
letras  por  la  fuerza,  no  dicen 
nada:  se  rebelan  ú  dar  su  nombre 
á  ciertos  entes; 

no  es  pues  á  este  vertebrado 
de  nóminas  guatemaltecas,  á 
quien  Vargas  Vila,  (juiere  refe- 
rirse á  propósito  de  la  crítica, 
chirle  que  las  polillas  de  Diccio- 
nario, hacen  diariamente,  a  su 
prosa  atrevida  y  personal,  á  su 
tecnicismo  supraíilevado,  ajeno 
¡í  los  viejos  odres,  donde  se  agria, 
el  vino  ya  intrajinablc  de  un  cla- 
sicismo vetusto; 

es  á  propósito  de  un  escritor 
insonoro  y  amable:  don  Gerardo 
Matos  Aviles,  que  en  su  libro  re- 
ciente: Del  Estilo  y  de  la  Idea, 
concluyo    por  asegurar,    que:   Si 


Vargas  Vila,  escribiera  en  espa- 
ñol, sería  el  primer  escritor  de 
América  y,  aún  (síc)  de  Es- 
paíía.  .  . 

y,  Perogrullo  sonrió  con  su 
risa  bonhomme,  en  el  fondo  de 
esa  candidez  problemática; 

el  dardo,  aun  finamente  puli- 
do, no  tiene  punta; 

la  mano  del  arquero  marró  el 
tiro; 

Vargas  Vila,  ha  declarado  al- 
tamente, no  aceptar  y  no  seguir 
las  reglas  estrechas  de  las  Aca- 
demias; como  no  acepta  y  no 
sigue  los  dogmas  estrechos  de 
las  iglesias; 

ni  academias,  ni  concilios  le 
dan  la  ley; 

tanto  vale  para  él  la  Academia 
como  el  Sylabus; 

y,  se  cuida  tanto  de  la  inmu- 
tabilidad del  idioma  como  de  la 
inviolabilidad  del  dogma; 

esas  cosas  vetustas  no  hablan 
nada  lí  la  independencia  salvaje 
de  su  corazón; 

sabe  tanta  Gramática  como 
Menéndez  Peí  ayo,  y  tanta  Teolo- 
gía como  un  Prior  de  Benedicti- 
nos,  y,  tiene  sin  embargo,  la  grata 
entretención,  de  violar  por  igual 
los  dogmas  y  las  frases,  torturar 
la  fe  y  el  lenguaje,  con  una  rara 
voluptuosidad,  que  le  viene  de  su 
amor  huraño  á  la  independencia 
del  espíritu; 

la  tradición,  no  es  su  culto; 

no  se  encierra  en  ella,  ni  para 
pensar,  ni  para  escribir; 

no  es  águila  de  museo,  ni  león 
de  feria; 

toda  jaula  está  mal  á  su  espí- 
ritu; 

no  cabe  en  ellas;  ni    vive  en 
ellas; 


—  43  — 


piensa  libremente  y  escribe 
como  piensa; 

ama  hasta  el  delirio  la  libertad 
de  su  vuelo  y  de  su  verbo; 

sus  ideas,  como  su  gramática, 
son  de  El; 

si  escribiera  como  tantos,  sería 
uno  de  tantos; 

no  sería:  EL 

prefiere  la  libertad  amenazan- 
te del  lobo,  á  la  tranquilidad  co- 
lectiva del  rebaño; 

no  aspira  á  que  los  otros  escri- 
ban como  él;  se  conforma  con  no 
escribir  como  los  otros. 

no  impone  su  estilo,  como  re 
gla;  pero,  no  sigue  las  reglas  del 
estilo; 

rolla  tout; 

continiía  con  su  prosa  ator- 
mentada y  rara,  libre,  como  su 
conciencia,  de  todo  yugo; 

esa  prosa,  que  recientemente, 
escritores  españoles  han  hallado; 
uno:  contorsionada  y  luminosa 
como  iiiia  xarxa  ardiendo; 

otro:  personal  y  sugestiva,  tan 
rítmica  y  poética  cpie  llena  sns 
frases  cou,  n)ui  euritmia  sana; 

otro:  á  reces  iiicorrecta,  ptcro 
siejhpre  bella  y  elocuente; 

y,  otros ...  ¿á  qué  citar  todos 
los  conceptos  recientes? 

hasta  el  señor  Matos  Aviles, 
que  la  halla:  consubstancial  con 
su  personalidad  brillante  y  tu- 
multuosa; 

todo  eso  prueba,  que  esa  prosa 
de  Vargas  Vila,  que  á  tantos 
exaspera,  se  abre  campo, — por 
no  ser  una  prosa  trivial — á  tra- 
vés de  sus  mismos  críticos,  con 
la  fuerza  avasalladora  de  su  li- 
bertad; 


y,  Vargas  Vila,  no  entiende  re- 
nunciar á  esa  prosa,  á  la  cual 
debe  todo,  comenzando  por  su 
indiscutible  superioridad  sobre 
sus  críticos; 

ha  podido  hallarlo  declamato- 
rio y  ensañarse  contra  él,  el  ra- 
quitismo intelectual  de  cierto  re- 
vistero cubano,  que  escribe  des- 
de París  á  diarios  de  la  Habana, 
con  un  seudónimo  frailesco; 

ha  podido  hallarlo  démod4, 
cierto  filisteo  marroquinesco, 
acosado  por  esos  apostrofes  de- 
belatorios  y  fustigado  y  pertur- 
bado por  ellos,  en  las  bajas 
obras  de  su  domesticidad,  en  su 
oprobiosa  misión  de  delator  pa- 
niaguado ; 

nada  han  podido,  nada  pueden, 
las  catacresis  degeneradas  de  esos 
juglares,  contra  la  prosa  triunfal 
que  entona  las  aleluyas  de  bron- 
ce de  la  Libertad; 

la  Envidia  tiene  sus  válvulas; 

la  Crítica  es  una  de  ellas; 

¿qué  sería  de  la  crítica  si  no 
existiese  el  mérito? 

¿contra  qué  se  ensañaría? 

esa  epilepsia  de  los  desespera- 
dos es  un  homenaje; 

la  Gloria,  tiene  el  deber  de  ali- 
mentar á  los  insectos  que  viven 
de  ella; 

hay  nombres  hechos  para  sa- 
ciar con  su  misericordia  •  el  ham- 
bre de  los  reptiles; 

el  señor  Matos  Aviles,  no  per- 
tenece á  los  últimos,  pero  tam- 
poco pertenece  á  los  primeros; 

no  parece  sentir  la  E.xvidia; 

no  tiene  talla  para  despertarla: 

ni  la  alimenta  ni  la  merece; 

es  la  Gramática  apacible; 

Áurea  Mediocritas. 


VARGAS  VXLA. 


—  44  — 


Amor.  .  . . 


A  una  señora  deseable.. 


Amor  sabe  enervantes  y  finas  sensaciones; 
Duquesa,  Amor  merece  morar  vuestro  corpino 
Y  á  cambio  de  cariño  canta  suaves  canciones. 
Duquesa,  Amor  conmueve  y  es  un  perverso  niño 
Que  vive  de  placeres,  y  fiebres,  y  cariño. 


—  45  — 

Duquesa,  Amor  es  triste;  Duquesa,'^ Amor  es  bello, 
Y  dar  á  Amor  la  vida  es  cual  si  os  dieran  besos, 
Hesos  á  vuestros  ojos,  besos  á  vuestro  cuello. 
Besos  á  vuestra  nuca  y  á  esos  pálidos  presos 
De  dos  líneas  de  sangre  que  están  llorando  besos. 

Duquesa,  Amor  es  triste;  Duquesa,  Amor  es  grande,  ^ 
Amad  bien  locamente:  Sufrid,  después,  señora. 
Amad  mientras  Dios  quiera  y  que  á  la  tumba  os  mande- 
Que  sea  vuestro  lema.  Duquesa,  mi  señora: 
«Sufrir  toda  una  vida  y  amar  toda  una  hora». 

Pablo  MINELLI  GONZÁLEZ. 


Contemplando  el  mar 


Todas  las  noches  así  que  el 
silencio  vela  el  sueño  del  mar, 
voy  á  recogerme  ante  su  vista, 
evocando  el  destino  de  mi  vida. 
En  cada  ola  que  se  agita  violen- 
ta, veo  surgir  las  tempestades  de 
mi  alma!  Xada  más  solemne  ni 
más  grande  que  el  mar  contem- 
plado en  medio  de  una  borrasca 
del  corazón!  Entonces  aparece 
toda  la  inmensidad  del  dolor,  y 
el  dolor  sumerge  el  alma  en  un 
volcán  de  pasiones. 


Una  noche  plácida  el  mar  re- 
trata las  olas  plateadas  y  rumo- 
rosas, que  apenas  se  quejan  al 
morir  en  la  playa  y  si  rebotan 
sobre  las  peñas  ó  las  rocas,  caen 
envueltas  por  un  golpe  suave, 
incierto,  apesadumbrado. 


*  * 


En  cambio  si  la  noche  es  tem- 
pestuosa, si  en  el  cielo  no  brillan 


las  estrellas,  se  mira  al  mar  bajo 
una  gran  sombra  de  dolor.  Por 
eso  decía  Víctor  Hugo  que  el 
mar  como  la  mujer  abisman.  Yo 
he  escuchado  muchas  noches  se- 
guidas el  lenguaje  de  las  olas, 
me  he  familiarizado  con  ellas, 
adivinando  sus  pensamientos.  No 
permanecen  quietas,  el  rumor  le- 
jano me  avisa  la  ola  próxima  á 
estrellarse  contra  las  piedras. 
Pero,  ¡qué  pavor  inmenso  me 
produce  el  mar  en  una  noche  ne- 
gra, de  tinieblas,  de  misterios 
profundos! 


*  * 


Recuerdo  con  dolor  una  de  es- 
tas noches.  La  lejanía  me  traía  el 
rumor  del  viento  y  yo  en  la  ori- 
lla, con  la  penetración  del  visio- 
nario, contemplaba  impasible  el 
líquido  elemento.  Estábamos  en 
plena  noche.  Se  proyectaba  una 
gran  sombra  en  el  espacio  y  en 
el  alma.  El  corazón  también  lio- 


—  46  — 


raba  en  la  sombra.  El  mar  se  ex- 
tendía inmenso,  en  una  inmensa 
llanura  de  luces  oscilantes  que  se 
movían  al  compás  de  lo  indefini- 
do. Todo  se  concentra,  y  en  me- 
dio del  mar  se  proyecta  una 
mancha  negra.  Luego  se  extien- 
de, se  hincha,  y  una  montaña  de 
espuma  blanca,  nivea,  arroja  sus 


flecos  encrespados  á  través  del 
círculo  opaco  que  le  sirve  de 
sudario.  Después,  nuevamente  el 
mar  duerme,  vela  el  sueño  de 
los  que  naufragan,  de  los  que 
luchan,  de.  los  que  lloran. 


NORBERTO  ESTRADA. 


Abril  de  19' )G. 


Helénica 


Yo  enfermo  cuando  rima  sus  dulces  ritornelos 
De  tu  garganta  nubil  el  pájaro  cantor; 
Y  cuando,  con  el  arco  de  luz  de  tus  ojuelos, 
Me  arroja  sus  saetas  el  sagitario  Amor. 

Y,  en  tanto  que  sonríe  tu  faz  de  camafeo. 
Las  cálidas  mejillas  perladas  de  rubí, 
Con  el  perfume  ustorio  de    un  incensario  hebreo, 
Van — píxides  hibleas — mis  versos  hacia  ti. 

Yo  sé  que  en  tus  palabras  de  adoración  palpita 
La  gloria  de  algún   rerso  dorado  de  Nerval; 
Que  enciende  y  embriaga,  subyuga  y   debilita, 
De  tus  odoros  labios  el  hálito  sensual. 


Cual  dáctilo  glorioso  del  mago  Anacreonte, 
Tú  evocas  alegrías  y  júbilos  de  amor; 
Por  eso  los  efebos,  al  par  de  Carmoleonte, 
Sus  ósculos  te  dieran   ungidos  de  pudor. 

¡Oh,  canta  la  hermosura  de  Helena,  porque  el  griego 

Jardín  lentejuelado  de  asfódelos  está; 

Y  en  él  han  esparcido  sus  pétalos  de  fuego 

Las  rojas  eglantinas  de  tus  ensueños  ya! 

Yo  canto  en  apoteosis  á  ti  tu  heliotropía 
Hacia  el  rosado  limbo  del  connubial  crisol, 
Mas — heliotropo  ardiente  -tú  sigues   todav^'a, 
Al   sol  de  la  belleza  pagana  de  Antinóo. 


—  47  — 

Y  ríes,  cuando  ríen  mis  labios  amatorios, 

Y  luego  tus  pupilas  me  besan  porque  ven 
De  mi  semblante  austero  los  rasgos  ilusorios 
Velados  por  la  nube  sañuda  del  desdén. 

Y  pues  tu  rostro  luce  las  líneas  deslumbrantes 

Y  el  garbo  de  las  damas  de  Greuze  y  de  Rembrandt, 
A   tí,  doncella  de  ojos  y  gestos   adorantes, 
Rindieran  homenaje  las  vírgenes  de   Ispaham. 

¡Cuan  bello  es  ver  la  onda  de  tus  cabellos  negros 
Caer  en  bucles  tenues  por  cima  de  tu  sien! 
¡Cuan  harmonioso  el  lírico  rumor  de  tus  alegn)s! 
¡Jamás  así  cantaron  las  aves  del  Edén! 

Cual  ibis  hacia  el  Nilo  de  lotos  circundado, 
Hacia  tus  ojos  rútilos  mis  ilusiones  van; 

Y  en  tus  ojeras  jóvenes  que  amor  ha  dilatado, 
Ven  el  matiz  del  bello  jacinto   de  Ceilán. 

Semíramis  rodeada  de  eróticas  ofrendas, 
Remedo  de  las  flores   ninfales  de  Estambul: 
Tú  sueñas  en  un  ciclo  de  míticas   leyendas 

Y  adoras  el  lenguaje  melifluo  del  bulbul. 

La  fiebre  del  deseo  tu   espíritu  exaspera 
Maguer  de  tus  heraldos  de  amor   sentimental: 
¡Oh,  si  exteriorizaras  su  voz,  aquél  te  hiciera 
Trasunto  de  la  humilde  Mireya  de  Mistral! 

Empero,  nunca  inmoles  la  flor  de  tu  sahumerio 
De  ideales   voluptuosos:  sé  libre,  tú,  también; 
Porque  un  amor  existe  bordado  de  misterio, 

Y  en  él  se  abisman  todas  las  áncoras  del  bien! 

¡Oh,  diosa  que  me  brindas  el  soplo  de  tus  labios 
Voluble  como  el  vuelo  fugaz  del  colibrí!  ' 

¡Qué  en  el  altar  divino  de  tus  amores  sabios 
Me  arrulle  con  sus  glorias  el  cisne  que  hay  en  ti! 

PÉREZ  Y  CURÍS. 


48 


:E='ágrin.a.    a-rtística. 

l'Oll    OUKSl'KS    KA  KOI  "I  I O 


Q  J.^»^^•■  W 


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Cáíí;.^.* 


De  Manuel  Ligarte 


(Z.  2j^{u'J-^  (:AA/-fj   ^i   d  1:^^/0 


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no  — 


I/as  flores 


¿Le  gustan  las  flores,  Blanca? 

Ellas  son  el  emblema  de  la 
poesía;  son  como  el  símbolo  que 
sintetiza  los  pensamientos  de  las 
almas  delicadas.  Yo  las  amo  i 
cada  una  de  ellas  sujiere  en  mi 
mente  ideas  distintas: 

Las  violetas,  esas  delicadas  y 
enfermizas  florecillas.  tan  tími- 
das,  tan  diminutas,  con  su  per- 
fume vago  i  suave,  me  hacen 
pensar  en  amores  ocultos  que 
moran  en  lo  recóndito  de  almas 
castas  de  vírjenes  pudorosas,  que 
aman,  que  aman  con  delirio  en 
silencio,  sin  hacer  jamás  tras- 
parentar su  acallado  amor,  pero 
que  siempre  están  dihiyendo  su 
esencia  como  un  hálito  impreg- 
nado de  aroma  misterioso  i  su- 
jestivo  (jue  comunica  a  los  cora- 
zones una  ÍOTorada  i  seductiva 
sensación.  Oh!  en  las  violetas, 
Blanca,  están  palpitando  las  al 
mas  de  los  que  sufrieron  amores 
desgraciados  i  dolientes,  amores 
sublimes  que  se  esfumaron  en  el 
misterioso  secreto  de  un  sufri- 
miento resiiínado. 

Las  azaleas,  son  lo  contrario. 
Esas  flores  blancas,  pálidas,  con 
esa  blancura  eucarística,  inma- 
culada; sin  un  matiz,  sin  un  per- 
fume; con  ese  aspecto  de  muer- 
tas sagradas,  me  semejan  vírje- 
nes trias,  marmóreas,  esas  que 
no  aman,  que  no  sienten  i  que 
están  enfermas  por  el  mucho 
hielo  del  corazón,  por  ese  cierzo 
helado  que  siempre  rocía  su  alma, 


sin  una  queja,  sin  una  sola  expre- 
sión de  sentimiento;  siempre  mu- 
das, indiferentes,  sin  conmoverse 
jamas  ni  ante  la  sublimidad  de 
lo  grandioso  i  admirable,  niantc 
lo  hórrido  i  tenebroso  de  un  do 
lor  del  alma  mui  hondo  i  mui  in- 
tenso. ¡Oh  esas  flores  me  hacen 
daño.  Son  como  el  cadáver  aun 
tibio  de  una  hurí.  No  tienen  vida, 
producen  secreta  repulsión  a  pe- 
sar de  ser  tan  bellas.  Creo  que 
en  ellas  vagan  las  almas  como  la 
de  Hamlet,  profundamente  tris- 
tes, frias,  desengañadas,  que  ni 
el  amor  lleno  de  arrebatos  deli- 
rantes como  el  de  la  pura  Ofelia 
son  capaces  de  conmoverlas. 

1  los  claveles,  Blanca,  oh!  los 
claveles  con  su  corola  de  urdim- 
bre graciosa  i  rara,  con  sus  tin- 
tes multicolores,  su  exquisito  per- 
fume i  sus  pétalos  triangulares  i 
bordados,  me  seducen,  son  mis 
flores  predilectas.  Ellas  produ- 
cen en  mi  imajinacion  la  idea  de 
almas  vibrantes  i  apasionadas, 
en  las  cuales  los  pensamientos 
cálidos  i  luminosos  nacidos  al 
calor  de  mil  influencias  que  sus- 
cita la  artista  naturaleza,  se  ají- 
tan  i  se  mezclan  para  formar  fili- 
granas primorosas  de  sentimien- 
tos ignorados,  que  emerjen  eflu- 
vios trastornadores  en  la  juvenil 
primavera  de  la  vida. 

Esos  claveles  encarnadov!,  que 
parecen  grumos  de  pasiones  in- 
tensas, son  los  mas  sujestivos. 
Ellos  exhalan  aromas  embriasran- 


—  ñl 


tes  que  perturban  e  hipnotizan 
en  uno  como  ensueño  tropical, 
despertando  en  los  corazones 
amores  somnolientos,  deseos  de 
amar,  de  extasiarse  i  de  sentir  la 
dulce  impresión  de  caricias  invi- 
sibles, de  confusas  sensaciones  i 
espamos  ardorosos  de  un  ser 
ideal,  intanjible,  cuya  presencia 
seductora  se  adivina  en  derredor 
de  uno,  se  siente  palpitar  con 
emoción  creciente,  con  anhelo 
inusitado,  i  no  se  ve,  no  se  palpa; 


es  incorpóreo.  Oh!  esos  claveles 
rojos.  Sin  duda  en  ellos  están  im- 
pregnadas las  almas  de  Romeo, 
de  Abelardo  i  Byrón,  apasiona- 
das, delirantes,  como  la  expre- 
sión magnánima  del  amor  subli- 
mizado. 

Por  eso  hace  dias  que  uno  de 
estos  primorosos  claveles  no 
abandoua  mi  ojal.  I  son  tan  be- 
llos i  los  quiero  tanto! 


Raül  dei.  castillo. 


Santiago  do  Chile. 


Primavera 


A  José  Santos  Chocano. 


¡Soberbio  d'-sportar!  En  los  alcores 
Se  (lifimiloii  los  rayos  do  la  aurora, 

Y  allá,  (^n  lo  espeso  <lo  la  verde  flora, 
Se  inqiiieum  los  alados  trovadores. 

Triunfa  la  luz;  la  niebla  so  evajiora.  .  . 

Y  entre  sanees,  easeadas  y  rumores. 
Copiando  eielos,  retiiitando  flores, 
Se  desliza  el  raudal.  Kncantadora 


La  reina  de  ios  mundos,  Primavera, 
Como  nunca,  graciosa  y  hechicera, 
Vuelve  cou  sus  obscuras  golondrinas. 

Y  con  ellas,  debajo  del  alero. 
Quebrando  los  impulsos  del  pampero, 
La  regia  floración  de  las  glicinas. 

Eugenio  C.  XOÉ. 


De  alas  asjules... 


El  pájaro  de  las  alas  azules  re- 
plegó su  vuelo  silencioso  y  íuéá 
posarse  en  el  hombro  de  marfil 
de  la  virgen  pensativa  y  melan- 
cólica. .  . 

Sus  dedos  suaves  como  la  se- 
da, oprimían  delicadamente,  como 
una  mano  cariñosíi,  aquella  piel, 
pálida  y  fría  como  una  alba  de 
invierno. 

Y  en  la  selva  salvaje  de  su 
cabellera  hecha  de  rayos  de  sol, 


de  hilos  do  oro,  colocó  su  cabeza 
aterciopelada,  azul  como  tus  pu- 
pilas, azul  como  las  sonrisas  del 
cielo,  azul  como  la  onda.  .  . 

Y,  en  una  extraña  hipnosis,  se 
adormeció,  embriagado  por  el 
perfume  del  jazmín  blanco  como 
tu  alma,  como  los  sueños  de  los 
que  no  saben  de  la  pena,  — 
prendido  á  sus  cabellos  que  pa- 
recían quemarlo  en  una  ola  de 
fuego. 


ÓJ    — 


El  pájaro  de  las  alas  azules  oyó 
el  ruido  formidable  de  la  tempes  - 
tad  bajo  tu  cráneo;  la  lucha  de  las 
ideas  opuestas,  que  combatían  fu- 
riosamente como  dos  adversarios 
que  alimentan  pasiones  violentas 
azuzados  por  el  odio;  oyó  el  correr 
de  la  sangre  en  sus  arterias,  con 
la  impetuosidad  invencible  y  pu- 
jante del  torrente.  .  . 

Despertó  el  pájaro  de  alas  azu- 
les, y  se  asomó  á  tu  alma  y  que- 
dó espantado:  la  noche,  reina 
despótica  imperaba  en  ella,  y  uno 
que  otro  resplandor  de  astros  fu- 
gitivos la  alumbraban  pálida- 
mente con  luces  fantásticas  de 
crepúsculos  que  mueren;  y,  en 
aquel  silencio  de  sepulcro,  es- 
cuchó el  giito  desesperante  de 
la  Dicha,  implorando  anhelante 
su  salvación,  desmayada,  flotan- 
do en  un  mar  lu^o-ro  como  un  ca- 
dalso  y  tempestuoso  como  el  océa- 
no cuando  agita  su  tridente  Nep- 
tüno  irritado.  . 

Y  supo  de  tus  angustias  y  de 
tus  sufrimientos,  de  tus  dolores 
y  de  tus  alegrías:  supo  las  se- 
cretos todos. 

Y  entonces,  el  jiájaro  de  las 
alas  azules,  acercó  sa  pico  de 
ágata  \í  su  oído,  albo  cotno  un 
nardo  en  flor,  y  le  dijo: 

Amor  ciñe  con  caudales  he- 
chos de  flecos  de  luz.  tu  alma 
pui'a  como  un  rayo  de  sol. 

Pero,  tu  alma  está  triste  y  va- 
ga, somnolienta,  con  el  perfume 
de  rosas  envenenadas  por  los 
jiaíses  ensombrecidos  del  Miste- 
rio, agonizando  en  el  crepúsculo 
autunmal  de  la  Tristeza.     . 

La  duda,  como  una  corona  de 
espinas,  hace  doblegar  melancó- 


licamente tu  cabeza  soñadora, 
adormecida  en  el  seno  helado  y 
estéril  del  Dolor. 

jOh,  poypeé,  tu  pobre  cabecita 
pálida  y  triste! 

¡Oh,  el  alma  es  astro!  ¡Oh,  la 
duda  es  sombra!  ¡Oh,  la  triste- 
za!;— el  eclipse  del  astro,  el  rei- 
nado momentáneo  de  la  Sombra! 

¡Oh,  la  melancolía  es  la  prima- 
veía,  el  parpadeo  de  luz,  la  ago- 
nía dpi  astro  en  el  regazo  del 
Sufrimiento. 

¡Oh,  juventud,  beso  de  luz,  au- 
rora de  la  vida  -¡vives  soñando, 
mecida  en  los  brazos  de  la  Ilu- 
sión y  del  Ensueño! 

¡Oh,  virgen,  tú  posees  á  Ju- 
ventud, fuente  inagotable  de  la 
vida! 

No  debes  estar  triste,  aunque 
una  sombra  vele  la  luz  de  tu  al- 
ma, porque  á  veces  tras  la  nube 
se  oculta  el  SdI. 

¡Oh,  virgen,  tú  debes  vivii'  con 
un  cielo  en  o\  alma,  con  la  retina 
perpetuamente  herida  por  el  des- 
lumbramiento del  miraje! 

Cuando  una  venda  negra  te 
ciegue,  cuando  el  horizonte  vuel- 
to negro,  se  muestre  impenetra 
ble  á  tu.s  miradas,  avanza,  av«n 
za  siempre,  mira  allá  lejos, — muy 
lejos, — un  rayo  de  luz  te  indica- 
rá dond**,  entre  fulgores,  te  espe- 
ra anhelante,  con  los  brazos  lu- 
minosos abiertos,  la  Dicha  son- 
riendo, perdida  en  mares  de 
bruma. 

No  te  importe  de  los  espinos 
del  camino,  del  oleaje  huracana- 
do de  los  océanos  en  tempestad, 
de  las  heridas  (pie  sangran  de 
tus  pies  (lesinidos,  de  la  fatiga 
due  te  abruma,  de  la  atonía  in- 


—  53  — 


vencible  que  te  domina,  ni  de 
las  saetas  zumbadoras  que  te  en- 
vía tu  enemigo  implacable,  el 
Dolor,  ¡en  mi  pecho  y  en  mis 
alas  desplegadas,  azules  como 
las  ondas,  como  en  un  dosel  de 
bronce,  se  quebrarán  los  dardos! 
Mira  siempre  hacia  adelante,  ha- 
cia el  Porvenir,  perdidas  en  el 
azul  tus  miradas — ¡rayos  de  sol, 
luces  de  alba,  luz,  gloria  del  día! 


Vencerás  á  tus  enemigos,  el 
Dolor  y  la  Duda.  Cuando  tú  es 
tés  desesperada,  yo  vendré  á  alen- 
tarte;  ¡con  salvas  de  luz,  disiparé 
las  sombras!  Yo  soy  profeta,  te 
auguro  el  triunfo:  Vencerás:  Y, 
partió  el  pájaro  de  alas  azules, 
abriendo  silenciosamente  las  alas 
tenues.  .  . 

Otoiio  di!   1906. 

Lino  ARANDA  Y  CORKE.i. 


I/ied 

Te  dije  una  noche  bajo  el  milagro  de  uxi  vasto  cielo  florecido 
como  un  jardín:— ¡Cuan  pequeño  es  el  mundo  cuando  se  le  compara 
á  nuestro  amor! 

Oyendo  los  ruiseñores,  permaneciste  á  mi  lado  hasta  (jue  llegó  el 
alba;  y  al  despedirte  sollozando,  dejaste  entre  mis  manos  tu  pe- 
queño dedal  de  marfil. 

Te  alejaste  y  contigo  se  fué  la  primavera.  .  . 

Murió  nuestro  amor,  porque  todo  ha  de  morir.  .  . 

El  torreón  ve  languidecer  la  hiedra,  y  la  hiedra  lozana  busca  un 
nuevo  torreón. 

Más  tarde,  en  el  retiro  de  una  floresta  de  pinos,  para  ahuyentar  el 
frío,  hice  un  auto  de  fe  con  nuestras  cartas  de  amor. 

ílxtinguiéronse  las  llamas  sobre  el  suelo  húmedo  de  la  floresta;  y 
con  las  conizas  llené  el  fondo  de  tu  dedal  de  marfil. 

EcGENio  DE  CASTRO. 


Al  partir 


Estreché  sus  quince  años, 
besé  su  boca  de  flor 
y  sus  cabellos  castaños 
junto  al  viejo  mar  cantor. 


— Piensa,  amada,  en  el  amante, 
no  me  quieras  olvidar .  .  . 
Y  cayó  una  estrella  errante 
en  la  copa  azul  del  mar .  .  . 


R.  BLANCO  FOMBOXA. 


—  54  — 
Remember 


,'.Te  acuerdas?  Arrastrados  por  las  ansias 
de  mi  amor,  que  más  bien  era  locura, 
envueltos  en  murmullos  y  fragancias, 
buscando  de  la  selva  la  espesina. 

Ya  por  el  cielo  azul  i  trasparente 
un  pálido  crei)tisculo  de  seda, 
deslizábase  triste  al  Occidente 
con  claridad  de  lágrima  que  rueda. 

I  sentados  al  fin  bajo  las  frondas 
que  difundían  un  riniior  de  oleaje, 
cuando  á  los  soplos  de  la  brisa,  en  ondas 
se  inclinaban  las  copas  del  follaje, 

Bañándome  con  h'ibrica  porfía 
de  tu  dulce  mirar  en  los  fulgores, 
— ardo  en  tu  alma,  cual  arden,  te  dei-ía, 
en  luz  los  cirios  i  en  color  las  flores. 

I  pues  no  aumentaría  con  mi  anhelo 
ni  un  vago  pliegue,  ni  ima  débil  línea 
del  rubor  fiijitivo — tenue  velo 
ya  desplegado  por  tu  faz  virgínea. — 

Si  la  luz  que  lucía  en  tu  mirada 
i'ra  tibio  destello  solitario 
de  erótica  ignición,  alimentada 
en  el  fondo  de  tu  íntimo  santuario. 

Debías  ir  con  mi  profundo  anhelo 
— ensueño  audaz  en  horizonte  puro  — 
bajo  la  sombra  que  cernía  el  vuelo 
de  sus  alas  abiertas  al  futuro; 

I   nuestras  almas,  del  dolor  ignotas, 
las  cantaríamos  de  cima  en  cima, 
poniendo  yo  la  idea,  tú  las  notas 
de  himno  en  que  abriera,  como  flor,  la  rimal 


II 


Calló  mi  voz.  En  el  silencio  apenas 
vagar  se  oía  débil  soplo  hesperio, 
1  sobre  los  latidos  de  mis  venas, 
los  latidos  astrales  del  misterio. 

Comprendí  que  eras  mía,  te  vi  muda 
á  mis  plegarias  férvidas,  extrañas. 


i.  queriendo  cubrir  tu  alma  desnuda, 
bajaste  el  leve  tul  de  las  pestañas. 

Entre  dudas,  suspiros  i  sonrojos 
á  mí  inclinaste  de  tu  sien  el  peso 
i,  húmedos  del  rocío  de  tus  ojos, 
me  diste  lui  azahar  encada  beso. .  .  . 


'\. 


Después. . .  ¡ah,  sí!  besé  tu  faz,'ení tanto 
que,  al  desplegarse  por  la  selva  bruna, 'i 
como  suave  cendal  sobre  tu  llanto 
pasó  el  ala  de  cisne  de  la  luna!  • 

Miguel  Luis'ROCUANT. 
Santiago  de  Chile. 


Adoración 


Las  viejas  catedrales  me  estremecen; 

Hay  soplo  celestial  en  sus  olores 

De  incienso,     tienen  astros  sus  colores, 

Y  los  ensueños  con  sus  luces  mecen. 

Las  viejas  catedrales  me  enternecen; 
Prestan  sombra  bendita  á  los  dolores 

Y  ante  la  cruz  entre  sus  cantos,  flores 
De  esperanza  y  amor,  divinas  crecen. 


Más  que  los  cielos  nos  cobijan  bellas 

Con  su  visión  de  místicas  estrellas. 

Más   que  los  parques  de  la  tierra,  hermosas, 

Nos  ofrecen  sus  lirios  y  sus  rosas, 

Y  el  alma  vuela  y  se  convierte  en  ellas 

En  astrojjy  flor,  con  alas  misteriosas! 

Angelí  DE  ESTEADA  (hijo). 


—  66  — 


Epístola  á  un  corazón 


Noche.  Todo  reposa  en  la  estancia.  Rayos  de  luna  semejantes  á 
pistilos  de  ópalo,  armonizan  con  la  fragancia  de  los  jardines  dormi- 
dos y  penetran  en  la  alcoba  del  poeta.  La  brisa  trae  el  rumor  de  las 
doce  campanadas  de  la  media  noche.  El  poeta  escribe. 


¿No  lo  sabes  aún?  ¡Acaso  tú  lo  imaginas,  con  tristeza,  oh,  mi  sabia 
virgen  lírica! 

Yo  era  el  paria  del  amor. 

Soledades  de  regiones  hiperbóreas  y  huérfanas  de  luz,  había  siem- 
pre en  mi  estancia.  Sólo,  de  tarde  en  tarde,  llegaban  á  mi  alcoba  en 
silencio, — un  silencio  de  ermita  medioeval — muelles  aromas  de  ma- 
dreselvas en  flor  como  evocando  aqueUas  que  hace  ya  un  lustro  al- 
beaban,  leves  y  trémulas,  cual  las  alas  de  un  lepidóptero  á  vuelo,  mi 
ventana  insaciable  de  su  perfume  insinuante. 

Hace  ya  un  lustro,  ¿verdad? 

¡Cómo  pasan  los  años  lentamente  y  sin  atractivo  alguno  para  los 
seres  que  esfumar  vieron  la  idealidad  de  sus  sueños  en  la  sombra  te- 
diosa de  un  paisaje  de  añoranzas!  ¡Cómo  pasan  lentamente! 

Entonces,  lejos  de  esta  elegía:  la  vida,  aunque  soñando  en  ella; 
virgen  aún  de  dolos  y  pesadumbres,  de  calumnias  y  de  odios;  yo  es- 
trechaba tus  manos  diáfanas  é  inquietas,  como  pétalos  de  nardo  que  el 
aura  mece  apenas  con  un  soplo  de  santidad,  soplo  de  amor  y  de  vida, 
y  en  tus  pupilas  de  cielo  que  dicen  el  encanto  apacible  de  un  mioso- 
tis del  Mosela;  la  castidad  de  una  devadassi  humilde;  y  la  sapiencia 
de  Aspasias  conmovedoras;  buscaban  mis  ojos  un  rayo  de  inspiración 
y  una  llama  de  amor  para  cantarte.  .  . 

Y,  tus  frases  ingenuas  sonoramente,  venían  cual  un  arpegio  de  luz 
á  despertar  mis  dormidos  pensamientos,  y  penetraban  hondo ^  muy 
hondo,  en  mi  corazón,  y  allí  dejaban  como  harmonías  de  aladas  ana- 
creónticas. 

¿Te  acuerdas,  oh,  sabia  sacerdotisa  del  amor  y  la  verdad? 

Después,  el  destino  que  te  había  mostrado  á  mí  como  en  un  nimbo 
de  ensueño,  valladares  infinitos  entre  nosotros  puso,  pero  ellos  no 
evitaron  que  el  eco  de  tus  palabras  llegara  á  mi  soledad  y  amorti- 
guase las  angustias  de  mi  exilio  doloroso,  en  tanto  voces  ignotas, 
melodiosas  algunas  como  el  gorjeo  de  un  mirlo,  me  decían:  ama: 
sonoras  y  fuertes  las  otras  cual  la  épica  de  Alceo:  lucha. 

Y  amé .  .  .    Otros  labios  prendieron  sobre  los  míos  la  púrpura  del 


—  56  — 

deseo,  y  otros  ojos  alegres  y  centelleantes  hicieron  estremecer  mis 
nervios;  exaltar  mi  sensorio;  desvanecer  mis  dudas  y  creencias;  mis 
recuerdos;  y,  acaso  mis  sentimientos,  como  un  olvido  á  la  vida. 

Amores  frágiles  fueron,  amores  breves,  como  breve  iaé  mi  amor  y 
mi  olvido  engañoso  de  la  vida. 

Ya  la  voz  de  lucha  vibraba  dentro  de  mí,  bajo  la  exasperación  de 
mis  dolores  y  el  fuego  de  mis  ideas. 

Y  luché  por  pensamientos  de  tnia  idealidad  grandiosa,  y,  rebelde 
y  sincero  como  hoy,  no  brotaron  de  mis  labios  sino  palabras  de  rebe- 
lión y  de  verdad:  apostrofes  vibrantes  de  dolor. 

Yo  tenía  amigos,  también  hermanos,  pero,  chocados  por  mi  idiosin- 
crasia de  hombre  libre  y  no  de  siervo  consciente,  me  abandonaron  al 
fin,  y  quedé  solo,  solo,  como  en  un  idilio  de  silencios  infinitos. 

¿Hermanos?  No  lo  eran  moral  mente  aquellos  que  abominaban  de 
mí,  empujados  por  su  índole  y  sus  instintos  venales,  cuando  yo,  solo 
y  altivo  como  un  águila  en  la  cumbre  solitaria,  me  rodeé  de  sinsabo- 
i-es  y  también  de  odios. 

¿Hermanos?  Si  aquellos  que,  adolescentes  aún,  rechazan  todír 
forma  de  servil  esclavitud;  todo  halago  clerical  que  implica  siempre 
soborno;  toda  voz  de  apostasía  que  sabe  á  debilidad;  y  sueñan  un 
ideal  de  libertad. 

Aquéllos  son  el  estigma  de  mi  nombre. 

Estos  mi  admiración  y  mi  orgullo. 

Ahora  mi  soledad  soiu-íe  poblada  por  un  pájaro  muy  blanco:  tu  sen- 
timiento; y  una  frase  elocuente:  tu  sonrisa.  ¡Qué  júbilo  cuando  rasga- 
ron ellos  el  enigma  de  mis  sueños,  de  mis  sueños  dolorosos  en  que 
flotaban  como  nimbos  de  brumas  hibernales,  heraldos  de  duelo  y 
desolación! 

Yo  medité,  conmovido  el  corazón,  volví  los  ojos  á  mis  pasiones 
pretéritas  y  apareciste  tú,  la  primera,  con  vaguedades  de  flor  de  iris; 
teime,  delicada  y  voluptuosa,  cual  un  ritmo  de  balada  cabe  una 
fronda  de  amor. 

¿Cómo  no  cantar  entonces  un  epitalamio  azul  por  el  eterno  con- 
sorcio de  nuestras  almas? 

Y  ¿cómo  no  evocar  á  tu  retorno  el  perfume  de  aquellas  madresel- 
vas que  con  el  tuyo  animaba  mi  alcoba  como  de  bohemio  y  mi  espí- 
ritu doliente? 

¡ Ah,  pero  he  evocado  el  pasado!  No,  mi  artista,  olvidémoslo.  ¿Quie- 
res? Yo  lo  olvido  en  homenaje  á  ti,  que  sabes  de  mi  infortuuio. 

Por  ti,  que  eres  la  más  bella  estrofa  del  poema  de  mi  vida  y  Ja  flor 
inicial  de  ese  poema. 

Que  así  como  una  sonrisa  tuya  basta  á  ahuyentar  mis  tristezas, 
una  lágrima,  sólo  una,  de  tus  ojos  de  turquesa,  bastará  también  para 
conmoverme. 

Porque  se  ha  abierto  mi  corazón. 


—  57 


Tuyo  es  ¡oh,  mi  sabia  virgen  lírica! 


Afuera  todo  es  azul.  El  cielo,  apacible  y  risueño  como  un  lago:  se 
diría  un  crepúsculo  de  estrellas.  En  la  alcoba  suena  el  poeta  arru- 
llado por  el  eco  monorrítmico  de  las  hojas  que  besa  el  suave  viento 
del  amanecer.  Y,  en  el  zafiro  de  agua  de  la  atmósfera,  parece  que  vi- 
braran las  últimas  palabras  de  la  epístola .  .  . 

PÉREZ  Y  CURIS. 


Atlántida 


A  Alma  Fuerte,  limiíenaje  de  simpatía  intelectual. 


En  un  bello  girón  del  Universo, 
l'orja  uiodei'ua  de  la  Especie  Humana, 
Do  se  ostenta  al  asonibio  de  los  seres 
Única  tlom  y  vigorosa  fauna, —- 

Pechos  dr  espuma, 

Brazos  de  agua. 
El  poderoso  Atlante  y  el  Pacífico 
A  veinte  pueblos  con  amor  abrazan. 


Dominando  los  bosques  y  las  nubes 
Como  una  inmensa  tempestad  de  alas, 
Soberbia  síntesis  de  varios  climas 
— Balcón  de  fuego  con  rastel  de  escarctia- 


Médula  enorme, 

Jiba  con  galas 
¡Como  atalaya  fiel  de  un  continente 
La  cordillera  Andina  se  levanta! 

Kl  majestuoso  cóndor  hace  nido 
Entre  las  rocas  sin  cesar  nevadas, 
Y— mientras  por  los  valles  silenciosos 
Tiende  la  noche  su  brumosa  capa — 

Cruza  los  aires 

Provoca/el  alba 
¡Y  va  ú.  pedirte  al  sol  que  le  derrita 
Toda  la  nieve  que  ligó  sus  garras! 

Poniendo  proa  á  un  promisor  futuro. 
Que  riela  al  fin  de  su  bravia  etapa, 
Turgente  el  seno,  el  mirar  altivo. 
Su  enseña  por  el  sol  acariciada, 

Rima  del  cielo, 

Perla  del  Plata 
;Se  perfila  con  astros  en  la  frente 
-  Y  alguna  orla  de  crespón     mi  patria! 

Y  la  joven  América  se  yergue 
Marcando  un  derrotero  A  la  Esperanza. . . 

Y  cuando  el  alma  de  la  vieja  Europa 
Se  siente  de  la  lucha  fatigada, 

Mira  ultramares 

Mientras  descansa 
¡Como  al  impulso  de  los  pueblos  nuevos 
Con  toda  plenitud  la  Vida  estalla! 

. .  .Porque  es  cota  de  hierro  para  el  crimen 

Y  á  sus  banderas  el  Derecho  marca; 
Porque  su  sol  la  esclavitud  no  alumbra 

Y  en  ella  es  Libertad  la  soberana, — 

Si  en  sus  dominios 

Es  pura  el  alma 
¡Dios  reserva  á  la  América  Latina 
Ser  crisol  decisivo  de  las  razas! 


Santín  Carlos  ROSSI. 


Monterideo . 


—  58  — 


Voces  americanas 


Apolo. — El  valiente  y  talen- 
toso escritor  uruguayo  Manuel 
Pérez  y  Curis,  acaba  de  dar  á  la 
estampa,  en  Montevideo,  una 
deliciosa  revista  de  arte,  con  el 
título  de  Apolo. 

El  cuaderno  que  tenemos  á  la 
vista  y  que  es  el  primero  que  ha 
salido  á  luz,  consta  de  veinti- 
cuatro páginas  de  fino  papel,  ní- 
tidamente impresas  y  engalana- 
das con  los  fotograbados  de  Luis 
Roberto  Boza,  Ramiro  Blanco  y 
Perfecto  B.  López,  tres  distin- 
guidos intelectuales. 

En  la  primera  página,  carátula, 
destácase  el  busto  del  señor  Pé- 
rez y  Curis. 

Todo  el  material  de  Apolo  ha 
sido  cuidadosamente  seleccio- 
nado. De  ahí  su  importancia. 
Ríibvanlo.  entre  otros,  Manuel 
Pérez  y  Curis  (Redactor),  Ángel 
C.  Miranda,  Luis  Roberto  Boza, 
Perfecto  B.  López  y  R.  Blanco 
Fombona. 

Apolo,  estando  como  está, 
bajo  la  competente  dirección  de 
un  intelecto  entusiasta  y  batalla- 
dor, tal  como  es  el  señor  Pérez 
y  Curis,  tiene,  indudablemente, 
que  surgir  y  llegar  á  conquis- 
tarse un  puesto  envidiable  entre 
las  publicaciones  de  su  índole. 

El  número  que  nos  ocupa  es 
el  primer  brote  de  un  árbol  de 
arte,  á  cuya  sombra  los  trovado- 
res de  esta  América  escasa,  po- 
bre de  revistas  ó  publicaciones 


de  bellas  letras,  vayan  á  hacer 
vibrar  las  cuerdas  de  su  laúd. 

Agradeciendo  la  visita  de-Apo- 
lo,  dirigimos  al  lejano  cofrade 
nuestras  más  calurosas  palmadas 
por  sus  valiosos  esfuerzos  inte- 
lectuales.— De  La  Voz  del  Peni, 
de  Iquique. 

Apolo.  —  Coqueta  é  intere- 
sante se  nos  presenta  la  revista 
oriental  que,  en  Montevideo,  re- 
dacta y  dirige  el  poeta  moder- 
nista Manuel  Pérez  y  Curis,  con 
el  simpático  título  de  Apolo. 

El  número  que  tenemos  á  la 
vista,  que  es  el  segundo  que  ha 
llegado  á  nuestra  mesa  de  traba- 
jo,  ostenta  en  sus  páginas  las 
firmas  de  reputados  mentales 
que  rubran  una  serie  de  impor- 
tantes colaboraciones. 

Entre  los  fotograbados  que 
engalanan  el  texto  se  destaca 
una  copia  de  un  hermoso  cuadro 
del  artista  Baroffio,  que  repre- 
senta á  una  joven,  próxima  á  una 
mesilla  en  que  se  advierte  una 
esquela,  llorando  profundamente, 
cubierto  su  rostro  por  el  blanco 
pañuelo  que  sostienen  sus  ma- 
nos. Quizá  si  Hora  la  pérdida  de 
alguna  tierna  ilusión  que,  efíme- 
ramente, endulzó  las  horas  de  su 
vida  para  amargar,  después,  los 
días  de  su  existencia. 

Con  sumo  agrado  notamos 
que  Apolo  marcha  camino  del 
progreso. 


-    59    — 


Ello  Gs  debido  al  entusiasmo 
y  gusto  literario  de  su  iateligente 
redactor  á  quien  deseamos  com 
pleto  éxito  en  sus  labores  inte- 
lectuales. -  De  La  Vox,  del  Perú, 
de  Iquique. 

«La  CAXCIÓX  DE  LAS  CRISÁLI- 
DAS» Y  «El  poema  de  la  Car- 
ne».— Acaba  de  llegar  á  mis  ma- 
nos un  precioso  tomo  de  poesías, 
editado  en  la  respetable  casa  del 
señor  Alberto  A  González,  calle 
de  18  de  Julio,  número  150,  en 
Montevideo,  debido  á  la  pluma 
del  joven  é  ilustrado  poeta  Ma- 
nuel Pérez  y  Curis, — Ismael, — 
prologado  por  p1  dulce  escritor 
Ángel  C.  Miranda,  y  dedicado 
como  homenaje  de  admiración  al 
señor  J.  M.  Vargas  Vila,  cuyos 
títulos  encabeza  estas  líneas. 

El  libro  que  el  compañero  me 
envía  con  una  muy  cariñosa  de- 
dicatoria, es,  á  mi  juicio,  un  des- 
grane de  hermosísimas  perlas  en- 
tre las  que  surgcm  rayos  vibran- 
tes que  hieren  al  déspota 

Por  eso  el  poeta,  al  abrir  su 
libro,  nos  dice  en    sonora  prosa: 

(Aquí  la  introducción). 

Después  de  tan  brillante  para- 
goge, surgen  en  el  libro  delicadas 
estrofas.  En  «Flor  de  fuego», 
dice: 

Rie;  tu  gracia  española 
De  andaluza  rozagantu 
Fuera  el  tema  palpitante 
De  un  soneto  de  Argensola. 


En  «Labios  Vírgenes»,  en 
«Amatoria))  y  en  «Mi  Ofrenda», 
se  nos  presenta  tierno  y  enamo- 
rado para  levantarse  después  vi- 
brante y  potente  en  «De  mi  Car- 
cax», helo  aquí: 

Allá  van -como  flechas  arrojadas 
Sobre  el  cráneo  de  un  monstruo  corpulento . . . 
L  I^as  soberbias  estrofas  arrancadas 
A  mi  exaltado  numen,  cuyo  acento 
Baja  es'entóreo  al  fondo  del  abismo, 
Donde  la  Libertad  yace  proscrita. 
Para  decirla  en  írases  de  heroísmo: 
¡Espora!  El  pueblo  te  reclama  y  grita. 

Siguiendo  la  misma  composi- 
ción agrega: 

¡Pueblo  de  ilotas  éste!  El  ciudadano, 

Víctima  del  tirano 
Iconoclasta  que  hoUa  nuestras  leyes, 
Debe  apedrear  el  trono. . . 

Es  necesario, 
Para  ser  libre,  hacerse  lapidario 
Y  hacerse  Verbo,  destronando  reyes' 

Sería  tarea  interminable  el  ha- 
blar sobre  los  fluidos  versos 
«JuanMontalvo»  y  «Blasones», 
así  como  del  resto  de  la  obra 
que  os  un  bellísimo  conjunto  de 
matizadas  flores,  rumorosas  v 
tiernas,  cuyo  perfume  eleva  al 
alma 

Con  estas  líneas  va  hacia  el 
ausente  compañero,  unido  á  los 
aplausos,  el  testimonio  de  mi  ad- 
miración y  aprecio. — Salvador 
DÍAZ  Rodríguez. — De  El  Mo- 
derado,de  Matanzas  (Cuba>. 


GO 


Manuel  ligarte 


Nuestra  revista  publica  hoy  una  hermosa  poesía  que  el  distin- 
guido literato  argentino  Manuel  Ugarte,  nos  envía  galantemente 
desde  su  residencia  en  París. 

Agradecemos  su  gentileza. 


(( 


Apolo" 


Este  número  se  había  anunciado  que  saildría  en. Buenos  Aires,  co- 
menzando así  la  gira  artística  que  por  algunos  países  de  América 
pensaba  efectuar  Pérez  y  Curis. 

Circunstancias  imprevistas  impidieron  la  realización  de  esa  gira; 
Apolo,  seguirá  publicándose  aquí. 


I/ibros  y  periódicos  recibidos 


Alarcón. —  «El  Capitíín  Vene- 
no» (Biblioteca  de  «El  Deber 
Cívico»)— Meló  (R.  O.). 

La  Vox  del  Perú  —  Iquique 
(Chile). 

El  Afoderado — Matanzas  (Cuba). 

La  y-V-e^í-sa— Medellin  (Colo.n- 
bia). 

Caras  t/  r/are/as  —  Buenos  Aires 
[R.  Á). 

El  Deber  Círico— Meló  (R.  O.). 

Rocuant  (Mi(iiiel  Luis) — «Poe- 
mas»— I  Brumas— JI  La  on- 
da y  la  espuma -III  Alma- 
Mater — ¡Santiaij-o  de  Chile. 


Revútn  Critica — Veracruz  (Mé- 
jico). 

Heuriíjuez  Ureña  —  «Ensayos 
Críticos»,  Habana. 

Moreno  Alba, — «Lienzos»  (Poe- 
sías) —  Barranquilla  (C-olom- 
bia). 

Zadií)  —  «Un  montón  de  barba- 
rismos»,  Montevideo. 

Ugarte  Cuentos  de  la  Pampa. 
»  —  El  Arte  y  la  Democra- 
cia. 

i\.inelli  //  Oon)iálex  —  «^\  A\\x\^ 
del  Rapsoda». 


Brrata 


p]n  el  segundo  número,  página  40,  donde  dice:  Descararen  ver- 
dad, hallarme  en  aptitud  de  emitir  en.  esta  forma;  debe  leerse: 
Deseara,  en  rerdad,  hallar  me  en  aptitud  de  emitir  en  otra  forma.  .  . 


APOLO 


REVISTA  DE  ARTE 


Director^Redactor:  PÉREZ  Y  CüRIS 


ONTEVIDEO,     Junio-Julio     de     I906 


INEXORABLES 


Tímidamente  se  agitan  en^la  penumbra,  con  la  monotonía 
de  sus  élitros  fangosos  hechos  para  el  ludibrio  eterno,  y,  á  su 
abrigo,  poblado  de  silencios  largos,  cómplices  de  sus  atentados 
á  la  virtud  intelectual,  divina  por  excelencia,  vegetan  en  dulce 
consorcio  con  su  madre:  la  estulticia. 

Y,  por  ende,  son  incestuosos  conscientes  esos  necróforos 
exilados  de  las  regiones  del  Arte,  porque  no  fueron  dignos  de 
habitarlas  libremente  bajo  la  luz  insinuativa  del  sol. 

Es  que  temen  los  resplandores  del  sol  del  Arte  deslumbrantes 
como  el  rayo,  y,  cual  él,  destructores  de  la  sombra. 

Su  heliofobia  sobreviene  al  fracaso  de  sus  propios  sueños;  no 
digo  de  sus  ideas  porque  no  tienen  ninguna. 

Su  carácter,  de  una  rusticidad  vulgar  que  no  enmiendan  las 
palabras  humildes  ni  las  liturgias  de  rebelión  de  los  espíritus 
consagrados,  es  refractario  á  todo  ideal  de  nobleza  y  de  vida. 

Sas  ideales  están  en  sus  vientres.  Comer,  beber,  dormir, 
mandar...  como  dice  Octavio  Bunge. 

Son  diletantes,  simplemente. 

Y,  entre  el  diletantismo  y  la  mediocridad,  el  paralelo  existe, 
inmensamente  visible. 

Ambos  van  hacia  el  nihilismo  de  la  multitud  amorfa. 

Algunos,  más  osados  que  los  otros,  me  han  hecho  blanco  de 
sus  diatribas  diarias  que  son  algo  así  como  la  exteriorización  de 
sus  tristezas  infecundas. 

Y,  lejos  de  mí,  que  no  los  busco  ni  les  huyo,  dirigen  sus  mira- 
das hacia  Apolo,  y,  blandiendo  sus  yataganes  oxidados  y  vetus- 
tos, ensayan  las  actitudes  irrisibles  de  un  prosimío  exasperado. 

Eso  me  tiene  sin  cuidado. 

No  son  ellos  aptos  para  emitir  juicio  alguno  sobre  obras  litera- 
rias, y  menos  sobre  una  revista  como  Apolo,  rebelde  y  libre,  que 
no  se  ciñe  á  cánones  ni  preceptos  de  ninguna  clase,  ni  adjudica, 
como  muchas  otras,  sus  ideas  en  pública  subasta. 


í 


62 


Ni  yo  me  obligo  con  nadie  á  publicarla  en  determinada  fecha 
pues  no  tengo  motivo  para  ello. 

La  publico  cuando  quiero  ó  cuando  puedo. 

Todo  esto  lo  saben  ellos. 

Y,  por  eso  mismo,  porque  no  lo  ignoran,  es  que  me  arrojan  sus 
diatribas  epilépticas. 

Les  ha  chocado  también,  y  enormemente,  que  vaya  en  su 
frontispicio  mi  retrato,  y  atribuyen  esto  á  causas  de  un  egoísmo 
inconsciente. 

Yo  no  discuto  la  existencia  de  ese  egoísmo  que  ellos  dicen. 
inconsciente. 

Sería  una  satisfacción  para  ellos. 

Y,  mis  labios,  en  que  no  encuentra  eco  la  Voz  de  la  satisfacción, 
por  conceptos  de  rebeldía  y  de  amor  á  la  verdad,  permanecen 
herméticos  y  libres,  libres  para  el  anatema  y  la  admonición  en  el 
alba  difusa  de  este  ciclo  que  bosteza  dominado  por  la  pantera 
del  sueño. 

¡  No  !  yo  no  discuto  su  existencia.  Antes  bien,  lo  hallarla  lógi- 
co y  justo,  dada  la  índole  personal  de  mi  revista  que  no  está 
hecha  para  abrevar  en  las  fuentes  de  la  adulación  por  ideales  de 
lucro  preconcebidos. 

Ese  hato  de  ventrudos  que,  cual  babosas  inmundas,  se  arras- 
tran penosamente,  dejando  en  su  trayecto  un  reguero  de  los 
miasmas  pestilentes  en  que  se  exhala  su  cuerpo,  me  recuerda 
ciertos  seres,  autores  fracasados  cuando  menos,  que,  tentando 
un  último  esfuerzo  para  salvar  su  personalidad  de  abismo,  se 
convierten  súbitamente  en  críticos  ( ¡  qué  críticos  ! )  é  imitando 
de  Valbuena  y  Fray  Candil  su  inexorabilidad  irrisoria  y  nula, 
completamente  nula,  juzgan  á  éste  por  la  melena  leonina  que 
cae  sobre  su  espalda,  y  á  aquél  por  su  corbata  extravagante  y 
rara,  calificando  á  ambos  de  decadentes  con  un  desdén  de 
monarca  envanecido. 

Son  los  Aristarcos  modernos,  y  la  crítica,  el  último  refugio  de 
sus  sueños  infecundos. 

Conmiseración  para  ellos,  que  hallarán  en  el  Futuro  un  nirva- 
na para  sus  vanidades  inmensas. 

¡  Conmiseración ! 

Pérez  y  Curi;-^. 


LAS  LÁ(SRI|V|AS 


Hombre  ó  mujer,  la  prueba  más  evidente  que  podrían  dar  de 
su  amor  lágrimas  sinceras  son.  ¡  Ah  !  las  lágrimas  debieran  ser 
una  virginidad  que  la  amada  nos  reservara  y  que  nosotros  rasgá- 
semos como  la  otra... 

JuLEs  Laforgue. 


—  63 


AL  MUJKK 


Para  Enrique  R.  Talice. 


La  libertad  tu  rostro  no  ilumina 

Con  sus  luces  de  púrpura  esplendente; 

¡Permites  enlodar  tu  triste  frente 

Que  ante  el  pope  y  el  Czar  siempre  se  inclina! 

La  ortodoxia  te  vence  y  te  alucina; 
Ignorante,  te  encuentras  impotente. 
Para  obrar  como^la  ola  que  rugiente, 
Se  alza  sobre  el  peñasco  y  lo  domina! 

En  tu  mente,  la  idea  redentora 

Con  fuerzas  que  se  impone  no  aletea, 

No  anhelas  contemplar  la  roja  aurora. 

Ni  aspiras  percibir  la  roja  tea, 

Que  sirva  como  heraldo  á  la  gran  hora 

En  que  el  ruso  se  lance  á  la  pelea! 

Julio  Raúl  MendilaharsuJ 

9  de  Abril  de  1905.  Montevideo. 


MACABRA 


Para  Pérez  y  Curis. 

—  Con  mi  cráneo  —  me  dijo  —  haz  la  caja  sonora 
De  mi  cítara  blanca  de  los  huesos  pulidos, 
Que  mis  dientes  que  ríen  de  la  virgen  que  implora 
Serán  todos  de  un  piano  de  profundos  sonidos. 

O  si  quieres  violines  que  parezcan  de  Hungría, 
Con  mis  fémures  rotos  de  suicida,  haz  un  arco. 
Preludiando  en  mi  tórax  la  canción  de  la  Harpía 
Que  simule  el  lamento  de  las  jarcias  de  un  barco. 

Yo  temblaba  de  miedo,  y  en  la  risa  faunesa 
De  aquel  cráneo  amarillo  que  encontré  en  una  fosa. 
Vi  el  destello  impreciso  de  una  vaga  tristeza : 
La  tristeza  infinita  de  la  Muerte  espantosa . . . 


Juan  Guerra  Núñez. 


Habana,  Abril  1906. 


-  64 


TETERNUM  VALE 


M.    PIMENTEL    CORONEL 


Murió  el  extraño  poeta  mara- 
villado y  maravilloso,   ¡muri   ! 

y,  el  plegamiento  de  sus  a  as 
enormes,  hace  un  criptó<¿'n;mü 
(le  oro,  en  el  cristal  misterioso 
del  silencio  estupe  i  acto; 

y,  las  acres  hojas  del  laurel, 
'  antan  sobre  su  tumba:  flores  de 
'.  jloria  crecen; 

hay  sonoridades  en  el  laurel 
pensante:  ¡sonoridades  ae  las 
auras  inmortales  y  los  ponientes 
gloriosos; 

todo  laurel  es  un  grito;  en  la 
gran  noche  calmada  grita:  Inmor- 
talidad; ^ 

todo  laurel  dice:  rj-terno; 

en  la  linde  de  los  bosques 
misteriosos  de  la  Muerte:  canta 
el  laurel; 

implacable  en  el  duelo  de  la 
Gloria,  que  hace  temblar  el  aire, 
lleno  de  gritos  perpetuos  y  de 
palabras  ele  otras  voces.    Canta; 

el  laurel,  que  inmortaliza;  sin- 
toniza: Eternidad,  Sonoridad,  ra- 
mas líricas  del  laurel  son; 

todo  laurel  es  una  lira; 

suena  en  la  noche  milenaria, 
sobre  las  tumbas  sagradas; 

y,  los  poetas  muertos,  lo  escu- 
chan, en  un  gesto  asombrado  de 
pájaros  que  miran  nacer  el  sol;... 

El  Poeta,  es  el  Verbo  de  lo 
bello; 

el  Poeta,  es  aquel  que  nombra 
lo  Inconocido  y  lo  produce; 

es  aquel  que  articula  lo  divino; 

divino  es  él; 

el  Poeta,  es  la  voz  de  la  Eter- 
nidad, dándoselas  á  las  cosas 
frágiles  de  los  hombres; 

por  él  viven; 

la  submersión  de  un  gran  poe- 
ta, en  la  sombra  eterna,  es  un 
hundimiento  de  astros  en  la 
tiniebla  inagotable; 


un  poeta  muerto,  es  una  pági- 
na de  :uz,  arrancada  brutalmente 
al  libro  tie  la   Vida; 

es  una  desheredación  de  la 
humanidad,  privada  as',  de  una 
gran  voz  de  revelaciones; 

la  inte  igencia  universal  gime, 
cuando  el  genio  muere; 


un  soplo  exhuberante  de  tris- 
teza, pasa  hoy  por  sobre  las  al- 
mas enamoradas  del  eterno  rit- 
mo, y  del  misterio  eterno,  perti- 
nazmente vueltas  hacia  el  divino 
Ideal,  que  duerme  en  el  fondo 
de  los  corazones; 

¡un  gran  poeta,  ha  muerto! 

[Pimentei  Coronel! 

era  un  alma  musical,  crepuscu- 
lar, sinfónica;* 

divina  á  fuerza  de  Idealidad; 

1  alma  de  Misterio  y  Oblación ! 

como  una  flor  abierta  hacia  el 
inmutable  azar;  así,  su  alma  hacia 
la  Beieza:  ¡desmesuradamente 
era! 

fué  esa  a'ma,  como  un  motivo 
musical,  lleno  de  ideas  significa- 
tivas, de  sonoridades,  de  profun- 
didades, de  tonalidades:  Sinfóni- 
ca. Polimorfa; 

de  oro  y  púrpura  eran  las  alas 
hiperffsicas  de  aquel  pájaro  ca- 
noro que  escaló  los  cielos  de  la 
Gloria,  á  grandes  golpes  de  ala; 
luminosamente,  sonoramente; 

la  virtud  apolínea  de  la  melo- 
día reinaba  en  espíritu  y  vibraba 
en  sus  rondas  de  sueños  revela- 
dores é  inmateriales:  divinamen- 
te, tal  un  manto  sutil; 

de  ritmos  y  de  fascinaciones, 
era  hecha  su  alma; 

su  alma  lírica,  donde  cantaba 
el  Ensueño,  en  perpetua  comu- 
nión con  el  aire  sonoro; 

¡su  alma!  hundida  ahora  tras 
el  gran  nimbo  de  argento  pálido. 


-  b5  - 


en  el  gran  gesto  negro  de  la 
muerte!... 

su  alma,  expuesta  ya  á  las  gritan- 
tes ráfagas  del  mar  que  se  ocul- 
ta á  la  sombra  del  poniente,  más 
allá  del  horizonte  de  oro  del 
Dolor; 

¡la  pradera  de  las  floraciones 
negras,  donde  inmóviles,  los  pá- 
jaros plácidos  y  dolientes,  no 
cantan  ya! 

su  alma,  que  era  un  pájaro; 

su  alma,  que  era  una  flor; 

una  cadencia; 

un  gran  rayo  de  oro  pálido; 

Pasó  el  Poeta; 

Y,  pasó  el  camino  de  la  Vida, 
mirando  en  los  estanques  inertes 
del  Enojo,  el  rostro  misterioso 
de  lo  Desconocido; 

j,  nos  dijo  el  trágico  esplen- 
dor de  sus  visiones;  sintió  el  Do- 
lor, el  acre  y  alto  Dolor  que  po- 
ne el  alma  humana  desnuda  y 
temblando,  ante  ese  enigma  te- 
nebroso: el  Absoluto; 

y,  nos  dijo,  en  el  incendio  por- 
tentoso de  su  ideología  lírica,  los 
secretos  de  ese  dolor,  las  mace- 
raciones,  3^^,  las  agonías  magnifi- 
cei^tes  de  las  almas  que  mueren 
bajo  él; 

amó,  con  un  culto  extraño  y 
sincero,  la  Belleza: 

y,  en  palabras  misteriosas  é 
inesperadas,  llenas  de  ocultos 
sentidos,  y  secretas  armonías, — 
tal  uu  órgano  en  la  noche,  entre 
rosales  en  flor, — nos  dijo  del  De- 
seo 3'  de  la  Belleza,  con  el  des- 
plegamiento  majestuoso  de  su 
verbo,  la  fraseología  voluptuosa 
de  un  gran  Poeta  y  su  metafísica, 
grandiosa  como  el  murmullo  del 
mar  cerca  á  una  selva  nocturna: 

las  resonancias  graves  de  su 
espíritu;  los  tumultos  de  su  cora- 
zón apasionado  y  sonoroso  como 
un  caudal  de'  rio;  sus  emociones 
de  Infinito,  desconcertantes  y 
lacerantes;  sus  altos  sueños  de 
ideología  intensa;  sus  simbolis- 
mos difusos,  luminosos  y  lejanos, 
dichos  nos  fueron  en  las  subtili- 
dades  exquisitas  de  su  estilo,  en 
el  bello  lenguaje  de  sus  visiones. 


claras  y  sonoras; 

obsesionado  y  penetrado  de 
las  formas  vagas  de  la  \lda:fi'tro 
de  encantamiento  fué  su  Verbo; 

magnifícente  fué,  como  un  cas- 
tülo  de  oro:  la  música  de  la  pala- 
bra cantó  en  los  muros  de  aquel 
templo  de  Idealidad; 

obra  de  orfebre  hizo,  mas  no 
de  bizantinismo,  que  la  técnica 
verbal,  en  manos  suyas  fué  cáli- 
do meial  y  cristal  dócil,  pvrii  la 
laboración  de  las  ánforas  y  vasos 
en  que  vació  su  pensamiento;  y 
construir  supo  el  Verso,  traspa- 
rente, só'ido,  dúctil,  en  un  mila- 
gro de  galvanoplastia  vitriscente; 

la  palabra  tuvo  en  la  estructu- 
ra rítmica  de  su  estrofa,  todo  el 
valor  de  su  sentido  intenso,  y  el 
soberano  poder  de  su  energía 
significativa; 

no  puso  el  vino  efervescente 
de  su  inspiración  en  las  vasijas 
arcaicas,  que  la  vieja  coroplastia 
académica  vende  como  modelos; 
no  estaba  bien  el  jugo  abundante 
y  nutriscente  de  aquella  vid  de 
gloria,  en  esos  embasajes  her- 
rumbrosos, caídos  en  desmedra- 
miento  y  desuetud; 

ni  de  esta  fiebre  de  exhuma- 
ción^ de  muertos  resucitados  y 
exhibidos  como  nuevos,  tuvo  el 
contagio; 

todo  vértigo  es  debilidad; 

3^,  él,  no  se  inclinó  del  lado  de 
las  escuelas; 

permaneció  erecto  en  medio 
de  ellas; 

quedó,  personal;  única  manera 
de  ser  original; 

sectarismos  escolares  no  enca- 
denaron su  musa;  libre  fué  como 
un  águila; 

sobre  la  melena  hirsuta  de  su 
alta  lírica  verbal,  ninguna  escue- 
la poética  enredó  la  mano  para 
alisarla  3^  domeñarla; 

ninguna  secta  lo  encaden.0; 

3',  cosa  rara  en  estos  tiempos 
de  triste  pecorismo  literario:  fué 
un  poeta  sin  collar; 

y,  porque  no  fué  un  versifica- 
dor, sino  un  Poeta; 

porque  desdeñó  ser  pastor   de 


66 


vocab'os,  para  ser  águila  de  Idea- 
lidad y  Pensamiento; 

porque  no  se  ocupó  en  tejer 
con  los  mimbres  de  la  dialéctica 
canastillas  de  embeleso,  sino  que 
se  produjo  en  una  primavera  de 
rosas,  de  las  cuales  cada  una  de 
ellas  tiene  como  perfume,  el  sen- 
tido hermenéutico,  peculiar  al 
Símbolo; 

porque  á  la  esencia,  y,  no  á  la 
forma  del  Verso,  dio  su  vida; 

por  eso  su  lenguaje  guarda  una 
serena  independencia,  una  alta- 
nera soledad,  desde  la  cual  se 
vierte  su  a^ma,  en  hidromiel  de 
ritmos,  sobre  los  mo'des  de  per- 
sonal modelaci¿;n  que  él,  labora- 
ba en  el  silencio,  con  la  delicia 
ascética,  de  un  monje  artista,  que 
fuese  un  divino  orfebre; 

vasos  de  Bohemia  y  dijes  cinco- 
centistas,  se  dirían  algunos  ver- 
sos suyos,  tersos  y  artísticos  cla- 
ros y  concisos,  cual,  un  frasco  de 
Ghirlandajo,  grabado  por  el  buril 
de  Benvenuto,  en  el  broche  de 
una  capa  pluvial; 

de  leones  es  abrir  trocha  en  la 
maleza;  de  carneros  el  irse  en 
manada  á  la  sombra  de  un  ca- 
vado; 

y,  Pimentel  Coronel,  ni  moldes 
nuevos,  ni  mo]des  viejos  imitó; 
ni  tuvo  jefes,  ni  se  alineó  en  fila; 
ni  ofició  en  altar  de  ídolos  bajo 
el  ritualismo  de. las  liturgias  im- 
puestas; ni  se  inclinó  en  gesto  de 
adoración,  como  el  cañaveral  pen- 
sante de  los  cenáculos  de  ogaño; 

fué  solo  y  libre;  y,  como  libre, 
grande; 

su  poesia,  es  raudal  sonoro  y 
agitado;  ni  reproduce  riberas,  ni 
repercute  ruidos;  vibra,  él,  solo; 
corre,  él,  solo;  autóctono  en  la 
llanura; 

ninguna  secta  literaria  puede 
enorgullecerse  de  él,  sino  la  sec- 
ta, cada  hora  mas  escasa,  del  buen 
gusto; 

ninguna  academia  lo  contó  en- 
tre sus  icoglanes  venerables,  gi- 
necólogos de  la  frase,  rumiantes 
inofensivos  de  las  cosas  del  pa- 
sado; 

no  cultivó  la  poesía  académica 


y  universitaria,  esa  pedagogia  ri- 
mada, ciencia  de  profesores,  pra- 
dera anacrónica,  en  que  pastan 
sin  enojo  los  camellos  verbilíri- 
cos  de  la  mediocridad  y,  se  oye 
el  relincho  agudo  de  las  yegua- 
das académicas,  en  espera  del 
Pegaso; 

el  clasicismo  es  la  epizootia  de 
las  bestias  inútiles; 

Pimentel,  fué  un  Poeta,  no  fué 
un  clásico; 

vivió  de  la  inspiración  y,  no  de 
la  tradición; 

conociéndola,  no  amaba  el  alma 
medioeval,  el  alma  clásica;  no  la 
evocoba  en  sus  cantos;  no  tuvo 
el  placer  idiota  de  imitarla;  y,  la 
puerilidad  caudalosa,  de  aquella 
poesía  arcaica,  no  regó  sus  linfas 
muertas,  por  sobre  el  prado  ar- 
diente y  voraz  de  sus  creaciones, 
donde  se  abrían  las  grandes  flo- 
res laminarias  y  rojas  de  su  genio; 

su  alta  y  noble  sensibilidad,  su 
rara  cultura  estética,  se  herma- 
naban admirablemente  para  de- 
purar y  acrecentar  su  culto  puro 
y  fiero  á  la  esencia  abstracta  de 
lo  bello; 

el  Amor,  la  Libertad  y  la  Belle- 
za, tales  fueron  los  dioses  de  la 
Visión  vitrisibilar  que  columbró 
su  genio; 

esa  fué  la  antorcha  que  lo  alum- 
bró, en  aquella  lampadedromia 
hacia  el  Ideal  que  fué  su  vida; 

humanista  é  impresionista;  á 
la  vez  ligero  y  grave;  en  sus 
versos  hay  energías  altaneras  de 
apóstol,  voluptuosidades  melan- 
cólicas de  soñador;  sensibilida- 
des indefinidas  de  artista,  y  el 
grito  bélico  y  b'rico  de  una  musa 
tan  enamorada  del  sueño  como 
de  la  acción;  del  combate  como 
de  la  meditación  de  la  tristeza,  co- 
mo la  Belleza:  Medusaria^  Revo- 
lucionaria; 

como  en  la  quietud  de  una  agua 
tranquila  el  esplendor  de  un  sol 
convulsionario,  tal  en  sus  rimas 
tersas,  salta  el  pensamiento  atre- 
vido y  fulge  la  metáfora  de  asal- 
to y  de  revuelta; 

los  sueños  de  su  vida  interior, 
cantados  en  horas  de  naufragio. 


—  b/  — 


tienen  el  encanto  soberano  de 
una  música  verbal  rítmica  y  sua- 
ve, como  un  descenso  de  olas  en 
un  estuario  crepuscular,  y,  una 
sobria  elegancia,  llena  de  colo- 
raciones tristes,  como  una  caída 
de  sol,  vista  en  los  valles  de  Um- 
bría, sobre  terrazas  gloriosas; 

)'.•  como  el  sueño,  lleva  al  Poe- 
ta, hacia  los  hombres,  sus  her- 
manos, la  musa  de  Pimentel, 
baja  á  la  arena  y  combate  sin 
cólera,  entre  los  clamores  bes- 
tiales de  los  hombres; 

y,  sirve  altamente,  á  la  Ley  de 
Humanidad; 

la  secreta  melancolía  de  su  es- 
píritu se  esparce  sobre  las  luchas 
de  la  tierra,  como  una  lluvia  de 
de  rosas,  sobre  la  frágil  gloria 
de  una  tarde; 

y,  como: 

les  femmes  et  V amour  l'envi- 
rent  de  sanglots; 

la  musa  de  Pimentel,  está  llena 
de  esos  sollozos,  que  palpitan  en 
sus  versos,  con  un  ritmo  grave, 
de  intensidad  baudelariana; 

ningún  odio  ascético  ni  bíblico, 
al  Amor  ni  á  la  Belleza,  antes, 
bien,  un  himno  polícromo  y  vi- 
brante de  deseos,  al  cuerpo  de 
la  mujer,  al  perfume  de  su  carne, 
el  beso  dado  sobre  los  senos 
erectos  y  sobre  los  labios  rojos; 

mézclase  la  voluptuosidad  á  la 
meditación  en  la  armoniosa  sim- 
plicidad de  esas  rimas,  profundas 
y  sonoras,  como  un  mar  en  calma: 

quien  dice  amor,  dice  abismo, 
y  algo  del  horror  de  haberlo  con- 
templado, hay  en  el  tenebroso 
vértigo  de  los  versos  del  Poeta; 

las  subtiles  ficciones  de  su  poé- 
tica, desarrolladas  en  paisajes 
violentos  y  tiernos  de  una  inten- 
sa melancolía,  hacen  replegarse 
el  alma,  apaciguada,  en  limbos 
de  lo  Absoluto,  acre  y  cruel,  tan- 
to es  el  sentimiento  penetrante, 
del  alto,  inhumano  dolor,  que  las 
impregna; 

tales  de  sus  versos,  están  satu- 
rados de  un  lejano  perfume  ado- 
lecente,  cuyo  divino  candor,  nos 
hacer  columbrar  la  suavidad  idí- 
lica de  las  campiñas  en  que  fue- 


ron escritos,  á  la  hora  de  la  ago- 
nía crepuscular,  en  el  violeta  den- 
so de  los  campos,  que  se  dormían 
bajo  los  cielos  de  oro; 

los  tórridos  soles  caniculares 
del  trópico;  la  esmeralda  túrgida 
de  los  serenos  valles;  el  perfil 
opalescente  de  los  cerros,  hundi- 
dos en  lejanía;  la  gran  tristeza  de 
los  cielos,  hechos  de  nácar  al  lle- 
gar la  noche;  la  mansedumbre 
tierna  de  los  lagos,  llenos  de  visio- 
nes imprecisas;  el  duelo  de  los  ho- 
rizontes, en  la  lenta  desaparición 
de  los  paisajes  dilüentes;  la  tris- 
teza de  las  floraciones  otoñales- 
que  en  su  amarillo  palor,  aguar, 
dan  el  largo  beso  mvernizo;  el 
gran  silencio  de  las  selvas,  en  cu- 
ya ribera  de  hojas  muertas,  canta 
el  mar,  la  canción  de  los  siglos 
genesiacos,  son  evocados  y  sur- 
gen vivaces  á  la  caricia  de  aque- 
lla musareminiscente,  que  decora 
como  un  pincel  y  todo  lo  orna- 
menta con  sus  rimas  flexibles  y 
florecidas,  como  astrágalos  de 
oro; 

su  dolor,  altanero  como  una  ro- 
ca coronada  de  glicinas,  cerrado 
á  la  imposible  esperanza  de  las 
cosas  eternas,  tiene  en  su  tristeza 
enigmática,  la  grandeza  de  todas 
las  renunciaciones; 

la  Fé,no  ensombreció  esos  can- 
tos, con  la  sombra  de  sus  alas  fu- 
liginosas; 

el  fantasma  de  ningún  dios,  lle- 
na con  su  inútil  vacuidad,  aque- 
llas rimas,  llenas  de  un  calmado 
deseo  y  de  una  dulce  voluptuosi- 
dad, obstinada  y  melancólica; 

ama  la  tierra  genitriz,  fecunda 
y  voraz;  y,  su  estro,  es  como  un 
pálido  tirso,  inclinado  sobre  la 
llama  de  las  rosas; 

la  eflorescencia  triunfal  de  sus 
metáforas,  el  ritmo  de  sus  alitera- 
ciones y  de  sus  odios  de  aéda  apa- 
sionado, lejos  de  la  lúgubre  noche 
cristiana,  producen  en  el  alma,  la 
impresión  humana  y  calmada,  de 
un  himno  eólico,  lleno  del  sortile- 
gio peligroso  de  la  grande  alma 
pagana; 

la  grave  armonía  de  esos  canta- 
res aejan  al  espíritu  la  estática 


68  — 


emoción  de  grandes  soles  desa- 
parecidos tras  el  aterciopelamien- 
to  de  los  cielos,  en  el  vacío  de  la 
tarde; 

tal  asi,  la  serenidad  divina,  se 
desprende  á  veces,  de  aquella 
gran  lira,  donde  las  sagradas 
cuerdas  bordonean  de  un  innato 
amor  á  las  divinas  cosas; 

la  enunciación  de  dolorosas  pal- 
pitaciones psíquicas;  el  aspecto 
fugaz  de  las  visiones  emotivas;  la 
rareza  enfermiza  de  ciertas  sen- 
saciones, que  hacen  temblar  el 
alma,  en  los  limbos  fronterizos  á 
la  gran  noche  demente,  son  ex- 
presadas allí,  con  un  sombrío  es- 
plendor, en  una  lengua,  de  la  cual 
cada  hemistiquio,  es  como  un  ra- 
\'o  de  enigma,  serpenteando  en  la 
tiniebla; 

Pimcntel,  tenía  herencias  mór- 
bidas, que  predisponían  su  espíri- 
tu á  perderse  en  la  gran  sombra 
maupasantiana,  antes  de  entrar 
en  la  noche  definitiva; 

sufriendo  sin  quejarse,  del  mal 
cruel,  que  sentía  avanzar  en  la 
noche  como  el  ala  de  Azrael,  en 
su  engrandeciente  crepúsculo,  su 
alma  luminosa  aún,  trazaba  en  la 
gran  sombra,  con  el  orgullo  im- 
perativo de  una  llama,  las  líneas 
resplandecientes  de  ese  poema 
que  fué  su  vida  de  orfebre  viaje- 
ro y  soñador,  hecho  á  trabajar  el 
oró  repujado  de  sus  cálices,  en  la 
pompa  orquestal  de  los  desiertos, 
en  el  tumulto  de  las  ciudades,  lle- 
nas de  almas  neuróticas,  gemelas 
de  la  suya,  en  la  bruma  azul  y  el 
fastuoso  silencio  de  los  grandes 
montes,  y  bajo  los  manglares  de 
la  costa,  que  la  pensativa  mar  be- 
sa: enormemente; 


á, donde  quiera  que  su  carne, 
doliente,  llevada  fué  por  la  angus- 
tia de  la  vida,  el  Poeta,  cantó; 

inquieto^  febricitante,  nos  deja 
al  morir,  pedazos  de  su  corazón, 
todo  su  corazón  poemizado,  con 
los  fragmentos  de  su  vida  magnifí- 
cente de  visiones,  donde  todo  el 
dolor  y  toda  la  ambición  de  una 
alma,  canta,  en  ritmos  de  serena 
eternidad,  lo  infinito  de  la  pena, 
lo  amargo  de  la  voluptuosidad,  la 
pavorosa  nada  de  vivir, 

altanero,  doloroso,  fatigado  ese 
Poeta,  que  no  amó  el  reclamo, 
nos  dio  sus  versos  para  morir, 
como  si  alinease  una  teoría  de 
vírgenes  armoniosas,  cautivas  de 
su  genio,  que  escoltaran  su  ataúd 
hacia  la  tumba,  bajo  un  cielo  so- 
ñador, á  través  de  un  bosque  de 
laureles; 

y,  se  retiró  de  la  arena  ensan- 
grentada, dejándonos  sus  cantos 
por  herencia; 

su  espíritu  bello  y  fiero,  entró 
en  la  muerte  como  en  el  alba  de 
un  bello  crepúsculo;..,  y,  se  per- 
dió en  ella; 

desapareció  el  Poeta,  en  el  folla- 
je luminoso  de  sus  versos; 

envuelto  en  ellos,  como  en  un 
sudario 

armoniosamente; 
luminosamente 
gloriosamente 

¡Paso  al  Poetal 


"'^^ct/Vp<xA4^¿ca^ 


SERENATA 


En  la  penumbra  de  tus  pestañas 
hallé  el  reflejo  de  un  bien  querido: 
la  poesía  de  las  montañas 
-^  los  verjeles  donde  he  nacido. 


¡Oh^  quiénme diera porsus umbrías 
vagar  contigo  soñando  amores^ 
cielos^  y  cumbres^  y  lejanías 
viendo  en  tus  ojos  encantadoresl 


Moisés  Numa  Castellanos. 


-  69 


ERNESTINA  MÉNPEZ  REISSI6 


Poetisa  tierna,  emotiva; 
tal  el  alma  de  Becquer,  con 
quien  tiene  afinidades  sen- 
timentales, ella  se  ha  hecho 
cargo  recientemente  de  la 
dirección  de  la  revista  Vida 
Social.  Ha  publicado  ya  dos 
volúmenes  de  poesías  y 
cuentos:  "Lágrimas"  y  "Li- 
rios", que  lahan  hecho  acree- 
dora á  los  sinceros  aplausos 
de  distinguidos  escritores 
hispanoamericanos. 

He   aquí    el    pórtico    de 

"Lirios": 

1 

PRIMHYERH 


á  Ernestina  Méndez  Reissig. 

Canta;  la  aurora  hechicera 
De  la  ilusión  te  ilumina: 
Canta,  fugaz  golondrina  "' 

De  una  hermosa  primavera. 

Sobre  la  Varia  pradera. 

Y  en  la  esmaltada  colina. 
La  blanca  luz  matutina 
Como  un  joyel  reverbera. 

Canta;  persigue  en  tu  anhelo 
La  visión  que  esfuma  el  velo 
Sobre  el  marfil  de  tu  frente. 

Todo  es  color  y  esplendores. 

Y  abre  el  alma  de  las  flores 
Su  sagrario  en  el  ambiente. 

Pedro  J.  Xaóx. 


SONETIN© 


Las  rimas  de  oro  y  de  cristal, 
Los  versos  que  destilan  miel, 
Canten  tus  labios  de  clavel 
Y  tu  alba  frente  virginal. 

Para  tu  mano,  un  madrigal; 
Para  tus  ojos,  un  rondel; 
Para  tus  gracias,  un  tropel 
De  estrofas  rumbo  al  Ideal. 


¡Princesa  pálida  y  gentil 
De  un  luminoso  cuento  azul! 
Te  baña  un  tímido  arrebol; 

Y  en  tu  belleza,  flor  de  abril. 
Es  tu  alma  pura  un  leve  tul 
En  donde  brilla  un  áureo  so!. 

F.  M.  DE  OlAGI  ÍBKL. 


70 


JACINTO  BENAVEMTE 


Este  distinguido  dramaturgo 
español  ya  conocido  en  nuestros 
círculos  literarios  por  su  figura- 
ción en  los  estrados  del  teatro 
moderno,  ha  venido,  en  gira  ar- 
tística con  la  Guerrero  y  Diaz 
de  Mendoza^  á  las  repúblicas 
de  ambas  orillas  del  Plata. 

Personalidad  loable,  cuyos 
triunfos  forman  como  un  pe- 
destal inmenso^  el  Sr.  Bena- 
vente  no  necesita  más  frases 
de  encomio  que  la  que  inspira 
lalectura  desús  obras  beliasy 
el  aticismo  de  su  ideal  artístico. 

Ha  publicado:  Figiili'iaSj 
Curtas  ae  mujeres  y  trece 
tomos  de  comedias  y  dramas. 

El  escritor  argentino   José 
León  Pagano^  dice^  áprop 'si- 
to del  Sr.  Benav^ente^  en  su  li- 
bro «A  travésde  la  España  li- 
teraria» 5//5  cartas  de  )u  aje- 
res  pueden  citarse  como  joyas 
de  sutil  psicología  femenina. 
En  ciertos  aspectos  tiene  afi- 
nidades con  Bourget,  aunque 
este  escritor  quizás  haya  in- 
fluido sobre    Benaventé    menos 
que   algunos   dramaturgos  tam- 
bién franceses.  El   autor  de  La 
Cotnida  de  las  fieras   y    Gente 
conocida j  á  no  dudarlo/debe  co- 


nocer muy  bien  á  F.  de  Curel^ 
Maurice  Donney^  Alfredo  Ca- 
pus^  Lavédan^  Prévost  y  otra  vez 
Donney.  Los  que  conozcan  las 
obras  V  las  teorías  de  este  últi- 


mo^ comprenderán  por  qué  in- 
sisto al  oír  las  declaraciones  de 
Benaventé^  sobre  la  vida  moder- 
na en  el  teatro. 


FLOR  PEL  LACIO 


Alma  y  cerebro: 

cuando  muy  cerca 
De  tus  pupilas  aparecí^ 
Miré  tus  labios  en  que  lucían 
Eflorescencias  de  flor  de  lis. 

Y  Juego  ;sabes?  dije  á  mi  mismo 
Con  fugitiva^  tierna  emoción: 


De  "Heliotropos" 

Nunca  á  tus  ojos^  oh^  ñor  del  Lacio, 
Será  insondable  mi  corazón; 
Porque  en  tu  espíritu, 
Como  en  las  flores  de  Raffaelli^ 
Tremen  gloriosos  rayos  de  sol. 

Pérez  y  Curis. 


71    - 


ILAPRONA! 


Es  media  noche.  Clara  y  Es- 
ther  duermen  reposadamente  en 
sus  camas  de  madera  blanca  es- 
tilo arte  nuevo.  Sobre  ima  mesa 
de  noche  una  mariposa  en  un 
velador  de  aceite,  mece  su  luz 
mortecina  y  alumbra  con  una  va- 
ga claridad  amarilla  el  dormitorio. 
En  frente,  el  espejo  de  un  lava- 
bo, refleja  la  llama  del  pabilo  y 
la  reproduce  sobre  la  luna  del 
ropero  de  espejo  que  separa  los 
lechos.  De  tiempo  en  tiempo  un 
coche  que  cruza  á  escape  por  la 
cal' e  nace 

temblar  los      '  "" ■"       '  ~ 

vidrios  y  el 
silencio  del 
dormitorio 
se  estreme- 
ce con  un 
retumbar  de 
trueno  leja- 
no. A  veces 
Est  he  r  ó 
Clara  se  re- 
vuelven ba- 
jo los  abri- 
gos, monolo- 
gan una  fra- 
se ininteligi- 
ble, ó  suspi- 
ran con  una 
languide  z 
de  gemido. 
La  maripo- 
sa sigue  me- 
ciendo  su 
luz  morteci- 
na sobre  el  aceite  y  juega  á  las  pe- 
numbras por  el  silencio  del 
cuarto.  De  pronto  Esther  suspi- 
ra prolongadamente  como  un 
desahogo  de  penas,  y  comienza  á 
hablar  en  alta  voz.  Sueña.  Clara, 
su  hermana  mayor,  de  dormir 
ligero,  se  despierta  y  en  ese 
asombro  azorado  de  la  conciencia 
repuesta,  escucha  monologará  su 
hermana.  Siente  un  estremeci- 
miento por  todos  los  nervios  que 
le  hace  sentar  en  el  lecho  con 
una  vibración  de  epilepsia.  Y  en- 


corbada,  echada  sobre  las  rodillas, 
con  las  manos  en  junto,  los  ojos 
muy  abiertos,  escucha,  escucha 
y  escucha,  atónita,  espantada,  su- 
friente. Esther  deja  de  hablar, 
revuelve  su  cabeza  despeinada  y 
suspira  otro  quejido  prolongado 
y  hondo. 

Clara  se  arroja  de  la  cama  y 
corre  hasta  el  lecho  de  su  her- 
mana con  una  precipitación  de 
locura.  El  ropero  de  espejo   en 
la  media  luz  amarilla,  ha  refleja- 
do la  silueta  blanca  que  ha  pasa- 
do como  una 
"i     visión  de  le- 
J     yenda  espe- 
■      luznante. 
Coje   á   su 
hermana 
por  los  hom- 
bros y  la  sa- 
cude, apre- 
tando los 
diente  s 
mientras  ha- 
bla: 

—  ¡Esther!... 
lEstherl  . ,  . 
Despiérta- 
te... ¡sinver- 
güenza!  .  .  . 
Porfinl  ¡Por 
fin!...  ¡Yame 
lo  sospecha- 
ba, hipócri- 
ta! ¡Ya  me 
lo  sospecha- 
ba! Tú  es- 
tás enamorada  de  mi  novio,  tú 
me  quieresrobaráPepe,  ladrona! 
Esther,  despierta  de  una  ma- 
nera tan  brusca,  acusada  é  insul- 
tada en  una  exaltación  y  en  un 
lenguaje  de  mujer  de  arrabal, 
sintió  un  pánico  terror  y  se  dejó 
hacer  y  decir  hundiéndose  arro- 
llada bajo  los  abrigos.  El  pecado 
oculto  tanto  tiempo  en  el  fondo 
de  su  temor,  la  traición  de  aquel 
robo  que  ella  hubiera  querido 
ocultar  y  saborear  en  lo  íntimo 
de  su  ser  apocado  y  henchido  de 


72 


amor,  le  paralizaba  la  insignifi- 
cante energía  de  su  pobre  alma^ 
y  sentía^  lunto  con  el  temblor  del 
miedo  á  perderlo  todo,  la  con- 
ciencia  de  que  debía  dejarse  cas- 
tigar la  falta  para  purgarlo  todo. 

—  Dime,  ladromi,  exclamaba 
Clara  mordiéndole  con  las  uñas 
los  brazos  desnudos  escordidos 
bajo  las  ropas.  Dime,  ladrona, 
me  quieres  robar  á  Pepe,  tú, 
mocosa,  mosca  muerta  ¡canalla! 

— ¡Yo  no!..  ¡Yo  no!..  ¡Déjame! 
¡Déjame! 

—  Síj  tú,  tu  misma;  yo  te  he 
sentido.  Soñabas  con  él;  le  llama- 
bas tuyo;  le  dec  as  que  me  deja- 
ra... ( Cuira  cDmienza  á  golpearla 
en  el  cuerpo,  en  los  hombros,  en 
la  cabeza)  Dejarme  á  mí,  ¡á  mí! 
para  que  se  casara  contigo  ¿no? 
¡Me  io  quieres  quitar^  mocosa! 
¡Me  io  quieres  quitar!  Tú  te 
piensas  que  él  es  para  qu-  tu  lo 
babees  con  tu  boca  y  le  ensucies 
con  tus  manos!  ¡Ni  á  las  plantas 
de  sus  pies!  ¡Ni  para  su  sirvien- 
ta sirves! 

—¡Déjame!  ¿Tú  que  sabes?  Tú 
mientes.  ¡Déjame  en  paz!  Vete., 
vete... 

— ¿Miento?  ¡No!  No  me  voy  de 
aquí  hasta  que  no  lo  sepa  todo.... 
¡todo!  ¿Lo  oyes?  ¡Dime!..  ¡habla!., 
¡sino!...  ¡seria  capaz!... 

Y  prolongando  la  frase  con  un 
sonido  gutural  como  un  rugido^ 
Clara  se  echó  sobre  la  cama  y  le 
apret(>  el  cuello  con  las  manos. 

—  ¿Hace  tiempo  que  te  gusta 
él^  eh?  ¿Hace  mucho,  no?  ¿Qué 
se  dicen?  ¿Qué  le  dices  de  mí? 
¿Cómo  te  lo  conquistaste?  ¿Qué 
le  das  para  que  te  haga  caso?  Di 
sinvergüenza:  ¿Qué  hacían  aque- 
lla noche  junto  al  piano  cuando 
yo  entré  en  la  sala?  Di,  ¿qué  ha- 
cían?... Se  estaban  besando,  no?.. 
¡Asquerosa!  ofreciéndose  como 
una..!  loca  al  novio  de  su  herma- 
na! ¡Parece   mentira,    mentira!... 

—  ¡Suéltame!  ¡Suéltame! 

De  pronto,  azorada,  Clara  ca- 
lló 3^  se  levantó  de  la  cama.  Ha- 
bía sentido  un  rumor  en  el  cuar- 
to vecino.  Le  pareció  que  alguien 
se  había  despertado.  Y  mientras 
escuchaba,  ahondando  el  oído  en 


el  silencio,  se  sentía  el  jadeo 
continuado  que  exaltaba  el  pe- 
cho desnudo  y  terso  de  Clara, 
que  asomaba  por  el  escote  fes- 
toneado con  ñores  de  sedas  blan- 
cas y  rosas.  Esther  se  ahogaba 
acurrucada  bajo  los  abrigos.  En 
el  cuarto  vecino  el  silencio  se  hi- 
zo de  nuevo,  y  Clara  dejó  de  es- 
cuchar y  se  agachó  otra  vez  so- 
bre el  ¡echo. 

—  ¡Si  no  me  dices  todo,  te  aho- 
go! ¿Lo  oyes?  ¡Te  ahogo  como  á 
una  bestia!  Clara  se  mordía  los 
labios  con  rabia,  mientras  apre- 
taba con  todas  sus  fuerzas  el 
cuello  de  su  hermana. 

—  ¡Yo  no  sé  nada!  ¿Qué  quie- 
res que  te  diga?  Déjame,  porque 
Lamo,  grito! 

—  ¡Grita!  ¡Llama!  Aun  tienes 
coraic!  ¡Anda!  ¡Llama  á  mamá,  á 
papá!  ¡Te  dejo  libre!  ¿Quieres 
que  yo  vaya? 

Ante  esta  amenaza,  Esther  no 
insistió,  y  lloriqueando  á  peque- 
ños gemidos  como  los  niños  mi- 
mosos, empezó  á  revolverse  en 
el  lecho  haciendo  fuerza  con  los 
hombros: 

—  ¡Déjame!...  ¡Suéltame!...  ¡Dé- 
jame!... ¡Yo  no  sé  nada!...  ¡Nada! 

—  ¿Que  no  sabes?  ¡Sabes,  sí! 
Es  que  no  quieres  decir,  hipócri- 
ta! Es  que  no  quieres  decir,  la- 
drona!... Pero  tú  estás  fresca, 
¡bien  fresca!  Para  el  santo  de 
mamá  me  caso  con  él  ¿sabes?  El  me 
lo  ha  dicho.  Me  caso  con  é',  3ye- 
lo  bien,  oye  o.  (Le  gritaba  junto 
al  oído)  Mamá  y  papá  lo  saben... 
Y  tú  te  quedarás  con  tu  envidia, 
con  tus  porquer'as,  con  tus  cari- 
cias y  tus  besos...  Sí,  sábelo  bien: 
Pepe  será  mío,  mío,  se  casará 
conmigo! 

Esther,  vencida  por  el  cuerpo 
de  su  hermana,  hizo  un  esfuerzo 
desesperado  y  estiró  prolonga- 
damente el  cuello,  para  dcsasir-- 
se  de  las  manos  que  le  ahoga- 
ban. Luchó,  se  enrojeció  la  cara,, 
apretó  la  boca,  dilató  los  ojos 
que  se  anegaban  de  lágrimas  a,r-. 
dientes,  y  sosteniéndose  en  un 
codo,  se  "incorporó.  El  dolor  de 
las  carnes  azotadas  y  estrujadas, 
los  vejámenes,  el  odio  de  la  im- 


—  73  — 


potencia  física,  le  estremeció  to- 
da la  sangre.  Y  un  hondo  deseo 
de  venganza  le  subió  hasta  la 
garganta  con  un  impulso  criminal . 

—No  será  tuyo,  Pepe,  ¿lo  sabes? 
No  será^  no^  no,  y  mil  veces  no! 
Será  mío  ¿sabes?  ¡mío! 

Clara  rió  secamente  enseñan- 
do la  blanca  dentadura^  los  labios 
rígidos,  con  un  gesto  de  burla  y 
de  odio. 

—¡Tuyo!  ¡Tuyo!  ¿De  dónde?  ¡Y 
todavía  lo  dices!....  No  te  lo  sue- 
ñes^ mocosa!  ¡No  tienes  dientes! 
Ese  pan  no  es  para  tu  hambre! 

—¡Que  no!  ¡Que  no! 

-¡No!  ¡No! 

— ¿En  qué  te  fundas? 

—En  lo  que  no  te  puedes  fun- 
dar tú;  en  su  corazón  y  en  su  ca- 
riño. 

—Eso  es  poca  cosa.  Un  corazón 
se  deja  por  otro,  y  una  novia  se 
deja  por  una  madre... 

Clara  se  estremeció  de  es- 
panto. 

—¿Qué  dices? 

—Lo  que  oyes.  ¿Sabes?  Pepe 
no  será  tuyo  porque  yo  he  sido 
de  él... 

Esther  pronunció  las  últimas 
palabras  arrastrando  y  mordien- 
do las  sílabas  para  llenarlas  de 
toda  la  saña  de  su  rabia.  Aque- 
llas dos  mujeres  delicadas,  finas, 
pulidas  por  el  roce  social^  y  que  á 
la  luz  rutilante  de  los  salones 
parecían  dos  mariposas  ligeras  é 
mocentes,  en  un  momento  de  ce- 
los de  amor  se  disputaban  un 
hombre  como  dos  fieras,  como 
dos  bestias^  como  dos  comadres 
de  arrabal. 

Clara  se  incorporó  muda,  gal- 
vanizada por  el  pavor  de  la  terri- 
ble noticia.  En  su  cabeza  enlo- 
quecida por  la  locura  de  los  celos 
y  la  lucha  inaudita  de  ideas  é  ins- 
tintos maquiavélicos,  veía  en  un 
relámpago  toda  una  escena  espan- 
tosa^ donde  desfilaban  destacán- 
dose con  perfiles  siniestros,  su  no- 
vio, su  hermana,  ella^  el  porvenir... 
Ellos  triunfantes,  ella  vencida... 

EstSér  le  cogió  una  mano  y  se 
la  condiujo  con  decisión  por  deba- 
jo de  lo^  abrigos. 


— Ven...  Convéncete...  Convén- 
cete... Toca...  Hace  dos  meses... 
Dos  meses... 

Clara  al  sentir  las  carnes  tibias 
de  su  hermana,  retiró  violenta- 
mente la  mano. 

— No  decías  que  era  tu^^o,  solo, 
solo?  ¿No  decías  que  se  iba  á  ca- 
sar contigo?  ¿Te  parecía  men- 
tira? ¡A  mí^  también! 

Esther  reía  ahora  con  una  risa 
de  soberbia  y  de  triunfo.  Clara 
alargó  los  brazos  en  una  sacudida 
de  extravío,  de  ira  loca^  de  fre- 
nesí bestial.  Y  con  toda  su  volun- 
tad^ con  todas  sus  fuerzas,  con 
todo  su  rencor  acumulado,  dio  un 
alarido  y  se  echó  sobre  el  lecho, 
se  sentó  sobre  el  cuerpo  de  su 
hermana,  y  empezó  á  saltar  con 
ahinco^  con  rabia,  una,  dos,  tres, 
muchas  veces...  Tenía  los  codos 
hundidos  en  los  flancos  como  pa- 
ra concentrar  todas  las  fuerzas; 
los  ojos  dilatados,  fulgentes  de 
extravío;  los  labios  abiertos,  los 
dientes  apretados,  un  rugido 
en  la  garganta.  Esther  aplastada 
y  desmayada  de  dolor,  volcó  la 
cabeza  sobre  la  almohada,  y  em- 
pezó á  gemir  como  en  una  ago- 
nía. Su  hermana,  en  la  incon- 
ciencia  de  su  odio  bestializado, 
seguía  saltando  sobre  el  tierno 
vientre  fecundo,  sobre  aquel  re- 
toño que  le  tronchaba  su  porve- 
nir, sobre  aquella  flor  de  discor- 
dia que  florecía  de  los  escom- 
bros de  todos  sus  sueños  y  de  to- 
do su  mañana. 

Al  fin  Esther,  pasado  el  acceso, 
pasada  la  ira,  pasadas  las  fuer- 
zas, dejó  de  saltar  y  se  levantó  de 
la  cama.  Y  al  ver  á  su  hermana 
que  en  un  quejido  prolongado  y 
doloroso,  yacía  hundida  en  el  le- 
cho, medio  muerta,  inmóvil,  pa- 
vorosa, sintió  como  un  fantasma 
el  espanto  de  su  obra.  La  reac- 
ción de  la  conciencia  serenó  su 
cerebro  exaltado,  y  un  frío  espe- 
luznante le  hizo  temblar  como 
un  azogue.  Las  piernas  se  ne- 
gaban á  sostenerla,  los  dientes  le 
castañearon,  y  su  cara  y  su  esco- 
teterso  y  fresco  retrocedieron 
al  blanco  marfil.  Y  como  si  se 


-  74  - 


arrastrara,  hizo  un  esfuerzo  su- 
premo y  se  precipitó  sobre  su  le- 
cho medio  abierto.  La  silueta  es- 
pantable y  despavorida  se  reflejó 
sobre  el  espejo  del  ropero  como 
una  visión  de  ultratumba, 

Y  mientras  Clara,  muerta  de 
frió  y  de  espanto,  se  encorvaba 
hundiéndose  en  el  lecho,  su  her- 


niana  seguía  quejándose  prolon- 
gadamente, en  una  agonía  inter- 
minable. 

Y  en  tanto  la  mariposa,  conti- 
nuaba meciendo  serena^  silencior 
sa,  imperturbable,  la  luz  del  pabi- 
lo sobre  el  aceite  del  velador. 

Manuel  Medina  Betancort. 


NERVIOSA 


¡Cuántos  genios,  Señor,  que  están  dormidos! 
¡Cuántos  genios,  Señor,  que  sufren  hambre! 
¡Y  cuántos  que  no  sirven  para  nada 
brillando  en  todas  partes! 

Adula  al  poderoso  el  infelice, 
el  de  cerebro  enfermo,  el  ignorante, 
que  se  arrastra  cual  sierpe  ponzoñosa 
dañando  al  que  más  vale. 

Es  ley  de  humanidad;  solo  el  pequeño 
inclina  la  cerviz  y  honra  al  magnate; 
el  genio  no  se  humilla:  iergue  altivo 
su  frente  de  gigante. 


Luis  Martínez  Marcos. 


75 


PÁÓIWA  ARTÍSTICA 


INOCENCIA 


POR    W.   BOUGÜEREAU 


76 


EL  PATROM 


Desde  el  primer  instante  que 
ocupó  su  puesto  de  auxiiiar  en  el 
escritorio  y  abrió  el  libro  de  Ca- 
ja para  anotar  las  entradas  y  sa- 
lidas de  dinero,  detesto  la  nueva 
vida  á  qae  habia  sido  empujado 
bruta  mente  por  su  precaria  si- 
tuación económica. 

Huérfano  de  padre  y  madre, 
sin  mayores  relaciones  en  el  me- 
dio ambiente  para  insinuarse  en 
un  círculo  propicio  al  desenvol- 
vimiento üe  sus  facultades  inte- 
lectuales, habia  aceptado  aquel 
empleo  en  una  casa  de  comercio, 
porque  se  le  prometió  una  remu- 
neración excelente  y  estaba  obli- 
gado por  necesidades  de  todo 
orden.  Al  principio,  cuando  aun 
no  se  daba  exacta  cuenta  de  lo 
que  iba  á  desempeñar,  creyó  fir 
memente  poder  soportar  esa  es- 
clavitud voluntaria  del  negocio 
donde  el  cerebro  se  nutre  con 
guarismos  comerciales,  sin  que 
se  resintiera  en  lo  más  mínimo 
el  vasto  cúmulo  de  ideas  que  su 
anterior  vida  introspectiva  habia 
hecho  florecer  en  su  cabeza.  Bas- 
tarían las  pocas  horas  que  sus 
ocupaciones  le  dejaran  libre,  para 
dar  forma  y  colorido  á  todo  ese 
mundo  misterioso  é  íntimo  que 
le  hacia  tener  fé  er,  el  porvenir. 
Luego  no  podia  detenerse  á  filo- 
sofar sobre  las  inconveniencias 
del  presente.  La  claridad  de  su 
situación  lo  hería  tan  vivamente 
que  la  resignación  no  debia  dis- 
cutirse ni  un  solo  instante.  Ella 
le  aportaría  la  oblación  de  todo 
temor  económico  á  la  vez  que 
recursos  para  la  prosecución  de 
sus  lecturas  favoritas. 

Se  daba  perfecta  cuenta  de  su 
encierro  en  aquel  escritorio  ates- 
tado de  libros  comerciales,  de 
notas  y  cartas  de  la  misma  índo- 
le, pero  sabía  también  que  habia 
nacido  por  la  condición   social  y 


De  "Muecas  Humanas'''' 

económica  de  sus  padres,  para 
ser  esclavo  de  una  voluntad  age- 
na,  para  cambiar  las  condiciones 
de  su  cerebro  robusto,  exube- 
rante de  gérmenes  de  ideas  nue- 
vas, por  un  mendrugo  ofrecido 
con  a  tañería  imperiosa  por  cual- 
quiera, el  comerciante  ó  el  capi- 
ta  ista  afortunado  que  la  audacia 
ó  el  nacimiento  habia  dado  proe,- 
minencia  en  el  complicado  me- 
canismo social.  Y  por  eso,  por- 
que veia  su  independencia  írus- 
tada,  en  los  momentos  de  abati- 
miento moral,  de  desconfianza 
en  el  sacrificio  y  de  rebeldias 
ingénitas,  acataba  sonriente  y 
sumiso  las  observaciones  incon- 
sutas  del  patrón,  sus  rezongos, 
sus  malos  gestos  y  sus  modales 
autoritarios,  sin  que  un  solo  mús- 
culo de  su  rostro  denotara  la 
más  mínima  contrariedad  íntima. 
Y  cuando  el  sol,  el  aire  libre,  el 
movimiento  inusitado  de  las  ca- 
lles, la  visión  del  cielo  y  del  mar 
lejano,  todo  eso  que  se  aquilata 
cuando  se  posee  alma  y  el  pen- 
samiento se  ha  forjado  en  la  liber- 
tad de  la  vida,  en  los  momentos 
mecánicos  de  la  función  oficines- 
ca le  infundían  valor,  rebeldias, 
desalientos,  un  cúmulo  de  sensa- 
ciones nuevas,  trataba  de  sofo- 
carlas para  no  comprometer  su 
empleo  y  con  él  su  tranquilidad 
diaria.  Las  envidias  rastreras  de 
losp  equeños  que  merodeaban  en 
torno  suyo;  los  chismes  precon- 
cebidos y  elevados  hasta  el  oído 
del  patrón  por  todos  los  bajos 
emuladores,  sus  compañeros  de 
oficina,  que  encontraban  acepta- 
ble todo  los  medios  para  ascender 
un  peldaño  más  en  aquella  vasta 
escala  de  la  remuneración  capi- 
talista, habían  herido  su  alma  gran- 
de, abierta  á  todas  las  acciones 
generosas,  pero  no  habían  logra- 
do exasperarlo  ni  arrancarle  una 


-  77 


sola  frkse  de  censura  ni  de  que- 
ja. Los  había  comprendido  -y  los 
aceptaba  por  fuerza  en  las  horas 
mecánicas  de'  su  vida,  rehusan- 
'do   su  contacto  porque    quería 

Eermanecer  inmune  á  todas  las 
ajas  miserias  humanas,  no  nive- 
lándose con  esa  inmensa  mayo- 
ría de  seres  qué  acechando  en  el 
silencio  sus  debilidades,  se  halla- 
ban dispuestos  á  perderlo  en  sus 
miras  presentes.  Eterno  enamo- 
rado de  lo  bello,  huía  siempre 
qde  podía  de  la  vulgaridad  encar- 
nada en  los  seres  que  lo  rodeaban 
¿  para  poder  gozar  de  ese  mundo 
i  íntimo  de  sensaciones  que  pobla- 
ban su  cerebro.  Borracho  recal- 
citrante de  un  ideal,  de  todo  aque- 
llo que  no  se  palpa  pero  que  se 
lleva  con  alegría  en  el  cerebro 
por  ser  el  germen  fecundo  que 
mfunde  doble  vida  á  los  es- 
píritus superiores,  no  podía  dete- 
nerse á  considerar  á  seres  que 
habían  nacido  con  una  sola  órbita 
de  acción:  la  esclavitud  especula- 
dora. En  sus  vaivenes  de  ilusio- 
nista, salvaba  los  escollos  coloca- 
dos en  su  camino  por  los  medio- 
cres, eternamente  risueño,  sin 
condenaciones  para  nadie.  Había 
sabido  resistir  á  la  tentación  del 
café  y  de  las  tertulias  donde  sus 
compañeros  de  tareas  quisieron 
arrastrarlo  y  donde  únicamente 
se  brilla  á  fuerza  de  vulgaridades 
hirientes,  de  adaptaciones  moles- 
tas, de  superficialidades  reñidas 
con  todo  criterio  mediano,  con- 
cretándose á  una  sola  cosa:  á  la 
adoración  de  la  belleza  en  sus 
múltiples  manifestaciones  de  vi- 
da. 

Cuantas  veces  en  medio  de  su 
rutinarismo,  anotando  una  par- 
tida de  Caja  en  los  libros  del  ne- 
gocio, una  chispa  de  luz  creadora 
lo  alejaba  del  ambiente  de  tareas 
obligándolo  á  maldecir  la  vida, 
esa  esclavitud  á  que  estaba  con- 
denado por  su  situación  económi- 
ca, sintiendo  entonces  deseos  de 
volar  bien  alto,  quebrantando  to- 
dos los  miramientos  sociales  y 
todos  los  prejuicios  que  lo  enca- 
denaban á  un  orden  de  cosas  mo- 


lesto para  su  psiquis.  Pero  estas 
rebeldías  determmadas  la  mayo- 
ría de  las  veces  por  las  propul- 
siones de  su  modalidad  artística, 
eran  veloces,  parqué,  la  visión 
del  mañana  le  señalaba  un  hori- 
zonte cubierto  de  nubes  espesas 
y  tormentosas.  Y  entonces  volvía 
á  concretarse  nuevamente  á  su 
trabajo,  pacientemente,  sin  des- 
mayos, confiando  en  el  destino, 
en  las  casualidades  de  la  vida,  en 
el  mañana  que  talvéz  se  le  pre- 
sentara mas  propicio  para  la  rea- 
lización de  sus  esperanzas  y  de 
sus  ensueños  de  gloria. 

Y  los  días  transcurrían  uno  tras 
otro,  monótonos,  como  una  suce- 
sión de  cosas  iguales  que  fatigan 
la  retina,  completando  los  meses, 
acaparando  los  años,  sin  que  tras 
la  nebulosa  del  tiempo  [,que  ven- 
dría, vislumbrara  su  mdependen- 
cia  y  con  ella  su  libertad  definiti- 
va, esa  libertad  propiciatoria  de 
toda  obra  futura  con  la  que  soña- 
ba entusiasmado.  Había  mejora- 
do la  condición  de  su  sueldo,  pero 
esa  ventaja  le  deparó  mayores 
obligaciones  que  hicieron  su  es- 
clavitud mas  insoportable.  Se  le 
había  dado  cierta  ingerencia  en 
el  negocio,  compartía  yá  algo  de 
las  utilidades  que  las  crecientes 
transaciones  de  la  casa  volcaban 
en  la  Caja  comercial^  porque  era 
activo  y  despejado,  pero  no  goza- 
ba de  tranquilidad.  Se  sentía  in- 
mensamente aburrido,  nostálgico 
de  su  pasado  de  libertad  en  lá'mi-: 
seria  gloriosa  para  su  espíritu  que 
en  ella  se  había  modelado.  Des- 
pojado de  toda  tendencia  mer- 
cantilista,  no  veía  en  todas  las 
ventajas  proporcionadas  por  el 
cercenamiento  aparente  de  la  idea 
más  que  un  motivo  de  dolorosa 
esclavitud.  Y  bregaba  por  inde- 
pendizarse sin  el  valor  necesario 
para  quebrar  de  una  vez  por  to- 
das y  para  siempre,  la  cadena  que 
lo  ataba  á  un  ambiente  de  muer- " 
te  para  su  cerebro,  entregándose 
de  lleno  á  las  contingencias  de  los 
días  por  venir. 

Cuando  más  s  ufría  era  de  no- 
che, al  sustraerse  por  breves  ho- 


78 


ras  al  ambiente  en  que  actuaba, 
buscando  en  la  lectura  de  sus  au- 
tores favoritos,  un  motivo  de  go- 
ce intenso.  Sufría  por  no  poder 
realizar  todo  el  conjunto  de  co- 
sas que  en  su  cerebro  eran  des- 
pertadas por  una  metáfora  bella 
ó  por  una  idea  humana.  Se  reti- 
raba tarde  del  empleo  y  los  po- 
cos instantes  robados  con  estoi- 
cismo al  sueño,  no  le  bastaban 
para  hacer  obra  intelectual  como 
él  deseaba,  profunda,  meditada  y 
verdadera.  A  lo  sumo  tenía  solo 
tiempo  para  anotar  ideas  y  pen- 
samientos que  iba  acumulando 
para  una  ocasión  propicia,  cuan- 
do fuera  más  libre  y  gozara  de 
más  tiempo  desocupado. 

Las  lecturas  nocturnas,  ese  aco- 
pio constante  de  ideas,  esa  ela- 
boración incesante  de  pensamien- 
tos, el  deseo  de  exteriorizar  lo 
que  sentía  en  hermosos  artículos 
de  lucha,  fueron  incesantemente 
acrecentando  la  repugnancia  que 
sentía  por  el  empleo,  por  esa  es- 
clavitud del  negocio,  que  le  aca- 
paraba el  tiempo  y  mataba  sus 
vuelos  imaginativos.  Y  la  idea  no 
muerta  en  su  cerebro  lo  impu'sa- 
ba  día  tras  día  á  la  lucha  por  un 
principio,  por  una  forma,  por 
cualquier  cosa  ideológica,  donde 
sus  compañeros  de  antaño  habían 
descollado  alcanzando  algim  re- 
nombre dentro  del  ambiente  de 
su  pais.  Y  lo  que  era  una  nebulo- 
sa de  libertad  en  su  cerebro,  fué 
avivándose,  cobrando  formas  inu- 
sitadas, hasta  constituir  una  obse- 
ción  furiosa  de  independencia, 
que  tarde  ó  temprano  había  de 
realizarse.  Vio  aún  más  sombría 
su  vida  presente  atado  al  empleo 
y  se  dejó  llevar  por  el  abando- 
no. Ya  no  fué  el  empleado  acti- 
vo y  despejado  que  velaba  por 
los  intereses  del  negocio^  sacri- 
ficándose en  aras  de  las  utilida- 
des patronales.  Todo  lo  hacía 
apresuradamente^  con  mal  agra- 
do y  torpemente.  Descuidó  la  le- 
tra y  muchas  veces  se  atrasó  en 
los  libros  para  dar  satisfacción  á 
la  idea  que  jugueteaba  en  su  ce- 
rebro. Robó  tiempo  á  sus  ocupa- 


ciones para  dedicarlo  á  sus  pre- 
ocupaciones intelectuales,  más 
fuertes  é  imperiosas  á  medida 
que  los  meses  transcurrían.  Hizo 
abstracción  de  las  ventajas  con- 
quistadas en  el  negocio  por  sus 
sacrificios  pasados,  inconscien- 
temente, porque  había  perdido 
la  noción  de  sus  necesidades 
económicas  presentes  y  no  pen- 
saba más  en  las  contmgenciás 
del  mañana,  sólo  y  sin  recursos 
de  ninguna  naturaleza.  Y  lo  que 
por  voluntad  no  se  había  resuel- 
to á  abandonar,  lo  fué  minando 
paulatinamente,  empezando  por 
la  pérdida  de  la  confianza  ciega 
depositada  por  el  dueño  del  ne- 
gocio en  su  persona.  Las  censu- 
ras y  observaciones  sobre  su 
comportamiento  se  sucedían  y 
varias  veces  el  patrón  tuvo  que 
increparlo  duramente,  con  ges- 
to airado,  por  su  negligencia  de- 
masiado visible. 

—  Esto  no  puede  continuar  así 
—  le  había  dicho  un  día.  — Es  ne- 
cesario que  se  corrija  y  cuide  un 
poco  más  la  letra. 

Pero  él  nada  replicaba.  Trata- 
ba de  satisfacer  en  lo  posible  al 
patrón  y  reaccionando  volvía  á 
su  actividad  de  antaño,  sin  que- 
jarse, mansamente,  sin  protestas 
exteriores. 

Todas  las  cosas  en  la  vida  tie- 
nen sus  causas  y  sus  efectos  co- 
rrespondientes' Sembrada  en  la 
conciencia  del  patrón  la  semilla 
de  un  descuido  aparente  de  su 
empleado,  ella  daba  su  fruto  en 
el  retiro  de  su  confianza  á  aquél 
que  hasta  ese  entonces  había  ve- 
lado por  sus  intereses  comercia- 
les. La  guerra  declarada  no  ce- 
saría ya  más,  porque,  dentro  de 
la  mentalidad  patronal  el  reco- 
nocimiento al  sacrificio  no  anida 
mientras  éste  no  sea  eterno  é 
incondicional.  Había  encontrado 
un  pretesto  para  combatir  á  su 
empleado  en  el  descuido  de  la 
letra  y  ese  pretesto  sería  esgri- 
mido todos  los  días,  con  la  idea 
preconcebida  de  hacer  mal  al 
que  por  él  había  sacrificado  todo 
lo  hermoso  que  radica  en  el  co- 


—  79 


razón   humano:    su  vida  libre  y 
su  vocación. 

— Es  necesario  que  perfeccio- 
ne su  letra — ^le  había  vuelto  á  re- 
petir multitudes  de  veces.— Es 
preciso  que  abandone  las  pre- 
ocupaciones de  otra  índole  que 
iio  tengan  relación  con  el  ne- 
gocio. 

Esa  fué  la  eterna  cantinela  que 
oyó  aquel  dependiente  modelo^ 
porque  tuvo  sus  momentos  de 
d;escuido  irremediable  é  incons- 
ciente. Y  aún  no  se  dio  por  ven- 
cido. Trató  de  acaparar  nueva- 
mente la  simpatía  del  patrón^ 
otorgando  íntimo  perdón  á  todo^ 
estrujando  el  grito  rebelde  pron- 
to á  salir  de  su  garganta^  porque 
aún  tenía  temor  al  mañana  y  á 
su  miseria.  Transcurrieron  dos 
meses  más^  hasta  que  por  fin^ 
una  mañana  risueña  y  luminosa 
de  pleno  sol^  templada  y  volup- 
tuosa, dijo  lo  que  tanto  mal  le 
hacía  reservándolo.  El  grito  con- 


tenido de  protesta^  la  palabra 
vibrante  de  condena^  su  odio  so- 
focado^ su  fastidio^  todo  lo  que 
había  tragado  durante  el  tiempo 
que  conservó  el  empleo^  lo  bor- 
botó con  palabras  agrias^  sin 
contemplaciones  ni  miramien- 
tos. Y  en  medio  de  su  rebeldía 
final  y  definitiva  tuvo  frases 
mordaces  para  los  otros  emplea- 
dos^ tal  vez  capitalistas  embrio- 
narios ú  simple  madréporas  del 
gran  block  de  oro  de  la  especu- 
lación moderna. 

El  patrón  perdía  un  esclavo 
de  cuyas  fuerzas  había  dispuesto 
á  su  antojo  por  tanto  tiempo  y 
este  entraba  de  lleno  á  la  vida^ 
camino  de  su  vocación  artística^ 
repleto  de  esperanzas  y  satura- 
do de  quimeras.  El  vellocino  de 
oro  no  pudo  inmolar  su  víctima 
rebelde. 

Perfecto  B.  López. 


profecía  pel  verbo 


De  <'-La   Voz  de  las  Admoniciones» ,  inédito 

¡Deíentc!  ¿Quién  te  anima?  ¿La  voz  de  lo  inconsciente, 
Que  üiene  de  las  grutas  ignotas  de  Aquerón, 

Y  ruge,  y  luego  abrasa  como  en  un  eco  ardiente. 
Las  almas  de  los  émulos  ferales  de  Nerón? 

¿Dó  vas?  ¡Detente,  oti,  genio  de  la  tiniebla,  y  siente 
La  uida!  ¡cómo  en  luces  embriaga  el  corazón! 
Acaso  eres  enfermo  de  espíritu:  ¡Detente! 
¿No  te  amedrenta  el  alma  del  cuadro  de  Prudhón? 

En  la  soberbia  ruta  que  tiuellan  tus  hermanos, 

Y  en  donde  vibra  un  himno  de  génesis  lejanos, 

Y  duermen  sus  nostalgias  paisajes  de  magínj 

No  pongas,  oh,  nefario,  la  planta,  porque  el  mismo 
Espectro  que  te  hiciera  mirar  hacia  el  abismo, 
Quebrara, -al  levantarse, -los  brazos  de  Caín! 


PÉREZ   Y   CURI  s 


^-  so  - 

PÁÓINAS  PE  UM  PIETARIO 

EL  POETA  DE  LAS  COSAS  HUMILDES 


He  aprendido,  en  no  sé  qué  libros  sutiles,  el  arte  de  reveren- 
ciar las  cosas  infinitamente  pequeñas  ó  insólitamente  nimias. 
Si  fuera  capaz  de  hallar,  entre  los  autores  que  prefiero,  al  poeta 
veraz  y  meditativo  que  cante  la  epope^^a  de  la  fragilidad,  ó 
magnifique  el  alma  oculta,  y  á  las  veces  violenta,  que  Vive  en  el 
átomo  una  vida  misteriosa  que  es  apenas  un  suspiro,  una  vibra- 
ción, un  estremecimiento;  si  hallara  al  extraordinario  taumaturgo 
que  supiere  inclinarse  con  amor  ó  con  dolor  hacia  lo  ínfimo,  yo 
haría  de  la  obra  de  ese  hombre  el  libro  de  horas  de  mi  espíritu... 

Emerson  y  Moeterlinck  poseen  el  maravilloso  sentido  de  que 
hablo,  se  acercan  atrevidamente  al  misterio,  y  desde  el  ardiente 
misticismo  de  sus  almas  solitarias,  —  dotados  los  dos  de  una 
imperiosa  fuerza  de  evocación,  —  sueñan  sueños  extraños  y 
dicen  palabras  que  tienen  el  encanto  de  las  profecías.  ¿Habéis 
leído  las  obras  de  esos  dos  grandes  silenciosos  ?  Emerson 
habla  de  sus  iluminaciones  geniales  desde  una  cumbre  envuelta 
en  nieblas,  ó  desde  un  astro  extinto,  Moeterlinck  trae  en  los 
ojos  los  deslumbramientos  de  una  vida  anterior,  imaginativa, 
vertiginosa  y  soñadora.  Y  á  través  de  las  épocas,  esas  almas 
fraternales  y  devotas  se  confunden  en  una  misma  fé  en  lo  sobre- 
humano, en  una  misma  adoración  del  misterio.  ¡  Qué  ritmo  el  de 
sus  pensamientos  !  El  lenguaje  de  esos  hombres,  tan  llenos  de 
filosófica  simplicidad,  tiene  las  serenidades  de  un  vuelo  de  ave 
bajo  el  azul.  No  blasfeman,  no  imprecan,  no  descomponen  la 
hierática  actitud  de  sus  espíritus  frente  á  lo  desconocido.  Son  los 
sacerdotes  de  una  nueva  liturgia,  los  hierofantes  de  otro  rito,  los 
magos  de  una  teurgia  renaciente;  son  á  un  tiempo  mismo  tacitur- 
nos y  alegres,  porque  han  paseado  sus  almas  herméticas  por  la 
sombra  del  bosque,  ó  bajo  los  rosales  en  flor...  Platican  con  los 
espíritus  dilectos  ya  desaparecidos.  Se  transfiguran  en  súbitas 
encarnaciones,  y  ora  se  nos  aparecen  como  los  filósofos  antiguos 
que  se  aventuran  en  la  metafísica,  ora  como  los  poetas  modernos, 
que  tienen  la  divina  facultad  de  sufrir.  Pero,  á  través  de  esas 
transformaciones,  queda  el  alma  sencilla,  panteísta,  pacífica;  el 
alma  buena  que  se  inclina  sobre  los  surcos  y  recoge  la  florecedora 
semilla;  se  yergue  hacia  el  cielo  y  sigue  el  vuelo  nómade  de  las 
estrellas  por  el  espacio  tenebroso. 

Así  los  poetas  que  yo  amo.  Los  quiero  ingenuos  y  ardientes, 
llenos  de  pasión  por  las  pequeneces  familiares.  Los  quiero  exten- 
diendo su  triunfadora  generosidad  aún  á  las  cosas  insignificantes 


81  — 


que  pasan  despreciadas  por  la  vida.  Los  quiero  con  pupilas  de 
niño  para  mirar  á  la  Naturaleza;  unas  pupilas  de  niño,  admirado- 
ras, preguntonas  y  ávidas.  Y  todo  el  agradecimiento  de  mi  espíritu 
sería  para  el  espíritu  hermano  que  me  dijera  al  oído  la  leyenda  de 
una  rosa  marchita,  de  una  gota  de  agua,  de  un  trozo  de  papel... 

Francisco  Alberto  Schinca. 


EUGENIO  c  mt 


El  distinguido  poeta  urugua- 
yo Eugenio  C.  Noé,  forma  par- 
te de  la  ilustre  falange  de  culto- 
res que  se  consagran  alas  letras 
en  la  República  Argentina  don- 
de hace  tiempo  reside  y  brilla 
sobre  todo  por 

la  pureza  del  ..r-^^sé. 

esti  1  o  y  la 
con  cepción 
espontánea  de 
sus  versos  de- 
licados. Cuan- 
tas revistas  li- 
terarias hacen 
la  aparic  i  ó  n 
en  el  vecino 
país,  muy  raro 
sería  la  que  no 
ostentase  e  n 
sus  páginas, 
alguna  pro- 
ducción de  es- 
te poeta  soña- 
dor del  Arte, 
peregrino  de 
las  letras,  em- 
peñado en  difundir  la  diVfria 
belleza  por  medio  de  sus  can- 
tos llenos  de  exquisita  sensibi- 
lidad. Y  no  solo  es  en  las  repú- 
blicas rioplatenses  que  lucen 


sus  hermosos  trabajos,  sino  en 
muchas  revistas  americanas; su 
forma  aparece  con  frecuencia, 
dando  cuenta  de  su  imagina- 
ción fecunda.  No  solamente  el 
verso  cultiva  con  donaire,  sino 
la  prosa,  que 
;>»i»&..  ha   tenido  en 

él  también  un 
imitador  apa- 
sionado, ofre- 
ciendo á  sus 
admiradores 
la  ocasión  de 
lucir  una  vez 
más  los  dotes 
poétic os    de 
su  ingeni  o . 
Mucho   antes 
de  publicar  su 
primer  libro 
de  versos, 
Claros  de  Lu- 
na,  que  fué 
muy   aplaudi- 
do por  la  pren- 
sa americana, 
ya  era  conocido  por  otros  tra- 
bajos publicados  anteriormen- 
te. Ahora  el  poeta  nos  anuncia 
la  próxima  aparición  de  un  nue- 
vo libro  el  cual  verá  la  luz  pú- 


S2 


blica  en  Paris,  en  el  que  ha  tra-  nueva  colección  de  Versos  una 
tado  de  hacer  verdadera  obra  de  gallarda  primicia  de  composi- 
Arte,  reuniendo  á  la  vez  en  la     clones  inspiradas  y  sentidas. 


a  propósito, de  L,R  eHXeiÓN  DE 

Las  eRisáuoas  y  el  poemh  oe  La  eaRNE 


Asunción  del  Paraguay,  24  de  Abril  de  1906. 
Sr.  Maxuel  Pérez  n'  Cltis. 

Director-Redactor  de  Apolo. 

Montevideo. 
Mi  estimado  compañero: 

Hasta  mi  tranquilo  retiro  en  la  sombría  y  lujuriosa  selva  para- 
guaya, me  ha  venido  á  sorprender  su  obra  La  Canción  délas 
Crisálidas-El  Poema  de  la  Carne  y  ella  ha  sido  como  un  destello 
de  luz,  entrando  de  lleno  en  la  penumbra  de  mi  rincón  solitario. 

La  he  leído  de  cabo  á  rabo  y  al  concluir  he  exclamado:  otro 
luchador  bizarro  que  salta  á  la  arena,  rico  en  fecundas  promesas. 

Y  bien  compañero,  su  obra,  vale. 

No  soy  yo  el  más  autorizado  para  juzgarla,  pues  estoy  muy 
lejos  de  suponer  que  mi  pobre  opinión  pese  algo,  pero  mi  juicio 
es  la  expresión  sincera  de  loquehes^/z//¿/oalleerla  con  detención. 

En  las  páginas  de  su  libro  hay  luz,  calor  y  movimiento.  El 
amor,  palpita,  arde !...  ese  amor  que  se  infiltra  en  los  resquicios 
y  las  grietas  de  los  sepulcros,  ese  amor  todopoderoso  que  mue- 
ve desde  el  ínfimo  gusanillo  que  se  arrastra  entre  el  pastito, 
hasta  los  soles  del  infinito,  flamea  á  través  de  las  páginas  hermo- 
sas de  su  obra. 

Son  felizmente  muchos,  y  forman  una  legión  á  todas  luces 
respetable  y  brillante,  los  proletarios  intelectuales  que  llenos  de 
noble  afán  exteriorizan  la  desbordante  vitalidad  de  su  imagina- 
ción creadora  en  libros,  folletos,  revistas  y  en  artículos  de  diario 
ó  composiciones  en  verso. 

Dentro  de  ese  núcleo,  dentro  de  esa  pléyade,  de  nuevos,  usted 
se  destaca  con  relieve  propio. 

Sin  embargo,  creo  que  su  marcha  triunfal  ha  de  ser  estorbada 
á  diario  por  mediocridades,  que  no  siendo  más  que  entidades 
negativas,  se  complacen  en  desmenuzar  reputaciones,  aminorar 
méritos,  con  la  honda  satisfacción  con  que  los  caranchos  se 
complacen  en  despanzurrar  los  cadáveres  insepultos. 


83 


Pululan  en  el  ambiente  montevideano  estos  pajarracos  de  ace- 
rado pico  y  afiladas  garras,  que,  impotentes  para  crear  nada, 
pasan  los  días  de  su  estéril  é  infecunda  existencia  criticando, 
demoliendo  y  mortificando  á  los  que,  con  una  admirable  gallar- 
día, lanzan  á  la  circulación  una  obra,  fruto  de  vigilias,  trabajos 
sin  cuento,  luchas,  ansias  y  tribulaciones. 

Precisamente  los  que  más  feroz  saña  emplean  en  contra  de 
los  luchadores  noveles,  son  pedantes  patentados,  con  mucho 
viento  en  la  mollera,  incapaces  de  pensar,  de  sentir  y  de  hacer 
nada  duradero  y  efectivo. 

Lo  mejor  es  aislarse  dentro  del  torrente  social  mundano,  y 
consagrarse  á  la  labor,  con  obstinación  ardorosa,  sin  desfalleci- 
mientos, contestando  á  esas  críticas  de  conventillo,  con  nuevos 
partos  fecundos. 

Y  bien,  espero  su  nueva  producción.  Ella  me  traerá  el  recuer- 
do cariñoso  de  la  tierra  charrúa  á  esta  buena  tierra  de  guarani 
que  me  sirve  de  tranquilo  refugio. 

Lo  saluda  con  afecto,  su  compañero  y  amigo: 

José  Virginio  Díaz. 


CORPIflO  BLANCO 


Sin  saber  cómo  y  porqué, 
evoca  mi  ansia  febril 
la  visión  de  tu  perfil 
en  enaguas  y  corsé. 


Aquella  tarde  era  así 
como  mística  y  sensual.., 
bajo  el  raso-  carmesí 
de  la  gloria  occidental. 


Es  unprodigio  tu  pie 
que  conoce  la  sutil 
zapatilla  de  glasé 
con  botones  de  marfil. 


Aristócrata  benjuí 
como  perfume  en  el  real 
gabinete  medioeval 
de  colgaduras  turquí. 


Corpino  blanco  de  seda, 

con  olores  á  reseda, 

del  que  supieron  mis  ojos; 


Desde  el  fino  tocador, 
el  espejo  en  su  rubor 
al  conocer  de  tus  ligas. 


¡Oh,  maravilla  de  tules, 
caladas  medias  azules 

de  mis  pensamientos  rojos! 


ignoró  la  gracia  en  flor 
de  dos  nupciales  espigas 

que  ocultaba  el  peinador. 


Barranquilla. 


M.  Moreno  Alba. 


a4 


FRAÓMEMTO  PE  VIPA 


— Tú  te  vas...  y  me  abandonas,  Pablo — suspiró  la  esposa  con 
una  Voz  moribunda  en  que  había  el  eco  de  todas  las  desolacio- 
nes. Y  ocultó  el  rostro  entre  las  manos  trémulas  como  las  hojas 
cuando  el  viento  las  orea,  y  permanei.  ió  así  largo  rato,  silenciosa, 
abatida,  en  actitud  de  mujer  atormentada. 

La  voz  de  los  niños  que  manifestaban  sus  júbilos  inocentes 
con  palabras  inconclusas,  suaves  y  tímidas  como  el  gorjeo  de 
un  pajar  lio  que  apenas  vuela,  palpitó  en  su  espíritu  y  sacudió 
su  marasmo: 

— ¡Ni  estos  angelitos  te  conmueven!  ¡Ay  de  ellos! — sollozó 
entonces,  acariciando  á  sus  dos  hijos  de  cuatro  y  seis  años  que 
jugaban  á  su  lado. 

Y  miró  luego  á  su  esposo  con  una  mirada  humilde  que  era  el 
preludio  de  un  canto  de  imploración  y  era  también  la  síntesis  de 
sus  amarguras  todas. 

Había  en  aquella  mujer  resignada  y  dolorosa  los  atributos 
divinos  de  una  virgen  maltratada,  pero  indemne  todavía;  tan  elo- 
cuente era  su  gesto  y  la  vehemencia  de  sus  ruegos  ante  la  pers- 
pectiva de  quedar  abandonada  en  el  otoño  déla  vida. 

Los  plegam'entos  de  su  faz  morena,  triste  y  doliente  como  una 
rosa  te  bajo  el  rocío;  la  laciedad  de  sus  cabellos  negros  peina- 
dos con  indolencia;  la  vaguedad  de  sus  pupilas  garzas  anegadas 
de  lágrimas  que  fingían  algo  así  como  un  velo  de  brumas  tenues 
sobre  cielos  apacibles;  sus  gestos  imploradores  de  piedad;  y,  el 
rictus  de  sus  labios  exangües  y  conmovedores  como  un  bardo  en 
agonía,  evocaban — rompiendo  la  harmonía  de  la  estancia  en 
cuyos  muros  glicinas  y  madreselvas  mezclaban  los  matices  de 
sus  flores  y  entrelazaban  sus  ramas,  dando  á  aquélla  el  encanto 
sublime  de  un  paisaje  de  Corot — la  tr'steza  sabia  y  mística  de 
algunas  vírgenes  de  Pellini  y  Eouguereau.y  el  ritmo  majestuo- 
samente lento  de  una  oracón  religiosa. 

Su  esposo  la  abandonaría  en  breves  instantes  y  estaba  allí 
silencioso,  inmutable,  como  un  ser  inanimado  sordo  á  sus  lamen- 
taciones de  esposa  y  madre  sin  mancilla,  repudiada  injustamen- 
te después  de  un  lustro  de  sosegado  consorcio.  Y,  su  silencio,  y 
la  parsimonia  de  sus  visajes  la  torturaban  cruelmente  y  le  anun- 
ciaban una  era  de  infortunios  jamás  sabidos  por  ella,  cuya  exis- 
tencia se  había  deslizado  siempre  entre  un  fastuoso  florecimiento 
de  dichas. 

¡Sola  y  repudiada  ella!  ¡Oh,  la  soledad  parámica  de  la  esposa 
abandonada!  ¡Cómo  su  miraje  abruma  los  corazones  y  los  impreg- 


85 


na  de  un  hondo  sentimentalismo  que  espiritualiza  las  ideas  y 
palabras  de  la  humanidad  pensante! 


...Y  á  aquel  hombre  sin  conciencia  que  destruía  un  hogar 
y  atormentaba  una  vida,  no  conmovieron  los  ruegos  ni  la 
muriente  espresión  de  su  esposa  que  aun  tuvo  resignación 
y  le  dijo  humildemente: 

—  ¡Pablo,  tú  me.  aborreces  ahora!  Sin  embargo,  puedes 
venir  cuando  quieras;  tuya  soy  aunque  tú  ya  no  eres  mío. 
Otra  está  en  tu  corazón  como  habré  estado  yo  un  día.  ¿Re- 
cuerdas ?  nuestros  besos  furtivos  á  la  discreta  sombra  de  las 
magnolias  en  flor;  la  noche  de  nuestra  bodas  armoniosa  co- 
mo un  epitalamio;  delicada  como  un  madrigal  y  fragante  cual 
un  búcaro  de  rosas... 

Ni  siquiera  esas  frases  evocatorias  de  aquel  idilio  de  amor; 
nada  le  conmovió.  Y  se  fué  tranquilo,  inconsciente  —  con  la 
inmutabilidad  de  una  roca  erecta  sobre  la  mar  —  murmurando 
torpemente,  fríamente: 

—  Adiós...  pronto  vendré  á  verte. 

* 
*  * 

Perfumada  y  risueña,  la  mañana  extendía  sobre  la  alfom- 
bra esmeralda  de  los  campos  su  inmensa  gasa  de  oro;  mecía 
el  aura  las  hojas  de  los  arbustos  erguidos  y  los  cantos 
de  los  pájaros  canoros  -harmonizaban  él  aire  como  señal  de 
adoración  á  la  naturaleza. 

Las  campanas  de  un  monasterio  entonaron  su  sonata  li- 
túrgica que  repercutió  en  el  corazón  de  la  desolada  madre 
como  un  himno  á  la  muerte.  Y,  mientras  ella  permanecía  en 
doloroso  recogimiento  bajo  la  gloria  de  la  luz  matinal 
que  se  deshacía  en  hebras  blondas  sobre  sus  cabellos  lacios,  los  ni- 
ños, alegres  y  bulliciosos  como  dos  pájaros,  arrancaban  ma- 
dreselvas y  las  depositaban  en  su  falda. 

Pérez  y  Curis. 


EL  PODER  DE  hH  HERMOSURH 


Admirar  es  grave  error  pues  en  cuitas  como  aquellas 

que^  con  mengua  del  pudor^  te  bastara  sin  sonrojos, 

Friné  ganase  á  sus  jueces,  para  invalidar  querellas, 

mostrándoles  sin  rubor  juntando  las  manos  bellas 

seductoras  desnudeces^  alzar  al  cielo  los  ojos. 

Lima.  Manuel  A.  San  Juan. 


86 


REMORPIMIENTO  POSTUMO 


En  un  sarcófago  persa 
tallado  en  marmol  de  Paros 
por  un  helénico  artífice, 
quiero  que  duermas,  mgrata, 
el  negro  y  último  sueño. 


(Et  le  ver  rougera  ta  peau  comme  un  remord.) 
Baudelaire. 

Y  quieras  dar  á  tus  fauces 
hediondas  y  putrefactas 
la  gota  pura  de  linfa 
para  templar  los  tormentos 
de  tus  entrañas  infectas. 


Y  cuando  en  noche  callada 
opriman  rojas  visiones 
tu  pecho  niveo,  mordido 
por  los  impuros  gusanos 
que  ñuyan  de  tu  carroña. 


En  esas  noches  calladas 
hermanas  rojas  de  aquellas 
que  vimos  entre  caricias 
flores^  placeres  y  besos 
pasar  risueñas  y  alegres. 


Y  tu  cadáver  se  cubra 
de  manchas  verdes  y  lívidas 
do  pose  pálido  espectro, 
besos  lascivos  de  amante^ 
caricias  torpes  de  Sátiro. 


Verás  bajar  á  tu  huesa^ 
plegando  las  negras  alas 
en  tus  podridos  cabellos, 
buitre  de  torva  pupila 
que  tu  cerebro  desgarre. 


Y  sientas  negros  fantasmas^ 
macábricos  esqueletos, 
cruzar  danzando  la  fosa 
donde  tu  féretro  yace 
en  nauseabundas  materias. 


Oirás  rugir  en  tu  pecho, 
repleto  de  miasmas  pútridos^ 
recuerdos,  frases,  promesas; 
falsas  palabras  de  otrora, 
engaños^  ruines  perjurios. 


Y  escuches  ásperas  voces, 
chirridos,  ayes  de  reprobos^ 
insultos^  gritos^  blafemias, 
todo  un  infierno  de  notas 
que  crispe  nervios  y  carnes. 


Y  los  rojizos  gusanos 
que  arrastran  por  tu  carroña 
su  vientre  fétido  y  lúbrico 
«roerán  tu  piel  satinada 
como  ün  remordimiento.» 


Febrero  1906. 


Arturo  C.  Masanés. 


—  87 


BIBLIOiSRAFIA 


JUAN  DE  DIOS  PEZA 


PoK.MAS  HOlí  Mk;uel  Luis  Rocuant, 
Saxti  \(;o  DK  Chilk:  Un  volumen  de  190 
páginas  comprendiendo  Brumas,  La  onda 
y  la  espuma  y  Alma-Mater.  Es  un  hermoso 
libro,  de  grande  aliento,  donde  palpita 
un  alma  enamorada  de  lo  bello  y  un  espí- 
ritu moderno  á  la  par  que  complejo.  En 
todos  los  trabajos  que  constituyen  el  vo- 
lumen hay  sentimiento  y  fluidez,  princi- 
pios estos  que  por  sí  solos  bastan  para 
hacerlo  perdurable  á  través  de  todas  las 
críticas.  La  idea  no  está  subyugada  á  la 
forma;  en  todo  él  se  trasparenta  un  cere- 
bro evolucionando,  lo  que  constituye  un 
signo  evidente  de  que  el  autor  conoce  la 
tendencia  moderna  y  no  desdeña  embar- 
carse en  su  corriente  humanitaria. 


miento  ha  cantado  en  él  á  la  vida  pasio- 
nal, á  lo  delicado  de  la  forma  esté  ella  en 
la  naturaleza  ó  en  la  mujer,  dejándose 
arrastrar  en  algunos  versos  por  el  deseo 
sensual,  un  deseo  nada  atrevido,  sola- 
mente humano.  Todos  los  trabajos  están 
hondamente  sentidos  y  la  forma  ha  sido 
cuidada  con  sumo  cariño.  Hay  en  More- 
no Alba  estro  poético  y  el  poeta  perdu- 
rará en  el  tiempo  á  través  de  sus  produc- 
ciones. 


Ensayos  Críticos  por  Pedro  Hexkí- 
QUEz  Ureña.  Habaxa.  Cuba.  Un  pequeño 
volumen  con  el  siguiente  interesante  su- 
mario: D'  Annunzío  el  poeta. —  Tres  escrito- 
res ingleses— I  Osear  Wilde — //  Pinero — /// 
Bernard  Sfiaw — El  modernismo  en  la  poe- 
sia  cubana.  José  Joaquín  Pére/— Rubén 
Darío — Ariel — Sociología — /  Mostos— ¡I  Hu- 
rla— La  música  nueva — Richard  Strauss- 
La  Opera  Italiana — La  profanación  de  Par- 
si  f  al. 

Como  su  título  lo  indica  no  son  más 
que  ensayos  de  una  crítica  superior,  sin 
que  se  ahonde  mucho  el  concepto.  Con- 
cebida sin  prejuicios,  escrita  con  estilo 
fácil  y  fluido,  trata  Ureña  en  su  obra  im- 
portantes tópicos  del  movimiento  inte- 
lectual moderno  y  estudia  á  algunos  de 
sus  representantes,  pero  sin  detenerse 
mucho  tiempo  en  ellos,-trazando  simple- 
mente líneas  generales.  Con  todo,  estos 
ensayos  son  reveladores  de  un  espíritu 
observador  capaz  de  hacer  crítica  más 
profunda  é  intensa.  Tiene  condiciones  no 
puestas  de  manifiesto  en  este  pequeño 
volumen,  las  que  en  lo  sucesivo,  no  lo 
dudamos,  pondrá  en  evidencia. 


Lienzos  por  Moreno  Alba.  Barran- 
quilla.  Colombia:  Prólogo  de  Emilio 
Hernández.  Pequeño  volumen  de  poesías 
emotivas.  Su  autor  llevado  por  el  senti- 


Cr=^^ 


88 


UBR©S  Y  PERIÓOieOS  REeiBíOOS 


Scci/are//i—E\  Mártir  del  Qólgota,  Mon- 
tevideo. 

¿t'/ra.s— Habana,  Cuba. 

l.a  Quincena— San  Salvador,  Centro 
América. 

El  Heraldo  del  Istmo — Panamá. 

Monos  y  Monadas — Lima,  Perú. 

Vida  .VHt'i'rt— Florida,  Uruguay. 

El  Deber  Cívico — Meló. 

Caras  y  Crt/-e/fls— Buenos  Aires,  Argen- 
tina. 

El  Anunciador  Costa-Ricense— San  José 
de  Costa  Rica,  América  Central. 


El  Municipio— WWa  Concepción,  Para- 
yuay. 

Revista  GYa^ca— Montevideo. 

Kt'/-(/flí/— Montevideo— Periódico  que  la 
Asociación  de  Propaganda  Liberal  re- 
parte quincenalmente  á  sus  afiliados.  Lu- 
ce un  hermoso  título  dibujado  por  el  ar- 
tista nacional  Orestes  Baroffio,  y  un 
fotograbado  de  Zola.  Su  material  es  inte- 
resante y  selecto. 

A.  León  Gómez — Secretos  del  Panóp- 
tico.—El  Soldado.  Bogotá,  Colombia. 

Sra.  Acevedo  de  Gómez — El  Tribuno  de 
1810.  Bogotá,  Colombia. 


YoeES  HMERieaNas 


Apolo,  revista  de  Arte— Director-Re- 
dactor: Pérez  y  Curis,  Montevideo. 

Con  placer  apuntamos  el  aparecimien- 
to de  esta  nueva  y  gallarda  publicación 
uruguaya,  que  trae  magníficos  fotograba- 
dos y  abundante  y  escogida  lectura.  En 
el  número  \P  de  Apolo,  su  Director  hace 
estas  declaraciones: 

«En  esta  época  de  odios  y  de  egoísmos, 
surge  Apolo,  sincero  en  su  desnudez  que 


rechaza  de  esa  hoja  de  parra  encubrido- 
ra, el  atributo  de  moral  ficticia. 

«Ojos  hostiles  seguirán  su  marcha. 

«Almas  sinceras  amarán  sus  páginas. 

«Y,  en  plena  lucha,  cantará  Apolo  la 
rebeldía  ingente  de  las  almas  bajo  la  glo- 
ria épica  del  sol.» 

Saludamos  al  nuevo  colega  y  corres- 
ponderemos al  canje. 

De  La  Quincena  de  San  Salvador, 
Centro  América. 


Libros  en  preparación  que  se  publicarán  en 
Montevideo  en  el  corriente  año 


Muecas  Humanas,  (prosa)  por  Perfec- 
to B.  López. 

Desde  el  Patagonia,  (Memorias  íntimas 
de  un  aprendiz  artillero)  por  Perfecto 
B.  López. 

Mi  Torre  de  Marfil,  (poesías)  por  Guz- 
mán  Papini  y  Zas. 

Los  Himnos  y  Los  Madrigales,  (poesías) 
por  Emilio  Frugoni. 

Proteo,  (prosa)  por  José  Enrique  Rodó. 

Helio/ropos,  (poesías)  I  Heliotropos— II 
Leyendas  de  un  tríptico— III  La  voz  de 
las  admoniciones,  por  Pérez  y  Curis. 


Cantares  de  la  Aldea,  (poesías)  por  Pe- 
dro Erasmo  Callorda. 

Tempraneras,  (poesías)  por  Ángel  Cor- 
bacho. 

Alma  de  Acero,  (novela)  por  Ricardo 
Martínez  Quiles. 

Cabeza  de  Oro,  (novela)  por  Horacio 
O.  Maldonado. 

Almas  Trágicas,  (prosa)  por  Isidro  Ro- 
dríguez. 

Hampa,  (nove!a)  por  Enrique  Crosa. 

Cuentos  al  corazón,  (prosa)  por  M.  Me- 
dina Betancort. 


RPOL© 


m;'>    :  ■*■ 

•         1 

REYISXa 

DE  ARTE 

Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

MONTEVIDEO,  Marzo  de  1907 

¡Críticos! 


Ayei  era  Elisius :  ¿  conocéis  á  Elisius,  aquel  bufo-orador 
que  en  nuestras  plazas  y  calles  daba  rienda  suelta  á  su 
lengua  de  niño  grande,  en  tanto  que  sobre  su  cabeza  llo- 
vían las  papas  con  que  sus  oyentes,  agradecidos  todos,  le 
halagaban,  en  premio  á  la  donosura  de  su  oratoria  versico- 
lor ?  —  Pues  bien ;  ayer  era  él,  quien,  alardeando  de  crítico 
consumido,  quiero  decir :  consumado,  se  entretenía  ( yo 
aplaudo  su  entretenimiento,  como  aplaudiría  á  un  golfo  que 
jugase  á  la  bolita  para  distraer  sus  ocios),  se  entretenía, 
digo,  en  lapidar  « Heliotropos  »,  ofuscado  acaso  porque  no 
le  envié  ningún  ejemplar  de  aquel  libro  mío.  ¡  Que  voy  á 
enviarle!  Obsequiarlo  á  él  con  uno  de  mis  libros,  sería  como 
arrojarlo  á  un  país  de  analfabetos.  ¿Qué  harían  de  él?  — 
Nada.  Y  él  tampoco,  pues  aunque  lee  y  escribe  cual  un  es- 
colar cualquiera,  carece  de  aptitudes  para  If-.  cosa  intelec- 
tual y  es  un  analfabeto  del  arte  y  de  la  ciencia. 

Pero,  dejémoslo  á  un  lado.  Críticos  de  ese  jaez  hay  tan- 
tos ¡  pero  tantos !  ¡  como  plumas  cortesanas  !  Bien  lo  sabe 
aquel  jovencito  ingenuo  que  blasona  de  páter  intelectual  y 
no  es  sino  un  servil  cortesano  de  las  letras;  el  mismo  que 
al  devolverme  un  hermoso  libro  de  Pedro  Henríquez  Ureña: 
« Ensayos  críticos »,  reputado  de  los  mejores  de  su  índole, 
me  dijo,  con  una  arrogancia  de  Júpiter  literario :  « lo  he 
leído;  tiene  algunas  cosas  buenas». 

Esa  amabilidad  paternal  de  los  que  nada  son,  ó  al  menos 
no  lo  han  demostrado  aún,  me  exasperó  en  otro  tiempo, 
pero  ahora  m.e  divierte.  No  es  con  ella  que  se  trata  á  una 
obra  superior  á  la  del  sujeto  que  la  juzga.  Porque  hay 
maestros  y  discípulos,  y  de  estos  últimos  son  los  más  los 
pedantuelos. 


-  90  - 

Después  de  una  calma  transitoria  y  cuando  ya  me  dispo- 
nía á  preparar  el  presente  número  de  Apolo,  el  gesto  simio 
de  un  palurdo  que  se  subjó  á  las  ramas  de  la  adulación  é 
hizo  proezas  de  mico,  me  detuvo.  ¿Quién  era  él?  Un  po- 
bre diablo,  con  mucho  de  fraile-y  nada  de  literato.  Ese  cua- 
drúpedo decrépito  habló.  ¿Para  qué?  Para  atacar  á  Vargas 
Vila.  Y  ¿  cómo  habló  ?  —  Parodiando  á  aquel  Maestro,  en  un 
juicio  que  escribió  sobre  mi  libro  «  La  Canción  de  las  Cri- 
sálidas ».  La  anunciación  de  su  voz  despertó,  entre  los  po- 
cos jóvenes  que  aquí  escriben  por  ideales  de  nobleza,  sen- 
timientos de  piedad.  ¡  Ese  reverendo  padre  pontificando  en  la 
prensa  !  ¡  Pobre  infeliz !  ¡  Se  olvidó  de  sus  «  Migajas  »  ( para 
ratones)  aquellas  que  él  tuvo  la  osadía  de  llamar  Versos,  y 
ahora,  diciendo  imbecilidades,  quiere  codearse  con  escrito- 
res de  fibra,  reconocidos.  Y,  atribuyéndose  virtudes  de  es- 
critor clásico,  hace  la  apología  del  Clasicismo ;  es  decir : 
pretende  hacer  la  suya,  mientras  acuden  á  su  memoria, 
como  un  recuerdo  sagrado  digno  de  su  inmensa  idolatría, 
los  nombres  de  Zorrilla,  Quintana  y  otros  poetas  quo  fue- 
ron. Y  no  sé  si  ha  dicho,  plagiando  desgraciadamente  á 
Pompeyo  Gener,  que  el  Modernismo  es  fuente  de  delicues- 
cencias. 

Termina  su  parodia  ese  último  figurín  clásico,  ese  vulgar 
tonsurado,  convertido  en  matamoros  de  las  letras  modernis- 
tas, atacándome  veladamente,  á  medias,  como  permaneciendo 
en  la  penumbra;  y  la  termina  dé  un  modo  cómico  tal  que 
me  ha  hecho  reir  á  carcajadas,  porque  dice,  con  la  pausa  y 
ceremonia  de  un  colofón  de  libro  antiguo,  que :  yo  hablo 
descarnadamente  de  la  carne  aun  cuando  estoy  en  la  edad 
en  que  se  me  da  á  comer  churrascos  ó  se  me  sirve  con  el 
cubierto!  ¡Pobre  viejo!  ¡A  qué  lo  obliga  su  decrepitud!  ¡A 
denostar  á  quien  siente  compasión  por  él,  y  cuando  pasa  á 
su  lado  le  mira  piadosamente,  como  si  viese  á  un  fraile 
castrado  y  lleno  de  lacras  1 

¡  Pobre  viejo  convertido  en  Zoilo !  Leyendo  aquella  paro- 
dia, digna  hermana  de  « Migajas »,  pensé  en  los  tuberculo- 
sos de  la  idea  y  del  espíritu.  Después  murmuré,  alterándolo, 
aquel  verso  de  Hugo : 

«  Muse, 
un  nommé  Constantin,  jésuite,  tn'est  hostile.  » 


Pérez  y  Curis. 


-  91  - 


Hquella  noche... 


Estábamos  los  dos  en  la  ven- 
tana. Ella,  absorta,  contemplaba 
el  profundo  azul  del  cielo.  Yo, 
encantado,  miraba  el  radioso 
azul  de  sus  ojos. 

¡Oh,  noche  aquelal 

La  luna  en  mitad  del  infinito 
brillaba  en  todo  el  es- 
plendor de    su  gran- , 
deza . . .  -0'*;:^ :■ 

A  lo  lejos,  el  ruido  í^ 
del  mar  que  iba  á  mo-  [í 
rir  sollozando  sobre  las  ;Í3 
anchas  playas  . . .  I 

Cuando  nuestro  diá- 
logo cesaba,  oíamos  un 
canto  melancólico  que 
parecía  venir  de  algún 
pescador  que  navegaba 
hacia  los  muelles.  Co- 
mo la  ventana  era  es- 
trecha estábamos  tan 
juntos  que  los  sedosos 
bucles  de  su  rubia  ca- 
bellera me  hacían  cos- 
quillas en  el  cuello. 

Su  mano,  como  una 
blanca  avecita,  tembla- 
ba entre  las  mías  ...  A 
veces  tornaba  mi  vist  i 
hacia  atrás,  parecíame 
que  alguien,  muy  que- 
do, 'muy  paso,  andaba 
sobre  la  mullida  alfom- 
bra de  la  sala . . . 

Un  olor  á  marisco  y 
á  salitre  notaba  en  el 
aire  frío  que  venía  del  mar . . . 

De  pronto,  acerqué  mis  la- 
bios haca  su  boca.  —  No,  mur- 
muró, agitando  sus  blondos  ri- 
zos, y  mi  beso  como  un  colibrí, 
quedó   suspenso,   aleteando   so- 


bre la  purpúrea  flor  de  su  bo- 
ca.—¿Por  qué?,  la  pregunté  con- 
trariado.— ¿No  ves  que  nos  es- 
tán mirando?  repuso  con  grave 
acento.  —  Quién?  la  interrogué. 
— Dios!...  me  dijo,  señalán- 
dome   la    esplendente    luna  .  .  . 


Dios  que  nos  está  mirando  tras 
la  luminosa  ventana  de  su  re- 
gio alcázar . . . 

Rafael  Ángel  Troyo. 

Csrtago  de  Costa  Rica. 


Lra  ronde  des  roseaux 


L'hirondelle  fuit.  Voici  la  vesprée.  L'hirondelle  fuit  devant 
l'épervier.  Sur  l'étang  frileux  la  lune  étincelle,  et  dans  son  image 
se  noie  l'hirondelle. 

Qu'importe  aux  roseaux,  lorsqu'ils  font  la  ronde  autour  de 
l'étang,  la  mort  ou  la  vie?  Ce  n'est  pas  pour  eux  que  l'épervier 
crie.--Le  malheur  s'efface  comme  une  ride  sur  l'onde.—PAUL  Fort. 


92 


El  tributo  á  la  avaricia 


—  ¿Queréis  saber  cuál  fué  el  motivo 
que  me  obligó  á  maldecir  de  mi  padre? 
Bien:  escuchad  esta  historia  horrible, 
casi  inverosímil,  pero  desgraciadamente 
cierta,  que  os  referiré,  y  en  la  cual  fui 
un  protagonista  secundario. 

Ruperto,  después  de  una  breve  pausa, 
empezó  diciendo: 

—  Mi  padre,  hombre  de  unos  cuarenta 
años  de  edad,  poco  tiempo  después  de 
la  muerte  de  mi  madre  contrajo  segun- 
das nupcias  con  una  joven  de  veinte 
años  que  había  tomado  á  su  servicio. 
Del  primer  matrimonio  le  habían  que- 
dado cuatro  hijos  varones  y  una  for- 
tuna invertida  en  buenas  fincas,  avalua- 
das en  quince  mil  pesos  oro.  El  mayor 
de  todos  era  yo,  y  me  seguía  Arturo 
con  dos  años  de  diferencia.  El  menor, 
Casiano,  no  había  aún  cumplido  los 
quince  años,  y  como  sus  demás  herma- 
nos, poseedor  de  un  oficio,  ganaba  un 
jornal  suficiente  para  cubrfí^  sus  gastos. 
Yo  era  un  hábil  escultor  en  madera  y 
mi  sueldo  me  permitía  efectuar  algunos 
ahorros  que  mensualmente  depositaba 
en  manos  de  mi  padre  para  que  los  cus- 
todiara. Arturo,  dedicado  desde  peque- 
ño á  la  litografía,  había  llegado  á  ser 
un  excelente  oficial,  querido  y  respe- 
tado por  los  dueños  del  taller  donde 
trabajaba.  Menos  previsor  que  yo,  muy 
mano  abierta  y  amigo  de  francachelas 
y  juergas  nocturnas,  gastaba  más  de  lo 
^le  ganaba,  recurriendo  muchas  veces 
á  mí  en  demanda  de  dinero  para  cubrir 
sus  compromisos  económicos.  Con  todo, 
no  era  malo.  Excelente  corazón,  gus- 
taba de  la  vida  y  la  vi\7ía  á  su  antojo, 
sin  amaneramientos  convencionales  ni 
temores  de  futuras  miserias.  Además, 
era  bastante  inteligente,  con  veleidades 
literarias,  lo  que  autorizaba  su  cabida 
en  ciertos  círculos  vedados  á  los  que 
no  dedicamos  un  breve  espacio  de  nues- 
tro tiempo  al  parloteo  improductivo  con 
las  deidades  del  Olimpo. 

Casiano  y  Roberto  en  sus  tendencias 
laboriosas,  en  su  miraje  de  los  días  por 
venir,  se  parecían  á  mí.  Y  los  cuatro 
hermanos  estábamos  en  la  más  perfecta 
armonía,  dispuestos  á  la  realización  de 


cualquier  sacrificio,  siempre  que  las  cir- 
cunstancias lo  requiriesen. 

Arturo  y  yo,  por  nuestros  años,  for- 
mábamos conjunto  aparte  de  nuestros 
hermanos  menores.  Unidos  por  causas 
diversas,  éramos  recíprocos  confidentes 
de  nuestras  cosas  íntimas,  tanto  en  la 
mala  como  en  la  buena  suerte.  Los  in- 
tereses del  uno  servían  á  las  necesida- 
des del  otro  y  viceversa,  sin  que  esto 
nos  trajera  el  más  mínimo  enfriamiento 
en  la  amistad  cultivada  hasta  ese  en- 
tonces. 

En  esa  armonía  perfecta  de  proeede- 
res,  aunque  no  de  miras,  sin  desacuer- 
dos que  hirieran  nuestra  susceptibilidad 
de  hermanos,  ni  violencias,  ni  tirante- 
ces, fueron  transcurriendo  los  años. 
Nuestra  madrastra,  en  ese  tiempo,  con- 
tribuyó con  dos  nuevos  vastagos  á 
acrecentar  el  número  de  los  ya  existen- 
tes. Yo  había  cumplido,  los  veintiséis 
años  y  pensaba,  como  era  lógico,  en  ca- 
sarme, para  lo  cual  necesitaba  estable- 
cerme y  trabajar  por  mi  cuenta  y  riesgo. 
Para  poner  en  práctica  este  pensamien- 
to contaba  con  los  ahorros  depositados 
en  manos  de  mi  padre  y  la  parte  que  me 
tocara  en  el  reparto  .de  la  herencia  de 
mi  madre  que  hacía  elevar  á  dos  mil 
pesos. 

Hablé  á  los  pocos  días  á  mi  padre  de 
esta  resolución  y  obtuve  sus  plácemes. 
De  mis  ahorros  sólo  me  entregó  la  mi- 
tad y  el  resto  tuve  que  darlo,  por  per- 
dido porque  mi  padre,  pretextando  que 
lo  había  gastado,  se  negó  á  entregár- 
melo. En  cuanto  á  la  herencia  de  mi 
madre  percibí  una  cuarta  parte  de  lo 
que  legítimamente  me  correspondía.  El 
resto,  mi  padre  lo  endosó  á  su  parte, 
como  más  tarde  lo  supe.  Para  entre- 
garme este  dinero  y  repartir  sus  partes 
á  los  demás  hijos,  simuló  una  venta  por 
dos  mil  quinientos  pesos,  de  dos  propie- 
dades avaluadas  en  siete  mil,  y  sólo  con 
las  rentas  que  éstas  produjeron  desde 
la  muerte  de  mi  madre  hasta  la  fecha 
en  que  reclamamos  lo  que  nos  pertene- 
cía y  algo  de  mis  ahorros  que  injusta- 
mente retenía  en  su  poder,  pudo  salvar 
sus    compromisos.    Lejos   de    protestar 


—  93 


^  por  esa  usurpación  disimulada  llevada  á 
cabo  con  nuestros  intereses,  guardamos 
la  mas  aparente  conformidad.  Lo  que  la 
lucha  por  la  existencia  rio  nos  había  en- 
señado, nuestro  padre  con  su  avaricia, 
nos  lo  indicaba  en  la  más  cruel  de  las 
manifestaciones.  Su  gran  fondo  utilita- 
rio, ese  sedimento  de  apego  al  dinero 
depositado  en  su  conciencia  desde  el 
jdía  del  primer  ahorro  hasta  aquel  otro 
en  que  el  capital  le  ayudó  á  vivir,  se 
nos  mostraba  en  todo  su  feroz  egoísmo. 
El  padre  era  absorvido  por  la  desmesu- 
rada pasión  al  dinero,  y  el  amor  al  hijo 
desaparecía  sin  dejar  rastros  en  el  fondo 
de  aquel  corazón  tocado  á  muerte  por 
el  temor  de  ver  su  fortuna,  reunida  á 
fuerza  de  privaciones,  desmembrada  y 
repartida  entre  su  prole  que  la  haría  ro- 
dar nuevamente  por  la  vida  envuelta  en 
el  torrente  circulatorio  provocado  por 
las  necesidades  humanas. 

Atesoré  en  el  fondo  de  mi  conciencia 
esta  enseñanza  maldita,  abrí  mi  pequeño 
taller  y  al  cabo  de  seis  meses,  cuando 
la  marcha  del  negocio  mató  en  mí  todo 
temor  de  pérdida,  contraje  matrimonio. 
Arturo,  por  su  parte,  distribuyó  lo  que 
le  había  tocado  en  el  reparto  entre  mi 
padre  y  mi  negocio,  guardando  algún 
dinerito  para  volcarlo  poco  á  poco  en 
la  copa  de  la  vida,  donde  lo  fué  escan- 
ciando sorbo  á  sorbo,  sin  remordimien- 
tos, gozoso  de  poder  agregar  al  capital 
que  mensualmente  gastaba,  un  pucho 
más,  como  él  decía.  Se  sabía  robusto, 
con  fuerzas  para  emprender  todo  tra- 
bajo, y  no  deseaba  con  el  ahorro,  que 
en  sus  circunstancias  le  aparejaría  pri- 
vaciones, construir  una  base  que  le  sir- 
viera para  holgar  en  lo  futuro.  Y  vivía 
disfrutando  de  todos  los  placeres  que 
le  brindaban  los  días,  sin  el  menor  re- 
paro, sin  contemplar  siquiera  que  su 
organismo  se  degastaba  con  el  derro- 
che de  fuerzas  á  que  lo  tenía  sujeto. 
Trasnochador  sempiterno,  trasnochaba 
siempre  que  podía  y  cómo  podía.  Nunca 
supe  que  se  recogiera  antes  de  las  dos 
ó  tres  de  la  madrugada  y  ocurrió  lo  que 
fácilmente  podía  preverse:  enfermó  del 
pecho.  Fué  un  fuerte  constipado  que  no 
quiso  atender,  maguer  nuestras  adver- 
tencias, el  principio  de  su  futura  enfer- 
medad. Nos  creyó  torpes  en  nuestras 
prevenciones,  pensando  que  el  mal  se 
iría  así  como  había  venido,  sin  que  de 


su  parte  hiciera  lo  más  mínimo  para 
conjurar  sus  remotas  consecuencias.  Sus 
pulmones  poco  á  poco  empezaron  á  da- 
ñarse y  un  mal  día,  después  de  un  fuerte 
acceso  de  tos,  arrojó  sangre  en  sus 
esputos.  El  mal,  desatendido,  progresaba 
rápidamente  é  inútiles  serían  ya  todos  los 
resguardos.  Él  seguiría  su  curso  fatal 
con  sus  diversas  alternativas  de  mejo- 
ramiento y  empeoramiento,  y  Arturo, 
mal  de  su  agrado,  tuvo  que  guardar 
cama,  sufriendo  la  esclavitud  que  ésta 
impone.  Y  su  vida  se  trocó  en  un  mar- 
tirio diario.  Sujeto  al  lecho,  pudo  apro- 
vechar únicamente  aquellos  instantes 
de  tregua  que  su  enfermedad  le  brin- 
daba, y  durante  ellos  efectuaba  sus 
cortos  paseos  á  pié  por  los  alrede- 
dores de  su  casa,  bebiendo  con  an- 
sias el  aire  de  las  calles  los  días  que 
un  buen  sol  templaba  la  atmósfera. 
Después,  durante  el  período  álgido  de 
su  enfermedad,  tuvo  que  sufrir  lenta- 
mente, enclavado  en  el  lecho,  el  proceso 
corrosivo  que  se  operaba  en  sus  pulmo- 
nes. ¡Y  vaya  si  sufría!  Sin  esperanzas 
de  un  mejoramiento  en  su  salud,  se  sa- 
bía condenado  á  una  muerte  mas  ó  me- 
nos remota,  pero  que  al  fin  llegaría,  y 
aun  más,  sintió  en  torno  suyo  el  vacio 
que  el  temor  á  su  enfermedad  provocaba 
entre  los  que  más  obligados  estaban  á 
brindarle  toda  suerte  de  cuidados  y  aten- 
ciones. 

Mi  padre,  temeroso  de  los  gastos  que 
originaría  la  enfermedad  de  Arturo, 
desde  que  pudo  cerciorarse  que  estaba 
irremisiblemente  condenado  á  morir,  lo 
abandonó  á  su  suerte,  rehusándose  á 
entrar  por  ningún  motivo  á  su  habita- 
ción, situada  en  su  misma  casa,  sin  tener 
en  cuenta  que  Arturo  había  contribuido 
hasta  el  último  momento  al  sostenimien- 
to del  hogar  con  sus  fuerzas  y  el  pro- 
ducto de  su  trabajo.  Así  mismo  impartió 
las  más  severas  órdenes  para  que  nin- 
guno se  acercara  al  lecho  del  pobre 
hermano  desahuciado  por  los  médicos, 
á  pretexto  de  que  esto  podría  traer  un 
contagio  perjudicial  para  toda  la  familia. 
Únicamente  yo,  tocado  en  lo  más  íntimo 
por  esa  inconsulta  disposición  de  mi  pa- 
dre, me  sublevé  contra  ella,  trasladando 
parte  de  mi  taller  á  la  hábil  ación  de  mi 
hermano,  con  el  objeto  de  estar  á  su 
lado  el  mayor  tiempo  posible.  No  me 
detuvieron  en  dicha  determinación  ni  mi 


—  94  — 


mujer  ni  los  intereses  que  durante  mi  au- 
sencia estarían  bajo  su  custodia.  Debía 
acompañarlo  hasta  el  final  como  un  de- 
ber ineludible  impuesto  por  la.  misma 
amistad  cultivada  en  otrora  y  para  que 
sus  días  no  se  vieran  amargados  por  el 
vacío  que  en  torno  á  su  enfermedad  to- 
dos hacían.  Y  durante  muchos  meses 
consecutivos  lo  atendí  con  toda  suerte 
de  sacrificios,  alentándolo  en  los  mo- 
mentos que  perdía  toda  fé  en  un  futuro 
restablecimiento;  cuando  después  de  un 
terrible  icceso  de  tos,  abandonado  por 
las  fuerzas,  quedaba  anonadado  envuelto 
en  la  fatiga  cruel  del  esfuerzo  hecho. 
Fui  su  padre,  su  amigo  y  su  enfermero, 
ya  que  nadie  quería  compartir  conmigo 
la  ingrata  tarea  de  cuidarlo.  Lo  alenta- 
ba mintiéndole  una  mejoría  en  su  enfer- 
medad, imposible  de  operarse;  bromea- 
ba sobre  sus  temores  de  muerte,  y  más 
aún,  le  hablaba  de  un  hermoso  porvenir 
de  vida,  alejado  de  sus  costumbres  an- 
teriores, de  su  característica  de  joven 
disipador,  junto  á  una  hermosa  mujer, 
su  compafllera  y  amiga. 

Era  para  Arturo  lo  que  la  condición 
de  hermano  me  obligaba  á  ser;  lo  que 
el  carifio  sincero  que  le  profesaba  me 
imponía  como  deber  ineludible. 

Entre  tanto  habían  transcurrido  mu- 
chos meses;  una  Primavera  y  un  Vera- 
no. Los  días  de  Otoño,  tristes  y  deso- 
lados, con  su  coh.,rte  de  nébulas  que 
ocultan  la  alegría  radiosa  del  sol  de  es- 
tío, con  el  fárrago  de  hojas  secas  es- 
parcidas por  las  calles  á  merced  de  los 
vientos  y  el  adormecimiento  de  la  natu- 
raleza en  su  potencia  germinadora,  vino 
en  pos  de  los  meses  de  esperanzas,  sem- 
brando de  temores  mi  espíritu  y  reagra- 
vando el  estado  de  salud  de  Arturo  que 
parecía  seguir  en  el  agotamiento  de  sus 
fuerzas,  el  agotamiento  de  la  naturaleza 
en  su  corriente  de  savia  vivificadora. 
Delgado,  ojeroso,  con  repetidos  accesos 
de  tos,  su  vida  se  iba  acortando  maguer 
mis  desvelos  y  los  esfuerzos  de  los  mé- 
dicos que  pugnaban  por  salvarlo. 

L'na  mañana  húmeda  y  fría,  sin  sol,  su 
voz,  tomada  por  el  lento  proceso  de  la 
enfermedad,  perdió  la  sonoridad  de  an- 
taño y  sus  palabras  no  fueron  más  que 
un  murmullo  silvante  de  hojarasca  en 
una  fronda  espesa.  Y  no  pudo  ingerir 
más  los  alimentos,  así  como  los  reme- 
dios. Desde  ese  día  toda  esperanza  de 


salvación  debía  abandonarse.  Arturo  te- 
nía pocos  días  de  vida,  pudiendo  con- 
tarse por  minutos  sus  pasos  en  el  ca- 
mino de  la  muerte. 

En  ese  estado  de  desesperación,  de 
lucha  horrible,  pasó  Arturo  una  semana, 
hasta  que  una  tarde,  apenas  vuelto  del 
patio  donde  había  ido  á  buscar  un  poco 
de  agua,  lo  encontré  en  un  período  de 
extrema  gravedad  que  se  prolongó  du- 
rante dos  horas,  en  cuyo  tiempo  perma- 
necí silenciosamente  de  pie  ante  su  le- 
cho, contemplando  aquel  ser  que  se  de- 
batía encarnizadamente  con  la  muerte, 
sin  poder  articular  una  sola  palabra. 

Después,  en  un  momento  de  lucidez, 
de  esa  lucidez  que  precede  á  la  muerte, 
me  pidió  que  llamara  á  nuestro  padre, 
de  quien  quería  despedirse.  Corrí  al  pa- 
tio donde  éste  se  paseaba,  lo  puse  en 
conocimiento  de  lo  que  pedía  Arturo  y 
pretextando  una  evasiva  estúpida  y  mal- 
vada, se  rehusó  á  entrar  en  la  habita- 
ción donde  su  hijo  agonizaba.  Al  entrar 
yo  nuevamente  en  la  pieza  de  mi  her- 
mano y  contemplar  sus  grandes  ojos 
abiertos  y  clavados  en  una  mirada  fija 
en  el  techo,  no  tuve  valor  para  decirle 
la  verdad,  y  le  mentí;  sí,  le  mentí,  di- 
ciéndole  que  nuestro  padre  no  estaba 
en  casa,  que  hacía  un  buen  rato  que  ha- 
bía salido  no  sé  á  qué  ocupación  ur- 
gente. Apenas  terminé  de  mentirle  me 
miró  fijamente  y  haciendo  un  supremo 
esfuerzo  para  reconcentrar  el  resto  de 
su  vida  que  lo  abandonaba,  me  dijo  con 
palabras  entrecortadas,  sin  una  frase 
de  condenación  para  nadie  y  resignado 
á  morir  sin  el  postrer  adiós  de  su  pa- 
dre, las  palabras  que  siguen  y  que  no  se 
borrarán  jamás  de  mi  memoria. 

—  Acércate  Ruperto  . . .  yo  . . .  me  mue- 
ro .. .  Dile  á  papá  .  . .  que  me  acordé  de 
él  .  . .  Tü  recibe  mi  agradecimiento  ...  y 
reserva  en  recompensa  ...  lo  qne  tienes 
mío  ...  Te  pido  que  no  le  guardes  ren- 
cor. . .  á  papá.  . .  por  lo  malo  que  fué. . . 
conmigo  .  .  .  Compadece  , .  .  al  pobre  vie- 
jo. . .  Puede  que  algún  día  se  arrepienta 
y  llore  .  . .  Adiós. 

No  pudo  continuar  más.  Un  terrible 
acceso  de  tos,  seguido  de  un  vómito 
sangriento  que  bañó  las  ropas  de  la 
cama,  ahogó  en  la  garganta  la  última 
frase.  Después  no  se  movió  más.  Su 
rostro,  de  expresión  tranquila,  parecía 
sonreirme.   En   sus   párpados   cerrados 


■miím':. 


-  95  — 


permanecía  aprisionada  una  gruesa  lá- 
grima que  no  pudo  derramarse. 

Repuesto  de  la  impresión,  salí  al  pa- 
tio, donde  mi  padre  se  paseaba  con  la 
mayor  indiferencia,  le  comuniqué  la  fa- 
tal noticia  y  sólo  á  viva  fuerza  pude 
hacerlo  penetrar  en  la  habitación  del 
muerto.  Frente  al  lecho  no  derramó  una 
lágrima,  concretándose  á  decirme  que 
corriera  con  todos  los  gastos  que  de- 
mandase su  entierro.  Después  se  mar- 


chó y  no  lo  he  vuelto  á  ver  más.  Sé 
que  vive  sin  remordimientos,  feliz  con 
sus  nuevos  hijos,  á  quienes  ya  explota. 

Ahora  juzguen  ustedes  las  razones 
que  me  obligaron  á  maldecir  á  mi  padre. 

Ruperto  guardó  silencio.  Sus  oyentes 
no  se  atrevieron  tampoco  á  desplegar 
los  labios. 

Perfecto  López  Campaña. 


EL  AMOR  QUE  LLEGA 


EL  AMOR  QUÉ  PASA 


Tarde  de  oro  y  azul  y  rosa  claro 
Fuera  otrora  en  que  tú  ¡oh,  mi  coqueta! 
Oyeras  de  mis  labios  la  secreta 
Confesión  de  un  amor  hondo  y  avaro. 

Y  la  tarde  que  huía,  allá  en  el  aro 
De  tu  anillo  expiró,  y  en  la  violeta 
Lontananza  del  mar  la  sombra  escueta 
De  un  vapor  deslizóse  junto  al  faro. 

Volviendo  por  los  últimos  breñales 
Ahondamos  yo  en  tu  alma  y  tú  en  la  mía 
La  llaga  heroica  de  los  Viejos  Males; 

Mientras  la  luncí  en  su  claror  sedeño 

Surgió  de  la  impalpable  lejanía 

Con  rumbo  á  las  riberas  del  Ensueño! 


Y  ya  todo  acabó:  de  aquel  pasado 
Sólo  resta  una  gris  melancolía; 

Ni  un  beso,  ni  un  adiós;  lo  que  sonría 
Al  alma  triste,  al  corazón  cansado. 

Tal  vez  alguna  carta:  lo  estampado 
En  pálido  satín;  lo  que  algún  día 
Fué  mucho,  acaso  un  mundo,  más  que  hoy 
^        .  Tdía, 

Es  misero  papel  y  hasta  olvidado! 

Y  así  pasa  el  Amor.  ¡Oh.  cómo  zumba 
Un  breve  instante  nada  más  y  luego 

Es  paz  y  olvido,  gran  silencio  y  tumba! 

¡  Oh,  cómo   es  lava  y  resplandor  y^es 

[fuego! 
¡Oh,  cómo  es  rayo  que  al  herir  derrumba 
Todo  lo  que  hubo  sido  y  no  fué  luego! 


Montevideo. 


Juan  Picón  Olaondo. 


Musa  Galante 


Interrogante  de  rosa, 

de  un  mar  dorado  á  la  orilla; 

cincelada  puertecilla 

de  una  caja  misteriosa. 

Caracol:  ¿que  verso  ó  prosa 
floreció  como  semilla 
de  pasión,  en  la  celdilla 
más  pura  de  su  alma  hermosa? 


Número  tres  nacarado, 

¿fué  mi  ruego  el  bien  llegado?.. 

¿No  fué?  Pues  ciérrate,  ñor, 

y  no  dejes  que  en  su  oído 

se  filtre  ningún  sonido 

que  la  estren\ezca  de  amor! 


Manuel  T.  Pichardo. 


Habana,  1906. 


-  96  - 

De  ''Prosas 'Laudes*' 


Con  motivo  de  unas  poesías  de  PÉREZ  Y  CURIS 


El  Verso,  es  el  esplendor  mag- 
nífico del  Verbo; 

la  armonía  de  la  palabra,  es 
la  iluminación  radiosa  de  las  al- 
mas; 

la  tiniebla  ascensional  de  los 
espíritus,  principia  allí,  donde 
se  extingue  la  vibración  mágica 
del  Verso; 

el  Silencio  y  la  Muerte  son 
gemelos; 

el  Verbo,  mata  el  Silencio; 

el  V^erso,  pone  en  el  corazón 
de  la  Muerte,  la  flecha  palpi- 
tante de  la  Vida; 

el  Verso,  es  inmortal; 

la  Vida,  es  Armonía; 

y,  toda  la  armo- 
nía está  en  el  Ver- 
so; 

3'  toda  la  luz; 

el  Arte  de  la 
Palabra,  no  se  ha 
salvado  del  nau- 
fragio de  los  tiem- 
pos, sino  en  el  ba- 
jel armónico  del 
Verso; 

es  por  boca  del 
Verso,  que  los  si- 
glos han  dicho  la 
palabra  revelado- 
ra; 

nada  se  ha  sal- 
vado de  ios  gran- 
des cataclismos  del  Olvido,  que 
no  haya  sido  en  las  alas  frági- 
les del  Verso; 

todo  el  pasado  grandioso  vive 
en  el  corazón  del  Verso; 

Dios,  está  en  el  corazón  del 
Verso,  como  el  tulipán  en  el 
corazón  de  la  magnolia; 

es  por  el  Verso,  que  los  dio- 
ses viven; 

¿por  quién  los  del  Olimpo? 
por  Homero; 
¿por  quién  Jehová? 
por  aquellos   del   Deuterono- 
mio; 


Jean  Richepin 


¿de  dónde  surgió  el  mito  cris- 
tiano? 

de  las  estrofas  rudas  de  la  Bi- 
blia; 

¿los  Vedas? 

un  bajel  de   dioses  asiáticos; 

suprimid  los  poetas  y  habréi» 
suprimido  los  dioses; 

porque  el  Poeta  es  aquel  que 
canta  lo  Irrevelado; 

y,  lo  lleva  en  su  corazón; 

es  aquel  que  canta  lo  Infinito; 

Verbo  de  Eternidad.     .     .     . 


hoy  que  los  dioses  han  muer- 
to sobre  los  cielos  y  la  tierra, 
aun  viven   en   el 
corazón    de    los 
poetas; 

¿cuál  es  el  dios 
délos  poetas, hoy? 
la  Belleza; 
ella  vive  en   el 
corazón    de    los 
poetas,   como  un 
águila  en  su  nido; 
de  allí  sale  ten- 
diendo al  mundo 
sus   dos  alas,   en 
forma  de   lira,   y 
el  espacio,  se  lle- 
na de  músicas  so- 
noras . . . 
el  reino  de  los 
poetas,  principia  más   allá   del 
reino  de  las  águilas; 
¡vamos  hacia  los  poetas! 


El  firi  estético  de  una  forma 
es  llegar  á  su  apoteosis:  es  de- 
cir á  la  absoluta  realización  de 
su  Idea  de  Belleza; 

de  ahí  la  evolución; 

fuera  de  la  evolución,  no  que- 
dan sino  el  estancamiento  y  la 
muerte : 

rebelarse  á  cambiar,  es  rebe-^ 
larse  á  vivir; 


97  — 


el  castigo  de  esa  rebelión  es 
la  desaparición; 

todo  va  hacia  adelante;  todo 
cambia,  todo  pasa  en  el  abismo 
tenebroso  de  la  Vida . . . 
•    la  Belleza  no  cambia,  pero  sus 
formas  de  expresión  sí; 

va  en  un  eterno  viaje  hacia 
el  Ideal,  es  decir,  hacia  la  per- 
fección; 

y  el  Arte,  va  con  eila; 

porque  el  Ideal  del  Arte,  es 
el  Apogeo  de  la  Beileza; 

el  Arte,  entra  en  la  evoiución, 
y  hace  como  la  Naturaleza,  de 
sus  series  agotadas,  formas  crea- 
trices; 

y,  para  no  kantisar  mucho  en 
Arte,  sólo  diré  del  Arte  del  Ver- 
so y  de  su  evolución  en  Amé- 
rica. 

Toda  época  tiene  su  Arte,  co- 
mo toda  estación  tiene  su  flora; 

ei  Arte  exterioriza  el  alma 
de  su  tiempo  y  la  modela; 

toda  la  mentalidad  de  una  épo- 
ca está  en  su  Arte; 

¿cuál  era  el  Arte  en  América, 
es  decir-:  el  alma  de  América, 
hace  veinte  años? 

era  una  alma  tradicional,  una 
aima  claustral,  una  alma  bár- 
bara; 

teníamos  el  alma  opaca,  mo- 
nacal, fanática  y  tendal,  de  nues- 
tros conquistadores; 

vivíamos  en  pieno  siglo  XVII, 
ignaros  y  rencorosos,  rimando 
nuestra  desesperación,  entre  el 
mar  y  la  montaña; 

el  catolicismo,  nos  encerraba 
en  el  templo;  ei  clasicismo  nos 
encerraba  en  la  Academia,  y 
nuestro  espíritu,  prisionero  de 
esas  dos  extrañas  fuerzas  del 
pasado,  no  sabía  cómo  escapar 
á  estas  dos  formas  violentas  de 
barbarie; 

permaneciendo  intelectual- 
mente  colonos  españolos,  nos 
alimentábamos  de  España,  es 
decir  nos  agotábamos  con  Es- 
paña y  moríamos  con  España; 

pensábamos  con  España;  es 
decir,  no  pensábamos; 

y,  como  no  hablábamos  sino 
español;   es   decir,  no  hablába- 


mos, todas  las  formas  del  Arte, 
y  del  movimiento  intelectual 
del  mundo  nos  eran  extrañas . . . 

inmóviles,  cristalizados,  fana- 
tizados en  la  tradición,  no  vi- 
víamos, sino  que  vegetábamos, 
con  gestos  lentos  de  larvas.  . 

nuestros  grandes  poetas,  co- 
mo bueyes  anie  e'  crepúsculo, 
se  entretenían  en  rumiar  la  paja 
seca  del  cla-icismo  español,  con 
una  mansedumbre  atónita; 

el  porvenir  no  existía  para 
ellos;  era  el  pasado  el  que  vi- 
vía en  sus  almas; 

cuando  se  fatigaban  con  la  re- 
tórica roja  y  negra  de  los  clá- 
sico>  españoles,  se  refugiaban 
en  el  Agro  romano,  despojaban 
la  vacada  apacib  e  de  las  Geór- 
gicas, y  calumniaban  los  poetas 
latinos,  traduciéndolos;. .  . 

era  su  mayor  esfuerzo  de  ima- 
ginación;. . . 

después...  volvían  á. dormir- 
se con  Santa  Teresa  de  Jesús; 
ó  cualquier  otro  clásico  de  su 
fuste; 

pennanecían  candidos:  reían 
de  buena  fe  con  ios  chistes  de 
Quevedo;  y  tenían  tempestades 
de  hilaridad,  leyendo  á  Don 
Quijote; 

¡acaso  eran  más  felices  que 
nosotros!:  podían  aún  reír; 

la  risa  es  el  privilegio  de  los 
niños; 

de  vez  en  cuando,  se  escu- 
chaba una  voz  tronante,  rom- 
piendo el  estupor  de  la  selva; 

era  Olegario  Andrade,  que 
había  leído  á  Víctor  Hugo;... 
y  cantaba.  .. 

parecía  que  en  el  río  de  la 
Plata,  hubiese  caído  un  Sol  . . 

y,  más  allá  otra  vez  los  ru- 
miantes, parafraseando  estrofas 
de  Quintana ... 

¿cómo  se  hizo  el  milagro  de 
nuestra  redención  intelectual? 

los  Deracinés;  esos  fueron  los 
libertadores;  yo  lo  he  hecho 
constar  en  otra  parte; 

á  la  pluma  de  estos  hombres, 
debe  la  América  tanto  como  á 
la  espada  de  los  héroes  primi- 
tivos que  la  libertaron; 


98 


para  el  Verso,  Darío  fué  como 
un  Bolívar  adolescente,  que  rom- 
pió las  cadenas  en  pedazos; 

la  métrica,  era  la  prisión  del 
Verso,  y  Darío,  la  abrió  á  los 
cuatro  vientos  del  horizonte; 

V  voló  el  verso  libre; 

Darío,  fué  el  Walt  Whitman, 
del  Sur; 

¿su  rima  es  hebraica? 

¿viene  de  Mallarmé? 

yo,  no  lo  sé. . . 

ni  él,  tampoco; 

su  nombre  es  semita,  su  ape- 
lativo es  persa;  todo  en  él,  vie- 
ne   de    Oriente ; 
aunque  haya  na- 
cido en  el  trópi- 
co; 

¿no  lo  veis  con 
qué  pasión  ama 
las  Mil  y  jDtn 
Noches? 

¿su  antecesor 
fué  Kalidasa? 

¿fué  en  Sa- 
koií ntala,  que 
aprendió  á  hacer 
un  idilio  en  el 
cáliz  de  un  i  flor? 
¿aprendió  su  teo- 
ría mará  vi  I  osa 
entre    los    pája- 


*'*^S»k  ■ 


ros    y    las    gacelas,     cerca    á 


hay  del  somnambulismo,  en  el 
divino  esplendor  de  los  poetas; 
van  ciegos  bordeando  los  pre- 
cipicios; 

los  dominan...  y  cantan  sobre 
ellos; 
¡no  los  despertéis! 
¡rodarían  al  fondo  del  abismo! 
esa  innovación  en  la  métrica; 
esa  evolución  del  Verso  hacia 
la  Libertad,  fué  una  prueba  es- 
tallante de  la  Omnipotencia  del 
Arte  sobre  las  almas; 

de  los  hipogeos   del  silencio, 
partieron  grandes  gritos; 

pero,    Darío 
;^  triunfó; 

por  grande  que 
sea  el  espesor  de 
la  bestialidad,  no 
resiste  á  los  ra- 
yos de  la  genia- 
lidad; 

Darío,  dio,  lo 
que  llamaríamos 
el  poncif  de  la 
nueva  poesía,  y, 
casi  todas  las  jó- 
venes intelectua- 
lidades se  lanza- 
ron sobre  él,  co- 
mo abejas  en 
demencia; 
servil   deshonró 


las  flores-perlas,  y  los  cálices 
húmedos  del  lotus,  que  rodean 
el  corazón  panteístade  Olivar  si? 

yo,  no  lo  sé,  pero,  como  en  la 
feria  sinfónica  de  la  pastoral 
elegiaca,  yo,  v^o  á  Darío,  liber- 
tando la  Poesía,  como  Wikra- 
ma  libertó  á  Apsara.  en  el  Poe- 
ma de  Kalidasa; 

el  sortilegio  del  pasado  es 
roto  también;  y  la  Virgen  se 
liberta;  comoen  el  índico 
Poema; 

demoler,  es  vencer; 

y  Darío  fué  un  demoledor: 
¡cómo! 

¿el  dulce  Poeta  incapaz  de  la 
violencia? 

sí; 

en  el  Artista,  obra  el  divino 
Inconsciente; 

de  ahí,  que  su  obra,  es  siem- 
pre superior  á  él;  lo  sobrepasa; 


Fernand  Gregh 

la  imitación 
á  algunos; 

otros,  triunfaron,  porque  su- 
pieron conservar  intacto  su  Yo, 
en  el  generoso  entusiasmo  de 
la  fascinación; 

Darío,  deja  discípulos;  pero 
no  deja  herederos; 

para  él,  parece  hecha  la  frase 
de  Gourmont; 

es  el  precursor  de  un  gran 
poeta  que  no  nacerá  jamás; 

su  soledad,  prueba  su  inacce- 
sibilidad; 

como  las  cimas 


Una  vez,  rotas  las  cadenas  del 
verso,  vino  el  poliglotismo  á 
completar  la  evolución; 

la  América,  aprendió  á  hablar 
lenguas  extrañas;  y  se  dio  á 
pensar  con  pueblos  extraños; 


—  99  — 


un  gran  viento  de  renovación, 
pasó  sobre  ella; 

la  agitó;  la  estremeció;  la  vi- 
vificó; 

y,  la  selva  intelectual   vibró; 

y,  se  expandió  en  un  largo 
gesto  de  fecundación:  como  una 
mujer  que  ha  concebido; 

e  Arte,  es  una  voluptuosidad; 

las  inteligencias,  se  hicieron 
hospitalarias; 

el  vuelo  de  los  espíritus  leja- 
nos vino  á  ellas; 

y,  hubo  una  gran  fraternidad 
de  almas  sobre  las  tierras  go- 
zosas... 

¡qué  emigración  de  genio,  en 
aquel  Pentecostés  de  la  Intelec- 
.  tualidad! 

llegó  Mallarmé:  hierático,  ar- 
mónico, hermético;  traía  un  ico- 
nostasio de  bellezas  ocultas;  so- 
bre su  tiara  de  Mago  fulgía  el 
Sol; 

y  Leconte  de  Lisie,  el  Ar- 
quero Resplandeciente;  fiero  y 
solitario  cantor  de  la  Belleza, 
llegó  diciendo: 

LaBeautéflamboie,  ettoutrenaiten  elle, 
Et  les  mondes  encor  roulent  sous  ses 

[pieds  blancs; 

y,  el  Impasible  saludado  fué 
por  un  coro   de   aplausos,   que 
partían    de    pechos    de    discí 
pulos; 

y,  Barbey,  el  Gran  Condes- 
table de  las  letras,  vino  tam- 
bién; su  armadura  de  Cruzado 
lucía  al  sol;  y,  el  cóndor  de  los 
Andes,  á  saludarlo  vino;  y,  él 
le  tendió  el  brazo,  como  á  un 
hermano;  y,  el  c  ndor  se  posó 
en  él;  tal  un  halcón  feroz,  en  el 
puño  de  hierro  de  un  viejo  pa- 
latino; 

y,  el  Poeta  de  la  Justicia,  que 
sabe 

Etre  á  la  fois  Poete  et  citoyen, 

vino  diciendo,  con  su  gracia 
encantadora,  sin  profundidad: 

Le  meilleur  demeure  en  moi-méme, 
Mes  vrais  vers  ne  seront  pas  lus. . . 

y,  un  coro  juvenil  le  contes- 
tó: «nosotros  te  leeremos  y  te 
amaremos,  ¡oh,  Sullyl» 


y,  lo  leyeron  y  lo  amaron; 

y,  el  tercer  Príncipe  de  la  di- 
nastía de  los  Poetas:  León 
Dierx.  llegó  con  sus  rimas  arit- 
méticas: 

Balayant  les  parfums  au  vent 

Ou  qu'au  dessus  des  jupes  blanches 

Un  pas  savant 
Balance  et  gonfle  autour  des  hanches; 

y,  la  panoplia  prodigiosa  de 
Heredia,  brillo  con  centelleos 
de  joya,  como  un  escudo  de  es- 
maltes, en  manos  de  nn  jefe 
lidio; 

y,  Richepin,  llegó  con  su 
Ideal,  de  Escándalo,  y  arrojó 
sus  Blasphéines,  como  una  pi- 
rotecnia de  Titán; 

y,  Jean  Aicard,  lievó  su  vir- 
tuosidad lírica,  llena  de  entu- 
siasmo, su  poesía  que: 

Un  murmure,   un  rayón,  voilá  ce  qui  le 

[charme, 
Une  ombre  le  met  en  pleurs.  . . 

y,  Edmond  Haraucourt,  emi- 
gró también  con  su  Ame  Nue, 
hacia  las  selvas  vestidas,  di- 
ciendo á  la  Naturaleza  Impla- 
cable: 

J'ai  crié  vers  la  Terre:  Aieule,  ó  bonne 

[aieule! 

Déesse  de   nos   dieux,  toi   la   Rhée   et 

irisis. 

Toi  que  fais  refleurir   les   bluets  dans 

[l'eteule 

Et  susurrer  la  source  au  fond  des  oasis; 

y,  la  inasible  melancolía  del 
Bravante,  llegó  con  Rodenbach, 
en  un  horizonte  de  canales  dor- 
midos, llenos  de  nostalgias,  y 
dijo  voces  de  la  Muerte... 

Las!  la  rose  de  mai,  je  la  sens  défleurir! 
Je  la  sens  qui  se  fane  et  je  sens  qu'on 

[la  cueille! 
Mon  sang  ne  coule  pas;  on  dirait  qu'il 

[s'éffeuille, 
Et  je  défaille  et  j'al  sommeil  d'un  peu 

[mourir... 

y,  Henri  de  Régnier,  llevó 
las  flores  de  su  rosal  cantante: 

Un-  petit  roseau  nf a  suffi 
A  faire  chanter  la  forét; 

y,  llegó  Moréas,  el  caballero 
del  Gesto,  con  sus  rimas  helenas, 
y  habló  á  los  vivos  diciendo: 

Les  morts  m'écoutent  seuls  j'habite  les 

[tombeaux; 


100 


y,  Verhaeren  apareció,  con  su 
flora  de  acuarium,  sus  paisajes 
de  colorido  acre,  como  ardidos 
de  sol,  sus  ciudades  tentacula- 
res,  levantadas  como  tiendas 
bajo  la  hostilidad  de  un  cielo 
palestino, 

Comme  des  fleurs  trop  enormes,  trop 

(massives, 
Trop  sJéantes  pour  la  vie... 

y,  el  elíseo  y  taciturno  Albert 
Sámain,  con  su  juventud  enfer- 
ma, color  de  sepulcro,  emigró 
también  y,  á  su  llegada: 

Voici   que   les  jardins  de    la  Nuit  vont 

[fleurir; 

y,  florecieron 

Fleurs  suspectes,  miroirs  ténébreux... 

y,    Emanuel   Signoret,    y    de 
Bouhélier,  y  Fer- 
dinand  Gregh,  y 
Viélé-Griffin,    y 
Maeterlinck,  y        /' 
des  Essarts,  y  Le      / 
Goffic  y  Vicaire, 
y  le  Cardonell  y     - 
Cantacuzéne,  He-    ' 
garon    últimos, 
como  venidos  de       ^  ^ 
un  Bagdad  Ideal, 
cargados  de  pe-      \ 
drerías    finas    y        \ 
multicolores,    de 
extrañas    sede- 
rías, cambiantes, 
color  de  lejanías, 
y,  dijeron: 


Sully-Prudhomme 


Que  le  désír  est  grand  dans  nos    ames 

Imuettes 
De  leur  diré  en  pleurant,  aux  amis  des 

[antans, 
Que  nous  les  aimons  bien. .  . 


...y,  con  ese  Éxodo  divino, 
aparecieron  grandes  claridades, 
sobre  el  sueño  imposible  de  las 
almas,  y  un  casto  y  doloroso 
deseo  de  cantar  así,  se  apoderó 
de  ellas; 

y,  hubo  escuelas  y  cenáculos; 

y,  una  gran  aurora  de  inte- 
lectua  idad,  llenó  el  cielo  todo; 


y,  la  Nueva  Poesía,  nació. 


Alucinante,  como  el  Misterio; 
embriagante    como  una   Vid 
de  Intelectualidad; 

la  Nueva  Poesía  viene  á  nos- 
otros; 

llega  con  las  arborescencias 
ornamentales  de  su  estilo,  en 
cuyo  cielo  continuo  de  Visión, 
se  tienden  las  perspectivas  opu- 
lentas de  una  superposición  de 
visualidades  amorfas; 

todo  el  deseo  del  Arte  nuevo, 
todo  el  encantamiento  de  los 
artífices  de  la  Belleza,  se  mues- 
tra en  la  Poesía  actual,  con  su 
esfuerzo  profundo  de  crear,  y, 
su  voluntad  de  vivir ,  como  di- 
ría la  fórmula  espenceriana;  el 
romanticismo  clásico,  ya  cadu- 
co y  vencido,  recula  en  el  ho- 
rizonte, hasta  perderse  de  vista, 
y,  expira  sobre 
su  fondo  agotado 
de  creaciones.de 
imágenes  y  de 
vida; 

el  coloniaje  li- 
terario, está  ven- 
cido hasta  en  el 
corazón,  por  es- 
ta ola  espléndi- 
da y  triunfal  de 
poesía,  fresca  é 
mtensa,  revela- 
triz  de  íntimas 
armonías,  de 
creaciones  tras- 
cendentales y 
simbolismos  pro- 
fundos; 

en  el  sonoro  silencio,  las  vo- 
ces musicales  de  los  artífices 
supremos,  suenan  sobre  las  rui- 
nas de  la  mole  secular,  como 
un  vuelo  de  águilas  sobre  una 
selva  en  letargo,  y,  brillan  como 
una  larga  huella 'de  esplendor, 
cual  una  cauda  de  sol,  sobre 
parajes  extintos; 

el  intenso  desenvolvimiento, 
el  afinamiento  sutil  de  estanueva 
versificación  enamorada  de  los 
reflejos,  de  las  sonoridades,  de 
las  disparidades  cuasi  parado- 
jales  del  ritmo,  que  fija  en  imá- 
genes centelleantes  y  durade- 
ras su  labor  dolorosa  y  signifi- 


-  101  - 


cativa,  su  noble  gesto  de  infi- 
nita armonía,  desconciertan  á 
aquellos  que  no  alcanzan  á  ver 
su  misión  trascendental,  su  alta 
virtud  reveladora,  evocatriz  de 
los  profundos  misterios  del  e? 
píritu,  de  los  mundos  ignorado^ 
de  la  Belleza,  ofrecida  á  las  al- 
mas inquietas,  como  una  gran 
flor  odorífera  en  el  lento  silen- 
cio de  un  horizonte  de  Fata- 
lidad; 

nuevos  modos  de  expresión 
se  han  creado;  nuevas  tonalida- 
des sinfoniales  de  la  palabra; 
hemistiquios  raros;  epitetismos 
triunfales;  todo  un  mosaicismo 
de  coloraciones  verbales,  que 
son  como  una  audición  de  pa- 
rábolas armónicas,  llenas  de  una 
virtud  fecundante  y  lúcida,  de 
un  gran  poder  ascensional  ha- 
cia la  Idealidad—Soberana  Dig- 
nidad—del Espíritu; 

la  vieja  barbarie  escolástica, 
con  sus  sollozantes  palinodias, 
y  sus  abyectas  senilidades,  des- 
aparece; sus  raros  supervivien- 
tes, hechos  ya  inertes  por  osifi- 
cación, se  repliegan  lentamente, 
ante  este  resurgimiento  de  vi- 
talidad, ante  este  grito  de  la 
especie,  alto  y  sonoro,  vibrando 
en  el  horizonte  profético,  ante 
este  gesto  victorioso,  que  es 
cómo  una  gran  potencia  de  Glo- 
ria, llena  del  sentido  abstruso 
de  la  Vida; 

las  alas  de  la  Victoria,  están 
tendidas  hacia  las  cimas  futu- 
ras, y  á  ellas  van; 

un  gran  sueño  de  dominación, 
un  designio  prepotente  de  ser 
y  de  vivir,  van  encarnados  en 
esa  voluntad  de  innovar,  que 
distin^e  á  todos  los  rimadores 
actuales; 

hay  una  transfiguración  de 
Fuerza  y  de  Belleza  armonizan 
tes,  en  ese  grito  de  Triunfo, 
con  que  el  grupo  electo,  tiende 
al  mundo  la  copa  de  la  Inspi- 
ración, llena  del  vino  nuevo, 
con  el  cual  han  colmado  la  sed 
de  sus  labios  sitibundos  y  vo- 
races; 

y,  la  insólita  vibración  de  ese 


arte  nuevo,  repercute  difusa  y 
vencedora  como  un  gran  him- 
no sagrado  bajo  bosques  de 
laurel; 

y,  esa  agitación  dominatriz, 
grande  y  agitada  como  un  mar, 
ha  conquistado  un  mundo; 

porque  ¿qué  gran  poeta  dig- 
no de  ese  título,  hay  hoy  en 
América,  que  sea  cultivador  de 
las  rimas  arcaicas  y  de  los  si- 
mulacros candidos  de  la  vieja 
métrica  española? 

ninguno. . . 


y,  he  ahí  que  un  Poeta  llega; 

un  Poeta  casi  adolescente,  con 
las  manos  cargadas  de  rosas  lí- 
ricas, que  arroja  ante  el  altar 
de  la  Belleza,  como  un  niño  de 
coro,  que  sembrara  de  pétalos 
el  ara  donde  se  alza  el  Taber- 
náculo; 

cada  corola  es  una  Sinfonía; 
donde  canta  la  gracia  de  las 
rimas; 

el  perfume  de  sus  rosas  es 
melódico,  y  en  él  se  mezclan 
los  perfumes  agonizantes  de  la 
pureza  adolescente  y  el  acre 
perfume  de  los  jardmes  de  la 
voluptuosidad,  donde  se  mue- 
ren azucenas  pálidas; 

y,  nos  dice  las  cosas  de  su 
corazón; 

y,  nos  cuenta  los  estremeci- 
mientos de  su  carne,  en  un  li- 
bro lleno  de  exquisitas  músicas, 
de  esfuerzos  de  originalidad  fe- 
lizmente triunfadores,  de  ideas 
sonoras  y  ritmos  nítidos,  de  ver- 
sos llenos  de  Eternidad,  en  vue- 
lo hacia  la  Suprema  Belleza. . . 

en  este  momento  artístico,  de 
aparición  de  Vida  Ideal,  un  li- 
bro así,  lleno  de  ritmos  rojos, 
saturado  de  rebeliones,  pletórico 
de  energías  altas  y  fustigadoras, 
de  savias  de  renovación,  de  eflu- 
vios creadores  y  triunfa<4ores, 
pide  ser  saludado  con  emoción, 
por  las  almas  de  élite,  á  quie- 
nes el  sueño  de  la  Belleza  obse- 
siona, y  el  alma  bermeja  de  la 
Libertad  dice  al  oído,  sus  sílabas 
amantes,  sus  sílabas  eternas; 


—  102  — 


Pérez  y  Curis:  tal  es  el  nom- 
bre del  Poeta; 

«La  Canción  de  las  Crisáli- 
das»: tal  es  su  libro; 

es  un  libro  voluptuoso,  vesti- 
do de  Ideal;  tiene  la  Omnipo- 
tencia de  un  bello  sueño,  lumi- 
noso y  dulce; 

el  joven  y  límpido  talento  de 
Pérez  y  Curis,  exaltado  de  sue- 
ños tiernos,  inquieto  del  miste- 
rio profundo,  que  pasa  como 
una  caricia  por  sobre  su  cora- 
zc3n;  consciente  de  la  hora  te- 
rrible v  crepuscular  en  que  vi- 
vimos,'canta  su  Ideal,  y  el  vuelo 
de  su  \^oz,  sube  como  un  canto 
en  la  noche,  hacia  el  cielo  en- 
sanurentado..  . 

bajo  el  velo  tio- 
resccnte  de  su  dia- 
léctica, se  mues- 
tra un  pagano  ex- 
quisito, lleno  de 
sensualidades  y 
de  rettnamientos, 
ligero  y  profun- 
do al  mismo  tiem- 
po, así  como  un 
canto  de  Melea- 
gro  que  fuese  di- 
cho en  la  majes- 
tad de  una  cam- 
piña, á  la  hora 
vesperal; 

un  soplo  del  te- 
nebroso y  armonioso  infinito, 
revelado  en  su  trémolo  ince- 
sante, únicamente  á  los  crea- 
dores del  grande  estilo,  vibra 
en  sus  versos; 

la  inquietud  obsesionante  de 
la  carne,  envuelve  como  un  pé- 
plum  de  voluptuosidad  el  libro 
todo; 

refugiado  en  la  soledad  alta- 
nera de  su  pensamiento,  su  or- 
gullo de  efebo  olímpico,  parece 
no  humanizarse  sino  al  contac- 
to de  la  mujer,  y,  aun  allí  per- 
manece alto,  dominador,  dueño 
absoluto  de  sus  sensaciones  y 
de  la  expresión  rítmica  de  ellas; 

la  caricia  violenta  de  esas  es- 
trofas, os  deja  en  el  alma  un 
largo  estremecimiento  de  vo- 
luptuosidad, como  si  manos  so- 


LÉON  DiERX 


ñadoras  de  mujer,  se  deslizasen 
lentamente  hasta  vuestro  cora- 
zón; 

no  hay  en  la  teoría  sinfónica 
de  esas  estrofas  de  odorante 
primavera,  las  huellas  inol vida- 
das  de  otras  musas,  como  su- 
cede á  los  poetas  jóvenes,  que 
sienten  el  deslumbramiento  de 
la  admiración  y  van  tras  el 
Maestro,  por  ei  sendero  de  la 
imitación,  recogiendo  las  rosas 
de  su  esiilo,  para  modelar  so- 
bre ellas  sus  creaciones; 
no; 

Pérez  y  Curis,  permanece  per- 
sonal, en  su  modalidad  litera- 
ria, esquivando  todo  contacto, 
que  pudiera  do- 
minar y  esterili- 
zar las  vegetacio- 
nes vírgenes  de 
sus  versos,  plenos 
de  humanidad; 

su  estilo  poéti- 
co, lleno  de  armo- 
nía, exquisito  de 
imágenes,  es  bien 
suyo;  y  en  ese  Im- 
perio de  su  len- 
guaje personal, 
permanece  autóc- 
tono, por  el  fondo 
y  por  la  forma; 

ni  de  Darío,  el 
Príncipe      del 
Verso; 

ni  de  Ñervo,  el  Cenobiarca 
espiritual,  guardador  de  rimas 
mágicas; 

m  de  la  pompa  salomónica  de 
las  estrofas  de  Lugones; 

ni  de  la  bruma  rneniana  y  el 
hamletismo  ibseniano  de  Díaz 
Romero; 

ni  del  lirismo  épico  de  aquel 
Hugo  nuestro,  que  es  Díaz  Mi- 
rón; 

ni  de  aquel  contagio  de  Amor 
y  de  Belleza,  que  hay  en  las 
rosas  orientales  de  Santiago  Ar- 
guello; 

ni  de  la  poesía  fluvial  y  es- 
plendorosa de  Chocano; 

ni  del  simbolismo  acre  y  pro- 
fundo de  las  creaciones  de  Jai- 
me Freiré; 


-  103 


ni  de  la  nostalgia  violenta  de 
aquellas  apasionantes  y  apasio- 
nadas «  Rosas  del  Crepúsculo  » 
de  Carlos  Ortiz; 

ni  de  la  maravillosa  flor  de 
Dolor  y  de  Genio,  que  fué  aque- 
lla alma-cáliz,  que  se  llamó  José 
Asunción  Silva; 

ni  de  la  Belleza  Inerte  de  las 
estrofas  sin  alma  de  Guillermo 
Valencia; 

ni  del  esplendor  y  la  paleta 
de  ese  paisajista  psicológico, 
lleno  de  formas  bellas,  que  es 
Blanco  Fombona; 

de  ninguno  de  nuestros  gran- 
des poetas  hay  el  contagio,  en 
aquel  libro,  lleno  de  belleza  in- 
terior, donde  cada  verso  es  un 
estado  de  alma,  una  síntesis 
musical,  llena  de  realidad,  y 
sugestiva  de  símbolos; 

no  le  busquéis  tampoco  ante- 
cesores, entre  los  poetas  france- 
ses, que  tan  marcada  influencia 
han  ejercido  en  el  movimiento 
intelectual  de  nuestra  época; 

ni  el  mosaicismo  arábigo  y 
polícromo  de  Gautier,  aquel  Sa- 
iambó  de  la  frase; 

ni  el  huguismo  hebraico  y 
pampanífero  de  Mendés; 

ni  el  olimpismo  invivido  de 
Leconte; 

ni  el  parnasianismo  de  Sully; 

ni  de  Baudelaire,  ni  de  Here- 
dia,  ni  de  Régnier,  ni  de  Mo- 
réas,  ni  de  Gregh,  hay  allí; 

aquella  fuente  de  lirismo  vo- 
luptuoso y  directo,  brota  ella 
sola  del  corazón  del  Poeta,  como 
de  un  divino  manantial,  abierto 
en  el  halda  maravillosa  del  Ve- 
suvio; 

adorador  ferviente  y  puro  de 
la  Belleza,  él  gusta  de  diade- 
marla con  sus  sueños,  pero  por 
sus  propias  manos  adolescen- 
tes, creadoras  de  un  divino  pres- 
tigio; 

la  flora  violenta  de  su  estilo, 
no  tiene  las  opalescencias  con- 
vencionales, de  cierta  flora  ané- 
mica con  que  tanto  espíritu  sin 
fuerza,  decora  el  horizante  glau- 
co de  sus  visiones,  en  una  pa- 
noramia  de  delicuescencias; 


no; 

los  versos  de  Pérez  y  Curis, 
se  dirían  una  flora  de  sangre, 
sobre  una  montaña  fiera; 

el  Arte  mórbido  de  los  escri- 
tores de  decadencia;  el  precio- 
sísimo verlainiano  de  las  almas 
sin  rayos,  llenas  de  exquisite- 
ces moribundas;  la  gracia  inge- 
nua y  melancólica,  de  ciertos 
poejtas,  no  sin  mérito,  que  hoy 
llenan  de  raras  armonías  nues- 
tro Parnaso,  no  imperan  en 
esas  páginas,  llenas,  sin  embar- 
go, de  una  gracia  noble,  y  refi- 
nadas y  sutiles,  como  un  tósigo 
oriental; 

conmovidas,  sin  dejar  de  ser 
elevadas,  las  rimas  de  Pérez  y 
Curis  permanecen  absolutamen- 
te humanas,  dentro  de  su  Idea- 
lidad, que  es  como  una  luz 
blonda,  en  un  cielo  de  hilari- 
dades; 

algunas  tienen  la  rigidez  de 
un  acero  casto,  que  tuviese  la 
suavidad  de  un  lis; 

son  como  rosas  de  humani- 
dad, hechos  para  coronar  la 
frente  de  un  sueño  único :  el 
Ideal; 

en  ese  poeta  de  veinte  años; 
tan  maravillosamente  esplén- 
dido, yo,  alcanzo  á  ver  un  fu- 
turo luchador; 

ese  boiíquet  de  flores  turba- 
doras y  capciosas  que  ho}'  nos 
brinda,  parece  me  como  la  em- 
puñadura de  una  espada,  pronta 
á  florecer  en  im  lirio  de  sangre; 

en  él,  como  en  Néstor  Carbo- 
nell^  como  en  Arturo  de  Carri- 
carte,  como  en  Moreno  Alba, 
como  en  Emiliano  Hernández, 
yo,  veo  los  hombres  de  un  poe- 
ma por  vivir,  más  que  de  un 
poema  por  cantar:  los  hombres 
capaces  de  «vivir  su  sueño  he- 
roico»; 

aquel  que  sabe  hacer  de  su 
genio  una  espada,  para  atrave- 
sar con  ella,  el  corazón  del  Mal, 
es  el  único  hombre  digno  de 
vivir; 

versos  de  pasión  y  no  versos 
de  genuflexión,  son  los  de  Pé- 
rez y  Curis; 


104  — 


mañana  nos  dará  su  Verbo 
de  Rebelión; 

en  él,  sus  cualidades  de  Be- 
lleza, van  hacia  sus  cualidades 
de  Fuerza;  y  se  hallarán;'  y.  el 
vértigo  de  esa  confluencia,  será 
enorme; 

el  alma  ardiente  y  tumultuo- 
sa de  este  Poeta,  demasiado  se- 
vera par.i  las  bajezas  de  su 
tiempo;  su  sueño,  rojo,  como  un 
río  bajo  el  incendio  del  cre- 
púsculo; su  lengua  indócil  á  la 
domesticidad  de  las  palabras  y 
reacia  á  entrar  en  servidumbre, 
serán  pronto,  en  los  giros  des- 
mesurados de  una  prosa  de 
combate,  el  castigo  y  el  escollo 
de  aquellos  cantores  de  lira  tur- 
ca, que  pululan  entre  nosotros, 
al  pie  del  trono  mal  seguro  de 
los  tiranos  adventicios,  y  en 
cuya  métrica: 

Traitres  sont  les  mots,  laches  les  verbes. 
lis  ne  font  que  bégayer  nos  maux. 


Es  la  hora  de 
que  la  Poesía, 
cumplasudestino; 

Babilonia,  cele- 
bra su  Victoria 
Fatal; 

hay  que  ir  con- 
tra ella; 

hay  que  hacer 
del  entusiasmo  es- 
tético, un  entu- 
siasmo  bélico; 

hay  que  renun- 
ciar á  las  gracias 
accidentales  y 
precarias  del  Ver- 
so que  no  dice 
nada,   para  alzar  "^^ry  de 

paralelas  á  las  estrofas  de  la  Be- 
lleza, las  estrofas  de  Venganza 
en  una  asíntota  á  io  Inñnito; 

hay  que  despertar  el  alma  de 
la  Cólera,  que  duerme  en  el 
fondo  de  la  estrofa; 

los  poetas,  han  envilecido  mu- 
cho el  plectro  en  América  .  . 

es  tiempo  de  redimirlo  de  ig- 
nominia; 

¡no  hay'  poetas  rebeldes! 

¡no  hay  poetas  heroicos! 


¡apenas  hay  poetas  dignos! 

frente  á  los  despotismos,  los 
unos  se  han  envilecido  por  de- 
bajo de  toda  palabra... 

los  otros  se  han  envuelto  en 
una  feliz  beatitud,  y  sobre  ma- 
res de  sangre,  cantan  la  blan- 
cura de  las  rosas ...  i 

otros  callan. . . 

¿su  silencio  es  una  protesta.^ 

el  silencio  es  estéril; 

los  más  viles, 

continúan  en  deshonrar  su  Mu- 
sa, con  un  corazón  de  Miedo 
apasionado  de  Injusticia; 

¡vergtienza  sobre  su  Musa! 

ellos,  han  hecho  de  la  inspi- 
ración una  hacha,  y  con  ella 
han  decapitado  la  Libertad; 

es  tiempo  de  que  los  poetas 
de  genio,  vengan  á  rescatar 
esa  Tmtnira  Victoria  .  .  •  • 
Yo,  sé  que  entre  esos  legio- 
narios de  Verbo  Acre,  como 
un  viento  de  borrasca,  Pérez  y 
Curis,  será  de  los 
primeros,  en  ir 
con  el  fausto  ce- 
gador de  suses- 
trofas  suntuosas, 
,  contra  los  histrio- 
nes imperiales, 
haciendo  de  su  li- 
ra una  hacha  de 
*  resplandores  épi- 
cos; 

lejos  de  la  Ter- 
nura; 

lejos  de  la  Pie- 
dad; 

como  un   .Sol: 
Implacable.   . 
toda   palabra 
que  no  va  hacia  la  Libertad,  no 
es  una  Palabra;es  un  ruido: 

y,  debe  perecer  en  el  Silen- 
cio: Ignominiosamente; 

toda  justicia  es  Belleza;  toda 
Belleza,  es  Libertad; 

cuando  se  dice  bello,  se  dice 
libre; 
esa  es  la  esencia  del  Arte; 
donde  acaba  la  Libertad,  aca- 
ba el  Arte, 
hagamos    obra    de    Libertad, 


Régnier 


105  - 


para  tener  obra  de  Belleza; 

demos   un   fin  alto   á  nuestra 
vida; 

vivamos  heroicamente; 

con  energía  y  plenitud; 

gloriosamente. 


Orestes  Baroffio 

Nuestra  revista  está  engala- 
nada hoy  con  una  hermosa  pá- 
gina pictórica,  obra  que  á  Pé- 
rez y  Curis  ha  dedicado  este 
excelente  artista.  Hemos  visto 
el  original  concebido  con  un 
gusto  tan  altamente  sugestivo 
cuidado  con  tal  esmero,   cjue 

a  hecho  nuestra  admiración. 
Es  un  divino  paisaje.  La  albo- 
rada vive  en  él,  misteriosa,  ex- 


I 


presiva,  y  lo  anima  con  el  pa- 
lor difuso  de  su  luz.  El  espíritu 
panteístico  de  Corot  y  el  dulce 
genio  de  Hobbema  se  exterio- 
rizan en  ese  paisaje  con  una 
gracia  conmovedora  y  tierna. 


DEIL   SII-ENCIO 

¡Oíste  mi   amarga  risa 
Y  negaste  una  sonrisa 
Cual  melancólico  adiós, 
Dado  á  un  alma  soñado  ra 
Que  se  aleja  de  la  aurora 
Para  ir,  de  la  sombra,  en  pos!. 

Hiciste  bien;  preferible 
Es,  á  una  dicha  imposible, 
La  indiferencia  cruel; 
Roto  el  dulcísimo  encanto, 
Tiéndase  el  piadoso  manto 
Del  olvido,  sobre  aquél. 


Por  eso  ya  no  te  miro, 
Por  eso  ya  no  suspiro 
Ni  palidece  mi  faz; 
Cuando  brilla  en  tu  pupila, 
Como  fulgor  que  escintila 
Una  mirada  fugaz. 

No  pudo  ser.   ¡Es  la  vida! 
Y  aunque  el  alma  no  te  olvida, 
Se  consuela  en  su   orfandad; 
Como  un  recuerdo  bendito, 
Conservo  tu  nombre  escrito 
Que  beso  en  la  soledad! 

Ismael  Cortinas. 


-  106  - 
EMILIO  FRUGONI 


Murió  de  amor... 


i  Cómo  ardían  de  amor  los  corazones 

por  la  pálida  virgen  soñadora, 

cuyos  ojos  diríanse  la  aurora 

asomada  á  sus  clásicos  balcones ! . . . 

¡  Cuántas  almas  henchidas  de  ilusiones 

cayeron  á  sus  pies,  hora  tras  hora, 

y  ante  una  indiferencia  abrumadora, 

huyeron  á  enterrar  sus  desazones  1 

Pero  día  llegó  en  que  por  sus  ojos 

cruzó,  como  un  fatal  deslumbramiento, 

la  visión  que  soñaron  sus  antojos . . . 

Fué,  entonces,  por  querer,  muj  desgraciada ; 

sólo  puso  en  morir  su  pensamiento, 

¡  y  se  murió  de  amor,  la  muy  amada ! 

Emilio  Frugoni. 


—  107—      v-V^.. 

Amores  huérfanos 


Estoy  desconsolado;  la  pena  me  consume; 
una  extraña  amargura  mi  pensamiento  llena; 
tengo  ganas  de  verte,  de  sentir  tu  perfume, 
decirte  mis  amores  y  confiarte  m.i  pena. 

El  día  es  muy  hermoso  pero  yo  no  me  alegro; 
nunca  sentí  mi  alma  tan  desolada,  nunca; 
todo  me  causa  hastío,  todo  lo  miro  negro, 
porque  sin  ti  mi  vida  es  una  vida  trunca ... 

Fermentan  en  mi  pecho  los  celos  punzadores, 
y  en  el  alma  se  clavan  mil  agudos  abrojos ... 
Yo  feliz  moriría  de  este  dolor  de  amores, 
pero  en  tus  dulces  brazos,  mirándome  en  tus  ojos ! 

Pasó  una  ave  cantando  una  canción  muy  triste, 
era  ese  canto  dulce  y  á  la  vez  gemidor: 
si  esa  pobre  avecilla  en  tus  jardines  viste, 
sabrás  como  se  mueren  los  enfermos  de  amor . . . 


t 


Hay  en  un  árbol  viejo  que  un  tiempo  fué  florido,  j 

un  nido  desgarrado,  sin  calor  y  desierto ...  J 

Siempre  causa  tristeza  la  soledad  de  un  nido, 
porque  son  los  despojos  de  algún  amor  que  ha  muerto !   -^ 

Ese  nido  deshecho  por  la  tormenta  fiera, 

fué  albergue  venturoso  de  una  ilusión  en  flor; 

hoy  no  queda  allí  un  resto  de  ensueño  y  primavera; 

¡  que  no  pase  lo  mismo  con  nuestro  pobre  amor ! 


Una  nube  que  pasa...  una  hoja  que  rueda, 

nos  hablan  de  lo  frágil  de  la  ventura  humana .   . 

Acaso  hoy  en  tu  pecho  ninguna  ilusión  queda,  * 

y  por  otros  amores  me  olvidarás  mañana ! 

A.  Mauret  Caamaño. 

Santiago  de  Chile. 


m-  ■-% 


-  108  - 


l,e  roi  de  Thulé 


11  était  un  roi  de  Thulé, 
A  qui  son  amante  fidéle 
Legua,  comme  souvenir  d'elle, 
Une  coupe  d'or  ciselé. 

C'était  un  trésor  plein  de  charmes 

Oíi  son  amour  se  conservait: 

A  chaciue  fois  qu'il  y  buvait 

Ses  yeux  se  reniplissaient  de  larnies. 

Voyant  ses  derniers  jours  venir, 
II  divisa  son  héritage, 
Mais  il  excepta  du  partage 
La  coupe,  son  cher  souvenir. 

II  fit  a  la  table  royale 
Asseoir  les  barons  dans  sa  tour; 
Debout  et  rangée  a  rentour, 
Brillait  sa  noblesse  loyale. 

Sous  le  balcón  grondait  la  mer. 
Le  vieux  roi  se  leve  en  silence, 
II  boit,  frissonne,  et  sa  niain  lance 
La  coupe  d'or  au  flot  amer! 

11  la  vit  tourner  dans  l'eau  noire, 
La  vague  en  s'ouvrant  fit  un  pli. 
Le  roi  pendía  son  front  páli  .  .  . 
Jamáis  on  ne  le  vit  plus  boire. 

(JÉKAKÜ    1)K    NkKVAI.. 


Angkl  Falco 


Homero 


Era  una  vez  un  ciego,  vagando  por  la  Tierra, 
Con  su  gran  lira  en  hombros,  á  modo  de  una  cruz, 

Y  así  por  las  montañas,  el  páramo  y  la  sierra. 
Envuelto  en  sus  tristezas,  como  en  fatal  capuz ! 

Cantó  para  los  héroes,  cantó  la  Edad  que  cierra. 
El  peplum  de  la  fábula  en  broche  de  áurea  luz, 

Y  al  par  del  mago  Orfeo,  diz  que  á  la  voz  de  guerra, 
Hasta  las  mismas  fieras,  doblaban  el  testuz! 

La  Muerte  enamoróse  de  aquel  gran  vagabundo; 
Jamás  Volvió  á  escucharse  su  paso  por  el  mundo 
Porque  sobre  él  cayeron  las  noches  de  Ilion ; 

Pero  su  alma  hecha  ritmo  perdura  todavía, 

Y  es  así  que  de  entonces  más  hondo  se  diría, 
El  salmo  de  las  olas  y  el  trueno  de  Aquilón ! 


A.  Falco. 


—  109  — 

De  <«edio  de  Aldea" 

(Novela  Nacional) 

FRAGMENTO 


Miguel  se  calzó  sus  botas  nue- 
vas, de  cuero  de  búfalo,  se  peinó, 
se  sacudió  las  bombachas,  le  qui- 
tó una  mancha  á  su  saco,  y  bien 
arreglado,  se  fué  de  visita  al 
rancho  de  la  «Zapo  Relleno». 

Natalia  estaba  en  la  puerta, 
mirando  hacia  el  camino  que 
conduce  al  Paso  Real  del  Car- 
pinterí".  por  el  cual  se  veían 
ga  op  r  varios  ginetes  en  direc- 
ción á  «La  Paloma». 

Se  dieron  las  buenas  tardes. 
De  pronto,  Miguel,  como  si  hu- 
biera sido  violentamente  impre- 
sionado le  dijo:  «Pucha  que'es- 
tás  linda,  china!» 

Ella  hizo  un  gesto  frunciendo 
la  boca, 'y  entre  contenta  y  eno- 
jada le  contestó: 

— Entra,  sentáte. 

Natalia  era  hermosa,  sobre  to- 
do maciza;  alta,  fuerte,  bien  di- 
bujadas sus  redondeces:  una 
belleza  silvestre,  en  plena  flo- 
rescencia! 

Y  de  pié,  siguió  mirando  ha- 
cia el  camino;  le  interesaba 
aquel  pelotjn  de  hombres  que 
avanzaban. 

Esto  incomodó  á  Miguel. 

— Entra  vos  también — le  dijo — 
ya  llegará  esa  gente. 

Los  dos  entraron,  tomando 
asiento  en  el  mismo  banco.  Mien- 
tras se  miraban  en  silencio,  Mi- 
guel le  cogió  una  mano  y  en 
voz  baja  le  dijo: 

— Dame  un  beso,  nena! 

— No,  no;  no  me  hables  de  ter- 
nuraS"le  contestó  ella. 

— Ingrata, — le  dijo  Miguel  sol- 
tándole la  mano-mas  de  pronto, 
se  la  cogió  otra  vez  y  apretán- 
dola fuertemente: 

— Estoy  ganoso!  le  dijo — y  le 
estampó  un  sonoro  beso  en'ple- 
na  mejilla. 


— Propasao,  bellaco! — gritó  Na 
talia-y  levantando  la  mano  libre 
le  dio  una  bofetada. 

— A  ese  precio — díjole  Miguel 
con  calma-te  daría  tantos  besos, 
como  espinas  tiene  un  tala! 

Se  amaban. 

Desde  e  día  en  que  regresó 
Miguel  de  la  estancia  del  coro- 
nel Carrasnel,  triunfante,  platu- 
do, luciendo  golilla  «azul»,  ella 
se  le  había  entregado;  le  fué 
simpático  aquel  mozo  fuerte  y 
sano,  famoso  entre  el  paisanaje, 
amigo  de  «pencas»,  y  solía  de- 
searlo con  un  cariño  en  el  que 
había  algo  de  la  fiereza  charrúa. 

En  esto,  apareció  Jacinta.  Ves- 
tía pollera  azul  y  bata  celeste; 
era  alta  y  fornida;  tenia  los  se- 
nos muy  desarrollados,  la  cintu- 
ra gruesa,  dibujándose  fuerte- 
mente las  caderas;  la  cara  re- 
donda, ojos  vivos  y  alegres,  la 
nariz  llena,  la  boca  grande,  som- 
breado el  labio  superior  por  un 
bocillo  negro,  sedoso,  que  se  ha- 
cía perceptible  á  la  distancia, 
dientes  magníficos,  menudos  y 
parejos.  Una  admirable  cabelle- 
ra negra  y  tupida  como  alón  de 
cuervo,  la  coronaba. 

— Como  te  vá,  Miguel — le  dijo 
Jacinta  saludándolo. 

— Aquí  andamos . .  pasando  el 
tiempo — contestó  aquel. 

— ¿Has  estado  por  San  Gre- 
gorio? 

— No;  hace  tiempo  que  que  no 
voy  al  otro  lao  del  «Rionegro». 

Al  contestarle,  Miguel  miraba 
con  insistencia  á  Natalia. 

— Estás  muy  aquerenciado  á 
las  casas! — díjole  aquella 

Miguel  hizo  un  movimiento  in- 
voluntario y  contestó: 

— Ando  por  hacer  un  viaje  á  la 
«Capilla  de  Farruco»  y  de  ahí 
al  Cordobés;  tengo  que  dir  á  lle- 


*■*•■ 


—  lio 


var  unos  encargues  del  viejo. 

—Tu  yegüita  está  muy  flaca  .  . 
^cómo  te  vas  á  lucirl— y  añadió 
Jacinta — vos  no  confesas  que  de 
paso  te  darás  una  vueltita^  por 
la  «Humedad».,  .de  seguro  que 
á  la  Eusebia  se  le  vá  á  reventar 
el  corsé  de  f)uro  orgullosa!   .  . . 

Aludía  Jacinta  á  otro  pueble- 
cilio  de  dolor  y  miseria  inme- 
diato á  la  Capilla  de  Farruco, 
situado  en  la  7.^  sección  del  de- 
partamento de  Durazno,  donde 
se  reproducían  las  mismas  esce- 
nas de  «La  Paloma».  La  Eusebia 
nombrada,  era  una  moza  de 
gran  fama,  por  la  que,  en  tiem- 
po de  esquila-(cuando  el  paisano 
anda  con  dinero) -los  hombres 
andaban  á  tajos  y  puñaladas. 

— Esa  rosa  tiene  espinasl — dijo 
Miguel  refiriéndose  á  la  Eusebia. 

Natalia,  roja  de  ira,  sin  poder- 
se contener,  le  dijo: 

— Anda,  anda  no  más  con  tu 
Usebia;  mátale  los  piojos!  — 

Ella  sabía  bien  la  historia  de 
aquella  Eusebia,  por  la  cual  tres 
paisanitos  jóvenes  se  habían 
despanzurrado  una  ardiente 
siesta  del  mes  de  Diciembre. 

Había  sido  una  «gurisa»  huér- 
fana de  padre  y  madre,  criada 
por  caridad  en  el  rancho  de  una 
morena,  en  el  pueblecito  de  la 
«Humedad»,  donde  había  nacido. 
Se  crio  «de  patita  en  el  suelo»; 
toda  desgreñada,  sucia,  chapa- 
leando barro,  cruzando  campos. 

Cuando  fué  mocita,  un  buen 
día,  se  alzó  con  ella  un  esquila- 
dor y  andando  de  aquí  para  allá, 
llegó  al  Durazno,  donde  estuvo 
varios  años,  desempeñando 
diversos  oficios.  Luego  fué  la 
querida  de  un  teniente  del  Re- 

fimiento  de  Caballería  destaca- 
o  en  ese  punto,  hasta  que  un 
buen  día,  se  separó  de  sn  aman- 
te V  se  marchó  á  la  «Humedad», 
en  la  diligencia  del  Cordobés, 
llevando  tres  baúles  llenos  de 
buena  ropa.  Y  allí  reinó  con  es- 
plendor soberano,  queriendo  bo- 
rrar sin  duda  su  negro  pasado. 
Contaba  solo  19  añosl 
Fuertes   ladridos  de  perros. 


poblaron  el  aire;  los  ginetes  que 
venían  del  Paso  Real  de  Car- 
pintería pisaban  la  orilla  del 
pueblo,  y  todos  los  perros  de  la 
vecindad  se  alborotaron. 

Natalia  y  Jacinta  se  echaron 
fuera  del  rancho;  todas  las  de- 
más mujeres  se  habían  volcado 
fuera  de  sus  chozas,  y  estiraban 
sus  pescuezos  olfateando  el  aire. 

Los  ladridos  despertaron  á  la 
«Zapo  Relleno»  que  dormía  á 
pierna  suelta  una  siesta  tranqui- 
la; salió  afuera  toda  azorada,  su- 
dando, roja;  también  ella  quería 
saber  lo  que  ocurría. 

La  «Nutria»  y  la  «Zorra  Ato- 
rada» permanecieron  en  la  puer- 
ta de  sus  covachas  alargando  sus 
narices  para  oler  bien:  las  intri- 
gaba la  presencia  de  aquellos 
recién  llegados. 

De  pronto  la  «Nutria»  diri- 
giéndose á  la  «Zorra  Atorada» 
le  dijo: 

— Esos  traen  platita  en  los  cin- 
tos; montan  caballos  goí"dos,  con 
güen herraje.. . .  A  la  cuenta  q' 
son  troperos — 

—A  la  verdad  comadre— con- 
testó la  «Zorra  Atorada». 

Los  qué  llegaban,  eran  efec- 
tivamente seis  troperos,  y  venían 
con  los  caballos  bañados  en 
sudor. 

El  pueblecillo  estaba  albo- 
rotado. 

Había  una  razón,  pues,  para 
descansar  y  tomar  un  mate,  la 
suerte  se  volcaba! 

Antes  de  detenerse  dieron 
una  vuelta  por  la  orilla  del  pue- 
blo, y  luego,  se  dirigieron  rec- 
tamente al  rancho  de  la  «Zapo 
Relleno». 

Esta,  que    había   conocido    á 
uno  de  los  hombres,  por  la  ca 
balgadura  que  montaba-un  tos- 
tado malacara — ¡Viene  Maneco! 
— dijo  en  voz  alta. 


José  Virginio  Díaz. 
Montevideo. 


-  111   - 
VÍCTOR  BONIFACINO 


Arquitectura  Humana 


A  Papini  Y  Zas. 


Las  voces  del  abismo,  gigantemente  extrañas, 
Surgiendo  de  lo  oscuro  retan  á  las  montañas. 
El  mar,  el  océano  con  su  furor  salvaje 


.  "'S' 


112 


Se  baten  con  el  muro  de  la  roca.  El  oleaje 

No  puede.  El  granito  es  potente  y  destruye  las  olas. 

En  las  ciudades  regías,  inmensas  catedrales, 
Soberbios  monumentos;  palacios  colosales 
Que  el  arte  humano  eleva, 
Resisten  á  los  fuertes  embates  de  los  vientos. 

En  el  océano  humano 

Hay  rocas  que  contemplan  al  astro  como  hermano, 

En  la  ciudad  humana, 

Hay  regias  catedrales;  sin  mitos  precedentes 

Sin  cruces  que  coronen  sus  torres  emergentes, 

Torreones  que  en  la  ruta  del  alma,  se  levantan 

Para  anunciar  caminos 

A  todos  los  que  piensan  y  á  todos  los  que  cantan. 

La  vasta  arquitectura  del  alma  y  de  las  cosas 
Tiene  serenas  formas 
Graves  y  misteriosas. 

Líneas  preestablecidas  por  infinitas  normas, 
Hay  hombres  cual  montañas,  inaudita  grandeza 
El  tiempo  da  á  esos  hombres,  se  llena  de  entereza 
El  bronce  que  modela 
La  forma  de  esos  seres. 

Los  hay  que  son  severos  cual  templos.  En  su  humano 
Saber  hay  la  grandeza  del  astro,  y  del  gusano 
La  pequenez  exigua. 

El  alma  de  esos  hombres  jamás  se  vuelve  antigua ; 
,  Llegan  como  los  ríos 
Al  mar  de  las  edades 
Siempre  con  aguas  nuevas. 
Otros  que  en  su  imponente  gravedad  de  montaña 
Son  dulces  como  un  niño;  como  una  flor  extraña 
Perfuman  lo  que  tocan. 
En  esos  grandes  seres 
Hay  la  razón  que  manda 
El  corazón  que  siente  y  el  brazo  que  ejecuta; 
Cual  una  gran  batuta 
Al  cósmico  concierto 
Conmueven;  á  su  paso, 
Da  flores  el  desierto  ; 
Para  esas  grandes  almas  jamás  llega  el  ocaso. 

Víctor  Bonif agino. 


-*«;■■" 


-  113  - 

Página  artística 


-  114  - 

El  alma  del  Baccarat 


¿Por  qué  soñamos  cipreses, 
Tantas  taciturnidades, 
Anémicas  palideces 
E  ignotas  inmensidades? 

¿Por  qué  soñamos,  amado 
Todo  lo  triste  y  lo  vago? 
Nunca  soñamos  un  prado, 
Nunca  una  fuente  ni  un  lago. . 

Siempre  amamos  la  quietud 
De  los  parques  solitarios; 
O  el  quejido  de  un  laúd, 
Los  vértigos  ofréndanos. 

Abandonemos,   amado. 
Nuestras  extrañas  neurosis; 
Vivamos  en  el  pasado 
Griego,  de  las  apoteosis. 

Evoquemos  los  festines, 
Las  orgías  extinguidas, 

Y  al  son  de  azules  violines 
Cantemos  las  cosas  idas. 

Evoquemos  la  alegría 
De  los  clásicos  festines 

Y  dejemos  la  agonía 

De  todos  nuestros  splines 


Dijo  la  amada  aquel  día 
Que  siempre  recordará 


Para  Julio  Raúl  Mendilharsu, 
evocador  de  lejanas  elegancias. 

Cuando  en  su  copa  bullía 
El  alma  del  baccarat. 

(Dijo  la  amada  aquel  día 
Cuando  en  su  copa  buhía 
El  alma  del  baccarat) 


Cuando  la  vi  al  otro  día 
Eran  sus  ojos  azules 
Una  inmensa  nostalgia; 
¿Aun  cantaban  sus  bulbules? 

Y  me  dijo  lentamente: 
Devuélveme  mis  cipreses; 
Venga  la  luna  á  mi  frente 
Con  todas  sus  palideces. 

Y  mis  vagos  ruiseñores 

Y  mis  santas  nostalgias, 
Los  perfumes  de  las  fiores 
Que  inciensan  mis  agonías. 

Devuelve,  amado,  á  mi  alma 
Tu  azul  taciturnidad 

Y  sea  una  fuente  calma 
En  medio  á  la  soledad. 

Oh,  devuélveme,  mi  amado, 
Mi  sueño  del  más  allá . . 

Y  yo  le  llevé  angustiado 
El  alma  del  baccarat. 

José  G.  Antuña. 


—  115 


Glaro  de  luna 


fcj^'^y.^--- ; — (~'  -    -  I,  V' 


Altas  y  melancólicas  virtudes     .  ^,- 
velan  junto  á  la  tumba  de  mi  amaáa 
y  sobre  su  ataúd  pone  la  luna 
una  corona  de  sonrisas  blancas,     c 

De  los  cipreses  lúgubres  y  escuetos 
que  en  el  silencio  se  me  antojan  almas, 
parece  que  bajara  lentamente, 
como  un  escalofrío,  la  Esperanza. 

¿Será  verdad  que  ha  muerto  la  divina 
musa  de  luz  que  la  ilusión  me  daba? 
¿Será  verdad  que  ha  muerto  la  que  tuvo 
síntesis  de  Universo  en  la  mirada? 

Sobre  la  losa  lúgubre  y  silente 
ha  caído  la  flecha  de  una  lágrima 
pero  no  me  responde  desde  el  fondo 
para  consuelo  de  mi  angustia,  nada. 

Sin  embargo  en  las  noches  apacibles 
que  recuerdan  las  horas  de  la  infancia, 
resurjen  las  burbujas  cristalinas 
de  los  primeros  juegos  de  palabras. 

Y  desde  los  cipreses  pensativos 
que  en  el  silencio  se  me  antojan  almas, 
parece  qne  bajara  lentamente, 
como  un  escalofrío,  la  Esperanza. 

Manuel  Ugarte. 


Despo¡os 


Sobre  este  mar  que  alegremente  brilla 
dorado  por  las  luces  del  ocaso, 
inclínate,  mi  bien !  i,  de  la  orilla, 
mira  la  arena  de  su  fondo  raso. 

Hai  un  barco  ¿lo  ves?  Él,  á  las  brisas 
de  una  tarde,  partió  raudo  i  esbelto, 
i  hoi  está  en  los  abismos  hecho  trizas 
partido  el  casco  i  el  velamen  suelto . . . 

¿Esa  es  la  triste,  inexorable  suerte 
de  quien  en  brisas  pasajeras  fíe? 
¿Sólo  es  la  negra  i  pavorosa  muerte 
la  que  en  lo  azul  del  horizonte  ríe? 


—  116  — 

No  lo  sé;  pero  en  mi  alma,  cuando  calla 
el  íntimo  latir  i  silenciosa  - 
su  clara  inmensidad  de  playa  á  playa 
sin  una  leve  ondulación  reposa, 

Tú  verás,  destrozados  en  la  hondura, 
las  velas  blancas  i  los  toscos  leños 
que  irguieron  en  su  ingenua  arboladura 
los  bajeles  perdidos  de  mis  sueños! 

Miguel  Luis  Rocuant. 


Santiago  de  Chile. 


Al  mar 

Muchas  noches,  sentado  en  tus  riberas, 
oyendo  el  bronco  son  de  tus  oladas 
sentí  sobre  mi  espíritu  agitadas 
en  confusión  mis  cuitas  y  quimeras. 
Me  han  hecho  recordar  tus  plañideras 
espumas,  cuando  mueren  enlazadas, 
que  así  mis  ilusiones  nacaradas 
del  mundo  fueron  ondas  pasajeras. 
¡Inmensa  soledad,  mundo  ignorado! 
¡Desierto  colosal  sin  una  palma 
que  le  preste  su  abrigo  al  desterrado! 
¡Nivelador  de  valles  y  de  montes, 
inunda  los  abismos  de  mi  alma 
y  bate  sus  nublados  horizontes! 

Pedro  Erasmo  Cailorda. 


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.j^fíS;>f»*íñ^ííwf«ís:^^<ífí«b.«^*y^   ¿ 


Oe  "Irma 


99 


(fragmento) 


Callan  los  rifles :  Empeñados 
en  aquella  persecución, 
los  ginetes  mejor  montados 
se  adelantan  á  su  legión. 

Siguen  detrás  del  fugitivo 
de  quien  admiran  el  valor, 
y  aprisionarlo  quieren  vivo 
si  lo  cercan  en  derredor. 

Mas  se  prolonga  la  carrera; 
ya  sólo  tres  siguen  en  pos 
de  aquel  que  cruza  la  pradera 
bajo  la  mirada  de  Dios  1 


Pero  los  tres  son  campeones 
que  lustre  dan  á  su   escuadrón, 
y  en  sus  intrépidas  acciones 
muestran  su  bravo  corazón.       | 

Son  sus  caballos  tan  ligeros 
que  pronto  Iván  en  derredor, 
mira  filosos  los  aceros 
y  escucha  un  grito  vengador. 


Alfredo  Gómez  Jaime, 


Bogotá. 


-  117  - 
GUZMÁN  PAPINI  Y  ZAS 


En  el  jardín 


( FRAGMENTOS ) 

El  soslayado  sol  desde  el  Ocaso 
Nos  mira  oblicuamente.  Una  invasora 
Fragancia  de  Violetas  nos  conquista . . 
Al  beso  evoca  la  insinuante  hora. 

El  hondo,  insomne  azul  de  tus  ojeras 
Recuerda  tus  eróticas  veladas  . . . 
¡Cual  te  ponen  los  rizos  negligentes 
Su  sencillez  de  obscuras  pinceladas ! 


>,. 


—  118  — 

El  lago  aletargado  se  despierta 
Con  sobresaltos  de  azorada  espuma  : 
Lo  azota  un  cisne,  que  en  el  agua  imita 
De  Citerea  un  almohadón  de  pluma! 

Inmoviliza  en  una  faz  de  vidrio 

La  onda  viva  el  helador  Invierno : 

¡Quisiera  yo  cristalizar  tu  llanto, 

Su  onda  sufrida  en  un  diamante  eterno ! 

En  las  perseverantes  castidades 
De  los  luceros  tu  virtud  aprendes... 
¡  Pescadora  de  almas,  en  tus  hombros 
La  obscura  red  de  tu  cabello  extiendes ! 

¿Quién  hila  el  blanco  lino  de  tus  senos, 
Que  van  creciendo  con  ingenuas  prisas? 
¿Y  en  el  huso  divino  de  tu  boca 
Esa  hebra  sonrosada  de  sonrisas? 

La  fresca  intimidad  de  la  glorieta, 
Su  penumbra  florida  de  secretos 
Es  el  confesionario  en  que  mi  lira 
Te  hará  su  confidencia  de  sonetos. 

¡  Cuántas  veces,  movido  por  tu  diestra. 
Tu  abanico  de  púrpura  y  armiño 
Se  cierra  con  la  misma  picardía 
Del  ojo  en  donde  parpadea  un  guiño ! 

¡  Cuántas  veces  él  se  abre  ante  tus  labios. 
Como  una  boca  que  besarte  quiere; 
O,  desmayado,  sobre  tu  hombro  cae, 
Plegándose  como  ala  que  se  muere! 

Bendito  sea,  pues  sus  auras  dona 
A  las  jóvenes  risas  que  tú  ríes, 
Y,  porque  sopla  sobre  el  fuego  inmóvil 
De  tu  ardiente  diadema  de  rubíes ! 

¿Crea  brisas  de  un  nuevo  Paraíso 
Su  Vaivén  rutinario?  ¿El  Sentimiento 
Hizo  de  él  la  panoplia  de  sus  Rimas? 
¿Es  un  paisaje  que  se  torna  en  Viento? 


—  119  — 

Si  el  rostro  ocultas  tras  su  leve  púrpura, 
Tras  él  irradian  tus  pupilas  bellas, 
Como  atrás  de  una  púrpura  de  Ocaso 
Dos  noches  de  pestañas  con  estrellas ! 

En  la  decrepitud  del  viejo  muro 
Sus  hojas  un  zarzal  chisporrotea... 
Como  un  pilluelo,  por  los  nidos  ronda 
El  viento  que  en  las  quintas  juguetea. 

En  el  buche  mezquino  de  los  tordos. 
Apenas  un  silbido.  Colibríes 
Esmeraldizan  el  ambiente.  Hay  rosas 
Cuya  edad  son  tres  días  de  rubíes! 

Asolea  una  hebilla  color  de  oro 
Al  raso  encantador  de  tu  botina... 
Y  el  sauce,  como  un  animal  sediento, 
Hacia  el  arroyo  su  tristeza  inclina. 

¿  Te  acuerdas  ?  . . .  fué  en  este  jardín  discreto 
Donde  te  conocí.  Muchas  diamelas 
Nos  miraban  con  dichas  protectoras 
¡  Como  los  ojos  de  no  sé  qué  abuelas ! 

Tus  senos  aun  no  habían  madurado : 
Tu  Viña  preparaba  sus  racimos; 
Tu  busto  era  el  boceto  adolescente 
De  la  hermosa  mujer  que  presentimos ! . . . 

GuzMÁN  Papini  y  Zas. 


La  Poursuite 


Les  coeurs  voudraient  bien  se  connaítre, 
Mais  l'amour  danse  entre  les  étres, 
II  va  de  Tune  á  l'autre  atiente 
Et  comme  le  vent  fait  aux  plantes 
II  méle  les  douces  essences; 
Mais  les  ames  qui  se  distan  cent 
Son  plus  rapides  dans  leur  course 
Que  l'air,  le  parfum  et  la  source 
Et  cherchent  en  vain  k  se  prendre, 
L'amour  n'est  ni  joyeux  ni  tendré ... 

COHTESSE  MaTHIEU  DE  NOAILLES. 


-  120  - 

Balada  de  amor 


Yo  Vi  un  rayo  de  tristeza  dormido  sobre  tu  frente 

Y  una  rosa,  rosa  exangüe,  cristalizada  en  tus  manos; 

Y  pasaron  por  la  tarde  de  mi  espíritu  hiperbóreo. 
Como  pájaros  siniestros,  las  nebulosas  del  caos. 

¡  Cómo  en  mi  rostro  doliente  surge  un  dejo  de  añoranza 

Conmovedor  como  el  llanto, 
Cuando  pasas,  taciturna,  por  las  regias  avenidas 

Y  derramas  en  el  éter  un  perfume  de  otros  años, 
Cual  un  turíbulo  ignoto  que  difundiese  en  el  alba 
La  esencia  maravillosa  de  una  noche  de  Bizancio ! 

Entonces  nieva  en  mis  sienes,  y  mi  espíritu  comulga 
Con  las  nieblas  y  el  misterio  de  un  paisaje  escandinavo. 

Y  desfilan  por  mi  mente, 

Sosegados, — 
En  fúnebre  comitiva, — mis  antiguos  infortunios, 

Y  el  recuerdo  de  tus  glorias,  y  la  gloria  de  tus  labios. 

Y  el  búcaro  de  tus  gracias,  y  tu  gesto  exuberante: 
Matizada  mariposa  de  los  trópicos  lejanos. 

Resucitan  mis  quimeras 
Que  son  himnos  y  son  salmos 
Desprendidos  en  el  alba  soñadora  de  mi  vida 

Y  al  arrulló  laudatorio  de  tu  beso  enamorado. 

Y  desfilan  lentamente 

Mis  tristezas — encumbrados 
Ciparisos  tenebrosos — ante  la  flor  pensativa 

De  tus  ampos. 
Que,  como  tocas  monjiles,  hablan  de  mórbidos  ritos 
En  la  rósea  eflorescencia  de  tus  púberos  encantos, 
O  cual  pétalos  de  nieve  fugitivos  por  el  aire, 
Fingen  tórtolas  dispersas  y  fragmentos  de  alabastro. 

¡  Ave,  virgen ! 
Yo  he  soñado . . . 

Y  he  soñado  como  un  cisne 
Misterioso  en  el  ocaso. 

Los  deleites  de  otras  tardes 
En  la  riva  de  otros  lagos. 


-  121  - 

Y  yo  que  siento  un  espasmo  que  provocas  todavía 
Con  la  fiebre  de  tus  carnes  y  la  flama  de  tus  labios. 
Mañana  iré  silencioso — bajo  una  aurora  de  brumas — 
Hacia  el  país  del  olvido — meditando . . .  meditando : 
¡  Ya  no  más  sobre  tu  seno  mi  corazón  se  estremece 
Como  un  petrel  aguerrido  sobre  la  cofa  de  un  barco 

Destrozado  por  las  olas ! 

¡  Ya  no  más  bajo  los  astros 
De  tus  ojos  madorosos  desparraman  sus  arpegios 
Los  nocturnos  ruiseñores  de  mi  numen  solitario ! 

Pérez  y  Curis. 


Ensueño 


Turbando  la^desierta 
paz  del  jardín  cercano, 
una  tímida  mano 
llama,  lenta,  á  mi  puerta. 

La  luna  tu  indecisa 
visión  traza  en  la  alfombra, 
y  desgrana  la  sombra 
el  collar  de  tu  risa. 

Todas  las  madrugadas 
conservan  mis  jardines 
aun  frescas  las  pisadas 

de  alguna  sombra  incierta, 
que  fué  á  cojer  jazmines 
para  su  novia  muerta. 

Francisco  Villaespesa. 


Ovidio  Fernández  Ríos 


Roio  y  Negro 


A  Martínez  Zuviríc. 


Son  las  locas  saturnales  de  los  Príncipes  de  Hungría. 
El  palacio  es  cual  un  reino  de  luz,  fuego  y  pedrería, 
Que  un  fantástico  Aladino  lo  robó  del  Ideal; 


-  122  - 

Y  al  compás  de  la  alegría,  que  en  los  aires  leve  flota, 
Surgen  trémolos  muy  suaves  de  una  mágica  gaVota, 
Con  los  ritmos  argentinos  de  violines  de  cristal. 

Hay  un  giro  cadencioso  de  las  sedas  damasquinas, 
Como  sutil  aleteo  de  invisibles  golondrinas. 
Que  se  pierde  en  el  desmayo  de  la  música  orquestal ; 
El  ambiente  está  embriagado  con  esencias  enervantes, 

Y  las  chispas  bulliciosas  de  champañas  espumantes. 
Fingen  besos  voluptuosos  de  un  pagano  bacanal. 

En  el  Parque  todo  es  calma.  Las  magnolias  y  gardenias 
Gimen,  lánguidas  y  tristes,  sus  secretas  neurastenias, 

Y  en  el  cielo  el  plenilunio  se  destaca  como  un  Sol ; 
Sobre  plintos  se  alzan  torvos  dos  guerreros  de  Carthago, 
Y, en  la  góndola  que  boga,  balanceándose  en  el  lago, 
Hay  dos  almas  que  se  funden  en  un  místico  crisol. 

Pero,  allá,  donde  en  la  estepa  se  refugia  el  triste  paria, 
Hay,  raquítica,  una  choza  de  una  raza  proletaria, 

Y  un  cadáver  dentro  de  ella,  sobre  tosco  y  ruin   diván  : 
Es  el  cuerpo  de  un  obrero,  de  un  vencido,  de  un  ilota, 

Y  una  triste  mujer  llora  por  la  bárbara  derrota, 

Y  los  hijos  abrazados  á  su  padre,  piden  pan. 

Ovidio  Fernández  Ríos 


Nirvana  crepuscular 


Música  de  Schúmann. 

Con  su  veste  en  color  de  serpentina,  En  consustanciación  con  aquel  bello 

reía  la  voluble  Primavera  . . .  Nirvana  gris  de  la  Naturaleza, 

Un  billón  de  luciérnagas  de  fina  te  inanimaste . . .  Una  ideal  pereza 

esmeralda  rayaba  la  pradera.  mimó  tu  rostro  de  incitante  vello, 

Bajo  un  aire  de  frágil  muselina,  y  al  son  de  mis  suspiros,  — tu  cabeza 

todo  se  idealizaba,  cual  si  fuera  durmióse  como  un  pájaro  en  mi  cuello!., 

el  vago  panorama,  la  divina 

,     .  ,.       ...  .  Julio  Herrera  Y  Reissig/ 

materialización  de  una  quimera ...  ■ 


~  123  — 

Cigarra  de  café 


Allí  están  congregados  en  tor- 
no á  una  mesa  de  mármol,  re- 
pleta de  copas  y  tazas  vacías, 
Juan,  Pedro,  Miguel,  Julián  y 
Doroteo,  entidades  abstractas  de 
la  evolución  que  se  opera  en  el 
seno  de  las  modernas  socieda- 
des. El  que  más  se  hace  notar 
entre  todos  ellos,  es  Pedro,  el 
joven  rubio  de  voz  muy-  atim- 
plada,  de  bigotes  retorcidos  y 
muy  engomados,  con  ojos  cla- 
ros de  cielo  y  de  estatura  baja, 
cuya  voz,  como  un  remordi- 
miento, nos  persigue  á  todas 
partes. 

Lo  conozco  desde  que  fre- 
cuento el  café  y  lo  detesto  por 
lo  fastidioso.  Mis  amigos  le 
guardan  también  idéntico  sen- 
timiento, pues  no  nos  deja  tran- 
quilos un  solo  instante.  No  po- 
demos sostener  un  rato  de 
amena  conversación  sin  que  la 
voz  de  Pedro  se  nos  meta  rui- 
dosamente, como  una  descarga 
de  platillos,  en  nuestros  oídos. 
Nos  cambiamos  de  sitio  á  cada 
instante,  nerviosamente,  demos- 
trando nuestra  impaciencia,  pero 
Pedro,  que  es  tonto  de  remate 
ó  bien  sordo  como  una  tapia, 
no  se  da  por  aludido  y  persiste 
en  incomodamos. 

Su  maldita  costumbre  es  la  de 
leer  fuerte  todo  lo  que  le  im- 
presiona. Nada  embucha  á  so- 
las, sino  que,  por  necesidad  psi- 
cológica, debe  hacer  partícipe 
de  sus  entusiasmos  á  sus  ami- 
gos, que  han  adquirido  el  fu- 
nesto hábito  de  escucharlo  sin 
protestas. 

Y  Pedro,  envalentonado  por 
este  silencio,  en  cuanto  entra 
al  café  y  ve  á  sus  amigos  re- 
unidos, recoge  cuanto  periódico 
y  diario  encuentra  á  su  paso,  y 
con  la  desenvoltura  mayor,  sin 
decir  oste  ni  moste,  retira  un 
poco  la  silla  y  procede  á  sen- 
tarse entre  el  grupo  que  tiene 


la  sagrada  paciencia  de  contarlo 
entre  sus  compañeros  de  ocio. 

Y  allí  comienza  á  leerles  fuer- 
temente, accionando  con  las  ma- 
nos, imprimiendo  á  su  voz  varie- 
dad de  sonidos,  hasta  que  llegan 
las  once  de  la  noche,  hora  en 
que,  bajo  el  aplauso  unánime  de 
los  tertulianos  del  café,  empren 
de  invariablemente  el  retomo  al 
hogar  materno. 

Ya  son  artículos  de  literatura, 
ya  noticias  policiales  y  políti- 
cas, las  que  Pedro  lee  á  sus  ca- 
maradas,  que  á  su  vez  comen- 
tan y  discuten  la  bondad  de 
esas  lecturas  nocturnas. 

Desgraciadamente,  esto  ya 
hace  más  de  un  mes  que  se  re- 
pite todas  las  noches,  sin  que 
á  ninguno  de  ellos  le  haya  ocu- 
rrido la  peregrina  ocurrencia 
de  amostazarse,  mandándolo 
con  la  música  á  otra  parte,  por- 
que es  música  la  que  nos  da 
ese  señorito  de  Pedro,  pero  una 
música  descolorida,  ruido  en- 
sordecedor de  cigarra  desafi- 
nada, charla  de  cosas  que  ya 
hemos  leído  ó  que  aprendimos 
de  mucho  tiempo  atrás. 

Alguien  me  dirá  que  cada 
uno  es  dueño  de  hacer  lo  que 
más  le  agrada  y  Pedro,  ciñén- 
dose  á  ésto,  persistirá  en  sus 
lecturas  nocturnas,  malgrado  las 
protestas  y  todos  los  gestos  avi- 
nagrados que  su  presencia  pro- 
voca entre  los  tertulianos  del 
café. 

La  mayoría  lo  conoce  y  creo 
que  en  muchos  cerebros  ha 
echado  hondas  raíces  la  idea 
de  una  mala  jugarreta.  Yo,  por 
mi  parte  de  molestia,  he  pen- 
sado también  vengarme  de  esa 
cigarra  destemplada  que  aturde, 
y  propuse  al  propietario  del 
café  lo  contratara  para  que  des- 
de una  tribuna  improvisada, 
nos  diera  Pedro  lectura  de  to- 
dos los  sucesos  v  artículos  con- 


3 


-  124  - 


tenidos  en  los  diarios  á  que  se 
hallare  suscripto,  ó  que,  por  lo 
menos,  lo  amordazara  al  entrar, 
velando  de  esta  manera  por 
nuestra  paciencia  y  por  lá  tran- 
quilidad del  café.  Mis  amigos 
también  se  lo  han  pedido  y  creo 
que  una  acción  conjunta  daría 
un  resultado  benéfico  para  todos 
los  que  como  yo,  aman  loca- 
mente el  silencio  apacible,  la 
tranquilidad  apocalíptica  de  un 
café  montevideano,  la  ciudad 
por  excelencia  nada  bullangue- 
ra, cm^os  habitantes  prefieren 
á  la  agitación  febricitante  y  tu- 
multuosa de  los  paseos,  el  d.ulce 
calorcito  de  las  sábanas  plan- 
chadas. 

En  el  caso  que  nuestro  pedido 
se  encarpetara,  para  no  emi- 
grar del  café  con  el  que  esta- 
mos encariñados,  nos  proveere- 
mos de  tapones  de  algodón  que 
nos  den  la  sordera  voluntaria, 
porque  es  mil  veces  preferible 
ser  sordo  como  una  tapia  para 
no  escuchar  esos  soberanos  exá- 
menes de  lectura  en  público,  á 
tener  oídos  de  tísico,  sufriendo 
por  ello  lo  indecible,  sin  que 
nada  pueda  mitigar  los  malos 
ratos  pasados. 


* 
*  * 


Han  transcurrido  tres  años 
del  desarrollo  de  este  pequeño 
cuadro.  Pedro,  la  cigarra  de 
antaño,  con  un  poco  más  de 
formalidad  aparente,  ha  criado 
alas.  Su  modalidad  pasada  se 
ha  transformado  en  otra  tal  vez 
peor.  Ya  no  lee  fuerte  á  sus 
amigos  ni  tampoco  comete  otras 


mojigaterías  que  lo  ponían  en 
ridículo.  Consentido  en  sus  lec- 
turas, se  creyó  un  genio,  y, 
como  tal,  pretende  hacer  cate 
dra  en  el  café.  Todas  las  teo- 
rías, principios  y  sistemas  filo- 
sóficos actualmente  en  tela  de 
discusión  pretende  conocerlos 
y  darlos  á  conocer  á  todos  los 
que  lo  rodean.  No  hay  talento 
que  lo  supere  ni  persona  que 
sepa  lo  que  dice.  Cree  resumir 
en  su  cerebro  todo  lo  complejo 
de  la  sabiduría  moderna.  Está 
con  la  última  lectura  no  com- 
prendida y  está  con  ninguna. 
Es  pasto  de  todas  las  sugestio- 
nes y  no  es  nada.  Amorfo  por 
idiosincrasia,  sin  una  chispa 
creadora,  destruye  por  destruir, 
por  ixialdad  ingénita,  por  edu- 
cación atávica.  Otra  cosa  no 
hace,  y  eso  que  los  años  deja- 
ron las  huellas  de  la  vida  y 
que  bien  hubieran  podido  alec- 
cionarlo. Su  obra  positiva  fué 
un  discurso  gestado  en  medio 
de  dolores  atroces,  de  vigilias 
penosas  y  cuya  esencia  sólo  él 
pudo  aspirarla.  Otra  obra  no 
ha  producido.  En  él  vale  la 
lengua,  aunque  se  trabe,  y  no 
el  cerebro.  Tiene  más  de  Qui- 
jote que  de  filósofo.  Y  por  eso 
y  por  lo  que  se  calla,  el  Pedro 
de  antaño,  el  demoledor  de 
hoy,  el  babieca  del  mañana, 
tendrá  por  única  obra  humana 
su  engreimiento  y  su  maldad 
ancestral. 

Aníbal  del  Risco. 
(Sinforoso). 
Montevideo. 


De  Rivarol 


En  una  tertulia  no  dejaba   de   hablar  una  señora  con   mucho 
vello  en  la  barba. 

—Esa  mujer  es  hombre  para  hablar  hasta  mañana,  — dijo  Riva 
rol  de  pronto. 


—  125  — 
M.  MORENO  ALBA 


Nupcial 


I 


Para  Pérez  v  Curis. 


Con  elegancias  finas  de  ceramio 
se  engalanaron  las  doncellas  todas 
para  la  noche  del  epitalamio. 


—  126  — 

En  el  salón  se  escuchan  argentinas, 
alegres  risas  de  mujer. — Resume 
la  charla  de  las  bocas  femeninas 
una  historia  de  citas  peregrinas, 
mezcla  de  luz,  de  música  y  perfume. 

La  novia  es  una  claridad  de  nieve 
que  en  el  mohín  de  la  cabeza  erguida, 
muestra  una  joven  plenitud  de  vida, 
bajo  el  candor  de  la  corona  breve. 


II 


(En  la  mudez  discreta  de  la  alcoba, 
Vacilan  y  se  besan  los  esposos, 
ante  el  tálamo  nuevo  de  caoba  .  .  . ) 


III 

Nueve  meses  después  .  . .  era  una  noche 
pleniluniar .. .    Entremos  en  la  alcoba, 
pero  muy  paso,  sin  hacer  ruido, 
porque  cerca  del  lecho  de  caoba 
hay  una  cuna  y  un  recién-nacido. 

Un  hombre  vela  junto  de  la  cuna; 
sobre  del  lecho  una  mujer  respira, 
en  tanto  que  una  cínife  importuna 
en  derreaor  de  la  pantalla  gira. 

Priva  un  encanto  de  quietud  . . .    Afuera 
la  noche  magna  y  pasional,  es  una 
m.ujer  de  milagrosa  cabellera 
recogida  en  el  broche  de  la  luna. 

Moreno  Alba. 

Colombia,  1906. 


# 


127 


6on  motivo  de  <<Heliotropos"  y  ''Rosa  Ígnea 


»» 


París,  Octubre  6  de  1906. 
A  Pérez  y  Curis. 

Estimado  compañero: 

Sus  rimas  sabias  y  elocuen-' 
tes  que  evocan  armonías  leja- 
nas y  despiertan  imágenes  en 
el  recuerdo,  tienen  un  encanto 
crepuscular  que  subyuga.  Gra- 
cias por  el  envío  dé  Heliotro- 
pos  y  por  Ja  dedicatoria  amable 
de  «  Soñadora  ».  Es  usted  todo 
un  poeta  que  se  anuncia  con 
extraño  vigor.  No  se  deje  do- 
blar por  los  vientos  y  continúe 
serenamente  la  atrevida  ascen- 
sión. 

Cordial  apretón  de  manos. 

Manuel  Ugarte. 

París,  24  Noviembre  1906. 

Mi  querido  Pérez  y  Curis. 

Acabo  de  recibir  y,  natural- 
mente, de   leer  su   precioso  li- 


brito  Rosa  ígnea.  Ya  en  prosa, 
ya  en  verso,  siempre  tiene  us- 
ted el  vigor  de  los  que  van  al 
triunfo.  Le  felicito  por  la  nueva 
obra  llena  de  sa-^^ia  y  de  fulgo- 
res de  estilo.  Siga  trabajando  y 
mándeme  cuanto  escriba.  Su 
afmo.  compañero, 

Manuel  Ugarte. 

Buenos  Aires,  Septiembre  1906. 
A  Pérez  y  Curis. 

I  Gracias  1  acompañadas  de 
amistoso  saludo,  al  galante  poe- 
ta, por  los  «  Heliotropos  »,  na- 
cidos en  la  región  heliconia 
donde  su  Musa  se  solaza,  aspi- 
rando el  perfume  de  plantas 
raras  que  allí  crecen  ubérrimas. 

i  Verdes  palmas  á  quien  á 
ellas  aspira  y  generoso  las  re- 
gala! 

Carlos  Guido  y  Spano. 


Voces  americanas 


Hemos  recibido  la  elegante 
revista  Apolo,  correspondiente 
á  los  meses  de  Abril   y   Mayo. 

Escrita  en  papel  satinado,  sus 
grabados  son  nítidi>s  y  el  tono 
de  sus  escritos  de  corte  com- 
pletamente modernista. 

En  el  número  á  que  nos  re- 
ferimos. Vargas  Vila  le  sacude 
unos  cuantos  papirotazos  á  un 
su  crítico,  el  señor  Matos  Aviles. 

El  principal  redactor  de  la  re- 
vista, joven  batallador,  publica 
una  sentida  poesía  que  titula 
«  Helénica ». 

Nos  ha  llamado  también  la 
atención  «  Atlántida  »,  canto  de 
Santín  Carlos  Rossi,  homenaje 
á  « Almafuerte ». 

De  Integridad,  Lima  (Perú). 

"  Apolo  " 

La  magnífica  revista  de  arte 
que  dirige  en  Montevideo  él 
notable  poeta  y   literato   señor 


Manuel  Pérez  y  Curis,  con'  el 
título  que  sirve  de  rubro  á  esta 
gacetilla,  nos  ha  visitado,  con- 
teniendo espléndidos  grabados 
y  muy  interesantes  trabajos  li- 
terarios. 

Entre  éstos  reproduce  el  que 
El  Moderado  publicó,  suscripto 
por  nuestro  inteligente  compa- 
ñero y  amigo  Salvador  Díaz 
Rodríguez  haciendo  el  juicio 
crítico  del  hermoso  libro  del 
referido  bardo  Pérez  y  Curis, 
denominado  « La  Canción  de 
las  Crisálidas  »  y  « El  Poema  de 
la  Carne  ». 

Agradecemos  al  apreciable 
colega  su  fineza  al  insertar  el 
citado  escrito  y  le  deseamos 
todo  género  de  prosperidades 
en  la  espinosa  labor  periodís- 
tica. 

De  El  Moderado,  Matanzas 
( Cuba ). 


~  128  — 

Bibliográficas 


Libros  v  periódicos  recibidos 


De  Marsella  á  Tokio,  por  E.  Gómez 
Carrillo.  —  Garnier  hermanos,  París.— 
Gómez  Carrillo,  el  inimitable  cronista 
parisién,  nos  obsequia  con  un  ejemplar 
de  su  última  obra  De  Marsella  á  Tokio. 
Forman  el  volumen  impresiones  de  viaje, 
narraciones  de  regiones  exóticas,  de  paí- 
ses lejanos,  que  aun  permanecen  ocul- 
tos por  velos  de  misterio,  llenos  de  ese 
raro  encanto  que  le  prestan  costumbres, 
usos,  idioma,  aun  no  del  todo  penetra- 
dos por  las  indagaciones  occidentales. 
Sensaciones  experimentadas  y  vividas 
en  Egipto,  la  tierra  ruda  de  una  civili- 
zación ya  muerta;  en  la  India,  el  país 
de  los  fakires  impenetrables,  de  las  ba- 


Enrique  Gómez  Carrillo 

yaderas  que  danzan  en  torno  á  las  imá- 
genes sagradas  de  los  templos  elevados 
en  honor  y  gloria  de  Budha;  en  la  Chi- 
na, ese  imperio  secular  que  vive  aún  en 
el  florecimiento  de  una  civilización  es- 
tancada en  su  marcha;  en  el  Japón,  la 
tierra  de  los  Kimonos,  de  las  leyendas 
fantásticas,  de  las  musmés  delgaduchas, 


de  ojos  oblicuos  y  eterna  sonrisa.  Es 
un  libro  revelador  de  visiones,  repleto 
de  perfumes  orientales,  de  no  sé  qué 
algo  de  fantástico  que  sugestiona  y  ador- 
mece, poblando  el  cerebro  de  deseos 
imposibles,  de  ansias  de  esos  horizon- 
tes donde  todo  es  extraño,  donde  la 
civilización  occidental  no  ha  podido 
arraigar  sus  fiebres  de  especulación  co- 
mercial y  donde  todo  es  primitivo  y 
exuberante  de  vida. 

Fierre  Loti,  aqnel  infatigable  narrador 
de  esos  países,  que  vistió  el  kimono  y 
usó  pantuflas  de  terciopelo,  paseándose 
en  kurumas  tirados  por  japoneses,  nos 
había  hecho  entrever  ya  en  sus  libros 
la  belleza  de  aquellas  regiones.  Gómez 
Carrillo  completa  esas  narraciones  no- 
velescas, las  amplía,  les  da  un  colorido 
más  vivido  y  á  través  de  las  páginas  de 
su  libro  nos  conduce  desde  Marsella,  la 
ciudad  condal,  á  Port  Said;  pasamos  el 
canal  de  Suez,  nos  internamos  en  los 
misterios  de  Ceilán,  la  tierra  del  Maha- 
vansa,  admiramos  Singapur  é  Indo-China, 
dos  regiones  invadidas  por  las  costum- 
bres europeas,  para  ir  á  soñar  en  la 
China  y  el  Japón,  los  misterios  de  sus 
religiones  imperantes  en  el  alma  colec- 
tiva del  pueblo;  sus  musmés  ingenuas, 
de  diminutos  pies,  de  cejas  arqueadas, 
con  sus  peinados  artísticos  y  gigan- 
tescos. 

De  Marsella  á  Tokio  es  un  verdadero 
libro  de  arte  que  agradecemos  en  todo 
su  valor. 

El  Iris.— Hemos  recibido  el  último  nú- 
mero de  este  semanario  que  en  la  Villa 
del  Cerro  publica  el  inteligente  joven 
Julio  V.  Oria.  Trae  excelente  material. 

Alma  Latina. -Con  este  título  apare- 
cerá á  fines  del  presente  mes  una  re- 
Vista  ilustrada  de  arte  y  literatura. 
Cuenta  ya  con  la  colaboración  de  dis- 
tinguidos escritores  hispanoamericanos, 
i  Adelante  ! 

Páginas  intelectuales.  — Hemos  reci- 
bido el  número  1.°  de  esta  importante 
revista  de  arte  que  en  Iquique  (Chile), 


129 


dirige  el  distinguido  y  vigoroso  escritor 
M.  Salvador  Ulloa.  Su  material  de  lec- 
tura es  excelente  y  entre  las  colabora- 
ciones figuran  las  firmas  de  los  más 
distinguidos  escritores  americanos.  Im- 
presa con  mucho  esmero,  con  gran  can- 
tidad de  grabados,  es  una  revista  que 
hace  mérito  á  su  director,  lo  mismo  que 
á  aquel  país  del  Pacífico.  Entre  las  fir- 
mas que  rubran  los  artículos  anotamos 
las  de  Leonardo  Eliz,  Emilio  Castelar 
Cobian,  Luis  Roberto  Boza,  José  S. 
Chocano,  Guillermo  Vargas  L.,  M.  Her- 
nández A.,  Ernesto  Monje  Wilhems,  M. 
Salvador  Ulloa,  José  Antonio  Román, 
Horacio  Besio,  Alfonso  López  García, 
Carlos  Velarde  y  Fuentes,  Renato  Mo- 
rales, Manuel  S.  Consuegra,  Rómulo  E. 
García,  Edelmira  Cortés  G.,  Horacio 
Olivos  y  Carrasco  y  otros  muchos  es- 
critores de  talento  consagrados  en  el 
ambiente  literario  americano. 

De  Ariel.  —  Discurso  pronunciado  por 
Gonzalo  Zaldumbride  en  la  distribución  de 
premios  de  la  Universidad  Central  del 
Ecuador.  —  Es  un  hermoso  trabajn  de 
ideas.  Su  autor,  Gonzalo  Zaldumbride, 
con  unción  casi  religiosa,  estudia  pro- 
fundamente, con  gran  acopio  de  origina- 
lidad y  talento,  la  obra  de  Rodó,  el  jo- 
ven y  vigoroso  pensador  uruguayo  que 
ha  logrado  conmover  en  sus  páginas, 
toda  la  psiquis  colectiva  de  la  juventud 
americana.  Escrito  con  admirable  estilo, 
no  se  sabe  si  admirar  más  la  agudeza 
de  compenetración  que  revela  poseer 
Zaldumbride  del  hermoso  libro  de  Rodó, 
ó  la  clarovidencia  con  que  interpreta  los 
grandes  problemas  del  sentimiento  ante 
la  absorvente  vorágine  del  utilitarismo 
encarnado  en  las  manifestacionee  de  la 
gran  república  del  Norte.  De  Ariel  revela 
que  su  autor  ha  leído  mucho,  que  sabe 
pensar  y  sentir  y  que  tiene  condiciones 
para  hacer  obra  de  aliento  que  perdure 
á  través  de  todas  las  manifestaciones 
del  pensamiento  humano  en  medio  á  la 
vorágine  de  las  modernas  ideas  en  pugna. 

Almas  que  pasan,  por  Amado  Ñervo. — 
Madrid.— Constituyen  el  presente  volu- 
men páginas  en  prosa  sobre  temas  di- 
versos de  la  Vida.  Son  páginas  inocen- 
tes en  su  mayoría,  donde  sólo  debe  ad- 
mirarse la  belleza  del  estilo,  yfresco 
sencillo,  pero  no  el  fondo  desprovisto 
de  ideas  grandes.  Los  dos  claveles  (his- 
toria vulgar)  es  una  hermosa  página  de 


vida,  repleta  de  intenso  sentimiento,  tal 
vez  la  mejor  de  las  que  componen  el 
volumen  de  que  hacemos  referencia. 

Sin  nombre.— Drama  en  tres  actos  y 
en  verso  por  Adolfo  León  Gómez.— Bog  ^- 
TÁ.— Como  el  anterior,  es  un  drama  que 
tiene  muchos  méritos,  aunque  la  tesis 
sostenida  por  su  autor  no  tenga  la  pro- 
fundidad ni  el  atrevimiento  de  El  sol- 
dado. Sin  embargo,  es  un  drama  de  lu- 
cha y  de  condenación  social,  escrito  en 
versos  de  una  fluidez  admirable  y  de 
exquisita  belleza.  Como  factura  litera- 
ria es  sobresaliente,  no  así  su  trama, 
que  tiene  algunos  recursos  impresionis- 
tas sin  mayor  consistencia  dentro  de  la 
lógica  moderna.  Con  todo,  el  asunto  está 
muy  bien  tratado,  con  algunas  escenas 
patéticas  que  provocan  la  meditación  y 
hacen  gustar  de  su  lectura.  Los  perso- 
najes se  desenvuelven  sin  ascidencias 
hirientes  y  el  final  es  sumamente  hu- 
mano y  bondadoso. 

Mujeres  de  Costa  Rica,  por  E.  Carras- 
quilla Mallarino.  —  SAíi  José  de  Costa 
Rica.  Es  un  hermoso  volumen,  bien 
presentado,  impreso  en  rico  papel  de 
ilustración,  con  infinidad  de  grabados 
de  las  bellezas  costarriqueñas  y  con 
hermosas  páginas  escritas  en  un  estilo 
castizo  y  ameno  por  E.  Carrasquilla 
MoUarino.  Está  impreso  en  los  reputa- 
dos talleres  gráficos  de  María  V.  de  Li- 
ners,  San  José  (Costa  Rica),  y  habla 
muy  favorablemente  sobre  el  adelanto 
á  que  ha  llegado  la  tipografía  en  aquella 
república  centroamericana.  Luce  una 
hermosa  carátula  en  oro,  trazada  con 
talento,  siendo  por  su  presentación  una 
obra  que  merece  figurar  en  cualquier 
biblioteca. 

Tupambaé,  por  Guillermo  Arronga  Ci- 
ganda.  —  San  José  (República  Oriental 
DEL  Uruguay).  — Es  un  pequeño  folleto 
de  40  páginas,  donde  su  autor  relata 
un  episodio  de  la  última  guerra  que  de- 
vastó la  campaña  uruguaya.  Está  tra- 
tado en  forma  de  diario  y  su  estilo  no 
tiene  mayores  bellezas.  Demasiado  am- 
puloso, todo  él  revela  al  partidario  que 
irrumpe  en  condenaciones  contra  el  ad- 
versario, condición  esta  negativa  para 
creer  en  la  sinceridad  de  lo  que  Arronga 
Ciganda  ha  publicado.  El  folleto  está 
dedicado  á  la  memoria  de  Aparicio  Sa- 
ravia,  general  en  jefe  de  las  fuerzas  que 
actuaran  en  Tupambaé. 


130 


El  Moscardón.  —  Almanaque  satírico, 
político-uruguayo  para  el  año  1907.  —  Un 
volumen  de  80  páginas,  editado  por  los  ta- 
lleres gráficos  «El  Artey>  de  Orsini  Berta- 
n/.  — Montevideo.  — Es  un  hermoso  vo- 
lumen, repleto  de  buenas  caricaturas  de 
actualidad  política.  Luce  en  su  carátula 
un  bien  concluido  trabajo  en  tricornia 
que  representa  un  rancho  de  nuestra 
campaña.  Su  material  de  lectura  es  ex- 
celente y  lo  rubran  firmas  de  gran  va- 
ler literario.  El  objeto  de  este  almana- 
que es  hacer  sátira  de  todos  los  acon- 
tecimientos políticos  que  se  desarrollan 
en  el  país,  de  los  hombres  que  militan 
en  las  filas  de  los  partidos  tradiciona- 
les y,  no  dudamos  que  el  objeto  de  su 
editor  está  ampliamente  logrado.  Entre 
las  colaboraciones  de  mérito  anotamos 
la  de  Leopoldo  Lugones,  Osvaldo  Saa- 
vedra,  Octavio  Mirbeau,  José  Virginio 
Díaz.  Víctor  Bonifacino,  Perfecto  B.  Ló- 
pez y  José  María  Velez. 

El  soldado.— Z)ro/na  fiistórico,  en  tres 
actos  y  en  verso,  por  Adolfo  León  Gómez. 
—Bogotá  (Colombia).— Es  un  pequeño 
volumen  de  90  páginas  que  ha  metido 
mucha  bulla  aí;á  por  los  trópicos.  Y  á 
fe  que  el  drama  vale,  pues  no  se  trata 
de  un  ensayo,  sino  de  ua  trabajo  serio 
y  bien  meditado,  escrito  en  verso  de 
una  fluidez  admirable  y  hermosa,  donde 
pinta  escenas  históricas  de  la  vida  mi- 
litar colombiana  con  acendrado  rea- 
lismo y  amplio  criterio  filosófico.  Sin 
puerilidades  gazmoñas,  León  Gómez  ata- 
ca el  sistema  de  reclutamiento  empleado 
en  aquel  país  americano  para  la  remonta 
del  ejército.  La  pintura  no  puede  ser 
más  exacta,  y  decimos  esto  porque  lo 
que  ocurre  allá  ha  ocurrido  entre  nos- 
otros infinidad  de  veces.  Eso  de  que  se 
arranque  al  calor  del  hogar  al  campe- 
sino inocente  para  agregarlo  como  uni- 
dad de  combate  á  un  cuerpo  de  línea  y 
exponerlo  á  las  contingencias  de  una 
guerra  civil  provocada  siempre  por  ri- 
validad de  ambiciones  bastardas,  es  do- 
loroso y  bien  merece  muchos  dramas 
como  el  de  León  Gómez.  La  parte  del 
drama  donde  describe  un  fusilamiento 
es  impresionante,  así  como  hermosas  las 
digresiones  que  sobre  la  aplicación  de 
la  pena  capital  hace  el  autor,  encon- 
trando ridiculas  las  criticas  que  por  tal 
concepto  ha  merecido  este  drama.  Los 
tiempos  modernos  son  de  demolición  de 


todo  lo  que  implica  un  resabio  de  bar- 
barie, y  Gómez,  al  condenar  la  pena  de 
muerte,  se  ha  mostrado  humano  y  po- 
seído del  espíritu  moderno  que  anima  á 
los  pensadores.  Puede  estar  satisfecho 
el  autor  de  El  soldado,  pues  además  de 
obra  de  demolición  ha  hecho  obra  alta- 
mente hermosa  y  sugestiva.  | 


-*^- 


Frédékic  Mistral 

Cuentos  al  corazón,  por  Manuel  Me- 
dina Betancort.  —  Un  volumen  de  200  pá- 
ginas, editado  por  los  reputados  talleres 
«El  Arte >^  de  Orsini  i3er/art/.  — Montevi- 
deo.—Medina  Betancort  ha  tenido  la 
feliz  idea  de  recopilar  algunos  de  sus 
muchos  cuentos  publicados,  en  un  her- 
moso volumen  de  200  páginas.  A  excep- 
ción de  Camino  del  amor,  el  más  extenso 
de  todos,  los  demás  cuentos  que  cons- 
tituyen el  presente  volumen  ya  los  co- 
nocíamos. Sin  embargo,  juzgaremos  al 
libro  en  conjunto,  y  preferentemente  al 
cuento  inédito. 

Medina  Betancort  en  este  nuevo  libro 
no  se  nos  presenta  como  el  mismo  au- 
tor de  De  la  vida  que  tan  buena  acogida 
tuvo  entre  el  elemento  intelectual  del 
país.  En  aquella  obra,  magíier  sus  pocos 
defectos,  no  tanto  de  fondo  como  de 
forma,  se  dejaba  entrever  un  gran  espí- 
ritu observador  y  bien  orientado  que 
en  Cuentos  al  corazón  desaparece.  No 
con  esto  queremos  decir  que  el  libro 
sea  malo.  No.  Hay  muchos  cuentos,  la 
mayoría,  y  con^preferencia  Idilio  de  ojos, 
que  son  verdaderas  joyas  literarias.  Pero 
en  cambio  hay  otros,  como  Camino  del 
amor,   sumamente   romántico,   saturado 


^ 


131  - 


de  ese  fotnanticistno  huero  y  sin  lógica 
ya  pasado  de  moda,  que  rompe  el  con- 
junto del  libro.  Su  final  (y  eso  que  Me- 
dina Bentancort  lo  reputa  como  el  mejor 
de  los  cuentos  publicados)  es  desastro- 
samente ilógico.  Se  concibe  un  suicidio 
por  amor  entre  dos  seres  inferiores, 
cuando  el  camino  recorrido  está  lleno 
de  escollos  insalvables.  Pero  no  se  con- 
cibe lo  mismo  entre  dos  seres  (como 
son  los  personajes  de  este  cuento)  que 
han  abjurado  de  todos  los  prejuicios  de 
la  sociedad,  que  se  sienten  intensamente, 
que  no  encuentran  escollos  insalvables 
para  la  realización  del  amor  y  que  pue- 
den vivir  sin  que  nadie  se  lo  impida.  Y 
no  es  un  justificativo  para  dar  cierta 
lógica  al  final  de  este  cuento,  que  ella 
tenga  un  novio  á  quien  no  quiere  y  él 
una  novia  porque  sí,  pues  tratándose 
de  dos  tipos  que  no  comulgan  con  los 
cánones  sociales,  lógico  sería  que  am- 
bos se  entregaran  en  brazos  del  amor, 
para  lo  que  están  bien  dispuestos,  y  vi- 
vieran la  vida,  y  no  que  resolvieran  de 
común  acuerdo  suicidarse,  sumergién- 
dose para  eso  lentamente  en  las  aguas 
del  mar,  buscando  la  vida  en  la  muerte. 
Esto  es  sumamente  romántico  y  fuera 
de  toda  lógica  humana. 

En  el  estilo  de  Camino  del  amor  hay 
demasiado  hinchazón  .  . .  Ciertas  digre- 
siones y  metáforas  no  pueden  admitirse 
por  lo  ingenuas  y  faltas  de  sentido.  En 
esto  disentimos  profundamente  con  el 
prologuista  de  Cuentos  al  Corazón 

En  los  otros  cuentos  se  nota  la  falta 
de  preparación  científica  de  Medina  Be- 
tancort,  pues  ciertos  finales  no  condi- 
cen ni  responden  al  estudio  que  hace  de 
los  personajes.  En  cambio,  en  todos 
ellos  hay  un  cúmulo  de  observaciones 
atinadas  que  muchas  veces  encubren 
la  deficiencia  de  preparación  de  Me- 
dina. Si  no  estuviéramos  plenamente 
convencidos  de  la  honradez  literaria  del 
autor  que  nos  ocupa,  creeríamos  que  La 
Criada  fué  escrito  bajo  la  poderosa  in- 
fluencia de  Valle  Inclán,  pues  este 
cuento  se  asemeja  muchísimo  (en  cier- 
tas partes  hay  demasiado  similitud)  con 
uno  de  este  autor  titulado:  ¡Malpocado! 

Con  todo  de  haber  apuntado  estos  de- 
fectos, el  libro  de  Medina  Betancort  es 
un  libro  de  muchos  méritos  y  demuestra 
que  su  autor  tiene  condiciones  sobresa- 
jientes  para  triunfar.  El  día  que  se  re- 


suelva á  estudiar  empapando  su  cere- 
bro con  lecturas  científicas  y  bien  or- 
denadas, base  para  la  gestación  de  toda 
obra  buena  y  duradera,  Medina  será 
una  verdadera  fuerza  intelectiva  dentro 
de  nuestro  ambiente  literario.  Le  sobra 
la  materia  prima;  talento  y  aptitudes  de 
gran  observador,  para  que  el  triunfo 
corone  sus  esfuerzos. 

Alma  de  Acero,  por  Ricardo  Martínez 
Quites.— Un  volumen  de  250  páginas  im- 
preso en  ios  t:  Iteres  tipográficos  de  Dor- 
nalecfie  y  ^eyes.  — Montevideo.  — Es  el 
primer  trabajo  literario  que  publica  este 
autor  y  como  trabajo  primerizo  no  llena 
las  esperanzas  que  se  cifraban  antes  de 
su  aparición.  Alma  de  Acero,  como  no- 
Vela  psicológica,  es  demasiado  pueril  é 
ingenua.  Su  trama,  mal  urdida,  tienei  pa- 
sajes que  desconsuelan  y  está  repleta 
de  recursos  falsos  y  antojadizos.  Su  es- 
tilo no  es  tal,  formado  como  está  por 
una  serie  de  párrafos  incoherentes,  sin 
ninguna  clase  de  hilación,  incorrectos  y 
por  demás  obscuros.  Martínez  Quiles  no 
se  revela  en  su  primera  obra  lo  que  nos 
hicieron  creer  sus  prematuros  panegi- 
ristas. En  cuanto  á  que  sea  un  carácter 
al  decir  del  prologuista,  puede  que  lo 
sea,  pero  á  nosotros  no  se  nos  antoja 
tal.  No  creemos  con  el  autor  de  las 
desmalazadas  digresiones  que  luce  Alma 
de  Acero  como  presentación,  que  se  po- 
sea un  carácter  de  nota,  narrando  ma- 
lamente, sin  chispa  de  talento,  cosas 
que  ocurren  en  el  seno  íntimo  de  una 
familia. 

En  síntesis:  Alma  de  Acero,  falsa  en 
su  trama,  incorrecta  en  su  estilo,  sin 
una  metáfora  buena,  y  sí  con  cargazón 
de  párrafos  obscuros,  construidos  con 
evidente  desconocimiento  de  las  más 
esenciales  leyes  gramaticales,  no  es  una 
obra  de  aliento  y  pasará  entre  nosotros 
sin  dejar  rastros  mayores.  Tal  vez  la 
obra  tuviera  algún  mérito  si  hubiera 
sido  más  meditada  y  mejor  trabajada. 
Con  todo,  Martínez  Quiles,  estudiando 
más  y  leyendo  mucho  más  aún,  puede 
que  nos  brinde  en  el  futuro  algunas  pá- 
ginas de  mejor  sabor  literario  y  más 
encuadradas  en  la  actividad  del  pensa- 
miento moderno. 

Cabeza  de  Oro,  por  Horacio  O.  Maldo- 
nado.  —  Novela. —  Un  volumen  de  100  pá- 
ginas, editado  por  la  casa  de  Antonio  A. 
Z)/'az.— Montevideo.  — Horacio  O.  Mal- 


132  - 


donado  no  es  un  desconocido  para  nos- 
otros. Sus  anteriores  trabajos  literarios 
(tres  volúmenes)  lo  revelaron  como  una 
futura  esperanza  de  la  literatura  uru- 
guaya. Con  Cabeza  de  Oro,  simple  bos- 
quejo de  novela  de  ambiente,  su  perso- 
nalidad literaria  se  amplía  y  marca  una 
evolución  en  sus  primeras  tendencias. 
Escrita  con  estilo  sencillo,  sin  ampulo- 
sidades hirientes,  bien  escrita,  en  una 
palabrg,  aunque  no  bellamente  escrita, 
Cabeza  de  Oro  es  la  historia  sencilla  de 
un  individuo  que  en  nuestro  medio  am- 
biente vive  la  vida  política  y  sufre  por 
ende  sus  consecuencias  desquiciantes 
para  el  espíritu.  Lástima  que  su  trama 
se  resienta  de  ciertas  falsedades  que  su 
autor,  estudiando  un  poco  más  nuestras 
cosas,  las  hubiera  salvado  fácilmente. 
Nos  referimos  á  la  iniciación  en  la  vida 
de  la  política  activa  del  protagonista 
del  libro.  Cabeza  de  Oro,  y  de  su  rápida 
ascensión  en  un  medio  donde  para  triun- 
far es  necesario  toda  suerte  de  humilla- 
ciones y  bellaquerías  morales.  No  es 
con  talento  que  se  triunfa  en  las  filas 
partidarias,  sino  con  el  servilismo  in- 
condicional, el  retorcimiento  de  todo 
ideal  levantado  y  el  cierre  de  la  con- 
ciencia á  toda  verdad  y  razón  adversa- 
rias. Eulogio  es  un  tipo  demasiado  in- 
genuo, demasiado  puro  para  la  acción 
política  que  en  nuestro  país  se  desarro- 
lla. Un  joven,  con  título  académico  es 
cierto,  (lo  que  es  ya  mucho  para  la  fá- 
cil sugestión  de  la  masa),  un  joven  de- 
cimos, que  después  del  afiebramiento 
producido  por  una  lucha  encarnizada, 
busca  en  el  regazo  materno  — como  un 
inexperto  colegial  — la  fe  y  la  confianza 
para  proseguir  luchando,  no  es  el  tipo 
que  triunfa  en  los  comicios  partidarios 
y  mucho  menos  aún  de  la  noche  á  la 
mañana  como  ocurre  con  Cabeza  de  Oro. 
Son  otros,  muy  diversos  por  cierto,  los 
tipos  que  se  encaraman  en  la  montaña 
partidaria. 

Fuera  de  este  pasaje  del  libro,  hay 
otros  tratados  con  suma  ligereza.  La 
muerte  de  Tito,  aquel  eterno  soñador 
de  quimeras,  es  un  recurso  falso,  enca- 
jado violentamente  en  el  desarrollo  de 
la  novela.  Maldonado  no  nos  dice  ante- 
riormente á  este  pasaje,  cuándo  y  por- 
qué Catita,  la  prometida  de  Tito,  enta- 
bla relaciones  amorosas,  íntimas,  dema- 
siado   íntimas,    con    Zoilo,    el    tipo    de 


hombre  sensual  y  adinerado  que  vive  de 
conquistas  fáciles,  sin  un  ideal  levan- 
tado, sin  más  preocupación  que  la  de 
satisfacer  su  morbosidad  psicológica,  y 
por  lo  tanto,  incapaz  de  lograr  despertar 
en  el  corazón  de  aquella  hermosa  mu- 
jer frivola,  el  más  mínimo  destello  pa- 
sional. Otra  de  las  ingenuidades  del  li- 
bro la  vemos  en  aquel  pasaje  donde 
Teresa,  la  sirvienta,  llegada  la  hora  de 
la  cena,  sale  en  busca  de  Eulogio  que 
acompañado  de  Zoilo,  no  ha  muchas  ho- 
ras, ha  abandonado  su  hogar  con  el 
objeto  de  distraerse,  sin  dejar  dicho  á 
su  madre  hacia  donde  se  encaminaba. 
Descartando  estos  lunares  que  afean  la 
obra,  Maldonado  ha  mostrado  una  vez 
más  tener  condiciones  de  observador  y 
Cabeza  de  Oro  es  la  promesa  de  otros 
estudios  superiores,  tratados  con  mayor 
acopio  de  datos  y  menos  precipitación. 


Ángel  dk  Estrada  (hijo) 

Whistier  y  Rodín,  por  Maj:  Henriquez 
Urcña.  —  Hemos  recibido  desde  la  Ha- 
bana con  una  amable  dedicatoria,  este 
pequeño  folleto  con  la  conferencia  que 
Henriquez  Ureña  pronunció  la  noche 
del  22  de  Abril  de  1906,  en  la  Acade- 
mia de  Dibujo  y  Pintura  «El  Salvador», 
de  aquella  ciudad.  Es  un  breve  pero 
hermoso  estudio  sobre  las  personalida- 
des artísticas  de  Whistier  y  Rodín;  el 
primero  de  ellos,  pintor   altamente   su- 


-  133  - 


gestivo  que  con  su  realismo  del  arte 
quiso  cambiar  la  orientación  de  la  pin- 
tura moderna;  el  segundo,  el  genio  más 
robusto  de  la  estatuaria  en  el  siglo  pre- 
sente, que  embarcado  en  el  simbolismo 
señaló  una  etapa  nueva  en  la  historia 
de  la  escultura. 

Revista  de  la  Sociedad  "Jurídlco-Li- 
terarla".  —  Ecuador.  —  Hemos  recibido 
los  números  45,  46  y  47  de  esta  impor- 
tante revista  ecuatoriana.  Repleta  de 
excelente  material  de  lectura,  tiene  un 
sumario  interesante  donde  figuran  las 
firmas  de  J.  Alejandro  López,  Manuel 
Cabeza  de  Vaca,  A.  Viteri  Lafronte,  Ni- 
colás Giménez,  Aurelio  Falconi,  Eduar- 
do Mera,  J.  Trajano  Mera,  Francisco 
José  Urrutia,  Leónidas  García,  Roberto 
Espinosa,  C.  M.  Tobar  Borgoño  y  Quin- 
tiliano  Sánchez. 

Letras.— Hemos  recibido  los  números 
18  y  19,  de  esta  importante  revista  lite- 
raria que  se  edita  en  la  Habana  bajo  la 
competente  dirección  de  los  literatos 
Néstor  Carbonell  y  José  M.  Carbonell. 
Es  indudablemente  una  de  las  mejores 
revistas  que  ven  la  luz  pública  en  los 
trópicos  americanos,  no  sólo  por  la  ca- 
lidad de  las  colaboraciones  que  llenan 
sus  interesantes  páginas,  sino  por  la- 
cantidad  de  buenas  firmas.  En  los  nú-' 
meros  que  obran  en  nuestro  poder  hay 
composiciones  poéticas  de  subido  valor 
artístico  y  firmadas  por  escritores  ya 
consagrados  en  las  rudas  batallas  de  la 
idea.  Anotamos  los  nombres  de  M.  Lo- 
zano Casado,  Diwaldo  Salom,  J.  N. 
Aramburu,  Nieves  Xenes,  Félix  Callejas, 
Abelardo  Farrés,  José  M.  Carbonell, 
Luis  Rosado  Vega,  Regino  Boti,  Tomás 
Felipe  Camacho,  Juan  Guerra  Núñez, 
León  Ichaso,  etc. 

La  Quincena.  — Hemos  recibido  el  nú- 
mero 79  de  esta  importante  revista 
ilustrada  de  ciencias,  artes  y  letras  que 
en  San  Salvador  dirige  y  redacta  el  in- 
teligente escritor  Vicente  Acosta.  La 
mayor  parte  de  este  número  que  consta 
de  40  páginas  de  excelente  material  de 
lectura,  está  dedicado  á  rendir  home- 
naje de  admiración  y  simpatía  al  deli- 
cado poeta  colombiano  Julio  Flórez.  Las 
magistrales  producciones  que  se  publi- 
can, así  como  el  elemento  intelectual 
americano  que  ha  prestado  su  contin- 
gente á  la  confección  del  presente  nú- 
mero de  «La  Quincena»,    hacen    que    el 


homenaje  de  admiración  y  simoatía  tri- 
butado al  vate  sea  digno  de  su  talento 
y  de  su  reputación.  No  transcribimos  el 
sumario  por  ser  demasiado  extenso  y 
tener  demasiado  material  acumulado 
para  el  presente  número  de  Apolo. 
También  debemos  acusar  recibo  de  los 
números  84,  86,  87  y  88  de  esta  misma  re- 
vista que,  como  los  anteriores,  vienen 
repletos  de  excelente  material  de  lec- 
tura y  lucen  grabados  de  alto  mérito 
artístico. 

F.l  Fanal.- Desde  Matanzas,  Cuba,  re- 
cibimos los  números  10,  11,  12  y  13  de 
esta  revista.  Transcribe  algunos  traba- 
jos literarios  publicados  en  Apolo,  lo 
que  agradecemos  sinceramente. 

ni  Heraldo  del  Istmo.— Guillermo  An- 
dreve  nos  ha  remitido  el  número  66  de 
la  hermosa  revista  que  bajo  sn  direc- 
ción se  publica  en  la  pequeña  república 
de  Panamá.  El  material  de  lectura  que 
llena  sus  páginas  es  excelente,  así  como 
su  impresión  tipográfica  que  le  hacen 
una  de  las  mejores  y  más  bien  presen- 
tadas revistas  americanas.  Entre  las  co- 
laboraciones que  figuran  en  el  presente 
número,  fuera  del  material  que  perte- 
nece á  la  redacción,  anotamos  las  de 
Ricardo  Miri,  Guillermo  Afiles  García, 
Darío  Herrera,  Juan  Ignacio  Gálvez,  M. 
Moreno  Alba,  Luis  C.  López  y  Rafael 
Ángel  Arraiz.  Con  este  número  termina 
el  ciclo  de  lucha  intelectual  iniciado 
por  la  revista  á  raiz  de  la  constitución 
en  república  independiente  de  aquel  pe- 
dazo dé  territorio  centroamericano.  La- 
mentamos sinceramente  la  desaparición 
de  esta  hermosa  revista  que  hacía  honor 
á  aquel  país  lejano,  máxime  cuando  las 
causas  que  provocan  su  suspensión,  ra- 
dican en  el  retiro  del  subsidio  que  el 
gobierno  panameño  le  acordaba,  retiro 
provocado  con  la  publicación  de  un  her- 
moso cuento  La  Mujer  seria,  de  Guiller- 
mo Andreve,  donde  se  atacaba  con  sen- 
satez muchos  prejuicios  y  se  hacía  obra 
altamente  humana. 

Hojas  dispersas.  —  Poes/a.s  por  Luis 
Eduardo  Chacón  Larca.  —  Saxtiag  de 
Chile.— Acusamos  recibo  de  este  ele- 
gante folleto  de  76  páginas  impreso  en 
los  talleres  de  la  Franco  Chilena.  Lo 
componen  poesías  de  índole  distinta, 
prevaleciendo  la  tendencia  erótica  ate- 
nuada. Su  autor  revela  en  él  un  perfecto 
conocimiento  del  tecnicismo  del  verso. 


134  - 


y  en  cuanto  á  la  idea  que  los  anima  no 
hay  los  vuelos  que  corresponden  á  la 
actual  tendencia  innovadora. 

Mis  noches.  — Poe/no  por  Ataliva  He- 
rrera. —  CÓRDOBA.  —  Es  un  folleto  pre- 
miado en  los  juegos  florales  celebrados 
en  Buenos  Aires  el  12  de  Agosto  de  1906. 
Está  dividido  en  trece  cantos,  algunos 
de  ellos  hermosos,  sobre  todo  el  prelu- 
dio, que  es  una  página  de  exquisito  sa- 
bor artístico  y  de  subido  valor  emotivo. 
Todo  el  poema  es  sentido  y  lo  orea  una 
gran  racha  de  misticismo  que  lo  hace 
leer  con  recogimiento. 

Mortaja  de  ¿loria,  por  Guillerma  La- 
vado Isava.  Poema. — La  Victoria  (Vene- 
zuela).—Hemos  recibido  con  amable  de- 
dicatoria á  la  revista  este  pequeño 
poema,  hondamente  sentido,  escrito  en 
hermosas  estrofas,  donde  su  autor  ma- 
nifiesta grandes  condiciones  para  la  ver- 
sificación. El  tema,  aunque  común,  está 
bien  desarrollado,  y,  más  que  todo,  tra- 
tado con  gran  dosis  de  sentimentalismo. 
Mortaja  de  gloria,  en  medio  de  toda  la 
sencillez  que  lo  anima,  revela  en  su 
autor  talento  y  discreción. 

Genle  de  letras  de  mi  país,  por  Nor- 
herto  Estrada.— Este  escritor  ha  reunido 
en  un  pequeño  folleto  así  titulado,  algu- 
nas impresiones  personales  sobre  los  in- 
telectuales que  actúan  en  nuestro  me- 
dio ambiente,  dignándose  obsequiarnos 
con  un  ejemplar.  Nuestro  juicio  sobre 
Gente  de  letra,  es  malo.  Norberto  Estra- 
da desconoce  de  una  manera  evidente 
el  consenso  intelectual  del  país  y  en  sus 
juicios,  ó  pretensos  juicios,  desbarra- 
No  es  con  un  criterio  estrecho  y  pro- 
penso al  favoritismo  que  se  juzgan  las 
altas  condiciones  intelectuales  de  nues- 
tra juventud  pensadora.  Es  necesario 
poseer  nn  criterio  más  ecuánime,  seguir 
más  de  cerca  á  los  que  se  inician  ó  á 
los  que  ya  iniciades  nos  brindan  los  fru- 
tos del  cerebro,  para  poder  juzgarlos. 
Así  no  lo  hace  Estrada  y  su  folleto 
se  resiente  de  multitud  de  errores  y 
omisiones  hirientes  para  los  que,  ga- 
nosos del  triunfo  ó  simplemente  deseo- 
sos de  exteriorizar  su  decidez,  aportan 
sus  energías  al  movimiento  intelectual 
del  país.  Lo  único  que  podríase  discul- 
par á  Estrada  es  el  tratarse  de  impre- 
siones; pero,  con  todo,  en  ellas  debiera 
haber  un  método  y  una  lógica  que  no 
existen  en  el  folleto  que  juzgamos. 


jAVe  Franela!  por  Ángel  Falco.  — En 
versos  vibrantes,  llenos  de  intensas  re- 
beldías hacia  las  cosas  que  fueron,  Án- 
gel Falco,  el  poeta  de  estro  vigoroso  y 
seguro,  canta  á  la  Francia  del  progreso, 
á  esa  república  que  después  de  brindar 
á  la  humanidad  el  código  de  los  dere- 
chos del  hombre,  va  camino  de  su  liber- 
tad definitiva  quebrantando  todos  los 
dogmas  seculares  y  la  influencia  ener- 
vante del  oscurantismo.  Es  un  folleto 
pequeño  pero  valioso,  desbordante  de 
bellos  giros,  escrito  con  la  firmeza  que 
dá  el  conocimiento  perfecto  de  la  misión 
versificadora,  saturado  de  los  altos 
ideales  que  animan  á  las  modernas  mu- 
chedumbres en  marcha  hacia  el  ideal  de 
independización  económica. 

Las  poesías  están  precedidas  por  unas 
páginas  en  prosa,  donde  valiéndose  del 
simbolismo  explica  el  alcance  de  su 
canto.  Es  de  felicitar  al  joven  bardo 
amigo  por  las  hermosas  páginas  publi- 
cadas. En  breve,  de  este  mismo  autor, 
aparecerá  «Yambos  Rojos»,  editado  por 
la  casa  de  Maucci. 

Monos  y  monadas.  —  Lima  (Perú).— 
Hemos  recibido  varios  números  de  esta 
importante  revista  de  caricaturas  que 
se  publica  en  aquella  ciudad.  Al  acusar 
recibo  nos  resta  agradecer  íntimamente 
ciertos  juicios  elevadísimos  donde  su 
autor  hace  gala  de  una  prosa  jocoseria 
tratando  de  rebajar  el  valor  artístico 
de  unas  poesías  del  director  de  Apolo. 

Verdad.  -Apareció  el  número  15  de 
esta  publicación,  órgano  oficial  de  la 
Asociación  de  Propaganda  Liberal,  con 
el  siguiente  interesante  sumario:  Fran- 
cia triunfante  — Hablando  con  Clemen- 
ceau  (Impresiones  de  Moróte)-  Para 
la  escuela  laica  —  Hojarasca  —  Movi- 
miento liberal  — Las  reliquias  católicas 
—  La  hostería  de  los  siete  pecados  ca- 
pitales —  Agua  del  Jordán  —  Sueltos  — 
Grabados  :  El  gabinete  francés  —  El 
pulpo  clerical  —  El  desastre  del  clero 
francés. 

Almanaque  Anticlerical  Sudameri- 
cano, dirigido  por  Emilio  Erugoni.  — Con 
excelente  material  de  lectura  y  una 
buena  cantidad  de  grabados  alusivos  á 
los  fines  perseguidos  por  el  liberalismo, 
acaba  de  aparecer  este  importante  al- 
manaque que  seguramente  tendrá  toda 
la  buena  acogida  que  se  merece  por 
nuestro  público.   Luce  una  hermosa  ca- 


/ 


-135- 


rátula  obra  de  la  inspirada  mente  del 
artista  Goby  y  está  esmeradamente  im- 
preso. En  su  texto  luce  una  página  en 
tricromía  obra  de  Laroche  é  impresa 
con  todo  arte  en  los  talleres  de  O.  M. 
Bertani. 


ROBERT   DE   MONTESQUIOU 

Tristitfoe  rerum.  (La  tristeza  de  las 
COSAS ).  Poesías  de  Francisco  Villaespesa. 
I  vol.  Librería  Pucyo,  Madri:..  — Es  un  jo- 
yel doloroso.  Vibra  en  él  la  nota  tré- 
mula de  todas  las  elegías  y  las  nenias 
conmovidas.  El  autor  de  «Las  Cancio- 
nes del  camino »  vuelca  allí,  con  emo- 
tivo dolor,  el  cáliz  de  su  corazón  des- 
bordante de  amargura,  y  su  plectro, 
pensativo  y  enlutado,  gime  dolorosa- 
mente  como  un  pájaro  aterido  bajo  la 
bruma  hibernal.  Hay  poesías  en  las  pá- 
ginas grises  de  ese  libro  tan  añorante  y 
sincero,  que  conmueven  hondamente. 
Villaespesa,  herido  acaso  en  el  alma 
por  la  invisible  saeta  de  una  pasión  ex- 
tremada, canta  en  él  los  misterios  del 
amor  y  el  esoterismo  nebuloso  de  los 
espíritus  tristes  y  los  corazones  trági- 
cos. Subjetivo  y  personal,  acaso  el  más 
personal  de  los  poetas  españoles  de 
hoy,  domina  todas  las  formas  con  mara- 
villoso acierto,  y  encierra  sus  pensa- 
mientos bellos,  humanamente  bellos,  en 
un  joyel  armonioso  de  molde  helénico 
cuyo  encanto  exterior  es  aparente  á  la 
elocuencia  de  aquellos.  Es  un  poeta  de 
verdad;  por  su  estilo  puro  y  único  y 
por  la  complexidad  de  su  estro  apasio- 
nado. En  el  libro  que  anotamos,  la  musa 
de  Villaespesa,  vibrante  en  «Luchas»; 
amatoria  y  panteística  en  «Las  Cancio- 


nes del  Camino»;  y,  poseída  siempre  de 
singular  pesimismo,  canta  su  desolaci9n 
en  versos  hecho  de  niebla,  y  poemiza 
divinamente  la  tristeza  de  las  cosas. 

La  joven  literatura  hispanoameri- 
cana, por  Manuel  Ugarte.  —  lJji  tomo  en 
18,  encuadernado  en  tela.  —  Librería 
Armand  Colín.  —  Manuel  ligarte,  el 
avanzado  pensador  argentino  con  resi- 
dencia en  París,  acaba  de  obsequiarnos 
con  un  ejemplar  de  su  última  obra,  des- 
tinada á  poner  de  relieve  en  el  exterior 
las  manifestaciones  intelectuales  de  la 
juventud  americana.  Es  una  antología 
donde  su  autor  ha  tratado  de  reunir  lo 
mejor  de  cada  uno  de  los  intelectuales 
americanos,  sintetizando  á  la  vez  el  es- 
fuerzo de  un  centenar  de  escritores  de 
menos  de  cuarenta  años  que  con  su 
empuje  provocan  un  verdadero  renaci- 
miento literario. 

De  gran  utilidad  para  la  juventud  de 
las  escuelas,  de  indiscutible  interés  para 
todos  los  que  siguen  la  evolución  inte- 
lectual que  se  opera  entre  los  america- 
nos, el  presente  volumen  llena  una  ne- 
cesidad que  se  hacía  sentir  desde  hace 
largo  tiempo. 

Prosas  -  Laudes  joo/-  Vargas  Vila.—  Un 
volumen.—  Vda.  de  Ch.  Bourel,  París.— 
Hemos  recibido  esta  bella  obra  de  im- 
presiones literarias.  Vargas  Vila,  con  ese 
criterio  libre  y  refractario  á  los  con- 
vencionalismos innato  en  él,  se  ocupa  en 
su  nuevo  libro  de  los  siguientes  litera- 
tos: César  Zumeta,  Eugenio  Díaz  Ro- 
mero, Pedro  César  Dominici,  Víctor  Pé- 
rez Petit,  Jacinto  López,  Pérez  y  Curis, 
Pimentel  Coronel,  Rafael  Ángel  Troyo  y 
Jean  Chartier-Gerson.  Sus  Motivos  es- 
tán precedidos  de  Palabras  de  Arte  y 
Estética  Roja,  en  las  cuales  hace  un  es- 
tudio altamente  personal  del  movimiento 
evolutivo  en  nuestra  América  literaria, 
sujeta  á  los  antiguos  cánones  españoles 
y  aherrojada  y  encadenada  por  ellos, 
hasta  la  llegada  de  esa  legión  rebelde 
de  innovadores,  hoy  en  lucha  abierta, 
con  un  tradicionalismo  artístico  enfer- 
mo y  lleno  de  aberraciones. 

En  otro  lugar  insertamos  las  pala- 
bras que  con  motivo  de  unas  poesías 
de  Pérez  y  Curis  publicó  Vargas  Vila 
en  la  precitada  obra. 

El  Principio.  — El  número  5  de  esta 
revista  de  arte,  literatura  y  ciencias, 
que  se  edita  aquí,  trae  un  variado  su- 


136 


mario  que  no  publicamos  por  falta  de 
espacio. 

El  Deber  Cívico.  -  Meló.  —  Hemos 
recibido  los  números  de  este  importante 
periódico  correspondientes  al  sesíundo 
semestre  de  1906  y  Enero  de  1907.  Como 
siempre,  su  material  es  variado  y  exce- 
lente. 

Diarlo  Oficial.— Sí  N  Salvador,  (Amé- 
rica Central). — Acusamos  recibo  de  los 
números  257  á  280  de  este  importante 
órgano  salvadoreño. 

Nueva  Vida,  — San  Salvador,  (Amé- 
rica Central).  — Revista  mensual  que 
redactan  los  señores  Emilio  Aragón  y 
Carlos  Quehl.  El  segundo  número  trae 
un  excelente  sumario  que  no  publicamos 
por  falta  de  espacio. 

Irma.  — Poema  por  Alfredo  üómez  Jai- 
me.—Bogotá  (Colombia).— Es  un  episo- 
dio de  la  guerra  ruso-japonesa.  Escrito 
gallardamente  y  en  un  estilo  sobrio  y 
firme,  este  poema  revela  toda  una  alma 
de  artista.  Gómez  Jaime,  rompiendo  con 
la  red  vetusta  de  las  escuelas  tradicio- 
nales, se  presenta  gentilmente  rebelde, 
y,  en  la  variedad  métrica  en  que  ha  es 
crito  «Irma»  se  adivina  un  espíritu  in- 
novador enamorado  de  las  nuevas  for- 
mas. La  acción  del  poema  se  desarrolla 
de  un  modo  sumamente  hermoso,  no 
obstante  la  carencia  de  detalles  nece- 
sarios para  una  obra  de  su  índole.  Bello 
gesto  es  el  de  Iván  en  el  último  canto 
del  poema;  gesto  de  héroe  que  engran- 
dece el  sacrificio  en  aras  de  la  mujer 
amada.  ¡Lástima  grande  que  la  mujer  no 
sea  meritoria,  muchas  veces,  del  home- 
naje de  un  bardo!  Sino,  muchos  poemas 
-divinos  se  escribirían,  que,  como  el  de 
Gómez  Jaime,  la  hicieran  digna  de  loa. 

Entres.- Maracaiuo  (Venezuela).— 
A  nuestra  mesa  de  redacción  ha  llegado 
el  primer  número  de  este  quincenario 
político-literario  que  redacta  el  señor 
C.  Medina  Chirinos.  Trae  un  buen  nú- 
mero de  buenas  colaboraciones  y  viene 
precedido  de  unas  «Palabras  de  la  Re- 
dacción» enérgicas  y  vibrantes. 

A.  B.  C  — Montevideo.  — La  necesi- 
dad de  una  revista  para  niños  se  hacía 
sentir  desde  hace  mucho  tiempo.  .4.  B.  C. 
ha  venido,  pues,  á  satisfacer  aquélla,  y, 
si  bien  es  cierto  que  no  lo  ha  conse- 
guido en  los  primeros  números,  mal  re- 
dactados y  llenos  de  notas  gráficas 
trazadas  malamente  y  malamente  esco- 


gidas, creemos  que  en  los  sucesivos  lo 
conseguirá  si  en  ello  pone  empeño  su 
Dirección.  No  es  con  páginas  y  más  pá- 
ginas de  iectura  monótona  y  fatigosa 
que  se  hace  una  revista  para  el  ele- 
mento infantil,  al  que  agrada  siempre  la 
brevedad  y  sencillez  de  los  cuentos  y 
hasta  cierta  amenidad  instructiva  en  los 
métodos  de  enseñanza,  amenidad  por 
cuya  implantación  en  aquéllos  bregaron 
tanto  Pestalozzi,  Froébel  y  otros  peda- 
gogos; al  niño  hay  que  instruirlo  pero 
halagándolo,  halagarlo  pero  instruyén- 
dolo, y  no  obligarlo  á  lecturas  que, 
como  «El  canto  de  un  trabajador»  y 
algunas  notas  científicas  que  trae  A.  B. 
C,  resultan  demasiado  pesadas  para 
ellos. 

Alpha.  — /?<?wsto  quincenal  ilustrada. — 
San  Salvador  í  América  Centrai  ).  — 
Hemos  recibido  los  números  1  y  2  de 
esta  hermosa  revista  artística  y  litera- 
ria. Traen  abundante  y  selecto  material 
de  lectura  y  bellos  fotograbados.  El  se- 
gundo número  publica  unas  digresiones 
incoherentes  y  perversas  de  Salvador 
Rueda  (poeta  de  antiguo  cuño)  sobre 
el  verso.  Su  autor,  no  sólo  desconoce 
allí  la  alta  personalidad  de  Mallarmé,  á 
quien  injuria  con  epítetos  soeces,  sino 
que  la  rebaja  hasta  el  fango  de  su  boca, 
dándonos  así  un  ejemplo  de  su  incultura 
y  de  su  erudición  neoclásica  como  su 
escuela. 

Le  Courrier  Européen.  — París.— Re- 
cibimos los  números  4  y  5  correspondien- 
tes al  cuarto  año  de  este  periódico  polí- 
tico y  literario,  cuyo  comité  de  dirección 
está  formado  por  losdistinguidos  escrito- 
res Bjornstjerne  Bjornson,  JacquesNovi- 
cow,  Nicolás  Salmerón,  Gabriel  Séailles, 
Charles  Seignobos  y  Giuseppe  Sergi.  Su 
sumario  es  muy  nutrido  é  interesante. 

Enfermedades  sociales,  por  .Manuel 
í/^ír/e.  — Barcelona.- Es  un  libro  de 
estudios  sociológicos  tratados  alta  y 
humanamente.  Ugarte,  presenta  en  él 
todo  ese  cúmulo  de  prejuicios  y  males 
ancestrales  y  morbosos  que  hacen  presa 
del  alma  social  y  no  la  abandonan  hasta 
dejarla  exhausta.  Observador  sagaz  de 
la  vida  y  sus  costumbres  y  de  las  in- 
fluencias que  éstas  ejercen  sobre  aquélla, 
paulatina  pero  decisivamente,  Ugarte  se 
muestra  muchas  veces  optimista,  y  su 
humanismo  es  el  hermoso  atributo  que 
por  sí  solo  hace  loable  este  libro. 


.¥<•- 


RPCLO 


REVISTA 
DE  ARTE 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Montevideo  -  Bvenos  Aires,  Jvlío  de  190? 


Apolo  triunfa  fuera 
de  aquí,  en  América  y 
en  Europa.  Su  material 
selecto  lo  demuestra. 
Amado  Ñervo,  el  ex- 
quisito poeta  de  «Per- 
las Negras»,  nos  ha  ob- 
sequiado galantemente 
con  la  deliciosa  poesía 
inédita  que  insertamos 
aquí,  y  que,  como  todas 
las  suyas,  está  oreada 
por  una  brisa  de  beatífi- 
ca unción  y  de  dulzura. 
N.  de  la  R. 


AMADO   ÑERVO 


.,-¥1 


Languideza 

(del  próximo  libro  "En  voz  baja"> 

Yo  no  sé  si  estoy  Irisie 
porque  ya  no  me  quieres, 
ó  porque  me  quisiste 
¡Oh  frágil  entre  todas  las  mujeres! 

Ni  sé  tampoco 
si  de  ti  lo  mejor  es  tu  recuerdo, 
y  si  al  adorarte  fui  cuerdo 
y  si  al  olvidarte  soy  loco. 


^^M. 


.^jf^TVsr-í  KP^"  -?         -T^T^^BITÍW^TWWIÍÍÍSISP "    "  ■«'fc'^Ai, 


-  138  — 

Un  suave  desgano 
de  todo  amor  invade  ei  alma  mfa, 
¡Qué  grande  y  qué  falaz  era  el  océano 
en  que  nos  internamos  aquel  día, 
los  ojos  en  los  ojos,  la  mano  entre  la  mano  I 

Hoy,  siento  que  renace  mi  existencia 

como  una  sutil  convalecencia. 

Llama  soy  que  un  suspiro  apagaría  . . . 

...Déjame,  junto  á  la  ventana, 
sorprender  en  el  lampo  que  arde, 
los  pensamientos  de  la  tarde, 
las  locuras  de  la  mañana. 
Si  estoy  enfermo,  llamaré  á  la  hermana. 
A  la  tiermanita  azul  y  blanca  (y  pura) 
cuya  dulce  vejez,  aún  lozana, 
tiene  la  grave  y  plácida  mesura 
de  Señora  Santa  Ana. 

Amado  Ñervo. 


Lrd  flor  de  la  tierra 


¡Qué  pura  es,  aparte  de  ab- 
soluta ! 

Nada  de  ella  me  hastiaría.  Y  yo 
la  veo  con  más  serenidad  que 
el  año  último,  en  parecida  épo- 
ca, con  esa  serenidad  del  dile- 
tantismo que  pasa . . . 

Un  beso  en  la  esquina  de  su 
boca  cuando  ella  me  sonríe  con 
sus  ojos  vivos,  llenos  y  benevo- 
lentes; eso  no  me  saciaría,  es 
cierto !  pero  esa  sonrisa  sería 
el  aliento  de  mi  vida.  Yo  olvi- 
daría la  vida  por  ella,  sus  ma- 
nos entre  las  mías . . . 

No  es  una  sonrisa  feliz  ú  op- 
timista, es  la  sonrisa  de  un  án- 
gel sabio,  c[ue  quiere  hacer  creer 
en  la  felicidad  cuando  se  en- 


cuentra en  sociedad.  Ella  ensa- 
ya un  airecillo  provincial,  de 
excéntrica  retirada  á  los  veinte 
años. 

Ah !  esa  sonrisa  tan  abierta, 
tan  noblemente  franca,  lo  ab- 
suelve Todo. 

I  Cómo  su  cuello  es  dulce  I  ah! 
sus  hombros  deben  ser  todo  un 
tesoro  1 

Todo  eso  es  marchitable  y 
mortal ! 

Ella  me  haría  zozobrar  en 
abismos  de  análisis  y  de  prime- 
ros problemas . . .  pero  su  son- 
risa me  detiene.  Es  la  flor  de 
la  Tierra. 

Julio  Laforgue. 


-  139 


Triste  amor 


Es  un  campo  muy  grande,  in- 
menso ;  tiene  tintes  verdes  en 
trozos  sembrados  de  maíz,  to- 
nos de  oro  antiguo  en  bancales 
que  fueron  mies  y  son  rastrojo, 
y  lo  que  no  es  ni  verde  ni  ama- 
rillo es  tierra  labrada,  á  veces 
de  color  de  ocre  y  á  veces  de 
color  de  sangre.  Brillan  allá  á 
lo  lejos  los  cristales  de  una  ace- 
quia que  pasan  riendo  y  mur- 
murando alegrías  porque  espe- 
jan el  sol. 

Está  partido  en 
dos  el  campo  por 
una  carretera  cu- 
bierta de  polvo 
gris  que  parece 
ceniza  y  orlada  de 
plátanos  milena- 
rios cuyas  ramas 
gimen  cuando  pa- 
sa el  cierzo.  El  ca- 
mino parece  ser 
muy  largo,  á  las 
veces  se  esconde 
detrás  de  un  mon- 
tecillo,  después  de 
serpear  su  cuesta, 
pero  más  lejos, 
en  un  monte  más 
alto,  vuelve  á 
blanquear  para 
volver  á  escon- 
derse. Por  él  mar- 
cha un  mozuelo  de 
aspecto  medio  trovador,  medio 
juglar,  y  mientras  marcha  canta. 

Son  sus  mejillas  encendidas 
como  la  ira  del  sol  cuando  se 
muere,  son  sus  cabellos  rubios 
como  la  mies  tostada  por  el  sol, 
tienen  sus  ojos  brillantez  de 
acero,  tiene  su  andar  el  ritmo 
de  una  poesía  y  tiene  la  can- 
ción que  canta  la  alegría  de  un 
vivir  y  la  tristeza  de  un  amor. 

Por  la  misma  carretera,  pero 
en  sentido  opuesto  viene  un  an- 
ciano de  aspecto  miserable,  cu- 
bre sus  carnes  con  andrajos  que 
al  parecer  fueron  atavíos  de  rey 


Samuel 


ó  gran  señor,  pues  aun  osten- 
tan, entre  zurcidos  y  remiendos, 
hebras  de  oro  enmohecido,  tro- 
zos de  recias  sedas  que  ya  no 
crujen,  huecos  que  fueron  nidos 
de  granates  6  amatistas,  vestí 
gios  en  fin,  de  muy  pasada  opu- 
lencia. Tiene  el  anciano  barba 
gris,  luenga,  desigual  y  desgre- 
ñada, que  parece  nacerle  de  los 
huesos  pues  su  cara  es  enjuta; 
sus  ojos  debieron  ser  hermosos 
como  sus  piernas 
derechas,  pero  de 
unos  y  otras  no 
quedan  más  que 
unos  párpados 
que  casi  se  cie- 
rran y  unos  hue- 
sos encorvados 
que  han  menester 
un  báculo  en  la 
diestra  del  viejo 
para  ayudarle  á 
sostener  el  cuer- 
po. 

Viejo  y  juglar 
siguen  su  camino 
y  pronto  han  de 
encontrarse.  Allí, 
en  aquella  piedra 
musgosa,  se  ha 
sentado  el  ancia- 

ga  y  se  detiene : 

—  ¡  Dios  os  guarde,  señor  ! 
¿  Queréis  decirme  si  es  este  el 
camino  del  Tiempo  y  si  siguien- 
do mi  marcha  podré  encontrar 
el  sitio  donde  mora  la  Prima- 
vera ? 

El  anciano  suspira,  vue've  la 
tonsurada  cabeza  para  mirar  la 
parte  de  carretera  que  ya  pa- 
só, y : 

—  Sí  mozo  —  responde  —  este 
es  el  camino  del  Tiempo  v  en 
él  has  de  encontrar  el  palacio 
de  la  reina  Primavera.  ¿Qué 
es  lo  que  allí  buscas?  Pareció- 
me tu  canción,  canción  de  amor 


-  140 


y  de  amor  son  historias  que 
gustan  á  los  viejos  cuando  la- 
bios de  zagales  las  narran.  ¿Quie- 
res decirme  tu  nombre  y  quie- 
res contarme  la  historia  de  tu 
amor? 

—  Mi  nombre  es  Florisel,  llá- 
manme  Estío  las  gentes  y  por 
tal  me  conocen.  Mi  amor  no 
tiene  historia :  amo  el  cantar 
de  los  pájaros,  amo  el  reir  de 
los  niños  y  el  perfume  de  las 
flores  y  el  azul  del  cielo  y  el 
verde  de  las  hojas,  y  más  que 
nada  amo  á  la  que  dispone  que 
canten  los  pájaros,  que  rían  los 
niños,  que  se  abran  las  flores, 
que  el  cielo  se  tina  de  azul  y 
que  los  árboles  se  vistan  de 
alegría. 

El  viejo  sonríe  mirando  al 
regatón  de  su  báculo  que  des- 
cribe figuras  en  la  arena.  Des- 
pués dice : 

—  Yo  he  visto  á  tu  amada  no 
hace  mucho  y  puedo  asegurarte 
que  es  bella  como  un  anoche- 
cer en  su  reino ;  vé,  vé  aprisa 
que  amor  es  algo  que  pasa  pron- 
to y  que  para  pasar  no  espera. 

Florisel  ayuda  al  viejo  á  le- 
vantarse y  pasa  éste  las  manos 
huesosas  por  la  nieve  de  su 
barba  y  en  silencio  se  aleja. 
Mírale  el  mozo  marchar  5^  cuan- 
do al  final  de  la  cuesta  casi  se 
pierde  de  vista,  reanuda  su  ca- 
mino y  su  canción. 

El  paisaje  se  extiende  ante 
sus  OJOS  con  color  de  vida  y 
él  sigue  la  senda,  la  senda  que 
parece  interminable  á  su  cora- 
zón de  amador . . . 

Allá  en  la  lejanía,  en  un  mon- 
tecillo  de  tonos  pardos  con  heri- 
das de  ocre,  hay  un  palacio  que 
ha  de  ser  el  de  la  reina  de  las 
flores,  pues  perfume  de  ellas 
llega  al  camino  incensando  el 
espacio  y  cantar  de  ruiseñores 
se  escucha  desde  lejos. 

Florisel  precipita  su  paso,  su- 
be la  leve  pendiente  y  llega  al 
pórtico ;  cruza  el  zaguán,  entra 
en  el  parque  y  según  avanza 
por  una  senda  enarenada  vá 
arrancando  nerviosamente   ho- 


jas de  los  evónimos  qus  cre- 
cen á  los  lados. 

Termina  la  senda  en  una  pla- 
zoleta circular  en  cuyo  centro 
hay  una  fuente  que  llora  sus 
lágrimas  de  cristal,  lágrimas  que 
se  rompen  en  la  taza  y  van  á 
besar  los  pétalos  de  las  cerca- 
nas flores  que  al  sentir  el  beso 
frío  se  estremecen. 

Cabe  la  fuente,  en  un  tronco 
que  yace  en  el  .suelo,  más  bien 
que  sentada  tendida,  está  la  rei- 
na Primavera.  El  cabello  negro, 
largo  y  sedoso,  cae  en  desorden 
acariciando  sus  hombros,  las 
manos  cubren  el  rostro  y  el 
pecho  se  agita  en  convulsiones 
de  llanto.  Primavera  está  en- 
ferma, Primavera  se  muere. 

Florisel  se  acerca,  pronuncia 
con  timidez  su  nombre  y  ella 
al  oirlo  intenta  levantarse.  Fija 
sus  ojos  azules  en  los  del  mozo, 
quiere  llegar  á  él  pero  cae  sin 
sentido. 

—  Reina  de  las  flores,  reina 
Primavera,  si  supieses  que  lar- 
go fue  él  camino  que  tuve  que 
seguir  hasta  encontrarte,  si  su- 
pieras cuanta  fué  la  nieve  que 
con  mis  plantas  deshice  hasta 
llegar  aquí,  abrirías  tus  ojos 
para  verme  y  en  vez  de  ligri- 
mas que  de  ellos  brotan,  bf^sos 
brotarían  de  tus  labios  paní  re- 
cibirme. 

—  ¡  Florisel,  Florisel ! 
Primavera   quiere   sonreír    á 

su  amado  y  la  sonrisa  se  mue- 
re en  sus  labios  antes  de  nacer, 
quiere  abrir  sus  ojos  para  verle 
y  los  párpados  apenas  se  sepa- 
ran vuelven  á  juntarse  ;  quiere 
consolar  á  su  amante  con  fra- 
ses de  cariño  y  las  palabras  se 
apagan  en  su  garganta  sin  que 
pueda  decirlas;  quiere  acariciar 
su  rostro  pero  los  brazos  se  * 
niegan  á  moverse. 

Florisel  la  levanta,  apoya  la 
cabeza  de  la  enferma  en  uno 
de  sus  hombros  y  al  ver  la  pa- 
lidez del  rostro  la  llama  con  ca- 
riño, pero  la  lengua  muerta  no 
puede  contestar.  Los  ojos  del 
joven  rebosan  lágrimas  y  entre 


-  141  - 


sollozo  y  sollozo   pronunica   el 
nombre  de  su  amada. 

La  luna,  grande,  como  un  dis- 
co de  nácar,  sube  pausadamen- 
e  camino  del  cielo  y  se  empe- 
queñece al  avanzar ;  una  brisa 
fresca  pasa  por  los  rosales  des- 
haciendo las  flores,  y  sus  péta- 
los— lágrimas  fragantes— se  en- 
redan en  las  crenchas  de  la 
muerta  ó  caen  en  la  fuente  ha- 
ciendo ondular  sus  aguas  sere- 
nas. 

Allá,  al  fondo,  por  el  final  de 
una  senda  cubierta  de  hojas  se- 
cas que  crujen  bajo  sus  pies, 
avanza  el  viejo  Otoño  y  al  es- 
cuchar el  plañir  del  joven,  mur- 
mura mientras  camina  hacia  la 
fuente : 

—  ¡Qué  locura  de  mozo!  ¡Po- 
bre Estío  ! . . .  ¡  Pues  no  fué  á 
enamorarse  de  la  reina  Prima- 
vera ! 

Miguel  A.  Rodenas. 


TüLio  M.  Cestero 


Marea  vespertina 


La  playa  estaba  sola  y  yo  como  otras  veces 
lentamente  seguía  los  caminos  en  eses 
que  orillan  los  peñascos,  sintiendo  los  crujidos 
de  la  arena  impregnada  de  azul  y  de  sonidos 
por  la  luna  y  las  olas;  aspirando  á  momentos 
el  olor  salitroso  cernido  por  los  vientos; 
mirando  las  encinas  que  cierran  el  paisaje 
al  borde  del  ribazo,  la  orla  del  oleaje 
que  avanzaba  y  volvía  y  allá  donde  se  pierde 
la  línea  de  la  playa,  entre  el  agua  y  el  verde 
de  los  cerros  distantes,  la  ancha  torre  del  faro 
que  lucía  su  albura  bajo  el  ambiente  claro. 
Al  viento  Sur,  oblicua  la  marea  venía 
desde  el  fondo  indeciso  de  la  gris  lejanía 
y  cual  cruza  á  lo  lejos  con  aleteos  suaves 
avanzando,  avanzando  una  gran  banda  de  aves, 
las  olas  temblorosas  y  batiendo  las  plumas 


-  142  - 

de  sus  alas  formadas  por  cadencias  de  espumas  . 
con  un  vuelo  apacible,  silencioso  y  constante 
pasaban  con  el  cuello  tendido  hacia  adelante . . . 

¿Adonde  dirijía  su  rumbo  aquella  banda? 
¿En  qué  remota  orilla,  en  que  salvaje  landa 
su  vuelo   abatiría?   ¿Qué  rasgo  de  locura 
la  hacía  en  esa  tarde  volar  á  la  ventura? 
¿Qué  anhelo  misterioso  de  errancias  migratorias 
como  aire  sostenía  sus  alas  ilusiorias? 
Llevaba  tal  impulso,  era  tan  insistente 
el  vuelo  de  esa  banda  incansable  y  silente, 
era  tan  delicado  el   sedoso   aleteo 
de  las  olas  innúmeras,  tan  claro  el  centelleo 
de  las  leves,  lejanas,  perceptibles  apenas 
y  de  las  que  llegaban  barriendo  las  arenas, 
que  lenta  y  dulcemente  yo  me  uní  á  la  bravia 
marejada  espumosa,  sintiendo  que  podría 
con  esa  fuerza  virjen  llegar  donde  no  llega 
el  más  íntimo  anhelo  del  corazón  que  brega; 
sintiendo  que  impregnado  en  la  vasta  porfía, 
en  la  fé  de  esas  alas  yo  también  llegaría 
más  allá  de  la  sombra,  más  allá  de  la  Vaga 
orilla  silenciosa  do  la  vida  se  apaga ! 

\ 
La  noche  se  acercaba  oxidando  el  bruñido 
metálico  del  cielo,  cayó  el  primer  latido 
de  una  estrella  lejana  y  en  los  hondos  confines 
murieron  lentamente  los  ocres  y  carmines. 

Y  en  tanto  que  á  lo  lejos,  en  la  costa  ya  umbría 
la  linterna  del  faro  se  apagaba  y  lucía 
yo  me  fui  con  las  olas  que  batiendo  las  plumas 
de  sus  alas  formadas  por  cadencias  de  espumas, 
con  un  vuelo  apacible,  silencioso  y  constante 
pasaban  con  el  cuello  tendido  hacia  adelante... 

Miguel  Luis  Rocuant. 

Valparaíso,  1907. 


-  143  - 


JUAN  PICÓN  OLAONDO 


_ ,,.   :>ff::?^í^,  ré/.^;^:fe- 


Ante  una  ofrenda  hacía  los  dioses 


He  verbalizado  con  sus  "He- 
liotropos  ",  bouquct  de  Arte,  fi- 
no y  galano,  con  que  usted  me 
obsequiíira  enhorabuena  allá  en 


A  Pérez  j»  Curis,  poeta  y  amigo. 

una  causerie  nocturna  del  ca- 
baret San  Román,  donde  una 
vez  á  la  semana,  un  grupo  de 
intelectuales  amigos  se  congre- 


-s',' *?*?■•' 


-  144  - 


T 


ga  en  petit  cenáculo  á  la  ma- 
nera de  los  noctámbulos  pari- 
sienses en  los  fanboiirg  de.Mo.nt- 
martre  y  le  Qunrtier  Latín. 

Evoco'  esa  noche  . . .  En  las 
lunas  opalescentes  de  los  espe- 
jos una  geometría  inquieta  y 
vivaz  de  gestos  parlanchines;  en 
el'  aire  opaco  y  denso  un  des- 
menuzamiento de  ruido  de  mul- 
titud agitada,  y  más  allá,  en  un 
ángulo  discreto  y  distanciado, 
Athenas  en  Cosmópolis . .  •,  Y  á 
fé  que  los  Sábados  de  I'  Émpe- 
reiir  tienen  su  nota  típica.  En  sus 
vastos  salo- 
nes ilumina- 
dos caben 
las  múlti- 
ples manif  es 
taciones  de 
la  colectivi- 
dad huma- 
na. ¡Qué  de 
ideas  con- 
traditorias, 
de  órbitas 
opuesta  s , 
de  pensares 
distintos  bu- 
Uenenaque- 
llas  salas 
exornadas 
de  plafones 
y  donde  un 
áffiche  de 
Caruso,  de 
la  Cavalieri 
ó  de  nuestro 
más  novel 
literato   ha- 


MIS  ENSUEÑOS 

Para  Amado  Ñervo. 

Mi  huerto  es  una  penumbra  eterna 
Donde  florecen,  lentas  y  frías  — 
Cual  en  el  borde  de  una  cisterna. 
Pátina  y  musgo  —  mis  nostalgias. 

Muere  la  tarde  callada  y  tierna ; 

Y  en  tanto  me  hablan  ¿us  lejanías, 
Miro  en  mi  huerto :  penumbra  eterna. 
Cómo  se  esfuman  las  ansias  mías. 

Sueños^  ideales,  dicha  remota  : 
Vuestro  impalpable  perfume  flota 
Todas  las  tardes  en  torno  mío  . . . 

Pero  en  invierno  se  hacen  las  noches 
Foscas  y  amargas  como  reproches, 

Y  mis  ensueños  mueren  de  frío  ! 

Pérez  y  Curis. 


ce   penaant 

al  novísimo  reclame  del  Bilz  ó 
del  chocolat  Saint ! . . .  Pero  el 
ambiente  es  propicio  al  acerca- 
miento, aunque  este  sólo  sea 
transitorio  como  el  de  ejércitos 
enemigos  que  se  contemplan 
inactivos  en  la  pasividad  de  una 
tregua ...  Y  allí,  vense  contac- 
tos que  parecen  paradojas,  todo 
en  una  vecindad  bonachona,  en 
corrillos  que  se  agrupan  alre- 
dedor de  las  pequeñas  mesas, 
en  tanto  en  las  copas  de  cristal 
luciente,  humea  el  dulce  néctar 
Oriental,  que  evoca  los   viejos 


califas,  los  soles  caniculares  de 
la  Arabia,  los  visires  adustos, 
los  sultanes  aletargados  con  sus 
pantuflas  rojas  y  sus  albornoces 
albinos,  pendiente  en  la  boca 
la  pipa  del  opio  y  del  haschis. 
Y  fué  esa  noche,  en  aquella 
babel  del  boulevard,  donde  le 
conocí  á  usted.  Su  silueta  este- 
reotipóse en  mis  retinas  . . .  Un 
rostro  juvenil  y  lampiño,  con 
ese  dorado  matiz  de  terracota 
que  recuerda  la  ardorosa  raza 
morisca ;  una  nariz  aleteante  de 
conquistador;  unos  ojos  moru- 
nos con  sú- 
■^  bitos  relam- 
pagueos de 
a c"e r o  en 
guardia  ; 
una  cabelle- 
ra indócil, 
y  todo,  en 
una  delga- 
dez aparen- 
te, engaño- 
sa al  través 
de  una  lar- 
gura precoz 
extremada- 
mente alar- 
mante ... 

Charla- 
mos     El 

vacío  era  en 
el  ruido  del 
hart  en  au- 
ge :  sólo  el 
cenáculo  sa- 
bía pensar .. 
Algún  bur- 
gués veci- 
no, sorbía  á  nuestro  lado  y  sor- 
bo á  sorbo,  su  cuotidiano  Moka: 
la  faz  ungida,  de  placidez  bea- 
tífica dulcificado,  santificaao  to- 
do él  bajo  la  absurda  metempsí- 
cosis  de  una  digestión  cien  ve- 
ces culpable  y  mil  veces  feliz... 
Charlamos  ...  El  humo  de  los 
cigarrillos  formaba  en  el  ambien- 
te flotadoras  muselinas  de  nie- 
blas Verlainianas  . . .  Rozamien- 
tos de  cristales  trémulos,  ar- 
monías truncas  de  copofonos 
arrancadas  por  manos  inexper- 
tas, llegaban  á  nosotros  en  des- 


/ 


J) 


;.-  i 


■n^T- 


—  145 


florecimientos  etéreos,  en  tanto  la 
voz  de  mando  del  Empereur  de 
nuestros  cafés-conciertos  reper- 
cutía hasta  más  allá  de  las  últimas 
mesas,  meilflua  y  pregonante... 

Fué  una  velada  feliz.  Esa  no- 
che hablamos  de  Literatura,  de 
Arte,  de  Gloria . . .  Los  viejos 
Maestros  desfilaron  precedidos 
de  sus  caravanas  salomónicas 
cargadas  de  preseas,  de  pie- 
dras preciosas,  de  tesoros  mag- 
nificentes  arrancados  del  país 
del  Ensueño  y  á  las  riberas  de 
Aqueron,  bajo  el  ahullido  de 
los  lobos  en  acecho . . . 

Desfilaron,  también,  en  pro- 
cesión fastuo- 
sa de  Césares 
victoriosos,  los 
nuevos  orfe- 
bres, los  ex- 
quistos los  ne- 
bulosos los  im- 
palpable, toda 
esa  pléyade 
brillante  de  ar- 
tífices de  hoy 
á  quienes  la 
Gloria  ya  son- 
ríe como  'una 
novia  esquiva 
y  amante. 

Y  pasaron... 
pasaron...  pa- 
saron... Én 
marcha  hacia 
el  templo  res- 
plandeciente 
de  la  belleza 
donde  moran 
las  siete  Musas 


Luís  Martínez  Marcos 


Allí  sus  ofren- 


palpables ...  y  más,  mucho  más 
todo    un    tesoro   acumulado   al 
través  de   quien  sabe  cuantos 
siglos  por  los  magos  y  hechi- 
ceros oe  la  palabra. 

i  Oh,  noche  de  evocaciones  ! . . 
En  medio  de  aquel  deslumbra- 
miento de  nombres  gloriosos 
pronunciados  por  labios  ungi- 
dos de  fervor,  el  joven  cenácu- 
lo animábase  como  bajo  el  so- 
plo potente  de  las  alas  de  la 
Victoria.  Y  un  poco  de  toda 
aquella  Gloria  parecía  también 
llegar  hasta  él,  templando  cora 
zones,  robusteciendo  energías, 
creando  añoranzas  y  ensueños, 
en  tanto  que 
un  pliegue  de 
desaliento 
enarcaba  los 
labios  de  algún 
escéptico  pre- 
coz cuya  fé 
flaquease  ante 
el  mañana . . . 

Luego,  esa 
noche,  como 
tantas  otras  de 
feliz  bohemia, 
pasó  veloz  y 
fugaz,  dejando 
en  nuestros  co- 
razones el  cla- 
ror vivificante 
de  las  almas 
gemelas  que 
se  compene- 
tran, y  en  nues- 
tra mente,  el 
lampo  lumino- 
so de  un  recuerdo  cuya  evoca- 


das eran  mágicas.  Cada  artífice      ción  nos  es  grata  rememorar, 


había  depuesto  parte  de  su  al 
ma  y  de  su  vida.  El  cenáculo  ad- 
miraba aquella  colaboración  del 
Genio  1  El  blanco  mármol  de  Le- 
conte ;  el  jaspe  maravillosamen- 
te polícromo  de  Gautier;  la  lí- 
impecable  de  los  estetas 


Y  fué  después,  en  mi  retiro, 
que  gusté  su  obra.  Mi  espíritu 
permeable  vibró  en  toda  la  psi- 
quis  de  su  sentir  y  gustó  en  to- 
das las  bellezas  de  su  pensar, 
mientras  mis  pupilas  ávidas,  se 
intensificaban  en  el  ultra  viole- 


nea 

Griegos*;  la  pompa  oriental  de  ta  intenso  de  la  tinta  impresa, 
los  Parnasianos ;  el  oro  bruñido  Espiritualmente  aspiré  esos  "He- 
de  Mistral;  los  blasones  herál-  liotropos",  que,  como  sus  her- 
dicos  de  Heredia ;  los  árabes-  manas,  las  flores,  también  tienen 
eos  sutiles  de  Darío;  las  telas  mucho  de  enervante,  de  turba- 
maravillosas  de  Samain ;  los  dor,  de  carne  voluptuosa,  y  vio- 
símbolos  caba1í«;ticos  de  los  im-  lenta. .. 


—  146 


Durante    esa   lectura,    en   mi 


país   azul 
senderos 


r 


peregrinaje  hacia  el 
de  la  Quimera,  por 
lilas  y  valles  amenos,  mi  ima- 
ginación febriscente  ha  visto 
surgir  esos  amaneceres  virgi- 
lianos  en  que  los  contornos  se 
insinúan  en  el  misterio  de  la 
media  luz  ;  se  ha  deslumhrado 
en  la  hora 

cáhda  de  un 
meridiano 
estival, 
cuando  el 
sol  cae  aplo- 
mo en  una 
lluvia  de 
metal  ígneo 
ha  soñado 
c-n  la  sere- 
nidad au- 
gusta de  los 
crepúscu- 
los de  oro 
dei  Parthe- 
non,y,  ebria 
de  nostal- 
gias, ha  va- 
gado erran- 
te en  las  no- 
ches blan- 
cas del  vie- 
jo Rhin,  su- 
gere  ntes 
bajo  una  lu- 
na de  algo- 
dón, en  me- 
dio! de  una 
nivosidad  i- 
lial  en  que 
todo  es  blan- 
co... en  que 
todo  es  nie- 
ve... 

Y  es  que 
usted,  sin  la 
la  ingenui- 
dad infantil 

de  los  poetas  pastoriles  de  la 
edad  eglógica,  sin  el  tono  aus- 
tero y  solemne  de  los  clásicos 
presuntuosos  y  lamidos,  sin  la 
imagen  rimbombante  de  los 
Góngoras,  sin  el  romanticismo 
espiritualizado  de  los  Hugos  y 
los  Lamartines,  sin  el  dolor 
descarnado  de  Alfredo  Musset, 


sin  el  tósigo  amargo  de  Baude- 
laire,  sin  la  nebulosidad  abstru- 
sa  y  supersustanclal  de  los  sim- 
bolistas ;  lejos  también,  de  mol- 
des caducos,  de  retoricismos 
litúrgicos,  de  esa  versificación 
justa,  precisa,  horizontalmente 
tirado  á  cordel,  que  aun  sirve 
de  clisé  á  los  ungidos  á  pre- 
ceptos,  ha 


^ 


PASIONAL 

Para  Flor  del  Lacio 

Yo  no  te  quiero  desdeñosa  y  fría 
Como  la  muerte,  destruyendo  amores  ; 
Quiero  que  en  ti  perdure  la  ardentía 
De  un  rosal  de  oro  reventando  en  flores. 
¡  Quiero  que  llores  ! 

Yo  no  te  quiero  mortalmente  triste 
Como  las  noches  del  invierno,  lentas  ; 
Te  quiero  alegre  y  sensitiva,  i  Fuiste 
Sensitiva  y  alegre  y  te  lamentas ! 
¡  Quiero  que  sientas  ! 

Yo  no  te  quiero  dolorosa  y  mustia 
Cuando  á  tu  seno,  tímida,  me  llames ; 
Quiero  que  olvides  tu  febril  angustia, 
Que  con  tu  amor  mi  corazón  inflames. 
¡  Quiero  que  ames  ! 

No  !  Yo  no  quiero  que  en  tu  casta  boca 
Beba  otro  labio  su  perfume,  y  ría ; 
Mía  es  tu  gracia  en  carne  que  provoca 
Amor  de  cóndor  y  pasión  de  arpía. 
¡  Te  quiero  :  mía  ! 

Quiero  que  te  conmueva  la  emotiva 
Desolación  de  mi  alma  que  maceras  ; 
Y,  cuando  caiga  mi  tristeza  altiva, 
(Es  mi  tristeza  la  oblación  que  esperas) 
¡  Quiero  que  mueras  ! 

Pérez  y  Cüris. 


S_- 


sabido  im- 
primir á  su 
obra  mucho 
de  la  escena 
real  y  del 
vivir  huma- 
no. 

Luego,  en 
la  forma,  en 
el  decir,  en 
el  engarce 
fluido  y  ar- 
mónico de 
esas  estro- 
fas mórb  i  - 
das  como 
muslos  de 
mujer  y  can- 
dente como 
hálitos  de 
Siroco,  na- 
da hay  de 
los  Maes- 
tros admi- 
rables cuya 
sugestión 
suele  per- 
durar en  la 
emarfc  i  pa- 
ción de  un 
esti  lo,  asi 
como  en 
nuestras  pu- 
pilas des- 
lumbradas 
porlairrup- 

'       ción  de  un 

mete  oro, 
verdura  la  irradiación  de  su 
uz,  tiempo  aún  después  de  ha- 
berse ella  eclipsado. 

Y  en  cuanto  á  buen  hablista 
usted  lo  es.  A  más  de  revelarse 
un  poseedor  afortunado  de  nues- 
tra lengua,  reúne  á  ello  el  ca- 
chet  exquisito  del  artista  que 
da  con  la  palabra  justa  y  nece 


—  147  — 


saria  que  ha  de  sugerir  amplia- 
mente la  clara  concepción  de 
su  idea.  Y  acaso  este  prurito 
en  buena  ley,  haya  llevado  á 
usted  á  un  cierto  atrevido  abu- 
so de  una  fraseología  exótica, 
al  decir  de  ciertos  paladares. 
Pero,  teniendo  presente  la  evo- 
lución de  la  Literatura  en  el 
decir,  á  través  de  las  diversas 
etapas  de  la  Humanidad,  con- 
forme á  costumbres  y  á  épocas, 

¿  acaso  en  el  lenguaje  no  debe 
conservarse  lo  añejo  aún  lógi- 
camente adaptable  y  á  la  vez 
enriquecerle 
con  intercam- 
bios lengüisti- 
cos,  con  nue- 
vos tonos,  nue- 
vos sonidos, 
nuevas  modu- 
laciones que  le 
den  flexibili- 
dad, añ  n  a- 
miento ,  color 
y  riqueza  ? . . . 
¿Acaso  el  gi- 
ro caprichoso 
en  el  vocablo 
no  implica  por 
si  solo  el  linea- 
miento  distin- 
tivo de  una  per- 
sonalidad pro- 
pia?. ..  ¡Oh,  si; 
seamos  avaros 
y  magníficos!.. 
I  Vive  Dios ! . . , 
No  cabalguemos  el  rucio  lerdo 
de  Sancho  por  la  ruta  estéril 
de  un  Toboso  desolador ! . .  De- 
jemos esos  escrúpulos  de  ran- 
cio estancamiento  para  aque- 
llos que  acuden  á  la  Fuente 
Castalia  con  sólo  la  obsesión 
monomaniática  de  simples  spor- 
mants  pescadores  de  galicismos, 
arcaísmos  ó  modismos  innova- 
dores !  Dejémoslo  para  aquellos 
cuvo  mayor  anhelo  fuera  regir 
á  la  Literatura  por  las  reglas 
de  un  código  único,  absoluto, 
infalible;  esto  es:  al  pan,  pan; 
al  vino,  vino ;  la  simplicidad  más 
comestible,  más  económica,  de 
más  fácil  nutrición . . . 


Pedro  J.  Naón 


Y  prosigamos  con  su  obra. 
"Presentida",  "Después  de  ver 
la",  "Helénica",  "Camafeo", 
"  Ojos  pensativos  ",  "  Crepúscu- 
lo", 'La  tarde",  "Tus  rubo- 
res", "Balada  de  Otoño",  "Tar 
de  gris",  son  de  aquellas  compo- 
siciones que  por  lo  feliz  de  la 
concepción,  lo  brillante  de  la 
imagen  y  el  fúlgido  colorido 
que  de  ella  fluye,  hacen  inten- 
samente codiciable  ese  bouquet 

exótico  que,  con  princif>esca  ga- 
lanura. Usted  nos  brinda  en 
"  Heliotropos ".  Y  tal,  también 
podríamos  ma- 
nifestar de  sus 
sonetos  "Var- 
gas Vila""  Ru- 
bén Darío  "  y 
"  Gómez  Carri- 
llo ",  hermosos 
bajo-relieves 
tallados  con 
primo  r  y  d  e 
una  filigrana 
deliciosa  y  ad- 
mirable. 

Luego,  jun- 
to á  esos  éx- 
tasis de  amor, 
á  esas  crepita- 
ciones de  la 
sangre  joven 
que  azuza  al 
deseo,  á  esa 
plétora  de  ju- 
ventud pujan- 
te, á  esas  cui- 
tas amorosas,  allá,  en  la  estan- 
cia, donde  fingió  la  penutnbra 
como  un  vuelo  de  pájaros  ne- 
gros, y  que,  al  través  de  la  bru- 
ma gris  del  viejo  Tiempo,  la 
mente  del  poeta  ha  hecho  re- 
vivir en  estrofas  emocionales 
palpitantes  de  vida,  surgen  los 
versos  levantiscos  que  dicen  de 
las  miserias  del  arrabal  y  de  la 
vida  errante  de  los  parias. 

Y  es  que  su  obra  es  así:  Un 
libro  galante,  pagano,  con  son- 
risas de  mujer  y  guiños  de  sá- 
tiro ;  un  misal  rojo  que  dice  de 
pubertades  viriles  y  de  rebel- 
días indómitas :  latigueante  pa- 
ra los  histriones  y  mercaderes ; 


148  -- 


r 


henchido  de  piedad  infinita  para 
ese  rebaño  anónimo  que  aun 
sirve  de  engorde  á  los  vampi- 
ros de  la  Libertad,  llámense 
estos  Czares  ó  Filisteos. 

\  Oh,  Musa  de  varón  fuerte  y 
de  hembra  estoica !  Un  vaho 
candente  de  tempestad,  una  bru- 
ma de  borrasca  que  está  muy 
lejos  de  ser  la  autumnal  y  vaga- 
rosa de  los  místicos  y  feminis- 
tas, nimba  esos  versos  que  tie- 
nen ósculos  de  hermano  é  ira- 
cundias de  Apocalipsis  . . . 

Y  es  que  en  estos  himnos  de 
guerra  y  de 

bonanza 
que  cantan 
las  liras  de 
hierro  de 
los  poetas 
noveles, 
hay  mucho 
de'Cólera  y 
de  Piedad. 
Ellas  evo- 
can las  jor- 
nadas don- 
de la  Escla- 
vitud  fué 
vencida,  y 
predicen  a- 
quellas  vic- 
torias que 
se  vislum- 
bran para 
un  Futuro 
no  lejano... 
Y  evocan 
las  violen- 
cias y  las 
bienaventu- 
ranzas ;  todos  los  errores  y  to- 
dos los  derechos  ;  todas  las  ter- 
•  nuras  y  todos  los  castigos ;  por 
que  Ja  Libertad  es  así :  buena, 
terrible   implacable,   generosa! 

Y  en  esas  estrofas  bárbaras 
de  esta  Musa  bélica  y  melancó- 
lica, cuánta  sombra  y  cuánta 
luminosidad  ! . . .  Ellas,  como  la 
prosa  profética  y  libertaria  de 
los  Zoia,  de  los  ToJstoi,  de  los 
Mirbeau,  de  los  Gorki,  de  los 
Anatole  France,  están  preñadas 
de  lágrimas  y  blasfemias ...  El 
corazón  se  oprime;   el  cerebro 


OLVIDO 


^ 


V 


vé ;  el  puño,  crispado  bajo  el 
nervio  de  una  impulsividad  ins- 
titiva,  hiende  el  aire  como  el 
brazo  vengativo  de  un  gladia- 
dor que  acomete  y  va  á  herir... 

Y  surgen  ante  nuestros  ojos 
fascinados  todos  los  vejámenes 
inauditos  y  todos  los  rencores 
inconcebibles.  Ora  es  el  rebaño 
de  Germinal,  que  aulla  bajo  el 
hambre  que  lo  roe,  mientras  su 
alarido  inmenso  vibra  en  el  am- 
biente cósmico  de  la  Revolu- 
ción y  repercute  más  allá  de 
las    ciudades    minadas    por    el 

agio  y  por 
los  t'ruc; 
ora  son  los 
días  turbu- 
lentos de  la 
Convención 
en  que  ru- 
ge Dantón 
y  brama  Ro- 
bespierre  ; 
ora  el  in- 
cendio déla 
Comuna  la- 
me con  sus 
lenguas  ro- 
jas el  anda- 
miaje ende- 
ble de  un 
pusilánime 
despotismo; 
ora  son  los 
alaridos  de 
las  huestes 
nómades  de 
la  etapa, 
hostiga  das 
I  bajo  el  knut 

de  sus  señores,  vibrando  en  un 
retemblar  de  cascos  galopantes 
y  en  marcha  hacia  el  viejo 
Kremlin  de  los  últimos  Cza- 
res ! . . . 

Y  pienso,  ante  el  gesto  pusi- 
lánime de  algún  retrógrado: 

Todos  los  pueblos  han  tenido 
sus  poetas  épicos,  los  viriles 
intérpretes  de  la  gratitud  na- 
cional. Las  proezas  legendarias 
de  sus  antepasados,  las  glorias 
rias  homéricas  de  su  emancipa- 
ción, han  sido  cantados  en  ri- 
mas laudatorias   hacía   el  Ven- 


Para  Francisco  Villaespesa 

En  el  balcón  las  macetas 
Están  tristes  todavía  ; 
Florecerán  las  violetas 
Cuando  las  rieguen  inquietas 
Manos  de  una  virgen  pía. 

La  glicina  que  se  prende 
A  las  barandillas  rojas, 
Gime,  y  agostarse  tiende ; 
Y  de  sus  ramas  hoy  pende 
Un  haz  de  anémicas  hojas. 

i  Cómo  han  quedado  olvidadas 
La  glicina  y  las  macetas 
Tras  las  persianas  cerradas  ! 
¡  Parece  que  están  ligadas 
Al  alma  de  los  poetas ! 


Pérez  y  Curis. 


J 


^,iUJi¿l£^.c 


—  149 


cedor.  Hacerlo  nuevamente  se- 
ría rastrear  un  camino  que  fué 
fecundo  en  hora  propicia  ;  sería 
acaso  desmerecer  el  remoto  en- 
canto de  esos  himnos  que  allá 
en  los  albores  de  nuestra  ni- 
ñez supieron  engendramos  la 
primer  idea  de  Libertad,  de 
una  Independencia  colectiva,  lo- 
cal, con  distingos  de  raza  y  or- 
gullos de  nacionalidad ,  luego, 
¿por  qué  no  ser  los  poetas  de 
hoy  más  humanos  y  luchar  por 
que  esa  Libertad  sea  aún  más 
amplia  y  generosa,  envolviendo 
á  los  hombres 
en  un  abrazo 
fraternal  y  ú- 
nico  ? . . .  Pues- 
to que  en  to- 
das las  edades 
la  poesía  se  ha 
hermanado  á 
la  filosofía  y  á 
los  anhelos  de 
su  tiempo  ¿por 
qué  no  acep- 
tar ahora  esta 
nueva  tenden- 
cia que  al  uní- 
sono de  la  evo- 
lución contem- 
poránea dice 
de  la  emanci- 
pación  del 
hombre -cosa 
y  brega  por  un 
mañana  más 
llevadero  para 
la  humanidad 
prediciendo  la 
el  bienestar 
común  ? . . . 

Y  pienso,  nuevamente,  ante 
el  gesto  pusilánime  de  algún 
retrógrado : 

Los  poetas  cortesanos  pare- 
cen haberse  extinguido.  Han 
pasado  para  siempre  aquellos 
bardos  de  oropel,  que  entre  bu. 
fones  patizambos  y  cervices  his- 
trionisas,  inclinaban  su  plectro 
ante  testas  coronadas  de  Calí- 
gulas  y  Nerones.  Hasta  casi  á 
fanes  del  siglo  último,  trovado- 
res hispánicos  endilgaban  sus  tro- 
vas á  príncipes  consortes  y  al- 


Eduardo  Ferreira 


tezas  merovingias.  Uua  visita 
real,  la  boda  de  un  archiduque, 
el  advenimiento  de  un  nuevo 
infante,  eran  precedidos  de  una 
declamatoria  rlmbombástica  de 
carácter  contagioso...  Toda  una 
irrupción  de  epitalamios,  de  so- 
netos, de  odas  más  ó  menos 
hueras,  caían  como  plaga  egip- 
ciana sobre  revistas  y  periódi- 
cos. Y  ante  aquella  vegetación 
fofa  de  hongos  palaciegos,  las 
Musas  lloraban  el  sacrificio  y 
el  rostro  alelado  de  los  Dioses 
teñíase  de  rubor . . . 

Felizmente, 
en  los  tiempos 
que  corren, 
ellos  ya  no  re- 
ciben con  a- 
plausos  y  Víc- 
tores esos  es- 
labones de  su 
propia  Escla- 
vitud, legado 
funesto  de  ve- 
tustos señoríos 
feudales  crea- 
dos por  el  hom- 
bre en  pro  de 
su  ignominia... 
Hoy  ya  nadie 
cantaá  los  Cza- 
res. Estos  ya- 
cen allá,  en  el 
cautiverio  d  e 
sus  jaulas  de 
oro,  entre  un 
ambiente  arti- 
ficioso y  efec- 
tista de  bam- 
bolinas  y  bas- 
tidores de  gran  comedia,  en 
tanto  las  cloróticas  princesas, 
aguardan  impávidas  al  incógni- 
to desposado  que  le  depare  el 
azar  de  la  política  ó  las  altas 
conveniencias  del  trono,  desvir- 
tuando así  la  clásica  leyenda 
que  dice  de  la  sublime  ceguera 
luminosa  del  travieso  Cupido. 
I  Oh,  los  nuevos  caballeros  de 
la  lid,  sin  miedo  en  el  corazón 
y  con  una  espada  que  es  antor- 
cha! 

En  las  vicisitudes  de  su  Cal- 
vario, en  los  dramas  íntimos  de 


-  150  - 


I 


r 


su  existencia,  hoy  el  Poeta  ha 
sabido  ser  orgulloso , . .  ,É1  son, 
ríe  á  la  Vida,  y  sabe  retar, 
también  sonriendo,  al  fantasma 
pálido  de  la  Muerte.  Y  ahora 
son  más  sinceros,  y  más  huma- 
nos, y  más  prácticos  . . .  La  Na- 
turaleza y  la  Mujer  son  su  Nor- 
te ;  la  fuente  inagotable  de  toda 
Belleza  y  Sabiduría,  alli  donde 
sacian  toda  la  sed  de  «us  almas 
ávidas  y  lumíneas.  Sus  mejores 
ofrendas  son  para  los  Dioses  y 
para  sus  hermanos  de  ideales, 
para  aquellos  que  empuñan  ce- 
tro y  ciñen 
diad  ema, 
aunque  ave- 
ces calcen 
botinas  ro- 
tas... Y  tam- 
b  i  én  son 
más  aman- 
tes. Y  las 
más  raras 
flores  de  su 
invernáculo 
interior  son 
para  la  es- 
toica com- 
pañera que 
con  él  com- 
parte las  mi- 
serias de  su 
buhardilla  y 
los  espíen  - 
dores  de  sus 
éxitos.  Y  son 
para  ella 
sus  más  ex- 
quisitos ma- 
drigales; pa- 
ra ella  que  le  brinda  con  la 
púrpura  de  sus  labios  el  beso 
del  Placer  y  que  le  abre  su  co- 
razón, para  que  él  arranque,  to- 
do, todo  el  acíbar  y  todas  las 
dulzuras,  que  luego,  mañana, 
él  inmortalizará  en  rimas  de  ru- 


EL    PESIMISMO 


Para  Moreno  Alba. 

Surcando  el  proceloso  mar  de  la  vida 
Va  mi  bajel  errátil  bajo  la  bruma, 

Y  el  palor  de  la  tarde  gris  que  se  esfuma 
A  lo  lejos,  evoca  mi  fe  perdida. 

El  pesimismo  eterno  jamás  me  olvida 

Y  es  una  flor  amarga  como  la  espuma  ; 
El  infortunio  es  acre  virtud  que  abruma 
Mi  corazón  sangriento  cual  una  herida. 

Y  el  huracán  que,  airado,  ruge  y  golpea 
Los  mástiles  endebles,  se  me  figura 
Un  mórfex  sanguinario  que  mata  y  crea 

Como  la  boca  enorme  de  todo  abismo. 
Que  absorviéndonos  crea  gracia  y  ventura 
Mientras  ahoga  al  monstruo  del  pesimismo 

Pérez  y  Curis. 


bies,  de  esmeraldas  y  de  zafi- 
ros ... 

Y  pienso,  sinceramente  :  i  Oh, 
tú.  Poeta  amigo,  sé  con  ellos  y 
marcha  hacia  la  lid.  El  combate 
será  encarnizado  pero  la  Victo- 
ria es  inmensa ! . . .  Mírala ! . . . 
ELLA  sonríe . . .  Todo  su  cuer- 
po, como  ima  sierpe  de  tenta- 
ción, ondula  y  atrae.  A  su  boca, 
ánfora  de  delicias,  mil  besos  flu- 
yen. Allá  en  la  negrura  de  sus 
ojos  ha  soles  infinitos.  Solo  su 
cabellera  sería  un  sudario  mil 

veces  más 
■^  codiciable 
que  la  mor- 
taja de  oro 
del  más 
grande  Em- 
perador.. . 
Mírala!... 
A  su  alre- 
dedor hay 
espinas  y  a- 
hondonadas 
y  precipi- 
cios . . .  Pe- 
ro, ELLA 
sonríe... 
¿  qué,  no  la 


ves?, 
paso , 
tro., 
tro . . 
LLA 


.  Un 

.    o- 

o  - 

E- 

sólo 


poeta, 
eres! 


como    ellos 


sabrá  entre- 
garse á  los 
fuertes  y 
temerario  s , 
y  tú,  oh 
también  lo 


Juan  Picón  Olaondo. 
En  Montevideo,  Abril  de  1907. 


j^.„ 


-  151  - 


Tríptico  de  las  tentaciones 


PRIMERA  TENTACIÓN 
EN    LA  RIBERA 

Sí,  recuerdo  el  naufragio  y  en  la  playa 
seco  mi  ropa,  como  el  gran  Latino  ; 
y  que  la  nave  que  sin  mástil  vino 
lista  otra  vez  para  zarpar  se  vaya ; 

yo  no,  que  hundí  tras  la  movible  valla 
del  mar,  mi  fe,  mi  amor  y  mi  destino  . . . 
Déjame  este  crepúsculo  divino 
en  que  mi  vida,  como  el  sol,  desmaya. 

Mas  resurgen  en  mí  las  tentaciones, 
cuando  tú  en  la  penumbra  te  perfilas, 
de  encararme  á  borrascas  y  aquilones ; 
y,  volviendo  á  mis  horas  intranquilas, 
perder  mi  último  barco  de  ilusiones 
en  el  abismo  azul  de  tus  pupilas. 

SEGUNDA  TENTACIÓN 
EN    LA  CIMA 

Blonda  de  nieve  y  de  sol,  como  lejana 
cima,  al  fin  de  un  paisaje  de  leyenda ; 
blonda  de  luz  y  nieve,  de  estupenda 
blancura  de  celaje  en  la  mañana ; 

blonda  de  mármol  y  oro,  de  pagana 
y  ritual  actitud  —  ¡  Venus  tremenda  !  — 


blonda  de  leche  y  miel,  como  ana  ofrenda 
pastoril,  de  bucólica  romana. 

Y  bien ;  desciñe  del  pudof  ta  ^enda, 
blonda  ideal,  que  la  pasión  te  encienda 
y  que  un  beso  de  amor  dulce  y  sonoro, 
bajo  la  boca  audaz  que  te  profana, 

el  rubor  y  el  placer  fundan  en  grana!  ~ 
nieves,  mármoles,  sol,  nubes  y  oro ! 

TERCERA  TENTACIÓN 

EN    EL  jardín    IDEAL 

Viniste  á  mí,  cuando  por  vez  primera 
salía  del  dolor  que  hirió  mi  pecho, 
como  sale  un  doliente  de  su  lecho 
por  ver  en  el  jardín  la  Primavera 

y  morir  ...  Y  llegaste  ;  y  lisonjera 
una  voz  gritó  en  mí:  Dime,  ¿qué  has  hecho 
de  tu  caudal  de  amor?  ¿Con  qué  derecho 
quieres  matar  tu  fe?  ¡Vive  y  espera! 

Y  aquí  estoy,  en  la  banca  ensombrecida, 
como  un  convaleciente  que  reposa, 
leyendo  el  triste  libro  de  la  vida ; 
mientras  que  corres  tú,  gentil  y  airosa, 
tras  un  sueño  de  amor  entretenida 
como  un  niño  tras  una  mariposa. 

Luis  G.  Ujcbina. 


O 


Mirada  encarnada 


Ella  es  la  única  raza  de  mujer  que  yo  no  consigo  desnudar. 
Yo  no  puedo,  aquello  no  dice  nada  de  lo  de  abajo  á  mi  iinaffi- 
nacióíi  ardiente.  Esta  imaginación  queda  estéril,  helada,  no  na 
existido  jamás,  no  me  ha  degradado.  Ella  no  tiene,  para  mí, 
órganos  sexuales.  Yo  no  los  sueño,  me  sería  imposible  soñar  en 
ellos,  me  atormentaría  en  vano.  Ella  es  toda  Mirada,  una  mira- 
da encamada,  oprimida  en  una  forma  diáfana,  y  escurriéndose 
por  los  ojos. 

Julio  Laforgue. 


.'  ÍÚ¿íi 


-  152  - 


<^^^ 


¿lililí" 


Julio  Herrera  y  Reissig 


Métamorphose 


Je  réve  á  Pan,  <dieu  de 
lumiére,  éblouissant  Theu- 
re  premiére  desastres  tom- 
bés  de  ses  mains. 

Le  réVe  meurt.  II  est 
matin. 

Le  jour  entre  les  feui- 
Ues  du  bois  ouvre  ses 
f  leurs  de  cristal  clair.  Doux 
fruit  doré  le  soleil  nait 
d'une  fleur  d'air  entre  les 
branches. 

Et  deux  bergers,  Tircis 
et  moi,  d'un  arbre  á  l'au- 
tre  se  renvoient  —  une 
orange. 

Paul  Fort, 


El  baño 


De  "Los  ÉXTASIS  de  las  montañas" 

Entre  sauces  que  velan  una  anciana  casuca 
Donde  se  desvistieran,  devorando  la  risa, 
Hacia  el  lago  Pholoe,  Sapho  y  Ceres  de  prisa 
Se  adelantan  en  medio  de  la  tarde  caduca. 
Atreve  un  pie  Pholoe ;  bautízase  la  nuca 

Y  ante  el  espejo  de  ámbar,  arróbase  indecisa; 
Meneando  el  talle  Sapho,  respinga  su  camisa 

Y  corre  mientras  Ceres,  gatea  y  se  acurruca. 
Después  de  agrias  posturas  y  esperezos  felinos, 
Gimiendo  un  ¡  ay  !  glorioso,  se  abrazan  á  las  ondas 
Que  críspanse  con  lúbricos  espasmos  masculinos . . . 
Mientras  ante  el  misterio  de  sus  gracias  redondas, 
Loth,  Phebo  y  David,  püdicos,  tanto  como  ladinos, 
Las  contemplan  y  pálidas  huyen  entre  las  frondas. 

Julio  Herrera  y  Reissig. 


^-■i--  , 


—  153  — 


La  sangre 


(pantomima) 


Para  la  señoriía  Emilia  de  Marchena, 
en  Santo  Domingo  de  Guzmán. 


DRAMATIS   PERSONAE:  Rosalinda  —  L.O- 
velace  —  Pierrot  —  Ijabradores. 


Desde  el  cielo  occiduo  el  sol 
derrama  sobre  la  campiña  on- 
das de  oro  y  bermellón ;  la  bri- 
sa canta  en  los  campos  recién 
segados. 

La  granja  celebra  la  fiesta  de 
la  vendimia.  Uncida  al  arado, 
coronadas  de  rosas  las  astas, 
una  yunta  de  bueyes,  en  la  lin- 
de de  la  era  copia  en  sus  pupi- 
las la  serenidad  del  paisaje. 

En  el  centro  del  patio  se  yer- 
gue  una  fuente:  Dio nysos joven 
que  vierte  un  ánfora  y  un  cuer- 
no en  el  seno  de  la  taza :  vino 
blanco  y  rojo.  Gavillas  áureas, 
racimos  opimos,  frutos  de  todas 
especies,  turíbulos  que  perfu- 
man el  aire  con  sus  mieles. 

En  las  femeniles  cabezas  ru- 
bias, sangran  las  amapolas;  en 
las  cabelleras  negras  nievan  las 
flores  del  manzano.  Mozos  y 
mozas  forman  un  círculo  en 
torno  de  Rosalinda  y  Lovelace. 
El  es  un  gallardo  mancebo,  vi- 
ril ;  ella  es  la  primavera ;  los  li- 
rios silvestres  le  han  tejido  un 
traje  con  su  lino  fragante. 

Suenan  las  voces  de  pífanos 
y  tamboriles:  las  notas  imitan 
el  rocío  que  riega  las  campa- 
ñas en  la  noche,  á  la  luz  de  las 
estrellas. 

La  danza  comienza.  Las  ma- 
nos varoniles  repiten  las  figuras 
que  baila  Lovelace ;  las  femeni- 
les, las  de  Rosalinda. 

Lovelace  —  Anuncia  la  sali- 
da del  sol,  los  corceles  del  ca- 
rro piafan;  la  tierra  despierta, 
los  gallos  cantan.  El  labrador 
unce  los  hueves. 


Rosalinda  —  La  zagala  orde- 
ña la  vaca;  la  cálida  leche  cae 
cantando  en  el  cántaro  y  la  ofre- 
ce como  un  don  de  su  propio 
cuerpo  hermoso. 

Lovelace  —  El  labrador  apu- 
ra en  el  borde  del  cántaro,  lo 
devuelve  risueño  y  con  el  re- 
vés de  la  diestra  borra  el  bozo 
de  blanca  espuma  que  el  líqui- 
do pintó  en  sus  labios.  Se  en- 
camina á  la  era. 

Rosalinda—  Le  envía  un  be- 
so en  la  punta  de  los  dedos. 

Lovelace  —  El  arador  guía 
la  yunta,  la  reja  rompe  las  en- 
trañas de  la  tierra.  El  sembra- 
dor arroja  la  simiente,  germi- 
na, surge  la  planta,  crece. 

Rosalinda  —  Las  j^emas  esta- 
llan, los  capullos  se  abren,  los 
árboles  se  cubren  de  ñores; 
fructifican,  y  los  frutos  heridos 
de  los  dardos  solares  se  parten 
como  frescas  bocas  que  ríen. 

(Las  voces  de  pífanos  y  tam- 
boriles remedan  el  susurro  de 
la  brisa  entre  las  cañas.) 

Rosalinda  —  Al  ritmo  de  la 
canción  de  la  segadora  la 
hoz  brilla,  las  espigas  se  in- 
clinan. 

Lovelace  —  La  mano  del  se- 
gador, oculta  en  las  mieses, 
acaricia  una  pantorrilla. 

Rosalinda  —  La  diestra  de  la 
segadora  pega  y  amapola  la 
mejilla  del  audaz. 

Lovelace  —  El  segador  con 
rabia  aprieta  los  haces. 

Rosalinda  —  Liberta  los  ár- 
boles agobiados  de  frutos ;  cor- 
ta los  racimos  de  uvas;  aparta 


—  154 


los  pámpanos ;    un  pájaro   sor- 
prendido vuela. 

LovELACE  —  Cansado  el  labra- 
dor sigue  á  los  bueyes ;  el  sol 
muere. 

Rosalinda  —  Graciosa  la  la- 
bradora, porta  un  cesto  colmado. 

(Los  mozos  y  mozas,  acordan 
las  voces  en  una  guirnalda  y  en- 
tonan un  himno  á  Dionysos.) 

Rosalinda  —  Abre  los  brazos 
con  un  gesto  de  amor ;  en  la 
boca  encendida,  un  áureo  gra- 
no de  uva. 

LovELACE  —  Avanza  y  muer- 
de el  grano  y  los  labios.  Cie- 
rra los  ojos,  pa'pita  embriagado 
por  las  dulzuras  del  fruto  y  del 
beso. 

(El  círculo  se  rompe.  Un  ga- 
ñán lacertoso  arrebata  una  mu- 
chacha, suave  carga  que  con- 
duce á  la  fuente ;  sus  anchas 
manos  ponen  grillos  á  los  bre- 
ves pies,  la  inclina  sobre  la  ta- 
za, donde  bulle  el  vino.  La  mu- 
chacha se  agita,  grita,  ríe  y 
sorbe  el  divino  zumo.  El  gañán 
la  suelta  y  cuando  erige  su  lin- 
da figura,  se  esponja,  sacude  la 
testa  risueña  y  riega  gotas  que 
cintilan  como  amatistas  y  se 
deslizan  por  la  piel  cosquillan- 
do los  vírgenes  pezones.  La 
alegría  estalla.  Otra  muchacha 
á  la  fuente,  otra,  otra,  y  todas.) 

Una  ZAGALA  —  Ahora  Pierrot. 
(Pierrot,  olvidado,  solo,  triste 
en  un  rincón,  envuelto  en  su 
amplio  traje  blanco  á  rayas  ro- 
jas, el  espantapájaros  de  la  huer- 
ta, se  estremece  miedoso.  Sus 
ojos  devoran  á  Rosalinda. 

Todos  —  Sí,  sí,  Pierrot  á  la 
fuente.  (Dos  mozos  lo  alzan  en 
vilo,  lo  sumergen,  patalea,  pero 
traga  vino.  Un  coro  de  risas 
acoge  su  rostro  empapado.) 

Otra  zagala—  ¡Que  baile  Pie- 
rrot ! 

Todos  —  Sí,  sí,  que  baile  con 
Rosalinda.  (El  círculo  se  forma. 
Las  notas  de  pífanos  y  tambo- 
rilen  imitan  el  rocío  que  riega 
las  campañas  á  la  luz  de  las 
estrellas.  Pierrot  contempla  ale- 
jado  á  Rosalinda,   feliz   en   su 


desgracia.  Baila,  es  un  muñeco 
dé  madera  tirado  de  un  corde- 
lillo.  Las  risas  corean,  los  aplau- 
sos ahogan  las  voces  de  los 
instrumentos :  el  vino  canta  en 
las  bocas.) 

Pierrot  —  Ansioso,  avanza 
i  qué  dicha  !  Gustará  la  uva  y 
los  labios. 

Rosalinda  —  Rápida  muerde 
el  grano  y  envía  el  beso  en  la 
punta  de  los  dedos  á  Lovelace. 

Pierrot  —  Se  detiene  extáti- 
co ;  la  diestra  contraída  desga- 
rra el  pecho ;  le  duele  el  cora- 
zón. El  brazo  se  tiende  con  un 
ritmo  de  gracia  exquisita ;  se 
dijera  que  ofrenda  una  rosa, 
clava  un  puñal  en  el  seno  de 
la  bella  cruel. 

Rosalinda  —  Vacila.  Un  cho- 
rro ardiente  brota  enrojeciendo 
el  lino  fragante  de  los  lirios. 
Se  abate :  tal  una  estatua  ful- 
minada por  un  rayo. 

Pierrot  —  Cae,  y  su  cuerpo 
contra  el  pavimento  produce  ün 
ruido  de  huesos  desvencijados. 

(El  olor  de  la  sangre  emerge, 
inciensa,  colma  el  patio  en  si- 
lencio con  la  fuerza  de  una  pa- 
labra elocuente.  Los  bronces 
de  una  iglesia  lejana  entonan 
el  Ángelus,  las  alas  de  la  ple- 
garia se  extienden  por  cima  de 
todas  las  cabezas.) 

Una  vieja  — De  hinojos,  los 
brazos  en  cruz,  con  gesto  que 
surge  de  sus  entrañas  mater- 
nales y  lacera  las  carnes  pa- 
voridas: ¡misericordia,  miseri- 
cordia. Señor,  ten  piedad  de 
nosotros ! 

Un  joven  (inclinándose  hacia 
Rosalinda).  —  \  Dios  mío,  por 
qué  muere,  siendo  tan  bella! 

Pierrot.  —  Sumergido  en  la 
sangre,  que  asciende,  asciende 
siempre ;  se  oprime  el  rostro 
entre  las  manos;  ríe,  llora.  Se 
contrae  :  la  amaba,  la  maté.  Se 
yergue  impetuoso  y  en  un  gri- 
to salvaje  promulga  su  derecho 
al  Amor. 


1907 


TuLio  M.  Cestero. 


—  155  — 


Esdrújulos 


A  Blanca 

Es  la  hora  del  crepúsculo, 
momento  solemne  y  lánguido... 
parece  oir  las  cólicas 
arpas  de  los  himnos  clásicos 
vibrar  con  rumor  insólito 
sus  más  armoniosos  cánticos. 
Pronto,  pronto,  el  astro  fúlgido 
dará  fin  al  diurno  tránsito, 
traspondrá  las  altas  cúspides 
en  un  cielo  rojo  y  áureo 
é  irá  á  recibir  las  férvidas 
plegarias  de  los  asiáticos. 

En  medio  de  ese  crepúsculo 
¿no  veis  algo  de  enigmático? 
¿no  sentís  nada  de  irónico? 
¿no  sentís  algo  sarcástico 
que  nos  punza  hasta  la  médula 
en  nuestro  orgullo  satánico? 

Cuando  la  noche  en  la  atmósfera 
lanza  sus  glaciales  hálitos,    ' 
el  corazón  pusilánime 
siente  misterioso  pánico, 
cual  si  los  ecos  fatídicos 
entre  los  montes  impávidos 
trajeran  aislados  términos 
de  los  himnos  y  los  cánticos 
que  al  Sol  ofrendan  en  séquito 
mil  espíritus  fantásticos. 
«  Oh!  los  pigmeos  terrícolas, 
microbios  del  ser  terráqueo, 
sin  nuestra  esencia  vivífica 
¿  qué  fuerais  ? 

¡  Y  desde  párvulos 
vuestra  sapiencia  escolástica 
os  infla  el  altivo  cráneo 
con  la  pretensión  estúpida 
de  ser  los  supremos  arbitros 
de  la  gran  familia  cósmica 
do  el  sol  es  padre  magnánimo ! 
Dejad  vuestro  orgullo  típico 
pensad  un  instante  rápido 
en  lo  que  enciende  la  fúlgida 
luz  solar  viviente,  que  ávidos 
aspiran  seres  innúmeros 
del  Universo  en  los  ámbitos  !  » 

F.  Carbonell. 


.-   -  r^^T---^ 


—  156  — 


Los  diamantes 


Épocas  hubo  de  magna  ex- 
celsitud  para  tu  estirpe,  ¡  oh 
diamante  de  facetas  prodigio- 
sas, de  transparencias  inaudi- 
tas, de  claridades  temblorosas ! 
Tiempos  hubo  en   que   la  ima- 

finación  de  los  humanos  hizo 
orecer  el  milagro  sobre  tu  in- 
tacta solidez  de  carbono,  y  di- 
fundió la  quimera  de  un  hechi- 
zo benéfico  en  tu  prestigio  de 
mineral  cristalizado,  ¡oh  dia- 
mante que  tienes  por  cuna  el 
aluvión  y  que  tuviste  por  se 
pulcro,  en  olimpiadas  extintas, 
la  suavidad  perfumada  de  los 
estuches  imperiales ! 

Poseíante  Jos  nobles  y  dignos 
de  la  tierra ;  brillabas  tan  solo 
en  la  corona  de  Francia:  rutila- 
bas tan  solo  en  el  pecho  de  Cata- 
lina de  Rusia;  espejeabas  tan  so- 
lo en  el  anillo  de  Mattan;  ardías 
tan  solo  sobre  la  testa  corona- 
da del  Gran  Mongol :  eras  aris- 
tocrático, eras  noble ! 

Sobre  los  bucles  ondulantes, 
en  la  cabeza  erguida  de  las 
princesas  y  de  las  emperatri- 
ces, tu  caricia  de  fulgor  mag- 
nificaba los  mohines  del  orgu- 
llo y  sublimaba  los  melindres 
de  la  coquetería. 

Las  manos  sonrosadas,  sa- 
bedoras de  tu  encanto,  los  se- 
nos turbadores,  conocedora^  de 
tu  beso  fantástico,  las  frentes 
soberanas  donde  trémulas  tus 
aguas  centellearon,  nacidos  fue- 
ron en  las  más  altas  cumbres 
de  la  grandeza  humana,  en  épo- 
cas remotas  de  la  historia,  cuan- 
do el  denuedo  era  proeza  y  el 
genio  inmortalidad. 


* 


Diamante  ¡cristal  que  te  elec- 
trizas al  contacto,  que  fulguras 
bajo  el  sol  y  requieres  para  tu 
belleza  la  constancia  de  tu  pro- 
pio polvo;  diamante  del  África 


y  la  India  que  ni  te  fundes,  ni  te 
disuelves,  ni  te  volatilizas ;  dia- 
mante de  los  Reyes  y  los  Em- 
peradores !  tu  prestigio  ha  de- 
caído ;  eres  una  piedra  vulgar ! 

El  sastre  de  mi  calle  y  el  za- 
patero de  la  esquina;  el  usure- 
ro de  enfrente  y  el  quincallero 
de  al  voltear,  todos  conocen  la 
diáfana  riqueza  de  tu  brillo. 

La  moda  te  envilece  al  re- 
clamarte para  los  dedos  de  la 
novia  semibárbara  que  tiene  la 
cutis  africana  y  el  cabello  re- 
belde. 

Tú  que  supiste  de  las  orejas 
finas  y  cuasi  transparentes  de 
las  infantas  reales,  prostitu3'^es 
la  gloria  de  tus  antepasados 
en  Tos  aretes  que  habrán  de 
hacer  más  ridículo  el  lóbulo 
carnudo  de  la  india  primitiva. 

Tú  que  resplandecías  en  el 
anular  de  Carlos  V,  luces  hoy 
en  el  dedo  de  los  saltimbanquis 
y  eres  presilla  valiosa  en  la  pe- 
chera de  los  banderilleros. 

El  comerciante  hecho  rico  por 
el  ardid  de  una  quiebra,  y  el 
general  de  alfeñique  que  des- 
pojó al  contrario  en  la  oportu- 
nidad de  una  victoria,  todos  te 
colocan  como  gemelo  de  sus 
anillos  nupciales,  todos  te  arran- 
can del  rondo  de  los  estuches 
para  engalanar  las  muñecas  de 
sus  mujeres  y  las  gargantas  de 
sus  hijas. 

Y,  sin  embargo  de  todas  esas 

Erofanaciones  de  tu  estirpe  no- 
ilísima,  hubo  un  tieinpo  en  que 
sobre  los  bucles  ondulantes,  en 
la  cabeza  erguida  de  las  prin- 
cesas y  de  las  emperatrices,  tu 
caricia  de  fulgor  magnificó  los 
mohines  del  orgullo  y  los  me- 
lindres de  la  coquetería. 


Moreno  Alba. 


1907. 


-  157  - 


¡Es  tan  fugaz  lá  vida! 


¿Mi  porvenir?  ¡Oh!  vana  pre- 
ocupación !  I  Es  tan  fugaz  la  vi- 
da; tan  contados  son  los  años 
que  vivimos  con  plena  concien- 
cia de  nuestras  voliciones,  que 
pensar  en  el  porvenir  es  grave 
locura!  Yo,  m  siquiera  inciden- 
talmente  he  querido  pensar  en 
esa  hidra  monstruosa.  Mi  cere- 
bro se  hubiera  visto  poblado 
por  preocupaciones  harto  dolo- 
rosas  ...  1  El  porvenir  I  ¡  El  por- 
venir !  Una  fuerza  de  holganza 
futura;  una  reserva  de  priva- 
ciones para  gozar  en  la  vejez 
de  placeres  y  emociones  que 
no  pudieron  ser  en  la  juventud, 
cuando  hubo  en  el  cerebro  una 
ensoñación  y  en  el  alma  fres- 
cura y  atrevimiento  1  No :  el 
porvenir  me  espanta;  quiero 
vivir  y  soñar,  sobre  todo  soñar.. . 
Mientras  sueñe  con  locuras  vi- 
viré intensamente  la  vida.  Y  yo 
quiero  vivir,  olvidarme  de  toda 
preocupación  proterva,  de  todo 
humano  odio,  de  todas  las  mi- 
serias y  dolores  que,  precisa- 
mente, van  sembrando  esos  bus- 
cadores de  porvenir.  ¡  Qué  her- 
moso es  olvidar  el  egoismo  del 
alma  colectiva,  su  amn  de  di- 
nero y  espectabilidad,  para  en- 
tregarse ae  lleno  al  deleitoso 
gustar  de  la  vida  vista  á  través 
de  las  risueñas  ensoñaciones  del 
espíritu  y,  sólo  por  necesidad, 
rendir  tributo  al  mandato  im- 
perioso del  estómago,  robando 
al  ensueño  las  horas  necesarias 

Eara  ganar  el  pan  de  cada  día ! 
,uego...,  después...,  siempre..., 
soñar  junto  á  cualquier  mani- 
festación de  la  naturaleza  ubé- 
rrima y  generosa.  Animar  con 
el  panteísmo  del  alma  todos 
sus  colores,  todos  sus  secretos, 
y  todos  sus  perfumes  y  vivir 
identificado  con  ellos.  En  la  sal- 
vaje roquedad,  guarida  de  ani- 


Para  María  C.  González, 

Cariñosamente. 

malejos  que  saben  de  la  alegría 
despanzurrándose  ai  sol;  en  el 
risco  peligroso  donde  las  cabras 
hacen  proezas  de  estabilidad ; 
en  la  ola  que  salmodia  un  him- 
no de  prepotencia;  en  el  lago 
sereno  y  cristalino  que  resguar- 
dan fantásticos  peñascales;  en 
la  abrupta  serranía  donde  cons- 
truyen sus  nidos  las  aves  de 
rapiña ,  en  el  valle  oculto  donde 
trisca  una  majada  ó  se  levanta 
la  silueta  de  una  choza  solitaria ; 
en  la  vasta  pradera  verdeguean- 
te que  solo  limita  el  firmamento; 
en  las  ñores,  en  las  nubes  que 
pasan  y  mismo  en  el  yermo 
donde  la  vida  intensa  del  sol  ó 
de  la  nieve  ha  matado  toda 
germen  de  vida  de  la  tierra; 
en  todos  los  sitios  y  lugares, 
encontrar  un  motivo  para  enso- 
ñar, para  bañar  el  eppíritu  en 
ese  lirismo  incomprensible  para 
aquellas  almas  volubles  que  be- 
ben en  el  cáliz  de  la  esclavitud 
cotidiana,  el  tóxico  laxante  del 
utilitarismo.  Saber  que  con  el 
ensueño  no  se  obtiene  una  uti- 
lidad práctica,  pero  vivir  y  go- 
zar de  la  vida.  Si  en  medio  de 
las  ensoñaciones  se  añoran  unos 
labios,  una  sonrisa,  una  palabra 
cariñosa  de  mujer,  la  juventud 
es  talismán  mágico  y,  á  su  voz, 
no  falta  quien  se  preste  á  brin- 
dar en  la  soledad  la  ternura  de 
sus  caricias,  polarizando  en  el 
cerebro  una  exigencia  carnal. 
Vivir  unos  instantes  á  su  lado 
el  misterio  femenino;  reir  al 
borde  de  una  fuente,  bajo  la 
mirada  pestañante  de  una  es- 
trella, entre  el  perfume  de  las 
flores  y  el  parloteo  sutil  é  insi- 
nuante de  la  brisa  que  sabe  de 
la  alegría  del  vivir.  Luego  tor- 
nar á  errabundear  por  aparta- 
dos donde  el  alma  pueda  dialo- 
gar libremente  con  el  alma  del 


■  Sse-A.. 


^í?j!*^í: 


■p 


—  158  - 


misterio  y  del  enigrna.  Si  en- 
soñada una  mujer  no  se  hallare 
en  el  camino,  resta  el  mar  que 
tiene  el  delicioso  perfume  de 
las  carnes  femeniles ;  el  río  que 
canta ;  los  pájaros  que  trinan  y 
revolotean;  la  vida  que  farfulla 
al  oído  todas  sus  bellezas  y 
todas  sus  glorias. 

Que  el  mañana  no  preocupe 
ni  se  busque.  El  vivir  en  un 
prolongado  ensueño  sea  el  más 
intenso  deseo.  Y  cuando  enfer- 
mo, achacoso  y  sin  recursos,  el 
invierno  de  la" vida  impida  va- 


gabundear por  apartados  silen- 
tes, esforzarse  por  ensoñar  aun. 
También  en  la  nieve  de  la  edad 
senil  hay  paisajes  y  alegrías. 
Matar  con  el  ensueño  todas  las 
hondas  cavilaciones  dolorosasy, 
ensoñando,  morir  con  la  alegría 
del  vivir,  sobre  pétalos  de  ro- 
sas frescas,  empapado  en  una 
postrera  ilusión.  • 

Perfecto  López  Campaña. 

Mayo,  1907. 


K  Cervantes 


K  unos  ojo 


Porque  fueron  humanas  tus  creaciones 
Es  que  siguen  cruzando  siempre  errantes: 
Del  manchego,  los  restos  arrogantes 

Y  de  Sancho,  las  cuerdas  reflexiones. 

¡  Dualismo  incomparable  !  Las  ficciones 
Del  pobre  soñador,  serán  como  antes 
Mirajes  del  ideal,  mientras  triunfantes 
Saldrán,  del  escudero,  las  razones. 

Y  así  siempre  ha  de  ser,  pues  mientras  dure 
Un  destello  de  Venus  Citerea 

Y  el  brillante  color  del  sol,  perdure 

Y  la  razón  en  los  cerebros  brote  : 
Sancho  se  ha  de  reir,  viendo  á  Quijote 
Soñando  con  su  eterna  Dulcinea  ! 

Ismael  Cortinas. 
Montevideo,  Enero  de  1907. 


Ojos  llenos  de  luz,  ojos  soñados 
ojos  de  esfinge,  impávidos  y  fríos  ; 
ojos  traviesos  que  al  herir  son  píos 
y  que  los  celos  tornan  acerados. 

Tristes  ojos  en  llanto  desolados 
que  son  Inviernos  y  á  la  vez  Estíos ; 
que  saben  de  galantes  desafíos ; 
en  éxtasis  de  amor  ojos  nimbados. 

En  éxtasis  de  amor  ojos  nimbados, 
son  tus  ojos  de  luz,  ojos  amados  ! 

Juan  Picón  Olaondo. 


O 


o 


Tulio  M.  Cestero 

Este  excelente  prosador  dominicano  cuyo  retrato  publicamos  éh 
otra  página  del  presente  número,  nos  envía  desde  París  sü 
pantomima  «La  sangre»,  (inédita),  que  forma  parte  de  su  prJ^ 
ximo  libro  «Citerea»  que  edita  la  casa  Rodríguez  Serra  di 
Madrjd  en  su  Biblioteca  Mignon.  Nos  obsequia  también  coíl 
una  fotografía  en  que  aparecen  el  conocido  escritor  Manuel 
Ugarte  y  él,  en  París.  La  publicaremos  en  el  próximo  nú* 
mero  de  Agosto  como  asimismo  el  último  retrato  del  ob- 
sequiante. 

Todos  éstos  valiosos  envíos  que  nos  hacen  escritores  consagra* 
dos,  tanto  de  la  América  Latina  como  de  la  España  moder- 
na, demuestran  de  una  manera  evidente  que  Apolo  se  impone. 

N.  de  la  R- 


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—  159  — 


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Mme.  Catülle  Mendés 


Pierreries 


Au  jade,  á  la  turquoise,  aux  nuancés  lapis, 
A  r  émeraude,  á  i'  hyacinte,  á  Ja  topaze, 
Aux  béry's,  au  plus  bleu  diatnant  du  Caucase, 
Aux  opales  en  pleurs  sous  leur  voile  d'Isis, 

Aux  rubis  faits  avec  le  sang  clair  d' Adonis, 
A  r  oeil  de  1'  escarboucle  ou  de  la  chrysoprase 
Dont  sont  ornes  les  dieux  de  siJence  et  d'  extaxe, 
A  la  perle  marine  égale  aux  fleurs  du  lis, 

A  1'  or  tors  ouvragé  par  la  main  d'  un  artiste 
Pour  enchasser  le  sardonyx  ou  l'amethiste, 
Méme  á  1'  eau  du  saphir  préconisant  i'  amour, 

Je  préfére,  decolores  de  mille  sortes, 
Suspendus  á  mes  doigts  et  transpercés  de  jour, 
Le  colliers  anciens  qui  plurent  á  des  mortes. 

Mme.  Catulle  Mendés. 


-  160  - 

La  canción  del  paría 


(De  un  libro  en  prep.'iración) 
Ai  poeta  Ángel  Falco 

Yo  soy  un  legionario  de  las  turbas  hambrientas, 

Yo  voy  vagando  siempre,  cansado  y  sin  hogar; 

Yo  Voy  dejando  trozos  de  mis  carnes  sangrientas 

En  las  montañas,  donde  yo  subo  á  blasfemar. 

Yo  soy  un  paria  errante.  En  mi  gran  fiebre  quiero 
Buscar  las  libertades,  soñando  un  Sinaí; 
Mas,  tengo  por  guarida,  el  Universo  entero, 

Y  él  Universo  es  chico  para  guardarme  á  mí! 

Yo  quiero  herir  al  monstruo  del  mundo,  con  mi  lanza; 

Dejar  hecho  ruinas  donde  yo  plante  el  pié; 

Yo  tengo  mucha  hambre  de  amor  y  de  venganza, 

Y  sufro ...  y  me  revuelco . . .  ¡  pero  llorar  no  sé ! 

Yo  sueño  las  derrotas  de  todas  las  edades ; 
Yo  clamo  por  las  almas  vencidas  y  sin  luz; 

Y  las  miserias  todas,  de  las  humanidades, 

Las  llevo  en  mis  espaldas,  como  una  inmensa  cruz ! 

El  látigo  del  Déspota,  en  su  bárbaro  anhelo, 
Jamás  hizo  á  mi  rostro  teñirlo  do  arrebol ; 
¡  Y  yo  no  tengo  frente  para  bajarla  al  suelo, 
Porque  mi  frente  se  hizo  para  llegar  ai  Sol ! 

Mi  Voz  nadie  la  acalla.  Mi  Voz  en  las  cuchillas 

Y  en  llanos,  tiene  el  eco  de  un  lírico  huracán . 
¡Y  el  pan,  yo  no  lo  imploro  hincando  las  rodillas, 
Pues  hombre  soy,  tan  hombre  como  el  que  tiene  pan ! 

Desprecio  las  riquezas,  las  pompas,  los  laureles; 

Es  todo  fango  y  sangre,  orgullo  y  vanidad 

De  los  cerebros  muertos.  ¡Yo  quiero  los  corceles 

Y  la  carroza  roja  do  va  la  Libertad ! 

Y  siempre  voy  vagando.  Y  si  algún  día  siente 
Mi  espíritu,  apagarse  la  fe  que  le  alumbró : 

i  Sabré  morir  de  angustias,  mas  sin  doblar  la  frente! 
¡Sabré  matar  mi  alma,  pero  arrastarla,  ¡nó! 

Abril  1907.  Ovidio  Fernandez  Ríos. 


-  161  - 


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162 


Algo  que  fué 


Mi  amigo  Tito,  como  cariño- 
samente lo  llamaban  sus  bon- 
dadosas hermanas,  faltando  á 
su  palabra,  me  deió  sin  su  com- 
pañía aquella  tarde. 

Resuelto    me    dirigí   á  pasar 
unas  horas  por  los  vastos  cam- 
pos de  los  alrededores,  toman- 
do rumbo  al   cercano   mar.   El 
aire  demasiado  fresco   azotaba 
mi   cuerpo,    entumeciendo    mis 
miembros.    Levanté    el    cuello 
del  sobretodo,  metí  las 
manos  en  'los  bolsillos        "    -  ' 
y  avancé.  A  cierta  dis- 
tancia   distinguía    gru- 
pos de  jóvenes  que  pa-  "" 
seaban  en  parejas,  guar-             •  v  ■ 
dando    prudencial   dis- 
tancia á  fin   de   poner 
sus    conversaciones    á 
recato   de  las    parejas 
vecinas.  Y  cruzaban... 
Yo  meditando  observa- 
ba la  felicidad  que  em- 
bargaba á  esas   almas, 
mientras  la  raía,  triste, 
muy  triste,  dejaba  caer 
su  llanto  asi  como  los  ár- 
boles dejan  caer  sus  ho- 
jas, que  en  épocas  pri- 
maverales habían  sido 
su  orgullo  como  el  de  mi 
alma    fueron    también 
esos  vulgares  col  oq uios, 
que  solo  alegran  las  épo- 
cas   primeras,  cayendo 
después,  como  las  nojas,. 

vulgares,  vulgares... 
Todo  es  mentira,  todo... 
El  gesto  de  interés,  de 
dulzura;  las  frases  a- 
prendidas  en  las  novelas  de  un 
romanticismo  rancio,  todo  es 
mentira . . . 

Y  pensaba . . .  De  pronto  mis 
ojos  descubriendo  una  silueta 
conocida,  desviaron  el  rumbo 
de  mis  ideas.  Alta,  casi  obesa, 
haciendo  crujir  la  seda  de  su 
traje  y  ostentando  un  sombrero 
con  grandes  plumas,  Emma  me 


saludó. ..  Me  descubrí  á  su  paso. 
Un  recuerdo  acudió  á.  mi  me- 
moria :  Anita,  mi  coqueta  veci- 
na, habíame  observado  que  re- 
bajaba mi  persona  al  descu 
brirme  ante  Emma.  ¡Emma ! 
No,  Emma  es  una  mujer  á  quien 
yo  aun  aprecio.  ¡  La  infancia ! 
oh!  edad  que  no  vuelve,  cánti- 
co que  no  arrullará  más  nues- 
tros oídos,  brisa  perfumada  que 
al  besar  nuestros    rostros   dejó 


José  Enrique  Rodó 

impreso  en  los  recuerdos  la  ti- 
bieza de  una  caricia !  j  La  infan- 
cia! es  tan  dulce  su  recuerdo, 
su  epopeya  me  hace  tan  feliz, 
que  Emma,  de  mis  infantiles 
amiguitos,  es  para  mi  lo  más 
sublime,  lo  más  encantador  de 
ese  recuerdo.  ]  Cuántas  veces 
abrazados  por  el  cuello,  riéndo- 
nos de  todo,  corrimos  tras   las 


—  163  — 


chivas  y  los  pollitos  en  los  cam- 
pos cercanos  á  nuestras  casas, 
gozando  de  'a  aflición  de  las 
gallinas  que  amenazaban  ata- 
carnos para  defender  á  sus  pe- 
queñuelos  1  Oh  I  cuántas  veces 
no  tirábamos  abrazados  en  el 
césped,  rendidos  después  de  una 
dé  esas  largas  correrías  provo- 
cadas por  algún  vecino  que  nues- 
tras bromas  habían  sulfurado  I 
Después,  nuestras  idas  y  vuel- 
tas á  la  escuela,  siempre  ale- 
gres, siempre  felices ! . . .  Y  aho- 
ra, porque  ha  hecho  de  su  amor 
una  mercancía;  porque  fué  arras- 
trada por  la  miseria  hacia  la 
prostitución,  ¿  debo  odiarla  ? 
No,  no  puede  sa  La  quie- 
ro más  . . .  mucho  más  que  an- 
tes I  Anita  que  vive  rodeada  de 
comodidades,  que  tiene  á  su  al- 
cance todo  lo  que  anhela,  que 
sus  menores  caprichos  pueden 
ser  satisfechos,  ignora  lo  infa- 
me que  es  la  miseria !  No,  el  a 
no  sabe  de  los  dias  sin  pan,  de 
las  noches   sin  abrigo ;  no,  no 


lo  sabe.  Sus  mismos  hermanos 
con  el  oro  que  poseen,  cuántas 
Emmas  no  habrán  seducido ! 
Yo,  al  saludarla,  al  quererla  en 
su  desgracia,  soy  el  mismo.  No 
se  ajiganta  mi  estatura,  ni  dis- 
minuye mi  valor  moral.  Debie- 
ra no  saludar  á  ninguna  si  de- 
jara de  saludar  á  Ema.  A  nin- 
guna !  Ni  siquiera  á  Anita . . . 
Todas  son  unas  prostitutas  ;  del 
sentimiento,  unas;  del  cuerpo, 
otras .... 

Una  mano  se  posó  sobre  mi 
hombro.  Volví  en  mí.  Era  Tito 
que,  habiendo  llegado  á  su  casa 
momentos  después  de  mi  sali- 
da, logró  alcanzarme. 

—  i  Qué  piensas  ?  -  me  pre- 
guntó. 

—  Pienso,  pienso  . . .  que  el  in- 
vierno es  triste  como  mi  vida, 
porque  mi  vida  es  un  invierno 
ausente  de  sol,   de  felicidad . . . 


Marcos  Froment. 


Junio,  1907. 


En  secreto 


Cuando  en  el  alba,  la$  aves 
mezclan  sus  gorjeos  suaves 
del  bosque  con  los  rumores ; 
ahogando  mis  cuitas  graves, 
yo  le  confío  á  las  aves 
mis  amores  ... 


Cuando  en  la  noche,  la  luna 
en  la  dormida  laguna 
riela  sus  limpios  fulgores  ; 
pensando  en  mi  cruel  fortuna, 
yo  le  confío  á  la  luna 
mis  amores  . . . 


En  las  tardes,  cuando  el  viento 
con  giro  armónico  y  lento 
roba  su  aroma  á  las  flores ; 
fijo  en  tí  mi  pensamiento, 
mi  pecho  confía  al  viento 
sus  amores  ... 


Mas,  si  á  tu  lado,  bien  mío, 
en  tus  ojos  me  extasío 
sintiendo  locos  ardores ; 
de  ansia  y  de  gozo  desmayo, 

y  me  callo  . . . 
sin  confiarte  mis  amores. 


Santiago  de  Chile. 


Alberto  Maueet  Caamaí^o. 


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—  Ib4  — 


Es  el  ©caso 

Es  el  Ocaso  amada,  y  es  hora  de  añoranza, 
Cuando  el  alma  del  mundo  se  postra  en  oración, 

V  lo  suprasensible,  iiloriosamente  alcanza 
Hecho  un  ala  el  espíritu  en  la  ingente  ascensión  ! 

¡  Yo  asordé  mis  deseos,  de  Uliscs  á  la  usanza, 
Para  que  no  escuchasen  tu  solicitación ! 
¡  Y  aún  tú  me  esclavizas  y  ya  sin  esperanza, 
Mvievc  irredenta  mi  alma,  las  ruedas  de  Ixión ! 

¡Es  el  Ocaso  amada,  cuando  gimen  los  bronces, 
Mis  huertanos  amores  sollozan  como  entonces. 
En  el  Ángelus  místico  su  misa  de  Réquiem. 

Y  aún  en  la  campana,  gigante  de  mi  pena. 
Hecho  un  badajo  enorme,  mi  corazón  resuena, 
Con  nostalgia  infinita,  clamando  Ven...  Ven...  Ven..! 


Yo  me  cegué  los  ojos...! 

Podrá  la  Infamia  herirme  ,  mas,  alta  la  cabeza. 
Yo  he  de  seguir  cantando  mi  credo  que  es  de  Bien, 
Envolviendo  en  mis  alas  de  luz  y  de  grandeza, 
A  todo  lo  que  es  noble  y  á  lo  que  es  vil  también! 

Al  dialogar  insomne  con  la  Naturaleza, 
Ella  me  habló  de  arcanos ;  ella  me  dijo,  ven ! 
Alza  la  frente  augusta,  que  ensombra  la  tristeza, 
¡  El  ;vstro  da  sus  rayos  y  nunca  mira  á  quién ! 

V  es  así  que  en  la  sangre  de  mi  canción  suicida. 
Voy  fecundando  el  yermo  silente  de  la  Vida, 
Soberbio  con  la  augusta  magestad  de  mi  rol. 

Pues  con  mis  propias  alas  como  el  ángel  de  un  día, 
¡  Yo  me  cegué  los  ojos,  en  tanto  que  ascendía  1 
\  Yo  me  cegué  los  ojos ...  y  amanecí  en  el  Sol ! 

Ángel  Falco. 


165  — 


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REMIGIO  ROMERO  LEÓN 


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6on  motivo  de  ''Heliotropos'* 


Párrafos  de  una  carta  que  el  Dr.  Remigio  Romero 
l-eón,  distinguida  personalidad  del  foro  ecuatoria- 
no, ha  dirigido  al  director  de  Afolo  : 


«La  injusta  crítica,  de  ciertos  envidiosos,  hecha  al  libro  "Helio- 
tropos",  me  ha  dado  ocasión  para  escribir  la  estrofa  que  le  envío 
en  la  postal  adjunta.  Acéptela  Vd.  como  un  testimonio  de  cordia- 
lidad y  afecto,  v  como  una  prueba  de  la  sinceridad  con  que 
aplaudo  la  labor  literaria  de  VM.» 


Cuenca,  (Ecuador)  Abril  22  de  1907 


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166  — 


Sinceridades 


(diario  de  un  hombre) 


Gérmenes 


Dia  25.  —  Esta  tarde,  hur- 
gando en  mi  biblioteca,  saqué, 
de  entre  un  montón  de  volú- 
menes ya  aviejados  por  el  uso, 
la  novela  ^'Gérmenes",  dé  En- 
rique Crosa,  el  buen  escritor  de 
alma  de  artista,  que  ahora,  en 
la  lucha  honrosa  por  la  vida,  ha 
cambiado  su  pluma  de  literato 
por  el  buril  de  grabador,  mon- 
tando un  taller  del  género,  del 
que  es  inspiración  y  brazo. 

Hace  ya  cinco  años  que  Cro- 
sa editó  su  libro  "Gérmenes", 
á  mí  dedicado,  según  él,  en 
muestra  de  admiración  y  com- 
pañerismo; cinco  años,  y  todo 
ese  tiempo  no  ha  podido  borrar 
de  mi  mente  la  impresión  de 
protesta  que  me  produjo  el  si- 
lencio en  que  apareció  y  quedó 
esa  obra,  apenas  saludada  por 
el  acuse  de  recibo  de  algunos 
diarios,  en  la  forma  vaga  y  ru- 
tinaria que  se  escriben  esos 
sueltos,  que,  como  la  hoja 
en  que  aparecen,  tienen  la  vida 
efímera  de  unas  cuantas  horas. 
Esta  tarde,  pues,  volví  á  leer 
"Gérmenes",  y  ahora,  en  el  si- 
lencio de  la  noche,  mientras 
escribo  este  Diario,  todavía  me 
crispo  de  rabia  al  pensar,  como 
entonces,  que  se  procedió  así, 
no  porque  el  libro  lo  mereciera, 
sino  porque  hay  en  esa  obra 
una  poderosa  simiente  de  revo- 
lución social,  mostrándose  al 
desnudo,  en  páginas  crueles,  los 
orígenes  de  un  elemento  que, 
antes  de  estar  en  primera  fila, 
pasó  por  la  explotación  de  me- 
dios ruines,  que  no  debe  su  di- 
nero al  trabajo  honrado,  sino  á 
malos  negocios,  y  que  ahora,  en 
el  presente,  es  la  parte  dura  de 
nuestro  andamiaje  social,  allí 
donde  más  fuerte  debe  pegar 
la  piqueta  demoledora  del  mal. 


Sí:  en  "Gérmenes  ',  Pablo  y 
Antonia  son  los  gérmenes  de 
esa  parte  de  nuestra  sociedad 
cuya  historia  equívoca  se  mur- 
mura de  oído  á  oído.  Son  los 
frutos  que  se  elevan  del  fango 
y  triunfan ;  son  el  cobre  encha- 
pado en  oro,  que  brilla,  sí,  pero 
aue  apenas  se  lima  un  poco, 
eja  ver  un  fondo  negro  y  su- 
cio. Son  la  encarnación  de  los 
orígenes  de  los  perdularios  en- 
riquecidos, cuya  base  de  fortu- 
na fué  la  crápula,  el  robo  y  la 
tarea  negociadora,  baja  y  soez. 
Son  los  gérmenes  de  la  cana- 
lla que  producen  luego  los  polí- 
ticos farsantes,  los  bolsistas  ma- 
tuteros, los  periodistas  sin  ideal, 
los  sacerdotes  sin  moral,  los 
militares  brutales,  los  legisla- 
dores sin  civismo,  la  turbamul- 
ta innoble  que  va  á  las  urnas 
con  el  voto  fraudalento  en  la 
mano,  los  gobernantes  sin  le- 
5'es,  y,  también,  de  toda  esa 
gente  sin  tradición  limpia  que, 
con  las  fastuosidades  del  pre- 
sente cubre  las  lacras  del  pasa- 
do :  las  degradaciones,  los  des- 
pojos, las  ventas,  las  fatigas  y 
sudores  mercenarios  de  los  co- 
mienzos. 

De  esta  germinación  maldita 
brotan  los  seres  espúreos,  sin 
alma,  sin  nobleza  en  las  ideas 
ni  en  la  acción;  los  «honrados 
canallas»  y  los  pillos  con  careta 
de  buenos ;  los  que  en  los  dias 
de  prueba  no  salen  á  las  plazas 
á  defender  sus  pretendidos  de- 
rechos, como  indica  Crosa;  los 
que  tiemblan  cuando  entur- 
bia el  aire  un  cartucho  de  pól- 
vora y  se  esconden  para  atis- 
bar,  por  los  resquicios  de  sus 
viviendas,  el  momento  oportuno 
para  lanzarse,  como  los  cuervos, 
sobre   los   restos   del  motin    y 


■fsp>nsi?vs!^ 


—  167  — 


negociar.  De  esta  masa  informe, 
monstruosa,  oscura  en  sus  orí- 

fenes,  salen  los  componentes 
e  las  dictaduras,  de  las  clau- 
dicaciones y  vergüenzas  políti- 
ticas  de  los  pueblos  ;  los  impug- 
nadores de  la  belleza  y  de  la 
bondad ;  los  ido  atrás  áel  po- 
der y  del  vicio;  los  adulado 
res  para  arribar ;  los  tolerantes 
dignos  de  lástima,  que  estre- 
chan sonrientes  la  mano  del 
que  difaman  por  lo  bajo,  ensu- 
ciándose así,  en  su  propio  lodo... 

Pero,  no  salen,  no,  los  carac- 
teres íntegros,  las  almas  artis- 
tas, los  corazones  generosos  que 
nada  quieren  saber  de  aposta- 
sías,  ni  de  humillaciones,  ni  de 
sórdidas  avaricias.  No  brotan, 
no,  de  ese  légamo  de  faltas  y 
delitos,  los  espíritus  austeros  y 
serenos,  los  que  en  todos  los 
momentos  de  la  vida  cuidan  de 
su  altanería  y  se  yerguen  agre- 
sivos ante  la  injusticia  avasalla- 
dora de  los  que  proceden  sin 
derecho  ni  razón ;  no  nacen,  no, 
los  seres  de  conciencia  tranqui- 
la, de  manos  impecables,  de 
frente  pura,  que  pueden  alzarla 
sin  temor  ante  todos,  en  la  se- 
guridad de  no  llevar  allí  el  se- 
llo, la  marca  infamante  del  cie- 
no de  la  charca,  sino  la  albura 
triunfante  de  los  buenos,  de  los 
fuertes  y  de  los  justos. 

Un  libro  así,  que  enseñaba 
un  cuadro  sombrío,  pero  real, 
debía  ser  silenciado,  debía  pa- 
sar desapercibido,  no  fuera  que 


el  pueblo  bueno,  justiciero  en 
sus  cosas,  notara  de  donde  le 
vienen  muchos  males  y  tratara 
de  demoler,  para  hacer  triunfar 
la  gente  sana,  las  ideas  nobles 
y  grandes.  Fué  así.  Pero,  nada 
se  ha  evitado.  En  la  política  y 
en  las  letras,  hoy  son  muchos 
los  que  se  yerguen  airados 
contra  los  que  ¡vienen  del  fan- 
go y  llenan  de  miasmas  el 
pais. 

Por  ahora  sus  manifestaciones 
son  literarias ;  pero,  ya  vendrán 
otras.  Las  mentes  rebeldes  tra- 
bajan y  los  versos  y  las  prosas 
de  todos  los  estilos  tienen  chas- 
quidos de  látigo  que  sacarán  al 
pueblo  de  su  sueño  de  enga- 
ño. Ahí  está,  sino,  la  obra  de 
todas  esas  almas  de  lucha  que 
van  hacia  el  porvenir  y  que  en 
libros,  diarios  y  revistas  cantan 
ó  dicen  la  doctrina  de  la  reden- 
ción y  preparan  el  advenimien- 
to de  otras  cosas. 

En  nuestro  medio  ambiente 
hay,  pues,  estremecimientos  de 
rebellones  é  innovaciones  re- 
generadoras y  es  de  esperarse 
que  los  gérmenes  de  la  menti- 
ra y  del  mal  sean  vencidos,  en 
la  lucha  que  empieza,  por  los 
altivos  propagandistas  de  un 
luminoso  ideal  de  pureza,  de 
verdad  y  de  justicia. 

Ángel  C.  Miranda. 

Cuarto,  Mayo  25  de  1907. 


Eremita 


Tierra  fragosa  j?  adusta 
llena  de  punzantes  zarzas, 
hace  que  ries^ues  y  esparzas 
gotas  de  tu  sangre  justa. 

Peñas  en  tu  cuerpo  incrusta, 
mas,  para  que  te  resarzas, 
te  da  el  olvido,  en  que  engarzas 
perlas  de  tu  fe  robusta. 


¡  Beato  !  en  éxtasis  me  miras 
la  patria  por  que  suspiras 
con  desdén  del  mundo  acerbo. 

Y  á  cada  luz  eres  rico, 

sólo  con  el  pan  que  un  cuervo 

para  ti  baja  en  el  pico. 

Enrique  Diez  Cañedo. 


f-"^' 


—  168  — 


PERFECTO  LÓPEZ  CAMPAÑA 


Por  jardines  ajenos 


"FANFARRIA    BE    PREJUICIOS" 


Los  últimos  frutos  que  ha  da- 
do á  luz  nuestra  juventud  pen- 


sadora exteriorizando  sus  im- 
presiones personales  de  la  vida 


—  169  — 


con  el  noble  proposito  de  hu- 
maniz'irla,  hablan  altamente  y 
con  halagadora  elocuencia  de 
lo  que  llamaremos  en  un  futu- 
ro muy  próximo  el  Renacimien- 
to literario  en  el  Uruguay. 

Pronto,  muy  pronto,  esa  ju- 
ventud pictórica  de  ideales,  ac- 
tiva y  perseverante,  cosechará 
el  fruto  opimo  de  sus  esfuerzos. 
Se  acerca  la  época  de  la  ven- 
dimia, y  los  nuevos  viñadores 
irán  á  ella  maguer  las  diatribas 
y  los  subterfugios  de  aquellos 
entes  amorfos  á  quienes  yo  he 
llamado  « los  críticos  de  arra- 
bal», y  en  cuyos  gestos  de  Zoi- 
los envejecidos  duermen  res- 
quemores de  odio,  de  ese  odio 
circunstancial  que  á  los  anqui- 
losados de  la  idea  y  anémicos 
del  espíritu  provoca^  el  prema- 
turo, avance  de  las  inteligencias 
jóvenes  y  vigorosas. 

La  publicación  de  un  libro 
bueno,  aquí,  es  un  acto  atrevido, 
imperdon  ible.  Y  como  ella  im- 
plica el  esfuerzo  de  una  menta- 
lidad más  ó  menos  apta  para 
lanzarse  á  la  arena  de  la  lid 
intelectual,  es  preciso,  pues,  que 
vayamos  á  la  conquista  del  «Yo», 
^ero,  ostentando  —  fuerte  justi- 
hcativo  —  algo  así  como  una  es- 
quema de  nuestro  alcance  y 
gesto  intelectivos.  Es  menester 
hacerlo  así,  y  no  esperar  el  jui- 
cio erróneo  á  las  veces,  y  á  las 
veces  malevolente,  con  que  in- 
ñnidad  de  críticos  advenedizos, 
surgidos  como  por  encanto  an- 
te Ja  aparición  de  una  obra 
cuyas  virtudes  ignoran  antes  y 
después  de  leerlas,  (pues  la  cos- 
tumbre de  menoscabar  lo  ajeno 
se  ha  hecho  en  ellos  una  exqui- 
sita voluptuosidad)  hacen  su  pri- 
mera entrada  en  el  recinto  del 
tribunal  literario. 

Pero  he  aquí  que  entre  esa  fa- 
lange de  sembradores  de  ideas, 
hay  algunos  que,  cegados  por 
la  palabra  convencional  y  el 
aplauso  servil  de  sus  amigos 
de  camarilla,  insinceros  y  noci- 
vos, se  abandonan  paulatina- 
mente, con  la  inconsciencia  de 


un  niño,  más  sin  claudicar  del 
todo  en  sus  ideales,  y  otros, 
i  guay  de  los  débiles !  á  quienes 
un  reproche  muchas  veces  in- 
justo y  aplastador  los  abate, 
arrojándolos  en  zaga  aun  cuan- 
do tengan  suficientes  aptitudes 
para  expresar  sus  sentires  y 
propender  al  desenvolvimiento 
de  la  acción  universal.  Eso  no 
es  de  lamentarse  sino  de  casti- 
garse. La  inacción  nos  tornaría 
impasibles  hasta  llevar  nuestro 
sensorio  ó  una  pasividad  de 
muerte.  Castiguemos  eso,  pues. 
No  pensemos  como  aquel  escri- 
tor que  dijo : 

«Selon  la  Nature,  tout  acte 
pour  acquérir  ou  se  défendre 
est  legitime — Le  Philosophe  ne 
doit  réprouver  ni  le  malfaiteur 
ni  le  juge :  qu'il  se  garde  seule- 
ment  de  tous  les  deux ! ». 

Pero  he  aquí  también  que 
frente  á  aquellos  cuyo  espíritu 
morboso  está  exento  de  volicio- 
nes supremas,  se  yerguen  otros, 
y  son  los  menos,  selectos  é  in- 
claudicantes,  cuyo  lábaro,  cual 
un  rojo  oriflama  de  combate, 
ondea  á  todos  los  vientos  de 
tempestad.  Conscientes  de  sus 
ideas  é  impertérritos  en  la  lu- 
cha que  se  desarrolla  en  el  mo- 
mento actual  en  que  sólo  el 
mercantilismo  impera ;  refracta- 
rios, tenazmente  refractarios  á 
todo  convencionalismo  y  á  las 
liturgias  que  la  moda  literaria 
impone  para  granjear  simpatías, 
ellos  van  contra  la  rutina,  des- 
truyendo prejuicios  y  sacrifi- 
cando su  bienestar  sin  otro  es- 
tímulo que  el  de  sus  sueños  de 
libertad  ni  más  halago   que   el 

aue  les  ofrece  la  noble  alma 
e  sus  obras  educativas  y  tras- 
cendentales. 

Y  triunfarán,  pues  son  los 
verdaderos  precursores  de  ese 
Renacimiento  que  espera  la  In- 
telectualidad. 


A  estos  últimos  cruzados  de 
fibra  y  voluntad  férreas,  y  arie- 
tes del  buen  pensar,  pertenece 
Perfecto  López  Campaña. 


^  170  -- 


Su  nuevo  libro  «Fanfarria  de 
Prejuicios»  tiene  el  vigor  y  el 
alto  y  generoso  atrevimiento 
de  los  cerebros  formados  en 
medio  de  una  lucha  continua 
donde  los  sinsabores  de  la  vida 
se  prodigan,  y  el  buitre  de  la 
envidia,  insastifecho  siempre, 
siempre  en  acecho,  bate  sus  alas 
regocijándose  ante  la  perspec- 
tiva de  nuevas  víctimas. 

Escrito  en  estilo  bello,  y  si  se 
quiere,  harmo- 
nioso ;  ubérri- 
mo de  ideas  y 
hondas  consi- 
deraciones en 
las  cual  es  debe 
admirarse  tan- 
to lo  elevado 
del  concepto 
como  la  forma: 
urna  que  1  as 
encierra,  todo 
él  nos  dice  a- 
certadamente 
del  desarrollo 
de  las  huma- 
nas pasiones ; 
de  morbosida- 
des psíquicas ; 
y  en  páginas 
de  un  verismo 
inmaculado  y 
fuerte ,  1 1  enas 
de  dolorosas 
revelaciones  y 
axiomas  que, 
lentos,  tocan  el 
alma  y  la  con- 
mueven,  nos 
presenta  her- 
mosos temas  de  psicología,  una 
psicología  sutil,  personalísima, 
(pese  á  los  sacerdotes  de  esa 
prosa  de  gacetilla  innocua  y  ul- 
tramontana que  atrofia  el  en- 
tendimientoj)  y  sienta  como  prin- 
cipio, ora,  las  pertinaces  rebel- 
días que  provoca  la  oposición 
materna  á  los  sentimientos  de 
la  hija  que  un  fuego  de  amor 
inflama;  ora,  la  perniciosa  in- 
fluencia que  en  los  espíritus  dé- 
biles ejerce  la  hipocresía  del 
medio  ambiente ;  ó  bien,  recuer' 
da,  castigándolo  con  frases  ple- 


Alfonso  Daudet 


ñas  de  vida  todo  ese  cúmulo 
de  aberraciones  que  se  cometen 
en  nombre  de  las  leyes  huma- 
nas. 

Cual  una  mar  serena  en  el 
descenso  majestuoso  de  la  tar- 
de, así  su  estilo  brillante  y  ori- 
ginal, donde  la  metáfora  revo- 
letea como  un  pájaro  travieso 
en  una  orgía  de  luces  y  de  co  - 
lores. 
La  idea  no  está  supeditada  á 
ese  estilo  con 
el  cual  armo- 
niza, sino  que 
lo  sobrepuja. 
Tal  asi,  por  e- 
jemplo,  en  «Ru- 
perto Liebe» 
que  es  un  frag- 
mento de  vida 
discreto  y  real, 
toda  una  eto- 
pea  sugestiva 
tratada  con  su- 
mo acierto  y 
una  sutilidad 
sin  mácula. 
Hasta  ahora, 
nadie  había  he- 
aquí  un  estu- 
dio como  ese 
en  que  e!  eso- 
terismo  de  una 
alma  inquieta, 
ávida  de  sen- 
saciones, flore- 
ce rosas  de  luz 
que  bregan  por 
reventar  en  un 
ciclo  de  vida 
íntima,  bajo  el 
influjo  poderoso  del  amor.  Son, 
algunos  de  sus  pasajes,  de  una 
exquisita  melancolía  que  evoca 
las  delicadas  y  maravillosas  ira- 
presiones  de  Jules  Laforgue. 
Luego,  aquella  dualidad  de  sen- 
timientos y  aquella  transición 
oportuna  y  natural  en  el  ánimo 
del  protagonista,  nos  pintan  de 
cuerpo  entero  y  en  breves  ras- 
gos detinitívos  á  un  ser  que, 
despojándose  de  prejuicios  atá- 
vicos, marcha  hacia  una  senda  de 
luz  y  de  verdad,  y  siente  y  pien- 
sa intensamente,  intuitivamente. 


—  17Í  — 


López  Campaña  perfila  en  ese 
cuento  de  amor  y  de  condena- 
ción toda  su  personalidad  pen- 
sante. Leedlo,  y  exclamaréis 
conmigo:  ¡qué  creación  elocuen 
te  y  conmovedora  1  ¡conmove- 
dora y  trágica  como   el  amor! 

« Sólo  por  un  beso »  es  una 
maravilla  de  realidad.  Margari- 
ta es  el  prototipo  de  la  mujer 
ingenua,  retraída  y  tímida,  con- 
sagrada solamente  á  sus  queha- 
ceres y  enclaustrada  en  el  ho- 
gar. El  diálogo  bien  manejado 
y  fiel  hasta  en  sus  detalles  más 
nimios,  revela  una  pluma  colo- 
rista exuberante  en  rasgos  de 
observación. 

López  Campaña  pone  además 
en  él,  el  sello  de  su  alto  perso- 
nalismo que  lo  lleva  á  un  pues- 
to avanzado  en  nuestros  cena 
culos  literarios  acostumbrados 
á  las  falsedades  de  la  retórica 
y  á  la  tergiversación  de  la  ver- 
dad en  el  ideal  artístico.  Por 
que  no  siendo  él,  partidario  del 
arte  por  el  arte,  no  escribe  por 
simple  exhibicionismo,  como 
muchos,  sino  por  necesidad  psi- 
cológica, como  muy  pocos  en 
la  hora  actual. 

De  ahí,  que  su  libro  esté  im- 
pregnado de  un  humano  perfume 
en  que  se  adivina  el  dolor  de 
un  corazón  emotivo  para  el  que 
no  es  paradoja  «la  tristeza  de 
vivir». 

«Los  censores»,  «Los  reos», 
«La  caza  del  hombre»  y  «El 
patrón»  son  páginas  condenato- 
rias, motivos  de  humanidad  don- 
de cada  frase  es  una  sentencia 
dicha  contra  la  hez  de  los  man- 
dones y  los  aristarcos  modernos. 

Yo  amo  esos  motivos  huma- 
nitarios y  grandes  porque  en 
ellos  priva  la  idea  y  más  aún, 
por  el  placer  que  me  propor- 
ciona el  gesto  rebelde  de  un 
hombre  de  pensamiento  que  se 
yergue  solo  en  medio  á  una 
turba  multa  de  escritores  y  ver- 
sificadores que  no  saben  pensar, 
y  se  entretienen,  sin  embargo, 
en  áirojar  saetas  ó  ditirambos 
á  literatos  de  verdad.   Esto  se- 


gún el  caso,  pues  si  el  escritor 
señalado  tiene  músculos  de  bron- 
ce que  guardan  la  integridad 
de  su  espíritu  é  imponen  algún 
respeto,  para  él,  el  ditirambo  ó 
sino  el  silenció :  y  si  es  débil 
y  no  inspira  temores,  para  él, 
la  saeta  y  el  escalpelo  de  la 
crítica  venal. 

i  Que  su  obra  vale  ?  ¡  No  im- 
porta! La  cuestión  es  eliminar- 
lo, y  la  envidia  lo  consigne  til- 
dándolo de  imitador,  sin  una 
prueba  elocuente  que  apoye  su 
acusación,  ó  bien,  atribuyendo 
á  su  obra  influencias  que  no 
tiene. 

Porque  es  indiscutible  que  la 
aparición  de  un  libro  sincero  y 
personal,  sabe  á  los  «maestros» 
de  hoy  como  una  bofetada  en 
la  mejilla. 

De  todas  estas  diatribas  que 
caldean  nuestro  ambiente  lite- 
rario me  ocuparé  extensamente 
en  mi  próximo  libro  «La  neo- 
crítica  en  el  Uruguay»  en  don- 
de pondré  al  desnudo  con  sus 
lacras  pestilenciales  y  su  carác- 
ter abyecto  á  algunos  preten- 
sos críticos  que  pululan  por 
aquí.  Allí  diré,  haciendo  mía  la 
frase  de  un  compañero  cubano : 
«porqué  no  todos  los  críticos 
son  poetas  ni  todos  ios  imbéci- 
les son  críticos». 

Volviendo  á  López  Campaña, 
os  citaré  «Canto  de  amor»  que 
aunque  tendencioso  como  todas 
sus  creaciones,  sabe  á  miel  ma- 
drigalesca, tal  es  la  oblación  de 
sentimientos  puesta  en  ese  mo- 
do de  idilio  y  la  gracia  encan- 
tadora con  que  describe,  ora 
una  puesta  de  sol  primaveral, 
ora  el  estremecimiento  de  dos 
almas  que  llegan  á  confundirse 
sobre  las  olas  cantantes,  bajo  el 
ósculo  lejano  de  un  poniente  de 
rosa  te. 

En  »Canto  de  amor»  es  un 
poeta  el  que  canta.  Esas  emo- 
ciones hondas  y  ese  contagio 
crepuscular  que  impresionan  lo 
más  íntimo  y  evocan  lejanas 
reminiscencias,  bellos  paisajes 
perdidos  en  un   caos   de   tinie- 


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172  — 


blas,  sólo  se  producen  en  el 
alma  de  los  poetas,  por  virtud 
de  emotividad. 

«Odila»  conmovedora  confi- 
dencia de  una  alma  arrojada  á 
la  corriente  mundana  por  un 
viento  de  egoísmo  y  desamor 
es  un  relato  ligero  y  frágil,  pe- 
ro fiel  á  la  verdad,  y  no  exento 
de  hermosos  rasgos  psicológi- 
cos. Es  este  un  caso  muy  ge- 
neral en  el  seno  de  las  moder- 
nas sociedades ;  no  así  «El  tri- 
buto á  la  avaricia»  y  «Dualis- 
mo» dos  casos  aislados  pero 
reales  en  que  aparece  la  psi- 
quis  en  toda  su  desnudez. 

«El  hijo»  añoroso  y  tierno,  e- 
voca  nuestra  campiña  y  es  la 
síntesis  de  un  poema  de  amor 
trunco  cuyo  epílogo  se  adivina. 
Ese  poema  diríase  una  flor  en 
eclosión  decapitada  por  un  vien- 
to huracanado  en  una  tarde  de 
otoño. 

Cierra  el  libro  «Bajo  los  cei- 
bos» un  cuento  idílico  y  poli- 
cromo, palpitante  de  deseos,  de 


lágrimas  y  de  besos.  Como  un 
vaho  de  voluptuosidad  pasa  por 
él  el  amor,  impetra  dulces  ca- 
ricias y  ensaya  humanas  genu- 
flexiones, mientras  las  almas 
dialogan  con  el  alma  de  la  tarde. 

López  Campaña  ha  derrama- 
do en  su  obra  raudales  de  ideas 
significativas  que  rebosan  hu- 
manismo y  señalan,  por  ende, 
á  una  personalidad  bien  robus- 
ta ya. 

«Ruperto  Liebe»  y  «Sólo  por 
un  beso»  entre  los  cuentos,  y 
entre  los  estudios  «Los  censo- 
res» de  intensa  psicología,  bas- 
tan para  consagrarlo.  Su  moda- 
lidad pensante  queda  definida 
ya  con  motivo  de  esa  obra  en 
que  ha  logrado  adunar  á  la  be- 
lleza del  estilo  sereno  y  siem- 
pre gallardo,  la  pureza  de  la 
idea  siempre  elevada  y  grande. 


Pérez  y  Curis. 


Mayo,  1907. 


La  evocación 


Suspiraba  en  mi  oído  moribundo 
de  Beethoven  un  aire  triste  y  blando, 
velaban  en  el  cielo  parpadeando 
las  estrellas,  el  éxtasis  del  mundo. 
Un  sopor  nocturnal  meditabundo 
como  un  viejo  filósofo,  vagando 
se  perdía  en  las  sendas  desgranando 
su  sollozo  neurótico  y  profundo. 

Toda  una  extenuación  de  resplandores 
hubo  en  el  cáliz  de  las  mudas  flores 
y  al  quejarme  cual  ellas  de  tu  ausencia, 
se  alzó  en  la  vaga  túnica  nocturna 
la  evocación  delgada  y  taciturna 
del  misterio  ideal  de  tu  presencia. 

Alberto  Lasplaces. 


-  173  - 


Aspectos  de  Alma  (*) 


En  torno  á  una  mesa  del  Ca- 
fé, festejábamos  en  regocijada 
aparcería,  la  vena  cómica,  ges- 
ticulante y  comunicativa,  de  un 
cofrade  en  tren  de  fáciles  éxi- 
tos. —  Luego  de  hervir  hilaran- 
te, en  las  gargantas,  el  buen 
humor,  mosto  generoso,  silen- 
ciarios puntos  suspensivos  pu 
s  i  e  r  o  n 
una  tre- 
gua á  las 
extenua- 
c  i  o  n  e  s 
d  e  u  na 
risa  de- 
senguan- 
tada, ple- 
b  ey  a  y 
convulsi- 
va. 

Des- 


pués : 

-Una 
musa  iné- 
dita, ce- 
rebral, u- 
niándri- 
ca  é  ina- 
dap^able 
desabro  - 
cha  para 
mi  espí- 
ritu las 
plenitu- 
des de  su 
virtu  a  1  i  - 
dad  inamativa  . . .  La  Pasión  pa- 
ra los  inactuales  fluirá  de  vene- 
ros de  sentimentalidad ...  En 
cuanto  á  mí,  el  Amor,  emocío- 
nalmente,  es  un  postizo ;  enun- 
cia Márquez  «alma  atormenta- 
da» redondeando  un  monólogo 
mental.  —  El  exceso  ideativo  nos 
arrastra  á  colocar  una  ilusión 
en  una  mujer,  como  colocamos 
un  ramo, en  un  florero  ;  —  prosi- 
gue. -    É    iluminando    con   un 


Catulle  Mendés 


A  Roberto  J.  Payró, 

Cerebralmente. 

«bello  gesto»  una  intención  es- 
céptica  finaliza :  —  La  amada  es 
á  la  manera  de  un  ánfora  en  la 
que  guardamos  el  alucinante 
perfume  de  un  ensueño  temien- 
do su  evanescencia ;  la  amativi- 
dad  viene  áser  una  superelabo- 
ración  imaginativa  que  nos  im- 
portuna y   á  la  que  damos  la 

envoltu- 
ra joyan- 
te  de  la 
carne  pa- 
ra tener- 
la al  al- 
canee 
de  la  ma- 
no.. . 

Blanco, 
alma  he- 
ch  a  de 
borrasca 
le  agre- 
de tumul- 
tuaria- 
mente : 

—La  es- 
tirpe de 
noveda- 
dores  re- 
torcidos 
se  expre- 
sa en  ti, 
por  una 
voz  pe- 
dant  e , 
oh!  ma- 
ravilla de  innocuidad  pensante. 

—  Cállate,  fenómeno  de  in- 
existencia comprensiva ! 

(  Un  propósito  conciliatorio  se 
hace  voz ) 

—  Están  abolidas  las  formas 
de  discusión  personales. 

—  Para  mí  como  para  Nordau 
Sighele  Le  Bou,  la  influencia 
ideológica  de  la  paradoja  en  la 
muchedumbre  . . .  insinúa  Bravo 
una  lata  presumida,   trayendo 


(*)De  "Cuentos  Intelectuales"  un  libro  sin  Editor. 


—  174 


por  los  cabellos  la  ocasión  de 
citar  sus  últimas  lecturas, 

Blanco,  lapida  con  su  turbu- 
lencias combativas  la  charla 
erudita  acometiendo  A  Márquez. 

—Manipular  frases,  sobre  esas 
filosofías  de  laboratorio  se  aseme- 
ja á  salir  con  calzado  de  color  en 
día  lluvia :  ambos,  zapatos  y 
hombres  os  ponéis  á  la  miseria. 

—  No  obstante  la  inexponta- 
neidad  del  símil,  te  concedo  la 
vida  para  hacerte  la  gracia  im- 
perial de  orientar  tu  intelecto, 
se  defíende  Márquez,  g  osando 
con  ademán  g^entil  su  certidum- 
bre de  superioridad. 

—  Soy  andador  de  sendas  rec- 
tas, siéndome  virtud  familiar  la 
de  preferir  equivocarme  á  no  es- 
tar de  acuerdo  conmigo  mismo. 

—  Deteneos,  que  vais  á  pre- 
cipitaros desde  el  piso  alto  de 
vuestros  engreimientos,  se  in- 
terpone como  una  cuña,  una 
voz  entre  dos  réplicas.  Tiene 
la  palabra  « Don  Pietro  Caru- 
sso»  en  carne  donceles.  Juicie 
él  á  nuestros  espíritus  en  mal 
de  espectativas  intuidoras  en 
las  adivinaciones  inquietantes 
de  la  Cabala  y  de  las  martin- 
galas definitivas. 

(A  la  siga  del  imperativo  un 
arnr.isticio  tácito,  páctase  entre 
Blanco  y   Márquez.   Wilson,  el 

Eeriodista  que  se  pretexta  bo- 
emio  para  ser  borracho,  anda, 
visualmente,  por  los  cielos  ra- 
sos á  la  caza  de  «una  idea». 
(Delirios  de  grandezas  en  un 
periodista).  Aguiar,  el  abogado, 
lijo  de  padres  ricos  pero... 
lonrados,  según  el  mal-decir 
de  Pérez,  narcisea  ante  el  es- 
pejo tanteando  un  capricho  ar- 
tístico en  los  buches  de  la  cor- 
bata. Piera,  inhibitivo,  vive  para 
su  orbe.  Los  demás  afinamos  el 
oído ). 

No  queridos ;  no  os  regalaré 
un  don  de  ensalmo  para  ganar, 
yo  que  soy  el  filósofo  del  per- 
der, discurre  un  muchacho  (ca- 
lificado por  Blanco  de  una  abs- 
tracción dentro  de  una  realidad) 
cuyas  hondas  pupilas  turquesas 


dan  la  sensación  de  un  agujero 
en  el  cielo.  —  Y  no  incurro  en 
desliz  de  originalizar ;  continúa 
—  Las  almas  acongojadas  por 
el  azar  hallan  positivos  place- 
res en  la  dulce  y  varona  resig- 
nación del  perder.  No  sé  cuál 
inescrutable  red  de  equilibrio 
liga  la  postrer  moneda  con  los 
resurgimientos  del  ánimo.  La 
adversidad  es  materia  prima  de 
fuertes;  en  ella  mi  alma  frag- 
mentada se  ha  integrado.  Siem- 
pre fui  menos  mío  en  la  ventu- 
ra. Mi  ser  se  expandía  buscan- 
do complementarse  en  amigo- 
terías  que  eran  capitulaciones 
de  mi  yo  . . .  Contextura  inteli- 
gencial,  másenla  y  sabia  se  ha 
menester  para  gozar  el  deleite 
de  no  sentirse  ausente  de  si 
mismo . . . 

—  (  Por  unanimidad  se  revela 
en  los  circunstantes  una  impre- 
sión de  asombro  irónico ). 

—  Luego  perdéis  por  convic- 
ción y  deporte  ?  ;  —  interlocuta 
Pérez  —  Psch  . . .  Cuando  juego 
me  arruino  sabiéndolo.  Es  una 
voluptuosidad  que  me  pago.  Un 
sueño  de  haschits.  Wilson  tam- 
bién se  embriaga  apesar  de  su 
bancarrota  orgánica.  —  No  po- 
drán saber  jamás  vuestras  al- 
mas en  prisión  de  lo  vulgar,  de 
los  revuelos  mentales  por  entre 
las  arquitecturas  quiméricas  y 
trastornadoras  que  forja  la  fanta- 
síadeun  jugador  que  sea  un  ima- 
ginativo. -En  determinados  ins- 
tantes cerebrales,  inaccesibles 
para  espíritus  poco  artísticos,  los 
signos  de  la  interrogación  em- 
paredan y  torturan  mis  ansias 
como  en  un  potro...  ¿ganaré?... 
Y  ante  la  aterradora  posibili- 
dad sufro  por  mis  fantaseos  ine- 
fables, adorados  amigos  míos, 
únicos  amigos...  Una  antítesis, 
una  incoherencia  volitiva,  ¡  que 
sé  yó !  bien  puede  ser  un  ex- 
ponente personal.  —  Creedme : 
Sólo  existe  una  manera  de  feli- 
cidad :  acompañarse  de  ideales 
imposibles. 

(Los  belfos  ante  burlones,  aho- 
ra en  grave  estupor  se  estiran 


—  175  — 


cual  si  en  las  bocas  se  hubiera 
corrido  una  jareta  invisible ). 

—  Picor  de  lo  estupendo  y  sen- 
sacional esas  teorías  epatantes . . 
musita  Blanco  y  hay  en  su  mi- 
rada como  un  tuteo. 

—  Disgregación,  inestabilidad 
y  toda  la  nomenclatura  de  esa 
ciencia  psiquiátrica  que  no  ha 
empezado  á  serlo ;  te  concedo 
todas  las  denominaciones,  repli- 
ca Márquez,  pero  incuestiona- 
blemente una  impresionabili- 
dad que  brilla . . . 

—  Abrillantamiento  de  repos- 
tería ! . . . 

—  Qué  opinas  Piera  ? . .  —  pre- 
téndese conquistar  un  parecer 
que  se  respeta. 

-  Digo  que  me  -sustraigo  á 
vuestra  peligrosa  sabiduría  inin- 
di  vidual  izadora. 

—  Aristócrata  !    ;  impotente  ! ; 
-truenan  dos  apostrofes. 

—  -  Impotente  eres  tú  Pérez, 
impedido  idel  esfuerzo ;  eterno 
perseguidor  de  lo  impecable  que 
aguardas  la  forma  detiaitiva  pa- 
ra encerrar  ideas  que  acaso  no 
tienes ;  que  mal  vives  precaria 
y  sobresaltada  existencia,  presa 
del  pánico  de  que  el  nuevo  vo- 
lumen que  aparece  se  anticipe  á 
tus  concepciones  virginales.  Eso 
eres  tú:  un  impotente  que  te  auto- 
timas  descontando  producciones 
y  triunfos  de  futuro,  irrealizables. 
...  A  tu  vulgaridad  acabadita  de 
salir  de  la  peluquería,  querido 
Márquez,  prefiero  la  otra  car- 
gada de  pringosidades  . . . 

—  A  ver !  á  ver  1  Aclara  ese 
sanculotismo  vergonzante  y  de 
tapadillo. 

—  Aristócrata  mental,  eso  eres 
tú,  pero  lo  eres  de  principalía 
clandestina ...  Si  prefiero  la 
vulgaridad  de  casta,  en  mangas 
de  camisa  y  agroliente,  ello  se 
explica  para  los  que  saben  leer 
todo  lo  que  no  está  escrito.  En 
un  faquino  hay  una  personali- 
dad superior  que  pudo  ser.  En 
la  otra  vulgaridad,  perfumada 
y  charolada,  apenas  sois  lo  que 
sois,  con  medios  para  haber  si- 
do más . . . 


—  Tolerándosete  la  modes- 
tia ! . . . 

—  La  modestia  es  una  virtud 
menor;  virtud  de  débiles  que 
no  practico.  Acaso  se  requieren 
arrogancias  nietzcheanas  para 
arrojar  á  los  aires  los  bienes 
sagrados  de  la  individualidad? 
Existe  algo  de  más  soberbio 
que  recoger  en  haz  los  elemen- 
tos del  ser,  el  haz  en  hasta  don- 
de ondee  el  pabellón  de  la  pro- 
pia conquista  ? . . . 

Suena  el  timbre  anunciador 
del  vecino  coliseo  é  interrumpe 
el  extraño  discurso. 
Aguiar  propone  :  —  Vamos  1 
Al  cruzar  nos  llegan  del  tea- 
tro, rumores  de  final  de  velada 
y  estrépitos  de  llamadas  al  au- 
tor. Y  en  el  peristilo  nos  sobre- 
coge el  eco  de  una  carcajada 
que  dá  escalofríos.  Mezcladas, 
con  ella,  nos  vienen  estas  fra- 
ses, que  dificilmente  entende- 
mos : 

—  Os  he  hecho  aplaudir  vues- 
tras propias  infamias  I . . . 

José  E.  Peyrot. 


Cesas  Zuueta 


'1  WTUJírairp' 
f 


-  176  — 
APOIjO  en  lo  futuro 

Desde  el  próximo  número  del  Apolo,  quedará  inaugurada 
una  sección  de  b>ociologta,  á  cargo  de  nuestro  consecuente 
colaborador  Perfecto  Lopes  Campaña.  Dicha  sección  tiene  por 
objeto  ampliar  hasta  donde  sea  posible  el  programa  desde 
ya  bastante  amplio  de  la  revista,  y  facilitar  el  estudio  de 
muchas  cuestiones  trascendentales  que,  iniliterarias  en  oca- 
siones, im,pbrtan  á  la  evolución  humana  muy  mucho,  pues 
de  sus  conclusiones  depende  el  porvenir  de  las  modernas  so- 
ciedades civilisadas.  La  época  actual  se  caracteriza  por  sus 
luchas  entre  el  capital  y  el  trabajo  que  elabora  en  los  estra- 
dos sociales  toda  una  evolución  por  venir  y  mal  podemos 
nosotros,  fuerzas  eficientes  en  el  gran  conjunto  humatto, 
substraernos  á  esas  luchas  entabladas  para  la  mayor  felici- 
dad de  todos  los  que  piensan  y  trabajan.  Dedicaremos  á  esta 
sección  cuya  inauguración  prometemos  para  el  número  pró- 
ximo, una  buena  parte  de  actividades  y  entusiasmos. 


Una  ENQUETE  sobre  el  modernismo 


Á   LOS  ESCRITORES  DE  ESPAÑA  Y  AMÉRICA 


Con  este  título  publica  el  2.°  número  de  El  Nuevo  Mercurio, 
la  importante  revista  española  que  aparece  en  París,  un  llama- 
miento á  los  escritores  para  elucidar  la  muy  cacareada  cuestión 
del  modernismo. 

A  continuación  reproducimos  lo  que  dice  El  Nuevo  Mercurio: 

¡  El  modernismo !  ¡  Los  modernistas !  A  todas  horas,  en  to- 
das partes,  estas  palabras  suenan,  á  veces  con  ironía,  á  ve- 
ces con  entusiasmo,  á  veces  con  curiosidad.  Y  ya  no  son 
sólo  los  literatos  los  que  hablan  del  asunto.  Un  librero  ma- 
drileño acaba  de  publicar  un  Catálogo  de  Obras  Modernis- 
tas^ lo  que  prueba  que  para  el  público  que  lee,  la  palabra  es 
conocida.  Verdad  es  que  en  ese  catálogo  se  encuentran 
nombres  de  escritores  como  Blasco  Ibáñez,  Moróte,  Bena- 
vente,  Cortón,  Dicenta,  que  hasta  hoy  no  habían  sido  recla- 
mados ni  paternal,  ni  fraternalmente,  por  los  jóvenes  poetas 
renovadores.  Pero,  en  fin,  ese  catálogo,  con  sus  mismos 
errores  y  hasta  puede  decirse  que  por  sus  mismos  errores, 
es  una  confirmación  de  que,  según  la  opinión  general,  el 
modernismo  existe  y  que  al  mismo  tiempo  nadie  sabe  á 
punto  fijo  en  qué  consiste. 

El  momento  nos  ha  parecido,  pues,  muy  oportuno  para 
tratar  de  dilucidar  la  cuestión,  averiguando  lo  que  es  el  mo- 
dernismo en  realidad  y  quienes  son  los  modernistas  de  ver- 
dad. Sólo  que,  en  estos  casos,  un  director  de  revista,  se  en- 


-  177  - 

cuentra  siempre  perplejo  en/cuanto  se  trata  de  escoger  el 
mejor  medio  de  poner  al  publico  al  corriente  de  lo  que  le 
mteresa.  ¿Cómo  proceder,  en  efecto,  para  aclarar  el  punto? 
Si  estuviéramos  seguros  de  que  alguien  podría  ser  capaz  de 
escribir  hoy  una  obra  que  tuviera,  para  nuestra  actual  evo- 
lución la  misma  importancia  que  tuvo  La  Cuestión  Palpi- 
tante de  la  señora  Pardo  Bazán  para  el  naturalismo,  á  él 
nos  habríamos  dirigido.  Por  desgracia  nadie,  hasta  hoy,  ha 
demostrado  conocer  de  un  modo  claro  las  bases  de  la  lite- 
ratura modernista. 

En  vez  de  dirigirnos  á  uno,  recurrimos,  pues,  á  todos  los 
que  consideran  con  interés  las  diversas  fases  de  la  vida  li- 
teraria y  á  ellos,  que  sean  jóvenes  ó  viejos,  que  sean  con- 
servadores ó  revolucionarios,  les  pedimos  desde  luego  su 
opinión  sobre  el  asunto. 

Lo  que  nos  proponemos,  es  hacer  una  enquéte  como  la 
que  hacen  las  revistas  parisienses,  y  para  ello  preguntamos 
á  cada  uno  de  los  escritores  y  de  los  artistas  que  leen  El 
Nuevo  Mercurio  en  España  y  en  América: 

1.°  ¿Cree  usted  que  existe  una  nueva  escuela  literaria  ó 
una  nueva  tendencia  intelectual  y  artística? 

2.0  ¿Qué  idea  tiene  usted  de  lo  que  se  llama  modernismo? 

3.0  ¿  Cuáles  son  entre  los  modernistas  los  que  usted 
prefiere  ? 

4.0  En  una  palabra:  ¿Qué  pieusa  usted  de  la  literatura 
joven,  de  la  orientación  nueva,  del  gusto  y  del  porvenir  in- 
mediato de  nuestras  letras? 

En  el  próximo  número  comenzaremos  la  publicación  de  las 
respuestas  que  nos  hayan  llegado,  y  una  vez  la  cuestión 
elucidada,  pediremos  á  uno  de  nuestros  colaboradores,  que, 
resumiendo  los  debates,  establezca  una  síntesis  de  la  esté- 
tica modernista. 

Las  repuestas,  deben  ser  dirigidas,  como  todo  lo  relativo 
á  la  redacción,  al  director  de  El  Nuevo  Mercurio.  El  se- 
ñor Gómez  Carrillo  no  puede  escribir  personalmente  á  to- 
dos sus  compañeros  de  letras;  más  espera  que,  considerando 
estas  líneas  como  una  amistosa  circular,  cada  uno  las  reciba 
como  un  llamamiento  individual. 

De  antemano,  mil  gracias. 

El  Nuevo  Mercurio. 

Nota  de  Redacción  : 


Apolo  se  hace  un  deber  en  publicar  las  bases  de  la  «en- 
quéte», y  al  mismo  tiempo,  cree  lógico  solicitar  de  la 
Administración  de  El  Nuevo  Mercurio  y  particularmente 
del  Sr.  Gómez  Carrillo  el  canje  correspondiente. 


178 


EMILIO  ZCLa 


La  prensa  francesa  ha  hablado  en  estos  días  de  este  insigne 
Maestro  desaparecido,  con  motivo  de  proyectarse  el  traslado  de 
sus  restos  al  panteón  nacional. 

Apolo  publica  hoy  su  retrato  como  homenaje  á  la  memoria  del 
inmortal  autor  de  /'Acense 


^*^J; 


179  - 


Voces  americanas 


Apolo— El  hábil  y  conocido 
escritor  uruguayo  Pérez  y  Cu- 
ris  nos  ha  remitido  un  ejemplar 
del  número  cinco  de  su  hermo- 
sa revista  de  arte  intitulada 
Apolo  : 

Contiene  esta  publicación  co- 
laboraciones de  escritores  de 
Hombradía  americana,  tales  co- 
mo J.  M.  Vargas  ViJa,  Rafael 
A.  Troyo,  Manuel  J.  Pichardo, 
A.  Mauret  Caamaño,  Manuel 
Ugarte,  Miguel  Luis  Rocuant, 
Julio  Herrera  y  Reissig,  M.  Mo- 
reno Alba,  Ovidio  Fernández 
Ríos,  Perfecto  López  Campaña 
y  una  pié  vade  más  de  sesudos 
mtelectuales  cuya  obra  literaria 
es  altamente  apreciada. 

Demás  está  decir  que  entre 
las  prestigiosas  firmas  que  ano- 
tamos se  ice  la  de  Pérez  y  Cu- 
ris,  quien,  como  siempre,  revela 
en  las  producciones  contenidas 
en  el  número  de  Apolo  que 
nos  ocupa,  sus  bien  deíinidas 
tendencias  de  arte,  su  vigorosa 
fuerza  pensante  y  el  completo 
equilibrio  de  su  cerebro. 

Engalana  las  páginas  de  Apo- 
lo un  buen  número  de  intere- 
santes fotograbados,  nítidamen- 
te impresos  con  fina  tinta,  y  en 
rico  papel. 

Indiscutiblemente,  Apolo  es 
una  de  las  primeras  revistas  de 
arte  que  se  publican  en  Monte- 
video, y,  no  puede  ser  de  otra 
manera  si  ella  es  reflejo  de  los  en- 
tusiasmos periodísticos  y  com- 
petencia literaria  de  su  redactor. 

De  La  Vos  del  Perú 

Iquique,  (Chile). 

Abril  12  de  1907. 


revista  de  arte,  que  en  la  capi- 
tal de  la  repúblca,  dirige  el  jo- 
ven literato  nacional  Pérez  y 
Curis. 

Es  Apolo  el  único  baluarte 
de  las  letras  que  nos  queda  y 
por  eso  mismo,  la  labor  de  Pé- 
rez y  Curis  resulta  más  simpá- 
tica y  más  viril. 

En  un  ambiente  en  que  pros- 
pera más  la  gacetilla  que  el 
verso,  ser  poeta  es  una  heroi- 
cidad. 

En  las  páginas  de  Apolo,  en- 
contramos el  grande  deleite  de 
las  inspiraciones  de  \  argas  Vi- 
la— cuya  prosa  es  una  tragedia 
de  relámpagos— de  Mauret  Caa- 
maño, de  Papini  y  Zas,  de  Fru- 
goni,  de  Ángel  Falco,  de  Ugar- 
te, de  Pérez  y  Curis  y  otros 
consagrados  caballeros  de  la 
gaya  ciencia. 

Agradecemos  al  bibliógrafo 
de  Apolo,  el  cariñoso  recuerde 
que  tuvo  para  nuestra  hoja. 

De  El  Deber  Cívico 


Meló,  (R.  O) 


Mayo  22  de  1907. 


Apolo  —  Hemos  recibido  la 
última  edición  de  la  revista  que 
dirige  el  joven  y  original  escri- 
tor Pérez  y  Curis.  Trae  nume- 
rosas y  selectísimas  colabora- 
ciones de  literatos  uruguayos 
y  extrangeros,  y  entre  sus  níti- 
dos fotograbados,  se  destaca  un 
hermoso  trabajo  de  Orestes  Ba- 
roffio,  que  constituye  toda  una 
página  de  delicada  inspiración 
artística. 

De  Vida  Nueva 


Apolo  — Tenemos  á  la  vista 
el  número  5  de  esta  espléndida 


Florida,  (R.  O.) 

Abril  18  de  1807. 


180 


Bibliográficas 


liibros.y  periódicos  recibidois 


El  alma  japonesa,  por  Enrique  Gómez 
Carrillo  :  Garnier  Hermanos,  París  — En 
nuestro  último  número  tuvimos  oportu- 
nidad de  hablar  del  anterior  libro  de 
este  mismo  autor :  De  Marsella  á  Tokio. 
El  que  informa  el  epígrafe  de  este  suel- 
to, es  el  complemento  de  aquella  otra 
obra  tan  bien  acogida  por  la  crítica  eu- 
ropea. El  alma  japonesa  es  un  libro  de 
arte  y  de  encantadora  observación.  Gó- 
mez Carrillo  nos  habla  en  las  ptiginas 
de  su  nueva  obra,  con  una  unción  casi 
mística,  de  todo  lo  que  en  el  país  de  las 
leyendas  infantiles  impresionó  su  cora- 
zón y  su  cerebro.  Y  el  alma  misteriosa 
del  Japón,  todos  los  secretos  de  aquellos 
seres  orientales  que  adoran  al  Mikado 
y  se  prosternan  humildemente  ante  el 
ara  de  los  templos  levantados  á  la  glo- 
ria inmarcesible  de  sus  dioses,  nos  lo 
dice  Gómez  Carrillo  con  ese  lenguaje 
encantador  que  ha  hecho  de  él  uno  de 
los  escritores  de  habla  castellana  más 
leídos  y  gustado. 

El  alma  japonesa  no  es  un  simple  es- 
tudio árido  y  superficial  de  las  maravi- 
llas que  sorprenden  en  aquel  país  al  via- 
jero que  por  primera  vez  lo  contempla. 
No:  es  un  estudio  completo  y  hondo  de 
aquella  raza  heroica  que  lleva  todo  un 
pasado  de  leyendas  fantásticas  y  des- 
conocidas, un  misterio  religioso,  coloca- 
dos sobre  el  alma  como  un  broche  de 
oro  que  se  opone  á  todas  nuestras  in- 
dagaciones occidentales.  Gómez  Carri- 
llo ha  logrado  penetrar  con  felicidad  en 
esa  alma  misteriosa,  describe  sus  per- 
fumes extraños,  sus  raras  y  extravagan- 
tes manifestaciones,  el  concepto  que  la 
vida  le  merece,  poniendo  de  manifiesto 
ante  nuestros  ojos,  la  belleza  exótica  de 
un  país  que  supo  en  la  pasada  contien- 
da con  el  imperio  moscovita  provocar 
la  admiración  del  mundo  entero.  Nos 
dice  el  porqué  de  aquel  heroísmo  sano 
de  sus  ejércitos  combatientes.  Nos  ha- 
bla de  todo :  de  sus  mujeres,  de  su  reli- 
gión, de  su  vasta  literatura,  del  cariño 
inmenso  que  se  tiene  por  las  flores  y 
por  las  plantas,  de  sus  jardines  y  leyen- 
das, de  sus  costumbres,  juegos  y  diver- 


siones. De  todo  nos  habla  Gómez  Ca- 
rrillo en  El  alma  japonesa,  con  agudeza 
de  criterio,  con  una  observación  pro- 
funda y  con  un  hermoso  é  impecable  es- 
tilo. No  en  balde  la  traducción  de  su 
obra  al  francés  mereció  de  la  más  alta 
crítica  de  aquel  país  la  acogida  más 
auspiciosa  y  serena.  El  inimitable  cro- 
nista parisién,  sabe,  al  decir  de  un  bri- 
llante crítico  francés,  con  «su  estilo  per- 
sonal y  maravillosamente  fluido  »  envol- 
ver y  vaciar  «de  modo  admirable  su 
pensamiento  al  cual  presta  siempre  el 
inesperado  epíteto  un  nuevo  encanto  de 
exquisita  gracia». 

Mucho  hemos  leído  á  los  autores  que 
antes  que  Gómez  Carrillo  podaran  be- 
llezas en  el  huerto  occidental,  pero  nin- 
guno de  ellos,  como  el  autor  de  El  alma 
japonesa,  supo  en  páginas  admirables 
provocar  en  nuestra  psíquis  un  cúmulo 
tan  grande  de  sensaciones  diversas,  y 
describir  de  manera  tan  altamente  su- 
gestiva aquel  pais  del  harikiri,  de  las 
musmés  y  kimonos  y  de  la  religión  de 
Confucio.  Conociendo  el  Japón  por  los 
libros  de  viajeros  y  escritores  más  ó 
menos  felices  en  sus  descripciones,  nos 
hallamos  en  condición  de  posesionarnos 
de  toda  la  belleza  que  encierra  el  libro 
que  juzgamos.  Además  trasciende  de  sus 
páginas  un  hálito  tal  de  sinceridad  que 
el  Japón  actual,  que  el  Japón  después 
de  la  desastrosa  carnicería  con  la  Rusia, 
maguer  todos  los  síntomas  exteriores  de 
europeización  que  le  atribuimos,  es  tal 
como  lo  describe  Gómez  Carrillo  en  su 
hermoso  libro  El  alma  japonesa,  un  Ja- 
pón aun  de  leyendas,  sumido  en  las  glo- 
rias de  su  fastuoso  pasado,  que  no  ha  en- 
tregado su  alma  nacional,  sus  sentimien- 
tos y  su  religión,  al  avance  mercantili- 
zador  de  la  civilización  occidental. 

El  alma  japonesa,  es,  en  suma,  como 
muy  bien  lo  dice  el  académico  Emile 
Faguet,  conceptuado  el  primer  crítico 
de  la  Francia  moderna  «un  libro  subs- 
tancial y  más  documentado  que  suelen 
serlo,  con  frecuencia,  los  más  gruesos 
volúmenes». 


181  - 


Fanfarria  de  Pre|uicios,  por  Perfecto 
López  Campaña;  O.  M.  Beríani,  Editor, 
Montevideo  -  Hemos  recibido  un  ejem- 
plar del  nuevo  libro  de  nuestro  asiduo 
colaborador,  Perfecto  López  Campaña. 
Constituye  el  volumen,  una  serie  de 
cuentos  y  estudios  tendenciosos,  unos 
publicados  y  otros  inéditos.  Por  ocu- 
parse extensamente  el  director  de  Apolo 
en  otras  páginas  del  presente  número 
de  la  revista  de  esta  nueva  obra  de  Ló- 
pez Campciña,  nos  concretamos  á  agra- 
decer el  envío. 

Los  muertos,  por  Eduardo  Carmona, 
Mo.viEviDEO  —  Es  un  pequeño  folleto 
que  este  querido  actor  lia  publicado, 
dedicado  al  autor  dramático  Florencio 
Sánchez  con  motivo  de  su  drama  "Los 
muertos".  Escrito  en  cuartetas  fluidas 
y  profundamente  sentidas,  el  folleto  del 
viejo  actor  que  tanto  participo  tuvo  en 
épocas  lejanas  entre  el  público  monte- 
videano, sedejaleerymereceiun  aplauso. 

El  Eterno  Cantar,  por  Emilio  Fiagoni; 
O.  M.  Bertani,  Editor,  Montevideo  — Fru- 
goni,  el  poeta  delicado  y  exquisito,  de 
estro  propio,  nos  acaba  de  obsequiar 
con  un  hermoso  volumen  de  poesías,  ri- 
camente impreso,  donde  ha  volcado  todo 
el  sentimiento  y  la  intensa  emotividad 
artística  de  su  alma  hecha  en  la  comu- 
nión de  lo  bello.  El  Eterno  Cantar, 
cuyo  es  el  título,  es  un  libro  de  fina 
sensibilidad  artística  que  revela  en  todas 
sus  páginas,  al  poeta  que  siente,  plena- 
mente dominado  y  dominador  de  la  rima 
sonora,  sin  amaneramientos  ni  hinchazo- 
nes. Es  condición  de  este  poeta  la  flui- 
dez que  bien  dice  que  el  que  lo  maneja 
sabe  andar  entre  las  rosas  de  la  eurit- 
mia, sin  herirse  en  las  espinas  que  se 
oponen  á  su  conquista.  Canto  del  Soña- 
dor es  todo  un  poema  corto  donde  no  se 
sabe  si  admirar  más  la  idea  que  la  anima 
ó  la  belleza  profunda  y  elocuente  de  las 
metáforas  que  lo  salpican  en  todo  su 
vasto  desarrollo.  Frugoni  ha  volcado  en 
él  todo  su  entusiasmo  ideológico,  seguro 
de  sí  mismo,  en  un  instante  de  inspira- 
ción hondamente  sincera  y  conmovedo- 
ra; y  bastaría  ese  poemita  para  consa- 
grarlo fuera  del  ambiente  intelectual  del 
país. 

Hay  en  todo  el  libro  poesías  exquisi- 
tas, vibrando  con  gamas  diversas,  pero 
todas  ellas  de  una  intensa  emotividad 
subyugadora.  En  el  soneto,  Frugoni  se 


muestra  impecable,  lo  mismo  que  en  la 
poesía  pasional.  Lástima  que  el  reduci- 
do espac'o  que  se  dispone  en  una  sec- 
ción como  la  de  Bibliográficas,  no  nos 
permita  entrar  en  una  serie  de  aprecia- 
ciones justicieras,  tendentes  á  poner  de 
manifiesto  la  belleza  del  libro,  así  como 
el  triunfo  literario  conquistado  por  Fru- 
goni. 

V'ersos  dé  las  horas,  por  Enrique  Diez 
Cañedo,  Madkid  —  Es  un  volumen  de 
poesías  modernistas  espontáneas  y  ricas 
de  colorido.  Enrique  Diez  Cañedo,  lapi- 
dario del  verso,  multiforme,  y  enamora- 
dos de  los  nuevos  ritmos,  pertenece  á 
la  brillante  pléyade  de  los  actuales  no- 
vadores hispanos,  y  sus  poesías  siempre 
nuevas,  son  la  revelación  de  un  espíritu 
sumamente  delicado  y  exquisito. 

Carne  doliente,  por  Alberto  Ghiraldo, 
Buenos  Aires  —  Constituyen  este  volu- 
men, una  serie  de  cuentos  y  páginas 
tendenciosas  en  las  que  prima  la  nota 
de  condenación  social.  Es  un  libro  va- 
liente, destinado  al  combate,  donde  el 


Víctor  M.  Rocamonde 

autor  puso  su  fibra  de  revolucionario 
enamorado  de  un  ideal  superior.  Escrito 
con  admirable  estilo,  donde  no  se  sabe 
si  admirar  más  la  fluidez  de  las  frases 
ó  el  vigor  y  atrevimiento  de  ciertas 
ideas,  el  libro  vale  y  vale  mucho.  Ghiral- 
do, por  lo  demás,  no  es  un  desconocido. 
Caracterizado  por  una  tendencia  de  lu- 


"  -'■^''^•'■'■■'^ 


182  - 


cha  social  y  emancipadora,  desde  hace 
tiempo,  ya  en  verso,  ya  en  buena  y  vi- 
brante prosa,  actúa  como  fuerza  efi- 
ciente entre  la  pléyade  de  intelectuales 
americanos  que  llevan  sobre  sus  ojos  á 
manera  de  miraje  sonriente,  toda  una 
elevada  concepción  de  vida  futura  en 
una  sociedad  mejor  y  más  igualitaria. 
Carne  doliente  es  un  conjunto  de  cua- 
dros reales  de  ambiente,  todos  doloro- 
sos, ubérrimos  de  vida,  animados  por 
un  hálito  de  condenación  social,  que  se 
justan  é  impresionan  hondamente. 

Hacia  el  olvido,  por  Rosendo  Villalo- 
bos, La  Paz,  BoLiviA  — Dividido  en  cua- 
tro partes:  Cantos  sin  resonancia,  Piofa- 
naciones.  Ofrendas,  Del  diario  de  un  excén- 
trico, Rosendo  Villalobos  ha  publicado 
un  grueso  volumen  de  poesías  emotivas. 
Hacia  el  olvido  es  su  título,  (por  cier- 
to bastante  sugestivo),  y  hay  en  él  bue- 
nos versos,  sentidos  y  espontáneos.  Poe- 
ta emotivo  por  excelencia,  ciertas  pro- 
ducciones suyas  se  resienten  en  la  for- 
ma y  dejan  algo  que  desear  para  que 
pudiéramos  calificarlas  de  buenas.  A 
menudo,  Villalobos,  sujeto  á  la  belleza 
del  concepto  que  persigue,  sacrifica  la 
música  del  verso,  su  euritmia,  esa  su- 
prema exquisitez  del  giro  que  constituye 
en  la  poesía  moderna  todo  su  poder  de 
encanto.  Con  todo.  Hacia  el  olvido 
tiene  su  valor  intrínseco,  su  gran  fondo 
de  belleza  fresca  y  rozagante.  Del  diario 
de  un  excéntrico  (prosa)  diremos  que  encie- 
rra ideas  muy  originales.  El  libro  que 
nos  ocupa  trae  como  Suplemento  editorial 
Varios  juicios  sobre  "Ocios  crueles"  otro 
libro  de  poesías  de  Villalobos. 

Las  rancherías,  por  Héctor  Saprisa 
Vera— En  un  pequeño  folleto  de  32  pá- 
ginas, Héctor  Saprisa  Vera  ha  publicado 
la  conferencia  leída  en  la  fiesta  de  la 
"Liga  del  trabajo,"  en  Molles,  el  25  de 
Diciembre  de  1906.  Es  un  pequeño  ensa- 
yo sobre  los  problemas  que  preocupan 
actualmente  á  todas  aquellas  personas 
que  ven  en  el  campo  la  prosperidad  del 
país.  Abarca,  Saprisa  Vera,  en  su  traba- 
jo, de  una  manera  demasiado  superficial, 
tres  cuestiones  que  vivamente  interesan 
á  la  economía  nacional:  población,  agri- 
cultura é  inmigración.  Aunque  los  pun- 
tos que  abarca  nos  los  desarrolla  en 
toda  su  compleja  vastidad,  el  esfuerzo 
de  Saprisa  Vera  es  encomiable,  pues  es 
un  esfuerzo  sano  y  desinteresado  en  el 


cual  mucha  parte  de  nuestra  juventud 
debiera  ejercitarse,  para  dar  al  país  un 
contingente  de  que  en  la  actualidad 
adolece. 

Un  sueño  por  Amado  Ñervo,  Mí.dkid  — 
Así  se  titula  la  última  obra  del  brillante 
poeta  mejicano  Amado  Ñervo,  actual- 
mente en  Madrid.  Es  una  novela  fantás- 
tica y  por  lo  tanto  inverosímil,  de  viejos 
tiempos,  cuando  la  ciudad  de  Toledo  era 
el  foco  de  vida  de  la  madre  patria.  Es- 
crita con  maravilloso  estilo,  no  se  sabe 
si  admirar  más  la  notable  erudición  que 
demuestra  poseer  Amado  Ñervo  de  las 
cosas  que  fueron  en  España,  la  belleza 
fresca  y  lozana  de  las  metáforas  que 
brillan  en  todas  las  pá^nas  de  Un  sueño, 
ó  el  conocimiento  profundo  del  arte 
pictórico  y  de  sus  grandes  intérpretes. 
En  síntesis,  la  última  ptoducción  literaria 
de  Amado  Nervo,  como  todas  las  ante- 
riores del  mismo  autor,  son  de  esas  que 
encantan  en  cada  párrafo,  que  se  gustan 
por  páginas  y  que  se  leen  hasta  el  final 
dejando  en  el  ánimo  del  lector  un  sedi- 
mento de  grata  calma,  suave  y  deliciosa. 
La  forma  en  que  está  presentado  Un 
sueño,  es  bien  novedosa.  Ocupa  un  nú- 
mero de  El  cuento  semanal  que,  como  su 
nombre  lo  indica,  se  publica  con  el  pro- 
pósito de  hacer  conocer  lo  mejor  de  los 
autores  españoles  y  americanos  que  se 
produce  en  la  semana. 

Letras  — Hemos  recibidos  los  números 
22,  al  27  de  esta  importante  publica- 
ción literaria  que  se  publica  en  la  Ha- 
bana, bajo  la  competente  dirección  de 
los  conocidos  escritores  Néstor  y  José 
M.  Carbonell.  Como  siempre,  los  núme- 
ros que  tenemos  á  la  vista,  vienen  reple- 
tos de  excelente  material  de  lectura,  y 
muchas  de  sus  producciones  vienen  ru- 
bradas  por  escritores  americanos  ya 
consagrados  en  el  terreno  intelectual. 

La  Quincena  —  De  esta  importante 
publicación  que  en  San  Salvador  (Centro 
América)  dirige  y  redacta  el  brillante 
escritor  Vicente  Acosta,  hemos  recibido 
los  números  del  89  al  95.  Vienen  como 
los  anteriores  números,  repletos  de  ex- 
celente material  literario  y  sus  páginas 
lucen  algunos  grabados,  impresos  con 
con  toda  nitidez. 

El  Fíjaro  —  Recibimos  de  la  Habana, 
el  número  5  de  esta  notable  revista  de 
literatura  y  arte  que  se  publica  en  aque- 
lla capital.  De  gran  formato,  impresa  en 


183 


inmejorable  papel  de  ilustración,  con 
trabajos  literarios  de  gran  valía,  ella 
llegará  á  ocupar  uno  de  los  primeros 
puestos  entre  las  demás  revistas  litera- 
rias que  actualmente  se  publican  en  el 
continente  anicricaiio. 


M.  Díaz  Rodríguez 

América  — Por  primera  vez  llegaron 
á  nuestra  mesa  de  redacción,  varios  nú- 
meros de  la  notable  revista  América 
que  se  publica  en  la  Habana,  bajo  la  di- 
rección del  escritor  Julio  Laurent  Pa- 
gés.  Es  una  hermosa  y  bien  impresa  pu- 
blicación literaria,  con  un  excelente  ma- 
terial de  lectura  donde  colaboran  los 
mejores  escritores  del  trópico.  Desea- 
mos á  la  nueva  revista  que  tan  engala- 
nada surge  á  la  Vida  cumpliendo  su  alta 
misión  educativa,  una  suerte  próspera 
y  larga  longevidad. 

Alpha  — Acusamos  recibo  de  los  núme- 
ros 3,  4,  5  y  fi  de  esta  importante  pu- 
blicación literaria  que  se  edita  en  San 
Salvador,  América  Central.  Los  núme- 
ros presentes  acusan  un  notable  progre- 
so sobre  los  que  recibimos  anteriormen- 
te, lo  cual  prueba  que  Alpha  se  abre 
camino  y  que  se  impone  tanto  por  el 
material  de  lectura  que  lucen  sus  pági- 
nas,' como  por  lo  bien  presentada  que 
viene. 

Natara— Acusamos  también  recibo  de 
esta    importante  publicación   nacional, 


órgano  de  la  institución  del  mismo  nom- 
bre. Los  números  recibidos  correspon- 
den á  los  meses  de  Enero,  Febrero,  Mar- 
zo, Abril  y  Mayo.  Como  su  título  lo  in- 
dica claramente,  el  objeto  de  la  revista 
es  bregar  por  hacer  conocer  las  venta- 
jas del  sistema  naturista  (vegetarianis- 
mo) sobre  el  régimen  médico  actual,  y 
la  alimentación  á  base  de  pura  carne. 
Bien  presentada,  excelentemente  impre- 
sa y  con  un  selecto  material  de  lectura, 
la  revista  que  nos  ocupa  lleva  ya  sus 
luengos  años  de  vida  con  éxito  creciente. 

Élitro»  — Hemos  recibido  los  números 
2,  3,  4,  5  y  6  de  esta  revista  político-li- 
teraria que  se  publica  quicenalmente  en 
Maracaibo,  Venezuela,  bajo  la  direc- 
ción de  C.  Medina  Chirinos.  Traen  buen 
material  de  lectura. 

Revista  de  la  Sociedad  "Jurídico -Li- 
teraria"—Acusamos  recibo  de  los  nú- 
meros 48  y  49  de  esta  importante  revista 
que  se  publica  en  el  Ecuador.  Rubran 
los  artículos  firmas  de  gran  valor  inte- 
lectual americano. 

Nueva  Vida  — Hemos  recibido  el  nú- 
mero segundo  de  esta  revista  mensual 
de  estudios  psicológicos  que  en  la  Re- 
pública de  El  Salvador,  dirigen  y  redac- 
tan los  señores  J.  Emilio  Aragón  y  F. 
Carlos  Quehl.  He  aqui  el  sumario  de 
dicha  publicación :  A  las  mujeres .... 
Qraziella;  Renacimiento  de  la  Magia  Ne- 
gra. E.  Gómez  Carrillo  ;  Confusión  (poe- 
sía), Leonor  Ruiz  de  Carabantes  ;  Los 
obreros.  La  oración,  J.  Emilio  Aragón : 
Dos  cuerpos  y  un  alma,  Quilogo,  Espi- 
rita M.  Alvarez  Magaña  ;  Las  tinieblas 
de  la  vida,  Un  místico.  La  voz  de  la  hu- 
manidad, Amalia  Domínguez  y  Soler ; 
No  temas  á  la  muerte  (poesía),  J.  Emilio 
Aragón  ;  Cuento,  Salvador  J.  Carazo  ; 
i  Aten  !  Julia  Alvarez ;  Nueva  Vida,  Joa- 
quín Zaldívar ;  De  Ultra  Tumba,  A.  M. ; 
Gacetillas,  Guía  práctica  del  espiritista, 
M,  Vives. 

Gernen,  Revista  mensual  de  sociología, 
Buenos  Aires— Hemos  recibido  el  nú- 
mero 9  de  esta  importante  revista  men- 
sual de  sociología  que  en  la  vecina  ca- 
pital dirije  el  escritor  Alejandro  Sux.  El 
material  de  lectura  que  trae  el  número 
á  que  hacemos  referencia,  es  de  lo  más 
sobresaliente  y  habla  con  altura  de  la 
índole  avanzada  de  la  revista. 

El  Artista- Hemos  recibido  un  ejem- 
plar de  este  número  especial  publicado 


184 


en  Bogotá,  Colombia,  en  homenaje  al 
insigne  escritor  y  poeta  Adolfo  León 
-Gómez.  Aunque  de  formato  reducido, 
viene  repleto  de  excelentes  producciones 
literarias  todas  ellas  dedicadas  al  autor 
de  El  soldado  y  Sin  nombre,  dos  dramas 
que  obtuvieron  su  éxito  en  Colombia  y 
de  los  cuales  tuvimos  oportunidad  de 
hablar  en  nuestro  anterior  número  de  la 
revista»  Bien  se  merece  un  homenaje 
quien,  como  León  Gómez,  sabe  pensar 
y  sentir. 

El  Deber  Cívico-  Corrientemente  re- 
cibimos los  números  de  este  importante 
periódico  que  se  publica  en  la  ciudad 
de  Meló,  Cerro  Largo.  Es  uno  de  los 
bien  presentados  periódicos  que  se  editan 
en  el  interior  de  nuestra  república.  Co- 
mo siempre  viene  repleto  de  excelente 
y  variado  material  de  lectura. 

El  anunciador  Costa  Rícense  — Acu- 
samos recibo  de  esta  publicación  que 
se  edita  en  San  José  de  Costa  Rica, 
América  Central.  Está  editado  por  la 
importante  Librería  Española  de  María 
V.  de  Lines  y  como  su  título  lo  indica, 
sirve  para  fines  de  propaganda  comer- 
cial. 

La  Voz  del  Perú  — Acusamos  recibo, 
asimismo,  de  este  importante  diario  que 
se  publica  en  Iquique,  agradeciendo  el 
elogio  que  hace  de  la  revista  Apolo, 
elogio  que  va  en  otro  lugar  del  presente 
-número. 

Trofeos,  Bogotá,  Colombia  — Hemos 
recibido  los  números  7  y  8  de  esta  im- 
portante revista  de  literatura,  arte  y 
crítica  que  en  aquella  ciudad  dirigen  los 
distinguidos  escritores  Víctor  M.  Lon- 
doño  é  Ismael  López.  Sus  páginas  vie- 
nen repletas  de  excelente  material  de 
lectura  y  rubran  las  producciones  fir- 
mas altamente  cotizables  en  los  círculos 
de  América.  Entre  las  producciones 
que  más  se  destacan,  citamos  las  de  B. 
Sanin  Cano,  Antonio  Gómez  Restrepo, 
Guillermo  Valencia,  Alberto  Sánchez, 
José  A.  Silva,  Manuel  Cervera,  Diego 
Uribe,  Salvador  Lucerna  y  las  de  los 
directores  de  la  revista.  En  su  sección 
Notas  se  ocupa  la  redacción  del  folleto 
de  José  Enrique  Rodó,  titulado  "Libera- 
lismo y  Jacobinismo" 

Integridad,  Lima,  Perú  — Con  regula- 
ridad recibimos  los  números  de  este  im- 
portante diario  que  en  Lima  dirige  el 
brillante  periodista  Abelardo  M.  Gama- 


rra.  En  el  número  correspondiente  al  20 
de  Abril  se  ocupa  extensamente  del  Di- 
rector de  Apolo,  Pérez  y  Curis,  con  mo- 
tivo del  juicio  que  Vargas  Vila  publicó 
en  su  obra  Prosas  Laudes. 

Verdad  — Con  un  sumario  interesantí- 
simo y  doble  número  de  páginas,  hemos 
recibido  este  periódico  quincenal,  órga- 
no de  la  Asociación  de  Propaganda  Li- 
beral de  Montevideo.  Excelentemente 
impreso,  con  infinidad  de  grabados  ori- 
ginales y  tendenciosos,  viene  repleto  de 
selecto  material  de  lectura,  prosa  y  poe- 
sía. Conmemora  su  primer  aniversario 
de  vida  y  su  presentación  indica  de  que 
ésta  se  prolongará  por  mucho  tiempo. 

El  Iris- Recibimos  con  regularidad 
los  ejemplares  de  este  periódico  que  en 
la  próxima  Villa  del  Cerro  dirige  el  in- 
teligente periodista  Julio  V.  Oria.  El  nú- 
mero 242  viene  repleto  de  selecto  mate- 
rial de  lectura,  con  producciones  litera- 
rias de  subido  valor  artístico. 


NOTAS 

Amado  Ñervo,  el  poeta  eximio  de  Amé- 
rica, el  rimador  místico  cuya  obra  litera- 
ria tiene  entre  nosotros  tantos  adoradores, 
nos  ha  remitido  desde  Madrid,  donde  resi- 
de, una  nueva  producción  poética  titulada 
Visión.  Por  haber  llegadj  á  nuestro  po- 
der cuando  el  Apolo  entraba  en  máquina, 
la  publicaremos  en  el  próximo  número.  Por 
lo  pionto  nos  concretamos  á  agradecer  al 
poeta  y  al  amigo  su  fina  delicadeza  al  en- 
viarnos con  periodicidad  producciones  suyas 
que  hablan  muy  alto  de  la  buena  acep- 
tación que  en  todas  partes,  en  América  y 
en  Europa,  tiene  el  Apolo. 

Los  autores  así  como  las  casas  editoras 
tanto  nacionales  como  extranjeras,  para 
tener  derecho  á  un  juicio  breve  en  las 
"Bibliográficas",  es  menester  que  envíen 
á  la  redacción  de  Apolo  dos  ejemplares 
de  las  obras  que  publiquen.  Sólo  así  ver- 
teremos opiniones,  de  las  cuales  nos  hace- 
mos responsables. 

Todas  aquellas  publicaciones  america- 
nas y  europeas  que  deseen  establecer 
CANJE  regular  con  el  Apolo,  serán  sa- 
tisfechas á  vuelta  de  correo.  Basta  para 
ello  que  se  nos  envíe  un  ejemplar  de  la 
revista  interesada. 


ñPObO 


Í^BVlSTfl    DE  flt^TE 
«     Y  SOCIOIiOGIfl     « 


-    Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS     - 

Redactor:  PERFECTO  LÓPEZ  CAMPAÍ^A 

AÑO  II  —  N."  7.  Montevideo— Buenos  Aires,  Setiembre  de  1907. 

Universalidad  d^  la  lueJia  Qeonómiea 


El  Estado  uruguayo,  como  los  diversos  Estados  que  integran  el 
Nuevo  Mundo,  maguer  su  variada  riqueza,  su  despoblación  relativa 
y  el  exceso  de  tierras  vírgenes  que  esperan  el  esfuerzo  fecundo  y 
consciente  del  factor  humano  para  brindar  al  progreso  y  bienestar 
colectivos  óptimos  frutos,  lleva  en  si  mismo,  como  las  viejas  nacio- 
nes del  continente  europeo,  las  causas  gestadoras  de  todas  las  hon- 
das y  graves  desigualdades  económicas.  El  Uruguay  no  es  la  tierra 
de  Promisión  de  la  leyenda.  Su  organización  económica,  social, 
política  y  religiosa,  así  como  el  reparto  de  las  tierras  comprendi- 
das dentro  de  su  demarcación  geográfica,  está  sólidamente  basada 
en  los  viejos  padrones  de  la  economía  política  que  aun  rigen  el  meca- 
nismo de  las  sociedades  europeas  y  constituyen  su  única  cohesión. 
De  ahí  que  la  ciencia  sociológica  tenga  en  nuestro  medio  ambiente 
social,  político  y  económico  su  amplia  misión  que  cumplir,  y  de 
ahí  también  la  razón  por  que  el  Apolo,  cuyas  páginas  hasta  ayer 
estuvieron  exclusivamente  destinadas  á  vocear  entre  nosotros  y 
fuera  de  nosotros  parte  de  nuestra  cultura  artística  (  destino  noble 
y  hermoso  porque  tiende  á  la  formación  de  una- necesidad,  factor  á 
su  vez  de  un  progreso  eficiente  en  el  seno  de  la  masa  de  nuestro 
medio  ambiente ),  inicie  desde  el  presente  número  una  sección  desti- 
nada á  dilucidar  los  grandes  problemas  que  se  agitan  en  el  seno  de 
las  modernas  sociedades  en  forzosa  bancarrota. 

Insinuada  la  idea  de  inaugurar  una  sección  de  esta  naturaleza 
donde  cupieran  todas  las  ideas  avanzadas  y  transformadoras,  hemos 
oído  decir  multitud  de  veces  que  aquí,  trabajando,  nadie  se  moría 
de  hambre  y  que,  por  lógica  consecuencia,  la  cuestión  social  que 
sólo  se  manifiesta  allí  donde  hay  capitalismo  que  acapara  riquezas ; 
industrialismo  que  bloquea  por  miseria  á  la  masa  trabajadora  y 
leyes  que  cercenan  derechos  naturales,  no  tiene  porque  discutirse 
entrb  nosotros,  en  un  país  joven  y  pictórico  de  riqueza  y  abundan- 
cia, donde  solo  el  esfuerzo  y  la  constancia  ejercitada  en  el  fecundo 
terreno  de  la  producción,  bastaban  para  llegar  desde  el  más  humilde 
nivel  de  una  situación  precaria,  al  pináculo  de  la  riqueza  desbordada 
y  del  capitalismo  soberbio  y  despótico.  Bien :  esto  es  lo  que  se  nos 
dijo  y  se  nos  repite  apenas  abordamos  la  cuest'ón  social. 

En  el  Uruguay,  independientemente  de  su  superabundancia, 
existe  la  miseria  como  en  las  naciones  de  excesiva  población.  Y 
esta  miseria  que  no  sólo  radica  en  la  capital,  sino  que  se  halla  dise- 


íí-off*^™ 


—  186  —  '■ 

minada  en  todo  el  resto  de  su  rico  territorio,  á  no  ser  atribuida  íí 
uíia  causa  latente  adherida  á  su  organización  política  y  económica, 
es  el  resultado  de  un  anacronismo  que  no  tiene  razón  de  ser,  cuando 
la  tierra  es  generosa  y  fecunda,  y  no  niega  sus  frutos  al  esfuerzo 
disciplinado  del  músculo  y  de  la  humana  inteligencia.  Pero  lejos  de 
ser  anacrónica  la  causa  generadora  de  dicha  miseria,  ella,  dentro 
de  las  nuevas  teorías  sociológicas,  tiene  su  lógica  y  bien  definida 
explicación. 

N"0  hay  efectos  sin  causas  y  á  la  inversa.  La  miseria  en  este  país, 
como  la  miseria  universal,  no  tiene  por  origen  causas  meramente 
transitorias,  sino  perennes,  mientras  no  se  proceda  á  un  más  equi- 
tativo reparto  de  la  riqueza  territorial.  La  pésima  distribución  de 
la  tierra  en  los  modernos  Estados,  los  impuestos  y  gravámenes 
diversos  que  pesan  sobre  ella,  son  las  causas  primordiales  que  dan 
nacimiento  á  multitud  de  causas  secundarias  que  á  su  vez  pesan 
con  marcada  injusticia  sobre  la  inmensa  mayoría  de  los  seres  huma- 
nos que  son  factores  de  progreso  y  de  riqueza :  la  numerosa  clase 
trabajadora. 

En  el  Uruguay,  la  distribución  de  la  riqueza  territorial  es  en 
relación  á  los  demás  países  civilizados,  harto  deficiente.  Una  super- 
ficie de  14.515.104  hectáreas  cuadradas  está  repartida  entre  22.674 
propietarios  con  un  promedio  de  640.16  hectáreas  por  cada  uno.  Es 
decir:  que  del  1.100.000  habitantes. con  que  en  la  actualidad  cuenta 
el  país,  una  fracción  mínima,  el  1/49  de  ellos  detenta  la  tierra,  mien- 
tras los  48/49  restantes  sirv^en  los  intereses  y  necesidades  de  los 
detentadores.  Estos  datos  bastan  de  por  si  para  hacer  resaltar  la 
enorme  injusticia  que  implica  tal  distribución  de  la  tierra.  Ahora 
bien:  si  se  comparan  dichas  cifras  con  lo  que  arrojan  las  estadísti- 
cas de  algunos  Estados  europeos,  nuestro  país  ocupa  una  situación 
bastante  desventajosa  con  respecto  á  ellos.  Veamos. 


Superficie 

Término  Medio 

Países 

Propietarios 

hectáreas 

hectáreas 

Austria     .     . 

4.116.216 

28.505.619 

6.92 

Hungría  .     . 

2.486  265 

27.025.195 

10.86 

Inglaterra     . 

272.836 

13  205.200 

13.52 

Escocia     .     . 

94.641 

7  570  000 

79.96 

Italia   .     .     . 

5  157.293 

29.625  403 

5.74 

Francia    .     . 

14  074.801 

49  388.304 

5.50 

Rusia  .     .     . 

481  358 

100.125.188 

207  99 

Alemania.     . 

5.558  310 

43  284.742 

7.70 

De  esta  comparación  claramente  se  desprende  que  el  Estado  uru- 
guayo, con  una  superficie  mayor  que  la  de  Inglaterra,  tiene  22.674 
propietarios  con  un  término  medio  de  tierras  de  640.16  hectáreas, 
contra  272.836  propietarios,  con  un  término  medio  de  13.52  hectá- 
reas por  cada  uno.  Y  comparado  el  país  con  el  imperio  moscovita, 
que  es  la  nación  que  arroja  una  suma  mayor  de  grandes  terrate- 
nientes, tenemos  un  término  medio  de  tierras  por  cada  propietario 
( 207.99  hectáreas, )  muy  favorable  para  el  último  de  los  países 
nombrados.  Y  no  es  que  el  Estado  uruguayo  tenga  en  disponibili- 


—  187  — 

dad  de  oferta  inmensas  extensiones  de  tierras  fiscales,  que  vendrían 
á  disminuir  en  mucho  el  área  de  terreno  que  en  la  actualidad  co- 
rresponde á  cada  propietario.  La  tierra,  en  su  mayoría,  está  toda 
repartida  entre  unos  pocos,  con  la  agravante  de  que  cada*  uno  de 
sus  actuales  detentadores  en  vez  de  propender  á  su  subdivisión,  se 
caracteriza  por  su  loco  afán  de  acaparar  nuevas  tierras  con  las  que 
extender  su  dominio  de  amo. 

Siendo  éstas,  como  son,  las  condiciones  de  detentación  de  la  tie- 
rra, lógico  es  suponer  que  la  cuestión  social  para  nuestro  ambiente, 
no  sea  una  cuestión  importada  por  snob,  completamente  exótica  en 
nuestro  mecanismo  económico,  sino  una  cuestión  que  debe  merecer 
una  mayor  atención  por  parte  de  todos  aquellos  espíritus  que  saben 
de  las  nuevas  teorías  arraigadas  profundamente  en  el  corazón  de  las 
naciones  modernas.  El  problema  social  existe  aquí,  como  en  el  Japón, 
como  en  la  Mongolia,  como  en  toda  sociedad  organizada  á  base  de 
privilegios  de  clases.  Allí  donde  existe  un  evidente  desequilibrio  entre 
los  diversos  factores  que  integran  el  verdadero  progreso;  fillí  donde 
existe  una  clase  que  especula  y  explota,  y  otra,  la  más  numerosa, 
que  trabaja  y  no  puede  llenar  sus  más  perentorias  necesidades;  allí 
donde  existe  una  desigualdad  en  el  orden  político,  religioso  ó  social, 
la  cuestión  del  pan,  el  vasto  y  complejo  problema  moderno,  en  una 
palabra,  la  lucha  económica,  tiene  amplio  margen  para  su  desarrollo, 
y  se  manifiesta  con  mayor  ó  menor  empuje,  con  más  ó  menos  vio- 
lencia, según  la  preparación  media  de  los  elementos  que  forzosamente 
deben  intervenir  en  ella.  La  dinámica  del  pensamiento  moderno  hace 
algún  tiempo  que,  reconociendo  la  verdad  y  la  necesidad  de  la  lucha 
económica,  su  lógica  consecuencia  emanada  del  actual  estado  de 
cosas  sociales,  se  ha  determinado  en  dicho  sentido.  Y  no  es  porque 
el  pensamiento,  que  es  el  alma  de  nuestro  siglo,  siga  propulsiones  y 
derroteros  falsos,  como  no  siguió  un  falso  derrotero  el  pensamiento 
que  animó  las  grandes  luchas  que  tuvieron  por  escenario  el  siglo 
XVIII  y  XIX  y  desvirtuadas,  más  tarde,  por  los  mismos  que  fueron 
por  ellas  beneficiados. 

La  vida  en  todas  sus  diversas  manifestaciones  sociales,  aquí, 
allá,  acullá,  ( no  importa  el  nombre  de  los  estados ),  se  toi^na  para  el 
asalariado  más  diflcil  y  tirana  á  medida  que  se  avanza  en  el  moderno 
progreso.  El  campesino  no  gana  para  vivir  porque  es  pasto  de  la 
explotación  ejercida  de  consuno  por  el  Estado  y  el  capitalismo.  El 
obrero  en  las  ciudades,  no  importa  su  población  ni  su  tendencia  fa- 
bril ó  comercial,  vé  abierto  ante  sus  ojos  un  horizonte  de  miserias  y 
de  amarguras.  Todo  en  el  actual  momento  social  se  torna  penoso 
para  una  clase  determinada  de  la  sociedad  que,  con  ser  la  que  pro- 
duce nada  posee  y,  lógico  es  que  esa  clase,  infinitamente  numerosa, 
que  no  puede  consumir  con  arreglo  á  lo  que  produce  y  que  sin  em- 
bargo tiene  derecho  como  el  que  más  á  la  vida,  exija  de  quienes, 
abroquelados  tras  un  falso  concepto  económico,  la  tornan  dificil, 
sembrada  de  escabrosidades,  la  parte  que  en  el  concierto  de  las  satis- 
facciones universales  corresponde  á  todos  los  que  viven.  Ayer  fué 
la  burguesía  la  que  bregó  con  tesonero  afán  por  la  abolición  de  to- 
dos los  previlegios  de  clase  y  la  poseción  de  la  tierra.  Nadie  en  la 
actualidad  recrimina  á  los  que  prepararon  el  vasto  orden  de  cosas 


■"m 


—  188  — 

que  en  la  actualidad  reina.  En  el  presente,  una  clase  numerosísima 
se  levanta  contra  la  burguesía  que  se  ha  abrogado  la  facultad  de  re- 
ducir por  el  hambre  á  multitud  de  esclavos  del  taller  y  de  los  cam- 
pos; que  dicta  leyes  disparatadas  con  el  único  propósito  de  favore- 
cer y  resguardar  sus  intereses;  que  legisla  y  administra  con  arreglo 
á  multitud  de  prejuicios  que  tuvieron  la  virtualidad  de  sobrevivir  á 
los  siglos;  que  impone  una  moral  contraria  á  las  manifestaciones  de 
toda  ley  natural  que  rige  las  voliciones  del  ser  humano ;  que  castiga 
severamente  hechos  punibles  únicamente  dentro  del  falso  concepto 
que  se  tiene  de  las  necesidades  y  moral  humanas,  y  que,  sobre  el 
derecho  de  la  vida  ha  plantado  el  estandarte  de  la  fuerza  brutal; 
haciendo  de  la  fuerza  de  las  bayonetas  una  disposición  de  orden;  el 
sosten  más  formidable  de  los  privilegios  usurpados. 

La  lucha  moderna  que  tiene  por  escenario  de  ejercicio  el  ancho 
campo  de  la  economía,  vá  á  la  conquista  de  la  tierra,  de  la  verdad 
y  do  la  justicia  sin  que  entronice  á  ninguna  clase  determinada  con 
los  privilegios  correspondientes.  Y  si  un  mal  entendido  concepto 
de  la  sociología  ha  autorizado  en  nuestro  ambiente  á  ciertos  indi- 
viduos para  negar  de  lleno  la  necesidad  de  las  luchas  económicas, 
demostraremos  con  mayor  extensión,  en  artículos  sucesivos,  que 
ella  existe  y  que,  como  propia  medida  de  progreso,  ella  es  nece- 
saria. 

Entre  tanto,  la  juventud  que  lleva  en  sí  todo  el  entusiasmo  de 
la  lucha  ;  que  piensa,  lee  y,  por  lo  tanto,  tiene  un  criterio  más  fácil 
de  ser  inducido  á  la  verdad  que  al  error,  tiene  en  esta  sección  que 
hoy  inauguramos,  donde  volcar  todas  las  deducciones  sugeridas  por 
la  observación  de  las  miserias  modernas,  ó  por  la  lectura  de  los  li- 
bros en  cuyas  páginas  se  plantea  el  problema  social. 

Perfecto  López  Campa5;a. 


-c{,$c:x$&a- 


Noslal^ia  -efímera 


Para  IVrez  y  Caris,  poeta. 

Pregonaban  un  ensueño  dolorido  las  campanas 
desde  el  valle  nebuloso  de  la  incierta  lejanía, 
difundiéndose  en  el  coro  de  las  voces  tramontanas 
que  decían  de  algo  magno  que  en  la  muerte  se  dormía. 

Mientras,  pálidas  las  rosas,  —  ¡oh  mis  líricas  hermanas!  — 
entregaban  en  desmayos  su  más  íntima  poesía, 
al  morir  en  dulcedumbres  como  plácidas  cristianas, 
perfumando  el  alma  triste  de  la  tarde  en  agonía. 


189 


Y  el  nostálgico  recuerdo  de  los  suefios  de  otra  er;i, 
plenipotenciario  adusto  de  un  i)ais  c[ue  no  fué  grav(!, 
agravó  el  solemne  ambiente  con  tristezas  y  rencores, 


J.  J.  Illa  Moreno 


cuando  Venus  surgiendo  cautelosa  tras  la  vera 

de  aquel  bosque  desolado  y  misterioso  fué  cual  ave 

nunciatriz  de  nuevas  horas  de   otros  más  gratos  amores. 


Illa  Moreno. 


'Sím'. 


190 


VISIÓN 


( 'Del  próximo  libro  «  En  vo:¡^  baja  »/ 


c///e  lan  cdlicam  en  le, 
al   lomar    el   rebaño, 
en    la    larde    Iranquila, 
tíllala    en    el  ambienle, 
sobre    el  paisaje    huraño, 
con    un    inlermilenle 
sonido    que    nace    daño, 
su    relinlin    la    esquila. 

Viriqense    al  paseo 
los    ciegos    del   hospicio, 
seguidos    de    un    hermano 
que    con    leve    siseo 
va    rezando    el   oficio, 
mientras    el  parloleo 
de    la    turba    sin  Juicio 
despierta    el   eco    vano .  . . 

(£>l  ala    pasajera 
de   nube  cilla    errante 
proyecta    sombra   móvil 
sobre    la    carretera, 
por    donde,    resonante 


aparece,    en    carrera 
febril,    como    gigante 
batracio,    un    automóvil. 

Desconcierto  provoca 
en    los    niños    su    aaudo 
rezumbar    repentino, 
mientras    que,    visión    loca, 
pasa    el  chauffeur  peludo, 
con    su    aspecto    de  foca 
ó    de   buzo    lanudo, 
devorando    el   camino. 

Ai  os    ciegos   olfatean 
la    estela    "  capitosa 
del  monstruo;    la  pupila 
dilatan;  parpadean 
con    rapidez   nerviosa, 
y   al  fin    quietos,  pasean 
su    noche    misteriosa 
por    la    tarde    tranquila. 

Amado  Ni£Rvo. 


191 


Literaturas  J^tod^rnas 

"Fflfipflí^l^IA     DE     Pt^EJÜICIOS" 


DE   PERFECTO   LÓPEZ  CAMPANA 


Guando  acabé  de  leer  el  primer 
cuento,  un  escalofrío  recorrió  mi 
médula  y  un  silencio  doloroso  vino 
á  mis  labios.  Luego,  torpemente, 
articulé  una  frase  !  «  ¡  Es  muy  hu- 
mano !...»  No  dije  más.  Á  estas  tres 
palabras  pude  en  ese  instante  con- 
cretar en  síntesis  mis  impresiones. 
Pero  sentí  la  ne- 
cesidad imperiosa 
de  leerlo  nueva- 
mente. Era  aque- 
llo tan  hermoso, 
tan  sincero,  tan 
real,  tan  de  la  vi- 
da!... Y  una  gran 
tristeza  invadió 
mi  corazón,  y  una 
gran  piedad  enar- 
có mis  labios,  y 
miré  hacia  allá, 
lejos,  muy  lejos, 
como  hacia  un  pa- 
sado ya  entre  nie- 
blas, ya  entre 
sombras,  ya  entre 
ruinas. 

i  Qué  ?...  ¿  acaso 
aquello  no  era  el 
girón  palpitante 
de  una  vida  eter- 
namente ato  rmen 
tada  ?...  ¿  Acaso 
no  era  todo  el  sen- 
sorio de  hombre 
cristalizado  al  tra- 
vés de  una  sola 
faz,  de  una  sola 
manifestación  cu- 
ya mayor  fuerza 
emotiva  hubiera 
anulado  todas  las  otras,  sobrepo- 
niéndose, absorbiéndoles  sus  ener- 
gías y  robándoles  la  voluntad  ?... 

Y  iniré  hacia  allá,  lejos,  muy  le- 
jos, y  vi  siempre  á  aquel  Ruperto 
Liebe,  de  pie  ante  sus  discípulos, 
mostrando  de  su  corazón  honda- 
menté  lacerado  todas  sus  heridas 
aún  sangrantes,  estoico,    sublime, 


así  como  un  maestro  que  en  un  ga- 
binete de  hospital  enseñare  una  mí- 
sera piltrafa  durante  el  curso  de 
una  severa  disertación  anatómica. 
Y  le  admiré.  Lo  vi  grande,  ergui- 
do, heroico,  en  medio  de  su  horri- 
ble descalabro  moral,  y'  le  compa- 
decí. .  .    Y   lo   vi    débil,    pequeño, 


Óscar  Tiberio 

lisiado,  ya  como  un  pobre  ser  ven- 
cido cuyos  menores  actos  sólo  se 
rigen  bajo  el  reflejo  de  una  vitali- 
dad únicamente  instintiva  y  mate- 
rialmente impulsora. 

Y  en  verdad  que  ese  primer  cuen- 
to que  nos  brinda  Perfecto  López 
Campaña  en  su  reciente  obra  «  Fan- 
farria de  Prejuicios  >,  es  de  una  sin- 


—  192 


ceridad  y  de  una  concepción  á  todas 
luces  hermosa.  La  tesis,  modernísi- 
ma dentro  de  lo  más  vivido,  tiene 
un  fondo  hondamente  psicológico ; 
los  personajes  han  sido  delineados 
con  la  perfecta  maestría  de  un  con- 
cienzudo novelador,  y  el  medio  am- 
biente en  que  actúan,  lo  mismo  po- 
dría ser  el  nuestro  que  Qualesquiera 
otro  extraño,  puesto  que  la  vida 
humana  allí  es  en  una  de  sus  for- 
mas .  más  universalmente  experi- 
mentable. 

Ha  sido  feliz  en  la  elección  de  sus 
tesis  el  autor  Después  de  un  jntere- 
resante  introito  acerca  de  las  diver- 
sas teorías  y  experimentaciones  so- 
bre lo  flnito  ó  inflnito  del  Amor  á 
través  de  las  múltiples  faces  de  su 
compleja  emotividad  como  potencia 
efectiva,  López  nos  sugiere  el  triun- 
fo de  su  perduración  indestructible 
poniéndonos  como  ejemplo  un  caso 
típico. 

Y  es  éste  un  idilio  trágico  de  un 
desenvolvimiento  altamente  conmo- 
vedor. Aquellos  dos  corazones  jóve- 
nes que  laten  al  unísono  impulsados 
por  un  mismo  anhelo ;  aquellas  dos 
almas  fundidas  la  una  en  la  otra  por 
una  idéntica  afinidad  de  ideas  y  de 
sentires,  y  aquella  fatalidad  ciega, 
obcecadora,  que  se  abate  sobre  ellos 
en  una  lucha  titánica,  es  algo  que 
evoca  los  grandes  dramas  pasiona- 
les que  á  través  de  los  siglos  han 
perdurado  en  la  imaginación  de  las 
multitudes  sobre  la  eterna  sucesión 
de  las  generaciones  idas. 

Y  no  se  crea,  que  los  predichos 
Amantes,  sean  burdas  copias  de 
aquellos  héroes  de  leyenda  de  otrora. 
Aquí  no  es  la  lucha  religiosa,  ni  la 
animosidad  política  dé  los  Capuletos 
y  Mónteseos,  ni  la  venganza  de  un 
rival  desdeñado  á  lo  Casio,  ni  el  cí- 
nico abandono  de  un  don  Juan,  ni  la 
fragilidad  voluble  de  una  Safo, lo  que 
da  perdurable  vida  y  muerte  á  este 
drama.  Una  fatalidad  aún  más  nove- 
dosa, más  real,  más  humanizada  al 
ambiente  evolutivo  de  nuestra  épo- 
ca, es  la  que  engrandece  ese  idilio, 
la  que  aviva  bajo  múltiples  cambian- 
tes ese  Amor,  la  que  atormenta  sin 
piedad  á  sus  héroes,  y  que,  por  fln, 
tras  un  proceso  lento  pero  perseve- 


rante, termina  su  obra,  de  la  cual 
acaso  fué  génesis,  para  luego  seri- 
en cierto  modo,    destructibilidad. 

Y  digo  esto,  porque  no  fueran 
esas  trabas,  esos  rencores  políticos 
ó  religiosos,  esas  ambiciones  de 
fausto  ó  de  lucro  explotado  por  un 
desmesurado  despotismo  paternal; 
esas  traidoras  venganzas  de  un  rival 
aborrecido  ;  esa  volubilidad  de  un 
amante  versátil,  lo  que  han  hecho 
realmente  célebres  y  eternos  y  ad- 
mirados un  Amor  ? .  .  .  ¿No  fué  ese 
pero,  surgiendo  como  una  Roca  Tar- 
peya  ante  ese  torrente  de  felicidad, 
desarrollando  con  su  tenaz  obstácu- 
lo un  génesis  de  pasión  inflnito,  en- 
grandeciendo desmesuradamente  la 
Dicha  y  el  Deseo,  haciendo  aullar 
el  Dolor,  hundiendo  en  la  carne  viva 
el  hierro  candente  de  los  Celos,  des- 
pertando la  Cólera  adormilada  de 
los  hombres  de  la  edad  bárbara,  y 
todo  en  una  hora  propicia  y  en  tem- 
peramentos por  excelencia  comple- 
jos y  receptores  lo  que  engrandeció 
un  Amor  hasta  el  sacrificio  ó  el  ho- 
locausto ? . . .  Tal  vez,  sin  la  influen- 
cia vital  de  ninguna  de  esas  fatalida- 
des creadoras,  él  no  se  hubiera  des- 
lizado con  la  monótona  quietud  del 
agua  mansa  que  corre  por  un  cauce 
que  le  es  común  ?    .  , 

Fl  Amor?.  .  ¿Acaso  hay  nada 
más  natural,  más  sencillo,  más 
transparente  ni  más  diáfano?... 
¿Y  acaso  también  hay  nada  más  ne- 
buloso, más  abstruso,  más  caótico, 
más  laberíntico  ? .  . . 

Un  Amor  común  ? .  .  Los  vemos 
todos  los  días,  á  cada  paso,  á  cada 
instante :  un  frivolo  flirt  mundano ; 
un  interés  adventicio;  un  capricho 
sensual;  una  modalidad  de  nuestro 
orgullo;  una  atracción  física  ó  mo- 
ral más  ó  menos  concebible  ó  in 
tensa ;  pero,  un  Amor  voraz,  multi 
forme,  normalmente  desequilibra- 
do, con  placideces  de  cielo  azul  y 
borrascas  de  océano  enfurecido,  es 
algo  que  se  yergue  por  encima  de 
las  almas  mediocres  y  horizontal- 
mente  niveladas  de  las  muchedum- 
bres. 

Y  lo  dicho  no  implica  la  negación 
absoluta,  de  que  en  los  actuales 
tiempos,  pictóricos  de  un  positivis- 


193  — 


mo  generalizado,  donde  todo  es  ve- 
loz y  fugaz,  donde  la  vida  se  preci- 
pita en  la  vorágine  de  un  expreso 
en  marcha  acelerada  hacia  el  país 
de  una  Felicidad  egoísta  por  exce- 
lencia, no  quepan  almas  grandes  ó 
temperamentos  sensi- 
tivos que  sepan  gustar 
de  afecciones  intensas 
que  pasan  inadvertidas 
ó  que  son  miradas  con 
burlón  escepticismo 
por  el  cero  nominal  de 
las  mayorías  Y  luego, 
¿cuántos  dramas  ínti- 
mos se  silencian,  se  su- 
ceden ó  se  ahogan  casi 
á  diario,  sin  trascender 
ni  lograr  ese  alto  grado 
de  fantástica  leyenda 
alcanzado  por  aquellos 
que  la  historia,  la  no- 
vela, la  poesía  ó  el  tea- 
tro se  han  encargado 
de  perdurar  á  través 
del  ciclo  abrumador  y 
silente  de  las  edades 
muertas ! 

Tal  -vez  á  nuestro  pa- 
so, en  el  paseo,  bajo  la 
máscara  inmutable  de 
los  convencionalismos 
¿cuántas  veces  late  jun- 
to á  nosotros  un  cora- 
zón héroe  de  un  drama 
silenciado,  callado, 
oculto  él  allá  en  lo  más 
recóndito  de  un  ser  en 
apariencia  feliz  ó  deci- 
dor? Y,  ¿cuántas  veces 
ese  drama  trasciende 
en  una  simple  crónica 
de  gacetilla ;  allí  donde 
el  criminalista  sólo  ve 
una  protuberancia  más 
ó  menos  anormal ;  allí 
donde  la  justicia  sólo 
ve  un  delito  que  casti- 
gar y  donde  el  escán- 
dalo se  apresta  al  par- 
loteo del  chisme  ó  al 
volido  de  la  murmuración? 

Y  es  por  esto,  que  esos  célebres 
Amantes  que  fueron,  hoy  para  mu- 
chos al  parecer  irreales,  faltos  de 
lógica,  no  concebibles,  mirados  co- 
mo locos,  como  casos  psicológicos 


dignos  de  estudio,  y  que  en  reali- 
dad, ellos  no  han  sido  sino  frutos 
del  ambiente  de  sus  épocas  ó  con- 
secuencias directas  de  causas,  mu- 
chas de  las  cuales  la  evolución  ha 
dejado  atrás  y  de  otras  que    aun 


Javier  de  Viana 

perduran  no  obstante  la  ola  avan- 
zante del  progreso  y  de  la  educa- 
ción contemporánea,  tendrán  siem- 
pre sus  sucesores  más  ó  menos  afi- 
nes ó  directos,  y  siempre  confor- 
me á  los   factores  que  los  produz- 


■\  »"T  .'í^?j?^^ww^7*i 


—  lí>4  — 


can,  y  de  acuerdo  al  medio  y  á  la 
época  en  que  se  desarrollen. 

Tal,  es,  en  el  presente,  el  caso 
que  en  «Fanfarria  de  Prejuicios  • 
nos  describe  Perfecto  López  Cam- 
paña. Leed  ese  cuento,  esa  joya  de- 
licada y  sutil,  que  tal  vez  ni  Mau- 
passant  ni  Mirbeau  cincelaran  me- 
jor con  los  toques  enérgicos  de  sus 
buriles  consagrados.  Leedlo,  y  ve- 
réis allí  encarnado  todo  un  drama 
dolorosamente  humano  en  cuyos 
héroes  caben  hombres  y  símbolos  á 
la  vez.  Leedlo.  y  durante  vuestra 
lectura,  sentiréis  revivir  allá  en  lo 
más  hondo  de  vuestra  psiquis  algo 
así  como  un  soplo  lejano  de  vues- 
tra fogosa  juventud,  como  el  hálito 
tibio  de  una  Primavera  que  fué,  co- 
mo un  vago  perfume  de  amores  ya 
idos,  reminiscencias  de  horas  q\ie 
fueron,  de  dulzuras  que  os  supie- 
ron á  mieles,  y  luego,  ya  al  final, 
en  llegando  á  los  últimos  párrafos, 
una  gran  piedad  os  hará  crispar 
todo  hasta  la  médula,  y  diréis 
abiertamente,  sinceramente,  si  allí 
no  hay  mucho  que  os  pertenece,  ó 
algo  que  estorbó  á  vuestro  Pasado, 
ó  algo  que  aún  estorba  á  vuestro 
Porvenir ! 

El  segundo  cuento,  «  Sólo  por  un 
beso  »,  es  toda  una  primicia  litera- 
ria en  la  que  el  autor  ha  concreta- 
do todas  sus  energías  al  relieve 
plástico  del  estilo  y  al  maravilloso 
desenvolvimiento  del  diálogo.  Vquel 
fluye  fácil,  pintoresco,  con  rasgos 
de  una  luminosidad  que  cautiva; 
este  último  surge  natural,  sin  afec- 
tacionos  anflbiológicas  ni  retorci- 
mientos de  frase,  y  siempre  en  un 
todo  adaptable  á  los  personajes  que 
lo  promueven 

Si  en  el  primer  cuento,  López 
Campana  se  nos  revela  un  psicólo- 
go sutil,  un  observador  pertinaz  y 
un  artífice  discreto  de  la  forma,  en 
«  Sólo  por  un  beso »  se  nos  da  á 
conocer  como  todo  un  perfecto  es- 
grimista del  diálogo,  de  ese  escollo 
de  la  frase  amena  y  locuaz,  déla 
causerie  armonizada  al  ambiente 
escénico  y  á  la  modalidad  intelec- 
tual de  los  tipos  que  se  describen. 

Es  «  Sólo  por  un  beso  »  un  cona- 
to de  conquista,  una  aventura  amo- 


rosa fracasada  por  el  temperamen- 
to frío  y  monocorde  de  una  mujer 
exhausta  de  pasiones,  cuya  virtua- 
lidad pensante  y  emotiva,'  tapiada  á 
piedra  y  lodo  por  toda  una  costra 
de  rancios  prejuicios  y  atávicos 
pregones  de  una  educación  inculta, 
marchítase  en  una  simplicidad  esté- 
ril y  desconsoladora. 

En  este  estudio,  breve  y  vivaz, 
López  nos  pinta  de  cuerpo  entero  á 
uno  de  esos  tantos  Tenorios  de  oca- 
sión, cuya  megalomanía  amorosa, 
ávida  de  fáciles  éxitos,  suele  á  ve- 
ces estrellarse  en  un  fracaso  ridícu- 
lo, ante  una  mujer  rehacía,  por 
quien  sus  anhelos  de  seducción  lue- 
go se  truecan  en  un  mero  y  pun  - 
zante  capricho. 

Las  insinuaciones  del  cortejante 
se  suceden  en  una  escala  ascenden- 
te y  gradual ;  las  negativas  de  ella 
se  aferran  á  una  si  es  ó  no  es  ter- 
quedad obcecadora  A  veces,  el  re- 
cuerdo de  una  afección  adolescente 
que  los  uniera  otrora,  mariposea 
en  su  cerebro  impulsándola  casi  á 
ceder,  como  concibiendo  una  resu- 
rrección de  aquel  pasado.  Pero  me- 
dita, compara,  hace  apreciaciones 
que  ella  juzga  irrefutables.  Allá  en 
la  penumbra  parpadeante  de  un 
bochornoso  atardecer,  en  la  estan- 
cia solitaria  y  propicia  al  beso,  él, 
ya  agotada  la  locuacidad  de  su  ver- 
ba, se  lanza  al  asalto.  Y  lo  hace  ya 
con  ira,  con  rabia,  amparado  por  la 
soledad  del  instante,  enloquecido 
por  aquella  negativa  tenaz ;  ebrio 
de  deseos  voraces  que  le  han  gol- 
peteado el  cerebro  allá  en  sus  afie- 
bradas vigilias  insomnes.  Hay  una 
lucha  breve.  Ambos  se  manotean 
linos  instantes  entre  el  coágulo  de 
sombras  cada  vez  más  creciente  de 
la  noche  que  avanza.  Luego,  por 
fin,  no  obstante  los  gimoteos  y  las 
últimas  puñadas  de  aquella  nueva 
Segismunda,  él  logra  suxir  sus  la- 
bios á  aquella  carne  esquiva  que  se 
rehusa,  y  así  aquello  que  hubo  de 
ser  un  idilio  de  amor,  termina  en 
medio  de  un  pugilato  irrií-orio  de 
maritornes  vulgar. 

Y  qué  hermoso  final  aquél,  qué 
concretación  sintética  la  de  ese  es- 
tudio, con  tanto  arte  como  verosi- 


195 


militad  descripto,  cuando  el  héroe, 
una  vez  llenados  sus  deseos,  ya  en  la 
puerta  y  próxin»  á  marcharse,  la 
grita  aquella  frase  cruelmente  ace- 
rada, pero  que  encierra  toda  la 
explosión  de  su  desprecio  y  el  des- 


gias  errabundas,  horas  de  pasión 
junto  á  una  ribera  insomne,  bajo  el 
sutil  espolvoreo  de  oro  de  un  cre- 
púsculo que  se  amortigua.  Allí  todo 
late,  todo  habla,  todo  interroga  con 
esa  elocuencia  muda  y  sugerente  de 


(tUY  de  Maupassant 


ahogo  de  su  ridículo :  « ¡Imbécil!   . . 
I  Tanta  copa  por  un  beso ! . . . » 

«  Canto  de  Amor  »  es  todo  un  be- 
llo himno  pasional  rimado  en  una 
prosa  poética  y  vivamente  colorean- 
te, de  una  exquisitez  extremada. 
Hay  allí  párrafos  evocativos,  nostal- 


la  Naturaleza  sabia  Y  en  tanto  la 
noche  cae.  . .  Los  senderos  tórnanse 
grises ;  las  lejanías  se  esfuman  en- 
tre los  vapores  de  la  tarde  que  va 
á  inmolarse :  sólo  en  las  aguas 
muertas  de  los  remansos  los  últimos 
vestigios  del  día  aún  chispean  en  un 


.„  -^ 


106 


postrer  desvanecimiento  de  colores 
en  fuga...  Y  trisca  el  Amor :  uu 
Amor  sin  trabas,  apasionado,  sin 
indiscreteces.  .  Y  en  tanto  la  no- 
che cae.  .  Ln  polvo  de  lapizlázuli, 
un  vaho  de  sombras,  invade  las 
campiñas  aletargadas,  llenas  de 
ruido  y  ebrias  de  sueño  . . 

«  Los  censores  »  es  un  desñle  de 
tipos  comunes  á  todo  ambiente, 
quienes  impulsados  por  una  mono- 
manía de  exhibicionismo  diario, 
quieren  en  todo  y  por  todo  oficiar 
de  pát^r  ante  la  admiración  públi- 
ca. Están  estudiados  con  verídica 
exactitud  Yo  les  veo  pasar,  desli- 
zarse, escurrirse  en  medio  de  toda 
una  mímica  mandarinesca  henchida 
de  genullexiones  que  llevan  estereo- 
tipado el  gesto  grave  de  una  augus- 
ta paternidad  Les  veo  formar  co- 
rrillo en  los  salones,  en  las  veladas 
del  periódico,  en  el  café,  en  la  rué 
Sarandí,  en  los  pasillos  de  los  tea- 
tros. Hablan,  gritan,  gesticulan, 
emiten  opiniones  que  son  senten- 
cias. Y,  como  créense  admirados, 
escuchados,  indicados  como  hom- 
bres sapientísimos,  tesoros  de  inge- 
nio y  sabiduría,  he  aquí  que  así 
ellos  se  pasan  la  vida,  en  un  char- 
latanismo estéril,  pero  siempre  gi- 
rando sobre  su  v-i  preponderante 
de  astros  apagados  y  sin  atmósfe- 
ra. .  . 

En  *  El  patrón  »,  surge  el  triunfo 
de  un  espíritu  fuerte  saturado  de 
nobles  ideales,  y  el  que  merced  á  su 
férrea  voluntad,  logra  independi- 
zarse de  un  medio  exiguo  y  pro- 
saico á  que  lo  ha  encadenado  hasta 
ayer  la  lucha  por  la  vida.  Este  poe- 
ta, doloroso  sensitivo,  que  acaso  pu- 
do ser  un  (¡reso  de  haber  sido  un 
buen  Sancho,  busca  en  la  Libertad 
y  en  la  Belleza  la  realización  de  sus 
ensueños,  que  no  le  ha  sido  dado 
encontrar  en  las  cifras  tentadoras 
del  Haber  ni  en  las  llorituras  esco- 
lares de  una  buena  plana  . . . 

«  Los  Reos  »,  es  una  página  triste 
y  hondamente  sentida,  en  la  que  el 
autor  nos  describe  coa  todos  sus 
horribles  preliminares  el  bárbaro 
espectáculo  de  una  doble  ejecución. 
En  aquella  alborada  invernal,  bru- 
mosa y   displicente,   el   cuadro   se 


destaca  entre  un  coágulo  de  som- 
bras que  un  sol  anémico  aún  no  ha 
logrado  desvanecer.  Los  verdugos 
que  la  justicia  ampara,  las  víctimas 
que  á  nombre  de  un  mal  entendido 
escarmiento  ella  inmola,  la  muche- 
dumbre inconsciente  y  ávida  de  ver, 
y,  por  fin,  el  salvaje  holocausto, 
todo  surge  de  entre  la  penumbra  de 
aquel  lívido  amanecer. 

Es  esta  una  página  condenatoria 
hacia  una  ley  absurda,  que,  como 
dice  el  autor,  cobra  impuestos  por 
los  alcoholes  y  protejo  á  los  Fabri- 
cantes que  lucran  con  los  vicios  de 
muchos  desgraciados  á  quienes  ma- 
ñana esa  misma  ley  ha  de  casti- 
gar. 

«  Odila  »,  «  Dualismo  »,  «  La  caza 
del  hombre  ».  «  El  tributo  á  la  ava- 
ricia», «El  hijo»  y  «Bajo  los  cei- 
bos ',  son,  cada  una  en  su  género, 
interesantes  análisis  contenciosos 
en  los  que  zigzaguea  una  sutil  psi- 
cología y  en  los  que  asoma  un  bello 
gesto  rebelde  hacia  un  cúmulo  de 
prejuicios  que  el  egoísmo  ó  la  am- 
bición desmesurada  de  los  hombres 
sirve  de  tierra  fértil  para  que  ellos 
aún  perduren  en  muchas  concien- 
cias como  sombras  errátiles  de  un 
pasado  que  debiera  caducar. 

Tal  es  en  breves  líneas  la  nueva 
obra  de  López  Campaña  Y  en  este 
libro  hondo,  sincero,  plétórico  de 
savia  joven  y  de  avanzados  ideales, 
se  destaca  vigorosamente  la  perso- 
nalidad del  autor,  así  como  su  estilo 
propio  y  persuasivo,  ondulante  en 
párrafos  serenos  y  pausados,  de 
donde  la  verdad  fluye  desnuda,  sin 
recatos  pusilánimes  ni  frases  hirien- 
tes para  esos  pobres  cerebros  aún 
obscurecidos  por  el  error. 

López  Campaña  es  un  prosista  de 
garra  y  de  nervio.  Él  habla  como 
piensa  y  piensa  como  escribe.  Su 
paleta  es  iris  y  su  escalpelo  es  luz. 
Sus  ideas  hacen  meditar ;  su  obser- 
vación encanta ;  sus  descripciones, 
mesuradas,  sintéticas,  ebrias  de  sol 
y  orgíacas  de  colorido,  surgen  á 
grandes  rasgos,  brillantes  y  felices, 
sin  caer  nunca  en  falsedades  pueri- 
les ni  en  esos  minuciosos  inventa- 
rios de  procurador  á  que  muchos 
conteur  conduce  el  deseo  de  pre- 


—  197 


sentarnos  una  realidad  precisa  y 
meticulosa,  y  que,  por  cierto,  ella 
tan  sólo  no  ha  sido  mirada  sino  á 
través  de  temperamentos  aún  no 
suficientemente  artísticos  ni  asimi- 
ladores. 

Por  encima  de  todo  temor,  por 
encima  de  todo  convencionalismo, 
lejos  de  todo  lucro  eventual,  él  nos 
describe  lá  vida  tal  cual  es,  con  to- 
das sus  bellezas  más  fúlgidas  y  sus 
errores  más  nefandos  Y  esa  vida 
de  verdad,  ora  lozana  como  una 
flor  jugosa,  ora  anémica  como  una 
joven  miyer  convaleciente,  allá  en 
un  crepúsculo  que  se  esfuma  entre 
tonalidades  de  ópalo,  fluye  de  esas 
páginas  humanas  en  las  que  el  au- 
tor ha  volcado  su  yo  violento  satu- 


rado íntimamente   de    orgullos  le- 
vantiscos. 

Admiremos  á  este  aliado  de  la 
caravana  heroica  que  prosigue  por 
la  ruta  que  va  hacia  la  luz  Sean 
nuestras  salutaciones  más  sinceras 
para  este  adalid  del  pensamiento 
modernizado  de  un  siglo  que  se  in- 
sinúa prometedoramente  hacia  la 
verdad.  Su  obra,  «  Fanfarria  de  Pre- 
juicios», es  una  piqueta  demoledora 
y  un  oriflama  de  conquista.  Ella 
destruye  pero  también  crea.  Y  des- 
truir el  Mal  es  Virtud,  é  ir  hacia  el 
Bien  es  Sabiduría. 

JuA-N  Picón  Olaondo. 

En  Mavo  de  1007. 


-^{jíCiX^o- 


•Oeír   G'KOS 


A  Francisco  Alberto  Schinca. 

Era  en  la  noche  eterna.  Los  volcanes 
Vomitaban  su  lava  incandescente, 

Y  al  empuje  de  roncos  huracanes, 
Las  montañas  caían,  cual  titanes 
Heridos  en  la  frente. 

Los  truenos  eran  lúgubres  tambores 
Tocando  á  carga  con  pujante  brío, 

Y  mil  rayos  de  vividos  fulgores 
Fingieron  una  lluvia  de  colores 
En  medio  del  vacío. 

Revolvióse  el  océano  salvaje 
Escupiendo  sus  olas  Cí)ntra  el  cielo; 
Chocáronse  las  rocas  con  coraje, 

Y  los  astros,  surgiendo  del  chispaje 
Iniciaron  su  vuelo. 

El  Planeta  giró  sobre  si  mismo, 

Y  luego  se  incendió  cual  ígnea  tea ; 

Y  al  apagarse,  de  ese  cataclismo,  » 
Surgió    un  hombre  de  lo  hondo  del  abismo 

Y  en  su  frente  una  luz,  y  fué  la  Idea. 

1907  Ovidio  Fernández  Ríos. 


—  198  — 

''j^azek    maldita'' 


rq:  o  \7' e:  L -jPs.    ]sc  jPs.  c  i  o  ist  jPí.  r^ 


FRAGMENTO 


En  el  rancho  de  Juliana,  los  víve- 
res se  habían  concluido;  no  quedaba 
una  piltrafa  de  carne,  una  migaja 
de  galleta,  una  cebadura  de  yerba. 

Había  registrado  todos  los  rinco- 
nes sin  hallar  nada  y  desconsolada 
salió  afuera,  dis- 
puesta á  pedirle 
á  su  vecina  Ma- 
nuela—la «Nata» 
como  la  llama- 
ban en  todo  el 
rancherío— unas 
cucharadas  d  e 
yerba  para  to- 
mar un  mate, 
pues  se  sentía 
languidec(?r,  con 
una  puntada  en 
el  estómago  que 
la  postraba. 

Apenas  había 
franqueado  la 
puerta  cuando  la 
«Ñata')  se  pre- 
sentó. 

— Ciüen  día  ve- 
cina—la  dijo  Ju- 
liana—añadien- 
do con  cierta  en- 
tonación de  sor- 
presa: Bien'  aiga 
la  suerte! ...  i  ba 
dir  á  verla! .    . 

I.a  «Ñata»  á  su  vez  se  manifestó 
igualmente  sorprendida:  Güé. . .  qu' 
casualidad  . 

—  A  la  verdá,  iba  '  dir  á  pedirle 
una  cebadurita  é  yerba . . 

Güé.  .  lo  mismo  qu' yo!.  Na- 
dita, nadita  me  queda ; '  e  rebuscao 
y  nada . .  y  venía  á  pedirle  á  ver  si 
me  remediaba. . . 

—  Y  vido  á  ña  Ciriaca.  .  ella  qu' 
tiene  á  la  Sofía!. . .  tiene  á  la  for- 
tuna agarrada   e  la  cola. 

—  La  vide;  pero  anda  cortada  . . 
sin  un  cobre.  La  hallé  rezongando, 
echando  pestes .. .  De   siguro  que' 


José  V.  Díaz 


la  fortuna  anda  rabona  como  yegua 
'e  posta. , .  Tüita  la  gente  anda  lo 
mesmo,...  si'sto  sigue  así  vamo' 
á  comer  yuyos,  raices,  ó  . .  bosta! . . . 
Juliana  oyó  en  silencio  la  res- 
puesta de  su  amiga  con  un  gesto  de 
acre  increduli- 
dad. Guando  la 
«  Nata  »  conclu- 
yó, alzando  la 
voz  le  dijp: 

—Y  Vi  le  cre- 
yó! .  .  .  miren 
qu'  candida!.  .  . 
esa  escuende  la 
leche;  la'iji  tie- 
ne grasa  en  los 
ríñones !  .  .  1'  an 
engañao  veci- 
na! ...  \d.  sabe 
qu'el  dependien- 
te '  é  la  pulpería 
la  visita!  ...  A 
la  cuenta  qu'  tie- 
ne algún  male- 
tón bien  relle- 
no .. .  Su  amista 
con  esa  gente  no 
va  ■  durar  mu- 
cho, vecina!  .  .  . 
La  «Ñata»  por 
salir  del  trance 
le  contestó  :  — 
Válgame  Dios, 
tiempo  malo !  .  . , 

Juliana,  haciendo  una  pequeña 
mueca  de  desagrado,  le  replicó  al 
punto :  —  No '  ...  el  tiempito  é'  güe- 
no;  .  .  .  •  mire  qu*  mañanita  más 
linda!    .  . 

— Güeno!  . .  .  pa'  1  qu'  tiene  la 
barriga  bien  rellena  —  le  contestó  'a 
«Ñata»,  añadiendo: — Si  tuviera  un 
jarr  '  e  leche  '  e  apoyo,  con  pan  fres- 
quito  y  manteca  .  .  aun  qu '  llovie- 
ran piedras  '  staría  lindo ! .  . . 

Estas  palabras  molestaron  á  Ju- 
liana, hizo  otro  gesto  avinagrado 
y  replicó:  —  No  hable  d'  esas  co- 


-^W^-IPT''' 


—  199 


sas,  vecina  ...  me  dan  más  ham- 
bre. 

—  Y  no  cai  un  hombre!  ....  pue- 
blo desgraciao! . .  Pura  pollera  ham- 
brienta!.  .  .  —dijo  la  «Ñata»,  cuya 
fisonomía  tomó  un  tinte  de  indeci- 
ble melancolía. 

De  pronto  se  dio  vuelta  y  dirigió 
sus  ojos  deslumhrados  hacia  la  es- 
pesura del  monte,  que  resplandecía 
bajo  la  hermosa  luz  de  un  sol  de  pri- 
mavera. 

Juliana  había  callado  también,  y 
de  espaldas  al  monte,  contemplaba 
el  campo  abierto  ante  sus  ojos,  gran- 
de é  infinito,  en  el  que  se  veían  her- 
mosos rodeos  de  hacienda  vacuna, 
é  inmensas  majadas  de  ovejas  re- 
cien esquiladas,  cuya  blancura  resal- 
taba con  tomo  mate  entre  el  verdor 
de  los  potreros  en  flor. 

Largo  rato  estuvieron  así,  calla- 
das, contemplando  con  los  cerebros 
vacíos,  el  cuadro  maravilloso  que 
ofrecía  la  Naturaleza.  De  un  lado  las 
tupidas  selvas  que  bordean  el  ser- 
penteado Yí  cortando  el  horizonte 
en  dos  partes  con  una  línea  verdi- 
negra, y  más  allá  las  fértiles  pra- 
deras del  Durazno,  onduladas,  ri- 
sueñas, festoneadas  las  cuchillas 
como  los  pliegues  de  una  bata  y 
cuyos  declives   cubiertos  de  largos 


y  tupidos  pastos  morían  á  orillas 
del  Yí. 

El  cuadro  tenía  una  amplitud  in- 
mensa, dándole  singular  hermosura 
la  nítida  claridad  déla  deslumbrante 
mañana.  El  sol  naciente  daba  tonos 
de  luz  y  sombra  de  gran  relieve,  y 
todo  adquiría  un  esplendor  magní- 
fico bajo  su  influjo. 

Un  artista,  con  beatífica  satisfac- 
ción, se  hubiera  sentido  avasallado 
por  la  estupenda  majestad  del  pai- 
saje, pero  la  «Ñata»,  con  sus  ojos 
tristes,  todo  lo  miraba  sin  compren- 
derlo, sin  sentir  la  «vida»  que  des- 
bordaba en  todos  los  ámbitos  del 
gran  cuadro. 

Juliana  con  la  vista  perdida  en  los 
campos  que  tenía  ante  sus  ojos,  de 
una  horizontalidad  casi  perfecta,  no 
consideraba  la  blanca  riqueza  de  en- 
sueño que  representaban  los  rodeos 
de  hacienda  y  las  majadas  de  ovejas 
que  veía  pastar. 

Aquello  pertenecía  á  los  ricos  .  .  . 
Esta  fué,  si  acaso,  la  reflexión  que 
pudo  hacerse. 

De  sus  labios  mudos  no  salía  una 
palabra,  una  queja:  había  algo  de 
desolado  y  sin  fondo  en  su  actitud 
resignada  de  bestia  aporreada. 


José  Virginio  Díaz. 


-o{)$cCC$&^- 


Sobre  el  negro  ataúd  de  mi  cadáver 
La  loza  sepulcral  se  colocó; 
Mis  amigos  se  fueron  uno  á  uno 

Y  todo  en  el  silencio  reposó... 

Los  meses  y  los  años  transcurrieron 

Y  nadie  á  mi  sepulcro  íué  á  llorar: 
Sólo  el  musgo  —  el  amigo  -el  olvido  — 
Creció  en  rorno  del  fúnebre  lugar!  .. 

Algún  ser  adorado!  cuántas  veces 
Las  hierbas  de  la  tumba  pisoteó!... 
Pero  ya...!  ni  siquiera  se  acordaba 
Que  allí,  bajo  esa  piedra,  estaba  yo!. 


EvAKiSTO  G.  Arias. 


'  -      1 

—  200  — 

(¿orno   ^¡mi! 


¡Ay  de  mí!  ¡cuánto  padecimos,  cuánto, 
El  día  en  que  te  fuiste  para  el  cielo! 
Muerta,  tenías  un  divino  encanto; 
Semejabas  un  ángel:  algo  santo 
Con  la  quietud  en  que  comienza  el  vuelo. 

Como  de  cera  tus  inertes  galas . . . 
En  el  aire  Jacob  tendía  escalas 
Como  esperando  tu  ascención  por  ellas. 
Pero,  ¡ay  de  mí!  tú  ya  tenías  alas 
Prendidas  á  los  hombros  con  estrellas. 

Sentí  aquel  día,  entre  mi  amargo  lloro, 
A  mi  consuelo  el  corazón  remiso . . . 
i  Ave-María !  te  rezaba  un  coro . . . 
¡Laureaba  tu  frente  un  rizo  de  oro 
Como  un  rayo  de  sol  del  Paraíso! 

Sor  de  las  rosas  del  Edén,  querías 
Vivir  en  tu  celeste  primavera... 
Se  evaporaron  mil  lágrimas  mías 
Y  te  hicieron  la  nube  en  que  partías 
Mientras  yo  en  vano  sollozaba:  ¡espera! 

¡Y  no  esperaste,  no!  ¿Qué  prisa  ingrata 
Te  apartaba  de  mí,  querida  Ausente? 
¿Desde  qué  estrella  de  diamante  y  plata 
Qué  ruiseñor  de  dtilce  serenata 
Te  preludió  su  melodía  urgente? 

La  paz  del  cielo  te  atraía.  Aun  siento 
El  eco  de  tu  voz  que  la  imploraba... 
Santa  Teresa  ideal  del  pensamiento. 
Como  á  un  divino  esposo,  al  firmamento 
Tu  atormentado  corazón  lo  amaba! 

La  Muerte,  tu  enfermera  bendecida, 
¡Cuántas  noches  veló  junto  á  tu  lecho! 
¡Oh,  tísica,  ella  fué  la  Bien  Venida! 
Viento  hicieron  sus  alas...  y  en  tu  pecho 
Cayó,  al  ñn,  la  última  hoja  de  tu  Vida! 

GuzMÁN  Papini  y  Zas. 


i*m^ 


—  201 


i  Son  los  sineeposí 


¡Dejadles  paso,  que  son  los  débiles! 

Son  los  viciosos,  son  los  abyectos. 

son  los  esclavos  de  sus  flaquezas, 

¡  son  plumas  leves  que  lleva  el  viento  ! . . . 

¡  Dejadles  paso  !  No  son  cobardes 
viles  hipócritas ;  no  son  de  aquellos, 
que,  poríjue  saben  velar  lo  impuro 
(le  sus  pasiones,  pasan  por  buímos. 

¡Dejadles  paso,  qne  son  los  malos! 

los  del  estigma...  ¡no  hay  que  temerlos! 

no  son  abismos  impenetrables  .  .  . 

¡  son  anchos  campos  al  mundo  abiertos  ! 

Dejadles  paso,  que  son  sencillos, 

((ue  son  humildes,  que  son  ingenuos  . .  . 

son  los  que  tienen  la  valentía 

de  sus  acciones...  ¡  son  los  sinceros! 

Vicente  Medina. 


"flPOIiO'*    Hn  ESPAflA 


NUEVO    COLABORADOR 

En  el  próximo  número  publicaremos  al- 
gunas poesías  inéditas  que  con  la  titulada 
«¡Son  los  sinceros!»  que  insertamos  en 
esta  página,  nos  ha  enviado  recientemente 
el  conocido  y  festejado  poeta  español  Vi- 
cente Medina,  autor  de  «  Aires  Murcianos», 
«La  canción  de  la  vida»  y  «La  canción 
de  la  muerte».  Ellas  forman  parte  de  su  li- 
bro «Poesía»  que  aparecerá  en  breve. 

Ai'OLo  agradece  al  distinguido  poeta 
murciano  tan  hermoso  obsequio. 

N.    DE    LA   R. 


-o{l$CCC3K}^- 


Spótica 


Muerde  mis  labios  que  rebosan  vida  I 

Muérdelos  con  ardor, 
hasta  que  brote  sangre  enardecida 

por  mi  triunfo  de  amor! 

Y  tus  ojos  chispeen  como  estrellas 

en  las  noches  de  abril, 
al  escuchar  las  plácidas  querellas 
de  mi  anhelo   febril. 

Y  perfume  el  azahar  nuestra  ternura 

y  nos  bendiga  Dios, 
al  contemplar  la  erótica  ventura 
que  nos  une  á  los  dos. 

Entonces  nuestro  nido  fabriquemos 

bajo  mi  naranjal, 
y  un  himno,   todo  amor,  allí  elevemos 

á  la  gloria  nupcial. 


Santa  Fé,  (E.  A.)  1907. 


Luis  Martínez  Marcos. 


—  202 


Eugenia  Toffes  (^^éitieo) 


En  Buenos  Aires  tuvimos  el  placer  de  visitar  á  principios  del 
mes  de  Julio,  á  la  señorita  Eug-enia  Torres,  distinguida  artista  que 
forma  parte  de  la  compañía  Thuillier,  actualmente  en  gira  por  las 
principales  ciudades  de  la  Kepública  Argentina. 

La  compañía  nombrada  funcionaba  entonces  en  el  Teatro  Vic- 
toria, y  fué  allí,  donde,  des- 

„.__ _  ,_,       pues  de  apreciar  los  méritos 

'  '       personales  de  la  artista  pre- 

citada, supimos  interpretar 
y  avalorar  altamente  su  ex- 
quisito buen  gusto  y  su  mí- 
mica exenta  de  afectaciones, 
dignos  ambos  de  todo  enco- 
mio. 

La  eximia  mexicana  es 
de  esas  actrices  que  se  im- 
ponen ante  el  público  sin 
amaneramientos  de  ninguna 
especie,  y  en  la  escena,  con- 
servan siempre  la  naturali- 
dad del  gesto  y  con  ella  la 
serenidad  inherente  íl  toda 
artista  dueña  de  sus  voli- 
ciones. 

Las  lamentables  abstrac- 
ciones, ya  sean  voluntarias 
ó  involuntarias,  que  ocurren 
muchas  veces  á  no  pocas 
artistas  al  presentarse  en  las 
tablas,  inspiradas  acaso  por 
un  afán  de  mero  exhibicio- 
nismo que  hace  resaltar  sus 
formas  y  redunda  en  detri- 
mento del  delicado  papel 
que  encarnan,  y,  por  lo  tanto,  de  su  personalidad,  no  se  obser- 
van en  la  Torres,  lo  (|ue  acusa  un  inconmensurable  amor  al  arte, 
un  empeño  absoluto  en  sus  funciones  y  un  acierto  singular ;  pre- 
cursores ellos  del  triunfo  definitivo. 

En  homenaje  .-'i  ella  ilustramos  estas  páginas  con  algunos  foto- 
grabados suyos.  El  último  la  representa  en  «Numa  Koumestan»  en 
que  desempeñn  de  una  manera  asaz  brillante  el  rol  de  coupletista, 
pues,  á  sus  facultades  anímicas  divinamente  desarrolladas,  se  aduna 
el  encanto  de  su  voz  acadcnciada  cuyas  tonalidades  producen  dul- 
císimas emociones  exultantes  para  el  espíritu. 

En  la  matiné(!  celebrada  el  9  de  Julio  último  en  el  teatro  Vic- 


'•^^ 


203  — 


toria,  la  Torres  desempeñó  ma- 
ravillosamente el  puesto  de  pri- 
mera actriz,  siendo  muy  aplau- 
dida por  un  público  selecto  y 
exig'ente  á  la  vez.  Se  había  lle- 
vado á  escena  «El  honor»,  eo- 
media  en  cuatro  íJctos  del  céle- 
bre dramaturgo  alemán  H.  Su- 
dermann. 

Auguramos   el    triunfo    á   tan 
excelente  artista. 


ALEGRÍAS 


Segué,  con  mi  hoz  de  amores 
todo  un  trigal,  en  la  mustia 
campiíía  de  tus  dolores. 


En  tu  derruido  santuario 
llené  de  óleo  tus  lámparas 
y  de  incienso  tu  incensario. 

En  tu  alma  —  una  cisterna 
abandonada  y  profunda  — 
verti  el  agua  de  la  eterna 

Juventud.  Los  tristes  bronces 
que  por  la  muerte  clamaban 
no  más  clamaron.   De  entonces 

En  el  azar  de  tus  vías, 
el  cascabel  de  mi  alma 
repicó  sus  alearías .  .  . 


Luis  Correa. 


Caracas,  1'J07. 


204    - 


EXVOTO 

(sonetos  acoplados) 


Aquel  día  el  humano 
Gesto  de  Mona  Lisa 
Irradió  en  tu  sonrisa 
Y  en  tu  rostro  elegiano. 

Hoy,  que  un  hondo  y  arcano 
Dolor  deja  inriprecisa 
Huella  en  tu  frente,  y  glisa. 
Cual  un  soplo  malsano, 

Sobre  tu  alma  que  es  una 
Mórbida  sensitiva  : 
¿Qué  triste  perspectiva 
Tus  sueños  importuna  ? 

Alma  enferma :  ninguna 
Luz  de  amor  es  furtiva  ; 


Eros  el  ansia  aviva, 
Y  holocaustos  aduna. 

Ama  y  sufre  ;  la  j^loria 
Del  amor  no  se  alcanza  ; 
Es,  acaso,  ilusoria. 

¡Que  en  la  celda  sombría 
Del  Tedio  tu  esperanza 
No  visite  á  la  mía  ! 

Musa  de  otoño:  aun  eres 
Bella  como  una  blonda 
Zagala  de  Citeres. 

¡Sueñas!  No  te  des\'íes. . . 
Tú  eres  como  Gioconda: 
Sueñas  cuando  sonríes. 


-o{iacccé-&o- 


^oni^níQ  hibernal 


Para  ()ri'í:les  Baroffio 


¡Qué  poniente  tristísimo  tú  sueñas 
En  el  misterio  de  olvidada  riva  ! 
Ve  mi  numen  en  él  la  perspectiva 
Omnicolor  de  las  abruptas  peñas. 

¡Ni  una  barca  en  el  piélago  diseñas, 
Ni  un  alción  en  la  costa  !  Tu  emotiva 
Quimera  taciturna  traza,  altiva, 
Los  paisajes  de  invierno  que  domeñas. 

Sobre  el  mar  indolente  se  deslizan 
Opalinos  reflejos  que  agonizan 
Como  estelas  de  frágiles  piraguas  ; 

Y  el  poniente,  cual-  una  margarita, 

Empurpura  la  mar  y  deposita 

Un  ósculo  postrer  sobre  sus  aguas. 

Pérez  y  Curis. 


T-TSig^'^ 


—  205  — 

'página   arti^tiea 

POR 

Ofestes  fiafoffio 


kA  Enrique  Crosa. 


J-' 


206 


jjylonodla  er^puseular 


Para  Apolo. 


La  tarde  sonríe,  pero 
es  preciso  al  cancionero 
sollozar  una  canción 
en  memoria  del  postrero 
querer  de  su  corazón. 

Pálido  azul,  rosa  y  oro 
es  el  cielo  vesperal 
á  la  hora  en  que  te  lloro, 
hermana  suave,  tesoro 
de  gracia  confidencial. 

Fuiste  cordial,  fuiste  buena 
en  un  silencio  fecundo  ; 
apareciste  serena, 
])ero  anadias  tu  pena 
á  la  gran  pena  del  mundo. 

Tu  boca  supo  un  olvido 
y  tus  ojos  fueron  las 
aguas  de  un  lago  dormido... 
rosa  mística   ;-;  te  has  ido 
para  no  volver  jamás? 

Callaste  las  añoranzas 
de  unos  días  ya  lejanos. . . 
hubo  muchas  esperanzas 
entre  tus  candidas  manos. 

Todo  mirífico  cielo 
sus  puertas  de  oro  te  abra 
y  retribuya  el  consuelo 
que  dispensó  tu  palabra; 

porque  consuelo  se  lleva 
en  una  mirada  ó  con 
alguna  palabra  nueva 
que  sale  del  corazón, 

y  fué  tu  consejo  guía 
para  unos  ojos  hermanos, 
y  la  esperanza  vivía 
entre  tus  candidas  manos. 

Por  tí  sé  que  hay  en  amor 
irremediables  abismos, 


y  en  el  ajeno  dolor 
algo  de  nosotros  mismos. 

Y  sé  por  tí  que  una  luente 
bajo  la  tarde  serena 
invita  con  voz  doliente 
á  recibir  dignamente 
cada  goce  y  cada  pena. . . 

Forjadora  de  ilusiones : 
vuelve  tus  consolaciones 
á  ofrecerme  como  ayer, 
que  yo  te  daré  canciones 
acabadas  de  nacer. 

En  florilegios  lejanos 
cada  lirio  matutino 
me  recordará  tus  manos 
y  tu  corneta  de  lino. 

Como  una  música  triste 
rememorada  serás, 
companera  que  te  fuiste 
para  no  volver  jamás. 

Evoco  lejano  día 

para  (|ue  á  ti  me  reúna, 

viendo  un  paisaje  que  ansia 

vivir  de  su  fantasía 

bajo  la  Cándida  luna. 

Suave  rosa  peregrina 
que  todo  supiste  amar: 
f; miras  la  tierra,  Celina, 
desde  la  clara  vitrina 
de  algún  palacio  lunar? 

Ya  se  fué  la  tarde,  pero 
no  ha  podido  el  cancionero 
modular  digna  canción 
en  memoria  del  postrero 
querer  de  su  corazón. 


Alberto  Sánchez. 


Bogotá. 


—  207  — 

(Jielo  d^  fQiTOCQiO 

Estamos  en  una  época  álgida  de  grandes  luchas  sociales  provocadas 
de  consuno  por  el  elemento  conservador  y  el  compadraje  político  en  auge, 
y  estas  luchas  anuncian  uu  ciclo  de  retroceso  para  nuestra  democracia 

A  la  política  reaccionaria  iniciada  por  el  señor  Williman  apenas 
escaló  el  poder,  política  inadmisible  desde  cualquier  punto  de  vista  y  que, 
puesta  en  parangón  con  la  de  su  predecesor,  deja  mucho  que  desear  por 
sus  efectos  contraproducentes  en  estos  momentos  de  agitación  para  el 
proletariado  que  no  permite,  lógico  es,  se  menoscaben  sus  derechos  ni  se 
restrinja  ninguna  de  sus  libertades,  sucede  ?hora  la  pauta  del  atropello, 
empleada  con  rigor  por  la  policía  que  se  vale  del  cohecho  para  poner  un 
límite  á  la  libertad  individual 

Atropello  cosaco  fué  la  prisión  de  los  compañeros  Falco  y  Bertotto  en 
la  plaza  Independencia  á  mediados  del  mes  pasado,  como  asimismo  el  con- 
sumado por  los  esbirros  y  los  genízaros  después  del  meeting  efectuado  en 
el  Centro  Internacional  de  Estudios  Sociales  en  la  noche  del  20  de  Agosto. 
Con  motivo  de  ese  meeting  llevado  á  cabo  en  medio  de  la  mayor  armonía, 
fueron  aprehendidos  los  compañeros  Russomando,  Raffo  y  Bado,  firmantes 
de  una  solicitud  para  efectuar  aquel  meeting  de  protesta  contra  las  auto- 
ridades que  procedieron  arbitrariamente  pretendiendo  sofrenar  los  dere- 
chos de  ciudadanos  conscientes  al  dirigir  al  pueblo  la  palabra;  López  Cam- 
paña, puesto  en  libertad  á  los  pocos  instantes  pues  su  detención  se  produjo 
para  saciar  un  deseo  de  mortificación  por  parte  de  la  cáfila  policíaca;  y 
Pérez  y  Curis,  acusado  vil  é  injustamente  de  difundir  periódicos  de  pro- 
paganda revolucionaria. 

Exceptuando  á  López  Gampaña,todos  fuimos  pasados  á  la  cárcel  correc- 
cional y  puestos  á  disposición  del  juez,  después  de  pasar  un  día  en  el  patio 
más  inmundo  de  la  jefatura  política,  entre  los  ladrones,  mientras  conoci- 
dos estafadores  permanecían  en  el  primer  patio  discurriendo  en  charla 
amena  con  los  escribientes,  y  tratados  con  toda  clase  de  consideraciones. 

Pero,  la  libertad  llegó  al  fin,  después  de  una  semana  de  cautiverio,  y 
con  ella  llegó  también  el  momento  de  hablar  sin  reserva  alguna  y  de  pro- 
testar vigorosamente  contra  las  autoridades  cuya  lógica  es  la  fuerza  bruta 
empleada  en  menoscabo  de  los  preceptos  constitucionales 

i  Qué  ?  i  Acaso  cree  esa  esfinge  denominada  «  autoridad  »  que  esas 
prisiones  y  esos  desmanes  absolutos  pueden  afectar  nuestros  ánimos  y 
amenguar  nuestro  amor  inmenso  á  la  libertad  ?  —  Al  contrario  :  ellos  son 
el  acicate  que  nos  empuja  hacia  más  allá  y  enardece  el  espíritu  del  pueblo. 
Es  en  el  cautiverio  donde  se  aprende  á  amar  la  libertad  y  el  carácter  se 
templa,  se  purifica  como  en  un  crisol  para  el  comienzo  de  las  grandes 
luchas  reivindicatorías.  Es  allí  donde  el  Verbo  se  vigoriza  para  lanzar  sus 
apostrofes  á  los  mandones  de  la  legión  histrionesca. 

i  Qué  importa  el  cautiverio  y  hasta  la  tortura  de  algunos  cuando  es 
en  holocausto  de  todo  un  pueblo  que  no  quiere  ser  uncido  con  lo  cobra  de 
de  la  esclavitud  ?  ¿  Qué  importa  ? 

La  visión  del  calabozo  no  nos  inmuta  De  ahí  que  esgrimamos  el  anate- 
ma contra  el  actual  mandatario  que  tiene  muchos  afines  en  la  historiado  la 
América  latina. 

En  artículos  sucesivos  (pues  hoy  disponemos  de  poco  espacio  para  ex- 
playarnos como  quisiéramos)  hablaremos  de  la  política  actual,  y  no  ceja- 
remos en  la  lucha  emprendida  en  pro  de  los  derechos  del  pueblo  hasta 
que  no  se  nos  dé  lo  que  por  derecho  nos  corresponde  :  la  libertad  en  todas 
sus  manifestaciones. 

PÉREZ    Y   CüRIS. 

Septiembre.  1907.  - 


/ 


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—  208 


\  ' 


\ '.    ••• 


Adriano  'SU  Aguiar 


E:  S  L  jPs.  \7  JiPs. 


(iiii  tro))  t'iu'Iiiiiiie  dccliaíne 
lltiiTíili  !  fils,  1 'I\euro  esl  procliaine 
Kr  It"  v;iiiu"ii  les  vaiiiera 

lliUTali  !  Paul  Dp'rovUdp. 

Es  púraino  yerto  —  De  Kurik  la  tierra.  —  En  mar  desolado  — 
De  blaneas  riberas  —  Las  bálticas  ag'iias,  —  Dormidas,  se  hielan,  — 
Y  cruzan  inquietos  -  Ciedlos  de  tormenta,  —  Con  el  vuelo  raudo  —  - 
De  sus  alas  negras,  —  Los  í;''''U*^s  y  cuervos  —  Aves  carniceras  — 
Que  de  las  matanzas  —  La  sang-re  olfatean. 

Hirsutos  aldeanos  —  Del  Vístula  al  Neva,  —  Osaron  altivos  — 
Alzar  la  cabeza  —  Al  aire  lanzando  —  Viril  la  protesta  —De  los 
que  no  quieren,  —  Siervos  de  la  gleba,  —  En  vil  servidumbre  — 
Seguir  como  bestias,  —  Xi  sentir  el  golpe  —  De  la  tralla  fiera  —  Del 
tKnut»,  (jue  la  es})alda  —  Del  lioml)re  doblega  —  Mil  surcos  san- 


grientos—  Dejándole    en    ella, 
afrenta. 


Infames    estiü-mas  —  De    bárbara 


Asoman  del  alba  — Las  luces  inciertas,  —  La  pampa  de  Ukra- 
nia  —  Parec(í  desiei'ta  :  —  .\rriba.  confusas  En  montón,  revueltas, 
—  Del  p]uro  impulsadas  —  C(»n  furia  violenta,  —  Las  nubes  de  invier- 
no—  Corren,    cenicientas.  —  Abajo  la  helada       Llanura  blanquea, 


—  209  — 

—  Como  si  un  sudario  —  Todo  lo  cubriera,  —  Y  un  punto  que  oscura 

—  Se  alarga  sobre  ella,  —  Y  ondula  en  su  marcha  —  Como  una  anfio- 
bena,  —  Fantástica  tropa  —  De  monstruos  remeda,  —  Tropel  de  cen- 
tauros —  Que  aborta  la  g-uerra.  —  Serpiente  acerada  —  De  láminas 
férreas  —  Que,  audaz,  sus  anillos  —  Distiende  yaprieta,  —  Y  todo 
devasta  —  Como  una  tormenta,  —  Columna  cosaca  —  Galopa  en  la 
«  estepa  ».  —  Visión  del  estrago  —  Que  el  ánimo  aterra,  —  del  Don 
y  del  Dwina  —  Cohorte  perversa,  —  De  Iván  el  Terrible  —  La  som- 
bra semeja,  —  Y,  vano  fantasma,  —  La  horda  siniestra  -  Que  mata, 
que  roba,  —  Que  viola  é  incendia,  —  Siguiendo  su  rumbo  —  En 
rauda  carrera  —  A  poco  se  esfunila  —  Perdida  en  la  niebla,  —  Más- 
blanca  que  el  blanco  —  Corcel  de  Mazeppa. 

La  nieve  amortaja  —  Llanuras  inmensas  —  Que  riegan  el  Nie- 
men,—  El  Vístula  y  Neva;  -  Humos  del  incendio  —  Cubren  las 
aldeas,  —  Los  lobos  hambrientos  -j-  Salen  de  las  selvas  —  Y  los  osos 
blancos  —  De  sus  madrigueras  ;  —  ÍLos  cuervos  en  giros  —  Rápidos^ 
voltean  —  Y  acechan,  de  lo  alto,  -  La  carne  ya  infecta  —  De  los 
que  cayeron  —  En  la  lucha  cruenta. 

Ay  !  de  los  que  osaron  —  Desafiar  al  Déspota,  Tremolando 
audaces  —  Del  libre  la  enseña:  —  Las  tártaras  lanzas  —  De  flámu- 
las negras  —  En  ellos  hundieron  —  Moharras  sangirentas.  —  Y  hecho 
el  vacío  —  Que  la  muerte  deja  —  Tras  de  sus  horrores  -  Aun  dicen 
(jue  pueblan  —  Un  feudo  oprimido:  —  La  polaca  tierra,  —  La  patria 
de  OstroAvskí,  —  Kociusko  y  Esteban  —  Bathori,  el  caudillo  —  Que 
en  ardua  contienda  —  Hasta  el  Boristeno  —  Llevó  sus  fronteras.  — 
Tras  de  la  matanza  —  El  silencio  impera. — Tétrica,  solemne, — 
Como  allá,  en  la  «estepa»  —  La  paz  del  sepulcro — En  Varsovia 
reina  ...  —  ¡La  paz  de  Varsovia  —  Es  Polonia  muerta ! 

Del  «  boyardo  »  ruso  —  La  ley  es  la  fuerza,  —  Que  al  ♦  niujik  > 
domina,  —  Exacciona  y  diezma.  —  Oso  con  corona  —  La  Rusia  euro- 
pea -  De  Polonia  esclava  —  Devora  la  presa.  —  En  tanto  bien  goza 

—  La  autocracia  rea,  -  Y  viven  y  triunfan,  —  La  andorga  repleta  : 

—  El  Czar,  el  Gran  Duque  —  Y  la  gran  . . .  Duquesa,  —  Que  bien 
simbolizan  —  Sus  águilas  negras. 

Oh  !  Themis,  tu  espada— ^ Es  hoy  una  tea?  —  ¿AunBreno  el 
destino  —  De  los  pueblos  pesa  ?  —  ¿  Tu  fiel,  tu  balanza,  —  Así  inclina, 
Astrea  ?  —  Justicia :  A  tus  ojos  -  Descifle  la  venda  ;  —  Verás  que  tu 
nombre  —  Es  palabra  hueca.  —  Mas  . . .  ya  luce  el  alba  —  De  Oriente 
en  la  niebla  ;  —  Haj'  en  el  espacio  —  Signos  de  tormenta,  —  Suben 
de  los  llanos — Rugidos  de  fieras,  —  Tienen  ya  encendida — Las 
bombas  sil  mecha,  —  Hasta  en  las  prisiones  —  Crujen  las  cadenas. — 
Tolstoy  es  simiente  —  Y  Gorki  un  profeta.  —  Un  pueblo  ya  agita  — - 
Sus  rojas  banderas.  —  Tras  tus  pretorianos  —  Autócrata,  tiembla  1 

—  De  las  redenciones  —  La  hora  está  cerca.      Quizás  pronto  empiece 

—  La  lucha  suprema,  —  Y  el  «  hurrah  ! »  tú  escuches  —  De  las  tur- 
bas ebrias  —  Que  al  rostro  te  lancen  —  Su  grito  de  guerra,  —  Y 
sobre  tu  estirpe  —  Todo  su  anatema  ! 

Adriano  M.  Aguiar. 


—  210  — 


^or   ]ardinQ5   ajeno^ 


"El  Etefno  Cantat»" 


La  Poesía  ha  entrado  aquí  en 
un  período  de  evolución  sor- 
prendente. La  dureza  clásica  que 
coarta  el  dulce  afán  exterioriza- 
dor  de  los  espíritus  dilectos  é 
impresionistas  ha  sido  ya  reem- 
plazada por  la  humana  cadencia 
y  los  g-iros  incoercibles  de  nue- 
vas formas,  á  cuyo  ritmo  volu- 
ble y  leve  como  las  ondas,  vuela 
el  ave  de  la  idea,  y  se  deslizan, 
sucediéndose  serenamente,  las 
imágenes,  tal  un  cortejo  de  ruise- 
ñores en  vuelo  hacia  un  Eldora- 
do  de  armonías. 

El  verso  an- 
tiguo, indócil 
y  monorrít- 
mico,  á  la  ma- 
nera de  un 
árbol  milena- 
rio sacudido 
por  los  vien- 
tos, vacila  y 
se  doblega  ya 
ante  el  avan- 
ce majestuoso 
del  verso  nue- 
vo que  tiene 
toda  la  poten- 
cia de  un  albatros  adolescente 
y  gentil. 

Y  así  como  en  la  Espaíía  con- 
temporánea contribuyen  actual- 
mente al  desenvolvimiento  de  las 
letras  modernistas  todas  esas  plé- 
yades de  poetas  y  prosadores 
como  Francisco  Villaespesa,  con 
su  poesía  naturista  y  de  un  tier- 
no subjetivismo;  Eduardo  Mar- 
quina,  con  sus  l)aladas  y  pasto- 
relas que  evocan  las  églogas  de 
Virgilio  y  los  cre})úsculos  de 
Arcadia  ;  Juan  R.  Jiménez,  con 
el  soplo  emotivo  de  sus  «  Jardi- 
nes  lejanos  »   poblados  de  lágri- 


TcLiü  M.  Ckstkro— lííOT 


mas  y  suspiros ;  Isaac  Muñoz, 
con  la  prosa  lapidaria  de  sus  no- 
velas realistas,  plenas  de  sangre 
sensual ;  Valle  Inclán,  con  sus 
historias  ingenuas  hechas  de  luz 
y  armonía,  así  también,  en  nues- 
tro país,  brega  toda  una  falange 
de  gallardos  pensadores — hiero- 
fantes  del  ideal  —  por  el  eterno 
exilio  de  las  fórmulas  arcaicas 
que  no  son  sino  la  red  que  apri- 
siona el  pensamiento  y  oprime 
el  almo  sensorio. 

Nuestros  portalirasde  hoy  ( ha- 
blo de  los  poetas,  no  de  los  ver- 
sificadores) tienden  todos  á  inno- 
var, oficiando  en  nuevos  ritos. 

¿Me  diréis  de  Carlos  Roxlo 
que  ha  permanecido  fiel  á  los 
cánones  retóricos? 

Y  bien ;  el  suyo  es  un  gesto 
clásico,  quizá  el  único  entre  no- 
sotros. Sus  poesías,  regionales 
por  excelencia,  responden  al  mol- 
de hispano  y  tienen,  á  pesar,  un 
soplo  de  arte  modernizado.  Algu- 
nas tienden  al  modernismo  pero 
un  tanto  amortiguado. 

¿No  habéis  leído  «En  un  mi- 
sal» «Perenne  exilio»  «Himno 
á  la  luz»  y  «En  el  crepúsculo» 
llenas  de  esa  rica  savia  que  ani- 
ma las  creaciones  estupendas  de 
Amado  Ñervo  y  José  Juan  Ta- 
blada, y  es  el  alma  helenizada 
de  los  «lieds»  y  las  pastorales 
de  Paul  Fort,  aquel  divino  ca- 
ma teísta  de  «Les  Hymnes  de 
Feu? 

¿No  os  parece  que  ellas  seña- 
lan una  lenta  pero  eficaz  evolu- 
ción hacia  el  modernismo? 

Yo  creo  que  sí.  Espero  su  nue- 
vo libro. 

En  tanto,  os  nombraré,  entre 
otros  Poetas,  cuya  personalidad 


211  — 


bien  delineada  actualmente,  es 
digna  de  toda  loa  por  su  carácter 
innovador,  á  Julio  Herrera  y 
Reissig,  parnasiano  y  estilista  de 
verdad:  Emilio  Frugoni,  huma- 
nista y  pasional,  pictórico  de  go- 
zosos pensamientos ;  Guzmán  Pa- 
pini  y  Zas,  cuyo  estilo  omnícromo 
simula  una  cauda  de  luz  auriso- 
lar ;  Ángel  Falco,  el  verbo  revo- 
lucionario, formidable  como  un 
huracán  de  fuego;  y  el  autor  de 
estas  líneas,  personal  y  rebelde 
en  su  labor. 

Es  con  motivo  de  un  nuevo  li- 
bro de  Emilio  Frugoni :  «  El  eter- 
no cantar  »  que  escribo  estas  im- 
presiones. 

El  autor  de  «  De  lo  más  hon- 
do», poeta  de  exquisito  senti- 
miento, vibra  allí  la  gama  de  sus 
encantos  emocionales,  y  en  sus 
estrofas  discurre,  diáfano  y  dul- 
ce, un  vaho  intenso  de  emotivi- 
dad. 

La  Emotividad  es  la  virtud  de 
los  Poetas. 

Dar  á  aspirar  el  perfume  de  su 
jardín  interior,  ya  oreado  por 
brisas  primaverales,  ya  batido 
por  el  cierzo;  expresar  sus  emo- 
ciones eximias  en  ritmos  cuya 
I)ausa  esté  impregnada  de  alegría 
ó  de  dolor,  de  indignación  ó  de 
paz,  según  cual  sea  el  motivo  que 
las  produzca  y  el  estado  de  su 
psiquis  ;  decir  de  la  vida,  subli- 
mándolas, sus  dulcedumbres  y 
sus  asperezas,  en  versos  que  sean 
el  lenguaje  íntimo  de  su  corazón 
lleno  del  dulce  contagio  de  una 
sensitiva  enferma:  he  ahí  la  vir- 
tud de  los  Poetas. 

Y,  Emilio  Frugoni,  es  un  Poe- 
ta emotivo  «  doublé »  de  un  ga- 
lano orfebre. 

Leedlo.  No  le  hallaréis  ni  desa- 
liño en  la  forma  ni  sombra  en  el 
pensamiento. 

Su  libro   que  es  un  joyel   de 


armonías  y  de  altos  sentimien- 
tos cincelado  con  primor,  se  di- 
ría un  «paneau»  decorativo  eje- 
cutado por  los  Gobelinos  para 
un  trono  imperial. 

Suavidades  de  muselina  y  on- 
dulaciones lacustres  hay  en  la 
gloria  acadenciada  de  esos  ver- 
sos de  impecable  euritmia,  donde 
el  amor  á  la  naturaleza  vuelca 
su  ánfora  de  perfumes  y  el  cora- 
zón su  cáliz  rebosante  de  ter- 
nura. 

El  «Canto  del  Soñador»  vigo- 
roso y  original,  está  lleno  de  esas 
ideas  felices  que  sugieren  la  ob- 
servación profunda  de  las  cosas; 
la  religiosa  contemplación  de  un 
icono  de  reverencia;  y  los  éxta- 
sis meditativos  de  un  pintor  pan- 
teísta  que  se  sintiera  poeta,  y 
murmurase,  evocando  el  corazón 
de  los  valles  que  es  un  ameno 
paisaje : 

«La  courbe  d'un  vallon  m'a 
fait  battríí  le  coeur  ». 

fiQueréis  un  rasgo  de  sensibi- 
lidad mayor? 

En  su  peregrinaje  hacia  la  vi- 
da, el  soñador  recorre  todas  las 
sendas;  escruta  todos  los  hori- 
zontes; otea  el  valle  alfombrado 
de  sinoble  desde  el  flanco  de  las 
montañas  enhiestas  que  forman 
un  nimbo  oscuro,  verdinegro  á 
la  distancia;  y  se  extasía  al  fln, 
deslumhrado  por hri'.uigia  délas 
visiones  terrestres,  en  la  hora 
crepuscular,  cuando  el  espíritu 
se  recoge  en  los  limbos  del  mis- 
terio y  hace  de  todas  sus  impre- 
siones un  himno  exaltado  de  in- 
flnitas  añoranzas  en  que  treme, 
conmovida,  el  alma  del  Universo. 

Es  de  admirarse  la  melodía 
inefable  y  serena  de  ese  canto,  á 
cuya  gracia,  descriptiva  y  orna- 
mental á  la  vez,  se  aduna  la  opor- 
tunidad de  la  metáfora  que  glisa 
risueña  y  grácil,  como  un  vuelo 
de  colibríes. 


—  212  — 


En  «  Suprema  loa  »,  «  Sol  mío  » 
y  «  Ojos  arcanos  »  el  poeta  ma- 
drig-aliza.  ¡  Cuánta  dulzura;  cuán- 
ta devoción  estética  poemizadas 
'en  esas  rimas  sutiles  que  se  des- 
granas en  arpegios  de  tierna 
mandolinata ! 

Y  ¡  qué  amable  ritornelo  el 
de  esos  «  Ojos  arcanos  »  insonda- 
bles como  el  mar! 

Un  luju- 
riante aroma 
de  nardo  y  de 
cinamomo  se 
exhala  de 
«Exhorta- 
ción  »  poesía 
piíg-ana  hecha 
de  amor  y  de- 
seo. Els  una 
exhortación  á 
la  ardiente 
Sulamita,  di  - 
cha  en  estro- 
fas de  miel 
que  estreme- 
cen los  senti- 
dos é  invitan 
á  la  voluptuo- 
sidad. Leyén- 
dola, recorda- 
réis los  versí- 
culos divinos 
de  «El  cantar 
de  los  canta- 
res». Toda 
ella  está  im- 
pregnada del 
enervante 

aliento  de  un  motivo  pasional  al 
que  dieran  vida  las  perspectivas 
del  placer. 

«Semblanza»,  «Ni  contigo,  ni 
sin  tí»,  «Attractio  abyssi»,  «A  una 
casada»,  «Ante  el  busto  de  Pe- 
trarca», «Ante  el  busto  de  Laura» 
y  «Murió  de  amor...»  son  un  bú- 
caro de  sonetos  que,  como  los  de 
«El  Sauce»,  tienen  un  sello  carac- 
terístico de  delicados  decires  que 
os  hacen  pensar  con   frecuencia 


1  Manuel  Ugarte— 2  Tulio  M.  Cestero 
En  París— 1907 


en    las  canciones  amatorias  del 
Petrarca. 

Yo  admiro  en  este  Poeta,  ese 
aticismo  de  artista  consciente  y 
firme  que  le  ha  permitido  repu- 
jar magistralmente  dos  joyas  co- 
mo «  Semblanza  »  y  «  Attractio 
abyssi». 

Y  admiro  también  en  él,  esa 
exaltación  sublime  por  el  alma 

de  lo  bello  y 
ese  modo  de 
sentir  tan  in- 
tenso,tan  hon- 
do, que  lo  han 
llevado  á  la- 
brar aquel, 
«Camafeo» 
polícromo  y 
transparente, 
en  cuyas  es- 
tancias— sím- 
bolo de  eter- 
nos faustos  y 
de  rondeles 
de  amor — so- 
pla,comoenel 
«  Tríptico  de 
las  tentacio- 
nes» del  ex- 
quisito Luis 
Gr.  Urbina, 
una  brisa  de 
adorable  bea- 
titud. 

«El  Reloj  > 
es  un  poema 
evocador  de 
1  o  s  placeres 
juveniles,  de  las  delicias  que  fue- 
ron. Su  nostalgia,  cantada  en  he- 
mistiquios tiernos,  tiene  la  excel- 
sa virtud  de  haceros  ver  el  pa- 
sado y  de  suscitar  en  vosotros  un 
deseo  indescriptible  de  harmo- 
nizaros con  él. 

El  libro  de  Emilio  Frugoni  nos 
ha  traído  con  su  aparición  un 
nuevo  grito  de  aliento. 

Nada  importan,  pues,  las  estul- 
tas manifestaciones  de  aquéllos 


/  —  213  — 

;i  quienes  la  rutina  y  el  amor  á      g-e  la    libertad   de   pensar  y   de 
los  modelos  arcaicos  les  restrin-      sentir. 

Mayo  (le  lüOT.  PÉREZ  Y  CURIS. 


-o^^Cíí^ro 


Ante  el  oro  suntuoso  de  sus  ricos  trofeos. 
Bajo  el  peplo  bordado  de  extraña  pedrería. 
Faraón  está  triste,  y  su  melancolía 
Nubla  sus  ojos  pardos  y  aduerme  su  deseo. 

Arde  en  los  pebeteros  el  cinamomo.  Enfría 
El  ambiente  caldeado  la  brisa  del  Egeo 
Y  dentro  de  una  tiara  que  ostenta  un  camafeo 
Un  icor  raro  filtra,  dulce  cual  la  ambrosía. 

Las  jóvenes  esclavas  con  inquietud  rodean 
El  mutismo  del  Procer,  y  sus  faldas  ondean 
Húmedas  levemente  por  tierno  y  triste  lloro. 

Todas  ellas  ignoran  que  el  corazón  del  Dueño 
Es  de  la  bella  Thóser,  cuyos  cabellos  de  oro 
Trata  obstinadamente  de  recordar  su  sueño. 


—  214  — 

andrOmjsda 


Prisionera  en  la  roca  sobre  el  azur  inmenso 
Andrómeda  está  expuesta  al  Monstruo  submarino: 
Inflada  su  garganta  de  sollozos,  un  fino 
Hilo  de  perlas  rueda  sobre  su  ser  suspenso. 

Cubre  su  dorso  nubil  el  manto  negro  y  denso 
De  sus  cabellos;  mira  vencida  su  destino 

Y  hay  en  sus  ojos  algo  de  místico  y  divino 
Como  si  huyera  el  alma  en  celestial  ascenso. 

Los  Dioses  del  Olimpo,  sordos  á  su  quejido, 
Su  cuerpo  abandonaron  en  miserable  olvido. 
Pero  alguien,  cuyas  venas  llevan    candentes    fraguas,* 

Se  compadece  amante  del  moribundo  reo; 

Y  en  el  azul  gemelo  del  cielo  y  de  las  aguas 
Impera  ei  gesto  magno  y  airado  de  Perseo. 


Julio  i;iOT 


Pablo  Mixelli  González. 
•PÓRTICO 

(di-:  mi  i.irro  »  ijuélülas»  ) 

Para  Pérez  ¡j   Caris. 

W\  verso  es  iin  melómano  taeitiinio  y  doliente 
(^ue  cruza  por  la  estepa  de  mis  desolaciones, 
Con  el  mismo  silencio  con  que  van  los  alciones 
l*or  el  piélafío  inmenso,  tempestuoso  y  furente. 

Ama  en  las  noches  larcas  la  caricia  silente 
Cabe  la  enredadera  de  arábio-os  balcones; 
Ama  los  ojos  tristes,  y  las  desilusiones 
De  la  virgen  que  sueña  con  el  amado  ausente. 

Cuando  vierten  las  ondas  sus  lágrimas  de  espuma, 

Y  se  enluta  el  espacio  de  misterio  y  de  bruma 
Mi  verso  en  un  abismo  desolador  se  lanza. 

Y  como  un  ave  triste  que  se  posa  en  un  yermo, 
Abre  un  antro  siniestro  en  mi  espíritu  enfermo 

Y  se  posa  en  la  noche  de  mí  desesperanza. 

Guillermo  Lavado  Isava. 

En  la  Victoria—  Venezuela— i!»07. 


215  — 


^iblio^ráfiea^ 


üibfos    y    folletos    reeibidos 


Morirse  joven,  por  D'Ayot,  POE- 
jiA  EX  PROSA.  Imprenta  :  Valero 
DÍAZ,  Madrid.  —  Es  un  pequeño  fo- 
lleto escrito  con  buen  estilo  y  bellas 
imágenes  literarias.  Su  asunto  no 
es  original.  Muchos  escritores,  des- 
de el  tiempo  de  los  griegos  hasta 
nuestros  días,  han  loado  el  mismo 
tema,  sin  resultado.  D'Ayot  en  su 
folleto  canta,  lleno  de  mística  un- 
ción, á  la  muerte  prematura,  cuan- 
do las  carnes  conservan  su  tersa  be- 
lleza y  estallan  en  el  cerebro  en  re- 
vuelta policromía  las  ilusiones  y  las 
esperanzas  ¿  Porque  le  canta  ?  Por 
cualquier  circunstancia  menos  por 
aquellas  que  se  abroquelan  tras  un 
concepto  lógico  é  irrefutable  de  la 
verdadera  finalidad  humana  ¿  He- 
mos de  temer,  acaso,  al  apergami 
namiento  de  las  carnes,  á  las  desi- 
lusiones, á  las  diversas  vicisitudes 
de  la  suerte  ?  ¿  Y  qué  ?  La  vida  es 
todo  eso  Es  dolor  y  placer,  ham 
bre  y  hartazgo  de  ilusiones,  de  es- 
peranzas y  de  materia  Si  nos  brin- 
da enemigos  que  acechan  nuestras 
debilidades  para  sacar  algún  pro- 
vecho, como  contrapeso  también 
nos  da  amigos  capaces  de  todos  los 
más  hermosos  sacrificios.  La  vida, 
tanto  en  la  pubertad  como  en  la 
edad  proterva,  tiene  sus  cosas  bue- 
nas y  tiene  sus  cosas  malas.  ¿  O 
cree  D'Ayot  que  es  patrimonio  ex- 
clusivo de  la  juventud  in  alejria 
de',  vivir?  Hay  viejos  jóvenes,  eter- 
namente rientes  y  felices,  con  las 
pupilas  llenas  de  mirajes  de  paz  y 
de  armonía  ;  como  hay  jóvenes  vie  • 
jos,  con  el  estigma  de  una  herencia 
fatídica  como  carga,  para  quienes 
no  alumbra  el  sol  y  es  páramo  de- 
sierto y  lacrimoso  la  tierra.  ¿  Y  en- 
tonces . .  ?  Luego  i  dónde  iría  la 
humanidad  si  á  las  primeras  de 
cambio,  en  la  plenitud  de  la  vida  y 
del  vigor,  cuando  en  los  músculos 
hay  fuerza  latente  que  se  ofrece  y 
en  los  labios  y  en  las  combas  an- 
sias  de  renovamiento,  buscara  el 


suicidio  como  medio  de  evitar  pi^o- 
bables  futuros  desengaños,  la  muer- 
te de  toda  creencia  ultraterrestre, 
los  dolores,  la  lenta  consunción  de 
las  carnes  en  íior  de  placer,  y  las 
miserias  que  trae  aparejadas  el 
solo  hecho  de  vivir  ?  Tanto  valiera 
predicar  la  muerte  de  la  inocente 
criatura  antes  de  que  sus  labios 
inexpresivos  gustaran  el  acíbar 
de  la  vida,  y  su  corazón  virgen 
se  abriera  al  beso  palpitante,  á 
la  caricia  que  pasa,  á  la  mujer 
que  ofrenda  sus  carnes  y  su  sangre 
para  la  acción  procreadora  y  di- 
vina i  En  nombre  del  estetismo  se 
pide  á  la  carne  joven  la  oblación 
de  la  vida  ?  ¿  Por  puro  misticismo  ? 
Que  infinita  bobería ...  ¿  Por  recli- 
nar la  cabeza  en  un  macizo  de  tules 
y  de  rosas,  símbolos  de  juventud 
perenne  ?  Que  infantilismc  . .  Es 
más  lógico  vivir  mientras  las  fuer- 
zas nos  acompañan  y  luego,  cuando 
la  muerte  nos  reclame  para  la 
obra  de  disgregación  molecular, 
morir  sonriendo  si  se  puede,  de  no, 
llorar  amargamente  á  fin  de  enter- 
necer á  la  eterna  niveladora  y  lo- 
grar de  su  dudosa  amabilidad  unos 
meses  ó  unos  años  más  de  vida. 
j  Si  muriendo  joven,  algo  se  ga- 
nara . . .  ! 

Como  se  nos  pide,  estas  son  las 
sinceras  consideraciones  que  nos 
sugirió  la  lectura  del  folleto  del 
señor  D'Ayot.  Vayan  ellas  como 
juicio 

De  mi  yunque,  POR  ALEJANDRO 
Sux.  Poesías.  Montevideo.  19ii6  — 
Desde  Buenos  Aires,  donde  reside, 
Alejandro  Sux  nos  ha  obsequiado 
con  un  ejemplar  de  su  primera  obra 
literaria.  De  mi  (yunque,  aunque 
con  muchos  errores,  es  una  obra 
que  .revela  un  laudable  esfuerzo, 
acaso  demasiado  precipitado.  Sux 
desconociendo  la  técnica  del  verso 
como  la  desconoce  en  muchas  de 
sus  composiciones,  presenta,  sin  em- 
bargo, una  característica  buena  y 


216 


generosa  que  aminora  las  deficien- 
cias notadas  en  su  obra  primera 
íluando  se  canta  á  la  vida  de  una 
manera  sencilla,  sin  pose  de  magis- 
ter,  con  el  solo  objeto  de  dar  liber- 
tad al  sentimiento  narrando  las 
miserias  de  los  humildes,  la  poesía 
aunque  se  incurra  en  ciertos  defec- 
tos, es  digna  de  aplauso.  Sux,  al 
loar  dichas  miserias,  merece  que 
se  le  disculpe  Siquiera  ha  hecho 
obra  personal,  mala  sí,  pero  al  fin 
obra  personal, 
lo  cual  es  ya 
mucho  cuando 
tantos  son  los 
que  con  la  ser- 
vil imitación, 
conquistan  un 
renombre  que 
mal  les  aviene 

María  del 
Rosar  o,  POR 
Daniel  Ure- 
ÑA.  Drama  en- 
tres ACTOS  Y 
EN  PROSA.  San 
José  de  Costa 
Rica.  1907.  — 
Es  un  drama 
de  pasiones  hu- 
manas Argu- 
mento :  una 
mujer  del  pue- 
blo seducida  y 
abandonada 
por  uno  de  esos 
tantos  tipos  so- 
ciales que  el 
dinero  da  in- 
fluencia y  es- 
pectabilidaden 

el  ambiente.  Conclusión:  Ricardo, 
el  seductor,  es  muerto  de  una  puña- 
lada por  su  víctima,  María  del  Ro- 
sario, al  negarse  por  última  vez  á 
casarse  con  ella 

El  argumento  como  se  ve  no 
puede  ser  más  trivial  y,  por  lo 
tanto,  más  humano.  Lástima  que 
la  conclusión  no  fuera  otra,  pues  es 
una  conclusión  hecha  clisé  y  caída 
en  desuso  en  el  teatro  moderno 
invadido  por  una  corriente  de  ideas 
más  humanitarias  y  generosas.  En 
la  vida  real  son  pocos  los  casos  que 
se  presentan  de  que  la  venganza 


sobre  el  seductor  sea  ejercida  por 
la  propia  seducida,  máxime  cuando, 
( como  en  este  caso ),  María  del  Ro- 
sario ama  con  todos  los  sentidos, 
honda  y  enérgicamente,  al  autor  de 
su  desgracia.  Esas  represalias  en  la 
escena  estuvieron  de  moda  en  épo- 
cas pretéritas,  en  las  que,  la  falsa 
moral  burguesa  no  había  sido  ata- 
cada en  sus  fundamentos  como  lo 
es  en  la  actualidad,  por  toda  una 
pléyade  de  escritores  que  piensa  con 

la  vida    Eran 

^^-"^^mü  efectismos  que 
gustaban,  por- 
que el  criterio 
de  la  multitud 
no  se  había 
abierto  aún  á 
las  nuevas 
ideas  que  len- 
tamente van 
preparando  el 
terreno  para  el 
advenimiento 
de  una  moral 


Julio  Massenet 


superior,  mas 
humana  y,  por 
lo  tanto,  mas 
lógica. 

Pero  dejando 
á  un  lado  lo  que 
Ureña  pudo  ha- 
cer, juzguemos 
la  obra  en  sí, 
en  sus  persona- 
jes y  en  su  des- 
arrollo. ¿  Hay 
lógica  en  los 
primeros? 
¿Existe  verdad 
en  las  escenas? 
¿  Es  natural  el  dialogo  ?  Vayamos 
por  partes.  Los  personajes,  salvo 
Andrés  con  su  prédica  de  humani- 
tarismo, son  artificiosos  y,  por  lo 
tanto,  se  mueven  con  demasiado 
efectismo  en  el  diálogo.  En  la  se- 
gunda escena,  cuando  entra  doña 
Chayito,  madre  de  Ricardo,  lla- 
mada por  Miguel,  no  hay  lógica, 
y  el  diálogo  que  sostienen  los  tres 
personajes  es  demasiado  traído. 
Igual  ocurre  en  la  escena  tercera, 
cuando  doña  Chayito  queda  sola 
con  su  hijo  invadiendo  el  terreno 
de  las  confidencias.  ¿  Por  qué  esas 


—  217 


oontidencias?  ¿Acaso  la  simple  insi- 
jHuición  que  en  la  anterior  escena, 
en  tono  más  que  en  serio  en  broma, 
hace  Miguel  á  doña  Chayito  es  su- 
flciente  para  provocarla  cuando 
Ricardo  la  rehuye  y  su  ánimo  no 
indica  nada  de  anormal?  No  ¿En- 
tonces á  qué  viene  dicha  escena  ? 
¿  Para  preparar  la  fuga  ?  Esto  es. 
Pero  con  todo,  hay  una  precipita- 
ción que  falsea  por  completo  la 
escena.  Falso  es  también  el  mo- 
mento en  que  Jacinto,  padre  de 
María  del  Rosario  colándose  de  ron- 
dón en  la  casa  de  Ricardo,  va  dis- 
puesto á  pedir  la  reparación  á  la 
honrado  su  hija.  ¿Es  posible  que 
en  íl  estado  de  ánimo  en  que  se 
encuentra,  espectase  al  público  un 
largo  discurso,  lleno  de  conside- 
raciones fliosóflcas,  precisamente 
cuando  su  propósito  es  matar  á 
Ricardo  ?  En  esos  instantes  las  re- 
flexiones no  son  lógicas  El  deseo 
de  venganza  clava  como  una  obse- 
ción  maldita  la  idea  de  reparación 
en  el  cerebro.  Si  se  va  á  matar  no 
se  reflexiona  y  á  la  inversa.  La 
reflexión  podría  llevarlo  á  otra 
escena  cualquiera  pero  no  á  la  que 
tiene  lugar  entre  él,  Ricardo,  An- 
drés, doña  Chayito  y  Juana  la  sir- 
vienta, demasiado  entrometida  para 
ser  sirvienta.  ¿  Cómo  es  que  Ricar- 
do después  de  haber  dicho  á  ^liguel 
en  la  primera  escena  que  Jacinto 
lo  mataría,  al  encontrarse  frente  á 
él,  le  dice  casi  sin  temor,  como  si 
estuviera  libre  de  pecados  :  « ¿  Quién 
hace  tanto  ruido  ?  ¡  Ah !  ¿  Qué  quie- 
res ?  Di. »  No  entendemos  la  tran- 
quilidad de  esa  escena  donde  actúan 
dos  personajes :  la  víctima  y  el  vic- 
timario, ambos  en  no  muy  buen 
estado  de  ánimo  Menos  aún,  el 
lenguaje  de  Jacinto,  un  campesino 
tosco  que  no  sabe  de  filosofías  y  sí 
de  hechos.  Interrogado  por  Ricardo 
sobre  lo  que  pensaba  hacer,  da 
esta  respuesta,  bastante  teatral  por 
cierto  pero  completamente  desacer- 
tada :  «  Que  me  devuelva  la  honra 
de  mi  hija,  ó  uno  de  los  dos  estorba 
en  la  vida.  Conque,  prepárese. 
Debía  tirarle  á  mansalva,  ya  que 
cobardemente  por  detrás  de  mí,  dio 
en  tierra  con  el  honor  de  mi  hogar. 


Le  probaré  que  este  in  feliz  campe- 
sino es  más  caballero  que  usté, 
puesto  que  cara  á  cara  le  atacará  ». 
Sigue  á  esto  un  momento  verdade- 
ramente efectista  y  lo  que  debía 
concluir  en  sangre  concluye  con 
una  retirada  de  saínete  cómico:  Ja- 
cinto :  «  ¡  Canalla  lo  es  usté!  (  Con- 
teniéndose). No  haya  miedo  Mi 
mismo  corazón  me  ha  desarmado, 
y  así  como  tiene  valor  para  sufrir, 
tendrá  valor  para  esperar.  Me  mar- 
cho, me  retiro  Pero  por  los  huesos 
de  mi  madre,  volveré,  sí,  ¡  volve- 
ré . .  !  »■  Telón— fin  del  primer  acto. 
En  los  demás  actos  las  mismas 
escenas  forzadas  y  la  misma  false- 
dad en  el  diálogo  ¿  El  flnal  ?  Es  de 
un  efecto  casi  churrigueresco.  Se 
grita,  se  impreca  y  antes  de  realizar 
María  del  Rosario  su  venganza, 
( previo  revisamiento  del  seno  para 
buscar  el  puñal  vengador  )  ordena 
como  un  oficial  al  frente  de  un  pe 
lotón  de  soldados :  «  ¡  Aquí  todo  el 
mundo  á  presenciar  mi  venganza  ! » 

En  síntesis :  el  drama  deja  bas- 
tante que  desear. 

De  luz  y  de  hierro,  POR  ALEJAN- 
DRO Sux  y  Mario  Chilotegui.  Bue- 
nos Aires  1907  Es  un  pequeño 
folleto  escrito  en  colaboración  por 
Sux  y  Ghiloteguy  La  prosa  que 
lleva  por  titulo  ¡Je  luz  corresponde 
al  primero  de  los  nombrados :  1  a 
poesía  al  segundo.  Ensaye  d".  s  - 
ci  ''o gia— Individualistas  é  indivi- 
dualismo titula  Sux  su  pequeño  es- 
tudio. Escrito  sin  mayores  preten- 
siones de  analizar  el  problema  que 
se  plantea,  con  buen  estilo,  lleno  de 
bellas  imágenes,  abunda  dicho  en- 
sayo en  consideraciones  felices  é 
indica  que  su  autor  posee  un  espí- 
ritu observador  capaz  de  afrontar 
de  lleno  otros  estudios  superiores. 
Eli  diez  páginas  de  un  folleto  no 
caben  las  largas  consideraciones  y 
menos  aún  un  análisis  minucioso 
del  problema :  individua  'ismo.  Ca- 
ben sí,  ciertas  ideas  originales  y  es 
lo  que  ha  hecho  Sux;  verter  sus 
observaciones  en  ese  pequeño  en- 
sayo, demostrando  á  la  vez  sus 
garraspara  emprender  una  futura 
obra  de  mucho  aliento,  extensa  y 
documentada. 


218  — 


De  hierro :  es  la  parte  del  folleto 
que  corresponde  á  Chiloteguy.  Son 
cuatro    poesías    tituladas :   Fibras, 
Toques   de  clarín,    Del  'íenlple  y 
Del  Combate.   Son  poesías  revolu- 
cionarias  hechas    con  maravilloso 
arte  y  bien  sentidas.  En  todas  ellas 
se  revela  al  poeta  seguro  del  domi- 
nio del  verso,  que  ama  la   armonía 
y  sabe  de  humanitarismo.    Fluidas, 
llenas    de   luz  y  colorido  intenso, 
con  algunos  vuelos  atrevidos  en  las 
imágenes,  pero  aceptables  porque 
ponen  de  manifiesto  toda  ima  per- 
sonalidad que  se 
destaca  con  re- 
lieves propios  y 
enérgicos,    ellas 
más   que  de  un 
poeta  joven  nos 
hablan   de    un 
avezado  en  estas 
lides  de  la  eurit- 
mia, líien  mere- 
cen  un  aplauso 
quienes,  como 
Sux    y    Chilote- 
guy, además  de 
obra    humana, 
han  hecho  obra 
de  arte. 

Alma,  Museo, 
Los  Cantares, 
POR  Manuel  Ma- 
chado G.  PUE- 
YO,  Editor.  AIa- 
DKiD.  —  La  musa 
de  Manuel  Ma- 
chado ya  nos  era 
conocida.  Había- 
mos leído  su  obra 
anterior  «Capri 

chos»  y  la  que  acaba  de  enviarnos, 
nos  ha  gustado  casi  en  su  totalidad 
porque  tiene  entre  otros  méritos  el 
de  ser  absoluta  y  personal. 

Amamos  el^  modernismo  y,  por 
ende,  loamos  á  este  poeta  que  coo- 
pera con  sus  esfuerzos  y  labor  im- 
portantes al  desenvolvimiento  de 
aquél.  Sin  embargo,  no  estamos  de 
acuerdo  con  algunas  poesías  suyas, 
inarmónicas  á  fuerza  de  una  mo- 
dernidad exajerada  y  á  las  veces 
henchida  de  desaliño ;  como  tam- 
poco estamos  con  Rubén  Darío  en 


Leoncavallo 


muchas  composiciones  de  sus  «  Can- 
tos de  vida  y  esperanza  ». 

No  creemos  que  el  modernismo 
en  poesía  exija  ritmos  estr avagan- 
tes ni  rarezas  vanas  en  la  estruc- 
tura de  formas  más  ó  menos  origi  - 
nales,   no.     La  innovación  en  las 
formas  y  el  renuevo   de  vocablos 
deben  de  efectuarse  con  un  poco  de 
parsimonia  y  mientras  ambos    co- 
rrespondan á  la  melodía  del  verso. 
Y,  Machado,  en  su  inquietud  de  ar- 
tista, descuida  algunas  veces  la  har- 
monía de  sus   versos.  De  ahí,  que 
varias  poesías 
suyas  resulten 
monorrítmicas, 
casi     prosaicas, 
como   «  Otoño  >, 
que  á  nuestro  jui- 
cio  no    debiera 
figurar  en  el  pre- 
sente   volumen, 
porque  en  ella  el 
poeta  no  nos  di- 
ce nada. 

Descartando 
esa  poesía  y  al- 
gunas otras  de 
alma  y  corte 
completamente 
clásicos,  como 
«  Alvar-Fáñez  », 
«Retablo»,  etc., 
etc.,  que  hacen 
pensar  en  las 
creaciones  inso- 
noras del  Arci- 
j  preste  de  Hita, 
el  nuevo  libro  de 
INIachado  es  dig- 
no de  todo  enco- 
mio. Hay  en!él  sonetos  muy  sutiles 
(  casi  todos  )  y  otras  poesías  since- 
ras y  originales,  vibrantes  y  sen- 
tidas, entre  las  cuales  citaremos 
«  Los  días  sin  sol »,  «  Antífona  », 
( llena  de  amarga  verdad,  y  porlo 
tanto,  virtuosa},  «Remember>  y 
«  Abel ». 

Luces  pálidas,  POR  OrosmÁn  Mo- 
RATORio.  Montevideo.  1907. — Es 
un  pequeño  volumen  de  poesías  de 
lio  páginas.  Lo  hemos  leído  con 
simpatía  y  nuestra  opinión  es  fran- 
camente adversa  á  Moratorio  como 


—  219  — 


poeta.  Le  faltan  para  llegar  ^  á  ser- 
lo dos  condiciones  principalísimas : 
imaginación  y  sentimiento  sin  las 
cuales  se  llega  á  hacer  versos,  muy 
bien  medidos  es  cierto,  pero  ^  al  fin 
versos  muy  bien  medidos  única- 
mente, sin  alma  y  sin  perfume. 

Pasando  por  alto  multitud  de  pe- 
queños detalles,  la  misma  dureza 
de  casi  todas  las  composiciones  que 
constituyen  Luces  pálidas  y  el  pro- 
saísmo de  estrofas  enteras,  señala- 
remos algunos  errores  de  concepto 
inadmisibles  en  quien,  como  Mora- 
torio,  aspira  al  título  de  poeta,  que 
no  otra  cosa  implica  la  publicación 
de  un  volumen  de  versos  seleccio- 
nados. 

Dice : 

«  Cantemos  el  dolor  [lor  quien  surgimos 
Del  vientre  de  la  madre,» 

No  es  que  surjamos  por  el  dolor 
del  vientre  de  nuestra  madre.  Sur- 
gimos por  ley  natural  y  nuestro 
surgimiento  trae  aparejado  el  dolor. 

Y  en  otra  estrofa  de  la  misma  poe- 
sía, dice : 

«Y  deja  en  tus  pu)il;vi  melancólicas 
brillantes  hechos  lágrimas. » 

¿Brillantes  hechos  lágrimas  ?  ¡  Oh! 
fuerza  del  consonante ! 

Y  sigue: 

«Cantemos  el  dolor,  como  la  noche 
Oscuro  y  silencioso ; 
Oscuro  y  silencioso,  con  la  dulce 
Caricia  de  lo  ignoto. » 

No :  el  dolor  nunca  es  oscuro  y 
mucho  menos  silencioso.  Todo  lo 
contrario,  amigo  Moratorio . . . 

Prosigamos  : 

«  Cantemos  el  dolor,  el  que  preside 
La  noche  de   la  boda, 
Y  deshoja  los  blancos  azahares 
En  la  pálida  frente  de  la  Novia.  » 

¿  Por  qué  el  dolor  preside  la  no- 
che de  la  boda  ?  ¿  Es  posible  que  se 
sufra  dolor  cuando  está  próximo  el 
íhomento  de  la  posesión  ?  No  enten- 
demos lo  que  su  autor  quiere  de- 
cirnos 

Y  sigue.  Página  21 : 

«  Tengo  insomnios  de  rabia  y  de  protesta.» 

No  señor ;  ocurre  á  la  inversa : 
la  rabia  y  la  protesta  producen  el 
insomnio. 

«  Enervador  como  una  racha  helada.  » 

La  racha  helada  no  enerva :  aca- 


so tonifica,  da  vigor  á  los  músculos 
y  agita  el  cuerpo. 
Página  25 : 

«  Entreabiertos  sus  labios  estivales.  » 

Eso  de  dar  estación  á  los  labios. 
¡  Besos  estivales  !  ¡  hum ! 

«  Deja  entrever  sus  serios  tropicales  » 
«  Sobre  sus  pechos  tibios  como  un  beso  ! » 

« ¿  En  qué  quedamos  ?  ¿  Son  se». 
nos  tropicales  y  como  tales  ardien- 
tes, llenos  de  fuego,  ó  son  tibios 
como  en  el  verso  final  del  soneto  ? 

Página  33 : 

«  Se  tú  la  musa  de  mis  sueños.  Coje 
Mi  cabeíH  que  estalla, 
Y  teje  nuevamente  con  tus  besos 
Su  corona  dorada,» 

«Aijuella  (jue  ceñiste  en  nna  noche 
Sobre  mi  frente  pálida, 
Sellada  con  estigma  doloroso 
Por  la  mano  cruel  de  la  nostalgia.  » 

De  estas  dos  estrofas  no  sacamos 
nada  en  limpio.  Una  cabeza  que  se 
corona,  con  corona-  tejida  por  besos 
y  ceñida  una  noche  por  la  mano 
cruel  de  la  nostalgia...  Esto  es 
incomprensible.  Si  los  besos  coro- 
nan una  cabeza  á  la  vez  la  ciñen  y 
no  la  nostalgia.  Luego..  !  nostal- 
gia !  ¿  de  qué  ? 

Prosigamos.  Página  49 : 

«  Lleva  en  la  alma  cubierta   de  pesares. 

Los  albos  azahares 

Con  sus  corolas  mustias  y  marchitas  !» 

Si  están  mustios  y  marchitos  no 
son  albos. 
Página  57 :  > 

«Contemplo  de  la  vida  en  el  camino. 
Que  va  la  humanidad  el  aire  hendiendo 
A  impulso  de  las  aspas  del  molino  ! » 

No  :  la  humanidad  no  es  un  pája- 
ro que  pueda  hendir  el  aire  á  im- 
pulsos de  aspas  de  molino  ni  de 
ninguna  otra  cosa. 

Página  61  : 

«En  que  arda  tu  lasciva,  tu  Joven  castidad!» 

Una    castidad    lasciva.     ¡Es     el 
colmo ! 
Página  73: 

«Porque  si  hay  que  luchar  para  la  vida.  » 

No  se  lucha  paya  sino  pof  la 
vida. 
Página  "05: 

«Era  la  hora  del  dolor,  labora 

En  que  la  gestación  del  pensamiento, 


220  — 


líinc-ha  de  promisiones  y  esperanzas 
AI  cansado  cerebro.  >> 

Las  esperanzas  y  las  promisio- 
nes saturan  el  cerebro  y  no  lo  hin- 
chan sin  correr  grave  peligro  de 
congestión  cerebral. 

Páginas  109  y  110: 

«  Tu  nimbada  ealx'za  ruborosa.  » 

No,  la  cabeza  no  se  ruboriza,  se 
ruboriza  el  rostro. 

«  Al  dejarte  mis  besos  engarzados.  » 

Los  besos  nunca  se  engarzan.  A 
lo  sumo,  y  esto  como  metáfora,  se 
graban 

«Se  aeoplan  en  el  nido 

Nimbado  de  o-orjíeos,  las  alondras..    » 

Esto  es  una  bar-  

baridad  ¡Nimbo  de 
gorgeos! 

Creemos  que  con 
lo  dicho  basta  pa- 
ra dar  una  idea 
de  lo  defectuoso 
del  libro  que  nos 
ocupa.  Si  dispu- 
siéramos de  ma- 
yor tiempo,  entra- 
ríamos en  mayo- 
res consideracio- 
nes Pero  con  todo, 
es  preferible  á  es- 
perar dicha  opor- 
tunidad, este  modo 
de  hablar  franco 
y  claro. 

Voluptuosidari, 
POR  Isaac  Muñoz, 
Madrid  1906  — Es 
un  libro  cálido,  de 
locuras  genésicas, 
patológico    si    se 

quiere,  pero  un  li-  Eduardo 

bro  colmado  de  vi- 
da intensa,  donde  no  se  sabe  si  ad- 
mirar más  la  belleza  del  estilo  siem- 
pre refinado  y  nervioso,  ó  la  eclosión 
de  ansias  carnales,  de  besos  y  de 
lujuria  que  su  autor  derrama  en  cada 
capítulo,  en  cada  página  de  Volup- 
tuosidad. 

No  es  precisamente  una  novela 
como  la  llama  Muñoz,  no :  es  una 
serie  de  páginas  que  huelen  á  mu- 
cha afrodisia,  á  mirra  y  á  cina- 
momo. Engendrado  en  el  serrallo, 
sabe  de  todos  los  divinos  refina- 


mientos, de  todas  las  locas  concu- 
piscencias desmayantes,  de  todos 
los  afiebrados  amaestramientos  de 
las  manos  y  de  los  labios.  En  él  se 
loa  con  unción  dese.^perada  y  ar- 
diente, á  la  carne  joven  que  se  es- 
tremece al  latigazo  del  beso  que  es 
un  grito  de  protesta  ;  á  la  sublime 
argamasa  femenina  que  vibra  como 
galvanizada  al  contacto  lascivo  de 
unos  labios  que  en  desenfreno  re- 
corren el  cuerpo  violando  secretos, 
escrutando  sensaciones,  provocando 
desmayos  y  pidiendo,  al  fin,  la  pro- 
longación indefinida  é  inexhausta  del 
poema  siempre  viejo  y  siempre  joven 
del  amor  á  la  carne'  que  se  inmola. 
Decimos :  no  es 
una  novela.  Falta 
hilación,  falta  una 
trama,  falta  un 
desarrollo  final 
que  cierre  como 
un  broche  de  oro 
la  lujuria.  Es  un 
temperamento 
tropical  que  vuel- 
ca sus  ansias  car- 
nales en  el  libro. 
Un  desfile  de  mu- 
jeres poseídas  y 
gustadas  sabia- 
mente, con  todo 
el  refinamiento  de 
los  sentidos  agu- 
zados en  las  li- 
turgias báquicas. 
Anáis,  Beatriz,  Pe- 
pita, Clara,  Mano- 
lita, Melita,  Laura, 
Rachel,  Yacut,  Ha- 
nina,  Margarita...; 
un  enjambre  de 
mujeres  de  todas 
las  regiones,  de  todas  las  razas, 
rubias,  morochas,  todas  ardientes, 
que  han  brindado  el  cuerpo  como 
una  ofrenda  gloriosa  á  la  vida  del 
beso  y  á  la  enloquecedora  turbación 
del  espasmo  prolongado,  desfilan 
por  las  páginas  4el  libro  de  Muñoz, 
llenándolas  de  perfume  y  de  molicie. 
Mucha  vida  y  mucho  fuego  hay  en 
todo  él.  Se  canta  á  la  vida,  se  es- 
grime como  Inagotable  argumento 
á  la  mujer;  no  en  sus  puerilidades 
gazmoñas,  sí,  en  sus   desenfrenos 


Marquina 


—  221  — 


eróticos  tal  como  nos  la  da  á  cono- 
cer Casanova  en  sus  Aveníui^as  Ga- 
lantes. ¿  Es  perniciosa  su  lectura  ? 
¿  Debemos  admitir  esa  tendencia  li- 
teraria encaminada  á  pintar  todas 
las  formas  más  extrañas  del  amor  ? 
Abierto  nuestro  criterio  á  todas  las 
manifestaciones  del  pensamiento 
moderno,  fuere  cual  fuere  su  proce- 
dencia y  finalidad,  no  estamos  con 
la  tendencia  que  trascienden  las  pá- 
ginas del  libro  que  nos  ocupa.  El 
amor  (  y  entiéndase  que  no  descar- 
tamos á  éste  de  sus  manifestaciones 
fisiológicas  y  de  sus  necesidades  ge- 
nésicas \  tiene  una  finalidad  más 
humana  y  por  lo  tanto  menos  dolo- 
rosa.  No  gustemos  en  sus  labios  la 
fiebre  insa  ciada  de  un  placer  que  no 
puede  colmarse,  pues  que  oficia  con 
todos  los  rituales  de  las  concupis- 
cencias que  labraron  la  decadencia 
de  otras  civilizaciones  sepultas.  No 
hagamos  del  amor  un  vicio  y  de  la 
mujer  un  venero  inagotable  de  pla- 
ceres que  asquean  con  el  tiempo 

El  amor  en  la  vida  y  en  los  1'- 
bros,  POR  Felipe  Trigo,  Gregorio 
PuEYO,  editor,  Madrid  1907.  —  He 
aquí  un  libro  sano  y  perfectamente 
humano.  Su  autor,  Felipe  Trigo, 
uno  de  los  pocos  escritores  de  pu- 
jante talento  con  que  cuenta  la  Es- 
paña nueva,  aduna  á  la  belleza  de 
un  estilo  personalísimo  á  la  par  que 
sobrio,  la  profundidad  del  concepto 
que  lo  lleva  hasta  el  punto  de  enca- 
rar con  el  más  franco  criterio  ra- 
cionalista, los  vastos  problemas  que 
se  debaten  en  el  vasto  escenario  de 
la  sociología.  No  es  un  libro  de  cien- 
cia biológica,  menos  aún  una  novela 
de  asuntos  pasionales.  Lo  constitu- 
ye una  serie  de  atinadas  observa- 
ciones, de  críticas  razonadas  y  de 
ideas  sueltas,  sobre  un  tema  que, 
como  el  Amor,  ha  tenido  á  través 
de  los  siglos  y  de  las  diversas  orga- 
nizaciones políticas  y  sociales  de 
los  pueblos,  tantos  impugnadores  en 
su  pro  y  en  su  contra. 

Trata  Trigo  en  su  reciente  libro 
de  las  diversas  manifestaciones  é 
interpretaciones  del  amor  en  el 
complejo  mecanismo  de  las  socie- 
dades modernas,  despojado  de  todo 
preconcepto  erróneo,  de  todo  dog- 


matismo y  de  fórmulas  escolásticas 
que  limitan  el  criterio,  para  hablar- 
nos de  un  amor  perfectamente  hu- 
mano, tal  como  se  manifiesta  en 
todos  los  actos  de  la  vida  y  en  el 
seno  de  los  hogares  Concebido  con 
el  propósito  deliberado  de  refutar 
errores  sancionados  por  las  cos- 
tumbres y  aceptados  sin  previo  aná- 
lisis por  la  mayoría,  se  caracteriza 
por  su  energía  y  raro  empuje,  que 
llevan  á  Trigo  hasta  el  punto  de  es- 
cribir brillantes  páginas  destinadas 
á  destruir  las  falsas  doctrinas  de 
los  que,  abroquelados  tras  la  pedan- 
tería que  sugiere  el  principio  de 
falsa  superioridad  reconocida  por 
la  mayoría  en  quienes  han  llegado 
á  una  escala  superior  de  la  vida 
mental,  se  atreven  á  negar  el  amor 
con  su  secuela  de  actos  fisiológicos 
necesarios  para  la  vida  universal 
de  los  seres  orgánicos  y,  proclaman 
por  ende,  que  el  porvenir  humano 
no  corresponde  al  ser  partes  geni- 
tales, sino  al  ser  partes  cerebrales, 
como  si  posible  fuera  lo  uno  sin  lo 
otro. 

Ese  culto  desmesurado  á  la  sola 
inteligencia  que  niega  terminante- 
mente la  importancia  de  las  otras 
funciones  fisiológicas  á  que  está  so- 
metido el  cuerpo  como  conjunto  de 
órganos  y  visceras,  es  combatido 
triunfalmente  por  Trigo  con  una 
serie  de  argumentos  de  un  verismo 
innegable.  La  cuestión  sexual  re  - 
pw^nnnte,  baja  y  bestial  al  decir 
de  muchos,  no  podrá  nunca  sepa- 
rarse de  las  funciones  superiores 
del  ser  humano,  puesto  que  esas 
altas  funciones  no  llegarían  á  ser 
sin  ese  acto,  que  será  todo  lo  pro- 
saico que  se  quiera,  pero  que  cons- 
tituye el  leif  motiv  de  todas  las  lu- 
chas, de  todos  los  sacrificios,  y  de 
todas  las  rivalidades  que  se  notan  en 
el  seno  de  las  agrupaciones  huma- 
nas. 

«La  inteligencia  será  el  todo. 
Ella  formará  al  Dios  despótico  que 
nos  subyugará  en  lo  futuro.  El  ul- 
trarremoto  destino  evolutivo  de  la 
raza  humana,  del  hombre,  será  su 
transformación  en  ideas»,  según  la 
afirmación  teológica,  pero  la  cues- 
tión  sexual,   el    ayuntamiento   de 


222 


-dos  cuerpos  para  la  obra  procrea- 
dora, practicándose  seguirá  por  los 
siglos  de  los  siglos  hasta  tanto  el 
hombre  idea,  en  el  remoto  estado 
de  evolución  que  predicen  los  libros 
sacros,  no  descubra  la  argamasa 
con  la  cual  ha  de  construir,  infun- 
diéndoles vida,  los  hombres  de  ese 
porvenir  que  sueñan  ciertos  int^- 
leo'ua'es. 

Trata  el  libro  de  Trigo  del  con- 
cepto que  nos  merece  la  mujer  en 
la  época  actual,  y  lo  que  será  ella 
en  un  próximo  período  de  evolu- 
ción, cuando  sobre  su  libertad  no 
pesen  las  cadenas  que  la  transfor- 
man en.  una  esclava  del  hombre, 
sujeta  á  todas  las  intemperancias  y 
á  todas  las  negaciones  en  la  vida 
del  hogar  y  en  la  vida  pública,  en  lo 
poco  que  ella  interviene. 

El  libro  que  nos  ocupa  dividido 
en  cuatro  partes:  D  versat  eslima- 
ciones  acerca  d^'l  amor,  Modos  del 
amor,  El  amor  como  s'-rá  y  L^ 
novela  eró  ica,  es  uno  de  los  libros 
cuya  lectura  provoca  en  el  ánimo 
hondas  cavilaciones.  Sano  y  huma- 
no, escrito  sin  otra  pasión  que  la 
-de  contribuir  á  dilucidar  muchos 
problemas  fisiológicos  oscurecidos 
por  un  conjunto  informe  de  doctri- 
nas consagradas,  merece  leerse  con 
toda  detención  y  meditarse. 

Garibaldi    ( POEMA  \    POR    ÁNGEL 

Falco.  O  M.  Bertani,  editor.  Mon- 
tevideo. 1907  Ángel  Falco  nos 
ha  obsequiado  con  un  ejemplar  de 
su  última  producción  poética.  Ga- 
ribal'ii,  que  así  ella  se  titula,  es  un 
folleto  de  35  páginas,  formato  gran- 
de, esmeradamente  impreso,  con  un 
•cúmulo  de  bellezas  literarias  que 
las  pondremos  de  relieve  en  nues- 
tro próximo  número,  cuando  el  es- 
pacio nos  permita  juzgar  con  el 
•detenimiento  necesario  esta  obra 
de  Falco.  Por  ahora  nos  concreta- 
mos á  transcribir  los  títulos  de  las 
diversas  partes  en  que  se  divide  el 
poema.  Ellos  son  :  «  La  ofrenda  del 
poeta»,  «El numen»,  «El  beso  de 
América >,  «El  sueño  heroico », 
«La  epopeya  del  corazón»,  «El 
evo  de  sangre  «•,  •  Caprera  >  y  <  En 
el  Valhala ».  Agradecemos,  hasta 
tanto  no  nos  podamos  ocupar  ex- 


tensamente de  Garibaldi,  el  obse- 
quio del  amigo  Falco. 

R  ubíes  y  A  matistas  (  versos  j, 
POR  J.  J  Illa  Moreno.  O.  M.  Ber- 
tani, EDITOR.  Montevideo.  1907  — 
Acusamos  recibo  de  esta  obra  de 
Illa  Moreno.  Ella  es  buena ;  revela 
que  su  autor  posee  altas  condicio- 
nes para  la  versificación  y  que  su 
libro  está  llamado  á  merecer  una 
acojida  favorable  y  simpática.  Mu- 
chas composiciones,  maguer  la  di- 
ferencia de  criterio  artístico  que 
media  entre  el  autor  de  «  Rubíes  y 
Amatistas  »  y  el  encargado  de  esta 
sección,  son  de  un  valimiento  indis- 
cutible y  se  imponen  á  ciertas  exi- 
gencias artísticas  contemporáneas. 
Bien  talladas,  macizas  en  su  estruc- 
tura ideológica,  espontáneas  aun- 
que faltas  la  mayoría  de  ese  senti- 
miento que  las  hacen  asequibles  á 
todas  las  mentalidades,  las  diversas 
composiciones  de  «  Rubíes  y  Ama- 
tistas» se  gustan  con  íntima  frui- 
ción. 

Hasta  tanto  no  nos  ocupemos  de- 
tenidamente de  esta  obra,  vayan 
estas  líneas  como  un  anticipo  de  la 
favorable  acojida  que  en  el  seno  de 
esta  Revista  ha  merecido  Illa  More- 
no con  su  obra  reciente 

Pensamien'os,  POR  JUAN  MartÍn 
Berna  L.  Buenos  aires.  1907.  — 
Gomo  su  título  lo  indica  claramen- 
te, se  trata  de  un  volumen  de  pen 
samientos  diversos  que,  «  han  sido 
extraídos  de  artículos  escritos  por 
el  autor  de  este  libro,  y  otros  apa- 
recieron en  las  columnas  de  la 
prensa,  con  el  título  con  que  fueron 
bautizados,  que  deseamos  conser- 
var, como  el  nombre  de  un  campo 
de  batalla,  que  se  perpetúa  en  las 
efemérides  gloriosas  como  una  le- 
yenda indestructible».  Hay  entre 
los  diversos  pensamientos  que  cons- 
tituyen las  32  páginas  de  este  folle- 
to, algunos  que  han  llamado  nuestra 
atención  por  la  miga  que  contienen. 

NUEVAS  PUBLICACIONES  RECIBIDAS 

Páginas  Ilustrada'».  San  JosÉ  DE 
Costa  Rica.  —  Por  primera  vez  vi- 
sita nuestra  mesa  de  redacción  la 
interesante  revista  Páginas  Ilus- 
tradas que  dirige  el  señor  Próspero 


—  223  — 


Calderón.  Los  números  que  tene- 
mos á  la  vista  desde  el  138  al  148 
inclusive,  vienen  repletos  de  exce- 
lente material  de  lectura,  con  algu- 
nos fotograbados  locales  Rubran 
las  colaboraciones  literarias  valio- 
sas firmas  de  escritores  del  trópico 
y  tanto  la  impresión  como  el  crite- 
rio que  prima  en  la  selección  de  su 
material  de  lectura,  hacen  de  la  re- 
vista que  nos  ocupa  una  de  las 
publicaciones  que  dejan  leerse  con 
sumo  agrado. 

Nuevos  Ritos.  Panamá.  —  Des- 
aparecida la  revista  el  Her-a  do  del 
Istmo  que  dirigía  el  brillante  é  ilus- 
trado escritor  Guillermo  Andreve, 
aparece  Nuevos  Ritos,  revista  ex- 
celente, que  viene  á  sostener  con 
laudables  bríos  la  tendencia  glorio- 
sa que  le  cupo  defender  á  su  ante- 
cesora. Dirigida  por  el  brillante  es- 
critor panameño,  Ricardo  Miro,  los 
cinco  primeros  números  que  han 
llegado  á  nuestro  poder,  nítidamen- 
te impresos,  con  variado  y  selecto 
material  de  lectura,  hablan  muy 
favorablemente  de  la  vida  próspera 
que  en  lo  futuro  animará  á  la  re- 
vista. Entre  las  firmas  valiosas  que 
rubran  las  producciones,  anotamos 
además  de  la  del  director  y  del 
ex-redactor  del  Heraldo  d-^l  Istmo, 
las  de  Dmitri  Ivanovitch,  Moreno 
Alba,  David  M.  Chumaceiro,  Julio 
Florez,  Max  Henríquez  Ureña,  Si- 
món Rivas,  Manuel  Cervera,  Ma- 
riano Rarreto,  Luis  G.  Urbina  y 
una  pléyade  de  poetas  y  escritores 
ya  consagrados  por  su  fecimda  la- 
bor literaria. 

He  vista  J  lustrada.  EL  PASO.  Te- 
xas. E.  U  A.  -  Hemos  recibido  el 
número  4  de  esta  publicación  men- 
sual que  en  el  Estado  de  Texas, 
E.  U.  A.  dirige  y  redacta  el  señor 
Camilo  Padilla.  "^ 

Aunque  no  consagrada  por  entero 
á  la  literatura  y  á  las  artes,  las 
producciones  de  esa  índole  están 
bien  selección  adas . 

j-a  Idea.  Treinta  y  Tres.  —  He- 
mos recibido  los  primeros  ejempla- 
res de  este  periódico  que,  en  la 
capital  del  departamento  de  Trein- 
ta y  Tres,  redacta  el  señor  Héctor 
Parra  y  Freiré    Órgano  del  Partido 


Colorado  tiene  también  su  sección 
dedicada  expresamente  al  arte  y  á 
la  literatura. 

En  Marcha.  MONTEVIDEO.  —  Acu- 
samos recibo  del  número  3  de  esta 
publicación  mensual,  órgano  de  las 
nuevas  ideas.  Bien  redactado,  con 
excelente  material  de  lectura,  En 
Marcha  se  abre  camino  en  las  filas 
proletarias. 

Germen.  BüENOS  AiRES  —  Tam- 
bién acusamos  recibo  del  número 
extraordinario  de  esta  revista  men- 
sual de  Sociología  que  en  la  vecina 
capital  dirige  el  señor  Alejandro 
Sux.  Bien  impresa,  con  gran  aumen- 
to en  el  número  de  páginas,  su  ma- 
terial de  lectura,  como  puede  verse 
por  el  sumario  que  más  abajo  inser- 
tamos, es  interesante  y  numeroso. 

He  aquí  dicho  sumario:  El  Moti- 
vo, La  Dirección,  Las  ideas  cientí- 
ficas en  la  conducta,  Julio  Molina  y 
Vedia,  Ultratumba,  Ramiro  Blanco, 
Origen  de  la  inteligencia  y  de  la 
moral  humana,  Winwood  Reade, 
Verdad  y  delincuencia,  Luis  Molina- 
ri.  Sobre  la  vida.  Segundo  Nachón, 
El  canto  nuevo  (verso),  R  González 
Pacheco,  Voz  de  lucha  (  verso  ),  R 
Roch  Naboulet,  La  firma  roja  (so- 
neto \  Ángel  Falco,  Auguralmente 
(  soneto ),  Juan  B.  Medina,  El  pesi- 
mismo ( soneto ),  Pérez  y  Curis,  La 
leñadora  (  soneto  ),  Alejandro  Sux, 
Gesto  (  verso  ),  Ovidio  Fernández 
Ríos,  Gotas  de  tinta,  Alfredo  Puima 
Schmidt,  Arte  social,  R.  G.  P ,  Los 
tristes,  Fernando  M.  del  Intento, 
Miniaturas  políticas,  Siotruc,  ¿De 
donde  viene  la  vida  ?  Henry  de  Va- 
rygni.  Nuevos  colaboradores,  Nues- 
tra correspondencia.  Nota  impor- 
tante. 

Labor.  BUENOS  AIRES.  —  Hemos 
recibido  varios  números  de  esta  re- 
vista quincenal  de  Estudios  Sociales 
que  redacta  y  dirige  el  escritor  Fag- 
Libert  Se  caracteriza  por  lo  enér- 
gico de  sus  producciones  y  lo  eleva- 
do del  concepto  de  todas  ellas. 

El  diluvio.  Barcelona,  España. 
—  Ha  llegado  por  vez  primera  á 
nuestra  mesa  de  redacción  esta  re- 
vista satírica  que  se  publica  en 
Barcelona.  Con  buenos  y  bien  inten- 
cionados   dibujos,    el  número  que 


—  224    - 


obra   en  nuestro    poder  trae  una 
brillante  poesía  (  gallega )  de  la  no- 
table poetisa  Rosalía  Castro  deMur- 
guia.  Al  agradecer  el  envío  deja 
mos  establecido  el  respectivo  canje. 

Fémna  SANTIAGO  DE  Cuba  — 
Hemos  recibido  por  primera  vez 
esta  importante  revista  bimensual 
que  en  Santiago  de  Cuba  dirige  la 
distinguida  escritora  ^lagdalena  de 
Peña.  Bien  impresa,  con  selecto 
material  de  lectura,  es  una  de  las 
revistas  cubanas  llamadas  al  mas 
lisonjero  de  los  éxitos.  En  sus  pági- 
nas la  sutileza  femenina  labra  la 
obra  de  su  futura  independización. 

Letras.  Buenos  Aires.  —  Ha  apa- 
recido en  la  vecina  capital,  bajo  la 
dirección  de  los  señores  José  de 
Maturana,  Julio  R.  Barcos  y  Mario 
Chilotegny,  la  revista  mensual  así 
titulada. 

Letras  es  revista  de  sociología  y 
su  primer  artículo-programa  viene 
repleto  de  levantados  ideales,  de 
propósitos  muy  humanos  que  le 
auguran  un  brillante  éxito  El  ma- 
terial do  lectura  es  excelente. 

CANJE    ORDINARIO 

Alpha.  San  Salvador.  —  Hemos 
recibido  el  número  8. 

El  Anunciador  osta-Ricense  — 
Llegó  á  nuestro  poder  el  número 
385  de  este  periódico  de  Costa  Rica. 

Natura.  MONTEVIDEO  —  Recibi- 
mos los  números  42,  43  y  44  de  esta 
publicación  mensual. 

Letras.  Habana  -  De  esta  inte- 
resante revista  recibimos  los  núme- 
ros 28,  29  y  30. 

La  Quinf^ena  San  SALVADOR.  — 
Hemos  recibido  los  números  96,  97 
y  98.  Agradecemos  el  juicio  publi- 
cado en  el  número  97  sobre  el  libro 
de  poesías  Heliniropos  de  nuestro 
director,  así  como  los  términos  elo- 
giosos en  que  está  concebido. 

Caras  y  Caretas,  —  Puntualmente 
recibimos  los  números  de  este  im- 
portante semanario  argentino. 

Periódico  oficial  del  Gobierno 
del  Pstado  de  Chihuahua  —  Reci- 
bimos el  número  46  de  esta  publi- 
cación mexicana. 

El  Combate.  — Ha  llegado  á  nues- 


tra mesa  de  redacción  el  número 
277  de  este  periódico  que  se  publica 
en  San  Carlos. 

El  civisnno.  RocHA.  —  Hemos  re- 
cibido el  número  620  de  este  perió- 
dico. 

El  Orden  —  A  nuestra  mesa  de 
redacción  ha  llegado  el  número  88 
de  este  periódico  que  se  edita  en 
Minas. 

Tribuna  Libertaria.  —  Nos  ha  vi- 
sitado el  número  3  de  esta  publica- 
ción, órgano  del  Centro  Internacio- 
nal de  Estudios  Sociales. 

'  ibertad.  —  Hemos  recibido  el  nú- 
mero 4  de  este  órgano  de  la  Aso- 
ciación «  Libre  Pensamiento  »  de 
San  Carlos. 

Vid^  Nueva  —  El  número  149  de 
este  interesante  periódico  floriden- 
se  ha  llegado  á  nuestra  mesa  de 
redacción. 

Germen.  —  Nos  ha  visitado  el  nú- 
mero 1 1  d  e  esta  avanzada  revista 
de  sociología  que  s!e  edita  en  Bue- 
nos Aires. 

El  Obrero.  —  Hemos  recibido  el 
número  3  de  este  periódico  que  se 
edita  en  Rocha. 

El  Heraldo.  Maldonado  -Reci- 
bimos el  número  10  de  este  periódi- 
co bisemanal  que  dirige  el  señor 
Luis  María  Güinasso. 

REPRODUCCIONES 

De  nuestro  número  anterior  han  lieeho 
los  jieriódieos  siguientes : 

Vida  Siiei-a,  de  Florida:  «Pasional», 
por  Pérez  Curis  y  «  En  secreto  »,  por  A1- 
Í)erto  Mauret  Caamaño  ;  Los  Debates,  San 
Fructuoso:  «Languideza»,  por  Amado 
Ñervo  ;  El  Iris,  Villa  del  Cerro  :  «  La  can- 
ción del  paria»,  por  Ovidio  Fernández 
Ríos  y  «  Pasional»,  por  Pérez  y  Curis  ;  líl 
Obrero,  Rocha:  «La  canción  del  paria», 
por  Ovidio  Fernández  Ríos. 

NOTAS 

Hemos  hablado  con  Rodó,  interrog'ándolo 
sobre  la  fecha  en  que  saldrá  su  anuncia- 
da obra  «Proteo»  y  nos  ha  contestado 
que  aun  la  tiene  en  preparación  y  que 
talvez  á  principios  del  año  entrante  la  dé 
á  las  cajas.  Será  un  volumen  de  regulares 
dimensiones  y  como  sus  anteriores,  llama- 
do á  agitar  el  ambiente  literario  latino- 
americano. Ya  lo  saben,  pues,  las  personas 
que  por  cartas  nos  han  pedido  noticias 
sóbrela  próxima  obra  de  Rodó.  «Proteo» 
aún  no  lia  aparecido.  Aparecerá  á  más 
tardar,  el  año  entrante. 


ñPOüO 


t^EVlSTfl    OH   flt^TB 
-     Y  SOCIOliOGJA      « 


-     Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS     - 
Redactor:  PERFECTO  LÓPEZ  CAMPAÑA 

AÑO  II  —  N."  8.  Montevideo— Buenos  Aires,  Octubre  de  1907. 


Ráfagas  d-e  r-ebeldía 


(ij 


R  Emilio  ppugoni. 

Hay    un   rasgo  de   luz  en   los  ojos 
Exorantes  de  amor  de  los  parias 
En  que  caben  las  tintas  murientes 
Del  sol  de    as   grandes   miserias  humanas; 

Y  ese  rasgo  de    luz  indeleble 

Se  ha  grab.  do  en  el  fondo  de  mi   alma 
Con   el  signo  augural  de  las    penas 

Y  los  infortunios  del  golío   que  pasa  .  .  . 

No  á  las  almas  humildes  sonríe  '''    ' '" 
La   visión  de  la  gloria  lejana, 
Ni   á  los  dioses  inspiran  tristeza 
Del  siervo  oprimido  las   húmedas  llagas; 

Alastores  que  tienen  por  ídolo 
El  retrato  de  algún  heresiarca, 
Los  que  ocupan  el   trono  dan   flores : 
Mandragoras  lúteas  que  todo  lo  empañan ; 

Y  en  la   báquica  fiesta  le  brindan 
A  cualquiera  bacante  sus  almas, 

Y  entre  ritmos  y  frases   obscenas, 
Bebiendo  en  sus  labios   de  virus  se  embriagan  ; 

Mientras  ebrio  de  llanto  el  ilota 
Con  harapos  sus  úlceras  tapa, 

Y  no  puede  dar   pan  á  sus  hijos: 

El  pan  que  á  los  pobres  la  tierra  consagra. 


(  1 )    Del  libro  «Heliotropos»,  agotado,  y  en  prensa  la  segunda  edi- 
ción aumentada. 


—  226  — 

Y  esos  hijos  del   triste  ilotismo 
Cuyas  quejas  á  aquéllos  exaltan, 
Así  nacen   y   viven  esclavos 

Y  mueren  consuntos  cual   árbol   sin  savia, 

Y  los  amos  ¿lamentan  su  muerte? 
Como  cuando  se  agosta  una  planta: 
¡Sólo  sienten  la  muerte  de    alguna 

Que  cupo  en  su  lecho   capciosa  sultana! 

Esto  influye  en  mi  Verbo  que  os  dice 
Con  su  voz  de  Minerva  indignada : 
¡Rebelaos,  humildes   ilotas! 
¡Haced  el  bochorno  de  dioses  y  sátrapas! 

Porque  así  seréis   libres  y  dignos 
Del  concierto  social  de  las  razas; 
¡Que  á  la  hueste  viril  de  Kosciusko 
Jamás  amedrenta  la  voz  del  monarca! 

Sagitarios :  lanzadles  saetas. 
Quiero  ver  agotar  vuestra  aljaba ; 
Lapidarios  de  estrofas :  decidles 
En  versoá  de  fuego  que  enciendan  las  masas : 

¡Abdicad  ó  morid!   que    los  pueblos 
De  este  ciclo  de    luz  incendiaria, 
Ya  no  quieren   históricos   ripios 
Que  empañen  la  gloria   del  sol   de  los  parias! 

Pérez  y  Curis. 


Historieta  de  amor 


Era  en  el  tiempo  de  nuestras  primeras  citas. 

Nos  refugiábamos  bajo  los  árboles  del  huerto,  y  allí,  turbados  por  emociones  inde- 
íinibles,  ni  ella  ni  yo  sabíamos  cómo  romper  el  voluptuoso  encanto  del  silencio. 

Mis  ojos  todavía  inexpertos  la  miraban  con  ansia,  en  tanto  que  me  atormentaba  el 
deseo  de  llevar  mis  labios  hasta  donde  iba  la  mirada. 

Su  timidez  de  niña  la  aconsejaba  acompañarse  del  hermanito  pequeño.  ¡  Encanta- 
dor testigo  aquel  rubio  muchachito  de  dos  años  !  Lo  besaba  ella  pensativamente.  Luego 
venía  él  hasta  mí  y  brindábame  con  sonrisa  picaresca  sus  labios  todavía  rojos. 

Yo  retornaba  el  mensaje  en  la  boca  del  niño. 

Ernesto  Montenegro, 


—  227 


/limas  d(25nuda3 


Los  ojos  verdes  llamearon  con 
fiero  mirar;  restalló  su  lengua,  des- 
piadada, feroz,  seca,  en  duro  azote 
quevedesco.  Como  el  gran  satírico, 
despojaba  alas  almas  de  sus  carna- 
les envolturas  y  las  presentaba  en 
desnudez  de  verdad. 

Y  dijo  así: 

«No  pretendo  atormentarte  con 
relato  de  podre- 
dumbres y  mi?e-  — :  ■■  -  -v 
rias.  Mi  corazón, 
lacerado  de  amo- 
res; mis  ojos,  cau- 
tivo de  femeniles 
gracias,  sólo  figu- 
ras de  mujer  aca- 
rician, y  rastros 
de  amor  persi- 
guen. Pudiera  de- 
cirte que  es  men- 
tida la  inflexibili- 
dad  de  aquel  juez; 
que  la  vara  de  su 
justicia  se  dobla 
al  halago  de  la  li- 
sonja ó  al  peso  de 
la  dádiva.  Seña- 
larte podría  los 
cobardes  desalien- 
tos de  este  solda- 
do, que  finge  en  la 
paz  gallardías  de 
guerra;  los  tratos 
infames  de  aquel 
que  se  reboza  en 
manto  de  filantro- 
pía; la  vergonzosa  usura  de  quien 
pasapor  hidalgo  y  caballero  ..  ¿Para 
qué?  Tú,  como  yo,  lo  sabes.  Respe- 
tamos la  ajena  máscara,  por  no 
vernos  desposeídos  de  la  propia. 
Acaso  algún  día  se  pudran  en  mi 
alma  los  gérmenes  de  nobleza,  y  lo- 
zanas florezcan  semillas  de  maldad 

Contempla  la  «grez  de  engañado- 
res engañados  ♦  que  di,jo  Campoa- 
mor,  aquel  poeta  humorista,  aman- 
te las  mujeres  -  ;  «las  esposas  abu- 
rridas y  los  maridos  fastidiados»: 
ellos,  tediosos,  indiferentes;  ellas 
melancólicas,  lacias.  Van  silencio- 


'^Zi, 


Adolfo   León  Gómez 


sos.  El  silencio  -  ha  dicho  Maeter- 
linck  —es  el  sol  que  madura  los 
frutos  del  alma;  y  acaso  en  el  silen- 
cio las  almas  remontan  su  vuelo 
grácil  á  la  ciudad  ideal,  donde, 
enamoradas,  se  besan. 

Pero  no  todos  los  espíritus  tie- 
nen alas,  ni  se  ciernen  en  atmósfe- 
ras puras:  algunos  torpemente  ras- 
trean, esclavos  de 
sus  egoísmos  te- 
rrenos, sin  anhe- 
los ni  ansias  de 
aire  y  de  luz 

El  amor,  alegre 
en  su  volubilidad 
tornátil,  entriste- 
cióse sometido  á 
ley  ineludible  de 
constancia:  Lapo- 
sesión  es  causado 
hastío;  del  hastío 

•  brota  el  engaño. 
Nos  casamos  sin 

'■    conocer  á  las  mu- 

"^  jeres.  Fl  noviazgo 

es   fingimiento   y 

*  mentira.    Bajo  la 
inquisitorial  mira- 

.  da  de  la  madre, 
es  toda  melindre 
y  dulzuras  la  don- 
cella, que,  dueña 
de  su  casa,  trué- 
case  en  mujer 
irascible  y  capri- 
chosa. 
Las  mojigaterías  de  la  educación 
española  —  afeites  del  alma  velan 
y  encubren,  con  rigidez  hipócrita, 
ideas  y  sentimientos.  En  el  trato 
insubstancial  de  los  novios,  no  le 
es  posible  al  hombre  moldear  el  co- 
razón de  la  que  ha  de  ser  su  eterna 
compañera 

¿  Yes  aquella  morena  ?  Sacrificada 
al  egoísmo  de  sus  padres,  sepulta 
en  la  melancolía  de  los  ojos  negros 
el  recuerdo  de  su  primer  amor.  Fie- 
les son  su  espíritu  y  su  cuerpo :  aquél 
á  la  pasión  primera,  éste  al  amor 
santificado.   Presume  de  honrada. 


...Í..J. iJ^ 


m*'--  -1 


228 


Sólo  es  fría. 

Mira  aquella  rubia.  Casada  sin 
ciencia  de  amor,  se  entregó,  gene- 
rosa, al  primer  hombre  á  quien 
amara  de  veras    No  íué  su  marido. 

¿  Nada  te  dicen  aquellos  ojos  azu- 
les ?  Son  de  una  vanidosa,  que,  por 
vanidad,  se  entrega.  Le  encanta  ser 
comidilla  de  club  y  cebo  de  escán- 
dalo. A  ser  las  gentes  discretas,  ella 
sería  honrada. 

Los  ojos  de  mi  amigo,  como  los 
del  licenciado  calabrés,  del  sueño 
de  Que  vedo,  «  ojos  de  espulgo,  vi- 
vos y  bulliciosos  »,  escudriñaban  la 
multitud.  Y  unas  tras  otras,  en  do- 
loroso engranaje,  hirieron  mis  odios 
traicioneros,  infamias  y  falsías  del 
amor  legal.  Enseñóme,  roto  el  con- 
sorcio de  los  cuerpos,  extraños  ma- 
ridajes de  las  almas.  Y  en  quietud 
el  látigo  de  la  sátira,  apuntó  el 
misticismo  del  espíritu  enamorado, 
creyente  en  la  ciudad  ideal  maeter- 
linckiana. 

Anochecía.  Los  coches  se  apelo- 
tonaban  en  la    última    vuelta  del 


paseo.  En  un  cielo  azul ,  lívido,  aso" 
maban  los  astros  temblorosos. 

Peregrinos  de  la  vida,  nacemos 
bajo  la  estrella  de  un  amor,  y  su 
luz  alumbra  nuestro  camino.  A  ve- 
ces cerramos  los  ojos,  y,  aun  á  tra- 
vés de  los  párpados,  percibimos  sus 
resplandores.  ¿  Qué  importa  que  una 
luz  terrestre  declare  indisoluble  el 
lazo  contraído  por  conveniencia  ó 
por  engaño  ?  La  luz  de  la  estrella 
nimba,  cerca  ó  lejos,  en  el  princi- 
pio ó  en  el  término,  la  figura  de  la 
mujer  amada.  Y  si  en  la  tierra  los 
cuerpos  se  separan,  en  la  ciudad 
ideal  las  almas  se  besan, 

]  Míralos  !  Matrimonios  que  en  la 
fidelidad  se  aburren ;  hombres  que 
sacrificaron  su  amor  y  mujeres  que 
dominaron  su  cariño  . .  .  todos  me- 
lancólicos, todos  tristes. 

Tienen  la  tristeza  del  ladrón  de 
ajenos  amores ;  la  melancolía  de 
quien   se  ve  robado  de  los  suyos. 

Enrique  de  Mesa. 


-<^$C:XÍ&^- 


¡tos  l)otnbt-es ! . . . 


De  ¿a  «  Canción  de  la  Muerte  » 

Los  pajaritos  conocen  á  los  hombres...  Al  verlos 
venir  han  revoloteado  en  las  ramas  de  los  árboles,  se 
han  agitado  inquietos...  ¡Saben  que  los  hombres  los 
matan  á  tiros  y  deshacen  los  niditos  calientes!... 

Los  hombres  se  han  detenido  cerca  de  los  árboles  :  son 
tropas  que  traen  un  desdichado  reo  para  fusilarlo. 

La  sentencia  se  cumple  rápidamente...  ¡la  víctima 
cae  atravesada  por  las  balas !.. . 

A  la  fatídica  detonación,  los  pájaros,  alzando  el  vuelo 
y  huyendo  despavoridos,  parece  que  dicen  angustiados 
con  su  lastimero  piar:  «¡Los  hombres!...  ¡otro  nido 
deshecho  1 » 

Vicente  Medina. 


w  ;  rf^"7^ 


229 


DE  YXGENTE  MEDXNA 


Para  Ai-ülo. 

"\7"c5jn.tjjs   dolorosa. 

Venció  la  miseria, 
la  gran  Celestina  despótica  y  bárbara, 
prestando  su  ayuda  la  noche  de  invierno 
con  sus  desamparos  y  sus  amenazas . . . 
Venció  y  en  la  sombra  vendióse  la  virgen 
de  rostro  de  niña,  de  carita  pálida . . .  ("^^ 

¡la  sombra  piadosa 

su  rostro  velaba  1 

Venció  la  miseria ... 
Las  sensuales  manos  palparon  con  ansia 

i  las  vírgenes  carnes, 
que  ateridas  de  frío,  temblaban ! . . . 
Y  al  sentir  el  temblor  angustioso 
de  la  virgen  hambrienta  y  escuálida, 

las  manos  del  hombre 

temblaron  sin  ansias 
¡y  en  la  sombra   piadosa  la  virgen 
de  rostro  de  niña,  quedó  inmaculada ! 

jPLbisjmo 

El  arrogante,  viril  mancebo 
junto  á  la  reja  las  noches  pasa . . . 
¡  Ay  del  mancebo  cuyos  ardientes  ojos  obscuros 

de  los  azules  ojos  no  aparta  ! . . . 
¡  ¡  ay  del  mancebo  que  á  la  caricia  mortal  se  entrega 
de  las  menudas  manos  lascivas,  suaves  y  blancas  ! ! . . . 


Murió  el  mancebo..    Lo  consumieron  los  claros  ojos 
con  su  insaciable,  febril  mirada  . . . 
¡lo  consumieron  con  su  caricia 
las  manos  blancas!... 
Tras  de  la  reja, 
la  niña  candida 
de  los  azules  y  claros  ojos, 
¡  mira  á  los  hombres,  con  su  insaciable,  febril  mirada ! 

Vicente  Medina. 


n&Mií'- 


'        ■: 


—  2oO  — 


EQUILXBRXO 


I 

La  que  olvidé  por  demasiado  buena 
puesto   que  en   el   espíritu  tenía 
yo  no  sé  cual  dulzura   nazarena 
y   en   la    voz  3-0   no  sé  cual   melodía, 

siempre  que  paso  por  la   calle  plena 
de  soledad  y  de   melancolía, 
alza  los   dulces   ojos  de   l;i   arena 
y    me   dice  con  ellos:  ¡Tod.'ivía! 


II 


Y  aquella   primorosa  castellana 
para   la   que   mi   espíritu  resume 
perfume  y   canto,  como  la   mañana 
resume  canto  y   singular   períume, 

siemp  e  que  la  requiebro  y  la  suplico, 
burla  mi  gesto  y  mi   palabra  trunca, 
mientras  con  el   marfil   del  abanico 
se  da  en   los  dientes  y  me  dice:  ¡Nunca! 

Comulgo  esta  gemela  encaristía: 
Dolor  por  esa   mi   quimera  trunca, 
Placer   porque  me   quieren   á  porfía  .  . . 
Son    unos  labios  que  me  dicen:   ¡Nunca! 
y  unos  ojos  que  gritan:   ¡Todavía! 

Barraiiqu  illa,  1907. 

Moreno  Alba. 


—  231  — 


^ully    f^rudhomm^ 


Dado  su  carácter  esencialmente  literario  Apolo,  no  puede  olvidar  la 
reciente  fecha  del  fallecimiento  del  poeta  francés  Sully  Prudhomme,  sin 
unas  modestas  líneas  dedicadas  á  su  memoria  á  manera  de  homenaje  pos- 
tumo. 

Sully  Prudhomme  nació  en  París  en  839.  Hizo  sus  «  debuts  »  litera- 
rios en  1865,  al  lado  de  Gatulle  Mendés  y  aquel  gran  loco  de  Glatigny,  con 
un  libro  de  versos  intitulado  «  Stances  et  poémes  »  que  apareció  más  ó 
menos  en  igual  época  que  «Philomela  »  y  «Les  Vignes  folies  »  obras  res- 


pectivas 
de  los  pee 
tas  cita- 
dos. 

Un  año 
más  tarde 
publicó 
una  nota- 
ble  tra- 
ducción 
de  los  ver- 
sos de  Lu- 
crecio, y 
después, 
suces  i- 
V  a  mente, 
sus  libros 
«Les  Soli- 
t  u  d  e  s  » , 
«Poesies», 
«Les  Ecu- 
ries  d'Au- 
g  i  a  s  »  , 
«Croquis 
iialiens  » , 
«Les  Des- 
tins»,«Les 
Epre  u - 
ves»,  «Im 
pressions 
de  la  gue- 
rre»,  «La 
Revolte 


des 
rs». 


Sully  Prudhomme 


fleu- 
',  «La 
Franco», 
«  Vainas 
tendres- 
ses»,  «Jus- 
tice»,  etc., 
etc. 

En  todos 
los  versos 
del  fecun- 
do  vate 
hay  un 
gran  fon- 
do de  sana 
filosofía,  y 
se  distin- 
guen por 
la  preci- 
sión del 
ritmo  y  la 
gracia  ar- 
mo niosa. 
Sus  ale- 
jandrinos 
son  céle- 
bres por 
la  nobleza 
y  magnifi- 
cencia de 
la  forma, 
y  en  sus 
sonetos 


filosóficos  se  plantea  el  eterno  conflicto  entre  la  razón  y  el  sentimiento. 

El  poeta  pertenecía  á  la  «Academie»  desde  el  año  82;  era  caballero  de 
La  Legión  de  Honor  y  había  obtenido  varios  premios,  entre  los  cuales  el  de 
Vitet  en  1878  y  el  Nobel  en  1901. 

Sully  Prudhomme  ha  sido,  pues,  una  figura  descollan-te  del  Siglo  XIX  y 
en  el  Parnaso  Francés  le  corresponde,  en  la  hora  de  su  muerte,  sitio  de 
preferencia  al  lado  de  Musset,  Víctor  Hugo,  Baudelaire,  Banville,  Paul  Ver- 
laine,  Leconte  de  L'  Isle  y  otros  grandes  poetas  fallecidos. 

Apolo  engalana  sus  páginas  con  el  retrato  del  Maestro,  quien  á  estas 
horas  hace  ya  cerca  de  un  mes  duerme  el  largo  sueño  en  el  Pantheon  de 
París,  que  habrá  recibido  sus  ilustres  restos,  inclinando  ante  su  ataúd  el 
glorioso  epitafio  impreso  en  su  fachada:  «Aux  grands  hommes,  la  patrie 
reconnaissante  ». 


¿.¿*;i.....  '^.; 


wt 


-::-»!! 


—  232    - 


EL   MÍ8TXG0 


(1) 


Camina  en  la  noche 
Cual  pá'ido  espectro; 

Viste  una  sotana 
Color  verdi  ne.gro; 

Sus  manos  huesudas 
Huelen  á  esqueleto; 

Y  está  solo,  solo, 
Solo  como  un  cuervo; 

Marcha  hacia  lo  obscuro 
De  un  sitio  desierto; 

Lleva  un  viejo  Cristo 
Colgado  á  su  cuello; 

Hay  en  sus  miradas 
Flamas  de  misterio; 

Sus  labios  contraen 
Rictus  de  silencio; 

De  sus  pies  descalzos 
Brota  un  charco  negro; 

Sus  puños  nervudos 
Lastímanle  el  pecho; 

Y  en  la  eterna  noche 
Nadie  oye  su  rezo. 

Su  rezo  es  un  himno 
De  paz  y  silencio; 

Ruega  por  los  Santos 

Y  por  los  perversos; 

Llora  por  los  torpes, 
Llora  por  los  genios; 

Y  p'or  los  que  ocultan 
Sentires  intensos, 


Por  los  pasión  arios 
Fiebro^os,  sedientos, 

Aquellos  que  sufren 
El  sordo  veneno  / 

De  lo  irrealizable, 
Deí  Mas  allá  inmenso, 

Con  mirada  loca, 
Por  esos,  por  esos. 

Con  mirada  loca, 

Se  atraviesa  el  pecho. 

De  su  boca  triste 
Fluye  un  charco  negro, 

Y  muere  en  la  noche 
Del  Mundo  incompleto; 

Muere  solo,  solo, 
vSolo  como  un  cuervo. 

Le  ven  los  que  pasan. 
Legiones  de  huecos, 

Le  escurren  el  bulto, 
Se  apartan  con  miedo; 

Y  dicen  :  —  Un  loco, 

Y  dicen :  —  Un  ebrio, 

Y  dicen  : — Un  vago, 

O  bien  :     Un  enfermo, 

Y  algunos:  —  Un  sucio, 

Y  algunos:  -  Un  perro  .... 

Muchos  ni  le  notan  .... 
Dios  le  abre  los  cielos. 

Pablo  Minelli  González. 

1907. 


(1)  Eli  el  soneto  «La  tristeza  de  Faraúii»  del  señor  Minelli  González,  publicado  en 
nuestro  número  anterior,  se  nos  deslizó  un  error.  El  flnal  del  primer  verso  es  en  singu- 
lar y  no  en  plural  como  apareció.  —  Queda  salvado  el  error. 


\m 


233    - 


DÍPTXGO 


K-OIXEjPl 

El  alma  de  los  siglos  tutela  en  las  colinas 
Maternalmente  el  sueño  de  la  imperial  ciudad 
Donde  fueron  Nerones  y  locas  Mesalmas 
En  una  fiesta  insigne  de  Voluptuosidad. 

Dicen  las  columnatas  la  canción  de  las  ruinas 
Con  el  habla  evocante  de  la  olímpica  Edad, 
Cuando  abruman  los  ecos  las  maremmas  vecinas 

Y  un  alucinamiento  puebla  la  soledad. 

Todo  es  allí  solemne ;  la  joven  popolana 

Tiene  en  su  andar  un  aire  de  emperatiiz  romana 

Frente  á  las  majestades  de  un  regio  atardecer, 

Cuando  allá,  bajo  el  Tíber  se  adolora  Giuturna 

Y  el  alma  de  la  Eterna  se  aduerme  taciturna 
Junto  á  su  río  como  lo  hiciese  una   mujer. 

Yo   te   ensoñaba   ¡oh,   blanca  ciudad  de  las   lagunas! 
En  mis  noches  enfermas  de  mística  hebetud, 
Como  un  rincón  de  ensueño  bajo  no  sé  qué  lunas, 
Todo  miraje  extraño,  todo  edenal  quietud. 

Casi  escuché  tus  ledas  cantigas  mientras  cunas 
Las  góndolas  dormidas  á  los  vientos  del  Sud, 

Y  sorprendí  los  éxtasis  de  tus  mujeres  brunas 
Cuando  de  amor  se  añora  noctámbulo  el  laúd. 

Yo  vi  las  blancas  nixas  danzando  en  tus  canales 

A  la  luz  fabulosa  de  los  Ellos  astrales. 

Como  en  un  sueño  de  hadas  de  una  vieja  Stambul ; 

Y  sé  lo  que  en  el  Lido  te  salmodian  las  olas 
¡Oh,  Novia  de  los  Duxes!  cantando  barcarolas 

Que  hablan  de  cosas  raras  como  de  un  cuento   azul. 

Ángel  Falco. 


m 


—  234 


X,a3  manzana^ 


Por  el  sendoro  perfumado  y  lleno  de  la  tibia  luz  de  la  mañana,  iba 
lentamente  el  señor  Cura  Bajo  el  brazo  llevaba  un  paraguas  de  verde  tela 
y  en  su  vieja  y  lustrosa  sotana,  el  sol  ponía  refulgencias  de  seda.  Iba  pen- 
sativo, y  de  cuando  en  cuando  se  detenía  á  aspirar  con  deleite  la  fresca 
brisa  olorosa  á  azahares  que  venía  de  la  montaña,  ó  sacaba  de  su  bolsillo 
la  desteñida  petaca  de  cuero,  de  donde  tomaba  poquitos  de  rapé  con  que 
se  refregaba  la  nariz. 

Descendía  el  sacerdote  la  estrecha  pendiente,  espantando  con  su  negra 
y  larga  figura  los  alegres  pajarillos,  cuando  oyó  á  lo  lejos  un  murmullo  de 
risas  cristalinas  ¿  Qué  será  aquello?  se  dijo  el  buen  pastor  prestando  aten- 
ción y  picado  por  la  curiosidad,  dirigió  su  despacioso  andar  hacia  allá, 
abajo  .  A  poco,  y  siguiendo  siempre  al  lugar  de  la  algazara,  se  internó 
en  una  frondosa  montañilla,  de  donde  brotaba  un  riachuelo  que  presuroso 
se  perdía  por  entre  las  verdes  praderas  .  . . 

—  Ah !  son  1  as  ninfas  que  juegan  en  el  río — pensó  —  probablemente 
voy  á  una  fuente  encantada  . .  Y  temeroso  de  espantarlas,  como  á  las  ale- 
gres avecitas  del  camino,  encorvóse  para  no  topar  con  las  ramas,  y  em- 
pezó á  andar  despacito,  cuidadoso  de  que  no  fueran  a  quebrarse  las  hojas 
secas  bajo  sus  pies  Y  á  medida  que  avanzaba,  los  gritos  y  las  risas  se  oían 
más  cercanos  De  pronto,  y  á  través  de  una  tupida  enramada,  el  sacerdote 
vio  la  hermosa  fuente  que  formaba  el  río  y  que  rodeaban  sauces  de  luen- 
gas y  susurrantes  cabelleras  Y  bajo  la  dulce  y  misteriosa  claridad  que 
traspasaba  el  toldo  sombrío  que  tejían  las  ramas  de  los  altos  árboles,  ei 
cura,  todo  sorprendido,  vio  con  asombrados  ojos:  Mujeres!!  Mujeres!!  no 
ninfas. 

Sobre  el  muelle  césped  que  se  extendía  á  la  orilla,  una  linda  muchacha 
medio  desnuda  é  indolentemente  recostada,  reía,  reía  bulliciosamente,  en 
tanto  que  con  uno  de  sus  breves  pies,  golpeaba  el  agua  que  caía  en  menuda 
lluvia  sobre  la  superficie;  y  entre  el  río,—  oh  pecado  mortal!  -  se  dijo  el 
señor  cura  santiguándose,  desnuda  y  divina,  otra  bella  mujer,  cuyo  busto 
á  flor  de  linfa,  mostraba  la  preciosa  turgencia  de  sus  senos  sonrosados  y 
pequeños.  Y  el  sacerdote  que  por  primera  vez  en  su  mística  vida  contem- 
plaba tal  cosa,  extasiado  se  decía:  Parecen  dos  manzanas!!  Qué  pecado! 
Qué  pecado!  y  por  su  cuerpo  de  carne  inmaculada,  sintió  pasar  un  extraño 
escalofrío    .  . 

Al  fin,  y  coran  un  enorme  ramillete  de  lirios,  todo  blanco,  surgió  de 
entre  las  aguas,  el  cuerpo  de  aquella  hermosa  mujer.  El  señor  cura  cerró 
los  ojos,  y  persignándose,  se  alejó  despacito,  con  cuidado,  que  no  fueran  á 
quebrarse  las  hojas  secas  bajo  sus  pies,  y  repitiendo  entre  dientes:  -  Pare- 
cían dos  manzanas  aquellas  cosas!  Qué  pecado !  .. 

Y  por  el  sendero  lleno  de  la  tibia  luz  de  la  mañana,  el  señor  cura 
siguió  camino  de  su  casa. 

A  la  hora  acostumbrada,  sobre  un  blíinquísimo  mantel,  la  vieja  her- 
mana del  eclesiástico  servía  el  almuerzo  entre  dos  floreros  azules,  cargados 
de  nardos  y  azucenas. 

En  frente  y  por  la  abierta  ventana  que  daba  al  huerto,  oloroso  á 
tomillo  y  á  yerba  buena,  se  veían  lus  lloridos  arbustos  y  la  roja  torre  de 
la  iglesia. 

—  Aquí  tenéis,  hermano,-  dijo  la  flaca  viejecilla,  presentando  al  señor 
cura,  en  un  plateado   plato,   des  manzanas  sonrosadas  y  pequeñas;  -  son 


—  235  — 

las  primeras  de  esta  cosecha,  añadió  —  probadlas,   que  de  seguro  os  gus- 
taran 

—Y  el  señor  cura,  encendido  como  la  grana,  santiguóse,  y  apartando 
á  un  lado  las  frutas,  exclamó  en  el  colmo  de  su  turbación  :  -  Parecían  dos 
manzanas!  qué* pecado! !  quí  pecado  !! 

*  ~  Rafael  \>gel  Troyo. 

Cartaaro  (1(;  Co.sta  Rica. 


-od^CCCÍOo- 


AhTURO   GIMÍNEZ    PASTOR 


—  236  — 

DE  MX8  TRXSTJSZAS 


jPl  jOs.ama.d.0  Ñervo 

Ven,  que  yo  estoy  muy  triste  y  muy  enfermo.  ; 
No  me  abandones,  ¡no!  Yo  te  lo  imploro; 
¡No  te  puedo  soñar,  porque  no  duermo. 
Ni  te  puedo  olvidar,  porque  te  adoro! 

Yo  me  siento  morir.  Duelo  infinito 
Tengo  al  no  verte  por  la  vez  postrera; 
¡Si  haberte  amado  mucho  fué  un  delito, 
Culpable  soy,  y  es  menester  que  muera  ! 

Ven  á  rezar  tus  oraciones  suaves 

Junto  á  mis  labios,  y  en  un  santo  anhelo, 

Con  nuestros  besos  las  haremos  aves, 

Y  siendo  aves,  volarán  al  cielo! 

Ven,  que  se  acerca  mi  cruel  partida, 
Porque  antes  quiero,  en  un  abrazo  fuerte. 
Que  despiertos  soñemos  con  la  vida, 

Y  soñando  olvidemos  á  la  muerte. 

Ven,  que  mi  noche  es  negra,  y  tengo  miedo. 

Consuélame,  siquier  en  mi  agonía; 

i  Quiero  morir  sin  verte  y  no  lo  puedo ; 

Y  no  puedo  vivir  sin  verte  un  día! 

¡Pero  ya  no  me  quieres!  Las  congojas 
Hieren  mi  corazón,  que  se  consume; 
¡Cómo  cambian  los  árboles  sus  hojas! 
¡Cómo  pierden  las  flores  su  perfume! 

¡Cómo  mienten  amor  los  corazones! 
Ayer  que  era  ficción  toda  mi  pena, 
¡Cuántas  lágrimas  vi,  qué  hondas  pasiones, 
Qué  de  grandeza  en  ti,  ¡Cuánto  eras  buena! 

Y  hoy  que  es  verdad  que  muero,  tú  me  olvidas  ; 
Por  eso  triste  pienso  en  mis  dolores: 
¡Cómo  acaban  las  cosas  tan  queridas! 
¡Cuánto  suíren  las  almas  sin  amores! 

Ovidio  Fernández  Ríos. 

Setiembre  1907. 


—  237     - 


¡)lo5   y  ^ro5 


Salen  del  internado  del  colegio  ó 
de  la  academia  técnica  un  joven  y 
una  joven  con  sus  «  carreras  •  con- 
cluidas. Su  pequeña  dieta  de  escola- 
res transfórmase  en  sueldo  que  les 
per  m  te  completa  autonomía.  Tal 
vez  están  enamoradas  '  no  apasiona- 
dos )  desde  las  mismas  aulas,  con  el 
digno  amistoso  amor  crecido  en 
una  comunidad  de  traba,]  o  intelec- 
tual .  ,  y  pe  casan. 

i  Se  casan  ? 

Quiero  decir  que  si  persistían  en 
mayor  ó  menor  amplitud  las  sectas 
religiosas  dentro  del  socialismo  (es- 
to dependerá  de  la  fuerza  intrín- 
seca de  aqneüas,  porque  el  socia- 
lismo, gubernamentalraente.  no  es 
más  que  un  régimen  económico  \ 
cada  pareja  podría  unirse  según 
sus  ritos  por  medio  de  sus  sacerdo- 
tes (  ciudodanos  socialistas  para  to- 
do lo  no  religioso  i  y  exactamente 
igual  que  hoy  anie  la  indiferencia 
del  Estado 

Es  de  presumir,  sin  embargo,  que 
esta  misma  lucha  por  la  universa- 
lización de  las  ideas  antes  aludidas 
reaccionando  en  las  creencias,  des- 
truya, por  igual  el  ateísmo  y  el  fana- 
tisme,  resumiéndolos,  como  pensa- 
ba Spencer  '  1  ),  en  una  suerte  de 
confuso  y  tranquilo  panteísmo.  De  la 
inteligencia,  dejando  aun  lado  las 
«verdades  reveladas»,  no  puede 
lógicamente  surgir  otro  pensamien- 
to ni  por  consecuencia  otro  senti- 
miento religioso.  La  religión  es  el 
culto  hacia  el  misterio  ;  el  Universo 
es  un  misterio  que  parece  que  la 
Ciencia  desentrañará  en  no  ?e  sabe 
que  siglo  de  siglos :  sólo  entonces 
sabrá  la  inteligencia  cual  es  el  fln 
y  la  causa  de  lo  creado,  es  decir, 
sólo  entonces  conocerá  la  inteligen- 
cia á  Dios  (  causa  y  fln  de  todas  las 
cosas  ;  y  hasta  «entonces»  será 
intelectualmente  absurdo  todo  lo 
que  no  se  limite  á  un  presentimien- 
to de  Dios:  igual  su  negación,  que 


(  1  )   Los  iiriiiicros  in-incipios. 


SU  afirmación,  —  porque  tanto  los 
ateos  como  los  teístas,  ante  el  mis- 
terio universal,  han  procedido  un 
poco  salvajemente  queriendo  desen- 
trañarlo antes  de  analizarlo  y  co- 
nocerlo, como  cualesquiera  que  se 
obstinasen  delante  de  una  locomo- 
tora en  negar  á  afirmar  que  lleva 
los  €  caballos  dentro »,  en  vez  do 
procurar  analizar  el  mecanismo  que 
constituye  la  razón  de  su  marcha. 
He  aqui  lo  que  intenta,  y  va  reali- 
zando la  Ciencia  en  el  misterio  uni- 
versal :  mientras  llega  al  fin,  bueno 
es  suspender  el  juicio.  .  é  «ir  vi- 
viendo». '  Base  del  positivismo). 

Si  todos  los  fanatismos  proceden 
del  miedo  á  lo  ignorado,  todos  los 
ateísmas  proceden  de  la  insensatez. 

Llega  la  deducción  á  un  término 
de  donde  no  puede  pasar  sino  for- 
zando las  más  vivas  y  arraigadas 
preocupaciones.  Pero  en  este  libro, 
que  no  es  un  libro  de  propaganda, 
sino  de  observación  indiferente,  es 
preciso  seguir  hasta  el  fin  á  la  lógi 
ca,  aun  á  trueque  de  indignar,  por 
un  lado,  á  los  socialistas  que  quie- 
ren presentar  el  socialismo  como 
una  especie  de  fiera  amansada  y  dó- 
cil capaz  de  someterse  á  cuanto 
no  sea  «iniquidad  económica-;  y 
por  otro  álos  prejuicios  sentimen- 
tales de  todos  los  que  querrían  este- 
reotipar el  porvenir  sobre  el  molde 
actual  de  sus  costumbres»  Así  co- 
mo así,  las  preocupaciones  son  en 
este  punto  casi  generales,  de  socia- 
listas y  no  socialistas,  de  pobres  y 
ricos,  de  religiosos  y  descreídos,  y 
por  lo  tanto  general  puede  ser  muy 
bien  la  protesta  contra  esa  conse  - 
cuencia  inevitable  del  socialismo.  — 
Sólo  que  como  el  socialismo  no  es  una 
teoría  ni  un  sistema  político  cuya 
implantación  dependa  del  número 
de  sus  adeptos,  sino  im  conjunte  de 
fenómenos  sociales  forjado  lenta- 
mente por  las  leyes  económicas  y 
por  las  leyes  biológicas,  igual  que 
son  forjados  los  fenómenos  cósmi- 
cos por  las  leyes  físicas,  el  socialis- 


é 


■3^ 


238  — 


rao  se  le  impondrá  á  la  vida  con 
idéntico  «desdén  -  á  sus  terrores 
nimios  que  la  tempestad  ó,  el.  día 
de  sol  á  la  flora  de  los  campos. 

Es  precisamente  el  interés  de  la 
integración  del  socialismo  econó- 
mico por  cuanto  ha  de  saber  de  an- 
tropológico en  todo  problema  hu- 
mano ;  y  si  la  parte  económica  del 
socialismo-  parece  no  tener  nada 
que  ver  con  la  sentimentalidad  del 
hombre,  ya  se  ha  podido  ver  cómo 
las  relaciones  económicas  en  su  ar- 
monía cientíñca 
con  las  realidades  , 
biológicas,  arro-  '  ■  '  ' 
jan  inesperadas 
conclusiones  que 
no  por  dejar  de 
ser  económica- 
mente innecesa- 
rias y  aun  bioló- 
gicamente no  ine- 
vitables de  un  mo- 
do aislado,  dejaran 
de  ser  fatales,  na- 
tural ísim  as,  en 
cuanto  concurran 
ambas  causas  pa- 
ra^ su  determina- 
ción. Me  refiero  — 
y  ya  es  tiempo  de 
decirlo  á  la  ple- 
na libertad  amo- 
rosa que  yo  veo 
en  el  porvenir. 

Aquella  pareja 
que  sale  del  taller 
ó  del  colegio  con 
una  amante  sim- 
patía nacida  y 
acrecida  en  la  noble  intelectualidad 
del  trabajo,  se  unirá  sin  otras  fór- 
mulas que  las  impuestas  por  su  vo- 
luntad y  su  dignidad, —probable- 
mente. 

Ella  formará  un  hogar. 

¿Cómo? 

Sin  compromisos  religiosos,  >\n 
con)i)romisos  administrativos  lega- 
les,—para  determinarla  forma  de 
ese  hogar  no  quedarán  má«  que  las 
tendencias  emotivas  y  las  de  la  cul- 
tura artística  Para  determinar  su 
duración  no  habrá  más  que  la  du- 
ración misma  de  la  atracción  amo- 
rosa. En  puridad  no  será  todo  ello 


Alberto  Sánchez 


más  que  el  matrimonio  civil  despo- 
jado (Je  gastos  y  trabas  legislativas: 
hasta  su  nomenclatura  podría  res- 
petarse llamándole  divorcio»  ala 
simple  reparación  de  los  amantes, 
que  conservarían  en  un  nuevo  amor 
el  grato  recuerdo  de  la  felicidad  pa- 
sada y  la  mutua  gratitud  de  haber 
engendrado  con  su  vida  la  de  un 
hijo  dichoso,  —  igual  que  hoy 

Es  decir,  mejor  que  hoy;  más  no- 
blemente que  hoy;  porque  hoy,  en 
Francia,  por  ejemplo,  désele  gra- 
cias á  Alfredo  Na- 
quet  existe  ese  ra- 
dicalismo del  di- 
vorcio, los  cónyu- 
gues, por  capri- 
cho de  la  ley,  no 
pueden  separarse 
y  quedar  en  liber- 
tad de  contraer 
nuevas  nupcias, 
sin  haberse  pre- 
viamente odiado, 
maltratado,  falta- 
do en  traiciones  de 
asquerosa  indig- 
nidad é  inicuo  en- 
gaño; y  por  lo  que 
respecta  al  mismo 
caso  de  «conclu- 
sión del  amor»  en 
los  matrimonios 
indisolubles,  ni 
comparación  cabe 
siquiera,  —  i  con 
sus  dramas  horri- 
bles de  adulterio 
ó  con  su  condena 
á  martirio  eterno 
de  odios  disfrazados  de  frialdad  ó 
de  odios  detonantes  en  las'  clásicas 
batallas  conyugales! 

Y  no  es  que  defienda  nada,  vuel- 
vo á  decirlo;  es  que  sigo  contras- 
tando con  la  vida  el  valor  de 
las  simples  deducciones  socioló- 
gicas. 

l*or  eso  recabé  al  principio  de 
este  libro  mi  calidad  de  impasible 
observador  *. 


Mailriil   i'.i!»' 


Felipe  Trigo 


239 


SALÜTATX  í 


Al  feliz  autor  de    «  Cantos  Rojos  ■», 
Ángel  Falco. 

No  preciso  subir  á  la  peana 

Para  lanzar  mi  canto  soberano  ! 

Yo  soy  de  aquella  estirpe  prometeana 

Que,  á  bregar  por  su  fe,  desciende  al  llano  ! 

Llevo  en  la  frente,  la  inmortal  corona 
Do  espinas,  que  tejiera  en  mi  existencia, 

Y  en  mi  altiva  mirada  la  tizona 

Para  herir  al  protervo  en  la  conciencia ! 

E.npuriando  la  estrofa  como  tea, 

Hii'ó  la  lu/5  donde  el  civismo  ha  muerto!... 

Aliante  caballero  de  la  Idea 

Vj/  por  el  mundo  desfaciendo  entuerto. 

Aquí  estoy!  como  heraldo  de  la  Guerra 
Preludiando  los  salmos  del   «  más  fuerte  » 
Mientras  siento  temblar  toda  la  tierra 
Al  connubio  sangriento  con  la  Muerte. 

Hoy  te  miro  surgir  á  la  manera 
Del  espectro  fatal  de  la  Venganza; 
Como  el  heraldo  de  una  nueva  Era 
Emergida  del  seno  de  Esperanza, 

Hoy  te  miro  surgir,  grave  y  sereno 
Sobre  el  potro  de  hierro  de  tus  cantos 
Que  atraviesa  veloz,  tascando  el  freno, 
El  desierto  infernal  de  los  Espantos ! 

Hoy  te  miro  surgir  de  los  escombros, 
«  Con  los  pullos  repletos  de  verdades  » 

Y  en  peso  levantar  sobre  tus  hombros 
El  mundo  de  las  nuevas  libertades. 


Ave  rey  !   morador  de  las  alturas 

Que  al  entonar  el  himno  de  las  cumbres 

Vibra  el  eco  viril  con  que  conjuras 

A  la  lucha  mundial,  las  muchedumbres. 


—  240  — 

Ahí  estás !  y  aquí  estoy  ! . . .  frente  á  la  Aurora. 

Tú  el  cóndor,  para  el  vuelo,  soberano, 

Que  allá  en  la  cumbre  inmarcesiWe  mora ; 

Y  yo,  en  el  circo^  gladiador  romano, 

—  Apoyado  en  el  bronce  de  mi  escudo  — 

Al  entonar  mi  canto  prometeano, 

Levantando  la  frente,  ¡te  saludo! 


Berna,!.  Ajrosto  r.K)7. 


Tomás  J.  Caballero. 


Carlos   Guido   y  Spano 


241 


la  ftlegría  de  pensar 


(Para  los  4110  tengan  ratos  de  ocio    y  pueda 
leer  para  si  en  la  soledad  y  en  el  silencio. ) 

Desde  el  momento  en  que  un  hombre  se  pone  á  meditar,  su 
rostro  adquiere  nobleza.  Es  que  la  naturaleza,  satisfecha  de  su 
esfuerzo  h^ia  arriba  —  porque  'meditar  es  asfcender,-^  graba  en 
sus  íácciohés  una  letra  de  su  sabiduría. ,  He  dicho  entre,  parén- 
tesis, que  .es  , como  decirlo  en  voz  baja,  que  meditar-^ es  ascen- 
der y  agrego  que  también  es  penetrar.  El  sabio  con  una  niano 
palpa  los  luceros  y  con  la  otra  desgarra  las  entrañas  del  pla- 
neta. De  tiempo  en  tiempo  sacude  los  dedos  empapados  de  ideas 
sobre  las  gentes,  qne  esperan  anhelantes  esa  divina  rociada. 

Cualquier  paso  que  á  una  mayor  grandeza  dé  un  hom- 
bre, redunda  en  beneficio  de  todo  el  universo.  Parece  que  la 
naturaleza  se  alegrara  cuando  un  nuevo  pensamiento  es  arran- 
cado del  corazón  de  la  Verdad.  Y  hay  momentos  en  que  creo 
que  los  astros  son  manos  radiosas  que  aplauden  de  silencioso 
modo  los  hechos   magníficos   de   la   humanidad. 

No  es  la  meditación  la  agonía,  como  dijo  liafael  Núílez, 
el  poeta  tirano  de  Colombia,  ni  tampoco  la  ciencia  es  el  dolor 
como  pensaba  el  inmensurable  Byron.  Los  que  así  opinan  son 
seres  desesperados,  que  ignoran  la  paciencia,  ese  invento  de 
BuflFon.  (Cuando  una  alma  poderosa  se  encastilla  en  una  vir- 
tud, ennoblece  y  engrandece  tanto  esa  virtud  que  nos  la  hace 
aparecer  enteramente  nueva ).  La  ciencia  es  una  religión.  Toda 
religión  debe  ser  •  por  eso  es  la  religión  de  las  soberbias  fren- 
tes, de  las  reconocidamente  creadoras. 

Para  un  cerebro  vigoroso  pensar  es  una  alegría.  La  embria- 
guez del  pensamiento  es  tan  intensa  como  la  del  amor.  Spinoza 
gozaba  tanto  cuando  pulía  vidrios  entregado  á  sus  hondas, 
serenas  meditaciones  como  cuando  hacía  una  caricia  á  su  vie- 
ja servidora.  El  filósofo  es  un  noble  ebrio  sobre  cuyas  sienes 
caen  como  un  nimbo  las  sombras  de  sus  graves  refiexiones. 
Ese  nimbo  sombrío  lo  hace  igual  á  los  dioses,  con  quienes 
se  codea  y  platica  en  el  silencio.  Esa  muda  plática  —  en  que 
sólo  es  visible  uno  de  los  interlocutores  —  es  uno  de  los  más 
grandiosos    espectáculos   de   que   tienen    noticia   los  humanos. 

Se  cuenta  de  Lady  Jane  Grey  que  una  tarde  fué  sorpren- 
dida por  Roger  Ascham  leyendo  á  Platón.  Asombrado  él  pregun- 
tóla por  qué  no  había  ido  á  cazar  como  lo  había  hecho  la 
familia  de  la  hermosa  lady  en  esa  tarde.  Aquella  extraordina- 
ria mujer  le  respondió  -  en  su  voz  había  todas  las  aristocracias: 
dulzura,  claridad  y  serenidad  —  que  prefería  la  lectura  de  Pla- 
tón porque  gozaba  más  con  el  excelso  maestro  que  con  el  agita- 


'^:¿¡Mte:' 


242  ■ 

clor   \'  excitante  sport.   Esta  bella  respuesta  es  una  prueba  de  lo 
que   vengo   exponiendo. 

Hay  pensadores  que  aceptan  la  tarea  de  conocer  el  alma 
de  las  cosas,  de  profundizar  las  cosas  del  alma  y  como  una 
fatalidad,  como  algo  que  no  pueden  dejar  de  hacer.  Son  esos 
los  que  al  sentir  los  pies  heridos  por  las  zarzas  y  las  ortigas 
del    sendero,   han    balbuceado,    con   Lármig: 

«Xo  hay  peusaniiento  gramlc  que  no  sea. 

Hijo  de  un  gran  dolor».  -       . 

Y  esa  lamentación  ha  sido  una  sugestión.  Pero  ya  ha  lle- 
gado el  tiempo  de  rechazar  esa  sugestión  de  reimos  un  poco 
de  esos  jeremías  filosóficos.  Pensar  es  movimiento  armónico 
interior  tan  espontáneo  y  dichoso  como  la  risa  en  los  hom- 
bres buenos.  El  pensador  lleva  dentro  del  pecho  una  estrella 
que  encanta.  Esa  música  astral  lo  llena  de  alegría.  Y  alegre, 
entusiasmado,  exaltado  de  cerebro  y  de  corazón,  esculpe  en 
frases    dicultas    sus   meditaciones. 

Hoy  necesitamos  pensadores  que  ennoblezcan  la  vida ;  pen- 
sadores que,  rebosantes  de  la  gran  alegría  que  produce  en  el 
alma  cada  idea  que  en  ella  nace,  eleven  altares  á  la  vida, 
y,  enalteciéndola,  la  hagan  dulce  y  bella  aún  para  los  que 
más   sufren.    La   pena   misma   suele   ser    un   goce. 

Aquellos  para  quienes  pensar  es  un  dolor  deben  guardar 
en  sus  entrañas  sus  cavilaciones.  ¿A  qué  poner  otra  gota  de 
hiél  en  nuestros  espíritus  ?  El  que  sufre  pensando  piensa  cosas 
dolorosas ;  de  suerte  que  es  preferible  que  enmudezca.  El  silen- 
cio  en    este   caso    es   un   incomparable   beneficio. 

Estos  que  sufren  pensando  son  muy  pocos.  Lo  que  real- 
mente sucede  —  y  esto  lo  saben  todos  —  es  que  el  esfuerzo 
intelectual  constante  refina  los  nervios  que  se  hacen  más  sen- 
sibles á  cualquier  motivo  de  pena.  El  sabio  llora  de  lo  que 
el    vulgo    ríe. 

Luego  no  es  el  pensamiento  lo  que  produce  dolor  ( por  el 
contrario,  el  pensador  se  cura  de  la  vida  —  p.orque  la  vida  es 
una  enfermedad  —  zambulléndose  en  el  mar  de  las  ideas  en 
busca  de  una  perla  que  regalar  á  los  mortales  (sino  lo  que  nos 
hace  aptos  para  sufrir  más  intensamente.  Las  dos  cosas  son 
en    absoluto   diversas. 

Eli  pensador  alegre  producirá  obra  serena,  tranquila^  al  pare- 
cer indiferente,  tanto  más  serena  cuanto  más  alegre  esté  sn  al- 
ma —  que   la   más    profunda   alegría  es    impasible. 

Hacia  esos  espíritus  serenos  y  tranquilamente  felices  tien- 
de el  mió  las  manos  en  actitud  suplicatoria,  pidiendo  pan  de 
sabiduría,    que    es    el   alimento    de   los    más    nobles   espíritus. 

Pedro  Sonderegger. 

Saiitiajíii  lie  ('liile. 


-■2¡t.*,:s 


—  243  — 

MXSTXGA 


Envidio  á  esos  monjes  de  oscuras  edades, 

aquellos  fantasmas  de  melancolía. 

que  huyendo  á  la  vida  y  á  sus  veleidades, 

amaban  las  grutas  y  las  soledades, 

el  húmedo  claustro,  la  celda  sombría. 

Aquellos  tocados  de  fe  prodigiosa 
que  Jjallaí'on  deleites  en  duro  suplicio, 
y,  como  se  ciñe  de  espinas  la  rosa 
cual  de   una  armadura,  su  carne  gloriosa 
ciñeron  con  dardos  de  agudo  cilicio. 

Ancianos  de  faz  amarilla, 

de  voz  cavernosa,  de  barbas  de  invierno, 

filósofos  graves  con  alma  sencilla 

íjue  sólo  buscaban  del  Bien  la  semilla 

y  amaban  la  gloria,  temiendo  el  infierno. 

Oh!  y  esos  que  amantes  orab;;n   de  hinojos 
ante  ¡el  Cristo,  pálida  flor  del  martirio;    . 
aqueljos  que  fueron   del   circo   despojos, 
aqueÚos  donceles  de  tímidos   ojos, 
aquellas  doncellas  de  manos  de  lirio ! 

Felices  los  tristes,  felices   los  graves, 
que  amaron  al  Cristo,  que   amaron  al   cielo  ; 
viajeros  que   á  pu'írto  llevaron  sus  naves; 
su   vida  fué  un  paso  de  místicas   aves 
que  á  climas  dichosos  sesgaron   el  vuelo  ! 

Oh !  Pobres  de  aquellos   que  atrás,  en   la  senda, 
perdieron  el   rumbo,  perdieron  la  guía. 
¡Qué  inermes  estamos  en   ruda  contienda  ! 
De  intensas  borrascas  en   noche   tremenda 
es  luz  que  se  apaga  la  filosofía ! 

¡Oh  ancianos,  oh  niñas  de  castos   fervores, 
felices  vosotros,   feliz  vuestra  suerte. 
Los  dulces,  los  tristes,  ya  sois  vencedores  ; 
y  en  tanto  en  la  tierra,  con  mudos  terrores, 
se  agrupa  el  rebaño  que  ventea  el  peligrr) 
y  teme  á  la  muerte  ! 

Alfredo  Gómez  Jaime. 


244 


Flor  d^l  lacio 


< 


f^etfato    mignbíi 


Te  soñé  madona 

Del  Corregió,  }-  tienes  ^ 

Atributos  lenes 

De  Flora  y  Pomona. 

Sombrías  arcadas, 
Ciñe-n  á  tus  sienes 
Tus  crenchas  rizadas 

Y  undulan  por  cima 
De  tus  delicados 
Hombros.  ¡Cómo  anima 


Tus  senos  velados 
La  blancura  opima 
De  tu  cuello  enhiesto! 

Evoca  tu  gesto      ,.  , 

Viviente  poema 

Sobre  un  mármol  puesto. 

¡Salve,  Flor  del  Lacio 
Única  y  suprema! 
Tu  espíritu  es  gema 
De  un   verso  de  Horacio. 

Pérez  y  Curis. 


—  245  — 

POSTALES 


Del  álbum  de  Fl«r  del  Lacio. 

Quiso  Nerón  qué  á  los  humanos  seres 
con  sólo  una  cabeza  le  ofrecieran 
^^    -.       para  poder  cortarla. 
Yo  quisiera  que  todas  las  mujeres 

confundidas,  tuvieran 
una  boca,  no  más,  para  besarla. 

Leoncio  Lasso  de  la  Vega. 


•*wií 


■    El  Amor  es  como  niflo  recién  nacido,    hasta   que 
no  llora  no  se  sabe  si  vive. 
\  Jacinto  Benavunte. 

Montevrtteo.  Agosto  de  1906. 


Minúsculo  bVbelot  Viendo  su  fino  perfil, 

Esculpido  en  porcelana  ...  Ln  blanca  rosa  pagana 

O  figurita  Watteau  De  sus  rimas  de  marfil 

Toda  crujiente  de  gro  ...  Le  ofreciera  Rene  Ghil  . . . 

1907.  |0SÉ  G.  ANTtJÑA. 


-^$CCv^- 


i,a  JQune  filie   pr^nd  dQ>  1^9003  de 

printemp^ 


La  jeune  filie  prend  des  legons  de  Printemps, 
''  dans  le  tableaa  que  j'ai, 

dans  le  tableau  oü  1'  on  dirait  qu'  il  a  neigé 

des  roses: 
,  .  .  des  le9ons  de  Printemps  .  .  .  du  moins,  je  le  suppose  .  .  . 
et  joue  du  violón  sons  des  géraniums  blancs. 
Joueuse  de  Printemps,  vierge  au  coeur  délicat,  i 

liseron  des  tonnelles: 
r  age  peut  me  glacer,  la  mort  venir.  Tes  bras 
ont  couronné  mon  front  de  leurs  branches  de  neige 

Feancis  Jammes. 


246  — 


ESGHITOHES  GOflTElHPOKAliEOS 


Cfll^IiOS  l^EVliES 


# 


—  247  — 

0£l  AMOR 


¿Qué  es  amor?  Pregunta  á  aquel  que  vive:  ¿que  es  vida? 
Pregunta  á   aquel   que  adora :   ¿  qué   es   Dios  ? 

No  conozco  la  constitución  interna  de  los  demás  hombres, 
ni  aun  la  tuya,  tú,  á  quien  ahora  me  dirijo.  Veo  que  en  algu- 
nos £Btributo&  externos  se  parecen  á  mí;  pero  cuando,  oiigaílado 
poR-Bgta/  «parien€íiá4  intenté  llamarles-  áalgp  común  conmigo  y 
descargar  eti-:  ellos* ío-  íñtiikb'i^djei.éMí^al'ma^'liailéí  qtie,  era  mi  len- 
guaje incomprendido  bofiíaiensjfcierEa  tejamai!  y  ílsadvaje.v  Cuantas 
más  ocasiones  de  expeiriísnciá  me  hair  proporcionado, ;  lirás.  ancho 
ha- surgido  el  abismo  entíPe  nosotros,  y  á  mayor  distancia  han 
quedado  los  puntos  de  simpatía.  Con  el  espíritu  bien  poco  pre- 
parado á  sostener  prueba,  semejante,  tembloroso  y -débil  por  su 
misma  ternura,  he  gemidxjj  pidiendo  simpatía  donde  quiera,  y 
sólo   he   hallado   repulsa  y  desencanto. 

¿Y  tú  preguntas  qué  es  amor!  Es  esa  poderosa  atracción 
hacia  todo  cuanto  concebimos  ó  sentimos  ó  esperamos  fuera  de 
nosotros  mismos,  cuando  hallamos  dentro  de  nuestros  propios 
peDiSamientos  la  angustia  de  un  vacío  inefable,  y  tratamos  de 
despertar  en.  todo  lo .  que  ;existe,  comunidad  con  aquello  que 
dentro   de   nosotros  sentimos. 

Si  razonamos,  queremos  ser  comprendidos,  si  .imag'namos, 
queremos  que  las  quimeras,  hijas  de  nuestro  cerebro,  nazcan 
de  nuevo  dentro  de  otros ;  si  sentimos,  queremos  que  otros 
nervios  vibren  con¡  los  nuestros ;  que,  los  rayos  de  otros  ojos 
se  enciendan  á  la  vez,  y  con  los  nuestros  se  mezclen  y  se 
confundan ;  que  labios  de  inconmovible  hielo  no  respondan  á 
labios  que  tiemblan  y  abrasan  con  la- mejor  sangre  de  nues- 
tro corazón.  Tal  es  el  amor.  Tal  es  el  lazo  y  la  sanción  que 
une,  no  sólo  al  hombre  con  'el  hombre,  sino  con  todo  lo  que 
existe.  En  el  mundo  nacimos,  y  hay  algo  dentro  de  nosotros 
que,  desde  el  instante- -en  que  vivin^oSj  tiene  sed  y  más  sed 
de  todo  cuanto  se  asemeja.  Probablemente,  obedeciendo  á  esta 
ley,  saca  el  niño  la  leche  del  seno  de  su  madre ;  esta  pro- 
pensión se  desarrolla-  con  el  desarrallt»  de  nuestra  naturaleza. 
Confusamente  vemos,  dentro  de'nuesthi-  naturaleza  intelectual, 
una  como  si  fuese  miniatura  de  nuestro  yo  completo,  aunque 
privada  de  todo  aquello  que  condenamos  ó  despreciamos:  el 
prototipo  ideal  de  cuanto  excelente  ó  digno  de  amor  somos 
capaces  de  concebir,  •  como  inherente  á  la.  naturaleza  de  hom- 
bre. No  sólo  el  retrato  de  nuestro  ser  externo,  sino  una  reu- 
nión de  las  nimias  partecillas  de -que  ■  nuestro  ser  está  com- 
puesto: un  espejo  cuya  superficie  refleja  únicamente  las  for- 
mas de  pureza  y  claridad;  un  alma  dentro  de  nuestra  alma, 
que  describe-  un  círculo  en  torno  de  su  propio  paraíso,  donde 
el  dolor  y  la  pena  y  el  daño  no  osarán  penetrar.  A  ella  refe- 
rimos ardientemente '  todas  las  sensaciones,  anivelando  (i[ue  pue- 
dan   gar.ecerse  ;á    ella    ó,  corresponder    con    ella.    El    descubrí- 


248  — ' 


miento  de  esta  imagen;  el  encuentro  con  una  inteligencia  capaz 
de  estimar   claramente  la  propiia  nuestra ;   con  una  imaginación 
que   pueda  penetrar- y  aquilat<ar  las  sutiles   y  delicadas  particu- 
laridades   que   nos   hemos    deleitado   en   amar   y   desarrollar    en 
sec;  eto ;   con    un  cuerpo,    cuyos    nervios,   como   las  cuerdas    de 
dos  liras  exquisitas  que  acompañasen  á  una   voz   deliciosa,  vi- 
brase con  las  vibraciones   del  nuestro ;   y   una  combinación   de 
todo  esto    en  la  proporción    misma  que    el  tipo  interior  pide: 
este  es  el   punto  invisible  é  inalcanzable  á   que  tiende  el  amor;_ 
y   para  alcanzarle  impulsa  las   fuerzas  todas   del   hombre,   y  le 
hace  apoderarse  aún  del  más   pálido   fantasma  de  aquello,   sin 
cuya   posesión  no  hay  tregua  ni  descanso  para  el  corazón  sobre 
el  cual   reina.   Por  eso,   en  la  soledad  ó  en  aquel   solitario  es- 
tado   de  ánimo,   cuando,    rodeados   por  sei*es   humanos  no  hay 
simpatía  entre  ellos  y    nosotros,   amamos   las  flores,  la   hierba, 
las    aguas  y   el  cielo.    En    el    movimiento  de    las  hijas    recién 
nacidas,    en  el    aire    azul,   hállase    entonces    secreta   correspon- 
dencia con  nuestro   corazón.    Hay  elocuencia  en  el  viento  que 
no   sabe  hablar,   y  hay  melodía    en  el  arroyo  que  ñuye  y  en 
el  entrechocarse   de   los  juncos  en   su  orilla;  y  estas  cosas,  por 
su  inconcebible  relación  con  algo  que  existe  dentro  del  alma, 
despiertan   el   espíritu    á  tina   i-epsodia  de  éxtasis,    y  traen  á  los 
ojos  lágrimas  de   misteriosa  ternura,  como  el  entusiasmo  de  las 
glorias   patrias  ó   la  voz  de  una  amada  que  sólo   para  nosotros 
cantase.   Sterne  dice  que  si  estuviera  en  un  desierto,   amaría  á 
cualquier  ciprés.    Y  tan   pronto    como  este   poder   ó  esta  nece- 
sidad   se    extinguen,    tórnase    el    hombre    vivo    sepulcro    de    sí 
mismo,   y    aquello    que  de  él    sobrevive    es  la    mera  envoltura 
de   lo   que   un  tiempo  fué. 

Shelley. 
cO^CCC^^ ■ 

Giordatio    Bruno 

La.    fsLtíciica.    ttxrba.    a.rre;t>a.tsLdLa.5 
cora,    los    ojos    in.y«e:tos    le:    rocLe;sL, 
y,    ávida.    dLe    xxn    ca-dLá-Tr^r^    se:    c:od.e:a. 
erx    tor£xo    de:    la.    ln.og-u.sra.    prepara.da. 

jf?s.txn,    la.    víctima    ya.    e:a.rboriJLz:a.dsL, 
la.    plebe    ge:stie;u.la.    y    elaíxxorea., 
porqtxe    él,    «.ixevo    Sa.rasÓJn,    á.    la.    ra.lea, 
a.pla.stó    e:rx   la.    (zolxxrrxrxa.    de:rril3a.da.. 

Ooloso    axidaz    del    perxsa.rrLiento  hinxia-no, 
sxx    amaxtirio    y    dolor    futeron    feetindos 
como    impotente    el    odio    del    tira.no. 

Los    déspotas    ea.yeron.,    moribtxn.dos.  .  . 
I  y    atxn.    en.    a.qt.iella    hog-utera.    está.    Giordajno, 
alxxmbra.n.do    la.    mar-eHa.    de    los    mtxndosl 

¿TOSE  de:  diego. 


—  249  — 


ftl  oído  d^  0|t)ela 


Yo  cantaría  á  tus  ojos 
Pomos  de  dulces  venenos, 
Yo  ardma  en  tus  sonrojos 
Chela  felina  y  sensual, 
Y  llamaría  á  tus  senos : 
Dos  cisnes  de  picos  rojos 
Sobre  un  blasón  imperial. 


Iría  haci9  la  rosada 
Aurora  de  tu  corjpiño  : 
Bombonera,  perfumada 
Amiga  de  Pompadour, 
Para  besar  el  armiño 
De  dos  bombones  que  un  hadee 
Trajo  de  «Ck)sta8  de  Azur». 


José  G.   Vntuña 


Yo  iría  hacia  el  reino  rosa 
De  tus  ducales  perezas, 
O  á  la  viña  lujuriosa 
De  tus  labios,  que  Wateau 
Pintara  entre  rojas  fresas 
Junto  á  la  gata  mimosa 
De  un  abanico  de  gro. 


Y  por  tus  venas  azules 
Haría  rodar  mis  besos, 
Esos  sedientos  bulbule^* 
De  una  fronda  de  Ilusión 
Cansados  de  estar  opresos 
En  el  nido  de  tus  tules 
Buscando  tu  corazón  ! 


'W 


—  250  — 


Te  diría  esas  historias 
Empapadas  de  elegancia 
Que  cuentan  viejas  memorias 
De  Hafitz  y  Saint-E vremont; 
O  esas  que  vienen  de  Francia 

Y  nos  perfuman  con  glorias 
De  Versailles  y  Trianón. 

Evocaría,  mi  Chela, 
Una  blonda  "princesita 
Que  surgiera  de  una  tela 
Finísima  de  Van-Dicfe 
O  una  duquesa  exquisita 
Qne  fuera  tina  diamela 
En  el  j  ardín  de  tu  chic 

O  la  lira  cristalina 
Del  «baccarat»  perfumado 
Vertiginosa  y  divina 
Sonaría  para  tí, 

Y  el  burbugear  irisado 
Sería  en  tu  alma  felina. 
Carcajadas  de  Mimí ! 

Penetraría  al  ducado 
Vaporoso  de  tu  gracia, 


Que  es  un  cofre  perfumado 
Donde  un  vago  lirio  azul 
Sublima  tu  aristocracia, 
i  Oh,  el  presidio  nacarado 
De  mi  lírico  bulbul ! 

Iría  hacia  el  amatista 
Diluido  en  tus  ojeras 
Desde  donde  algún  artista 
Al  modo  de  Paul  Verlaine, 
Llorara  tus  primaveras, 
Siempre  tristes  mientra  exista: 
La  noche,  el  piano  y  Chopin  . . 


Y  pasó  como  pasaba 
Con  su  orgullo  blasonado, 

Y  onduló  como  ondulaba 
Su  persona  de  bambú, 

Y  quedóse  el  destronado 
Con  su  ilusión  que  arrullaba 
Aquel  perverso  «frou-frou» 


José  G.  Antuña. 


1907. 


-o{!$CCCÍ)|}o— 


OUftUOAO 


Yo  ten^o  un  alma  dúplex :  ayer  en  mi  camino 
lloré  sobre  los  brazos  de  una  cruz  de  madera  ; 
3'  otro  día,  en  la  fuente  que  fluye  en  la  pradera 
me  conturbó  la  forma  de  un  flanco  femenino. 

Yo  tengo  un  lúnm  dúplex:  el  alma  del  Rabino 
que  dijo  la  parábola  bajo  la  verde  higuera, 
y  el  alma  tumultuosa  de  Paii,  que  en  la  ribera 
les  ofreció  á  las  ninfas  exámetros  y  vino. 

f;  Qué  anhela  el  alma  mía?  Subir  por  el  Calvario 
á  la  ciudad  que  guardan  con  su  poder  los  sellos 
del  libro  que  abrió  el  dulce  Cordero  del  Santuario? 

O  marchar  con  su  flauta,  por  la  ruta  armoniosa 
de  Eleusis,  enlazados  con  yedra  los  cabellos, 
á  compartir  el  tálamo  nupcial  de  alguna  diosa  ? 


Pacho  Valencia. 


251 


^arilla^ 


pe  un  libfo  en  prepafaeión 


Estaban  de  pie  frente  al  gran  es- 
pejo que  ocupaba  un  ángulo  del  ta- 
ller, bañados  en  la  tenue  luz  oblicua 
del  sol  poniente,  que  penetraba  ta- 
mizada por  las  cortinillas  de  la  ven- 
tana 

En  medio  de  la  estancia,  en  un 
caballete,  se  veía  una  tela  recién 
manchada  por  los  primeros  toques 
del  pincel.  Era  la  obra  de  concurso 
para  el  próximo  salón  del  Ateneo. 

Cuadros,  bronces,  tapicerías,  una 
jardinera  con  jacintos  que  parecían 
de  porcelana  ;  la  atmósfera  dulce  y 
tibia,  debido  al  abundante  fuego 
que  ardía  en  la  chimenea  y  sobre 
un  pequeño  conñdente,  en  revuelta 
confusión,  las  ropas  de  la  modelo 

Luchaban  ansiosos.  Octavio  casi 
dominándola;  Salomé  jadeante  y 
nerviosa,  con  el  cabello  suelto  y  en 
desorden,  riendo  con  una  risa  so- 
nora y  alegre,  enseñando  los  dien- 
tes blancos  y  bien  alineados,  mien- 
tras forcejeaba  por  desasir  sus  ma- 
nos de  las  del  pintor  que  las  opri- 
mían. 

En  tanto  él,  casi  frenético,  trata- 
ba de  arrancar  á  dentelladas,  el 
débil  lazo  que  sujetaba  en  los  hom- 
bros de  la  joven,  la  fina  camisa  de 
batista  que  cubría  su  cuerpo 

De  pronto  Salomé  lanzó  un  agudo 
grito  de  sorpresa,  sintiéndose  ven- 
cida, mientras  que  Octavio  la  obli- 
gaba, no  sin  esfuerzo,  á  levantar  los 
brazos  en  alto  para  contemplarla 
completamente  desnuda,  reflejada 
en  la  luna  del  espejo.  Pero  por  ins- 
tintivo movimitM.to,  revelador  aca- 
so de  un  resto  de  pudor,  ella  enco- 
gió una  pierna,  deteniendo  en  el 
muslo  í  uave  y  bl  neo  la  camisa  que 
uttsegiuido  máí  tarde  la  habría  li- 
brado en  carne!-  ;i  los  ojos  curiosos 
del  joven 

Aquel  inesperado  y  supremo  re- 
curso de  Salomé  disgustó  á  Octavio, 


y  como  no  pudiei^a  conseguir  su  ob- 
jeto, se  contentó  con  mirar  el  torso 
de  la  modelo. 

Luego,  con  violencia,  empujándo- 
la hacia  el  confidente,  le  dijo : 

—  ¡Anda,  virtuosa,  arrebújate  bien 
que  ni  el  honor  mereces  de  que  se 
te  mire  con  ojos  de  artista!.. 

Y  como  ella  ofendida  y  avergon- 
zada se  llevara  las  manos  al  rostro, 
rompiendo  en  .  sollozos,  la  camisa 
cayó  por  fin,  antes  de  que  pudiera 
impedirlo. 

Octavio  había  satisfecho  en  parte 
su  capricho;  pero  el  espejo,  su  cóm- 
plice, acababa  de  revelarle  con  fu- 
gaz rapidez,  en  el  campo  de  albura 
que  presentaba  la  escultural  espal- 
da de  Salomé,  un?  rojiza  mancha, 
como  húmeda  y  madura  fresa,  bro- 
tando en  un  bloque  de  marmol  de 
Carrara. 

Quiso  disimular  la  sorpresa  de 
aquella  revelación,  y  aproximán- 
dose á  ella : 

—  Galla  tontuela,  -  dijo  —  ¿por- 
qué te  enojas  ?  ¿  acaso  no  eres  mía? 

Vuélvete  que  quiero  copiar  una 
Iruta  que  te  han  dejado  ahí,  quizá, 
olvidada. 

Entonces  se  levantó  decidida. 

—  ¡  Cómo !  —  contestó  secamente 
—  dime  i  por  qué  me  tratas  de  esta 
manera  brutal,  sin  respeto  siquiera 
á  mi  debilidad  ? 

El  joven,  abandonando  la  voz, 
lentamente,  contestó : 

He  sido  un  atropellado,  lo  confie- 
so. No  hay  ningún  derecho  que  au- 
torice á  violar  el  «secreto  de  las  al- 
mas» 

Ella  se  vio  atac.uia,  descubierta 
en  esta  alusión  ;  y  al  mismo  tiempo 
se  sintió  la  más  fuerte  . 

—  Eso  no  es  verdad !  —gritó,  co- 
mo si  él  le  hubiera  reprochado  cla- 
ramente una  infidelidad 

Las  manos  de  Octavio  temblaron 


con  movimiento  de  ira,  pero  se  con- 
tuvo. 

—  ¿  Por  qué  te  defiendes  tan  viva- 
mente, si  yo  no  te  dicho  nada .  .  si 
yo  no  tengo  que  decirte  n¿»,da?  — 
dijo  casi  con  angustia,  como  ha- 
ciendo un  esfuerzo.  Y  en  el  fondo 
de  su  alma  pensaba : 

«  Defiéndete  todavía ;  no  lo  con- 
fieses ;  no  permitas  qae  mis  sospe- 
chas se  conviertan  en  realidades» .. 

Pero  aquello  que  pensaba  no  sa- 
lía á  sus  labios ;  sus  palabras  esta- 


ban en  desacuerdo  con  su  voz,  con 
su  voz  trémula  y  triste. 

Salomé  comprendió  que  se  había 
hecho  traición  con  su  grito  impru- 
dente, y,  cambiando  de  táctica,  to- 
mó de  pronto  la  ofensiva 

—Confiesa,  entonces,  que  lo  que 
desearías  tú,  sería  sorprenderme 
faltándote,— repuso  con  tono  tran- 
quilo é  inocente. 

Le  miraba  á  la  cara,  frente  á 
frente,  resuelta  á  defender  hasta  el 
fin  de  su  precaria  felicidad. 


Clara  ÍtIamktto 


—  253 


Octavio  dio  un  paso ;  ella  retro- 
cedió ante  él.  «Lo  adivina  todo,» 
pensó,  «y  me  abandonará »  Y  al 
pensarlo  sentía  el  cerebro  vacío 

Con  los  dientes  apretados,  volun- 
tariosa y  fría,  con  un  alma  casi 
trágica,  Salomé  osaba  levantar  la 
frente  delante  de  su  destino 

Un  segundo  transcurrió  largo  y 
pesado,  como  una  pequeña  é  incon- 
mensurable eternidad. 

Vio  que  él  no  estaba  encolerizado 
y  que  sus  ojos  se  anegaban  en  el 
vaho  de  la  pena  Su  grande  y  franco 
rostro  se  inclinó,  y  sus  labios  pro- 
nunciaron lentamente  estas  pala- 
bras: 

-  ¿  Ves  ? ;  lo  que  debía  llegar  ha. 
llegado !  . .  Mientras  te  aforras  á  la 
idea  de  no  hablar  jamás,  yo  se  que, 
lo  confieses  ó  no,  hay  desde  este 
momento  entre  nosotros  algo  que 
nos  impele  á  repudiarnos. .  . 

Y  como  hablando  consigo  mismo, 
continuó : 

¡Siempre  la  desgracia  que  nos 
persigue  encarnada  en  la  mujer! 
Una  vez  que  por  culpa  suya  penetra 
en  el  cerebro  una  idea,  nada  puede 
hacerla  salir;  todas  las  apariencias 
se  vuelven  contra  ella  misma. 


Y,  alzando  la  voz,  agregó:  * 

—  Así  pues,  tú  seguirás  siendo 
para  mí  la  que  guarda  un  secreto 
que  no  quiere  revelar  . . 

Parecióle  á  Salomé  mucho  más 
terrible  en  su  dulzura.  Todo  su  pa- 
sado honesto  subió  espontáneo,  co- 
mo queriendo  salir  de  su  boca,  com- 
prendiendo que  no  iba  á  poder  per- 
manecer callada  . .  que  iba  á  decir 
su  hondo,  su  profundo  secreto  . . 

Experimentaba  un  abandono  ine- 
fable del  alma,  como  una  breve  de- 
licia. Mas,  de  pronto,  con  el  terror 
de  lo  irreparable,  sintió  el  vértigo 
de  un  abismo  inmenso,  donde  se 
hundía  su  vida;  y  repoifléndose  con 
un  esfuerzo  violentQ : 

—  ¡Dios  mío!  ¡Dios  mío!— gimió 
cruzando  las  manos. 

Én  el  exceso  de  la  mentira,  ape- 
laba á  la  buena  fe,  transfigurada  de 
verdad,  inspirando  piedad  con  su 
rostro  afligido  de  sacrificada. 

¡Jamás  había  sido  menos  hipócrita 
ni  mentido  con  mayor  sinceridad! 

Florencio  Fernández  Gómez 

Buenos  Aires.  Agosto  19.07. 


-o{]$CCC^(}o.- 


J)Q  mi   loeura  .  .  . 


El  Vampipo» 


¡Oh!  fantástico,  siniestro  y  antiffuo  cuervo 
Llegado  de  las  riberas  de  la  Noche!... 


Edií.vri)   Vuk. 


De  la  Noche  en  la  sombra,  tan  negra 
Como  el  negro  plumaje  del  cuervo, 
Otra  vez  ha  venido  á  buscarme 
Mi  fatal  compañera  de  encierro, 

La  hermana  del  Hambre, 

Del  Vicio  y  del  Tedio; 

La  horrible  Locura 

Que  atrofia  el  cerebro. 

Ha  cambiado  mi  amada  de  anoche 

Su  forma  de  espectro, 
De  mujer  que  mató  la  lujuria 


K-^.- 


254  — 


Y  borracha  murió  con  ajenjo, 

Por  la  forma  extraña 

De  un  pájaro  negro 

Que  ulula  én  la  sombra 

Su  grito  agorero, 
El  atan  redoblando  en  el  alma 
Del  que  escucha  sus  lúgubres  ecos. 

Es  un  pájaro  huraño  y  sombrío, 
Repulsivo  en  su  lúgubre  aspecto, 
Que  revela  de  un  ave  nocturna 
El  instinto  rapaz,  carnicero, 

Y  en  su  canto,  que  es  grito  de  muerte. 
Se  asemeja  al  «akako»  funesto. 

De  fatídico  augurio  en  las  noches 

Del  lar  polinesio 
Cuando,  Triste,  presagia  el  desastre 
Al  posarse  de  un  «pa-lio»  on  el  techo. 

Con  su  cara  do  torvo  ungüirrostro. 
Con  sus  giros  de  cortos  revuelos, 
t;on  su  pico  ganchudo,  que  corta 
De  sus  ojos  la  línea  de  luego. 

Volando  en  mi  torno 

Parece  un  mochuelo. 
Al  batir  de  sus  alas  se  siente 
En  el  aire  fugaz  rnmoreo. 
Como  el  roce  de  plumas  frotadas 
Suavemente  sobre  un  terciopeU:». 
Lentitud  de  murciago  preside 
La  torpeza  de  sus  m<>vimientos 

Y  su  ronco  espirar  estertóreo 
Es  un  sordo  jadear  de  eurilemo. 

Con  pesado  volar  el  Vampiro 
Estrechando  sus  ciclos  aéreos 
Sobre  mí,  poco  á  poco,  detiene 
Un  instante  ¡-u  torpe  volteo, 
Me  aproxima  su  faz  halconada. 
Donde  brillan  sus  verdes  ojuelos. 
Tan  de  cerca  que  siento  en  la  mía 
El  hedor  de  su  fétido  aliento. 

Su  vista,  que  expide 

l;n  íluido  magnético. 
En  mí  clava  mirándome  fija 
Con  mirada  de  buho  siniestro. 
Luego  posa  su  garra  en  mi  testa 
Y,  al  oído,  me  dice  muy  quedo: 
«Soy  la  misma  que  ayer  te  ha  querido, 

Mi  pobre  bohemio, 

Yo  soy  la  Locura 
Que  la  Noche  pondré  en  tu  cerebro.» 

«iNo  te  asuste  que  venga,  callada, 
A  turbarte  otra  vez  en  tu  sueño, 
iNo  te  espante  que  oculte  mis  formas 
Bajo  el  negro  plumaje  de  un  cuervo. 


\ 


\ 


255 


'^- 


Para  mí  quiero  yo  tus  caricias, 
Para  mí  solamente  las  quieío. 

Y  por  eso  otra  vez  he  venido 

A  brindarte  mi  amor  del  Infierno.» 

«No  hallarás  quien  te  estime  en  el  mundo» 
Tu  no  tienes  ningún  abolengo, 
Una  heráldica  sombra  en  tu  campo 
Ya  su  «sable  color»  deja  impreso; 
Ya  en  tu  escudo  aparece  una  mancha 

Y  de  muchos  tendrás  el  desprecio. 
Blanco  lirio  doliente,  su  alma 

Con  su  amor,  que  te  llora  en  silencio, 

Ya  de  ti  para  siempre  se  aleja 

Y,  en  vez  de  ella,  á  buscarte  yo  vengo. 

No  pretendas,  esquivo,  evitarme 

A  mis  ansias  hurtando  tu  cuerpo. 

Si  me  huyes,  mi  pico  acerado 

De  milano  voraz  en  ti  cebo 

Y  batiendo  mis  alas  oDscuras 

Yo  la  noche  pondré  en  tu  cerebro. 
Eres  mío,  caíste  en  la  Sombra 

Y  en  mis  garras  quedaste  ya  preso! 

Pobre  poeta,  que  vives  soñando. 
Nada  vale  que  tengas  talento, 
Es  mejor  que  en  el  cóncavo  cráneo 
Guardes  sólo  aserrín  y  no  sesos; 
Nada  vale  la  luz  que  fulgura 
Fn  las  rimas  que  vibra  tu  plectro. 
Que  una  intensa  pasión  se  diluya 
En  la  línea  que  encierra  tu  verso, 
Ni  que  un  hondo  dolor  se  revele 
De  tus  cantos  en  el  sentimiento. 
Nadie  habrá  que  comprenda  tu  alma 
Que  al  Ideal  se  remonta  en  su  vuelo. 
Insensato  que  anhelas  Ventura 
Para  tí  yo  tan  sólo  li  tengo. 

Sólo  bajo  mi  negro  plumaje 
Sentirás  del  Placer  el  amplexo. 
Si  me  esquivas,  verás  en  tu  torno 
De  un  miraje  traidor  el  reflejo. 
La  mentida  ilusión  de  un  oasis 
En  el  blanco  arenal  del  desierto. 
Bajo  el  terso  cristal  de  las  aguas 
En  el  lago  hay  légamo  y  cieno. 
El  descanso  está  sólo  en  el  fondo 
De  un  sarcófago  sólido  hecho, 
Como  tumba  de  momias  egipcias, 
De  asfaltite,  betún  del  Mar  Muerto, 
Sin  la  luz  que  en  ti  alumbre  la  Duda 

Y  te  muestre  su  pálido  espectro 

«Nunca  más»  hallarás  tú  la  Dicha 
Que  persigues,  noctámbulo  inquieto; 
«Nunca  más»,  como  dijo  de  Poé 


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—  256  — 


El  antiguo  y  fantástico  Cuervo. 
Vespertilia  que  acecho  á  lo  obscuro 
De  mi  vida  el  preciado  alimento, 
De  la  Noche  en  la  densa  ti  niebla 
Chuparé  yo  tu  sangre  en  mis  besos.  > 

«Sil  Yo  quiero  estrecharte  en  mis  brazos, 
Que  los  tuyos  rodeen  mi  cuello. 
Que  el  ardor  de  tus  lúbricas  ansias 
Su  calor  le  transmita  á  mi  cuerpo, 

Y  el  candente  oscular  de  tus  labios 
En  los  míos  imprima  su  fuego. 
Con  pasión  de  pantera  celosa 

En  ti  quiero  saciar  mi  deseo; 
Para  hacerte  olvidar  el  Pasado 
Borraré  de  tu  mente  el  Recuerdo 

Y  agitando  mis  alas  de  sombra 
Yo  la  Noche  pondré  en  tu  cerebro. 
De  mi  negro  joyel  de  diamantes 
Te  daré  mi  diamante  más  negro, 
Te  daré  mi  diamante  de  Olvido 

Que  en  tí  ahogue  cualquier  sentimiento. 

Por  mi  negro  reir  de  Locura, 

Por  mi  mueca  infernal  y  mi  cetro. 

Yo  te  juro  que  sólo  conmigo 

El  descanso  hallará-^,  ¡oh  bohemio!» 

Así  habla  esta  Arpía,  que  avanza 
A  meterse  conmigo  en  el  lecho, 
Como  amante  que  viene  á  entregarse 
A  los  brazos  de  aquel  que  es  su  dueño. 
Al  sentir  que  me  oprime  el  fantasma 
Un  espasmo  contrae  mi  cuerpo, 

Temblor  convulsivo 

Agita  mí^  miembros, 

Y  en  el  colmo  de  un  pavido  espanto. 
Que  me  pone  de  punta  el  cabello. 
Quiero  hablar ...  y  exhalo  un  gemido. 
Quiero  alzarme  en  el  catre  y  no  puedo. 

Pero  trae  el  instinto  su  orgasmo 
Y,  á  su  impulso  animal  y  violento, 
Que  me  presta  galvánica  fuerza. 

Hago  un  movimiento: 
Bruscamente  rechazo  al  Vampiro 
Que  me  chupa  la  sangre  en  sus  besos. 

Después,  me  incorporo 
Y,  por  fln,  ya  del  todo  despierto. 
Enjugando  el  sudor  que  me  baña 

La  frente  y  el  pelo. 

Me  digo  entre  dientes: 
«¡Qué  espantoso,  qué  horrible  este  sueño!; 


\ 


AUKIAXO   M.    AGUIAR. 


Diiii'iiilirc  1! 


i 


—  257  — 

Tears  atid   Pkasure 


Yinierotí  la«   caricias  —  después   de  las  tTÍste3as  — 
¡Se  pinta    el  arco  iri^^ — conclaida  la  tormenta! 

I/OS  Ibesos  se  tomaron  —  ardientes   como  lia-mas  — 
I/OS  peclíos  parecían — tener  purpúrea  latía  .  .  • 

Ta  g-arganta   emitía  —  quejidos    ¡  Lella   ofrenda! 

íl^irra  para  mi   alma  —  qm  era  una  sombra   inmensa  .  .  . 

Tus  manos    su.  enroscal)an  —  caal    dos     albas    serpientes     - 
Q.n  mi  cuerpo,   -casallo       de  tus    placeres   crueles  .  .  . 

Gomo   á  líijos   del  "Prodigio  —  tus   ojos  go  miraba  — 
Tus   ojos   dolorosos  —  forjados   con   nostalgias  ! 

Tu  cuello   aparecía  —  como   un   castillo  Manco  — 
Qn   cugo  parque  un   cisne      entonara  sn  canto  .  .  . 

L-a    "Ooclíe   era  profunda  ^  como   crueldad   gitana  — 
6.1  mar  con  sns  espumas  _  protestas  murmuraba  .  .  . 

L-a  I/una  se  mostraba  —  en   el  cielo  estrellado  — 

Gomo   un   dantesco  espectro  —  qm  gime   en  el  Qspacio .  .  . 

¡  Oli   encantos   de  los  besos       después  de  los  S0II030S  ! 
¡  Olí    encantos   de  la    niebla  — después    de    días    l^ermosos  ! 

Qn  mi   espíritu  siempre  —  cantarán  sns  recuerdos  — 
^un   cuando  nuestro  idilio  —  será  un  ruiseñor  muerto! 

Tendrán  las  saamdades  —  de  un  fino  terciopelo  — 
Tendrán    las    -oibraciones  —  dolientes    de  un   arpegio  !  .  .  . 

Julio  Hsxúl  IVIendilahapsu. 

oB<M**nenKH*-tlv,  29  9*  3-itíío  de-  1907. 


—  258  — 


^ota5  ^obfQ  gruxela^ 


Al  salir  de  París  es  difícil  hallar 
otra  ciudad  que  deje  tan  grata  im- 
presión La  Helvecia  moderna  tie- 
ne, como  ningún  otro  lugar  del 
mundo,  el  prestigio  de  la  elegancia 
refinada,  de  la  espiritualidad  sutil, 
de  la  distinción  noble.  Todo  aque- 
llo que  constituye  lo  que  Gómez  Ca- 
rrillo apellidó 


^'- 


«alma  encan- 
tadora de  Pa- 
rís ». 

Br ux  e  las 
guarda  á  dis- 
tancia cié  rt  a 
semejanza  con 
la  noble  capital 
francesa  En  la 
lucha  de  los 
pueblos  euro- 
peos para  al- 
canzar la  he- 
gemonía del 
continente,  el 
qspíritu  fran 
cés  ha  sabido 
captarse  al  bel- 
ga; y  costum- 
bres, lengua, 
modos  de  pen- 
sar, son  conio 
una  prolonga- 
ción parisiense 
en  Bruxelas  El 
esfuerzo  ale- 
mán ha  podido  talvez  conquistar  el 
predominio  comercial,  pero  aquello 
que  constituye  la  vida  misma  del 
hombre  es  francés  por  excelencia. 

Admirable  ejemplo  el  de  Bélgica 
para  enseñar  lo  que  pueden  la  cor- 
dura y  la  sabiduría  humanas  .Este 
país  de  territorio  limitadísimo  ocu- 
pa hoy,  merced  agrandes  virtudes 
cívicas,  la  mejor  situación  económi- 
ca del  mundo  y  su  población  alcan- 
za la  mayor  densidad  conocida. 

Formado  de  elementos  heterogé- 
neos, la  disparidad  entre  flamencos 
y  walones  si  en  ocasiones  reapare- 


Paro  Ai'OLo 

ce,  se  eclipsa  cuando  así  lo  exige  la 
común  prosperidad.  Los  flamencos 
reclaman  para  su  lengua  las  mis- 
mas prerrogativas  legales  concedi- 
das al  francés,  y  en  tal  reivindica- 
ción van  tan  lejos  que  abandonando 
el  campo  de  la  justicia  y  de  su  con- 
veniencia, piden  que  el  habla  fla- 
menca sea  con- 


=a 


HITOHHEIiOS 


¡Yo  era  un  niño,  yo  era  un  niño, 
y  cuánto  ya  te  quería! 
El  dolor  (le  mi  carino 
era  mi  sola  alegría. 

Siempre  en   el  alma  la  idea 
(le  s(>r  contigo  sincero : 
-  ¡  Mañana  como  la  vea, 
le  diré    cuánto  la  (juiero  ! .  .  . 

Y  cuando  á  tí  me  acercal)a 
te   miraba,  te  miraba, 
y  á  hablarte  no  me  atrevía 

de  anuel  tímido  cariño  .  .  . 
;  Yo  era  un  niño,  vo   ora   un    niño. 


uánto  ya   te  quería  ! 


Francisco  Vu.i.aksi'ksa. 


8?: 


sagrada  como 
la  propia  de 
Bélgica. 

Raza  fuerte 
por  sus  condi- 
cionesde  vigor 
físico  y  de  in- 
dependencia 
personal,  los 
flamencos  son 
poseedores  de 
un  elevado  sen- 
timiento artís- 
tico. En  las 
épocas  de  su 
mayor  flores- 
cencia conta- 
ron á  Rúbeas, 
el  gran  maes- 
tro de  la  escue- 
la decorativa, 
Van  Dick,  Jor- 
daens  y  Te- 
niers,  creado- 
res de  belleza 
insigne. 
Si  en  la  pintura  y  en  la  escultura 
han  llegado  á  la  más  alta  cima  del 
arte,  no  han  obtenido  el  mismo 
grande  éxito  al  cultivar  las  letras 
en  su  propia  lengua.  Dista  mucho 
de  ser  una  inferioridad  efectiva  de 
las  mentes  flamencas  para  esta  cla- 
se de  trabajos,  porque  muchos  de 
los  escritores  que  tienen  puesto  de 
honor  en  el  mundo  de  la  literatura 
son  hijos  de  Flandes,  pero  todos 
ellos  prefieren  modelar  sus  pensa- 
mientos en  el  habla  francesa  para 
la  cual  han  cosechado  muchas  pá- 
ginas plenas  de  hermosura.  Sin  du- 


:« 


259    - 


da  el  flamenco  es  un  idioma  secun- 
dario visiblemente  inarmónico,  y  su 
literatura,  exceptuadas  las  obras  de 
Enrique  Gonscience  y  alguna  otra, 
no  ha  traspasado  reducidos  límites 
ni  merecido  la  versión  á  extranje- 
ras lenguas 

El  teatro  flamenco  con  escenas 
en  Bruxelas  y  Gand,  no  ha  marca- 
do nivel  digno  de  tenerse  en  cuen- 
ta Forma  contraste  con  el  cata- 
lán cuyo  renacimiento  es  verda- 
deramente admirable  Ouimerá  no 
sólo  es  aplaudido  por  sus  hermanos 
en  lengua  y  sus  hermanos  en  nacio- 
nalidad sino  que  lleva  á  más  remo- 
tos confines  los  ecos  de  su  gloria. 
«De  Tierra  Baja»,  aparte  la  tra- 
ducción al  castellano,  exist?  una  al 
francés  que  con  el  título  de  «  La  Ca- 
talane  »  será  adaptada  á  la  escena 
de  la  gran  ópera  de  París  en  la 
temporada  próxima. 

El  movimiento  intelectual  de 
Bruxelas  figura  entre  los  más  acti- 
vos y  entre  los  mejore^  Sin  hablar 
de  Maeterlinck  y  d)  los  hermanos 
Rosny,  más  exactamente  clasifica- 
dos entre  los  parisienses,  citemos 
á  Camille  Lemonnier,  novelista  de 
creaciones  vigorosas,  al  delicado 
Alberto  iMoc'^el  y  á  Verhaeren,  con- 
siderado por  muchos  como  el  pri- 
mer poeta  belga  de  la  hora  pre- 
sente. 

Las  ciencias  políticas  y  sociales 
tienen  brillante  representación  en 
la  Universidad  Libre  y  en  el  Insti- 
tuto de  sociología,  fundada  la  pri- 


mera por  Verhaegen,  establecido  el 
otro  por  Ernesto  Solvay.  No  existe 
trascendental  problema  económico, 
ni  descubrimiento  en  las  ciencias 
naturales  ó  en  las  filosóficas,  ni 
grande  hecho  colectivo  que  preocu- 
pe al  mundo  contemporáneo,  cuyo 
eco  no  repercuta  en  la  Universidad 
do  Bruxelas:  Vermeylen  desarrolla 
la  historia  del  arte;  Góblet  d'Alvie- 
11a  los  principios  generales  de  la 
evolución  religiosa;  Denis,  diputa- 
do soeialista,  entusiasta  como  un 
hombre  de  848,  expone  sus  ideales 
de  reformas;  WasvAciler  enséñala 
ciencia  sociológica  y  lleva  al  espíri- 
tu de  sus  discípulos  el  amor  al  siste- 
ma de  la  exactitud  matemática  en 
las  ciencias  sociales  con  sus  confe- 
rencias sobre  estadística  y  demo- 
grafía. 

Así  en  un  ambiente  de  libertad 
va  siendo  mayor  la  prosperidad  de 
este  pueblo;  va  escalando  máfe  al- 
tas cimas  su  espíritu.  La  riqueza 
se  desarrolla  en  un  movimiento  pa- 
ralelo: los  muelles  de  Anvers  ase- 
diados siempre  por  los  grandes 
vapores  mercantes;  la  industria 
metalúrgica  ocupando  millares  de 
obreros  y  grandes  capitales.  En  to- 
das partes  bulle  el  trabajo  y  se 
siente  la  inteligencia  Por  doquiera 
se  percibe  el  esfuerzo  fecundo  de 
un  pueblo  feliz. 

Enrique  OLAyA  Herrera. 

Bruxelas,  i:t07. 


•■o{l$C:íX$i}o- 


]SC"CrE:STK.OS    COLjPí.]BOPíLjPs.DOI^ES 


En  otro  lugar  del  presente  número  publicamos  el 
retrato  del  excelente  poeta  colombiano  Alberto  Sán- 
chez, yn  conocido  de  los  lectores  de  Apolo.  Inserta 
mos  también  una  poesía  de  Pacho  Valencia  y  prome 
temos  para  el  próximo  número  su  retrato  y  otra  poesía 
^uya  que  acaba  de  enviarnos  el  primero  de  los  poetas 
nombrados.  Ya  tendrán  nuestros  lectores  ocasión  de 
juzgar  las  condiciones  del  distinguido  poeta  Pacho 
VR\enc^^.  N.  DE  LA  R. 


—  260  — 


^iblio^ráfiea^ 


Iiibpos    y    folletos    recibidos 


IPoeíSÍa-s,  ^  POR  Ernesto  v 
Adolfo  León  Gómez.  Bogotá  '  Co- 
lombia ).  —  El  doctor  Adolfo  León 
Gómez,  autor  del  hermoso  drama 
«El  Soldado»  del  cual  hablamos  en 
números  anteriores,  acaba  de  obse- 
quiarnos con  un  grueso  volumen  de 
poesías  que  publicó  en  colaboración 
con  su  hermano  Ernesto  cuando  am- 
bos eran  adolescentes.  Tanto  las  poe- 
sías de  Ernesto,  el  hermano  desapa- 
recido, como  las  del  sobreviviente, 
son  muy  sentidas  y  delicadas,  aun- 
que no  hay  en  ellas  el  vuelo  de  las 
escuelas  modernas,  justificable  esto 
pues  el  tomo  que  nos  ocupa  fué  edi- 
tado en  el  año  1890,  es  decir,  mucho' 
antes  de  que  se  operase  la  evolución 
literaria  en  América.  En  cambio,  son 
todas  ellas  ricas  de  emotividad  y  es- 
tán llenas  de  ideas  originales 

IE^re;se:ripe:iorxe;s  y  téar- 
irainos  le;ga.le;s,  póR  Adol- 
fo León  GÓMEZ  (Bogotá) — Ade- 
más de  sus  tareas  literarias  que  han 
aportado  alas  letras  americanas  un 
preciado  contingente,  el  doctor  Gó- 
mez, avezado  en  la  lucha  por  la  vi- 
da, se  ocupa  magistralmente  de  las 
cuestiones  jurídicas,  harto  prosaicas 
y  opuestas  ellas  al  alma  de  los  inte- 
lectuales, ensoñadora  por  excelen- 
cia Con  el  libro  que  dejamos  ano- 
tado, el  doctor  Gómez  completa  su 
doble  personalidad  de  literato  y  ju- 
risconsulto. «Prescripciones  y  tér- 
minos legales»  viene  precedida  de 
unos  conceptos  elogiosos  del  magis- 
trado señor  Isaías  Castro  V ,  que  po- 
nen de  manifiesto  las  dotes  excep- 
cionales del  aplaudido  autor  de  *E\ 
Soldado». 

jPs-lba.  Lírica.-,  por  Luis  Co- 
rrea. Caracas  (Venezuela). —  Un 
nuevo  portalira  americano  viene  á 
engrosar  las  filas  de  la  hueste  lite- 
raria Luis  Correa,  un  adolescente 
que  se  inicia  con  laudables  entusias- 
mos y  pertenece  á  la  nueva  genera- 


ción de  poetas  venezolanos,  nos  ha 
obsequiado  amablemente  con  un 
ejemplar  de  su  «Alba  Lírica»,  volu- 
men de  poesías  cinceladas  con  pri- 
mor. Ellas  son  un  preludio,  pero 
un  preludio  triunfal  que  revela  al 
poeta  apto  para  todas  las  manifes- 
taciones del  pensamiento.  Pocas  son 
las  composiéiones  que  componen  es- 
ta.ülw^ta,  pero  ellas  bastan  para  re- 
eonoc0P  en  su  autor  las  dotes  excep- 
eiónátiés  del  poeta.  «Alba  Lírica» 
esta  dividida  én  tres  partes :  «  Aba- 
nicos gaiántes»,  «Alas  de  Cisne»  y 
«  Holocaustos  •  y  trae  un  breve  pró- 
logo deil  señor  Jesús  Semprún  y  una 
carta  del  conocido  literato  Pedro 
Emilio  Goll. 

Topa-crioSj  por  Rafael  Án- 
gel Troyo  San  José  (Costa  Rica). 
—  Constituye  el  presente  volumen 
una  serie  de  cuentos  y  fantasías  es- 
critos en  admirable  estilo  y  llenos 
de  entusiasmos  y  ternuras  juveni- 
les Su  autor,  harto  conocido  en  los 
círculos  literarios  de  nuestra  Amé- 
rica, pinta  allí  diversos  y  conmovi- 
dos paisajes  y  recorre  toda  una  ga- 
ma de  estados  de  alma,  sin  profun- 
dizar el  concepto,  lo  que  hace  que 
en  la  lectura  de  sus  diferentes  com- 
posiciones el  lector  halle  siempre 
un  deleite  nuevo  para  el  espíritu. 
La  obra  trae  un  pTólogo  del  exqui- 
sito poeta  colombiano  Julio  Flórez  y 
contiene  las  siguientes  composicio- 
nes: «  De  Blanco  y  Rosa  >,  «  Después 
del  Crespúsculo . . . »  «  Los  Luceros  », 
«Los  Primeros  Versos»,  «Nela», 
•  Supremo  Instante»,  «Las  Manza- 
nas», «Del  Pasado»,  «El  Rubí», 
«Del  Tiempo  Viejo»,  «La  Tristeza 
de  la  Luna»,  «El  más  viejo  de  la 
Aldea  »,  «  Aquella  Noche  »,  «  Eterno 
Anhelo»,  «El  Pañuelo»,  «Acuarela  », 
«En  la  llanura  inmensa» 

La.  cra.neiórx  de  la.  xri— 
da.  i  poe;sía.s  ),  La.  (zecn.- 
eión  de:  la.  ±an.txe;rte  ípro- 


261  — 


; ),  POR  Vicente  Medina.  Car 
TAGENA  España  ;  —  Vicente  Medi- 
na, el  inspirado  poeta  murciano 
que  nos  ha  favorecido  galantemente 
con  algunas  de  sus  poesías  inéditas 
acaba  de  obsequiarnos  con  un  ejem- 
plar de  cada  una  de  las  obras  que 
dejamos  anotadas.  Sin  mayor  espa- 
cio para  extendernos  en  un  jui- 
cio, y  sí  para  acusar  recibo  de 
ellas,  diremos  que  se  trata  de  dos 
obras  de  un  poeta  ya  consagrado 
en  Hispanoamérica.  Por  lo  demás, 
Vicente  Medina  es  conocido  y  alta- 
mente apreciado 
entre  nosotros  Es- 
to es  lo  mejor  que 
podemos  decir  en 
su  elogio  al  agra- 
decer su  obsequio. 
El  autor  de  «Aires 
murcianos»  pre- 
para actualmente 
un  nuevo  tomo  de 
composiciones 
poéticas  que  se  ti- 
tulará «  Poesía  ». 
Ca.annpa.fia. 
Florid-a.,  POR 
Ricardo  Arena- 
les    Barranqui- 

LLAiCOLOMBIA).— 

Es  un  breve  y  bien 
sentido  poema  es- 
crito casi  todo  él 
en  versos  alejan- 
drinos espontá- 
neos y  salpicados 
de  innumerables 
bellezas.  Su  autor, 
que  lo  es  también 
de    otro  poemita 

intitulado  «La  tristeza  del  camino,» 
pone  de  relieve  en  él  sus  cualidades 
de  poeta  descriptivo,  y  demuestra 
un  gran  amor  á  la  naturaleza  de  la 
cual  es  fiel  intérprete. 

!  Lástima  el  prosaísmo  de  ciertos 
versos  y  el  cambio  en  la  métrica 
sin  ninguna  transición!  Nos  referi- 
mos á  algunos  versos  libres  y  á  al- 
gunas expresiones  antipoéticas  que 
afean  el  poema  aquí  y  allá.  ¿Es 
versolibrista  Ricardo  Arenales  ? 
Creemos  que  si,  á  las  veces.  En 
«Campaña  Florida»,  la  repetición 
del  verso  final  en  ciertas  estrofas, 


I.  Emilio  Aragón 


no  resulta.  Sin  embargo,  estos  luna- 
res, que  dejarían  de  serlo  si  se  tra- 
tase de  una  obra  completamente  li- 
bre en  la  forma,  no  amortiguan 
mayormente  la  hermosura  del  poe- 
mita que  nos  ocupa,  y  que  es,  en 
conjunto,  sumamente  grato  y  deli- 
cado. 

¿Tu-icrio  lite;xa.rlo  sobre; 
el  escritor  soeia.lista. 
j9ÜD(zlsLxá.o  K-oea.,  'or  José 
G.  Bertotto.  -  Es  un  folleto  de  14 
páginas  escrito  en  estilo  sobrio  y 
con  amplio  criterio  filosófico  y  lite- 
rario. José  G  Ber- 
totto estudia  la 
personalidad  lite- 
raria de  Abelardo 
Rocca,  en  síntesis, 
sin  detenerse  ma- 
yormente en  los 
rasgos  caracterís- 
ticos de  aquel  es- 
critor extinto,  pe- 
ro llevándolos  al 
conocimiento  del 
lector  En  un  estu- 
dio así,  hecho  á 
grandes  rasgos, 
se  necesita  poner 
de  relieve  las  prin- 
cipales cualidades 
y  el  alma  del  es- 
critor juzgado 

Eso  es  lo  que  ha 
hecho  Bertotto  en 
su  folleto  reciente, 
que  trae  dentro 
de  su  concisión, 
breves  y  hermo- 
sas digresiones  so- 
bre la  lucha  eco- 
nómica y  la  moral  de  la  actual  so- 
ciedad. 

El  compañero  Bertotto  tiene  en 
preparación  dos  obras  más:  «Des- 
de la  cima»  (de  lucha)  y  «Visio- 
nes »  ( cuentos ). 

jPLlnaa.  trágica.,  por  Isi- 
dro Rodríguez  Martín  —  Hemos 
recibido  con  amable  dedicatoria  á 
la  revista  este  nuevo  libro  impreso 
en  los  reputados  talleres  de  la  Li- 
brería Moderna.  En  cuanto  lo  lea- 
mos emitiremos  nuestro  juicio. 
Mientras  tanto  diremos  que  la  obra 
de  Rodríguez  Martín,  ha  sido  bien 


262 


recibida  en  nuestros  círculos  inte- 
lectuales. Agradecemos  el  ejemplar 
que  se  nos  ha  enviado 

NUEVO  CANJ: 

!E^e;cia.gogís.  y  le;tra.s. — 
Ecuador  — Por  vez  primera  lle<?a 
á  nuestra  mesa  de  redacción  esta 
importante  revista  mensual  que  se 
publica  en  Guaj^aquil,  Ecuador. 

Bien  impresa,  con  multitud  de 
grabados  y  excelente  material  de 
lectura,  es  una  revista  que  se  abrirá 
camino  entre  sus  similares.  Son 
redactores  y  directores  de  ella  las 
siguientes  personas.  —  Vicente  D. 
Pintos  Larrea,  fíustavo  Lemos.  R. 
Alfredo  Sanz,  R.  y  Erancisco  J  Me- 
neses. 

lXle;s  literario.  —  CoRO.  — 
Venezuela.  —  Hemos  recibido  por 
vez  primera,  un  ejemplar  de  esta 
revista  literaria  que  en  Coro,  Vene- 
zuela dirigen  los  escritores  siguien- 
tes: Antonio  Smitli,  Carlos  Díaz  del 
Ciervo,  Camilo  Arcaya,  F.  Smith 
Monsón  y  Felipe  Valderrama.  lías- 
tan  los  nombres  citados  para  dar 
una  somera  idea  de  la  importancia 
de  los  trabajos  que  colman  las  pá- 
ginas de  Mof  Lite'  II  ■  i  >. 

Cxtxaya.qtj.il  a.rtístie:o. 

Guayaquil  — Ecuador  — Nos  ha 
visitado  esta  importante  publica- 
ción quincenal  que  en  Guayaquil  di- 
rige el  brillante  escritor  Juan  Anto- 
nio Al  mínate.  Los  números  que  te- 
nemos en  nuestro  poder  adunan  á 
lo  selecto  del  material  de  lectura, 
su  presentación  tipográfica 

Te:pie;  X_ite;ra.rio. — MÉJI- 
CO. —  Es  una  bella  revista  mensual 
de  literatura  y  variedades,  de  re- 
ciente creación  La  redactan  los  se- 
ñores Arturo  Moreno  y  Contreras  y 
Solón  Agüello  Retribuimos  el  canje. 

jPLlpa.  Ilixstra.d.a..  —  San 
Salvador.  —  Bajo  la  dirección  y  re- 
dacción de  los  brillantes  escritores 
Isidro  Moneada  y  Saturnino  Cortés 
Duran,  ha  empezado  á  publicarse 
esta  importante  revista  quincenal 
de  artes,  ciencias  y  letras.  Impresa 
en  excelente  papel  de  ilustración, 
con  hermosos  y  nítidamente  impre- 
sos grabados,  trae  escogido  material 


de  lectura  rubrado  por  escritores  ya 
consagrados  en  América.  Retribui- 
mos canje. 

La  KLe;pt£bliea  de;  las 
lístras  —  IXEad-rid.,  —  Ha  em- 
pezado á  visitarnos  esta  importan- 
te revista  madrileña  Buena  colabo- 
ración, y  excelente  material  gráfico 
traen  los  números  que  obran  ya  en 
nuestro  poder 

J>í-UL<z.\rsL  Era  -lXle;nd.o- 
za.  IE^e;pi.£blie:a  jPLrge:jn.- 
tirxa  —  Bajo  la  dirección  del  bri- 
llante escritor  uruguayo,  Arturo 
Ernesto  Agnirre,  se  publica  en  la 
ciudad,  de  Mendoza  la  revista  tri- 
mensual así  titulada.  «  Nueva  Era  » 
es  una  publicación  excelente,  reple- 
ta de  escogido  material  de  lectura 
y  de  no  menos  importante  material 
gráfico,  que  está  llamada  á  tener 
larga  y  próspera  vida. 

Es  suficiente  garantía  el  nombre 
y  la  preparación  literaria  de  su  di- 
rector. Con  placer  dejamos  estable- 
cido el  correspondiente  canje. 

V"e;rciad..  -  Santiago  de  Chi- 
le —  Hemos  recibido  el  primer  nú- 
mero de  esta  interesante  revista  de 
arte,  ciencia  y  crítica  que  dirige  el 
distinguido  literato  Luis  Roberto 
Boza,  ya  conocido  de  los  lectores  de 
«Apolo ».  Trae  un  sumario  muy  nu- 
trido y  selecto  En  el  número  que 
tenemos  á  la  vista  hay  colaboracio- 
nes de  Víctor  Domingo  Silva,  R. 
Blanco  Fombona,  E.  Gómez  Carri- 
llo, Juan  Ballesteros,  Luis  Roberto 
Boza,  Pedro  Sonderegger  y  otros 
reputados  escritores  hispano  ame- 
ricanos. 

Saludamos  al  nuevo  colega  y  de- 
jamos establecido  el  correspondiente 
canje. 

Eleos  del  Frogreso. — 
Salto  -  Hemos  recibido  varios  nú- 
meros de  este  importante  diario  que 
redacta  nuestro  compañero  de  re 
dacción  Perfecto  López  Campaña. 
Bien  impreso  y  con  excelente  mate- 
rial, E'ioa  d"l  i'rogre'in  es  uno  de 
los  diarios  mejores  de  nuestra  cam- 
paña. 

X-  íneas  —  Cartagena  —  (  Co- 
lóme r  a  ).  —  Hemos  recibido  el  pri- 
mer número  de  esta  elegante  y  selec- 
ta revista  literaria.  Bien  impresa,  en 


■^"ÍSífe. 


263 


papel  de  ilustración,  y  con  un  su- 
mario excelente  y  variado,  ella  está 
llamada  á  ser  una  de  las  principa- 
les revistas  colombianas.  Saludamos 
al  nuevo  colega  y  dej  amos  estable- 
cido el  canje. 
La.    !Re;pt£blie:a.,    —   Ba- 

RRANQÜILLA    -    (  COLOMBIA  \    —    A 

nuestra  mesa  de  redacción  han  lle- 
gado ios  números  85,  86  y  88  de  es- 
te interesante  diario  quese  publica 
bajo  la  dirección  del  señor  Rubén 
Moreno  V.  Agradecemos  el  envío  y 
corresponderemos  al  canje  de  prác- 
tica. 

EIl  I>l<DTt(z  di<z.  !Btxenos 
SuIt^s^  —  San 
Nicolás  —  Hemos 
recibido  algunos 
números  de  este 
importante  diario. 
En  uno  de  ellos  se 
ocupa  la  redac 
ción  de  uno  de 
nuestros  redacto- 
res; el  poeta  Ovi- 
dio Fernández 
Ríos,  con  motivo 
de  la  publicación 
en  dicho  diario, 
de  una  poesía  de 
aquel  poeta,  titu 
lada  «  Mi  Lira  » 

PiL  e; -u- i  s  t  a. 
de;  G!-txa.d.a.- 
la.ja.3ra..  —  He- 
mos   recibido    el 
primer  número  de 
esta  hermosa   re- 
vista ilustrada  que 
se  publica  en  la 
ciudad  de  Guada- 
la  jara  (  Méjico ).  Trae  un  escogido 
material  y  excelentes  fotograbados. 
Z.ig-Z.a.g.— Santiago  de  Chi- 
le. —  Tenemos  á  la  vista  los  núme- 
ros 133  y  134  de  esta  exquisita  revis- 
ta semanal  literaria  y  de  actualida- 
des. Es,  sin  duda  alguna,  entre  las 
de  su  índole,  la  mejor  que  se  publica 
en  América,  tanto  por  su  esmerada 
impresión  como  por  los  hermosísi- 
mos fotograbados  y  el  material  lite- 
rario que  contiene.  Los  números  que 
citamos  traen  bellas  reproducciones 
de    algunos    cuadros    de    artistas 
chilenos  y  elegantes   carátulas  en 


ÜBALDO  R.  Guerra 


tricromía    trabajadas   con    mucho 
acierto. 

Agradecemos  su  envió  y  corres- 
ponderemos al  canje  de  práctica. 

^T'id.a.  inte;le;crt-u.a.l. — San 
Salvador.  —Ha  llegado  por  prime- 
ra vez  á  nuestra  mesa  de  redacción 
esta  revista  de  ciencias,  letras  y  ar- 
tes, que  dirigen  los  distinguidos  es- 
critores Alonso  Reyes  Guerra  y  Jo- 
sé D.  Gorpeño,  correspondientes  á 
la  Academia  de  El  Salvador  El  nú  - 
mero  3  que  es  el  que  tenemos  á  la 
vista,  está  dedicado  á  la  memoria 
del  escritor  y  poeta  Isaías  Gamboa, 
fallecido  el  23  de  Julio  de  1904  en  el 
Callao  (Perú). 

Su  sumario  es 
muy  variado  é  in- 
teresante 

Saludamos  al  co- 
lega y  dejamos  es- 
tablecido el  canje. 

CANJE  ORDINARIO 

«Páginas   Ilus- 
tradas», San  José 
de  Costa  Rica;  «La 
Quincena  »,    San 
Salvador  ;    «  Le- 
tras», Habana  (Cu- 
ba); «El  Diluvio», 
Barcelona;  «Ger- 
men», Buenos  Ai- 
res; *  Caras  y  Ca • 
retas»,  Buenos  \i- 
res  ;    «  Letras  », 
Buenos  .\ires;  «El 
Deber  Cívico»,  Me- 
ló; «El  Iris»,  Ce- 
rro ;   «  Verdad  », 
Montevideo;  «El  Anunciador  Costa" 
Rícense»,   San  José  de  Costa  Rica ; 
«Natura»,  Montevideo-;  «América», 
Habana  (Cuba);  «El  Civismo»,  Ro- 
cha; cEl    Orden»,  Minas;    «Nueva 
Vida»,  San  Salvador;  «Vida   Nue- 
va», Florida;  «El  Obrero»,  Rocha; 
«El  Heraldo»,  Maldouado ;  « La  Tri- 
buna Libertaria  »,  Montevideo;  «  Re- 
vista Gráfica»,  Montevideo;   «Éli- 
tros», Maracaibo  (Venezuela);  «La 
Voz  del  Perú»,  Iquique;  «Trofeos  », 
Bogotá 


^-:h^.c 


i       ' 
—  264  —  ' 


Revista  talitia 


En  brevo  llegará  el  primer  número  de  esta  publicación  mensual  que 
dirige  en  Madrid,  el  distinguido  y  galano  poeta  Francisco  Villaespesa, 
ya  conocido  en   nuestro    ambiente  literario. 

Se  trata  de  una  revista  llamada  á  ser  portavoz  del  pensamiento 
contemporáneo,  pues  colaboran  en  ella  escritores  consagrados  tanto  de 
Europa    como   de  la  América  Latina. 

He   aquí  su  sumario: 

« Giosue  Carducci »,  conmemorado  por  Gabriel  D'Annunzio.  — 
.«Viaje  sentimental»  (poesías  ,  por  Francisco  Villaespesa.  -«Una 
.aventura  de  Don  Juan  -  (  novela  en  forma  dramática  ),  por  Alfredo 
Blanco.  —  «  El  desayuno  »,  por  Miguel  de  Unamuno.  -  « El  libro  de  las 
Victorias  »  (  diálogos  )  por  Isaac  Muñoz  -  «  La  balada  de  Almoraduj  » 
y  «  Elegía  *  i  poesías  ,  por  Juan  R  Jiménez.  —  «  Soneto  »,  por  Rubén 
Dariü.  —«Rosa  de  la  tarde»,  por  Ramón  del  Valle -Inclán.  -«¡Muer- 
ta! •  (poesía),  por  Amado  Ñervo. —  « Jaculatorias  místicas»,  por  Juan 
Puyol.  -«Soneto»,  por  José  Santos  Chocano  — «De  Unamuno  y  sus 
-versos»  (estudio  crítico),  por  Augusto  Vis^ero.  —  «  Los  grandes  poe- 
tas*; « Romance  «,  «La  Nereida»,  «  Harlem  »  y  «Crepúsculo»  (poe- 
sías ),  por  Eugenio  de  Castro.  — « La  medida  de  las  horas »,  por 
Mauricio  Maeterlinok. —  «Rimas  del  Trópico  ,  por  .Alfredo  Gómez 
Jaime  —«El  sentimiento  religioso  v  la  crítica»,  por  José  Enrique  Rodó 

—  ,í;  Staccati  »,  por  Tomás  Morales.  —  «La  marcha  de  las  águilas», 
(páginas  de  viaje  \  por  Tulio  M  Cestero  —«  Los  nuevos  poetas»,  poe- 
sías de  Manuel  Monterrey,  José  Muñoz  Sanromán,  Gonzalo  Molina  y 
Félix  Cuquerella.  —  «Viejos  y  jóvenes»,  por  Antonio  de  Hoyos  —«De 
música:  «Un  músico  español»  (Ramón  Montilla ',  por  Leonardo  Sherif. 

—  «  De  arte  >,  por  José  Francés.  —  Bibliografía  :  *•  Carmen  é  Historias 
perversas  »,  por  Fernando  Fortún.  —  «  Prosas  laudes  »  por  Leonardo 
Sherif.  —  «  Citerea  »,  por  Felipe  Sassone.  « Tristitise  Rerum  »,  por  M. 
Romero  Martínez..  - «  La  cueva  de  los  buhos  »  por  Augusto  Vivero  — 
«Versos  de  Abril*  y  «  La  hora  romántica»,  por  Ángel  Luya  —  Otras 
notas  de  E  Ramírez  Ángel;  Tomás  Morales,  Gonzalo  Molina,  etc. — «Re- 
vista de  revistas    . 

Como  se  ve,  el  sumario  es  excelente. 

Revista  Latina  estará  en  venta  en  la  Librería  Moderna  de  O  M. 
Bertani,  Sarandí  240,  y  18  de  Julio  34?;  lo  mismo  se  atenderán  los  pe- 
didos qué  se  hagan  á  la  Administración  de  APOLO. 

El  corresponsalato  de  Revista  Latina  en  Montevideo,  ha  sido  con- 
fiado al  director  de  APOLO,  el  cual  ha  recibido  la  siguiente  comuni- 
cación : 


A  Pérez  ¡/  Ci'ris. 

La  dirección  de  esta  Revista,  ha  acordado  nombrar  á  usted,  redac- 
j:or  de  la  misma  en  Montevideo. 

Madrid,  15  de  Agosto  de  1907. 
El  Director.  •       '  El  Secretario. 

Villaespesa.  José  M.  Harco. 

El  Administrador. 

M.  DE  Castro. 


flPOüO 


HEVlSTfl    DE   flí^TE 
«     V  SOCIOIiOGIfí      - 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Redactor:    V.  LÓPEZ   CAMPAÑA  —  Secretario  de  Redacción:   O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 
AÑO  II  —  N."  9.  Montevideo— Buenos  Aires,  Noviembre  de  1907. 


Rií)ios  í)olíticos 


Entre  los  infinitos  órdenes  de  riitios.  Icis  polí- 
ticos son  los  más  toscos  y  detestables.  Tre[ioí'f 
era  nno  de  ellos,  isual  qíie  García  Moreno,  el 
l)residente  canonizado,  y  como  los  ripios,  sea 
cnal  fuere  su  orden,  se  hacen  siemjtre  odiosos, 
ambos  fueron  eliminados. 

Los  actos  de  crueldad  ejecutados  con  toda  clase  de  refinamien- 
tos por  la  policía  del  Imperio  Moscovita,  se  han  puesto  en  práctica 
aquí  por  mandato  del  actual  jefe  político  coronel  West. 

El  asalto  llevado  á  cabo  recientemente  contra  el  Centro  Inter- 
nacional, é  iniciado  por  un  conocido  vivevr  al  servicio  de  las  auto- 
ridades, demuestra  evidentemente  la  mala  voluntad  del  Gobierno 
en  poner  coto  á  los  desmanes  de  la  banda  policial  y  lo  hace  cóm- 
plice, al  mismo  tiempo,  de  los  atentados  cometidos  por  ésta  en  el 
seno  íntimo  de  las  colectividades  obreras.  ¿Si  así  no  fuese,  el  seílor 
Williraan  no  hubiera  destituido  inmediatamente  al  coronel  West 
como  persona  inepta  para  mantener  elorden  público,  j  apta,  muy 
apta  para  provocar  el  desorden?  ¿No  lo  hubiera  destituido  después 
de  las  terribles  acusaciones  formuladas  contra  él  por  el  periodista 
Leoncio  Lasso  de  la  Vega  en  su  tonante  «  ¡  Yo  acuso  !  i»  ? 

Esa  actitud  pasiva  del  poder  ejecutivo  merece  los  más  acerbos 
reproches.  El  primer  magistrado  no  procederá  como  el  caso  lo  re- 
quiere, y  el  coronel  West  seguirá  en  su  puesto  tejiendo  nuevas 
redes  para  apresar  á  los  cruzados  de  la  libertad  é  imponiendo  á  su 
antojo  leyes  inquisitoriales  no  sancionadas  aún  por  ningún  gobier- 
no de  los  países  civilizados. 

Un  jefe  político  es  el  encargado  de  velar  por  los  derechos  del 
pueblo  que  para  eso  paga  impuestos  y  contribuciones,  pero  él  no 
puede  coartar  e&os  mismos  derechos  sin  extralimitarse  en  sus  atri- 
buciones. Y  si  lo  hiciere:  ¿no  hay  quienes  podrían  condenarlo 
por  abuso  de  autoridad  ? 

Sí,  que  los  hay,  pero  como  todos  ellos  son  lobos  de  un  mismo 
cubil,  se  comprenden,  y  lo  que  hace  uno  es  aplaudido  en  coro  por 
los  otros. 

¡  Así  va  la  Democracia !  ¡  Hacia  la  desaparición,  desde  que  el 
señor  Williman  ocupó  la  silla  presidencial,  incierto  y  vacilante 
como  un  doncel  que,  por  primera  vez,  requiriese  de  amores  á  una 
dama! 

PÉREZ    Y    CURIS. 


*a 


—  2ti(;  — 

José  EnriqueíRodó 


EN    1906 


0^  mi   cari-era 


Para  Apolo 

La  intolerancia  puede  ser,  transitoriamente,  una 
fuerza  fecunda  y  poderosa  en  el  espíritu  del  poeta 
innovador,  del  que  descubre  un  mundo  y  no  tiene  ojos 
más  que  para  verlo,  ni  entusiasmos  más  que  para  amarlo 


—  267  — 

Jamás  puede  ser  sino  una  limitación  odiosa  é  infecunda 
en  el  espíritu  del  crítico.  Mes  haines  es  una  obra  intere- 
sante y  viril,  porque  detrás  de  su  clamoreo  de  guerra  se 
siente  sonar  el  férreo  paso  de  una  legión  de  libros 
conquistadores.  Sería  una  obra  que  ya  no  leería  nadie 
si  sólo  significase  un  poder  de  odiar  que  no  estuviera 
unido  al  don  genial  de  la  creación. 

—  Hay  quienes  con  la  afectación  de  una  frialdad 
displicente  pretenden  demostrar  un  exquisito  y  refi- 
nado buen  gusto.  Pero  ya  observó  Vauvenargues  que 
el  no  saber  elogiar  jamás  sino  con  tibieza,  es  una  de 
las  pruebas  más  irrecusables  de  mediocridad. 

—  La  superioridad  de  la  crítica  moderna  consiste 
esencialmente  en  el  sentimiento  de  la  tolerancia,  que 
tanto  la  anima  y  enaltece;  en  su  infinita  capacidad 
de  comprender;  en  su  insaciable  aspiración  á  discul- 
parlo y  explicarlo  todo.  Consiste  ella  también  en  haber 
hecho,  de  lo  que  antes  era  un  juicio  austero  y  des- 
carnado, una  psicología  penetrante  y  una  historia  de 
las  costumbres  y  las  ideas.  Pero  nunca  llegará  á  for- 
marse un  concepto  justo  de  esa  superioridad  si  no  se 
tiene  en  cuenta  la  reconciliación  de  las  formas  de  la 
crítica  can  el  estilo  y  con  el  arte:  la  variedad  infi- 
nita en  las  formas  de  expresión,  que,  permitiendo  al 
crítico  literario  ser,  alternativamente  ó  á  un  mismo 
tijmpo,  un  conversador;  un  maestro,  un  poeta,  un  no- 
velador, un  moralista,  hacen  de  la  crítica  man  jada  á 
la  manera  de  Sainte-Beuve  ó  de  Taine,  una  especie  de 
arte  resumitivo,  y  del  crítico  artista  un  hombre  de 
muchas  almas^  como  aquellos  maravillosos  humanis- 
tas del  Renacimiento ! 

José  Enrique  Rodó. 


-o^íCXX^O^- 


Uti  lejano  amor  d-e  tiifio... 

. . .  Muy  cerca  de  mí  ha  pasado  Corrían  entre  las  flores 

por  el  parque  en  primavera,  los  niños ...  Los  ruiseñores 

como  una  visión  postrera  entonaban  su  cantar . . . 
que  al  sentirse  se  ha  borrado. 

Y  esa  aparición  ha  sido 

En  el  ambiente  ha  sonado  para  mí  como  un  perdido 

su  vieja  voz  cual  si  fuera  amor  que  he  vuelto  á  encontrar, 
una  canción  que  dijera 

algún  dolor  ignorado.  Fernando  Fortün. 


^H 


268 


Para  mi  nido  ^^^ 


(fl  una  niña) 


¿Tá  no   sa!be«  por    q-aé   go  "hago    "ücrsos 

g   canto  incan«aMe   como   el   pajarillo 

qae  !ba«ca   en  los  campos,    canta   qae   canta, 

«a   grano   de  trigo  ? 
"Paes    e«,   dalce  prenda,   porqae  como  el  pájaro 

también  tengo   nido 
g   en    él  mis  liijaelos   gae  sé  gae    me   esperan 

abierto   el  piqaito  .  .  . 

¡  todo    el  ^anto   día, 

pío,  . .  .   pío,  .  .  .   pío  !  .  .  . 

¿Tá   no   «abes  por  qaé   canto   triste? 

"Paes   es  porq-ae  l^e   "oisto 
Sobre    el   árido   campo   sin   mieses 

maerto   an   pajarillo 
Qae,    cantando,    cantando,    bascaba 

sa   grano   de   trigo  ... 

es  porqae   desliedlo 

"üí  también    el    nido 
g    en    él   sas   l^ijaelos   mariéndose    de   l^ambrc 

g   abierto   el  pigaito, 

¡  todo    el   santo    día, 

pío,  .  .  .   pío,  .  .  .   pío  !  .  .  . 

Vieente  JWIedina. 


(■i)     SJeí  -ivw&vo  iiito  «Soedía»,   «--tv  -ptc-tvía. 


269 


fttnor  y  dolor 


A  primera  vista  parece  extraña 
é  inexpicable  la  relación  entre  el 
amor  y  el  sufrimiento,  entendiendo 
por  éste  la  tendencia  á  deleitarse  el 
hombre  causándolo  y  á  experimen- 
tarlo la  mujer.  No  nos  podemos 
convencer  de  que  una  mujer  fina  y 
de  voluntad  firme  se  enamore  de 
quien  la  hace  víctima  de  malos  tra- 
tos, morales  ó  físicos,  ni  de  que  un 
hombre  inteligente,  tierno  y  apa- 
sionado, se  complazca  en  martirizar 
á  su  adorada,  una  vez  que  ésta  se 
le  ha  abandonado  Para  compren- 
der tales  perversiones  del  instinto 
sexual,  hay  que  tener  presente,  sin 
embargo,  que  la  mujer  admite,  sí, 
el  sufrimiento,  la  simple  molestia  ó 
la  sujeción  por  parte  del  hombre, 
pero  siempre  dentro  de  ciertos  lími- 
tes. Así;  podríamos  considerar  co- 
mo grado  normal  de  los  mismos^ 
aquel  sufrimiento  ligero  que  el 
hombre  puede  aplacar  con  sus  cari- 
cias, y  que  soporta,  gustosa,  la  mu 
jer,  en  cuanto  es  algo  así  como  un 
precursor  del  placer. 

Ahora  bien;  si  ese  sufrimiento 
excede  de  los  referidos  límites,  aun- 
que pudiera  ser  tolerado  por  razón 
del  apoyo  que  le  presta  su  origen 
biológico,  no  causaría  disfrute.  Y 
esto  porque  quedaría  forzada  de  un 
modo  demasiado  violento  la  nota 
natural,  dejando  de  ser  perfecto  el 
ritmo  del  amor.  Una  mujer  puede 
desear  ser  violentada  hasta  brutal- 
mente si  se  quiere  :  más  ese  forza- 
miento de  su  voluntad  habrá  de  ser 
encaminado  á  aquellas  cosas  que  le 
son  esencial  y  profundamente  gra- 
tas. El  hombre  que  deje  de  com- 
prender esto,  es  un  profano  en  cues- 
tiones amorosas. 

«Me  gusta  que  me  peguen  para 
obligarme  á  hacer  cosas  contra  mi 
voluntad».  Tal  me  decía  en  cierta 
ocasión  una  mujer,  quien  agregaba 
que  los  golpes  recibidos  sólo  le  eran 
sabrosos  cuando  no  le  hacían  dema- 
siado daño.   La  ilimitadaí  sumisión 


de  Griselda  no  tiene  acaso  plena 
razón  de  ser  biológica,  si  bien,  des- 
de el  pimto  de  vista  artística,  es 
admisible  cual  una  acabada  pará- 
frasis sobre  nuestro  tema,  justifica- 
da por  esa  terminación. 

Este  punto  tiene  otro  ejemplo 
que  lo  ilustra,  en  los  siguientes  pá- 
rrafos de  una  carta  escrita  por  cier- 
ta señora: 

«  La  sumisión  al  hombre  es  y  será 
siempre  para  nosotras  un  preludio 
del  placer.  Ahora  bien,  por  experien- 
cia propia  y  por  confidencias  de  ami- 
gas, puedo  decir  que  cuando  lo  que 
se  discute  entre  el  hombre  y  la  mu- 
jer es  demasiado  importante,  anula 
por  completo  el  sentimiento  sexual ; 
y  por  el  contrario,  en  las,  discusio- 
nes sobre  cosas  pequeñas,  el  impul- 
so sexual  anula  al  pensamiento  de 
qierer  tener  razón.  Si  los  dos  sen- 
timientos son  iguales,  plantéase  el 
conflicto,  del  que  puedo  conservar- 
me apartada  haciendo  cálculos  so- 
bre cuál  de  ello?  prepondera,  si 
bien  yo  trato  de  alentar  todo  lo  po- 
sible el  sentimiento  sensual.  Si  es 
el  otro  el  que  predomina  al  fin, 
queda  un  sentimiento  de  irritación 
mental  y  de  malestar  físico. 

Cuando  el  hombre  se  sobrepone 
en  discusiones  pequeñas,  bien  pue- 
de asegurarse  que,  en  cada  diez 
casos,  en  nujeve  experimento mos 
excitación  sexual.  Si  por  el  contra- 
rio, esa  preponderancia  se  ejerce 
en  cosas  grandes,  ó  el  hombre  se 
reconoce  sin  fuerza  para  imponer- 
se, entonces  se  determina  en  noso- 
tras un  sentimiento  de  menosprecio 
hacia  él  ó  una  sensación  muy  dife- 
rente de  la  que  él  se  propone. 

Piensan  las  mujeres  que  los  hom- 
bres, si  han  de  excitar  las  pasiones 
femeninas,  deben  ser  más  fuertes 
que  las  mujeres.  No  estoy  conforme 
con  esa  creencia.  Un  hombre  apa- 
sionado tiene  muchas  probabilida- 
des en  su  favor,  puesto  que  sus  pri- 
mitivos  instintos    son    fuertes.    El 


270  — 


deseo  de  subyugar  á  la  hembra  es 
innato  al  macho,  y  en  todas  las 
cuestiones  pequeñas  ejercerá  éste 
su  autoridad  para  hacer  sentir  á 
aquélla  su  poder.  En  ¡cambio,  la 
mujer  sabe  que  en  una  cuestión  de 
verdadera  importancia  tiene  mu- 
chas probabilidades  de  salirse  con 
la  suya,  hiriendo  la  susceptibilidad 
masculina,  mayor  que  la  femenina. 
Un  ejemplo,  en  apoyo  de  lo  que 
digo. 

Hace  algún  tiempo  me  hallaba 
una   tarde   en 

cierto  j  ardín  _--    - 

público,  oyen- 
do tocar  á  una 
banda  militar, 
cuando  una  jo- 
vencita  y  su 
novio  vinieron 
á  sentarse  cer- 
ca de  mí.  Ella 
filé  la  primera 
en  acomodar- 
se, y  el  novio 
por  un  capri- 
cho cualquiera, 
indicó  á  la  mu- 
chacha que  se 
sentara  en  otra 
silla  La  joven 
se  negó,  si- 
guiéndose un 
altercado.  El 
hombre  repitió 
la  orden  nue- 
vamente, y  es- 
ta vez  con  tal 
acento  im 
perativo,  que 
la  muchacha 
cambió  de  puesto  inmediatamente: 

—  Creí  que  no  me  habías  oído  — 
dijo  el  mozo,  satisfecho.  —  Que  no 
vuelva  á  ocurrir  esto. 

Interesándome  esta  escena  amo- 
rosa, sometí  luego  á  la  io"ven  al  si- 
guiente interrogatorio  : 

—  ¿  Tenía  usted  algún  interés  en 
sentarse  en  un  sitio  con  preferencia 
al  otro  ? 

—  No. 

—  ¿Le 
placer  la 
respecto 
gar  ? 


Abelardo  M.  G amarra 

DircL-tor    de    Integridad 


causaba  á  usted  cierto 
insistencia  de  su  novio 
á   que    cambiara   de   lu- 


—  Sí  —  me  contestó,  después  de 
una  ligera  duda 

—  Y  ¿  por  qué  razón  ? 
i  No  sé ! 

—  ¿Se  lo  hubiese  causado  del  mis- 
mo modo  de  haber  usted  deseado 
verdaderamente  sentarse  en  aque- 
lla silla  ?  ¿  sí,  por  ejemplo,  hubiera 
usted  tenido  un  grano  en  la  mejilla 
y  hubiese  querido  ocultarlo  á  la  vis- 
ta de  su  novio. 

—  No.  La  idea  de  que  él  lo  hubiese 
estado  mirando  me  habría  enojado, 

impidiéndome 
experimentar 
satisfacción  al- 
guna 

Me  parece 
que  este  peque- 
ño diálogo  co- 
rrobora mis 
asertos  En  el 
momento  que 
una  cosa  pro- 
duzca á  la  mu- 
jer verdadera 
contrariedad, 
desaparecerá 
el  goce  físico  ». 
Ya  sé  que,  al 
evidenciar  la 
tendencia  fe- 
menina á  delei- 
tarse sufrien- 
do, no  faltará 
quien  me  acuse 
de  que  intento 
degradar  al  se- 
xo débil,  dando 
argumentos  á 
los  que  preco- 
nizan la  nece- 
sidad de  que  la  mujer  esté  supedi- 
tada al  hombre.  Sólo  diré  que  ya 
hace  tiempo  pasaron  los  días  de 
discutir  la  sujeción  de  la  mujer. 
Fn  cuanto  á  lo  demás,  añadiré 
ahora  que  la  tendencia  en  cues- 
tión ha  sido  comprobada  nume- 
rosísimas veces,  tanto  en  mujeres 
anormales  como  normales,  no  nece- 
sitándose, por  tanto,  insistir  sobre 
ese  punto. 

A  aquellos  que  lamentarían  la  in- 
fluencia de  semejantes  hechos  so- 
bre el  progreso  social,  les  diré  que 
no  se  sale  ganando  nada  con  tener 


Lima 


—  271    — 


á  la  mujer  por  hombres  menores. 
No ;  las  mujeres  son  mujeres ;  obe- 
decen á  las  leyes  de  su  naturaleza 
propia ;  su  desarrollo  se  verifica 
con  arreglo  á  esas  mismas  leyes,  y 
no  con  arreglo  á  las  leyes  naturales 
masculinas 

Hoy,  como  en  los  tiempos  de  Ba- 
cón,  sigue  siendo  una  verdad  que 
para  aprender  á  dominar  á  la  na- 
turaleza debemos  empezar  por  obe- 
decerla. Ignorar  los  hechos  es 
arriesgarse    á    contratiempos    en 


nuestra  apreciación  del  progreso. 
Fl  hecho  particular  que  acabamos 
de  estudiar  es  vitalísimo,  radical  y 
en  extremo  ai'tiflcioso  en  su  in- 
lluencia.  Es  sencillamente  tonto 
querer  des.conocerlo.  No  podremos 
formarnos  mi  exacto  juicio  de  la 
vida,  ni  llegar  á  una  sana  legisla- 
ción de  la  vida,  sin  poseer  un  exac- 
to y  preciso  conocimiento  de  los 
instintos  fundamentales  sobre  los 
que  la  Vida  gravita 

ílAVELock    Elms. 


ta  Fuerza  cotitta  las  Ideas 


Es  un  pensamiento  favorito  de 
los  liberales  contemporáneos  el  de 
que  la  fuerza  no  puede  nada  contra 
las  ideas.  En  lo  que  á  mí  se  refiere, 
confieso  que  no  creo  en  esa  impo- 
tencia. 

No  veo  que  se  pueda  impedir  que, 
por  medio  del  hierro  y  del  fuego,  se 
haga  callar  la  inteligencia. 

En  el  siglo  XVI  Italia  era  la  tie- 
rra de  las  ideas.  En  el  siglo  siguien- 
te habían  desaparecido  esas  mismas 
ideas,  no  por  medio  de  discusión 
sino  por  el  derramamierito  de  san- 
gre. En  la  misma  época  los  países 
Uajos  eran  muy  herejes,  lo  que  se 
les  quitó  en  virtud  del  hierro,  del 
fuego  y  de  la  horca.  Cuando  Felipe 
II  hizo  quemar  á  todos  los  que  pre- 
tendían tener  un  pensamiento  libre 
y  pobló  de  buhos  las  ciudades  de 
Gantes,  Ih-ujas  y  Amberes,  obligó  á 
los  herejes  á  que  callaran  y  recono- 
cieran la  santidad  de  nuesti^a  fe. 

En  los  países  católicos  donde  las 
ideas  son  el  monopolio  de  algunos, 
puesto  que  el  fanatismo  impide  que 
penetren  en  las  masas,  la  luz  de  la 
verdad  parece  un  privilegio  y  se 
hace  odiosa  á  las  multitudes  cuya 
única  herencia  son  las  tinieblas. 

í^osa  extraña,  el  hierro  que  no 
puede  n^da  contra  la  superstición, 
ha  dejado  ver  que  no  es  impotente 
contra  las  ideas.  Es  que  la  una  se 
apoya  sobre  un  gran  número  y  las 


otras  sobre  un  pequeño  grupo.  Toda 
la  Italia  se  conmovió  con  la  muerte 
de  San  Javier,  mientras  veía  con 
indiferencia,  los  martirios  de  sus 
grandes  filósofos. 

L'is  Villani,  Dante  y  el  pueblo 
italiano,  se  comprenden  mutuamen- 
te. VlaquiaveU),  (iiordano  Bruno, 
Sarpi,  Vico,  Calileo  y  ese  mismo 
pueblo,  no  h:ui  sabido  compren- 
derse 

I  Qué  tienen  que  decirse  si  no  se 
conocen  ? 

Esa  es  una  de  las  razones  que  ex- 
plican porque  Italia,  Francia  y 
todos  los  pueblos  que  en  el  Siglo 
XM  se  opusieron  á  la  libertad  reli- 
giosa, hoy  se  ven  castigados  con  la 
impusibilidad  de  entrar,  en  el  Siglo 
XX,  en  la  libertad  política.  No  pue- 
den respirar  el  aire  de  libertad. 

¿Qué  impórtala  libertad  de  im- 
prenta al  que  no  sabe  leer  ?  Qué  la 
de  pensar  al  que  no  puede  hacerlo 
sin  ser  hereje  ?  Qué  la  de  concien- 
cia al  que  no  se  atreve  á  delibe- 
rar ?  Todas  esas  pretendidas  con- 
quistas del  hombre  moderno  no  se- 
rán más  que  ideales  y  vanidades 
para  los  pueblos  siervos  del  papa 
romano 

El  mundo  del  alma  no  existe  para 
ellos ;  el  que  les  ofrezca  « pan  y 
circo »  será  más  bien  recibido  que 
quién  les  hable  de  libertad  moral. 

Edgar  Quinet. 


—  272   - 


K-ecótidita  armonía... 


Ante  su  retrato. 

Mujer,  que  has  alcrinzrido  vivir  en  mi  memoria, 
Que  ante  tu  amor,  tan  sólo,  mi   orgullo  se  inclinó, 
Que  has  hecho  de  mi   vida,  rincón  azul  de  gloria. 
Para  que  sueñe  mi  alma  lo  que  jamás  soñó: 


Escucha:  Yo  te  imploro  hincando  la  rodilla 
Perdón  para  mis  culpas  de  prevaricador; 
¡Oh  amada,  mi  soberbia  tan  sólo  á  tí  se  humilla! 
¡Lo  que  no  pudo  el  mundo  lo  consiguió  tu  amor! 


■,^K 


-  273  — 

Escucha,  que  yo  quiero  rezar  mis  oraciones 
Ungidas  de  suprema  sentimentalidad 
Para  que  nuestras  almas  y  nuestros  corazones 
Lleguen  volando  al  templo  de  la  Inmortalidad. 

¡Oh,  tú,  que  con  caricias  disipas  mis  enojos. 
Que  á  mi  pasión  rebelde  tu  magestad  venció, 
Dime:  ¿verdad  que  sabes,  que  son  tus  negros  ojos 
Los  únicos  espejos  en  que  me  miro  yo? 

¿Verdad,  que  tus  encantos  serán  tan  sólo  míos, 
Que  has  de  ofrecerme  siempre  tu  dulce  bendición, 
Que  no  has  de  darme  celos,  que  no  serán  sombríos 
Los  cielos  de  las  noches  de  nuestra  excelsa  unión? 

Por  ti,  busco  la  gloria  para  adormirte  en  ella. 
Por  ti  á  la  lid  se  apresta,  mi  noble  juventud; 

Y  en  mis  noches  de  ensueños  tu  imagen  es  mi  estrella, 

Y  en  mi  camino  incierto,  mi  estrella  es  tu  virtud. 

Por  tu  alma  y  por  tu  nombre  se  yergue  mi  hidalguía 

Como  el  león  que  guarda  el  nido  de  su  amor; 

¡  Si  el  mundo  te  ofendiera  con  su  astuta  falsía, 

Al  mundo  le  haría  escombros  para  vengar  tu   honor ! 

Cuando  te  veo  triste...  ¡Qué  enfermo  yo   rae  siento! 
Tú  tienes  con  el  llanto,  consuelo  á  tu  pesar! 
Pero  yo,  que  comparto  tu  mismo  sufrimiento, 
¡  No  tengo  ni  una  lágrima  para  poder  llorar ! 

Cuando  te  veo  enferma,  mis  noches  son  extrañas. 
Son  hondas  mis  ojeras  por  no  poder  dormir  ; 
¡Yo  cruzaría  océanos,  abismos  y  montañas, 

Y  cien  vidas  daría  por  no  verte  sufrir  ! 

Pero  ¡  ay !  si  llega  un  día  que  tú  'indiferente. 

De  mi  alma  y  mis  amores  ya  no  te  acuerdas  más  ; 

Yo  romperé  mi  lira  contra  mi  augusta  frente, 

Y  olvidaré  mis  glorias,  pero  tu  amor...  ¡jamás  ! 

Oviüio  Fernández  Ríos. 


—   274    — 

acerca  d^l   **mod^raismo" 


No  (Je  hoy,  sino  de  larga  fecha,  y 
un  período  de  veinte  años  no  sería 
corto  para  fijar  su  iniciación,  se  ob- 
serva  una  tendencia  señaladísima 
en  las  letras  mundiales,  pero  espe- 
cialmente  en  las   castellanas,   que 
rompe  con  los  viejos  moldes,  que 
abre  nuevos  horizontes  y  que  seña- 
la ignorados  senderos.  Pueril  y  ne- 
cio alarde  de 
erudición  se- 
ría  señalar 
los.    distintos 
«  p  r  e  c  u  r  s  0- 
res»  de  esta 
tendencia. 
Los  nombres 
son  tantos,  y 
tan  al  alcance 
están  de  cual- 
quier gaceti- 
llero que  no 
vale  la  pena 
de  mencio- 
narlos. En  la 
revolución 
rom;intica   y 
su   correlati- 
V  o    movi- 
miento natu- 
ralista tene- 
mos el  pei'ío- 
(Ic)  de  incuba- 
ción del  nue- 
vo arte.  N.)de 
la  nueva  «  es- 
cu  e  1  a »     La 
tendencia, 
positivamen- 
te   fructuosa 
que  ha  dado 
en    llamarse 

modernista,  esiá  bien  lejos  de  ser 
una  escuela  Todas  las  escuelas 
son  intransigentes:  o>tentan  re- 
glas, cañones,  moldes,  tipos  que 
deberán  imitarse,  el  « modernií-- 
mo»  por  el  contrario,  desdeña  to- 
das las  reglas,  fustiga  á  todos  los 
imitadores  y  exige,  precisamente, 
lo  que  exigía  un  escolástico,  ó  por 
lo  menos  el  « creador »  de  una 
escuela:  personalidad,  temperamen- 


JosK  M.^  Fernández  Saldaña 


to,  originalidad.  Eso  es  lo  que  dis- 
tingue, entre  todas  las  tendencias, 
escuelas  y  capillas  que  han  apa- 
recido en  la  escena  literaria,  á  la 
tendencia  «modernista».  Pide  ta- 
lento y  además  del  talento  algo  dis- 
tintivo y  característico  en  cada  ar- 
tista ;  no  se  conforma,  como  por 
ejemplo,  el  « clasicismo  »  con  que 

se  haya  imi- 
tado mejor  ó 
peor  á  Ar- 
gensola,  á 
Hurtado  de 
Mendoza  ó  á 
Cervantes; 
quiere  que  no 
haya  imita- 
ción. En  tal 
sentido  nada 
más  benefi- 
cioso para  el 
auge  y  brillo 
de  las  letras 
que  ese  asen- 
dereado mo- 
dernismo; 
pero  nada, 
tampoco,  que 
ofrezca  más 
peligros  por- 
que ninguna 
otra  tenden- 
cia artística 
está  más  cer- 
ca de  lo  «ba- 
rrocco»  y  de 
lo  «cursi».  El 
prurito  de  la 
novedad  y  de 
la  originali- 
dad conduce 
seguramente  á  la  pedantería  y 
amaneramiento  que  son  los  gran- 
des lunares  del  arte.  Pero  cabe 
decir  que  el  peligro  que  el  ma- 
nejo de  la  electricidad  acarrea  no 
ha  de  vedarnos  su  uso,  sino  sen- 
cillamente garantizarnos  contra  el 
riesgo  por  medio  de  un  conocimien- 
to perfecto  de  los  aparatos  que  va- 
mos á  manejar.  El  hecho,  por  otra 
parte,  de  que  haya  electricistas  tor- 


275  — 


pes  no  quiere  decir  que  él  fluido  sea 
inconveniente . . . 

En  mi  concepto  el  modernismo 
no  tiene  propiamente  definición. 
Como  no  tiene  fórmulas  que  lo  re- 
gulen tampoco  tiene  fórmulas  (jue 
lo  representen  Y  no  es  por  cierto 
que  sea  algo  indefinible,  sino  que  es 
tan  comprensivo  que  se  hace  preci- 
so recurrir  á  una  complicada  serie 
de  circunloquios  para  expresar  m 
« la  idea  •  sino  la  multitud  de  ideas 
que  envuelve  «  el  modernismo  ». 

Siendo  así,  difícil  resulta,  en  ver- 
dad, indicar  preferencias  hacia  de- 
terminados autores  que  puedan  ca- 
ber en  1?  clasificación  de  modernis- 
tas :  los  modernistas  no  están  ca- 
racterizados por  ningún  rasgo  «ab- 
solutamente ♦  comiía  como  no  sea 
la  repulsión  hacia  la  vulgaridad,  pe- 
ro todo  artista  de  antaño  y  de  ogaño 
ha  experimentado  siempre  ese  san- 
to temor,  y  complícase  aún  más, 
por  ello,  la  clasificación  deseada. 

íln  cuanto  á  lo  que  sea  preciso  á 
la  evolución  de  las  letras  esa  ten- 
dencia cabe  asegurar  que  es  benefi- 
ciosa en  el  mas  alto  grado.  La  evo- 
lución, en  todos  los  órdenes,  exije 
la  derogación  de  lo  existente:  el  mo- 
dernismo es  irreverente.  Para  él  no 
hay  majestades,  para  él  no  hay 
«santones  ,  no  hay  ídolos.  Pudiera 
llegarse  á  asegurar  que  lo>  que  se 
cubren  con  la  máscara  modernista 
proclamando  Jefes  de  esta  escuela, 
son  los  menos  modernistas  de  la 
banda.  Daríj,  el  gran  Rubén,  á  quien 
tanto  deben  las  letras  castellana», 
ha  dicho  en  el  prólogo  de  uno  de  sus 
libros,  contestando  á  los  que  de  él 
solicitaban  pragmáticas  y  dogmas, 
que  «  al  proclamar  un  arte  acrático 
incurriría  en  con  ra dicción  dando 
reglas  nuevas  para  suplir  las  reglas 
que  él  intentaba  destruir.  »  La  ob- 
servación es  de  gran  valor ;  si  el 
modernismo  se  caracteriza  por  rom- 
per con  tradiciones,  con  modelos  y 
con  .lefes,  caería  en  el  mismo  defec- 
to de  que  acusaba  á  sus  adversarios 
aceptando  otras  reglas  en  sustitu- 
ción de  las  leyes  que  desdeñó  ó  que 
quiso  abolir 

En  esto  se  repite  el  c;"so  de  nues- 
tras democracias  americanas,  que 


destruyen  un  cacique  para  colocar 
otro  cacique  en  su  lugar  . . . 

Podría  intentarse  la  definición  del 
modernismo  declarando  que  «es 
una  escuela  que  rechaza  todas  las 
escuelas  ».  Pero  esta  artificiosa  de- 
finición tampoco  es  muy  exacta.  Lo 
único  que  cabe  aplicar  á  todos  los 
«  modernistas  »  es  esta  caracterís- 
tica :  el  predominio  de  la  persona- 
lidad, el  anhelo  de  hacer  or  ginal  lo 
nuevo  y  lo  viejo  manoseado. 

Un  caso  perfectamente  típico  de 
*  modernismo  »  es  el  de  Gómez  Ca- 
rrillo. Es  modernista  por  su  concep- 
ción ecléctica  del  arte,  por  su  «dia- 
fanidad» admirable  en  el  estilo,  por 
su  aticismo  en  la  expresión,  por  la 
novedad  en  las  ideas.  Y  es  no  menos 
característicamente  modernista 
Maeterlink,  obscuro,  intenso,  subje- 
tivo. 

La  crítica,la  obra  crítica  de  Gó- 
mez GarriUo  es  un  modelo  de  Mo- 
dernismo: analiza  á  cada  autor  y 
analiza  cada  obra  de  un  modo  tan 
gallardo,  que  el  lector  va  insensi- 
blemente penetrando  en  el  secreto 
del  artista  estudiado  como  si  las  ob- 
servaciones fueran  hechas  pjr  sí 
mismo,  como  si  Gómez  Carrillo  no 
hubiera  estudiado,  y  profundi/.adoy 
aquilatado  con  su  extensísima  cul- 
tura, cada  uno  de  los  rasgos  esen- 
ciales de  la  producción  de  este  ó  de 
aquel  autor. 

Manuel  Ugarte  es  un  modernista; 
también  lo  es  Dominici,  como  lo  es 
a  su  Uivii.)  Vargas  Vil  a,  el  gran  ro- 
mántico 

¿  Y  podría  hallarse  cuatro  nom- 
bres más  conocidos  que  los  citados 
y  que  correspondieran  á  autores 
más  esencial  y  formalmente  anta- 
gónicos ? 

Gómez  Carrillo  tiene  todaladeli- 
Ciideza  parisiense  con  la  austeridad 
halena  y  la  harmonía  latina;  Igar- 
te  un  vigor  germano  de  pensamien- 
to y  una  severidad  y  concisión  in- 
glesas ;  Dominici  tiene  la  finura  de 
un  Da  Vinci,  la  sutilidad  de  un  Pe- 
troniv);  Vargas  Vila  la  fuerza  arro- 
lladora  del  hispano,  neta  bravamen- 
te hispano,  con  la  grandeza  de  Hugo 
(  español  por  su  alma  )  y  la  arrogan- 
cia de  un  Castelar. 


—   276  — 

Y  son  modernistas  los  cuatro  .    .      dernistas  los  que  usted  prefiere  ?  » 

Y  cierro  estas  líneas  copiando  una  Los  prefiero  . . .  á  todos. 

de  las  preguntas  de  la  enquéte ;  que  En  arte  y  en  amor  me  gusta  siem- 

contesto :  pre  lo  nuevo  . . . 

-  .  i  Cuáles   son   entre  ,los_^mo-       .       ^^^^^^  ^_  ^^  Carricarte. 


-o{i$CXC$&o- 


acracia 


Yo  he  soñado  con  una  hembra  generosa . . . 
Generosa  cual  la  pródiga  Natura 
Que  nos  brinda  su  hermosura 

En  la  copa  de  los  siglos  que  es  espléndida  y  grandiosa. 
Yo  he  bebido  de  sus  ojos,  he  aspirado  de  su  boca, 
He  sentido  de  su  pecho 

Y  he  robado  pensamientos  de  su  mente, 

Y  ella  siempre  generosa  me  ofrecía 

De  sus  ojos,  de  su  boca,  de  su  pecho  y  su  cabeza, 

La  fructífera  simiente 
Que  alentaba  con  su  fuego  á  mi  poesía 

Y  aliviaba  mis  dolores,  mitigaba  mi  tristeza 

Y  arrastraba  mis  ensueños  juveniles 
Por  las  férvidas  comarcas  de  la  Idea 

Con    sus    hórridos    desier  os   y   sus    plácidos   pensiles. 


En  el  cieno  dormitaba 
Sepultaclo  en   la  carroña  nauseabunda  del  Prejuicio ; 

.No  sentía  ni  pensaba .  . . 
Era  un  nulo  y  miserable  desperdicio 
Arrojado  en  los  rincones,  pisoteado  como  un  trapo  ; 
De  los  hombres  en  la  eterna  mascarada 
Yo  colgaba  de  sus  hombros  como  harapo 
V  decían  (lue  era  túnica  dorada. 
Se  reían  do  mi  facha  arlequinesca. 
Se  mofaban  de  mi  horrible  raquitismo... 
¡Y  olvidaban  en  su  orgullo  de  ignorantes 

Que  eran  todos  á  sí  mismo  ! 


Ella  vino  'á  (lospertarme  del  letargo   vergonzante 
Con  su  aliento  perfumado  de  esperanza, 

Y  en  mi  noche  repugnante 
Yí  los  fúlgidos   destellos  de  la  aurora  en  lontananza. 
En  mi  frente  puso  el  fuego  de  los  grandes  pensamientos 
Y  en  mi  pecho  las  volcánicas  entrañas, 
¡Al  unirse  estas  dos  fuerzas,  las  montañas 
Han  caído  á  los  abismos  con  estruendo  de  hundimientos ! 

Alejandro  Sux. 

Buenos  Aires.  Oetiiliic  de  lltOT. 


277 


_La  Qsirofa  dQ  oro 


Se  habían  quedado  solos,  como 
olvidados  allá  en  un  ángulo  semi- 
obscurecido  del  salón,  en  tanto  en 
el  extremo  opuesto  la  señora  de 
Baires,  las  señoritas  de  Very  Well 
y  la  viuda  de  Bandolín,  comentaban 
en  rueda  los  últimos  acontecimien- 
tos de  la  semana. 

Era  en  un  atardecer  hermoso  y 
sofocante   de   Noviembre.    Por   las 
abiertas  vidrieras  veíase  un  trozo 
de  la  quinta :  los  sen- 
deros enarenados  del     f~      -      , - 
jardín;  las  ramazones     ['"         "; 
plomizas   de   las   acá-     \ 
cias;  los  simétricos     I         :'  -    ■ 
canteros    de    heliotro- 
pos,  de  rosas,  de  mar- 
garitas y  de  lirios,  flo- 
recientes todos  en  la 
pubertad  anunciadora 
de  la  estación  insi- 
nuante; alguno*^  «píos» 
de  pájaros  errabundos 
vibraban  en  el  aire  so- 
noro de  la  tarde  cadu- 
ca, y,  en  el  polvo  de 
agua  del   surtidor,  en 
los  claros   del  follaje, 
en  la  lejanía  blanca  y 
recta  del  camino  que 
esfumábase  á  lo  lejos, 
los  oros  del  crepúsculo 
chispeaban  en  una  nie- 
bla luminosa  de  fosforescencias  me- 
tálicas. 

Se  estaba  bien  allí,  en  aquel  salón 
amplio,  cuyos  muebles  y  colgadu- 
ras, bronces  y  bibelots,  iban  per- 
diendo poco  á  poco  sus  contornos 
bajo  la  penumbra  cada  vez  más 
creciente  del  crepúsculo  que  avan- 
zaba. A  ratos,  ecos  lejanos  y  desva- 
necidos, esos  mil  murmullos  que  en 
el  campo  y  á  esa  hora  percibimos  á 
distancia,  llegaban  como  en  un  va- 
go espolvoreo  de  ruido,  pero  pron- 
to eran  ahogados  por  las  voces  de 
la  señora  de  Baires,  de  las  señori- 
tas de  Very  Well  y  de  la  viuda  de 
Bandolín. 

—  ¿Han  estado  ustedes  en  la  ópe- 


1 


T.  Vidal  Belo 


ra?  .  .  .  ¿Oh,  aquello  es  admirable, 
admirable?  Los  modistos  se  han 
portado  *  comme  il  faut !  Sedas,  vi- 
sos, gasas,  plumas:  todo  de  lo  más 
chic.  Luego,  los  descotes  más  pro- 
nunciados ;  las  faldas  ceñidísimas  ; 
los  bucles  con  añadidos  ...  en  fln  : 
i  admirable,  admirable! 

¿  Y  el  tenor,  el  bello  Pelandrini, 
como  le  llamamos?  .  .  .  Qué  mona- 
da, qué   monada  !  —  suspiró  melan- 
cólicamente   la    viuda 
de  Bandolín. 

— En  cuanto  al  con- 
junto de  la  compañía 
sentenció  gravemen- 
te la  señora  de  Baires 
debe  ?er  indudable- 
mente notable!  ¿No  lo 
creen  ustedes  así,  se- 
ñoritas de_Very  Well  ^ 
—  Sí,  señora:  ¡nota- 
bilísimo,   notabilísi- 
mo ! . . .  Así  es  como  lo 
dice  papá. . . 

Allá  en  aquel  rincón 
discreto  y  distanciado 
del  círculo  de  señoras, 
en  su  butaca  de  pelu- 
che  perla  y  estilo  mo- 
dernista, Vtarcel,  el 
poeta  de  «Las  Nostal- 
gias Crespuscnlares  », 
arrellenado  democráti- 
camente sonreía  á  Graciela  que,  á 
su  lado,  le  recriminase  con  su  vo- 
cesita  dulce  y  acariciadora  de  mu- 
jercita  mimada 

—  ¡Ali,  ustedes,  los  poetas  son 
incomprensibles!  ¿Querrá usted  de- 
cirme en  que  ha  estado  pensando 
hasta  ahora,  así,  en  esa  actitud  hie- 
rátiea  de  Bhuda  contemplativo  ?. . . 
Marcel  se  alargó,  se  incorporó, 
se  estiró  beatíficamente  y  como  sa- 
liendo de  un  ensueño  en  su  butaca : 
luego,  dejando  caer  las  sílabas,  de- 
sarticulándolas: 

— ¡  In-com-pren-sibles  ! . . .  ¡  In- 
com-pren-sibles!  .  .  .    ¡vaya,    ha 
dicho  usted  la  palabra ! 
Era  fino,  movible,  nervioso  ;  pero 


278  — 


tenía  momentos  de  enervante  in- 
dolencia musulmana,  idiosincracia 
ésta  que  entre  el  círculo  de  sus 
amigos  y  cenáculos  int^ectuales 
había  logrado  crearle  cieírto  presti- 
gio como  aristócrata  f^iis-fagon, 
graciosamente  despreocupado  y  dis- 
plicente, y  lo  que  no  obstaba  para 
que  él  aseverase  que  durante  esas 
crisis  hubiera  concebido  sus  poe- 
mas más  hermosos 

Ahora,  acariciándose  con  ambas 
manos  la  cabellera  undosa,  dúctil  > 
suave  como  la  de  una  mujer,  son- 
reía con  laxitud,  mientras  sus  ojos 
sonámbulos  y  como  obnubilados  por 
un  velo  de  fiebre  interior,  miraban 
hacia  afuera,  hacia  el  jardín,  hacia 
los  árboles  distantes,  dormidos  bajo 
los  vapores  violetas  del  crepúsculo; 
hacia  el  horizonte  lacre,  húmedo, 
lleno  de  brumosidades  grises,  y 
donde  un  sol  rojo  y  sanguinolento 
declinaba  su  ruta. 

Callaron.  Allá  en  el  otro  extremo  de 
1  ^.  sala  la  señora  de  Baires  había  rea- 
nudado nuevamente  la  conversación, 
y  su  voz  meliflua,  enfática,  henchida 
"de  genuílexiones  graves,  tenía  gra- 
daciones de  una  comicidad  hermosa. 

—  Han  leído  ustedes  el  relato  del 
proceso  Waddington  ?. . .  ¡  es  inte- 
resantísimo, interesantísimo !  Cuan- 
tos comentarios  ;  cuantas  intri- 
gas qué  de  intimideces  violadas  por 
ese  prurito  de  la  publicidad  perio- 
dística !  Y  pensar  que  todo  esto  ha 
ocurrido  en  el  gran  mundo,  en  la 
óreme,  en  el  chic . . .  sí,  en  el  su- 
per-chic  de  la  sociedad  ! 

Exteriorizaba  su  indignación  en 
una  inquietud  airada  de  toda  su 
personalidad  obesa  Recogía  con  es 
trépito  su  viso  de  moaré:  hacía  en- 
tre-liorar  los  dijes  de  oro  de  su  ca- 
dena ;  dejaba  caer  sus  manos  dimi- 
nutas, dándose  fuertes  míinotadas 
sobre  los  muslos  cortos  y  carnosos 

La  viuda  de  Bandolín,  placida, 
bondadosa,  siempre  indulgente  para 
con  las  debilidades  volubles  do  los 
hombres,  tuvo  una  frase  de  conmi- 
seración hacia  el  héroe: 

—  Esos  Waddington  — dijo—  han 
sido  feroces  :  Balmaceda  era  todo  un 
hombrecito  !  —  ¿  Ao  lo  creen  ustedes 
así,  señoritas  de  Very  Well  ? 


Esta  pregunta  hecha  á  boca  de 
jarro  pareció  turbar  á  las  señoritas 
de  Very  Well.  Largas,  flacuchas, 
pecosas,  de  un  rubio  descolorido; 
ambas  vestidas  de  igaal  manera, 
sonriendo  de  igual  manera,  hablan- 
do de  igual  manera,  se  las  podría 
confundir  fácilmente  como  a  una 
gota  de  agua. 

Balbucearon  dos  ó  tres  frases  in- 
coherentes é  ininteligibles  —  Su  es- 
panto era  visible.  —Y  luego,  á  una 
sola  voz,  cantaron  de  plano  su  igno- 
rancia de  veinte  años  en  un  tan  es- 
cabroso asunto. 

—  ¿El  proceso  Waddington?  .. 
Balmaceda  ? . . .  no  sabemos  nada, 
pero  absolutamente  nada  de  todo 
esto.  Juramos  á  ustedes  que  no  he- 
mos leído  ni  por  encima  esos  rela- 
tos ! . .  como  papá  es  así,  tan  se- 
vero, tan  delicado,  tan...  ¡Oh! 
¿papá?  ¿papá?  ¡¡Ooooooooh! ! 

Atisbando  á  Marcel  con  sus  gran- 
des ojos  picarescos  semivelados 
por  sedeñas  pestañas,  Graciela  ha- 
bía proferido  de  repente  un  gritito 
agudo  y  chillón. 

—  ¡Ta!  ta!  ta!..  ¡Pero  que  ton- 
ta soy! —exclamaba,  mostrando  al 
reir  su  dentadura  diminuta  y  de  un 
adorable  blancor.  —  ¡Pues  no  está 
usted  desde  hace  un  cuarto  de  hora 
empeñado  en  —  ¿  cómo  diré  ?  en 
hallar  esa  estrofa  de  oro  que  según 
usted  será  el  remate  glorioso  de  un 
poema  que  la  belleza  de  este  cre- 
púsculo y  la  perspectiva  de  este  pa- 
norama han  logrado  inspirarle  ! . . . 
¡  La  estrofa  de  oro  !  La  estrofa  de 
oro!  ..  Vaya;  y  cuan  graciosa  le 
ha  parecido  esta  expresión  suya  á 
mamá! 

Reía  como  una  colegiala  :  mos- 
ti'ando  los  ojuelos  de  sus  mejillas 
morenas  sombreadas  p  r  una  pelu- 
silla  de  fru'a  en  sazón;  echando 
hacía  ati^is  su  cabecita  bruna  ;  es- 
tremeciendo en  locos  sacudimientos 
todo  su  cuerpo  alargado  y  ág  1  cuya 
frescura  y  gracia inspir'aljan  \ui  dul- 
ce encanto  de  juventud  y  lozanía, 

Marcel,  inclinándose  hacia  ella,  la 
reprochó  con  dulzura: 

¡  Qué  cruel  es  usted!  cómo  se  bur- 
la usted  de  mí ! .  ,  Y  tan  luego  us- 
ted que  es  acaso  la  única  mujer  que 


# 


—  279 


en  realidad  me  ha  comprendido ;  la 
Tínica  que  al  través  de  mis  versos 
ha  sabido  sutilizar  mi  alma  y  mi 
corazón  de  poeta! ...  ¡  Ah,  Graciela, 
Graciela  ! . , . 

Habíase  aproximado  aún  máf?: 
envolviéndola  en  el  fulgor  de  sus 
miradas;  bebiéndola  el  aliento;  ro- 
zándola con  sus  ropas  en  la  vehe- 
mencia febril  de  sus  ademanes. 

Si,  —  prosiguió,  —  he  dicho  la  es- 
trofa de  oro  :  aquella  en  que  sinte- 
tizaría toda  el  alma  y  la  vida  de 
ese  poema  con  que  en  estos  mo- 
mentos nos  ofrenda  la  naturaleza 
toda  ¿  Qué  ?  ¿  acaso  usted  duda  que 
ella  pueda  existir  ? . . .  No  la  conci- 
be? ¡Y  pensar,  va- 
mos, —  ¿  por  qué 
no  decirlo?  —  que 
usted  podría  con- 
tribuir á  su  ha- 
llazgo! 

-¿Yo?  ¿yo?.  . 
j  Yo  colaboradora 
de  usted  ! 

Pero  Marcel  no 
la  escuchaba,  y 
con  aquella  su 
verba  que  en  oca- 
siones se  hiciera 
más  sugestiva  é 
insinuante : 

—  Oiga,  —  la  di- 
jo, -  mire  usted 
ese  jardín  ;  mire 
usted  esos  helio- 
tropos  cuya  fra- 
gancia aspiramos; 
mire  usted  esas  margaritas  que  no 
parecen  sino  hechas  de  nieve  y  oro... 
y  esas  rosas  en  cuyos  pétalos  hay 
epidermis  de  mujer  . .  y  esos  lirios 
azules  como  ensueños  que  nos  son- 
ríen ¡  Oh,  mire  usted  más  allá,  en- 
tre las  arboledas  verdegueantes,  esa 
carretera  que  el  crepúsculo  ha  te- 
ñido de  un  rosado  ágata  .  y  más 
allá,  aún  más  allá,  esos  campos 
adormecidos  j  que  aman,  que  sue- 
ñan y  dialogan ;  que  nos  dicen  de 
todas  las  tristezas  y  de  todas  las  bo- 
nanzas;  que  nos  evocan  todas  las 


V.   NlCOLAU  RoiG 


pasiones  y  todos  los  idilios 


:0h! 


I  usted  no  percibe  con  los  ojos  y  el 
espíritu  toda  esa  intensidad  de  vida 
impalpable  pero  que   flota  y  fluye 


en  el  aire  y  en  las  cosas  ?  ¿  Este 
instante  no  le  sugiere  á  usted  nada; 
ni  un  recuerdo  que  fué ;  ni  una  sen- 
sación ya  ¡da;  ni  un  deseo  acaso 
desconocido  pero  latente  ? .  ¡  Oh, 
yo  sí  lo  gusto,  lo  bebo,  lo  aspiro  por 
todos  los  poros  de  mi  cuerpo  y  por 
toda  la  psiquis  de  mi  ser  ! 

Hablaba,  hablaba  con  aquella  exal- 
tación que  en  ocasiones  le  diera  el 
aspecto  febril  de  un  alucinado.  Sus 
ojos  despedían  luz ;  todo  su  gesto 
había  adquirido  una  extraña  expre- 
sión de  movimiento  y  fuerza. 

Ella  no  contestó.  Le  había  estado 
escuchando  en  silencio,  como  arro- 
bada por  uno  de  aquellos  éxtasis 
que  la  inmoviliza- 
ran, cuando  Mar- 
cel, allá  en  las  vo- 
ladas   íntimas  de 
amigo   asiduo   de 
la  casa,  recitárale 
sus  versos  pajo- 
nales  ungidos  (le 
amor  y  naturale- 
za.   Ahora,   como 
entonces,  una  lan- 
guidez triste  y 
dulce  á  un  mismo 
tiempo   agravaba 
las  líneas  puras  (I ' 
su  rostro,  en  tanto 
u n   c ú m u  1  o   de 
ideas  locas  y  con- 
fusas mariposeaba 
allá  en  su  cabecita 
de  muñeca  sona- 
dora. Era  ello  algo 
así  como  la  nostalgia  de  un  deseo  no 
definido  pero  latente   é  imperioso  ; 
algo  que  en  la  melancólica  tristura 
de  los  crepúsculos  y  en  lasnoches 
blancas  del  plenilunio  solía  turbar 
su  alma  virgen  de  mujer,  haciendo 
precipitar  los  latidos  de,  su  corazón 
juvenil  aún  no  tocado   sabiamente 
por  la  voz  mágica  de  ningún  hombre. 
Y  fué  entonces,  en  mitad  de  este 
silencio  que  los  enmudeciera  nueva- 
mente para  fóIo  descifrarse  en  las 
miradas  la  amplitud  de  su  pensar, 
que  llegó  otra  vez  hasta  ellos;  desde 
el  otro  extremo  de  la  sala,  la  voz  de 
la  señora  de  líaires,  de  las  señoritas 
de  Very  Well  y  de  la  viuda  de  Ban- 
dolín, i 


m 


280 


Ahora  ellas  hablaban  de  dulces, 
compotas  y  confituras,  y  la  conver- 
sación, muy  amena,  parecía  haber 
tomado  un  cariz  interesantísimo. 
Toda  la  alta  repostería  y  la  casera 
salía  á  luz.  Se  citaba  el  dulce  de 
guindo,  el  de  fresa,  el  dj  coco.  Re- 
comendábanse recetas,  medios  exce- 
lentes de  condimentación ;  fórmulas 
de  Pascal  y  de  otros  reposteros  in- 
signes. Por  lo  demás,  en  cuanto  á 
gustos  preferidos  las  opiniones  no 
coincidían  ;  la  señora  de  Baires  gus- 
taba enormemente  de  la  nmele'te 
soufflée ;  la  viuda  de  Bandolín,  de 
los  cabellos  de  ángel,  y  las  señori- 
tas de  Very  Well,  -  siempre  sumi- 
sas á  la  imposición  paterna,  —  sólo 
mostrábanse  partidarias  del  postre 
favorito  de  su  papá,  esto  es,  los  al- 
mendrados al  caramelo. 

Y  en  tanto,  allá  fuera,  la  noche  se 
hacía  en  el  amplio  paisaje  ya  bo- 
rroso donde  los  últimos  resplando- 
res del  sol  ya  ido  veteaban  de  oro 
y  grana  el  horizonte  rosa,  lleno  de 
paz  y  de  dulzura. 

-Marcel  tornó  á  hablar.  —  ¡Oh,  dí- 
game usted,  Graciela,  que  sufre 
como  yo  ;  que  sueña  como  yo  :  que 
ama  come  yo  ! .  .  ¡  Dígalo  usted, 
( iraciela  ! 

Había  en  esto  su  ruego  como  la 
clarovidencia  de  una  revelación  tal 
vez  provocada  por  la  subjetividad 
propiciatoria  de  aquel  instante  con- 
fidencial. 

Bajo  la  penumbra  del  crepúsculo 
moribundo  que  se  cernía  sobre  ellos 
como  un  vaho  de  esfumino,  ella  sus- 
piró, más  bien  que  dijo  : 

—  ¡Oh,  sí;  sufro...  sueño. .  anio... 
sí,  sí,  Marcel ! .    . 

Lo  (lijo  maqiiinahnento  ;  acaso 
sin  conciencia  exacta  del  sentido 
(le  las  palabras  que  pronun  Mase  ; 
como  obedeciendo  también  á  una 
fuer/a  misteriosa  y  oculta  que  la 
impulsara  á  ello.  Kra  algo  que  se 
sobrepon í:i  á  su  pudor  natural  de 
adolescí^üte  aun  no  iniciada  en  las 
mutuas  confidencias  de  la  pasión  ; 
algo  que  Huía  con  sincera  esponta- 
neidad de  lo  más  recóndito  de  su 
ser,  sintetizando  así  la  concepción 
clara  de  todas  aquellas  ideas  con- 
fusas que  la  turbasen   delante  del 


poeta  cuendo  éste  recitárale  sus 
versos  pasionales  henchidos  de  imá- 
genes deslumbradoras,  de  insinua- 
ciones entrevistas,  de  armonías  dul- 
ces y  enervantes  como  una  música 
arrobadora. 

—  i  Oh,  sí;  sufro.,  sueño...  amo... 
sí,  sí,  Marcel ! 

—  ¡  Oh,  en  estas  palabra?,  ella 
ahora  exteriorizaba  todos  los  de- 
seos, todas  las  angustias,  todas  las 
añoranzas  que  le  anublaran  los  ojos 
y  le  sonrieran  al  corazón,  allá  en 
los  mágicos  atardeceres  de  las  tar- 
des de  oro,  allá  en  las  mañanas  ti- 
bias de  soles  primaverales,  olientes 
á  hierbas  húmedas  y  á  flores  recién 
entreabiertas ;  allá  en  los  albinos 
plenilunios  de  las  noches  blancas, 
cuando  los  caminos  eran  blancos, 
las  lejanías  eran  blancas,  y  todo  el 
paisaje  parecía  surgir  como  una  no- 
via desposada  de  entre  ondas  de  tu- 
les muy  tenues  y  vaporosos  ! 

Se  comprendieron.  Aquella  afec- 
ción que  el  trato  amistoso  y  la  dua- 
lidad de  sus  sentimientos  les  llevara 
siempre  el  uno  hacia  el  otro,  había 
arraigado  en  ellos  raíces  más  profun- 
das y  poderosas  que  las  que  pudieran 
ser  fruto  de  una  mera  amistad. 

Ahora,  sus  rostros  muy  juntos, 
sus  ojos  en  éxtasis,  sus  manos  en  - 
trelazadas,  decían  en  su  elocuente 
silencio  el  eterno  poema  del  Amor. 

. . .  Oiga  usted  :  uno,  uno  ...  sí,  sí, 
Graciela  .  . . 

Era  un  ruego,  una  queja,  una  sú- 
plica deslizada  al  oído.  Ella  suspiró, 
y  entornando  sus  párpados,  brindó 
sin  esquiveces  sus  labios  á  aquel 
primer  beso  implorado  en  las  som- 
bras de  la  tarde  que  se  diluía. 

y  n  reloj  había  dado  horas.  Una 
claridad  deslumbrante  hacía  chis- 
pear los  muebles,  los  bronces,  las 
lacas,  los  bibelots ;  todas  esas  frági- 
les monerías  que  son  algo  así  como 
una  exteriorización  personal  del  en- 
canto femenino ;  allá  en  el  fondo  de 
la  ííala  y  bajo  los  chorros  de  luz  de 
los  candelabros  eléctricos,  las  cabe- 
lleras rojas  (le  las  señoritas  de  Very 
Well  se  esponjaban  como  manojos 
(le  llamas ;  la  viuda  de  Bandolín,  ci- 
tando  literatura,  recitaba  sentidos 


•agr- 


—  281  — 

versos  de  Hugo;  fué  entonces  cuan-  —  La  estrofa  de  oro  ! . . .  ¡  Ah,  sí 

do  la  señora  de  Baires,  levantando  por  qué  ser  egoístas !  ¿  No  cree  usted 

la  voz,  le  preguntó  á  Marcel :  Graciela,  que  la  hemos  hallado  ? . . . 

-¿Y  usted,  Marcel,   aun   no  ha  Allá  lejos  y  sobre  el  cielo  ensom- 

hallado  su  estrofa  de  oro  ? .  . .  ¡  Oh,  brecido  algunas  estrellas  titilaban 

los  poetas !  ¡  Pobrecitos !  ¡  Pobreci-  como  rosas  de  luz. 
tosí:  i  Siempre  eternos  buscadores 

de  lo  irreal !  Juan  PicÓnOlaondo. 

Mirando  á  Graciela,  Marcel  con-  ioot. 
testó  sonriente: 


c{l$C^X^(}o- 


€1  alma  de  los  cisnes 


Las  almas  de  los  grandes  poetas 

Y  de  los  grandes  místicos  que  fueron 

lian  trasmigrado  á  los  cuerpos  de  los  cisnes. 

Novalis. 

J'altends  une  chose  inconnue. 

Mediarme. 

I 

Cuando  el  sol  en  las  tardes  agonizantes 
Pone  todos  sus  oros  sob-e  los  lagos, 
Pone  todos  sus  oros  agonizantes 
Sobre  los  lagos  vagos; 

Cuando  en  atardeceres  interminables 
Cruzan  por  los  estanques  de  terciopelo, 
Dejando  estelas  blondas  é  interminables 
Albos  cisnes  de  hielo... 

(Son  los  cisnes  de  raso  de  los  estanques 
De  parques  que  se  fueron  con  sus  amores... 
Porque  ya  no  hay  castillos,  ya  no  hay  estanques 
Cisnes,  ni  trovadores) 


—  282  — 

Cuando  en  el  lago  de  oro,  poeta  hermano, 
De  mis  parques  ideales  veo  á  los  vagos 
Cisnes  (le  nieve  y  rosa,  poeta  hermano. 
Los  vagos  cisnes  magos... 

i  Cómo  lloro  en  lo  blanco  de  su  plumaje. 
De  su  pico  en  el  fino  cristal  rosado. 
En  el  esmalte  virgen  de  su  plumaje 
Y  en  su  mirar  velado  ! 

Tú  conoces  los  cisnes  de  los  estanques. 
Las  postumas  canciones  que  murmuraron 
Moribundos,  al  lado  de  los  estanques 
Los  cisnes  que  pasaron.    . 


¡  Así  como  nosotros  ellos  esperan 
Tú  sabes  —  tina  cosa  desconocida  ! 


(¡Ya  no  hay  castillos  blancos  bajo  la  luna! 
El  mundo  llama  locos  á  los  que  esperan 

Alguna 
Cosa  inmensa,  remota  ó  ¿esconocida!) 


II 


¿No  oyes  en  rl  estanque  del  parque  interno 
Cantar  á  las  gargantas  de  oro  queridas? 
¿No  ves  los  cisnes  sacros  del  p:\rque  inter.o 
Con  las  alas  heridas  ? 

Esperando  una  cosa  desconocida  ? 

José  G.  Antuña. 


—  283  — 


Qaviota^ 


Hay  un  pájaro  á  quien  le  cantaron 
todos  los  poeta?,  ave  sencilla,  men- 
sajera de  bonanz.i:  la  golondrina. 

Para  ella  han  sido  los  más  dulces 
arpegios  de  la  lira,  para  ella  los  ca- 
lificativos más  tiernos. 

Golondrina,  tú  que  surcaste  la  ex- 
tensión inmensa  de  los  mares,  que 
llevaste  en  tu  plumaje  polvo  de  este 
suelo  hasta  regiones  ignotas,  que 
viste  quebrarse  el  sol  al  deslizar  sus 
rayos  á  través  de  frondas  vírgenes 
en  países  misteriosos,  que  animaste 
con  tus  gorjeos  recintos  donde  el  si- 
lencio reposaba  en  sopor  secular, 
¿  qué  sabes,  di,  del  ansia  de  los  hom- 
bres por  ser  felices?  ¿qué  has  apren- 
dido en  tus  peregrinaciones  ince- 
santes de  pueblo  en  pueblo,  de 
continente  en  continente  ?  ¿  qué  co- 
nociste de  la  paz  y  de  la  dicha  ? 
i  qué  paisajes  encantados  se  te  ofre- 
cieron á  la  contemplación? 

Mas,  la  avecilla  nada  revela.  Via- 
ja, vuela,  se  remonta,  gorjea;  pero 
nada  responde  al  poeta,  nada  cuenta 
al  enamorado,  nada  comunica  al  so- 
ñador, avara  de  sus  tesoros  de  be- 
lleza y  de  luz. 

Hay  otia  ave,  otro  feliz  habitante 
del  espacio,  no  meni  s  digna  de  aten- 
ción, no  menos  simpática  y  atra- 
yente,  ave  modesta  y  cosmopolita, 
interesante,  poéiica:  la  gaviota. 

Vo  la  he  visto  en  dií-tintos  mares 
y  en  distintas  zonas,  revolando  en 
torno  de  las  naves,  graciosa,  ani- 
mada, lanzando  sus  agudos  gritos 
de  saludo  al  viajero,  entonando  en 
medio  del  océano  una  serenata  de 
bienvenida  á  las  blancas  velas  ó  al 
oscuro  casco  del  bajel  que  con  ella 
comparte  los  besos  de  la  brisa  y  los 
gratos  perfumes  impregnados  de 
aromas  de  ola,  de  hálitos  de  algas  y 
alientos  de  tritones  y  sirenas. 

iNítida  mota  flotante,  ella  es  la 
única  pincelada  de  color  que  rompe 
la  tediosa  monotonía  de  las  calmas, 
cuando  el  aire,  pendiente  ^entre  dos 
cielos,  líquido  el  uno,  etéreo  el  otro. 


simula  inmoble  gasa,  velo  tenuísimo 
cubriendo  la  naturaleza  dormida. 

En  su  grito  hay  también  notas  ru- 
das de  tormenta,  ecos  repetidos  de 
borrasca,  reminiscencias  de  tem- 
pestad. 

Trompetero  del  vendaval,  heraldo 
de  las  iras  del  océano,  mientras  el 
monstruo  forja  sus  tremendas  explo- 
siones de  enojo,  mientras  en  el  seno 
de  la  inmensidad  líquida  se  dispo- 
nen las  huestes  del  oleaje,  se  prepa- 
ran trombas,  se  combinan  vórtices, 
se  hacen  alianzas  con  los  vientos  y 
las  nubes  armadas  de  haces  fulgu- 
rantes de  rayos,  ella,  estimulada 
por  los  efluvios  de  contienda  que 
impregnan  la  atmósfera,  enarde- 
cida, gozando  de  antemano  el  so- 
berbio espectáculo,  comienza  una 
danza  aérea  vertiginosa,  embria- 
gándose de  electricidad  y  ambiente 
enrarecido,  trazando  con  sus  alas 
doí-plegadas  vastísimas  espiras  en 
torno  de  un  centro  suspendido  en  el 
aire,  animando  su  diabólica  coreo- 
grafía con  alaridos  bélicos  que  sue- 
nan lúgubremente  bajo  el  palio  en- 
toldado de  negruras  que  se  extiende 
por  el  firmamento  velando  poco  á 
poco  la  difusa  luz,  sumiendo  el  cielo, 
el  mar,  los  contornos  borrosos  de 
las  costas,  la  naturaleza  toda,  en 
aterrador  nimbo  de  lobreguez  y  mis- 
terio. 

Luego,  en  tanto  que  las  indisci- 
plinadas hordas  de  horrores  se  des- 
bordan, invaden  el  espacio,  destro- 
zan el  cerúleo  tapiz  de  la  superficie 
marina,  se  apoderan  de  los  húme- 
dos girones  tremolándolos  á  modo 
de  líquidos  estandartes  que  van  á 
plantar  en  la  enemiga  muralla  don- 
de la  tierra  combatida  opone  sólo 
su  inquebrantable  indiferencia  de 
ser  petrificado,  suena  la  voz  exci- 
tada de  la  gaviota,  azuzando  á  las 
ondas  y  escupiendo  su  desprecio  so- 
bre las  imliéciles  rocas. 

Armando  R.  y  Salazar. 


284  — 


¡Cótno  otoñan  las  almas!... 


i  Oh,  —  me  dijo  la  enferma  — 
Cómo  caen  las  hojas  ! . . . 

Y  miré  en  sus  pupilas  dolientes 
Reflejado  el  palor  de  las  otras 
Apacibles  pupilas  que  fueron 

Mi  esperanza,  surcando  la  sombra. 

Quedé  en  éxtasis.  Luego  en  la  acera 

Sollozaron  mis  graves  congojas;  ■ 

Evocaban  los  ojos  aquellos 

El  ocaso  de  todas  las  glorias; 

Esotéricas  arias  decía 

En  el  éter,  el  alma  del  Bóreas, 

Y  en  el  místico  y  raro  jardín   de   mis    sueños 
Se  atería  la  faz  de  las  rosas. 

¡  Oh,  que  es  triste  mirar  el  tramonto ! 
¡  Es  así  que  las  almas  otoñan  ! 

. .    Y  cogiendo  las  flaccidas  manos  '      "    1^' 

A  la  enferma,  la  hablé  como  oti'ora: 

¡  Oh,  qué  trémula  vienes, 

Flor  de  un  alba  remota 

Que  los  astros  halagan 

Y  los  vientos  deshojan  ! 
¡  (]ómo  el  frío  de  otoño  lacera  tu  espíritu  ! 

Y  tu  gesto :  ¡  qué  amargo  es  ahora ! 

Contemplábamos  ambos  la  muerte 
Lenta  y  cruel  de  .\atura  en  las  frondas, 

Y  otra    vez,    divagando,  me   dijo    la  enferma : 

¡Cómo  caen  las  hojas!... 


Fl  cielo  azul-violeta 

Fingía  inmensa  ola 
De   un   mar  serono :   idilios  de   gorriones 
Había  en  la  penumbra  misteriosa 
De  los  plátanos:  alma  de  las  fuentes-. 
El  cristal,  sollozaba  sus  salmodias, 
Y  la  pálida  niebla  de  la  tarde 
Era  el  orfelinato  de  las  cosas. 

Cruzamos  la  avenida    Algunas  nubes 

Glisaban  en  el  cielo,  y  en  la  sombra 

Del  paisaje  la  tarde  musitaba: 

¡  Cómo  otoñan   las   almas   cuando   caen    las   hojas ! 


Pérez  y  Curis. 

Otoño,  1907. 


285  - 


Página  aptistica 


286 


la  coitií)aíí-era 


rr-r 


l  De  dónde  vino  ?  Los  hombres  lo 
ignoran.  Los  filósofos  se  han  apro- 
vechado de  ella.  Los  poetas,  algn- 
nos  poetas,  la  han  cantado  en  sen- 
tidas estrofas.  Los  iii^toriadores  no 
la  quieren  conocer.  Ellos  nos  ha- 
blan de  sangrientas  luchas,  de  latro 
cinios  de  imperios,  de  atrevidas 
conquistas  do  continentes.  De  gue- 
rreros, de  emperadores,  do  reyes  y 
de  sabios  nos  hablan  en  sus  histo- 
rias. 

Pero  un  día  —  no  importa  cual 
ni  de  qué  año  —  entró  en  una  gran 
ciudad  una  mujer.  Sus  carnes  eran 
enjutas;  sus  cabellos 
grises,  como  empol- 
vados: sus  ojos  hun- 
didos y  encuadrados 
en  un  círculo  obscu- 
ro, miraban  pene- 
trantes I)  ij  érase 
que  en  ellos  brillaba 
una  luz  intensa. 

Y  esta  mujer  cu- 
bría su  armazón  de 
ser  humano  con  una 
vestimenta  ajusta- 
da á  una  moda  des- 
conocida: su  vesti- 
do no  era  de  encajes, 
ni  de  sedas,  si  si- 
quiera de  lanas  y 
percales ;  y  era  de 
todo  esto,  porque 
era  de  harapos. 

Esta  nmjer,  triste 
ó  resignada,  llegó 
hasta  una  reunión  de  políticos.  Eran 
hombres  irreprochables  en  el  vestir;' 
cuidaban  de  las  prendas  de  los  uni- 
formes, de  las  bandas  y  de  las  cruces, 
tanto  como  de  las  palabras  de  sus 
discursos,  en  los  que  había  cantos  á 
la  Libertad,  al  Amor,  al  Progreso. 
V  á  las  veces,  loas  al  Régimen. 
•  í'uando  los  políticos  la  vieron  tan 
mal  vestida,  ante  el  aspecto  mise- 
rable de  aquella  mujer,  la  interpe- 
laron con  dureza. 

"  ¿Qué nos  quieres  ?  —  la  dijeron 
—  ¿  Qué  pretendes  de  nosotros  ?  .  .  . 


Carlos  df,  Santiaoo 


—  Vengo  —  respondió  la  mujer,  — 
vengo  á  hablaros  con  el  lenguaje  de 
la  Verdad  Yo  sé  el  secreto  de  la 
\iáa:  yo  sé  de  la  Humanidad  y  de 
sus  miserias 

—  iNo  podríamos  comprenderte  - 
replicaron    los  políticos  -  ;  ni,  por 
otra  parte,  ¿qué  nos  importa  á  nos- 
otros eso  ?  Largo  de  aquí. 

Y  aquella  mujer,  antes  de  aban- 
donar la  casa  de  los  políticos,  les 
dijo : 

Viviré  eternamente  en  vues- 
tros corazones.  Eternamente  seréis 
mis  subditos 

Y  llegó,  en  el  pro- 
ceso de  su  marcha, 
hasta  unos  comer- 
ciantes que  discu- 
tían la  forma  inme- 
diata de  enrique- 
cerse. 

Los  comerciantes 
también  la  interpe- 
laron airadamente. 
¿Qué  buscas  en 
nosotros?  ¿Qué  nos 
quieres? 

Puedo— les  con- 
,  testó  la  mujer,  — 
'j  puedo  deciros  las 
¡  miserias  de  los  hom- 
í|     bres 

Los  comerciantes 
n  )  la  dejaron  ter- 
minar. 

—  Nosotros       la 
inlerrumpie  ron,  - 
nosotros  lo  que  necesitamos  de  los 
hombres,  no  son  sus  miserias,  sino 
sus  tesoros  Largo  de  aquí,  mendiga. 
Eternamente  seréis  mis  escla- 
vos. _        • 
Les  dijo  la  mujer,  y  prosiguió  su 
marcha. 

Y  penetró  en  un  congreso  de  sa- 
bios. Los  sabios  discutían  acalora- 
damente sus  encontradas  teorías 
para  lograr  la  salvación  y  el  bien- 
estar de  los  humanos.        « 

Los  sabios  eran  hombres  como 
los  políticos  y  como  los  comercian- 


m- 


287 


tes,  y   se  escandalizaron   á  la  pre- 
sencia de  aquella  mujer. 

¿  Con  qué  derecho  te  metes  entre 
nosotros  ?  -  le  preguntaron  —  ¿  Qué 
vienes  á  hacer  aquí  ? 

Y  la  mujer,  siempre  humilde  y 
sin  parar  mientes  en  las  gallardías 
de  los  hombres,  les  repuso  á  los 
sabios : 

—  ¿  Queréis  llevar  la  salud  á  la 
.Humanidad?  Yo  puedo  daros  el  se- 
creto de  sus  enfermedades.  ¿  Queréis 
hacerla  buena?  Yo  puedo  deciros 
dónde  radican  y  de  dónde  emanan 
sus  males  todos. 

Coléricos  los  sabios,  y  ahora  con 
rara  unanimidad,  exclamaron: 
—Largo  de  aquí,  ignorante. 

Y  la  mujer,  ya  un  poco  más  triste 
ó  un  poco  resignada,  al  abandonar- 
los murmuró : 

—  5 oís  hombres  Vuestros  espíri- 
tus me  pertenecerán  eternamente. 
Eternamente  seréis  mis  vasallos 

Y  llegó  hasta  unos  artistas,  que  la 
tomaron  por  modelo  para  sus  cua- 
dros y  para  sus  escritos,  pero  que 

.  también  la  arrojaron  con  el  menos- 
cabante : 
— Largo  de  aquí. 

Y  la  mujer  les  dijo  con  dulzura  á 
los  artistas: 

— Eternamente  viviréis  en  mi  rei- 
no. Y  sólo  vuestras  frentes  besarán 
la  gloria,  que  vuestros  pies  eterna- 
mente pisarán  el  barro  de  mis  do- 
minios. 

Y  unas  mujeres  elegantes  y  aris- 
tocráticas también  la  abofetearon 
sus  descarnadas  mejillas  con  el 
humano : 

—Largo  de  aquí 

Y  aquella  boíia,  de  la  que  salían 
nuevas  ironías,  les  dijo  : 

—Vuestros  corazones  serán  por 
siempre  mio^. 

Tan  extraña  mujer,  paso  tras  pa- 
so, llegó  á  una  modesta  vivienda  de 
obreros.    No  tuvo  que  llamar  á  la 


puerta  de  aquella  casa,  porque  esta- 
ba abierta  de  par  en  par.  Y  quizá 
por  esto,  ó  porque  estuviera  ya  des- 
fallecida, la  mujer  se  detuvo  en  los 
umbrales  de  aquella  casa,  sin  pene- 
trar en  ella 
Un  obrero,  al  verla,  la  preguntó  : 
—Buena  mujer,  ¿  estáis  cansada  ? 
¿  Venís  de  muy  lejos. 

Y  la  mujer  contestó  : 

—  Sí;  vengo  del  interior  de  mu- 
chos hombres   Vengo  de  muy  lejos 

-  Eres  pobre,  como  nosotros. 
—Sí  Pero  los  políticos  son  mis 

subditos,  los  comerciantes  mis  es- 
clavos, los  sabios  son  vasallos  míos, 
los  artistas  serán  eternamente  de 
mis  reinos,  y  yo  habré  de  inspirar 
de  hoy  en  adelante,  las  pasiones  de 
todas  las  mujeres. 

Y  el  obrero  objetó  : 

-  Y  puesto  que  tanto  puedes  ; 
puesto  que  tienes  reinos  para  los 
artistas,  y  los  sabios,  los  comercian- 
tes y  los  políticos  son  tus  vasallos, 
tus  esclavos  y  tus  subditos,  ¿  qué 
vienes  á  buscar  en  una  casa  de 
obreros  ? 

— Un  lecho  amigo.  Un  trozo  de 
pan  dado  con  amor.  Quiero  com- 
partir vuestros  sufrimientos  y  vues- 
tras alegrías  Y  ya  que  es  mía  toda 
la  Humanidad,  quiero  ser  de  voso- 
tros. 

— Pues  adelante,  hermana  ¿  Cuál 
es  tu  nombre  ? 

—  Me  llaman  ...  la  Miseria 

La  mujer  esperó  á  ver  si  al  vi- 
brar su  nombre  entre  las  paredes 
de  aquella  casuca,  se  la  despedía  con 
el  sempiterno  :  «  Largo  de  aquí  ». 

Pero  esta  vez,  todos  los  humildes 
dijeron  á  una,  con  voz  cariñosa,  en 
la  que  la  Caridad  imprimió  armo- 
nías iníinitas  de  ternura : 

—i  Pasa  adelante,  compañera ! 

PiODOLFÜ    DE   SaLAZAR. 


-o{l:^X:::$)(}o- 


288  — 


La  l-ey-etida  de  Violatit-e 


Era  hija  de  Palma,  la  bella  Vio- 
lante. (Uiando  la  déciina  quinta 
primavera  hubo  cuajado  muchas 
rosas  en  sus  mejillas,  el  i)intor  se 
arrodilló  ante  su  hija,  como  ante 
una  imagen  de  la  Santa  Mrgen  Ma- 
ría, Reina  de  los  Angeles. 

«Violante,  Violante,  lirio  abier- 
to en  mi  amor  sobre  las  olas  azules 
de  mi  bella  Veneeia,  -  tu  gloria  en 
este  mundo  va  á  ser  incomparable. 
Pintaré  para  la  Iglesia  de  la  Reden- 
ción una  Virgen  que  será  tu  imagen 
fiel 

«  Porque  tú  eres  como  una  de  esas 
castas  vírgenes  que  viven  allá,  en 
el  cielo,  junto  á  Dios. 

«Porque  el  oro  de  tus  cabellos  ha 
caído  del  empíreo,  como  un  rayo 
de  amor;  porque  la  llama  que  fulge 
en  tus  ojos  es  la  llama  divina  que 
los  Angeles  encienden  en  sus;  trípo- 
des de  plata». 

Y  diciendo  estas  palabras,  el  ar- 
tista tomó  su  paleta  y  laboró  por  la 
gloria  del  Arte  y  por  la  gloria  de 
Dios 

Y  de  la  lámina  de  cedro  surgió 
plena  de  vida  una  obra  maestra: 
una  virgen  radiante  de  amor  y  de 
verdad. 

Después  de  concluido  el  cuadro, 
Violante  voló,  como  un  pjijaro,  para 
ir  á  cantar  su  canción  de  amor. 
Ella  había  nacido  para  amar,  como 
todas  las  hembras  de  la  tierra. 
¡Hasta  Dios  mismo  ama  la  juven- 
tud en  sus  desvíos  y  se  complace 
en  regar  llores,  muchas  llores  so- 
bre el  camino  de  Magdalena  peca- 
dora! 

Cuando  iba  ella  desgranando  las 
perlas  de  su  canción,  encontró  á 
Tieiano  y  á  su  amigo  (liorgione. 

— «Querido  Tieiano!  qué  de  ma- 
ravillas brotarían  ile  nuestros  pin- 
celes, si  esa  tentadora  flor  humana 
se  dignase  subir  á  nuestro  taller! 
Que  altiva  y  elegante  Diana  caza- 
dora! Qué  Venus  tan  rebosante  de 
vida  y  de  luz! 


-«Si  ella  viniese  á  mi  estudio, 
dijo  Tieiano  todo  emocionado,  cae- 
ría prosternado  á  sus  plantas  y 
quebraría  mi  pincel» 

Violante  fué  al  taller  de  Tieiano 
y.  .  él  no  rompió  su  paleta  Des- 
pués de  haber  bebido  con  ella  todos 
los  perfumes  enervantes  de  iina  al- 
ba amorosa,  él  la  aprisionó  en  el 
lienzo,  en  medio  de  una  nube  de 
flores  y  con  flores  en  las  manos, 
más  bella  que  la  más  bella. 

(riorgione  quiso  ver  el  retrato, 
pero  Tieiano  ocultó  el  retrato  y  la 
mujer.  Y  largo  tiempo  vivió  aletar- 
gado en  el  capitoso  misterio  de  esa 
pasión  deslumbrante  y  fresca:  era 
como  polvo  de  luz  sobre  gotas  de 
rocío. 

Pero  ¡compadeceos  de  la  hija  de 
Palma  el  Viejo!  Un  día  Tieiano  ex- 
puso el  retrato  de  su  amante.  Todo 
el  mundo  acudió  á  amarla ;  pero 
¿la  amaba  él  aún!  Después  de  ha- 
ber sonreído  á  los  Venecianos  por 
los  ojos  y  los  labios  de  su  querida, 
Tieiano,  ebrio  de  triunfo,  metamor- 
foseó  á  Violante  en  Venus  victorio- 
sa, surgiendo  del  océano,  envuelta 
en  ondas  transparentes. 

•Tened  piedad  de  Palma  el  Viejo 
que  no  ve  ya  su  hija  sino  en  las 
Vírgenes  de  la  Redención! 

El  Arte  había  asfixiado  el  Amor ! 
l'ero  Violante  era  tan  bella,  que  se 
amparó  en  su  nobleza.  Su  reino  era 
de  este  mundo  y  ella  reinó  en  él 
con  toda  su  magostad  de  soberana. 

Una  tarde,  á  la  hora  del  Ángelus, 

entró  á  la  Iglesia  de  la  Redención, 

y  al  verla  murmuraron  las  gentes 

a  su   alrededor:    «Violante  se  ha 

'  equivocado  hoy  de  puerta  •. 

Embriagada  con  el  humo  del  in- 
cienso se  prosternó  ante  un  altar 
donde  su  padre  venía  á  orar  á  me- 
nudo. El  órgano  estallaba  en  alaban- 
zas ;i  Dios;  las  jóvenes  venecianas 
cantaban  con  sus  voces  argentinas 
el  himno  de  la  Reina  de  los  Angeles. 


—  289 


Violante  levantó  los  ojos,  esos  be- 
llos ojos  que  habían  iluminado  todas 
las  pasiones  humanas. 

Su  mirada  se  detuvo  sobre  un  ros- 
tro de  virgen  la  más  pura,  la  más 
noble,  la  más  adorable  que  había  en 
la  iglesia  de  la  Redención,  é  implo- 
raron sus  labios  dulcemente :  «  San- 
ta María,  madre  de  Dios,  Rogad 
por  mí ». 

La  divina  belleza  de  esa  virgen, 
que  parecía  creada  con  una  sonrisa 
de  Dios,  la  tenía  absorta. 

Pensaba :  «  Me  dicen  que  soy  be- 
lla, pero  eso  es  tan  sólo  una  galan- 
tería del  amor.  La  verdadera  belleza 
está  aquí  en  todo  su  esplendor,  co- 
mo un  pensamiento  del  cielo 

De  repente  un  recuerdo  vino  á 
agitar  su  corazón,  un  vago  recuerdo, 
un  relámpago  en  la  mente. 

—«Cuando  yo  era  joven,  se  dijo, 
cuando  yo  tenía  diez  y  seis  años. .  » 

Rodó  desvanecida  sobre  el  már- 
mol. Esa  virgen  tan  bella  que  sur- 
gía de  un  cielo  de  oro  y  azul:  era  la 
virgen  de  Palma  el  Viejo  Violante 
se  había  reconocido. 


—  €  Dios  mío !  exclamó  devorando 
sus  lágrimas,  ¿porqué  habéis  per- 
mitido este  cambio^  tan  inmenso  ? 

Y  ella,  que  la  víspera  aún  se  en- 
contraba tan  bella  ante  su  espejo 
de  Murano,  ocultó  el  rostro  entre 
los  lirios  de  sus  manos,  como  si  se 
viese  en  todo  el  horror  de  sus  des- 
víos. 

Se  levantó  y  salió  del  templo  as- 
pirando con  amarga  voluptuosidad 
el  amargo  olor  de  la  tumba.  ¿  V 
dónde  iba. 

El  sol,  el  amoroso  sol  de  Venecia, 
vino  á  secar  la  última  perla  des- 
prendida de  sus  ojos.  ¿  A  dónde  iba? 

Era  la  estación  en  que  el  pámpa- 
no descorre  el  velo  de  sus  altivas 
riquezas.  Ella  tropezó  en  su  camino 
con  Pablo  Veronese,  que  coronó  su 
maravillosa  cabeza  rubia  con  los  pri- 
meros racimos  dorados  del  Brenta. 

-  ¡  Oh,  mi  virgen!  decía  Palma  el 
viejo;  ¡oh,  mi  ideal!  decía  Giorgio- 
ne;  ¡oh,  mi  Querida!  decía  Ticia- 
no;  ¡oh,  mi  Bacante!  dijo  Paul  Ve- 
ronese. 

ARSÉNE    IIOUSSAYE. 


-<^^::xx:m^- 


£k^ía 


Firagiste;     s<sr     para.     m±     aamox     la.    px-ira. 
in.ge;rxtxid.a.ci.     ÜXEe;     pa.3re;e:iste;     b)tj.(S:an.a.. 
"Y"     ya.     xTíSS :     t-uL     pe;rfid.ia.     m<z-     e:orad.e;in.a. 
é.    iaa.e:e;i-     jmss     doloi-osa.     aran.!     a-m.a.xg-Lira.. 

Te;     ofrendé     mis    c^&.n.<z.±c>n.<2,s     y    ■m.i     xT-ida., 

y     s.n.t'Z-    ttj-s     gra.eia.s     d.e;s3rxojé    m±s     flores  .  .  . 

!&3Ioiy"     soraríes     amira.rad.o     los     dolores 

eon     qtxe     brota,    la.    sa.rxgre     de    mí    Herida.. 

tJa.m.ás     ima.gin.a.ste     la.    loeu.ra. 

en     qij.s     m±     enfermo     e:ora.2ión.     a.rdía. 

por     tu.     a.iTxor,    t^i     n.obile2:a.     y    tu.     liermos-utra.  j 

Hloy     stxeña.     ttx     ilt-isióra     otra.     qtxiíTaera.-, 
artaientra.s     qij.e     en.     artai     loe-ucra.     toda.\7Ía. 
a.pa.reees     eoíno     xs^tx^l    prii3n.a.\7-era.  .  .  . 


tJUjPs.r^  SH:K.K.jPs.]sro. 


—  290  — 


Sugestiones 


Profunda  sugestión  de  los  olores 
del  alma  de  las  flores 

Rosas,  como  los  dedos  de  Heloisa: 
Jazmín,  como  la  sien  de  Mona  Lisa; 
Clavel,  como  la  Ijoca,  nieve  y  grana 
de  Carmen,  la  graciosa  sevillana 


I\n-a  Ai'üí.y 


5^/ 

a^ái    '  '-^     • 

r&-  •  ■. 

V" 

Pacho  Valkncia 


Manos  caballerescas,  mano  fína 

de  la  raza  latina, 
que  recogió  claveles  en  España 
y  rosas  on  Provenza:  flebre  extraña 

del   alma   do  estas   flores, 
deliciosos  dial)lillos  tentadores. 


-     291  — 

Poder  de  los  venenos 
de  que  muere  el  jazmín  sobre  los  senos 
de  garridas  mujeres,  á  los  sones 
del  bandolín,  la  flauta  y  los  violones. 

Perfume  que  palpita 
en  la  alcoba  nupcial  de  Margarita 

de  Valois;  rosa  fresca 
que  conturbó  el  sentido   de  Francesca. 
Nariz  que  sabe  del  amor,  divinas 
locuras  de  la  sangre,  romanesca 
fragilidad  de  nervios,  manos  finas 

de  las  dulces  latinas. 

Preciosas  mirras  del  Oriente:  ungüentos 
de  los  tres  Reyes  Magos;  de  los   cuentos 
de  «Las  mil  y  una  noches»;  refinadas 
mixturas  del  cabello  de  las  hadas; 
gitanas  errabundas,  aguileña 

nariz,  mirar  bravio, 
mirar  negro  que  infunde  el  desvarío 
y  á  los  beduinos  á  sentir  ensena. 
Nardos  que  recordáis  á  Sulamita  : 
siete  noches  sin  par,  en  que  se  agita 
el  Amor  invisible  y  muy  despacio, 
cabe  los  altos  cedros  del  Palacio. 

Violetas,  flores  buenas, 
hermanas  de  las  pálidas  novicias, 
infantas  de  otra  edad,  en  las  almenas 
del  castillo  piadosas  y  serenas: 

debéis  de  ser  propicias 
al  que  charla  en  la  tarde  con  la  bruma, 
al  que  adora  lo  blanco  de  la  espuma, 
las  manos  perfiladas,  la  indecisa 
santidad  de  una  boca  en  la  sonrisa. 

Violetas  pudorosas 

que  tenéis  un  divino 
temor  á  los  desmanes  de  las  rosas. 

Así  debió  de  ser  Santa  Teresa 

de  Jesús,  imagino 
que  á  violetas  olía  la  Abadesa. 

Profunda  sugestión  de  los  olores 
del  alma  de  las  flores. 

Amo  las  rosas  y  el  clavel,  y  guardo 
reminiscencias  del  jazmín ;  el  nardo 

la  mirra,  me  impresionan  ; 
más  adoro  á  las  otras,  son  ascetas 
y  profanas  á  un  tiempo,  sugestionan 
como  dt)s  ojos  dulces  las  violetas. 

Pacho  Valencia, 


■ss*. 


—  292  — 

ROJOS 


Para  Ani/el  Falco,  admiratii-amenlc 

Son  estrellas  de  fuego  suspendidas 
En  la  noche  augural  de  tus  antojos; 
Son   las  gotas  de  sangre    «Cantos  Rojos» 
Que  manan  sin    cesar   de  tus  heridas. 

Hay  algo  en   tus  estrofas,  algo  grande 
Como  el   arcano  de  tus  negros   ojos, 
Cuando  sobre  la   Plebe  tus  enojos 
Truenan    como  una  racha  sobre  el  Ande 

Bebiendo   el  ritmo  de  tus   versos  sabios 
He  creído  sentir  sobre  mis  labios 
El  beso  de  la  fiebre  y  la   congoja. 

Y  he  sentido  también  que  á   tu   conjuro 
Mi   alma   escalaba    un   edenal  Futuro 
Para  escuchar   de   ti,  la  Misa   Roja! 

ESTHER   PARODI   URIARTE. 

l.i\iciit(i   di'   r.io?.  —  >[oiit('\  ideo. 


(Del   lilii'ii   (11   prciis.-i   «  llolocaiistii  «. ) 


-3{!$CCC$&0- 


"CJNjPs.     FOETISjPs-     I^OcJjPs. 


Tiene  sólo  18  años,  \penas  una 
niña.  Se  llama  Esther  Parodi  Uriarte. 

Es  una  flor  deliciosamente  sensi- 
tiva ;  su  corazón  de  holocausto  se 
abre  en  nuestro  a  mínente  de  hosti- 
lidad, con  la  audacia  de  una  pro- 
testa, como  esas  rojas  margaritas 
perdidas  entre  los  fragantes  trebo- 
lares de  las  lomas,  que  hngen  lágri- 
mas de  sangre  lloradas  sobre  un 
Éxodo  de  esperanzas ! 

Es  una  ñor  de  nuestros  campos, 
de  estos  campos  uruguayos  que  tan- 
tas veces  han  sentido  pasar  el  Soplo 
del  Heroísmo  rozando  sus  gramillas 
ílorecidas,  de  estos  campos  que  to- 
davía se  estremecen  misteiiosa- 
mente  en  las  noches  espectrales, 
como  si  sintieran  cruzar  sobre  ellos 
un  trágico  galope  de  recuerdos,  ó 
como  si  aun  resonaran  con  el  tu- 
multo de  los  entreveros  gauchos  ! 

Allá  rimó    sus   primeras  cancio- 


nes, escuchando  absorta  en  los  atar- 
deceres solemnes,  la  oración  fervo- 
rosa de  los  zorzales  sonámbulos. 

Después  vino  á  la  ciudad.  Su  bella 
almita  de  pasión,  se  abrió  entonces 
como  ima  boca  virgen  en  una  ex- 
plosión de  besos,  á  las  urgencias  de 
la  Vida 

Y  sintióse  artista,  más  artista  que 
nunca.  Y  abandonó  de  inmediato 
sus  enfermos  ensueños  decadentis- 
tas para  poemizar  los  dolores  de  los 
tristes  supliciados  de  la  Miseria,  ella 
que  había  ya  balbuceado  sus  infan- 
tiles enamoramientos,  sus  divinos 
éxtasis  poéticos,  frente  á  la  magna 
grandiosidad  de  la  gran  Madre  Na- 
turaleza. 

Por  eso  su  Arte  es  sincero,  porque 
es  arte  de  sentimiento  y  de  verdad. 

Me  leyó  una  tarde  sus  primeros 
versos  rojos. 

Su  vocesita  tenue  como  un  re- 


—  293 


clamo  de  tórtola  en  celo,  rimaba 
extrañamente  las  estrofas  de  rebel- 
día, que  desfilaban  locamente  en  un 
desfile  de  encantamiento,  como  una 
larga  procesión  de  visiones  trágicas 
despertadas  de  su  sueño  enorme 
por  quién  sabe  qué  prodigio 

Sus  pestañas  negrísimas,  prolon- 
gaban una  penumbra  sobre  los  ojos 
de  Esfinge,  como  para  retener  por 
mas  tiempo  la  obsesión  roja  .  .  . 

A  ratos  fijaba  en  mí  la  pupila  y 
yo  creía  entonces  que  sobre  mí  se 
posaba  el  Misterio. 


Porque  de  sus  labios  divinamente 
besadores,  parecía  brotar  la  Reve- 
lación .  .  . 

¡  Revolucionarios  !  .  .  .  Confiad  en 
estas  almas  femeninas  de  exalta- 
ción y  de  bondad. 

De  sus  lirismos  se  han  ungido  to  - 
dos  los  Apostolados. 

Del  heroísmo  de  estas  almas  sen- 
sitivas está  llena  la  Historia  de  la 
Libertad ! 

De  ellas  surgieron  las  Vírgenes 
rívjas  ...  /    ' 

Ángel  Falco. 


Carlos  Roxlo 


.Jfr 


■51 


-   294    - 


El  Cristo  lívido 


(cuento  ingenuo) 


Desespero  de  su  vuelta,  hija  mía, 
decía  el  viejo  monje,  convencido  de 
que  era  un  deber  de  conciencia  de- 
cir á la  rubia  joven  la  verdad,  toda 
la  verdad  del  caso,  por  amarga  que 
ella  fuera.  Han  sido  inútiles  mis 
gestiones,  he  agotado  sin  resultado 
mis  razonamientos,  vana  ha  sido 
mi  lógica  sentimental.  Reconoce  tus 
méritos,  admira  tu  belleza,  pero  no 
siente  ya  en  su  pecho,  por  ti,  ese 
luego  ardiente  que  dicen  que  existe 
y  que  llaman  amor. 

Ella  tomó  un  aspecto  siniestro,  di- 
lató sus  pupilas  y  retardó  la  expi- 
ración de  un  suspiro  que  'martiri- 
zaba su  pecho. 

El  l)uen  viejo  se  sentí;t  conmo- 
vido por  la  pena  que  le  proporcio- 
naba á  aquella  ingenua  criatura 
á  quien  conocía  desde  pequeña  y  á 
quien  diera,  no  pocas  veces,  almen- 
dras y  medallitas  cuando  á  los  cinco 
años  le  recitaba  sin  equivocarse 
toda  la  «  Salve  »  ó  Todo  el  «  Bendito  », 
pero  consideraba  un  crimen  mayor 
el  hacerle  concebir  inútiles  espe- 
ranzas. 

Sus  padres,  cuntinuó  el  anciano, 
han  resuelto  enviarlo  á  la  capital 
para  donde  parte  en  esta  semana  á 
cursar  estudios  superiores,  así  que 
el  próximo  verano  le  tendremos  de 
huésped,  de  modo  que  aunque  te 
costará  mucho  no  verlo  en  este  pri- 
mer tiempo,  su  ausencia  será  pro- 
ficua para  que  lo  vayas  olvidando. 

Imposil)le  ¡  imposible  !  protestó 
ella,  yo  moriré  antes  que  eso  suce- 
da,  cuando  él  vuelva  ya  no  me  en- 
contrará. Yo  quiero  morir!  añadió 
con  voz  ahogada. 

íS'o,  hija  mía,  respondió  el  clérigo 
con  acento  dulce  y  aire  severo,  no 
debes  ofender  la  voluntad  divina 
con  esos  despropósitos  que  te  son 
perdonados  porque  los  dices  en  la 
inconsciencia  á   que  te  conduce  tu 


gran  dolor.  Piensa  en  tu  madre  á 
quien  te  debes  y  no^  olvides  que 
nuestra  santa  religión  te  ofrece 
grandes  consuelos  Ve  á  postrarte 
ante  el  Cristo  del  altar  mayor  y 
observa,  mieutras  ores,  como  él 
abre  sus  descarnados  brazos  para 
abrazar  á  toda  la  humanidad,  vé 
como  en  medio  de  las  angustias  que 
le  provacan  sus  dolores  eleva  los 
ojos  suplicantes  hacia  el  cielo  Ofré- 
cele en  holacausto  tu  dolor  y  verás 
como  él  te  envía  consuelo. 

I  nos  momentos  de  silencio  y  con 
voz  más  solemne  prosiguió :  Mues- 
tra con  tu  resignación  que  eres  real- 
mente cristiana.  Esta  desgracia  que 
te  allige  puede  bien  ser  una  prueba 
á  que  te  somete  el  Señor.  ¡  Animo 
hija  mía  para  demostrar  que  tu  fé 
es  grande  y  arraigada!  Ve,  ve  á 
postrarte  ante  el  Cristo  del  altar 
mayor. 

Ella  permaneció  impasible.  Pare- 
cía petrificada,  su  vista  inmóvil  se 
fi,jaba  con  desgino  en  un  punto,  su 
respirar  era  difícil  y  entrecortado. 
.\o  era  una  proeza  darse  cuenta  que 
por  su  imaginación  desfilaba  veloz- 
mente una  febricitante  y  lúgubre 
cabalgata. 

Además,  cambiando  de  razones 
añadió  el  fraile  en  una  tirada  de 
lugares  comunes,  las  penas  no  du- 
ran siempre,  la  costumbre  es  una 
segunda  naturaleza  y  tú  eres  joven, 
de  manera  que  el  tiempo  borrará 
tu  dolor,  te  acostumbrarás  á  no 
verlo  y  es  lo  justo  que  otro  nuevo 
amor  venga  en  la  persona  de  otro 
buen  mancebo  á  conmoverte  y  á 
ocupar  el  lugar  que  hoy  ocupa  esta 
desgraciada  pasión 

Juzgando  aquello  una  profanación 
á  su  íntimo  y  desgraciado  sueño, 
con  voz  desesperante  exclamó  :  pa- 
dre ¡jamás  !  jamás,  semejante  cosal 
V   luego   de   una   silenciosa  pausa 


295 


movió  enérgicamente  la  cabeza  en 
signo  negativo  cual  si  después  de 
una  íntima  reflexión  rechazara  más 
enérgicamente  lo  que  el  cura  amigo 
le  decía. 

Ambos  permanecieron  mudos  por 
un  rato  mientras  el  buen  viejo  ju- 
gaba maquinalmente  con  las  cuen- 
tas de  su  rosario  y  buscaba  en  su 
fatigado  cerebro  la  frase  poseedora 
de  un  consuelo  eficaz.  Ella  rompió 
el  silencio  al  fin  interrogándole  con 
acento  que 
daba  una 
apariencia  de 
tranquilidad : 
¿  De  manera 
que  ustedjuz- 
ga  imposible 
que  él  vuelva 
á  ser  mi  no- 
vio? 

El  interro- 
gado, antes 
de  contestar, 
se  detuvo  á 
pensarla  ma 
ñera  de  no 
herirla  muy 
hondo  sin 
alentarse 
inútilmente  y 
como  midien- 
do las  pala- 
brap,  recal- 
cando sílaba 
por  sílaba  di- 
jo: Muv  di... 
íí  . . .  cíl .   . 

¿Muy  difí- 
cil...? añadió 
ella  como  si 
fuera  un  eco. 

Creyéndose  comprometido  á  una 
nueva  respuesta,  el  ingenuo  padre 
se  vio  en  aprieto  para  dejar  bien 
definido  aquel  asunto  que  se  hacía 
ya  demasiado  engorroso  para  su 
bonoraía  sin  recursos  y  tartamudeó  : 
Si,  hija  mía,  tan  difícil  como  . 
como  . .  Y  no  encontrando  el  tér- 
mino de  comparación  que  diera  la 
idea  de  la  imposibilidad  subre  ello 
paseó  los  ojos  en  torno  como  bus- 
cándolo en  los  objetos  que  !o  ro- 
deaban y  divisando  como  una  salva- 
ción á  través  de   los   vidrios  de  la 


M.^"-:  LuciE  Del 

Inspirada  ]i(n 


portada,  la  sagrada  estatua  de  már- 
mol, concluyó :  como  si  nuestro 
blanco  Cristo  se  tornara  de  color, 
finalizando  con  un  suspiro  que  indi- 
caba el  alivio  moral  y  mental  que 
sentía  al  verse  libre  del  aprieto  en 
que  inocentemente  lo  pusiera  la 
afligida  doncella. 

Convencido  de  que  sus  argumen- 
tos eran   impotentes    en    aquellas 
circunstancias  y   confiando  ya  sólo 
en  el  consuelo  sobrenatural  y  di- 
vino se  atre- 
vió á  exhor- 
tarle   nueva- 
mente  con 
cariñoso 
acento  :     Ve 
ante  el  altar 
del  Cristo,  hi- 
ja mía! 

Ella  se  ir- 
guió  y  como 
al  acicate  de 
un  poderoso 
impulso  atra- 
vesó veloz- 
mente el  am- 
plio locutorio 
y  penetró  al 
templo,  que 
estaba  solita- 
rio. El  taqueo 
de  sus  ínfimos 
botines  sobre 
las  viejas  lo- 
zas dieron  un 
eco  frió  y  con- 
fuso al  espan- 
dirse  por  las 
acústicas  bó- 
vedas 


ARUE-MaUI)KUS 
tisa  fraiH-csa 


Llegó  has- 
ta el  presbiterio,  miró  al  Cristo 
de  mármol  blanco  que  se  alzal)a 
sobre  el  retablo  contrastando  trá- 
gicamente con  la  cruz  negra,  de 
mármol  también,  sobre  la  que  (es- 
tuviera enclavado  y  al  contemplar 
la  expresión  angustiosa  de  aquella 
faz  demacrada,  de  aquella  faz  que 
siendo  una  proeza  de  arte  era  una 
maravilla  de  misticismo,  si'  dejó 
caer  de  rodillas.  Y  sintiendo  talvez 
el  ósculo  fraternal  que  siente  el 
alma  doliente  ante  otra  alma  her- 
mana, abrió  la  clausura  de  sus  pe- 


■i-iKi'"-  • 


—  296    - 


ñas  que  i^urgieron  sin  reserva  en  un 
raudal  de  lágrimas. 

Lloró  en  silencio  largo  rato,  lloró 
mucho,  tanto,  que  de  haberse  reco- 
gido sus  lágrimas  hubiera  causado 
asombro  que  un  alma  tan  joven  pu- 
diera dar  cabida  á  tanta  pena 

Oh!  es  que  ciertas  cristalizacio- 
nes concentradas  dan  resultados  co- 
losales en  su  licuación 

.\o  hablaba  ni  una  palabra.  Pa- 
saba por  el  período  álgido  de  un  si- 
niestro psíquico  y  es  sabido  que  el 
grado  superlativo  de  las  magnas 
catástrofes  se  manifiesta  por  la  elo- 
cuencia de  terroríflco  silencio. 

Alientras  ella  permanecía  llorosa 
y  agobiada,  el  sol  iba  acercándose 


al  cénit  y  colando  sus  rayos  por  un 
valioso  vitrial  de  la  decorada  cúpula 
los  proyectaba  sobre  la  marmórea 
imagen  envolviéndola  en  un  tinte 
violáceo. 

Guando  después  de  largo  rato  de 
doloroso  sopor  ella  buscó  de  nuevo 
la  faz  amarga  del  Cristo,  sorpren- 
dida, llevó  las  manos  á  sus  sienes  é 
irguiendose  convulsiva,  con  expre- 
sión de  visionaria  y  voz  afónica  de 
emoción,  exclamó  por  dos  veces : 
lívido!  lívido! 

Se  oyó  en  el  ámbito  del  templo  el 
nmrmuUo  de  la  oración  sincera  que 
por  ella  elevaba  el  viejo  monje 
de^de  el  coro. 

Illa  AIoreno. 


Y  sab-es  ^ov  quél 


—  Si  lloro  es  de  rabia,  porque  me  dan  fastidio,  me  producen  indig- 
nación ciertos  hechos.  Te  lo  confiero:  cuando  nos  cacamos  lo  quería 
con    locuro,   ci'eo    liabría   muerto  si  me  hubiera  abandonado.  Pero,  ¡qué 


quieres  1,   era  v.na   nma 
dos,   él   se   enfermó 
su   oficio   de  guarda 


16  anos  tema. 


;  apenas 
A    causa  de   las   muchas 


de 


cargoso 


A.1  poco  tiempo  de  casa- 
mojaduras  recibidas  en 
trenvía,  fué  ataiado  de  reumatismo.  Se  hizo 
Continuamente  me  reprendía  y  me  insultaba,  hasta  llegaba 
a  amenazarme  l-'A  odio  y  el  desprecio  hacia  él  í'uer.m  germinando  en 
mi  pecho  A  veces  llegaba  á  compadecerlo  por  lo  mucho  que  sufría. 
Sus  amigos  lo  visitaban,  algunos  con  mucha  frecuencia.  Alberto,  ese 
infame,  que  tontas  y  tantas  horas  de  angustias  originó  á  mi  vida,  lo 
visitaba  á  menudo,  mirándome  insistentemente  cada  vez  que  la  oca- 
sión se  presentaba.  Kn  las  visitas  nocturnas,  á  las  cuales  concurría 
con  más  frecuencia  que  los  demás  amigos,  yo  lo  acompañaba  hasta 
la   puerta  de  calle,    como   una  atención  y  un   agradecimiento. 

I  na  noche  fué  audaz.  Me  apretó  fuertemente  la  mano  suplicán- 
dome un  beso.  Vn helante,  cedí.  Después  de  aquel  beso,  se  presentó 
mi  vida  amarga  como  el  dolor.  Me  pidió  placeres.  V  mi  edad,  re- 
bosante de  salud  y  energías  no  pude  retraerme,  más  con  mi  ma- 
rido imposibilitado  para  proporcionármelos  Y  después  de  aquel  mo- 
mento fatal  y  maldito,  ya  no  hubo  tranquilidad  en  mi  espíritu, 
ni  alivio  á  mi  aflicción.  í.o  hizo  público.  Tnftime  !  .  Y  sabes  por 
qué  ?    Sabes  ?  . . . 

Es  tanta  la  conflanza  que  me  inspiras,  son  tan  sanas  tus  pa- 
labras, tan  poderosos  tus  razonamientos,  Marcos,  qtie  me  hallo  feliz 
en  el  instante  que  puedo  hablarte  y  llorar  sobre  tus  hombros  mis 
angustias  Te  lo  diré  todo,  porque  eres  bueno,  porque  eres  justo. 
A  veces,  cuando  te  escucho  en  tus  consideraciones,  pienso  en  mi 
madre,  aquella  mujer  que  me  hablaba  como  tú,  coii  ternura,  con 
bondad  ...     Vh  !  . . .    Si   todos   los    homares  fuesen   como   tú  . .     de  tus 


—  297  — 

ideas  !  No  las  conozco,  pero  las  comprendo,  sí,  las  comprendo  por 
lo  que  tú  dices:  son  de  bien,  son  de  amor  . . .  de  amor  sobre  todo, 
que  es   lo  que  falta    á  mi   vida 

Ah!  ...  el  infame  ...  Cuando  se  cansó  de  gozarme,  me  exigió.. 
Ah  ...  Marcos!  ...  Marcos !...  me  exigió  lo  que  una  prostituta  arrastra- 
da no  le  concedería  ..  me  exigió  el  placer  ..  el  placer  por  cualquier 
parte  del  cuerpo  ¿  entiendes  ?  y  como  me  rehusé,  furiosa  de  tanta 
maldad,  se  retiró  después  de  amenazarme  con  divulgar  nuestros  amo- 
res ...  Y  Pepe  lo  íupo.  A  las  cuatro  ó  cinco  noches  estaba  yo  al 
lado  de  su  cama  cosiendo,  cuando  se  sentó  rápidamente  recostándo- 
se en  un  cuadrado,  se  pasó  las  manos  por  la  frente,  me  miró  un 
rato  y  luego  habló.  Lo  que  me  dijo  en  su  desesperación  no  es  de 
imaginarse.  Cuando  estuvo  algo  desahogado  me  recordó  nuestros  amo- 
res, nuestros  días  de  gloria  y  primavera,  aquellas  horas  que  fueron 
como  ilusiones  soñadas ;  que  fueron ..  y  rompió  á  llorar  amargamen- 
te, y  con  él  lloré  yo  ...  Ah !  me  decía,  abusas  de  mi  desgracia,  Julia, 
porque  me  hallo  postrado,  porque  no  puedo  moverme  . .  todo  el 
jardín  de  violetas  cultivado  por  nuestras  caricias,  lo  has  destruido; 
sobre  mi  desgracia  has  elevado  un  prostíbulo ;  has  masacrado  mi 
amor...  Y  llorábamos,  él  con  la  cara  cubierta  por  las  manos,  yo 
con   la   cabeza  hundida   en   su   almohada  .. 

Desde  entonces,  el  insulto  y  el  odio  se  cernieron  sobre  mí.  Can- 
sada de  soportar  tanta  inmundicia  he  huido  hasta  aquí,  llena  de  asco, 
llena  de  desprecio  hacia  esos  corrompidos;  repleto  de  honor  y  de 
ignorancia  uno,  cargado  de  vicios  y  perversidad  el  otro.  Las  mur- 
muraciones son  las  charlas  de  las  chismosas  del  barrio.  Si  se  hallaba 
enfermo  y  nií;  necesitaba,  no  debió  vejarme  tan  pérfidamente.  Yo  no 
me  hallé  con  viilor  para  sufrir  tanta  malevolencia  cristianamente.  ¿He 
hecho  mal?  Para  mí,  lo  hecho,  bien  hecho  está.  Sabes  ahora  por  qué?.  . 

Marcos  Froment. 


Kitoraelos 


Alfredo  Varzi 


¡  Entre  las  jíimiíos  iiu'  \eo 
siempre  ¡i  solas  eoii  mi  lljinto. 
igual  que  el  palito  feo 
que  Aiiderseii  amaba  tanto  ! 

Como  nadie  me  quería 
eifré   en   ti    mi    línieo   emiieño, 
¡  oh,  rubia  primita  mía, 
blanca   y  frágil   eomo   un   sueño ! 

De  mi  pasión  te  reiste 
¡  y  de  nuevo  quedé  triste 
¡i  solas  eon  mi  deseo, 

siempre  ocultando  mi  llanto, 
igual  que  el  patito  feo 
que  Andersen  amaba  tanto  ¡ 

Francisco  Vii.l.\ksi'es.k. 


—  298  — 


Pour  fíen r i  Breicster 

Une  haleine  de  roses  dans  le  vent  m'a  saisi.  Gloire 
et  vie  a  mon  coeur !  Je  renais  éternel.  —  Une  haleine 
de  roses,  un  murmure  d 'abeilles,  me  font  l'áme  divine 
et  le  coeur  sans  souci. 

Le  Printemps  sort  des  núes  beau  comme  Saint-Mi- 
chel,  pose  un  pied  sur  la  terre,  un  autre,  et  le  voici. 
L'aérienne  armée  des  bourgeons  s'épaissit,  au  rayón 
de  son  glaive  dégagé  du  soleil. 

Gloire  et  vie  á  mon  coeur  !  Je  renais  éternel.  -  Une 
haleine  de  roses,  un  murmure  d 'abeilles,  et  cette  vi- 
sión dans  le  ciel  éclairci,  m 'ont  fait  lame  divine  et  le 
coeur  sans  souci. 

Les  drapeaux  du  Printemps  se  déroulent  au  ciel ; 
voici  flotter  sur  lui  tous  ses  vols  d  'hirondelles !  Et 
mon  ame  est  divine  et  mon  coeur  sans  souci:  une 
haleine  de  roses  dans  le  vent  m  'a  saisi. 

Le  Printemps  a  levé  son  glaive  de  rayón.  Al'assaut 
de  l'Azur  s'élancent  les  bourgeons !  Couché  sur  la 
páleur  de  1 'herbé  nouvelette,  royal  et  nonchalant,  j'as- 
siste  a  la  conqéte. 

Gloire  et  vie  a  mon  coeer!  -  Mon  ame  est  éternelle. 
—  Une  haleine  de  roses  dans  le  vent  m'a  saisi.  Une 
haleine  de  roses,  un  murmure  d'abeilles,  m 'ont  fait 
l'ame  d'un  dieu.  —  Mon  coeur  est  sans  souci! 

Paul  Fort. 


tJOSH:    E.     K.ODO    'Y'    «jPs.P=OLO 


Apolo  marcha,  decimos  nosotros,  recordando  á 
Pelletan.  Marcha  á  paso  de  gigante. 

En  otro  lugar  del  presente  número  insertamos 
algunos  hermosos  y  elocuentes  pensamientos  sobre  la 
crítica  en  general,  obsequio  que  de  su  cosecha  iné- 
dita nos  hizo  amistosamente  el  reputado  autor  de 
«  Ariel »,  señor  José  Enrique  Rodó. 

N.  DE  LA  R. 


—  299  — 

Una  av^tituva  de  Claudio 


Más  rara  que  tu  aventura,  fué  la 
mía,  dijo  Claudio,  á  sus  amigos  de 
café. 

La  otra  noche,  después  de  acalo- 
radaspalabras  con  la  Domínguez,  en 
el  Casino,  nervioso  por  el  final  á 
que  llegamos,  iba  hacia  casa,  cuan- 
do una  mujer  me 
llamó.  No  presté 
mayor  atención, 
porque,  vamos, 
me  disgustan  las 
pobretas  mujer- 
zuelas,  y  reanu- 
dando mis  ideas 
tendientes  á  ob- 
tener de  nuevo 
la  amistad  de  la 
«  Muñeca  »  seguí 
mi  marcha.  A  po- 
cos pasos  se  acer- 
có. Era  linda,  jo- 
ven, pobremente 
vestida.  Con  voz 
suplicante,  más 
de  mendiga  que. 
de  horizontal,  se 
ofreció  jNo  hubie- 
ra .  pero  ¡  qué 
diablos !  me  dije, 
bien  venga  esta 
por  aquélla.  La 
seguí,  pasamos 
detras  del  Varíe- 
te en  dirección  á 
mi  conventillo, 
donde  me  suplicó 

la  aguardase  breve  momento  Yo  no 
supe  á  qué  causa  atribuir  su  es- 
capatoria á  tan  miserable  lugar. 
Temí  fuera  «artimaña»  de  algún  va- 
gabundo, vividor  de  faldas,  pero 
permanecí  sereno  al  contacto  de  mi 
fiel  revólver  Prevenido,  con  mucha 
curiosidad  de  averiguar  que  miste- 
rio había  en  esta  mujer  cuya  forma 
de  conducirse  era  bastante  extraña 
obedecí  á  la  seña  que  desde  la  puer- 
ta me  hacía 

Ella  me  guiaba ;  salvamos  un  an- 


JosÉ  G.  Bertotto 


Á  Enriqíi.e  Crosa. 

cho  y  largo  patio  para  subir  una 
malísima  escalera  de  hierro  y  frente 
á  su  pieza,  hicimos  alto.  Entró.  Yo 
miraba  á  todos  lados,  sin  apercibir 
nada.  Sin  embargo,  esa  obrera  me- 
tida á  buscona  me  tenía  impacien- 
te. Salió  á  tiempo.  Sin  luz,  en  plena 
obscuridad,  excu- 
sándose,  preten- 
día indicarme  el 
lecho. 

¿Por  qué  no  en- 
ciendes la  lám- 
para ? 
—  Porque  . . 
No  quiso  con- 
testar Encendí 
un  fósforo,  exa- 
miné el  cuarto,  y 
n  o  encontrando 
nada  más  que  una 
camita  que  creí 
vacía,  me  acosté 
en  la  grande,  al 
aguardo  de  la 
mujer  que  la  ca- 
sualidad, esa  no- 
che, había  puesto 
entre  mis  brazos. 
¡Y,  extráñense 
ustedes ! 

No  bien  habíase 
unido  á  mí,  cuan- 
do  oí  la  voz 
clara  de  una  cria- 
tura : 

¡  Mamá  !  ¡  ma- 
¡Ay,  mamá,  que 


má!  ¡ladrones! 
miedo  ! . . . 

La  desconocida  levantóse  rápida- 
mente. Hice  lo  mismo.  Se  dirigió  á 
la  camita  y  acongojada,  trémula 
quería  tranquilizar  al  pequeño. 

i  Quédate  quieto,  Juanito !  Maña- 
na, te  daré  pan  fresco,  fresquito  . . . 

Estas  palabras  me  hirieron  en  lo 
más  hondo  del  alma.  Levanté  á  la 
criatura,  y  lo  que  nunca  había  he- 
cho, la  besé  con  calor  de  padre,  en 
los  labios.   Mi   espontánea  actitud 


-.iia  ¿i-:V 


—     300— 


atrajo  la  simpatía  de  la  madre.  (Con- 
fesó la  causa  que  yo  no  imaginaba 
— Vea,  señor,  soy  la  mujer  de  Gó- 
mez, el  huelguista  matadur  de  Lez- 
na, aquel  krumiro  que  traicionó  la 
huelga.  El  está  en  la  cárcel .  .  . 
desde  entonces  .  .  .  hace  seis  meses. 
Los  compañeros  al  principio  me 
ayudaban  .  .  .  después  se  olvida- 
ron ...  yo  trabajé  de  todo  ...  Me 
coloqué  de  sirvienta,  pero  como  te- 
nia esta  criatura,  no  atendía,  se- 
gún mis  patrones  los  quehaceres 
Me  echaban.  Lavé,  fregué,  y  nada 
Siempre  la  miseria.  Siempre  ¡  oh,  mi 
madre!  la  miseria  tenaz,  cruenta. 


terrible.  Anoche  .  .  .  sabe,  anoche» 
robé  á  la  vecina  un  pedazo  de  carne 
que  había  dejado  afuera  ,  .  .  Mi  po- 
bre Juanito  estuvo  todo  el  día  ante- 
rior sin  comer  . .  .  Hoy,  me  decidí. 
¿  Entiende  ?  ¿  qué  iba  á  hacer  ?  .  .  . 
¡  Todo  por  él !  ¡  Ay  !  hijo  mío  !  .  .  . 
Soy  honrada,  señor,  créame  !  . . . 

La  di  mi  dinero ;  abracé  al  niño, 
y  sin  atreverme  á  saludar  á  la  már- 
tir me  retiré  como  si  sobre  mí  pe- 
sara algún  espantoso  crimen  .  .  . 

Luego,  reímos  de  esas  perdidas . . . 

José  G.  Bertotto. 


-oí^CCCÍ&o- 


GAJSeiEAS  asirías 


Yo  adoro  las  cabezas  asirías. 

Las  cabezas  pensativas,  de  gran- 
des bucles  obscuros  y  undívagos 
que  caen  en  dos  bandas  sobre  las 
frentes  Umpias. 

Yo  adoro  las  cabezas  asirías. 

Las  cabezas  del  perfecto  rostro 
oval,  hostia  arcaica  elevada  por  esa 
raza  que  no  quiere  morir. 

Las  cabezas  de  ojos  liechos  á  es- 
crutar los  Libros  Santos,  de  ojos 
inmensos  y  sagrados,  de  ojos  obs- 
curos y  apacibles;  coronados  por 
cejas  lucientes  que  scjbre  ellos  pare- 
cen (los  alas  de  águila  abiertas  so- 
bre dos  abismos  de  inmensos  ensue- 
ños   . 

Yo  adoro  las  cabezas  asirías. 

Las  cabezas  de  nariz  ideal,  cuyo 
perfil  divinamente  curvo  parece 
desvanecerse  ..  desvanecerse  De 
bocas  leves,  de  labios  delgados  he- 
chos á  cantar  el  salmo,  á  gritar  el 
apostrofe  de  Isaías,  á  murmurar  el 
simbólico  versículo  de  Daniel,  á  ge- 
mir las  elegías  formidables  de  Job  ... 

Yo  adoro  las  cabezas  asirías 


Las  cabezas  de  barba  sedeña  y 
rizada,  que  se  parten  en  dos,  de 
barba  que  se  recorta  breve  sobre  la 
tez  mate  fina..  Las  cabezas  dignas 
del  camafeo  de  esmeralda,  que,  des- 
deñosas del  tiempo,  se  inclinan  mu- 
das sobre  el  Pentateuco  y  recuerdan 
las  glorias  de  Salomón,  las  pompas 
deleroboán,  las  tristezas  y  las  neu- 
rosis de  David  . 

Yo  adoro  las  cabezas  asirías. 

En  nombre  de  los  viejos  reyes 
que  usaban  tiara  y  barba  de  cane- 
lones, y  alargaban  sus  ojos  con  pin- 
tura y  cabalgaban  en  bueyes  y  te- 
nían ia  definitiva  frialdad  de  la 
muerte  .  En  nombre  de  los  patriar- 
cas beduinos  cuyas  hijas  iban  á  la 
fuente,  soñadoras,  al  fulgor  de  los 
occidentes  pomposos  de  la  tierra  de 
los  Ben-Israel . .  En  nombre  de  los 
profetas  Mayores,  los  Jueces  ungi- 
dos del  Señor  ..  Y  en  nombre  del 
Cristo,  el  de  la  tristeza  augusta  y  se- 
rena. 

Amado  Ñervo. 


—  301 


Hora  Myslica 


Oriente  s'inrosa :  il  mattino 
su  i  dor?i  a  le  verdi  colline 
sorride  ;  son  stille  argentine 
i  mandorli,  e'l  cielo  é  turchino. 

Sul  eerulo  clivo  il  convento 
albeggia,  pensoso,  al  sereno; 
la  tinnula  squilla  vlen  meno, 
la  squilla  che  pare  un  lamento 

E  chiama  á  la  prece  nel  coro, 
le  suore  ne  Tumili  celle, 
su  i  monti  le  ultime  stelle 
han  bagliori  trepidi  d'oro. 

Si  cullano  a  l'aura  i  cipressi 
sognanti  il  perdono  e  la  pace ; 
intorno  il  convento  che  tace 
i  nidi  pispiglian  sommessi. 

I  peschi  son  nembi  di  rose, 
i  meli  son  nembi  d'argento, 
l'alitare  lieve  del  vento 
reca  loro  essenze  odorose. 

Le  lodole  a  sciami  festose 
si  perdón,  trillando  ne  cieli ; 
tra  l'erbe,  su  i  gracili  steli, 
le  viole  sogguardan,  ritrose, 

Si  desta  la  valle  allietata 
di  canti  d'uccelli,  di  foglie, 
di  fonti ;  da  1  aureé  soglie 
s'avventa  la  rossa  giornata. 

Tu,  Blanca,  discendi  nel  coro: 
non  tace  la  tinnula  squilla ; 
non  per  te,  oggi,  11  cielo   scintilla, 
né  orizzonte  tingesi  d'oro. 

0  pallida  suora,  il  tiio  velo 
distendí  su  gli  occhi  viola ; 
del  mondo  nessuna  parola 
ti  sflori,  o  nata  peí  cielo. 

1  gemite  cupi  de  l'organo 
echeggiano  sotto  le  árcate, 
o  Blanca,  le  colpe  passate 

tu  piangi  col  planto  che  sgorga  ? 

Tu  piangi !  . .  .  voi  tutte  piangete, 
o  pallide  suore,  nel  canto 


Para  Apolo. 

che  sale,  che  muore   ch'é  schianto 
de  l'anime  vostre  segrete. 

Ma  taciti  i  vostri  pensieri 
ascendono  alati,  l'intenso 
azzurro ;  una  nube  d'incenso 
11  avvolge  con  fiocchi  leggieri. 

Dileguan  nel  cielo  canoro 
col  gárrulo  suon  di  campane 
di  piccole  chiesse  lontane 
sperdute  nel  vasto  pianoro. 

Le  glicinie  sonó  fioriti 
a  tutte  le  p'ccole  grate 
attendon  che  loro  spruzziate 
di  stille  le  foglie  appassite. 

I  passeri  bruni  ne  Porto, 
le  briciole  aspettan  del  pane; 
le  briciole  e  ció  che  rimane 
del  cibo  che  é  loro  conforto. 

Ti  aspettano,  o  Blanca,  quei  nidi 
ascosi  nel  folto  del  rovi, 
da  l'uovo  sgusciaron  dei  nuovi 
uccelini ;  senti  i  lor  gridi  ? 

Accorri  a  quei  piccoli  nati, 
ma  adessi  tu  porta  qualcosa, 
son  piccoli,  nudi,  ogni  cosa 
lor  manca,  son  solo  scaldati. 

Ma  quanti  piccini  nel  mondo 
son  soli,  che  gridano:       ü  fama  !- 
Nessuno  l'ascolta.  Le  grame 
querele  dileguan  nel  mondo. 

Scendete  dal  blanco  convento, 
o  pallide  suore  pentite 
per  madri  a  quei  bimbi  voffrite  ; 
la  vita  non  sia  un  lamento  ! 

Ma  cessano  le  litanic 
come  goccie  lente  d'assenzio. 
Un  canto,  . . .  poi  tetro  silenzio 
avvolge  le  lor  voci  pie. 

E  torna  la  calma  nel  cuore 
co  l'ultima  nota  del  canto, 
le  suore,  passandosi  accanto, 
sussuran  :  —  Soreüa,  si  muore  — 

GlUSEPPE   PlERUCCI. 


—  302 


^iblio^ráfiea^ 


Liibttos    y    folletos    neeibidos 


cRijjva»  3aí  ^tóyico,  POR  Alfredo 
"GÓMEZ  Jaime.  —  Madrid.  —  Alfredo 
Gómez  Jaime,  autor  de  un  hermoso 
poemita  :  «Irma  »del  cual  hablamos 
•en  uno  de  nuestros  números  anterio- 
res, acaba  de  enviarnos  de  Madrid, 
donde  reside  actualmente,  un  ejem- 
plar de  su  último  libro  intitulado 
«  Rimas  del  Trópico  »  En  cada  una 
■de  las  poesías  que  constituyen  ese 
volumen,  el  poeta  ha  puesto  un  dul- 
ce soplo  de  emotividad,  de  ese  per- 
fume que  deleita  á  los  espíritus  y 
es  el  alma  de  la  poesía  subjetiva. 
El  estilo  de  Gómez  Jaime  es  fluido 
y  elegante,  atributo  éste  que  agre- 
gado á  la  elocuencia  de  sus  visiones 
serenas  hace  que  su  nuevo  libro  sea 
digno  de  todo  encomio. 

Lamentamos  no  disponer  de  ma- 
yor espacio  para  ocuparnos  exten- 
samente del  libro  que  mencionamos 
y  que  ha  producido  excelente  im- 
presión en  los  circuios  literarios  de 
España  y  América. 

Nuestras  felicitaciones  al  poeta,  y 
con  ellas,  nuestro  agradecimiento 
por  su  hermoso  obsequio. 

Sí  uLíma  3c-  ia  CLmé/tica  £a-tina,    POR 

Joaquín  Arciniegas.  -  San  José  de 
Costa  Rica.— Joaquín  Arciniegas  ha 
publicado  en  un  volumen  lujosa- 
mente impreso  los  diferentes  juicios 
•que  sobre  su  obra  inédita  intitulada 
«El  Alma  de  la  América  Latina» 
han  hecbo  los  principales  y  mejor 
■conceptuados  periódicos  america- 
nos. El  libro,  cuya  aparición  se 
anuncia  para  muy  pronto,  versará 
sobre  la  historia  de  América,  desde 
el  descubrimiento  hasta  la  época 
actual,  y  contendrá  un  escogido  y 
vasto  sumario  y  hermosas  ilustra- 
ciones en  colores  ejecutadas  en  uno 
•de  los  mejores  talleres  de  Europa. 

&i    e+viíjiíva    in-tcí-io^,    POR   MaNUEL 

GÁLVEz. —  Buenos  Aires.-  Compo- 
jie  el  volumen  así  titulado,  una  se- 


rie de  poesías  muy  sentidas  y  deli- 
cadas La  originalidad  de  muchas 
de  ellas  merece  el  homenaje  del 
aplauso.  Las  otras  revelan  al  poeta 
no  em?ncipado  aún  de  la  influencia 
del  maestro.  Leyendo  con  devoción 
las  poesías  de  Gálvez,  recordaréis 
bien  pronto  la  manera  de  Rubén 
Darío;  y,  muchas  veces,  la  de  aquel 
gran  emotivo  que  se  llama  Juan  R 
(iiménez.  Sin  embargo,  Manuel  Gál- 
vez merece  los  más  entusiastas  plá- 
cemes. El  no  niega  al  maestro  Ru- 
bén Darío,  á  quién  dedica  su  libro. 
No  hace  como  esos  escritores  (aquí 
en  el  Uruguay,  hay  muchos )  que  van 
á  la  zaga  de  sus  maestros  imitando 
escandalosamente  su  estilo  y  luego 
no  sólo  lo  niegan  y  lo  lapidan  sino 
qae  critican  acerbamente  su  mane- 
ra personal  y  pretenden  aparecer 
ante  los  otros  escritores  como  des- 
pojados de  toda  influencia  extraña. 
Dejamos  constancia  de  esto  porque 
nos  exaspera  que  algunos  de  nues- 
tros escritores,  nada  personales, 
por  cierto,  quieran  oflciar  de  dómi- 
nes literarios  empezando  por  creer- 
se superiores  á  los  maestros  que 
remedan. 

£ad  oBa-tca»,POR  ENRIQUE  J   BANCHS. 

—  Buenos  Aires  — Es  un  pequeño 
volumen  de  poesías  modernistas  que 
revela  al  poeta  apto  para  todas  las 
formas  y  motivos  que  estremecen 
su  psiquis.  Concebido  con  mucho 
arte  y  con  plétora  de  savia  imagi-  ^ 
nativa,  el  libro  de  Banchs  acusa  en 
su  autor  un  perfecto  conocimiento 
de  las  nuevas  tendencias  literarias 
en  las  cuales  se  embarcan  los  soña- 
dores de  hoy. 

El  poemita  «  Las  Barcas  *  que  da 
nombre  al  volumen  es  hermoso  bajo 
cualquier  concepto.  Escrito  en  ver- 
sos alejandrinos  de  una  fluidez  ex- 
quisita y  lleno  de  brillantes  imáge- 
nes que  dan  realce  á  la  idea  original. 


^- 


—  303 


todo  él  habla  muy  alto  en  elogio  al 
poeta  que  siente  y  sabe  pensar.  Si 
el  espacio  nos  permitiera,  anotaría- 
mos otras  poesías  de  las  que  más 
se  destacan  en  el  volumen.  Pero,  en 
cambio,  diremos  que  se  trata  de  un 
libro  bueno,  maguer  ciertas  aso- 
nancias y  consonancias  mezclabas 
que  se  pueden  observar  en  algunas 
estrofas  de  «Los  cisnes  del  lago  »  y 
«  Ofrenda  ■». 

<}ato<i,  POR  EL  Tunante  (  Abelardo 
M.  Gamarra  )  —  Lima.  —  He  aquí 
un  libro  sincero  y  fuerte,  un  libro 
todo  verdad,  donde  se  ponen  al  des- 
nudo los  torpes  convencionalismos 
y  se  estudian,  con  un  criterio  sere- 
no ■  refractario  al  eufemismo,  los 
bajos  fondos  de  la  política  peruana, 
que,  al  fin  y  al  cabo,  es  idéntica  á 
la  de  todos  los  países,  sean  ellos 
monárquicos  ó  republicanos. 

Abelardo  M.  Gamarra,  que  dirige 
en  Lima  el  periódico  liberal  « Inte- 
gridad »,  consolida  con  ese  libro  en 
que  campea  la  sátira  hábilmente 
manejada,  su  reputación  de  escritor 
de  nervio  y  de  voluntad  de  bronce. 

Son  de  admirarse  en  esta  época 
de  vergonzosas  claudicaciones  las 
palabras  sinceras  de  los  que  sueñan 
en  un  ideal  de  libertad,  luchando 
siempre  con  la  esperanza  ante  los 
OJOS.  Por  eso  admiramos  el  libro  del 
distinguido  periodista  peruano. 

«  Algo  del  Perú  y  mucho  de  Pela- 
gatos »•  contiene  también  un  libreto 
para  ópera  intitulado  «  El  Yaraví  >", 
exquisitamente  escrito  y  llenó  de 
imágenes  hermosísimas  que  han 
despertado  en  nuestras  almas  un 
cúmulo  de  sensaciones  divinas. 

Agradecemos  intimamente  al  se- 
ñor Gamarra  el  ejemplar  que  nos 
ha  enviado. 


NUEVO  CANJE 
<S.dio,  —  GUANTÁNAMO    --  CUBA.  — 

Nos  ha  visitado  el  número  2  de  este 
quincenario  de  literatura  que  diri- 
gen los  escritores  Rafael  PuUés  Pa- 
lacios y  Regino  E.  Boti  Barreiro. 
Entre  las  composiciones  que  lo  com- 
ponen, algunas  buenas,  y  mediocres 
las  otras,  hemos  leído  una  titulada 


«Capricho»  que  quiere  ser  algo  así 
como  una  crítica  al  potable  poeta 
cubano  Manuel  S.  Pichardo. 

(Conocemos  la  importante  labor 
de  este  poeta,  y  por  eso,  la  mencio- 
nada composición  iios  ha  parecido 
obra  de  algún  ilustre  desconocedor 
de  las  letras  ó  bien  de  alguno  de 
esos  impotentes  que  á  trueque  de 
hacer  obra  intelectual  mortifican  á 
aquellos  que  marchan  hacia  la 
meta 

Agradecemos  y  retribuiremos  el 
envío. 

Sit/c  (flm¿«ica.  -  Bogotá.  —  Colom- 
bia —  Hemos  recibido  algunos  nú- 
meros de  esta  interesante  revista 
que  dirige  el  distinguido  drama- 
turgo y  literato  Adolfo  León  Gómez. 
Traen  un  excelente  material  de 
lectura.  Felicitamos  al  autor  de  «  El 
Soldado  »  por  la  reaparición  de  su 
simpática  revista 

£a  fZ-u.eAja  oíl<wi*ta.  —  BULNOS  AI- 
RES Acabamos  de  recibir  el  pri- 
mer número  de  esta  pequeña  revista 
literaria  que  dirige  el  señor  Sergio 
V.  Florespine  Trae  un  variado  ma- 
terial de  lectura  y  excelentes  íoto- 
grabados.  Dejamos  establecido  el 
canje  de  práctica. 

SLcvíí>Ía     ¿ati-na.  —  MADRID  Ya 

ha  llegado  el  número  1 ,  correspon- 
diente al  mes  de  Septiembre,  de 
esta  interesantísima  publicación  que 
dirige  el  poeta-amigo  Francisco  Vi- 
llaespesa.  De  su  importancia  ya  se 
habrán  dado  cuenta  los  que  leyeron 
su  sumario  en  el  número  anterior 
de  Apolo. 

En  el  próximo  número  «Revista 
Latina  »  se  ocupará  del  libro  «  Fan- 
farria de  prejuicios»  de  nuestro  re- 
dactor Períécto  López  Campaña. 

Los  que  deseen  subscribirse  á 
«  Revista  Latina  »  pueden  dirigirse 
á  la  Librería  Moderna,  '  8  de  Julio, 
342  y  Sarandí,  240,  ó  á  la  Adminis- 
tración de  «  Apolo  ». 

Sí  (¿o'^o  diu^Uado.  —  Caracas.  — 
Nos  ha  visitado  el  número  377  de 
esta  importante  revista  que  en  Ca- 
racas dirige  el  señor  J.  M.  Herrera 
Irigoyen.  Contiene  un  excelente  ma- 
terial literario  rubrado  por  escrito- 
res ya  consagrados  en  el  mundo  de 
las  letras,  y  numerosos  grabados 


304  — 


nítidamente  impresos.  El  canje  con 
esta  revista  estaba  ya  establecido. 
S'-topicaí.  —  Ibaguk  ^Colombia  ¡.  — 
Recibimos  el  número  4, de  esta  re- 
vista mensual  de  literatura,  artes  y 
•ciencias  que  se  publica  bajo  la  di 
rección  de  los  escritores  Manuel  A. 
Bonilla  y  Enrique  Yeleza.  A.  Su  suma- 
rio es  nutrido  é  interesante.  Esta- 
blecemos el  canje, 

CANJE  ORDINARIO 

«  Letras  »,  Habana  (  Cuba  )  «  Mes 
Literario  »Coro  \  Venezuela  ':  <  Ger- 
men »,  Buenos  Aires  «El  Iris  », 
Villa  del  Cerro  :  «  Caras  y  Caretas  » 
Buenos  Aires  ;  «El  Deber  Cívico  % 
Meló  »  ;  •*  Verdad  »,  Montevideo  ; 
«  El  Orden  »,  Níinas  :  «  Vida  Nueva  » 
Florida :  «  El  Obrero  ».  Rocha  ;  <  El 
Civismo  ',  Rocha ;  «  El  Heraldo  », 
Maldonado  :  «  La  Quincena  ■»,  «  San 
Salvador;  «Natura».  Montevideo; 
«Nueva  Vida»  ■'San  Salvador; 
«  Ecos  del  Progreso».  Salto;  «Zig- 
zag», Santiago  de  Chile;  «dluaya- 
quil  Artístico  »,  (ruayaquil ;  «  Ver- 
dad ».  Santiago  de  Chile. 


REPRODUCCIONES 

De  nuestros  númt'ros  anteriores  lian  he- 
cho los  iieriiHÜeos  si}í<iientes  : 

La  Tribiniu  Liho-taria.  ^lontevideo:  «Ci- 
clo de  Retroceso»,  por  l'érez  y  Caris;  El 
Obrero,  Rocha:  «Rojo  y  Xeu-ro»,  por  Ovidio 
Fernández  Ríos  y  «  Universalidad  de  la 
lucha  económica»,  por  Perfecto  López  Cani- 
l)afia;  Ecos  del  I'roi/ri'so,  Salto:  «Literaturas 
^lodernas,  «Fanfarria  de  L'rejuicios»,  por 
Juan  Pícími  Olaondo  y  «Poniente  Hibernal», 
por  Pérez  y  Curis;  El  Ir/a.  Villa  del  Cerro: 
«Del  Caos»,  i)or  Ovidio  Fernández  y  Ríos  y 
«Poniente  Hibernal»,  por  Pérez  y  Curis: 
Vida  Xueva,  Florida:  «Erótica»,  por  Luis 
Martínez  Mareos  ;  El  Iris.  Villa  del  Corro: 
«  Ante  una  ofrenda  hacia  los  dioses  »,  por 
Juan  Picón  Olaondo. 


NOTAS 

Nuestro  compañero  de  redacciém,  (d  ta- 
lentoso escritor  Perfecto  López  Cam|*aña, 
sigrue  radicado  en  el  Salto,  donde  redacta 
el  importante  diario  AVos  del  Pror/reso. 

Nos  ha  prometido  enviarnos  desde  allí  su 
colaboración.  Nosotros  lamentamos  de  ver- 
dad la  auseneiíi  del  estimado  camarada  y 
aniiíío. 

El  Joven  i)oeta  (Ividio  Fernándcíz  Ríos, 
de  la  redacción  de  Apolo,  ha  sido  nombra- 
do recientemente  redaetor  de  nuestro  colc- 
g'a  El  Iris  ([ue  se  edita  en  la  Villa  del  Ce- 
rro. 

Felicitamos  á  «  El  Iris  »  por  la  adciuisi- 
ción  de  tan  valioso  elemento. 

Advertimos  á  todos  los  interesados  en 
l)oseer  la  colección  completa  del  Apolo, 
que  la  mayoría  de  los  números  publicados 
hasta  la  fecha  se  han  ajíotado  inmediata- 
mente. Del  único  número  (jue  e.viste  can- 
tidad suñciente  para  satisfacer  ciertos  pe- 
didos, es  del  número  i!  (|ue  corresi)onde  al 
mes  de  Julio.  No  obstante  esto,  siemjire 
((ue  los  [ledidos  lleu-uen  á  constituir  una 
cantidad  di^n:i  de  tenerse  en  cuenta,  jiu- 
blicarenios  en  un  solo  número  de  ffran 
formato,  todos  los  números  af^otados  desde 
el  1  al  5  inclusive. 

Los  autores  así  como  las  casas  editoras 
tanto  nacionales  como  extranjeras  (¡ue  de- 
seen un  Juicio  breve  en  las  Biblionrájicas. 
es  menester  ([ue  envíen  á  la  redacción  de 
Apolo  dos  ejemplares  de  las  obras  ({ue 
publiíiuen. 

Sólo  así  verteremos  opiniones,  de  las 
cuales  nos  hacemos  responsables. 

Todas  aquellas  publicaciones  americanas 
y  europeas  que  deseen  establecer  Canje 
regular  con  el  Apolo,  serán  satisfechas  á 
vuelta  de  correo.  Basta  jiara  ([ue  este  ¡lue- 
de  iniciado,  con  ([ue  se  nos  envíe  un  ejem- 
plar de  la  revista  interesada. 

Las  colaboraciones  de  nuestro  número 
anterior  correspondientes  á  autores  nru- 
fíuayos  se  han  publicado  talmente  los  ori- 
K'ináles.  Lo  hacemos  constar  así,  i)or  cier- 
tas palabras  de  desas'rado  i)ronunciadas  in- 
debidamente por  algunos  de  <lichos  auto- 
res. 


-o^$CCC$&^- 


Núm^ro  extraorditiario  d«  ''A^oW 


El  1."  de  Enero  de  1908  publicaremos  un  número  extraordinario  de 
nuestra  revista,  conmemorando  así  el  comienzo  del  «tercer  año»  de 
vida.  Constará  él,  de  más  de  80  páginas  de  material  gráfico  y  literario 
de  los  mejores  artistas  y  escritores  contemporáneos  de  ambos  mundos. 
Las  colaboraciones  para  dicho  número  se  recibirán  en  esta  redacción 
Jiasta  el  15  de  Diciembre  próximo. 


npoüo 


I^E VISTA    DH   flt^TE 
«     Y  SOCIOIiOGJfl      » 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Eedactor:   P.  LÓPEZ   CAMPAÑA  —  Secretario  de  Redaceión:   O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 
AÑO  II  —  N.°  10.  Montevideo— Buenos  Aires,  Diciembre  de  1907. 

0-e  *' Enfermedades  Sociales" 


El  adelanto   matefial 

Los  pueblos  de  filósofos  y  de;  retores  como  la  Grecia  fantas- 
mal de  nuestra  edad  antig'ua,  sólo  podrían  mantener  su  plena 
autoridad  en  estas  éijocas  complicadas  y  multiformes  á  condición 
de  unir  á  sus  excelencias  metafísicas  y  á  su  superioridad  pensante, 
una  vigorosa  juventud  industrial,-  económica  ó  manufacturera,  y 
un  espíritu  vivaz,  siempre  despierto,  capaz  de  ir  revistiendo, 
simultáneamente  con  las  otras  agrupaciones,  las  mismas  formas 
externas,  y  los  mismos  refinamientos  en  la  existencia  material. 
Imaginar  que  un  país  puede  contrabalancear  con  sus  especulacio- 
nes trascecientales  y  con  sus  exquisiteces  artísticas,  el  empuje 
absorbente  de  los  que  le  rodean,  es  abandonarse  al  imposible.  La 
vida  está  hecha  de  equivalencias.  Y  el  equilibrio  es  una  ifaraleli- 
zación  de  fuerzas  anuladas. 

Olvidando  estos  principios,  ciertos  pueblos  latinizantes  han 
conservado  como  recuerdo  de  su  origen  y  de  sus  aficiones  de  varios 
siglos,  una  confusa  tendencia  á  encerrarse  en  el  ideal  y  á  descuidar 
extremadamente  las  otras  formas  de  la  energía  humana.  En  el 
momento  actual  algunos  dejan  ver  un  sensible  achatamiento.  Ello 
se  transparenta  hasta  en  los  detalles  ínfimos.  Porque  los  maravillo- 
sos constructores  de  paradojas,  obsedidos  por  la  nubes,  acaparados 
por  preocupaciones  altísimas,  parecen  considerar  su  paso  por  el 
planeta  como  una  cosa  provisoria  que  no  merece  grandes  cuidados. 
No  son,  ni  con  mucho,  filósofos  estoicos,  enemigos  de  la  molicie. 
Pero  la  disposición  que  demuestran  para  los  asuntos  intelectuales, 
se  transforma  á  menudo  en  inaptitud,  así  que  atacan  el  abecedario 
casero  de  las  necesidades  cotidianas. 

Petteza  de  las  facultades  efeadopas 

Es  evidente  que  la  falta  de  esas  comodidades,  de  ese  confort, 
de  esos  perfeccionamientos  incesantes  y  múltiples  que  exige  el  ser 
humano  cada  vez  más  complejo,  más  vibrátil  y  más  alto,  indica 
una  interrupción  en  la  fuerza  aseen  sional  de  ün  pueblo.  A  una  cre- 
ciente superioridad  de  aptitudes,  corresponde  una  más  grande 
intensidad  de  progreso  traducido  en  bienestar.  - 


—  306  —        . 

En  determinadas  comarcas,  el  hombre  se  siente  acariciado  por 
la  facilidad  de  Jas  cosas.  Todo  resbala  y  se  ofrece. 

En  otras  todo  parece  estar  hecho  de  pedacitos.  Falta  la  concep- 
ción audaz,  la  resolución  franca.  Se  nota  cierta  mezquindad,  cierta 
economía,  cierto  deseo  de  hacer  de  lo  indispensable  lo  menos  posi- 
ble y  de  burlar  la  opinión,  dándole  la  mitad  de  lo  que  aguarda. 

No  basta  que  una  élite  viva  con  el  siglo.  Lo  que  marca  el  pro- 
greso y  la  victoria  es  la  difusión  del  bienestar  dentro  de  las  fronte- 
ras y  lo  que  cuenta  en  los  cómputos  universales,  es  el  término 
medio  de  la  felicidad  individual  dentro  de  cada  nación.  La  aristo- 
cracia rusa  tiene  las  mismas  costumbres  refinadas  que  la  aristocra- 
cia inglesa,  pero  eso  no  significa  que  ambos  pueblos  estén  al  mismo 
nivel.  Lo  que  en  aquel  país  es  patrimonio  exclusivo  de  una  casta  y 
forma  como  una  isla  dentro  de  la  nación,  resulta  en  éste  extendido 
y  común  á  un  número  infinitamente  mayor  de  individuos.  Lo  que 
en  Rusia  sólo  alcanza  para  perfumar  la  cima,  resbala  en  Inglaterra 
por  las  laderas  y  ñorece  la  mitad  de  la  montaña. 

La  cultura  de  las  naciones  puede  calcularse  por  sus  necesida- 
des. Los  pueblos  que  marchan  á  la  cabeza,  son  también  aquellos  en 
que  se  vive  mejor,  desde  el  punto  de  vista  de  la  alimentación,  de 
los  transportes,  etc.  .  .  Las  simetrías  de  la  existencia  quieren  que  á 
una  superioridad  de  pensamiento  corresponda  una  superioridad  de 
vida  material.  Algunos  desmienten  esta  regla.  Y  es  porque  sufren  la 
inñuencia  de  un  factor  nuevo  que  está  á  menudo  en  contradicicción 
con  el  espíritu  general  del  país  y  que  se  llama :  la  falta  de  inicia- 
tiva. 

Una  revista  de  Viena,  Die  Zeit  abrió  una  «  enquéte  »  sobre  la 
influencia  francesa  en  Alemania.  Los  profesores,  literatos  y  artistas 
consultados  por  ella  hicieron  respuestas  evasivas,  francas  ó  irónicas. 
Pero  casi  todos  dejaron  la  misma  impresión  desconcertante.  Alema- 
nia admira  la  intelectualidad  francesa,  pero  se  considera  superior  á 
Francia  por  su  acción  de  conjunto  sobre  el  siglo.  Se  defiende  de  lo 
que  llama  el  «  alma  femenina  »  de  París.  El  sentimiento  del  deber  le 
da  según  ella  la  fuerza  necesaria  para  obrar ;  mientras  que  el  fran- 
cés, escéptico,  carece  de  motivos  para  sacrificarse.  Francia  es  un 
niño  travieso  y  sublime  cuyo  espíritu  superficial  no  concuerda  con 
la  necesidad  que  dicen  sentir  los  sajones  de  cosas  fundamentales. 
Quizá  exageran  éstos  un  tanto  la  solidez  que  se  atribuyen.  Pero  es 
lo  cierto  que  en  Berlín  ó  en  Hamburgo  se  advierte  más  á  menudo  la 
titilación  de  un  espíritu  crítico  constantemente  despierto  y  aplicado 
á  las  cosas  corrientes. 

Lia  inieiativa 

La  iniciativa  es  la  renovadora  de  la  existencia ;  la  facultad  con 
ayuda  de  la  cual  el  hombre  va  haciendo  entrar  futuro  en  el  presen- 
te. Sin  ella  todo  permanecería  estancado  á  lo  largo  de  los  siglos  y 
las  edades  serían  reproducciones  pálidas  de  un  eterno  tipo  ances- 
tral. Es  lo  que  pone  en  movimiento  á  las  sociedades,  lo  que  las 
da  rasgos  propios,  lo  que  las  hace  cambiar  de  piel.  La  iniciativa  no 
resulta  por  su  esencia  una  cosa  de  conjunto,  es  una  función  perso- 
nal. No  es  obra  de  los  organismos,  sino  de  las  moléculas.  Se  tradu- 


—  307  —     : 

ce  en  una  acción  individual  y  constante  que  descubre  circunstan- 
cias, analogía,    procedimientos,    disociaciones,   matices,    aplicacio- 
nes ó  formas  desconocidas,  que  después  se  difunden  y  aumentan  el 
haber  de  la  colectividad.  Iniciativa  fué  la  del  primer  hombre  que 
hizo  brotar  el  fnego,  que  esclavizó  las  fugas  del  caballo,  que  impu- 
so á  los  árboles  la  forma  de  una  clioza,  que  traspuso  con  un  puente 
el  imposible  de  los  rios,  que  experimentó  las  virtudes  de  una  plan- 
ta, que  adivinó  la  rueda,   que  mordió  una  fruta,  que  modiricó  el 
traje,  que  se  bailó  en  el  mar,  que  podó  un  árbol,  que  se  sirvió  de 
un  aviso,  que  imaginó  un  paraguas,  ó  que  introdujo,  creó  ó  acli- 
mató algo  inédito.  Iniciativa  es  la  del  primero  (^ue  puso  un  freno  á 
la  locomotora,  que  dio  rueda  libre  á  la  bicicleta,  que  resolvió  un 
perfeccionamiento  en  el  servicio  postal,  que  acortó  la  duración  de 
un  viaje  ó  que  determinó  cualquier  mejoramiento  de  lo  existente. 
Tener  iniciativa  es  transponer  la  costumbre,  ser  más  que  un  fonó- 
grafo, razonar  las  cosas,  vivir  completamente.  Los  paralíticos  de 
alma  se  contentan  con  la  tradición  ;  los  hombres  plenos  ven  á  tra- 
vés de  ella.  Si  lo  miramos  bien,  la  iniciativa  no  es  más  que  produc- 
to de  la  curiosidad  y  de  la  lógica.  Quizá  entra  en  ella  también  un 
poco  de  presciencia  y  de  adivinación.  Pero  es  el  motor  supremo  de 
los  pueblos  y  su  condición  de  triunfo.  Caando  ante  una  escena  ó 
un  caso  inesperado  ( haciendo  abstracción  de  los  grandes  conflictos 
morales ),  un  hombre  no  acierta  á  resolver  lo  que  conviene  y  busca 
en  el  pasado  un  ejemplo  ó  un  lazarillo,    se  puede   decir  que  ese 
hombre  decae.  Ya  no  es  capaz  de  saltar  por  sobre  la  dificultad  para 
crear  vida.  Es  un  baldado  .  .  .    Juventud,    signiñca   exuberancia, 
decisión  y  jaque  á  los  imposibles.  Los  pueblos  jóvenes  y  triunfan- 
tes son  aquellos  en  que  se  oye  el  chisporratear  de  la  inventiva,  en 
que  cada  cerebro  es  un  laboratorio  de  deducciones  y  de  induccio- 
nes, en  que  se  extrena  una  vida  todas  las  mañanas,  en  que  el  hom- 
bre siente  dentro  de  sí  el  fuego  creador,  base  de  la  supremacía  de 
la  especie  y  origen  de  nuestra  ascención  interminable.  Fuera  de  la 
iniciativa  no  hay  más  que  estancamiento  y  derrota.    Basta  echar 
una  ojeada  sobre  las  naciones,  para  comprender  la  importancia  de 
esta  facultad  que  algunos  consideran  como  subalterna  y  que  es  en 
realidad  el  origen  de  todo  progreso.  Si  España  pierde  terreno,  es 
porque  ha  descuidado  la  iniciativa.  Mientras  ella  permanece  ancla- 
da en  sus  costumbres,  los  otros  pueblos  continúan  su  marcha  hacia 
el  sol,  algunos,  como  los  Estados  Unidos,  con  una  rapidez  grande. 
Porque  en  la  América  del  Norte  la  iniciativa  es  el  resorte  principal. 
Una  educación  razonada  y  libre  ha  habituado  á  los  hombres  á  la 
acción  y  les  ha  dado  con  la  facultad  del  análisis  la  costumbre  de  la 
crítica  y  el  deseo  de  mejorar  las  cosas.  Todos  concurren  según  sus 
facultades  y  en  su  esfera  á  empujar  la  monstruosa  bola  de  nieve  de 
la  civilización.    Así  consiguen  ir  adelante   en  la    fuga    hacia   los 
límites. 

lia    ausencia    de    "  pettsonalidad  '* 

No  faltará  quien  argumente  que  unos  pueblos  han  nacido  con 
particulares  aptitudes  para  los  asuntos  materiales  y  otros  para  los 
asuntos  espirituales,  que  unos  resultan  excelentes  administradores 


—  308  — 

ó  empresarios,  y  otros  incomparables  poetas  ó  filósofos,  que  aque- 
llos son  la  carne  y  éstos  el  alma  de  la  humanidad. 

No  nos  deslumbre  la  paradoja.  La  ciencia  dice  que  todos,  con 
excepción  de  los  enfermos  y  los  baldados,  han  nacido  con  una 
organización  cerebral  semejante.  Si  unos  pueblos  demuestran  tener 
.mayores  preferencias  por  una  cosa  que  por  otra,  ello  depende  de  la 
educación  que  vienen  recibiendo.  Tan  es  así,  que  los  franceses  fue- 
ron un  tiempo  maestros  en  cuestiones  que  hoy  resultan  ajenas  A  su 
competencia.  A  una  educación  racional,  deductiva,  experimental, 
corresponden  temperamentos  curiosos,  razonadores,  y  atrevidos.  De 
una  educación  de  fuegos  tíorales,  no  pueden  salir  más  que  excelen- 
tes retores  mal  preparados  para  la  existencia  moderna. 

í]s  innegable  que  la  falta  de  iniciativa  de  que  nos  ocupamos 
arranca  del  Liceo.  Los  sistemas  pedagógicos  en  uso  consideran  al 
nino  como  un  rodillo  impresionable  de  fonógrafo.  Sólo  le  piden 
memoria.  Y  esa  anulación  de  la  personalidad,  que  empieza  en  la- 
escuela,  se  prolonga  y  se  acentúa  después  en  la  vida. 

Surgen  hombres  que  no  se  atreven  á  desafiar  la  opinión. 
«  Hacerse  notar  »  es  lo  peor  que  les  puede  ocurrir.  Por  no  «  hacerse 
notar  »  se  calla  la  boca  el  cliente  i'i  quien  sirven  en  el  restaurant  un 
beafteak  calcáreo;  por  no  «  haeerse  notar»  se  corre  y  huye  el 
transeúnte  insultaíío  por  el  pilludo;  por  no  «hacerse  notar»  se  ejecu- 
tan ó  aceptan  millares  de  cosns  nocivas  ó  desagradables  que  nadie 
toleraría  á  solas,  pero  cjue  todos  acatan  é  imitan  en  público,  terro- 
rizados  como  están  por  la  idea  de  diferenciarse  de  los  demás. 

Timidez    matefial    y    moral 

Aí^í  t^e  lia  llegado  casi  á  su})rim¡i'  la  allrniaeión.  Quien  sabe  que 
i'stá  lloviendo,  expresará  su  certiduml)re  en  forma  dubitativa: 
«  parece  que  llueve.  .  .  .>  Se  me  dirá  que  ello  ¡seríala  una  gran  mode- 
ración de  carácter  y  una  rneoniiable  prudencia  filosófica.  Pero  esa 
eterna  fiuctuación,  eso  estado  neutro,  esa  incertidumbre,  es,  á  la 
postre,  muy  nefasta.  Los  qnr  triunfan  son  los  campeones  que  blan- 
dón con  denuedo  la  afirmación,  esa  espada  del  espíritu  y  los  que 
seguros  de  su  razón.  Jo  aprecian  y  lo  resuelven  todo  individual-' 
mente,  sin  pasar  revista  á  las  caras  de  los  demás. 

Utras  de  las  causas  que  dificultan  la  iniciativa,  es  la  tendencia 
al  ahorro  y  el  temor  que  tiene  cada  cual  de  arriesgar  su  tesoro. 
Buena  parte  de  los  que  poseen  un  pequeílo  capital  que  les  permite 
una  existencia  mediana,  prefieren  la  chata  tranquilidad  del  rentista, 
á  las  agitaciones,  después  de  todo,  viriles  y  saludables,  de  los  que 
excusan  en  cierto  modo  su  riqueza  haciéndole  producir,  en  una 
forma  ó  en  otra,  mayor  bienestar  para  la  colectividad.  Los  que  no 
caen  en  ese  vicio,  emprenden  negocios  tradicionales  y  usados,  en 
que  las  probabilidades  de  pérdida  están  reducidas  al  mínimun.  Los 
más  valientes  se  aventuran  en  expeculaciones  de  bolsa.  Pero  muy 
pocos  inician  esas  empresas  nuevas  ó  abren  esos  caminos  inéditos, 
que  dentro  de  la  organización  económica  actual,  contribuyen  á 
aumentar  la  habitabilidad  de  un  país.  Falta  la  osadía  y  la  confianza 


—  309  — 

en  las  propias  fuerzas.  Intentar  variaciones,  abrir  surco,  comenzar 
algo,  son  cosas  que  parecen  temerarias.  Lo  común  e=í  seguir  por'el 
camino  conocido,  á  remohiue  de  los  muertos. 

Manuel  U(;akte. 


Luisa   R.    Guarnaschelli 


—  310  — 


Para  Apolo, 


Yo  tengo  cada  noche  en  mi  prisión  obscura, 
Cuando  me  duermo  triste,  un  sueño  extravagante. 
En  que  parece  veo  tras  el  cendal  flotante 
Con  que  las  sombras  forman  su  negra  vestidura. 

Una  beldad   marmórea   de  trágica  hermosura 
Como  la  Esfinge  griega,  biforme  y  arrogante  : 
El   cuerpo  recio,   alado,  de  fiero  león   rampante, 
Y   de   mujer  el  busto,  con   ojos  de  escultura. 

No  habla   ni    vé  la  estatua ;    enigma    es    su   mutismo, 
Misterio   impenetrable  del  Porvenir  incierto,. 

Y,  como  el    que   se  siente  perdido  en   un    abismo. 
En  la  Tebaida  fría  de  este  árido  desierto. 

Ante  el   Arcano  hoirible  preguntóme  á  mí  mismo 
Si   es    que    estoy    dormido   ó    es  que   estoy   despierto! 

La  Quimera 


Pero  otras    veces  sueño    que  de  una    inmensa   altura 
Luz  estrellar  desciende,  que  mi  celda  ilumina, 

Y  en  un  fondo  que  tiene  matiz  de  agua  marina 
Una   «  mujer-quimera  »  destaca  su  figura. 

En  sus  azules  ojos  chispa  de  amor  fulgura, 
Hasta  mi  lecho  llega  y  sobre  mí  se  inclina 
Para  besarme,  y  gozo  cuando  su  purpurina 
Boca  en  mi  frente  imprime  un  beso  con  ternura. 

Y  cuando  el   tiempo  pasa  y   la  tiniebla  insiste 
En  recobrar  su  imperio,  la  forma  peregrina 
De  la  visión   aérea  todavía  persiste. 

Aunque  mis  ojos  cierre,  grabada  en   mi  retina; 

Y  esa  « mujer-quimera  »,  que   blancos  velos   viste, 
Eres   tú,  mi  Deseada,  eres   tú,  mi  Corina. 


Adriano  M.  Aguiar. 


Agosto,  1906. 


%^-*- 


311 


ta  Flor  áe  Sati  Juan 


Estamos  en  Junio,  en  el  San 
Juan  del  verano,  y  alrededor  del 
enjuto  Bautista,  comedor  de  lan- 
gostas, convertido  por  la  super- 
posición de  los  cultos  en  sucesor 
directo  de  Helios,  se  despiertan 
las  leyendas  solsticiales. 

Ayer  el  amigo  Moulet  me  con- 
taba una  . . .  Pero  no  conocéis  al 
amigo  Moulet,  un  honrado  hom 
bre,  combatiente  en  1851,  cuya 
barba  ha  emblanquecido  parale- 
lamente con  la  mía,  con  un  poco 
de  anticipación  sin  embargo,  y  á 
quién  yo  admiraba  muy  pequeño, 
cuando  marchando  hacia  atrás, 
con  un  paquete  de  cáñamo  sobre 
la  barriga,  hilaba  esas  cuerdas  á 
lo  largo  de  los  antiguos  terraple- 
nes. 

Ahora  que  el  progreso  de  la 
mecánica  ha  suprimido  la  pri- 
mitiva industria  de  la  cordelería, 
Moulet,  como  un  filósofo  resig- 
nado cultiva  legumbres  y  flores 
en  campos  Brencdus,  en  medio 
de  las  rocas  y  de  las  canteras 
transformadas  en  jardines. 

Es  dichoso  y  no  se  lamenta, 
porque  el  aire  que  se  respira  en 
aquella  altura  es  el  más  puro  y 
la  vista  de  que  se  disfruta  es  la 
más  admirable  del  mundo. 

No  obstante,  no  fué  en  ese 
paraíso  rocalloso  donde  Moulet 
me  narró  la  leyenda.  Moulet  es, 
por  naturaleza,  poco  hablador. 
Para  desatar  su  lengua  fué  me- 
nester que  la  casualidad  de  un 
encuentro  y  de  una  excursión 
improvisada  nos  condujese  por  el 
camino  de  Ribiers  hasta  el  pue- 
blo de  Amarons  y  sus  casucas 
agrupadas  al  pie  del  imponente 
bloque  calcáreo,  sobre  el  cual  se 
alzaba,  en  tiempo  de  los  cónsu- 


les, de  los  podestás  y  las  anti- 
guas guerras,  la  bastida  fortifi- 
cada de  San  Juan. 

Entonces,  me  dijo  Moulet: 

—  Tú  sabes  que  aún  al  pre- 
tente  la  bastida  de  San  Juan 
conserva  el  renombre  de  un  sitio 
muy  particular,  donde  ocurren 
en  cuatro  días,  y  precisamente 
en  esta  estación. .  cosas  que  no 
son  cristianas. 

— Diantre! 

—  Parece  . . .  Pero  déjame  to- 
mar aliento . . . 

« Parece  que  todos  los  años, 
el  día  de  San  Juan,  cuando 
suena  la  hora  de  media  noche, 
nace  una  flor  en  la  montaña, 
una  flor  maravillosa  que  alum- 
bra, iluminando  la  hierba  alre- 
dedor suyo,  como  lo  haría  un 
gusano  de  luz. 

«  Los  caminos,  por  los  cuales 
puede  llegarse  hasta  ellos  son  sen- 
deros de  precipicios  y  no  hay 
sino  un  momento  para  cogerla. 
Pero  el  que  la  conquista  está 
seguro  de  ser  amado,  ofrecién- 
dola á  la  persona  á  quien  ame. 

«  Ahora  bien,  sucedió  que  una 
dama  encopetada,  una  princesa 
—  pues  las  mujeres  también  pue- 
den coger  la  flor  —  amaba  á 
alguien  de  quien  no  era  amada, 
y  por  consejo  de  su  confesor, 
hombre  versado  en  ciencias, 
subió  á  la  cumbre,  hasta  las 
ruinas  de  San  Juan,  en  el  día  y 
á  la  hora  requeridos. 

«  Llegó,  vio  la  flor  que  deste- 
llaba y  distinguió,  á  pesar  de  la 
negra  sombra,  su  cáliz  color  de 
luna  que  por  dentro  tiene  color 
de  sol.  Pero  cuando  se  allegó  á 
cogerla,  alguien  la  tenía  ya  :  un 
campesino  joven  y   pobre,   con 


312  — 


su  saco  y  su  planta,  cu  traje    de 
pastor  de  cabras. 

«  La  princesa  trató  de  coaiprar 
■  la  ñor. 

—  «  Nó,  nó,  hermosa  dama,  im- 
posible! Si  vos  llegáis  á  tocarla 
me  amaréis  y  eso  no  estaría  bien. 

—  «  f:  Por  qué? 

—  «  Porque  yo  amo  á  otra,  de 
quien  deseo  hacerme  amar. 

—  «  Más  bella  que  yo? 

—  «  Pues  que  yo  la  amo,  aun- 
que sea  un  poco  rojiza  y  esté 
curtida  de  sol,  para  mí  es  más 
bella  que  todo  el  mundo. 

« Y  el  pastorcito  se  marchó, 
llevándose  la  flor,  y  mientras  ([ue 
el  pastorcito  se  comi)adeeía  de 
la  princesa,  porípie  tenía  un 
buen  corazón,  la  princesa,  á  pe- 


sar de  su  corona,  envidiaba  á  la 
rústica  amada  del  pastor. 

No  pude  contenerme  é  inte- 
rrumpí á  mi  amif^o  Moulet : 

—  He  allí  una  flor  que  es  nece- 
sario poseer. 

—  f-;  Ahora,  para  que  nos  ser- 
viría? 

—  Xo  importa  !  Tú  debías  ha- 
berme dicho  esto  antes.  La  pose- 
sión de  este  secreto  me  hubiera 
ahorrado  muchas  tristezas. 

—  Yo  mismo  no  lo  supe  sino 
ayer. 

Xos  miramos  sonriendo,  con 
un  ])oco  de  melancólica  pesa- 
dumbre en  los  ojos.  El  secreto  de 
la  dicha  llega  siempre  demasia- 
do tarde.  Así  es  como  se  estila 
en  la  vida. 

Paul  Aréxe. 


^:ÍC:CC-í(}c- 


mis&H^fi^ 


lia   IVIargafita  del  pciusto 

^aza     « (Sl-pof  o  ». 

S-U-fría-S     u.n     mal     InoraciOj     iraisl-tieta.'ble;^ 
lE^ísbislcie;     á.     la.s     b)e;nigna.s     e;on.£id.e;ne:ia.S-, 
"Y"     (zrx    ttxs     ojos     jrtie;nd.igos     de;     e;le;me;in.e:ia.s 
IDi\7"<a.ga.bia.    xxtí     enigma.     irxciese;ifra.b)le. 

T-d.    lloxa.ba.s    la.s    pá.lid.a.s    a.-u.se;ne:ia.s 
IDe     ijí-na.     pa.sióan.     fa.ta.l-,     irxol-u-id.a.h)leí 
"^i^     de     tut.     lloro     qtxe     era.    ina.gotat)le 
Cien     Oea.sos     bebieron,     sixs     dolen.e:ia.s. 

Con.    xxríSL    ex:a.n.gij.e    m  a.r  elaitez:    de    lirio 

Se     a.gosta-ba.    txx     ser     en.     el     delirio 

ZDe:    xxrx    in.soinn.n.iOj    3na.sta.    qt^e^    pia.d0sa.2m.en.tei 

jPs.llá  en.  la.  brtxma.  de  xxn.  Oea.so  lila. 
Des"u-a.n.eeióse  el  lla.n.to  en.  ttx  ptxpila. 
liT     te     dorm.iste,     a.1     fin. ...  1     etern.a.amen.te  1 


Juan  Picón  Olaondo. 


313 


Sanare  azul 


El  salón  es  muy  amplio,  el  más 
amplio  del  antiguo  palacio  que  ha- 
bitaron siempre  los  duques  de  San 
Esteban  ;  tiene  cuatro  balcones  con 
sus  persianas  tendidas  y  las  made- 
ras entornadas,  de  modo  que  sólo 
penetran  en  la  estancia  cuatro 
rayos  de  luz  que  la  dejan  bañada 
en  suave  penumbra. 

Adosados  á  los  muros,  en  los 
huecos  que  se  forman  entre  balcón 
y  balcón,  reposan  tres  bargueños 
antiguos  de  nogal  obscuro  y  gra- 
siento,  en  cuya  madera  hizo  el  artí- 
fice, con  paciencia  de  esclavo,  labor 
de  talla  minuciosa.  Los  herrajes  de 
acero  destacan  sus  pinceladas  bri- 
llantes en  la  obscuridad  de  la  ma- 
dera. 

De  las  paredes  penden,  cubrién- 
dolas por  completo,  tapices  africa- 
nos de  colores  violentos,  tapices 
tejidos  con  indolencia  mora,  y  sobre 
ellos,  encerrados  unos  en  marcos 
de  roble,  otros  en  molduras  de  oro 
antiguo,  muestran  sus  adustos  ce- 
ños todos  los  duques  de  San  Este- 
ban que  fueron  ;  la  pátina  y  la  luz 
han  ido  cambiando  colores  y  borran- 
do detalles :  los  rostros  que  quizá 
en  un  tiempo  tuvieron  rosas  de 
sangre  en  las  mejillas,  tienen  lioy 
amarillez  de  cera  :  los  labios  en 
vez  de  carmín  son  rosa  pálido  :  las 
damas  son  graves,  ninguna  sonríe  : 
se  diría  que  los  artistas  pensaron 
en  el  fenecer  de  sus  modelos 

Completan  el  menaje  de  tan  pere- 
grina estancia,  sillones  con  res- 
paldos y  asiento  de  cuero  cordobés 
y  remaches  anchos  de  plata.  Cubre 
la  puerta  de  entrada  amplio  telón 
de  paño  azul,  en  cuyo  centro  se  vé 
la  corona  y  el  escudo  heráldico  de 
los  duques;  hay  en  este  escudo 
tres  cantones  :  uno  horizontal  y  dos 
verticales:  el  diestro  del  jefe  es  un 
campo  de  azur  con  barras  de  oro  ; 
en  el  siniestro  hay  un  castillo  por 
entre  cuyas  almenas  asoma  un  bra- 
zo armado  con  daga  milanesa,  y  en 
el  horizontal  de  la  punta  un  gato 


de  negro  pelo  y  ojos  verdes  que 
tiende  fiera  mirada. 

El  tapiz  se  levanta  con  frecuen- 
cia para  dar  paso  á  gentes  que  van 
entrando ;  todas  vienen  con  caras 
tristes,  con  ropajes  negros,  con 
guantes  negros ;  los  hombres  con 
corbata  negra  también;  avanzan 
hasta  el  fondo  en  donde  el  duque 
está  como  hundido  en  amplio  sillón 
de  erguido  respaldo  Es  un  hombre 
de  certa  estatura,  de  rostro  enjuto 
y  rasurado,  envuelve  su  cuerpo  en 
obscura  levita  y  sostiene  en  una  de 
las  manos  blanco  pañuelo  que  de 
vez  en  vez  le  sirve  para  enjugar 
sus  ojos. 

Los  saludos  son  todos  hermanos. 

—  ¡  Duque  !  -  Dice  una  señora 
que  llega  con  su  hija;  y  la  excla- 
mación que  al  parecer  iba  á  brotar 
dolorosa  se  rompe  en  estas  palabras 
y  en  ellas  se  queda. 

Los  hombres  se  acercan  decidi- 
dos, como  quien  va  á  ejecutar  un 
acto  (le  valor,  estrechan  con  sus  dos 
manos  la  diestra  del  noble  y  la  sa- 
cuden nerviosa  y  largamente  como 
queriendo  demostrar  una  pena  y 
una  emoción  que  están  muy  lejos  de 
sentir. 

Luego  el  grupo  que  se  formó  para 
saludar  al  viejo  se  va  deshaciendo 
y  se  vuelve  á  formar  con  nuevas 
personas.  Van  sentándose  en  corri- 
llos: viejos  con  viejos  y  jóvenes  con 
jóvenes.  Al  cabo  de  un  rato,  junto 
al  de  San  Estaban  sólo  queda  ima 
anciana. 

—  ¿  Ha  visto  usted,  marquesa  ? 

—  i  Pobre  Eulalia  ! 

—  Si,  marquesa,  si,  y  pobre  tam- 
bién de  mí  que  me  quedo  sin  ella; 
de  mi  hijo  que  enloquecerá  de  do- 
lor .  .  .  ténganos  compasión,  acaba- 
mos de  perder  algo  muy  grande  . . . 
algo  que  no  sabemos  aún  bien  lo 
que  era.  —  Fluyen  las  palabras  de 
boca  del  anciano,  á  borbotones  como 
la  sangre  de  una  herida. 

—  ¿  Y  Alvaro,  vendrá  ? 

—  Ya  no,  i  para  qué  ?  Le  avisa- 


314  — 


mos  que  sn  madre  estaba  enferma 
y  á  las  tres  horas  justas  tuvimos 
que  ponerle  un  telegrama  á  Augus- 
to, que  está  con  él,  para  que  prepa- 
rase al  pobre  hijo  a  recibir  la  noti- 
cia de  su  desgracia  horrible. 

¡  Pobre  Eulalia ! 

Pasa  au  momento  de  silencio  ab- 
soluto. Pónese  en  pie  la  marquesa 


Se  incorpora  el  anciano,  y  con 
paso  temblón,  se  acerca  á  un  grupo 
en  el  que  se  está  hablando  de  polí- 
tica. 

Dos  de  los  individuos  se  separan 
al  verle  avanzar,  y  quedan  otros 
dos. 

—  ¡  Han  visto  ustedes  qué  desas- 
tre! 


\ 


Casimiro  Prieto  Costa" 


y  con  un  suspiro  y  una  frase  estu- 
diada despídese  y  sale. 

Queda  el  duque  aislado  en  su  si- 
llón De  todos  los  corrillos  comienza 
á  surgir  el  siseo  de  conversaciones 
en  voz  baja,  silenciosas  como  mur- 
mullos de  agua,  como  rezar  de  an- 
cianas, y  de  cuando  en  cuando  se 
oyen  risas  contenidas  que  quieren 
estallar  al  tiempo  mismo  que  manos 
delicadas,  femeninas,  llevan  á  la 
boca  la  albura  de  sus  pañuelos. 


—  ¡  Tan  buena  como  era  la  pobre ! 

—  ¡  Ya  lo  creo  !  Eso  dice  por  ahí 
todo  el  mundo.  ¡Tan  buena  como 
era!  Por  cierto  que  ahora  mismo 
me  lo  decía  Roldan  en  el  salón  de 
conferencias  Me  encargó  que  salu- 
dase á  usted  en  su  nombre.  El  tam- 
bién está  de  duelo. 

El  duque  interroga  con  sus  húme- 
dos ojos. 

—  ¿  iNo  sabe  usted  ?  ¡  Una  derrota 
escandalosa  de  la  mayoría ! 


:'*»■" 


315 


El  otro  interlocutor  se  asombra  y 
pide  detalles ;  la  conversación  vuel- 
ve á  tener  por  tema  la  política-  y  el 
de  San  Esteban  vá  con  su  melanco- 
lía hacia  Glarita  Rubio,  que  está 
sola,  sentada  cerca  de  uno  de  los 
bargueños  pasando  el  regatón  de  su 
sombrilla  por  encima  de  los  dibujos 
del  tapiz  que  cubre  el  parquet, 

—  i  Glarita,  verdad  que  tú  has 
sentido  mucho  la  muerte  de  la  du- 
quesa ? 

Glarita  levanta  los  ojos  y  como 
haciendo  un  esfuerzo,  responde : 

—  ¡  Ya  lo  creo !  Gomo  que  siempre 
estaba  procurando  que  lo  pasáse- 
mos bien,  y  daba  bailes  y  thés,  y 
hacíamos  comedias ...  y,  usted  no 
sabe  lo  mejor,  ahora  iban  á  presen- 
tar á  Diego  Granada,  figúrese  usted 
lo  contenta  que  yo  estaba;  pero 
cuando  ya  sólo  faltaban  unos  días 
para  el  de  su  santo,  ocurre  la  des- 
gracia. ¡Le  digo  á  usted  que  tengo 
una  suerte ! 

El  duque  llora  silencioso,  la  da- 
mita  vuelve  á  repasar  con  la  som- 
brilla las  líneas  de  la  alfombra  y 
transcurre  un  momento  sin  que  nin- 
guno de  los  dos  diga  palabra. 

Por  fin  él  hace  desaparecer  el  si- 
lencio : 

—  También  ella  te  quería  á  tí 
mucho,  mucho.  Mira,  una  vez,  es- 
tando en  la  mesa,  hablábamos  de 
tus  relaciones  con  Dieguito,  y  la 
pobre,  como  os  quería  á  todos  lo 
mismo  que  si  hubierais  sido  sus 
hijas,  como  tenía  un  corazón  tan 
grande  ...  -  el  viejo  solloza  angus- 
tiado por  el  recuerdo ;  un  ps  ss  .  .  . 
larguísimo,  cruza  el  salón,  la  niña 
levanta  la  cabeza. 

—Perdóneme  un  momento  ¿  eh, 
don  Justo  ?  voy  á  ver  qué  quiere 
Gonchita  Ríos  Y  Glarita  se  aleja 
muy  de  prisa,  casi  saltando,  y  vá 
á  sentarse  en  medio  de  un  grupo 
que  formaron  al  entrar  las  de  Sal- 
daña,  las  Montero,  Eugenia  Gortés 
y  Gonchita  Ríos  con  su  hermano 
Paco. 

Don  Justo  las  mira  con  cariño  y 
vuelve  á  llorar ;  la  conversación 
brota  ya  casi  alegre  de  todas  las 
bocas,  nadie  se  acerca  á  consolar 
al  anciano  que  vuelve  á  ponerse  en 


pie  y  se  dirige  hacia  la  puerta ;  con 
mano  temblorosa  levanta  el  azul 
cortinón,  el  gato  se  encoge  entre 
los  pliegues,  encorva  más  el  lomo, 
parece  que  va  á  saltar,  pero  el 
tapiz  cae  y  vuelve  el  felino  á  su 
posición  constante 

El  duque  marcha  lentamente  por 
el  largo  pasillo;  sus  sollozos,  que 
trató  de  contener  en  la  sala,  esta- 
llan ahora  triunfantes,  casi  con 
alaridos  de  dolor ;  á  las  veces  pa- 
rece que  le  cortan  la  respiración, 
pero  es  la  fuerza  del  gemir, 

—  i  Pedro  !  ¡  Pedro !  -  Llama  con 
voz  que  al  principio  no  quiere  salir 
de  su  garganta,  pero  que  fluye  lue- 
go temblona,  cascada,  como  rozan- 
do las  palabras  en  el  pecho  antes 
de  pronunciarlas : 

¡  Pedro  !  .  . .  i  Pedro  ! 

Y  allá,  en  lo  último  del  pasillo, 
destacándose  sobre  el  fondo  de  co- 
lorines de  una  vidriera,  aparece  la 
silueta  negra  del  viejo  servidor, 

Pedro  es  muy  anciano ;  viene 
arrastrando  los  pies  porque  le  fal- 
tan fuerzas  para  levantarlos,  su 
espalda  se  encorva  como  tronco 
senil,  y  sus  patillas  largas  y  blan- 
cas, muy  largas  y  muy  blancas,  le 
acarician  los  hombros 

En  el  corredor  no  se  oyen  más 
que  los  sollozos  del  duque  y  el  ras- 
trear de  los  pies  de  Pedro  que  se 
dirige  hacia  él. 

-  ¡  Pedro  !  -  dice  el  de  San  Este- 
ban con  voz  quejumbrosa  que  le 
sale  del  alma  y  en  la  que  pone 
todo  su  dolor  con  corona  de  lágri- 
mas -  i  La  pobre  señora ! . . .  ¡  Qué 
va  á  ser  de  nosotros  sin  la  pobre 
señora! 

El  criado  le  mira  dudoso  mientras 
sus  ojos  lloran;  el  duque  abre  los 
brazos  y  en  ellos  cae  Pedro  como 
en  los  de  un  hermano. 

De  la  sala  llegan  ya  ruidosos  mur- 
murios de  fuerte  charloteo  que  inun- 
dan con  sus  notas  el  silencio  augusto 
del  largo  corredor.  En  la  vidriera 
del  fondo  se  van  apagando  con  la 
luz  los  colorines,  y,  de  entre  ellos, 
como  lenguas  que  burlan,  se  desta- 
can las  manchas  sangrientas  de  los 
cristales  rojos 

;MiGüEL  a.  RODENAS. 


-  I 


—  316  — 


tn  la  £st«í)a 


Ni  un  verdecido  iilcor,  ni    una  pradera  ! 
Tan  solo  miro,  de  mi  vista  enfrente, 
la  llanura  sin  fin,  seea  y  ardiente, 
donde  jamás  reinó  la  primavera. 

Kueda  el  rio  monótono  en  la  austera 
cuenca,    sin    un   cantil,   ni    una  rompiente, 
y,  al  ras  del  horizonte,  el  sol  poniente, 
cual  la  boca  de  un  horno,  reverbera. 


i|l 


i 


g  *  1 


Jí 


Y  en  esta  Rama  rtís  ((Uc  no  abrillanta 
niufíún  color.  a(|ní.  do  el  aire  azota 
con  íriu'o  suplo  la  reseca  planta, 
sólo,  al  romper  su  cárcel,  la  bellota 
en  el  pajizo  nlfiíxlonal  levanta 
de  su  candido  airón  la  blanca  nota. 


irANUKi.  .T.  Otiion. 


—  317  — 

GHXSPAS 

Fra-ígínento. 


De  la  "oida,   el  dolor  e«  la  maralla 
Qae  detiene  al  amor  «a  iragectoria; 
I  YÍT3Ír  la  t)ida  e«  la  magor  l)atalla ! 
¡  Saber  la  -oida  e«  la  magor "  ijíctoria  ! 


* 
*  * 


L-a  inconsciencia  en   el  l^omlire  e«  an  agra-oio, 

Y  l^ag   do«  modalidades  qae  desprecio  : 
Gaando   el  necio  pretende  ser  an  saMo, 

Y  caando  el  sabio  se  concierte  en  necio ! 


* 
*  * 


Gomo   el  loco,    el  profeta  es  infelice  ; 
De  los   dos,   la  palabra  tiale  poco, 
"Porqae   el  loco  no   sabe  lo   qae   dice, 
Y  el  profeta  no  sabe  si   está  loco  ! 


ji.  ií 


?I1  líamilde,   l^amildad ;   pero   al  tirano 
Palminan  -ton  «oberbia  mis  miradas, 
"Porqae   el  qae  besa  á  un   déspota  la  mano 
Hcostambrado   está  á    sus  bofetadas  ! 

Tienen  los  l^ombres,   por  ficción  pomposa, 
Sepalcros   de  magníficas   cubiertas, 
"Pero  no   tienen   ana  l^amilde   fosa 
"Para  enterrar  -^as   pobres   almas   muertas  ! 

Ai.      «. 

¿  Qres    pobre  ?  .  . .   no  llores  ...   no  te   entienden  ! 
JSon   nobles  tas  miserias  .  .  .    mne   en   calma  ! 
¡  ÍQás  pobres  son   aqaellos   qne  te   ofenden 
"Pues  lle-oan  la  miseria  dentro   el  alma ! 

Dos   creaciones   qae  la  ciencia  ilastra 
Fortalecen   el  ser  de  mi  existencia : 
Dentro   del  alma  llevo   an   Zaratastra, 
Y  tenqo   un   Jesucristo   en  la  conciencia ! 


—  318  — 


Impresiones 


Un   libtto  de  Tullo   fA.  Cestero 


CITEREA 


Pensaba,  cierta  vez,  que  algunos 
escritores  se  saturan  de  tal  ambien- 
te «interior»  de  arte,  que  como  los 
bebedores  de  éter  lo  exhalan  ...  Y 
esa  saturación  se  evidencia  por  un 
halo  singular  que  emerge  de  su 
«obra»,  de  su  más  insignificante 
producción.  En  efecto,  ciertos  es- 
critores en  un  sólo  párrafo  de  gace- 
tilla revelan  su  temperamento  de 
lucha,  enérgico  y  agresivo,  otros 
su  delicadeza  Tulio  Cestero,  el  ex- 
quisito prosador  dominicano  es  un 
saturado :  cuanto  de  su  pluma  sale 
ostenta  un  sello  aristocrático  ( el 
arte  es  aristocracia)  inconfundible. 

«  Citerea  »  diminuto  y  lujoso  vo- 
lumen que  acaba  de  editar  la  casa 
de  Rodríguez  Serra  de  Madrid,  fija 
de  un  modo  definitivo,  la  persona- 
lidad simpática  y  atrayente  de  Ces- 
tero, literato  de  sólida  reputación 
y  ático  burilador  de  la  frase,  que 
ha  alcanzado  un  puesto  de  primera 
fila  en  América,  á  la  edad  en  que 
otros  empiezan,  apenas,  á  iniciarse. 

Muchas  veces  el  nombre  de  Ces- 
tero ha  acudido  á  mi  pluma,  siem- 
pre entre  frases  de  elogio  justicie- 
ro :  porque  desde  luego,  en  las  An- 
tillas ningún  otro  artista  supera  el 
estilo  delicado  y  grácil,  terso  y  lím- 
pido de  Cestero  :  él  es  á  nuestras 
islas  lo  que  Díaz  Rodríguez  ó  J)omi- 
nici  á  Venezuela,  lo  que  Rodó  al 
Uruguay,  lo  que  Ugarte  á  la  Argen- 
tina, la  figura  «internacional»  más 
querida  y  estimada 

Gozar  de  la  vida  entre  perfume?, 
entre  hermosas,  entre  joyas  y  sedas, 
ese  debe  ser  el  ideal  de  Cestero, 
porque  su  talento  refinado  no  es  el 
genio  combativo  de  Vargas  Vila, 
ni  tampoco  le  seduce  el  sereno 
apostolado  de  Ugarte,  en  su  lucha 


por  la  vulgarización  del  arte,  ni  el 
fiero  gesto  de  Dominici  desde  «  Ve- 
nezuela ».  El  alma  de  Tulio  Cestero 
es  un  alma  de  contemplativo,  de 
admirador,  un  espíritu  que  yace 
siempre  en  éxtasis  de  arte  ;  que  pa- 
sa sobre  la  miseria  de  este  mundo 
sostenido  por  la  gran  fuerza  inte- 
rior de  su  propio  espíritu,  guiado 
por  la  luz  de  su  alma  generosa, 
rechazando,  con  suave  gesto  patri- 
cio, lo  abyecto  y  lo  vulgar.  Un  re- 
finado de  la  Belleza,  un  espirituali- 
zado del  arte,  eso  es  Tulio  Cestero. 

Tal  vez  podría  hallarse  en  el  gran 
poeta  mexicano  Amado  Ñervo  algu- 
na semejanza  con  Cestero,  sólo 
que  Ñervo  es  más  sentimental  y 
emotivo,  sujeto  al  influjo  de  ese 
morbo  místico  de  los  Huysmans  y 
los  Verlain. 

«Citerea»  el  libro  de  que  hablo, 
está  formado  por  cuatro  poemas 
dramáticos  muy  breves,  casi  esguin- 
ces, casi  esbozos,  llenos  de  unción 
artística,  y  en  los  cuales  desfilan  la 
juventud,  el  arte  y  la  vida.  El  amor 
se  aleja  en  ellos  vagamente,  como 
una  nube  ligera  .  .  Pertenecen  los 
cuatro  á  ese  género  no  bien  defini- 
do que  ha  dado  en  llamarse  « lite- 
ratura intensa  »  febrecitante,  cruel, 
que  llena  los  libros  de  D'Annunzio. 

Los  poemas  :  El  Torrente,  La  Me- 
dusa, La  enemiga,  y  La  Sangre. 

La  Sangre  es  un  cesto  de  rojos 
pétalos  desvahidos  arrojados  sobre 
un  lienzo  de  Goya  ;  La  Enemiga  un 
cuadro  macabro,  doliente,  fatal ;  La 
Medusa,  es  un  idilio  quebrado  trá- 
gicamente ;  El  Torrente  es  el  desfi- 
le veloz,  fantástico,  de  la  existen- 
cia parisiense  fútil  y  viciosa,  im- 
placable, brillante  múltiple  y  .  .  . 
única,  que  dijo  Emiliano  Hernández. 


—  319  — 


La  fantasía  de  Gestero  se  mues- 
tra obsesa  por  un  sentimiento  trá- 
gico, atenaceante.  Sin  embargo,  su 
serenidad  de  artista  resplandece 
sobre  las  crisis  pasionales,  sobre 
las  tT'agedias  del  alma  que  descri- 
ben las  páginas  de  «Citerea»  con 
una  fugacidad  de  estrella  errante... 

El  parnasianismo  dé  Gestero  se 


impasible )  y  su  propio  sentimiento, 
su  sensibilidad,  su  entusiasmo  hu- 
yen y  se  esconden  entre  los  encjges 
del  estilo  armonioso,  dócil  á  la  vo- 
luntad del  artista  que  lo  pliega  y  lo 
distiende,  lo  levanta  y  lo  abate  á  su 
capricho    . . 

Anúncianse  tres  nuev  os  libros  de 
Gestero  :  « Por  los  caminos  »  (im- 


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Manuel    S.   Pichardo 


ha  revelado  esta  vez  más  potente 
que  nunca.  Se  hace  preciso  recordar 
el  gran  espejo  de  que  hablara  de 
Vinci,  porque  una  serenidad  abso- 
luta resplandece  sobre  los  períodos 
más  vibrantes;  el  autor  de  «  Cite- 
terea»  se  sustrae  á  toda  emoción 
í  escribe,  como  quería  Gautier.  pá- 
ginas emocionantes  permaneciendo 

Habana,   Agosto  de  1907. 


presiones  de  viaje)  «Sensaciones  de 
estética  »  (  crítica  literaria  )  y  ■•  El 
Velo  de  Tanitt»  cuentos  y  poemas 
en  prosa. 

Cestero  es,  pues,  no  sólo  de  los 
que  valen,  sino,  también,  de  los  que 
laboran. 

Valga  decir,  en  América,  « rara 
avis  »  .  . . 

Arturo  R.  de  Carricarte. 


;  —  320  — 

Motivo   ítitimo 

Amada 

Eucarística  flor  de  mi  huerto  :   . 
Sollocemos.  ¿No  ves:Cómo  vuelven 
Ateridas  las  noches  de  invierno  ? 

Eecoge  en  el  diáfano  cristal  de  tu  espíritu 
Vaporosos  perfumes  etéreos 

Y  el  suspiro  que  exhala  en  la  noche  la  ñor  que  sejmuere. 

¡  Oh,  sonríe  y  solloza  conmigo  !  Venzamos  al  Tedio. 
Abandona,  abandona,  Alma  mía, 
El  silente  joyel  de  tu  tiesto. 

Ven  conmigo.  ¿No  ves  cómo  cae 
Lenta,  en  haces  copiosos,  del  cielo 
Sombrío  la.  nieve, 

Y  cubre  los  parques  inertes  de  inmensos 

Y  puros  aljófares 

Que  simulan  harapos  de  lirios  y  nardos  enfermos? 

Ven,  y  besa  mis  lívidos  labios,- 

¡  Y  mi  testa  repose  en  tu  seno 

Su  rebelde  cuadrig-a  de  ideas  ! 


'fn"- 


Jlepmana 

¡  No,  no  beses  mis  labios  !  En  ellos 
Del  dolor  el  absintio  circula  ; 
Besa  sólo  mis  sienes  de  fuego. 

¡  Qué  iluminen  mi  espíritu.  Hermana,  ..^   . 

Tus  ojos  cual  gemas  radiantes  y  tiernos  ; 

Esos  ojos  que  otrora  i):'('ndíaii  su  dardo  en  mis  venas.' 

Eucarística  flor  de  mi  huerto. 

No  eres  más.  Y,  ¿ciuicn  eres  ?  —  ^li  hermana  : 

¡  No  eres  ]nás  el  imán  de  mis  besos ! 

Sus  liimnos  de  niebla 

Picludia  el  invierno: 

Palidecen  las  albas  ¡  Qué  importa,  •? 

Si  mi  amor  esotérico  ha  muerto  ! 

PÉREZ    Y    CURIS. 

Otoño,  1!»07, 


-  321  — 

POR  ORESTES  BAROFFIO 

Á   Guziaún  Papini  y  Zas. 


Í5ÍÍÍV-"-    -,  .-iXKjix* 


—  322 


€1  tnás  vUjo  de  la  aldea 


A  diiño  Emilio  Pardo  Basan. 


Una  tarde,  de  los  primeros 
días  de  nuestra  temporada  de 
verano,  en  que  los  niílos  con- 
versábamos en  el  balcón  de  nues- 
tra casita  blanca  de  la  aldea; 
por  el  sendero  que  poblaban  ru- 
morosos cipreses  y  sauces  um- 
bríos, venía  pasito  á  paso,  co- 
jeando, un  viejecito  muy  viejo 
y  muy  encorvado,  de  nevados  y 
luengos  cabellos,  y  de  barba  flo- 
rida y  larga,  que  le  daba  el  as- 
pecto de  un  anciano  mago  de  un 
cuento  Oriental.  Todos  miramos 
con  curiosidad  y  respeto  á  aquel 
anciano,  que  apoyado  en  un  grue- 
so bordón,  pasaba  sonando  sus 
pesados  zuecos  de  madera,  y 
que  sin  mirarnos,  seguía  su  ca- 
mino como  si  estuviese  fastidia- 
do de  ver  niños  en  los  balcones 
de  las  casas. 

Mis  hermanitas  dijeron  enton- 
ces :  Pobreeito  el  viejecito  que 
de  tan  viejo  se  va  á  morir !  .  .  . 
Y  nosotros  los  hombres  nos  reí- 
mos de  los  zuecos  (]U(>  choclea- 
ban al  andar  .  .  . 

Al  dia  siguiente,  y  á  la  hora 
en  que  el  crepúsculo  dora))a  la 
silenciosa  campiña,  por  el  sen- 
dero que  llenaban  con  sus  gemi- 
dos los  sauces  y  los  cipreses, 
venía  el  viejecito  más  viejo  de 
la  aldea.  Aquella  tarde  no  iba 
solo,  una  chiquilla  le  acompaña- 
ba sirviéndole  de  blando  sostén 
á  su  cansado  cuerpo.  Qué  boni- 
ta era  la  niña  con  sus  ojillos 
morenos  y  picarescos,  sus  cabe- 
llos brunos  y  su  pequeña  boca 
de  fresa,  y  qué  buena  se  veía 
con  su  sencillo  trajecito  de  blan- 
co percal.  Al  pasar  I)ajo  la  ale- 


gría del  balcón,  nos  miró  á  todos 
sonriente,  como  si  quisiese  te- 
nernos por  amigos.  No  había 
duda,  la  muchachita  debía  ser 
nieta  del  viejecito,  sí,  del  vieje- 
cito que  se  iba  á  morir,  como 
desde  entonces  lo  llamamos. 

Después  supimos  muchas  co- 
sas, entr-'  otras :  que  el  buen 
hombre  se  llamaba  don  Joaquín, 
que  había  sido  maestro  de  es- 
cuela de  la  aldea  durante  mu- 
chos años,  y  que  ahora,  y  en 
una  ruinosa  casa,  olvidado  de 
todos,  vivía  tan  solo  con  el  cari- 
ño de  la  querida  nietecita  de  su 
alma,  que  desde  muy  pequeña 
había  sentido  también  la  araar- 
aa  tristeza  de  la  h orfandad  .  .  . 

Y  á  medida  que  transcurría  el 
tiempo,  el  liejecito  que  xe  iba  á 
morir  se  volvía  más  arrugado  y 
más  achacoso,  mientras  que  la 
niña  se  i)onía  hermosa  y  sonro- 
sada, como  una  manzana. 

Y  los  días  siguieron  para  nos- 
otros con  el  delicioso  encanto . 
de  los  cuentos  de  brujas  y  de 
magos,  en  tanto  que  el  otoño 
doraba  las  hojas  de  los  árboles, 
las  ñores  se  marchitaban  y  los 
pájaros  en  bulliciosas  bandadas 
se  iban,  se  iban  lejos  ...  Y  el 
viejecito  que  se  iba  á  morir  se 
tornaba  pálido  y  frágil  como 
una  hoja  de  ese  otoño  que  se  lle- 
vaba en  sus  alas  el  viento  helado 
y  zumbador. 

Una  tarde,  la  última  de  nues- 
tras bellas  tardes  en  la  aldea,  y 
cuando  los  niños  reíamos  ha- 
ciendo fiesta  de  nuestra  alegría, 
vimos  á  lo  lejos  un  cortejo  fúne- 
bre   que    lentamente   avanzaba 


—  323  — 


por  el  sendero  de  los  sauces  y 
cipreses.  Las  campanas  de  la 
ermita  doblaban  con  eco  lasti- 
mero ;  y  en  el  cielo  todo  negro, 
había  una  tristeza  infinita  .  .  . 

—  Quién  habrá  muerto  ?  pre- 
gunté; una  de  las  ninas  repuso: 
—  De  seguro  que  ha  sido  el  vie- 
jecito  que  se  iba  á  morir.  Y  todos 
dijimos,  sí,  debe  ser  el  viejecito 
^  porque  ya  no  podía  con  la  car- 
ga de  sus  aííos.  Pobrecita  la  ni- 


ña —  agregó  otra  de  mis  herma- 
nitas  —  qué  sólita  se  va  á  que- 
dar ! 

Pero  á  poco  vimos  que  el 
ataúd  que  traían  en  hombros  los 
melancólicos  aldeanos,  era  un 
ataúd  blanco  y  pequeño,  y  de- 
trás llorando,  llorando  mucho, 
todo  encorvado  y  tembloroso, 
iba  el  viejecito  que  se  iba  á  mo- 
rir .  .  . 

Rafael  Ángel  Troyo. 


La  resurreccióti 


De    "líos    Ensueños    del   Jardín" 


Para  Apolo. 


Desvanecióse    el  gesío  pensativo 
que    sangraba,    la    dicha    de    fu    sueño, 
negaste    el  hombro    al  infamante    leño 
después    de    un    vacilar   meditativo. 
Coronaste    con    ramas    del  olivo 
la    arruaa    desolada    de    tu    ceño 
y    hubo    en    redor   de    tu    triunfante    empeño 
la    aprobación    de    un   mundo    intelectivo. 


derrotadc 


os 


luyeron  para    siempre 
los    nocturnos    murciélagos    odiados, 
viejos    demonios    de    tus    dudas    hondas; 
y    volvió  á    despertar    la    senda  gualda 
la    tranquila    caricia    de    tu  falda 
en    tu    lento  pasear   bajo    las  frondas. 


-A-lberto    Laspla-ees. 


—  324 


■».-     I 


—  325  — 

laA  GANGXÓN  BE  LAS  LAVANDERAS 


Plá!...  Plá!...  Plá!...  En  el  río 
que  desdorda  sus  espumas  y  atraviesa  la  llanura  silenciosa, 
como  frágil  cinta  tenue 
escapada  de  alguna  ánfora  remota, 
ó  á  manera  de  un  gran  crótalo   gigante 
que  lamiese  la  epidermis  formidable  de  las  rocas, 
suenan  ruidos  destemplados,  suenan  ruidos  inacordes' 
que  atraviesan,  que  penetran  y  se  hunden 
en  la  fronda, 
despertando  con  el  eco  de  su  ruda 
sinfonía, 
en  los  árboles : 
las  hojas ; 
en  los  nidos: 
las  palomas; 
y  en  las  ramas: 
el  enjambre  tremUlante  de  infinitas  mariposas, 
que  parecen  por  encima  de  los  árboles  solemnes 
infinitas    banderolas, 
que  estuvieran  anunciando 
la  llegada  de  la  riente  primavera  sonorosa. 
Ja  llegada  del  renuevo 
y  la  vuelta,  de  las  hojas!... 

Ese  ruido  que  conmueve  las  inmensas 

soledades  de  la  fronda 

>'  parece  que  cabalga 

sobre  el  lomo  de  las  ondas, 

es  el  ruido  c|ue  hace  el  sucio 
desprendido  de  lo  blanco  de  la  ropa. 

lis  un  ruid'j  muy  humano  :      . 

es  el  grito  do  la  Cólera, 
es  el  eco  de  lo  negro,  la  protesta  de  la  mancha, 
y  el  diabólico  rugido  de  la  sombra. 

Plá  ! . . .  Plá  1 . . .  Plá  ! . . .  La  rolliza  lavandera 
de  morena  carne  gorda 
se  recoge  las  enaguas  más  arriba,  más  arrilia 
de  las  corvas, 
y  tomando 
una  ])ieza  sucia  y  vieja,  una  pieza  vieja  y  rota, 

Plá  1 . .  .  PÍá  !  . . .  Plá  !  . .  . 
la  sacude  sobre  el  donibo  gigantesco  de  las  rocas, 

la  sumerge  en  la  tersura 
milagrosa  dr  las  aguas,  de  las  aguas  ])ullidoras 
y  la  saca  y  sigue  dando 
con  la  pieza  desastrosa 
en  la  pi'Ha  inconmovible  que  parece  junto  al  rio 


—  326  — 

la  pupila  rocallosa 
de  una  vieja  lavandera 
prehistórica, 
que  se  hallara  por  los  siglos  y  los  siglos  de  los  siglos 
contemplando  la  carrera  vagabunda  de  las  olas 
y  lavando 
sus  inmensos  lagrimales 
en  la  seda  delicada  de  las  aguas  bullidoras 

Una  vieja  lavandera 

sudorosa, 

lava  y  lava 
una  pieza  larga  y  tosca 
que  despide  de  su  seno 
un  extraño  olor  á  drogas. 

En  la  orilla  de  los  ríos 
una  roca 
recibiendo  las  inmundas 
lavaduras  de  la  ropa, 
es  el  lomo  de  la  humana 
muchedumbre  que  soporta 
el  ñagelo  temerario 
de  las  manos  poderosas ! 

Quién  pudiera  . . .  quién  pudiera 
ser  ahora 

una  vieja   lavandera, 
una  vieja  lavandera  de  mirada  rnda  y  torva, 

para  ir  al  manso  río 
del  honor, 

y  en  sus  aguas  luminosas  y  sonoras 
y  en  el  dorso  de  las  peFías,  de  las  pefías  impasibles, 
ir  lavando  . . .    plá  !  . . .    plá  ! . . .   plá  ! . .  .    las  inmensas  bancarrotas 
de  las  almas  consagradas  por  la  imfamia  y  por  el  oro, 

las  inmensas  bancarrotas 

de  las  almas  de  los  viles, 
y  lavarlas  y  lavarlas  y  quitándoles  las  sombras 

y  las  manchas 
ora  negras  como  cuervos,  ora  sucias,    ora  rojas, 

darles  . . .  darles  . . .  plá  !  plá  !  plá  ! . . . 

sobre  el  lomo  de  las  rocas, 

sobre  el  filo  endurecido 

de  las  piedras  silenciosas 
y  lavarlas  y  lavarlas  y  que  quede  solamente 
ya  deshecha  la  usur]jada  vestidura  de   las  glorias, 

y  ante  el  ojo  taciturno 

de  las  turbas  vengadoras, 
el  infame  carapacho,  con  sus  manchas  y   sus  manchas 
ora  negras  como  cuervos,  ora  sucias,  era  rojas ! . .  . 

Rafael  Ángel  Arraiz. 


—  327  — 

DE    I-A    WIDA 


Llueve.  El  agua,  al  caer  sobre  el  pavimiento  de  las  calles, 
levanta  un  eco  largo,  sostenido,  monótono. 

Cuando  el  viento  toma  este  eco  y  lo  hace  llegar  á  las  ventanas 
desiertas,  el  eco  de  la  lluvia  aflora  melancolías  de  cantar.  Cuando 
trepa  muros  arriba  hasta  tocar  en  los  aleros  donde  se  abrigan  las 
palomas,  el  eco  desmaya  en  languideces  de  arrullo.  Cuando  entra 
por  las  rendijas  de  las  puertas  y  se  llega  á  los  oídos  de  una  mujer, 
el  eco  toma  tonalidades  de  palabras  de  amor  y  sabe  á  ducedumbres 
de  cariños ;  pero  si  se  cuela  por  las  casas  vacías,  donde  vive  el 
olvido,  el  eco  largo,  sostenido  y  monótono,  se  quiebra  en  mudos 
ecos  que  nos  hablan  de  suspiros,  de  quejas,  de  lágrimas. 

* 

No  hay  nada  más  melancólico  ni  más  suavemente  triste  que  un 
día  de  lluvia. 

El  alma  de  estos  dias  tiene  un  eco  para  cada  oído  y  un 
recuerdo  para  cada  corazón.  Para  el  mío  tiene  un  gran  recuerdo 
imborrable.  Fué  tarde  de  lluvia  la  primera  en  que  yo  di  un  beso  en 
unos  labios  de  púrpura.  Erase  en  un  pequeño  gabinete  que  tenía  un 
balcón  á  la  calle,  por  donde  se  veía  caer  el  agua  en  copioso  agua- 
cero. En  el  departamento  inmediato  al  gabinete,  un  canario  can- 
taba. 

No  hay  nada  más  hermoso  que  la  vida  cuando  el  alma  florece 
en  ella.  Y  aquella  tarde  de  lluvia  lenta  y  tenaz,  el  amor  florecía  en 
mí  corazón  como  una  gran  rosa  de  abril. 

Llueve.  Yo  escucho  cómo  el  agua  suena  en  los  árboles  con 
gemebundo  cantar ;  yo  veo  cómo  las  hojas  sin  vida  caen  de  estos 
árboles  y  ruedan  por  el  suelo  puercas  de  lodo.  Caen  lentas,  silen- 
ciosas, resignadas  en  medio  de  un  ambiente  de  soledad  y  de  olvido. 
Para  estos  árboles,  que  la  otoñada  tornó  de  hojas  paliduchas  y  tris- 
tes, la  lluvia  tiene  eco  de  miserere. 

En  los  altos  balcones  que  cierran  cristales  herméticos,  la  lluvia 
habla  de  soñolencia  y  de  bien ;  sueña  á  dulcedumbre  y  halago  la 
lluvia  que  resbala  por  los  cristales  señalando  extraños  geroglíficos. 
Nada  más  arrobador  que  la  música  del  agua  cuando  el  bienestar 
nos  rodea  y  el  amor  nos  mima  ... 

La  tibia  y  suave  caricia  de  unas  manos  blancas,  la  mirada  hon- 
da, larga,  pasional  de  unos  ojos  que  nos  quieren,  la  palabra  toda 
amor  y  cariño  que  habla  en  nuestros  oídos  con  cadencias  de  madri- 
gal ;  el  beso  rápido,  nervioso,  que  vuela  de  unos  labios  á  nuestros 
labios  con  sabores  de  miel ;  todo  eso  de  que  se  compone  el  gran 
encanto  de  la  vida,  resulta  de  sensación  más  honda,  de  sabor  más 
dulce,  de  más  bella  ilusión,  en  estos  días  de  cielos  grises  en  que  la 
lluvia  cae  lenta,  prolongada,  sonora.  Porque  el  alma  de  estos  días, 
romántica  y  melancólica,  tiene  un  eco  para  cada  oído  y  un  recuer- 
do para  cada  corazón. 

Lozano  Casado. 


.:# 


328  — 


la   inolvidabl-e 


Me  detuve  en  aquel  ignorado  lu- 
garejo  porque  el  ambiente  que  allí 
se  respiraba,  impregnado  estaba  de 
penetrante  olor  de  uvas  maduras  y 
de  innumerables  rosas,  y  era  dulce 
como  la  miel  y  ligero  como  el  respi- 
rar de  un  niño ;  porque  la  soledad 
de  aquellas  montañas  violetas,  de 
aquel  mar  nacarado,  turbada  sólo 
por  algunos  rebaños  y  por  aventu- 
reras velas  latinas,  me  pareció  pro 
picia  para  los  largos,  para  los  va- 
gos ensueños  de  un  destierro  volun- 
tario, para  una  convalecencia  de 
alma  cuyas  heridas  lentamente  ci- 
catrizan :  porque  las  mujeres  ante 
la  fuente  allí  se  hablaban,  con  voz 
lenta  y  grave,  de  cosas  legendarias, 
y  portaban  con  bellos  gestos  sus 
cántaros  barnizados. 

La  hostería  tenía  el  aspecto  son- 
riente. Emparrados  tapizaban  su  fa- 
chada ornada  de  claros  frescos  y 
sencillos,  según  el  gusto  itálico.  Plá- 
tanos, la  cubrían  con  su  fresca  som- 
bra. La  rudeza  de  las  sabanas  com- 
pensada estaba  con  el  aroma  deli- 
cioso de  lavanda  y  de  iris  que  de 
ellas  surgía  y  con  su  blancura  in- 
maculada. 

Las  alegres  canciones  de  las  sir- 
vientas la  hacían  semejante  á  una 
jaula  llena  de  pájaros  Mis  ventanas 
se  abrían  sobre  el  i-ncanto,  sobre 
las  metamorfosis,  sobre  la  tiesta  de 
claridades,  sobre  el  misterio  de  la 
azul  Inmensidad. 

Tuve  allí  días  cuya  voluptuosi- 
dad, cuya  quietud  inflnita  no  sabría 
expresar;  y  tuve  como  un  sobresal- 
to de  despertar,  cuando,  una  maña- 
na, el  hostelero  me  advirtió  que 
uno  de  los  criados  de  su  Excelencia 
el  príncipe  de  Cittafelice  me  traía 
una  carta,  recomendada  cual  un  se- 
creto de  estado  Aquella  violación 
de  mi  reposo  me  causó  al  principio 
un  malestar:  tentado  estuve  á  no 
abrir  la  cubierta  sellada  con  cera  y 
dejar  sin  respuesta  aquella  carta. 
Luego,  por  curiosidad  como  por  te- 
mor de  pasar  cerca  de  un  nuevo 


placer  sin  gustarlo,  ó  de  alguna  mi- 
seria humana  sin  aliviarla,  leí  estas 
frases  que  á  pesar  mío  me  conmo- 
vieron : 

«Señor,  -  me  escribía  el  prínci- 
pe, hoy  es  que  sé  por  los  rumo- 
res que  tengo  el  placer  de  poseer, 
casi  en  mis  dominios,  á  pocas  le- 
guas de  mi  casa  de  campo,  á  un 
francés,  puede  que  de  París.  Bendi- 
go esta  buena  fortuna  y  os  agrade- 
ceré el  que  os  sirváis  concederme 
siquiera  una  hora  de  entrevista,  ó 
—  lo  que  sería  mejor,  — que  acep- 
téis hoy  el  compartir  la  mesa  'ru- 
gal  de  un  solitario,  de  un  soñador, 
(le  un  triste.  Ya  veis  que  no  escojo 
á  traición  y  que  desde  el  primer 
momento  os  doy  completas  señales 
de  mi  ser.  Agregaré  que  una  nega 
tiva  vuestra  avivaría  mi  melanco- 
lía. >^ 

Hice  enganchar  mi  silla  de  posta 
y  horas  después,  cuando  el  canto  de 
las  cigarras  se  mezclaba  á  las  doce 
campanadas  del  medio  día  temble- 
teadas por  un  vetusto  reloj,  mesen- 
taba  á  la  mesa  de  aquel  enigmático 
é  imprevisto  compañero  de  sufri- 
mientos 

'  Tenía  el  aspecto  gastado  de  los 
jóvenes  que  abatidos  por  un  golpe 
demasiado  rudo,  arrastran  la  cade- 
na de  undolor  inolvidable.  Sus  gran- 
des ojos  apagados  hacían  pensar  en 
esas  charcas  estancadas  que  lucen 
en  las  tristezas  de  las  laudas.  Pro- 
fundas arrugas  hendían  su  amplia 
frente.  Su  boca  ya  no  se  plegaba  á 
la  sonrisa  y  fUs  largas  manos  páli- 
das tenían  perpetuo  temblor  y  pa- 
recían no  tener  vigor  ni  aún  para 
sostener  el  vaso.  Noté  asimismo  la 
estudiada  elegancia  de  su  vestir,  el 
bouquet  prendido  en  su  botonera, 
la  flnura  de  su  traje. 

Durante  el  almuerzo,  rociado  por 
uu  vinillo  blanco  con  reflejos  de  to- 
pacios y  sabor  de  yesca,  el  príncipe 
fué  encantador,  espiritual,  amable  ; 
burló  su  pobreza  y  el  retiro  al  que 
le  condenaban  las  pasadas  locuras 


—  329 


y  me  interrogó  como  un   viajero 
que  llega  de  lejanos  países 

Mas  yo  sentía  que  no  me  daba  á 
conocer  el  fondo  de  su  pensamiento; 
que  tenía  otras  confidencias  que  ha- 
cerme ;  que  esa  evocación  ele  la  vida 
pasada  en  ese  divino  París,  que  es 
la  Meca  de  los  ansiosos  de  sensacio- 
nes y  de  los  voluptuosos,  ocultaba 
una  historia  que  él  no  osaba  y  de- 
seaba narrarme. 

El  día  transcurrió  en  vanos  diá- 
logos, y  cuando  el  sol  declinó,  cuan- 
do las  grandes  montañas  extendió 
ron  su  sombra,  el  príncipe  me  con- 
dujo á  un  jardín  dj.ulo  se  arrullaban 
palomas  y  saltaban  rumorosos  mag- 
níficos surtidores.  Me  detuve  sor- 
prendido al  pasar  por  un  bosqueci- 
llo  Je  cipreses;  escuchaba  en  la 
vibrante  dulzura  del  crepúsculo  un 
concierto  de  harpas,  violones,  flau- 
tas que  palpitaba  á  lo  lejos,  y  di- 
riase  que  anunciaba  una  fiesta  ga- 
lante 

—  -X  Es,  exclamó  .el  príncipe  ante 
mi  asombro,  una  pequeña  orquesta 
que  guardo  para  distraerme  en  mi 
desgracia.  Alior  i  ej  "ícutan  una  ga- 
veta.   .  » 

Dimos  unos  pasos  más  y,  como 
agotado  prosiguió : 

-  En  verdad,  mi    querido  hués- 
ped, no  os  he  mostrado  mi  segundo 
pabellón,  el  que  se  alza  á  orillas  del 
agua.  Os  agradaría  verlo  ?  Oh,  cier 
tamente,  contesté. 

Seguimos  otra  avenida  al  cabo  de 
la  cual  había  una  puertecilla  que  el 
príncipe  abrió  todo  tembloroso.  En 
un  paraíso  de  plantas  raras,  tras  de 
una  cortina  de  follajes  plenos  de  flo 
res  de  violento  perfume,  apareció 
una  especie  de  templo  pagano  con 
columnas  de  mármol  blanco,  con 
terrazas  cubiertas  de  laureles  ro- 
sas, con  escalinatas  de  suaves  ram- 
pas que  descendían  hasta  el  mar, 
acariciadas  por  las  olas  perezosas. 

En  un  bosquecillo,  los  invisibles 
músicos  continuaban  su  tierna  y 
deliciosa  sinfonía.  Con  voz  sombría, 
extraña,  por  la  que  pasaba  como  un 
sollozo  ahogado,  el  principe  ex- 
clamó : 

—  Ah !  señor :  ved  -una  casa  en 
la  que  fui  demasiado  feliz. 


Se  descubrió  como  si  hubiera  pe- 
netrado en  una  venerada  necrópo- 
lis y  penetramos  en  aquel  adorable 
retiro. 

Al  mirarlo  tan  adornado  por  ma- 
ravillosos ramilletes,  tan  bañado  de 
luz,  tan  tentador,  tuve  la  brusca 
sugestión  de  que  una  bella  reclusa 
de  amor,  una  adorada  sustraída  á 
las  miradas  con  celoso  cuidado,  iba 
á  deslumhrarnos  con  su  gracia 
ideal,  iba  á  surgir  lánguida  y  radio- 
sa y  joven,  de  ese  cuadro  creado 
para  su  belleza. 

En  fin,  sobre  luia  de  las  estufas, 
en  medio  de  un  altar  de  flores,  dis- 
tinguí un  retrato  de  mujer.  Recono- 
cí la  bella  cabeza  revoltosa  de  Son- 
yette  d'Orgy,  aquella  caprichosa 
cuya  risa  ¡  ay !  ya  no  canta  :  Sonye- 
tte  d'Orgy  que,  fatigada  de  rozarse 
siempre  con  los  mismos  imbéciles, 
de  no  poder  experimentar  una  nue- 
va emoción,  de  no  ser  sino  un  ju- 
guete de  amor,  se  mató  el  pasado 
año,  como  una  griseta  sentimental. 

El  príncipe  se  acercó  á  mí,  páli- 
do y  tembloroso. 

La,  conocéis  ¿  no  es  así  ?  mur- 
muró, ¿conocéis  ámiSocyette  ?  Oh! 
decidme,  os  lo  suplico,  qué  es  de 
ella  . . . 

Comprendí  que  debía  mentir,  y 
le  respondí 

—  No  conozco  á  Madama  d'Orgy 
sino  de  vista  y  no  podría  daros  de 
ella  la  menor  noticia  . . . 

Con  lágrimas  en  los  ojos,  me  con- 
fesó su  angustia,  su  amor.  La  había 
encontrado  en  Venecia  durante  un 
Otoño.  Se  habían  adorado  con  to- 
das sus  fuerzas,  con  toda  su  alma, 
con  esa  demencia,  esa  exaltación 
que  los  neuróticos  ponen  en  sus  pa 
sajeras  fantasías  de  amor  y  de  car- 
ne. Apasionada,  extasiada,  ella  con- 
sintió en  seguirle  hasta  ese  rincón 
de  la  naturaleza  perdido  lejos  de 
todo,  y  á  él  se  dio  en  medio  á  esa 
decoración  que  le  agradaba,  como 
si  jamás  se  hubiera  dado  á  otro 
hombre.  Pero,  así  que  él,  perdido  su 
albedrío,  tratara  de  desposarla,  Son- 
yette  despertó  y,  recobrado  su  aplo- 
mo, le  respondió  con  una  carcajada. 
Una  noche  cambiaron  los  besos  de 
adiós,  besos  en  medio  á  los  cuales 


—  330 


se  querría  morir  cuando  se  ama,  y 
haciéndose  fuertes  para  no  llenar- 
los de  llanto,  se  prometieron  nue- 
vos mañanas  de  alegrías  y  de  ven- 
tura. Desde  entonces  el  príncipe 
transformó  el  delicioso  templo  en 
un  relicario  de  amor,  y  si  Sonyette 
hubiese  tenido  el  capricho  de  vol- 
ver, habría  creído  al  verlo  queja- 
más  lo  abandonó.  A  las  mismas  ho- 
ras, los  mismos  conciertos,  las  mis 
mas  flores  preferidas  sobre  las 
consolas  y  rinconeras;  los  mismos 
perfumes  en  las  cazoletas  de  cobre 
dorado  con  galantes  emblemas.  Todo 
lo  que  le  quedaba  de  su  fortuna,  el 
inconsolable  lo  empleaba  en  aquel 
paraíso,  en  aquel  santuario,  en  el 


culto  de  su  ilusión,  de  su  miraje ; 
en  el  pago  de  los  harpistas,  de  los 
violones,  de  las  flautas  que,  en  los 
momentos  de  ensueño,  durante  el 
alba  y  el  crepúsculo,  evocaban  el 
fantasma  de  la  « innamorata  ». 

Y  en  tanto  que  en  la  noche  sem- 
brada de  luciólas,  galopaban  los  ca- 
ballos con  gran  ruido  de  herraje, 
yo  contemplaba  tristemente  el  cielo 
y  me  preguntaba  si  existiría  entre 
todas  esas  estrellas  un  país  de  en- 
sueño, donde  las  almas  elegidas, 
las  almas  fieles,  las  almas  creadas 
para  el  eterno  amor,  cesasen  de 
sufrir,  tuviesen  su  recompensa,  co- 
nociesen la  delicia  suprema  . . 

Rene  Maizeroi. 


O 

<l        #        1^ 


331  — 


ñrias  setilim^tilaks 


Fui  soldado  y  en  la  brega 
dolorosa  de  la  vida, 
la  traición  me  abrió  una  herida 
y  la  herida  al  alma  llega. 

—  Soldado,  brega  ! 

Soy  poeta  y  cuando  canta 
mi  verso  dulce  canción, 
del  fondo  del  corazón 
la  amargura  se  levanta. 

—  Poeta,  canta ! 

Es  la  noche.  Triste  llora 
el  cíelo  sin  una  estrella  . . . 
Un  ruiseílor  se  querella 
bajo  la  lluvia  insonora. 

—  Poeta,  llora  ! 


Es  el  alba.  El  cielo  ríe 
sobre  el  monte  y  sobre  el  llano , 
El  sol  que  fecunda  el  grano 
sobre  mi  frente  sonríe. 
—  Poeta,  ríe  ! 


Re  ir 


.  ¿  Y  cómo  evitar 


todo  lo  que  hay  que  sufrir  ? 
¿  Cómo  se  puede  reír, 
cuando  hay  tanto  que  pensar  ! 
¡  lieir  fuera  mancillar 
la  seriedad  de  vivir! 
Porque  vivir  es  bregar, 
bregar  es  acometer, 
y  no  se  puede  vencer 
tñn  herir  ó  sin  matar. 

Andrés  Mata. 


-o{)^CrX$.&o- 


Son^lto 


Pa)-a  Ai'OLO. 

II  solé  impera  nell'azzurro  cielo, 
Hanno  gli  ulivi  tremolií  d 'argento, 
Svanisce  un  canto  ed  un  profumo  al  vento, 
Sfuma  lontan  come  di  nebbia  un  velo. 

Danno  il  profumo  i  fior  di  sullo  stelo. 
Col  ritmo  suo  appassionato  e  lento, 
Geme  una  fonte  un  gocciolar  d 'argento; 
Le  querce  annose  le  fan  d  'ombra  un  velo.  ^, 

Si  son  raccolte  intorno  alia  fontana 
Tre  montanine  dalle  treccie  bionde, 
Che  cantan  dolce  come  tortorelle 

E  bella  é  la  canzone  ed  é  montana, 
II  solé  filtra  a  sprazzi  tra  le  fronde 
E  indora  il  crine  aíle  cantrici  belle. 


Donato  Bruno. 


332 


£1  amor 


Penetremos  en  otra  esfera  gemela 
de  la  quo  hasta  hace  poco  hemos 
e.xplorsdo:  la  esfera  del  amor;  y 
admiremos  el  espléndido  panorama 
que  en  ella  se  descubre.  A  eamos  en 
que  se  funda  esta  energía  que  in- 
mortaliza la  expresión  externa  de 
la  realidad. 

El  anior  es  el  sentimiento  de 
atracción  que  induce  á  los  seres  de 
distinto  sexo  á  realizar  su  unión 
moral  y  material.  Se  ofrece  de  una 
manera  distinta  en  cada  caso  parti- 
cular, mas  nosotros  lo  estudiaremos 
tan  sólo  en  aquella  forma  que  sin- 
tetiza todos  los  matices  en  qtie 
puede  presentarse. 

-No  en  la  abstracción  del  idea- 
lismo puro,  que  representa  un  im- 
posible en  la  realidad  de  la  vida ; 
ni  en  la  abyección  de  un  materia- 
lismo repugnante  que  coloca  al  hom- 
bre al  nivel  de  los  brtitos,  sino  en 
aquel  justo  medio  en  que  un  alma 
pura  y  elevada  desarrolla  todas  las 
energías  que  le  inspira  su  natura- 
leza física,  y  todas  las  aspiraciones 
que  le  despierta  su  esencia  espiri- 
tual. 

Y  en  este  punto  hemos  de  ver 
reproducidos  todos  los  caracteres 
de  la  unión  de  los  amigos  en  la  fu- 
sión de  los  amantes,  bien  que  com- 
pletada por  la  atracción  nnitua  de 
los  sexos.  liemos  de  ver  al  débil 
uniéndose  al  fuerte;  el  constante  al 
voluble;  el  ser  de  una  raza  al  de 
otra  raza  opuesta  ;  el  afortunado  al 
miserable ;  el  docto  al  ignorante : 
el  piadoso  al  descreído;  la  hembra 
varonil  al  macho  afeminado.  De  esta 
manera  observaremos  cómo  el  pro- 
ceso del  amor  no  es  más  que  la 
función  instintiva  del  deseo  que  in- 
duce á  los  seres  á  completarse. 

Los  ejemplos  de  que  hemos  de 
valemos  para  demostrar  ntiestro 
aserto  no  tendrían  un  valor  posi- 
tivo si  los  sacáramos  del  seno  de  la 
masa  ignorada,  porque  cabría  la 
sospecha  de  que  fueran  ün  simple 


producto  de  nuestra  fantasía  Pero 
las  tragedias  del  amor  que  se  des- 
arrollaron en  el  curso  de  los  siglos, 
se  inmortalizan  en  los  tipos  creados 
por  los  poetas  •  de  esta  manera  per- 
duran y  se  transmiten  á  las  genera- 
ciones del  porvenir.  lUisquemos, 
pues,  en  ellas  la  materia  de  nuestra 
investigación,  ya  que  los  persona- 
jes que  las  exteriorizan,  reproducen 
la  reahdad  de  la  vida  á  través  del 
esfuerzo  artístico.  Séame  permitido, 
pues,  realizar  una  breve  excursión 
analítica  por  el  campo  de  las  gran- 
des pasiones  que  la  historia  ha  es- 
culpido y  los  genios  han  consagrado. 
Remontémonos  á  la  época  más  an- 
tigua. 

Elena,  la  famosa  beldad  de  la 
Grecia  prehistórica,  olvidó  á  Mene- 
lao,  en  quien  se  miraban  el  valor  y 
la  nobleza,  para  caer  en  brazos  de 
Páris,  cuya  belleza  física  compara- 
ron los  poetas  á  la  de  los  dioses, 
pero  cuya  valentía  y  virilidad  no 
corrían  parejas  con  su  hermosura. 
En  la  epopeya  homérica  vemos  á 
sus  hermanos  decirle  en  más  de 
una  ocasión,  que  su  tínico  ideal  era 
perfumar  su  cuerpo  y  adornar  su 
cabellera  para  seducir  á  las  muje- 
res. La  divina  Elena,  educada  en  el 
seno  de  las  expansiones  atléticas  y 
de  los  impulsos  guerreros,  poseída 
ella  misma  de  varonil  entereza,  ori- 
ginó la  horrenda  hecatombe  de 
Troya  por  su  amor  hacia  un  hom- 
bre afeminado.  Véase,  pues,  en  este 
caso  comprobada  la  atracción  de 
los  principios  opuestos. 

Estudiemos  ahora  algunos  de  los 
tipos  creados  por  Sha  espeare  al 
calor  de  la  leyenda. 

Ofelia,  imagen  de  la  constancia  y 
del  candor,  cifra  su  aspiración  en  el 
príncipe  Hamlet,  cuyo  amor  es  tan 
débil,  que  se  desvanece  ante  el  pro- 
pósito de  realizar  una  acción,  más 
vengativa  que  justiciera,  contra 
unos  seres  que,  aun  siendo  reos, 
habrían  seguramente  encontrado  en 
su  propia  conciencia  el  castigo  de 


333 


un  amor  incestuoso  y  de  un  crimen 
horrendo.  Hamlet  impide  que  se 
desarrolle  el  curso  natural  de  la 
justicia  absoluta,  interviniendo  como 
juez  en  el  proceso  de  un  hecho  ne- 
fando, y  por  eso  abandona  á  Ufelia, 
aun  queriéndola,  mientras  ella  se 
hace  superior  á  las  pasiones  huma- 
nas, aniquilándose  en  las  tinieblas 
de  la  locura  y  del  suicidio.  Y  conti- 
núa amándole,  aun  viendo  en  su 
persona  el  asesino  de  su  padre 

La  mócente  Julieta,  heredera  de 
los  Capuletos,  se  enamora  de  Ro 
meo,  el  hijo  de  los  Mónteseos.  Es 
decir :  los  vastagos  de  dos  familias 
cuyo  odio  y  rivalidad  ensangrientan 
á  diario  las  calles  de  Verona,  tien- 
den á  realizar  su  unión  en  la  llama 
del  amor.  El  alma  de  Julieta  exhala 
el  aroma  virginal  de  la  primera  y 
única  pasión  de  la  existencia.  Ro- 
meo, en  cambio,  estaba,  hasta  el 
instante  de  la  aparición  de  Julieta 
en  el  ambiente  de  su  vida,  loco  de 
amor  por  otra  mujer.  La  nueva  pa- 
sión desvanece  el  fuego  de  la  anti- 
gua, y  Romeo  se  nos  ofrece  como  el 
símbolo  de  la  inconstancia  y  volu- 
bilidad, mientras  Julieta  brilla  como 
la  imagen  de  la  firmeza.  Y  el  per- 
fume del  amor  aparece  una  vez  más 
uniendo  los  principios  opuestos. 

La  veneciana  Desdéniona,  la  bel- 
dad europea  de  alabastrino  cutis  y 
cabellera  de  oro  ;  la  doncella  teme- 
rosa que  apenas  ha  visto  otro  aire 
y  otro  sol  que  el  de  su  ciudad  na- 
tiva, ni  conoce  otro  poder  ni  otras 
leyes  que  las  que  emanan  de  la 
voluntad  paterna,  se  apasiona  por 
Otello,  el  de  la  tez  bronceada  y  ca- 
bellos de  ébano,  el  guerrero  que  ha 
luchado  con  los  hombres  y  con  las 
ñeras,  con  el  mar  embravecido  y 
con  la  atmósfera  tempestuosa,  el 
que  ha  penetrado  en  la  espesura  de 
las  selvas  vírgenes,  el  que  ha  reco 
rrido  las  arideces  de  los  desiertos 
tropicales.  Y  huye  de  la  casa  sola^- 
riega  para  fundar  aquella  unión 
sublime  en  que  se  hermanan  el  espí- 
ritu ario  y  el  africano,  la  inocencia 
y  la  suspicacia,  la  juventud  y  la 
madurez,  el  amor  y  los  celos. 

Examinemos  algunos  de  los  per- 
soníyes  que  palpitan  en  las  obras 


fundamentales  de  (ioethe.  Hermann, 
el  burgués  acomodado,  exacto  pro- 
totipo del  heredero  de  una  familia 
alemana  de  vida  regalona  y  seden- 
taria, se  siente  emocionado  ante  la 
visión  de  Dorotea,  que  arrastra  su 
miseria  y  desconsuelo  por  los  cami- 
nos públicos,  en  el  seno  de  una 
caravana  de  desterrados ;  y  su  ima- 
gen le  despierta  la  idea  de  amor.  Es 
decir,  le  despierta  el  deseo  de  vagar 
por  el  mundo  en  pos  de  lo  descono- 
cido y  al  amparo  de  la  suerte  para 
librarse  de  una  vida  letárgica  des- 
arrollada en  los  muros  de  una  ciu- 
dad pequeña,  á  la  que  viene  conde- 
nado por  el  imperio  de  la  herencia 
y  el  poder  de  la  familia.  Y  este  de- 
seo se  cristaliza  en  Dorotea,  la  ado- 
rable y  desgraciada  criatura  que  lo 
encarna  en  acción. 

Veamos  lo  que  pasa  en  el  poema 
Fausto.  Margarita,  emblema  de  la 
Ignorancia  candorosa,  espejo  de  la 
fe,  é  imagen  de  la  belleza  y  juven- 
tud, siente  el  fuego  de  amor  por 
Fausto,  el  hombpe  de  conciencia 
escéptico  y  derrocado,  el  viejo  con- 
vertido en  joven  por  la  magia  de  un 
deseo ;  el  descreído  que  busca  en  la 
esfera  de  la  ilusión  del  mundo,  la 
verdad  que  pudo  encontrar  en  la 
esencia  de  su  espíritu.  Fausto  y 
Margarita  se  nos  ofrecen  como  los 
símbolos  de  dos  seres  diametral- 
mente  antagónicos.  Y  en  el  misterio 
de  su  unión  se  vislumbra  la  fuerza 
redentora  que  ha  de  salvar  á  un 
alma  ya  casi  sumergida  en  el  abismo. 

Prosigamos  nuestra  investigación 
en  otras  esferas  Francesa,  la  es- 
posa de  un  ser  contrahecho  y  re- 
pugnante, despierta  de  su  sueño  á 
la  vista  de  Paolo,  en  quién  se  juntan 
la  donosura  y  gallardía,  es  decir,  en 
el  ser  que  representa  absolutamente 
todo  lo  contrario  del  que  le  dieron 
por  esposo  y  señor.  La  majestad  de 
su  amor  perdura  á  través  de  los 
siglos.  Traspasa  los  umbrales  de  la 
vida  para  eternizarse  en  el  campo 
de  la  muerte,  y  el  espíritu  católico 
del  gran  poeta  italiano  contempla, 
en  el  Infierno,  la  fantástica  apari- 
ción de  los  dos  amantes,  perpetua- 
mente unidos  por  los  lazos  de  una 
pasión  inextinguible. 


334 


'Tristán,  modelo  de  caballeros,  en- 
carnación del  valor  é  imagen  de  la 
amistad,  en  la  que  profesa  al  rey 
Marke,  su  próximo  pariente  y  sobe- 
rano, enciende  el  sacro  fuego  en  la 
nebulosa  Isolda,  la  antigua  prome- 
tida de  Moroldo,  la  actual  esposa 
del  rey  Marke,  la  futura  amante  de 
Tristán.  En  él  se  refleja  lá  claridad 
del  sol,  el  deseo  de  vivir,  el  afán 
del  combate  y  de  la  victoria ;  en 
Isolda  las  sombras  de  una  noche  en 
cuyo  seno  no  brilla  el  ilusorio  astro 
que  difunde  el  calor  y  la  luz  por  el 
reino  de  la  materia.  Tristán  es  la 
inconsciencia  de  la  vida  terrestre, 
Isolda  la  consciencia  de  la  Muerte. 
Y  aquella  sublime  figura  en  quien 
se  encarnan  el  eterno  femenino  y  la 
fatalidad  inevitable,  inspira  al  héroe 
la  llama  de  un  amor  tan  grande, 
que  traspasa  la  esfera  mezquina  del 
individuo,  para  inflamar  la  esencia 
del  Cosmos.  La  llama  que  consume 
la  energía  del  hombre  para  poner 
en  combustión  la  inmensidad  de  lo 
creado ;  que  funde  al  individuo  con 
el  Todo  para  engendrar  una  unidad 
suprema;  que  une  al  crepúsculo  y 
al  ocaso  terrestre  en  el  seno  de  ía 
Noche  absoluta.  Tristán  es  el  Día; 
Isolda  es  la  Noche,  y  la  Noche  es  la 
Muerte.  En  sus  tinieblas  ha  de  reali- 
zarse la  fusión  completa  de  dos  se- 
res opuestos  é  imperfectos. 

Y  estos  ejemplos  reproduciríanse 
en  cuantos  casos  particulares  ana- 
lizáramos ;  siempre  veríamos  res- 
plandecer la  ley  de  atracción,  en 
las  corrientes  afectuosas  de  sentido 
contrario.  Al  igual  que  se  atraen  las 
electricidades  de  distinto  polo  y  se 
rechazan  las  de  polo  idéntico,  se 
atraen  y  rechazan  los  seres  No 
puede  ser  el  complemento  nuestro 
el  sugeto  que  posea  nuestras  mismas 
cualidades.  El  deseo  de  amor  es  un 
afán  de  perfección ;  y  la  perfección 
no  puede  lograrse  sino  adquiriendo 
lo  que  nos  falta.  Gomo  desea  un  sexo 
unirse  al  otro  para  formar  la  dua- 
lidad andrógina  que  elabora  el  sacro 
símbolo  en  el  cual  radica  la  poten- 
cia creadora,  así  desea  un  alma 
unirse  al  alma  opuesta  para  formar 
el  ser  perfecto,  que  jamás  puede 


encontrarse  en  el  individuo  aislado. 
El  impulso  orgánico  y  el  deseo  espi- 
ritual juntan  las  almas  y  los  cuer- 
pos en  una  ideal  unión  en  la  que  el 
hombre  se  siente  superior  á  las 
criaturas  y  al  Universo  En  ella 
vibra  la  esencia  de  la  fuerza  y  la 
forma  de  la  materia  ;  la  ilusión  de 
la  carne  y  la  realidad  del  espíritu ; 
en  ella  se  refleja  el  misterio  de  la 
inmortalidad  en  cuyo  seno  se  igua- 
lan la  energía  perecedera  de  los 
hombres  y  la  potencia  eterna  de  los 
dioses. 

Y,  así,  vemos  en  la  imagen  de  la 
mujer  amada  la  perfección  de  nues- 
tro cuerpo  y  la  salvación  de  nues- 
tro espíritu  No  es  tan  solo  la  ninfa 
seductora  en  cuyos  brazos  hemos  de 
apaciguar  el  volcánico  calor  de 
nuestra  sangre ;  no  es  tan  solo  la 
mágica  deesa  en  cuyos  ojos  hemos 
de  ver  reflejado  el  cielo  de  una 
dicha  sobrehumana  Es  más  que 
esto.  En  suseno  se  revela  el  arcano 
del  ser  y  del  no  ser,  del  día  y  de  la 
noche,  de  la  acción  y  de  la  inercia ; 
en  su  atmósfera  se  disipa  la  duali- 
dad funesta  que  nos  empequeñece, 
para  engendrarse  el  símbolo  de  la 
unidad  ideal  que  nos  redime  La  pre- 
dilecta hija  de  "Venus;  la  venerada 
criatura  de  divino  rostro  y  áu  ^a 
cabellera,  se  nos  ofrece  como  la 
única  antorcha  resplandeciente  en 
laluctuosaobscuridad  de  la  Creación; 
como  la  estrella  polar  en  la  diaman- 
tina bóveda  celeste;  etérea;  miste- 
riosa; guiándonos  al  norte  de  nues- 
tra vida  en  el  desierto  de  la  tierra, 
como  guía  al  navegante  á  puerto  en 
la  inmensidad  del  mar.  Subyuga 
nuestra  vista  con  los  matices  de  su 
luz;  adormece  nuestro  espíritu  en 
los  vapores  de  un  ensueño  en  cuya 
realidad  se  desvanece  la  ficción  del 
mundo;  satura  nuestro  ambiente 
con  el  perfume  de  su  emanación; 
aniquila  en  nuestra  mente  la  conci- 
encia de  la  propia  personalidad, 
para  hacerla  revivir  en  el  secreto 
de  su  esencia,  donde  se  hermanan  la 
claridad  cenital  y  las  sombras  del 
crepúsculo;  y  disipa  en  nuestra  al' 
ma  el  fuego  del  deseo,  para  hacerla 
sentir  la  delicia  suprema  de  la  fu- 
sión de  los  seres;  para  hacerla  gozar 


—  335  -^*:' 

el  éxtasis  de  la  muerte  en  brazos  de  temos  al  egoísmo   como  la  única 

la  Noche  absoluta.  fuente  de  donde  brotan  las  aguas 

El  sentimiento  del  amor  es,  pues,  que  inmortalizan  la  vida,  y  prosi- 

la  encarnación  del  egoísmo;  pro-  gamos  nuestro  camino,  venerando 

clamémoslo  sin  miedo.  La  realidad  siempre  á  la  verdad,  sea  cual  fuere 

es  patente,  y  los  ojos  no  pueden  la  forma  en  que  se  nos  ofrezca. 


permanecer  cerrados  á  la  luz.  Acep- 


JosÉ  Antich. 


Noctambulismo 


Allá,  tras  el  boscaje, 
la  tarde  fué  plegando  paso  á  paso 
el  ruedo  iridiscente  de  su   traje 
y  un  velo  de  tristeza  en  el   ocaso 
dio  sombras  caprichosas  al  paisaje. 

En  los  cipreses  lacios 
el  viento  demostró  su  rebeldía, 
rugiendo  con  sus  pífanos  reacios  . . . 
La  tarde  ensangrentóse  en  su  agonía 
y  el  cielo  brotó  un  llanto  de  topacios. 

En  medio  de  nogales 
el  río  murmuraba  barcaro'as, 
espumas  destrenzando  en  los  trigales ; 
velaron  su  carmín  las  amapolas 
y  su  arpa  no  pulsaron  los  turpiales. 

¡  Oh  noche  de  secretos  ! 
En  mi  alma  se  posaron  mil  barruntos 
cual  huestes  de  murciélagos  inquietos, 
y  entonces  mis  pesares  ya  difuntos 
se  irguieron  como  blancos  esqueletos! 

LisíMAco  Chavarría. 


X' 


—  33(i 


,-■#<■■ 


3ibl¡o^ráf¡ea3 


Liibpos    y    folletos    peeibidos 


.iS.iictcci,  i'OR  TuLio  :m.  Cestero - 

líinLIOTKCA   AÍIGNON      MADRID.      Til- 

lio  M  Cestero  no  e?  un  desconoci- 
do en  el  ambiente  intelectual  de 
ambos  continentes  y  mucho  menos 
aún  para  los  lectores  del  Adot.o.  Su 
último  libro  «('iterea-*,  conjunto  de 
cuadros  abundantosos  do  rica  savia 
ideológica,  es  un  bello  libro.  Kn  sus 
p;iginas  oreadas  i>or  rachas  de  ero- 
tismo, se  loa  á  la  vida  intensa,  al 
amor  que  no  muero,  que  es  ruego  y 
es  gloi-ia.  Inscrito  en  forma  do  di;i- 
logos,  todo  él  trasciendo  un  vaho 
sutil  d(^  pasión,  pero  no  esa  pasión 
mística  que  no  os  m;is  que  una  su- 
pervivencia mcu'bosa  del  ultramon- 
tanismo  católico,  si  una  pasión  ar- 
diente donde  hay  besos  que  chas- 
quean en  el  vértigo  supremo  del  deseo 
y  carnes  que  se  estremecen  como 
galvanizadas. 

("¡estero  se  nos  nniestra  en  «  Cite- 
rea»  todo  un  helenista  profunda- 
mente convencido  de  la  belleza  y 
de  la  vida  que  radica  en  el  amor. 
Su  estilo  es  impecable  y  sereno.  Tie- 
ne la  dulce  galanura  del  modernis- 
mo y  la  concepción  ideológica  de 
otras  épocas,  de  un  ambiente  de  re- 
flnamiento  incompatible  con  el  mer- 
cantilismo moderno.  Cestero  sabe 
sentir  muyjiondamente.  Empapado 
en  la  bellé«|^íle  las  cosas,  arranca 
los  secretof'^que  la  exornan  y  los 
traduce  en  párrafos  de  una  perfec 
ción  ailmirable. 

«  Citerea  »  no  es  un  volumen  de 
muchas  páginas.  Es  apenas  un  pe- 
queño librito  de  cien  páginas,  con 
cuatro  temas  pasionales.  La  ene 
miga;  La  Medusa;  El  torrente;  La 
sangre,  he  ahí  los  cuadros  que 
constituyen  el  libro.  No  son  muy 
largos,  son  sintéticos  únicamen- 
te y  la  síntesis,  en  la  literatura 
moderna,  ocupa  un  lugar  preemi- 
nente. Aunque  el  asunto  que  consti- 
tuye la  esencia  misma  del  libro 
haya  sido  muy  tratado,  no  por  eso 


*Citerea»  deja  de  ostentar  ideas 
sumamente  originales.  Pero  lo  que 
en  el  libro  m;'is  se  debe  admi- 
rar, es  la  fuerza  ideológica  del 
p;lrrafo,  el  oro  de  las  metáforas,  la 
urdimbre  y  envoltura  delicada  de 
la  idea  que  so  vierte  fresc^  espon- 
tíinea  y  hondamente  sentida. 

Cestero  enriquece  bien  con  su 
libro  la  literatura  americana.  Va- 
yan nuestras  salutaciones,  por  el 
triunfo  conquistado,  al  amigo  que 
en  el  aud)ieiite  europ(H),  supo  impo- 
nerse. 

C'\NJE  ORDINARIO 

«El  Cojo  Ilustrado  ,  Caracas;  «Zig 
Zag»,  Santiago  de  Chile,  «Letras», 
Habana;  «Tepic  Literario»,  Tepic 
(  México  ' ;  «Páginas  Ilustradas», 
San  José  cíe  Costa  Rica;  «Pedagogía 
y  Letras»,  (Juayaquil;  «(inayaquil 
Artístico»',  Guayaquil)  «Nueva  Vi- 
da v-,  San  Salvador  ;  «La  Quincena», 
San  Salvador;  «La  Nueva  Revista», 
Rueños  Aires ;  «Caras  y  Caretas», 
Rueños  Aires;  «El  Orden»,  Minas; 
«Ecos  del  Progreso»,  Salto;  «El  He- 
raldo-, Maldonado;  «El  Deber  Cí- 
vico», Meló;  «El  Civismo»,  Rocha  ; 
«El  Iris»,  Villa  del  Cerro;  «Vida 
Nueva»,  Elorida;  «La  Tribuna  Li- 
bertaria »,  Montevideo. 


REPilODUCCIONES 

De  iHiostros  iiúinems  antt'riorcs  lian  hc- 
cliii  Ids  periódicos  si-íuiíMites  : 

Kl  Heraldo,  de  Maldoiiíido  :  «  K(iuiHl)rio  », 
por  Moreno  Alba:  Vida  yin'.rn,  de  Florida: 
«Abismo».  i(or  Vicente  Medina  y  «  Eqni- 
librip  »,  i»or  Moreno  Alba  ;  Siiera  Vida,  de 
Saii  Salvador:  «  Frajíinento  de  Vida»,  por 
Pérez  y  Cnris  :  (icvmi'ii,  de  Hnenos  Aires  : 
«  Ráf'anas  de  Rebeldía»,  por  Pciez  y  Curis. 

NUESTRA   CARÁTULA 

Kl  f-rabado  de  la  señorita  Marta  Tinoco 
ijiie  pnblicanxis  en  la  carátula,  es  una  re- 
producción hecha  de  la  importante  revista 
costarricense  «  Páginas  Ilustradas  ».  Kl 
l)ucde  dar  una  idea  de  La  altura  á  ((ue  ha 
llegado  el  arte  fotográfico  en  aíjuella  re- 
gión centroamericana. 


APOliO 


HBVlSTfl    DE   Al^TH 
-     V  SOCIOIiOOlfl     - 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Redactor:   P.  LÓPEZ  CAMPAÑA  —  Secretario  de  Redacción:  O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 
ARO  III  —  N.o  11.  Montevideo— Buenos  Aires,  Enero  de  1908. 


"a|)olo"  «ti  1908 


PÉREZ    Y   GÜRIS  —  Director -Redactor 

sacrificios  y  de  inenarra- 
ble lucha  en  un  ambiente 
inintelectual,  y,  por  lo 
tanto,  hostil  al  desarrollo 
de  la  cultura  artístico- 
literaria,  podemos  decir 
en  voz  alta  y  sin  ninguna 
clase  de  circunloquios  que 
Apolo  se  ha  impuesto  á 
pesar  de  los  enormes  obs- 
táculos que  obstruían  su 
camino  desde  la  aparición 
del  primer  número  co- 
rrespondiente á  Enero- 
Febrero  de  1906.  Porque 
no  es  sólo  la  indiferencia 
del  público   cuyo   senti- 


Ha  llegado  Apolo  al 
tercer  año  de  vida,  caso 
extraño  aquí,  donde  sur- 
gieron en  los  dos  últimos 
lustros  numerosas  revis- 
tas y  al  cabo  de  algunos 
meses  murieron  de  con- 
sunción, completamente 
arrolladas  por  esa  vorá- 
gine de  papel  impreso  que 
en  forma  de  periódicos 
más  ó  menos  voluminosos 
y  repletos  de  un  material 
basto  y  estéril,  parece 
halagar  los  ojos  de  los 
lectores. 

Después  de  dos  años  de 


P.  LÓPEZ  CAMPANA  —  Redactor 


OVIDIO  FERNANDEZ    RÍOS 
(le  Kcdíii'ciún 


Si'crctario 


miento  artístico,  si  lo  tie- 
ne, muy  poco  intenso  es 
aún,  sino  la  gueiTa  sorda 
\^   mezquina  de   muchos 
emuladores  y  de  ciertos 
intelectuales    que    alar- 
dean de  maestros,  lo  que 
abrevia  la  vida  de  nues- 
tras publicaciones.  Estas, 
como  cualquier  escritor  ó 
artista  en  su  período  de 
evolución,  tienen  sus  tu- 
riferarios, es  verdad,  pero 
también,    y   en    número 
superior,  sus  detractores 
baratos.  De  ahí  que  sea  un 
verdadero  triunfo  cuando 
logran  imponerse. 
Y  Apolo  lo  ha  conseguido.  Los  más  selectos  escri- 
tores  de  Europa  y  de  la  América  Latina   colaboran  en 
él  (esto  no  es  fanfarronería;    podemos    demostrarlo  con 
el  archivo  de  originales    que  existe  en  esta   redacción); 
y  el  canje    que  á    diario    recibimos  es  tan    vasto    como 
riquísimo. 

rQué  importa  que  algunos  por  envidia  ó  por  riva- 
lidad niegaen  la  importancia  de  Apolo?  Eso  no  nos 
incomoda.  El  seguirá  su  marcha  ascensional  maguer  la 
guerra  que  se  le  ha  declarado  en  aquellos  círculos  de 
usurpada  reputación,  en 
que  la  alabanza  es  mutua 
3"  convencional. 

Convencidos  de  la  im- 
posibilidad de  sacarlo 
quincenalmente  como  era 
nuestro  deseo,  optamos, 
hace  ya  cinco  meses,  por 
hacer  de  él  una  publica- 
ción mensual  con  fecha 
determinada,  cosa  que 
antes  no  tenía,  y  muy 
pronto  obtuvimos  un  éxito 
literario  que  repercutió  en 
el  exterior  con  más  inten- 

siaad  que  aqm.  ^^,^^  picón  olaondo  — dci  cuerpo 

Apolo    seguirá,    pues,  de  redacción 


apareciendo  mensualmente,  fustigan  Id  á  los  histriones 
que  llámanse  gobernantes,  á  los  críticos^  que  son,  al 
decir  del  poeta  Montesquiou,  « des  peres  putatifs  de 
lettres »,  y  mejorando  poco  á  poco  su  programa  ya 
que  es  la  única  revista  de  su  índole  que  se  publica  en 
Uruguay  y  Argentina,  y  ha  alcanzado  lo  que  ninguna 
otra  hasta  la  fecha;  esto  es:  salvarse  durante  dos  años 
del  naufragio  á  que  están  condenadas  todas  las  de  su 
jaez,  y  contar  con  un  cuerpo  de  redactores  formado  por 
los  más  conspicuos  escritores  hispano-americanos. 

Enero  1.»  de  1908. 

La  Dirección. 


-cO^CCC^Oo- 


Su  faceta  al  mate 


Para  Apolo. 


"^Zanno  le:  paj'a.raze;!!^  in  a.lto  ms.xs, 
Licrcome:  -u-aan-rio  le;  spora.rize:  e;  i  sograi 
lÑre;ll*in.fin.ito,  lávate;  stxll'oan.cLa 

C5-la.txea  proforida.. 

Fassano  a  voló  xapicLi  sa<zttaan.d.o, 
Ttxtt'attomo  alie;  bianclae:  v^zle;  gl'álbatri, 
Coarxie:  anote;  di  gala.  ame;lod.ia 

Ftxgge;nti  -u-ia. 

"El  coana^  il  fr^amito  d.e;ll*a.rpa.  d.'oro 
TD^xxxxsl  fata.,  d.il-u.an.ga  stilla.  riva. 
II  roamper  d-Olce;  stxlla.  gln.ia.ia  bia-incía 

De:ll*oarLd.a  stanea. 

OH  amare:,  olí  amax^  il  ttxo  amiste:r  proforxcio 
NssstirLO  aancor  l*tia  d-isv^lato  ijnte;ro  1 
O  graarid-e;  amar  csti^  ane;lle;  anotti  txsll^ 

Spe;ec:lTi  le;    ste;lle;. 

Coame:  il  amistar  o  di  dtxe;  ocelii  aziZLxrri, 
O  xnare:  i-isonaiate,  é  il  tuto  am.iste;ro  ; 
Txa.  all'oxizzoarxt^  ean.txo  d'iian.  salso  ve;lo 

^.aggixiangi  il  ciedlo. 

'\7'a.anano  le  vele  biaaneixe  a  eoppia  xianite, 
Coame  a.an.iame  sorelle  in  ver  la.  Itxee ; 
"VaanarLO  doan.e  eol  fia.to  il  eielo  iandora. 

La  rxtxova  aurora. 

JDONjft-TO    BK.XJ]SrO. 


—  4    - 

Oe  mi  locura . . . 


El   Silfo» 


ECO-ESPIRITU   ELEMENTAL    DEL   AIRE.    SER    FANTÁSTICO 

Para  Ai'Oi.o. 


El  Silfo  en  la  sombra 
Hablando  muy  quedo, 
Me  dijo  con  blando, 
Suavísimo  acento : 


«  Desde  or.llas  del  claro  Cefíso, 
Donde  tengo  invisible  aposento 

Y  donde  alzo  el  murmullo  suave 
De  su  linfa  en  alas  del  Céfiro,  — 
Para  ver  lo  que  guarda  tu  mente 

Y  poder  divulgar  tu  secreto. 
Como  hijo  del  Aire  y  la  Tierra 
He  venido  hasta  aquí :  Soy  el  Eco. 

Cuando  vibren  las  células  grises 
Que  en  su  casco  contiene  tu  encéfalo, 
Agitada  su  masa  nerviosa 

Por  un  pensamiento. 
Yo  podré  repetir  golpeando 
En  tu  cráneo  qué  sientes  adentro. 
Difundir  en  mis  ondas  sonoras 
Lo  que  oculta  tu  duro  cerebro, 

Y  llegar  hasta  el  fondo  de  tu  alma 
Por  saber  si  haven  ella  un  misterio». 


Y  yo  respondíle 
Al  Silfo  indiscreto. 
Que  en  torno  volaba 
De  mi  duro  encéfalo  ; 


«  Nunca,  nunca  sabrás  golpeando 

En  mi  cráneo,  qué  llevo  aquí  dentro  : 

Ya  no  vibra  la  masa  nerviosa 

Que  en  su  casco  contiene  mi  encéfalo, 

Las  ideas  me  faltan  y  duerme 

Un  letargo  sin  fin  mi  cerebro. 

Una  hetaira  lasciva  brindóme 

De  su  lúbrico  amor  los  excesos ; 

Como  «estrige»  que  sorbe  la  sangre 

De  un  infante  sumido  en  el  sueño, 

O  curuza  que  chupa  el  aceite 

De  la  lámpara  que  arde  en  el  templo» 

Su  insaciable  lujuria  sorbióme 

Lo  poco  que  hube 

De  fósforo  y  sesos. 

Y  ahora  en  la  sombra 

De  este  monasterio, 
Cuyos  claustros  sombríos  albergan 


—  o 


De  lo  humano,  lo  ruin  y  lo  ledro, 
Como  monje  de  adusta  Cartuja 
O  donado  de  antiguo  convento,  — 
Que  arrastrase  su  vida  cenobia 
Sin  maitines,  ayunos  ni  rezos,  — 

No  guarda  mi  alma  Que  en  mi  levante  eco. 

Ningún  sentimiento.  Ya  soy  sólo  un  ente 

Ninguna  memoria,  Con  ojos,  un  yerto 

Ya  todo  está  muerto.  Cadáver  que  ambula 

Nada  hay  en  el  mundo  Su  pálido  espectro, 

Porque  sólo  la  horrible  Locura 
Me  dispensa  su  amor  del  Infierno, 

Y  con  ella  en  el  río  de  Olvido, 
Cuyas  ondas  arrastran  mi  cuerpo, 
Extinguida  la  luz  de  mi  mente, 
Sumergí  para  siempre  el  Recuerdo. » 

El  Silfo  un  instante  O  ya  está  por  serlo  » 

Detuvo  su  vuelo.  Mas  luego  me  dijo 

Acaso  pensando  Con  un  vivo  gesto, 

Para  sus  adentros :  Que  más  incisivo 

«  O  éste  está  loco  Hacía  su  acento  : 

«  En  la  Vida  es  la  ley  del  contraste 
Lo  que  lleva  Natura  en  su  seno  : 

La  luz  y  la  sombra, 

Lo  blanco  y  lo  negro 

Lo  bueno  y  lo  malo. 
Lo  finito  contrario  á  lo  eterno. 
En  la  lucha  se  templan  las  almas, 
Haz,  poeta,  que  vibre  tu  plectro, 
Que  la  luz  que  fulgura  en  tus  rimas 
Me  revela  el  poder  de  tu  estro, 

Y  esa  lumbre  hará  se  disipen 

En  tu  torno  las  sombras  muy  presto.  » 

«  A  la  meta  gloriosa  se  asciende 
Por  el  propio  valer  y  el  esfuerzo. 

Se  triunfa  ó  se  muere. 

No  hay  término  medio  : 
En  la  marcha  al  Ideal,  ya  lo  sabes. 
No  se  puede  hablar  del  Regreso.  •• 

Después,  en  el  aire  Pero  antes  justando 

Alzóse  ligero.  Su  nombre,  refiejo 

Y  raudo  alejóse  De  undívagos  sones 

En  alas  del  Céfiro  Gritóme  á  lo   lejos 

«  Canta,  canta,  poeta,  no  temas 
De  la  negra  Locura  el  amplexo, 
Ni  que,  obscura  mazmorra,  te  guarde 
En  su  lóbrega  torre  el  Silencio. 
Yo  ya  sé  lo  que  guarda  tu  cráneo : 

Tú  tienes  Carisma, 

Tú  tienes  Talento ! » 

Adriano  M.  Agüiar. 


Eztf aña  sinfonía   nimbada    de  oito . 


Para  Isabel    Venepas 

Y  eres  como  un  lys  en  el  crepúsculo. 

Hondas  cosas  interiores  del  Jardín  de  los  Silencios,  dice  al  alma 
tu  Belleza  coronada  del  Misterio;  tu  Belleza,  que  recuerda  el  perfil 
grave  y  perfecto  de  las  Palas-Athenea.  —  Tu  Belleza,  circundada  de 
un  divino  Sortilegio.  ¡Albo  lys  en  el  Crepúsculo,  ante  el  cual  se 
inclinan  ledos,  los  rosales  pensativos  de  este  extraílo  Florilegio! 

¿No  has  mirado  allá,  en  tu  Patria,  á  la  hora  del  Poniente, 
cuando  el  Sol  tiñe  la  Tierra,  de  un  bermejo  resplandor,  las  águilas 
detenerse,  tras  un  vuelo  grave  y  lento,  en  las  cimas  inmutables,  y 
quedar  allí,  rígidas,  inmóviles,  extáticas,  cual  si  fuesen  esculpidas 
en  el  dorso  de  un  blasón  ?  ¡  Magniftcas,  hieráticas,  cual  si  fuesen  las 
cariátides  del  fúnebre  monumento  de  algún  viejo  Pharaón  ! . . .  Esas 
águilas  son  solas:  Solas  son  bajo  los  cielos.  Solas  son  sobre  las  rocas. 
Solas  son  ante  los  vientos.  ¡Admii\ioicj  cenobiarcas  de  los  ritos  del 
Dios-Sol  !  Soledad,  es  vida  fuerte.  SoIímí  id,  es  vida  enorme.  Nadie 
sabe  la  grandiosa  y  severa  intensidad  de  la  Vida  en  el  Silencio,  sino 
aquellos  qmí  aman  mucho  el  prestigio  de  las  almas  y  el  Misterio 
Omnividente,  de  las  vidas  interiores,  que  se  expanden  como  ríos, 
en  la  calma  austera  y  grave  de  inviolada  Soledad  ...  Y  yo  soy  un 
Solitiirio.  que  en  l;is  ásperas  penumbras  de  una  noche  de  combates 
vive  huraño  como  un  buitri-,  sin  tender  sus  negras  alas  sino  en  horas 
de  tormenta,  cuando  airado  vibra  el  trueno,  bajo  cielos  escarlatas, 
en  la  negra  ineertiduaibre  de  un  Ocaso  convulsivo.  . .  Yo  soy  ave 
carnicera.  Vo  soy  ave  de  Ijorrascas,  cuyas  garras  tienen  sangre  ; 
cuyo  cuello,  si  se  enarca,  es  en  un  gesto  de  muerte;  cuyo  grito,  si 
se  escapa,  es  un  grito  de  tumultos  en  un  campo  de  batallas  . . .  Mucho 
lodo  del  combate  forma  el  peso  de  mis  alas ! . . .  ¿  Cómo  quieres  que 
detenga  este  vuelo  de  borrascas  en  las  candidas  páginas,  todas  ter- 
sas, totlas  blancas,  de  tu  álbum,  donde  vienen  los  Poetas,  deslum- 
hrados, con  sus  liras  de  oro  sacro  á  decirte  suavemente,  Ofertorios 
de  sus  almas?  ¿Cómo  quieres  que  yo  pose,  ahí  mi  garra  ensangren- 
tada, y  recoja  sobre  el  libro  la  tormenta  de  mis  alas?  Y,  ¿noves 
cómo  hacen  sombra,  cual  si  fuesen  las  dos  zarpas  de  un  león?... 
Armonías  ilimitadas  que  te  cantan  I  Digan  ellas  lo  que  vale  tu  Be- 
lleza circasiana,  la  tiniebla  de  tus  ojos,  y  el  incendio  de  tu  alma. — 
Homenajea  esa  Belleza,  es  mi  Nombre  en  estas  páginas...  —  Ese 
Nombre,  de  Od  os  rudos,  de  implacable  y  ciega  Ordalia,  yo  lo  pongo 
en  este  Libro,  y  ese  nombre  es  una  garra  que  te  ofrece,  suavemente, 
una  rosa  perfumada. 


7  — 


VjPj.K.Gr-2P5.S    \7ILjPs. 


A- 


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'^v^yl^^í^ 


QTv«...^^    -^Ct/tA-^r^iorXi 


:r!^ 


—  8 


¡)la  ^rÍ3 


Para  Apolo. 

Para  Alfredo  Ascarrunz. 

Otoño.  La  garúa  sus  finas  chispas  llueve 
sobre  la  mar.  El  agua  cenicienta  se  mueve 
apenas.  No  hay    oleaje,  ni  espuma,  ni  murmurio 
en  toda  la  ribera;  es  un  mar  de  mercurio 
que  á  veces  hunde  el  borde,  arrastra  los  pedriscos 
y  de  un  golpe  se   quiebra  en  los  agudos    riscos 
afelpados  de  musgo.  Hace  el  gris  que  se  liguen 
los  confines  del    agua    con  los  del  cielo.  Siguen 
mis  pupilas  el  vuelo    de  unas  aves,  y  pienso 
cómo  cual  ellas    mi  alma  sobre  el  abismo   inmenso, 
se  ha  cernido  buscando  los  efluvios  de  ideas 
que  suben  de  las  altas  y  las  bajas  mareas. 

i  Oh  Mar!  la  vez  postrera,  una  frase    de  aliento 
yo  buscaba  en  tu  orilla,   y  sólo  el  vago  viento 
me  respondió . . . 

¿Te  acuerdas?  La  sombra  vespertina 
oscurecía  el  fondo    de  tu  agua  cristalina, 
y  algo  extraño  bajaba  con  las  tintas  inciertas, 
algo  como  ilusiones  que  con   las  alas  yertas 
de  tanto  levantarse  y  azotar  las   combadas 
alturas  silenciosas,  cayeran  desmayadas. 
Había  alma  en   el  aire.    Y   tú  que    te  esparcías 
alegre,  rumoreante,  y  que   riendo   ponías 
en  la  sien  de  la  ola  una  chispa  de  idea, 
callaste  ante   la  noche,  callaste,  y  tu  marea 
semejante  al  romano  gladiador  que  rendido 
y  agónico   en  la   arena,    con  su  último   latido 
hinchaba  de  su  pecho  los  mórbidos    relieves, 
y  esperaba  en  silencio  los  pavores  aleves 
de   la   muerte   cercana,   así   ella,  bravia, 
mudamente   sus  pliegues,  sus  músculos  henchía 
y  en  su  avance  postrero,  en  la  última  bravura 
del  agua  reluciente,  bajo   la  noche   oscura 
quedó,  como  quedaba,  sin  soltar   un  jemido 
en  medio  á  la  palestra,  el   gladiador  "caído! 


—   9  — 

Al  mirarte  postrado,  no  insistí  en  mi  plegaria 
á  tu  fuerza  creadora,  y  en  una  solitaria 
peña  gris  de  tu  orilla,  con  la  frente  en  las  manos, 
me  quedé  ante  los  negros  horizontes  lejanos. 

^Cuánto  tiempo  ha  corrido?  No  !o  sé.  Hoi  mi  acento 
ignora  las  pueriles  tristezas,  y  el   lamento; 
hoi  respiro  el  perfume  de  la  luz,  hoi  me  ligo 
á  todo  lo  que  sueña  y  se  levanta,  y  sigo, 
en  el  vértigo  eterno,  la  vida  de  las  cosas, 
ardiendo  con  los  astros,    muriendo  con  las  rosas. 

Pero  á  veces  la  vida  es  tan  oscura . . .  ¿Dónde 
el  lejano  destello  que  nos  guíe,  se  esconde? 
¿A  qué  volver  los  ojos?  Tras  lo  azul  que   describe 
su  línea  de  horizonte  ¿qué  palpita?  qué  vive? 
Yo  amé,  desde  mui   niño,  tus  aguas  verdes,  lilas 
con  las  que  tu  grandeza  besaba   mis  pupilas; 
amé  tus  voces  muertas  en  estos  peñascales 
que  yo  oía  en  las  leves  arenas  musicales, 
cuando  en  alta  cascada  las  vertía  en  mis  manos 
al  soplo  de  la  brisa,  y  desde  esos  lejanos 
instantes  de  mi  vida,  siempre  hollé  tu  ribera 
cuando  quise  en  mis  dudas  un  aliento  cualquiera ... 
No   seas  hoi  como  antes:  habla,  responde,  dime 
cómo  á  la  vida  oscura  se  la  exalta  y  redime! 

Calla  el  mar  ¿sueña   ó   duerme?    Su  inmensidad  apenas 
se  arruga  y  desarruga.  Húmedas  las  arenas 
al  pisarlas  no  crujen.  Cerca  de  mí  se  atreve 
á  triscar  una  onda,  y  su  vellón  de  nieve 
blanquea  entre  los  riscos.  Miro,  al  confín,  la  curva 
de  las  aguas  tranquilas.  Va  pasando  una  turba 
de  nubarrones  grises  3^,   al  ras  del  mar,  el  viento, 
haciendo  en  la  neblina  fugaz  desgarramiento, 
traza  una  leve  y  larga  línea  azul.  Continúa 
descendiendo  la  fina,  temblorosa  garúa. 

Playa  —  Ancha  —  Valparaíso. 

Miguel  Luis  Rocuant. 


—  10  — 

Sonetos  de   la  Primavera 


,  Para  Apolo. 
I 

Derramábase  el  sol,  que  era  un  tesoro, 
en  la  tierra,  en  las  aguas  y  en  el  cielo, 
vibrando  en  el  espacio  como  un  vuelo 
de  innumerables  élitros  de  oro. 

Daba  á  los  aires  su  canción  un  coro 
de  labradores  curvos  sobre  el  suelo, 
y  desde  el  llano,  en  la  inquietud  del  celo, 
un  toro  daba  su  mugir  sonoro. 

Los  árboles  que  crecen  junto  al  río 
resplandecían  de  sus  nuevas  g"alas, 
y  hojas  y  alas  en  un  solo  brío 

de  fecunda  ansiedad  llena  de  encantos, 
unían  la  impaciencia  de  las  alas 
il  la  emoción  í^loriosa  de  los  cantos ! 

II 

En  medio  de  esc  sol  y  esos  rumores, 
bajo  el  ledo  contiicto  de  la  brisa, 
el  campo  dcsauíba  la  sonrisíi 
maravillosa  de  sus  mil  colores. 

Se  impregnaba  de  rústicos  olores 
el  pie  de  las  vacadas  en  la  lisa 
alfombra  de  los  prados,  é  indecisa 
notaba  en  todo  el  idma  de  las  flores.. 

\  El  alma  de  las  flores ! . .     Era  el  alma 
del  mundo  en  ese  instante. 

Los  perfectos 
caminos  del  jardín,  bajo  la  calma 

murmuradora  de  los  altos  pinos, 
vieron  pasar  en  rondas  los  insectos 
al  amor  de  las  flores  peregrinos... 

Emilio  Frugoni. 


11 


Eaariqíxe    Csrómez    Carxillo 


De:    dios    á.    dios 

Tal  es  la  dedicatoria  que  en  el  retrato  con  que  engalanamos  esta  página  nos  ha 
enviado  recientemente  desde  París  el  distinguido  escritor  y  amigo  Enrique  Gómez 
Carrillo,  director  de  «El  Nuevo  Mercurio».  Así  hemos  querido  interpretarla  nosotros: 
de  Mercurio  á  Apolo. 

Nuestro  agradecimiento  al  compañero  Gómez  Carrillo  por  su  delicado  obsequio  que 
pronto  retribuiremos. 


—  12 


Wojas  d^l  diario  d«  un  Irans^unU 


(1) 


Para  Ai'or.ü. 


Dinembrfí  17 — Hoy,  al  salir  de 
la  Cámara  de  Diputados,  después  de 
una  sesión  borrascosa,  comprendía 
que  no  son  eternas  esas  genuflexio- 
nes de  la  voluntad  que  apagan  tan- 
tos entusiasmos  bajo  las  bóvedas 
de  un  hemiciclo.  La  interpelación 
ha  sido  un  triunfo  Y  al  propio  tiem- 
po, en  uno  de  esos  viceversas  de 
la  memoria,  evocaba  la  imagen  de 
aquella  última  jornada  del  gabinete 
cuando  soplaban  vientos  de  motín 
y  las  tropas  bajaban  lentamente 
por  las  avenidas  al  sordo  trotar  de 
sus  caballos,  mientras  los  agitado- 
dores  se  hacinaban  en  la  plaza, 
royendo  cóleras  y  en  el  palacio  de 
los  representantes  burbujeaban  las 
ambiciones,  los  odios  y  las  intri- 
gas, con  un  hedor  de  estanque  re- 
movido por  una  sola  ambición 
inconfesable:  «el  triunfo».  El  de- 
senlace de  la  epopeya  de  aquel 
ministerio  fué  curioso  Vn  general 
insurrecto  escaló  la  tribnna  con 
ima  ai'enga  que  era  una  proclama, 
el  abate  (íayraud  apostrofó  desde 
su  asiento  y  el  conde  do  Alun  eiitre- 
soñó  el  comienzo  de  una  restaura- 
ción. I "n  gobierno  que  parecía  sal- 
vado alas  seis  de  la  tarde,  cayó  á 
las  nueve,  después  de  una  S(>sión  de 
siete  hoi'as  empleadas  en  tejerla 
telaraña  de  una  intriga  Los  sobren- 
vivientes  dol  boulangismo  pusie- 
ron su  barca  á  lióte.  Y  los  grupos 
oleosos  remontaron  los  boulevares 
á  son  de  carga,  mientras  las  redac- 
ciones de  los  periódicos  victoriosos 
se  cubrían  de  luces  y  las  otras  se 
perdían  en  las  tinieblas. 

«Lunes,  19»  Al  regresar  del 
Bosque  por  el  camino  plantado  de 
árboles  que  tiritan  en  mitad  del 
invierno,  en  la  avenida  raspada 
por  los  carruajes,  las  Iñcicletas  y 
los  ómnibus,  tengo  la  visión  de  una 
vuelta  de    Trabajo,   cabalgando  so- 


bre una  victoria  en  medio  de  una 
ciudad  prosternada. 

Es  el  emperador  de  una  repú- 
blica, qué  regresa  de  una  cacería, 
comprando  voluntades  con  sus  sa- 
ludos, en  un  trotar  de  corace- 
ros, un  brillar  de  espadas  y  una 
suntuosidad  rastacuera  que  desbor- 
da la  imaginación.  Y  mientras  el 
cortejo  se  pierde  aclamado  por  las 
multitudes  en  el  fondo  de  la  aveni- 
da erizada  de  látigos,  me  alejo  pen- 
sando que  el  prestigio  de  los  fuer- 
tes no  emana  de  ellos,  sino  de  la 
pompa  que  les  rodea.  Despojemos 
á  los  poderosos  de  su  palacio,  su 
ceremonial  y  sus  alabarderos,  sen- 
témosles á  comer  en  una  mesa  re 
donda  á  dos  francos  por  cabeza  y 
serán  hombres  como  todo  el  mun- 
do. El  pueblo  es  com.o  esos  niños 
que  creen  que  los  comediantes  son 
seres  superiores  porque  taconean 
la  escena  vestidos  de  oropel,  mo- 
risqueteando  gestos  graves.  Cuan- 
do la  muchedumbre  abn*  calle, 
arrollada  i>or  las  tropas  y  se  arre- 
molina aclamando  al  magnate  que 
pasa,  aclama  los  unifoi'mes,  el  lujo, 
la  "  mise-cn-scéne  >.  todo  lo  que  la 
deslumhra  y  la  maravilla,  pero  no 
al  hombre.  Si  le  encontrara  en  una 
taberna,  le  ofrecería  tabaco  para 
atascar  la  pipa 

Martes,  20  Me  tomó  por  el  bra- 
zo, al  cruzar  el  gran  patio  de  Lou- 
vre,  —  el  gran  patio  del  Louvre 
que,  todo  blanco  bajo  la  luna,  pa- 
recía recordar  en  aquella  noche  de 
invierno  las  viejas  intrigas  y  reve- 
rencias cortesanas,  con  una  sonrisa 
irónica  de  gentilhombre  me  to- 
mó por  el  brazo  y  me  dijo  :  -  «  Es- 
toy enfermo.  Los  pensamientos 
torbellinan  en  mi  cabeza,  arras- 
trando girones  de  pasado.  La  razón 
pone  á  veces  todo  en  su  sitio,  pero 
el  trabajo  se  reanuda  para  inte- 
rrumpirse en  seguida.  A   menudo. 


(  1  )    De   lili   liliro   fii    pit-iisa:  «  Hurbiijas  lU'  la  vida  : 


13  — 


para  poder  continuar  la  labor  de 
una  idea,  me  veo  obligado  á  ha- 
blarla; de  lo  contrario,  el  viento  de 
las  otras  me  dispersa  y  me  pone  en 
la  necesidad  de  hacer  dos  veces  el 
mismo  camino  para  volver  á  encon- 
trarme. Creo  que  mi  estado  es 
debido  á  la  preponderancia  de  mi 
corazón  sobre  mi  cerebro  Siento 
más  de  lo  que  pienso  Soy  un  ser 
contradictorio:  me  pronuncio  con 
tra  el  sentimentalismo  y  soy  más 
sentimental  que  nadie.  Quizá  no 
estoy  de  acuerdo  con  mi  doctrina, 
pero  mi  doctrina  está  de  acuerdo 
con  mi  razón »  Nuestras  sombras 
se  prolongaron,  flacas  y  enormes, 
sobre  el  muro  Las  seguí  con  los 
ojos.  En  el  silencio  del  gran  patio 
desierto,  gesticularon  un  instante 
y  luego  se  fundieron  en  una  sola 
que  se  alejó,  grotesca,  ba^jo  la  luna 
«Miércoles,  21»— Es  innegable 
que  entre  las  naciones,  como  entre 
los  individuos,  hay  algunas  que  pre- 
sumen de  aristocracia,  muchas  que 
arbolan  «  bank-note»  de  burguesía 
y  no  pocas  que  se  resignan  á  en 
casquetarse  ol  hongo  del  proletaria- 
do. Las  primeras  tratan  á  las  se- 
gundas como  un  marqués  del  Hipo 
al  banquero  de  las  Tres  Usinas : 
con  un  desdén  imperceptible  que  no 
desarma  muica.  Pero  las  dos  se 
ponen  de  acuerdo  así  que  se  trata 
de  oprimir  á  Uis  terceras  y  repar- 
th'se  sus  territorios  como  bienes  de 
vasallo.  Felizmente  la  resistencia 
de  la  Vbisinia,  el  triunfo  del  Japón 
y  hasta  la  evolución  de  Siam  que 
comienza  á  vestir  ideas  europeas  y 
á  usar  arte,  sancionan  lo  que  pudié- 
ramos llamar  una  descentraliza- 
ción. El  mundo  estaba  antes  entre- 
tregado  ala  influencia  exclusiva  de 
un  continente  que,  por  una  ironía 
de  las  cosas,  es  el  más  pequeño  de 
todos.  Parecía  que  nada  podía  exis- 
tir fuera  de  él  Y  hoy,  desmintiendo 
la  especie  de  que  los  continentes 
restantes  han  sido  creados  para 
aprovisionarlo  de  esclavos,  azú- 
car, trigo  y  colmillos  de  elefante, 
vemos  surgir,  en  uno  de  esos  brus- 
cos cambios  á  que  nos  tiene  acos- 
tumbrados el  destino,  el  Japón  en 
Asía,  nuestras  repiiblicas  en  Amé- 


rica y  la  histórica  y  vieja  Etiopía 
en  ese  continente  desgraciado  don- 
de tantas  rapacidades  han  encon- 
trado su  botín.  La  Abisinia  da  lec- 
ciones de  clemencia  y  de  valor;  la 
América  del  Norte  impone  sus  má- 
quinas á  todos  los  pueblos  ;  y  el 
Imperio  del  Sol,  limitado  en  otro 
tiempo  al  comercio  de  baratijas 
exóticas,  nos  ofrece  una  literatura 
y  una  civilización  que  se  enroscan, 
formando  un  nervio  original  y  fe- 
cundo Bah !  me  decía  hoy  leyendo 
una  correspondencia  de  Addis, 
pronto  se  convencerán  los  pueblos 
de  que  el  talento,  la  industria,  la 
inventiva,  el  refinamiento,  no  son 
dones  exclusivos  de  los  habitantes 
de  una  región  determinada,  sino 
patrimonio  de  la  humanidad,  hueso 
del  mundo,  semilla  que  ha  caído  en 
todas  las  tierras  y  que  ha  dado 
fruto  en  unas  antes  que  en  otras 
sólo  á  causa  del  clima  moral  en  que 
se  ha  desarrollado. 

«Jueves  22»-T-Recibo  un  libro  del 
mexicano  Zuloaga.  Es  una  traduc- 
ción de  los  cuentos  de  Mendés,  una 
de  esas  traducciones  que  hoy  se 
llevan  tanto,  suficientemente  capr-i- 
chosas  para  ser  queridas,  pero  di^- 
masiado  ínflele'!  para  ser  legítimas 
Los  cuentos  de  Mendés  son  hermo- 
sos, aun  en  romance.  Son  los  misa- 
les (le  un  amor  exclusivamente  pa- 
risiense, lleno  de  tonos  y  medios 
tonos  intraductibles,  y  aun  incom 
prensibles  fuera  del  medio  en  que 
han  nacido  Delicadeza  en  el  desen- 
fado, idealización  de  la  materia,  y, 
como  pudor,  uno  sólo :  el  pudor  de 
lo  feo.  Abriendo  el  libro  al  azar  en- 
cuentro un  cuadro  delicioso  «Cuan- 
do se  presentó  en  la  pista  un  bien 
perfilado  caballo  negro  sin  brida, 
freno  ni  silla  que  piafaba  y  burbu- 
jeaba espuma.  Lila  Biscuit  arrojó  el 
gran  manto  que  la  envolvía  y  apa- 
reció en  el  circo  toda  desnuda,  ilu- 
minada por  las  luces  del  gas,  sin 
traje,  ni  velo  y  se  lanzó  sobre  el 
bruto  toda  coloreada  de  nieve  y  de 
rosa.  Pero  nadie  se  enfadó :  porque 
era  un  divino  espectáculo  ver  á  la 
linda  joven  recostada  sobre  las  an- 
cas negras  del  animal,  al  galope, 
con  los  cabellos  mezclados  ala  crin.» 


—   14  — 


El  prologuista  de  Zuloaga  se  espan- 
ta ante  la  crudeza  de  estos  cuadros, 
arguyendo  que  las  siluetas  prima- 
verales que  sonríert  desde  el  fondo 
de  todos  los  cuentos  de  Mendés  no 
son  las  más  pi'oplas  para  predicarla 
virtud  en  un  corro  de  colegialas 
Echa  de  menos  los  puntos  suspen:- 
sivo?  de  Pérez  Escrich.  Y  al  hablar 
nos  de  la  moral  con  una  unción  que 
huele  á  almizcle  de  capilla  francis- 
cana, olvida  que  el  cardenal  de  Ri- 
chelieu,  —  que  no  era  fracmasón,  ni 
naturalista,  no  desdeñaba  entrar 
al  taller  de  los  pintores,  descorrer 
las  cortinas  que  ocultaban  los  mo- 
delos y  asistir  á  la  copia  de  la  car- 
ne viva,  proclamando  que  en  el  arte 
no  puede  haber  inmoralidad.  Así 
pensaban  los  grandes  artistas  mís- 
ticos de  la  Edad  Media  y  así  pensa- 
ron quizá  también  los  (postóles,  en 
cuyos  Evaufíelios  encentramos  ni;'is 
de  una  imagen  cruda  que  haría 
sonreír  á  Fierre  Louys.  Pero  la  Jii- 
pocresía  <le  nuestro  siglo  no  se  de- 
tiene ni  ante  las  Escrituras.  De  ahí 
que  se  haya  fabricado  \u\  Evange- 
lio para  uso  de  las  escuelas,  como 
se  ha  fabricado  nn  Rabelais,  y  has 
ta  un  Cervantes. 

«Viernes  23  •  —  Leo  las  memo- 
rias del  señor  (ioron,  — antiguo  je- 
fe de  policía  de  París,  —  funciona- 
rio que  no  abandonó  sus  viejas 
costumbres  de  periodista,  y  perio- 
dista que  no  echa  en  olvido  sus 
pi'ejuicios  (le  funcionario.  Son  re- 
miniscencias de  eorchete  que  sólo 
valen  por  las  llagas  que  desnudan 
y  por  los  objetos  de  conmiseración 


que  presentan,  sin  saberlo,  á  las  al- 
mas sensibles.  Ño  basta  que  una  co- 
sa sea  abominable  para  que  tenga- 
mos el  derecho  de  condenarla:  de- 
bemos combatir  esas  delicadezas  de 
estómagos  bien  alimentados.  Es  ne- 
cesario estudiar  las  causas  y  el  mé- 
todo de  elaboración  de  esas  pasio- 
nes, costumbres,  vicios  ó  miserias 
qíie  la  multitud  corona  con  el  adje- 
tivo de  repugnantes.  Muchas  deri- 
van de  nosotros  mismos.  Son  nues- 
tra obra  Para  consolarnos  de  ha- 
berlas engendrado,  las  abofeteamos 
con  nuestra  repulsión,  como  un  pa- 
dre cobarda  aborrece  al  hijo  contra- 
hecho que  atrae  la  mirada  de  los  cu- 
riosos. Tengamos  por  lo  menos  la 
audacia  de  nuestras  llagas.  La  pros- 
titución es  el  resultado  de  los  vicios 
de  todos  :  usamos  de  ella  y  no  tene- 
mos derecho  á  condenarla  ¿  Qué 
decir  del  poderoso  que  habiendo  se- 
ducido á  la  criada,  á  la  institutriz  ó 
á  la  parienta  pobre  y  habiéndolas 
dejado  con  un  niño  en  mitad  del 
arroyo,  declama  contra  el  vicio  y 
se  indigna  cuando  una  mujer  ham- 
brienta se  le  ofrece  en  el  bochorno 
de  las  calles  obscuras  ? 

La  humanidad,  menos  generosa 
que  los  animales,  se  encarniza  con 
los  muertos. 


r        ^ 


-*W   f- 


íi^C? 


I :: .  *yiicuu^  ^c^>ajÁ 


LjPs.  tjPs.r.ide  iDOLiEisrxfi: 


l'íirji  Ai'OLo. 


A  l'aut  Minelli/. 


Suoñan  los  altos  (liiios  al  fondo  ilcl  paisajt' 
y  cu  t'l  secreto  lialag'o  de  la  (luietud  (jiie  iiiijiera 
lircliidia  entristecidas  baladas  de  ({iiiinera 
la  tarde  en  su  ícuitarru  de  místico  cordaje. 

Un  hondo  amor  dcs|)ierta  la  soledad  salvaje 
y  el  sol  en  las  durmientes  colinas  reverbera 
con  liiiios  de  a^onia  bajo  la  azul  bandera 
de  nici>las  (jue  dcs|iliejfan  el  vaporoso  traje. 

l'or  el  confín  borroso  del  pálido  horizonte 
crnzan  las   ^folondi  iiias  en  un  tardío  vuelo, 
como  un  adiós  perdido  sobre  el  lejano  monte. 

V  emerge  la  tristeza  con  ansias  fugitivas 
en  la  doliente  luna  (lue  ya  acaricia  el  cielo 
con   el  amor  de  todas  las  novias  pensativas. 


Jic'ríoli  Garay. 


NoQ^^s  d^  moda 


(  INSTANTÁNEAS   LOCALES ) 


—  j  Vííl . . .  ¡  Qué  calor !  ¡  qué  ca- 
lor I .. . 

Esgrimiendo  el  abanico,  Misia  Pa- 
sa se  hace  aire. 

Ella  esta  pasando  por  nn  trance 
atroz.  Sencillamente,  la  buena  se- 
ñora se  siente  ahogar.  Toda  su  per- 
sonalidad obesa,  pesada,  hecha  á 
block,  corre  inminente  riesgo  de 
perecer,  allí  entre  el  hacinamiento 
humano  que  la  rodea,  allí  entre 
aquel  hormigueo  que  bulle  sin  cesar 
á  su  alrededor,  sobre  la  « terrasse  » 
del  aristocrático  balneario,  en  una 
noche  de  moda  hermosamente  cani- 
cular. 

Pero  Misia  Fusa  es  terrible.  ¡  Si  la 
conocierais  !  Su  vanidad  de  exhibid 
cionismo  no  tiene  límites.  Hacer 
acto  de  presencia  en  cualesquier 
fiesta  social  ó  paseo  público,  es  su 
obsesión.  Saber  que  la  gente  la  ha 
visto  y  que  ella'  podrá  mañana  dar 
fe  ante  sus  amigas  de  tal  ó  cual 
hecho,  es  para  Aíisia  Fnsa  algo  así 
como  una  apremiante  necesidad  ;  y 
por  esto  mismo,  por  esta  vanidad 
ingenua  de  querer  atraerse  sobre  sí 
las  miradas  de  algunos,  es  que  Misia 
Fusa  tuvo  muchos  novios  cuando 
soltera,  y  luego  se  casó  con  el  pri- 
mero que  se  le  puso  á  tiro  cuando 
ya  ella  frisaba  en  los  treinta  y  tres, 
y  por  lo  que  hoy  se  moriría  todos 
los  días  si  ello  fuera  admisible,  y  si 
á  Aíisia  Fusa  le  fuera  dado  contem- 
plarse en  espíritu  sus  funerales. 

¡  Qué  diablos  lo  Misia  Fusa  !  ¡  Oh, 
no  dirán  mañana  las  de  Pechugini 
ni  las  de  Fieramosca  que  AlisiaFusa 
y  los  suyos  hacen  vida  de  pobreto- 
nas  cursis,  sin  saber  más  noticias 
que  las  propaladas  por  el  periódico 
y  sin  ver  más  caras  que  las  de  los 
vecinos  do  barrio!  Y  he  aquí,  que 
ahora  ella  se  halla  en   plena  «te- 


l'ara  Ai'ot.o. 

rrasse  »  de  los  Pocitos,  rodeada  de 
todo  el  estado  mayor  de  su  prole 
femenina,  apeñuzcadas  todas  en  un 
pequeño  espacio  que  han  logrado 
acaparar  desde  las  cinco  de  la  tar- 
de, casi  á  pleno  día  y  merced  á 
aquel  madrugón  que  las  ha  obligado 
á  largarse  de  casa  con  una  frugal 
cena  de  algunos  sandwichs  y  unas 
pocas  onzas  de  dulce  de  membrillo 
comprado  en  el  baratillo  de  la  es- 
quina. 

—  i  Uff ! ...  ¡  Qué  calor  !  qué  ca- 
lor!... 

Misia  Fusa  ya  no  puede  más. .  Ella 
siente  un  dolor  agudo  en  las  espal- 
das, en  la  mica,  en  los  tobillos,  en 
las  partes  más  sensibles  de  sus  ex- 
tremidades. Ahora  todo  le  tira  :  el 
corsé,  ceñido, ajustado,  conteniendo 
á  duras  penas  el  desbordo  amena- 
zante de  sus  carnes  íláccidas  y  altun- 
dosas;  los  zapatos,  estrechos,  de 
horma  á  lo  l.uis  XV,  coa  taconeras 
de  corcho  ;  los  pinchos  de  la  gorra 
regateada  pacientemente  y  cente- 
simo á  centesimo  durante  tres  dias 
en  lo  de  madame  Pellicciari.  Sin 
soltar  su  abanico,  Misia  Fusa  so 
hace  aire: 

i  Uff! . . .  ¡  Qué  calor  !  ¡   qué  ca- 
lor !..  . 

Y  en  tanto  ya  son  las  diez,  hora 
en  que  la  fiesta  social  toca  á  su  má- 
ximun.  Los  acordes  de  una  banda 
militar,  haciendo  oir  el  IV  acto  de 
Bohemo,  vibran  en  el  aire  sonoro  de 
la  noche  apacible;  el  prolongado 
campanilleo  de  los  eléctricos  reper- 
cute en  un  caseaboloar  loco  y  con- 
tinuo, y  bajo  el  cielo  tenebroso, 
apenas  semi  -  alumbrado  por  un 
menguante  amarillo,  la  multitud 
desfila  paso  á  paso,  poco  á  poco,  en 
un  taconeo  silencioso  y  rítmico  que 
se  prolonga  sobre   el  maderamen 


—  18 


del  Tiejo  muelle.  Ahora  todo  se  con- 
funde, nada  se  destaca,  todo  se  en- 
treveo. Pasan  cuellos  relucientes 
con  destellos  de  marfil ;  sombreros 
blancos  de  paja  de  Italia  ó  Panamá  ; 
trajes  de  tonos  lúgubres  y  alegres ; 
ojos  femeninos  sombreados  al  esfu- 
mino ;  formas  provocativas  de  mu- 
jer nubil ;  dentaduras  albinas  y  que 
sonríen ;  vientres  monolíticos  y  sa- 
tisfechos; siluetas  escuálidas ;  des- 
cotes incitantes ;  torsos  agobiados ; 
talles  erguidos  é  insolentes ;  cabelle- 
ras brunas  ó  aurirrizadas ;  melenas 
varoniles  á  lo  Artagnan  ó  calvas 
vergonzantes  y  relucientes  . . .  pa- 
san . . .  pasan  . .  pasan  .  .  Y  todo 
en  un  Caleidoscopio  macábrico  de 
manchas  de  color,  que  aparecen, 
se  ocultan,  vuelven  á  reaparecer, 
tornan  á  ocultarse  . . . 

El  calor  ahoga.  Nadie  creería  en- 
contrarse en  un  balneario,  en  plena 
ribera  del  estuario,  frente  á  la  in- 
mensidad del  mar.  Muy  cerca  de 
allí,  casi  á  pocos  metros,  se  estaría 
perfectamente  gozando  de  los  fres- 
cos arenales  de  la  playa  blanca, 
fina,  undosa,  que  las  olas  mansas 
lamen  en  su  continuo  vaivén.  Pero, 
que  quieren  ustedes,  salir  del  mue- 
lle, abandonar  la«terrasse»,  no  es  de 
tono;  hay  que  ceñirse  á  las  fórmu- 
las; la  etiqueta  así  lo  exija,  y  he 
aqui  por  la  cual  la  enorme  concu- 
rrencia prosigue  impávida  por  su 
eterna  ruta,  siempre  girando,  siem- 
pre dando  vueltas  sobre  sí  misma; 
arremolineándose,  estrujándose,  de- 
teniéndose ...  i\o  hay  duda,  mu- 
chos estarían  mejor  en  sus  casas 
que  allí;  pero,  ¿quién  dijo  miedo?. . 
¡Adelante!  adelante!  siempre  ade- 
lante! . . . 

Ya  el  cansancio  invade  á  muchos. 
Misia  Fusa  cree  percibir  suspiros, 
quejas  ahogadas,  lamentos  vagos. 
En  ciertos  rostros  se  va  distendien- 
do algo  así  como  una  sombra  de 
fastidioso  pesar,  en  tanto  una  Inte 

rrogación  dolorosa  se  estereotipa 
en  los  labios  rígidos  y  enarcados 
por  el  cansancio,  como  diciendo 
¿Por  qué  diablos  yo  estoy  aquí?  . . 
¿Quien  me  manda  meterme  en  este 
maremagnum?...  Pero  otra  interro- 
gación  complaciente,  henchida   de 


infinita  vanidad  personal,  atenua- 
tiza  un  tanto  la  protesta  imperiosa 
de  la  carne  adolorida  que  se  rebela, 
exclamando:  ¿Ven  ustedes?;  yo  soy 
fulanito  de  tal!  Yo  también  he  veni- 
do aquí  y  aquí  me  tienen!  Vamos,  no 
sólo  ustedes  han  de  concurrir  á  los 
Pocitos  en  noches  de  moda ! . . .  y 
pasan  . . .  pasan . . .  pasan  . . . 

—  i  Uff ! . . .  ¡  Qué  calor !  ¡  qué  ca- 
lor!   .. 

Pero  á  pesar  del  calor  sofocante 
que  la  derrite  ;  no  obstante  los  do- 
lores físicos  que  tanto  la  tienen  á 
mal  traer.  Misia  Fusa  no  « pierde 
pisada  >.  —  El  heroísmo  suele  ser 
tan  contagioso  como  el  miedo.  —  Al 
través  de  los  cristales  convexos  de 
sus  gafas,  Misia  Fusa  escudriña  la 
multitud. 

—Niñas! — exclama  -  saluden  uste- 
des á  las  de  Birandola;  si,  á  las  del 
diputado  Birandola  . . .  Mírenlas . . . 
ya  vienen...  pronto  van  á  pasar... 

Y  pasan  las  de  Birandola,  una, 
dos,  tres,  cuatro  siluetas  de  mujer 
que  muy  pronto  desaparecen  entre 
un  estrepitoso  frou-frou  de  visos  de 
raso  y  un  entrechocar  de  brazaletes, 
cadenas,  colgantes  y  aderezos. 

—  ¡  Niñas !  Ahí  viene  «  Mechita  » 
Stromponi;  la  hija  única  de  aquel 
ricachón  licorista  del  Reducto. 

Y  pasa  «Mechita»  Stromponi;  ro- 
busta, bonachona,  de  pómulos  colo- 
radotes, rosada  toda  ella  como  una 
sandía  apetitosa  y  respirando  esa 
potente  salud  y  «joie  de  vivre»  de 
una  buena  «figlia»  de  la  patria 
«  del  buon  vin ».  Luego,  lleva  «Me- 
chita» sobre  sí  tantos  brillantes,  que 
no  parece  sino  que  los  acartonados 
pretendientes  que  la  persiguen  lo 
hicieran  sugestionados  bajo  la  ca- 
talepsia  de  un  sueño  hipnótico.  • . 

Pasa  «  Mechita  *  Stromponi . . . 
pasan  sus  adoradores . .  .  pasan  sus 
brillantes  . . 

Y  al  desfile  continúa,  lento,  infi- 
nito, interminable. 

La  charanga  ha  enmudecido;  el 
rodar  incesante  de  las  olas  sobre  la 
inmensa  playa  se  percibe  más  clara- 
mente; una  brisa  saturada  de  un  pe- 
netrante olor  á  marisco  orea  los 
rostros  y  hace  ondular  las  gasas  y 
los  tules;  allá  lejos,  hasta  los  límites 


-   19 


del  horizonte  borroso,  el  mar  no  es 
sino  una  inmensa  mancha  negra, 
obscura,  enormemente  dilatada,  en 
tre  cuyas  misteriosas  tenebrosida- 
des los  focos  eléctricos  de  algunos 
vapores  lejanos  oscilan  á  la  distan- 
cia como  insomnes  pupilas  rojas  . . . 

Al  través  de  los  cristales  convexos 
de  sus  gafas,  Misia  Fusa  prosigue 
escudriñando  en  la  multitud  ¡Cuán- 
tas amistades!  ¡qué  de  rostros  cono- 
cidos aunque  algunos  de  ellos  sólo 
por  el  cliché  del  periódico  ó  la  revis- 
ta!..  Allí,  Misia  Fusa  ve  desfilar  belle- 
zas de  renombre;  políticos  incipien- 
tes; burgueses  acomodados;  perio- 
distas de  nota;  literatos  solemnes; 
críticos  burlones  y  de  sátira;  perso- 
nalidades expectables ;  pebetes  aci- 
calados . . . 

Junto  al  hotel,  en  el  «hall»,  fren- 
te á  la  multitud  en  marcha,  los  co- 
rrillos se  agrupan  alrededor  de  las 
pequeñas  mesas.  El  champagne  bu- 
lle en  las  copas  su  dorado  hervor; 
los  «bock»  rizan  sus  bucles  rubios 
de  ambarmar  espuma;  las  grosellas 
y  licores  tiñen  los  cristales  con  sus 
bellos  tonos  de  rubíes  y  exótica  pe- 
drería ;  se  oyen  órdenes,  carreras, 
voces  melifluas  y  de  mando;  corren 
los  «gargon»  de  delantal  blanQO  y  bi- 
gote al  rape;  humean  los  manjares 
en  las  porcelanas  sonoras  ;  el  humo 
de  los  cigarrillos  se  distiende  en  finos 
cendales  de  bruma  diáfana;  todo  el 
pentagrama  armónico  de  un  parlo- 
teo bullidor  se  cruza  entre  comen- 
sales y  bebedores. 

í.as  hijas  de  Misia  Fusa,  inquietas, 
nerviosas,  acometidas  desde  hace 
rato  como  por  una  nostalgia  lejana, 
prorrumpen  de  repente  en  una  la- 
mentación pesarosa  : 

—  ¿Ha  visto  ust_ed,  mamá,  que 
ausencia  de  portenas  se  observa 
este  ano  en  las  playas  ?  Se  podrían 
contar  las  que  han  venido  . . . .  ¡  Son 
tan  escasas ! 

Misia  Fusa,  que  desde  el  flamante 
conflicto  con  Zeballos  guarda  tirria 
á  todo  aquello  que  huele  á  la  otra 
banda,  se  siente  acometida  de  un 
repentino  furor : 

Mejor,  hija,  mejor;  cuanto  me- 
nos bulto más  higiene  !  —  ex- 
clama. —  Lo  que  es  este  verano  las 


portenas  se  han  cliingado  ;  no  hay 
«  chucho  »• !  .  .  Tendrán  que  recu- 
rrir á  la  esponja  casera!  .  .  . 

Sus  hijas  la  interrumpen  con  so- 
lícita reconvención. 

—  Pero  mamá,  usted  se  equivoca! 
¿  Y  el  Hotel  Mristol,  el  Mar  del  Pla- 
ta, el .  .    ? 

Mas  misia  Fusa,  ya  puesta  en  tren 
de  carrera,  no  admite  «place». 

¡El  Mar  del  Plata!  -  exclama  — 
el  Hotel  Bristol ! .  . .  bobada,  hijas; 
pura  bobada !  Allí  sólo  va  media 
docena  de  Anchorenas;  los  demás 
se  quedan  en  sus  casas,  muy  quie- 
tecitos,  muy  calladitos,  como  que 
se  han  decretado  voluntariamente 
tres  meses  de  reclusión  celular,  ta- 
piándose á  piedra  y  lodo  y  con  la 
inviolable  consigna  dada  á  sus  sir- 
vientes de  que  los  patrones  están  de 
«Villegiattura»!  Vamos,  lo  dicho,  hija, 
todo  un  procedimiento  de  veranear 
sumamente  económico  !0h,  cuanta 
razón  tiene  tu  padre  al  decir  que  si 
por  algo  desea  vivir  en  Buenos  Ai- 
res fuera  porque  allí  nos  sorpren- 
diese el  verano !  Naturalmente, 
encerrona  prolongada  y  nada  de 
tranwais  ni  de  extraordinarios  de 
playa  1  .  . 

Por  fortuna,  un  nuevo  incidente 
corta  esta  nimia  rencilla  casera-in- 
ternacional. Polidoro  Menganés  aca- 
ba de  hacer  su  aparición  en  pleno 
balneario.  Allí  está,  á  pocos  pasos 
de  ellas,  varita  en  diestra,  guante 
en  siniestra,  reclinado  airosamente 
sobre  la  borda  extrema  del  muelle, 
fijos  los  ojos  en  la  nina  menor  de 
Misia  Fusa,  su  adorado  tormento  y 
su  más  bella  ilusión  . . . 

Como  en  casos  análogos,  siempre 
que  esto  acontece,  la  aparición  de 
Menganés  es  saludada  con  un  ira- 
cundo revuelo  de  ojos  y  una  doble 
salva  de  protestas  por  parte  de  toda 
la  confabulada  famiha. 

Ya  está  aquí  ese  simplote  !  ese 
bichito  de  luz !  ese  zángano  impor- 
tuno ! . . . 

A  todo  esto,  estoico,  sublime,  im- 
pertérrito, Menganés  parece  haber 
ensordecido  de  repente  como  por 
arte  de  magia,  mientras  sus  ojos  no 
se  apartan  de  su  ansiada  Dulcinea, 
en  tanto  la  mamá  v  hermanitas  de 


•:o  — 


ésti\—  á  quienes  leda  por  el  marque- 
sado y  PÓlo  sueñan  con  títulos  litúr- 
gicos y  libretas  de  cheques,  y  tienen 
más  humos  que  automóvil  «Pope  á 
60  kilómetro?  la  hora,  prosiguen 
su  rechifla  hacia  el  incunmovible 
«  dragón  »,  el  cual  no  tiene  más  de- 
lito que  sólo  ganar  veinte  pesos  en 
un  ministerio,  remiuieración  exigua 
y  fatalmente  microscópica  para  Mi- 
si  a  Fus  a  y  sus  niñas  . . . 

Felizmente,  la  presencia  de  Men- 
ganos, no  se  prolonga  demasiado, 
pues  Misia  Fusa  ha  dado  orden  de 
retirada.  Ya  son  más  de  las  once  y 
entre  la  enorme  concurrencia  se  ha 
iniciado  el  desbande.  Entre  la  con- 
fusión y  el  apresuramiento  algunas 
parejas  rezagadas  aun  bregan  por 
permanecer.  Los  «flirteadores--  de 
ocasión  se  vuelven  todo  ojos:  los 
«dragones»  consentidos  se  disponen 
al  abordaje..  Campanillean  los 
eléctricos  su  cascabelear  loco;  rue- 
dan los  carruajes  por  las  avenidas 
próximas;  una  fuga  acelerada  se 
inicia  hacia  la  ciudad  en  reposo, 
dejando  atrás  -> villas»  y  «chalets*, 
obscuridades  acechantes,  despobla- 
dos extensos  donde  algún  mal  farol 
á  kerosene  parpadea  su  achacosa 
sonuiolencia  {1(í  senectud  decrépita 
y  trasnochada. . 

Pero  he  aquí  que  ya  (-t;Í!i  en 
casa,  y  ol  esposo  de  Misia  l'iisa,  que 
ha  preferido  quedarse  burguesmen 
te,  en  mangas  de  camisa,  pretex- 
tando no  estar  ya  para  esos  trotes, 
las  interroga  con  interés  : 

—  2  Y  qué  tal  ?  ¿  cómo  les  ha  ido 
á  ustedes  ?  ¿  Se  han  divertido  mu- 
cho ?..  . 

Misia  Fusa  se  hace  toda  (Jxclama- 
ciones  : 

—  j  Soberbio,  hijo,  soberbio  !  ¡  Co- 
mo que  hemos  estado  -  entre  nu- 
bes !  ...  . 

El  buen  señor  cree  haber  oído 
mal.  Se  hace  mil  conjeturas,  ¿cómo? 
¿  acaso  su  mujer  y  sus  hijas  han 
viajado  en  globo  ?....» 


Pero  la  hija  primogénita  del  ma- 
trimonio toma  á  su  cargo  el  repa- 
rar este  lamentable  error  de  defi- 
ciente maleabilidad  lengüística 

—  Mamá,  usted  se  equivoca :  Se 
dice  « entre  nous  * ;  oiga  usted : 
"  entre  nous  » 

Pero  Misia  Fusa  no  está  en  estos 
momentos  como  para  prestar  oídos. 
¡  Qué  «  entre  nous  »  ni  que  ocho 
cuartos  !  Ella  sólo  atina  á  aflojarse 
el  corsé,  los  zapatos  Luis  XY  con 
taconeras  de  corcho,  los  pinchos  de 
la  gorra,  los  añadidos  del  pelo,  en 
fin,  todo  aquello  que  tanto  la  ha 
martirizado  durante  ocho  horas 

Y  mientras  ella  suelta  aquí,  afloja 
allá,  desprende  acullá,  las  hijas 
del  matrimonio,  con  los  sombreros 
puestos  y  aún  en  traje  blanco  de 
playa,  tratan  de  tomarse  la  revan- 
cha de  .-aquella  frugal  cena  de  unos 
pocos  sanwichs  y  algunas  onzas 
(1j  dulce  de  membrillo  con  que 
se  largasen  de  casa  á  las  cinco  de 
la  tarJc,  casi  á  pleno  día,  y  sólo  con 
el  propósito  de  acaparar  algún 
banco  expetable.  Esa  noche,  ant-tí 
los  ojos  espantados  del  buen  papá, 
el  aparador  y  la  alacena  sufren  un 
asalto  que  ni  el  de  los  bárbaros  al 
Capitolio.  Oiiiéii  se  le  prende  al 
mate  dulce  con  cucharaditas  de 
café;  quién  á  los  fiambres;  quién  á 
los  restos  del  ahnuerzo  guardados 
con  previsión  desde  la  mañana. 
Aquello  es  un  comer  y  un  beber 
loco,  voraz,  desesperado. 

Y  en  tanto,  maltrecha,  adolorida, 
derrengada,  pero  firme  siempre  en 
su  propósito  de  no  faltar  á  los  Poci- 
tos  el  próximo  Jueves,  Misia  Fusa 
suspira  profundamente,  ruidosa- 
mente : 

— i  Uff! . .  ¡Qué  calor!  ¡  qué  calor! 
¡qué  calor! ... 

Juan  Picón  Olaondo. 

Canícula  de  lliOT. 


e:k.k.íPí.t-2Ps.s 


Por  un  olvido  del  cajista,  la  poesía  de  Donato  Bruno  jiublicada  en  este  número, 
aparece  con  varios  errores.  Su  titulo  es:  Jn  faccia  al  uiarc  en  vez  de:  Su  faccia  ai 
litare.  F.n  la  ])rimer  estrofa,  donde  diee:  Liccome,  debe  leerse:  Sirco, ,ii\  y  en  la  última, 
donde  dice:  done,  debe  leerse:  dote.  Otras  ('rratas  de  menor  importancia  que  eontiem- 
este  número  serán  salvadas  fácilmente  por  el  lector. 


—  21  — 


EXPLOSIÓN 


Si  la  vida  es  amor,  bendita  sea!  —  Quiero  in.-'is  vida  i)ara 
amar!  — Hoy  siento  —Qué  no  valen  mil  anos  de  la  idea — Lo 
<]ue   nn    minuto   azul    del    sentimiento. 


Delmira  Agustini 


Mi  corazón  moria  triste  y  lento  ...  —  Hoy  abre  en  luz  como 
una  flor  febea ;  —  ¡  La  vida  brota  como  un  mar  violento  —  Don- 
de la   mano   del   amor  golpea ! 

Hoy  partió  hacia  la  noche,  triste,  fría,  —  Rotas  las  alas 
mi  melancolía;  —  Como  una  vieja  mancha  de  dolor  —  En  la  som- 
bra lejana  se  deslíe  ...  —  Mi  vida  toda  canta,  besa,  ríe  !  —  Mi 
vida   toda   es   una    boca   en    ñor ! 

Delmira  Agüstini. 


00 


Va^   vltae 


(Boceto  de  un  poema) 


Para  Ai'oi.o. 


\'  fué  en  el  parque  de  la  Infancia  donde, 
con  melodiosa  voz,  me  dijo  un  hada : 
«  Toma  esta  copa,  regia  y  cincelada 
»  donde  un  néctar  mirífico  se  esconde. 


-   23  — 

» En  él  las  ansias  vírgenes  que  hoy  duermen 
» de  tu  ser  en  el  fondo,   habrán   hallado 
»^al  final  de  tu  vida  un  encantado 
» licor  que  de  tus  dichas  tuvo  el  germen. 

» Cuando  te  hable  una  cruel  filosofía 
» con  criterio  cuitado  y  destructible, 
» bebe  de  este  licor  incorruptible 
» que  infiltrará  en  tus  fibras  la  alegría. 

» De  ser  soberbio,    poderoso  y  fuerte 
» él  te  dará  el  magnífico  secreto 
» y  podrás  sostener  al  duelo  en  reto 
» hasta  la  hora  solemne  de  la  muerte. » 

Con  el  fruitivo  impulso  del  instinto 
en  sus  bordes  mis  labios  abrevaron, 
y  las  alas  de  mi  alma  se  agitaron 
por  jardines  de  lirio  y  de  jacinto. 

Cuando  pasó  mi  ciclo  de  inocencia, 
del  excelso  licor  bebí  de  nuevo 
y  fué  un  drama  de  luz,  de  luz  de  Febo 
el  curso  de  mi  ingenua  adolescencia. 

La  fronda  del  amor  lució  sus  ñores 
para  alegrar  mis  venturosas  horas 
y  con  himnos  triunfales  las  auroras 
celebraron  mi  gloria  y  mis  amores. 

Mas  luego  entre  las  rosas  hubo  espinas, 
entre  los  lirios  se  agitaron  sierpes, 
en  mi  lira  lloraron  las  Euterpes 
y  mis  bellas  se  hicieron  Colombinas. 

Entonces  apuré  el  cáliz  mirífico 
con  anhelo  tan  fiel  cuan  infructuoso 
porque  tras  del  instante  venturoso 
vino  el  inmenso  lapso  dolorífico. 

La  cruel  Intrusa  ensombreció  mi  ambiente 
con  su  séquito  lúgubre  de  penas 
y  mis  noches  felices  y  serenas 
fueron  las  de  un  enfermo   febriciente 


—  24  — 

Y  cuando  como  Job  sobre  el  siniestro 
de  mi  querida  Sión  me  lamentaba 
y  á  la  hada  profética  invocaba 
con  el  ávido  acento  de  mi  estro, 

Cual  una  iluminada  y  convencida, 
con  firme  voz,    me  dijo  la  Experiencia : 
« Es  tu  dolor  el  de  la  humana   ciencia, 
« Aquella   hada  falaz  era  la  Vida. » 

Illa   Moreno. 


SONETOS 


Pii>-n   Ai'OLO. 


Era  una  rubia  princesita;  un  día 
Oyó  con  emoción  su  ser  entero 
Las  trovas  que  entonaba  un  cancionero 
Al  pie  de  su  calada  celosía. 

Con  qué  unción  escuchó  la  melodía 
])e  aquel  errante  y  seductor  trovero  ! 
Le  amó,  le  amó  con  el  amor  sincero 
De  los  que  no  lian  amado  todavía. 

Recluida  entre  los  oros  de  su  alcoba 
Diciendo  siempre  la  aprendida  trova 
Esperó,  llena  de  ansiedad  la  cita, 

Pero  hay!  en  vano  la  esperó  la  bella, 
A'o  volvió  el  trovador,  se  olvidó  de  ella, 

Y  se  murió  de  amor  la  princesita. 

...  Y  la  nave  partió;  borró  la  estela 
La  bruma  de  la  tarde  que  moría 

Y  perdióse  en  la  vaga  lejanía 

La  postrera  esperanza  de  la  vela. 

Mas  la  amada  esperó,  día  tras  día; 

Su  bien,  su  amor,  cuanto  en  el  mundo  anhela, 

Se  alejaba,  cual  pájaro  que  vuela. 

En  la  nave  que  nunca  tornaría. 

Desde  entonces,  nublada  de  dolores. 
La  miran  al  volver  los  pescadores. 
Todas  las  tardes  cuando  el  sol  desmaya. 

Vencida  y  triste,  meditando  á  solas 
Con  los  mensajes  que  le  traen  las  olas 
Al  expirar,   quejándose,  en  la  playa. 

Carlos  Züm  Felde. 

Monti'vitleo. 


—  25  — 


jOs.Z,UL 


Tus  ojos  de  azul  tan  puro 
Prometen,  como  un  Futuro  . . . 
¿  Qué  son  sus  raudas  promesas  ? 
I  Juegos  de  luz  de  algún  hada 
En  que  mi  ensueño  aventuro  ? 
¡Ellos  anuncian  las  fresas 
Que  dan  su  rojo  maduro, 
Tus  besos  de  Enamorada  I 
Pues  bien  pagas,  cuando  besas. 
Lo  que  ofrecieron  tus  ojos: 
j  Las  siembras  de  tu  mirada 


Para   Ai'OLO. 


Dan  fruto  en  tus  labios  rojos! 

No  son  encandiladoras 

Ni  tienen  tiniebla  alguna  . .  . 

En  ellos  los  ruiseñores 

No  hallan  su  claro  de  luna ; 

Pero,  una  luz  los  decora 

Con  tan  jóvenes  destellos, 

Que  la  alondra  encuentra  en  ellos 

El  casto  azul  de  la  aurora! 

GuzMÁN  Papini  y  Zas. 


—  2<;.  - 


Utia  confesión  extraña 


l'ara   Ai'üi.o. 

El  moribundo  apretó  convulsiva- 
mente mis  manos  y  con  voz  muy 
apagada  empezó   diciéndome: 

«  A  ti,  Manuel,  porque  eres  muy 
bueno  te  lo  contaré  todo : 

Se  llamaba  Blanca.  La  conocí  una 
noche  en  el  Festival  de  las  Flores. 
Cuando  me  fijé  en  ella,  paseaba  por 
los  salones  de  brazo  de  sus  amigas. 
Era  pequeñuela,  bonitilla,  alegre, 
vivaz,  parlanchína,  de  tez  pálida,  de 
ojuelos  negros,  grandes,  rasgados, 
que  miraban  vivamente,  inquieta- 
mente, que  decían  de  su  almita 
todo  el  primer  deseo,  ese  deseo 
hondo  é  incomprensible,  que  brota, 
que  fluye  con  la  vida  nueva  de  los 
quince  años.  .  Vestía  toda  de  blan- 
co como  una  virgencita.  En  cada 
cinta  de  los  vuelos  de  su  saya,  an 
el  lazo  ampuloso  que  oprimía  su 
leve  cintura,  en  cada  broche  que 
cerraba  los  plie<rues  de  su  blonda 
bata  de  raso,  había  un  algo  de  deli- 
cadeza artística,  de  confección  im- 
pecable, de  un  sutil  refinamiento 
feuienino   . . 

¡  Qué  bien  lo  recuerdo  . . . ! 

A  pesar  de  estar  yo,  locamente 
enamorado  de  otra  miyer  encanta- 
dora, sentí  una  necesidad  íntima  y 
extraña  de  hablarla,  de  admirar- 
la.. ,  de  mentirla  ..  Requerí  su 
presentación  á  un  amigo,  el  cual 
accedió  gustoso  á  mi  ruego  —Nues- 
tro primer  dialogo  fué  muy  breve, 
muy  frío  . . .  casi  tonto .  . . !  Temí 
haberla  causado  una  impresión  poco 
favorable  . .  —  Pero  luego  observé 
qne  me  miraba  de  un  modo  singu- 
lar . .  casi  provocativo  . . !  sus  mi- 
radas me  dijeron  algo  que  compren- 
dí muy  pronto  .  !  Entonces  tuve 
miedo  , . .  temblé  . .  y  todo  mi  ser 
se  reconcentró  en  una  evocación 
hacia  otro  ser  querido.  De  pronto, 
vibró  cadenciosa  la  mágica  música 
de  un  bostón,  de  compases  len- 
tos . . .  muy  lentos  .  y  guiado  por 
no  só  qué  instinto,  por  no  sé  qué 
tuerza   misteriosa,  contraria  á  mi 


A   Medina  líctancurl. 

deseo,  le  rogué,  le  supliqué  emocio- 
nado que  bailáramos  juntos.  —  Y 
fué  complaciente  y  comprendí  con 
su  «sí  •  delirante,  que  ella  también 
lo  ansiaba.  Y  bailamos  . .  baila- 
mos, .  y  oprimiendo  suavemente 
su  delicadíto  cuerpo,  inconsciente- 
mente .  obstinadamente  .  tal  vez 
loco,  le  fingí  una  pasión  inmensa, 
le  dije  que  era  muy  bueno,  que  la 
había  presentido  hacía  mucho  tiem 
po . . .  que  la  había  ensoñado  en 
muchas  noches  de  mis  grandes  tris- 
tezas ...  y  ella,  dudándolo  primero, 
terminó,  ¡  oh,  insensata  !  por  creer 
mi  gran  mentira  .  . . !  quizá  encon- 
tró en  mis  palabras  una  música  de 
gloria  que  nunca  había  escuchado, 
que  por  primera  vez  le  cantaba  al 
oído  el  Ave  de  la  satisfacción  de  su 
deseo  de  quince  años     .   . 

Y  bailamos  . . .  bailamos  mucho  y 
yo  más  me  enloquecía,  más  me 
arrastraba  el  torbellino  de  la  locu- 
ra .  .  del  desenfreno  . . .  mis  sienes 
y  mi  corazón  latían  con  violencia... 
veía  que  todo  á  mi  alrededor  giraba 
vertiginosamente  . .  y  luego  todo 
se  esfumaba  .  .  y  desaparecía  ...  y 
quería  huir,  lejos,  muy  lejos,  pero 
una  fuerza  poderosa  me  retenía  é 
impulsaba  a  continuar  mi  obra, 
mientras  oía  una  voz  interior  que 
me  decía:  ¡Goza  .goza,  con  tu 
víctima  .  .  saborea  tu  crimen !  y  yo 
sufría  mucho,  y  sin  embargo:  «Blan- 
ca -  le  decía  —  Blanca  hermosa, 
que  feliz  soy  con  haberla  conocido 
Jamás,  nunca  olvidaré  ésta  noche 
de  tanta  dicha  y  de  tanta  gloria. . . 
Dígame  otra  vez  que  me  quiere,  sí, 
que  nie  quiere  mucho  . . .  que  me 
querrá  siempre.  Repítamelo,  una  y 
mil  veces .  .  repítamelo ...»  y 
Blanca,  como  yo,  jadeante,  flebro- 
sa,  loca  de  amor,  pero  de  amor  pu- 
ro, me  repetía:  « Si  Osear,  si,  lo 
quiero  mucho,  lo  querré  siempre.  . 
siempre . . .  siempre . . . ! 

El  primer  beso  de  la  tenue  y  vaga 
claridad  de  la  mañana  llegó  á  nos- 


—  27 


otros  para  romper  el  encanto  de 
aquel  idilio.  Nuestra  despedida  fué 
larga.,  muy  larga  y  muy  ardien- 
te... ¡La  fresca  brisa  de  aquel  ama- 
necer estival  aplacó  un  algo  mi  fie- 
bre, despejando  la  pasadez  de  mi 
cabeza  . . .  Caminaba  casi  incons- 
cientemente ...  á  las  veces  mis 
piernas  flaqueaban  .  .  creía  caer. . 
quién  me  hubiera  visto  diríame  un 
borracho  Por  fin  llegué  á  casa  .  . 
vestido  me  tiré  en  la  cama  . . .  sen- 
tía como  una  mano  de  fierro  que 
oprimía  mi  garganta ...  y  luego 
empezé  á  llorar,  á  llorar  amarga- 
mente como  un  niño,  sentí  sobre 
mi  corazón  y  sobre  mi  conciencia 
todo  el  peso  de  mi  infamia ...  y 
así,  caí  en  un  anonadamiento,  y  el 
cansancio  y  el  sueño  me  sumer- 
gieron en  un  profundo  letargo ...  y 
dormí.    .  y  soñé  • . .  ¡que  era  bueno! 

Me  levanté  casi  al  anochecer,  y 
ya  sin  fiebre  y  sin  pesadez ;  la  esce- 
na de  la  noche  anterior,  parecíame 
un  sueno.  Pero  luego,  la  indecisión 
de  ir  á  verla  ó  nó,  esa  noche,  me 
postró  nuevamente  en  un  estado  de 
agitación  nerviosa . . .  luchaba  con- 
tra mi  mismo;  la  existencia  del 
otro  «Yo»  se  me  manifestaba  enérgi- 
camente condenatoria,  con  aquella 
misma  voz  de  adentro  que  la  noche 
anterior  me  decía :  goza . . .  go- 
za!». .  y  sin  embargo,  sintiendo 
que  me  precipitaba  al  abismo,  que 
la  derrota  de  mi  cerebro  era  inmi- 
nente, rugiendo  la  impotencia  de 
mi  carácter,  de  no  poder  vencerme 
á  mí  mismo,  casi  sin  darme  cuenta, 
como  guiado  do  la  mano  por  algo 
invisible,  llegué  otra  vez  a  Blanca, 
y  le  mentí  de  nuevo  ...  y  la  enlodé 
de  nuevo  con  todo  el  fango  de  mi 
infamia  . . . ! 

Y  así  esa  noche,  y  así  muchas  no- 
ches ...  Y  no  podía  comprender  ese 
mi  estado  psíquico.  Y  yo  no  la  que- 
ría de  verdad .  !  Mi  primera  mentira 
me  impuso,  sin  poderme  librar  de 
ello,  á  continuar  mintiendo  .min- 
tiendo  . . 

,  El  amor  frenético  y  puro  que  ha- 
bía sentido  otrora  por  aquella  otra 
mi  verdadera  amada,  fué  también 
decayendo  lentamente . . .  irremedia- 
blemente .. 


Y  llegó  el  día  que  también  le  mea- 
tí  que  también  empecé  á  rujir  mi 
crimen.  .  quo  también  manchaba 
con  mi  impureza  su  tan  grande. . . 
su  tan  puro  .  su  tan  noble  amor     . ! 

Y  asi  muchas  noches  en  esta  al- 
ternativa infame  y  siempre  aquel 
demonio  invisible,  empujándome, 
arrastrándome  con  su  poder  satáni- 
co . .  y  siempre  aquella  voz  inte- 
rior: « ¡  Cobarde,  no  goces  más,  ¡re- 
bélate ! 

¡No  sé  cur.nto  tiempo  continué  así. 
Mi  estado  de  ánimo  decaía  día  tras 
día.  ¡  Había  sufrido  tanto  . .  !  Mi  de- 
bilidad era  extrema  Una  tristeza 
muy  grande  me  invadía  . . .  llora- 
ba .  lloraba  mucho,  pero  no  en- 
contraba alivio. 

Llegó  un  momento  en  que  me 
maldije  y  maldije  á  aquellas  dos 
mujeres  . . .  ¡  Pobrecitas !   . 

Una  mañana  mo  quedé  en  la  ca- 
ma No  podía  con  mis  huesos.  Desde 
aquel  día  no  me  levanté  más  .  - . ! 
Deseaba  escribirle  á  las  dos  confe- 
sándoles mi  delito  . . .  pedirlas  per- 
dón . . . !  Pero  no  pude .  .  Mi  familia 
obstruyó  también  las  corresponden- 
cias de  ellas  . .  Mi  enfermedad  acen- 
tuaba, mi  debilidad  crecía  y  mis  de- 
lirios eran  más  frecuentes  y  más 
terribles..  Anoche  tuve  un  mo- 
mento de  descanso  . .  Tal  vez  de 
alegría  ...  Ya  conozco  mi  mal .  .  y 
ahora  estoy  más  tranquilo  . .  me 
siento  más  feliz :  óyelo,  porque  me 
voy  á  morir     . ! » 

—  No,  no  piense;^  en  eso,"'  le  con- 
testé, comprendiéndole  su  razón  .    . 

«  —Sí,  y  ahora  dime,  mi  buen  Ma- 
nuel i  No  crees  tú  que  la  nuierte  sf  a 
el  único  medio  de  libertarme  de  ese 
monstruo  invisible  que  me  hizo  su 
siervo  impotente,  matándome  el  al- 
ma  .   el  corazón   .   la  conciencia? 

Caía  la  tarde  El  sol  se  ocultaba 
tras  la  sierra  y  en  la  estancia  eran 
ya  las  sombras.  Un  silencio  funera- 
rio reinaba  en  olla  Las  campanas 
de  la  iglesia  tañían  su  Ángelus,  pe- 
ro muy  triste  esa  tarde  .  . !  Lloré 
mucho.  Mi  amigo,  el  pobre  poseído, 
ya  no  estaba  allí.  ¡  Se  había  liberta- 
do! Su  cuerpo  yacía  sobre  la  cama, 
inerte,  rígido,  blanco  . . .  muy  blan- 


—  28  — 

co  entre  tanta  sombra  ! . .    y  enton-  huí  para  llorar  junto  á  mi  amada 

ees  se  apoderó  de  mí  un  terror  des-  todo  mi  grande  duelo  ! 

conocido,  porque  me  pareció  sentir  .            r^        - 

rozar  sobre  todo  mi  ser,  las  alas  de  O^^^io  Fernandez  Ríos. 

aquel    demonio    invisible  .    .  y    huí,  Montevideo,  Diciembre  de  1907. 


LíPl    COK.ONJPS.    DEL    OOLOK.    (i 


(A  una  reina  en  su  paso  de  Calvario) 


Para  Ai'OLO. 


Aun  más  bella   yo  te  encuentro 
con  tu  cara  melancólica  . . . 
¡  El  dolor  se  lia  enamorado 
de  ti  también,  reina  hermosa  ! 

B¡(Mi  aventurados,  reina, 

b)s  que  lloran  .  .  . 
dichosos  los  que  en  las  penas 

se  des])Osan  .  .  . 


lazos  de  amor  dolorido 
no  hay  quien   rompa  .  .  . 
¡  y  el  dolor  no  á  todos  pone 
su  corona ! 

No  te  aflijas  porque  llores, 
tiue  la  cara,  cuando   lloras. 

reina  bella, 
tienes  de  la  Dolorosa  ... 


Reina  augusta, 
más  augusta  por  lo  buena  y  lo  piadosa : 

yo  venero  el  dejo  triste 

de  tu  cara  melancólica, 
y  en  tus  sienes  la  corona  del  martirio, 

¡  que  de  Dios  fué  la  corona  ! 

Vicente  Medina. 

Cartagena.  España. 


1XLX3    VIGILIjPs-S 


Para   Apolo. 


Tarde  venes  y  menguada, 
pobre  luna,  tarde  vienes, 
y  tan  triste  y  denuicrada 
te   sostienes 
en  el  azul  silencioso 
cual  si  esperaran  tus  sienes 
para  tallecer,  un  beso 
do  la  bondad  del  Esposo. 

Esperando  tu  regreso 
va  la  noche  de  vencida, 
con  hi  noche  va  íinida 
mi  esperanza  . . .  Tarde  vienes 
y  tan  triste  y  demacrada 
que  en  la  glacial  madrugada 
tus  besos  hielan  mis  sienes. 

Tu  suave  luml)i'e  indecisa 
xa  en  las  ondas  de  la  brisa 


(1)  Del  nuevo  libro  «Poesía»,  en  prensa. 


con  moribundo  albedrío  . . . 
Las  sombras  claman  en  vano, 
luna,  mi  espíritu  hermano 
en  la  tristeza  y  el  frío. 

En  la  clara  noche  yerma 
asomas  cual  una  enferma 
})or  un  calado  ajimez  ; 
y  á  mi  ser  tu  lumbre  baja 
como  una  eterna  mortaja 
de  palidez. 

Tarde  vienes,  mas  no  importa, 
silenciosa  compailera ; 
el  amor  creció  en  la  espera, 
la  ilusión  será  más  corta, 
más  hermosa  la  quimera. 

Luis  Tablanca. 

Ocaña,  Colombia. 


-^.-;i^Ull!^ 


páGiNa  aRTísTica 


SflCCAGI: 

DANTE   Y    BEATRIZ 


-  30 


la  i)oslia  d^l  id-eal 


Para  Apolo. 


Me  esperaba  su  espíritu  con  las 
alas  abiertas...  Me  esperaba  para 
que  vertiera  en  su  alma,  vaso  de 
amarguras  incurables  el  bálsamo 
dilecto  del  consuelo  y  de  la  espe- 
ranza. 

Un  lirio  de  carne  puro  é  ingenuo 
herido  al  nacer  por  la  ráfaga  impla- 
cable y  helada  del  dolor;  un  adoles- 
cente que  al  surgir  en  la  senda  de  la 
vida  cuando  se  tiene  por  alfombra 
un  nevado  florecimiento  de  rosas  es 
súbitamente  asaltado  desde  las  som- 
bras por  los  «parthos»  alevosos  del 
^jército  de  la  vida;  un  joven,  un  ni- 
ño casi  que  en  la  alborada  de  su 
existencia  vé  cernirse  en  su  cielo  las 
mortajas  tenebrosas  y  siniestras  de 
sus  padres  muertos,  y  luego  el  de- 
samparo, la  miseria,  la  orfandad; 
á  la  edad  en  que  todos  sueñan  pri- 
maveras interminables  de  dicha, 
mecidos  en  las  ondas  azules  de  la 
cisterna  insondable  del  ensueño, 
lanzado  a  la  vida  como  en  un  pa- 
ramo ilimitado  sin  azules,  sin  auro- 
ras y  sin  estrellas. ,.  Tal  era  la  si- 
tuación de  Gualberto.  - 

Aquella  noche  le  vi  como  sif'm- 
pre  en  su  melancólica  covacha  de 
bohemio  — soñador  sobre  una  mesa 
tosca  y  raída.  Como  siempre  le  vi 
en  la  misma  actitud  de  traciturnidad 
como  aguardando  siempre  el  adve- 
nimientos milagroso  de  la  muer- 
te. ..  La  esperaba  anhelante.  Va- 
ciado su  temperamento  en  los  mol- 
des caducos  del  viejo  romanti- 
cismo, sólo  pensaba  en  los  crepús- 
culos pesimistas  de  Werter  y  en  las 
noches,  negras  y  frías  de  los  Ober- 
man  y  de  los  Rene.  Su  espíritu 
nunca  esperó  vislumbrar  en  una  re- 
gión dorada  la  encarnación  de  una 
luminosa  idealidad,  al  contrario, 
(iualberto  sólo  esperaba  la  caricia 
de  aquella  visión  funesta.  Era  un 
vencido 

En  el  momento  que  le  sorprendí 
en  medio  á  la  penumbra  difusa  de 


su  bohardilla  con  las  manos  apoya- 
das sobre  las  sienes  )en  actitud  de 
profunda  taciturnidad  pensativa, 
terminaba  uno  de  los  capítulos  pos- 
treros del  libro  íntimo  de  su  vida  en 
el  cual  fnlguraba  el  gesto  suicida 
del  malogrado  Werter  Leyómelo 
con  voz  temblorosa; 

«Es  la  hora  del  crepúsculo,  tris- 
temente anunciadora,  en  que  to- 
das las  cosas  adquieren  ese  tin- 
te indefinido  de  dolor,  hora  dolien- 
te y  sugestiva,  en  que  las  amargu- 
ras del  vivir  asoman  á  la  luz  y  se 
pierden  con  la  caravana  funeraria 
de  los  recuerdos!  ¡Ni  una  dulce  pa- 
labra de  consuelo!  !Ni  una  caricia 
salvadora!  ¡Sólo  en  mi  cuartujo  so- 
ñoliento sueño  con  la  frialdad  am- 
paradora de  las  tumbas!  ¡Solo  en 
mi  cuartujo  soñoliento  sueño  con 
la  caricia  interminable  é  insinuante 
de  la  muerte  Soy  el  último  me- 
lancólico soñador! 

Errante,  vagabundo  en  el  sende- 
ro difícil  de  la  vida,  no  surge  en 
mis  recuerdos  ni  siquiera  una  auro- 
ra, ni  siquiera  una  estrella,  ni  si 
quiera  un  rápido  instante  de  placer! 
Solo  estoy,  y  en  la  egoísta  soledad 
de  mi  cuartujo  sólo  acierto  á  excla- 
mar madre!  .  y  mi  madre  no  vie- 
ne, apenas  me  besó  en  la  frente  al 
nacer  y  despareció  como  una  som- 
bra entre  los  cendales,  de  mi  al- 
borada! 

Adiós  miserable  existencia  *sólo 
te  amé  en  el  misterio  de  la  muerte!» 

Terminado  que  hubo  la  lectura  de 
su  página  fui  presa  de  un  cúmulo  de 
extrañas  sensaciones  —Me  anonadó 
su  intenso  y  extraviado  sentimenta- 
lismo y  sus  desconsuelos  inaudi- 
tos—  Y  cuando  al  igual  de  esos  he- 
ridos que  desamparados  en  medio  á 
los  campos  humeantes,  desangre  en 
que  há  poco  se  ha  librado  una  ba- 
talla, son  inesperadamente  auxi- 
liados por  una  mano  piadosa  á  la 
que  confían  sus  heridas  todas,  mi- 
rándome fijamente  abismóse  en  mi 


-  SI  - 


mirada  que  como  él  decía  reflejaba 
como  un  Leteo  el  azul,  alegre  siem- 
pre y  siempre  esplendoroso  de  los 
cielos'  Y  le  hablé  fraternalmente: 

«¡Oh  desventurado  amigo  envuel- 
to en  las  tinieblas  de  tu  pasado  y  en 
sugeridas  tinieblas  sentimentales 
más  lamentables  aún  qu3  las  de  tu 
pasado  individual,  marchitóse  pre- 
maturamente la  flor  de  tu  juventud, 
y  has  penetrado  en  la  región  siem- 
pre triste  . ..  á  veces  desolada.  .. 
casi  nunca  sonriente  que  se  llama 
la  vida! 

¿No  es  posible  que  se  esfumen 
los  oscuros  panoramas  de  tu  pasa- 
do en  el  horizonte  infinito  de  una 
primavera  que  desborde  en  tu  cora- 
zón y  en  tu  cerebro?  Viviéndola 
apenas,  has  comprendido  demasia- 
do la  vida  .  Yo  t8  llevaré  de  la 
mano  por  la  región  dorada  del 
Ideal.  Yo  te,  llevaré  á  soñar.  ¡Yo  te 
llevaré  ú  llorar! 

¿No  conoces  acaso  los  mágicos 
placeres  de  la  ignorante  juventud? 
•  Lo  mejor  que  tiene  la  vida  es  la 
idea  quo  sugiere  de  algo  que  no  hay 
en  ella  ha  dicho  el  grande  y  que- 
rido maestro  Franco.  Es  por  esa  re- 
gión de  la^  grandes  ideas  y  de  las 
«intangibles  realidades»  que  te  lle- 
varé fraternalmente.  Te  enseñaré 
el  «divino  verso  de  la  piedad»  ¡oh 
pobre  amigo!  frente  á  los  altares 
brumosos  y  remotos  del  misterio. 
¿No  ves,  en  torno,    nuestra  gran 


madre  Naturaleza  como  nos  prodi- 
ga su  abrazo  siempre  fecunda  y  des- 
bordante y  siempre  generosa?¿No 
sientes,  en  la  brisa  que  pasa  per- 
fumes sutilísimos  de  amor  y  de  be- 
lleza? 

¿No  parece  que  esas  brisas  que 
pulsan  las  liras  de  los  árboles,  y  que 
esa  armoniosa  nocturnal  trae  re- 
membranzas de  épocas  lejanas  y 
felices?  ¿No  sientes  en  el  alma  la 
fresca  y  hermosa  serenidad  de  las 
auroras  y  de  los  rocíos,  mi  buen 
amigo  triste?  ¿No  has  sentido  nunca 
esos  bellos  reverdeceros  interiores 
cuando  las  sonrientes  infancias  de 
las  auroras  despiertan  límpidas  y 
triunfales  en  los  nuevos  Orientes? 
Las  auroras  que  cantan  y  que 
ríen?. . 

Y  esto  no  es  sino  una  página, 
la  página  rosa  de  la  juventud  de  la 
vida  Placeres.. .  «lágrimas  de  un 
inefable  dolor». .  Casi  siempre  un 
sueño  que  desborda  de  esperanza 
y  de  fé. 

Ven,  amigo  mío,  yo  te  llevaré  á 
soñar.,  y  te  llevaré  á  llorar  al  oasis 
azul  del  Ideal  en  que  reposará  la 
caravana  fatigada  de  tus  pesa- 
res .. 

Y  Gualberto  sonrió  serenamen- 
te... con  la  sonrisa  de  las  estrellas 
lejanas  y  vaticinadoras. 


José  G.  Antuña. 


Dbre.  de  l90ii. 


-od^CiX^l)^- 


íí 


DS  '''LOS  PARQÜJSS  ABANDONADOS 


59 


Para  Apolo. 


lia   golondrina 


Batiendo  lindes  y  salvando  zanjas, 
inquietaba  el  amor  nuestros  latidos ; 
pañuelos  charros  de  amarillas  franjas 
dijéranse  los  predios  florecidos ... 

Tiñeron  el  azul  desvanecidos 
celajes  rosas,  lilas  y  naranjas 
y  collares  de  fósforo  en  fluidos 
guiños  relampaguearon  en  las  granjas. 


—  B2  — 

Pidiéndome  que  entrase  —  en  tu  querella 
mi  alma  en  tu  alma  y  anidase  en  ella, 
busqué  en  tu  boca  el  oportuno  acceso,.    . 
y  mi  alma,  —  pájaro  invisible  cuya 
gorgeante  nota  fuera  un  frágil  beso, — 
entró  cantando  al  seno  de  la  tuya ! 

fíoctupno  de  Chopin 

Todo  era  amor  en  el  lozano  ambiente ; 
todo  era  fiesta  en  el  galante  prado, 
y  en  un  banco  decrépito  á  tu  lado, 
yo  sólo  el  mudo  y  tú  la  indiferente .    . 

A  qué  insistir?  —  me  dije  obsesionado, 
muerta  de  noche  y  sin  color  la  frente : 
A  qué  insistir !  —  si  esta  mujer  no  siente, 
si  no  sabe  llorar,  ni  nunca  ha  amado !  . . 

Soñó -la  orquesta  en  la  tevrasse  contigua, 
y  todo  se  turbaba  de  una  ambigua 
pesadilla  de  Schúmann  . .  Entre  tanto, 

tu  clara  risa  con  que  al  cielo  subes, 

aparecía  bajo  un  tul  de  llanto, 

como  un  rayo  de  luna  entre  dos  nubes ! . . . 

I^epefcusión  aciaga 

Monologando  en  íntimo  desdoble, 
desplomóse  tu  frente  entre  la  mano ; 
la  solariega  ancianidad  del  roble 
era  testigo  de  mi  mal  lejano... 

Subía  la  montaña,  al  son  del  doble, 
la  mancha  oscura  de  un  cortejo  aldeano, 
y  junto  al  ataúd,  aullando  el  noble 
perro  gemía  con  un  llanto  humano. 

Fraternizando  con  tan  honda  nota, 
ligónos  una  horrenda  simpatía  - .  ■ 
Por  una  breve  inspiración  remota, 

el  cisne  del  amor  cantó  aquel  día, 
y  en  el  mismo  pañuelo  de  agonía 
fundimos  nuestras  almas,  gota  á  gota  ! . . . 

Julio  Herrera  y  Reissig. 
Montevideo,  «  Torre  de  los  Panoramas  ». 


—  33  — 


^ 


Por  tkrra  de  aract)aties 


El  día  se  apagó  sin  crepúsculo  en 
la  brusca  zabullida  del  sol  tras  de  la 
selva.  Por  breve  tie:npo,  solemne 
obscuridad  ocultó  la  grandeza  abru- 
madora de  aquel  paisaje  impreg- 
nado de  recuerdos,  de  recuerdos  ya 


l'dic  Apolo. 

tristes,  ya  gloriosos;  siempre  gratos 
para  quien  ama  la  tierra  donde  se 
meció  su  cuna  y  donde  duermen  los 
restos  de  sus  padres.  Luego,  de 
pronto,  -  como  si  en  esta  maravi- 
llosa región  todo  obedeciera  á  má- 


34  — 


gicos  mandatos,  —  la  luna,  una  bri- 
llante luna  triunfadora,  rasgó  la 
tela  negra  y  apareció  en  mitad  del 
cielo  sembrando  haces  de  luz  blanca 
y  suave  sobre  la  adusta  comarca 

En  el  pequeño  puerto,  la  barca 
permanecía  inmóvil,  como  amarra- 
da por  los  sauces  y  los  sarandíes 
que  extendían  sobre  el  puerto  sus 
ramas  verdinegras.  Entre  la  barca 
y  la  costa,  había  dos  metros  de  agua 
turbia  y  quieta;  más  allá  el  labe- 
rinto obscuro  de  la  selva  En  cam- 
bio, del  otro  lado,  en  amplia  exten- 
sión, la  tersa  superficie  del  rio  bri- 
llaba con  reñejos  azulados  de  moja- 
na  que  ilota  al  ras  de  la  linfa  en  el 
bochorno  del  medio  día  estival.  Des- 
pués, en  el  lejano  confín  de  la  ribera 
los  grandes  árboles  se  erguían  rígi- 
dos y  extraños  proyectando  fantás- 
ticas siluetas  sobre  el  espejo  etrus- 
co  de  la  admirable  laguna  Y  en  me- 
dio de  todo,  entre  la  violenta  oposi- 
ción de  luz  y  sombra,  un  silencio 
colosal,  un  silencio  que  impone,  que 
ordena,    que  domina,  que   subyuga. 

De  pie,  reclinado  sobre  la  banda 
del  barco,  me  disponía  yo  á  seguir 
con  íntima  delectación"  de  artista 
los  caprichosos  juegos  de  la  luz, 
cuando  en  la  quietud  de  aquella 
noche  salvaje  y  bella  como  el  indio 
que  fué  señor  de  mi  tierra,  me  hi- 
cieron es;tremecer  los  dulces  y  que- 
jumbrosos acordes  de  una  guitarra 
En  seguida,  una  voz  joven  y  armo- 
niosa entonó  sentidas  estrofas  que 
envueltas  en  las  cadencias  del  crio- 
llo instrumento,  echaron  á  rodar  so- 
bre las  aguas  y  fueron  á  morir  abra- 
zadas á  los  «viraros  »,de  las  riberas 
á  la  manera  de  un  salmo  con  que  las 
estirpes  nuevas  rinden  tributo  á  las 
estirpes  muertas.  Suaves  y  me- 
lancólicas las  notas  se  desgranaban 
en  el  infinito  silencio  de  la  noche 
indígena,  y  parecían  adquirir  for- 
ma y  color  y  andar  errabundas  so- 
bre las  aguas  azules,  cual  si  fuesen 
los  misteriosos  genios  del  bosque 
concitados  auna  ronda  de  amor  so- 
bre la  nácar  del  río,  entre  la  guar- 
dia discreta  de  talas  y  coronillas,  de 
melles  y  palmeras  y  bajo  la  mirada 
complaciente  de  la  luna. 

Y  cuando  la  voz  callaba  y  la  mu- 


sica  concluía  en  un  lamento  armo- 
nioso, el  eco  propagaba  en  la  distan- 
cia las  sencillas  armonías,  que  se 
infiltraban  en  la  fronda,  besando 
las  lianas,  acariciando  los  troncos 
centenarios,  removiendo  el  montón 
amarillo  de  hojas  muertas  y  hacien- 
do estremecer  la  selva  con  el  reme- 
do de  los  ardientes  aires  ances- 
trales. 

Después  que  la  voz  se  hubo  extin- 
guido, cuando  dejó  de  cantar  la 
guitarra,  quedó  vibrando  en  el  am- 
biente un  rumor  á  la  vez  angus- 
tioso y  tierno,  un  temblor  de  alas, 
un  susurro  de  ramas.  Luego,  el  si- 
lencio, el  colosal  silencio  de  la  sole- 
dad semi-salvaje  pesó  abrumador 
sobre  mi  espíritu,  demasiado  peque- 
ño para  contener  la  grandeza  so- 
berbia del  torrente  y  la  límpida 
grandeza  del  cielo  desde  donde  la 
luna  blanca  y  solitaria,  impasible  y 
serena,  lanzaba  su  mirada  de  luz 
suave,  tierna,  pura  y  amplia 

Mi  vista  se  tendía  sobre  la  linfa 
tan  clara,  tan  pura,  tan  brillante; 
y  luego,  abarcando  el  conjunto  se 
extasiaba  en  la  contemplación  del 
maravilloso  paisaje.  A  la  popa  del 
barco,  amarrado  por  un  cable  invi- 
sible, está  un  bote  que  so  balancea 
suavemente.  Los  remos  tendidos, 
parecen  las  alas  en  reposo  de  una 
ave  grande  y  huraña.  V  las  aguas, 
al  pasar  junto  á  los  remos  rizan  un 
finísimo  festón  de  espumas  que  le 
forman  como  blanco  y  suave  plu- 
món. Por  él  solamente  se  da  uno 
cuenta  de  la  movilidad  de  la  ana- 
carada serpiente;  por  él  y  por  el 
gracioso  balanceo,  tan  tenue  que 
apenas  se  advierte  de  los  volup- 
tuosos camalotes  acostados  á  la 
sombra  de  ramosos  sarandíes.  Y  de 
este  lado,  mi  espíritu  presiente  la 
vida  vigorosa,  los  canelones  es- 
cuetos y  soberbios  como  un  gentil- 
hombre español,  los  coronillas  cu- 
yas ramas  semejan  los  brazos  ner- 
vudos de  Milón  de  Cretona  Es- 
pinillos  tortuosos,  espinosos,  sin 
tensión,  sin  altura,  sin  brillo,— hé- 
roes ignorados ;  —  yathays  colosa- 
les, cinco  veces  centenarios,  cóm- 
putos por  la  edad  y  por  la  ftier- 
za,    por    la    robustez  —  y   por    la 


35 


gracia;  duro  ñapindá  de  uña  agu- 
zada, resistente  cipo,  tierno  cla- 
vel del  aire  y  dulce  sensitiva.  Viva 
y  salvaje  muralla  de  árboles  ás- 
peros entrelazados  por  amorosas 
enredaderas;  antros  obscuros,  es-' 
trechas  sendas  tortuosas,  caminos 
sin  aire,  senderos  sin  luz,  albergue 
de  tigres  en  lo  húmedo  del  bajo  y 
abrigo  de  águilas  en  lo  luminoso  de 
la  cumbre, ..  yo  ya  sé  lo  que  hay 
de  este  lado:  la  mejor  selva  salvaje 
de  mi  abuelo  el  arachán. 

Del  otro  lado,  en  cambio,  del 
otro  lado,  resplandeciente  de  luz, 
soberbiamente  ataviado  con  los  jo- 
yeles de  plata  de  la  luna,  se  alza 
toda  una  mole  fantástica;  recias 
murallas  almenadas,  altivos  torreo- 


nes feudales,  domos  majestuosos 
y  audaces  agujas  de  campanarios 
góticos:  sombras  imponentes  de  fe- 
roces bastillas  y  sombras  reposa- 
das, severas  y  serenas  de  catedra- 
les medioevales 

En  la  contemplación  de  tanta  ma- 
ravilla, el  espíritu,  sin  control  y  sin 
freno,  se  desboca  y  erra  sin  rumbo 
¿Qué  hay  allá?  ¿lo  pasado?  ¿lo  pre- 
sente? ¿lo  futuro?  ¿El  perfume  de  las 
idas  edades  fenecidas?  el  color  de 
las  idas  por  venir? ...  Yo  cierro  los 
ojos,  pienso,  siento  y  veo...,  mi  río,  mi 
hermoso  río  CeboUatí;  mi  patria,  mi 
raza,  mi  época  .  La  realidad,  gran- 
de y  prometedora  está  en  prensa; 
no  hay  que  soñar ! 

Javier  de  Vi  ana. 


<X!$::::X:í<}o- 


InUrmedio 


Para  Apolo. 


¡  La  horn  maravillosa  de  los  cuentos  de  hadas ! 
El    tiempo    se   detiene    en   el   reloj    parado. 
\'iviinos   sin  sentirnos  vivir  .  .  ,    Hemos   quedado 
con    las   manos  unidas  á    otras   manos   amadas. 

Las   cosas  en  penumbra    se   borran   esfumadas 
bajo   las  {grises   nubes  que  el  azul  han  borrado. 
...  Y  nada  recordamos  de  todo   lo  pasado  .  .  . 
Las  anteriores  vidas   han   quedado   olvidadas. 

Como   un  divino  cuerpo  encubierto   por  velos 
de  una  urdimbre   sin   hilo,    se  adivina  la  vida 
por   una   vara   mágica   esta  hora  detenida 
bajo  el    palor   opaco   de  los  velados  cielos  .  .  . 

Tembloroso   en   la   estancia   entra  un  rayo   de  sol  . 
Ha   pasado   el  encanto   del   cuento  de  Perrault. 


Fernando  Fortún. 


Madrid. 


36 


Vida 


l.a  llama  clorada  de  la  lámpara 
suspira.  Lanza  torrentes  de  indeci- 
sa luz  sobro  las  blancas  esque- 
las,-camelias  desfloradas,-que  se 
desparraman  sobre  mi  mesa,  é  iri- 
sando á  un  ramito  de  azules  viole- 
tas que  mi  vecinita--una  chiquilla  de 
diez  años  que  vivo  l'rente  á  mi  bo- 
hardilla,-me  ofrendó  esta  mañana, 
al  dirijirse  á  la  escuela,  envuelta  en 
su  capita  blanca  de  astrauan,  tiri- 
tando de  frío ... 

Es  una  muchachita  alegre  y  boni- 
ta como  una  mariposilla.  Vo  la  veo 
todos  los  días  pasar  trente  ;i  mi 
ventana,  con  su  carita  pálida  baña- 
da de  sonrisas,  sus  grandes  ojazos 
negros  sombreados  por  las  pestañas 
onduladas,  mirándome  con  cierta 
sonrisa  injenua  y  pecadora.  Me 
saluda  con  una  reverencia  de  prin- 
cesa, ajilando  su  manita  en  el  aire, 
como  acariciando.  Muchas  veces  he 
tenido  inpulsos  locos  de  darla  un  he- 
so;  pero  ella,  como  una  coquetuela 
mujercilla,  me  mira  sonriendo,  pro- 
vocándome á  la  distancia,  saludán- 
dome desde  lejos  con  su  pañuelito 
blanco.  Yo  la  miro  alejarse,  perdi- 
da ya  entre  el  polvo  del  camino,  y 
me  quedo  pensando  ...  pensando... 
quién  sabe  en  qué 

Esta  mañana  una  espesa  mibe  cu 
bría  el  espacio,  y  desde  lo  alto   ca- 
ían gotas  de  lluvia  una  Mi  vecinita 
pasó  con  sus  ojazos  negros  llorosos, 
húmedos  y  brillantes. 

—¿Qué  te  pasa,  queridíta?— la  in- 
terrogué. 

—  Mamá  me  castigó  porque  había 
prendido  mis  violetas  aquí,  en    el 
pecho,  como  las  señoritas- ¿sabe  us 
ted?-como  las  señoritas  que  se   pa- 
sean en  la  Plaza. . 

Yo  no  pude  menos  de  reírme.  To- 
mé un  puñado  de  pastillas  de  mi 
escritorio,  y  se  las  pasé: 

— Toma  No  llores.  ..  Si  aprendes 
la  lección  te  regalaré  un  cucurucho 
de  bombones  con  muñequillos  de 
chocolate....    Pero  no  te  pongas  las 


]'(n•,^  Al'Ol.M. 

violetas  ahí:  las  violetas  son  vene- 
nosas! 

— Bien!  me  interrumpió  dando  un 
salto.  Mas  luego  v^olvió  á  mirarme 
con  sus  provocativos  ojazos  negros 
como  extraños  diamantes,  y  volvie- 
ron mis  deseos  locos  de  darla  un 
beso- 

—¿Quieres  que  te  bese? 

Y  ella,  lijera  como  tma  gacela, 
me  arrojó  las  violetas  á  la  boca: 

Toma,  ¡atrevido!-A  mí  no  me 
besan  los  hombres!.,  -y  corrió  hacía 
la  escuela,  riendo  á  carcajadas,  mi- 
rándome desde  lejos  con  su  carita 
inundada  de  sonrisas  y  su  boca  lle- 
na (le  bombones  . . 


1.a  llama  de    oro  de  la    lámpara 
suspira  . 

¡Qué  tedio,  Dios  nn'o!-.Me  coloco 
el  sobretodo  y  salgo  á  la  calle.  _A 
poco,  una  momia  de  arcilla  parecía 
desmoronarse,  al  chocar  conmigo... 
Rs  un  borracho  que  me  grita  inju- 
rias con  su  voz  cascada  de  organi- 
llo viejo. ..  Más  allá,  á  la  temblorosa 
luz  de  un  mechero,  una  joven  nm- 
jer  da  el  pecho  desnudo  á  su  peque- 
ño. Extiende  á  mi  paso  su  mano  en- 
ílaquecida,  que  en  un  tiempo  quizás 
llevara  sortyas,  una  flaca  mano 
aristocrática  y  fina  Me  da  compa- 
sión, introduzco  mi  diestra  en  el 
bolsillo  de  mi  chaleco,  y  lo  encuen- 
tro vacío.   Ni  un  céntimo! 

Me  inspiro  desprecio  yo  mismo; 
Haber  gastado  el  dinero  en  el  club 
cabe  el  odioso  mechero  de  lo  sala  de 
«baccarat»,  cuando  ahí,  sobre  el 
arroyo,  una  infeliz  madre  se  muere 
do  hambre  y  de  frío! 

Quiero  acariciar  al  niño,  movido 
de  infinita  piedad  Si  no  puedo  dar- 
le unos  cuantos  céntimos  para  un 
mendrugo  de  pan,  podré  en  cambio 
acariciar  su  rostro  pálido  y  cloróti- 
co,  desde  el  fondo  de  mi  alma;  Pero 
no  La  pobre  madre  creyendo  que 
voy  á   escarnecerla  en  su  miseria^ 


O  í 


se  aleja  de  mí,  y  me  muestra,  como 
escudo,  el  aterido  cuerpo  de  su  hijo. 

Alejóme  en  silencio  Siento  amar- 
gura infinita.  Vuelvo  los  ojos  sobre 
aquella  pobre  mujer,  que  extiende 
aún  en  el  implacable  vacío  su  ma- 
no descarnada  Es  un  clérigo.  Alto, 
arrogante,  va  dejando  elíru-frú 
de  su  manteo  que  flota  al  viento, 
mientras  él  masculla  entre  dientes 
un  misterioso  rezo.  Pasa.  Silencioso, 
i  ndiferente  ante  aquella  pálida  mu- 
jer que  sigue  implorando  en  vano 
la  misericordia  de  los  hombres.... 

¿No  hay  justicia  para  los  pobres? 
Acaso  las  flores  no  tienen  su  eflu- 
vios para  todos¿  El  sol,  el  buen  sol, 
¿no  desparrama  su  óleo  fecundo  so- 
bre la  inmensidad  de  la  tierra?  -  me 
])regunto  con  angustia,  mientras 
camino  sin  rumbo,  con  una  intensa 
liebre  que  me  abrasa  y  que  tortura 
mi  corazón,  mi  pobre  corazón. 

LJna  oleada  de  luz  desbórdase  por 
los  balcones  de  un  palacio  jónico. 
Sobre  el  mármol  déla  escala  ser- 
pean los  focos  eléctricos.  Y  desde  el 
interior,  de  una  sala  abrillantada 
por  la  lu/  ([ue  cae  euino  un  incendio 
sobre  las  cornisas  do  oro  viejo,  so- 
bre las  columnas  y  las  estatuas  de 
Ijronce  vivo,  se  desbordan  hacia  la 
calle  las  notas  de  una  orquosia, 
con  epitalamios  oprobiosos.  Sien- 
to una  cólera  infinita  ante  esto  lu- 
iurioso  esplendor,  ante  aquella  cal- 
nia  arrullada  por  la  cálida  pedre- 
ría (lo  las  estufas  Alzo  los  puños 
vengativos,  como  á  una  señal  de 
odio,  pero....  el  piano  derrama  leja- 
nas armonías,  juguetonas  y  burles- 
cas. 

V,  al  paso,  inclinado  por  el  peso 
de  mi  cruz,  continúo  nú  camino;  mi 
calvario 

Y  lejos,  cansado,mis  manos  febri- 
les, tocaron  la  baranda  del  puente 
del  río. ..  Corría  el  agua  dispersán- 
dose en  espesos  oleajes,  producien- 
do el  roneo  son  de  extraños  clarines 
de  batalla. 

Parecían  «hosannas»  de  titanes 
ignorados,  en  legiones  innúmei'as, 
lejanas,  terriblemente  vengadoras, 
¡sublimes  y  heroicas.. .. 

^)h!  así,  como  esas  lejiones  innú- 
meras de  titanes  gloriosos  que  esti- 


man el  vítor  ronco  de  la  victoria,  asi 
vendrá  también  la  lejión  inmensa  de 
los  Prometeos  que  romperán  las  ca- 
denas oprobiosas  alzando  arriba, 
como  un  rojo  símbolo,  sus  músculos 
cubiertos  de  heridas,  como  con  ro- 
sas sangrientas! 

¡Cómo  caerían  las  pelucas  blan- 
cas y  como  desgarraríanse  las  tú- 
nicas de  las  falsas  vestales! 

La  muchedumbre  febril,  lanzan- 
do chispas  por  sus  pupilas  renco- 
rosas, formando  como  uu  tempes- 
tuoso mar  de  cabelleras,  derribando 
con  su  solo  empuje  esta  vestuta  pi- 
rámide, esta  ignominiosa  Bastilla 
de  la  desigualdad  social! 

Y  las  aguas  siempre  roncas,  pa- 
recían cantar  las  salmodias  de  la 
venganza  con  los  clarines  de  sus 
olas  tempestuosas,  chocando  -  como 
un  desfloramiento  de  perlas  —  con- 
tra las  rocas  del  dique  bambolean- 
te... 

Aquellas  aguas,  ya  quietas,  ya  so- 
berbias, como  un  torbellino  de  vo- 
luptuosa desolación,  parecían  lla- 
marme á  consumir  los  instantes 
últimos  de  mi  vida  sin  horizontes, 
sin  estr>'llas,  en  un  fondo  de  inex- 
plicable grande/a. 

].a  niebla  se  despejaba  ya.  VA  San- 
tiago dormido,  perezoso,  se  sumía 
en  (uia  diáfana  claridad.  VA  su<do, 
húmedo  y  brillante,  semejaba  una 
inmensa  placa  de  extraño  cristal 
negro 

De  lejos,  venían  los  ecos  de  un 
organillo  callejero,  como  un  lamen- 
to de  ultratiunba..  .  ' 

Dios  mío!  -pensé—;  Que  sensa- 
ciones tiene  el  espíritu!  —Pensar  en 
morir  cuando  aun  no  empieza  la  ba- 
talla! . 

Y  me  encaminé  á  mi  boharda,  si- 
lencioso, sombrío,  pensando  en  el 
pasaje  dantesco  de  la  Vida. 

Ya  en  mi  cuarto,  las  violetas  tra- 
jéronme  en  sus  efluvios  ráfagas  de 
amorosa  armonía. 

Las  blancas  esquelas  l)rillaban  so- 
bre mi  mesa,  como  pétalos  de  albas 
camelias  desflocadas  poruña  tem- 
pestad. 

LUIÍ!   ROUKRTO  Bozx 


S;inti;i;i-> 


Cliil.v 


38  — 


Moral  Y  AxU 


grandes 


Para  Apolo. 

El  arte  no  moraliza,  ni  tiene 
la  intención  de  moralizai 

Si  se  halla  en  los  ^ 
maestros  una  poderosa  virtud 
moralizadora,  no  es  preeisamen- 
te  porque  ellos  hayan  querido 
moralizar,  sino  porque  sus  al- 
mas, profundamente  dominadas 
por  la  moral  de 
su  época,  al  di- 
t'undirse  en 
obras,  tenían  que 
mostrarse  por 
completo. 

Nada  hay  más 
ridículo  que  los 
artistas  moralis- 
tas (  frecuente- 
mente estos  in- 
comparables ri- 
dículos no  mere- 
cen el  sagrado 
apelativo  de  ar- 
tistas). Se  puede 
leer  la  historia 
del  arte,  desd(,' 
los  p  r  i  m  e  r  o  s 
tiempos  hasta 
hoy,  y  se  encon- 
trará que  los  ge- 
niales no  han  te- 
nido nunca  la 
enorme  preten- 
sión de  liacer 
más  buenos  á  los  hombres.  TckIos 
los  (jue  han  tenido  esa  priítensión 
ridicula  (no  me  cansaré  nanea 
de  llamarla  así)  y  deplorable, 
han  fracasado  y  la  posteridad  se 
ha  burlado  de  ellos  con  una  es- 
trepitosa carcajada  cruel. 

El  arte  y  la  moral  marchan 
por  muy  distintos  senderos.  Si 
ídguna   vez    suelen   marchar  de 


^•\'í£V-íSw:  i 


Pedro  Sonüerx<:oer 


-A  Miíjutíl  Luis  líocuant. 

brazo  por  un  mismo  ancho  ca- 
mino, es  porque  el  azar,  ese  gran 
maligno  sonriente,  así  lo  quiere. 
El  arte  es  eterno.  La  moral  varía 
con  los  tiempos  y,  aun  en  un 
mismo  tiempo,  es  distinta  en 
cada  país  y  en  cada  raza.  El  arte 
es  inmutable;  las  diversas  escue- 
las no  son  sino 
diversas  mani- 
festaciones de 
arte;  donde  quie- 
ra que  hay  belle- 
za hay  arte,  cual- 
quiera que  sea  el 
modo  de  reali- 
zarla; porque  el 
arte  no  es  más 
que  la  realiza- 
ción déla  belleza 
por  el  noble  es- 
fuerzo humano. 
( Sin  este  esfuer- 
zo puede  haber 
belleza,  pero  no 
arte.  La  natura- 
leza, aunque  es 
bella  no  es  artís- 
tica). FA  arte  es 
complejo  y  miil- 
tiple  como  las 
almas,  como  la 
vida.  La  moral 
se  daiía  al  to- 
carla: y  no  porque  sea  uiui  cosa 
más  delicada  que  el  arte  sino 
ponjue  es  algo  más  convencio- 
nal. Lo  que  es  bello  ahora,  es 
bello  siempre.  En  tanto  que  lo 
que  hoy  es  una  acción  virtuosa, 
puede  ser  maílana  un  delito.  No 
hay  virtudes  eternas.  La  fórmula 
ética  que  ha  de  regir  eterna- 
mente  las    relaciones   entre  los 


39 


hombres  nó  ha  sido  encontrada 
todavía.  Los  hombres,  á  medida 
que  ampliamos  nuestro  criterio, 
á  medida  que  nos  hacemos  me- 
jores —  y  superarnos  constante- 
mente es  la  más  vigorosa  tenden- 
cia de  nuestros  espíritus,  —  va- 
mos modiíicando  nuestra  opinión 
sobre  las  cosas. 

El  arte,  repito,  no  quiere  mo- 
ralizar ;  su  fin  es  muy  distinto. 


Su  fin  primero  es  liacer  agrada 
ble  !a  vida,  derramar  sus  rosas 
de  dicha  sobre  nuestras  cabezas 
torturadas.  Dije  que  este  es  su 
primero  y  agregaré  que  es  su  fin 
único.  El  arte  quiere  divertir 
antes  que  todo,  sobre  todo  y  des- 
pués de  todo.  El  arte  es  alegría. 


Pedro  Sonderéger. 


Chile,  1906. 


-o{|$;CC:$Oo- 


CatiQÍóti  augusta 


Para  Apolo. 


A  Salomé. 


En  tu  imperial,  magnífica  autocracia 
bajo  el  áureo  esplendor  de  tus  plafones, 
en  tu  dorado  ideal  de  aristocracia, 
no  impedirán  que  mi  rebelde  Acracia, 
enlace  mi  inicial  con  tus  blasones. 

Lirio,  santa  azucena,  hostia,  estrella, 
lo  más  blanco,  lo  más  blanco  que  existe, 
mujer  de  alma  locamente  bella, 
deja  que  llore  sobre  ti  y  sobre  ella 
el  poema  viril  de  mi  alma  triste. 

Escucha  esa  canción.  Es  una  hermana 
de  mis  grandes  dolores  carmesíes, 
que  llega  hasta  tu  alcoba  de  sultana, 
como  un  serenata  musulmana 
llorando  una  agonía  de  zegríes 


Flor  nivea,  flor  de  luz,  flor  de  alabastro» 
darte  una  alma  genial  fuera  lo  mismo, 
que  dar  huellas  perennes  á  mi  rastro, 
calor  al  hielo,  sahumerio  al  astro, 
y  corazón  magnífico  al  abismo. 


—  40  — 

Tú  no  puedes  vivir  sino  como  una 
antigua  imagen  de  Afrodita  y  Palas, 
resplandeciendo  en  un  claro  de  luna . . . 
deja  que  bese  así  tu  crencha  bruna 
y  abra,  después,  sobre  tu  sien  mis  alas. 

Oh  mujer  imperial  que  altiva  pasas 
ofendiendo  mi  orgullo  con  tus  rasos ; ' 
carne  sangrienta  que  temblando  abrasas, 
caigan  mis  versos  sobre  ti  hechos  brasas, 
como  flores  de  luz  tras  de  tus  pasos ! 

Trocaré  por  tus  dijes  mis  cantares, 
pondré  en  tu  escorzo  de  alabastro  ñno, 
la  pompa  de  mis  cánticos  solares, 
y  la  gloria  de  artísticos  collares 
traídos  de  mis  grutas  de  Aladino . . . 

Oh  Augusta !  Trovaré  para  que  rías 
la  canción  de  mis  sueños  imperiales, 
3'  rezaré  tus  santas  letanías, 
cuando   viertan  mi  sangre  tus  gumías, 
y  degüellen  mis  versos  tus  puñales ! . . 

No  hay  abismos  que  impidan  que  se  abracen 
mis  laca^'os  de  amor  con  tus  vasallos, 
hay  un  puente  de  ósculos :  que  pasen, 
y  nuestras  voces  juntas  acompasen, 
esa  danza  de  esclavos  y  lacayos ! 

Ven . . .  }'   que  tus  monárquicos  delirios 
impedirme  no  puedan  que  te  quiera 
aureolada  de  trágicos  martirios. 
—  Sobre  tu  carne  blanca  hecha  de  lirios 
crepusculizaré  la  Primavera ! 

Juan  Julián  Lastra. 
Buenos  xVirc's. 


—  41  — 

Alma  luz 


Pava  Apolo. 

Para  Amalia  Gómez 

Hacia  el  ara  del  templo  donde  oficia 

el  ángel  del  amor 
con  su  ofrenda  acareóse  una  criatura 

de  rostro  encantador. 

Dos  palomas,  al  verla,  se  agitaron 

con  extraña  emoción, 
es  que  alegre,  la  niña,  como  ofrenda, 
llevaba  su  inocente  corazón. 

El  incienso  y  la  mirra  perfumaron 

aqiiel  templo  inmortal 
al  surgir  la  cadencia  seductora 

de  una  marcha  nupcial 

Se  adormeció  la  niña  y  en  sus  labios 
jugueteaban  sonrisas  de  placer ; 
¿soñaba? — sí! — con  ángeles  del  cielo! 
¡soñar  así,  qué  hermoso  debe  ser! 

Luis  Martínez  Marcos. 

í^anta  Fe. 


Alfredo  de  Müsset 


42  — 


IDg  Fgrgz  y  Otxris 


ftl  |)ueblo  ante  el  vidente 


Otra  vez  en  la  arena.  Ya  se  ha  erguido 
Mi  sáxeo  numen  y  me  siento  Harmodio; 
El  dolor  de  la  gleba  y  el   olvido 
De  los  que  sufren  tanto  han  encendido 
Mi  verbo  indócil  dt^  soberbia  y  odio. 

Al  gemir  de  las  razas  que  se  agitan 
Ávidas  todas  de  piedad,  levanto 
La  testa  irreverente:  aijuí  palpitan 
IjOS  rebeldes  y  allá  las  que  se  ahitan 
Almas  humildes  de  congoja  y  llanto. 

Sobre  los  pueblos  oprimidos  pasa 

Una  nube  de  duelo  liecha  girones, 

Y  un  viento  extraño  cuyo  soi)Io  abrasa 

Los  dolientes  «(spiritus,  arrasa 

El  florón  de  los  grandes  corazones. 


Y  triunfan  los  rebeldes.  Ningún  yugo 
Puede  hacer  quebrantar  en  su  garganta 
La  epopeya  inmortal  de  Víctor  Hugo 
Porque  luchan  con  fe  contra  el   verdugo 
De  todo  el  orbe  (|\ic  agoniza  y  canta. 

Oanta  la  imprecación  de  los  (jiic  gimen 
De  la   -¡"leba  cu  la   \'ia-Sccl(írata. 

Y  (le   la  muerte  en  el  obscuro  limen; 
Canta  la  Libertad,  y  asoma  el  crimen 
Su  hiiKM'bólica  faz  que  se  dilata. 

¡Oh.  )iucblo  rojo!     Levantad  la    ficiiti', 
Vuestro  <'s  el   triunfo  á  tniciiuc  del  cilicio; 
¿Veis  á  a(|iiély   Ks  el   X'crlio,  es  el   Vidente. 
El  (lile  le  grita  al   liáiliaro;   ¡detente! 

Y  el  que  ajiura   la   liii'l   del  sacritiiio. 

¡Oh,  pueblo!  Vuc.-itia  misera  coyiniila 


Quedará  en  trizas  al  primer  embate, 
Cuando  en  la  arena  sus  talones  hunda 
Aquel  verbo  de  luz  de  la  errabunda 
Muchedumbre.  ¡Id  con  él  hacia  el  combate! 

En  un  cielo  de  sangre  los  histriones 
Son  los  buitres  qne  esperan  la  caída 
Del  corazón  de  vuestras  rebeliones; 
Tremolad  vuestros  rojos  gonfalones, 
Llevad,  oh  pueblo,  la  cabeza  erguida. 

El  combate  es  un  eco  de  la  vida 
Y  la  vida  es  un  himno  de  pasiones. 

Yo  también,  yo  también  voy  agitando 
El  sangriento  oriflama  de  mis  sueños 
Mientras  miro  ]>asar  al  miserando 
Paria  del  arrabal;  yo  también  and(» 
Por  entre  zarzas  que  i)arecen  leños. 

Eii  mi  senda  de  csi)inas  alfombrada 
No  <lerraman  los  astros  sus  fulgores; 
Fosca  como  una  mar  atormentada 
D(d  inviíírno  en  la  tardcí  abandonada. 
Asi  es  mi  senda  ((ue  jamás   dio  flores. 

Hijos  del  arrabal  triste  y  silente: 
Sois  mis  iHírmanos  en  la  lucha-idea; 
Yo  me  plegó  á  vosotros,  y  mi  frente 
Sangrando  está  conm  una  rosa  ardiente 
Cuando  luz  mci-idiana  la  caldca. 


Yo  me  jdcgo  á   vosotros  y  prosigo 
Mi   ini|ui('lantc  labor  de  solitario; 
Hijos  (Id  arrabal:   venid  conmigo; 
Vo  soy  el  proletario 


Paisaje 


(  Oli'o  di'  D.  liazzurro  ). 


Hay  sauces  á  la  vera  de  a(iuel  jtaisaje, 

Y  una  morada  humilde  como  una   ermita; 
Sobre  la  tierra  de  ocre  finge  el  boscaje 
Palios  d(í  boj  y  arcadas  de  malaquita. 

El  sendero  serpea  donde  el  follaje 
Proyectando  penumbras  se  precipita, 

Y  un  parral  á  manera  de  vasto  encaje 

Al  frente  de  la  humilde  mansión  se  agita. 

Son  las  cimas  del  cielo  de  azul  oriente 
Sutilizado  y  frágil  y  transparente; 
Habla  de  las  unciones  primaverales 


La  ramazón  que  esfuma  la  lejanía, 

Y  en  el  ambiente  pleno  de  oros  astrales 

Ríe  y  palpita  el  alma  de  Andalucía. 


—  43   — 


EU^ía  br^ve 


Jamás  romperé  el  encanto 
De  tus  pasiones  tardías; 
Yo  sé  de  las  elegías 
Desde  que  tus  gracias  canto; 

Desde  que  abrió  tu  quebranto 

Las  ocultas  llagas  mías, 

Y  llorando  me  decías: 

¿Por  qué  te  haces  querer  tantoV 

¡Oh,  mi  amada!  Tu  triste/.¡i 
Como  un  retoño  gallardo 
A  desenvolverse  empieza. 

Si  en  ti  mi  pasión  subsiste 
Te  quiero  así,  tierna  y  triste, 
Taciturna  como  un  bardo. 


II 

Ya  sabes:  yo  soy  un  paria 

Y  á  ti  fatigado  vengo; 
Ks  el  dolor  mi  abolengo 

Y  tú  eres  mi  luminaria. 

Dulce  alondra  solitaria, 
Cuando  trisas  me  detengo; 
Yo  he  sufrido  mucho  y  tengo 
Mi  lauro  en  una  plegaria. 

¿Unieres  compartir  conmigo 
Tu  desnudez  .y  tu  abrigo, 
Verdad?    Yo  iiuiero  que  .juntes 

Al  mío  tu  amargo  llanto. 
Pero  nunca  me  preguntes: 
¿Por  (jiié  te  haces  querer  tanto? 


Éxtasis 


El  enflorado  patio  simula  una  glorieta 
Suntuosa;  sus  fragancias  invaden  el  zaguán 

Y  tremen  las  begonias  su  púrpura  coquetíi 
Cabe  liis  heli(>tr(ii)os  ([uc  tlore<'ien(li)  están. 

l'jirc.jas  (le  canarios  musitan  su  indiscreta 
Pasión  bajo  las  luces  (|ue  vienen  y  se  van, 

Y  hablo  á  mi  Bien-Amada  que  permanece  iiuiuieta: 
Tu  labio  es  nua  rosa  febril  de  Gulistán. 

Silencian  nuestras  almas  la  erótica  y  divina 
Keminisccncia  de  otro  querer;  el  sol  declina 
Fastuoso  como  un  mago  de  Ispahán  ó  de  Kstambul, 

Y  extática,  la  virgen,  acrece  mis  delirios 
Mirando  como  mueren  en  un  .jarrón  tres  lirios 
Que  se  alzan  en  corimbo  como  una  hortensia  azul. 


El   clavel 


II 


En  un  Taso  de  Alhambra  transparente. 
Cabe  una  fresca  margarita  odora. 
Abrió  el  albo  clavel. . .  Era  la  hora 
De  mi  eximia  neurosis  de  vidente. 

Tembló  sobre  mi  sien  convaleciente 
Mi  fatigada  mano,  y  la  dolora 
Leve  y  gris  de  mi  psiquis  soñadora 
Harmonizó  ini  ensueño,  tristemente. 

Y  pensé  en  ti,  paloma  de  holocausto, 
Las  ojeras  hondísimas;  exhausto 

El  corazón;  y  el  alma  taciturna; 

Y  madrigalicé  tu  genio  arpado, 
Maguer  que,  para  mí,  yace  encerrado 
Tu  corazón  divino  en  una  urna. 


Llorando  á  solas  levanté  la  testa; 
Miré  el  clavel  tremante  todavía; 
Me  acerqué,  y  sobre  su  corola  fría 
Puse  los  labios  con  cariño.— Ks  ésta 

Su  ofrenda— dije— y  la  corola  enhiesta 
Como  tu  nubil  seno,  amada  mía. 
Me  brindó  toda,  toda  la  ambrosía 
De  una  mujer  desnuda  en  la  floresta. 

Y  abrí  la  puerta    de  mi  alcoba;  el    vient» 
Acarició,  como  mi  boca,  el  fausto 

Del  ungido  clavel;  lancé  un  lamento, 

Y  creí,  que  una  dama  taciturna: 
Ananké,  me   ofrecía  en  holocausto 
Tu  corazón  abierto  en  una  Urna. 


Pkrez  y  Curis. 


—  44  — 


Ü^  ''G^om^lm  Moval"  ^^^ 


FRAGMENTO 


Si  preguntamos  qué  cosa  influye 
más  favorablemente  en  las  mujeres 
respecto  de  nosotros,  no  podremos 
sentar  una  regla  general  sin  expo- 
nernos á  un  error  grosero.  El  vulgo 
suele  llamar  destino  ,,„,,,,,^,,,^.j^_,_ 
esas  conexiones   -•^"■:f í^^-'**^í^» ■*'^' ''-" 

misteriosas  que 
aproximan  dos  al- 
mas por  vías  no  co- 
nocidas y  las  unen 
con  los  lazos  del 
amor;  y  el  destino, 
cabalmente,  es  di- 
vinidad oculta  que 
obra  según  una  ley 
secreta,  y  cumple 
sus  fines  señalados 
en  la  órbita  de  la 
creación.  El  destino 
no  es  el  genio  del 
vulgo ;  es,  al  con- 
trario, el  símbolo  de 
la  filosofía,  que  ejer- 
ce su  poder  con  vo- 
luntad incontrasta- 
ble, con  mano  irre- 
sistible, disfrazado 
de  sombra,  ó  m;is 
bien  de  una  nada 
que  no  esrá  «njeta 
á  la  vista,  al  tacto 
ni  al  oído.  Esclavos 
del  destino,  su  intención  es  ley  para 
nosotros :  severas  sus  órdenes,  y  las 
cumplimos;  dura  su  voluntad,  y  no 
hay  resistencia.  Destino  es  hecho 
consumado,  contra  el  cual  ni  pro- 
testamos ni  nos  rebelamos  Destino 
es  providencia;  destino  es  orden  de 
Dios,  y  todo  está  dicho. 

"  Será  mi  destino  »,  responde  la 
niña  apasionada,  cuando  su  madre 
pone  en  su  conocimiento  la  justa 


pretensión  del  que  la  adora  ;  .  será 
mi  destino»;  y  baja  los  ojos,  con- 
fundida en  delicada  vergüenza.  El 
destino  está  aquí  supliendo  al  puro, 
dulce  «  sí : .  el  .  sí  .,  encarnación 
del  amor,  en  cuyas  entrañas  cir- 
cunscritas viene 
apiñada  una  vida 
entera,  esto  es,  feli- 
cidad ó  desgracia  de 
muchos  años.  El  «sí* 
es  un  resumen  te- 
mible. «  Hágase  el 
mundov,  dijo  el 
Creador,  y  el  mun- 
do fué  hecho :  «  Si  , 
responde  una  mu- 
jer, y  su  mundo  está 
hecho:  si  bueno  ó 
malo,  si  bañado  en 
luz,  ó  revuelto  en 
tinieblas,  no  lo  sabe 
todavía.  El  «sí»  es 
el  destino  y,  cosa 
rara,  el  destino,  que 
es  ley  ciega,  inexo- 
rable, brota  de  la 
punta  de  la  lengua 
mediante  la  volun- 
tad bien  consultada. 
«Será  mi  destino», 
dice  la  novia  para 
dar  á  entender  que 
se  somete  á  una  or- 
den de  la  Providencia;  y  ella  mis- 
ma, en  plena  posesión  de  su  juicio 
y  su  albedrío,  ha  formado  su  des- 
tino con  una  palabra  de  dos  letras. 
«  Fué  mi  destino,  exclama  entre 
sollozos  la  esposa  desgraciada;  esto 
es,  dije  «  sí  »,  y  me  condené  á  las 
lágrimas  ;  dije  sí»,  y  acepté  mal- 
tratos, desprecios,  insultos  de  parte 
de  un  hombre  necio  y  grosero  .  dije 
«  sí  »,    y  no  me  aterraron  engaños, 


(1)  Ofrecemos  á  luicstrcis  lectores  un  fra^nu'iito  de  la  obra  ])('istiiiiia  del  ilustre 
escritor  ecuatoriano  .Tuan  Montalvo.  Dicha  obra,  además  de  ser  interesantísima,  es  casi 
desconocida  aquí.  Por  eso  se  leerá   con  aforado.  X.  de  la  R. 


45    - 


deslealtades,  ausencias  inicuas  de 
un  libertino;  dije  csí»,  y  no  eché 
de  ver  el  rostro  sangriento  de  los 
celos,  que  con  mirada  agresiva  rae 
estaba  amenazando;  dije  «  sí»,  y  no 
me  retrajo  el  hombre  con  su  sem- 
blante descarnado ;  dije  €  sí »  y  me 
veo  sin  fuerza  debajo  de  este  ado 
rado  peso  de  hijos  perdidos,  de  hijas 
sin  esperanza. »  El  «  sí » le  trajo  en 
su  seno  diminuto  á  esa  pobre  mujer 
el  mundo  de  padecimientos  y  dolo- 
res que  no  podrá  echar  á  un  lado, 
por  más  que  se  enderece  y  arroje 
gritos  lastimeros.  Fué  su  destino  :  la 
esencia  del  destino  es  matar,  siendo 
contrario ;  dar  vida  y  alegría,  sien- 
do propicio. 

Esa  muchachita  cuyas  mejillas 
están  ardiendo  en  malicia  de  serafi- 
nes, malicia  que  no  es  sino  la  ino- 
cencia apasionada ;  cuyos  ojos  son 
el  prisma  donde  se  están  reflejando 
los  triunfos  y  las  felicidades  del 
tiempo  venidero ;  cuyos  labios  sir- 
ven de  instrumento  á  la  música  del 
cielo,  pues  no  es  otra  cosa  que 
música  del  cielo  el  armonioso  guiri- 
gay de  una  niña  pura  y  tierna,  mú- 
sica sin  mesura,  pero  grata  al  oído: 
esos  brazos  descubiertos,  cilindri- 
cos, blancos,  donde  la  gordura  re- 
posa sin  pecado  :  esa  manecita  que 
parece  pinza  viva  de  tomar  flores 
del  Paraíp(j ;  esa  cabellera  derra- 
mada por  sobre  los  lioiubros  en  ti- 
rabuzones de  oro  ;  esos  anillos  de 
su  propio  pelo  que  le  adornan  la 
frente  como  rubias  estrellas :  esa 
garganta  que  semeja  ol  torno  en- 
cantado en  el  cual  se  han  de  labrar 
en  otro  tiempo  los  más  expresivos 
y  deliciosos  suspiros ;  ese  pecho 
donde  la  carne  humana  se  está  des- 
arrollando al  influj  o  de  la  voluptuo- 
sidad futura  ;  esa  pierna,  gorda  sin 
peligro,  desnuda  sin  impudicia,  á 
cuyo  extremo  el  piececito,  bien 
calzado,  huella  en  gracioso  menu- 
deo los  picaruelos  genios  del  amor, 
que  van  saltando  alegres  y  siguién 
dolé;  ese  como  ente  divino,  palo- 
ma en  configuración  humana,  espí- 
ritu de  Dios  puesto  á  la  "vista  en 
pura  carne ;  ese  extracto  delicado 
de  intehgencia  y  amor,  fruto  ha 
sido  del  fecundo  •  sí ». 


El  sabio,  el  poeta,  el  héroe,  todos 
le  deben  la  vida  al  «  sí » ;  al  «  sí » 
le  debe  el  mundo  sus  héroes,  sus 
poetas  y  sus  sabios.  El  «no  »  es  el 
reino  de  la  nada,  abismo  que  se  está 
tragando  esa  gran  parte  del  género 
humano  que  deja  de  nacer  por  falta 
de  voluntad.  El  «  no  »  es  la  muerte, 
V  acío  mezquino ;  la  luz  no  halla  ele- 
mento en  sus  espacios;  auseneia 
egoísta,  no  contiene  simiente  de 
ningún  linaje.  El  «sí»  es  vida,  fuer- 
za, poder ;  es  el  universo  iluminado 
por  la  misericordia  del  Todopode- 
roso, que  gira  eternamente  en  la 
órbita  de  lo  infinito,  obedeciendo  á 
la  voluntad  soberana,  que  es  el  in- 
menso «  sí »,  figura  del  Creador.  El 
sol  es  un  «  sí »  resplandeciente  ;  esa 
estrellita  que  está  pestañeando  en 
un  descampado  de  la  bóveda  ce- 
leste, visible  apenas,  á  causa  de  los 
millones  de  leguas  que  la  separan 
de  nosotros,  es  un  « sí  ♦  remoto, 
confuso,  pero  grato  á  los  oídos  del 
espíritu;  suspiro  ahogado  en  un 
océano  de  alegría,  ay !  de  felicidad 
incomprensible,  suena  y  silencia, 
de  modo  que  la  oye  y  no  la  imagi- 
nación del  filósofo  que  la  contempla 
á  porfía,  rompiendo  con  la  vista  y 
el  pensamiento  las  inmensidades 
que  se  dilatan  alrededor,  en  círculo 
al  cual  no  hay  diámetrc  que  alcance. 
-Multiplicador  sublime,  el  «sí»  es 
origen  y  fuente  de  todo  cuanto 
existe  ;  el  amor  es  un  sí »  incrus- 
tado en  el  corazón  ;  el  placer  es  un 
«sí»  echado  al  mundo  en  forma  de 
atrevimiento  ;  el  deseo  es  el  «  sí  » 
que  subo  á  Dios  y  le  alegra,  en 
siendo  legítimo  y  puro  ;  cae,  y  se 
convierte  en  demonio,  como  el  án- 
gel maldito,  en  siendo  bajo  y  sin 
fuero.  «No  »,  genio  tenebroso,  agen- 
te de  la  desesperación,  yo  te  mal- 
digo. 

El  si  es  la  línea  recta  de  la  Geo- 
metría Moral;  de  un  punto  á  otro 
se  va  sin  que  nadie  la  contenga  ni 
la  entorte.  Diámetro  del  universo, 
le  sirve  al  propio  tiempo  de  eje,  so- 
bre el  cual  está  girando  y  consu- 
mándolas operaciones  que,  en  forma 
de  leyes  naturales,  son  la  voluntad 
cumplida  del  Altísimo.  El  sí  va  rec- 
tamente de  un   amante  al  otro,  pa- 


—  46 


sando  sin  tercedura  por  el  sagrado 
tropezón  que  llamamos  matrimonio. 
El  n  de  la  madre  es  alegría  para  la 
hija;  á  los  ruegos  empapados  en  lá- 
grimas de  la  una,  la  otra  responde 
un  si  endulzado  con  inefable  sonrisa ; 
á  la  pretensión  del  joven,  pretensión 
tanto  cuanto  atrevida,  el  viejo  con- 
siente en  un  ligero  menoscabo  de 
sus  derechos,  é  iluminando  su  fosca 
sonrisa  con  un  destello  de  amor, 
profiere  el  si,  fuente  de  gozo.  Entre 
el  hijo  y  el  padre,  la  hija  y  la  ma- 
dre, hay  una  línea  recta  que,  entrán- 
dose por  sus  extremos  en  los  cora- 
zones, une  las  almas  y  reduce  auna 
persona  moral  los  dos  cuerpos  dis- 
tintos; el  sí  es  un  dios  propicio,  en 
cuyo  alegre  pecho  hierve  una  luz  de 


mil  colores.  El  no  .. .  Animal  ciego, 
wo,  pesado  topo,  tú  no  vives ;  sin  luz 
no  hay  vida,  y  tú  eres  la  noche  del 
lenguaje  humano,  discordancia  mez- 
quina de  voluntades.  El  no  es  una 
curva  llena  de  quiebros;  por  esta 
línea  fementida  no  podemos  salir  á 
ninguna  parte.  Cuando,  á  pesar  su- 
yo, nos  metemos  por  sus  dominios, 
todo  es  obscuro  y  cerrado.  La  igno- 
rancia es  un  »'0  rústico;  la  avaricia, 
un  "O  sórdido  vestido  de  andrajos. 
El  hambre  misma  es  negación  des- 
esperada ;  y  la  muerte,  un  no  espan- 
toso que  ciega  y  aturde  al  mundo 
con  su  obscuridad  y  su  silencio 


Juan  Montalvo. 


-o('$CCC$í}C'- 


La  FaUta 


('■  Jiüio  llo-rcra   ;/  R(:/ssi.¡/. 


Para  AroLO. 


Dios  le  ha  dado  su  forma  peregrina 
y  la  esmaltan  de  espléndidos  colores 
iris  bellos,  crepúsculos  y  albores: 
todo  lo  que  los  cielos  ilumina. 

Ya  pide  al  rosicler  su  gama  fina; 
ya  finge  un  cráter  de  encendidas   flores ; 
ya  para  los  artísticos  primores 
sombras  y  luces  con  amor  combina. 

Ya  invita  á  los  románticos  pinceles 
del  color  con  la  nota  más  brillante; 
ya  le  da  la  pasión  tonos  crueles . . . 

Por  eso,  toda  azul  es  la  mañana ; 
fúlgida  y  áurea  la  ilusión  triunfante ; 
roja  ó  sombría  la  pasión  humana. 


Horacio  F.  Rodríguez. 


Santa  Fe. 


—  47  — 

tos  Sátiros 

Para  Apolo. 
I 

Entre  el  follaje  verde,  cerca  de  una  laguna, 
Brincan  los  viejos  faunos  morenos  y  robustos; 
Cogen  las  flores  tiernas,  coleópteros  y  arbustos 
Y,  voluptuosamente,  duermen  bajo  la  Luna. 

Sileno,  Mársyas,  Hermes  y  el  romanesco  Pan, 
—  Todos  los  cabri- hombres  de  la  mitología  — 
Viven  entre  la  fronda  de  la  campiña  umbría 
Cual  perros  inconscientes,  engendros   de  Satán. 

Sus  bucólicos  ritos  y  danzas  besti-humanas 
Convocan  á  las  ninfas  de  carnes  generosas, 

Y  mondan,  coronados  de  racimos  y  rosas. 
Del  Edén  primitivo  las  cárdenas  manzanas. 

Las  ninfas  poco  á  poco  les  han  perdido  el  miedo 

Y  festejan  los  brincos  de  sus  patas  velludas; 
Ellos  las  ven,  sombríos ;  ellas  se  acercan,  mudas. 
Magníficas  de  audacia — pobres  ingenuas! — quedo.. 

II 

Verlaine,  el  de  las   «fiestas  galantes»,  el  esteta    - 
De  cuerpo  hecho  girones  3'  espíritu  exquisito. 
Fué  felice  cual  fauno,  fué  felice  y  maldito, 

Y  triste,  horriblemente  . . . ,  triste  como  poeta. 

Sus  satíricos  raptos  y  su  pérfida  audacia 
Compensaron  mil  noches  largas  y  dolorosas : 
Le  fué  amarga  la  Vida,  pero  las  frescas  rosas 
Un  pétalo  tuvieron  para  cada  desgracia. 

Verlaine,  el  gran  poeta  de  PARÍS,  pobre  viejo 
Lastimado  en  su  carne  lamentable  y  salvaje 
Se  embriagó  de  deleites,  tendido  en  el  boscaje, 

Y  era  feliz  de  fauno,  feliz  como  un  conejo. 

III 

Me  repugnan  los  faunos,  símbolos  de  impudicia, 
Escarnio  del  poeta,  del  amor,  roña  humana; 


—  48  —  • 

Pero  la  vida,  hermanos,  la  vida  cuotidiana 
Es  ebria  de  pesares,  de  vicio,  de  injusticia; 

Y  perdonar  debemos  los  blancos  trovadores 
Que  aspiramos  las  raras  esencias  exquisitas 

A  esos  monstruos  eternos  que  ríen  nuestras  cuitas 

Y  nos  roban  el  polen  de  las  fragantes  flores. 

Ellos  son  los  felices.  Sólo  vive  la  bestia 

En  sus  cuerpos  tostados,  morenos  y  robustos ; 

Se  alimentan  de  yerbas,  coleópteros  y  arbustos 

Y  son  con  las  mujeres  de  una  rara  modestia. 


Pablo  Minelli  González. 


Buenos  Aires,  1907. 


I.   Rodríguez   Martín 


—  49  — 


t\  sadismo  y  ^l  masoquistno 


En  tanto  que  en  el  hombre  es 
posible  señalar  una  tendencia  á 
causar  dolor,  ó  á  ^ozar  ante  el 
simulacro  del  dolor  en  la  mujer 
que  ama,  aun  es  más  fácil  com- 
probar en  el  sexo  débil  cierto 
goce  cuando  existe  el  mal  trato 
por  parte  del  amante,  y  una  dis- 
posición á  someterse  al  capricho 
del  hombre.  Semejante  tenden- 
cia es  perfectamente  normal. 
Abandonarse  al  amante,  poder 
confiar  en  sus  fuerzas  físicas  ó  en 
sus  recursos  ima^^inativos,  per- 
der la  personalidad  \  la  volun- 
tad en  beneíicio  de!  ser  amado, 
sentirse  deliciosamente  sobyuga- 
da  al  más  fuerte,  todo  esto  cons- 
tituye la  aspiración  corriente  de 
toda  muchaclm.  y  el  tema  sobre 
que  se  bordan  sus  sueílos  de 
amor. 

En  aquellas  edades  en  que  se 
vivía  más  libremente,  cuando  las 
emociones  eran  ex]n"esadns  sin 
velos  pudorosos,  podíase  descu- 
brir con  mayor  facilidad  ese  im- 
pulso. Por  ejemplo,  en  el  siglo 
VIH,  la  poetisa  francesa  María  de 
de  Francia,  mujer  de  sentimien- 
tos delicados  y  cuyas  obras  eran 
patrimonio  de  las  más  altas  cla- 
ses sociales,  calificaba  de  hom- 
bre perfecto,  inteligente  y  cor- 
tés á  cierto  caballero  que  había 
forzado  á  una  dama  cuyos  favo- 
res venía  persiguiendo  en  vano. 
Ailadía  la  poetisa  que  el  viola- 
dor había  conqniptado  por  ese 
procedimiento  el  cariño  de  la 
dama  violentada. 

Otro  ejemplo  déla  fascinación 
que  ejerce  la  fuerza  sobre  la 
mujer,  nos  la  ofrecen  las  salva- 
jes bellezas  de  Nueva  Caledonia, 
quienes  hacen  todo  lo  posible  pa- 


ra determinar  las  violencias  de 
sus  galanteadores. 

En  «La  gitana  española»,  de 
Middleton,  encontramos  una  nue- 
va demostración  de  lo  dicho  an- 
teriormente, y  el  caso  de  la  vio- 
lada que  ama  luego  á  su  forza- 
dor constituye  un  episodio  de 
cierta  novela  ejemplar  de  Cer- 
vantes. 

Fácil  es  hallar  en  literatura 
otros  ejemplos  de  la  expresada 
tendencia,  aunque  algo  más  ate- 
nuados. Shakespeare,  á  cuyo  es- 
píritu de  observación  ha  escapa- 
do muy  poco,  y  que,  por  caso  ra- 
ro, describió  contadas  veces  la 
pasión  amorosa  de  la  mujer  ma- 
dura, pone  en  boca  de  Cleopatra 
la  frase  siguiente:  «El  abrazo  de 
la  muerte  es  como  el  pellizco  de 
un  amante.  Tanto  hace  padecer 
uno  como  el  otro,  pero  ambos 
son   apetecidos». 

Contemplando  una  señora  el 
cuadro  de  Rubens  «El  rapto  de 
las  Sabinas»,  exclamó:  «Sindu- 
duda  á  aquellas  mujeres  les  debió 
gustar  mucho  ser  asi  robadas». 
Esto  demuestra  que  semejante 
método  de  hacer  el  amor  no  cho- 
caba con  los  sentimientos  de  la 
admiradora  del  cuadro.  Y  aun  es 
probable  que  la  mayoría  de  las 
mujeres  se  hicieran  solidarias  de 
la  referida  observación. 

Pudiera  argirse  que  el  dolor  no 
puede  dar  nunca  placer,  y  que 
cuando  lo  que  llamamos  dolor  es 
experimenta  como  placer,  no  debe 
considerarse  cual  un  sufrimiento.  A 
esto  diré  que  el  estado  emocional  es 
frecuentemente  algo  complejo.  Ocu- 
re,  además,que  las  mujsres  no  coin- 
ciden, ni  mucho  menos,  en  la  expo- 
sición de  sus  sentimientos. 

Es  digno  de  notar,   sin  embargo, 


50 


que  aun  cuando  sea  negado  el  de- 
leite del  dolor  amatorio,  aun  hey 
quién  admite  que  en  determinadas 
circustancias  el  sufrimiento  ó  la 
idea  del  sufrimiento  resultan  pla- 
centeros. 

Una  señora  me  ha  escrito  cí  este 
propósito  lo  que  á  continuación 
transcribo: 

«Respecto  al  dolor  físico,  no  nie- 
go que  en  teoría  sea  atractivo, 
excitante  si  se  quiere  Pero  la  rea- 
lidad es  cosa  muy  distinta,  á  mi 
juicio.  Vo  puedo  decir  que  el  dolor 
más  insignificante  anula  en  mí  el 
placer  de  un  modo  radical.  Esto  lo 
experimenté  durante  un  mes  segui- 
do después  de  casarme  y  continúo 
experimentándolo  Siempre  que  el 
placer  ha  ido  asociado  con  el  dolor, 
he  gozado  muy  poco. 

Admito  que  cuando  hay  carencia 
de  sensibilidad,  hasta  el '  punto  de 
que  el  dulce  beso  ó  la  suave  cari- 
cia no  producen  goce,  puedan  de 
searse  procedimientos  amatorios, 
más  brutales.  Más,  en  tales  casos, 
lo  que  constituiría  valor  para  una 
persona  sensible,  para  la  que  no  lo 
es  resultará  una  excitación  placen- 
tera, no  debiendo  inferirse  de  ello 
que  tales  individuos  groseros  amen 
al  dolor,  aunque  así  lo  parezca.  No 
puedo  creer  que  nadie  goce  con  lo 
que  le  hace  sufrir,  á  menos  que  ello 
sirva  para  distraer  la  atención.  De- 
claro no  haber  oído  decir  jamás  á 
ninguna  de  mis  amigas  que  les 
gustaba  que  las  hicieran  sufrir. 

En  lo  que  no  cabe  duda  es  en  la 
tendencia  casi  general  de  los  hom- 
bres á  causar  dolor  Tan  solo  he 
tratado  á  uno  ajeno  á  ella.  Al  mis- 
mo tiempo  es  curioso  observar  que 
á  la  mayoría  de  los  hombres  les  re- 
pugne poner  en  práctica  sus  ideas 
en  la  materia.  He  oído  decir  á  un 
amigo  de  mi  marido  que  su  mayor 
placer  consiste  en  imaginar  esce- 
nas de  dolor  femenino,  á  pesar  de 
lo  cuál  le  es  imposible  pegar  ni  ha- 
cer sufrir  á  ninguna  mujer,  aun 
cuando  éstas  le  inciten  á  maltra- 
tarlas 

Ocúrreseme  pensar  á  este  propó- 
sito, que  quizá  se  toma  la  inclina- 
ción de  la  mujer  á  someterse  al  do- 


lor por  jplacer  efectivo.  Yo  insisto 
en  que  si  aman  las  mujeres  la  idea 
del  sufrimiento,  obedece  á  que  ese 
sufrimiento  implica  la  sujeción  al 
hombre,  derivado  del  hecho  de  que 
el  placer  físico  ha  de  ser  necesa- 
riamente precedido  de  la  sumisión 
de  la  voluntad  femenina  á  la  mas- 
culina» 

Ea  misma  comunicante  me  decía 
en  otra  carta  de  fecha  posterior, 
ampliando  y  modificando  un  poco 
sus  primitivas  declaraciones: 

«No  creo  del  todo  exacto  lo  ex- 
puesto á  ustedes  en  otra  ocasión  El 
dolor  efectivo  no  me  produce  goce,  y 
en  cambio  la  idea  de  sufrimiento  me 
hace  disfrutar,  si  este  padecer  es 
infligido  por  vía  de  corrección  y  pa- 
ra bien  de  la  persona  que  lo  expe- 
rimenta. Esta  condición  es  esencial. 
Por  ejemplo:  una  vez  leía  yo  un  poe- 
ma de  diablos  y  condenados.  Estos 
decían  que  sólo  se  recibían  buenos 
cuando  experimentaban  las  tortu- 
ras infernales,  debido  á  que,  mien- 
tras sufrían  la  acción  puriflc  adora 
de  las  llamas,  reconocían  la  belleza 
de  la  santidad.  Entonces  se  resigna- 
ban gustosos  á  su  sufrir  y  bendecían 
al  Señor  por  lo  justo  de  su  senten- 
cia. 

Pues  bien;  ese  poema  me  produjo 
un  verdadero  goce  físico,  y,  sin  em- 
bargo, yo  sé  que,  de  haber  metido  la 
mano  en  el  fuego  durante  cinco  mi- 
nutos, hubiese  experimentado  el 
dolor  de  la  quemadura. 

Para  conseguir  la  remoción  de 
placer  me  veo  obligada,  por  ahora, 
á  volver  á  mis  antiguas  creencias 
religiosas  y  á  admitir  que  el  mero 
sufrimiento  tiene  una  influencia  ele- 
vadora. Sí;  las  emociones  pueden 
ser  grandemente  modificadas  por 
las  creencias. 

Cuando  yo  tenía  quince  años  in- 
venté un  juego,  nmy  del  agrado  de 
una  hermanita  mía,  consistente  en 
suponernos  ambas  sometidas  á  un 
proceso  de  disciplina  y  prepa- 
ración, con  objeto  de  ganar  la 
gloria  eterna.  Tanto  una  como 
otra,  nos  considerábamos  ya  muer- 
tas é  Íbamos  pasando  sucesivamen- 
te bajo  la  tutela  de  diferentes  án- 
geles,   denominados  con  arreglo  é, 


-    51    - 


las  virtudes  que  estaban  llamados  á 
inculcar.  El  último  de  los  ángeles 
era  el  del  Amor,  quien  gobernaba 
solamente  por  razón  de  la  cualidad 
cuyo  nombre  llevaba 

En  los  grados  inferiores  éramos 
dirigidas  por  un  ángel  llamado  Se- 
veridad, el  que  nos  preparaba,  por 
medio  de  prácticas  austeras  y  con 
sujeción  á  mandatos  arbitrarios,  á 
la  consecución  de  las  virtudes  más 
excelsas.  Consistían  nuestros  debe- 
res en  vigilar  el  tiempo,  en  pintar 
la  salida  y  la  pneptr»  del  sol,  etc., 
ejercitándonos  en  la  paciencia  y 
sumisión  mediante  trabígos  inin- 
terrumpidos 

Producíanos  placer  físico  inven- 
tar y  contarnos  mutuamente  las 
penalidades  del  día,  aunque  nos 
guardábamos  bien  de  confesar  ese 
goce  Que  mi  hermana  lo  experi- 
mentaba, probábalo  el  gusto  con 
que  aceptaba  el  juego  y  la  afición 
que  fué  cobrándole 

Yo  disfrutaba  mucho  imaginando 
ver  el  ángel  é  iníligiendo  el  dolor 
con  arreglo  á  las  condiciones  ante- 
dichas 

Hoy  me  ocurre  sentir  goce  fin- 
giéndome que  soy  un  hombre  y  que 
impongo  á  una  mujer  severas  me- 
didas para  educarla. 

En  resumen:  me  hace  disfrutar  el 
pensamiento  de  una  mujer  some- 
tiéndose al  dolor  y  á  las  penalida- 
des impuestas  por  el  hombre  que 
ama,  siempre  que  se  llenen  las  si- 
guientes condiciones:  1.*  La  mujer 
debe  estar  segura  en  absoluto  del 
nmor  del  hombre.  2*  La  mujer 
debe  tener  plena  confianza  en  el 
juicio  del  hombre  3.  El  dolor 
debe  ser  infligido  deliberadamente, 
no  de  un  modo  accidental.  4  * 
El  sufrimiento  ha  de  ser  pro- 
ducido amablemente  y  para  me- 
jorar á  la  mujer,  no  por  virtud  de 
la  ira  ó  con  el  pr.)pósito  vengativo, 
pues  en  este  caso  quedaría  des- 
truido el  ideal  que  la  mujer  tie- 
ne del  hombre.  5  *  El  dolor  no  de- 
be ser  excesivo,  sino  lo  que  se  lla- 
ma «dolor  de  niño»;  no  estará, 
gues,  vulgarmente  determinado  por 
cridas,  mutilaciones,  etc.  6  *  La 
mujer  debe  estar  sagura  de  su  in- 


fluencia sobre  el  hombre.  Esto  por 
lo  que  respecta  á  la  teoría 

Añadiré  ahora  que  como  la  com- 
binación de  todas  esas  condiciones 
jamás  me  ha  producido  dolor,  no 
puedo  asegurar  si  experimentaría 
placer  infligiéndome  un  sufrimiento 
real» 

Otra  comunicante  se  expresa 
así: 

«Convengo  en  que  la  idea  del  su- 
frimiento puede  ser  placentera, 
siempre  que  vaya  asociada  con  un 
pensamiento  utilitario.  Por  expe- 
riencia propia  declaro  que  eso  (el 
coito)  resulta  molesto  en  los  pri- 
meros momentos,  aunque  luego  me 
sea  fácil  y  agradable.  El  daño  ini- 
cial no  tiene,  en  verdad,  nada  de 
terrible.  Así  y  todo,  es  fastidioso,  si 
sólo  es  seguido  de  unos  minutos  de 
placer,  de  un  placer,  después  de  to- 
do, bien  efímero  No  sé  lo  que  le 
ocurrirá  á  las  demás  mujeres.  De 
mí  sé  decir  que,  para  gozar,  nece- 
sito que  ello  se  prolongue  bastante 
tiempo. 

En  cuanto  á  si  me  gusta  sufrir, 
confieso  que  no,  si  bien  tolero  per- 
fectamente el  dolor  de  cualquier 
clase  que  sea.  Me  seducen  la  viri- 
lidad y  la  fuerza,  porque  á  mí,  co 
mo  á  todas  las  hembras,  nos  tocan 
ser  pasivas  en  amor.  No  me  ha  si- 
do posible  comprobar  si  el  dolor 
mata  inmediatamente  al  placer.» 

Para  terminar,  una  señora  me 
asegura,  acerca  de  este  punto,  que 
goza  imaginándose  sufrimientos,  pe- 
ro que  de  haber  sido  ellos  reales,  no 
hubiese  disfrutado 

De  todo  lo  expuesto  puede  dedu- 
cirse que,  con  mayor  ó  menor  fuer- 
za, la  idea  ó  la  realidad  del  sufri- 
miento en  las  emociones  sexuales 
son  admitidas  por  la  mujer,  con  tal 
que  ese  elemento  de  dolor  sea  pe- 
queño y  subordinado  al  placer  sub- 
siguiente A  menos  que  el  coito  sea 
un  placer  ftindamental,  el  elemento 
de  dolor  habría  de  ser  necesaria- 
mente sufrimiento  no  aplacado,  por 
lo  que  no  se  debe  considerar  nor- 
mal el  deseo  de  sufrimiento  divor- 
ciado de  un  mayor  goce  subsiguien- 
te. 

Havelock  Ellis. 


—  52  — 
Iiibpos    y    folletos    pecibidos 


'Fíom.ú.n.ticzeL  <^  por  Federi- 
co GiRALDi  Montevideo  Hemos 
recibido  esta  nueva  obra  lujosa- 
mente editada  por  los  reputados 
talleres  «  El  Arte  ,  de  O.  M.  Bertani. 


Es  un  hermoso  poemita  escrito 
en  versos  vividos  é  impregnados  de 
una  gracia  y  una  fluidez  maravillo- 
sas. Federico  Giraldi  no  parece  un 
iniciado  en  los  rituales  del  Arte  El 
giro    breve  y  alado  de  su  estrofa 


Sergio  Medina 


modernizada,  llena  de  imágenes  re- 
gias que  hacen  pensar  en  un  orfe- 
bre del  verso,  pulcro  y  sensible,  el 
ritmo,  y,  la  estructura  misma  de 
sus  versos,  poseídos  de  un  alma  ar- 
mónica que  llora  y  sueña  evitando 
tergiversar  su  modalidad  íntima, 
hablan  con  mucha  elocuencia  de 
un  poeta  de  alto  vuelo  que  esquiva 
todas  las  rutas  ya  recorridas  por 
los  soñadores  de  hoy.  «  Mirim  »  es 
de  los  pocos  libros  que  en  otro  am- 
biente bastarían  para  consagrar  á 
un  poeta.   Hay  en  él  mucho  arte  y 


mucho  sentimiento.  El  endecasíla- 
bo, el  verso  armonioso  por  exce- 
lencia, aparece  allí  dulce,  flexible 
y  vigoroso  á  la  vez.  Pero,  lo  que 
más  debe  admirarse  en  el  poemita 
de  Giraldi,  es  esa  comunión  de  la 
forma  y  de  la  esencia  de  la  estrofa. 
La  una  es  el  complemento  de  la 
otra.  He  ahí  la  verdadera  labor  del 
poeta  moderno 

Felicitamos  al  nuevo  poeta  y  agra- 
decemos el  ejemplar  que  se  nos  ha 
enviado. 

De;sd.e;  los  jPs.ndLss,  por 


53 


LisÍMACO  Ghavarría.  ~  San  José 
DK  Costa  Rica.  —  Es  una  hermosa 
colección  de  poesías  seleccionadas 
escritas  con  sumo  gusto  y  llenas  de 
pensamientos  originales  Lisímaco 
Chavarria  maneja  todas  las  formas 
con  una  sencillez  y  una  serenidad 
admirables ;  no  es  el  bardo  mono- 
corde  que  canta  siempre  dentro  de 
uno  sola  forma;  es  un  poeta  com- 
plejo. 


La  poesía  «El.  Arte»,  favorecida 
con  el  primer  premio  en  un  certa- 
men literario  projíuesto  por  el  «Club 
Costa  Rica  »,  es,  á  todas  luces,  her- 
mosa. Lo  mismo  decimos  de  «  Los 
bueyes  tardes  »,  « El  Sol »,  y  de  la 
serie  titulada  «  Perlas  grises  ». 

Nuestras  felicitaciones  al  poeta,  y 
con  ellas,  nuestro  agradecimiento 
por  el  ejemplar  que  nos  ha  enviado. 


Vargas   Víla 


Nuestro   4%xlo 


Este  ilustre  eseritor  y  querido  amigo  nos 
ha  enviado  recientemente  desde  su  resi- 
dencia actual  en  «Villa  Ibis»  (Málaga),  su 
último  retrato,  con  el  que  ornamos  una  de 
nuestras  páginas. 

Pérez  y  Curis  agradece  íntimamente  al 
exquisito  autor  de  «Ibis»  su  magnífico  ob- 
seciuio,  así  como  la  dedicatoria  conceltida 
entérminos  altamente  cariñosos. 


Ha  sido  completo.  De  todas  partes  nos 
han  llegado  colaboraciones  firmadas  por 
escritores  de  fibra.  Apolo  agradece  esos 
envíos. 

A  última  hora  hemos  recibido  fotogra- 
fías y  originales  de  Villaespesa,  Valle-In- 
clán,  Isaac  Muñoz,  Juan  R.  Jiménez,  Alfredo 
Blanco,  Juan  Pujol,  Alfredo  Gómez  Jaime, 
Julio  Florez,  Fernando  Fortún,  Leonardo 
Sherif  y  otros,  que  publicaremos  en  los 
próximos  números  por  estar  éste  completo. 

;.  Qué  dirán  ahora  los  detractores  de 
Ai'OLo  ?  ¿  Se  abre  paso  ó  no  ? 


••ofl^CC:^í}o- 


Una    coitieid^ixcia 


En  mi  poesía  «El  Águila»  publi- 
cada en  el  almanaque  Germen  de 
1908,  hay  una  estrofa  que  tiene  un 
gran  parecido  con  otra  de  « La 
Atlántida  »  del  poeta  Olegario  An- 
drade.  Ante  todo,  debo  declarar  que 
jamás  he  leído  á  aquel  poeta  ;  que 
sé  de  su  vuelo  altísimo  por  reflejo 
de  algunos  escritores  que  lo  han 
juzgado;  y  que,  si  no  fuera  por  un 
amigo  íntimo,  tal  coincidencia,  que 
mucho  me  enorgullece,  hubiera  pa- 
sado desapercibida  para  mí. 

Dice  Olegario  Andrade: 

«...Y  las  negras  pirámides  distantes 
(iue  á  la  luz  del  crepúsculo  parecen 


.■Ibandonadas  tiendas  de  campaña 

De  una  raza  extinguida  de  gigantes». 

Digo  yo: 

«¡Esos  Andes!  ¡Pirámides  extrañas! 
Que  con  su  larga  fila  de  montañas, 
Sus  cerros  y  volcanes. 
Simulan  ser,  cuando  la  tarde  cierra, 
(rigantes  carpas  del  vivac  de  guerra 
De  un  ejército  enorme  de  titanes». 

Gomo  se  vé  la  idea  es  la  misma. 
Por  eso,  y  porque  yo  desconozco  la 
obra  del  cantor  de  «  La  Atlántida  », 
me  enorgullezco,  y  como  única  jus- 
tificación, dejo  aquí  constancia  de 
la  coincidencia  señalada. 

Ovidio  Fernández  Ríos. 


—  54 


L-ihTo*  g  folleto*   ent)iado«  por  «a<   aatore*  al  Difector  de 
((Jipólo))   darante  lo«  años   de   i9o6  g    i9o7 


De  la  Argentina 

Ataliva  Herrera  :  «  Mis  Noches  » 

—  Córdoba. 

Alberto  Ghiraldo  :  «  Carne  Do- 
liente »  —  Buenos  Aires. 

Sux  Y  Chilotegui  :  «  De  luz  y  de 
hierro  »  —  Buenos  Aires. 

Alejandro  Sux :   «De  mi  yun- 
que »  —  Buenos  Aires. 

J.  Martín  Bernal  :  «  Pensamien 
tos»  —  Buenos  Aires. 

Manuel  Gal  vez  :  «  El  enigma  in- 
terior »  —  Buenos  Aires. 

Enrique  J.  Banchs  :  «  Las  Bar- 
cas »  —  Buenos  Aires. 

Ds  B  Olivia 

E.  Diez  de  Medina  :  «  Bagatelas  * 

—  La  Paz. 

Rosendo  Villalobos  :  «  Hacia  el 
olvido  »  —  La  Paz. 

Da  Colombia 

A.  León  Gómez  :    « Secretos    del 
Panóptico  »  —  Bogotá. 
A.  León  Gómez  :  «El  Soldado » 

—  Bogotá 

A.  León  Gómez  :  «  Sin  Nombre  » 

—  Bogotá. 

A.  León  Gómez  :  «  Prescripcio- 
nes y  términos  legales»  —  Bogotá. 
E.  Y  A.  León  Gómez:  «Poesías» 

—  Bogotá. 

M.  Moreno  Alba  :  «  Lienzos  »  — 
Barranquilla. 

Ricardo  Arenales  :  «  Campaña 
Florida»  —  Barranquilla. 

Alfredo  Gómez  Jaime:  «Irma* 
—Bogotá. 

De  Costa  Rica 

E.  Carrasquilla  Mallarino  : 
«  Mujeres  de  Costa  Rica  »  —  San 
José. 

Daniel  Ureña:  «María  del  Ro- 
sario »  —  San  José. 

Rafael  Ángel  Tro  yo:  «Topa- 
cios»—San  José. 

Joaquín  Arciniegas:  «El  Alma 
de  la  América  Latina  »  (prospecto) 

—  San  José. 


LisÍMACo  Chavarría:  «Desde los 
Andes»  —  San  José.  ^ 

De  Chile 

Luis  Roberto  Boza:  «Rosas   de 
Pasión  —  Santiago. 
Miguel  Luis  Rocuant  :  «Poemas» 

—  Santiago. 

L.  E  Chacón  Lorca  :  «  Hojas  Dis- 
persas —  Santiago. 

De  Cuba 

Max  Henríqubz  Ureña:  «Whis- 
tler  y  Rodin» — Habana. 

Pedro  Henríquez  Ureña  :  «En- 
sayos Críticos»  —  Habana. 

Juan  Guerra  Nuñez:  «VoeSoli» 

—  Habana. 

Del  Ecuador 

G.  Zaldumbride  :  «  De  Ariel »  — 
Quito. 

Ds  España 

Manuel  Ugarte  :  «  Cuentos  de  la 
Pampa  »  —  Madrid. 

Manuel  Ugarte  :  «  El  Arte  y  la 
Democracia»  —  Valencia. 

Manuel  Ugarte  :  « Enfermeda- 
des Sociales» —  Barcelona. 

Amado  Ñervo  :  «  Almas  que  pa- 
san »  —  Madrid. 

Amado  Ñervo  :  «  Un  Sueño »  — 
Madrid 

F.  Villaespesa  :  «Tristitiae  Re- 
rum  »  —  Madrid. 

E  Diez  Cañedo  :  «  Versos  de  las 
Horas»  —Madrid. 

D'Ayot  :  «  Morirse  joven  »  —  Ma- 
drid. 

M  Machado  :  «  Alma»,  «Museo  », 
«  Los  Cantares  »  -  Madrid 

Isaac  Muñoz:  «Voluptuosidad» 
—  Madrid. 

Vicente  Medina  :  «  La  canción 
de  la  vida  »  —  Cartagena. 

Vicente  Medina  :  «La  canción 
de  la  muerte  »  —  Cartagena.  ^^ 

A.  GÓMEZ  Jaime  :  «  Rimas  del  Tro-  ' 
pico  »  —  Madrid. 

Tülio  M  Gestero  :  <.  Citerea  »  — 
Madrid. 


—    OO    


De  Francia   - 

E.  GÓMEZ  Carrillo:  De  Marsella 
á  Tokio  »     París. 

E.  GÓMEZ  Carrillo:  «El   Alma 
Japonesa»  —  París 

Manuel  Ugarte:  «La  joven  lite 
raturaliispano- americana»  —  París. 

Vargas  Vila:  «Prosas  Laudes»— 
París. 

Del  Perú 

Abelardo  M.  Gamarra:  «Algo  del 
Perú  y  mucho  de  Pela  gatos»  —  Lima. 

De  Puerto  Rico 

José  de  Diego  :  «  Pomarrosas  »  — 
San  Juan. 

Del  Uruguay 

o.  Fernández  Ríos  :  -  Sueños  de 
media  noche  »  —  Montevideo. 

Agosta  y  Lara  y  Monegal:  «  Mu- 
sas Hermanas» — Meló. 

P.  MiNELLi  González:  «Mujeres 
flacas  »  —  Montevideo 

P.  Minelli  González  :  «  El  Alma 
del  Rapsoda»  —  Montevideo. 

G.  Arronga  Ciganda:  «Tupam- 
baé  —  San  José 

M.  Medina  Betancort     «f ¡lien- 


tos al  Corazón  •  —  Montevideo 

R.  Martínez  Quiles  :  «  Alma  de 
Acero»       Montevideo 

Horacio  O.  Maldonado  :  « Ca- 
beza de  oro  »  -  Montevideo. 

Norberto  Estrada:  «Gente  de 
letras  de  mi  país  »  — Montevideo. 

Ángel  Falco  :  «  ¡  Ave,  Francia  !» 

—  Montevideo. 

Ángel  Falco  :  «  (iaribaldi  *  — 
Montevideo. 

P.  López  Campaña:  «Fanfarria 
de  Prejuicios  »  -  Montevideo 

Emilio  Frugoni:  «  El  Eterno  Can- 
tar »  —  Montevideo. 

O.  MoRATORio  :  «  Luces  Pálidas  » 

—  Montevideo. 

J.  J.  Illa  Moreno  :  « Rubíes  y 
Amatistas  »  —  Montevideo. 

J.  G.  Bertotto:  «Juicio  litera- 
rio »  —  Montevideo. 

J.  Rodríguez  Martín  :  *  Alma 
Trágica ». 

De  Venezuela 

Luis  Correa:  «Alba  Lírica»  — 
Caracas 

M.  Lavado  Isa  va:  «Mortaja  de 
(rloria  •  —  La  Victoria 


•c-0$cCC^- 


Gaiije   de    (( ÍIpolo ))   durante  lo«   afío«  de   i9o6   g  i9q7 


*  La    Voz    del    Perú »,     Iquique 
( Chile  ) ;  «El  Moderado  »,  Matanzas, 
(Cuba  ;  «Caras   y  Caretas».  Bue- 
nos Aires  ;  «  La  Prensa  »,   Medellín 
(  Colombia  ) ;     «  Revista    Crítica  », 
Veracruz  ( México ) ;  «  Letras  »,  Ha- 
bana; «La    Quincena»,  Salvador; 
«  El  Heraldo  del  Istmo  »,  Panamá ; 
Monos  y  Monadas,  Lima  ;  «  Páginas 
Intelectuales  »,    Iquique ;    «  Revista 
de  la  Sociedad  Jurídico-Literaria  », 
Quito ; «  El  Fanal »,  Matanzas ;  «  Éli- 
tros», Maracaibo  ( Venezuela  ; ; «  Al- 
pha »,  San  Salvador ;   «  Le  Courrier 
Européen  »,   París ;    «  El    Fígaro  », 
Habana; «  América»,  Habana ;  «  Na- 
tura »,  Montevideo;  « Nueva  Vida», 
San  Salvador;  «Germen»,  Buenos 
Aires»;     «El    Artista»,     Bogotá; 


«  Trofeos  »,  liagotá ;  «  Integridad  », 
Lima;  «Páginas  Ilustradas»,  San 
José  de  Costa  Rica ;  « Nuevos  Ri- 
tos »,  Panamá ;  « Revista  Ilustra- 
da »,  El  Paso  —  Texas ;  «  Labor  », 
Buenos  Aires ;  «  El  Diluvio  »,  Bar- 
celona ;  « Fémina»,  Santiago  de 
Cuba ;  «  Letras  »,  Buenos  Aires ; 
«  Pedagogía  y  Letras  »,  Guayaquil ; 
«  Mes  Literario  »,  Coro  (  Venezue- 
la );  «  Guayaquil  Artístico  »,  Guaya- 
quil ;  «  El  Anunciador  Costarricen- 
ce  »,:  San  José  de  Costa  Rica ;  «  Ar- 
chivos de  Psiquiatría  y  Crimino- 
logía», Buenos  Aires;  «Diario 
Oficial »,  San  Salvador ;  «  Tepie  Li- 
terario >,  Tepie  (  México  ) ;  «  Alpa 
Ilustrada  »,  San  Salvador ;  «  La  Re- 
pública   de  las    Letras»,    Madrid; 


56 


*  Nueva  Era  »,  Mendoza;  «  Verdad  », 
Santiago  de  Chile;  «  Líneas  »,  Car- 
tagena ( Colombia  );  «  La  Repúbli- 
ca »,  Barranquilla ;  « Revista  de 
Guadalajara»,  Guadalaj  ara  (México); 
€  Zig-Zag»,  Santiago  de  Chile ;  «  Vi- 
da Intelectual»,  San  Salvador; 
■cChic»,  Guantánamo  (  Cuba  ;  «Sur 
América »,  Bogotá;  «La  Nueva  Re- 
vista», Buenos  Aires ;  «  Revista  La- 
tina > ,  Madrid ;  <  El  Cojo  Ilustrado  », 


Caracas  ;  »  Tropical  ♦,  Ibagué  (  Co- 
lombia > ;  «  El  Iris  »,  Villa  del  Cerro ; 
«El  Deber  Cívico»,  Meló;  «Ven- 
dad »,  Montevideo  ;  *  El  Orden  », 
Minas;  «El  Obrero»,  Rocha;  «El 
Civismo  »,  Rocha ;  «  Ecos  del  Pro- 
greso »,  Salto  ;  «  Vida  Nueva  »,  Flo- 
rida ;  «  El  Heraldo  »,  Maldonado  ; 
•  La  Tribuna  Libertaria»,  Montevi- 
deo; «En  Marcha»,  Montevideo. 


NOTAS 

Nuestra  carátula  de  hoy  es  un  trabajo  en  tricromía  ejecu- 
tado mag-istralmente  en  los  talleres  «-  El  Arte »  de  Orsini  M. 
Bertani,  que  es  hoy  el  editor  obligado  de  nuestros  escritores 
de  más  renombre.  t]lla  es  reproducción  de  un  hermoso  óleo 
del    conocido   artista    Gutiérrez    Rivera. 

P^elicitamos  al  compañero  Bertani  poi-  su  exquisito  traba- 
jo que  nada  tiene  que  envidiar  á  los  hechos  en  los  talleres 
europeos,  y  agradeccmosle,  al  mismo  tiempo,  el  concurso  pres- 
tado  al    Apolo   al    llegar   éste   al    tercer   ano    de   vida. 

* 

Nuestras  sinceras  felicitaciones  á  los  seílores  Fillat  y  C.-''., 
por  los  hermosos  fotograbados  que  han  hecho  para  el  presen- 
te número  de  Apolo.  Ellos  dan  una  idea  exacta  del  grado  de 
perfección  <'i  que  ha  llegado  en  nuestro  país  el  arte  del  foto- 
grabado. 


íí 


CON  MOTXYO  DE  ''RXPXOS  POLXTXGOS 


91 


Publii'iUiios  ;i  contimiacióu  las  i)alabras 
que  á  nuestro  director  dedicó  «La  Tribuna 
Libertaria»,  órfíano  del  Centro  Internacio- 
nal de  Estudios  Sociales,  con  motivo  de 
transcribir  en  su  número  G  el  artículo  de 
Pérez  y  Curis :  «Ripios  Políticos»  publi- 
cado en  el  número  ít  de  «  Apolo  ». 

No  hacemos  ningún  comentario  porque 
muy  pocos  is:noran  que  «Apolo»  no  es 
una  empresa  comercial.  Además  la  labor 
intelectual  de  Pérez  y  Curis  es  bastante 
conocida,  como  asimismo  su  actitud  ine- 
quívoca y  hostil  frente  á  los  tiranos  que 
azotan  la  espalda  del  i)ueblo. 

Hé  aquí  dichas  palabras: 

i  Bravo,     poeta,  bi»avoí 

Lo  que  gustosos  transcribimos, 
pertenece  al  bardo  Pérez  y  Curis, 
director  de  la  revista  local  «Apolo», 
áv¡  esa  revista  que  hasta  ayer  pare- 
cía destinada  á  servir  de  « bálsamo 
calmante»  á  más  de  una  histérica 
burguesita,  y  que  hoy,  desafiando 


intereses  de  mostrador,  cobardes 
prejuicios  y  estúpidos  convenciona- 
lismos, propios  en  otras  publicacio- 
nes similares,  da  la  nota  más 
HERMOSA  entre  todos  los  periódi- 
cos que,  no  obstante  blasonar  sus 
redactores  de  rebeldes,  no  han  te- 
nido siquiera  una  frase  de  protesta 
contra  el  inicuo  y  criminal  atentado 
que  llevara  á  cabo  la  cafrería  poli- 
cial que  tiene  á  su  frente  al  maestro 
albañil  Guillermo  West,  contra  los 
concurrentes  al  último  mitin  de 
protesta  reaUzado  en  el  Centro  In- 
ternacional. 

Leed,  i  oh  rebeldes  á  «  uso  vos- 
tro  »,  leed  al  poeta  que  dejó  de  acu- 
dir á  la  cita  al  pie  de  la  ventana 
para  salir  á  la  palestra  á  fustigar 
tiranos  y  á  daros  de  paso,  una  lec- 
ción de  varonil  rebeldía. 


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Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Eedactor:    I'.  LÓPEZ   CAMPAÑA  —  Secretario  de  Redacción:   O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 
AÑO  III -N.°  12. 


Montevideo— Buenos  Aires,  Febrero  de  1908. 


£1  gusto   d^  la   sangra 


flota  de  psicología   cpíminal 


Los  estudios  de  Vaschide  sobre  la 
relación  entre  el  impulso  motor  y 
el  acto  genital  ( «  La  psico  -  fisiología 
del  impulso  sexual »  en  los  «  Archi- 
vos de  Psiquiatría»  de  Ingegnieros 
1906  «,  me  parecen  que  proyectan 
cierta  luz  sobre  el  problema  del 
gusto  de  la  sangre. 

Como  nota  al  estudio  -  más  bien 
diría  al  asunto  de  estudio  —  que  en 
otra  ocasión  he  publicado  «  (  El  gus 
to  de  la  sangre »  en  el  volumen 
« Alrededor  del  delito  y  de  la  pe- 
na»: Madrid,  1904  ),  recojo  esta  re- 
lación interesante. 

Según  Vaschide,  el  acto  genital 
consiste  en  una  tensión  progresiva 
y  creciente  del  estado  motor,  que, 
llegando  á  su  máximum,  presenta 
una  fase  tónica  muy  corta,  seguida 
de  una  fase  clónica,  terminando 
con  un  período  de  adinamia  y  re- 
poso 

Consecuencia  de  ello  es  que  los 
eróticos  sean  individuos  de  tipo 
motor,  y  que,  en  general,  los  indi- 
viduos de  tipo  motor  sean  eróti- 
cos. 

Recordemos  ahora  el  concepto  de 
que  nosotros  habíamos  partido. 

Sea  la  sangre  excitante  porque 
sea  roja,  sea  el  rojo  excitante  por 
ser  el  color  de  la  sangre,  esta  es 
capaz  de  convertirse  en  imagen 
motriz  excitadora  de  la  sexualidad, 
ya  que  —  según  el  mismo  Vaschi- 
de— «la  vida  sexual  es  debida  á  la 
evolución  y  á  la  tendencia  de  los 
centros  motores  á  descargarse  », 


A  veces,  el  sujeto  mismo  de  esta 
perturbación  de  la  imagen  motriz, 
debe  ser  el  primer  sorprendido. 

Pero  ahora  aparece  un  segundo 
problema. 

Luego  que  han  conocido  esta 
asociación  extraña,  algunos  la  cul- 
tivan, la  preparan  y  repiten. 

Esto  es  lo  que  con  un  nombre  que 
ya  debiera  retirarse  —  tanto  e.><  de 
imperfecto  —  llámase  hoy  «sadis- 
mo 9  Y  también  lo  que,  disponien- 
do como  excitantes  motores  la  em- 
briaguez causada  por  la  bebida  y 
los  movimientos,  se  llamó  en  los 
tiempos  medioevales  « rabia  de  los 
Berseks »,  ó  «rabia  ursina»  que 
podríamos  traducir  nosotros  (de 
bearsark»,  vestido  de  piel  de  oso  ) ; 
furor  homicida  de  los  guerreros  del 
Norte  de  Europa,  que  determinaba 
verdaderos  contagios  en  los  pre- 
dispuestos, según  un  curióse  texto 
de  Clodel,  harto  conciso  (  « Miti  e 
sogni»  traducción  italiana,  pági- 
na 91  . 

¿  Por  qué,  pues,  este  gusto  ? 

Aquí  encuentra  aplicación  la  teo- 
ría que  explica  las  perversiones 
sexuales  como  organización  de  una 
imagen  extraña  constituida  en  úni- 
co excitante,  mediante  procesos  de 
psicología  desviada. 

Acaso  esta    manera  de  ver  las 

cosas  exagera  y  amplia  la  función 
del  motivo  sexual  en  los  crímenes 
de  sangre.  En  los  asesinatos  inau- 
ditos, de  esos  que  se  dicen  «sin  mó- 
vil*, me  parece  que  sería  impor- 


U-. 


58  — 


i  ca- 
tante investigar  siempre  —  no  obs- 
tante, —  toda    clase     de     huellas 
eróticas,   tanto    sobre  la    victima 
como  sobre  el  matador. 


Y  también  en  otros  que  no  lo  son 
tanto,  que  parecen  tener  explica- 
ción. Casi  diría  :  en  todos  los  crí- 
menes de  sangre. 

C.  Bernaldo  de  Quirós. 


-o^^CC^O^- 


C|)is^as  d^  iva 


Para  AroLO. 


Espíritus  sin  luz!  Redil  de  ilusos; 
Naves  <iue  no  arribáis  á  ningún  puerto; 
Caravanas  de  hombres  inconclusos 
Que  vagáis  por  la  noche  del  desierto, 


Quiero  deciros  algo  que  os  abruma, 
Por  eso  me  insultáis  sin  ton  ni  mengua, 
¡Qué  unos  van  á  la  Gloria  por  la  pluma, 
Y  otros  van  á  la  cárcel  por  la  lengua! 


Y  (lue  os  llamáis  geniales  de  ígneas  galas 
En  vuestros  estrambóticos  proscenios, 

Y  no  sois  genios  pues  no  tenéis  alas 

Y  os  faltan  alas  porque  no  sois  genios: 

De  vosotros  me  río  con  tristeza, 
Con  gran  desprecio,  con  dolor,  con  ira: 
Reiría  asi  aplastándoos  la  cabeza 
Con  el  arco  de  fierro  de  mi  lira! 

De  vosotj-os  me  río:  Os  eréis  maestros 
Ceñidos  de  magnificas  preseas. 

Y  no  sabéis  en  los  orgullos  vuestros 
(iue  contundís  laureles  con  libreas! 

De  vosotros  me  río:  A'ucstrn  frente 
Humilláis  sin  valor  y  huís  dispersos, 
Al  sentir  restallar  sonoramente 
Kl  látigo  vibi-ante  de  mis  versos! 

Contra  vosotros,  infelices,  quiebro 
Mi  pluma,  sin  dobleces  ni  recatos. 
Yo  tengo  el  brillo  dentro  del  cerebro. 
\'osotros. . .  ¡Lo  tenéis  en  los  zapatos! 

íío  se  lia  de  herir  mi  orgullo  con  los  rayos 
De  vucsti'a  envidia  torpe  y  vuestro  encono, 
¡si  no  sois  más  ((ue  míseros  lacayos 
(ine  medráis  á  la  sombra  de  mi  trono! 


Quiero  enseñaros  con  salvaje  anhelo. 
Con  todas  mis  soberbias  rebeldías. 
Que  yo  soy  cóndor  de  incansable  vuelo: 
Todas  las  cumbres  que  hay,  ¡todas  son  mías- 

Yo  soy  un  cóndor,  sí;  como  bautismo 
Un  chispazo  de  luz  el  sol  me  trajo. 
Por  eso  me  insultáis  desde  el  abismo: 
¡Qué  bien  sabéis  que  yo  hasta  allí  no  bajo! 

Y  no  me  afectan,  no,  vuestros  alardes, 
Eunucos  del  saber;  del  mundo,  escoria; 
¡Cuantas  más  iiiedras  me  arrojéis,  cobardes, 
Alas  pronto  haréis  mi  iicdestal  de  gloria! 

Y  no  oséis  detenerme  en  mi  subida, 
Mis  alas  tienen  odio  á  la  penumbra; 
¡Quiero  ser  como  el  Sol.  toda  mi  vida. 
Que  el  Sol,  cuanto  más  alto  más  alumbra! 

¿Mí  rebelión,  vuestro  furor  provoeaV 
¡Si  atacáis  á  mi  alma  y  la  defiendo! 
¡(iuién  se  atreve  á  tai)ar  la  inmensa  boca 
Del  cráter  de    un  volcán   cuando  está  ar- 

[díendo! 

Y  ya  os  advierto  sí,  canalla  impía, 
Sierpes  que  en  las  cavernas  hacéis  nido: 
Tened  cuidado  no  caer  un  día 

Bajo  las  garras  del  león  herido! 


Montevideo  i;h),s. 


Ovidio  Fkrná.Mjkz  Ríos. 


—  59 


El   Enigma 


Para  Apolo. 

La  noche  ha  llegado.  Las  sombras 
lo  envuelven  todo,  como  en  una 
mortaj  a.  En  el  espacio,  una  macilen- 
ta luna  asoma  á  ratos  entre  densos 
nubarrones.  La  brisa  calla.  Los  ár- 
boles están  inmóviles,  y  la  tierra 
parece  sumida  como  en  un  letárjico 
ensueño. 

Yo  camino.  Bordeo  los  precipi- 
cios, lentamente,  lentamente.  Incli- 
nada mi  cabeza  y  enlazadas  mis 
manos  sobre  el  pecho,  cruzo  el  va- 
lle sin  término,  empujado  por  una 
fuerza  extraña,  obsesora,  que  no 
me  deja  reposo.  Medito.  Pienso  algo 
incoherente  que  me  viene  de  muy 
dentro,  tan  vago  y  sin  embargo  tan 
hondo  que  me  oprime  el  corazón  y 
que  me  nubla  los  ojos.  ¿  Qué  es  esto  ? 
¿Cuál  es  el  intenso  problema  que 
así  tan  dolorosamente  me  obsesio- 
na ?  Nada  sé  Los  sentimientos  más 
hondos  son  precisamente  aquellos 
que  no  podrán  explicarse  jamás. 
Y  sin  embargo  la  idea  me  persi- 
gue, y  me  hace  sufrir  Es  como  un 
dolor  muy  antiguo,  el  dolor  de  una 
raza,  de  un  mundo  que  se  acumula 
en  mí,  ahogándome. 

En  tanto,  me  fatigo  Una  cruel  la- 
xitud me  invade,  y  un  deseo  fer- 
viente de  dormir,  de  reposar,  me 
aprisiona.  En  un  recodo  del  camino, 
sobre  un  viejo  tronco  abandonado, 
deténgome  á  descansar  Ah!  Con 
qué  delicia  pondríame  á  descansar 
para  siempre!  Hundo  mis  sienes 
ardorosas  en  mis  manos  heladas,  y 
una  horrorosa  pesadilla  me  des- 
pierta de  súbito  Ah !  Negra  está  la 
noche.  Sobre  el  pavoroso  vacío,  ne- 
gras alas  de  cuervos  parecen  trepi- 
dar. Y  la  luna,  cual  avergonzada, 
ocúltase  entre  las  nubes  de  luto. 

i  Por  qué  despierto  ?  ¿  Por  qué  re- 
torno á  la  vida  del  sufrimiento  ? 
Vuelvo  á  caminar.  A  poco,  mis  pies 
tropiezan  con  un  can  muerto  sobre 
los  guyarros.  i  Si  al  menos  tuviera 
un  cayado  para  apartar  de  mí  tan- 
tos abrojos ! 


(A  JS'orberto  Estruda,  fraternalincnte  ). 

Camino.  Hay  algo  en  mí  que  me 
empqja,  que  me  grita :  anda  !  Y  sin 
embargo,  ¡  con  qué  placer  volvería 
á  descansar!  Pero  ese  algo,  ese  otro 
me  grita  con  la  imperiosa  voz  del 
silencio;  anda!   ¿Adonde?   ¿Para 
qué?  ¿  Qué  espero  ?  ¿Cuál  es  el  fin 
del  destino  que  nos  hace  vivir,  que 
nos  empuja  como  el  viento  al  débil 
navio;  en  un  mar  en  tempestad? 
¿  Al  puerto  ?  ¿  A  la  muerte  ?  ¿  Acaso 
la  muerte  es  el  supremo  puerto  á 
donde  el  alma  cansada  del  hombre 
va  en  busca  de  protector  refujio  ? 
Andar !  Siempre  andar  ! 

Una  brisa  empieza  á  soplar.  Una 
helada  brisa  cargada  de  hastío,  del 
maldito  polen  de  la  muerte. 

—Escucha  !  —  dice  una  voz.  —  Mi- 
ro hacia  atrás.  La  brisa  quebraja 
las  hojas  arrancándolas  de  cuajo, 
como  una  racha  de  huracán. 

—  Quién  habla  ?  —  respondo  an- 
gustiado Mi  voz  se  dilata  en  el  es- 
pacio con  sonoridades  metálicas, 
como  campanas  que  sonaran  muy 
lejos  y  con  angustia.  Sobre  un  lim- 
pio retazo  de  firmamento,  la  luna 
brilla. 

—  »  Escucha  » . . . ,  —  dice  la  mis- 
ma voz.  —  A  mi  espalda,  creo  .ver 
la  figura  de  un  hombre,  con  un  ca- 
puchín  benedictino,  que  jesticula  al 
hablar.  Sin  embargo,  el  tono  de 
su  voz  me  es  familiar,  lo  reconoz- 
co en  sus  ecos  apagados,  acaricia- 
dores é  intensos. 

—  «  Escucha. . .  Preguntas,  pobre 
diablo  de  muchacho,  el  por  qué  de 
tus  sufrimientos  inexplicables.  Des- 
de el  fondo  de  tu  espíritu  interro- 
gas á  las  cosas  sobre  el  laberinto 
de  tu  vida  interior  que  flota  á  tus 
ojos,  á  tu  corazón,  como  esas  ñores 
de  agua  que  se  entreabren  á  los 
crepúsculos  silenciosos.  Tienes  un 
nombre  en  la  literatura  de  tu  país ; 
una  bella  querida  que  te  aguarda 
palpitando  de  amor  y  de  misterio,  y 
una  radiante  juventud  de  veinti- 
cinco años.  Y  sin  embargo  tu  espí- 


i;o 


riiu  hosco  y  extraño  repudia  á  los 
hombres  que  te  aplauden,  á  los  seres 
que  te  aman  ó  que  te  odian ;  el  mis- 
terioso encanto  de  tu  amada  te  has- 
tía y  tu  cabeza  empieza  á  nevarse 
poco  á  poco .  .  Por  qué  ?  Oh  hijo 
de  tu  tiempo  que  vejetas  entre  in- 
certidumbres  y  dudas,  como  en  un 
fangoso  limo!  Tu  pecado  es  no 
creer,  porque  tu  sed  de  verdad  es 
infinita . . .  Junto  á  tu  corazón  el 
dolor  del  nuuido  ha  ido  acumulán- 
dose, como  un  lago  enorme  al  pie 
de  una  montaña  Porque  —  fermen- 
to de  todos  los  análisis,  de  todas 
las  ansiosas  íiebres  de  tu  época,  — 
han  ido  á  reventar  como  un  lupus  en 
tú  corazón  todaí?  las  creencias,  to- 
das las  falsas  idealidades  con  que  se 
han  alimentado  las  pobres  almas 
sedientas  de  Verdad,  esas  pobres 
almas  que  han  desgarrado  al  fin  las 
dudas,  dejando  en  ellas  abiertas  he- 
ridas que  sangran  su  fe  antigua,  á 
luz  del  sol  y  á  las  tinieblas  de  la 
noche  . . .  Escucha,  hijo  de  tu  épo- 
ca ,. .  No  hay  verdad  vieja  ni  nue- 
va, que  ella  es  como  un  sol  que  no 
tiene  principio  ni  fin  Son  los  hom- 
bres los  que  nacen  para  envejecer, 
y  así  como  el  recién  nacido  no  pue- 
de ver  la  luz,  así  el  hombre  no  pue- 
de aún  mirar  cara  á  cara  al  sol. 
Escucha  aún  . . .  Todas  las  Verda- 
iles  —  y  la  verdad  es  una,  —  pero 
que  el  nerviosismo  de  los  hombres 
lia  pretendido  subdivirla  en  ver- 
dad divina  y  en  verdad  humana,  — 
son  mentiras  Cuando  creemos  ha- 
llar una  verdad  verdadera,  comen- 
zamos por  dosiigurarhi,  por  llenar- 


la de  fiílsos  atributos,  hasta  defor- 
marla por  completo,  en  vez  de  es- 
cudriñar, dep^  ítir- y  de  sen 'ir  en 
su  fondo ...  He  ahí  el  por  qué  del 
malestar  de  esta  época  de  nega- 
ciones, de  escepticismos  llevados 
hasta  el  colmo  por  los  abuses  de 
los  licores  espirituosos,  de  las  dro- 
gas desequilibrantes,  como  el  has- 
chit,  el  opio,  que  reflnan  los  ner- 
vios y  hacen  asistir  a  las  transfi- 
guraciones de  una  felicidad  artificial 
y  hasta  pueril ...  Es  la  podrida  se- 
milla arrojada  á  los  surcos  de  la 
tierra  que  fecundará  el  fruto  débil 
y  hasta  mortífero! .. .  Pobres  almas 
alimentadas  por  la  podrida  mies ! » 
La  luna  brillaba  El  paisaje  pare- 
cía aclararse  como  cubierto  por 
una  pálida  bruma. 

—  Pero  . .  dije  con  voz  trémula 
—¿en  donde  está  la  verdad,  la  ver- 
dad ?    . . 

—  «  Pobre  espíritu,  solo  como  un 
navio  abandonado  al  imperio  del 
temporal !  Mira  el  pájaro  que  canta, 
el  insecto  que  zumba,  la  flor  que  se 
entreabre  á  la  caricia  de  los  vien- 
tos »  .    . 

—  Ah  !  -  volví  á  exclamar.  — 
I  Pero  la  verdad,  la  desnuda  ver- 
dad?... 

Una  carcajada  partió  desde  el 
vacío. 

—  €¡l.a  verdad  -^- respondió  la 
voz.  —  La  verdad  está  en  ti  mismo»  . 

Volví  los  ojos  hacia  atrás».  Y  vi 
mi  sombra. 


Luis  Roberto  Boza. 


lí>07 


Santiago  de  Chile. 


-<^$ÍCC^&o- 


Vous  qu^  jamáis  xim  m  d-élk 


VoHs  ((ue  Jamáis  rieii  iie  délie. 

O  nía  pauvre  ¡une  d.ins  mon   eorpi*. 

l'onrrez-vous,  nía  mclaiieolie, 

Ayant  bu  le  vin  et  la  lie. 

Oonnaitre  la  bonne  folie 

De  reteniel  repos  des  inorts. 

— Vons  si  vivaee  et  si  prolbiide. 
Auie  de  rt've  et  de  transport, 
Qui,  pareille  a  la  terre  ronde 


l'ortez  tous  les  désirs  da  monde, 
Buveusf  de  l'air  et  de  londe 
l'ourrez-voHs  entrer  dans  ee  port... 

Dans  le  port  de  ealme  sagesse, 
De  ténebres  et  de  somnieil, 
Ofi  ni  l'ainour  ni  la  détresse 
X'étirent  la  tiéde  paresse, 
Et  ne  foiit, — mon  ame  faunesse, 
SifHer  les  fleches  du  soleil... 

COMTESSE  M.\THIEi:  DE  NOAILLES. 


-    Hl 


0«  "Elegías  Oule«s" 


I'ara  "  '.Xiiolo  '' 


Hoy  desde  el  gran  camino,  bajo  el  sol  claro  y  fuerte, 
Mudo  como  una  lágrima  he  mirado  hacia  atrás, 
Y  tu  voz  de  muy  lejos,  con  un  dolor  de  muerte. 
Vino  á  aullarme  al  oído  un  triste  ¡  Nunca  más ! » 

Tan  triste  que  he  llorado  hasta  quedar  inerte . . . 
¡  Yo  sé  que  estás  tan  lejos  que   nunca  volverás ! 
No  hay  lágrimas  que  borren  los  besos  de  la  Muerte . . . 
— Almas  hermanas  mías,  nunca   miréis  atrás! 

Los  pasados  se  cierran  como  los  ataúdes. 
En  otoño,  á  la  hora  de  las  decrepitudes, 
Los  árboles  preparan  su  nueva  floración ; 

La  Vida  siempre  deja  un  horizonte  abierto : 
Vamos  por  la  hojarasca  del  gran  pasado  muerto 
Soñando  las  futuras  flores  del  corazón. 


la  barca  milagrosa 


Preparadme  una  barca  como  un  gran  pensamiento . . . 
La  llamarán  «La  Sombra»  unos,  otros  «La  Estrella». 
No  ha  de  estar  al  capricho,  de  una  mano  ó  de  un  viento: 
Yo  la  quiero  consciente,  indominable  y  bella ! 

La  moverá  el  gran  ritmo  de  un  corazón  sangriento 
De  vida  sobrehumana ;  he  de  sentirme  en  ella 
Fuerte  como  en  los  brazos  de  Dios!  En  todo  viento. 
En  todo  mar  templadme  su  prora  de  centella ! 

La  cargaré  de  toda  mi  tristeza,  y,  sin  rumbo, 
Iré  como  la  rota  corola  de  un  nelumbo 
Por  sobre  el  horizonte  líquido  de  la  mar... 

— Barca,  alma  hermana;  hacia  que  tierras  nunca  vistas, 
De  hondas  revelaciones,  de  cosas  imprevistas 
Iremos  ? . . .  Yo  ya  muero  de  vivir  y  soñar . . . 

Delmira  Agustini. 


62  — 


Mi  bu|)ardilla 


Mi  buhardilla  era  pobre  y  era  he- 
lada... y  sin  embargo,  ¡la quería 
tanto ! 

Por  la  pequeña  ventana  esforzá- 
base en  penetrar  la  luz  al  estrecho 


A    (¡reyorio  Mcrtínez  Sierra. 

recinto,  consiguiéndolo  á  medias  y 
haciendo  resaltar  en  la  penumbra, 
el  blancor  lechoso  de  las  cuartillas, 
dispersas  sobre  la  tosca  mesa  de 
trabajo,  y  las  limpias    cubiertas  del 


—  63  — 


lecho,  donde  á  veces  dormía  y  á 
veces  pensaba.  Más  pensaba  su- 
friendo, que  dormía 

Desde  la  ventanilla,  mirando  ha- 
cia abajo,  veíanse  las  viejas  y  car- 
comidas techumbres  de  Florencia, 
con  sus  chimeneas  negruzcas  y  sus 
inmundos  albañales;  mirando  más 
abajo,  las  calles  de  la  tierra  del 
Dante  aparecían  angostas,  grises  y 
torcidas  como  sierpes  intermina- 
bles; más  allá,  lejos,  la  fresca  y 
oliente  verdura  de  la  ciudad  de  las 
flores,  y  más  arriba,  muy  arriba, 
el  Armamento  límpido,  puro,  se- 
reno, teñido  del  azul  incomparable 
de  los  cielos  italianos. 

Yo  era  el  rey  paupérrimo  de  esas 
alturas  y  sentado  frente  á  la  mesa, 
patíbulo  de  mis  ejecuciones  litera- 
rias, me  pasaba  las  horas  muertas 
mordiendo  la  extremidad  del  lapi- 
cero, dejando  al  cigarrillo  quemarse 
entre  mis  dedos,  sin  fumarlo,  y  mi- 
rando fijamente  aquel  trozo  de  cie- 
lo como  si  tratase  de  arrancará  las 
nubes  un  período  altisonante  ó  una 
estrofa  musical 

Mi  buhardilla  era  pobre  y  era  he- 
lada ...  y,  sin  embargo,  la  quería 
tanto. 

¿Por  qué?  Porque  olía  bien.  ¿Y 
por  qué  olía  bien?  Porque  había 
entrado  ella.  ¿Quién  era  ella?  Una 
mujer  hermosa,  una  mujer  que 
amé;  no  sé  su  nombre,  no  me  lo 
quiso  decir  jamás,  sólo  sé  su  her- 
mosura. 

La  conocí  en  Carnaval  durante 
un  baile  de  máscaras,  en  el  teatro 
de  «La  Pérgola».  Yo  estaba  solo, 
en  un  rincón  del  patio  de  butacas, 
pensando  en  mis  amigos  y  en  mi 
país  adorado;  estaba  solo,  triste . . . 
y  rabioso  al  ver  la  alegría  de  los 
demás.  ¿Por  qué  el  ajeno  gozo  sa- 
cude tan  dolo  rosamente  los  nervios 
de  los  que  nos  hemos  olvidado  de 
reír?  Las  botellas  se  destapaban 
con  estrépito;  las  risotadas  sonaban 
como  latigazos;  el  rubio  vino,  des- 
haciendo sus  burbujas  de  ópalo, 
hervía  en  las  copas  y  la  sangre 
hervía  en  las  venas  de  aquella 
gente  que  reía,  reía,  con  la  risa 
caliente  de  la  embriaguez.  Y  yo 
lloraba  en  silencio,   con  la  frialdad 


de  muerte  que  produce  el  recuerdo 
del  tiempo  que  se  fué. 

Ella  pasó  junto  á  mi  muchas  ve- 
ces del  brazo  de  un  chambelán,  de 
un  torero,  de  un  marqués,  de  un 
polichinela,  de  un  Luis  XV,  de  un 
soldado,  de  un  ángel,  de  un  me- 
phisto  Y  yo  adiviné  las  formas 
impecables  de  su  carne  bajo  la  tela 
blanca  del  vestido  de  «Pierrette», 
y  sentí  los  dardos  de  sus  ojos  de 
hada,  que  atravesaban  centellean- 
tes los  agujeros  de  la  careta  azaba- 
che, menos  negra  que  la  brillante 
cabellera  sedosa. 

Se  detuvo  ante  mí. 

—¿Por  qué  tan  triste? -me  dijo, 
mientras  su  boquitín  húmedo  y 
bermejo  sonreía  amable  bajo  los 
encajes  del  antifaz.  No  sé  lo  que 
pasó  por  mí:  aquel  maremagnum 
de  gentes,  llenas  dé  colorines  y  de 
cascabeles  que  danzaban  gritando 
locamente,  no  había  logrado  ma- 
rearme; aquella  «Pierrete»,  de  la 
cual  no  se  conocía  con  seguridad  la 
belleza,  ine  trastornó  al  primer  so- 
nido de  su  voz  aterciopelada.  Ebrio, 
dando  traspiés,  la  seguí  hasta  un 
palco  de  tercera  fila 

Nervioso,  roído  por  ese  desasosie- 
go inexplicable  producido  por  el 
deseo,  yo  estrujaba  entre  mis  manos 
la  careta  que  se  había  quitado  y  ad- 
miraba su  belleza.  ¿Cómo  descri- 
birla? 

—Piensa  que  soy  un  escritor  po- 
bre, triste . . . 

—Por  esto  te  quiero;  yo  seré  tu 
alegría   Iré  á  tu  estudio, 

—Mi  estudio  es  un  hueco;  mis  ri- 
quezas, mis  ideas ;  el  adorno  de  mi 
casa,  un  trozo  de  cielo. 

— Tu  adorno  seré  yo . . .  iré  á  vi- 
sitarte. 

Y  tanto  insistió,  que  cedí. 

Dos  veces  por  semana  e.speraba 
temblando,  ansioso,  su  venida.  ¡Ay!, 
los  minutos  se  me  antojaban  siglos. 
Al  fin  veía  aparecer  allá  abajo,  en 
la  calle,  un  puntito  negro  que  acer- 
cábase marcando  poco  á  poco  sus 
formas  impecables  de  mujer;  luego 
su  manita  enguantada  se  agitaba 
saludando,  y  su  boca  de  perlas  se 


entreabría  sonriendo,  ün  momento 
después  me  acariciaba  el  oído  el 
«frou  frou»  de  la  seda  de  sus  ropas, 
y  el  repiqueteo  de  sus  piececitos 
menudos  sobre  los  ladrillos  de  la  es- 
calera reproducíase  como  martilla- 
zos dentro  de  mi  pecho.  Aquella  mu- 
jer fué  un  oasis  para  el  desierto  de 
mi  vida.  ¡Vh!  ¡Si  la  amé!  ¡¡Cómo  la 
amé!!  ¡¡Cuánto  la  amé!l  ¡Oh,  cuántas 
horas  de  pasión,  las  manos  entrela- 
zadas, mirándonos  Ajámente;  ella 
como  si  quisiese  verter  su  alma  con 
l;i  mirada;  yo  como  si  quisiera  hun- 
dirme en  el  abismo  de  sus  ojos  ne- 


(-.4  — 

La  dejé  partir  sin  una  lágrima, 
anonadado;  pero  cuando  su  silueta 
hubo  desaparecido,  allá  en  la  esquina 
de  la  torcida  calle  .  .  me  sontí  mo- 
rir. Poco  apoco  las  paredes  de  mi 
cuartucho  se  borraban  á  mi  vista, 
y  probé  la  espantosa  sensación  de 
hallarme  solo  en  una  inmensa  lla- 
nura Huí  como  loco  en  busca  de  un 
sitio  donde  viera  gente.  Tenía  aún 
unas  cuantas  monedas;  fui  al  juego, 
y  gané,  gané  mucho  dinero.  Pasé 
quince  días  sin  acordarme  de  mi 
buhardilla;  de  acá  para  allá,  vino, 
alegría,  aventuras  fáciles  y  amores 


IIenry  Bataillk 


gros!  Un  día  su  visita  ftié  la  última. 
]\'o  podía  hablar,  balbuceó,  hizo  pu- 
cheros, protestó  que  me  adoraba  .  . . 
pero  me  dio  un  golpe  mortal 

— Tengo  deberes,  sabes,  chiquito; 
tengo  marido;  me  marcho  Si  quie- 
res dinero,  no  te  ofendas,  te  lo 
puede  ofrecer;  pero  volver  aquí,  es 
imposible;  no  averigües  cómo  me 
llamo;  no  me  busques,  si  quieres 
agradecerme  cuanto  por  ti  he  he- 
cho; resígnate  Te  quiero,  chiquito; 
sabes,  te  amo  tanto .  . 

Y  me  besó  con  desesperación  en 
los  labios. 


mentidos 


pero  la  última  mo- 


neda se  fué,  y  hube  de  volver  á  la 
buhardilla  una  tarde  de  invierno. 

Apenas  la  abrí,  un  vaho  perfu- 
mado me  azotó  la  cara:  el  perfume 
embriagador  era  el  de  Ella.  En  un 
vaso,  lánguidas  y  marchitas,  ago- 
nizaban unas  cuantas  violetas;  eran 
flores  que  había  traído  Ella .  .  y 
que  duraban  lo  que  su  amor.  Sobre 
el  blanco  lecho,  dos  guantes  de  Ella 
yacían  olvidados.  Singular  sensa- 
ción: yo  sentí  aquellos  guantes  den- 
tro de  mi  pecho,  atenazándome  el 
corazón  con  sus  dedos  de  piel.  ¡Dios 


—  65 


mío!   !Ella,   siempre  Ella,  por  do- 
quiera, y  Ella  no  estaba! 

Huí  de  nuevo  de  aquel  sitio  donde 
todo  me  recordaba  el  amor  muerto. 
Vagué  con  mi  tristeza. . .  llegó  la  no- 
che. ..  me  venció  el  sueño,  pero  no 
tuvo  valor  para  volver  á  mi  buhar- 
dilla. Fui  ala  plaza  de  la  Signo- 
ría»,  y  bajo  los  pórticos,  al  pié  de 
las  estatuas,  me  tendí  á  dormir. 
Hacía  un  frío  siberiano,  el  viento 
rugía,  las  estatuas  vacilaban:  una, 
representando  el  rapto  de  las  sabi- 
nas, á  mí  más  cercana,  temblaba, 
amenazando  caer.  La  dirigí  la  vista 
asustado;  las  desnudas  formas  de 
las  sabinas  me  traían  una  reminis- 
cencia amarga   de    su    cuerpo   de 


diosa;  entonces  me  volví,  arrebu- 
jándome en  mi  gabán  raído  . . .  pen- 
sando en  Ella.  A.I  fln  pude  llorar 
copiosamente. 

Me  despertó  un  amigo  cuando  la 
noche  había  pasado,  pero  no  había 
pasado  mi  llanto. 

Le  referí  la  historia. 

— ¡Bah,  tontón — me  dijo — ¡Lloras 
por  una  mujer! 

—No  -respondí-:  no  lloro  por 
ella,  lloro  porque  no  puedo  volver, 
no  sé  volver  á  mi  buhardilla  . .  . 
¡Ay!  ¡Y  mi  buhardilla  era  pobre  y 
era  triste  ...  y,  sin  embargo,  ía 
quería  tanto! 

Felipe  Sassonr. 


Nocturno 


Para  -4i'olo. 


Xo  son  todos  los  ((lie  están, 
Xi  (istáii  todos  los  iiue    son. 


La  cárcel  está  obscura  como  hosco  monasterio, 
La  noche  sus  crujías  esfuma,  ya  borrosas, 
Y  en  la  quietud  solemne  de  las  dormidas  cosas 
Hierático  un  silencio  ahonda  su  misterio. 


La  pena  del  Delito  aquí  tiene  su  imperio, 
Del  Crimen  aquí  vagan  las  sombras  horrorosas, 
Y  el  suspirar  de  todos,  en  ondas  angustiosas, 
Un  coro  inmenso  eleva  de  lúgubre  salterio. 

Haciendo  buena  guardia,  en  su  nocturno  vela 
Del  intranquilo  sueño  de  miserables  entes. 
En  el  sombrío  claustro  se  yergue  el  centinela; 

Pero  en  la  masa  informe  de   locos  delincuentes, 
Precitos  que  el  insomnio  con  su  terror  desvela, 
No  todos  son  culpables,  también  hay  inocentes! 


Adrlano  M.  a  guiar. 


—  (;t;  — 

Panteísmo 


Los  dos   sentimos  ímpetus  reflejos, 
oyendo  —junto  al   mar  —  los  fugitivos 
sueños  de  Gluc  y  por  los  tiempos  viejos, 
rodaron  en  su  tez  oros  furtivos  . . . 

La  luna  hipnotizaba  nimbos  vivos, 
surgiendo  entre  abismáticos  espejos. 
Calló  la  orquesta  3'  descendió  á  lo  lejos 
un  enigma  de  puntos  suspensivos  , . . 

Luego :  la  Inmensidad,  el  astro,  el  hondo 
silencio,  —  todo  penetró   hasta  el  fondo 
de  nuestro  ser  . . .  Un  inaudito   halago 

de  consubstanciación  y   aéreo  giro, 
electrizónos  y  hacia  el  éter  vago 
subimos  en  la  gloria  de  un  suspiro  ! . . . 


Pm-a  Apolo. 


Bromuro  romántico 


Burlando  con  frecuencia  el  vasallaje 
de  la  tutela  familiar  en  juego,— 
nos  dimos  citas  á  favor  del  ciego. 
Azar,  en  el  jardín  —  tras  el  follaje  . . . 

Frufrutó  de  aventura  tu  aéreo  traje 
sugestivo  de  aromas  y  de  espliego, 
y  evaporada  entre  mis  brazos,  luego 
soñaste  mundos  de  arrebol  y  encaje  . . . 

Libres  de  la  zozobra   momentánea, 

—  sin  recelarnos  de  emergencia  alguna - 

en  los  breves  silencios,  oportuna 

te  abandonabas  á  mi  fe  espontánea 
y  sobre  un  muro  al  trascender,  la  luna 
nos  denunciaba  en  frágil  instantánea 

Julio  Herrera  y  Reissig. 

Montevideo —  «Torre  de  los  l'auoranias». 


67  — 


Tarde  de  olofto 


Saloncill  o    elegante,  tle  «ust.-»   modcriio.  Balcón   á  la  calle.  Día  gris,  lluvioso.   Perso- 
najes: Elena,   Tristán  .  .  . 


TRISTAN 

I  Pintas  mucho  ? 

ELENA 

No ;  la  pereza  me  mata 

TRISTÁN 

Te  encuentro  muy  cambiada,  Ele- 
na. Has  perdido  aquella  alegre  in- 
quietud, aquella  sugestiva  expan- 
sión de  los  primeros  años.  Estás 
reservada,  indolente  Si  no  te  cono- 
ciera desde  niño  y  tuviese  la  segu- 
ridad de  tu  afecto,  creería  que  tienes 
algún  motivo  de  enojo  contra  mí. 

ELENA 

¡  Quién  sabe  ! 

TRISTÁN 

¿Es  posible?  Siempre  me  inspi- 
raste un  afecto  noble,  levantado.  Y, 
te  lo  juro,  nunca  pensé  producirte 
la  más  leve  contrariedad, 

ELENA 

Lo  sé. 

TRISTÁN 

¿  Entonces . . .  ? 

ELENA 

Cosas  de  la  vida.  \  veces  lo  insig- 
nificante, lo  fútil,  lo  pasajero,  ejerce 
sobre  nosotros  una  influencia  deci- 
siva. 

TRISTÁN 

Pero  observa  que  en  este  caso, 
para  la  persona  supuesta,  lo  acce- 
sorio se  transforma  en  transcen- 
dental. 

ELENA 

Así  es  la  vida.  Todo  cambia,  todo 
pasa;  las  cosas  sólo  tienen  un  valor 
relativo.  La  existencia  de  los  demás, 
con  ser  tan  valiosa  como  la  nuestra , 
es  sólo  accidental  en  lo  que  á  cada 
uno  de  nosotros  respecta. 


TRISTAN 

Estás  divinizando  la   teoría  del 
egoísmo. 

ELENA 

Quizá  porque  sea  el  egoísmo  lo 
único  divino. 

TRISTÁN 

iNo  discutamos :  concreta.  ¿  En  qué 
he  podido  molestarte  ? 


En  nada. 
Dímelo 


ELENA 


TRISTAN 


ELENA 


Las  ofensas  no  están  ni  en  las  pa- 
labras ni  en  los  hechos,  están  en  la 
intención  Y  tú  acabas  de  confesar 
que  nunca  estuvo  en  tu  ánimo  el 
interés  de  desagradarme. 

TRISTÁN 

Es  cierto.  Pero  ¿  y  si  sin  darme 
cuenta  ?  . . . 

ELENA 

Da  lo  mismo  La  inconsciencia  no 
es  responsable. 

TRISTÁN 

De  todos  modos ... 

ELENA 

Desengáñate,  Tristán; yo  soy  fata- 
lista. Nuestra  voluntad  se  quiebra 
muchas  veces  ante  el  destino.  El 
plan  mejor  combinado  se  derrumba 
al  soplo  de  lo  desconocido.  Sólo  una 
voluntad  perseverante  consigue  lo 
que  se  propone ;  pero  no  como  la 
mente  lo  sueña,  sino  á  costa  de 
grandes  sacrificios  y  como  la  suerte 
se  lo  da. 

TRISTÁN 

Me  encantan  esas  filosofías,  Elena. 
Pero  sepamos :  ¿  hay  en  tu  vida  al- 
go irreparable  ? 


(iS 


ELENA 

Ya  te  he  dicho  que  no  creo  en  lo 
imposible  Si  los  medios  ?on  buenos 
para  conseguir  el  fin,  todo  puede  lo- 
grarse ;  i  pero  con  qué  serie  de  tor- 
turas muchas  veces! 

TRISTÁN 

Me  entristecen  tus  palabras.  Hay 
en  ellas  una  amargura  recóndita, 
infinita.  En  este  instante  me  siento 
estrechamente  ligado  á  ti.  Quisiera 
tener  en  mis  manos  tu  felicidad,  y 
aunque  fuese  con  el  sacrificio  de  la 
mía,  dártela.  No  hay  en  esto  un  im- 
pulso cortés  de  complacerte,  no;  es 
cariño,  es  amistad,  es  dolor:  lo  que 
tú  quieras.  Pero  es  así. 

ELENA 

Me  sería  muy  cómodo  creerte ;  pe- 
ro aun  reconociendo  tu  sinceridad, 
renuncio  á  ello 

TllISTÁN 

i  Qué  enigma  hay  en  todo  esto  ? 

ELENA 

¿  Enigma  ^  Tú  lo  has  dicho.  De  mis 
labios  no  saldrán  más  que  palabras 
imprecisas,  acentos  borrosos.  ¡  Ah, 
Tristán !  Ni  yo  misma  sé  lo  que  sien- 
to. ¿Enigma?  Tú  lo  has  dicho  No 
me  preguntes  más,  no  me  pregun- 
tes más 

TRISTÁN 

Tú  siempre  fuiste  transparente 
para  mí. 

ELENA 

Y  lo  sigo  siendo.  Observa  que 
cuando  la  superficie  de  nuestro  lago 
está  turbia  para  nosotros,  no  está 
diáfana  para  nadie. 

TRISTÁN 

¿No  eres  dichosa,  Elena? 

ELENA 

¿  Lo  eres  ti'i  ? 

TRISTÁN 

No. 

ELENA 

¿  Por  qué  ? 


TRISTÁN 

¡  Quién  sabe ! 

ELENA 

Eres   vengaiivo.    Me  ocultas    tu 


pensar. 


TRISTÁN 


No,  Elena;  es  que  desconozco  la 
causa.  Cuanto  me  rodea  me  es  agra- 
dable ;  pero  tengo  un  vacío  en  el 
alma  que  no  acierto  á  llenar. 

ELENA 

¿  No  te  basta  con  el  amor  de  tu 
esposa  ? 

TRISTÁN 

Quizá  sí . . . 

ELENA 

¿  Entonces  ? . .  . 

TRISTÁN 

¿  TÚ  no  concibes  que  el  exceso  de 
felicidad  puede  labrar  la  desgracia 
de  una  persona  ? 

ELENA 

El  exceso  de  comodidad,  de  pla- 
cer, sí.  De  felicidad,  que  es  alegría 
del  alma,  ilusión  de  la  mente,  en- 
canto de  los  sentidos,  no.  La  felici- 
dad escapa  pronto.  Guando  nos  in- 
vade el  hastío,  ya  hace  tiempo  que 
nos  dejó,  quizá  sin  saberlo  nosotros, 
porque  aun  perduraba  en  el  alma  sa 
deliciosa  embriaguez. 

TRISTÁN 

Es  verdad.  (  Pau<-a ). 

ELENA 

i  Tristán  ! 

TRISTÁN 


Elena ! 


ELENA 


¿Te  acuerdas  de   nuestra  juven- 
tud? 

TRISTÁN 


No  la  olvidaré  nunca! 


ELENA 

Qué  días  tan  felices. 

TRISTÁN 


¡Oh,  sí! 


-  69  — 


ELENA 

I  Los  recuerdas  algunas  vez  ? 

TRISTÁN 

¿  Los  ha  olvidado  tü  ? 

ELENA 

No. 


TRISTAN  « 

Son  esas  escenas  candorosas  y 
tiernas  de  la  infancia  la  música  que 
conforta  el  espíritu  en  los  días  de 
tedio  (Pausa)  Veo  que  sonríes. . . 
I  Te  gusta  oirme  ? 

ELENA 

i  Oirte?  i  Me  encantó  siempre  I 
Vicente  ALMELA. 


-o{iaCCCÍs}o- 


Oróníca  botia^vetise 


I\n 


Ai'i>i.o. 


ÁiitiijO   ¡'(''rp:   1/   Curia: 

Cumplo  mi  promesa. 

Este  pobre  rincón  del  mundo  es 
bueno  que  se  conozca  un  poco. 

Buenos  Aires  es  sin  duda  alguna 
una  gran  ciudad,  asto  nadie  lo 
niega,  pero  una  gran  ciudad  mi- 
crocéfala,  un  monstruo  puro  estó- 
mago 

El  ambiente  intelectual  de  Bue- 
nos Aire?,  es  un  ambiente  tísico  en 
el  cual  se  acatarran  los  cerebros 
jóvenes  y  agonizan  dolorosamente 
los  cerebros  hechos.  Se  dice  por 
ahí,  que  la  culpa  de  esta  debilidad 
la  Tiene  la  juventud  del  país,  el 
poco  tiempo  que  hace  salió  de  la 
tutela  maternal  de  España...  pe- 
ro .    .  en  fin,  pueda  ser. 

Aquí  no  hay  nada,  amigo  Pérez. 
Aquí  todo  es  superficialidad,  tilin- 
guería  pura.  Aquí  nada  se  toma  en 
serio;  ni  el  Arte,  ni  la  Ciencia,  ni  la 
Moral,  ni  la  Política !  ¡  Nada  ! 

La  preocupación  c^ioll'y  es  la  ri- 
queza fácil,  sea  por  medio  de  un 
casamiento  rfe  co»reniencin,  sea 
por  la  política  que  facilita  la  intro- 
ducción de  las  uñas  en  las  arcas  del 
Estado  Ahora  también  se  cree 

en  las  revistas  ilustradas,  -  ¡  una 
verdadera  peste,  amigo  Pérez  y  Cu- 
ris !  —  en  el  teatro  popular,  resumi- 
dero donde  van  á  parar  todos  los 
desperdicios  intelectuales,  y  hasta 


en  los  libros  !  .  .  .  Así  mismo,  ami- 
go mío ;  figúrese  Vd.  como  estará 
el  arte  por  estos  i>  'g  y<t. 

Ayer  fui  al  café  Hrasii 

El  café  Brasil  está  situado  en  la 
calle  Corrientes,  al  lado  del  Teatro 
Nacional.  Es  un  café  donde  se  reúnen 
los  artistas  del  Teatro,  los  aficiona- 
dos á  la  literatura,  los  bohemios  de 
todas  clases,  algunos  anarquistas 
intplec'uoles,  los  amigos  de  la  pose 
artística,  y  todos  los  melenudos  an- 
siosos de  exhibición.  Yo  no  sé  en 
que  grupo  colocarme. 

Allí  se  charla  de  todo  Allí  se 
desahogan  los  odios,  se  echan  á  vo- 
lar las  ilusiones  juveniles,  se  pro- 
yecta, se  calumnia,  se  alaba,  se 
insulta.  .  Se  recitan  poesías  fres- 
cas, se  caricatura  «  á  la  minuta  », 
se  leen  y  se  comentan  juicios,  se 
tiene  ocasión  para  robar' ideas,  pla- 
giar innovaciones .  .  y,  etcétera. 
Las  novedades  de  toda  clase  se  sa- 
ben allí. 

—  Che,  no  sabes  nada  ?  Fulano 
publica  un'  libro. 

—  No  sabes  la  novedad  ?  Zuta  no 
ha  presentado  una  obra  al  teatro. 

—  Te  das  cuenta  ?  Mengano  ha 
expuesto  una  colección  de  acuare- 
las en  lo  de  Witcomb  ! 

Y  así 

Los  que  trabajan,  van  al  café 
Brasil  los  sábados  para  enterarse 


—  70 


En  la  fotografía  L'Aiglon  estuvo 
expuesto  hasta  ayer  un  yeso  de 
Andina. 

Es  un  hermoso  grupo  que  el  au- 
tor ha  titulado  Náufragos.  Un 
hombre  de  medio  cuerpo  desnudo, 
sosteniendo  con  el  brazo  izquierdo 
á  una  mujer  semidesmayada  que 
tiene  en  sus  brazos  un  niño  asom- 
brado, en  actitud  de  asirse  á  una 
roca  que  sobresale  entre  las  en- 
crespadas olas  de  la  mar.  Las  ex- 
presiones son  de  una  exactitud 
asombrosa,  los  detalles  anatómicos 
bien  estudiados  sin  llegar  al  ridícu- 
lo extremo  del  joyero,  el  conjunto 
armónico  y  la  ejecución  artística 
admirable  Toda  la  prensa  le  ha 
aplaudido  con  justicia,  cosa  que 
pocas  veces  sabe  hacer  la  prensa 

Emiho  Andina  ha  triunfado  con 
esta  escultura  que  se  dice  será  com- 
prada por  la  Municipalidad  para 
adornar  los  paseos.  En  la  Exposi- 
ción Internacional  Permanente  de 
Italia,  tiene  El  Picapedrero  que 
yo  reproduje  en  «  Germen  ».  Es  un 
artista  filósofo,  una  voluntad  indo- 
mable y  todo  un  carácter.  Cuando 
yo  le  visité  en  su  taller  de  Recoleta, 
me  mostró  la  baranda  de  su  cama 
que  le  sirvió  de  sostén  para  la  obra 
en  barro.  Entre  un  hambre  y  un 
desvelo  ha  podido  llegar  á  triunfar 
contra  todos  sus  enemigos,  sin  do- 
blegarse, sin  humillaciones  .  . . 

Podría  servir  de  modelo  á  mu- 
chos. 

¿  Usted  oyó  hablar  de  Pelele  ?  Es 
un  dibujante  que  publicó  en  París 
un  álbum  con  las  caricaturas  délos 
sud-americanos  «  de  plata  »  que  pa- 
seaban por  Europa.  Rueño,  este 
Pelele  expuso  en  el  salón  de  Wit- 
comb  una  serie  de  caricaturas  del 
cuerpo  de  profesores  de  las  varias 
facultades,  y  otros  »  personajes  ». 

Vo  entiendo  que  la  caricatura  no 
debe  ser  un  mal  retrato,  ni  un  re- 
trato hecho  de  dos  plumadas  y  cua- 
tro pincelazos  más  ó  menos  mal 
puestos.  La  caricatura  para  mí,  es 
el  estudio  psicológico  de  un  tipo, 
hecho  á  pluma;  al  lápiz,  al  óleo  ó  á 
la  acuarela,  de  una  manera  satírica. 
Lo  que  la  fotografía  no  es  capaz  de 


expresar,  debe  expresarlo  la  cari- 
catura. Exagerando  el  flsico,  ha- 
ciendo hablar  á  los  rasgos  fisonó- 
micos  y  deformando  las  expresiones 
debe  el  caricaturista  llegar  á  dar 
una  idea  del  carácter,  inteligencia 
y  aptitudes  de  su  caricaturado. 

Los  atributos  deberán  usarse  con 
mucha  moderación,  porque  sino  re- 
sultaría una  alegoría  personal  cada 
dibiyo.  Después  de  todo  esto,  hacer 
que  se  conozca  al  tipo,  es  el  triunfo 
de  una  caricatura,  arte  difícil  por 
demás. 

Pelele  no  ha  tenido  en  cuenta 
nada  de  esto. 

«El  Record»  es  una  revista  de 
educación  física  y  deportes  que  se 
anuncia  para  fines  de  Febrero. 

Santiago  Fuster  y  Castresoy  es 
el  director  de  «El  Record». 

Dícese  que  será  la  única  en  su 
género,  por  el  lujo  y  la  presenta- 
ción artística. 

Fuster  Castresoy  es  considerado 
wno  de  los  mejores  reporters  de 
aquí.  Esto  hace  esperar  un  triunfo 
ruidoso    Esperemos. 

Se  han  formado  dos  sociedades: 
La  de  «  Autores  Dramáticos  y  la 
de  «  Actores  Dramáticos  ». 

En  la  comisión  de  la  primera  for- 
man parte  dramaturgos  conocidos 
como  Sánchez,  Zabalía  y  otros. 

La  de  actores  no  la  conozco. 

Hoy  apareció  el  primer  número 
de  «  Buenos  Aires  Ilustrado  ^  revis- 
ta semanal  á  diez  centavos  que  no 
trae  absolutamente  ninguna  nove- 
dad. 

Se  habla  de  otra  revista  más 
( i  cuando  yo  le  decía  que  era  una 
verdadera  peste  ! )  de  carácter  ga- 
lante, sensualista  y  cómico 

Creo  que  se  llamará  «  El  Morron- 
go »  y  lo  dirigirán  los  dibujantes 
Wiedner  y  Henavente. 

En  otra  seré  más  extenso. 

Un  apretón  de  manos  de  su  affmo. 

Alejandro  Sux. 

Buenos  Aires,  Enero  de  1908. 


I 


80 


h:  O  s  jPs.  ]sc  ]sr  jPs. 


Pueblo,  bésame  en  la  frente 
como  si  fueras  pampero, 
yo  soy  tu  cantor  y  quiero 
saturarme  con  tu  ambiente 
Mi  esperanza  te  presiente, 
mi  fe  en  la  noche  te  augura 
rompiendo  la  ligadura 
que  á  la  miseria  te  liga 
como  nna  bíblica  espiga 
De  la  cosecha  futura 

¡El  poeta!  En  el  taller 
del  alma  un  tesoro  labra, 
para  él  tiene  la  palabra 
curvaturas  de  mujer , . . 
i  Pueblo !  Yo  voy  á  encender 
la  fogata  del  ensueño  . . . 
porque  me  sobra  el  empeño 
entre  la  sombra  que  crispa    . 
¡la  lira  arroja  la  chispa 
y  cada  estrofa  es  un  leño ! 

De  las  montañas  él  sabe 
lo  que  piensan  las  alturas ; 
el  poeta  en  sus  locuras 
de  luz  traduce  algo  grave  . . . 
Oh,  pueblo  !  yo  soy  el  ave 
que  canta  tu  libertad 
y  cruza  la  inmensidad 
de  tus  nostalgias  de  ilota, 
como  cruza  la  gaviota 

las  nubes  de  tempestad. 

¡  Libertad !  lucho  por  ella 
con  la  espada  de  la  estrota; 
para  el  áspid  de  la  mofa 
tengo  el  desdén  de  la  estrella. 
Marco  en  la  frente  la  huella 
de  los  bríos  duraderos; 
en  mi  embriaguez  de  luceros 
desprecio  de  loco  el  mote  . . . 
¡  es  tan  grande  Don  Quijote 
cuando  aplasta  los  carneros! 

La  Platu. 


Pueblo,  yo  soy  tu  cantor 
y  quiero  en  mis  arrebatos 
abofetear  tus  Pilatos 
con  puños  de  gladiador. 
Yo  anhelo  con  el  fulgor 
del  incendio  en  que  me  abraso, 
dejar  con  la  noche  un  trazo 
que  de  lejos,  brille  y  sea, 
la  proyección  de  una  idea 
sobre  la  sombra  de  un  brazo ! 

Muestra,  pueblo,  tus  martirios, 
lanza  tus  hondas  querellas 
como  un  rebaño  de  estrellas 
en  una  pampa  de  lirios. 
Yo  cantaré  tus  delirios 
en  harmonías  bizarras 
y,  si  altivo,  te  desgarras 
agrandaré  mis  enojos 
para  ungir  mis  versos  rojos 
con  la  sangre  de  tus  garras  ! 

Por  eso,  tiembla  y  palpita 
con  tu  lenguaje  soberbio 
como  el  chasquido  de  un  nervio 
en  mi  nostalgia  inflnita . . 
Pueblo,  yo  escucho  la  cuita 
de  tus  tristezas  aciagas  ; 
y  en  el  antro  donde  vagas 
llenar,  compasivo,  quiero  : 
de  lirios  tu  estercolero 

y  de  bálpamo  tu?  llagas. 

¡Oh,  pueblo!  muestra  tu  andrajo 
y  prosigue  la  jornada 
cantando  en  la  barricada 
marsellesas  del  trabajo  .   . 
Tu  poeta,  desde  abajo 
buscará  la  redención, 
porque  lleno  de  pasión 
ya  le  parece  tener : 
¡  la  cabeza  de  Chenier 
en  los  hombros  de  Dantón  ! 


Francisco  Aníbal  Rui. 


<^-^CCC^1}t>- 


p"ie:bp2.es 


Noche. 

En  la  ciudad  sola  y  triste  so- 
pla un  viento  de  melancolías. 
Nada  os  gris,  porque  todo   es 


l'ara  Ai'üi.o. 


negro  :  sin  estrellas  el  cíelo,  y  sin 
luna  ...  Y  los  hombres  .  .  .  Ah!, 
los  hombres  ... 

En  las  calles  rectas,  los  focos 


—  81 


de  luz  eléctrica  en  hilera,  —  de 
cuadra  en  cuadra  .  .  .  Los  focos, 
ellos,  los  solitarios  aquella  no- 
che. ¡  Quién  sabe  porqué  ! 

Cruzo  las  calles  . . .  Una  lluvia 
fría,  delgada,  sín  ruidos,  me 
tamborileaba  en  el  rostro . . .  Mis 
pasos  resuenan  en  las  veredas 
produciendo  un  eco  lejano,  como 
bajo  las  bóvedas  de  un  cemente- 
rio. Peculiaridades  de  la  atmós- 
fera ! 

¡  Qué  canción  entonaban  las 
acacias  y  los  pinos! 

Tristezas  aqui  dentro  ...  oh 
desolación ! 

Yo  no  sé  .  .  .  Terrón  de  azú- 
car, duro.  Espíritu  con  plétora 
de  almibares  nectáricos,  que  qui- 
siera encontrar  el  que  ha  sofiado 
para  volcarse  en  él.  Ese  diáfano, 
puro,  que  sabe  no  le  engallará 
porque  lo  vé  .  .  .  ¡  Gota  de  rocío 
en  la  corola  de  una  azucena,  con 
sus  hermosos,  con  sus  irisados 
cambiantes  bajo  el  sol  ... ! 

Eumbo  á  mí  alcoba  voy  por 
las  calles  meditabundo  . .  .  Pien- 
so en  auroras  de  días  nuevos,  en 
las  mañanas  primaverales  del 
porvenir,  y  en  las  casitas  blan- 
cas como  palomas  dentro  del 
marco  de  la  mies  de  oro  de  los 
trigales. 

Allá  á  lo  lejos  el  coche  fúne- 
bre pasa  muy  lento  ...  Y  refle- 
xiono :  ¡  Cómo  tarda  el  entierro 
de  lo  que  ha  muerto  ! 

Los  piquetazos  lo  han  destrui- 
do todo.  Eso,  putrefacto,  apes- 
t'i  •  .  .  ¿ .  .  .  ?  Sí !  Y  también  son 
culpables  los  caballos  del  con- 
vencionalismo y  el  prejuicio. 

No  les  rompáis  las  patas ;  pi- 
cadlGS,  que  ya  llegarán  ! 

La  Plata. 


El  viento  sopla  recio. 

Noche  triste,  negra,  de  insom- 
nio, de  invierno. 

Un  silbido  intenso,  prolonga- 
do, ascendente  y  descendente,  de 
ulular  quejumbroso,  penetra  por 
las  rendijas  de  mi  puerta  ...  Y 
uno  se  siente  solo,  apartado,  le- 
jos ...  ¿Y  los  otros?  Duermen 
tranquilamente.  No  saben  de  la 
grandeza  fosforescente  del  solita- 
rio ...  Y  estos  cerebros  nuevos, 
sin  prejuiciosidades,  anormales 
si  se  quiere,  están  cada  vez  más 
ensimismados,    más  consigo  .  .  . 

Son  horas  semi  -negras, . . .  Re- 
membranzas, reminiscencias  de 
algo,  que  hacen  sufrir  y  gozar  al 
que  padece  .  .  : 

Después,  todo  cae  extenuado. 
¡No  se  puede  más! 

Es  el  peso  de  una  educación 
bastarda  que  hizo  al  místico  ¡ 

Estudien  los  psicólogos  á  estos 
modernos  cantores,  que  luchan, 
característicos  de  una  época  de 
febrilidades  impacientes !  Her- 
moso tema  el  que  presentan  es- 
tos sublimes  poetas  que  yo  amo, 
que  llevan  palpitante  en  sí,  vi- 
brando como  un  augur,  el  color 
rojo  de  sus  trágicas  neurosis!  . 
Allí,  en  esas  retinas,  hay  algo 
explorador  de  mundos   nuevos. 

Duerman  los  soñadores;  res- 
tauren sus  fuerzas  para  las  lu- 
chas diarias.  Y  eduquen  á  los  que 
vienen,  —  basamentos  de  aquella 
Humanidad  de  hombres  libres, 
de  corazones  amorosos  .  .  . 

¡Que  los  corpúsculos  prejui- 
ciosos  que  en  la  sangre  quedan, 
se  irán  extinguiendo  ante  los  ro- 
jos, que  los  suplantarán  . . .  Has- 
ta que  se  haga  el  Integro  ! ! 

Fernando  M.  del  Intento, 


82  — 


Pascuas  í)ritnavetaUs 


Primavera. — Los  plátanos 
Vuelven  á  retoñar,  y    su  follaje 
De  un  verde  amarillento  de   cimófana 

Se  destaca  en  la  calle 
Como  un  haz  de  madroños  agitados 

Por  la  brisa;  en  el  aire 
Hay  comunión  de  aromas;  los  recuerdos 

En  el  alma  renacen 
y  hay  sangre  en  las  mejillas  de  las  vírgenes, 

Y  hay   plétora  en  la  flora   del  paisaje. 

r 

Pueblan  las  avenidas 
Frufrús  de  seda  y  gorgoritos  frágiles 
De  femeninas  voces;  errabundos 
Pajarillos  se  posan  en  los  árboles; 
Flores  de  madreselva  sobre  el  césped 

De  los  jardines  caen, 

Y  están  de  fiesta  todos  los  espíritus 

Y  todas  las  conciencias  en  el  parque, 

A  la  sombra  dulcísima 
Que  dilatan  los  sauces. 

¡Oh,  el  perfume  divino 
Que  oculta  entre  los  pliegues  de  sus  chales 
La  virgen  Primavera  y  se  derrama 
Sobre  el  negro  florón  de  mis  pesares! 

¡Oh,  la  eterna  alegría 
Del  pájaro  en  la  selva!  ¡Oh,  el  tremante 
Corazón  de  las  frondas  donde  quiebra 
El  sol  sus  rayos   invadiendo  el  parque! 

¡Salve  á  ti  que  presides  la  agonía 
Fugaz  del  tedio,  Primavera,  salve! 
Cuando  á  mi  huerto  vienes  mi  tristeza 
Se  convierte  en  la  gloria  de  mis  tardes. 


Primavera,  contigo 
Reflorece  el  jardín  de  mis  ideales. 


Pérez  y  Curis. 


—  83  — 

Ideas 

Del  libfo  "flltna  Tfágica** 

Para  el  artista  que  no  ahoga  su  fantasía  en  el  mero  sensacionis- 
ino,  hay  en  la  estética  de  la  línea  tal  cantidad  de  Dios,  talvez 
mayor,  inmensamente  mayor,  que  la  que  cree  columbrar  el  asceta 
desde  su  reclusión  claustral. 


Los  individuos  que,  por  la  promesa  de  la  g-loria  futura  que  les 
asegurará  el  perpetuo  goce,—  hanse  petrificado  en  la  frase  de  Kem- 
pis:  vanidad  es  amar  la  presente  vida;  vanidad  es  amar  lo  que  tan 
presto  pasa,  —  han  ido  mutilando  lo  que  de  Dios  existe  en  la  Natu- 
raleza, con  ese  régimen  impuesto  de  espantosa  y  estéril  soledad. 


En  el  arte  como  en  el  amor  se  opera  el  prodigio  de  la  fecundidad. 
La  vida  es  su  más  bello  florecimiento. 


¡  Oh  pensamiento  !  en  vano  te  esfuerzas  por  abarcarlo  todo,  con 
tu  vuelo  audaz  ;  en  vano  es  que  tu  implacable  bisturí  vaya  disecán- 
dolo todo ... 

...  El  poder  de  tu  visual  centuplicóse  con  el  poder  do  la  lente,  y, 
con  el  ansia  suprema  del  que  desea,  araílastc  el  rostro  de  lo  infini- 
tamente sombrío,  sin  poder  conseguir  nada  de  la  verdad  que  te  pro- 
ponías; 

. . .  Está  fuera  de  ti,  escapa  á  tu  poder,  el  llegar  hasta  el  fondo 
del  supremo  misterio. 

Ayer  como  hoy,  y  hoy  tal  vez  como  mañana,  te  seguirá  opri- 
miendo la  X  indescifrable  de  la  vida. 

Gravitó  sobre  ti,  como  un  enorme  peso  oprimente,  la  serenidad 
de  las  esferas,  y  tu  alma  fué  á  enriscarse  en  los  témpanos  polares  de 
la  duda ... 

•ir 

¡Harmonía,  harmonía  divina...!  Tu  ritmo  produce  mi  embria- 
guez . . .  Obsesionado  mi  pensamiento  de  la  sublime  forma  bella," 
sigue  tu  vuelo  hacia  el  azul,  lo  seguirá  eternamente,  aun  cuando 
quede  la  materia,  como  un  oriflama  rojo — sangrando  en  los  pica- 
chos de  tus  cumbres. 

. .  .  Quieres  hacernos  transparentes,  y  tus  esfuerzos  por  conver- 
tirnos en  luz,  nos  van  carbonizando  lentamente  en  el  deseo  . .  . 

No  importa:  de  las  mutilaciones  de  la  carne  surgirá  triunfal  la 
poesía  del  dolor;  y  hacia  ti  irán;  Amada  de  mi  vida  y  de  mis  sue- 
ños, las  blancas  mariposas  de  mis  poemas,  á  esparcir  el  polen  de 
mis  caricias  en  la  rosa  encarnada  de  tus  labios. 

L  Rodríguez  Martín. 


—  84 


Esí)ítias  y  floras 


Para  Apolo. 


Rompieron  las  fibras    sensibles  del  alma, 
Los  roncos  gemidos  de  acerbo  dolor; 
Perdida  la  dicha,  perdida  la  calma. 
Vago  por  el  mundo,  mendigo  de  amor! 


Horrible  jornada !    j  Qué  largo  camino ! 
Cubierto  de  espinas,  sembrado  de  abrojos ; 
Con  furia  implacable  llenóme  el  destino. 
De  acíbar  los  labios,  de  llanto  los  ojos! 


Crucé   la  comarca  de   los  desengaños, 
Do  arraigan  las  flores  de  las  decepciones ; 
Llevando  girones  pasaron  los  años, 
Del  manto  de  armiño  de  mis  ilusiones ! 


Tan  solo  me  dieron   espinas  las  flores, 
Tan  solo  del  viento  gemidos  sentí; 
Negóme  la  brisa  sus  dulces  rumores. 
Vi  sólo  tristezas  en  torno   de  mí ! 


Al  fin  tras  la  noche,  surgió  en    lontananza. 
El  astro  bendito  que  luz  irradió; 
Trayendo  en  sus  rayos    la  dulce  esperanza, 
Con   besos  de  fuego,  mi   sien   coronó ! 


Un  ángel  rodeado  de  luz  rutilante. 
Plegando  sus  alas,  pasó  junto  á  mí; 
Con  voz  que   escuchaba  mi  alma  anhelante. 
Borró  mis  pesares,  hablándome  así: 


« No  llores,  no  llores !   Jamás  en  la  tierra 
«  Perduran  las  horas  de  amargos  dolores ;       ? 
« Por  siempre  en  el  fondo  del  alma  se  encierra 
« La  dulce  esperanza  con  sus  resplandores ! 


—  85  — 

« No  temas  de  nuevo  volver  á  la  lucha, 
« Si  vuelven  las  sombras,  tu  faro  seré ; 
« Mas  yá  se  alejaron,  y  sólo  se  escucha 
« El  himno  grandioso  de  amor  y  de  fe ! 

« Levanta  la  frente  mirando  hacia  el  cielo, 
« Un  ser  en  la  tierra,  su  amor  te   dará ; 
« Con  hondas  ternuras,  colmando  tu  anhelo, 
*  Tu  lira  cansada,  feliz  templará ! » 


Dejando  rumores  del  rítmico  acento, 
De  nuevo  sus  alas,  el  ángel  batió ; 
Y  hacia  las  regiones  de  azul  firmamento 
Do  moran  los  dioses,  su  vuelo  emprendió! 


Oh!  sí,  desde  entonces,  soñando  he  vivido 
Con  esas  mujeres  de  ardientes  miradas; 
Oh!  sí,  desde  entonces,  mi  mente  ha  tejido 
Diademas  con  flores,  del  alma  arrancadas! 

Alfredo  Ramela. 

Montevideo. 


—  86  — 

Poetas  nuevos 

Tus   ojeras 

Para  Apolo. 

La  azulada  penumbra  de  tus  grandes  ojeras 
Dilata  los  misterios  de  tus  noches  calladas, 
Y  cuando  en  el  espacio  sumerges  las  miradas 
Se  adivina  el  connubio  de  tu  alma  y  tus  quimeras; 
Cuando  alumbras  tu  boca  con  sonrisas  veladas 
Parece  que  en  los  pliegues  de  los  labios  sintieras 
Aletear  intranquilas  como  aves  prisioneras 
Gratas  y  turbadoras  las  caricias  soñadas. 

¡Oh,  los  dulces  misterios  de  tus  noches  ocultas! 
En  vano  en  el  secreto  de  tu  alma  los  sepultas . . . 
¡Oh,  tus  ansias  extrañas  de  ignoradas  delicias. 
Sueños  incomprensibles,  eróticas  quimeras, 
Trinos,  suspiros,  flores,  besos,  astros,  caricias, 
Todo  brilla  en  el  fondo  de  tus  grandes  ojeras ! . . . 

Fermín  Garico'íts. 


Ensoñaeión   saprema 

Para  Pi'rez  y  Curis. 

Al  evocar  los  besos  que  tu  boca 
Me  diera  en  el  espasmo  de  un  exceso, 
Sorprendióme  la  noche  en  embeleso. 
Solitario,  gemir,  junto  á  una  roca  . . . 

Soñaba  con  tu  espíritu  de  loca ... 

Y  muriente  de  amor,  sentíme  opreso 
En  el  fuego  candente  de  tu  beso, 
Porque  á  la  llama  de  mi  amor  provoca. 

Y  te  estreché  en  mis  brazos,  desmayada 
En  ansias  y  placer ...  —  Abandonada, 
Te  mecía  al  capricho  de  mis  besos. 

Y  te  oprimía  en  convulsión  extrema. 
En  delirante  ensoñación  suprema, 
Perdido  en  el  ardor  de  mis  excesos. 

Carlos  María  de  Valle  jo. 

Montevideo,  de  1907. 


87  — 


ft  utia  patita  mimosa 


Conozco  una  gatita  displicente 

(le  tan  flexible  cuerpo  tentador, 

(jue  me  consume  la  esperanza  ardiente 

<le  convertirme  en  gato  seductor. 

Traidora  en  su  mirada,  suave  el  pelo, 
tan  terso  y  suave,  que  con  gozo  ufano, 
siento  la  sensación  del  terciopelo 
si  acaricio  su  lomo  con  la  mano. 

Y  si  alza  su  mirada  soñadora 
y  una  caricia  lánguida  le  imprime, 
siento  en  lo  hondo  del  alma  algo  que  implora, 
siento  en  lo  hondo  del  alma  algo  que  gime. 

En  locos  desvarios,  un  tejado 
vislumbro  con  deleite  en  lontananza 
y  sobre  él  á  un  gatito  enamorado 
jialadeando  la  miel  de  una  esperanza. 

Sin  que  una  fibra  de  su  ser  conmueva 
la  noche  oscura,  aguarda  con  anhelo, 
á  una  felina  seducción  que  lleva, 
en  sus  ojos  azules  todo  el  cielo. 


Para  Afoi.o. 

Y  en  brazos  de  mil  dudas  maldecidas, 
gime  y  espera  en  vano  á  la  traidora, 
con  ansias  de  matarse,  mas  no  ignora, 
que  es  un  gato  y  que  tiene  siete  vidas, . . 

Luego,  transida  el  alma  de  amargura 
ante  la  indiferencia  de  la  amada, 
como  al  conjuro  de  una  voz  malvada 
huye  y  se  pierde  entre  la  noche  oscura. 

Mientras  en  una  habitación  risueña, 
sobre  la  curva  mórbida  de  un  brazo 
dormita  la  gatita  en  el  regazo 
tibio  y  amante  de  sn  dulce  dueña. 

Y  oh  !  poder  misterioso  del  destino  ! 
cómo  se  cumple  tu  fatal  sentencia 
en  un  caso  que  niega  la  conciencia 
por  macabro,  romántico  y. . .  felino  ! 

En  el  fondo  de  frías  lobregueces 
la  noche  aquella,  viose  inanimado, 
el  cuerpo  de  un  gatito  desdichado 
suicida  pasionista  siete  veces ! 

JOSlí    VlAÑA. 


Poetas  nuevos 


fílborada 


Para  la  Sta.   C.  ^^ar¡no. 


El  sol  ú  las  nubes 
de  púrpura  pinta  con  pincel  de  mago, 

dora  las  espigas, 

á  las  hierbas  dora, 
mientras  en  sus  rayos  vagan  los  querubes 

que  alegran  los  parques. 

Un  indicio  vago 

de  la  noche,  flota 
por  entre  las  hojas  en  la. espesa  selva, 
y  en  el  lago  vése  retratado  el  cielo 
cual  si  el  lecho  fuese  del  tranquilo  lago. 


Caen  de  las  hojas 
como  hermosas  perlas,  gotas  de  rocío 

que  la  tierra  absorbe. 

y  las  labradoras 
recorriendo  el  surco,   cantan  como  alhojas 

las  canciones  dulces 

que  del  bello  estío 

himnos  son  de  gloria; 
himnos  que  acompañan  los  pausados  pasos 
de  los  bueyes  tristes  que  el  arado  airastran 
siempre  divagantes  en  su  mudo  hastío. 


labiado  está  el  campo    de  graciosas  llores 
HW.  la  brisa  embriagan  con  aromas  suaves 
y  en  las  arboledas  cantan  sus  amores 
en  sublimes  himnos,  las  risueñas  aves. 


Poblado  está   el  campo  de  graciosas  flores 
que  la  brisa  embriagan  con  aromas  suaves 
y  en  las  arboledas  cantan  sus  amores 
en  sublimes  himnos,  las  risueñas  aves. 


Alberto  R.  Macció. 


—  »s 


3SÜXJEVO     CjPLN:tJ"E: 


nofotjia.  —  liUENOS    AlHES. 


-  Hemos 
recibido  el  número  correspondiente 
á  Septiembre-Octubre  de  1907  de 
esta  interesante  revista  que  dirige 
el  doctor  José  Ingegnieros. 

Como  esta  publicación  está  por 
encima  de  todo  elogio,  dada  la  sin- 
gular competencia  de  su  director, 
publicamos  sii  sumario  como  mejor 
Tributo  : 

«  José  r..  Pinedo  »  :  «  Educación 
de  los  niños  retardados  »  ;  « lAicas 
Ayarragaray :  <  El  suicidio  en  las 
campañas  argentinas»;  «Genaro 
Sixto:     €  Tratamiento    metatrófico 


de  la  epilepsia  infantil » ;  «  José  In- 
gegnieros  :  »  €  Liberación  y  aban- 
dono de  alienados  delincuentes  »  ; 
«  José  Ingegnieros  »  «  La  alienación 
mental  y  el  delito  >  ;  «  José  Ingeg- 
nieros»: «  Los  alienados  y  la  ley 
penal » ;  *  Lucio  V  López  y  A. 
Agudo  Avila :  <  Disimulación  en  los 
delirantes  sistematizados  *  ;  «  Ma- 
nuel C  Barrios  y  Leónidas  Menda- 
ño»;  «Responsabilidad  y  alcoho- 
lismo»; «Baltasar  S  Beltrán  » : 
«  Histerismo  y  Responsabilidad  » 

Agradecemos  el  envío  y  estable- 
cemos el  canje  correspondiente. 


$:XX--* 


K-EFE-ODUCCIOnSTES 


I)i'  nuestros  uúiiicros  ¡iiitcridics  han  he- 
dió reprodueeiones  los  iieriódieos  siguien- 
tes : 

Kl  Cojo  lÍKstrado,  ('jiiacas  :  «  Marea   \'es 
pertina»,    jior   Miguel     l^uis    Hocuant  :    l.a 
Tfihiina     I./heyl<iyia.   Montevideo  :    «  llipios 
l'cdítieos  ».  por  IVrex  y  (¡iiris  :  Vida  .\iiff(i, 
Florida:     «  I'ara     mi    niilo».    |ior     N'ieente 


Medina:  h'l  Iris.  \'ill:i  <lel  Cerro:  «El 
Baño  ».  por  Julin  Herrera  vKeissig;  Vida 
.\uei-ii.  Florida:  «Cantinela»,  por  Vicente 
Medina  :  Kl  Ir/s,  N'illa  del  ("erro :  « Éx- 
tasis ».  por  Pérez  y  Curis  ;  «Miserere»,  por 
Juan  IMe»')n  Olaondo ;  Vida  ISrirva,  Flori- 
da: «Sonetos»,  portearlos  Zuia  Felde. 


-$CXr::$- 


h:k.i^jPs.XíPl    iixip=opg.xjPListxE: 


En  el  cuento  «  N'ida  »  de  nuestro  distin- 
guido eolaliorador  huis  l{<il)eito  Ho/.a,  apa- 
recido en  el  ui'iinero  anterior  de  Apolo, 
omitimos  involuntariamente  una  frase  que 
altera  el  orden  de  todo  un    párrafo. 

A  la  frase  : 

«   Vui^lro      lox     i>Jo.-:     íohrr    (('/>(>'//((     })(i'^)7' 


hnijey,   i¡ur  fxlii-iidi'   in'm  rii     rl    ihíplacable 
r(í''i'i>  .s;/  mano  deararnudii  », 
sigue   la  siguiente  : 

«  I'osa    i'iia  soiiibra.    tinu    ni'i/fir    somht-a 
({)'!>  (iranzii  lijrra  », 
y  después  : 

«  Es  un  clérigo,  etc.  ete. 


jPs.í=olo  —  isruixiEP2.o   de:   EisrH:R.o 

Nuestro  número  extraordinario  tuvo  un  éxito  enorme.  Lo  esperábamos, 
á  pesar  le  nuestro  ambiente  caldeado  ya  por  la  envidia. 

A  nuestros  amigos  y  camaradas  de  Hispano-américa,  les  comunicamos, 
al  agradecer  su  concurso,  gue  el  l.o  de  Mayo  del  año  corriente  publicaremos 
un  número  similar  á  ese. 


-oO^CXX^K 


LIBK.OS     PiECIBIDOS 

A  nuestra  mesa  de  redacción  han  llegado  los  siguientes  libros  recién  publicados: 
«Crítica  del  Genio»,    por  Pedro  Sonderéguer.    «Almas  de  Fuego»,   por  Felipe  Bas- 
le. «Los  problemas  de  la  libertad»,  por  Carlos  Vaz  Ferreira. 
Prometemos  ocuparnos  de  ellos  en  el  próximo  número. 


oaaiAaxNoiM 
i. 


^g^  Ociauínii   'oixnj^    op    <^\   'eptaoA^^ 


M'O  ^  'ooM  |9§ny  jod  ,  sofoa  sopg  „ 


•033  "JM  'ia3iivi\[  'aíiaáivas 
st;j;)3(ji|qi(j  siq  op  souBUOpniOAOJ 
sííjqii  sp  DiuouBiujocl  v;iDU3isixg 


•    •    -    •   sofaiA  Á  soAonu    i   :-    .    * 


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APOLO 


REVISTA  MENSUAL  DE  ARTE  Y  SOCIOLOGÍA 

DK    VKNTA    KN    TODAS    LAS    LIBRERÍAS    DEL    IRlíU  AY 

Y    LA    ARGENTINA 


PRECIOS  DE  SUSCRIPCIÓN  MENSUAL 
F.(l¡(M(')ii  i'eoiióiiiic.-i s     0.1.")     "!■ 

*  (le    lujo ■>       0."2<  I         » 

#  #  « 

Administpador:    UUlS   PÉREZ     (Ejido    190) 


n   ('<ti-r(^si)(>n(l<^iic¡a   literaria  á    l'ElíKZ   V    CLlíJS 

—   MON'l'KVlDKit        nn  i.r  AV 


JÍPOIÚ 


Revista  mensual  d^  art-e  y  sociología 


Direetor-Redaetor:  Pérez  y  Curis  -i-  Redactor:  Perfecto  üopez  Campaña 
Secretario  de  redacción:  0.  Fernández  Rios 


CUERPO    DE   f^EDACCION 

Juan   Picón  OJaondo       JNÍontevideo. 

I^ancisco  X'illaespesa  —  Madrid. 

Manuel   L'íjarte  —  París. 

l'.nriqLK'   Olaya  ficnera  —  Hruxelas. 

Pilis  G.   Prbina  —  México. 

Ivafat'l   Aníicl  Trovo  —  Cai"ta,i>o  de  Costa  Rica 

(".uillermo  Andieve  —  Panam;í. 

iM'oihín  'I\ircios  — 'PejLiUcio-alpa    (  Honduras  \ 

.Santia<^o  Ar(>"LielIo  —  Peón  (  Nicaragua  V 

Arturo  Ambi()iii — San  Salvadoi-. 

M.  .\P)reno  Alba     -  l^arranquilla   (Colombia'. 

Miguel   Pilis   Roeuant  —  .SantiajL>o  de  Chile. 

Pablo  .Minelli  (lOnzález       Puenos  Aires. 

ivosendo  A'illalobos       Pa  Váz  (^Bolivia). 

(Guillermo  Pavado  Tsava -- Pa  X'ictoria  (  X'ene/uela 

kemii^it)  Romero  Pe(')n  —  Cuenca  (  Pcuador  \ 

luán  C.uena  Niiñez  —  Habana. 

José  de  Dieiio  —  San    pian  de  Puerto  Rico.     • 


lllip.    .'Lil    i;\li;i(".    i(<-    Iv    \'\\ 


l'loi-¡il;i    NI    \    '.iJ» 


-í^ 


-  90 


}0: 


—  Todo  va  saliendo  á  maravilla, 

—  me  dice  ofreciéndome  im  tabu- 
rete en  la  gran  habitación  atestada 
de  circulares  y  folletos  donde  tra- 
bajan febrilmente  diez  secretarios ; 

—  el  congreso  será  como  ninguno. 
De  Francia  hemos  recibido  treinta 
mil  adhesiones  Los  grupos  feminis- 
tas, las  sociedades  científicas,  las 
universidades  populares,  las  coope- 
rativas, los  centros  libertarios,  los 
núcleos  antimilitaristas  y  hasta  al- 
gunos sindicatos  y  sociedades  de  so- 
corros mutuos,  acuden  en  masa  á 
traernos  el  apoyo  de  toda  una  po- 
blación consciente.  Podremos  estar 
orgullosos  de  nuestra  fiesta.  Cuando 
los  representantes  de  la  fracción  li- 
bre de  cada  nación  inauguren  fren- 
te á  la  basílica  célebre  el  monumen- 
to del  caballero  de  la  Barre  que- 
mado en  1766  por  no  haberse  des- 
cubierto ante  una  procesión,  algo 
sutil  y  al  mismo  tiempo  poderoso 
va  á  í-alir  de  París  para  desparra- 
marse por  el  mundo  . . 

—  ¿  Y  los  delegados  extranjeros  ? 

—  me  permití  interrumpir  —  }  se- 
rán también  muy  numerosos. 

Kl  doctor  Petitjean  tuvo  uno  de 
esos  gestos  casi  imperceptibles,  pe- 
ro elocuentísimos  que  son  la  ef^en- 
cia  de  su  carácter, 

—  Todas  las  naciones  estarán 
presentes  -  repuso  —  y  algunas  de 
legaciones,  como  la  de  Bélgica,  ven- 
drán en  Irenes  expresos  y  hasta 
con  sociedades  corales.  Tendremos 
un  delegado  chino..  Demás  está 
decir  que  las  diferentes  repúblicas 
de  la  América  del  Sud,  tan  resuel- 
tas y  tan  atrayentes,  estarán  repre- 
.^-entadas  con  brillantez.  A  la  cabeza 
de  ellas,  como  usted  sabe,  la  Argen- 
tina .. 

El  delegado  agradeció  con  un  sa- 
ludo y  el  cronista  volvió  á  empezar: 

—  Y  para  el  congreso  de  Buenos 
Aires  en  1900,  ¿  qué  previsiones  po- 
dría usted  formular  ? 

—  Varias.  Entre  ellas  una  personal: 
que  estoy  resuelto  á  asistir  á  él. 
Nada  va  á  ser  más  interesante  que 
esa  excursión  colectiva  al  continen- 
te ioven  para  activar  allí  la  circula- 
ción de  la  buena  savia.  Sin  contar 
con  Jos  beneficios  que  ello  traerá  á 


la  idea  por  que  luchamos,  se  me 
ocurre  que  esa  gran  asamblea  uni- 
versal, congregada  en  la  capital  de 
un  nuevo  mundo,  tiene  que  abrir 
también  insospechados  horizontes 
de  intercambio  comercial  á  los  pro- 
ductores y  consumidores  de  todes 
los  paises  Porque  nosotros  no  so- 
mos simples  sectarios,  sino  hombres 
de  ideas  avanzadas  que  lo  abarcan 
y  lo  comprenden  todo.  Los  delega- 
dos franceses  por  lo  menos,  serán 
en  su  casi  totalidad  hombres  públi- 
cos ó  grandes  industriales  que,  sin 
quererlo  quizá,  darán  al  vijge  una 
doble  significación.  INada  puede  im- 
pedir que  fuera  del  fin  esencial  que 
nos  conduce,  observemos  en  torno 
y  descubramos  posibilidades  y  exi- 
gencias que  desde  lejos  nos  escapan. 
Unos  lucharán  al  volver  en  los  par- 
lamentos por  modificar  las  tarifas 
aduaneras ;  otros  crearán  en  su 
industria  nuevas  corrientes  comer- 
ciales, y  la  visita  de  orden  político 
tendrá  al  fin,  como  todo  en  estos 
tiempos  de  unificación  y  de  síntesis, 
sus  resultados  generales    .  . 

Para  ver  á  Furnemont  tuve  que 
volver  á  estar  en  contacto  con  esa 
ciudad  maravillosamente  sonriente 
y  hospitalaria  que  se  llama  Bruselas. 

En  el  camino  desde  la  estación 
hasta  el  café  donde  pedimos  los  dos 
grandes  vasos  de  cerveza  rubia  pu- 
de^bservar  lentamente  á  mi  com- 
panero. 

León  Furnemont,  diputado  y  con- 
sejero municipal  de  Bruselas,  hom- 
bre de  fortuna,  fundadar  de  varias 
cooperativas  y  secretario  de  la  Liga 
internacional  del  libre  pensamiento, 
es  uno  de  los  intelectuales  más  es- 
timados de  su  país  y,  después  de 
Vandervelde,  el  que  mejor  traduce 
el  alma  de  esa  democracia  activa 
que  va  ganando  terreno  é  impo- 
niendo sus  concepciones  á  la  nación. 
De  estatura  mediana,  más  bien  flaco, 
nervioso,  de  ojos  muy  vivos,  es, 
con  su  barba  en  punta,  un  tipo  ori- 
ginal y  simpático.  El  traje  negro 
que  lleva  con  descuido  y  el  sombre- 
ro de  paja  que  da  no  sé  qué  perfil 
juvenil  á  su  cabeza,  donde  abundan 
los  cabellos   blancos,  hacen  de  él 


—  01  - 


una  figura  campechana  y  atrayente, 
que  cabe  con  la  misma  autoridad 
en  el  café  elegante  donde  comimos 
por  aventura,  y  en  la  Casa  del  Pue- 
blo donde  tomamos  el  café  más  tar- 
de en  compañía  de  un  grupo  de  elec- 
tricistas 

—  Nuestros  congresos  del  libre 
pensamiento  —  me  declara  Furne- 
mont  no  puedan  asustar  ya  á  na- 
die. En  otros  tiempos  tuvimos  que 
luchar  contra  terribles  obstáculos 
Hoy  todo  concurre  á  darles  brillo 
Y  el  que  tendrá  lugar  en  París  será 
seguramente  el  de  más  resonan- 
cia entre  los  realizados  hasta  ahora. 
No  en  vano  ha  habido  un  ministerio 
Combes  y  una  cámara  capaz  de  vo- 
tar la  separación  de  la  Iglesia  y  del 
Estado  París  es  hoy  nuestra  Roma 
laica.  En  ella  se  reunirán  dentro  de 
algunas  remanas  los  emancipados 
(le  todo  el  mundo  pnra  afirmar  su 
deseo  de  desligar  definitivamente 
la  tradición  de  la  vida  .  .  Y  de 
ese  acercamiento  de  los  mejores  es- 
píritus surgirá  más  vigorosa  la  vo- 
luntad de  todos  ... 

—  ¿  Piensa  usted  ir  á  líuenos  Ai  - 
res  para  el  congreso  de  1906  ? 

—  Iré ;  y  aprovecharé  el  viaje 
para  conocer  el  interior  de  la  Re- 
pública Argentina  Es  un  país  que 
me  interesa  y  me  atrae  más  que 
muchos  de  Europa,  porque  veo  en  él 
no  sé  que  audacia  juvenil  llena  de 
promesas  ...  A  mi  juicio,  el  congre- 
so de  Buenos  Aires  de  1 906  será  un 
acontecimiento  ruidoso  y  comenta- 
do. Por  la  primera  vez  en  la  histo- 
ria una  ciudad  sudamericana  servi- 
rá de  punto  de  cita  para  discutir 
asuntos  de  interés  universal 

Ello  equivale  á  incorporar  á  Bue- 
nos Aires,  á  los  grandes  centros  de 
Europa  y  reconocer  oficialmente  su 
importancia  y  su  categoría...  Lo 
único  que  tememos  es  que  las  auto- 
ridades, mal  aconsejadas  por  algún 
grupo  enemigo,  pongan  trabas  á  la 
realización  del  congreso  ó  dificul- 
ten su  obra    . . 

Aquí  se  imponía  una  aclaración 
incidental : 

—  Es  innegable  —  le  dije  —  que 
algunos  gobiernos  nerviosos  y  ex- 
peditivos han  dado  á  ciertas  regio- 


nes de  Sud  América  una  reputación 
enojosa  que  autoriza  los  temores 
formulados.  Pero  cabe  afirmar  que 
en  este  caso  no  tendremos  que  la- 
mentar ningún   tropiezo.  La  posi- 
ción y  la  autoridad  de  los  organiza- 
dores, entre  los  cuales  figuran  las 
firmas  de  Augustin  Alvarez,  Pablo 
Barrenechea   y   Juan  Balestra,  así 
como  la  celebridad  de  muchos   de 
los  delegados    extranjeros   que  se 
aprestan  á  concurrir,  haría  imposi- 
ble toda  tentativa  de  mal  humor. 
Antes  bien,  se  puede  predecir  que 
el  poder  facilitará,  dentro  de   los 
límites  que  le  impone  su  abstención 
teórica,  la  tarea  de  los  congresistas 
y  hará  gala  del  más  amplio  libera- 
lismo. No  faltarán  desde  luego   los 
que  insinúen  medidas  prohibitivas. 
Pero  la  casi  unanimidad  del  país  sa- 
brá practicar  la  amplia  hospitali- 
dad que  se  impone.  Y  es  casi  seguro 
que  más  de  un  adversario  hará  abs- 
tracción de  sus  preferencias  de  doc 
trina  y  callará  sus  rozaduras  para 
no  pensar  más  que  en  la  necesidad 
de  recibir  cortesmente  á  un  núcleo 
de  ilustres   delegados  extranjeros. 
Puede  usted  tener  la  convicción  de 
que  la  actitud  de   las  autoridades 
será  ampliamente  alentadora.  Aun- 
que se  sientan    molestadas  por  el 
matiz  político  avanzado  que  inevi- 
tablemente imperará  en  el  congre- 
so, pugnarán  por  imponerse  una 
sonrisa,  porque   no  ignoran  el-  re- 
molino que  el  menor  gesto  brusco 
podría  producir  en  la    opinión  na- 
cional y  en  la  europea . . 

—  Siendo  así,  —  reanudó  Furne- 
mont,  —  nada  se  opone  al  éxito  de 
esa  primer  reunión  de  libres  pensa- 
dores en  el  nuevo  mundo . . .  Será 
un  congreso  histórico  que  nos  per- 
mitirá ver  de  cerca  un  país  extre- 
madamente simpático.  Me  han  di- 
cho que  en  Buenos  Aires  hay  ahora 
un  millón  de  habitantes  . . . 

—  Exactamente . . . 

—  A  pesar  de  eso  me  asombra 
que  tengan  ustedes  una  prensa  in- 
verosímil que  no  puede  ser  compa- 
rada más  que  con  la  de  Londres  ó 
la  de  Norte  América  ... 

Y  terminada  la  « interview  »  en 
la  terraza  del  cafó  invadida  por  el 


Ít2 


crepúsculo,  seguimos  conversantlo 
(le  cosas  varias,  que  se  esfumaron 
lentamente,  como  el  humo  de  los 
cigarrillos. 

De  las  dos  breves  entrevistas  se 
deduce  una  moraleja  que  conviene 
precisar  en  medio  párrafo. 

Los  pueblos  de  la  América  del 
Sur  empiezan  á  abandonar  ¿¡u  papel 
do  eternos  espectadores,  para  com- 
partir con  los  de  Europa  la  direc- 
ción de  la  vida.  Ya  no  se  les  consi- 
dera como  una  dócil  sucesión  de 
ceros  destinados  á  corear  las  reso- 
luciones tomadas  sin  consultarlos 
VI  empujo  do  una  juventud  prepa- 
rada y  resuelta  que  logrii  horadar 
los  uniros  antes  impenetrables  del 


mundo  viejo,  nuestros  países  se  in- 
corporan al  movimiento  universal 
y  empiezan  á  ocupar  dentro  de  él 
el  puesto  que  les  corresponde.  Una 
vez  reconocida  su  personalidad  mo- 
ral por  Kuropa,  !?ólo  les  queda  la 
tarea  de  aumentar  su  prestigio  has- 
ta igualar  el  de  los  demás  países. 
Lo  difícil  era  hacer  tomar  real- 
mente en  cuenta  nuestras  banderas 
jóvenes,  (obtenida  esa  satisfacción, 
las  otras  vendrán  de  por  sí,  porque 
sólo  dependen  de  nuestro  esfuerzo. 
Y  la  América  del  Sur  tendrá  que 
agradecer  este  primer  triunfo  colec- 
tivo á  lUienos  Aires,  que  ya  empieza 
á  ejercer  una  justa  hegemonía  inte 
lectual  sobre  el  resto  del  continente. 

Manuiíl  i  gartk. 


-<Xl$^rX$)(}^  - 


V-etius    burguesa 


Su  falda  suave,  rozando 
La  baranda  do  un  balcón, 
Una  joven,  suspirando. 
Los  pétalos  va  arrancando 
A  un  crisantemo  nipón 

Y  como  deidad  <;i()iMosa 
Por  un  cuento  de  líubén, 
Los  va  guardando  orgidlosa 
En  una  eajita  iKínnosa, 
Chorno  un  diminuto  edén. 

Su  mirada  está  pendiente 
En  algo  ignoto  y  solaz, 
Pues  no  repara  el  hiriente 
Hesplandor  de  Febo  ardiente, 
Que  nimba  de  oro  su  faz 

i\'i  advierte  en  unos  claveles. 
Une  sonriendo  en  un  jarrón 
Exhalan  voluptas  mieles, 
(jue  llegi.n  á  sus  vergeles 
Como  heraldos  de  pasión. 

M  repara  que  la  brisa. 
Fresca,  lozana,  sutil, 
Juguetona  se  desliza. 
Por  la  plegada  camisa 
De  su  alabastro  gentil ... 

Chivik'oy,  (  If .  A. ) 


l'iirii  Ai'oi.i). 


i\adie  consigue  sacarla 

De  su  alígero  soñar. 

Ni  el  rayo  que  fué  á  nimbarla, 

Ni  la  llor  que  va  á  sahumarla, 

¡Ni  la  brisa  en  su  pasar ! 

(Jué  a-pavientos  de  grandeza 
Prodiga  su  corazón  ? 
Fingirá  ser  la  princesa 
One  derrochando  belleza 
Cruza  un  gótico  salón  ? 

O  soñará  con  las  gemas 
De  (lolconda  y  de  Geilán, 
O  con  las  estratagemas 
Que  en  eróticos  poemas 
Le  cuente  un  bardo  galán  ?... 

No  absorben  su  fantasía 
Sortilegios  de  marfil, 
Fs  joven,  rica,  Harmonía 
Rimó  su  excelsa  poesía 
En  su  todo  juvenil. 

Y  su  áurea  falda,  rozando 
La  baranda  del  balcón. 
Sigue  absorta,  suspirando, 
Los  pétalos  arrancando 
Al  crisantemo  nipón! 

Ovidio  M.  Barrancos. 


93 


jPs.-uir2^1io     de^l     IHe^brorx 


;  --,»t:sm. 


'.^á  'W, 


Altor  de  «Domus  Áurea» 


1     ^ 


—  04  — 


táí)idas 


Para  Mawiel  Pc'rez  y  C'inis,    de  Montevideo,  como 
lina  reminiscencia  y   como  7in   símbolo. 


En  el  alba 


En  el  cttepúsculo 


Alba  pnmaveral:  una  fontiina 
niintin'a.  un  Jardín  hace  eclosiones 
y  un  Jilu'uerii  esnielita  sus  eaneionc-s 
vierte  tras  el  cristal  (le  tu  ventana. 

Es  tibia  y  odorante  la  mañana  ; 
se  estremecen  de  amor  los  corazones 
y  yo  siento  tremar  mis  ilusiones 
l)o"rque  esperan  «(ue  entreabras  tu  ventana. 

Pero.  i)or  ()ué  no  sales,  dulce  hermana, 
á  mirar  como  rompen  los  botones 
su  prisióu  y  á  mirar  mis  ilusiones 
¡lue  te  afíuanlan  mañana  tras  mañana'::' 
Ya  la  aurora  se  fué  y  por  tus  traiciones 
mis  ensueños  murieron,   dulce  Iiermana. 


Un  paisaje  de  mar:  en  lontananza 
el  sol,  amortajado  en  los  alcores, 
muere.   Ya  en  los  estratos  no  hay  colores 
y  va  la  noche  silenciosa  avanza. 


Un  paisaje  de  mar:  en  cuanto  alcanza 
mi  pupila  á  mirar,  sólo  hay  dolores, 
dolores,  por  la  ausencia  de  calores, 
que  huyeron  con  el  sol  por  lontananza. 

Ya  mis  ojos  no  tienen  esperanza 
de  encontrarte,  oh  ilusión  de  mis  amores ! 
Ya  murieron  mi*  pájaros,  mis  flores 
muertas  también  están  por  tu  tardanza: 
oh  ilusión  de  mi  vida!,  en  los  alcores 
murió  el  sol,  y  en  mi  pecho  la  esperanza. 


En  el  eontieinio 


La  luna  en  el  cénit:  noche  de  estío 
nemorosa  \-  ardiente.  En  la  pradera 
cierne  su  cabezal  una  palmera 
mientras  solloza   en  la   hondonada  un  río. 

La  luna  en  el  cénit:  Como  un  navio, 
del  cielo  por  la  vasta  sementera, 
boga  una  nube  rápida  y  ligera 
en  esta  noche  cálida  de  estío. 

Dondequiera  hay  calor,  ensueño  mío, 
(lon<le(iuiera  hay  ventura,  dondequiera 
se  ve  felicidad  en  la  pradera: 
sólo  en  mi  corazón  hay  mucho  frío, 
y  solloza  mi  alma  (jue  te  espera 
como  solloza  cu  la  hondonada  el  río. 


En  otpo  epepuseulo 


En  mis  meditaciones 


Honila  dcsolaciiin  :  del  eaini)aiiario, 
como  lánguidas  notas  de  salterio, 
difundiendo  su  fúnei)r(!  misterio 
las  campanas  congregan  al  rosario. 

Honda  desolación  :  del  milenario 
alcázar  de  la  muerte  —  el  cementerio  — 
surge  un  anciano  encanecido,  serio, 
que  es  sin  duda  el  .guardián  de  a(iuel  san 

[  tuario. 

Me  atrevo  á  preguntarle  si  al  osario 
no  han  llevado   tu  cutwpo,  y  con   imperio 
me  responde  el  fatal  livitinario: 
—  No  turbes  de  estos  campos  el   misterio: 
aun  vive,  pero  su  alma,  es  un  osario, 
y  tú  duermes  en  ese  cementerio. 

Otoño  de  1907. —México. 


Oh  corazón  iutíel ;   por  qué  viniste 
á  envenenar  mi  plácida  existencia? 
si  sabias   que   te   amaba  con   vehemencia, 
oh  corazón  infiel;  para  qué  huíste? 

Desde  el  alba  invernal   Cu  que  partiste 
negándole  á  mi  vida  tu  clemencia 
mí  alma  está,  desgarrada  por  tu  ausencia, 
inmensamente  acongojada  y  trist :. 

La  pluma  á  describirlo  se  resiste 
pero  es  más  que  mi  orgullo  la  dolencia 
que  me  causa  el  rigor  de  tu  inclemeiicia; 
y  estoy  triste,  ilusión,  estoy  muy  triste!... 
sí  no  habías  de  tardar:  por  que  viniste 
á  envenenar  mi  plácida  existencia? 

Fr.^ncisco  Cksar  Morales. 


—  Í15  — 

Vida 


El  cpimen  voluptuoso 


«Es  una  obsesión  que  me  persi- 
gue, que  no  déjame  reposo.  No  es, 
propiamente,  un  deseo  sexual  lo  que 
me  atrae  hacia  ella.  iNo.  Es  algo 
más  intenso,  más  enorme  y  mons- 
truoso que  no  puedo  ni  explicár- 
melo. Son  extravagantes  delirios, 
ansias  febriles  de  voluptuosidades 
hondas  é  indefinidas,  que  me  abra- 
san las  sienes,  sécanme  los  labios  y 
hacen  correr  por  mi  epidermis  vio- 
lentos calofríos  que  se  tornan  luego 
en  apagadas  y  tibias  sensaciones, 
como  una  onda  acariciante  que  co  - 
rriera  por  mis  nervios  enardecién- 
dome la  sangre. 

Noche  á  noche  espero  la  hora  en 
que  eUa  duerme.  No  plegó  los  ojos 
pensando  con  cierta  voluptuosa  su- 
tilidad, en  i".«'o.  Muchas  veces  me  he 
levantado,  al  amanecer,  y  de  pun- 
tillas, cautelosamente  como  un  la- 
drón, me  he  arrastrado  por  la 
alfombra,  para  acercarme  á  su 
lecho  .  .  .  Sin  embargo,  algo  me 
contiene  I  n  lijero  rumor,  venido 
quién  sabe  de  dónde,  me  ha  asus- 
tado, casi  helándome  Ife  sentido 
angustiosas  palpitaciones.  Un  sudor 
frío  ha  corrido  por  mis  sienes,  y  en 
mi  cabeza,  los  cabellos  como  mul- 
titud de  agujas,  hánse  clavado  en 
mi  cráneo  .  .  ¡  Cuánto  tiempo  ha 
durado  mi  incertidumbre,  mi  dolo- 
rosa  agonía  ?  Un  minuto,  un  año, 
millones  de  siglos. 

líe  vuelto  á  mi  cama.  \íe  he  arro- 
jado de  bruces,  mordiendo  las  sába- 
nas, ahogando  mi  dolor  entre  las 
plumas  del  edredón.  Luego  me  he 
puesto  á  sollozar,  como  un  imbécil. 

Anoche,  las  tinieblas  invadían  el 
dormitorio.  Al  través  de  esas  tinie- 
blas yo  veía  claramente  sombras 
pálidas  que  pasaban  inclinadas  ante 
mi.  Luego,  un  largo  desfile  de  visio 
nes,  blancas  mujeres. que  estiraban 
sus  cuellos,  sus  cuellos   tentadores, 


/'<()•(/  Ai'oi.o. 


que  tomaban  la^  proporciones  de 
extrañas  serpientes 

Calladamente  me  levanté  y  acer- 
quéme  á  su  cama  Mi  amada  dor- 
mía i  Qué  bella  estaba  !  Acerqué 
mi  boca  á  sus  labios,  y  bebí  con 
fruición  todo  el  ardoroso  chorro  de 
su  hálito.  Contemplé  su  cuello  — 
ah  !  su  caello!  —  albo  como  tallado 
en  espumas,  sus  pequeños  senos  que 
erectaban  como  dos  alas  encarru- 
jadas de  cisnes  en  reposo,  j  Estaba 
tan  bella  !  Sentí  en  mis  manos  el 
obsesionante  cosquilleo  de  tocarla, 
de  magullar  su  carne  blanca,  azu- 
losa,  de  hundir  en  su  mórbida  gar- 
ganta mis  trémulos  dedos,  como 
agudas  garras  Ah !  Con  qué  delicia 
rasgaría  su  carne,  sentiría  el  glu- 
glu  de  su  sangre,  al  estallar ! 

Sí  .  .  Es  un  agudísimo  deleite, 
una  sensación  voluptuosa  rara  y 
honda  .  .  .  Mis  dedos,  hundidos  entre 
la  grácil  curva  de  sus  senos,  res- 
balan con  cierto  goce  inefable  Has- 
ta el  aire  parece  impregnarse  en 
enervantes  efluvios  de  raras  plan- 
tas de  Arabia .    . 

De  pronto,  lanzó  un  lijero  grito. 
Entreabrió  un  tanto  los  párpados, 
volvió  su  cuerpo  al  lado  contrario, 
y  continuó  durmiendo  .  .  .  Un  bulto 
grisáceo,  sedoso,  un  pequeño  fan- 
t  sma,  se  alzó  en  el  lecho,  y  empe- 
zó á  mirarme  con  ojos  fosforescen- 
tes de  brillar  ígneo  ...  Ah !  Es 
«  Rip  ♦,  su  gata  •<  Rip  » !  Maldito 
animal !  Los  ojos  de  la  gata  se  fija- 
ban en  mí  con  escrutadora  fijeza, 
impenetrables,  acusadores,  inflexi- 
bles, como  dos  grandes  y  líquidos 
topacios.  Tomóla  con  rabia,  y  entre 
la  tenaza  de  mis  dedos,  la  estran- 
gulé. 

i  Qué  me  djjeron  sus  ojos  ?  No  lo 
sé  Pero  es  lo  cierto  que  cuando  al 
día  siguiente  mi  querida,  entre  hon- 


—  96 


dos  sollozo?,  presentóme  la  cabeza 
dislocada  del  animal,  yo  volví  á 
ver  sus  ojos  fijos  en  mí  con  imper- 
turbable fiereza,  como  una  mada 
acusación,  y  sentíme  horrorizado, 
tuve  miedo  de  algo  siniestro  y  ma- 
cabro, y  por  mis  ojos  pasó  la  visión 
de  una  ergástula,  de  un  patíbulo 
erijido  allá,  en  los  terrenos  maldi- 
tos sin  sol  y  sin  riego  .    . 

Y,  sin  pretexto  aparente,  eché  á 
mi  querida  á  la  calle,  y  mientras  la 
pobre  sollozaba  de  rodillas  á  mis 
pies,  pidiéndome  que  no  la  abando- 
nara á  ella  que  me  amaba  como  un 
perro,  yo  protestaba  interiormente 
de  mi  destino  que  me  obligaba  á 
arrojar  al  arroyo  á  la  mujer  ama- 
da, para  no  matarla    .  . 

Y  sin  embargo,  doctor,  no  soy  un 
asesino  . . . !  —  concluyó. 

El  doctor  calóse  los  lentes  de 
cristal,  tosió  un  momento  y  le  miró 
perplejo. 

Saiitiaso  (If  C'liilc.  I¡iii8. 


V  SU  frente,  en  la  suave  penum- 
bra del  estudio,  un  Hipócrates  pare- 
cía hacer  muecas,  sonriendo  des- 
preciativamente con  su  fría  sonrisa 
de  mármol,  desde  el  alto  solio  de  su 
pedestal  Luis  XV. 

Y  hasta  una  mosca  irreverente 
había  ido  á  detenerse  en  la  nariz 
de  un  evanjélico  Pastear,  tranquilo, 
apacible,  cierto  de  la  simpleza  de 
los  hombres,  á  quienes  había  dise- 
cado también,  junto  á  la  redoma  de 
sus  experimentos  patójenos,  en  su 
laboratorio  de  cerebros  fósiles  y  de 
virus  intoxicantes. 

—  Qué  me  dice  usted,  doctor  ?  — 
exclamó  el  consultante  —  ¿  Qué  re- 
medio podrá  darme  usted  ? . . . 

-  ¿  Remedio  ?  —  contestó  el  mé- 
dico con  un  gesto  de  abatimiento, 
mirando  sombríamente  los  librotes 
de  su  estante.  -  ;  El  remedio  ?  . . 
¡  El  remedio  se  lo  darán  á  usted  en 
el  Manicomio  ! 

Luis  Roberto  Boza. 


-o<l$XC:$&^- 


la  Musa  d^l   í)i:isioti^vo 


PlMas  tPistes 


Para  Ai-OLO. 


Cáfeere  dupo 


Arlas  tristes  mis  rondeles 
Son,  y  los  tristes  momentos 
Que  {;quí  vivo  son  tormentos 
Que  me  atormentan  crueles. 


Tiene  esta  cárcel  obscura, 
Como  un  círculo  dantesco, 
Un  «  patio  »  tintamarresco 
De  miseria  y  desventura. 


Huyen,  am¡i;os  infieles, 
De  mi  lado  los  contentos, 
Y  sólo  beben,  sedientos. 
Mis  labios  amarii-as  hieles. 


Aquí,  con  vicio  en  hartura, 
Hay  un  reposo  chinesco 
Y  un  saltar  funambulesco 
Ala  muerte  ó  la  locura. 


i  Ay  !  En  mi  cárcel  sombría 
Si  de  tu  boca  las  mieles 
Yo  lil)ara,  vida  mía, 


Dice  el  Dolor  sus  ardientes 
Frases,  punzantes  é  hirientes, 
En  los  hijos  del  Delito, 


En  primorosos  joyeles 

De  una  rica  pedrería 

Se  trocaran  mis  rondeles  ! 


Y  de  la  Noche  más  largas 
Son  sus  horas,  más  amargas 
Si  alza  su  conciencia  el  grito. 

Adriano  M.  Aguiab. 


97 


Mu^rt^  Blanca 


Pegu^fí^z 


Para  Apolo. 

Morías  como  un   pájaro  en  su  nido, 
en  tu  trono  emoliente  de  escarlata ; 
tus  dedos  picoteaban  al  descuido 
la  fresa  que   asomaba  entre   la  bata .  .  . 

A  ratos  delirabas  la  sonata 
que  te  inspiró  un  amor  desvanecido 
y,  oh,  Suma  Gloria,  con  la  aurora  beata 
se  abrió  á  tus  ojos  un  Edén  florido. 

Plegóse  en  suavidades  de  paloma 

tu  honda  mirada.  Un  religioso  aroma 

fluyó  del  alma  entre  los  labios  flojos  .  ,  . 

Y  florecieron  bajo  tus  pupilas, 
como  sonrisas  muertas  de  tus  ojo's, 
dos  diminutos  pensamientos  lilas  !  .  .  . 

Julio  Herrera  y  Reissig. 

Montevideo,    « Torre  de  los  Panoramas ». 


A    madame  Cle'nieDcc  Ma~ 
latirte. — En  Buenos  Aire:^. 

Para  Apolo. 

Allá  un  jardín  de  luz  que  exorna  el  ciclo, 
un  jardín  de  jacintos  y  topacios, 
contemplo  en  esas  noches  de  desvelo. 
y  va  mi  pensamiento  en   raudo  vuelo 
como  águila  que  se  hunde  <;n  los  espacios. 
y  escucho  lo  que  dicen  las  estrellas, 
que  así  exclaman  :  —  Inútil  es  tu  empeño, 
oculta  tu  dolor  y  las  querellas 
y  ahoga  en  tu  garganta  aíjuese  grito  ! 

¡  Molécula  del  Cosmos  ! 

¡  Cuan   pequeño 
eres!, —  me   dicen  con  piedad   los    astros 
en  su  lenguaje  de  sidéreos  rastros, 
y  torno  á  mi  rincón  del  Infinito, 
oculta  entre  mis  brazos  la  cabeza, 
y  caigo  y  me  sepulto  en  la  tristeza 
como  si  fuera  un  satanás  proscrito  .  .  .  ! 

Lisímaco  Chavarría. 


María  H.  Sabbia  y  Oribe 


-  'i)8  - 

Nuestro  castellano  y  el  ttiodemismo 


A  Josf'  Kiiriquc  Rodil 
f'ji-i'  .li'.Ji,  >. 

>io  tanto  como  haber  nacido  un  nuevo  idioma  Todavía  no  tanto  como 
necesitar  los  de  acá  poner  lindero  en  el  término  del  español  que  escribi- 
mos, para  destacar  más  claramente  una  querida  y  pintoresca  propiedad. 
Ya  nos  distinguimos  pero  aun  no  es  tiempo  de,  ni  conviene  fijar  fronteras. 

Estado  tal  debe  coínplacernos  porque  en  nada  desvirtúa  una  agraJ-iMo 
fraternidad  con  los  hijos  de  la  distinguida  abuela  España  que  nos  legó  al 
menos  un  ligero  donaire  y  un  algo  de  gracia  caballeresca 

Es  indudable  que  entre  los  dorados  ensueños  del  espíritu  americano 
figura  la  posesión  de  un  lenguaje  tan  suntuoso  y  tan  peculiar  como  nues- 
tra flora.  Acaso  es  la  más  estimable  de  mis  esparaiizas  ésta  de  que  la  ac- 
tual juventud  literaria  pueda  realizar  ese  ofrecimiento  precioso  en  honor 
de  nuestra  querida  América  y  del  intelecto  universal. 

Tan  acertadamente  orientado,  el  castellano  en  el  Nuevo  Mundo  efectúa 
una  evolución  discreta  pero  evidente,  lenta  pero  continua,  que  llenará  de 
satisfacción  á  quien  se  detenga  siquiera  sea  con  brevedad  á  considerarla. 
De  todas  partes  muchas  buenas  voluntades  concurren  para  asistirla  y  sos- 
tenerla; y  que  en  algunas  comarcas  el  interés  sea  menos  vivo  ó  el  espíritu 
más  estacionario,  no  será  obstante  á  la  marcha  de  ella  ni  al  acercamiento 
de  una  época  más  feliz,  pues  lo  que  demoren  los  unos  lo  adelantarán  con 
gusto  los  otros. 

Prescindamos  de  pensar  en  uno  ó  más  «neoespañoles>.,No  se  llegará  en 
mucho  tiempo  á  contar  tantos  castellanos  como  regiones  que  lo  hablen,  no. 
Hay  sí  una  íjran  atención  fija  en  que  el  castellano  de  América  se  indepen- 
diza y  enriquece.  l?lanco  Fombona  estuvo  en  lo  cierto  al  decir  que  tiene 
más  combinaciones,  que  su  vocabulario  es  más  extenso  Y  ya  será  cuestión 
de  suerte  m  llega  á  tener  mfiyor  ligereza,  frescura  y  virtualidad  en  una 
que  en  otra  zona 

Conservando  cuanto  merece  conservarse,  resucitando  lo  que  no  ha 
debido  morir,  combinando,  introduciendo,  creando,  presenta  el  castellano 
con  el  nombre  de  «modernista»  la  más  interesante  y  grata  de  las  evolu- 
ciones. El  espíritu  la  impone  y  han  de  verificarse  milagros  de  expresivi- 
dad para  que  las  exteriorizaciones  puedan  cumplirse  con  toda  pureza. 
Nuestra  verbalidad  tiene  cada  día  nuevas  y  más  bellas  exigencias  á  que 
atender  porque  el  alma  no  cesa  de  combinar  sutiles  complicaciones,  y  es 
preciso  decir  el  romance  maravilloso,  la  novela  florida  de  las  almas. 

Considero,  la  solicitud  colombiana  en  pro  del  modernismo  como  la  prin- 
cipal y  más  valiente.  Mas,  si  por  esto  habéis  de  mirarme  un  instante 
serios,  queridos  vecinos,  la  llamaré  una  de  las  mayores.  Hay  cons^lgración 
amical,  fr-ecuencia  religio.'a  atentas  al  florecmionto del. idioma;  están  inte 
resados  en  aquella  quienes  lo  disfrutan  hablando  y  leyendo;  en  la  otra  lo 
está  particularmente  cada  un  apasionado  del  arte  que  gusta  de  pensar  y 
escribir.  Hay  cada  día  mayor  afán  por  la  belleza  exterior,  por  la  elocuencia 
peculiar  de  toda  palabra;  nos  cuidamos  de  las  disposiciones  especiales  que 
producen  diversos  efectos  sonoros  porque  acaso  tenemos  muy  al  alcance 
la  idea  subyacente  de  que  el  tiempo  altera  la  sonoridad  Así  nacen  la  acti- 
tud y  el  propósito  del  que  para  expresar  algo  valioso  qne  ha  pensado  y 
sentido  emprende  en  una  orquestacióu  verbal  dotada  de  exquisita  virtuosi- 
dad exterior,  pero  también  y  más  que  todo  plena  de  una  virtud  profunda 
y  esencial 

Nuestro  castellano  tiene  á  veces  ligereza  parlante  de  agua  que  corre  y  á 
veces  lentitudes  de  fantasía;  espiraliza  para  beneficiar  la  integridad  del 
concepto,  ó  tiene  rectitud  y  agudez  ae  flecha  que  se  lanza  á  la  altura.  Núes- 


—  99  — 

tro  castellano  tiene  inquietud  y  gracia,  es  ingenioso  y  perseverante  Y 
presenta,  al  aparecer  la  luz  de  cada  entusiasmo,  cabrilleo  de  piedras  pre- 
ciosas, porque  es  idioma  de  «.«^unrise  •  y  de  sonrisa 

Alguna  vez  miramos  á  e^fa  gran  llanura  que  recibe  todas  las  mañana?: 
un  bautismo  de  suave  oro  y  mantiene  sobre  ella  un  silencio  selemne  que 
pide  nuestra  condolencia  por  siglos  difuntos;  hay  entonces  que  pensar  en 
el  advenimiento  de  las  palabras  propicias  á  cuanta  fábula  queda  por  labo- 
rar sobre  historias  y  tradiciones  de  aquellas  tribus  florecientes,  apasiona- 
das por  el  amor  y  la  guerra,  enfermas  de  superstición  y  de  íantaseos.  ano- 
nadadas en  la  serie  de  tragedias  que  inició  la  conquista.  Es  preciso  que 
para  esas  fábulas  nuestro  decir  esté  un  poco  alucinado  por  el  espíritu  del 
sol . . 

Y  cuando  lo  que  nos  lia  movido  á  escribir  es  un  amarilloso  folio  de 
archivo,  escrupulosamente  garrapateado  con  pluma  de  ave  y  tinta  cas- 
taña, ó  una  efigie  de  virrey  ca sacón  rijo,  peluca  gris,  oblicua  mirada  — 
ó  una  abuela  procer,  ó  una  dama  de  crinolina  y  íiligranados  pendientes, 
elegimos  un  modo  claroscuro,  con  marchiteces,  con  misterio,  con  religio- 
sidad y  con  ingenuismo,  con  olor  de  manzana  y  ritmo  de  contradanza,  ya 
que  emprendemos  un  recordar  hacia  los  días  de  la  candorosa  Santa  Fe. 

Si  solicitamos  igualmente  para  referirnos  á  cada  ciclo  de  pasado  cuanto 
valioso  y  oportuno  del  lenguaje  hayamos  menester,  para  decir  la  vida  de 
estos  tiempos  obtenemos  de  él  no  menos  gratas  y  frecuentes  generosida- 
des; aquel  dijo  del  amor  con  armónica  delicadeza;  alguien  otro  enseñó  la 
paz  en  discurrir  pausado,  pleno  de  serenidad;  encareció  este  la  guerra  y 
en  el  entusiasta  llamamiento  el  idioma  crepita.  Podemos  decir  que  en  la 
vida  actual  á  cada  día  corresponde  un  hallazgo  y  si  ella  va  tornándose  más 
prolija  en  sutilezas  é  impresiones,  el  idioma  concibe  nuevos  primores  y 
eficacias;  por  cada  complicación  aparece  un  imprevisto  matiz  y  al  pie  de 
cada  idea  que  aun  no  acaba  de  brotar  hay  ya  florecimiento  de  palabras 

Vhora  la  poesía  maravillada  emprende  vuelos  de  capricho  y  de  felicidad, 
explora  cada  cielo,  peregrina  por  todos  los  campos,  se  mira  en  todas  las 
aguas  La  obra  poética  empieza  á  resultar  primorosa  pero  sencilla  y  plena 
de  alma;  labor  de  diamantina  sinceridad.  La  musa  modernista  es  muy  es- 
belta, su  sonrisa  y  el  color  de  su  veste  sutilísima  varían  según  eí  ensueño; 
tiene  cielo  en  los  ojos,  y  pendiente  de  nn  hilo  de  luz  lleva  su  estrella  pec- 
toral. 

Satisfecho  con  su  tarea  de  autopuriflcación,  el  pensamiento  americano 
va  ejercitando  cada  vez  mejores  actividades,  y  el  idioma  paralelamente 
otorgando  mayor  obediencia  Cuando  aquel  pensar  lleva  sus  anhelos  más 
allá  del  horizonte,  este  decir  participa  de  iguales  inquietudes;  juntos  ex- 
cursionan  por  extranjeros  ambientes  lo  preciso  para  enriquecimiento  del 
propio.  Los  de  aquende  el  mar  aprovechan  cuanto  pueda  tetarles  en  la 
continua  fiesta  de  influencias  recíprocas.  América  se  interesa  en  llegar  á 
poseer  una  literatura  completa  y  los  escritores  de  buena  voluntad  ayuda- 
rán á  producirla  cultivando  su  dilección  por  la  idea  y  consiguiendo  siempre 
para  esta  el  mejor  aderezo  verbal. 

Lentamente  ha  venido  haciendo  su  aparición  entre  nosotros  el  moder- 
nismo que  en  mi  leal  sentir  es  la  gracia  que  dimana  de  cada  espíritu  en- 
cantado por  el  influjo  de  virtudes  dominadoras  y  virtudes  obedientes,  el 
resultado  de  la  labor  sutil  y  paciente  de  cada  yo  que  se  perfecciona  satis- 
fecho de  hacerlo  en  obsequio  de  los  demás;  una  grata  amplitud  en  la  hos- 
pitalidad del  espíritu;  el  gran  tesoro  á  donde  concurre  cada  fortuna  de 
hermosos  pensamientos  ricamente  exteriorizados;  el  incorporar  uno  toda 
su  sensibilidad  en  la  obra  para  más  vivificarla  y  hacerla  vibrante ;  una  va- 
liente iniciativa  sicológica  y  de  expresión.  El  modernismo  es  algo  sencillo 
y  magnífico,  difícil  de  formular  y  difícil  de  seguir. ...  A  sus  nobles  ejerci- 
cios están  dedicadas  principalmente  las  energías  de  este  intelecto  joven 


—   ICO.— 

que  en  el  mundo  de  las  letras  y  ante  el  devenir  del  idioma  vive  con  entu- 
siasmo su  día. 

¡Nuestro  día!  Siempre  lia  dado  tristeza  escribir  estas  dos  palabras  Me 
parece  que  oigo  leí  r  :  «  \  sucedió  una  vez,  por  los  tiempos  del  modernismo, 
que..      * 

]No  tan  allá,  querido  (íóniez  Carrillo,  como  haber  nacido  un  nuevo  idio- 
ma; prospera  sí  de  manera  imprevista  y  llama  la  atención  estoque  fué 
trasplantado  Tan  lentamente  realiza  el  tiem,  o  sus  trasformaciones,  que 
sería  imposible  lijar  el  nacimiento  de  una  lengua.  De  ayer  venimos,  el  ger- 
men de  mañana  está  en  nosotros  y  parece  que  la  voz  del  profeta  siempre 
dice  al  amanecer:  hay  mil  senderos  desconocidos  y  mil  tierras  de  salud 
ocultas;  el  hombre  y  la  tierra  de  los  hombres  están  por  tloscubrir  y  por 
agotar. 

Ya  pasarán  muchos  centenares  de  años  y  en  lugar  de  esta  lengua,  indi- 
visible al  parecer  de  algunos,  y  cuya  prosperidatl  ahora  nos  regocija,  se 
hablarán  bajo  el  cielo  del  Nuevo  Mundo  varias  otras,  acerca  dé  cuya  inal- 
terabilidad es  posible  que  tendrán  le  las  gentes  respectivas. 

BrtSOt;í.  Octlibve   I."  <!<■   1!>07. 

Albkuto  Sákchez. 


Noct)^  oí)aUtia 


Pora  Ai'oi.o. 


Llegaste  con  el  paso  exquisitamente  leve, 
Trayendo  en  tus  pupilas  una  aurora  boreal 
Y  en  las  nobles  arrugas  de  tu  zapato  leve 
Vagaba  una  galante  inclinación  ducal. 

Tu  rostro  dulce  y  pálido  como  una  flor  de  nieve 
Tenía  la  nobleza  de  tu  gesto  habitual; 
Llovías  tus   reflejos,  como  sus  luces  llueve, 
Sobre  una  blanca  alfombra  la  araña  de  cristal. 

Tal,  3^  sorprendidos  en  un  éxtasis  furtivo 
Nuestras  almas,  esplendiendo  en  amor  primitivo 
Gozaban  de  su  flesta,  lest  motivo  augural. 

Mientras  en  la  alta  nave  de  la  noche  silente 
Rondaban  las  estrellas  á  la  luna  esplendente 
Como  áureas  mariposas  de  una  lámpara  astral. 

Víctor  Bonifacino. 


—  101 


No  tuvo  luz  tii  flor... 


Para  Apolo. 

Enero  tiembla  y  se  amortaja  en  nieve; 
Febrero  ríe  la  mundial  parodia; 
Madura  Marzo  y  á  la  vez  salmodia; 
Lirios  Abril  sobre  los  prados  llueve. 

Mayo  el  imperio  de  la  flor  encumbra; 
Dispone  Junio  la  estival  cosecha; 
Enciende  Julio  al  sol  su  roja  flecha; 
Agosto  abrasador,  quema  y  deslumhra. 

Septiembre  cruza  en  brava  sacudida; 
Amarillea  tristemente  Octubre; 
Noviembre  de  hojas  los  senderos  cubre; 
Y  Diciembre  se  va  como  una  vida  .  - 

Rosas  con  lluvias;  claridad  con  frío . . . 
¡  No  tuvo  luz  ni  flor  el  año  mío ! 

Manuel  S.  Fichar  do. 

Oftiibro  31. 


M.   S.\LVADOR   UI.LOA 


102 


La  lucl)a  d^l  -estilo 


;  Qué    portentosíL  transformación 
la  de  las  palabras,  mansas,  inertes, 
en  el  rebaño  del  estilo  vulgar,  cuan- 
do las  convoca  y  las  manda  el  alma 
del  artista!  .  Desde  el  momento  en 
que  queréis  hacer  un  arte,  arte  cor- 
póreo y   musical,  de  la  expresión, 
hundís  en  ella  un  acicate  que  suble- 
va todos  sus  ímpetus   rebeldes   La 
palabra,  ser  vivo  y  voluntarioso,  os 
mira  entonces  desde  los  puntos  de 
la  pluma,  que  la  muerdo  para  suje- 
tarla; disputa  con  vosotros,  os  obli- 
ga á  que  la  afrontéis,  tiene  un  alma 
y   una  llsonomia.    Descubriéndoos, 
en  su  rebelión,  todo  su  contenido 
íntimo,  os  impone  á  menudo  que  le 
devolváis  la  libertad  que  habéis  que- 
rido arrebatarle,   para  que  convo- 
quéis á  otra,  que  llega  huraña  y  es- 
quiva, al  yugo  de  acero   Y  veces 
hay  en  que  la  pelea  con  esos  mons- 
truos minúsculus  os  exalta  y  fatiga, 
como  una    desesperada    contienda 
por  la  fortuna  y  el  lioncr  Todas  las 
voluptuosidades  heroicas  caben  en 
esa  lucha  ignorada   Sentís  alterna- 
tivamente la  embriaguez  del  vence- 
dor, las  ansias  del  medroso,  la  ex- 
altación iracunda  del  herido.  Com- 
prendéis, ante  la  docilidad  de  una 
frase  que  cae  subyugada  á  vuestros 
pies,  el  clamoreo  salvaje  del  triunfo 
Sabéis,  cuando  la  forma  apenas  asi 
da  se  os  escapa,  cómo  es  que  la  an- 
gustia del  desfallecimiento  embarga 
al  corazón.  Vibra  todo  vuestro  or- 
ganismo como  la  tierra  estremecida 
por  la  fragorosa  palpitación  de  la 
batalla  (]omo  en  el  campo  donde  la 
lucha  fué,  quedan  después  las  seña- 
les del  fuego  que  ha  pasado,  en  vues- 
tra imaginación  y  vuestros  nervios 
Dejáis  en  las  ennegrecidas  páginas 


algo  de  vuestras  entrañas  y  de  vues- 
tra vida...  iQué  vale,  al  lado  de  es- 
to,  la  contentadiza  espontaneidad 
del  que  no  opone  á  la  afluencia  de 
la  frase  incolora,  inexpresiva,  nin- 
guna resistencia  propia;  ninguna 
altiva  terquedad  á  la  rebelión  de  la 
palabra  que  se  niega  á  dar  de  sí  el 
alma  y  el  color?     Porque  la  lucha 
del  estilo  no  ha  de  confundirse  con 
la  pertinacia  fría  del  retórico,  que 
ajusta  penosamente,  en  el  mosaico 
de  su  corrección  convencional,  pa- 
labras que  no  ha  humedecido  el  tibio 
aliento  del  alma.  Eso  sería  compa- 
rar una  partida  de  ajedrez  con  un 
combate  en  que  corre  la  sangre  y 
se  disputa  un  imperio   La  lucha  del 
estilo  es  una  epopeya  que  tiene  por 
campo  de  acción  nuestra  naturale- 
za íntima,  las  más  hondas  profun- 
didades de  nuestro  ser    Los  poemas 
de  la  guerra  no  nos  hablan  de  más 
soberbias  energías  ni  de  más  crue- 
les encarnizamientos  ni  en  la  vic- 
toria de  más  altos  y  divinos  júbilos  .. 
¡Oh,   llíada  formidable  y  hermosa, 
Ilíada  del   corazOn  de  ios  artistas, 
de  cuyos  ignorados  combates  nacen 
al  mundo  la  alegría,  el  entusiasmo 
y  la  luz.  como  del  heroísmo  y  de 
ia  sangre  de  los  combates  verdade- 
ros! Alguna  vez  has  debido  ser  es- 
crita para  que,  narrada  por  uno  de 
los  que  te   llevaron   en  sí  mismos, 
durase  en  tí  el  testimonio  de  algu- 
nas de  las  más  conmovedoras  emo- 
ciones humanas.  Y  tu  Homero  pudo 
ser  Gustavo  Flaubert. 


Mdiiti'vidco. 


JosK  Enrique  Rodó 


-^$CCC*}o- 


0«  **  Cantos  de  juvetitud'' 


103  — 

(1) 


A  Vicente  Mcdiiiii. 

|VIi  canción 

Si  yo  canto  es  porque  tengo  dentro  el  alma  una  gran  lira; 
Si  yo  canto  es  porque  sufro,  porque  yo  no  sé  llorar; 
Porque  yo  soy  flor  y  ave,  luz,  color,  incienso  y  pira. 
Yo  soy  todo  un  Universo,  vida:  cielo,  tierra  y  mar! 

Mis  estrofas  son  piquetas  que  destruyen  la  Mentira; 
Mis  estrofas  á  los  odios  les  incendian  el  altar; 
iSon  pedazos  de  conciencia  que  estallan  toda  su  ira! 
¡Son  las  voces  de  mi  orgullo,  que  no  se  pueden  callar! 

En  mi  canto  hay  el  dualismo  del  amor  y  del  desprecio, 
Todo  es  alma,  todo  es  vida,  todo  es  noble,  todo  es  recio: 
Es  mi  heroica  marsellesa  que  conmigo  morirá! 

Pero  á  veces  pienso  triste  en  mi  cansancio  de  atleta 
Que  la  loca  fantasía  de  mi  sueño  de  poeta 
Es  un  águila  que  vuela  sin  saber  á  donde  va! 


¿Qué  quicpo? 

Quiero  llamar  á  mi  lado  con  el  toqué  de  mis  versos 
A  mis  hermanos  que  hu\xn,  para  no  volver,  quizás; 
¡Si  cuando  ruge  el  tirano  los  pueblos  se  van  dispersos, 
Cuanto  les  canta  el  poeta,  los  pueblos  vuelven  atrás! 

Quiero  con  mis  grandes  alas  cruzar  espacios  diversos, 
Cantar  con  mi  lira  al  Mundo,  dejando  al  Mundo  detrás; 
Mas  ver  no  puede  mi  orgullo,  á  sus  pies  los  Universos: 
¡Mi  corazón  es  del  pueblo  y  no  lo  deja  jamás! 

Quiero  buscarle  á  mi  numen  ese  fuego  que  ilumina. 
Haciendo  surgir  mi  alma,  roja,  exaltada  y  divina. 
Como  una  Roma  hecha  incendio  para  que  cante  Nerón ; 

Quiero  que  mi  augusta  lira  se  desborde  y  se  arrebate 

Y  enseñe  que  en  mi  soberbia  .tengo  en  medio  del  combate 

El  alma  de  V^íctor  Hugo  y  el  brazo  de  Napoleón! 

Ovidio  Fernández  Ríos. 

MonteviiUío. 


( 1 )  Libro  ií  publicarse. 


104  — 


£1   paÍ5    qüQ   3Q   ^n^^ 


J'ara  Apolo. 


X 


l.enfamonte,  sobre  la  heráldica  y 
azulada  plata,  veía  Roberto  apare- 
cer las  líneas  de  los  edificios  leja- 
nos, destacarse  los  escorzos  de 
las  torres,  de  las  cúpulas,  de  las 
agujas,  que  á  la  distancia  adqui- 
rían la  negrura  y  el  relieve  de  tea 
ira  es  y  fantasmagóricos  paisajes. 
En  indecisas  y  anaranjadas  tonali- 
dades, se  fué  diluyendo,  esfuman- 
do el  primitivo  tono,  y  con  un  leví- 
s!Ímo  matiz  amarillento,  surgían 
ahora  las  líneas  seguras  de  los  de- 
talles arquitectónicos,  sobre  aque- 
lla íiotante  vaporización  de  oro  que 
se  elevaba  abarcando  medio  arco. 

Sobre  el  globo  solitario  de  un 
lemplo,  aumentaba  la  creciente, 
ascendente  lluvia  luminosa,  y  en 
aquella  claridad  que  se  extendía, 
dilatándose  por  la  bruñida  superfi- 
cie de  toda  la  bóveda,  apareció  la 
luna,  enorme,  sangrienta,  men- 
guante, cortándose  dos  veces  en  la 
línea  negra  de  la  torre  y  en  la  esfe- 
ra déla  cúpula,  en  cuyos  ventana- 
les la  siguió  Roberto  con  otro  matiz 
rojizo,  surcada  toda  ella,  romo  un 
blasón  fantástico,  por  las  leyendas 
y  las  cruces  de  los  vidrios  historia- 
dos. 

La  claridad  de  la  noche  purísima 
propiciaba  la-melancolía  de  su  alma, 
impulsándola  de  nuevo  al  goce  soli- 
tario de  los  ensueños  taciturnos. 

Toda  la  leyenda  del  estío,  toda  la 
superchería  (!e  la  mañana  ingenua, 
esfumádose  había  en  las  volutas  del 
presente  encanto,  como  aquel  astro 
enorme,  sangriento,.jlii>ono,.qne  se 
diluía,  en  ,'u  lenta  y  estelar  ascen- 
sión, en  una  lluvia  tenuísima  de 
plata,  hasta  tomar  el  tamaño  y  el 
color  comunes  en  la  primitiva  ter- 
sura de  los  cielos  diarios 

Con  singular  é  irresistible  fuerza, 
como  1.  s  ritmos  prolongados  del 
momento  lírico.  Je  atraía  otra  vez 
la  encantadora,  la  todopudiente,  y 
en   el  caminar  fatigoso  del  paseo 


nocturno,  alzaba  los  ojos  á  la  estre- 
llada bóveda,  con  la  unción  fervo- 
rosa y  nostálgica  de  los  místicos 
agradecidos.  Parecíale  vivir  una 
existencia  nueva,sentir,  como  en  las 
lúcidas  fascinaciones,  la  conjunción 
de  su  alma  con  el  misterio  ensoña- 
dor de  la  noche  plácida,  y  una  vez 
que,  sobre  el  arco  luminoso,  cruzó 
la  estela  fugitiva  y  áurea  de  un  me- 
teoro, le  pareció  revivir  las  noches 
indiferentes  de  la  infancia,  contar 
las  horas,  sin  el  suplicio  del  tiempo 
y  el  espacio,  en  la  inconsciencia  del 
reposo  y  el  silencio 

La  misma  sensualidad  de  su  tem- 
peramento cada  vez  mas  femenino, 
yacía  sepultada  en  la  serena  triste- 
za, en  la  humana  añoranza  déla  no- 
che favorable;  y  la  figura  de  la  dolo- 
rosa  aparecíasele  como  una  intangi- 
ble, diáfana  visión,  como  los  cuerpos 
de  esas  criaturas  nubiles,  anémicas, 
por  las  que  sólo  se  siente  una  in- 
quietante ternura,  un  deseo  impe- 
rioso de  prolongarles  la  decadente 
vida.  Comprendía  la  intensa  tortura 
de  la  trágica  al  rememorar,  en  el 
súbito  silencio  de  la  sala  armoniosa, 
aquella  poesía  tan  evocadora,  tan 
melancólica,  que  tan  carnales  re- 
cuerdos, tan  íntimas  remembranzas 
tenía  para  entrambos;  y  él  mismo, 
en  la  dura  soledad,  pensaba  en  el 
dilalacerante  martirio  que  hubieran 
de  experimentar  los  seíitidos  de  la 
mujer  en  los  estériles  abrazos  de  los 
ensueños  que  agobian,  el  fuego  de  la 
frase,  toda  la  vida  que  fué,  toda  la 
vida  que  será». 

Vpresuró  el  paso,  inquieto  como 
en  las  noches  de  la  playa.  Lnos 
trasnochadores  tarareaban, á  lo  le- 
jos, una  romanza  italiana,  y  el  eco 
de  aquellas  voces  juveniles,  que 
cantaban  al  amor  y  al  futuro,  lle- 
gaba hasta  él  rítmicamente  suave, 
como  el  nuirmullo  de  los  violines  y 
los  violoncelos,  sobre  el  silencio  de 
los  bronces,  en  la  hora  crepuscular 
lontana  y  fugitiva. . 

Cuando  estuvo  eu  el  estudio,  ilu- 


—  105 


minado  solamente  por  la  llama  mo- 
ribunda de  la  estufa,  experimentó 
un  nuevo  placer,  una  inerte  delicia, 
que  le  hizo  pensar  nuevamente,  con 
los  ojos  aún  deslumbrador,  en  las 
noches  remotísimas  de  la  infancia, 
en  los  ñiegos  de  las  madrugadas 
que  anunciaran  por  la  primera  vez 
un  cercano  é  inesperado  viaje. 

Atizó  el  fuego,  y  el  calor  de  las 
brasas  revividas,  sentado  yaeqla 
butaca  favorita,  le  aumentó  aquella 
infantil  bienandanza,  la  j«efable 
alegría  del  nirvana  espiritual  que  él 
hubiera  deseado  prolongar  infinita- 
mente, dilatarlo  hasta  el  punto  de 
perder  la  noción  del  tiempo,  de  las 
horas  eternas  y  fugac«s. 

La  ardiente  caricia  de  la  llama 
que  cobraba,  en  tonalidades  rojiza?, 
sobre  el  fondo  negro  de  la  chime- 
nea, las  volutas,  los  giros,  los  capri- 
chos, las  sinuosidades,  todas  las  for- 
mas raras  y  cambiantes  de  la  vida 
del  fuego,  le  producía  ahora  una 
nueva  voluptuosidad,  otro  goce  no 
experimentado  jamás,  en  el  cual 
aquellas  lenguas  ígneas,  que  se  ele- 
vaban, se  recogían,  se  apagaban 
para  encenderse  en  súbitas  explo- 
siones, parecían  hablarle  un  idioma 
misteriosameute  cognoscible,  to- 
mar, bajo  el  influjo  de  sus  miradas 
animadoras,  los  lincamientos  labe- 
rínticos, ambiguos  como  cabelleras 
de  monstruosas  divinidades,  de  cier- 
tos dibujos  rafaelitas  ó  simbólicos* 

Habíase  recogido  sobre  su  cintu- 
ra, los  codos  sobre  los  muslos,  las 
manos,  abiertas  y  amplias,  sobre 
las  sienes,  fijas  las  pupiljs  en  el  fue- 
go devorador,  atraído  por  un  pen- 
samiento aún  obscuro,  velado,  in- 
formal, que  debía  ser  á  poco,  en  el 
trabajo  paciente  de  su  inteligencia 
ejercitada,  una  lúcida,  perfecta  y 
luminosa  idea. 

Las  lenguas  devorantes,  insacia- 
bles, parecían  aumentar,  en  el  mag- 
no silencio,  svs  ígneos  jeroglíficos, 
atraerle  más  aún  con  sus  formas 
satánicas,  que,  á  veces,  en  las  vo- 
lutas, en  las  perí»zosas  espirales,  en 
los  cortos  desfallecimientos,  cobra- 
ba el  marino  blanco  azulado  de  los 
ópalos. 

-  «  Sería  mi  literario  sacrificio. 


—  se  dijo,  absorto  en  el  juego  aho- 
ra crepitante  de  las  llamas ;  sería 
como  una  expiación  votiva,  reali- 
zada en  la  hora  en  que  la  amante, 
en  ia  supina  actitud  de  algim  en- 
sueño, debe  sentir,  como  el  ritmo 
de  una  música  cercana,  un  canto  de 
vida  y  esperanza. 

Sería  también  la  anunciación,  en 
la  caricia  del  fuego,  de  una  vida 
nueva,  en  la  cual  el  pasado  resurgi- 
ría sólo  un  instante,  flotaría  un 
segundo,  como  el  humo  primitivo 
de  la  llama  ». 

Se  había  puesto  de  pie,  y  la  som- 
bra alargada  de  su  cuerpo,  sobre 
los  dibujos  de  los  gobelinos,  en  el 
carmín  obscurecido  de  la  tela  autén- 
tica, resaltaba  con  el  escorzo  y  el 
relieve  de  los  forjadores  del  hierro, 
como  las  ciclópeas  figuras  acrecidas 
y  desfiguradas  por  el  fuego  eterno 
de  las  fraguas. 

En  la  sombra,  con  su  mano  ex- 
perta de  bibliófilo,  había  tomado  el 
libro,  cuyas  iniciales,  en  la  carátula 
de  blando  pergamino,, había  pal- 
pado en  la  presión  de  sus  dedos 
inquietos,  —  aquellas  mayúsculas 
que  en  las  vitrinas  de  París,  habían 
pregonado  la  gloria  de  una  tierra 
ingrata,  aquella  otra  hechicería  del 
país  nuevo,  desflorado  ya,  caduco  y 
decrépito  como  un  viejo  país. 

Otra  vez,  en  la  luz  rojiza,  con- 
templó con  curiosidad,  con  extra- 
ñeza  casi,  aquella  tapa  novedosa, 
donde  las  iniciales  del  título,—  «Ha- 
cia la  tierra*,  —  de  un  rojo  encen- 
dido sobre  plata  antigua,  de  sinuo- 
sos detalles,  vivas  y  lucientes,  re- 
cordaban los  mitos  fabulosos  en  los 
rancios  escudos  medioevales. 

Estrujaba  aquella  pasta  blandísi- 
ma, y  la  presión  de  los  pulgares, 
como  enjlas  carnes  mórbidas,  som- 
breaba en  dos  puntos,  deslustrán- 
dolo, el  argento  del  plano. 

Con  insinuante  curiosidad  de  ma- 
niático, buscó  la  'primera!  página  ; 
y  aquellas  formas  nuevas  sobre 
arcaico  pergamino,  la  enseña  desa- 
fiante, vanidosa,  americana,  le  pa- 
recieron dejuna  clara  y  burguesa 
perfección,  como  las  letras  comu- 
nes que  en  la  última  página,  resur- 
gida ahora,  habían  profetizado  la 


—  106  — 


desilusión,  la  desesperanza  de  su 
restante  vida. 

Eran  toda  su  historia,  toda  la 
■episódica  volubilidad  de  su  existen- 
cia, aquellos  dos  lemas  estampados 
sobre  la  primera  y  la  última  página 
úe  su  libro;  toda  su  vida,  toda  su 
infecunda  vida,  aquellas  mayúscu- 
las del  artístico  breviario,  que  de- 
cían, como  en  la  existencia  real,  el 
«upremQ  encanto,  que  en  París  ha- 
bía sido  la  bohemia  y  en  el  villo- 
rrio la  superchería  del  estío,  y  la 
suprema  desesperanza,  que  había 
sido  en  la  aldea  una  tarde  gris  y 
sería  en  la  Villa  amada  un  mortaí, 
un  melancólico  amor. 

Con  mano  segura,  en  el  primer 
movimiento  de  sus  calmas  repenti- 
nas, arrojó  al  fuego  el  libro,  sobre 
el  rectángulo  sombrío,  se  recogieron 
un  instante,  se  elevaron,  crepitando 
en  una  lluvia  de  chispas,  las  lenguas 
devorantes. 

Otra  vez,  en  la  primitiva  inmovi- 
lidad, con  las  pupilas  tenaces,  seguía 
las  caricias  ardientes,  amorosas,  del 
fuego  insaciable;  y  entre  las  llamas, 
súbitamente  quietas,  de  un  azulado 
tornasol,  contempló  un  largo  rato 
las  mayúsculas  que,  sobre  el  argento 
-aun  intacto,  refulgían  vivas,  como 
las  lenguas  tímidas  que  se  habían 
abatido  bajo  el  paso  del  libro  pa- 
risién 

Se  consumía  lentamente,  lenta- 
mente, el  ejemplar  enemigo,  sin  que 
aquella  carátula,  que  todo  lo  decía, 
dejase  de  relucir  en  la  misteriosa 
calma  de  los  haces;  sin  que  aquellas 
letras  sinuosas,  ondulantes  como  ca- 
belleras divinas,  dejaran  de  brillar, 
de  vivir;  en  el  flotante  y  luminoso 
polvo.  Era  un  raro  suplicio,  un  refi- 
nado martirio,  una  asiática  tortura, 
aquella  lenta  destrucción,  en  el  tra- 
bajo oculto  del  fuego,  aquel  beso  in- 
terminable de  las  llamas  que  consu- 
mían la  inscripción  francesa  de  la 
página  claudicante,  que  hacían  ar- 
quearse, en  una  comba  suave  que 
dio  otro  brillo  al  rojo  de  las  letras  y 
al  argento  del  plano,  aquella  cubierta 
aún  evocadora,  aún  artística,  aún 
viviente. 


No  apartaba  las  pupilas  de  aque- 
lla mancha  todavía  decisa,  segura ; 
pero  veía  ya,  estremecido,  poseído 
á  su  vez  del  goce  humano  de  la  des  • 
trucción,  del  instintivo  y  bárbaro 
deleite, aumentar  aquella  dulce  com- 
ba, encogerse,  dilatarse,  estreme- 
cerse, temblar  como  una  carne  de 
mujer,  aquella  pasta  blanda  donde 
creía  ver  aún,  en  la  plata  que  se 
obscurecía,  las  señales  impresas  de 
sus  dedos  impacientes 

—  «Es  natural  que  sean  las  ma- 
yúsculas, las  inspiradoras,  las  que 
más  resistan  el  fuego  que  destruye, 
el  fuego  que  borra.  »  • 

Se  dijo,  viendo  como  se  elevaban, 
en  el  agónico  desfallecimiento  de 
la  curva,  aquellas  letras  que  iban  a. 
refulgir  desesperadamente  en  el 
largo  y  ardiente  paroxismo. 

—  «  Es  necesario  que  contemple 
hasta  el  postrer  instante,  hasta 
el  postrer  segundo,  la  vida  resis- 
tente del  libro  fatal». -Y  dicho 
esto,  aguzó  más  las  pupilas  para 
seguir  aquellas  líneas  ahumadas, 
aquellas  manchas  rojizas,  cambian- 
tes, que  anunciaban,  en  ia  plata  y 
el  carmín  heráldicos,  la  proximidad 
de  la  destructora,  de  la  intacta,  de 
la  eterna 

En  el  último  estei'tor,  la  co;uba 
suave,  femenina,  se  contrajo  como 
en  un  pliegue  doloroso,  se  plegó  so- 
bre las  páginas  negras,  carboniza- 
das, mudas  y  el  humo  de  la  llama 
paciente,  felina,  obscureció  del  todo 
el  viejo  y  nocturno  argento. 

—  «  Quiero  ver  aún,  quiero  seguir 
la  conjunción  de  la  vida  y  de  la 
muerte  ». 

^  olvió  á  decirse:  y  como  aguzara 
aún  más  las  pupilas,  en  la  violencia 
del  salvaje  instinto,  contempló  ató  - 
nito,  poseído  de  un  súbito  y  vago 
temer,  de  una  religiosa  supersti- 
ción, aquellas  mayúsculas  simbóli- 
cas que  resurgían  de  un  color  blan- 
quizco, de  una  brillantez  indefinible, 
de  un  diabólico  relieve,  sobre  el 
negro  deslustrado,  rugoso,  deforme, 
de  la  enemiga  carátula  muerta 

José  L.  Gomknsoro. 


—  107  — 

lira  Americana 


I        ■    ■■■ 

¿Versos  autobiográficos?    Allí  están  mis  canciones, 
allí  están  mis  poemas.  Yo,  como  las  naciones 
venturosas,  y  á  ejemplo  de  la  mujer-  honrada, 
no  tengo  historia,  i  Nunca  me  ha  sucedido  nada, 
oh,  noble  amigo  ignoto,  que  pudiera  contarte ! 

Allá  en  mis  años  mozos,    adiviné  del  arte 
r  armonía  y  el  ritmo,  caros  al  Musageta, 
y,  pudiendo  ser  rico,  preferí  ser  poeta. 
— ¿Y  después? 

— He  sufrido  como  todos  y  he  amado  . . . 
— ¿Mucho? 

—  ¡Lo  suficiente  para  ser  perdonado! 

II 

¿Que  quién  soy?  Un  lobezno  de  la  nodriza  bruta 
de  los  Dioscuros :  mi  almo  perfil  y  los  anales 
de  mi  solar  lo  cuentan,  y  hay  en  mi  faz  enjuta 
las  palideces  de  los  olivos   provenzales. 

Nací  con  un   gran  beso   de  amor  entre  la  ardiente 
boca,  y  un  grande   anhelo  de  gloria  en  Taima  esclava» 
y  llevo  diez  leyendas  en  mi  brumosa  frente, 
con  otras  diez  leyendas  en  mi  melena  brava. 

III 

¿Que  cómo  soy?   Mudable,  fugaz.   Las  nubes   rojas 
del  orto,    más  que  mi  alma,  conservan  su  vestido. 
Yo  tengo  la  impaciencia  perenne  de  las  hojas, 
mi  amor  inseparable,   gemelo  es  de  mi  olvido.  , 

Mi  mente  es  un- espejo  rebelde  á  toda  huella, 
mi  anhelo  es  una  pluma  funámbula,  donaire 


—  108 


del  viento.   El  aerolito  que  cae,  esa  es  mi  estrella. 
Mis  goces  y  mis   penas  son  trazos  en  el  aire. 

El  ansia  del  misterio  me  agita  y  desespera : 
jinete  en  mis'  pegasos  ó  nauta  en  mi  galera, 
corriendo    voy  tras  todo  señuelo  que  lo  finge. 
Mi  hermana  la  cigüeña  me  ha  visto  donde  quiera 
que  el  rojo  sol  proyecta  la  mitra  de  la  esfinge. 

Amo  unos  ojos,    mientras  que  su  matiz   ignoro, 
amo  una  boca,  mientras  no  escucho  sus  acentos. 
¡Jamás  pregunto  el  nombre  de  la  mujer  que  adoro, 
del  cesar  por  quien    lucho,  del  dios  á  quien  imploro, 
del    puerto  á  donde  bogo,  ni  el  rumbo  de  los  vientos! 

Criatura  fugitiva,  que  cruza  el  mundo  vano, 
temiendo  que   la  alforja  sus  éxodos  impida, 
ni  traje  amor  ni  llevo,    y  así  voy  al  arcano, 
lanzando,  con  un  gesto  de  sembrador,    el  grano 
fecundo  de  mis  versos  al  surco  de  mi  vida ... 

Amado  Ñervo. 


109 


£1  otro  encanto 


Comedia  en  3  aetos 


l'ara  Apolo. 


ESCENA      2.*      DEL      PEIMER      ACTO 


Hettée  y  Alfredo 


Alfredo  :  joven  de  25  á  30  años: 
moreno,  culto,  nervioso  y  elegante. 

Renée  —  {  Cohibida  —  Ali ! .  .  .  ¡es 
usted,  doctor  Aubriot! 

Alfredo  -  (Saludando)  Buenos 
días,  señora. 

Renée  -  Bienvenido.  A  punto,  se- 
ñor Aubriot.  He  hablado  con  To- 
más, nuestro  jardinero .  .  sobre... 
ya  no  recuerdo !  . .  qué  memoria 
la  mía! ...  ah!  sí,  sí .  .  .  sobre  el 
Amor.  ¿  Sería  usted  tan  amable  en 
desvanecer  mis  dudas  respecto  á 
algunas  preguntas? .  .  . 

ALFhEDO  —  ( Sonríe  '  —  Nadie  me- 
jor que  su  esposo,  señora.  El  señor 
Vrigny,  es  hombre  de  talento;  estu- 
dia las  pasiones  humanas,  y  sobre 
todo  conoce  íntimamente  á  usted. 

Renée  —  ( Temerosa ,  —  Ah !  ami- 
go mío  Mi  esposo  se  ocupa  de  sus 
novelas,  como  mi  jardinero  de  su 
jardín.  í^os  dos  aman  sus  cosas  res- 
pectivamente. 

At.fuedo  —  Sonriendo  ^  -  Señora, 
no  hable  usted  así  El  señor  Vrig- 
ny, su  esposo  y  mi  amigo,  es  un 
ser  priviligiado.  La  naturaleza  le 
donó  de  la  facultad,  sin  la  cual  no 
habría  la  comprensión  profunda  de 
las  cosas,  ó  lo  que  es  lo  mismo  :  el 
talento  :  en  este  caso  he  ahí  la  per- 
sonalidad del  noveliza  Quiero  de- 
cirle señora  que  es  á  mi  amigo  Vr- 
mando,  á  quien  debe  usted  dirigir 
preguntas. 

Renée  — ¿  Pero  ...  no  lo  tomaré 
como  un  desaire ?{' sonríe '.  No  es 
correcto  lo  que  usted  hace  señor 
Aubriot :  á  una  mujer  no  puede  ne- 
gársele .  .  ¿cómo  diría?  . .  .  nada, 
en  fin,  nada. 

Alfredo  -  ( Sonríe )  —  Así  lo  pien- 
san los  hombres,  amiga  mía  Cierto 
es  que  en  la  mayoría  de  los  casos 


hacemos  lo  contrario  de  lo  que  pen- 
samos Por  lo  demás  lejos  de  mi 
imaginación  la  idea,  señora,  del 
más  perdonable  desdén 

Renée  (Con  alguna  inquietud i— 
No  me  refiero  á  lo  que  usted  dice 
señor  Aubriot.  Si  solicito  su  opinión 
respecto  á  algunas  de  mis  dudas  es 
porque  ellas  me  producen  una  in- 
cierta incomprensible  .  .  .  ¿cómo  di- 
ría ? .  .  .  inquietud.  ( Con  ímpetu ). 
Pero  señor  Aubriot:  ¿quisiera  usted 
decirme  la  razón  por  la  cual  la  ma- 
yoría de  las  mujeres,  en  el  amor  — 
que  por  mi  parte  concibo  como  la 
alegría  de  vivir— la  dicha  es  motivo 
de  infinitas  inquietudes?  O  ?  es,  ami- 
go mío,  que  el  amor  y  la  tristeza 
son  sinónimos. 

Alfredo  —  Le  repito,  señora  —  y 
no  entienda  usted  mi  insistencia 
como  una  evasiva  -  que  esos  proble- 
mas del  alma,  cuyos  matices'  más 
vivos,  y  cercanos  á  la  verdad,  su 
esposo  de  usted  podría  ponerlos  en 
claro  enteramente.  No  silencio  siu 
embargo  mi  extrañeza  de  que  sea 
usted  misma  señora,  quién  me  pre- 
gunte .  .  . 

RknÉk  —  ( Interrumpiéndolo  -Cu- 
riosidad .    .  curiosidad  femenina. 

Alfredo  .  .  na  lo  silencio  por- 
que :  no  comprendo  su  tristeza,  se- 
ñora. Usted  tiene  un  esposo  enamo- 
rado á  quien  usted  encanta.  Todo 
convida  á  la  ternura  más  intensa: 
el  mecimiento  casi  voluptuoso  de 
los  capullos,  las  hojas,  el  aire  sutil 
que  es  pande  los  aromas.  ¡Fs  la  Na 
turaleza  que  sonríe  !  .  .  . 

Renée  —  (Nerviosa)  —Amigo  mío, 
es  indudable  que  todas  estas  cosas^ 
que  exteriorizan  tanta  frescura  nos 
envuelven  al  acariciarnos,  en  el 
más  hondo  misterio.  (Suspira).  ¡Ah 


—  lio 


señor  Aubriot!  ¿no  le  parece  á  usted 
que  es  un  contraste?  ¿No  acaba  us 
ted  de  decir  que  mi  esposo  y  yo  nos 
amamos?  Y  si  amamos,  ¿por  qué  no 
somos  felices?  Confio,  señor  Aubriot, 
en  su  amabilidad  para  que  usted 
responda  á  estas  interrogaciones. 
Pero  no,  no,  no  se  excuse  usted  Yo 
le  suplico. 

Alfredo  -  Me  imagino,  í^eñora, 
que  en  el  amor  la  diciía  de  vivir  no 
reside  en  lo  íntimo  del  ser  huma- 
no, como  una  rosa  entreabierta 
Quiero  decir  que  toda  la  belleza  del 
amor,  no  es  el  tiempo  presente  .  . . 
La  dicha  la  forman  el  recuerdo,  y 
el  mañana.  Amar  apasionadamente, 
con  la  dud;i,  la  inquietud,  el  arre- 
bato, —  créame  señora  —  es  pala- 
de?  r  con  dulzura,  febrilmente,  aque- 
lla rosa  que  se  entreabre  ...  En  una 
palabra:  el  Amor. 

Renée  —  '  En  pié  )  Según  usted 
entonces,  ¿el  amor  no  es  tranquilo, 
sereno?  (sonríe).  Para  usted  los  teni- 
peramentos  ¿  no  son  distintos  ?  El 
modo  de  acariciar  en  el  amor  con 
la  fantasía;  el  sentirlo;  el  verificrr- 
lo,  ¿no  es  tan  diverso  en  cada  uno 
de  nosotros  como  entre  si  los  colo- 
res que  componen  el  arco-iris  . .  .  ? 
¿Por  qué— según  Armando  —el  amor 
alba  generosa  en  la  frente  no  nnp 
consuela,  no  nos  concilla  ¿  por  qué 
finalmente  señor  Aubriot,  por  qué  . . 
pero  por  qué,  si  amamos  no  somos 
felices  ? 

Alfredo  —  ¡Por  la  inquietud! 

Renée  -  ( Vehemente  i  -  Sabemos 
que  amamos:  tal  vez,  que  nos  aman 
No  veo  en  todo  ello  una  ilusión  en 
la  cuál  se  filtre  la  duda  de  nuestras 
alegrías  No  comprendo. 

Alfredo  — Por  la  inquietud  seño- 
ra, ó  sea  lomi.'^mo  por  la  Naturaleza. 
Sabia  la  Naturaleza,  nos  da  la  ju- 
ventud, tierna  y  apacible  para  el 
goce  y  la  expansión.  Nuestro  egois- 
mal  encaminado,  hace  que  no  edu- 
quemos los  sentimientos  y  estos  en 
nuestra  juventud  llevan  la  vejez. 
En  una  palabra,  señora:  no  hay  en- 
canto. 

Henee  -CCon  interés  —Caballero, 
él  ¿tiene  edad  determinada? 

Alfredo  -  (íuando  decimos:  amé: 
un  año,  dos,  tres,  nos  engañamos 


piadosamente  Sonreimos  al  beso 
del  recuerdo  de  aquella  dicha.  Las 
inefcibles  horas;  dos,  tres,  un  mes, 
mi  año,  no  las  podemos  fijar  Es  el 
tiempo  que  pasa,  ó  mejor,  es  la  vi- 
da. ¡Nos  sentimos  otros  y  con  toda 
beatitud,  conrt irnos  en  el  mañana! 

RenÉe  —  Pensativa  )  —  Pero  el 
recuerdo  de  un  amor:  ¿no  es  amar? 

Alfredo  -  Si  la  imagen,  señora, 
tiene  la  transparencia  de  aquella 
belleza,  sí  En  cambio  bastaría  un 
grano  de  polvo  en  la  pupila  de 
aquellas  ilusiones,  para  que  en  no- 
sotros brotase  un  dolor  instintivo 
que  se  asemeja  al  odio. 

Renée  — Le  he  oído  á  mi  esposo 
que,  Paul  Bourget,  nos  dice  que : 
«el  amor  no  muere  viviendo  la 
obsesión  »  ¿y  se  puede  olvidar  se  - 
ñor  Aubriot  á  una  mujer  á  quién 
se  ha  amado  ?    .  . 

Alfredo— Con  el  pensamiento, 
nó  El  pensamiento,  ó  en  definitiva 
el  recuerdo  no  agota  la  esencia  de 
su  encanto 

Renée  ¿Se  puede  olvidar  el  amoi* 
de  una  mujer  ?  Esa  es  la  pregunta 
concreta  que  yo  he  formulado.^ 

Alfredo  —  Sonríe  t  -  Lo  sé  se- 
ñora, lo  sé.  No  se  puede  olvidar,  sí 
hubo  en  ello  :  afinidad  electiva. 

Renée  — (Sonriendo^  — De  mane- 
ra que  cuanlo  los  hombres  decís: 
¡  mujer  encantadora!  ¿Porqué  lo 
decís  ? 

Alfredo  —  Por  atracción. 

Renée  —  Perdóneme  usted,  señor 
Vubriot,  pero  no  lo  entiendo  bien.  Si 
no  percibís  belleza  en  un  rostro; 
la  mirada  no  os  produce  sutil  suge- 
rencia; perdonadlo,  pero  nuestra 
atracción  es  primitiva,  nada  más 
que  primitiva. 

Alfredo  ¡Oh!  señora.  «Para 
ser  humano,  hay  que  ser  ineludi- 
blemente :  sensual .  según  la  atre- 
vida frase  de  un  eminente  francés. 
El  amor  siempre  es  primitivo,  y 
ello,  señora,  lo  confirman  todas  las 
razas  que,  de  esa  fuerza  han  hecho 
su  hermosura. 

Renée  —  ( Sonríe )  —  ¡  Oh !  nó,  nó, 
caballero.  Me  parece  que  ciertos 
espíritus  —  se  lo  he  oído  á  mi  espo- 
so tantas  veces  —  ciertos  espíritus 
ponen  en  el  amor  algo  de  la  imagi- 


—  111 


nación  creadora :  una  imagen  que 
caldea  las  pienes  ;  una  caricia ;  un 
adiós;  un  sueño  Una  imagen,  — 
como  usted  lo  sabe  bien  —  no  se 
crea  en  el  dominio  del  instinto 
I  Cómo  se  justificaría  que  el  amor 
siendo  un  «  bien  fecundo,  envuel- 
va en  la  ola  de  su  impulso  tanta 
infelicidad  ? . .  .  ¡  Oh !  nó,  nó,  señor 
Aubriot.  Usted  se  engaña. 
Alfredo  —  (  Moviendo  la  cabeza ) 

—  Terminemos,  señora  El  amor  es 
algo  así  como  una  alegria  dolorosa. 
Ah !  le  ruego,  señora,  no  sonría  u$- 
ted  No  hay  confusión  de  términos  : 
es  un  dolor  insensible,  continuo  que 
se  mezcla  en  la  alegría  alborozada ; 
es  lento,  imperceptible  casi.  (  Bajo» 
usted  misma,  señora,  ¿  no  sufre  ? 
I  no  ama  ? . . . 

RenÉe  —  (  Nerviosa"»  —  Mi  esposo 

es  un  hombre  bueno,  amabilísimo... 

Alfredo— (Inquieto,  paseándose ) 

—  Es  cortés,  afable,  excelente  el  se- 
ñor Vrigny. 

Renée  —  Armando  .  tiene  sus 
caprichos.  El  cree  que  los  caprichos 
son  inherentes  á  un  espíritu  inquie- 
to. ¿  Piensa  usted  lo  mismo,  señor 
Aubriot  ? 

Alfredo  —  También  el  amor  es 
caprichoso,  señora,  vale  decir:  en 
sus  rarezas  radica  su  mayor  en- 
canto. 

Renée  -  ¿Y  en  el  misterio  ? 

Alfredo  (Nervioso)  ¡  ¡ Kl  suyo  !! 
(Renée  enmudece)  Señorn,  ¿se  sien- 
te usted  mal,  acaso  ?     . 

Ri:née  -  '  Con  afectación  1  —  \o, 
y(\  ha  pasado.  Un  vahído        la  ma 
ñaua,  el  aire  quizás.      Pero  señor 
A\ibriot,  extraño  á  Armando  .   ¿Tía- 
brá  pasado  algo  ? 

Alfredo  —  No,  señora  :  es  apre- 
hensión de  usted  No  olvide  que  yo 
no  me  impaciento  por  la  ausencia 
de  Adoro. 

Renée  Ah !  perdóneme  usted  ! 
¡  no  sé  dónde  tengo  la  cabeza !  No 
me  acordaba  de  ella.  Qué  dulce  ami- 
ga es  la  esposa  de  usted  (  aproxi- 
mándose con  alguna  indecisión)  ¿La 
ama  usted,  amigo  mío  ? 

Alfredo  —  (Con  disimulo  )  -  ¿  Lo 
duda  usted,  señora  ? 

Renée  —  i  Con  precipitación  )  — 
Oh!   no,    caballero     .    Curiosidad, 


cosas  femeninas  Las  mujeres  en 
nuestra  intimidad,  deseamos  adivi- 
narlo todo ;  saberlo  todo ;  y  todo 
poseer.  Lo  que  á  una  amiga  inte- 
resa, deseamos  conocerlo  Nada  más 
i  no  es  cierto  que  estas  cosas  pura- 
mente femeninas  las  perdona  usted? 

Alfredo  (Sonríe  )  —  Sí  señora: 
con  una  condición :  me  dirá  usted  si 
es  curiosidad  y  nada  más  (  Con  iro- 
nía) Por  qué  todo  lo  que  interesa  á 
mi  esposa  yo  . .  ,  yo  también  deseo 
conocerlo. 

Renée  —  '  Inquieta  ^  —  ¿  Qué  se  le 
puede  decir  á  un  hombre,  que  se  in- 
teresa por  una  mujer?  Nada.  El  debe 
indagarlo  ... 

Alfredo  -  Si  el  hombre  no  des- 
cubre el  misterio  que  envuelve  á 
una  mujer  ella  debe  explicarlo  ó 
insinuarlo  al  menos  .  .  .  Por  ejem- 
plo :  si  usted,  señora,  no  se  hubiese 
enamorado  del  señor  A'rigny:  ¿sabe 
usted  cómo  haría  mi  amigo  para 
conocerlo?  Fácilmente :  usted  se  lo 
diría  ... 

Renée  -  <  Interrumpiéndolo  )  — 
¿Yo?  ¿En  qué  forma? 

Alfredo—  ...  en  un  beso! 

Renée— Usted  se  burla,  señor  Au- 
briot Como  dice  Armando  «  ¡  siem- 
pre el  misterio ! » 

Alfredo  - '  Con  disimulo  )  -  Ami- 
gos de  la  infancia,  el  señor  Vrigny 
y  yo,  nos  conocemos  perfectamente. 
El  es  fino  en  la  per  epción ;  tiene 
tacto  en  todas  sus  apreciaciones 
Créame  usted,  señora,  para  un  hom- 
bre delicado  y  culto,  la  mágica  de 
las  figuras  por  el  sentido  óptico, 
para  un  hombre  culto  de  análisis  — 
me  refiero  á  Armando  —  la  figura 
real  imaginada,  que  vemos,  como 
á  través  de  un  cristal,  una  luz  cual- 
quiera, no  seduce  por  su  exterior. 
Quiero  decirle  que  el  señor  Vrigny 
por  estas  razones  conoce  á  usted  ín- 
timauT^nte. 

Renée  ~^o  divaguemos.  Un  hom- 
bre: ¿cómo  conoce,  cómo  sabe  si  lo 
ama  una  mujer  ? 

Alfredo  -  -Bajo'— Porque  las  mu- 
jeres cuando     no    fingen :     aman 
Amando  una  mujer  todo  fingimiento 
se  desvanece 

Gerónimo  Colombo. 


112  — 


Mercurial 


Luchador  que   buscó  su   derrotero 
De  la  vida  en  las  grandes  arideces, 

Y  apuró  como  un  fosco  prisionero 
La  copa  del  dolor   hasta  las  heces  ; 

No  veng'O  á  ti  por((ue  jamás  inclino 
Con   suave  g'csto   «le  humildad    la  frente, 
Oh  histrión  á  cuyos  ojos  de  felino 
Muchos  doblegan  la  cerviz  doliente. 

Yo  no  vengo  hacia  tí  como  esos  viles 
En  busca  del  mendrugo  que  les  falta; 
De  mis  odios  los  pájaros  viriles 
Hoy   te  apostrofan  con  la  voz  muy  alta. 

Inmóvil  ente  que  engendró   el  pantano 

Y  amamantó   una  cabra:  la  estulticia; 
Espíritu  pueril   que  das   la  mano 

Al  que  cuando  te   compra  te  acaricia : 

Yo  vengo  á  sofrenar  de  tus  intentos 
La  audacia  enorme  que  te  empuja  al  dolo; 
Mi    venganza   se  inspira    en  los  lamentos 
De  tus  inermes  victimas,  tan  solo. 

},  Que  haces  aquí?  Despoja  á  tu  conciencia 

Del  antifaz  infame  que  la  líucubre. 

i  O  es  que  ignoras,  acaso,  la  existencia 


De  una  clase  |)aupérrinia  y  sin  ubre  ? 

Bien :  yo  soy  su   cantor ;    sigo  y  pregono 

El  evangelio  de  esa  clase  aislada, 

Por  eso  vengo  á  lapidar  tu  trono 

Con   la  honda   de  mi  numen,  acerada. 

Fomentador  de  todas  las  miserias 

Y  de   todas  las  pústulas  sociales: 
Hoy  predice  tus   íntimas  lacerias 
Un  paladín  de  nuevos  ideales. 

Porque  tu  corazón  lleno   de  lodo 

Es  como   el  cuarzo,  sumamente  duro, 

Y  ha  de  caer  con  tus  libertos,  todo. 
Todo   tu  poderío   en  antro  obscuro. 

De  orgullo  y  de  valor  haciendo  alarde 
Tú  i)redicas  el   triunfo    del  más   fuerte, 

Y  no  ves  que  tu  espíritu  cobarde 
¡Sufre  el  hondo  contagio  de  la  muerte. 

Mientras  yo  siga  el  mismo  derrotero 
De  la  vida  en  las  grandes  arideces, 

Y  apure  como  un  fosco  prisionero 
La  copa  del  dolor  hasta  las  heces ; 
Para  librarte  del  poeta  austero  : 

f.  A  (luién,  á  quien  elevarás  tus  preces? 

Pkrez  y  CiRis. 


■  <^-ÍCCC$i}o  ■ 


Era  ^l  ideal 


Vara  Apolo. 

Inusitadamente  su  silueta 
surgió  como  una  estrella  vespertina 
allá  entre  la  nostálgica  neblina 
de  aquel  opaco  atardecer  violeta. 

«Es  mi  hermana!» — me  dijo  en  voz  secreta 
el  corazón.  —  «Es  elhij  la  divina 
hada  azul,  vagarosa  3^  diamantina 
que  encarna  los  ensueños  del  Poeta  ! » 

Bajo  el  triste  palor  de  aquel  Ocaso 

hacia  su  busca  encaminé  mi  paso. 

!  Oh,  eterna  ensoñación  !  Oh,  amada  mía! 

Mas  ay !  Oh,  cruel  ficción,  minuto  escaso, 
que  al  quererla  alcanzar  ella  ya  huía, 
y  yo  la  busco  aún  desde  aquel  día  ! 

Ju.AN  Picón  Olaondo. 


—  113  — 

ta  cl)usma  gue  ríe 


De    "Cantos    de    l^ebelión" 


Para  Ai'Olo. 

Pasaron  una  tarde  cuando  el  Gran  Astro  moría.  Yo  soñaba 
en  la  penumbra  de  un  rincón  de  mi  pocilga  bohemia ;  v  de 
abajo,  de  allá  abajo  donde  duerme  la  miseria  por  el  vientre 
atada  al  suelo  como  el  grillete  del  hambre,  ascendía  como 
un  vaho  agri-amargo,  y  las  alas  deletéreas  del  céfiro  nacido 
en  la  entraña  repugnante  de  la  urbe,  arrastraba  los  sollozos, 
los  suspiros  y  los  ayes  de  los  hijos  de  la  chusma;  y  los 
l»adres  y  las  madres,  alocados  un  momento,  arrojaban  hacia 
*'l  cielo  mudo  y  sucio  sus  rugidos  de  placer  retenidos  todo 
vi  año. 

¡Y  pasaron,  y  pasaron!... 

Pasan  siempre,  año  á  año. 

Hoy,  miradlos: 

I 

i  Allá  van! . . .  todos  llevan  en  los  ojos 
un  no  se  quede  lujuriosas  ansias, 
un  no  se  quede  espasmos  deleitosos 
de  un  bestial  sensualismo  que  estallara 
en  rabiosa  bíüumba  de  improperios, 
de  gritos,  maldiciones,  carcajadas! .  ■ . 

Es  la  turba  de  siempre,  la  que  vive 
al  yugo  eternamente  esclavizada ; 
la  que  todos  los  días  muere  de  hambre 
al  pie  suntuoso  de  marmóreas  gradas ; 
la  que  todos  los  días  riega  campos 
con  su  amargo  sudor  y  con  sus  lágrimas ; 
la  que  todos  los  días  deja  trozos 
de  carne  palpitante  entre  las  máquinas . . . 
Es  la  turba  de  siempre . . .  plebe  imbécil, 
anónimo  montón,  multitud,  nada ! . . . 

II 

i  Reid  y  haced  reir,  pueblos  esclavos ! 
i  Reid,  gozad ! . . .  ¡  que  viva  la  algazara ! 
¡  Arrojad  el  dolor  á  vuestros  antros 
3-  vestios  de  fiesta,  eternos  parias! 

El  señor  os  espera  en  su  palacio 
para  veros  pasar  en  mascarada, 


—   114   — 

—  es  el  mismo  señor  que  os  esclaviza, 
mañana  azotará  vuestras  espaldas!^ 
andad,  haced  que  ría,  haced  que  goce, 
y  vosotros. . .  sufrid,  servil  canalla! 

III 

¡Allá  van!  . .  todos  llevan  bajo  sedas 
podredumbre  y  dolor,  roñas  y  llagas, 
y  la  mueca  risueña  de  sus  rostros 
oculta  gestos  de  hambre,  insomnio  y  rabia. 

¡  Avalancha  inconsciente !  i  Manicomio 
desbordado  en  las  calles!  ¡ Caravana 
de  hambrientos  y  azotados 
vestidos  de  señores  y  monarcas! 
.    .  Pobres  pueblos  si  siempre  á  sus  tiranos 
servirán  de  bufones. 

De  sus  báquicas 
canciones  de  placer,  hacer  debieran 
una  música  fúnebre,  una  marcha 
triste  como  un  páramo  cinéreo, 
y  de  sus  trajes  de  arlequín,  mortajas 
para  cubrir  sus  cuerpos  extenuados, 
faltos  de  voluntad,  como  una  barca 
que  ha  perdido  el  timón  en  la  tormenta 
y  vaga  ya  sin  rumbo  por  las  aguas 
hasta  que  éstas  la  estrellan  en  las  rocas 
ó  inútil  la  abandonan  en  las  playas. 

IV 

¡  Pueblos  esclavos,  escuchad !  Yo^  os  hablo 
en  nombre  del  ejército  del  Alba, 
ese  ejército  de  hombres  \alerosos 
que  llevan  la  bandera  desplegada 
como  un  girón  de  aurora  tremolando 
en  la  noche  social  de  la  ignorancia ; 
yo  os  hablo  en  nombre  de  una  idea  grande 
de  libertad  y  redención  humanas. . . 
;me  queréis  escuchar,  pueblos  esclavos?: 

— No  hay  tiempo  de  reir  ¡á  la  batalla! 
■que  rían  los  ahitos,  los  que  nunca 
sintieron  un  vacío  en  las  entrañas; 


—  118  — 

Vicente  Medina 


fia  estado  entre  nosotro!*,  de  paso  para  la  Argentina,  el  inspirado  autor 
<le  «  La  (Ranclón  de  la  Huerta  »  don  Vicente  Medina.  Fueron  á  recibirlo 
abordo  del  León  XIII  los  poetas  Pérez  y  Curis  y  Ovidio  Fernández  Ríos.  Al 
partir  de  Cartagena  se  celebró  un  banquete  en  su  honor,  al  que  asistieron 
distinguidas  personalidades  de  la  prensa  espoñola  y  poetas  de  alto  vuelo. 
Los  periódicos  «  La  Tierra  »  y  «  Carthago  Moderna  »  dedicaron  sentidas 
frases  á  tan  ilustre  poeta,  y  durante  el  banquete,  Chocano,  el  autor  de 
•  Iras  Santas  ',  i'ecitó  entre  otras  poesías  suyas,  la  siguiente  : 

Adiós  á  jVIedina 

El  Rey  (le  lasE»i|)añas|iii'iisaeii  un  boHo  viaje  El  Rey  de  las  Espafias  llevaría  su  cetro, 

por  las  tierras  (le  Indias;  yo  no  sé  si  lo  hará;  Poeta:  tú  la  lira,  y  el  número  y  el  metro 

pero  el  Júbilo  corre  por  mar  y  por  boscaje  conquelavidaajustasalsónde  tus  canciones, 

y  los  An<les  inclinan  sus  cuiiibres  por  si  va.  Por  si  va  el  Rey,  tú  ahora  elhomenaje  empie- 

—  "                                            [zas; 

El  que  hoy  va  es  un  [loeta,  cuyo  tíno  cordaje  porque  si  él  verá  cómo  sedoblan  las  cabezas, 

dice  un  cántico;  el  cántico  ((ue  siempre  sonará  tú  verás  cómo  en  cambio  se  alzan  los  corazo- 

del  amor  que  suspira  por  el  patrio  paisaje  [nes. 
y  por  el  tiempo  heroico  que  nunca  volverá. 

Damos  la  bienvenida  al  delicado  poeta  y  querido  amigo. 


Voces    americanas 


"  Apolo  " 

Esta  simpática  i  bien  nutrida  revista  que  ha  logrado,  gracias  al  esfuerzo 
intelijento  i  tenaz  de  sus  directores,  reunir  en  sus  pajinas  las  firmas  más 
prestijiadas  de  América  i  España,  en  la  poeí^ía  i  el  cuento,  nos  ha  enviado 
el  número  12  correspondiente  al  mes  de  Febrero. 

Fs  digno  de  todo  encomio  el  entusiasmo  con  que  Pérez  i  Curis  contri- 
buye con  su  Apolo  á  la  confraternidad  literaria  de  los  intelectuales  hispa- 
no- americanos. 

Después  de  «  El  Cojo  Ilustrado  »  de  Caracas,  la  primera  revista  de  Amé- 
rica por  su  material,  no  conocemos  otra  que,  como  Apolo,  reúna  mayores 
lirmas.  Apolo  está  á  cien  codos  sobre  «Zig-Zag  ',  por  ejemplo,  revista 
que  parece  estar  condenada  á  «zigzaguear  ^,  sin  encontrar  jamás  el  buen 
camino,  que  es  el  de  dar  trabajos  orijinales  inéditos  de  autores  que  repre- 
senten algo  en  la  literatura  de  aquí  o  de  cualquiera  parte. 

«  Apolo »  promete  un  número  especial  para  el  i ."  de  Mayo,  que  no  duda- 
mos sea  tan  selecto  como  el  del  1.*  de  Enero,  que  alcanzó  á  cinco  mil  ejem- 
plares, agotados  en  unos  cuantos  dias. 

Al  entrar  á  su  tercer  año  de  existencia,  deseamos  á  ♦  Apolo  »  los  más 
lisonjeros  triunfos. 

El  número  12,  del  cual  acusamos  recibo,  trae  colaboración  de  Fernán- 
dez Ríos,  Herrera  i  Reissig,  Miguel  Luis  Rocuant,  Alejandro  Sux,  Pérez  i 
Curis,  Roberto  Roza,  etc.,  etc. 

(De  La  Lei) 
Santiago  do  (Ibile. 


—  119 


^ibllo^ráfiea^ 


liibpos   y  folletos   peeibidos 


jPs.lfna.s  d.e  fu-^go-,  por 
Felipe  Sassone  -  Madrid.  El 
cuento  es  un  genero  literario  casi  ol- 
vidado en  América.  La  mayoría  de 
nuestros  prosadores  fe  dedican  á 
la  novela  porque  hay  más  donde 
espigar  ó  bien  porque  fu  tempera- 
mente  artístico  necesita  vastos  cam- 
pos donde  poder  mostrarse.  España, 
en  cambio,  cuenta  con  un  núcleo 
muy  selecto  de  cultivadores  de  e?e 
género  divinizado  en  Francia  por 
Maupassant. 

El  escritor  peruano  Felipe  Sassone, 
autor  de  la  novela  Malos  Amores» 
que  ha  merecido  muchos  elogios  de 
la  crítica  iberoamericana,  nos 
ofrece  ahora  un  hermoso  bouquet 
de  cuentos  que  titula  «  Almas  de 
FuegO)?.  Novelas  cortas  llenas  de  vi- 
da y  con  un  cúmulo  de  finas  obser- 
vaciones que  revelan  en  su  autor  á 
un  psicólogo  sagaz,  en  ellas  existe 
el  consorcio  de  la  idea  y  del  estilo, 
rico  y  armonioso  éste;  y  aquella, 
noble  y  humana.  El  alma  que  anima 
esos  cuentos  es  compleja  y  sensi- 
tiva. Llora  y  ríe,  impreca  y  bendice. 
De  ahí  la  duplicidad  psíquica  de 
Sassone,  esa  duphcidad  virtuosa  in- 
herente á  los  grandes  escritores 

Lamentamos  no  disponer  de  ma- 
yor espacio  para  hacer  un  juicio 
extenso  sobre  este  libro  de  Sassone 
que  es  uno  de  los  mejores  que  hemos 
leído  en  estos  últimos  tiempos.  Va- 
yan, en  cambio,  á  su  autor,  nuestras 
sinceras  felicitaciones  por  su  nuevo 
libro. 

Crítica.  d.e;l  Gre.ra.io-,  por 
Pedro  Sonderéguer.  —  Santiago 
DE  Chile.  -  Es  una  hermosa  mono- 
grafía leída  por  su  autor  en  el  Salón 
de  Conferencias  del  Museo  Pedagó- 
gico de  Santiago  de  Chile  Pedro 
Sonderéguer  no  es  un  desconocido 
para  nosotros.  En  1904  publicó  su 
primera  obra :  c  Cóndor  »  novela  de 
mucho  aliento  que  mereció  los  más 


altos  elogios  de  la  crítica.  En  «Oí- 
tica  del  Genio»  Sonderéguer  se  nos 
presenta  como  un  escritor  original 
que  ahonda  con  mucho  tino  el  con- 
cepto de  las  cosas  Sus  disquisicio- 
nes filosóficas  sobre  el  genio,  son, 
á  todas  luces,  eficaces  y  vigorosas. 
Son  el  fruto  de  un  cerebro  bien  nu- 
trido y  preparado  para  los  altos  es- 
tudios. 

La  obrita  trae  un  prólogo  de  Mi- 
guel Luis  Rocuant,  el  brillante  poeta 
chileno. 

IDomu-s  jPLtxrea.,  por  Au- 
relio DEL  Hebrón  —  Montevideo. 
—  He  aquí  la  obra  de  un  solitario 
incomprendido.  «  Domus  Áurea  » 
consta  do  quince  sonetos  que  no  son 
sino  otros  tantos  poemitas  cuya 
originalidad  y  galanura  de  estilo 
han  conquistado  el  aplauso  de  los 
escritores  selecto  y  provocaron  el 
ataque  de  los  mediocres.  Aurelio  del 
Ilebrón  ha  dado  la  nota  nueva  de 
nuestra  literatura  Fruto  de  un  alto 
y  noble  individualismo,  cada  uno  de 
sus  sonetos  es  un  símbolo  extraño 
de  profunda  idealogía  De  ahí- que 
no  haya  sido  comprendido  sino  por 
aquellos  espíritus  selectos  unidos  al 
suyo  por  lazos  de  afinidad 

Foesía.^  por  Vicente  Medi- 
na.—Cartagena  ÍESPAÑA\— Nues- 
tro colaborador  Vicente  Medina,  el 
tierno  poeta  de  «Aires  Murcianos», 
ha  publicado  en  un  grueso  volumen 
muchas  de  sus  poesías  ya  conoci- 
das y  otras  inéditas.  «Poesía»  que 
así  se  titula  este  libro  llamado  á 
tener  mucho  éxito  en  los  ^  países 
americanos  trae  juicios  críticos  de 
Leopoldo  Alas,  Luis  Bonafoux,  José 
M.  de  Pereda,  J.  Martínez  Ruiz,  Ur- 
bano González  Serrano,  Juan  Mara- 
gall,  Teodoro  Llórente,  Pedro  Díaz 
Cassou,  José  Ventura  Traveset  y 
Pedro  Corominas 

Poeta  original  y  emotivo,  cuyos 
versos  tienen  la  intensidad  de  una 


—  120  — 


música  humana  y  las  ternuras  de 
un  espíritu  exquisito,  Vicente  Me- 
dina es  uno  de  los  grandes  poetas 
*|ue  han  llegado  á  crear  escuelas. 
Su  poesía  siempre  impregnada  de 
«entimental  perfume  tiene  mucho 
de  los  encantos  y  de  las  tristezas 
déla  vida.  ■  En  la  senda»  es  una 
de  sus  poesías  que  aquí  más  se  co- 
nocen. 

«  Poesía»  está  en  venta  en  la  Li- 
brería Moderna  de  O.  M.  líertani, 
calle  Sarandí,  240. 


NUEVO  CANJE 

Ecos  disl  '^iTu.raqtxe;.  — 
Baracoa,  (  Cuba  ).  —  Por  primera 
vez  ha  llegado  á,  nuestra  mesa  de 
redacción  esta  revista  ilustrada  que 
se  publica  bajo  la  dirección  de  Fran- 
cisco V.  Avila  El  número  20  que 
tenemos  á  la  vista  trae  composicio 
nes  de  distinguidos  literatos  como 
Manuel  S.  Pichardo,  Julián  del  Ca- 
sal, etc. 

j<>Llbore;s.  Manizales,  (Co- 
lombia ).  —  De  esta  interesante  y 
selecta  revista  literaria  que  dirigen 
los  señores  Jesús  Arenas  y  Pedro 
Luis  Rivas  S.,  hemos  recibidos  los 
números  7,  8  y  9  \'ienen  repletos 
de  un  material  excelente  firmado 
por  conocidos  intelectuales  de  Co- 
lombia 

Alma.  Jo-u-eiin..— Managua, 
r  Nicaragua  ).  -  Acusamos  recibo 
de  ios  números  2,  3  y  4  de  esta 
hermosa  revista  literaria,  una  de 
las  más  cultas  que  ven  la  luz  en  la 
América  Central.  Son  sus  directores 
los  poetas  Jorge  übaudo  R.  y  Salva- 
dor Ruiz  M  —Entre  las  valiosas  fir- 
mas que  contienen  esos  números 
figuran  las  siguientes:  Amado  Ñervo, 
Emiliano  Hernández,  José  Santos 
Chocano,  Lino  Arguello  y  otros  es- 
critores de  renombre. 

El  j?>s.lba..  -  León,  (  Nicara- 
gua ).  —  Hemos  recibido  algunos 
números  de  esta  interesantísima 
publicación  mensual  que  dirige  el 
delicado  poeta  A.  Medrano 

Es,  sin  duda  alguna,  la  mejor  que 
se  publica  en  los  países  centroame- 
ricanos. «El  Alba»  es  una  bella  re- 
vista literaria   por  cuyas  páginas 


desfila  la  alta  intelectualidad  de  la 
tierra  de  Darío.  Los  números  que 
tenemos  en  nuestra  redacción  traen 
composiciones  ( algunas  inéditas ) 
de  Santiago  Arguello,  Rubén  Darío, 
A.  Med"ano  y  otros  escritores  de  fi- 
bra, ya  consagrados  en  el  ambiente 
literario  hispanoamericano. 

Con  esta  revista,  igual  que  con 
las  anteriores,  dejamos  desdo  ya  es- 
tablecido el  canje  de  práctica. 


CANJE  ORDINARIO 

«El  Cojo  Ilustrado»,  Caracas;  «Le- 
tras ,  Habana;  «Zig-Zag»,  Santiago 
de  Chile;  «Revista  Latina*,  Madrid; 
«Revista  Róchense»,  Rocha;  «Tepic 
Literario»,  Tepic  México  ;  «Pedago- 
gía y  Letras»,  Guayaquil;  «Revista 
de  Guadalajara»,  Guadalajara  Mé- 
xico ;  «Nueva  Vida»,  San  Salvador; 
«Tropical»,  Ibagué  Colombia ;  «Mes 
Literario»,  Coro  (Venezuela'  «Éli- 
tros*, Maracaibo  Venezuela);  «Pá- 
ginas Ilustradas  ,  San  José  de  Costa 
Rica. 

NUEVOS  LIBROS  RECIBIDOS 

A  Última  hora  nos  han  llegado 
los  siguientes : 

«  La  Cópula  »,  por  Salvador  Rue- 
da. —  Madrid. 

«Géminis»,  por  R.  Villegas  y 
Bermúdez  de  Castro.     Madrid. 

«Por  los  Caminos  del  Mundo» 
('poesías),  por  Guido  Anatolio  Gar- 
tey  —  Buenos  Aires. 

«El  Dilema»  drama  en  un  acto), 
por  Guido  Anatolio  Cartey,— Bue- 
nos Aires. 

•  Conocimiento  y  acción.  En  los 
márgenes  de  «L'expérience  róli- 
gieuse  ,  de  W  James.  Sobre  el 
carácter.  Un  paralogismo  de  ac- 
tualidad. Psicogramas  Un  libro 
futuro  Reacciones.  —  Ciencia  y 
Metafísica.  ,  por  C  Vaz  Ferreira 
—  Montevideo. 

En  el  próximo  número  hablare- 
mos de  todos  ellos  No  lo  hacemos 
en  éste  por  no  disponer  del  espacio 
necesario  para  ocuparnos  deteni- 
damente de  algunos  de  dichos  libros 
que  nos  merecen  un  concepto  muy 
alto. 


2(^ 


r^ 


■X^  -   150  -        I 

'.r-  -  Pero  ya  el  \erbo  hepho  volcán  ha  lanzado  á  las  alturas  sus  erup- 
ciones de  auroras,  y  he  aquí  que  las  mucliedumbros  errantes,  han 
hallado  la  estrella  de  Hetlen  de  sus  largos  peregrinajes  en  las  tinie- 
blas. La  práctica  de  la  lucha,  la  nueva  orientación  científica  de  la 
Ideología  revolucionaria,  han  concentrado  toda  su  luz  sobre  el  futuro 
abierto,  alumbrando  el  camino  de  las  conciencias  en  marcha  hacia  el 
l^estino  Revelado. 

Y  es  así  que  las  muchedumbres  contemporáneas,  aleccionadas  de 
una  larga  experiencia,  santificados  sus  ideales  en  el  Jordán  del  marti- 
rio, han  hecho  su  Kvangelio  del  grito  « M  Dios  ni  Amo  »•,  lanzado  á 
los  oídos  de  los  déspotas  por  la  vieja  Internacional,  arrastrada  en  las 
tempestades  tribunicias  del  verbo  de  liakounine,  el  épico  revolucio- 
nario cuya  vida  de  Evangelio  y  de  heroísmo,  bastaría  por  sí  sola 
para  que  el  INunien  de  un  moderno  Homero,  reconstruyera  el  monu- 
mento harmonioso  de  una  Iliada 

La  Revolución  envuelve  en  su  torbellino  gigante  las  conciencias 
proletarias,  que  independizadas  de  su  yugo  inmenso,  afirman  la  sobe- 
ranía del  hombre,  frente  á  la  omnipotencia  sobrenatural  predicada  por 
las  religiones  y  frente  á  la  Autoridad  terrena,  preconizada  por  los 
pseudos  pensadores  burgueses 

La  violencia  represiva,  aconsejada  por  todos  los  lacayos  de  la 
reacción,  no  ha  hecho  más  que  avivar  las  llamas  de  ese  incendio  colosal, 
qtie  agigantado  por  los  odios  rebeldes,  mantenido  por  el  genio  de  los 
verdaderos  pensadores,  abanicado  por  las  alas  del  lirismo  rojo,  amenaza 
envolver  al  mundo  en  la  gigante  conflagración  de  una  Aurora  Universal. 

Y  he  aquí  porque  todos  los  años,  las  almas  plebeyas,  se  envuelven 
en  sus  esperanzas  como  en  un  manto  de  fiesta  y  procesionan  por  las 
calles,  en  tumulto,  entonando  los  himnos  de  rebeldía  y  de  amor,  cuyas 
notas  exultantes  como  un  Evohé,  atraviesan  por  momentos  á  manera 
de  dobles  funerarios,  el  crugir  estruendoso  de  aquellas  Horcas  que 
fueron  pedestales  del  Sacrificio  plebeyo  en  el  drama  de  Chicago. 

Las  notas  de  la  Internacional,  llenas  de  intensas  rebeldías  exultan 
de  las  roncas  voces  proletarias  que  saben  hacerse  suaves  como  una 
caricia,  glorificando  el  sueño  del  porvenir,  cunándose  en  la  infinita  Espe- 
ranza. Y  el  himno  rojo,  tronante  y  enorme  como  una  pamperada  de 
entusiasmos  excelsos,  corre  por  toda  la  Tierra  do  fiesta,  saludando  el 
gran  advenimiento,  como  si  el  alma  colectiva,  vistiéndose  de  pontifical, 
levantase  en  las  misas  promisoras  de  la  Libertad,  el  cáliz  eucarístico 
del  Supremo  Amor. 

Kl  1."  de  Mayo  canta  las  glorias  pascuales  del  Derecho  y  reme- 
mora la  epopeya  de  los  heroísmos  libertarios,  á  la  falange  universal 
de  los  hijos  del  Pueblo,  de  esa  «grande  famille  des  malhereux  »  que 
dijera  en  parábolas  de  luz  la  «Virgen  Roja»,  la  sublime  Verónica  de 
todos  los  Cristos  revolucionarios,  que  fué  de  mundo  en  mundo,  en 
exilio  perpetuo,  repartiendo  entre  fodos  los  oprimidos  de  la  tierra  sus 
amores  santos  y  sus  visiones  luminosas,  como  si  fuese  el  olma  misma 
de  la  Revolución  hecha  ternura  y  el  Símbolo  mismo  de  la  Justicia, 
hecho  mujer. 

Ll  ;."  (le  Mayo  es  el  Rey  mago  que  trae  del  Oriente  su  mensaje 
supremo,  llevando  en   sus   alforjas  una  divina    carga   de    esperanzas. 

Kl  1  de  Mayo  canta  el  Peana  de  Gloria  de  •  todas  las  vindica- 
ciones resurrexas,  como  también  el  toque  de  rebato  de  las  iras  en 
tumulto,  que  viene  desde  el  fondo  de  los  Tiempos,  á  sacudir  las 
conciencias  proletarias  como  campana  de  alarma  y  de  triunfo 

Himno  de  guerra  y  de  amor,  que  hace  levantar  las  frentes  aba- 
tidas en  una  prolongada  reverencia  claudicante,  y  hace  levantar  los 
corazones  como  cráteres  de  sangre  en  el  brindis  auspiciario. 


—  151  — 

Himno  de  guerra  y  de  amor  que  empieza  atronando  los  aires 
como  un  presagio  de  ruina  en  la  imprecación  sublime  de  un  Isaías, 
y  concluirá  mañana  arrullando  idílicos  amores  en  la  gloria  plenisolar 
de  la  €  Ciudad  de  la  Luz »  como  una  égloga  de  Virgilio. 

Y  es  así  como  las  muchedumbres  irredentas  se  unen  en  las  Pas- 
cuas de  Mayo,  como  una  gran  cadena  de  corazones,  y  marchan  en 
fiesta,  hacia  el  Levante  magnífico,  donde  el  Sol  de  los  últimos  desig- 
nios, semeja  sobre  la  Tierra  coronada  de  rayos,  la  mano  bendecidora 
de  una  madre  sobre  la  cabeza  blonda  de  un  niño  que  tejiese  idilios  de 
estrellas   en  el  sueño  apacible  de  su  cuna. 

Ángel  Falco. 

p..  f^  Oda.    á.   la.   ^e-lleíza. 


Ok   Belleza,  que   tú   seas   bendita, 

Ya  que  eres  absolutiimeiite  pura.  _ 

Ya  que   eres   iuviolada. 

Línii>i(la,  firme,  sana  é  iniítnluta. 

Fuente    de    la  divina   eoniphu-eneia, 

Oasis  infínito 

Que  sujíieres  l«s  éxtasis  beatos 

Y  las  romántieas    eonteiiiplaeiones  .  .  . 

Adonde   quiera  que  tu  sijínn   luzí-a. 
Atiende  quiera  que  la  esencia  eniarnes, 
Fluye  de    tí,  niaravillosaniente, 
Una  ííloria   serena  y  luminosa. 
Una  fruición  profunda 'é  inefable... 

Eres  el  cauce  ijródif-'o 

Surtidor  de   aruionía  ; 

Crisol   de  místicas    depuraciones. 

La  veta  que  colora  y   que   sublima 


El   eterno  miraje; 
Krcs  la   gema  au<>:usta 
Prendida  sobre  el  arca 
F'értil  del  Universo. 

Auuíiue  el  ciejío  te  iffnore. 
El  profano  te   niegue 

Y  el    infiel  te  repudie. 

Kres  perfectamente    triunfadora 
Sobre  la  indiferencia   de  los  necios 

Y  la  conjuración  de  los    apóstatas ... 

Aunque  los  pecadores 
Te  inculpen  sus  pecados 

Y  te  acusen  los  reprobos 
De  atributos  malditos, 

Kres  inmaculada  é  inocente: 

No   te   corrompes    con  la  hiél  del    odio 

Ni  la  ponzoña  del   amor    sacrilego. 

Eres  inaccesible. 

Eres  pasira,  sola. 

Sencilla    y  sobreluunana  .  .  . 

No   inspiras,   no   padeces 

El  prosaísmo  vil    de   la  materia 

Ni   la   sensible   turbación  del   alma. 

Entre   todos  los  acontecimientos, 
Evoluciones,  mitos  y  teorías. 
Entre   la  suficiencia  que  te    alaba 

Y  la  interpretación   que   te  traiciona, 
Entre  todas  las   fuerzas. 

Entre  todos  los  tiempos, 

Entre  todas  las  cosas, 

Tú  te  levantas  religiosamente 

Dentro  la  urna  dúctil  de   tu   forma 

Como  en  la  alada  prez  del  incensario 

La  inmunidad  de  la  sagrada  hostia. 

Oh  Belleza,  que   tú  seas    bendita, 

Más  la  sabia  legión  de  tus  apóstoles  ; 

La  entraña  que  te    crea. 

El  sol  que  te  ilumina. 

El  prisma  que   te  agranda. 

La  plancha  que  te  copia, 

El  aúreo   pedestal    que   te    enaltece 

Y  el   soberano  lis   que   te    corona! 

Por  eso  sobre  el  plinto    de   tu   imagen. 
Sobre   la  majestad   de   tu   hermosura, 
Sobre  el  fulgor  joyante  de   tus  iris. 
Sobre,  la  egregia  línea    de    tus    curvas. 
Pongo  la  rendición  del  canto    mío 
A  tu  gracia   inmortal  loa  fecunda. 

María  Eugenia  Vaz  Fkbreira. 


152 


tl«  Vargas  Vila 


Las  liestas  de  Cervantes  llegaban 
á  su  fin ; 

el  cansancio  ganaba  todos  los  es- 
píritus ; 

el  fracaso  ruidoso  de  aquel  certa 
men  de  admiradores  y  el  abuso 
estruendoso  y  cruel  de  todas  las 
formas  de  la  oratoria,  más  ó  menos 
exóticas,  habían  predispuesto  los 
ánimos  contra  el  uso  de  la  palabra 
hablada ; 

una  semana  de  festejos  cuasi  to- 
dos orales  y  didácticos,  habían  ago- 
tado el  tema  y  la  paciencia  en  los 
cerebros  y  en  las  almas,  aún  de  los 
cervantistas  más  apasionados ; 

de  Menéndez  Peí  ayo,  en  la  Aca- 
demia, á  Navarro  Ledesma,  en  el 
Ateneo,  el  ciclo  de  la  oratoria  apo- 
tésica  parecía  definitivamente  ce- 
rrado ; 

la  fuente  de  la  erudición  se  había 
agotado,  después  de  correr,  casi 
siempre  sin  ventura  por  entre  los 
guijarros  de  todas  las  mentes  clási- 
cas más  ó  menos  rudamente  infe- 
cundas ; 

Vargas.  Mía,  que  había  visto  todo 
esto,  se  había  mantenido  —  á  pesar 
de  tener  la  representación  de  un 
país  amigo  —  voluntaria  y  sistemá- 
ticamente apartado  de  ese  turbión 
oratorio,  que  asumía  el  formidable 
clamor  de  una  avalancha . 

esa >  victoria  del.  silencio,  fué  efí- 
mera ; 

el  contagio  de  la  hora,  lo  tocó 
al  fin  : 

instado  á  liablar,  en  el  Paraninfo 
de  la  Universidad  Central,  de  Ma- 
drid, en  la  fiesta  oficial,  que  clau- 
suraba la  celebración  del  Centena- 
rio, no  p  'dn  excusarse,  no  de'>)ó 
hacerlo ;  y,  accedió  á  decir  en  ella, 
unas  palabras; 

aquellos  que  lo  habían  oído  en  el 
Ateneo  de  Madrid,  la  noche  del  28 
de  Marzo,  deseaban  con  inmenso 
empeño  volver  á  oirlo,  y  los  que  no 
lo  habían  escuchado  nunca,  atraí- 
dos por  el  eco  de  aquel  discurso, 
deseaban  escucharlo ; 

sin  tiempo  ni  voluntad  para  ha- 


cer una  verdadera  pieza  oratoria 
sin  amor  al  tema;  sin  pasión  por  la 
clásica  leyenda,  que  no  decía  nada 
á  su  alma  roja,  de  combate  rudo  ; 
sin  entusiasmo  por  la  infecundidad 
de  las  glorias  orales,  que  no  signi- 
fican nada  para  la  Libertad,  ni  de- 
jan otra  huella  que  el  eco  de  un 
fracaso,  fué  allí,  sin  emoción,  sin 
devoción,  al  frío  cumplimiento  de 
un  deber  cuasi  ornamental,  dispues- 
to á  decir  cuatro  frases,  que  por  su 
cortedad  evitarán  el  ridículo,  que 
ya  empezaba  á  cernirse  sobre  los 
discursos  aparatosos,  algunos  de 
los  cuales,  veía  él,  venir  ya,  con  la 
mole  hojosa  y  amenazante,  de  un 
pedazo  de  bosque  descuajado; 

y  no  pensó  sino  en  decir  algo, 
que  fuera,  como  la  nota  artística  y 
nueva,  en  la  avalancha  de  dicción 
antigua  y  el  follaje  pintoresco  que 
los  conservadores  de  la  vieja  ora- 
toria americana,  no  faltarían  en 
exibir  allí,  al  lado  de  las  vetustas 
ánforas  donde  espumeara  el  viejo 
vino  de  la  elocuencia  española,  be- 
lla aún,  .en  su  sonora  caducidad  ; 

y,  así  fué. 

El  espectáculo  ei^a  imponente  ; 

presidía  el  ministro  de  Estado,  en 
representación  de  S  M.  el  Rey ; 

tenía  á  su  derecha  al  Nuncio  del 
Papa,  y  á  su  izquierda  el  Rector  de 
la  Universidad  y  la  señora  Pardo 
Bazán  ; 

en  el  estrado,  estaba  el  Cuerpo 
Diplomático  de  la  América  Latina, 
muchos  ministros  y  ex -ministros 
de  la  Corona ;  altos  funcionarios 
civiles  y  militares  ;  los  presidentes 
del  Parlamento ;  senadores,  diputa- 
dos, generales,  académicos,  escri- 
tores, artistas,  periodistas  .  . . 

y,  un  escogido  número  de  damas ; 

llamado  á  la  tribuna,  Vargas  Vi- 
la,  ascendió  á  ella; 

un  rumor  de  aplausos,  estruen- 
dorosos  saludó  su  aparición  ; 

¿de  dónde  aquel  rumor  de  simpa- 
tía y  admiración,  al  orador  extraño 
y  lejano,  al  solitario  cuyo  alto  des- 


—  153  — 


den,  rechaza  cultivar  las  flores  en- 
fermizas de  la  popularidad  y  del  re- 
clamo? 

Vargas  Vila  se  inclinó  ante  el 
aplauso,  y  las  siguientes  Palabras 
fueron  dichas : 

Palabras  dichas 

pop  Vapgas  Vila 

en  el  Paraninfo  de  la  Vniversidad  Cen- 
tral de  Madrid,  el  15  de  Mayo  de  1905, 
en  la  sesión  solemne,  celebrada  para 
clansnrar  las  fiestas  del  tercer  Cente- 
nario  de  la  aparición  del  Quijote  : 

Señor  ministro,  señoras,  señores  : 

puesto  que  la  junta  directiva  de 
esta  Asociación  me  ha  instado  para 
decir  en  esta  fiesta  unas  palabras, 
vengo  á  decirlas ; 

no  haré  un  discurso ;  el  tiempo  y 
la  materia  están  ya  agotados ; 

en  una  fiesta  hispano-americana, 
se  impone,  por  lógico,  que,  los  que 
americanos  somos,  vengamos  aquí 
á  hacer  constar,  como,  el  corazón 
de  América,  late  unísono  con  el  co- 
razón de  España  en  esta  apoteosis 
del  Genio  Nacional ;  nuestra  pre- 
sencia aquí  lo  corrobora  ;  nuestra 
palabra  viene  á  afirmarlo  ; 

la  América  ama  á  Cervantes  ; 

su  asombrosa  y  épica  creación  le 
es  familiar; 

el  Caballero  de  la  Triste  Figura, 
ha  prolongado  su  viaje  más  allá, 
mucho  más  allá,  de  las  llanuras  pol- 
vorientas de  la  Mancha ; 

Don  Quijote  ha  viajado  por  Amé- 
rica, viaja  aún  allí ; 

todos  le  hemos  visto,  lanza  en 
mano,  adarga  al  brazo,  caballero  en 
su  rocín,  recorrer  el  silencio  de 
nuestras  selvas,  mirarse  melancó- 
lico en  el  cristal  de  nuestros  ríos, 
ascender  nuestras  cuestas  agrieta- 
das, para  perfilar,  desde  las  cimas, 
su  silueta  angulosa,  sobre  los  valles 
pensativos ; 

su  locura  nos  ha  encantado  y  nos 
ha  contagiado  á  todos ; 

y  todos  hemos  saludado  con  res- 
peto, esa  alta  y  noble  figura,  idea- 
lizada de  heroísmo  y  castidad ; 

su  grandiosa  y  conmovedora  epo- 
peya, es  todo  el  poema  de  la  vida 


humana:  esadivina  tragi-comedia, 
es  la  verdadera  divina  comedia  de 
la  vida ; 

y  porque  Cei'v.aites  no  escribió 
un  libro,  sino  el  Ub  o  ;  porque  no 
pintó  el  alma  española,  sino  el  alma 
humana ;  porque  no  retrató  un 
hombre,  sino  el  hombre ;  porque  no 
contó  una  vida,  sino  cantó  la  vida  ; 
por  eso,  aquella  Biblia  del  Dolor 
Heroico,  es  universal ; 

todos  lo  amamos ; 

y  en  América,  pueblos  de  ideali- 
dan  y  quijotismos  agudos,  donde 
vivimos  en  eterna  vela  de  nuestras 
armas,  y  en  culto  perpetuo  de  la 
guerra,  amamos  á  Don  Quijote, 
porque  es  á  nuestras  almas  bélicas 
la  más  genuina  representación  del 
heroísmo ;  pero  del  heroísmo  au- 
téntico ;  de  ese  heroísmo,  desequi- 
librado y  visionario,  que  lleva  so- 
bre el  casco,  amellado  por  todas  las 
derrotas,  un  divino  rayo  de  ideal ; 

la  heroicidad  que  razona,  es  la 
vanidad  que  obra : 

sólo  en  el  seno  ilücido  de  la  divi- 
na demencia,  es  que  el  hombre  ad- 
quiere la  talla  portentosa  de  los  hé 
roes,  ó  la  silueta  enorme  de  los 
mártires  : 

todo  gesto  heroico,  es  extrahu- 
mano ; 

todo  sacrificio,  es  la  demencia; 

la  locura,  es  una  vía  láctea,  cua- 
jada de  soles ; 

el  zodiaco  de  la  inmortalidad,  está 
hecho  de  dementes ; 

ellos  alumbran,  como  un  sol  com- 
pasivo, el  rebaño  inacabable  de  los 
hombres  normales,  y  se  vengan  de- 
jándoles la  razón;  ellos,  se  llevan  el 
Genio ; 

los  espíritus  equilibrados,  ni  sien- 
ten, ni  comprenden  la  divina  neu- 
rosis ; 

la  odian  :  su  insulto  al  Genio,  tie- 
ne eso  de  inocente,  que  es  incons- 
ciente ; 

la  primera  condición  del  Genio, 
es  no  ser  comprendido  ;  la  segunda, 
es  ser  insultado ; 

la  popularidad,  es  el  lote  y  el  dis- 
tintivo de  la  mediocridad ; 

los  genios,,  no  son  populares;  son, 
orgánicamente,  antipáticos  á  la  mu- 
chedumbre : 


—  154 


el  Genio  y  la  multitud,  son  riva- 
les ; 

los  genios,  no  van  en  tropel,  como 
los  cerdos,  como  las  ovejas  . 

los  genios  viven  solos,  van  solos, 
como  los  leones,  como  las  águilas  ; 
el  desierto  es  su  apoteosis,  la  so- 
ledad es  su  aureola; 

la  gloria  del  Genio,  es  ser  lapida- 
do ;  su  castigo  sería,  ser  olvidado; 

el  Destino,  no  castiga  al  Genio ; 
sólo  castiga  á  los  pueblos  que  no 
saben  admirarlo ; 

el  Genio,  no  es  el  sentido  común, 
es  su  antípoda ; 

el  Genio,  es  el  visionario  anor- 
mal; el  Genio  es  Don  Quijote  ; 

El  Sentido  común,  es  la  mentali- 
dad equilibrada,  la  mediocridad  ra- 
zonadora y  normal ;  el  vientre  que 
razona;  es,  Sancho  Panza;  el  Alfa 
y  el  Omega  de  la  intelectualidad ; 
los  dos  polos  inmóviles  del  espíritu 
humano ; 

el  Sentido  común,  también  escri- 
be ...  y,  á  veces,  mucho ; 

pero,  sólo  el  Genio  hace  obras  ; 
obras  inmortales ; 

nosotros,  en  América,  amamos  el 
Genio  y  lo  honramos  ; 

apiamos  á  Cervantes,  el  Manco 
inmortal; 

amamos  á  Don  Quijote,  el  Loco 
Inmortal ; 

pueblos  de  rebelión  y  de  heroís- 
mo, nosotros  amamos  á  Don  Quijo- 
te porque  representa,  á  nuestros 
ojos,  la  más  alta,  la  más  noble,  la 
más  excelsa  de  las  virtudes  hu- 
manas ;  la  santa  virtud  del  entu- 
siasmo; 

fuera  del  entusiasmo,  la  vida  es 
un  marasmo ; 

¡  desconfiad  de  los  pueblos  y  de 
los  nombres  sin  entusiasmo !  ellos 
son  pueblos  y  hombres  sin  grande 
za ;  allí  donde  el  entusiasmo  es  con- 
denado, tened  por  seguro  que  el  he- 
roísmo es  burlado ; 

I  despreciad  las  almas  y  los  pue- 
blos que  ríen  de  los  gestos  heroi- 
cos !  ellos  han  perdido  el  respeto 
noble  de  la  gloria;  allí  donde  la 
burla  tiene  su  imperio,  es  porque  lo 
sublime  ha  perdido  el  suyo  ;  el  pue- 
blo que  llega  á-  reir  de  las  cosas  he- 
roicas,  es   un    pueblo  destinado  á 


desaparecer  entre  las  risas  de  los 
otros ; 

i  tened  piedad  de  la  hora  en  que 
la  risa  impera  !  ¡  allí  donde  la  risa 
reina,  la  catástrofe  germinal  los 
pueblos  sin  heroísmo  mueren  rien- 
do, con  un  rictus  de  risa  triste  en 
los  labios,  como  el  de  aquellos  que 
mueren  bajo  la  nieve ; 

he  ahí  por  qué  yo  bendigo  la  hora 
actual ;  esta  hora  en  que  se  glorifi- 
can el  Genio  y  la  Locura ; 

i  España,  ama  aún  la  idealidad ! 
¡  España,  ama  aún  los  gestos  heroi- 
cos !  esta  apoteosis  del  Quijote  lo 
demuestra ; 

España,  ama  aún  el  entusiasmo ; 
España,  ama  aún  el  heroísmo ;  ¡ben- 
dita España !  el  pueblo  que  glorifica 
el  entusiasmo,  es  aún  capaz  de  sen- 
tirlo ;  el  pueblo  que  dignifica  el  he- 
roísmo, es  aún  capaz  de  imitarlo ; 

coronar  la  Gloria,  es  la  manera 
más  alta  de  mostrarse  digno  de 
ella; 

un  pueblo  que  renuncia  al  he- 
roísmo, es  un  guerrero  muerto  ba- 
jo el  escudo,  cuando  no  es  un  escla- 
vo muerto  bajo  el  azote; 

cuando  un  pueblo  llega  á  creer 
que  el  entusiasmo  es  demencia,  y  lo 
proscribe,  ese  pueblo  ha  recobrado 
la  razón  ; 

y  cuando  Don  Quijote  recobra  la 
razón,  no  le  queda  otro  camino  que 
morir. 

esas  palabras,  varias  veces,  inte- 
rrumpidas por  la  admiración,  fue- 
ron al  fin  cubiertas  por  una  salva 
estrepitosa  de  aplausos  . . 

Vargas  Vil  a,  se  inclinó  para  as- 
pirar el  perfume  de  esa  flor  extra- 
ña, y  colocó  la  pálida  orquídea  so- 
bre su  corazón  . . 

y,  sintió  la  nostalgia  desesperada 
de  sus  grandes  horas  tribunicias,  de 
sus  recios  discursos  de  combate,  del 
perfume  cautivador  de  las  grandes 
rosas  rojas  del  insulto,  cayendo  co- 
mo dardos  sobre  el  acero  recio  de 
su  escudo     . 

y,  como  en  un  caracol  marino, 
sonaron  en  su  memoria  los  ecos  de 
las  tormentas  lejanas. . . 

el  aplauso  es  un  rumor,  la  admi- 
ración  es  un  miraje; 


# 


—  155 


nada  vale  en  la  vida  lo  que  una 
tormenta  de  odios,  lo  que  una  hora 
de  lucha  y  de  peligro .   . 

la  poesía  del  triunfo  es  tediosa .    . 

no  hay  poesía  verdadera  sino  la 
poesía  inquietante  de  la  lucha . 

fuera  de  ella  la  vida  es  un  maras- 
mo; no  vale  la  pena  de  vivirse ; 

la  peor  tristeza  de  !a  vida,  debe 
ser  triunfar ; 

la  peor  desolación,  sobrovivirse  á 
su  poema ; 


no  hay  para  las  almas  de  lucha, 
sino  un  liimno  enaltecedor;  el.  del 
insulto ; 

una  apoteosis  real :  la  del  escar- 
nio; 

una  inmortalidad ;   la  del   dolor ; 

eso  es  vivir ... 


0^  '*£k^ías  Oulc^s" 


I'í!,-i'  Aro  I. O. 


Pobres  lágrimas  mías  las  que  glisan 

A  la  esponja  sombría  del  Misterio, 

Sin  que  abra  en  flor  como  una  copa  cárdena 

Tu  dolorosa  boca  de  sediento ! 

Pobre  mi  corazón  que  se  desangra 
Como  clepsidra  trágica  en  silencio, 
Sin  el  milagro  de  ineí'ables  bálsamos 
En  las  vendas  tremantes  de  tus  dedos ! 

Pobre  mi  alma  tuya  acurrucada 

En  el  pórtico  en  ruinas  del  Recuerdo, 

Esperando  de  espaldas  á  la  Vida 

Que  acaso  un  día  retroceda  el  Tiempo !  . . 

Delmira  Agustixi. 


**- 


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—  156 


{^J^  y^í'eTZ. 


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^y'í^d^cí^.  i^cc^-&  ^é^'-^ricc/^^T? ¡^724^ /a7? é^£^^^<2j^.4^ 


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'Y^acc«^   ,^iíi^    yí,;^  ^ 


—  157 


ViCKNTE  Blasco  Ibáñez 


MiorEL  Luis  Rocuakt 


-o{)$CCC$(}^- 


Cou  rumbo  l)acia  alta  mar 


fl  bordo  del  "Iioa" 


A   Vireiiíe  /{lasco  Ihcnipz 


Para  Apolo. 


¿Adonde  va  mi  senda  sobre  el  abismo?  Pienso 
en  ]a  hondura  del  agua,  i  me  quedo  suspenso  . . 
Van  pasando  las  olas  azules,  espumantes, 
rasgadas  por  la  proa ;  clarean  los  distantes 
confines  solitarios,  i  oscilan  los  cañones 
enormes  del  steamer,  por  bajo  los  bullones 
de  las  nubes  altísimas.  El  aire  desmelena 
los  penachos  del  humo. 

¿Llegaré? 

La   cadena 
que  va  al  timón  chirría ;  i  por  entre  los  ralos 
cordajes  distendidos  que  sujetan  los  palos, 
diviso  la  ribera.  En  lo  azul  se  destaca 
la  línea  de  los  cerros,  se  encoje  la  resaca 
dejando  las  espumas  en  la  arena,  i  perdido 
en  lo  inmenso  del  agua  i  del  cielo  tendido 
sobre  todos  los  límites,  lentamente  desplego 
mis  alas  invisibles,  i  sonando  me  entrego 
al  viento  de  la  hora. 

El  sol  desciende,  pasa 


—  158  — 

la  línea  de  occidente,  í  su  fulgor  abraza 

por  debajo  la  comba  de  las  nubes.  La  orilla 

de  cada  pliegue  blanco  ó  ceniciento,  brilla 

con  un  tono  de  púrpura  que  suavemente  deja 

caer  sus  bermellones  sobre  el  agua  azuleja. 

El   mar,    sangrando,    se   hincha,   i   hasta   donde   se   pierde 

no  se  divisa  un  rasgo  ni  azulado,  ni  verde: 

todo  es  luz  escarlata!  ¿Qué  recuerdo  lo  ajíta? 

f.  Qué  remueve  los  antros  de  sus  aguas  ?  ¿  Qué  excita 

sus  tranquilas  honduras  á  sentir  el  arrojo 

con  que  cruza  los  aires  este  momento  rojo  ? 

Es   tan    humano   el    ritmo   del   latido   que   impulsa 

el  avance  del  agua  purpurada  i  convulsa, 

que  me  turbo,  i  mis  ojos,  en  el  laxo  ó  erecto 

erguirse  de  las  olas,  ven  latir,  resurrecto, 

el  haz  de  corazones  caldos  á  este  abismo 

en  los  vértigos  locos  de  pasión  ó  heroísmo ! 

¡  Cómo  tiemblan  algunos !  ¡  Cómo  pasan  aquellos 

de  ritmo  doloroso  !  ¡  Cómo  este  grupo  deja 

el  lánguido  recuerdo  de  una  estela  bermeja, 

en   tanto   aquel   se   encumbra,    se   crispa,   se   revuelve, 

se  detiene  espumando,  i  á  sus  ímpetus  vuelve 

como  quien  siente  el  ansia  de  alcanzar  la  ilusoria 

majestad  que  prometen  los  lauros  de  la  gloria ! 

Por  aquí  van  algunos  rodando  adonde  quiera 

llevarlos  el  capricho  de  algún  viento  cualquiera; 

i  por  allá,  siguiendo  sendas  desconocidas, 

como  un  revuelto  grupo  de  hojas  secas  caídas 

en  el  oscuro  otoño  de  la  pasión,  van  esos 

que  no  sintieron  nunca  el  calor  de  los  besos 

de  que  sonaron  ;  todos  los  que  el  postrer  suspiro 

barrió  como  un  puñado  de  cenizas ... 

Aspiro 
la  esencia  del  paisítje  visionario.  ]\Ie  lleva, 
me  arrebata  el  ])rodijio.  El  oleaje  se  eleva 
con  luminosa  insania  de  heroicidad,  con  bríos 
que  yo  siento  en  ]ui  sangre  como  si  fueran  míos; 
es  un  algo  de  gloria  i  de  sombra  que  enlazan 
sus  rosas  i  sus  lágrimas  i  nuevamente  pasan 
camino  de  la  nada  :  es  vértigo  que  suena 
con  alzarse  del  linu>,  i  oscila  i  se  despena; 
es  el  himno  grandioso  cjue  en  la  ñor  es  perfume 
i  destello  en  el  astro,  el  himno  que  consume 
las  fuerzas  interiores  de  todo  ser;  es  llama 
que  en  su  floral   instante,  por  algo  eterno  clama! 
¡Oh  los  verdes  laureles!  Oh  la  inútil  porfía 
de  todo  lo  que  sube  sonando  todavía ! 

¿  Qué    me   quiere   esta    hora  ?   r,  A  qué   estas   remembranzas 
de  sueños  extinguidos  i  muertas  esperanzas? 
¿  De  todos  los  altivos  corazones  que  en   A'ano 


159 


lucharon,  i  cayeron  como  cae  el  océano 

que  en  su  rodar  constante,  febril  sobre  si    mismo 

no  avanza  i  se  revuelve  sobre  su  propio  abismo? 

Cambia  la  luz,  se  amengua.  Ya  se  va  la  locura 

carmesí  de  las  olas;  ya  la  inmensa  llanura 

se  tifie  de  esperanza.  Es  el  viento  un  suspiro. 

Hai,  sobre  el  verde,  tonos  de  pálido  zafiro 

que  se  indican  i  mueren  con  un  temblor.  Se  apagan. 

los  largos  horizontes ;  confusamente  vagan 

las  nubes  cenicientas,  algo  de  luz  tirita 

todavía  en  la  seda  de  las  aguas,  palpita, 

á  lo  lejos,  rasgando  la  claridad  dudosy, 

una  gaviota  inquieta  como  una  mariposa, 

i  el  paisaje  se  borra,  se  pierde,  se  hace  fluido 

para  rodar  con  todos  sus  sueños  al  olvido. 


Miguel  Luis  Rocuant. 


Santiag'O  de  Chile. 


-ofl$c:x*!)o- 


lSIi-ie:stros    e;ojn.te;mporán(z;os    <sra    su.    casa. 


Verhaeren 


—  160  — 


Historia  ie  ^tisu-efíos  y  d^  amores... 


Para  Apolo 


A    Or/d/o    Fi'rniinth':.   Jx'/ox. 

Rene,  virgencita  triste  de  los  jar- 
dines abandonados  entre  los  cami- 
nos del  suburbio :  han  venido  hasta 
mí  volando  en  el  alma  viajera  del 
viento,  el  eco  gemebundo  de  tus  la- 
mentaciones, los  inconsolables  sus- 
piros de  tu  primer  pena  de  amor. 
Sí,  mi  buena  y  dulce  pequeña,  tier- 
na y  perfumada  como  los  pétalos 
en  flor.  He  sentido  á  través  de  nues- 
tras ausencias,  tu  agonía  solitaria 
y  doliente,  por  maleflcio  de  un  en- 
sueño que  se  ha  quebrado  en  tu 
alma  y  te  ha  desvanecido  el  primer 
encanto  y  la  primera  fe 

No  llores  más.  Sé  de  tu  romanza 
sin  palabras  y  sé  de  tus  veinte  pri- 
maveras. Con  el  piadoso  amor  de 
mi  amor  que  te  alaba,  te  diré  la 
canción  que  tú  no  sabes  y  el  idilio 
que  ya  no  ves  porque  tus  ojos  están 
llenos  de  tus  lágrimas. 

Ven,  virgencita.  Óyeme  jimto  á 
los  labios,  que  manan  para  tí  el 
bálsamo  del  recuerdo.  Ven,  mi  bue- 
na y  dulce  pequeña.  Te  evocaré 
los  pasados  encantamientos,  y  con 
ellos  tornarán  otra  vez  á  tu  nido 
abandonado,  las  amadas,  las  sua- 
ves, las  dulces  golondrinas. 

Tú  lo  h?bías  imaginado  sobrena- 
tural, maravilloso  de  bellezas  y  de 
dones,  armonioso  y  suave  como  el 
Apolo  de  los  mármoles,  florecido 
del  regazo  de  Venus  Anadiomena, 
madre  virgen  iníinita,  alma  fuente 
de  la  suprema  belleza.  Tú  lo  creas- 
te en  el  éxtasis  de  un  sueño,  y  por 
eso  era  magnílico  y  hechicero  como 
un  sueño  liajo  el  augusto  reposo 
de  sus  párpados,  sus  ojos  maravi- 
llosos Huían  dulce  dulcedumbre  de 
miel.  En  sus  labios  palpitaban  los 
besos  desconocidos,  y  en  todo  el 
ritmo  de  las  formas  nuevas,  ardía 
como  un  fuego  sagrado,  el  alma 
eterna  de  la  vida 

Y  milagro  de  la  fecunda  madre 
que  elabora  desde  el  fondo  omnipo- 
tente de  su  reino  las  formas  y  las 
almas,  las  armonías  y  las  sensacio- 


Envio. 


nes,  tu  amado  surgió  del  misterio 
de  tu  ensueño,  y  se  hizo  tangible  y 
palpitante,  viajero  hacia  tí,  pere- 
grino para  tus  adoraciones  y  tus 
encantamientos.  ¿  Recuerdas  la  pri- 
mera vez?  «Beata  señora  nuestra 
de  los  dones  y  de  las  felicidades, 
dijiste  como  un  rezo,  de  rodillas, 
besando  con  tus  labios  las  palabras. 
Vayan  á  la  gloria  de  tu  alabanza 
infinita  mis  cariños  rebosantes,  y 
sea  mi  ternura  de  gracias,  el  sacri- 
ficio de  mi  ser  por  tus  dispensacio- 
nes. Mi  alma  va  en  mis  palabras 
para  besarte,  tú  que  vives  en  la 
esencia  invisible  de  las  cosas,  can- 
tando tu  triunfo  en  las  auras  que 
pasan,  en  el  espíritu  de  las  savias, 
y  en  la  fiesta  perfumada  de  los 
colores.  Adoraré  en  mis  amores 
tus  magnificencias.  Glorificaré  con 
la  caricia  dilecta  de  mis  labios  y 
mis  manos  sabias,  para  el  deleite, 
tu  maravilla  de  madre  pródiga  é 
inmaculada.  Tuya  soy,  beata,  bien 
aventurada,  bendita  madre  Natu- 
raleza. Tuya  soy,  beata  madre,  tuya 
porque  tienes  mi  felicidad  suspensa 
de  tus  manos  manantiales  de  ju- 
ventud eterna,  vasos  gemelos  sur- 
gentes  de  la  hidromiel  del  amor.» 
¿  Recuerdas,  mi  pequeña  ?  La  ora- 
ción musitada  con  el  alma  en  los 
labios,  fué  tu  bautismo  de  fe  para 
tus  vendimias  y  tus  peregrinacio- 
nes por  el  huerto  agridulce  de  las 
incesantes  pasiones. 

Llegó  hasta  tí  por  fin  el  encanto 
hecho  carne,  la  forma  florida  enso- 
ñada por  tus  éxtasis,  el  amado  tuyo 
esperado  y  prometido.  De  hinojos  te 
habló.  Vencida  le  escuchaste.  El  de- 
cía tanto  de  tí  con  las  palmas  de 
sus  manos  como  con  sus  palabras. 
Loaban  á  un  ritmo  su  sangre  nueva 
brotada  del  flanco  de  Venus  Ana- 
diomena, y  su  espíritu  sereno  y 
melodioso  que  se  encendía  en  las 
ascuas  dulces  de  tus  ojos.  Fueron 
sus  palabras : 

«Eres  extraña  y  adorable;  eres 


161  — 


una  desconocida  que  signada  para 
los  grandes  destinos,  signada  pa- 
ra mí  que  te  buscaba,  no  tenías  la 
interpretación  sencilla  de  las  belle- 
zas vulgares  y  de  las  vírgenes  ala- 
badas en  los  falsos  pedestales  de  los 
salones.  La  jadeante  y  ansiosa  cara- 
vana de  los  peregrinos  del  amor  en 
búsqueda,  no  supieron  de  tí  porque 
no  pudieron  identificar  el  ritmo  de 
sus  corazones  á  tu  corazón,  ni  sus 
laudaciones  espirituales  á  la  par  de 
tus  glorias  esenciales  y  divinas. 
Eras  sola  en  el  ser,  sola  en  la  forma 
pura,  sola  en  la  vida  desesperante 
de  las  monótonas  igualdades,  de  los 
imiformes  deseos  y  los  uniformes 
alientos.  Yo  te  buscaba,  imagen  ex- 
traña y  adorable,  para  amarte  más 
allá  de  las  simples  vibraciones,  más 
allá  de  los  fuegos  ardientes  que 
consumen  sin  intensidades;  yo  te 
buscaba  para  encender  lentamente, 
bajo  la  honda  sabiduría  de  las  ma- 
nos que  acarician,  en  los  silencios 
eternos  de  dos  bocas  unidas,  esa 
inconsumible  llama  de  amor  que 
lleva  por  hiperbóreos  laberintos  de 
deliquio,  á  los  paraísos  desconoci- 
dos que  tienen  senderos  y  penum- 
bras á  la  muerte. 

«  Así  te  deseo  yo.  Así  te  imaginó 
el  ánima  de  mi  amor  para  mis  ado- 
raciones. Tu  cuerpo  ligero  como  un 
lirio,  tiene  de  su  alba  pureza  y  de 
su  sensitivo  temblor  á  la  caricia.  En 
tus  ojos  tranquilos  de  agua  mansa, 
se  inmovilizan  en  suaves  reposos 
los  paisajes  azules  del  cielo,  como 
cielos  encantados.  Tus  labios  menu- 
dos y  breves,  son  dos  rasgos  de  san- 
gre virgen  sobre  la  pálida  transpa- 
rencia de  tu  piel  de  seda.  Bordes 
sagrados  de  la  fuente  intocada  de 
tu  boca,  beberé  en  ellos  en  supre- 
mos sabores,  el  agua  milagrosa  que 
transporta  á  la  vida  inmortal.  Tus 
mejillas  de  suave  languidez  de  ma- 
dona,  se  encienden  á  mis  palabras 
como  rosas  abiertas.  En  tus  manos 
exangües  de  marfil,  diáfanas  como 
manos  místicas,  hay  una  santidad 
pagana  que  bendice  cuando  acari- 
cias. Tienes  la  belleza  virtuosa,  la 
impecable  belleza  de  las  mujeres 
que  en  la  gloria  espiritual  del  ritmo, 
se  desvanecen  de  la  carne  hacia  la 


fluidez  incorpórea  del  ensueño  ima- 
ginado. Tú  no  eres  una  vida,  eres 
una  creación  cerebral  como  los  dio- 
ses de  las  estatuas,  un  pensamiento 
supremo  prendido  en  una  forma 
visible,  una  armonía  divina  inmor- 
talizada en  un  vaso  de  amor.  Amada 
mía,  yo  pongo  mi  alma  en  tus  labios 
como  una  ofrenda  á  tí,  yo  exhalo 
mi  aliento  vivificado  por  los  oríge- 
nes propicios  de  la  madre  Anadio- 
mena,  y  pido  tu  dispensación  de 
virgen  y  de  diosa,  para  desvanecer 
sobre  tu  boca  mi  esencia  y  mi  ser 
como  el  hálito  de  un  suspiro ...» 

Besó  el  magnífico  amado  la  san- 
gre húmeda  de  tus  labios,  ¿  recuer- 
das, oh  mi  buena  y  dulce  pequeña  ?, 
y  al  despertar  tu  alma  del  éxtasis, 
te  encontraste  sola  con  tu  primera 
lágrima  Parecía  que  el  viento,  ce- 
loso y  alado  viajero,  había  huido 
con  éi  hacia  el  infinito,  fuera  de  lo 
tangible,  más  allá  de  las  visiones 
humanas 

A  solas  con  el  recuerdo,  abando- 
nada con  una  extraña  ilor  de  fuego 
que  te  abrasaba  el  corazón,  sentiste 
en  las  fuentes  serenas  de  tu  alma, 
el  primer  veneno  de  la  angustia.  Y 
nació  como  un  alivio,  y  nació  co- 
mo un  envío  al  ensueño,  tu  primer 
suspiro.  Y  bálsamo  generoso  y  fiel 
más  que  la  vida,  brotó  de  tu  con- 
goja la  fuerza  redentora  de  la  espe- 
ranza. Vinieron  días  eternos  de 
doloroso  alentar  La  diosa  Levana, 
madre  de  los  -  dolores,  te  enviaba 
envueltas  en  sus  crespones  melan- 
cólicos, á  sus  tres  hijas  Nuestras 
Señoras  de  las  Tristezas. 

Esperaste  en  vano  por  las  tardes, 
en  las  penumbras  desvanecentes  de 
los  ocasos,  la  resurrección  de  tu 
ensueño  viajero  Tus  ojos  mordidos 
por  el  llanto,  ahondaron  las  vague- 
dades de  los  horizontes,  y  perfila- 
ron con  el  deseo  las  formas  desdi- 
bujadas en  los  claroscuros  de  la 
agonía  del  sol.  Fuiste  creyente  y 
tuviste  súplicas  para  todas  las  vír- 
genes milagrosas.  Creíste  en  el 
oróscopo  y  hablaste  con  las  hadas. 
Por  las  noches  leíste  tu  destino  en 
las  estrellas  y  á  las  estrellas  les 
imploraste  la  buena  nueva.  Acu-  * 
Trucada  en  las  sombras  inmóviles 


162 


esperaste  temblando  el  nacimiento 
blanco  de  la  flor  de  la  noche,  para 
descifrar  en  sus  pétalos  el  sortile- 
gio de  tu  suerte.  Y  las  hadas,  y  las 
vírgenes,  y  las  estrellas,  ninguna 
supieron  decirte  el  augurio.  Solita- 
ria con  tu  pena,  tu  alma,  á  cuestas 
con  tu  corazón  moribundo,  lloraba 
por  todos  los  caminos  de  tus  ilusio- 
nes, pidiendo  piedad  y  bálsamo  de 
amores.  El  ensueño  se  había  roto, 
y  su  muerte  te  daba  la  muerte.  Llo- 
raste con  los  ojos  abiertos,  á  la 
desesperada,  buscando  á  través  de 
tus  lágrimas  prismadas  en  tus  pu- 
pilas, el  maravilloso   y  encantado 


castillo  que  guardaba  vencido  y  pri- 
sionero, como  en  los  cuentos  azules 
de  la  abuela,  al  gallardo  y  tierno 
mancebo  de  las  adoraciones . . . 

Yo  que  sé  de  tu  agonía  inconso- 
lable, yo  que  conozco  los  muertos 
idilios  y  los  pasados  encantamien- 
tos, yo  que  te  he  sentido  florecer  al 
amor  de  tu  ensueño  entre  los  cár- 
menes del  suburbio,  te  envío  este 
mi  romance  de  ensueños  y  de  amo- 
res, para  que  te  lleve  un  minuto 
siquiera  en  la  vida,  esa  dulce  agua 
de  salud  que  solo  brota  del  re- 
cuerdo ... 

Manuel  Medina  Betancort. 


-<5{)$C^CÍ.(}^- 


ÍQ5  CyclalÍ5(23 


Oü  sont  nos  amoureuses  ? 
Elles  sont  au  tombeau; 
Elles  sont  plus  heureuses, 
Dans  un  séjour  plus  beau! 

Elles  sont  prés  des  anges, 
Dans  le  fond  du  ciel  bleu, 
Et  chantent  les  lounges 
De  la  mere  de  Dieu! 


O  blanche  flancée! 
O  jeune  vierge  en  fleur  ! 
Amante  dólaissée, 
Que  flétrit  la  douleur  ! 

L'éternité  profonde 
Souriait  dans  vos  yeus .  . . 
Flambeaux  éteints  du  monde, 
Rallumez-vous  aux  cieux ! 

GÉRARD  DE  Nerval. 


-o{)$CrX$[V;- 


J^a  Q^tfQlla  de  oro 


Para  Apoi.o. 


Para   que   de   tus   victorias   hermosísimas    te   ufanes, 
Como   ante   una   cruz   sálvale,    los   Boyardos    y   EspJandianes 
^Su   amor  jurante   invocando   la   áurea   cruz   de    su   tizona ; 
Que   en   los   dramas   de   sus   pechos   eres  tú  la  prima  -  dona. 
¡  Quién    te   viese   timonera   de   la   concha   en    que    Citeres 
Navegó    sobre   la   espuma   de   color   de   rosa ! . . .    Tú   eres 
La   onda   clara   de   la   vida    (¡ue   algún    Paraíso   mana... 
Tu   extendida   cabellera,    como   insignia   capitana, 
Venga   al    mástil    de    mi    barco . . . 

¡  Sople   el    viento   sobre   ella, 
Y   sus   flecos   serán    como   ravos   de   oro    de   una   estrella ! 


GuzMÁN  Papini. 


—  163  - 


Ckoí)atra 


Para  .4i'OLO. 


Al  poeta  y  diplomático   rloctov  Davin   Oalpíío. 


El  busto  inflado  por  sensual  suspiro, 
Cleopatra,  toda  plena  de  joyeles, 
Espasma,  adormecida  sobre  pieles ; 
Sus  carnes  con  reflejos  de  zafiro. 

Piensa  en  Antonio,  el  bélico  triunviro. 
Manso  y  feble  á  sus  pies  cual  sus  lebreles, 
Hoy  muerto  entre  engañosos  oropeles, 
Y  ríe  con  sus  labios  de  vampiro. 

Y,  tal  cual  una  víbora  irritada. 
En  su  lecho,  friolenta  y  excitada, 
Se  estremece  con  gesto  voluptuoso. 

Presentando  triunfal,  como  un  escudo, 
A  un  famélico  áspid  ponzoñoso 
Su  cuerpo  de  marfil  todo  desnudo. 


Buenos  Aires,  lltO?. 


Pablo  Mixelli  González. 


ISr-ut^stros    oojn.te;íTapoi-á.an.e;os    e;in.    su.    cra-sa. 


Sarah  Bernhard 


t"-í^- 


—  164  — 

Tributo  al  mar 


Para  Apolo. 


Llena  de  soñadores, 

la  temeraria  nave 

cruza  el  inmenso  mar  omnipotente 

que  puede  aniquilarla . . . 

llena  de  soñadores  que  partieron 

en  busca  de  las  tierras 

de  promisión ...  ó  acaso, 

guiados  de  una  estrella  refulgente, 

en  busca  de  otro  mundo 

que  cual  nuevo  Mesías 

alborea  en  un  fausto  nacimiento  . . . 

Como  una  leve  pluma 

surca  la  nave  el  mar  embravecido 

á  través  del  inmenso 

desierto  del  Atlántico, 

y  cuando  cruza  el  Trópico, 

en  unas  horas  negras  de  la  noche, 

abordo,  en  holocausto 

al  mar  omnipotente,  ' 

la  fiebre  corta  como  flor  de  un  tallo 

la  vida  de  una  niña. 


En  su  marcha  un  instante  se  detiene 
y  al  mar  la  nave  su  tributo  paga: 
cae  la  flor  al  mar,  y  el  mar  sonríe 
en  un  bello  crepúsculo . . . 
i  Sigue  su  rumbo  la  atrevida  nave 
llena  de  soñadores  melancólicos ! . . . 

- Vicente  Medina. 

Montevideo,  abordo  dol  «  León  XIII »,  24  de  Febrero  de  1908. 


—  165  — 


Es  de  los  consagrados.  Su  labor  vasta  y  proficua 
de  novelador  pujante  lo  ha  colocado  en  un  puesto  de 
avanzada  en  la  falang'e  intelectual  contemporánea. 

Ha  publicado ;  Las  ingenuas,  La  sed  de  amar, 
Alma  ex  los  labios,  Del  frío  al  fuego,  La  altí- 
sima. Reveladoras,  La  ]3ruta.  Socialismo  indivi- 
dualista y  El  amor  ex  la  vida  y  ex  los  libros, 
y  ya  ha  dado  á  las  cajas  una  nueva  novela  intitu- 
lada :  La  de  los  o.í(^s  C(^)Lor  de  uva. 


—  166  — 


/>  ''  Ai 

ri4maM&v  1444  Ci^^a/n^y/o 

C/fa444h?  H40H^  tu  %/C4A^//^ 

i4A  la  ei^'fa4  ¿t/itMe^n^ 

^  /C(44JÍ  e44tAfl4>  Cu  ¿á  ¡rof 


\ 


—  167   - 


168 


txí  la  soledad 


Para  Apolo. 

C'est    ehT)se    bien  comuiie, 
De   souitirer  poiir  une, 
Blondo,  chataine  cu    bruñe, 

Maitresse ; 
Lorsque  blonde  cu  chataine, 
Ou   bruñe,  cu  l'a  sans  peine, 
Moi,  .j'aime  la  Lointaine 

Prineesse. 

Edmond  Rostand. 


Hace  tiempo  que    estamos  muy  lejos. 
Soy  vasallo   de  intensas    nostalgias  ; 
¡  En    Provenza   sufría    Teobaldo 
Por  la  hermosa  Princesa  Lejana  ! 

Te   soy  ftel,  sin  cesar    te   recuerdo, 
8iu  cesar  tu   belleza  me   encanta  ; 
¡  Nada   influía  de  Laura   la  ausencia, 
En   la  ardiente  pasión  de   Petrarca  ! 


Hace  tiempo   que  estamos  muy    lejos. 
Soy  vasallo  de   intensas  nostalgias ; 
¡  En  Provenza  sufría  Teobaldo, 
Por  lu  hermosa  Princesa  Lejana  ! 

Jrr.io  R.\rr.  Mkndilaiiarsu, 

Bournemouth — 1!»07. 


De  mañana   despierto   impaciente, 
Por  saber   lo  que    dicen  tus   cartas  ; 
i  Se  levanta  temprano   el   viajero. 
Cuantío    jiróxima   se    halla    la   Patria  ! 


^^  -^  ^^^ 


A  la  playa  sonriente  de   otrora. 
Hoy   la  veo  con   triste   mirada  ; 
¡  Al  (|uedarse  sin  Luna   los  lagos 
Se  interrumpen   sus  bellas  romanzas  ! 

Hoy  las   olas  parecen   sollozos. 
Antes  eran  un    himno  entusiasta  ; 
¡  Terminado    el  combate  el  herido. 
Con    las    quejas  reemplaza  á  fanfarrias  ! 


Yo  ([uisiera  i)artir  para  verte, 

Para  oir  á  tu  voz  delicada; 

¡  Cuando  llega  la  Noche,    las  flores 

Descaran  muy    pronto,    la  nueva  mañana ! 

Paso  el  día  recluido   cual  monje. 
Con    augustos    silencios  (lue    cantan  .   .   . 
¡  En    los  templos  (jue    están   sin   rumores. 
Los  cirios    murmuran,  sonoras    jdegarias  ! 

Con  las  notas  de  estrofas  dolientes. 
Enviaré  mil  perfumes  á  tu  alma; 
¡  Con  las  páginas  magnas   de  «  El  Fuego  », 
Recibe    Vcnecia.  la  luz  danunziana  ! 


Te  soy  fiel,   sin    cesar  te   recuerdo, 
Sin   cesar   tu    belleza  me  encanta; 
¡  Nada    influía  de   Laura  la  ausencia, 
En  la  ardiente   pasión  d(>    Petrarca  ! 


Manuel  ligarte 


169  — 


La  Hiperbórea 


ÜDra-ma.     e;n    -u.xi.    jaeto 


ESCENA   II 

Las  viismas  —  Cora 

El  criado— (En  la  puerta  iz- 
quierda ). 

La  señorita  Cora  di  Pietro  .  .  . 

I?-ma  —  Eli?  Que  pase  .  .  . 

(Ei  criado  se  retira.  Entra  Co- 
ra, joven  y  hermosa  mujer,  vis- 
tiendo de  paseo.) 

Fan  mj — ( Levantándose. )  Ade- 
lante, señorita  .  .  . 

Cora  —  (A  Irma,  que  está  co- 
mo abstraída  en  su  lectura. )  Mi 
ilustre  anii^a  .  .  .  molesto? 

Irma  —  (Mirándola  y  dejando 
caer  lentamente  el  manuscrito 
sobre  la  falda.)  Ninguna  presen- 
cia me  es  más  simpática  que  la 
suya,  mi  querida  Cora  ...  (Se 
saludan. ) 

Cora  Debo  pedir  á  usted 
mil  perdones  ])or  no  haber  co- 
rrespondido á  su  invitación  de 
hoy,  para  el  almuerzo  ...  Me 
fué  imposible  venir  .  ,  .  Tenía 
multitud  de  cosas  á  que  aten- 
der .  .  .  Sentí  mucho  .  .  .  (sen- 
tándose). ¿Qué  leía  Vd.  tan  abs- 
traídamente ? 

Irma  —  (  Tendiéndole  el  ma- 
nuscrito ).  Me  leía  á  mí  misma... 
Yo  soy  mi  autora  predilecta  .  .  . 

Cora  —  (Hojeando).  Ah,  es  un 
drama  . . .  (Leyendo).  «Hacia  el 
Abismo»...  Hermoso  título... 
¿Y  piensa  usted  llevarlo  pronto 
á  escena? 

Irma  —  No,  por  ahora  nó  . . . 
Más  adelante  tal  vez  ...  Es  me- 
nester que  se  produzcan  ciertos 
y    determinados    acontecimien- 


Para  Apolo. 

tos  . . .  En  fin  . . .  Pero,  si  quiere 
usted  leer  algo  verdaderamente 
notable...  (Buscando  en  la  va- 
lija). 

Cora  —  Qué  es?  Otra  obra  suya? 

//•ma— (Entregándole  otro  ma- 
nuscrito). Sí,  mi  gran  obra,  la 
verdadera  obra  de  mi  vida  . . . 

Qora  —  ( Leyendo ).  «  Memorias 
de  una  Actriz». 

Irma  —  Esa  sí . .  .  pienso  pu- 
blicarla en  breve...  Es  una  obra 
originalísima . . .  Completamen- 
te nueva . . .  Sobre  todo  de  una 
audacia  inaudita...  Causará  sen- 
sación . . . 

Fanmj — (Haciendo  puntilla  ). 
Basta  que  sea  suya,  para  que  las 
gentes  se  la  arrebaten  de  las 
manos . . . 

Cora  —  Ya  lo  creo  ...  Me  íigu- 
ro  el  éxito  extraordinario  ... 

Irma  —  Sí,  sin  duda  . . .  (  Re- 
costándose, cansadamente,  con 
aire  tedioso  ).  Y  sin  embargo  . . . 
¿  qué  es,  todo  eso  . . .  ?  ¿  qué  va- 
le ...  ?  qué  significa  ?  ¿  Cree  us- 
ted que  eso  pueda  llenarme  . . .  ? 
¿Cree  usted  que  eso  pueda  satis- 
facer mi  necesidad  infinita  ? 
( Suspirando,  con  cierto  sarcas- 
mo. )  Mí  necesidad  infinita  . . . ! 
¡  Ah,  todo  es  tan  mezquino  .  . . 
Todo  ...  Si  al  menos  pudiem  te- 
ner alas  ...  Alas  ... !  (  Pequeña 
pausa )  ¿  De  qué  sirve  todo  eso, 
si  al  cabo,  no  se  puede  ser  más 
que  una  simple  muier  . . .  ? 

Cora  —  Usted  busca  lo  impo- 
sible, Irma . . . 

Irma  —  Lo  imposible  ...  I  Sí, 
usted  lo  ha  dicho ...  Yo  estoy 
enferma  de  ese  deseo  !  ¡  Ah,  por 


170  — 


qué  se  nos  ha  dado  ese  deseo  in- 
finito, si  nuestivi,  voluntad  no 
puede  conquistarlo  . . . ! 

Cora  —  (  D  straída,  mirando  al 
rededor.)  Pero,  cuántas  ñores  . . . ! 
Se  diría  que  hubieran  llovido 
aquí,  esta  mañana. 

Faniijj  —  Si,  verdaderamente, 
puede  decirse  que  han  llovido  . . . 
Son  tantas  que  no  sabemos  ya 
donde  meterlas  . . . 

Cora  —  Son  las  ofrendas  á  la 
diosa  ...  al  ídolo  . . .  (Súbitamen- 
te, poniéndose  de  pié,  sorpren- 
dida )  Ah  !  ¿  está  aquí  ? 

Pannij  —  (  Solícita  )  ¿  Quién, 
señorita  ? 

Cora  —  ( Dominándose,  en  to- 
no indiferente  )  No  . . .  decía  . . . 
como  vi  ahí  el  sombrero  y  los 
guantes  de  . . .  ese  caballero . . . 

Faninj  —  Del  señor  Maleschi  ? 
Cierto  . . .  Los  ha  olvidado  al  ir- 
se .. .  como  habita  en  el  mismo 
hotel  . . . 

Cora  -  Ah,  si  ?  . . .  (  Pequeña 
pausa.  De  pronto,  á  Irma,  con 
cierto  arrebato )  Amada  Irma  . . . 
confiese  usted  que  . . .  que  ese  se- 
ñor Maleschi  es  su  amante  ! . . 

Irma  —  (  Sonríe  ;  luego  )  Fa- 
nny . . . 

Famijj  —  Señorita  ?  ( Irma  le 
hace  una  seña.  Fanny  vase  por 
la  derecha ). 

ESCENA    III 

Irma  --  Cora 

Irma  —  ,;  Así  pues,  cree  usted 
que  . . .  Gabriel  Maleschi  es  mi 
amante? 

Cora  —  (  De  pié)  Naturalmente. 

Irma  —  Sea,  pues,  ya  que  us- 
ted se  empeña  . . .  ( Pausa ). 

Cora  —  ( Da  unos  pasos,  coge 
una  rosa,  va  á  sentarse  al  lado 
de  Irma,  y,  lánguidamente,  aspi- 
rando el  perfume  de  la  flor,  dice). 
Hace  mucho  tiempo  que  le  cono- 
ce Vd  ?  . . . 


Irma  —  (  Que  la  observa,  son- 
riendo malignamente )  No  . . .  Le 
conocí  hace  solo  tres  meses  . . . 
en  Genova  . . . 

Cora — ^^Ah,  en  Genova  . . .  (Pau- 
sa) Diga  usted  Irma  . .  .  sea  usted 
franca  . . .  ¿ama  usted  realmente 
á  ese  hombre  ?  . . . 

Irma  —  (Indolente)  Ps! . . .  Es 
un  pobre  muchacho  . . .  un  joven 
burgués  . . .  inteligente. . .  si,  cul- 
to .. .  muy  culto,  sin  duda  . . . 
pero . . .  tan  inferior  á mí . . .  tan . . . 
pequeño  . .  .  Usted  comprende. .. 

Cora  —  Si,  comprendo  ...  Us- 
ted no  puede  sentir  pasión  — 
por  él . . . 

Irma  Gabriel  Maleschi  es 
para  mí  como  un  niño  ...  Su  in- 
genuidad me  encanta  ...  su  pue- 
rilidad me  hace  sonreír ...  Su 
pequenez  me  inspira  cierta  ter- 
nura compasiva  . . .  Mi  afecto  por 
él  tiene  algo  de  piadoso  . . .  algo 
así . ..  casi  maternal,  me  atreve- 
ría á  decir  ... 

Cora  Su  afecto  de  usted, 
pues,  no  es  más  que  una  piadosa 
condescendencia  ? 

Irma  -  ¿Condescendencia¿tal 
vez  .  .  .  ¿por  qué  no?  Si  es  tan 
pequeño 

Cora  — 

Irma  —  Qué? 

Cora  —  Perdone  usted  que  le 
diga  .  .  .  Pero,  hay  en  él,  al- 
go ..  .  que  usted  no  tiene  ¡que 
usted  no  tiene!  y  .  .  .  que  le  ha- 
ce superior  á  usted!  .  .  . 

Irma  —  Sí?  Y  que  es  ello? 

Cora  —  El  corazón,  mi  ilustre 
amiga. 

Irma  !  Oh,  el  corazón  .  .  . 
( Después  de  mirarla  lijamente  un 
instante)  ¿Cree  usted,  pues,  que 
en  mi  haya  muerto  deveras  el 
corazón  ? 

Cora  —  En  usted  Irma,  la  ca- 
beza ha  matado    al    corazón  .  .  . 

Irma  —  Comprendo  lo  que 
quiere  usted  decir...  Y  tal  vez  ... 


Y  sin  embargo,  Irma... 


171  — 


tal  vez  la  parte  intelectual  de  mi 
ser  se  haya  desarrollado,  agi- 
gantado en  mí  hasta  el  punto  de 
ahogar  al  sentimiento  ...  No  ca- 
de duda  que  el  intelectualismo 
puro  nos  hace  descorazona- 
dos ...  y  tal  vez  yo  sea  .  .  . 

Cora  —  Si,  una  intelectual 
pura  .  .  . 

Irma—  Quien  sabe  .  .  . 

Cora  —  De  todo  lo  cual,  resul- 
ta que  tiene  usted  engañado  á 
ese  hombre  . . . 

Irma  —  Engañarle  ?  Xo,  por 
cierto.  ¿  Cree  usted  que  mi  orgu- 
llo lo  consentiría?  Me  dejo  amar 
por  él . . .  Es  cuanto  puedo  dar- 
le .. .  El  mismo  no  se  atrevería 
á  exigirme  más ...  El  pobre  mu- 
chacho es  tan  feliz  amándome  . . . 

Cora  (  Levantándose  y  apar- 
tándose )  El  .  . .  pobre  muchacho, 
merece  ser  amado  de  otra  ma- 
nera . . . 

Irma  —  (Impasible,  sonrien- 
do )  Si,  como  usted  le  ama,  ver- 
d;;d  ? 

Cora  —  (  Volviéndose  brusca- 
mente )  ¿  Qué  dice  usted? 

Irma  —  Sí,  apasionadamente, 
locamente,  como  usted  le  ama  . . . 
¿  no  es  cierto  ? 

Sí,-  sin  duda,  yo  lo  reconozco, 
el  pobre  mtíchacJw,  merece  ser 
amado  por  usted. 

Cora  -  ¡  Usted  se  ha  vuelto 
loca,  Irma ...  I 


(  Se  aparta  unos  pasos. ) 

Irma  —  (Se  levanta  lentamen- 
te, sonriendo,  se  acerca  á  Cora  y 
poniéndole  las  manos  en  los 
hombros  le  dice  )  Y  . . .  ¿  desde 
cuando  le  ama  usted,  mi  buena 
Cora  . . .  ? 

Coi-a  -  (Con  risa  falsa).  Ah! 
pero,  como  se  le  ha  ocurrido  á 
usted  semejante  cosa?  (Se  apar- 
ta, luego  se  vuelve,  diciendo  con 
arrogante  aire  de  desafío).  Que! 
¿Se  flgura  usted  que  si  yo  le 
amara,  no  hubiera  sabido  hacer- 
me amar  por  él  ?  . . . 

7;-mrt  — (Sonriendo,  con  su- 
prema ironía).  Hola.  ¿Con  qué 
se  considera  usted  capaz  de  ven- 
cerme ...  de  arrebatarme  un 
amante?  Hay  que  confesar  que 
tiene  usted  una  alta  idea  de  si 
misma  (Ríe).  Verdad  que  es 
usted  mucho  más  hermosa  que 
yo...  ¡superior  á  mi  en  todos 
sentidos...  y  no  es  difícil  sui)0- 
ner  que  él  la  hubiese  preferido... 
¿ verdad  ? 

Cora  —  (Dejándose  caer  en  un 
asiento,  con  desmayo,  casi  pró- 
xima á  llorar).  Ah!,  Irma,  es 
usted  perversa ! . .  . 

Irma  -  (Acercándose  á  ella  y 
acariciándola)  Si,  aii  pobre  Cora, 

mons- 
.  .  (La 


soy  perversa  ...  ¡soy  un 
truo,  mi  adorable  Cora  !  . 
besa ). 


AURET.IO    DEL   HeBRÓX. 


-o{l$CCt^!}c>- 


^oIqü  eouehani: 


Oh!  1U011  Diou.  «lue  je  suis  triste!  ¡Oh!  que  le  ciel  est  ffraiid  !   Va.  prciids  nía  vie, 
beau  coiU'hant  de  rose  triste   d"aiiicthyste. 

Aii  inoiiis  si  J'étais  roiseau  mig-rateur,  Je  me  noierais,  heaii  couchant  de  rose  triste, 
vers  toi  dans  le  fíoiiffre  amer. 

Au  iiioins  si  j'étais  rútoile.  en  toi  Je  brfilerais,  ó  triste   ciel   d'aniéthyste,  et  Je  inc 
fondrais  ! 

Helas!  Je  suis  sur  la  terre  et  J'ai  eet  amour  au   cteur.   Oh!  mon  Dieu.  (jue  Je   suis 
triste,  Occiílentl  Oecidént ! 

Paul   Fort. 


—  172  — 


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Jy%t-^!c^  ^¿z^ 


—  173    - 

Ondas  vivas 


Para  Apolo, 


Al  partir  los  discípulos  en  la  barca  viajera, 
contemplaron  la  playa  con  un  vago  temor, 
y  Jesús  apacible,  desde  el  alta  ribera, 
los  miraba  alejarse  con  sonrisa  de  amor. 

Yo  seré  con  vosotros  hacia  el  alba  primera 
habían  dicho  los  labios  del  sereno  pastor ; 
y  pensaban  los  rústicos:  Ni  soñarlo  siquiera. 
¿  Si  no  existe  otra  barca,  cómo  viene  el  Señor  ? 

Mas  cuando  ellos  perdiéronse  tras  el  límite  vago 
dejó  Cristo  la  orilla,  y  avanzó  por  el  lago 
sin  mojar  su  sandalia,  de  lo  ignoto  á  través. 

Halló  firmes  las  combas  del  cristal  ondulante, 
y  sembrando  fulgores,  como  emblema  triunfante, 
sobre  el  vivo  diamante  caminaron  sus  pies ! 


* 


.  Otra  vez,  dolorida  como  trágica  sombra, 
Magdalena,  la  hermosa  de  los  rubios  cabellos, 
quiso  ungir  del  Rabino  los  pies  castos  y  bellos 
con  la  esencia  más  rica  que  en  Oriente  se  nombra. 

Y  arrojóse  á  besarlos  con  ternura  que  asombra, 
los  cubrió  con  sus  bucles,  enjugólos  con  ellos; 
desatados  sus  rizos  en  dorados  destellos 

como  un  sol  derretido  que  sirviese  de  alfombra. 

A  su  tibio  contacto  se  turbó  el  Nazareno ; 
en  la  plácida  albura  de  su  rostro  sereno, 
florecieron  las  rosas  con  su  sabio  decoro ; 

Y  hubo  un  raro  momento  de  temor  y  agonía 
al  sentir  el  Profeta  que  su  planta  se  hundía 
en  las  ondas  de  seda  de  los  bucles  de  oro! 

Alfredo  Gómez  Jaime. 

Madrid,  1908. 


INTENTIONAL  SECOND  EXPOSURE 


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¡  Como  que  la  alegría  ya  no  era  en  mi  corazón ! . . . 

Y  fué  así  que  cesaron  mis  apostrofes,  y  frases  con- 
denatorias no  brotaron  de  mis  labios  sino  para  castigar 
la  osadía  de  nuestros  críticos,  flagelos  hechos  carne 
por  una  ley  de  odio  al  talento  indiscutible.  Yo  perdo- 
naba, ó  más  bien  dicho,  no  denunciaba  errores,  pero 
á  la  crítica  empedernida  le  arrojaba  el  carcaj  de  mis 
palabras  destruyendo  así  sus  deseos  ominosos  de  des- 
vanecerlo todo:  esperanzas  é  ideales  todavía  en  ciernes. 

Musa  de  combate  no  fué  entonces  la  mía;  fué  la 
dulce  contemplativa  de  todo  lo  que  conmueve  y  suscita 
diversas  sensaciones  humanas  y  vagos  estremecimien- 
tos de  emotividad,  como  una  puesta  de  sol  ó  un  idilio 
de  pájaros  cabe  los  huertos  en  ñor,  en  un  amanecer 
primaveral. 

Entonces  yo  medité  :  Poetas :  ¡  cómo  influye  en  nues- 
tro amor  por  las  visiones  panteístas  el  estado  de  nues- 
tras almas ! 

i  Eterna  meditación  ! .  . .  Las  tardes  grises  y  las 
noches  tormentosas  ceñidas  de  vestiglos  y  espectros  por 
la  ausencia  de  luz  astral  me  deparaban  un  bienestar 
inefable.  Yo  veía  en  ellas,  como  en  las  turbias  pupilas 
de  una  novia  agonizante,  la  encarnación  de  mis  dolores 
desnudos,  y  su  tristeza  era  la  harmonía  idealizada  de 
mis  profundos  sentires,  la  síntesis  de  mi  etopeya  doliente 
dicha  por  la  Naturaleza  enlutada  para  el  acto. 

Los  días  de  sol,  primaverales,  llenos  de  oro  3'  de 
aromas  enervantes  que  sabían  á  labios  de  voluptuosas 
mujeres ;  las  noches  de  plenilunio,  diáfanas  y  misterio- 
sas cual  una  aurora  boreal  contemplada  desde  un  limbo 
en  tinieblas ;  una  campiña  cubierta  de  flores  rozagantes 
que  me  ofrecían  la  gama  de  sus  perfumes  en  el  vaso 
intangible  de  la  tarde ;  todo  eso,  delicioso  otrora,  pare- 
cíame hostil,  como  que  era  la  antítesis  de  mi  recóndito 
duelo. 

Los  antiguos  paseos  matinales  por  la  soledad  de 
los  parques,  propicios  siempre  á  la  meditación  sin  tre- 
gua y  al  goce  único  de  la  quietud  interior  eran  aco- 
gidos por  mi  alma  enferma  como  una  costumbre  añeja 
arraigada  al  ocaso,  pero  no  como  un  placer  divinizado 
bajo  la  advocación  de  la  Naturaleza. 

Y  era  que  el  hastío  había  anidado  en  mí  después 
de  un  vasto  silencio  3^  operaba  como  un  factor  eficien- 
te de  misticismo  y  misantropía. 

Ya  en  los    comienzos   de    ese  ciclo   doloroso  gusté 


—    176  — 

esa  obra  de  Francisco  Villaespesa:  «Tristitiae  Rerum  ». 

Miré  en  el  alma  de  este  Poeta  ecléctico  hecho  á 
cantar  bajo  un  pabellón  de  nieblas  en  la  lira  de  la 
tarde  y  vi  en  ella  sepultadas  las  angustias  de  la  mía. 
El  vaho  sangriento  de  mis  dolores  soplaba  allí  cual 
un  viento  de  borrasca,  exteriorizándose  en  rimas  de 
fragancias  elegianas  y  languideces  definitivas.  Era  la 
comunión  de  nuestras  almas  afines. 

Entonces  yo  medité:  ¡la  tristeza  de  las  cosas!  ¡qué 
honda  y  misteriosa  es !  Y  ¡  qué  dulce  y  bienhechora 
cuando  llega  al  corazón  del  poeta  que  ha  de  cantarla 
en  horas  de  recogimiento  y  de  cruel  incertidumbre  al 
unisón  de  la  suya  que  es    divina  exhalación ! 

La  tristeza  es  el  crisol  del  espíritu.  He  ahí  por 
qué  el  amor  á  la  tristeza  hace  humano  y  austero  al 
poeta  que  la  siente. 

Supremo  gesto  de  humanidad  el  de  Villaespesa  que 
cuando  canta  ennoblece  cerebros  y  corazones,  tal  es  la 
magna,  subyugadora  elocuencia  de  sus  palabras  de  vi- 
dente y  tan  eficaz  la  magia  de  sus  quereres  apasiona- 
dos y  sinceros. 

¿Queréis  gustar  de  este  Poetíf  emotivo,  mas  de  una 
emotividad  polífona  y  delicada,  no  monorrítmica,  como 
el  rumor  eviterno  y  también  emotivo  de  las  olas  en 
perenne  pugna  con  las  rocas  milenarias,  queréis  gus- 
tar —  digo  —  el  soplo  quintaesenciado  de  su  idealidad  y 
la  harmonía  intensa  de  su  estro,  cual  un  oasis,  uberoso 
y  promisor? 

Penetrad,  quedo,  en  el  jardín  de  su  espíritu.  Pasa 
por  él  meciendo  suavemente :  ora,  febles  pasionarias ; 
ora,  sensitivas  frágiles,  que  son  el  emblema  de  un 
triste  y  tierno  subjetivismo,  un  aura  leve  de  ese  vago 
misticismo  que  hay  en  la  urna  interior  de  todo  poeta 
y  de  todo  soñador  que  ha  experimentado  á  un  mismo 
tiempo  sensaciones  de  placer  y  de  dolor. 

« Tristitice  Rerum »  es  un  ramillete  omnicolor,  un 
haz  de  olorosas  flores,  cuya  evanescencia,  producién- 
dose al  contacto  más  leve,  provoca  éxtasis  divinos,  así 
como  si  escapara  de  un  invernáculo  y  fuese  á  flotar  en 
el  ambiente  gris  de  los  paisajes  escandinavos. 

Idealista  por  temperamento  y  rebelde  como  artista  que 
busca  en  si  mismo,  muchas  veces,  un  motivo  de  dolor 
para  sus  concepciones  de  vida,  Villaespesa  ha  paseado 
su  musa  indemne  por  la  cima  del  Parnaso,  lejos,  muy 
lejos  del  aprisco  intelectual  donde  se  reúne  el  rebaño 
cada  vez  más  numeroso  de  los   mediocres  y  rutinarios. 


—  177  — 

i  Qué  elocuencia,  qué  exquisiteces  verbales  en  el 
lenguaje  de  esa  musa  evocativa  y  casi  siempre  taci- 
turna !  Su  estilo  es  diáfano  como  linfa  de  río ;  brillantes 
y  discretas  son  sus  imágenes  que  se  suceden  con  mara- 
villoso ensalmo,  y  la  belleza  que  se  desliza  en  todas  sus 
poesías  concebidas  con  suma  felicidad  tiene  la  gracia 
serena  de  una  góndola  en  movimiento. 

Y  este  Poeta,  cuya  regia  prodigalidad  no  amor- 
tigua en  vuestras  almas  ese  hondo  sentimiento  de  in- 
clinación hacia  sus  creaciones,  figura  en  la  legión  de 
los  actuales  innovadores  hispanos  á  cuyo  poderoso  im- 
pulso la  estética  se  ha  despojado  de  su  ropaje  anti- 
guo, caduco,  hecho  girones  con  el  tragín  cuotidiano  de 
meros  versificadores  que  marchaban  en  pos  de  los 
bardos  clásicos  sin  una  idea  de  independencia  artística 
y  exentos  del  orgullo  que  caracteriza  siempre  al  poeta 
de  verdad. 

Y  no  es  que  yo  pretenda,  al  ensalzar  el  moder- 
nismo, rebajar  el  clasicismo.  No  soy  irreconciliable  con 
las  antiguas  escuelas  aunque  reconozco  en  la  poesía 
moderna  una  absoluta  superioridad  de  concepto,  de 
vigor  y  de  harmonía.  Es  que  la  sumisión  á  los  poe- 
tas que  fueron  y  ya  no  serán  jamás,  implica  un  gran 
retroceso.  Y  el  poeta,  como  artista,  como  creador  de 
belleza,  ha  de  ser  libre  para  llenar  dignamente  su  co- 
metido. De  ahí  la  diferencia  entre  poetas  y  simples 
versificadores. 

Y  Villaespesa,  en  su  raudo  vuelo  de  águila,  ha 
sabido,  con  ejemplar  soberbia,  sustraerse  á  los  decha- 
dos que  nos  dejaron  como  sagradas  reliquias  los  dómi- 
nes de  los  antiguos  templos  apolíneos. 

La  rigidez  de  las  formas  clásicas  \  el  rutinarismo 
encarnado  de  los  cánones  académicos,  que  campean  en 
los  libros  de  muchos  versificadores  huérfanos  de  inspi- 
ración y  capaces  sólo  para  las  cosas  prosaicas  no  har- 
monizan ni  se  concillan  con  su  alma  libre  3"  solitaria 
que  exhorta  á  una  rebelión  artística  á  los  poetas  jóve- 
nes de  la  España  contemporánea. 

¿Cómo  van  á  harmonizar  las  gemas  de  este  Poeta 
con  los  versos  rancios,  inarmónicos  y  hueros  del  señor 
Unamuno  ? 

¡  Imposible  1 


Ha  dicho  Francisco  Acebal  que  Villaespesa  perte- 
nece á   esa  nueva  generación  de  poetas  que   significa 


—  178  — 

el  renacimiento  del  idealismo,  como  una  nueva  y  quin- 
taesenciada forma  de  romanticismo. 

Esa  generación  representada  actualmente  en  Amé- 
rica por  los  poetas  de  más  indiscutible  personalidad  ha 
triunfado  en  España  merced  á  la  labor  sobrehumana  de 
MUaespesa,  Juan  R.  Jiménez,  Antonio  y  Manuel  Ma- 
chado, Díez-Canedo,  Valle  Inclán,  Eduardo  Marquina, 
Enrique  de  Mesa,  Isaac  Muñoz,  Miguel  A.  Rodenas,  G. 
Martínez  Sierra  y  otros.  Prosadores  unos,  poetas  todos, 
ellos  tienen  su  manera  original,  su  idiosincracia  artísti- 
ca que  no  ha  sufrido  el  contagio  de  los  demás  escritores. 

Subjetivos  por  excelencia,  y  enamorados  de  un  ritmo 
armónico  y  nuevo,  esos  poetas  que  unen  á  su  exquisita 
labor  de  orfebres  su  exquisita  virtud  de  sensitivos,  ja- 
más traicionan  á  su  alma.  Por  eso  sus  versos  fluyen 
límpidos  y  sonoros,  sin  esas  transiciones  ásperas  y  la- 
mentables que  dan  muerte  á  la  idea  original. 

Cuando  el  poeta  llora,  aunque  sea  interiormente, 
porque  ha  perdido  una  esperanza  ó  porque  asiste  á  la 
muerte  de  sus  más  caros  ideales,  su  musa,  á  fuer  de 
sincera,  no  lanza  imprecaciones,  no  agota  los  vocablos 
del  apostrofe ;  llora  con  él,  y  con  él  entona  el  salmo  de 
la  humana  melancolía. 

Y  Villaespesa,  en  «  Tristitice  Rerum  »,  canta  sus  es- 
tados de  alma  como  el  ruiseñor  que,  al  decir  de  Mi- 
chelet,  canta  para  su  amor,  para  su  nidada,  para  el 
bosque,  para  si  mismo,  en  fin,  que  es  su  jnds  deli- 
cado oyente.  El  traduce  su  idealidad  en  estrofas  tier- 
nas y  originales ;  solloza,  y  sus  sollozos  se  exteriori- 
zan en  hemistiquios  acadenciados  de  dolor  é  inebriados 
de  nostalgia.  Su  modalidad  sellada  de  un  modernis- 
mo sumamente  personal  se  destaca  en  las  letras  cas- 
tellanas como  un  símbolo  de  la  poesía  actual  y  señala 
nuevos  rumbos  tendientes  á  la  absoluta  emancipación 
de  las  formas  y  á  la  sutilización  de  las  impresiones 
psíquicas. 

Vosotros,  los  que  habéis  amado  de  corazón  siquie- 
ra una  sola  vez  y  os  refugiáis  en  la  soledad,  ora  im- 
plorando olvido ;  ora  añorando  la  quietud  de  las  horas 
juveniles,  leed  « Horas  de  Tedio »  y  decid  con  el  poe- 
ta refractario  al  eufemismo  todo  un  poema  de  resig- 
nación sintetizado  en  estos  dos  versos  de  «Occeano», 
una  de  sus  más  brillantes  joyas : 

«Todo  ha  muerto,  alma  mía... 
Otra  vez  estás    sola ... 

Pérez  y  Curis. 


—  179  — 
lSlu-e;stros    e:ojn.te;írLporárLe;os    e;n    six    easa. 


Paul  Herví  eu 


-oí$CCC$[}o- 


Fvutas  maduras 

Para  Ai'oi.o. 

El  cuerpo  de  las  vírs^enes,  cuando  la  vez  primera . 
conoce  de  las  manos  de  su  conquistador, 
padece,  cual  si  toda  la  carne  le  doliera 
con  dolores  novicios  bajo  del  cobertor. 

Por  eso,  aunque  la  niña  de  tu  soñar  te  quiera 
con  alegrías  francas  y  límpido  fervor, 
procede  suavemente,  cuando  la  vez  primera 
desgranes  su  preciosa  granada  de  rubor. 

Sufre  calladamente  todo  lo  que  se  inicia: 
la  más  deleitadora  no  es  la  primer  caricia 
y  el  beso  más  intenso  no  es  el  preliminar; 

Así  cual  las  redondas  manzanas  no  son  buenas 
hasta  cuando  bermejas  y  maduras  y  llenas 
descienden  de  las  ramas  jugosas  del  pomar. 

Moreno  Alba. 

Colombia,  lüOT. 


—  180  — 


A  Pérez  y  Ciiris,  estéticamente. 

Para  el  número  especial  de  Ai'oi.o. 

Bajo  la  noche  —  su  silueta  aguda, 
solemnizó  —  de  adusto  terciopelo. 
Una  discreta  brumazón  de  duelo 
turbaba  sus  encantos  de  viuda ... 

No  sé  qué  Esfinge  interrogante  y  ruda 
nos  constreñía  á  respetar  el  velo ... 
Mientras  frivolizaba  un  ritornelo 
el  surtidor  en  la  heredad  desnuda . . . 

Interpretando  los  silencios  crueles, 
y  el  imposible  de  un  amor  sin  mieles, 
—  hadas  del  piano  turbador  sus  palmas, — 

hinchóse  de  solemnes  confesiones 

la  noche  y,  oh  dulzura,  —  á  nuestras  almas 

se  aproximaron  las  Constelaciones ! . . . 


•«  'BIX    !E?.osa.rio  » 

Solo  la  noche  y  tú,  Casto  Incensario, 
sabían  mi  odisea  pecadora . . . 
Volviendo  de  una  orgía,  hacia  la  aurora, 
te  vi,  la  última  vez,  bajo  el  sudario . . . 

Sé  que  me  amaste,  Lirio  Visionario, 
que,  por  mi  culpa,  —  enferma  y  soñadora, 
pasabas  la  vigilia,  —  hora  tras  hora  — 
confiando  hacíalos  astros  tu  rosario...    ' 

Abrazado  á  la  Cruz,  pesando  aquellas 

náufragas  horas,  desmayé  la  frente, 

— rompiendo,  al  fin  en  lúgubres  querellas... 

Mientras,  sobre  tu  tálamo  yíicente, 

la  noche   desgranaba,  dulcemente, 

como  un  rosario  fraternal  de  estrellas ! . . . 

Julio  Herrera  v  Reissig. 

Montevideo,  «Torre  de  los  Píinnraiiias  ». 


—  181  —  -  I 


Edmond  Rostand 


•■o{l$CCC*l}o- 


ftrtnotiía  s^titimetifal 


Pa)-(t  Ai*OLO_ 


Vagaba  por  la  senda  de  la  ilusión. 

Era  noche  y  no  había  ni  astros  ni  flores, 

no  reían,  lloraban  los  surtidores 

mientras  el  mundo  se   armonizaba  á  mi  corazón. 


Tras  el  florido  marco  de  su  ventana 
apareció  su  faz  llena  de  alegría. 
Miré  en  torno . . .   ¡  había  rosas  de  la  mañana, 
mariposas  y  aves !   ¡  Era  de  día  ! 

Vagaba  por  la  senda  de  la  ilusión, 

mientras  el  mundo  se  armonizaba  á  mi  corazón. 


Montevideo. 


Illa  Moreno. 


/ 


182 


lina   debilidad  Men   pcrdonaMe   de   L-aciano  í^obert 


Para  Apolo. 

Caminábamos  en  silencio,  por 
aquel  senderillo  del  bosque  en  flor, 
todo  él  exhube rante  al  hálito  íecun- 
datriz  de  aquella  Primavera  pró- 
diga. 

Mirta  iba  delante ;  yo  la  seguía 
á  pocos  pasos.  Bajo  nuestras  plan- 
tas crujían  las  hojarascas  secas  y 
se  hundían  muellemente  los  pasti- 
zales tiernos.  Por  entre  la  espesura 
del  ramaje  surgían  á  trechos  algu- 
nos claros :  trozos  de  cielo  azul ; 
nimbos  de  luz  resplandeciente;  cho- 
rros ígneos  de  aquel  sol  de  oro  que 
ahora  declínase  su  ruta.  Era  una 
hora  propicia  .  En  cada  árbol  y 
en  cada  rama  un  trino  modulaba 
en  mil  arpegios  la  sabia  alegría  de 
la  Vida  que  ama. 

Durante  esta  marcha  á  través 
del  intrincado  bosque,  Mirta  y  yo 
no  cambiamos  una  sola  palabra. 
Esa  tarde  no  nos  embargaba  la 
alegría  ruidosa  de  otras  veces,  cuan- 
do haciendo  la  misma  trayectoria, 
el  amor  retozara  en  nuestro  cora- 
zón y  el  deseo  fulgurase  en  nues- 
tras miradas.  Ahora  un  silencio 
rencoroso  había  ahogado  nuestras 
mutuas  expansiones,  distanciándo- 
nos como  á  dos  amantes  en  quere- 
lla A  mi  frente,  á  cuatro  pasos, 
Mirta  triscaba  en  la  maleza  apar- 
tando ramazones  y  lianas  silves- 
tres, líajo  su  somijrero  aludo,  de 
paja  blanca  y  flexible,  una  cascada 
de  sus  rizos  negros  ondulaba  sobre 
el  marfil  ebúrneo  de  su  nuca;  á 
veces  su  talle  sé  erguía  en  movi- 
mientos bruscos,  otras  se  distendía 
en  agazapes  felinos,  en  desperezos 
elásticos  como  el  do  una  culebra 
joven.  .  Aquel  símbolo  de  tenta- 
ción siempre  frente  de  mí,  evoca- 
triz  de  felicidades  otrora  saborea- 
das, ahora  me  hacían  forzosamente 
daño :  trocábase  mi  enojo  en  una 
cólera  sórdida  y  vengativa  y,  cuan- 
do :Mirta.  obligada  por  algún  acci 
dente  del  terreno,  recogiendo  la 
falda  hasta  la  corva,  dejaba  ver  el 
jiacimiento  de  su  pierna  deliciosa  y 


Al  poeta   Oridio  Fernández  Riois. 

admirable,  esta  nueva  tentación  ha- 
cía temblar  mis  manos  trémulas  y 
prontas  como  para  el  zarpazo,  y 
mis  ojos,  obsesionados  quien  sabe 
por  qué  remoto  atavismo  del  hom- 
bre malo  de  las  cavernas,  fijábanse 
con  obsecación  estúpida  en  aquel 
cuello  desnudo,  cuya  blancura  invi- 
tase á  atenazar  estrechamente  y 
largamente . . 

Muy  pronto  nos  internamos,  y 
allí,  junto  al  arroyo,  en  un  pequeño 
hueco  del  follaje,  los  dos  nos  tum- 
bamos sobre  las  hierbas.  Era  aquel 
un  escondrijo  delicioso  y  feliz;  un 
retiro  discreto  y  perfumado,  esco- 
gido desde  nuestras  primeras  ex- 
cursiones por  nuestra  natural  codi- 
cia de  amantes  egoístas  ansiosos  de 
soledad. . .  Las  acacias,  los  tama- 
rindos, las  plantas  trepadoras  y  los 
rosales  silvestres  crecían  allí  con 
una  exuberancia  loca  y  magnifi- 
cente.  Era  aquello  un  gran  retazo 
de  vegetación  prodigiosamente  lú- 
brica, algo  así  como  debió  ser  aquel 
rincón  del  Paraíso  bíblico  donde 
papá  Adán  y  mama  Eva  gustaran 
por  primera  vez  del  vedado  ár- 
bol... 

Pero,  esa  tarde,  que  muy  graves 
rencillas  amorosas  agravaran  nues- 
tros gestes  en  un  silencio  de  solem- 
nidad trágica,  nuestra  estadía  en 
aquel  sitio  se  redujo  á  una  pasivi- 
dad beatífica  y  ejemplar  Nada  de 
besos  ni  de  caricias  robadas;  nada 
de  frases  pasionables  y  de  arruma- 
cos tiernos.  Yo  miraba  sin  ver 
aquel  paisaje  encantador,  con  una 
obsecación  fija,  estúpida,  ya  casi 
imbécil,  en  tanto  Mirta,  con  un  rús- 
tico "•  Jocelin  »  eii  sus  manos,  engol  ■ 
fábase  á  mi  entender  en  una  lec- 
tura tan  interminable  como  enig 
mática,  puesto  que  en  las  dos  horas 
que  allí  permanecimos,  creo  que 
sólo  dos  veces  la  vi  dar  vuelta  las 
hojas  . . 

¿  Pero  saben  ustedes,  mis  amigos, 
que  nosotros  cuando  novios  sole- 
mos tener  mucho  de  tontos  tan  di- 


183  — 


vinos  como  ridículos  ?. . .  Juro  por 
mi  honor  y  á  fuer  de  hombre  hon- 
rado, que  cualesquiera  que  esa  tar- 
de nos  hubiera  visto  á  Mirta  y  á 
mí,  nos  hubiera  tomado  por  una 
joven  pareja  burguesa  ya  en  su 
último  cuarto  de  luna  de  miel,  y 
por  ende  inofensivos,  graves,  de 
una  circunspección  ejemplar. . . 

Pero,  ¡  ta !  otra  cosa  era  por  den- 
tro! Yo  amaba  demasiado  á  aque- 
lla muchacha  para  no  saberla  re- 
ñir cuando  esto  así  fuera  preciso , . . 
I  Ustedes  saben  cuan  poderoso  es 
el  derecho  de  la  razón  cuando  en 
una  rencilla  de  amantes  él  nos  per- 
tenece innegable  y  por  entero  ?. . . 
Bien,  aquel  día  ese  de^^echo  me  asis- 
tía, y,  cuando  él  se  juzga  poderoso, 
de  raíces  hondas  y  no  fútil  ó  de 
mal  entendido  amor  propio,  crean 
ustedes  que  al  que  no  lo  hace  pre- 
valecer ó  es  un  débil  ó  un  consen- 
tidor irremediable  .  Y  no  son 
estas  frases,  alharacas  de  superio- 
ridad varonil  sobre  la  mujer;  no, 
sean  para  ella  nuestras  galanterías 
más  exquisitas  y  nuestra  admira- 
ción incondicional,  pero,  recuerden 
ustedes,  mis  amigos,  qne  alguien 
dijo  en  buen  decir  que  el  amor  es 
tirano...  y  yo  agregaré:  con  la 
paradoja  absurda  de  que  aquel  que 
tiraniza  suele  á  veces  no  ser  el  que 
exije  sino  el  que  niega  . 

La  verdad  que  aquel  día,  Mirta 
estaba  encantadora.  Echada  de  un 
costado  sobre  el  musgo;  ceñida  la 
falda  estrecha  á  su  cuerpo  escultu- 
ral ;  asomando  por  entre  la  ola  de 
encajes  blancos  de  su  enagua,  sus 
piececitos  diminutos  aprisionados 
en  reluciente  charol,  yo  á  veces  al 
mirarla  así,  sentía  ímpetus  tenta- 
doresde  trocar  mi  gravedad  en  un 
risueño  alborozo,  en  una  idealidad 
adoradora,  y,  ebrio  de  pasión,  es- 
trecharla entre  mis  brazos,  su  boca 
en  la  mía  y  mis  ojos  en  sus  ojos  . . 

Y  esta  idea  acabó  por  trocárseme 
en  una  obsesión,  en  una  lucha  ínti- 
ma de  la  cual  ya  me  consideraba 
vencido  . .  La  Tentación,  el  Deseo, 
el  Egoísmo,  este  gran  cínico  inte 
rior,  ó  acaso  este  filósofo  sapientí- 
simo, gritaba  en  mí  sus  teorías  más 
seductoras   y  sugerentes. —  «  Bésa- 


la, —  rae  decía.  —  Acaricia  su  cuer- 
po joven  y  bebe  en  su  boca,  con  su 
juventud,  toda  la  savia  del  Amor  . 
Desecha  necios  enojos.  .  cLa  Di- 
cha es  corta  y  la  Vida  es  larga ;. 
esto  lo  digo  yo  y  la  vieja  Experien- 
cia, podéis  creerlo  » 

i  Qué  lucha,  mis  buenos  camara- 
das!  Más  de  una  vez,  suspirando,, 
desarmada  toda  mi  voluntad,  tenté 
incorporarme  con  ansias  de  correr 
hacia  Mirta, pero,  seamos  justos,  por 
entonces  mi  voluntad  salió  victo- 
riosa, y  allá,  junto  al  ribazo,  en 
aquel  nido  hecho  para  el  Amor  y  el 
Ensueño,  Mirta  y  yo  continuamos^ 
siendo  la  joven  pareja  burguesa  ya 
en  su  último  cuarto  de  luna  de  miel: 
los  dos  dignos,  graves,  de  una  cir- 
cunspección ejemplar. . 

Guando  abandonamos  aquel  re- 
tiro, la  tarde  iba  á  morirse...  Al 
retornar  por  aquel  sendero  por  el 
cual  habíamos  llegado,  suspiré  nue- 
vamente, pero  esta  vez  con  inmenso 
alivio.  ¡  Ah,  yo  ahora  iba  a  vencer,, 
no  cabía  duda!  La  meñstoféUca  ten- 
tación no  podría  esta  vez  con- 
migo!... Pero,  ¡oh,  fatalidad!  la 
angustia  se  apoderó  nuevamente  de 
mí.  Y  es  que  la  hora  era  de  dura 
prueba. El  paisaje  me  traicionaba... 
Juro  por  mi  fe  de  artista,  que  nunca 
jamás  he  visto  un  panorama  seme- 
jante !  -  ün  murmurio  prodigiosa 
surgía  de  la  selva  somnolienta  :  era 
aquello  un  rozar  de  élitros,  un  con- 
nubio de  átomos,  un  fermento  im- 
perceptible de  vida  en  expansión  . . 
Un  olor  cálido  y  penetrante  de  resi- 
nas lujuriosas,  de  polen  fecundador,. 
de  savia  potente,  de  flores  pecami- 
nosas, de  tierras  almizcladas,  de 
pastos  lascivos,  se  intensificaba  en 
mis  sentidos,  aguzándolos  prodigio- 
samente. Sombras  acechantes,  pe- 
numbras tentadoras,  se  hacían  á 
nuestro  paso  brindándonos  lechos 
entre  los  árboles  inmóviles . . .  Lue- 
go, un  crepúsculo  maravilloso,  teda 
una  apoteosis  del  color  y  del  prisma 
desplegaba  sus  galas  multicolores 
allá  sobre  nuestras  cabezas,  en  ple- 
no cielo :  franjas  de  un  suave  ana- 
ranjado ;  vetas  verdes  color  de  al- 
gas marinas  y  de  una  transparencia 
ideal;  celajes  rosas;  manchones  fre- 


-   184 


sas;  alburas  de  armiño  ;  ópalos  diá- 
fanos ;  violetas  episcopales :  piza- 
rras de  un  tono  gris  sucio ;  berme- 
llones arrebolados ;  ondas  de  un 
azul  de  Turquía;  nimbos  gloriosos 
de  un  oro  deslumbrador ;  oriflamas 
lacres  de  un  rojo  vivo  y  violento. . . 
todo  esto  surgía  y  se  intensificaba 
unos  instantes,  para  luego  desvane- 
cerse en  sutiles  cortinados  de  nie- 
blas, en  gasas  de  vapores  tenues, 
en  una  llovizna  de  sombra  que  esfu- 
maba las  distancias  ahogando  lenta- 
mente las  lejanías. 

Y  á  medida  que  los  claros  se  ha- 
cían á  nuestro  paso,  el  paisaje  di- 
latábase ante  nosotros  en  todo  su 
plenitud.  Las  tierras  de  labor  se 
destacaban  por  sus  tonalidades  cla- 
ras ;  los  montes  de  olivos  verde- 
guea])an  aquí  y  acullá  deformes 
manchones  obscuros ;  los  álamos, 
con  su  varillaje  ñno,  tenían  algo  de 
éxtasis  y  de  adoración,  como  esos 
santos  escuálidos  de  los  templos 
góticos ;  las  parcelas,  recién  heri- 
das por  el  arado,  mostraban  la  ar- 
gamasa lacre  y  húmeda  de  su  arci- 
lla roja;  techumbres  y  vidrieras  de 
cortijos  lejanos  resplandecían  á  la 
distancia  con  fulgores  de  incendio  ; 
los  caminos  tornábanse  lilas;  en- 
tanto  una  serenidad  apacible,  una 
paz  augusta  y  solemne  caía  desde 
lo  alto,  inmovilizándose  en  el  aire 
y  en  las  cosas     . 

Y  nosotros,  caminábamos,  cami 
nábamos,  caminábatnos. .  La  no- 
<^he  comenzó  á  hacerse  ;  los  contor- 
nos se  esfumaron  ;  la  llovizna  de 
sombra  espesábase  por  momentos 
y,  entre  aquel  vaho  borroso,  miría- 
das de  luciérnagas  chispearon  en 
mitad  de  una  danza  fantasmagórica, 
como  átomos  errantes  de  luz  de 
aquella  tarde  caduca,  como  partí- 
culas metálicas  y  volátiles  de  algún 
radium  raro  y  maravilloso  . . 

Mirta,  cuya  silueta  mis  ojos  iban 
siguiendo  en  una  obsesión  tenaz, 
detúvose  bruscamente. 

—  Has  visto  ?  me  preguntó  — 
Has  visto.  ?  —  Había  en  su  voz  y 
en  su  gesto  como  una  imploración, 
«omo  una  súplica,  como  un  ruego, 
como  un  reproche  hacia  tanta  im- 
pasibilidad.. .   Entonces,   me   sentí 


débil  y  humano ;  mis  energías  ce- 
dieron ;  los  últimos  puntales  de  mí 
voluntad  fueron  vencidos  uno  á  uno. 
La  Tentación,  el  Deseo,  el  Egoísmo, 
este  gran  cínico  interior  ó  acaso 
este  gran  filósofo  sapientísimo,  vol- 
vió á  gritarme  sus  teorías  más  se- 
ductoras y  sugerentes  :  «  Bésala. . 
Acaricia  su  cuerpo  joven  y  bebe  en 
su  boca,  con  su  juventud,  toda  la 
savia  del  Amor  Desecha  necios 
enojos.  La  Dicha  es  corta,  y  la 
Vida  es  larga,  esto  lo  digo  yo  y  la 
vieja  Experiencia,  podéis  creerlo. » 
Y  fué  en  una  ráfaga  de  pasión  — 
¡  Oh,  Mirta,  Mirta,  Mirta  !  La 
atraje  violentamente  hacia  mí ;  ella 
se  abandonó ;  nuestras  bocas  muy 
juntas  cantaron  en  mil  besos  golo 
sos  un  aleluya  de  amor  y  de  ideali- 
dad suprema  —  Era  noche,  la  vieja 
luna  al  salir  nos  sorprendió  aún  en 
pleno  bosque,  ambos  sobre  las  hier- 
bas finas  y  bajo  las  constelaciones 
violadas  ...  ... 


—  Esta,  prosiguió  Luciano,  fué 
mi  más  grande  debilidad  de  amante 
Todavía  me  remuerde  la  conciencia 
aquella  falta  de  voluntad,  que,  no 
me  cabe  duda,  precipitó  el  desenla- 
ce de  aquel  idilio.  Sí,  creedlo,  exis- 
ten ciertas  mujeres  demasiado  co- 
quetas quienes  por  idiosincracia  só- 
lo aman  de  verdad  bajo  el  látigo  de 
una  tiranía  inflexible  y  hasta  des- 
pótica .  Yo  troqué  en  besos  lo  que 
debió  ser  aquel  día  inflexibilidad 
provechosa  . .  A  la  verdad,  desde 
hace  un  año  nunca  más  he  vuelto  á 
ver  á  Mirta  Kuroski 

Kl  pobre  muchacho  estaba  emo- 
cionado La  voz  le  temblaba  ligera- 
mente; una  niebla  húmeda  le  abri- 
llantaba las  pupilas  ahogando  la 
expresión.  Como  en  esos  momentos 
pasara  junto  á  nuestra  mesa  un 
camarero  del  café,  Luciano,  con  la 
voz  aun  alterada,  le  gritó: 

—  Mozo,  pronto  :  otro  bock  ! 

Y,  como  aun  observara  en  nos- 
otros el  mismo  silencio,  exclamó  : — 
¡(Jué  diablos  ¡  vaya  !  después  de  todo, 
aquello  fué  por  cierto  una  debilidad 
bien  perdonable  . . .  Ustedes,  mis 
amigos,   bien   se  darán  cuenta . . ,. 


—  185  — 

aquella  mujer  amada,  aquella  hora  ¡  Oh,  sí,  aquél  crepúsculo  ! .. .  aquél 

propicia ;  aquella  naturaleza ...  y,  crepúsculo  I . . . 

sobre  todo   aquel   crepúsculo !  . .  .  I 

10  Ü  Juan  Picón  Olaondo. 

Montevideo,  Abril  de  IHOS. 


5audadQ3 


\Para  Apolo. ^^^ 

¿Te  acuerdas?  Susurraban  en  el  piano 
taciturnas  cadencias  que  {gemían, 
tan  dulces,  que  las  teclas  parecían, 
enamoradas  de  tu  blanca  mano. 

Como  el  pasaje  de  una  voz  divina 
por  no  se  que  maravillosa  escala, 
musicando  el  silencio  de  la  sala, 
ascendió  la  armoniosa  sonatina. 

Suspiraste  de  amor,  y  en  raudo  ¡^iro, 
las  notas  que  el  teclado  producía, 
cruzaron  el  dintel  del  alma  mía, 
temblando  de  emoción  tras  tu  suspiro. 

Lues'o  cerraste  el  piano.  Desmayada 
la  doliente  canción  quedó  dormida  .  .  . 
entornaste  los  ojos  y  la  vida 
vagó  por  el  azul  de  tu  mirada. 

Sin  liablar,    muchas  cosas  nos  dijimos  .  .  . 
temblaron  nuestros  labios  de  i)asión, 
y  aíiuel  furtivo  beso  que  nos  <limos, 
fué  la  nota  final  de  la  canción. 

•Tosí';  VlAÑA. 


jfyladrl^al 


Pjra  xVi'OLü. 

Amar,  es  Hotar  comí)  la  esencia  misma 
<le  las  ñores,  jtorfuniando  la  vida  y  retra- 
tándost;  en  los  limpios  espejos  do  la  R'loria, 
tal  como  un  lucero  se  retrata  en  la  i)ro- 
funda  serenidad  de  un  mar  tranquilo,  bajo 
el  misterio  supremo  y  caricioso  de  una 
noche  de  plata. 

Amar,  es  darse  todo  á  la  dulzura  feliz 
de  la  inmortal  naturaleza,  tal  como  se 
dan  las  golondrinas  al  sol  de  las  mañanas 
primaverales,  y  abre  los  ojos  despertando 
al  mundo  en  la  solemne  maravilla  de  sus 
deslumbramientos  la  aurora  prodigiosa  con 
sus  alas  orientales  y  fúlgidas,  y  el  vaivén 
emocionante  de  sus  penachos  alucinados, 
al  mágico  somatén  de  sus  clarines.   . 

Amar,  es  entregarse,  en  el  regazo  de  la 
quimera'  olímpica,  á  las  atracciones  hon- 
das de  la  vida  selecta,  sin  interés  ninguno, 
como  el  canario  que  gorjea,  como  el  cielo 
que  alegra,  comoiel  paisaje  que  emociona, 
como  la  onda  que  late,  como  el  jardín  (¿uc 
perfuma,  como  ¡  la  luz  que  baña  todas  las 
cabezas  y  el  mar  (jue  arrulla  los  acantila- 
dos melancólicos  en  la  playa   remota,  sin 


interés  ninguno    de  imponer  un  derecho  á 
la  belleza. 

Yo  amo   así  las  glorias   del   amor  inmor- 
tal... 

Bkx.i.\mí.\  dk  (J.vr.vy. 

Buenos  Aires,  I'.kks. 


VÁSl^UKZ    Yki'es 


isl   — 


I II 


sa?:  alburas  deaniiiño:  ópalos  diá- 
l'anos ;  violetas  episcopales  :  piza- 
rras de  mi  iono  yris  sucio :  bernu'- 
Uones  arrebolados :  ondas  de  un 
azul  de  Turquía  ;  nimbos  gloriosos 
de  un  oro  deslumbrador:  orillamas 
lacres  de  un  rojo  aívo  y  viok'nto.  . . 
todo  esto  suraía  y  se  iiitensiñcaba 
unos  instanít's,  para  luciio  desvane- 
cerse en  sutiles  cortiinulos  de  nie- 
bla?, en  <iasas  de  vapores  tenues, 
en  uiKi  llovizna  de  sombra  queesl'n- 
nniba  lasdistancias  ahogando  lenta- 
mente las  lejanías. 

Y  ;'i  medida  (pie  los  elar()S  se  ha- 
cían ;í  miesii'o  paso,  el  paisaje  di- 
latábase ante  nosotros  en  todo  su 
pleniíud.  i. as  Tierras  de  lalior  se 
destacaban  por  sus  tonalidades  cla- 
ras :  los  montes  de  olivos  verde- 
gueaban aquí  y  acullá  deformes 
manchones  oliscuros;  los  álamos, 
con  su  Aarillaje  lino,  tenían  algo  de 
éxtasis  y  de  atloración.  como  esos 
santos  escuálidos  de  los  templos 
góticos:  las  parcelas,  recién  heri- 
das por  el  arado,  mostraban  la  ar- 
gamasa lacre  y  húmeda  de  su  arci- 
lla roja:  techumbres  y  vidrieras  do 
cortijos  lejanos  resplandecían  ;i  la 
distancia  con  fulgores  de  incendio  : 
los  caminos  tormibanse  lilas:  en- 
tantouna  seríMiidad  apacible,  una 
paz  augusta  y  solemne  caía  desde 
lo  alto.  inmoA  ilizíindose  en  el  aire 
>"  (MI  las  cosas 

■^  nosotros,  ramin.-iliamos,  cami 
n;íl)amos.  i-amiii;ii)alnos.  .  I, a  uo- 
•(•he  comenzó  a  hacci'se  :  los  couioi'- 
nos  se  esfumaron  :  la  llo\izna  de 
sombra  es])es;íbase  ])or  momentos 
y.  entre  aquel  vaho  iiorroso,  mirla- 
das de  lnc¡(''rnagas  clnsi)earon  en 
mitad  lie  una  danza  fantasmagórica, 
como  ¡itomos  errantes  de  luz  de 
aquella  tarde  caduca,  como  ])artí- 
cnlas  metálicas  y  Aolátiles  de  algún 
radiinn  raro  y  maravilloso   .  . 

Mirta,  cuya  silueta  mis  ojos  iban 
siguiendo  en  una  olisesión  toiui/, 
detiívose  bruscamcnti,'. 

—  lias  visto?  me  preguntó  - 
lias  visto.  ^  —  Tlalu'a  en  su  vo/.  y 
en  su  gesto  como  una  imploración, 
como  una  súplica,  como  un  ruego, 
como  un  reproche  hacia  tanta  im- 
pasibilidad.. .    Fntonces,    me    sentí 


(l(M)il  y  humano  ;  mis  energías  ce- 
dieron: los  últimos  puntales  de  mí 
voluntad  fueron  vencidos  uno  á  uno. 
ba  Tentación,  el  Deseo,  el  Kgoísmo, 
este  gran  cínico  interior  ó  acaso 
este  gran  lilósofo  sapientísimo,  vol- 
vió á  gritarme  sus  teorías  más  se- 
ductoras y  sugerentes  :  «líésala.. 
Vcaricia  su  cuerpo  jovtüi  y  bebe  en 
su  boca,  con  su  juventud,  toda  la 
savia  del  \mor  Deseclui  necios 
enojos.  La  Dicha  es  corta,  y  la 
\  ida  es  larga,  esto  lo  digo  yo  y  la 
vieja  llxperiencia,  podéis  creerlo.» 
V  fué  en  una  ráfaga  de  pasión  — 
;üh,  Mirta,  Mirta, Mirta  !  La 
atraje  violentamente  hacia  nn' ;  ella 
se  abandonó :  nuestras  bocas  muy 
juntas  cantaron  en  mil  besos  golo 
sos  un  aleluya  de  amor  y  de  ideali- 
dad suprema  —  V.va  noche,  la  vieja 
luna  al  salir  nos  sorprendió  aún  en 
pleno  l)osque,  ambos  sobre  las  hier- 
bas linas  y  bajo  las  constelaciones 
violailas  ...  ... 


—  l-".sta,  prosiguió  Luciano,  fui'í 
mi  más  grande  (lebilidad  de  amanle 
Todavía  me  remuerde  la  conciencia 
aquella  falta  de  volimtad,  que,  no 
me  cab(!  duda,  precipitó  cd  desenla- 
ce de  aquel  idilio.  Sí,  creedlo,  exis- 
ten ciertas  nnijeres  demasiado  co- 
([uetas  quienes  por  idiosincracia  só- 
lo aman  de  verdad  bajo  el  hitigo  de 
una  tiranía  inflexible  y  hasta  des- 
pótica .  ^  o  troque''  en  besos  lo  (\nc 
debió  ser  aquel  día  inllexibilidad 
provechosa  ..  Via  vei'dad,  desde 
liac(  un  año  nunca  más  he  vuidto  ;i 
xer  ;i  Mirta,  Kuroski 

i;l  pobre  imichacho  estaba  emo- 
cionado La  voz  l(í  temblaba  ligera- 
mente: una  n¡(d)la  húmeda  le  a,l)ri- 
llantaba  las  pupilas  ahogando  la 
expresión,  (lomo  en  esos  momentos 
pasai'a  junto  á  miestra  mesa  un 
camarero  del  café,  Luciano,  con  la 
\o/.  aun  alterada,  le  gritó: 

—  Mozo,  pronto  :  otro  bock  ! 

^,  como  aun  observara  en  nos- 
otros (d  mismo  silencio,  exclamó  : — 
¡(Jué  diablos  ¡  vaya  !  después  de  todo, 
aquídio  fué  i)or  cierto  mía  debilidad 
bien  perdonable...  L'stedes,  mis 
amigos,    bien   se   darán   cuenta... 


—  187  — 

Bellas  RvUs 


Ampliando  nuestra  sección  artística  ofre- 
cemos hoy  á  los  lectores  de  Atólo  algunas 
copias  de  los  principales  cuadros  de  Joshua 
Reynolds,  el  célebre  pintor  inglés,  acompa- 
ñados de  un  juicio  sintético,  orig-inal  de  Er 
nesto  Cliesneau. 

En  números  sucesivos  nos  ocuparemos  de 
otros  {geniales  cultivadores  de  las  artes 
plásticas. 

( N.  de  la  R. ) 

ter  eterno,  el  del  arte.  La  casti- 

Reynolds  posee  el  secreto  de      dad  de  las  madres,  el  candor  y 
todas  las  distinciones  y  gracias      también  el  secreto  ardor  de  las 


? 


V 


^ 


A 


^ 


■^ 


■^ 


.1.  Reynolds 


de  la  mujer  y  del  nifío.  Traslada 
al  lienzo  con  asombrosa  facilidad 
los  caprichos  más  fug-itivos  de 
la  moda,  y  sabe  darles  el  carác- 


vír2:enes,  los  asombros,  la  senci- 
llez, la  picardía  del  níllo,  y  sus 
carnes  apretadas  y  sonrosadas  : 
ha  sabido  apoderarse  del  encan- 


188  — 


to  de  todo  ii^to  y  cxpresai'  su 
perfume.  Lo  mismo  del  hombre. 
Habitualmeute  lo  elige  joven,  'es- 
belto, siempre  de  elevada  raza, 
sin  desmentir  su  renombre  de 
perfeeción  aristocrática  y  de  al- 
tiva. ele,í>-ancia.  Todos  sus  perso- 
najes están  presentados  en  la  vi- 
da activa,  de  ninjí'ún  modo  inmó- 
viles, prosig-uiendo  el  gesto  inte- 
rrumpido })or  la  llegada  del  pin- 
tor. Véase  d  admiral)le  retrato 
de  lord  llcathtield  (  núm.  o.° 
déla  National  (iaIlei->' ).  Lord 
Heathfield,  ciitoiiees  lord  Elliot, 
dy  gran  uniforme  de  teniente 
general,  está  en  })ie,  con  la  ca- 
beza descubierta  en  medio  de 
la  niebla  del  combate,  tenien- 
do entre  sus  numos  hi  i)esada 
llave  de  la  fortaleza  de  Gibral- 
tar,  que  se  percibe  en  el  fondo 
del  cuadro.  Es  una  alusión  á  la 
célebre  defensa  ( 177í)-8o  i.  cuyo 
héroe  fué  él.  La  aptitud  del  (Ge- 
neral, firme  como  una  roca,  y  el 
accesorio  de  la  llave,  tan  feliz- 
mente hallado:  he  aquí  los  ras- 
gos de  genio  que  caracterizan  al 
personaje.  Ahí  está  el  secreto  del 
interés  duradero  de  tantas  obras 
que  no  son  más  (]ue  retratos. 

Pero  ¡  qué  retratos !  ¿  Y  á  cuál 
dirigirse  preferentemente  y  f.;Cuál 
más  bien  que  otro  alguno,  fijará 
nuestra  atención?  ¿Es  el  joven 
y  noble  marqués  de  Hastings, 
tan  propio  con  su  uniforme  rojo, 
la  espada  al  costado,  el  dedo  en 
los  labios,  en  aptitud  de  vaga 
meditación,  de  cierta  indecisión 
que  va  á  cesar,  volviéndolo  á  la 
acción?  ¿Es  aquella  nina  asus- 
tada, ó  aquella  obra  ( la  Edad  de 
la  inocencia),  dejando  transcu- 
rrir su  vida  inmóvil  en  el  seno 
de  la  naturaleza  protectora  ?  lis 
la  princesita  Sofía  Matilde,  re- 
volcárniose  con  un  perro  sobre  el 
césped  de  un  panjue?  ¿No  será 
más  bien  la  bella  duquesa  de  De- 


vonshire,  luchando  contra  los 
ataques  de  su  hija,  medio  desnu- 
da, levantando  sobre  su  madre 
una  mano  que  va  á  deshacer  la 
armonía  del  peinado  de  ésta  ? 
¿O  la  actriz  Kitty  Fischer,  de 
Cleopatra,  con  los  ojos  lángui- 
dos, la  nariz  remangada  y  los  la- 
bios amorosos,  depositando,  con 
un  gesto  lleno  de  adorable  coque- 
tería, una  perla  en  una  copa  cin- 
celada, demasiado  pesada  para 
su  mano  ?  ¿  O  Mlle.  Robinsón,  la 
actriz  de  Covent-Garden,  déla 
cual  estuvo  perdidamente  ena- 
morado el  príncipe  de  Gales, 
hijo  de  Jorge  III  y  de  la  reina 
Carlota?  ¿O  la  trágica  mistress 
Siddons? 

¡  Cuánta  vida  y  cuánto  atracti- 
vo hay  en  la  composición  que  re- 
presenta á  lady  C.  Spencer  en 
traje  de  amazona,  con  vestido  y 
corpino  rojos,  chaleco  blanco 
bordíido  de  oro  y  grana,  con  la 
cabeza  viva,  graciosa  y  resuelta, 
el  rostro  animado  por  la  carrera, 
los  ojos  muy  abiertos  y  llenos  de 
fuego,  los  cabellos  á  media  mele- 
na y  desordenados,  cual  los  de 
un  muchacho,  acariciando  con 
su  mano  enguantada  la  frente  de 
un  caballo  que  se  deslizaba  poco 
ha  entre  los  árboles  del  bosque, 
donde  la  noble  joven  hace  alto 
un  instante  !  No  se  sabe  realmen- 
te, entre  todos  estos  retratos  de 
mujeres,  cuál  es  el  mejor. 

Sin  embargo,  lo  es  el  de  Nelly 
O'Brien.  que  todavía  no  hemos 
citado. 

Existen  otras  composiciones 
de  Reynolds,  como  El  desterra- 
do, figura  dramática,  una  Sacra 
Familia,  sin  elevación  ;  no  hay 
en  la  obra  del  artista  nada  com- 
parable, en  nuestro  entender,  á 
esa  asombrosa  figura.  En  ella 
Reynolds  llega  sin  duda  alguna 
á  la  altura  de  los  maestros;  y 
aunque    sólo    hubiera  ejecutado 


—  189 


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gi  ¡^'•"^*|MBBIBH^B 

Lady  Waldegrave 

esta  obra,  su  nombre  figuraría 
necesariamente  entre  los  que  no 
se  deben  olvidar. 

Desde  el  punto  de  vista  de 
la  ejecución,  no  hay  en  este 
lienzo  defecto  alguno ;  lejos 
de  eso,  el  artista  ha  casado, 
matizado  y  hecho  valer  alter- 
nativamente los  blancos,  las 
tintas  negras  y  los  tonos  rojos 
de  que  únicamente  se  compo- 
ne su  cuadro,  con  una  cien- 
cia consumada.  Advertiremos 
de  paso  que  Reynolds  evita 
en  sus  pinturas  la  aglomera- 
ción de  muchos  colores;  tres 
ó  cuatro  tonos  le  bastan,  y  á 
menudo  menos,  indefinida- 
mente rotos  y  variados ;  pro- 
fesa particular  afecto  al  rojo, 
pero  en  el  retrato  de  Nelly  ha 
sacrificado  este  su  predilecto 
color. 

¿Quién  es  esa  Nelly  O'Brien? 
No  lo  sabemos  seguramente; 
una  actriz,  alguna  despiada- 
da consumidora  de  oro  y  de    ^' 


salud.  Pero  aquí  la  cuestión 
es  secundaria.  Nelly  es  como 
la  Monna  Lisa  de  Leonardo 
de  Vinci.  Tal  vez  haya  exis- 
tido, tal  vez  no,  lo  cual  es 
indiferente,  pues  desde  que  el 
artista  la  i)iiító,  existe  por  su 
poder,  siendo  un  tipo  eterno. 
Puede  comparársela  con  la 
Joconúe,  no  i^ara  establecer 
comparación  entre  las  dos 
obras,  que  nada  de  común 
tienen  en  la  práctica,  sino 
porque  la  creación  del  pintor 
inglés  es  tan  enigmática,  tan 
conmovedora  como  la  del  más 
profundo  de  los  maestros  ita- 
lianos. 

Nelly  O.Brien  sólo  tiene  de 
la  M(»iua  Lisa  la  sonris;a   de 
esfinge,  sonrisa  indescifrable, 
dulcemente  burlona,  de  seduc- 
ción tan  irresistible,  que  todos 
los  copistas  y  grabadores  han 
sido  impotentes  para  traducirla. 
Pero  ni  tiene  la  misma  serenidad 
altiva,  indiferente,  discreta,  ni  es 


Edad  de  laJinocencia 


190 


KlTTY    FlSCHER 

(']  mismo  tipo.  La  italiaiiíi, 
mnjer  del  ^[ediodía,  de  saiig 
hirviente,  no  se  eleva  tan  al 
al  parecer,  ni  domina  sincer 
mente  d  deseo,  en  la  obra  de 
Leonardo,  m;'is  que  por  una 
especie  de  secreta  impotencia 
de  la  carne.  Est;i  atlmirabie 
t)elleza  es  necesariamente  in- 
falible, ó.  si  se  somete,  es  en 
la  plenitud  de  su  voluntad  y 
d(^  su  i"az(')n,  (pie  no  la  aban- 
donarían ni  aún  en  la  breve 
duraciíMi  de  un  suspiro.  V, 
sin  embar<4"0,  es  mujer:  su 
mirada  es  la  de  la  mujer  (pu; 
sabe  demasiado.  La  otra,  la 
hija  del  Norte,  de  carnes  na- 
caradas y  transparentes,  bajo 
la  desluuibjvidora  nieve  de  su 
})echo  s'ente  Ids  ini]ieruosos 
latidos  di'  su  coraztni :  sus  ojos 
penetran  coJí  un  ardor  sutil 
liasta  el  alma  de  (piien  cru/a 
su  mirada  con  Ja  de  ella;  es 
i'\  deseo.  Pero  la  fren  te;  es 
pura;  todo    permanece    igno- 


la 
re 
to 
a- 


rado  en  esta  iiiFia.  Es  un  már- 
mol sin  mancha;  es  Calatea  en 
el  momento  que  Pygmalion 
va  á  dar  la  última  cincelada. 
¡Cuánto  más  sensual  es  esta 
figura,  castamente  vestida, 
que  las  muchachas  de  faldas 
remangadas  que  pueblan  los 
cuadros  de  Hogarth  !  Esta 
obra  maestra  de  Peynolds, 
que  es  su  más  hermoso  titulo 
de  gloria,  no  podía  nacer  sino 
del  pincel  de  un  artista  que 
había  visto  y  estudiado,  tanto 
en  el  Norte  como  en  el  Medio- 
día, las  sublimes  realizaciones 
de  los  maestros  en  cada  una 
de  las  regiones  donde  el  genio 
del  arte  ha  posado  su  planta 
divina.  Todo  en  esta  admira- 
ble pintura  pertenece  á  Key- 
}iolds,  ó  más  bien,  éste  ha  he- 
cho suyos  entonces  los  ele- 
nu^ntos  tomados  en  sus  viales 

á  Leonardo  de  Vincí,  Corregió, 

Velázquez  y  liembrandt. 

Ernesto  Chesneaü. 


Lady  Cocrburn  y  sus  hijos 


—  191  — 


ia  musa  d^l  a^pv  y  del  combate 


Heos  sentimentales 


Cuando  en  la  calma  nocturna,  el  eco 
De  la  hojarasca  se  deslizó, 
Místico  y  vago  como  el  motivo 
De  mi  perenne  desolación. 
Hubo  en  el  ritmo  de  mis  conífojas 
Algo  hondo  y  flébil  .  .  .  era  tu  voz : 
(lama  sonora  que  se  estremece 
Y  harapos  hace  mi  corazón. 


Y  fué  al  conjuro  de  tus  palabras 
Que  florecieron,  á  mi  pesar. 
En  mi  cerebro  las  cuitas  todas 
De  mi  pasado  de  tenu't'stad. 
¿Volvió  aquel  tiempo  que  me  (juerias 
Y  silenciabas  tu  inquieto  afán? 
Yo  no  sé.  Acaso  tu  voz  de  alondra 
Tornó  mi  numen  sentimental. 


Miré  tu  rostro  florido  en  gestos  .  . 
¡Ningún  resabio  de  flor  del  mal  ! 
Y  fui  al  Nirvana  de  tus  caricias. 
Inanimado,  sin  frases  ya. 
Bajo  la  sombra  (lue  proyectaban 
Los  eucaliptos  de  aciueí  lugar. 


Fué  como  un  sueño.  Volví  los  ojos 
Ál  cielo  siempre  diáfano,  azul ; 
El  horizonte  sereno  estaba ; 
Suave,  la  noche,  como  eres  tú. 
Miré  las  aguas  yertas  de  un  lago. 
Que  parecían  un  verde  tul ; 
Todo  era  en  ellas,  cual  en  mi  espíritu, 
Sombra  y  silencio.  ¡  Xinguna  luz  '. 


.  .     Ciñó  mi  brazo  tu  cuello  en  donde 
Tu  cabellera  forma  un  cairel ; 
Miré  tus  ojos  cisneos  y  castos  .  .  . 
¡Ningún  reproche,  ningún  desdén! 
Miré  tus  labios  que  fueron  míos 
En  los  albores  del  tiempo  aquel, 
Y  la  plegaria  de  mis  tristezas 
A  tus  arcanos  entonces  fué. 


Luego  un  lejano  claro  de  luna. 
Discreto  asilo 
De  nuestros  besos  ardientes  fué. 
Miraste  el  bajo  sitial  de  pino 
Que  abandonamos;   volviste  á  él 
El  alma  en  lloros,  amada  mía, 
Y  hubo  en  tus  labios  de  rosicler 
Un  insondable  rictus  humano, 
Hulnano  y  triste  como  un  ciprés. 


Busqué,  tremante,  ttt  boca;  y  ella, 
■Cual  otras  veces  vino  hacia  mí ; 
Me  interrogaste  :   ,.  me  ({uicres  mucho  ? 
Sondé  en  tu  alma  ¡  Ningún  desliz  ! 
Hallé  en  tu  boca  la  pura  esencia 
De  los  claveles  de  tu  jardín. 
Y  sufrí  como  si  hubieras  dicho : 
¡  Yo  ya  no  tengo  piedad  de  tí ! 


Cayó  en  tu  mano  mi  mano  trémula. 
Abandonada,  como  al  azar ; 


Y  en  tus  ojuelos  que  yo  miraba  . 
¡  Ningún  reproche,  ningún  desdén  ! 


Después  tornamos  á  la  avenida 
En  cuya  vera  se  deshojó 
De  mi  alba  y  frágil  adolescencia 
Rica  de  ensueños  la  última  flor. 
Como  un  relámpago  cruzaba  el  éter; 
E  iba  una  égloga  llegando  á  nos. 
Debilitada  por  el  isócrono 
Eco  sin  alma  de  un  surtidor. 


R  un  paniaguado 


Ferviente  turiferario 
De  líi  burocracia  imiiía : 
Yo  te  presiento  en  la  vía 
Dolorosa  del  calvario. 


Tu  Dios  real  es  el  Oro... 
Tú  rezas  en  su  sagrario 
Cada  oración  que  es  un  lloro. 


Tal  un  fosco  presidario 
(iue  mientras  su  falta  expía 
Ve  en  su  pasado  la  orgía 
De  un  espíritu  nefario. 


¿  Qué  implora  tu  hipocresía. 
Si  desmayas  de  la  orgía 
De  tu  corazón  nefario  V 


PÉREZ    Y    CüRlS. 


—  1ÍI2  — 


la  e2Cí)iacióti  d^  tu  crim^ti 


Para  Ai'OLo. 


Por  la  herida  profunda  que  tu  mano  alevosa 
abrió  traidoramente  sobre  mi  pecho,  ingrata, 
ha  brotado  una  extraña    floración  venenosa 
más  trágica  y  sangrienta  que  tu  boca  escarlata. 

No  pienses  que  en  mi  duelo  una  idea  rencorosa' 
pueda  turbar  tu  calma,  tu  crimen  lo  delata 
la  doble  ojera  lila  que  en   tu  cara  mimosa, 
va  agrandando  el  insomnio  terrible  que  te  mata. 

La  expiación  de  tu  crimen  será  el  rudo  tormento 
que  hallarás  cuando  miren  tus  ojos  otros  ojos 
que  no  han  de  ser  los  míos,  y  tu  labio  sediento 

abreve  en  otro  labio,  el  licor  que  otras  veces 

apuré  con    delirio  en  los  cálices  rojos 

de  tu  pérñda  boca  sin  dejar  ni  las  heces  .  ... 

Juan  Serrano. 


Caracas. 


^C:^C::C5e&o- 


ia  musa  del  ^risiotiero 


|VIi  Vino 

En  vaso   etrusco   derramo 
Yo  mi  vino  de   Falerno, 

Y  le  repito   mi  eterno  : 
«Yo  te  amo,   yo  te   amo.» 

Ven !  Acude   á  mi   reclamo 
De  la  vid,   oh  I  jugo   tierno, 

Y  en  mí  calma  el  sempiterno 
Afán  con  que  yo  te  llamo. 

Hoy  y  después,  como  antes, 
Sean  las  rubias  bacantes 
Quienes   me  den  goce  eterno ; 
A   Baco  mi  Dios  proclamo.   . 
i  En  vaso  etrusco  derramo 
Yo  mi   vino   de  Falerno ! 


PiTü  AroLo. 

Ensueño 

Luz  de  mis   noches  hieráticas 
Fija  en  mí  son  las  preciosas 
Turquesas  azul  -  verdosas 
De  unas  pupilas  simpáticas.     • 

En  mi  sueño  siento  erráticas, 
Conio  blancas   mariposas, 
Que  me  palpan  cariciosas 
Dos  manos  aristocráticas. 

Oh !  musmé  voluptuosa, 
Crisantemo   nieve  rosa 
Del  exótico   Nipón, 
C:uyo  aroma  es  mi   delicia: 
El  palpar  que  me  acaricia 
Y  esas  manos,   tuyas    son ! 

Adriano  M.  Aguiar. 


i;t3 


cvyuo». 


•^$CCCÍÜo- 


Las  danzas  ^uen^ras 


Asunto  indígena 


Para  «ÁrOLO». 


Axopil,  el  flechero  más  temible  y  robusto 
que  conociera  el  campo  y  el  sol  de  Nicaragua, 
ve  llegar  á  diez  indios  con  lanzas,  en  piragua, 
y  se  adelanta  á  ellos  con  ademán  adusto. 


—  194  —  • 

Nimá-Quiché  su  padre  —  cacique  ya  vetusto  — 
levanta  su  penacho  que  arroja  brillos  de  agfua 
al  argentarlo  el  Astro — Jehová  del  indio  Nahua, 
y  aquel  varón  ostenta  la  desnudez  del  busto. 

Con  los  rostros  manchados  de  añiles  y  betunes, 
se  acerca  con  sus  armas  el  grupo  de  Mosquitos 
y  con  salvajes  gritas  entrégase  á  las  danzas. 

Resuenan  atabales  y  pífanos  y  tunes 

y  al  prolongar  los  bosques  las  músicas  y  gritos 

el  sol  tiñe  de  sangre  la  punta  de  las  lanzas. 

LisíMACO  Chavarría. 

^aii  .I(is('  de  Costa  Rica. 


-<^$C=X$üo- 


ia  lard^  s«  adorm^c^  en  los  tosaUs 


T^a  tardo  se  adormece  en  los  rosales, 
en  la  tímida  luz  vuelan  ensueños; 
Ten  mi  amada  y  unidos  eual  entonces, 
repitamos  el  dulce  ritornelo 
que  me  enseñó  la  ^ama  de  tus  labios 
en  suaves  notas  de  tu  ardiente  beso. 

Yo  sé  de  tus  caricias  la  tristeza. 

yo  sé  de  tus  pupilas  <■!  misterio; 

yo  he  leído  en  el  rictus  de  lus  labios 

el  profundo  ^emir  de  los  silencios 

y  en  la  inmensa  obsidiana  de  tus  ojos, 

ios  gritos  de  la  carne  y  del  deseo. 

Tras  la  sombra  jjentil  de  tus  ojeras, 
«e  oculta  la  canción  de  los  recuerdos; 
ella  deja  escuchar  el  murmurio 
«uando  á  solas  te  aduermes  en  tu  lecho. 
íNo  te  ha  dicho  ella,  acaso,  que  yo  sufro 
desque  no  puedo  repetir  sus  versos? 
Kn  ese  cuerpo  de    impoluta  virgen, 
hay  tesoros  de  místicos  anhelos 
•que  viertes  por  doquier  cuando  me  miras 


Para  Apolo. 

y  que  hasta  Dios  ascienden  con  tu  rezo : 
de  tu  virginidad  en  la  crisálida. 
Una  lucha  cruel  rompe  tus  nervios. 
f.El  sucumbo  ha  de  ser  tu  desventura? 
ífo  debes  sucumbir,  yo  no  lo  quiero ; 
mas  yo  sé  que  tú  anhelas  enseñarme 
lo  que  hasta  hoy  ha  sido  tu  secreto, 
y  que  aprenda  hieráticas  palabras 
que  sólo  sabe  tu  desnudo  cuerpo. 

liada  te  resta  de  tu  lucha,  nada ; 
rendida  al  íin,  postergarás  el  tedio. 
Si  te  hirieron  los  hijos  de  los  hombres 
¿  por  qué  has  de  respetar  los  que  te  hirieron  ? 
si  tu  Dios  y  mi  Dios  no  nos  beniiee 
f. no  sabrá  perdonar,  siendo  El  tan  bueno? 

Ven  mi  amada  y  unidos  cual  entonces, 

repitamos  el  dulce  ritornelo 

que  me  enseñó  la  gama  de  tus  labios 

en  suaves  notas  de  tu  ardiente  beso. 

Olvida  tu  tristeza  ¡  oh  tristeza ! 

¡  Oh  negro  abismo  de  tus  ojos  negros  .  . .! 


-o{l($C^^^Í}o- 


VÁSQUEZ  Ykpks. 


fttiadyometi^ 


Pi'ra  Apolo. 

Nua,  de  pé,  na  concha  nacarina, 
Sol)  a  marmórea  alvura  das  luarcs, 
Alfíida  e  branca,  dominando  os  mares, 
Surge  da  espuma  á  perola  divina 

De  claras  tintas,  rutilas,  solares. 
Helias  as  ondas  glaucas  illumina. 
Das  sereias  a  querula  surdina 
Repercute  —  se  modula  ñas  ares. 


Ao  poeta  Illa  Moreno. 

Arias  sagradas  soam  de  tal  forma. 

Que,  a  doce  orchestra  das  equoreas  threnas, 

Nuní  neptunalio  carme  se  transforma. 

E  Zeus  consagra  em  cánticas  serenas 
A  belleza  symbolica  da  Forma. 
Na  perfeicáo  olympica  de  Venus! 

Martí NS  Fontes. 


—  195  — 


liibros   y   folletos    recibidos 


"Elpitojme;  da  G!-txe;rra.  e;rxtxe;  o  Brasil  <z.  as 
IE^ro-\riin.e:ias  lUn.id.as  do  lE^io  da  Fi-ata^  por  Alcides 
Cruz.  Catedrático  de  la  Facultad  Libre  de  Derecho  de  Porto 
Alegre.  —  Es  un  boceto  histórico  de  la  época  del  Imperio  del  Brasil 
durante  la  independencia  del  Uruguay.  El  autor,  con  admirable  impar- 
cialidad y  con  criterio  sereno,  hace  un  estudio  de  la  situación  política 
y  social  del  Imperio  en  la  época  en  que  se  declaró  la  revolución 
oriental,  los  preliminares  de  ésta,  sus  causas,  el  grito  de  libertad  de 
los  33 ;  esboza  con  notable  acierto  las  íiguras  más  descollantes  de  la 
Independencia:  Artigas,  Rivera  y  Lavalleja;  describe  las  batallas  del 
Rincón  de  las  Gallinas,  la  famosa  carga  de  Sarandí  y  sigue  la  marcha 
de  su  estudio  hasta  la  dimisión  del  Capitán  General  Lecor,  1826.  En 
varios  de  sus  pasajes  hace  cita  de  los  autores  uruguayos  Orestes 
Araújo  y  Luis  C.  Bollo.  Está  escrito  con  estilo  elevado  en  el  llorido 
idioma   de    Camoes   y  Guerra  Junqueiro. 

Agradecemos   el  envío. 

Oa.rxtos  de:  ¿rtx-u-e:n.tijí.d:,  por  Ángel  Díaz  de  Medina.  - 
Buenos  Aires.  -  Hemos  recibido  este  volumen  de  poesías,  lujosa  y 
esmeradamente  Impreso  por  la  imprenta  Fragant  —  Buenos  Aires.  El 
autor  ha  sabido  con  bello  ritmo  y  noble  inspiración  cantar  á  todas 
las  manifestaciones  del  alma ;  á  todos  los  ensueños  y  locuras  de  la 
juventud;  á  todos  los  sufrimientos  y  desengaños  ..  á  toda  esa  ligera 
vida  de  pasión  y  de  dolor.  Hay  en  sus  estrofas  gestos  de  rebeldía, 
de  exaltaciones  y  de  viriles  anatemas  contra  una  sociedad  enferma. 
Es  un  amador  de  su  patria,  lo  que  hace  que  ella  sea  motivo  de 
muchos  de  sus  cantos.  La  lira  boliviana  cuenta  desde  ya  con  un 
nuevo  poeta   de  valor  y  de  inspiración. 

Oropsles-,  POR  Eduardo  J.  Correa,  —  Aguascalientes  (Mé 
xico  j.  —  Acusamos  recibo  do  este  libro  de  poesías.  Agradecemos  el 
envío  y  felicitamos  cariñosamente  á  su  autor  que  revela  poseer  un 
alma  selecta  y  temperamento  de  artista.  Sus  versos  son  correctos 
y  armoniosos,  predominando  en  ellos  la  nota  sentimental.  Domina  con 
facilidad  el  soneto,  pero,  sin  apartarse  del  molde  clásico.  En  resu- 
men:  un  buen  conjunto  de  poesías,  hijas  de  una  musa  buena  y  sincera. 

La  caída  de;  la  m.ijLje:r-,  por  Ai:gusto  Martínez  Olme- 
DiLLA.  —  G.  PuKYO,  EDITOR.  —  MADRID.  Esto  libro  prologado  por  el 
vigoroso  novelista  Felipe  Trigo,  encierra  un  cúmulo  de  flnas  obser- 
vaciones Martínez  Olmedilla  maneja  el  cuento  de  una  manera  admi- 
rable, y  tanto  el  estilo  como  la  esencia  misma  de  la  obra,  dejan  en 
el  ánimo  la  humana  impresión  de  los  cambiantes  de  la  vida.  Mar- 
tínez Olmedilla  es  un  psicólogo,  y  un  psicólogo  sutil  Ahí  están 
« jNoches  Andaluzas »  y  «  Una  de  tantas »  que  lo  demuestran  eviden- 
temente. El  verismo  de  este  libro,  fuerte  y  audaz,  sólo  es  compa- 
rable al  de  las  obras  de  Eduardo  Zamacois  y  de  Felipe  Trigo  Nin- 
guna exageración  en  los  detalles,  antes  bien :  una  pintura  exacta  de 
las  visiones  oculares  del  novelador  que  ha  logrado,  gracias  á  la 
variedad  de  sus  modos  de  expresión,  sugerir  al  lector  una  idea 
amplia  y  concreta   de  las   realidades    de  la  vida. 

Agradecemos   el  envío. 


—   l!»(i   — 


CANJE    ORDINARIO 


«Caras  y  Caretas»,  Buenos  Aires;  «El  Cojo  Ilustrados  Caracas; 
-«  Élitros  »,  Maracaibo  (  Venezuela  ) ;  *.  Letras  »,  [labana  ;  «  Trofeos  », 
Bogotá;  «Mes  Literario»,  Coro  (Venezuela);  «  Proshellos »,  Maracaibo 
( Venezuela J;  «Páginas  Hustradas  ,  San  .losé  de  Costa  Rica;  «Tepic 
Literario»,  Tepic  México);  «Revista  Latina»,  Madrid;  «Zig-Zag», 
Santiago  de  Chile:  «Pedagogía  y  Letras»,  Guayaquil;  «Germen-, 
Buenos  Aires;  «Natura»,  Montevideo;  «Nuevos  Ritos»,  Panamá; 
«Revista  de  Guadalajara»,  Guadalajara  (México);  «Alma  Joven», 
Managua,  (Nicaragua);  « Kl  Alba-,  León  (Nicaragua);  «Nueva  Vida», 
San   Salvador;   «Revista   de  la  Sociedad  Jurídico  -  Literaria  >-,  Quito. 


NUEVO  CANJE 

-A-z-cxl,  -  Zaragoza  Ksi'aña  '  —  Acusamos  recibo  del  número  2 
de  esta  selecta  revista  de  arte  y  literatura  que  dirige  el  señor 
Eduardo  de  Ory.  Trae  excelente  material  de  lectura  y  algunos  her- 
mosos fotograbados. 

IF^rostielios.  —  Maracaijjo  f  Vknezukla  ).  —  El  número  2  de 
esta  exquisita  publicación  venezolana  ha  llegado  á  nuestra  mesa  de 
redacción.  Rubran  sus  colaboraciones  escritores  ya  consagrados  en  el 
norte  de  América,  y  su  Junta  redactora  está  compuesta  por  los  seño- 
Tes  :  Elíseo  ^López,  Jorge  Schmidtke,  Ismael  l'rdaneta,  G.  A.  Cohén  y 
■J.  A.  Butrón   Olivares,   director  éste    de  la  revista. 

Con   ambas   revistas  establecemos  el   canje. 


NOTAS 

Los  autores  así  como  las  casas  editoras  tanto  nacionales  como  ex- 
tranjeras que  deseen  un  juicio  breve  en  las  Bib'iofjráfica>\  es  menester 
que  envíen  á  la  redacción  de  Apolo  dos  ejemplares  de  las  obras  que 
publiquen. 

Sólo  asi  verteremos  opiniones,  de  las  cuales  nos  hacemos  respon- 
sables. 

A  los  intelectuales  y  centros  literarios  del  exterior  que  nos  solici- 
tan continuamente  las  obras  de  Pérez  j  Curis,  les  hacemos  saber  que 
ellas  están  agotadas  En  breve  aparecerá  la  segunda  edición  de  «Rosa 
ígnea  »  y  á  fines  del  año  corriente  una  colección  de  poesías,  recopila- 
das algunas,  otras  inéditas,  precedidas  del  poemita  «Alma  de  Idilio», 
título  general  de  la  obra. 

Todas  aquellas  publicaciones  americanas  y  europeas  que  deseen 
establecer  Ccuje  regular  con  Apolo,  serán  satisfechas  á  vuelta  de  co- 
rreo. Basta  para  que  éste  quede  iniciado,  con  que  se  nos  envíe  un 
ejemplar  de  la  revi.sta  interesada. 


CONCURSO   DE    POESÍA 

En  su  próximo  número  la  «Revista  Latina»  de  Madrid;  publicará 
las  bases  de  un  concurso  de  libros  de  versos,  al  cual  pueden  concurrir 
todos  los  poetas  españoles  é  hispanoamericanos.  El  jurado  está  com- 
puesto por  los  señores  :  Julio  Flórez,  Amado  Ñervo,  José  S.  Chocano  y 
Alfredo  Gómez  Jaime  ( Americanos )  y  Eduardo  Marquina,  Manuel  Ma- 
chado, Juan  R.  Jiménez  y  Francisco  Villaespesa  ( Españoles ). 


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APOliO 


f^EVlSTfl    DE  fll^TH 
M     V  SOCIOIiOGlA     " 


Director -Eedactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Redactor:  P.  LÓPEZ  CAl^PAÑA  —  Secretario  de  Redacción:  O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 
AÑO  III  —  N.*  16.  Montevideo—  Buenos  Aires  —  Santiago  de  Ciilie,  Junio  de  1908. 

Noc|)«  de  lutia -En  el  siUticio 


Capítulo  de  la  obfa  en  pfepattación,  titulada  "Desde  el 
Patagonia*'  que  apatteeetiá  á  fines  del  eopriente  año" 


Durante  las  horas  de  este  día  interminable,  he  sentido  re- 
crudecer el  horror,  á  la  soledad.  Lejanas  nostalgias,  recuerdos 
felices  de  una  niñez  perdida,  instantes  de  vivida  libertad  han 
azotado  por  'igual  mi  espíritu,  y  he  sentido  disiparse  por  com- 
pleto las  esperanzas  que  cifraba  en  el  porvenir  de  esta  vida 
militar  que  hace  ya  dos  meses  soporto  duramente,  sujeto  ú 
las  mayores  borrascas  íntimas.  No  tengo  más  que  un  impe- 
rioso deseo :  ser  libre,  libre  como  antes  para  alejarme  de  este 
buque  de  guerra  que  constituye  una  cárcel  odiosa,  y  donde 
no  he  podido  encontrar  una  mano  amiga  que  se  me  exten- 
diera con  afecto,  una  sonrisa  bonachona  y  franca,  ni  siquiera 
una   palabra   de    carino. 

Ahora  mismo  tendido  sobre  el  coy  inmóvil,  han  transcurrido 
dos  horas  de  fatal  insomnio,  sin  que  el  sueno  viniera  á  poner 
tregua  á  la  lucha  empeñada  entre  mis  sentimientos  y  mis  ideas. 
Siento  como  una  marea  gigantesca  que  los  recuerdos  de  los 
lejanos  días  de  mi  vida  se  agigantan  con  el  misterio  silen- 
cioso de  esta  hora  y  sufro  el  dolor  de  la  esclavitud  de  los 
dos   meses    sin   accidencias   que    soporto   á    bordo. 

Aunque  en  torno  mío  todo  es  triste  y  desolado,  sustraído  á 
la  ajena  influencia,  viviendo  la  vida  introspectiva  donde  tan- 
tas cosas  rumorean  y  se  agitan,  tengo  un  pensamiento  de 
simpatía  para  la  vida  universal  de  los  seres  que,  lejanos,  re- 
crean sus  envidiables  ocios  ó  libran  en  la  sociedad  las  fero- 
ces luchas   del   fanatismo,    de   la   supremacía   y   del   odio. 

Descansa,  al  parecer  tranquila,  la  tripulación  del  buque.  Só- 
lo se  escucha,  en  un  amplio  ritmo  que  ondula  sofocado,  la 
respiración  múltiple  de  los  que  duermen,  los  suspiros  y  las 
quejas  de  los  que  sufren  pesadillas  ó  suenan  con  vaporosas 
quimeras.  El  sordo  rumor  de  los  pasos  del  imaginaria  que 
ahuyenta  el  fastidio  de  la  noche  recorriendo  de  uno  á  otro 
extremo  el  amplio  salón  de  batería  transformado  en  dormito- 
i'io   común,    semeja  los  golpes    isócronos    de  una    lejana   batuta 


s 


—  198  — 

dirigiendo  el  concierto  de  respiraciones  y  suspiros  de  la  ma- 
rinería. Llega  indistinto  y  claro  hasta  mis  oídos,  desde  la 
cubierta,  el  traqueteo  uniforme  del  centinela  que,  en  el  puen- 
te de  mando,  ve  como  lentamente  se  dilatan  las  horas  de  la 
noche.  Las  «aguas  del  río  inmenso  como  mar»,  salmodian 
junto  á  los  elevados  muros  del  « Patagonia  »,  su  canción  eter- 
na. Se  diría  que  multitud  de  voces  infantiles,  loaran,  ocultas 
tras  el  misterio  de  las  aguas  aquietadas,  al  silencio  de  la  no- 
che  y   á   los  enigmas   del    sueño. 

Por  el  « ojo  de  buey »  que  se  abre  sobre  la  cabecera  de 
mi  coy,  admiro  la  belleza  omnipotente  de  la  noche,  y  vivo 
largos  instantes  la  inñuencia  dolorosa  de  la  vida  que  palpita 
en  cada  astro,  en  las  tinieblas  mismas,  en  el  azul  impoluto 
del  cielo  que  en  lontananza  se  arquea,  en  las  aguas  que  expre- 
san con  su  misterioso  lenguaje  todas  las  humanas  penas  y 
dolores.  Siento  que  mis  ojos  se  pueblan  con  la  calma  que 
trasciende  de  lo  alto  y  el  mUgno  silencio  de  la  noche  dia- 
loga con  mi  alma  contristada,  con  las  mudas  palabras  de  oro 
de  los  astros.  La  tersa  superficie  de  las  aguas  se  me  antoja 
la  partitura  inmensa  de  esa  extraüa  y  misteriosa  melodía  que 
por  todas,  partes  se  insinúa  y  cuyas  notas  las  escribe  sobre  la 
uperficie  líquida  el  reflejo  de  oro  de  los  astros  que  parpa- 
dean en  la  ignoto,  y  que  se  agiganta  con  el  leve  movimiento 
ondulatorio    de    las   aguas. 

En  el  horizonte  distante,  donde  la  vista  se  torna  débil  y 
todo  parece  verse  á  través  de  una  incierta  nebulosa,  recién 
emerge  la  luna  como  un  enorme  disco  sanguinolento  y  terri- 
l)le.  Lleva  interpuesta  sobre  su  faz  congestionada,  como  una 
dentadura  de  ¡¡erlas,  una  pequeña  nubécula  blanca  y  tenue 
(\i\e  la  transforman  cu  dos  rojos  labios  inmensamente  dilata- 
ilos  que  cu  el  lejano  precipicio  del  juar  y  del  cielo,  aplacan 
la    liebre    que   los   devora. 

Luego,  con  majestuoso  andar  de  diosa  inviolada,  asciende 
liierática  liaeia  lo  alto;  rebasa  la  pequeña  nube  solitaria  capri- 
chosamente interi)uesta  en  su  centro ;  se  despoja  de  su  roja 
clámide  y  sobre  la  atjuietada  superticie  de  las  aguas,  á  ma- 
nera de  un  monstruo  labuloso  cuyas  escamas  fueran  de  alu- 
minio, tiende  un  robusto  haz  de  plateada  luz,  que  se  quie- 
l)ra,  vive  y  se  a<íira  como  poseído  por  una  fuerza  misteriosa 
é    invisible. 

Y  niieiiti-as  derrama  su  pálida  claridad  sobre  las  aguas 
y  el  espacio,  u'l  cielo  gradualmente  palidece;  las  estrellas  dimi- 
nutas guardan  itrudente  recato  tras  el  azul  profundo  y  el  ho- 
rizonte deja  \er  su  línea  im})recisa  como  trazada  por  un  vo- 
luminoso  esfumino. 

En  los  mástiles  de  los  buques  distantes,  fondeados  en  la  rada 
exterior  del  puerto,  brillan  algunas   inciertas   luces   amarillentas. 

Afuera  las  aguas  prosiguen  su  melancólico  ron-ron,  mien- 
tras el  « Patagonia »  inmóvil,  como  enclavado  sobre  la  inmensa 
sui)erñcie  líquida,  presta  sus  altos  flancos  de  hierro  al  pal- 
moteo   cariñoso    de    las    pequeñas   ondas   del    río. 


—  199  — 

En  tanto  la  naturaleza  ríe  serenamente  en  el  silencio  lumi- 
noso de  la  noche,  yo  me  extravío  en  la  selva  virgen  de  los 
recuerdos,  urgando  cosas  íntimas,  olvidadas  quizá  por  las  múl- 
tiples preocupaciones  de  la  vida.  La  visión  de  lo  inconmen- 
surable, de  ese  cíelo  azul  eternainente  indiferente  á  nuestras 
cosas  y  á  nuestras  rivalidades ;  agujereado  por  el  oro  de  lo 
infinito  que  lo  salpica  en  forma  de  estrellas  temblorosas,  me 
sugiere  multitud  de  ideas  caóticas  que  escapan  á  todo  análi- 
sis  y    á  toda  exposición   clara   y  meticulosa. 

Todo  en  el  espíritu  es  nebuloso  é  incierto,  cuando  el  orgu- 
llo de  nuestra  vanidad  social  cae  abatido  en  una  convulsión 
de  muerte  en  estos  momentos  de  dolorosa  meditación,  cuando 
se  vive  intensamente  la  intimidad  de  la  vida,  substraída  al 
loco  torbellino  de  las  pasiones  humanas.  Nos  sabemos  partí- 
culas infinitamente  reducidas  de  un  gran  todo  complejo  y  ar- 
mónico, transformados  por  un  viejo  prejuicio  religioso  en  so- 
beranos absolutos  del  universo,  escrutando  los  secretos  de  la 
vida :  la  eterna  Esfinge  de  los  siglos  cuyos  misterios  perma- 
necen  aún   ignorados. 

Recién  la  duda  asalta  nuestros  cerebros,  cuando  el  alma 
candente  de  ilusiones  se  sumerge  en  el  océano  infinito  y  si- 
lencioso de  las  cosas  y  de  los  mundos  que  se  agitan  en  tor- 
no nuestro  y  nos  convencemos  que  lo  que  afirmamos  con 
jactancia  en  el  transcurso  de  una  conversación  insustancial, 
no  tiene  mayor  consistencia  que  un  blanco  copo  de  espuma  ó 
una  vistosa  pompa  de  jabón.  Y  es  que  en  la  vida  exterior, 
repartiendo  nuestra  atención  aquí  y  acullá  en  multitud  de 
objetos  y  fenómemos,  no  nos  compenetramos  de  la  esencia 
intima  de  los  conocimientos  que  tratamos  de  adquirir  y  que 
por  otra  parte  constituyen  el  basto  monumento  de  la  humana 
sabiduría.  Ks  que  la  contnulición  entre  lo  dicho  y  lo  que 
aun  resta  por  decir  es  tan  enorme,  que  la  verdad  luminosa  y 
fuerte  va  alejándose  do  nuestro  camino  á  medida  que  avan- 
zamos en  el  laberinto  de  las  más  altas  abstracciones  filosó- 
ficas, lo  mismo  (jue  el  caminante  del  desierto,  ve  alejarse  á 
medida  que  avanza  en  la  ruta  penosa,  la  visión  entrevista  de 
un -oasis  que  el  espejismo  invierte  en  las  arenas  caldeadas 
por   un    sol    de    fuego. 

Basta  nn  misterio  cualquiera,  un  enigma,  un  fenómeno 
cuyo  motivo  de  existencia  ignoramos,  para  que  nuestro  espí- 
ritu desfallezca  en  la  duda  é  inquiéranlos  la  certidumbre  de 
que  aun  se  prolonga  mucho  el  camino  que  nos  ha  de  con- 
ducir al  pleno  dominio  de  los  secretos  que  encierra  la  natu- 
raleza   viva. 

Bien  es  cierto  que  el  trecho  recorrido  en  procura  del 
reino  de  la  luz  es  extenso ;  pero  no  es  menos  cierto  que  esto 
se  complica  hasta  tornarse  impenetrable,  al  borde  del  abismo 
misterioso  donde  el  hombre  se  detiene  á  reflexionar  en  su  gé- 
nesis ;  en  su  suerte  futura,  y  en  las  cosas  mudas  que  no  res- 
ponden á  la  interrogación  que  el  genio  humano,  audaz  y  reso- 
luto,  le   ha  dirigido   á    través  de    los   siglos   de   los   siglos. 


—  200  - 

Por  otra  parte  los  diversos  estados  de  ánimo ;  la  herencia 
atávica  legada  á  las  generaciones  pretéritas ;  el  caotismo  de 
una  falsa  educación  convencional  sembrada  de  prejuicios  secu- 
lares, el  ambiente  donde  nos  debatimos  así  eomo  el  factor 
económico  en  las  duras  luchas  por  la  existencia,  conjuran  con- 
tra Ja  verdad  y  la  vida  en  su  más  sagrada  amplitud,  agi- 
gantando en  las  horas  de  silencio  y  de  reposo,  la  nebulosa  de 
ideas   y  de   pensamientos  que  llena  por  entero  nuestros  cerebros. 

Aceptamos  á  pj-iori  los    conocimientos  que  los   libros  ponen 
de  manifiesto   ante    nuestros   ojos    sin    que   entren   en  juego  las 
más   altas  facultades  del   raciocinio,  y   de  ahí  esos  estados   con- 
fusos de  conciencia  en  los  que   prevalece   el  desaliento  y  somos 
juguete   de   vastas    é    inquebrantables   dudas. 

El  cúmulo  de  ideas  contradictorias  puestas  en  tela  de  severa 
discusión  en  las  sociedades  presentes ;  lo  nuevo  que  lentamente 
va  sobreponiéndose  á  lo  v^iejo,  las  prácticas  revolucionarias 
rompiendo  con  los  convencionalismos  y  errores  estatuidos  y 
estratificados  en  la  conciencia  colectiva  de  las  agrupaciones 
humanas ;  la  pavorosa  y  enfermiza  agitación  de  las  masas  po- 
pulares en  el  mercantilismo  moderno ;  el  egoísmo  malsano  que 
incuba  en  el  alma  universal  el  apego  cariñoso  á  los  placeres 
y  refinamientos  materiales ;  el  desmesurado  y  á  las  veces  san- 
griento deseo  de  adquirir  riquezas  y  ostentar  boato  que  son 
asi  como  los  supremos  acicates  de  todas  las  luchas  penosas; 
el  caos  de  las  fórmulas  sociales  que  se  mezclan  en  el  crisol 
de  las  teorías  futuras  para  la  gestación  de  una  sociedad  más 
humana  y  más  bella ;  el  industrialismo  y  el  capitalismo,  todo, 
en  un  conjunto  indestructible  al  parecer,  contribuyen  por  otra 
parte  á  robarnos  el  tiempo  que  invertiríamos  en  las  grandes 
meditaciones  íntimas,  con  las  que  se  pueden  llegar  á  la  ad- 
quisición (le  un  mayor  conocimiento  en  el  campo  de  la  acti- 
vidad mental  del  ser  humano,  á  la  vez  que  aquilatar  la  ver- 
dad de  los  fenómenos  que  se  desarrollan  ante  nuestra  vista. 
Cruzamos  demasiado  á  prisa,  procurando  saciar  las  necesida- 
des de  nuestro  organismo,  frente  á  los  crecientes  progresos  de 
las  ciencias  y  á  las  manifestaciones  del  pensamiento,  empuja- 
dos eternamente  hacia  la  muerte  por  el  complicado  mecanismo 
social  en  cuj'os  engranajes  destructores  vamos  dejando  incons- 
cientemente, algo  nuestro,  y  el  tiempo  nos  falta  para  sumer- 
girnos en  nosotros  mismos,  en  ese  reino  íntimo  y  silencioso, 
iluminado  por   una  extraña  luz  que  es  á  su  vez  armonía  y  vida. 

Saturamos  el  cerebro  con  todo  lo  incierto  que  flota  en  el 
ambiente  estrecho  donde  nos  debatimos;  con  todo  aquello  que 
la  veleidad  humana  coloca  transitoriamente  en  boga,  dejando 
de  lado  lo  que  virtualmente  puede  interesar  á  nuestra  mente, 
libertándonos  de  toda  falsa  creencia  ó  preconceipto  malicioso. 
Vivimos  y  nos  obligamos  á  vivir  con  el  espíritu  voluble  de 
la  época,  por  observancia  del  medio  unas  veces,  otras  por 
debilidad  psíquica.  Y  poco  importa  que  lo  exterior  no  refleje 
lo  que  caldea  el  sentimiento,  hace  reverdecer  los  retonos  de 
la   idea   y   provoca   la    eclosión   de    las    flores   de    nuestra   selva 


—  201  — 

misteriosa.  Debemos  vivir  para  los  demás,  aunque  la  vida  vi- 
vida provoque  dolores  incurables  y  deposite  en  el  fondo  de 
nuestras  almas  el  dejo  de  una  amargura  infinita,  una  impre- 
sión de  racha  invernal,   fría  y  desoladora. 

Y  así,  contemporizando  con  todo  lo  que  nos  rodea  y  cons- 
triñe la  fuerza  expansiva  de  nuestras  vacilaciones,  el  triunfo, 
que  es  la  suprema  aspiración  del  egoísmo  colectivo,  de  ese 
bajo  egoísmo  que  da  marcado  carácter  á  la  época  en  la  que 
vivimos,  fácilmente  se  logra.  La  mentira  social  ha  menester, 
para  que  el  individuo  se  corone  de  falsos  mirtos,  de  ese  man- 
to de  hipocresías.  El  alma  y  el  corazón  son  cosas  innecesa- 
rias para  la  lucha,  porque  en  las  ciudades,  lo  mismo  que  en 
el  seno  de  toda  agrupación  humana  donde  haya  intereses  en- 
contrados que  se  discuten  lo  íntimo  provoca  náuseas  y  no 
afianza  el  convencimiento.  El  formulismo  y  la  exteriorización 
en  el  medio  ambiente  donde  florece  la  civilización  moderna, 
exige  la  sonrisa  para  perpetrar  el  crimen  y  las  lágrimas  para 
acallar  la  alegría  que,  en  ocasiones  solemnes  para  el  espíritu, 
suele  retozar  dentro  del  pecho  como  si  fuera  una  bandada  de 
nillos  precoces  y  barullentos. 

Las  almas  buenas  y  apacibles,  almas  hermanas,  no  se  en- 
cuentran un  solo  instante  en  las  encrucijadas  de  la  vida  y  si 
esto  ocurre  alguna  vez,  no  será  por  cierto  en  medio  del  for- 
midable torbellino  de  las  cosas  y  de  los  sucesos  que  se  de- 
sarrollan á  diario;  en  aquellos  parajes  agrestes  donde  el  mer- 
cantilismo ha  transformado  á  los  seres  humanos  en  un  vórtice 
interminable  de  pasiones  insensatas  y  cuyo  origen  casi  siem- 
pre, está  brutalmente  generado  por  la  desmesurada  ambición 
de  la  riqueza,  del  boato  y,  de  la  supremacía  de  clases.  Será 
sin  duda  alguna  en  el  impenetrable  silencio  que  engendra  una 
meditación  muy  honda,  cuando  los  ruidos  de  las  manifestacio- 
nes exteriores  de  la  vida,  no  nos  conturban  y  llegan  acaso 
debilitadas  al  borde  del  lago  íntimo  donde  no  caben  las  tem- 
pestades que  en  los  mares  sociales  levantan,  con  gestos  de 
locura,   las   olas   rugientes... 


Perfecto  López  Campa5ía. 


LES    K:EXJE.ES    IDXJ    ¿TOTJFÍ 


Ah !  c'est  le  Jour  qui  toml)e  ¡  ah  !  e'est  vous  qiii  sombrez,  qui  sombrez,  iiion  amour. 
Oíi  done  est  ta  Lelle  íime  ?  Vous  m'avez  dit  á  l'aube  des  mots  dcmesurés.  Le  matiii 
s'  élaiiQait  daiis  sa  blancheur  de  flamine. 

Et  puis,  iiiidi:  les  bles  oü  lAine  dort,  et  puis,  les  írrillons  qui  causant  sont 
toute  la  eauseríe,  Enftn  que  vous  dirais-je?  que  te  dirai» -je,  aniie?  le  conchant 
t' enveloppe  et  j'ai  perdu  nía  fennne..  Flots  sombres  de  la  nuit,  oü  roulez-vous  les 
Tunes  ? 

Paul  Fort. 


202  — 


Nuestros  |)o«tas 


]l]ÍGEIt  FflliCO 


CÜñDl^O  DE  *  *  *  *  * 
*  *  JOSÉ  D.  Bñt^BlEl^I 


—  203  — 

tulu  Margat 


Juguete    trágico    en    un    aeto 

POR 

AUEELIO    DEL   HEBRÓN 


Plu-o  Ai'olo. 


ACTO  ÚNICO  "  f 


La  escena  representa  un  buduar  suntuoso  y  confortable.  A  la 
izquierda  en  primer  término,  un  gran  espejo,  y  junto  á  él  un  mue- 
blecito  de  toilette  femenino.  En  segundo  término  un  biombo  japonés 
colocado  de  manera  que  oculte  esa  parte  del  fondo  de  la  estancia. 

El  foro,  en  forma  de  semicírculo,  totalmente  cerrado  por  gran- 
des colgaduras  de  brocato  que  Hegan  hasta  el  suelo. 

A  la  derecha,  primeramente,  una  mesa,  rodeada  de  butacas, 
luego  una  puerta,  después  un  lujoso  guardarropa  con  espejo;  junto 
al  biombo,  un  sofá,  con  almohadones. 

Es  el  anochecer.  La  estancia  se  halla  cnv^uelta  en  la  penumbra. 

ESCENA  I 

En  redor  de  la  mesa,  hállanse  sentados.  Tres  Actrices 
jóvenes,  vistiendo  raros  trajes  de  paseo  y  Tres  Elegantes, 
lanreados  del  decoro  burj^ués.  Lun'-,  cubierta  con  un  amplio 
peinador  de  seda,  se  halla  en  primer  término  ;  junto  á  ella, 
.ToRGK,  vistiendo  jaquet  claro.  Sobre  la  mesa,  co|)as  y  bote- 
llas. Todos  beben  y  fuman,  incluso  las  mujeres ;  hablan 
entusiastamente  y  ríen  á  carcajadas. 


Caballero  J.°  —  Vaya,  me  pa- 
rece un  poco  extraordinario  tu 
cuento. 

Caballero  2.°  —  No,  ¿  cómo  ? 
no  es  un  cuento.  Les  repito  que 
es  perfectamente  verídico. 

Actriz  i.a  —  Si  así  no  fuera 
qué  gracia  tendría  ? 

Actriz  2.»  —  Y  sí  que  la  tiene. 

Lulü  —  ( Riendo)  —  No  puedo 
dejar  de  reírme  al  pensar  en  esa 
escena. 

Caballero  2.'^  —  ( Entusiasma- 
do )  Pero  . . .  ustedes  se  figuran, 
verdad  ? 

Jorge  —  Pero,  cómo  se  explica 
que  esa  muchacha  fuera  inocen- 
te hasta  el  punto  de  ...  ? 

Caballero  i,"  —  Es  increíble. 

Caballero  3°  —  Eso   parecería 


natural  en  otro  tiempo  . .  .  allá 
cuando  Pablo  y  Virginia. 

Lulú  -  Si  hoy  las  muchachas 
nacen  sabiendo  esas  cosas   .  . 

Actriz  1^  -   No  ignoran  nada. 

Actriz  3."^  —  Quién  cree  en  eso 
de  la  inocencia.    . 

Caballero  2."  —  Pues  lo  cierto, 
sefioras  y  señores  es, que  así  su- 
cedió. Me  consta  de  la  manera 
más  positiva.  (A  Jorge)  Hombre, 
pregúntaselo  á  Castellanos  .  .  . 
Dile  que  te  cuente  el  caso.  El  lo 
conoce  bien. 

Jorge  -  En  fin . .  Habrá  que 
creer  que  la  inocencia  existe  to- 
davía para  ciertas  doncellas. 

Caballero  1."  —  Yo  la  creía  pa- 
sada de  moda  enteramente. 

Lidú  —  La  inocencia,  como  la 


—  204  — 


virtud,  me  parece  un  anacro- 
nismo... 

Caballero  3.°  —  IMuy  bien  di- 
cho, Lulú. 

Jorge  —  Bien  por  la  frase. 

Actriz  2."  —  Lulú  se  está  vol- 
viendo literata. 

Lula  —  Sabes  que  siempre  lo 
lie  sido  un  poquito. 

Caballero  2."  —  Ah  !  Pero  Vds. 
no  saben  lo  mejor  del  caso. . . 

Caballero  í.»— Cómo? 

Actriz  cí.»  — A  ver. . .  á  ver. . . 

Jorge  —  Cuenta  eso. 

Caballero  2P  —  Sucede  que, 
cuando  él  volvió  á  la  noche  si- 
guiente—porque  la  cosa  le  ha- 
bía entusiasmado  al  hombre... 

Caballero  S."  —  Me  figuro. 

Caballero  1°  —  No  era  para 
menos . . . 

Jorge  —  Un  bocado,  así  no  se 
encuentra  todos  los  días.  Sigue. 

Caballero  2."  —  Pues,  cuando 
á  la  otra  noche  volvió  le  dice 
ella,  al  oído,  muy  en  secreto  . . . 
( Imitando  el  gesto  que  evoca,  pro- 
nuncia algunas  palabras  en  voz 
baja ). 

( La  concurrencia  estalla  en 
una  carcajada). 

Cabcdlero  3°  —  Es  realmente 
portentoso  . . .  extraordinario!... 

Actriz  L^  —  {Riendo).  Yo  no 
puedo  más ... 

Actriz  2.*  —  Y  yo  me  ahogo  . . . 

Actriz  />.''  —  ( Igual)  En  mi  vi- 
da DO  me  acuerdo  de  haberme 
reído  tanto. 

Lidú  —  (Apurando  iin  vaso  de 
ajenjo)  Por  la  inocencia  de  Cla- 
rita'!... 

Cabcdlero  L"  —  Bebamos  todos 
por  la  inocencia  de  Clarita . . . 

Caballero  2.»  —  Y  por  la  vir- 
tud. 

Actriz  3.^  —  Esos  dos  anacro- 
nismos, como  diría  Lulú.  (  Todos 
beben  ). 

Lulú  —  Les   confieso,   mucha- 


chos, que  estoy  un  poco  achis- 
pada. 

Actriz  i,"  —  A  mí,  el  ajenjo  se 
me  ha  subido  enteramente  á  la 
cabeza. 

Actriz  2.*  —  La  verdad  es  que 
hemos  bebido  demasiado. 

Caballero  3.°  —  A  beber,  chi- 
cas, á  beber . . . 

Caballero  2.^  —  El  ajenjo  es  lo 
mejor  que  hay  en  el  mundo, 
después  de  las  mujeres. 

Actriz  3.»  —  Ay!  No  puedo  be- 
ber más . . .  Me  voy  á  poner  bo- 
rracha del  todo . . . 

Caballero  1."  —  No,  no  dejes  el 
vaso  por  la  mitad,  acábalo . . . 

Actriz  3.'^  —  No,  no  quiero. 

Caballero  L°  -  Apúralo,  mujer. 

Actriz  5.*  —  No,  si  te  digo 
que  no. 

Caballero  1."  —  Vaya,  tonta, 
cuando  te  digo  que  lo  acabes .  ■ . 
(Quiere  obligarla  á  beber;  ella 
resiste,  el  vaso  se  vuelca). 

Actriz  3.*  -  ¡Ay,  mi  vestido . . . 
(  Se  levanta ).  Ves?  Tú  tienes  la 
culpa...  Eres  un  grosero.,  un 
insoportable . .  Me  has  echado 
á  perder  el  traje.  (  Se  limpia ). 

Caballero  L°  —  No  es  nada. 
Te  regalaré  otro.  Te  has  enojado 
por  eso? 

Actriz  3.' — (Sentándose).  Con- 
tigo ?  No,  no  puedo  enojarme. 
(  Le  pasa  tm  bi-azo  por  el  cuello 
y  ¿o  besa). 

Caballero  3."  —  A  ver  tú,  Jor- 
ge, que  eres  poeta,  improvisa 
algo  sobre  el  ajenjo. 

Actriz  2.*  —  Eso  es.  .  eso 
es. . .  un  canto  al  ajenjo. 

Actriz  l.'^  -  Vamos  á  oir. 

Caballero  2."  —  Silencio. 

Jorge  —  ( De  pie,  con  una  copa 
en  la  mano  )  ¡  Oh,  tú,  magnífica 
hada  verde   . . 

Caballero  L"  —  No,  no,  esodel 
hada  verde  es  muy  viejo,  todos 
lo  saben. 


205  — 


Lulú  —  Queremos  algo  nuevo. 

Actriz  2." — Sí,  si,  algo  nuevo. 

Caballero  2.°  —  Oigamos. 

Jorge  —  Oh,   tú,  divino  ópalo 
fluido  . . . 

Caballero  3.»— Muy  bien,  muy 
bien. 

Luhí —  Divino  ópalo  fluido . .. 
Sigue ! 

Jo7-ge  —  . . .  con  que  los  dioses 
benignos  quisieron  dotar  nues- 
tra miseria  humana.  ¡  Oh,  subli- 
me nefente,  que  á  los  hombres 
transportas  al  Elíseo  de  una  ra- 
diante venturanza ! . . .  ¡  más  pre- 
cioso que  el  leteo  de  la  fábula, 
pues  no  sólo  concedes  al  olvido, 
sino  también  ofrendas  la  realidad 
de  las  quimeras  ! . . .  Maravilloso 
filtro  que  pones  en  nosotros  la 
vibración  augusta  de  mil  alas,  yo 
me  entrego  á  tu  numen ! . . .  Yo 
seré  el  corifeo  de  las  almas  que 
te  bendicen!  Principe  del  Ensue- 
ño :  acógeme  en  la  isla  encanta- 
da de  tus  predilecciones ! . . .  He 
dicho. 

(  Aplausos,  gritos ). 

Lulú —  (  Pahnotsando )    Bra- 


vo 


bravo ! 


Caballero  1°  —  Muy   bien  .  .  . 

Caballero  2°  —  Soberbio  ! 

Caballero  3."  —  Muchachos:  se 
me  ocurre  una  idea. 

Caballero  i.»— Qué  idea?  Di. 

Caballero  3°  —  Que  debíamos 
ir  todos  esta  noche  al  baile  de 
máscaras. 

Actriz  1° — Eso  es...  eso  es. 

Actriz  2."  Sí,  es  una  gran  idea. 

Jorge  —  Yo  opino  que  debe- 
mos ir . . , 

Jjulú  —  Sí,  sí,  varaos ...  Es  co- 
sa hecha. 

Actriz  /."  —  Yo  me  pondré  el 
traje  de  colombina. 

Caballero  1."  —  (A  actriz  5." ) 
Tú,  aquel  de  Geissa  que  te  sien- 
ta maravillosamente,  eh  ? 

Actriz  2.'  —  Yo,   ya  saben  . . . 


De  chula.  El  mantón  y  los  cla- 
veles ... 

Caballero  2.«  —  Ole  ! 

Lulú  —Yo  no  digo  nada,  to- 
davía. Les  voy  á  preparar  una 
sorpresa. 

Caballero  3.°  —  Mejor  que  me- 
jor. 

Actriz  3.^  —  Así  es  que  hay 
que  irse  arreglando. 

Actriz  i.'  —  Sí,  vamos. 

Jorge  —  Lo  mejor  es  que  nos 
reunamos  todos  aquí  y  vayamos 
á  cenar  juntos. 

Lulú  —  Si,  ustedes  pueden  ve- 
nir á  buscarnos. 

Caballero  L°  —  Sí,  quedamos 
convenidos. 

Actriz  2.'^ — Hasta  luego.  (Van- 
se  todos,  menos  Jorge  y  Lulú  ). 

ESCENA  n 

LULÚ     \      JORGE 

Jorge  —  Ya  es  casi  de  noche. 
Estamos  á  obscuras. 

Lulú  —  Con  encender  la  luz . . . 
(  Gira  la  llave  de  la  luz  eléctrica  y 
enciéndese  tina  araña,  colgada  en 
el  centro  de  la  estancia. 

Jorge — (  Consultando  el  reloj). 
Las  siete. 

Lulú  —  {Se  pasea,  cantando  ) 
Ah !  nos  vamos  á  divertir  en 
grande. 

Jorge  —  Ha  sido  una  suerte 
que  no  funcione  esta  noche  el 
Casino.  Como  es  carnaval . .  . 

Lulú  —  Sí,  así  tenemos  toda 
la  noche  libre  .  (  Pequeña  pau- 
sa ).  En  una  noche  como  ésta,  el 
alio  pasado,  asistí  en  Madrid  á 
un  gran  baile  de  trajes.  .  Pero 
fué  un  baile  regio,  aristocrático 
en  casa  de  la  marquesa  de . . . 
de . . .  en  fin,  no  recuerdo  el 
nombre  de  la  marquesa.  Sólo  sé 
que  era  enormemente  gorda,  y 
apareció  en  el  salón  con  un  traje 


—  206  — 


horriblemente  verde,  y  además 
pintada  ...  al  óleo,  como  un  cua- 
dro . . .  Ali !  estas   marquesas . . . 

Y  luego  se  burlan  de  nosotras. . . 
Excuso  decirte  que  asistí  entera- 
mente de  incógnita.  Me  llevó  un 
muchacho,  muy  guapo  y  muy 
alegre,  un  abogado  que  gozaba 
de  cierta  intimidad  acerca  de  la 
marquesa.  Como  prometí  no  des- 
cubrirme, me  llevó,  presentán- 
dome en  calidad  de  alta  dama. 

Y  fuerza  es  confesar  que  repre- 
senté mi  papel  á  las  mil  maravi- 
llas. Fui  la  reina  de  la  fiesta.  To- 
dos se  preguntaban  quién  sería. 

Y  tentada  estuve  de  hacerle  trai- 
ción á  mi  amigo,  descubriéndo- 
me, . .  ( Itie  para  fti,  ante  la  evo- 
cación ). 

Jorge  —  (Que  se  ha  f<entado 
en  el  sofá  )  Qué  traje  te  pondrás 
luego  ? 

Lulú  —  No,  no  quiero  decírte- 
lo .. .  Me  lo  verás  ...  Es  una  sor- 
presa. 

Jorge  —  Siempre  el  misterio, 
verdad  ?  Toda  tú  eres  una  sor- 
presa. No  te  pareces  á  ningu- 
na de  las  mujeres  de  tu  clase.  .  . 

Lnlii  —  Las  mujeres  de  mi  cla- 
se ?..  .  Lo  has  dicho  así,  con 
cierto  tonillo  despectivo,  eh?  Las 
mujeres  de  tu  clase...  I  Sí,  ya 
conozco  el  criterio  con  que  us- 
tedes, los  jóvenes  burguesesjuz- 
gan  estas  cosas .  .  .  Pero  me  río 
de  eso  !  No  creo  que  ninguna  de 
vuestras  mujeres  virtuosas,  val- 
ga un  comino  más  que  yo.  No 
me  cambiaría  por  ninguna.  Pero, 
ustedes  también  pertenecen  á 
una  clase,  ;como  tú  has  dicho.  Y 
sin  duda  cada  clase  tiene  su  ma- 
nera de  ver  las  cosas.  Lo  que  no 
te  concedo  es  el  derecho  á  des- 
preciarme. 

Joi-ge — No  he  querido  decir 
eso.  Has  interpretado  mal.  Sólo 
quise  decir  que  te  distingues  de 


la  mayoría  de  las  ai'tistas  y  de 
las  que  hacen  como  tú,  vida  de 
libertad. 

Lulú  —  ( Mirándose  al  espejo ) 
Y . . .  en  qué  crees  tú  que  me 
distingo? 

Jorge  —  No  sé  .  .  .  no  podría 
decir  precisamente  por  qué.  Pero 
tú,  tienes  un  algo,  que  no  he 
hallado  en  ninguna  de  las  que 
he  conocido.  Un  algo,  ¿cómo 
diré  ?  —  velado,  misterioso  .  .  . , 
atrácente  .  .  .  Eres  una  criatura 
divina  y  ligera  como  una  burbu- 
ja. Hay  en  tí  la  levedad  de  una 
caricia  furtiva,  pero  tienes  tam- 
bién de  la  caricia,  la  vibración 
perturbadora  y  honda.  Tu  inge- 
nuidad es  otra  maravilla  .  .  . 

Lidú  —  (  Sentándose  junto  á 
él )  Me  crees,  pues,  muy  inge- 
nua ?  .  .  . 

Jorge  —  Como  una  niña  .  .  . 

Lidú  —  ( Riendo  )  ¿Estás  se- 
guro de  que  no  te  equivocas  ? 

Jorge  -  -  No,  eres  ingenua,  ape- 
sar  de  ser  viciosa.  Tú  no  cono- 
ces la  perversión  satánica  del 
pecado.  Todo  lo  malo  que  hay 
en  tí,  todo  lo  vicioso,  lo  dejas 
transparentar,  lo  ostentas  con  la 
pasmosa  inconsciencia  del  que  no 
conociera  el  bien  ni  el  mal.  Tú 
tienes  la  transparencia  de  las 
piedras  preciosas. 

Lidú  —  Gracias.  Es  muy  her- 
moso ser  como  una  piedra  pre- 
ciosa. 

Jorge  —  En  apariencia,  tú  eres 
como  todas.  Pero,  en  el  fondo, 
hay  ese  algo  extraño,  indesci- 
frable, que  te  distingue  de  to- 
das las  otras.  En  todo  caso  no 
eres  nunca  una  mujer  vulgar. 
Todos  tus  actos,  tus  palabras, 
tus  gestos,  están  impregnados  de 
ese  algo,  que  yo  no  acierto  á  de- 
finir. Tienen  así  como  una  sig- 
nificación oculta.  Parece  que  al 
andar,  al  hablar,   al   cantar,   al 


207 


reír,  al  ejecutar  los  actos  más 
vulgares,  cumplieras  ritos  extra- 
nos,  de  un  esoterismo  trascen- 
dente... Tú  no  comprendes  esto, 
verdad  ? 

Lulú  —  Oh,  sí,  un  poco  ...  Yo 
siempre  comprendo,  aunque  no 
pueda  expresar.  Pero,  ya  sabes 
que  me  gusta  oírte  .  .  .  Sobre 
todo,  cuando  unas  copas  de  ajen- 
jo te  han  inspirado,  como  ahora... 

Joi-ge  —  Y  es  sin  duda  por  eso 
que  has  llegado  á  encantarme, 
como  ninguna  mujer  supo  ha- 
cerlo hasta  hoy.  Yo,  que  he  co- 
nocido ya  á  tantas  mujeres,  no 
he  hallado  ninguna  como  tú,  tan 
deliciosamente  frivola  y  miste- 
riosa {Breve  pausa)  Y  es  por 
eso,  que  quisiera  retenerte  .  .  . 
¿  Sabes  ?  algún  tiempo  .  .  . 

Lulú— {Poniéndose  de  pie)  Re- 
tenerme? ¡Retenerme,  á  mí!  ¡Oh, 
quién  es  capaz  de  retenerme? 
( Andando )  Nací  para  volar  .  .  . 
Nací  para  ser  libre,  como  el 
viento,  f.  Quién  es  el  osado  que 
quiere  aprisionarme  ?  Me  gustan 
todas  las  flores  que  hay  en  el 
mundo  . . .  Nunca  libo  dos  veces 
en  una  misma  flor.  Mis  capri- 
chos cambian  cada  día  ...  El 
amor  que  nació  por  la  maTíana, 
á  la  tarde  está  marchito  . . .  Ten- 
go envidia  á  las  nubes,  esas  nu- 
bes tan  blancas  como  copos,  que 
eternamente  viajan  por  todos  los 
cielos,  y  que  cambian  de  forma 
á  cada  instante.  ¿  Y  tú  quieres 
retenerme?  {Ríe  )  Ah,  ah,  esniuj 
gracioso!  Te  quiero  hoy  .  .  .  , 
ya  sabes  que  te  quiero.  Me  pa- 
reces el  mejor  de  todos.  Nin- 
guno veo  que  me  guste  tan- 
to como  tú.  Si  tú  no  me  qui- 
sieras, me  daría  tanta  pena, 
que  no  podría  cantar.  Pero,  ma- 
ñana .  .  .  Ah !  ¿  Sé  yo  acaso  si 
te  querré  mañana  ?  Quizás  cuan- 
do vuelva  á  mirarte  ya  no  me 


parezcas  el  mejor.  Retenerme  ! 
Quiéreme  ahora  .  .  .  ahora  .  .  . 
Goza  del  amor  que  te  ofrezco  . . . 
La  hora  que  pasa  es  tuya  .  .  . 
toda  tuya  .  .  .  Vívela !  Apúrala, 
amigo  mío !  El  maílana  .  .  .  qué 
importa!  .  .  .  (  Vuelve  á  sentarse 
junto  á  él  y  lo  ahraza ). 

Jorge  —  Eres  como  un  jugue- 
te, frágil  y  peligroso. . . 

Lula  —  No,  ¿  sabes  cómo  soy 
yo  ?  (  Tendiéndose  en  el  sofá  y 
cruzando  las  víanos  en  la  nuca  ). 
Yo  soy  como  una  planta  . . .  muy 
extraña,  que  hay  allá  por  la  In- 
dia, vo  no  me  acuerdo  el  nom- 
bre...  Me  contal)a  de  ella  un 
marino,  un  pobre  capitán  fran- 
cés que  había  viajado  mucho  por 
aquellas  tierras.  Pobre  capitán! 
Me  adoraba...  Estaba  loco  por 
mí . . .  No  sé  por  qué,  por  un  ca- 
pricho, tal  vez  porque  no  me 
gustaba  su  barba  demasiado  lar- 
ga, no  sé,  pero  fui  siempre  muy 
cruel  con  él ;  lo  tenía  para  que 
me  contara  cuentos,  historias  de 
viajes  y  de  países  raros  . . .  Aque- 
llo me  deleitaba  mucho,  pero  su 
barba  no  me  gustaba  . . .  Qué  le 
vamos  á  hacer.  Bueno.  Qué  te 
decía?  Ah,  sí,  la  planta,  hablá- 
bamos de  la  planta.  Pues,  sucede 
que  esa  planta  tiene  en  la  extre- 
midad de  sus  hojas,  algo  seme- 
jante á  un  cartucho  . . .  Dentro 
del  cartucho  hay  miel  — ¿sabes? 
una  miel  que  segrega  la  planta. 
Bueno.  Los  insectos  acuden  — 
naturalmente,  atraídos  . . . ,  pene- 
tran en  el  cartucho  . . . ;  enton- 
ces, éste  se  cierra . ." .  el  insecto 
muere  . . .  Entonces  la  hoja  vuel- 
ve á  abrirse  .  . .  Y  así  otra  vez. .  . 
y  otra  ...  y  siempre  ...  Es  deli- 
cioso, verdad  ? 

Jorge  —  Y  tú  te  pareces  á  esa 
planta  ? 

Lidú  —  ¿No  le  hallas  cierto 
parecido? 


—  208 


Jorge — ¿Estás  borracha,  Lulú? 

Lulú  —  O  sino  no,  mira  .  .  . 
Mejor  .  .  .  Yo  soy  como  un  río, 
soy  como  un  río  que  corre  can- 
tando, entre  márgenes  vigiladas 
por  árboles  muy  riejos,  muy  se- 
rios .  .  .  muy  rígidos  .  .  .  Las  flo- 
res que  se  asoman  á  la  orilla, 
los  viajeros  que  se  inclinan  hacia 
la  corriente  ...  las  nubes  que 
pasan  por  allá  arriba  .  .  .  las  es- 
trellas en  las  noches  serenas  .  .  . 
todo,  todo  lo  refleja  en  sus  aguas. 
Pero  no  puede  detenerse  .  .  . 
Corre,  corre  siempre  cantando, 
corre  eternamente  . . .  hacia  dón- 
de ?.. .  qué  importa ! 

Y,  he  aquí  lo  que  ocurre  :  A  ve- 
ces cae  una  flor  ...  y  se  la  lleva. 
A  veces  es  un  hombre  que  cae 
y  ...  se  lo  lleva  también,  sabes? 

Jorge  -   Se  lo  lleva? 

Lulú — ^  Si,  se  lo  lleva  . .  Las 
que  no  caen  nunca  son  las  es- 
trellas, las  picaras;  lo  miran  des- 
de allá  arriba  y  le  hacen  guilía- 
das.  ¿No  has  notado  cómo  nos 
hacen  burla  las  estrellas  ?  Claro ! 
Como  están  tan  altas  pueden  ver 
cosas  que  nosotros  no  vemos. . . 
Les  tengo  envidia  y  quisiera  que 
se  apagaran  todas.  (Pequeña 
pausa.  De  pronto,  levantándose) 
Vamos  pues,  al  baile  esta  noche? 

Jorge  —  ( De  pie )  Naturalmen- 
te. Yo  voy  á  cambiarme  el  traje 
y  vuelvo. 

Lulú  —  Y. . .  dime  una  cosa. 
Por  qué  vives  en  casa  de  tu  fami- 
lia? No  tees,  hasta  cierto  punto, 
incómodo?. . . 

Jorge  —  Qué  quieres. . .  Vivo 
con  mi  madre.  La  pobre  está  en- 
ferma del  corazón  y  su  vida  se 
halla  á  cada  instante,  en  peligro. 
Yo  fui  siempre  su  hijo  mimado. 
Y  ella  es  para  mí  un  objeto  de 
veneración;  más  aún,  algo  como 
un  ídolo  de  pureza. . . 

Lulú-  ¿De  pureza? 


Jorge  —  Sí.  Porque  debes  sa- 
ber, Lulú,  que  aunque  aquí,  en- 
tre amigos,  se  burle  uno  de  la 
virtud,  cuando  se  encuentra  fren- 
te á  su  madre,  se  comprende 
cuanto  de  sagrado  hay  en  ella. 

Luhl  —  (Irónica  ).  Es  posi- 
ble ... 

Jorge — Yo  sigo  siendo  para 
mi  madre  tan  níno  como  cuando 
tenía  diez  años.  ¿  Comprendes 
tú  esto  ? 

Lulú  —  En  fln  ;  tú  obedeces 
á  tus  sentimientos .  .  .  como  yo 
á  los  míos.  Está  bien. 

Jorge  —  Basta.  No  hablemos 
más  de  ello.  Casi  me  parece  pro- 
fanación hablar  de  mi  madre, 
aquí ...    Es  un  nombre  sagrado. 

Lulú  —  ( Hiendo )  En  verdad 
que  pareces  un  nifío. 

Jorge  —  Bueno,  voy   á  poner 
me  el  frac.  Dentro  de  veinte  mi- 
nutos estoy   de   vuelta.   Tú,   en 
tanto,  nos  preparas  esa   sorpre- 
sa. (  T7i.se  \ 

ESCENA  III 

LULÚ,  LUEGO,  LA  SEÑORA  DEL 
VALLE 

Lulú  —  (Sola.  Pasa  á  lajear- 
te de  la  estancia  oculta  por  el 
biombo.  Al  instante  vuelve  á  apa- 
recer, en  corsé,  con  una  falda 
corta,  de  seda  roja.  Carita  en  voz 
baja;  da  una  vuelta  por  la  estan- 
cia, frente  al  espejo  se  detiene  y, 
ajustándose  la  falda  con  las  ma- 
nos detrás,  hace  varias  reveren- 
cias ).  ¡Oh,  buenas  noches,  sello- 
rita  Lulú  . . .  ¿  Cómo  está  usted  ? 
Piensa  usted  divertirse  mucho 
esta  noche  ?  Qué  traje  se  va  á 
poner  usted?  Me  parece  que 
está  usted  un  poquito . . .  borra- 
cha, señorita  Lulú . . .  Oh,  esto 
no  está  bien.  Pero  no,  no  crea 
usted  que  voy  á  hacerle  cargos, 


209  — 


eh  ?  A  usted  todo  le  está  permi- 
tido... Gomo  que  es  usted  tan 
linda. .  Ah,  es  uated  la  jnás  linda 
de  todas  .  .  .  Selíorita  Lülú,  per- 
mítame i  que  le  dé  un  beso  (  Se 
acerca  al  espejo  y  lo  besa.  Luego 
se  apar-ta  y  arrojándose  en  un 
sillón,  rompe  á  reír  á  carcaja- 
das. La  puerta  se  abre,  silencio- 
samente,, y  la,  señora  del  Valle 
entra  en  escena.  Viste  totalrnente 
de  negro,  las  manos  enguantadas 
y  cidjierto  el  rostro  por  un  espeso 
velo.  Se  detiene  junto  á  la  puerta 
después  de  liaberla  cerrado ). 

Lulú  —  {Sin  haberla  sentido  ; 
levantándose ).  Ea !  Esto  no  es 
formal.  Estoy  haciendo  cosas  de 
cliicuela.  Hay  que  pensar  en 
arreglarse.  {Ante  el  espejo).  Ante 
todo  .  .  .  Este  pelo  .  .  .  así . . .  re- 
cogido hacia  arriba  y  prendido 
con  unas  horquillas...  Eso  es... 
Muy  bien  .  .  .  Luego,  con  el  bo- 
nete que  cubre  todo  .  .  .  Sober- 
bio !  ( Da  unos  pasos  hacia  el 
fondo.  Viendo  á  la  enlutada,  lan- 
za un  grito  y  se  detiene)  Ah! 
{Pansa.    Temblando)  Quién  es...? 

La  señora  —  ( Adelanta  unos 
pasos,  muda ). 

Lulú  —  {retrocediendo)  No  se 
acerque !  .  .  .  Voy  á  gritar  .  .  . 
Quién  es  usted ! 

La  señora  —  No  soy  más  que 
una  pobre  naujer.  ( Se  descubre 
el  rostro  ;  un  rostro  pálido,  aja- 
do, dolorido.  Tiene  cabellos  grises. 
Silencio ). 

Lulú, —  Qué  quiere  usted? 

La  señora  —  Vengo  á  hablar 
con  usted  de  cosas  graves  . . . 

Lulú- — (Hace  una  mueca;  lue- 
go, duramente)  ¿Y  por  qué  ha  en- 
trado aquí  de  esta  manera?  Me 
ha  dado  usted  un  susto  terrible. 

La  señora  —  Le  ruego,  que  me 
escuche  un  instante.  Tengo  pri- 
sa y  el  motivo  que  me  trac  es 
muy  grave. 


Lulú  —  No  lo  dudo.  Pero,  es- 
pere usted  que  tome  un  vaso  de 
agua  {Lu£go  de  haber  bebido, 
sentándose  junto  á  la  mesa)  Sién- 
tese usted.  Qué  tiene  usted  que 
decirme  ? 

La  señora  —  {Se  sienta;  revela 
estar  agitada,  turbada;  mira  con 
inquietud  á  su  alrededor;  se 
pasa  con  frecuencia  la  mano  por 
lo&  ojos  ;  después  de  una  pausa, 
dice ).  Aquí  se  está  cometiendo 
un  gran  crimen^  un  crimen  ne- 
fando, señorita  . . . 

Lidú  —  ( Asombrada  é  incré- 
dula )  Un  crimen  ?  . . . 

La  señora  —  Sí,  sí,  un  cri- 
men . . .  Algo  horrible  y  repug- 
nante .  . .  Pero  usted  no  es  cul- 
pable . . .  El,  tampoco  es  culpa- 
ble . . .  Los  dos  ignoran  . . .  Pero, 
yo  sé...  Por  eso  he  venido... 
Era  menester  que  viniera  . . . 

Lulú —  \Li\\)K'.,  hable  usted.  Me 
tiene  perpleja. 

La  señora  —  {Más  agitada  aún, 
como  sofocada.)  Es  preciso  que 
usted  sepa  . . .  usted  no  puede. . . 
no  puede  ser  la  . . .  amante  de 
Jorge.  . .  porque  Jorge . . .  seno- 
rita,  es  ,su  hermano! . . . 

Lulú  —  Eh?  cómo?  qué  dice 
usted? 

La  señora  —  Sí,  usted  y  Jorge 
son  hermanos...  ¡hermanos! 
Han  nacido  de  la  misma  madre. 
Han  nacido  del  mismo  vien- 
tre . . .  ¡Son  hermanos,  Dios  mío! 
¿No  comprende  usted? 

Lidú  —  {Con  una  carcajada.) 
Pero,  qué  significa  esto? 

La  señora  —  No  se  ría  usted, 
por  Dios,  no  se  ría  usted.  Está 
usted  delante  de  su  madre ! 

Lulú  —  {De  pie)  Mi  madre? 
usted?  ¡Nunca  vía  mi  madre! 
Cuando  nací  me  abandonaron  .  . . 
Me  he  criado,  cuando  nina,  en 
casa  de  unas  gentes  cualquiera ! 
y  luego,  he  rodado,  sola,   por  el 


—  210 


mundo  ...  ¿Y  ahora  viene  usted 
á  decirme  que  es  mi  madre? 

La  señora  —  Soy  su  madre,  se- 
Tiorita,  soy  su  propia  madre.  Es 
usted  hija  de  mi  amor  y  de  mi 
dolor.  Es  hija  del  pecado.  {Ba- 
jando la  voz )  Aún  era  soltera, 
tenía  veinte  años,  caí  en  brazos 
de  un  hombre,  por  una  debilidad 
que  nunca  he  acertado  á  expli- 
carme ...  De  un  hombre  que  no 
podía  ser  mi  esposo  . . ,  porque 
era  el  esposo  de  otra  ...  Y  de 
esa  falta,  de  esa  caída,  nació  us- 
ted . . .  {Pequeña pausa)  El  hom- 
bre exigía  que  eso  no  se  supie- 
i'a  .  . .  Mis  padres  me  enviaron 
al  campo...  Allí  di  á  luz... 
Después,  todo  se  ocultó  . . .  Us- 
ted fué  entreg-ada  á  unas  gentes, 
mediante  una  cantidad  de  dine- 
ro; á  los  ]\Iargat,  de  quienes  ha 
tomado  usted  el  nombre  . .  .  Nun- 
ca vi  á  usted.  Pero  he  sabido 
muchas  veces  noticias  suyas  .  . . 
Ahora  . .  .  (  A'e  calla,  sofocada, 
llevándose  las  manos   al  pedio. ) 

Lililí  —  (  Se  levanta  y  da  una 
Vuelta  en  torno  de  la  señora,  oh- 
servándola  y  meneando  la  cabe- 
za )  De  modo  que,  ahora  i'esulta 
que  es  usted  mi  madre  . . .  (  Can- 
tando )  La  -  ri  -  la  -  ra  . . .  La  -  ra  - 
la  -  ri . . .  Está  muy  bien  ...  Sí, 
seílora  ...  {Se  sienta  en  el  mismo 
lugar  y  enciende  un  cigarrillo ). 

La  señora  —  Sefiorita,  le  rue- 
go que  guarde  un  poco  de  más 
respeto.  ¿  No  se  siente  usted  un 
poco  conmovida  por  todo   esto  ? 

Lidá  —  Vaya,  me  causa  mu- 
cha gracia  ... 

La  señora  —  Y  ni  el  saber 
(]ue  Jorge  es  su  hermano,  y  que 
ustedes  han  podido  ...  ¡  Oh, 
Dios!  ( Se  cubre  el  rostro  con  las 
manos ). 

Lulú  —  En  mi  vida  he  visto 
cosa  más  divertida.  Le  juro. 

La  señora  —  (  De  pie )    Diver- 


tida ?  A  usted  le  divierte  esto  ? 
Cuando  debiera  estar  horrori- 
zada por  el  delito  nefando  que  . . . 

Lulú  —  ¿  Delito  ?  ¿  De  qué  de- 
lito me  habla  usted,  seflora? 

Tji  señora  -  No  me  lo  pre- 
gunte usted.  Todo  está  aquí  con- 
taminado, maldito,  por  la  pre- 
sencia monstruosa  del  incesto. 
Mis  labios  pueden  apenas  pro- 
nunciar la  palabra . . . 

Lulú  —  Toma  usted  las  cosas 
muy  á  pecho,  senora  . . . 

Im  señora  —  Y  bien  . . .  No 
puedo  detenerme  más...  Jorge 
va  á  llegar  de  un  momento  á 
otro  ...  Yo  no  he  venido  más  que 
á  esto.  No  por  verla  á  usted  he 
venido.  ¿Qué  amor  puede  inspi- 
rarme una  perdida  como  usted, 
aunque  sea  hija  mía  ? 

Lulú  —  Una  . . .  perdida  ?  Lo 
acepto.  Pero,  es  curioso  que  ven- 
ga usted  á  decírmelo  . . .  Usted, 
que  al  nacer,  me  arrojó  á  la  ca- 
lle, como  á  una  basura. 

La  señora  —  Era  usted  una 
hija  del  pecado  ...  y  estaba  us- 
ted maldita. 

Lidú  —  A\\,  sí?  Sin  duda  que 
cuando  se  acostaba  usted  con 
aquel  sefior  que  fué  mi  padre,  no 
pensaba  usted  lo  mismo ...  Y, 
á  propósito,  debió  ser  un  buen 
mozo,  eh  ?  Me  es  grato,  después 
de  todo,  saber  que  mi  padre  fué 
un  seductor,  y  un  alegre  cala- 
vera . . . 

La  señora  —  Basta  !  {Pequeña 
pausa )  Y  ahora  que  sabe  usted 
esto,  espero  que  no  vuelva  á  re- 
cibir á  Jorge. 

Lulú  —  Ps!  Francamente,  le 
declaro  que  todo  esto  no  ha  modi- 
ficado en  lo  más  mínimo  mi  ma- 
nera de  sentir  respecto  á  Jorge... 

La  señora  —  Cómo  ? 

Lulú  —  Para  mí,  es  siempre  el 
mismo  tipo  seductor . . .  Me  sigue 
gustando  como  antes. 


—  211 


Im  señora  —  Esté  usted  hacien- 
do escarnio  de  las  cosas  más  sa- 
gradas ...  No  creo  que  su  co- 
rrupción llegue  hasta  el  punto 
de  no  importarle  que  Jorge  sea 
su  hermano,  Su  deber,  señorita... 

LuM  Mi  deber?  No  sé  .  .  . 
¿Qué  es  eso  del  deber?  Nunca  lo 
he  conocido.  No  sé  de  lo  que  us- 
ted me  habla.  Yo  no  hago  más 
que  mi  capricho.  No  concibo  que 
nada  pueda  oponerse  á  mis  pla- 
ceres. 

La  señora  —  ( Crispando  las 
manos ).  Es  horrible  !  .  .  . 

Lulú  —  En  el  mundo  donde 
usted  vive,  seílora,  habrán  debe- 
res. En  el  que  yo  vivo  no  se  co- 
nocen. Eh  !,  venirme  á  hablar  de 
deberes  á  mi !  Era  lo  único  que 
faltaba !  .  .  . 

La  señora  —  (  Con  desespera- 
ción). Pero  no  es  posible  !  No  es 
posible !  Yo  he  venido  aquí,  ha- 
ciendo un  esfuerzo  supremo,  á 
decirle  á  usted  esto,  para  im^pe- 
dir  que  ese  crimen  se  siga  come- 
tiendo ...  Yo  no  puedo  confe- 
sarle esto  á  Jorge,  á  mi  hijo,  no 
puedo  .  .  .  Por  eso  he  venido 
aquí  .  .  .  para  que  usted,  inven- 
tando una  Causa  cualquiera,  aca- 
be las  relaciones  .  .  . 

Zulií  —  ( Levantándose ).  Seño- 
ra :  de  mí  no  espere  usted  nada. 
Entre  nosotras  dos  no  hay  acuer- 
do posible.  Usted  es  la  mujer 
honrada.  Yo  soy  la  perdida,  ver- 
dad? Sea.  Somos,  pues,  enemi- 
gas. Mi  ley  niega  la  suya.  No 
puede  haber  nada  común  entre 
wosoiYB,^.  { Se  aparta). 

La  señora — ( Juntando  las  ma- 
nos, en  el  colmo  de  la  tortura  m,o- 
ral ).  Pero,  cómo  podré  yo  dor- 
mir esta  noche,  pensando  que 
aquí,  el  incesto  nefando,  clama 
al  cielo !  .  .  .  Cómo  podré  vivir 
un  día  más,  dejando  que  tal  cosa 
suceda  ?  .  .  .   (  Retorciéndose    las 


manos).  Porque  yo  no  puedo, 
no  puedo  confesarle  esto  á  Jor- 
ge ..  .  (Dejándose  caer  en  un 
asiento,  ahogada).  ¡  Ah,  tenga 
usted  al  menos  compasión  de 
esta  pobre  mujer. 

Lulú  —  (  Paseando  ).  Compa- 
sión? Nadie  en  el  mundo  la  ha 
tenido  conmigo  ...  Ni  usted 
siendo  mi  madre.  Cuando  era 
muy  pequeña,  y  vivía  en  casa 
de  aquellas  gentes  miserables^ 
me  obligabiin  á  pedir  limosna 
por  las  calles,  me  laceraban  el 
cuerpo  á  golpes,  me  hacían  su- 
frir mucha  hambre,  y  dormía 
en  un  rincón  asqueroso,  junto  á 
las  bestias.  Y  siendo  niña  aún,, 
cuando  tenía  once  años,  me  lle- 
varon á  un  burdel,  y  allí  comer- 
ciaron con  mi  cuerpo,  mi  pobre 
cuerpecito  de  niña.  Nadie  tuva 
compasión  de  mí.  Nadie  me  pro- 
tegió. Pasé  días  de  hambre  y 
días  de  llanto,  y  días  de  rabia, 
Ab  !  Y  sólo  cuando  comprendí 
que  era  bastante  bella  para  do- 
minar á  los  hombres  con  mi  be- 
lleza, comencé  á  ser  dichosa.  No 
debo  á  nadie  nada.  He  tenido 
que  luchar  desesperadamente 
con  la  vida.  Si  he  triunfado,  á 
mí  sola  lo  debo.  Usted,  mi  ma- 
dre, me  abandonó  al  nacer.  Era 
una  hija  de  la  vergüenza.  Al 
amor  que  me  engendró  le  llama 
usted  pecado.  Nací  contra  su 
voluntad.  ( Bajando  la  voz  )  Y  si 
usted  no  hubiera  tenido  miedo 
por  sí  misma,  me  hubiera  ani- 
quilado antes  de  nacer,  en  su 
vientre,  para  librarse  de  la  infa- 
mia . . .  Ah  !  (Se  dirige  á  la  me- 
sa. Se  sirve  un  vaso  de  ajenjo  y 
bebe.  Luego,  agrega.)  Confiese 
usted,  señora,  que  he  conquista- 
do el  derecho  de  reírme  de  todas 
las  cosas  humanas. 

La  señora  -  (Anonadada  en  su 
asiento,     asfixiándose.  )    Quiere 


212 


usted  darme  ...  un  poco  ...  de 
agua . . . ? 

Lulú  —  Oh,  sí.  ( Sirve  agua  en 
un  'Caso  y  se  lo  presenta.  Ella 
hébe.)  Se  siente  enferma? 

La  señora  —^  No  es  nada  . . . 
(Indica  el  pecho. ) 

ESCENA  IV 


LAS  MISMAS  Y  JORGE 

( Se  siente  abrir  la  puerta.  La 
señora  se  pone  vivamente  de  pie, 
se  cubre  con  el  velo,  y  retrocede 
unos  pasos,  hacia  la    izquierda.) 

Jorge  —  {Entrando,  de  frac  y 
chistera;  trae  el  sobretodo  al  bra- 
zo.)Y . . .?  Qué  tal  esa  sorpresa? 
¿  Aún  no  te  has  vestido,  Lulú  ? 
{Avanza  hasta  la  mesa  y  ve  á  la 
señora.  Sorprendido.)  Eh!  (  ^4 
Lulú)  Quién  es  esa? 

Lulú  —  ( Sentándose  en  el  borde 
de  la  mesa)  Esa  ?  Es  mi  madre. 

Jorge  —  ( Asombrado. )  Tu  ma- 
dre ?  .  . . 

Lulú  —  Sí,  hombre,  es  mi  ma- 
dre. Qué  te  asombra? 

Jorge  —  Vaya,  déjate  de  bro- 
mas. 

Lidú  —  Pero  es  que  yo  tam- 
bién no  puedo  tener  madre  ? 

( La  señora,  en  silencio,  lenta- 
mente, se  dobla  sobre  las  rodillas, 
apoyada  en  el  respcddo  de  una 
silla,  inclinando  la  cabeza  sobre 
las  manos ). 

Jorge  —  (  Que  la  mira,  estupe- 
facto )  Qué  significa  esto  ? 

Lidú  —  Ps  !  Tonterías.  ¿  Qué 
quieres  que  signifique? 

Jorge  —  ( Da  dos  pasos  hacia 
la  enlutada  y  la  observa.  Silencio. 

La  señora  —  ( Levantando  la 
cabeza,  con  débil  voz )  Perdón, 
Jorge ! 

Jorge  —  {Precipitándose  hacia 
ella )  Qué  !  Eres  tú  ?  .  . .  Respon- 
de !Eh? 


La  señora  ^-  (  Poniéndose  de 
pie,  y  descubriéndose  el  rostro) 
Sí,  soy  yo . . . 

Jorge  -  {Frenético )  Tú !  Tú ! 
Pero,  tú ! . . . 

La  señora  —  ( Da  dos  pasos,  y 
se  deja  caer  en  el  sofá)  Perdón, 
Jorge. 

Jorge  —  {Fuera  de  si)  Pero, 
habla  !  dime !  ¿  qué  es  esto  ? 

La  señora  —  (  Cerrando  los  ojos 
y  echando  la  cabeza  hacia  atrás 
en  voz  muy  baja)  He  pecado, 
Jorge ...  He  pecado. 

Joi-ge  —  Has  pecado . . .  Qué 
quieres  decir  ?  Luego,  es  verdad? 
Luego  . . .  ella  . . .  ella  . . . 

La  señora  —  Ella  es  tu  her- 
mana. 

Jorge  —  Mi  hermana  ! . .  {Bre- 
ve pausa.  El  mira  á  Lulú,  con 
estupor.  Lulú,  sentada  al  borde 
de  la  mesa,  sonríe,  y  balancea  una 
pierna.  El  interroga  á  su  madre, 
con  apremiante  angustia).  Pero, 
¿  cómo  ?  dime . . .  cómo  ? 

La  señora  —Fui  madre...  Antes 
del  matrimonio. 

Jorge  —  Y  fué  mi  padre .    .  ? 

La  señora  —  No,  fué  otro  hom- 
bre. 

Jorge  —  Quién  ? 

La  señora  -  Otro  . .  otro . . . 
No  me  preguntes,  Jorge. 

Jorge  — {Después  de  un  silen- 
cio )  Es  posible  ?  es  posible  ?  Tú? 
tú  ?  Mi  madre  ?  tú,  la  pura  . . 
tú,  la  santa?  Tú,  la  que  no  te- 
nias ni  una  sombra  en  la  con- 
ciencia ? . . . 

La  señora  —  He  pecado. . .  He 
caído. 

Jorge  —  Luego,   tú  eres  como 


todas 


LuesTO  eres  .como  una 


mujer  cualquiera  .  Has  tenido 
amantes..  Tienes  hijos  en  el 
arroyo. . .  Dime:  ha  sido  acaso 
ese  tu  único  amante?  Segura- 
mente has  tenido  otros  . .  Segu- 
ramente tengo  por  ahí  hermanos 


213  — 


á  quienes  no  conozco.  Dime,  al 
menos,  tengo  yo,  yo  mismo,  de- 
recho á  llevar  el  nombre  de  mi 
padre  ? 

La,  señora  — {Sofocada,  llo- 
rando en  silencio )  Jorge !  Jorge ! 

Jorge  —  Ah,  sí  .  ,  .  sí  .  .  .  ( >S'e 
deja  caer  en  un  asiento  con  la 
cabeza  entre  las  mayios.  De  súbito 
se  levanta ).  Ah  !  ( Mira  á  Zulú, 
como  horrorizado.  Luego,  á  su 
madre).  Y  has  dejado  que  esto 
sucediera  ?  Dime !  Has  permitido 
que  el  crimen  se  consumara  ? 

La  señora  — Yo  no  sabía  .  .  . 
yo  no  sabía  ... 

Jorge  —  No  sabías  qué  ? 

La  señora  —  Vuestras  relacio- 
nes. Recién  .  .  .  hoy  .  .  .  supe  .  .  . 

Jorge  —  Ah  !  Y  pensar  que  esto 
ha  podido  suceder.  ( Andando, 
aguadamente,  á  grandes  pasos). 
Pensar  que  .  .  .  Áh !  Lulú  ...  Me 
da  vergüenza  mirarte  . . .  Pensar 
que  eres  mi  hermana  y  que  ... 
Ah  I  No  podré  mirarte  de  fren- 
te ..  .  No  podré  encontrarme 
contigo  á  solas  . . .  Creo  que  casi 
no  podré  dejarte  vivir . . .  Siento 
todo  el  recuerdo  de  lo  que  ha 
pasado  entre  nosotros,  como  una 
llamarada  de  bochorno  que  me 
sube  al  rostro  y  me  enloquece  el 
cerebro.  No  me  mires,  Lulú,  no 
puedo  sufrir  que  me  mires ...  En 
tus  ojos,  en  tu  cuerpo,  en  el  aire 
que  respiras,  aún  hay  efluvios 
de  la  abominación.  Ah  !  Ah!  Ah! 

Za  .señora —  (Levantándose  con 
las  manos  en  el  pecho,  ahogada, 
con  los  ojos  fuera  de  las  órbitas). 
Jorge  ...  No  puedo  más  ...  Me 
ahogo  ...  Mi  vida  se  acaba  . .  . 
Falta  el  aire  ,  .  .  El  .  .  .  cora- 
zón .  . .  No  .  .  .  puedo  .  .  .  Per- 
dóname .  .  .  Jorge  . . .  ( Extiende 
los  brazos,  crispa  las  manos,  lan- 
za un  grito  sordo  y  cae  inanimada 
sobre  el  sofá ). 

Jorge  —  {Lanzándosehaciaella, 


fuera  de  si.)  Madre!  madre! 
madre!  (La  mueve,  la  toma  el 
pulso,  la  ausculta  el  corazón,  per- 
tnanece  un  instante  inclinado  so- 
bre ella ;  luego  se  yergue,  pálido, 
iñudo,  descompuesto. ) 

L.ulú  —  (Asustada. )  Habrá  que 
llamar  un  médico. 

Jorge  —  Es  inútil.  Ha  muerto. 

Lulú  —  ( Perpleja. )  Muerto  ? 

Jorge — (Cayendo  de  rodillas 
junto  al  cadáver  y  rodeándole 
con  sus  brazos. )  Muerta !  muerta ! 
¡  Oh,  pobre  vieja  mía,  la  muerte 
la  ha  limpiado  de  toda  culpa. . , 
No  hay  pecado  ...  No  hay  más 
pecado,  pobre  vieja  querida.  Pu- 
ra^ pura  como  antes  yo  puedo 
besar  sus  manos,  sus  manos  y 
reclinarme  en  su  regazo,  como 
cuando  era  un  uiíio  . . .  ¡Oh, 
santa!  santa!  santa! 

Zulú  —  (  Que  permanece  inmó- 
vil, embargada  por  el  estupor^ 
con  la  mirada  fija  en  el  cadáver, 
dice  al  cabo  con  supremo  sarcas- 
mo )  Santa . . .  Santa . . .  (  Quiere 
como  reir  y  hace  una  mueca.  Se 
cubre  el  rostro  con  las  manos  y 
da  unos  pasos.  Se  sienta.  Des- 
pués de  un  instante  se  levanta 
estremecida  por  una  idea  súbita, 
exclamando  )  Ah !  comprendo  ! 
ahora  comprendo  !  ( Andando 
agitadamente,  presa  de  una  an- 
gustia insostenible  )  He  aquí  lo 
que  debo  á  mi  madre ...  El  co- 
razón enfermo ! . . .  La  muerte 
que  acecha !  La  muerte  que  me 
sigue  los  pasos . . .  Esto  es  lo  que 
le  debo ! 

Jorge  —  (  Que  se  ha  puesto  de 
pie  y  la  mira )  ¿  Qué  dices  ? 

Lulú  —  Los  ahogos . . .  los  aho- 
gos . . .  ese  peso  extraño  ...  los 
dolores  ...  las  fatigas  sin  cau- 
sa .. .  todo  eso,  sí,  ahora  lo  sé, 
todo  eso  es  el  corazón  que  quie- 
re romperse  . . .  que  se  romperá 
algún  día  . . .  (  Echándose  en  un 


214  — 


asiento,  retorciéndose,  desespera- 
da )  Ah !  ella  era  bien  mi  ma- 
dre ! . . .  A  través  de  todo,  vinien- 
do de  los  extremos  más  opuestos 
de  la  vida,  á  través  del  destino 
yo  estoy  unida  á  ella  por  ese 
mal  terrible  que  he  heredado  . . . 
Es  la  muerte  que  llevo  aquí 
(  Oprimiéndose  el  pecho ) . . .  aquí, 
conmigo ...  Es  el  corazón  que 
aletea  como  un  ave  herida,  que 
se  desangra  . . .  Hoy  . .  .  luego, 
mañana,  quién  sabe,  en  medio 
de  una  fiesta  yo  quedaré  muerta. 
Ah !  La  muerte  me  sigue  como 
mi  sombra ...  La  siento !  La  veo ! 
Ah  !  He  aquí,  pues,  lo  único  que 
le  debo  á  mi  madre. 

Jorge  —  (  Estupefacto,  balbu- 
ceando )  Tú  ...  tú  sientes  . .  .  ?  tu 
sientes,  deveras  ?  Entonces  . . . 
quizás  . . .  yo.  Ah  !  Quizás  yo, 
también  . . .  ? 

ESCENA  FINAL 

{La  puerta  se  abre  violenta- 
mente y  entran  todos  los  persona- 
Jes  de  la  escena  primera.  Ellas 
disfrazadas.  Ellos  de  frac.  Ríen 
y  producen  grande  algazara  ). 

Jorge  —  (  A  vanzando  unos  pa- 
sos g  deteniéndolos  con  el  ademán). 
Silencio ! 

Zulú  —  ( Levantándose  y  yendo 
á  ellos)  ¡Oh,  Esperadme..  Yo 
voy. . .  Yo  también  voy  con  us- 
tedes. 

Jorge — (ALidú).  No,  tú  no 
vas . . .  Tú  no  puedes  ir. 

Lidú  -  Yo  quiero  ir.  ¿  Con  qué 
derecho  me  lo  impides? 

Jorge  —  (  Señalando  el  cadá- 
ver ).  Tu  madre ! 

Lidú  —  (  Después  de  una  pau- 
sa, con  ademán  solemne  —  La 
perdono  !  . . . 

Jorge  —  Quédate,  Lulú. 

Lulú  —  ¡  Oh,  ni  un  instante 
más...  Yo  sov   una  extraíía.. 


Yo  soy  una  perdida.  ¿  Para  qué 
quieren  el  llanto  de  una  perdida? 
Nada  tengo  que  ver  en  vuestro 
dolor.  Dejadme  ir...  Le  tengo 
horror  á  la  muerte. . .  No  puedo 
ver  tristezas  • .  •  ( Abre  el  guarda- 
rropa, y  febrilmente,  saca  varios 
trajes,  que  arroja  al  suelo  ;  al  fin 
elige  uno  ,•  pasa  detrás  del  biom- 
bo. Hay  un  m,omento  de  silencio. 
Los  personajes  que  acaban  de  en- 
trar permanecen  en  él  fondo, 
asombrados  y  mudos,  Jorge  está 
en  medio  de  la  estancia  inmóvil). 
Lulú  —  {Reapareciendo,  ya  con 
el  traje  puesto,  arreglándose  aún, 
un  poco  sofocada).  No  puedo  sa- 
crificaros ni  un  instante  de  feli- 
cidad ...  Ni  uno  soiO  de  mis 
placeres  ...  Y  ahora  .  .  .  ahora, 
sabiendo  que  llevo  en  mí  el  terri- 
ble peligro  .  .  .  ( Saca  del  guar- 
darropa una  capota  fantástica,  y 
se  tapone).  El  miedo  á  la  muerte 
me  expolea  .  .  .  Más  desenfre- 
nada que  nunca,  yo  quiero  gozar 
la  vida,  yo  quiero  gozar  loca- 
mente la  vida,  gozarla  hasta  su 
último  espasmo  .  .  .  Quién  sabe 
si  viviré  maííana !  .  .  .  {Se  pone 
el  antifaz  y  se  mira  al  espejo  del 
guardarropa ).  Lulú  Margat  .  .  . 
¿no  sabes  que  quieren  obligarte 
á  llorar  á  tu  madre?  Pero,  es 
que  tú  tienes  madre?  Ah,  Lulú . . . 
No  quieras  saber  nada  de  ese 
dolor!  No  quieras  saber  nada  de 
esa  tristeza!  Que  toio  sea  ale- 
gría! Debes  reír  más  que  nunca  ! 
más  que  nunca !  Ríete  de  la 
muerte,  de  la  misma  muerte !  Alé- 
jala con  tus  risas  .  .  .  ( Abriendo 
los  brazos)  Lulú  Margat,  acaba 
tu  vida  con  una  carcajada!  .  .  . 
(  Vase.  Los  demás  la  siguen  Jor- 
ge queda  en  medio  de  la  escena, 
contemplando  el  cadáver  de  su 
madre ). 

TELÓN 


—  215  — 


Dionisio  Ootniti^u^z 


La  eterna  destruc- 
tora de  vidas,  la  ine- 
xorable tronchadora 
de  esperanzas  y  de 
idealidades,  se  ha  re- 
velado una  vez  más 
flera  é  injusta,  arras- 
trando á  la  soledad 
y  el  silencio  de  la  tum- 
ba la  existencia  del 
jovea  compañero  cu- 
yo nombre  sirve  de 
epígrafe  á  estas  líneas 
y  cuyo  retrato  publi- 
camos. 

Era  un  sincero !  Era 
un  privilegiado !  Su 
vida  fué  todo  un  poe- 
ma sentimental.  Su 
alma,  de  una  sensibi- 
lidad exquisita,  se  es- 
tremecía de  senti- 
miento toda  y  cada 
vez  que  llegaba  á  su 
corazón  el  eco  de  una 
queja. 

Su  amistad  se  ha- 
cía carne  en  el  cora- 
zón de  quienes  lo  tra 
taban. 


Era  un  sincero!  Era 
un  privilegiado ! 

Dejó  la  vida  cuando 
empezaba  á  vivirla ; 
cuando  sus  22  años 
por  el  mundo  habían 
derramado  el  perfume 
de  sus  bondades  infi- 
nitas y  el  sahumerio 
de  sus  esperanzas  de 
un  futuro  de  conquis- 
tas—  y  puede  que  do 
glorias  —  alcanzadas 
con  su  talento  que 
empegaba  á  revelarse 
el  de  un  poeta  grande 
y  sentimental  como 
lo  prueba  el  soneto 
que' Apolo  hace  suyo. 

Sobre  su  tumba  po- 
drían grabarse  estas 
palabras: 

Aquí  yace  un  niño- 
hombre  que  tenía  la 
inteligencia  en  el  co- 
razón ! 


i:  i:  3? 


-o<i$::cc^^>- 


3DE:    IXÍXS    NOCMIES  . 


t^itopnelos 


Como   una  paloma  que  remonta   el   vuelo, 
Que   sube   y   se   pierde   por  el  firmamento, 
Cruzas   majestuosa   por   mi    pensamiento 
Como   una   paloma   camino   del   cielo. 

En  vano   pretende   seguirte    mi   anhelo, 
Mis   alas  ya  rotas   no   azotan    el   viento ! 
Te   claman   mis  quejas,   y   morirme   siento, 
Como   un   ave   herida   tumbada   en   el   suelo. 

No   sé  qué  dulzuras  tienen   mis    tristezas 
Cuando   por   mis   noches   á   cruzar   empiezas 
Como   una    paloma  camino   del   cielo. 

Cuando   de  mis   noches   te   vas    alejando 
Se  queda   mi   alma   gimiendo,    temblando. 
Como   un   ave    herida    tumbada   en   el    suelo. 


Verano  de  1908. 


D.  Domínguez. 


—  216  — 


El  cobarde  que  oculta  su  rostro 
Por  haberme  arrojado  su  infamia, 

Y  me  tiembla,  me  implora,  me  gime,  me  huye, 
Porque  ve  que  mi  dedo  de  Dios  lo  señala ; 

El  lacayo  de  torpe  librea. 

Que  me  adula,  se  inclina  y  se  arrastra, 

Porque  á  ocultas  se  ha  puesto  mi  túnica,  y  teme 

Que  mi  látigo  altivo  le  cruce  la  cara;  . 

El  tirano  que  al  verme  sonroja, 

E  impotente  sofrena  su  rabia, 

Porque  el  arco  triunfal  de  mi  lira  de  fierro 

En  su  frente  una  huella  profunda  dejara; 

El  que  besa  mi  mano  y  me  aplaude, 
Acallando  una  envidia  que  guarda, 

Y  que  lleva  en  el  cinto  un  puñal  escondido, 

Y  al  brindarme  un  abrazo  me  hiere  en  la  espalda ; 

El  hambriento  hombre  fiera  que  afila 

En  el  fétido  abismo  sus  garras. 

Para  echarme  el  zarpazo  y  beberme  la  sangre 

Cuando  un  día  descienda,  tropiece  ó  me  caiga: 

Dignos  son  de  desprecio  y  de  odio, 
Pero  dignos  también  de  mi  lástima, 
¡Cómo  pueden  librarse  de  tanta  miseria 
Si  no  tienen  conciencia,  cerebro,  ni  alma! 

Ovidio  Fernández  Ríos. 

Montevideo. 


-oO^C:Xíí}c>- 


£1  ^spwXxo 


Para  Apolo. 


El  aire  era  «útil.  En  el  sonoro,  Descendió  con  la  noche  la  sombría 

místico  bronce  del   tejar  vecino  desesperanza  de  un  cercano  duelo, 

nc  apagaba  el  fuljfor  ya  mortecino  y  en  aquella  hora  aciaga  de  agonía 
de  aquella  tarde  que  hubo  sido  de  oro. 

como  un  espectro  de  tu  amor  perdido. 

En  la  pradera  gris  bramaba  un  toro  una  estrella  fugaz  cruzó  en  el  cielo, 

á  las  sombras  errantes  del  camino,  fatalmente...  con  rumbo   hacia  el  olvido! 
y  en  la  muerta  piscina  del  molino 
Jas  ranas  prorrumpieron  en  su  lloro.  .Juan  Picón  Olaoxdo. 


217 


£ti  los  labios... 


Charlábamos  en  confianza,  so- 
los en  su  gabinetito  de  mujer 
elegante.  Y  divagábamos , . . 

No  era  mi  amante,  sino  mi 
amiga;  una  hechicera  amiga  á 
quien  de  buen  grado  hubiera 
dado  aquel  día  el  ascenso  inme- 
diato. Porque  el  Amor  acecha 
siempre  á  sus  víctimas  asomán- 
dose á  los  ojos  de  las  mujeres 
hermosas ... 

Ella  se  había  reído  al  oírme 
lanzar  un  anatema  contra  los 
polvos  de  arroz. 

—  ¿Se  puede  saber  por  qué  le 
son  antipáticos?  —  me  pregun- 
taba. 

El  encanto  de  hablar  á  solas 
con  una  dama  joven  y  bella,  no 
emana  precisamente  del  tema  de 
la  conversación.  Cualquiera  que 
éste  sea,  siempre  es  interesante, 
ó  llegará  á  serlo. 

Diálogo  de  puerilidades,  de  ni- 
ilcrías  ...  ¡no  importa !  Hay  pun- 
tos suspensivos  que  son  epigra- 
mas muy  sabrosos,  mudos  parén- 
tesis de  una  elocuencia  insupe- 
rable, miradas  de  enorme  fuerza 
sugestiva.  Es  recreo  de  nuestros 
oídos  el  timbre  de  aquella  voz 
femenina,  el  leve  crujido  de  sus 
zapatitos  . . . ;  y  el  fru  frii  de  su 
falda  hace  estremecerse  en  ondas 
afrodisíacas  el  ambiente. 

Sí,  Eros  nos  acecha  asomán- 
dose á  los  ojos  de  las  mujeres 
hermosas  ;  y  los  nuestros  explo- 
ran el  descote,  queriendo  descu- 
brir, no  un  mundo,  como  el  in- 
mortal navegante  genovés,  sino 
dos  mundos  de  amor,  en  que  la 
nieve  y  la  rosa  se  han  fundido, 
coronándose  triunfalmente  con 
dos  capullos  de  coral,  imanes  del 
deseo  . . . ;    y  buscan  luego    los 


Para  Ai'OLO. 

ojos  en  el  borde  de  la  falda  el 
monísimo  pie  que  juguetea  «  en 
el  mismo  dintel  del  Paraíso  »^ 
como  diría  Ayala. 

Divagábamos,  los  dos  solos,  en 
su  gabinetito  . . .  ¿  Qué  me  pre- 
guntaba ella  ?  ¡  Ah,  sí !  Los  pol- 
vos de  arroz  . . . 

—  Perdone  usted  —  le  dije  — 
me  rebelo  contra  ese  . . .  ingre- 
diente con  que  ustedes  se  emba- 
durnan la  cara. 

—  ¡  Embadurnan !  ¡  Qué  frase 
tan  poco  culta ! 

—  No  la  hallo  más  justa,  ni 
más  correcta,  aplicada  á  esos 
aborrecibles  polvos  . . . 

—  Nada,  por  el  contrario,  tan 
atractivo,  tan  vaporoso,  como  ese 
polvillo  impalpable,  sutil,  semi- 
espritual,  que  pasa  insensible- 
mente desde  una  borla  de  finí- 
simo plumón  á  un  cutis  feme- 
nino. Cuando  veo  una  mejilla, 
cuyo  sonrosado  color  descubro  á 
través  del  transparente  velo  de 
los  polvos  de  arroz  ...  se  me  an- 
toja la  aurora  surgiendo  á  través 
de  los  vapores  matinales,  ó  las 
fresas  que  cubrimos  de  azúcar . . . 

Me  hizo  reír  aquel  despilfarro 
de  poesía  y  repuse : 

—  Por  mucho  tiempo,  amiga 
mía,  he  creído  en  la  inocencia 
de  los  polvos  de  arroz,  pero  aho- 
ra los  odio  porque  sé  que  son 
traidores  .  .  . 

—  ¿Cómo? 

—  ¡Sí,  delatores  viles ! 

—  A  ver,  expliqúese  usted ;  me 
muero  de  curiosidad  .  .  . 

—  Nada  le  puedo  negar.  Escu- 
che usted  una  pequeña  historia 
en  la  que  jugaron  un  triste  pa- 
pel esos  pérfidos  polvos,  matan- 
do en  germen  unos  amores. 


—  218  — 


—  ¿Y  fué  usted  el  héroe  de  esa 
aventura  .  .  .  nebulosa  ? 

—  No,  un  amigo . . .  cuyo  nom- 
bre me  reservo.  Este  amigo  es- 
taba locamente  enamorado  de 
una  gentil  mujercita,  casada  con 
un  buen  seflor  que  podía  ser 
holgadamente  su  padre  .  .  .  ¡  Po- 
bre muchacho !  Ciertamente,  es 
horrible  la  pena  del  que  atrope- 
11a,  sin  éxito,  el  noveno  manda- 
miento, pecado  del  que  están 
eximidas  las  mujeres  .  .  . 

—  ¿Nosotras ...'?,; Donosa  ocu- 
rrencia ! 

—  Perdone  usted,  querida  ami- 
ga; el  noveno  mandamiento  dice 
con  toda  claridad :  « No  desear 
la  mujer  del  próximo  »  Jehová 
dictó  á  Moisés  esta  ley  para  los 
hombres;  á  las  mujeres,  ni  pala- 
bra sobre  asunto  de  tanta  monta. 

¿Qué  mandamiento  del  Decá- 
logo dice:  «No  desear  el  marido 
de  la  prójima  ? 

—  Adelante  —  c  o  n  t  e  s  t  ó  e  1 1  a 
sonriendo. 

—  El  marido  de  la  linda  mu- 
jercita (le  llamaremos  el  señor 
Sánchez,  si  usted  gusta)  había 
doblado  ya  el  Cabo  de  las  Tor- 
mentas y  entraba  en  el  Pacifico ; 
quiero  decir  que  no  hacía  gran 
caso  de  su  apetitosa  hembra, 
aunque  la  vigilaba,  suponiendo 
con  gran  fuerza  de  lógica  que 
otros  la  hallarían  exquisita. 

«Mi  ¿imigo  frecuentaba  aquel 
hogar  y  era  tratado  con  mucha 
confianza,  porque  el  señor  Sán- 
chez había  sido  compañero  de 
colegio  del  padre  del  joven  ;  este, 
siempre  respetuoso,  amable,  co- 
rrecto, aceptaba  agradecido  las 
invitaciones  del  señor  Sánchez 
para  que  los  acompañara  á  la 
mesa  una  vez  por  semana. 

« Un  día,  después  de  la  comi- 
da, se  durmió  el  señor  Sánchez 
en  el  gran  butacón  donde  se 
había   arrellanado,    mientras   la 


señora  y  mí  amigo  hablaban 
amistosamente  de  muchas  y  de- 
liciosas tonterías.  Yo  no  sé,  no 
puedo  asegurar  si  el  durmiente 
roncaba,  pero  podemos  suponer- 
lo; y  suponer  también  que  la 
dama  haría  odiosas  comparacio- 
nes entre  el  áspero  gorgoteo  del 
esposo  y  el  suave  acento  con 
que  acariciaban  su  oído  las  pa- 
labras del  joven  .  . . 

Yo  sé  que  ellos  se  miraron,  y 
.se  miraron...  Era  una  tarde 
hermosísima  de  estío.  Por  la  en- 
tornada persiana  de  un  balcón, 
que  daba  á  un  jardín,  penetraba 
una  brisa  fresca  y  saturada  de 
embriagadoras  emanaciones . . . 
La  media  luz  de  la  habitación 
prestaba  un  tinte  de  vaga  y  mis- 
teriosa poesía  á  todos  los  objetos^ 
especialmente  á  los  lánguidos 
ojos  de  la  señora . . .  ojos  que 
dulcemente  velados  por  las  cur- 


vas pestañas 


le   miraban,   le 


miraban  ...  de  un  modo  irresis- 
tible. Allí  estaba  el  hijo  de  Ve- 
nus, asomado  á  las  pupilas  . . . 
¿  No  he  di  cho  á  usted  que  el 
Amor  acecha  á  sus  víctimas 
asomándose  á  los  ojos  de  las 
mujeres  hermosas? 

—  No;  lo  habrá  usted  pen- 
sado .  .  . 

—  Es  verdad;  y  lo  pienso  siem- 
pre .  .  . 

Hubo  después  de  esto  un  silen- 
cio bastante  largo. 

—  Bueno,  termine  usted  su 
historia  -  me  dijo  ella  á  media 
voz,  y  algo  trémula  por  la  impa- 
ciencia —  ¿Y  qué  sucedió? 

—  Nada  .  .  .  ¡Ah,  sí.  A  los  po- 
cos minutos  se  despertó  el  mari- 
do, y  vio  que  mi  amigo  tenía 
los  bigotes  (unos  grandes  bigo- 
tes negros  y  rizosos )  manchados 
de  polvos  de  arroz  .  .  .  Dos  días 
después  el  matrimonio  partió 
para  Italia.  Mi  amigo  no  ha 
vuelto  á  tener  noticias  de  ellos... 


—  219 


Por  el  momento,  nada  mé  dijo 
mi  amiga,  .  .  Luego  exclamó  de 
pronto : 

—  ¡No!  ¡No  haga  usted  res- 
ponsables de  ese  desastre  á  los 


Madrid. 


polvos  de  arroz,  sino  á  su  amigo, 
que  no  tuvo  el  talento  de  buscar 
un  punto  sin  ellos,  un  punto 
vulnerable  ...  Yo  jamás  paso  la 
borla  por  los  labios  .  .  . 


Ramiro  Blaxco. 


-o{l$CCC«&o- 


Maga  |)áU(ia  y  dulc^... 


Para  Ai-OLO. 


Maga  pálida   y   dulce   que   conoces   mi   pena, 
Inspiratriz   gloriosa  de   mis  versos,    tu   mano, 
Pequeíla   maravilla    de   nácar,    es   tan    buena 
Que  quiero   me   bendigas.   El   pesar,   noble    hermano 

Del   amor,   me   persigue.   Sé   que,   á   las   bendiciones 
De   tu  mano   perfecta,  cesarán  mis   martirios. 
Eres   casi   divina.    Dondequiera  que   pones 
Tu   santísima   mano   nacen   mágicos    lirios 

De  sagrado   consuelo.    Con   ferviente   terneza 
Te   pido   que    bendigas    el    dolor   sobrehumano 
De   mi   amor,    te   lo    pido   por    toda    la   tristeza 

De   Jesús   Nazareno,    por   todos   los   enojos 
Que   sufrió  en    el    camino   del    Gólgota . . .   Tli^;  mano 
Curará  las   heridas   que   me   hicieron   tus   ojos. 

Pedro  Soxdéregüer. 


190S. 


-^i$XX:í>- 


Para  AroLO. 


Ensoñada 


í  Oh  la  caricia  delicada  y    honda 
de   tus  labios  purpúreos  y  quemantes, 
y  el  perfume   de   rosas  incitantes 
de  tu  encendida  cabellera  blonda  ! 

Oh  tus  divinos  ojos,  en  connubios 
de  idílicos  donceles,  adormidos, 
y  tu  frente  de  albores  escondidos 
bajo  el  fulgor  de  tus  cabellos  rubios. 

j  Oh  tus  brillantes  é  invisibles  alas, 
y  el  pincel  de  tus  lánguidos  rubores, 
y  la  natividad  de  tus  amores 
y  la  gloria  radiante  de  tus  galas ! 

3  Oh  el  ruiseñor  de  cantos  inmortales 
anidado  en  tu  púbera  garganta  ! 
j  Oh  tu  la  soñadora  que  se  encanta 
en  la  miel  de  los  éxtasis  astrales  ! 

Montevideo,  Mayo  de  1908. 


A  //,    María. 


¡Oh  tu  andar  reposado  y  majestuoso 
de  ondas  serenas  y  ecos  sibilinos, 
y  tu  talle  que  tienta  á  los  divinos 
abrazos  al  cimbrarse  voluptuoso  ! 

¡  Oh  tu  cuerpo  gentil  de  amor  y  fuego 
bajo  las  curvas  de  tu  ondeante  falda, 
y  la  cinta  triunfal  de  hermosa  gualda 
que  ama  el  contacto  de  tu  talle  griego  ! 

¡  Oh  el  palpitar  de  tus  nacientes  senos, 
cumbres  ingenuas  de  auroral  blancura 
que  brindan  embriagueces  en  la  pura 
copa  de  amor  repleta  de  veneno  ! 

Ven  ensoñada,  ven  ;  dame  la  honda 
caricia  de  tus  ósculos  quemantes 
y  envuélveme  en  las  ondas  palpitantes 
de  tu  encendida  cabellera  blonda ! 

Alberto  Lasi'lacks. 


—  220   - 

Poetas  nuevos 


Alma  joven 


Para  Apolo. 


Vosotros,   circunspectos  filósofos  y  austeros 
moralistas,   engendros  de   una  existencia  fría, 
ya  que   habéis  recorrido   los   fúnebres   senderos 
de  la  miseria  eterna   y   la   eterna   agonía ; 
ya  que   sois  sabios   porque    sabéis    sentir  al   mundo, 
y   sabéis  lo  que  enferma   al   alma  un  desengaño ; 
dejad  que   vaya  á  vuestro   saber   y    taciturno 
busque  vuestra   clemencia  para   un   eterno   engafío. 


Cuando   se   tienen  veinte   años  que  son   la   vida 
de  veinte  ensoñaciones,   no  se  puede   pensar ; 
el   sentimiento   ingenuo   presta   desconocida 
potencia  al   sueno   y   solo  nos  es  dado  sonar . . . 
y   la   filosofía  que  vuestras    impiedades 
exteriorizan  deja   la  vida   en    un   eterno 
desconsuelo   y   las  almas   soportan   las   edades 
de   muerte   que   sentencian    vuestros    labios   de 


invierno. 


Dejad   que   el   sentimiento   fiorezca   en    mi  existencia; 
prefiero    ser   un    sueño   y   no   una    piedra  muerta; 
. . .  Tengo  un  alma  tan  joven  . . . !  La   ingenua  sugerencia 
de    una   fior   es   tan   dulce ...    ¡  Quiero    una   ñor   abierta ! 
¡Dadme   una    rosa,    sabios!    ¡dadme    una    rosa   abierta! 


Lorenzo  Vicéns  Thievent. 


Monlcvidoo. 


—  221  — 

de:  «vidjPs.  que:  czaj^ita.* 

Para  Ai'OLO 

Hs  justo  flli  blasón 

Yo  S('i  que  en  vano  su  perfume  exhala  Yo  que  pergigo  una  visión  Tle  Acracia, 

Preñado  de  efusioiies,  mi  lirismo  ;  Teuffo  también  mi  dios  y  mi  estandarte, 

Y  que  más  subo  por  la  azul  escala,  Mi  fe  suprema,  la  divina  Gracia, 

Xle  encontraré  más  solo  com  mí  mismo.  Y  mi  nobleza,  la  pasión  del  Arte! 

j  Pero  en  vano  me  sitia  el  pesimismo  ¡  8í  j  yo  tengo  también  mi  aristocracia. 

De  su  lógica  triste,  haciendo  gala  !  Pero  mi  Numen  que  á  lo  inmenso  parte 

¡  Siempre  ha  de  ser  mi  plectro  como  un  ala.  Su  luz  fecunda  por  doquiera  espacia 

Condenada  á  voltear  sobre  el  abismo !  Y  hasta  lo  vil  su  comunión  imparte ! 

¡  Nadie  sabrá  mis  intimas  querellas  !  ¡  Soy  el  Cruzado   de  una  gran  Coníiuista  ! 

i  Un  ruiseñor  seré  que  á  las  estrellas  Por  eso  canto  mi  fervor  de  artista 

Confiesa  sus  celestes  añoranzas.  .  .  Frente  á  un  sol  que  alumbrando  los  senderos. 

Es  justo,  pues,  que  la  Abyección  me  azote.        Espaldarazo  es  ya  que  la  Belleza 
¡  Tuve  la  culpa  de  nacer  Quijote  Da  á  esa  Futura  FAlíiá  de  la  Nobleza 

En  este  imperio  ruin  de  Sancho-Panzas!  íín  donde  todos  sean  Caballeros! 

Ant.el  Falco. 

odaccc^&o 


AIXLOFL    ir    DOLOR.  ' 


El  supuesto  placer  de  ser  estrangulado  por  la  persona  que  so 
ama,  es  cuestión  que  nos  lleva  á  examinar  un  grupo  de  sensaciones 
que  parecen  no  estar  relacionadas  con  elementos  respiratorios  ; 
quiero  referirme  á  la  excitación  placentera  que  sienten  algunas 
personas  con  la  suspensión,  el  balanceo,  el  encadenamiento  ó  el 
csforzamiento.  La  estrangulación  sería  el  tipo  extreme  y  decisivo 
de  ese  grupo  de  estados  reales  ó  fingidos,  en  todos  los  cuales  es  fac- 
tor esencial  la  perturbación  respiratoria. 

Al  estudiar  estos  fenómenos  hemos  de  hacer  notar  que  la 
excitación  respiratoria  es  factor  preponderante  en  los  procesos  de 
tumescencia  y  detumescencia  de  Jos  órganos  genitales,  durante  las 
contiendas  amorosas,  y  que,  por  consiguiente,  cualquiera  restric- 
ción ejercida  sobre  los  movimientos  respiratorios  ó,  en  general,  sobre 
el  sistema  muscular  ó  sobre  la  actividad  emotiva,  habrán  de  tender  á 
aumentar  el  estado  de  excitación  genésica  asociada  á  esa  actividad. 

La  idea  de  ser  encadenado  ó  esposado  suele  estar  algunas 
veces  asociada  con  las  sensaciones  genésicas.  He  tenido  ocasión  de 
observar  numerosos  casos  de  ello  tanto  en  hombres  como  en  muje- 
res, coexistiendo  ese  sentimiento  en  ocasiones  con  la  tendencia  á  la 
inversión. 

Por  lo  general  se  despierta  ese  sentimiento  en  edad  temprana, 
siendo  su  estudio  de  gran  interés,  en  cuanto  no  podemos  explicar 
su  frecuencia  por  una  asociación  casual  ni  por  experiencias  efecti- 
vas. A  primera  vista  parecería  ser  un  capricho  puramente  físico, 
fundado  en  el  hecho  físico  elemental  de  que  toda  restricción  emo- 
cional produce  un  aumento  de  emoción.  En  todo  caso  el  carácter 
espontáneo  de  semejantes  ideas  y, emociones  en  los  nitíos  de  ambos 
sexos,  basta  para  demostrar  qué;  unas  y  otras  poseen  una  base 
orgánica  perfectamente  definida.  ^  . 

Havelock  Ellis. 


222 


H;]src3^jPs.R.OE:   ide  visioistes 


Copdelia 


Para  Apolo. 


lia  llamado  á   la  puerta   de    mi    alma,  Cordella, 
la  hermanita  de    Hamlet,  la  hermanita  de  Ofelia, 
taciturna  y  doliente   como   Una  camelia. 

—  Vengo  del  Norte.   Vengo   del  país  de   la  nieve, 
donde  el   ensueño  es  largo  porque  el  amor  es  breve, 
y  donde   el   sol   apenas   á  fulgurar   se  atreve. 

Soy ,  rubia  y  soy  flexible  cual  la  dorada  espiga 
(|ue  de  Rutli  en  la  senda  puso  la  mano  amiga, 
un   risueño  crepúsculo,   después  de  la  fatiga 

de  la  siega.   Mis  ojos  son  azules  y  vagos, 
y  cual  pasa   La  brisa  por  los   dormidos  lagos, 
por  mis  ojos  azules  pasarán  tus  halagos 

despertando  del   bosque   á  la  Durmiente  Bella, 

(lue  sueña  con   que  el  rizo   de  una  lejana  estrella 

se  enredó  en  sus  cabellos,  y  es  más  pura  y  más  bella. 

Tesoro  de  mis  manos!    Mis  manos  ambarinas 
parece  hubieran    sido  tesoro    de  meninas 
llevado  con  orgullo   en  fiestas  palatinas, 

Y  todo  para   tí,   traído  del  Castillo 

donde  mi  hermano  Hamlet  en  la  noche  sin  brillo 

de  astros,   desenreda  el  enredado  ovillo 

de   sus  meditaciones... 

—  Adelante,   Cordelia ; 
hermanita   de   Hamlet,  hermanita  de  Ofelia, 
taciturna  y  doliente   como   Una  camelia! 


Ofelia 

AMADA,  LUZ  DE  MI  NOCHE 

La  noche  sus  i)endones  de  tragedia 
desplegaba  cu  los  ámbitos  del  alma; 
luego,  un  rumor...  Ofelia, 
es  Ofelia  que  pasa . . . 

—  A  donde  va,  quién  lleva 
en  su  interior  el   albaV 

-  Voy  á  encerrar  la  luz  de  mi  tristeza 
en  una  cop.a  de  ámbar. 

JARDINERA  DEL  ALMA 

L'n  ciprés  melancólico  sombrea 

el  verdor  de  las  aguas, 

en  cuyo  fondo  estremecido  tiembla, 

en  doi-ado  fulgor,  la  cabellera 

(lue  destrenzaron  con  violenta  ráfaga 

la  Locura  y  la  Muerte... 

Pobre  Ofelia!, 
jardinera  del  alma 
íloreciente  de  ensueños,  jardinera 
de  n)is  amantes  cantigas. 

PASA  EL  CORTEJO  NUPCIAL... 
Evoco  de  la  Madre  y  de  la  Reina 
las  dolientes  palabras: 
Suavidad,  suavidades  para  ella, 
la  novia  infortunada . . . 
y  caen  sobre  tu  féretro  violetas, 
y  caen,  mientras  pasa 
el  cortejo  de  nupcias  que  te  lleva 
á  enterrarte  en  el  alma 
donde  serás  la  rubia  Cenicienta 
de  mis  cuentos  de  hadas. 

Luis  Correa. 

Caracas  ( V^^czuela),   1908. 


—  223  — 

Breviario  ^|)islolar 


Corfespondeneia  de    "  Apolo  " 


Inauguramos  hoy  esta  sección,  á  pedido  de  muchos  de 
nuestros  lectores  que  continuamente  nos  asedian  con  pregun- 
tas de  índole  artístico  -  literaria.  En  el  presente  número  eva- 
cuamos las  consultas  más  recientes,  algunas  de  ellas  impor- 
tantísimas  en   estos   momentos  de   febril   actividad   intelectual. 


Tulipán— No  he  recibido  aún  el  número 
(■>  de  la  «Revista  Latina».  Yo  creo  que  el 
concurso  tendrá  un  éxito  enorme  pues  con- 
currirán á  él  todos  los  poetas  hispano  ame- 
ricanos. En  cuanto  al  jurado,  no  puede  ser 
más  selecto. 

SiRiNrtA— El  autor  de  «Prosas  Profanas» 
se  halla  actualmente  en  Nicarag^ua,  su  tie- 
rra natal.  De  allí  irá  á  España,  creo  (jue 
en  misión  diplomática.  Prefiero  la  última 
que  me  nombra.  Es  más  rica  de  ideología 
y  de  exquisito  estilo. 

Un  lkctor  de  «La  Razón»  —  Fué  una 
peroffrullada  de  Suplente.  Yo  no  publico 
nada  sino  en  Apolo  y  jamás  he  mendigado 
un  puesto  para  mis  lucubraciones,  fuesen 
ó  no  inéditas.  Mi  envío  consistía  en  el 
sumario  del  número  especial  que  publiqué 
en  Mayo.  Ya  ve  usted  :  Suplente  se  negó 
á  publicarlo  con  el  pretexto  ( digno  de 
l'erogrullo,  tratándose  de  un  sumario  aviso 
y  no  de  una  pieza  literaria  )  de  que  había 
aparecido  en  otro  periódico,  y  no  obstante 
su  declaración  de  que  no  publica  nada  que 
haya  visto  la  luz.  en  otro  diario,  insertó 
poco  tiempo  después  en  «  La  Razón  »  una 
poesía  publicada  el  mismo  día  por  un  co- 
lega de  la  mañana.  Eso  sí  que  es  tomarle 
el  pelo.  Suplente  ha  sufrido  una  caída,  y 
lo  lamenio.  El  habría  acertado  sí  en  lu- 
gar (le  a(iuella  contestación  me  hubiera 
(lado  la  siguiente:  la  i)ublicacióu  del  su- 
mario no  es  gratis.  Eso  es  todo. 


Ácrata  — Se  titulará:  «Vida  que  canta» 
Es  un  volumen  de  poesías,  eróticas  algu- 
nas y  de  combate  las  otras.  Me  abstengo 
de  formular  juicio  sobre  el  otro  escritor 
porque  nunca  lo  he  leído. 

Orfeo  —  Será  un  fracaso  ruidoso  como 
el  del  cone'urso  Labarden.  Yo  no  oreo  en 
la  aptitud,  ni  mucho  menos  en  la  forma- 
lidad de  algunos  de  los  jurados.  Le  adju- 
dicarán los  premios,  como  siempre,  á  los 
niños  mimados  de  ia  casa.  Tal  es  el  re- 
sultado de  todos  nuestros  concursos.  De 
los  señores  que  usted  cita,  sólo  el  primero 
sabe  distinguir  las  escuelas  literarias  y  la 
belleza  y  los  defectos  de  cada  una  de  ellas. 

Poetisa  —  Francisco  VMUaespesa  y  Juan 
R.  Jiménez  son  los  más  emotivos  de  la 
España  actual.  En  Eduardo  Marquina  apre- 
cio la  inspiración  y  la  riqueza  imaginativa. 

Paxida  Pienso  como  usted  Esa  obra 
está  llena  de  plagios.  Detesto  la  critica  y, 
por  lo  tanto,  no  la  hago,  pero  me  exasptira 
el  desparpajo  de  aquellos  que  fueron  críti- 
cos y  lioy  son  ladrones  literarios. 

Americano  — No  doy  ninguna  importan- 
cia á  las  palabras  de  ese  senor.  Moreu"  Al- 
ba es  uno  de  los  jóvenes  poetas  colombianos 
de  más  mérito,  f.  No  ha  leído  usted  algunas 
composiciones  suyas  publicadas  en  esta  re- 
vista ? 

Ramiro  Blanco  {Madrid  l  —  Kn  breve 
irán  letras  mías.  Ltí  adelanto  iiií  agradeci- 
miento por  el  envío  de  (•i)laboraL-ión. 

I'i'iii.z  Y  Cluis. 


dstotjPl    :bk.e:\7E 


Esa  revista...  «Caras  y  Caretas?)  que  todos  conD3=mos  como  un 
mal  reflejo  de  las  ilustraciones  europeas,  niega  mi  personalidad,  inco- 
modada por  las  dedicatorias  jue  constantemente  me  hacen  distinguidos 
literatos  de  España  y  América.  Y  luego  pregunta :  ¿  Quién  es  Pérez  y 
Curis  ? 

Yo  respondo :  Pérez  y  Curis,  cuyo  retrato  puilicó  ce  Caras  y  Care- 
tas ))  hace  ya  un  año,  con  motivo  del  asalto  al  Centro  Internacional,  es 
el  Director  de  ce  Apolo )) ;  y  ce  Apolo »,  esa  revista  de  arte  y  sociologia 
de  donde  « Caras  y  Caretas »  suele  sacar  material  para  dar  mérito  á 
sus  páginas.  ¿Se  quieren  pruehas?  Léase  el  número  de  «Apolo»  corres- 
pondiente á  Setiemhre  del  año  1907  y  uno  de  «Caras  y  Caretas»  publi- 
cado dos  meses  después. 

i  Qué  gracioso  I  Me  roian  y  después  me  niegan. 

PÉREZ  Y  Curis. 


—  224  — 
BIBLIOC3^K.jPlFIOíPlS 


Ltibfos   y  folletos  iteeibidos 


Los  Césares  de  la  Decadencia,  por  Vargas  Vila.  —  Volu 
MEN  1.°  —  Viuda  de  C.  Bouret.  —  París.  —  El  libro  que  el  Maestro 
nos  envía  contiene  una  serie  formidable  de  estudios  históricos  de 
América  que  ponen  de  manifiesto  cómo  el  Cesarismo  impera  en 
todo  el  continente.  Concebidos  con  oportunidad,  en  esta  hora  negra 
y  roja  en  que  el  crimen  es  la  obsesión  de  los  tiranuelos  que  quién 
sabe  por  qué  han  alcanzado  el  trono,  esos  estudios  llenos  de  acres 
verdades,  provocarán  la  ira  de  los  verdugos  de  la  libertad  que  hoy 
gobiernan  en  toda  la  América,  desde  el  estrecho  de  Magallanes 
hasta  el  de  Behring.  Este  libro  de  Vargas  Vila  es  de  demolición  y 
de  verdad  como  todos  los  suyos. 

Morena  y  Trágica.  —  Por  Isaac  Muñoz.  —  Madrid. —  Acu- 
samos recibo  de  esta  hermosa  novela  que  nos  ha  enviado  el  autor 
■de  «Voluptuosidad».  En  uno  de  nuestros  próximos  números  se 
ocupará  de  ella  extensamente  el  Director  de  Apolo. 

La  Visión  del  Águila.  —  Por  José  Manuel  Carbonell.  - - 
Habana.  —  Es  un  canto  á  la  patria  escrito  para  los  Juegos  Florales 
iniciados  por  el  Ateneo  de  la  Habana.  Está  escrito  en  versos  alejan- 
drinos elegantes  y  bien  sentidos. 

Vox  Patriae.  —  Por  Félix  Callejas.  —  Habana.  —  Este  canto 
fué  escrito  con  el  mismo  fin  que  el  anterior,  y  en  versos  alejandrinos 
también.  Aunque  este  metro  no  se  presta  mucho  para  el  canto 
épico,  tanto  los  versos  de  Callejas  como  los  de  Carbonell,  son  dignos 
de  los  más  altos  elogios  por  la  idea  de  libertad  que  los  anima.  Al 
consignarlo  así,  protestamos  contra  el  jurado  que  declaró  desierto 
aquel  concurso,  manifestando  que  todas  las  poesías  presentadas 
eran  malas. 


San  Salvador,  Marzo  15  de  190S. 
Al  Excmo.  señor  don  Manuel  Pérez  y  Ciiris. 

Montevideo. 

Tengo  la  honra  de  participar  á  usted  que  en  j^^'^sencta  de  los 
socios  titulares  y  honorarios  de  la  Academia  de  Ciencias  y  Letras  y 
Artes  de  El  Salvador,  reunidos  en  solemne  sesión  pública  el  día  de 
hoy,  ha  tomado  posesión  la  niteva  Junta  Directiva  elegida  para  el 
periodo  1908  - 1909,  compuesta  del  personal  siguiente :  Presidente, 
doctor  Francisco  Vaquero;  Vicepresideyíte,  doctor  Víctor  Jerez; 
Vocal,  ingeniero  Pedro  S.  Fonseca ;  Fiscal,  doctor  Francisco  Martí- 
nez Sudrez;  Tesorero,  doctor  Ensebio  Bracamonte ;  Secretario  {reelecto 
por  5.»  vez),  don  José  D.  CorpeTio ;  y  Prosecretario -bibliotecario, 
don  Salvador  Calderón  E. 

Espero  que  al  tomar  usted  nota  de  lo  anterior,  continuará  pres- 
tando su  valioso  concurso  á  la  Academia  y  de  manera  especial  á  la 
fraternidad  intelectual  hispanoamericana. 

De  usted  con  muestras  de  alto  aprecio,  me  suscribo  su  afectí- 
simo S.  S.  —  José  D.  Corpeño,  Secretario. 


Ohras  de  Perfecto  López  Campaña 

PUBLICADAS 

«Nervosismos»  (Páginas  y  estu- 
dios ). 

«Fanfarria  de  Prejuicios»  (Crónicas, 
cuentos  é  ideas  sueltas). 

CONCLUIDAS 

«Desde  el  Patagonia»  (Memorias  ín- 
timas de  un  aprendiz  artillero  ). 

«Mar  de  Fondo»  (Novela  de  am- 
biente). 

«En  el  jardín  de  las  mentiras» 
(Cuentos). 

«  Hacia  el  porvenir  »  (  Drama  en 
tres  actos  y  en  prosa*. 

EN   PREPARACIÓN 

Capítulo  de  Sociología  Americana, 
«El  Uruguay»  (Factores  de  evolu- 
ción é  involución). 


Oirás  de  Pérez  y  Curis 

PUBLICADAS 

« La   canción  de    las   Crisálidas » 
«El  poema  de  la  Carne». 
(  Poesías  ). 

«Heliotropos»  (Poesías). 
«Rosa  ígnea»  (Cuentos). 

EN  PREPARACIÓN 

«Por  jardines  ajenos»  (Páginas  de 
Arte). 

«Alma  de  Idilio»  (Poema). 
«Albas   sangrientas»   ( Poesías  de 
combate). 

«La  Ola»  (Novela). 
•En  el  huerto  de  los  besos»    (Poe- 
sías). 


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APOLO 


REVISTA  MENSUAL  DE  ARTE  Y  SOCIOLOGÍA 

DE   VENTA   EN   TODAS  LAS  LIBRERÍAS  DEL  URUGUAY, 
LA    ARGENTINA   Y    CHILE 


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Edición  económica $    0.15     oro 

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Precio  d6  este  número,  $  0.20  y  0.25  resp3Ctivameiite 


fldtninistfadoí» :  LiUlS  PÉt^EZ    (fllzáibaír,    35) 

La  correspondencia  literaria  ti  PÉREZ  Y  CURIS 

—  MONTEVIDEO    (  URUGUAY  )  — 


á?OlO 


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K^visla  mensual  de  arte  y  sociología 


DiFeetoF-Hedaetor:  Pérez  y  Caris  -^  Hedaetor:  Perfeeto  Iiópez  Campaña 
SeeretaFio  de  pedaeeión:  Ovidio  Fernández  Híos 


CUEHPO    DE  l^EDñCCIOfl  í 

Juan  Picón  Olaondo  —  Montevideo. 

Francisco  Villaespesa  — Madrid.  '    '^ 

Manuel  Ugarte  —  París. 

Enrique  Olaya  Herrera — Bruxelas. 

Luis  G.  Urbina  —  México. 

Rafael  Ángel  Tro3-o  —  Cartago  de  Costa  Rica. 

Guillermo  Andreve — Panamá. 

Froilán  Turcios  —  Tegucigalpa  (Honduras).  ,| 

Santiago  Arguello— León  (Nicaragua). 

Arturo  Ambrogi  —  San  Salvador.  t 

M.  Moreno  Alba  —  Barranquilla  (Colombia). 

Miguel  Luis  Rocuant  —  Santiago  de  Chile.  ^ 

Pablo  Minelli  González  —  Buenos  Aires. 

Rosendo  Villalobos    -La  Paz  (Bolivia). 

Luis  Correa  —  Caracas  (Venezuela). 

Guillermo  Lavado  Isava  —  La  Victoria  (Venezuela). 

Remigio  Romero  León  —  Cuenca  ( Ecuador ). 

Juan  Guerra  Núñez  —  Habana. 

José  de  Diego  —  San  Juan  de  Puerto  Rico. 


Imp.  «La  Rural»,  de  E.  Bamoa  —  Florida  84  j  »S« 


lUH. 


:a 


f\p 


226 


fjo^  ^    ¿cómo     proscribirlo     de     las 
almas? 

aquel  gesto  de  orgullo,  impre- 
siona los  espíritus ; 

es  necesario  castigarlo ; 

¿Cómo  se  castiga  á  un  pros- 
cripto ? 

proscribiendo  sus  libros  . . . 

y  eso  es  poco  ; 

el  mundo  libre,  lee  lo  que  el 
pueblo  esclavo  no  quiere  leer  . .  . 

no  pudiendo  matarlo,  hay  que 
insultarlo; 

y,  el  insulto  al  proscripto  se 
hace  una  profesión ; 

y,  el  proscripto,  se  hace  una 
escala,  por  la  cual  trepan  á  la 
celebridad,  los  paniaguados  de  la 
dictadura  . . . 

cuando  un  rebelde  muere,  so- 
bre su  tumba  se  hace  la  comedia 
del  Perdón  . . . 

la  muerte,  desarma  sus  enemi- 
gos ; 

para  el  proscripto  no  hay  ol- 
vido . . . 

es,  la  pesadilla  del  Despotismo, 
y,  el  reproche  vivo  de  los  escla- 
vos . . . 

ese  hombre  nos  denigra  dice 
el  Amo  :  hay  que  matarlo  ; 

ese  hombre  nos  humilla,  dicen 
los  lacayos,  hay  que  devorarlo. . . 

el  proscripto,  es  inerme,  pero 
es  inmune ; 

su  dolor  le  sirve  de  escudo  : 

¿con  qué  podríais  amenazarlo  ? 

su  patria?  la  ha  perdido ; 

su  familia  ?  la  ha  dejado  ; 

su  amor?  lo  ha  estrangulado, 
dentro  de  su  propio  corazón  ; 

va  solo !  solo  con  su  dolor ; 

¿qué  podréis  arrebatarle? 

¿la  vida? 

y,  ¿qué  es  la  vida  para  un 
proscripto  ? 

su  sangre  mancharía  vuestras 
manos,  menos  sus  lágrimas  ; 

las  lágrimas  del  proscripto, 
son  el  gran  grito  inexorable  ; 

las  noches  del   proscripto,   en 


su  acre  desnudez  de  soledad,  son 
el  gran  clamor,  que  acaba  por 
conmover  las  entrañas  mismas 
de  la  tierra ; 

el  orgullo  del  proscripto,  no  es 
sino  una  forma  de  su  dolor ; 

su  gran  poder  de  despreciar, 
no  lo  libra  del  tormento  de  su- 
frir ... 

¡  Tener  que  despreciar  su  Pa- 
tria . . . 

¿  imagináis  tormento  igual  ? . . . 

avergonzarse  de  su  propia  ma- 
dre, sería  sólo  comparable  á  esa 
tortura ... 

la  ingenuidad  de  su  protesta 
hace  reír  la  indignidad  de  su 
época  ; 

el  gracejo  se  ceba  en  él,  como 
un  tábano  en  las  melenas  de  un 
león  herido ... 

esa  clase  de  ataques,  adquieren 
la  prima  en  los  mercados  del  dic- 
terio oficial : 

el  César  ríe,  cuando  uno  de  sus 
bufones,  hace  reir  su  corte,  á  ex- 
pensa del  genio  ausente ; 
es  un  género  de  venganza,  digno 
de  César: 

cuando  Víctor  Hugo,  jJ/-oscr¿/jto 
voluntario,  volvió  la  espalda  al 
César,  y,  lo  azotó,  se  hizo  de  mo- 
da en  la  prensa  oficial,  denigrar 
de  aquel  gran  proscripto,  que  era 
toda  la  dignidad  de  su  época  ; 

la  caricatura  deformo  el  águila ; 

la  crítica  hizo  su  agosto ; 

á  la  publicación  de  Williams 
Shakespeare,  Mr.  de  Pontmartin, 
crítico  oficial,  que  ya  había  de- 
clarado loco  al  gran  poeta,  decla- 
ró que  la  seílal  verdadera  de  la 
decadencia  de  Francia,  era,  el 
tener  aún  lectores  Víctor  Hugo  ; 

diez  años  más,  dijo  el  crítico 
palatino,  y  nada  quedará  de  ese 
fárrago . . . 

cincuenta  aílos  han  pasado  , . . 
¿quién  sabe  que  existió  Pont- 
martin ?  ¿  quién  ignora  á  Víctor 
Hugo  ? 


♦..- 


—  227 


el  Genio,  aislándose  se  engran- 
dece ; 

la  perspectiva  magnifica  su 
actitud ; 

he  ahí  lo  que  exagera  la  Envi- 
dia ; 

¿  Cómo  aminorar  á  un  hombre 
cuya  altura  consiste  en  conser- 
varse de  pie  ? 

habría  una  manera  de  eclip- 
sarlo, ponerse  todos  en  su  misma 
actitud  al  lado  de  él . . . 

pero,  entonces  ¿qué  sería  del 
César,  que  no  se  ve  grande   sino 
en  medio  de  esa  turba  arrodi- 
.  liada  ?  . . . 

ese  hombre  no  inclina  la  cabe- 
za, ese  hombre  no  dóblalas  rodi- 
llas :  su  rigidez  lo  hace  gigan- 
tesco ; 

¿  qué  hacer   contra  el   coloso  ? 

lapidarlo ; 

arrojadle  vocablos,  ya  que  no 
podréis  arrojarle  piedras ; 

anatematizado  sea  por  la  piara, 
el  león  huraño  que  medita  en 
la  playa  lejana  bajo  el  implacable 
sol . .  . 

las  moscas  que  vuelan  en  torno 
á  la  lepra  de  Tiberio,  maldicen 
al  águila  de  las  legiones  vencidas ; 

el  proscripto  es  una  cima ; 

él  solo,  representa  un   drama  ; 

el  drama  de  la  Justicia  Impla- 
cable . . . 

Todos  olvidan,  el  proscripto  no 
olvida ... 

Todos  perdonan  el  proscripto 
no  perdona ; 

Todos  capitulan,  sólo  él,  no  se 
rinde ; 

su  nombre  es  una  bandera  ; 

es  necesario  abatir  esa  bandera ; 

hay  que  sumergir  esa  cima  ; 

las  olas  del  Olvido  se  niegan  á 
marchar  contra  ella  ; 

se  apela  entonces  á  las  olas  del 
pantano ;  esas,  no  la  sumergen, 
no  aspiran  sino  á  mancharla  ; 

dejan  á  sus  pies  el  cieno  asque- 
roso : 


ese  cieno  se  llama  la  calumnia ; 
la  radiosa  serenidad  de  la  cima, 
exaspera  al  crimen : 

el  César  no  tiene  rayos  ; 

¿  Cómo  herir  la  cima  ; 

esa  cima  se  corona  de  tempes- 
tades ;  ella ;  si  dispone  del  raj'o. . . 

j  el  César  tiembla  cuando  la 
cima  fulgura; 

la  cima  siembra  el  espanto,  co- 
mo la  soledad ; 

esa  cima  es  el  resto  insumer- 
gible de  un  cataclismo ; 

ella,  está  allí  para  atestiguar  an- 
te los  siglos,  que  hubo  un  pueblo: 

la  bandera  de  ese  pueblo  des- 
conocido flota  sobre  esa  cima  . . . 

detrás  de  esa  cima  brilla  siem- 
pre una  aurora  . . . 

la  gestación  del  mañana  está 
en  ella ;  he  ahí  porqué  la  noche, 
ruge  contra  la  cima ; 

atacad  la  cima,  es  decir,  calum- 
niad la  cima,  he  ahí  la  palabra 
de  orden  de  aquellos  que  no 
pueden  vencerla ; 

no  oís  el  rumor  de  esa  calum- 
nia ? 

ese  hombre  esnn  poseur-, 

su  actitud  no  es  sino  el  con- 
vencionalismo de  su   orgullo  . .  . 

ese  jacobino  no  busca  sino  el 
Poder ; 

en  él  duerme,  como  el  decir  de 
Sila,  el  alma  de  muchos  Marios  ; 

¿  no  veis  como  es  desproporcio- 
nado y  enorme  ? 

ese  hombre  es  un  Monstruo  ; 

no  ha  querido  venderse  al  oro. 
Sea. 

pero  se  vende  á  la  Historia  ; 

su  soberbia  capitula  con  la 
Apoteosis  del  mañana ; 

tiene  el  orgullo  de  ser  virtuoso  ; 

esa  necedad,  es  un  fenómeno 
en  esta  edad ; 

representar  la  Virtud  es  ser 
farsante ; 

na  hay  admirable  sino  el  es- 
clavo ; 

no  hay  grande  sino  el  César  •, 


—  228  — 


quien  está  contra  él,  está 
contra  el  mundo  ; 

no  amar  la  Tiranía,  es  rebelarse 
contra  la  Humanidad  : 

no  tener  los  vicios  de  su  época, 
es  estar  fuera  de  su  época  y  con- 
tra su  época  ; 

he  allí  un  revolucionario  arca- 
ico; 

la  Libertad,  ha  pasado  de 
moda  ; 

y  la  dignidad  también  ; 

¿los  principios? 

un  lastre,  inútil,  bueno  para 
arrojarlo  desde  la  pasarela  del 
aereoplano,  para  acelerar  la  as- 
censión ; 

no  se  triunfa  ya  con  las  doctri- 
nas, eso  es  arcaico  también  . . . 

¿la  Virtud? 

no  hablemos  de  utopias  ; 

no  hay  más  Virtud  que  el 
Éxito  ; 

la  era  de  las  ideas  ha  pasado  ; 

vivimos  en  la  era  do  los  inte- 
reses ; 

el  Pensamiento,  esa  es  otra  uto- 
pia romántica ; 

no  hay  grande  sino  el  vientre  ; 

el  mundo  es  una  enorme  diges- 
tión ; 

esa  es  la  Vida ; 

!  paso  á  los  estomacales  ¡ . . . 

Tal  es  el  lenguaje  de  la  hora  ; 

la  dignidad,  es  un  gesto  gótico, 
que  es  necesario  ocultar  como 
un  vicio ; 

es  verdad ; 

en  la  hora  trágica  de  las  deca- 


dencias, la  apostasía  de  la  Virtud 
se.  hace  el  primer  deber  del  ciu- 
dadano ; 

todo  gesto  de  rebelión  es  gesto 
estéril ; 

no  es  la  hora  de  Fóción ;  es 
la  hora  de  Filípo  ; 

no  es  la  hora  de  Catón  ;  es  la 
hora  de  César  . . . 

cuando  Catón  es  inútil,  César 
triunfa ; 

cuando  César  triunfa.  Bruto 
suena ; 

y,  Bruto,  también  fué  estéril ; 

la  muerte,  que  libra,  á  los 
pueblos  del  Tirano,  no  los  libra 
de  su  propia  servidumbre  . . . 

¿  quién  curará  un  pueblo  ? 

aquel  que  infunda  en  él  una 
alma  nueva  .  . , 

decidle  la  palabra  que  haga  la- 
tir su  corazón,  que  arme  su  fe, 
que  despierte  su  valor  . . . 

la  hora  es  de  la  Palabra  ; 

nada  se  puede  sin  ella  ;  nada 
contra  ella  . . 

decid  al  mundo  la  Palabra,  y, 
el  Heroísmo  bajará  sobre  la  Tie- 
rra; 

y,  cuando  el  Heroísmo  sea 
venido,  el  tiempo  de  los  escla- 
vos habrá  pasado  . . . 

no  hay  más  esclavos  sobre  la 
Tierra,  que  aquellos  que  quieren 
serlo  . . . 


-c^$;CC$í}o- 


L'jOj-nvtlE:    QUE    tT'jPLllXEE 


Elle  a  sur  le  front  deux  veiiies  pourpres  qui  sont  coninie  deux  armées  qui  se  pre- 
cipitent.  —  Elle  á  sur  le  front  deux  soucis  qui  se  battent  et  soudain  s'épuisent.  Alors 
V0W8  verrez  eomnie  ses  j  eux  sont  doux ! 

Elle  est  si  douce,  l'amie  que  j'aime,  elle  est  tout  dans  son  front  méchant.  Elle  est 
terrible,  celle  que  j'aime,  elle  est  tout  dans  ses  yeux  d'enfant. 

Paul  Fort. 


—  229  — 


Tal  fué  el  miraje  del   ensueño   mío 
Cuando  anegaste  el  páramo 
De  mi  tarde  otoñal  con  el   perfume 
Intimo  de  tu   seno  y  de  tus   labios  : 

Un   paisaje 

Apacible  en  que  el  bardo 

Te  recitara  madrigales  vírgenes 

En  la   riva  de  un   lago, 

Cuando  viera  la  vésper  acercarse 

Quedas  y  temblorosas  nuestras  manos. 

Mi  compañera  de  bohemia  : 
¿Has  visto  esos  paisajes  diáfanos 
De  las  albas  primaverales 

Y  los  crepúsculos  de  raso? 

He   aquí    un   reflejo  de  ellos.    ¡  Qué    divina 
Quietud   la  de  aquel  árbol 
Que  asoma  apenas  su  follaje  umbrío 
Por  cima  del  montículo  lejano! 

¡Oh,  cómo  evoca  la  cabana  aquella 
Que  duerme  en  el  regazo 
Del  valle  solitario  las  ermitas  ! 
Del  medioevo  hispano ! 

Verdeguea  el  otero; 
Está  dormido  el   lago, 

Y  la  lumbre  del  alba  es  en  el   vaUe 
Ligera  lluvia  de  vitriolo  blanco 

Que  al  caer  quema  el  haz  de  las  sombras 

Y  argenta  el  sombrío  follaje  del   árbol. 


EflVÍO 

He  aquí  nuestro  paisaje. 

Un  paraíso  en  él  has  conquistado  .  .  . 

El  fué  el  miraje  del  ensueño  mío 

Cuando  anegaste  el  páramo 

De  mi  tarde  otoñal  con  el  perfume 

Intimo  de  tu  seno  y  de  tus  labios. 

Pécez  y  Cupis. 


230  — 


fttnor  es...  mudo 


Engalanamos  estas  páginas  con  el  retrato  y  colaboración  del 
joven  y  distingiiiilo  escritor  Felipe  Sassone  que  se  halla  entre 
nosotros  de  paso  para  el  Perú,  su  tierra  natal.  La  labur  inte- 
lectual de  Sassone  es  vasta  y  digna  del  mayor  encomio.  Ha 
publicado  ya  cuatro  libros  :  «Malos  Amores»,  «Almas  de  Fuego», 
«Viendo  la  Vida»  y  «Vórtice  de  Amor»,  y  ha  sido  juzgado 
í'avorablenientc  por  los  principales  críticos,  tanto  de  España 
como  de  América.  Ya  en  otras  ocasiones  hemos  hablado  de  sus 
facultades  intelectuales.  En  uno  de  nuestros  próximos  números 
publicaremos  un  juicio  extenso  de  nuestro  director,  sobre  su 
última   novela  intitulada:  «Vórtice  de   Amor». 

N.    DE    LA    R. 


g-Lll- 


Fué  una  tarde  en  Sevilla,  en  la 
Sevilla  morisca  y  agraciada,  ca- 
nallesca y  sentimental.  Sentado 
en  la  acera,  abrazado  á  su 
tarní  cual  si 
abrazase  á 
una  mujer,  un 
g'itanillo  as- 
troso, de  tez 
bronceada  y 
de  ojos  soña- 
dores, lloraba 
u na  copla, 
una  de  esas 
coplas  á  la 
vez  dulces  y 
amargas  que 
halagan  como 
una  caricia  y 
hieren  como 
un  puñal : 

¡  ¡  A  mí  nu! 
mata    el    ca- 


llar 


av: 


Sobre  el 
pespunteado 
de  la  guitarra, 
que  fingía  so- 
^llozos,  el  can- 
to desgrana- 
ba la  agilidad  _  _ 

de    sus  notas 

dolientes,  entrecortadas,  sin  com- 
pás y  sin  medida,  corriendo  por 
la  calleja  borracha  del  gran  sol 
andaluz,  estrecha  y  sinuosa  como 
una  sierpe,  invocando  tal  vez  á 
unos  labios  carnosos  v  sang-rien- 


tos  que  sonreían  tras  la  reja  flo- 
rida de  campanillas  y  de  claveles. 
¡A  mí  me  mata  el  callar...  ay! 

•  •■•••••••a  - 

Más  de  una 
_J^y        ^"^^^^  TT  vez,    recor- 

f^^^        .  ^ '  dando    aquel 

cantar,  triste 
como  el  gor- 
geo  de  un  pá- 
jaro cautivo, 
he  pensado 
que  el  gitani- 
11o  tenía  ra- 
zón. El  ama- 
ba mucho,  y 
por  eso  calla- 
ba, y  matába- 
le el  callar. 

Amor  es 
mudo.  Menti- 
ra aquel  viejo 
proverbio  que 
lo  finge  ciego: 
El  Amor  mira 
los  encantos 
del  será  quien 
ama;  los  mira 
aumentados 
por  el  lente 
poderoso     de 

;    ■        ,    la    ilusión    y 

del  deseo;  y 
calla  porque  la  emoción  lo  hace 
enmudecer,  y  la  palabra  es  menos 
rica  que  el  sentimiento. 

Al  travieso  niño  de  las  flechas, 
mejor  que  con  una  venda  en  los 
ojos,  debieran  representarle  con 


—  231 


el  dedo  índice  sobre  los  hxbios, 
imponiendo  el  silencio,  el  silen- 
cio que  es  amigo  del  Amor,  por- 
que es  amigo  de  la  soledad  y  del 
misterio.  Todo  enamorado,  víc- 
tima de  la  idea  fija,  es  un  solita- 
rio que  se  aisla  para  pensar  en 
su  amada  y  lleva  en  el  pecho  el 
misterioso  arcano  de  su  pasión. 
Aquel  amor  audaz  que  dice  «te 
quiero  »  sin  temblores  y  sin  bal- 
buceos en  la  voz,  es  falso  como 
la  querella  ampuloisa,  mil  veces 
repetida,  de  los  donjuanes  aven- 
tureros; aquel  amor  que  jura 
« no  te  olvidaré  nunca »  es  un 
querer  poco  firme,  porque  admi- 
te la  posibilidad  del  olvido  y 
piensa  en  él.  Amor  es  suspiro, 
es  beso,  es  lágrima,  y  como  es 
una  gran  tristeza  y  un  gran  de- 
seo, es  mudo  como  el  ansia  y 
como,  el  dolor. 

Ante  la  mujer  querida,  el  aman- 
te verdadero  se  postra;  tal  el  de- 
voto ante  la  divinidad  del  altar, 
el  artista  ante  la  magnificencia 
de  la  obra  de  arte,  y  tiembla,  y 
llora,  y  enmudece,  y  es  elocuente 
su  silencio  emotivo  y  doloroso. 

El  silencio  es  el  patrimonio  de 
los  tímidos. 

¡Bienaventurados  los  tímidos 
en  amor! 

Jacinto  Benavente,  el  gran 
psicólogo  del  alma  femenina, 
ironista  sutil,  fauno  saltante,  que 
esconde  con  el  traje  moderno, 
«sus  nerviosas  patas  de  chivo», 
ha  dicho  en  una  de  sus  admirables 
comedias:  «Los  hombres  deben 
ser  tímidos  en  amor,  porque  es 


la  única  manera  de  que  ellas  sean 
las  atrevidas».  Y  ellas  se  atreven 
y  lo  dicen  todo  con  los  ojos,  su- 
premos intérpretes  de  la  pasión. 
¡  Benditos  ojos  azules  que  nos 
sonríen  como  un  cielo  sin  nubes 
y  dicen  la  paz  y  la  ternura ! 
¡Benditos  ojos  verdes,  inquietos 
como  el  mar,  que  arrullan  con 
el  vaivén  cadencioso  del  océano 
y  sugieren  voluptuosidades  com- 
plicadas y  felinas!  ¡Benditos  ojos 
negros,  profundos  y  seductores 
como  el  abismo,  que  hacen  pen- 
sar en  una  tragedia  de  pasión  y 
de  celos! 

Ellos  son  el  lenguaje  del  amor, 
por  eso  los  enamorados  no  deben 
hablar,  y  cuando  en  la  calma  de 
una  noche  poética,  en  que  la 
luna  pálida  como  un  rival  celoso 
nos  envuelve  con  su  luz  azul  y 
la  tierra  húmeda  nos  embriciga 
con  la  afrodisia  de  su  aliento, 
hacen  los  ojos  el  esperado  gesto 
que  consiente,  los  labios  sólo 
deben  abrirse  para  besar.  Y  aun 
aquel  beso  ha  de  ser  calladito, 
calladito,  porque  su  chasquido 
no  turbe  el  silencio  amigo  del 
amor,  de  la  soledad,  y  del  mis- 
terio, y  porque  .  .  .  según  me 
dijo  en  Sevila,  en  la  Sevilla  mo- 
risca y  agraciada,  canallesca  y 
sentimental,  una  gitana  tentado- 
ra, como  una  picaresca  heroína 
de  antigua  novela  castellana,  ¡  el 
beso  cuanto  más  silencioso  y 
más  largo,  sabe  mejor! 

Felipe  Sassoxe. 

Buenos  Aires  y  Junio  á  7.  1908. 


-o{l^CCÍÍ<X>- 


i=h:r.ecík.iisco 


Peregrino,  peregrino, 
que  no  sabes  el  camin*, 
¿dónde  vas? 

—  Soy  peregrino  de  hoy, 
no  me  importa  dónde  voy; 


¿mañana?  .  .  .  ¡  nunca,  quizás 

Admirable  peregrino, 
todos  siguen  tu  camino. 

Manuel  Machado. 


232 


ta  caticíóti  áe  las  campanas 


A  Pérez  y  Citri*. 

En   la   regia  Catedral 
Bajo  el  lujo  de  Ta  arcada  de  sus  naves, 
Se  celebran  en  silencio  oficios  graves 

De   un   pomposo  funeral. 

¡Ta-lán,...   ta-lán,...   ta-lán!... 

A  la  luz  crepuscular, 
En   el   claustro   negro  y  frío  del  convento. 
Se   recita    la  Oración  del   Sufrimiento 

En   un   místico  cantar. 

¡Ta-lán,  .  .  .   ta-lán,  .  .  .  ta-lán!  ... 

Con  ahogado  sollozar. 
Muchos   niños,    muchas   niñas  de  albo  manto. 
Bajo  un   árbol   del  Jardín  del  Camposanto 

Llevan   un  viejo  á    enterrar. 

¡Ta-lán,  .  .  .    ta-lán,  .  .  .  talán  .  .  . 

En    la   iglesia  parroquial 
Entre  risas  de  zagalas  y  entre  flores. 
Se  celebran   de  dos   rubios  labradores 

La   ceremonia   nupcial. 

¡Ta-lán,...   ta-lán,...   ta-lán... 

Con  sonidos  de  cristal 
Llora  el  Ángelus  sus  tristes  ritornelos. 
En  la  ermita  que  está  oculta  de  los  cielos 

Por  el   arco  de  un   rosal. 

¡Ta-lán,  .  .  .   ta-lán,  .  .  .  ta-lán  .  .  . 

Las  luces  muriendo  están. 
La  campana   de   la  fábrica   ha  sonado, 
Y  rendidos   los  obreros,  han  dejado 

Sus   faenas,  y  se  van  .  .  . 

¡Ta-lán,  .  .  .   ta-lán,  .  .  .  ta-lán!  .  .  . 

Ovidio  pefnández  t(íos. 


—  23Í 


Virtuosa . . . 


— Ocho  años,  señora,  oclio  anos 
que  han  transcurrido  no  propia- 
mente en  el  recuerdo,  pero  sí  en 
las  cosas  .  .  .  Los  mismos  temas 
de  antes,  las  mismas  sensaciones, 
pero  con  otros  aspectos,  con  otro 
ritmo,  el  ritmo  de  lo  nuevo  y  de 
lo  desconocido  .  .  . 

Eulalia  se  quedo  pensando,  y 
detrás  de  la  visión  esfumada  de 
un  recuerdo  apenas  surg-ido,  sa- 
cudió lentamente  la  cabeza. 

—  Sí . . .  Sí ...  Es  verdad.  Cam- 
bian las  cosas,  como  los  deseos, 
como  los  años,  como  las  flores  y 
las  hojas  .  .  . 

—  Las  flores  se  van  .  .  .  Las 
hojas  caen  .  .  . 

—  ¡Eulalia!  Déjate  de  tonte- 
rías. Gustavo  ha  venido  á  comer 
no  á  llorar  como  en  las  novelas. 
No  le  haga  caso,  Gustavo,  coma. 
Coma  este  pedazo  que  está  muy 
bueno. 

Y  Antonio,  el  marido  de  Eula- 
lia, cogió  entre  dos  tenedores  un 
trozo  de  la  fuente,  y  lo  colocó 
en  el  plato  aun  lleno  de  su  hués- 
ped. 

Gustavo  era  un  viejo  amigo  de 
su  mujer,  amigo  de  infancia  y 
de  hogar.  Juntos  habían  ido  al 
colegio,  y  juntos  habían  retozado 
por  dentro  de  las  alcobas  pater- 
nas, y  en  los  patíos  revueltos  de 
sillas,  escobas  y  basuras.  Des- 
pués de  ocho  aüos  de  ausencia 
en  la  lejana  y  atrayente  Europa, 
volvía  á  su  tierra,  á  su  ciudad 
natal,  convertido  en  un  hombre 
serio,  con  toda  la  primera  serie- 
dad y  el  pleno  sentimiento  de  la 
nda.  Educado  y  pulido,  despo- 
jado de  las  virtudes  ingenuas  de 
los  quince  aílos,  su  mocedad  flo- 
recía en  una  suave  salud  llena 
de  vigor,  que  fijaba  la  gallarda 


A  Pérez  y  Curis. 

semblanza  del  varón  y  le  daba 
carácter.  Huésped  de  honor  en  la 
casa  de  su  antigua  amiga  de  fami- 
lia, convertida  en  el  sueílo  desco- 
nocido de  ocho  aííos  en  señora  y 
madre,  comía  á  la  cabecera  de 
la  mesa   lleno   de    turbación  y 
embarazo,    como   en    una    casa 
extraña  que   tuviera   al   mismo 
tiempo  una   lejana  y  amable  re- 
membranza de  cosas  vividas  y 
dulcemente  gustadas  aún.   A  un 
lado  la  chicuela  Eulalia  de  otro- 
ra, transformada  debajo  de  aquel 
vestido  de  comida  en  señora  cor- 
tés y  obsequiosa,  en  la  opulencia 
de  sus  carnes  satisfechas  de  lo- 
zanía  y   de    caricias.    Al    otro, 
aquel  desconocido,  aquel  impre- 
cisable adversario  de  su  infancia 
encantadora  y  loca,  obeso,  rebo 
sante  de  tranqudidad  y  bienes- 
tar, que  comía  y  comía  á  gran- 
des bocadas  echado  sobre  el  pla- 
to. Más  allá,  á  un  lado  y  otro  de 
la   mesa,    dos   cabecitas  rubias, 
redondas  y  chatas  como  las  mu- 
ñecas de  porcelana  y  crin  de  los 
bazares  pobres,  comían  con   los 
dedos,  emporcándose  las  caras  y 
las  manos.  Y  entonces  Gustavo 
pensó  si  el  matrimonio  no  era  un 
aspecto  de  la  vida  animal,  y  si 
el  amor  no   era    más   que   una 
emoción  fugaz   de   los   sentidos 
en  deseo. 

—  ¿Se  acuerda,  Gustavo,  cuan- 
do hacíamos  de  modelo  en  casa 
de  padre  ? 

—  Sí,  me  acuerdo.  Usted  y  yo. 
A  veces  usted.  A  veces  yo  .  .  . 

—  Y  á  veces  los  dos  juntos  .  .  . 

Gustavo  miró  fijamente  á  Eula- 
lia como  buscando  en  sus  ojos 
brillantes  y  audaces,  una  sospe- 
cha de  evocaciones  peligrosas. 
Estaban  cerca  de  los  postres   y 


—  234  — 


habían  bebido  en  abundancia 
la  sangre  cancionera  del  vino, 
bálsamo  y  olvido  xlc  todas  las 
tristezas.  A  Eulalia  le  hacía  re- 
tozar la  vida  por  todo  el  cuerpo, 
y  florecía  en  un  incendio  de  sa- 
lud. En  su  marido  era  abotaga- 
miento y  pesantez  de  ahito.  En 
Gustavo  coraje  y  ebullición  de 
cariñosas  sensibilidades. 

—  Los  dos  juntos,  Eulalia  ;  los 
dos  juntos,  me  acuerdo  . . . 

—  Usted  no  se  estaba  quieto, 
interrumpió  ella  aparentando 
burla  en  una  carcajada.  —  Dos 
horas  todos  los  días,  con  las  ca- 
bezas juntas,  desnudos  hasta  el 
hombro,  posando  «El  beso  ro- 
bado »  ¡Ladrón !  A  veces  sí  me 
lo  robaba  ... 

—  Sin  querer.  Los  labios  esta- 
ban muy  cerca. 

—  Posándose  . . . 

Eulalia  volvió  á  reir  y  puso 
atrevidamente  con  los  ojos,  una 
línea  de  intención  debajo  de 
aquella  palabra. 

Antonio  levantó  la  cabeza,  é 
hizo  un  indisimulable  gesto  de 
desagrado  sonriente.  Gustavo  en- 
rojeció, y  buscando  indiferencia, 
llevó  su  copa  hasta  los  labios  y 
bebió. 

—  Cosas  de  muchachos  . . .  ex- 
clamó después. 

—  Sí...  ¡de  muchachos!  ¡Aque- 
llo ya  no  vuelve  !  Una  mañana 
amaneció  nuestro  « Beso  roba- 
do »  hecho  pedazos  en  el  suelo 
del  taller,  decapitados  los  dos, 
las  cabezas  separadas,  estirándo- 
se aún  como  buscando  los  la- 
bios ... 

—  Sería  quizá  por  miedo  al 
padre  . . .  Alguna  pelea  en  la  no- 
che .  . .  interrumpió  Gustavo  ha- 
ciendo broma. 

—  No.  Era  el  barro  malo  que 
se  había  secado  con  el  calor. 
El  estudio  tenía  el  techo  de  zinc, 
y  era  verano. 


—  i  Claro  !  No  le  habían  echa- 
do bastante  agua.  El  barro  quie- 
re agua,  exclamó  Antonio  con 
aire  de  lógica. 

—  Probablemente  .  .  .  Proba- 
blemente ...  Lo  cierto  es  que 
padre  se  quedó  sin  beso,  y  nos- 
otros sin  aquel  recuerdo  que 
iba  á  perpetuar  nuestras  ca- 
bezas y  nuestros  días  felices. 
Quién  iba  á  decir  que  aquel . . . 

—  Iba  á  volver  con  otra  cabe- 
za .. .  ¿  verdad  ? 

—  Y  otros  besos. 

—  De  barro.  ¡  En  Roma  he  he- 
cho tantos!  Le  debo  á  su  padre 
los  primeros  pasos  . . . 

—  Y  á  su  hija  los  primeros 
besos . . .  robados  . . . 

—  ¡Eulalia!  ¿Tú  estás  loca? 
Siempre  la  misma  criatura  . . . 

—  ¿  Y  qué  ?  ¿  Una  no  puede 
hablar?  Son  bromas,  ¿verdad 
Gustavo  ?  Por  decir  algo  .  .  . 
Aquello  ya  pasó,  y  él  es  hoy  un 
hombre  serio  . . . 

—  Y  usted  una  selíora  . . .  seria. 

—  Con  esposo  y  con  hijos.  Me 
parece. 

—  ¡  Mamá  !  balbuceó  un  chico. 
¿  Me  das  otro  poco  ? 

—  Ya  lo  ve,  Gustavo.  Con  hijos 
que  comen  ...  y  un  marido  que 
se  enfada ... 

—  Yo  no  me  enfado.  ¡  Eh ! 
Pero  cada  uno ...  De  ayer  á 
hoy  el  mundo  da  vueltas.  Y  al 
pan  pan,  y  al  vino  vino.  Tome 
otro  poco  . . . 

Y  mientras  Antonio  llenaba  el 
vaso, 

—  Sí,  da  muchas  vueltas  . . . 
concluyó  Gustavo  como  insi- 
nuando un  desprecio. 

Los  tres  hicieron  un  silencio. 
Gustavo  pensaba :  ¿  Sería  acaso 
feliz  su  amiga  ?  ¿  Por  qué  le  ha- 
blaba de  aquellos  recuerdos  casi 
olvidados?  Eulalia  suspiró  lar- 
gamente, y  Antonio  bostezó  con 
lentitud  de  sueílo. 


235  — 


De  pronto,  al  estirar  un  pie, 
Gustavo  se  encontró  con  el  pie 
de  Eulalia.  Un  estremecimiento 
le  llenó  las  mejillas  de  sangre. 
Era  lo  imprevisto  y  la  tentación. 
Miró  rápidamente  á  su  vieja 
amiga  buscando  en  su  rostro  una 
expresión  de  cómplice,  ó  el  rojo 
encendido  de  un  pudor  que  se 
contiene.  Sin  embargo,  Eulalia 
acariciaba  y  besaba  la  rubia  y 
revuelta  cabeza  del  hijo  que  co- 
mía á  su  lado,  y  su  cara  sonreía 
con  amorosa  ingenuidad.  ¿  Disi 
mulaba?  ¿Sentía  la  provoca- 
ción y  Su  marido,  echado  sobre 
el  respaldo,  se  adormecía.  Y  en 
un  instante,  Gustavo  experimen- 
tó todo  el  goce  exquisito  de  la 
posesión  prohibida,  como  si  con 
la  sola  caricia  de  su  pie,  hubie- 
ra llenado  la  felicidad  amorosa 
de  aquel  cuerpo  joven  insatisfe- 
cho, V  de  aquella  alma  román- 
tica un  tiempo,  que  resucitaba 
reclamando  el  triunfo  de  su  en- 
sueño, ahogado  en  los  brazos 
prosaicos  de  su  marido. 

Eulalia  pensaba  también.  Sen- 
tía el  dulce  contacto  de  aquel 
gallardo  amigo  que  la  vida  le 
había  devuelto,  después  de  ocho 
años,  con  el  alma  bellamente  so- 
ñadora y  artista  que  se  parecía 
tanto  á  la  suya,  á  esa  otra  alma 
escondida  que  muchas  mujeres 
llevan  fatalmente  al  matrimonio 
como  un  doloroso  é  incompren- 
dido  sacrificio.  Por  un  instante 
también  sintió  la  tentación  de  lo 
que  no  se  puede  gustar,  la  ti'ai- 
ción  del  amable  sabor  del  alma 
poseída,  de  la  afinidad  que  se 
encuentra  al  fin  en  el  milagro  de 
un  minuto  casual,  en  la  floración 
inesperada  de  todo  el  ideal,  ven- 
cido largos  años  bajo  la  marea 
implacable  de  los  destinos.  Al 
acariciar  á  su  hijo,  acariciaba  y 
agradecía  á  la   vida   entera,    al 


verdadero  amor,  á  su  propio  co- 
razón embriagado  de  dulzuras 
desconocidas. 

¡  Qué  tiempo  pesado!  ¡  Qué 
tiempo  !  Tengo  una  gran  pereza, 
y  unas  ganas  de  acostarme  !  ex- 
clamó Antonio  estirándose  len- 
tamente en  un  largo  bostezo. 

Gustavo  sonrió.  Eulalia  miró 
á  su  marido,  y  sus  palabras,  pe- 
netrando una  tras  otra  en    sus 
sensaciones,  fueron  desvanecien- 
do poco  á  poco  los  dorados  va- 
pores del  ensueño.  Era  una  mu- 
jer   casada,    tenía    hijos   y   una 
cadena  de   obligaciones  le  suje- 
taban á  un  hombre,  á  acjuel  tran- 
quilo y  ahito  burgués  vendedor 
de  hierros  que  se  adormecía  en- 
frente. Detrás   de  aquel  pie  po- 
dría prolongar  unas  horas  más 
el  acariciante  minuto  de  ensueño. 
Pero,    ¿y   después?   La  vida  in- 
cierta,  una  venganza  de  muerte 
cerniéndose  sobre  su  cabeza,  y, 
sobre  todo,  la  pérdida  para  siem- 
pre de  aquellos  regalados  y  fáci- 
les sabores  del  hogar  sin  priva- 
ciones,  donde  el  cuerpo,  el  exi- 
gente cuerpo,  holgaba  hartamen- 
te satisfecho  ...    Y  entonces,  de 
un    salto,    como   quien   experi- 
menta una  sorpresa,  se  incorpo- 
ró en  la  silla  y  exclamó  fuerte, 
mirando  á  su  amigo  con  un  ges- 
to de  ingenra  insolencia  : 

—  ¡  Ay !    ¡  Perdone !    ¿  Lo  pisé  ? 
Gustavo  se   puso   colorado,  y 

un  amargo   como  una   espina  le 
mordió  en  el  corazón. 

—  ¿Será  acaso  feliz  ?  pensó. 
Antonio  levantó  los  ojos  ador- 
mecidos y  sonrió  á  Eulalia  con 

—  Estaba  "si^^^.  Es  virtuosa, 
mi  mujer  ... 

Manuel  Medina  Betancort. 


—   236 


r 


Isa.a.<r    l!<Itx£ioz 


Pertenece  á  l;i  nueva  generación  de  escritores  castellanos, 
y  se  caracteriza  por  la  brevedad  de  su  frase  lapidaria  y  per- 
sonal, lia  piililicado  los  siguientes  libros:  «Vida»,  «Volup- 
tuosidad», «Libro  de  las  ^'ictorlas»  y  «Morena  y  Trágica». 
Actualmente  es  Secretario  de  Redacción  de  «Revista  J^atina», 
que  dirige  el  exíjiiisito  poeta  Francisco  Villaespesa. 


-  237  — 


Glovía  OUm^toa 


Para  Ai-oi.» 

Tras  el  baño  gozoso  de  risueña  frescura, 
de  la  orilla  fragante  bajo  el  palio  sombrío, 
rubia  flor  cuyo  cáliz  engalana  el  rocío 
está  Leda,  radiante  de  gloriosa  hermosura. 

De  repente  un  gran  cisne  de  suprema  blancura, 
aparece  soberbio  de  esplendor  y  de  brío 
y  al  romper  orgulloso  los  espejos  del  río 
como  un  lirio  de  plata  sobre  el  agua  fulgura. 

Al  mirarlo  la  Reina  su  belleza  recata 
y  los  húmedos  oros  de  sus  bucles  desata 
ocultando  sus  formas  con  gracioso  rubor. 

En  el  cisne  su  instinto  le  revela  un  amante 
y  lo  ve  cual  se  acerca  luminoso  y  triunfante 
como  barca  de  nieve  donde  boga  el  x\mor! 

Llega  el  ave :  sus  alas  de  precioso  diseño 
cual  dos  brazos  oprimen  la  beldad  ruborosa 
que  devuelve  turbada  la  caricia  amorosa 
alisando  las  galas  del  plumaje  sedeño. 

Con  su  pico  el  Galante,  tras  erótico  empeño, 
leve  oprime  el  capullo  de  sus  senos  de  rosa . . . 
En  el  césped  rendida  desfallece  la  hermosa 
y  es  el  Divo  que  triunfa  su  magnífico  dueño. 

Tras  un  éxtasis  dulce  de  ventura  ignorada 
huye  el  cisne  tornando  la  cabeza  argentada 
mientras  surca  las  ondas  de  sonoro  cristal. 

Y  más  rojo  al  contacto  de  los  besos  de  Leda, 
como  rosa  que  arde  sobre  alburas  de  seda 
resplandece  su  pico  de  luciente  coral! 

Alfredo  Gómez  Jaime. 

Madrid. 


—  '238  — 

Vida 


(Pequeña  alma) 


Mamá!  —  y  el  enfermito  la  mi- 
raba en  los  ojos,  enlazándola  con 
sus  largos  y  flácidos  brazos,  tan 
blancos  que  semejaban  de  már- 
mol. Toda  la  vida  parecía  resi- 
dir en  sus  pupilas,  de  un  azur 
profundo,  y  que  á  veces  la  fiebre 
las  iluminaba  con  rápidos  bri- 
llos de  acero,  para  luego  apagar- 
se lentamente  tras  las  pestañas 
que  cerraba  el   cansancio. 

—  ¡  ^lamá ! 

—  ¡  Hijo  mío  !  —  Sin  saber  por 
qué  asustábale  la  mirada  del  ni- 
ño, que  parecía  interrogarle  con 
la  muda  expresión  de  sus  ojos, 
hoscos  y  luminosos,  enormes  á 
medida  que  el  mal  plegábale  el 
cutis  á  los  huesos.  Ella  sentía 
sus  brazos  pálidos,  casi  helados, 
enrollarse  á  su  cuello  con  rara 
tenacidad  ;  luego,  acercando  á  su 
oído  sus  labios  secos  y  ardientes, 
murmuraba  íatigosamente  pala- 
bras entrecortadas  por  un  angus- 
tioso hipo  que  parecía  estrangu- 
larle: 

—  ^laniá  !  escucha,  mamá  ! 

—  ¡ Hijito !  ¿  qué  quieres  ?. . .  — 
y  alarmada  en  medio  de  una  an- 
gustia tan  honda  como  inexpli- 
cable, besábale  en  la  frente,  en 
los  labios  que  tenían  la  quebra- 
diza dureza  de  las  hojas  secas, 
en  las  mejillas  demacradas  que 
dibujaban  ya  las  líneas  precisas 
é  indelebles  del  esqueleto.  Pero 
aquello  duraba  poco.  Extenuado 
al  tin  por  el  esfuerzo,  doblegaba 
la  cabeza  sobre  el  pecho,  como 
una  flor  agostada  por  el  viento, 
luego  cerraba  los  ojos,  y  lacio, 


Para  Apolo. 

casi  inerme  quedaba  en  la  cama 
como  un  infantil  Cristo  doloroso. 
¿  Qué   querría  decirle '?   ¿  Qué 
atormentadas  visiones  desfilaban 
por  su  afiebrada  cabeza  de  niño 
enfermo  ?  No  lo  sabía.  Pero  aque- 
lla mirada  azul,  tan  penetrante  y 
profunda,    que   dei'ramaban   los 
ojos  de  su  hijo,  sentíala  muy  den- 
tro, desgarrando  en  el  interior  de 
su  espíritu  velos  de  sombra,  que 
la  llenaban  de  espanto.  Un  frío 
soplo  pasaba  por  su  corazón,  ca- 
si helándolo.  Su  vida  jiraba  en- 
tonces en  lento  desfile,  evocada 
por  el  recuerdo.  Entre  la  vaga 
neblina   del   pasado,   la   cabeza 
blanca  y  dolorosa  de  su  madre 
se  esfumaba  muy  lejos,  en  el  cielo 
de  su  infancia,  como  una  nube. 
Y  después,  el   primer  sueño,  la 
primera  hoja  caída   al   camino, 
llevada  en  tremulante  remolino 
por  el  lodo  de  las  pasiones  efí- 
meras,  y  que  sin  embargo  tan 
hondas  huellas  dejan  en  el  ros- 
sro  surcado  de  pliegues  profun- 
dos, en  los  cabellos  que  blanquea 
la  escarcha  de  los  inviernos  de 
la  vida,  y  en  el  alma  crucificada 
por  el  recuerdo  como  en  un  Cal- 
vario . . .    Muchas  veces   en   las 
largas  horas  de  vijilia,  junto  á 
la  cama  de  su  hijo  venía  á  su 
memoria   la   amable    visión    de 
una  barba  blonda,  unos  ojos  azu- 
les  que    parpadeaban    ensueños 
misteriosos,  y  unos  labios  al  tra- 
vés de  los  cuales  la  frase  escapá- 
base como  un  canto . . .  Era  el  pa- 
dre de  su  hijo  . . .   ¡  Ah  !    ¡  Lo  de 
siempre  !  La  hojita  lozana  caída 
del  árbol,  arrastrada  por  la  ven- 
tolina á  través  de  sendas  y  ba- 


—  239  — 


rrancos,  hasta  quedar  encajada 
en  los  lodos  de  un  pantano !  Des- 
pués, un  viento  compasivo  arran- 
cóla de  su  cárcel,  no  sin  que  ji- 
rones de  si  misma  quedaran  en 
el  lodazal ;  luego  un  amigo  remo- 
lino llevóla  á  una  vertiente  á  que 
se  lavara  la  cara,  y  ahí  estaba 
otra  vez,  asomada  á  la  ventaníta 
de  su  honradez,  por  entre  los  es- 
pinosos ramajes  con  que  la  vida 
la  rodeaba,  junto  á  aquel  enfer- 
mizo retoño  de  su  carne,  escu- 
dada tras  el  cuerpecillo  endeble 
y  doloroso  de  su  hijo.  Y  enton- 
ces tapábase  la  cara  horroriza- 
da, mientras  la  leve  plumilla  del 
recuerdo  pasaba  jugetona  é  in- 
constante, describiendo  en  el 
aire  cabalísticos  signos  ó  bien 
perfllando  las  iniciales  de  un 
nombre,  las  cuatro  letras  de  una 
fecha,  como  los  caracteres  sera  i 
borrosos  de  una  lápida . . .  Des- 
pués . . .  nada.  Un  pasado  lleno 
de  zanjas,  como  un  interminable 
cementerio,  y  un  presente  que 
era  como  un  largo  camino,  en 
cuyos  bordes  alzábase  al  sol  la 
traidora  arrogancia  de  una  fila 
de  cardos  ...  Y  junto  á  la  pensa- 
tiva cabeza  de  su  hijo,  lloraba 
lágrimas  ardientes,  que  sacu- 
dían su  corazón,  como  una  po- 
bre barca  á  merced  de  los  olea- 
jes. ¡  Y  eran  tan  amargas,  tan 
tumultuosas  sus  lágrimas  de  ex- 
piación infinita! 

Pero,  —  preguntábase  en  me- 
dio de  los  sollozos  que  la  ahoga- 
ban,— ¿por  qué  vienen  á  mi  men- 
te estos  recuerdos  del  pasado, 
evocados  como  por  extraño  con- 
juro ante  la  mirada  profunda  de 
aquellos  grandes  ojos  azules?  ¿No 
era  monstruoso  que  aquellos  des- 
pojos de  su  miseria  pasada  vi- 
nieran á  mostrarse  en  su  más 
pecadora  desnudez,  ante  su  hijo, 
ante  aquella  vida  suya,  agotada 


en  jermen  por  extraños  males 
cuya  procedencia  no  podía  pre- 
cisar? ¡Si  estaría  loca!  Y  acusá- 
base á  sí  misma,  magullando  sus 
manos  por  la  desesperación.  ¡  O 
acaso,  —  preguntábase  en  segui- 
da, —  su  hijo  soñara  con  un  ju- 
guete raro,  con  un  traje  nuevo, 
ó  bien  querría  pasear  por  el  cam- 
po, por  las  largas  alamedas,  en 
esas  tardes  apacibles  del  otoño 
en  que  el  sol  espolvorea  oro  pu- 
ro sobre  los  altos  copos  de  los 
árboles  ? 

Su  corazón  de  madre  tuvo  en- 
tonces un  rayito  de  esperanza. 

Al  dia  siguiente,  un  chorro  de 
sol  penetraba  por  la  ventana  del 
cuarto  del  pequeño  enfermo. 
Una  mariposa  nocturna  aleteaba 
aún  sobre  el  tubo  de  la  lámpara, 
con  un  lento  zumbido  de  alas. 
El  niño  entreabrió  los  ojos,  y  so 
bre  la  cama  vio  un  hermoso  tra- 
je azul.  Lo  miró  indiferente,  y  al 
ver  á  su  madre  que  le  sonreía, 
animándole,  en  tanto  le  señalaba 
el  albo  cuello,  en  cuyos  extremos 
brillaban  dos  boi'dadas  anclas 
de  seda,  apartó  de  él  sus  ojos, 
con  un  amargo  jesto  de  hastio. 

A  la  siguiente  mañana  el  en- 
fermito  vio  sobre  la  alfombra,  en 
el  centro  de  su  pieza,  un  enorme 
Polichinela  que  hacia  endiabla- 
dos jestos  y  curiosas  piruetas 
que  instaban  á  risa.  Los  niños 
del  barrio  habíanse  detenido  en 
la  ventana,  y  hasta  muy  lejos  lle- 
gaba el  claro  rumoreo  de  sus  vo- 
ces, acompañadas  de  alegres 
carcajadas  y  entusiastas  palmo- 
teos de  manos. 

—  Ah !  —  dijo  un  rubín  peque- 
ño y  sucio,  que  pegaba  la  cara  á 
los  barrotes  de  la  ventana,  para 
ver  mejor  los  jestos  del  payaso. 
—  Ah !  mi  papá  me  comprará 
uno  también ! 

Como  movido  por  un  resorte. 


—  240  — 


el  pequeño  eiitermo  se  incorpo- 
ro. Brillantes  los  ojos,  secos  los 
labios,  murmuró : 

—  Mamá,  ¿has  oído? 

Ella  acudió  solícita.  Tomó  el 
juguete  y  lo  colocó  sobre  la  ca- 
ma. Entonces  el  pequeño  se  irri- 
te'). Volvió  la  cara  <á  la  pared, 
con  extraña  obstinación ;  sólo 
cuando  su  madre,  en  medio  de 
ahogados  sollozos,  arrojó  á  un 
rincón  del  cuarto  el  desgraciado 
Polichinela,  volvió  á  fijar  en  el 
cielo  de  la  pieza,  sus  profundos 
ojos  azules. 

Los  chicos  continuaban  en  la 
calle  riendo  y  comentando  ale- 
gremente las  graciosas  piruetas 
del  juguete.  Y  la  voz  del  rubio 
de  cara  y  manos  sucias,  volvió  á 
oírse  como  en  una  invocación 
de  esperanza : 

—  Mi  papá  me  comprará  uno 
también  ! 

Volvió  á  crisparse  aquel  cuer- 
pecillo  del  enfermo,  en  una  vio- 
lenta crisis ;  tendió  sus  brazos 
sobre  el  cuello  de  su  madre,  y 
con  voz  ronca  que  parecía  arran- 
carle de  muy  dentro,  exclamó: 

—  ¡pjscucha! — se  incorporó  un 
poco.  Una  oleada  de  luz  brilló 
su  cara  pálida,  casi  trasparente. 
Iluminábanse  sus  ojos  al  impul- 
so de  violentos  sacudimientos  de 
voluntad,  agrandándolos  desme- 
suradamente, como  si  quisieran 
arrancar  de  las  órbitas. 

--  ¡Díme !  —  Un  angustioso  y 
lento  hipo  cortó  su  voz  en  la 
garganta ;  ahogábase  en  sus  pro- 
pias palabras.  Luego,  con  una 
suprema  enerjía,  acercando  más 
los  labios  al  rostro  de  su  madre, 
concluyó : 

—  Mira  . . .  ésos  tienen  papá.. . 
¿  por  qué  yo  no  lo  tengo  ?  .  .  . 

Calló.  Pesadamente,  desplomó- 
se sobre  la  cama.  En  medio  de 
aquellos  míseros  despojos  de  car- 
ne  pegada   á   los    huesos,   que- 


daron los  ojos  muy  abiertos, 
mirando,  mirando  más  allá  de 
las  cosas  .  .  . 

En  tanto,  los  gritos  de  la  tur- 
ba de  haraposos  continuaban  en 
la  calle,  pidiendo  una  nueva 
pirueta  del  payaso  .  .  . 

Y  el  rubio  })equeño  y  andra- 
joso, volvía  á  exclamar  con  voz 
de  infínita  esperanza : 

* —  Diré  á  mi  papá  que  me  com- 
pre uno  también  ! 

II 

Entre  cuatro  Tablillas  negras 
habíase  colocado  el  píH^ueño  ca- 
dáver. ¡Era  tan  mísero  aquel 
niontoncito  de  pingajos  de  car- 
ne y  de  huesos!  Los  ojos  perma- 
necían aún  abiertos,  impenetra- 
bles, fijos,  ol)sesor(íS.  Inútil  que 
su  madre  piadosamente  cerrára- 
le  los  párpados,  pues  ellos  vol- 
vían á  entreabrirsí!  con  preci- 
sión mecánica.  Y  continuaban 
así,  espantables  al  través  de  su 
fijeza,  pero  ya  más  serenos,  amor- 
tiguados por  la  suave  claridad 
derramada  por  los  cuatro  cirios. 

Con  los  ojos  enrojecidos  y  los 
labios  secos,  la  madre  rezaba,  de 
rodillas. 

La  mañana  era  fría,  poblada 
de  nubes  grises.  Al  través  de  los 
vidrios  rotos  de  la  ventana,  un 
vientecillo  lijero  ajítaba  las  lla- 
mas de  los  cirios,  alargándolas, 
dilatando  su  aureola  entre  la  me- 
dia sombra. del  cuarto. 

Un  violento  ruido  de  carruaje, 
de  risas,  de  voces,  venía  desde  la 
calle.  Instintivamente  ella  miró 
por  los  postigos  abiertos  de  la 
ventana.  Lanzó  un  grito.  IMíró 
con  ojos  extraviados  el  ataúd,  y 
extendiendo  su  brazo,  como  sí  el 
pequeño  enfermo  aun  viviera, 
exclamó: 

—  Tu  padre! 

í^n  lujoso  carruaje,  había  visto 
ñamear  la  misma  barba  rubia  en 


—  241  — 


un  rostro  pálido  y  bello,  Erii  el 
diputado  católico  X.,  que  pasea- 
ba en  companía  de  algunas  da- 
mas del  gran  mundo  su  esplín 

.Tunio  13-1!)0S  (8  de  la  noche). 


aristocrático.  Arrancó  á  la  fusta 
un  violento  c/u's-cliás  !  y  perdióse 
á  lo  lejos,  entre  la  tupida  seda  de 
la  bruma  gris. 

Luis  Roherto  Boza. 


-ofl$:XC^Oo- 


Balada  á  los  Itnb^ciUs  y  los  Pillos 


Vedles  vivir  sus  vidas  deshaiiciadas, 
Sin  nn  rayo  de  luz  en  las  miradas, 

Sin  talento  ni  amor. 

(iiié  tristeza,  Señor  ! 

Ellos  se  creen  los  dueños  de  la  tierra, 
Miran  á  todos  como  en  son  de  g'uerra 
Con  burlas  y  furor. 

—  Qué  tristeza,  Señor! 

Viven  soñando  alguna  mercancía 
Sin  ensueños,  ni  esplín,  ni  poesía 
Ni  ritmo,  iH  color. 

—  (¿ué  tristeza,  Señor! 

Odian  el  noble  Arte.  ( Odiarlo  es  poco  ). 
Ser  artista  suponen  que  es  ser  loco 
O  crápula,  ó  traidor. 

—  tiué  tristeza.  Señor! 

Los  i)oetas  son  meros  iifentecatos 
Mas  vivir  entre  lienzos  y  zapatos 
Ks  cosa  superior. 

—  (iué  tristeza.  Señor! 

Deber  el  pan  es  robo  sin  comento  ; 

Y  ellos  prestan  á  más  del  diez  por  ciento 

líuiínos  Aires,  lí)0:-i. 


Para  Ai'Oi.o. 

...  Y  son  hombres  de  honor. 

—  (¿ué  tristeza,   Señor  ! 

Xo  respetan  la  pobre  abandonada, 

Y  rezan  á  una  estampa  mal  pintada 

Coa  tímido  fervor. 

—  Q,ué  tristeza.  Señor  ! 

Desprecian  al  pensante  caballero, 
Pero  lamen  la  espalda  de  un  banquero 
Y  el  pie  de  un  dictador. 

—  Qué   tristeza.  Señor  ! 

Y  así  viven  sus  vidas  deshauciadas 
Sin  un  rayo  de  luz  en  las  miradas, 

Sin  talento  ni  amor. 

—  Qué  tristeza.  Señor  ! 

Y  así  viven  sus  vidas  despreciables 
Comentando  cual  bestias  insaciables 

Este  ó  aquel  valor. 

—  Qué  tristeza.  Señor  ! 

Y  cuando  llega  al  fin  la  muerte  fiera 
No  saben  del  placer  de  la  quimera 

Ni  saben  del  dolor. 

—  (iué  tristeza.  Señor  ! 

Pablo  Miiw.lli  González. 


-o{l$C:^^^[>o- 


I=jPs.K.jPl    ISjPlBEL    \7E]SIH1GjPí.S 


Eneantadoira  amiga 


03^e,  perfumada  brisa: 
si,  taciturna,.,  indecisa, 
á  la  española  ribera 
baja  Isabel,  en  la  playa 
alza  tu  vuelo,  ligera, 
y  á  la  divina  viajera 
ruégale . . .  que  no  se  vaya ! 

Oye,  resonante  ola: 
si  en  la  ribera  española 
ves  á  Isabel  entornar 
los  ojos  tristes,  proteje 

Madrid,  Abril  de  1908. 


Para  Apolo. 


SU  navio  sobre  el  mar; 
y  si  la  puedes  hablar, 
ruégale . . .  que  no  se  aleje  \ 

Mas,  si  veis  su  faz  risueña^ 
si  con  Patria  y  Hogar  sueña, 
y  hunde  la  dulce  mirada 
en  el  remoto  confín . . . 
no  le  digáis  nada,  nada, 
y  llevadla . . .  que  es  sagrada 
flor  que  vuelve  á  su  jardín ! 

Julio  Flórez. 


242 


IE?.obe;rto    de;    las    Ca-rreiras 


243  — 


Bajo  la  Carola 


Para  Ai'olo. 

Cayó  como  caen  las  más  tuertes,  las  más  puras,  cuando  el 
destino  las  arrastra  todavía  jóvenes  y  vírgenes  hasta  el  fango  del 
vicio. 

Su  historia  era  la  historia  de  la  flor  que  se  arranca  de  su  tallo 
y  en  seguida  se  arroja  al  estercolero.  En  su  infamia  no  hubo  grada- 
ciones. Vino  la  ola  del  mal  y  la  envolvió  de  golpe:  y  cuando  la 
dejó,  era  un  resto,  un  despojo,  algo  que  no  es  nada. 

Fué  engaílada  por  la  dueña  de  casa,  la  Maestra  del  taller  vn 
que  ella,  Julia,  á  los  quince  anos,  había  ido  aprender  el  oñcio  de 
modista.  La  seflora  Maestra,  como  allá  la  llamaban,  una  bribona 
que  disimulaba  en  un  obrador  de  modas,  garlito  de  jóvenes,  su 
comercio  infamante,  la  solicitó  un  día  de  servir  de  maniquí  viviente 
para  un  ajuar  de  novia  que  preparaba  en  la  casa.  Y  allá,  en  el 
lujoso  tocador  con  grandes  espejos,  las  manos  hábiles  de  la  Maestra 
fueron  despojándola  de  toda  sus  ropas,  hasta  las  piezas  más  ínti- 
mas. Y  al  quitarle  su  modesta  camisa  de  hilo,  adornada  de  senci- 
llos festones  en  los  hombros  y  el  escote,  para  ponerle  una  riquísima 
de  seda  sutil,  transparente,  con  valiosas  incrustaciones  de  encajes, 
la  Maestra  tuvo  una  exclamación  de  asombro  por  el  hermoso 
modelado  de  su  cuerpo  y  se  apartó  un  poco  para  verle  mejor. 

Verdad  que  Julia,  desnuda,  despertaba  admiración.  Tenía  un 
cuerpo  de  una  escultura  perfecta,  exquisita,  sin  un  solo  defecto  en 
su  magnífica  blancura  de  carne  joven  y  tersa.  Las  líneas  se 
preveían  duras,  firmes;  pero,  en  el  conjunto,  sin  la  inmovilidad 
característica  de  las  estatuas,  sin  esa  muerte  del  mármol,  que 
sofoca  toda  emoción  que  no  sea  de  arte,  sino  rebosantes  de  expre- 
sión y  de  atracción  sensual.  Su  desnudez  era  la  desnudez  incitiva 
del  placer.  Esta  cualidad  vivida  de  sus  formas  se  acentuaba,  triun- 
falmente,  en  el  desarrollo  gallardo  de  los  senos,  la  amplitud  ele- 
gante de  las  caderas  y  el  torneado  esbelto  de  la  cintura.  El  deli 
neado  de  la  gracia  poderosa  partía  de  la  frente  y  se  deslizaba 
correcto  por  la  cara,  el  cuello  y  los  hombros,  difundíase  volup- 
tuoso por  el  busto  y  se  iba  á  perder  fugitivo  en  la  redondez  m()r- 
bida  de  los  muslos,  el  torneado  delicioso  de  las  pantorrillas  y  la 
artística  construcción  de  los  pies.  Había,  pues,  en  toda  esta  hermosa 
desnudez  de  mujer,  el  encanto  supremo  que  lleva  á  las  sutilezas 
fisiológicas  del  amor. 

Mientras  la  maestra  le  probaba  las  piezas  de  ropa  no  tuvo  la 
lengua  quieta  y  murmuró  á  su  oído,  con  frases  significativas,  todo 
un  rito  extraño,  desconocido  para  Julia,  del  que  sólo  comprendió 
que  las  muchachas  jóvenes  y  lindas  como  ella  gustaban  mucho  á 
los  hombres;  que  había  algunos  que  las  querían  para  casarse  y 
otros  que  las  pagaban  nada  más  y  que  por  eso  muchas  tenían  lujo^ 
joyas  y  hasta  coche.  Ya  vestida,  le  dio  la  gran  noticia  :  el  ajuar  era 
para  ella,  un  regalo  que  le  hacía  para  que  asistiera  á  un  banquete 
que  daría  en  la  casa  el  día  de  su  santo.  Julia  resistió  un  poco  y 


;--;-^1%rHW*i 


—  244  —         ■  ■  ■ 

luego  estuvo  conforme  con  todo.  ¿Por  qué  no?  A  los  quince  afios 
hay  en  el  alma  do  todas  las  jóvenes  un  hervor  de  mareo  que  des- 
equilibra y  que  voltea  á  las  mejores. 

El  día  de  la  fiesta  Julia  estaba  muy  linda  con  su  gran  vestido 
blanco,  que  la  dejaban  desnudos  los  brazos  y  los  hombros.  Como 
convidados  hubo  todas  las  muchachas  del  taller  y  algunos  hom- 
bres, parientes  y  amigos  de  la  Maestra,  según  le  dijo  á  Julia  su 
compañero  de  mesa,  un  joven  que  no  tenía  más  defecto  que  arri- 
marse mucho  á  ella.  Cuando  vino  el  champagne,  dulce  para  las 
mujeres,  fuerte  para  los  hombres,  hubo  aplausos  generales.  Julia, 
dominada  por  el  medio,  aplaudió  á  su  vez.  Su  pareja  la  hacía  ya 
el  amor,  en  voz  baja,  al  oído,  con  frases  ardientes  y  mareantes. 
Julia,  hasta  entonces  limpia  de  liombres,  sentía  de  golpe  la  fiebre 
del  amor  y  se  dejaba  llevar,  inconsciente,  hacia  esa  región  descono- 
cida para  ella,  cuyos  flores  del  hablar  la  atraían  y  cuyos  misterios 
la  asustaban. 

Gustó  del  líciuido  aristocrático  y  perverso  como  un  criminal  refi- 
nado y  á  la  segunda  coi)a  tenía  una  niebla  ante  los  ojos,  una  niebla 
poblada  de  visiones  extrañas,  á  través  de  la  cual  le  pareció  que  su 
vecino  de  sitio  la  abrazaba  y  besaba  y  que  las  demás  muchachas 
hacían  lo  mismo  con  los  otros.  Una  tercera  copa  la  abatió  como  un 
manotón  brutal  ciega  un  copo  de  espuma.  Y  se  fué  de  lado,  sobre 
su  3Iaestra,  que  la  rechazó  hacia  el  joven,  que  la  recibió  en  sus  bra- 
zos, besándola  en  la  boca,  en  los  ojos,  en  el  cuello.  No  opuso  resis- 
tencia. Quedó  sumida  en  una  de  esas  embriagueces  fatales  que  ani- 
quilan el  cuerpo  y  el  alma.  Así,  casi  rígida,  se  dejó  llevar  á  una  de 
las  piezas  interiores  y  poner  sobre  una  cama.  Sólo  ante  el  ataque 
postrero  á  su  pureza  el  dolor  físico  la  hizo  reaccionar  un  poco  y  su 
pudor  no  quiso  ser  vencido  en  la  batalla.  Y  cuando  se  aprestaba  al 
combate,  su  cuerpo,  excitado,  la  traicionó ;  la  sensación  viboreó  en 
sus  entrañas,  la  sumió  en  el  supremo  éxtasis;  y  entonces,  ella, 
como  todas,  palpitante,  suspiró  hondo,  cerró  los  ojos  y  se  abandonó. 
Después,  con  la  carne  rebelada,  enloquecida,  quiso  más  abrazos, 
más  caricias  y  más  besos. 

Luego  de  su  caída  lo  supo  todo:  la  vileza  de  la  Maestra  y  el 
comercio  de  sus  compañeras.  Y  fué  como  ellas,  aceptando  hombres 
y  pagas  como  las  demás.  Comprendía  su  estado,  pero  no  se  rebelaba 
hacia  el  bien,  considerándose  como  muerta  en  vida.  Todo:  su 
engaño,  su  desgracia,  la  Maestra,  sus  amigas,  sus  amigos;  todo  lo 
consideraba,  en  el  fondo,  un  montón  de  infamias,  oculto  bajo  la 
careta  de  ciudad  tranquila,  burguesa  y  honrada  de  la  capital,  patro- 
cinada por  los  santos,  austeramente  velada  por  sus  leyes,  la  ban- 
dera nacional  que  flamea  en  el  Parlamento  y  las  erguidas  torres  con 
cruces  de  la  vieja  Catedral. 

Ángel  C.  Miranda. 

Cuarto,  Junio  -'1  de  1W8. 


-odíCCC^&o- 


—  245  — 


«'  Elodia  Miranda,  admirativamente. 
Para  Ai'OLO. 

¡  Oh  varona !  Si  en  mis  horas  tribunicias  estuvieras 
dando  golpes  en  el  parche  de  mi  lírico  tambor; 
se  haría  carne  el  Rojo  Verbo  dejando  de  ser  quimeras 
las  magnas  anunciaciones  del  ácrata  soñador. 

Despertaran  del  letargo  en  que  yacen  las  hogueras 
cubiertas  por  las  cenizas  del  prejuicio  y  del  error ; 
y  el  huracán  de  los  odios  azotara  las  banderas 
que  están  sujetas  al  mástil  de  la  nave  del  temor. 

Y  los  parias,  los  que  sueñan  en  futuros  despertares 
de  luz  plenos,  los   que  forjan  mis  cantares 
y  se  yerguen  atrevidos  ante  tanta  iniquidad, 

al  ver  que  esgrimes  la  tea  de  las  reivindicaciones 
entonarán  las  acráticas  y  proféticas  canciones 
envolviéndote  en  el  rojo  peplum  de  la  libertad! 

Juan  B.  Medina. 


^dualidad  \nsU 


Para  Ai'O-LO. 

Tuvo   una   primavera   feliz ;   tuvo   un   pasado 
de    nobleza,   de   lujo,    de   fiesta   y   de    canciones; 
lamentan   los   cronistas   (1   que   le   hubiera  dado 
por   coleccionar   besos   y   matar   ilusiones. 

La   conocí   cuando   iba   de   pecado   en   pecado 

y  la  urgían  terribles   todas  las   tentaciones ; 

hoy  la  he   visto   y   da  lástima;   tiene   el   ceño  arrugado, 

por  la   frente  le  caen   unos    blancos  mechones . . . 

Me   atajó   el   paso   y  mientras   cantaba   un   pregonero, 
me   dijo   en   voz   muy  baja  y   con   penosa   prisa 
como   si   le  angustiara   pensar  en   la   demora : 

—  Ayúdeme   con   algo,   amigo    y  caballero ; 

estoy   en   el   empeño   de   pagar   una   misa 

pidiendo   que  un  milagro  me  haga  Nuestra   Señora. 

Alberto  Sánchez. 

Bogotá,  1908. 


246    - 


Hacia  «I  Nkvatia 


Píii-a  Pi'rez  ¡i  i'ur'is. 

Yo  no  sé  lo  que  pasa,  que  doquiera  que  miro 
sólo  encuentro  tristezas.   Una  pena  me  abrasa 
el  corazón,  y  siento  que  sollozo  y  suspiro ; 
yo  no  sé  lo  que  tengo,  yo  no  sé  lo  que  pasa. 

Me  preguntan  la  causa  de  mi  dolor  profundo, 
pero  á   dar  la  respuesta  mi  labio  se  resiste ; 
yo  ignoro  todo,  todo  lo  que  pasa  en  el  mundo, 
sólo  sé  que  he  nacido  para  vivir  muy  triste. 

Yo  jamás  he  tenido  en  mi  ruta  escabrosa 
el  aliento  oportuno  de  un  aplauso  sincero, 
el  sublime  consuelo  de  una  mano  piadosa 
que  mi  paso  encamine  por  el  mejor  sendero. 

Siempre  he  viajado  solo,  con  mi  paso  inseguro, 
en  pos  de  aquel  destino  que  me  marcó  la   suerte, 
queriendo,  pensativo,  penetrar  mi  Futuro, 
y  sí,   lo  he  penetrado :  mi  Futuro  es  la  muerte. 

¡  Qué  triste  es  mi  Futuro !  ¡Qué  triste  mi  Mañana ! 
atravesar  oscuro  de  la  vida  el  desierto ; 
y,  luego  que  se  rinda  mi  humilde  caravana, 
un  toque  de  campana  para  decir  que  he  muerto ! 


Ma>cuel  Rodríc.uiíz  Tovar. 


(luaviKiiiil. 


—  247 


Oel   Verano   Cxlinlo... 


lia  Yunta 


Para  Ai'or.o. 


Los  grandes  bueyes  tranqui- 
los, con  la  mansedumbre  habi- 
tual, acudieron  dócilmente,  á 
mesurados  pasos  tardos,  al  lla- 
mado anhelante  del  labrador. 

Lentamente  tendieron  los  grue- 
sos pescuezos  fuertes,  duros  en 
la  tensión  de  los  músculos  vigo- 
rosos, plenos  de  potencia  nervio- 
sa acumulada  en  el  descanso  to- 
niñcante  de  la  víspera,  acostum- 
brados al  brutal  trabajo  rudo,  en 
que  el  deslumbrador  arado  si- 
lencioso, en  su  lento  avance  pro- 
gresivo, con  serenidades  de  pro- 
ra que  hiende  mares  suavemen- 
te estremecidos,  arrojaba  A  sus 
ñancos,  la  gleba  húmeda,  con  el 
brillo  metálico  obscuro  del  acero 
dulce :  en  un  nuncio  de  fecun- 
didad y  de  vida  y  un  anuncia- 
dor de  veneros  nuevos  y  una 
promesa  alentadora  de  la  secreta 
fuerza  impulsiva  del  progreso 
evolucionando :  (ísperanza,  de 
blancas  sonrisas  luminosas,  que 
vuela  hacia  el  incitante  porve- 
nir lejano  ([ue  se  diseíía,  abier- 
tas las  remotas  manos  divinas 
en  actitud  de  dar ;  salutación 
amable  y  bendición,  en  la  tie- 
rra exuberante,  ávida  de  si- 
mientes para  nutrirlas  con  su 
plenitud  y  hacerlas  retofíar ;  va- 
ticinador incesante  de  nuevas 
fuentes  en  la  llanura  pródiga, 
con  virginidades  adorables  de 
cuerpos  jóvenes,  de  ardiente  san- 
gre generosa,  aun  no  maculados 
por  manos  profanadoras  .  .  . 

El  blanco  yugo  de  álamo,  se 
ajustó  á  las  caliezas  indolentes 
prestas  á  recibirlo  con  solicitud 
voluntaria,  y  las  coyundas  blan- 


das por  el  sobeo  frecuente,  ceñi- 
das con  proligidad  por  manos 
hábiles,  dieron  término  á  la  ta- 
rea preparatoria  al  ondular  del 
arado  sobre  la  tierra  henchida 
de  juventud  propiciatoria  á  la 
mano  nerviosa  del  sembrador. 

Momentos  más  tarde,  comenzó 
la  tarea  proficua. 

Los  bueyes  con  los  anchos  ho- 
cicos humeantes,  levantados  ha- 
cia el  frente,  tiraron  graves  del 
arado,  con  pasividad,  en  connu- 
bio armonioso,  sin  violencias  im- 
petuosas y  sin  nerviosidades; 
fuerzas  vivas  dóciles  según  la 
voluntad  dominadora  del  hom- 
bre y  que  unidas  abrían  el  surco 
bendito  que  cerraba  la  melga 
alargada:  la  tierra  sonaba  con 
dulzura  en  estremecimientos  de 
alegría  inusitada  á  la  reja  relu- 
ciente que  la  hendía,  —  como 
bendiciones  de  un  alma  buena 
á  proféticos  labios  reveladores: 
canto  férvido  de  la  tierra  al  cant(,> 
ardiente  de  la  reja  anunciadora ; 
los  hondos  surcos  recientes,  pa- 
ralelos en  toda  su  longitud,  al 
seguir  las  sinuosidades  ondulan- 
tes del  terreno,  simulaban  las 
olas  invasoras  del  mar  impulsa- 
do violentamente  por  vientos  re- 
cios hacía  encantadas  riberas  do 
oro,  donde  cantar  su  plenitud 
arrulladora ;  el  olor  peculiar  que 
brotaba  y  se  difundía  vacilando 
en  los  surcos  recién  abiertos,  s(í 
percibía  desde  lejos:  el  hombre 
que  dirigía  la  yunta  lenta,  azu- 
zándola á  veces  con  el  agudo 
chuzo  inexorable,  aspirando  con 
avidez  el  perfume  de  la  tierra 
nueva,  y  pensando  en  la  risueHa 


—  248 


cosecha  abundante,  biijo  el  cielo 
transparente,  serenamente  azul 
(le  la  mañana  luminosa,  parecía 
transformado,  en  una  fígura  he- 
roica de  epopeyas  magnas,  con 
una  lumen  desconocida  en  la 
trente  cobriza  y  en  los  visiona- 
rios ojos  maravillados,  y  su  alma 
ingenua,  sentía  la  grandiosidad 
de  la  obra  iniciada  y  un  placer 
estético  tan  intenso,  coiuo  el  que 
ilumina  al  dilecto  orfebre  de  la 
palabra  que  después  de  buscar 
ansioso  en  la  soledad,  amiga  de 
los  que  meditan,  una  piedra  pre- 
ciosa ignorada,  selecciona  la  ima- 
gen adecuada  que  ha  de  centellear 
en  prodigios  superiores,  en  el  en- 
garce inefiíble  del  estilo  único. 
Los  bueyes  se  detuvieron.  Ha- 
bía llegado  la  hora  esperada  del 
descanso  repai-ador  de  las  enor- 
mes energías  consumidas.  Una 
mano  compasiva  las  libertó  del 
yugo  mojada  en  sudor  viscoso. 
Partieron  corriendo,  haciendo 
resonar  las  grandes  pezuñas  obs- 


curas, partidas  en  dos,  como  cró- 
talos movidos  sordamente  con 
pereza  por  manos  cansadas ;  al- 
zaron las  valientes  cabezas  he- 
roicas, hechas  más  bien  para  agi- 
tarse, bravias  y  terribles,  en  las 
arenas  ensangrentadas  de  la  li- 
dia, en  un  salvaje  temblor  de 
rabia,  con  los  cuernos  torcidos 
hacia  adelante  en  forma  de  lira, 
buscando  frenéticos  el  pecho  hu- 
mano oculto  tras  las  pérfídas 
capas  de  púrpura  incitantes;  sa- 
cudieron las  melenas  del  cuello, 
retorcidas  y  crespas,  como  la  de 
un  león  cachorro,  recordando 
los  tiempos  no  olvidados  en  que 
jóvenes  vaquillonas  de  ancas 
ampulosas,  les  esperaban  solíci- 
tas vencidas  por  el  ardor  del 
celo  ;  y  se  perdieron  allá  tras  la 
hondonada  bordeada  de  talas, 
ruinlio  á  la  cañada  musical,  á 
grandes  saltos  joviales,  con  los 
ijares  fatigados,  describiendo  con 
la  pesada  cola  velluda,  extraños 
arabescos  . . . 

LiKo  Aranda  y  Correa. 


-c^íCCCÍ&o- 


Oel  Xxó^xQO 


ta  cttl|)a... 


Para  Apolo. 

Las  palmas  y  los  robles  del  boscaje 
balancean  sus  copas  en  la  altura 
y  el  río,  retorciéndose  en  la  hondura, 
pasa  entonando  su  cantar  salvaje. 

Los  matices  del  Trópico  al  paissiije 
engalanan  de  típica  hermosura 
y  á  los  ojos  se  muestra  la  Natura 
de  pensiles  envuelta  en  un  encaje. 

Pasa  el  jajfuar  y  se  hunde  entre  la  breña 
dando  visos  al  Sol  su  piel  sedeña 
(jue  peinan  los  heléchos  y  las  cañas. 

Ruge  el  viento  azotando  los  cedrales 
y  se  alza,  como  un  himno  de  timbales, 
la  gigrante  canción  de  las  montañas. 

LlSÍMACO    CHAVARRÍA. 


Para  Apolo. 

Hay  sombra  sepulcral;  se  oye  un  vagido; 
llega  al  torno  una  madre  silenciosa, 
y  entierra  al  hijo  en  esa  oscura  fosa, 
que  muestra  al  mundo  este  epitafio:  «Olvido!» 

Con  su  lengua  metálica  un  chasquido 
dá  el  reloj  de  la  iglesia  majestuosa, 
que  resuena  en  su  alma  tenebrosa, 
como  un  grito  de  muert*  nunca  oído: 

Pegada  al  muro  del  asilo  avanza 

por  la  noche,  pidiendo  á  Dios  clemencia, 

surge  y  muere  en  su  pecho  una  añoranza, 

debátese,  infeliz,  en  la  impotancia; 
lucha  y  gime  y  naufraga  su  esperanza, 
en  el  revuelto  mar  de  su  conciencia  ! 

.TOSIÉ   VlAÑA. 


Han  .José  de  Costa  Rica. 


Mayo  de  1908. 


249  — 


Breviario  ef^islolar 


Coprespondencia  de    "  Apolo  " 


Amateur  —  Ese  verso  es  de  la  poesía 
«  Au  bord  des  eaux  ...»  de  Fraiicis  Jam- 
mes.  Forma  parte  de  un  volumen  de  pro- 
sa y  verso  que  bajo  el  título  de  «  Pomme 
d'Anis»  publicó  en  1904  la  « Société  du 
Mercure  de  France».  De  Santiago  Argue- 
llo me  agrada  todo:  prosa  y  verso.  Re- 
cientemente he  leído  algunos  fragmentos 
de  su  libro  inédito :  «  El  poema  de  la  lo- 
cura ». 

Alberto  Sánchez,  {  Boyóla) —  lie  con- 
testaré extensamente  por  carta.  El  libro 
«Proteo»  de  José  Enrique  Rodó  aparece- 
rá en  breve. 

Isaac  Muñoz  (Madrid)  —  Gracias  por  el 
envÍ3  de  «  Morena  y  Trágica».  En  el  nú- 
mero 19  me  ocuparé  extensamente  de  ella. 
Hoy,  sólo  acuso  recibo. 

Felipe  Trigo  (Madrid)  —  En  el  próxi- 
mo número  irán  mis  palabras  de  «  Por 
jardines  ajenos»  sobre  «La  Bruta».  No 
las  he  publicado  en  éste  por  falta  de  es- 
pacio. Agradezco  el  envío  y  espero  todas 
sus  obras  para  la  Biblioteca  Apolo. 

Serafín  —  Lea  usted,  la  «  Oda  á  la  Be- 
lleza »  y  «  El  libro  blanco  »  de  María  Eu- 
genia Vaz  Ferreira  y  Delmira  Agustini, 
respectivamente.  Aquélla  no  ha  coleccio- 
nado aún  sus  poesías. 

Flor  de  luz  —  Es  incorrecta  pero  bellí- 
sima. Su  autor  no  parece  un  iniciado  ; 
piensa  bien  y  siente  mejor  aún.  Llegará, 
no  lo  dude. 

Tulipán  —  Nada  trae  el  número  (!  de 
«Revista  Latina»,  que  se  relacione  con  el 
concurso.  No  he  leído  aún  « El  patio  de 
los  arrayanes»    de  Francisco  Villaespesa. 

Leonardo  —  Gainsboroug  fué  un  gran 
paisajista  y  pintor  de  retratos  que  floreció 
en  el  siglo  XVII.  Era  contemporáneo  de 
Reynolds  y  de  Wilson,  también  ingleses. 
Su  obra  maestra  es  «El  niño  azul  ».  De  los 
cuadros  de  mujeres  prefiero  la  «Musidora» 
de  una  voluptuosidad  pagana  que  subyuga. 
Lea  usted  el  libro  de  Salomón  Reiuach, 
titulado:  «Apolo». 

Luciano  Soto  —  ¿  Amplexo  '?  Abrazo. 
Adriano  M.  Aguiar  ha  empleado  ese  voca- 
blo, hace  ya  tiempo,  en  su  bellísima  poesía 
«  El  vampiro  ».  Otros  lo  usaron  después. 

Un  profano  —A  Leonardo  de  Vinci. 

Aficionado  —  La  prosa  de  Picón  Olaondo 
es  inimitable.  Pronto  lo  conocerá  usted 
como  dramaturgo,  pues  Apolo  publicará, 
íntegro,  un  drama  suyo  en  un  acto.  En 
cuanto  á  la  poesía  revolucionaria:  «Insu- 
rrexit »,  del  poeta  Carlos  al  Campo. 

LoBRAc  — «Vórtice»,  de  Emilio  Boba- 
dilla  y  «  Poesías»,  de  Miguel  de  Unamuno. 
El  uno  es  digno  del  otro. 

Guillermo  Lavado  Isava.  —  La  Victoria. 
—  (Venezuela).  —  Se  publicarán  próxima- 
mente. 

Miguel    Luis    Rocuant.  —  (Santiago    de 


Chile).  —  «Playeras»  es  una  poesía  her- 
mosísima. ¿  Quiere  enviarme  el  apellido 
del  autor?  ¿  Y  lo  suyo? 

Neófito.  —  Emilio  Frugoni  es  un  poeta 
personal.  Por  eso  y  por  otras  causas  no 
puede  existir  paralelo  entre  su  libro  « El 
eterno  cantar»  y  el  otro  que  usted  nombra. 

Apolíneo.  —  José  Enrique  Rodó  no  tiene 
discípulos  en  el  Uruguay;  aquellos  que 
quisieron  imitarlo  fracasaron  ruidosamente. 

Un  cazador  de  plagios.  —  Aplaudo,  en 
este  caso  en  que  se  acusa  á  uno  de  los  que 
fueron  nuestros  más  encarnizados  críticos 
al  joven  autor  de  «Las  Leyendas  del  Al- 
ma »,  pero  más  lo  aplaudiría  si  él  no  pecara 
á  las  veces,  y  aunque  de  un  modo  atenuado, 
del  mismo  defecto  que  Víctor  Pérez  Petit, 
á  quien  acusa  con  sobrada  razón.  Ante  las 
poesías  de  ambos  contrincantes  la  musa  de 
Lugones  llora.  Yo  prefiero  las  de  César  Mi- 
randa. Víctor  Pérez  Petit  es  el  menos  auto- 
rizado para  juzgar  una  obra  literaria.  Lo 
afirmo  y  lo  demuestro  yo  en  mi  libro  «  Por 
jardines  ajenos»,  actualmente  en  prensa. 
El  suelto  de  «Revista  Latina»  á  que  usted 
se  refiere,  favorece  á  su  ahijado.  Pero  no 
olvide  que  dicen  de  él,  que :  «  no  da  una 
nota  Mueva,  no  es  un  original,  podrían  til- 
darse sus  sensaciones  de  sobrado  librescas». 
Respecto  á  la  conferencia,  no  me  resulta. 
Desconoce  absolutamente  el  movimiento 
literario  americano  y  la  modalidad  de  cada 
escritor. 

Margarita.— Ya  lo  creo.  Florencio  Sán- 
chez ha  obrado  con  prudencia. 

A.  BÓRQUKZ  Solar.  —  (Santiago  de  Chile  ). 
—  Su  poesía  «Angustias»  es  muy  extemsa 
para  insertarla  en  esta  revista.  Respecto  á 
lo  que  me  dice  en  su  carta  debo  manifes- 
tarle que  Apolo  no  tiene  en  Chile  colabo- 
radores de  ese  jaez.  El  poeta  Miguel  Luis 
Rocuant  y  el  prosador  Luis  Roberto  Boza, 
que  colaboran  á  menudo  en  Apolo  me  me- 
recen la  mayor  estima  por  su  reconocido 
talento. .  Por  eso  me  felicito  de  que  usted 
no  conozca  Apolo.  Se  lo  enviaré.  El  redac- 
tor en  Chile  es  el  señor  Miguel  Luis  Ro- 
cuant. 

Curioso.  —  «  Gérmenes  »  de  Enrique  Cro- 
sa.  Hace  pendant  con  las  insulsas  poesías 
de  Miguel  de  Unamuno. 

Poetisa.  —  Samain  y  Jules  Laforgue. 

Manuel  Rodríguez  Tovar.  —  (  Gitaya- 
quilj.  —  Se  publicarán  en  el  próximo  nú- 
mero. Envíeme  su  libro. 

Luis  Roberto  Boza.  —  (  Santiago  de  Chi- 
le).—Recihi  el  ejemplar  de  La  Prema. 
Agradézcole  el  artículo  que  publicaré  en 
ol  número  de  Agosto. 

Medina  Chirinos.  —  Maracaiho.  —  (  Vene- 
zuela).—  En  breve  me  ocuparé  de  la  im- 
portante labor  de  ustedes  en  las  columnas 
de  «  Élitros  ». 

Pérez  y  Curis. 


—  250  — 
B I B  L I O  G  K.  jPl  F I C  jPs.  S 

Iiibfos   y  folletos  peeibidos 

Vórtice  de  amor,  por  Felipe  Sassone  —  Librería  Pueyo  — 
Madrid.  —  En  la  portada  de  este  libro  bello,  su  autor  debía  haber 
escrito  aquellas  palabras  que  ya  hizo  suyas  Gómez  Carrillo  y  que 
dicen :  «Pero  si  no  eres  artista,  no  entres.  Es  un  jardín  sellado  para 
el  que  no  tiene  la  fortuna  de  vivir  en  Belleza  . . .  No  entres,  te  digo^ 
si  no  eres  artista  ...» 

Felipe  Sassone  se  conforma  con  decir  que  su  obra  fué  escrita 
con  el  corazón,  y  con  el  corazón  debe  leerse.  Así  es,  en  efecto.  Sólo 
las  almas  apasionadas,  las  pobres  almas  enfermas  de  tristeza,  y  que 
hayan  amado  mucho,  podrán  comprenderla.  Todo  en  esta  obra  es 
sincero.  Mimosa,  la  protagonista,  con  todas  sus  incoherencias,  con 
todos  sus  desdenes  primero,  su  amor  ardiente  después,  y,  por 
último,  con  su  frialdad  hacia  el  amante  que  la  adora,  es  muy 
natural.  Entre  ella  y  Mario  Renzi  todo  debía  suceder  así  porque 
j\Iimosa  sólo  ama  á  Mario.  En  ella  la  carne  está  muda ;  el  amante 
sólo  le  inspira  carino.  Mario,  en  cambio,  la  ama  y  la  quiere;  su 
amor  es  apasionado  y  ardiente,  y  por  esa  desigualdad  de  quereres, 
las  disputas  entre  los  amantes  son  casi  diarias.  Ella  es  casada.  El 
marido,  hombre  rico,  es  un  verdadero  bonhomme,  que  se  erige  en 
protector  de  Mario  que  es  rico  sólo  en  ideas  é  ilusiones,  y  éste,  en 
su  delicadeza  innata,  en  su  alma  de  artista,  sufre  al  tener  que  estre- 
char la  mano  de  aquel  que  vilipendia.  El  marido  se  lleva  á  Mimosa. 
¡  Cómo  describir  todas  las  hermosuras  del  bello  poema  que  escribe 
el  amante  mientras  se  encuentra  solo,  solo,  lejos  de  la  Bien-Amada! 
¡Cómo  no  sentir  con  él  toda  la  tristeza  que  emana  de  la  bella 
estrofa  que  repite  al  oir  un  pregón  callejero  que  en  tiempos  felices 
lo  despertara  en  brazos  de  la  Inolvidable!  ¡Cómo  no  sollozar  con 
él  esta  estrofa: 

Tengo  frío,  tengo  frío ! 
Mas  murieron  tus  promesas  con  la  muerte  de  las  flores 
Y  estoy  triste  en  mi  ventana  al  mirar  con  amargura 
La  caída  de  la  nieve  que  recuerda  tus  amores 
Porque  tiene  tus  frialdades  y  tu  pálida  blancura. 

Al  fin  de  la  obra,  Mario  descubre  el  paradero  de  Mimosa  en  el 
Perú,  su  patria,  y  marcha  allá  seguro  de  reconquistarla.  Pero  en 
vano !  Ella  tiene  ahora  un  hijo  y  todo  el  cariño  de  su  corazón  es 
para  el  pequeíluelo.  Mario,  en  su  desesperación,  reniega  de  sus 
escrúpulos  pasados  porque  como  dice  y  con  razón:  «  si  el  marido 
era  mi  amigo  ella  era  mi  amada  y  el  amor,  el  verdadero  amor, 
obsesión,  idea  fija,  debió  vencerlo  todo.» 

«  Vórtice  de  amor»,  como  el  libro  anterior  de  Sassone,  está 
escrito  en  estilo  exuberante. 

Catálogo  de  obras  modernas.  —  Librería  de  Pueyo.  — 
Madrid.  -  Gregorio  Pueyo,  el  inteligente  y  progresista  librero  editor 
que  está  de  moda  en  Madrid,  nos  ha  obsequiado  con  algunos  ejem- 
plares de  su  último  catálogo  que  es_,    sin  duda  alguna,   el  mejor  y 


—  251  — 

más  completo  de  los  que  han  publicado  hasta  ahora  las  casas  edito- 
riales de  España.  Catálogo  de  obras  modernas  viene  precedido 
de  unas  palabras  á  manera  de  prólogo,  que  son  un  eetudio  en 
síntesis  del  movimiento  literario  hispanoamericano.  La  casa  Pueyo 
ha  editado  en  estos  últimos  años  obras  de  Eubén  Darío,  Amado 
Ñervo,  Chocano,  Felipe  Trigo,  Sassone,  Gómez  Jaime,  Machado, 
Villaespesa,  Diez  -  Cañedo,  Isaac  Muñoz  y  de  otros  escritores  que 
representan  lo  más  alto  de  la  intelectualidad  moderna  hispanoame- 
ricana. Loamos  el  esfuerzo  hecho  para  la  confección  de  un  catálogo 
como  ese  y  agradecemos  al  editor,  señor  Pueyo,  el  recuerdo  que  ha 
tenido  para  nosotros  incluyendo  en  él  las  obras  de  nuestro  Director. 

Cuentos  Plácidos,  por  Ramiro  Blanco. — Librería  Ollen- 
DORF.  —  París.  —  Este  distinguido  colaborador  de  Apolo  acaba  de 
enviarnos  su  último  libro  publicado  por  la  importante  casa  Ollen- 
dorf,  de  París,  Constituye  «  Cuentos  Plácidos  »  una  serie  de  cuen- 
tos originales  y  amenos  escrito  ccn  admirable  estilo  y  una  gracia 
que  seduce.  El  libro  de  Ramiro  Blanco  es  un  libro  de  observaciones 
de  la  vida,  en  que  se  nota  con  placer  esa  gracia  característica  que 
tanto  renombre  ha  dado  á  su  autor  en  los  países  de  habla  castellana. 

Cosas  del  Mundo,  por  Alejandro  Süx. — Mendoza.— 
{RepübUca  Argentina).  — El  Director  de  «Germen»  nos  han  enviado 
desde  Mendoza  este  libro  escrito  con  motivo  de  su  prisión  en  aque- 
lla ciudad  andina.  En  «  Cosas  del  Mundo  »  campea  la  frase  hiriente 
pero  noble.  Ese  liljro  es  la  mejor  defensa  que  podría  hacer  de  su 
nombre  Alejandro  Siix.  Nuestras  felicitaciones,  y  con  ellas,  nuestro 
agradecimiento  por  el  obsequio. 

fluevo  eanje 

Némesis,  Palabras  Políticas  de  Vargas  Vila.  —  Hemos 
recibido  los  números  correspondientes  á  Abril  y  Mayo  de  esta  for- 
midable revista  de  Vargas  Vila,  que  ha  vuelto  á  aparecer  en  París 
y  que  contiene  artículos  de  palpitante  actualidad  política.  «Néme- 
sis» es  un  heraldo  de  la  Libertad,  que  resurge  para  denunciar  al 
mundo,  castigándola  con  tesón,  la  abyecta  tiranía  que  en  los  pue- 
blos de  América  ejercen  las  máscaras  de  la  Democracia. 


—  252  — 


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Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Redactor:  P.  LÓPEZ  CAMPAÑA  —  Secretario  de  Redacción:  O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 
ANO  II)  — N.o  18.  Montevideo  —  Buenos  Aires  —  Santiago  de  Chile,  Agosto  de  1908. 


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No  conocía  al  ilustre  Maestro  de  «  Alma  en  los  labios  »  sino  por 
algunos  fragmentos  de  sus  obras  leídos  hace  ya  tiempo  y  por  las 
encontradas  opiniones -de- la  prensa  española.-  Sin  embargo;  su  noble 
personalidad  de  pensador  -y  de  psicólogo  que  escruta  con  devoto 
recogimiento  el  fondo  del  alma  humana  y  resuelve  trascendentales 
problemas  psíquicos  de  una  manera  concreta  y  fácil,  asequible  á 
todos  los  cerebros,  me  atraía  poderosamente.  Luego  leí  «  El  amor 
en'la  vida  y  en  los  libros  »  obra  esta,  de  una  absoluta  sinceridad  y 
de  un  odio  puro  á  nuestros  rancios  convencionalismos,  y  su  íntegra 
individualidad  acabó  por  cautivarme.  Por  cautivarme,  sí,  porque  en 
Felipe  Trigo  la  franqueza  habitual  del  escritor  que  crea  todo  un 
poema  de  vida  y  suscita  muchísimas  reflexiones  á  los  seres  pensan- 
tes, conquistadores  del  más  allá,  responde  de  un  modo  asaz  evi- 
dente á  la  idiosincrasia  del  hombre  libre,  del  hombre  nuevo,  siem- 
pre harano  á  todas  las  formas  del  eufemismo. 

¿  Nó  habéis  observado  en  «  El  amor  en  la  vida  y  en  los  libros  » 
que  la  sinceridad  literaria  se  manifiesta  abiertamente  y  sin  esfuerzo 
alguno? 

A  esas  manifestaciones  del  escritor  corresponden  los  actos  del 
hombre.  Rara  excepción  en  esta  época  de  hipocresía  y  de  indignas 
claudicaciones  en  que  se  transige  con  todo  para  labrarse  un  bien- 
estar. Hoy,  hasta  la  virtud  se  inmola  por  un  mendrugo  de  pan. 

El  arte  y  el  artista  deben  de  ser  ambos  sinceros.  No  basta  que 
la  pluma  de  un  escritor  sea  sincera  conquistándose  la  admiración 
de  unos  y  el  odio  de  los  otros.  Es  necesario  también  que  él  lo  sea 
personalmente  para  arrostrar  con  firmeza  la  cólera  que  aquella 
pluma  provoque. 

Hoy,  de  esos  ejemplos,  existe  un  número  limitado. 

El  hombre-cosa  es  la  negación  absoluta  del  hombre  intelectual 
que  va  consigo.  ¡  Qué  contraste  más  estéril !  Él  intelecto^  sólo  el 
intelecto,  rinde  culto  á  la  verdad,  y  es,  por  lo  tanto,  superior 
al  individuo  que  discurriendo  entre  gentes  sería  incapaz  dé  expre- 
sar en  alta  voz  lo  que  escribiera  su  pluína  un  momento  antes 
en  el  silencio  del  gabinete. 

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—  258  — 

Será,  pero  asimismo,  yo  no  lo  acepto  porque  amo  la  integridad 
del  espíritu. 

¿  Qué  importa  que  una  pluma  se  presente  rodeada  de  altas  vir- 
tudes ;  preconizando  la  lucha  hasta  el  sacrificio  por  ideales  de  ver- 
dad ;  pronta  ella  misma  al  sacrificio  aparente ;  si  el  hombre  que  la 
esgrime,  en  contradicción  su  espíritu  con  ella,  no  sabe,  no  puede, 
ó  no  quiere  reconocer  la  virtuosidad  de  esa  pluma  ? 

Lo  mejor  es  ser  sincero.  Presentarse  débilmente  si  se  es  débil, 
y  si  se  es  fuerte,  gallardamente,  abierto  á  todos  los  campos  el  car- 
caj espiritual. 

Porque  de  otro  modo  el  intelecto  es  una  máscara  ridicula:  feliz 
si  desempeDa  bien  su  rol  y  desgraciada  si  lo  ejecuta  mal,  pero 
siempre  ridicula. 

Estas  palabras,  que  no  son  sino  la  síntesis  del  grande  y  hondo 
concepto  que  me  he  formado  de  Felipe  Trigo  como  creador  inmune 
y  sincero,  las  dejo  aquí  para  admiración  de  algunos  y  para  odio  de 
muchos. 


Y  hablaré  de  «La  Bruta >.  No  haré  un  juicio  analítico  como 
esos  disecadores  de  la  literatura  que  se  llaman :  críticos.  Yo  no 
creo  en  la  crítica,  y  por  eso,  no  puede  ejercerla.  Diré  de  esa  genial 
novela  la  grandeza  de  sus  pensamientos  y  sus  etapas  grandilocuen  - 
tes. 

El  libro  de  Trigo  es  todo  él  un  poema  psicológico  de  gran 
fondo,  en  que  las  humanas  pasiones  se  desarrollan  sin  incidencias 
infieles ;  antes  bien,  con  todos  sus  violentos  instintos  trágicos  y 
todo  ese  torbellino  de  deseos  impulsivos  é  imperiosos  al  que  inevi- 
tablemente queda  supeditada  la  barca  de  la  humanidad  en  el  mar 
voluble  de  la  vida. 

Áurea— la  heroína  de  ese  libro, — honesta,  inteligente  y  sensible ; 
dotada  de  altas  facultades  intelectuales  y  de  un  delicado  y  exquisito 
temperamento,  niega  su  mano  —  á  pesar  de  los  consejos  maternos — 
á  Fernando  Elio,  acaudalado  industrial  que  ha  tiempo  la  requiere 
de  amores,  para  unirse  en  matrimonio  con  Alvaro  Bretón,  un  gran 
viveur  con  ribetes  de  poeta,  de  quien  se  ha  enamorado  repentina- 
mente y  de  cuyos  versos  ha  sufrido  el  vértigo.  La  bestialidad  de 
este  hombre  bajo  y  mezquino  que  lleva  en  si  cuanto  de  vil  y  con- 
cupiscente pueda  atribuirse  al  más  abyecto  de  los  humanos  empuja 
á  la  mujer  que  enamorara  con  su  aparente  bondad  exterior  y  su 
mentido  tesoro  de  idealidad  al  adulterio  primero  y  al  antro  de  la 
prostitución  después. 

Apenas  desposados  ambos  emprenden  el  consabido  viaje  de 
bodas,  y  Alvaro,  que  durante  el  primer  trayecto  en  tren  no  ha 
sabido,  por  torpeza  ó  timidez,  desnudar  á  su  joven  esposa,  resuelve 
bajarse  en  una  estación  en  que  el  tren  se  detiene  un  momento.  Baja 
con  su  compañera,  entran  ambos  en  un  restaurant,  y  allí,  él  bebe 
—  invitándola  á  ella  que  no  acepta  —  bebe  hasta  saciarse  con  el 
objeto  de  fortalecerse  para  iniciar  á  la  esposa,  todavía  virgen,  en 
los  secretos  del  rito  conyugal. 

Cuando  vuelven  al  vagón  él  trata  de  desnudarla  bruscamente  y 


—  259  — 

la  arroja  sobre  la  cama  con  ansias  de  poseerla.  La  toca  apenas  y  se 
queda  dormido  sobre  ella,  por  los  efectos  del  vino. 

Esta  escena  emocionante  que  Trigo  nos  describe  con  tanta  saga- 
cidad es  el  preludio  de  la  concupiscencia  del  hombre  que  despierta 
á  la  lujuria,  feroz  como  una  bestia,  y  es  también  el  funesto  presa- 
gio de  la  caída  de  la  mujer. 

Porque  Áurea  había  soñado  al  poeta  idealista  y  soñador,  emo- 
tivo y  delicado  como  ella,  y  esta  escena  que  ocurre  en  el  primer  día 
del  matrimonio  la  produce  una  impresión  dolorosa  y  la  inspira 
repulsión. 

El  vaho  del  vino,  y  el  gesto  y  la  turpitud  de  su  esposo  que  al 
querer  iniciarla,  eructa  y  queda  luego  dormido  sobre  su  cuerpo,  en 
contraste  horrible  con  su  sueño  de  mujer  honrada  y  libre  que 
rechazara  á  un  millonario  con  quien  se  pretendía  hacerla  casar  á 
todo  trance,  para  ligar  su  suerte  á  la  del  hombre  que  había  sabido 
apasionarla,  la  predisponen  al  dolor  y  la  llevan  entonces  á  la  insen- 
sibilidad. 

¡  Cuánta  verdad  en  esta  humana  escena ! 

Un  gesto,  sólo  un  gesto  del  hombre  puede  causar  insensibilidad 
á  la  mujer  con  quien  cohabita.  Y  en  estos  casos  de  iniciación  sexual, 
¡  son  tantos  los  factores  que  intervienen!  La  sola  emoción  primera 
podría  insensibilizarla,  aunque  fuese  transitoriamente. 

En  este  caso  de  «  La  Bruta  »  la  insensibilidad  de  la  mujer  es 
parcial,  no  es  absoluta.  De  ahí  que  Áurea,  después  de  soportar  las 
humillaciones  de  Alvaro,  humillaciones  crueles  como  aquella  de 
arrebatársele  los  muebles  y  las  alhajas  para  producir  dinero  que 
aquel  necesita  para  saciar  sus  deseos  voluptuosos  con  mujeres  -de 
todo  linaje,  busque  en  Luis  Vega,  camarada  de  su  esposo,  el  desa- 
hogo de  la  pasión  que  éste  despertara  en  ella  cuando  ambos  se  cono- 
cieron. 

Todo  el  libro  de  Trigo  es  así :  profundo  y  esencial.  Nada  de 
frases  superfinas  en  esas  páginas  de  dolor  en  que  palpitan  pedazos 
de  vida — envuelto  en  harapos — como  un  símbolo  de  las  miserias  y 
degradaciones  humanas. 

Las  emociones  sensuales  y  los  bajos  sentimientos  del  hombre 
vicioso  que  trafica  con  el  talento  de  su  mujer  atribuN^éndolo  á  sí 
mismo,  y  que  si  le  fuera  dado  traficaría  hasta  con  su  cuerpo  para 
procurarse  toda  suerte  de  complacencias  materiales,  son  expresa- 
dos por  Felipe  Trigo  con  esa  delicadeza  de  verdadero  artista  que  le 
es  peculiar  y  que  ha  hecho  reconocer  su  supremacía  entre  los  culti- 
vadores de  la  novela  erótica  contemporánea. 

Los  personajes  de  ese  libro,  bien  delineados  en  sus  rasgos  fun- 
damentales y  exentos  de  ripiosas  hipérboles,  parecen  hechos  por  un 
artista  genial  que  diseñara  en  un  relámpago  una  cabeza  de  estudio 
de  fácil  compenetración  hasta  para  los  espíritus  menos  educados  y 
expertos,  tal  es  el  acierto  con  que  están  trazados,  física  y  moral- 
mente. 

El  análisis  psíquico  de  esos  personajes  de  distinto  jaez  que  apa- 
recen y  reaparecen  en  las  diferentes  etapas  del  libro  sin  ninguna 
contradicción  con  su  modalidad  íntima,  demuestra  perfectamente  la 
magnitud  del  talento  psicológico  de  Felipe  Trigo. 


—  260  - 

Alvaro  es  la  encarnación  del  libertino  impudente  que  nada  sabe 
de  los  ocultos  tesoros  del  alma.  La  vida  es  para  él  una  fuente  inago- 
table de  voluptuosidad  y  de  locura.  Nada  conmueve  su  corazón, 
nada ;  ni  los  nobles  sentimientos  de  su  compañera  de  bohemia  que 
allá  en  su  humilde  boharda,  sola,  y  abandonada  á  su  8uerte>  trabaja 
día  y  noche  para  el  sostén  del  hogar,  en  tanto  él,  atraído  por  la 
sirena  del  vicio,  solicita  dinero  de  sus  amigos  y  reduce  á  oro  el 
mobiliario  de  su  casa  acelerando  así  la  caída  de  su  excomulgada 
esposa.  En  él  no  hay  ningún  gesto  simpático.  Es  audaz  ájas  veces 
pero  siempre  superficial,  hasta  el  último  trance  de  su  vida.  Provoca 
un  lance  con  la  intención  veleidosa  de  llegar  á  la  celebridad  y  en  él 
muere.  Muere  sobre  el  campo  este  personaje  hecho  para  morir  en 
un  prolongado  espasmo  sobre  el  cuerpo  insensible  de  una  meretriz. 

Áurea  es,  por  el  contrario,  la  encarnación  de  la  mujer  ideal,  de 
la  mujer  superior  que  sabe  sobreponerse  á  toda  clase  de  vicisitudes 
permaneciendo  indemne.  Pero,  mujer  joven  al  ñn,  no  puede  sus- 
traerse á  los  afectos  del  hombre  y  se  entrega  á  un  ser  sensitivo  como 
ella,  semejante  al  que  soñara  su  magín,  á  un  ser  todo  amor  é  ideali- 
dad que  explora  su  corazón  y  descubre  en  él  un  manantial  de  ter- 
nuras adormidas.  Muere  aquél  pero  ese  amor  da  su  fruto :  una  hija. 
Alvaro  muere  después.  Áurea,  acosada  por  la  miseria  que  sobre- 
viene á  su  soledad,  es  impotente  para  dar  el  sustento  á  su  hija,  y 
hela  entonces  en  el  antro  de  la  prostitución.  Su  sacrificio  que  no  es 
estéril  tiene  una  lógica  humana. 

Nada  hay  más  digno  de  observación,  nada  más  emocionante 
que  un  proceso  psicológico  estudiado  sutil  y  humanamente  por  uno 
de  esos  zapadores  de  las  almas. 

La  divergencia  de  los  sentimientos  de  un  ser  rebosante  de  pureza, 
que  no  quiere  envilecerse  prostituyendo  su  alma,  y  los  de  otro, 
lleno  de  lacras  morales,  que  tiene  un  concepto  erróneo  de  la  vida, 
establece  la  lucha  entre  ambos.  Lucha  desigual  y  enorme  en  que  es 
destruida  siempre  la  lógica  sentimental. 

Felipe  Trigo  ha  hecho  una  grande  obra  tratando  con  libertad  y 
cultura  un  tema  así,  de  pasiones  é  ideas  opuestas  que  van  despeda- 
zándose poco  á  poco  sin  que  haya  una  barrera  que  las  detenga  y 
apacigüe. 

Este  momento  psicológico  de  gran  trascendencia  en  las  novelas : 
la  caída  de  la  mujer,  tan  maravillosamente  pintado  por  Zola  y  Flau- 
bert:  los  más  geniales  noveladores  del  siglo  pasado,  está  descrito 
en  «  La  Bruta  »  cuu  tanta  minuciosidad  que  el  espíritu,  subyugado, 
se  sobrecoge  de  emoción.  Y  esa  riqueza  de  detalles,  el  novelista  espa- 
ñol nos  la  ofrece  en  bellas  frases  de  un  estilo  nuevo  y  vigoroso,  estilo 
personalísimo  de  creador,  que  no  tiene  similitud  con  el  de  los  otros 
escritores  castellanos  apegados  á  la  vieja  fórmula  que  la  Academia 
les  impone. 

Yo  sé  que  esa  libertad  de  estilo  puesta  de  relieve  en  un  medio 
ambiente  sobrio  hasta  la  rutina,  exaspera  á  los  puritanos  del  len- 
guaje, impotentes  para  crear  algo  nuevo  ó  para  señalar  evolutivas 
orientaciones,  con  la  pueril  y  yá  clásica  excusa  de  su  amor  sin  lími- 
tes á  los  preceptos  gramaticales. 

Por  eso  aplaudo  al  novelista  español. 


—  261  — 


¿  Que  el  giro  de  sus  frases  es  exótico  ? 

Pues  ahí  está  la  personalidad  del  escritor,  la  característica  de 
su  estilo  que  sobrepuja  á  los  modelos  uniformes  de  la  Academia  é 
implica  un  gran  esfuerzo  de  innovación. 

La  originalidad  de  un  escritor  no  radica  sólo  en  sus  modos  de 
expresión  sino  también  en  el  desarrollo  de  ideas  nuevas  que  indu- 
cen á  largas  meditaciones. 

Pero  una  idea  nueva  necesita,  para  expresarse  mejor,  un  nuevo 
estilo  que  completa  una  personalidad  y  la  consagra  ante  los  ojos 
extáticos  de  los  académicos  que  ignoran  en  su  embriaguez  de 
purismo  que  toda  innovación  es  digna  del  más  generoso  aplauso. 

PÉREZ  Y  ClJRIS. 


—  262  — 

Baik  d^  tnáseatas 


A    Manuel  ügarte. 

Festejando  la  llegada  del  Dios  Momo,  que  provoca 
La  sonora  carcajada  del  alegre  Carnaval, 
Se  celebra  un  regio  baile  de  magnificencia  loca. 
En  los  clásicos  salones  de  un  castillo  medioeval. 

Por  el  lujo  de  las  sedas  de  sus  nobles  cortinajes, 
Los  asiáticos  jarrones  enflorados  de  arrayán ; 
Por  la  pompa  de  la  fiesta,  se  recuerdan  los  pasajes 
De  la  edad  maravillosa  del  antiguo  Buckingham. 

Los  magníficos  espejos  y  los  mármoles  fascinan; 
Las  alfombras  tienen  signos  de  un  oráculo  oriental; 

Y  las  lámparas  de  bronce  resplandecen  é  iluminan 
Como  luces  de  bengala  de  algún  fuego  artificial. 

Son  las  doce.   Suena  el  piano  con  acentos  cristalinos 
La  exquisita  sinfonía  de  su  gama  musical, 

Y  los  zíngaros  violines  riman  como  alejandrinos, 

Y  las  flautas  fingen  choques  de  copitas  de  cristal. 

Dicen  dulces  serenatas  los  graciosos   bandolines; 
Una  queja  extraña  llora  la  voz  ronca  del  fagot, 

Y  los  locos  cascabeles  con  alegres  retintines 

Van  llevando  los  compases  de  la  danza  del  pierrot. 

A  las  veces  va  ///  crescendo  la   sonora   melodía, 
Luego  torna  como  el  grave  diapasón  de   Rubinstein, 

Y  en  algunos  de  sus  giros  hay  la  gris  melancolía 
De  la  música  mu}-  triste  de  un  nocturno  de  Chopin. 

Y  se  baila  bajo  un  vuelo  de  fugaces  serpentinas 
Que  simulan  un  fantástico  abanico  de  glasé, 

Y  las  sayas  vaporosas  de  las  blancas   colombinas 
Son  las  reinas  en  las  cortes  de  un  romántico  minué. 


—  263  — 

A  una  pálida  princesa,  un  poeta  le  recita 
Al  oído,  dulcemente,  un  amable  madrigal, 

Y  la  mágica  palabra  de  su  verso,  resucita 

Las  galantes  aventuras  de  los  cuentos  de  Stendhal. 

Con  graciosas  contorsiones  y  piruetas  de  beodo 

Se  descubre,  ante  una  niña  con  disfraz   de  flor  de  lys, 

Un  grotesco  jorobado  que  remeda  al  Cuasimodo 

Qne  en  sus  páginas  nos  cuenta  Notre  Dame  de  Parts. 

Se  requiebra  con  vaivenes  de  alocada  culebrilla 
Una  gheisa  cortesana  del  Mikado  japonés, 

Y  hay  trasuntos  alegóricos  en  su  exótica  sombrilla 
De  las  formas  caprichosas  de  crisantos  y  musmés. 

Hacen  rueda  á  una  manóla,  que  una  tierna  seguidilla 
Canta  con  voz  melodiosa  como  el  harpa  de  David, 
Mientras  tiemblan  los  caireles  de  su  manto  de  espumilla 
Porque  sufren  las  nostalgias  de  una  chula  de  Madrid. 

Y  hay  motivos  musicales  en  las  risas  y  en  las  bromas. 
Como  agudos  gorgoreos  de  una  flauta  de  bambú, 

Y  los  raudos  abanicos  ñngen  vuelos  de  palomas 

Y  las  sedas  hacen  rimas  de  un  levísimo  frou-frou. 

Y  se  baila  locamente  mientras  que  la  noche  huye . . . 
Son  las  cinco.  El  carnet  marca  el  postrero  rigodón; 
Luego  cesan  los  acordes  y  la  ñesta  se  diluye 
Como  efímera  belleza  de  una  pompa  de  jabón. 

•    » 

Por  Oriente  asoma  el  alba  con  su  resplandor  incierto, 

Y  en  los  clásicos  salones  del  castillo  medioeval, 

Ya  no  excita,  ya  no  aturde...  ya  se  ha  ido...  ya  se  ha  muerto 
La  sonora  carcajada  del  alegre  Carnaval!  — 

Ovidio  Fernández  Ríos. 

Montevideo. 


—  264  — 


"los  Rezagados" 


Comedia    dpamátioa  en  un  aeto  y  dos  Quadpos 

POR 

JUAN    PICÓN    OLAONDO 


Á    Cesar  Miranda,  afecttiosamtnte. 


PERSONAS 


Rodolfo  —  35  años. 
Lucía  —  Esposa  de  Rodolfo  —  2tí  años. 
MisiA  Cleta  — Madre    de  Lucía— 58  afios. 
Don  Pedro— Tío  de  Rodolfo  —  65  años. 
Antonia  —  Esposa  de  Gorrini  — 30  años. 


Señor  Mondeja— 58  años. 

MoNiNA— Esposa  de  Mondeja  — 53  aftos.  , 

Bebió  —  Hijo  de  Lucía  y  de  Rodolfo  —  7  años. 

Mirasol  — 20  años 

Paseantes  y  parejas  varias. 


CUADRO   I 

Saloncillo  moderno  del  Hotel  «Las  Delicias»  sito  en  la  playa  del  mismo  nombre 
y  que  se  supone  ubicada  en  la  costa  del  océano  Paredes  ornamentadas  con  cuadros,  espe- 
jos, consolas  y  artísticos  candelabros  eléctricos.  Puertas,  con  colgaduras,  á  derecha  é 
izquierda  y  sobre  el  foro,  y  que  se  supone  dan  á  corredores  ó  salones  interiores.  Hacia 
la  derecha  (del  espectador )  un  elegante  biombo  chinesco,  abierto  al  centro,  simula 
dividir  la  sala.  Junto  á  este  biombo,  del  lado  central  de  la  escena,  un  canapé  en  primer 
término;  luego,  diseminadas  á  capricho,  varias  butacas,  mayólicas,  plantas  y  bibelots. 
—  Durante  el  desarrollo  de  este  Cuadro  todos  los  protagonistas  visten  traje  de  etiqueta; 
es^o  es,  los  hombres  frac  ó  smoking;  las  mujeres,  vestidos  de  soirí^.  — Al  levantarse  el 
telón,  don  Pedro  y  Rodolfo  aparecen  en  segundo  término,  ambos  en  actitud  de  se»- 
tarse.  —  Son  las  once  de  la  noche. 


ESCENA  I 

RODOLFO  Y  DON  PEDRO 

Rodolfo  —  (  Ofreciéndole  una 
butaca).  Siéntese  usted;  famare- 
mos  un  cigaiTillo. 

Don  Pedro  —  ( Apoyándose  en 
su  bastón )  Acepto  ....  Como  es- 
tas fiestas  ya  no  tienen  para  mí 
otro  atractivo  ....  (Se  sientan ). 

Rodolfo  —  (Con  sorna)  Qué 
fumar  un  cigarrillo,  eh  ?  . . . 

.Don  Pedro  —  Claro. !  ....   y  a 
pasé  el  Rubicón ! 

Rodolfo  —  Lo  que  no  impor- 
ta que  mi  aventura  le  interese.., 

Don  Pedro  —  Cómo  que  ella 
es  sabrosa ! 


Rodolfo  —  Y  además  recor- 
dará á  usted  sus  buenos  tiem- 
pos ! . . . 

Don  Pedro  —  Pues  . . .  decías  ? 

Rodolfo  Qué  nuestro  vera- 
neo aquí,  como  en  todo  balnea- 
rio, tiene  sus  monotonías  y  sus 
encantos  . . .  Vea  usted:  el  baQo  á 
toda  hora ;  la  caricia  salobre  de 
la  ola  que  va  y  viene ;  la  playa, 
inmensa,  rica  ella  en  perspectivas 
y  en  panoramas ;  el  espectáculo 
siempre  majestuoso  del  mar ;  las 
soberbias  puestas  de  sol ;  los  pa- 
seos por  el  muelle  ;  el  desfile  de 
mujeres  hermosas  al  caer  de  la 
tarde  ;  la  mesa  redonda  del  Ho- 
tel, con  sus  sorpresas  y  sus  intri- 


Nota  —  No  es  este  un  drama  de  tendencias  .  .  .  Sólo  me  he  concretado  á  perfilar 
tipos  humanos,  familiares  dentro  del  ambiente  actual,  lleno  él  de  vacilaciones,  de  enco- 
gimientos ó  de  ideas  consideradas  como  demasiado  aventuradas,  todo  segün  criterios  y 
puntos  de  vista. . .  He  hojeado  la  Vida  en  una  d«  sus  múltiples  manifestaciones  de  U  hora 
presente.  Eso  es  todo.  —  E\  Autor. 


-i  265 


guillas ;  alguno  que  otro  paseo  ó 
cabalgata,  por  las  cercanías  ó  al- 
'  rededores ;  una  que  otra  partida 
de  pesca ;  oxfgeno,  mucho  oxí- 
geno, una  barbaridad  de  oxígeno, 
y  algún  baile  como  el  que  esta 
noche  se  celebra  en  estos  salo- 
nes, fiestas,  estas  últimas,  gene- 
ralmente organizadas  por  Florito' 
Mirasol,  ese  cronista  social  de  la 
«Rosa  Thé  »,  ese  tipo  que  á  us- 
ted tanto  le  divierte,  efebo  deli- 
cioso, figurín  de  modas  extrava- 
gantes y  heraldo  porta-voz  de  las 
últimas  elegancias . . . 

Don  Pedro  -  Sí,  la  vida  fútil 
y  ligera  de  los  balnearios . . . 
Nada  de  negocios  ;  nada  de  polí- 
tica ;  nada  de  problemas  cientí- 
ficos ni  teodosios. 

Rodolfo  —  Pues  bien;  esa  vida 
estábamos  llevando  usted  y  yo 
hasta  hace  veinte  días,  cuando 
he  aquí,  que  este  encuentro  im- 
previsto con  Antonia  Gorrini,  ha 
provocado  esa  aventura  por  la 
que  usted  tanto  se  interesa. 

Don  Pedro  —  Y  ha  acentuado 
aún  más  la  ceguera  ya  total  del 
marido  y  de  Lucía,  tu  mujer . . . 

Rodolfo  —{Displicente)  Bah!... 
En  cuanto  al  marido,  bien  lo 
sabe  usted  que  los  negocios  y 
sus  empresas  le  absorben  por  de- 
más el  tiempo ;  y  en  cuanto  á  mi 
mi\jer  .  .  .  !  Pobre  Lucia  !  .  .  . 
Siempre  ingenua,  candorosa,  sin 
malicia ...  La  colegiala  de  hace 
ocho  años,  cuando  recién  salida 
del  colegio,  se  unió  á  mi  ante  el 
altar . . . 

Don  Pedro  —  (  Con  gravedad ) 
Sí,  el  hecho  más  reflexivo  y  bien 
pensado  de  tu  vida,  puesto  que 
ella  es  toda  una  joya  inaprecia- 
ble como  buena  madre  y  exce- 
lente companera,  y  también  t  el 
hecho  más  criminal  que  has  po- 
dido tú  cometer,  puesto  que  has 
hecho  y  la  harás  siempre  la  víc- 


tima expiatoria  de  tus  locuras,  de 
tus  calaveradas  y  de  tus ... 

Rodolfo  —  ( IróJiico,  cortán- 
dole la  frase)  Vamos,  tío,  mo- 
ralista está  usted  hoy ! 

Don  Pedro  —  Cómo  que  lo 
que  digo  es  tan  cierto  ! . . . 

Rodolfo  —  Qué  hasta  hace 
cuatro  aflos  usted  no  lo  pensaría 
así ! . . .  Vamos,  usted,  mi  maes- 
tro y  principal  instigador  de  to- 
das esas  locuras  que  ahora  tanto 
se  recrimina ;  usted,  el  que  me 
inició  en  la  vida  galante  y  risue- 
ila;  usted,  el  eterno  eseéptico, 
el  refinado,  el  sibarita,  el  temi- 
ble don  Juan,  el  moderno  Pe- 
tronio  ,  el . . . 

Don  Pedro  —  {Con  afectado 
enfado )  Calla,  muchacho  !  .  .  . 
Cuando  tú  tengas  mi  edad  y  el 
juicio  te  vuelva  más  cuerdo  y 
más  sensato,   entonces . . . 

Rodolfo  —  Entonces,  tío,  tal 
vez  piense  como  usted  ;  pero,  en 
tanto  ! . . . 

Don  Pedro  —  Bueno,  mira : 
en  tanto  acabarás  tú  de  contar- 
me esa  aventura  con  Antonia 
Gorrini,  eh  ? 

Rodolfo  —  Ja!  ja!  ja !  .  .  Pues 
que  está  usted  impaciente  J  .  . 
Bien  :  como  le  contaba,  hará  co- 
sa de  unos  ocho  años,  siendo  yo 
aún  soltero  y  sin  haberme  aún 
iniciado  en  la  carrera  diplomáti- 
ca, tuve  ocasión  de  conocer  á 
Antonia,  por  entonces,  natural- 
mente, ella  aún  soltera.  Su  belle- 
za me  encantó.  Ella  también  pa- 
reció interesarse  por  mí.  Se  ini- 
ció entre  nosotros,  lo  que  aquí, 
en  nuestra  tierra,  llamamos  pro- 
saicamente un  dragoneo,  y  pron- 
to, muy  pronto,  nuestro  noviaz- 
go fué  un  hecho  casi  públido . .  . 
Ella,  era  vanidosilla,  superficial, 
pagada  hasta  lo  increíble  de  su 
hermosura,  ya  por  entonces  pro- 
verbial :  yo  era  un  buen  mozo, 


—^66 


un  elegante,  un  periodista  de  ta- 
lla y  un  poeta  de  cierto  renom- 
.bre . . .  Creí  amarla ;  ella  pareció 
también  creerlo,  demostrándo- 
melo en  sus  palabras  y  en  sus 
carillos  . . .  Un. buen  día,  mis  ojos, 
por  demás  curiosos  é  impresio- 
nables, se  fijaron  en  la  que  es 
hoy  mi  mujer.  El  chisme  llego  á 
Lucía.  Su  vanidad  de  mujer  her- 
mosa y  testejada  se  sublevó.  An- 
tes del  ano  ella  se  casaba  con 
ese  extranjero,  con  ese  Gorrini 
ricachón  que  usted  aquí  ha  tra- 
tado . . .  (  Breve  pausa. ) 

Don  Pedro  —  Y  tú  ...  ? 

Rodolfo  —  Yo  ? . , .  A  los  dos 
meses  me  casaba  con  Lucía  :  en- 
cantado, subyugado  por  esa  su 
joyentud  lozana  de  capullo  en 
flor  ;  atraído  por  esa  su  cando- 
rosa inocencia,  por  esa  bondad 
dulce  y  serena  que  como  manan- 
tial vivificante  de  aguas  puras  y 
mansas  fluye  á  toda  hora  de  su 
alma  angelical,  contrastando  así 
con  mis  gustos  exóticos,  con  mis 
caprichos  volubles,  con  mis  re- 
beldías violentas  ávidas  siempre 
del  más  allá ... 

Don  Pedro  —  Y  durante  este 
período  .  .  ? 

Rodolfo  —  Verá  usted :  la  ha- 
bía olvidado  ...  Mi  nueva  vida  ; 
el  matrimonio  de  ella ;  mi  nom- 
bramiento de  atache  en  un  Le- 
gación ;  luego,  mi  largo  aleja- 
miento de  esta  patria,  siete  aílos 
transcurridos  en  el  extranjero, 
borraron  de  mi  memoria  aquel 
pasado,  cuando  he  aquí,  que  de 
regreso  y  veraneando  en  estas 
playas,  hace  diez  días  vuelvo  á 
encontrarme  con  aquella  Anto- 
nia hermosa  que  un  día  ocupa- 
ra un  sitio  preferido  en  mi  co- 
razón ,,, 

Don  Pedro  —  (  Sonriente )  — 
Ella  se  haría  la  indiferente . . . 

Rodolfo  —  Lo  simuló  al  me- 
nos ;  rehuyó  mi  presencia  ;  evitó 


nuestro  encuentro  . . .  Más,  la  fa- 
miliaridad patriarcal  y  bonacho- 
na que  aquí  se  establece  creando 
Qon  facilidad  amistades ;  las  infí- 
nítas  oportunidades  que  á  diario 
se  presentan,  nos  colocó  muy 
pronto  frente  á  frente ...  Al  prin- 
cipio nos  tratamos  como  simples 
camaradas  de  hotel,  como  veci- 
nos . . .  luego,  como  amigos;  des- 
pués ... 

Don  Pedro  —  Después  . . .  tus 
mafias  viejas  de  calavera  sempi- 
terno ! . . . 

Rodolfo  —  No,  después  el  tra- 
to diario,  las  ocasiones,  su  fami- 
liaridad para  conmigo ;  esa  pre- 
ferencia en  ser  yo  su  acompañante 
más  inmediato  en  nuestros  paseos 
en  familia ;  su  alejamiento  bien 
visible  de  su  marido ;  ese  despego 
absoluto,  esa  frialdad  de  mármol 
que  él  la  demuestra  aún  en  pú- 
blico y  que  ella  no  oculta  ante 
miradas  extrañas,  nos  aproximó 
aún  más . . . 

Don  PEDRO  —  ( Irónico )  —  Sí, 
más  de  lo  que  debiera,  eh  ?  . . . 

Rodolfo  —  Acaso  .  .  .  Hasta 
que  una  tarde,  los  dos  solos,  ella 
y  yo  allá  eu  la  playa,  mientras 
su  marido  encerrado  en  su  gabi- 
nete resolvía  grandes  golpes  de 
bolsa  que  acrecentarían  en  un 
abrir  y  cerrar  de  ojos  su  fortuna, 
y  mientras  Lucía  y  mi  suegra  re- 
corrían los  senderos  próximos  á 
la  playa,  yo  me  aventuré ;  quise 
nuevamente  sondear  su  corazón, 
y  avivar  aquella  llama  de  otros 
tiempos,  evocar  recuerdos  que 
ella  tal  vez  aún  no  olvidara  . . . 

Don  Pedro  —  Y,  ella ...  V  Cla- 
ro, naturalmente! ...  .  .. 

Rodolfo  —  Mostróse  rehacía  : 
después  más  dócil.  Yo  mé  aven- 
turé aún  más.  Ella  defendióse 
aún,  recordándome  nuestro  esta- 
do actual;  aconsejándome  oíyi- 
darnos  de  aquello...  ser  soífi- 
mente  amigos ...  Yo  insistí,  rogué ; 


267 


supliqué,  mentí . . .  Luego,  el  si- 
lencio, la  soledad  del  instante , 
la  placidez  del  crepúsculo,  mi 
verba  irresistible,  mi  audacia, 
y  hoy,  hasta  ese  viaje  precipi- 
tado que  maítana  la  alejará  de 
mí,  acaso  para  siempre,  contri- 
buyeron á  precipitar  el  desenla- 
ce .. .  La  he  hablado  al  corazón, 
á  los  sentidos,  al  alma ! . . . 

Don  Pedro  —  Y  . . .  natural- 
mente, me  explico :  la  pobreci- 
11a  ya  estará  entre  mallas  . . . ! 

Rodolfo  -  No  , . .  Hoy  he  lo- 
grado de  ella  lo  que  hasta  ayer 
acaso  me  hubiera  costado  unas 
calabazas  . . .  Como  en  los  buenos 
tiempos  de  nuestro  noviazgo,  ya 
al  despedirnos  me  exigió  una 
declaración  respecto  á  mi  con- 
ducta futura  para  con  ella, 
Bah  ! . . .  En  estos  casos  todas 
exigen  lo  mismo ! . . .  Ahora ,  du- 
rante la  fiesta ,  me  haré  un  sitio 
para  jurarle  nuevamente  á  solas 
mi  amor . . .  Luego  ,  por  qué 
no  ?  . . .  Allá ,  en  Montevideo  , 
nuestras  entrevistas  podrán  su- 
cederse . .  .  Tendremos  nuestras 
citas  ocultas  .  Aquello  es  grande 
y  el  chisme  suele  á  veces  quedar 
atrapado  ,  en  tanto  que  aquí . . . 
En  fin  ,  tío ,  que  trataré  de  con- 
formarla como  mejor  me  inge- 
nie . . . 

ESCENA  II 

Lucía,  Misia  Cleta  y  los  mis- 
mos, luego,  MoNiNA,  Mirasol  y 
señor  Mondeja. 

Voces  ( dentro )  —  Mamá,  ma- 
má, venga  usted.  ( Llegan  por  el 
foro  Lucía  y  Misia  Cleta  ). 

Lucía  —  (Deteniéndose,  repa- 
rando en  Rodolfo  y  en  Don  Pe- 
dro )  —  Hola ! . . .  Ustedes  por 
aquí?. . . 

Misia  Cleta  —  Y  nosotras  que 
ya  los  hacíamos  en  pleno  baile ! . . 

Rodolfo  —  Aquí  estamos,  ya 
lo   ven   ustedes,   fumando  tran- 


quilamente y  en  buena  armonía 
un  cigarrillo. 

Don  Pedro  —  Mi  pasatiempo 
favorito ...  A  mi  edad,  con  mis 
achaques,  imposibilitado  casi  á 
causa  de  este  maldito  reuma . . . 

Lucía  —  ( Riendo )  Vaya,  tío, 
no  se  haga  usted  un  Matusalén!... 

Misia  Cleta  —  Nosotros  aún 
somos  jóvenes . . .  Míreme  usted 
á  mí . . :  ya  cumplidos  los  cin- 
cuenta y  ocho,  con  un  nieto  y  . . . 
ni  por  esas  pensando  en  arrum- 
barme como  un  vejestorio  ! . . 

Don  Pedro  —  Ah,  señora,  us- 
ted es  joven  aún ! . . .  Aunque  los 
años  han  nevado  sus  cabellos, 
conserva  aún  sus  energías,  en 
tanto  que  yo  . . . 

Rodolfo  —  ( Palmeándole  cari- 
ñosamente el  hombro  )  Vaya,  tío, 
valor !  valor ! 

Lucía  —  Acabamos  de  acostar 
á  Bebé  . . . 

Misia    Cleta  —  Y  ahora   ire- 
mos al  salón ;  conque  así . . . 
vengan  ustedes   pronto  que  allí 
les  aguardamos.  (  Se  van  por  la 
izquierda ). 

Rodolfo  —  Lucía,  siempre  la 
misma,  ya  lo  vé  usted . . .  Siem- 
pre niña,  ingenua,  bondadosa, 
dulce ;  cualquier  cosa  la  distrae ; 
cualquier  pasatiempo  la  vuelve 
una  chiquilla . . . 

Don  Pedro  —  Y  Misia  Cleta . . . 
del  mismo  corte ! . .  digo,  el  an- 
verso de  la  medalla ... 

Rodolfo  Regular,  regular . . . 
Así . . .  Una  suegra  un  tanto  so- 
portable .  .  .  Bonachona,S  ella ; 
francota ;  un  poco  celosa  ^1  ma- 
rido de  su  hija,  eso  sí ;  uh  tanto 
curiosilla  é  importuna,  á  veces, 
como  una  puerta  abierta  que  nos 
molesta  .  . .  Luego,  glotona  siem- 
pre como  un  rapaz,  por  ínás  que 
indigestiones  van  y  que  indiges- 
tiones vienen  ! . . .     i 

Y oc^B {adentro)  --Yo  les  guia- 
ré á  ustedes  . , .  Tendré  el  altísi- 


—  26b  — 


Djo  honor  de  ser  su  Cicerone  . . . 
(Aparecen  por  el  foro  Mirasol, 
Mondeja  y  Monixa.) 

Rodolfo  —  {De pie,  scdudan- 
do. )  Seilora  , . ,  Caballeros  . . . 

MoNiNA  —  (  Con  timidez. )  Co- 
mo no  conocemos  bien  estos  sa- 
lones . . . 

Mondeja  —  Desde  hace  veinte 
años  yo  no  sé  lo  que  es  bailar 
un  vals  ;  pero,  como  este  señor 
(indicando  á  Mirasol)  nos  ha 
exigido     nuestra   preseocia  .  ,  . 

Mirasol  —  (  En  una  genufle- 
xión exagerada)  Una  presencia 
inapreciable  y  que  hará  honor. . . 

Monina  —  Caballero,  su  fineza 
de  usted  . .  . 

Mondeja  —  Y  su  galantería  . . . 

Mirasol  —  (Atenciosisimo,  de- 
rritiéndose en  almibares )  ¡  Oh,  se- 
ñora .  . .  Yo,  como  iniciador  de 
esta  fiesta,  me  hago,  me  debo, 
me ...  el  honor,  sí,  señores,  el 
altísimo  honor  . . .  (  Saludan  con 
una  inclinación  de  cabeza  y  se 
van  por  la  izquierda. ) 

Rodolfo  —  ( Riendo  )  En  este 
hotel  de  «  Las  Delicias  »  se  ven 
cosas  realmente  deliciosas  !  . . . 

.  Don  Pedro  -  Este  jMirnsol  es 
el  tipo  más  ricura  que  verse 
puede . . . 

Rodolfo  —  Y  el  matrimonio 
Mondeja  ¿qué  me  cuenta  us- 
ted? ...  El,  cincuenta  y  ocho  ; 
ella,  cincuenta  y  seis,  tan  ena- 
morados, derretidos  y  celosos 
como  á  los  veinte  y  en  plena  lu- 
na de  miel  .  .  .  Casados,  después 
de  treinta  años  de  amores,  y  es- 
to, gracias  á  la  feliz  ocurrencia 
de  una  tía  solterona  que  al  mo- 
rir les  legó  diez  mil  pesos,  pre- 
cipitando con  esté  acto  humani- 
tario y  altruista  un  casamiento 
ya  in  extremis  . . .  \  Qué  se  iba  á 
casar  él,  un  pobrecillo  auxiliar, 
con  treinta  pesos  ! . . . 

Don  Pedro  —  Pues  chico,  yo 
creo  que  tu  presencia  es  recla- 


mada en  alguna  parte,  y,  si  mal 
no  recuerdo . . .  Antonia,  eh ! . , . 
Acaso  ya  te  olvidas  ? . .  . 

Rodolfo  —  Voy  por  ella  ense- 
guida. (Sale  por  la  izquierda, 
después  de  darse  un  último  vis- 
tazo ante  un  espejo). 

Don  Pedro  —  (Contemplando 
su  cigarrillo  con  placer  de  vicio- 
so) Y  yo  ,  pobre  viejo  ;  pobre  in- 
válido de  la  vida,  en  tanto  me 
quedaré  aquí,  aquí  con  éste  mi 
único  íimigo  fiel  y  bondadoso 
que  jamás  me  abandona  \ ...  (Se 
hace  un  silencio ). 

ESCENA  III 

Misia  Cleta  y  Don  Pedro,  luego. 
Mirasol,  Monina,  Lucía  y 
señor  Mondeja. 

Misia  cleta  —  ( Alterada ,  con 
misterio  y  llegándose  por  el  foro ) 
Ha  visto  usted  ?  . . . 

Don  Pedro  -  (  Sorprendido  ) 
Señora  . . . 

Misia  Cleta  —  No  ha  notado 
usted?... 

Don  Pedro  -  Qué  ? .  •  ■  Rodol- 
fo? .. .  Monina  ?  ...  Mondi'jn  ?  . . .. 

]MisiA  Cleta  —  Nó  ;  Rudolfo  , 
Rodolfo  ! . . . 

-Don  Pedro  —  Bien  :  acaba  de 
salir . 

Misia  Cleta  —  Y  yo  acabo  de 
verle  nuevamente  con  esa  Anto- 
nia! 

Don  Pedro  — '■  (  Con  extrañeza ) 
Cómo  ! . . ,  qué  dice  usted  ?  . . . 
con  esa  Antonia  ?  . . .  Pues  no  la 
conozco ! . . . 

Misia  Cleta  —  (Perpleja)  No 
la  conoce  usted  ?  . . .  Y  á  ese  Go- 
rrini  de  su  marido  tampoco  co- 
noce usted? 

Don  Pedro.  —  (Como  quien 
hace  memoria )  Ah  !  .  .  .  Ah !  .  .  . 
pero,  si  usted  no  se  explica ! 

Misia  Cleta  —  (Levantando 
la  voz )  Estoy  sobre  la  pista !  .  . . 
Estoy  sobre  la  pista !  .  . . 


269  — 


Don  Pedro  —  (  Aparte,  con  de- 
saliento) Ay  mi  Dios ! . . .  pues 
ya  apareció  aquello !  .  .  .  Claro ! 
La  puerta  abierta  de  que  me  ha- 
blaba mi  sobrino ! . . .  ( Dirigién- 
dose á  Misia  Cleta)  Sí,  señora, 
la  puerta  abierta ! . . . 

MlsiA  Cleta  — •  ( Sin  alcanzar 
á  interpretar  la  frase  )  Qué !  .  .  . 
Acaso  le  ha-         _ 
ce  á  usted         "^ 
daflo,? 

Don  Pe- 
dro —  ¡  Oh, 
no  señora, 
no  señora!... 
Con  qué  de- 
cía ?.. . 

Misia  Cle- 
ta —  Sí,  se- 
ñor, que  es- 
toy sobre  la 
pista  y  que 
no  me  en- 
gaño. 

Don  Pe- 
dro —  Pues 
dig-a  usted... 

Misia  Cle- 
ta —  Desde 
el  primer 
día  que  vi  á 
la  tal  Anto- 
nia, el  cora- 
zón,  golpe- 
ándome .  .  . 
golpeándo- 
me con  mu- 
cha fuerza, 
me  lo  anun- 
ció!... El  me 
dijo:  Cleta,  duda  de  esa  señora  de 
Gorrini ;  desconfía  de  sus  aires  de 
respectabilidad  y  de  buen  tono 
de  que  alardea :  todo  lo  que  allí 
ves,  sólo  guarda  hipocresía :  en 
el  fondo  no  es  más  que  una  co- 
queta sutil  y  refinada;  ella  ansia 
de  los  hombres  lo  que  de  seguro 
es  incapaz  de  proporcionarla  ese 
hosco  de  su  marido,  ese  usurero 


acorazado,  vulgar,  sin  más  en- 
sueños que  el  dinero  ni  más 
ideales  que  el  interés  .  .  .  Bien  * 
pues  desde  hace  días,  he  venido 
observando  entre  esa  gran  seño- 
ra de  Gorrini  y  mi  yerno,  ¡  otra 
buena  pieza  I .  . .  algunas  cosi- 
Uas,  que  .  .  ,  á  la  verdad  .  .  ,  se 
me    han    atragantado    aquí .  .  . 

(Se  lleva  la 
mano  á  la 
garganta). 

D¡oN  Pe- 
dro —  Ga- 
lanterías, 
señora  . . . . ; 
finezas  que 
entre  perso- 
nas socia- 
bles la  bue- 
na  educa- 


ción exige... 
]MisiA  Cle- 
ta—Taita! 
ta ! . . .  No,  se- 
ñor!... {Ha- 
ciendo gran- 
des reveren- 
cias y  genu 
flexiones) 
Mucho  de 
aquí...  Mu- 
cho de  allí... 
Muchas  mi- 
raditas  de- 
m  a  s  i  a  d  o 
charlata- 
nas . . .  Mu- 
chas ponde- 
racion  es 
mutuas  so- 
bre sus  respectivos  talentos  y 
elegancias . . .  Muchos  suspiros 
¡  Ay,  qué  calor  ! . . .  ¡  Ay,  qué 
noche  deliciosa !  . . .  ¡  Ay,  qué 
luna  más  poética...  En  fin,  {Lle- 
vándose un  dedo  á  la  boca )  que 
yo  ya  no  estoy  en  la  edad  de 
chuparme  el  dedo;  y,  cuando 
yo,  Cleta  Montijo,  huelo  mal... 
húm  !  es  porque  necesariamente 


270  — 


no    huele    á    rosas!...    (Medio 
Mutis ), 

Don  Pedro — (Cotí  fingida  cre- 
dulidad) —  Si  usted  así  lo  cree. . . 
MisiA  Cleta  —  Bien.  Esta  no- 
che, ya  de  sobremesa  y  después 
de  retirarse  esa"  bendita  Lucía, 
he  creído  notar  en  ellos  ciertos 
síntomas  necesariamente  alar- 
mantes .  .  .  ¡  Pero  sefior ! . . .  Si 
aquello  era  una  telegrafía  Mar- 
coni  á  toda  marcha  ! . . .  Muchas 
miraditas  significativas ;  más  pa- 
labritas melosas ;  más  suspiros 
que  de  costumbre ...  El  peine  de 
mi  yerno,  melancólico  y  caria- 
contecido como  el  doncel  de  dofía 
Ana !  . . .  Y  la  tal  Antonia,  sólo 
abriendo  la  boca  para  lamentar 
la  resolución  imprevista  de  ese 
ogro  de  su  marido,  el  cual,  desde 
que  ha  comenzado  á  recibir  tele- 
gramas y  más  telegramas,  sólo 
habla  de  marcharse,  ó  se  pasa  las 
horas  refunfuilando,  ó  se  lo  pasa 
discutiendo  con  los  criados  y 
domésticos  . . :  ya  porque  la  sopa 
no  está  á  punto  . . ;  ya  porque  el 
pan  es  de  cascarón  . . ;  ya  porque 
el  café  está  muy  cargado . . . 
( Llegan  por  el  foro  Mirasol  y 
MoNiNA  cogidos  delhrazo). 

Mirasol —  (  Con  voz  insinuan- 
te y  meliflua )  Señora,  repetiré  á 
usted  mis  palabras  . . .  Está  usted 
tan  divina  como  hechicera  . . . 
Es  usted  una  rosa  thé,  un  pim- 
pollo . . ,  un  hada  de  donosura  y 
distinción  . . . 

MoNiNA  —  (  Confundida.  Con 
modesta  timidez )  Caballero,  us- 
ted me  confunde ! . . . 

Mirasol  —  Es  estricta  justi- 
cia ...  El  aceptar  usted  bailar 
conmigo  esta  gavota,  constituirá 
para  mí  uno  de  los  honores  y 
dignidades  más ...  {Se  van  por 
la  izquierda ). 

MisiA  Cleta  —  Si  este  par  de 
tórtolos  estará  también  por  de- 
clararse . . . 


Don  Pedro  —  (¿ÍÉ»d©)  Tal 
vez !  tal  vez ! . . . 

MisiA  Cleta  —  Como  decía, 
ó  yo  veo  visiones,  ó  esa  pizpi- 
reta de  Antonia  y  ese  píllete  de 
mi  yerno  andan  en  muy  sabro- 
sos picos  pardos ! . . .  Y  á  todo 
esto,  ¡  oh,  santa  inocencia !  .  .  . 
Mi  hija  sin  pizca  de  nada ! . . . 
Cómo  que  la  pobrecilla  es  un 
ángel  del  SeDor  y  es  más  can- 
dida que  un  cordero  Pascual ! . . . 
(  Entran  por  el  foro,  cogidos  del 
brazo,  Mondeja  y  Lucia). 

Mondeja  —  (  Con  énfasis )  Oh, 
señora !  digan  lo  que  digan,  no 
hay  nada  como  la  sociabili- 
dad ! . . .  Yo  siempre  se  lo  repito 
á  Monina:  la  sociabilidad  .  .  . 
(  Tras  un  silencio  en  que  busca 
inútilmente  la  frase)  es  la  socia- 
bilidad !.. .  {Aparte)  Acabo  de 
verles  pasar . . .  Qué  le  dirá  ese 
mequetrefe  de  Mirasol  á  mi  Mo- 
nina?...  {Con  celoso  recelo)  Si 
con  su  corruptora  lengua  le  es- 
tará abriendo  los  ojos  á  esa  ino- 
cente de  Dios ! . . .  {Se  van  por 
la  izquierda.  Pasan  más  parejas 
conversando  en  voz  baja  ó  di- 
ciéndose galanterías ). 

MisiA  Cleta  —  Si,  don  Pedro, 
ya  no  debo  dudar . . .  Hasta  esa 
extremada  presunción,  ese  aci- 
calamiento, esa  pulcritud  ex- 
trema, hacen  que  mis  sospechas 
se  arraiguen  cada  vez  más . . . 

Don  Pedro  —  ( Incorporándose 
apoyado  en  su  bastón )  Pero,  se- 
ñora, yo  no  he  visto  nada  de  lo 
que  usted  supone ! 

Mista  Cleta  —  Pues  créame 
usted  que  no  me  equivoco  , . . 

Don  Pedro  —  Varaos,  señora, 
iré  con  usted  aunque  el  reuma 
me  martirice y,  yo  le  demos- 
traré á  usted  que  ni  Rodolfo  ni 
Antonia  jamás  han  tenido  otra 
intimidad  que  la  de  simples 
amigos .  . .  (  Co7i  afectada  persua- 
den )    Naturalmente !  .  .  .    natu- 


—  271  — 


raímente!...  Pues  no  faltaba 
más!  ...  (Se  van  por  la  iz- 
quierda). 

;■/,      ESCENA  IV 

Rodolfo  y  Antonia.  Luego,  Mi- 
rasol, sefior  Mondeja,  Misia 
Cleta  y  Lucía. 

Rodolfo  —  (  Entrando  con  An- 
tonia  por  el  foro  y  cerrando  tras 
si  la  puerta)  Sentémosnos  ... 

Antonia  —  (  Vacilante )  Si  te 
parece . . . 

Rodolfo  —  ¡  Oh,  aquí  estare- 
mos perfectamente ! . . .  Este  rin- 
concillo  es  ni  exprofeso...  Du- 
rante diez  minutos  nadie  nos 
molestará  ...  ( Ambos  se  sientan 
en  el  canapé). 

Antonia  —  Y"  sin  embargo,  si 
supieras  que  miedo  tengo  ! 

Rodolfo  —  Bah ! . .  He  visto 
á  mi  mujer  haciendo  pareja  con 
ese  imbécil  de  Mondeja,  y  en 
cuanto  á  mi  suegra  . . .  juraría 
que  ya  anda  por  ese  bufet  atraca 
que  te  atraca  de  golosinas  ! . . . 
( Riendo )  Mañana  será  el  bicar- 
bonato y  el  agua  de  Vichi ! . . . 
Habrá  para  rato  ! . . . 

Antonia  —  En  cuanto  á  Go- 
rrini,  lo  he  dejado  en  su  escri- 
torio . . .  Allí  está  él,  encerra- 
do como  un  oso  . . .  Que  tele- 
gramas van  . . ,  que  telegramas 
vienen . . ;  que  planes  aqui : . . ; 
que  planes  allá ...  Y,  cada  ter- 
ne í . . .  cada  palabrota ! ... .  j  Je- 
sús!  Sí  aquello  es  una  .fiera  más 
que  un  hombre ! . . . 

Rodolfo  —  ( Arrellenándose  en 
el  canapé  con  indolente  molicie ) 
Con  que  el  viaje  eS  un  hecho  ? 

Antonia  —  Desgraciadamente 

irremediable ! Gorrini  acaba 

de  decirme  nuevamente  que  de 
su  inmediata  presencia  en  Mon- 
tevideo depende  la  estabilidad  de 
nuestra   fortuna  .    (  Con  despre- 


cia) .^xi  fortuna ,  sí ,  la  causa  de 
nuestra  desgracia  ! . . . 

Rodolfo  —  ( Apaciguándola ) 
Vamos ,  Antonia ,  por  qué  tanto 
desesperar ,  cuando  ahora . . .  ? 

Antonia  —  Sí;  ahora  que  te 
encuentro  nuevamente  en  mi  ca- 
mino ,  la  fatalidad  se  empeña 
otra  vez  en  separamos  . . . 

Rodolfo  —  Una  sepa  r  a  c  i  ó  n 
breve ...  Ya,  esta  noche,  después 
de  la  cena ,  persuadí  á  Lucía  de 
la  necesidad  de  apremiar  nues- 
tro regreso .  Al  principio  ella 
resistió  .  Esta  vida  de  aldea  se  la 
hace  encantadora  . . .  Más  yo  le 
mentí,  diciéndole,  que  mi  salud 
así  lo  exigía  por  habérmelo  ma- 
nifestado el  doctor  Chermand , 
y . . ,  naturalmente  ,  ella  acabó 
por  acceder ,  fijándose  de  común 
acuerdo  nuestra  partida  para  el 
lunes  próximo. 

Antonia  -  Y  después ...  Tú 
viaje  á  Europa  siempre  se  lleva- 
rá á  cabo  ? 

Rodolfo  —  Felizmente  no. 
Como  tú  habrás  visto  ,  mi  elec- 
ción de  Diputado  ya  es  un  hecho  , 
con  que  así . . . 

Antonia  —  (  Con  alborozo )  Ya 
nada  nos  separará! 

Rodolfo  —  (  Con  dulzura  ) 
¡  Oh,  ahora  seré  tuyo  como  an- 
tes ! , .  .  recuerdas,  Antonia  ? 

Antonia  —  ( Abandonándose  á 
él  con  sensualismo)  Si  supieras 
cómo  te  recordaré  ! . .  Qué  eter- 
nos se  me  harán  los  días  que  me 
aguardan  lejos  de  tí ! . . .  (Con  re- 
pentina vehemencia)  Díme  que 
esta  separación  será  muy  bre- 
ve!.. .  Díme  que  muy  pronto  te 
tendré  á  mi  lado,  para  siempre, 
así,  ( Le  coje  de  Ins  manos )  mirán- 
dome en  tus  ojos  que  son  los 
míos . . .  dichosa . . .  feliz  .  . .  eter- 
namente feliz  \ ...  (Se  abandona 
en  sus  brazos,  como  síimida  en 
un  ensueño.  ) 

Rodolfo  —  ¡^  Oh,    poder  del 


—  272  — 


amor  !  Oh,  milagros  del  'deati- 
,  no !  . .  .'  Más  de  ocho  aOos  sin 
verte.  Ausente  yo  allá  en  un 
pais  remoto,  y  ahora". . .  asi  co- 
mo en  los  mejores  tiempos  de 
nuestro  noviazgo,  cuando  los  dos 
libres  y  sin  cadenas  teníamos 
por  albedrÍQ  el  universo ! . . . 

ANTONIA  — Bien  sabes  que  si 
he  amado  en  verdad    á  algún 
hombre,  ese  hombre  fuiste  tú . . . 
Ya  te  lo  he  dicho:  no  me  juzgues 
ligera  . . .  Tú  me  dices  que  tu  ma- 
trimonio con  .  .  .  Lucia,  fué  obra 
de  un  mal  momento,  de  ese  cuar- 
to de  hora  que  todos  tenemos  en 
esta  vida . . .  Bien,  si  yo  me  casé 
con  Gorrini  faé  sólo  por  un  ca- 
pricho de  chicuela  inexperta  y 
despechada ;  por  una  coquetería 
de  la  que  muy  luego  me  arre- 
pentí .  .  .  Escucha :   cuando  yo 
supe  que  tú  á  mis  espaldas  mira- 
bas á  Ja  que  hoy  es  tu  mujer,  la 
ira  se  rebeló  en  mi  corazón  ;  una 
nube  de  venganza  infinita  anu- 
bló mis  ojos  y  tamborileó  con  ra- 
bia en  mi  cerebro !  .  .  •  Mi  orgu- 
llo de  mujer  siempre  halagada, 
no  pudo  tolerar  tal  ofensa  !  .  . . 
Quise  aborrecerte,  quise  vengar- 
me  demostrándote  que  mi  ca- 
'  riño  jamás  pudo  ser  tuyo ...  y 
entonces ! . . . 

Rodolfo  —  Cuando  volví  á  tí 
me  despreciastes ...  no  quisiste 
escuchar  mis  palabras . . . 

Antonia  Y,  aturdida,  escogí 
para  instrumento  de  mis  planes  á 
un  hombre  que  desde  ya  ha  mu- 
cho tiempo  mendigaba  en  vano 
mi  ampr ! . . .  Si,  á  uno  de  esos  tan- 
tos hombrea»^ue  no  satisfacen  en 
un  todo  nuestros  anhelos,  nues- 
tras miras,  nuestras  laás  caras 
ilusiones  de  miy'er,  porque  ellos 
no  éncarnaii  nuestro  ideal,  y  á 
quienes  nosotras,  algunas  muje 
res,  sin  manifestarles  categórica- 
mente nuestro  pensar,  emplean- 
do para  con  ellos,   una  conducta 


equivoca,  desairáhdólos  hoy  para 
alentarles  maOana  con  ana  son- 
risa, logramos  mantenerlos  en 
una  eterna  xncertidumbre,  para 
luego,  después,  así  como  de  un  co- 
modín, de  un  suple  faltas,  utili- 
zarlo á  veces  en  nuestro  prove- 
cho, allá,  en  la  hora  aciaga  del 
desengaño ;  allá,  cuando  la  des- 
esperanza abate  desconsolada- 
mente sus  dos  alas  negras  en 
nuestro  corazón  y  en  nuestro 
orgullo ! . . .  ( Medio  Mutis. 

KoDOLFO  —  (  Con  triste  convic- 
ción )  —  La  eterna  derrota  del 
orgullo  que  ha  querido  sobrepo- 
nerse al  sentimiento! 

Antonia  —  Por  cierto  una  de- 
rrota bien  dolorosa ! . . .  Aquella 
que  se  llora  toda  una  vida ! . . . 

Rodolfo  —  Y,  entonces,  era 
verdad  ...  tú  me  amabas  ? 

Antonia  —  Con  toda  el  alma, 
aunque  mi  orgullo  fingiera  des- 
preciarte !  ( Medio  mutis  Su- 
surrando, con  melancólica  amar- 
gura) Oh  !  tú  no  sabes,  Rodolfo, 
cuánto  he  sufrido  en  esa  horri- 
ble eternidad  que  al  destino  plú- 
giole  sepai'arnos !  .  ,  .  Imagínate 
tú  una  vida  prosaica,  vacía  esté- 
ril ...  Un  desierto  árido,  monó- 
tono, interminable  :  sin  una  cis- 
terna donde  aplacar  la  sed ;  sin 
un  árbol  á  cuya  sombra  guare  - 
cerse ! . . .  Una  existencia  obscu- 
ra, trivial,  sin  un  miraje  risueño 
del  pasado  ni  un  rayo  de  sol 
alboreando  alegremente  en  lon- 
tananza! .  .  .  {Levantando  la  voz 
gradvnlmente)  Un  simple  ins- 
trumento de  placer,  .á  veces  ... 
Un  enemigo,  una  carga,  otras!... 
Siempre  igual,  siempre  así,  en- 
cadenada á  un  hombre  que  gra- 
dúa la  íimplitud  de  su  querer 
por  el  éxito  positivo  ó  negativo 
de  sus  mercantilismos  utilita- 
rios ! .  .  .  Sometida  á  un  hombre 
cuyos  vejámenes  yo  he  sufrido 
y  he  llorado  én  silencio  más  de 


#- 


27S 


una  vez ! . . .  ( Con  v^emencia  ) 
'  Oh !,  no  'VOñ  reproches  \  . ,  .  Di- 
mé,  tú;  Rodolfo,  ¿áciaso  un  amor 
así,  de  prestado,  del  azar,  po- 
pódría  algún  día  despertar  en 
mí  un  sentimienXó  de  {«edad  ó 
\  de  agradecimiento ;  suavizar  mi 
herida ;  gorjeia'r  alegremente  en 
mi  corazón  un  nuevo  día  de  paz 
y  de  ventura?  .  .  .  {Mutis). 

EoDOLPO  —  Pobre  Antonia! . . . 
Mi  felicidad  y  la  tuya  truncadas 
por  .  .  .  {Incorporándose  súbita- 
mente )  Has  oído  ? 

Antonia — {Alarmada)  He  sen- 
tido pasos  .  .  . 

Rodolfo  —  Alguien  que  lle- 
ga ..  .  ( Tomando  una  actitud 
indiferente)  Dejémonos  estar. 

Mondeja— -(^  Mirasol,  en- 
trando por  la  izquierda.  —  Con 
energía)  Lo  dicho,  caballero,  re- 
petiré á  usted  mis  palabras :  us- 
ted ha  ofendido  á  Monina  ...  La 
ha  llamado  rosa  thé . . ,  pimpo- 
llo,, ,  hada ... 

Mirasol  —  (  Con  medrosa  es- 
cusa )  Yo  creo  que  entre  perso' 
ñas  cultas ! . . . 

Mondeja  —  No  acepto  sus  pa- 
labras ...  O  usted  nos  dá  &  Mo- 
nina y  á  mí  ahora  mismo  una 
amplia  satisfacción  allí  en  la 
sala  y  ante  todo  el  público,  ó, 
de  lo  contrario . , ,  antes  de  una 
hora  tendrá  usted  que  vérselas 
con  mis  padrinos , , . 

Rodolfo  —  ( Con  burla )  Va^ 
líente  espadachín ! . .  .^ 

Mirasol  —  (  Trimulo  y  vaci'  -^ 
lante )  Yo . . .  Usted  comprende- 
rá.. .  naturalmente . , .  ( desapa- 
recen por  el  foro  sin  Tiaber  repa- 
rado en  la  presencia  de  Rodolfo 
y  Antonia  ). 

X'ín:omK^{  Incorporándose  y 
abandonando  el  canapé)  Tengo 
miedo ...  No  sé  por  qué  el  cora- 
zón me  anuncia  una  desgra- 
cia . . .  ¿ Vamos,  Rodolfo 7 ... 
Rodolfo  —{Ya,  de  pie  y  tras 


una  breve  vacHaeión )  Sí.  Bue- 
no.. ;  pero  antes ...  {Se  inclina 
hacia  ella,  quien  temerosa,  le 
brinda  los  labios ). 

MrsiA  Cleta  —  (  Que  habién- 
dose llegada  hasta  ellos  por  la 
puerta  de  la  derecha  les  sorprende 
en  ese  instante  )  Qué  es  esto ! . . , 
Qué  veo  yo!...  Cómo,  infames, 
aquí  ? . . .  aquí ...  bajo  el  mismo 
techó  delpiarido ! . . .  aquí,  á  dos 
pasos  de  Tbucia !  .  .  .  Aquí ! . . , 
aquí ! . . . 

Antonia  —  (Aterrada  y  cris- 
pándolas ma7io8 )  Dios  mío ! . .  . 
Rodolfo  —  ( Seranánd  ose) 
Pero  ¿  qué  dice  usted,  señora?  . . . 
MisiA  Gleta  —  ( Levantando 
la  voz)  Adúlteros!...  adúlte- 
ros!... 

Rodolfo  -  Eso  no  es  ver- 
dad ! . . . 

M18IA  Cleta  -  Yo  lo  he  vis- 
to!., .  yo  lo  he  oído  ...  >  o  lo  sé 
todo ! . . .  {desvaneciéndose )  Ay!... 
Dios  mío ! . . .  me  muero  !  . . . 
(  Cae  sobre  el  canapé ). 

Antonia  —  ( Consternada )  Hu- 
yamos ! 

Rodolfo  -  Pronto  !  .  . .  por 
aquí ! . . .  ( Huyen  por  el  foro ). 

MoNiNA  —  (  Tras  un  silencio — 
Llegando  por  la  izquierda )  Mon- 
deja ! . . .  Marido  mío ! . . .  donde 
estAs? . . .  Lo  que  yo  te  dije  no 
era  cierto ...  No  te  batas  ,  por 
Dios ! . . .  (  Reparando  en  Misia 
Cleta,  que  continúa  sin  sentido  ) 
Pero  qué  es  esto ! . . .  ( Aproxi- 
mándose á  ella  y  recotwciéñdola ) 
Misia  Cleta ! . . .  Pero  si  no  tiene 
pulso ! . . .  La  han  asesinado ,  no 
hay  más  f . . .  {Llamando )  Soco- 
rro!  . . .  Socorro ! . . . 

Mondeja  {Llegando  por  la 
puerta  de  la  derecha  qus  casi  ocul'  , 
ta  el  biombo )  Mi  mujer  I . . .  mi 
mujer ! ...  No  hay  duda :  ese  se- 
ductor está  atentando  otra  vez 
contra  su  virtud ! . . .  ( Llega  has- 
ta ella  conjuntamente  cotí  Lucia 


274 


gentes  y  criados.  Llegándose  á  su 
mujer  y  gritándole  al  oido )  Meni- 
na!.. .  Moriina ! . . .  Dime ,  pron- 
to :  por  donde  ha  escapado  ese 
miserable  ? . . . 

MoNiNA  —  (  Haciendo  un  ade- 
man incoherente)  Por  . . .  por  . . . 
ahí. 

Mondeja  —  (  Con  gesto  trágico ) 


MisiA  Cleta  —  (  Con  voz  des- 
mayada ;  haciendo  un  esfuerzo ) 
Tú  ínarído . . .  Antonia . . .  (  Vuel- 
ve á  desvanecerse).  *         ' 

Lucía  -  Está  delirando ...  No 
tiene  pulso  . . .  Algún  nuevo  atra- 
cón de  golosinas  y  he  aquí  las 
consecuencias ! . . .  ( Dirigiéndose 
á  los  que  la  rodean )   Pronto,  por 


Juan   Zorrilla  de  San  Martín 


Le  mataré  por  la  espalda  ! ...  Lo 
que  es  ahora  no  esperaré  ál  due- 
lo !.. .  (  Vásepor  una  d^ las  jnier- 
tas  laterales  esgrimiendo  un 
arma  ). 

Lucía  —  (  Con  angustiosa  an- 
siedad)M.ñmk  ! . . .  mamá! . . .  Ha- 
ble usted,  yo  se  lo  imploro  ! .  . . 
¿  qué  ha  sucedido?  ... 


favor,  vayan  ustedes  en  busca  de 
un  médico! 

Voces  —  ( dentro )  Ya  lé  co- 
gí!. .  .  Aquí  le  tengo ! . . .  aquí 
le  tengo ! . . .  ( Aparece  Monde- 
ja arrastrando  por  un  brazo  á 
Mirasol^  que,  aterrado,  mitán- 
do  con  horror  el  arma  que  aquél 
esgrime,  tieñibla  de  pies  á  cabe- 


—  275  — 


za  hasta  dar  diente  con  diente ). 

MraASOL  —  Pero  seflor ! . . .  Pe- 
ro señor ! . . . 

Lucía  —  Oh !  esto  no  es  posi- 
ble! ...  No  es  verdad  que  usted, 
Mirasol . . .  ? 

Mirasol  —  ( Balbuceante,  elec- 
trizado, y  sin  poder  hilvanar  la 
frase )   Yo  ...  Yo  ...  Yo  .. . 


Mondeja  -  (  Con  furor )  CJómo, 
miserable ! . . .  Con  que  tú  has 
sido  y  aún  lo  confiesas ! . . . 
(  Asombrado)   Y  con  las  dos ! . . , 

Mirasol  —  {Ya  sin  fuerzas, 
desvaneciéndose  en  un  última 
sincope)  Yo . . .  Yo  . . .  Yo  ...  ( Con- 
fusión.— El  telón  cae  lentamente). 


CUADRO  II 

La  escena  se  desarrolla  en  la  playa  de  «Las  Delicias»,  al  caer  de  la  tarde  del 
día  siguiente  y  ante  una  hermosa  puesta  de  sol.  —  Hacia  la  derecha  (del  espectador  ) 
se  ve  á  la  distancia  una  parte  de  la  fachada  del  Hotel  «  Las  Delicias  »,  con  sus  venta- 
nales, balaustradas  y  minaretes ;  hacia  la  izquierda,  y  en  segundo  término,  algunos 
grupos  de  rocas,  y  junto  á  la  orilla,  varios  sillones  de  mimbre  y  sillas  de  tijera.  Sobre 
el  fondo,  el  mar  sereno  y  azul  limita  con  el  horizonte  rosa,  Heno  él  de  paz  y  de  dul- 
zura.—  Al  elevarse  el  telón,  Rodolfo  aparece  paseándose  con  las  manos  puestas  en  los 
bolsillos  del  pantalón. —Su  gesto,  caviloso,  denota  cansancio.  —  Viste  traje  blanco  de 
playa. —Se  hace  un  silencio. —Rodolfo  se  detiene  unos  instantes  para  mirar  hacia  el 
lado  del  Hotel,  ñngiendo  aguardar  á  alguien  que  por  allí-  se  ^roximara. 


ESCENA  I 

DON    PEDRO    Y   RODOLFO 

Don  Pedro  —  ( Fatigado  apo- 
ijándose  pesadamente  sobre  el  bas- 
tón )  —  Ya  lo  ves  tú,  arrastrán- 
dome, lleg^ando  hasta  aquí  á  duras 
penas,  encadenado  por  este  mal- 
dito reuma  que  atenaza  mis  mús- 
culos y  enmohece  mis  articula- 
nes  . . .  (  Sentándose  en  un  sillón 
en  segundo  término )  Y  tú  .  .  . 
qué  cuentas  ? 

Rodolfo  —  Yo  ? . . .  pues  nada! 

Don  Pedro  —  Con  que  todavía 
en  pleao  temporal,  eh  ? . . . 

Rodolpoí—  Ya  lo  ve  usted, 
manteniéndose 4  la  ca{)a;  sin  dor- 
mir; con  los  fuegos  encendidos, 
y . . .  esto  es  lo  grave,  sin  señales 
de  salvataje  ni  indicios  de  bo- 
nanza ! . . . 

Don  Pedro  —  Pues  buen  final  ■ 
el  de  tu  aventura ! . . .  Qué  día  el 

de;  hoy !. . .  qué  escenas ! qué 

sofocones ! . . . 

Rodolfo  —  Mí  suegra,  hecha 
un  ají :  hurafla,  feroz,  terrible  ... 
Mi  mujer,  desmayo  tras  desmayo, 
sin  tomar  alimentos,  ni  decir 
esta  boca  es  mía . . .  Luego,  allá, 


en  el  hotel,  cuchicheos  en  las  me- 
sas; murmullos  en  los  corredores ; 
chismes  en  los  pasillos  . . .  ¡  qué 
sé  yo  . . .  Y,  á  todo  esto,  aguante- 
mos aquello,  soportemos  lo 
otro  . . .  escuchemos  lo  de  allá  . . . 
miremos  lo  de  acullá . . .  (  Con 
gesto  convencido )  No  hay  duda, 
tío,  el  papel  de  casado  tiene  sus 
inconvenientes  ! . . . 

Don  Pedro  —  Lo  que  fuera 
una  gracia  en  un  chico  soltero 
es  un  hecho  censurable  en  todo 
padre  de  familia ! 

Rodolfo  —  Y  lo  dicho  no  es  lo 
peor ... 

Don  Pedro  — Como  que  el 
desenlace  no  ha  sido  del  todo 
trágico,  como  en  esos  dramas  de 
folletín,  en  que  el  seductor  mue- 
re.. .  la  adúltera  muere ...  el 
marido  muere . . . 

Rodolfo  —  (;  Sonriendo )  Si,  un 
desenlace  hasta  cierto  punto  fe- 
liz, oportuno,  chic,   elegante ! . . . 

Don  Pedro  —  ( Intrigado )  Y . . . 
el  marido  ? 

Rodolfo  —  (  Con  displicencia ) 
Pischtsss ! . . .  Valiente  comenda- 
dor! En  el  primer  tren  de  esta 
madrugada  se  la  ha  llevado,    y 


J 


276 


eso  sin  sospechas  ni  indicios  de 
lo  ocurrido  ;  sin  la  más  mínima 
duda  de  la  fidelidad  de  su  Anto- 
nia ...  Se  ha  marchado  ^  la  lije- 
rA,  viento  en  popa,  corrido,  apre- 
miado por  un  diluvio  de  telegra- 
mas anunciadores  de  no  s6  qué 
crisis  ni  de  que  sé  yo  cuántas 
calamidades  bursátiles  .  .  ;  obse- 
sionado por  el  espectro  fatal  de 
su  ruina  :  del  desastre  inminen- 
te su  fortuna,  de  la  pérdida  total 
de  sus  millones  ...  Lo  dicho  :  una 
retirada  en  reg'Ia  y  altamente 
oportuna  ! . .  . 

Don  Pedro  -  Napoleón  en  su 
campana  de  Rusia  ! . . .  (Mirando 
hacia  la  de/rclia)  Hombre  !  .  .  . 
Ahí  viene  tu  suegra  . . . 

Rodolfo  —  No  me  deja  ni  á 
luz  ni  á  sombra  .  .  .  (  Con  decisión) 
Pues  bien  :  si  me  asalta  nueva- 
mente ...  la  aliof^aré,  si  seílor, 
y...  viento  en  i)opa  también 
ella  !  .  .  .  [Medio  ¡antis  de     I\o- 

dolfn  ) 

ESCENA    I  1 
Lus  mismos  y  mista  clkta.  Lue- 

líO,   LUCÍA    V  HKIIK 

]\tlsÍA  Clkta  —  {  Apro.t'inján- 
dose  (i  Rodolfo  (¡ne,  dist raido,  fin- 
</e  ohserrar  el  liorizoute)  Caballe- 
ro !  .  .  .  (Insistiendo  nncrainen- 
te  )  Caliallero  ! . . .  (  Rodolfo  da- 
se rnelta.  bruscamente  ij  la  hace 
lina  ninda  reverencia.  ) 

MisÍA  Cleta  —  (  Levantando 
la  voz)  Caballero...  la  acción 
que  usted  ha  cometido  es  simple- 
mente una  villanía,  una  mons- 
truosidad . . .  una ... 

Rodolfo  —  (  Con  gesto  altivo, 
cortándole  la  frase. )  Sefíora  . . . 
mídase  usted ! 

Misí  A  Cleta  —  No  me  callaré. 
Esto  mismo  se  lo  diré  á  usted 
ahora,  maüana,  siempre  ...  Sí, 
seré  su  sombra,  su  fiíntasma,  su 
remordimiento  que  le  persiguirá 


á  usted  más  allá  de  la  tumba  ! 

Rodolfo  —  ( Alterado )  Sello- 
ra,  por  favor,  repito  . . . 

Don  Pedro  —  ( Apaciguándo- 
los )  Paz  . . .  paz,  que  ahí  viene 
Lucía.  (  Los  tres  miran  hacia  la 
derecha.  Lucia  llega  pálida  // 
ojerosa,  envuelta  en  un  peinador 
blanco.  Camina  con  paso  vaci- 
lante y  trae  cogido  de  la  mano  á 
Bebé.  Evitando  mirar  á  Rodolfo, 
que  ha  reanudado  su  paseo,  ella 
se  sienta  en  último  término.  A 
su  dereclia  se  sienta  MisiA  Cleta, 
quien,  con  signos  visibles  de  agi- 
tación, saca  de  su  bolsillo  una 
labor  y  comienza  á  hacer  malla. 
iSe  hace  un  siloicio). 

Don  Pedro  —  (A  Lucia,  con 
pausada  naturalidad)  Es  esta 
una  tarde  deliciosa.  Vea  usted, 
señora,  que  crei)úsculo . . .  Ni  un 
soplo,  ni  una  brisa,    ni    la   más 

Une  bruma El  mar,    sereno  ; 

el  horizonte,  pictórico  de  luz  y 
colorido  . . .  Una  serenidad  dul- 
ce .. .  i)láe¡(la  . . .  apacible  ! . . . 

]\lisL\  Cleta  — (Co//  irania. 
Mirándole  á  los  ojos  )  Sí . . .  niuy 
apacible! 

Don  Pedro  —  (Subrayándolas 
palabras )  llermosaniente  apaci-; 
ble  . . .  (  Mutis.  Un  silencio. 

Lucía — (Enjugando  una  lá- 
grima y  atrayendo  hacia  si  á 
Bebé  )  Pobre  hijo  mío  ! . . . 

Behé  —  (  Acariciándola  )  Yo 
siempre  te  querré  mucho,  mu- 
cho, mamita . . . 

Lucía  —  De  veras,  hi,jo  mío? 

Bebé  —  Sí,  mamá,  siempre, 
siempre ! 

MisiA  Cleta  —  (  Con  marcada 
intención )  Únicamente  los  mons- 
truos no  tienen  sentimientos ! 

Lucía  —  (  Con  reconvención  ) 
Mamá ! . . . 

MisiA  Cleta  —  Calla,  tú ;  ofen- 
dida hasta  el  alma  y  todavía ! . . . 
(Se  hace  un  silencio). 

Lucía  —  ( Reteniendo    á  Bebé, 


277  — 


con  lentitud )  Pobre  hijo  mío  ! . . . 
Mí  amor  ya  ha  concluido.  El 
cierzo  del  desengaQo  ha  nevado 
en  mi  corazón . .  .  Ahora,  que 
sólo  seré  un  ente,  un  autómata, 
un  espectro  errante  y  sin  alma, 
sólo  en  tí  cifraré  mis  esperan- 
zas ! . . .  Todas  mis  dulzuras  se- 
rán tuyas  . . .  Todos  mis  anhelos 
serAn  tuyos  ...  De  tí,  que  logra  • 
rAs  evocar  en  mi  espíritu  los 
íiüos  más  felices  de  mi  vida;  los 
tiempos  mils  dichosos  de  mi  ado- 
lescencia ...  ( Como  ensoñando 
el  pasado)  ]\I¡s  días  más v<íntu- 
rosos  de  colegiala  . . ;  aquellas 
auroras  color  rosa  . . ;  aquellas 
tardes  muy  azules  . . ;  aquellos 
crepúsculos  de  ailoranza,  cuando 
todo  en  mi  era  regocijo  . . ,  di- 
cha . . ,  ensueño  .  . ,  ilusión  . . . 
( QuMase  meditabunda,  con  la. 
mirada  divagando  en  el  vacio. 
Mittis.  Misr.v  Ci.ETA  liace  malla; 
Don  Vkdro  l'nm a  un  cigarrillo ; 
Behk  Juega  á  los  pies  de  Lucía 
c(>)i  mi  cestillo  lleno  de  arena, 
conc/ias  marinas  //  algunos  can- 
grejos ). 

Bfmk  ~[  ."^ol lando  á  reir  Ja! 
,j;i  !,j;i  ! . . .  Pajiníto  . . .  Pji paito! . . . 
(  RoDOliFO,  siempre  en  sus  paseos 
no  le  escucha.  —  Insistiendo  )  Pa- 
palto  !  . . .  pa paito  ! .  . .  qué  te- 
nes y  . . .  cütás  enojado  ?  . . . 

RoD()LF(i  —{Como  despertando 
de  sus  meditacianes  )  Qué  dices, 
hijo  mío? 

MisiA  CiiETA  —  ( Iracunda,  con 
drspccliada  ira )  ¿Hijo  mío  ?  . . . 
¡  qué  sacrilegio! 

Bebé  -  {Mostrando á'Ronoi.vo 
un  cangrejo)  Te  quería  decir 
una  cosa,  papá  ...  Te  quería  de- 
cir... Ja!  ja!  ja  ! , . .  que.. . 
que . , ,  que  este  cangrejo  es 
igual ito  á  un  hombre.  Deveras; 
Mira  que  bigotes  tiene  y  cómo 
camina  I . . .  ¿  No  es  cierto  lo  que 
digo,  mamá  Cleta  ? 

MisiA    Cleta  —  ( Con    senten- 


eiosa  mcUicia )  Si  todos  los  hom- 
bres malos  y  los  maridos  inñeles 
fueron  cangrejos,  no  se  verían 
tantas  infamias  en  el  mundo  ! 

Lucia  —  {Reconviniéndola  con 
un  gesto  )  Mamá ! . . . 

MisiA  Cleta  —  Lucia ! . . . 

Lucia  —  ( Incorporándose  )  S  i 
te  empeñas . . .  me  marcharé !  ( vá- 
se  lentamente  por  la  izquierda ). 

MisiA  Cleta  —  ( Siguiendo  sus 
pasos )  Calla,  tontuela ! , . .  Hasta 
cuándo  serás  la  misma  timorata 
y...  (  Frtse  con  Lucia— Silen- 
cio ). 

ESCENA  ni 

RODOLFO,  DON  l'EDUO  Y  HEBÉ 

Rodolfo  —  (  Mirando  h  a  c  i  a 
donde  lian  partido)  La  pobreci- 
11a  es  buena  . . .  Incapaz  de  guar- 
dai'uic  rencor  . . .  Estaría  conmi- 
go á  partir  un  coníite  dentro  de 
una  hora  ;  pero  . . .  con  esa  fiera 
á  su  lado  ,  hasta  las  }>alonias  se 
vuelven  buitres ! 

Don  Pedro  —  l'obrc  Lucia  ! . . . 
Un  alma  buena  . . .  un  alma  san- 
ta . . .  un  alma  dulce  . . . 

Rodolfo  —  La  lelicidad  de 
cuaUíuier  otro  hombre  que  no 
fuera  yo  . . .  La  companera  inva- 
lorable de  otro  ser  cuya  volun- 
tad fuera  menos  compleja  y  más 
humana  que  la  mia  ! . . .  (  Con  de- 
saliento )  Pero  yo  . . .  seré  siem- 
pre yo  ...  El  escéptico  . . ,  el  gas- 
tado .. ,  el  incansable  buscador 
del  placer..,  el  judío  errante 
y  maldito  que  camina  . . ,  cami- 
na . . ,  camina  siempre  en  pos  de 
una  felicidad  nunca  finita ! ! . . . 
( Mutis ). 

Don  Pedro  —  (  Con  amarga 
ironía )  Mi  discípulo  ! 

Rodolfo  —Sí,  y  usted,  mi 
maestro ! 

Don  Pedro  —  ( Con  tristeza ) 
Un  maestro  ya  en  decadencia ; 
una  chispa  errante  de  un  sol 


—  278  — 


que  fué ;  algo  que  ya  se  apaga , 
que  se  esfuma,  que  se  desvane- 
ce .. .  Algo  que  se  va ...  se  va  .. . 
se  va . . . 

Rodolfo  —  Sí,  el  eterno  retro- 
ceso, el  declive,  la  bajada . . . : 
otra  vez  el  llano  que  nos  condu- 
ce hacia  el  abismo. 

Bebé  —  ( Insistiendo,  palmo- 
teando  y  dándole  á  Rodolfo  un 
cangrejo )  Sí,  papá,  tiene  bigotes 
y  camina ! 

KoDOLFO  —  ( Examinando  con 
curiosa  atención  al  crustáceo) 
Pues  vaya  una  ocurrencia  más 
feliz  la  de  este  chiquillo  ! . . .  (  Con 
convidan- )  Y  en  verdad  que  le 
es  . . .  Claro  !  Natural !  No  hay 
duda ! . , . 

Don  Pedro  —  ( Irónico )  El 
pendant  del  hombre  -  mono  del 
gran  Darwin.  Bebé  lo  ha  dicho, 
aunque  la  comparación  resulta 
un  tanto  burda  por  lo  infantil. . . 

Rodolfo  —  Antonia...  Lucía... 
elisia  Cleta  . . .  acaso  éste,  {señala 
á  Bebé)  todos  pobres  caminan- 
tes errabundos,  sin  norte,  sin 
brújula,  azotados  á  cada  hora 
por  el  rudo  oleaje  de  la  existen 
cia  . . .  Los  rezagados  de  la  Vida. 
Aquellos  que  llevan  plomo  en 
las  alas  y  un  espejismo  de  bru- 
ma ante  sus  ojos  ! . . . 

Bebé  —  ( En  cuclillas,  jugan- 
do siempre  con  el  crustáceo  )  To- 
dos caminan  para  atrás,  no  es 
verdad,  tío  Pedro  ? 

Don  Pedro  —  (  Sin  escuchar  á 
Bebé )  Cuestión  de  miras  .  . ,  de 
temperamentos  . . ,  de  modo  de 
ver . ,  . 

Rodolfo  —  {Anitnándose  por 
instantes )  Yo  no  soy  un  rezaga- 
do.. .  Yo  soy  el  fuerte  ;  yo  soy  el 
luchador ;  yo  no  miro  hacia  el 
Porvenir  ni  hacia  el  Pasado  . . . 
Yo  gusto  del  Presente  todas  sus 
ambrosías  y  . . .  sonrío  sus  mise- 
rias, sus  farsa^,  sus  prejuicios  ! 

Don  Pedro  —  Eres  el   Super- 


hombre; el  egoísta:  aquel  que 
saborea  su  felicidad  gota  á  gota 
sin  reparar  en  medios  ni  intimi- 
darse ante  obstáculos. 

Rodolfo  —  El  médico  no  titu- 
bea cuando  corta  la  llaga  para 
que  la  Vida  surja.  Y  la  vida  eg 
Felicidad;  el  Dolor  es  agonía  ;  la 
agonía  es  la  Muerte  ...  El  Pasa- 
do es  la  noche,  el  crepúsculo  lo 
que  fué  ...  El  Porvenir  . . .  Ah  ! 
el  Porvenir  es  el  mañana,  lo 
ignoto,  acaso  la  quimera . . .  aca- 
so lo  imprevisto ! 

Don  Pedro  —  Tú  lo  has  di- 
cho. Vives  la  Vida  y  la  ríes  .  .  . 

Rodolfo  —  Vivo  el  Presente 
porque  él  me  pertenece  y  él  es 
mío  ...  Yo  me  adapto  al  medio 
y  á  la  hora:  nada  más  ...  Mi 
reloj  no  adelanta  ni  atrasa  .  .  . 
Vivir.  Saber  vivir :  este  es  mi 
lema! 

Don  Pedro — El  lema  del  ven- 
cedor, de  aquel  á  quien  lo  ido 
no  retiene  ni  el  futuro  no  le  arre- 
dra .  .  . 

Rodolfo  —  Si  mía  es  la  Dicha 
no  la  rehuso  (Con  risa  sarcásti- 
ca)  Soy  un  avaro  de  mi  felici- 
dad !  .  .  .  (Con  displicencia)  Qué 
la  Vida  .  .  . 

Don  Pedro  —  (Con  amargura) 
después  de  todo  .  .  .  (Mutis  de 
Rodolfo  y  de  don  Pedro  ). 

ESCENA  ÚLTIMA 

Los  mismos  y  Misia  Cleta  y 
Lucía  por  la  izquierda.  Lue- 
go, señor  Mondeja  y  Monina. 

Misia  Cleta  —  (Ofreciendo  á 
Lucia  una  silla )  Ven.  No  seas 
niña  .  .  .  Estás  fatigada  y  un 
reposo  te  vendrá  perfectamente. 

Lucía  —  ( Con  desgano,  sentán- 
dose después  de  una  breve  vacila- 
ción )  Ay  !  otro  reposo  necesita- 
ría yo  .  .  .  (.  (puédase  como  ensi- 
mismada. DaN  Pedro  la  observa. 


—  279  — 


MisiA  Gleta  ha  reanudado  su 
labor.  Rodolfo  .  parece  haber  re- 
concentrado toda  8U  atención  en 
la  contemplación  del  paisaje  que 
comenzará  áe^fumarse  ligeramen- 
te. —  Lucía,  dbstraida^  dialogan- 
do consigo  miamaj — Yo  entonces 
era  muy  joven.  Aún  era  una 
nina  ...  sí  .  .  .  era  una  niña  .  .  . 

Don  Pedro  —  (  Observándola, 
meneando  la  cabeza  con  desalien- 
to )  Siempre  el  Pasado . . .  Aque- 
llo que  recordamos  con  más  pla- 
cer; el  espejismo  engañador;  lo 
que  nos  hace  soñar  .  .  ,  soñar  .  .  . 
siempre  soñar !  .  .  . 

Lucia  —  (  Suspirando  )  Sí,  sí, 
lo  que  ha  sido...  Lo  que  fué...  Lo 
que  no  vuelve  ...  Lo  que  no  vol- 
verá nunca  .  .  .  nunca  .  .  .  nun- 
ca !  ...  (  Breve  silencio.  Pronto 
se  oyen  voces  dentro  )  —  Voces  — 
( dentro )  Aquí  están  !  .  .  .  Aquí 
están  ! . .  .  (  Aparecen  por  la  de- 
recha MONDEJA  Y  MONINA.  Esta 
i'dtima  viste  abrigo.  Ambos  traen 
consigo  valijas  y  maletas  de  viaje. ) 

Mondeja  — {Fatigado  y  con 
júbilo )  Al  fin  hallamos  á  uste- 
des !  . .  .  Cómo  que  hemos  reco- 
rrido toda  la  playa  y  . . .  nada! . . 
(  Observándoles  con  atención  ) 
¡Hola,  en  familia,  eh!...  en 
ñimilia!...  ¡Oh,  no  hay  nada 
como  la  familia,  la  paz  domés- 
tica, la  tranquilidad  del  ho- 
gar, la  .  .  , 

Misí A  Cleta  —  (  Pon  sorna ) 
Buena  paz  tenemos  nosotros  por 
dentro ! 

Rodolfo  —  ( Reparando  en  las 
valijas  y.  trastos  que  ambos  car- 
gan )  Qué  veo  ? . . .  Acaso  ustedes 
se  marchan?  .  .  , 

Don  Pedro  —  Así,  tan  repente? 

MoNiNA  —  ( Indicando  á  Mon- 
deja) Este  a,8Í  ló  ha  dispuesto, 
y...  como  qiie  la  mujer  debe 
siempre  obedecer  al  marido  .  .  . 

Lucía  —  Cierto  ! . . . 

MisÍA  Cleta  —  ( A  Don  Pedro ) 


Obedecer  al  marido  ? . , .  hacer 
siempre  lo  que  él  mande  ? . , . 
Lindas  estaríamos  nosotras,  las 
mujeres  . .  .  Pues  no  es  nada  lo 
del  ojo! 

Mondeja  —  Sí,  señores,  como 
ustedes  lo  oyen:  en  el  tren  de 
las  siete  y  treinta  partimos  para 
Montevideo ... 

Lucía  —  Y  esta  marcha  tan 
precipitada  ? . . . 

Don  Pedro —  Acaso  algún  lla- 
mado urgente . . . 

MÓNDiy'A  —  Oh !  no,  señor ! . . . 
Mis  deseos  eran  permanecer  en 
estos  parajes  una  quincena  más ; 
gozar  de  estos  céfiros  marinos  y 
de  estas  brisas  salúbricas  .  .  . 
pero,  ¡  hay  que  ser  prudentes ! 
Anoche  á  Monina  no  le  ha  sen- 
tado bien  el  descote  . . .  Tosió  . . . 
estornudó  dos  veces  ...  y  . . . 
vaya  !,  ustedes  comprenderán  : 
la  estación  avanza  y  es  de  temer 
los  constipados,  las  influencias, 
las  pulmonías,  las  tuberculosis, 
los .  . . 

MisiA  Cleta  -  Jesús  ! 

Mondeja  —  Con  que  . . .  pru- 
dencia y  á  casita,  que  allí  no 
soplan  aires  colados  ni . . .  (^A 
Don  Pedro  )  tampoco  hay  aten- 
tados contra  el  pudor ! . . . 

Rodolfo  —  Pues  hacen  uste- 
des perfectamente. 

MisiA  Cleta  —  ( A  Don  Pe- 
dro )  Lástima  no  habérseles  ocu- 
rrido antes ! . . . 

' Mondeja  —  {A  Monina.  Con 
afectuosa  solicitud)  No  te  duele 
nada,  nada,  nada  ? . . . 

Monina  —  Nada,    nada,   nada. 

Don  Pedro  —  Qué  le  vá  á  do- 
ler, hombre  !  .  .  .  qué  le  va  á 
doler ! . .  . 

Mondeja  —  (  Consultando  la 
hora  )  Las  siete  y  cuarto  . . .  pues 
no  hay  tiempo  que  perder .  .  . 
(  Saludando )  En  fin,  ya  saben 
ustedes,  hemos  tenido  la  mayor 
honra  en  conocerlos . . .  Manolito 


—  280- 


Mondeja  .  .  .  {Indica/tido  d  Mo- 
llina )  Monina  Sancho  de  Monde- 
ja. Los  dos  servidores  de  ustedes 
y  fleles  amigos  hasta  la  eterni- 
dad ...  ( /So  despiden  i/vánse^por 
,/a  derecha.  -  Breve  pausa). 

Misía  Cleta  —  Buenos  amigos 
tienes,  Benito ! . . . 
Lucía  —  Senciljas  gentes  ! . . . 
Don  Pedro  —  Buenos  ...  co- 
mo el  pan !  • 

Rodolfo  —  ( Riendo)  Otro  par 
de  rezagados  ! , :  A  esa  edad,  pu  • 
díendo  ser  ya  abuelos  y  . . .  ¡  Có- 
mo si  recién  empezara  la  mos- 
tacilla !  ( Mutis ) 

Mondeja  —  ( Apareciendo  nue- 
vamente )  Ah !  me  olvidaba  de- 
cirles ;  Míguelete  2.001,  á  sus  ór- 
denes . . .  Segundo  piso  ...  A  la 
izquierda  y  en  el  vestíbulo  una 
puerta  verde  les  indicará  á  us- 
tedes .  . .  (  Vase. ) 

Lucía  -  Bien.  Tendremos  pre- 
sente. 
Don  Pedro  —  Abur ! 
MisÍA  Cleta  —  Y  qué  yo  no 
les  vea ! 

Rodolfo  —  Lo  dicho :  en  ple- 
na mostacilla !  (  Se  hace  un  silen- 
cio. Luego,  Rodolfo,  apartán- 
dose d  un  lado  con  Don  Pedro.  ) 
Escuche,  tío:  la  tormenta  aún 
no  ha  pasado  ...  En  estas  renci- 
llas domésticas  no  hay  nada  me- 
jor como  el  alejamiento  momen- 
táneo . .  .  Con  que  así . . .  Voy 
con  ellos  y  en  tanto  usted  .  .  . 
apacigüe,  apacigüe  .  . . 

Don  Pedro  —  Excelente  idea ! 
Rodolfo  —  ( hevant ando  la 
voz  y  llamando  hacia  donde  se 
han  marchado  los  Mondeja )  Se- 
ñor Mondeja ! . . .  Seflor  Mende- 
ja ! . , .  Que  voy  con  ustedes  á 
acompañarles  hasta  la  estación. 
( Dirigiéndose  á  los  suyos )  Pron- 


to vuelvo ...  Ún  cuarto  de  hora 
á  lo  más  . , .  (  Vase ). 

MlsiA  Cleta  —  ( Apartándose 
con  don  Pedro  )  Don  Pedro,  ó  yo 
veo  visiones  ó  este  bribón  de  flii 
yerno  también  se  las  quiere  gñi- 
Uar  para  Montevideo  en  busca 
de  esa  Antonia . . .  Pero ,  si  él  asi 
•  piensa ,  juro  que  lo  haré  detener 
ahora  mismo  por  la  policía! ... 

Don  Pedro  —  Pero  ,  señora  , 
no  sea  usted  tan  mal  pensada ! 

MisiA  Cleta  —  Nada! . . .  na- 
da !.. .  {A  Lucia )  Voy  hasta  el 
hotel  y  enseguida ... 

Lucía  —  Bien ,  mamá ;  yo  la 
aguardaré  á  usted. 

Bebé  —  Hasta  luego ,  mamita ! 

Lucía  —  Ven  pron  t  o ,  h  i j  o 
mío  !  (  Se  van.  Un  silencio.  La 
noche  se  va  haciendo.  Los  venta- 
nales del  hotel  se  iluminarán  á  la 
distancia  ). 

Don  Pedro  —  ( Sentado  á  la 
derecha  de  Lucia  ;  con  dísvlicen- 
cia  y  saboreando  un  cigarrillo  ) 
Si ,  mi  buena  señora  ...  la  vida 
es  así . . :  triste  ,  risueña  . . ,  ridi- 
cula . . .  ¡  Bah ! . . . 

Lucía  —  (  Sin  escucharle  ;  en 
actitud  de  alucinada;  mirando 
alejarse  á  Bebé  y  como  hablán- 
dole )  Sí  . . .  Bebé . . .  ahora,  to- 
da j  mis  ternuras  serán  tuyas...; 
todos  mis  anhelos  serán  tuyos . . . 
De  tí,  sólo  de  tí,  que  lograrás 
evocar  en  mí  espíritu  los  años 
más  felices  de  mi  vida ;  los  años 
más  dichosos  de  mi  adolescen- 
cia ;  mis  dias  más  venturosos  de 
colegiala  . . .  ( Como  ensoñando  el 
Pasado )  Aquellas  auroras  color 
rosa . . ;  aquellas  tardes  muy  azu- 
les.. ;  aquellos  •  crepúsculos  de 
añoranza . . ,  cuando  todo  en  mí 
era  regocijo . . ,  dicha . . ,  ensue- 
ño .. ,  ilusión . . .  ( Mutis ). 


(  Telón  lento ) 


281 


fvosa  vomátitioa 


t<a  conocí  una  tar- 
de, melancólica. 

No    era    ella   una 
germana    romántica 
de  aquellas  que  hi- 
cieran llorar  á  Hei- 
né,  en  vez  de  lágri- 
mas, sus  idílicas  es- 
trofas: suaves,  como 
la    suavidad    de    un 
beso  enamorado;  pu- 
ras, coino  la  pureza  del  epitala-"^^ 
mió  de  dos  suspiros  correspondi- 
dos: pero,  si  era  adorable  y  dul- 
ce, con  esa  dulzura  enebriadora 
de  las  vírgenes  hermosas  de  cabe- 
lleras áureas,  que,  en  las  noches 
azules,  se  refrescan  en  las  aguas 
bohémicas  de  las  orillas  germá- 
nicas del  Rhin. 

La  conocí  y  la  amé. 

Su  tocado  nupcial  adornado 
con  un  ramo  de  azahares  cuyos 
botones  parecían  lágrimas  blan- 
cas que  el  Ángel  del  Amor 
biera  vertido  sobre  su  cabellera 
rubia,  hacía  el  contraste  de  una 
turquesa  de  perlas  engastadas 
en  el  metal  de  la  esterlina  ingle 
sa.  Y  su  talle  triunñil,  y  su  andar 
acompasado  de  emperatriz  egip- 
cia, fascinaron  mi  espíritu  en  la 
ráfaga  eléctrica  de  una  mirada 
escudriñadora, 

Y  la  seguí  enamorado. 

Después  de  atravesar  lasca- 
lies  solitarias  de  la  ciudad  silen- 
ciosa, llegamos  á  la  encrucijada 
de  las  selvas:  suspiraba  el  bos- 
que, las  ramas  unas  á  otras  se 
besaban  silenciosamente,  y  las 
aves,  en  su  idilio  crespucular, 
gorgeaban  su  cántico  nupcial  al 


dúo  rítmico  de  las  hojas  secas 
que  caían  al  suelo  desprendidas 
de  los  árboles  frondosos. 
Nos  hablamos ... 


—-282  — 


Nos  hablamos,  primero  en  el 
lenguaje  de  los  ojos,  mudo  y  si- 
lencioso, pero  hondo  y  significa- 
tivo; y,  luego^jaiajabios,  como 
las  fresas  .imtetógicás  de  la  At- 
tántidOií^ejáron  escapar  una  son- 
risa,,-^- tras  esa  sonrisa  de  vir- 
gen eriferma  de  la  nostalgia  de 
pasión  sublime,  surgió  el  verbo 
de  la  diosa  que  llegó  á  mis  oídos 
con  la  dulcísima  suavidad  de  una 
nota  de  Beethoven.  En  el  gesto 
de  su  semblante  nostálgico,  y  en 
el  silencio  de  sus  ojos,  que  ar- 
monizaban con  las  modulacio- 
nes de  sus  ^abios  de  púrpura, 
adiviné  el  gran  misterio  de  la 
pasión  volcánica  que  incendiaba 
su  corazón  de  virgen,  y  no  pude 
menos  que,  en  an  arranque  de 
frenético  cariCo,  hacerla  prisio- 
nera en  mis  brazos,  para  luego 


sellar  sus  mejillas  con  un  beso 
que  las  tiñera  en  el  rojo  de  mis 
labios  insaciables. 

¡Nos  habíamos  comprendido! 

Luego  nos  separamos  para  vol- 
ver cada  uno  á  su  morada,  que- 
dando á  vernos  todos  los  días,  á 
la  hora  del  crespúculo,  en  la  ve- 
reda del  bosque,  bajo  las  ramas 
de  los  árboles  frondosos  donde 
las  aves  gorgean  su  cántico 
nupcial. 

Cuando  llegamos  á  la  ciudad, 
se  despedía  la  tarde,  se  despedía 
al  arrullo  de  la  música  solemne 
del  frondaje  de  las  selvas,  con  la 
tenue  sonrisa  de  un  bosquejo  de 
primavera  en  la  rara  melancolía 
de  los  crespúculos  otoñales. 

Manuel  Rodríguez  Tovar. 


-<^$CCC$Do- 


la  cos^e^a 


Paa-a  Apolo. 


Allí  están,  son  los  parias  de  la  vida. 
Es  en  el  mes  de  Marzo  :  la  cosecha 
\o8  arranca  del  lóbrego  tugurio, 
mansión  de  sus  dolores  y  tristezas, 
y  los  arrastra  á -la  campiña  fértil 
á  recoger  la  ofrenda 
que  generosa  brinda  la  Natura. 
Roja  aurora  preñada  de  promesas 
viste  á  todos  los  campos  de  esperanza 
y  los  hombres  nervudos  y    las  bestias 
beben  la  vida    en  el    ambiente    sano .  . 
y  es  como  una  excitante  borrachera ! 


Varios  meses  atrás,  los  mismos  parias 
abrieron  las  entrañas  de  la  tierra 
y  Tertieron  el  germen    de  otras  vidas 
en  los  surcos  dejados  por  las  rejas. 
Sudaron  mucho  al  preparar  los  campos 
para  que  fuera  pródiga  la  siembra .  .  . 
y  hoy  sudan  como  ayer...  ¡hoy  sudan  mnch* 
en  la  dura  labor  de  la  cosecha ! .  . . 
Y  sudan  para  otros :  ni  sus  hgos 
tendrán  el  fruto  del  sudor,  sus  fuerzas 
servirán  para  dar  vigor  á  todos 
esos  que  viven  de  la  savia  ajena! 


Buenos  Aires  1907. 


Alejandro  Sux. 


-<>{l^XC€i>>- 


Paisaj^ 


A  Oitz,nán    Papini. 


Para  Apolo. 


llora  (le  siesta.    El  sol   ardiente   baña 
Ir  faz  enardecida  de  la  tarde, 
y  su  beso  de   fuego  tiembla    y   arde 
en   la  inculta  región  de  la  campaña. 

La  ignición  de    la  atmósfera    se    empaña 
en   nn   espasmo    de   sopor ;   cobardo 
corre,   la  brisa  y  en   canoro   alarde, 
dice  un  boyero  su  canción  extraña. 


Vislúmbrase  á   lo  lejos  la  alta   sierra 
de  lujuriosa  floración   henchida; 
una  vacada  por  los   campos  yerra  ; 

un  toro  muge,  la  cerviz  erguida, 
y    cuádrase   en  el  plano  de  la  tierra 
como  en  una  apoteosis  á   la  vida ! 

JOSK  VlAÑA. 


—  283 


ftr^^éio 


Para  Apolo. 


Florirei  as  pedras  pelos  maus  caminhoa .  . 
Guerra  Junqueiro^ 

Nuevamente  he  paseado  —  por  la  playa  do  otrora  — 
Elaboró  el  Idilio  —  fantásticos  mirajes  — 
Con  raudal  de  fulgores  —  de  una  mágica  aurora  — 
Con  secretas  rapsodias  —  de  brumosos  paisajes . . . 

Y  he  evocado  decires  —  de  su  voz  seductora  — 
En  ía  cual  flautas  de  oro  —  la  servían  de  pajes  — 

Y  liturgias  eximias  —  de  su  alma  canora  — 
Como  el  azul  del  cielo  —  las  selvas,  los  oleajes... 

j  También  han  revivido  —  los  sollozos  profundos  — 
De  nuestra  despedida  —  el  beso  de  dos  mundos  . . . 
De  la  América  joven  —  toda  primaveral  — 

Y  las  maternas  tierras  —  de  la  Europa  Gloriosa  — 
Donde  Grecia  ha  brillado  —  como  Suprema  Diosa  — 
Mostrando  los  oasis  —  sidéreos  del  Ideal ! 

Julio  Raúl  Mendilaharsu. 


Bournemoutli— Setiembre  de  líK>7. 


-^$CCC«&o- 


La  musa  del  ^risiotiero 


Nitaltris  infie:! 

Noche  egipcia.  Blanco  Isis 
Las  verdes  aguas  del  Nilo 
Riela  con  luz  de  berilo 
Cabe  el  templo  de  Menfís. 

Del  perro-sacro  Annubís 
Bajo  la  panza,  en  sigilo, 
Su  amor  al  bello  Diphilo 
Da  la  reina  Nitakris. 

Y  muda  como  la  Esfinge, 
Cómplice  de  la  que  fínge 
A  su  rey  honda  pasión: 

Bajo  la  luz  selenita 
Calla  la  guardia  menfita 
Su  desventura  al  Faraón. 


3XEa.rjga.rit  a. 

De  una  Germania  nivosa 
Eres  blonda  Margarita, 
La  que  en  mi  sueilo  me  acosa 
Y  la  que  el  sueilo  me  quita. 

De  «faience»  primorosa 
O  japonesa  laquita. 
De  tu  amor  la  nebulosa 
Me  convierte  en  selenita: 

Que  haces  que  viva  en  la  luna 
Si  con  tu  amor  me  importuna 
Tu  travesura  infinita, 

Terracota  artificiosa 

De  una  Germania  nivosa: 

¡Oh,  mi  blonda  Margarita! 

Adriano  M.  Aguiar. 


—  284  — 

S^Üová. . . 

"'  Para  Apolo. 

Hoy  he  amanecido  con  un  poco   de  buena 
voluntad.   Y  es   seguro   que  en  mi   pobre  ventana, 
hsLTí  querido  las  aves  cantar  esta  mañana 
con   más   amor  y  más  armonía   serena. 

Pero  este  enrarecido   pesar  que  me  envenena 
quiere   que   en   mí   cualquier   sonrisa  sea  vana, 
y  es  por  esto  que  el  sol  filti'a  por  la  persiana 
un  poco  más  alegre  sin  alegrar  mi   pena. 

¿Estoy  enfermo  acaso   de  algún  mal   incurable 
y   hondo,   que  no  me   deja  respirar  alegrías 
ni  ver  nada   que  sea  placentero   y  amable? 

Es  posible.  Señora . . .  Pero  es  bien  verdadero, 
que  sin  amor  me  muero  de  tristezas  muy  frías 
y  si  me   besa  un  poco  el  amor,  también  muero . . . 

Benjamín  de  Garay. 

Buenos  Aires,  1908. 


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£ti  el  Umfilo 


Para  Ai-OLO. 

Te  vi  sola  en  el  templo  cruzar  la  extensa  nave 

Y  fijarte  en  la  imagen  de  la  virgen  María, 
Mientras  el  viejo  armonium  con  ritmo  lento  y  suave 
En  la  vaga  penumbra  tristemente  reía. 

Cual  si  te  atormentara  alguna  pena  grave 
O  como  si  esquivaras  la  claridad  del  día, 
Te  ocultaste  en  la  sombra,  y  diste  vuelo  al  ave 
De  tus  hondas  nostalgias  y  tu  melancolía. 

Yo  que  también  soñaba  con  la  música  triste, 

Y  hasta  me  habia  olvidado  de  todo  lo  que  existe 
Para  pensar  en  algo  divino  junto  al  ara. 

Sentí  en  la  estancia  mística  como  vuelos  paganos. 
Cuando  el  velo  apartaste  con  tus  gráciles  manos 

Y  me  embrujó  el  prodigio  de  tu  belleza  rara. 

Guillermo  Lavado  Isava. 

La  Victoria,  Venezuela  1908. 


—  285  — 


Biblioéváñoas 

liibfos    y  folletos    ireeibidos 


Fiat  Lux  (  Poemas  varios  ),  por  José  San- 
tos Chacana  —  Librería  de  Pueya  —  ( Ma- 
drid )  —  Constituye  este  libro  una  selecta 
recopilación  de  poesías  publicadas  hace 
mucho  tiempo  algunas  y  las  otras  inéditas. 
En  él,  Choeano  se  presenta  como  un  poeta 
amplío  y  vigoroso  que  no  hace .  cuestión  de 
escuela  para  crear  belleza.  Fiat  Lux  está 
dividido  en  tres  partes :  Poemas  clásicos. 
Románticos  y  Modernistas  y  trae  un  her- 
moso prólogo  de  Andrés  González  Blanco. 

Ojo  y  Alma  {poesías),  por  Santiago  Ar- 
guello —  Librería  de  Bourel  —  (  Parts)  —El 
autor  del  «Viaje  al  país  de  la  decaden- 
cia »  nos  ha  obsequiado  con  un  ejemplar 
(le  su  líltímo  libro  de  poesías  que  lleva  el 
sugestivo  título  de  «Ojo  y  Alma  ».  Argue- 
llo no  sigue  ninguna  escuela;  se  mantiene 
libre,  y  es  un  ferviente  adorador  de  lo 
bello.  «La  verdadera  desnudez  de  Friné» 
y  «  Las  elegías  del  labrador  »  que  perte- 
necen á  ese  libro,  son  verdaderos  modelos 
de  arte  literario. 

Baladas,  por  Luis  do  Oteiza  —  Madrid 
—  La  importante  casa  editorial  de  Grego- 
rio Pueyo  acaba  de  enviarnos  el  nuevo 
libro  del  exquisito  autor  de  «Brumas». 
«  Baladas»  es  un  volumen  de  poesías  emo- 
tivas, de  colorido  intenso  y  gran  potencia 
imaginativa.  Las  poesías  «  fena  blanca», 
« Flor  de  almendro »,  « Una  balada  de 
Heine »  y  « La  Balada  del  órgano »  son 
dignas  solamente  del "  espíritu  heiniano. 
Luis  de  Oteiza  es,  después  de  Juan  Ramón 
.Timénez,  el  temperamento  que  más  se  acer- 
ca al  del  suave  poeta  del  Eliin. 

El  salto  de  la  n-ovia,  (novela)  por  Ra- 
fael Lopes  de  Haro  —  Librería  Pueyo  Ma- 
drid —  Con  un  hermoso  prólogo  de  E.  Ra- 
mírez Blan»o,  López  de  Haro  acaba  de 
remitirnos  su  ultima  producción  literaria 
titulada  El  salto  de  la  navia.  Bien  escrita, 
con  páginas  admirables  por  su  colorido 
realista,  con  pinceladas  maestras  de  obser- 
vación sagaz  y  bien  elaborada.  El  salto  de 
la  novia,  aunque  se  resienta  en  su  parte 
psicológica  por  falta  de  hilacién  y  de  vero- 
similitud, sustenta  sin  embargo  una  tesis 
liumana  y  cruel  por  lo  tanto.  8u  autor  con 
ella  se  conquista  lugar  preferente  entre  la 
juventud  nueva  de  la  España  moderna. 
Personal  en  el  estilo,  atrevido  en  la  expo- 
sición de  ciertos  hechos,  demuestra  López 


Haro  en  toda  su  nueva  obra  grandes  condi- 
ciones de  novelador  que  ha  sabido  adunar 
ú  las  bellezas  de  un  estilo  moderno,  el 
nervio  del  pensador. 

Los  Buitres  (cuentos),  pof  Angeles  Vi- 
cente —  Librería  Pueya  —  Madrid  —  una 
serie  de  cuentos  admirables  forman  la  obra 
«Los  Buitres»,  de  Angeles  Vicente.  Xo 
conocíamos  nada  de  esta  autora  y  á  fe  de 
sinceros  confesamos  que  la  lectura  de  todas 
las  narraciones  cortas  que  constituyen  el 
volumen  cuyo  recibo  acusamos,  nos  ha 
sorprendido  agradablemente.  La  Vicente, 
ha  escrito  páginas  admirables  de  una  ex- 
quisita sencillez  en  la  tesis,  pero  que  no 
por  eso  dejan  de  producir  una  agradable 
sensación  emotiva  en  los  espíritus  refina- 
dos. Tanto  en  la  forma  de  exposición  como 
en  el  broche  con  que  cierra  cada  una  de 
las  páginas  de  «Los  Buitres»,  la  Vicenta 
se  revela  nueva,  con  un  criterio  amplio, 
tal  vez  algo  incomprensible  para  la  mayo- 
ría de  los  lectores  que  no  saben  de  las 
delicadozas  del  alma  y  de  los  resortes  que 
pulsa  la  emotividad  del  artista. 

Despertar  —  ( novela )  — por  Carlos  Su- 
riguez  y  Acha  —  N.  Tommasi  —  Milán  —  Ita- 
lia—  Pertenece  esta  obraá  la  categoría  de 
las  de  lucha.  Suriguez  y  Acha  desarrolla 
en  ella  un  concepto  social  superior  que  no 
es  socialismo,  ni  acratismo,  pero  que  tiene 
un  algo  de  ambas  teorías  modernas.  ¿  Vale 
la  obra?  En  el  reducido  espacio  de  una 
nota  bibliográfica  no  puede  hacerse  el  aná- 
lisis debido  para  arribar  á  una  afirmación 
contundente.  Sin  embargo,  haciendo  abs- 
tracción de  ciertas  hinchazones  y  defectos 
de  íforma  hemos  encontrado  en  toda  ella 
páginas  admirables,  observaciones  valio- 
sas y  más  que  nada  una  orientación  en  el 
autor  sana  y  meritoria.  Cambiando  el  mé- 
todo de  novelar,  podando  algo  del  afán  que 
muestra  Suriguez  y  Acha  á  filosofar  por  su 
cuenta,  haciendo  abandono  de  los  persona- 
jes que  se  mueven  en  la  novela,  es  decir, 
dando  mayor  movilidad  á  los  protagonistas 
de  la  obra,  llegará  Suriguez  y  Acha  á  ocu- 
par un  lugar  de  preferencia  entre  los  nove- 
listas americanos.  Tiene  las  dos  condicio- 
nes primordiales  de  todo  novelador  :  saga- 
cidad de  observación  y  facilidad  para  urdir 
una  trama  novelesca  interesante. 


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Cotifer^ticia  Sassotí^ 

En  los  primeros  días  del  mes  pasado  nuestro  amigo  el  escritor  paruano  Felipe 
Sassone  dio  una  conferencia  en  el  Ateneo  sobre  el  modernismo  en  la  literatura  española. 
Nuestra  opinión  sobre  dicha  conferencia  es  contraria  á  Felipe  Sassone,  como  8|e  lo  ha 
dicho  verbalmente  nuestro  director.  Hemos  leído  detenidamente  las  obras  de  algunos 
escritores  españoles  que  él  ataca:  Felipe  Trigo  y  Blasco  Ibaftez,  y  vemos  que  sus  ataques 
son  infundados  ó  exagerados,  pues  usando  el  criterio  valbaenista  que  él  empleó  en  aquel 
acto,  toda  obra  resulta  mala  por  más  buena  que  ella  sea. 

Concurrió  á  oir  la  conferencia  un  selecto  grupo  de  intelectuales  y  amateurs. 


286 


Voces  ameriaatias 


Una  de  las  más  interesantes  revistas  de  arte  y  sociología  que  se  publican  en  Amé- 
''ica,  es  sin  duda  alguna  Apolo,  lujoso  cuaderno  mensual  que  exorna  sus  páginas  con  las 
más  brillantes  plumas  del  continente.  8u  director,  el  ¡oven  poeta  uruguayo  Pérez  y  Curis. 
«e  ha  propuesto  que  Apolo  sea  el  portavoz  de  la  cultura  literaria  y  cieutíflca  de  estos 
países  de  lengua  castellana,  y  al  efecto  la  revistn  circula  profusamente  en  las  diversa^ 
capitales  americanas. 

Pronto  implantará  en  Chilo  una  agencia  para  su  veata  al  público,  y  de  su  éxito  res- 
ponde la  bondad  de  su  material,  tanto  en  grabados  como  en  selecta  lectura. 

Dentro  de  poco,  pues,  nuestro  público  podrá  apreciar  una  de  las  más  bellas  mani- 
festaciones del  esfuerzo  intelectual  de  esta  parte  del  continente,  y  ello  resultará  segura- 
mente para  nosotros  provechoso,  toda  vez  que  no  tenemos  en  el  país  una  publicación  que 
responda  al  elevado  concepto  de  cultura  que  alcanzamos. 

Hay  que  felicitarse  de  ello.  Ya  que  nuestras  revistas  no  pasan  más  allá  de  simples 
esfuerzos  aislados  y  fugaces,  cuando  no  llegan  á  convertirse  en  escaparates  de  monerías 
y  de  simplezas,  en  las  que  se  escriben  lucubraciones  latosas  y  danse  escandalosos  zarpazos 
á  Mseterlinck,  la  obra  de  un  intelectual  sudamericano  que  asi  tan  fraternalmente  aduna 
los  esfuerzos  artísticos  de  los  diversos  países  de  habla  castellana,  resulta  muy  noble  y 
simpática. 

Por  nuestra  parte,  enviamos  un  sincero  aplauso  al  director  de  Apolo.  —  De  La 
Prensa,  Santiago  de  Chile. 

«  Apolo  » 

Hemos  recibido  el  número  15,  correspondiente  al  1.°  de  Mayo,  de  esta  importante 
revista  de  arte  y  sociología,  que  dirije  en  Montevideo  el  brillante  literato  Pérez  y  Curis. 

Apolo  es,  sin  disputa,  la  mejor  publicación  literaria  de  cuantas  aparecen  allende 
los  Andes.  Otras  tienen  más  presentación,  grabados  multicolores,  actualidíides  políticas  y 
cuanto  constituye  un  atractivo  para  el  público  grueso;  pero  ninguna  reúne  un  material 
literario  tan  escogido,  ni  signado  por  tan  prestigiosas  firmas  como  Apolo. 

El  número  de  (jue  acusamos  recibo,  trac  colaboración  inédita  de  Vicente  ¡Medina, 
Amado  líervo,  Vargas  Vila,  Manuel  Ugorte,  Miguel  Luis  Rocuant,  Ovidio  Fernández 
Ríos,  Moreno  Alba  y  Pérez  y  Curis. — De  La  Li^¡i.  Santiago  de  Cliile. 


—  287  — 


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«Morena  y  Trágica»  DE  Isaac -Al i-Ñoz       »  Pérez  y  Curis 

Ea  (AÍDA  DE  LAS  H(»iAs ))  Migucl  Lu¡s  Rocuaiit 

Elavekas ))  Jorge  González     > 

J.A  TK'ENZA ))  Angeles  Vicente 

A ))  Adriano  M.  Aguiar 

J)(»N  (^)LiJoTE ))  Juan  Guerra  Nüñez 

De  Sa.;onia ))  J.  IVI.  Guerra  Nüñez 

Va  n<.  iRE.Mds  .........      ))  O.  Fernández  Ríos 

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Ea  última  nota  de  ln  roE>L\ .    .    .      ))  I.  Rodríguez  Martin 

CoNNiuio  SENTIMENTA1 »  C.  M.  de  Vallejo 

l(f)No(  lasta ))  L.  Vlcens  Thievent 

BiHLKXiRÁFicAs ))  La  Redaccíón 

Rosa  ígnea ))  Pérez  y  Curis 

Breviario  epistolar    ......))         ))       ))       » 

( T  M  A  B  x\.  D  O  8  :     I'aisaie.    Domingo  Aren'a,  Paisa.) e.  Axgélka 

';.      Kauffmanx    (  cuadro  de   Eeynolds  i.    Coima 

;     DE  otro   cuadro   DE  ReVNOLDS   Y   CaRLos 

—   María  de  Valle.k». 


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Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Redactor:   P.  LÓPEZ   CAMPAÑA  —  Secretario  de  Redacción:   O.  FERXÁXDEZ  RÍOS 


ANO  III -N.°  19. 


Montevideo  — Buenos  Aires  —  Santiago  de  Chile,  Septiembre  de  1908. 


Palabras  políticas  de  Vargas  Vila 


El  sueño  del  Tetpat»ea 


Desde  el  Tratado  de  Westplia- 
lia,  tan  enfáticamente  llamado  el 
CÓDIGO  DE  LOS  PUEBLOS,  el  Go- 
bierno de  la  Europa,  no  ha  sido, 
sino  un  verdadero  estado  de  sitio, 
bajo  cuya  abrumadora  inanidad 
se  siente  clamar  los  pueblos : 

espíritus  llenos  de  una  senci- 
llez prudhomesca,  han  elogiado 
hasta  el  ditirambo  la  diplomacia 
•de  ese  Congreso,  que  no  procla- 
mó ante  el  mundo,  sino  un  solo 
derecho :   el  del  mas   fuerte  ; 

esclava  de  la  Fuerza,  la  Euro- 
pa, no  ha  podido  concentrar  su 
esfuerzo  sino  en  la  conservación 
de  una  paz  armada,  cuyo  triunfo 
efímero,  es  más  terrible  que  el 
■de  las  más  sangrientas  derrotas : 

la  obra  de  todas  sus  Cancille- 
rías, ha  sido  la  combinación  de 
ún  esfuerzo  Diplomático-Militar, 
tendente  á  conservar  ese  estado 
violento,  lleno  de  luchas  instinti- 
vas y  de  competencias  apasiona- 
das; 

los  pueblos  han  sufrido  ese 
STATü  Qüo  de  la  brutalidad;  ora 


con  una  resignación  triste,  llena 
de  presagios,  ora  con  una  violen- 
cia creciente,  llena  de  peligros ; 

la  dogmatología  de  los  parti- 
dos de  la  fuerza,  ha  tendido  al 
imperio  de  esa  paz  enferma,  como 
la  única  salvación  de  su  tradi- 
ción adentro  y  de  su  seguridad 
afuera;  mientras  los  partidos  ex- 
tremos, se  encabritan  contra  esa 
paz,  y  zapando  los  cimientos  me- 
dioevales de  las  actuales  formas 
de  Gobierno,  combaten  abierta- 
mente la  guerra  por  la  revolución 
en  las  conciencias,  y  los  ejércitos 
permanentes  por  la  abolición  del 
servicio  militar ; 

entre  el  arcaísmo  oficial  de  los 
unos,  y  el  materialismo  guberna- 
hiental  de  los  otros,  los  hombres 
de  Estado,  desorientados  y  dudo- 
sos, se  suceden  en  el  Poder,  agi- 
tándose en  el  vacío  y  fracasando 
en  la  impotencia,  sin  encontrar 
fórmula  posible  entre  la  violen- 
cia y  la  debilidad,  ni  solución 
entre  lo  que  ha  sido  y  lo  que  debe 
ser,  íii  terreno  práctico  alguno, 


—  290 


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para  pactar  en  una  economía  do 
transición,  que  salve  la  Europa 
de  este  estado  alarmante  de  paz 
sin  tranquilidad  y  de  fuerza  sin 
autoridad,  que  distingue  el  esta- 
do actual  de  las  naciones  ; 

fiCómo  evitar  la  guerra'? 

¿Cómo  desarmar  la  paz? 

He  ahí,  lo  que  i)reocupa  á  los 
hombres  de  Estado,  fuertes  de 
voluntad,  conscientes  de  su  mi- 
sión superior,  deseosos  de  acabar 
con  esta  gestación  de  cosas  san- 
grientas, y  establecer,  definitiva- 
mente, el  p]quilibrio  y  la  Concor- 
dia de  los  pueblos ; 

la  astucia  y  la  violencin,  con- 
tsiiiúan  en  ser  la  sola  fuente  del 
Derecho  Público,  y  la  Fuerza,  el 
solo  Poder  dictando  al  ruido  del 
canon  sus  leyes  en  forma  de  Tra- 
tados ; 

y,  esos  Tratados,  continúan  en 
mostrar  su  único  principio :  la 
Fuerza,  de  la  cual,  el  mundo, 
parece  no  poder  sacudir  la  ine- 
xorable necesidad ; 

La  idea  de  un  Parlamento 
DE  LA  Paz,  como  la  idea  del 
Arbitrage,  no  son  nuevas  en  el 
mundo  de  la  Política  y  de  la  Di- 
plomacia; 

ellas,  han  obsesionado  las  men- 
tes más  ilustradas,  y  los  corazo- 
nes más  generosos,  deseosos  de 
acabar,  con  la  Anarquía  oi"gani- 
zada  por  la  violencia,  que  es  el 
Estado  político  de  la  Europa  ac- 
tual ; 

en  vano,  Enrique  IV  é  Isabel 
de  Inglaterra,  ensayaron  la  crea- 
ción de  un  Parlamento  de  las 
Naciones,  que  fuese  como  un 
Tribunal  Regular  del  Derecho 
de  Gentes ; 

esta  obra  colosal  que  el  gran 
pensamiento  de  Sully^,  secundaba 
denodadamente,  fué  muerta  por 
el  pufial  de  Ravaillac,  al  atrave- 
sar el  corazón  del  Gran  Rey ; 


la  Europa,  la  declaró  irreali- 
zable; 

de  esa  gran  política  de  los  dos 
primeros  soberanos  del  mundo 
moderno,  Richelieu  y  Mazarino, 
no  fueron  capaces  de  tomar  sino 
los  expedientes;  y  la  idea  de 
aquel  Supremo  Tribunal  inter- 
nacional, que  fuese  como  la  base 
jurídica  de  la  igualdad  de  las 
naciones,  fué  relegado  por  la 
vanidad  de  los  unos  y  por  la 
inercia  de  los  otros,  al  limbo  de 
las  cosas  imposibles; 

el  cañón  desgarró  los  tratados 
dictados  por  la  guerra  de  los  cien 
aKos  y  la  anarquía  ci'eada  por  el 
Congreso  de  Westphalia  conti- 
nuó en  reinar. 

Esta  asamblea  plenaria  de  los 
estados  europeos,  fué  incapaz  de 
instituir  el  Tribunal  de  Derecho 
Público  y  el  código  de  las  nacio- 
nes, del  cual  los  pueblos  y  los 
soberanos  sentían  y  continúan 
en  sentir,  la  clamorosa  urgencia. 

Faltó  al  de  Westphalia,  ese 
carilcter  legal  y  moral,  que  el 
congreso  de  Arras  tuvo; 

este  fué  una  reunión  de  poten- 
cias mediatrices,  reunidas  por  el 
solo  interés  humano  de  detener 
una  guerra  entre  pueblos  cris- 
tianos; y  aquel,  al  contrario,  ftié 
una  reunión  diplomática,  de  po- 
tencias beligerantes,  directamen- 
te interesadas,  siendo  jueces  y 
partes,  y  no  teniendo  otra  ins- 
piración que  la  dictadura  de  los 
ejércitos  victoriosos  y  el  juicio, 
siempre  ciego,  de  la  fatalidad  de 
los  combates. 

los  verdaderos  diplomáticos, 
fueron  entonces,  los  grandes  ge- 
nerales, dictando  como  vence- 
dores ó  como  vencidos,  sus  leyes 
á  la  Diplomacia,  á  los  golpes  de 
callón  que  se  enviaban  del  Danu- 
bio al  Ezcaul  y  del  Pó  al  Báltico; 

de  ahí  la  esterilidad  de  su 
obra: 


—  291 


desde  entonces,  el  llamado 
Equilibrio  de  las  Potencias,  no 
pudo  sostenerse  sino  apuntalado 
por  las  bayonetas  ;  y  el  Derecho 
Público,  no  sufrió  otros  comen- 
tarios que  los  comentarios  de  la 
espada ; 

en  vano,  los  Congresos  se  su- 
cedieron á  los  Congresos,  sin 
lograr  fundar  nada,  sobre  ese 
terreno  batido  por  todos  los  hu- 
racanes de  la  Fuerza ; 

el  Congreso  de  Nuremberg 
(1649-1651)  como  el  de  Nieg- 
megue,  ( 1696 )  fueron  nulos,  á 
pesar  de  ser  el  Papa  y  el  Rey  de 
Inglaterra  mediadores ; 

el  de  Rysswy  en  1697,  el  de 
Utrecn  1712,  el  de  Aixle  Chape- 
lio,  bajo  la  dictadura  Franco  - 
Inglesa,  que  hizo  murmurar  á 
España  ;  el  de  Teschen  1779  ;  el 
de  Rastad  1798  en  que  se  trató 
sólo  por  notas ;  y  el  de  Amiens 
en  1801,  que  fué  más  bien  un 
pouparleuf  entre  la  Diplomacia 
Francesa  y  el  Foreing  Office,  con 
prescindencia  absoluta  de  todos 
los  demás ; 

¿  he  de  relatar  aquí  los  cuatro 
Congresos  de  la  Santa  Alianza 
estériles  para  el  Derecho,  como 
todo  lo  que  salir  podía  de  ese 
organismo  vetusto,  enemigo  de 
todo  derecho  colectivo  creado? 

su  sangrienta  esterilidad  los 
pone  casi  fuera  de  la  Historia, 

el  Congreso  de  Viena,  no  fué 
sino  un  acto  de  venganza  de  los 
aliados  contra  la  Francia,  y,  he- 
cho para  vengar  la  guerra  y  no 
para  evitarla,  no  merece  ser  con- 
tado entre  los  Congresos  de  la 
Paz: 

el  21  de  Marzo  de  1859  el  Em- 
perador de  Rusia,  en  vista  de  la 
guerra  inminente  entre  el  Aus- 
tria y  el  Piamonte,  ensayó  con- 
vocar un  Congreso  Europeo  con 
el  fin  de  provenirla ; 

ese  Congreso  fracasó,  por  la  opo- 


sición del    Gobierno  Austríaco  ; 
en  1863  Napoleón  III  Empera- 
dor de  los  franceses,  después  de 
haber  anunciado  al  mundo  que, 

LA  ERA  DE  LAS  COXQÜISTAS  HABÍA 

PASADO,  invitó  á  los  países  de 
Europa  pa»'a  un  Congreso  que 
tenía  por  objeto:  limitar  los  ar- 
mamentos EXAGERADOS  Y  ATEN'- 
DER  AL  ESTADO  ENFERMIZO  Y  PRE- 
CARIO DE  LA  PAZ,  en  el  conti- 
nente ; 

esa  generosa  llamada  al  inte- 
rés y  á  la  razón  de  los  Gobier- 
nos, fracaso  también  ; 

á  ella  siguieron  de  cerca,  la 
Guerra  de  Italia  y  la  expedición 
de  Méjico,  como  para  demostrar 
la  ironía  sangrienta  del  destino 
y  el  ridiculo  conmovedor  que 
marca  la  inanidad  de  la  palabra 
humana,  cuando  quiere  detener 
con  el  dique  de  un  vocablo  la 
marea  tenebrosa  de  los  hechos 
por  venir ; 

la  rapacidad  organizada,  con- 
tinuó en  ser  la  Ley  de  los  más 
fuertes,  y  el  cailón,  en  dictar  su 
veredicto,  al  inerme  dolor  de  los 
más  débiles ; 

el  pensamiento  generoso,  náu- 
frago de  la  Diplomacia,  se  refu- 
gió en  el  cerebro  visionario  de 
algunos  sociólogos,  y  la  concep- 
ción de  una  Paz  Universal,  pare- 
ció delegada  á  los  limbos  de 
un  platonismo  lúcido  confinando 
con  las  fronteras  siempre  ama- 
bles del  País  de  la  Utopía  ; 

nuestro  siglo  brutal,  de  asola- 
dora  y  ruda  vegetación  de  obras 
de  fuerza,  hizo  que  hablar  de  esa 
paz,  pareciese,  si  no  un  atrevi- 
miento ilimitado,  al  menos  sí,  el 
ensueño  del  más  ridiculo  candor; 

el  siglo  que  Napoleón  había 
inaugurado  por  la  Fuerza,  aca- 
baba de  desaparecer,  con  rudos 
alardes  de  un  barbarismo  mili- 
tar omnipotente ; 

un  ambiente  bárbaro  llenaba 


—  292  — 


la  atmósfera,  y  el  gesto  despó- 
tieo  de  los  hombres  armados,  era 
eomo  el  augurio  del  alba  sinies- 
tra, en  que  había  de  temblar  el 
mundo,  ante  el  drama  fratricida 
que  la  inexorable  fatalidad  pa- 
recía reservarnos. 

Fué  entonces,  que  el  Soberano 
absoluto  de  un  país  reciente- 
mente vencido  por  la  guerra, 
vino  á  hablar  al  mundo  de  la 
l>az ; 

fué  un  vencido  de  los  comba- 
tes materiales,  (juien  tuvo  esa 
gran    palabra  de  Victoria  moral. 

Del  fondo  de  su  palacio,  rodea- 
do de  soldados,  entre  los  gritos 
asordadores  del  motín,  cercado 
por  la  revolución  >■  por  la  muer- 
te, el  Czar  de  todas  las  Kusias, 
lanzó  al  mundo  su  mensaje  de 
}>az,  y  convocó  á  las  naciones  <'i 
ese  gran  IMebiscito  del  Derecho, 
<]ue  ha  sido  la.  conferencia  de  la 
Haya,  ((ue  acaba  de  cerrarse. 

Yo,  no  sé  de  alguien  que  haya 
tomado  en  serio  el  Congreso  Pan- 
Americano,  de  Río  Janeiro  ;  ni 
siquiera  Mr.  Koot,  y  el  Barón  de 
Ivío  Branco,  que  se  guiñaban  el 
ojo,  por  sobre  las  cabezas  tonta- 
races  y  multicolores  de  sus  cole- 
gas, inclinadas  en  señal  de  ado- 
ración, ante  el  retrato  de  Koose- 
velt . . . 

esa  mascarada  tropical,  se  des- 
vaneció en  el  silencio  . . . 

pero,  no  así  la  Conferencia  de 
la  Hay¿i ; 

ese  puffismo  ostentoso  de  los 
paciíistas,  niAs  ostentoso  que  una 
obra  de  misericordia  de  Carne- 
gie,  si  fué  tomado  en  cuenta, 
aunque  hipócritamente,  por  la 
Europa  miedosa,  coaligada  para 
admirarlo . . . 

ningún  pensador  serio,  creyó 
en  la  eficacia  de  esa  Conferencia; 

su  fracaso,  era  previsto,  mucho 
antes  de  su  Sesión  Inaugural  ; 


todos  sabían,  que  el  sueno  del 
Tetrarca  moscovita,  sería  irrea- 
lizable, y,  que  de  su  desastrosa 
inanidad,  no  resultaría,  sino  una 
reo'udescencia  del  instinto  gue- 
rrero, que  trabaja  el  corazón  del 
mundo,  y,  una  agravación  más 
n'ipida  del  anarquismo  y  el  des- 
potismo en  los  gobiernos; 

en  cuanto  á  los  diplómatas  del 
viejo  mundo,  ellos  sabían  que  su 
misión  era  la  astucia  ;  nombra- 
dos para  representar  la  farsa 
imperial,  ellos  llenarían  su  papel 
sin  ninguna  convención  profe- 
sional, dispuestos  á  cortejar  la 
soberanía  de  la  Fuerza,  é  incli- 
narse ante  ella,  como  ante  un 
veredicto  de  la  Divinidad  . . . 

en  cuíinto  á  los  débiles  se  les 
había  invitado  para  deslumhrar- 
los y  para  humillarlos  . .  . 

el  sabor  de  militarismo  gótico, 
que  distinguió  desde  el  principio 
la  resonante  Asamblea,  acabó  con 
las  pocas  ilusiones,  que  los  sona- 
dores del  mundo,  con  un  entu- 
siasmo conmovedor,  habían  sem- 
brado como  rosas,  sobre  aquella 
muralla  de  la  Fuerza  bruta  ; 

el  caporalismo  Tudesco,  impe- 
rativo y  aleccionado,  convirtió 
desde  el  primer  día,  las  discusio- 
nes de  aquel  Congreso,  en  las  de 
un  Estado  Mayor  Universal,  arre- 
glando los  preliminares  de  un 
combate . . . 

en  aquella  asamblea  de  la  Paz, 
no  se  habló  sino  de  la  Guerra  . . . 

y,  como  si  no  fuesen  bastantes 
los  discursos  de  los  hombres,  las 
fusiladas  japonesas,  asesinando 
la  Independencia  de  Corea,  vinie- 
ron A  unirse  íi  estas  deliberacio- 
nes . . , 

y,  los  cañones  del  Almirante 
Philibert,  violando,  los  más  tri- 
viales preceptos  del  Derecho  de 
gentes,  sonaron  en  la  augustii 
Asamblea,  para  anunciarle,  cómo 
se   asesina   un  pueblo,  cómo  se 


293  — 


violan  todos  los  preceptos  de  la 
Civilización  y  de  la  Humanidad, 
cuando  ese  pueblo  no  pertenece 
al  salvaje  comité  de  los  más  fuer- 
tes . . . 

la  sangre  de  Seoule,  salpicó, 
aquel  Tribunal  Feudal,  presidido 
por  el  alma  de  Moltke,  y,  el  cadá- 
ver de  Marruecos,  cayó  en  la 
Sala  de  los  SeSores  de  Holan- 
da, para  mostrar  á  aquellos  for- 
zados de  la  guerra,  toda  la  infa- 
me esterilidad  de  su  misión  . . . 

en  cuanto  á  nuestra  América 


y,  Mr.  Choate,  como  si  tradu- 
jese bien,  el  alma  aventurera, 
codiciosa  y  fríamente  cruel  de  su 
Amo,  se  oponía,  á  la  admisión  de 
la  doctrina  Drago,  ese  triste  ha- 
rapo de  derecho,  que  su  mismo 
autor  acabó  por  renegar  y  trai- 
cionar . . . 

las  colonias  americanas  (Cuba 
y  Panamá  ),  habilitadas  de  sobe- 
ranía provisoria,  para  los  sucios 
menesteres  del  sacrificio  de  la 
raza,  concurrieron  con  sus  amos 
á  la  extinción  de  todo  derecho 


ecuatorial,  fuera  de  los  Delega- 
dos, que  defienden  sus  dietas, 
nadie  osará  decir,  que  hemos  ga- 
nado algo,  en  aquella  comedia 
irritante,  de  la  cual,  el  alma  de 
la  Justicia  estuvo  ausente ; 

mientras  se  discutía  en  la  Ha- 
ya, sobre  el  Derecho  de  los  pue- 
blos, las  manos  de  Mr.  Roosevelt, 
—  ese  temible  clown  del  pacifis- 
mo, —  apretaba  el  cuello  de  Cen- 
tro -  América,  hasta  casi  ahogar- 
la, porque  esos  pueblos  resistían 
hasta  donde  era  posible  á  la  pa- 
namización  lenta  del  Istmo : 


escrito,  para  nuestra  pobre  Amé- 
rica, una  vez  más  mistificada  y 
vendida ;  aquellos  esclavos,  ven- 
didos y  no  conquistados,  pusie- 
ron en  abandonar  á  sus  herma- 
nos mayor  empeño  que  el  que 
habían  puesto  antes  en  abando- 
nar la  Libertad  y  en  traicionar 
la  Raza  . . . 

¿Tendrá  la  América  ocasión 
de  consolarse  de  esta  nueva  de- 
rrota de  sus  esperanzas  ?  . . . 

sí . .  . 

el  día  en  que  iluminada  por  un 
rayo    de    Damasco,    rechace   el 


—  294 


Pan  -  Americanismo  corruptor  é 
invasor,  y  proclamando  altamen- 
te el  Indo-Hispanismo,  convoque 
un  Congreso,  netamente  latino 
Americano,  sin  la  tutela  vergon- 
zosa de  los  yankees,  lejos  de  su 
salvaje  policía  diplomática  ; 

frente  á  la  teoría  de  la  Pasivi- 
dad, es  necesario  alzar  la  teoría 
de  la  Actividad  . . . 

el  pecorismo  de  nuestra  Diplo- 
macia asusta . . . 

pueblos  sin  iniciativa,  pueblos 
sin  fe,  habiendo  renunciado  á  la 
Libertad  antes  de  adquirirln  ¿va- 
mos también  á  renunciará  nues- 
tra nacionalidad  antes  de  defen- 
derla ? .  . . 

¿  imitaremos  todos  á  Colom- 
bia? 

¿no  tendremos  como  aquella 
nación,  decrépita  y  desg-raciada, 
una  gota  de  sangre  en  las  venas 
para  verterla  á  la  hora  en  que  hi 
espada  déla  fuerza,  tendida  sobre 
nosotros,  venga  á  mutilarnos?... 


no:  sólo  Colo-mbia,  es  capaz  de 
producir  á  Huertas  . . , 

sólo  Colombia  es  capaz  de  co- 
ronar á  Reyes  . . . 

no : 

aun  hay  nieve  en  las  cimas,  y, 
el  día  que  el  sol  del  patriotismo 
la  derrita,  bajará  sobre  la  tierra, 
hecha  un  torrente  de  fuego  . . . 

y,  á  esos  pueblos,  que  retroce- 
den vertiginosamente,  tan  lejos 
como  es  posible,  hacia  la  Nada, 
ese  torrente  los  contendrá  como 
un  rio  invadeable  . . . 

y,  detenidos  en  su  estupefac- 
ción, esos  pueblos,  darán  cara  á 
la  Conquista  .  . . 

y,  dar  cara  á  la  Conquista,  es 
dar  cara  á  la  Victoria  . . . 

no  mueren  otros  pueblos,  que 
aquellos  que  se  suicidan  . . . 


-<^$CXX:4:>- 


£ti  -el  camitio... 


Pura  A  i'or.í 


Mi  canción   ora  es  triste  cual  hojas 
Que   el   otoño  doliente    (li8))crsa, 
Esas  hojas   (lue   hablaban   á  Werthcr 
De   la   Muerte   con   débiles   iiuejus; 
Ora  tiene   un   clarín   en  sus  ritmos 

Y  entusiasta,   febril,    aletea, 
Entrenando,  orgullosa,  á  los  vieutos 
Su  purpúrea  y  rebelde  bandera 

Como    un   himno    que    brilla  en   las  cimas 
Donde   triunfa   la  luz   de  la  Idea. 

Mi   canción  ora  emite   sollozos 

Como  lo  ha^íen   las  rimas   de   Bécquer, 

De   Leopardi,   los  versos  sombríos, 

Y  la  flauta  del  pobre  Verlaine, 
Ora  expresa  con   sones  de  diana 
Esperanzas  é    ideales   que  mecen 
Su  corona  de   azur  en  los  astros 
Como  flores  de  un    sueño  celeste. 


Al  araiijo  y  al  poeta  Josd  G.  Antuña. 

Mi   canción  ya   es  un  beso   en    delirio 

Cual   los  besos   que   daba  Romeo, 

O  ya  es  mística  nota  de  armonio 

Que  atraviesa   una   nube  de    incienso  .  . 

Ya  contiene   en    su  seno  jazmines 

Florecidos   en   valles  helenos, 

Ya   posee  la   Uama  de  un   cirio 

Que    paciente  agoniza    en    un    templo . . 

Es  mirada    que   invita  á  Cleopatra 

A    i-endirse   á  unos  labios   de  fuego, 

Es  murmullo  de  selvas   indúes, 

Es  plegaria   que  va  hacia  el   Silencio, 

O   es  la  gota   de  lluvia  que  llora 

Bajo  un  pálido  cielo  de  invierno .  .  . 

Julio  Raúl  Me.ndilaharsu. 


Francia,  Junio  190S. 


295  — 


Por  jardíMs  ajenos 


"  f/lot>enet  y  Tpágica",    de  Isaae   |VIuñoz 


He  aquí  el  libro  no  de  un  pensador  sobrio  y  profundo  ni  tampoco 
de  un  novelista  S3nsible  á  extraños  y  complica  los  psicologismos, 
sino  de  un  divino  artista  de  quien  diríamos  el  Leonardo  de  Vinel 
de  la  prosa. 

«  Morena  y  Trágica  »  es  una  bella  etopea  rica  de  colorido  y 
modernidad  en  que  aparece  toda  desnuda  el  alma  supersticiosa  de 
la  raza  gitana  cuya  vida  es  una  fuente  de  misteriosos  ritos  y  prác- 
ticas cabalísticas. 

Isaac  MuHoz,  que  es  á  la  vez  un  mago  de  las  sensaciones  y  un 
innovador  de  vei-dad  enamorado  de  la  forma,  ha  interpretado  bien 
el  modernismo,  y  alejándose  de  todo  aquello  que  cercana  ó  remo- 
tamente pudiera  atribuirse  á  un  modelo,  nos  ofrece  á  manera  de 
poema  un  dechado  de  novela,  regio  y  original. 

Sin  profundizar  el  concepto  de  las  cosas,  y  sí  cuidando  escru- 
pulosamente la  euritmia  de  la  frase  breve  y  lapidaria  y  los  modos 
de  expresión  que  han  de  sugerir  concretamente  al  lector  emociones 
estéticas  simü^ii'es  á  las  suyas,  él  es,  entre  los  escritores  contempo- 
ráneos un  cruzado  del  arte  nuevo  porque  su  estilo  único,  rebosante 
de  belleza,  armoniza  con  el  joyel  de  su  ideología  lírica,  más  alta  y 
más  pura  que  la  de  quienes,  fingiéndose  refractarios  á  las  leyes  aca- 
démicas, no  aceptan  las   innovaciones  de   los  grandes  modernistas. 

El  modernismo  no  consiste  sólo  en  la  forma  á  pesar  de  los 
asertos  de  algunos  escritores,  ni  en  la  novedad  de  las  sensaciones 
únicamente,  según  aflrman  otros  que  nos  lo  presentan  como  sinó- 
nimo del  decadentismo. 

Sin  embargo,  quien  no  concibe  modernista  una  obra  nueva  en 
el  fondo  por  sus  ideas  puramente  tendenciosas,  ó  si  se  quiere,  por 
la  sutilidad  de  sus  impresiones  emotivas,  si  es  clásico  el  molde  que 
sirvió  para  ejecutapla,  jamás  debiera  concebirla  en  la  forma  sí  su 
esencia  es  extraída  del  árbol  de  las  ideas  caducas. 

Imaginaos  la  obra  de  un  pensador  modernista  escrita  en  el 
lenguaje  de  Cervantes  y  podréis  compararla  con  un  «Don  Quijote» 
de  forma  moderna. 

¿No  veis  que  ambos  son  la  antítesis  del  modernismo? 

Y  bien :  el  modernismo  es  producto  de  la  conjunción  del  color 
y  la  esencia  ó  sea  de  la  forma  y  el  fondo  que  tienden  á  armonizarse 
á  medida  que  se  opera  la  evolución  literaria  y  la  idea  del  indivi- 
dualismo cunde  doquiera  y  se  cristaliza  en  los  cerebros  ansiosos 
de  renovación. 

En  América,  como  en  España,  hay  escritores  que  sin  poder 
llamarse  clásicos  tampoco  son  modernistas.  Permanecen  vacilantes 
en  la  penumbra,  no  atreviéndose  á  optar  por  el  arte  moderno  que 
es  el  fruto  del  esfuerzo  individual. 


—  20G  - 

Hay  otros,  en  cambio,  como  Vargas  Vila,  Riibcn  Darío  y  San- 
tiago Arguello  (éste  en  prosa,  solamente)  cuyo  arte  es  absoluto. 

En  Espaíla  Felipe  Trigo,  Valle  Inch'in,  Miguel  A.  Rodenas  ( 1 ) 
y  otros  entre  los  prosadores,  que  no  cito  ahora  porque  no  conozco 
toda  su  labor  intelectual,  se  han  lanzado  á  la  conquista  de  un  estilo 
propio  y  lo  han  conseguido  merced  A  su  desdén  por  las  escuelas 
literarias  y  A  su  gran  deseo  de  no  semejarse  á  nadie. 

Tal  hizo  Isaac  JMunoz  con  su  novela  «Voluptuosidad»,  mara- 
villa artística  que  parece  hecha  por  un  orfebre  de  la  palabra,  y 
ahora  afirma  su  personalidad  con  «Morena  y  Trágica»  que  es  como 
un  poema  pagano  cada  uno  de  cuyos  versi3ulos  encierra,  no  obstante 
su  brevedad,  una  salve  al  amor  humano  ó  un  madrigal  de  miel  á  la 
belleza  plástica  que  produce  dulcísimas  sensaciones  é  ilumina  y 
educa  el  sentimiento  estético. 

La  pintura  descriptiva,  así  como  las  semblanzas  de  los  perso- 
najes de  ese  libro,  no  pueden  ser  más  sugestivas  y  exactas  dentro 
de  la  síntesis  de  la  oración  en  la  que  su  autor  no  emplea  voces 
superfinas  que  amenguarían  la  gracia  y  espontaneidad  de  su  léxico 
sonoro. 

La  prosa  de  Isaac  IMúfíoz  es  de  una  vaga  harmonía  que  á  las 
veces  contrasta  con  el  realismo  de  las  escenas  audaces  que  él  pinta 
magistralmente.  Es  el  suyo  el  divino  contraste  de  un  cuadro  volup- 
tuoso á  lo  AVatteu  en  el  que  sólo  se  enii)learan  matices  claros  con 
el  objeto  de  espiritualizar  el  motivo. 

Siendo  amoral  por  temperamento,  Isaac  Munoz  no  cree  en  eso 
que  han  dado  en  llamar  algunos:  pornografía  del  arte.  El  arte  no 
es  pornográfico.  Donde  hay  arte  jamás  hay  pornografía;  hay  ver- 
dad, además  de  belleza,  porque  el  artista  verdadero  no  ha  de  ser 
un  moralista  cuyo  objeto  })rimordial  sea  halagar  á  todos  los  pudi- 
bundos. 

Pero  hay  ta minien  un  pr¡ncii)io  de  moral  falsa  en  ciertos  escri- 
tores timoratos  que  suelen  velar  con  enigmáticas  frases  sus  escenas 
descarnadas,  tergiversándolas  por  completo. 

Y  eso  es  contraproducente  para  el  criterio  de  los  lectores  suspi- 
caces que  aman  el  arte  tal  como  es  por  naturaleza,  y  no  deformado 
por  el  velo  de  la  hipocresía. 

«  Morena  y  Trágica  »  es  de  un  verismo  absoluto  y  de  una  evo-, 
Ciición  tan  fiel  de  la  vida  y  las  costumbres  gitanas,  que  recuerda 
■ol  alma  reminiscente  de  los  cantares  de  gesta. 

JMartirio,  supersticiosa  ferviente  como  todas  las  gitanas  que 
•creen  en  la  virtud  de  los  amuletos  y  de  los  augures,  ama  febril- 
mente y  se  entrega  al  liombre  que  la  requiere. 

Luego,  para  que  el  amor  perdure,  según  los  ritos  gitanos, 
liiere  el  brazo  del  amante  y  éste  á  su  vez  el  de  ella,  y  ambos  suc- 
cionan mutuamente  la  sangre  que  brota  de  las  heridas  hechas  en 
holocausto  al  amor.  Y  terminan  el  acto  sus  tremantes  bocas  con  na 
beso  largo  y  sensual  que  sella  el  pacto  amoroso. 


( í  j  Recomiemlo  la  leetuia  de    «Tierras  de  Paz»   de  este  admirable  escritor.    Próxima- 
leiite  me  ocuparé  de  ese  libro  cuya  dulzura  eglógiea  me  hace  pensar  en  los  idilios  l)as-' 


mente  , 

toriles  de  Arcadia 


—  297  — 

Después  ambos  se  separan  y  cuando  vuelven  á  verse,  Martirio, 
movida  íntimamente  por  quién  sab3  qué  pronóstico  fatal  duda  de 
la  fidelidad  del  amante  y  se  entrega  de  lleno  á  la  cabala  procu- 
rando saber  su  destino. 

,  ,.  El  Hado  no  le  es  propicio.  El  le  dice  que  su  amante  ya   no  la 
;vma  y  su  amor  grande  y  ardiente  traé:^a3e  en  odio  hacia  él. 

Y  muere  de  amor  Martirio,  cumpliéndose  así  su  lúgubre  pre- 
sentimiento : 

«  Yo  moriré  porque  tsnjo  tu  zrtnjrs,  por.juz  z)y  tu  rumí,  y; 
porque  no  podría  mira  á  otro  hombre». 

'■■       Tal  es,  en  síntesis,  el  tema  de  esa  novela  que  tiene  poesía  de 
idilio  y  rasgos  perversos  de  voluptuosidad  y  lujuria. 

Las  inclinaciones  sádicas  que  S3  insinúan  precediendo  al 
<?spasmo ;  los  atractivos  del  sexo  sediento  y  devorador ;  la  crueldad 
y  la  tortura  implacables  usadas  como  incentivos  para  el  goce 
sexual ;  todo  cuanto  hay  de  humano  en  el  amor  está  descrito  coii 
altura  en  esas  páginas  de  fuego,  cuyo  fondo  de  verdad  es  un  mérito 
enorme  que  hoy  nadie  alcanza  á  loar. 

Aunque  t  Morena  y  Trágica  »  no  es  esencialmente  lo  que  se 
llama  una  novela  psicológica  ni  de  modernas  orientaciones  sociales 
ó  científicas,  la  psicología  de  los  variados  tipos  que  presenta  Isaae 
Muíloz  es  tan  delicada  y  veraz  que  lleva  á  la  imaginación  del 
lector  el  arquetipo  acabado  y  el  carácter  general  de  la  raza  á  que 
aquéllos  pertenecen. 

El  gran  instinto  de  observación  pictórica  y  la  grande  intuición 
de  lo  bello  que  acusan  las  descripciones  breves  y  amenas  de  esa 
obra  hablan  tanto  de  un  sensitivo  en  cuyo  espíritu  priva  la 
influencia  del  miraje  como  de  un  poeta  en  cuyos  labios  pone  el  Arte 
armoniosas  formas  verbales  aparentes  al  motivo  de  su  canto. 

Esa  virtud  del  escritor  de  fibra  que  aduna  á  la  riqueza  de  sus. 
emociones  íntimas  el  venero  inagotable  de  sus  arpadas  verbaliza- 
ciones  no  invoca  turiferarios  para  demostrarse  á  todos  ni  compra; 
el  silencio  de  la  crítica  convencional,  dócil  tan  pronto  al  soborno- 
como  á  la  ferocidad. 

Isaac  MuQoz  no  necesita,  pues,  turiferarios,  porque  su  vigo- 
roso talento  es  superior  al  elogio  y  porque  sus  libros,  á  fuer  de 
originales,  no  tienen  reminiscencias  de  otras  lecturas  ni  siquiera 
semejanzas  con  ningún  otro  estilo. 

Entre  las  joyas  de  la  moderna  literatura  que  hoy  ejecuta  en 
Espaíla  un  selecto  grupo  de  paladines  del  Ideal,  «Morena  y  Trá- 
gica »  es  un  breviario  de  amor  y  un  bello  símbolo  de  arte. 

PÉREZ   Y   CüRIS. 


o{:$c:^^|}o- 


298  — 


DOMINGO    RHBfiR 


—  299  — 

tira  Cl)iUtia  ni 

lia    caída    de  las    hojas 

CERRO    SANTA    LUCÍA 

Para  AroLO. 

En   el    Cerro.   Anochece.   Ya  el   verde    amarilJea 
en   el   ralo  -boscaje,   i  en   los   Andes   clarea 
una  línea  de  nieve  con   un    róseo    matiz. 
Voi   siguiendo   la   verja   que    oxida   la   patina, 
mirando    el  eucaliptus,    el    aromo,    la   encina 
i    á   lo   lejos,    el   kiosco,    dibujado   en   el   gris. 

Sopla   el   viento   de    otoño.    Las    hojas,    dando    vueltas,, 

descienden   de   soslayo,    i   agrupadas   ó   sueltas, 

las   veo    sobre   el   polvo    de   la   senda   correr, 

en   tanto    que   allá   arriba,    los   árboles    confunden 

sus   copas   oscilantes,    i    se   pierden,    se    funden 

en   las    tintas   del   cielo   que    empieza   á   ennegrecer.     - 

Yo    sigo   paso   á   paso.    x41    través   de    las   ramas 
infiltran   las   estrellas   el    oro    de    sus    llamas, 
que   resbala   con  suelto,   cristalino   temblor; 
tan   levemente   cae  la   luz    sedosa   i   rubia, 
que   imita  la   lijera,   la   fujitiva  lluvia 
de   los   pétalos   blancos   de   algún   árbol   en    flor. 

¿Qué   viento   las   ajita?   Me    detengo.    ¿Hacia    ellas 

qué   me  atrae?  ¿Qué  aguardan   las   abiertas   estrellas 

cujeas  luces   descienden    con   trémula    fluidez  ? 

Sus   hojas   me   sujieren   la   esperanza   del   fruto, 

por   el   cual    ya  hace   tiempo,    que   se    dan    en   tributo, 

cayendo   temljlorosas,   como  aristas   de   mies . .  . 

¿Serán,   talvez,   como  esos   corazones   que   dejan, 
cansados  de  la  vida,   en   vientos   que   se  alejan, 
una   á   una  las   frondas  de   sus    suefios  flotar, 
sin   sentir   ya   las  ansias  dolorosas  de  un    día 
que,   abriendo  entre   la  bruma  de   cualquier   lejanía, 
los  haga  dar  el   fruto   de  su   largo   soñar? 

¡  Quién   sabe !   Mas   si  nunca   la  vida  late   en   vano, 

sí   al   fondo   de  los   cielos   í   al   fondo    de   lo   humano 

ella  anima  el  esfuerzo   de   toda  floración, 

en   auroras  lejanas,   del    futuro    sabidas, 

¿no   hará   que  nazca  el   fruto   de  las    hojas   caídas 

de  la  pálida   estrella  i   el   rojo   corazón  ? 


._  soo  — 

Se   intensa   la    penumbra.   Los   élitros  de    un    grillo 
«crepitan   en   la  grama ;   el   fulgor  amarillo 
•de   un    farol    parpadeante   se   enciende   en    el  confín. 
Es  la   noche.   1   rasando   los  árboles  que,   rectos 
o   en   mayúscula   i  griega   se    levantan    erectos, 
yo    sigo    mi    camino,    lentamente,   sin    fin. 

Sabiendo   que   entretanto   la    ideal   primavera 

no   alumbre   el  horizonte,   los   sueños   del   que   espera 

i    las    briznas   florales   de   la   luz   estelar, 

seguirán,   en  el    triste    silencio   vespertino, 

cayendo   cual   las   hojas   de  este   largo   camino 

bajo    el    soplo    de   viento  que   las   quiera    arrastrar! 


Miguel   Luis   Kocuant. 


Santiajío  de  Chile. 


Playeras 


Pa7\t  Apolo. 


I 


II 


Viejo  encanto  que  revives 
á  la  luz  crepuscular  ; 
viejo  encanto  que  recibes 
mi  adoración  junto  al  mar; 


Escribe  sobre  la  arena 
tu  nombre.  Escribe  tu  nombre! 
i  que  la  playa  se  alfombre 
con  nombres  tuj'os,  sirena ! 


yo  sé  que  tú  no  concibes 
ni  mi  amor  ni  mi  pesar 
i  sé  que  cuando  me  escriljcs, 
escribes  riendo,  al  azar. 


( I  como  tú  eres  tan  buena 
ojalá  que  no  te  asombre 
mi  extraiío    delirio  de    hombre 
al  querer  besar  tu  pena..  .) 


I  no  sabes,  perla  viva! 
lo  que  mi  alma  sensitiva 
sufre  mirándote  así 


Esci'ibe  tu    nombre.  Escribe  .  . 
I  mi  adoración  recibe, 
oh,  mi  inefable  sirena  ! 


tan  pálida  en  la  ribera 
como  una  sombra  playera 
que  se  muere  junto  á  mi ! 


I  si  aquí  otra  vez  volvemos 

buscaremos,  buscaremos 

tu  nombre  escrito  en  la  arena ! 

Jorge  González. 


Santiafro  tic  Chile. 


—  301  — 


LjPl    TK-ElSrZLA. 


cí  Luis  de  Terdn. 


La  puerta  se  abre  suavemente 
y  una  corriente  de  aire  frío  pe- 
netra en  la  habitación,  una  ha- 
bitación humilde  de  estudiante 
bohemio.  Sobre  la  mesa  de  no- 
che se  ve  la  mitad  de  un  cráneo, 
y  sobre  el  pupitre,  en  revuelto 
montón,  libros  y  papeles,  restos 
de  esqueletos,  clavículas,  falan- 
ges, una  tibia  gigantesca  . . . 

Atilio  ha  estudiado  esta  tarde. 
Después,  rendido,  casi  extenua- 
do, se  ha  tendido  en  el  lecho,  que 
en  estos  momentos  de  cansancio 
es  su  paraíso  terrestre.  Algún 
rumor  llega  de  la  calle :  son  los 
últimos  trasnochadores  que  se 
retiran  A  sus  viviendas.  Reina  en 
la  casa  profundo  silencio.  La 
lámpara  so  apaga ...  Y  he  aquí 
que  de  la  puerta  abierta,  cual  de 
esa  puerta  eterna  y  misteriosa 
por  donde  pasan  todos  los  sue- 
ños, se  precipitan  multitud  de 
negros  fantasmas;  uno,  otro,  otro 
más  . . .  Pronto  está  llena  la  ha- 
bitación. Se  oyen  voces  tenues 
como  suspiros. 

—  Duerme. 

—  Dejémosle  estar. 

—  Está  cansado. 

—  Si  pudiéramos  vengarnos... 

—  No,  dejadle. 

—  Pero  si  me  ha  deshecho,  me 
ha  cortado,  me  ha  descarnado. 

—  A  mí  también. 

—  Mientras  tenía  mi  cráneo 
entre  sus  manos  pálidas  y  ner- 
viosas, le  vi  temblar.  Por  largo 
rato  tuvo  fija  su  mirada  en  mis 
descarnadas  órbitas,  como  si  qui- 
siera penetrar  el  misterio  de  mi 
vida  y  de  mi  muerte ... 

Una  voz  más  dulce,  más  te- 
nue, como  un  suave  murmullo, 
se  impone  á  las  demás : 

—  También  á  mí  me  ha  profti- 
nado  ...    y  le  perdono  .  .  . 


Al  sonar  esta  voz,  las  sombras 
negras  se  desvanecen.  En  tanto, 
una  sombra  vaga,  informe,  blan- 
quecina, como  un  girón  ule  nie- 
bla, se  aproxima  al  lecho  y  se 
inclina  al  oído  del  estudiante, 
que  duerme  profundamente.  Le 
habla : 

—  Atilio  .  .  .  Soy  yo,  tu  Ele- 
na ...  ¿No  me  reconoces ?  .  .  . 
Hace  pocas  horas  me  tuviste  en 
tus  manos,  indiferente  y  cruel . . . 
¿no  me  reconociste?  .  .  .  Estaba 
tan  desfigurada  .  .  .  tan  cambia- 
da!..  .  has  descarnado  mis  po- 
bres huesos,  has  fatigado  tu  vista, 
has  puesto  toda  tu  voluntad  de 
operador  en  mi  materia  mortal... 
Y  pensar  que  tendrías  miedo  de 
tí  mismo  si  .  .  . 

La  voz  se  dulcifica  : 

—  Sí,  habrías  tenido  miedo . . . 
¿  No  me  conoces  aún  ?  ¿  Por  qué 
tiemblas?  ...  Si,  soy  yo,  Elena... 
¿  Quieres  saber  lo  que  fué  de  mí 
durante  tu  ausencia?...  ¿Para 
qué  ? . . .  ¡La  vida  !  La  vida  es 
sólo  un  tránsito  . . .  ¡  Qué  ridicu- 
las me  parecen  ahora  mis  penas 
de  entonces,  y  qué  infantiles  mis 
alegrías ! . . .  ¿  Para  qué  quieres 
saber  lo  que  fué  mi  vida  lejos 
de  tí  ?  . . .  No  vale  la  pena  de 
relatar  aquel  suplicio  . . .  Imagí- 
nate las  mayores  humillaciones, 
las  más  grandes  miserias  . . .  Fui 
presa  de  caricias  brutales,  de 
explotaciones  inicuas,  de  infa- 
mes vilezas  . . .  Ah,  tampoco  en- 
tonces hubieras  tú  reconocido  á 
tu  Elena,  degradada  y  caída  . . . 
La  muerte,  tan  estúpidamente 
temida,  me  redimió  al  fin  y  me 
trajo  á  tu  lado,  dejó  á  mi  espí- 
ritu que  volase  libre  á  tu  en- 
cuentro y  te  entregó  mi  cuerpo, 
mi  pobre  cuerpo  inerte  y  lace- 
rado,  en    una    sala  anatómica, 


302  — 


delante  de  unos  arrogantes  escép- 
ticos ...  No  me  reconociste,  me 
viste  lívida,  desnuda,  tendida 
sobre  una  mesa,  cerrados  los 
ojos,  los  miembros  casi  descom- 
puestos, y  no  sospechaste  siquie- 
ra que  aquel  cuerpo  había  sido 
incentivo  de  todas  tus  ilusio- 
nes. . .  ¿no  quedaba  en  él  nada 
de  aquella  ideal  belleza  que  te 
deslumbraba  ?  . . .  Un  profesor 
ñaco,  huesudo,  de  voz  estridente, 
me  mostraba  ¿i  sus  alumnos,  des- 
cribiendo las  impurezas  de  mi 
piel,  las  deformidades  de  mis 
miembros  enfermos.  Luego  em- 
pezó á  seccionarme  con  un  bis- 
turí . .  .  Pero  ¿  sufres  ?  ¿  te  horro- 
rizas?... Tranquilízate:  no  si- 
go... Olvidaba  que  tú  vives  aún 
vida  material  y  he  alterado  tus 
nervios . . . 

El  íantasma  Viiclla  y  enmude- 
ce. Otros  íantasuias  se  acercan 
y  rodean  el  le^ho,  fundiéndose 
y  compenetrándose  con  fluidez 
maravillosa.  El  primero  se  rea- 
nima por  fin  y  habla  de  nuevo 
al  dormido,  inclinándose  sobre 
el  lecho  con  solicitud  maternal: 

—  Nada  temas :  yo  velaré  por 
tí.  Antes  de  morir,  ¿sabes?,  qui- 
se escribii'te.  Te  escribí  una 
carta  larga,  llena  de  higrimas. 
Después  me  hice  cortar  el  cabe- 
llo, aquella  trenza  de  oro  que 
tanto  habías  amado  en  otro  tiem- 
po, y  la  dejé,  con  la  carta  á  tu 
nombre,  encargando  que  te  bus- 
casen. Guárdala,  porque  su  in- 
fluencia será  beneflciosa  á  tu  vi- 


da .  .  .  Despiértate,    querido  .  .  . 

Atilio  se  despierta  nervioso, 
inquieto.  ¿Había  sonado?  ¿Era 
un  alucinado?  ¿Qué  historia 
era  aquella?  ¿Quién  era  aquella 
Elena  que  se  le  aparecía  en  sue- 
ños?. . .  De  pronto,  un  recuerdo 
y  una  duda  terrible  le  hacen 
estremecerse:  Elena...  sí,  Elena 
se  llamaba  su  primera  novia,  la 
compañera  de  su  infancia  allá  en 
el  pueblo  natal.  ¿Pero  cómo  se 
había  olvidado  de  ella?  ¡Si  la  ha- 
bía querido  tanto! ...  Se  apodera 
de  él  el  terror.  En  la  obscuridad 
tropieza,  haciendo  caer  el  cráneo 
que  está  sobre  la  mesa  de  noche. 
El  ruido  que  éste  hace  al  caer, 
aumenta  la  intensidad  de  su  mie- 
<lo  y  permanece  inmóvil  espe- 
rando el  alba.  Llueve  en  la  calle 
insistentemente  . . .  Un  reloj,  es- 
condido en  alguna  casa  vecina, 
da  las  horas  incansable  y  monó- 
tono. Al  primer  rayo  de  luz  que 
penetra  por  los  vidrios  de  la  ven- 
tana, se  viste  Atilio,  sale  precipi- 
tadamente á  la  calle  sin  cuidarse 
siquiera  de  cerrar  la  puerta  de 
la  casa  y  corre  al  hospital.  La 
sala  anatómicii  está  cerrada. 

—  ¡  El  guardián  !  ¿  Dónde  está 
el  guardián?  La  puerta  se  abre 
al  ñn  sin  ruido...  El  interior 
está  vacío  como  un  sepulcro 
abandonado.  Atilio  titubea  unos 
instantes  y  por  ñn  se  lanza  á  la 
calle...  Cuando  vuelve  á  su  casa, 
encuentra  sobre  la  mesa  una 
carta  y  una  trenza  de  cabellos 
rubios. 

Angeles  Vicente. 


Fuente  pura  y  cristalina 
Donde  el  amor  se  retrata, 
Como  en  nn  lago  de  plata 
La  luz  del  alba  prístina; 
Dül  mar  misteriosa  ondina, 


jPs. 


Pai-a  Apolo. 

Aura  que  endechas  murmura 
Es  tu  célica  hermosura, 
Y  en  pos  de  tu  huella  voy 
Que  yo  satélite  soy 
Del  astro  que  en  ti  fulgura. 

Adriano  AI.  Aguiar. 


—  303 


lira  Cubana 


Don  Quijote 


De  Sajonia 


Para   Apolo. 


Para  Apolo. 


Va  por  la  Mancha  el  Mancliego 
Con  su  yelmo  y  con  su  adarga, 
Mientras  que  su  pecho  embarga 
Terrible  pasión  de  fuego. 


Blanca  y  bella,  casta  y  pura, 
Semejante  á  una  azucena. 
La  vi  una  noche  de  pena, 
De  pasión  y  de  amargura. 


La  bella  dama,  su  ruegro 


Blanca  v  bella,  su  hermosura 


No  escuchó;  y  él  con  su  amarga      De  princesita  agaren£i. 
Tristeza  que  es  una  carga  Me  dejó  de  anhelos  llena 

Va  por  los  caminos,  ciego.  El  alma  torva  y  obscura. 


Dice  su  cántico  de  oro 
El  de  la  Triste  Figura 
Junto  al  balcón  ojival. 


Taciturna  y  pensativa, 
Bajo  la  moruna  ojiva 
Del  elegante  salón, 


Soñando   que    la   « Hermosura  » 
Oye  su  verso  sonoro 
Desde  su  alcoba  feudal. 

Juan  Guerra  NúSez. 


Una  visión  parecía 

La  niña  dulce  y  sombría 

Que  me  robó  el  corazón. 

José  M.  Guerra  XúíCez. 


504  — 


Uva  Uruguaya 


Va  no  ii»cmos 


(De    Ziij    Zaij,    Santiago    de   Chile) 


Ya   lio   iremos,   ya  no   iremos 


A  Francisco  Vill»espesa. 


Los  dos  juntos  á  pasear  por  la  pradera, 
A  contarnos  mutuamente  nuestras  cuitas, 
Nuestras  ansias,   nuestros  sueños,   nuestras   penas ! 

¡  Ya   no   iremos,    ya   no   iremos,    • 
A   pasear  por  la   pradera. 

Ya   no    iremos   como    entonces, 
A   soñar  bajo  las   frondas  de  los   sauces, 
En   los   días    de   apacible   primavera. 
Bajo   el   oro   prodig'ioso   de   sus  tardes ! 

i  Ya   no   iremos,    ya   no   iremos 
A   soñar  bajo   los   sauces! 

Ya  no  iremos,   ante  el   lujo   del   ocaso. 
Silenciosos,    á   llorar   sobre   las   rocas, 
Escuchando  como  sórdida  querella 
Los  vaivenes  rumorosos   de   las    olas ! 

¡Ya   no   iremos,   ya  no   iremos 
A   llorar   sobre   las   rocas ! 

Ya   lio   iremos   á  llevar   pan   á  los   cisnes 

Que  nacieron  en   el   lago ; 
A  .los  cisnes   que   tenían   su   merienda 
En   el   ánfora   divina   de   tus   manos ! 

¡Ya  no   iremos,   ya   no   iremos! 
Tú   y   los   cisnes   que   nacieron    en   el   lago 

Ya   se  lian  muerto,   ya  se  han  muerto ! 

Montevideo.  OviDIO    FERNÁNDEZ    RÍOS. 


El  vampifo 


En  el  regazo  de  la  tarde  triste 
Yo  invoqué  tu  dolor  .  .  .  Sentirlo  era 
Sentirte  el  corazón  !  Palideciste 
Hasta  la  voz ;  tus  párpados  de  cera 

Bajaron  ...  y  callaste  ...  y  pareciste 
Oir  pasar  la  Muerte  .  .  .  Yo  que  abriera 
Tu  herida  mordí  en  ella  —  ¿  me  sentiste  ?- 
Como  en  el  oro  de  un  panal  mordiera ! 

Y  exprimí  más,  traidora,  dulcemente 
Tu  corazón  herido  mortalmente, 


Para  ai'OLO. 


Por  la  cruel  daga  rara  y  exquisita 
De  un  mal  sin  nombre,  hasta  sangrarlo  en 

[  llanto ! 

Y  las  mil  bocas  de  mi  sed  maldita 

Tendí  á  esa  fuente  abierta  en  tu  quebranto. 

Por  ([uc  fui  tu  vampiro  de  amargura  ? .  .  . 
(.  Soy  ílor  ó  estirpe  de  una  especie  obscura 
Que  come  llagas  y  que  bebe  el  llanto  ?  .  .  . 

Delmira  Agustini. 


-^    305  --r- 

Del   eoptcjq  interiop 

( FRAGMENTOS ) 


Para  AroLO 


Y,   lentamente...   larg-amente  . . .   pasan, 
como   una    silenciosa  teoría  en    la    solemne 
lontananza  en  crepúsculo   del    recuerdo,   como   una 
procesión   extraviada  de  fatales   sentencias 
cortejo   de    misterios 
náufragos   de  Ja  bruma... 

Pasan  las  Almas ...   ¡  Almas 

que   fuisteis   cual   regazos ... 

Almas  como   sirenas  —  de  una  traición  de  oro ... 

¡  Almas   que   nos   clavasteis   en    la   cruz    fervorosa 

de  vuestros   propios  brazos  ! . . ! 

Almas  como  la  Estrella  Polar  de  los  navegantes . . . 

en   el   piélago  inmenso 

en  las  noches   profundas. 

Almas   que    fuisteis   ídolos 

Almas  que   fuisteis  aras   de   vitales   ofrendas 

y   sacrificios    sumos 

Almas   suaves,   liliales,   de   lunares   sonrisas  . . . 
Almas  como  corceles  desmelenados !   Almas 
como  graálicos  filtros 
Almas   como   vampiros ... 
Almas  como  venenos ... 
Almas   como   pulíales ... 

Es  la   desoladora   pujanza  de  los  Recuerdos 
cuyos  ojos  nos   miran   fijamente   en   la   sombra 
cuvas  voces   nos  llegan  á  través  de  la  muerte 
cuya  atracción    sentimos  latir  en  lo    remoto. 

Que  aun   pareaen  llamarnos, 

con   sus  claras  sonrisas,   desde  el   hondo   Imposible 

que  aun   nos  tienden  los   brazos 

desde   aquel   otro   lado   del   insalvable   abismo . . . 

que  aun   nos   hacen   amigas 

señas,    desde   los  Astros ... 

Aurelio  del  Hebrón, 


—  306  — 


alguno. 


—  No  me  digas.  ¿  Rotas,  com- 
pletamente rotas  las  relaciones 
con  Amanda  ?  No  te  creo.  —  To- 
dos mienten  con  un  desparpajo 
tan  grande  ...  y  Elena  dejó  oir 
por  breves  instantes,  ju  fresca  y 
sonora  risa. 

En  el  vasto  salón  regiamente 
iluminado,  las  parejas  se  pasca- 
ban dialogando. 

—  Eres  incrédula,  sin  motivo 
Bien  me  conoces    para 

hacerme  la  iniuria  de  una  des- 
conñanza.  A  cualquier  otra  per- 
sona que  no  fueras  tú,  tal  vez  le 
mintiera  por  aquello  de  que  no 
cabe  mayor  ridiculez  (lue  inva- 
dir los  predios  de  las  confiden- 
cias pasionales  en  los  parajes 
aquellos  consagrados  por  entero 
á  las  huecas  locuras  del  espí- 
ritu. 

—  Pero  asi,  tan  de  sopetón, 
cuando  ayer  mismo  al  ¡itardecer 
te  vieron  muy  entusiasmado  con 
ella  en  la  puerta  de  su  casa... 

—  Es  cierto.  Todas  las  apa 
riencias  dicen  que  nuestras  re- 
laciones se  mantienen  en  todo 
su  apogeo.  Ignoran,  los  que  juz- 
gan por  ellas,  que  un  al)ismo 
muy  hondo  nos  separa  para 
siempre. 

—  Todo  puede  suceder,  pero 
no  me  explico  las  causas  que 
pusieron  fin  á  unas  relaciones 
que  llevaban  tan  buen  camino. 

—  Sino  tienes  inconveniente 
en  entregar  un  cuarto  de  hora 
de  tu  vida  á  mi  rt'velación,  olvi- 
dando el  baile  y  las  personas 
que  nos  rodean,  iremos  á  sen- 
tarnos y  escucharás  de  mis  la- 
bios todo  lo  que  pueda  conve- 
nir á  tu  convencimiento. 

Ernesto   v  Elena   cogidos   del 


A   Manuela  Súñez,  con  cariño. 

brazo  cruzaron  el  vasto  salón 
resplandeciente,  deteniéndose  de 
vez  en  vez  para  dejar  paso  á 
una  que  otra  pareja  atortelada 
sumergida  en  quién  sabe  qué 
charlas  insustanciales.  Así  lle- 
garon á  un  extremo  apartado 
del  salón,  donde  se  sentaron  en 
un  amplio  sofá,  cerca  de  un 
enorme  jarrón  chinesco  desbor- 
dando en  flores.  Mientras  la  or- 
questa en  raudales  de  armonías 
ejecutaba  un  Boston  y  las  pare- 
jas parlanchínas  poblaban  la  sala 
de  rumores  y  perfumes  entre- 
mezclados, Ernesto  dijo  á  Elena, 
casi  al  oído,  el  ñnal  de  sus  amo- 
res. 

—  Tú  l)¡cn  sabes  lo  mucho  que 
yo  idolatraba  á  Amanda. 

Tarde  y  noche,  todas  las  ho- 
ras que  mis  ocupaciones  me  de- 
jaban un  momento  libre,  lo  pa- 
saba junto  á  ella  escuchando  su 
voz,  embelesado  por  todas  sus 
tonterías  de  mujer  híimada,  sin 
cálculos  de  ninguna  naturaleza, 
dichoso  y  contento.  Cada  día 
transcurrido,  cada  minuto  nue- 
v(^  (pie  viví;i  su  cariño,  mi  pa- 
sión por  ella  se  agigantaba  hasta 
el  i)unto  de  haber  abandonado 
el  café  y  las  reuniones  con  mis 
amigos  para  destinar  todos  mis 
entusiasmos  y  mis  anhelos  á  su 
trato  único.  Su  ingénita  bondad, 
sus  lágrimas  mismas,  pues  que 
también  lloró  por  mí,  no  obstan- 
te el  negro  pesimismo  intelec- 
tual incrustado  en  mi  cerebro 
hasta  el  extremo  de  llegar  á 
negar  sus  nianifestaciones  since- 
ras de  carino,  tuvieron  la  rara 
virtud  de  transformar  mi  con- 
cepto del  amor,  tornándome  en 
un  esclavo  sumiso  de  las  maní- 


—  307.— 


testaciones  que  antes  negara.  No 
•sé  qué  arte  diabólico  empleaba 
para  que  se  hubiera  operado  en 
mi  cambio  tan  radical,  pero  lo 
cierto  es  que  á  los  quince  días 
de  tratarla,  la  creí  la  más  buena 
de  todas  las  mujeres.  Era  tan 
dulce  su  modo  de  expresarse,  me 
hablaba  con  tal  entusiasmo  mi- 
moso de  sus  esperanzas,  de  todo 
lo  que  en  ella  vibraba  al  recuer- 
do mío ;  sufría  tan  hondamente 
mis  gestos  á  las  veces  Iiirientes, 
á  las  veces  irónicos,  mis  insinua- 
ciones ponien- 
do en  duda  la 
magnitud  de  su 
amor,  que  des- 
coníiar  de  ella 
fuera  terque- 
dad ó  mero  de 
seo  de  ser  in- 
justo por  la  in- 
justicia misma. 
Sin  embargo 
de  este  conven- 
cimiento v  á 
medida  que  su 
carino  iba  satu- 
rando mis  sen- 
timientos, na- 
cía la  idea  del 
primer  beso, 
broche  de  oro 
ciue  guardaría 
para  siempre, 
como  en  un  re- 
licario extraíío  é  inolvidable,  el 
fuego  pasional  que  animaba  su 
corazón  y  el  mío.  Lo  ansiaba  con 
toda  el  alma,  borrascosamente, 
hasta  el  punto  de  constituir  una 
obsesión  muy  dolorosa.  Sabía 
que  en  la  muda  expresión  de 
unos  labios  que  se  agitan  con- 
vulsionados por  un  sentimiento 
de  amor  gigantesco,  podía  encon- 
trar la  suprema  revelación  del 
amor  de  Amanda.  Y  lo  deseaba 
para  medir  la  diferencia  que 
existía  entre  el    carino   iurado 


Rkynolüs 


con  la  boca  y  con  los  ojos,  y  el 
que  no  se  jura  pero  se  manifiesta 
en  una  convulsión  orgánica  á 
través  de  unos  labios  que  son  la 
expresión  fiel  de  una  idealidad 
y  de  un  deseo  pujante  y  avasa- 
llador. 

Una  tarde  me  atreví  á  insi- 
nuarle este  deseo,  con  voz  balbu- 
ciente, fijos  mis  ojos  en  los 
suyos,  para  arrancar  de  ellos  una 
expresión  que  hablara  al  uní- 
sono con  mis  deseos.  Debida 
quizás  á  mi  estado  de  ánimo  creí 
ver  en  la  mira- 
da de  Amanda 
como  un  con- 
sentimiento tá- 
cito á  la  reali- 
zación de  mi 
deseo,  á  la  vez 
que  un  aplaza- 
miento de  la 
hora  en  que  de- 
bía realizarse. 
Me  disgustó  esa 
trepidación, 
pero  con  todo 
no  desmayé  á 
la  espera  de 
una  ocasión 
propicia  y  ven- 
turosa. No  de- 
seaba pecar 
por  precipita- 
do, aunque  tu- 
viera el  con- 
vencimiento de  que,  al  igual  que 
el  hombre,  la  mujer  que  ama  con 
fuer  a  superior,  sin  gazmoñerías 
ni  cálculos,  debe  sentir  idénticos 
deseos  de  caricias  y  por  lo  tanto 
no  ceder  al  razonamiento  y  á  la 
obstinación,  lo  que  debe  ser  el 
resultado  de  una  necesidad  im- 
periosa y  solemne. 

La  ocasión  se  presentó  una  no- 
che calurosa  de  estío,  clara  y  se- 
rena. La  temperatura  bochor- 
nosa nos  ahuyentó  del  escritorio 
donde   solíamos   platicar   larga- 


Angélica  Kauffmann 


308  — 


mente  todas  las  noches,  bajo  la 
severa  vigilancia  de  Gemma,  su 
hermana  menor.  Nos  encamina- 
mos hacia  el  jardín,  instalándo- 
nos bajo  la  comba  de  una  glo- 
rieta de  glicinas  y  rosas. 

Las  cigarras  y  grillos  orques- 
taban con  sus  élitros  una  música 
extraila,  con  no  sé  qué  algo  que 
incitaba  al  amor.-  El  ambiente 
saturado  con  el  perfume  de  las 
flores  diversas  que  poblaban  los 
canteros,  pesaba  sobre  nuestros 
sentidos.  Ni  una  brizna  de  aire 
agitaba  el  follaje  tupido  por  don- 
de la  luna  apenas  ñltraba  sus 
rayos  para  dibujar  sobre  el  piso 
de  mosaico,  extrañas  formas  de 
cosas  inverosímiles.  El  cielo  sin 
una  nube,  bailado  por  una  pali- 
dez láctea,  parecía  que  nos  insi- 
nuaba algo  de  su  alegría  tran- 
quila y  riente.  Juntos  el  uno  al 
otro,  sentados  sobre  un  rústico 
banco  de  cal  y  canto,  escuchando 
nuestras  respiraciones,  hacía  un 
rato  que  permanecíamos  mudos. 
Nos  miramos  sin  pestañear,  las 
manos  entrelazadas  apretadas 
con  toda  la  fuerza  de  nuestros 
nervios  en  tensión.  Luego,  sin 
transición,  estallando  casi  en  un 
grito,  le  pedí  que   me   diera  un 


beso  en  la  boca  como  expresión 
acabada  de  su  cariño  inmenso. 
Hubo  una  negativa  primero, 
un  movimiento  instintivo  hacia 
atrás  esquivando  mis  labios  con- 
vulsionados, pero  obsediada  por 
mí,  empujada  irresistiblemente 
por  mi  deseo  frenético  á  la  explo- 
sión de  los  suyos,  consintió  porfln 
y  me  ofertó  sus  labios  queridos 
donde  dejé  un  beso  hecho  todo 
de  fuego,  de  sangre,  vigoroso 
como  mis  ansias  contenidas  por 
tanto  tiempo.  Ella  no  movió  si- 
quiera los  suyos  y  si  lo  hizo  fué 
con  tal  frialdad  que  todas  mis 
ilusiones,  todas  las  creencias  de- 
positadas en  su  amor,  todo  lo 
que  en  mí  había  germinado  fe- 
cundado por  las  miradas  y  el 
lenguaje  de  Amanda,  se  derrum- 
baron estrepitosamente.  Sentí  en 
mi  corazón,  en  mi  cabeza,  al 
contacto  de  aquellos  labios  inex- 
presivos un  desgarramiento  tan 
doloroso,  que  cuando  volví  á  mi- 
rarla la  desconocí,  ya  no  era  la 
misma  mujer  en  quien  depositara 
fervoroso  y  alegre  hasta  ese  mo- 
mento, la  fe  inquebrantable  del 
porvenir  y  de  la  felicidad. 

Mi   amor  por  Amanda,  había 
muerto.  Ella  aun  no  lo  sabe. 

Perfecto  López  Camparía. 


-o{¡$CCC$r/>- 


OKLlFLjfís.nvnjPs. 


Hombre:  ama  tu  idea 
Sin  temor  á  la  herida,  — 
¡Siempre  causa  una  herida 
El  tener  una  idea ! 


Detrás  de  toda  luz 
Se  levanta  un  martirio: 
Yo  saludo  el  martirio 
De  Jesús  en  la  cruz. 


Cual  se  quema  una  tea 
Se  ha  de  quemar  la  vida; 
Mata  su  propia  vida 
Pero  alumbra,  la  tea  . . . 


Hay  que  ser  hondo  y  fuerte 
Y  por  amar  la  vida 
Perdiendo  hasta  la  vida. 
Seguir  hasta  la  muerte! 

Ernesto  Mario  Barreda. 


—  309  — 

la  última  nota  ie  un  |)o^nia 

Para  Ai»OLO. 

Si  algún?,  vez,  vosotras,  almas  siempre  ávidas  de  nuevas  sensa- 
ciones, llegasteis  en  vuestras  peregrinaciones  á  través  de  las  pági- 
nas, á  interesaros  por  esos  personajes  de  que  nos  hablan  ciertas 
leyendas  en  quienes  el  amor  parece  ser  más  fuerte  que  la  muerte, 
—  y  la  atmósfera  de  castidad  con  que  las  envolviera  la  ingenua 
imaginación  del  que  las  escribió,  os  lleva  á  representaros  el 
tiempo,  el  medio,  el  personaje,  y  llegáis  á  vivir  por  unos  instantes 
su  misma  vida,  á  sentir  su  pasión,  —  creéis  con  él  que  nada  hay 
fuera  de  ella,  que  la  muerte  es  menos  fría,  menos  triste  que  un 
abandono.  Si,  por  la  pasión  pura  y  desinteresada  á  que  se  habrán 
dado,  sin  reserva  sin  deducción  alguna,  había  algo  de  ese  romanti- 
cismo que  nos  cuentan  esas  leyendas  que  aun  viven  por  virtud 
talvez  del  fu^^go  que  las  inspiró,  que  las  hizo  invulnerables  á  la 
acción  del  tiempo  y  la  polilla, — abandonadas  en  los  empolvados 
rincones  de  viejas  bibliotecas. 

¡  Ah !  p^ero  yo  no  sé  si  debo,  si  hago  bien  en  enteraros  de  una 
cosa  tan  íntima,  como  es  el  contenido  de  una  carta. 

De  una  carta  que  á  mi  se  me  encomendó  su  entrega,  pero  que 
no  pudo  llegar  á  su  destino,  debido  á  que  la  muerte  se  me  anticipó. 
El  golpe  que  la  implacable  segadora  asestó  en  una,  fué  lo  suficiente 
p:ira  que  la  otra  le  siguiera ;  eran  dos  vidas  que  el  amor  había 
fundido  en  una  sola.  Y  ya  que  lo  insalvable  de  las  circunstancias 
se  opuso  á  que  llegara  á  su  destino,  juré  guardar,  como  se  guardan 
ciertas  cosas  muy  queridas,  en  esos  relicarios  que  luego  se  arrojan 
al  fondo  de  algún  baúl,  para  abrirse  talvez,  algún  día  en  la  vida,  ó 
no  abrirse  jamás,  por  temor  á  que  la  voz  que  guardan  de  las  cosas 
que  fueron,  despierte  emociones  que  uno  ya  talvez  no  se  siente  con 
fuerzas  para  soportar. 

Bien,  que  sea  ésta  la  primera  y  última  vez  que  mi  relicario    se 
abre  para  mostrárosla. 

Dice  asi : 

Querida  amiga :  El  principio  y  fin  de  esta  carta  es  triste,  todo  en 
ella  será  triste;  por  eso  su  lectura  ha  de  producir  en  tí,  la  misma  dolo- 
rosa  sensación  que  á  mí  me  produce  el  escribirla.  Para  no  prolon- 
gar demasiado  esa  tristeza  en  ambas,  trataré  de  hacerla  breve,  aun 
cuando  tengo  tanto  que  comunicarte,  cosas  que  él  depositó  en  mí, 
para  que  te  las  enviara  á  tí,  alma  pura,  alma  buena,  que  tuviste  la 
virtud  de  despertar  en  él  una  pasión  tan  grande,  que  algún  calor 
ha  de  llevarle  al  frío  de  la  muerte,  para  hacerla  menos  cruel,  sino 
con  nosotras,  con  los  corazones  que  todavía  tienen  esperanzas  en  el 
amor.  La  noticia  no  quise  comunicártela  de  inmediato,  me  detuvie- 
ron las  consecuencias,  por  eso  esperé  á  que  primero  lo  supieras  por 
medios  indirectos. 

Ayer  lo  enterraron.  Jamás  me  han  impresionado  tanto  las  flores, 
como  me  impresionó  el  ramo  que  tú  mandaste.  Yo  las  recibí,  y 
á  pesar  de  haber  hecho  un  viaje  tan  largo,  llegaron  tan  frescas,  tan 
perfumadas  y  tan  húmedas,   que  se  parecían  á  un  alma  enamorada 


—  310 


cansada  de  llorar.  Cuando  descorrí  el  papel  que  las  cubría,  me  pare- 
ció que  las  animaba  una  v^da  extraña,  ajena  á  su  natui'aleza ;  que 
sus  corolas  miraban,  con  mirada  ávida,  como  preguntando  :  ^;  dónde 
está  ?  contentas  de  su  destino. 

Tuve  un  momento  de  loca  alegría,  me  pareció  que  se  iban  á  trans- 
figurar en  tí,  y  las  llamé  por  tu  nombre.  Tú  por  ellas,  ó  ellas  por  tí 
parecían  llorar  sufriendo  la  desolación  de  la  hora.  Apenas  tuve 
tiempo  de  colocarlas  entre  sus  manos.  La  alucinación  que  sufrí,  me 
desmayó,  me  sumergió  en  tina  especie  de  somnolencia  que  me  duró 
hasta  hoy,  de  lo  que  me  alegro ;  pues  si  hubiera  estado  en  pie,  quién 
sabe  si  habría  permitido  que  se  lo  llevaran.  Al  corazón  que  quiere. 


no  le  convence 
el  decir  del  poe- 
ta: que  haya  un 
cadáver  mch, 
qué  importa  al 
mundo. 

Cuando  cayó 
enfermo,  ape- 
sar  de  que  los 
médicos  no 
consideraron  el 
caso  de  grave- 
dad, se  apoderó 
de  mí  un  prc 
sentimiento  tan 
triste,  que  ni 
aún  en  los  mo 
mentos  de  reac- 
ciones favora- 
bles, me  permi- 
tía creer  en  el 
deñnitivo  res- 
tablecimiento. 


:Ah 


mi  que- 


rida amiga!  yo 
tendría  que  en- 
trar á   enume- 


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Mi 

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Cuadro  de  Reynolds 


rar  aquí  multi- 
tud de  detalles, 
insignificantes 
algunos,  para 
demostrar  en 
qué  se  fundaba 
mi  presenti- 
miento, pero  ya 
no  tienen  obje- 
to, además  se- 
ría hacerle  una 
nueva  disec- 
ción ámi  alma, 
entrando  á  re- 
capitular todos 
aquellos  he- 
chos que  se  su- 
cedieron antes 
de  su  caída. 

Lo  primero 
que  me  pidió 
fué  que  arrima- 
ra la  cama  á  la 
ventana  del  pa- 
tio, así  recrea- 
ba la  vista  ame- 
n  i  z  a  n  d  o     la 


siempre  igual  monotonía  del  cuarto,  con  el  pedazo  de  cielo  y  las 
plantas  del  jcirdin,  que  desde  allí  se  divisan. 

Tú  recordarás  la  fecha  en  que  cayó  en  cama,  en  los  primeros 
días  de  Otoño,  y  á  los  pocos  de  haber  dado  el  último  examen  de  la 
carrera.  Después  de  haberle  dado  la  última  estocada  como  él  me 
decía  ;  pero  él  también  quedó  herido  en  el  esfuerzo  que  hizo  para 
vencer.  Su  lucha,  fué  una  lucha  desesperante,  un  duelo  á  muerte. 
Su  victoria  la  pagó  con  su  vida.  Tú  sabes  demasiado  bien  cómo  fué 
ésta  aunque  breve  su  trayectoria,  llena  está  de  irisaciones  dolo- 
rosas. 

«¡Qué  raro  encanto --me  decía  — tienen  para  mí  estas  tardes 
de  Otoño  ! 

« Esa  tristeza  que  de  todo  parece  desprenderse  y  que  yo  res- 


—  311  — 

piro  á  manera  de  perfume,  despierta  en  mí,  tantas  y  tan  múltiples 
sensaciones,  que  á  veces  al  seguir  sus  acordes,  me  siento  desva- 
necei  en  el  ritmo  de  la  onda , . . 

«  Es  algo  que  viene  hacia  mí,  ó  sale  de  mi  interior,  algo  como 
el  eco  plañidero  de  una  lejana  melodía ;  talvez,  la  voz  de  lo  que  se 
va  !  —  la  despedida  del  sol  que  se  pone,  el  rodar  de  las  hojas  que 
caen ... 

«  Si  yo  fuera  poeta,  para  cantarle  á  Ella,  buscaría  el  refugio  de 
esos  apartados  y  silenciosos  retiros  que  el  Otoño  diviniza  con  sus 
tristezas,  libre  de  la  presencia  de  ojos  vulgares,  hechos  nada  más 
que  para  la  simple  curiosidad,  en  la  seguridad  de  que  todo  lo  que  en 
mí  hubiera  de  artista,  se  iría  vibrando  con  mi  alma  en  una  estrofa. 

«  Pero,  una  pena  inquietante,  mortificadora,  me  roe  en  mi  inte- 
rior. Alguien  ha  dicho  que  todos  cumplen  en  la  vida — en  la 
medida  de  sus  fuerzas  —  lo  que  han  prometido.  En  mí,  la  promesa, 
se  desvanece  con  mí  vida.  Para  ella,  y  luego  para  mi  juventud  será 
causa  de  un  derrumbamiento  de  esperanzas. 

«  Hay  una  fuerza  secreta,  misteriosa,  superior  á  toda  energía 
vital,  que  nos  gobierna  á  su  antojo.  Ella  al  mov^erse  nos  tritura, 
consciente  ó  inconscientemente,  tal  como  nosotros  al  movernos  tri- 
turamos á  millares  de  seres,  de  seres  infinitamente  pequeños,  sin 
oír  siquiera  su  lamento. 

«  En  nosotros  también,  lamento  ó  protesta,  es  perenne  el  grito 
contra  la  brutalidad  de  esa  fuerza. 

«  La  juventud  es  la  aurora  de  esta  vida  ¿  quién  duda  que  el  día 
le  sucederá  ?  —  por  eso  es  dolorosamente  triste,  ver  á  esa  aurora 
convertida  en  obscura  y  fría  noche. 

«  Si  en  estos  momentos,  en  que  todo  parece  esforzarse  por 
hacerme  visible  la  nada  de  las  cosas,  su  final  inevitable,  la  tuviera 
para  asirme  á  su  cuello  y  ver  renacer  mi  vida  en  su  mirada. 

No  veo,  no  pienso,  no  siento  más  que  una  sola  cosa ;  su 
imagen !  me  parece  que  viene  hacia  mí,  con  los  brazos  tendidos, 
dispuestos  para  la  caricia... 

¡  Ah  !  Si  la  distancia  no  fuera  tan  cruel,  éste  sería  un  momento 
glorioso  para  nuestro  amor! 

Yo,  al  oirle  no  podía  menos  que  llorar,  pero  sabía  que  esto  le 
hacía  mal,  y  tenía  que  sobreponerme  á  las  lágrimas,  mostrándome 
con  mucho  valor,  para  decirle  que  esos  esfuerzos  que  hacía  le 
excitaban  demasiado,  favoreciendo  el  avance  de  la  enfermedad ; 
que  tú  pronto  vendrías  á  verle,  o  que  él  pronto  estaría  bien  para 
ir  á  verte. 

Al  decir  esto,  él  se  reía.  No  quiero  acordarme  de  aquella  risa; 
y,  sin  embargo,  ahora  mismo  me  parece  sentir  su  eco.  Desde  que 
cayó  en  cama,  tuvo  conciencia  de  su  gravedad.  Jamás  he  visto 
una  serenidad  tan  grande  ante  el  peligro.  El,  sin  inmutarse,  al 
salivar,  observaba  lo  que  arrojaba.  Al  principio  se  impresionó  un 
poco,  luego  se  familiarizó,  y  aquella  sangre  que  salía,  era  para 
él  como  si  obedeciera  á  una  necesidad  orgánica.  Pobre  ilusa  me 
decía,  -  es  bueno  tener  ilusiones  en  la  vida.  «Nada  más  triste  que 
el  que  no  las  tiene.  «  Yo  también  las  amé  mucho,  mientras  tuve  aspi- 
raciones.   Ellas  me  permitieron  muchas  veces  sonreír,  cuando  me 


—  312  — 

sentíg,  capsado  de  la  co;ptii)ua  brega ;  con  la  sonrisa  del  convencido» 
de  queál  fín  vencei'á.  cY' nié  asombraba  de' la  procligiosa  fecundi- 
dad dé  ini  naturaleza,  era  un  perpetuó''  surgir  yVenacer  de  ilusiones, 
cuyo  ensordecedor  tumulto  ahogaba  en  mi  interior  el  grito  que 'lá 
lucha  provocara. ^ "  '  '  '.  '       • 

Tenerlas  en  demasía  es  peligroso,  le  hacen  aspirar  á  tapto;  sin' 
pensar  en  las  causas  finales,  y  éstas  suelen  Sei*  de  dolorosas' con- 
secuencias. ,        .' '  ■ 

Hoy  ya  no  tengo  ninguna,  el  calor  de  la  lucha  que  las  alimen- 
taba, acabó  por  marchitarlas,  y  todas,  una  á  una  fueron  cayendo 
como  esas  hojas  que  ruedan.  « Estoy  como  mallana  estarán  esos 
árboles,  sin  hojas.  «  Mi  vida  está  en  el  horizonte,  como  ese  sol  que  se 
pone.  Empieza  á  franquear  ya,  la  divisoria  que  separa  ésta  de  la 
otra  vida.  Es  necesario  pues,  que  se  vayan  familiarizando  con  la 
idea  de  que  pronto  no  me  verán  más,  así  les  será  menos  dolorosa 
mi  partida. 

Mientras  hablaba,  yo  estaba  como  el  ajusticiado  á  quien  leen  la 
sentencia.  Aquellas  palabras  de  hielo  me  congelaban  la  sangre  ;  pero 
luego  que  terminaba  una  fuerza  imperiosa,  extraíía  se  apoderaba  de 
mí.  ¿Por  qué,  me  decía,  él  también  no  ha  de  tener  su  primavera, 
como  lo  tendrán  mallana  esos  árboles  ?  ¿  por  qué  él  también  no  ha 
de  tener  su  nueva  aurora,  como  la  tei:drá  mallana  ese  sol  que  se 
pone?  Y  ante  el  imposible  que  la  realidad  me  presentaba,  donde 
iban  á  chocar  todas  mis  energías,  deseos  locos,  furiosos  se  apode- 
raban de  mí.  Deseos  de  ser  yo,  quien  diera  el  golpe,  anticipándome 
á  la  hora,  para  caer  todos  juntos  ... 

Me  sublevaba,  me  sacaba  fuera  de  mí,  el  pensar  que  todos  nues- 
tros esfuerzos,  y  el  de  los  médicos,  eran  incapaces  de  retener  el 
lento  pero  continuo  desmoronamiento  de  aquella  vida. 

Se  había  decretado  su  caída,  é  inevitablemente  tenía  que  caer. 
Aunque  su  deseo  por  verte  era  demasiado  grande,  yo  me  felicito  de 
que  tu  viaje  no  se  haya  realizado  enseguida,  en  la  creencia  de  que 
la  enfermedad  no  sería  tan  rápida.  Para  mí  hubiera  sido  doble- 
mente doloroso,  me  habría  faltado  el  valor  necesario  que  me  sostuvo 
en  pie  hasta  el  último  momento.  La  que  me  acompañaba  y  me  ayu- 
daba en  todo  era  mamá.  Papá  tenía  á  su  cargo  el  cuidado  de  los 
chicos,  pues  los  médicos  habían  ordenado  su  retiro  por  temor  al 
contagio. 

Tus  cartas,  mi  amiga,  tenían  una  virtud  medicinal  tan  grande, 
superior  á  todo  lo  que  el  médico  le  recetaba,  —  creo  que  á  haber  sido 
otra  la  enfermedad,  ellas  por  sí  solas  hubieran  sido  suficientes  para 
curarle,  —  mientras  las  leía  yo  le  observaba,  y  era  tan  visible  su 
alegría,  que  parecía  empezaba  á  convalecer.  Las  horas  para  mi 
más  tristes,  interminables,  y  á  las  que  le  tenía  miedo  eran  las  de  la 
noche.  Durante  largo  rato,  aun  cuando  ya  las  había  releído  de  día, 
se  lo  pasaba  leyendo  tus  cartas,  que  iuego  colocaba  debajo  de  la 
almohada. 

Después  entreteníamos  nuestras  veladas,  lerendo  al  amor  de 
la  luna  á  veces,  algunos  libros,  sobre  todo  las  partes  subrayadas 
de  los  qu;  tú  le  mandaste;  —  cuando  estaba  con  ánimo  me  recitaba 
versos  de  Musset,  Cyrano  y  la  sonata  de  Nájera. 


—  313  -: 

Las  noches  pasadas  después  de  haber  Ifeído  tus  cartas  de  la 
semana  me  dijo  :  «  Como  esta  noche  teng-o  poco  sueílo,  voy  á  entre- 
tenerme haciendo  algo,  alcánzame  el  cofre,  donde  están  las  demás. 
Cuando  se  las  traía  estirólos  brazos,  con  esa  misma  jubilosa  ale- 
gría que  los  tendemos  cuando  vamos  á  recibir  algo  muy  querido, 
que  no  veíamos  por  efecto  del  tiempo  y  la  distancia. 

He  aquí  lo  que  un  día  constituyó  mi  más  querida  y  poderosa 
esperanza,  en  torno  de  la  cual  giraban  todas  mis  aspiraciones,  — 
también  ella  tendrá  el  misnib  ftn  que  las  demás, 

«  ¡Pasión  devoradora,  todavía  quedan  algunas  gotas  de  sangre 
en  mis  venas  para  arder,  tú  las  quemarás  ! » 

«  He  aquí  lo  que  mi  corazón  guardaba  como  un  tesoro,  donde 
iba  á  refugiarse  cuando  se  sentía  cansado  por  el  tragín  cotidiano, 
para  hacer  menos  triste,  menos  fría  la  distancia».  «También  el 
cofre  de  los  amantes  cuando  no  es  eterna  la  felicidad  que  en  él  se 
ha  depositado  se  convierte  en  sudario».  Luego  besó,  acarició  todo 
largo  rato.  Las  últimas  lágrimas  que  le  quedaban  las  derramó 
sobre  tu  retrato.  Yo  me  había  inmovilizado  en  la  contemplación, 
maquinalmente  miraba  todo  aquello,  durante  las  dos  horas  que 
estuvo  en  esa  tarea,  permanecí  en  silencio,  él  habló  solo.  La  emo- 
ción que  todo  aquello  me  produjo,  me  tuvo  largo  rato  sin  sentido. 

Después  me  pidió  papel  para  escribir  y  lo  necesario  para 
empaquetar  todo.  Este  pedido  confirmó  lo  que  presentía.  Quise 
rehusarme  haciéndole  ver  que  era  demasiado  tarde  para  esa  tarea  ; 
que  descansara ;  al  otro  día  tendría  tiempo.  Mañana  tendré  tiempo 
de  descansar,  de  lo  que  quizás  no  tendré  tiempo,  es  de  hacer  este 
trabajo,  fué  lo  que  me  respondió,  y  tuve  que  obedecer. 

Kenuncio  á  describirte,  mi  amiga,  todo  lo  que  sucedió  después 
de  esto.  Yo  no  me  siento  con  fuerzas  para  soportar  la  emoción  que 
su  recuerdo  me  ha  producido.  Ya  te  contaré  todo  cuando  nos 
veamos. 

Tü  retrato  se  lo  llevó,  quiso  que  tu  imagen  le  acompafiara,  por 
si  el  viaje  que  emprendía  era  demasiado  largo.  Todo  lo  demás,  .en 
la  forma  que  él  lo  arregló,  junto  con  su  carta  lo  recibirás  mañana. 
El  portador  es  el  amigo  más  íntimo  que  en  su  vida  tuvo,  el  que  le 
acompañó  hasta  en  sus  últimos  momentos. 

Cuando  me  puse  á  escribir  ésta  era  la  una  de  la  tarde ;  me 
iicabo  de  asomar  á  la  ventana,  y  la  luna  me  ha  sorprendido  con  su 
luz  blanca  y  fría  la  misma  que  nos  acompañó  en  tantas  veladas. 

Adiós,   mi  querida  amiga...    : 

«  Hoy  al  leerla  he  sentido  la  misma  dolorosa  tristeza  que  sentí 
cuando  la  leí  por  primera  vez,  y  mi  corazón  ha  vuelto  á  sollozar 
en  la  estrofa  querida  del  poeta  único. 

.    -  .         .  ^  . 

Ninon,  Ninon,  que  fais-tu  de  la  vie 
L'heure  s'enfuit,  le  jour  suecéde  au  jour 

Com,o  un  llamado  á  lo  que  ama,  asustado  por  el  doble  presenti- 
miento de  la  soledad  y  del  pasar  vertiginoso  de  las  horas. 

'■■  '  ■  ■      Isidro  Rodríguez  Martín. 


—  314   - 


Poetas  nuevos 

Ofrecemos  á  nuestros  lecto- 
res el  retrato  y  una  poesía  de 
Carlos  Maria  de  Vallejo,  jo- 
ven poeta  que  se  inicia  con 
vigor  y  que  con  Lorenzo  Vi- 
cens  Thievent  ocupa  un  pues- 
to de  avanzada  entre  los  poe- 
tas de  la  nueva  generación 
uruguaya. 

Dejamos  para  el  criterio 
del  lector  el  juzgar  la  obra 
(le  estos  dos  colaboradores  de 
Apolo.  Nuestra  mejor  reco- 
mendación es  la  lectura  de 
los  dos  sonetos  que  inserta- 
mos en  esta  ptígina. 

Sota  de  Redacción. 
^  ^  ^ 


Connubio    sentimental 


Hubo  sónambulancias  en  la  sala 
E  irisaciones  mágicas  y  astrales, 
Al  posar  tus   dos  nimbos  siderales 
Sobre  el   teclado   en  fugitiva  escala. 

Tu  mano    fervorosa  como    un   ala, 
Hizo  vibrar  secretos  ideales, 
Y   sonaron   acordes  inmortales 
Con  profusión  magnífica  de  gala. 


Para  Ai'OLO. 


En  la  ansiedad  de  una  pasión  triunfante, 
Diste  al  piano,  tu  alma  en  ese  instante, 
Y   ante   el   delirio  de  su  afán,  rendido, 

Adormeció   sus  ecos   lentamente, 
Para  escuchar  absorto  y  tiernamente. 
Del   corazón  el  rítmico  latido  .  .  . 

Carlos  María  de  Valle.io. 


leonoelasta 


Para  ArOLO. 


Tus  vestidos  cayeron  con  romana  indolencia, 
tu  cabellera,  dócil,  se  extendió  por  tu  espalda, 
tu  piel  se  matizó  de  fina  erubescencia 
y  en  tus  ojeras  lívidas  durmió  un  pétalo  gualda. 

Tus  labios  en  galante  bienvenida  á  la  esencia 
de  los  míos  mostraron  su  purpúrea  guirnalda; 
se  estremecieron,  púberes,  tus  senos  en  demencia 
de  placer,  y  se  hincharon  tus  venas   de  esmeralda. 

Desmayé  en  un  ocaso  de  inconsciencia  absoluta; 
mi  cerebro  apoplético  vio  una  boca  impoluta 
con  la  extrañeza  erótica  de  los  placeres  hondos; 

Tembló  tu  cuerpo  blanco  de  ninfa  imaginaria . . . 
y  de  sus  ansias  ígneas  fué  víctima  precaria 
la  conjunción  estrecha  de  tus  muslos  redondos. 

Lorenzo  Vicens  Thievent. 


—  315  — 
BIBLIOaK.jPi.FIOjPs.S 


Iiibfos    y  folletos    tteeibidos 


Preludios,  por  Ricardo  Miró  —  Panamá 
— Como  su  titulo  lo  indica,  es  este  el  libro 
de  un  iniciado.  Las  poesías  que  componen 
Preludios  son  el  fruto  de  un  cerebro  bien 
nutrido  que  empieza  á  manifestarse.  Hay 
en  muchas  de  ellas  derroche  de  colorido  y 
riqueza  de  imaginación,  pero  les  falta  el 
sello  de  la  personalidad  que  no  dudamos 
adquirirá  Ricardo  Miró,  dadas  las  aptitu- 
des y  el  talento  que  acusan  las  oomposi- 
ciones  de  Preludios.  Para  perdurar,  es 
necesario  ser  personal.  Y  eso  se  consigue 
con  el  tiempo,  á  medida  que  el  escritor  va 
conquistando  fuerzas  que  le  permiten  ais- 
larse de  los  demás.  Preludios,  repetimos, 
es  el  fruto  de  un  cerebro  bien  nutrido,  de 
un  poeta  verdadero  que  comienza  á  revelar- 
se y  que  triunfará.  Agradecemos  el  envío. 

NUEVO  CANJE 

(tAckta  Ilustrada  —  San  Juan  de  Puerto 
Rico  —  De  esta  revista  de  literatura  y 
actualidades  hemos  recibido  el  número 
lor.  Exornan  sus  páginas  hermosos  foto- 
grabados. 

FcLGüRACiONES  Y  ECLIPSES  —  Concepción 
del  Uruguay  —  Acusamos  recibo  de  esta 
revista  mensual  de  literatura,  ciencias  y 
variedades,  que  dirige  el  seAor  Alf.  Pa- 
rodié Mantero.  Ella  está  bien  impresa, 
pero  no  trae  colaboraciones  d  j  importancia. 

La  Salud  —  Montecidej  —  Nos  ha  visi- 
tado el  primer  número  de  Li  Silud,  órga- 
no oficial  del  Instituto  Naturista.  He  aquí 
su  sumario :  ¡Salud'.;  Decálogo  de  un  cen- 
tenario; La  curación  Satural;  La  inútil 
Vacuna;  P^-ácticas  Fortificantes ;   Variedad. 

La  Patria  de  Darío  —  León  ( Nicara 
gua  )  —  Ha  llegado  á  nuestra  mesa  de  re- 
dacción el  número  2  de  esta  interesante 
revista  de  arte  que  dirige  y  redacta  el 
señor  Leonardo  Montalván.  Su  sumario  es 
excelente.  Baste  decir  que  en  él  figuran 
las  firmas  de  Manuel  S.  Pichardo,  Emilia- 
no Hernández,  Luis  Tablanca  y  otros  escri- 
tores de  renombre. 

Mensaje  Literario  Marida  (  Venezue- 
la)—  El  número  4  de  esta  valiosa  revista 
de  literatura  trae  un  número  selecto  de 
composiciones  inéditas.^  Mensaje  Literario 
es  dirigido  por  el  señor  T.  Carnevali  Retali. 

Arte  —  Maracaibo  (Venezuela  )  —  Recibi- 


mos los  niimeros  l  y  2  de  esta  bella  revista 
literaria  que  se  publica  bajo  la  dirección 
del  escritor  José  Agustín  López.  Su  mate- 
rial es  bueno.  Arte  llegará  á  imponerse  en 
el  ambiente  americano,  pues  cuenta  con 
colaboradores  ya  consagrados  en  el  conti- 
nente. 

Alpha  —  San  Salvad  »•  —  Ha  vuelto  á 
visitarnos  esta  publicación  quincenal  de 
artes,  ciencias  y  letras,  que  redacta  el 
conocido  escritor  S.  Cortés  Duran.  Por  la 
bondad  de  sus  colaboraciones  y  por  su  deli- 
cada presentación  tipográfica,  Alpha,  es 
rara  avis  en  el  ambiente  salvadoreño. 

El  Masón  Moderno  —  Madrid  —  El  nú- 
mero 27  de  este  periódico,  órgano  oficial 
de  la  Masonería  mundial,  ha  llegado  á 
nuestra  mesa  de  trabajo. 

Germinal  —  Asunción  del  Paraguay  ■ — 
Tenemos  á  la  vista  el  número  1  de  este 
semanario  que  publican  los  escritores  Ra- 
fael Barrett  y  José  G.  Bertotto.  Germinal  es 
un  periódico  valiente  que  dedica  sus  esfuer- 
zos á  la  lucha  en  pro  del  proletariado. 

Revista  Róchense  —  Rocha  —  El  número 
23  de  esta  importante  publicación  trimen- 
sual que  redacta  el  señor  Carlos  N.  Rocha, 
ha  llegado  á  nuestra  redacción.  Revista 
Róchense  es  una  de  las  mejores  publica- 
ciones que  aparecen  en  nuestra  campaña. 

Bohemia — Dirigida  por  el  señor  Julio 
Alberto  Lista,  ha  comenzado  á  publicarse 
en  esta  capital,  una  revista  de  arte,  con  el 
título  que  más  arriba  indicamos.  Figuran 
en  la  lista  de  redactores  elementos  de  gran 
valía  que  se  destacan  en  nuestro  ambiente 
literario. 

La  Paz  —  Mérida  (  Venezuela)  —  De  este 
selecto  periódico  redactado  por  los  señores 
Juan  N.  P.  Monsant  y  Gabriel  Picón  Fe- 
bres,  hijo,  hemos  recibido  desde  el  número 
30  al  34.  La  Paz  es  un  periódico  político  y 
literario  que  dá  á  conocer  las  producciones 
de  los  mejores  escritores  americanos. 

La  Lucha  —  También  hemos  recibido  el 
número  14  de  este  excelente  periódico  que 
publica  en  Nico  Pérez  el  talentoso  escritor 
Ricardo  Eguía  Puentes  Su  material  es 
inédito  y  está  firmado  por  escritores  ya 
consagrados,  la  mayor  parte  de  ellos,  en 
nuestro  país. 

Con  las  revistas  del  exterior  arriba  noin- 
bradas  dejamos  establecido  el  canje. 


OE    0K.E:STES    IBjPlK.OB'F'IO 


El  dibujo  del  título  que  luce  hoy  nuestra  revista,  es  obra  del 
artista  nacional  con  cuyo  nombre  encabezamos  estas  líneas.  Fué 
encomendado  á  él  por  esta  Administración,  en  la  seguridad  de  obte- 
ner algo  sobresaliente,  como  todos  los  trabajos  que  ha  hecho  el 
talentoso  artista. 


—  316 


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0]3ras  de  Perfecto  López  Campaña    J  Otras  de  Pérez  y  Curis 

IM  I'.IJCVDAS  ;  IMPLICADAS 

}  ! 

«Nervosismos»    (Paginas  y   estu-  /  ^^^    canción    .le    las    Crisalid.  ^» 

dios   .  /     T-i  11,- 

„     ,.      .,„...       ,,,  •    .  «Kl  poema  d<'  la  (.arne-. 
«FanlaiTia  de  Prejuicios»  ((.romeas,  \ 

cuentos  e  ideas  sueltas).  {  '  '  *^6sias  ). 

)  «Ueliotropos»    Poesías) 

'"^"^^^'''Uí'^^s  :  ^j,^^^  ^         (,:„ontos.. 


'C 


«cDesde  el  Patagonia»  (Memorias  111-  ) 

timas  de  un  aprendiz  artillero   .  ,,.,  PHFP\R  \("I<')\ 

«>íar   de   Fondo*  'Novela   de    am-  r 

biente).       ^  «l>oi' jardines  jijeiios»    ci^jiginus  .le 

«En    el    iardín    de    las    mentiras»  ,    ' 

.,,       /  .  i  Arte). 

((iUentos).  ( 

«Hacia   el  porvenir»      Drama    en  )  «Alma  de  Idilio     < Poema), 

tres  actos  y  en  prosa  .  ;  «Albas    sangrientas»    C  Po.-sías  .!e 


i:\    PREPARACIÓN 


combale). 
«La  Ola»  (NovelaV 


Capítulo  de  Sociología   Americana, 
«El   Uruguay»  (Factores  de  evolu-    ¡  «1"-»  ^^  '"'ei''^  ''«  ^"^  '»^''"^''    ^''*^'' 
eión  é  involución!.  í       sías). 

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REVISTA  MENSUAL  DE  ARTE  Y  SOCIOLOGÍA 

DE    VENTA    KN    TODAS   LAS   LIBRERÍAS   DEL   URrOlAV, 
LA    ARGENTINA    Y    CHILE 


PRECIOS  DE  SUSCRIPCIÓN  MENSUAL 

Edición  económica     .     .     .     .     .     .     ,     .     .     .'«:     o.l.")     ore 

»  (le   lujo ".     ;>     (».2<) 


fldministpadop :   liÜIS  PÉREZ    (fllzáibar,    36) 

correspoiuleiicia  literaria  á   PKKEZ  V  CUHIS  ' 

—   MoNTKVmF.il    !   I  Klt.l  AN       — 


apoio 


Revista  mensual  de  arte  y  sociología 


Eirector-Redactor :  Pérez  y  Curis  ^í:-^  Reiactor:  Perfecto  López  Campaña 
Secretario  de  Redacción:  Ovidio  Fernández  Rios 


CUEÍ^PO    DE   REDACCIÓN 

Julio  Raúl  Mendilaharsu  —  Corresponsal  en  Europa 

Juan  Picón  Olaondo  —  Montevideo. 

Francisco  Villaespesa — Madrid. 

.\[anuel  Ugarte  —  París. 

Knrique  Olaya  Herrera  —  Bruxelas. 

Luis  G.  ürbina  —  México. 

Rafael  Ángel  Trovo  —  Cartago  de  Costa  Rica. 

Guillermo  Andreve  —  Panamá. 

Froilán  Turcios  —  Tegucigalpa  (  Honduras ). 

Santiago  Arguello  -  León  (Nicaragua). 

Anuro  Ambrogi — San  Salvador. 

M.  Moreno  Alba  —  Barranquilla  (  Colombia  J. 

Miguel  Luis  Rocuant  —  Santiago  de  Chile. 

Pablo  Minelli  González  -  Buenos  Aires. 

Rosendo  Villalobos      La  Paz  (Bolivia). 

Luis  Corre  i  —  Caracas  (Venezuela). 

Guillermo  Lavado  Isava -- La  Victoria  (Venezuela). 

Remigio  Romero  León  —  Cuenca  (Ecuador). 

luán  Guerra  Núñez  —  Habana. 

losé  de  Diego  —  San   Juan  de  Puerto  Rico. 


Inip.  "Lii   Rural"    de   K.   Küiiins   -  Florida  si  y  liL" 


Gran  Sastrería  PYRAMIDES 

Dld]     -A..    SPER  A. 
Calle  Sarandí  números  226  y  228 


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para   el   trabajo    de    medida 

CALLE     SARANDI,    226    Y    228 
Al  costado  de  la  Metropolitana 


ÜONGINES! 


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(irán   Prix    Exposición 


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do   París  V  Milún 


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En   venta  en   todas 


las  buenas  Relojerías 


j,        LA  MAGA 

'  '  ■  I.  ■ 

Y  si  el  canto  del  tedio,  monoprimo  y  doliente, 
Que  arrulla  tus  visiones  heráldicas  y  agita 
Tu  espíritu  noctámbulo,   desdeña  la  infinita 
Misericordia  de  una  virtud   para  tu  frente. 

No  impreques  á  la  esfinge  del  destino;  medita 
Sobre  el  largo  viacrucis  del  Apóstol  de  Oriente. 
Con  el  suave  poema  que  la  infancia  presiente 
Canta  de  tu  infortunio  la  liturgia  bendita. 

Que  en  tu  alma  el  pesimismo  dejó  algo  del  desierto 

Y  el  dolor  el  resabio  que  hoy  tus  carnes  macera,    . 
Yo  lo  sé  .  .  .  Sin  embargo  tu  alegría  no  ha  muerto, 

Duerme  aún  al  abrigo  de  Ja  Ilusión  y  espera  .  .  . 
¡Cómo  esperan  las  flores  que  una  mano  cualquiera 
Las  riegue  cuando  el  oro  del  sol  abrasa  el  huerto ! 

EL  POETA 

Yo  espero  de  tu  amor  y  de  tu  gracia, 
¡Oh,  virgen  fuerte!   la  exquisita  ofrenda, 
Para  unir  á  la  mía  la  estupenda 
Canción  impúber  de  tu  ideal  de  acracia. 

Jamás  en  mí  despertará  la  audacia 

Del  amor  de  la  mítica  leyenda  .  .  . 

¿Qué  importa  que  Eros  mi  dolor  sorprenda 

Bajo  el  sol  de  la  muerte  ó  la  desgracia? 

Alma:  tú  que  apareces  en  mí  senda, 
—  Lejos  de  la  fastuosa  aristocracia 
Que  tiene  un  EIdorado  de  prebenda,  — 

Y  vienes  ebria  de  entusiasmos  hacia 
Mi  corazón  que  implora  una  vivienda. 
Sé  Alma  de  idilio,  de  pasión  y  acracia. 


Pérez  y  Cufis. 


—  323  — 


ftrtnotita  |)asiotial 


Las  pasiones  de  cada  individuo  pueden  considerarse  como  una 
manifestación  de  la  resultante  de  dos  fuerzas,  perfectamente  repre- 
sentada, en  dirección  é  intensidad,  por  la  diao^onal  del  paraleló- 
gramo  construido  con  estas  dos  fuerzas;  y  éstas,  á  su  vez,  se  hallan 
determinadas:  la  primera,  por  la  constitución  intima  del  orga- 
nismo de  dicho  individuo ;  la  segunda,  por  el  ambiente  y  por  el 
conjunto  de  influencias  exteriores  que  ejercen  su  acción  sobre  él. 

Las  pasiones  humanas  no  son,  pues,  la  causa  de  la  inarmonía 
social ;  sino  en  efecto,  al  menos,  en  su  conjunto. 

El  organismo  del  hombre,  como  el  de  los  animales,  es  un  pnro 
transmisor.  Las  sensaciones  que  percibe  son  transmitidas  por  él,  y 
se  expansionan  de  distinto  modo,  según  sea  el  campo  de  acción 
que  encuentran    para  expansionarse. 

L(í  ocurre  al  organismo  humano  lo  mismo  que  á  los  conduc- 
tores de  una  instalación  de  alumbrado  eléctrico:  ellos  reciben  la 
fuerza  ehíctromotriz  desarrollada  por  los  generadores,  y  la  trans- 
miten á  la  lámpara,  pero  oponiendo  á  dicha  fuerza  una  resisten- 
cia variable,  según  sea  la  longitud,  el  grueso  y  lo  conductil)i- 
lidad  de  los  referidos  conductores.  No  obstante  estos  vienen  á  ser, 
al  fin  y  al  cabo,  un  solo  factor  del  fenómeno,  el  cual  dependerá  tam- 
bién de,  la  fuerza  del  generador  y  del  cami)o  de  acción  del 
receptor. 

Cuando  son  malos  los  dos  principales  factores  de  la  instalación, 
generador  y  lámpara,  resultará  un  conjunto  tanto  más  imperfecto  y 
oontraproducente  cuanto  mejores  sean  los  conductores  ;  asimismo, 
en  la  sociedad  presente,  en  (jue  las  impresiones  y  el  cami)0  de 
acci(')n  se  mueven  en  un  cíi'culo  vicioso,  suele  verse  que  los  hombres 
buenos  conductores  ó  sea  capaces  de  grandes  pasiones,  única- 
mente ponen  su  actividad  al  servicio  de  malas  causas,  mientras  que 
los  j)oc()  imin-esionables  son  casi  siempre  seres  inofensivos  que 
l)asnn  á  formar  pai'tc  del  innumerable  rebafío  de  los  miserables 
explotados. 

Si  los  generadores  son  Imicuos,  ))ero  la  lámpara  es  de  mala  cali- 
dad é  incapaz  úv  transformar  en  luz  la  electricidad  (ju(!  recilx;, 
entonces  aíleniás  de  las  })éi'didas  de  utilidad  se  originarán  reaccio- 
nes caloríficas  en  los  conductores ;  así  pasaría  en  una  societlad 
comunista  autoritaria  en  la  cual  la  fuerza  productiva  \)\v.u  aprove- 
chada, no  encontrando  el  campo  de.  la  libertad,  se  cel)aríu  en  los 
mismos  conductores  (jue  son  los  organismos  humanos,  hacién- 
doles sufrir  á  consecuencia  de  las  reacciones  que  por  su  iiitei"ior 
se  verificarían,  puesto  (jue  el  diíjue  autoritario  no  les  j)ermitiria 
manifestarse  por  completo. 

Por  último,  si  los  gííneradores  y  la  lámpara  son  buenos,  podrán 
ocurrir  dos  casos  :  í."  (jue  los  conductores  sean  malos  ;  2.°  (jue  sean 
buenos.  Si  los  conductores  son  malos,  la    luz    no    se   manifestará  y 


—    324   — 

ciiu'dará  l;i  l'uerza  eleetro-inoti-iz  á  (lisposición  de  cualquier  buen 
conductor  que  la  utilice,  sin  haberse  ocasióna'do  perjuicio  algauío. 
Si  los  conductores  son  buenos,  la  luz  se  manifestará  esplendente. 
Asimismo  sucederá  en  la  sociedad  del  porvenir :  el  hombre  cuyo 
organismo  reposado  sea  poco  sensible  á  l;is  garandes  vibraciones  de 
¡ossontidos,  conij  ciue  al  din  y  al  cal)o,  tendrá  ])or  princif)ar  misión 
sniistácrr  ;'i  las  necesidades  d(í  su  ori^anismo,  no  tendrá  para 
(lUi'  satisláfcr  ucccsiilades  (pie  no  existirán,  dejando  á  org-auis- 
mos  más  neci'silados  de  vida  e!  a})roveclKunienlo  de  los  j^randés 
manantiales  e|úe  él  no  estará  en  condiciones  ni  con  deseos  de  apro- 
vecli.-ir. 


Pasamlo  del  terreno  cientítico  al  terreno  práctico,  vemos  que  las 
llamadas  i)asiones  humanas  pueden  servir  sieni¡)re  en  pro  ó  en  con- 
tra dt;  l;i  armonía  social,  según  el  medio  eíi  que  se  muevan.  • 

La  sobriedad,  envenenada  por  la  idea  de  proi)ieda(l,  engendra 
la  avaricia.  El  apetito  y  el  amor,  necesichides  naturales,  envene- 
nadas i)ür  el  abuso,  engendran  la  gula  yda  lujuria.  VA  descanso  y 
la  emulación,  envcne^iados  por  la  Ignorancia,  engendran  la  pereda 
y  la  envidia  La  entereza  y  la  digiddad,  envenenadás'por  la  idea 
de  autoridad,  engentlrau  la  ira  y.  la  soberbia. 

J^a  sobriedad,  la  emulación,  la  entereza  y  la  dig^nidad,  son  vii-- 
tudes;  el  apetito,  el  amor  y  el  descanso  son  necesidades.  En  cambio, 
la  gula  y  la  lujuria,  la  pereza  y  la  envidia,  la  avaricia,  la  ira  y  la 
solicrbia  son  malas  i)asiones  que  completan  la  inarmonía  social  pro- 
ducida por  hi  ignorancia  y  mantenida  por  los  principios  de  auto- 
ridad y  de  propiedad.  El  cristianismo  ha  propuesto  contra  estas 
malas  ¡¡asiones  un  remedio  que  es  aún  peor  que  la  enfermedad : 
contra  la  avaricia,  la  largueza  en  el  sentido  de  derroche;  contra  la 
soberi)ia  y  la  ira,  la  humildad  y  la  paciencia,  precisamente  para 
sufrir  resig"nados  á  los  soberbios  y  á  los  iracundos ;  contra  la  gula 
de  algunos,  la  abstinencia  de  la  ntayor  parte  para  qtie  aquellos 
puedan  satistacer  su  gula  ;  contra  la  envidia  de  los  ruines,  la  cari- 
dad de  los  corazones  nobles;  contraía  lujuri;i,  la  abstinencia  que 
deje  campo  más  ancho  á  las  empresas  de  los  lujuriosos;  contra 
la  lícreza,  la  diligencia  de  los  infelices  que  han  de  proporcionar 
lo  surtciente  para  (]ue  los  que  practiquen  dicha  pereza,  puedan 
practicar  también  la  soberbia,  la  ira,  la  gula  y  la  lujuria. 

No   es,  pues,  en   la  religión  donde  hemos  de  buscar  el  remedio. 

Únicamente  en  una  sociedad  libre  encontrarán  los  hombres  los 
elementos  necesarios  y  surtcientes  para  que  el  conjunto  de  las 
})asiones  resulte  prenda  segura  de  prog'reso,  de  goces  y  de  acti- 
vidades. 

F.  Tarkida  del  Mármol. 


-<^^^X:€l>o  ■ 


325 


3De;lmira.     -A.gtj.sti2rai 


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Sufr^tno  Idilio 


Boceto    de    un    poema 


En   el   balcón  romántico  de   un  castillo   adormido 
C¿ue   los    ojos   suspensos   de   la   noche    adiamantan, 
Una   íij^ura  blanca   hasta  Ja  luz...   Erguido 
Bajo   el    balcón   romántico   del    castillo    adormido, 
Un   cuerpo    tenebroso  . . .   Alternándose    cantan. 


Para  Ai'OLO. 


—  ¡Oh   tú   ñor  augural   de   una  estirpe   suprema 
Que    doblará   los   pétalos   sensitivos   del    alma. 
Nata   de  azules  sangres,   aurisolar  diadema 
Florecida  en   las   sienes  de  la   Raza  ! . . .   Suprema  — 
Mente   pulso   en   la  noche   tu  corazón   en   calma ! 


—  326  — 

—  ¡Oh  tú   que   surges   pálido  de   un   ¡^víhi   fondo   de  enig-ma 
Como   el    retrato    incógnito   de    una   tela    remota ! . , . 
Tu   sello  puede   ser   un    blasón   ó   un  estigma ; 
En   las   aguas   cambiantes   de   tus   ojos   de    enigma 
Un   corazón   herido  —  v  acaso    muerto  —  flota! 


—  Los   ojos    son   la   Carne   y   son   el    Alma:   mira! 
Yo   soy   la   Aristocracia   lívida   del    Dolor 
Que   forja   los   pulíales,   las  cruces   y    las   liras, 
Que  en   las   llagas  sonríe  y  en   los    labios   suspira. 
¡  ISatán   pudiera   ser  mi   semilla   ó   mi   flor ! 

Soy   fruto   de  aspereza   y   maldición :    yo  amargo 

Y  mancho   mortalmente   el   labio   que   me   toca ; 
Mi   l^eso   es   flor  sombría  de  un   Otofío   muv   largo 
Exprimido  en   tus   labios   dará   un    sabor  amargo, 

Y  todo   el    Mal   del   Mundo   florecerá    en    tu    boca! 


Bajo   la   aurora    fúlgida   de   tu   Ilusión,    mi    vida 
Extenderá   las   ruinas  de   un   apagado   Averno ; 
Vengo   como   el    vampiro   de   una    noche    aterida 
A   embriagarme   en    tu   sangre   nueva;    llego   á    tu   vida 
Derramada   en   capullos,   como   un   cefíudo    Invierno! 

—  ¡Como   en    pétalos   flojos   yo    desmayo   á   tu    hechizo!... 

Traga   siniestro    buitre   mi   pobre   corazón ! 

En   tus   manos    mi    espíritu   es   dúctil    como   un    rizo... 

El    corHZ(')n    me    lleva    á    tu    siniestro    hechizo 

Como   al    l)arco    incouscicute    el    ala    del    timón! 

Comulga    con    mi    cuerpo    devoradora    sima ! 

Mi   alma   clavo   en   tu  alma  como   una   estrella   de   oro; 

Florecerá    tu   trente   como    una    tierra    opima, 

Cuando   en    tu   almohada    trágica    y    honda    como    una    sima, 

Mis   rizos   se   derramen    como    una    fuente   de    oro ! 


—  Mi   alma    es    negra    tumba,    fría    como   la    Nieve... 

—  Buscaré    una    rendija    para    fíltrarme   en    luz! 

—  Albo   lirio!...    A    tocarte   ni    mi    sombra    se    atreve... 

—  Te  abro  ;  oh    mancha    de    Iodo!    mi    gran    cáliz    de    nieve 
Y   tiendo   á    tí   eucarísticos    mis    brazos,    negra    cruz  1 

Enróscate    ¡  oh    serpiente    caída    de    mi    Estrella 
Sombría !   á   mi   ardoroso   tronco    primaveral  ... 
Yo   apagaré   tu   Noche   ó   me    incrustaré   en   ella : 
Seré   en   tus   cielos   n(\gro3   el   fanal    de    una   estrella, 
Seré   en   tus   mares   turbios   la   estrella    de   un    fanal ! 


^  o 


27  — 

Sé    mi   bien   ó    mi   mal,    yo   viviré   en"  tu   vida  ! 
Yo   enlazo   á   tas   espinas    mi   hiéllra   de    llus¡(3ii... 
Seré   en   tí   una   paloma   que   en   una    ruina  an.da; 
Soy   blanca,    y   dulce,    y   leve:    llévame    por    la    Vida 
Prendida   como    un    lirio    sobre   tu   coraz<3n ! 

—  Oh   dulce,  dulce  lirio!...   Llave   de  las  albiras! 
Tú   has  abierto  la  sala   blanca   en   mi  almi   S3:nbría, 
La   sala  en   que   silentes   las   Ilusiones   puras 

p]n    dorados   sitiales,    tejen    mallas   de   alburas!... 

—  Tu  alma   se   vuelve   blanca   porque  va   siendo   mia ! 

—  Oh   leyes  del   Milagro !   yo,   hijo  de  la  sombra 
Morder  tu  carne   rubia :   oh    fruto   de  los   Soles ! 

—  Soy   tuya   fatalmente ;   mi   silencio    te    nombra, 

Y  si   la   tocas  tiembla  como   un  alma    mi   sombra!... 
Oh    maga   flor   del    Oro    brotada   en    niis   crisoles! 

—  Los   surcos   azurados   del    Ensueño   sembremos 
J)e  alguna  palpitante   simiente   inconcebida 

<^ue  arda  en   florecimientos    imprevistos   y  extremos; 

Y  al   amparo   inefable   de   los   cielos   sembremos 
De   besos  extrahumanos  las   cumbre?  de   la  Vida ! 


Amor  es    milagroso,    invencible   y   eterno; 

La  vida   formidable   florece  entre   sus   laÍ3¡os . . . 

Raiz  nutrida  en  la  entraña   del   Cielo   y  del  Averno, 

Viene  á  dar  á   la  Tierra  el    fuerte   fruto   eterno 

Cuyo  sangriento  zumo   se    bebe  á  cuatro   labios ! 


Amor   es  todo  el   Bien    y  todo  el   Mal,   el   Cielo 
Todo  es  la  arcada  ardiente   de   sus   alas  cernidas . . . 
Bajar  de  un   plinto   vano  es   remontar  el   vuelo . . . 
Y  El   te  impulsa  á  mis   brazos  abiertos  como   el  Cielo, 
Oh   suma  flor  con  alma,   á   deshojar  en  vidas ! . . . 


En  el  balcón  romántico   de  un   castillo  adormido 
Que  los   ojos   suspensos  de  la  Noche  adiamantan, 
E\   Silencio   y   la   Sombra  se  acarician   sin   ruido . . . 
Bajo   el    balcón   romántico   del   castillo   adormido. 
Un   fuerte  claro -obscuro   y  dos   voces  que   cantan . . . 

Delmira   Agüstini. 


0{:$CCC$00 


—  o28 


"Oe  Ul«eia" 


El  profundo  lirismo  de  mi  alma, 
el  supremo  encanto  que  en  mí 
produce  la  armonía,  me  conduce 
á  buscar  al  través  de  toda  belleza 
una  sensación  orquestra!,  compa- 
rando mArmoles,  cuadros  y  libros 
con  obras  musicales,  ó  á  juz^^ar 
de  obras  literarias  por  la  dulce 
emoción  que  en  mí  despiertan 
admirando,  sobre  todo  ¿i  aquellos 
hombres  en  quienes  vibra  perpe- 
tuamente el  canto  glorioso  de  la 
infinita  poesía,  SjIo  los  grandes 
poetas  han  sabido  vencerme.  Y 
por  eso,  entre  los  escritores  que 
hoy  lachan  en  Europa  por  la  su- 
premacía de  nuestraS;  Bdlas  Le- 
tras americanas,  Pedro  César  0o- 
minici  sabe  entusiasmarmy.  El  e,s 
ante  que  todo,  un  gran  poeta 
armado  con  la  lira  Apolínea  que, 
fustigando  tiranías,  crea  roman- 
ces, embellece  el  lenguaje  político 
y  canta  solitario  la  libertad- y  la 
belleza.  ^ 

La  diversidad  de  tonos,  la  pu> 
reza  del  colorido  y  la  dulzura  de 
lenguaje,  onio  licor  cristalino, 
embriaga  mi  cerebro  transpor- 
tándome en  suave  ensüeílo  de 
ilusiones  que  revolotean  én  torno 
mío,  eclipsando  por  algunos  ins- 
tantes la  obscura  realidad  que 
amarga  la  ex¡st(Mícia.  La  Olím- 
pica música  de  Wagncr  funde  mi 
ser;  parece  evaiH)rar  mi  espíritu 
arrancándome  dulcemente  del 
mundo  para  posarme  mi  donde 
sólo  existe  verdad  y  amor. 

Leyendo  las  obras  de  Domini- 
ci,  participo  de  la  misma  sensa- 
sación :  momentos  sublimes  en 
medio  de  un  paraíso  imaginario 
iluminado  por  la  aurora  que  vi- 
vamente engendran  el  arte  y  la 
literatura.  Sin  hablar  de  ese  poe- 
ma humano  de  intensa  psicología 


dolorosa  que  es  Tristeza  Volup- 
tuosa, De  Lutecia,  Dionysos,  y 
El  Triunfo  del  ideal  forman  una 
trilogía  espléndida.  En  De  Lute- 
c¿rtencontramos  al  crítico  erudito, 
acaricia  sus  juicios  con  un  estilo 
melodioso.  Habla  de  arte,  litera- 
tura y  ciencias  con  asombrosa 
facilidad.  La  firmeza  de  sus  crí- 
ticas demuestra  sus  vastos  cono- 
cimientos en  donde  se  refleja  su 
espíritu  de  artista :  eleva  á  los 
grandes  hombres,  vivifica  el  alma 
de  los  genios  fortificando  con  no- 
ble empeño  á  aquellos  que  se 
encuentran  aún  entre  nosotros. 
.  El  combatiente  áa  Venezuela, 
el  cantor  ,d6  El  Triunfo  del  ideal 
—  poenuí  cllyino  á  la  Belleza  — 
tenía  lógicam^en te,  al  hablar  de 
la  antigua  Grecia,  que  escoger  la 
gloriosa  época  de  Pericles  para 
desarrollar  la  acción  de  Dionysos 
Sus  magnos  ensueños  de  repu- 
blicano, sus  nobles  anhelos  de 
artista  encontrábanse  unidos  es- 
trechamente bajo  el  apacible  cie- 
lo de  Atenas. 

Los  tiempos  helénicos  nos  entu- 
siasman por  la  belleza  y  la  filo- 
sofía :  doctrinas,  que  cual  de  ma- 
nantiíiles  sagrados,  brotan  des- 
bordándose por  el  mundo  para 
refrescar  cerebros  do  hombres 
sabios  que  moran  en  ciudades 
civilizadas.  Dominici  ha  abrigado 
en  su  espíiiíu  una  época  de  li- 
bertad, puríticando  en  sa cerebro 
nobles  pensamientos,  acariciando 
con  ellos.lo  quQ  en  su  patria  se 
encuentra  vilmente  oprimido  ba- 
jo el  dominio  inf.ime  de  Cipriano 
Castro. 

Desde  aquí,  con  su  periódico 
Venezuela  vela  y  lucha  por  el 
bienestar  de  su  país.  Es  en  París 
el    corazón   de   los  venezolanos. 


—  329  — 

Se  encuentra  faera  de  su  patria,  por  la  elevada  cima  que  repre- 
huyendo  de  la  falsedad  y  el  cri-  senta  su  noble  y  austera  cam  • 
nien.  Ha  venido  al  mundo  de  la  paila  por  la  Libertad  de  la  Amé- 
luz  y  procura  iluminar  las  tínie-  rica  Latina,  es  digno  de  magno 
blcis.  Sus  compatriotas,  como  leo-  elogio  y  puede  servir  como  mo- 
nes  hambrientos,  devoran  el  con-  délo  á  las  generacións  futuras, 
tenido  de  Venezuela,  hallando  en  En  nuestras  bellas  letras,  con  su 
cada  uno  de  sus  artículos  las  pro-  Dionysos  le  bastaría  para  perpe- 
pias  ideas  que  como  una  brisa  tuarse. 

perfumada  azota  dulcemente  sus  ¡Gloría  al  soñador  que  hacien- 
secretas  aspiraciones.  do  llegar  sus  ideas  hasta  nos- 
En  la  lucha  contra  Castro  hace  otros  labora  delicadamete  su 
dorar  las  páginas  gloriosas  de  inmortalidad!  Así  los  rayos  del 
la  patria  de  Bolívar,  y  al  mismo  sol  desgarran  la  atmósfera  para 
tiempo  arroja  despedazadas  las  llegar  á  la  tierra. . . 
<]uc  por  el  gobierno  actual  man- 
chan ignominiosamente  la  histo-  Francisco  Merino  y  Córdova, 
ria  de  Venezuela.  {Mexicano). 

Por   su    talla    moral,    es    decir,  En  Paris,  Julio  de  190S. 


-oí$í:x^>— 


ta  £kcta 

Pava  Pérez  y  Curis. 

En  medio  del  jardín,  junto  á  un  desnudo 
Pentélico  de  Apolo,  su  sonata 
Preludia  el  surtidor  que  se  desata 
En  un  eterno,  inacabable  agudo. 

Yo  estoy  absorto,  ensimismado,  mudo, 
Escuchando  la  suave  serenata, 
Mientras  la  luna  su  esplendor  de  plata 
Vierte  en  el  bosque  impenetrable  y  rudo 

Hay  fragancias  divinas  en  la  umbría. 
Fulgor  de  luna  y  tierna  sinfonía, 
Quietud  inmensa ...  el  ánima  reposa ; 

Sólo  falta  que  venga  al  parque  agreste, 
Envuelta  en  amplia  y  sonrosada  veste 
La  electa  de  mi  espíritu :  La  Esposa ! 

Juan  Guerra  Núxez. 

Habana. 


Pati  aux  c^ris^s 


Moi.  j'iii  rocoiiiiuc  Pan  ;'i  su  libre  panut'.  á  sos  poils  !  11  .siuitail  ilims  le  soloil, 
iiU'illaiit  crmí  títvstf  ¡liso,  paviois,  une  fcrisc  aux  arl)r('s  M-niieils.  (iu'll  était  piir! 
Des  «idiittes  il'ean  perlaient  sur  sa  lisse  toisón,  conune  des  étoiles:  on  reñt  ilit 
tlaifreut. 

Kt    i'était   sous   l'a/.ur   de    mon  .ji'UiU'  printi'nips. 

(>r,  a\aiit  avisé  dans  1  air  une  cerise  plus  firosse  et  plus  belle.  ¡1  la  saisit.  et 
ptiisa  le  uoyau  sous  la  pulpe  san-ilante.  .le  m'approeliai.  .I'etais  ra\  i  .  .  .  Luí  m'ayaut 
visé  l'teil.  Je  reens  le  novan.  .I'allai  tuer  l'au  de  uii^u  i-oulea;i  !  II  élendil  un  liras, 
fit    une    volte,    et    tout    le    monde    lonrua. 


Adorons    Pan,    le    dieu   du    monde  I 


Pací.  Ki>ur. 


—  334  — 


milde  hogar  que  se  entibia  con 
el  beso  de  un  amor  santo  y  primi- 
tivo. 

Ruido  de  remos  se  escuchan 
como  palmadas  cariñosas  sobre 
las  divinas  redondeces  de  una 
virgen.  Una  queja  humana  ju- 
guetea sobre  las  ondas  del  silen- 
cio y  se  pierde  en  las  lejanías 
serenas.  Una  guitarra  desgrana 
las  notas  de  oro  de  un  motivo 
hecho  con  penas  y  con  hlgrimas 
ardientes,  y  la  brisa  repite  fra- 
ses de  una  canción  que  nace  del 
misterio  brumoso  de  la  tarde  . . . 

«  Triste  es  vivir . . .  Dame  un . . . 
beso  de  fuego  . . .  Me  muero  . . . 
Me  muero  . . .  por  ti ... » 

Luego  otra  vez  impera  el  s  len- 
cio  tranquilo  y  sedante.  La  tris- 
teza del  crepúsculo  pone  un  sello 
glorioso  sobre  la  frente  enarde- 
cida por  la  idea.  El  sol  derrama 
sobre  las  aguas  tranquilas,  en  la 
comba  dilatada,  en  la  junción 
distante  del  azul  y  de  lo  verde, 
rios  de  oro  y  de  sangre,  de  sobe- 
rana belleza,  de  metales  en  fnsión 


ígnea.  Flámulas  se  agitan  en  lo 
alto  como  pañuelos  gigantescos 
que  se  mueven  en  despedida  glo  • 
riosa. 

Un  grupo  de  luces  salpica  el 
caserío  desordenado  que  se  yer- 
gue  en  la  loma  cercana.  La  no- 
che agita  su  manto  tramado  de 
tinieblas,  y  barre  la  campifia.  El 
sol,  lujurioso  y  solemne,  ha  des- 
aparecido tras  un  monte  de  eu- 
caliptos lejanos  que  forman  cua- 
jaron de  sombras. 

En  el  cielo  asoma  su  enorme 
pupila  luminosa  la  estrella  del 
pastor.  La  luna,  semejante  á  un 
enorme  glóbulo  de  sangre,  emer- 
ge en  el  horizonte  lejano,  de  la 
cumbre  de  una  cuchilla  de  sua- 
ves declives.  Un  misterio  nuevo 
invade  el  paisaje  y  una  nueva 
tristeza  coloca  sobre  el  corazón 
el  broche  de  una  pena  infinita  y 
las  facetas  luminosas  de  una  lá- 
grima amarga. 

Perfecto  López  Campa5Ia. 

Santa  Rosa  del  Cuareim,  Agosto  <le  i'JOS. 


-<^$CCC^(}o- 


NUva  -el  l)asUo... 


Para  Aroi.o 


La  nostalgia  infinita  de  los  nublados  cielos 
y  el  sopor  melancólico  de  las  tristes  llanuras, 
rtotan  sobre  mi  ensueño  con  largas  amarguras 
como   un   cansado    Otoño   de    inconsolables   duelos. 

Los   íntimos   dolores    son    mis   viejos    abuelos, 
me   invade  una   cansera   de   visiones   oscuras, 
y   estoy   viendo   á   la   Muerte   que  abre    sus   sepulturas 
á    toda   la   tristeza   de   mis    hondos    anhelos. 

Voy   así ...    Voy   lo    mismo   que   el    que    no   vé    y   no    habla 
porque,    si   es   un   poeta    le    falta   una    heroína 
y   si    es   un   pobre   náufrago    le   falta    alguna    tabla ... 

Y  soy  en  el  regazo  de  mi  extraño  abandono, 
como  un  rey  del  Oriente  que  murió  de  morfina 
porque   había   perdido   su   esperanza   y   su   trono ... 

Buenos  Aires.  l!»OS.  BENJAMÍN    DE    GaRAY. 


o  O    — 


ISTu  isstros     e:ola.bora.d.ore;s 


^ 


i 


N 


jVI.   JVIEDINA   BETAKCOÍ^T 


^ 


—  336  — 

la  eterna  sombra 


De  nuevo  me  rugió  la  fiera  hambrienta. 
Jío  cabe  que  esta  vez  mi  labio  calle- 
Es  necesario,  de  esta  gran  tormenta,- 
(iue  el  rayo  de  mis  cóleras  estalle. 

Y  su  estallido,  á  la  jauría  artera 
Acallará  sus  lúgubres  aúllos. 
¡  Esta  vez  mi  humildad  no  es  la  que  impera, 
Quien  obra  no  soy  yo,  son  mis  orgullos ! 

Contra  vosotros,  los  que  habéis  hundido 
El  puñal  en  mi  espalda,  innoblemente. 
Es  que  me  yergo  como  león  herido 
En  plena  majestad,  por  la  serpiente  ! 

Contra  vosotros,  sí,  que  tal  bajeza 
Nunca  lo  hubiera,  á  mi  pesar,  creído  ; 
Al  creeros  hombres,  en  mi  gran  nobleza. 
Os  di  la  mano  y  me  la  habéis  mordido ! 

Contra  vosotros,  que  fingiendo  afectos. 
Profanasteis  mis  flores  más  sagradas ! 
¡  Cuando  suben  á  un  árbol  los  insectos, 
Dejan  siempre  las  ramas  deshojadas  ! 

Contra  vosotros,  que  á  mi  heroica  lidia 
Contempláis  con  rencor  y  sobresalto! 
¡Es  fuerza  que  asi  sea!  En  vuestra  envidia, 
Cuanto  más  descendéis,  me  veis  más  «alto  ! 


Montevideo. 


Los  que  clavasteis  con  traición  maldita. 
El  aguijón  del  odio  en  mis  entrañas  ! 
i  Ay !  Es  en  vano.  Es  una  ley  escrita  ! 
¡  Odio  eterno  de  abismos  y  montañas  ! 

Es  una  ley  que  ampara  las  pasiones 
Que  en  una  misma  génesis  se  encastran, 
i  Todos  nacemos  con  distintos  dones  : 
Unos  pueden  volar  y  otros  se  arrastran ! 

¡  Para  qué  continuar?  Odio  al  pantano  ! 
Batir  á  la  jauría  es  lucha  loca  ! 
¡  Si  el  mal  se  yergue  como  fosco  océano. 
Siempre  está  el  alma  para  hacerla  roca ! 

Y  mi  humildad  no  es  causa  de  desdoro  ; 
En  mi  mente  hay  de  luz,  magnificencias. 
El  saber  no  se  compra  á  precio  de  oro  ; 
Se  venden  por  el  oro  las  conciencias  ! 

La  brújula  es  según  como  se  inclina, 
El  talento  es  según  como  descuella; 
¡  Por  reflejo  del  agua  cristalina, 
En  un  vaso  también  cabe  una  estrella  ! 

¡Pai-a  que  continuar?  ¡Si  siempre  hay  yerros! 
¡Si  hay  siempre  uno  que  odia,  otro  que  olvida'. 
Escrita  está  la  ley.  ¡  «  Ladran  los  perros. 
La  caravana  pasa»  !  ¡  Así  es  la  vida  ! 

Ovidio  Fernández  Ríos. 


-oí*C:íCÍ¡&^- 


lotiatitia  de  ^irímavera 


Para  ArOLO. 


Kiiia  sueña  y  suspira  junto  á  la  antigua  vidriera 
Donde  el  buen  sol  que  retoza  ríe  Juminosamente, 
Presagiando  así  el  retorno  de  la  loca  Primavera 
Diosa  azul  de  la  Alegría  y  ensonación  del  Vidente. 


Kina  está  enferma.  Es  su  rostro  tan  blanco  como  de  cera. 

Y  su  delgadez  se  abate  bajo  aquel  mal   inclemente, 

Y  hay  en  su  pecho  afiebrado  de  dulce  convaleciente 
Como  una  pena  infinita  que  ahogase  alguna  quimera. 

Pero  en  el  parque  do  ambulan,  los  gorriones  melodizan 

VA  himno  de  sus  amores,  y  las  rosas  idealizan 

En  los  tiestos  del  arriate  sus  nicis  rosados  ensueños. 

Todo  gusta  de  la  Vida.  Los  contornos  son  sedeños. 

Y  es  por  eso  que  en  la  tarde  de  oro  de  su  quimera, 
Pina  sueña  y  suspira  junto  á  la  antigua  vidriera 

Donde  el  buen  sol  que  retoza  ríe  luminosamente 
Saludando  así  el  retorno  de  la  loca  Primavera. 


Juan  Picón  Olaondo. 


—  337  — 
JUNTO    AL    CAlXEIlSrO 


Lucía  es  hija  de  un  peón  ca- 
minero; linda  su  casa  con  una 
carretera  y  detrás  de  la  carre- 
tera tiene  el  campo  y  detrás  del 
campo  la  sierra,  y  tras  la  sierra 
el  cielo.   La   carretera  está  cu- 
bierta,  siempre  que  no  llueve, 
por  un  manto  de  polvo  tan  blan- 
co que  deslumbra ;  de  trecho  en 
trecho  hay   montones  de  grava 
que  poco  á  poco  se  van  tapando 
con  el  polvo  del  camino;  en  las 
cunetas  crecen  hier bajos  de  un 
color  verdoso  que  se  torna  ceni- 
ciento á  poco  de  nacer.   El  cam- 
po es  un  secano  grande  de  trigo 
donde  la  mies  grana  más  pronto 
que    tierra    adentro,    pero    con 
fuerza,  y  cuando  las  segadoras 
llegan  á  estos  bancales,  los  tallos 
del  trigo   parece  que  se  van  ci, 
tronchar  al  peso  de  la  espiga  y 
es  que  no  pueden   erguirse   de 
anemia,  pues  rara  es  la  vez  que 
cae  sobre  ellos  agua,  y  más  rara 
aiin  la  ocasión  en  que  á  poco  de 
caer  no  pasa  por  el  camino  un 
carro  que  al  andar  de  sus  bestias 
remueve  el  polvo  y  mata  la  fres- 
cura. La  sierra  que  está  alh'j,  al 
tondo,  tiene  matices  muy  distin- 
tos   según   la    mira   el  sol,    que 
desde  que  sale  hasta  que  muere, 
todos  los  días,  se  entretiene  en 
entonar  sus  colores  con  los  que 
toma  el  cielo:  al  amanecer,  mon- 
te y  cielo  son  grises,  con  dificul- 
tad se  precisa  donde  empieza  ^1 
uno  y  donde  acaba  el  otro;  luego 
el  cielo   comienza  á  verdear  y 
la  sierra  sigue  tan  gris  como  al 
principio;  más  tarde  toma  pin- 
celadas violeta,  toques  de  ocre, 
manchas  gayas  de  los  pinos  que 
cría,  y  entonces  el  cielo  es  de  un 
azul  intenso  como  el  azul  del  añil, 
es  decir,  como  el  azul  del  cielo. 
La    casa    del   peón    caminero 


está  cortada  por  el  mismo  patrón 
que  todas  las  de  su  objeto,  pare- 
cen casas  de  nacimiento  coloca- 
das en  la  orilla  de  la  carretera 
por  manos  de  niño  :  una  fachada 
rectangular  de  un  color  blanco- 
moreno,  en  ella  una  puerta  con 
dos  escalones  de  ladrillo  que  na- 
cen en  la  cuneta,  dos  ventanas 
una  á  cada  lado  de  la  puerta  y 
en  uno  de  los  costados  de  la  casa,, 
un  horno  que  enseila  á  los  cami- 
nantes su  bocaza  negra  como  si 
les  dijera  maldiciones. 

La  historia  de  Lucía  me  la 
contó  un  rudo  labriego,  viejo,  con 
faz  terrosa,  con  manos  arrugadas 
y  contrahechas  á  fuerza  de  empu- 
ñar el  legón,  con  ojillos  azules  y 
pequeños  ;  mientras  hablaba  son- 
reía irónicamente  mostrando  dos 
colmillos  solitarios  y  negruzcos 
y  unas  encías  rojas  veladas  con 
una  sombra  blanquecina  :  yo  no- 
pude  reir. 

Hace  ya  muchos  años,  la  hija 
del  peón  caminero  era  hermosa, 
de  una  belleza  bravia,  salvaje:  la 
color  morena  como  las  barbas 
del  trigo;  los  ojos  más  negros 
que  el  pelo,  parecían  dos  endri- 
nas maduras  —  según  el  decir 
del  aldeano.  —  Los  sen«s  detona- 
ban en  su  cuerpo  con  valientes 
curvas,  y  sus  flancos  eran  pode- 
rosos y  macizos.  Los  labios  eran 
rojos,  como  si  no  tuvieran  nada 
encima  de  la  sangre. 

Lucía,  en  un  pueblo  cual- 
quiera, hubiese  sido  la  zagala  de 
más  arranque  y  más  hechuras  ; 
las  guitarras  habrían  llorado  bajo 
su  ventana  todas  sus  notas,  día 
por  día,  años  enteros  ;  todos  los 
mozos  de  aquel  lugar  la  habrían 
juntado  mil  veces  á  la  virgen  en 
sus  coplas;  todos  los  huertos  se 
habrían    quedado   sin    flores  en 


338  — 


primavera  para  qno  ellajas  lu- 
ciese; todas  las  mujeres  liabrían 
perdido  los  colores  de  sus  mejillas 
envidiando  los  de  ellas.  . .  Pero, 
Lucia  nacij3  en  la  easuca  de  un 
peón, caminero,  á  treinta. kilóme- 
tros de  distancia  del  más  cercano 
caserío. 

Todas  las  tardes,  cuando  el  ^ol 
se  escondía  detrás  de  la  casa, 
poco  antes  de  anochecer,  la  moza 
se  sentaba  á  la  puerta  con  una 
lalior  que  no  acababa  nunca,  á 
pesar  de  trabajar  siempre  en 
ella,  pues  siempre  era  la  misma. 

Pasaban  carros  enormes  entol- 
dados de  lona  blanca  y  tirados 
por  una  reata  de  tres,  cuatro, 
cinco,  y  á  veces  más  caballerías, 
que  ritniicamente  iban  avan- 
zando sus  patas  con  pereza  can- 
sina, como  si  tnvieran  seg-uridad 
de  que  aquel  movimiento  hal)ian 
de  hacerlo  muchas,  muchas  ve- 
ces antes  de  i)arar  detinitiva- 
mente;  pasaban  también  tartanas 
pintarrajea  tías  de  colorines,  c^ue 
al  compás  de  cascabeles  iljan  ha- 
ciendo equililirios  sobre  el  eje  y 
dando  túmidos  al  i)asar  por  los 
baches;  de  vez  en  vez  acertaba 
á  pasar  un  coche  que  i)udiera 
llamarse  tal,  y  más  rara  vez  aún, 
un  viajero  á  pie.  Pero  el  g-oce  de 
Lucía  no  estaba  en  ver  pasar  los 
carros,  ni  las  tartanas,  ni  los  co- 
ches, ni  los  caminantes;  su  ilu- 
sión era  esperar  la  dilig^encia,  el 
correo,  como  pomposamente  le 
llamaban,  y  que  no  era  sino  una 
silla  de  postas  descolorida  y 
blancuzca  de  tanto  moler  con  sus 
ruedas  la  g^rava  del  camino,  ti- 
rada por  cinco  bestias,  que  des- 
de hacía  mucho  tiempo  eran  las 
mismas:  cuatro  muías  castañas 
y  delante  un  caballazo  grande  y 
blanquísimo. 

Todas  las  tardes  pasaba  á  la 
misma  hora  sobre  poco  más  ó 
menos.  Lucía  esperaba  haciendo 


hibor  hasta  que  empezaba  á  oír 
el  ruido  de  los  cascabeles  que 
aun  venían  muy  lejos,  tan  lejos 
que,  siendo  recta  la  carretera  en 
mucho  trecho,  n^da  se  veía  hasta 
pasado  un  biíeri  rato.  Entonces 
abandonaba  ki  labor,  se  ponía 
en  pie  y  mira,ba  la  blancura  del 
camino  hasta  el  lior.izonte.  Pri- 
mero asomaba  nada  más  que  una 
mancha  obscura  que  apenas  se 
movía  y  el  cascabeleo  conti- 
nuaba sonando  muy  débilmente; 
después  sí,  después  ya  se  distin- 
g-uía  la  forma  del  coche  con  su 
l)aca  enfundada  de  cuero,  más 
tarde  se  veía  todo,  hasta  el  ca- 
ballo blanco  que  antes  se  con- 
fundiera con  el  color  del  camino. 
Y  por  ñn,  mientras  sonaban  fu- 
riosamente los  cascabeles  y  se 
oía  el  rechinar  del  polvo  bajo 
los  aros  de  las  ruedas  para  levan- 
tarse después  en  densas  nubes  y 
se  percudía  ruidos  de  cadenas, 
pasaba  el  coche  al  trote  largo  de 
sus  cinco  bestias  por  delante  de 
la  casilla;  se  oía  un  «  i  Buenas 
tardes!  »  del  mayoral,  dicho  con 
afectuosidad,  y  luego,  con^  la 
misma  voz,  pero  con  distinto 
tono,  un  «¡Ya,  ya.  Porcelano !>^ 
un  trallazo,  y  el  armatoste  ac[uel 
seguía  su  camino  mientras  se 
apag-aba  poco  á  poco  el  monó- 
tono tintineo.  Lucía  agarraba  su 
silla  y  su  labor,  se  quedaba  un 
momento  mirando  cómo  dismi- 
nuía la  marcha  del  carruaje,  y 
después  se  entraba. 

El  sol  acababa  en  horas  tales 
de  hundirse  detrás  de  un  ceri-o  de 
color  rojizo  ;  las  nubes  se  tenían 
de  púrpura,  el  campo  se  iba  obs- 
cureciendo, y  la  sierra  tomaba 
sus  más  fantásticas  coloraciones 
á  medida-  que  el  cielo  iba  pa- 
sando lentamente  de  un  violeta 
intenso  á  un  morado  pálido,  del 
morado  al  verde,  del  verde  al 
azul  claro,  del  azul  claro  al  gris 


339  — 


y  del  gris  al  negro,  un  negro 
fosco,  roto  por  mil  puntos  en 
cada  uno  de  los  cuales  se  pren- 
día la  luz  de  una  estrella.  Des- 
pués nada,  un  silencio  sedante 
no  interrumpido  más  que  por  el 
vientecillo  serrano  que  movía  los 
trigos  ó  por  una  malagueña  can- 
tada muy  lejos,  sabe  Dios  dónde 
y  por  quién,  cuyas  notas  se  me- 
cían en  el  aire  durante  largo  ra- 
to y  cuyas  palabras  decían  cari- 
ños y  hablaban  de  sangre,  de 
navajas,  de  morenas  y  de  madres. 

Y  así  todos  los  días,  pasaba 
uno,  pasaba  otro,  y  aquel  caballo 
blanco,  aquel  Porcelano,  era  el 
reloj  que  marcaba  á  Lucía  el 
término  de  su  cotidiano  vivir. 

La  niña  cumplió  los  veinte 
años  y  ya  llevaba  cinco  viendo 
pasar  la  diligencia  y  aun  no  sa- 
bía lo  que  era  la  voz  de  un  hom- 
bre cuando  le  dice  á  las  mujeres 
que  son  bonitas.  Ni  lo  sabía,  ni 
esperaba  saberlo,  ni  pensaba  si- 
(luiera  que  alguna  vez  en  su  vida 
se  lo  debían  decir,  porque  aun 
ignoraba  cuanto  lo  era  ella. 

Una  tarde  de  primavera  pasó 
el  coche  como  siempre,  pero  en 
vez  de  sonar  desde  su  interior 
tan  sólo  el  saludo  recio  del  ma- 
yoral, se  oyeron  también  otras 
palabras  que  ella  no  supo  lo  que 
decían  ni  quién  las  pronunciaba; 
y  al  poco  rato,  cuando  aun  no 
había  oído  la  moza  el  nombre 
del  caballo  blanco,  detúvose  pe- 
rezosamente la  diligencia,  estuvo 
parada  un  instante  y  un  hombre 
saltó  á  tierra.  El  hombre  se  diri- 
gió hacia  la  casilla  y  el  coche 
siguió  rodando. 

Aquel  dia  la  hija  del  peón  ca- 
minero vio  anochecer  á  la  puer- 
ta de  su  cortijo  y  oyó  cómo 
dicen  los  hombres  á  las  mujeres 
que  son  bonitas,  y  supo  cómo  lo 
decían;  supo  también  que  su  cuer- 


po era  un  encanto  de  cuerpo,  y 
que  tenía  música  en  la  voz,  y  que 
la  sangre,  al  saber  todo  esto,  se  le 
subía  á  las  mujeres  hermosas  á  la 
cara,  y  que  se  les  cerraban  lo& 
párpados,  y  oyó  cómo  la  pedían 
entonces  que  los  abriera.  Pensá 
que  de  aquella  manera  debían  ha- 
blar los  hombres  cuando  no  mien- 
ten, y  que  todo,  todo  cuanto  de- 
cían así,  debía  ser  verdad ! 

Lucía  no  acertaba  á  contes- 
tar al  principio,  hubo  un  mo- 
mento en  que,  creyendo  que 
aquel  hombre  iba  á  hacerle  al- 
gún daño,  estuvo  tentada  de  co- 
ger silla  y  labor  y  meterse  en  su 
casa  y  dejarle  en  medio  de  la 
carretera,  pero  cuando  oyó  su 
voz,  cuando  se  convenció  de  que 
nada  habría  de  sucederle,  enton- 
ces se  quedó,  sobre  todo  cuando 
la  dijo  que  era  más  bonita  que 
los  claveles  de  su  reja.  Después 
estuvo  escuchando  cómo  vertía 
desde  su  boca  aquel  hombre  pa- 
labras, que  ella  no  conocía  unas 
veces  y  otras  veces  palabras  que 
había  soñado. 

Mucho  tiempo  estuvieron  ha- 
blando, mucho  ;  al  poco  rato  ella 
hablaba  también,  pero  con  temor, 
tenía  miedo  de  contestar  algo 
desagradable  que  hiciera  callar- 
se al  mozo  y  al  mismo  tiempo 
temía  que  si  callaba  se  ofendiera 
también. 

Hízose  de  noche.  Sonó  á  lo 
lejos  el  rodar  de  una  tartana  y 
el  mozo  se  puso  á  mirar.  Se  te- 
nía que  ir,  era  imprescindible, 
pero  volvería;  claro  que  volve- 
ría !,  volvería  para  estar  con  ella 
mucho  tiempo,  para  decirla  mu- 
chas cosas  que  aun  no  le  había 
dicho,  para  enseñarle  muchas 
palabras  que  aun  no  sabía.  Tal- 
vez  no  fuera  al  día  siguiente,  ni 
al  otro  quizá,  pero  debía  espe- 
rarle porque  tenía  que  volver. 
La  tartana  se   detuvo   á  una 


540  — 


seña.  El  mozo  entró  bajo  el  tol- 
do y  lue^o  tornó  á  ponerse  en 
marcha.  Lucía  estuvo  mirándola 
un  buen  rato,  hasta  que  se  con- 
fundió con  las  negruras  de  la 
noche,  \  después  otro  rato  hasta 
que  dejaron  de  oirse  las  campa- 
nillas del  caballejo. 

A  partir  de  aquel  día,  la  hija 
del  peón  caminero  ha  visto  mu- 
chos atardeceres  desde  la  puesta 
de  su  cortijo."  Ya  sabe  cual  es  la 
primera    estrella    que    sale   del 


más  alto  picacho  de  la  sierra,  ya 
sabe  que  desde  hace  unos  aflos 
no  es  blanco  el  caballo  que  lleva 
delante  la  diligencia,  ni  es  el 
mismo  el  mayoral;  sabe  también 
cuánto  trigo  han  segado  en  el 
secano  de  enfrente. 

Todos  los  días  sale  para  ver 
pasar  el  correo.  En  sus  cabellos, 
ya  grises,  pero  cuidadosamente 
alisados,  pone  todas  las  tardes, 
antes  de  llegar  la  diligencia,  una 
flor  nueva,  roja,  como  eran  antes 
rojas  las  rosas  de  su  cara. 

Miguel  A.  Rodenas. 


-o(¡-^:xx:^ío- 


FSA-Lixro   nDE   jPs.nv:OK. 


Para  Ai'Oi.o. 


A  María  Ltiisa 


Benditos  sean  tus  ojos  de  miradas  tan  buenas 
que  apagaron  mis  dudas  y  extinguieron  mis  penas  : 
ardieron  en  su  lumbre  mis  profundos  enojos 
>'  mis  amargos  duelos,  benditos  sean  tus  ojos! 

Benditas  sean  tus  manos  que  con  sublime  calma 
fueron  curando  todas  las  heridas  de  mi  alma  ; 
sucumbieron  por  ellas  mis  ansias  infinitas, 
benditas  sean  tus  manos,    benditas  sean,  benditas ! 

Bendita  sea  tu  boca  ardiente,  como  el  fuego, 
que  cedió  noblemente  á  mi  erótico  ruego, 
y  con  sus  almos  besos  que  el  corazón  evoca 
calmó  mis  horas  negras,  bendita  sea  tu  boca  ! 

Oh!,  la  noche  solemne  de  tus  guedejas  brunas 
donde  son  tus  peinetas  estrambóticas  lunas;     •    • 
oh  !,  tus  mejillas  pálidas  como   enfermizos  mares 
donde  veo  cual  náufragos  tus  pequeños  lunares ! 

Oh !,  Tú,  mi  santo  ensueño,  mi  novia  inmaculada 
á  quien  rendido  llego,  y  quien  con  la  mirada 
de  sus  ojos  benditos  mis  tormentas  evita: 
serás  la  amada  eterna,  la  eternamente  amada 
bendita  seas  por  eso,  bendita  seas,  bendita! 

Benditos  sean  tus  besos  que  en  paréntesis  aímo 
recibirán   en  breve  al  trovero  y  al  psalmo : 
por  ellos  veo  mis  hondas  penas  en  mil  pedazos 
huir  para   «in  cternum»,  benditos  sean  tus  brazos! . .  . 

Francisco  César  Morales. 

Primavera—  1008. 


341  - 


FiniK-K-OT    DE    CO]XrP=PS.jPLS 


Jadeante,  apurado, 
Y  al  brazo  la  cesta, 
Pieri'ot.va  al  mercado 
Con  cara  de  fiesta. 

—  (í  Dónde  vas  sin  Colonil)íiia, 
Pierrot? 

--  De  compras,  señor. 
Para  el  rostro  busco  íiariiui, 
Para  el  alma  busco  amor. 

Buenos  Aires.  l!)Oá. 


l'ara    Ai'ui.i 

Pierrot  fatigado 
Y  al  brazo  la  cesta. 
V^uelve  del  mercado 
Sin  cara  de  fiesta. 

—  ¿Bu  dónde  sin  Colomljiíia 
Vuelves  ? 

—  De  conii»ras,  señor. 
Traigo  harina,  mucha  liarina  . 
Pero  no  he  encontrado  amor. 

Pablo  Minelli  GoxzAi.lz. 


TlSICiPs. 


Xevada    era    la    seda    del    rostro,    como    un    lirio, 
y    hiucha   luz    de   aurora   guardaban    sus   pupilas, 
azules    como    el    cielo,    como    el    azul    tranquilas, 
brillantes    como    el    oro   que    en    hilos    torna    Sirio. 

Se   le   allegó   la    tisis    con    su    letal    martirio 
y   le   brindó    implacable    semanas   intranquilas. 
y    tuvo    en    las   ojeras   el    tinte  de   las    lilas 
y   fueron  sus   dos   manos    exangües   como    uñ    cirio. 

Amó    los   versos   vagos   ungidos   de   tristeza, 
las   flores   amarillas   de   pétalo   sedeño, 
la    queja    de    las   flautas    y   el    aire    del  jardin. 

Una   tarde    de    inviei'no   doblegó    la    cabeza, 
se   le   acercó   la    IMuerte    y   dióle   su   beleño 
y   fué    su   faz    más   casta    que    el    blanco   del  jazmín. 

San  José  de  Costa  Riea.  LlSÍMACO    ChavaRRÍA. 


542 


tos  ojos  tiegros 


Vosotros,  los  que,  engañados 
por  la  mentida  luz  de  unos  ojos 
negros,  disteis  en  la  traición  de 
su  sombra,  oidel  relato. 

Si  de  dos  enlutados  soles  guar- 
dáis en  lo  recóndito  del  pecho 
dos  rayos  escondidos,  habréis  de 
gustar  su  encanto  misterioso. 

Era  en  la  estación  suave  y  ru- 
morosa, la  do  las  alboradas  ri- 
sueñas y  los  ocasos  tristes.  Por 
aquella  época  de  ventura  mi  es- 
píritu, en  temprano  florecer  de 
amores,  seguía  enamorado  y  cau- 
tivo la  oculta  trocha,  el  deleitoso 
sendero  que  con  su  luz  le  alum- 
l)raran  dos  pupilas  negras. 

Habíame  arriesgcido  en  excur- 
sión romántica,  por  los  replie- 
gues de  pintoresca  serranía,  y 
tras  largo  caminar  aquella  tarde 
abrileña,  henchida  de  luz  y  de 
aromas,  di  en  esquivo  paraje, 
donde  se  alzaban  los  soleados 
muros  de  antiguo  monasterio. 

Poco  antes  cruzaba  un  pueble- 
cilio  serrano,  blanco  y  alegre, 
abierto  al  sol  y  á  la  brisa.  En  sus 
huertos  los  frutales  florecían  en 
alba  primavera.  Reía  el  agua  en 
los  regajos,  y  en  el  frescor  de 
sus  ondas  bajaba  á  la  llanura  la 
vistosa  gala,  el  perfumado  atavio 
con  que  había  de  enlozanar  y 
enverdecer  el  valle.  Junto  á  la 
presa  de  un  molino,  y  en  la  mar- 
gen de  un  arroyo,  que  sus  puras 
aguas  entre  lirios  escondía,  lava- 
ban dos  mujeres.  Era  la  una 
vieja,  rugosa  y  fuerte  :  la  otra, 
mozuela,  desgarbada  y  sucia. 
Ambas  mujeres  tenían  sus  ros- 
tros curtidos  por  el  beso  del  sol, 
encendidos  los  brazos  por  la  ca- 
ricia del  agua.  La  vieja,  afanada 
(MI    su   trabajo,    me  miró  indife- 


rente ;  los  ojo?  de  la  moza,  gran- 
des y  negros,  me  siguieron  cu- 
riosos. Y  juro  que  sus  tenaces 
miradas  hicieron  temblar  los  ra- 
yos de  otras  pupilas  negras,  que 
yo  recataba  gozoso  allí  en  el  rin- 
cón  más  escondido  del  alma. 

Me  interné  en  la  espesura,  y 
durante  un  rato  escuché  el  alegre 
rumor  de  las  femeniles  risas. 
Poco  después,  nada  oí. 

Con  el  cielo  azul,  sereno  y  lim- 
pio, rimaba  la  tierra  florecida  y 
riente.  Embriagaba  los  sentidos 
la  brisa,  llena  de  campestres  fra- 
gancias ;  era  deleite  del  espíritu 
la  paz,  el  silencio  aquietante  de 
aquel  solitario  retiro. 

Como  soy  un  espií-itu  román- 
tico, á  ratos  poeta  y  soñador 
siempre,  me  sedujo  en  extremo 
la  plácida  melancolía  de  aquellas 
soledades. 

La  zarzamora  obstruía  la  entra- 
da del  ruinoso  claustro;  la  hiedra, 
trepando  por  las  maltrechas  co- 
lumnas y  enredándose  en  las 
gárgolas,  cubría  sus  heridas  ccn 
un  manto  amoroso  de  verdura ; 
ocultaba  el  musgo  las  afiligra- 
nadas labores  de  frisos  y  capita- 
les, y  entre  la  maleza  desapare- 
cían las  lozas  de  las  tumbas.  Una 
fontana  pura  gorgoteaba  caden- 
ciosa en  rincón  sombrío,  bajo 
dosel  de  zarzas. 

Esculpidas  en  tosca  piedra, 
sobre  pedestales  y  sepulcros, 
destacábanse  las  severas  figuras 
de  evangelistas  y  guerreros,  y, 
sin  duda  por  extraño  capricho  de 
la  suerte,  los  evangelistas  apare- 
cían con  los  evangelios  destro- 
zados, los  guerreros  con  las  es- 
padas rotas.  Dijérase  que  los 
siglos  en  su  labor  destructora,  y 


343  — 


el  tiempo,  en  su  correr  incesante, 
habíanse  complacido   en  ir  poco 
/i  poco  destruyendo  aquellos  sím 
bolos  de  su  poder  y  de  su  influjo. 

Aunque  la  contemplación  de 
aquellas  mutiladas  maravillas  á 
remotas  edades  de  luchas  heroi- 
cas y  ciegos  fanatismos  trans- 
portaba, impresionado  por  la 
gentileza  de  una  flgura  y  por  la 
luz  de  unos  ojos,  rumbo  distinto 
tomaron  mis  pensamientos. 

¡  Mientras  existan  unos  ojos 
negros  !  —  exclamó,  como  res- 
pondiendo  á   mis  propias  ideas. 

Y  después  de  tenderme  sobre 
la  hierba,  seducido  por  el  poético 
misterio  y  la  amenidad  de  aquel 
lugar  delicioso,  í'ué  suavemente 
invadiendo  mis  sentidos  una 
dulce  somnolencia. 

Un  ruido  turbo  el  silencio  y 
vi,  con  terror  indecible,  alzarse 
la  loza  de  una  tumba  cercana. 
Las  lagartijas  corrieron  asusta- 
das á  sus  escondrijos :  se  oy(3  el 
roce  (le  una  culebra  en  los  zar- 
zales, y  un  monje,  vestido  de 
blanco,  destacó  su  figura  sobre 
el  ib  11  aje. 

Quise  huir  y  no  pude.  Sobre- 
cogido del  más  temible  de  los 
espantos,  sentí  un  frío  mortal 
que  penetraba  hasta  la  médula 
de  mis  huesos.  El  fraile  me  mi- 
raba lijamente. 

La  humedad  de  la  tumba,  con- 
densada  en  espesas  gotas,  corría 
por  sus  hábitos  ;  un  rayo  solar 
reflejaba  en  su  blancura.  Me  pa- 
ció que  el  fraile  era  de  nieve,  y 
que  al  contacto  del  fuego  del  sol, 
de*  la  luz  esplendorosa  de  la 
vida,  comenzaba  á  derretirse. 

—  ¡  Pobrecillo  I  —  dijo  con  voz 
dulce,  moviendo  la  venerable  ca- 
beza con  expresión  de  lástima  — 
¡Pobrecillo!  ¡Mientras  existan 
unos  ojos  negros  ! . . .  También 
á  mí,  en  el  mundo,  me  cegó  la 
luz  de  unos  ojos,    también   soñé 


con  horas  de  inefable  dulzura, 
de  amor  inmenso...  Los  ojos 
negros  me  traicionaron;  por 
algo  eran  negros. 

Hablaba  el  fraile  lenta  y  tra- 
bajosamente, como  si  le  costasi' 
gran  esfuerzo  pronunciar  las 
palabras  ó  le  pesara  decirlas.  Yo 
le  oía  sin  atreverme  á  respirar 
siquiera. 

—  ¡  Negrura  !  ¡  Negrura  !  — 
prosiguió,  con  voz  cada  vez  más 
dulce  —  eres  reflejo  del  amor  de 
los  hombres.  En  el  claustro  bus- 
qué la  paz  apetecida  ;  pero  no 
pude  encontrarla.  El  Señor  no 
quiso  otorgarme  su  gracia  di- 
vina. Como  tantos  otros  me  refu- 
gié en  la  celda,  no  por  amor  á 
ÍDíos,  sino  por  odio  al  hombre. 
En  meditaciones  y  rezos,  me  dis- 
traía una  tenaz  idea.  Yo  no  acer- 
taba á  explicarme  cómo  Dios, 
pureza  infinita  y  l^ondad  suma, 
puso  negruras  en  los  ojos  de  la 
mujer. 

Una  revelación  vino  á  aclarai'- 
me  el  misterio,  y  supe  que  el 
amor  divino  hizo  los  ojos  azules 
y  que  el  amor  humano  los  con- 
virtió en  negros  ...  ¿  Dudas  ? 
¡Ay!,  yo  también  dudé  cuando 
en  mí  corazón  ardía  el  fuego  de 
la  mocedad,  cuando  mi  fantasía 
acariciaba  mentirosas  ilusiones. 
Pero  mi  corazón  se  consumió  en 
las  llamas,  y  sólo  cenizas  que- 
dan ;  las  cenizas  no  arden.  So- 
bre mi  cabeza  cayó  la  nieve  de 
lósanos;  bajo  la  nieve  no  bro- 
tan flores  .  .  .  Escucha. 

Hubo  una  pausa.  No  se  oía 
otro  rumor  que  el  monótono  y 
soñoliento  del  agua  de  la  fuente- 
cilla.  El  fraile  continuó : 

Dios  hizo  el  mundo  de  la  na- 
da ;  con  gala  y  verdores  cubric) 
la  tierra,  y  de  frágil  barro  for- 
mó al  hombre.  Púsole  en  el  pa- 
raíso del  deleite  y  le  instituyó 
dueño  V  señor  de  toda  la  tierra, 


344 


(le  las  ave?  del  cielo  y  de  los 
peces  del  mares.  Pero  Adán, 
con  este  imperio,  no  era  feliz;  le 
faltaba  la  mujer. 

Y  cayó  en  un  profundo  suefio. 

Compadecido  Dios  del  hom- 
bre, quiso  darle  companera : 
con  cuidados  de  artista  exquisi- 
to modeló  el  barro,  vertió  en  él 
todas  las  gracias,  encantos  y 
pi'imores,  y  nació  t^va. 

Para  recibirla  vistió  la  Natu- 
i'aleza  sus  atavíos  mejores:  con 
jíorjeos  la  saludaron  las  aves; 
las  ñores,  con  pei-fumes;  el  ag-ua, 
con  murmullos. 

El  sol  se  enredó  cu  la  undosa 
mata  de  su  \)e\o. 

Inflamada  por  el  amor  divino, 
la  mujer  elevó  su  mirada  á  la 
altura,  y  dos  pedacitos  de  ciclo 
azul,  puro  y  transparente,  reñe- 
j'áronse  en  los  limitios  cristales 
de  sus  ojos. 

Kva  tuvo  los  ojos  azules.  Aun 
no  se  había  tijado  en  el  hombre. 

Por  entre  espesuras  y  frondas 
deslizaba  el  Tig-ris  su  mansa  co- 
rriente. Ansiosa  de  gozar  su 
frescura,  Eva  sumergióse  en  las 
ondas.  Abrazó  el  agua,  con  ca- 
rino de  amante,  atiuel  cuerpo 
l)lanquísinio,  y,  cantando  su  di- 
elia.  corrió  pov  la,  pradera,  be- 
sando con  besos  de  espuma  las 
amenas  orillas  eubieitas  de  flo- 
i"es  olorosas. 

Eva  salió  del  río  lozaiui  de  ju- 
ventud, espléndida  de  hermo- 
sura, radiantes  de  belleza.  Adán, 
<iue  desde  la  orilla  la  contem- 
plara, sintió  el  bullicioso  correr 
de  su  sangre,  el  latir  presuroso 
de  su  corazón  sin  tristezas  ;  tuvo 
conciencia  déla  vida.  Temblando 
de  e-moción,  acercóse  á  la  mujer 
primera,  sin  mancha  y  sin  peca- 
do. Sus  ])upilas.  espejos  del  cielo, 
aun  reflejaban,  el  azul  purísimo. 
El  honibre  las  cerró,  besándolas 
eon  reiMiura.  Cuando  Eva  tornó  á 


abrir  los  ojos,  los  tenía  negros . .  . 

Se  ahogó  la  vOz  del  fraile,  des- 
vanecióse sobre  el  verdor  de  la 
umbría  su  alba  fígura. 

Asustadas  del  ruido  más  leve, 
las  lagartijas  se  deslizaban,  on- 
dulosas  é  inquietas,  por  los  mu- 
ros soleados.  Sobre  la  loza  de  la 
tumba  cercana,  guardando  el 
misterio  de  la  muerte,  un  obispo 
dormía  su  eterno  sueño  de  pie- 
dra. Rítmicamente  goteaba  la 
puertecilla  en  el  rincón  húmedo 
y  sombrío,  bajo  dosel  de  zarzas. 
En  un  rayo  de  sol  se  perseguían 
dos  mariposas  de  fuego.  Un  vien- 
tecillo  suave  me  trajo,  envuelto 
en  su  perfume,  jubiloso  rumor  de 
iemeniles  risas. 

Y  parecióme  que  por  entre  el 
encaje  de  la  fronda  al  dolor  de 
la  vida  y  al  amor  que  la  alegra, 
me  atraía  el  llameante  mirar  de 
los  ojos  negros. 

Enrique  de  Mesa. 


—  345  — 
F- jPs.  nxi  I  L I  jPí.  K. 


Manos  de  casa  abrieron  mi  postijco 
y  entróse  hasta  mi  tedio  l.i  inariaii:i. 
con  la  cordial  franqueza  de  un  aini}?.! 
y  la  unción  cariñosa  de  una  hi^rmana. 
j  Era  una  gloria  !  Y  en  verdad,  os  diífo 
ijue  el  sol  KJiHel  brillando   en    mi  ventana 
era  más  sol  que  nunca;   y  fue.  conmifro, 
viva  en  su  luz,  toda  la  paz  aldeana  .  .  . 


Pitra    Ai'in.o. 

Después  de  la  al)lución  en  agua  pura 
y  fría  de  la  fuente,  con  premura 
á  vestirme  empecé  ;  cuando,  de  afuera, 
lleRÓ  hasta  mí  de  un  pájnro  la  trova  .  .  . 
Corrí  á  al)rir  la  ventana  y  Primavera 
llenó  mi  corazón  conio  la  aleóla. 


Kmh.io  Frl'ijm 


-o{!$CCC$^ 


Paya  Ai-olo.  .4   Maiiufl  J.  d,'  O.  Kocko. 

Veste-se  a  térra  inteira  de  esperanga  ; 
De  seus  labios  gentis — as  bellas  flores  — 
Evolam-se  balsámicos  olores 
Ao  louro  esposo  que  no  azul  avanga. 

Brilha  um  iris  por  lucida  allianga, 
E  a  Terra  lendo  a  música  dos  cores 
Ensina  o  beijo— o  canto  dos  amores— 
Á  fera,  á  virgem  meiga,  á  rola  mansa. 

Passa  nadando  em   luz  a  brisa  em  festa ; 
Cantao  em  coro  os  vates  da  floresta; 
E  o  Sol  em  honra  á  venturosa  data   . 

Liberta  as  innocentes  prisioneiras, 
Solta  as  aguas  das  alvas  cáchoeiras, 
Fundirido  os  nos  dos  seus  griíhóes  de  prata ! 

snissa,  11.01.  Darío  Galváo. 


jPl      ISjPs-BEL 


¿Dónde  hay  más  fucs'o  ([uc  cu  tu  boeaar 

[diente  V 
¿  (¿ué  hay  más  azul  (lue  tu  pupila  amante  V 
¿Qué  luz  es  más  augusta  y  dcshinibranlc 
que  la  que  brilla  en  tu  serena  frente  V    - 

¿  Cuál  es  de  todas  la  inci'alile  brisa 
(jue  ingenua  corre  pur  la  tar.le  en  calma, 
<iue  haga  vibrar,  como  música  el  alma, 
la  expresión  adorable  de  tu  risa  V 

(,  Y  qué  podrá  forjar  la  mente  loca 
de  una  intensa  pasión  en  mil  (excesos, 
((ue  sea  comparable  con  los  b^sos 
que  llevas  des:naya;los  en  la  boca  V 

¿Y  (lué  habrá  de  más  puro  (inc  el  acento 
de  tu  voz,  cuando  amanté-  langiiideee, 
tan  exquisita  y  suave  que  parece 
hecha  de  gracia,  amor  y  sentimiento  'í 

¿ Cuál  el  rayo  de  luz  que  no  caduca 


Pitra  AiMi.c). 

consumiéndose  de  odio  en  sus  liestcllos, 
ante  la  rubia^tureolrt  dt-  cabellos, 
iiue  en  ettuvios  te  caen  sobre  la  nuca  V 

Es  inútil  buscarlo  por  doquiera, 
volando  en  alas  del  febril  anhelo 
sobre  la  faz  inmensa  de  este  sudo. 
Talvez  lo  encontraré  cuando  me  muera. 

tras  el  raudo  volar  por  el  es¡)ado 
di-l  alma,  libre  ya,  que  canta  y  sube. 
en  el  seno  ¡nefabledé  una  nuhe 
(¡ue  tenga  fefracciones  de  topacio. 

Eii  una  dulce  noche,  en  elcircnito 
<U'  tenue  luz  (^ue  vaj*»  perftlando. 
alguna  estrella  celestial,  cruzando 
como  una  bendición  el  Inñnito. 

O  Junto  al  mármol  de  mi  tumba  fiia. 
la  más  triste  de  toilo  el  cementerio, 
en  una  flor  oculta  en  el  misterio 
y  amamantada  con  la  vida  mía  !, 

Jdsi'    Vi II ña. 


—  346   — 

Lira  Yetiezolatia 


Desesperanza  . 

Para  Apolo, 


Princesitíi   gentil,    decidme,    cuando 

Kegresa    el    paje   Flor, 

FA    barbilindo    paje 

Que   va   y   viene   cantando 

Cuando   lleva   un   mensaje 

Para    vuestro    seíior. 


Hace   tiempo   que    espero, 

Hilvanando   mis   suefíos 

Bajo   el   naranjo   en    flor. 

Hace   tiempo   que   espero 

Al    rubio   paje  Flor, 

Que  ha  sonado  unas  cosas   en    sus   noches   de    cnsuello» 

Que  lo  tienen  enfermo  de  un  hondo  mal  de  amor. 

Ya   retorna   princesa, 
Retorna  vuestro   paje 

Y  cruza  el   boulevard ; 
Trae   un   tierno   mensaje 

Y  un   radiante   collar. 

En    una  caja   un   velo,    y   en    otra   color   fresa 
Una   corona   hecha   de   flores   de   azahar. 

¿  Son  aprestos   de    boda  ? 
Ya   preludian   las   almas 
Su   galante   canción. 
A   vuestra   sienes,    palmas 
Prenderá   la    ilusión, 

Y  de  tu   regia   corte  la   buena  gente   toda 
Rendirá   á   tus    hechizos   sus   flores   de   oblación. 

Solamente  hoy   el    paje, 

El   rubio    paje   Flor, 

No    ha    venido    cantando 

Como   el    blanco   mensaje 

De    esperanzas    y    amor. 

r,  Por  qué   torna   princesa,    tan   triste  vuestro    paje? 

¿Será   que   han   muerto   todos   sus   ensueños   de' amor? 

Guillermo  Lavado  Isava. 

La  Victoria.  —  Venezuela.  —  lUOS. 


347 


Bibliográficas 


LtíbiTos    y   folletos    reeibidos 


Tamsmaxks,  por  Ernesto  Mario  Bavreda 
—  Madrid  Acusamos  reeibo  de  esta  nue- 
va obra  poética  publicada  por  la  impor- 
tante casa  editorial  de  Grejforio  Pueyo. 
Talismanes  es  un  volumen  de  poesías  mo- 
dernistas que  revelan  en  su  autor  $^ran 
potencia  descriptiva  y  excelente  j^usto  en 
la  elección  de  los  motivos.  La  musa  de 
Barreda  es  liaruioniosa  y  compleja :  tan 
pronto  canta  á  ima  pucsti  du  sol  ó  á  una 
indiada  que  cruza  la  fampa  en  actitud 
belicosa  como  á  la  mujer  que  ha  lojirrado 
impresionar  á  su  psiquis.  £ii  este  último 
c&so  Barreda  se  muestra  un  emotivo  exqui- 
sito y  ori<fiual  que  subyuga  y  á  la  vez 
deleita.  Su  estilo  exento  de  juegas  amane- 
rados, hace  que  se  le  lea  con  hondo  recogi- 
miento. Barreda  triunfará.  Talismanes  se- 
ñala su  primer  paso  hacia  la  meta. 

Estudio  cRírico  sobrr  P.  Soxderííííukr, 
por  F.  Jara  Mar  —  Santiago  dt  Chil:  Es 
este  un  folleto  de  2i>  páginas  en  el  que  se 
«studia  someramente  la  joven  personali- 
dad del  autor  de  «Cóndor»  y  «Crítica  del 
genio».  Correctamente  escrito,  y  con  abun- 
dantes detalles  acerca  de  la  obra  intelec- 
tual de  ■Sonderéguer,  el  f,>ileto  de  Jara 
Mar  demuestra  sing.il  ir  ;<  :r»tlt:ides  á  des- 
arrollarse en  otra  obra  il  -.  la  iiiisma  índole 
pero  más  extensa  que  la  qüc  nos  ocupa. 

Corazón'  ROM  v.\rioo,j9))"  I-inciU  Urdant'- 
ta —  Miirmaibo  (  Venmuela I  — Constituyen 
«ste  folleto  una  deveua  de  poesías  ricas  do 
emotividad  y  de  imágenes  originales.  ¡  L'is- 
tima  que  todas  ellas  estén  escritas  en  en- 
decasílabos y  pareados  !  Un  libro  así,  ma- 
guer su  poca  extensión,  resulta  monótono 
para  el  lector  que  quiere  harmonías  diver- 
sas y  ii.i  ritmo  vario  para  halagar  á  su 
üspíritii.  En  Corazón  romántico^  la  idea  y 
el  motivo  mismo  de  casi  todos  los  versos 
«ncubren  algo  lo  monorriino  del  acento, 
pero  lio  alcanzan  á  desvanecerlo  por  com- 
l»leto.  Agradecemos  el-  envío. 

KiLiGRAN'AS.  por  M'-UH-'I  •^-  Monloloo  - 
Gnat/aquit  (Emaiov)  -  Es  este  un  artís- 
tico volumen  de  poesías,  impreso  con  todo 
lujo  y  llciio  de  fotograbados  que  represen- 
tan á  las  bellezas  ecuatorianas.  El  libro 
de  Montalvo  es  una  rcL-o,iilación  de  mu- 
chas (le  las  poesías  que.  el  distinguido  es 
critor  ha  enviado  en  postales  ó  publicado 
en  las  principales  revistas  de  (iuayaquil  y 
Quito,  donde  su  flrnia  goza  de  mucho  pres 
ti-gio.  FilUjranas  es  un  bello  libro  que  se 
lee  con  agaido  por  las  muchas  bellezas  que 
encierra. 

-Q,-B.v.KC\()-s;  ■^m-^'Tr-'Cj.rn'PViili    Rnali  y  E. 
Picón    Lares -r- Mijrida    (  V.-anzuda)  — Jle- 
mos  reaiWdo  eshi  foHeto  il^e  ^líosa  y  verso' 
que  acusa  la  labor  insegura  de  dos. jóvenes 
iniciados.   «  Prosas »,    que  así    se   titula  la 


primera  parte,  pertenei-u  al  se.'ior  Carne- 
valí  Retali,  director  de  la  revista  Minsij» 
Literario.  Son  páginas  breves,  impresione* 
frágiles  que  halagan  el  oído  y  revelan  un 
temperamento  de  poeta.  Constituyen  la 
segunda  parte:  «Notas  de  mi  lira»,  del 
señor  Picón  Lares,  diez  composiciones  poé- 
ticas reveladoras  también  de  un  exquisito 
temperamento  pronto  á  manifestarse. 

NUEVO  CANJE 

Venezuela  —  Paris  —  Por  primera  vez 
nos  ha  visitado  este  periódico  de  combate, 
latino-americano,  que  dirige  y  redacta  el 
galano  prosador  Pedro  César  Dotninici,  ya 
conocido  entre  nosotros  por  sus  hermosos 
libros  «  Dionysos  »  y  «  De  Lutecia  ».  Su 
sumario  es  excelente.  Cada  artículo  es  un 
latigazo  á  Cipriano  Castro,  el  actual  dés- 
pota venezolano  bajo  cuya  administración 
se  comjte  tod;i  clase  de  excesos  contra  la 
libertad  individual. 

Enamorados  de  un  ideal  más  amplio  y 
huinatiitario  que  no  reconoce  fronteras  ni 
se  circunscribe  sólo  á  una  raza,  nosotros, 
aplaudimos  sin  embargo  la  labor  de  Ooini- 
nic!,  p:>r  cuanto  ella  signiñca  también  un 
gran  esr'ii  !rz  >  por  el  supremo  ideal  de  la 
libertad. 

Establécenos  gustosos  el  cmje  de  prác- 
tica. 

Hispano- Am. CRIC  A,  San  ^osf'  ds  Costa  Rica 
—  Kl  iráinero  I  de  esta  revista  internacio- 
nal que  dirige  el  señor  Silvio  Selva,  ha 
llega  lo  á  nuestra  mesa  de  trabajo.  £u  su 
editorial  promete  mucho  en  pro  de  la  liber- 
tad. Vamjs  á  ver  si  cumple.  Corresponde- 
remos al  canje. 

Letras,  H'ibana  —  Do  esta  bella  revista 
literaria  que  publican  los  hermanos  José 
M.  y  Néstor  Carbonell,  hemos  recibido  los 
miineros  2,  3  y  i,  correspondientes  á  su 
segunda  época.  Letras  sale  ahora  semanal- 
inente  y  ornada  de  her.nosas  ilustraciones. 
Ya  tenemos  establecido  el  canje  con  la 
simpática  revista  cubana. 

CANJE  ORDINARIO 

«Letras»,  Habana;  «Revista  de  la  Sor 
ciedad  Juridico-Líteraria»,  Quito;  «Éli- 
tros», Maracaibo  (Venezuela);  «Vene 
zuela »,  Paris;  «Nueva  Vida»,  San,  Üal; 
vador;  «Cxermen»,  Buenos  Aires;  «Tror 
feos»,  Bogot.V;  «Nuevos  Kitos  »,  Panamá; 
«  Fé. nina»,  Santiago  de* Cuba-;  <í  Pedagi>í 
gia  y  Letras»,  Guayaquil;  «Mes  LLt^ira.- 
rio  »,  Coro'  (  Venezuela  )  ;  ■  «-Guayaquil  Ar- 
tístico »,  Guayaquil  ;  «  El  Anunciador  Cos- 
tarriccnsij  »,  Saii  JostJ'  de  Costa  Rica  ;  «  Ar 
chivos  de  Psiquiatría  y  Criminología  ", 
Buenos    Aires. 


NOTA— Esta   revista    no   canjea   sino  con   las  del  exterior. 


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AÑO  Itl      N.*  21. 


Montevideo      Buenos  Airai      Sintiago  de  Chile,  Noviembte  de  18M. 


EL    isrjPi.xui^jPs.Lisixio   ir   fénix 


Con  motivo  de  haberse  repfoducklo  en  Revista  Ro- 
i'hcHsc,  un  trnbajo  literario  de  nuestro  distinguido  cola- 
borador Anííel  C.  Miranda,  _intitulado  Bajo  i  a  cakkta 
y  publicado  en  el  nijmero  1/  de  esta  revista,  suscitóse 
una  pequeña  polémica  entre  el  Diario  Español,  ;í  cuya 
redacción  pertenece  aquel  escritor  )•  El  Siglo. 

Dice  Fénix  en  El  Siglo  que  dicho  trabajo  pudiera 
fali/icarsc  de  (wJiihición   para   lionihrcs  solos. 

Lamentamos  la  ligereza,  y  más  aún,  el  poco  crite- 
rio con  que  ha  procedido  aquel  periodista.  Bajo  i,a 
cAKiíTA  es  una  página  del  libro  de  la  vida,  real  como 
todas.  Al  concebirla,  su  autor  lo  hizo  con  altos  lines 
humanitarios  \'  moralizadores  que  Fénix  se  empeña  en 
negar  no  obstante  saber  que  Zola  escribió  sobre  temas 
análogos    con   idénticos   fines. 

{  Fs  decir  que  en  Zola,  s(')lo  en  Zola,  es  aceptable 
el  naturalismo  que  instruye  y  educa? 

;  Ka  compenetrado  Fénix  el  alma  del  autor  de 
Bajo  i, a  cai^iíta? 

No  ;  su  atan  de  presentarlo  como  un  escritor  por- 
nográfico y  no  como  un  artista,  es  sistemático.  Bajo  i,a 
cAiíKTA  es  una  página  de  arte,  y  el  arte  no  es  porno- 
gráfico sino  para  aquellos  ultramontanos  que  se  horro- 
rizan ante  un   desnudo  de  mujer. 

He  ahí  nuestra    opinión  aí  respecto. 

Ahora  bien :  rogamos  á  todos  los  intelectuales  que 
hayan  leído  el  trabajo  del  señor  Miranda,  nos  envíen 
la  suya  para  insertarla  en  nuestro  próximo  número. 

La  RiíDAccróx. 


—  354  — 


Ultnas  de  sombras 


La  ciiviiliii  es  Hii  culto. 

Ks  <íl  culto  tic  las  almas  viles  á  laé 
¡fraudes  almas. 

ks  una  ailoración,  la  ailoracióa  del  mé- 
rito por  el  desprecio. 

Una  extraña  religión,  la  religión  de  lá 
Iiajeza.  Tiene  sacerdotes  —  almas  cadavé- 
ricas, —  diría  Lauímenais,  desesperados, 
pálidos,  torturailos,  perennes  nostálgicos, 
d<'l  liien  ajeno.  Kstos  ascetas  de  la  sombra, 
viven  de  rodillas  ante  la  extraña  gloria. 
Le  alzan  su  plegaria:  la  calumnia. 

I-a  envidia  es  la  forma  liastarda  d(!  la 
a<lniiración. 

Las  almas  viles  admiran  y  prorrumpen 
en  un  himno  :  el  dicterio. 

Knvidiar  es  estar  de  rodillas  ante  una 
gloria.  Es  la  muda  contemplación  de  los 
insectos  hacia  los  astros. 

Las  almas  envidiosas  nacen  prosterna- 
das. Son  la  eterna  genuflexión  ante  el  mé- 
rito. Como  los  mutilados  de  la  capilla 
sixtina,  son  el  himno  de  la  impotencia  en 
liis  altares  del  genio. 

Ser  odiado  y  ser  envidiado  es  la  síntesis 
de  la  grandeza. 

Nadie  envidia  sin)  lo  que  hubiera  de- 
seado igualar. 

Nadie  odia  sino  lo  ([ue  hubiera  podido 
amar. 

Si   la  envidia  es  la   forma  negra  de   la 


ádniirauión,  el  olio  es  la  forma  negra  del 
amor.   Ser    envidiado  es  sentirse   grande  • 

Nadie  envidia  lo  pe^iueñó.  Nadie  odia  lo 
débil. 

El  odio  tiene  majestad  de  fiera. 

La  envidia  tiene  forma  de  reptil. 

El  uno  vuela  y  piotea  como  un  cóndor 
furioso  á  su  presa.  La  otra  se  arrastra  y 
silba  buscando  el  talón. 

Las  grandes  almas  odian:  no  envidian 
nunca. 

Son  las  del  odio,  batallas  d«  leones  ;  sién- 
tese á  lo  lejos  el  rugido,  vense  como  pers- 
pectivas de  desiertos,  rayos  de  incendio 
en  la  mirada  flameada,  la  proyección,  so- 
berbia de  la  guerra ...  la  epopeya  sublime 
de  lo  grande. 

Las  de  la  envidia,  riñas  de  reptiles. 

Se  percibe  apenas  el  ruido  del  crótalo 
arrastrándose  en  la  escama  pálida  por  en- 
tre el  limo  verde;  el  ojo  torpe  que  espía  el 
águila;  la  boca  abierta  como  escupiendo 
al  sol,  la  sucia  boca;  el  maleado  aliento  .  .  . 
la  epopeya  fangosa  del  pantano. 

Inspirad  envidia:  seréis  grandes:  inspi- 
rad odio:  seréis  fuertes. 


<^$CCC$(}^- 


las  ventanas 


Hay  ventanas  de  alegría:  claras  vidrieras,  corti- 
nas de  muselina  florida;  diríase  que  delante  de  sus 
marcos  de  madera  se  balancea  de  continuo  un  velo  de 
flores . . .  Estén  abiertas  ó  cerradas,  siempre  tienen  la 
apariencia  de  reir  bajo  las  flores. 

Hay  ventanas  que  lloran  solitarias  en  la  desnudez 
de  los  muros  muertos.  ¿Es  de  remordimiento  ó  de 
pesadumbre ?  . . .  ¿O  lloran  sin  saber  por  qué,  como 
lloran  los  niños? 

Hay  ventanas  de  terror:  no  se  abren  sino  para  las 


—  355  — 

tinieblas,  lenta,  pesadamente,  como  ojos  febriles;  silen- 
ciosamente, como  labios  que  han  perdido  el  uso  de  la 
voz. 

Todas  arrulladoras  de  caricias,  hay  ventanas  de 
amor ;  ventanas  alrededor  de  las  cuales,  sin  lasitud 
ninguna,  noche  y  día,  como  una  banda  de  palomas  en 
torno  de  una  tumba,  el  enjambre  de  los  deseos  locos 
y  de  las  vanas  promesas  se  cierne,  revuela,  se  abate  y 
agita  las  alas  . . . 

Hay  ventanas  de  orgullo :  bronce,  mármol,  esplen- 
dores apagados,  con  estandartes  de  victoria  ó  de  duelo, 
en  el  oro  y  la  sangre  de  los  trofeos. 

Hay  ventanas  de  ensueño,  á  donde  comprendemos 
que  debe  ser  dulce  asomarse,  por  la  tarde,  á  contem- 
plar la  luna  que  se  levanta  por  encima  de  las  techum- 
bres y  los  campanarios  de  la  ciudad  humeante  y  ardiente 
de  delirio,  que  limita  la  floresta  de  los  mástiles  de  los 
grandes  buques  . . . 

Pero  es  á  vosotras  á  quienes  principalmente  amo, 
¡oh!  ventanas  melancólicas  de  las  humildes  moradas 
asoladas  bajo  la  pesadumbre  del  largo  destino;  es  á 
vosotras,  ¡  oh !  vidrieras  misteriosas  de  los  viejos  edi- 
ficios en  la  linde  de  las  avenidas,  á  quienes,  á  través 
de  la  red  de  las  ramas  desnudas,  gusto  interrogar  los 
ojos  sombríos,  donde  persisten,  semejantes  á  mustios 
reflejos,  tantos  sueños  desvanecidos  é  imágenes  resuci- 
tadas ...  A  vosotras  también,  en  el  fondo  de  los  bue- 
nos jardines  sencillos  ¡oh!  ventanas  de  los  presbiterios 
que  "miráis  con  tanta  calma  pasar  y  repasar  las  esta- 
ciones por  encima  de  la  tapia  del  cementerio ... 

En  las  ventanas  está  toda  el  alma  de  las  casas  y 
de  aquellos  que  las  habitaron,  como  si  sus  cuadrados 
de  vidrio,  á  despecho  del  azar  y  del  tiempo,  guarda- 
ran para  siempre  prisionera  la  huella  luminosa  de  las 
miradas,  hostiles  ó  temerosas,  curiosas  ó  hurañas,  angus- 
tiadas, resignadas  ó  contentas,  miradas  de  lágrimas, 
miradas  de  amor,  miradas  de  alegría,  miradas  de  orgu- 
llo, miradas  de  terror,  miradas  de  ensueño  ó  de  locura, 
ante  la  miseria  ó  las  magias  de  la  inútil  y  maravi- 
llosa vida. 

Gabriel  Mourey. 


-o{^C::X$&o- 


ESTPiOF'jPi.S 


(.'uaii<{o  mi  iiiiior  t>iirí(ió  im  <>l  aibu 
tUH  nioiriiiis  eran  de  <>ro, 
V  til»  pupilas  oran  verdes 
eonio  la   linfa  de  los  po7.08. 

Olí,  iiiñeit  aleare  y  dorada, 
motivos  dir  risa  y  de  lloro! 
'I'raiilor  venero  de  tristezas 
fué  a<(uel  eneanto  Itiillieioso. 

Volviste  lue>ro  á  mi    eamiiio 
y  en  los  ealiellos  y  en  los  ojo» 
traías  abismos  de  tiiiiel>las 
siendo  lirillante  couio  mi  orto. 


Oeafia.  ColomUla. 


Paya  Apolo. 


Oh.  adoleseencia  que  triunfabas»! 
Oh.  «avia  bullentc  !  Oh,  pórtico 
donde  á  la  invasión  de  loi^  suefioit. 
(|uedó  yaeientc  mi  reposo  ! 

Has  de  tornar?  En  la  penumbra 
sufriendo  te  espero  y  te  nombro, 
escnehando  todas  las  voces 
y  inirniido  todos  los  rostros. 

AI<;o  de  tí  llevo  juruardado 
como  en  un  rico  paño  el  oro  .  .  . 
lOs  la  dulzura  de  tu  boca'/ 
Ks  la  ecntelln  de  tus  ojos? 

Luis  Tablanca. 


'^Kl^CCt-^- 


ljPlS   coirón: as 


I'ara   AeoLO. 

.  .  .  ¿Vn  (Misiuírio  (•iiti".iri;il)lcy  .  .  .  ¿Lía  rücuei'du  profundo?.  .. — 
¡  KiU'  mi  moiueiilt)  su|)r('iu()  á  las  piuíftas  del  Mundo ! 

El  Destino  nic  dijo  inarnvillosaniento : 

—  Tus  sienes  son  dos  vivos  enerastes  solu-ranos  : 
rVigv  una  eoiona.  todas  van  á   tu  frente!  — 

Y  yo  las  vi   brotar  de  las  fecundas  manos. 

floridas  y  ghtriosas,  trágicas  y  brillantes! 

Más  fría  (¡ue  el  inarinóreo  cadáver  de  unn  estatua, 

miré  rodar  espinas,  y   flores,  y  diamantes, 

como  el   l)a<ra.je  espléndido  de  una  Quimera  fatua. 

Luefjo  fué  un   haz  luciente  de  doradas  estrellas: 

—  Toma  !- dijo  —  son   besos  del   Milagro,  entre  (Mías 
Florec(n"án  tus  sienes  como  dos  tierras  cálidas!  ...  — 

.  .  .  tal   pupilas  (|ue  nineien  se  apagaron  rodando  ... 
Vo  ]n(>  interné  en   la  A'ida,  dulcemente,  sonando 
hundir  mis  sienes  fértiles  entre  tus  manos  pálidas!  .  .  . 

Dp^.lmika  Agusti.vi. 


o5*:cx-<6i)^ 

"x/isiónsr   blíPlisto-íPl 


Kn  eslos  (.tbscui'os  días 
\  en  esta  nocturna  calma. 
Tiene    un   dietai'io  mi  alma 
De  negras  mclancolias. 

^  a  no  anidan  alegrías 
Jíajo  el  dosel  de  mi    palma. 
^li  salterio  sólo  salma 
Monotonías  letanías. 


J'<n-(i   Ai'oi.o. 


Tras  los  hierros  de  mi  reja, 
De  los  tri'nos  de  mi  queja 
Nadie  responde  al  conjuro, 

Sólo  en  la  nociie  la  luna 
Finge  tu  imagen,  como  una 
Blanca  visión  en  el  muro. 

Adriano  M.  Aouiar. 


NUESTROS    ESCRITORES 


José  Iput«2ta    Goyena 


—  358  — 
De  "  Bl  mipadot*  de  Iilndattaxa  " 


los  jardines  trágicos 


A  Luis  Iíodri¡juez  Kntbil. 


Viejo  jardín,  el  aire  entristece  un  misterio 
inexorable  como  la  pena  de  la  vida. 
Pareces,  al  crepúsculo,  un  viejo  cementerio 
donde  aun  se  extingue  un  último  adiós  de  despedida. 

La  luz  de  tu  belleza  fatal  nos  avasalla. 
En  ti  se  olvida  todo.  Y  el  corazón  se  siente 
hoja  seca  en  el  árbol,  rosal  en  la  muralla, 
y  hasta  gota  de  agua  en  la  morisca  fuente. 

Eres,  bajo  el  encanto  de  la  luz:  oro  y  rosa, 
como  una  vieja  música  húmeda  y  olorosa 
ix  la  (|ue  cada  espirita  pone  su  propia  letra. 

Y  cuando  de  la  noche  el  negro  enigma  avanza 
quien  en  tus  taciturnas  soledades  penetra 
se  deja  en  tus  umbrales  perdida  la  esperanza. 

II 

Perdui'a  en  tu  belleza  trágica,  el  ¡nñnito 
dolor  de  alguiií)  antigua  estirpe  desterrada, 
y  hasta  la  voz  del  agua  solloza  como  el  grito 
de  una  rol)Usta  y  joven  garganta  estrangulada. 

En  la  fragante  cárcel   bermeja  de  ladrille» 
donde  tu  viejo  espíritu  suspira  aprisionado, 
la   lierida  del  crepúsculo  tiene  el  caduco  brillo 
(le   un  antiguo  y  sangriento  damasco  deslustrado. 

W  cerrarse  tu  pueita  tras  nosotros,   parece 
([ue  s(;  cierra  un  sepulcro  .  .  .  Todo  se  desvanece  .  .  . 
Se  pliega  nuestra  alma  como  una  sensitiva 

y  se  (-[ueda  en  el  pecho  el  corazón  inerte, 
mientras  recorre  el  miedo  de  nuestra  carne  aun  viva 
el  brusco  escalofrío  y  el  terror  de  la  muerte. 

III 

Todo  tiene  una  vaga  palpitación.  La  tarde 
de  trágica  pavura  tu  silencio  ilumina, 
y  de  la  vieja  alberca  en  los  cristales  arde 
el  temblor  de  la  última  hoguera  vespertina. 


—  359  — 

Se  desangra  el  crepúsculo  estival,  gota  á  gota 
y  en  la  sombra  fragante  del  naranjal,  se  siente 
sólo  el  llanto  del  agua  que  tímido  borbota 
en  la  flor  centenaria  del  mármol  de  la  fuente. 

FA  corazón  nos  punza  una,  aguda  tristeza, 
y  entre  las  manos,  pálida,  se  inclina  la  cabeza 
que  el  recuerdo  lejano  de  un  Imposible  agobia  .  .  . 

Todas  nuestras  potencias  se  tienden  al  olvido 
(\i  todo,  entre  los  brazos  amantes  de  una  novia 
que  no  puede  ser  nuestra  porque  nunca  ha  existido. 

IV 

Se  adivina  en  el  gárrulo  temblor  de  la  hojarasca 
un  estertor,  un  grito  que  eriza  de  pavura 
el  alma  y  el  cabello,  y  en  el  aire  se  masca 
un  húmedo  y  salobre  olor  á  sepultura. 

Sentimos  nuestra  alma  morir  con  esta  roja 
tarde  que  se  desangra  sobre  tersos  cristales, 
mientras  el  pensamiento,  al  acaso,  deshoja 
los  frágiles  ensueños  de  sus  mustios  rosales. 


^rs 


Todo  se  va  extinguiendo  ...    El  tiempo  pasa  apenas 
como  el  tic -tac  de  un  péndulo  que  late  en  nuestras  venas. 
Se  apaga  la  luz  lívida  de  nuestra  pesadilla 

de  sangre  .  .  .    Calla  el  viento,  y  el  alma  se  despierta 
al  ver  entre  el  rcimaje  á  la  luna  amarilla  ; 

que  asoma  su  faz  pálida  como  la  de  una  muerta. 


Lenta  como  la  tarde,  siento  que  e:i  esta  hora 
mi  vida  se  desangra  sobre  el  jardín  sombrío. 
Hay  un  dolor  remoto  que  en  mi  pupila  llora 
y  algo  que  hace  á  mi  carne  palidecer  de  frío. 

Yo  no  sé  qué  recuerdo  á  mi  memoria  viene  .  .  . 
Para  besar  un  sueílo  mi  labio  se  despierta, 
mientras  la  planta  nómada  inmjvil  se  detiene 
y  el  alma  vuela  errante  igual  que  una  hoja  muerta. 

Aquí  fué  ...    En  esta  hora,  bajo  el  verde  ramaje 
nos  vimos:  yo  sería  su  cautivo  ó  su  paje 
y  ella  alguna  sultana  del  viejo  alcázar  moro. 

Nos  besamos  ...    Se  eriza  de  pavor  el  cabello 
como  si  de  repente  sintiera  sobre  el  cuello 
el  golpe  agudo  y  frío  de  un  yatagán  de  oro. 

Francisco  Villa  espesa. 


—  ;-5H{)  - 


0^  las  ciudades  viejas 


Yo   g'uanlo    (!<•    I;is    c-iiidaik's  desvcntiiras.  «  Es  pastor  el  ma- 

vu'Jas.  allá   en    lo   lioiuU)  del  al-  rido.  y  los  fríos  del  haxto  son  mu- 

UIM.   cu  el  liipir  oeidto  donde  sr  elios:  ella  sola  no  puede  cultivar 

reeaíaii   las  si-nsaciones    (juc  se  su  liuerteeillo ;  eu  hi  pasada  pri- 

li'ustaroii  eoii  iuiiiuo  deleite,    un  luavera,   la   oruj^a   se  Cüniió  los 

ni<'laue('»lie()  reciierd*».  frutales :  la  moza  se  seca   á  par 

lie  recorrido,  cu  h»  m:'is  iuelc-  del  huerto... 
iiu'uic  y  vi^-oroso  úv  la  estación  Y  su  monótona  quejumbre  se 
invci'uiza.  cuando  la  nieve  cubrí'  alio;ji¡'a  (íu  la  soledad  y  el  silencio 
las  veredas  del  monte  y  el  liit-lo  de  la  planicie  nevada, 
endurec»'  los  caminos  del  llano.  Por  los  g^irones  de^  la  niebla, 
los  puel)los  secidarcs  y  tristes  asoman  los  rayos  de  un  sol  de 
(|ue  asientan  su  pardo  caserío  invierno  y  su  caricia  se  extiende 
en  el  yermo  de  C'astiHa.  Sus  por  el  albo  terruño.  Ni  una  casa, 
nonil)rés  evocan  nu'moi'ias  d(!  ni  un  liomljrc.  De  trecho  en  tre- 
fueros.  suscitan  rumores  de  ar-  eho.  amarilUían  sobre  la  nieve 
mas.  V  en  la  d¡li<í(íncia.  cuya  las  l)arbas  de  un  rastrojo.  Oyese 
marcha  riman  el  clurrido  de  los  híjano  campaneo. 
ji'astados  ejes  y  el  lembleteo  de  Una  arboleda  anuncia  la  pro- 
Ios  vidrios  rofiosos.  pienso  en  ximidad  del  pueblo.  El  coche  pe- 
el  vivir  miserable  dv  estos  lu*;a-  netra  en  la  villa  entorreada,  y  el 
res  vii'Jos.  no  por  soleados  ale-  cascabeleo  de  sus  colleras  ale- 
;Li-res.  ni  [»or  liidali-os  ricos.  >;-ra   las  dormidas  calles;   lueg^o 

Fronteros  del  sitio  (puí  ocupo.  se  detiene  frente  á  solariega  casa, 

soljre  la    resoltada    bampu'ta  del  I<M  sol   doró  sus  muros;  ostenta 

carricoche  desvencijailo,  si'  acti-  Morcados  herrajes,  zaguán   espa- 

modan  un  labriego  y  una  aldea-  pacioso  y  ancho  portón,  seilorea- 

na.    Ijiviu'-h'cse    el    hombre    en  do  ])or  nobiliario  escudo.  En  uno 

parduzc;!  capa:  es  alto,    huesii-  de  h)s  balcones  tiembla  el  visillo, 

do.  seco :  crisi^aliza    en   sus   (.)j'()s  y   alzado   i»or    mano    feíUenil    y 

la   serena    ti'istcza  de  un  crepús-  i)lanca,  descubre^  el  rostro  pálido, 

cido  castellano.   La  mujer,  chata  la  esbelta  figura,  la  mirada  sofia- 

y  recia,  es   trasunto  y  copia  dv  dora  y  triste  de  uiustiaxloncclla. 

la  sei'rana  de  Malagosto.  (pie  con  V  yo  pienso  (pie  acaso  la  llegada 

sano  y  burlesco  regocijo  cantara  del  coche  sea  la  nota  alegre  qm; 

el  Arci[M'estc.    ~  i'ompa  el  moiuHono  curso  de  una 

Habla  el  lal>ricgo,  y  su  charla  vida  de  meditaciones  y  rezos, 
grave  es  continua  y  mansa  (pie-  En  demanda  del  correo  acucU' 
ja.  -^^  1  loga  fio  está  la  tierra  mu\'  unamoza.  Un  anciano  acércase  á 
castigada  del  ciclo;  las  cosechas  las  mulasehapoteandoen  el  agua- 
no  se  logran:  la  (pie  respetan  zalde  la  calleja.  Una  mujer  nos 
los  hielos  la  arrasan  los  [te-  mira  indiferente;  otra  aguija  á 
driscos:  están  vacías  las  trojes.  un  cerdo,  ( pie  en  su  carrera  sobre 
la  vi(^ja  baldada,  la  yunta  en-  el  fango  derril)a  á  un  chicuelo 
ferma  . : .  sucio.  A  grandes  sorbos  el  zagal 

La  mujer,  doliente  y   lacrimo-  apura  un  jarro  del  alegre  vinillo 

.sa,  le  ataja  con  el   r(>latú   de  sus  de  ribera.    Rítmicamente  gotean 


—  Ul 


Jtis  gárgolas   de  la   casa  noble. 

Y  otra  vez  la  diligencia  cruza 
los  nevados  campos  de  Castilla; 
y  otra  vez  se  detiene  junto  á  la 
casa  hidalga;  y  otra  voz  tiiMnbla 
el  visillo  y  pega  á  los  cristales 
la  frente  marchita  una  doiictílla 
triste. 

Al  caer  de  la  tanh'  llena  mi 
corazón  extraña  melancolía.  En 
la  última  parada  el  visillo  no 
tiembla,  ni  tras  los  vidrios  as)- 


el  labrador  ronca ;  dormita  la 
serrana,  cabeceando  á  compás 
de  los  tumbos  del  coche.  Y  yo, 
mientras  el  hombre  ronca  y  la 
mujer  dormita,  forjo  con  el  re- 
cuerdo de  todas  las  frentes  páli- 
das, de  todos  los  ojos  tristes,  de 
todos  los  cuerpos  lánguidos,  una 
ideal  ñgura  de  donc(!lla.  muy 
pálida  y  muy  triste.  Y  la  veo 
nuircliitars(!,  con  el  i'ostro  pega- 
do á    los   vidrios,  esj)in"an(lo  an- 


uía la  interesante'  figura  de  la 
muchacha  enfermiza. 

En  el  es]>ac¡oso  zaguán  de  la 
casa  solariega,  una  anciana.  <mi- 
lutada.  llorosa,  platica  con  una 
mujer  del  })ueblo.  Y  oigo  (jue  la 
aldeana  dice  plañidera  : 

«  ¡  Pobre  s^Tiorita  Ignaeia  ! . . . 
¡  Qué  gol  1)0  para  la  señora  ! .  . . » 

Apura  el  zagal  su  último  jarro. 
V  la  diligenciaarranca  de  nuevo. 

Envuelto  on  su  parduzca  capa. 


siosn.  día  poi"  día,  el  rotoz('>n 
('Mscahcloo  ()uo  alcgi'a  las  doi-- 
midas  callos.  Y  la  c()ntcni[)k> 
muerta,  entro  ol  dcsospiTado 
])lanir  i\o  la  madre  >■  o]  llantcar 
.sosegado  do  la  liol  siM'viduinl>ro. 
V  mi  os[)ír¡ru.  on  iuMosa  Hora- 
oi(')n  romántica.,  llora  cnol-silon- 
oio  do  la  n()cho  y  on  la  soledad 
dol  yorm  )  castellano,  por  las 
doncellas  tristes  {|uo  so  marchi- 
tan on  las  oinihulos  viejas. 

'  Enuhh'I"  "i"  Mi:s.\. 


—  362  — 

Visión 


El  Castillo  f^ojo 


Yo   nací    en    la   Alhambra.    Mi    padre   era    moro. 
Mi   madre   fué   en   Cortes,   dama  favorita. 
En  aquella   Alhambra   que  ralió  un    tesoro 
Por   sus    ajimeces   y   sus   torres   de    oro ; 
En  aquella  Alhambra    que   no   resucita. 

De   la  auo^usta   guardia   de   los    Soberanos 
Siendo  aún   muy  niílo   me  nombraron   paje; 

Y  por  las  envidias   de   los    cortesanos, 

En   menguados  rostros,   mis   pequeüas   manos 
Vengaron   la  ofensa   de   algún   torpe   ultraje. 

A   los   veinte  anos   tuve   ensoñaciones 
Bajo    las   glorietas   de  rosas   amigas, 
Eran   mis   hermanos   los  grave  Leones, 

Y  evitaba   siempre   las   bajas   pasiones 
De  las  emboscadas   y   de  las   intrigas. 

Yo   aprendí   los   quiebros   y   raros  antojos 
De    las   danzas  árabes  de   las  bailarinas  ; 

Y  por  mis   carines   y  mis  negros   ojos, 
Se  quedaban   siempre   sin  claveles  rojos 
Todas  las   macetas   de   las   granadinas. 

Yo   por  mis   amores  tuve   mil   locuras. 
Burlando   la   espía    de   adustos  guardianes, 

Y  en   medio  al    silencio  de  noches  oscuras 
Yo  tuve   mis  citas    y  mis  aventuras 

En   el   fresco   patio   de   los    arrayanes. 

Yo   tuve    mis   tardes   de  melancolía 

Y  supe   de   idilios  entre   los  jardines ; 

Y  en   las   noches   largas   de   la   nieve   fría. 
Con   gracioso   mimo   la  Reina  quería 

Que    le   diera    besos   para   sus   esplines 

Yo   escribí   leyendas  en   los   azulejos, 

Y  en   las   columnatas   de   los   corredores ; 
Yo  aprendí   la  magia   de     fakires   viejos, 

Y  escuché   en   ])alacio,   los  graves   Consejos. 
De    blancos   Califas   y   de   Embajadores. 

Yo  he  muerto  en  la  Alhambra.    Y  en  la  noche  oscura, 

Cruza   mi   alma,   el   místico   Alcázar  desierto. 

¡  Soy   Boabdil    que   se   alza   de   la    sepultura ! 

Soy  el   gesto   último   de  la   Arquitectura 

¡  Que  llora  á  la  Alhambra  de  una  edad  que  ha  muerto  ! 

Ovidio  Ferxández  Ríos. 


—  36a  — 

Inadvertida 


Para  Ai-oi.o. 


—  ¿  Verdad  que  tú  me  harás 
feliz?  —  Y  la  eriatura  deliciosa 
apoyaba  en  mi  hombro  su  cabe- 
za rubia,  como  presa  de  una  ne- 
cesidad de  protección  ante  el 
augusto  panorama  del  mar. 

Habíamos  recorrido  un  largo 
trecho  de  la  costa  levantina  que 
en  aquella,  como  en  ninguna  otra 
parte  de  la  bahía,  muestra  el  pro- 
digio versicolor  de  sus  arenas 
tornasoladas  y  el  encanto  supers- 
ticioso de  sus  algas,  tejidas  y 
destejidas  á  continuo  por  la  in- 
<iu¡etud  constante  de  las  ondas. 

— ,;  Verdad  que  tú  me  harás 
feliz?  —  Estas  seis  palabras  pro- 
nunciadas por  una  boca  exqui- 
sita de  diez  y  nueve  aflos,  estas 
seis  palabras  dirigidas  á  mi  leal- 
tad de  hombre  en  el  reclamo  más 
dulc(^  de  la  vida,  me  han  inquie- 
tado dolorosamente.  ¿  Hacerla 
feliz?  ¿Cómo  poner  á  salvo  de 
mi  hastio  la  turquesa  desleída  de 
sus  ojos  y  el  oro  ensortijado  de 
su  cabellera  magnífica?  ¿Cómo 
librarla  de  la  predestinación  que 
siempre  ha  encaminado  mis  amo- 
res á  producir  el  mal  en  aque- 
llas mujeres  que  inadvertidamen- 
te vinieron  al  encuentro  de  mí 
egoísmo  creyendo  venir  al  en- 
cuentro de  mi  sinceridad?  ¿Có- 
mo hacer  que  mi  compasión 
¿idquiera  una  tal  voluntad  de  sa- 
crificio que  me  lleve  hasta  rom- 
per  el  prisma  fantástico  de  mi 

Barranquilta  de  Culonibii*. 


celibato  sonreído?    ¿Cómo  vul- 
garizar mi  vida  ? 

Antes  que  Coralia,  catorce  mu- 
jeres cuasi  ninas,  catorce  ilusio- 
nadas, se  dejaron  mecer  en  el  co- 
lumpio de  mis  promesas  cordia 
les  ...  Suplicaron  clemencia  ; 
rogaron  felicidad  para  sus  pobres 
almas  sumisas,  y  se  fueron  heri- 
das para  siempre  por  mi  vanidad 
satisfecha,  tras  de  haber  dejado 
en  mis  lal.)ios  y  en  mis  ojos  la 
significación  de  unos  besos  pro- 
longados y  el  hondo  sentido  vo- 
luptuoso de  unas  miradas  soste- 
nidas ...  Después,  he  sabido  de 
sus  maldiciones. 

Y  yo  no  he  tenido  la  culpa  de 
nada:  las  he  amado  intensamente, 
han  inquietadonais  noches,  for- 
talecido mis  creencias,  alegrado 
mi  vida;  pero  ignoro  porqué, 
llegado  el  advenimiento  de  las 
intimidades  fervorosas,  se  han 
ido  por  la  senda  del  resentimien- 
to, camino  de  los  definitivos  aban- 
donos. 

La  pregunta  de  Coralia  me  ha 
inquietado  dolorosamente,.  por- 
que Coralia  es  rubia  como  el 
trigo,  porque  tiene  unos  ojos  de 
agua  profunda,  y  porque,  des- 
pués de  todo,  f  cómo  hacerla 
feliz? 

. . .  Caminábamos  por  la  costa 
levantina,  las  manos  en  las  ma- 
nos, ante  el  augusto  panorama 
del  mar . . . 

M.  Moreno  Alba. 


-o{^CÍX:í'}c.- 


—  364  — 

Retrato 

Para  Ai'OLo, 

Tiene  sobre  el  rostro  la  blanca  neblina 

De  un  tul  nacarado.   Su  poeta,  el  Sol, 

Le  da  coplas  de  oro.  Se  entreabre  en  sus  manos 

Su  inquieto  abanico,  cual  un  ala  en  flor. 

Su  triunfo  más  rojo  la  carne  de  Venus 
Lo  encuentra  en  la  boca  de  aquesta  beldad: 
La  rosa  de    un  huerto  florido  de  besos 
vSemeja  su  boca  de  .i>Tana  ideal. 

Tal  vez,  á    sus  ojos  les  dieron  su  sombra 
Las  xMil  y  una  noches  de  un  Oriente  azur... 
En   ellos  ha\'  hondas,  extrañas  tinieblas, 
Y  lloran  humildes   tristezas  de  luz. 

¿  De  un  claro  de  luna  naci(')  el  primer  cisne  ? . . . 
Én  su  escudo  arcaico,  sobre  áureo  cuartel, 
Buckingham  del  Abuelo,  nevando  sus  perlas 
\l\  pájaro  blanco  de  Leda  se   vé. 

Ya   tartamudea  su  traje  de  seda 
Las  intermitencias  de  un   vai>o   íVú-írú... 
Para  ella,  su  moño  de  cintas   precoces 
Desata  Un  capullo  de  rosa  del  Sud. 

Como  á   un  par  de  lirios  de   un   valle  lejano,       ' 
Evoco  sus  senos  ocultos  . . .   De  un.  Rey, 
De  un   Luis  abolido,  de  un   Trianón  sin  corte, 
Caducos  senderos  dibuja  su  pie.  . 

Pueril  colegiala  del  Beso  indulgente,         .. , ,  . 
Como  en   la  limosna  de  un  Beso  se  da...    .: 
Para  ella,  en  mi  flauta  sopló  el   Paraíso 
No  sé  qué  canoro  viento  celestial. 

Su  rostro  es  la  cosa  más  blanca  y  más  suave/ 
Desde  que  una  estrella  de  él  se  enamoró 
Y,  por  contemplarlo,  le  dio  sus  hechizos... 
¡Áh,  cuando  yo  sigo  su  plumacho  de  oro. 
Su  pompón  de  rizos, 

i  Hasta  el  cielo  vo}^ ! 

GuzMÁN  Papini. 


865 


El^nrFaneínifipano 


\  \ 


-X- 


-Tino  Bfano 


iSi'. 


Teii«(u>os  X'í  lílaiter  «le  reiiio 
(lucir  eii  nuestra  '  revista,  los 
retratos  de  estos  Jóvenes  eón^ 
yiiges.  i|Ue  en  poeo  tiftii^K»  han 
sabido  eaittarse  la  sinipáHíi  de 
un  i)úl)lieo  numeroso  (i)jo:noelio 
á  noelie  los  a])laude. 

Al  barítono  Tino  JJruno  lo 
hemos  podido  admirar  en  diver- 
sas oj>eretas,  entre  ellas  «Ka 
Maseota».  «Saltimbanehi».  etc.. 
<Mi  (juc  (lemiiestra  todo  su  arte, 
haciendo  comiirender  <|Ue  le 
í'stán  reservados  más  altos  ho- 
nores, pues  está  dotado  de  una 
bella  y  verdadera  voz  de  ba- 
rítono, «nie  se  ha  manifestado 
en  la  noche  ile  su  bencliclo, 
cuando  intcriirctó  algunos  frag- 


mentos de  ópera  lírica  une  fue- 
ron muy  aplai;didos. 

A  la  Fancini  Bruno,  jtoseedo 
ra  también  de  aiilaudidos  me- 
dios vocales,  la  bunios  elogia 
do  en  el  rol  de  ("ostanza.  en 
« D'Artagnaii ».  y  cu  otros  jia 
¡leles,  en  los  cuales  se  -luce  ad- 
mirablemente. 

Xosotros.  no  acostumbrados 
á  prodigar  elogios,  no  vacila 
nios»en  unir  nuestro  sincero 
ajilauso  al  del  numeroso  i>úhli- 
co,  deseando  ^•cr  cuanto  antes 
á  esta  feliz  pareja  en  el  lugar 
á  <|ue  se   ha   hecho   acreedora. 


■»¿j^         *^y^        ^^^ 


366 


Hoi^S^s  de  la  l^iba 

I 

El  barbero  del  pueblo,  que  usa  f^ori'a  de  paja, 
zapatillas  de  baile,  chalecos  de  piqué, 
es  un  apasionado  juj^ador  de  baraja, 
que  oye  misa  de  hinojos  y  habla  bien  do  Voltaire. 

Lector  infatig-able  de  El  Líbzral. — Trabaja 
alegre  como  un  vaso  de  vino  moscatel, 
zurciendo,  mientras  limpia  la  cortante  navaja, 
chismes,  todos  los  chismes  de  la  mística  grey. 

Con  el  señor  Alcalde,  con  el  veterinario, 
unas  buenas  personas  que  rezan  el  rosario, 
y  hablan  de  los  milagros  de  San  Pedro  Claver, 

departe  en  la  cantina,  discute  en  la  gallera, 
í«acando  de  la  vida  recortes  de  tijera,  — 
alegre  como  un  vaso  de  vino  moscatel. 

El  Alcalde,  de  sucio  jipijapa  de  copa, 
ceñido  de  una  banda  de  seda  tricolor, 
panzudo  á  lo  Capeto,  muy  holgada  la  ropa, 
luce  por  el  poblacho  su  perfil  de  hnll-dog. 

Hombre  de  pelo  en  pecho,  ruljio  como  la  estopa, 
lubrica  con  la  punta  de  su  machete.  Y  por 
la  noche  cuaiido  toma  la  lugareña  sopa 
de  tiillarines  y  ajos,  se  afloja  el  ciuturón  ... 

Su  mujer,  una  chica  nerviosamente  guapa, 
<|ue  lo  tiene  cogido  como  con  una  grapa, 
gusta  de  las  grasicntas  obras  de  Paul  de  Kock, 

ama  los  abalorios  y  se  pinta  las  cejas, 
mientras  que  su  consorte  luce  por  las  callejas 
su  barriga,  mil  dijes  y  una  cara  feroz  ... 

Luis  C.  L(jpez. 


—  367 


El  vUjecilq 


Cada  vez  que  esta  rueda  del 
año,  más  erizada  de  púas  que 
la  de  Sanííi  Catarina  (á  juzgai* 
porias  penas  que  nos  trae),  üa 
dado  una  vuelta  completa  y  que 
el  apacible  y  triste  valle  de  Mé- 
xico se  cubre  con  el  manto  cris- 
talino de  las  primeras  heladas, 
me  acuerdo  de  una  relación  de 
Donaciana,  mi  vieja  nodriza,  he- 
cha, Diciembre  por  Diciembre, 
en  Jos  últimos  días  del  mes,  en 
un  rincón  de  la  cocina  humosa 
y  cordial.   En   mi   país  no  hay 
tradiciones   poéticas.    El    viejo 
^oel  francés,   cuya  sonrisa  bo- 
nachona ilumínala  selva  virgen 
(le  una  barba  en  la  que  han  ne- 
vado tantos  inviernos,  jamás  ha 
sido  mentado  por  aquellas  co- 
marcas; Santa  Clauss,  á  pesar  de 
la  vecindad  yanqui,  no  ha  apa- 
recido tampoco  nunca  por  mis 
.  valles  con  su  cargamento  de  re- 
galos. La  poesía  íntima  y  suave 
de  la  chimenea  en  que  un  tron- 
co arde  crepitando,  es  ajena  por 
completo  á   aquellos   modestos 
liogares.  Ningún  nifío  pone,  por 
lo   tanto,    sus  zapatítos  y  con 
ellos  su   ilusión  á   la  vera  del 
fuego  amable,    y    ninguno    se 
despierta  rodeado  de  juguetes. 
Unos  cuantos  alemanes,  expa- 
tria^ps  definitivamente,  que  de 
Kiengos  aílos  atrás  comercian  en 
aquellos  rumbos  y  que  han  lle- 
vado consigo    sus  prestigiosas 
tradiciones,   velan  el  24  de  Di- 
ciembre, rodeados  de  sus  hijos, 
alrededor  del  árbol  maravilloso; 
pero  la  bella  costumbre  ni  por 
esas  se  aclimata  en  mí  costil.  El 
árbol  que  da  juguetes  no  prende 
en   mis  trópicos:   es  árbol  del 
Norte,   árbol   del  frío,  árbol  de 
perfumes  boreales,   árbol  de  las 


montañas  desconocidas  en  cuva 
cima  duerme  siempre  la  nie- 
ve , .  . 

Así,  pues,  lo  único  que  indi- 
vidualizaba en  aquella  sazón  (y 
individualiza  aún  en  mis  recuer- 
dos el  fin  del  aíío  eran  :  las  leta- 
nías de  los  Santos,  que  se  reza- 
ban en  la  parroquia,  y  á  la& 
cuales  nos  llevaba  mi  madre  de 
la  mano ;  la  escarchado  los  co- 
llados olorosos ...  y  el  relato  de 
mi  nana. 

Allá  como  por  el  28  de  Di- 
ciembre, mí  nana  empezaba  á 
contarnos  de  un  viejecito,  muy 
viejecito,  que  se  estaba  murien- 
do. El  29  el  viejecito  estaba  má& 
viejecito  aún ;  el  30,  no  pudien- 
do  tenerse  en  pie,  se  metía  en 
cama .  . , 

El  31,  el  interés  del  relato  su- 
bía de  punto  para  nosotros.  A 
las  oraciones  rodeábamos  ya  á 
mi  nana,  muy  abiertos  los  ojos,. 
nidos  de  inefables  curiosidades, 
muy  atento  el  oído,  en  el  rincón 
humoso  de  la  cocina,  y  mien- 
tras la  olla  cantaba  en  la  hor- 
nilla y  el  gato  barcino  y  enor- 
me «  hilaba  »  cerca  del  fuego,, 
preguntábamos  hasta  la  sacie- 
dad á  cada  momento: 

—  (i  Y  el  viejecito,  nana,  y  eí 
viejecito  ? 

—  Muy  viejecito  y  muy  enfer- 
mo —  respondía  Donaciana  mis- 
teriosamente ;  —  se  está  murien- 
do en  una  cama  llena  de  escar- 
cha . .  .  Pronto  vendrá  el  padre 
á  confesarlo.  Ya  fueron  por  él.- 

—  ^;Y  cómo  es  el  viejecito,. 
nana  ? 

—  i  Ah  !  es  tan  flaco  que  pare- 
ce un  raanqjito  de  huesos  .  .  . 
Tiene  los  ojos  muy  azules,  pero 
ya  muy  empanados. 


—  368  — 


—  ¿Como  mi  abuelita? 

—  Como  tu  abuelita  .  .  .  Las 
arrnj^as  aran  su  rostro  y  recuer- 
dan los  surcos  en  las  tierras  de 
labor  que  ahora  cubre  la  hela- 
da. Es  muy  bajito  y  tiene  un 
báculo  i)ara  a[)oyarse  ;  ¡pero  ya 
iiu  se  levantará  derla  cama! 

—  r,  Yno  tiene  hijos  el  vieje- 
citoV'  -    ' 

—  Tiene  uno.  uno  solo,  que  va 
á  nac-er  hoy  á  Ja-s  doce  en  punto 
de  la  noche:  uno  muy  colorado 
y  muy  ji'uapo,  (|ue  va  á  nacer. . . 

Aquel k»  ñus  satisfacía  plena- 
mente, i)orque  ya  sabíamos,  has- 
ta (le  vicio,  que  el  viejecito  era 
el  año  cjue  acababa,  y  su  hijo,  el 
ario  cjue  iba  á  lleg-ar. 

A  medida  que  se  ai)roximaba 
la  noelie,  el  viejecito  se  ponía 
más  malo  :  empezaba  á  agoni- 
zar : . . .  le  ayudaban  á  bien  mo- 
rir . .  .  Pero  nunca  asistimos  á  su 
mucrti'  ni  al  nacimiento  de  su  hi- 
jo, por  una  sencilla  i'azón  :  nos 
acostai)an  temprano ... 

Durante  muchos afios,  el  monó- 
tono relato  se  repitió  invariable- 
mente cada  Diciembre  . . .  Yo  iba 
creciendo,  y  á  i)esarde  mis  libros 
elenjcntales,  mnrtajados  en  la  es- 
cuela i)articular  donde  dos  bue- 
nas señoras  nos  hacían  deletrear 
las  primeras  nociones  de  Geog'ra- 
fía  >'  Cúsmog-rafía,  seg'uí  viendo 
al  ailo  {|ue  se  iba  como  un  vieje- 
cito moribundo  de  ojos  azules  y 
cabello  de  lino,  y  al  ano  nue- 
vo eomo  un  bebé  rollizo  y  endia- 
blado, hijo  del  anterior... 

Después  api'endí  muchas  co- 
reas: aprendí  que  la  tierra  es  el 
tercero  de  los  planetas  de  nues- 
tro sistema,'  una  estrella,  tan  lu- 
minosa como  Venus;  que  gira 
alrededor  del  sol  en  un  período 
casi  idéntico  al  {(ue  constituye 
nuestro  año  civil :  que  su  juven- 
tud   es    eterna   con    relación    á 


.auestra  existencia  de  relámpa- 
gos: que  el  hielo  del  invierno 
cobija  bajo  su  manto  la  escondida 
germinación  de  la  primavera 
próxima ;  que  todo  renace  ince- 
santemente ;  que  un  día  nosotros 
seremos  viejos  y  nos  acostare- 
mos para  siempre  en  una  negra 
cuna;,  alargada  y  triste,  para  ya 
nó  ver  más  ni  el  rubor  de  las 
mañanas,  ni  la  mies  de  oro  de  los 
medios  días  ni  la  austeridad  me- 
lancólica de  los  crepúsculos.  Pe- 
ro que  lio  por  eso  la  fuerza  re- 
l»roductora  cesará  en  el  mundo, 
y  volverán  las  primaveras  ano 
por  año,  y  las  gentes  seguirán 
confiando  sus  esperanzas  á  los 
Eneros,  para  recoger  la  cosecha 
de  tristezas  de  los  Diciembres, 
y  los  niños  reirán  como  siempre, 
aunque  ya  no  podamos  oírlos,  y 
las  parejas  adolescentes  se  bus- 
carán las  bocas  para  besarse  y 
los  ojos  para  mirarse  mucho, 
aunque  ya  no  podamos  verlas,  y 
los  perfumes,  y  el  calor  suave 
del  día  y  el  enigma  argentado  de 
las  noches,  seguirán  sucedién- 
dose,  aunque  ya  no  podamos  sen- 
tirlos... 

Aprendí  que  el  tiempo  no  es 
más  que  uno  de  tantos  subjeti- 
vismos, como  el  espacio  ;  que  el 
latido  del  universo  continuará  in. 
(ifternum  ;  que  el  sol,  enfriado, 
se  convierte  en  planeta  ;  el  pla- 
neta se  disgrega  y  cíie  en  la  hor- 
naza de  otro  sol,  y  que  de  la 
nebulosa  (]ue  se  condensa  al 
mundo  que  acaba,  hay  un  eterno 
y  divino  sendero  de  fuerza  y  de 
resurrección  y  de  amor;  que  la 
vida  del  hombre  más  larga  de 
que  haya  memoria,  no  dura  lo 
que  una  estrella,  la  más  rápida, 
tarda  en  desplazarse,  aparente- 
mente, un  centímetro  en  el  cic- 
lo.  . .  Aprendí,  en  ñh,  que  no  es 
el  tiempo  el  que  pasa,  sino  nos- 
otros los  que  pasamos ... 


—  369 


Mas  no  he  olvidado  al  viejeci- 
to  de  marras,  al  viejecíto  de  ojos 
tan  azules  como  los  de  mi  novia, 
(jue  besé  tantas  veces;  de  cabe- 
llos tan  blancos  como  lá  piel  se- 
dosa de  mi  novia,  cuyo  calor  in- 
vadía mi  corazón  cuando,  uiano 
(intre  mano,  íbajnos  por  ios  Cxi- 
minos,  queriendo  sorprender  eii 
la  frente  de  los  ocasos  el  iirtimo 
pensamiento  de  la  tardé . . .  Nó 
he  olvidado  al  viejecito,  más  ru- 
idoso que  las  labores  trabajadas 
para  la  siembra  ■  por  el  arado 
y  en  Diciembre  cubiertas  de 
hielo. . . 

No,  no  lie  olvidado  al  viejecito 


moribundo,  y  ahora  que  torna  á 
meterse  en  c^ma,  aliQra  que  le 
ayudan  á  bien  morir,  ahora  que 
puedo  asistir  á  su  último  suspi- 
ro >-  ¡  parque  va  no  me  acues- 
tan temprano !  —  le  pri'>;uMt(»  con 
triste  sonrisa:  «D¡mc,  vicjfcito: 
r, qué  me  traerá  tu  hijo,  el  bebé 
rollizo  que  va  á  nacer?»  Y  el 
viejecito  me  respomle:  «^Espe- 
ra lizas  ! » 

—  «¿Y  (^ué  me  dejará  cuando 
agonice  como  tú,  buen  viejecito 
de  los  ojos  azuU^s'?» 

Y  el  viejecito  me  resitonde 
dulcemente:,  «Esperanzas. .  .tam- 
bién esperanzas...» 


— <>(i$cd:*}o- 


th:íPs.xk.o   xjFixjGXJi^iro 


La  L¡l)i'('ri<M  IModern.-i,  de 
O.  M.  Hertani,  ha  publioado 
en  folleto  la  coniCíUa  en  un 
acto  El.  Crkd:».  del.  aplau- 
dido escritor  Ismael  C"oi"- 
tinas. 

Aquellos  que  vieron  la 
representación  de  dicha  eo- 
media,  favorecida  con  el 
primer  pi'cmio  en  el  con- 
curso dramático  de  autores 
urug-úayos,  pueden  delei- 
tarse nuevannMite  con  la 
lectura  del  libreto,  lujos;i- 
mente  confeccionado  por 
Bertani  en  sus  talleres  j^rá- 
ficos  «El  Arte». 


IS.M.\KL    COUTIXAS 


—  37,0  — 

tira  Peruana 

Líos  eatofee  años 

Me  pides  un  Soneto :  catorce  te  daría, 
puesto  que  son  catorce  también   tus  priniaveras ; 
y  con  catorce  rosas  tu  frente  así  ciñeras, 
por  otras  tantas  veces  que   habló  la  poesía. 

Catorce  son  los  versos   con  que  esta  rosa  mía, 
que  para  hacer  tu  elogio  cogí  yo  en  mis  praderas, 
reventará  en  tus  labios   cuando  aspirarla  quieras- 
en  tu  palabra  toda  perfume  y  melodía. 

Mereces  un  soneto  por  cada  abril  vivido, 
que,  al  reflejar  tus  formas  y  al  halagar  tu  oído, 
fuera  un  cristal  que  hablara  desde  un  rincón  discreto ; 

mas  ya  que  uno  tan  sólo  le  pides  hoy  á  mi  arte, 
permite  que   mi  musa  te  diga,  al  contemplarte, 
que  tus  catorce  abriles  son  el  mejor  soneto. 

El  amof    de  Calatea 

En  su  amor  imposible  por  aquella  escultura, 
Pigmaleón  anhelaba  darle  el  alma  y  la  vida: 
estrechaba  sus  formas  con   pasión  nunca  habida 
y  besaba  sus  labios  con  pasión  siempre  pura. 

Así  loco  por  ella,  con  tan  mala  ventura, 
obstinábase,  á  modo  del  que  escarba  su  herida, 
en  buscar  el  encanto  vanamente  suicida 
de  poder,  entre  sueños,  animar  su  figura. 

Pigmaleón :  yo  te  envidio.  Mi  dolor  es  más  fuerte, 
mi  destino  es  más  triste,  mi  pasión   es  más  dura. 
La  mujer  á  quien  amo  tiene  vida  y  da  muerte. 

Yo  querría  que  fuera,  dentro  de  esta  locura, 
no  mujer,  sino  estatua,  para  darme  la  suerte 
de  pouer  en  mis  brazos  estrechar  su  hermosura . . . 

José  Santos  Chocano. 


—  a7i  — 

lira  Uruguaya 

Lia  IVIagdalena 

Para  acolo.  •^ 

Profundos  surcos  de  color  violeta 
Engarzan  sus  pupilas  amorosas, 
Es  su  sonrisa,  de  pasión  inquieta, 
El  centellear  purpúreo  de  mil  rosas. 

Sus  ojos  de  mujer  ven  al  poeta 
Tras  las  palabras  graves  y  armoniosas 
Con  que  Jesús,  aquel  gentil  esteta, 
Habla  de  Dios  á  todas  las  esposas. 

Con  un  gesto  de  humilde  y  blanda  pena, — 
Gesto  de  amor  que  al  implorar  ordena,— 
Avanza  hacia  Jesús  la  pecadora 

Y  al  inclinar  su  frente  encantadora 

Lo  envuelve  en  sus  cabellos  de  morena 

Y  le  arranca  el  perdón,  más  que  lo  implora. 

plott    de    Samapia 

Junto  á  la  clara  fuente  de  pie  la  cortesana, 
Sobre  su  espalda  el  ánfora  llena  de  linfa  pura. 
En  sus  cabellos  rojos  una  rosa  temprana, 
Y  en  su  rostro  el  reflejo  de  fatal  hermosura. 

En  su  boca  florida,  la  música  pagana 
De  una  canción  de  amores  de  dulce  galanura 
Anima  con  su  ritmo  aquella  forma  humana 
Que  en  el  silencio  fuera  magnífica  escultura. 

Ven  las  luces  del  día  sus  pupilas  rientes, 

. . .  Mas  no  han  visto  la  aurora  de  celestes  reflejos. 

Han  bebido  sus  labios  las  aguas  de  las  fuentes 

Que  murmuran  meciendo  sus  temblantes  espejos, 
. . .  Pero  aún  no  han  bebido  las  palabras  ardientes 
Del  que  estando  á  su  lado,   todavía  está  lejos. 

Clotilde  Luisl 


372  — 


Por  jardines  ajenos 


Tiepras  de  Paz",  de  IMiguel  fl.  f^ódenas 


Gerré  el  libro  \'  reñexíoné  un  instante.  Su  lectura 
había  despertado  en  mi  ánimo  el  deseo  de  volver  á 
leer  esas  páginas  tan  evocativas  y  tiernas  que  sugieren 
la  alegría  de  un  triunfo   recién  conquistado. 

A^osotros  habréis  experimentado  alguna  vez  ese  viví- 
simo deseo  de  saber  algo  más  del  idilio  ó  del  drama 
que  se  desarrolla  en  aquellas  historias  cuyos  persona- 
jes lograron  cautivaros  ó  conmoveros,  3'  cuya  esencia, 
ya  psicológica  ó  plástica,  inftltróse  en  vuestra  psiquis, 
predisponiéndola  ú  un  dulce  y  largo  recogimiento. 

Al  trax'és  de  ciertas  lecturas  el  espíritu  permanece 
abstniído  \'  pierde  toda  influencia  para  seguir  el  curso 
de  aquéllas,  á  cuya  grata  corriente  comienza  por  entre- 
garse cuando  hay  entre  ambos  un  leve  indicio  de  afi- 
nidad emotiva. 

Si  leyeseis  « Tierras  de  Paz  »  sentiríais  indudable- 
mente la  imperiosa  necesidad  de  volveros  hacia  sus 
primeras  hojas  en  búsqueda  de  algo  más  que  fuera 
como  un  epílogo  complementario,  superfino  para  la  obra, 
sí,  pero  indispensable  para  saciar  vuestra  sed  emocio- 
nal. Porque  esas  divinas  páginas  que  por  un  mago- 
poeta  parecen  haber  sido  extraídas  del  corazón  de 
Arcadia ;  esas  pláticas  idílicas  que  traen  consigo  las  inge- 
nuas remembranzas  del  inmortal  cantor  de  las  églogas, 
tienen  no  sé  qué  atractivo,  qué  fuerza  de  sugestión -ava- 
salladora y  humana  que  os  impele  á  observar  sutil- 
mente sus  cuadros  y  sus  paisajes  retrospectivos,  llenos 
éstos  de  una  beatitud  riente  como  un  parque  en  prima- 
vera, \'  aquéllos  rebosantes  de  -verisnio. 
•  Miguel  A.  Rodenas  posee  un  bello  temperamento 
conmovido  y  lírico  que  se  manifiesta  hasta  en  la  selec- 
ción del  motivo  de  sus  prosas.  Modernista,  y  por  ende, 
pulcro  3^  gallardo  en  la  forma  y  atrevido  en  el  desen- 
volvimiento del  asunto  que  expone,  este  hermano  gemelo 
de  Enrique  de  Mesa,  el  poeta  creador  de  « Flor  Pa- 
gana »,  ha  excluido  de  su  obra  esas  extravagancias  ver- 
bales y  esa  puerilidad  infantil  que  son    el  fruto  híbrido 


-   374  — 

de  la   estulticia  y  el  decadentismo   y  simulan  jeroglífi- 
cos de  difícil  solución.  (1) 

El  es  en  España,  entre  los  prosadores  de  alto  coturno 
cuyo  sensorio  es  prisma  cautivador,  lo  que  Francis 
Jammes  en  Francia,  entre  los  poetas  más  exquisitos  y 
raros  de  la  actual  generación.  Como  éste,  él  también 
gusta  de  las  dulzuras  virgilianas  que  pueblan  los  atar- 
deceres de  las  campiñas  olorosas  y  colman  de  bienes- 
tar el  espíritu.  Entonces,  deslumbrado  ante  la  pompa 
de  la  naturaleza  á  la  cuíil  sabe  rendir  tributo,  hace 
obra  de  panteísta  y  evoca  en  sus  descripciones  exube- 
rantes de  matices  las  escenas  campestres  de  Millet  y 
los  paisajes  de  Hobbema. 

«Tierras  de  Paz»  es  un  libro  de  cuentos  y  de  estu- 
dios y  de  impresiones  de  la  vida  que  se  caracterizan 
por  la  serenidad  con  que  fueron  concebidos  y  por  la 
exposición  de  las  observaciones,  sobria,  aunque  pre- 
cisa, unas  veces,  y  ubérrimas  las  otras  de  elocuentes 
rasgos  que  ponen  de  relieve  la  altísima  mentalidad  de 
su  autor. 

De  un  libro  así,  multiforme  y  omnicolor,  no  puede 
darse  una  impresión  completa  sino  omitiendo,  á  pesar, 
algunos  de  sus  atributos  fundamentales.  Por  eso  no  me 
detendré  parcialmente  en  todas  esas  prosas  de  dis- 
tinta índole  ni  tampoco  descenderé  al  análisis  que, 
como  cualidad  principal  de  la  crítica  mezquina,  está 
vedado  al  artista  y  á  todas  las  almas  superiores  que 
no  corroe  el  sentimiento  de  la  envidia. 

El  vigoroso  paisajista  que  hay  en  Rodenas,  y  que 
se  presenta  todo  entero  en  Cantares  y  en  Triste  Amor, 
se  embarca  de  cuando  en  cuando  en  amables  disquisi- 
ciones sociológicas  que  hablan  de  grandes  ideales  gene- 
rosos   y    humanitarios.    La    novelita    Tierras  de   Paz, 


(  1 )  Quiero  liacM-r  constar  aquí,  en  oportunidaí],  <(iie  \'o  tenjfo  un  (^onceptü  persona- 
lisiuio  del  decadentismo.  Kste  no  es,  á  mi  modo  de  pensar,  luin  escuela;  es  un  símbolo 
de  arte  anémico  cuando  no  es  el  producto  de  un  escritor  (jue  tramonta,  puesto  al 
alcance  de  los  eunucos  de  la  iuteli^j^encia  que  atribuyen  el  ^enio  á  los  necios. 

El  decadentismo  no  tiene  formas  concretas  ni  liturjfias  ini{ucbrantables  <iue  lo  eri- 
.jiin  en  escuela.  El  implica  el  descenso  que  i»or  ley  natural  sufren  todos  los  qu»;  pien- 
san, ó  de  lo  contrario,  denuncia  esc  estado  morboso,  ya  transitorio  ó  eterno,  de  las 
facultades  intelectuales,  que  ocasiona  la  anemia  del  Arte.  Al  sustentar  est.a  ¡dea  yo 
prescindo  en  absoluto  de  la  acepción  del  vocablo:  «decadencia»;  me  inspiro  en  las 
producciones  de  los  verdaderos  decadentes  y  de  sus  paneffiristas  y  emuladores. 

De  allí  que  yo  no  piense,  como  aquel  joven  escritor  que  ha  poco  dio  una  conferen- 
cia en  el  Ateneo  de  esta  ciudad,  que  Modernismo  y  Decadentismo  son  una  misma  cosa. 
Vo  llamo  decadentes:  en  España,  á  Mijfuel  d<í  Unaniuno  <Miaudo  pretende  ser  poeta  ó 
novelador  y  en  America  á  alfi^unos  escritores  que  habiendo  hecho  obras  grandiosas 
declinaron  muy  pronto  y  hoy  sólo  conciben  extravaf^ancias  que  ponen  bajo  la  éjfida 
(le  ^u  obra  primordial.  Yo  acepto  dentro  del  Arte  las  incoherencias  espirituales  (|ue 
provoca,  perpetuándolas  á  las  veces,  el  estado  patolóffico  de  la  psiquis  del  artista, 
pero  no  acepto  .jamás  las  extravag'ancias  ideobígicas  y  v(!rbalcs  creadas  por  snobismo 
para  asimilarse  al  genio. 


—   o4;>   — 


cuyo  colorido  intenso  es  animado  y  armónico,  estíl 
llena  de  altas  ideas  que  revelan  un  criterio  amplio  y 
libérrimo  en  pu^na  abierta  contra  el  prejuicio  y  las 
aberraciones  sociales.  Además  inspira  hondas  reflexio- 
nes sobre  los  instintos  humanos. 

Pero  donde  más  descuella  la  personalidad  pensante 
de  ese  apacible  novelador  es  en  Sangre  Azul,  un 
estudio  fuerte  y  conciso  de  un  caso  de  hipocresía.  ¡  Es 
tan  humano  y  tan  minucioso  y  real  que  no  encuentro 
concepto  para  loarlo !  Imaginaos  una  sala  mortuoria 
donde,  entre  los  sollozos  de  unos  y  el  siseo  apagado 
de  otros,  alterna  irónicamente  el  rumor  de  risas  ape- 
nas contenidas  que  contrasta  con  el  gesto  doloroso  de 
los  más  allegados  dolientes,  mientras  en  los  corrillos 
que  en  tales  circunstancias  se  forman  priva  un  júbilo 
de  fiesta  y  tan  pronto  se  discute  sobre  política  como 
se  comentan  ( esto  por  fórmula )  las  virtudes  del 
extinto,  fingiéndose  así  un  sentimiento  que  no  se  tiene. 

Todo  eso,  descrito  como  está  magistralmente,  sin 
parsimoniosos  gestos  pero  palpitante  de  ritmo  y  elo- 
cuencia, es  de  un  efecto  eficaz  para  la  consagración 
del  observador  discreto  cuyos  personajes  muévense 
allí  fácilmente    como   en    las    demás   escenas   del  libro. 

No  es  Rodenas  un  escritor  subjetivo  y  por  lo 
tímto  expuesto  á  las  tormentas  íntimas  que  destrozan 
el  espíritu  y  enfoscan  el  horizonte  artístico  de  algunos 
escritores  sentimentales.  De  ahí  la  serenidad  de  sus 
páginas  donde  el  objetivismo  impera  como  un  extraño 
cantor  enamorado  de  la  naturaleza  y  hecho  para  ele- 
var madrigales  á  los  astros  y  las  flores,  y  á  la  sole- 
dad y  el  silencio  de  las  regiones  abandonadas  que  tie- 
nen el  privilegio  de  suscitar  gratísimas  emociones  al 
alma  de  los  poetas. 

El  encanto  idílico  y  la  ingenua  poesía  de  algunos  de 
sus  cuentos  como  esa  maravilla  que  se  llama  juxto 
AL  camino;  el  perfume  de  añoranza  que  se  desprende  de 
casi  todos  ellos  como  de  una  flor  evocadora  de  lejanos 
amores  fr astados  allá  en  la  adolescencia  risueña  3^  feliz, 
y  las  ricas  ideas  que  sugieren  sus  pensamientos  ebrios 
de  gracia  y  belleza,  perduran  á  través  del  tiempo  en 
las  almas  sensibles  á  cualesquiera  manifestaciones  del 
arte  y  producen  la  placentera  emoción  de  una  vida 
reposada  y  libre  de  preocupaciones. 

Ningún  reflejo  de  la  dominadora  modalidad  mau- 
passantiana  á  cuya  influencia  no  han  podido  sustraerse 
muchos  escritores  jóvenes,  cultivando  el  cuento,  detona 


f  ^  37^    - 

allí,  donde  los  idilios  de  los  enamorados  pastores  y  las 
zagalas  candorosas  son  narrados  con  un  dejo  de  salu- 
dable optimismo  comparable  sólo  al  de  las  églogas  de 
los  bucólicos  griegos.     . 

Es  Rodenas  un  artista  eminentemente  soñador  que 
no  se  detiene  á  analizar  las  pasiones  del  alma  colec- 
tiva ni  inquiere  en  la  patología  social  el  origen  de  los 
males  que  aquejan  á  la  humanidad.  Empero,  sus  boce- 
tos psicológicos,  nos  presentan  al  desnudo  las  almas  que 
él  estudia  profundamente,  no  cediendo  á  las  inclinacio- 
nes de  su  temperamento,  poético  por  excelencia,  sino 
movido  por  ese  instinto  de  observación,  inconsciente 
acaso,  que  hay  en  el  fondo  de  todos  los  poetas  de  alto 
vuelo. 

Su  oración  robusta  \'  límpida,  salpicada  de  esas 
regias  constelaciones  que  .son  sus  metáforas,  bordando 
en  oro  la  frase  ;  llena  de  acadenciados  giros  3^  voca- 
blos sutiles  que  enriquecen  el  léxico  castellano,  ñexibi- 
lizan  su  estilo  y  lo  hacen  delicioso  hasta  la  exigencia 
de  los  más  empedernidos  clásicos  que  aun  forman  en 
las  ñlas  académicas.  Eso  3^a  es  un  gran  triunfo  casi 
imposible  en  estos  tiempos  en  que  los  últimos  clásicos 
pretenden  ejercer  aún  la  supremacííi  en  el  arte. 

Contemplativo  como  el  poeta  y  dado  como  él  á  las 
infinitas  embriagueces  del  miraje,  su  numen  poemiza  tan 
pronto  la  tristeza  de  una  puesta  de  sol  que  anuncia  á 
los  pastores  la  hora  de  encaminarse  al  aprisco  como 
la  gloria  de  un  amanecer  en  la  soledad  de  los  campos 
castellanos  ()  la  melancolía  de  un  amor  perdido  para 
siempre. 

Y  ese  afán  de  concebir,  exaltando  la  humilde  vida 
de  la  aldea  y  harmonizando  con  su  prosa  cuotidiana 
la  poesía  de  encantadores  paisajes,  hace  más  aparente 
á  la  meditación  calmada  ese  manojo  de  anémonas  que 
constituye  « Tierras  de  Paz  »  y  que  tiene,  entre  otras, 
la  virtud  de  surgir  allá,  de  tarde  en  tarde,  en  el  jar- 
dín del  Ensueño,  como  un  emblema  de  triunfo  y  reno- 
vación. 

Pérez  v  Curis. 

Septiembre  1908 


—  377  — 


El  (asado 


Pm-a  AfO(.t>. 


El  aliuíi  mía   siente  el  ft-ío  de  los  acabamientos ; 
se   iluminó   con   la    incongruente   fugacidad   del   ricio, 
y   el   resplandor  de  los  deseos  hirió   á  sus  sentimientos 
con  implacables    consecuencias  . . .  Iba   hacia  al   sacrificio  •  • 

El   alma  mía   fué   dejando   todos  sus   pensamientos 
serenamente  voluptuosos  en  medio  del   bullicio 
que  enajenaba   sus   placeres  :   fué   en   todos   sus   momentos 
libando  mieles  lujuriantes   de   amor,   panal   propicio. 

El   alma   mía   se   recluye,   es  alma  que   se   aleja 

y   se   confunde   entre   las   sombras;   en   su   sendero   deja 

no   sé  qué   lúgubres  tristezas,  qué   inconscientes  gemidos .. . 

Quizá   es  la   huella   de   sus   locas   orgías    por  la   vida, 
quizá   es   el   goiie    que    reclama    vivir   sus   días    idos ; 
quizá   el    pasado    niyri bando   al   borde   de    mi   herida .. . 

Lorenzo  Vicens  Thievent, 


—  878  — 

€ti  la  Sokdad 


—  ¡Oh,  extraño  cenobita  del  Silencio  !  ¿qué  piensas 
En  tu  pobre  boharda? 

—  Que  mis  fiebres  intensas 
Van  poblando  mi  espíritu  de  visiones  sombrías; 
Que  mi  dolor  pregona  la  muerte  Inevitable 
De  mis  vagos  ensueños,  y  que  el  sol  misera.blé 
Hoy  no  ha  venido  á  verme,  triste  como  otros  días. 
Pienso  también  que  el  torvo  buitre  del  pesimismo 
Viene  á  anidar  en  mi  alma  próxima  al  paroxismo, 

Y  ese  otro  buitre  en  forma  de  paloma  sumisa 
Que  es  el  amor  me  arranca  fibras  del  corazón 
E  impide  que  en  mi  labio  florezca  una  sonrisa 
Para  velar  mis  odios  y  mi  desolación. 

Mi  existencia  es  un  árbol  cuyas  flores  austeras 
Exhalan  el  perfume  de  una  amarga  pasión  ; 
Mil  pétalos  de  sombras  encubren  mis  quimeras 
Conmovidas  á  modo  de  intangible  Jubón. 
Como  no  tengo  hermanos  ignoro  el  alma  tierna 
De  las  íntimas  frases,  la  caricia  fraterna 

Y  el  elogio  sincero  que  es  el  mejor  laurel. 

Mi  juventud  se  agita  cómo  un  ave  que  marcha 
Hacia  la  luz,  y,  huyendo  del  fango  y  de  la  escarcha, 
Ve  en  el  camino  Un  árbol  y  se  guarece  en  él. 

La  Soledad  acoge  la  exhalación  de  mi  estro. 
Así  como  una  madre .. . 

—  Y  tu  canción.  Maestro : 
¿Adonde  va? 

—  Hacia  el  alma  de  los  seres  que  abrevan 
Sólo  en  una  fontana  de  amor  y  de  verdad  ; 
Mi  canción  no  esi  humilde  pero  es  noble  y  la  llevan 
Cuantos  desheredados  aduna  ia  humildad. 
Allí  va  esa  ave  humana  que  es  mi  canción. 

—  Yo  mismo 
Voy  con  ella,  Maestro,  á  sondear  ese  abismo 
Donde  todos  los  parias  impetran  libertad. 

Octubre,  1907.  PÉREZ  Y  CURIS. 


—  3'79  — 

bxbliogelAficíoLs 


Iiibfos    y  folletos    fteeibidos 


La  !;ran  c;is;l  e  litorial  l'ueyo  de  Madrid,  la  que  con  mis  e.n;)e'io  y  ásiduidal  pro- 
pende á  la  difusión  de  las  Ideas  mjJernas  en  Hispanoanijri  :a,  aeaba  de  obsequiarnos 
con  los  siguientes  libros  de  su  última  cosecha  : 

La  Db  los  ojos  cor,q«  de  uva,  por  Felipe  Trigo;  El  dolor  »k  l.v  casa,  por  Julio 
Hoyos;  Treoua,  por  Dorio  da  (iidex;  Sa.vore  de  PniMAVEav,  por  Tnlio  M.  Cestero; 
D.í  MAR  Á  MAR,  por  Ángel  (Juerra ;  De  C.vi»a  y  Espada,  por  Ranión  A.  Urbano. 

También  nos  ha  enviado  Tierras  de  Paz,  por  Miguel  A.  Rjdenas,  publicado  ante- 
riormente. 

De  este  último,  como  liabrá  visto  el  lector,  se  ocupa  extensamente  el  Director  de 
Ai'OLo  en  el  presente  número;  de  algunos  de  los  otros. nos  ocupamos  á  continuación 
lamentando  que  la  exigüidad  del  espacio  nos  impida  explayarnos  como  quisiéramos  y 
como  ellos  merecen-, 

Agradecemos  íntimamente  al  señor  Gregorio  Pueyo  su  valioso  é  interesante   envío. 

años,  y  el  otro,  un  chico  de  trece.  Para 
Gloria  es  un  placer  hablar  á  esos  niños 
con  palabras  que  los  hacen  enrojecer  aun- 
que no  las  comprendan  del  todo.  Cuando 
ella,  sin  pixca  de  pudor,  se  desabrocha  y 
apoya  Ibrzmlamente  la  cara  de  Rodrigo^ 
contra  su  seno  blanco  y  duro,  el  chico,  en 
su  inocencia  ultrajada  le  grita :  puerca. 
La  otra  receladora  es  Josefina,  de  la  mejor 
sociedad,  joven  y  bella  señora  casada  con 
un  hombre  que  la  deja  casi  siempre  sola. 
Ella,  pervertida  también  como  Gloria,  la 
vulgar  sirvienta,  besuquea  y  manosea  á  ese 
pobre  niño  que  parece  condenado  á  que 
le  sean  revelados  de  nU  modo  brutal  y 
repugnante  los  divinos  misterios  del  amor. 
Josefina,  más  seductora  y  perversa  que 
(rloria  consigue  que  esa  pobn;  almita  blan- 
ca vaya  á  su  casa.  Lo  qre  se  desprende 
de  la  obra  es  que  esas  R<;v<;ladoras  harán 
de  Rodrigo  un  ser  que  vivirá  para  sus  sen- 
tidos y  no  conocerá  nunca  el  a^nor  del  al- 
ma; será,  como  dice  el  autor,  nn  sensual 
irredimible. 

Excusamos  hablar  del  estilo  de  Felipe 
Trigo  en  esta  nueva  obra.  Baste  decir  que 
es  siempre  el  suyo,  vigoroso  y  personal.— 
Flor  del  Lacio. 

El  Camlno  del  Truni-o.  por  Vanjas  Vi- 
la.  Librería  Bourel.  —  París.  —  (\>nipren- 
de  esta  novela  dos  tomos:  «Las  Adoles- 
cencias »  que  acabamos  de  leer  y  «  Vidas 
Paralelas»,  actualmente  en  prensa.  A  juz- 
gar por  la  lectura  del  primero  venios  que 
se  trata  de  una  vigorosa  novela  psicológi- 
ca y  moralizadora  en  la  que  se  ponen  de 
manifiesto  y  se  anatematizan  abiertamen- 
te las  bajas  prácticas  sacerdotales  y  los 
inmundos  actos  cometidos  á  la  sonibra  del 
confesionario. 

Los  crímenes  de  la  religión  se  han  pro- 
ducido en  todos  los  tiempos  y  se  produ- 
cen aún  sin  ningún  paréntesis.  Por  eso, 
un  libro  así,  que  los  denuncia,  relatándo- 
los minuciosamente  y  poniendo  en  guar- 
dia á  la  juventud  que  surge  apta  para  la 
seducción  y  el  halago,  es  siempre  oportu- 
no y  saludable. 

En  «  Vidas  Paralelas  »  el  Maestro  dirá 
de  la  evolución  intelectual  y  moral  de 
los  personajes  gallardamente  esbozados  en 
«Las  Adolescencias». 

Esperamos  con  ansiedad  la  aparición  de 
aquél   para   hablar  extensamente    de  esa 


El  dolor  de  la  casa,  por  Julio  Hoyos. — 
Librería  Pueyo.  —  Madrid.  —  Es  éste  un  li- 
bro de  nuieho  aliento  pero  muy  breve,  muy 
conciso  para  el  desarrollo  de  nn  proceso 
psicológico  que  por  su  importancia  y  com- 
plejidad debiera  tratarse  con  más  ampli- 
tud. Hoyos  ha  hecho  un  boceto  de  novela 
cuyo  elevado  intento  emociona  al  lector 
por  el  cúmulo  de  finas  observaciones  que 
ofrece.  Su  tema  es  tendencioso.  Mirbeau 
lo  ha  tratado  magistralmente  en  su  libro 
«  Sebastián  Roch  ».  El  protagonista  de  El 
D3L0R  de  la  casa  se  educa  en  un  colegio 
de  frailes  y  sale  de  él  con  todas  las  mor- 
bosidades del  pederasta  pasivo.  Sus  de- 
seos no  colmados  tras  largo  tiempo  le 
exasperan  terriblemente  y  ie  causan  fre- 
cuentes ataques  de  epilepsia  que  lo  vuel- 
ven hosco  y  huraño  para  con  todos  los  de 
su  familia  que  le  prodigan  toda  clase  de 
cuidados  ignorando  el  motivo  de  su  mal. 
.lulio  Hoyos  ataca  allí  el  pr<yuic¡o  reli- 
gioso y  demuestra  al  mismo  tiempo  los 
beneficios  de  la  enseñanza  laica.  Aunque 
su  estilo  no  es  bello  sino  correcto.  El  do- 
r.oii  UE  LA  casa  es  un  libro  laudable  por 
las  deducciones  que  nos  sugiere  y  por  el 
noble  propósito  que  persigue  su  autor.  - 
Pt'rez  y  Curia. 

La  de  LOS  OJOS  COLOR  de  uva,  por  Feli- 
pe Trigo.  —  Librería  Pueyo.  —  Madrid. 
Comprende  la  novela  así  titulada  y  «  Re- 
veladoras». En  la  primera,  nos  muestra 
Felipe  Trigo  á  la  mujer  en  su  neurosis. 
Toda  la  incoherencia  del  proceder  de  esa 
Eladia  que  sin  amar  y  sólo  por  vanidad 
acepta  por  novio  á  un  pobre  periodista 
para  que  en  los  periódicos  de  Madrid  se 
ocupe  de  ella,  es  bien  femenino.  Ricardo, 
en  cambio,  hace  de  esa  mujer  sin  corazón, 
su  ídolo  y  su  todo,  y  por  ella  trata  de 
llegar  á  la  celebridad,  cosa  que  consigue 
como  en  un  bello  cuento  de  hadas  Pero 
Eladia,  la  nerviosa,  al  fin,  que  no  sabe  lo 
que  quiere  ni  lo  que  desea  porque  no  ama, 
en  vez  de  pagar  con  su  cariño  tanto  es- 
luerzo,  se  niega  á  casarse  con  él  aun  des- 
pués de  haber  sido  suya.  He  ahí  en  sín- 
tesis la  llaga  moral  y  social  que  estudia 
Felipe  Trigo.  «Reveladoras»  es  de  un 
verismo  cruel.  Gloria  es  la  mujer  sin  edu- 
cación que  sólo  sigue  su  instinto;  nna  per- 
vertida que  mancha  con  su  impudor  el 
alma  de  dos  niños  ;  la  una,  niña  de  quince 


—  :-58() 


(iovcIm     HHlvMilitr»    qiif  rs   Ki.    Oamixo  uv.i. 
'rniiNi-'o.    Kiiti'ftiiiito,  siíH  ««stH  breve  nota 
imi    in<)ti\o  parii  Mjfrjulfcer  ii  luicstro  ilus- 
tre Hini)i:ii    Vurj^us   Vil»  el  envío  <le  hii  11 
3iro.   -  /Vív;  ¡i   Vnt-ix. 

I)k  ("ai'a  y  Ksi-viiA.  /((»•  Uiiiiióti  A.  Cr- 
J)ii>iii,  Lihn'fitt  l'iii'i/K.  —  Madrid.  —  l'or 
<'ste  eloTHUte  liliro  linee  «leHtiInr  Kiiiiióii 
A.  l'rl»aiio  ilute  iiiiestrus  ojos  visiones  de 
4'ONMS  itiHs.  Xos  Imilla,  eviieaiiilo  el  luedioe- 
ro  y  sus  W-yeiitlas.  de  iliiiM'ias  y  de  |i)l,ies 
<le  culiallei'os  (jiie  sabían  morir  por  su  da 
nía.  Kserito  en  estilo  elásieo.  niiiy  pesado, 
pero  adaptable  á  Ht|iielhi  edad,  eree  uno 
ver  en  un»  eallejnela  ile  la  lieroiea  Kspa- 
íia  un  paje  blondo  tañendo  el  laúil  en  la 
reja  de  su  bien-íiiiiiida.  ('tuntos  í>ki,  ni.v. 
que  eoinponeii  la  secunda  partí*  del  libro, 
eslán  eseritus  en  el  tluleii  lenjrniOe  aiida- 
Iti/.,  N  \a  no  liay  pajes  ni  dueñas,  sino 
;{oltlllos  eii\o  espíritu  travieso  alejara  el 
Minia  del  leetor.  y  sevillanas,  como  la  .\i 
ñu  di'  lux  //ii/v.v.  bellas  y  aniniites  á  la  par 
<|Ue  oi-^ullo5as.  Todos  estos  eiientos  siíii 
liellos;  deeir  que  uno  es  superior  á  otro 
«•s  imposible,  has  eostiinibres  tipleas  del 
pueblo  así  eonio  .sus  modalidades  están 
jiintadas  allí  divinamente.  I^iiiión  \.  Ur 
Jiano  lia  eondenitudo  etl  Dk  ('mvv  y  Ksi-a- 
i»A   tollo  nii  eaudal  de  felices  impresiones. 

—   /•7()<-   drl    l.crio. 

SvNtiKK  i>i-;  l'iíiM  vvi.u  \.  pur  TkIíh   M.  Ci'x 
lera.  —  l.lhriTiu    l'iii'¡ii>.    -  M(idt;id.  —  Ksta 
«oleeeión  de  poemas    en  prosa    que  prolo- 
H^M  (ióiiie/.  rarrillo.    el   e\i(iiisito    eseritor. 
Tiene  á  robusleeer    aún    más   nuestro  eon 
-eepto  sobre,  la  obra  iiiteleetual  del  divino 
autor    de    «Citerea».     si    en    dicho    libro, 
formado    de    cuadros    n-ales,    es    dijfno  Ai- 
loa  el  trabajo  de  obscrvacii'm.  en  SaNORB 
OE  Primavera  se  admira,    con    la  labor 
.«útil    del    artista    qne  mnsicaliza  la  frase, 
la  delicada  labor  del  espíritu  iMiiotivo  que 
cantil  y  elo;¡^ia  sus    más    dulces    impresio 
lies.  Kl  arte  de  Ccslero    es  moderno  é  iin 
presionista:    n<)    acusa  cstreclios  formulis 
nios  ni   rituales  académicos   reverenciados 
en   otras  épocas  ;  rs  rebelde  y  |ior  lo   tanto 
personal.  Sangre  DE  Primavera   coloca 
á   Cislcro  en   un  puesto  de  honor  entre  los 
más  alliis  prosadores   americanos.  —  /VV'; 
V    ('Hri.i 

J«iSPES.  ¡Kii-  Erni'xio  Mitiiif.  \\'illi('fHí!.  — 
li/ii/ilKi-.  -  Krnesto  .Monffc  \Villiems  es  un 
pt^lisador.  Y  piensa  iiicii.  lo  (iiic  hace  que 
sea  un  buen  escritor.  JASPES  es  su  obra. 
I''.s  mía  i'ccopilacii'in  de  cuentos  y  páginas 
i|i'  <!stii(ll(i.  escritos  cu  iiii  estilo  elevado 
y  sobretodo  con  una  sinceridad  espontá- 
nea que  dice  muy  alto  del  alma  artística 
y  noble  de  sn  autor. 

("ontrario  á  lo  que  manlliesta  en  su  l'ór 
tico,  he  observado  que  cada  cuento,  cada 
páK'ina,  cada  párrafo,  encierra  iiiiii  eiise- 
fian/a  muy  humana,  una  máxima  severa, 
expresadas  con  mía  amar<;a  ironía  y  con 
sutil  delicadeza,  que  hace  conmover  y 
peiisjii-  hondamente  en  las  fírandes  triste 
/.as  é  infortunios  de  los  hombres,  que  la 
Humanidad  arrastra  con  la  voráxint'  <••' 
su  alma  desei|uilibrada  c  injusta. 

Kl    autor   de    Jaspes    posee    un    don  de 
^tbseiyaeión    saj^az  y  una    admirable  con 
cepeióii    iisicoliiffiea,    lo    que  hace  (|ne  su 
libro  sea  de  alto  valor,  porijue    refleja  de 
lili  modo  fiel  y  preciso  —sin  afectados'  con 


veiieioiíalisuioi» —cuadros  de  la  vida  real, 
eon'  to«lo  8U  enloridu  v  tuda  la  desnudez 
de  8U  Mima !  —  Oridio  fienuindcz  Ilion. 

Db  mi  Villorrio,  por  i-uin  ('■  Lope/..  — 
lJhre):¿ír  di-  l'iunio,^  Madrid. — Manuel  Ocr- 
vera.  el  altÍ8Íino  poeta,  y  uno  de  los  tein- 
perainentos  más  delicados  de  la  actual  t/tv- 
ueración,  nos  ha  enviado  iiii  ejemplar  de 
la  obra  de  ese  otro  Ktm\  poeta  que  se  lla- 
ma Jiiiis  (\  Lópex.   De  mi  Villorrio  e.« 

una  eoleceión  de  poesías  oritjrinalisiiua», 
cuyQ  estilo  y  vijfor  ideoiÓKrieu  muestran 
á  un  espíritu  amplio  y  selecto  ({ue  posee 
et  eneautn  de  deleitai*  intensamente.  Un 
poeta  como  Lópex,  que  sabe  innovar  á 
maravilla,  haciendo  del  verso  una  expre 
siún  armónica  .v  sutil,  y  no  una  frase  pro- 
saica á  la  manera  de  los  decadentes,  es 
(•((/•«  iu-is  entre  los  triunfadores  de  la  fa- 
laiijce  hispanoamericana.  Porque  si  para 
innovar  es  preciso  colocarse  fuera  del  cía 
sicismo  y  por  encima  de  toda  fórmula  ó 
ley,  ha.v  que  cuidarse  también  de  la  ex- 
travagancia, en  la  que  es  fácil  caer  cuan- 
do más  empeño  se  pone  en  la  innovación, 
licyendo  los  versos  de  este  poeta  sabréis 
de  sus  emociones  v  de  su  rara  modalidad. 
»)id: 

¡>r  Kobr,rinc$a 

8c  vive,  amada  mía.  ^— según  y  cómo  .  .  . 
Voi  por  la  mañana  tengo  hipócoiidri»  — 
y  por  la  noche  bailo  un  rigodón. 

V  qué  y  Pura  ironía  ^del  hígado,  mu- 
chacha. Kn  el  amor  — y  en  otras  cosas  d» 
mayor  cuantía  —  todo  depende  de  la  di- 
»restión. 

(¿ue  no  fume,  que  olvide  la  lectura,— 
que  no  maldiga  en  ratos  de  amargura— jr 
mil  consejos  más  de  este  jaez.  -  como  si 
se  pudiera  —  vivir  ú  la  manera  —  de  las 
calles  tiradas  á  cordel  ... 

y  así  todo  el  libro:  bello  conjunto  de  har- 
monías (|Ue  exteriorizan  los  estados  de  al 
ii>a  de  un  soñador  ((ue  se  ha  ins]iirado  en 
la  vida.  Db  MI  VILLORRIO  trae  un  brcye 
y  conceptuoso  prólogo  de  Manuel  (lervera. 
—  Pcri'z  ¡I  Curis. 

Flauta  ingenua,  por  Uohcrln    Valladu 
ri'x,^ —  San  .lotí'  di'  ('osla  Jíica.  --  Un  libro 
pcijueñito,  tiexible,    elegante,    aristocráti 
co,  pero  grande  eii  su    contenido:    áiifor.-i 
que    guarda  muchas   maravillas  del  estro, 
y  mpeha  mentalidad    brillante  como  chis 
pus  y  luces  de  piedras  iirociosas. 

La  musa  de  este  nuevo  iiercgrino  del 
Ensueño,  está  impregnada  <le  una  tristeza 
muy  honda  y  de  un  sentimentalismo  ex 
traño  Ks  una  musa  rebelde  que  no  sabe 
de  dogmas  académicos,  ni  de  la  tarda 
immotonia  del  clasicismo.  ¡Yo  le  aplaudo! 

¡Sus  versos,  ora  ingenuos.  or:i  graves: 
ora  desaliñados  é  incorrectos,  ora  de  una 
lierfección  admirable,  dicen  todo  ivse  poe- 
ma de  fiebres  y  locuras  de  los  veinte 
años,  jiero  con  una  sinceridad  muy  noble 
y  con  un  sabio  pensar,  ]irofuiido  yscreno. 

Ksiiero    que    FLAUTA    INOENUAsea  pre 
cursor    de    otra   obra    más    grande    y  más 
perfecta  (i»r  consolide  firmemente  la  con 
«agracióii  de  Valladares,    ruiseñor  nielan 
cólico    cuyo    gay    cantar    ya    hace  estre- 
mecer   el     alma    de  la  selva  del  Norte.  — 
Oriditi   ¡■'i'rnáiide:  Ríos. 


Calle  Sarandi  números  226  y  228 


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ñdministrador :   LiUlS   PÉREZ    (fllzáibat»,    35) 

La  correspondencia  Jiteraria  á  l^ElíKZ  Y  CUKIS 

—  MONTEVIDEO    (  URUGUAY  j  — 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Redactor:   P.  LÓPEZ   CAMPAXA  —  Secretario  de  Redacción:   O.  FERNÁNDEZ  RÍOS 


AÑO  III -N,°  22, 


Montevideo  — Buenos  Aires  — Santiago  de  Chile,  Diciembre  de  1908. 


Carta  ie  Vargas  Yila 


Con  motivo  de  la  muerte  de  Estrada  Palma,  expresidente  de  la 
República  de  Cuba,  creemos  oportuna  la  publicación  de  esta  carta 
llena  de  profecías  que  se  lian  cumplido  para  dolor  de  la  Joven  repú- 
blica  durante   la    administración   de   aquél. 


53  Rué  de  Chabrol. 

París,  el  20  de  :\Iayo  lítOó. 

Al  señor  Arturo  R.  de  Carricarte. 

Habana. 
Mi  noble  amis'o  : 

SU  carta,  me  ha  enorgulleeido 
y  me  lia  iiidig'iiado  ; 

orgullo  y  mucho,  he  sentido, 
de  ser  amigo  de  usted  ;  de  que 
usted  me  proclame  su  :\iaestro,  y 
de  que  liaxa  sido  mi  vida  de  re- 
sistencia y  de  tenacidad  contra 
las  tiranías  exóticas  que  nos  des- 
honran, la  que  ha  inspirado  é 
inspira,  su  noble  y  valiente  vida 
pública ; 

la  visión  del  mar,  donde  pasa 
la  tempestad,  no  atrae  sino  á  las 
almas  heroicas ; 

la  soledad  de  la  cima  rigida, 
en  donde  vela,  el  rayo,  no  seduce 
sino  á   los  grandes   visionarios; 

el  peligro  i  manta  los  lucha- 
dores, como  el  Misterio  fascina 
á  los  pensadores ;  es  un  ímpetu 
irresistible  de  alas : 


la  vorágine  del  pavor,  atrae  al 
soñador ; 

lo  terrible  es  bello  . . . 

indignación,  y  mucha  se  apo- 
deró de  mi  espíritu,  ante  el  aten- 
tado bárbaro  de  que  usted  lia 
sido  víctima,  por  parte  del  peda- 
gogo nulo  y  menesteroso,  que 
hoy  administra  en  nombre  de 
Rooseveit,  la  Antilla  gloriosa, 
por  cuya  libertad  murió  Maceo  ; 

yo.  conozco  ese  cacógrafo  ruin, 
desde  que  era  el  envidioso  ator- 
mentado y  el  enemigo  encu- 
bierto de  José  ]\Iartí,  en  New- 
York,  en  esa  aurora  de  rebeldía, 
que  en  1894,  el  Gran  Poeta,  en- 
sayaba dibujar  ya,  con  los  colo- 
res de  Cuba,  sobre  el  lienzo  de  la 
Historia : 

él,  se  ocupaba  entonces,  de 
desalentar  los  cigarreros  patrio- 
tas que  sembraban  con  el  sudor 
de  su  frente,  gérmenes  de  epo- 
pej-a,  ó  ansiaba  amotinarlos  con- 
tra el  Gran  Vidente,   á  quien  su 


e.^-^  ^3 


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§9         Revista  de  Soeiologia 


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Keilacti»!-:    P.   IA)\>K'/,   (íA^rI^\XA    -  Sccictario  de  líedaccióii :   O.  FKRNÁNDKZ  RÍOS 


AÑO  III -N."  22. 


Montevideo  —  Buenos  Aires  -  Santiago  de  Cliile,  Diciembre  de  1908. 


Carla  d^  Vargas  Vila 


Clin  motivo  (le  la  iiiui'ite  de  Estrada  Palma,  cxprcsidciite  de  la 
I{c|)i'il)lica  de  Cuba,  croemos  oportuna  la  pulilieaeióii  de  e.sta  carta 
llena  de  in-ot'eeías  (lui^  s(í  han  cuni|)l¡(lo  para  dolor  de  la  Joven  repú- 
Mica    durante    la    ailminlstiacii'm    de    a([uél. 


ri.i    Rué  de  Cliabrol. 

Parí.';,  el   l'o  de  >[a\o  l'.io.'i. 

Al   señor  Ai-turo  R.  de  Carriearte. 

Habana. 
Mi   noble  amiii'o  : 

SU  carta,  me  lia  ciiorjiRlIeeido 
>'  luc  lia  ¡ii(l¡<>"iia(l()  : 

or^'ullo  \'  inuc'lio.  hv  sentido, 
de  ser  auii<;'0  (Uí  usted  :  de  (iite 
usted  iiie  proelauíe  su  maestro,  y 
de  (jue  haya  sido  mi  vida  de  re- 
sisteneia  y  de  tenacidad  contra 
las  tiranías  ex(3ticas  (jue  nos  des- 
liouran.  la  qnv  lia  inspirado  é 
insi)ira,  su  noble  y  valiente  vida 
pública : 

la  visión  del  niar,  donde  pas.-i 
la  tempestad,  no  atrae  sino  á  las 
alimis  lieroicas : 

la  soledad  de  la  cima  ríi^-ida. 
en  donde  vela  el  rayo,  no  seduce 
sino  á    los  g-randes   visionarios: 

el  peligro  imanta  los  kiclia- 
dores,  como  el  ^Misterio  fascina 
á  los  pensadores :  es  nn  ímpetu 
irresistible  de  alas : 


la  vorág-ine  del  pavor,  atraca] 
soñador ; 

lo  terrible  es  bello  . . . 

indignación,  y  mucjia  se  apo- 
deró de  mi  espíritu,  ante  el  aten- 
tado bárbaro  de  que  usted  ha 
sido  víctima.  i)or  parte  del  peda- 
gogo nulo  y  menesteroso,  (jñe 
iioy  administra  en  nombre  de 
K'oosevelt,  la  Aiitilla  giorios;i. 
l)or  cuya  libertad  murió  .Alaceo  : 

yo.  conozco  ese  caeógraíb  ruin, 
desde  (|ue  era  el  envidioso  ator- 
mentado y  el  enemigo  encu- 
bierto de  José  IMartí.  en  Xew- 
York.  en  esa  aui'ora  de  rebeldía, 
(lue  en  18í>4,  el  (íran  Poeta,  en- 
sayaba dibujar  ya,  con  los  colo- 
res de  Cuba,  sobre  el  lienzo  de  la 
Historia  : 

él,  se  ocupaba  entonces,  de 
desalentar  los  cigarreros  patrio- 
tas que  sembraban  con  el  sudor 
de  su  frente,  gérmenes  de  epo- 
peya, ó  ansiaba  amotinarlos  con- 
tra el   Gran  Vidente,   á  quien  su 


íí«o 


82  — 


alma  ponzoílosía,    estática  de  en- 
vidia, apellidaba  :  loco  . . . 

la  terrible  alimaña  pedagó- 
gica, no  se  daba  descanso  enton- 
ces en  demostrar  la  obra  de  la 
libertad,  como  no  se  da  hoy  des- 
canso en  perseguirla  ; 

él  era  ya  ciudadano  entre  los 
yankees  antes  de  ser  su  esclavo  ; 

sus  impuras  manos,  cultivado- 
ras del  peculado,  sembraban  ya 
la  disolución,  antes  de  que  en 
ellas  ñoreciera  la  maldecida  rosa 
de  Iscariote ; 

puesto  ya  al  servicio  del  oro 
yankee,  él,  deshonraba  l;i  liljcr- 
tad  cubana  antes  de    asesinarla  : 

asi  conoci  ese  hombre  ; 

y  así  lo  oí  pintar  por  el  au- 
gusto verbo  de   Martí : 

r,  qué  mucho  que  aquel  anciano 
pueril  y  malévolo,  predicador 
del  desaliento  y  de  la  inercia,  se 
vuelva  hoy  contra  los  cubanos 
libres,  y  los  atrepelle  y  torture? 

¿por  qué  extrañar  que  sea  el 
aliado  de  los  galeotes  rotativos 
y  de  los  gacetilleros  torciona- 
rios,  que  se  gozan  en  insultar  c'i 
los  cubanos  que  no  pudieron  do- 
minar? 

¡vendido  al  extranjero,  es  jus- 
to que  trabaje  con  él  y  para  él, 
y  que  agote  la  adulación,  antes 
de  consumar  definitivamente  la 
traición ! 

yo,  no  tengo  sino  que  felici- 
tarlo á  usted  de  haber  caído  víc- 
tima de  ese  hombre; 

una  colérica  melancolía  y  un 
orgullo  alto  y  sereno,  deben  lle- 
nar su  corazón ; 

es  usted  un  precursor,  en  la 
gran  vía  de  estériles  dolores  que 
Cuba  va  á  emprender ; 

antes  de  desaparecer  la  lieroi- 
ca  nacionalidad  fundada  por  el 
verbo  de  Martí  y  la  espada  de 
Maceo,  dará  figuras  como  la  suya, 
de  visionarios  heroicos,  gesticu- 
lando  apocalípticos   ante  el  cri- 


men, ¡solitarios  en  la  tiniebla 
estremecida  ! . . . 

no  dará  ya  héroes  ; 

auroras  rojas  no  se  encende- 
rán ya  en  su  cielo,  antes  teñido 
de  carmín  heroico  ; 

los  milagros  de  la  epopeya  no 
se  repetirán  sobre  esa  tierra, 
donde  los  héroes  duermen  para 
siempre  bajo  la  gleba  misericor- 
diosa ; 

la  ^Manigua,  no  resurgirá  con 
sus  legiones  homéricas  trotando 
hacia  la  muerte  ; 

lo  épico  ha  muerto  ; 

el  mercantilismo,  segó  hasta 
en  sus  raíces,  la  fior  del  he- 
roísmo ; 

la  espada  de  Maceo,  se  enmo- 
hecerá en  la  tierra,  falta  de  un 
brazo  de  héroe  que  la  levante  ; 

el  poema  bélico  se  extinguió 
hasta  el  último  canto  . . . 

la  estrella  solitaria,  se  borrará 
del  horizonte,  sin  una  orla  roja, 
sin  un  fulgor  de  sangre  ; 

vendida  por  Estrada  Palma, 
Cuba  desaparecerá,  sin  que  la 
sombra  de  Calixto  García,  se 
alce  para  defenderla  ; 

el  oro  americano  inmovilizará 
el  plomo  cubano  ; 

y,  al  pie  de  la  estatua  de  Ma- 
ceo, no  se  agrupará  ya  un  pue- 
blo redimido,  sino  un  rebaño 
vendido ; 

el  mármol  que  inmortaliza  á 
José  Martí,  será  un  escarnio  ; 

el  Gran  Vidente  será  allí  un 
prisionero  del  yanlvee,  de  su  obra 
y  de  su  sueño  ; 

el  pedestal  de  su  estatua  será 
como  un  poste  de  infamia,  del 
cual  querrá  desprenderse  en 
vano,  la  imagen  del  Gran  Ven- 
cido . . .  ¡  Sólo,  ante  el  inmenso 
mar  abierto  ! . . .  ¡  Sólo,  como  un 
escollo  ante  un  lívido  levantar 
de  luna  ! .  . . 

Cnba  confronta  en  la  hora  ac- 
tual su  trágico  dilema . . . 


383  — 


es  eoino  la  sombra  de  A(in¡les 
ante  el  Misterio  antiguo  ; 

el  pi-obleiíia  electoral  :  he  ahí 
la  Esfinge ; 

si  Estrada  Palma,  triunfa, 
Cuba  muere  . . . 

y,  Estrada  triunfará  .  . . 

el  oro  yankee  es  invencible  .  . . 

¡  felices  los  que  como  usted  en 
esta  hora  precaria  y  visionaria, 
han  sumado  en  sí  todas  las  ener- 
gías de  la  extinta  alma  cubana, 
para  dar  el  grito  de  protesta  ! 


¡benditas  esas  manos  que  han 
arrojado  lodo  á  la  frente  del 
Traidor! 

¡  ellas  se  han  anticipado  á  la 
Historia  !  . .  .  Y,  la  han  venga- 
do ..  .  ¡  Benditas  sean! 

yo,   estrecho    esas   manos  con 
efusión  :  v',  me  digo  de  usted 
amigo  de  verdad 


PALACE     HOTEL  -  MONTEVIDEO 


<4^CCX:í&o- 


le  Ketouv 


Le  lierre  a   coin'ert  tout   le    iniir.    Oh!   foiubieii  (riieures.  tlepiiis   tes    pleurs,  notre 
aventure  y  coinbien  de  joiirs':* 

Plus  de  roses;  le  Merre  a  déehiré    la  vig-ne.   Oa   est    ton   Cune'?...    Franchissant    les 
nids  d'hirondelles,  le  lierre  étoiiftc  la  inaison. 

Oh  vent !  les  roses  d'autrefois  coniblent  lo  puits.  —  Est-ce  la  (lue   tu  fes  eacliée,  inii 
feninie  morte  ? 

Xul  ne  répond.    Qui  rj;)r);ilraity  . .  .  Vaut-il    pas    niieux   ou'ír    le    vent    ehanter  dans 
rherbe:  «Ma  doulee  amour?» 

Au  ras  du  toit  l'aneien  soleil,  le  soleil  rou«-e,  est  coap';  par  le  milieu  si  tristenient 

J'appellerai  le  jardinier  !  Le  jardlnier?  II  faudrait  mieux  appeler  la  Mort  pour  fau- 
cher  l'herbe, 


tant  de  souvenirs  et  tant  d'amour,  et  le  soleil  au  ras  du   monde. 


Paul    FORT. 


—  384  —  , 

Lira  Peruana 

El  JV[adPigal  de  las  liosas 

A\  verte  que  en  el  pecho  tenías  una  rosa 
imaginé  que  tú  eras  un  ramo  que  surgía 
de  un  cáliz  de  alabastro ;  y  en  él  se  convertía 
cada  uno  de  tus  ojos  en  una  mariposa. 

Ra3^os  de  Sol  tejieron  tu  cabellera  undosa, 
y  así  bajo  tu  cutis  se  transparenta  el  día ; 
por  eso  es  que  la   rosa  ceñirse  parecía 
en  torno  de  una  estatua  de  nieve  ruborosa. 

Estatua  que  apareces  nimbada  por  un  astro, 
con  cara  hecha  de  rosas  y  cuerpo  de  alabastro. 
En  un  jardín  de  plata,  bajo  un  temblor  de   luna : 

al  ver  la  rosa  encima  del  busto  de  Carrara, 
pensé  \^o  que  del  ramo  de  rosas  de  tu  cara 
se  había  desprendido  sobre  tu  pecho  una ... 

cabala 

Á  Eulogio  Horta. 

Los  hombres  de  ojos  verdes  son  sugestionadores : 
tienen  algo  felino  que  en  la  sombra  chispea ... 
Por  eso  cuando  te  oigo,  s(31o  digo  «así  sea»; 
y  dejo  que  tu  sierpe  se  arrastre  por  mis  flores. 

Me  hablas  de  cosas  llenas  de  miedos  y  temblores; 
y  en  tu  espíritu  negro  mi  espíritu  bucea 
y  saca  á  luz,  á  veces,  la  perla   de  una  idea 
en  que  se  cuaja  un  brillo  de  llantos  interiores.  , 

i  Qué  sé  yo  si  eres  grande ;  ¡  pero  sé  que  eres  raro ! 
Ha}-^  en  tus  ojos,  plenos  de  sol,  un  verde  claro 
que  habla  de  los  antiguos  y  nobles  amuletos . . . 

Y  así  eres,  como  un  héroe  de  extrañas  latitudes, 
digno  de  ser  cantado,  por  tus  siete  virtudes 
y  por  tus  siete  vicios,  en  catorce  sonetos. 

José  SANTOS  CHOCANO. 


—  385  — 

ta  musa  ignorada 


Corría  el  tren  por  1-'  llaniim 
castellana.  Era  un  día  espléndido 
de  Ag'osto,  y  por  las  abiertas 
ventanillas  del  coche  penetraba, 
en  bocanadas  de  fueg-o,  el  valió 
asfixiante  de  los  terruños  secos. 

Do  pronto  la  máquina  lanz(3 
un  pitido;  mi  compañero  de 
viaje,  que  amodorrado  por  el 
insoportable  bochorno  parecía 
dormitar,  abrió  los  ojos,  y  des- 
corriendo con  ímpetu  Ins  corti- 
nillas que  amortig-uaban  la  fuer- 
za del  sol,  miró  hacia  afuera 
explorando  con  ansiedad  la  pla- 
nicie abrasada. 

Después  de  un  rato  me  dijo: 

—  ¿Ves  aquel  pueblo  que  pa- 
rece ocultarse  en  un  replieg-ue 
de  los  terrones?  Allí  he  nacido; 
allí  vive  mi  primero  y  único 
amor,  la  mujer  inspiradora  de 
mis  poesías,  la  que  en  todas  mis 
novelas  aparece. 

Miré  con  curiosidad.  Efectiva- 
mente, aquellos  eran  los  luga- 
res tantas  veces  descritos  por 
el  novelista  y  cantados  por  el 
poeta.  Poco  distante  de  la  vía, 
sobre  cam¡)os  de  rastrojos,  al- 
zábase un  pueblecillo,  agrupan- 
do sus  casas  pequeiías  y  sucias 
en  torno  del  viejo  campanario. 
Yo  no  habíti  visto  nunca  aquello, 
y  sin  embargo  me  causó  la  impre- 
sión de  lo  conocido:  tan  maravi- 
llosamente lo  había  pintado  el 
novelista  en  páginas  admirables, 
con  tal  exactitud  lo  reprodujo 
el  poeta  en  sus  tiernos  cantos:  la 
llanura  solitaria  y  seca,  sin  galas 
ni  verdores;  la  aldea  tranquila, 
el  cielo  azul,  la  luz  esplendorosa 
del  alegre  sol  castellano. 
Mi  amigo  continuó: 
— Cuan  lejos  están  de  creer,  los 
que  me  aplauden  y  admiran,  que 


mí  Musa  es  una  lugareña  vulgar,, 
ordinaria,  cargada  de  hijos,  que 
solo  piensa  en  los  chiquitines  que 
alegran  su  vida  y  en  las  cosechas 
<]ue  llenan  sus  trojes  y  graneros.' 

En  ese  pueblo  nací:  arariando 
la  costra  de  esta  tierra  fecunda, 
pasé  mi  juventud.  Mi  padre  se 
dedicaba  al  cultivo  de  sus  here- 
dades, sin  desalientos  ni  desma- 
yos, cuidando  con  amor  las 
cosechas  siempre'  amenazadas 
por  el  hielo  y  los  pedriscos.  A 
los  diez  y  ocho  aiíos  ayudaba  á 
mi  padre  y  enamoraba  á  las  mo- 
zas; una  me  cautivó,  y  i)or  ella 
correspondido  y  abrasándome  de 
amores,  me  pareció  que  la  vida 
era  más  alegre  que  este  cielo 
azul  y  más  llana  que  esta  tierra 
de  Castilla. 

No  quiero  enternecerte  con 
lacrimosos  recuerdos:  la,  moza 
casó  con  otro,  y  yo  pensé  morir 
de  rabia  y  de  tristeza. 

Poco  después  murieron  mis 
padres,  y  de  un  golpe  apuré  los 
dolores  más  grande  de  mi  vida: 
desde  entonces  estoy  convencido 
de  que  el  dolor  no  mata. 

Lloré  mucho,  algunos  buenos 
amigos  intentaron  consolarme;  y 
amortiguada,  que  no  desapare- 
cida, mi  honda  pena,  malvendí 
las  tieri'as  de  mi  escaso  i)atrimo- 
nio  y  marché  á  la  corte. 

Nada  más  he  de  decirte,  pues 
tan  bien  como  yo  tú  sabes  y 
conoces  mi  historia  literaria,  mi 
amargo  aprendizaje  y  mi  rápido 
encumbramiento. 

Vacié  en  mis  obras  todo  mi 
corazón;  quizás  por  eso  están 
llenas   de  amargura. 

Siempre  tuve  delante  de  mis 
ojos  la  imagen  de  aquella  mujer, 
que  al  darme  tan  terrible  desen- 


—    38(5 


gaño,  me  hizo  lioiubi'c,  y  hacién- 
dome padecer  dolores,  me  con- 
virtió  en    poeta. 

Ha  sido  mi  Musa.  Sin  que  yo 
lo  pretendiera,  todas  mis  Jieroí- 
nas  tenían  alg-o  de  la  moza 
castellana.  Puse  en  unas  la  dulce 
mirada  de  sus  ojos  nebros,  ó  el 
gracioso  sonreír  de  su  fresca 
boca,  en  otras  la  gentileza  de  su 
íigura  ó  la  gallardía  robusta  de 
su  cuerpo:  en  tod;is  algo  de  su 
alma. 

Los  amores  que  pinté  en  mis 
obras,  fueron  poi"  mí  sentidos  ó 
por  mi  intuición  adivinados. 
Alegrías  canté  pocas,  solo  las 
que  con  ella  había  gozado;  que 
las  que  no  se  sienten,  no  pueden 
expresarse. 

Ha  sido  mi  inspiración  cons- 
tante; pero  no  he  vuelto  á  verla, 
^le  han  dicho  que  ha  engordado, 
que  está  vieja  y  fea,  pero  para 
mí  siempre  será  la  mujer  que 
abrió  mi  alma  al  amor  y  al  su- 
frimiento, la  galla rd.M  moza  de 
mis  ilusiones  juveniles. 

Xo  le  tengo  ninii-ún  rencor,  ^[e 
quitó  la  alegría,  [X'ro  fortiHc(3  mi 


alma,  iniciándola  en  los  amargos 
desengaños  de  la  vida;  me  privó 
de  ser  un  labrador  cuidadoso  de 
sus  tierras  y  de  sus  hijos;  pero 
me  dio   la   gloria. 

No  dijo  más.  El  tren  seguía  su 
fatigosa  marcha,  atravesando 
tierras  secas  y  campos  en  rastro- 
jo; un  desnivel  del  llano  ocultó 
las  casas  del  pueblecillo,  y  en  hi 
vaga  lejanía  fué  poco  á  poco  es- 
fumándose la  torre  de  la  iglesia. 

Y  entonces  pensé  que  no  todas 
las  musas  son  seres  vaporosos  é 
ideales,  que  no  todas  son  conoci- 
das como  las  Beatrices,  Lauras 
y  Teresas  por  los  poetas  canta- 
das, y  que  la  mujer  más  prosaica, 
tan  sólo  por  ser  mujer,  puede 
inspirar  las  más  grandes  bellezas 
y  las  ol)ras  más  acabadas  del 
ingenio  humano. 

¡  Cuántas  como  aquella  habrá, 
pol)res  é  ignoradas  musas,  ins- 
piradoras de  tantos  dolores, 
viviendo  vida  feliz  y  oscura  en 
un  pardo  lugarejo  casi  perdido 
en  la  soledad  de  las  llanuras 
castellanas! 

K.\RI(¿UE  DE  MESA. 


Nuestros  colaboradores 


liofenzo  Vieens   Thievent 


l'ulilii-Miiiii.s  el  retrato  de  este  .¡óvcu  |irictíi 
ya  couofiílo  de  los  lectores  ilc  Ai'eL>  i>or 
sus  licllas  i)oesiiVS.  al<íiiiias  ile  las  eiiales 
tienen  un  sello  de  ori<4-inali(l¡iil  |ioeo  común 
en  ios  ciiizailos  de  nuestia  nne\a  .<;eiiera 
ción  Soñadora. 

En  nuestros  próximos    númeids   |)ulilica 
remos  otros  retratos,    dando   á   conocer    el 
movimiento  actual   <le    las   letras  naciona- 
les y  sus  iirogresos  en  estos  últimos  tiem 

IPOS. 

yotd    di'  Rcdari-ión. 


—  387  —  _:,  i;-   \ 

aitua  enferma 


I 


Si  fué  un  manojo  de  emociones  yertas 
Mi  corazón,  y  adoro  todavía 
La  virtud  de  tus  ojos  y  ia  fría 
Revelación  de  tus  paiabras  muertas, 

Ámame  y  lucha.  Las  ignotas  puertas 
Del  triunfo  que  soñó  mi  fantasía, 
Cuando  tus  confidencias,  algún  día. 
Para  nosotros  estarán  abiertas. 

Y  allá  lejos,  perdiéndose  en  la  tarde 
De  un  paisaje  olvidado:   mi  añoranza; 

Y  más  lejos  aún,  en  la  cobarde. 

Lívida  aurora  del  amor,  mis  penas: 

Quedarán  presintiendo  la  venganza 

De  nuestro  amor  convaleciente  apenas. 


II 


Si  fui  el  espectro  que  surgió  temprano 
En  tus  diáfanas  noches  sosegadas, 

Y  te  produjo  insomnios  y  agitadas 
Témporas  de  poniente   hiperboreano, 

Odíame  entonces;  y  seré  el  galano 
Trovador  de  tus  iras  elevadas; 
Que  si  hay  odios  en  flor  en  tus  miradas, 
Himnos  hay  en  mi  espíritu  elegiano. 

Y  callará  mi   corazón  transido, 
Cual  un  pájaro  en  pena  adormecido 
Dentro  el  nidal  de  su  nativa   huerta  ; 

Mas  si  volviese  á  ti  con  sus  periodos 
De  luz,  yo  hundiera  mis  ideales  todos 
Por  encontrarte  conmovida  ó  muerta. 


PÉREZ  Y  CURIS. 


—  388 


Párrafos  d^  utia  carta 


«Ayer  lie  releído  todas  tus  eartas.  Una 
á  una  íbalas  exaininando  en  las  ideas  y  los 
pensamientos.  La  mirada  de  mi  alma  des- 
i'ubria  sienijjre  eosa.s  nuevas.  En  los  párra- 
fos descuidados  era  donde  yo  veía  más  ver- 
dad. 

Pero...  ([ué  duda  más  grande  me  asalta 
ahora.  Hoy  día  que  ya  hace  años  (lue  nues- 
tro amor  se  apas'ó  de  un  modo  e.xtraño,  hoy 
(lía,  mujer,  me  lias  hecho  sollozar  con  tus 
cartas. 

Y  tú  dirás;   ¿por  (lUc  si  todo  acahó? 

¿Porciuéy  Pues,  precisamente  por  eso; 
porque  el  recuerdo  cu  este  caso  lia  sido  el 
liresente...  y  te  he  vuelto...  á  amar! 

Sí,  querida  Clara,  vosotras  las  n.u.jcres, 
y  ampliando  aún.  las  adolescentes  tenéis 
un  almita  muy  compleja.  A  ratos  percibía 
en  tus  menudos  caracteres  huellas  de  tris- 
teza, clfucus  de  üinar  ó  débil  cayiiio.  Otras 
(¡vivimos  tan  influenciado!;,  huellas  cla- 
ras de  que  todas  tus  frases  eran  imitadas, 
eran  falsas,  (¿uerías  decirme  con  i)alabras 
rumbosas  cosas  bellas,  pero  te  resultaba 
feo  aquello... 

A  un  hombre  bonaclnin  lo  habrías  hecho 
llorar,  á  mí  sólo  me  hacías  encojer  los 
hombros,  revolucionar  mi  esi)iritn  i  hacer 
una  psieolojía  infinita,  (|Ue  llegaba  á  ser 
falsa.  Nunca  creí  en  tus  cartas,  una  duda 
inmensa  me  invadía.  ^  Sabes  V  .Vcaso  no  fué 
aíiuello  lo  (|U(!  hizo  ((ue  yo  te  (juisiera  tan- 
to? Porcina  ¡Clara!  yo  te  he  (luerido  i... 
( ¡  quién  sabe  ! )  te  (luiero  ! 

Te  acuerdas  cuando  saliste  aquella  vez 
de  Santiau-o  ¿yn  marché  aún  más  lejos  ((ue 
tú,  por  un  tiempo  más  larfí-oV  La  noche  (lUe 
nos  despedimos  tú  estabas  indiferente :  ¿por 
<iué'?  ¿dimey  ¡Oh!  vosotras  las  mujeres 
sois  alg'o  indescifrable ! 

Vuestra  mentalidad,  en  tus  cartas  oscila 
entre  la  imitación  i  la  lece  sinccridod . 
f  Siempre  guardáis  egoistamente  una  parte 
(le  vuestras  almas  para  vosotras  sidas,  so- 
las !  Xunca  os  entreg'áis  todas,  ínteg'ras  ! ) 
Hacéis  la  comedia  de  un  modo  regular  i  la 
mayoría  délos  hombres  no  disting-uen  esos 

Santiago  de  Chile. 


Para  .vi'Oi.o. 

estados.  (¡También  estos   pobres   ni  saben 
lo  que  es  una  mujer! ) 

Y  hoy  (lue  te  he  vuelto  á  ver,  después  de 
varios  años,  cuando  ya  eres  una  damita  i 
yo,  por  cierto,  un  caballero;  cr(!es  tú,  te 
he  mirado  con  otra  especie  de  cariño  :  hoy 
se  me  imagina  (jue  ambos  somos  de  una 
juisma  familia.  Xi  tus  ojos,  ni  tu  boca,  ni 
tus  cabellos  me  llaman  la  atención:  ¡los  lio 
visto  tanto!  Eres  de  mi  casa. 

Sólo  tu  alma,  tu  almita  de  mujcrcita  vul- 
gar ó  (juizá  única  es  la  ((ue  escudriño. 

Y  no  creas  (|ue  cuando  ine  sorprendas 
mirándote  de  uii  modo  estraño  i  tijo,  (jue 
es  que  ([Uicro  >dlver  á  las  andadas.  Xo.  Ale 
seria  imposible.  ¿Ignoras  tú  (lUe  el  alma 
también  se  gasta?  Xo.  lío  lo  ignoras.  Por- 
que lo  he  sorprendido  en  tus  ojos,  (jue  ya 
no  tienen  el  brillo  a(iuel...  ¿Te  acuerdas, 
cuando,  por  jugar,  nos  mirábamos  lijamen- 
te largo  rato  V  Tus  ojos  revelan  tu  alma. 
Estás  cansada  de  los  i|ue  te  rodean.  Yo  per- 
cibí  en  tí  ansias  de  libertad,  ansias  de  cida 
plt'iia.  ¡Pobrecilla!  Ignoras  que  la  mujer 
no  es  libre  ;  (lue  toda  su  vida  es  un  tutela- 
je?  Pasa  de  una  ca.sa  á  otra,  siempre  con 
un  amo  encima.  • 

Por  eso  sí  >o  te  amo  (  ¿ainor  dije?)  ,  por 
eso  si  aihi  nía  c/vs  ai/radablí',  te  deseo  libre. 
Mi  alma  no  comulga  con  nada,  ni  con  na" 
(lie.  Seré  ([Uizás  un  lueo.  un  iluso,  pero' 
dentro  de  mi.  supieras  lo  fuertumvnte  q>'_(> 
razano! 

Sigue  la  \  ida  tal  como  piensan  tus  pa 
dres.  porque  nc'  qui-  st'  h'  wonaeja  himiio. 
í  tiué  Sorpresa  no  te  dará  iiuc  yo  sepa  eosa.s 
([ue  nadie  me  las  ha  dicho.  )  Vive,  vi\e.  Se- 
rás primero  una  esposa,  después  una  ma- 
dre. Bien.  La  vida  detesta  á  los  espíritus 
como  yo,  iioríjue  no  transijen.  Todo  lo  (luic- 
ren  rapriclii>sa,íienli\ 

(iiicrida  Clara,  sé  esposa,  sé  tiel.  ¡  Ojalá 
sea  bueno  el  uuu'hacho  (¡ue  te  toque  !  Xo  tit 
molestaré,  no  temas.  Tú  sabes  que  siempre 
he  sido  hidalgo,  caballeroso.  ¡  Hay  tantas 
mujeres,  Clara !  » 

(illl.I.ERMO  BOUCH. 


~    ;;s;) 


.J" 


/ 


V^ 


y. 


1.   I 


—   oKO  — 

Qe  novia 


/  •  !'<irt!  Ái-ín  II. 

Unas   iij.'i nos   vii'íles    ¡(jue    no    scr;ni  .  I;is    mías  I 
ag-otarán    ol    lujo    dv    sus    galanterías, 
'ielícadeza    >■    tacto   queriendo    conjuntar. 
l»;iTa    con    fina   gracia,    con    ademán    sencillo, 
cenir    la   epilaiániica    [>roniesa    de    un    anillo 
id    suave    j^rimor    blanco   de   tu    de<lo   anular. 

Y  ti'iis    lU'    a(j«e!la     noeiie    de    ¡núsica.    >'    de    fiesta 
vendrán    las    serenatas:    el    alma    de    la    orquesta 
}jreludia)-á    g-emídos    para    tu    corazón: 

y    aprenderás    el    arte   (íe    manejar   el    ric<; 

disimulo   g"al;inte    del    abierto    abanico 

pal*,-!    luezeiar    los    besos   á    la    conversación. 

Y  yo    i  ¡K-Síí   á    !a    cruda    ¡nalig'nídad    ¡raídura 
que   me   alejí')   del    cielo   rosado    do    tu    aurora 
por   corKiuistar   el    orbe    donde    l)rilla.ba    un    sol  i. 
domefio   ilentro   el    alma    mis  júbilos   extraños  ; 
al    vei*   <[Utí    se    nie    t'ug'an    los    diez    y   nueve    años             ' 
qite    idolatré    con    celos    y    sang-re    díí    españel.                     ; 

Porque    til   ]io    recuerdas,    pero  yo    si    recuei'do : 
porque    ante    la    evidencia    tenaz    de    (¡ue    te  pierdo 

para    toda    la    vida,    para    la,   eternidad.  -  | 

á    trechos  luminosos   eidiebra    mi    nicmoría  i 

iletailes    im[>r|'VÍ>tos    de  aíjuella    tra.nsitoi'ia  i 

risueña    historia    '!>!;inca    de   dulce   intimidad.      '  i 

i 
Esos    amcíres    niiestrfís    tuvieron    cual    ningunos  \ 

franqiiilos    i-eposorios.    i>aisajes    oportunos. 

serenas  lontananzas    propicias   al    soñar:  i 

¡os    lag'os    bonancibles,    las    frág'iles    piraguas.  ! 

la    brisa    lie   las   costas,    el    ritmo    de    las    aguas.  ■ 

¡amores    ¡unto   ai    rio!,    amores  junto   al    mar  I  I 

Y  sin  embargo,  tengo  (¡ue  confemplarte  ajena.  : 
sin  que  pueda  culparte  ni  negar  <|iie  ere.s  l>ueiia,  \ 
pi  rc|iie  tienes  pureza  de  Cordero  Pascua  1  :  I 
y  porípie  los  reeuer<ios  lloridos  con  (jue  hiein>  i 
me  dicen  que  lloraste,  que  me  qi\isiste  muclio.  i 
;]>ero   que   siem]U'e   tienes   «'I    pecho   de    cristal!  \ 

M,    \íiM;kN(»    Aíd^A. 

!!;iO;(llijHÍna    lii-    •  V,(iiiiii'í;i . 


391  — 


Infortutiio 


I 


A   Juan  Picón   O'iaond- 


II 


l'j  J;ir«i)n  Hora  desierto; 

V  iiiu'.sri-(t  nidu  de  aniíTcs 
Va  mi  está  con  blancas  ñores 
De  madreselvas,  cubierto. 

\'ulai'o¡i  con  rnnil)o  inciertu 

í '(. 111(1  ronda  de  dolores, 

\.<»  i>ájaros  trovadores 

A!   salu'r  ((ne   te  iiabias  muerto! 

Tttd»»  está  aquí  abandoiiado. 
i'arece  estar  abrazado 
A  una  üfran  dcsolacií'ni. 

V  d<'sti<'  ijUe  rú  reposas. 
Va  liO  tioreeeti  más  rosas 
I>elíaJo  de  mi  l)alcón  ! 


Respeto  ofrece  mi  h<tí;-;tr. 
Xo  se  abren  los  miradores: 
Y  los  pobres  labradores 
Se  descubren  al  pasar. 

De  noche,  el  perro  del  lar, 
La.iiza  en  convulsos  temblores 
Aui  1  idos  desgarradores, 
(^'ue  me  ha-cen  solloza i*. 

■i'  así  vivo,  tristemente. 
Como  un  espectro  doliente, 
Que  por  una  maldición. 

Llevara  en  su  negro  nufi, 
Atravesado  un.  puilal, 
En  medio  del  corazón  I 

Ovidio  FERNÁNDEZ   iííus. 


^$;CCÍi&o- 


Setisual 


Llego  la  hora  propicia  para  <m 
dulce,  misterio!  W-ii  a  mis  bra.. 
zos.  bien  -amada  ! 

\'eii  á  mis  brazos  iucien«lo  tu< 
mejores  galas  :  el  suave  ras((  de 
tu  ]f¡e!  desnuda:  la  saua  r(»i»us- 
i'/.  di-  tus  gallardas  eui'vas:  el 
>ii!i!iuíe  cucaiili'  de  tu  pud")' 
\'<-iK'ido  ! 

Trae  fuego  en  tus  o.jos  y  avi 
de/,  .-ii  tus  labios,  ó.  si  lo  ¡iCetie- 
ri->.  sedienta  atracei'Mi  de  ai)is- 
me  en  la  uiii'ada.  y  la  l>ee;i  como 
vixos  tizones  ile  aromático  san 
dalo:  pero  siempi-e  trémula  de 
deseo,  desfalleciente  de  emoci('m 
>■.  como  en  la  primer  caricia,  cu- 
ríela de  un  placer  tan  nucA'»! 
enante  gozado,  (jue  en  si.  mismo 
■-e  renueva   infinito  é  inau'otal>le 


l'i2i-a    Ai'Di.ii. 


como    oleajes    de    amargo    ínat 
asaltando  paradisíacas  playa>! 

En  ef.sacritieio  del  amor  sin- 
eero  se  dilatan  >•  e\tingu(-n  en 
la  dicliíi  todas- las  amarguras.  \ 
llaman  alas  [uierta>  de  la.  oxi- 
tencia  los  tri.stes  náufragos  d<-  l.i 
nada  insondable. 

Dame  él  excelso  goce  del  *Miig- 
lua!  ¡  Jlaz  vibrar  en  mis  ojos  in- 
tima luz  punzándob's  eou  la  i'-ja. 
eréctil  cresta  de  tu>  ^eno-,  pi-..- 
vocatiATt  en  la  aniant<'  retViega. 
y  deslízala  despué-s  lla^ta  niis  l;i- 
bios  para  .saborear  e!  t'-n-entr 
ideal  de  tu  .sangre  inei-eada.  ante> 
que  me  la  ri')be  la  raza  lie  liéi"oe> 
qiu'  fundirá  mi  idolatría  en  tus 
entrañas  : 

Ven  á  mis  lu'azos  \  roi>u<t<'ze;¡ 


>()-> 


lili    i'>¡iril«ia    'I    ;iiTi)    i'lx'inifn   de       l;(ic'i'  ticl  iiiil;i  lilf  <It>ii  «h-  [os  scii 


¡it^  iu\ii>,  i'nuit»  ;iin*ir< '^o  iltii^ai 
ijtii-  (11  un  liax- (!<'  iiiii-^  rccinuin 
nos  cinvirrla  ;  y  i-ii  !«>s  i  rninilos 
jM'lalc>  (ic  la  i'osn  canial  m  cinc 
fliiriTc    lu    lifi'mi'siira.   como    sn- 

!)]¡lili-     (!otl.     recoce     el     i_;-t'ii,>i-i  «so 

!oci..  lie  la  vida. 

Silo    hi    olivcuriiiail    ümila    el 


tidos:  pn-o  es  iii<iis|iciisa  i)lc  \ 
muy  iionda.  ¡mpciictrabN'  liasi.i 
pa'ra  !«ís  ojos  de  Dios  mismo  á 
tiii  de  <|iic  ic  ot'iiltc,  cómo  el  ri- 
prol)!) mortal,  hurla  sii  eoiuleiia. 
sustrayéndole  un  trozo  iusuj.c- 
rai>le  de  su  ¡'ioi-ia..  ■ 


hsTo  \a)\-\:a  dk  (ií>:\iAi¿A 

5^: 


Lita 


j^  P  !  i  o  '^  o 


/',/,■,-   Al  .u  ■ 


Alcohn   dcSV  clic  !  j;i(  i.i 

-iii  pan    a!>l'¡ii'o  ui  hi/  : 

li  li;i     j.  'V  •  ■  I  !    ( lc-><  I  le  ii,-!  í  i ,  i 

I  Uo  -•■!!'  '/a   aci  'iie.  \:í<\:i 
!-.;i  ¡'  ■■    ■•!    jii->.o   i\{-   -I!     cni/ 

l-.ü  >u  i'cii'a/.i I  di-rniM  ; 
■■■]  hijo  de  -n  (|Uer'  i'  : 

•  'l-ri  me    -11   c;d>ec;!;i. 

,\     dev\  ,-||'ÍalUÍo    meiiil;( 

iii   ia-  \  eut  ura>  de  .-lycr. 

Supe-,'  ,]\  su  a  e'ilada    nie!ile 
:•']  re<-uerdo  ;i  i»rnm:id'  >i' 

de   ,•((  jUe!    llUUUIo    >o|irÍenic 

i-n  I |Ue  ;i  SU  alma  inoe.-nii- 
¡ici:i'i  cantando  e¡  .•imor, 

V    mientras   la    lar-íe  en    e;i|Ul;i 
'■■'¡niell/a    á    laliUllideeer, 

•  •oiiio  soÜK'd'ia   palma    ■ 
--.    v;j  doiilaiido  sn   alma 

,1    t'üer/a   de   |i,-idecer. 

l-ai  lanío  ia  noche  a\  .-m/a 
ilisti-ndieiido  >u  capiiZ 
eoino  una  ti'iste   a  ñoivni/a. 


\a   muriendo  >n  espera  nza 
lal  coino  iniicl'c  la  luz.       ,         ' 
\    ai   pen-ar  con  des\a-(itnra'. 
Mtie  y;i   la  dicha,   pasi'», 

le    ¡.;irc<-e   en    su    loCUI'a  ' 

\er  |;j  i;-,tllarda  Ije-ura 

'iel    hondU'C   i|  lie    l;i   e  11  e'; i  ñ i \. 

A  lia  1  ida   la  cilicza. 
uiira  al  niño  domiitar  : 
>   a>í.  con  ruda  lijeza.        .       ^i 
\  ,1  peii-^ando  en  la  iri^^tt'za 

de   su    llet^ro  despcrtai"  ... 

( i  iuuí  en  la  it^lcsia  cerca  na  ^ 
ceui  lueiaiKa'ii  ico  Son  | 

el  tañir  de  la  caini'aiia. 
ipic  llora  como  una  hermana 

de  su  enrermo  corazi'm.  í 

I  - 

V  en  ia  penumbra  doliente  i 
de  la  estancia  á  iiuaiia  luz.       ' 
meciendo  al  nifio  iiioceme. 
Si )| loza  calladamente  '  ' 

iia  jo  ei    peso  (!<•  su    CrUZ. 

.losi::   VI  \ÑA. 


Oí)itiióíi   sobr€  "Bajo  la  careta'' 


;rii;i   (>|»íii!('mi   >.>lirc  .-sn   j(n^in;i  lilfríuMa  de  Anp-i  ( '.  .Miríniti.-r^ 
-   lifin    ;((|UÍ.    rii    uii.i     i!,il;il>i';i  :    ¡  .•Hlmir;il>l(' ! 

V,  l'>    inrir.-il     l;i     dIh";!  V       Aiil"'    1(»(1<>;     r;<|nt''     ><■    ''nü'-iHii      ¡m.i- 
iiií»r;il¡ii.'i(l  -    ('II    iiicrnf  ni'.t  ?       ¿I.;i     (¡ue    liac<"    .-siivin  riit<-     \  /  -iin 
¡'.•'itico    i'l    |>i'(';((l(i    t'X'tciidii'iiili»  subi't'  <■]  Cnadro   una    «ÜM-rci.-i    jiin 
<-cla(ia     cv'l(»l'     l'<>s;i.     n     ¡,i      (|U!'     enseria      á     (Miiun'er      i;i     vid.-i     i  \iii 
)>ieiiil"    la     lealiiad    del    \iri<i    |iara '  i  pie    liuyaiiios    (ie    r¡  ?  —  ;]■;--    l.'i 
'¡lie    ¡liiifa    la    \'erdad    desim.ri;!    Ti    la    tuic    |;i    viste    enn    \  ,-i  ím.|''--i.^ 
'idus    (jiie    |Hiiieii     ¡risaiiiieüii»   !iaearad(is  .s<d>i'e    l,i    e;i  rne  y        l'ain 
¡t(iSMtf"s.    ;dlí    d<iiide    esté    ia     \'erdad    estará    la     .Mi'i'.il:     1;(    ¡ni-ri 
licaeir»!!     \"    el    eiiii'afH»    serán    ^ieiui're    á    .micsliX's     ..j.^-    iniie 'i-.-de- 
¡>iH-    aciisai'    lili    (•riu'eii    esiiúi-.M.. 

S       se     jlize;i|',ii|      |;,->     Mi.r-is    lilaestl'as    dei     tlli;-ein-'     íi  il!ll;i  lii  ■    eij,¡ 

el  ri'itei'io  de  un  iiiiriíaiiisnnt  llevado  ai  i'iitinti'  liiniíe.  fner;, 
Mienestei'  iiacci'  ii!'¡  aul"  de  fe  con  jiiás  de  lina  wdniiíalil' 
página  de  Sliakespeai'c  \  la  nii.sina  suci'íe  eori'eiian  Hfanntine 
j\.(  lieiais.  La  l*"oii!aine.  llilz.-ie.  l>in'i'ecio,  el  líeiine iin ¡eni "  <■>. 
Mia>a  \  li»s  oeiiios  más  ilustres,  en  fiíi,  de  todas  las  ütec-ii  lii-.-i-- 
]fa.lti"¡a  «lUe  i'eniíiu-iar  i-ntniie<'s  á  obsci'vaf  la  vid.-i  \  j,,  ^w, 
e>  ¡leul'  telldl-iaiiliis  (¡ue  dejai'  de  sel"  siiieéi'es.  Tra  ii'e;i  riri lii'  -- 
enliinces  con  la  \'erdad.  ¡Mjsitondi'íaiiios  á  Id  fiíndanien'.-il  1» 
neeesdi-io  y  lios  í'a la"ie;ii-i,i nn is  imn  luoival  <!<'  j^ai-i  >!  i¡i,i  p.,,)-  n. 
*.er    el    (.-aivuiín  del     »iálsi>       {'tilsin-  enJoi'e.Miido    las    nieiül.-is   ,¡.-   1.-,^ 

d<-lllÍ-VÍe|-*4-es  •>      de      .M;ircel      l'reVesV. 

¿Sel!,!     esta     lina     eeníliu-ta     diii'iia  ?  -  -  ¡  Janiás  I 
hijo    Alai'er.ii    en    un    liiseiirsi.t    leído  ■.aTiíc    la    l>ea!     AeaiieHii;i 
l]sj>n  ñf  <!a.    (jiie    la     \'enii^   <\<-    .M<''dieis   c.stá     i'<'¡uUad"     ei.iu,.     ¡.t    iii,'--. 
I'údii-a.    iiiinalei'ial    y    candnrosa    efcacióii  ■  del    aiMe     lieliMiiee-    j,,,j 

ie     misnie     (pie     sil     desnude/     es     absoluta;      no      se      vc      <ii      elj.-i      ■, 

la    tniijei".  sino    á    la    (ii"sa. 

l'or    otra     pari(/.    las    \'eniis    e-|-i,.o-;is    se cxliilx'n   en    i..d"S   le- 
iniiseos    eia'stianos    y     pu(-deii     vefse    así    niisino    en     e|     niu>e,i    ({.•; 
\a!ieaiio    y    á    nadie    se    le    oeurre     niirai'las    con     "j'os    d"     -áiii( 
sillo    con     ojos    de    aiaista. 

¿Ks  iiinioral  la  divina  desnn.de/.  de  Friiié.  >  al  ,\re('('a^:i 
'pie  la  absolvic'»  en  noiiilii'e  de  la  eterna.  Belleza  podría  eensu- 
rárseic  poi"  eoneii|>iseente  ?  -  No.  ¡loi"  Dios.  —  Si  ¡al  sueedicra 
Alera  <■!  caso  d(í  exelaniar  eon  el  ilnsti"e  aut(»r  de  ],<.-  K'om 
^■on  Maeipiai"t »  :  —  « es  lieili»  ai  novidista  [liiitar  con  iodo-,  sus 
detalles  un  asesinato  ¡-ero  se  i'xeoniiilj^'ai'á  sin  remisii'ui  al  e-eri- 
ior  (¡lie  lieseiaba  la  uni('>ii  intima  de  (los  espoxts  poripne  e^ 
más    editieaiite    el    asesinato    (pie    el    acto    tie    la     e-ciK'i'.H-iiui  ^. 

A    estos    exti'enios    nos    eondiivii'ia     la     moi'al     nhra     |'iiri!a}ia 
con    (jue    tUdiran    aleamos. 

Nosotros,    en    cambio,    le    dii'ennts    al    seiloi'    M  ii'a  nda  :  -    e,,ii 
lini'ie    usted    su    niarclia    sin    niirai"    liacia    ati'ás,    r"'i'^''   li'''>    '¡"i'"" 
i,'-i-ita.    (pie    hay    ([itien    cl.ania   y  le  amenaza  C(.»n  el   í'ueiz'o  etei-no  - 


--  Sí^4  —  .1 

.  N'^    iiiip('rr;t  !        l*rusi<i-;i    iisft-d    i'l   camino  ('iii|ireii(li(1o,    mu    !;i 
•»  ;-tr;i     iiit-u    n!ln    \     ostciitaiidu    s(>l»i"i'    su    escudo    esta     frase   !ai>i- 


fi;;  : 


1*>I    ;tltr    i'o|-    i'i    nrlc 


<,'u>-    en    siuiiri.    i'l    es    i,i¡altici\    luia    relinaiui     y    una     reliiiion 
la--    iuá>    herniosa^. 

oi»NAX!n:i-\     : 


ofla>-;-:;.;-<fí¡'> ■ 


MoKKNd    AI.IÍ.V 


\l'ii-n.)  Alli:i.  rl  .  \i|i.i~ilii  .-iiiIiH-  i{<-  1.11  A/ns.  |inl)lii-:n:i  i-n  Ihtví-  un  lilu'..  ili-  |ii'ci>;i 
—  ..  imiml.-Ml"  Oi;i.  I'!  s.i.  Asi  11.11-  l'i  li:i  iiiaiiilVstadii  i-l  ¡mmi.-i  i-ii  i-yiia  'i(Ui'  iin.-.  lia 
•■■    r.-í-li-lili-lin-iib'.     oli-i-i,ui;'niiliui.i>    {{    la    si/.    i-mu    la    Ji.ii->la     ¡Ir   Mivi\.    ijiii-    li"\     |iilli|i 


-   395  —  ■  . 

Oti  Some   Flowers 

.1/  ]>i<i't(i.>i   iil   tUiíi'jit    /'•■.'■;    '.    '  in'''v. 

A    los   !"(»i(»s  cl;i\c'lcs       c|Lic    S'»ii    labios   >c-iisii;!l(,s 
}'!niiti(,iKlo  las   notas      Je   uaa  •ai'diciiu-   (.'aiu'ii'iii, 
Adornos  de  las  picas      cu   luchas  inmortales 
'Jue    foriaron    la   aurco'la       de    la    l\e\<'liicí('>n  ; 

A  los   aibos   )a/miiies      que   sueñan   en   misa!e> 

\'  acampanan   á   armonios  —  en   férvida  oraci^Mi  ; 

A  los   h'ses  que  ostentan       orgullos   señoriales 

\'  guardan    las  sonrisas       pintadas  c-ir  '!'rian('>n  ; 

A  las  rosas  que  e\ocan  \  isiones  juxenik-s 
C"o!i  bes(,>s  é  ilusiones  en  i"adiosos  abriles; 
A    los   mii'tos   de   ( owia       todos   ebri(,'S  Je'   luz    - 

.\    los   !oto>  del   ("iani;es       preücro   las   vi(ík-la.s  - 
Cu\as   corolas  i^uai'dan       hl^^rimas  de   poetas 
\\   otrora    lapizaron      la    senda   déla    Cruz! 

In  lo   Rai-í.  MHXl  )1LA!1AKZL' 


Versos  de  armiño 


¡''ira    lili     Viril 


Kics  liiir.  i'ii's  unsci  i)  «'it's  Imiilnr  y  De  aijiu'llos.  tus  ;rli'^;iis  viiiiuaadiis 

De  ijilt'   )i;ii-<  «le  i'ilsiK'ños  lias  \imíiÍii  (¿ih'   vives  lia.jo  el  (loiiilm  ilc  utrii  <ii'li., 

\  iiiifi^ar  til)  vieja  |icsailiiintiic  Doiulo  Ii'  atloraii  cmi  el  ihímiih  celn 

^   á  ii'\¡v¡r  mi  cura/.iíri  <liinu¡(iipV  V  son  lilancas  tamliii'ii  las  atlM.)aila<. ' 

("iiasuio  ili'spicrtas.  lii  caiiiíñr  il.-  iiifin  .'?''•":'  ""^  pii|iilas.    riile  :i  .'lias. 

\lia\  ifsa  mi  ispíritu  r,iiin>  iiii.-i  ''""^  émulus  lailiaiire.x  : 

l>él>il  ala  lie  aniiiño.  las  istrcllas. 

l--|..raM  s.ii.n-  mis  sri.-ñns  muclias  r.isas;  M",''  ''"  '"**  li'i>l'''lii^  ii.K-l.es  ,i,.  alaUa-t... 

V  ..meifrei.  las  sonrisas  Je  tu  e.iiia  ^  '"'='"  í"  '^'H'"».  amantes. 
CoiiK.si  fiieían  hlaneas  m:iri|i..sas  (  «m..  a  la  luz  imnsima   <le   un  astru 
liañAn. Irise  en  la  luna  "'"^  tiernos  eoiazones  pall-irantes. 

l>i  A  tus  lieinianas  lia-iles  :  las  ll. .,-,■>  )   "'>!'r  >¡"¡-  '';'.>"  >i"   I"'';'''"  ''"   'l'i'-  U-  a^l:; 

K.l   iniunlo  á  .,iie  has  venido  l'letoneo  de  dielias  y  de  ainoies 
•  ■amando  dielias  v  senihiando  anioies.  londe  al  vivo  tiil-or  de  rus  impilas 

Keviveii  en  los  eaiin.ein's  las  tloio: 

Diles  ,,ue  iiav  un  l.-jano  }"•'"   •»■'  "'"•''V'  tran.|nilas. 

l'araisoeseo'ddido/  Misteriosas  y   t.e.las 

IM- donde  eres  altivo  ^oí,, Taño  ^''  .'''"'»   '^i   •^'"'1'   -¡í^f^s   nis   pupilas 

V  por  Iodos  leiiildo.  •  *  '^i  S"'i  tus  pupilas  las  estrenuas. 

,  ,        ,  ,.      ,  ,        .  (.'in  iiuMo   l,AV.\l>U   1SA\   \ 

(  ni/.a  sobre  la  espalda  ile  una  niihe 

I.a  eoiiil>a  a/.ul  de!  elido.  I..i  \  ictoria        \'eiie/.uela, 

^'  d¡í>-   ;í   ;ll;;i'in  i|Ueri)to'  ■   Iiiédiía    . 


o'.tf". 


Sobre  -el'  sadismo 


"-     i"i!;''iiu.)>  tiCc    i'rc.!]!' >c;«'r    «¡lie    el    •~;(ili>iiio    n</   sii4-niti(*;t  (le  iiiniíún 
iiiiiii.i     i;i     tcli'.lciici;!     ,-'i      ¡'r'.MÍi'.ril'    -  II  (Viiircli  1 1 1    t'lUT.M  tic   his   ¡llsI;^!t(*^ 

■ii-  'niiteiúii  s(.-\!i;il.  \  '[iif  o  iiii.i  j>rrvfrsi('íii  c-"in|'ati!)if  ;u'iii  ('(MI 
•icci' 1  i4T;(<.lti  ci.-v.-iii"  'i.-  ^'riicf.-il  liiiiii.-iiiitHrisiiiij.  J h'!n»»s  tlt.'  rcvujH)- 
■el'  !,iml)i(''¡i  (¡íii-  iliMiir')  <\r  l,-i  í'^tí-ra  ■>t.-xiial,  rl  sridis'ta  no  .se  upoilc 
■r  t'ii  >it  \  ici inia.  .-iiioijih,-.  i'í.rcl  ciMitrariu.  ¡íiicde  eniisídcrar 


1  i    ¡ '  I ;  M  ■  I 


.■s,,.  j.Kici'r  ajt'tii'    v'-iiH'    c-viH-ial    á  >ii    ¡'ersniíal  satisíaccióli.    llt'Uló^ 

i-;  r< '•'>ii')CiT,  |M.|'  úiiiiiiii.    (jiic    i[,!iia->    las  csircrlias  rclat-ioiK's  eiitn- 

■^.Mli-iih'  y  mas('<|iiisiiii..  fs  iiiá>  i  jiU'  iirtih.-i  bh'  (|iu'.  ni  alalinos  rasos,  el 

■-.hIí-i.i  sea  reaiiiielilf  ini  !iias«p(jiii-ía  ilistVazado  >'  disfrixtc  eoli  el  su- 

tViiiiiiMit"  de  sü    vil-tima,  p'ir.jUr  >e   idrnTili<|iU' cdii  csi;  sutVimieütí». 

I'i!"'!  exisic  .fti'i'  >:tí!¡m.  df  casias.  m!i>"  imporraiile  ¡»or  eierr<»,  á 
-i-.-iii-:.  '.le  ia  ¡ii/.i|iif  xit'iie  á  an'iijaf  -.'ilii-c  la  naiuraleza  es<'¡ieial  de 
I'-"-  ri'-ní>niei!<!s,  y  t-s  ai|uel  dmide  c!  |KM!saiiiieitto  ('*  el  espcet.áeiili' 
d>K<i'>|nf  (ihra  r!'!¡io  est  ¡iiiu  la  11 1  c  s.-siia!.  sin  (¡ne  el  sujeto  se  ide-nti- 
!i'|ii''  elai'aiiieiile.  \a  e(»n  'I  •jih-  íiifiiiif  *')  ya  con  el  t|Ue  sufre  el 
■!■'!'  r,  .^cinejantes  casds  hau  ^ide  e!asitieadi>s  alii'Uiias  V(?ces  eoiiU' 
-.;'idi'-'"'S.  pt-rtí  esl"  t's  frr<''iie< >.  ¡ue-s  taifs  easos  pudieran  ser  pT-rieC- 
lain-iile  eaiiHe.idns  de  uiasoí  juisias.  Kl  término  al}4"ola<;'nia.  |>udiera 
■"■•1-"  srr  aplieadíi  á  ellos  e-Mi  i'\-artinid,  en  eiianto  revela  una  nía- 
'•i(';ii  lio  diferenciada  enrre  la  exidraeii'ui  sexual  \'  el  dolor  IK)  <h'scn- 
\ii(tiiií  (MI  una  ¡lartieipaeiiMi  ai-t¡\'a  >')  pasiva.  Si-nujantes  sentimien- 
tos pu<'di-n  apancfi'  esporádieanieiite  en  pi-rsoiias  en  (luienes  no 
deoí  d'-eifse  .pii"  exisi.an  perver>iones  sádie-as  (')  niasoquistas.  aun- 
■f'ii-  !ia;:4an  su  aparieii'ui  en  individuos  ile  temperamento  neur<')tico. 
¡•'asatii'V  ;.t,  en  sus  Mi moi-ins.  d'-seril>e  un  easo  de  este  i;énero  (¡ne 
\'n'\-*  .'liservar  diiianre  la  tortura' \  ejeeueit'ui  de  Damiens  vw  17.')7. 
He  ai|.ru  ()tro  pe(jU<'ño  e|>¡sodio.  (jue  puede  servil'  de  contirniaci<')n 
de  I"  »|Ue  decinios.  Cierto  iiiijividiii-,  conocido  mío,  y  .«¡ue  no  tenia 
tcud'-neias  ma.so(piistas  ni  sádicas,  >i  bien  ei-a  un  invertido,  se 
•  •iicMiit  ral)a  un  día  sentado  á  la  Nenian,!.  De  im]»roviso  advirtió  (¡ue 
niia  .araña  siil)ia  rápidamente  de  >ii  escondrijo  y  que  se  lanzaba 
^ol.r.-  una  mosca  acallada  de  caer  en  la  tela.  I'iies  l)ien.  td  citado 
indi vidiio  expcrinientf'i,  presenciando  este  dr.-nua  ininúsculo,  una 
tiHi-ir  erección,  circiiii>t;incia  oii'  j,ini;'ts  le  li.a!>''a  «leurrido  antes  en 
íi:uald,ad  de  coiidi<d'»n<-s, 

.\  '-ste  ¡<ropi'isito  añ;idiremi!s  ijue  ;tccident('s  de  la  clase  del  j'elato, 
pr< -.[¡eiadíis  en  edad  temprana,  \'  en  cireunsíamdas  favora!)les, 
pie  iicn  ejercer  una  iidltieneia  deei>i\a  sohre  su  \'ida  sexual.  Kl  pro- 
fe-.  .,■ 'i'amlnirini,  de  l-'errara.  re>4-istra  el  caso  de  un  miudiaclio  de 
"le-i  .-irios,  (|Ue  cxpeiijiicnti')  sus  primeras  emociones  voluptuosas, 
conicinplando  en  \\\\  peri(MÍ'co  ilustrado  una  escena  representamlo 
un  iiMinbre  pisoteando  á  su  liij'a.  Kl  <Mt;ido  individuo  tenía  necesidíid 
dec\(.car  Iuej;'o  es;i  imai^cn,  \a  en  la  inastur1)aci<'>n  ó  ya  en  el  coito. 

I '<r('  líos  cita  otro  caso  stimam<nte  instructivo.  Se  trata  de  una 
^efji.ra  ]ieu!"('»tiea  ptu'  In-rem  ia.  »'■  histérica,  la  cual  exjieriinent<')  su 
priniera   crisis  sexual    ú  la  edad    de  trece  años,    poco   después  de  la 


—  397  — 

aparición  de  las  reglas,  y  cuando  se  hallaba  convaleciendo  un  ata- 
que de  corea.  Su  doiícella,  una  mujer  de  edad  madura,  tenía  un  hijo 
bastante  perdulario,'  quien,  después  de  haber  andado  correteando 
por  el  ■  mundo  varios  años,  tornó  al  regazo  materno  cu;tndo  menos 
se  le  esperaba.  Este  nuevo  hijo  pródigo  se  presentó  á  su  madre 
dando  muestras  de  gran  desolación.  Arrojándose  á  las  plantas  de  la 
autora  de  sus  días,  empezó  á  llorar  á  lágrima  viva,  y  á  abrazarse  á 
las  rodillas  de  aquélla,  diciendo  agrandes  gritos  que  lo  perdonara. 
Esta  escena  fué  j)resenciada  por  la  muchacha  de  referencia,  deter- 
minando en  ella  una  excitación  sexual  desconocida.  Avergonzada  y 
confusa  huyó  auna  habitación  próxima;  pero  como  desde  allí  ae 
continuaban  oyendo  los  sollozos  del  individuo,  la  referida  joven  fué 
presa  de  un  fuerte  orgasmo  sexual. 

Esta  circunstancia  causó  extraordinaria  turbación  en  la  mucha- 
cha; turbación  que  aumentó  al  comprender  que  aquel  individuo, 
un  ser  despreciable  y  vagabundo,  empezaba  á  ejercer  sobre  ella 
invencible  atracción  física.  Poco  tiempo  después,  la  joven  tuvo  un 
ensueño  erótico,  durante  el  cual  vio  á  un  hombre  abrazándose 
sollozante  á  sus  rodillas. 

Transcurrieron  algunos  días,  volvió  á  ver  al  hijo  de  la  camarera,, 
advirtiendo  con  agradable  sorpresa  que  aquél,  no  obstante  ser  un 
buen  mozo,  no  le  causaba  ya  impresión  alguna ;  que  su  imagen 
habíase  borrado  para  siempre  de  su  espíritu.  No  obstante,  la  joven 
siguió  teniendo  sus  sueños  lascivos,  siempre  sobre  el  mismo  asunto: 
un  hombre  abrazándole  las  rodillas,  y  prorrumpiendo  en  grandes 
sollozos.  '  ■ 

La  joven  de  que  me  ocupo  sufrió  luego,  desde  sus  trece  á  Ios- 
veintitrés  años,  Viirios  desórdenes  de  carácter  más  ó  menos  histé- 
rico, y  aunque  no  le  era  indiferente  la  idea  del  matrimonio,  rehusa 
todos  los  pretendientes,  declarando  que  ningún  hombre  le  intere- 
saba. Apenas  cumplidos  los  veintitrés  años,  y  encontrándose  en 
los  Pirineos,  hizo  una  excursión  á  España  con  objeto  dé  ver  una 
corrida  de  toros,  espectáculo  que  no  conocía.  Las  acometidas  del 
toro  á  los  caballos,  especialmente  cuando  eran  detenidas  súbita- 
mente, la  excitaban  mucho.  Lo  curioso  del  caso  es  que  ninguno  de 
los  espectadores  ó  de  los  toreros  la  interesaban;  su  imaginación 
estaba  libre  de  hgura  masculina.  Sin  embargo,  aquella  mujer 
gozaba  sexualmente  en  tales  momentos,  presentándose  el  derrame 
á  la  cuarta  ó  quinta  acometida  del  toro. 

Esta  señorita,  aunque  abominando  del  espectáculo,  que  califica  de 
bárbai'o,  no  perdió  desde  entonces  cuantas  ocasiones  se  le  presenta- 
ron para  ver  corridas  de  toros.  En  todas  ellas  se  repitió  el  mismo 
fenómeno  sexual.  También  solía  tener  derrames  durante  el  sueño, 
cuando,  soñaba  con  las  escenas  de  la  plaza  de  toros.  Más  tarde 
empezó  á  aficionarse  á  las  carreras  de  caballos,  por  haber  descu- 
bierto que  la  producían  el  mismo  efecto,  sobre  todo  cuando  ocurrían 
caídas.  Pues  bien,  esta  mujer  contrajo  matrimonio  á  poco,  dándose 
el  caso^que  no  experimentara  placer  alguno  en  el  coito  marital,  y 
sí  cuando  presenciaba  dichas  escenas  taurinas  ó  hípicas,  ó  durante 
el  sueño. 

Como  evidencia  el  caso  anterior,   los  caballos,  especialmente  los- 


—  398  — 

caballos  en  carrera,  ó  trabajando,  estimulan  á  veces,  como  el  espec- 
táculo del  dolor,  las  emociones  sexuales.  Un  comunicante,  médico 
de  Nueva-Zelanda,  me  habla  á  este  propósito  de  un  cliente  suyo, 
joven  de  veintiséis  anos,  enfermizo,  y  que  jamás  se  había  mastur- 
bado  ó  tenido  contacto  con  mujeres.  El  mencionado  joven,  cuya 
habitación  daba  al  patio  de  una  cuadra,  soñaba  todas  las  noches 
que  perseguía  al  caballo  más  hermoso  de  la  misma,  un  hermoso 
ejemplar,  negro  como  la  noche,  y  la  captura  del  animal  iba  seguida 
de  una  emisión  seminal  abundantísima  por  parte  del  capturador. 
Esta  anormalidad  desapareció  con  un  tratamiento  tónico  y  paseos 
por  el  campo.  Feré  habla  de  un  muchacho,  neurótico  por  herencia, 
que  sufría  emisiones  siempre  que  veía  trabajar  penosamente  á  un 
caballo. 

Havelock  ELLIS. 


-o^íClíXÍ&o^ 


Prosas   fttnericatias 


Kiitre  los  libros  iiue  Ueg-aii  á  mis  manos 
hay  iniiL'lios  ((lie  de  América  proceden.  No 
se  ])or  (juc  los  escritores  españoles,  con  in- 
i-rcibie  apatía,  rara  vez  otorgan  atención  á 
las  iirodncciones  literarias  de  atjnel  país,  á 
menos  ¡ine  los  autores  de  ellas.  aban(lo- 
nando  su  patria,  ^"enf>■an  á  la  nuestra  y 
a((ni  se  abran  camino  luchando  bravamente. 
De  este  modo,  lejos  de  fomentar  el  movi- 
aniento  de  aitroximación  ([iie  con  el  hermoso 
país  anierioano  debiera  sosttMierse,  nos  en 
co<;-cmos  de  liombros.  sin  comprender  que 
■ellos,  los  escritores  americanos  y  el  públicd 
d<'  America  en  fieneral,  iirocediendo  en  re- 
c¡i)rocidad  Justilieadísíma.  acabarán  por  ha- 
cer lo  mismo  .  .  . 

Claro  está  ([ue  en  America  —  como  en  to- 
das partes —  se  inodnce  mnclio  malo;  pero 
también  ven  la  luz  muy  estimables  [iroduc- 
ciiines.  (jUt!  no  merecen  (iiiedar  (i<'scon()ci 
das  i)ara  los  lectores  de  aiiuende  los  mares. 
A  estas  últimas  iicrtenecen  las  (|Me  mné- 
■\enme  á  escribir  las  iiresentes  lineas. 

Fijíiua.  en  jirimer  término,  una  no\cla  t¡ 
tulada  /.('  reina.  Su  antoi-.  .losé  Kscot'et.  á 
Juzfí'ar  por  el  asunto  de  la  obi-a.  es  español 
—  catalán,  ¡lor  más  señas  ;  — jiero  como  el 
libro  está  editado  en  Méjico,  y  allá  vive 
Kscot'et.  téus'olo  ¡lor  americano  á  los  elee 
tos  de  la  información  presente  No  conozco 
<le  Escofet  más  obra  (¡ue  esta  ;  más  ella  sola 
basta  para  acreditarle  de  nii\flador.  ixcep- 
cional.  Describe  la  vida  barcelonesa  con 
Jicieito  e«iuij)arable  al  de  los  •;randes  maes- 
tros del  f;énero.  y  lo<rra  emocionar  honda- 
mente con  el  relato  del  drama  (lUe  envnelv(í 
la  narraci(Jn.  drama  humano,  intenso,  inte- 
resantísimo, en  el  iiiie  destaca  con  extra- 
ordinardinario  relieve  la  ti^;iira  de  Reme 
dios,  la  protaoronista.  mujer  de  tempera- 
mento esforzado,  ([Ue  antes  de  caer  en  el 
faiifío,  empujada  por  la  fatalidad  implaca- 
ble, muere  .  .  .  La  renia  merecería  un  largd 
articulo;  basten  las  lineas  (nie  anteceden 
liara  hacer  constar  la  firata  impresión  que 
produce  su  lectura. 


Manuel  I'érez  y  Curis  —  el  director  de  la 
liiulísima  revista  Apolo,  que  vé  la  luz  en 
Montevideo  —  es  un  excelente  poeta,  ([Ue 
alfíuna  vez  tiene  la  feliz  humorada  de  es- 
cribir en  prosa.  VA  ilustre  Firnanflor  dijo 
en  cierta  ocasión  solemne  (jue  el  medio 
más  eficaz  para  ser  buen  prosista  es  haber 
hecho  versos  previamente.  Dicho  se  está 
cuan  galano  será  el  rojiaje  literario  en  que 
se  envuelven  los  cuentos  que  con  el  título 
Rosa  ¡¡inca  ha  lanzado  en  ses'unda  edición 
recientemente  Pérez  y  Curis.  Y  en  cuanto 
al  fondo  de  estas  novelas  cortas  baste  de- 
cir (^ue  cada  una  de  ellas  contiene  lo  que 
debe  apetecers«  en  esta  clase  de  ju'oduceio- 
nes  :  una  honda  sensación  emotiva. 

Deliciosamente  frivolos  —  con  la  frivoli- 
dad amable  de  una  íij;iilina  de  Sévrcs - 
son  los  ('in')il(is  fruijiles  que  en  Nueva  York 
ha  iiublicado  Fabio  Fiallo.  Un  volumen 
encantador,  en  el  (|ue  no  se  sabe  (lué  ad- 
mirar más,  si  los  jirimeros  editorial<!s  (juc 
lo  exornan,  ó  la  sus■esti^  a  lectura  de  sus 
jiásinas. 

Y  cierran  la  serie  de  esta  raiiiclisima  re- 
seña 'Pulió  ^1.  Cestero-,  con  sus  poemas  en 
¡irosa  Sitn(in:  rii'  prtuKtriTa^  en  los  (jue  re- 
ileja  su  t'siiíritu  de  luchador  idealista  —  tal 
vez  demasiado  cerebral,  como  firan  parte 
de  los  escritores  americanos  contemiiorá- 
neos.  -  y  Perfecto  Léipcz  Cainjiaña.  autor 
de  Fanfarria  di;  prcjniriox.,  colección  de 
prosas,  en  la  (jue  resalta  vi<;orosamcnte  la 
novela  l\>i¡ii'rto  Lichi>,  reveladora  de  un  só- 
lido temperamento  díí  artista. 

Todos  ellos  son  Jó\enes.  animosos  ;  las 
obras  (|Uc  lle\an  producidas  son  nuncio 
venturoso  de  otias  aún  mejores.  Esperé- 
moslas. 

Ai.H  sio  MARTÍNEZ  OLMEDILLA. 

Del   Heraldo  de  Madrid,  '■] 

i-2  de  Octubre  de  moti. 


399 


águila  ^^tisadora 


Para  Ai'Olo. 

Un  águila?  Eso  fui!    Crucé  los  ciclos, 
busqué  una  presa  y  la  encontré  desnuda 
en  la  ruin  Sociedad,  y  desgárrela 
en  los  picachos  de  mi  peña  abrupta. 

Devorándola  á  solas,  siempre  quise 
(lue  hasta  ella  descendiera  mi  amai-gura 
en  forma  de  desprecio,  y  sus  dolores 
nunca  tuvieran  lenitivo,  nunca  ! 

Miré  abajo  y  la  Tierra  estaba  negra, 
la  ocultaban,  cual  nubes,  mil  infamias, 
ingratitudes,  crímenes  ...  El  viento 
que  soplaba  era  un  viento  de  borrasca. 

Guayaquil. 


A    Vargas   Vila. 

Tendí  luego  mi  vuelo  majestuoso 
jiara  no  presenciar  miseria  tanta  . .  . 
Del  fango  de  esta  vida  miserable 
nadie  está  limpio  ya.  sino  las  águilas ! 

Después  quise  dormir.  Perdoné  ofensas, 
viendo  del  mundo  vil  las  asechanzas  ; 
y  por  no  castigar  á  los  ingratos, 
guardé  mi  noble  pico  entre  mis  alas. 

Y  pensé:  ¿No  habrá  alguno  entre  estos  necios 
que  no  se  halle  al  alcance  de  mis  garras  V 
Pretendieron  herirme,  pero  en  vano: 
¡  en  mi  altivez  yo  llevo  mi  coraza  ! 

Manucl  RODRÍGUEZ  TOVAR. 


0^  uti  tnisUrio 


Pora  Ai'iH.o. 


De  sus  galas  uuiicialcs  atnviada. 
Con  su  veste  brocada,  de  áureo  brillo. 
A  la  crijita  del  gótico  castillo 
isleña  de  Agramunt  baja  callada. 

De  un  n)isterio  profundo  enamorada. 
Salva,  cu   breve,   los   hierros   del   rastrillo 
Y  la  estatua  yacente  de  un  sencillo 
Sarcófago  contempla  extasiada. 


Del  adusto  panteón  de  sus  mayores 
Sepulcral  el  Silencio  no  la  arredra; 
La  marm(')rea  escultura,  sin  temores. 
Ciñen  sus  brazos  como  amante  hiedra. 
Y  al  beso  con  (jue  ofrenda    sus  amores 
Otro  beso  de  amor  vuelve  la  piedra. 

Adrianí.  M.  AGUIAR. 
Marzo  —  lüOó. 


—  400  — 

La   revelación 


A  la  luz  mortecina  de  una 
lámpara,  Armando  Koiibal,  sen- 
tado en  un  taburete  de  pino,  con 
los  codos  apoyados  en  l;i-  mesa 
de  dibujo-  y  Jü  caUfeza^tUiStían- 
sando  entre  las  manos;  con  el 
cabello  enmarañado  y  el  rostro 
surcado  por  lá;;TÍnias  (¡ue  roda- 
ron veloces  i»or  sus  demacradas 
mejillas :  inmóvil  como  una  de 
las  tantas  niaqiieffes  i\ne  se  lialla- 
l)ari  en  el  talleí",  con  su  <;-uarda 
polvo  l>lanco,  parecía  la  inia*;'en 
viva  de  la  Desolación. 

En  :íu  mente  se  a,<;-ital)an  ideas 
confnsas.  indetinidas.  -  Vov  su 
¡niag-inación  destilaban  visiones 
extrañas  y  su  pensamiento  reco- 
rría en  vertig-imjsa  carrera  los 
])asados  días  de  su  vida,  — una 
existencia  ími)roba,  sin  ternuras, 
sin  carino  ni  amor;  una  serie  no 
interrumpida  de  tristezas,  de  in- 
cesantes anj^ustias  (jue  habíanle 
hecho  })erder  las  esperanzas  de 
ver  realizados  los  m<ás  caros  sue- 
ños que  acariciara  al  jirincipio 
de  su  carrera  artística,  <á  la  (pu' 
habla  ai)ortado  todas  sus  ener- 
ólas, todos  los  bríos  de  su  juven- 
tud, marchita  ya,  i)or  los  cons- 
tantes deseng-anos,  como  flor 
arraneada  antes  de  abrir  su  co- 
rola y  de  sentir  las  caricias  ama- 
bles del  sol. 

Nunca  pudo  creer  que  después 
de  haber  dado  en  holocausto  del 
arte,  la  savia  de  su  vida  vig'oro- 
sa,  pudiera  aquel,  herirle  tan 
cruelmente,  sin  compasión  alg'u- 
na,  con  ensañamiento  feroz  . . . 


Fué  una  de  esas  revelaciones 
terribles,  —  brutal  por  lo  inespe- 
rada, —  que  paralizan  todos  los 


l't(i-o   Ai'oi.o. 

miembi'os.  A  Armando  le  surtió 
el  (docto  de  un  g'olpe  rudo  ases- 
tado traidoramente  en  el  cráneo  ; 
un  golpe  que  vuelve  loco  ó  ani- 
(juila  ai'in  á  los  mejor  templados 
l)ara  soportar  los  choques  recios 
del  destino. 

í]n  una  carta  voluminosa  y 
cuidadosamente  lacrada,  dejada 
para  él  por  una  tía  que  había 
tallecido  meses  antes,  se  le  re- 
velaba el  proceder  de  su  madre 
inujer  pervertida,  de  esas  que  lo  • 
abandonan  todo:  hogar,  lamilla 
y  honor,  i)ara  entregarse;  al  pri- 
mero que  se  i)resentecon  los  bol- 
sillos re[)letos  de  billetes  y  des- 
lunibrarse  á  sí  misnnis  con  nn  • 
lujo  cu]pal)le.  con  resplandores 
de  infamia. 

A(iuel  pliego  le  había  robado 
la  calma,  ahuyentando  la  tran- 
(¡uilidad  (]ue  hasta  entonces  ha- 
bía disfrutado,  dedicado  ])or 
completo  al  estudio  y  al  trabajo 
fecundo,  acariciando  ensueños 
de  gloria  más  ó  menos  lejana. 

l'ero  todas  sus  ilusiones,  todas 
sus  eslieran  zas  se  dei'rnnibaban 
ante  a(iuella  funesta  revela- 
ción. •      • 

Es  decir  que  su  madre  había 
sido  una  mujer  liviami,  una  de 
las  tantas  que,  por  disfrutar  á 
sus  anchas  y  sin  trabas  de  una 
vida  tristemente  miserable,  se 
entregan  al  primero  que  quiera 
recogerla  en  sus  brazos  y  com- 
prar sus  besos  impúdicos  sacrifi- 
cándolo todo,  hasta  el  amor  de 
un  hijo,  el  cariño  de  su  esposo  y 
quizá  la  vida  de  ambos  ... 

^,  Para  qué,  con  qué  objeto  ha- 
cerle conocer  tal  secreto  que  él 
hubiera  deseado  ignorar? 

Una  duda  le  asaltaba  ;  ¿  no  se- 


401  — 


rí;i   una  vil  calumnia   fraguada 
por  odio  de  familia? 

Pero  este  nombre  que  mencio- 
naba la  carta  :  Irene  Rigermont 
¿  le  era  desconocido,  acaso  ;  se- 
ría, efectivamente,  su  madre  ?  El 
documento  decía  claramente  que 
su  madre  lo  usaba  ocultando  así 
el  propio,  -  Y  Arnumdo  recor- 
daba á  su  maestro,  quien  le  ha- 
bía haljlado  con  demasiada  fre- 
cuencia, de  la  mujer  que  lo  lle- 
vaba, una  hermosa,  ])ecn(lora, 
célebre,  que  allá  en  Madrid  se 
prestó  á  servirle  de  modelo,  á 
una  de  las  obras  cpR;  le  dieron 
fama  :  «  Impúdica  ». 

La,  esc  ni  tura  a(iuella,  comple- 
tamente desnuda  mostrando  sns 
formas  armoniosas,  impecables, 
con  unos  s(;nos  soberbiamente 
incitantes  y  una  sonrisa  lasciva 
en  sus  labios  perversos,  era  una 
obra  de  soljerano  reajisnu)  y 
de  Ix'lleza  ideal. -- Roubal  esta- 
ba enamorado  de  aipiclla  escul- 
tura genial  y  la  tenía  en  un  án- 
gulo del  taller,  octdtándola  á  las 
miradas  profanas  con  un  manto 
de  terciopelo  violeta.  8u  maestro 
se  la  hal)ía  regalado  á  él,  su  últi- 
mo discípulo,  cuando  se  retiraba 
á  descansar  los  ])Ocos  años  que 
le  quedabíin  de  vida,  ¡sí  es  posi- 
ble que  un  artista,  descanse!  Y 
]"ecor(lan(lo  todo  esto,  Armando 
se  irguió  con  un  gesto  de  histé- 
rico y  los  ojos  salidos  de  las  órbi- 
tas .  .'. 

Corrió  hacia  la  escultura  y 
tiró  del  manto  que  la  cubría.  Por 
sus  labios  vagaba  una  sonrisa 
cruel.    Recliinaban    sus  dientes ; 


las  manos  temblorosas  y  crispa- 
das,el  cabello  y  el  bigote  erizados 
le  daban  el  aspecto  de  un  loco 
furioso.  Y  la  estatua  divinamen- 
te hermosa  le  sonreía  provocati- 
va, como  acostumbrada  á  dormir, 
cual  si  estuviera  convencida  del 
poder  de  sus  encantos  de  már- 
mol, y  sus  labios  fríos,  hastiados 
de  besos,  admirablemente  i)er- 
versos  parecían  desafiarlo,  bur- 
lándose descaradamente  de  su 
dolor  y  desesperación. 

Arnumdo  no  pudo  resistir  ante 
aquella  bui-|a,  inás  tiempo.  Con 
un  nuivimieuto  rápido, cogió  una 
pesada  maza  de  hierro  cuyos  gol- 
pes reducirían  á  polvo  al  granito. 
—  La  hizo  describir  un  arco  so- 
bre su  cabeza. 

Un  instante  y  el  hierro  cae- 
ría sobre  el  l)ust()  destruyéndo- 
lo.—  La  estatua  Ix'llamente  atre- 
vida continuó  l)urlándose  de 
aquel  gesto  brutal.  La  maza  cayó 
solire  el  pavimento  arrc»jada  con 
despi-ecio  por  Poubal  que  se  dejó 
caer  sobre  un  viejo  diván  mur- 
murando con  voz  de  llanto: 

—  r,  Qi^i*^'  i'^'i  ''  hacer?  Acaso 
]iu('do  yo  destruir  una  obra  que 
no  me  pertenece  á  mi,  (|ue  es  <le 
la  posteridad,  por  escrúpulos  >' 
prejuicios  vulgares  .  .  . 

¡Xecio  de  mil  Esa  escultura 
genial,  sea  ó  no  mi  deshonra, 
hará  inmortal  á  su  autor. 

—  Y  á  ti! — parecían  decirle 
los  angelitos  de  yeso  que  colga- 
ban del  techo  del  taller,  tendién- 
dole sus  manecitas,  sonriéndole 
afablemente,  como  si  ellos  com- 
prendieran la  revelación  inefable 
del  artista. 

Roberto  R.  GARD. 


-o{)$CCX:$&c>- 


íO-2  — 


Por  jardÍMs  aj^tios 


Ideas  y  Sentimientos 


-A  Jase'  Kitriqíii;  Rodó. 


A'uelvo  á  íibrir  v\  liljro  (]uc' 
Tantas  veces  me  deleitara  el  es])í- 
ritiiy  me  íiiterruiii[)eii  i;-ra  la  men- 
te los  acordes  de  una  Ijandui'ria 
(jne  melodiza  en  la  ctillej'a. 

Serena  y  azul  es  la  noche.  La 
brisa  primaveral  trae  á  mi  alco- 
ba, con  la  dulzura  de  aquellos 
acordes,  el  perfume  de  los  rusa- 
Íes  \'  los  naranjos  en  llor,  c^ue  se 
difunde  en  la  atmósfera  como  la 
evanescencia  de  un  florón  (pie 
fuera  un  ánfora  liernuHica  des- 
trozada' por  nerviosas  manos. 

Dejo  un  instanti^  el  libro  y  evo- 
co lejanos  dias  de  ensueilos  y 
holgorios :  toda  esa  tiesta  efíme- 
ra que  acompanu  á  la  adolescen- 
cici  ávida  de  exteriorizar  sus 
sentimientos  sin  temor  ú  lo  por- 
venir. 

La  miísica  ejerce  en  mi  ánimo 
una  inñuencia  absoluta  de  me- 
lancolía y  de  tristeza.  Por  eso, 
en  el  silencio  claustral  de  mí  ga- 
binete oreado  por  un  vientecillo 
de  paz  y  de  amor  que  musita 
bienestares,  mi  alma  sentimen- 
tal iza  los  recuerdos,  y,  olvidando 
las   viejas   lecturas    que    otrora 


fueron  su  placer  más  favorito, 
se  da  toda  entera,  como  una  mu- 
jer enamorada  bajo  la  obsesión 
de  unos  labios  iebricitantes,  á  la 
gama  cpie  afuera  se  expande  y 
estremece.  Y  se  dan  también  á 
ella  mi  corazón  y  mi  voluntad: 
esclavos  inconscientes  del  Alma- 
ILarmonía  que, merced  á  los  aires, 
entra  por  mi  ventana  é  irrumpe 
en  mi  soledad  .  .  . 

Luego,  cuando  la  música  se  lia 
extinguido  en  la  distancia,  el 
encanto  se  desvanece.  Un  beso 
de  mi  companera  preside  mí 
nuevo  estado  de  alma  y  otra  vez 
las  poesías  de  tu  libro,  oh,  soña- 
dor hermano,  arrullan  á  mi  espí- 
ritu consagrado  á  ti,  lejos  de  los 
rumores  del   bulevar  alegre  . .  . 

Y  otra  vez  medito  sobre  esas 
páginas  calmas  donde  el  dolor 
no  ha  posado  susgarras  sangrien- 
tas ni  el  pesimismo  ha  volcado 
su  cáliz  de  veneno.  Porque  tu 
poesía  que  sugiere  y  deleita, 
también  conmueve,  pero  no  lan- 
za sollozos  ni  los  provoca  como 
la  musa  de  Heine,  como  el  alma 
de  Alfredo  de  Musset . . . 


Kovieinbre  1908. 


PÉREZ  Y  CURIS. 


403  — 


Tard-e  Marina 


Al  clavo  atardecer  i>arte  la  barca, 
un  suave  noroeste  ¡uña.  su  vela; 
á  sus  costados  la  onda  azul  se  enarca 
i  á  flor  de  espuma  se  elesliza  1  vuela. 

Uon  su  florida  barba  de  ])atr¡arca 
tin  viejo  en  el  timón  raya  la  estela: 
su  vista  lija  el  liorizonte  abarca 
mientras  el  cuerno  de  la  luna  riela. 


Pai-o.  Ai'OLO. 

Perfume  de  alji'as  en  el  aire  flota 
1  en  un  celaje  pálido  (lue  avanza 
la  Venus  vesperal  pone  su  nota. 

...  Y  la  barca  va  lejos  de  la  orilla. 
Pone  el  viejo  en  la  estrella   su  esperanza, 
i  su  esperanza  como  estrella  brilla. 

A.  B(')RQUEZ   SOLAE. 


Santiae'o  de  Chile. 


Playa  Ramírez  —  Montevideo 


-ofl;^c^:c^&o- 


Himtio  de  las  ruedas 


Paia  Apolo 


Para  el  alma  —  lira  de  Federico   Vhrhach. 


Dilúycnse  en  las  auras  aronias  de  violetas 
y  el  Solpone  en  las  fuentes  nenúfares  de  fuego; 
desciende  de  las  abras  el  rústico  labriego, 
y  cantan  sus  estrofas  de  vida  las  carretas. 

Parece  que  anunciaran  sus  triunfos  á  las  metas 
del  plácido  cortijo  que  es  urna  de  sosiego; 
simulan  epinicios,  o  bien  un  largo  ruego 
que  llevan  á  otros  campos  las  brisas  indiscretas. 

Ya  bajan  de  los  montes  cantando  por  los  flancos, 
y  tejen  con  sus  notas  la  urdimbre  de  las  arias 
que  saben  las  campiñas,  las  cumbres  y  barrancos. 

Sepulta  el  Sol  su  disco  allá  en  el  bosque  verde, 
inciensan  á  la  noche  las  rosas  y  las  guarías 
y  el  himno  de  las  ruedas  prolóngase  ...    y  se  pierde. 


San  José  de  Costa  Rica. 


Lisímu-o  CHAV arria. 


-  404   — 


Breviario  -epistolar 


MoRKNo  Ar.it.v  — HíiD-aiiqiíill''  {('iiloíiib/í' ). 
—  (irücias,  por  el  iiiiiable  envío,  l'roiito  irá 
carta  mía. 

LlSÍMACÜ     CirWARRlA  —  S/IH     Josi'     (CnHía 

Ki''a. —  Las  fomitosiciones  ([lie  se  envíen  á 
Apolo  lian  de  ser  inéilitas  ;  de  lo  eontrario 
no  las  jiublicaré.  Le  liay-o  esta  oUservaeiiín 
]ior(iiie  me  ha  sticedidf»  de  iinliliear  ¡inesías 
suyas  aparecidas  ya  en  «El  Cojo  Ilustrado» 
y  en  «  Pás'inas  Ilustradas»,  no  obstante  ha- 
bérmelas enviado  usted,  indieando  :  expi-f- 
■sat,ii'iili'  para  Ai'or.o. 

Las  transeripeiones  son  hedías  á  mi  elee- 
eitni.  pero  entonees  no  doy  eomo  inédito  lo 
pul)lieado  en  otras  revistas  del  eontinente. 

JiTi!)    Kacl    Mi;.vi>ir.AiiARZU  — -l/críjv'íí. — 


rieeibí  earta  y  efdaboraeión.  ¿Dónde  debo 

enviarle  la  eorrespoudeneia  y 

liTis  TAur-ANCA  —Orai'ia  (Ciiloiíibia).  —  Lo 

demás  en  el  próximo  número.  (íraeias,  por 

todo. 
ALiiKRro   SÁNcuKz  —  Bo¡/iilá. — Va    earta 

eertift  tada.  Esiiero  lo  ((ue  me  prometió  de 

(íuillermo  Valencia. 

Palas   Atk.vka.  —  Es  verdad;   mi  poesía 

Pasionai.,    publicada    en    Julio  de   l'.riT    t-n 

esta  revista,  comienza  con  esta  estrofa: 
Yo  no  li'  quiero  di'sdi'i'ioíya  y  fi'ia 
('orno  la  iniii'rtí',  di'strui/i'nchi  amorfa: 
Q'(ii')'o  que  en  ti  perdiiri'  la  ardentia 
J)e  un  roiínl  de  lo-o  reventando  en  //ores. 
;  Quiero  que  llorex  I 

PÉREZ  Y  CURIS. 


^<^$rX:::r4-(}o- 


Bibliográficas 


liibpos  y  folletos    recibidos 


Laoticinade  información  i\t'\  Ministerio 
<le  líi'laciones  Exteriores  de  (íi)lombia  nos 
ha  hecho,  y  lo  a<?radecemos,  el  sif;-uiente 
envío  : 

TiíArADO  SOHRH  r.íMiT.is    y  librf.  xavkiía- 

CI(')N   Y  (.(INVIONIO  SOliHE    «MODIS   VlVi;NI>I»    EOX 
KL  RÍO   PllTMAYU    KNTRK    F.AS    Rl-.l'ÍHI.K  AS    1)K 

(^or.oMHiA  Y  i>KT.  Krasii.  ; 

La  lr.rsrRAci(>N.  —  Revista  de  arte  ([ue 
ilirifí'cn  los  señores  Rafael  Espinosa  (riiz- 
máii  ^-.roríi'e  Reinales,  sericí  1.".  número  1."; 

Rhvistv  iiK  r.A  Paz.  —  redactada  ))or  los 
selores  .íorfíe  líei nales  y  -Manuel  Torres 
Kodríjí'ui'z,  número  1-2 ; 

El  (GENERAL  Rai-akl  Rkyks  y  el  Cieri-o 
DiPLO.MÁTKo  KN  BociüTÁ.  iiúmcro  único  re- 
pleto de  fotos'rabailos.  ¡(ubücado  el  l'1  de 
Octubre  de  lUDT  ; 

BolktÍn"  del  iMLNisrKRío  i)i-;  Rklah:)XI':s 
Extf.riorks,  números  lo  y  11  correspondien- 
tes á  .1  linio  y  Julio  de  ino-i. 

Lkykndas   \-    xo'rAs  iKsriiiucAs.  pnr   líer- 


iiiiniíi    GÓMcz  Jaiiii"  de  Abadia,  1  volumen 
de  L'DO  páfíinas,  editado  en  Bogotá  en  l'.tDT. 

Pkxsamikxtos.  por  ^^aria  Luisa — Buenos 
Ai}-e.<<.  —  Todo  blanco  y  lujosamente  im- 
preso ha  ll(!}íado  á  nosotros  este  libro  del 
nue  es  autora  la  S(;ñorita  María  Luisa. 
Como  su  titulo  lo  indica,  es  una  recopila- 
ciiHi  de  p(!nsamientos  orig-inales,  algunos 
<le  ellos  tan  acertados  (¡ue  nos  han  hecho 
meditar  profundamente.  Su  autora  demiu^s- 
tra  ((ue  sabe;  iiensar  con  bastante  discreción 
y  que  está  dotada  de  esa  delicadeza  innata 
en  el  artista  de  corazi'm. 

Vaya  nuestro  aiilaiiso  á  la  gentil  escri- 
tora. —  Fl  ir  del  Lario. 

Ri'MüO  AL  S3L,  }wr  Andrés  T.  GoYiiensoro. 
—  liemos  reciliido  este  elegante  volumen 
im)ireso  con  mucho  gusto  en  los  reputados 
talleres  «  F>1  Art(í».  En  nuestro  próximo 
número,  uno  de  nuestros  redactores  se  oeii- 
[lará  extensamente  de  él. 


I^aevos  libfos  feeibidos 


En  el  próximo  número  nos  ocuparemos  con  detención  del  libro  (¡kkcia.  ciue  acaba 
de  enviarnos  su  autor,  el  exfiuisito   Gómez  Carrillo. 

]jO  mismo  decimos  con  respecto  de  La  novela  de  mi  amioo.  original  del  conocido 
escritor  español  Gabriel  Aliró. 


^ 


Gran  Sastrería  PYRAMIDES 

^  Din]     A..     SI^ER^ 

Calle  Sarandí   números  226  y  228 


Eti  esta  casa,  lapn- 
mera  en  su  género  de 
la  capital,  se  entuen- 
ira  siempre  un  vana 
do  surtido  de  casimires 
délas  mejores  fdbri,  as 
J'ran cesas  é  Inglesas. 

Atiende  peduws  de 
la  campaña. 

Consulte   usted  los 
precios  que  van  al  pie. 


La   casa    no    tiene 
lompetenaa. 


Se  garanten  les 
tranaics  ti  '.a  casa 

;;,,.-.      — =-  FK-ECIOS  ^= 

Traje  de  saco de  ^  looo  á  i  22.00 

Jacquet    .........  »  <  22.00  »  »  28.00  tb-r  1    de  sed.i 

■Smoking.     .     .           ....  »  »  18.00  »  »  28.00      *       ^        ^ 

Levita 5>  »  30.00  >^  »  40  00      «        »       » 

Frac 2>  j  30.00  j>  s  40.00      »        s       •-■ 

Sobretodos  .     .     .     .     .     .  »  »  12.00  >  »  22.00      s        »       » 

Pantalones j  »  2.00  »  »     7.00 

Chalecos  fantasía »  »  1.00  »  »     5.00 

La  casa  tiene  elemenco   especial 

-  para    el    trabajo    de    medida 

CALLE    SARANDI,     226    Y    228 
Al  costado  de  la  Metropolitana 

■...■■"■-■:•"■■•   -■ '"íiP'i-i- '    ■■■.'■'■■ 


—  404 


Breviario  ^^istolar 


MoRKNo  Al. HA — liiirrtnií/iiill'i  i  ('nlnuibiii  ). 
—  (iracias.  |ioi' L-1  ¡imable  ciivíii.  l'roiito  irá 
carta  iiiia. 

LisÍMACo     CuavaKKÍA  —  Stiil      Jnsr'     •Cnalii 

7i'/'ff.  —  Las  coiTiiiosicioiu's  (jiic  se  ciiníi'II  á 
Apor.o  lian  de  si'i-  iiuMÜtas  ;  de  Ici  cniítraiii) 
lili  las  iiriMicaró.  Le  lia?;ii  esta  (pliscrvacicíii 
li(HM|Uc  me  lia  succilido  de  imblicar  piicsias 
suyas  aparecidas  ya  en  «  1-1  Cojo  Ilustrado» 
y  en  «  l'áfiinas  Ilustradas»,  iio  obstante  lia- 
bériiielas  eii\iail<i  usti'd.  iudieaiido:  e.i-pri'- 
s(i„ii'iil('  piirt'  Aror.ii. 

Las  traiiseripeioues  son  hechas  á  mi  clec- 
v'iúu.  pero  eutcinees  no  doy  como  inédito  lo 
jiublicado  en  otras  revistas  d(d   coutiiieiite. 

,U'\.V)    R\iL    ,Mi:Ni)ir.AiiAu/U  — -1/('í'r/V'.    - 


Ueeibí  carta  y  colaboración.  ¿  Di'mdc  debo 

enviarle  la  correspondencia  V 

Lris 'l'Aur.ANCA  -(¡'-(uiii  ( <'iiln,,ih!(').  ■ — Lo 

demás  en  el  pró.ximo  número.  (íracias.  por 

todo. 
.Vlheri'o   SÁNciiKz  —  Uoiinid. — Va    carta 

certitl  tada.   Ksiiero  lo  ((iie  me  prometió  de 

(iiiillcriiio  Valencia. 

I'at.as    .\tkni;a.  - -Ks  verdad;    mi  poesía 

l'AsiONAr,,    publicada    en    Julio  de   l'.i  )T    en 

esta  revista,  comienza  con  esta  estrofa: 
Yo  no  If  (¡iticri)  di'sdi'i'iosíi  1/  fi-ia 
('orno  la  iiíiii'rtí'.  (b'slriiiioiúit  a.iioi-i-n  : 
Qi'/i'ro  qui'  i'n  li  'perdtiri'  la  a,-(h;iiliii 
¡):'  un  rriaal  de  aro  ri'Vi'nifuido  cii  ¡lnri'x. 
¡  (juicyn   t/Xi;   llorrs  ! 

i'KUKz  Y  cruis. 


-oíír-XXr^-to 


Bibliográficas 


Liibpos  y  folletos    feeibidos 


La  oticina  de  ¡nt'orniacióii  did  Miiiisti'rio 
<le  líelacioncs  Exteriores  de  (!iiloiiibia  nos 
ha  lie(dio,  y  lo  a;íra<lcceiiios.  el  sif;uieiite 
envío  : 

Tkaiaiio  soiiiiK  i.ÍMiT,:s  Y  i.iiiRi-:  x\vi:ii\- 
ik'in  y  cowkmo  sohke  «müdis  vivinhi  »  i;\ 
KL  Rio  l'rri'MAYo  i:\TKi-:  las  hkci' ui.icas  di-: 
Cot.oMniA  Y  i>i;i.  JJuAsn.: 

La  Ii.rsriíAC'ióx.  —  Ivevista  de  arte  i|iie 
<lirii;'eii  los  señores  Uatael  Kspinosa  (¡uz- 
máii  y  .lorjiC  Reinales,  serie  !.•'.  número  1."; 

IvKvisiA  1)1-:  r,A  I'az.  —  redactaila  por  los 
señores  .rort>e  Jíeinales  y  .Manuel  'rorri's 
Rodrínui'z.  número  I:.'; 

Er,  (íeveral  Kai-akl  Rkyks  y  ef.  Ci  ehi'o 
Dier.oMArico  kx  Boiídt.'v.  número  único  re- 
pleto do  totoiírabados.  publicado  el  1' 1  de 
Octubre  de  l'.ioT  ; 

IJoi.Kriv  i>EL  .Mixis  iKKio  DI':  Uf.l  \(  i  ixi':s 
Exi'KRioKHs.  números  loy  II  corresiiondien- 
tes  á  Junio  y  .lulio  de  l'.iii-i. 

I..i:yi:ni>as   y    .xotas  iiisri'nui  as.  pur   Il.'i- 


iii'ii/'i    (ióiiii'z  .íiiiiii"  di'  Ahtidht,  1   volumen 
de  L'oi)  itájíinas,  editado  en  Bogotá  en  l'.mT. 

I'KXSAMiKXros.  p:tr  Aíavía  Lii.isa —  liin-nos 
.V'/v'x.  —  Todo  blanco  y  lujosamente  im- 
preso ha  lleí>'ado  á  nosotros  (¡ste  libi'o  del 
«lUe  es  autora  la  señorita  María  Luisa, 
('onio  su  título  lo  indica,  es  una  recopila- 
ciiín  de  píMisamieiitos  ori<;'¡nales,  algainos 
de  (dios  tan  acertados  (|U(!  nos  han  liecho 
iiHíditar  iH'ot'iindameiite.  Su  autora  demues- 
tra (lUe  sab(í  pensar  con  bastante  discreción 
y  que  está  dotada  de  esa  delicadeza  innata 
en  el  artista  de  eorazini. 

\'aya  niuístro  ai»lauso  á  la  n'entil  escri- 
tora. —  Fl  >)•  del  Iah'Íü. 

Ri'MHO  AL  s:)L,  por  Aiidrc's  T.  GouH'iiaoro. 
—  lIcMiios  recibido  este  elejíante  voliiiiien 
inilireso  con  mucho  ■■•usto  en  los  reputados 
talleres  «El  Arte».  En  nuestro  pr('i.\imo 
número,  uno  de  nuestros  redactores  se  oeii- 
]iará  extensamente  de  él. 


[huevos  libros  fceibidos 


En  (d  próximo  número  nos  ocuparemos  con  dctenciéin  d(d  libro  (íkki  ia.  c(ue  acaba 
de  enviarnos  su  autor,  el  ex(iuisito   (ióincz  Carrillo. 

l.,o  mismo  decimos  con  respecto  de  IíA  novela  DE  MI  aMIOO.  ori<íinal  del  conocido 
escritor  español  (Gabriel  AIiré>. 


Gran  Sastrería  PYRAMIDES 

Calle  Sarandí   números  226  y  228 


■i^ 


/:;/  esta  casa,  la  pri- 
mera Cfi  su  genero  de 
¡a  capital,  se  e*í:neii- 
tra  siempre  un  vana 
do  surtido  de  lasimiies 
délas  mejoi:es  jdhrii  a< 
J-rancesas  ¿  Inglesas. 

Atiende  peduw:  de 
la  lampaña. 

L  'onsulte    US  tea' .  lo  i 
prciios  que  van  u! pie. 


La    tasa    no    tiene 
^VSmO^^^^^^^^^lH^^^^H^B       cotnpeieniia. 

Se  garanten  .es 
____.___.  p=  pg^  h:  c  I  o  s - 

Traje  de  saco de  .'?  looo  á  i  22.00 

jacquet j>  «  22.00  »  »  28.00   l'o-r  1    'i''   ^cd.'( 

Smoking.     .     .           ....  »  s  18.00  »  »  28.00                       ^ 

Levita s>  ji  30.00  ■>>  »  40  00       »        >       y 

Frac i>  5>  30.00  í  »  40.00       »        » 

Sobretodos »  2  12.00  >  22.00       »        » 

Pantalones s  »  2.00  »  »      7.00 

Chalecos  fantasía j>  ■  i.oo  i  »     5.00 

La  casa  tiene  elemenco   especial 

para    el   trabajo    de    medida 

CALLE    SARANDI,     226    Y    228 
Al  costado  de  la  Metropolitana- 


f. 


n 

s*-. 


oarle  un  larg-o  artículo  en  el  que  no'otaba  el  vocabulario  de  la  adu- 
]aci()n  x  el  elog-io. 

Y  ese  e(3nsul  cayó  en  ridículo  ;  porque  el  presidente  Willimaii 
ni  tiene  talento  ni  ha  encarrilado  al  Uruguay  en  la  senda  del  pro- 
li'reso  como  aquél  se  obstinaba  en  demostrar  con  ditirámbicas 
frases. 

¡Eli...  bueno!  El  agradeciniiiuito  se  impuso,  y  el  flamante 
cónsul  quiso  demostrarnos  sus  veleidades  literarias  haciendo  la 
ap<^log'ía  de  su  amo. 

Cipriano    CastPo 

Ha  estado  en  París  el  sátrapa  venezolano.  Su  ausencia  de 
Venezuela,  en  el  |)rescnte  momento  en  (jue  una  élite  de  escritores 
exilados  al)oo^a  por  la  supresión  del  déspota,  parece  anunciarme  la 
hora  del   tiranicidio. 

r;Xo  habrán  animado  ali>'úu  espíritu  libre  las  prosas  exaltadas 
de  Vargas  Vila,  de  Pedro  César  J)jminici.  de  Jacinto  López  y  de 
César  Zumeta  ? 

r;  Volverá  Cipriano  Castro  á  ensangrentar  con  sus  garras  el 
alma  de  Venezuela  V 

(:¿uiero  creer  que  no.  Surgirá  un  brazo  libertador  que  le  pon- 
drá una  barrera  entre  Europa  y  América.  Esperemos. 


PEKEZ  Y  CUKIS. 


Dicicsiilii-c   15  —  l'.Kis. 


Estancia  rRuoiAYA 


tas  tgtiotadas 


CefPo    Santa    Iiucia 


I 


/'('/■(!     AlHlI. 


Cubriendo  peñascos  enormes  i  grises, 
al  borde  del  eerro  colgaban  tapices 
de  leves,  lijeros  i'osales  en  ñor: 
la  red  delicada  del  suelto  ramaje, 
sutil  i  flotante,  formaba  un  encaje 
de  rosas  nevadas  i  oscuro  verdor. 

Al  sol  matutino,  de  lo  alto,  prendidas, 
bajaban  cubriendo,  ias  ramas  floridas, 
la  parte  del  cerro  cortada  en  talud, 
i  hacían  con  sombras  i  luz  arabescos 
si  por  sus  dibujos  livianos  i  frescos, 
l)asaba  una  brisa  del  norte  o  del  sud. 

Al  soplo  errabundo,  fugaz  del  estío, 
sus  lágrimas  tenues  dejaba  el  rocío 
correr  por  el  tallo,  la  fil)ra  o  raíz; 
algunas  brillaban,  caían  al  suelo 
teñidas  de  rosa,  de  púrpura  o  cielo, 
envueltas  en  iris  de  vario  matiz. 

Pero  otras,  como  esas  tan  lev'es  i  puras, 
corrían  ]  ¡jeras  por  guías  oscuras, 
])erdiéndose  al  fondo  del  blanco  rosal. 
De  aquella  ondulante  cortina  de  flores 
caían  rodando,  sin  luz,  ni  colores, 
al  légamo  oculto,  sombrío,  letal. 

El  mismo  risueño  capricho  del  viento 
que  hizo  al  ramaje  temblar  un  momento 
i  dar  un  murmullo  de  vaga  fluidez, 
rasgó  la  pureza  sutil  del  rocío 
cerniéndola  en  gotas,  ya  al  sol  del  estío, 
ya  sobre  la  negra,  la  húmeda  hez! 

II 

Así,  cada  vez  que  algún  soplo  impregnado 
De  fe,  de  ideal,  o  de  amor  ha  pasado 
moviendo  lo  humano  con  voces  de  augur, 
las  almas  del  lado  radiante  caídas, 
se  fueron  por  luces  de  gloria  ceñidas, 
orladas  de  blanco,  de  grana  o  de  azur. 


—  4  — 

'Slixs,  cuántas  como  esas  tan  grandes  i  puras, 
rodaron  secretas,  calladas,  oscuras, 
¡olí,  cuántas  no  fueron  al  lodo  a  caer! 
Allí  para  siempre  quedaron  perdidas 
i  nunca  un  matiz  de  las  otras  caídas 
al  sol  déla  g'Ioria,  pudieron  tener! 

Cayeron  al  soplo  del  aura  ondulante 
(lue  hizo  a  lo  liumano  vibrar  uu  instante, 
cual  lágrimas  puras  de  fe  o  de  pasión: 
las  unas  al  día,  de  cielo  irisadas, 
las  otras  al  fondo  sin  luz,  ignoradas, 
como  esas  que  ruedan  sobre  el  corazón  ... 

III 

Vosotras,  mis  Eimas,  ardientes:  piadosas, 
que  amáis  a  quien  va  sobre  espinas  o  rosas 
buscando  la  sombra  que  cierne  el  lanrel, 
moved  vuestras  plantas,  alíjeras  Kimas, 
cruzad  las  llanuras,  las  cumbres,  las  simas 
en  suelto,  lijero,  sonoro  tropel. 

K(nni)ed  el  azul  de  la  bruma  distante, 
buscad  con  mirada  vivaz,  aidielante, 
las  flores  más  blancas  de  todo  el  confín: 
cargad  vuestros  brazos  de  tiernos  albores, 
con  todos  los  frescos,  los  niveos  colores 
del  lirio,  la  rosa,  la  dalia,  el  jazmín. 

Y  luego  esas  flores  cerned  solare  aquellas 
incógnitas  almas  perdidas  sin  huellas, 
sin  dar  una  chispa  de  luz  inmortal. 
Abrid  vuestros  brazos,  verted  en  lo  hondo 
del  lóbrego  olvido,  allá,  sobre  el  fondo, 
cual  rayos  gloriosos,  la  lluvia  floral. 

Cubrid  de  perfumes  el  negro  vacío 
donde  ellas  se  hundieron  heladas  de  frío 
i  yacen  cubiertas  de  inmenso  capuz; 
cubridlo,  mis  Rimas,  con  mano  expiatoria: 
¡tan  i)ura  es  nn  alma  caída  sin  gloria, 
cual  lo  es  una  lágrima  caída  sin  luz! 

MiGUKi.  Luis  KOCUANT. 

.Sniit¡;ii;o  de  Chile. 


Oescr-edo  d-e  RtU 


Para  Afoi.o. 


(Diluios  ;'i  continuación  el  pniiog-o  ijuc  llevará  d 
folleto  «  Bajo  la  careta  »,  de  nuestro  colalxirador  Ans'el 
C.  Miranda,  ((Ue  contendrá  su  ci>euto  del  mismo  título 
aparecido  en  esta  Revista  y  (}ue  el  <-oiiocido  escritor 
«í<Y'uix»  motejó  de  ultra  naturalista  y  casi  pornográfico  i. 

Si  pai'ci  mí  el  Arte  pudiese  divinizarse  como  el  Dios  de  una. 
religión  cualquiera,  yo  tendría  también  mi  credo  .  .  .  Creo  en  el 
Arte,  todopoderoso,  creador  de  lo  bsUo,  de  lo  grande  y  de  lo 
jnsto  .  .  .    Después  seguirían  las  demás  frases  de  orden. 

Pero,  en  arte,  yo  no  tengo  ritual.  Mi  culto  es  sin  brevario,  y, 
por  lo  tanto,  sin  oraciones.  Frente  á  su  ara  yo  no  silabeo  más  que 
alguna  (^ue  otra  frase  de  atlniiración,  con  algo  de  encanto  y  de 
éxtasis. 

En  literatura,  pues,  no  soy  adepto  de  ninguna  escuela.  Cuando 
leía  libros,  —  puesto  que  hoy  sólo  leo  á  la  vida,  —  leía  diversos 
autores  y  de  distintos  géneros.  Al  escribir,  lo  hago  también  así, 
libremente,  sin  más  preocupación  que  reflejar  el  caso  que  estudio, 
desarrollo  y  analizo  en  el  ];apel. 

Ni  en  ideas,  ni  en  escuela  literaria,  soy  sectario.  Soy,  sí,  un 
cerebral  autónomo,  independiente,  que  ha  pospuesto  todos  los  pen- 
sares ajenos  á  su  modo  de  observar  y  juzgar  las  cosas  de  la  vida 
que  pasa.  Por  eso  creo  que  no  se  me  puede  apreciar  para  un  trá- 
belo literario  aislado  del  conjunto  de  mi  labor. 

¿  Es  lícito  ésto?  ¿Es  normal,  es  justo,  es  propio  de  un  ente 
humano,  por  más  intelectual  que  sea,  frente  á  las  relatividades  de 
la  vida?  Nunca  me  he  detenido  á  pensarlo  y  menos  voy  á  hacerlo 
ahora,  después  del  difícil  \  árido  camino  recorrido. 

En  cuestiones  intelectuales  soy  un  tanto  orgulloso  y  jamás  me 
preocupa  el  vocerío  del  vecindario.  La  suerte  está  echada  hace 
tiempo.    ¿Pasaré  el  puente?  ... 

Por  lo  demás,  soy  un  cultor  austero  del  arte.  Y  es  á  mí  que  el 
viejo  trovador  de  todas  las  orientacione?  mentales,  el  cronista 
«Fénix»,  ílel  diario  El  Sif/lo,  ha  venido  á  llamar  escritor  ultra 
naturalista,  casi  pornográfico  ó  para  hombres  solos?  En  Verdad 
ipK!  la  ironía  es  cruel. 

Sin  embargo,  mi  cuento  «Bajo  la  careta»  es  un  trabajo  literario 
decente,  como  todos  los  míos.  Julia,  desnuda,  es  un  hermoso  sím- 
l)olo  de  la  belleza  femenina  en  todo  su  esplendor.  Si  mi  jduma  se 
especializó  en  describir  a(|uel  cuerpo  sin  velos,  fué  sólo  por  can- 
tarlo y  sin  ningún  pensamiento  pernicioso,  puesto  que  yo,  como 
(íscritor,  no  so.'  ningún  atacado  de  morbosidades  sensuales  y  tam- 
poco pretendo  iialagar  los  sexualismos  enfermizos  de  nadie. 

¿Quiere  saber  (juien  me  sirvió  de  modelo  para  la  descrip- 
ción de  es»í  desnudo  ?  Pues,  una  pobre  jovencita,  suicida  del  fuego, 
á  la  que  cumpliendo  un  deber  periodístico  vi  curar  sobre  la  mesa  di- 
un  hospital,  con  parte  de  su  espléndido  cuerpo  devorado  por  las 
llamas.  ^Eás  tarde,  interesado  por  aquella  existencia  tronchada  á 
los  quince  años,  supe  por  la  joven  misma  la  liistoria  de  su  caída  en 


—  (■)   — 

v]  vicio  y  el  iiioHvo  de  su  lioi'rihle  i\í.s  )luciún.  totlo  lo  cual, 
variado  un  poco,  mv  sirvió  ])ara  csei'il)ir  la  [)roduc'c*ióu  literaria 
que  defiendo. 

l'ero,  todo  es  i'eal.  Kxistii'»  en  su  y\i\;\  la  mujer  infame  que  la 
cng"ari(')  y  la  vendida  la  mejor  oferta:  se  realizi)  aquella  ñesta  del 
(lia  de  su  caída  :  tuvo,  entre  los  l)razos  de  su  primer  poseedor, 
aquella  irónica  (explosión  de  su  carne  joven  Jlasta  durante  la  visita 
que  la  hice  en  el  hospital,  sencillamente,  como  ella  podía,  me 
«'X[)resi)  el  vacio  selecto  de  su  alma  sin  te  en  nada  de  los  liombres, 
constatando  con  su  vida,  la  ¡nclicaeia  d;-  las  leyes  y  de  las  religio- 
nes, d(!  los  eiKligos  y  dr  la  cruz,  para  evitar  la  fuerza  y  e!  avance 
del  m;d. 

("on  (ístas  rellexiones  termino  mi  cu(Mito.  Si  así  fué  todo,   yo  no 
.soy  culpable  de  (jucí  á  unos  les  pai'czca  bueno  y  á  otros  malo.  Como 
escritor  de  las  cosas  (W.  la  vida,   he  pi'esentado  una  de  sus  múltii)les' 
\'  variadas  fases. 

Axoi:l  C.  :\í1R.VNDA. 

Cii;irr,i.  Dicic'.iilirc  i;!  de  I'.mi  ;. 


-oíi 


o{i$^r,3f.i;o - 


Kuíltio  Blanco  Fombotia 


1 

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*1#  § 

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3f 


Es  lino  de  los  escritores 
A-enczolanos  que,  como  Domi- 
niji,  Díaz  líodríguez  \Zuine- 
ta.  representa  lo  más  alto  de 
la  intelectualidad  de  su  país. 
Sus  lil)ros  «Cuentos  Anieii- 
canos»  y  «PeiiueFía  Opera 
]>irica»,  (prosa  y  verso,  res- 
j)ectivamente),  son  un  bello 
conjunto  do  creaciones  origi- 
nales que  consagraron  á  su 
autor  en  Europa  y  América. 

¿I:     ᣠ    * 


0-e  uti  libro  -eti  ^xmssL: 

las  nuevas  Utideticias  literarias 


El   « modePíiisnno»    en  España 


A  raíz  (le  la  muerte  del  deca- 
dentismo, que  llegó  á  España 
con  g'ran  atraso,  después  de  ha- 
l)er  dado  la  vuelta  á  la  América 
latina,  qued(3  en  la  literatura, 
castellana  un  grupo  neutro  que 
supo  escapar  al  naufragio,  dan- 
do á  su  desorientación  una  forma 
cautivante.  De  las  particulari- 
dades d(í  las  antiguas  escuelas 
había  conservado  la  meticulosi- 
dad, el  rebuscamiento  de  la  lí- 
nea y  cierto  prurito  jactancioso 
de  denigrar  el  pasado  y  creer 
(jue  todo  estaba  por  hacer.  Pero 
á  esas  supervivencias  atenuadas 
de  la  coi'riente  artificialista,  unía 
una  clara  visión  de  las  cosas,  un 
amor  profundo  de  la  belleza  y 
una  admirable  libertad  de  espí- 
ritu- lloran  almas  jóvenes  queso 
mantenían  al  margen  de  la  vida, 
escj-.ivas  de  un  desgraciado  pre- 
juicio inicial.  Pero  las  excentri- 
cidades, cada  vez  más  tímidas  y 
más  intei'niineutes,  empezaban 
á  perder  la  forma  agresiva.  Cla- 
ro <!stá  que  toda  esa  juventud 
desencantada  no  se  atrevía  á 
quemar  ios  ídolos  de  ayer.  Pero 
la  mayor  parte  afirmaba,  con 
más  ó  menos  reticencias,  su  vo- 
luntad de  pensar  de  acuerdo  con 
el  siglo.  Porque  aunque  todos 
no  comprendía  11  las  cosas  de  la 
misma  manera,  y  aunque  se  po- 
día decir  (jue  la  homogeneidad 
del  grupo  residía  precisamente 
en  la  diversidad,  no  era  difícil 
descubrir  algunos  puntos  comu- 
nes. En  conjunto,  se  trataba  de 
un   núcleo  impaciente   (jue,  des- 


pués de  haberse  entregado  al 
preciosismo,  descubría  la  vani- 
dad final  de  su  tentativa  y  se 
dispersaba  por  las  laderas  de  la 
montaña  al  azar  de  la  fortuna, 
sin  más  lazo  de  unión  que  la 
perplejidad. 

Todo  ello  fué  tomando  ¡joco  á 
poco  un  carácter  y  una  forma. 
La  reacción  contra  el  primitivo 
decadentismo  se  hizo  patente 
hasta  en  el  nuevo  nombre  que 
adoptó  el  grupo.  Decirse  «  mo- 
dernistas» era  confesar  una  ten- 
dencia á  avanzar,  á  renovar,  ¿i 
caminar  hacia  el  porvenir,  mien- 
tras que  el  anterior  dictado  de 
decadentes  parecía  envolver  no 
sé  qué  idea  de  cansancio,  de  re- 
signación y  de  caída.  Además, 
había  una  cuestión  de  número 
y  de  popularidad.  Los  decaden- 
tes fueron  un  grupo  hermético 
y  reducido  que  se  dirigió  á  una 
pretendida  élite^  mientras  que 
los  «modernistas»  se  multipli- 
caron y  se  crearon  un  público  re- 
lativamente numeroso.  A  mayor 
amplitud  de  gesto,  correspon- 
día mayor  amplitud  de  escena. 
Por  otra  parte,  el  «  modernismo  » 
tendía  á  alejarse  cada  vez  más 
de  su  punto  inicial.  Insensible- 
mente, como  se  renueva  la  piel 
por  asimilaciones  y  eliminacio- 
nes invisibles,  se  fué  modifi- 
cando la  fisonomía  de  muchos 
escritoi'es,  que  pasaron  del  fin- 
gimiento á  la  casi  sinceridad  sin 
darse  cuenta  de  que  se  habían 
metamorfoseado ;  é  insensible- 
mente   también    fueron    siendo 


8  — 


íiiK'xados  i)or  la  opinión  al 
« niock'i'nisniu »  niuehos  otros 
<liu'  ])or.su  orig'en  \-  por  sus  ca- 
i'acrcrísticas  nunca  habían  so- 
nado fraternizar  con  el.  Así  se 
tbi'in(')  una  masa  tan  considera - 
l)l('  como  confusa,  donde  por  la 
misma  ausencia  de  i)roji'rama 
cabía  todo. 

Pero  r,  qiu''  es,  en  detinitiva,  el 
«  modernismo  »  ?  De  «  modernis- 
tas >    lian    sido    motejados  Valle 
lucían,  líueda.    Carrére.  los  hiv- 
manos  Insúa,  Jiménez,  ÍMartínez 
fSierra.    ^Fachado,    Pedro  de  Ivc- 
pide.  López   ]íarl)adillo.   VUlaes- 
l)esa.  Cándame,    de    A'al.  (¡onzá- 
lez   Illanco,    K'usiñol,     Diez    ("a- 
iiedo.  Marag'all.  Bena vente, l'érez 
de     Avala,    3lar(.|uiua.     ]\;imíi'ez 
Ang'cl    y    hasta    el    ([ue     escrii)e 
estas  páginas.   Tan  [trofunda  re- 
sulta la  coufusi('>n   úo  tendencias 
y  matices,  que  no  parece  ])0sible 
deducir  nada  concrcti».  Alg'unos 
de    estos    lirei"atos    son    simples 
adoradores    de     la    Naturaleza  : 
otros    blasonan    (U-  artítices   pa- 
cientes y  limitados:  aipiéllos  se 
obstinan  en  aparecer  como  dile- 
tantes  á    la    antigua    usanza,    y 
éstos  se  coutiesan   partidarios  de 
un  arte  social.   fM'iuno  descul)iar 
los  lazos  (pie  los  unen  ?  ¿(U'nno 
explicar    que     fraternicen     baj'o 
una  misma    (lenoniinaci(')n  y    Sin 
embargo,  el   «modernisun»»  exis- 
te,   sino    como    escuela,    por    lo 
menos  couu)  g'rui)o.    De  ello  dan 
fe    los   artícuhjs    de    los    escrito- 
res j<>venes  >'   hasta  el   catálogo 
de  la  librería   ]'uevo,  donde  han 
s¡d(>  reunidos    los    nombres  más 
contradictorios.    La    palaljra    se 
ha  hecho  tan    couiún.  (jue  la  ve- 
mos aplicada    á    todo:   al  perio- 
dismo como  al  traje,  á  la  jn'iitura 
como  al    sistema    de  alumbrado, 
y  auntjue  a(|uí  significa  una  cosa 
y  allá  otra   (  ^;  cómo    pueden  ca- 
ber igaialmente  dentro  de  un  ró- 


tul(»  Xietzche,  la  mitolog'ía,  el 
socialismo  y  las  modas  1830?), 
es  inneg'able  que  alg'o  coordina 
interiormente  las  visibles  diso- 
nancias. 

(^)uizá  ocurre  con  esta  tenta- 
tiva lo  (jue  con  el  bien  público: 
muchos  son  los  que  se  dicen  par- 
tidarios de  ella,  pero  cada  cual 
la  entiemle  ú  su  modo.  Sin  em- 
bargo, vamos  á  tratar  de  desen- 
tra ilar  su  espíritu. 

Lo  pi'iinero  que  hallamos  den- 
tro es  el  odio  al  clasicismo  gla- 
cial y  al  romanticismo  g-randilo- 
cueute.  Como  consecuencia  inme- 
diata, vemos  asomar  un  deseo  de 
novedad  (|ue  ora  lleva  á  los  es- 
critores á  aceptar  las  hipótesis  y 
las  formas  más  atrevidas,  ora 
los  empu.ja  hacia  pasados  remo- 
tos (pie  por  su  propia  vetustez 
sorjirenden  y  dan  la  sensación 
de  lo  inédito.  Como  tercera  ca- 
racterística, para  completar  el 
triángulo,  descubrimos  una  fran- 
ca predisposición  á  aceptar  y 
bascar  la  influencia  francesa. 
Pero  mirándolo  bien,  estos  ras- 
g'os  comunes  son  casi  exclusiva- 
mente negativos^,  porque  ponen 
en  evidencia  lo  que  axiuellos  es- 
critores combaten,  sin  especi- 
ñcar  lo  (jue  persiguen,  líasta 
cuando  se  inclinan  á  adoptar  for- 
mas nue\as.  á  rehabilitar  el  pa- 
sado (')  á  admitir  la  ayuda  de 
otra  nación,  no  hacen  más  cpie 
de.jar  constancia  de  su  inquie- 
tud. }i(jr(iue  ni  delimitan  cuáles 
serán  los  procedimientos  reno- 
vadores, ni  exidican  dónde  re- 
side la  novedad  del  pasado,  ni 
declaran  en  qué  dosis  debe  sei' 
mezclada  la  influencia  extran- 
jera al  alma  nacional.  De  lo  cual 
resulta  que  lo  único  definido  y 
tang'íble  que  encontramos  den- 
tro del  modernismo  es  lo  (^ue 
éste  ha  conservado  del  movi- 
miento decadente.  Y  no  lo  dcci- 


inos  cu  son  de  burln,  porque  la 
})i'oliJidnd,  el  aniuuerauíieuto  y 
la  jactaueia  de  antes  se  han  luo- 
diíicado  de  tal  luodo,  que  hoy 
pueden  pasar  eonio  eiuil ¡(hules 
útiles  para  contrarrestar  el  des- 
cnidü  y  el  sometimiento  (pie  ea- 
ract(M"izó  hasta  hace  i)oeo  á  h'i 
I iteratura  espahola. 

.Si  (quisiéramos  recog(ir  rasg'os 
aislados  qiut  s()lo  existen  en  ;il- 
g'Linos  escritores,  [)otlríanios  lle- 
var   rio  arriba    el    análisis  y  la. 
definici(3ii,  pero  como  lo  (piesor- 
preiidenn»s  en  (['stos  está  en  con- 
ti"adicci(3n  con  lo  que  (l('sciil)ri- 
mos  en  aciucMIos,   y    como    cada 
cual    parece    habci'  renl izado  lo 
posible  por  darse   un  perfil  dife- 
rent(í  de  los  demás,  s(')lo  conse- 
i^'uiríamos  aumentarla  confusiíui 
iuti'oduci(>ndo    com[)onentes  pu- 
ramente personales  en  una  deft- 
nición  común.  Después  de  todo, 
el  modernismo  no  es  (piizá  más 
(lU(í    un    movimiento    individua- 
lista, una  coalici(3n  momentánea 
de  g'entes  que  abominan   lo  (^ue 
existe  sin  declarar  loqucílesean 
y  quieren  ir  á  alg-una   parte,  sin 
saber  á  dónde.  La  tendencia  na- 
tural que  nos  induce  á  buscaren 
la  actitud  de  los  otros  una  excusa 
á    nuestr;is  propias   deljilidades, 
hizo  que    los   escritores  de  este 
g-rupo  reprocharan    á    los  de   la 


O  — 

g'eneraci(3n  anterior  la  inconsis- 
tencia y  la  abulia  (jue  en(;ontra- 
nios  en  ellos  mismos.  l\'ro  la 
verdad  es  que  el  movimiento, 
tal  y  como  lo  vemos  actualmente, 
significa  una  protesta,  ^lero  no 
abre  una  orientaci(3n. 

Y  claro  está  (pie  si  s(Jlo  le  da- 
mos el  alcance  de  una  [)i'otesta. 
todos  los  i'íjvcnes  somos  modei-- 
nistas,  portjue  todos  deseamos 
acabar  con  el  tradicionalismo  y 
crear  una  nueva  literatura.  En 
lo  (jue  diferimos  es  en  la  manera 
de  ver  el  [¡orvenir. 

Por  eso  cabe  declarar  (]ue  si 
el  emptije    no    ha    sid(j  definido 
aún,    es    porqu(.'    todavía   no    ha 
lomado  cuerpo. V,C(')mo  delimitar 
los  contornos  de  una  aparici(jn 
insegura    y    i)runiosa.  (pu.'    todo 
lo  deja  suponer  sin  ahrmar  na- 
da?... Es    de  es[>erar,  sin    em- 
bargo, que    las    nuevas   g'cnera- 
ciones,  que   como  hijas  (pie  son 
de   su  siglo,  tienen   una  tenden- 
cia hacia  la   exactitud  \'  hacia  el 
método,  no  prolongarán  mucho 
tiempo    esta    incertidumbre.    El 
«modernismo*,     como     ciertos 
grupos  electorales  sin  programa, 
tiene   actualmente  la  ventaja  de 
que    todos    puedan    identificarlo 
con  lo  (jue  apetecen,  i)ero  fuerza 
será  decidirse  v  definirlo  al  fin. 


ypai4Hjt^  íl^iüM^ 


-o^$C:CC*&o- 


LíPl    I=jPi.5§.H:SSE    zdes    coxji^ibes 


Le  soleil  toiinic  autoiir  dii  circiuo  de  L'oUiíies.  ct  iljiíis  l;i  i)lciiic  (ililoii^íuc  ct  verte, 
¡linsi  <'eniée.  le  iii-iiiteini)s  bien  des  sanies  et  roiix  des  iieuiiliers  fVúle  iiouelialaniineiu 
la   Seine.  aiiisi  divine.  r 

.le  reg-arde  tonriier  le  joui-  et  la  ri\l('rc  :  uinn  Anh;  éprise  et  lasse  etendrait  mes 
liiiniueres  verser  l'onibre  on  \v.  jonr  en  mes  yenx.  Mais  voiei  (ine  mon  Ame  eiieliantee 
riísseiit  la  iioesi(!  de  s'endormir  eernée  de  eonrbes  jiinsi  saisie  1 

PaII.    F(iKT. 


1(1 


(( 


Vida" 


El  dolop  de  la  vida 


Pera  Aroi,(j. 


—  Si  es  una  de  tantas  !  —  V 
micntrMs  culocábanu!  el  al)iM<¡;-o, 
ya  dis[>uesto  á  salir,  aquella  mii- 
jei"  [¡osó  sobre  uno  <le  mis  lioni- 
Ijros  su  blanca  mano  cubierta  de 
sortijas.  íiUet^o,  niirándomc  con 
sus  ojos  diaI>ól¡cos,  (¡n  los  qiw 
\KU'ecvd\\  chispear  iris  ardientes, 
otVeciíjnie  sus  labios  rojos  y  sus 
senos  pálidos,  á  cuya  blancura 
la  luz  del  j>-as  daba  tintes  de 
inarñl  i)ulido. 

—  ¿  T(!  vas  y  .  .  .  —  Miré  con 
desdén  sus  ojos,  sus  senos  qu<í 
<lescubría  el  escote,  al  mismo 
tiempo  que  arrojábale  al^-unos 
billetes. 

Salí. 

Sentía  allá  dentro,  en  la  sala 
del  Jíentanrant,  como  un  vaho 
«'speso  y  sofocante  (¡ue  enarde- 
cíame las  sienes  y  me  martiri- 
zaba el  corazíui.  Sobre  todo,  re- 
pug-nábame  aquella  mujer  con 
su  lúbrico  al>andono  y  su  risa 
ínii»ú(iica  (|ue  ])enetraba  en  mis 
nervios  con  la  ao^udez.i,  de  una 
aguja.  Y'  hasta  sus  j^^rnesos  labios 
rojos,  imáginábanseme  los  bor- 
des de  un  tajo  abierto  en  la  car- 
ne viva. 

Ya  fuera,  el  aire  helado  disíi)ó 
mi  tedio.  Y  en  I,;  inmensa  liber- 
tad d(;  la  noche  callada,  sentíme 
aliviado  como  de  un  g'ran  peso, 
y  respií-é  con  delicia.  Oh  noche 
silenciosa,  ctuno  en  tus  tinieblas 
sueílan  envolverse,  cual  así  en 
una  moi'taja  d(í  seda,  aquellas 
pobres  almas  (jue  tan  tísmprano 
se  cansaron  de  vivir  ! 

La  brisa  nocturna  imprimía 
en  mi  frente  caricia  inmaterial. 
\  el  a-.i^aisiL)  sileutiio    de   las  co- 


sas, evocaba  en  mí  recuerdos 
muy  lejaiu:»s,  voces  muy  anti- 
g'uas  que  decíanme  muy  dulces 
palabras,  amores  muertos  que 
revivían  en  mi  corazón,  como 
(ísos  viejos  sarmientos  que  re- 
verdecen en  los  estivales  días, 
entre  las  g-rietas  de  una  mon- 
tana . . .  Oh,  noche  1 . . . 

\j\\  viíMito  frío,  cortante  como 
una  daga,  pasó  agitando  las  ra- 
mas. \a\  Alameda  extendíase 
ante  mis  ojos,  como  una  larg'a 
avenida  claustral.  Y  los  focos, 
casi  apagados  por  la  niebla,  pa- 
recían pupilas  empanadas  por  el 
llanto. 

Encendí  un  pitillo,  y  á  la  luz 
amarilla  del  fósforo,  vi  tras  de 
mí,  una  sombra.  Ah  !  Sombra 
que  me  persigues,  que  nublas 
mis  dichosas  horas,  que  ahuyen- 
tas el  desflle  de  mis  sueños  de 
gloria!  Di  me,  ¿qué  crimen  come- 
ticiron  mis  abuelos,  que  así  te 
l)resentas,  acusadora  y  mudaV  . . . 

Pero,  no  era  una  sombra.  Tras 
de  mí,  silenciosa  y  cabizbaja,  es- 
taba la  odiada  mujer  del  l'e.^fan- 
rant. 

—  i  Ah  !  r,  eres  tú  ?  —  y  detú- 
veme  para  darle  paso.  Detúvose 
también.  P]|  viento,  al  desmele- 
nar sus  cabellos,  arrancaba  á  su 
boca,  á  sus  senos,  penetrantes 
vahos  de  heliotropo,  y  alcohol. 
]\Ie  impacienté  : 

—  Anda  !  ¿  Qué  esperas?  —  Vi- 
niéronme deseos  brutales  de  ras- 
garla, de  escarnecerla,  como  á 
un  perro.  Todo  el  odio,  todo  el 
desprecio  y  el  rencor  humanos 
parecía  acumularse  en  mí,  y  es- 
tallar sobre  aquella   carne  blan- 


—  11 


ca  y  prostituídn.  Jaico-o,  recapa- 
cité. TüíiLié  sus  manos  casi  hela- 
das, y  con  voz  profunda  la 
interrogué  : 

—  ¿  Qué  deseas  ?  ¿Quieres  más 
dinero?  —  Y  puse  en  sus  manos 
alg'unas  monedas.  Ella,  con  v.n 
gesto  suave  é  imperioso,  las  re- 
chazó. 

—  No!  Basta!  —Luego,  con  voz 
suplicante,  coutiuuó  : 


Luis  Roberto  1?oza 

—  Escúchame. . .  Esperaba  que 
desapareciera  tu  cólera,  para 
hacerte  una  súplica  . .  . 

¡Cosa  rara!  La  voz  de  aquella, 
mujer,  aquel  pingajo  de  carne 
opulenta  que  vendíase  en  el  mer- 
cado, aplacó  por  encante  mi  c(')- 
lera,  disipando  mi  incurable  lui- 
rán ez. 


— -Te  sui)lico  (pileras  acompa- 
ñarme .  .  .  allá,  á  mi  casa  .  .  . 

Volví  á  irritarme.  ]M¡i'éla  con 
fastidio,  con  asco  desiuiés. 

—  Anda,  bestia  ! 

A^'olvió  á  sui)licarm(\  y  su  voz 
era,  doliente.  Sentí  en  mi  interinr 
profunda  piedad  por  acpielia  ]>()- 
bre  mujer  latigueada  por  el  vi- 
cio. 

—  Sea. 

Y    marchamos.    Íba- 
mos juntos.   e(uno   dos 
"^  soin))ras.  A  lo  Jejos,  mis; 

ojos  íibsortos    contem- 
plaban la   larga  íiJa  de 
Jos  focos  eléctricos,  que 
forma  Ijan  en  el  Aaeio  in- 
finitos collares  de  eliis- 
pitas  de  oro.   luces  si- 
métricas (le  ur.a  proce- 
s¡('m  litúrgica,  en  aseen-  . 
sión  hacia  el  cielo,  como 
si  las  nubes  fueran  las 
escalas  que  soTiO  Jacol). 
Luego  nos  perdiums  en- 
tre los  vericuetos  de  un 
camino  de  sulmrbio,  in- 
terminables zig  -  zages 
por  calles  obscuras,  ilu- 
minadas á  largos  trazos 
por  algunos  mecheros  á 
])aratina,  cuya    luz  bri- 
llaba sobre  el  traje.de 
i'aso  viejo  de  mi  acom- 
pa  fían  te. 

Llegamos.  Era  aquel 
un     callejón     obscuro. 
a})estante    á    estiércol. 
Soijre  la  pared,  un  can- 
dil lagrimeaba  esiierma 
sucia. 
Nos  detuvinu)s  ante   una  ven- 
tanilla cerrada,   por   cuyas    ren- 
dijas asomaba  una    luz  o[)aca  y 
triste.  Ue  tomó  la   mano,  condu- 
ciéndome, á  un  extremo  del  cuar- 
to. Luego,  callada,  rompi()  al  íin 
en  sollozos,   rasgando  ante   mis 
ojos   una   cortina    que    ocultaba 
una  segunda  habitación  : 


12 


—  ]\[ira  . .  .  ¡  es  Iiijo  mío  ! 
Mii'é.  Con  ;isoiiil)i'o,  sobre  una 

mesa  (le  pino,  vi  el  cadáver  de 
uii  iiifio.  ya  esiiiielétieo.  Las  i)ii- 
[lilas  habíanse  Imiiditlo  y  mos- 
Traljan  dos  t'uencas  sombrías  y 
profundas.  Y  sobre  la  frente  an- 
<4"iilosa.  caían  ¡ndócües.  como  un 
último  resto  de  l)elle;':a.  (bjs  íi"ue- 
dc^jas  blondas.  Y  acpiel  esqueleto, 
pálidamente  alumbrado  por  dos 
cirios  ([ue  (d!Ísporroteal)an  sobi'e 
ios  candela i)ros  de  cobre,  vestía 
un  rico  traj'c  de  terciopelo  azul, 
y  sus  })ies  calzal)an  botinas  d(; 
charo!. 

Y  la  mu.iei',  entre  ahogados  so- 
llozos, decíame  : 

—  Xo  lie  tenido  dinero  para 
comprarle  el  ataúd  de  cristal,  lii 
para  un  nicho  ...  y  lie  ido  al 
mercado,  á  vender  los  restos  de 
mi  i)asada  belleza  .  .  .  Oh,  si  su- 
])iei'as,  amiyo  mío,  la  an^^'ustia 
que  experimenté  cuando  vi  que 
te  alejaljas  del  Hestaii raiit,  y  no 
([uedaba  ya  nadie  (]ue  comprara 
mis  caricias!  ]\'ro  tú  eres  bueno 
y  con  tu  dinero  conii)raré  á  mi 
Iiijo  un  ataúd  y  un  lioyo  en  el 
cementerio  .  .  . 

Miré  sus  sortijas  >'  vícpie(;ran 
falsas.  ^liré  su  traje  de  seda,  y 
noté  su  veje r.  Y  entonces  lo  com- 
prendí todo  ...  Oh  madres  !  La 
])odreduml)re  no  alcanza  á  des- 
truir vuestra  inefable  blancura! 

Brillaba  en  acjuel  callejón  un 
sol  amarillo,  con  tintes  de  ane- 
mia, cuando  salí  á  la  compra  de 
la  caja  mortuoria.  Y  entre  los  dos, 
confundiendo  nuestros  cabellos, 

(  Xovicnibn-  ilc  i;ki-!.  —  Saiitia^-o  de  Cliilc.  ) 


colocamos  el  cadáver  dentro  del 
cajón  blanco  con  tapas  de  vidrio. 
Antes  de  salir,  miré  el  cuarto 
miserable,  de  paredes  blanquea- 
das, en  cuyas  grietas  las  ararías 
entretejían  sus  hamacas  de  seda. 
Va\  el  medio,  tras  un  marco  de 
t(U'eio[)elo,  vi  un  retrato.  Acer- 
(piéme,  y  contemplé  por  un  mo- 
mento la  arrogante  figura  de  un 
hombre,  en  cuyos  labios  notaba 
una  sonrisa  satisfecha. 

31('  encojí  de  hombros.  ¡La 
historia  de  siempre!  J^a  hora  de 
placer  furtivo,  recayendo  como 
un  estigma  sobre  los  hijos  ino- 
centes !  La  tisis,  la  miseria,  la 
muei'te  c(nuo  espectros  en  el  es- 
cenario de  la  vida  ¡Y  no  hay 
espectadores,  sino  todos  vícti- 
mas en  esta  pantomima  humana  ! 

Con  la  caja  en  brazos,  parti- 
mos. Yo  mismo,  sobre  la  tierra 
movediza:  y  arenosa,  coloqué  una 
cruz  de  tablas,  y  sobre  sus  bra- 
zos escribí  un  nombre  . . . 

Y  al  separarnos,  estrechamos 
mutuamente nuesti'as manos  frías 
en  silencio. 

La  niebla  volvía  aparecer.  Del 
cielo  gris  cayó  una  lluvia  lenta  j 
y  fina. 

Y  en  tanto,  ambos  nos  inter- 
namos en  sendas  opuestas;  luego 
miré  hacia  atrás,  y  vi  á  aquella 
muier  caminar  doblegada  por  la 
vida,  y  pensé  por  un  momento,  en 
el  ei'orme,  en  el  monstruoso  peso 
del  dolor  humano. 

Hubímeel  cuello  del  abrigo;  y, 
l)ai'a  ahuyentar  la  pena,  silbé 
una  canción. 

Luis  Roberto  BOZA.     . 


^acxí&o- 


-    IG 


de  las  cualidades  más  envidia- 
i)les  para  el  eseritor  niodenio  : 
<'I  talento  sintétieo.  Kx^írcsar  en 
una  ijáo-iiui.  clara  y  bellamente 
lo  (jue  exio-iría  á  ,,tro  un  capítulo 
ó  nn  111)1-0,  es  un  éxito  cada  vez 
más  valioso,  ya  (]{\o  la  actividad 
de  la  vida  luodenia  lejos  de 
aquietarse,  cada  vez  se  acrecienta 
más.  Sobre  las  belkízas  so  forma, 
la  novedad,  amplitud  y  nobleza 
de  los  i)ensamientos. .  resr.lta  en 
los  capítulos  De  /.nferia  v>í-a  pre- 
ciada circunstancia.  Sintéticos, 
pondei-ados.  los  múltiples  estu- 
dios (juc  el  libro  encierra  descu- 
bren nuevos  aspectos  en  la  ajena 
labor  y  avaloi-an  la  de  J)ominici 
en  <i-i*a(lo  sumo. 

/)<'  Liiterid  es  un  libro  en  (jue 


aparece  fielmente  transcripta  la 
mentalidad  parisiense  (valga  de- 
cir la  mentalidad  europea  ).  Sus 
páj>-inas  son  no  solamente  deli- 
ciosas caKser/es  para  el  artista  Ct 
el  profano,  sino  que  el  crítico 
profesional  hallará  en  ellas  orien- 
taciones saludables,  puntos  de 
vista  nuevos  y,  eiv  suma,  la  rati- 
licación  de  un  concepto  ya  sen- 
tado :  que  es  su  aiitor  uno  de  los 
más  aventajados  escritores  de 
Anu''rica,  (pie  con  Vargas  Vila, 
(íómez  Jaime,  Díaz  Romero.  Pi- 
cha rdo,  Xervo  y  Ug'arte  han  lo- 
grado despertar  las  más  vivas 
simpatías  de  Europa,  haciéndo- 
las converg'er  hacia  nuestra  Amé- 
rica, la  pujante  y  gloriosa  Amé- 
rica latina. 

Arturo  dk  CAHRICARTE. 


-o{!?^CC-^^>  . 


Psiquis  í)rofaiia 


(  IBalacia.     Urt^gU-a-ya  ) 


Ks;i    \t'z    liasta  nn    sitio  niiis  lejano 
Sus  con-t'rias   extcniUi)    el    iiaisauo. 

Y    una    Venus    lian(j.    que    al    aire  entrega 
ras    maravillas    de    su    forma   í;-r¡e<;-a. 

I'ara    xt-ila   mejor,   del    pcptro    ardiente 
l.a    carrera    sujeta    <i¡estramente  ; 


/'">■«  Ai'or.o. 


Coii    voz    ;i   un   tiempo   tímida   y    rau.sadíi 

'iDiija,  iiii'iii  i/i'iit'l,   no  tii'iit'  ¡ii'dc 

Pare  <ihr/ija¡:si-  i'ii  i'sli-  ci'i'do   d/a-n 
Le    diee.    Venus    ijueda  unida   y   fría. 

Kl    ](Oeo  ii  ))Oeo  su    eal)allo    aeerea  : 

.<  X  i.v   lUiri/  1)11, tilo,  pi'ro  -sos  uiuii  tci'r<i\" 


A    eada    rasg'o.  ¡i   eada    real    tiirj>'eiie¡a 
Latí'    sn    eora/.iin    con    más   violeneia. 


Apresa;    lues'O   i'O'i    ^n    ntano  toea 

1.a  earne   l)lanea.  dura  eiial    la    roca  .  . 


Kl    somliri'ro    se    cala   hasta    los   ojos. 
Km   su    morena    piel    los   labios    rojos 


Kntoines  snl)r<'    el    eiierpo  albo  y  <lesnudo 
l'iadosamentí!    tiende   el   i)onelio    rudo. 


l.lamean    de  malicia    y   de   ecniti-iiti 
y  sil    meloia    ondea    el    manso    viento. 


V    Venus  ríe   su    divina  risa 
Mientras  huye  el  corcel  á   toda  prisa. 


María  Kk.knia  VAZ  FERREIRA. 


-   ]■ 


ángelus 


l'.trn     MiM  <• 


Cil-niiiu    slli-M:l    hi    c-i  inciiri    lif    I  ;l    tiH'i'-    ilc    Im    fi'iiiiti. 
y   i-ll    el    íiilT    sil    i-ailclll'¡;i.   ilililt;inii'>sc.    |i;lll)¡t;i. 
iiiifiitras  iiriLi-ic   cu   la   pciuiiiilira   ia  iinsti'cra    \  ilu  :ui  'i,. 
i-n   el  alma  sil'.-m'iosa   mis    tristf.as  se  dan  cita, 
y   i-iiiiid  a\cs  sdliraiias  ati'a\  ii-san    la    iiitinita 
y.  moiiútima  |ilaiiicic  ilr  mi   amia/,  iiii'ilitacii'ni 

Van   sin   riiiiilpü.   finja   el   ala.   iics\  arianiln  ,\'  sin    anhele 
por  la   somlira   i'nlmiiccida   ilc  mi   ni-^ro  (irscunsiirl.i 
en  i|iir  ini  t'sciiitilMii  asti'us  i|Uf  sr  cxiianiian  iii   sii   lii/: 
acallaiiilii  sus  nosiali;ias.  sin  usar  mirar  al   ciiti'. 
iMial  sf  saufi'ra  las  roilillas  iimstfi  námldsr  i-n  il  siicN- 
il   cii-yciitc  ((lie  si-  alíate-  para   nrar  anli-  la   i-rnz. 

V  asi   niarrlian.  taciturnas  como  d   triste    ¡lercüriiin 
(|Uc  atra\icsa.  ensimismado,   por  las  zarzas  del   camino, 
siemiire  solo,  .siempre    errante.  siemiM'e    á    fuerza    lie    senlii 
reteniendo   en    la    pupila    ia   visii'in   de    al^jii    divino, 
riimlio  al    irdire;;d  misterio  i|Ue  se  oculta   cu    el   destino, 
tr.is  la    incierta   lontananza  del   oscuro   iM)r\enir. 


.1.-1     VI  \N.\. 


18 


Tetuí)«slad 


Dzl   Iibr»o,   no   publieado    aún,    "Cuentos    Ingenuos" 

«   \ii>'     *'"ll     M.H'í.l.     l']s|>rl';i  nos.  X((  (isil>;l    luilVl  l'la.  ^*^>U(''  cticll- 

()<-fiir¡u.  t;is  il),i  ú  «l.'il'iilc  ;ii|il('ll;i  li¡st(''i-ic-| 

<  >cl;i  vio   lí el  cscntor  liclll'r)  de  1;|    llUlciMi'  (le  sil  lll;i  l'i'lo  V 

lien    lie    [i.-i  l;i  hivi    licl;iil;i.    «T;!     lili  Al    lili   |)ililii  li:il)l;il"    \'    ili.jo    cs- 

;iiiiÍl;o  (1.- |;i  iii|;iiici;i :    \-  .M;i  r,;i.  su  t  i'crlianili»  mi  Jiiaiio  ciil  re  ¡as  su 

uiuji-i-.  i'i'a  mi  (|Ui'n'(li,  vas,    hlaudas'y    (.•aliciitc-    muio 

()rla\'iii  cstaha  nn-ilid  Iíh-u,  l'or  las  de  un  niño  : 
su  uiodo  i-xiraH')  dr  sentir  y  [inr  -— ('o<4'i(')   lu    caria.   Tu    úlliuia 

su    ni'iilo    ('xti'aüo    lie    adnrai'    la  caria  (|ucy(>  ü"uai"dal):i  cu  el  [-ic- 

l'i'llc/;!  |i;i^-ana  de  >u  es|>(isa.  clin.  Me    la    cni^-ií')    dui'uiida  .  .  .    \" 

I 'n  esc'^id  ico  (|  ue  creía  en  lodo.  se  mali't.  \unca  uH'  lia  bía  amado 

('uando  lle^',')  el  i'\.iiri''s  y  vi  á  lauto  como  t-n^  esie  \daje.  .Mi 
.\lai-i;i  en  un  reser\;i(lii.  cí.ri'í  á  amor  y  la  torinenta  liorril)le  de 
saludarlo:  pero  olla.  aWrienilo  esta  noche,  |»¡-odujer( ui  en  su  al- 
ia |Mirie/uei;i  \  si •  | ).•( i'á I idose  | la i'a  ma  tde',-tos  espantosos.  ¡()li  era 
IUos!ra|-|lle  el  l'ojido.  dijo  desM|;i-  [preciso  hahel'le  visto! 
danieiite:  — ^_  Y   dí'uKie  est  i  ?   .Meatl'eNÍ  á 

.Vlli  \ení;i  (d.  pre^aiiiTar. 

¡*>c!a\'io!  — ¡  .Vllí  I  ■-  dij'o  la  joven  seña- 

.Miierto:    —   respondíi'i     tan  lando  el  (.»e(''aiio. 
'lajirv    tan    seealiiente    (|Ue    ape-  DillMllIe   airamos    seüailidos    \\ 

iia>  la   oi.  los  denlos  de  la    p(du"e  mujer  Tcm- 

Luc;^-o.    sin    den'aiiiMi'    una    lá  i)lando     s(d)re    (d     pailolito    (pie 

^rinia,  sali('>  ;il  and('ai,  me  suplic(')  lleV('»  á    los    ojos.    Las    coiiiisiiras 

-ilcncdo.  indic(')   po|-    xMlas   á    un  de  su  boca  saltahan  en  iiei'viosas 

ino/,,i    ijiic    nos    si^'uiera    con    el  convulsiones. 

eipiipaje.  entre  <'uyo.>  objetos  re-  ('uand  I  lo^-ri')  serenarse.  Iial)l('> 

c(Uiorí  cd  >iuidirero  de  iiiiaiuiíi'o.  asi,  e(.)n  vo,/  ca  usada,  de  a  paidble 

\    no>  diri>;-iiii()s  a  1  liosei  á  la    ca-  >■  j^a'ata  moiioroiiía  : 
rrcra  del  (■)iiinil>u>.  -  I'/iioro    si    iiiHiií     decdsixa- 

mente  en  el   destino  de  Octaxioi') 

l'ln  cuanto  est  u\-imo>  Sillos  eii  un  si  ruinada  más  la  fútil  ocasií'ui 
U'aliiiiete.  cuyo  l»alci'>n  dai)a  á  la  del  rapio  ípie  le  arraiiei')  la  \ida: 
playa,  sepiilt(')  Maria  la  cara  cu-  earii'a  pai'a  id.  d<'  todo  cansadi» 
tre  lo-  brazos  y  I loi'i'i  niiielio.  Vo.  y  iiasta  de  sí  propio,  d'i'i  -abes 
ai)rumado  en  la  butaca,  cerca  <-(')mo  me  i|iiería.  Con  desespera- 
de  la  suya,  lanzaba  la  vista  idio-  (dones  (pie  me  daban  miech».  con 
lamente  á  la  inmensa  curva  don-  exalfa(d(»iies  insensatas,  ('uaiido 
líese  unían  el  mar  y  el  cielo:  ayer  tomamos  (d  tren  estalla  ale 
('■sil-  encapotado  de  <;aaiesas  y  ^-rc  expansivo,  cíuiteiito  (le  vivir. 
blaiu-as  nubes,  a  pnd  t  rain]  iiilo  \'  c(Uiio  pocas  \-eees.  Xadic  d(d)ía 
de  un  fuert(  azul  plomizo,  sin  un  acoiiipañarnos.  ('•]  y  yo  solos,  en 
vapiu'.  sin  una  vela,  en  su  vasta  un  r('ser\a(lo.  Ilai»l('>  niuelio  todi) 
\   ci'iidia  siipíU'fieie.  (d  día.  y  á  poileí'  lialterse  escrito 


1'.) 


cn.-inti)  me  dijo,  scnn  sin  tliulíi  \o 
iiiñslicruíDSo  df  todo  lo  mu'J.-tiuás 
pasar/i  poi'  su  iiii;ioinac¡<)ii.  Kl 
«•i-a  tcliz.  y  yo  ¿á  (iiu''  iie^i-árrclo  V 
coutau-i.-uia  d<'  a(|iu'lla  ctcnia 
so-.ii'isa  df  vciirura  (|iu'  ,jui;';il>a 
«■11  sus  lal)ios.  tauil)i(''n  lo  era. 
¡  Í\nubic'-n  feliz.  uin>-  tVliz  !  .  .  . 

Al  anoi'liccci'.  dcs|iU(''s  ijuc  co- 
uiiuios  cu  el  rcsfiiiirdi/f  (\r  la  cs- 
(•¡<'in  ui<-is  alta  de  la  cui-dillri-a. 
pascaiuos  un  rato.  VA  paisa.ji'  so 
litafio  t'  iiuiK'iisu  nos  pafcría 
lundio  i»afa  el  t''.\'iasis  d  ■  nucsti'a 
diciía. 

Totbi  nos  movía  á  la  tci'uui'a. 
V  coiiit*  si  la  in;'niuiii.i.  qiH'  nos 
ha!)  a  affasti'ado  á  tantos  dclci- 
ics.  jiudici'a  (Mitcmlcf  nin-sti'a 
liTatilud.  la  miramos  juntos,  con 
su  iM'ii-ra  mole  linamiMio'  liii'tca- 
(|a  de  rellcjos  de  luna,  cneiuidi- 
das  ya  en  sus  toiif-  las  tarólas 
blanca  \  roja.  l->t<á  li  imos  dclati- 
¡c  de  ella,  csrolidido--  del  aildiui 
j.or  los  tdnu'ros  (le  vapor  de  sus 
li'rü'os.  cuvas  nul>i"s  nos  rodearon 
c.duio  en  apoteosis  (le  aiuor.  cuan- 
do la  campana  anum-¡('>  la  mar- 
cha. Xo  sé  por  i|U(''  Ule  parecií'i 
.[Ue  Octavio,  alira/.adn  á  mi.  liu- 
liiiM'a  ijiierido  permanecer  en  los 
ralis .  .  . 

Iv  •cuerda  i|Ue  una   de  sus  má- 
Kinias  era  ('-sta  :  i'-i  >■•'  (/■'■'/'   nmrir 
'ii-'is  /'/■!  //'//■  ¡'(  i'/fhi,  sÍH'>   (/i'sjirc 
<-/il i/diild .  rii  ¡il''iiit  fcUridilil . 

Subimos  al  res(M'\'ado.  1  )e  nue- 
\-<)  el  1  reii  empez('i  á  corr(M"  en  la 
sdledad  de  las  montanas,  huyen- 
do por  la  cinta  <[Ue  c(M"taha  sus 
laderas.  \'ii  ¡l»a  junto  á  la  venta- 
nilla, abierta  para  respirar  el 
fresco,  y  ()cia\'io  á  mi  lado,  ro- 
deándome (d  cuellit  c(Ui  (d  brazo, 
murmurando  á  mi  oído.  (|ue  ro- 
/.alian  sus  laidos,  dulcísimas  pa- 
labras. La  pantalla  de  la  lámpara 
ídisciirecía  (d  interior  did  coidie. 
listaba  la  iiocjie  esph'uidida.  La 
Juna.  (|Ue  parecía   más  alta  soiu'e 


la  enorme  |irofuiididad  did  \alle. 
venía  su  luz  traiujiiila  sobre  Pis 
pinares  lie  la  sierra.  \-  arrojaba 
sobi'e  los  desmontes  la  somlífa 
(hd  tren.  (|ue  corría  despiTiado 
cuesta  abajo. 

Sentía  la  cara  de  <)ctavio  ro- 
zando con  la  mía  en  los  l)ambo 
leos  de  la  martdia.  Sus  manos 
ac.ari(;ia  l>an  mi  calxdio  y  miear 
li'.'inta.  l'erdí  la  i-onideiicia  y  iio 
s(' cuánto  nos  diirfi  a<|Uel  mareo 
de  viuitura:  pero  creo  (|iie  más 
(le  una  vez  nos  alumbrar<ui  las 
linternas  de  pei|uerias  estacionen 

cruzando      á      es,-;||,c.      y      si'.lo     i-|.. 

ciKM'do  (|Ue  ya  lio  veía  la  luna 
en  las  s(Uiil)ras  del  (dejo,  cuando, 
al  iin.  reídinada  en  <■!  lemibro  de 

()etaVÍo.     (jlle     be-~alia      lodr(\-í;|      f| 

cabcdlo  de  mi  frente,  nie  fui  (pic- 
daiulo  donnida  entre  i.-i  presicui 
suave  de  sus  brazos,  llena  el 
alma  de  ctdeste  paz.  sin  teinoi-es. 
sin  memoria,  sin  más  xida  ipie 
la  de  acjuel  nieiuiento  y  la  de 
a<|Uel  estrecdio  espacdo  del  ca- 
rruaje, blando,  siiji  .  niiest  ro  co 
nio  un  nido  ^\^^\  amor,  trepidando 
siempre    >■    eiivindio    en     <d    <'s- 

truelldo  de  la  cari'  l'a  d(d  tren 
p(U"  la  sol ita ria  iioidie. 

p  '       *      *       *       ....... 

l'ua  luz  blanca.  ¡iiten-sí>inia. 
rápida,  ijiie  Ule  liirii'i  dormida. 
me  iiizo  despertar  lUi  la  olivciiri- 
dad  para  e>cu(diar  un  estr(''p¡to 
formidaltle. 

Ls  decir,  la  idix-uridad  no  era 
á  mi  alrededor  comiijela  :  el  fa- 
rolillo (l(d  coídie.  a  uiiiiue  tapado 
por  la  pantalla  azul.  ]iermitía 
ver  las  cosas  esfumadas.  ()cta\  ¡o 
no  esta  !ta  Junto  á    mi. 

La  luz  (d(''ctrica'  de    un    i'elám 
pau'o    \olvi('i   á    iluminarlo   todo. 
Kntonces  vi    á    ()cta\'io    al    oti-o 
extremo,    tirailo    soitre  su  asieii 

te.  C(U1   td    heruios'i  cabello   ne^l-ii 

levantado  en  rizos  por  (d   \enda- 
val    y    miramlo   jioi'   las   abierra-> 


20 


\ cilt.lllill.'is  el  htil'l'ol'  (If  los  cic- 
¡.i>  .  .  .  l'ii  mU'Vd  rcl;'iiii¡';ii:-(>.  t;iii 
i^r.iinlf  'jiu'  iiit'  liizi»  t'Xt'l;iiii;ir  un 
;  1  )ii's    me    v.ilji'n  !    dilmjí'i    >■    itic 

iil' i>t  l'i'i  ('II  l'i>  l;|l>ins  (le  mi  lli;t- 
|-iiiii  Uli;i  sdill'isH  (li;|li(''l¡i';i.  Sus 
i)¡.>>  hal>i;ir  niiivnhi  lijunuMitc  l;i 
iiuIh-  n<'^'r;i  (|Ut'  >•■  r.iví'»  ilc  t'iu'- 
'j:(i  :  \  cunniifi  un  I  rucnn  p.-i  n'oi'o- 
<ii  ('st,-il|i'i  >iM-(>  xilin-  II  Ufsl  i';i>~ 
ui  ¡>in;is  c.'i  l)i-/;i>.  ('1.  iü¡  ()(*!,i\ÍM. 
<'iiii  uii;í  s('rcn¡il;iil  ¡ncuiiccUi  hlc 
i-i>i¡  una  s;ii  ist'ai'cii'ni  |>a  rrcida  á 
|;i  íld  csccuiíjiTa  l'(  t  (|Uf  iiyc  i(is 
l)rav(t>  |iai"a  >u>  (li'ctJi'aciono. 
Mil'  lihli^-i')  á  ()ru|iar  iit|-;i  \futa- 
na.  ^aci»  un  lu'azn  l'nd'a  y  <li.i"; 
¡  K>\n  ^i  f  I  lie  o  jLZ'i'andf ! 
;  l-;>ii I  c.-s  innnai-"  ! 

I'oitn'a  .jurar  i|Uf  un  ray»  ca  \<') 
vi)l)|v-  los  liilus  (¡i'l  lcl(''iiTa  l'i). 
Tcui  lilr.  i'J  soiirii''  I  't  i'a   \  !■'/.. 

¡<»>ur  lifrinii>a  á  csra  lu/  ! 

nu'  iliji'.   y   !•]   iruiMU'  a.ÍM)<^'i'i  ^us 
[■alalM-a>. 

(aía   la   liu\¡a  ¡Mi  ii'otas  i^TUi'sa> 
I-..111U    una     ¡^Tani/aila     de    liala>. 
1-]|  hui'ac-án    rui;-ía    con    ¡nc<'s;iiitc 
r;i  l(ia.  Kl  tn-n.  en  diri'cc  i('ui  ojiiifs- 
I;i  a  1    viento.    Vi  lia  lia    á    N  m|;i    niá 
i|uina  |)or  una  rn.rva.  silhando  \ 
lanzando  r>  |  aunara  jos  (!>•  \a  |iin'  : 
di-  hp  ido    i;iii    intenso    ros|)|;i  ndo- 
(■i;i  n    jos    i'i-l;'i  ni  ]i;i'^'os.    1 1  ue     pudi- 
v<]     na-lanieiitc    >olirc    el     lu-^'ro 
¡•od;i  jo  do  l;i   ioi'i  ano;  1  i|-;i .  i,-i    I  iiol,-i 
\    l;i   man  í1h-I;i.  1  im  nia^  \    Wril  1,-in 
los.    ino\  ¡('■ndo'-o    con    o|    \ai\('-i' 
furn  is"  de  los  hra/i  is  de  un  Im-o. 
-  ¡  Kl      mal'     ¡  !■:!     ()c.\-ino  :   - 
i:;riiri  ( )cia  \io  de  ini  pro  viso.  1 1  m-- 
rjeiid'i     solue|ioner    la    sat.-mica 
a|ei;'n'a  de     sU   \  <>/.  al    I  rileno  i|  iie 
¡nnndi'i   los  es|i;i(Mi  1-. 

^  en  (decti  1.  1  ii  r<  1  i'el/i  m  |ia<io 
li.-diíaiios  descii liierto  el  mar  |ior 
eiiire  un  de>li  ladej-i  I  de  ri  icas. 
1  )¡riase  i|ne  l;i  má(|U¡na  marcha- 
Ka     des|ieriada     !i;icia    <'-\.    co|i  sii 

li-nidloros;!    c;ide||;i      de    camiajes 

\    ■-11^  laiidos  di-  metal. 


^<»  s(''  (^{l('  tcnidí"  me  inva(ii(')  y 
me  estrcelié  á  Ootaxio.  J'ero  al 
cu<icrl('  la  Ulano  tropccr  con  iiii 
|'a|nd    (|U('  me  Jiizo  retroceder. 

I'^ra  tu  carta.  Húhitanieiite 
coiupremh'  iiuc  su  Miain».  <i'uia(la 
á  lui  c(U'az('»u  por  <d  carillo,  la 
cucontn')  miíuitras  yo  dormía.  V 
coiiijM-cndí  taiubnuí  con  espanto 
la  tempestad  (pie  en  competencia 
c(Ui  la  del  cielo  liiihiera  pr((Vo- 
cado  en  su  alma,  i-^l  terror  nu'  lie 
lai)a. 

.VI  tatídicd  serpear  de  una 
centella  (|  lie  iiicend¡('»  k>s  aires, 
vi  (pie  »d  tren  comenzal)a  á  sal- 
\'arsol)re  (d  mar  un  algalio  de 
la  cosía  por  un  puente  colpinte. 
Las  olas  se  esrndlahan  allá  aiía- 
,jo  coiirra  las  peñas,  deshacién- 
dose en  espuma  :  (d  huracán. 
meti(didose  en  las  concavidades 
de  ii'raiiiro.  arrancaba  un  i>ra- 
niido  cimtiiiiio.  uKUK'ttoiio  en  sus 
cambios:  las  nubes  se  al)rían 
incesaiilemeilte  despidiendo  fue- 

^'o  sobre  (d  mar.  y  el  trtuMio  re- 
rumbaba  cada  vez  más  potente, 
eoiiio  creciendo  en  su  ji'ramh-za. 
'I  (d  tren,  entre  la  obscuridad  >■ 
la  luz.  entre  (d  viento  >•  la  llu- 
via, se^'iiía  y  seyaiía.  Iiatdeiido 
retemblar  la  fV'u'rea  trabaz('>n  d(d 
puente  con  su  carrera  sin  tVeiio 
\'    sus    resoplidos   de    iiionstiaio. 

en\-|le||o  en    I  iim  lu'e   v    \"a  por. 

¡  l'n  iNdámpayo  !  .  .  .  ¡  Otro  !  .  .  . 
¡  .\li  !  de  pnuito  ál)rese  la  porte- 
zinda.  ()cta\io  arr('»jase  p(»r  lo 
alto  de  la  Itarandilla  del  puente. 
\  .  .  .  ¡  si.  1  )ios  mío.  al  t(U"c(U'  re- 
láinpau'o.  un  momento  antes  d(> 
chocar  su  cuerpo  allá  a  bajo  con 
los  escollos  \  ser  ari"id)atado  |>or 
las  olas,  me  pai'ecií'»  \cr  (|Ue  (d 
insensato   sonreía!...   ;  AI  mar! 

Vo  caí    i-(»(lando    piU"  la  alfom- 
bra d(d  reservado  .  .  . 


Fi:i.ii'E  TK'KiO. 


NiMilri.l. 


21 


Págitia  artística 


Por  Ouillernrjo   Liabopde 


(iiiillcniíf)  Lnliordc  es  todo  nii  rcmix-rninciitr,  de  ;n'nsi;i  i|iu' 
se  hn  r('V('l;i<l<»  rccicntciucntf  con  ><u  C'a\t<>  á  i. a  I'rimwkiía. 
tr;il)ij(t  ;'i  pliimn  de  iinn  i'ara  cxiinisitcz.  (¡uc  .•i(Mis;i  ur,-mii«'s 
(•ondicioiics    )>;u";i    eoiK | uistai'    <■]    triunfo. 

;  l.;isiiina  ijiio  nncs^Tro  humIío  ambiente  sea  laii  lídsiil  ;i  l;i> 
nía  n  i  fi -si  a  ('ion  es    a  rn' ícticas  ! 

I'crii.  ¡  ni>  iniiiorr;i  !  ('«ni  iiorscvoi'ancia  y  VMJnntad  Laliordi- 
ti"in!i<;ii-á. 


Reti'osí)ecliva 


I 


Tu   sabes   que   envolvieron   mis  resabios 
En    una  onda   de  encendidos   goces 
Los    besos  que   florecen    en    tus    labios 
Y    el  himno    ideal   de   tus    perladas   voces. 

Tú    sabes  hoy   por  qué  tremó   en    tu  mano, 
Como   en  un   lirio   hermético,  la   mia 
Siempre  lánguida,    y   sabes  por  qué,    ufano, 
íVlire   en  tus  ojos  de  madona  un    día. 

¿Recuerdas?   ¡Cómo    palpitaba   el  domo 
Que   en  tus   cabellos  el   amor   presume, 
Al  suave  aliento  de   una   brisa  como 
Primaveral  cuyo  era  tu    perfume! 

Tal   un    patio  andaluz   tu    luminosa 
rviansión    poblada  de  claveles  era; 
Claveles   blancos:  comunión   gloriosa; 
Claveles    rojos:    deslumbrante    hoguera. 

Bajo  el  antiguo  capitel    sembrado 
De  acantos,  una    pléyade   de  egregios 
Pájaros  de  plumaje  matizado. 
Junto  á    nos  desgranaba  sus   arpegios; 

En    tiesto  de  ocre,  y   coronando  el  muro 

De  tu    ventana  abierta. 
Una    gardenia    impúber    al    conjuro 
i3el   sol    abría  su   corola  incierta  ; 

Ranas    evanescencias  de  celaje 
Eran   en   el    azur   que  parecía 
Eco   de    luz  de   matinal  paisaje 
IVliosotisado  y   pleno  de   harmonía, 


23 


Y  un   pomo  de  fragancias  exquisitas 
Se  derramaba  en  el    ambiente   y   era 
£1  divino   cauterio  de  mis  cuitas 
Evocado   otra  vez  por  mi  quimera. 

Era   un  día   de   gracias   infinitas, 

Y  como  atiora,  me  dijiste:   ¡espera! 


li 


¡Olí,  mi  enlutada  de  los  ojos  tiernos! 
Era  en  tu  corazón    una  hoja   blanca, 

Y  lloraron   sobre  ella  mis  inviernos 

Y  mi  dolor  y  mi  exigencia  franca. 

¡Oh,  mi  enlutada  de  las  frases  llenas 
De  ternura  y  unción  !  Era  en  tu  seno 
Un   columpio  de   castas  azucenas, 

Y  me  incliné  sobre   él,  callado  y   bueno. 

Tu  tristeza  y  la    mía    eran    hermanas; 
Tu  soberbio  carácter  era  el   mío; 
Dulces  tus  confidencias  y  lejanas  .  .  . 
¡Así  su   arrullo  mitigó  mi    hastio! 


Y   nos  amamos  en  silencio  en    tanto 
Yo   meditaba,   conmovido  y   grave: 
Esta    mujer  es  toda  ella    un  canto; 
¿Llegué  á  su  virgen  corazón?  ¡Quién   sabe! 


II 


¡Quién   sabe!...    No   solloces 
Que   todavía    envuelven    mis    resabios 
Én   una   onda   de  encendidos  goces 
Los  besos  que   florecen   en  tus   labios 
Y   el    himno   ideal   de   tus   perladas   voces 

PÉREZ  Y  CUR!S 


Kev^lacióu 


K>:{   vnz  pndi'niSM   i|tic  se   ;nii(l;i 
cTi  1.1  i-iiiinm'  ¡iinpiiniil  tic  lus  >ili  ihÍ'>s 
li;ilihi  ;'l  mi  (.-(iia/iMi  mw  |;i   clicnciíi 
i|ilf  ¡iiiiina  la   \  irlud   ilt-l  smti  Ic^'in. 
«•TI  la  noclif  estival,   [ilciia  ilt-  lmi;i. 
nr-iiiula  ,\  iii-!ir:iiiir  ilc  mi.sti'rii'. 

I>¡JM  :i  mi  i-'ir.i/i'iK  iiii.i  ¡lal.alira 

y  li-  ilii'i  la  vi(lfiu-ia  di-  jn.s  >iii-rii«.>. 

V  al  licladi"  lini<-:il  lic  mi  Iminld  .-iliisiifo 

(las.i  rl   aliil;l  riifii-  \rlt¡;:ii>  \    v('Tti;;'n> 

;i  mirar  i-ii  un   limlio  (■\li';tti-ii-c>trf 

á  lilis  iii-i'iiiaiiiis.   !,■>  ((lie  no  naciiTciji. 

S(i>   iDNtru.s  iiii-ijiiM-itiilf-  soiiiri;iM 

■nii  ...niM'i^a  r>lii'clial    qUi-   ilifuiiiic  inirili 

\   ^11^  liiK-as  i-\;ii!;;iir»  :-in  ini'v  it>i- 

llll.'l  frase  taiitástir;i    ilijrrnll. 

una  frase  i|Mc  \a^a  ••ii  ini>  niiln.-. 

tt>nii>  i",ia  lilii-lul.i  ili'  tiii-:.'M 

i|iir  iiian-ara  lina  ~rnila   ilc  twif:n;í- 

liai-l;i  la>  \  ai^iUMÍaiic»   ■i'l  ;uihi-|.. 

\    fin-  |i;na  mi-  'i.i"-  l."in  i  1   il.iiil... 
;..l  1,1    III  i   ci.ra/.i'íl    Ii'iIm  ,\    ;ii-i|Ih. 
,i,,|,,i   lii-  |..>  s  iai-i  iici^,   \    I, -I-   li  ul  t-^ 

¡1.1  I  ,111, i    lallin   1--.II-I  i  I    >      ^ciliflll.. 

|-".l  ri;;i'i   .■i>li\¡;i  iilr  i|.-l  r>t|i. 
jiara  un .  >   i-l  ri^ni   i|i-  1"-  i  ii\  ni  m.-  : 
i-.i-  ;;ai  r.-i-  t  ra  ii-ii'in- la  ^  :\  iiti  carin 
i   ^,.iiri'  iiii^  hi-riiia-  .1   ^  ■■ii.ii.., 

Ma- ''-.ii"!!    mi-  i|isr¡;i>     l>i-iiiil    IÍ1I.Í.-I 
il,.   ilniMle  m.-iiia   <ii  ■■ml.-i  V  ilr  mi-U  iw- 
j:i   iihiii  I     ib-  la   \  iil.-i.    1  \i\"   II II    a>I  i  '• 
;i  i  liiiuíii.-n   li  iniA..  iM-h-.imii-i'l'i : 


/'";■"   .Vror.d. 

;i  tra\i's  ilrl  caniiiiii.  en  las  jinsustias 
HiK-  fatigan  mi  alma,  pasa  (•iivuclto 
(I  licilor  mic  la  villa  pii'|iaral(.i 
á  mis  hcniíamis.   los  i|iic  mi  iiacifiiiii , 

Lris  'IA1{I,.VN(  A. 

(>caña.  Ciil<Miiliia. 


I.ris    Tabi.a.nca 


'ifiijrrr:* 


j^ 


A  Oeltnifa  ft^uslitii 


bu  eub  rae  iones 


.  I'cl  i|líi-  rl  1-,'llltii  ili-  M(-  .  Ii  ;;la-  «',-.  .Idlrr;  p.:C 
ijiic  \  lilla  \  i-aiila  >  llnr.i  ci.imi  un  arpa.  >  piiri|Ui' 
i--   lo'la   rtl.a    mía   it\  i-lai-imí  . 

I',     lhni.'a>    (-..|i  Mil   ii'iiiílii  r  lir  i|  iitiiliM-.    \  romi  i  lilla.  Ii-ta  ilia  :   ililii-  lii-  .-.i-r  culmi  iiii  i  i- 

,.|,^        ;"li.  si-^iiram>'ii!i   '.        il    r>piiitii   iii  l;i¡r.    min    i(r  ou-    iflajr.N    i|U'-  van  tras  |a> 

ipiij,.,   iii:'i>  I  miinlm  un-    \     ih:'i>    r  iix  .-iii.i  i|  iu  j  iimliía  r.ailas     ri  rpiiM-iiiarr>.       iiiia>      \  ri-i-> 

iii"ia  -iiiii  1-  la   I  ii-ir,i  ilr  lii>  \i\i'>.     Iii  alma  i-mim  piiiiipiisii>  plnimnifs  ili-  tiH-ailor.  ntr.as 

ijiii.      lii'    -■•i     ii.mi-     lili     lililí  :   lililí-    ili-    -II  liiii;iiiiiiii  uii  i-milrriHn  iK-   ri-üalia      .  , 


25 


r.  De  ili'intlc  llt'fr.-istf  ;'i  l;i  \  ida.  lejana  ami 
íX;\  í^i'iitil  y  ¿  (¿110  liulziira  cucaí  ística.  i'i  inié 
siiiirciiia  (l('li'i'tac'¡(')ii  lince  (iiic  sea  til  eaiito 
iin  trino  de  alondra,  más  enamorada  de  nna 
fijiiiK.  i|n<í  mani\¡llada  ile  nii  miido  lucero 
\(''spero  y  ¿Acaso  volcaste  tu  copa  amarga 
y  cruel  como  la  ilel  ;iteniens<'  y  exterioii 
zastc  Inefí'o  hi  más  nstoria.  la  más  apasio- 
nada de  las  sonrisas?  ¿i)  vas  Uajo  el  ddlor. 
intocada,  como  lia.jo  nn  jialio.  despiJiendo 
aromas  y  otVeeiendo  HoresV  Xo  lo  sé;  p<'ro 
debe.s  .ser  todo  lo  ()iie  yo  he  pensado  (jne 
eres;  todo  lo  ((lie  —  desde  (|Ue  s/  de  tn 
alma  —  lie  (|iieriiio  (jue  seas:  incoinprendi ' 
lia.  |i<ir  lo  sutil. 

Dijiste  en  una  vibraciiHi  ...  «  lluy  par- 
tir» hacia  la  noche,  triste  >•  fría.  —  liotas  las 
alas  mi  melancolía;  —  ('omo  nna  \¡(ja 
mancha  ile  dolor  —  En  la  sombra  lejana 
se  deslíe  ...  —  Mi  vida  toda  canta,  besa, 
riel  —  yi\  vida  toila  es  nna  biiea  en  ñuv  I  » 
V  esos  versos  dejai-on  en  mi  alma  nn  dolor 


horrible,  una  incurable  nostalgia.  Dolor  dc 
tiimba  olvidada;  nostals'in  <lt'  a<;iias  estan- 
cadas, de  estrellas  adormecidas  sobre  el 
eresin'in  de  la  noche,  como  la  memoria  <le 
nn  iiinerto  mil  veces  ((iierido.  solire  el  \  <i- 
tivo  crespiin  de  nn  catafalco  .  .  . 

Tu  libro  es  blanco  ('>  debe  de  serlo  —  ;  oh 
poetisa  dolida  !  —  y  haces  bien  en  llamarlo 
blanco,  iiorijiie  sus  |(á}í'iii!<'^  ■'^'^i'-  se;;uro. 
pétalos  de  jazmines  imjtolntos.  Kn  ellas 
está  tu  estrofa,  (iiie  es  la  más  alta,  la  más 
serena  retíexii'ni  de  tu  alma,  de  tu  enorme 
alma  iiuejunibrosa.  (|ue  se  abre  al  dolor 
como  estas  rosas  (  estoy  en  una  terraza),  á 
la  humedad  reli;;iosa  de  esta  tarde  de  Sep 
tiembre.  cu  que  al^-<)  \-a<;-o  como  un  pre- 
sentimiento está  en  tixlo  mi  ser.  >  acaso 
]ior  ello  te  uiemoro.  y  torturo  en  tu  loa 
esta  Hor  mía  —  roja  y  es|ioujada  <li'  inima— 
vera  —  ([Ue  en  tu  loili'lti-  de  iindaucolia 
debe  tiu<>'ir  una  estocada  .  .  . 


lí  in'an:|uilla  di'  Ciloir.bia.    .Si'jirieinln'e  ile   luos. 


.\\m!i:s  CKSIKXA. 


■•:-^$CrX$)o  — 


0-e  fttnado  N-ervo 


La  ¡(oesía  con  (|ue  ens'alaiiaiiios  esta  página  nos  Ita 
sillo  enviada  por  .su  autor,  desde  .Madrid,  con  una  ama- 
ble carta  ([iie  ag-radecenius. 

I'ai'Á   Kmko  ha  sido  publicada    ya  eu    •<  Kl  Cojo   Ilns- 
tiado»  de  Caracas,  pero  para  la  mayoría  de  nuestros  lee 
toles  es  aun    desconocida. 


Papá    Enero 


Papá  Enero  (|U('  tienes  tratos  Manten  sus  ínii)etus  e.selavos. 

eoii  los  hielos  y  eoii   las  nieves  manten  lieladas  sus  entrañas, 

(  y  (]ue  sin  emb  ii'íí'o  remueves  i  como  los  fi'/n/s  escandinavos 

el  celo  arditMite  (le  los  gatos,  )  en   su  anñteatro   de    montañas,  i 


liHiarda  en  tu  frío  proteetín" 
el  cuerpo  y  e!  alm:i.en  flor 
de  mi  niña  de  ojos  azules, 
(  en  cuyas  ro[)as  y  bu'ilos 
Iiav  castid.-uli's  de  alcMiifo!".  i 


Pon  en  su  frente   de  azahare 
y  en  su  mirar  hondo  y  divino, 
remotos  brillos  estelares, 
((uietud  augaista  de  ^^-laciares 
y  claridad  de  lag'o  alpino. 


—  2(; 


jPl  xjisr  ljP£."cjí^h:l 


l'ora  Aroi.o. 


l-niirol   (|iu'  alircs    al    \  iciito 

tu   enoniic   iiaiasol 

r.  ¡tara  cuántos    destinos 

te   hizo    L'l    )»-('i'nu'ii    ó   Dios? 
i,  (Inv    fondos    soiidcaivis    con    tus    raíi'cs  V 
f.  Hasta    dinuio   tu   fuerza   penetró  V 

;.  (iiié   savias   y   resinas 
alisdi'be   tu    secreta    fíestaeii'in  V 
r.  Qiic    iMiili-¡d<To    le    dará    el    esmalte 

á    tu    verde   color  ? 
/  Acaso  iiajias   en    silencio    al    liunius. 
jd    terso    lustre    (|ue    á    tus   ojos    dióV 

¿  I'ara   (¡nc    \i\es.    ái'liol  '! 
í'onio    una    vida.    ¿  (¡ara    un    triste   adiós  í 
¿(¿uién    <lel   fil)roso   arcano 
la   estin<íe   interroR-('(  y 
¿  l'nál    es   sobre   la  tiei'ra 
tu   secular   niisiiin  '! 
/  Serás   horca   de   un   .ludas 
<(    cruz    de    un    Redentor? 
X  Rama  para  corona 
/>    trozo    de    carhi'tn  "/ 
¿Símbolo   de    la    Fama"/ 
/  símbolo   del   Dolor  ? 
¿  1,0    inmortal  V 
;,  í,a    cxtincii'tn  ?  .  .  . 

Tu    ramaje   sombroso. 

f,  acaso   cobijó 
A!     ser    libre    ([uc   canta    su    victoria 
<>    al    esclavo  nwv   ¡finie  su   baldón  'í 

i  Para   cuántos   destinos 

te    hizo    el    nnernien    ó    Dios. 

Kn    la    tierra.   ¿  so|)orte  V 

V.w   el   afína   ¿  ííahníii '! 

;.  Serás    lanza    d(í    cuna  '! 

camastro   de   dolor? 

lecho   de  enamorados  ? 

de  féretro,  tabb'in  '! 
iirinoniuní    para    el    músico   del    N'icnto? 
;;lauca    paleta   del    artista   Sol  '! 

¡  Cual    tu    existencia    niúltiple 

cl    poeta  admiró  !  : 
«•ncaje    tamizado    por   la    luna  ; 

de    pájaros,    balcini; 
tiltro    del    as'ua    de    los   cielos;   sombra 

del    cansa<lo   andador  ; 
ii;;asaJo    del    aura    y   del   rocío  ; 
ira    de     rayo,   furia  d(í    ciclón  .  .  . 

i  Para   cuántos   destinos 

te    hizo    el   f>'ermen    (')   Dios  '! 
i,  I'ara    un     Apolo  que   arrancara    un   lauro 
/')     un     Radaniés   (jue    vuídva    triunfador  V 
llábana.  Septiembre   l'.ios. 


Al  dni-hij'  Oi-i'kIí's-  Krmiva. 

Palio  de  peregrino  ; 
bélico    palxdii'in: 
tienda  de  liviandades  : 
dosel   de  errante   amor  ; 
techo  de    vagabundos ; 

—  toldo   (lue   fué  una  noche  de    los  dos  ; — 

de   rumorosos   nidos. 

alada   floración  ; 

(.  deiicnderá    tu   suerte 

de   rudo  leñador? 

¿  serás  astilla   inútil  ? 

¿  asta   de   gonfalón  ? 

(.  i)olvo    i»ara   tisana  ? 

de  condimento  flor? 

abono   de  sembrado  ? 

pica    de    rebelión  ? 

asiento   de  suplicio  ? 

(')    g;rada   de  señor  ? 

¿  (iué    cínitrastes.   (d    tiempo 
.  á    tu   ser  reservó  ? 

¿Serás  altar  ó  radio 

de   otra    rueda  de   Ixii'm  ? 

¿  Para   enantes   destinos 

te  liizo   el    germen    i'i   Dios  ? 

,;  (íué  misteriosa   estrella 

tus   días  alumbró  ? 
A    veces   tiemblas    eoum    nervio    liumano- 
al    sentir    de    los    aires   el    fnrfir. 
ó  pareces  estar  (luieto   y   sombrío 

en    muda  retlexi<ín  .  .  . 
¿  (¿ué   signo  añade   tu  redonda    copa 

al   genio  Creador  ? 

f,  Ks   letra   del    espacio 

tu   esmeraldina  O  ? 

Vulgar   como  una   \ida. 
¿no    más   (|ue  polvo   dejará    tu    adiós?... 

Kn    mis   lloras  de  ensueño  ó  de    fatiga, 
hacia   tu   campo    voy. 
tienda    de    enanmrados. 

—  toldo   ([U<í  fue   una   noche    de  los    dos.^ 
tiltro  del    agua  de  los  cielos,   sombra 

del   cansado  andador  .  .  .  ! 
¡  Laurel :  á  los  |>oetas 
se    iguala  tu   niisiioi  ! 
¡  Tu   vida  se    asemeja 
al    laurel,   trovador! 
Sois  ramas  de  corona, 
ó    trozos   de    carbón. 
;  Símbolos  de    la  Fama  ! 
¡  Símbolos   del  Dolor  ! 

i  r,o    Inmortal  I 

;  La   Extinción  !  .  .  . 

MvNTir.  S.   PICIIARDO. 


Oe  Colombia 


Tocas  ciudades  de  Aiurriea 
c)HS('rvan  tantos  i'ecuci'dos  his- 
tóricos como  Bo_í4'otá.  Y  en  [)ocas 
se  siente,  como  allí,  mi  y-rande 
apcí^'O  á  los  usos  y  costumbres  de 
laspasadasgeueraciüues.  J^a  vida 


L:is  vistas  ([ue  i'ei)rodue¡nio> 
en  estas  paganas,  y  quc'  nos  lian 
sido  enviadas  por  AlbiTto  Sán- 
chez, eIex(iuisito  poeta  l)oii-oT<-ino. 
ilustran'ni  al  lector  más  ([Ue 
nuestras  palal)ras. 


Bogotá  —  PiU-iiiu'  del   Oeiiti'iiiirio 


de  Bog-otá  es,  por  decirlo  así.  pr¡- 
mif/ra  ¡j  ratinariq  ;  tiene  un  de- 
jo de  leyend;i  heroica,  como  un 
símbolo  auténtico  de  la  época  de 
la  coiKiuista. 


Destácanse  entre  ellas  las  dd 
autig-uo  convento  de  San  Dieg'o 
en  donde  se  hizo  fraile  el  \'irrey 
80IÍS,  una  de  las  fij^uras  más  in- 
teresantes de  la   Época    colonial. 


—  :i8 


Dielio  conví'iito  es  una  verdade- 
ra rcliíiiiia  liist()r¡ea  :  su  editieio 
]iernuniee»'  aún  eonioen  aíiuellos 
tiempos.  Han  transeurrido  dos 
sio-los  V  en  el  alma  colombiana 
todavía  ix'rdura  el  recuerdo  del 
A'iri'cy  (jue  lo  lii/o  célebre  lo- 
mando en  él  los  hábitos  mona- 
cales. 


santc  en  la  Colonia  <|Ue  la  dcM'ste 
joven  X'iri'ey  lleno  (le  exeepcit)- 
nales  condiciones. 

Páremenos  (jue  su  i;"entil  cabeza 
tieiK!  el  nimbo  atractivo  del  mis 
tcrio  >'  (|ue  las  leyendas  fluctúan 
en  torno  de  él  enamorada-;  de  su 
vida  extraña  y  ansiosas  de  asir- 
s(í  á  los  [)lieu-ues  de  su  capa  corta 


J!of;"ot;í — Convento  dr  San  ni('.;o.    visto    desdi'  el   |i;u'.|ni'  del   ("cntcnaiii 


;  Extraordinaria  figura  la  de 
<'sc  i)ersouaje  l)unaeli(úi  >'  ale^í-rc; 
y  lleno  de  hermosas  iniciativas! 

A  ]iro])r»sito  de  él  dice  la  es- 
<'r¡tora  Herminia  (¡(Htiez  Jaime 
<!('  Abadía  en  su  libro  Lkvkxdas 

V   XoTAs;    IIIST('>KI('AS  : 

«  Xin*>'una   tig-ura   más   intere- 


de  tíirciopelo.  de  la  empuñiulura 
de  oro  de  su  espada,  de  su  jubón 
acuchillado  de  raso,  ('»  su  ele^^ante 
chaniber<i'o  de  desmayadas  i)lu- 
mas,  (puí  completaba  airoso  esa 
especie  de  cal)allero  medioeval. 
Antes  de  venir  á  Santa  te  don 
José    Solís   \a    era    Aíariseal   de 


20 


Bo^Mtíi  —  Aiili.nili(   ('oiivcnto  (le  Snii   Di('};ii 


caui]DO(lelos  rea- 
les Ejércitos,  ú 
pesai"  (le  su  jii- 
veiitiid,  y  yatani- 
ljíéii  numerosas 
aventuras  hijas 
(le  su  ardiente 
carácter  habían 
llevado  e!  alarma 
á  su  i)oderosa 
familia;  fu(!'  este 
el  motivo  por  el 
o  nal  los  Duques 
<le  ]\Ion  tellano 
int(>rpusieron  su 
inñuencia  en  la 
Cort(í  para  en- 
viará su  hijo  por 
un  tiempo  á  las 
colonias,  espe- 
ranzados en  qae 
la  g-rave  respon- 
sabilidad  del 
puesto  (|ne  le  da- 
ban y  la  separación  de  sus  ami 
g'os,  calmaran  su  tempestuoso  co 
i'azón. 

De  modales  exquisitos  y  atrae 
tiva  figura,  el  nuevo  Virrey  im 


Bijj.itá  —  .Vntiü-uo  Cnivontrt  de  Siiii  Diosn- 
en  (lomle  se  liizo  tVaile  el  \'irrev  Snlís 


l)artía  la  justicia 
c  o  n  e  (|  u  i  d  a  d 
completa  y  oía 
con  afabilidad  al 
más  infeliz  (pie 
se  le  dirio'iera. 

I)edic(jsuatcn- 
ci('>n  á  las  mejo- 
ras materiales  y 
llevó  á  cabo  al- 
gunas de  impoi'- 
tancia  :  emper(j. 
si  no  desatendía 
los  cuidados  del 
(iobierno,  tam- 
])Oco  faltaba  á  las 
cit;is  que  con  lo- 
cos amigos  de  ju- 
ventud concerta- 
ba  alegremente. 
Aitocotiempotie 
hallarse  en  8an- 
tate,  tenía  un  cír- 
culo de  diver- 
sión y  relaciones  muy  poco  con- 
venientes para  su  alto  puest»^)». 

«Se  dedicó  á  la  apertura  de  ca- 
minos. V  como  encontrara  gran- 


8') 


(les  truliicZO-;.  «Icji»  <'<('l"¡t<>  en  su 
n>l;u'¡(')ii  di' nKiiido:  ^J'Ji  ('>í;i  tic- 
ri'a  ii;iil;i  se  puede  Une  'V.  poniue 
l;is  ü'entes  (luicreii  ohíeiier  l;is  en- 
rías sin  rí'al):ij<> ». 


Lle\(')  ;'i  calx)  la  ()I)ra  del  aciie- 
ductd,  lo  mal  fué  una  gran  nic- 
j'ora  par.i  Sautat'é  ». 


líofiíiti     -  Pi'iii'isito  (id   AciK'iIilcti) 


^:-¥':-:^.<B^- 


Solís 


Tiiiüntíí. 


l',ir<i  Ai'oi.o. 
Si'M  ir  ilr  altu   liiuijc  y  •;-;illaril;i  ti^-iir,-i. 
:'i    l;is   (liiinis   (lili   lic<(i-i   \    c)tV('c¡(i   iimil  r¡;4';llcs  ; 
.•ijiiii'ó   sin   reserva   sus  jímccs  \'¡ri'f'¡iial('S 
rail   liiiidailcis  con   (iro  coinii  su   \t'st idiira. 

l'iK-  iiiictáiiiliiilo :   iba  de  una  en  otra  aventura 
eiiii   lieiiiliias   [ilacentci'as  y  ¡lor  l(is  ari'aliales  ; 
|iaicci('T()iil('  un  ilia  sus  |)e;'a(los  mortales 
y  al   cuín cntii  fui''  en   liusca  (ic  una  vida  más  pura. 

I'.n   priicesiiiii   ndcturna.  su   rdsario  cu   la   diestra, 
eantci  jaculatorias  en   olise(|uio  de  Nuestra 
Señora  de  la  Luz. 

I.e   1  ctiataiun   muei-tu:   los  pies  muy  amarillos, 
la  caiieza   rapada   sübre   un   par  de   ladrillos 
\    las  maniis  en  ei'uz. 

AdiiKr..    SÁXCHKZ. 


;}i  — 


d^  ''los  Parques  Abandonados'' 


La  liiga 

Pura     Al'OI.O.  «  ¡¡nui    sni¡     ijii'i      ,,,,11' II   pi'ilSi-  » 

Husmeaba    el    sol.    desde    la    pulcra  hebilla 
de    tu    l)otina,    un    paraíso    blanco .  .  . 
y    en    l)ranias    de    felino,    so!)re    el    banco, 
íiinchüse    el    tornasol   de    tu   soni brilla. 

Columpióse,    al    vaivén    de    mi    rodiila. 
!a   estética   nerviosa    de    tu    naneo, 
y   se    exhaló    de    tu    vestido    un    franco 
efluvio    de    alhucema    y    de    vainilla. 

Entre    la    fuente    de    pluviosas    hebras. 

diluía    canibiantes   de   culebras 

la   tarde...    Tu   mirada   se    hizo    muda 

a,l    erótico   ritmo,  —  y    díísde   el    [)ardo 
plinto,  —  un    Tritón    significó    su    dardo, 
concupiscente,    hacia    tu    lig;a    cruda  1 .. . 

flzul 

Hurí   de   g-enias    en    moderna    posa, 
— ■  peinado    de    alas,   floreciendo    Anas 
sedas    de    Holanda   y    blondas    bizantinas  — 
eras    sonrisa    y   astro    y    marii»osa . . . 

El    campo   te   acog-ió  con    olorosa 

languidez    y   en    la    tela    vespertina, 

se    ilusionaron    para,    tu   retina 

vagos   Alhauíbras   de    heliotro[)(»    y    rosa... 

A    las    postreras   rielaciones    bronces 

del    sol,    te  amo   por  vez  primera  :  Entonces 

temblamos   en    la    unción  de  aquel   poniente 

como  dos  niños,  bajo  el  olmo  espeso, 
á  punto  que  en  la  hostia  (k;  tu  Ix-so 
se   alzó    mí   alma,    luminosamente!... 

Oleo  Bfillante 

Fundióse    el    día    en    mort(!CÍiu)s    lampos 
y    el    mar    y    la    ribera    y    las    aristas 
del    monte    se   cuajaron    de    amatistas, 
de    carbunclos    y    raros  crisolampos. 


XcVí'i    la    luna    y    un    l)illón    do    ain[)()s 

alui'inr»    las    caprichosas    vistas 

_\     ('luhai'i^'aha    tus    ojos  idealistas 

el    divino    silencio    (,le    ios    cauíiios  .  .  . 

('oiuo    un    ('X(')tico    abanico    de    oro. 
cci'iv')    la    tarde    cu    el    pinar    sonoro... 
S()l)re    tus    senos,    á    mi    abrazo    impuro, 


aj;'ir<msc    tus    blondas    y    tus    cintas, 
y    cri"!')   á    lo    lejos    un    ruinc-r  obscuro 
de    carros.    i>or    el    lado    de    las     (luintas! 


Jl-i.io  HKliK'KK'.V    V    K'EISSK, 


.tt^;:;^.-'*;/^- 


ñtidaluza 


J'ara   Ai'nij 


.\llil;ihl/.;l  c|lli'  rSt,!s  cil  la  l'i'ja 

KsjH'rMnilK  al  [lorta  i|iir  aaias: 

¡  A  tu  tVi'iitc  lie  luna  liar.'  un   nlnilu) 

Crin  Im'siis  (le  t'üi';;-!!.  Clin  Im.'sh-í  ili'  llania<I 

Anilalnza   i|ii('  ticnrs  la  san.nri' 

l)i'  la  ariUiaitt'.  ii'cntil  ntVii'aiia: 

¡  Kn  mis  lidi-as  de  Idch  il.rlhln 

Di'Jaia''  en  tus  lira/.ns  mi  pena  y  mis  ansias'. 

Amlaln/.a  (|ni'  ticni's  la  nix-lic 

Kn  tn  i-al)('llci'a  de  liui-li's  iii-aaila. 

¡  Kn  tns  lirazos  niDi'rnos  \  .1  iinici'o 

Alin;;-ar  esta  licliic  ili>  aai  II-  i|Mi-  nir  exalta  ! 

Andaluza   de  ojazns  más  nci^iMs 
(¿111'  la  prna  (|iii'  liirri'  y  i|Ui'  mata  : 
¡A  ni   lado  SI'  trilcra   rii   diil/.iira 
I, a  pasiiín  iiuc  mis  \i'iias  inllaaia  I 

Auilalii/.a.  ;;-i'ntil   cumiiaaci-a. 
Andaluza,  mi  ^Uisa.  mi  amada  : 
¡  Kn  un  lii'si)  te  lii'  ilailu  mi  \ii|a  I 
¡  Kn  lili  lii'so  di'  mii'li's  y  llimas  I 

Km   \ui>o  iii-:  ( )|{V. 


í'ailiz.   l;iii- 


Kdlakdo  OK  OI^.Y 


r 

El...   tío  quiera 


Friip,'  y,;../... 


■ -Pcrmam-co  IcvantadíiV  rrió  antes  (K- ahora,  (•unfiési-mclo 

—  Sí  ...  Sabía  ([iic  usted  ven-  sin  temorc-s . .  .  Le  estaré  agra- 
<lría  y  no  (luiso  acostarsi; . . .  decido  . . . 

—  Fiir  violento  entonces  el  — Es  (]ue  ^Maruja  se  oponía 
ntaiiue  V  siempre    -  c:>ntest(}  Matilde — Si 

—  Yo  jamás  la  vi  en  ese  es-  su  estado  de  salud  no  hubiera 
tado  .  .  .  JA'Juro  (|ue  creí  (jue  se  tomado  un  cariz  tan  pésimo  des- 
moría .  .  .  de  anoche,  á  la  fcclia   usted  aun 

—  Pobre  ^[aruja. ..!  Tanto  cjue  ignoraría  todo...  Quizás  esté 
.sufre  por  mi  culpa !  cometiendo  una    grave    falta   al 

P^ufrasio  se  llevó  ambas  juanos  quebrantar  el   prop('tsito  jurad 


o 


X    caljcza    y    permanecii'»    así  á   la    pobi-e  amiga  enferma.  ]>e- 

largo  rato.  En   la  casa  im[)eraba  ro  usted  comprenderá    (|ue   son 

un     silencio    religioso.    Matilde,  inmensas   las    responsabilidades 

contagia(bi  por  el  dolor  que  abis-  que  sol)re  mi   conciencia    pesan 

malja    á    Eufrasio,     permanecía  en  el  caso  (]ue  llegara    á    empeo- 

muda.  sin   atreverse  á  desplegar  rarse  .  .  .  Ha  venido  á  mi   casa    á 

ios  lal)¡os.  gozar  de  mis  cuidados  y   (b'   mi 

—  Cuénteme.. .  cuénteme,  jn'o-  cariño,  y  no  quiero  cine  una  re- 
siguió Eufrasio  levantando  y  sa  serva  (jue  en  este  caso  no  podi'ía 
cudiendo  penosamente  la  cabeza.  justittcarse.  trajera  consecuen- 
Usted    sabe    el    interés    (|ue    me  cías  fatales. 

tlespierta  todo   loque  se   refiere  — Tiene  i'azón   .Matikle  .  .  .    Yd 

<á  .Maruja  ...  soy  (kunasia(b)  injusto  . .  .  No   sé 

—  Xo  podría  ser  de  otra  ma-  cómo  recompensarlos  inmensos 
]iera.  —  murmuró    ^[atilde    lan-  sacrificios    <]ue    se    iinpone    por 


zando    un    profundo    suspiro.  —  aliviarla   del    [)eso   de   su   negro 

Tocas    mujeres    encontrará    que  infortunio  ... 

lo  quieran  tanto  como  ella  . . .  Enmudecieron   nueva  men  te. 

—  Sí,  sé  (jue  nuí  quiere  mu-  Eufrasio,  profundamente  eonnio- 
cho  .  .  .  Espero  qu(í  su  estado  no  vído,  lu)  pudo  contener  dos  grue- 
«ea  muy  grave  y  que  nuestro  sas  lágrimas  (jue  se  tleslizaron 
carillo  podrá  restituirle  la  calma  ])or  sus  mejillas.  Ningún  rumor 
y  la  alegría  que  le  faltan.  callejero  venía  á  turbar  el  silen- 

—  p]stá  tan  delicada  ..  .  cío  que  imperaba    en    la    lial)ita- 

—  Con  e!  ata(iue  de  esta  tarde  ción.  Ante  el  dolor  de  aquel 
no  puíMle  ser  .  .  .  Algo  deljc  haber-  hombre  que  se  creía  eul[)able  de 
le  ocurrido  antes,  para  que  us-  toda  la  gravedad  de  su  ])romet¡- 
ted  se  exi)rese  así.  da,   la  vida  parecía  haber  eoiite- 

Eufrasio.  con   mirar   anheloso  nido  su  armonioso  ritmo, 
trataba  de  ini]uirii'   en    el    i'ostro  — -Hace   una   semana  que  per- 

<le  .Alatilde    un    signo  ríívelador  manece  bajo  la  ¡nfltu'ncia  de  un 

sobre  el  estado  de  Maruja  .  .  .  temor  sobrenatural  — dijo  ]\latil- 

—  Usted  se  muestra  demasía-  de  rompiemlo  el  silencio,  míen- 
do  reservada  y  yo  no  merez-  tras  miraba  los  oj'os  colmados  de 
•co  que  sea  así  conmigo,  —  prosí-  lágrimas  de  Eufrasio.  —  Padece 
guió  Eufrasio.  Si  algo  grave  ocu-  de  continuos  soVíresaltos.  y  euan- 


.-u 


<1()  le  dirijo  l;i  palabra  cu  uno  de 
esos  iustautes,  i)areee  uo  euteu- 
derine  . .  .  ^Luchas  ocasiones  nw 
fuerza  á  re[)etirle  cuatro  ó  cinco 
veces  una  niisnia  i)re<2,"uiita,  has- 
ta lof^-rar  que  me  resi)onda,  pero 
«'Utonces  lo  liace  casi  con  esi)an- 
to,  como  si  dormida  despertara 
))ruseaniente  de  un  mundo  de 
cavilaciones  misteriosas  .  .  .  Ano- 
che, por  ej'emplo.  pei'maneci(')  en 
la  azotea  durante  dos  horas..., 
en  plena,  al)stracci(')n.  La  llamé, 
temiendo  ([ue  el  frío  de  la  noche 
lo  hiciera  dailo,  pues  estal)a  con 
una  hatita  de  verano.  d(^  te- 
la, muy  (lelo'ada.  y  no  prest<') 
atcnciíju  á  mi  llamado  .  .  .  l-Jecu- 
rrí  á  toda  suerte  (\v  ari;umeid<)s 
])ara  inducirla  á  descender  y  no 
loji'ré  mi  ol)icto  ...  Al  fin,  cuan- 
do ella  (juiso.  (lesceudi('),  enca- 
ui¡nándos(!  cautelosamente  á  su 
habitaciíui,  donde  yo  ya  la  espe- 
raba i)ara  reconven irhí  })or  su 
actitud  desobediente...  Clavó 
en  mi  rostro  una  mirada  de  ex- 
travío, y  lueg'o,  con  una  extraña 
sonrisa  (|ue  heh)  la  san<;'re  en 
mis  venas,  me  dijo(ine  había  es- 
tado ha))Iando  en  el  huero  de  la 
escalera  con  su  hermano  Juan  ; 
»[Ue  lo  había  visto  y  besado,  y 
([ue  l(í  iiabía  recomendado  n(j  sé 
(lué  cosas  dis])aratMdas  .  .  .  Tenia 
los  ojos  muy  ai)i(írtos  y  sábados 
de  l;;s  (U'bitas,  y  en  ellos  una  ex- 
pr(,'si()ii  de  díMuencia  (|ue  aterra- 
ba ..  .  Luego,  en  una  transici<')n 
rápida,  me  acarici(')  el  i'ostro  >■ 
con  una  ¡nfiexié)n  de  \-oz  de  des- 
conocida ternura,  me  hablí)  de 
usted...  ¡Cuánto  lo  (|U¡ere  !  .  .  , 
¡Dice  (jue  Juan  también  lo(]UÍe- 
remiu'ho!...  Vo  me  asusté  al 
verla  en  ese  estado  y  deseal)a 
<|U<'  ustcíl  viniera  para  coinuni- 
cársehj,..  'J'eillo  (|ue  esas  visio- 
nes (jiie  la  trastornan,  vuelvan 
á  i'cpetirse  hoy.  mafíana,  pasa- 
do ...     ¡  La    pobre    .Maruja,     tan 


buena   y    afable,    el    día    menos 
l)ensado  se  vuelve  loca! 

—  Y  usted  no  trató  de  persua- 
dirla, de  demostrarle  que  su  her- 
mano Juau  no  puede  aparecér- 
sele?  -  interrumpió  Iilufrasio  cou 
marcado  espanto. 

—  Sí ;  me  aventuré  á  })oner 
en  duda  sus  i>alabras,  pero  niiis 
valiera  (jue  no  lo  hubiera  he- 
cho. .  .  Después  de  condenar 
agriamente  mi  desconíianza, 
prorrumpi(')  en  tan  copioso  llau- 
\()  (\nv  me  vi  en  serios  aprietos 
para  consolarla  .  . .  Cesó  en  sus 
lágrimas  solamente  cuando  la 
amenacé  con  revelarle  á  usted 
todo  lo  ([ue  había  ocurrido  en- 
tre nosotros.  ¡  Viera  desi)Ués  del 
llanto  su  actitud  de  profunda 
humildad  1  .  .  .  ¡  ^le  dio  tanta 
lástima,  (pie  apenas  ]Hule  conte- 
ner las  lágrimas  (]ue  pugnaban 
p(ir  asomar  á  mis  ojos  .  .  . 

—  ■  ¡  Uh  I  ([ué  desgracia.  .  .  ¡dijo 
luifrasio  con  desesperación. 

Desi)ués.  como  iluminado  por 
una  idea  rei)entina,  i)regunt(3 : 

—  Kecién  anoche  notó  en  ella 
esa  esi)ecie  de  desequilibrio  men- 
tal? 

—  Xo  :  lo  noté  al  siguiente  día 
de  retugiarse  en  casa  .  .  .  Prime- 
i'o  empezó  á  (piejarse  de  la  mal- 
dad de  su  familia,  ([Ue  por  el  de- 
lito de  (iuer(u*lo  mucho  á  usted  la 
había  expulsado  de;  su  casa;  del 
odio  (pie  su  madre  hal)ía  ])uestc) 
de  manitíesto  en  esa  ocasión,  y 
(.lespués,  á  medida  que  transcu- 
rrían los  días,  me  habló  del  ca- 
riño (jue  le  i)rofesal!a  su  pobre 
hermano  muerto  . .  .  Así,  día 
tras  día.  hora  tras  hora,  me  ba- 
ldaba siemi)re  de  lo  mismo,  ob- 
secada  i)or  una  sola  idea  la  mal- 
dad de  su  madiH^ ....  el  cariño 
de  Juan  ....  la  indiferencia  de 
todos  ios  suyos.  ..  Yo  le  hablaba 
de  multitud  de  cosas  con  el  ob- 
jeto de  distraerla,  ahijándola  del 


—  3Ó    - 


i^írculo  funesto  de  sus  preocui)a- 
ciones,  pero    me   empeñaba  inú- 
íilmeiite.    perdía    toílo    mi  tiem- 
po . . .    En    (los     ocasiones    (jue 
inostré   más    eiier^i^'ía    para  com- 
I)atir   el  mal  que  hacía  ya  estra- 
_i>-os  en  su  ment<^  seao-ravó  tanto, 
([ue  desistí    desde   entonces  á  la 
idea  de  eoml)atÍL'  su  mal  .  . .  Hoy 
mismo  \>ov  culpa    mía  fue  que  le 
repitió  el   ata(iuo    al   corazón... 
La  S(>rj»i'endí  en    un  <^x;ti-ciuo  úc. 
üii  liabitaeión    hablando  y  gesti- 
eulando    á    solas...  X(»    st'*    cpió 
cosas   disparatadas  decía  .  . .    .Me 
<'nojé  mucho  con  la    pobrecita  á 
tin  de  C[ue  no  so  entre.<>'ara  más  á 
sus  cavilaciones  d<'  ultratumba  : 
llegue  hasta  el  extremo  do  amena- 
zarla con  la  expulsicHi  de  mi  casa 
si  no  hacía  por    corregirse,   y  lo 
único  ([ue  logré    fue  <]ue  le  r(q)¡- 
tíera  la  puntada  .  .  .  Se  dcspNnnó 
sin  pronunciar  una   sola  palabi'a 
sobre    el    i>¡s(».    permaiiccic')    dos 
horas    conuj    muerta,  hasta   (pie 
mis    cariñosos    cuidados  la   vol- 
vieron en  sí  .  .  .  Apenas  recobró 
el  sentido  y    pudo  balbucear  las 
primeras    ])alabras,    le    dijo  que 
usted    no  tardaría  en    venir..., 
(jue  tratara  de  consolarse  .  .  . 

—  Se  sorpi'endió  mucho  cuan- 
<lo  le  comunícc)  la  noticia? —  in- 
terrnmi)¡ó  Eufrasio. 

—  Se  concretó  á  exhalar  un 
])rofundo  sus[)iro  sin  articular 
una  sola  Irase  . .  . 

(luardaron  silencio.  Eufrasio 
miró  varias  veces  el  reloj.  Hacía 
más  de  medía  hora  (pie  platicaba 
con  ]\lat¡lde  y  aun  ]\Iaruja  no  ha- 
lu'a  aparecido.  (^)ué  le  (tcurriríaV 
Habría  vuelto  á  reproducirse  hi 
crisis?  Estaría  quizás  sujeta  al 
imperio  de  una  aparición  sol)re- 
natural  ?  Quién  sabe  .  . .  I^lufrasio 
extrañando  esta  demora,  sin  la 
calma  necesaria  para  tomar  una 
resolución  única  en  medio  de  las 
dudas  que  asaltaban  su  imagina- 


ción, pidií)  á  Matilde,  (¡ue  á  su 
lado  [lermanecía  eonnj  ensimis- 
mada, i]\w.  fuera  hasta  la  habita- 
ción de  Maruja  é  inípiiriera  las 
causas  de  su  tardanza.  Entretan- 
to aíjuélla  cumplía  este  propósi- 
to, Eufrasio  (]ued()  solo,  sumer- 
gido en  un  caos  de  doloro>as 
íncertidumbres,  sin  atinar  c(»n 
ninguna  resoluciíui  (pie  salvara 
á  su  prometida  de  una  catás- 
trofe que  i)arecía    inminente. 

Al)sort()  se  hallal)a  en  sus  ea- 
vilaeion(\s.  cuando  Matilde  re- 
íqnireció  caminando  lentamente, 
tomando  de  nuevo  asiento  al 
lado  de  Eufrasio. 

— Ahora  viene  ...  —  dij'o  aíjué- 
lla  i'espondii'iido  á  la  interro- 
gación (pie  enceri'aba  la  mirada 
de  Eufrasi(».  Estaba  terminando 
de  ari'eglarse  un  jtoco  . .  .  Le 
duele  mucln»  la  caljcza  \"  espe- 
raba (pie  yo  fuera  })ara  decidirse 
á  venir. . .  Le  dije  ([ue  usted  es- 
taba impaciente  por  su  demora 
y  Sonriendo  me  contest('>  (pie  no 
se  afligiera  .  .  . 

Elle  interrumpida  en  su  con- 
versación ]ior  iin  extraño  rumor 
de  i)asos.  ^Maruja  no  tard  J  en  apa- 
recer por  la  puerta,  (jue  comuni- 
caba con  las  habitaciones  inte- 
riores. 

Venía  pálida  >■  ojerosa,  lu- 
ciendo en  su  frente  una  ancha 
vincha,  de  tela  blanca.  Eufrasio 
apenas  la  divisó  corric')  presuroso 
á  su  encuentro,  estrechando  con 
vivos  trasi)ortes  de  alegría  las 
manos  que  le  extendiera  con 
disi)licencias  de  enferma.  Matilde 
aprovechó  estos  instantes  para 
alejai'se  de  la  habitación  y  de- 
jarlos solos.  J.a  enferma  >•  Eu- 
frasio tomaron  asiento  casi  jun- 
tos, mírándost'  en  silencio  bre- 
ves instantes. 

—  Te  duele  mucho  la  cabeza  ? 
—  le  pregunt(')  éste. 

—  Un   [»oquit()  —  c(»ntestó  Ma- 


—  ;](;  — 

tildi' — Liie.i'i»    ;ií;T('^'.'»  :     V;i    p.t-  to  stitVía  por  sil  culpa.    Después, 

saiVi  .  .  .  como  st'  prolon^'ara  el  silencio  >' 

— l'oi^iué  (leiuorastes  tanto  cu  la  actitud  il(í  ^laruja  fuera  anor- 

lleii'ar  ?  nial,  la  ca,i;'i(')    mu'viosaüieute    de 

—  .Me    estal)a    arre^'lando     un  anil)as  manos  y  con  tono  de  pro- 
)H)co  .  .  .   Después,  en  una  tran-  fundo  azoramieuto  le  dijo: 
s¡ci(')n    r.ápida.    preu'unt('):    ]^~;tás  —  .Alaruja  !  .  .  .  No  seas  así  !  .  .  . 
enojado  y  Kstoy  á  tu  lado  !  .  .  .  Hál)lame  I  .  . 

—  \o,     Maruja,     yo    no    estoy  DiiUí'  cualquier  cosa  !...  Xo  per- 
«■nojado  .  . .  manezcas  muda  ! . . .  Xo  V(!s  (jue 

— Como  te  liit'eesjx'rar  tanto...!  sufro;...    .^[e    volveré    loco!... 

— Xo  imperta  .  .  .  l-^staba   atti-  ¡  .Vv  !  .Mfiruja mía  !  .  .  . 
<;¡do  i)(U'(ine  creí  (|ue   te  hubiera  Ivifrasio  dej()  que  estallara  to- 

•urridíj  al^a'ui  percaiu-e  .  .  .  da  su  desesperación  y  llevándose 


*>(' 


-Maruj'a  rompi(')  ;'i  llorar.  iMifra-  ambas  mañosa  la   cabeza,    llür<) 

sio.  sorpi'endido  hacía  esfuerzos  auiai">;'ameute  por  larj>"o  rato,  ^la- 

poi- consolarla.  ruj'a,  no  se  inmuté)  ])or  esto.  Pro- 

— Xo   llores,    lio  te  atujas  —  le  fundameiit(í  abstraída  no  aparta- 

dij'o  —  Va  vendrán  días   mejores  l)a  los  ojos  del   extremo  de  la  lia- 

en    los   cuales   nos    resarciremos  bitaciíui,  como  si  en  la  penumljra 

de    todas    nuestras   tristezas  .  .  .  hubiera    un   ser  extraño  que   la 

l'or  ahora  cuídate  mucho  ..  .  Tú  solicitara,  una  causa  que   la  akí- 

estás   muy    .delicada    de  salud  y  .jaba  de  la  vida    haciéndole   olvi- 

iiecesitas  tranquilidad  .  .  .  .Mien-  dar  al  ser  (juíí  á  su  lado  sufría, 

ti'as  ti'i   tratas   de   mejorarte,   yo  Pasado  el  momento    de    crisis, 

me  preparo  para  el  poi'venir  .  .  .  Kufrasio    l(!vant(j    la    cal)eza      y 

— Xo.  luifrasio,    yo  no  te  con-  acercáudosíí   á   Maruja    la    co^í;Í('> 

venji'o.  .  .  !   Xadie  me  (luiere.  .  .  !  de  las  manos  (¡110  estruj(')  con  ca- 

Va  \'es  mamá.  .  .  !  Drs[)ués,  estoy  rifiosa  Víduuiiencia. 

enferma  y  te  dai'ía  mucho  traba-  -  (^>U!''    t(!   pasa    Maruja  V  —  le 

"j'o.  .  .  !  Olvídame.  .  .  !  Tú  puedes  pre>;'unt(') —  Xo  estás  contenta  de 

t'iieontrar  otra    mujer   y   ser    fe-  verme  á    tu   lado?   Quieres   (jue 

liz.  ..:   Kriís   l)ueiio.  .  .  :  me  \'a>a  ?  . .  .  ¡  IIál)lame  !  .  .  .  ¡  Há- 

-Xo,  Maruja,   no  <l¡i>as  eso  —  l)lame  .  .  .  ! 

interrumi)i('>     Kufrasio  —  Vo     te  Kufrasio   se    aproxiuK)    más  á 

(|UÍero  á   ti    únicamente  .  .  .    Xo  .Maruja    y.    c(>mo    otras    muchas 

seas  mala.  .  .!   Tiui  contianza  en  veces,  (niiso  darle  un  beso  en    la 

mi  carino.  .  .!  Yo  no  (|uiei'()  per-  b;H'a.  l'lsta.  como  si  la   hubiei'an 

dert(!. ..!  Seremos  ni u.\' felices.  .. !  herido,  se  levante')  como  azorada 

.Maruja     no  desp|eu-('»     los    la-  de  su  asieuto,  se  zaf()  de  las   ma- 

l)ios,  pennaiiecieiido   como   al)--  nos    de    lOufrasio    y   ))crnianec¡('> 

traída,  con   Jos   ojos   tij'os  en    un  lue^'o  como  momiHcala. 

extremo  de  la   Iiai)itacié)U    doude  — Xo,  eso  no  —  H'riié),  mientivis 

se    había  condensado   la  peniim-  se  alejaba  con  pas(j  vacilante  en 

l>ra.  K.ufrasio  la  min')  con    soln'e-  direcci(')n  al  extremo  de  la  pieza 

salto,  sin    anicular    palal)ra,    in-  donde  su  mirada,  S(3  había   obsti- 

(luiririido    en    el     rostro   de    su  nado  (ui  una  fijeza  aterradora, 

prometida  un  *i,'('sro  (pie   lo  con-  — Xo,    no    Kufrasio...!    Kl   110- 

«lujera  hasta  descifrar  la  extraña  (luiere...!  .Mírale..  .!  Klno(iuie- 

hudia  de  ideas  (pie  se  lil)ra  l)a   en  re...! 

«'I  cerebro  (le  a(juel  ser  (|ue  tau-  S(í  llev(')  las  manos  á  la  cabeza 


i)  I 


procipitáiuli.isc  ;il  ln,tí';ir  referido.  liorrible.  EutVasiu  de  ]j¡e.   ¡nmo- 

Kü  su  rostro  se  linljía  i);iral¡z;ulo  vilizado  por  el  miedo,  siiitic)  (jue 

un  i^'esto  de  lo.'ura.  Sus  ojos  des-  en  su  garganta   se   anudal»a    un 

mesurada nientií    al)iertos,    pare-  grito. 

eían  (ijuerer  escapar  de  las  órbi-  ^  ,         ^,           _    ■ 

tas.  Hn  su  bocM,  uu.i  extraña  son-  Pkrfkcto  Loi'EZ  C  a.mi'ANA. 

risa    había    ])intado    una    mueea  >i,.iit<'viiioo  i:kis. 


Poetas  nuevos 


Silueta    de    Boulevap 


I'iira     Al'oMi, 

]\;'i[)id;i   eruzns  ])or  los  boulevares 
esparciendo  cual   pomo,  las  esencias 
de  tu  cuerpo  sntil,  cuyas  turgencias 
son   dignas  del  Cantar  de  los  Cantares 

Del   Vicio  tú  no  ignoras  las  sapiencias: 
debieras  s(M'  ungida  en  sus  altares... 
lluehi  á   nardo,  á   pert'unu.'  de  azahares 
tu   l)oea   (|ue   i)asc(')   desvanecencias. 

l'vsparces  por  doijuier  las  i)rinui veras 
de  tu  mirar  nervioso  —  tus  ojeras 
son   un   mundo  de  luz...   ¡Oh   Parisina! 
tú  sabes  (h;   la   vida  y  los  placeres, 
gnstaste  del   (¡uerer  de  los  quereres 
a\:da  de  pasión,  cruel   y    felina  ! 

Julio  J.  Casal. 


Plaza  Independencia  -  Montevideo 


:í8  — 


Bibliográficas 


Liibpos  y   folletos    reeibidos 


(i  ni:ii  \.  ¡I 


K.ir 


"/' 


•:.    r,,-r:il 


'IJI'l/l  ■XII. 


Mitrlritl.  —  Di'sidirs    (!,■    /•./   .1',,. 

ln'llo  lililM   (le  inilircsiiiiics    (!:■  \¡;iji'    por    el 

.Ijipiiii.     (irniic/.    Cari'illo     ims     nlrci-c    otro 

.siilii'i'  (irci'iii.  i|ili'    Ii;km'  ¡>"jiiI  mt  c  iii   ai|ll('-l. 

I;tll    f;l\'()r;ll>lcmi'lltr  ;li-ii^¡(|ii    rii   i'lsciii)    di' 

l;\<-  criticas  csiiañnla    y  tVaiiccsa.     V  es.  ca 

x'i-rdail.  cxiiiiisitn  este    lili|-.>    proloj^-ado  \)iiv 

td   ilustre  pncta  .Icau  Mirc'as. 
De    las   pájíiiias 

de  (h-i'i-'ni  se  exha- 
la   lili   sutil    peil'll- 

iiie    cdiiio     (le     rii 

sas    llelcilicas  qni' 

transporta      mies 

tros     sentidos     ;i 

aiiiiella   ren'iini  de 

la  perenne  liidleza 

\     nos    hace   \  ¡\  ir 

un    instante    liajo 

<d   cielo  de   la  líe 

lade  en   coiiiunií'in 

con   la    rieiite    na 

turaleza  y  los  ilio 

ses  del    Olimpo, 
(ii'miey.    Carrillo 

hace     Mil     estudio 

de  (¡recia     su   es- 
píritu   olisei\ailor 

lodo   lo   ahonda  — 

\"  nos  da   ;i    cono- 
cer   hasta    en    sus 

ras^-os    iiiíis    íiiti 

nios.    el    alma    de 

esi'      piiehli).     tan 

compleja  y  miste- 
riosa :    sus    niiije 

res.  sus  poetas,  sus 

i  nidinaciinii's     ar 

tisticas    y     litera- 
rias  >■   sil    -laiiile 

amor  ¡i  los  lii'roes 

anti);ii,is    y    á    Ims 

ley<'ii(ias    del    |ia- 

;;anisiiio. 

Ohra   ele    \erdM- 

dero     ai'tista  .     coi 

i|Ue  la  descripciiiii 

siirn'c    amena    y 

sua\-eniente  niati 

/.ada.  harmonizan- 
do asi  con   la   |uii 

tura  moral   (!<■  los 

Krie;;-os.   la   ejecii- 

lada    por   ("airillo 

sintetiza     todo     el 

pasado  heléiiicii  y 

cauta    á     la    vez  'la     ('tojiea    de    la     (¡recia 

enntemporánea. 

I..I1S  i|iie  ;•,  tra\-.-s  de  ciertas  lectitra-i 
ernnieas  se  lia\;in  forniado  un  concepto 
'''l"i\'";-o  ,|,.  |;|  (;rc;-¡a  actual,  cr, ■vendida 
sometida  á  la  fusta  de  la  civiiización 
oriental  i'i  iircilispuesta  al  coiita'íio  de  los 
niales  bizantinis  i|\ie  llevan  ;i  la  decadcu- 
cia.  se  snriirenderáii   leyendo  este  lihro  iiue 


E.XRlgUK    (IfKMEZ   C.VRRILI.O 


presenta  á    aquel    país    como    el  centro    de 
cultura  ,\    de    arte    que  iiiiiiurtalizaron    l[ii 
mero  y  Kidias.  Dciinistencs  y    l'raxitidcs. 

f.  l'ii  liliro  siilire  (ireciaV  .  ..  dirán  al^'U 
nos.  ¡  Cuántos  volúnicnes  haliria  que  e.scii- 
Uir  para  mostrarla,  apenas  en  eshozo,  tal 
como  es  hoy  y  como  t'iié  en  la  antiüiieilail  ! 
Pero  (i, '>mez  Carrillo  sahe  el  arte  de  la 
síntesis  ;      no     se     deticiie     eii     di;i'resioues 

lar;;as  y  nioinUu- 
nas  que  s  ii  e  I  e  n 
roin]ier  casi  sieiii- 
lire  el  eucauto  vir- 
};iual  de  una  oliia 
artística  ;  he  ahí 
el  atriliuto  de  la 
su_\  a  sohre  un  te- 
ma tan  vasto  _\-  de 
t  a  u  coiii]ilica(las 
fa  c  e  t  a  s  como  (d 
que  ofrece  la  tie- 
rra de  Anacreon- 
te.  Kl  arte  de  Ca- 
rrillo es  deleite  v 
o!iser\ae¡iin.  Hré- 
\eilad  en  los  co- 
mentarios llenos 
s¡ein]ircde  hernio- 
sos ras^-os  psico 
lii;;-icosque  hastan 
en  una  frase  para 
liintar  algunas  de 
las  modalidades 
populares;  exacti- 
tud en  la  acciiin 
ilescr¡pti\a  y  una 
ineomparahíe  ri- 
queza de  einocio 
lies  son  las  \irtu- 
des  inimordiales 
de  ese  artistaiioe 
ta  que  hay  cu  (d 
autor  de  (¡rcria.-  - 

l'KPiKZ  vcriíi.s. 

1,  \  NoVKI.A  lli;  MI 

.\y\\i'U. piir  ( Uihi-irl 
Mira.  —  Al/'iin/i' 
<  Espuñít  .  —  Cuan- 
do acallé  de  leer 
este  liliro  e\o(|U('- 
la  di\'ina  modali- 
dad de  ese  artíti 
<•<■  de  la  iialalira 
que  se  llama  (ia 
liritd  I)'.\nniiuz¡o. 
Porque  Miii'i.  al 
i^iial  de  aiplél. tie- 
ne la  facultad  de  hacer  (lUe  <d  lector  se 
asimile  al  iirota^iiiiista  ;  pues  le  liare  sen- 
tir en  la  carne  y  en  el  alnia  todas  las  des- 
dichas y  toda  el  ansia  de  ternura  que  for- 
man la  \iila  did  principal  personaje  de  su 
olira.  Kn  l,ii  nori'la  df  ni/  umino.  Miro  estu- 
dia un  caso  de  psicoloK'ía  raro  _\"  morboso. 
Hl  inotaíí'ouista  —  uii  pintor — padece  de  un 
mal  que  hace  que  sus  actos  sean  en  un  todo 


3!»   — 


cDiitraiios  ii  sus  iiciiSHiiiieiitos.  l'or  oso. 
cuíuhIo  pinta,  lio  reproiiiu'c  el  iiKuleln  <iii<' 
tiene  ante  su  vista  sino  ai|Uello  (jue  ve  su 
inias'iiiacióii. 

Ya  he  iliclio  que  es  el  ansia  de  ternura, 
en  liarte,  lo  (|ue  forma  su  vida;  una  ter- 
nura reeoneentratla  en  su  iiija,  tierno  lirio 
condenado  á  morir  prematuramente,  y  úni- 
ca alma  (jue  h-  coni|irende. 

Bello  libro,  en  verdad,  y  escrito  en  un 
estilo  .sobrio  X'  personal  ({ue  revela  |iaclen- 
Xí:  labor  de  artista.  —  FLOii  DKL  L.VCIO. 

('aí.v.  pi>y  ('(istai)o  Moiii'iiiil . —  Mi.'hi. —' 
(¿nien  liaya  Uido  los  versos  que  Mones'al 
¡lublieara  hace  tres  años,  liabrá  notado 
una  marcada  tendencia  revolucionaria.  ([Ue 
se  ha  vis'orizado  notablemente  en  el  des 
arrollo  (le  una  incansable  lalmr  de  estudio 
y  de  pensar. 

lloy  nos  ofrece  un  nue- 
vo liliro,    ('(lili,  que,  aun-  , 
(|ue  no  es  de  \cisos.  pal  -  -      ' 

pita  en  él  el  aletazo  de  su 
musa  rebelde  (juc  le  sacu- 
diera el  alma  á  los  \cinte    • 
años. 

Caín  es  una  serie  de 
cuentos,  escritos  cu  un  es- 
tilo de  difícil  seiicillez  y 
saturados  de  un  iiesimis- 
1110  (|ue  enferma  \  de  una 
atrevida  psicología.  ,  'I-. 

Xo  se  han  escapado  de  *     '    ' 

la  sagaz  (discrxaciim  de 
.Moiiegal  esas  escenas  ín- 
timas de  sufrimiento;  esas 
hondas  trag-edias  que  se 
desarrollan  en  las  noches 
i  11 1  erm  i  n  a  bles  de  l;is 
errantes  almas  del  Dolor; 
esos  fíestos  de  rebelión 
qu(!  son  imprcLacioues  de 
conciencias  (|ue  se  aho- 
í;aii  bajo  el  peso  de  su 
AiU'iihi'.  y  es  por  eso  que 
sil  obra  resulta  de  un  ve 
risnio  ñcl,  y  de  un  temple 
eajiaz  de  liacer  conmover 
y  liacer  sentir  toda 
odisea  y  toda  la  amar 
la  de  las  almas  aisladas 
¡lor  las  leyes  injustas  de 
una  sociedad  liumaiia.  mil 
veces  maldita. 

.Moiiesal  ha  hecho  obra 
de  verdad  y  de  tesis,  de 
criterio,  l'u  aplauso  de: 
XAXDKZ   RÍOS. 

HoiijrKT  \>K  .V/ri;;N  \s. 
AiKKs  1)1-:  Aniiai.ic  í  \.  ¡Kii 
—  ''inli:..  -  Hemos  recibi 
inenes  de   poesías 

cieiite.  Kl  primero,  (jUe  es  una  aiit(d.).!;ía 
de  los  más  Jiixenes  poetas  esjiañoles.  viene 
á  ccmpletar /,"  rorí,'  de  lia  pn.'lps.  editado 
por  la  casa  (i.  l'iieyo  de  .Madrid  ;  lus  otr.s 
dos  son  orifrinaics  "del  aplan:l¡d>  autor  di- 
J-y  ¡uijari)  az-iil^ 

t'omplej.-i   persoiialidul    iiaréceue     la     de 

'poeta  varonil  ((iie  se  llama  I',  luardo  de 
•Sus  versos  de  sutil  estnictui'a  y  ple- 
savia  nueva,  reciun'dan  á  las  veci  s 
la  musa  de  su  comprovinciano  .Manuel 
H.eiiia. 

La    labor  de   Eduardo   d 
Jiiiable.     V  su   fecundidad. 


publicado  en  menos  de  cinco  años  cincir 
libros  rebosantes  de  belleza,  y  iironto  publi- 
cará otro  intitulado   Maripasas  rfc  aru. 

Ya  teiidreinos  ocasión  de  hablar  c.xteii- 
sainente  solire  el  Jo\eii  jiocta.  c<iii  motixo 
del  nuevo  libro  (jue  editará  cu  l'arís.  J.,a 
absoluta  falta  de  espacio  h<iy  nos  impi- 
de ocuiiarnos  con  amplitud.  —  I'EIÍEZ  Y 
CERIS. 

Ea  ktickna  ANi.rsTiA.  p<ir  Alilit'  M.  Clúop- 
¡luri.  -  llii.fiiDs  Aires.  —  «Debd  narrar  una 
Jiistoria  cuya  esencia  está  llena  de  horror  >•. 
—  Asi  nos  dice  el  autor  en  las  palabras 
limiiiares  de  su  libi-o. 

\  todo  él,  en  cfectu.  diríase 
de  misterio  y  espanto,  y  aun 
final,  cuando  todo  se  aclara. 
nosDtros  esa  misma  sensaciiin. 

¡  Libro  admiralile  .\    de    estibi   que    acu 


imprcfí'nado 
dcspiiés.  al 
lienliira    cu 


a 


la 
í'u- 


JOSKFINA  M.  DE  PÉREZ  Y  (ÍURIS    ;  Fí.oR  DKI.   T.ACIO 


rellexion  v  sabio 
—  OVIDK')   FER 

E  \     MIS  \   \i  i-:v  \. 
■    lúli!:ii\U)   lie  (Je;/. 
do  estos  tres  volii- 
piiblicacii'm    Cfisi  re 


<  )ry 
nos  de 


'  Ory   es   eneo- 
iirodifíiosa.    Ha 


una  lalior  de  orfelire  I  Sus  |iá<;in.is  parecen 
sitiiradas  de  un  iierfuin,'  de  pasii'm.  Al 
amor  que  vibra  cu  ellas  podría  llamársele, 
eoüi.l  dijo  Eu^-oncs:  "Anme  ihr'nin,  pinijiif' 
r.x    xia  e.'iji  'enHZii  ». 

1'>I  viilfio  no  sentiiá  tildas  las  bellezas 
(jiie  encierra  /.c  el'-rna  e iiiinsl ie.  pero  pre 
siiino(jue  este  libro  fué  escrito  para  los  que 
estíu  unjí'idos  de  tristeza  v  de  amiir.  jiara 
es.is  elegidos  de  la  vidii.  —  l'EOR  DEE 
EAOlO. 

l'i-:i«Kii.Ks  V  Ui:iji:v;:s.  jinr  F.  duren'  (in- 
d,,,/.  —  .Snil"  iJiutiiuj.i.  -  Las  .\iilillas  pue- 
den considerarse  urgiillosas  en  ciintar  con 
hijos  tan  \alieutes  y  <ie  tanto  talento, 
cimo  lo  es  (iarcía  (iodoy.  de  (|UÍen  nos 
vamos  á  ocupar    en  breves   líneas: 

Su  último  liliro  l'erfih's  ¡i  Relieces  es  una 
obra  de  estudi<is.  que  s(í  destaca  vigorosa 
jior  su  complexión  severa  y  por  lo  jiro- 
finido    de   sus    meditaciones  acerca   de    la 


—  40   — 


laWor    ImniíHis;!     de   coiisM^A'i'íHlns    iirtíticfs 
<li'  l:i   l';il:ilir:\.  de  l;i  Foniiii  y   ilc  l;i  Idea. 

Kl  estilo  ili'  (iarcia  (idrlo^  es  altamente» 
lifisnual.  >^ii  pluma,  siiliria  y  lirillaiiH".  sin 
(IcsIiiTS  anipiilDsos  (le  rcliiisfailas  afecta 
(•¡(ines.  tiene  el  pniier  siifA'est ionailor  de 
}iaeei-  enseñar  á  las  almas  seleetas.  toda 
nna  divina  lPere;;rinaeión  á  tia\és  de  la 
<'X(|UÍsita  y  ^'enial  erincepcii'in  de  eerelifos 
niara  villnsDs. 

l'frftlcs  ;i  J\rl/rr,  ,■<  es  nn  lilil-ci  ile  eiinsa- 
iATaeiipn  y  de  ali(Mito.  (|lie  lia  mi-reeido  nn 
puestn  lie  li(ini)r  entre  las  más  valientes 
(linas  aniei'ieanas.  de  estndiiis  eritieos. 

IJefiíie  hasta    (iaicia    (i(>dii\    nnestia  ail 
miiaeii'in  sineera.    -OVIDIO  FK|{XAN1)KZ 
Jx'lOS. 

J-J.    r\iii;i\i)  1)1-;   ('i->  ir.iA.  ¡m,-  Miirin  M'>i-i-i- 


muerte. 

Xnestros  a|ilans(is  á  la  gentil  esiMitni'a.  ■ 
ClKls. 


i>  nesircis  apiansoj 
l'EHKZ   V  ClKls. 


-ofl 


í'' :"/.¥/ 


Nuestra  juventud 


Il(í  ;uiuí  un  cstiidioso:  el 
j(jvcn  Klzear  S.  (üufTra  ([ue 
recieiitcnicntc  lia  sido  incor- 
porado al  cuerpo  de  rcdac- 
ci(')ii  dv  Kl  'rclnjra l'd  Mari- 
timu.  Su  suficiencia  para 
nijordar  con  felicidad  tenias 
de  diversa  índole,  ha  sido 
comprobada  con  su  perseve- 
rante labor  (|ue  revela  no 
s(')lo  uu  espíritu  esciulrina- 
dor  ([Ue  todo  lo  ahonda  y 
d(í  todo  trata  de  incautarse, 
sino  también  una  jj^raii  vo- 
luntad ])uesta  al  servicio  de 
¡d(!ales  educativos. 

Sus  Apuntes  (le   ( ícnuní fifi  \  - 
A  inprt'cniKí,  pui)licados  en  el 
afio  pasailo,  son  una  pru(d)a, 
irrefutable  de  sus  altitudes 
para  <d  estudio  d(í  esa  rama 
<!<'  la  ciencia   tan   vastamen- 
te   y   tan    bien    tratada    por 
K'eclus.   Dicha   obra,  (lue  se- 
rá    adoptada,    no    lo    dudamos, 
como    texto    para    uso   de   nues- 
tras   escuelas,   ha    sido   juzgada 
muy  favorablemente  por  perso- 


nas  com[»etentes 
Araújo,  etc. 
Xuestros  ajilau 


leg'a. 


como   Orest(.'s 
sos  al  joven  co- 


¡'litada 
Ji  venta 
|il.  llena 
en  un 
le  hace 
(las  snn 
6'"- 
)t'  nota. 
|a  es  la 
^vcr  (|iu' 
iin])oi- 
11  Plata. 

|C|ltUl)SO 

lAlcides 


i<iia. 


stcs 


co- 


: ._  ,^^  Si  es  usted  forastero  y  no  conoce  :  YA  APARECIÓ 
'\  ,-"    la  ciudad,  no  tiene  ^ue  preguntar  ., 

/^  '^^  ,  nada  á  nadie,  todo  se  lo  explicará  '  ^       ,         i        i »    ' 
^^7  :    :    :    :   LA  GUIA    :    :    :    :  ;  fOV  I03  JardmQ^ 

QVO    VADIS?  dgl  JKimo.   ^   ^  ^ 

Ferrocarriles,    Vapores,    Tranvías, 

^\i'n%i\']Gx'\íiü,  cu-.  — P/a no  completo,  ;  I'oesías   dk 

nomemlator  r  descripción  de  la  ciudad  ':■ 

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>a   ciprrespfiiKttMicia    litfi'aria   á    i'l-llíl-y.    V   ('I'KIS 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Secrotíirio  de   Eedacción:    OVIDIO    FERXÁXDEZ    KÍOS 


AÑO  IV 


flontevideo,   Febrero  de  1909 


I-  24 


la  tfisUza  d^l  Sol 


I 


En  estas  horas  de   melancolía 
de  gris  y  nebuloso  desconsuelo, 
sueñan  mis  ojos  turbios  con  el  cielo, 
la  luz  y  el  campo  de  mi  Andalucía. 

Aspiro  un  tibio  aroma  de  romeros 
y   de  jazmines.  El  azul  chispea 
de  sol,  y  duerme  la  morisca  aldea 
entre  naranjos  3^  entre  limoneros. 

Señor,  un  poco  de  reposo,  en  esta 
vida  gris  de  miserias  3"  dolores . . . 
Olvido  para  todos  los  afanes, 

y  adormecerse   en  la  calina  siesta 
mientras  sueñan  los  frescos  surtidores 
en  algún  viejo  patio  de  arra3^anes. 


II 


Del  rojo  sol  de  estío  los  ardores 
agostan  mis  jardines  orientales. 
Están  mudos  de  sed  los  surtidores 
3^  de  sed  se  deshojan  los  rosales. 

Y  hasta  aquel  ruiseñor  cu3"as  cantigas 
perfumaron  de  ensueño  mis  veladas. 


Av 


-  42  - 

muerto  le  encontré  ayer,  lleno  de  hormigas 
entre  las  negnis   hierbas  calcinadas. 

Ni  el  eco  errante  de  una  voz  alegra 
el  sopor  inftnito  del   paisaje  .  •  •      , 
Todo  muere  y  al  par  todo  se  olvida ... 

Sólo  la  sombra  de  una  araña  negra 
hila  entre  el  esqueleto  del  ramaje 
el   tedio  fatigoso  de  la  Vida. 

III 

Un  triangular  ensueño  de  cipreses 
rasga  el  cobalto  fúlgido  del  cielo, 
proyectando  en  el  ocre  de  las   mieses 
las  sombras  de  su  obscuro  desconsuelo. 

Es  ceniza  la  giba  de  la  sierra  ; 
nos  asfixia  la  fiebre  del  bochorno . . . 
Quema  el  aire,  y  parece  que  la  tierra 
es  el   candente  respirar  de  un  horno. 

El  llano  es  todo  fuego,  sin  más  sombra 

que  la  de  nuestro  cuerpo  . . .  Alguien  nos  nombra 

con  voz  ronca  de  sed ...  Y  paladea 

el  labio  las  nostalgias  de  la  jarra 
que  colgada  á  la  sombra  de  la  parra 
el  frescor  de  sus  lágrimas  gotea. 

IV 

En  las  arenas  rojas  bajo  el  fuego 
del  sol,  que  en  el  espacio  reverbera, 
se  yergue  un  esqueleto  de  palmera 
sobre  el  pardo  brocal  de  un  pozo  ciego. 

Todo  en  la  paz  canicular  ha  muerto  ! 
Y  hasta  el  inmóvil  mar,  de  sol  bruñido, 
es  un  lago  de  sal,  adormecido 
en  la  tórrida  margen  del  desierto. 

Es  un  humo  de  incendio    el  calvo  monte ; 
y  si  algún  ave  cruza  el  horizonte 
desciende  á  las  arenas  asfixiada. 

Ni  una  gota  de  agua  se  conserva 

en  los  pozos,  ni  el  rastro  de  una  hierba 

verdece  entre  la  arena  calcinada. 

Fraxcisco  VILLAESPESA. 


1  "1 
4o    — 


£1  fracaso  r^al 


El  palacio  alto,  amplío,  fuerte, 
de  mármol  brillante  con  incrus- 
taciones de  oro. 

El  Silencio  y  la  Meditación 
recorren  sus  galerías  como  sobre 
alfombras  de  mullido  terciopelo. 

La  Eeina  moradora  de  ese  pa- 
lacio es  magníflca,  soberanamen- 
te hermosa :  esbelta  y  robusta 
como  una  antigua  matrona  ro- 
mana; ojos  escrutadores  ;  labios 
ñrmes,  como  para  el  convenci- 
miento ;  brazo  que  se  extiende 
en  dirección  al  avance,  al  por- 
venir. Su  ropaje  de  seda  que 
deslumbra  y  cruje,  y  sobre  las 
espaldas  el  manto  como  de  rayos 
solares  cuajados  en  forma  de 
tela. 

Es  la  Razón. 

Va  á  salir  de  su  blanco  pala- 
cio, en  pos  de  una  conquista  que 
acrecentará  su  imperio. 

A  la  puerta  espera  el  regií) 
automóvil  que  sorbe  el  espacio 
dejando  como  estela  una  nube 
de  polvo  que  disipa  el  viento. 
Lo  guía  un  joven  ruino,  muscu- 
loso, ardiente.  Mirada,  orgullosa, 
labios  plegados  con  desdén,  ce- 
ño sombrío  que  se  impone  en 
una  extensión,  como  la  luz  del 
medio  día ;  mentón  agudo  y  só- 
lido. 

Es  el  Valor. 

Está  impaciente,  porque  lia 
tiempo  espera  á  la  Reina,   para 


lanzarse  hacia  el  futuro  de  una 
evidencia  presentida,  de  un  de- 
recho en  germen. 

Cuando  subía  al  automóvil, 
entró  á  la  mansión  señorial  un 
caballero  correcto  y  flno,  vesti- 
do de  negro. 

Habla  con  Su  ^Majestad.  Discu- 
ten con  interminable  lógica.  Ella 
desespera;  pero  él  es  insinuante. 
Su  faz  pálida  se  anima  á  veces 
con  fugacidades  boreales.  Su 
descarnada  y  temblorosa  mano 
cuenta  y  desgrana  los  argumen- 
tos, entre  las  frases  de  convenci- 
miento frío  y  penetrante.  Se  in- 
clina á  veces  rendido.  Xo,  hay 
algo  más.  Y  renace  el  collar  de 
axiomas  transparentes,  que  se 
va  extendiendo  ante  los  ojos  de 
la  Reina. 

El  Valor,  á  la  puerta,  sobre  el 
vehículo  vencedor,  cierra  los 
puños  y  golpea. 

La  Meditación  desciende  por 
las  gradas  brillantes  y  tersas 
del  palacio  de  mármol  con  in- 
crustaciones de  oro.  Se  acerca  al 
oído  del  Valor,  y  le  dice :  El 
Miedo  está  en  el  salón.  Habla 
con  la  señora  Reina, -largamente. 
Ella  le  escucha. 

El  Valor,  visiblemente  triste, 
baja  y  entra  al  palacio,  murmu- 
rando :  Cuando  la  Razón  y  el 
Miedo  discuten,  éste  vence.  La 
conquista  no  será. 


J.  D.  VAXEGAS. 


—  44   — 

Pkrrot  grotesco  y  trágico 

.1   Ji'li  I  Ili'rri'rii  ¡i  }\'i'Í!<siij. 

Juoueteando  aleiiremente  van  Pierrot  y  Colombina, 
En  camino  al  baile.  Cantan  cJiansoiicttcs  de  arrabal. 
Ella  es  pálida  y  es   frágil  como  una   ñgulina 

Y  él  es  fresco  y  él  es  rubio  como  un  vaso  de  champagne. 
Han  llegado.    En  los  salones  reina    alegre   tremolina. 

Carcajadas,    gritos,   músicas   llegan  hasta  el  boulevard. 

El  pierrot  dice  locuras  y  se  empolva  con  harina 

Que   ha   encontrado  en  uníi  como  bombonera  de  cristal. 

El  pierrot  está  borracho.    Colombina  fué  perjura. 
Un  C\'rano  es  dueño  ahora  de  su  gracia  3^  su  hermosura 
Porque   díjole    al  oído  un  romántico  rondel. 

El  pierrot  comprende  todo.  Su  dolor  es  sobrehumano. 

Y  en  su  ñebre  .  .  .    va  y  se  ahorca  en  la  nariz  del  Cyrano 
Con  el  lazo  de  una  blanca   serpentina  de  papel ! 

omdío  eerxAndez  Ríos. 


£1   sacrificio 


penetró    bruscamente    en    el 
Perdón 


Clotilde 
es  ritorio. 

— ¡  Ricardo  !  ;  Perdón  !  Soy  yo.  \'e- 
nía  decidida  á  verte.  Te  conocí  por 
la  ventana.  Por  miedo  á  tu  madrr 
no  he  esperado,  no  he  querido  lla- 
mar. 

Ricardo   de  pie   delante   de   su   mesa 


Para  Ai'oi.n. 

de  trabajo,  la  miró  inmóvil,  com.> 
interrogándola,  sorprendido  é  indig- 
nado. 

— Comprendo  tu  sorpresa.  No  me 
esperabas.  Mi  abandono  y  mi  cruel- 
dad haciendo  un  vacío  entre  nos- 
otros, ha  dejado  al  dolor  que  con- 
virtiese   el    amor    en    odio,    la    amada 


45 


miel  del  pasado  en  este  veneno  amar- 
go. Ayer  he  llegado  de  Europa  con 
papá.  Anoche  no  pude  dormir.  Hoy 
me   tienes    aquí    á   pedirte   perdón. 

Ricardo    dejó    escapar    la    fínica    pa- 
labra, 
—r:  Perdón? 

—  Sí,  perdón.  Sé  que  me  cdiaw,  j 
que  tu  madre  ha  deseado  mi  muerte. 
Me  lo  decían  las  últimas  cartas  de 
Ana  Mora.  Ayer  me  lo  dijeron  entre 
alarmas  y  sonrisas  todas  las  amigar, 
que  fueron  á  saludarme.  Clotilde  er.i 
antes  para  tí  el  principio  y  e]  íiu, 
la  vida  y  la  muerte,  todo.  Tus  ideas 
comenzaljan  en  ella,  y  á  ella  voIvía'i 
para  terminar,  porque  ella  era  la 
universalidad  de  todas  las  rosas. 
Siendo  tu  cristal  maravilloso,  á  travo; 
de  mi  ser — de  mi  manera  d^  ser, 
de  mi  forma  de  ser,^  imaginabas  ai 
mundo.  Ahora  soy  tu  sombra  espec- 
tral, tu  recuerdo  mortalmente  im- 
placable. He  quedado  detrás  de  tí 
como  una  pesada  cadena  que  co- 
menzara   en    tu    alma.. 

Clotilde  se  echó  gimiendo  en  un 
sofá,  la  cara  entre  el  pañuelo.  Ri- 
cardo la  miró  con  piedad,  y  bus 
cando  indiferencia,  comenzó  á  pasar 
maquinalmente  las  hojas  de  un  libro. 

— Y  si  todo  lo  sabes,  y  si  tú  mis- 
ma confiesas  tu  traición,  ¿á  qué  vie- 
nes?   ¿A    qué    vuelves    á    buscarme? 

— A    pedirte    perdón,    á    explicarte.  . 

— Explicarme  ¿lo  qué?  ¿Tu  aban 
dono?  ¿Acaso  quieres  expiar  el  mar- 
tirio de  un  arrepentimiento?  ;  No ! 
Eso  es  de  las  Magdalenas,  y  las  Mag 
dalenas  ya  no  existen.  Cuando  huye 
de  un  alma  el  amor,  es  hacia  otra 
alma  y  no  retorna.  El  amor  crea, 
pero    no    resucita    sus    muertos. 

— Es  que  tú  te  engañas.  Es  que  tú 
no  conoces.  Yo  no  he  dejado  de 
amarte  un  solo  día,  un  solo  minuto. 
Tuya  y  para  tí  he  sido  siempre.  Te 
lo    juro.    Es    que.. 

— ¿Qué?    ¿Qué   vas    á    decir? 

— Óyeme,  Ricardo,  óyeme.  Haz 
de  mí  después  lo  que  quieras.  ¡  Dios 
mío!  ¡Dios  mío!  ¡Yo  misma,  yo  mis- 
ma con  mi  corazón,  he  muerto  á 
mi    corazón !. . 

Ricardo  hizo  un  ge.sto  de  indiferen- 
cia   y   se   sentó. 

—Tú  sabes,  Ricardo,  cuánto  nos 
amábamos. 

— ¡  Eso  creía !  Todo  pasa.  Ilusio- 
nes...    ¡Va! 

—Déjame  hablar,  por  favor!  Nos 
amábamos,  sí.  Hace  cinco  años  publi- 
caste tu  primer  libro.  Leyéndolo,  leí 
tu  alma,  leí  en  tu  vida,  soñé  como 
tu  habías  soñado  en  aquellas  pági- 
nas donde  pusiste  todo  el  calor  de 
tu  corazón  y  la  juventud  de  tu  cere- 
bro. Cantabas  la  vida  y  la  amabas 
porque  la  sentías  bella  y  la  sentías 
buena,  buena  y  bella  como  aquellos 
tus  gallardos  varones  y  tus  hermo- 
sas    mujeres      de      las      novelaciones. 


que  á  fuerza  de  amar  el  amor  amauaii 
hasta  el  amargo  de  sus  dolores.  Mi 
corazón  palpitó  con  el  palpitiir  de 
tus  héroes,  y  alentando  con  ellos, 
envié  á  tí  sin  conocerte  el  p;imer 
suspiro  y  la  primera  ilusión.  Sí,  Ri- 
cardo. Te  amé  desde  lejos,  te  aru'' 
desde  cuando  leída  la  TÍltima  página 
de  tu  primera  ol)ra,  vencida  por  tus 
imaginaciones,  soñé  con  el  ensueño 
de  tu.s  personajes,  y  una  voz  dijo 
dentro  de  mi  corazón  :  ¡  Dichosa  .-^erá 
la  mujer  que  pueda  estar  junto  y. 
su  vida!  Mi  de^eo  envidiaba,  luego 
mi  amor  se  ofrecía.  Más  tarde  el  des- 
tino nos  acercó  y  como  si  nos  ho. 
biéramos  esperado,  pronto  nuestros 
espíritus  exaltaron  su  armonía  hasta 
las  más  intensas  vibraciones,  y  sus 
ansias  y  sus  aiu iliciones  se  parecie 
ron  porque  el  alma  que  soñaba  era 
sólo  un  alma :  la  tuya,  la  mía,  la 
de  los  doi).  i  üemaüiado  lo  sabes ' 
¡Demasiado    lo    recuerdas! 

— ¿Para  qué?  ¿A  qué  vuelves  con 
aquéllo?  Expía  tu  delito  á  solas  con 
tu  remordimiento,  pero  no  tengas  la 
herejía  de  morder  con  tu  crueldad 
las  cicatrices  de  las  propias  heridas 
abiertas  por  tí.  Déjame.  Me  haces 
daño.    ¿A   qué   volver? 

Clotilde  se  avalanzó  hacia  Ricardo 
y  levantando  las  manos  hizo  un  geát> 
de    súplica. 

— ¡Déjame    hablar!     ¡Déjame    decir- 
te !    Tú   dices   que   yo   te   he   hecho   su- 
frir,   que    he    sido    tu    desgracia.    Por 
eso    me   odias.  . 
— Odiarte.  . 

— O    no   me   perdonas  .    Yo    necesito 
explicarme. 
Ricardo    se    levantó    iracundo. 
— ¡Explicarte!     ¿Pero    qué?    Que    te 
fuiste    un    día,     ambiciosa,     extrava- 
gante ó   divertida,    á   buscar  por  toda 
Europa    colgada    del    brazo    de   tu    pa- 
dre,    extranjeros     que     te    ofrecieran 
boatos,    títulos    ó    dinero? 
— ¿  Ofrecerme  ? 

— O  poco  menos.  Sé  ciue  sigues  la 
moda.  Sé  que  al  fin  has  concluido 
por  ser  un  sonido  más  del  alma  so- 
cial., que  no  tiene  alma.  De  tí  ha 
huido  como  ha  huido  de  todos  los 
corazones,  ese  dulce  y  lento  amanecer 
interior  que  no  se  sabe  de  dónde  vie- 
ne ni  á  dónde  va;  esa  aurora  de  un 
sol  que  hace  enloquecer  soñando,  y 
que  soñando  siempre,  se  clama  por 
enloquecer  toda  la  vida ;  esa  luz  ma- 
ravillosa de  salud  y  de  perdón  que  lle- 
va á  olvidar  de  tanto  en  tanto  que  la 
vida  es  amarga  y  que  no  vale  la  pe- 
na de  vivirla.  . 
— Has  sufrido. 
— Más  que  tú. 
— ¿Más?   No. 

— Más,  sí.   ¿Sabes  por  qué  me  fui  á 
Europa?  No  fué  por  ambiciones  ó  ex- 
travagancias.  No  fui  á  ofrecerme.   Mo 
fui  para  salvarte. 
— ¿Salvarme? 


—  4(; 


— Sí.  Después  de  tu  primer  libro  y 
de  tu  éxito,  caiste  en  mis  brazos  co- 
mo si  ellos  hubieran  sido  una  corona 
que  te  ceñías,  y  bien  ó  mal,  ó  las 
dos  cosas,  olvidaste  tu  labor  comen- 
zada, el  floreciente  camino  abierto,  y 
vencido  en  la  dicha  te  adormiste 
bajo  la  sombra  amable  de  tus  lau- 
reles. Yo  estaba  perdidamente  ena- 
morada de  tí.  Te  veía  grande  en  el 
hoy,  magnífico  en  el  mañana.  Presentía 
para  tus  homenajes  todos  los  tri- 
butos de  la  tierra,  porque  tú  tenías 
todos  los  merecimientos.  Pero  mien- 
tras á  tí  la  pasión  te  enceguecía  lle- 
vándote desde  la  locura  hasta  el  sui- 
cidio intelectual,  á  mi  enloqueciéndo- 
me también  me  iluminaba  para  sal- 
varte. Un  instinto  de  mujer,  de  mv- 
dre  ó  de  hermana,  ponía  ojos  en  mi 
alma,  y  una  secreta  voz  me  decía  que 
estaba  en  mi  voluntad,  ó  apagar  con 
mis  besos  tu  vida  moral — precipitán- 
dote al  silencio  y  al  anónimo — ó  esti- 
mular con  la  fortaleza  valerosa  de  mi 
amor  y  el  acicate  de  su  sacrificio,  tu 
deslumbrante  gloria  d?  mañana,  que 
imaginaba  doimida  en  el  sagrario 
n.i.-terioso  de  tu  icrebro,  espera -ido  l,i 
voz  conjuradora  que  le  llamara  á  los 
dtbate.s  y  á  los  triunfos  Y  para  sal- 
varte olvidé  el  amor,  salte  por  enci 
ma  de  los  corazones,  é  impuse  con 
mi  deseo  tan  fuerte  como  mi  '-oluii- 
tad,  la  ofrenda  rie  nuestra  comiiii 
felicidad  y  la  apremi.mte  tortura  dei 
dolor.  Yo  aparentando  olvidarte,  ha- 
ría un  silencio,  buscaría  espacio  entre 
los  dos,   me  ir]a   á    Europa. 

Ku-.u  ifí  la  miraba  c  inst-.rnado. 
— rlNo  comprendes?  Quería  nacerte 
sufrir  p^rii  salvarte,  i  riv)  ar  tu  do- 
lor, tus  penas,  tus  lágrimas,  para  que 
sufriendo  y  llorando  hicieras  sulrjr 
N  íl  r  I  ;i  los  demás,  ú  todo  f  se  niu;.- 
do  líese  iH'x  ido  y  ag 'liado  oue  en  el 
castigo  del  hambre  que  martiriza, 
no  rectierda  ya  que  lleva  en  el  se- 
creto de  sus  corazones,  grande  ó  pe- 
queña, una  porción  de  paraíso,  el  al 
ma.  Tocados  por  la  virtud  de  tas 
amarguras,  dulces  á  fuerza  de  ser  be 
Has,  despiertan  un  instante  y  por  un 
instante  sueñan  porque  rú  los  has 
maravillado,  son  más  buenos  porque 
tú  les  has  enseñado  á  amar  lo  ama 
i)le  y  á  la  piedad  de  lo  que  sufr-. 
Buscaba  en  tí,  Ricardo,  algo  de  tu 
agonía,  algo  de  muerte  en  tu  vida 
para  asegurar  con  tu  tributo  de  d) 
lor,  la  eterna  y  gloriosa  bienaventu 
ranza.  de  mañana.  Estaba  segura  de 
que  yo  era  tanto  como  la  mitad  de  tu 
existencia,  que  al  alejarme  de  tu  la- 
do se  alejaba  la  felicidad,  digna  ó  no 
de  tí,  pero  necesaria  á  tu  alma  como 
las  venas  á  tu  sangre.  Y  entonces, — 
conociéndote  como  te  conocía,  todo 
espíritu,  todo  vehemencia,  todo  vi- 
bración,— acorralado,  desesperado  por 
la  angustia  y  el  recuerdo,  brotarí:i  es- 
tallando tu  pujante  temperamento  de 
e.scritor,   y  la  gloria  desvanecida   entre 


la  miel  de  los  besos,  volvería  á  na- 
cer de  una  tierra  más  fértil  porque 
era  más  amarga,  del  dolor,  origen 
universal.  ¿Comprendes?  Era  cruel 
para  ser  buena.  Condené  mi  alma  pa- 
ra   salvarte. 

— ¿Quieres     decir    que    mi    gloria... 

—Sí.   Fué  mi  delito. 

— ¿Y  si  me  hubiera  muerto  en  el 
dolor? 

— ¡Oh,   no!   Eso   no  era  posible! 

— ¿  Y    si    hubiera    sucedido  ? 

Clotilde  sacudió  la  cabeza  con 
desesperación.  Luego,  enrojeciéndose, 
exclamó    con    firmeza  : 

— No...  sé.  Creo  que  era  preferible 
verte  muerto  en  la  lucha  á  verte  fra- 
casado. 

Ricardo  la  miró  con  estupor,  como 
ante  la  revelación  de  un  increíble  mi- 
lagro. No  podía  comprender  que  fue- 
ra posible  colocar  por  encima  del 
amor  del  corazón,  otro  amor  más 
heroico  y  más  divino :  el  amor  á  la 
Gloria,  representación  de  la  suprema 
fuerza. 

— Sí,  Ricardo.  Tú  lien  lo  sabes.  Un 
fracasado  es  un  muerto  vivo,  es  un 
inútil  que  estorba,  un  despojo  que 
afrenta,  una  vergüenza  que  no  se  la- 
va jamás.  Ni  tú  ni  yo  hubiéramos  al 
cabo  resistido  la  vida,  viéndonos  su- 
frir en  la  demanda  de  tu  conquista 
imposible,  no  obstante  el  amor  y  la 
disculpa  del  amor.  Yo  era  tu  felicidad 
alcanzada,  pero  no  tu  deseo,  tu  es- 
peranza, tu  ensueño,  tu  quimera. 
Mi  posesión  era  tu  derrota  y  tu  ven- 
cimiento porque  era  el  silencio  de  tu 
satisfacción.  Como  en  todas  las  co- 
sas humanas,  se  hacían  por  desgracia 
necesarios  el  afán,  la  lucha,  el  obs- 
táculo, el  espejismo  lejano,  la  cruel- 
dad de  los  sueños  eternamente  fugi- 
tivos. No  era,  en  fin,  tu  dolor.  Recor- 
daba á  la  Laura  del  Petrarca.  Recor- 
daba á  la  Beatriz  del  Dante.  Recor- 
daba á  todas  aquellas  mujeres  que 
habían  sido  ya  en  las  artes  bellas,  ya 
en  las  conquistas  de  sangre,  en  todos 
los  esfuerzos  heroicos  y  en  todos  los 
triunfos  memorables,  fuerzas  «nece- 
sarias", "necesarias»  aunque  fatales. 
Sí,  Ricardo.  Tú  mismo,  en  nuestros 
pasados  lejanos  dulces  días  de  bienes- 
tar y  ensueño,  me  las  encareciste  con 
todo  el  amor  y  la  belleza  que  tú  sa- 
bes poner  á  las  cosas  cuando  te  son 
amadas.  Sí,  tu  mismo,  yo  lo  he  apren- 
dido de  tus  labios,  cuando  tus  labios 
me  hacían  el  elogio,  cuando  yo  era 
para   tí   más   que  tu    propio   arte... 

Por  los  ojos  de  Ricardo  cruzó  un 
fulgor    de   ira. 

— Eres  diabólica.  ¡Tuviste  el  valor 
de  llevarme  á  la  experiencia!  ¡Tuvis- 
te "el  valor  de  precipitarme  á  lo  des- 
conocido sin  temer  por  mí  ni  por  tu 
suerte!  Temerariamente  segura,  des- 
piadada y  audaz,  jugaste  el  porvenir, 
el  tuyo  y  el  mío,  colocando  mi  vida 
como  una  apuesta  en  el  albur  del 
destino,    donde    las    cartas    eran    Glo- 


—  47   — 


ria  ó  Muerte.  Pues  bien.  Mediocre  o 
grande,  relativo  ó  completo,  el  triun- 
fo fué  tuyo  porque  vencí  á  la  muer- 
te y  conseguí  la  gloria.  Pero  á  costa 
de  un  sacrificio :  Tu  felicidad,  mi 
amor.   Hoy   ya   no  existe  para   mí. 

— ¡  No    es    posible,    Ricardo !    ¡No    es 
posible ! 

— Es  irremediable.  El  dolor,  la  du- 
da, el  tiempo,  la  confidencia  de  las 
ideas  y  las  emociones  á  las  páginas 
del  libro,  el  generoso  amor  de  mi  ma- 
dre que  me  prodigó  sus  bálsamos  y 
sus  consuelos,  disiparon  poco  á  poco 
las  impresiones  y  los  recuerdos,  y 
sobre  las  cenizas  apagadas  del  amor 
que  fué,  sólo  queda  flotando  aún, 
la  tibieza  vaga  y  triste  de  mi  melan- 
colía.. . 

—¡No  es  posible!  ¡No  es  posible! 
j  No,    Dios    mío  ! 

— Sí,  Clotilde.  Sí.  Acabemos  de  una 
vez.  No  hablemos  más.  Vete.  Huye  de 
mí.  Olvida.  Yo  no  tuve  la  culpa.  Ya 
no  es  posible,  no,  no  es  posible.  No 
podría  volver  á  quererte. . . 

—i  Ricardo  !      ¡  Por   favor  !      ¡  Mira    lo 
aue    dices!    Eso      no    puede     ser.    Dios 
mío,  no  puede  ser! 
^Sí,    puede   ser,    sí. . . 
—¡No!    ¡No!    ¡Pensar   que   otra   mu 
jer.   la  primera,   al  acaso,   la   que  me- 
nos  valga,   ocupará   mi   rincón   en   tu 
alma   y    acompañará   tus   Tjasos   en   la 
vida,  con  tu  amor,  con  tu  gloria,  con 
tu   corazón  !. .  . 
Ricardo  se  encojió  de  hombros 
— i.Y!    ¿Qué      quieres?      ¡Extraño    y 
caprichoso    juego    de    las    fuerzas    in- 
tangiMes,    que    para    algunos    se    lla- 
man   Dios    y    para      otros      fatalismo, 
azar  o  combinación!   Mas  castillo  que 
cae    no   vuelve    á    levantarse.    Ensueño 
que  huye  no  tiene  retorno.  Amor  que 
se   apaga   no   deja   rescoldo.   Otra   qui- 
za habrá  mañana  en  tu  lugar    en  tn 
lugar    no,    porque    tú    no    vuelVes    j!" 

í  Tn  i,^''-Í^T'^     ^^    1^^    pasiones,     y 
f-L.H     '^  ^"^  ^°^^''*^  ^"  absoluto  tu  re 
cuerdo  en  mi  vida,   conseguirá  al  me 
nos     desvanecer     el     espectro     de     tu 
amor,   que   puede   eternizar  mi   martí- 
no  perpetuando  mi  tortura 

camo"?e?n^'*''  °"iy^-  ^  ^"  el  desen- 
ó  olvidar  °.  "*"'  '"  '"''''  ^í^J°  ^°l^e^ás 
—Olvidaré...  Sufriré...  Apuraré  lis 
agonías...  Volveré  á  em¿ezar  Así 
-da  la  vida,   porque  la  vfda\s  así." 

vaI'S¿Jasr-'"f-^''^"-^""- 

—Déjalo.  Es  el  destino.  La  felicidad 
no    existe.  it^iicuiaa 

— Y  el  amor.. 

no~lff.•''™°^'  .Espejismos.    Ansias    de 
no    sufrir,    sufriendo    siempre. 

Callaron  ahogados  por  la  angustia 
de  lo  imposible,  agobiados  bajo  la 
pesada  sentencia  de  las  ideas  reper- 
cutidas en  el  pensamiento,  volantes 
por    encima    de    las    cabezas    malditas. 


estremecidas  en  los  oídos  con  las 
últimas  palabras.  Era  la  fatalidad 
que  los  vencía. 

—Vete,    Clotilde.    ¡  Vete !    Esto    ya    es 
irreparable,   como  los  que   se  mueren. 
No    me    queda    para    tí    más    que    pie- 
dad.   No    tendría     ya    valor     ni    para 
ofrecerte    el    socorro    de    un    afecto    de 
hermanos.    Nuestra    historia,    nuestra 
desventurada  historia  nos  ha  separad  > 
para   siempre   y   es   necesario   que   vol- 
vamos  retrocediendo   á  ser  lo   do   an- 
tes,   dos   desconocidos,    á    perdernos   de 
nuevo  en  la  bruma  del  tiempo,  en  la 
vaguedad  de  las  cosas,  en  la  nada  de 
lo    que    nunca    ha    sido...    Necesitamos 
curarnos   de  nosotros  mismos.   Ne.-esi- 
tamos  olvidar,  olvidar  absolutamente. 
Deja    á   la   vida    seguir   el    designio    de 
su  voluntad. 
— No,  Ricardo,  no !  ¡  No  puede  ser ! 
Clotilde    sollozaba    temblando,     acu- 
rrucada en  el  extremo  del  sofá,  poqui- 
ta   cosa    del   alma,    sofocándose    entre 
el  pañuelo,   abrasada  por  la   fiebre  de 
aquel    fantasma    del    porvenir    desola- 
do, triunfante  sobre  la   gloria   de  los 
pasados      días.      Ricardo,      mirándola, 
sintió   pena,    y    un    ahogo    le    contrajo 
las  mandíbulas.   Eran  ansias  de  llan- 
to, angustiosas  ganas  de  dar  consuelo 
y  pedirlo. 

—i  Clotilde  !    ¡  Vete !   Mi  madre  puede 
venir. . . 
— Tu  madre. . . 

La  puerta  se  abrió  lentamente.  La 
figura  esbelta  y  severa  de  una  señora, 
vieja  joven,  entrecana,  de  perfiles  se- 
renos, altivamente  marchita,  apareció 
en  el  umbral.  Ricardo  y  Clotilde  bu- 
jaron  la  cabeza  anonadados. 
— ¡  Usted ! 

— Sí,   madre.   Clotilde.     Yo     te   expli- 
caré. 

—Explicarme  ¿lo  qué?  exclamó  acer- 
cándose.   ¡Tú    eres,      Ricardo,      el    que 
quieres   explicarme ! 
— Yo,    madre,    sí. 

—¡Te  has  olvidado  ya!  ¿Te  lias  ol- 
vidado lo  que  has  sufrido,  los  días  de 
amargura  entre  la  vida  y  la  muerte, 
las  angustias  que  me  has  hecho  pasar 
por  esa.. . 
— ;  Madre ! 

— Sí,  por  esa,  que  harta  de  tus 
amores  te  abandonó  en  busca  de 
nuevas  aventuras,  de  otros  hombres 
que  le  dieran  vidas  que  sacrificar,  va- 
nidades y  vencimientos,  serviles  cor- 
tejos de  coqueta  donde  triunfar  sin 
condiciones...  Purificada  por  tu  amor 
de  la  tontería  social,  despreció  al  ca- 
bo tu  amor  porque  sentía  nostalgt.i 
de  la  tontería.  Tenía  el  alma  hueca 
y  tu  alma  le  abrumaba  dentro  de  su 
vacío.  Por  eso  huyó  de  tí.  por  eso 
sin  comprender  lo  que  le  dabas  ni  lo 
que  valías,  arrojó  tu  vida  y  lo  tuyo 
segura  de  su  tiranía,  presintiendo'  el 
calvario  de  tus  lamentaciones.  ¡  Yo  te 
lo  decía,  Ricardo  !  ¡  Yo  te  lo  decía  !  Er;. 
como  todas.  Y  como  todas  vuelve  en 
los    caprichos    á    martirizar    á    la    víc- 


48  — 


tima,  más  propicia  cuanto  más  casti- 
gada. 

— No,    madre.   No   es  eso ! 

— No,   señora.   Yo   no. . . 

— Ya  no  te  acuerdas,  Ricardo,  de  tus 
desesperaciones,  ni  de  tus  angustias 
clamando  por  ella,  de  tus  días  de 
fiebre  y  de  tus  delirios  sin  consuelo. 
Ya  no  te  acuerdas  de  las  noches  en- 
teras de  aquellas  eternas  veladas 
Que  pasé  á  tu  cabecera,  transida  de 
cansancio,  dañada  de  pesadumbres 
enloquecida  por  tu  suerte,  imploran- 
do con  mis  lágrimas  la  salud  que  te 
faltaba,  la  felicidad  que  no  tenías,  la 
esperanza  que  te  me  llevaba  poco  á 
poco   de  mi  lado. . . 

Las  últimas  palabras  vibraron  tem- 
blando como  si  se  ahogaran.  Dos 
gruesas  lágrimas  corrieron  por  las 
mejillas  de  la  anciana,  estremecida 
por  un  hipo  de  emoción  y  de  coraje. 
Clotilde,  abrumada  por  el  destino  im- 
placable, se  apocaba  medrosa,  hundi- 
da en  el  sofá,  gemebunda  y  plañidera 
como  los  que  han  llorado  mucho. 

— i  Qué  he  hecho.  Dios  mío  !  ¡  Qué  he 
hecho !  ¡  Si  yo  lo  hubiera  sabido ! 

— ¡  Y  ahora  vuelves  otra  vez  !   ¡  Quie 
res    abandonarme ! 

— Pero   madre,   si   no   es   eso ! 

— No,  señora.  Yo  no. . . 

— Vete,  si  quieres.  Vete.  Te  has  inde- 
pendizado de  mi  voluntad  y  ya  es 
imposible  vencer  tu  corazón.  Otras 
son  tus  glorias  y  otros  tus  sacrificios. 
Pero  óyelo,  Ricardo :  Negada  por  tí, 
yo  ya  no  soy  tu  madre.  Bien  te  pue- 
des morir  cien  veces,  que  cien  veces 
morirás    sin   que   te   conozca. 

— i  Por   Dios  !    i  Por   Dios,    señora ! 

— ¡  No,  madre,  no !  i  Usted  no  com- 
prende ! 

— ¿Para  qué?  ¿Vas  á  inventarme 
acaso  otra  verdad?  ¿Para  qué?  ¿Para 
qué?  Yo  que  sé  lo  que  has  sufrido, 
yo  que  sé  cómo  asesina  el  dolor,  yo 
que  te  he  defendido  de  todas  las 
ansias  postremas,  de  todos  los  trances 
acerbos,  no  conozco  otra  verdad  qui- 
la verdad  del  amor.  Esa  mujer  te  ha 
dejado  ir  hacia  la  muerte  porque  le 
faltaba  el  corazón.  Más  allá  del  co- 
razón no  puede  existir  otra  disculpa. 
La  vida  comienza  con  un  beso  y  aca- 
ba llorando  porque  los  besos  acaban. 
Todo  lo  demás  es  el  mal,  es  la  here- 
jía, es  lo  monstruoso.  Tú  lo  sabes  por- 
que eres  mi  hijo.  Sigue,  sigue  ado- 
rándola ya  que  lo  quieres.  Ahí  la  tie- 
nes. 

La  anciana  hizo  un  gesto  de  altivo 
y  doloroso  desprecio.  Después,  vol- 
viéndose hacia  Clotilde,  le  dijo  len- 
tamente como  una  maldición : 

— Sólo  le  deseo  que  pueda  usted  al- 
gún día  ser  la  madre  de  un  hijo  quo 
sufre. 

Y  salió  del  escritorio.  Solos  de  nue- 
vo, segundos  de  silencio  pasaron,  se- 
gundos eternos  donde  las  voces  te- 
naces palpitaban  aún  en  los  oídos  en 
trémulas    dilataciones.    Clotilde   enton- 


ces tuvo  miedo,  tembló  en  un  pánico» 
aterrador,  y  levantándose  huyó  hacia 
la  calle,  á  la  carrera,  enloquecida. 

—i  Es  necesario  !  i  Es  necesario  !  ex- 
clamó.  ¡Estoy  maldecida!   ¡Maldecida! 

Inmóvil,  aniquilado  por  tantas 
emociones,  Ricardo  escuchó  la  preci- 
pitación de  los  pasos  que  se  iban. 
Una  sombra  cruzó  por  la  ventana,  y 
al  volver  la  cabeza,  imaginó  ver  aún. 
la  silueta  despavorida  de  Clotilde, 
aquel  su  pobrecito  amor  sacrificado 
por  su  gloria,  por  la  fatalidad,  por  el 
destino.  Y  echándose  de  codos  sobre 
su  mesa  de  trabajo,  comenzó  á  llorar 
desesperadamente,  como  una  criatura. 

— ¡Pobrecita!   ¡Pobrecita! 


r 


Tres   días   después  : 

«Ricardo :  No  me  acuses.  No  insisto 
Me  despido.  Serán  las  últimas  noti- 
cias que  tendrás  de  mí.  A  solas  con 
mi  desventura,  he  pensado  que  tú  tie- 
nes razón.  Yo  me  he  sacrificado  la 
vida  inútilmente.  ¿Inútilmente?  Sí, 
inútilmente  para  mi.  Ya  nada  soy 
porque  nada  valgo  en  tu  existencia. 
Mañana  parto  con  la  gobernanta  pa- 
ra el  campo.  Iré  á  morirme,  á  dejar- 
me morir.  ¿Entiendes?  A  exhalar  len- 
tamente la  vida  espiritualizándome 
hacia  la  nada,  i  La  nada !  ¡  Sentir  la 
áspera  desolación  del  vacío  sin  poder 
llegar  absolutamente  á  él !  Es  horri- 
ble, Ricardo,  es  horrible!  Sé  que  la 
sociedad  concluiría  fatalmente  por 
borrar  de  mi  corazón  mis  viejos  dolo- 
res y  mis  intomables  alegrías.  Por  eso 
huyo  de  eUa  para  defender  tu  recuer- 
do y  vivirlo  intensamente,  todo  lo  que 
me  sea  posible.  Quiero  sacrificarte 
hasta  el  último  aliento,  desvanecer 
mi  vida  en  tu  homenaje  como  se  des- 
vanece el  incienso  en  un  altar  aban- 
donado. Hubiera  podido  matarme,  pe- 
ro siento  repugnancia  por  la  sangre 
derramada.  Después,  sería  una  cobar- 
día para,  mí  y  para  tí  un  remordi- 
miento. Y  yo  no  quiero  hacerte  su- 
frir, sino  curarte  de  mí  mal  en  unt 
plácido  é  insensible  olvido.  Dentro  • 
de  un  año,  el  bullicio  de  la  vida  can- 
tando á  tu  lado,  el  regocijo  de  lo» 
nuevos  encantos  y  de  las  nuevas  con- 
sagraciones, harán  un  piadoso  silen- 
cio á  lo  que  fué  nuestra  historia,  y 
hundida  en  la  paz  eterna  de  las  va- 
guedades imprecisables  con  todos  mis 
recuerdos  que  serán  mis  flores  de 
mortaja,  dormiré  para  siempre  co- 
mo en  una  tumba.  Te  hará  sonreír  mí 
romanticismo,  pero  si  otra  cosa  es  el 
amor  y  el  ensueño,  déjame  con  él  y 
perdónalo  porque  lo  siento  como  la 
única  virtud  digna  de  vivirse :  él  es 
la  consecuencia  en  la  fe  y  la  pureza 
de  los  ideales.  Lo  demás  es  brutal  y 
doloroso. 

Esta  mañana  he  quemado  mis  tren- 
zas, que  estaban  llenas  de  tí,  de  tus 
manos    y    de    tus    labios. — Clotilde.» 

Manuel  MEDINA  BETANCORT. 


49  — 


í^<-' 


(1) 


Pare  A.i»OLO, 


De  !a  materia 

l'ortc  lilis  i-reiichus  á  ht  Hiititrna  usansa 
N;r/.!iren!i  y  galante:  mi  calieza 
De  hcioicd  aventUTt-ro.    la  altiveza 
'Piciu'  (1(^1  castellano  en  toda  andanza. 

Kii  mis  ttjosde  un  verde  de  esperanza 
\'ilii'ii  mi  alma;  el  oro  que  aun  empieza 
!>(•  mi  liiji'otc.  Oculta  eoii  tristeza 
Fu  fíesto  venusino  de  aseelianza, 

.    V  entre  mi  corazón  eiinobleeido 
l'or  el  Krisiteño.  [lasa  y  me  enlo((i(ece 
C'omo  una  lanzadera  á  jioeo  ruido. 

Una  sota  de  sang-re  (¿ue  enaltece  : 
De  alíii'iii  cae!((ue  ñero  y  aguerrido 
<'  lie  un  coiüjuisrador  audaz  y  fuerte. 

Ocafia  -  ('olotniíia  —  l'.iOfi. 


II 


Del  espíritu 

Alma  en  pena,  mi  alma.  Lo  que  hoy  amo 

Mañana  hace  una  fug-a  hacia  el  olvido  ; 
Sufro  por  lo  (¿ue  ha  sido 

Y  por  lo  (iue  será  padezco  y  clamo  : 

Ni  soy  Hi!  soñador  enipeiiertiido 
Xi  el  realismo  ine  fuerza  á  su  reí^lamo, 

Y  de  esta  dualidad  en  que  me  iartaiiio 
Se  resiente  mi  espíritu  abatido. 

Una  ftiente.  una  nube,  una  quimera. 
Una  vo/  de  mujer  suave  y  sincera 
Mi  ánima  exaltan.  Sufro,  gozo  y   hi.cho  .  .  ■. 

Luego  me  queda  al  fin  de  la  partida. 
La  tristeza  de  haber  amado  mucho 

Y  un  eausancio  iniinito  de  la  vida, 

Edmundo  VELÁZQUKZ. 


(1  )  l'ubiicainos  esios  sonetos  tal  como  nos  los  envió  el  autor.  El  primero  trae  up. 
verso  libre  de  rima,  como  habrá  notado  el  lector  aU  final  del  segundo  terceto.— 
N.  !>i-;  r..\  R, 


50 


Ba]o    pelievc 


l-;^stc  libro  os  un  l»(.)6(juc  en  doii- 
dr  i-\  canto  il»'  las  uves  celebra  ru 
Bflk'za. 

Yo,  esas  aves  uit'hjdicas  no  e;i- 
patiró, 

Sobei'bio  en  su  tristreza,  ti 
buitre  solitario,  que  aislado  y 
saiiiz'uinario,  en  abrupto  ptífióu 
lie  l;i  aira  sierra  soñando  con  la 
u'uei'fa  el  Tila  neg'ra  bate,  con  he- 
roicas nostalgias  de  combate,  y 
cuyo  g-rito  audaz  tan  solo  estalla 
tatidicp  y  salvaje,  cuando  a^ita 
fuí'ioso  su  plumaje  so!)re  el  san- 
;:i'i<aito  campo  de;  liatalla  :  no 
extenderá  el  ala  ensanií'renrada. 
ni  lanzará  su  lúi>'ul)re  j;-r;iz!)id(). 
u'.jui  donde  en  idiiica  bandada^ 
las  aves  Cciriñosas  han  venido  á 
cantar  tu  Belleza  iniuaculada. 


Kste  libro  es  un  Temido  en 
donde  canta,  un  coro  de  creyen- 
tes tu  belleza. 

Detenj^o  ante  él  la  planta.,  in- 
clino la  cai)eza.  No  voy  al  Ara 
Santa,  ni  nuevo  Ozáa  extenderé 
mi  mano,  sacríhígo  y  pi'otano.  á 


donde  está  la  Síintidad  del  Arca... 

Inctirable  liéresiarea,  de  extra- 
no  culto  y  con  ajenos  dioses,  no 
lanzaré  mis  voces,  hechas  para 
•  el  rumoi'  de  la  Blasfemia,,  a(¡uí 
donde  se  premia  la  fe  de  un  alma 
pura  con  cantariís. 

Yo,  peregrino  adusto,  no;  en- 
traré á  profanar  tu  Templo, 
augusto,  ni  arderá  eH  tus  altare.^ 
mi  cirio  de    rebelde    iconoclasta. 

¡  Oh,  nifia  l)ella,  y  cuanto  Ixv- 
11a  casta  !  | 

Kl  viajador  obscuro  que  no  ha 
([tierido  que  tu  Fe  .se  asombre, 
escril>irá  por  fuera  sobre  el  mu- 
ro d(,'l  Templo  blaiico  y  |)ui-o.  su 
perseguido  nombre, 

V^,  ese  nombre  por  tantos  com- 
batid*,», será  en  el  tdm]do  .-ilzacio 
á  tu  pureza  como  un  Bajt)-relie- 
ve,  allí  (íseidpido,  pai'a  pi'obaí'  á 
cuántos  lia  rcndi(io  el  ¡>od<'r  ce- 
gador de  ru   !>elleza.  . 


-o(¡'S^y.'XjB^' 


lápida 


Eli   la   „ii".'tli'  (>'•   (.'urli>a   l'noa    \'(-i¡.i 


.\h  interminable  mañana  1 
And;i  dia,  turbio  día  ! 
En  el  íSol  no  hai  alegría 
ni  ¡liedad  ... 

Esa  campana 

fastidia  .sobremanera 
con  su  toque  de  oraci<jn. 
.Apague  su  áspero  Sí'tn 
la  campana  vocinglera  ! 


.Más  silencio  !  i 

A  d<'t))d*'  vas. 
poeta  V  .  .  . 

No  háAa    rnnioit's. 
.Más  silencio,  muclio  más!. 


Así  callada,  callada. 
es  una  Ofelia  sin   Moi'es 
la   Poesía  cidutada  ! 

J.,.K.)ií  (Í0NZ.\L1-:Z  BASTÍAS.! 


51 


Ritnas  í)rostibulai;ia$ 


I'iira  Aroiii. 


lin  el   sal'')!i   de  baile,   lujoso  y   asíixiíinte, 
las  notas  incendiarias,  resuenan  de    la   orgía  : 
la  risa  entrecortada  ;  la  sátira   quemante  ;     - 
la   charla  purpurina  :  el  vals  y    la  alegría  ... 

Desñlan   las  rameras   de  carne  palpitante, 
brindando  sus  caricias,  preñadas  de  falsía, 
y  j(3venes  y  viejos,  con  ansia  delirante, 
se  agiüín  por  la  sala,  regando  su  ironía. 

Las  bocas  de  .Vírodita.  sensuales  \^  carnosas, 
apuran  del  champaña  el  fuego  embriagador: 
y  en  ;íngulos  velados,  por  telas  vaporosas, 

el  beso  enx'ilecido,  resuena   incitador.:. 

De  cuando  en   cua.ndo   se  abren  cortinas  misteriosas, 

que  ahogan   en  su  bruma   los   triunfos   del  amor... 


II 


Kn   esa   ni{>n"ia  casa,  en  esa  misma   hora  ; 
mientras  la  orgía  expande  su  intensa  calidez, 
en  solitario  lecho  se  ve   una   pecadora, 
que  siente  de  la   muerte   la  horrible  gelidez. 

Comprime  las  almohadas,  y   amargamente  l]i>ra, 
al  ver  en  un  espejo  su  intensa  palidez  . .  . 
Y  llama  .  .  .Y  nadie   la   o\'e  . .  ¡Su  \'0z  desgarrad*  u'a, 
se  apaga  con  el  valse  :   la  eclipsa   la   embriaguez. 

Las  horas  se  desmayan,  fatídicas  \-  lentas. 
En  medio  de  la  fiebre  voraz  que  la  arrebat;i, 
recuerda   su   pasado  de  vividas  tormentas... 

Lanza   un   postrer  gemido...  su  rostro  se  dilata... 

Retuerce  con  angustia  sus  manos  macilentas, 

y   expira  en  el    instante  que  cantan  la    T>uu!<na  ' 

Claudio  de  .\LAS. 


\/iSTAS    DE 


S6  nn  Qí"  i^   " 


■s:r:- 


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?r^ 


--*^.«1«J5^.; 


Piriápolis  ser;í  dcntru  de  brc\c  ticnrp:)  el  recreo  olili- 
iiado  de  ios  viajeros  y  exearsiunistas  qiu'  visitan  nuestras 
playas.-   .  ;       ;;■;  ; 

El  Gran  Hotel  Balneario  que  ser;i  inaug'uradu  próxi- 
mamente tiene  capacidad  para  m:ls  de  /jOO  personas  y  es 
reputado  el  mejor  de  la  América  del  Sur.:;-    ■     v  |     ■ 


¥^ 


;;^.  a...v,<a...  «i 


oo    — 


PIRIÁPOLIS 


Situado  en  un:i  de  las  regiones  más  s:í1u Jabíes -Jj  la 
República  donde  la  vegetación  exuberante  tiene  las  mis- 
mas proporciones  que  la  deltnípico  el  Balne:irii)  Piri;ip(,)lis 
está  llamado  á  ser  la  Meca  de  nuestras  peregrinaciones 
veraniegíis.  —  Las  vistas  que  publicamos  han  sido  sacndüs 
recientemente 


54    - 


IJes^s|)ei'an2a 


/'(/;••</  Ai'i 


(iUt     lllf'lllt!!   rii^t('z.-i    \n    iiiic   tíuyi 
li    Til   tnuiia  Jim  siciiiliri'  y;t  ciiiniiitiü  ! 
I'i'i    ijnt    1,1  )i  lUiMf    me   vtAtú  tu  viila 
\    I  (III   lili  iiMi(  ,1  csiit-rjiíi/.a  IiiiycV 

\  M  t  s  niutit»   \    nii    llíintii  ijiüfifiüihlt- 
iHifi  (!••  mi  piilirt'  .iliii;!  sin  ventar;!. 
i'H  ut).i><  limo.  |it'iití!iiuli' fii  tu  iicriiiiisiuii  ■ 
,  |ii>'   ijii'     til   b(  lili  Mil   .sri:'i    iinnilt.iSih-  "' 

.   l'i  i     i|lii    t'l   üliMii  iic>;;iin;i    'i   camU  t  rí" 
(i'f  i:(  «ipriiiu  .  \   t-n  vi'z-iir  ii<t<iit'rsc 
-.i'i).*    .1   I.i    inii.i  iisiiiíul   ¡lára   inriier.sc 
1     1,1  ii>\iolaii,t   iiochv  df!   iiiisKTin  V 

,  l'oi  ((iif  i'ii  lii  siil;i  tíui  tatal   lU-nuiiiln-  V 
.  l'di   mw  -«t    1, lili»  el  loraziiii  iiHTif  V 

/  l'iii   ijiK     il    ll.M  !o     iiictalilo    l|Uf     Si-    viiit»- 

II  'tiit),is('l  iiliii,  d''  ilolor  í«iiciiiiiiie  y 

,   \li  '    \  »  j>u  ii»i     iiiiíaiiiin   iiaiia    ti  tiisliin' 

iu<  n<  >•  Inimhi  t,iii  lioiulu!-  iiadt'i'cn's. 
iMi  (•>>  1,1    iniHiii    ((iH-  iiuiiiila  liiTtos  scu's 
i'ii  i'H  «iiiiiu  iisuiíi'iii'  fh'.saíini!  ! 

\!<    liij,!!  toilu  i  «.[i;.  «Haüilo   iiifíii-. 

V  i>liiiii¡uii  til  (  .ti'i'za   ininaciiiaila. 

pi  iiliiia  t  II  l.is  lil.iiuiiras  lit-  ¡a  aiiiiiiliail.i 

X    II  1,1  tn-tc  4i.|(  /.(de  la  nuivitc 

^■'ii  l,ts-  liiiliila>  ,uiji!!Stia>  lii-  mi   dinli'. 
iiia--  lujólas  ((IK'  la  !i»h1k- de  ia  \'u\:', 
,  l',!H  I  1  "  mi;i  íil.tnca  piniiieliifa 
II  1   ■(  (It  »[if)'<;ii  li    tu'i;i>  en  el  cieic  '. 

V!!«,ti!  Lii  til  M.)ii'  niatogradi,'. 
t  i¿iiiiiieí>  de  iiii'i,ible!>  tiaiispareinias 
>(in  me  jiare<  t  II  lái-tea.s  ilcii'eseeiieia.s 
«!iiam,nitandi>  eif^a.'í  del  ¡ias;idii'. 

l'oiiHi  vt-  i{lle|;iii  (  11  «I  aliiia  i.i|iiesri,s 
>(  >  íllJ^alllllL^  i{lle  '1   didíir  ¡li'ovuea      -  . 
>  I  niiKi  ueliili!,!     1  xáiiiíne.  esta  linea, 
li    1 1 1  iiia  de!  e.K  iiit<i  d"- tus  lies^v  ' 

(¿i.t   M  ntid.is  1  ,n  ü'ias  iiie  !»!'iiidar,(> 

->i  ,i>iii  t-.tii\u^i.-  al  amor  d  ¡sjiieita  ! 

Ni     jtiit  lid  Mimpn  líder  ei''iiii'  esta^   iiiiurla  : 

iiM    iiaittt      111,1".  I  II!!.  !(Ue  úiTiiiitara». 


<>.\  e.  didiii-.  (jiie  leinai-ás  cterní' 
al  aliatir  imr  sielnjirc  mi  cabeza: 
Dale  una  o.senra  flor  :i  mi  tristeza; 
ramliién  tiene  .sus  flores  el  iiivieni(f! 


Tdd.o  aealm:  Tu  muerte  asaz  teiuiiíjuia, 
nos  aleija  en  terrible  despedida; 
y  .si  todo  es  efímero  en  la  vida, 
Sollozando  tedij-o:  ¡  Ha.sta  nialan: 

Hasta  mañana  :  Y  el  destino  quiera 
que  iiroiito  doble  mi  eansada frente: 
amaré  tu  recuerdo  santamente, 
rento  .scg-uro.  mientras   no  Jiie  innerji^ 


Al  huir  para  .siempre  (le  este  suefo 
liay  en  tu  faz  tan  jiiajestuosa  caliiiíi, 
que  aeaso  miras  tu  inefal)I«  alma 
en  un  raudo  volido  hender  el  cielo. 


Ks  hoy  la  mía  un  g-ran  desierto  tris'tc 
que  no  aMent-a  ni  un  solo  «'crinen  viio 
pero  tiene  un  (lasis  compasivo, 
tonnado  con  los  besos  que  me  distw!  . 

Su  íuiiparo  buscaré,  cuando  ateridc 
venza  el  liolor  mi  espíritu  cobarde, 
como  res'rcsa,  cuando  cae  la,  tarde 
el  zorzal  iiielaneólieó  á  sil  nido. 

Y  allí  te  amaré  más,  en  los  iniíiutoi- 

en  1)111!  el  ocaso  entristecido  llora.. 

y  apas'aré  mi  sed  abrasatiora 

exprimiendo  ia  savia  de  susfruto-s*. . 

•  ■  .  i  ■ 

■^  i-      .,. 

Hoy  me  causas  envidia,  cementeri(|. 

al  pensar  en  la  g'loria  que  te  espcjja. 

(inania  su  cuerpo  en  tu  mansión  austiu-a, 

y  ocúltalo  en  las  sombras  de!  misterie 

(iiie  Junto  al  mármol  de  su  tuinlia  fria 
i'i  eiitre  las  hojas  de  nn  ciprés  clenientc, 
como  uíia  taciturna  ave  doliente, 
liar.i  su  nido  l.-t  tristeza  mía  .  .  ,  !      | 

! 

.b.-i.  Vl.VÑ  \ 


.).> 


Hermosa  v  tonta... 


Kiiiraiido  .-'i  l;i  easfi,  se  |j<,'1"cíIk^ 
uti  tuerte  oior  .-'i  iM-iMuiues.  A  l;i 
Jcrreíiíi.  i'ii  el  jiuíio,  una  luibitíi- 
ci<')n  ;nuuel)!a(la  con  lujoso.-;  diva- 
!!<'--  y  iíTan(l<-s  csimíjo-^  :  una  lier- 
ulo•^a  aríiHíi  <|U<í  espai'ec  sus  lu- 
<4e>  (le  g'alns.  pende  del  leciiu 
<M!  su  centro,  íSobre  los  divines. 
jM'rezosaniénte  reclinadas,  están 
las  mujeres  expendedoras  d('l 
placer.  La  patrona,  Erciiia,  una 
jov^en  y  esbeltíi  mujer,  con  una 
sinirisa  acariciadora,  se  levanta 
á  rT-cihirnos. 

—  Ku  vuesti'a  casa: — ^  nos  di- 
('tv™  podéis  tomar  asiento,  mis 
aíuabies  auíip3s. 

-Se  inicia  uufi  conversación 
íranc;i,  expansiva.  Se  ríe  t'aerte, 
se.  eliacotea,  se  critica  á  medio 
niiiudo.  El  palui'do  tal,  que  siem- 
pre acude' con  refranes  nuevos, 
olientes  <á  t'ítr.s-i ;  el  sobrino  del 
tíiinistro  aquel,  siempre  haciendo 
sonar  las  monedas  en  el  bolsillo: 
el  teniente  de  artillería,  de  capri- 
chos íntkmes;  etc.  . 

—  Pero  8ara  — interrumpe  Er- 
ciiia— ^  tú  siempre  triste,  retira- 
d.-i.  Qué  haces  en  ese  rincón  ?  I 
Acércate  tonta  ! . . .  Es  una  mujer 
lue  no  la  comprendo,  siempre 
silenciosa,  fria  ;  oye  y  calla. 

Observóla  un  instaiite.  Alta, 
blanca  hasta  el  trasluz  de  las 
veiuis,  de  cuello  i^Tueso  y  salien- 
tes senos.  Vestía  un  liatón  rosa  , 
pálido  y  sobre  su  rubia  cabelle- 
ra lucía  un  lozano  jazmín.  Nues- 
iras  miradas  se  (íncontra.ron.  Ha- 
j''t  la  vista   eoTi    una  cadencia  su- 


blinie.  La  curiosidad  me  iui[>iiK«'. 
a  -^u  lado.  Orreeílc    un  asiento  \ 
comenzamos  i]  hablar.  .Vtjuel  de 
.jo  do  x'nlinientalísmo   pi'olundo 
atjurlla     sonrisa      d<-      e.Kpi"csi\  ¡i 
amarj^ura.    obraiían     soin-.-     mi 
como  un  supremo  d(Jior.   iíai)la- 
inosde  la  vida  ... 
;  ...  :No  sé  reír,  ni  sé  ale^rarahí. 
Erciiia  reníej4"a.  Hermosa  y   loji- 
ta  es  una  des^'racía,   dice.   (.'rnn<.i 
reír?  Onuo  aleg'rarmey   I>#  «jué 
y  por  qué?  Después  dearrancar- 
me  del  seno  d(;  mi  íamilia.  don.h 
era  mimada    por   mis    padres    n 
mis  heruianos,  adulada  y  ajíasa- 
jada  por  mis  amí^-os,  para -arras- 
trarme luista  aijui  ... 

El  rosti'o fué  hiitnedeciiiü  por 
asé  Ihuito  silencioso  que  mana 
desde  el  fondo  tlel  alma  y  un 
breve  silencio  se  hizo.  Hal)lab:i' 
pausada,  con  una^  tristeza  [rro- 
funda. 

—  Y,  dime,  quién  fué  . .  .? 
—  Fué  . . .  bah  . .  .  fué  un  anii- 
g-o  que  dijo  amarme...  Aiuiv 
g'o de  mis  hermanos,  de  mis  jiei-- 
nas,  de  mis  padres...  Xos  ¡remos 
y  nos  casaremos,  fueron  sus.  pa 
labras.  Nos  fuimos,  pero  casara 
nos...  Cuando  se  aburriiV  me 
abaudon<).  Erciiia  lo  supo.  Habla 
sido  condíscípuia  mía  yconiotal 
me  visitó.  .\[e  habló  de  las  belle- 
zas de  esta.  vida,  y  yo,  incauta.., 
ya  lo  vé ...  Ahora,  quiere  iju*- 
ría.,  queme  (hnuuestre  ale.¡rre  ... 
Keírme  . . .  ;iU;,üra ['me  . .  D.-  q ué . . . 
(-d'or  <iué  ...  y 

-M  \KC«>S    Kk'omk.nt. 


-c-Í^XCír^o  — 


—    ;)H 


Ovidio   Fernández:   l^íos 


-m 


Por  jardines  ajenos 


'"Por  jos  lardines  del  alnria*%   de  Ovidio  Fernández  f^íos 


;  Aun  rxiíírs'ii  soñadores  !    ;Aún  ! 

.Í']!l0!5  s^í.  BOU  los  Ik'tocs  ojuiesros  á  ('.>;)  Ic'gíón  de  autómatus.  ijiie 
li:)!!  st'íi-uidu  cj  eainiíio  de  las  lüás  verí^^onzosas  claudieaciohes  sui^e 
(iiiítndo.a  las  i-x-uras  del  vicio   las   virtudes  del   eiisueno  del  cual 


—  57    - 

abominan ;   abjuríindo   de   las   ideas   que   alimentan   los    hombres 
libres  predispuestos  á  la  lucha,  y  ensayando  genuflexiones  con  las  ■ 
que  pagarán  los  favores  de  los  Cresos. 

El  ensueño  es,  pues,  un  símbolo  del  heroísmo ;  una  forma  de 
lucha  contra  el  Minotauro  del  oro  que  todo  quiere  acapararlo  y 
domeñarlo  á  su  antojo,  protegido  por  la  inercia  de  unos  y  la  indi- 
ferencia de  los  otros,  seres  nacidos  para  la  vida  animal  en  un  impe- 
rio de  orangutanes. 

Por  eso,  toda  vez  que  me  llegan  en  forma  dé  libro  las  manifes- 
taciones de  un  espíritu  superior  al  que  no  arredra  el  avance  de  la 
fauna  mercantilista,  me  siento  inclinado  más  que  al  elogio  á  la 
admiración,  sin  creer  por  eso,  como  muchos,  que  el  elogio  de  la 
obra  ajena  sea  dicho  en  perjuicio  de  la  propia. 

Mucho  regocijo  me  ha  causado  la  aparición  del  libro  de  Ovidia 
Fernández  Ríos,  digno,  por  su  estructura  y  concepto,  de  loa  y  con- 
sagración. 

Era  esperado  entre  nosotros  un  poeta  así,  que  uniera  á  las 
exquisiteces  de  la  poesía  lírica  las  notas  y  el  vigoroso  empuje  de 
la  épica,  pero  conservando  en  ambas  la  belleza  de  la  forma  y 
siguiendo  estrictamente  el  evangelio  del  arte.  Otros  intentaron  an-  ; 
tes  conciliar  las  dos  tendencias  convencidos  de  que  ello.era  factiblcy 
pero  debido  á  su  carácter  ó  á  su  predilección  por  una  de  el  las- 
fracasaron  lamentablemente,  incurriendo  en  futilezas  negativas  de 
su  talento  ó  cayendo  inconscientemente  en  el  abismo  de  la  imita- 
ción servil. 

Por  los  jardines  del  alma  es  la  exaltada  obra  de  un  poeta 
combativo  y  á  veces  sentimental.  Estrofas  ricas  de  savia,  de  una 
fluidez  á  todas  luces  divina,  que  deleitan  y  dominan  el  espíritu 
encaminándolo  hacia  el  corazón  de  la  vida,  las  de  Fernández  Ríos 
son  un  trasunto  del  alma  contemporánea,  tan  difícil  de  sondear  por 
lo  compleja  y  contradictoria.  Muchas  de  ellas  traen  un  soplo  del  sen- 
timiento, del  poeta  que  rememora  el  pasado  con  ferviente  devoción,, 
ó  un  rasgo  de  su  idiosincrasia  que  nos  habla  de  la  verdad  con  el 
viril  acento  de  los  apóstoles  apasionados.  Entonces,  Fernández  Ríos- 
nos  ofrece  todos  los  matices  y  todas  las  notas  de  su  temperamento 
tropical  que,  ora  se  desborda  en  vehementes  imprecaciones  contra 
la  canalla  que  le  asecha  en  la  sombra ;  ora  en  consuelos  para  los 
humildes  cuya  es  la  aureola  del  dolor;  ora  en  explosiones  de  sober- 
bia respondiendo  á  sus  detractores,  ó  bien  en  serenas  expresiones 
sobre  la  tristeza  de  las  realidades  humanas. 

Las   composiciones    Chispa    de    ira,   Lacrima;,    Cantos   de    la 


—  58 


luclm,  Desde  la  cumbre  y  La  eterna  soinbra  son  un  bello  conjunto  de 
axiomas  que  nos  revelan  la  tendencia  filosófica  de  este  poeta 
moderno  tan  dado  á  largas  meditaciones  de  k\s  cuales  el  fruto  es 
siempre  positivo  y  eficaz.  El  estilo  personal  de  dichas  composicio- 
nes cuyo  brillo  no  obscurecen  las  sombras  de  la  retórica  ni  los  arti- 
ficios de  la  decadencia ;  el  esfuerzo  innovador  que  él  señala,  y  los 
grandes  aciertos  con  que  termina  cada  estrofa,  han  hecho  de  ellas 
la  escala  por  la  cual  asciende  el  autor  á  la  cumbre  de  los  grandes 
triunfos.  En  esas  estrofas  de  rebelión  y  de  verdad  la  belleza  plás- 
tica harmoniza  con  el  ritmo  y  con  el  pensamiento  exuberante  por- 
que el  artista  se  ha  igualado  al  pensador  y  la  labor  de  ambos  se 
nivela.  ' 

Una  de  las  características  más  encomiables  de  Fernández  Ríos 
■es  la  de  exaltarlo  todo  en  versos  cuyas  figuras  nos  dan  una  idea 
acabada  de  las  cosas  que  canta  y  cuya  harmonía  tiene  la  virtud  de 
conquistarse  la  voluntad  del  lector  menos  sensible.  Leed  Pórtico  y 
os  sentiréis  arrastrados  por  sus  palabras  revolucionarias  y  por  su 
soplo  musical. 

La  poesía  amatoria  y  la  descriptiva  en  general  tienen  en 
€ste  poeta  un  digno  y  noble  representante  que  imprime  sobre  nue- 
vas formas  el  sello  indeleble  de  su  originalidad  y  produce  emocio- 
nes de  humano  y  hondo  sentimentalismo.  Ahí  tenéis:  Epitalamio, 
escrita  en  alejandrinos  pareados  tan  suaves  y  cadenciosos  que 
remedan  una  teoría  de  cisnes  deslizándose  sobre  un  lago  ;  Baile  de 
máscaras  y  Rojo  y  Negro,  cuyos  hemistiquios  sonoros  presentan  giros 
flexibles  y  cambiantes  aterciopelados ;  Visión,  evocativa  toda  ella 
de  las  cosas  déla  Alhambra  y  cuyos  frescos  dodecasílabos  sucé- 
dense  apaciblemente  como  los  acordes  de  una  guzla  mora  ;  La  can- 
ción de  las  cavipanas  y  Ya  nos  iremos  . . . ,  ambas  leves  y  emotivas  ; 
Lnfortunio,  en  que  el  poeta  vuelca  con  pasión  su  cáliz  de  amargura 
rememorando  á  su  amada  muerta,  y  ese  galante  soneto  :  Perdonad 
á  este  pobre. , .  tan  divinamente  cerrado  con  este  po7-qué  elocuentí- 
simo : 


«  Porque  de  vos  yo  quiero,  noble  Señora  mía. 
Lo  que  siempre  se  piensa  y  no  se  dice  nunca ! 


Ovidio  Fernández  Ríos  es  un  poeta  que  ama  y  siente  el  madri- 
gal pero  no  abandona  la  epopeya  á  la  que  es  aparente  su  tempera- 
mento de  luchador  fogoso  y  en  la  cual  su  numen  adquiere  la  talla  de 
un  Tirteo  subyugador.  El  sabe  que  ha  nacido  para  la  lucha  y  para 
g\  ensueíío  como  la  mayoría  de  los  escritores  modernos,  pero  no 


—  59  — 

traiciona  su  vocación.  Es  un  lucliador  y  un  sonador  cuyos  gestos,  á 
veces,  se  contradicen.  Más  en  este  caso  la  contradicción  no  es  sino 
un  rasg-o  de  la  sinceridad  del  poeta  «uya  alma  está  expuesta  á  los 
huracanes  íntimos  que  provoca  la  perspectiva  del  horizonte  social 
ó  el  pesimismo  de  la  juventud  pensante.  . 

Cuando  dice: 

«La  libertad  es  grande  como  el  mundo  - 

Y  el  mundo  es  uno  solo  para  todos!» 

el  trovador  se  yergue  en  rebeldía  y  su  voz  tiene  la  firmeza  de  un 
convencido  avezado  á  los  embates  de  la  suerte. 

Yo  creo  que  el  artista  moderno  debe  ser  un  sembrador  de  idea- 
les cuya  cosecha  disfrutarán  las  futuras  generaciones,  más  aptas 
para  la  libertad  que  las  de  hogaño  por  la  experiencia  que  legarán 
de  sus  mayores  y  por  la  evolución  de  la  sociedad  en  estos  últimos 
siglos. 

¡Desgraciado  quien  dice  que  al  artista  no  debe  importarle  la 
libertad ! 

El  arte  no  implica  de  ningún  modo  la  sumisión  absoluta  á  los 
potentados  ni  á  los  déspotas. 

La  era  délos  artistas  áulicos  pasó  á  la  Historia  y  sólo  en  e!la 
persiste  su  recuerdo  como  una  sombra  dé  la  conciencias  antiguas 
tan  fuertemente  'apegadas  al  fausto  y  á  las  pompas  reales. 

El  artista  de  hoy  es  un  emancipado  que,  ó  bien  canta  la  liber- 
tad, ó  bien  la  traiciona  al  precio  del  lujo  y  la  comodidad. 

Y  Ovidio  Fernández  Ríos  ha  optado  por  lo  primero,  figurando 
así  en  la  falange  de  los  escritores  libres.  . 

Yo  aplaudo  en  él  al  luchador  y  al  artista  y  les  estrecho  la 
mano  después  de  haberme  deleitado  por  los  jardines  del  alma 
donde  ellos  me  condujeron. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


■o{]í^:X$>- 


a.  Goby 


Nuestra  earái-tula  luee  hoy  un  hermoso  trabajo  del  exquisito  artista  cuyo  iioinhrc 
sirve  de  epígrafe  á  estas  líneas. 

Elogiar  al  Maestro  que  en  ambas  repúblicas  del  Plata  ha  conseguido  un  justo 
renombre  y  conquistado  tantos  triunfos,  nos  parece  innecesario.  Además,  para  ocupar- 
nos de  él,  dignamente,  necesitaríamos  más  espacio  y  tiempo,  que  emplearemos  en  una 
serie  de  estudios  de  arte,  de  próxima  publicación.  En  tanto,  agradecemos  al  artista  su 
valiosa  cooperación. 


60 


Poetas  tiu-evos 


Julio  J   Casal 


En  i<etipada    I 

Para  Apolo. 

Con  mi  (lulor  ;i  cuesta,  ' 

Yo  seré  el  nuevo  Sísifo  errabundo 
Huyendo  siempre  de  la  humana  fiesta 
Dejando  atrás  el  muladar  del  mundo  1 

No.  No  llamo  á  la  muerte  |      . 

Para  ahorrarme  el  sufrir  de  mi  caída 
Para  ahogar  los  reveses  de  la  suerte 
Que  fué  el  azote  de  mi  ingrata  vida. 

Jle  voy  lejos,  muy  lejos  j      ! 

Ni  yo  mismo  lo  sé,  tal  vez  acaso 
Al  ocultarse  el  sol,  ya  sus  reflejos 
Sólo  alumbren  las  huellas  de  mi  paso. 

A  dónde  voy  ?  Lo  ignoro ; 
No  voy  en  busca  de  mejor  destino 
NI  me  seducen  ni  el  poder,  ni  el  oro 
Ni  tampoco  la  sed  de  peregrino,    j 

Yo  voy  quien  sabe  íi  dónde 
Para  siempre  á  perderme  en  lontananza 
Allá  muy  lejos  donde  el  sol  se  esconde 
Donde  la  vista  del  mortal  no  alcanza  ! 

Ricardo  PASEYRO. 

Montevideo,  Diciembre  lí)08. 


«  H^léniea  » 

A  Pérez  y  Ciiris. 

Es  ánfora  sutil  de  evocaciones, 
un  ensueño  de  amor  donde  palpita 
del  pasado  —las  regias  tradiciones.  .  . 
Bajo  las  alamedas,  una  cita: 

El  rubio  paje  de  tus  ilusiones 
y  tu  canción  la  blonda  sulamita  .  .  . 
¡  Hay  un  beso  de  luz  en  la  exquisita 
sentimimentalidad  de  tus  canciones! 

Hay  un  pálido  azul  en  los  mirajes 
miríficos,  sonoros  de  tus  versos, 
biombos  dorados  y  jarrones  tersos  — 

surtidores  que  cantan  leve  trino, 
el  grato  rumorear  de  los  follajes, 
la  sombra  que  se  pierde  en  el  camino. . . 


El  Amuleto 

i  _-■  ■ 

Para  Apolo. 

La  tarde  más  feliz  de  nuestras  citas 
en  el  transcurso  de  un  amor  velado, 
tus  ojos  en  un  llanto  idealizado 
me  ofrendaron  sus  lágrimas  benditas. 

En  las  propicias  lumbres  infinitas 
de  mi  cielo  interior  —  opalizado,  — 
oculté  con  ternura  el  cruel  pecado, 
de  conturbarte  con  amargas  cuitas. 

Te  emocionaste  en  esa  lucha  grata 
y  ardieron  tus  mejillas  de  escarlata 
por  la  embriaguez  de  un  trémulo  secreto 

que  delató  tu  mano  caprichosa,       , 
al  privar  á  tu  pecho  de  una  rosa 
para  que  de  ella  hiciera  mi  Amuleto. 

Carlos  María  de  VALLEJO. 


Ji'Lio  .1.  CASAL. 


Montevideo,  1008. 


—  61 


Juan  Yie^tit^  Góm^z 


Reiiroducinios  do  Venezuela,  revista  que  publica  en  París 
el  gallardo  escritor  Pedro  César  Dominici,  el  presente  artículo, 
escrito  con  motivo  de  la  caída  de  Cipriano  Castro,  el  inmundo 
déspota  venejsolano,  y  la  exaltación  de  Juan  Vicente  (iómez 
á  la  presidencia  de  la  República.  —  JS'.  de  la  li. 


Por  Última  vez  el  Destino  pone 
en  manos  de  este  hombre  afor- 
tunado la  suerte  de  la  República ! 
Sobre  los  hombros  del  soldado 
que  en  diversas  ocasiones  aflrmó 
con  su  espada  la  tiranía  tam- 
baleante, descansa  momentánea- 
mente el  honor  de  la  Nación ! 
¿  Tendrá  conciencia  ese  hombre 
de  la  altura  en  que  se  encuentra  ? 
¿  Sabrá  abrasarse  su  alma  en  el 
supremo  ideal  de  la  Libertad? 
¿  Cumplirá  sus  deberes  para  con 
la  Patria  oprimida  ?  ¿  Tendrá  alas 
de  cóndor  ó  alas  de  cuervo? 
¿  Bajo  la  púrpura  de  su  ambición 
se  esconderá  el  servidor  manso 
y  sumiso,  ó  el  libertador  de  un 
pueblo  esclavo  ? 

No  necesitamos  requerir  en  las 
entrailas  de  la  víctima,  ni  entrar 
en  el  delirio  místico  de  la  jjito- 
nisa  de  Delfos  para  adivinar  el 
porvenir :  cortos  días  bastan  para 
descifrar  el  enigma  y  descorrer 
el  velo  de  los  misterios. 

Las  ofensas  y  humillaciones 
que  Castro  ha  inferido  á  Gómez 
públicamente  bastarían  para 
romper  la  más  sólida  amistad, 
que  sin  deshonrarse  pueden  cul- 
tivar dos  hombres.  Juan  Vicente 
Crómez  no  puede  olvidar  el  opro- 
bio de  la  Aclamación  del  Terror, 
ni  el  papel  ridículo  que  alevosa- 
mente Castro  hizo  desempeñar 
entonces  al  hombre  que  en  La 
Victoria  le  había  salvado  la  vida 
y  el  trono.  Celoso  de  los  laureles 
de  su  rival,  el  odio  del  sátrapa 
fué  aumentando  hasta  la  ruptura. 
Los   amigos  del.  vice-presidente 


conocieron  los  encantos  de  las 
cárceles  «  restauradoras  »  y  las 
tristezas  del  destierro,  y  Gómez 
mismo  no  osaba  salir  de  su  casa 
por  temor  de  ser  asesinado,  ó 
preso,  por  orden  del  héroe  de 
Capacho.  Vigilante  de  sus  pro- 
pios intereses,  Doíía  Zoila — ilus- 
tre consorte— observadora  de  la 
consunción  que  minaba  la  salud 
de  Cipriano,  juzgó  prudente 
reconciliar  al  presunto  sucesor 
con  el  estropeado  cónyuge, 
suponiendo  que  aquel  había  de 
protegerle  la  cuantiosa  fortuna 
del  difunto:  y  la  reconciliación 
fué  hecha  por  manos  femeninas. 
Reconciliación  aparente.  Gómez, 
hosco  y  taciturno,  siente  tras  sí 
la  hostilidad  hipócrita  del  tirano  ; 
y  sabe  que  sólo  la  mala  salud  de 
éste  le  ha  impedido  hasta  ahora 
destruir  completamente  á  su 
rival. 

¿Por  qué  ha  soportado  Juan 
Vicente  Gómez  las  más  dolorosas 
infidencias  y  las  embozadas 
vejaciones  de  su  jefe,  sin  chistar, 
en  admirable  mutismo,  sin  in- 
tentar el  gesto  varonil  de  la  pro- 
testa? ¿No  aguardaría  inquieto  la 
hora  del  desquite?  ¿No  le  aho- 
gará la  cólera  al  recordar  los  ul- 
trajes recibidos?  ¿  Tiene  ese  mi- 
litar alma  de  siervo  ?  ¿  O  se  im- 
ponía tales  sacrificios  para  salvar 
más  tarde  al  país  de  las  garras 
de  la  tiranía  ? 

No  cuadra  al  guerrero  vivir 
de  hinojos.  La  actitud  propia  de 
frailes  y  sacristanes  no  está  bien 
para   quien  ha   conducido   ejér- 


—  62  — 


citos  y  dormido  en  el  estruendo 
de  la  metralla.  El  militar  debe 
estar  siempre  de  pie,  ó  sobre  los 
estribos  de  su  corcel,  no  de 
rodillas. 

¡  Cuan  más  noble  destino,  y 
cuántos  varones  ínclitos  de  altas 
virtudes  y  alma  generosa  no 
envidian  hoy  el  sitio  que  ocupa 
Juan  Vicente  Gómez  ! . . .  Rom- 
per las  cadenas  de  un  pueblo 
esclavizado  es  la  más  grande 
hazaña  á  que  puede  aspirar  un 
soldado.  Reedificar  el  imperio  de 
la  Ley  sobre  las  ruinas  de  la 
satrapía,  crear  de  nuevo  la  Repú- 
blica, devolverle  á  los  ciudada- 
nos sus  dereehos  conculcados,  la 
libertad  de  reunión,  la  libertad 
del  pensamíeuto.  Abrir  las  puer- 
tas de  las  cárceles  en  donde  gi- 
men enyugados  desde  hace  aíios, 
ancianos  que  ya  contemplan  la 
almohada  de  la  tumba,  jóvenes 
altivos  que  pasan  los  mejores 
años  de  la  juventud  tras  los  mu- 
ros de  la  ergástula :  j  por  el 
horrendo  crimen  de  no  amar  á 
Cipriano  Castro!  Devolver  la 
alegría  á  la  mujer  venezolana, 
cuyo  rostro,  cansado  de  llorar  ya 
ha  olvidado  hasta  la  sonrisa. 
I  Qué  mayor  gloria!  ¡A  qué 
satisfacción  puede  aspirar  mor- 
tal alguno  superior  á  la  infinita 
dulzura  de  quien  devuelve  al 
seno  de   la   familia   al   pariente 


prisionero.  Alrededor  del  recién 
llegado  todos  lloran,  madre, 
esposa,  hermanas,  hijas;  pero  no 
son  lágrimas  de  tristeza  las  que 
surcan  aquellas  mejillas :  son 
lágrimas  de  dicha  inefable  y 
purificadora,  lágrimas  de  amor. 

¿Valdrá  más  para  Gómez  el 
amor  ponzoñoso  de  la  serpiente 
á  quien  llaman  Cipriano  Castro, 
que  el  amor  del  pueblo  vene- 
zolano ?  ¿  v^  se  imaginará  él  que 
sus  deberes  de  magistrado  son 
con  el  tirano  y  no  con  Venezuela? 
¿  Creerá  acaso  que  aquella  tierra 
es  feudo  y  bajalato  de  Castro 
hasta  que  la  obra  del  gusano  lo 
consuma?  ¿Nueve  años  de  cri- 
minal despotismo  y  cien  millo- 
nes de  francos  no  le  parecen 
suficiente  premio  para  su  anti- 
guo amigo? 

La  reacción  contra  la   tiranía 
es  evidente.  Nuestro  pueblo  no 
ha  podido  llegar  á  tal  grado  de 
abyección   que    no   pueda   des 
pertar  de  la  ignominia. 

La  figura  del  general  Juan 
Vicente  Gómez  aparecerá  ante 
la  Historia :  ó  como  la  de  un 
benefactor  de  su  Patria  esclavi- 
zada, ó  como  la  más  débil  de 
nuestra  política,  manchada  con 
los  crímenes  de  Castro  y  con  las 
infamias  de  una  época  vergon- 
zosa y  funesta. 

Pedro  César  DOMINICL 


-o^$CÍC$(}^- 


Rojo 


Para  Apolo. 

Yo  soy  un  soñador  que  por  la  Vida 
Cruza  con  un  enjambre  de  quimeras. 
Pensando  en  las  auroras  venideras 
Do  vislumbra  la  Tierra  Prometida .  .  . 

Cuando  yo  lucho,  nada  me  intimida; 
A  las  olas  que  se  alzan  altaneras, 
A  las  nubes  plomizas,  mensajeras 
Que  del  Dolor  anuncian  la  venida : 


A  Emilio  Boise,  cariñosamente. 

Les  presento  mi  pecho  adolescente, 
Que  semejando  un  gladiador  valiente, 
Ante  la  fuerza  del  más  rudo  embate, 

No  siente  ni  el  temor  ni  la  zozobra: 
¡Tiene  el  poder  que  basta  y  aun  le  sobra 
En  las  ardientes  horas  del  combate! 

Julio  Raúl  MENDILAHARSU. 


—  63  — 

Fae^s  radiosas 


Para  Ai'OLQ. 


Esta  noche  el  paisaje  me  cautiva 
Con  sus  oros,  su  múrice  y  su  plata: 
Cada  estrella  es  un  alma  pensativa, 
Cada  rama  una  flébil  serenata. 

La  fuente  melancólica,  en  la  riba 
El  raudal  de  sus  perlas  desbarata, 
Y  arde  como  una  lámpara  votiva 
La  luna,  siempre  misteriosa  y  grata. 

En  el  leve  mutismo  del  paisaje, 
Donde  prende  la  bruma  albas  de  encaje, 
Flota  el  alma  sublime  de  las  cosas; 

Y  en  mi  espíritu,  enfermo  de  belleza, 
Florecen  con  romántica  tristeza 
De  la  Reina  Ilusión,  todas  las  rosas. 

Guillermo  LAVADO  ISxWA. 

La  Victoria  —  Venezuela  —  1903. 


-oííCrXÍOo- 


Mi  íirof-eeía 


Para   Apolo. 

Por   verte   siempre  joven   ha  roto    Sagitario  , 

el   arco   de   sus  flechas.   Y  Dios  lo   ha   consentido ... 
Para  que   fueras  triste  la  noche  ha   detenido 
sobre   tus   ojos   negros   su  tardo   dromedario ... 

Para   que    fueras   blanca,    el    sol  —  el   presidiario 
de   la   celda  imposible   de   tu   cutis  —  ha   ido 
encaneciendo,   y   tiene   de   nieve   enriquecido 
su  venerable  manto,   como  un  rey   solitario . . . 

Por  ti   se   purifican  todas  las   cosas   bellas ; 
por  ti  las  ñores  quieren  besar  á  las  estrellas 
y   aspirar   el    perfume   que   en   el   aire   derramas, 

¡hasta   claudica   Eolo   para   beber  tu  aliento...! 
y   yo   que  te   comprendo,   y   te    amo   y   te    presiento 
no  puedo   ni    siquiera   saber  cómo   te    llamas ... 

Lorenzo  VICENS  THIEVENT. 


64  — 


Bibliográficas 


liibfos  y  íoUctos    feeibidos 


Salvador  Rueda  y  Rubén  Darío,  por 
Aiidn's  Gonzólez  Blanco.  —  Librería  di' 
Piieyo.  —  Madrid.  —  Es  un  heriudso  estudio 
<le  ííi  personalidad  de  aquellos  poetas  y  de 
la  poesía  española  en  estos  últimos  tiem- 
pos. Escrito  en  ese  gallardo  estilo  (jue  ha 
hecho  de  la  obra  de  González  Blanco  uii 
verdadero  símbolo  literario,  el  libro  que 
me  ocupa,  lleno  de  interesantes  conceptos 
.  y  notas  psrsonalisimas  paréeeme,  no  obs- 
tante, un  tanto  apasionado.  No  sé  si  ello 
es  debido  á  la  discrepancia  de  ideas  (lue 
existe  entre  González  Blanco  y  yo  con  res- 
pecto á  la  labor  de  aquellos  poetas  y  al 
esfuerzo  ijue  ella  signltica  comparándola 
con  la  de  otros  que  en  España  y  América 
.señalaron  también  nuevas  orientaciones 
poéticas.  De  cualquier  modo :  el  libro  de 
(ronzález  Blanco,  bien  nutrido  y  documen- 
tado, se  hace  acreedor  al  elogio  sin  reser- 
vas, por  la  nobleza  del  concepto  y  por  la 
plétora  do  conocimientos  qne  denota.  Mis 
aplausos  al  Joven  literato.  —  PÉRKZ  Y 
CURIS. 

Batalla  de  Odios,  por  Rafael  Lóps:  de 
Haro.  —  Librería  de  Pueyo.  —  Madrid.  — 
€on  una  fina  dedicatoria  de  su  autor  heñios 
recibido  esta  novela  de  un  conjunto  bello 
y  armónico.  La  acción  de  Batalla  de  Odios 
•se  desarrolla  en  una  aldea  y  de  Haro  hace 
desfllar  allí  todas  las  miserias  morales,  la 
avaricia  y  la  ruindad  que  constituyen  la 
vida  de  sus  habitantes.  Está  en  lo' cierto 
López  de  Haro  cuando  dice  que  liaj/  quien 
canta  ó  la  paz  de  ¡a  aldea  sin  conorerla. 

Muy  bien  pintado  está  ese  abobado  Joven 
lleno  de  buenos  propósitos,  que  prevarica 
poríjue  la  parte  contraria  la  representa 
una  mujer  bella  y  seductora 

Batalla  de  Odios  es  un  libro  de  estilo  y 
de  observación.  Han  colaborado  en  él  el 
artista  y  el  psicólogo,  ambos  con  igual 
suerte. 

Vavan  al  autor  nuestras  sinceras  felici- 
taciones.     FLOR  DEL  L.\CIO. 

Las  Nuevas  Tendencias  Literarias, 
por  Manuel  Ugarte.  -  F.  Sempere  y  C.^  — 
Valencia.  —  EÍ  laborioso  escritor  argentino 
Manuel  Ugarte,  nos  ha  enviado  un  ejem- 
plar de  su  liltimo  libro,  así  titulado.  En 
Las  Suevas  Tendencias  Literarias  so  ocupa 
Ugarte  de  nuestra  literatura  contemporá- 
nea y  de  la  labor  de  los  escritores  (jue  más 
se  han  distinguido  en  América  en  estos 
últimos  años.  Los  capítulos  «El  modernis- 
mo en  España»  y  «Una  ojeada  sobre  la 
literatura  hispano -americana»  son  dos  her- 


mosos estudios  que  ponen  de  manifiesto  la 
serenidad  de  criterio  y  la  benevolencia  con 
que  procede  Ugarte  después  de  observar 
las  características  de  cada  escuela  y  su 
influencia  en  pro  ó  en  contra  del  verdadero 
ideal  literario.  Agradecemos  el  envío.  — 
PÉREZ  Y  CURIS 

Los  Maestros  Jóvenes.  —  «  Gómez  Ca- 
rrillo »,  por  Eduardo  de  Ory.  —  Librería 
de  Pu.eyo.  —  Madrid.  —  Hemos  recibido  este 
estudio  de  psicología  literaria  sobre  la 
obra  incansable  y  proficua  del  exquisito 
Gómez  Carrillo,  ya  consagrado  como  maes- 
tro de  la  Joven  literatura  hispanoameri- 
cana. 

Ory,  con  elegante  estilo,  describe  en  él 
sus  iinpresiones  intimas  acerca  de  la  belle- 
za que  encierran  todos  los  libros  de  Gómez 
Carrillo.  Agradeciendo  el  envío,  adherimos 
al  de  Ory  nuestro  más  sincero  aplauso 
para  el  notable  maestro.  —  OVIDIO  FER- 
NANDEZ Ríos. 

NUEVO  CANJE  < 

El  Posta  Andixo.  —  MfVirfa  (  Vcnezti"la  ). 

—  Acusamos  recibo  del  número  i  de  este 
])eriódico  de  literatura,  política,  etc.,  que 
dirige  el  señor  Nicolás  Fernández  T. 

Gkxesis. —  'Slérida.  —  {  Venezuela).  —  De 
esta  interesante  revista  de  literatura  nos 
lia  llegado  el  número  22,  repleto  de  exce- 
Itntes  materiales. 

Blanco  y  Negro.  —  Santo  Domingo.  — 
De  la  tierra  de  Tullo  M.  Cestero  también 
empieza  á  llegarnos  canje.  Blanco  y  Nefiro, 
que  es  una  hermosa  publicación  artística, 
registra  en  sus  páginas  firmas  de  consa- 
grados escritores  dominicanos. 

La  Cuna  de  América.  —  Santo  Doraint/o. 

—  Es  ésta  una  bellísima  revista  de  cien- 
cias, artes  y  letras,  que  se  publica  bajo  la 
dirección  del  señor  .Tuan  Elias  Moscoso 
(hijo).  Los  números  86  y 88  que  tenemos  á 
la  vista  traen  un  excelente  material  de 
lectura  y,  numerosos  fotograbados.  L« 
Cuna  de  America  ocupa  un  alto  puesto 
entre  las  más  selectas  revistas  del  conti- 
nente. 

El  Fígaro.  —  San  Jase  de  Costa  Rica.  — 
Revista  semanal  ilustrada,  de  exquisita 
presentación  y  selectos  materiales.  Nos 
ha  visitado  el;  número  87  correspondiente 
al  17  de  Octubre  de  1908. 

Establecemos  el  canje  de  práctica  con  las 
revistas  arriba  nombradas. 


En  nuestros  próximos  números  nos  ocupáramos:  de  las  novelas:- 
«Sor  Demonio»,  de  Felipe  Trigo,  y  ce  El  Tormento  de  Sisifo»,  de 
Augusto  Martínez  Olmedilla; 

y  de  los  siguientes  libros  de  Francisco  Villaespesa:  c(El  Patio  de 
los  Arrayanes»,  «El  libro  de  Job»,  «El  Mirador  de  Lindaraxa»  y 
K Zarza  Florida»  (novela). 


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Director-Redactor:  Pérez  y  Curis 
Secretario  de  Redacción:  Ovidio  Fernández  Ríos 


CUERPO    DE  REDACCIÓN 

.  .  Julio  Raúl  Mendilaharsu  —  Corresponsal  en  Europa 

Juan  Picón  Oiaondo  —  iMontevideo. 

Francisco  VMllaespesa  —  Madrid. 

Manuel   Ugarte  —  París. 

hnriquc    Olaya  Herrera  —  Bruxelas. 

Luis  G.   Urbina  —  México. 

Rafael   An^el  Trovo  —  Cai"tago  de  Costa  Rica. 

Guillermo  Andre ve -- Panamá. 

Froilán  Turcios  —  Tegucigalpa   (Honduras). 

Santiago  Arguello  -  León  (Nicaragua).; 

Anuro  Ambrogi— San  Salvadoi". 

M.  Moreno  Alba  —  Barranquilla  (Colombia). 

Alberto  Sánchez  —  Bogotá. 

Miguel  Luis  Rocuant  -  Santiago  de  Chile. 

Pablo  Minelü  González  -  Roma. 

Rosendo  Villalobos      La  Paz  (Bolivia). 

Luis  Corre  i  — Caracas  (Venezuela). 

Guillermo  Lavado  Isava  --  La  Victoria  (Venezuela), 

Remigio  Romero  León  —  Cuenca  (Ecuador). 

Juan  Guerra  Núñez  —  Habana.  I     . 

losé  de  Diego  — San  Juan  de  Puerto  Rico. 


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-■    M'NTEVIDKÓ    {L"liU(,LTAV 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Secretario  de  Redacción:    OVIDIO    FERNÁNDEZ   RÍOS 


AÑO  IV 


Montevideo,  Marzo  de  1909 


N/  25 


La  mu^rt^  es  la  Paz 


,    Es  el  de  cronista,  triste  oficio. 

Siempre  el  alma  inquieta,  vo^ 
lando  de  miseria  en  desgracia, 
de  infortunio  en  desventura, 
poniéndole  glosa  á  ja  maldad, 
comentario,  á  la  injusticia:  tor- 
turada la  imaginación,  en  su  em- 
peño de  hallar  en  dramas  vul- 
gares, esencia  de  idealismo,  de- 
licados matices  y  poéticos  tonos; 
elaborando  el  espíritu,  con  el 
pesar  ajeno,  la  propia  tristeza : 
Como  el  hidalgo  loco  de  £!er- 
v^antes,  el  cronista,  ñjo  en  e¥ 
Clavilefío  de  su  dolor,  recorre 
con  la  fantasía  el  espacio  sin  fin 
de  todos  los  dolores. 

Es  inútil  que  busquemos  notas 
alegres.  Sólo  un  asunto,  tristí- 
simo en  el  fondo,  induce  y  mueve 
ala  risa:  la  eterna  imbecilidad 
humana,  dando  oídos  á  mani- 
fiestos pomposos  de  partidos  que 
murieron,  por  abandono  de  la 
idea  que  era  su  espíritu;  á  propa- 
gajidiis  de  una  política,  que  por- 
que nada  tiene  lo  promete  todo. 

Ya  lo  dijo,  Larra.  El  hombre, 
que  deja  engafiar  su  apetito  con 


vana  palabrería,  promesa  de 
poco  substanciosas  libertades,  es 
el  más  estúpido  de  los  animales. 
Tiene  hambre,  pide  pan;  le  ofre- 
cen derechos  y  se  conforma.  Y  á 
la  postre,  sólo  un  derecho,  que 
no  le  prometieron,  goza  y  dis- 
fruta: el  derecho  de  morirse. 

Descontada  esta  risible  tris- 
teza —  valga  la  antítesis  —  los 
periódixios,  sólo  sangrientos  rela- 
tos de  crímenes  y  desgracias 
publican.  Por  igual  sentimiento 
de  egoísmo,  la  alegría  se  esconde 
y  el  dolor  se  muestra:  aquélla 
para  que  ninguno  la  comparta; 
éste  para  que  todos  le  lloren.  La 
vida,  como  el  mar,  solo  arroja  á 
la   superficie  los  cadáveres. 

Y  sin  embargo,  entre  tantas 
muertes,  hay  una  que  de  todas 
se  destaca. 

No  es  fin  al  que  se  llega,  llenos 
los  ojos  de  sangre,  por  rebelión 
de  gTOsero  instinto  ó  á  impulsos 
de  colérico  arrebato:  es  muerte 
serena,  producto  del  dolor  sedi- 
mentado, de  la  amargura  refle- 
xiva. 


—  66  — 


A  la  vista  de  Algecims  un  sub- 
dito alemán,  pasajero  del  vapor 
correo  de  Ceuta  que  atraviesa  el 
estrecho,  se  arrojó  al  mar,  de- 
jando clavado  en  la  borda  un 
papel  que  decía :  «  Mors  est  pax 
laboris  et  miseriae». 

A  este  hombre  le  pareció  que 
la  existencia  no  merecía  el  es- 
fuerzo del  trabajo,  si  por  premio 
sólo  encontraba  la  miseria.  An- 
sioso de  goce,  y  no  pudiendo 
gustar  el  efímero  queda  el  triun- 
fo de  la  vida,  buscó  el  eterno 
que  proporciona  el  descanso  de 
la  muerte. 

Con  la  idea  suicida,  se  alejó 
de  la  costa  africana:  vio  como 
la  tierra  negruzca,  perdiendo 
contornos  y  perfiles,  trocábase 
en  azul  pincelada,  que  poco  á 
poco  fué  esfumándose  en  la  leja- 
nía del  horizonte. 

Tal  vez  en  aquel  instante,  co- 
mo la  tierra  en  la  lejanía,  borró- 
se en  su  alma  la  idea  de  la  vida, 
y  con  ella  la  idea  de  la  muerte. 
Ni  trabajos  ni  miserias  le  recor- 
daban, la  azulada  ondulación  del 
mar,  la  tersara  azul  del  cielo. 

Fué  un  sueílo  corto  ;    que  al 


emerger  de  las  ondas  la  tierra 
española,  pincelada  azul  prime- 
ro, mancha  negruzca  más  tarde^ 
que  lentamente  fué  adquiriendo- 
contornos  y  perfiles,  remanecía 
en  su  alma  la  idea  de  la  vida 
cortejada  de  la  muerte. 

Acaso  entonces  como  Hamlet 
se  pregantara:  ¿Será  morir,  dor- 
mir, soííar  ?  .  .  . 

Y  atacado  de  vanidad  postre- 
ra, con  pretensión  orgullosa  de 
que  el  mundo  no  ignorase  de  su 
cansancio,  ó  su  desprecio,  puso 
lema  á  su  muerte,  lo  clavó  en  la 
borda  y  se  arrojó  á  las  aguas,, 
anhelando  beber  en  su  salse- 
dumbre la  dulzura  inefable  de! 
eterno  reposo. 

¿Habrá  conseguido  su  propó- 
sito ? 

¿  Desligado  de  las  terrenas 
ataduras,  que  á  la  vida  le  sujeta- 
ban con  trabajo  y  miseria,  goza- 
rá libre  el  espíritu,  en  serenas 
regiones,  la  paz  apetecida  ? 

Las  aguas  devolverán  á  la  tie- 
rra lo  que  es  suyo :  la  carne 
muerta. 

Enrique  DE  MESA. 


V 

TÜXIDIO 


Todo  es  tetro  en  el  alba  de  las  noches  vernales 
Porque  yo  me  he  tornado  displicente  y  sombrío. 
No  perfuman,  mi  alcoba  los  opimos  rosales, 

Y  las  brisas  hesperias  ya  me  causan  hastío. 
El  azur  transparente  dol  remanso  de  un  río 

Que  desliza,  apacible,  sus  copiosos  raudales, 

Y  el  miosotis  del  éter  en  las  tardes  de  estío  I 
A  mi  psiquis  enferma  dan  nostalgias  iguales. 

Resquemores  de  viejas  pesadumbres  y  el  frío 
De  un  invierno  de  dudas,  atiriendo  mi  gozo, 
Anegaron  en  nublos  el  espíritu  mío  ;  i 

Y  ahora  estoy  en  mi  alcoba  despidiendo  un  sollozo, 
Cual  un  monje  en  su  celda,  displicente  y  sombrío, 

Y  soy  reo  de  amores  dentro  de  un  calabozo. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


•■-■  -67  -%^ 

de  mx  locuira 


El  Insomnio 


Para    Apolo. 


El   Insomnio   mis   párpados   abre, 
A  lo  obscuro  mirando  no  veo 
Pero  estatua  de  blancas  pupilas 
De  mí  mismo  yo  miro  hacia  adentro, 

Y  en  la  sombra  una  voz  angustiada. 
Que  parece  que  viene  de  lejos, 
Muy  despacio  repite  á  mi  oído 
Lo  que  mi  alma  le  dice  á  mi  cuerpo : 

«Soñador,   mi  carnal  envoltura. 
Yo  el  espíritu  soy  que  te  muevo. 

Yo    sufro,    mi    angustia 
Es  la  que  hace  te  agites  inquieto. 
Yendo  en  pos  de  la  dicha  soñada 
Con   el   ansia    de   puros   anhelos. 
Como  tú  me  debato  doliente 
Que  es  mi  cárcel  obscura  tu  cuerpo. 
Si  es  que  llama  el  abismo  al  abismo, 
Como  llama  el  Amor  al  Deseo, 
Como  llama  la  cúspide  al  rayo, 
Como  Uama  el  relámpago  al  trueno. 
Con   la   voz   formidable   que  lanza 
El.    su   barca    el   terrible   Nochero, 
Cuando,  airado,  les  grita  á  las  almas 
«Que  no  esperen  jamás  ver  el  Cielo» ; 
En  el  raudo  turbión  que  me  arrastra 
El   abismo   soy   yo   que   en   el   seno 
De  otro   cae,   cruzando   en  tinieblas 
La   región   infernal   del   Erebo, 
La  morada  glacial  y  sombría 
De  la  Noche,  la  Muerte  y  Cerebro, 
Donde  flotan,  vapores  que  asfixian. 
El  Dolor,  el  Olvido,  el  Silencio.» 

Y  mi  cuerpo  le  dice  á  mi  alma, 
Como  hablando  con  ella  en  secreto : 
«Yo  también  aquí  vivo  en  la  sombra. 
Yo   también   aquí   v^go   sufriendo. 
Ya   perdí   mi   postrer   esperanza, 
Ya  no  siente  un  latido  mi  pecho. 
Ya  su  fauce  me  muestra  el  abismo, 
Ya  no  brilla  una  estrella  en  mi  cielo. 
No  hay  vestal  que  custodie  mi  ara. 
Para  siempre  apagóse  su   fuego. 
He  perdido   el  favor   de  mi  Diosa 

Y  ahora  soy  como  un  templo  desierto. 
De  Sisifo  me  agobia  la  piedra. 
Como   Tántalo   vivo   sediento 

Y  del  viejo  Carón  en  la  barca 
Surco  el  río  de  Olvido,  el  Leteo, 
Con  sus  ondas  me  baña  la  Estigia, 
He  caído  en  el  Tártaro  negro.» 

«Oh !  mi  alma,  que  ves  disiparse 
Eu  la  vida  tu  mágico  ensiieño, 
Como  nieve  que  al  sol  se  derrite 
Aunque  extreme  su  frío  el  Invierno. 


«  Y  pasando  por  delante  de  mi  espíritu  hizo  erizarse  los  pelos 
(le  mi  carne  ». 

Job. 

Oh !    mi    alma,    que    sientes   opresa 
De  lo  ignoto   el  terrible  misterio : 
La  región  de  la  sombra  cruzamos. 
La  región  de  la  Sombra  es  mi  encie- 

[rro  !• 

El  Insomnio  mis  párpados  abre. 
Aquí  estoy,  como  siempre,  despierto 
Mientras    bate    impalpable   sus    alas 
Transparentes  el  dios  del  Silencio; 
Aquí  estoy,  sumergido  en  la  Sombra 
Que,  solemne,  me  infunde  respeto. 
Porque  el  ser  de  un  peligro  invisible 
En  sus  átomos  vaga  disuelto. 
Pero    aun   más    que  la  sombra,    tan 

[negra. 
Es  la  negra  visión   á   quien  temo 

Y  que  ven  destacarse  á  lo  obscuro. 
Espantados,   mis   ojos   abiertos. 
Como  el  rostro  de  fiera  medusa 
En  la  piel  del  escudo  amalteo. 
Esa   negra  visión   eulutada 
Menazáinte  se  acerca  á  mi  lecho 

Y  me  dice  con  voz  cavernosa: 
«Yo   la    única    soy    que   Ve    quiero. 

Yo  soy  la  Locura, 
Que  la  noche  pondré  en  tu  cerebro, 

Y  en  mi  sombra   entrarás   si  te  toca. 
Como   un   báquico    tir^o.    mi   cetro.» 

«Mas   no  es  un   cantar   de   bacante 
Jxigueteando  en  un  campo  asfódelo 
Perseguida  de  un  fauno  lascivo. 
Ni   la   lúbrica   voz    de    Sileno 
Que  te  habla  en  la  sombra.  Es  la  mía. 
Es  mi  voz  que  te  da  su  consejo. 
Tú  la  dicha  hallarás  si  penetras 
De  mis   silos   al  hondo   misterio. 
Venturoso  serás  cuando  seas  -. 
Insensible  á  todo  lo  externo, 

Y  en  un  mundo  quimérico  vivas 
Como  aquel  que  se  finge  en  los  cuentos 
Que  á  Harún— al— Raschid  le  narrara 
El  mirífico  labio  de  un  Genio 
En  Bagdad  la  opulenta,  que  tuvo 
Al  Califa  abasida  por  dueño.» 

«Fuma  el  opio,  mortal  fatalista. 
Como  el  hijo  de  Budha.   En  el  seno 
De  su  sacro   Nirvana   diluye 
Al  creyente  que  embarga  su  sueño. 
El  sopor  de  un   narcótico   busca 
Que  mitigue  tu  rudo  tormento. 
El  «haschich»  que  te  embriague,  ó  el 

[loto 
Con  que  borres  memorias  del  suelo. 
Bebe  el   «ponche»   diabólica  me;ícla 


68  — 


De  jengibre,   aguardiente   y,  ajenjo ; 
En  el  ron,  cuya  lívida  llama 
Es    crepúsculo    triste    de    Invierno, 
Hay  que  arda  tu  última  idea 
Mariposa  de  luz  del  Cerebro, 
Y,  estalagma   de  un  cavo  geoda. 
Deja   inmóvil   en   ti   el   pensamiento. 
Ei   alcohol,    el   doral,   la   morfina 
Te  darán  la   visión   de  mi   Imperio. 
Ven  conmigo  á  mi  río  de  Olvido, 
Que  en  sus  ondas  el  turbio  Leteo, 
De   venturas    que   huyeron    fugaces 
Como   huye   fugaz   todo    ensueño. 


Extinguida  la  luz   de  tu  mente 
Ahogará,  para  siempre,  el  recuerdo !» 

Y  la   Sombra  imponente,   con  paso 
Mesurado,   se  acerca  á  mi  lecho; 

Y  me  abraza  la  horrible  Locura, 

Y  me  estrecha  en  sus  brazos  de  hielo, 

Y  al   sentir   de   su   fría   caricia 

El   contacto,   que   enerva    el   Deseo, 
Una  lluvia  de  pena  en   raí  cae. 
Una   lluvia  que  hiela   mis  huesos ! 

Adriano    M.    AGUIAR. 


-o^^CCCÍ&o- 


^utorr^tralo 


Por  la  espaciosa  frente  pálida  y  pensativa, 
desciende  la  melena  en  dos  rizos  iguales.  '  j 
Negros  ojos  miopes,  gruesa  nariz  lasciva,  , 
la  faz  oval  y  fina,  los  labios  sensuales. 

Sobre  el  flexible  cuerpo,  perturban  la  negrura 
del  enlutado  traje  que  su  dolor    retrata,         I 
el  d'annunziano  cuello  con  su  nivea  blancura 
y  con  manchas  sangrientas  la  flotante  corbata.    , 

Apura  un  cigarrillo  Kedive,  reclinado  I 

en  un  diván  obscuro,  y  entre  el  humo  azulado    I 
del  tabaco,  sus  ojos  contemplan  con  amor 

el  azul  de  las  venas  sobre  las  manos  finas 
dignas  de  rasgar  velos  de  princesas  latinas 
y  ceñir  el  anillo  del  Santo  Pescador.  ' 

Franclsco   VILLAESPESA 


Miniatura 


—  ¿  Si  no  conozco  la  desnu- 
dez de  mi  alma  ?  La  conozco,  y 
por  eso  vivo  alto  en  orgullo.  Al- 
ma desnuda  como  la  verdad,  co- 
mo el  amor.  Todo  lo  puro,  limpio, 
legítimo,  es  desnudo.  Los  ángeles, 
desnudos,  vuelan  por  el  aire  en 
sus  veloces  alas.  El  agua  del  mar, 
cristalina  y  transparente,  es  des- 
nuda ;  el  charco  inmundo,  sin 
inovimiento,  renovación  ni  ven 


tilación,  está  vestido  de  .yerbas 
malsanas,  algas  venenosas,  y  te- 
las verdes  y  nauseabundas. 

Los  árboles  superiores,  los 
admirables,  son  desnudos :  su 
cuerpo,  limpio,  se  levanta  en  me- 
dio de  la  selva,  y  en  su  cumbre 
se  sientan  las  aves  del  Paraíso. 
Los  arbustos  vestidos  de  musgos 
y  parásitos,  no  son  los  señores  de 
los  montes  ni  de  los  jardines. 

Juan  Montalvo. 


Catulk  M-etid-es 


Hace  poco  m;is  de  un 
año  las  letras  francesas 
estuvieron  de  duelo  por 
la  pérdida  del  gran  poeta 
S II 11  y  Prudhomme.  La 
muerte  de  Catulle  Men- 
dés,  su  compañero  de  lu_ 
chas,  acaecida  en  los  co- 
mienzos del  mes  pasado, 
ha  vuelto  á  llevar  el  luto 
á  las  escuelas  y  los  cená- 
culos literarios  de  Fran- 
cia, que  sentían  por  el 
ilustre  poeta  una  viva  ad- 
miración. 

Rijidiendo  homenaje  al 
Maestro  desaparecido, 
Ai'OLO  reproduce  su  retra- 
to y  dedica  estas  líneas  ¿ 
su  memoria. 


'^       ^        ^ 


«fl^CCCÍ&o- 


a  Julia  Fotis 


Sevillana   que   luces   tu   bslleza   felina 
en   las  danzas   aéreas   de   elegante    prinior 
y   que   cantas   tus   cantos   con   la  voz  <ii'istal¡na, 
toda   trémula   y   fina,   de   un   arrullo    de    amor : 

Sevillana  que   domas   la   intención  masculina, 
¡bajo   un   ósculo   tuyo,   quién   pusiera   una   flor! 
; quién   oliera   tu   rosa   sin   punzarse   en    tu   espina! 
¡quién  gozara  tu    lumbre,   sin   quemarse   en    tu   ardor! 

Tú  qne  tienes  la  gracia,  ten  piedad  de  mi  fuerza: 
que   tu   palma   debajo   de   mi   viento    se    tuerza, 
en   un   lírico   gesto   de   prolífico    afán. 

Tal    recuerdo   las   palmas    del    gran  páramo  yerto 
y    quisiera    en   la   fiebre    de   un   callado    desierto 
ser   profeta   ó   astrólogo   ó   b3du¡uo    ó    sultán. 


José   SANTOS  CHOCANO 


70  — 


¡aUcatiU,  aUcatit^! 


ríOVELifl 


Para    Apolo. 


—  i  Hola,  Chápuli  !  —  ¿  Cómo  le  va  ?  — 
Me  dijo  nna  herinosísinia  dama  la  otra  tar- 
de en  la  Avenida  de  Mayo,  presentándome 
una  de  sus  diminutas  manos,  que  yo  estre- 
ché con  frenesí. 

—  Mny  bien— f;  Y  Vd  V  —  musité  —  un  po- 
co confuso. 

—  ¿  Parece  que  no  me  conoce? 

Interrogó  la  señora  dando  un  timbre  es- 
pecial á  su  voz  y  una  sonrisa  á  sus  rojizos 
y  purísimos  labios,  que  me  hizo  estremecer. 
IJn  sudor  frío  corrió  por  mi  frente  y  un  lé- 
l)il  desvanecimiento  pasó  por  mi  cabeza. 
Sin  embargo,  contesté  con  todo  el  despar- 
pajo que  me  permitió  mi  azoramiento. 

—  No  me  es  usted  desconocida.  Esos  ojos 
negros  y  rasgados,  esa  diminuta  boca... 
lio  me  son  del  todo  extraños,  pero  ¿  qué 
quiere  Vd.  que  le  diga?  no  recuerdo  en 
este  momento  ¡viaja  uno  tanto  !  Quizás  la 
conociera  en  .  .  . 

—  No  tiene  nada  de  particular — me  in- 
terrumpió—hace seis  anos  que  falto,  que  me 
encuentro  ya  desfigurada,  vieja,  tal  vez  . . . 

—  Vieja  no,  porque  está  Vd.  en  estado  de 
merecer,  es  Vd.  nna  lindísima  joven,  f,  No 
ve  como  todos  la  miran  con  cierta  admira- 
ración  ?  Eso  prueba . . . 

—  Gracias,  es  Vd.  muy  galante.  No  puede 
negar  que  es  de  la  tierra  ¡  Alicante,  Ali- 
cante ! 

—  ¿  Pero,  ¿  es  Vd.  de  allí  ? 

—  De  Torremanzanas.  Nací  en  esta  ba- 
rriada, en  el  verano  de  un  año  que  fueron 
mis  padres,  pero  siempre  viví  en  la  capital. 
¿  Aun  no  me  ha  conocido  ?  ¿  No  recuerda 
de  María  Sisó,  aquella  que  vivió  en  la  Pla- 
za Constitución  frente  al  Banco  de  Es^iuña. 
al  lado  de  la  Nueva  Adnanita  ? 

—  ¿  Aquella  cuyo  padre  era  .  .  .  ? 
— ...  Oficial  (ie  Hacienda. 

—  Sí  ¡  ya  lo  creo  !  —  Le  contesté,  aunque 
ignoraba  la  familia  y  ni  recordaba  de  aque- 
lla figura  tan  bella  como  simpática. 

Era  ésta  una  real  hembra:  buen  tipo,  alta, 
<le  pechos  abultados  y  movedizos,  de  dimi- 
nuto pie  y  pantorilla  que,  en  la  forma  gra- 
ciosa con  que  se  recogía  la  falda,  dejaba 
ver  tan  irreprochable  que  enloquecía  á  los 
hombres.  Vestía  primorosamente  un  f -aje 
blanco,  dejando  al  descubierto  un  bien  tor- 
neado cuello  y  unos  redondeados  brazos 
cubiertos  por  encaje  de  tul. 

Por  conversar  con  aquella  mujer  inví- 
tela á  tomar  un  te. 

Entramos,  distraidamente,  en  el  salón 
del  piano  del  Paris  Hotel.  Las  pocas  per- 
sonas que  alrededor  de  las  mesas  conver- 
saban, nos  miraron  con  fijeza.  Pasamos  á 
otro  aposento,  el  destinado  para  señeras. 
Era  éste  un  pequeño  departamento  con  och» 
mesas  colocadas  con  cierta  simetría;  en  el 
centro  pendía  hermosa  araña  de  unas  doce 
lamparillas  eléctricas.  Solamente  dos,  da- 
ban una  humilde  como  mortecina  luz,    que 


hacía  más  á  propósito  el  lugar.  Una  vez  que 
hubimos  tomado  asiento,  entró  el  mozo, 
prendió  cuatro  lamparillas  más  y  se  apro- 
ximó á  nuestra  mesa. 

—  Dos  tes,  con  masas— le  dije— antes  de 
que  pronunciara  palabra  alguna. 

La  lugareña  habló  entonces  en  voz  baja. 

—Cuando  salí  de  España -me  dijo, 
acercando  su  cara  á  la  mía,  marché  á  Rio 
de  Janeiro  en  donde  me  desposé  con  un 
viejo  brasileño  de  mucha  plata.  En  el 
verano  de  un  año  enfermó  él.  Los  médicos 
al  reconocerle,  le  recomendaron  el  benigno 
clima  de  Af  ontevideo.  Él  vino  aquí  porque 
gustaba  más  de  la  capital  de  la  Argentina. 
Dos  años  hace  que  habito  en  Buenos  Aires 
en  donde  he  visto  algunos  coterráneos,  á 
quienes  no  he  podido  conversar.  ¡Alicante, 
Alicante! 

Entró  el  mozo  y  nos  sirvió.  Los  dos  be- 
bimos del  te  caliente. 

—  ¡Oh,  ahora  sí  que  sabré  de  mi  tie- 
rra!—dijo  la  lugareña;  mañana  le  espero  en 
mi  casa  Rivadavia  1125.  Vendrá  Vd— ¿ver- 
dad? 

Yo  estaba  desvanecido.  Las  caricias  que, 
en  mi  cara  hacían  sus  finísimos  cabellos  y 
el  vaho  del  perfumado  de  sus  ropas,  pro- 
ducían un  gran  éxtasis  en  mi  ser.  Murmuré: 

— Mañana  á  estas  horas  estaré  en  su  casa 
por  más  que  no  he  tenido  el  honor  de  cono- 
cer al  feliz  mortal  que  ha  tenido  la  dicha 
de  tocar  ese  angelical  cuerpo. 

— No  le  hace.  Ya  se  lo  presentaré.  ¡  Es  tan 
bueno  í  Pronunció  con  cierta  dulzura  _  sus 
últimas  palabras  y  dio  cierta  expresión  á 
sus  ojazos  negros  y  rasgados. 

Los  dos  apuramos  nuestros  tazas,  dispo- 
niéndonos á  marchar.  Eran  las  7  de  la  tarde. 

La  lugareña  me  dio  la  mano  y  me  miró 
profundamente. 

—Adiós;  hasta  mañana  á  las  6 

—Adiós— le  dije  yo  estrechando  entre  mis 
manos  la  enguantada  de  aquella  dama. 

La  penumbra  de  la  noche  había  llegado. 
Sirio  brillaba  en  el  diáfano  azul  del  cielo 
En  aquella  hora,  las  larguísimas  filas  de  fa- 
roles, de  ambos  lados  de  la  Avenida,  despe- 
dían- haces  de  luz,  mortecina.  La  hilada  del 
centro  permanecía  aún  apagada.  Por  ambas 
veredas  innúmeras  mujeres  que  ostentaban 
vaporosas  vestiduras  y  adornos,  colores  y 
tonalidades  que  ofuscan  y  alegran  á  un 
tiempo.  Infinidad  de  coches  rodaban  por  la 
calzada  y  los  severos  palacios  alzábanse 
solemnes  entre  la  verdor  de  los  árboles  que 
adornan  la  espléndida  calle. 

Yo  atravesé  todo  aquel  enjambre  humano 
y  crucé  la  Avenida,  sin  apercibirme  siquiera 
de  algo.  En  mis  oídos  zumbaban  aún  sus 
palabras. 

¡Es  tan  bueno,  es  tan  bueno! 

A  las  cinco  y  media  del  siguiente  día, 
salía  yo  ufano  y  nervioso  de  mi  modesta 
mansión,   arropado  con  lo  mejor  que  tenía_ 


—  71  — 


La  hora  fijada  aproximábase  con  suicida 
tranquilidad.  Presuroso,  tomé  Santiago  del 
Estero,  atravesé  Alsina  y  Victoria  y  víme 
de  nuevo  en  la  Avenida,  agarré  su  vereda 
derecha  hasta  Lima,  doblé  y  llegué  gor  fin 
é,  Rivadavia,  por  el  domicilio  de  la  lugareña 
Llamé. 

No  bien  hubo  sonado  el  timbre,  cuando 
apareció  en  el  umbral  de  la  puerta.  Estaba 
hermosísima.  Yestía  linda  bata,  azul  celes- 
te, algo  ligera;  su  escote  dejaba  ver  el 
nacimiento  de  sus  abultados  pechos.  Sas 
cabellos  negros  azabache,  estaban  sujetos 
■con  una  cinta  del  mismo  color  que  la  bata. 

—Creía  que  no  venía  y  empezaba  á  impa- 
cientarme—me dijo  sonriente,  al  tiempo 
■que  me  extendía  su  diestra  mano. 

— La  hora  convenida  no  ha  sonado  aún  en 
el  reloj  de  la  Catedral— le  contesté  yo  estre- 
•chando  la  mano  y  besando  el  carmín  húme- 
do de  sus  purísimos  labios 

Entramos  en  una  pequeña  como  bien 
íimueblada  sala.  En  el  centro  un  velador 
con  mil  bisuterías.  A  la  derecha  un  piano 
de  caoba,  encima  una  vista  panorámica  de 
la  levantina  ciudad  española,  á  ambos  la- 
dos, dos  magníficas  acuarelas  de  flores  de 
L.  Pericas.  En  el  fondo  un  diván,  dos  bu- 
tacas y  unas  cuantas  sillas  todas  tapizadas 
de  rosa  y  de  un  puro  estilo  inglés.  A  la  iz- 
quierda un  magnifico  espejo,  que  ocupaba 
todo  el  testero.  También  había  algunos 
cuadros  de  personajes,  que  no  conocía. 

Sentéme  en  el  diván.  Ella,  arrellanóse  á 
mi  vera.  Y  tomando  su  mano  que  estrecha- 
ba entre  las  mías,  la  dije  en  tono   cariñoso. 

— ¿  Y  su  marido  ?  ¿  Por  ventura  hállase 
ausente  ? 

—  Sí  .  . .  Un  amigo  ...  ha  venido  y  se 
lian  marchado  á . . .  Palermo. 

Por  salir  de  aquella  situación  la  dije  : 
— En   ese  piano  pasará    Vd.  sus    horas. 
¿  Sabe  tocar  ? 

—  No,  bien  no,  me  acompaño  el  canto  en 
mis  lúgubres  ratos. 

...  Y  la  lugareña  hundió  las  teclas,  y 
produjo  el  armonioso  sonido  del  vals  «  So- 
bre las  Olas»  y  cantó  con  purísima  voz 

Valcáreel  se  fué 

el  día  13  en  el  «  San  Agustín  », 

Terminó,  cerró  el  piano  y  ocupó  de  nue- 
vo su  asiento. 

—  ¿  No  vale  más  que  charlemos  ?  —  mur- 
muró— ¿  Recuerda  Vd.  cuando  el  embarque 
de  las  tropas  en  el  «  San  Agustín»  ?  ¿  Y  la 
«atástrofe  del  día  anterior  al  embarque  ? 
Qué  terrible.  Aquella  tarde  encontrábame 
yo  dentro  de  la  nave. 


—  También  yo.  Por  cierto  que  buen  sus 
to  no  di  á  mi  familia.  A  las  8  aún  no   había 
yo  aparecido  por  sitio  alguno  y  creyeron 
que  yo  . .  . 

—  ¿  Por  qué  no  me  habla  de  la  tierra  ?  — 
gimió  la  lugareña,  pasándome  un  brazo  por 
el  cuello.  Yo  quiero  un  recuerdo,  una  idea 
un  algo  que  me  reminiscencie  mi  pasada 
vicia  .  ..  ¡  Alicante,  Alicante  ! 

Estábamos  muy  cerca.  El  grato  perfume 
de  su  cuerpo  me  embriagaba . . .  Veía  el 
nacimiento  de  su  pecho  .  .  . 

—  ¿  Qué  quiere  Vd  que  diga  ?  todo 
está  lo  mismo,  que  seis  años  ha. 

—  Y  con  Eusebia  ¿galantea  Vd  aún  ? 

—  ¡Nó!  ¡Si  casó  con  un  marino! 

—  ¿  Con  aquel  del  <•  Nautilus  »  ? 

—  El  mismo. 

—  ¿Y  Carmen,  y  Teresa  ... V 

—  La  primera   continúa   con  aquel  hom 
bre  largo  y  flaco  y  la  otra  está  próxima    á 
sus  desposorios. 

—  ¿  .  .  .  Y  Marita  .  .  .  Marita  Vega  ...  la 
hija  de  Antonio  Vega,  el  de  la  Compañía 
Arrendarla  de  Tabacos  ? 

—  ¡  Oh,  ya !  —  ¿  Aquel  que  vivió  en  la 
calle  Labradores  ?  . .  . 

—  ¡  El  mismo,  el  mismo! — interrumpió 
frenética  la  dama. 

—  ¿  Aquel  cuya  mujer  partió  en  amable 
consorcio  con  un  cómico .  .  .  ? 

—  ¡  El  mismo,  el  mismo  !  — decía—  apre- 
tándome cada  vez  más,  con  sus  torneados 
brazos  y  echando  fuego  por  sus  ojazos. 

— Pues  aquel  hombre, — repuse  después  de 
desasirme  un  poco  de  mi  carga— aquel 
murió  de  vergüenza  más  bien  quede  pena. 
Y  en  cuanto  á  la  hija  tuvieron  que  recluir 
la  en  el  manicomio  de  Elda  porque.  .  . 

—  ¡  Mi  hija  ! —  exclamó  la  lugareña, 
poniendo  sus  ojos  en  blanco  y  dando  su 
cuerpo  mil  convulsiones.  Cayó  y  un  toico 
ruido  sonó,  producido  por  el  choque  de  su 
peinada  cabeza  con  el  pavimento. 

Yo  quedé  anonadado;  no  supe  lo  que 
allí  ocurrió.  Cuando  volví  en  mí,  vi  aquella 
mujer  aún  en  tierra,  hundida  su  cara  en 
uu  cabezal  y  tres  hombres  sujetábanla  con 
esfuerzo.  Próximo  á  ella  un  viejo,  de  blan- 
ca barba,  la  miraba  desesperado.  Más  tar- 
de, condujeron  á  la  accidentada  á  un  le- 
cho... El  viejo  quedó  inmóvil,  mirándome 
con  mirada  penetrante,  como  preguntán- 
dome por  lo  allí  acaecido. 

—  Estábamos  —  le  dije  algo  aturdido  - 
hablando  de  nuestra  tierra,  de  Alicante . . . 

—  Ah,  vamos  ya  comprendo  —  repuso  con 
voz  acongojada.  ¡  Alicante,  Alicante  ! 

Y  sollozó  tras  la  lugareña. 

Ernesto  CHÁPÜLI  AN8Ó. 


•o{)$CCC:^^- 


Letvas  fttn^vieanas 


Don  Quijote  llet^ó  con  su  épico 
escudo  y  no  vio  ya  la  planicie 
anémica  de  la  Manclia,  sino  que 
([uitando  el  yelmo  y  puesta  la 
lanza  en  tierra,  miró  al  caer  de 
la  tarde,  el  tropel  de  luceros,  bri- 
llantes escalonando  la  montaña 
de  la  noche.  La  belleza,  pasó  de- 
jando su  fulgor  de  gloria  por  la 
mano  férrea  de  los  conquistado- 
res ;  la  Poesía  que  era  una  luz  de 
atavo  alumbró  las  frías  naves 
de  nuestras  viejas  catedrales,  3 
la  frase  ascética  tuvo  alas  de 
ensueño  en  el  ritual  sagrado,  en 
la  celda  sombría  y  ante  el  rostro 
pálido  de  los  Cristos. 

Don  Quijote  brindaba  todavía 
en  la  usada  copa  del  viejo  Hora- 
cio, frente  á  los  retratos,  toda  una 
serie  de  Luises  y  Quev^edos. 

En  el  ano  1830  cayó  sobre  Ro 
ma  el  fuego  de  la  Francia  román- 
tica, como  sobre  u)ia  ciudad  mal- 
dita. Lutecia,  la  gloriosa  y  fuerte, 
no  dejó  en  Roma  mármol  sobre 
mármol. 

F,\  encanto  romántico  hizo  el 
corte  heroico  á  la  AUántida  de 
Olegario  Andrade,  cada  estrofci 
fué  alta,  como  un  picacho  andino, 
aquel  numen  rico  marcó,  firme, 
el  conti*aste  con  la  indigencia  del 
marco  clásico. 

La  AUántida  es  un  símbolo, 
pasa  sobre  una  voz  de  i^ron^esa, 
es  la  Clarovidencia  anunciando 
el  alba  futura  á  la  raza  latina. 

Muerto  Bello,  Abigail  Lozano, 
Heredia  y  Manuel  Gutiérrez  Ná- 
jera,  quedó  sin  verdor  el  árbol 
lírico  trasplantado  de  España. 

Ya  en  la  Europa  convulsionada 
c  intensa,  un  obrero  de  gran 
musculatura  se  atrevía  á  poner 
su  taller  frente  al  Cenáculo, 
luista  los  oídos  del  Arte  llegaba 


Para  la  revista  Apolo. 

uu  ruido  de  fábrica  y  de    bur- 
guesía. 

Con  el  1880  se  alzó,  formidable, 
una  ola  de  París,  la  juventud, 
que  atacaba  desde  La  Vague  el 
Olimpo  de  Medán.  El  Mercurio 
de  Francia  fué  uno  de  los  ter- 
mómetros que  marcó  el  mayor 
grado  de  conmoción  de  entonces 
La  demencia  hería  con  fino  pu- 
ñal de  oro  las  ordenadas  vér- 
tebras del  habla  francesa.  El  co- 
lor, la  forma  plástica,  la  línea  y  la 
cadencia,  todo  fué  arrebatado 
por  la  corriente  anárquica.  Flotó 
en  los  manicomios  la  bandera  del 
Arte. 

Fué  confusión  el  Ritmo.  La 
Belleza,  del  brazo  de  Rene  Ghil, 
se  manchaba  en  la  charca  del 
delirio.  La  Poesía,  arrastrada  y 
escarnecida  por  la  secta  de  Zola 
s.'  cubrió  de  laureles  en  Mont- 
martre. 

El  cuadro  conciliador  se  pre- 
senta con  un  toque  bíblico:  eí 
azul  brilla  diáfano,  cada  altura 
se  muestra  en  la  desnuda  gloria 
del  paisaje,  La  Moral  quedó  en 
los  cánones  del  Bien,  la  ciencia 
fué  á  la  Ciencia,  el  calco  sepul- 
tado junto  á  la  tumba  de  Luis  el 
Catorceno,  el  corazón  de  Víctor 
Hugo  enterrado  también  muy 
hondo.  ! 

Rotas  todas  las  banderas,  des- 
hechas todas  las  capillas,  cerrado 
el  camino  que  conducía  á  las 
Grecias  y  á  las  Romas,  la  pluma 
sólo  pide  la  fuerza  de  una  mano 
para  abrir  la  vereda. 

Tal  procedimiento,  ha  puesto 
hosca  la  faz  de  cierta  crítica  .  .  , 
porque  en  verdad  es  enorme  el 
número  de  los  fracasados.  Pero 
no  encuentro  en  absoluto  lógico 
censurar  una  tendencia  de  Arte 


73  — 


con  motivo  de  las  caídas  de  unos 
cuantos  poetas  y  escritores  se- 
j^uidores  de  esa  tendencia. 

Puede  un  artista,  rodearse  de 
^lo:-ia  llevando  á  sus  cuadros  el 
predominio  de  tal  ó  cual  color, 
tras  ese  vendría  otro  poniendo 
en  propios  lienzos  una  múltiple 
luz  y  arabos  sólo  habría  queexi- 
í^írseles  sinceridad  y  belleza  ;  no 
produciéndose  ésta  ni  presentan- 
do aquéllíi,  todo  intento  es  inútil, 
V  vano  todo  esfuerzo.  Ahora  se 


Nicaragua. 


discute  y  se  espera  en  aptitudes 
de  ansia,  ver  la  última  lanza  rota 
á  favor  de  esa  gran  cruzada. 
Preocupación  es  ésta  no  píira  el 
cerebro  equilibrado  que  la  llej^a 
á  buscar  al  pensamiento  centro 
de  g-ravedad,  sino  para  el  que 
estudia  y  analiza  el  alma  de  las 
Repúblicas  latinas,  á  despecho 
de  los  que  creen  tan  sólo,  en  que 
América  es  la  incauta  mariposa 
que  se  quema  las  alas  atraldíi 
por  el  faro  de  París. 


Leonardo  Montalb.án. 


•  o^íCCC^Oo 


Oitne  q:u«  volverás 


Pa  ru    Apolo. 


Cuando  á  mis  pies  la  micaneciila  espiiiiiH 
Veiifía  á  morir  en  la  oncia  silenciosa 

Y  tiemblen  los  girones  <le  la  bruma 

Y  se  e.Ktinjfa  la  tarde  pesarosa, 
Cuando  la  lluvia  con  pesadas  }?f>tas 

Hiera  el  frío  cristal  de  mi  ventana, 

Y  cuando  el  viento  haji-a  vibrar  sus  notas 
Llorando  hasta  morir,  en  mi  persiana, 

Cuando  las  hojas  secas  y  amarillas 
Ritmen  su  triste  danza  del  otoño. 

Y  allá,  lejos,  las  pálidas  cuchillas 
Sueñen  con  el  verdor  do  algún  retoño, 

En  esas  horas  de  tristeza  y  duda 
Di  me  (jue  para  mi  despertarás 

Y  rompiendo  el  niisterio  que  te  anuda. 
Di  me  que  volverás  .  .  . 

Dime  que  siemjire  no  estaré  tan  sola 

Y  que  no  he  d  i  llorarte  siempre,  así. 
Que  volverás,  envuelto  en  una  aureola 
(<omo  vuelven  los  astros  de  rubí. 

(¿ne  dejarás  la  tierra  un  solo  instante 

Y  el  florido  Jardín  que  te  aprisiona 

Y  la  noclie,  poblada  y  palpitante 
Donde  la  vida  muerta  su  ay  !  entona. 

Pero  en  la  tierra  sólo  dudas  leo  .  .  . 
Diinelo  una  vez  más; 
Necesito  creerlo  y  no  lo  creo  ... 
Dime  que  volverás ! 

Di  que  á  mi  lado  temblará  tu  aliento 
Confundido  en  la  brisa  perfumada 

Y  que  tu  voz  percibiré  en  el  viento 

Y  en  la  luz,  de  tus  ojos  la  mirada. 
No  puedo,  nó,  creer  que  en  una  hora 

Todo  se  acabe  sin  tornar  Jamás  .  .  . 
Que  haya  noches  eternas  sin  aurora  .  .  . 
Que  ya  no  volverás  .  .  . 

No  .puedo  no  creerlo.  .  .  Y  no  lo  creo  ! 
Di  que  á  mi  lado  temblará  tu  faz, 
Que  te  he  de  ver,   como   á  los  astros   veo 
En  suave  y  honda  é  infinita  paz. 


Di  (jue  en  mis  n>clies  largas,  pesarosas 
Tu  imagen  brillará  consolailora 

Y  con  tus  manos  fuertes  y  piadosas 
Del  cruel  insomnio  detendrás    las  horas. 

Y  al  aletear  confuso  de  la  idea 

Y  en  el  suave  rumor  del  sentimiento 
Dilo  —  aunque  no  lo  crea   - 

Que  en  mí  se  agitará  tu  pensamiento. 

Dime  que  volverás,  dímelo,  vida, 
Kn  esas  horas  de  misterio  llenas 
(¿ue  el  ala  de  la  noche  adormecida 
Arroja  cual  crespón  sobre  mis  penas. 

Sé  que  no  vuelven  las  marchitas  hojas 
Al  tronco  añoso  que  les  dio  la  vida  ; 
Que  para  siempre,  las  corolas  rojas. 
■ie  arrancan,  como  carne   dolorida' 

Sé  qne  no  vuelve  ya  la  misma  espuiua 
A  besar  de  la  playa'las  arenas. 
Que  cuando  torna  en  el  Abril  la  bruma 
Nó  es  la  que  antaño  amortajó  mis   penas. 

Sé  que  el  rayo  de  sol  que  me  ilumina 
Ya  no  es  aquel  que  iluminó  tu  frente, 
Que  el  huracán  que  hace  torcer  la  encina 
No  es  el  que  ayer    se    desató    inclemente. 

Que  ni  ía  sangi-e  misma  que  palpita 
Ks  la  que  otrora  estremeció  mis  venas. 
Que  todo  pasa,  y  sin  cesar  nos  grita 
El  adiós  sin  retorno  .  .  .    Más  serenas, 

Quiero  creer  que  volverán  las  notas 

Del  canto  de  tu  voz  junto  á  mi  oído 
Como  un  vago  rumor  de  cuerdas  rotas, 
Como  un  tenue  suspiro  adolorido. 

Como  una  sombra  vaga,  fugitiva  .  .  . 
Como  un  aliento  leve  .  .  .    nada  más  .  .  . 
Como    una    gota   en  una  fior  cautiva  .  .  . 
Pero  anhelo  creer  que  volverás. 

Dilo  con  fe,  porque  creerlo  quiero. 
Dímelo  una  vez  más. 

En  este  instante,  ya  talvez  lo  espero  .  .  . 
Dime  que  volverás! 


Enero  1909. 


ClOTII.OK    LÜISI. 


—  74  — 

Playa  d-e  los  Pocitos 


Fura    Apolo. 


PAXSAJE 


La  ruta  se  perdía  como  entre  un  vaho  violeta 
que    ahogaba    los    contornos,    distancias    y    colores, 
y  grupos  silenciosos  de  rudos  labradores 
á    ratos   perfilabain    su    escuálida    silueta. 

Rodaban   en   el   aire   los   últimos   rumores 
de  la    caduca   tarde,    y   apenas   si  una  veta 
de  parpadeante  oro   abría  una  ancha   grieta 
en    el   Ocaso   rojo   nimbado   de   vapores. 


/.■> 


Playa  Ramírez 


r.- 


-    -f*} 


r  K 


BÍBLICO 


.4    Francisco    A.    Schinra 

La   paz   era   de   claustro ;    la   luz   languidecía. 
Ya   todo   se   esfumaba   como   una   alegoría 
de   una   remota   estampa    de   polvorientos    años... 

Balaban    en    el    valle    los    últimos    rebaños, 
y  entre  la  sombra  ambigua  de  la  arboleda  huraña, 
en  éxtasis  celeste  soñaba  la  montaña. 

Juan    picón    OLAONDG. 


-  76  - 

Idealidad  vencida 


Para    Apolo: 

Cada  vez  que  usted  se  aleja  de  mi  lado,  empiezo  á  repro- 
("harme, — no  por  lo  que  hayamos  hecho  ó  dicho,  porque  si  hav 
charla  espiritual  v  delicada  es  la  suya, — sino  por  permitirme 
yo,  el  lujo  podría  decirse,  de  estar  en  su  presencia. — Y  pienso 
en  inventar  alg^ún  medio,  en  hacer  al^o,  para  despertar  en 
usted  el  deseo  de  no  verme,  provocando  el  hastío, — que  es  á 
\c  que  inevitablemente  está  abocada  su  alma  joven  y  bella, 
ai  contacto  de  la  mía,  vieja  v  fea.  Solamente  que  su  í^enero- 
sidad,  esa  otra  bella  condición  suya,  no  le  ha  permitido  to- 
davía, que  se  detenga  en  el  examen. — Es  muy  grande  en 
usted  el  deseo  de  hacer  caridad. 

— Si  no  admirara  todo  lo  que  hav  de  infantil  é  ingenuo 
en  eso  que  acaba  de  manifestar,  tendría  motivo  sobrado  para 
resentirm.e. 

— Si  de  ingenuo,  podría  pasar,  pero  lo  de  infantil...  en 
una  persona  que  va  se  va  internando  en  la  zona  polar  de  la 
\  ida,  en  la  que  va  empiezan  á  nevar  los  aii(ís  ! 

— No  diré  la  del  cuerpo, — á  pesar  de  que  no  es  mucho 
tener  30  años, — pero  sí  la  del  espíritu,  porque  ciertas  almas, 
llegadas  á  cierta  altura  tornan  otra  vez,  por  la  bella  v  encan- 
tadora infancia  del  espíritu. 

¡  Bienaventuradas   de   ellas  !  —  porque   vivirán   en    perenne 
frescura,  sin  sentir  las  arideces  de  la  vida  ! 

— Todo  eso  va  muv  lindo,  pero  disculpe  que  le  interrum- 
pa,— quiero  decirle  algo  respecto  de  nuestra  glorio.sa  entre- 
vista en   la  quinta. 

— ¿  Por  culpa  de  quién,  fué  que  la  gloria  de  esa  entrevista, 
resultó  tan   triste  ? 

— Los  dos  nos  portamos  como  hidalgos,  .sólo  que  tanta  fe 
liridad  no  estaba  hecha  para  mí,  v  pasó  de  largo... 

Por  primera  vez  en  mi  vida — al  menos  que  vo  lo  recuerde, 
— el  arte  de  la  coquetería,  me  dio  resultado. — Mientras  me 
hacía  la  toilette,  pensaba  yo  en  el  placer  grande,  inmenso, 
que  sentirá  una  novia,  cuand(j  empieza  en  los  aprontes  para 
recibir  la  visita  del  novif), — que  se  detiene  en  mil  detalles, 
para  no  sentir  el  pase  de  los  minutos  que  la  apro.KÍma  á  la 
hora  de  la  cita  ;  de  e.sos  minutos  que  en  la  espera  parecen 
eternizarse  ; — á  la  vez  que,  con  la  deliberada  intención, — 
por  algo  que  es  exclusivamente  femenino  —  de  presentarse 
siempre  linda  ante  los  ojos  de  él,  v  se  interroga  silenciosa- 
mente ante  el  espejo. — No  por  el  placer  de  conquista,  que 
es  patrimonio  del  alma  aventurera  de  ustedes — sino  por  la 
tranquilidad  que  se  adquiere,  al  ver  siempre  entusiasmado, 
á  eso  que  .se  adora,  que  lo  convence  á  uno,  de  que  todavía 
no  ha  llegado  el  ha.stío  á  su  alma. 


\ 


—  77-  — ,-.>■ 

Yo  también  ese  día  estaba,  me  sentía  linda. 

Llegué  á  la  quinta,  dispuesta  á  esperarle  toda  una  vida, 
si  al  fin,  la  esperanza  me  lo  prometía  á  usted, — pero  no  se  hizo 
esperar  mucho  rato. 

Yo  traté  de  ocultarme  entre  las  plantas,  para  ver  si  sus 
ojos,  venían  poseídos  del  don  de  buscar  lo  que  se  desea. 

Pasó  cerca  mío,  no  se  cómo  pude  contenerme  sin  lla- 
marle. 

Llevaba  su  rostro,  una  expresión  de  alegría, — le  iba 
sonriendo  bellamente  á  la  vida. 

Su  alma,  sus  ojos,  todo  lo  que  en  usted  hay  de  exquisito, 
al  sonreír,  parecía  proclamarlo,  la  nevada  blancura  de  sus 
dientes. 

Si  yo  hubiera  sido  su  novia,  habría  ido  hacia  usted  con 
los  brazos  abiertos  ;  —  pero,  su  presencia  produjo  en  mí  la 
sensación  del  contraste,  que  me  recordó  mi  vejez  y  fealdad, 
— desvaneciendo  la  ilusión  que  me  había  estado  acariciando, 
de  provocar  una  pasión  grande,  fuerte,  de  que  su  alma  es 
susceptible. — Y  le  dejé  pasar,  que  llegara  hasta  el  Prado, — 
pensé  que  usted  esa  tarde  debería  pasarla  doblemente  más 
feliz,  al  lado  de  una  joven  y  bella  como  usted, — yo  me  con- 
formé con  esperarle,  con  llamarle,  si  al  regreso  volvía  á  pasar 
por  mi   lado. 

Esperé  hasta  las  7, — hora  en  que  pude  convencerme,  de 
que  ya  no  quedaría  nadie  más  que  pasar. 

La  espera  me  había  helado,  —  de  todos  lados  salía,  y 
sentía  frío. 

Luego  que  me  hube  convencido  de  que  ya  no  vohería, 
pensé  en  escribirle,  haciéndole  ver  de  que  había  cumplido  ; 
de  que  si  yo,  en  nombre  de  mi  sentimiento,  pude  haberle 
llamado  cuando  pasó  por  mi  lado, — usted  en  nombre  de  su 
juventud,  hizo  bien  en  seguir  de  largo. — Pero  la  idea— esa 
idea,  de  cuya  influencia  no  podemos  independizarnos  en  ab- 
soluto, por  más  superior  que  sea  el  plano  en  que  nos  agi- 
temos, —  de  que  usted  debió  haber  pasado  una  tarde  muy 
feliz  al  lado  de  otra, — mientras  yo  me  helaba  esperándole, — 
empezó  á  preocuparme  ,y  acabó  por  hacer  triunfar  mi  orgullo 
de  mujer. 

— Es  decir  que  por  la  preocupación  de  siempre,  los  dos 
pasamos  un  mal  momento. — Por  esa  misma  preocupación, 
usted  estuvo  tan  vaga  v  tan  indecisa  al  designar  el  lugar  de 
ia  cita,  que  fué  sin  rumbo  cierto, — por  si  la  casualidad,  la 
ponía  al  alcance  de  mi  vista. — Así  que  anduve  largo  rato, 
vagando  por  las  avenidas  más  desiertas.  —  Pero  la  idea  de 
que  otra...  ¿por  esa  idea  me  habrá  usted  tratado  mal, 
verdad  ? 

— Mal  no,  usted  había  cumplido,  solamente  que  yo 
exigía    demasiado, — que   sus   ojos   vinieran    poseídos    de    esc 


-  78  - 

don,  de  buscar  ¡o  que  se  desea  ; —  por  eso  reg^resé  bastante 
triste  ; — pero  luego,  cobré  mi  tranquilidad  habitual,  de  la 
que  me  había  desorbitado  una  fugaz  quimera. — Y  si  al  prin- 
cipio lo  lamenté,  más  tarde  me  felicité,  de  que  nuestra  entre- 
vista, tuviera  el  fin  que  tuvo. — A  no  haber  sucedido  así, 
hoy  tendría  un  cargo  de  conciencia  que  me  mortificaría. — La 
<spera  sin  resultado,  fué  el  Jordán  que  lavó  á  mi  alma,  li- 
brándola de  toda  ulterior  tentación. 

Yo  no  debo  hacer  nada,  por  fomentar  en  usted  mi  senti- 
miento, que  por  ley  de  las  cosas,  tiene  que  ser  efímero. 

Déjeme  á  mí,  seguir  siendo  ruina,  y  no  intente  gastar  su 
primavera  en  reverdecerla. 

Soy  una  alma,  muerta  ya  para  la  vida  del  sentimiento 
inmune  de  sus  pasiones,  —  que  sólo  desea  hacer  vida  de 
Orfebre,  para  la  gloria  del  verso.  —  Déjeme,  pues,  seguir 
tejiendo  mi  filigrana,  y  no  intente  sacarme  de  esta  penumbra, 
donde  es  ya  debilitada  la  sensación  de  la  vida. 

— ]ís  muy  bello  su  deseo  ;  pero,  es  demasiado  frío. — 
Nadie  tiene  derecho  á  alejarse  de  la  vida,  mientras  sienta 
¿irder  en  sus  venas,  la  roja  onda  sanguínea. 

Hoy  está  usted  romántica,  como  coqueta  el  domingo,  al 
pensar  en   nuestra  entrevista. 

j  Y  que  mi  alma,  que  todavía  siente  estas  cosas,  crea 
apagado  el  fuego  en  sus  venas  !  i 

Acerqúese,  quiero  ver  á  su  alma  reclinada  en  la  Aentana 
de  sus  ojos. 

Tiene  razón,  en  sentir  á  veces  lo  que  siente. — Estos 
carbones  tienen  que  haber  quemado  mucha  vida. — Pero,  yo 
volcaré  el  ánfora  de  mi  sentimiento,  y  ella  se  sentirá  renacer, 
retoñará  nuevamente. 

Y  ya  que  siente  placer  en  ser  ruina,  tendrá  que  resig- 
narse, y  ostentar  el  verdor  del  musgo,  ó  soportar  el  peso  de 
la  yedra  ; — porque  es  á  lo  que  están  predestinadas  las  ruinas. 

Sin  que  por  eso  mi  deseo  importe  hacerla  abdicar  de  la 
gloria  del  verso. 

A  mi  contacto,  despertará  lo  que  en  usted  duerme,  y 
arderá  la  vida  en  sus  venas,  que  cantando,  subirá  hasta  el 
alma  de  sus  versos,  para  llevarle  en  sus  ondas,  el  encanto  de 
su  nuevo  ritmo,  con  una  nueva  vida. 

Hay  algo  de  inacabado,  de  franco,  en  el  verso  que  no 
lleva  algo  del  perfume,  luz  y  calor  de  la  vida. 

El  que  más  y  mejor  lleve,  hablará  de  ella  fuerte  é  inten- 
samente. 

La  sensación  artística  que  ése  provoque,  se  traducirá 
en  una  lágrima,  ó  en  un  delicado  deseo  de  caricias. 

, — Ese  es  el  horla,  que  la  exquisita  sensibilidad  de  su 
alma,  pone  en  todo  lo  que  roza,  ya  sea  hablando,  ó  escri- 
biendo. 


■    ■        —  79  —:/:-;- 

— Por  eso  en  mis  éxtasis  contemplativos,  delante  de 
ciertas  manifestaciones  de  lo  bello,  siendo  ardientemente  el 
deseo  de  la  caricia. 

Hay  la  música  de  un  poema,  en  la  naturaleza  que  se  des- 
borda, que  se  expande,  que  se  identifica  en  una  comunión. 

— ¡Señor,  no  hagáis  que  me  arrepienta  por  los  siglos  de  los 
siglas! 

Sabes  tú,  que  me  considero  vieja  y  fea,  como  para  poder 
resistir  á  toda  bella  tentación. 

i  Yo  no  soy  responsable,  de  que  esta  alma  joven  arda 
en  deseos  ! 

¿  Por  qué,  pues,  me  has  puesto,  en  el  trance,  de  decir 
con  aquel  que  vivió  acompañado  de  cómica  y  riente  desola- 
ción :  «¡  Apreta,  apreta,  caballero,  la  espada»!...  Si  hiciste 
más  fuerte,  y  más  bella  á  la  tentación  ? 

Bueno,  le  regalo  mis  manos...  Y  todo,  porque  sonríe 
bellamente,  v  dice  palabras  divinas! 

Isidro  RODRÍGUEZ  MARTÍN. 


-o{)^C:XÍ&^- 


Margatíta  Práx^d^s  Muñoz 


Ha  muerto  también  en  uno  de 
los  pueblos  del  interior  de  la  Ar- 
gentina, la  dis- 
tinguida escrito- 
ra y  médica  pe- 
ruana Margarita 
Práxedes  Muíloz 
de  cuya  obra  in-  / 
telectual  ofreci- 
mos algunos 
fragmentos  á 
nuestros  lectores 
cuando  la  escri- 
tora errante  vi- 
sitó nuestro  país 
de  paso  para  la 
vecina  orilla. 

Talento  sólido  y  vigoroso,  que 


^^Vu 


tan    pronto    se    manifestaba    en 

una  página  literaria  de  bello 
estilo,  como  en 
un  estudio  so- 
ciológico ó  doc- 
trinario, Marga- 
rita Práxedes 
Muñoz  deja  un 
vacío  en  el  mun- 
do literario,  muy 
difícil  de  llenar, 
hoy,  que  en  la  lu- 
cha por  la  vida, 
./  cada  vez  más 

.     '  cruenta,   claudi- 

can    verdaderos 

cruzados  del  Ideal  Liberal  y  de 

la  falange  acrática. 


—  8o  — 

£ti  la  íilaya 


-■1  Manuel   Vijarte, 
Para   Apoio. 

El   mar   se   dilataba   de   un   verde   azul    intenso, 
i   el   sol,    siguiendo   el  jiro   de   su   augusto   descenso, 
caía  al    horizonte,    proyectando   una   raya 
de    claridad    purpúrea,,  hasta   la    misma    playa.  i 

En  las  grises  arenas,   tras   la   ola   muriente 
que    extendía    su   espuma,    otra    ola    insistente  i 

se  enarcaba,    i  tras  ésta,   con   un   avance   lento 
de   grupos   separados   o   unidos    por   el    viento  \ 

la   marea   venía   con   su  turba   lijera 
de   crestas   espumosas,   a    bañar    la  ribera.  \ 

Y   como   era   el    instante   de    la   luz    vespertina 
que   se   aleja   entre   velos   de   ascendente   neblina,  ' 

sobre   el   claro   paisaje   se   oscurecía  el    cielo.  | 

De   las   sombras   nocturnas   descendían    al    suelo 
copiosos,    impalpables,    sutiles,   inseguros 
cernidos   levemente,    los  átomos    oscuros. 

Vagaban   en    el    aire   pavores   sepulcrales, 
alientos   i   murmullos,    suspiros   i   señales, 
i    la   pálida   tarde   que   alejándose    iba 
al    perderse   en   la   vaga,    brumosa   perspectiva 
dejó   caer   el    beso   de   su   último   celaje 
sobre  la   mar.    Seguían   subiendo    del   oleaie 
los  pliegues   rumoreantes,   las   ondas   cristalinas 
aún   bajo    las   lóbregas   tinieblas   vespertinas. 

Seguían,   pues  ppP'  toda   aquella   mar  desierta 
no   rodaba   una   ola  melancólica   o   muerta  : 
cada   una,    vehemente,  luchaba   por    sí   misma, 
recibiendo   en   su   seno   la   luz   como   en    un   prisma  ; 
traían    en    su   linfa    traslúcida,   animada, 
la    flotante    dulzura   de   una    suave   mirada  ; 
alzaban    en    sus  jiros   la   comba   de   la   frente 
con   el   ansia   divina   de   una   sien   de    vidente  ; 
sujerían    un   ruego,    se   elevaban   ceñidas 
con  guirnaldas   de   lirios  en   su   senda   tejidas, 
o   exaltadas   al   soplo   de   ardorosa   plegaria 
oraban   a   una   estrella   naciente   o   solitaria. 

Así,   en   el    brioso   avance   de   la  marea    plena^ 
que   enorme    i    persistente    ya   cubría   la    arena, 
cada   ola   venía   febril,    perseverante, 
siguiendo   su   incansable   rodar   hacia    adelante  ; 
i    del    esfuerzo   mudo,    de   la   insistencia   altiva 
del   impulso   constante   de   cada   onda   viva, 
del   afán    que    las   lleva   hacia   un    borde   lejano 
se    formaba   la   eterna   pureza   del    Océano, 
que   por  todas  las   playas,    cercanas   o    remotas, 
va '  esparciendo    su   espuma   de    perlas  o   de   notas  ! 


—  8i  — 

Y  en   la   línea   oscilante   do  moría   el   anhelo 
del   agua   fervorosa,    yo   sentí  el    desconsuelo 
con   que   lo   humano   rueda,   como   oleaje   callado 
tras   la   playa    ilusoria   del   futuro   ignorado. 

Sentí  las   corruptoras   i  lángaidas   quietudes 
en   que   duerme   la   vida    de   tantas   multitudes, 
de   tantas   almas   muertas   que   la   luz   no    reanima 
porque    están   impregnadas   del   lodo   de   la   sima  ; 
de   esas   aguas   silentes   que   al   empuje   del    viento 
no    se   mueven,    ni   bullen,   ni   dan    un   leve    acento, 
e    inmóviles    al    peso    del   légamo    diluido 
jamás   hincha   sus   senos  el  ansia  de   un   latido. 

¡  Oh,  qué    fría  la   lucha   ¡  Oh,    qué  larga   la    senda 
para   la    ola   pura   que   a   lo   ideal    ascienda  ; 
qué   horrible   i    pavorosa  la   inmensa   travesía 
por   medio   de   esa   calma  !   qué   inútil   la    porfía 
por   dejar   el   reposo   tenaz,    perseverante, 
salvar    sus   languideces,    rodar   hacia   adelante  ; 
qué   estéril   el   ensueño   de   que  a   un   ímpetu   libre 
se   levante   la   intensa   vida  armónica   i    vibre 
bajo   el    cálido   aliento    de   esperanza    suprema, 
como   al   ritmo   la   dócil   floresta    de   un    poema  ; 
i   qué   vano    el   esfuerzo    por][ue   todo    se   eleve 
i   no   haya   corazones   dormidos   bajo    nieve, 
cual   los   fósiles    bosques,    por   la   tierra   cubiertos, 
que   no   elevan   el    himno   de   sus    árboles    muertos  I 

Y  en  tanto  que  la  tarde  se  esfumaba  en  lo    oecuro, 
llevado    por   mi   angustia   soñé   con   el    futuro, 

con   la   era    solemne,    con   el   tiempo    lejano, 

en   que   igual   a  las   aguas  que   rueda   el   Océano, 

sin   tener   una   ola    desmayada   o    dormida 

que   no   luche   i   se   encumbre  persiguiendo   la  vida, 

del   intrépido   esfuerzo,    de   los  i'audos    vaivenes, 

de   la   chispa   que   luzcan    las   ondas    en   las    sienes, 

del    latido   constante,    del    obstinado  empuje 

de    la   espuma   que   sueña,   de   la    linfa   que    ruje, 

levante    su   armoniosa   pureza    soberana 

el    impulso   vehemente   de   la   marea  humana. 

Así    ella,  — aunque   sea   la   hora    vespertina 
que    se   aleja   entre    velos   de   ascendente    neblina  ; 
aunque   sobre   la    tierra   se   empañe   el    claro    cielo, 
i   caigan    de    las   sombras   eternales  al   suelo 
copiosos,    impalpables,    sutiles,    inseguros 
cernidos   levemente,    los   átomos   oscuros  ; 
aunque   vaguen  en   lo   alto    pavores    sepulcrales 
alientos   í   murmullos,   suspiros    i   señales,  — 
llegará,    cual   los   mares,    cantando   a   las    ignotas 
riberas   en   que   suelte   sus   perlas   i    sus   notas  ! 

.  '  Miguel  Luis  ROCUANT. 

Santiago  de  Chile. 


—    82    — 

£1  írítu^r  beso 


Fué  una  viejecita  blanca,  una 
viejecita  de  nieve,  encorvada  y 
temblona,  de  esas  que  en  los 
cuentos  del  divino  Perrault  re- 
galan á  Cenicienta  su  chapín  de 
cristal  y  ofrecen  al  príncipe  ena- 
morado para  que,  de  rodillas, 
ante  el  lecho  de  púrpura,  pueda 
despertar  á  la  hermosa  durmien- 
te. Figúrate  que  al  entrar  en  el 
templo,  junto  á  la  tallada  cance- 
la, á  la  hora  de  la  primera  misa, 
me  la  encontré  con  un  rosario 
de  cuentas  colgado  en  su  vestido 
de  pliegues  rectos,  y  su  mantón 
negro,  triangularmente  erguido 
sobre  la  cabeza  como  la  capucha 
de  un  hábito. 

Era  una  maííana  fría,  color  de 
azucena.  Entré  con  unción,  le- 
vanté la  pesada  cortina  verde 
cuando  en  el  mismo  instante  en 
que  me  herían  los  reflejos  de  los 
cirios  que  desde  larga  distancia 
picaban  la  sombra,  sentí  la  pri- 
mera caricia  dada  en  la  mejilla 
por  una  mano  de  seda  oliente  á 
incienso.  Jamás  en  mi  nifíez  so- 
litaria y  hura  tí  a,  en  mis  ocho 
aiíos  de  candidez  meditativa   -e 


había  posado  así  una  mano  con 
tan  blanda  finura  sobre  mi  ros- 
tro. No  recordaba  haber  sido 
arrullado  con  la  canción  mater- 
nal, ni  había  sentido  el  aleteo  de 
los  ósculos  entre  los  labios  que 
entreabrió  el  primer  suspiro 
del  ensueño. 

Conservo  esta  impresión  como 
una  reliquia.  Está  guardada  en 
la  sacristía  de  la  pequeña  igle- 
sia, de  la  iglesia  que  levanté  á  la 
castidad  de  mis  días  blancos, 
para  que  algún  día  entren  á  re 
zar  mis  recuerdos  y  tengan  don- 
de esconderse  mis  maldades. 

No  sé  con  precisión  cuánto 
duró  aquella  caricia  ni  lo  que  me 
dijo  la  anciana  —  algo  muy  sua- 
ve y  muy  alado  que  se  evaporó 
como  una  nube  —  lo  que  sí  sé, 
es  que  apareció  en  la  soledad  de 
mi  espíritu  un  ángel  hecho  de 
ráfagas  azules,  y  que  cuando 
evoco  mis  memorias  infantiles 
miro  á  la  viejecita  de  nieve,  en- 
corbada  y  temblona,  junto  á  la 
cancela  tallada,  á  la  hora  de  la 
primera  misa. 


Luis  G.  URBINA. 


-o^$CC^&o- 


Gavota  de  las  llamas  amarillas 


Algunas  damas  rubias,  no  ya 
jóvenes,  pero  apenas  salidas  de 
la  juventud,  vestidas  de  una  aja- 
da seda  de  color  de  crisantemo 
amarillo,  la  bailan  con  caballe- 
ros adolescentes,  vestidos  de  ro- 
sa, un  poco  aburridos,  que  lle- 
van en  su  corazón  las  imágenes 


de  otras  mujeres  más  bellas,  la 
llama  de  un  nuevo  deseo.  Y  la 
danza  en  una  sala  muy  vasta, 
que  tiene  todas  las  paredes  cu- 
biertas de  espejos;  la  danzan 
sobre  un  pavimento  entarimado 
de  amaranto  y  de  cedro,  bajo 
una  gran  lámpara  de  cristal  don- 


8; 


de  las  bajías  están  paua  caiisu- 
mirse  y  no-se  coasamen  nunca. 
Y  las  clam-is  tienen  en  sus  bosas, 
un  poco  marchitas,  una  sonrisa 
tenue,  pero  inextinguible;  y  los 
caballeros  tienen  en  sus  ojos  un 
telio  infinito.  Y  u:i  reloj  de  pén- 
dulo seílala  siempre  una  misma 


hora,  y  tos  espajos  repiten  siem- 
pre las  mismas  actitudes,  y  la 
«G-avota»  continúa,  siempre  dul- 
ce, siempre  lenta,  siempre  igual, 
eternamente,  como  una  pena  de 
amor. 

Gabriel  D'  AXXíJNZIO. 


-oO^ÍCC^&o- 


Obertura 


Un  recuerdo  inextinguible  de 
algunas  mujeres  que  han  pasa- 
do por  mi  vida,  y  que  no  pudie- 
ron besarme  ...  y  que  yo  no 
pude  besar  ...  Y  luego,  en  el 
jardín,  estas  noches  de  luna,  pa- 
rece que  la  vida  de  los  sueílos 
florece  en  la  sombra  dormida 
del  mundo ;  y  parece  que  las 
novias  que  sé  fueron,  ó  que  se 
murieron,  pasan  de  nuevo  cerca 
mi  corazón,  con  su  palidez  de 
azucena  y  de  claustro,  y  su  son- 
risa de  santidad. 


lliiy  momentos  en  que  la  vida 
se  creyera  una  quimera  de  pla- 
ta ;  otros,  parece  que  hemos  pa- 
sado ya  por  el  jardín  de  la 
muerte.  Pero  las  visiones  huj^en, 
y  se  diría  que  son  sombras  de 
la  vida  soñadas  en  una  obscuri- 
dad de  otro  mundo  .  .  . 

Sombras  ó  mujeres  en  flor, 
pasando  entre  las  flores,  en  el 
esplendor  de  la  luna  muerta,  y 
ya  no  vuelven  nunca  . . . 

Juan  R.  JIMÉNEZ- 


-oí$^CCÍ&o- 


Sol  de  Itivkrtio 


Es  mediodía.  Un  parque. 
Invierno.  Blancas  sendas. 
Simétrico^  montículos 
y  ramas  esqueléticas. 
Bajo  el  invernadero, 
naranjos  de  maceta, 
y  en  un  tonel,  pintado 
de  verde,  la  palmera. 


Un  viejecillo  dice, 

para  su  capa  vieja  : 

«  El  sol,  esta  hermosura 

de  sol ! ...  >  Los  niflos  juegan. 

El  agua  dé  la  fuente 

resbala,  corre  y  suefla 

lamiendo,  casi  muda, 

la  verdinosa  piedra. 


AntOxNio  machado. 


-  84  - 

Bibliográficas 


üibfos  y   folletos    peeibidos 


ScR  Demonio,  por  Felijjc  Triyo. — Li- 
hreria  de  Fernando  Fi. — Madrid. — 
Ya  en  distintas  ocasiones,  he  hablado 
con  verdadera  delectación  del  pujante 
novelista  que  con  su  obra  tendencio- 
sa y  educativa  ha  señalado  un  nue- 
vo horizonte  á  la  novela  contemporá- 
nea. Sucintamente  expondré  aquí  mi 
impresión  sobre  el  último  libro  con 
que   acaba   de  obsequiarme. 

Sor  Demonio  es,  á  la  vez  que  una 
vibrante  novela,  un  vasto  estudio 
psicológico  de  complicadas  ramifica- 
ciones y  una  sátira  sangrienta,  Ho- 
norio, el  protagonista,  es  el  prototipo 
del  hombre  celoso  que  á  fuerza  de 
conseguir  los  favores  de  mujeres  fá- 
ciles, casadas  y  solteras,  duda  de  la 
honorahilidad  de  su  esposa  á  quien 
maltrata  y  escarnece  sin  tener  una 
sola  prueba  de  su  culpabilidad.  Sus 
temores,  débiles  al  principio,  vánse 
acrecentando  poco  á  poco,  á  medida 
que  él  se  hastía  dfi  las  caricias  de  su 
mujer,  y  el  enigma  de  los  celos,  in- 
descifrable y  adusto  como  una  obse- 
sión trágica,  concluye  por  arrojarlo  al 
abismo  del  ridículo.  Felipe  Trigo, 
usando  de  una  cruel  ironía  conve- 
niente á  los  actos  de  Honorio  que 
cree  á  cada  instante  coger  infraganti 
á  su  mujer  en  el  lecho  con.yugal,  sa- 
tiriza los  celos  y  nos  dice,  reflejando 
sus  observaciones,  á  qué  tristes  y  bu- 
fas escenas  conducen  ellos  al  indivi- 
duo que  por  un  mero  prurito  de  va- 
nidad duda  de  la  ñdelidad  de  su 
consorte  y  no  tiene  reparo  en  mani- 
festárselo á  su   querida. 

Ese  marido  hidalgo  y  metafisico, 
como  llama  á  su  personaje  el  ilustre 
novelista,  es  la  encarnación  de  la  fa- 
talidad y  es  el  blanco  de  la  sátira. 
Pintado  vigorosamente  y  con  rasgos 
firmes  de  una  verosimilitud  reveladora 
y  serena  que  ponen  su  alma  al  des- 
nudo y  hablan  de  su  mentalidad,  Ho- 
norio es,  vuelvo  á  decirlo,  el  proto- 
tipo del  hombre  celoso  para  quien 
la  virtud  de  su  esposa  es  un  juguete 
de  sus  temores  y  de  sus  rancios  con- 
vencionalismos. 


Otra  de  las  figuras  más  interesantes 
que  se  destacan  eii  la  novela  es  la  de 
Dulce,  querida  de  Honorio  y  esposa  de' 
Julián,  hombre  ignorante  éste,  que 
cree  ingenua  á  su  mujer  y  lo  mani- 
fiesta á  todos  los  vientos,  dejando  á 
la  adiíltera  á  cubierto  de  toda  sos- 
pecha. 

Trigo  nos  ofrece  en  Sor  Demonio 
una  obra  de  estudio  y  de  tendencias 
demoledoras,  que  perdurará  por  su 
estilo  y  por  el  ideal  que  sustenta.  La 
humanidad  ha  menester  de  esas  obras 
para  emanciparse  de  ciertos  prejui- 
cios y  ciertas  aberraciones. — Ftrez  y 
Curis. 

El  Tormento  de  Sísifo,  por  Axignsio 
Martínez  Olmedilla. — Librería  de  Pue- 
yo. — Madrid. — Cuando  leí  La  caída  de 
ka  mujer  de  este  mismo  autor,  tuve 
la  oportunidad  de  manifestar  mi  con- 
cepto favorable  acerca  de  aquella 
obra,  concepto  que  hoy  repito  y  am- 
plío con  motivo  de  la  lectura  de  El 
Tormento  de  Sísifo.  El  argumento  de 
esta  novela  es  hermosamente  huma 
no.  En  resumen:  trátase  de  un  prole- 
tario dotado  de  un  excelente  tempe- 
ramento de  artista,  que  no  puede 
desarrollar  por  la  esclavitud  que  sus 
medios  de  vida  le  imponen ;  un  lu- 
chador que  se  afana  por  llegar  á  la 
luz,  por  demostrar  el  fruto  de  sus  fa- 
cultades, y  que  des^jués  de  haber  lu- 
chado tenazmente,  se  acerca  al  lugar 
de  sus  aspiraciones  y  el  destino  le  es 
adverso,  obligándolo,  como  á  Sísifo,  á 
cargar  nuevamente  la  piedra  de  sus 
desgracias,  hasta  que  halla  en  el  sui- 
cidio  el   fin   de   sus  tribulaciones. 

El  sujeto  está  muy  bien  tratado  y 
tanto  él  como  los  otros  personajes  de 
la  novela  se  mueven,  dialogan  y  gesti- 
culan con  soltura  y  naturalidad. 

En  FA  Tormento  de  Sii^ifo  la  frase 
fluye  fresca  y  espontánea  y  las  des- 
cripciones evocan  dulcísimas  acuare- 
las, tan  grande  es  el  cariño  que  el  ar- 
tista ha  puesto  en  ellas.— P('re2:  y  Ctí- 


Huevos  libfos  i«eeibidos 


Lauracha,  por  Otto  Miguel  Clone ; 
Juicio  sobre  el  libro  Por  los  jardines 
del  alma  ee  ovidio  fernández  ríos, 
por  Pío  Gandolfo;  Frente  á  la  Iglesia, 
por  Gumersindo  Ardanaz ;  Granada, 
por  M.  L.  D'  Ayot :  Vanidad  de  Vani- 
dades, por  E.   Gómez  Carrillo :   Apósto- 


les Rebeldes,  por  Santos  García  Ma- 
llarini;  Canto  á  la  Sireneta,  por  Guz- 
mán  Papini;  La  disciplina  escolar  y 
los  castigos  corporales,  por  Horacio 
Dura. 

En   nuestro   próximo  número  habla- 
remos de  los  libros  anotados. 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Secretario  de  Redacción:    OVIDIO    FERNÁNDEZ    RÍOS 


AÑO  IV 


Montevideo,  Abril  de  1909 


N.°26 


ttotn^tiaje  al  íiroklario 


Dispuesto,  muy  tarde  ya,  á 
gozar  de  la  paz  del  hogar, 
abandonando  el  pesado  tragín 
cotidiano  que  llevara  á  su  orga- 
nismo el  germen 
inevitable  de  la 
muerte,  dejó  de 
existir  el  11  del 
mes  pasado,  fren- 
te al  sol  esplendo- 
roso y  á  la  natu- 
raleza que  le  son- 
reía^ el  padre  del 
director  de  esta 
Revista. 

Para  él  tambicii 
hay  un  recuerdo; 


Julián  Pérez  y  Rial 


llenos  de  infinita  mansedumbre, 
ora  de  indignación  ó  de  tristeza, 
no  recorrerán  más  estas  páginas 
que  eran  su  alegría  y  su  orgullo 
—  por  el  esfuer- 
zo de  quien  las 
sustenta  —  y'  cuya 
voz  ya  no  modu- 
lará la  elegía  de 
los  grandes  infor- 
tunados y  de  los 
parias  de  la  suerte. 
«Apolo»  publi- 
ca hoy  el  retrato 
del  extinto  como 
un  homenaje  á  la 
memoria  del  obre- 


una  ofrenda  al  noble,  al  humilde  ro  cuyos  errores  no  han  logrado 
proletario  cuyas  manos  encalle-  empafiar  la  lumbre  de  sus  idea- 
cidas  no  sufrirán  ya  el  dolor  de  les  de  libertad  y  de  sus  sueños 
las  rudas  ftxenas;  cuyos  ojos,  ora      reivindicatoríos. 

La  Redacción. 


86 


Hacia  el  ocaso 


Es  inútil  que  los  apologistas 
del  gobierno  y  la  prensa  asala- 
riada se  obstinen  en  pregonar  los 
progresos  del  país  bajo  la  admi- 
nistración del  presidente  Willi- 
man.  Este  ascendió  al  poder,  no 
por  el  voto  espontáneo  del  pue- 
blo, sino  por  el  voto  impuesto 
por  su  predecesor ;  fué  á  él  con 
un  programa  de  proyecciones  in- 
mensas y  de  fórmulas  salvado- 
ras y  quedó  allí  extático,  estu- 
pefacto, deslumbrado  ante  la 
obra  de  su  protector  y  recono- 
ciéndose ignaro  en  achaques  de 
gobierno. 

Pero  tenía  que  regir  los  desti- 
nos de  la  nación,  mal  ó  bien,  y 
comenzó  su  política  de  retroce- 
so, encaminando  á  aquélla  hacia 
el  ocaso  de  la  bancarrota  defini- 
tiva. 

Para  ciertos  mandatarios,  la 
apatía  y  el  abandono  absoluto 
son  altísimas  virtudes.  He  ahí 
por  qué  gobiernan  automática- 
mente, como  seres  iletrados  en 
quienes  el  instinto  animal  triunfa 
sobre  todas  las  facultades  del 
entendimiento,  y  pasan...  pasan 
sin  dejar  ningún  otro  rastro  que 
el  de  su  inferioridad  intelectual 
ó  el  de  sus  triunfos  mujeriegos. 

No  es  de  ahora  que  el  mal 
reina  en  nuestro  país.  Ha  tiempo 
ya  que  el  malestar  cundió  en  él 
con  tanta  eficacia,  que  el  éxodo 
de  los  trabajadores,  siempre  en 
aumento,  lo  convirtió  muy  pron- 
to en  un  páramo  maldito,  en  el 
cual  es  estéril  el  humano  es- 
fuerzo. 

La  campana,  despoblada  por 
la  falta  de  trabajo  y  por  la  poca 
seguridad  de  paz  que  ofrece  el 
gobierno  actual;  las  quiebras  y 
los  concordatos   que  á   menudo 


se  suceden,  y  á  los  cuales  están 
abocados  los  comerciantes  del 
interior,  á  causa  del  mal  de  la 
emigración,  repercuten  en  esta 
capital  é  impiden  la  realización 
de  las  operaciones  de  la  Bolsa 
que  es  como  el  termómetro  de  la 
política  y  de  la  situación  de  un 
país. 

Y,  sin  embargo,  en  los  círculos 
allegados  al  gobierno  y  en  los  de 
la  prensa  servil,  se  habla,  con 
increíble  desparpajo,  del  supe- 
rávit de  las  cajas  del  Estado,  y 
se  cita  la  presente  administración 
como  una  rueda  de  progreso  y 
bienestar  generales. 

El  caso  no  necesita  comenta- 
rios. Provocaría  la  risa  si  no 
causara  indignación  á  las  almas 
amantes  de  la  verdad,  á  aquellas 
que  están  por  encima  de  todas 
las  comodidades  que  ofrece  el 
presupuesto. 

Los  proletarios,  cuyo  único 
patrimonio  es  el  jornal  reducido, 
desconcertados  ante  la  crisis  que 
amenaza  paralizarlo  todo,  no 
trepidan  en  abandonar  el  país, 
buscando  en  otro,  lo  que  éste  les 
ha  negado  por  boca  de  su  inhábil 
representante. 

¿Dónde  está  el  progreso,  pues? 
—  En  la  mitología  ...  ó  en  la 
mente  de  los  eternos  presupues- 
tívoros. 

Ya  es  hora  de  que  la  prensa 
independiente,  hable  bien  alto, 
y  diga  á  todos  los  vientos,  de  la 
desolación  que  sobrevendrá  ma- 
ñana. 

¿Por  qué  engañarse  á  sí  mismo 
si  el  pueblo  no  calla  sus  miserias 
ni  ignora  la  bancarrota  del  país 
puesto  que  harto  conoce  la  inep- 
titud de  quien  lo  guía? 

Y,  ¿cómo  evitar,  por  otra  parte 


-87- 

los   efectos   desastrosos   que  tal  captarse  las  simpatías  de  todo  el 

Ineptitud  ocasiona  principalmen-  pueblo,  sin  distinción  de  clases 

te  á  la  clase  proletaria  que   es  ni  partidos    y   coadyuvar  á  su 

la  que  más  sufre  en  la  hora  acia-  engrandecimiento,  no  permitien- 

ga  de  la   derrota?  do  que  se  le  veje  y  explote  mi- 

El   actual   gobernante   se    ha  serablemente.  El  presidente  Wi 

manifestado,  enlos  hechos  sobre-  lliman  se  ha  colocado  en  los  an- 

todo,  enemigo  recalcitrante  de  la  tipodas  del  verdadero   magistra- 

falange  obrera.  Testimonio :  las  do   y   allí  está   rodeado    de  sus 

frecuentes  prisiones  y  los  desma-  apóstoles:  los  apóstoles  del  ocio, 
nes   cometidos,    al  comenzar  su  Y,  en  tanto  que  las  clases   po- 

ejercicio,  contra  pacíficos   obre-  bres   se  anegan  en  la   miseria, 

ros  que  habíanse  congregado  en  aquéllos  presentan  un  proyecto 

un  centro  social  para  protestar  de   pensión  á  un  ex-presidente 

contra  los  atropellos  de  la  poli-  que  condujo  el  país  al  abismo  del 

cía.  dolor. 

El  deber  de  un- magistrado  es         .  ^      PÉREZ  Y  CURIS. 

o{i$cr:C$|}o  — ■ 


Pot  el  l)uerto  amigo 


r  Para   Viceate  Medina. 

Para  Apolo. 

Tiempo  hacía  que  no  iba  por  aquellos  lugares.  Después  de  una 
larga  estadía  en  ellos,  á  raíz  de  un  duelo  de  familia,  después  de  una 
larga  estadía  de  la  que  regresé  á  la  ciudad  en  pleno  invierno,  no 
había  vuelto  por  allá.  El  último  recuerdo  que  de  aquello  conservaba 
era  demasiado  melancólico.  Había  encontrado  á  mi  vuelta  á,  la  ciu- 
dad un  ambiente  más  propicio  para  amortiguar  mis  tristezas  y  aun- 
que no  me  lo  hube  confesado  abiertamente,  tácitamente  temía  que 
mi  visita  abriera  de  nuevo  en  mí  las  heridas  que  el  tiempo  se  había 
encargado  de  cicatrizar.  Sin  embargo,  mi  falta  de  consecuencia  cdn 
la  vieja  quinta  de  mis  abuelos,  me  aguijoneaba  en  la  conciencia  co- 
mo ün  delito  de  ingratitud.  Pensé,  para  resolver  mi  visita  que  con  ella 
pudiera  resultar  lo  que  con  aquellos  amigos  que  en  un  momento  de 
intimidad  con  amargas  confidencias  le  dejan  á  uno  el  espíritu  enve- 
nenado de  dolor,  pero  que  al  encontrarlos  más  tarde  bajo  la  presión 
de  otras  circunstancias,  borran  aquel  precede  ate  de  honda  tristeza 
rectificando  que  las  amarguras  son  también  efímeras  porque  son  de 
la  vida,  y  hacia  ella  me  fui. 

La  casa  solariega  no  había  cambiado  en  nada.  Era  en  su  caduci- 
dad, siempre  la  misma  semi-ruina  de  la  que  por  tanto  tiempo  fui  su 
buho  soñador. 

Como  una  buena  abuela  que  guardara  para  amabilizar  sus  choche- 
ces los  juguetes  y  los  garabatos  de  su  nieto,  á  ella  la  encontré  llena 
de  mí:  libros  de  mi  infancia,  borradores  de  mis  primitivos  ensayos, 


—  88  — 

dibujos  míos  en  sus  paredes  y  acá  y  aeuUcí  cosas  colocadas  en  otra 
época,  con  aían  decorativo,  por  mí  mismo;  cosas  que  nadie  había  osa- 
do tocar  en  el  mucho  tiempo  transcurrido  desde  aquel  entonces  y  que 
ella  ostentaba  con  cierta  coquetería,  que  aunque  ya  marchita,  me  su- 
po al  reproche  de  toda  una  consecuencia  afectiva  no  correspondida. 
Todo  en  ella  hablando  de  mi  pasado  en  ella  vivido. 

Después  de  un  rápido  paseo  por  la  amplia  casa  bajé  al  huerto.  En 
aquel  momento  sentía  ansia  de  volverlo  á  ver.  Una  fruictiva  emoción 
me  invadió  mientras  fui  penetrando  en  él.  De  todas  partes  surgían 
formando  dulce  coro,  voces  amigas  que  hablaban  de  cosas  queridas. 
Las  hojas  de  los  cirboles  escintilando  al  contacto  de  hi  brisa  bajo  la 
esplendidez  de  un  pleno  sol  de  estío,  tenían  toda  la  elocuencia  de 
un  saludo  entusiasta;  las  floj-es  en  su  colorido  exuberante  pro- 
pio de  la  flora  de  la  estación,  despertaban  mil  asociaciones  gratas 
á  mí  espíritu;  los  pájaros  parecían  que  habían  estado  guardan- 
do en  mi  espera  aquellos  mismos  trinos  del  ayer  lejano  para  alegrar- 
me; aquella  epifanía  y  los  frutos  mórbidos  se  ostentaban  como  una 
espontánea  oblación  de  aquellos  árboles  tan  unidos  á  mi  pasado  que 
me  hablaban  con  acentos  fraternales.  Debo  de  confesarlo,  me  sentí 
avergonzado  ante  aquella  inmerecida  recepción  porque  me  conside- 
raba el  amigo  pródigo  de  aquel  hermoso  y  familiar  jardín. 

Por  todas  partes  surgiendo  mis  recuerdos  y  envolviéndolo  todo, 
como  las  lianas  que  se  extendían  desde  la  floresta  hasta  los  cuadros 
de  las  hortalizas,  ya  rastreando,  ya  trepando  á  los  arbutos  ó  ya  ca- 
yendo de  ellos  en  cimbreantes  cascadas. 

¡  Cuántas  evocaciones  intensas  y  queridas ! . . .  ¿Y  cómo  no  ser  así 
si  en  aquella  heredad  he  pasado  casi  un  tercio  de  mi  vida,  si  á  ella 
fui,  cierto  día  de  mi  adolescencia,  con  el  alma  en  noche,  herido  el 
cuerpo  c¿isi  de  muerte  y  tras  el  curso  de  muchos  días  sombríos  mati- 
zados de  muchas  esperanzas,  á  la  par  de  las  corolas  que  allí  se  des- 
plegaban triunfantes,  fueron  abriéndose  flores  luminosas  en  mi  espí- 
ritu y  mi  físico,  nutrido  de  una  nueva  y  sana  savia,  surgió  de  nuevo 
vigoroso  á  la  vida  cuando  también  aquella  su  vegetación  se  hacía 
pomposa  como  un  canto  á  la  primavera. 

Al  llegar  á  una  enci'ucijada  de  senderos  busqué  el  viejo  banco  de 
rústico  pino  que  estuviera  junto  al  lago  y  al  que  en  mis  horas  más 
ingenuas  de  lirismo  para  mí  solo  llamaija  «banco  de  mis  sueños* 
¡  oh  amarga  decepción !  El  banco  no  existía  ya,  ni  tampoco  el  anti- 
guo sauce  que  lo  doselaba  y  que  por  tantas  hovas  protegió,  como 
una  mística  ala,  la  inspiración  de  mis  primeros  cantos  y  tantas  veces 
mezcló  sus  gemidos  casi  humanos  con  la  recitación  de  mis  primeras 
tristes  estrofas  líricas.  En  los  canteros  de  su  torno,  donde  yo  mismo 
ejercí  de  labriego  para  formar  un  pequefio  jardín  de  plantas  esco- 
gidas, no  había  más  que  matas  silvestres  que  lo  habían  ahogado 
todo.  En  el  cuadro  de  mis  rosales  favoritos  sólo  un  rosal  se  conser- 
vaba apenas  reverdecido,  triste,  como  un  Jeremías  sobre  su  ciudad 
en  ruinas.  Más  allá,  junto  al  cerco  vecino,  había  flores  pero  eran  de 
unas  matas  nuevas.  Aquellas  flores  eran  ajenas  á  mí,  tan  ajenas  que 
abrían  sus  corolas  como  pupilas  abiertas,  extrañadas  de  mi  pre- 
sencia. Y  entonces  pregunté ;  ¿  qué  se  han  hecho  mis  plantas  ami- 
gas, aquellas  que    retribuían   cada  uno  de  mis  cuidados  con  una 


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Vl>TA    l'K    PlHlÁl'OI.I- 


•^8>.     :4-:&o.   —     — 


Balada  del  ^aisaj-e  sombrío 


Del    libpo   "Alma    de    Idilio",   ppóscimo  á  apafecep 


Atrás  quecl;il);i  el  i);ns;ijc 
'l'<)(i(»  iíiniul.ulo  (ic  sunil>r;i  .  . 

KI  tren  seg-iiía  .-i v.-iiiz<-uhío 
l'or"  l;i  senda  silenciosa. 
liajo  niia  yasa  de   niebla 
ijgei'a  eitniu  tiiía  eiitia. 
Súl)ito        alt'onando   el  x'ajh- 
('(»n  sus  ru«iM"(|()s  el   lí(')ri'as    -- 
Kl  a<:ua  del  i-iier<'s|ta<i<> 
Mar  eiihrió  todas  las  foi-as 
Krjíiiidas  allá  enlre  el  imis>>'<» 
.Víalatjnita  de  lacosta  : 
(JiMizaroii  <'i  liorizonre 


Las  intrépidas  {j;'aviotHS; 
Las  nubes  y  las  tinieblas 
Fingieron  simas  caóticas 
V  la  lluvia  t-n  la  avcíiiida    - 
C/a\('»  sobre  un  lecho  de  lio 

Atrás  <jiiedal)a  el  paisaj<' 
Todo  inuiuiado  d<'  sombra 

A  1  ra vés  de  los  cristales 
Mirábamos  las  remotas. 
A<liátaTias  h^janías       - 
De  la   tan  le.   Melanc-(')Jieas 
Visiones  d«-  otr(j>  inviernos 


'):) 


Va\  uU'h  vía  lii[>iTÍK>i'cn 


l'lst  r<'iii<'ci«l(>  en  I II  tiocn. 


Sr  (TLiní.-m   en    nuestro  rsin'riiii.        Aiiti'  l.t  (i<-s(t|;ic¡(>ii 


|-"n';is.  ('iiilcl)lcs  y  lor\;is. 
)\<-iiicttiiii';iii<i()  l;i  «iénosis 
Di-  iiili-str;is  ;ili'>nsl  ¡;is  lod.-is. 

^  Xo  \isrc  (Maíllo  li»s  sniircs 
K]\   l;i   rilu'ivi   torliUis;! 
l)<-sin;l  \  .•!  bíill    I  l'islciiiciilc 
línjd  l;i  llii\i,-i  soiior;!. 
-M  ii'iilivis.  iu<>(liil;il»;i  (-1   ri(» 
La  i -I (til! a  (le  las  hojas 
V  en  los  árboles  ijcsiiniios 
Se  aiii\iiiaba  la   ¡HKia  ? 

;  Tú  ignoras  de  atiudla  larde 
Iva' siig'e>t  ¡(MI  volii|iriiosa  ! 

A(jiiella  taríie  s<unl)n';i 
('oiiid  fa/i  de  f)o|orosa 
Mi  labio  inerte  se  liiil)¡era 


1  )e  las  lilorieías  i|iie  lloran 
í'naiidó  fMi  sil  seno,  aieridas. 
Se  refugian  las   palomas. 

/\  o  adoro  en    la>   iai"<les  g'rises 
J.a  eoniniii('tli  de  1 II    lioea. 


( 'es(')  como  á   algiui   coiljliro 
.i-,a  leiiijK-stad.   y  i'ii  la    on<la 
Del  iris,   lenil)l(')  un    reHcjo     ^ 
Siitilisiino  (je  aiiroj-a. 
Volvii'i   el    ireii.    Luego,    la     lai'd' 
Dijo  su  posti'er  saliinMJia. 
V  atrás  <[iie(i('»se  el  pajsaje 
'J\»do  iiHiiidado  d<-  soniln'a  .  .  .  . 

l'ÉHKZ  V   (TRIS.  : 


■"*'T? " 


Kí;t.\bI;KCI5iiknto  i»i-:  X<.\  a  .Sau  s 


-  ()6  — 


Oracióti  á  la  ^altn^ra 


;  A  lililí   tli'l   siil  :     ¡    ^i-bol    ili;   ( )i¡fiiti- ! 

;  lispirilii   lie    árbol  '.    ¡  I'üiimcIhi  de    \i'i- 
(or  '.    ;  Aiiiij;!!  iltíl  (iiísiortí) !    ¡  üiiiii  ilel  f;i 
tniriaiitc  I     Beiiilito    hiüis,    y    l)fnilir.>s    lus 
iiticltliis  ijuf  aiiiiiitriis  coii   iii    s.iiiilii',i. 

DiVmiiiii'  !■  iiii('in|>l,irt('  cu  l;>  I  lauíira.  ;il  l;'i 
MI  1-1  f'iiiicid  cerca  de  las  rusalas  imlic- 
qluí  se  (lcsl¡/,:ni  sdhrc  tu  ('ii|ia,  c  ir  Iimcím  ti. 
OójaiiKí  reposar  á  fu  sointira. 

Til  cvi-s  el  riiiiiM  árliol  (itic.  ama.  sin  i|iie 
ia  iiii|iiire/a  ile  los  labios  maiiilie  el  ver 
'Kir  (le  tus  ojos.  Tú  envías  lus  liesos  cu 
(lOltMi.  y  tu  amor,  cniío  las  cauciones.  Ia> 
lleva  el  aire  cupidines  MI.  Tú  auias  velan 
(lo  ediiio  Ids  áim'cles.  I'Ú  te  feciiiKias  eo 
ias  iiiibcs.  iju  el  \  i'jiUo.  en  todo  ciiaulo 
iiay  de  más  puro  cu  la  tierra.  \  por  es  i 
í-.s  tu  fruto  de  orn.  >  es  dulce.  \  es  lií'e 
ro   \    cría   en  cuna    de  fíloria. 

Tú.  palmera,  nunca  miras  liac-ia  abajn 
y  á  la  tierra  :  sicnpre  va  ¡iltu  tu  mirar. 
!>eso\  illáiidotc  como  las  llores,  te  vas 
idísi  i'-nzando   v   suliieiido  euuKi  un   minare 


le.  siempre  con  la  mirada  abicMla  á.  Id 
azulina  b:i\iMla  del  cielo,  i'i  á  las  irisacio- 
ui'S   brillantes  de   la  ilaniira. 

Tú.  palmer.i.     eres  ln    amijia   de   lus  pro 
tetas:  eoiiiii  ellos  te  elevas  solemnemente 
V    ciiuteiiplas    la   planicie  basta   t-A     t'oucto 
\    cuuKi  elliis  presientes   lo  porvenir  adi\i 
uiiidii  la^  tiistezas  (|iie  la   liumauidail  pre 
para,  y   vas  apuntaudn   las  centurias  en   el 
riisariii  de   tu   tronco,  como  (d  relu.i   de  los 
b.isiiiies.    Tú   te  apiadas    de  los  sut'rimien 
los  lie    los    liombres    tejitnido    las    palmas 
de   los  m  irtires  !    Tú     <-res  la    adorada    de 
lci>  artistas  i|iie  esperan  ser  eormiados  poi 
I  i   y   como  ellos  buscas  la   lodieza  I    Tú  eres 
la    pahii.i    lie  la  victuiiji.    la    hi.ia  i(ue.r¡da 
del   sol.    y  eres   un    suspiro  \    eres  un  sim 
liólo.  >    allí  donde    encuentras  la    luz.     allí 
I  ¡enes   la   patria. 

Imitemos  al  árbol  safí^rado  !  rendamos 
la  claridad  poi-  patria,  el  azul  por  dosel. 
\  apiinlando  al  siit'rir  de  los  años,  mire 
iiio~  á    lo   :ilio  :   como  «día  !  i 


S\NTi:\(;o  RIJSINOI- 


-3{i*      ,.■  "<Í!|}C' 


Rimas  ftá^iUs 


/V,v'    Acó.. 

Iliaiims  juntos   recitando    versos 
c\oi-a.n(lo   V  isioni^s  inefables... 

—  \<'    iiiiraiía    tus   tersos 

i:iliellos  adorables. 

\i   I ibiar  lus  poetas,  duleeiiiioite 

)   liacías   i    con   aljfO  de   tu   pena. 
Yo   miraba   lu    frente 
luminosa    ¡   serena. 


Tus  jialaliias  sabí.an  de  eOii,juios 
i   ciu-aiilabaii.   líiic  ilulce.s  i   (jiié  bellas: 
Kn   tus  ojos  oscuros 
ardían  dos  estrellas.  | 

V    liiciio  á   ineilia   voz  _\    temblorosa 
versos  de  amor,   lie  la  de  iiucirní  dijiste 
V.   te   vi   mili  liermosa  i 

,  i.   Dios  s.iiito  :   mili  triste  '.  i 


\  lisiabas  .soipreiiderme  en  mi   retiro 
i   fiiistes  á   él.   I'ai   un   rincón  oscuro      j 
lloraban   mis  (|U¡meras.   Iiisi^íí^ki'o 
SI-  iii/.o  111  paso  ciitoni'es  i  un  suspiro 


se   escapó   de    lii    peebo  .  .. 

Xo  creías 
i(ue  biibiera   soledades  tan  inmensas 
cuando  ii   veces  cli.-irlando  te  reías 
(liciéndouie  :  qué  tienes?  en  ntié  piensas 


l'ero  desde  esa   tarde  .y.i  te  veo        i 
de  otra  malicia.  No  eres  .ya  la   misma. 
V   le  sigile   turbado  mi   deseo 
i   niiiero  |iref;iiutarte  (iiié  te  abisma  .  .     '. 

I 

.loK.iK  (JUNZÁLEZ  bastías 


Santia^M  de  Cdiile, 


97  — 


t\  diamanta  d^  mi  anillo 


Es  extraño,  la  piedra  brilla 
hoy  con  un  i'esplandor  de  san- 
g-re,  de  tal  modo  intenso  que  pa- 
rece una  brasa. 

No  es  un  reflejo  rojo,  uno  de 
los  tantos  reflejos  uiiilticolores 
que  tienen  los  brillantes  y  que 
se  desvanecen  para  formarse  de 
nuevo  al  menor  movimiento  del 
dedo  que  los  ostenta.  Todo  él  es 
intensamente  rojo,  y  en  vano 
muevo  la  mano  en  un  sentido  y 
en  otro,  que  ning'ún  nuevo  color 
aparece  en  su  habitual  mente  tan 
variado  iris. 

Vagamente  pensativa  me  pre- 
gunto el  por  qué  del  extraño  fe- 
nómeno buscando  en  los  faegos 
sombríos  de  la  tarde  muriente 
una  aplicación  más  ó  menos 
plausible.  Dígome  que  se  trata 
de  un  simple  juego  de  luz,  que 
mi  diamante  no  puede  haberse 
convertido  en  rubí  por  arte  de 
magia,  pero  es  en  vano,  por 
que,  como  esta  joya,  ha  tenido 
siempre  para  mí  un  valor  de 
misterio  ^icómo  evitar  que  lo 
misterioso  obsesione  mi  alma? 

La  joya  es  hermosa,  labrada 
de  un  modo  singular,  en  un 
estilo  imposible  de  precisar,  pues 
nunca  he  visto  nada  semejante, 
ni  en  las  imágenes  de  las  viejas 
joyas  más  célebres,  ni  en  la 
infinita  variedad  del  arte  mo- 
derno. A  su  rareza  se  une  para 
mí,  la  circunstancia  en  que  la 
adquirí.  Un  amigo  á  quien  mu- 
cho estimo  me  la  ofreció  de 
vuelta  de  un  largo  y  azaroso 
viaje  advirtiéndome  que  la  joya 
tenía  una  historia  y  prometiendo 
contármela.  Al  día  siguiente  mi 
amigo  desapareció  de  un  modo 


;,  „/^.  ■     ;:  :     ■         Para    Apolo. 

misterioso  sin  que  nunca  nadie 
iiaya  sabido  de  él.  Yo  quedé  con 
el  dolor  de  haberlo  perdido  y  la 
punzante  curiosidad  de  saber 
la  misteriosa  historia  de  mi  ani- 
llo. 

La  tarde  muere  completamen- 
mente,  los  celajes  rojos  han 
desaparecido  y  la  piedra  conti 
núa  empeñada  en  disfrazarse 
de  rubí,  como  para  burlar  mis 
pretensiones  de  explicar  su 
secreto.  A  medida  que  la  luz  se 
extingue,  brilla  con  más  inten- 
sidad; es  un  foco  ardiente  que 
lanza  rayos. 

Pensativa,  sigo  con  los  ojos- 
uno  de  ellos,  es  un  río  de  san- 
gre luminosa  que  se  dilata  ex- 
traordinariamente como  en  un 
sueño  y  va  á  desaguar  en  un 
vasto  resplandor  vaporoso. 

Algo  se  agita  allí,  no  pueda 
dudarlo,  es  una  figura  humana, 

¿  La  sombra  de  mi  amigo  ? . . . 

No...  Vuélvese  en  este  ins- 
tante, no  reconozco  esa  cara: 
¿quién  es?  De  nuevo  inclina  la 
cabeza  atento  á  algún  objeta 
muy  pequeño  que  no  puedo  per- 
cibir. La  luz  roja  del  diamante 
se  hace  más  intensa  ¿estoy  so- 
ñando ?  . . .  No,  est03'  despierta. 
Aquel  hombre  no  parece  preo- 
cuparse de  mí,  viste  de  un  modo 
raro  y  á  su  alrededor  brillan  mil 
pequeños  objetos  que  cada  vez 
percibo  con  más  claridad.  Pa- 
rece que  hubieran  introducido 
dentro  de  mi  habitación  y  junto 
á  mi  ventana  abierta  sobre  el 
jardín,  ya  completamente  oscu- 
ro, un  pequeño  bazar  luminoso; 
¿  qué  quiere  aquel  hombre  ? 
¿  qué  hace  en  mi  casa  ?  . . .  estoy 


-98 


por  preguntárselo  pero  no  puedo 
moverme  y  siento  d  olorosa  men- 
te en  mis  sienes  que  su  cabeza 
melancolice;  piensa  en  la  mía. 
No  puedo  explicar  el  misterio 
pero  es  así. 

¡  Cuánto  secreto  jjenoso!  Fati- 
g^ada  de  buscar  su  clave,  pierdo 
la  rig-idez  del  que  investiga  y  me 
-abandono  á  ellos,  resuelta  á 
dejar  pensar  dentro  de  mi  cere- 
bro á  aquel  otro  cerebro,  como 
si  tuviera  un  cáncer  doloroso  en 
mi  pensamiento. 

Porque  aquel  hombre  sufre, 
sufre  el  augusto  dolor  del  alum- 
bramiento de  la  idea.  Sufre  el 
dolor  de  los  que  tienen  dentro 
de  sí  un  ideal  que  no  pueden 
exteriorizar. 

j\Iuchas  joyas  han  labrado 
sus  hábiles  manos,  joyas  que 
han  ido  á  reposar  en  las  blan- 
cas gargantas  de  las  princesas  y 
en  las  cabezas  de  las  reinas; 
otras  muchas  están  allí  á  su 
alrededor,  elegantes,  puras  en 
la  línea,  vivas  en  la  expresión. 
Yo  las  veo  extasiada. 

Es  increíble  que  con  unas 
cuantas  piedras  y  un  pobre 
trozo  de  oro  muerto  ó  plata  vie- 
ja, puedan  hacerse  tantas  mara- 
villas. 

Son  flores  qne  parecen  respi- 
rai',  son  gotas  de  rocío  de 
una  transparencia  que  Dios  en- 
vidiaría para  las  suyas,  son  ho- 
jas de  una  gracia  suprema,  son 
perfiles  inimitables,  son  las  vo- 
lutas movibles  de  una  cabellera, 
son  serpientes  que  completan  su 
misterio  simbólico  en  la  luz  vaga 
de  las  esmeraldas,  son  mil  líneas 
armoniosas  que  cantan  la  belleza 
suprema  de  la  forma,  junto  á  la 
mística  palidez  de  los  ópalos.  Y 
todo  ello  realzado  por  el  brillo 
estelar  de  los  diamantes,  por  los 
zafiros  tristes,  por  los  topacios 
solares,  por  las  amatistas,  mora- 


das como  carnes  que  sufren,  por 
el  iris  de  la  nácar  y  la  candidez 
de  las  perlas.  Y  luego,  como  una 
corte  que  se  oprime  y  se  empuja 
por  rivalizar  en  encantos,  los  va- 
riados berilos,  las  rojas  cornali- 
nas, el  sardónix  y  el  jacinto,  los 
corales  sanguíneos,  granates,  ro- 
sados, verdosos,  negros,  grisá- 
ceos, parduzcos,  blancos,  toda  la 
gama  coqueta  de  los  jardines  des- 
conocidos que  florecen  allá  lejos, 
bajo  las  aguas  azules  del  océano. 
¡  Oh,  qué  maravilla ! 

Tiendo  las  manos  y  de  nuevo 
me  clava  en  mi  sillón  un  dolor 
agudo,  el  dolor  de  la  idea  de 
aquel  hombre  que  piensa  en  mi 
frente ... 

El  artista  no  está  contento  . . . 

¿  Qué  es  todo  aquel  conjunto 
maravilloso  junto  á  su  ideal? 
¿De  qué  le  sirve  tener  ante  los 
ojos  la  visión  nítida  de  la  Belleza 
si  sus  manos  han  de  manejar 
irremediablemente  la  materia 
pesada. 

¿  Qué  son  el  oro  y  la  plata  y 
los  brillantes,  qué  es  la  frágil 
delicadeza  del  esmalte,  junto  á 
la  luminosa  transparencia  del 
ideal  soñado? 

Su  cincel  ha  creado  obras 
de  sorprendente  magia,  pero 
su  imaginación  las  ha  creado 
más  sorprendentes  todavía  ... 

Es  en  vano.  Nunca,  nunca,  la 
torpe  arcilla  de  las  manos  será 
capaz  de  realizar  completa  la  '- 
idealidad  del  genio  inspirado.  ■ 
La  obra  de  esos  instrumentos 
materiales  se  resentirá  siempre 
de  su  materialidad,  será  siempre 
imperfecta. 

El  artista  lo  sabe.  Pero  esa 
amiga  del  corazón  que  es  la  Es- 
peranza, se  burla  del  saber  y  del 
razonamiento  y  le  murmura  al 
oído:  Llegarás.  Y  las  manos 
vuelven  á  la  obra  imposible, 
constantes  v  ansiosas. 


fP»r«Wi»awiiMjJíg5^-=''^=?^*-K«i*~^'P^;?? 


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.;.^ 


Gran  Sastrería  PYRAMIDES 

Galle  Sarandí   números  226  y  228 


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í  »  40.00       » 

>  »  22.00       » 

»  í      7.00 

»  s      5.00 


lie   se<1; 

>  X 


La  casa  tiene  elemenco   especial 

para    el    trabajo    de    medida 

CALLE    SARANDI,    226    Y    228 
Ai  costado  de  la  Metropolitana 


OHHAS    UB;    Al  T()RIí;S    (  KlíJUAYOS 


'iriJ'h:   ]-'i-ni<'i mi''':   Hins  <liiz)ii('¡ii    ¡'((¡liiii 

Por  los  Jardines  dei  Alma      •  Qg^j^  ¿  ,9  sireneía 

/'ncs/íi.s  . 


•  /.     ./.      ///"     Mnrriin  I  >i-l  lil  i  n  t     .[(J II  .<f  i  ii  ¡ 

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/'iiisiiis  '  l'nesiiis  ;• 

0.7(1  el  cjciiiplar  o.ño  (M  í'J(mti¡)I;i!' 


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,.       ,  ,       ,.  .,  cuentos  ai  Corazón 

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MkiÍii  M"ri-is<<ii  ilr  l'nrlxcr  l'vrc::  ii   ('iiris  •  .      ■ 

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~1 


MISSING 


ISSUES(S) 


7 


141 


:ia 


fl.  fi.  de   CaFFieapte 

Se  ha  radicado  entre  no- 
sotros, donde  triunfará  por 
sus  altísimas  cualidades  de 
artista  y  su  verbo  de  bue- 
na cepa,  el  gallardo  prosa- 
dor Arturo  R.  de  Carnear- 
te, con  cuyo  retrato  enga- 
lanamos esta  página.  El  es 
ya  conocido  de  los  lecto- 
res de  Apolo.  En  varia 
ocasiones  hemos  ofrecido  á^ 
nuestros  lectores  páginas 
suyas  de  vigoroso  estilo  y 
hondos  conceptos. 

Luchador  infatigable, 
siempre  en  peregrinación 
por  los  países  de  América 
que  tanto  deben  á  su  bri- 
llante pluma,  el  señor  de 
Carnearte  ha  colaborado  en 
las  principales  revistas  his- 
panoamericanas, para  las 
cuales  su  nombre  ha  sido 
tin  verdadero  símbolo  de 
consagración. 


-•♦•- 


Pfes^titítnietilo 


I^ixncsa.    sixps    por    quté;     anne:    pa.rscsiste; 
Siismpr^,    ij.«.a.    £ior    para,    vi-wir    txn    día  í 
Una    estre:lla    futga.2;    qtis    alixmbraría 
EIn    -una.    n.oe;]ne    solam.e^n.te;.    Fixiste; 

TXLi    b-u.ena.    a.imigaí    'jr    da;    tra.±    la.bio    oíste 
i^alabras    d.e:  -  tsrntxra.    y    d.2:    a-le^gría  i 
"Y    atxnqixe:    ttx    bosa    amable    se;     reía. 
Siempre    en.    ttxs    ojos    te    encontraba    triste 

Eras  sólo  d.e  txn  ser,  a.lma  y  eseneia.  j 
En  ti  fixé  la  ■visión  de  txrxá  escisteneia. 
Oixe    mixrió    sin.    imorir,    pixes    n.o    vi-u-ía.. 

"Y    al    eutmplirse    la    ley,    severa,    y    fixerte,     . 
JSIO    ptxde    sorprenderme    eon    tix    mixerte 
I=*txes    sin.    saber    por    qtxé,    ya    lo     sabía  í 

Ovidio    FEK.1SCjí1iSCOH:ZL     E.IOS. 


INTENTIONAL  SECOND  EXPOSUFi£ 


Revista  mensual  de  art«  y  sociología 


CUErJ:PO    DE    RSDSCCiÓN 


*va.  U.     -V¿;.'i.l 


juaii   í'i<\vn   Oíaondo     Alciiiipviden. 

Franciscc)    V'inaesfií^sa-  Aíadríd. 

Matmei   I 'izarte  -  f*arís. 

f^nnqüe   0!a\'a    íí<Tr<-r;t      Brtixeías. 

íai!>   (y.    i   rhitía M<'>:irf<. 

Raía<í   An^'eí  Trdx'D-Caraaíj^o  dt-  Cosía    Ri<-rs. 

GuWU-rmn    Arxirevr      í^inaniá. 

Fr'ñívíñ    í  urcaiS      í  áí^iuan-aípa  (í  ínsuluras!. 

Saaitac;''»    Aríjia-Üa      (,f!)n    íNíraraj^iía). 

Arlurí>  Afríbr()0-í---Saii  Salvaofir. 

M.    Mcirt-no    A!!')a      ÍKirranouina    í'CoKanbiai. 

Aihí-Tto  Sanrfu'z-,  -Boí^oia. 

Miiju<:a    í.uis    Rociianí: SantiaLí'o   de   (adlc. 

Pabí()   MineÜi   ( >oriza!i'v'      Ri'una-. 
Roxaido    \dUaioí>í)s      !,a    í'a./:   !B<iíiv¡a|. 
ÍAiis  </í)rrea      Cara('a>  (  \  <aiczuiMa|. 


(luilkTiiU'    LavaiÍ!^    í>ava 


.a    \'u-!¡>i"ia    (Vi-nezuefa:-. 


Rrfííii^iíí    lsOí¡a-ri)    ía-dn      (uf-nra   íKcuadori. 

fuan  (d:í-rra  Xúñez      !lar)ana. 

José  de  Dicj^o- San  Juan  de  Pxierin  RJro. 


143  — 


to,  sin  que  nadie  pudiera  sepa- 
rarnos {  que  mi  cuerpo  se  pene- 
trara del  suyo  como  en  los  abra- 
zos supremos  del  amor . . .  eter- 
namente. 

Y  mi  deseo  se  cumplió. 

¡  Oh!  vano  de  mí,  que  no  quise 
conformarme  con  el  suave  pla- 
cer de  verla  y  de  aspirar  sus 
caricias! 

QuJse  algo  más  intenso,  quise 
el  abrazo  supremo  y  lo  he  tenido. 

La  he  absorbido  en  mi  ser,  y 
es  por  eso  que  ella  ya  no  existe 
sino  en  mi. 

¿Qué  es  el  amor  sin  dos  per- 
sonas, sin  dos  almas,  sin  dos 
individualidades  fuertes  y  com- 
pletas. 

!0h,  vanos,  los  que  en  su  am- 
bición ilimitada,  sienten  el  deseo 
inquieto  de  beber  el  ser  amado! 

Cuando  lo  han  realizado,  nada 
queda. 

Tú  que  me  escuchas,  dale  á  tu 
amante  todo  lo  que  quiera,  poro 
no  le  des  tu  voluntad  de  vivir 
según  tu  propio  ser  y  tu  propia 
alma. 

Una  inailana  en  que  la  nina 
quedó  jugando  más  que  de  eos 
tumbre,  algo  pesado  y  luminoso 
que  lastimó  mi  espalda  con  dolo- 
lorosa  quemadura,  pasó  sobre  el 
cuerpo  hermosísimo  de  Aurora 
que  se  deshizo  en  magnífico  lago 
de  sangre,  tiíléndome  con  sus 
colores  rutilantes  en  toda  mi 
larga  extensión. 

La  bebí  poco  á  poco,  con  frui- 
ción dolorosa,  hasta  que  de  ella 
no  quedó  nada,  nada  . . .  sino  su 
larga  cabellera  roja,  envolvién- 
dome con  su  finísima  red  que  no 
me  ha  abandonado  más. 


Ya  no  vienen  viajeros  al  cer" 
cano  pueblo  ;  ya  no  van  á  pasear 
á  la  montana  por  donde  todas  las 
mafíanas  asomaba  Aurora.  Dicen 
que  los  cielos  han  cambiado,  y 
que  de  su  magnifica  cabellera 
roja,  no  queda  más  que  una  pa- 
rodia en  el  camino  viejo  y  que- 
mado, que  se  empella  siempre  en 
ostentar  sus  colores. 


La  vo/  del  camino  rojo  que 
antes  era  bhincose  perdió  ern  un 
suspiro  quejumbroso. 

Ya  era  noche.  Las  luces  del 
pueblecito  se  encendían  melan- 
cólicas delante  de  mí. 

Tal  vez  había  soííado. 


Ol,AI)Ys    ELIS. 


Moiitevidcti. 


.JOSÉ   .JOAQÜIX   OLMEDO 


«♦« 


—  144  — 


LjPl   SOEXJK. 

Para  Ai-OLO. 

( Adaptatión  írangaise  de  la  poé- 
sie  castillane  de  Francisco  Villa- 
espesa  la  «Heniiaiui». 

En  un  pays  tres  lointain, 
Jusqué  soi'r,  dos  le  matin, 
Fres  de  la  fenétre  assise, 
Les  yeux  sur  la  route  ^rise, 
Sans  se  lasser,  au  printeiups 
Une  triste  soeur  ni'attend. 

A  la  joyeuse  hirondelle 
Au  nid  printanníer  fidéle 
Elle  dit  avec  douceur  : 

—  Au  noiii  de  r6f)¡ne  amere 
Q'une  ibis  sur  le  Calvaire 
Du  front  de  notre  Seigneur 
Tu  tiras  de  pitié  pleine, 

Oh  !    dís —  moi  si  dans  la  plaine 
Tu  Tas  vu  marclior  !  -  L'oiseau 
Jetant  son  cri  le  plus  triste. 
Se  perd  au  ciel  d'améthyste  . . . 
Elle  reprend  ses  fuscaux  . . . 

Et,  quand  un   voyao-our   passe 
Sous  sa  tenétre,  nía  soeur, 
Demande  á  ce  voyag-eur, 
De  r  atiente  jamáis  lasse  : 

—  ¡  Au  nom  de  l'amour  premier 
Que  peut-etre  encor  tu  pleures, 
Dis-moi  si  dans  ce  sentier 

Tu  Tas  íipercu  ¡  demeure  !  — 
Luí  s'éloig-iie  lentement 
Et  monte  aussi  son  calvaire, 
Laissant  un  peu  de  poussién; 
Se  disperser  dans  le  vent. 


5335^-^!. 


Ma  pále  soeur,  quand  la  lune 
Tremble  au  íbnd  de  la  nuit.brune, 
Crie  :  —  ¡  Au   nom   du    Crucitíé, 
Oh  !  dís-moi  dans  quel  sentier 
II  vit  ton  rayón  dernier  !  — 
La  lune  au  loin  ¡Ilumine 
Toute  la  plaine,  decline 
Puis,  dans  la  mer  de  satin 
Comme  une  lampe  s'éteint. 

Peut  étre  un  jour,  si  je  passe 
Sous  ta  fenétre,  ma  soeur, 
Comme  á  Fautre  voyajíeur. 
De  Tattente  déjá  lasse 
Tu  me  dirás  :  —  Pélei-in, 
As  tu  vu  dans  ees  chemins 
Celui  que  j'attends,  mon  frére 
Que  de  voir  je  desespere  ? 

HÉCTOR  DÍAZ. 

Genéve,  1907. 


Para    Apolo. 


Salud,  mañana,  tarde  y  mediodía, 
Que  en  vuestro  seno  quiebra  melodía 
La  mano  espiritual  que  tan^o  adoro 
y  que  me  hace  rimar:  hombre  canoro. 

Salud  mañana,  porque  la  primera. 
Con  buen  sol  la  acaricias  lisonjera, 
Y  presides  de  un  hábito  sagrado 
La  sonriente  labor  de  su  tocado. 

Tú  que  la  ves  hacer  y  deshacer 
El  gesto  de  oraciíin,  y  amanecer 
En  el  gesto  las  venas  opalinas. 
Cadenas  de  las  manos  peregrinas. 

Tú  que  ves  la  graciosa  somnolencia. 
De  aquella  transparencia 
De  sus  manos,  salud,  salud,  si  aciertas 
Las  nianitas  á  ver,  recién  despiertas. 


Hora  silenciosa,  medio  lía 
Que  en  clámide  de  sol  te  envuelve  el  día, 
Dime  cóum  en  tu  seno  era  su  mano: 

Como  la  flor  rosada  del  manzano. 

Y  tú.  más  que  una  estrella  pensativa, 
Recogida  vestal,  tú,  tarde  esquiva, 
Que  abres  nardos  y  cierras  girasoles, 
Cuenta  las  lanjruideces  de  mis  soles. 

—Ruido  de  fabla  asusta  uns  palomas, 
Ni  mis  sandalias  se  oyen  en  las  lomas, 
Yo  recogida  estoy,  soy  como  una 
Vestal  que  sólo  habla  con  la  luna .  . . 


Enrique  BANCH8. 


Buenos  Aires. 


m;> 


Ideas  V   S-eütimi-eníos 


II 


üos   Ssnriuíadones 


••(Ut'.  sorpr«'!!(i*-    á  ios  incautos    y 

é  .i!»s  jiovtíií.'s  í/rtisiab,  ya  sea  coa 

ÚKsa  í'uaí  un  nianant.ia!  de  n[»ios 
ó  í'Oíi  SU8  !{nej;».s  (!«•  at'fcíada.Sírií- 
sihilid.id.  dif«-r»nite.s    tÍ[!OS  y    qUt. 

at!.;(VC».'níi!f  d!>tii!t;iS  apreciín-ÍO' 

P*;rdoii<i  ai    siiouhMSor  d'-i    ta- 

v;.irii«i;id„  fns;f>:(,  fo'Si's  i-\\yj.Ti3H 
y   ;tt!':M'  Stihs-f:   -i     l;t_^   !aÍr;id:iS     d*' 

<u--  Sfíücjantes.  K^r  desea  vivir 
y  t'ñ"'>c!ir,'t  ♦•!  .'ilinií-.iiííí  .jüc  ^'utís- 
üi^it  su  ••sídiíUi^ií  t't  cwhü't  s?i  va- 
5)¡d;{d. 

[*''rdi>n>i  ;il  sisuüladiír  Úi-l     iríi- 

ÍM.  !í;s  de  >ü  Vt.hu¡rad  hl.  P'Tí'Za, 
'iriMVí  .nii;(<;«.n  auí*'  ia  í'üal  s»'; 
Hrri.diila    Es"  r-   m?  -cr  í-rdVrrno 

ral. 

inspiran  .«di<!  v  á  iri  \v/.   dc^iTíí- 
'isu  —  ü  !íis  s;!iiUÍadt>r<^>:  <ívl    -rs;- 
tíniifiiÍ!».   ¡h-\     v;u<-¿iií=    y  íi«d    tra 
UJIJííí-r     VíVc,    i!i;tS     ni'     di-i      ?--niÍ' 

ai,M-n!'í.  ¿  l'ui"  «-Uí-  <>iií!iita!'.  I^H-i, 
ijsa  virtud  'ju*'  *-s  ni  inii<-fi  ¡c-oro 
d»;    jiilicíias   aiüía.s   siina  ras  V 

í.a      hipi.tTísía      iíh-    >'\a-«f>«'ra 

■}>or«jtie  no  hay    Davia  .|Ut'    rítií'da 

jusiiticui-ja.  Por   vs<¡,    uai-»    tauío 

i!  artista  í¡i|tó«'rita  coíiü»  al   iuás 

■'íii|-/d»'r!i!do     y     cuiií'upiíOfíjú; 

Quo  uií  «scritor    j>«'r verso    nie 


Sea  una  pñgiua  suya,  vSt'iiiiaíenial, 
llena  de    humaiios   p^^■•po^it<^s    y 
capaz    dt;      eOíiiauv,  r     hHt^Ui.     td 
llanto    á    quien   iío    ciinuzca  sus;- 
crueiosj  instiiiíus,   e^o   yo    no    io 
ít'iero.  Sf  i'S   ^ensibic  por   na  tu 
raleza  y  no  por  v\  íuedio  en  que- 
se  vive  u!  por  cít^tMo    4^'  ías    cu 
euHStanoias. 

La  siinuiación  es  la  ünlca  ha- 
bilidad di*  {as  aiiuas  intcru-rcí 
ijUc  aiuiati  á  tietitas  vn  ¡a  ^ío^u• 
bra  ocultando  stJS  Hioviinií'níoe 
á  las  miradas  tlcí  .-^¡m  EíIíi  pro- 
tcjre  á  alirunos  cohío  terrea 
coraza  y  licva  al  cf-rcbro  dt'  otror 
e'>nio  un  iiáliti;  áe  ínieüg'rficia 
aparente. 

¿ No  veis  eúiao  intíídios  !nd>é- 
íiiles  cubií'rtiis^  en  otro  fien.'po, 
de  harapo.-^,  v  bey  ctuaíiiados  de 
insoiencía,  han  dad-^  en  Haniar*e 
ácratas.  ik>  ol>,>tan?»-  v.^  eíjroisino 
indiscreto  y  sn  ^rau  >vd  de 
oro?  — Si  r»eneTrá!s  (•s•i^  adnas^ 
etu'ontraréiH  ets  clia^  un  depósito- 
de  lacras.  Eüa.s  han.  prociaHiaiio 
la  Acracia  —  ce?!;-  pcdri.in  iiu- 
berio  hecho  con  i'\  a^-^CiUtisnu^  — 
para  vivir  á  exjí-ri-a--  del  oucblo 
cuya  íji-nerosideá  ■'^p]t>!at!  so 
pretexto  de  condiudrío  al  niuntb 
definitivo.  I'ara  iog  ;ie?.>s  uc  la 
vida  pn'ttiea  jso  se  uisr-irriii  ,  j) 
las.  ¡deas  de  Jiakouiune  «ede 
K.ropoíkine,  euNa  >  b?.«.  sh;  cíu* 
bartro,  ensai'/an  cnir-  la  claí^e 
avanzada.  En  ia  ida  práctica 
Son  sus  maestros  los  autócrasas  y 
Uis  déspotas    <ie    los  -^ue    'Sirit:»n 


Il<i 


üt'í-nvf! verso  «.'n    ui!    manto   de    Wi' 

Uno  tie  tíllo.s  ou"  ha  s('!-vldo  de 
estudio  eii   tuis    ¡arjí^as    |>i*rt'<iTÍ; 

ísacií'iies  d«'  lU'Mh-íario  y  d<í 
hombre  libr*'.  Ye  sr  «jiu-  la  r»- 
%--i-]¿ieión  de  ^li  üuSühi'í'  '%  úv 
«ns  hechos  d»-  íntiiüidad  t!a  = 
fiaíi  al  trast«'  v*>]i  >\i  insoiciieia 
jr"  su  «;n.s(f!»í'rhcrÍ3i¡i*n!'i  d','  bur- 
gués ueaudaJndo.  i 'ero,  no,  í¡h- 
:p<»ria  ;  ui  senaii-  «-^1!  j-í    iütlii'*-    v 


escnüo  su   liuüibi'c   í.'i!  113 j    libro    { 
de   ve!!|iaj!zas,    l"t!    dia.    liaré    !a 

revelación  v  •'■!  í<-!H,irá  >n  ■(•;i.stiif<!. 
Custitío  ívrriitit',  introin-  !os 
sim'aladffrs's  «ie  «-sr  jm-/.    no    jne 

:ini¡*.'V«'íj    .-'i    picd.-id. 

La  Ai'ícif  a.  «-s  uii  ^tvinñüicistü. 


P!;hí::z  y  (;üííí> 


".?> 
■'¿í^ 


*^ 


B^:^¡(;^<••    s-  \ui-  '.  a 


racióti 


A    Nuestra   Señora    la    Poesía 


Pa  ro.     A  í-<!£  /», 


Sanofi.  i  Tu  que  suave  como  la  luz  del  alba 
La  mtúBú  énciareces  >•  doras  la  quimera, 
SmúfB  í  Tu  que  eres  drvioa  primavera 
Oyyo  mOagro  todo  lo  purifica  y  saiva, 

Hacia  ñQ^ú\f@B  tiende  fus  manos  generosas 
Que  ©frecen  armoriia^  carino,  düscedumbre ; 
La  vida  del  espíritu  va  perdiendo  mil  rosas 
¥  ya  solo  sabemas  gemir  de  incertidiimbre. 

Por  fu  viffyd  ayer  cfuede  santificado, 
RecÜba  méB-  dia  que  se  tor na  pasado 
■  Un  b^ñe^ñCQ  germen  de  salud  y  herniosura 

Para  que  todo  sea  entusiasta,  fecundOs 

I  esté  UenG  de  amor  y  más  perfecto  el  mun 

Cuand®  en  ai  obtengamos  una  Vída  futura, 

kíbtríQ  $kfiQ 


HE2- 


U' 


'^^\'\^  I  ^m::^ 


i     ■---'-^  ^ 


■i>  ~ 


£1     pí^^T]  i'ft  jslrlr? 


Apoi  ' 


.1    fVircs   ?/   Curi.t. 


Kl  <!i  i   .ii.terii'r,  un  <ioni!fitío  Jl   de  J)i<-ifnit)re,   .»r|uiU-.>   Millón  fe  hal^ia  pa- 
ct.-iio  ífúit   ia  tarde  rfoori  iptido  ios  iiazares  de  lujo  y   i.is  erandes  tiendas  de  no- 

i.tii  idií.   :.!nsii)-<,)   d«;   i  ticoiit  r;ir  f-ii   <lli>s   f¡   ü^iiin^ildu  con   (lue   se   propu.siora    oh* 
-;('i!!i;^r    u    su    ptii.niía    Lulii.    una    rul  u'riia    tina,    movihle,    norvio^a.    f.ivr".    ado* 
fa!)U'-   quínco   .;t'¡(i-;    a    raTos   ia    iiu'ian   grave,    u    ratos   ^cntiiuentai.    ;'.   ratos    un 
di  i.  !iHo   teri-i'iiif   (¡lu-   rcvoincioiialia    toda    ia    i;a,-ia    <;ii)i    \<'n   agudoi*  de  sus   risas 
V    ¡••¡n    l<>^   gc.r.ifo^    de    M!>    ii!a  i'ia.-^, 

,líUí|>  !tw!!  loraion  ;ura''s  Aquilas  .viilton'  AijacS  ilurniJiKO  ¿\  de  Jíii.iemíire 
6\  t(  ti!  i  en  í  i  jH.i'.ir  Vi  lütiti  neo  p>— ••- .  si.  i  onu'  usfcíle-  lo  nyen.  toda  nn.a  es- 
;')le>idi(ia  f'>rtur.  ;  pir-  mi  {nimilde  n)i!ih..<ho  romo  í<í  í-ra  A(|ni!es,  rnyo  sueldo 
íiiii  r\!ini)oso  y  f.';iiad>  ;  f- iha.íi'íaiiH-üt.-'  en  ¡-asa  d"  un  lonsienatario  dí>  trutos, 
•lindo  á  tina  pi-n^inn  ptacniile  ¡imv  prr<i!i!cra  .-ru  ímena  madre,  ia  vind;!  del 
antiíTUo  ínacHtro  (te  f-.-^í  ueia  Zac.irí.i.s  .Miiton.  apenas  í-j  .sumatia  lo  c-trieta mente 
?»i.<'.s  irlo  para  í;;Uí'  ainhos  vivieran  .;ino  ton  pr!V<i<.;iono<.  ai  menos  eon  relatiy»? 
r  «1  rt-':hoceí. 

¡El  regalo  ¡i.íi':  !.:'.ím'  i)e.-d(  tiíí  me^er-  .."ras  e.«to  hatua  oon.mituido  j.t 
pre/xtipación  ■  on.-t .inti\  de  .Aciuiie.s  Müton-  iiatna  -¡ido  .^u  pensamiento,  an  idea 
•rij.i  una  otíS'  .-ion  ienieiO.-^.i  y  tiulce.  a('.iri<'i,irltir.!  y  íerníde  á  un  mismo  tiein 
55i'  -Que  íe  rí.'ííai.iri.i.  el  a  l>u!u  eu.'iiido  Uetia-e  e!  tan  anlielado  romu  temido.  Vs 
■i>:  .¡ño-  .Mjíton  ii.i'i!;!  ravilado  mU!  ho  esta  eleecion.  Su  bolsa  no  ie  permita'.i  lu- 
iO-  i.j;ayores.  K!.  que  er  i  p-ihre  -,<iué  jvidria  otrecerie  :i  arjuellíi  su  muy  amada 
Lula,  criatur.i  .ii.'A~íuint)rada  á  !ort  mayores  hoat.os  y  magniíiscenoias.  pueat.- 
-fi'c   .-ts*  padres  vivjtu   .-n   ia   opuleiü-ia - 

Urave  pro-  irma  •"-;?{■.  Y  no  p!>rque  Miltori  itiera  un  anibieioso  vulgar,  ni 
in  íatuo.  ni  tan  sioniera  «üo  de  c.-rj^  tanto-»  vani(!i!.siiii>.s  del  peor  gusto;  no. 
.sino  poriiue  At  !l*i.'; ,  en  !á  optiini^t.i  adoiesceucia  <i<t  sus  veintitré.s  año.-,  perte- 
.loraa  á  esa  >  ia-'  ■!■•  •  tía  ivoridos  peiiírro^.is  f¡\i'\  fomo  íii.io  ei  poetr...  no  tendrían 
•'eT'tru  en  iia-a-r  friego-,  rit-  .uíiñeio  ron  e!  .■sol.  ía  iujia  y  las  estreüaa  siempre 
]w  '--te  e.-in:- !  i  ■".I"  ;ooí..-.,r.— .r,  ^r.-.  era'.-:  pl:ic,er  á  1;;  dama  y  señora  de  «<n? 
aeL-taínteriío.-i. 

-  f.r  f-f-p  ..  i  írí  1.  .a  Luid  uiía  jo.va,  uit  i  erar  iosa  iionitonera.  nn  houqitct,  de 
ioií.'»  raras  y  tx,;t  ica.s  ;  »¡¡di-.  rxpre.-;  iiiuone  f-e  día  para  él  desdo  tierr.as  mn> 
v'j'anas  y  de.-rononri  v- ■  "ta.  icd  •  f-to  hatiia  pensado  el  bueno  de  .Mtiton.  lili 
■■■.•a  .sus  horas  de  i.nM.r  .i-idr,.,  :  i;  .1  ¡-Mc-ritario  del  ronsitfnatarios  de  iruf'S  :i'¡\:* 
.-.n  .-Ai  •eeh'i  'íe-  :  líaie-ieiite  .-ení  inu-nt  :  i,  t-n  ios  iareos  insomnios  de  las  noeíie- 
i-at;;rD-rt)ie.<;,  ó.  cu  iiüio  <a  <--p<  ran7..i .  .-oünéudole  dülee  ,y  prometedoramente. 
apareciasele  ei'  sui-hr-f^  en  lorm.'.  de  un  hada  ecnerosa  que  pregonábale  riquezas 
..-  honores  i-iin  Msh'  n  T.nnd.ri,!  .i  svi  Vuen.i  maare  v  ,i  -.n  primita  Lulü.  nU  m"> 
•añada   y   sor'i.d:    lO'.raí'!  ¡d  ; 

i  f'oi;re   .Vílt'O)'   l.>esd>-  baria   tre-  me-íes,  épora   enque  comenzara  á  amar  a 
S.uiíi    toriá>;d  '^e    :n,i    pL-iie-    f  a  n(á-t  ¡eos,    e    liusnrior!.     Milton,    sin    descuidar    po? 
-ao   l.i   .usii-n  ^    ióü   üuiisna!  ip!,-  ■  aií  rr-u-.'-  ,■:    -u   1  uen  ■,   nMdre.   había   iosrrado   reo 
i-^ar    algún    -.   .•ononii.is    .-oíoe    -n    va    .•xi-'uo    presupues'to    personal.    Frivánd^áe  . 
-.1.;   cierto.s   íjasto-    .superfinos   y    líuardando  en    su   eaja   de  ahorros   loa   pequeños 
acnorarioií  eon   üHe   á    vece.--  ¡o/^  elientes   d»d   eonsiignatano  de   frutoi*   prcmi»b».S' 


—  149  — 

alguna  comisión  que  le  confiasen,  Milton,  después  de  esos  tres  meses  de  duro 
ahorro,  había  logrado  reunir  aquellos  veinticinco  pesos  que  él  ahora  destiacv?e- 
para  el  soñado  aguinaldo. 

— Esta  tarde  lo  compraré — habíase  dicho  Milton  aquel  31  de  Diciembre  tau 
pronto  hubo  saltado  del  lecho.  Efectivamente,  esa  tarde,  dichoso,  feliz,  henchido 
do  un  orgullo  muy  justo  y  muy  legítimo,  Milton  diose  á  recorrer  los  barrica 
centrales  de  la  ciudad  inquiriendo  precios  y  consultando  gustos. 

Caminó  mucho.  Todos  los  escaparates  le  fascinaban.  Una  loca  y  desuic 
surada  ambición  parecía  haber  despertado  de  repente  en  su  cerebro  de  hucn 
muchacho  hasta  entonces  resignado  con  su  suerte.  En  cada  vidriera,  algnn:< 
joya,  algún  bibelot,  algún  objeto  artístico,  poníale  á  punto  de  dicidirse,  ,.>ero 
luego,  impulsado  por  el  deseo  de  hallar  otro  más  hermoso,  titubeaba  nueva- 
mente, y  vuelta  otra  vez  á  detenerse  ante  nuevos  escaparates  donde  los  curio- 
sos se  apiñaban  en  un  éxtasis  de  infantil  admiración. 

En  una  joyería  central,  un  delicioso  medallón  de  oro  con  una  perla  le 
fascinó.^Cuánto  quiere  usted?  habíale  dicho  al  joyero,  un  hombre  muy  ama- 
ble y  muy  ceremonioso  que  vistiendo  irreprochable  traje  negro  de  levita  aten- 
día el  despacho. —  «Treinta  y  dos  pesos,  ni  un  centesimo  menos»,  habíale  res- 
pondido éste.  Milton  ofreció  veinticinco,  todo  lo  que  él  tenia,  pero  el  hombre 
muy  correcto  y  muy  ceremonioso  no  cedió  un  céntimo.  Milton  se  marchó,  tiiste,- 
apss adumbrado,  renegando  de  la  terquedad  inusitada  de  aquel  hombre  por  lo 
demás  tan  fino  y  tan  ceremonioso. 

Por  fin,  á  las  7  de  la  tarde,  entre  dos  luces,  y  ya  casi  entrada  la  noche, 
Milton  pudo  realizar  su  ansiada  compra.  En  una  casa  de  antigüedades  logró 
adquirir'  un  hermoso  guarda  joyas  de  porcelana  fina  con  cinceladuras  de  oro. 
objeto  que,  según  la  palabra  honrada  de  Mister  Butifar,  el  propietario  del  es- 
tablecimiento, era  un  joyel  de  la  más  legítima  porcelana  de  Sevrea. 

Y  en  verdad  que  el  tal  joyal  pregonaba  un  cachet  y  un  buen  gusto  ex- 
quisito. Era  aquello  un  objeto  hermoso  y  delicado,  una  frivolidad  galante  digna^ 
d3  las  blondas  y  amables  marquesitas  del  Trianón,  una  monería  sólo  propia  del 
talento  de  un  gran  artífice.  La  porcelana  era  tan  diáfana  que  parecía  rasgarse  al 
menor  soplo.  Elegantes  alegorías  de  la  época  del  Imperio  aparecían  diluidas  en 
tenues  acuarelas.  Filigranas  del  mejor  gusto  la  exornaban  en  graciosos  dijes  y 
fiorituras,  y  una  llavecita  diminuta,  también  de  oro,  así  como  debieran  ser  las- 
di;  las  hadas,  servía  para  asegurar  aquel  adorable  estuche  de  monerías. 

Milton  pareció  encantado.  ¿Qué  mejor  regalo  podría  ofrecerle  á  Lulú  que- 
aquel  juguete  delicado,  diminuto,  etéreo  como  un  ensueño  y  frágil  como  una- 
sonrisa?  En  un  instante  él  perfiló  sus  planes.  A  la  mañana  siguiente,  de  paso 
que  iría  á  saludar  á  sus  tíos  augurándoles  feliz  año,  él  ofrecería  á  Lulú  aquel 
obsequio  como  prueba  de  un  hasta  entonces  acallado  pero  infinito  amor.  Y  esa 
noche  Milton  se  durmió  plácidamente,  feliz  de  pensar  en  el  efecto  que  produci- 
rían sus  palabras,  cuando,  entregándole  el  joyel  á  Lulú,  él,  hasta  entonces 
tímido  é  incapaz  d,e  confesar  su  amor,  la  dijera  su  declaración  romántica  y 
efectista:  «Toma,  Lulú,  es  para  tí.  Yo  quisiera  poder  ofrendarte  todas  las  ri- 
quezas de  los  emperadores,  pero  créeme,  Lulú,  que  si  esto  es  muy  poca  cosa, 
por  tí  mi  amor  es  infinito  como  el  universo  todo».  Sí:...  «como  el  universo- 
todo»,..  Esta  frase  le  sonaba  al  oído  de  una  manera  maravillosa — «como  el 
universo  todo»...  «como  el  universo  todo»... 


¡Año  Nuevo!  ¡Año  Nuevo! — Todos  los  recibimos  con  placer:  todos,  aunque^ 


—  150  —  '   i    ; 

-en  ese  día,  allá  en  nuestra  mesa  y  en  la  hora  de  las  íntimas  expansiones,  llo- 
remos en  silencio  al  ver  á  nuestro  lado  un  nuevo  blanco,  un  hueco,  una  nueva 
brecha  abierta  por  la  fatalidad,  un  nuevo  vacío  que  no  volverá  á  llenarse  por- 
que el  ser  que  antaño  lo  ocupara  ya  se  ha  ido  de  nosotros  para  siempre... 

¡Año  Nuevo!  ¡Año  Nuevo! — ^La  imaginación  da  un  formidable  salto  atrás. 
Loe  recuerdos  se  agolpan  á  nuestra  mente  y  las  ilusiones  nos  sonríen  de  un 
modo  grato  al  '«orazón...  Un  nuevo  desaliento  nos  arredra  y  una  nueva  esperan- 
za nos  fortalece.  Evocamos  felicidades  perdidas  y  auguramos  felicidades  entre- 
vistas. Damos  un  traspiés  en  la  vía-crucis  de  nuestro  Calvario  y  ensayamos  un 
majestuoso  vuelo  hacia  la  cumbre.  Desmayamos  y  nos  sentimos  titanes.  La  fe 
nos  anima  y  la  esperanza  nos  hace  fuertes,  nos  agiganta,  nos  hace  despreciar 
al  rudo  destino  y  retar  á  muerte  á  ese  enemigo  intangible  y  por  eso  mismo  trai- 
dor que  se  llama  lo  irreparable... 

¡Año  Nuevo!  ¡Año  Nuevo! — Un  aleluya  de  parabienes  futuros  repiquetea 
vTi  nuestro  corazón  alborozado.  Ese  día  el  sol  es  más  chispeante  y  la  naturaleza 
88  nos  muestra  más  pródiga.  Las  penas  se  ahogan  en  una  consolación  mutua  y 
necesaria.  Las  bienaventuranzas  se  prodigan  á  manos  llenas.  Cosa  rara :  ese  dia 
el  hombre  deja  de  odiar.  Cosa  incomprensible:  ese  día  el  nombre  augura  la  dicha 
ajena  como  ansia  la  suya  propia.  Cosa  inusitada :  ese  día  la  bondad  se  univ^r- 
aaliza  como  ante  el  peligro  de  un  acabóse  final...  til  Año  Viejo  se  fué!  El  Año 
Nuevo  se  insinúa  como  una  bella  alborada  que  canta,  y  que  es  de  oro,  y  de  rosa, 
y  del  azul  más  azul!... 


— Volveré  á  almorzar.^Habíale  dicho  Aquiles  Milton  á  su  buena  madre 
esa  mañana,  y  ambos  se  habían  dado  un  largo  abrazo  y  un  fuerte  beso  no  sin 
pensar  mutuamente  que  ese  día,  el  buen  padre,  el  antiguo  maestro  de  escuela 
Zacarías  Milton,  ya  no  compartiría  con  ellos  la  entrada  del  nuevo  año. 

Con  su  pequeño  joyel,  Milton  marchaba  por  la  calle  como  un  hombre 
honrado  y  dichoso  que  no  tiene  por  que  ocultar  su  felicidad.  ¡Qué  hermosa  ma- 
ñana aquella !  La  alegría  del  sol,  la  placidez  del  ambiente,  el  azul  moaré  del 
cielo  se  exteriorizaba  en  los  rostros  risueños  de  los  numerosos  transeúntes.  !■& 
ciudad  toda  gustaba  loca  dicha.  En  las  calles,  festoneadas  de  árboles,  la  multi- 
tud se  expandía  bullanguera.  Los  carruajes  y  otros  mil  vehículos  rodaban  entre 
un  estrépido  de  fustas  cimbradoras  y  de  gritos.  Los  tranvías  eléctricos  pasaban 
veloces  cargados  de  enormes  masas  humanas  que  traían  y  llevaban  del  uno  al 
otro  extremo  de  la  metrópoli. 

Milton  marchaba  con  su  buen  alma  de  veintitrés  años  henchida  de  dulce* 
emociones.  Bajo  el  espolvoreo  de  oro  de  aquel  sol  de  estío,  mil  graciosas  silue- 
tas femeninas  cruzaban  á  su  paso.  Luego,  hermosa  coincidencia :  esa  mañana 
todo  el  mundo  parecía  andar  de  compras.  Los  ramos  de  rosas  y  de  crisantemes, 
los  paquetes  denunciadores  de  confituras,  las  cestas  de  champagne  y  de  bour- 
dcaux,  las  joyas,  las  ropas  y  los  zapatos  flamantes,  veíanse  á  cada  instante  pre- 
gonando un  bienestar  común. 

Aún  faltaría  un  cuarto  para  las  once,  cuando  Aquiles  Milton  llamó  á  la 
puerta  de  la  regia  mansión  donde  habitaran  sus  tíos.  Muy  pronto  entró.  Por 
las  escaleras,  porteros  y  lacayos  subían  y  bajaban  con  obsequios.  En  el  TioII, 
regio,  observó  un  movimiento  inusitado  entre  la  servidumbre.  En  las  escalera» 
un  viento  de  borrasca  le  intimidó...  Cuando  flanqueó  el  salón,  suntuoso  y  mag- 
nifiscente  como  un  hermoso  templo  del  arte,  Milton  tuvo  la  primer  noticia  de 
.aquella  horrible  hecatombe  que  de  tan  alarmante  manera  había  puesto  de  punta 
los  nervios  de  la  bella  Lulú. 


—  151  — 

— Cálmate,  mi  querida  Lulú,  yo  prometo  traerte  ahora  otro  más  hermoso. 

— Sí,  hija  mía,  escucha  á  tu  padre:  él  cumplirá  su  palabra... 

Y  el  padre  hablaba  y  la  madre  suplicaba,  entanto  Lulú,  acoauinada  allá 
ea  un  ángulo  del  salón  sobre  un  canapé  de  brocato,  sacudía  todo  su  cuerpeci- 
Uo  Oh  espasmos  de  santa  ira  que  tenían  la  virtud  de  avivar  hasta  el  acero  la 
mirada  de  ordinario  bonancible  de  sus  glaucos  ojos. 

Y  fué  allí  donde  Aquilea  Milton  supo  toda  la  verdad  de  la  horrible  tra- 
gedia. El  encantador  Bihi,  el  liliputiense  perrillo  de  lanas  de  Lulú.  el  mimoso 
de  la  casa,  el  amo,  el  dueño,  el  señor,  el  antojadizo  gustador  de  frutas^ecas  y 
de  bocados  exquisitos,  el  gran  goloso  de  bombones  y  de  confites,  aquél  mimado 
entre  los  mimados  y  festejado  entre  los  festejados,  aquel  que  durmiera  en  le- 
cho de  pieles  y  que  en  invierno  gastara  mantas  de  riquísimo  astrakan,  esa  ma- 
ñana, víctima  del  pie  burdo  y  aldeano  de  un  lacayo  torpe,  había  fallecido  des- 
panzurrado. 

¡Horror? 

— ^No  quiero  que  me  traigan  nada.  Yo  sólo  deseo  á  Bihí.  Sí,  lo  quiero  vi- 
vito  y  coleando. — Chillaba  Lulú. 

Valiente  antojo.  Aquel  milagro  era  imposible,  lül  pobre  Bihi  ya  estaba  en 
el  cesto  de  los  desperdicios  hechos  un  adefesio.  ¡Oh!  lo  que  pedía  Lulú  era  algo 
mayor  que  los  tan  admirados  trabajos  de  Hércules.  Bueno  estaba  el  pobre 
Bihi  á  esas  horas! 

Y  toda  argumentación  resultaba  inútil.  Se  retiró  el  padre  en  busca  del 
prometido  sustituto  de  Bihi,  se  retiró  la  madre  desconsolada  por  la  enorme 
pena  que  embargara  á  su  hija,  y  Aquiles  Milton,  frente  á  su  primita  erizada, 
optó  por  sentarse  á  tres  pasos  de  ella  hasta  tanto  la  crisis  pasase,  imitando  así 
á  Dieguito  Mir aflores,  el  amigo  asiduo  de  la  casa,  quien,  desde  los  comienzos  de 
la  tragedia,  había  tomado  heroicamente  aquella  digna  resolución.  Milton  estaba 
consternado.  ¡Bonita  suerte  la  suya!...  ¿Habríase  visto  mayor  fatalidad?  Traer 
él  su  aguinaldo,  venir  con  la  resolución  formada  de  confesar  su  amor  á  Lulú. 
y  ahora,  por  un  mísero  perrillo  de  lanas  á  causa  de  la  impericia  de  un  lacayo 
torpe  desbaratarse  de  semejante  manera  todos  sus  planes ! 

Miraflores,  el  hombrecillo  de  salón,  el  que  supiera  bailar  a,  la  suprema, 
elegancia  el  schotis  Luis  XV  y  fuera  sabio  conocedor  en  tocados  femeniles,  mos- 
trábase en  circunspecta  pesadumbre. 

En  un  cuchicheo  discreto,  como  así  lo  requerían  las  circunstancias,  él  des- 
lizaba al  oído  de  i»iilton  detalles  horripilantes. 

— Eran  las  9  y  3/4 — decía,— yo  mostrábale  á  Lulú  un  magazín  de  modas. 
Bihi  dormitaba  en  aquel  corredor  de  la  izquierda...  Pasó  José,  apremiado  por 
un  llamado  urgente...  Un  aullido  horrible  llegó  á  nosotros...  Luego,  nada:  todo 
en  silencio...  ¡Oh,  el  desastre  se  había  consumado! 

Milton,  casi  sin  escucharle,  repetía  estúpidamente  una  misma  frase :  ilo- 
n'ible!,  horrible!  horrible!... 

Y  luego,  proseguía  Mirañores  todavía  espeluznado  por  la  espantosa  visión, 
qué  cuadro  aquél!...  Lulú  presa  de  un  agudo  ataque  de  nervios.  El  padre,  el  se- 
ñor de  Meneses,  prometiéndole  un  inmediato  sustituto.  La  madre,  la  señora  Mil- 
ton de  Meneses,  llorando  junto  á  la  hija  desconsolada.  José,  el  pérfido  victima 
rio.  huyendo,  la  dama  de  llaves,  la  servidumbre  entera,  también  huyendo...  To- 
da una  fuga,  un  correr  loco  y  desatinado  por  pasillos  y  corredores. 

Y  de  pronto,  deteniéndose  bruscamente  en  su  peroración,  Miraflores  tam- 
bién acabó  por  huir  de  Milton,  pues  "un  nuevo  estremecimiento  de  Lulú  le  pre- 
dijo que  la  crisis  se  agravaba  de  una  manera  harto  alarmante... 


-  152  ~ 

Entonces  Milton  quedóse  solo  frente  á  Lulú.  Transcurrieron  tres  minutofl 
Dolorosa  espectativa.  Luego,   ¡Olí,  visión  celeste!  Qué  veían  sus  ojos?  üou  que 
Lulú  ahora  le  hablaba  y  le  sonreía,  a  ei,  á  Aquiles  Milton  en  persona? 

La  esfinge  habló: — Hola,  eres  tú?... 

Milton,  perplejo,  mudo,  asombrado,  reducido  á  un  átomo,  balbuceó  anhe- 
lai.'te — Claro,  soy  yo.  Sí,  Aquiles  Milton...  tu  primo...  tu... 

— Já!  já!  já!  Pero,  tú  estabas  aquí?  Pues  créeme  que  no  te  había  visto... 
¡Pero  qué  cara  tienes!  Estás,  ¿cómo  diré?...  Vaya,  pues  que  no  doy  con  la  pa- 
labra ! 

y  después,  en  un  mohín  nervioso — ¡Hola!  Pero  qué  veo?...  Qué  es  lo  que 
tienes  ahí,  envuelto  en  papel  de  seda  y  atado  con  un  cintillo?...  ¡Vamos,  ya  cai- 
go; será...  será... 

—  El  joyel, — dijo  Mitón  ol  sesionado  por  su  idea  fija. 

— El  joyel?...  Pues  muéstramelo.  ¿Qué  es  eso  del  joyel?... 

Milton  fué  nuevamente  héroe  en  aquel  instante,  ihí  valor  vigorizó  su  espí- 
ritu. Kecordó  su  declaración  romántica,  hermosa  y  efectista,  y.  habló: 

— "Toma,  Lulú,  es  para  tí...  Yo  quisiera  poder  ofrendarte  todas  las  rique- 
»  zas  de  los  emperadores,  pero,  si  esto  es  muy  poca  cosa,  créeme,  Lulií,  que  por 
»tí  mi...» 

— Es  muy  bonito,  pero  no  es  de  Sevres,  dijo  en  ese  instante  una  tercera 
vez  á  sus  espaldas. 

Lulú  miró  al  intruso.  Aquiles  Milton  le  reconoció  instintivamente.  Si :  era 
Miraflores. 

— ¿Pero,  de  verdad,  es  para  mí?...  es  p:ira  mí?...  Pero,  es  cierto  que  tú  te 
has  acordado  hoy  de  tu  primita  Lulú?...  Y  qué  bello  es!  Pero,  escucha:  qué  era 
lo  que  me  decías  hace  un  momento?...  «Yo  quisiera  poder  ofrendarte  las  riquc- 
»  zas  de  todos  los  emperadores,  pero,  si  esto  es  muy  poca  cosa,  créeme,  Lulú,  que 
»por  ti  mí.     mí.  »  ¿Qué  era  lo  que  ibas  á  decirme?...  «mí?...»  «mí?..  » 

Y  mientras  así  parloteaba,  adorable  y  encantadora  en  medio  de  su  loco 
aturdimiento,  Lulú  miraba  y  remiraba  el  joyel. 

Repito  mis  palabras :  Es  muy  hermoso  pero  no  ea  de  Sevres,  afirmaba  á  to- 
do esto  el  pedantesco  Miraflores. 

Milton  estaba  exasperado.  Su  fastidio  era  inmenso  ante  este  nuevo  desba- 
rajuste de  todos  sus  planes,  ante  esta  impertinente  cortada  de  su  declaración, 
cuando,  por  fin  ya.á  sol  is  con  Lulú,  tan  sólo  le  faltara  decirle  la  última  frase 
d^  su  declaración  soñuda  :  «  ...  pero  créeme,  Lulú,  que  por  tí  mi  amor  es  más 
«grande  que  el  universo  todo  \» 

Y  en  esos  momentos,  frente  á  Lulú,  entre  los  dos  rivales  se  entabló  una 
discusión  tan  enojosa  como  interminable.  ¿Era  de  Sevres  el  joyel?  No  lo  era'' 
El  pobre  Milton  acaso  habría  sido  engañado  miserablemente  por  el  judío  del 
bazar  de  antigüedades?... 

Y  entonces,  he  aquí,  que  Lulú,  acaso  ya  pasada  la  primera  impresión  que 
le  produjera  el  joyel,  acaso  obedeciendo  á  un  arranque  felino  de  su  adorable 
cal:ecita  blonda  de  muñeca  frágil,  tuvo  una  frase  cruel  que  mató  de  raíz  todas 
las  ilusiones  y  los  largos  ensueños  de  su  buen  primo  Aquiles  Milton : 

— ¡Ah,  mí  querido  Aquiles,  exclamó,  yo  creo  que  Miraflores  está  en  lo  cier- 
to... Este  joyel,  no  pasa  de  una  simple  imitación.  Créeme,  Aquiles,  que  yo  ja- 
más consentiría  en  ser  tu  esposa...  Serías  un  mal  marido.  Nunca  me  serías  útil 
para  las  compras!... 

Juan    PlCOiN    OLAONÜO. 

Montevideo.  1909. 


153  — 


la  Pálida  Pensativa 


AI  verla  tan  pálida  y  tan  triste, 
una  inmensa  compasión  se  apo- 
deró de  mi  alma.  Ese  silencio  en 
que  se  envolvía  su  lánguida  ni- 
ííez,  fué  para  mí  desde  entonces, 
la  revelación  de  un  misterioso 
poema  de  dolor.  Sus  lindos  ojos 
negros,  se  adormían  pensativos 
como  si  estuviesen  contemplando 
la  fatídica  visión,  de  su  negra 
desventura;  su 
boca  tan  bella, 
¡  cómo  se  marchi- 
taba !  esa  boca 
que  parecía  hecha 
para  los  ardientes 
besos  de  amor,  se 
contraía  ya,  en  su 
temprana  vida  de 
rosa  enferma,  en 
un  gesto  de  amar- 
go sufrimiento. 

Y  al  verla  así, 
tan  pálida,  tan 
triste,  en  su  trági- 
co recogimiento 
de  melancói  ica 
flor  de  claustro, 
al  instante,  sospeché  la  cruel  his- 
toria de  una  novia  abandonada 
al  olvido  de  su  primer  amor. 

¿Quién  sería  el  infame  —  pen- 
sé —  que  así  robaba  la  felicidad 
'á  esa  alma  de  candor  y  de  vir- 
tud? ¿Quién  sería  el  que  así 
agostaba  aquel  jardín  de  pri- 
mavera con  el  helado  cierzo  del 
Desengaño  ? 


Para    Apolo. 

Y  compasivo,  me  acerqué  á  la 
dulce  niila  que  meditaba  en  su 
sombrío  ersueilo,  y  la  dije: 

—  ¿Por  qué  esos  lindos  ojos  se 
nublan  de  lágrimas  ? 

—  ¿Por  qué  esa  recóndita  tris- 
teza en  esa  vida  donde  sólo  de- 
bían florecer  ilusiones  y  ale- 
grías ? 

¿Quién  es  el  ingrato,  niña,  que 
así  paga  ese  amor 
con  el  olvido? 

Y  llorando,,  en 
la  resignada  ac 
titud  de  su  sufri- 
miento, y  con  una 
voz  angustiosa 
murmui'ó  : 

—  Quién  ha  lle- 
nado por  siempre 
mi  vida  de  dolor 
quien  ha  trocado 
mis  alegrías  en 
pesares,  mí  risa 
en  suspiros,  y  mi 
corazón  en  eter- 
no manantial  de 
lágrimas,  es  ... . 
la  bella  madre  mía,  la  adora- 
da madrecita  de  mi  alma,  la 
que  reposa  su  último  sueño, 
allá.  ..  bajo  los  sauces  del  ce- 
menterio . . . 

Kafael  Ángel  TROYO. 

Carta<!0  de  Costa  Rica 


-*♦*- 


154 


de  H^Uotroí)os 


DESPUÉS   DE    VERLA 

¡  Oh,  mis  visiones  matinales !  Deja 
Que  al  evocarlas  te  bendiga  y  cante : 
Tú  pasaste  también  con  la  radiante 
Elegancia  de  un  cisne  que  se  aleja. 

En  la  avenida  se  perdió  una  queja 
De  tu  vestido,  y  en  tu  faz  distante 
Se  posó  mi  pupila  agonizante. 
Ávida  y  pertinaz  como  una  abeja 

Después,  un  ramo  de  visiones  raras 
Pobló  mi  fantasía  en  las  avaras 
Dilataciones  de  una  enredadera ; 

Pero  volviste  pronto  á  las  aladas 
Rondas  de  mi  cerebro,  y  las  habladas 
Imágenes  huyeron  por  la  acera . . . 

Y  hoy,  en  la  urna 

dsl  alma  mía, 
¡  Oh,  mi  virgen,  perduras  todavía ! 


eucaristía 

A  Luis  Roberto  Boza. 

(Santiago  de  Chile}. 

¡  Oh,  albura  de  magnolia,  eucaristía 
Del  alma  de  las  vírgenes!  Pagana. 
Mi  fantasía  moduló  un  hosanna 
Confidencial  en  tu  gloriosa  orgía. 

Pulcra  en  las  formas  de  la  amada  mía 

Y  el  alabastro  eres,  oh,  galana 
Evocatriz,  en  tu  promesa  arcana, 

De  un  heraldo  de  amor  y  de  harmonía. 

En  un  ampo  de  nieve  la  inocencia 
De  candidas  imágenes  evocas ; 
En  una  curva  de  mujer  tu  esencia 

Sacude  las  eróticas  desidias ; 

Y  el  mármol,  orgulloso  de  tus  tocas, 
Alcanza  un  beso  del  cincel  de  Fidias. 


—  155  — 


CAMAFEO 

Flor  de  Chipre  dulce  y  rara 

Y  alegre  como  un  rondel, 
Gracia  que  evoca  el  pincel 
De  Antonio  de  la  Gándara ; 
Su  faz  luminosa  y  clara 
Del  nardo  tiene  el  mador, 

Y  en  su  labio  abrasador 
Hecho  de  orobias  y  miel, 
Hay  una  urna :  joyel 
Para  los  himnos  de  amor. 

¡Oh,  la  noche,  noche  umbría 
De  sus  ojos  de  cristal ! 
El  alma  de  un  madrigal 
De  Amado  Ñervo  sería. 
¡Oh,  que  es  pura  la  harmonía 
De  sus  formas,  y  el  rubí 
De  sus  pómulos ;  allí 
Vertió  Natura  un  oval 
Celaje  primaveral 
Sobre  un  ampo  de  alhelí. 

Es  su  frente  de  alabastro 
Un  ánfora  de  abadires ; 
Trasunto  de  los  zafires 
Del  mago  Eugenio  de  Castro. 
Con  encantamientos  de  astro 

H^Uotroíios 

Con  el  presente  nú" 
mero  comenzamos  la 
publicación  de  las  poe- 
sías de  HeliotYopos,  li- 
bro de  nuestro  Direc- 
tor, cuya  segunda  edi- 
ción aparecerá  á  fines 
del  corriente  mes. 


Rasgando  el  etéreo  tul, 
En  su  pensamiento  azul 
Florecen  tiernos  decires : 
i  Un  venero  de  elixires 
Más  glorioso  que  Mosul ! 

Su  cuello  ebúrneo  y  erecto 
Ha  de  la  nieve  el  albor, 

Y  ese  cuello  es  un  primor 
Hipérdulico  y  dilecto. 
Bajo  corsé  predilecto 

Dos  rosas  muriendo  están, 

Y  sus  movimientos  dan 
Los  vértigos  del  amor ; 
¿  Acaso  sabe  una  flor 
Como  su  seno  al  imán  ? 

¡Oh, virgen  de  fuego  y  nieve, 
Adorable  virgen  mía: 
¿  Que  eres  una  canturía 
Del  alba  exótica  y  leve, 

Y  una  flor  que  canta  y  llueve 
Polen  vaporoso  y  miel  ? 
Dime  entonces  el  rondel 
Soberbio  de  la  alegría. 

¿  Podrá  mi  espíritu  un  día 
Armonizarse  con  él  ? 

PÉREZ  Y  CURIS. 


156 


Bibliográficas 


liibpos   y   folletos    peeibidos 


FüBGO  Y  Tinieblas,  por  Claudio  de 
Alas. — Santiago  de  Chile. — Claudio  de 
Alas,  el  poeta  colomhlano  residente 
■en  Chile,  nos  ha  enviado  un  ejem- 
plar de  su  libro,  publicado  con  el 
afán  de  dar  á  conocer  al  público  la 
verdad  del  terrible  drama  de  la  lega- 
ción alemana.  Escrito  en  forma  de 
novela  y,  por  lo  tanto,  más  atrayente 
y  artístico  que  una  simple  crónica. 
Fuego  y  Tiníehlas  trae  las  siluetívs 
del  asesino  y  los  principales  persona- 
jes que  intervinieron  en  su  captura. 
La  pluma  contundente  de  su  autor 
traza  en  breves  pero  fuertes  rasgos  al 
criminal  VVilIy  Beclíert  lí'ramhahuer, 
para  quien  tiene  duras  frases  de  con- 
denación por  las  circunstancias  y  el 
modo  artero  en  que  privó  de  la  vida 
á  un  servidor  tan  tiel  y  de  tan  nobles 
sentimientos  como  era  Exequiel  Tapia. 
Fuego  y  Tinichlas  es  un  li'^ro  san- 
griento pero  ungido  de  verdad.  Mi 
aplauso  es  para  su  autor. 

Senda   de  Tortura,   por  Benigno    Vá- 


rela.— Librería  de  Pueyo. — (Madrid).-^ 
Es  la  novela  íntima  de  un  doloroso 
que  sabe  sobreponerse  al  gran  dolor 
de  la  vida.  A  pesar  de  la  Inquietud 
con  que  parece  haber  sido  escrita  (á 
juzgar  por  la  precipitación  y  el  pre- 
maturo desarrollo  de  algunas  de  sus 
escenas)  Sendi.  de  Tortura  es  obra  de 
un  novelista  espontáneo  y  hábil,  y  de 
un  buen  observador,  tan  seguro  de 
su  arte  cuando  pinta  un  paisaje  ó 
describe  las  cosas  de  la  naturaleza, 
como  cuando  descurre  sobre  las  al- 
mas. 

lia  prosa  de  Benigno  Várela  es  ma- 
tizada y  atrevida.  Prosa  de  combate 
que  tiene  el  ritmo  y  la  frescura  de 
una  poesía  heroica,  y  en  cuyos  giros 
audaces  el  vigor  del  anatema  surge 
de  pronto  como  una  ola  que  todo  lo 
inunda. 

Senda  de  Tortura  es  un  libro  sin- 
cero y  fuerte,  y  por  lo  tanto,  lauda- 
ble. El  triunfo  aguarda  á  su  autor. — 
Pérez  y   Curis. 


J*4aevos  libros  feeibidos 


Agradecemos  el  envío  y  promete- 
mos ocupirnos  en  nuestro  número 
próximo,  de:  Pufelo  fnffrmo,  por  A. 
Arauedas  (París):  Ensayo  de  una  filo- 
sofía FEMINISTA  (KfF"TACIÓN  A  MCBTDS), 
por  M.  Romera  Navarrn  (Madrid) ; 
Floe  (novela)  y  La  Literatura  Venezo- 


lana PN  E'.  siR'-o  DIEZ  Y  NTEVE.  por  Gon- 
zalo Picón — Feires  (Caracas) ;  KuFI- 
NiTO  <S''c.edido  histórico),  por  F.  Gar- 
cía Godoy  (Santo  Domingo) ;  ATíoRAN- 
GAs  Líricas,  por  Lisimaco  Chavarria 
(San  José  de  Costa  Kica). 


flpolo  »  cti  Eufopa 


La  acogida  que  en  Esoaña  han  dis- 
pensado á  nuestra  revista  los  mas 
conspicuos  representantes  de  ]las  le- 
tras, habla,  con  mucha  elocuencia  del 
alto  concepto  en  que  se  tiene  á  Apolo 
fuera    de    aquí. 

Los  sonetos  de  nuestro  Kedactor  en 
Madrid,  el  poeta  Francisco  Villaespe- 
sa,  que  hoy  publicamos  y  forman 
parte  de  dos  libros :  El  jardín  de  las 
quimeras  y  Las  horas  que  pasan, 
próximos  á  aparecer,  nos  han  sido 
enviados  galantemente  por  su  autor, 
como  un  testimonio  de  .adhesión  á 
nuestra   noble   é   imprD^^a   tarea. 

Julio  Kaúl  Mendilaharsu,  nuestro 
corresponsal  en  Europa,  también  nos 
ha  enviado  coli},boraciones  inéditas, 
suyas  y  de  muchos  escritores  que  le 
han  hablado  de  J^POLo  en  España  y 
Erancia.  Hoy  publicamos  parte  de 
esos  materiales ;  en  el  próximo  hú- 
mero insertaremos  otros  y  los  que 
han  ofrecido  enviarnos,  por  inter- 
medio del  joven  iDoeta,  Eeüpe  Trisro, 
Vargas  Vila,  Leopoldo  Díaz,  Amado 
Ñervo  y  otros  más. 


Con  sus  últimos  números  Apolo  ha 
acabado  de  consafrrarse,  ocupando 
con  sólo  otra  revista,  el  primer  pel- 
daño de  la  escala  literaria  de  Amé- 
rica. Otras  publicaciones,  sostenidas 
por  empresTS  que  las  han  mercanti- 
lizado.  vienen  más  ricas  de  ornato, 
más  llenas  de  avisos,  pero  ninguna 
presenta  un  selecto  material  inédito 
ni  cuenta  con  un  cuerpo  de  redacto- 
res como  ArOLO.  redactores  que,  como 
se  ve  por  el  presente  número  y  los 
precedentes,  y  como  puede  atestiguar- 
se por  los  originales  que  conservamos, 
nos  remiten  periódicamente  compo- 
siciones que  agrTdecen>os. 

rtSe   nos   llamará   egoístas? 

La  egolatría,  en  este  caso,  se  im- 
pone porque  tiende  á  la  verdad  que 
todos  han  ocultado  siempre.  Y  se 
impone  á  pesar  de  todos  los  imbéci- 
les que  han  querido  detener  nuestro 
avance,  sembrándonos  de  escollos  el 
camino  y  de  todos  los  felones  que 
han  pretendido  ensañarse  con  el  alma 
proletaria    que   sostiene    esta   revista. 


Director -Kedactor:  PEKEZ  Y  CURIS 

Secretario   de   líedaicii'.ii :    OVIDIO    FKRXÁXDEZ    KÍOS 


ANO  IV 


Montevideo,  Julio   de  1909 


N.'  29 


0^  los  lís^s  y  d^  las  Rosas 


El  Mirador  de  Lindaraxa  y  El  Liiiro  de  Joto,  por  Francisco  Villaespesa 


Lo  que  es  á  la  prosíi.  de  la  Espa- 
ña actual,  aquel  Mago  del  Verbo,  ad- 
mirable é  inimitable  que  es,  Valle- 
Inclán,  lo  es  al  Verso,  este  extraño 
y  sugestivo  Poeta,  que  es  Francisco 
Villaespesa :  un  espíritu  significativo 
de  la  raza,  en  el  cual  se  hallan,  me- 
jor que  en  otro  alguno,  los  vesti- 
gios y  el  determinismo  de  las  épo- 
cas pasadas,  pero  no  estancado  y 
desdeñoso  como  en  los  viejos  clási- 
<-os,  sino  movimentado,  actualizado, 
en  un  vuelo  atrevido  para  evadirse 
del  sueño  ancestral,  pero  impreg- 
nado siempre  de  un  orientalismo 
morboso,  lleno  de  perfumes  de  ha- 
rem, y  del  de  las  rosas  penetrantes 
de  los  jardines  del  Generalife:  pen- 
samiento, indiferente  si  no  hostil  ¡i 
las  influencias  de  afuera,  y,  siem- 
pre soñador,  como  un  .¡'"Vcn  Kaid.  á 
la  sombra  de  un  rosal,  porque  ia 
mvisa  de  Villaespesa,  no  tiene  pe- 
plum,  como  la  de  los  jóvenes  poetas 
í;eudo-helenos,  sino  blancos  velos  de 
Sultana,  que  ocultan  apenas  á  me- 
dias; los  ojos  tentadores  de  la  Huri: 
su  poesía,  es  revelatriz  de  un  esta- 
do de  alma,  soñador  y  plácido,  con 
murmurios  de  un  surtidor  en  un 
patio  árabe  y  un  meditativo  claro- 
obscuro,  de  ajimez:  porque  la  Mu- 
sa de  Villaespesa,  es  eso :  oriental 
y  clásica,  con  la  plástica  admirable 
de  un  espíritii  móvil  hasta  lo  infi- 
nito ; 

Villaespesa,     no     es     un     poeta      or- 


questal   y    huracánico    í^    lo    Hugo ; 

su  arte,  aunque  polífono  y  ricu 
hasta  la  prodigalidad,  lo  es  en  co- 
lores y  matices  suaves,  no  en  gran- 
des ritmos  timbálicos  y  asordado- 
res  :  su  caudal  musical,  no  es  de 
Wagner,     es    de    Verdi : 

el  tecnicismo  de  su  música  verbal, 
exquisito  y  profvindo,  lleno  de  in- 
tensidades sonoras  y  apasionadas,  lo 
hace  un  mágico  de  la  sintaxis  y 
un  evocador  de  la  sensibilidad,  que 
nos  hace  sentir  por  igual,  la  emo- 
ción artística  de  sus  rimas  y  la 
emoción    sensual    de    sus    pasiones ; 

porque  es  Villaespesa,  un  emotivo 
exquisito  é  intencionado.  lleno  de 
esa  devorante  sinceridad  que  hace  á 
los  grandes  artistas,  mostrarse  mo- 
ralmente  desnudos,  á  la  sola  luz  ri- 
tual   de    su    pensamiento ; 

no  que  Villaespesa,  sea  un  vesá- 
nico de  esos  atacados  de  psicopatía 
sexual,  que  nos  dan  en  el  desnudo 
de  sus  creaciones,  el  olor  y  el  horror 
de    la    carne    en    orgasmo ; 

no:  la  sensualidad  de  Villaespesa. 
no  viene  de  la  expresión  acre  y  bru- 
tal de  la  palabra,  es  una  rara  y  ex 
quisita  voluptuosidad,  que  se  esca- 
pa, más  de  la  música  de  la  estrofa, 
que  del  pensamiento  del  verso,  lleno 
de    una    arcaica    y    delicada    rareza : 

arcaica,  más  que  clásica,  se  diría 
la  musa  de  Villaespesa,  porque  ella 
representa,  como  la  prosa  de  Valle- 
Inclán,    ur    regrese    consciente    y    sa- 


158  — 


cosa,     hu 

nosotros, 

lili    siiíive 


l)io,  hacia  las  fuentes  luminosas  y 
sonoras  de  la  vieja  poesía  española, 
pero,  no  para  imitarla  servilmente, 
como  los  poetas,  ó  escritores  sin  ge- 
nio, sino  para  rejuvenecerla  y  mo- 
dernizarla, con  los  elementos  líricos, 
y  los  ritmos  nuevos,  que  el  andar 
(le  los  tiempos  ha  traído  como  sano 
caudal,  á  la  antigua  métrica  caste- 
llana y,  de  cuya  alianza  sutil,  vié- 
líele  un  nuevo  esplendor,  y,  una 
extraordinaria  potencia  de  color  y 
de    sonoridad : 

porqiie  eso,  y,  no  otra 
;-ido  el  Modernismo,  entre 
iberos,  é  ibero-americanos, 
y  disimulado  regreso  á  las  formas 
de  verso  de  la  ya  olvidada  métrica  del 
siglo  de  oro:  regreso  espontáneo  y 
por  imposición  de  imperiosas  evo- 
caciones étnicas,  en  algunos,  muy 
ponos,  como  Villaespesa:  incons- 
ciente, mezclada  de  fiebre  gálica,  y, 
con   mvicho   de   mistificación,   en   otro^: 

en  el  dominio  de  algunas  de  esas 
rimas  de  Villaespesa,  riño  os  parece 
hallar,  mucho  de  preciosismo  añejo, 
de  Juan  y  Jorge  Manrique,  de  Juan 
de  Encina,  ó  Padilla,  el  Cartujano .= 
vagas,  muy  vagas  reminiscencias, 
pero    ciertas,    son, 

y,  en  el  dominio  del  endecasílabo, 
ese  metro  todo  de  gracia  y  armo 
nía,  metro  italiano,  traído  á  Es- 
paña, como  una  cautiva  galera 
Veiiev'ia,  por  ese  caballero  de  la 
ma,  que  fué  Andrea  Novagiera, 
aceptado  el  primero  por  Boscán 
mogaver,  r.no  halláis  en  Villaespesa, 
el  apropiado  manejo,  la  gracia  y 
la  soltura,  con  ciue  manejáronlo  lue- 
go, aquellos  grandes  petrarqnistas, 
que  fueron  Hurtado  de  Mendoza, 
Acuña     y     Cetina.' 

y.  el  liahitíiruit  di  (¡iiociac  ííHuíis, 
el  sabor  de  la  égloga,  de  que  habla 
Virgilio,  r.no  lo  sentís  cou  un  olor 
de  miel,  en  todos  los  versos  de  Vi- 
llaespesa, en  que  evoca  el  campo  y 
con  tal  pureza  de  con- 
idealismo  geórgico,  que 
de  aquel  gran  giierre- 
sin    embargo,    como    un 


de 
ri- 

y. 

Al 


sus    paisajes, 
tornos,    y,   tal 
recuerdan    el 
ro,    que    era. 


pastor    de    Tíliulo,     y    que      se    llamó 
Garcilaso.!' 

leyendo  nuestros  más  amanerados 
modernistas,  no  se  os  vienen  á  la 
mente  muchos  cantares  de  viejos 
maestros,  desde  Cetina  á  Hurtado  de 
Mendoza,  de  Garcilaso  y  Villalobos 
á  Juan  de  Mena  y  Santa  Teresa,  pa- 
sando por  el  divino  Herrera,  aquel 
que    fiíhJahd     ¡lerlas? 

si     algo     más     que 
estas    líneas,    de    este 
regreso,     largamente 
de    estudiarlo    habría 
do    y    precisión  : 

pero,  notas  al  vuelo  son  estas,  no- 
tas en  que  la  erudición  cansa  y  es- 
torba, y,  sólo  el  perfiil  del  Poeta  ha 
de  salir  apenas  diseñado,  de  entre 
el  tumulto  de  la  prosa,  concisa  por 
deber,    y    concisa    con    dolor : 

porque    díjelo    ya,    en    una    llamada 


apuntes     fuesen 

movimiento    de 

hablara     yo,     y 

con    más    cuida- 


inaugural  de  estas  "Notas»  :  fálta- 
me el  espacio,  fáltame  el  tiempo,  y, 
sólo  algo  breve,  como  un  point  sec,. 
puedo  hacer  de  los  escrilores  y  poe- 
tas, que  juzgo,  y,  cuyos  Uses  y  cu- 
yas   rosa.s,    me    plazco    en    deshojar: 

de  Villaespesa,  decía  que  la  cien 
cia  del  efecto,  la  severa  plenitud  del 
vocablo  rítmico,  pocos  como  él  la 
poseen,  de  tal  modo,  ciue  se  diría 
que  una  música  verbal  preside  la 
armonía  de  las  rimas  y  la  virtuosi- 
dad   sabia    del    vocablo : 

los  ritmos  habituales  que  en  cier- 
tos poetas  preciosistas  sirven  como 
recurso  á  una  técnica  pobre,  adquie- 
ren en  Villaespesa,  una  elegancia 
personal  tan  rara,  que  se  dirían  nue- 
vos, tal  es  la  ñuidez,  la  sobriedad  ,el 
alto  sentido  artístico  con  cine  los 
maneja; 

la  crítica,  incomprensiva  de  si,  no- 
ha  querido  ver  en  Villaespesa,  el 
Poeta,  significativo  que  es,  como  no 
ha  querido  ver,  la  verdadera  tras- 
cendencia, que  tiene,  ese  grupo  ais- 
lado de  nuevos  poetas  que  con  lo!> 
Machado,  Diez  Cañedo,  Jiménez,  y 
Zayas  y  Pujol, forman  una  fuerza 
nueva,  y.  han  hecho  cambiar  de- 
rumbo,  el  pensamiento  poético  de 
Esxiaña,  grupo  excelso,  que  aún  sien- 
do revolucionario,  permanece  clási- 
co, clásico  del  ¡Siglo  de  oro,  del  cual 
es   un    rosal   en    retoño : 

la  España,  que  hace  diez  años,  no 
teiiía  nada  digno  de  atención,  que 
ofrecer  al  espíritu  inquieto  de  nues- 
tra América,  tiene  hoy,  ese  grupa 
de  poetas,  que  con  el  arte  inimitable 
y,  la  prosii  única  de  Valle-Iuclán,  y, 
las  gallardías  artísticas  de  Manuel 
Bueno,  marchan  á  la  reconquista 
del  pensamiento  americano,  y  son 
dignos    de    ella ; 

entretanto,  vayan  esos  libros  de 
AMllaespesa,  á  encantar  las  mentes- 
americanas,  con  la  fascinación  irre- 
sistible de  sus  tristezas,  y,  el  perfu- 
me de  perfección  que  se  escapa  de 
ellas,  como  de  un  rosal  oculto,  en 
el  cual  cantara  un  pájaro  la  or- 
questación invisible  de  sus  poemas 
musicales,  llenos  de  coloración  y  de 
armonía,  cerca  á  las  zarzas  en  flor 
de   los   cármenes   de   Granada ; 

allá  hay  un  grupo  de  almas,  llenas 
de  sensibilidad  meridional  y  de  cul- 
tura estética,  que  sabrán  recoger  y 
admirar,  estas  misteriosas  canciones, 
que  subiendo  de  las  profundidade.* 
aisladas  del  corazón  de  un  Poeta, 
van  á  perfumar  el  nuevo  mundo,, 
con  el  olor  de  la  vieja  encina  lírica, 
la  vieja  encina  española,  súbitamente- 
reflorecida    y    poblada    de   jilgueros; 

que  cantan  la  vieja  canción  en  rit- 
mos   nuevos. 


—  159  — 

La  Sol-edad 


Junto  al   lago 


A    I  i.  J iilt.'lii   ciiudd a  . 


Para   Apolo. 

Hoy  lili  .iardiii  de  iiálido  i)OCt;i 
con  aziiceiiíis  de  orfandad  se  viste. 
un  solo  nombre  vive  en  mí:  Julii'in  .' 

¡  Canta,  mi  amor,  tu  soledad  y  iiiciisa 
(jue  sin  el  sol  de  su  mirada  innieiis:i 
mi  alma  solloza  como  un  agua  triste  '. 

Lleg-a  li;ista  mí  una  música  divina 
de  besos  y  nostalgias  :  Es  Julieta 
(lue  supira  en  el  piano  una  indisereía 
cont'esi('ni  de  latidos...  Ella  trina 
--  alondra  y  surtidor  y  brisa  fina  — 
su  canto  —  encaje  y  tul  y  pej'la   rara  — 

¡  Canta,  mi  amor,  tu  soledad  \  piensa 
que  al  ver  el  sol  de  su  mirada  inmensa 
mi  alma  revive  como  un  agua  clar.i  ! 

Surge  en  delg'ada  y  gcítiea  silueta, 
la  tentación  de  la  primera  eila  ; 
la  buena  luna  sabe  ser  discreta 
y  ))arece  ([ue  se  oye  á  Alarg-arita 
decir  :  ¡  un  beso  !  .  .  ¡.júrame  !  . .  ¡  te  adoni  I 

¡  Canta,  mi  amor,  tu  soledad  y  piensa 
((lie  sin  el  sol  de  su  mirada  iiimeiisM 
mi  alma  la  sueña  como  un  agua    de    uro  I 


Una  forma  snbliiiic  en   la  glorieta 
lie  mi   espíritu,  va.'a  .  .  .   se  detiene 
y  me  mira  .  .  .   un  crejiúscnlo  vinleta 
junto  á  sus  (ijus  inspii-;nlos  tiene: 
Ks  mi  iiuimcra  _s'  es  mi  linrí.    la    in(|UÍeta 
rcv(daei<ín  de  mi  aiisiedail  (ilisciira. 


¡  Canta,  mi  anuir,   tu  soledad  y  piensa 
i|ne  bajo  (d  sol  de  sn   mirada   inmensa 
mi  alma  la  espeja  como  nn  agua    pura  1 


Silencio  y  luto  en   mi   jardín  inerte... 
ni   pájaros,  ni   brisas...   de  ctiíjiieta 
severa   viste  el   lago  y   el   jioeta. 
—  mi   corazt'in — se  acuesta  con  la  muerte. 
Ella  se  fué!..   ;  ilecri'iiitnd  secreta. 
N'acio.  Eternidad.   H(j|-i'or  y...  Xada  ! 


¡  Canta,  mi   amor,  tu  soledad  y  piensa 
(lUe  sin  el  sol  di'  su  mirada  inmensa 
mi  alma  está  muerta  como  un  agua  licladal 

.Inio   llEKMiEüA   Y  REISSKr. 

M<inte\iiieo. 


•  ^  Q 


To    yo^^    Hatids 


Para   Apolo. 


!  Deja,  tan  solo  un  instante 
Mirar  tus  pálidas  manos. 
Con  el  coriil  de  sus  uñas 
Y  sus  dedos  alargados; 
Trozos  de  lirio,  (ine  aumieia 
Como  g-loriosos  heraldos. 
La  exquisitez  de  tu  alma 
Poblada  de  sueños  blancos 


Las  iniag'ino  en  un   temiilo, 
Unidas  ante  un  santuario. 
Vibrando  con  las  pleg-ariax 
Como  cirios  extaífiados  .    ... 
()  en  un  hermoso  jardín 
Entre  jazmines  y  nardos, 
Oyendo  en  la  iiíimavera 
'Priunfante  gorjear  de  jiájaros.  .. 
Ó  recorriendo  los  libros 
De  poetas  olvidados, 
Bajo  la  luz  de  la  luna 
Y  los  besos  de  los  astros  ... 

Jii.io  Raúl  MEJsDlLAHAliSU 


Madrid,  iDOíi. 


—    KIO 


Ku^stras  obvas 


I'.xoriiiunos    esta    |iíÍí;íii.i   con 
1^1     i'i-tialii    del     iii;i<'iiicin    mu 
4;iiayo  don  ('arlos   líicci  y  'l'oii 
Jiiii.  i|iiicn.  en  cDlalniraciiin  con 
't'l    famoso    aninilcctii    italiano 
t'oiMt'ndador  don   Aii;;nsto  (Üii 
■<liui.    jiroN  i'cní    la    (iaU/ria    .Mo 
.luuni'iital   iini'  se  construirá  en 
•el   radio  conipi'cndido  entre  las 
<'niles  Rincíin  >'  iiiicnoN   Aires. 
y  l'la/.as  Independciuia  y  Cons- 
íltiiciini.  tomando  emiio  centro 
Ja   calle  Sarandi. 

l'oi-  el  li'l-aWado  i|lle  hice  nile>- 
ra  portada.  los  lei-tircs  de  Aro 
I. o  podi-án   admirar  la   majíiiili 
i-eneia    di'    la   olira    proyectada. 


— 4^ 


¡£l  vaso  roto! 


.1       Ciirl,<s    M.  ,1, 


¿  iMo  sabes   porqué  ahopa   me  fesisto 
Á    quererte,   sabiendo   que   me  quieres? 
Por  que   todas  las  glorias  y  placeres 
Sé  de  tu   euerpo    sin  haberlo   visto! 

No   te  extrañes  si    llegas  á  saberlo 
Porque   he   troeado   en   odio   mis   ternuras. 
Yo  gusté   tus  caricias   y   locuras 
Y   tu   amor  conocí,   sin  conocerlo  I 

En  un  sueño   tu  amor  perdió  el  encanto. 
Lia    misma  causa  fué   porque  odió   tanto 
Demetryos  á    K^^ysis,  que  habia  querido 

Y  en  un  sueño   sus  gracias  consiguiera. 
Lío  que  despierto   pretendí  que  fuera 
En  aquel  sueño  fué,   sin  haber  sido! 


Ovidio    FERNANDEZ    RÍOS. 


—    161    -- 

Uti  motivo  sobre    Motivos  de  Proteo 


Fdia    Apolo. 

Al  eerr;n' el  libro  úr]   ¡idniirablc  estilista  y  iJCMisadoi"  orieiitaL 
Tina  iiitcrroo";ic¡(')ii  npreiiiinníc  se  ha  jilzado  cu  mi  (.'spíritn  : 

—  Lm  iroiiín  ^.  es  un   siijiio  de  l'uei'za  V 

Porque  hasta  nyer  la  eonvicción  tuvo  el  ('spacio  de  la  duda  (K- 
hoy,  y  siempre  tbrjé  para  los  altos  peiis.-idores  llenos  de  ironía  timi. 
y  áticíi,  l(!yendas  portentosas  de  vii>-or  mental,  de  fuerz;i  ii'resislible. 
de  poderío  intelectual  sojuzgador  y  omnipotente. 

La  duda  lia  suri^ido  á  modo  (W  desluml)i"aniienío,  como  si  entre 
densas  nubes  tempestuosas  un  cárcUíno  rel;'inip;i_ii-o  hul)iera  irradiado 
su  luz  ¡nesjxírada  soljrc;  un  panorama  desconocido  é  insoñado.  La 
ironía  repres<ínt(3  siempi'e  (ui  mis  creencias  el  suniuu  del  vigor  y  de 
la  fuerza,  cr(iía  enti'ever  en  ese  ivsquicio  del  espíritu,  un  á  modo  de- 
atolón  de  la  ^lalasia,  una  lag-una  perfunnulM  que  entoriuin  multifor- 
mes corajes,  serenas  las  agnins,  llenas  de  g-éruiencs,  [)i-estas  á  saciar 
la  sed  del  peregrino  (íntre  las  salobres  ol.-is  del  océano. 

Así  contemplaba  á  aquel  gran  Cervantes  íSaavedi'a  cuy;i  ironía 
infinita  llev(')  á  encarnaren  un  desiintentado  trashumante  los  senti- 
mientos más  generosos  y  más  altos  que  la  humana  imaginación  ha 
conc<.'bido;  i\ne  hizo  de  un  zaHo  ganan  el  prototipo  del  sentido  de 
la  realidad,  el  sereno  pensar  y  el  honesto  vivir.  Loco  v  desatentado- 
el  generoso  que  desface  enluei'tos,  grosero  y  rústico  el  ser  eciuili- 
brado  que  pesa,  la  vida  y  la  viveserenaujente.  Ironía  más  sangrienta 
jamás  se  ha  visto.  Y  luego,  en  el  tiempo  que  se  pierde  liacia  los  con- 
fines remotos  de  la  historia,  en  el  pasado  de  ayer,  en  el  i)resente 
de  hoy,  los  más  delicados  espíritus  dieron  entrada  á  la  ironía  p;ira 
serpentear  con  las  galas  de  su  mente  las  enseñanzas  fecundas,  las- 
nonuas  exacttis,  la  tinajidad  de  una  vida  y  el  norte  de  un  propósito. 
Asi  la  veo  deslizar,  esa  ironía,  helena,  majestuosa  y  serena.  sir> 
amargura  ni  odio,  entre  las  páginas  llena  de  unción  de  los  pensado- 
res modernos,  de  los  pensadores  del  día,  de  los  (juíí  sienten  pasar  la 
vida  inestable  y  tumultuaria  sin  dejar  otro  rastro  en  las  evolu- 
ciones del  cosmos  que  las  sunaciones  de  nuestra  ambición  y  nues- 
tra vanidad. 

Y  he  aquí  que  Rodó  se  ofrece  de  lleno,  con  gesto  de  profeta,  sin 
un  solo  vestigio  de  esa  adorable  ironía,  sin  que  señale  en  el  árida- 
ruta  de  su  peregrinación  al  través  de  las  sendas  que  su  «  Proteo  > 
recorre,  un  solo  alto  donde  repose  junto  á  las  aguas  pei-funiadas  de 
un  atolón  polinesio  el  cuerpo  atlético  de  ese  «  Proteo  »  singular,  que 
siendo  «  Pi'oteo  »  solo  se  envuelve  en  la  túnica  del  alto  pensar,  del 
austero  pensar,  y  que  muy  rara  vez  siente,  con  sentimientos  de 
Iiombre  pasional,  la  entereza  del  instintivo,  la  realidad  del 
«  humano  »  . . . 

Yo  hubiera  amado  más  este  «  Proteo  »  si  liubiera  sentido  ])al pi- 
tar arterías,  vibrar  nervios,  gritar  pasiones,  gemir  duelos  y  angus- 
tias entre  sus  austeros  pensares  y  su  vivir  metafísico.   Porque  he 


—  u;2  - 

visto  en  él  mucho  de  aiiiicl  Eiiierson  humilde  y  diáfano,  arreijatado 
entre  his  ondas  de  !a  (iloe  lencia  de  C;ii"l  Was'ner,  pero  he  adver- 
tido á  este  ((  Proteo  »  douiinado  por  hi  exclusividad  del  pensamiento 
y  no  S(')lo  se  vivj  la  vida  mental;  taniljíén  se  siente  .  .  . 

Y  la  sutil  pincehida  de  una  ironía  exquisita  hubiera  puesto  nota 
de  color  y  de  vida  (¡ntre  las  austeras  lucubraciones  del  pensador, 
oriental,  habría  vencido  en  plena  lucha  de  pensamiento  y  arte  á  ese 
Kmerson,  g-ran  Profesor  de  Enerj^ía,  y  á  ese  Wagner  mistificador  de 
liumildades.  Porciue  Kodc)  ha  mostrado  la  magia  de  su  estilo  insu- 
perable en  cada  página,  la  alteza  y  la  intensidad  de  su  pensar  en 
cada  línea,  la  amplitud  de  su  horizonte  mental  encada  párrafo,  pero 
ha  hecho  obra  mental,  obra,  de  metafísico,  obra  de  liniamientos 
morales  y  de  preceptos  de  ética  demasiado  escuetos  dentro  de  su 
alta  finalidad. 

No  es  unilateral  la  vida,   ni  «Proteo»  [)uede  serlo  sin    hurtará 
*u  nómbrela  primera  condici(3n  (jue  le  caracteriza. 

Norma,  enseñanza,  finalidad  son  de  una  i)ureza  ideológica  insu- 
perable en  este  libro  admirable. 

Cabe  graduar  al  gran  artista  Juzgadoi'  de  Darío,  al  sereno  ana- 
lista de  «  Ariel  »  con^o  gnia(;or  moial  de  íi:er;'a  iiü-ólita  y  de  pureza 
insufjerable.  Pero  falta,  en  su  libro  la  palpitaci(3n  de  la  vida,  falta  en 
t>u  ol)ra  lociue  ha  hecho  surgir  en  mi  espíritu  con  la  lectura  de  sus 
páginas:  la  duda,  (lue  es  elemento  de  existencia,  ([ue  es  caracterís- 
tica de  actividad,  ([ue  es  ex|)()nente  de  fuei'za,  úv.  vigor,  de  acción 
que  es  lo  único  (jue  puede  hacer  de  un  libro  ó  de  una  mente,  algo 
«  al)ierto  sobre  una  perspectiva  indifinida  ».  Hila  afirmación  abso- 
luta se  estampa,  (lueda  cerrado  el  círculo,  el  horizonte  se  redtice, 
algo  concreto  como  un  muro  limita  la  «  peis|)e,ctiva  »  y  entonces  no 
se  acrece  en  el  manana  lo  c)ue  debió  ó  (¡uiso  ser  objeto  de  per[)etuo 
«  devenir  ». 

Yo  hubiera  amado  más  este  «Proteo»  si  hubiera  señalado  en 
todas  sus  líneas  los  dos  aspectos  posibles,  los  dos  caracttM'es  coexis- 
tentes  y  contradictorios  (jue  señalan  cuanto  vive  como  un  sello  de 
realidad,  inconfundible  é  imprescindil^le. 

Podó  nos  lo  nuu'stra  sólo  visto  l)ajo  un  aspecto,  un  color  y  una, 
«ola   perspectiva. 

Los  cueri)Os  en  el  es|>aci(j  tienen  tres  dimensiones  y  más  amplios, 
más  grandes,  más  luminosos,  son  los  artistas  cuanto  más  se  acercan 
■en  el  lienzo  á  esa  impresión  de  tres  longitudes,  imposibles  de  ence- 
rrar en  un  plano  único  . .  . 

Adoraré  siempre^  el  arte  supremo  de  aquel  insigne  Cervantes 
Saavedra  que  encarnó  en  un  desatentado  trashumante  los  sentimien- 
tos más  generosos  y  más  altos  qtie  la  humana  imaginación  ha  con- 
cebido, que  hizo  de  un  zafio  gañan  el  prototipo  del  sentido  de  la 
realidad,  el  sereno  pensar  y  el   honesto  vivir  ... 

Aktuhc.  H.  de  CAPPICAKTK. 

Montevideo.  .Iiiiiio  de  litD'.i. 

— -*^ 


—  163 

Elogios  lívicos 


I 

Tus  manos 

La  bondcul  de  tu  mano  es  un  iniJagro 
<le  suavidades  y  de  transparencia; 
y  á  sus  puras  caricias  le  consagro 
la  más  blanca  ilusión  de  mi  existencia. 

Vivir  entre  tus  manos  como    una 
rosa  de  paz  ó  nna  paloma  herida, 
<'S  seutir  en  la  pl-ita  de  la  luna 
diluirse  el  ensueño  de  la  Vida. 

¡  Oh,  frágil  mano  que  mi  mano  estrecha, 
yo  te  daré  perfumes,  mientras  queden 
rosales  en  mi  senda  florecida  ! 

¡Olí,  mano  de  piedad!     ¡Oh,  mano  hecha 
para  cerrar  los  ojos  qne  no  pueden 
soportar  las  tristezas  de  la  Vida  ! 

II     . 

Tus  ojos 

Tus  ojos  son  dos  ñores  de  tristeza, 
dos  claros  lirios  de  melancolía, 
qne  perfuman  tu  lírica  belleza 
de  nna  iuefable  y  mística  poesía. 

Ojos  que  aman  la  plata  de  la  luna 
y   la  pureza  de  los  alabastros.,.. 
Ojos  de  paz  qne  son  igual  que   nna 
noche  profunda  constelada  de  astros. 

¡Ojos,  ebrios  de  ensueños,  que  tenéis 
ardores  de  fulgentes  mediodías 
y  claridad  de  noches  tropicales  !  .  . . 

¡  Ojos  de  buen  camino,  florecéis 
en  las  tinieblas  de  inis  elegías 
como  dos  luminosos  madrigales  ! 

III 
Tu  Voz 

Tu  voz  tiene  un  dulzor  de  áticas  mieles 
y  nn  éxtasis  de  mística  poesía.... 
Tn  voz  hnele  á  jazmines  y  á  claveles, 
,   y  suena  á  coplas  de  mí  Andalncía. 

Tu  voz  se  lia  hecho  para  el   rezo,  y  para 
dar  á  las  almas  débiles  aliento.... 
j  Si  alguna  estrella  en  el  azul  cantara, 
"tendría  las  "dulzuras  de  tu  acento!' 


—  ItU  — 

Voz  de  palabras  castas  y  tranquilas, 
voz  (]ue  ¡uiprcg'na  de  llanto  las  pupilas 
á  donde  nunca  se  asomara  el   llanto  ! . .  . 

Voz  hecha  de  piedad  y  de   poesía, 
para  hablarnos,  en  horas  de  quebranto, 
del   Cielo,  de  Jesús  y  de  alaría. 

IV 
Envío 

Jamás  borrarte  on  el  olvido  esperes. 
Me  obsesiona  tu  amor.     Cuando  te  veo 
se  para  el  corazón,  porque  tú  eres 
su  sanjíre,  su  Verdad  y  su  ])eseo. 

^lis  blancas  alas  cruzarán   ilesas 
por  el  tani;o  de  todos  los  pantanos  . . . 
yu  vida  entera  es  tuya,    es  una  de  esas 
sortijas  que  tulg'uran  en  tus    manos. 

Mi  ambici(')n  ya  no  aspira  á   más  laureles 
que  á  morir  á  tus  plantas,  de  rodillas  . . . 
Y  por  morir  por  ti,  mi  amor  quisiera 

ser  uno  de  esos  fútiles  papeles 
en  que  sueles  probar  tus  tenacillas 
para   i'izar  tu  negi'a   cabelku'a. 


Fka xcisco  VILL AESPES a. 


Madrid,  1001». 


i" 


165 


La  Uyetida  d^l  Ooctor  Exquisito 


Ffagmento 


Para    Apolo. 

Era  allá  por  los  tiempos  en  que  aún  Espronceda  dominaba  con  el  gesto 
mosquetero  de  su  romanticismo,  la  ingenuidad  del  sentimiento  lírico  en  Amé- 
lica,  y  en  que  el  gesto  hiperbólico  del  viejo  padre  Hugo  señalaba  para  loe 
pobladores   del    nuevo   continente   los   confines   del   universo   intelectual... 

Era  asimismo  por  los  tiempos  en  que  Becquer,  taciturno,  mantenía  aún 
en  suspenso  á  las  almas  contemplativas,  añorando  la  vuelta  de  las  obscuras 
golondrinas,  y  en  que,  con  odas  de  Quintana,  candidos  bardos  loaban  las 
emancipaciones    políticas    de    su    patria. 

Cuando  he  aquí  que  un  día,  cierto  indio  genial  de  Nicaragua,  impelido 
por  quien  sabe  qué  extrañas  clarovidencias,  y  atraído  por  quien  sabe  qué 
sirenaicas  melodías,  abandona  la  eglógica  paz  de  su  villorrio  y  emprende 
viaje  hacia  el  país  de  Francia,  en  busca  de  las  alucinantes  maravillas,  que 
ensoñara  en  las   noches  de  sus   nativos  lares. 

Ignórase  cual  fuera  su  nombre  entre  la  tribu;  él  decía  llamarse  Rubén. 
y  hasta  diz  que  Darío,  mas  en  el  caso  al  narrador  le  basta  para  denominarle, 
su  voluntad  de  haber  tal  nombre,  que  prestigia  el  encanto  de  una  melodía 
pánica... 

Ibase    pues,    á    Francia. 

Y  allá  en  la  vieja  tierra  de  los  Luises,  en  la  ciudad  dionisíaca,  heredera 
de  Roma,  al  borde  trágico  del  Sena,  en  pleno  bulevard  halló  la  gruta  feérica, 
d(  nde    traviesos    gnomos,    elaboraban    filtros    enigmáticos. 

Ya  no  eran  elixires  de  larga  vida,  ni  hechizos  captadores  de  corazones. 
<;omo  en  el  medio-evo.  Eran  tóxicos  prodigiosos,  que  enloquecían  la  carne  y 
el  espíritu,  tóxicos  como  aquellos  que  arrebataban  á  las  jóvenes  brujas,  ini- 
ciad.is  apenas,  á  través  de  la  noche,  cabalgando  en  escobas,  hacia  el  saljhal 
monstruoso  del  aquelarre...  Eran  tóxicos,  enemigos  de  la  tranquilidad  del 
Alma,  prohibidos  por  la  Moral  y  condenados  por  la  Ortodoxia  rígida. 

Rubén,  naturalmente,  quiso  poseer  los  filtros  de  ese  laboratorio,  en  que 
la  alquimia  renovaba  sus  fórmulas  esotéricas,  hacia  fines  del  siglo  decimonono. 
Pero  los  gnomos,  tenían  celebrado  pacto  solemne  con  Luzbel,  y  exigieron  no 
ya  el  Alma  del  indio,  más  si  algo  que  era  tanto  como  la  esencia  de  su  Alma . 
exigiéronle  el  don  de  su  Sinceridad 

Y  el  indio  peregrino,  preso  ya  en  las  redes  de  araña  del  encanto,  firmó  el 
pacto,  vendió  sti   Sinceridad   á   cambio   de  los  filtros  mágicos. 

Tendiéronle  los  gnomos  en  un  lecho  ritual  é  infundiéronle  un  hondo 
sueño   inmóvil. 

Ágiles,  con  esa  agilidad  de  que  ellos  solos  saben  el  secreto,  procedieron 
á  las  formalidades  de  cierta  impía  liturgia,  por  cuya  incógnita  virtud  el  que 
firmara  el  pacto,  íbase  á  consagrar  doctor  en  Rimas  y  Ficciones. 

Cuando  ."s  despertó,  sintió  en  el  pecho  un  vasto  frío,  y  en  sus  venas, 
dimde  corriera  la  tumultuosa  sangre  de  su  estirpe,  había  un  perfume  raro, 
destilado  en  los  alambiques  de  los  gnomos. 

No  sin  cierto  recelo  abandonó  Rubén  la  gruta  misteriosa,  donde  dejara 
el  palpitar  humano  de  su  vida,  oprimiendo  en  las  crispadas  manos,  el  tesoro 
de  sus  venenos  químicos. 


—  IC.G   ~ 

En  la  calle,  profanos  transeúntes,  creyeron,  con  frrave  irreverencia  para 
.su  título  doctoral,  que  aquel  hombre  que  de  tal  modo  olía  &  esencias  de  toca- 
dor  galante,   fuese   un   reclamo   de   la   perfumería    de   moda. 

Así  fué  como  el  indio  genial  de  Nicaragua,  convirtióse,  por  obra  de  cual- 
<iuier   hado   irónico   en   el   Doctor   Exquisito   de   esta   leyenda. 


Deseoso  de  mostrarse  ante  sus  coterráneos,  en  aquella  imprevista  consa- 
gración de  su  persona  y  de  asombrarles  con' el  l)rillante  alarde  de  sus  muni- 
ficencias, embarcóse  de  nuevo  nuestro  héroe,  desandando  la  ruta  que  an- 
duviera. 

Llegado  que  hubo  á  .Vniérica,  y  i-evestido  con  un  traje  precioso  de 
antiguo  prestidigita  'or,  que  había  adquirido  en  una  tienda  del  Fauboiirti.  ¡.  o- 
menzó  á  desplegar  ante  la  atónita  candidez  de  los  americanos,  una  serie  de 
gestos  nigrománticos,  malabarismos  del  circo  parisiense,  y  en  dosis  cautelosas 
á  expender  sus  venenos,   al   precio  módico   de  la   estupefacción. 

En  el  primer  momento,  algo  como  un  impulso  retroactivo  del  ambiente, 
py recio   enajenar   el    éxito    de   la    empresa. 

Sus  prácticas  ocultas  y  sus  ritos  herejes,  produjeron  católicos  recelos  en 
las   musas  honestas,   que  inspiraban   las  trovas   de   aquellos   bardos   simples. 

Y  las  primeras  extravagancias  de  maese  Exquisito,  fueron  vistas  con  esa 
inveterada  desconfianza  hacia  las  cosas  nuevas,  arraigada  en  las  almas  pere- 
zosas, que  vegetan  en  la  tranquilidad  de   sus  rediles. 

Afirmaba  el  Doctor  que  más  allá  de  Hugo,  más  allá  de  ese  límite  para  ellos, 
hasta  entonces  extremo,  liabía  un  mundo  de  inspiración  y  de  prodigio,  un 
inundo  pleno  de  una  belleza  nueva,  ubérrimo  en  tesoros  de  delicia  y  de  horror 

Hablábales,  en  un  lenguaje  raro,  de  raros  hombres,  enfermos  de  \in 
misterioso  mal,   nacidos   bajo   la   influencia  cabalística   de  los   astros  malignos. 

y  todo  esto  perturbaba  el  curso  monótono  de  aquella  vida  aldeana,  la 
somnolencia   plácida    de   los   días,    en   su   gotear   isócrono. 

Mas,  paulatinamente,  fué  operándose  entre  el  rebaño  lírico,  un  fenómeno 
digno    del    más    severo    análisis. 

Bajo  el  extraño  influjo  de  los  filtros  que  el  Doctor,  con  fina  diplomacia 
íbales  dando,  un  estremecimiento  desconocido  hizo  vibrar  las  almas...  Miste- 
rios de  penumbras  y  vaguedades  de  nieblas,  invadieron  el  campo  de  la  psico- 
logía. Sibaríticas  ansias  atormentaron  sutilmente  las  sensaciones,  y  refinados 
espeluznos    recorrieron    los    nervios. 

En  la  tosca  emotividad  colonial,   nació  la  percepción   estética  del  matiz. 

Y,  prefirieron  los  oídos  á  las  charangas  patrióticas  de  los  clarines,  la 
melodía  encantada  de  la  siringa,   en   los   crepúsculos. 

Las  elegantes  drogas  comenzaron  á  producir  su  efecto :  el  flamante  maes- 
tro había  logrado  inyectar  en  las  venas  de  los  colonos  candidos,  el  virus  de- 
moníaco de  las  neurosis,  y  los  intoxicados  íbanse  difur^diendo  en  villas  y  ciu- 
dades,  de   uno   á   otro   confín   del   continente. 

Olvidáronse,  presto,  de  las  obscuras  golondrinas,  y  no  cantaron  ya  para 
la    independencia    de   las   patrias. 

Kenegaron  del  culto  de  Espronceda  y  de  Becquer,  y  el  venerable  Hugo 
pa.só   como    reliquia   al   museo   de   las    antigüedades. 

Y  en  su  defecto  diéronse  á  adorar  los  nuevos  ídolos  que  el  mago  se 
iiabía  traído  de  París,  un  \iejo  mendigo  mitad  cabrío,  mitad  mono,  católiin 
y    corrompido,    degenerado    y    genial,    que    reía    como    un    ebiio    y    lloraba    como 


—  167  —    : 

un   niño,  y  un  elegante  caballero  mitad  francés  y  mitad  griego    con   enhiesto? 
bigotes   de   espadachín,    y   sombrero   de   copa. 

Los  curneritos  de  panurgo  de  la  literatura,  convertidos  en  traviesos  ca- 
1  rillos.  se  negaban  á  seguir  tras  el  cencerro  académico,  para  lanzarse  á  su 
áibitro   á  los   prados,   triscando  como   en  tiempos  de  la  mitología. 

Aquellos  venerables  vasos  seculares  tallados  con  las  reglas  de  un 
alte  simple,  que  de  padres  á  hijos  íbanse  trasmitiendo,  para  apurar  en  ellos, 
el  vino  generoso  de  las  inspiraciones,  fueron  abandonados  en  la  sombra  de 
las   iintiguas   arcas   de  caoba. 

Y  en  su  lugar,  finísimas,  delicadísimas  ánforas  parisienses,  de  las  más 
r  ira»-  formas,  sirvieron  para  escanciar  aquel  champagne  histérico  que  burbu- 
jeaba   en   el   espíritu   de   los   intoxicados. 

Mas.  contra  aquel  avance  inesperado  de  la  nueva  fiebre,  en  el  ambiente 
irguióse   una   protesta   clamorosa. 

Aquello  semejaba  una  irrupción  de  hetairas  ebrias,  en  la  paz  solariega 
di'  una  mansión  tradicional,  donde  se  mantuviera  el  culto  de  la  virtud  do- 
méstica,   bajo   la    égida   mansa    de   los   abuelos. 

Vn  vasto  cacareo  de  alarma,  cundió  por  todo  el  continente.  Las  comadres 
di.  la  retórica,  azoradas,  lanzábanse  á  las  plazas,  comentando  en  corrillos, 
con   alardes  teatrales,  la   invasión  pavorosa,   de  aquella  locura   iconoclasta. 

Diéronsele  á  los  intoxicados,  fuertes  inyecciones  de  suero  Jnirgués.  Quí- 
sose prohibir  que  el  mago  envenenador  continuara  expendiendo  sus  diabólicas 
drogas. 

Mas   ya    era    todo    en    vano. 

Habíase  iniciado  en  el  organismo  intelectual  de  América,  el  proceso  fatal 
de  una  neurosis,  que  iba  á  ser  más  intensa  de  hora  en  hora,  hasta  alcanzar 
sil  instante  de  suprema  crisis,  para  perderse  luego  como  las  cosas  todas  en  el 
eterno    torbellino    de    las    transformaciones. 

Aurelio  DEL  HEBRON. 


«♦» 


£1  Nudo 


Paro  i'l  inefable  Rodó  —  e,Hi"<íasla,,'i',il<' 

Su  idilio  fué  una  larga  sonrisa  á  cuatro  labios  .  .  . 
Kn  el  regazo  cálido  de  rubia  primavera 
Amáronse  talmente  que  entre  sus  dedos  sabios 
Palpitíj  la  divina  forma  de  la  Quimera. 

En  los  palacios  fúlgidos  de  las  tardes  en  calma 
Hablábanse  un  lenguaje  sentido  como  un  lloro. 
Y  se  besaban  hondo  hasta  morderse  el  alma  !  . .  . 
Las  horas  deshojáronse  como  flores  de  oro, 

Y  el  Destino  interpuso  sus  dos  manos  heladas  .  .  . 
Ah  !  los  cuerpos  cedieron,  mas  las  almas  trenzadas 
Son  el  más  intrincado  nudo  que  nunca  fué  . . . 
En  lucha  con  sus  locos  enredos  sobrehumanos 
Las  Furias  de  la  vida  se  rompieron  las  manos. 
'^'  fatigó  sus  dedos  supremos  Ananké  ... 

Delmira  AGUSTINL 


—  168    -- 
SAMÜELi    BLilXEf>l 


Por  esttir  yaoii  prensa  nuestro 
número  anterior,  no  pudimos 
adherir  nuestro  pésame  al  de  to- 
da la  intelectualidad  uru^'aaya. 
l)or  la  muerte  del  compariero  en 
letras  Samuel  Blixen,  troncluida 
<lolorosamente  su  vida  en  ñor. 
por  la  acción  de  un  mal  fulmi- 
nante. 

Y  Ap(1L()  lioy  lo  lince.  Se  adhie- 
re de  rodo  buen  corazón    v   con 


todd  sentimiento,  á  la  Q;v;\n  de- 
mostración de  condolencia  (|ue 
han  llevado  á  cabo,  ante  el  ji'hi- 
rioso  caído,    todos   los   liomi)rcs 


de  un    pueblo,   sin   distincicui  de 
clases  ni  tle  ideas. 

Y  Ai'oLo  entre  toda  la  vorá- 
jí'iiui  de  diarios  y  revistas  (|ue  se 
han  ocupado  extensamente  de 
Blixen,  destacándose  luminosa- 
mente y  ocupando  un  lug-ar  de 
honor,  se  hace  suyo  el  dolor  de 
todos,  por  ser  el  más  alto  (íxpo- 
nente  de  nuestra  literatura,  (jue 
tanto  amó  y  luchó  por  ella,  el 
([uerido  Maestro  muerto. 

Y  con  esta  humilde  página 
Apolo  ya  lleva  en  si  la  misión 
de  hacer  saber  la  triste  nueva  á 
todos  los  distinguidos  cenáculos 
intelectuales  de  América  y  Espa- 
fía  donde  el  autor  de  Cobre  n'ejo 
gozaba  de j' US ta  y  merecida  tama. 

Sobre  su  tuml)a  deponemos  la 
tlor  de  nuestras  afecciones  y  la 
garantía  de  todos  los  respetos. 


«♦« 


UN    RECUERDO 


'írtid iirr/óii    (le    Lcojxildii    Dn.i/.. 

Klla  iiiiriili.i   lijjinu'iite  el  sucio. 
Kii  el  lioii(li>  silencio,  los  instantes, 
abismos  eran  de  dolor  y  duelo. 
!  Olí.  si  por  sienipre  juntos,  anhelantes, 
un   iniíirevisto  f;'olpe  nos  liirieía  ! 
Lentamente  elaNinne  sus  brillantes 
ojos.   Aún  niiio  su  e<iiivulsa  boca 
Iiablándome  palabras,  y  evocando 
una   i'oji/.a   lla^;a.  ijue  sanj-rando. 
parece  i|uc  salpica  á  quien  la  toca. 

(iAiuiíia.   D  AXXrXZlo. 


«♦« 


GESTO 


Lij.e:lT.a.,    xtxsls    jn.olDl<2;ir3ne;nte;.     ÜSTo    te;    arre;d.re;s 
OiJ-a.radLo    (sl    dolor    sxxs    ga.rfios   sobre;    ti 
da-"u-e;    siró.    e:oxDn.pa.sión ;    (^xizttsl^    si    piji.e.dLe;s, 
La.    lae;rid.a.,    y    sigixe;    h)a.ta.lla.ncio    a.sí. 

Ltxeiaa,    orgu-lloso    de;    tii    e:rgixido    e:uLe;llo, 
lif    a.nte;s    qtxe;    re;fTJ.gia.rte;    e-n    e;l    IE^ode;r 
EIntréga.te;    a.1    TSrir\7-a.na.,    Jna.^:    e;se;    ge;sto  ; 
Sé    tánico    dT_te;fio    de;    \.\j.    propio    se;r. 

t  Inédita).  l'KREZ  Y  CURIS. 


-    169  — 


La  rosa  natural 


(i; 


ESCENA  XIJI 
fllbcpto    y    Elena 

Alberto — Elena. 

Elena — ¿Qué? 

Alberto — Escúclieine. 

lÍLENA  —  ¿  Para  qué  . . .  para 
qué? 

Alberto  —  ...  un  momento, 
un  instante;  después  tendrá  tiem- 
po de  ejecutar  su  veng-anza. 

Elena—  '/u-eicándose  '  ^^^¡ [    veji. 

oanza? 

Alberto  Sí,  su  venganza. 
.Justa,  mu V  justa:  pero  venganza 
al  ñn. 

Elena  — Y  usted  . . . 

Alberto — Sí, . .  .  tiene  raz(3n. 
La  culpa  no  es  suya.  Ahora  tai- 
vez  usted  no  crea  en  mi  sinceri- 
dad. 

Er>ENA — ¡Quién  sabe!  Pensai-é, 
calcularé  .  .  . 

Alberto— No,  Elena.  Deje  esa 
máscara  por  un  momento  y  crea 
que  hablo  con  el  corazón. 

Elena  — Uf. . .  ¡el  corazón! .  . . 
eso  es  muy  viejo. 

Alberto — Hoy  he  sentido  como 
un  i-ecio  latigazo  de  vida  en  el 
t'spíritu,  y  ha  pasado  j'or  mí  co- 
mo un  relámpago,  la  certidum- 
bi-e,  la  evidencia  de  algo  muy 
doloroso.  ¿Quiere  que  sea  pro- 
fundamente sincero? 

Elena — Por  cui-iosidad...  ¿Qué 
va  usted  á  decir? 

Alberto  Hace  un  momento, 
para  salir  de  una  situación  vio- 
lenta ])ara  todos,  propuso  us- 
ted .  . . 

Elena  Sí...  una  j'usta  mo- 
derna. Una  lucha  en  que  se  pon- 


Para    Apolo 


drá  á  prueba,  la  vol tintad,  tM  ca- 
rácter, eJ  amor  . . .  propio. 

Alberto     Pues  bien:  yo  no  la 
acepto.  Renuncio  áella  y  me  de 
claro  vencido  de  antemano. 

Elena — ¿Lo  ha  pimsado  bien? 

Alberto  No  lo  he  pensado... 
lo  he  sentido. 

Elena — Es  extraño.  Provocar 
una  situación  para  retroceder 
antes  de  llegar  al  final.  ¿Qué 
fué  de  ese  espíritu  práctico  con 
que  se  ganan  las  más  grandes 
empresas? 

Mire  usted  '  se''"i''i  -'i  ^^^'^'^t )  ^^ijj 
está  el  enemigo  en  acecho,  espe- 
rando la  opoi'tunidad  de  ganar 
la  partida.  Ahí  dentro,  sí,  ya  ha 
empezado  la  lucha.  El  interés 
tiende  sus  redes,  la  convenien- 
cia afila  sus  garras,  el  fuerte  cla- 
va las  uílas  sobre  el  débil  que  al 
fin  ha  de  entregarse  cansado  de 
luchar  . . .  Por  mi  parte  ya  es- 
toy preparada  para  todo.  Usté - 
des  me  han  transformado.  ¿Voy 
á  permanecer  inmutal)l<'.  acaso? 
Meditaré,  tendré  en  cjienta  lo 
que  convenga  ('■"'"  ''"'<'i'- 

Alberto — Precisamente,  por 
eso  es  que  yo  no  ace|)to  la  lu- 
cha. Porciue  usted  ha  cambiado, 
porque  usted  es  otra.  ¡Si  el  es- 
cepticismo me  hizo  dudar  frente 
al  raudal  purísimo,  ¿cómo  quie- 
re usted  que  me  haga  creer  en 
la  corriente  oscura  y  turbi;i? 
lOoii  siiR-eriila.l  ycaloii    Vuelva    usted 

á  ser  la  mujer  de  antes,  la  que 
arrojó  una  flor  como  ofrenda 
del  alma  y  veiVi  entonces  C('>nio 
lucho  y  triunfo.  Ti'iunfo,  sí.  Fren- 
te al  peligi'o  de  perderla  para 
siempre,   he  sentido    latir  el  co- 


fl)     Bella  comedia  en  un  aeto  ile  nuestro  iiuerido  aniijío  el  aphuKlido  eseriior  Ismai 
I  ortinas,  que  será  representada  iiróxinianiente  en  un  teatro  de  Buenos  Aires. 


170 


i';i/.(Mi.  hcjciiios  luc  linbU'  libre- 
mente. Xu  se  eiiltr;)  usted  con 
es;t  niásc;ir;i  cruel — (pie  la  hace 
eu<»ista  y  calcul.ulera  —  porque 
entonces  se  habrá  perdido  to- 
do. .  .  Kido,  y  no  valdrá  la  pena 
kichai'  ni   vt-ncer  .  . . 

Klkna     ¿Acaso  soy   culpable? 

Amíkkto  -  Xo,  <'1  culpable  soy 
\<i.  1.a  culpa  la  tenemos  todos 
los  (¡ue  en  la  vida  nos  creemos 
bii>-;;os.  fuertes,  desinteresados, 
pero  llcf^amos  á  dudaí-  de  sus 
más  nobles  fines,  á  fuerza  de 
cliocar  con  el  interés  S(')rdido  y 
l)rutal:  o!\i<hindo  (pie  lia_\  un 
refiii;M'o  inviolable  en  el  alma  de 
usledes.  al  cpie  sólo  del^e  Ileoar- 
se  por  el  amor:  ese  amor  i'inico 
dominad(>r  >■  exclusivo,  absolu- 
to y  ;íi-ainj.  eji'oísta  de  su  propio 
l^ien.  <|ue  m»  duda,  tpie  no  razo- 
na porque  es  impulso  misterio- 
so >  secretf) .  .  .  Elena:  en  este 
instante  soy  un  hombre  sincero. 
Me  experimentado  el  doloi-  hon- 
do y  profundo  de  ver  alejarse 
lina  i»rimaA"era.  llai;a  usted  que 
\i:elva  y  me  verá  resuelto  y  lu- 
chador, con  ^'eneroso  brío,  con 
nol)]e  impulso  .  .  . 

Ei.i-:na  (¡'r.icM.inciitc  ^y  si  fuera 
tarde? 

Alberto —  X<i:  en  su  alma 
puede  rexerdecer  la  Horesceiieia 
de  la  es]  eranza  y  el  ensueño. 
Perdone  usted  al  (pie  no  sujio 
mirar  hasta  el  fondo,  para  ba- 
ñarse en  la  onda  serena  (pu'  es 
fuente  de  etei'no  y  bienhechor 
consuelo  .  .  . 

Ei,EXA—  <'""  ii"iii;i>  ^_p;ira  (pié. . . 
para  qué?  .  .  . 

Al-HKRTo-  Xo  repita  usted  es;i 
frase  cruel,  (pie  eiixcnena  >■  (pu- 
mata. 

Elkna — ])e  usted  la  he  apren- 
dido. 

Ai.HERTo- Olvídela  .  .  .  como 
la  olvido  yo.  Y  si  la  recordamos, 
sea     tan     s(')lo    para     preg-untar: 


.il   c.í.h>  y  .•ünon.s.-iinonte)  ^joni  que  CU- 

j^a fiarse,  ¡tavít  <¡n¿  mcmtír,  para 
71»^' ahoyar  los  más  nobles  im- 
pídsos,  para  (¡uo  desvirtuar  lo 
más  hernn)so,  lo  más  humano, 
acaso  lo  i'iiiico  (pie  hace  bella  >• 
amable  a  la  vida?  ]\lireuie,  Ele- 
na: ¿no  me  ve  transfig'urado? 
Atiui.  junto  á  usted,  después  de 
la  prueba  dolorosa,  siento  palpi- 
tar uti  hálito  misterioso  de  vida 
nueva  y  fectmda,  que  llega  á  lo 
más  íntimo  de  mi  ser.  iM<i.v  eerca  >• 

(•011  fermii-íi.  Ki(;n;i  con  ^raii  turliachiu  es- 
(inivará  la  nu.adaí,    Yo  la    qU  CrO,   SÍ 

la  (pilero  .. .  pero  como  era  an- 
tes, afectuosa  y  sotii-iente,  can- 
dorosa y  buena  .  .  .  Junto  á  usted 
siento  reiuicer  todas  las  esperan- 
zas. ¿Kecuei'da  aquellas  tardes 
de  dulce  y  suprema  poesía?... 
¿Hecuerda  aquellos  versos?   ('i''" 

laridii  (le  (|U('   lOleiia  lo   mire  \   muy  (iult-c 

""''"'■■  «()j<)s  claros,  .serenos- 
(¡ne  (le  dulce  mirar  sois  alabados' 
/itor  (¡lié  si  me  miráis,  miráis 
ai/-a(los/» 

l'aiisii.  Klciia  muy  emocionada  y  tratan 
<li>  (le    u<-nllar.sc    á  las    miradas  de   Ailjerto- 
se  acoM;;'o¡a -. 

¿Llora  usted? 
Ei.KNA-  -Xo,  no  .  . . 

Al,HKRT()    -  <Iii*'i'<ticndii    ])ara  ()nc    tu 

'"'■'■  Olvidemos  lo  pasado  y  va- 
mos hacía  el  ])orvenir  (jue  nos 
sonríe.  Y(^»  sabré  tener  el  brazo 
tirnie    y    la     cabeza     erguida... 

Isleña  lo  mira  Mparcntando  cnojoi       «,()i(i}i 

claros,  -ycrciios,  ¡/a  (¡ue  así  me  mi- 
níis.    ¡uiradme  al  ¿í^r'y^o.v».  (^e  estre 

cii.-ni  las  manos  y  se  miran  por  nn  instante 
(■(in  aniorosd  aliaiidimo.  Ailierto  va  á  1)0' 
s:ula.  perii  Klena.  con  ;idemán  de  eoíiuete- 
ría.  lii  ricli.c/.a  snavementci- 

Ei.KNA  -Xo  .  .  .  hay  que  ganar 
la  apuesta. 

.Alhkrto — Es  (jue  ...  la  lucha 
era  i)or  la  otra  mujer  ...  la  ra- 
zonable, la  egoísta,  la  prosaica. 
Yo  (¡uiero  á  ésta  . . . 

Ei.KNA        Vanidoso!    ¿Y    si    la 


_     171    -  • 

inuier  razoiinhle  no  lo   perdona?  Ai.hkkto  -¿Qué    hace;-  ciitoii- 

Alhkrto     Yn    me     ha    perdo-  *^6S. 

„.,({,,  Elena     ¡(^)nr  liac«-r!  . .  .  101  i»ra- 

Elkn.v   —   Quien     sal.el     Ad.--  zo  firme,  la  calx'/.a  erun;da  ..  . 

más     no     podemos     faltar  á     la ■     • 

palabra    empeñada,    («'•■nit-si' ..'mi-  ]s.m.m:l  (  í  )irriNAS. 

miiUo  <lc  lUálii^ro  en  el   «'Imlt't  >  .Y||  j  |  ](^o;i 

,                 .                             '              '"  Montoviclco.  .Iiiiiiii  lie-  nt'i.!. 
el  adversa  rm. 


pp|Ví¿^?.-^';",  '.f  '  ^'•'i|.--^f:#Wíi"i:'' 


HOTEL     UE     LOS     POCITOS  —  MONTEVIDEO 


»♦■ 


ta  SaU 


) 


Para     Ai-OLO. 

El  polvo  se  ha  hospedado  en  las  persianas 
como  capas  de  abrigo,  y  hay  Inciertas 
cintas  de  luz  sobre  las  porcelanas, 
donde  las  rosas  se  consumen  muertas. 

Los  lirios  de  la  alfombra  se  han  gastado 
de  los  coturnos  de  oro  con  el  peso. 
Sobre  el  plano,  los  bustos,  el  teclado 
custodian  con  sus  órbitas  de  yeso. 

Todo  tiene  un  perfume,  y  cuando  arde 
el  misterioso  encanto  de  la   tarde, 
prendiendo  su  reflejo  en  las  cortinas, 

llega  hasta  el  alma  un  mar  de  evocaciones 
y  al  claror  de  las  luces  vespertinas 
se  ven  pasar  las  viejas  tradiciones. 

Julio  J.  CASAL. 


1T2  — 


Blasco  Ibáfl-ez 


En  la  otra  iiiarg-cii  del  Plata,  don 
(le  lia   dado  una  í^erie  de   notables 
conferencias,    se  encuentra   el    dis- 
ringriido  autor  de  «La  Bodeg^a». 

Apolo  le  salnda  carifiosamente, 
esi)erando  que  antes  de  partir  con 
rumbo  á  EspaTia.  visite  Montevideo 
y  deje  en  él  la  dulce  impresión  de 
su  admirable  talento. 


«♦» 


V.    BLASCO    IBxWEZ 


de  H^Uotro^os 


OJOS     PENSATIVOS 

Una  pagana  de  ojos  pensativos. 
Su  carne  en  flor  invoca  mis  caricias 
Cuando  mi  labio  bebe  con  delicias 
La  onda  de  sus  ósculos  votivos. 

Flor  de  Eros  que  provocas  avaricias 
y  enciendes  corazones  sensitivos: 
una  pagana  de  ojos  pensativos 
Dióme  tus  mieles  á  mi  íe  propicias. 

Pagana  de  Efraím  á  quyo  acento 
De  alondra,  el  alma  de    mi   amor   palpita 
Como  un  pétalo  herido  por  el  viento: 

¡  Gloria  á  la  luz  de  los  ensueños  rojos, 
Que  estremece  tus  párpados  y  agita 
La  gracia  pensativa  de  tus  ojos ! 

MAITINES  DE  AMOR 
I 

...  Y  te  dirá  mi  labio  la  olvidada 
Melodía  de  un  búcaro  de  besos. 

¡  Oh,  los  maitines  del  amor !  Un  mirlo : 
Mi  alado  numen,  oficiaba  en  ellos, 
Bajo  la  luz  etérea  de  tus  ojos 


—  173    - 

Y  la  divina  unción  de  tus  ensueños ; 
Llegó  el  invierno  pregonando  inmensas 
Añoranzas  de  amor,  y  el  ritornelo 

Del  amor  mío  se  extinguió  en  la  fría 
Desolación  de  los  paisajes  muertos. 

Las  avenidas  se  tornaron  grises, 
Veladas  por  la  sombra  y  el  misterio 
De  los  nublos  perennes  y  lejanos, 
\  quedó  la  campiña  como  un  ^^errno, 
Huérfana  del  amor,  adormecida 
Bajo  la  triste  caridad  del  cielo. 

No  hubo  más  rosas  ni  geranios.  Hondos 
Lamentos  de  almas  exhaló  el  sendero 
De  nuestra  cita  en  la  silente  hora 
Del  crepúsculo  pálido  y  sereno ; 
Los  taciturnos  álamos,  refugio 
De  nuestra  vida  espiritual,  gimieron ; 
Emigraron  las  aves ;  y  las  viejas. 
Solitarias  campanas  del  convento. 
Preludiaron  conmigo  la  elegía 
Conmovedora  del  exilio  eterno. 

¡Qué  triste  es  el  exilio  de  dos  almas 
Que  á  un  mismo  epitalamio  se  han  abierto  I 

n 

Amada,  ven.  Mi  angustia  y  los  brumosos 
Hibernales  crepúsculos  huyeron, 

Y  Primavera  enflora  la  avenida 
Espolvoreada  'de  oro. 

En  el  sendero 
De  nuestra  cita  los  acantos  ríen 

Y  las  lilas  de  nieve  abren  sus  pétalos 
Al  soplo  de  los  céfiros  y  pueblan 
Con  sus  aromas  la  región  del  viento. 

Mira  mi  labio  y  ven.  Bajo  las  frondas, 
Entre  esencias  de  impúberos  espliegos, 
Tú  me  hablarás  de  las  canciones  mías ; 
Yo  te  hablaré  de  tu  perfume  intenso, 

Y  te  dirá  mi  labio  la  olvidada 
Melodía  de  un  búcaro  de  besos. 

Y  vosotros, 
Espíritus  volubles  del  invierno: 
¡No  volváis  á  decir  en  los  maitines 
De  mis  amores  la  canción  del  Tedio ! 

PÉREZ  Y  CURIS. 


—  174   - 


¡Mujer  al  üti! 


Alicia,  en  coche,  iba  de  com- 
pras á  las  tiendas.  Vestida  de 
blanco,  virgen  y  rubia,  daba  la 
impresión  de  una  mujercita  de 
licada,  joven  y  linda.  Como  esa 
mafíana  hacía  calor,  viaiaba  con 
las  ventanillas  del  carruaje  ba- 
jadas y  el  tibio  aire  sano  aca- 
riciaba su  rostro  de  líneas  co- 
rrectas, gráciles  y  puras. 

^lientras  el  vehículo    rodaba. 


Alicia   leía 


leía  un  libro  de 


amplia  presentación  de  las  co- 
sas humanas,  de  la  vida  y  de 
los  seres.  Hija  de  padres  ricos, 
pero  sin  ilustración,  ella  misma 
elegía  sus  lecturas;  mejor  dicho, 
conij)ral)a  A'olúmenes  al  acaso, 
sin  i-eparar  en  su  g-énero  ni  en 
autores,  g'uiada  por  una  curio- 
sidad instintiva  de  leer,  de  leer 
mucho  y  de  todo.  Su  natural 
l)uen  sentido  la  apartaba  de  las 
obscenidades  escritas;  pero,  no  de 
las  teiiuosidades  sicológicas  del 
análisis  de  his  almas  y  tampoco 
de  los  refinamientos  sugestivos 
de   la    carne. 

Asi  es  que  sabía  mncho  de 
la  vida,  de  los  hombres  y  de 
Jas  mujeres;  y  sin  ser  una  ce- 
rebral determinada,  siendo  sólo 
una  frivola  entidad  social,  te- 
nía un  criterio  de  arte  y  ado- 
raba los  libros  selectos.  Por  eso 
liasta  en  los  viajes  á  tiendas 
leía,  pero  siempre  atenta  á  las 
infinitas  variedades  de  la  calle, 
á  los  saludos  de  la  gente  cono- 
•cida  ó  amiga,  ó  á  los  trajes  de 
las  demás  mujeres.  Mientras, 
trente  á  ella,  en  el  asiento  delan- 
tero del  carruaje,  sobi-e  un  lu- 
joso cojín,  se  adormecía  Lnh'i, 
su  perrita  ])ref'erída,  alba  y  vir- 
gen   como    su    dueña,    cuidada 


Para    Apolc. 

como  una  señorita,  llena  de  per' 
fumes  y  con  alhajas  al  cuello» 
como  una  mujer  elegante  y  con 
dinero. 

Cuando  el  carruaje  enfrentó 
á  la  Catedral,  Alicia  suspendió 
su  lectura,  se  persignó,  hizo  una 
caricia  al  animalito,  saludó  son- 
riente á  una  amiga  que  pasaba 
y  al  tomar  el  coche  por  Saran- 
dí  continuó  leyendo  El  tomo 
que  Alicia  llevaba  entre  sus  ma- 
nos se  titulaba  cLa  mosca  de 
oro»  y  era  un  detenido  estudio 
de  la  mujer.  Cuando  el  carruaje 
se  detuvo  frente  á  una  lujosa 
tienda  de  modas,  Alicia  no  quiso 
bajarse  sin  antes  terminar  el  pá- 
rrafo. Este  era  por  demás  inte- 
sante.  «Como  esas  moscas  de 
brillantes  colores,  tornasoladas, 
—  decía  el  autor,—  que  lo  mismo 
se  alimentan  en  un  estercolero 
que  en  una  sabrosa  confitura, 
así,  así  es  la  mujer  en  sus  amo- 
res. En  su  hambre  de  amar,  no 
repara  en  categorías  y  se  tija 
tanto  en  un  astroso  de  Ja  calle 
como  en  un  dandy  de  salón. 
Por  eso,  por  eso  se  puede  decir 
de  ella  que  bajo  su  epidermis 
blanca  y  suave  como  un  armi- 
ño tiene  mucho  cieno ...»  Al 
llegar  aquí  Alicia,  con  un  gesto 
de  asco  ceri'ó  el  libro  y  bajó 
deJ  coche. 

Llamó  á  Lulú,  pero  ésta,  mi- 
mosa, se  negó  á  seguirla.  En- 
tonces ella  cerró  la  portezuela 
y  penetró  en  la  tienda  Allá 
adentro  dejó,  olvidadiza,  trans- 
currir el  tiempo,  entusiasmada 
con  el  contacto  de  los  géneros 
finos  y  de  las  sedas  sutiles  y 
la  vista  halagadora  de  las  mer- 
caderías lujosas   y  caras. 


-   175  - 


Al  volverse  al  carriuijo  Alicia 
notó  que  Lulú  faltaba  de  allí. 
Sorprendida,  casi  nerviosa  ya, 
dirigió  su  vista  á  todas  partes 
y  de  pronto,  á  la  (listanci{i,  vio 
á  Lulú,  su  aristocrática  perrita, 
ligada  á  un  perro  sucio,  bolie- 
mío  y  fJMCO,  uno  de  esos  ani- 
males errantes,  descuidados,  ver- 
daderos hijos  de  la  calle  y  el 
lodo.  Avergonzada,  corrió  á  re- 


fugiarse en  su   coche  y  dio  or- 
den de  partir  ligero. 

Ya  en  viaje,  hizo  una  pelota 
con  el  libro  y  los  cojines  de 
Lulú  y  lo  pisoteó  todo,  furiosa, 
mientras  exclamaba  entre  hon- 
dos sollozos: 

—Oh!  la  mosca  de  oro!  Lulú 
la  puerca!  l'erra,  hembra,  mu- 
jer al  fin ! . . 

AxGEL  C.  Miranda 


VISTA    DE    l'UNTA    ARENAS 
•♦• 

Azucena  de  Milagro 


Para    Apolo. 


IVIaría  de  Cervantes,  candida,  suave  y  fina. 
Era  una  religiosa  hija  de  Santa  Clara; 
No  se  le  pasó  noche  sin  tomar  disciplina 

Y  en  veces  con  la  Virgen  dialogó  cara  á  cara. 

Pan  Celeste  le  daba  en  solemnes  momentos 
Francisco  de  Garayta,  un  fuerte  dominico 
Que  difundió  el  espíritu  da  los  dos  mandamientos 
En  aquel  corazón  de  virtudes  tan   rico. 

Tuvo  al  morir  la  monja  delirios  muy  extraños  ; 
Francisco  la  exhumó  pasados  doce  años 
Para  guardar  sus  restos  bajo  un  altar  mayor. 

Estaba  intacta;  el  fraile  besó  de  la  clarisa 
Los  labios  que  guardaban  una  leve  sonrisa 

Y  dijo  undosamente:  "Lo  ha  querido  el  Señor. . . 

Hay  una  santidad  que  sonríe  de  amor." 

Alberto  SÁNCHEZ. 
Bogotá. 


176 


£1  Patio  d^  los  arrayanes 


(  2.*  edición  ) 


Para    Apolo. 


Alo'o  iiiuy  exaltado  y  vital.  Y 
al  misino  tiempo  alg'omuy  triste 
y  muy  suave:  un  tlesbordamien- 
to  dé  verdadera  vida.  No  es  la 
falsa  sutilidad  á  lo  Martínez  Sie- 
rra (jue  dora  sus  composiciones 
con  mieles  rt^og'idas  de  abejas 
amaestradas.  No,  sino  esa  oti'a 
más  ruda  ([ue  liucde  á  Jaramago 
y  que  naturalmente  se  elaboi'a 
en  panales  de  corteza  de  encina 
y  en  el  hueco  de  algún  árl)ol 
centenario  y  venerable. 

Sombríos  y  vig'orosos  son  los 
versos  de  Vilhuispesa  de  una  trá- 
fíica  intensidad  d'annunziaiía.  Ha- 
ce amará  la,  vida  santificando  á 
la  ^[uerte.  Morboso  y  aérenos 
liace  percibir  el  olor  enervante 
y  asfixiador  del  pantano  y  el 
sutilmente  [)ervei-so  de  las  car- 
nes tísicas. 

Flota  en  todo  el  libro,  acor- 
dando con  esta  briosa  eflores- 
cencia de  juventud,  un  ambiente 
de  melancolía  y  honda  amargu- 
ra byronianas.  Desolación  de  un 
alma  sedienta,  é  insacia])le,  nos- 
talgias nielanciJlicas  de  algo  que 
<iuizá  no  existió  nunca,  deses- 
peranzas abrumadoras  d(;  lo  que 
no  existirá  jamás  acaso. 

Sol  (le  iiniiortaliiliiil,  scil  ilt;  infiíiiti) 

¿«'II   i|n»'^  los  líibios  (MI  Hiir  podré  íI|>;ijí;u'1h 

«i  (le  ímiars(!  I;is  .-iliiias  se  íatis-íin 

y  luista  l(is  labios  de  Ucsítr  S(i  catisim  I 

Es  Villaespesa,  entre  todos  Jos 
l)oetas  cont(ímporáneos  el  más 
sincero  y  <!l  más  humano.  Sus 
versos  tienen  un  fuego  y  una 
ínspií'aciíui  tan  extraord  naria 
como  no  se  halla,  sino  en  los  gran- 
des maestros  d<í  la,  poesía.  Vi- 
brantes   y    pasionales,    á   veces. 


rugen  como  tigres  en  braliama. 
Otras,  suaves  y  melancólicos,  tie- 
nen el  nostálgico  encanto  que  se 
ve  en  las  sonrisas  de  algunas 
muertas  jóvenes. 

Adviértese  en  « El  patio  de 
los  Arrayanes  »  como  en  todas 
las  oljras  de  este  joven  y  admi- 
ra 1)1(!  maestro  ese  transcendente 
é  inconfundible  sabor  á  rea- 
lidad (^ue  para  el  gran  Zola 
constituía  el  princii)al  mérito  de 
las  obras  artísticas.  Y  esta  cuali- 
dad es  tanto  más  api'cciable  aquí 
cuanto  que,  para  la  mayor  parte 
de  los  que  se  intitulan  poetas,  el 
hacer  versos  s<'>lo  consiste  en  ade- 
rezar cortos  renglones  de  una  ar- 
monía más  ó  menos  sonora.  Un 
adjetivo  su\o  es  siem[)re  tan  jus- 
to que  no  parece  sino  que  nació 
allí  mismo,  al  lado  de  aquel  nom- 
bre á  (juíí  acompaña.  ImposiI)le 
parec(í  una  sustitución  por  otro 
sin  (jue  resulte  en  menoscabo  de 
la  idea.  Y  no  se  juzgue  menuden- 
cia estcí  detalle  de  acierto  que,  si 
al  i)arecci"  es  insigníficAnte  llega 
á  constituir  frecuentemente,  el 
ánimo  de  toda  poesía.  Un  adjetivo 
es  siempre,  de  pov  sí,  algo  muy 
bello.  Pero  si  es  además  signifi- 
cant<'  y  ])reciso  adquiere  una 
transcendencia  universal  que  ja- 
más hubiera  podido  sospecharse 
en  él  de  otro  modo. 

¡Y  luego,  qué  sobrio  vigor  de 
desci'ipciones,  qué  maravilla  de 
sugestión,  qué  enorme  vitalidad 
siempre  ! 

Tus  rizos  iiu!  (M1  volvieron.  Y  cutre  el  y!\'¿o 
olor  Á  iiiiisjío  de  tu  cabellera 
.sii-spiraiite  absorbí  como  un  veneno 
el  acre  aroma  de  tu  carne  enferma. 


t  t 


Nief^oabsoliitameiiteíiue pueda  Tara  mí  no  hay  duda    de  que 

expresarse    esta    idea    mejor   de  Villaespesa   es  el   primer   poeta 

ningún  modo.  Todas  las  pala))ras  es])ano]    contemporáneo.  Y   «El 

¡  cada  una  !  evoca,  por  la   virtud  patio  de  los  Arra>  anes  »   uno  de 

<lesu  contextura  eufónica  y  de  su  sus  mejores  libros, 

sig-uiftcado   íntimo,  una  serie  in-  ; 

mensa  de  sensaciones  no  escritas.    .  1\'a:m('»x  VILLEÍíAS. 

Y  tan  intensamente  expresivo 

siempre.  Ma.iri.i  i!io;i. 


»»■ 


Ct)ik— Mujer 


Pií  ra   Apolo. 


Carii'ni.-saineiiti',   d  M/i/i'i'l   I.uis  Rni-tunxt. 


Opulentas    cabelleras  de  color  de   tempestad : 

noche   lóbrega   sus  ojos,  noche  lóbrega  que  brota 

envolvente   y   suaxe    luz  .  .  . 

Epidermis,  —  terciopelo  de  magnolias  y  carmín  :  — 

\'  sus  bocas,  —  tibia  púrpura   que  incita, 

de   los  besos  al  festín  ! 

Curvas  lentas    \^  tremantes, 

que  en  sus  ritmos  \oluptuosos  se  difunden  perturbantes 

tras  la  seda  de  sus  trajes  y  la  bruma  de  los  mantos. .  . 

Y,  sus  senos,  —  .senos  santos! 

Dos  palomas  de  alabastro 

que  aletean  voluptuosas  bajo  el  velo  del  corset. 

Pantorrilla  ebúrneíi   3^  dura, 

terminada   en  una  jo\^a,  que  es  su  pie. 

Sensitivas  en   el  duelo,  3^  salvajes  en  amor. 

Si  se  sienten  cautivar,  se  agigantan  3'  se  incendian : 

y  se   tornan  explosi(3n, 

cuando    el  beso    del    Engaño,    les  comprime  el  coraz<')n. 

vSoñadoras  .  . .  ? 

No,  no,  no  !  |i 

Almas  ñeras  de   tres  faces: 
fuego,   hielo  3^  convulsión... 
En  conjunto  ... 

Satanaces  de  opulentas  cabelleras, 
y  de  curvas  tentadoras, 
y  miradas  turbadoras, 
que   dispersan  envolvente,  suave  luz  ! 

Claudio    DE    ALAS. 

-S¡iiitiiij'-o   (le   Cliilf. 


—   178   - 


IE^ie:a.rd.o    P^a-ss^T-xo 


Sítitesis 


Para    Apolo. 


Siiiitos  Choccino  (•(iiiieiiz(')  eiicciiclicinli) 

Y  iixu/cando  después  mis  i)i'0])i:is  iras 

Y  oí  con  ñültre  cutre  el  clamor    liorreiuiü 
('nijir  las  horcas.  crei)itar  las  piras  ! 

Kl  bardo  luchador  trep()  á    las    cumbres 

Y  en  las  cumbres  sus  versos  atronaron; 
Se  encendieron  de  ardor  las  muchedumbres 
Y'  el  tirano  y  el  déspota  teml)laron  ! 

Mi  lira  lo  sis'uió  .  .  .  Fnc    tal  su  empuje 
(¿uc  (ínsoñé  como  mío  su  entusiasmo 

Y  siento  en  mi  interior  alf>"0  ()ue  rug'C 

Y  se  enciende  mi  ser  to<lo  heclio  espasmo! 


La  caricia  ondulante  en  suave  f^iro 
Mi  frente  acarició,  mi  mustia  frente, 

Y  llef¡;ó  hasta  mi  ser  como  un  suspiro, 

Y  hasta  el  alma  sintió  lo  ((ue  hoy  no  siente. 


Fna  nueva  existencia  la  dolora 
Descubrió  en  un  replie^'ue  de  mi  vida. 
Hablando  Cami)oamor  el  alma  llora 
La  lá};rima  mejor,  la  más  sentida. 

Y  es  su  intenso  pensar  tan  noble  y  llano 
(iue  confundo  en  un  haz  doble  suceso: 
Kl  (MUjinjc  marcial  del  o-ran  Chocano 

Y  (d  suave  deslizar  de  «El  tren    expreso». 

Kl  uno  se  revuelve  como  un  potro, 
Al  sufrir  y  al  amor  el  otro  ensalma. 
Kl  uno  es  luchador,  profundo  el  otro 

Y  son  uno  los  dos  dentro  del  alnia. 

Ohocano  es  la  i)asión  que  habla  impetuosa, 
C.anipoamor  el  decir  bello  y  profundo; 

Y  en  síntesis  grandiosa, 

Chocano  y  Campoamor,  la  voz  del  mundo! 

Ru\RD0  PASEl'RO. 


—   179 


Biblio^ráñcas 


Liibros    y   folletos    i»eeibidos 


Ensayo  de  una  Filosofía  Feminista. 
— {Refutación  á  Moeliiits),  por  M.  Ro- 
mera Navarro. — Madrid. — He  ;ihí  ui) 
bello  libro  escrito  no  sólo  con  el  ob- 
jeto de  refutar,  como  su  título  lo  in- 
dica, las  ideas  de  Moebius,  sino  tam- 
bién de  castigar  su  terrible  misoginia 
y  su  obra  sistemálica  en  contra  de 
la  mujer.  Con  gran  acopio  de  datos 
científicos  que  desvirtúan  mtichas  ve- 
ces los  asertos  categóricos  del  es- 
c-ritor  alemán,  y  una  preparación 
amplia  y  discreta  que  ridiculiza  T;v 
filosofía  barata  de  los  autores  de  fo- 
lletos antifeministas.  Romera  Nava- 
rro aborda  el  tema,  recorre  las  pá- 
ginas de  La  inferioridad,  rnenral  de 
lo  m  ujer  y  señala  —  confirmándola 
con  citas  que  fortalecen  su  asevera- 
ción— la  secuela  de  errores  en  que  ha 
incurrido  Moebius.  No  queremos  ha- 
cer en  estos  renglones  la  aijología 
del  libro  que  los  motiva.  Es  que  sin 
ser  feministas,  y  más  aún :  no  acep- 
tando del  todo  los  conceptos  dema- 
siado amables  que  ha  dictado  la  to- 
lerancia de  Novicow,  comulgamos  en 
parte  las  mismas  ideas  de  su  joven 
autor,  en  cuanto  se  refiere  á  la 
igualdad  mental  entre  el  hombre  y 
la  mujer.  No  se  es  feminista,  en  el 
sentido  bajo  con  que  suele  aplicarse 
tal  palabra  por  parte  de  algunos 
empedernidos,  sino  htimano  y  equi- 
tativo, cuando  se  lucha  afanosamen- 
te por  la  emancipación  de  la  mujer 
ó  por  el  solo  reconocimiento  de  su 
capacidad  intelectual  y  moral.  Ni  se 
es  noble,  ni  siquiera  discreto,  cuando 
se  hacen  cargos  que  no  han  de  jus- 
tificarse jamás.  De  esa  falta  de  no- 
bleza y  de  discreción  Moebius  adole- 
ce á  menudo.  Y  Romera  Navarro  se 
ha  empeñado  en  demostrarlo  con  ar- 
gumentos   abrumadores    de    este   jaez: 

«En  varios  pasajes  de  su  libro,  re- 
pite Moebius,  que  cuando  alguna 
mujer  descuella  como  superior  á  las 
demás  en  cualidades  mentales,  pier- 
de los  caracteres  femeninos  ,y  su  es- 
píritu más  que  de  mujer  parece  serlo 
de  hombre.  De  manera  que  llega  al 
extremo  de  quitar  á  la  mujer  hasta 
la  posibilidad  de  tener  talento,  por- 
que en  íiuanto  uno  de  sus  individuos 
lo  posee,  lo  considera  como  un  ta- 
lento masculino,  que  por  anómala 
combinación  ha  venido  á  encarnarse 
en  una  criatura  femenina.  La  bio- 
grafía de  los  grandes  genios  nos  ase- 
gura, por  el  contrario,  que  todos  ellos 
encontrábanse  dotados  de  cualidades 
morales,  de  temperamento  y  de  ca- 
rácter que  los  distinguía  de  su  sexo 
y    los    asemejaba    al    sexo    contrario. 


Ejemplos :  Cicerón,  Demóstenes,  Ju- 
lio César,  Virgilio  y  Bacón,  del  cual 
se  dice  que  hasta  sufría  un  síncope 
en   todos   los  menguantes   de   la   luna.» 

De  lo  cual  se  deduce  que  Moebius 
suele  evadirse  por  la  tangente  cuan- 
do le  faltan  argumentos  con  que 
combatir     las     femeninas     aptitudes. 

Más  tiempo  y  más  espacio  quisié- 
ramos para  poder  expresar  todo  lo 
que  la  lectura  de  la  obra  de  Rome- 
ra Navarro  nos  ha  sugerido,  y  para 
analizar  á  la  vez  ciertos  folletos  que 
circulan  aquí  de  la  índole  del  li'nro 
de  Moebius,  cuyos  autores  ensayan 
poses  de  hombres  avezados  y  so 
jactan  de  observar  bien  la  vida  y 
las    costumbres    de    los    pueblos. 

Romera  Navarro  ha  demostrado  en 
su  Ensayo  de  una  Filosofía  Fen^inití- 
ta  ser  un  temible  contrincante  y  un 
sutil  analizador,  al  que  no  escapan 
las    más    pequeñas    aberraciones. 

Nosotros     lo    'felicitamos      sincera- 
mente. 

La  Literatura  Venezolana  en  el  Si- 
glo Diez  y  Nueve  (Ensayo  de  Historia 
Crítica),  por  Gonzalo  Picón-Fehres. — 
Caracas  (Venezuela). — Cbra  elevada, 
obra  hermosa,  por  lo  bien  meditada 
y  escrita  y  por  el  alto  desinterés 
personal  que  ha  demostrado  su  au- 
tor al  ocuparse  de  los  escritores  de 
su  país.  Es  la  obra  de  un  artista. 
Gonzalo  Picón-Febres,  que  es  á  la 
vez  prosador  y  poíita,  pone  en  sus 
estudios  críticos,  laudables  por  su 
caudal  de  observación  y  su  bella  eru- 
dición, cierto  matiz  de  tolerancia 
que,  siendo  un  gran  estímulo  para 
las  nuevas  generaciones,  no  implica 
ni  mucho  menos  un  menoscabo  de  la 
verdad,  ni  siquiera  un  desvío  de  su 
reposado    criterio. 

Su  libro,  exento  de  omisiones  do- 
lorosas  y  de  venganzas  preconce- 
bidas, es  rara  avis  en  nuestro  mun- 
do literario,  donde  siempre,  ya  sea 
por  falta  de  preparación  especial  ó 
por  un  prurito  de  amor  propio  exa- 
gerado, exclúyense  nombres  de  altí- 
simas personalidades,  se  evitan  citas 
necesarias  y  trátase  de  colocar  por 
encima  de  todo  la  propia  persona- 
lidad. La.  Literatura  Venezolana  en 
el  Siglo  Diez  y  Nueve  es  un  libro 
que  ha  aportado  tesoros  de  detalles 
á  la  Historia  Literaria  Americana 
tan  tergiversada  hoy  por  los  anto- 
logistas  que  han  puesto  al  servicio 
de  la  casa  Maucci  sus  aptitudes  me- 
diocres y  su  escasa  inteligencia.  Im- 
preso lujosamente  por  los  talleres  de 
El  Cojo  Ilustrado,  y  ornado  todo  él 
con  los   retratos   de  Ibs  escritores   ve- 


—   KSO  — 


nezolanos  del  siglo  pasado,  el  libro 
de  Picón-Febres  es.  lo  dec-iruos  sin 
temor  de  equivocarnos,  el  mejor,  el 
más    completo    y    acertado    entre    sus 


similares 
Por   lo 


publicados     en 
cual   felicitamos 


América, 
á   su   autor 


PÉREZ    Y    CÜRI8. 


f^uevo  canje 


Letras. — '<a)t     Josí     de     Cot 
— De     esta     escogida     revista 
ha    llegado    á    niiestra    mesa 
el    número    6,    cuyo   sumario 


ta     Rica.  do    y    excelente.    Trae    los  retratos    de 

de     arte  la    poetisa    Ada    Negri    y  de    nuestro 

de    labor  redactor    en     Costa     Rica,  el     literato 

es    nutri-  Rafael    Ángel    Troyo. 


Voees    flmetiieanas 


El  gran  escritor  Santiago  Argue- 
llo ha  vertido  en  el  número  4  de  su 
hermosa  revista  La  Torre  de  Marfil 
los    siguientes    conceptos    sobie    Apolo  : 

"Dirigida    por    el    poeta    l'érez    y    Ca- 
ris,    es     ya     una     preciosa     antología 
Muy    bien    presentada,    y,    sobre    todo, 
muy    selecta    de    material. 

La  entrega  vigésima  tercera  publi- 
ca xin  exquisito  cuento  de  Felipe  Tri- 
go :     una     tempestad    moral    frente    á 


una  tonante  tempestad  de  la  tierra, 
dentro  de  un  tren  que  arrastra  sus 
vértigos,  en  fuga  por  la  noche  es- 
triada de  relámpagos.  El  Solig,  de 
Alberto  Sánchez,  se  distingue  por 
profunda  belleza  emotiva,  y  por  cier- 
ta dulce  siigestión  de  lejanía  en  el 
tiempo.  También  es  bella  la  Retros- 
¡H'ctiva,  de  Pérez  y  Curis,  director  de 
Apolo,  y  poeta  y  prosista  merecedor 
de    aplausos. 


jvlota 


En  la  sección  líihliojráf  iras  nos 
ocuparemos  de  todas  aquellas  obi-as 
que   se   envíen   á   nuestra   redacción   en 


cantidad  de  2  ejemplares :  uno  para 
el  director  y  otro  para  el  secretario 
de    redacción. 


Breviario  £í)istolav 


A.  Reyes. — M  o  n  te  video.-  Nada  me 
Importan  los  desahogos  de  ciertos 
í/enios  inéditos  que  creen  hallar  en 
toda  poesía  de  su  agrado  un  fondo 
ultra-ftlosófico.  La  palabra  de  esos 
simuladores  qvie  dicen  rereuionia 
ceremonia  y  evocatriz  poj-  evo( 
no    puede    tomarse    en    serio. 

Eso    es    todo    cvumto    tengo    que 
cirle    sobre    su    necio    interlocutor. 

Rafael     Ángel     Troyo.  —  Cartooo 
Coi^tii    Ui'd. — Griicias    por    sus 
tos.    Apolo    ha    ido    siempre    si 
mitencias. 

Isaac  MrS'oz.-.Wdf/ /•/</. — Espero  los 
ejemplares  de  la  edición  italiana  de 
Mítreiiü  II  Tráíiicd.  f;Recil)ió  ya  los 
números  de  Apolo  ciue  me  pidió,  con 
el    pequeño    estudio    que    escribí    sobre 


por 
•ador 

de- 
de 
concep- 
I    inter- 


aqtiel    libro    suyo.' 


Pedro     Clsar 
agradeceré     me 


Do.MINK'I. —  1'(iri,<.  ■  -  Le 
envíe     sn     domicilio. 


Tengo    u 
de    usted 
enviarle, 
i-ecilio    su 
Manuel 

(í  K  ll. .Su 

llegado     á 

l'oícs     del 
ambos    en 
M.     Salvador 

l)í     Torc.*     de 


a     carta.     coTitestación     á    la 

y    algunos   libros    míos   para 

:Íace    ya    ires    meses    que    no 

liermosa    revista. 

RüDRÍGirEZ     TovAR.  —  (1 11(1  ya - 

lil)ro      Ivipresione.t      no     ha 

mi     poder.     Envíemelo     con 

(ilnid.    Nos    ocuparemos     de 

la     Secriüii     büdioi/  ráfica. 

I'lloa. — /(/ ;(/(/  (le. — Reci- 

1  rte.      Mucha>      gracias 


por  el  envío  y  por  los  amables  con- 
ceptos que  sobre  mi  labor  literaria 
ha  vertido  usted  en  aquellas  pági- 
nas. Dígame  qué  números  de  Apolo 
le  faltan,  para  enviárselos 
tamente  en  caso  de  que 
agotados. 

F.  García 
— Agradezco 
de  su  nuevo 
ocupará    de 


inmedia- 
no     estén 


])o)iiin(/o. 
el    envío 


GoDOY. — Santo 

al     compañero 

libro.    Fernández  Ríos  se 

él    en    la    Bibliografía    del 


próximo    numero. 

FÍGARO.  -.V  o  ?i  Ice  i  (/('O. — 
disposición    el    ejemplar 
tura       cenezalana      en      t 
que     he     recibido     hace 
Allí     encontrará     usted 
sos    sobre    la    oV)ra    de 


Pongo  a  su 
de  Jai  hitera- 
l  Siglo  XIX. 
poco  tiempo, 
datos  hermo- 
Juan    Vicente 


González    y     Romero     García. 

A.  Argüidas.  —  Iai  l'az  iholioia). 
-  YjM  el  próximo  número  n*e  ocuparé 
de  Fiieblo  eiifenuo.  Gracias  por  el  en- 
vío. 

Lorenzo  N'icens  Thievent. — San  Jos/. 
-Hermosa  poesía  la  suya.  Saldrá  en 
el  próximo  número.  Gracias  por  el 
envío. 

Jl'STü  Deza.-  Buenos  .-i  iré.". — Agra- 
dezco el  envío  de  los  versos  dignos 
de  toda  loa.  En  el  número  de  Agos- 
to    los     publicaré. 

PÉREZ    Y    CUKIS. 


de 


lito 


BUS 


de 


|er- 
el 

os- 

de 

lor 


ir;i 
rio 


na 
i&i- 

OLO 


</o. 

VIO 

se 
íel 


te 


re 


MISSI 


ISSUE! 


-      T 

4- 


'#' 


Af40  IV 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Secretario  de  Redacción:    OVIDIO    FJíRísÁKDEZ   RÍOü 
Montevideo,  Octubre  de   1909 


H."  32 


Floretieío 

Sánct)«z 

El  altísimo  dramaturgo  cuyo 
retrato  aparece  en  esta  página, 
partirá  en  breve  paia  Europa. 
En  su  gira  por  las  principales 
ciudades  de  aquel  continente, 
Florencio  Sánchez  hará  repre- 
sentar sus  obras,  contando  pa-' 
ra  el  caso  con  una  gran  compa- 
ñía dramática  que  se  ha  com- 
prometido á  tra|dacirlas  exac- 
tamente. 

Antes  de  irse  el  querido  com- 
pañero, saldrá  á  luz  su  hermo- 
sa obra  Nuestros  Hijos  bella- 
mente editada  por  los  talleres 
«  El  Arte  ». 

Nuevos  y  brillantes  triunfos 
le  deseamos  al  noble  amigo 
y  genial  creador. 


»♦■ 


.2PS.    "CJlSr    .2Ps.K.TISTjPsl 


No  vejes  al  humilde  ni  adules  al  magnate. 
Sé  noble;    hiere  al  Zoilo  tenaz  que  te  combate, 
Pero  de  frente.  Sólo  la  Gloria  se  conquista 
Con  los  geniales  rasgos  del  numen  de  un  artista 
Y  el  gesto  de  un  espíritu  de  lu/,  que  no  se  abate 

Convierte  en  evangelio  la  norma  de  tu  vida  ; 
Ten  probidad,  no  para  que  el  vulgo,  ese  suicida 
Moral,  en  un  instante  de  lucidez  te  nombre, 
Sino  para  elevarte  tú  mismo,  porque  el  hombre 
Que  en  ti  hubo,  se  hizo  un  mago  del   verbo,  que 


10  oh  ida 
PÉREZ  Y  C'UUIS. 


^ 


iiÜiii 


-^"""^'"     "'■^^-^'' 


te 


—  238  — 

Balada  d^l  Oes-eo 


En  el  Mar  de  lo  Infinito,  boga  y 
llega  el  Mensajero,  el  bajel  que  trae 
la  Noche... 

tenebroso  como  un  muerto,  lenta- 
mente va  avanzando,  con  sus  velas  de 
Misterio. 

el  bajel  que  trae  la  Noche.  Tene- 
broso   como    un    muerto ! 

¡oh,  las  tardes  del  Otoño,  precurso- 
ras del  Invierno,  cómo  brillan,  cómo 
cantan,  en  un  ritmo  de  colores,  en 
los  mares  y  en  los  cielos,  i  Oh,  las 
tardes  del  Otoño,  las  auroras  del  In- 
vierno ! 

ya  el  Crepúsculo  se  muere  en  la 
Sombra  y  el  Silencio. 

¡Oh,  la  muerte  del  Crepúsculo,  el 
Poeta    del   Ensueño. 


ya  se  besan  en  la  sombra,  en  di- 
vino Epitalamio,  las  estrellas  soñado- 
ras y  los  pálidos  geranios,  cuyos  péta- 
los muy  tristes,  van  cayendo  lenta- 
mente, lentamente,  como  sueños  que 
se   mueren    en    su    nítida   blancura. 

¡Oh,  los  sueños  de  las  flores!  ¡Oh, 
la  muerte  de  los  sueños ! 


á  la  luz  del  Plenilunio,  albas  ro- 
sas de  la  Tarde  van  abriéndose  co- 
mo almas  que  escucharan  en  su 
angustia,  el  coloquio  formidable  de 
la    Sombra    y    el    Misterio. 

¡oh,  las  rosas  de  la  Tarde!  ¡oh,  las 
rosas    del    Silencio ! 


¡oh,  la  Amada  de  mi  vida!  ¡oh,  la 
Amada  de  mis  sueños !  Ilumina  este 
crepúsculo  con  la  lumbre  de  tus  be- 
sos,   de   tus    besos,    que   son    astros. 

y  el  perfume  de  tus  labios  caiga 
en  mi  alma  como  un  bálsamo  de 
ventura   y    de   sosiego. 

¡oh,  los  rojos  tulipanes  de  las 
frondas    de    tus    besos ! 


una  estrella ;  ven,  reclínala  en  mi 
pecho. 

¡tu  cabeza  perfumada  por  los  mís- 
ticos ensueños !  i  oh,  tu  pálida  cabe- 
za !  ¡  oh,  mi  reina,  coronada  con  las 
rosas  entreabiertas  en  praderas  ig- 
noradas y  en  silencio  de  las  selvas, 
de  las  selvas  que  te  guardan  su  per- 
petua primavera,  de  las  selvas  don- 
de viven  mis  ensueños  de  Poeta, 

Tu  cabeza  con  un  nimbo  de  jaz- 
mines  y   violetas. 


¡oh,  la  Amada!  ¡oh.  Bien  Ama- 
da !  ven,  reclina  tu  cabeza,  tu  cabe- 
za   triste    y    blonda    como    el    halo    de 


que  me  toque  la  caricia  de  tuí5 
grandes  ojos  tiernos,  algas  verdes, 
que  se  mecen  en  los  mares  muy  re- 
motos de  la  Gloria  y  del  Ensueño. 

que  me  toquen  con  sus  alas  tus 
libélulas    de   fuego. 

¡  oh,  los  ojos  de  mi  Amada,  miste- 
riosos y  serenos ;  playas  tristes,  don- 
de mueren   las   oleadas   del  Deseo ! 


que  los  lirios  de  tus  manos,  cual 
capullos  entreabiertos,  como  brisa» 
perfumadas,  como  rayos  de  un  lu- 
cero, se  deslicen  en  la  selva  autum- 
nal de  mis  cabellos,  y  serenen  mis 
pasiones  tempestuosas;  y  soberbias, 
y  dominen  la  implacable  rebeldía  de 
mi    cerebro. 

mi  cerebro  oue  es  tu  Ara;  mi  ■•?- 
rebro  que  es  tu  Templo ;  mi  cerebro, 
donde  imperas  tú,  mi  Diosa,  entre 
la  mirra  que  te  queman  mis  pasio- 
nes, y  los  cirios  del  Deseo,  y  mis 
himnos  amorosos,  y  el  perfume  que 
te  brindan  las  corolas  de  mis  ver- 
sos. 

y  un^;  ñor  que  se  abre  augusta, 
con  sus  pétalos  soberbios,  una  flor 
en  holocausto  ante  Tí :  mi  Pensa- 
miento ; 

¡  oh,  los  lirios  de  tus  manos  doma- 
doras del  Deseo !  i  oh,  los  cirios  de 
mi  templo  y  las  rosas  de  mis  ver- 
sos! 


Por   las    flores    del    Crepúsculo ;    por 


239 


las  rosas  del  Silencio;  por  las  algas 
de  tus  ojos;  por  las  frondas  de  tus 
besos;  ven,  reclina  tu  cabeza  en  las 
sombras    de    mi    pecho. 


¡  Bien    Amada  !    ¡  Bien  Amada !    ven, 

responde    á    mi    deseo;  ven,    unamos 

nuestros    labios    en    un  beso    que    sea 
eterno.. 


i  ven,  mi  Amada,  que  es  la  hora ! 

¡ven,  mi  Amada,  que  aún  es 
tiempo ! 

¿tú  no  sientes  cómo  pasa  la  ca- 
ricia   del    momento? 

¡  Ven  y  ameraos !   Aún  es  hora. 

ya  declina  en  el  silencio  con  la 
tarde    nuestra    vida. 

ven  y  amemos,  que  aún  es  tiempo ; 
aún  hay  flores  en  el  bosque ;  aún 
hay  luces  en  el  cielo ;  aún  hay  san- 
gre en  nuestras  venas  y  palpitan 
nuestros    besos... 

son  las  tardes  del  Otoño,  precur- 
soras   del    Invierno...     ven,    tus    ojos 


agonizan    en    las    ansias    del    Deseo; 

aprisione  yo  tus  manos,  y  tus  la- 
bios,   y    tus    senos; 

y  te  brinden  sus  perfumes  las  co- 
rolas   de   mis    versos. 


es  la  hora  del  Crepúsculo.  Todo 
se    hunde    en    el    silencio. 

es  la  tarde  en  nuestras  almas;  y 
la   noche    avanza    presto. 

nuestras  vidas  ya  se  pierden  en  los 
valles     del     Misterio. 

aún  dibuja  la  ventura  un  miraje 
en    nuestro    cielo. 

es  la  hora   de  la   muerte  ó   la   hora 
de  los  besos. 
.1 

Ven  y  unamos  nuestras  bocas,  en 
un  beso  que  sea  eterno 

Ven  y  unamos  nuestros  cuerpos, 
cual  dos   llamas   de   un  incendio. 


«♦« 


IDEIOIlXrjPs. 


Sólo  quiero  el  desamparo, 

La  tiniebla  y  el  olvido 

De  la  tumba;  hoy  he  perdido 

Para  siempre,  lo  más  caro  : 

Mi  madre,  el  único  faro 

Que  en  la  mundanal  contienda 


Vertió  su  lumbre  en  mi  senda; 
El  único  ser  que  quiso 
Encontrar  un  paraíso 
Donde  levantar  mi  tienda. 

Julio  FLÓREZ. 


»♦» 


I=OI^TK.j?>lIT 


On  dirait  qu'  elle  fait  éclore 
du  fond  d'  une  illusión 
le  grand  soleil  qui  la  dore 
et  la  change  en  papillon, 

Dans  son  amoureux  delire 
on  penserait  que  ses  yeux 
font  petiller  le  sourire 
pour  illuminer  les  cieux. 

París  1909. 


Para    Apolo. 

Quand  V  aube  blanche  et  moróse 
surgit  du  brouilJard,  elle  sait 
que  pour  la  changer  en  rose 
il  suffit  de  son  reflet. 

Et  comme  tout  ce  qu'  elle  touche 
se  transforme  en  madrigal, 
je  voudrais  froler  sa  bouche 
pour  me  rendre  son  egal. 

Manuel  UGARTE. 


—  240  — 

Periodistas  Cubanos 


IVÍodesto   popales  Díaz 


Para    Apolo. 

En  tesis  general  la  experiencia  nos  hace  escépticos,  y  el  escep- 
ticismo está  totalmente  reñido  con  las  palabras  absolutas,  las  ideo- 
lógicamente «definitivas».  Y  bien,  mi  experiencia  del  diarismo  me 
obliga  á  declarar,  una  vez  escrito  el  nombre  j\Iorales  Díaz,  que  es 
imposible  hallar  ejemplo  más  acabado  de  voluntad,  de  energía,  de 
fe  y  de  lealtad  (pe  el  que  ofrece  en  su  larga  actuación  en  la  política 
y  en  el  periodismo  militante  el  actual  director  de  «El  Triunfo»,  el 
gran  diario  liberal  cuya  valiente  (y  valiosa)  campaña  contribuyó 
en  buena  parte  á  la  exaltación  del  actual  Gobierno. 

Bctjo  las  órdenes  d(!  Morales  Díaz  ( si  es  que  puede  decirse  de 
ese  modo  en  referencia  á  las  fraternales  indicaciones  del  más  llano 
y  más  deferente  de  los  compañeros)  bajo  su  inspiración  he  trabaja- 
do largo  tiempo.  En  el  período  de  la  ardua  lucha,  en  plena  campa- 
ña electoral  >'  después  de  la  resonante  victoria  del  14  de  Noviem- 
bre; tengo,  pues,  motivos  para  conocerlo  á  fondo. 

florales  es  un  gran  sngestionador:  ata  el  cariño,  conquista  el 
afecto  y  la  estimación.  Una  nobleza  de  carácter  rara  en  estos  tiem- 
pos en  que  la  doblez  impera;  una  voluntad  insuperable  y  una  leal, 
tad  á  toda  prueba  hacen  de  él,  en  una  colectividad  política,  el  hom- 
bre de  confianza. 

Eso  es  lo  que  es  él  para  el  ilustre  Presidente  de  Cuba:  su  confi- 
dente y  su  ('onfi;mz;i.  No  conozco  ejemplo  alguno  de  adhesión  más 
p()siri\::  \  ¡u.is  ilcsiiiteresndíi  >'  perseverante  que  la  que  ]\[orales 
Díaz  ha  consagrado  en  todo  tiempo  al  General  Gómez.  Bien  es  cierto 
que  este  ^landatario  ejemplar  se  hace  amar  por  sus  dotes  excepcio- 
nales, por  su  cultura  y  su  bondad.  De  todas  suertes,  la  fidelidad  de 
Morales  para  con  él  ha  llegado  muchas  veces  á  la  abnegación.  Últi- 
mamente, pudieiido  haber  tenido  con  más  facilidad  que  nadie,  pues 
es  una  de  las  figuras  más  populares  de  Las  Villas,  un  sitial  en  el 
Congreso,  hizo  oblación  de  todo  derecho  y  renuncia  de  todo  título 
para  ceder  su  plaza  á  otros  que  obtuvieron  el  triunfo  ¡  oh  generosi- 
dad !  por  la  obra  y  el  esfuerzo  de  Morales.  La  correspondencia  de  , 
el  Director  de  El  Triunfo  están  voluminosa  como  la  de  un  Ministro: 
todos  acuden  á  él,  quien  en  demanda  de  un  consejo,  quien  en  solici- 
tud de  su  apoyo  decisivo,  quien  para  lograr  su  nunca  rehacía  me- 
diación en  bien  del  terruño.  Y  jamás  un  nó  sale  de  los  labios  de  Mo. 
rales;,  á  todos  procura  satisfacer,  á  todos  secunda,  á  todos  ayuda- 
Esa  es  su  ambición:  hacer  el  bien. 

En  «  El  Triunfo  »  su  labor  ha  sido  proficua  en  todos  sentidos: 
logró  en  tiempos  de  penurias  llevar  á  la  Redacción  lo  que  más  vale 
y  lo  que  más  pesa  en  Cuba;  después,  nuevo  triunfo,  conquistó  á  Ra- 
món Cátala,  el  co-i^ropietario  de  «El  Fígaro»  para  que  asumiera  la 
administración  de  «El  Triunfo».  Y  Cátala  aceptó,  por  y  para  Mora- 


—  241  —     : 

les;  y  ahí  está  la  obra  ele  esos  dos  grandes  corazones  niiidos,  de  esas 
dos  inteligencias  y  de  esas  dos  voluntades:  «El  Trianfo»  es  lioy  uno 
de  los  primeros  diarios  de  Caba.  Sobre  Cátala  he  de  escribir  pronto; 
bien  lo  merece  el  más  bueno,  el  más  sano  y  más  generoso  de  los 
amigos. 

Al  frente  de  «El  Triunfo»  Morales  Díaz  cumple  como  muy  pocos 
podrían  liacerlo:  sostener  un  diario  adicto  al  Gobierno  (en  cuya 
adhesión  no  puede  caber  la  duda)  y  esto  sin  servilismo,  siendo  á  la 
par  intérprete  de.  la  «realidad  y  la  opinión  nacional»,  es  cosa  ex- 
traordinaria. Para  llevarla  á  cabo;  qué  derroche  de  t;icto,  de  ener- 
gía, de  esfuerzo,  de  habilidad  y,  sobre  todo,  de  buena  intención  !. 

Son  muy  pocos  los  que  conocen  bicMi  el  significado  de  esa 
frase,  la  «buena  intención»;  es  decir,  olvido  absoluto  de  sí  mismo, 
pereime  anhelar  de  justicia;  constante  preocupación  de  los  ajenos 
intereses,  y,  de  continuo,  el  sacriftcio  del  propio  egoísmo,  de  todo 
medro. 

Así  resulta  «El  Triunfo»  un  diario  sin  tacha,  ({ue,  en  todo 
tiempo,  en  el  combate  y  en  la  victoria,  ha  ostentado  una  divisa 
que  nadie  ha  osado  manchar  ni  aún  la  calumnia  rozarla:  la  de 
una  honradez  absoluta. 

No  á  todos  es  posible  realizar  tal  tarea.  En  horas  de  penurias, 
faltando  todo,  dinero,  máquinas,  colaboradores,  puesto  que  los 
comienzos  de  « El  Triunfo »  no  fueron  esplendorosos,  Morales 
Díaz  decidió  justiflcar  el  nombre  de  su  diar  o :  conquistar  el 
triunfo.  Y  en  buena  lid  lo  ganó !  No  sólo  el  triunfo,  descontado 
para  todo  observador  imparcial,  del  candidato  liberal,  sino  el 
triunfo  de  su  diario  mismo,  de  la  hoja  de  cuatro  planas  que, 
.entamente,  fué  creciendo  con  un  linotypo  hoy  y  dos  maiiana,  la 
gran  rotativa  después,  y  los  grabados  y  las  doce  y  las  diez  y 
seis  grandes  páginas  de  la  edición  matinal  . . . 

Y,  aquí,  siempre,  la  obra  de  Morales  Díaz :  todo  esto  sin  la 
prebenda  oficial,  el  apoyo  del  gobierno  ó  la  humillante  sub- 
vención, sino  haciendo  el  periódico  necesario  al  público  ;  suman- 
do iideptos  por  su  labor  incansable,  su  información  moderna, 
oportuna  y  seria. 

Hace  pocas  semanas  se  organizó  un  banquete  en  honor  de  este 
valeroso  adalidad  de  la  causa  liberal:  en  la  lista  de  comensales 
figuraban  los  nombres  más  prestigiosos  de  Cuba  y,  en  primera 
línea,  los  de  sus  más  encarnizados  adversarios  políticos.  Porque 
enemigos  políticos  tiene  muchos  Morales  Díaz,  pero  enemigos 
personales  ninguno.  No  puede  tenerlos  quien  es  modelo  de  ami- 
gos, de  compañeros  y  de  leales. 

Hoy  se  cumplen  dos  aílos  de  la  aparición  de  «  El  Triunfo  »  y  al 
recordar  esa  fecha  he  deseado  tributar  un  homenaje  justiciero  al 
que  es  alma  de  ese  diario,  siempre  para  mí  querido.  Sean,  pues,  las 
líneas  que  preceden,  la  ofrenda  del  compañero  que  no  olvida  y 
que,  siempre,  lejos  ó  cerca,  está  con  «El  Triunfo»  ya  que  en  la 
vida  le  ha  tocado  muy  pocas  veces  ser  de  los   «del  triunfo». 

Arturo  R.  DE  CARRICARTE. 

Agosto  2  de  1909. 


242 


Cómo  es  dulce  morir 


Para    Apolo. 

Recostarse  en  la  playa,  en  la  hümeda  arena, 
Envolver  las  espaldas  con  su  blanda  frescura. 
No  moverse,  ni  hablar,  ni  sentir  una  pena 
Mientras  pasa  la  brisa  en  la  inmóvil  figura. 

Llenar  con  el  cobalto  del  cielo  misterioso 
Los  ojos  que  se  cierran  ávidos  de  infinito, 
Y  en  la  última  mirada  llevar  todo  lo  hermoso 
Que  la  luz  en  los  cielos  y  en  los  mares  ha  escrito. 

Ver  en  el  horizonte,  pálida  ¿incolora. 

Esfumarse  la  nave  que  conduce  al  hermano 

Hacia  las  tierras  vagas  donde  se  goza  y  llora, 

En  busca  de  un  reposo  que  se  halla  en  nuestra  mano 

Sin  una  sola  lágrima,  sin  un  solo  suspiro, 
Extinguirse  en  la  arena  do  mueren  las  espumas; 
Sin  rencor  ni  deseos,  dejar  que  el  vasto  giro 
Nos  lleve  en  sus  revueltas  de  luces  y  de  brumas. 

Clotilde  LUIS!. 


243 


Profecía   de  fll  Molatiabbe 


Abdallah  Abú  Attibe,  el  orgu- 
lloso poeta  árabe,  que  propagó 
A  los  cuatros  vientos  que  no  ex- 
istía guerrero  que  le  venciera, 
mujer  que  no  le  amara,  vate  ca- 
paz de  superarle,  cantó  un  día : 
«  Al  Motanabbe,  cuya  voz  reso- 
nará en  los  venideros  tiempos, 
dirá  cosas  que  jamás  han  oído 
los  hombres  y  otras  hará  que 
nunca  supieron  los  graves  abue- 
los del  canto.» 

Pasaron  los  días  y  los  años. 
Los  pueblos,  que  levantaran  sus 
livianas  tiendas  en  los  desiertos 
cálidos,  ó  las  flechas  de  sus  mez- 
quitas, en  las  ciudades  que  des- 
cansan en  las  fecundas  llanuras 
de  Asia  Menor,  repitieron  las 
canciones  del  poeta  ú  oyeron 
extasiados  las  maravillosas  le- 
j^endas  y  raras  anécdotas  que,  á 
la  sombra  de  la  tienda  del  cau- 
dillo ó  el  alcázar  del  señor,  ca- 
yeron de  los  labios  de  Abú  Atti- 
be como  sonoras  gotas  de  miel  y 
leche  manadas  de  hinchado  se- 
no de  las  hui'íes. 

Los  sabios  ancianos,  de  luenga 
barba  y  cansados  ojos  turbios ; 
los  ardientes  caudillos  que,  vic- 
toriosos siempre,  empuñaran  el 
corvo  alfange  y^  al  paso  de  sus 
negros  corceles,  allanaran  los 
pueblos  del  Nilo,  del  Jarasán, 
del  Ganges,  de  las  playas  del 
mar  Egeo  y  las  risueñas  riberas 
del  Guadalquivir;  los  graves  teó- 
logos que,  en  silencio  y  á  solas, 
interpretaran  las  santas  leyes  y 
enseñaran  al  hombre  la  volun- 
tad que  Alá  dictara  á  su  Profe- 
ta ;  los  ulemas  que,  en  pos  de  las 
huestes  guerreras,  llevaran  la 
nueva  fe  á  los  fieles  del  Zerdes- 
tía,  á  los  idólatras  de  la  piedra 


Para    Apolo. 

tallada,  á  los  amantes  de  los  ge- 
nios del  mar  y  la  tierra,  á  los  ab- 
sortos indios  brhanianistas  y  á 
los  rubios  cristianos  célibes,  nun- 
ca pudieron  sobrepasar  la  sabi- 
duría de  Al  Motanabbe  ni  des- 
mentir jamás  los  altos  dictados 
de  su  genio.  Pero  sucedió  que, 
un  día,  presentóse  en  casa  de 
Ahú  Attibe  un  extraño  niño,  cu- 
yas pupilas  brillaban  como  las 
estrellas  en  las  noches  oscuras  y 
serenas  del  ancho  Sahara;  cuya 
tersa  frente  se  elevaba  como  la 
cumbre  de  las  Pirámides.  Y  dijo 
el  niño  al  poeta:  «He  oído  i"epe- 
tir  á  los  pueblos  de  Arabía  tus 
proféticas  leyendas,  tus  profun- 
dos apólogos,  tus  finos  epigra- 
mas. Sé  que  nunca  los  sabios,  los 
santos  doctores,  los  soldados  con- 
quistadores y  los  más  inspirados 
Sensitivos  pudieron  doblar  tu 
vencedora  espada  ni  aventajar 
tu  canto.  Sé  que  has  dicho  que 
los  honibi"es  oirán  de  tus  labios 
cosas  que  jamás  supieron  tus  an- 
tepasados, y  que  harás  otras  que 
nunca  pudieron  hacer  ellos.  Y 
bien  :  Nuestros  nómadas  abuelos 
pusieron  veintinueve  letras  al  al- 
fabeto ;  poi"  lo  que  vengo,  pues,  á 
desafiarte  á  que,  de  tu  genio  usan- 
do y  obrando  al  contrario  de  ellos, 
reformes  el  alfabeto,  sacándole 
una  letra  ó  poniéndole  otra». 

Al  Motanabbe,  sorprendido, 
sintió  que  el  asombro  penetraba 
su  espíritu  y  turbaba  gu  genio  ; 
pero,  serenándose  luego,  irguió 
el  guerrero  busto,  levantó  la  lu- 
minosa frente,  interrogó  en  si- 
lencio los  enigmáticos  dictados 
del  destino,  y,  con  triste  acento, 
respondió  de  este  modo  al  subli- 
me niño :        '  . 


244  — 


Al  Motannbbe,  que  narica  do- 
bló la  cabez.i  en  las  luchas  del 
campo  y  de  la  idea,  la  inclina 
ahora  ante  tí  !  ¡  Me  has  vencido  ! 
Pero  ¡  ay  !  que,  interrogado  por 
mí  el  destino,  me  ha  respondido 
que  tu  débil  cuerpo  debe  sucum- 
bir al  peso  de  tu  alma.  La  pre- 
cocidad, insaciable  como  las  ne- 
gras águilas  que  roban  los  tier- 
nos hi.juelos  á  Ic^s  blancas  ovejas 
del  Líbano,  devorará  tu  vida! 
Vas  á  morir  en  breve  —  ¡  oh  pri- 
vilegiado niño!  porque  un  alma 
grande  como  la  tuya  no  cabe 
bien  en  la  estrecha  y  mezquina 
tierra  ! » 

Jamás  pro  leeia  en   vano    Abú 


Atibbe ;  por  lo  que,  cuando  no 
había  aún  él  dedo  de  los  astrólo- 
gos marcado  el  paso  de  cien  so- 
les, el  hermoso  nirio  genial,  ven- 
cedor del  poeta,  cerró  los  negros 
ojos  para  siempre. 

Lloró  Al  Motanabbe  la  tempra- 
na muerte  de  aquel  niño  mara- 
villoso ;  y,  como  su  voz  debía 
ser  oída  en  los  tiempos  futuros,, 
quiso  que,  por  medio  de  su  can- 
to, las  venideras  edades  supieran 
que  el  mismo  Alá,  encarnado  en 
la  figura  de  un  nillo  y  avergonzar 
do  de  la  torpeza  de  los  demás 
hombres,  había  una  vez  tenida 
que  bajar  al  mundo  para  vencer 
á  un  poeta ! 

León  SEGUY. 


■  ♦« 


Por  senderos   Ujatios 


Para    Apolo. 


I 


II 


Escancia  el  rojo  vino 
de  tu  amor  en  mi  vaso, 
V  sigue  luego  el  paso 
del  triste  peregrino. 


Por  mi   sendero  de  abrojos 
pasé  junto  á  tu  ventana, 
y   se  prendaron  mis  ojos 
de  tu  escultura  pagana.       | 


Es  muy  ruda  la  senda 
y  mi  sed  muy  arcana; 
como  un  rey  v   una  aldeana 
nos  haremos  le  venda. 


Luego  al  postrarme  de    hinojos 
en  tu  discreta  persiana, 
vi  florecer  los  sonrojos 
en  tu  cara-porcelana. 


Bogaremos  los  mares 
de  Citeres,  juntando 
nuestros  cuerpos  amantes 


No  quisiste  abrir  tus  flores 
á  mi  corazón  divino, 
aquella  tarde  de  amores ; 


y  entre  vino  y  cantares, 
me  moriré  besando 
tus  senos  palpitantes  .  . . 

Caracas. 


y  bajo  el  frío  y  la  escarcha, 
el  doliente  peregrino 
rompió  de  nuevo  su  marcha 

Juan  SERRANO. 


—  245  — 

£1  futurismo 


En  otra  ocasión,  y  á  propósito  del  Modernismo,  expresé  en  las  columnas 
dsl  Suevo  Mercurio,  que  con  tan  buen  éxito  redactaba  en  París  Gómez  Ga- 
llillo, mi  opinión  acerca  de  las  escuelas  literarias,  en  cuya  efectividad  no 
creo,  pues  pienso  que  los  escritores  no  son  ocas  para  formar  algarabía  mo- 
iiorrítmica,  ni  números  de  un  casillero  telefónico  sujetos  á  un  mecanismo  de 
exactitud  desesperante.  Juzgo,  sí,  que  cada  uno  de  ellos  tiene  su  individuali 
fiad  intelectual  bien  definida,  su  amaneramiento  de  estilo;  su  alma,  simple  ó 
cc.nipleja,  distinta  de  las  otras,  por  la  que  rige  sus  pensamientos,  á  cuyo  in- 
flujo brotan  las  ideas,  se  cristalizan  en  verbo  luminoso  y  riegan  por  el  haz 
do  la  tierra  simiente  generosa  ó  egoísta,  dulce  ó  amarga,  pero  siempre  mar- 
cada con  un  sello  característico  que  viene  á  ser,  como  el  blasón  en  la  herál- 
dica, el  distintivo  de  cada  caballero  del  Ideal. 

¿Por  qué,  pues,  ufanarse  en  fundar  escuelas  literarias,  como  quien  funda 
hospicios  para  inválidos  ó  casas  de  corrección  i?ara  muchachos  extraviados? 
¿Puede  imaginarse  que  pase  esa  idea  de  una  mera  ficción  en  la  hora  actual?) 
¿Qué  amplios  no  tendrían  que  ser  los  moldes  de  una  escuela  para  que  dentro 
de  ella  cupieran  las  tendencias  de  quince  ó  veinte  escritores  ó  poetas  de  ver- 
dadero valer,  ó  qué  estrechos  resultarían  á  la  postre,  si  todos  los  que  la 
orocl  amaran  siguiesen  una  misma  ruta,  cual  condenados  del  Dante,  cargando 
la  capucha  de  plomo  de  un  manifiesto  tendencioso,  pero  al  fin  estrecho  á  pesar 
de  su  falta  de  reglas,  manifiesto  que  recortaría  las  alas  al  espíritu  y  no  deja- 
ría alzar  el  vuelo  libremente  á  la  traviesa  imaginación,  la  locuela  adorable  y 
caprichosa,   que  se  resiste  siempre  á  todo  yugo? 

Estas  consideraciones  que  á  mí  se  me  antojan  muy  claray,  no  lo  son! 
para  algunos.  De  aquí  la  causa  de  que  un  buen  amigo  mío,  personalidad  lite- 
raria de  alto  rango,  haya  lanzado  desde  las  columnas  de  una  gran  revista  de 
arte  puro,  la  revista  italiana  Poesía,  el  manifiesto  de  tina  nueva  escuela  que 
bautiza  con  el  nombre  brillante  de  Futurismo.  Francisco  Marinetti,  tal  se 
llama  mi  amigo,  no  se  c-onforma  con  ser  uno  de  los  primeros  poetas  de  la 
Italia  moderna,  la  Italia  de  D'Annunzio,  Ferrero,  Panzzachio,  Fogazzaro  y 
Balin  D' Abate,  sino  que  aspira  ahora  á  reunir  al  rededor  de  una  bandera 
llamativa  á  todos  los  rebeldes,  á  todos  los  inñamables  llenos  de  prevención 
contra  el  Pasado,  que  ambicionan  borrar  con  su  huella  toda  la  ruda  labor 
que  en  cinco  mil  años  ha  realizado  la  Humanidíid,  para  sin  estorbos  poder  ser 
líllos   los    únicos    en    los    dominios    del   Pensamiento 

Este  propósito  es  ingenuamente  descabellado.  Estamos  fuertemente  liga- 
dos al  Pasado,  del  cual  no  podemos  librarnos.  El  Progreso  mismo  es  como 
un  largo  cordón  á  través  del  cual  pasa  la  electricidad  acumulada  durante 
miles  de  años  y  que  ha  de  convertirse  en  luz  en  el  foco  que  está  en  el  ex- 
tremo que .  nos  corresponde.  Si  se  rompe  ese  cordón,  la  comunicación  cesará ; 
las  fuerzas  acumuladas  se  dispersarán  locamente  y  sobrevendrá  algo  seme 
jante  al  caos,  un  caos  espantoso,  más  aún  que  el  de  los  elementos  físicos  en 
la    edad   prehistórica.  ' 

El  Pasado  es  la  fuerza  de  gravedad  que  impide  nos  despeñemos  en  el 
abismo.  Suprimirlo,  pues,  no  es  posible.  ¿Cómo  haríamos  tal  cosa?  Sería  pre- 
ciso acabar  con  el  recuerdo  antes  que  todo,  lo  que  es  imponderable  para  las 


-  246  —  -  I    . 

i 

humanas   fuerzas.    Y   en    el    raso    improbable   de    que   esto    pudiera    conseguirse, 
la    vida    perdería    entonces   su    mayor   encanto. 

Yo  me  declaro  siendo  nuevo  y  ansiando  conquistar  el  Futuro,  respetuoso 
y  admirador  con  el  Pasado.  Las  cosas  que  fueron  los  hechos  que  se  realiz  i 
ron,  tienen  un  oncanto  y  una  armonía  inimitables.  Recordar  es  vivir  Je 
nuevo  en  épocas  anteriores :  y  amar  las  cosas  viejas  establecer  comunión  con 
los  humanos  que  nos  precedieron  en  esta  jornada  azarosa:  con  los  que  lu 
charon,  y  sufrieron  ó  gozaron,  vencieron  ó  fueron  vencidos,  igual  que  hoy 
nosotros.  Por  eso  yo  prefiero,  contra  la  opinión  de  mi  amigo  Marinetti,  La 
Victoria  de  Samotracia  al  auto  rugiente  que  parece  correr  sobre  metrall.i. 

Demoledor  ps  el  manifiesto  de  la  escuela  en  embrión,  pues  proclama  algo 
que  equivale  á  la  anarquía ;  una  anarquía  intelectual  extremada.  Condena 
la  literatura  que  ha  exaltado  la  inmovilidad  pensante,  el  éxtasis  y  el  ensue- 
ño, y  quiere  en  cambio  exaltar  el  movimiento  agresivo,  el  insomnio  febril, 
el  paso  de  trote,  el  bofetón  y  el  puñetazo.  Ni  más  ni  menos  que  una  escuela 
de  energía  á  la  que  de  seguro  se  afiliará  como  Profesor  Teodoro  Roosevelt,  con 
sus  escopetas,   sus  osos  y  sus  vestidos   amarillos. 

¿Querrá  Marinetti  reírse  un  poco  de  la  tontería  humana  ó  creará  sin- 
ceramente lo  que  expresa?  No  lo  sé:  pero  es  lo  cierto  que  en  Europa  ha  le- 
vantado gran  polvareda  su  manifiesto,  que  ha  sido  el  tema  obligado  de  la 
prensa,  sobre  todo  la  francesa,  y  que  no  hay  literato  ó  poeta  que  no  se 
ocupe    en    él. 

Pero  con  todo,  sea  cual  fuere  el  móvil  que  le  dio  origen,  á  pesar  de 
tanto  ruido  semejante  al  de  nogales  sacudidos  por  el  viento,  pasará  el  Futu- 
rismo como  pasan  las  cosas  que  no  han  conquistado  su  derecho  á  la' vida.  Las 
escuelas  hoy  están  abolidas  en  literatura,  son  algo  exótico  en  nuestra  época 
y  más  si  como  ésta  do  Marinetti  ellas  proclaman  que  sólo  en  la  lucha  existe 
la  belleza  y  que  la  Poesía  debe  concebirse  como  un  violento  asalto  contra  las 
fuerzas  ignotas  si  anhelan  glorificar  la  guerra,  el  militarism.o  y  el  desprecio 
de  la  mujer;  si  quieren  destruir  los  museos  y  las  bibliotecas  y  ansian  jue 
la  vida  se  reduzca  al  momento  único,  convirtiéndose  la  humanidad  en  un  le- 
b.año  de  búfalos  que  saltan  libres  en  las  praderas,  emprenden  galopes  verti- 
ginosos ó  se  dan  de  comidas  para  probar  la  resistencia  de  sus  testuces. 

Dentro  de  la  Estética  acrática  y  amoral  que  profeso,  no  hay  cabida  para 
la  idea  que  preconiza  la  necesidad  de  escuelas  literarias.  La  literatura  hoy  es 
más  subjetiva  que  obieti>ra;  las  impresiones  personales  que  cada  escritor  tiene 
di  la  Vida,  son  las  que  deben  integrar  sus  ideas,  y  lo  que  cada  uno  produce 
dpbe  estar  de  acuerdo  con  ellas,  para-  ajustarse  á  la  verdad,  fuente  la  más 
rica  de  beUeza. 

Zola  creía  que  la  naturaleza  en  toda  obra  de  arte  había  que  verla  á 
través  de  un  temperamento  y  Eemy  de  Gourmont  sostiene  que  los  escritores 
son  unidades  heterogéneas  que  no  pueden  sumarse  desde  luego.  Yo  me  estoy 
con  estos  grandes  pensadores,  y  en  el  caso  especial  del  Futurismo,  juzgo  que 
la  vanidad,  esa  epidemia  que  tantos  daños  causa  entre  los  hombres  de  letras, 
es  el  móvil  que  ha  impulsado  á  Marinetti,  ansioso  de  hacerse  célebre  y  de 
ocupar  en  el  soñado  cenáculo  el  lugar  que  Víctor  Hugo  entre  la  pléyade  bri- 
llante de  los  literatos  franceses  que  dieron  esplendor  á  las  letras  en  el  se- 
gundo tercio   del  siglo  pasado. 

Guillermo     \NDREVE. 

San    José    de    Costa    Rica— 1909.  : 


—   247 
liIRA    COUOJVlBlAfJA 


Nocturno 


Una  noche,^üna  noche  toda  llena  de  murmullos,  de 
perfumes  y  de  músicas  de  alas; — Una  noche — En  que 
ardían  en  la  sombra  nupcial  y  húmeda  las  luciérnagas  fan- 
tásticas,—A  mi  lado  lentamente^Contra  mí  ceñida,  toda 
muda  y  pálida, — Como  si  un  presentimiento  de  amarguras 
infinitas, — Hasta  el  más  secreto  fondo  de  las  fibras  te  agi- 
tara,^Por  la  senda  florecida  que  atraviesa  la  llanura — 
Caminabas. — Y  la  luna  llena — Por  los  cielos  azulosos,  infl- 
'nitos  y  profundos,  esparcía  su  luz  blanca; — Y  tu  sombra — 
Fina  y  lánguida, — Y  mi  sombra, — Por  los  rayos  de  la  luna 
proyectadas, — Sobre  las  arenas  tristes— De  la  senda  se 
juntaban, — Y  eran  una — Y  eran  una — Y  eran  una  sola 
sombra  larga, — Y  eran  una  sola  sombra  larga, — Y  eran  una 
sola  sombra  larga. 


Esta  noche,  solo,  el  alma— Llena  de  las  infinitas  amar 
guras  y  agonías  de  tu  muerte,— Separado  de  ti  misma  por 
el  tiempo,  por  la  tumba  y  la  distancia, — Por  el  infinito  ne- 
gro,^Donde  nuestra  voz  no  alcanza, — Mudo  y  solo, — Por 
la  senda  caminaba.— Y  se  oían  los  ladridos  de  los  perros  á 
la  luna — A  la  luna  pálida,— Y  el  chillido  de  las  ranas. — 
Sentí  frío ;  era  el  frío  que  tenían  en  tu  alcoba — Tus  meji- 
llas y  tus  sienes  y  tus  manos  adoradas, — Entre  la  blan- 
cura nivea — De  las  mortuorias  sábanas, — Era  el  frío  de  la 
muerte  :  era  el  hielo  del  sepulcro, — Era  el  frío  de  la  nada. 
— Y  mi  sombra  por  los  rayos  de  la  luna  proyectada, — Iba 
sola  ;  Iba  sola  por  la  senda  solitaria; — Y^  tu  sombra  esbel- 
ta y  ágil,— Fina  y  lánguida, — Como  en  esa  noche  alegre 
de  las  muertas  primaveras, — Como  en  esa  noche  llena  de 
murmullos,  de  perfumes  y  de  músicas  de  alas, — Se  acercó 
y  marchó  con  ella, — Se  acercó  y  marchó  con  ella, — Se 
acercó  y  marchó  con  ella  i  oh  las  sombras  enlazadas ! — 
i  Oh  fas  sombras  de  los  cuerpos  que  se  juntan  con  las  som- 
bras de  las  almas !  —  ¡Oh  las  sombras  que  se  buscan  en  las 
noches  de  tristezas  y  de  lágrimas  ! 

:    José  Asunción  SILVA. 


—  248  — 
Hfi  Vei^SflLiIiES 


ftromas  de  uti  ^arqu-e  olvidado 


Para    Apolo. 

Bajo  la  sonofa  fontana  olvidada 

del  antiguo  papqae  de  leda  enfamada 

eanta  el  agua  ffesea  su  gpáeil  eaneión 

eomo  una  leyenda  de  amopes  tranquilos, 

y  el  clapo  remanso  retrata  los  tilos, 

y  los  terebintos  y  el  verde  asaron. 

Una  vaga  queja  suspira  el  ambiente, 

que  en  el  alma  in^presa  queda  lentamente 

entre  el  oloroso  frescor  del  jardín, 

y  de  la  arboleda  de  ramaje  oscuro 

parece  que  brota  un  raro  conjuro 

que  dice  una  gloria  que  toca  á  su  fin. 

Evoca  recuerdos  de  tiempos  pasados 
cuando  el  aire  finge  cantos  escuchados 
bajo  las  acacias,  en  noche  estival ; 
cuando  en  par  abiertas  las  altas  ventanas 
daba  el  dulce  clave  las  notas  galanas, 
que  el  alma  de  todo  llenó  de  ideal. 

En  su  laberinto  y  en  sus  avenidas 
aun  suzrxQn  eonfraisas  las  notas  perdidas 
de  los  galanteos  del  fino  minué 
que  nuestras  abuelas  en  aquel  palacio, 
muy  cerenioniosas,  danzaban  despacio, 
señalando  el  ritmo  con  su  lindo  pie. 

V  las  aventuras  de  los  amadores 
tuvieron  testigos  en  los  corredores 
largos,  que  conducen  al  blanco  salón, 
donde  las  dan:>itas  iban  comentando 
sus  novios  idilios,  quizás  suspirando 
al  bello  recuerdo  de  la  evocación, 

Enrique  PÜIGCERVEÍ?. 

Alicante    (  España  ). 


-   249 


Construcciones  yiooRRy as  —  Hotelito-cottage,  estilo  art-notiveati  üaliano.  —  Tres  plan- 
tas; dependencias  de  servicio  :  abajo  ;  salas,  comedores,  hall;  principal  ;  dormitorios  : 
altos.  —  Ubicado  en  la  calle  Juan  M.  Blanes  esquina  Gebollatí,  adyacencias  de  If.  Pla- 
ya Eamirez. 

Arquitecto  - proí/ectista  :  Alfredo  Nin. -- Plafones  de  A.  Goby.  —  Decorado  por  Padé. 
—  Construido  por  V.  M.  Garrió,  para  el  doctor  Juan  Carlos  de  Alzáybar. 


-     2-0    --    ■  ;        ■, 

£1  Gvito 

(Del  libro  en   ppepapaeión   «Lias   Prosas   de   Iris») 

Para   Apolo. 

Al  celebrado  escritor  don  Vicente  Blasco  liáñes 

Era  un  hecho  que  yo  ya  había  podido  constatar  por  repetidas  ocasiones, 
ciue  siempre  que  mi  amigo  Andrés  Bremón  oía  interpretar  el  vals  de  Octavio 
Cremieux  «Quand  l'amour  meurt»,  Bremón  quedábase  absorto,  ptnsativo.  con 
la  mirada  meditabunda  de  sus  gr.mdes  ojos  sombríos  fija  allá  muy  lejos  en 
algo  que  yo  jamás  alcanzaba  á  ver,  y  que,  á  buen  seguro,  Bremón  sólo  vería 
el  el  espejismo  alado  de  su  quimérico  ensueño... 

Obsei-vando  este  raro  efecto  mil  veces  repetido  siempre  que  mi  amigo  03- 
c  iichaba  la  música  inspirada  de  «Quand  l'amour  meurt"  donde  quiera  se  encon- 
tl;i^■e,  mi  imaginación,  echándose  á  indagar  efectos  y  causas,  había  creído  dai 
en  la  Vr?rdad,  imaginándome  al  efecto  que  la  música  de  Cremieux,  melancólica 
y  apnsioradi.  evoi-aríi  en  el  alna  ;util  é  impresionista  de  Bremón  la  nostalgia 
de  algún  amor  lejano,  de  alguna  aventurilla  amorosa  cuyo  recuerdo  aún  no  se 
hv.hiese  extinguido  con  los  mil  accidentes  diarios  de  su  vida  accidentada  de 
bohemio  y  de  artista  gustad;->r  de  todos  los  goces  y  de  todas  las  sensaciones.     • 

Sin  em>'argo,  na  obstant3  la  fr inca  amist.id  que  yx  me  ligase  á  aquel  mu- 
chacho, yo  nun^a  me  había  aventurado  á  solicitar  de  él  una  franca  explicación 
::1  lespect ).  ni  tampDc;>  Bremón  parecí;!  tener  gusto  en  satisfacer  mi  curiosidad, 
pues,  cu:, ndo  en  uno  de  esos  instantes  de  su  arrobamiento  judo  ver  que  yo  le 
observaba,  Bremón,  turbándose  visiblemente,  había  iniciado  de  inmediato  una 
conversíic'ón  fúti"   é  inoportuna. 

Yo  conocí.t  á  Breuón  desde  seis  años  atrás,  época  en  que  él  había  Uegado 
de  Buenos  Aires,  y  tanto  yo  como  mis  amigos  de  cenáculo  sólo  sabíamos  por 
sus  propias  confidencirs,  que  él  era  oriundo  de  Mendoza,  y  que,  hasta  la  edad 
de  veinticinco  años,  había  vivido  en  plena  campaña,  ora  como  administrador 
de  una  estancia,  ora  como  capataz  de  un  establecimiento  vinícola,  ó  como  juez 
de  paz  ó  comisario  de  partido.  Luego,  también  á  estar  á  sus  propias  declara- 
ciones, Bremón  había  sido  durante  sus  cinco  años  de  permanencia,  en  la  me- 
trópoli bonaerense  donde  él  se  Iiabí.x  rebelado  poeta,  cultivando  y  iH-rfectionar.- 
ú>  así  una  modalidad  ya  innata  que  Bremón  jamás  antes  hubiese  cultivado  en 
serio,  pero  quo  en  él  siempre  se  había  manifestado  por  la  melancolía  y  el 
entusiasmo  que  á  toda  hora  le  había  inspirado  la  campaña,  los  hermosos  cre- 
púsculos camperos,  sus  bella.s  alboradas,  sus  noches  de  cielos  diáfanos  tachona- 
das de  constelaciones  oscilantes,  el  silencio  majestuoso  de  las  selvas  comno- 
litiitas,  los  soles  implacables  de  la  canícula,  la  poesía  ya  iegendaria  de  las 
ct'Stumbres  campesinas,  todo,  belleza  virgen,  que  Bremón  no  había  exteriori- 
?Ltdo  sino  de  una  manera  imperfecta  pero  espontáneamente  sentida  en  sus  es 
irofas  ircult.,s  de  trovidor  silvestre,  e.i  esíiíoj  y  en  cielitos,  ó  en  décimas  fluidas 
pero  sin  leyes  gramaticales  ni  los  engarces  fastuosos  de  un  estilo.  Y  es  por  eso, 
que  yo,  conociendo  el  alma  sentimental  y  tierna  de  aquel  bardo  sensitivo, 
siempre  que  la  ocasión  se  presentaba,  afirmábame  más  aún  en  la  creencia  de 
que  la  músi<ta  de   «Quand   ramour»,   evocaría   en  el   alma  de  Bremón,   á   no   du- 


-     251    — 

darlo,    el   recuerdo   melancólico    de   algún    dulce   idilio    campero    de    aquella    su 
primera  adolescencia. 

Una  tarde, — hace  de  esto  dos  semanas, — como  no  viese  á  Bremón  en  las 
leuniones  del  cenáculo  ni  en  las  noctámbulas  tenidas  del  café  donde  solemos  con- 
grigrarnos,  me  hice  el  propósito  de  irle  á  buscar  á  la  casa  do  huéspedes  dondo 
Bi-eíión  habitase  en  un  cuchitril  de  cuatro  metros  cuadrados,  allá  en  ¡o  alto 
te  ui  tercer  pico  y  iunto  á  los  tejados  y  las  bohardillas. 

Bmpreudí  la  ascención  por  la  vetusta  escalera  de  peldaños  de  madera 
obscura  y  desgastada :  subí  los  cuarenta  escalones,  y,  ya  en  lo  alto,  fuime 
derecho  hacia  el  refugio  del  bohemio. 

Pero  ya  próximo  al  dintel,  cuando  iba  á  empujar  la  puerta,  me  detuvf 
sorprendido.  Allá  dentro,  Andrés  Bremón,  con  voz  hermosa  y  bien  timbrada 
cantaba  su  partitura  favorita  «Quand  l'amour  meurt». 

Según  entonces  pude  escuchar,  la  letra  que  Bremón  había  adaptado  ni 
val«  de  Cremieux  no  era  sino  unos  versos  pasionales  ungidos  de  inspiración, 
rebosantes  de  sentimiento,  que  .sollozaban,  que  reían,  que  imploraban,  que 
maldecían...  :  los  versos  de  El  adiós  supremo,  aquel  pequeño  poemita  que  tanta 
nombradla  y  lauros  le  proporcionase  al  poeta  años  antes  cuando  recién  se  diese 
á  conocer  en  nuestro  ambiente  literario. 

Y  mi  curioDidad,  mi  sorpresa,  el  dulce  metal  de  aquella  su  voz  para  mí 
hista  ese  momento  ignorada,  así  como  toda  la  ternura  y  el  gusto  exquisito  que 
Bremón  ponía  en  aquel  canto,  hicieron  que  yo  continuase  irjmóvil,  el  oído  pe- 
g'do   á  la  puerta,  aguardando  el  flnal...  ' 

Adentro,  la  voz  de  Bremón  se  alzaba  poderosa,  se  desvanecía  en  molicie* 
tiernas,  sollozaba  en  melancolías  infinitas,  exteriorizaba  todos  los  gritos  y  las 
iásrimas  de  la  pasión  y  del  sentimiento,  interpretaba,  en  fin,  todas  las  sensacio- 
nes de  un  espíritu  complej.i  é  impresionista  en  el  doloroso  instante  en  que 
siente  morir  su  amor  ante  la  desilutión  del  desamor,  de  un  ultraje  ó  de  la 
traición  de  la  mujer  amada. 

Yo  estiba  maravillado.  Aquella  voz  me  seducía.  Sentía  correr  i  lo  largo 
de  mi  médula  tan  pronto  coito  una  dulce  caricia,  como  un  letal  escalofrío  de 
angustia ;  tan  pronto  el  alborozo  retozaba  en  mi  semblante  como  el  horror 
dejábame  rígido...  Andrés  Bremón  ya  iba  á  concluir  su  canto  .  Ya  sólo  le 
faltaba  melodizar  las  últimas  notas  de  «Quand  l'amour  meurt».  Yo  ya  mo 
i^feparaba  para  aplaudir,  para  abrir  la  puerta  de  un  empellón  y  darle  un 
abrazo  de  felicitaciones  al  bohemio,  cuando,  bruscamente,  inesperadamente,  en 
el  último  compás  de  la  inspiradísima  música,  oí  que  Brernon  lanzaba  un  grito 
estridente,  terrible,  dD  cólera  y  de  piedad,  en  fin,  un  grito  p  .r:i  mí  Inexplicable. 

Durante  un  segundo  me  quedé  alelado.  Luego,  bruscamente,  de  un  soi»' 
empellón   abrí  la  puerta  y  entré... 

En  el  centro  de  la  habitación,  con  los  ojos  llenos  >le  angustia,  y  conster 
nado  hasta  el  alma,  Bien:ón  me  miraba  en  silencio. 

—He  venido  á  ver  á  usted,  le  dije.  Su  ausencia  de  dos  semanas  por  el  cafe 
mucho  nos  ha  inquietado  y,  temiendo  por  su  salud  resol\ií  enterarme  perso- 
Uíilmente...  Cuando  iba  á  llamar  a  su  puerta  le  oí  cantar  á  usted  ese  vals  de 
Cremieux...  sí,  usted  bien  sabe  á  cual  me  refiero:  á  «Quand  Tamour  meurt» 
Estaba  encantado  de  su  voz  y  de  la  maravillosa  interpretación  que  usted  sabe 
hacer  de  esa  música,  cuando  de  pronto...  su  grito  inesperado  me  produjo  miedo 
y  me  hizo  temer  un   accidente... 

Bremón,  ya  repuesto,  me  miraba  de  soslayo  y  con  una  mirada  en  la  que 
no   ocultaba   su   recelo   dejando   traslucir   su   descontento.    Parecía   cohibido   por 


—  252  -  '     ^       ■       1   ■■ 

mi    brusca   aparición,   é   igudlmente,    fastidiado   enormemente   por   mi  presencia 
en  aquel  sitio. 

Sin  responderme  me  indicó  una  silla.  Yo,  algo  turltado  á  mi  vez,  curiosee 
u.'ios  segundos  á  mi  alrededor.  Aquella  habitación  ya  me  era  harto  conocida. 
Etíi  el  mismo  cuchitril  donde  tantas  noches  hubiese  pasado  largas  horas  cou 
aquel  poeta,  charlando  de  arte,  evocando  autores  favoritos,  recitando  versos 
ele  nuestra  propia  cosecha.  Era  un  cuartucho  desmantelado  y  miserable.  XJú 
lavabo,  dos  sillas  desterioradas  y  una  mesa  humilde  que  lo  mismo  servía  de 
bufete  qu3  de  comedor,  constituía  todo  su  mueblaje.  Claveteados  á  las  paredes 
algimos  retratos  de  cofrades  amigos,  algunos  perfiles  fotográficos  de  mujer  y 
media  docena  de  postales  con  paisajes,  veíanse  en  pintoresco  desorden.  Un 
tintero,  unos  blocks  de  papel  en  blanco,  una  lapicera  y  un  candelabro  de 
bronce  yacían  esparramados  sobre  aquella  mesa ;   luego :    nada  más. 

— Pues  sí,  estimado  Bremón,  tiene  usted  toda  una  bellísima  voz  y  un 
gusto   exquisito  para   manejarla,   dije   yo,   queriendo   reanudar  la   conversación 

Bremón,  por  toda  respuesta  abrió  de  par  en  par  la  única,  ventana  que 
allí  había  y  volvió  á  sentarse  frente  á  mí,  pero  tomando  esta  vez  un  aire 
triste  y  meditabundo. 

En  tanto,  yo  había  vuelto  los  ojos  hacia  aquella  ventana  sintiéndome  grata- 
mente emqcáonado  ants  el  hermoso  espectáculo  que  tenía  ante  mis  ojos.  Era  aque 
lia  la  hora  del  crepúsculo.  El  sol  ya  había  desaparecido  del  horizonte  pero  sus 
últimos  rellejos  pintaban  de  mil  matices  las  alturas  del  cielo  y  coloreaban  de 
oro  y  grana  las  cúspides,  los  minaretes,  las  azoteas,  todo  aquel  infinito  mar  de 
tejados  y  de  pretiles  que  surgía  á  la  distancia  entre  chimeneas  humeantes  y 
mil  postes  telefónicos. 

— Es  un  crepúsculo  de  maravilla  ! — había  dicho  Bremón,  mirando  á  su  vez 
por   la   ventana. 

Hubo  un  largo  silencio.  Nuestros  labios  enmudecieron  y  nuestros  ojos  mi- 
rab.-in  ávidamente  hacia  afuera...  Ahora,  el  fresa,  el  naranja,  el  azul  cobalto, 
el  celeste  pálido,  el  violado,  el  oro  mismo  se  desvanecían  poco  á  poco,  en  tanto 
un  rojo  vivo  y  violento  lo  iba  conquistando  todo...  Y  era  aquel  un  rojo  lacre, 
nn  rojo  que  ardía  en  oriflamas  sangrientos  en  los  cielos  y  como  a.scuas  en  la 
tierra. 

Yo,   inconscientemente,   había    afirmado  las   palabras   de   Bremón :       - 
-Sí :   es  un  crepúsculo  de  maravilla ! 

Un  nuevo  silencio  gravitó  sobre  nosotros.  El  rojo  crepúsculo  aún  se  pro- 
loi;gaba.  El  horizonte  entero  ardía  envuelto  en  llamas  intangibles  y  amenazan- 
tes, en  explosiones  rojas,  en  reñejos  cárdenos  que  empurpuraban  ha.sta  el  in- 
cendio las  cúspides,  los  minaretes,  los  ventanales,  las  techumbres,  las  vidrie 
ras,  los  pretiles  todos  de  la  ciudad,  y,  no  muy  lejos,  frente  mismo  á  nosotros, 
coloreaba  una  redecilla  de  hilos  telefónicos  distendidos  haciendo  de  ellos  como 
un  collar  de  frágiles  rubíes  que  también  chispeaban  en  centelleos  rojizos... 

Bruscamente,  Bremón  se  puso  de  pie.  En  la  media  penumbra  de  la  están- 
ci.i,  distinguí,  también  entre  reflejos  rojos,  su  erguida  figura  de  tez  cobriza  y 
c;ibellera  desmelenada.  Yo  no  satía  lo  que  Bremón  iba  á  hacer,  pero,  tuve  como 
un  presentimiento  fatal,  como  una  sensación  de  angustia  inexplicable...  Te- 
miendo no  se  qué,  quise  hablarle,  cuando  oí  su  voz,  potente  y  hermosa,  entonar 
los  primeros  compases  de  «Quand  l'amour  meurt». 

Enmudecí.  Yo  escuchaba  á  Bremón  con  religioso  silencio.  Oía  brotar  de 
su  garganta  las  mismas  ternuras,  los  mismos  estallidos  de  pasión,  la  misma 
raelancolí.a    doliente    que    momentos    antes    hubiera     escuchado    de    sus    labios 


—  253  — . 

cuando  le  sorprendí  cantando  al  llegarme  á  su  habitación.  Y  .-iliora  Ins  notas 
dei  canto  se  desgranaban  bajo  la  serenidad  augusta  dol  crepiísculo,  bajo  la 
flámula  roja  de  aquella  tarde  moribunda  que  sangraba  en  los  últimos  instantes 
de  su  bárbara  apoteosis... 

Yo  escuchaba  á  Bremón.  Luego,  cuando  él  hubo  acometido  los  últimos 
compases  de  la  música,  me  sobrecogí  de  terror...  Recordé  el  grito  imprevisto, 
inarticulado,  brutal  é  inexplicable  con  que  Bremón  momentos  antes  había  re- 
matado aquella  misma  música,  y,  sin  saber  por  que,  tuve  horror  de  oírlo 
nuevamente. 

cLo  volvería  á  repetir?  Y,  si  así  lo  hiciese  ¿por  qué  aquéllo.'...  Acordá 
bame  del  efecto  que  antes  había  podido  observar  en  Bremón  cuando  en  cafées 
ó  teatros  él  oía  ejecutar  por  orquestas  ó  simples  murgas  «Quand  l'amour 
níturt».  Esta  música  evocaría  indudablemente  en  Bremón  los  recuerdos  dulcts 
ó  tristes  de  algún  grande  amor  aún  no  extinguido,  pero  ¿aquel  grito?... 
¿aquel  grito?... 

No  pude  meditar  más.  Bremón  ya  cantaba  el  último  compás  de  «Quand 
l'cxmour  meurt»  y,  después  de  la  última  nota,  como  yo  lo  había  previsto,  el 
volvió  á  repetir  su  mismo  grito  inarticulado,  brutal  é  inexplicable... 

Quédeme  rígido.  Un  sudor  de  agonía  me  humedeció  el  rostro.  Ya  toda 
la  pompa  roja  del  crepúsculo  se  había  desvanecido  en  los  cielo.s  y  en  la  tierra 
Sólo  algunos  pálidos  destellos  aún  sonrosaban  algunas  vaporosas  nubéculas 
muy  lejanas.  Un  espeso  polvo  de  sombra,  una  Uuvia  de  cenizas,  una  niebla 
obscura,  un  espolvoroso  menudo  de  grafito  amortajaba  á  la  tarde  ya  caduciV  y 
ensombrecía  el  paisaje  sumiéndolo  en  una  doliente  desolación... 

— ¿Qaé  ha  hecho  usted?...  ¿qué  ha  hecho  usted?... — le  dije  á  Bremón  cuya 
silueta  apenas  si  distinguía  entre  la  opaca  sombra  de  la  e'stancia. 

No  me  contestó.  Yo  deseaba  ver  su  gesto,  pero  toda  su  figura  ahora  se 
ahogaba  entre  la  penumbra.  Luego,  no  sin  asombrarme,  lo  oí  que  sollozaba, 
en  sollozos  largos  y  ahogados. 

Todo  aquello  era  tan  absurdo  para  mí  que  mi  razón  flaqueaba  en  mil 
fantásticas  conjeturas.  Finalmente,  una  idea  horrible  me  asaltó.  Creí  saber  la 
espantosa  verdad.  Si:  ¡Andrés  Bremón  estaba  loco!... 

— Bremón,  mi  querido  amigo,  estimado  poeta  ¿qué  le  ocurre  á  usted?... 

No  me  respondió.  La,  noche  se  iba  haciendo  allá  afuera  y  entre  nt)soti'os  . 
Un  imponente  borrón  negro  iba  cubriendo  el  tragaluz  de  la  ventana.  Todo  el 
paisaje  se  ahogaba  en  sombras  espesas.  Después,  á  dos  pasos  míos,  también  bajo 
la  obscuridad  creciente  que  nos  envolvía,  la  voz  de  Bremón  se  elevó  hacia  mi : 

¡Amigo  mío,  me  dijo,  no  se  mueva  usted...  En  esta  penumbra  que  tan 
discretamente  nos  oculta,  yo  haré  á  usted  una  revelación..  ¿Se  sorprende 
usted? 

Sí,  le  revelaré  mi  único  y  gran  secreto...  Aquel  que  sólo  Dios  lo  sabe 
Aquel  secreto  que  es  mi  eterno  remordimiento!... 

Calló  otra  vez.  Ya  no  sollozaba.  Su  voz  dulce  y  tranquila  llegaba  hasta 
mí  por  entre  la  niebla  obscura  que  nos  distanciaba... 

— Usted  acaso  dirá  que  yo  estoy  loco ! — prosiguió  Bremón,  esta  vez  riendo. 
Bien  :   no  es  así.  Yo,  en  este  momento,  soy  tan  cuerdo  como  el  que  más... 

Rió  otra  vez,  lúgubremente,  y  su  risa  repercutió  en  la  estancia  por  a 
través  de  la  sombra  que  todo  lo  esfumaba  con  su  crespón  fatal.  . 

— ¡El  grito! — prosiguió  Bremón,  animándose.  ¿Usted  quiere  saber  por  qué 
aquel  grito?...  Ese  mi  gri-to  inarticulado,  salvaje,  para  usted  acaso  inexplica- 
ble...   Bien:    eso   es   lo   único    que    Cremieux   olvidóse    de   poner    en    su    «Quand 


—  254  — 

l'amour  meurt»  y,  con  el  cual,  yo,  Andrés  Bremón,  he  sabido  rematar  sober- 
fciamente   esa  página   inspirada!... 

Ya  no  me  cabía  la  menor  duda.  El  desgraciado  poeta  estaba  loco.  ¡Loco! 
.3  loco !  ¡  loco !  monologaba  yo,  mentalmente.  Sentí  una  infinita  piedad  por  el 
liebre  amigo. 

— «Qviand  l'amour  meuit» !  prosiguió  Bremón.  ¿No  ha  visto  usted  como 
esa  músici  interpreta  todas  las  sensaciones  de  un  amor  que  ya  no  será  jamás?... 
Ha  visto  usted  cuánta  dulzura,  cuánto  desaliento,  cuánta  tristeza,  cuánta  me- 
lancolía de  tiempos  felices  y  que  fueron,  encierra  toda  esa  música  evocatriz  y 
humanamente  trágica?...  lEl  amor  que  muere  está  ahí  soberbiamente  interpre- 
tado en  notas  y  en  modulaciones  sugerentes,  pero,  lo  he  dicho,  amigo  mío,  ahí 
le  faltaba  algo,  le  faltaba  una  nota,  una  tan  sólo,  y,  esa  nota,  se  lo  repito  A 
Usted,  era  ¡  el  tjrito  ! 

Me  creí  en  el  deber  de  intervenir. 

— ¿El  grito?  dije  yo.  El  grito  rompe  la  melodía;   no  tiene  porque  existir. 

Es   inadecuado    y    absurdo. 

Allá,  entre  la  sombra  expetral  de  la  alcoba,  sentí  que  Bremón  se  revol-. 
ví.i    en    su    silla.    Indudablemente    raí    inocente    observación    llegó    á    molestarle 
<leinasiado  porque  oí  como  su  puño  colérico  golpeaba  en   un  mueble  al  mismD 
tiempo  que  decía : 

— (¡Inadecuado?...  ¿absurdo,  ha  dicho  usted?  Es  decir:  superfluo  é  innece- 
síirio  como  mejor  nos  plazca  llamarlo  ¿eh?...  ¿Oh,  no,  mi  amigo!  Eso  si  que  no 
se  lo  permito  ni  tolero ! 

Su  aliento  jadeaba.  Su  voz  habíase  vuelto  dura  y  áspera.  Yo  le  sentía 
saltar  inquieto  sobre  eu   silla. 

Un  instante  después  pareció  apaciguarse,  y,  Bremón  se  extendió  en  deta- 
lles y  explicaciones. 

— Es  preciso,  me  dijo,  haber  amado  una  sola  vez  como  yo  he  amado,  y  ha 
ber  asistido  á  la  muerte  de  ese  mi  propio  amor,  para  avalorar  el  poema  mu- 
sical de  Cremieux  en  todo  su  valor.  .  Yo,  mi  amigo,  amé  allá  en  la  pampa  á 
una  mujercita  jov^en  y  bella.  La  amé  hasta  el  delirio.  Mis  mejores  estilos  y 
cielitos  fueron  para  ella...  Ella  me  hizo  poeta...  Todos  mis  celebrados  poemas  de 
hoy  le  pertenecen...  Sería  un  ingrato  si  yo  no  lo  confesase.  Yo  era  feliz  con  su 
^mor  y  con  sus  caricias.  Sus  ojos  negros  y  su  cabellera  lóbrega  me  encantaban 
Sus  labios  rojos  como  el  hurucuyá  tenían  para  mí  ambrosías  divinan...  Su  cuer- 
po ágil  y  flexible  era  de  ondina  y  de  diosa.  Sus  dientes  muy  blancos  y  menudos 
eran  perfectos.  Su  sonrisa  fascinaba  y  sólo  el  tierno  acento  de  su  voz  era  sufi- 
ciente p'.ira  mitigar  mis  penas  y  mis  desesperanzas.  Ella  se  llamaba  Eosario.  . 
¡I'n  delicioso  nombre  de  mujer!  Una  noche,  noche  lóbrega  y  de  desgracia  para 
mí,  en  un  ímpetu  de  celos,  de  locura,  de  ideas  horribles,  tal  vez  descabelladas  y 
sin  sentido,  recriminé  á  Rosario  con  acritud  lo  que  yo  llamaba  su¡  falaz  en- 
gaño y  su  traición...  Rosario  negaba;  negó  todos  los  cargos  que  yo  le  repro- 
cliase.  Acaso  fuera  inocente..  Después  creí  que  así  realmente  lo  fuera...  Pero, 
en  esos  instantes  de  locura,  de  arrebatos,  de  recriminaciones  p.-stumas.  de  do- 
lores infinitos  en  que  yo  sentía  como  aquí  dentro,  en  este  mi  pobre  y  lacerado 
corazón,  mi  tínico  y  grande  amor  moría;  en  ese  instante  terrible  y  trágico  en 
que  el  amor  se  nos  exhibe  en  todas  sus  llagas  y  ensueños,  en  todas  sus  po- 
dredumbres y  divinidades,  en  que  el  cariño  lucha  con  el  desprecio,  y  el  amor 
Iiropio,  y  la  dignidad,  y  la  venganza  que  se  paladea  agonizando!...;  en  ese  se- 
;gundo  en  que  se  vive  toda  una  vida,  toda  una  existencia  de  dolor  y  de  placer, 
yo,  el  Ótelo  atávico  de  la  pampa  de  mis  mayores,  yo,  desatentado  y  sin  saber 


.    _  255  — 

lo  que  hacía,  eché  mis  manos  convulsas  al  débil  cuello  de  Rosario  y...  la  es- 
trangulé ! ! 

— ¡  Y  el  grito  !  ¡  el  grito  ! — le  interrumpí  yo  anhelante. 

— ¿El  gri-to?  ¿el  gri-to?... — replicó  Bremón  sordamente.  El  grito  que  Rosa- 
rio articuló  en  ese  segundo  de  su  breve  agonía,  el  grito  terrible,  l^eno  de  sor- 
presa y  de  reproche,  de  angustia  y  de  muerte,  es  el  grito  que  usted  me  ha  oído 
hace  un  momento...  Sí,  ese  os  el  grito  con  el  cual  Cremieux  no  supo  rematar  so- 
berbiamente su  página  inspirada ! 

Un  nuevo  silencio,  mucho  más  pesado  y  más  doloroso  se  hizo  entre  nos- 
otros. La  noche  ya  era  completamente  y  las  primeras  estrella?  apuntaban  en 
los  cielos.  Y,  en  la  densa  obscuridad  de  la  estancia  donde  no  podía  distinguir 
á  Bremón  pero  si  le  oía  sollozar  de  nuevo,  yo  me  preguntaba,  angustiado  y 
trémulo  de  piedad,  si  Andrés  Bremón,  el  gran  poeta  bohemio,  no  estaba  real- 
mente loco ! 

Juan  PICÓN  OLAONDO. 

1909. 


PLAZA     LIBERTAD  —  MONTEVIDEO 


«♦» 


'A  una  Ufuguaya 


Para    Apolo. 


Cuando  leas  mis  versos  y  tú  pienses 

Que  ya  soy  iiñ  poeta; 
Que  soy  el  compañero  inseparable 
De  la  ruta  de  luz  de  las  estrellas. 

Que  soy  el  taumaturgo  que  colora 
Las  cosas  más  pequeñas: 
Un  suspiro  tremante  de  nostal;;'las 
Que  tantos  sueños  pálidos  despierta; 


Madrid— 190Í). 


Un  muniHillo   de  fuente    (lue  en   la  noche 

Débilmente  se  (lueja; 
Un  perfume  de  flor  que  se  estremece 
Como  el  ala  febril  de  una  quimera; 

Entonces,  al  oír  de   tu  marido 

La  palabra  sanehesca: 
Recordarás  al  soñador  que  un    día 
Besó  con   ansia  tus  pestañas  negras!... 

Jidio  Raúl  Mendilaíiarsv. 


-  256  -  .; 

0^  H^Uoti:oí)os 

TUS  RUBORES  ! 

Cuando  quedó  la  tarde  nostálgica  3^  desierta, 

Y  hablamos  de  las  gracias  eróticas,  íiliales,        i 
Lesbias  y  tindaridas  de  vaporosos  chales 

Se  erguían  en  tu  mente  de  virgen  inexperta. 

Pálida  como  el  triste  semblante  de  una  muerta, 
Tu  faz  cubrióse  luego  de  cálidos  corales ;  ' 

Y  fueron  mis  palabras  alados  madrigales, 

Y  tus  tristezas  flores  de  pesadumbre  incierta. 
¡  Tarde  feliz  aquélla !  De  tu  sonrisa  arcana 

Abrióse  levemente  la  urna,  y  mi  pagana 
Pasión  pidió  á  tu  boca  sus  mieles  y  madores : 

Y,  cuando  de  tu  rostro  los  lirios  y  alabastros  , 
Clisaron  en  mis  ávidas  pupilas,  tus  rubores 
Huveron  como  el  oro  de  los  murientes  astros. 

LA  TARDE 

Horas  de  nostalgia.  Trisan  las  alondras 
Bajo  el  indeciso  palio  de  la  tarde. 

Lilas  y  amarantos  taciturnos  cierran 
Herméticamente  sus  corolas  frágiles : 
Ánforas  en  donde  titilan  los  besos 

Y  lágrimas  de  oro  del  sol  de  la  tarde. 
Baten  en  la  senda  de  las  margaritas 

Blancas,  á  la  vera  de  azules  estanques, 
Leves  mariposas  sus  alas  de  seda ; 
( Son  pétalos  raros  de  flores  del  aire ). 

Y  en  las  frondas  dicen  sus  muelles  baladas 
Mirlos  y  bulbules  en  consorcio  afable, 
Mientras  que  las  lilas  del  éter  esfuman 
Diáfanas  visiones  de  un  nuevo  Versalles. 


Cruzan  la  floresta,  y  allá  en  la  penumbra, 
Detienen  sus  pasos  furtivos,  iguales, 

Y  estrechan  sus  trémulas  manos 
Los  enamorados  amantes. 
Y  en  tanto,  derrama  sangrientos  rubíes 
En  el  horizonte,  la  luz  de  un  celaje. 

Suspira  el  efebo ;  la  virgen  otea 
Los  ámbitos  todos  y  ve  aglomerarse 


-   257  —■■•■•■ 

Cisnes  en  los  lagos  do  emergen  nelumbos, 
Y  en  torno  de  Febo  rodelas  de  sangre. 

Apaciblemente  trisan  las  alondras 
Bajo  el  indeciso  palio  de  la  tarde. 

—  Y  son  estas  horas  de  dulces  nostalgias, 
Amenas  y  breve.  —  Claman  los  amantes. 
Y,  quedo,  se  alejan  de  las  avenidas 
Pobladas  de  aromas  que  vienen  del  valle. 


La  tarde  agoniza  nimbada  de  nubes, 
Y  el  último  rayo  de  Apolo  se  esparce 
En  pálidas  hebras  y  sonrisas  vagas 
Por  cima  del  amplio  cristal  de  los  mares. 


AVE  Y  FLOR 

^4    Roberto    <lt'    lax    Cítrrera.H. 

En  un  gemido  muere  la  tarde,  y  —  como  un  taro 
Cautivo  de  la  bruma  —  ve  al  sol  agonizar ; 

Y  en  su  lenta  agonía  finge  añoranza  un  raro 
Celaje  de  amaranto  que  tiembla  sobre  el  m.ar. 

Luces  de  rosa  y  oro  sobre  las  avenidas 
Apenumbradas  caen  —  del  cielo  —  en  comunión  ; 

Y  á  sus  reflejos  vagos  de  hespérides  dormidas, 
Llora  la  virgen  ebria  de  fe  y  adoración. 

Acaso  la  pupila  somnámbula  del  bardo 
Que  va  á  una  nueva    Hélade    conmuévela  otra  vez 

Y  en  su  mejilla  suave  como  la  flor  del  nardo. 
De  un  beso  del  poeta  presiente  la  embriaguez. 

Sus  manos  que  simulan  heráldicas  corolas 
Palpitan  en  la  falda  ligera  como  un  tul ; 

Y  al  ritmo  de  sus  senos  ensayan  las  violas 
Que  cierran  el  escote  volar  hacia  el  azul. 

Volubles — en  su  frente — guedejas  hacen  ondas, 
Albean  en  sus  párpados  palores  de  marfil ; 

Y  en  su  oloroso  peplo  de  vaguedades  hondas 
Suspira  una  gardenia  con  ansia  femenil. 

En  la  glorieta  donde  gustara  con  inmensa  , 
Fruición  las  ambrosías  del  cáliz  del  amor. 
Cabe  una  pensativa  paloma  de  faienza 
Sinceramente  llora  la  virgen  Ave  3'  Flor. 

El  véspero  yix.  exangüe  sus  palideces  mira 
Cubriendo  la  penumbra  de  opalescencia  astral ; 


—  258  — 

Y,  bajo  la  turquesa  del  éter  donde  gira 
Cual  invisible  espíritu  la  psiquis  sideral : 
— !  Pobre  virgen 
Plañidera  cual  ave  que  expira !  — 
Su  espíritu  y  sus  labios  artísticos  ayunan 
Y  la  gardenia  cae  del  peplo  de  surah; 
Mientras  allá  en  la  sombra  sus  lágrimas  adunan 
La  lira  del  crepúsculo  y  el  bardo  que  se  va. 

CUAL  UNA  FIGULINA ... 

A  Ángel  de  Estrada. 

El  parque  está  muy  triste  y  en  la  avenida  orlada 
De  lirios  y  magnolias  de  una  blancura  ideal, 
La  pálida  doncella  sonríe  inanimada, 
Tal  una  figulina  con  ojos  de  cristal. 

Los  heliotropos  mueren  como  los  besos.  Cada 
Lucero  es  un  doliente  que  va  á  su  funeral, 
Y  en  su  corola  exangüe  pero  soberbia,  un  hada : 
Selene,  ha  derramado  su  lloro  sideral. 

Esfúmase  el  gallardo  perfil  de  las  acacias ; 
En  el  estanque  hay  cisnes  dormidos,  y  sus  gracias 
No  lucen  ya  las  góndolas ...  en  la  ribera  están 

Inanimadas  como  la  pálida  doncella 
Que  sonríe  y  medita,  y  es  indolente  y  bella 
Cual  una  figulina  sin  ansia  y  sin  afán. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


-»-♦<- 


"Visión   J??i.3n.d.a.ltJ.2;a. 


La.    I^ixina. 


Yo  amo  la  hella  armonia 
de  vivos  claveles  rojos, 
rimando  con  negros  ojos 
y  cielos  de  Andalucía. 

El  cantar  hondo,  gitano, 
y  el  suspiro  [jue  desgarra 
el  aire,  y  en  la  guitarra 
una  ensortijada  mano. 

Sol.  Alhamares  de  oro 
gue  rozan  astas  de  toro, 
y  olor  á  sangre  y  á  vinos. 

La  navaja  y  la  mantilla 
y  los  ojos  asesinos 
tras  las  rejas  de  Sevilla. 

Leonardo  SHERIF 


Para   Apolo. 

Como  un  despojo  de  la  edad  pasada, 
sola  con  su  tristeza  y  su  destino, 
vislúmbrase  en  el  borde  del  camino, 
una  pobre  vivienda  abandonada. 

Fué  en  otrora,  de  risas  circundada, 
albergue  del  humilde  campesino; 
hoy,  si  cruza  á  su  lado  un  peregrino, 
ni  le  presta  el  calor  de  una  mirada. 

En  eterna  agonía  languidece; 
á  su  vejez  decrépita  se  abate; 
y  si  el  pampero  despiadado  crece 

cuando  sus  muros  derruidos  bate, 
en  la  angustez  de  su  dolor  parece 
que  algo  en  la  ruina  se  levanta  y  late! 

José  Viaña. 


—  259  — 


Vibraciones 


Toda  mi  gloria  consistiría  en 
en  que  pudiera  trasladar  al  papel 
todo  lo  que  siento.  Hay  momen- 
tos que  invade  á  mi  interior  una 
ternura  tan  intensa  que  al  que- 
rer desbordarse,  por  medio  de 
palabras,  llega  hasta  los  labios  y 
se  transforma  en  un  gesto  de 
desdén  . . . 

El  corazón  late  tan  apresurado 
que  á  veces  creo  que  desea  salir 
del  pecho  para  exponer  una 
como  idealidad  de  cosas  imposi- 
bles . . . 

Esteta,  me  conmueve  tanto  una 
belleza  física  como  una  moral,  y 
amo  la  sacra  belleza  del  Dolor. 
Ayer,  fueron  unos  ojos  negros 
de  mirar  triste,  los  que  me  hicie- 
ron decir  muchas  bellas  cosas ; 
hoy,  fué  una  acción,  una  palabra, 
hermanas  de  las  mías,  que  me 
trajeron  lágrimas ;  mañana,  al 
contemplar  un  cuerpecito  ebúr- 
neo y  tierno,  puente  del  arroyo 
( ¿  por  ilusión  de  óptica  ?  )  pasa- 
rán por  él  todos  mis  lirismos  en 
busca  de  un  estro  redentor ! 

¡  Y  siempre  amando  !  Siempre 
en  busca  de  una  Perfección. 
Otras ;  en  busca  de  esa  ignota 
palabra  que  sea  la  placa  fotográ- 
fica que  reproduzca  mi  sentir! 


Para    Apolo. 

De  esa  palabra  que  vive  en  mí; 
que  tiene  una  sílaba  del  espíritu^ 
oti'a  del  alma  y  otra  del  corazón-/ 
que  hace  aílos  está  compuesta 
aquí,  dentro  del  pecho,  y  sin 
embargo  no  sube  á  los  labios^ 
Quizá  sea  porque  el  día  que  sa- 
liera fuera  un  monstruo  que  ne- 
cesitara de  muchas  páginas  de 
un  libro  para  posarse,  y  las  em-^ 
bardunaría . .  . 

Y  á  todo  esto,  ¿es  digno  de 
amarse  cuanto  se  ama? 

Algunos  dirán  que  sí ;  desde- 
luego  que  se  ama  . . . 

Y  yo,  ¿soy  un  escéptico  ó  un 
optimista  ?  me  lo  pregunto. 

Las  dos  cosas.  Hay  veces  que 
á  la  Verdad  le  pasa  lo  que  á  Cris- 
to :  la  crucifican,  muere  y  la  en- 
tierran.  Pasado  un  tiempo  resu- 
cita llena  de  irradiaciones  . . . 
Mientras  estuvo  enterrada  pudi- 
mos muy  bien  pasar  sin  ella,  los- 
que  no  la  veíamos  no  la  creíamos. 
Cuando  resucita,  algunos  creen 
que  es  otra.  Y  somos  creyentes. 
Suscita  controversias.  Es  un  te- 
ma para  siempre.  ¿Y  si  hay  con- 
trincante, cuál  triunfa  ?  Los  con- 
trincantes siguen  discutiendo. 
Quien  triunfa  es  la  Verdad. 

SILVA  SERRANO. 


»♦« 


Sarcasmo 


Con   paso  incierto,    eon  mirar    sombrío, 
llena  el  alma   de    hastio 
y  el  corazón  de  amargos  desengaños, 
llegó  junto  á  la¿  márgenes  de  un  río 
un  arrogante  joven  de  veinte  años. 
Por  espacio  de  un  rato,  tristemente, 
contempló  la  corriente, 
del  desbordado  rio,  ancho  y  profundo, 


y  con  ojos  de   loco  y  voz  doliente 
dio  su  postrer  adiós    al    traidor    mundo.. 
Y  cuando  el  infeliz  enamorado 
poco  á  poco  se  hundía 
en  el  seno  del  río  desbordado, 
la  mujer  á  quien  más  había  amado... 
con  infernal  sarcasmo  se  reía. 

Benjamín  Garda. 


—  •260  — 


X  ^titrarotí  los  fríos 


•■■'    :  ><^ 


.''      :     .  Para   AroLO. 

Sobre  los  verg^eles  el  tiempo  ha  mandado  —su  gran  lobo 
blanco  ( como  algaien  lo  ha  dicho)  ;-rDe  todas  las  cuerdas  del  arpa 
del  año — sonó  la  más  grave ...  y  entraron  los  fríos. 

Desde  el  nacimiento  del  Tiempo  en  un  Todo — las  oscilaciones 
de  un  péndulo  arcano— fueron  Primavera,  Verano  y  Otoílo  .  . . —  é 
Invierno;  este  tiene  cabellos  plateados. — Es  viejo  en  los  hombres  y 
viejo  en  las  hojas,— los  hombres  lo  alcanzan  á  veces,  las  hojas — en 
él  mueren  siempre,  lo  mismo  las  rosas . . .  — Si  el  péndulo  oculto  lo 
impone,  sollozan — y  tiemblan  los  huertos,  y  mudan  de  pluma — bajo 
otros  paisajes  de  sol,  cual  las  aves, — muchísimas  ramas,  la  lej^  aun- 
que dura — se  cumple  :  eres  viejo,  ¡  lo  nuevo  que  nace ! 

i  Todos  los  jardines  ha  poblado  el  frío  ! — Todos  los  jardines  que 
en  otros  inviernos — temblaron,  ahora,  de  nuevo  han  sentido — las 
mismas  palabras  heladas  del  viento— que  llega:  ese  errante  de 
labios  cansados— que  muerden  y  arrancan  las  hojas  que  quedan; — 
que  al  alma  que  pasa  le  cantan  llorando, — y  besan  las  ramas  nudo- 
sas y  negras  ... 


de  frío  . . .  ansiedades . . , 
y  pisan  el  vago --rumor 


Sufren  los  colores  un  grave  desmayo 
lebreles  de  miedo — sin  ser  vistos  yerran  . 
de  las  hojas,  á  veces  ligero  . . . 

Y  sólo  hay  trazando  los  viejos  canteros — violetas:  las  monjas 
humildes  del  prado  —que  indican  la  senda,  que  nunca  fitrevieron — 
su  vista  á  los  pasos  que  al  huerto  llegaron. 

.,,  Enrique  CASAR AVILL A. 


-♦♦•- 


-.;^;».v...  :>j::- 


BIBLIOGRAFICAS 

En  el  próximo  número  nos  ocupa- 
remos, además  de  los  ya  anuncia.- 
dos,  de  los  siguientes  libros  recibi- 
dos   recientemente : 

El  Genio  de  la  Especie,  por  A.  Her- 
nández y  Cid,  (Barcelona;  Trébol  y 
Visión  l^upcial,  por  Guillermo  Posa- 
da, (Bogotá);  Lolita  Acuña  (novela), 
por  Dorio  de  Gádex,  (Madrid) ;  Mis 
profetas  locos,  por  José  de  San  Mar- 
tín,    (Buenos    Aires). 

NUEVO    CANJE  ;    t 

Selecta. — Santiago  de  Chile.- — Acu- 
samos recibo  del  número  5  de  esta 
interesante  y  lujosa  revista  men- 
sual, literaria  y  artística,  que  pu- 
blica le  Empresa  Zig-Zag.  Selecta 
está  llamada  á  ser  en  nuestro  con- 
tinente la  mejor  revista,^  tanto  por 
su  presentación  artística  como  por 
la    selección    de    sus    materiales. 

Revista      Escolar. — Ihagué      {Colom- 


bia).— El  númerol  de  esta  revista 
instructiva  ha  llegado  á  nuestra 
mesa  de  redacción.  Interesante  es  el 
sumario    que    trae 

Actualidades.  —  Guayaquil.  —  Her- 
mosa revista  ilustrada  cuyos  mate- 
riales hablan  muy  en  favor  de  los 
intelectuales  ecuatorianos.  El  número 
26  que  tenemos  á  la  vista  publica 
un  ameno  sumario  y  muchos  foto- 
grabados. 

El  Tiempo. — Chichigalpa  (Nicara- 
gua).— El  conocido  escritor  Leonardo 
Montalbán  ha  empezado  á  publicar, 
quincenalmente,  un  periódico  de  li- 
teratura y  variedades,  con  el  título 
preindicado.  Lo  secundan  en  su  la 
bor  los  literatos  Manuel  Tijerino,  J. 
D.  Vanegas  y  Juan  R.  Aviles.  En  el 
número  1  que  hemos  recibido',  están 
planteados  los  propósitos  de  £1  Tiev^- 
po.    Esperamos    su    cumplimiento. 

El  Progreso. — León  (Nicaragua). — 
De  esta  publicación  literaria  que  di- 
rige el  joven  poeta  Lino  Arguello, 
recibimos  el  número  22  que  tiene 
plétora     de    excelentes     composiciones. 


Gran  Sastrería  PYRAMIDES 

Galle  Sarandí   números  226  y  228 


En  esta  casa,  ¡a  pn- 
mera  en  su  género  de 
la  capitaL  se  encuen- 
tra siempre  itn  variado 
surtido    de    casimires 


T^^^^^^^^séM    de  las  me/ores  fábricas 


Francesas    é  Inglesas. 

Atiende   pedidos    de 
campaña. 

Consulte    usted    los 
pr< dos  que  van  al  pie. 

La  casa  no  tiene  com 
petencia. 

Se  garanten  los 

trabajos  ée  la  casa 


FI^ECIOS 


Traje  de  saco 
Jacquet    . 
Smoking . 
Levita.     . 
Frac    . 
Sobretodos 
Pan  ta  iones 
Chalecos  fantasía 


de   ^    lo  oo      á   .j?    2  3.00 

»       .     2  2  On 

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»  »  ío  on 

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»  »  I  2. no 

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j  »  I  .no 


»  »  ?8.<>n  forro  de  seda 

»  >í  28  no  ^  ^          s 

•  »  |C)  I  'n  1  »          i 

»  »  ^o  f  X  I  -  s 

->  ^)  2  2  nn  >  »         » 

í  »  -no 

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X^a  casa  tiene  elemenco   especdal 

para    el    trabajo    de    medida 

CALLE    SARANOI,     226    Y    228 
Al  costado  de  la  Metropolitana 


—  260  — 

Y  entraron  los  fríos 


Para    Afolo. 

Sobre  los  verg-elcs  el  tiempo  ha  iiiíiiulado  —su  ^van  lobo 
blanco  (como  algiiieii  lo  ha  dicho); — De  todas  las  cuerdas  del  arpa 
del  afío — soiK)  la  más  grave...  y  entraron  los  fríos. 

Desde  el  nacimiento  del  Tiempo  en  un  Todo — las  oscilaciones 
de  un  péndulo  arcano— fueron  Primavera,  Verano  y  Otoño... —  é 
Invierno:  este  tiene  cabellos  jjlateados. — Iils  viejo  en  los  hombres  y 
viejo  en  las  hojas, —  los  hombres  lo  alcanzan  á  veces,  las  hojas— en 
(M  mueren  siempre,  lo  mismo  las  rosas. . .  — Si  el  péndulo  oculto  lo 
impone,  sollozan — y  tiemblan  los  huertos,  y  mudan  de  pluma — bajo 
otros  paisajes  de  sol.  cual  las  aves, — muchisimas  ramas,  la  ley  aun- 
que dura — se  cumple  :  eres  viejo,  ¡  lo  nuevo  que  nace  ! 

i  Todos  los  jardines  ha  poblado  el  frió! — Todos  los  jardines  que 
en  otros  inviernos— teml)laron,  ahora,  de  nuevo  han  sentido — las 
mismas  palabras  heladas  del  viento— que  llega:  ese  errante  de 
labios  cansados— que  muerden  y  arrancan  las  hojas  que  quedan;— 
que  al  alm¿i  que  pasa  le  cantan  llorando, — y  l)esan  las  ramas  nudo- 
sas y  neg'ras  ... 

Sufren  los  colores  un  grave  desmayo — de  frío  . . .  ansiedades  .  . . 
lebreles  de  miedo — sin  ser  vistos  yerran  ...  y  pisan  el  vago ---rumor 
de  las  hojas,  á  vcct-s  ligero  . . . 

Y  sólo  hay  trazando  los  viejos  canteros — violetas:  las  monjas 
humilde.s  del  prado —(|ue  indican  hi  senda,  (pie  nunca  atrevieron  — 
su  vista  á  los  pasos  que  al  huerto  llegaron. 

ExRi(n:K  CASAKAVILLA. 

-♦-♦-• 


BIBLIOGRÁFICAS 

En  el  próximo  número  nos  ocupa- 
remos, íidemás  de  lo.s  yii  uniuui;i- 
dotí.  de  lo.s  siguientes  libros  recil)i- 
dos     recientemente : 

El  (iL'niü  (le  Ui  /íspcr/c.  por  A.  Her- 
nández y  Cid.  (Barcelona:  Trrhol  y 
Visión  yupcidl.  por  Gviillermo  Posa- 
da, (Bogotá);  ¡joiitu  Acuña  Inovclu), 
por  Dorio  de  Gádex.  (Madrid);  Mis 
profetas  Jocos,  por  José  de  San  Mar- 
tín.    (Buenos    Aires). 


NUEVO    CAX.IE 

Selecta. — Santiac/o  ele  Chile. — Acu- 
samos recibo  del  número  5  de  esta 
interesiinte  y  lujosa  revista  men- 
sual, literaria  y  artística,  que  pu- 
blica le  Empresa  '/Ag-7.ag.  Selecta 
está  llamada  á  ser  en  nuestro  con- 
tinente la  mejor  revista,  tanto  por 
su  presentación  artística  como  poi' 
la    selección    de    sus    materiales. 

Revist.4      Escol.'^r. — Ihaijac       [Colorn- 


hia). — El  númerol  de  esta  revista 
instructiva  ha  llegado  á  nuestra 
mesa  de  redacción.  Interesante  es  el 
sumario    que    trae 

AcTüALiD.MiES.  —  (i  iiíiyaquil.  —  Her- 
mosa revista  ilustrada  cuyos  mate- 
riales hablan  muy  en  favor  de  los 
intelect  lales  ecuatorianos.  El  míraero 
26  que  tenemos  á  la  vista  publica 
un  ameno  sumario  y  muchos  foto- 
grabados. 

El  Tiempo. — Chicliiciíilim  (Xicara- 
(jua). — El  conocido  escritor  Leonardo 
Montalbán  ha  empezado  á  publicar, 
quincenalmente,  un  periódico  de  li- 
teratura y  variedades,  con  el  título 
preindicado.  Lo  secundan  en  su  la 
bor  los  literatos  Manuel  Tijerino.  J. 
D.  Vanegas  y  Juan  R.  xVvilés.  En  el 
número  1  que  hemos  recibido,  están 
planteados  los  propósitos  de  El  Tiev^- 
po.    Esperamos    su    cumplimiento. 

El  Progreso. — León  (yica  rauuu). — 
De  esta  publicación  literaria  que  di- 
rige el  joven  poeta  Lino  Arguello, 
recibimos  el  número  22  que  tiene 
plétora     de    excelentes     composiciones. 


Gran  Sastrería  PYRAiVlíDES 

Galle  Sarandí   números  226  y  228 

En  cstíí  casa,  la  /^/v- 
mera  en  su  genero  de 
la  capital,  se  encuen- 
tra siempre  un  variado 
surtido  de  casimires 
de  las  níc/ores  fábricas 
Francesas    é  Inglesas. 


^T?~iSfiH°=^^"  .¿ai. 


FF5_ECI 


Atiende    f^edidos    de 
campaña. 

..  Consulte    usted    los 
pr' dos  que  van  al  pie. 

La  casa  no  tiene  com 
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OS  ^= 


Traje  de  saco de   i    loof) 

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ISSUES(S) 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Seeietíuio  de   Redaeeión:    OVIDIO    FERNÁNDEZ    RÍOS 


A  dxn  j  nistrador: 

XjUIS      férez 


Redaooión  y  A.dxaii:iistra,ción: 
I*ÉREZ      CASTELOj A  NOS,      111 


AÑO  IV 


Montevideo,  Diciembre   de    1909 


N.»  34 


e;l  fi^eijuicio 


Para   Apolo. 


A  Manuel  ügarte,  afectiwsamenle. 


Serpiente  vil,  de  colosal  cabeza 
i  veneno  mortal,  vive  enroscada, 
con  la  fuerza  imtal  de  su  grandeza, 
á  la  presente  sociedad  menguada. 

Con  su  lengua  mortifera  ella  hiere 
al  corazón  que  noble  se  levanta, 
cjue  despreciando  fórmulas,  prefiere 
la  libertad  de  una  conciencia  santal 

Serpiente  vil  de  negros  anillares, 
mientras  mas  ignorancia  hai  en  la  tierra, 
mas  oprimen  sus  fieros  tutelares 
al  torpe  mundo  que  á  su  error  se  aferra 

Las  f atidicas  sombras  son  su  trono ; 
la  humanidad,  su  corte  palaciega. 
Hija  de  los  Avernos,  en  su  encono 
para  la  estupidez  rayo  gue  ciega. 

Yo  no  la  temo!  La  detesto.  Libro 
.'siempre  con  ella  desigual  batalla; 
i  la  arrastro  a  mis  plantas  cuando  vibro 
la  tempestad  de  mi  furor  gue  estalla  I 

Nunca  el  prejuicio  i  su  mortal  veneno 
mancharán  el  cristal  de  mi  conciencia 
¡No  obedezco  jamas  a  impulso  ajeno  I 
¡Mi  ruta  es  la  verdad;  mi  Sol,  la  ciencia  I 

Benjamin  VELASCO  REYES 


|p  '^OFICINA  DEL  COMERCIO 


BJ-JOX      IQ© 

Teléfono:  LA   URUGUAYA,    699 


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PERITOS    MERCANTILES 


JULIO  R.   MARTÍNEZ    (Corredor) 


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Director -RedMCtor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Secretario  de   Rediiteión :    OVIDIO    FERNÁNDEZ    RÍOS 


A  dmi  nistrador: 
XjUIS       PÉREZ 


Redacción  y  Administración: 
fÉREZ      CASa?ELa^ANOS,      m 


AÑO  IV 


Montevideo,   Diciembre    de    1903 


N."  34 


E,L     FE-E^JUICIO 


Para  Afolo. 


A  Manuel   Cgarte,  afectuosamente. 


Serpiente  vil,  de  colosal  caheza 
i  veneno  mortal,  vive  enroscada, 
con  la  fuerza  irutal  de  su  grandeza, 
á  la  presente  sociedad  menguada. 

Con  su  lengua  mortífera  ella  hiere 
al  corazón  gue  noble  se  levanta, 
gue  despreciando  fórmulas,  prefiere 
la  liiertad  de  una  conciencia  santal 

Serpiente  vil  de  negros  anillares, 
mientras  mas  ignorancia  hai  en  la  tierra, 
mas  oprimen  sus  fieros  tutelares 
al  torpe  mundo  gue  á  su  error  se  aferra 

Las  fatídicas  sombras  son  su  trono ; 
la  humanidad,  su  corte  palaciega. 
Hija  de  los  Avernos,  en  su  encono 
para  la  estupidez  rayo  gue  ciega. 

Yo  no  la  temo!  La  detesto.  Libro 
'siempre  con  ella  desigual  batalla; 
i  la  arrastro  a  mis  plantas  cuando  vibro 
la  tempestad  de  mi  furor  que  estalla  I 

Nunca  el  prejuicio  i  su  mortal  veneno 
mancharán  el  cristal  de  mi  conciencia 
¡No  obedezco  jamas  a  impulso  ajeno  I 
¡Mi  ruta  es  la  verdad;  mi  Sol,  la  ciencia! 

Benjamín  VELASCO  REYES 


--  286   —     • 

£1  t)abla  s-erá  la  í)alvia 

Z'arí/   Apolo. 

—  Pero   allí   líablaii    español   r;  verdad  ? — me   preguntaba    un   hombre   dt? 
los  que  iban  á  partir  para  Chile,  en  la  expedición  que  salió  de  este  puer- 
to en  3  de  Diciembre  liltimo.  Era  un  hombre  de  unos  cincuenta  años,  mi- 
nero de  profesión,  picador  l)arrenero.  había  sido  huertano  allá  en  Alge- 
zares donde  llevalia  una  tierrecica...  luego  se  pusieron  las  cosas  tan  ma- 
Ijimente  que  hubo  que  venir  á  la  sierra...  y  ahora  la  sierra  está  muerta 
'/  lidji  q\it'   n   ande  Dios  quiera,   porqite  ¡lor  enrimu  de  tú,  hay  que  vivir. 
V  este  hombi-e  pone  en  su  pregunta  un  dejo  de  consoladora  esperanza  que 
torna   melancólica   la   amarga  expresión  de  aquel   rostro  en  donde  puede 
lee'se   j.i    piígjna   triste:    tiene  sü    mn.ier,   de  la  misma   edad   que  él;    una 
iiiiii   (|ue  8e  le  casó  muy  ,j(>ven,     cargada  de  criaturas    y     pasando    mise- 
liíis  y   traliajos  :   otra   hija   soltera   y  un   muchacho  de  unos  catorce  años 
(¡lie  ya  trabaja   "u   las  ¡ninas  matándose... — Y  no  es  lo  peor  eso,  dice,  si 
no   (\\\v    Mo   hay   trabajo...    taita    el    inin...    vamos   en    cueros. ..¡y   ande   se 
iuní  comió  tó  lo  í|iie  uiu)  ha  ganao,  ande  se  han  quedao  con  el  sudor  de 
Kuo;...    no   fían    un    cliiiro,    ni    dan    una    sed    de    agua!... — Así   las   cosas, 
s(^  ba   sabido  que  reclutaban    mineros  para   Chile,  y  aquel  hombre  ha  pa- 
sado  unas   horas  terribles  abismado  con   la   cabeza  entre  las  manos,  dán- 
dole vueltas  á  la  desesperada  situación  de  su  casa  y  á  la  salida  única  por 
aquel    camino   á    través   de    los    mares    ¡tan    largos!    sin    viielta    quizás!... 
Luego    se    ha    erguido    resueltamente,    ha    cogido    la    manta    >    ha    dicho: 
((;Voy  á  apuntarme!» 

La  nuijer  y  la  bija  .soltera  han  asistido  llorosas  y  en  silencio  al  dra- 
ni.i  interno,  sabían  lo  ;|U'  pensaba  aquella  cabeza,  las  vueltas  que  le 
i-'^taba  dando  á  las  cosas,  aciuelia  locura  y  aquella  desesperación  en  que 
se  hacían  los  .sesos  agua...  Se  han  levantado  también  desesperadas  y  se 
han  puesto  delante  de  él. — \ó,  no  te  vas!  Nos  moriremos  de  hambrr-, 
saldré   ;í    i)edir   limosna  ! 

— No,  |)adre,   no  se  vaya    nsté,  ([ue  no  le  vamos  á  ver  más! 
En  esto,  iia   llegado  h\   hija  casada  con   un  pequeñuelo  en  los  brazos; 
la   llegado  tanii)iéii  el  niozneio,  el  hijo,  que  tampoco  trahajaha  aquel  día. 

—  Padre  de   mi   alma,    no  se   vaya    usté,   no  se   apunte  usté! — dice   ia 
liija    mayor. 

VA     mozuelo     icj.iiica  : 

—  Pii^'s  liace   bien   en    apimtaise,   y  yo  con  él!    á    la    fin    del   mundo  I 
— No,    Ln,    por  >>!    pronto,   no  ;   después,   ya  veremos.— responde  el   pa- 
dre,   marcliándose   .it'ectado.  \ 

Las  mujeres  (|U."(lan  <les:)ladas  llorando  á  lágrima  '.i^-a,  y  el  mozue- 
lo   i-efunfuñando  : 

---No     lloren     ustés     ;nás !     No     hay     ()ue     llorar  sino  tener   alma    para 
hacerle  cara  á  tó.   Vo  si  no  me  ]\evn  el  padre,  me  iré  solo!... 

Sí  ;  la  misma  página  triste  se  puede  leer  en  otros  rostros  desalen- 
tados, abatidos,  desesperados...  V  el  hombre  una  vez  apuntado  en  las 
li.«tas  de  emigración  á  Chile,  torna  á  preguntar:  .;  Conque  allí  hahlan 
español? 


-    287    -         -,     : 

V  al  contestarle  de  nuevo  añrmativaniente.  al  asegurárselo  rotun- 
(Ía"iiiente.    explica    suspirando   con    aquel   dejo   de  consoladora    esperanza : 

— Verá  usté:  en  toa  (asta  de  hombres  los  hay  l)ueuos  y  >nalos  ;  pero 
consuela  «1  ir  ande  el  habla  es  la  nuestra  ;  parece  i|Ut-,  por  atiuello  del 
iiabla,  se-  han  de  apiadar  más  de  nosotros  ;  se  siente,  en  cierto  modo, 
la  confianza  de  ir  ande  se  tiene  familia  ;  y  hasta  la  tierra,  por  remota 
que  se  encuentre,  si  es  nuestra  habla  la  suya,  ya  no  nos  parece  tierra 
f xtranjeia  ! 


Si.  <>1  habla   es  la   patria,  el  habla  será   la   patria  !  . 
De   un    barco  de  emigrantes,   un   liombre   joven   de  corazón    animoso, 
en  el  momento  de  partir  y  al   ronco  son  de  la  sirena,  se  arranca   con  es- 
te cantar  : 

La    Viriíen    del    Pilar    dice 
(|ue    no   ((uiere   ser    francesa, 
que   (¡uiere    ser    capitana 
de    la    tropa    aragonesa. 

Y  el  barco  al  lu^satr-icar  del  nuielle,  parece  un  pedazo  de  i)atria 
que  S(>   desprende  y  camina    sol)re  el   mai... 

Y  en  la  inmensidad  del  océano,  cuando  la  obscuridad  ó  la  niebla 
b(irren  el  pabellón  nacional  y  hasta  la  silueta  de  la  nave,  quedará  como 
soberana  y  única  personiftcación  de  la  patria,  caminando  fantástico 
solire   las   olas,    a(|uel   cintar! 


Kl  'nal)la  es  la  pati'ia  :  Vo  he  visto  en  los  cuai'teles  formar  grupos 
1(.'S  soldados,  se^ún  su,  dialectos.  101  lazo  fraternal  nuis  fuerte  era  el 
Inibla. 

Y  i)()i-  el   contrario,    motivo  (U'   rivalidad   entre  grupos,   el   liabla  dis 
tinta. 

La   patria   es  el   habla  :    H(>  \isto  á   unos  franceses  en    un   hotel  esp:i- 
iiol  celel)rar  una  conmemoración   de  su   país,     una     ñesta.     Había    en     el 
i'.rupo   una    cosa    por  encima   de   la   conmemoración   y   de   todo:    el    liabla- 
(Hie  los   unía,   (pie  los  exaltaba,   fpie  los  confraternizaba  — 

¡  Oh,  \erbo,  espíritu  de  los  pueblos,  característica  y  iK'isonihcaciórt 
de   los    puei)los,    dulce    lazo    fraternal! 

¡  Oh,    América  !    El   habla    me   trae  tu    aliento   hermano,    la    visión   de 
tus  mares,  tus  ciudades,  tus  montes,  tus  ríos,  tus  selvas,  tus  llanuras.. 
Tus    periíklicos.    tus    libros    llegan   saturados   de    actividad    febril,    de    tus 
jjrogresos.   de  tus   democracias.. . 

Tus  políticos,  tus  d¡ph)mátic()S,  tus  comerciantes,  tus  periodistas, 
tus  poetas,  en  suni-íi,  vierien  á  la  vjeja  patria  como  arrogantes  heraldos 
de  la  feliz  aventura  que  corrieron  aquellos  hijos  del  hispano  suelo  (pi-» 
{)aTtieron   de  estas  iilayas  en  sus  valientes  naos  hace  siglos... 

Y  es  el  hai)la!  Kstos  días  ¡Oh,  Améi'ica  !  ha  pasado  por  nuestra  ciu- 
dad iiiH)  de  tus  poetas,  José  Santos  Chocano,  y  nos  lia  encantado  con 
sus  versos:  Nos  ha  encantado  porque,  como  digno  hijo  tuyo,  lleva  en 
su  inspiración  las  bellezas  arrogantes  y  el  fogoso  empuje  de  las  tierras 
tropicales,   la    íuerzi   de  tus   razas   poderosas  y  el  deshirabramiento   y  la 


—  288  — 

riqueza  de  los  fastuosos  tesoros  de  tu  suelo...  Nos  ha  encantado  porq_ue 
nos  ha  pintado  de  una  manera  deslumbradora  tu  belleza  ;  porque  nos 
ha  contado  íntimamente  tus  pasiones,  tus  luchas,  tus  esperanzas  ;  por- 
que nos  ha  traído  en  su  fantasía  noticias  de  aquellos  nuestros  hermano.* 
<iue  con  armaduras  brillantes  y  espadas  sangrientas,  aun  cabalgan  con- 
quistadores por  el  suelo  americano,   iriipenn^eiit^rc^   en  la   leyenda!... 


¡Uii,   tierruh   lieruianao,    por  vínculo  de  lenguaje  siempre  españolas! 

¡Oh,   poetas  de  Auíérica,   poetas  hermanos,  Rubén  Darii.,  José  Sar.- 
tos  Chocano,   Amado  Ñervo  y  otros,  engarzadores  del  habla  espaíiola  ei 
aquellas  remotas  tierras,  apóstoles  del  habla  que  recorréis  el  mundo  ha- 
ciendo su  religión:    yo  os  sigo,  yo  recorreré  tamliién   mi   Galilea   hacien- 
do la  exaltación  del  verbo  divino! 

Y  así  haremos  patria!... 

Y  si,  con  mengua  de  nuestros  gobernantes,  llegamos  á  la  ínfima  ex- 
presión de  la  nacionalidad,  si  llegamos  á  la  nulidad  completa,  aun  que- 
dará flotando  sobre  los  pueblos,  como  pabellón  indestructible,  la  perso- 
nificación  española,  el  habla! 

Y  en  la  inmensidad  de  los  mares,  ya  sin  pabellón  y  sin  nave,  surgirá 
la  patria  en  ;u|uel  cantar  de  un  pecho  español  animoso!... 

¡Oh,  viejo  fuerte  (|U.e  vas  á  América  en  busca  del  pan,  lleva  un  be- 
Hu  mío  a  las  hospitalarias  tierras! 

¡  Animo,  viejo  fuerte!  También  los  que  son  carne  de  mi  carne  han 
püitido  como  tú...  Quizás  en  tu  sendero  encuentres  á  mi  madre...  es  muy 
anciana...    ¡  bésala  !... 

¡Adiós,    viejo  profético   murriador  del  habla! 

Vicente  MEDINA. 


«♦• 


lira  Peruana 


Tu  espejo 

Huíste  y  <k'  tn  estancia  ya   no  iiiieda 
ni  un  recuerdo:  el  ropi^ro  ((ue  lucia 
«n  tu  alcoba,  vi  ayer  qtie  .se  vendía 
con  trájiico  clamor  en   la  almoneda. 

Yo  ([ue  tanto  te  amara  sin  fortuna, 
((uedouie  ante  tu  mueble  iireferido 
extático  un  in.stante.  y  conmovido, 
di  un  lar}fo  beso  en  .su  azocada  luua. 

Mueble  feliz,  también  abandonado 
(juedó  por  tí;  i)ero  es  para  envidiado 
porttue  en  su    limpio  esitejo  al  tín  él  jtudo 
besar  toda  tu  carne  nieve  y  rosa. 
V  ver  tu  cuerpo  de  pas'ana  diosa. 
'incitante.  ma;i-nitico  y  desnudo! 

Tus  labios 

Yo  no  sé  lo  ((Utí  sieiuo.  que    al    mirarte 
tiemblo  y  «rozo  pensando  en  (|ue  te  ciuiero 
pues  no  sé  si  es  ((ue  vivo  para    amarte 
ó  si  por  adorarte  es  que  me  muero. 

Tu  boca  es  una  flor  y  es  una  herida. 
y  no  sé  si  en  tus  labios  de  escarlata. 


bebo  una  esencia  <iue  me  da  la  vida 
ó  un  sórdido  veneno  que  me  mata. 
Tus  labios  pecadores  y  benditos 
me  sugieren  ternuras  y  delitos, 
y  mientras  te  acaricio  se  me  antoja 
que  son  tus  besos  suaves  y  crueles, 
porque  tienes  la  boca  dulce  y  roja 
asi  como  las  sanj^res  y  las  mieles. 

El  último  beso 

Tu  boca  hecha  de  miel  y  de    ambrosía, 
donde  bebí  de  amor  el  rojo  vino, 
sobre  tu  rostro  pálido  y  divino 
como  una  fresca  herida  parecía. 

Yo  iba  á  partir  y  tú,  con  ansia  loca, 
estrechándote  á  nii' nerviosamente, 
con  un  s'!"*!"  beso,  enamorado,  ardiente, 
toda  mi  alma  absorbiste  de  mi  boca. 

Hoy  nada  me  interesa  cuanto  existe, 
pero  aunque  la  nostalí^ia  me    tortura 
al  recordar  tu  amor  y  tu  hermosura, 
voy  cruzando  la  vida  menos  triste 
])orque  llevo  en  los  labios  la  dulzura 
de  aquel  ultimo  beso  que  me  diste. 

Fklii'k  SASSONE. 


2o  !t 


ftlla  Musa 


Para     Ai>oi.<.'. 

Fa.ta     ge;ntile.j     fscie;     d.e;l     r^nio     CLioris 
El     cieílla-     triste;  gio-trirxíszza     itraia, 
3iinii     eoronpa-grxa.     ttx     msl     etxpo     orrons 
]E?.ise;lT.ia.ra-     a.     rorae;     d-e^ll''     a.\7-\7-e;nii-     la.     -u-ia. : 

Oomponi      txj.     il     rxxio     v&rso     sol     d."     amore; 
E     d'     a.ffe;tto     ge^rxtil,     e;     ma.i     non.     sia. 
CZ}rx<z-     xjLxy     e:a.n.to     d'     odio     a.e:u-tOj     di     rancoxe; 
Ctxpo     ristxoni     stilla.     eiztra.     arxiia.. 

In.na-l2;a.     la.     -u-irtixde;,     in.n.a.lza-     il     san-to 
Ideial     pisx     e;xj.i     ptj.gno     eon.     dile-tto, 
E     eon.     me;     pui.gn.a.     ta.e:ita.    d'     a.e;ea.n.to. 


"E     imprimí     11  ama.re;ÍT.io  orre;ndo    di  ea-xogna. 
A^     e;iai     n.or:L     se;n.t&     p&i     £rate;lli     aff&tto, 
jPl     eh-i     xic2:e;ÍT.e;^2:e;     sol     a."u-ido     a.gogna.. 


2Í)0      -  . 

Mártiioks 


Partí    Ai'Oiü. 

-1    ('(irlos   ('(tiiiií    (ir    Bon. 


Amo  tu   arte,   ami^o !    Cuando  en   mi   sien    vacila 
una    idea    insegura,   como   gota   que   oscila, 
próxima   ;í  evaporar&e,   al  borde  de  una   flor, 
el  verso  me  ])arece   una    /este  ligei-a 
y  en\-olver  en   ropaje  de  alabastro  quisiera 
ese  lampo   inasil)le  de  celeste  fulgor. 

La    escultura    es   el    ritmo   en    el    silencio.    Traza 
relieves  una   lín(>a,  y  en  la   forma  se  enlaza 
el   ensueño  (|ue    intenta   sus   vuelos  descriliir  ; 
pero  ya   detenido  su   fervor  ascendente, 
en  el  Illanco  latido  de  la  piedra  se  siente 
el  viento  de  sus  alas  de  alígero  l)atir. 

l*or  eso  yo  amo  el  mármol  (|ue  es  mole  de   l)lancnra. 
el  que  va   por  los  frisos  en  la  suelta   locura 
de  bacantes  helenas  olvidadas  del  tul, 
el  que  sueña  en  estatuas  de  grandes  ojos  ciegos 
y  el   que  con    paso   augusto  de    intercolumnios  griegos 
avanza    ¡xii'  la   falda   de   una  colina   azul... 


I  I 


\u  sé  que  tú    lio  esculpes;    (pie  la   d(')cil   are-illa 
ce  sujile  la  dureza  (pie  en  los  mármoles  brilla  ; 
que    ignoras   de    los    i)loípies   el   claro    resonar. 
Moliüsas  las  espátulas,   perdidos  los  escoplos, 
sólo  sigue  la  línea  de  tus  líricos  soplos 
la   gracia    fugitiva   de  tu  ]evv   pulgar. 

^'  quiero  (]iio  tú  esculj)as  !    Yo  (juiero  (pie  tú  bregues 
dando  luz  á   las  curvas,   dando  sombra   á   los  -pliegues 
de  una   línea   (pie  busque  gloriosamente  un  fin  ; 
y  quiero  que  á  tu  gama  de  blancos  tonos  áticos, 
cuando  cinceles  gestos,  ya   heroicos  ó  ya   extáticos, 
Corneille  le  dé  sus  bronces  y  sus  sedas   liacine! 

•  A  veces,  (:n  mi  anhelo,  imagino  tu  esbelta 
figura  de  esforzado,  en  blanca   blusa  suelta, 
hirsutos  los  cabellos  v  á  la  luz  del  taller. 


—  291  — 

siguiendo  con  atento  mirar  desde  tu  banco. 

lineales   melodías   por   el   silencio    blanco 

del  mármol  en  que  sueñas  un  cuerpo  de  mujer. 

Y  tomas  el  escoplo!   Al  !)eso  de  la  línea, 
la   piedra   se  estremece,  y  candida,   virgínea, 
esboza  un  cuerpo  eréctil,  sin   velos  de  pudor; 
y  surge  así  tu  ensueño  sin  vana   vestidura, 
desnudo,   esplendoroso,   vestido,   en    su   blancura, 
de  I'río,  de  belleza,  de  luz  y  de  candor. 

V  vividos,    iel)riies,   enciéndense  tus  ojos 
buscando  entro  la   lluvia  de  los  blancos  despojos 
que  saltan   á   los  golpes  soñadores  que  das. 

los  últimos  contornos  (]Ue  aun  la   piedra  esconde 
y  cuyas  líneas  sientes,  sir.   que  sepas   por  dónde, 
correr  en    ilusoria,    melodía   fugaz... 

Al    verte  así  en   momentos  en   que   nada    te   ariedra, 
fecundando  la   nubil   blancura   de   la    piedra, 
yo  siento  que  á   los  iiríos  (|ue  llevas  en   la   sien, 
ya  esculpas  tus  idilios  en    pálidas  lialadas 
ó  eternices  tus  luchas  en  tragedias  nevadas, 
Carjíeaux  les  da  sus  ritmos  y  sus  alas  Hodiu  ! 


III 

En   tanto,   si   no  esculj>es,   si   al   mármol   milenaiás 
aun   no  has  dado   un   golpe  de  cincel  visionario 
y   á  veces  desesperas  y   lloras   de  dolor, 
talvez,  sin   que  lo  sepas,    un   gesto  de  tu  arcilla 
es  ya   un   instante   islastico  en  (|ue  lo  eterno   hriliü 
sujetando  á  tu  gloria  en   inmóvil  temlilor. 

Confía  en  lo  quimérico,  y  el  sol  suba  ó  traniíuite, 
no  quieras  con  tus  manos  pal])ar  el  horizonte 
qiie  en  torno  de  los  ojos   re  desplegue  lo  real : 
vivir  de  lo   ilusorio  es   una   vida    intensa. 
j  si  en  ella   tu  enorme  anhelar  se  condensa 
tendrá    que   ser   gloriosa,   tendrá   (|Ue   ser   triunfal. 

V   un   día  —cualquier  día — sol)re   \u'veo  al!ii)astn). 
un   toque  de  tu  escoplo  temblará  como  un   astro, 
y  serán  esculturas  los  sueños  de  tu  fe  ; 
ios  sueños  que  vestidos  de  blancuras  pentéhcas. 
suben   hoi   de  tu   frente,   cual  las  trombas  angélicas 
que  evapora  en  celeste  claroscuro  Doré! 

.      MiGii:..    LlIS    ROCUANT. 
Santiago  de  Chile. 


—  292  — 

0^  crítica 


El    caso "    de    Ibsen 


Para    Apolo. 

Nada  tan  aventurado,  en  verdad,  como  disertar  acerca  de  ía  obrís 
de  Henrik  Ibsen,  el  formidal)le  creador  de  Nora,  ingenua  y  trágica,  por- 
que él,  con  su  propia  voz  y  en  tono  de  sutilísima  ironía  puso  á  sus  exé- 
getas  la  más  peligrosa  barrera  al  formular  aquella  frase  en  que  pedía  á 
la  crítica  (cque  le  desentrañaran  el  sentido  de  su  último  drama». 

Exaltado  como  libertario,  denostado  como  simbolista,  repudiado  co. 
mo  místico,  hoy  nos  lo  ofrece  la  señora  Jacquinet  (1)  bajo  el  disfraz  de 
irreductible  individualista.  Por  más  que  el  libro  de  la  señora  Jacquinet 
no  avalore  en  mucho  la  bil)liografía  ibseniana  pues  su  mérito  no  es  ex- 
traordinario, ni  tampoco  venga  á  descubrirles  é  íb!_ti.^  y  que  aquel  re- 
belde tan  poco  dado  á  la?  rx¡ii]>iciciAí.  i.iV.iiaanas  tuvo  el  privilegio,  aun 
no  prescT-ifU  at  ■cy^h^unar  á  los  más  altos  espíritus  haciendo  familiar 
sú  personalidad  literaria  en  todos  los  círculos  intelectuales  del  mundo. 
<*s  una  obra,  empero,  que  por  su  carácter  de  ardiente  proselitismo  y  ser 
la  más  reciente,  justifica  el  que  se  le  otorgue  más  atención  de  la  que  eu 
lealidad   reclama   su   valor   sustancial. 

De  otra  parte,  si  la  personalidad  de  Ibsen  no  es  un  enigma,  en  cam- 
bio su  carasterística  mental  constituye  uno  de  los  más  arduos  proble- 
mas de  las  letras  contemporáneas.  Puede  decirse  que  tiene  tantas  «ten- 
dencias y  tantos  aspectos  como  analistas  han   estudiado  su  obra. 

Ha  despertado  odios,  inspirado  adoración,  desdén  y  reverencia  y  es 
1.)  particular  que  los  sentimientos  contradictorios  de  que  ha  sido  objeto, 
nunca  se  han  fundado  en  los  sectarismos  de  dos  escuelas  opuestas  sino- 
que  provienen  de  todas  las  escuelas  que  atribuyen  por  suyo  el  dogma  de- 
Ibsen  los  monárquicos  y  los  demócratas,  los  acérrimos  partidarios  del  na- 
turalismo y  los  fervorosos  prosélitos  del  misticismo.  Quiere  decir,  filóso- 
fos y  políticos,  artistas  y  pensadores.  No  sería  sorprendente  que  tan 
opuestas  impresiones  provocara  su  labor  si  cada  libro  respondiera  á  un 
distinto  credo  y  á  una  manera  diferente,  entonces  resultaría  lógico  ef 
(|uc  distintos  bandos  pretendieran  ungirlo  Jerarca  de  su  grupo,  pero  l(^ 
<(ue  hace  singular  el  «caso  Ibsen»  es  que  en  su  labor  se  advierte  una  ad- 
mirable unidad,  una  perfecta  armonía,  la  más  rigurosa  consecuencia 
en  finalidad  y  en  procedimientos,  hasta  en  las  dos  etapas  de  su  vida 
unánimemente   señaladas  por  la   crítica. 

Gran  énfasis  adopta  la  señora  Jacquinet  para  «clasificar»  á  Tl)sen  co- 
mo individualista.  Nefando  crimen,  á  juicio  de  esta  escritora,  pues  esM 
tendencia,  á  su  ver  reaccionaria,  constituye  un  grave  peligro  para  el 
futuro  desenvolvimiento  de  nuestra  especie,  representando,  además,  una 
regresión  filosófica  que  entorpecerá  grandemente  la  realización  del  ideal 
de  suprema  felicidad  que  persiguen  los  socialistas,  línicos  iios«>edores  aT 
])resente.   según    propia   declaración,   de   la   verdad   absoluta   la    <ual    una 

(1)     Ibsen  y  su  Obra  por  Clemencia  Jacquinet,  Valencia.  1908,  Sem-, 
pere  y  C.^,  editores. 


-    25)3  — 

vez    rocouocida,    traiistormará    niiostro    maiulo    eii    Itijiár    de    inacabables 
\(Mitiiras,  de  iiiexLiii¿^uii)le  dicha. 

_     Teniendo  á  ]a  vista  el  libro  de  ia  señora  Jacquinet  el  aproblema  Ib- 
stiD)  se  reduce  á  estos  términos: 

— «Fué   Ibsen   individualista   ó  socialista:-» 

«Demos,  pues,  de  lado  todos  los  otros  aspectos  bajo  los  cuales  ha  si- 
do juzgado  Ibsen  y  procuremos  averif^uar  en  qué  consisten  esas  dos  es- 
cuelas políticas  ó  ideales  ñlosóñcos. 

El  socialismo  igualitario  define  el  hombre  como  entidad  colectiva  in- 
tegrante de  la  humanidad,  el  individualista  lo  proclama  ser  autónomo 
librado  á  sus  propias  facultades  y  aspiraciones. 

Si  alguna  vez  en  la  evolución  de  las  ideas  ha  habido  posibilidad  de 
coordinar  dos  afirmaciones  aparentemente  disímiles,  ha  sido  al  tratarse 
del  individualismo  y  del  socialismo.  Pretender,  como  este  anhela,  la  di- 
cha de  la  humanidad  no  <'s  proscribir  Ja  facultad  de  mejorarse  á  sí  mis- 
nm  cada  unidad.  La  sociedad  perfecta  será  aquella  en  que  cada  indivi- 
duo sea  perfecto,  si  es  esta  la  finalidad  del  socialismo,  el  individualista 
no  la  contraria.  Cu;;iido  mucho  las  dos  escuelas  difieren  en  procedimien- 
tos, una  busca  el  progreso  de  las  partes  para  el  mejoramiento  del  todo, 
la  otra  intenta  el  mejoramiento  del  todo  para  el  progreso  de  las  partes. 

Cuestión  de  método  no  puede  ser  esencial  y  en  este  caso  concreto 
debemos  confesar  que  más  razonable  es  seguir  el  sistema  adoptado  por 
la  ciencia  (de  lo  simple  á  lo  complejo)  que  contrariar  la  tradición  Je 
nuestras  investigaciones  merced  á  las  cuales,  partiendo  de  lo  conocido 
para  ir  á  lo  desconocido,  hemos  alcanriado  las  pocas  conquistas  logradas 
sobre  la    ignorancia   y  el   error. 

Hay  un  punto  de  intersección  para  esos  dos  impulsos  provinientes 
de  distintos  orígenes,  es  la  comiín  ambición  de  progreso.  Olvidar  esto 
para  fijarnos  en  detalles  es  desperdiciar  energías. 

Cuanto  á  Ibsen,  realizó  una  magna  obra  de  educación  social.  Con  sus 
dramas  llevó  á  la  escena  miserias,  dolores  y  amarguras,  dio  cauce  á  mu- 
chos pensamientos  que  antes  pugnaban  en  vano  por  aparecer  ante  el 
mundo  carentes  de  la  forma  apropiada  en  que  mostrarse,  planteó 
Ijroblemas  morales  y  sociales  que  todos  ¡afectaban  ignorar  y  que  ante 
la  audacia  de  artista  fué  preciso  analizar  y  considerar.  La  obra  de  arte 
no  puede  juzgarse  por  su  mérito  intrínseco  sino  por  sus  efectos  sociales, 
la  más  genial  producción  si  permanece  desconocida  ó  ignorada  por  cir- 
cunstancias fortuitas,  no  i)uede  pretender  que  se  equipare  por  razón  de 
su  trascendencia  á  otra  cualquiera  muy  inferior,  pero  del  dominio  de 
todos  y  que  en  varios  climas  y  en  medios  distintos  haya  ejercido  influen- 
cia poderosa.  Bjoesternf  Bjoersen  es  dramaturgo  de  mérito  igual  al  ác 
Ibsen  y,  sin  embargo,  su  labor,  por  estar  menos  vulgarizada,  y  resultar 
por  consecue?.\cia  menos  influyente  en  el  orden  social,  no  puede  paran- 
gonarse con  el  creador  de  «La  Unión  de  los  Jóvenes».  Tanto  las  ideas 
de  éste  como  la  forma  misma  en  que  hubo  de  emitirlas,  (no  debe  olvi- 
darse el  valor  hermético  del  verbo),  así.  también,  como  la  encarnación 
d«j  sus  personajes  que  forman  un  conjunto  tan  armónico,  tan  incon  - 
fundible  que  su  teatro  resulta  aparte  en  el  movimiento  intelectual  de 
su  época!  Si  individualista,  su  concepción  personal  era  alentadora  y 
optimista.  V  sea  la  que  fuere  la  constitución  social  de  mañana,  sera 
preciso    crear,    será    necesario    organizar,    porque    el    caos    es    extinción. 


—   294   —  ' 

nn  florofiíníputo.  rU'suIta  tanto  más  necesario  insistir  en  esto,  cuanto 
¡¡uc  \a  (loin()c.;,(i;i  ñcraía  os  evidentemente  disoeiadora.  fuiuiaiido  sít 
f)i()f^ediii!ient()  en  la  aec'ón  de  varias  unidades  difícilmente  acopahlt^. 
Predominando  el  individualismo  ((SociaL)  exclusivamente  (distinto  del  in- 
dividualis-no  '«nientn!))  (¡no  es  el  practicado  por  ]hr,en)  se  anulan  los  os- 
tnerzos  encaminados  á  nn  ftii  común,  j^ero  no  persef^iiido  por  procedi- 
mientos unificados  sino  contradictorios,  ó  cuando  menos  disímiles  (|ue  se 
estirilzan  y  (|uel>rantan  mutuamente.  Parece,  ])ues,  que  es  causa  efe- 
rente de  la  debilitación  del  esfuerzo  colectivo  el  predoininio  excesivo 
del  individualismo,  pero  liieu  analizado,  resulta  que  el  colectivismo,  á 
S'i  vez.  basado  sin  dispita  en  la  teoría  democrática  e  i<íualitaria  que 
confiere  paridad  cU>  derechos  y  de  atril)uciones  (si  bien  con  el  sutil  dis- 
tingo de  «á  cada  uno  según  su  capacidad  y  á  cada  capacidad  según  su 
esfuerzo»)  saiiciíuia  cu  f(>finitiva  la  teoría  individualista.  V  he  a(|UÍ,  unir 
vez  más,  el  punto  de   int  -rs(>cci()n   de  las  dos  teorías 

Xo  fuera  demasiado  aventurado  el  sugerir  que  Ibsen  colocado  en  r-sp 
punto  tangencial,    resulta   equidistante  no  sólo  para  esas  doctriu.is  en   eí 
fondo   concordantes,    sino    ]iara    todas    las    ideas   en    cuyos   cauípo.;    rivales' 
lo  ha  clasificado  la   crítica. 

Esta  explicacióri.  en  definitiva,  tiene  la  inmensa  ventaja  de  ((Ue  pei-- 
niite  á  todos  los  comentaristas  de  Iliseu  creerse  en  lo  cierto  sin  menosca- 
bar por  ello  la  exactitud  de  las  apreciaciones  Tuás  opuestas. 

Los  aficionados  á  esta  clase  de  problemas  tienen  un  inagotabl(>  -.>- 
ñero  en  el  «caso  íbsen»,  tan  inagotable  que  después  de  veinte  años  pue- 
do hoy  rei}(>tii-se  la,  fi-ase  de  l\nnt-Hansen  ciue  Sarcev  (1)  hizo  suya  (<¡Cn 
presencia  del  movimiento  ibsíuiiano  en  Alemania  y  en  Inglaterra,  yo  no 
puedo  hallar  oti-a  explicación  para  ese  fenómeno  (|ue  juzgo  inconiprí'ü- 
sible  sino  que  la  liumariidad,  burlándose  de  sí  misma  se  había  puesto  de 
pronto  á  jugar  á   la   gallina   ciega». 

Y  todavía  jugamos  a  la  gallina  ciega,  mas  no  por  Tl)sen.  sino  a  s;; 
costa. 

ARTrRo  P.  DE  CAPRICAPTE. 

.^^ 


LjPs-ZO     ETEI^jNO 


.Almas 
De  la  gloria  voluble  enamoradas, 
Del  infortunio  insepanibles  son. 
;  Que  el  infortunio  las  anima?  Entonces, 
Enamorado  de  la   c^loria  so\'. 

Porque  en  la  lucha 
Grande  y  perenne   que  sostengo  3-0, 
Surge   un  hacha  de  vdento:  mi  firmeza; 
Y   una  nífaga   helada:  mi  dolor. 

l'KKKZ    Y    (  llíis. 

(1)      Sarcev   y    Knnt-Hanseii    fueron    a  nti-ibseniaUom    irreductüiles. 


—  -Jí).')  — 


Página  artística 


Criollas 


yri/tilh-o  rif   ('.   .1.    (',rx!,'!linia>¡ 


—  2!í(;  — 


0^  '*Los  ?eve^nnos  de  Pkdva'' 


(í) 


Inspinaeión  Taeitunna 

Muje  un  caimán.  Sobre  la  tersa  duna, 
maniobra  un  beato  pescador  isleño. 
Ara  el  barco  los  cauces  de  mi  sueño 
en  una  etiope  religión  boyuna ... 

El  \iento  se  adormece  con  alguna 
niusicación  de  Gricg.  Y  en  el  pequeño 
drama  del  abanico  marfileño, 
tu  escote  se  ha  tugado  con   la  Luna. 

¡Oh  dame  de  soñar,  Amada  mía! 
A  mí  tu  néctar  de  misantropía. 
Libemos  el  café . . .  "S'  así  la  siibia 

Noche  que  quintaesencia  mis  antojos, 
cristaliza  desvelos  en  la  Arabia 
lánguida  y  taciturna  de  tus  ojos ! 

Génesis 

Los  astros  tienen  las  mejillas  tiernas . . . 
La  Luna  trunca  es  una  par  idoja 
espectro  —  humana.  Proserpina  arroja 
su  menstruo  al  mar.  Las  horas  son  eternas. 

Júpiter  en  la  orgía  desenoja 
su  ceño  absurdo  \^  junto  á  las  cisternas, 
las  Ménades,  al  sol  que  las   sonroja, 
arman  la  columnata  de  sus  piernas. 

Juno  duerme  cien  noches...    Vorazmente, 
Hércules  niño,  con  precoz  desvelo, 
en  un  lúbrico  rapto  de  serpiente, 

la  muerde  el  seno. — Brama  el  Helesponto. 
Surge  un  ampo  de  leche.  Y  en  el  Cielo 
la  Vía  Láctea  escintiló,  de  pronto. 

___  Julio  HERRERA  Y  REISSIG. 

(Ij     l.iliro  (jiu'  iiiiiiret-eiil  i'ii  l>revc 


P'ira   Apolo. 


297  — 


La  ^UxudL  Ijístoria 


Al.  piii'if  (li;  "Por  btx  jardiiies  Ai'l  alma*.    OcicHo  Ft'rni'nili':.   A'/.i.v, 


No,  aquí  no.  Necesito  aire,  mu- 
cho aire.  Quiero  respirar  amplia- 
mente, á  pulmones  llenos :  el  re- 
cuerdo de  mi  pasado  me  ahogu, 
me  sofoca.  ¿Cómo  evocar  mi  ayer 
de  felicidad  en  este  ambiente  que 
me  habla  de  mi  presente  abruma- 
dor? Vamos  por  ahí,  por  donde 
haya  espacio  y  silencio :  tal  vez 
entonces  me  sienta  fuerte  para 
contar    mi    dolorosa    historia. 

Rosaura  cubrió  sus  formas  im- 
j)ecables  con  un  sencillo  traje  co- 
lor cielo,  y  en  su  graciosa  cabeza 
puso,  acaso  como  un  símbolo  de 
felicidad,    un    albo    sombrero. 

—  ¿Te  gusto?— preguntó  al  mis- 
ino tiempo  que  con  sus  nerviosas 
manos  acariciaba  las  mejillas  de 
.Vlberto,  su  amante  de  ocasión. 

— Estas  soberbia,  emperatriz  del 
sufrimiento.  Nadie  creería,  al  ver- 
te tan  gentil,  que  en  tu  alma  ani- 
da   el    pesar.    Vamos. 


La  noche  imperaba.  En  el  espa 
cío,  las  estrellas  parecían  miria- 
das  de  ojos  que  contemplaran  cu- 
riosamente á  aquellos  dos  seres  que 
vagaban  á  las  horas  en  (|ue  la  vi- 
da   está    como    suspendida. 

En  la  Av^enida  18  de  Julio,  si- 
lenciosa y  tristf,  sus  pasos  re- 
sonaban cual  i'udos  martillazos 
dados  sobre  las  piedras.  Las  lám- 
paras de  arco,  (¡ue  vistas  de  lejos 
y  en  conjunto  semejan  una  enor- 
me serpiente  de  luz  suspendida  en 
lo  alto,  daban  á  sus  sombras,  mo- 
vimientos   V    formas    extrañas.    Ya 


parecían  gigantes  mostruosos,  de 
colosal  estatura  y  extrema  delga- 
dez, ó  bien  enanos  de  cuerpo  an- 
cho, muy  ancho,  en  el  que  la  cabe- 
za  se   perdía   entre   los   hombros. 

Silbando  un  trozo  de  «Bohemei) 
pasó  junto  á  ellos  un  pálido  noc- 
támbulo: tal  vez  uno  de  esos  soiía- 
dores  de  ideales  incomprendidos 
para   el   rebaño. 

Unos  instantes  después  los  dis- 
trajo una  báquica  canción  ento- 
nada con  voz  aguardentosa  y  cas- 
cada por  uno  de  los  tantos  infe- 
lices á  quienes  el  alcohol  transfor- 
ma en  seres  de  rasgos  toscos  y 
groseros,  mezcla  híbrida  de  hom- 
bre  y   bestia. 

— Un  vencido  en  l;i  !iiciia  por  la 
vida- — murmuró    .\lberto. 

— r.JJn  vencido? — replicó  liosau- 
ra — ¡Quién  sabe!  ¿Por  (|ué  no 
será  un  filósofo  que  encuentra  »l 
placer  en  el  alcohol  (jue  enerva 
el  pensamiento  distrayéndolo  di- 
todas  las  preocupaciones  que  ani- 
quilan? ¡Triste  y  repudiable  filo- 
sofía!, es  cierto;  pero  ¿somos  aca- 
so lo  suficientemente  perfectos  pa- 
i-a  conocer  todos  los  secretos  del 
alma?  ¿Existe  una  filosofía  que 
sea  universalmente  aceptada  como 
la  línica  verdad?  ¿Ha  surgido, 
acaso,  un  pensador  (|ue  nos  hava 
trazado  un  plan  de  vida  (¡iie  con- 
duzca por  fuerza  á  la  armonía  so- 
ñada ? 

Acostumbrado  á  no  ver  chispear 
el  pensamiento  en  la  generalidad 
de  las  mujeres.  Alberto  miró  con 
mezcla  de  asombro  y  regocijo  á  la 
que  así   razonaba. 


■29H 


— No    sé    adonde    quieres    llej^iar 
con    tus   palabras — exclamó. 

— r;No  sabes  í-"  Quiero  decir  que 
la  inmensa  diversidad  existente  en 
el  pensamiento  de  los  hombres,  las 
distintas  maneras  de  concebir  el 
placer  y  el  dolor,  el  bien  y  el  mal, 
revelan  la  terribl;'  desi<2;ualdad  de 
las  conciencias.  Y  que  por  ello  es- 
tamos inhabilitados,  si  somos  lógi- 
cos, para  prejuzgar,  cpie  tal  hace- 
mos cuando  atribuimos  á  nn  estado 
moral  determinado  causa  filosófica 
Has  dicho  (pie  ese  beodo  c|Ue  acaba 
de  pasar  es  un  vencido  en  la  lu- 
cha jjor  la  vida.  Tal  vez  lo  sea. 
Pero,  ripor  qué  no  será  sn  vicio  nn 
lesultado  de  su  ))ensamiento  ínti- 
mo, de  su  modo  de  encarar  y  defi- 
nir la  existencia.'  V  después  dt' 
todo...  mirando  bien  las  cosas... 
Sí :  no  hay  tales  vencidos :  hay 
víctimas.  Víctimas  de  una  época 
((ne  sobei-biament»»  se  llama  civi- 
lizada, olvidando  que  está  llena 
de  prejuicios  bái'baros  y  bárbaras 
instituciones. 

— Me  causas  admiración — díjolc 
.\lb(M-to. — Me  hastían — y  hasta  me 
hacen  mal — esas  muñecas  huma- 
nas (|ue  todo  lo  (|Ue  son  lo  tienen 
exteriormente.  en  (>1  rostro  y  en 
<'l  cuerpo,  pei-<)  (jUc  en  t^l  alma 
llevan  el  vacío,  la  nada,  ^lás  las 
(|ue  c-omo  tú.  son  hermosas  y  á  la 
vez  de  espíritus  pleiH)s  áv  vigor, 
las  que  saben  hablar  de  algo  nir^ 
importante  (pie  los  vestidos,  ios 
l)ailes  y  los  paseos — ¡jorque  saben 
hablar  de  la  vida — me  producen 
un    placer  intenso  y    pi-olundo. 

l^na  ráfaga  tría  los  hizo  estre- 
mecer,   V    á    su    vista    se    ofreció    el 


amplio  espacio  de  la  ciudad  ocu- 
pado por  la  Plaza  Independencia. 
Sentáronse    silenciosamente. 


Con  voz  cariñosa  y  tierna,  co- 
menzó   Alberto : 

— Oye :  me  prometiste  contar 
tu  historia  ;  desahoga  en  mí,  todo 
el   infortunio  que  te  martiriza... 

— r.Mi    historia?...    Bien...    Yo... 

La  visión  de  sn  pasado  ahogó 
sus  primeras  palabras.  Una  lágri- 
ma tembló  aprisionada  en  las  se- 
dosas pestañas,  y  levantándose 
bruscamente  continuó  con  un 
acento    de    sentida    tristeza : 

—  ¡  ^li  historia!  ¡  Tií  la  conoces' 
V  la  conocen  todos  los  hombres... 
y  las  mujeres:  todo  el  mundo... 
¡Hasta  los  niños!  riNo  compren- 
des I'  Ka  la  eterna  historia.  Ara?: 
creí  ser  amada.  ¡  Fingía  tan  bien 
el  canalla!...  ¡Parecían  tan  since- 
ras sus  frases!...  Me  entregué:  el 
.\sil()  de  Expósitos  y  Hiiérfanf)S 
guarda  el  fruto  de  mi  amor... 
Después...  el  abandono.  ¡El  aban- 
dono de  todos !  Ni  padres,  ni  her- 
manos, ni  amistades...  ^;  Traba- 
jar!' r.\  quién  le  da  trabajo  á  una 
mujer  (pie  cometió  el  horroroso 
crimen  de  amar  con  toda  el  alma 
sin  el  consentimiento  de  la  socie- 
dad!' ¡Oh.  la  sociedad!  Es  im- 
placable. Abandonada,  repudiada 
,;qué  hacer?  ri^latarme?  ¡Nun- 
ca !  Se  matan  los  atormentados 
]>or  su  propia  conciencia.  Y  la  mía 
¡está  tan  serena  ¡...r! No  es  cierto 
que  conocías  mi  historia?  ¿\ 
(piién  no  la  conoce  si  es  la  histo- 
ria de  siempre,  la  eterna  historia  ? 


Monte\  ideo. 


Htvói.tto    COIHOLO. 


«♦■ 


L".)ít 


ftbfe  d  alma.... 


Para    Apolo 

Abre  el  alma  á  las  cosas  ado pables   y  bellas, 
él  los  eielos  azules,  al  sol  de  mediodía 
y  á  la  noche  serena  que  siempre  se  atavía 
con  su   diadema  oscura  fulgurante  de  estrellas. 

flbre  el   alma  á  la  vida,  que  en  ti  quedarán  huellas 
de  su  pie  leve  y  blanco  con>o  una  eucaristía  ; 
abre  el   alma  á   la  luz   y  á   la  diosa  alegría, 
y  al   son   blando   y  amante  de   las  dulces  querellas. 

En^briágate  en  la  copa   de   todos   les   placeres  ; 
liba  en  los  frescos  labios  de  todas  las   mujeres, 
desbordantes   de   mieles  y   cariñoso   halago  ; 

ama   el  divino   encanto   de  las   cosas   sencillas 
y  que  tu  alma  tranquila   refleje  conio  un  lago 
línapido   y   transparente,    todas   las    maravillas! 

AiBKRTo    i.ASPl.ACKS. 


CALLE    25     DE     MAYO  —  MONTEVIDEO 


300 


Poemas 


EL  DIAMANTE 

Hoy,  en  una  mano  burda,  ins- 
tintiva, deforme,  he  visto  el  dia- 
mante más  bello  que  pueda  encen- 
der el  Milagro...  Parecía  vivo  y 
doloroso  como  un  espíritu  desola- 
do... Vi  fluir  de  su  luz  una  som- 
bra tían  triste,  tan  triste,  que  he 
llorado  por  él  y  por  todos  los  be- 
llos diamantes  extraviados  en  ma- 
nos deformes... 

EL    RAUDAL 

A  veces,  cuando  el  amado  y  yo 
soñamos  en  silencio, —  un  silencio 
agudo  y  profundo  como  el  acecho 
de    iin    sonido    insólito   v    misterio- 


l'ara    AroLO.        ' 

so — siento  como  si  su  alma  y  la 
mía  corrieran  lejanamente,  por  yo 
no  sé  que  tierras  nunca  vistas, 
en  un  raudal  potente  y  rumo- 
roso... 

LOS    RETRATOS  ^ 

Si  os  asomarais  á  mi  alma  como 
á  una  estancia  profunda,  veríais 
cuanto  la  entenebrece  é  ilumina  la 
intrincada  galería  de  los  Descono- 
cidos... Figuras  incógnitas  que, 
acaso,  una  sola  vez  en  la  vida  pa- 
saron por  mi  lado  sin  mirarme,  y 
están  fijas  allá  dentro  como  clava- 
das   con    astros...  I 

Delmib.4    AGFSTINI.    ! 


—^^~ 


Ruego  eti  Madrigal 


J'orii   Apolo. 


Vuestro  prestigio  en   amor, 
y   ese   donaire,   señora, 
(|ue  bien   rima  á   cada   hora 
con   vuestro   leve   rumor  ; 
á    vuestro   sentir   reclama 
no    desertéis,    por   ventura, 
esa   tan    noble  hermosura, 
del    bando  de  aquel   que  os  ama. 

Pensad   que   la   juventud, 
dama    bella    y   desdeñosa, 
pierde  su   aureola  gloriosa 
y  hace   vana   esa   virtud  ; 
pues,  el  Otoño  indiscreto 
por  nuestras  vidas  avanza, 
y    marchita    la    esperanza, 
con    un   gran   dolor  secreto... 


Montevideo,    1909. 


.1      iiiKi   (hirna    ¡H'/roia. 

Po]'    vuestra    dicha    lís    preciso 
disipar  ya   ese   desdén, 
y  por  el  amor  también, 
(lue  os  cerrará  el  Paraíso  ; 
porque  Cupido  que  acecha, 
vuestra   sublime   elegancia 
vencerá   vuestra   arrogancia, 
irresistible,    á    su    flecha... 

Por  mi   Dios,   Señora  l)el]a, 
cuidad  con  tesón   y  empeño, 
de   no   agostar   el   ensueño 
de    vuestra    divina    estrella  ; 
pues,    mañana,    ya    vencida, 
y  perdida   por  (|uerer, 
scntiréi.H    tiur    es    padecrr 
querer'  n  ru>  aer  quer'itla. 

CARLOS  Mari.a  de  VALLEJO. 


301 


Oiuturtia 


Para    Apolo. 
No  ¡se  borra  en  mi  memoria         '  ^ 

El  día  aquel , 

En  que  pasaste  á  mi  lado  presagiándome  una  Gloria 

Y  formando,  para  siempre,  una  extensa  y  lauta  Historia 
Que  es  más  dulce  que  la  miel! 

¿Lo  recuerdas?  Es  de  tarde;      ! 

Tenue  el  Sol ; 
Tras  las  plantas  del  paseo  se  ve  un  cielo  ígneo  que  arde... 
El  crepúsculo  se  inicia,  do  belleza  haciendo  alarde 
En  un  giro  de  arrebol. 

Y  fué  el  bello  Advenimiento  ;       ' 

¡  Magistral ! 
Yo  te  vi ;  y  mi  alma  triste  fué  llevada  por  el  viento 
De  tu  amor  sagrado  y  puro,  que  me  sirve  de  elemento 
En  mi  áureo  viaje  «nstral! 


Son  tus  ojos  mi  poema...        .   "',         ' 

Y  algo  más...  . 

Que  lo  forman  grande  y  triste,  melancólico  es  el  tema; 
Soñador,  cual  son  tus  ojos,  que  parecen  brunas  gemas 
Conquistadas  por  Rajas. 

¡Y'  son  ellos,  ellos  solos! 

Mi  Corán, 
Si  me  miran  ;  cuánto  dicen !  de  mi  estro  son  los  polos  ; 
Me  remontan  al  Parnaso,  como  si  fueran  Eolos, 
Y  hasta  el  Nimbo  de  esa  gloria  me  lo  dan  ! 

SILVA   SERRANO. 


-•♦^ 


Caticióti  triste 


Vamos  en  la  trágica  senda  Y  seguimos  á  la  ventura 

Muertos  ya  por  no  creer  en  nada,  Hostígalos  por  la  locura, 

¡Sin  que  descubra  la  mirada  Perdidos  en  rutas  brumosas. 
Ni  una  esperanza  que  se  encienda !  .  .  . 

Con  miedo  de  lo  porvenir, 

Dilacerados  en  la  contienda  En  este  vivir  por  vivir 

Vamos  con  la  vida  cansada,  Y  en  lo  inútil  de  tantas  cosas  !  .  .  . 
j  Sin  hallar  en  nuestra  jornada 

Ni  un  corazón  que  nos  comprenda  !  .  .  .  Ernesto  M.\kio  BARREDA. 


—  8(): 


Recuerda  los  eticatitos . . . 


Para    ApoLa, 

Hecuerd»  los  encantos  de  sii  pasada  vida, 
la   novia  que  adorara  con  tan  profunda   fe, 
la  ihisióu  de  sus  años  para  siempre  perdida 
y  las  cosas  felices  del  buen  tiempo  que  fué. 

Se  alegra  intensamente  por  su  alma  dolorida, 
y  porcjue  á   solas  sufre  <íustaudo  ese  no  sé 
()ue  silencio  de  ausencia,  <|ue  á  soñar  lo  convida 
libremente,    pues  nadie  sus  dulces  sueños  ve. 

Sin   estndiai'  el   mnndo  conoce  sus  secretos. 
Salie  de  las  dulzuras,  de  los  ritmos  inquietos 
que  perfuman   el  alma   y  que  nuis   bellos  son. 

Piensa    michos   poemas  (|tie  c-asi    nunca   escribe, 
no  tiene   una  esperanza,   pero,   no  obstante  vive 
adoi'ando  la   \  ida   de  todo  corazón  ! 


Julio   J.    CASAL. 


París.    1909. 


¡Hijos  d-el  Cid! 


T 


Para    Apolo. 
(Pueblo...     despierta...» 

A    lili   it  ni  I  (JO   Alfredo    Rodó. 

Hijos  ciel   Cid,   «M'iíuida    la    \ai'onil  cabeza 
Tíomped,  con  mano  fuerte,  los  bierros  cjue  os  humillan. 
La    fvil)iM-tad    reclama    vuestra    antigua    ñereza, 
Ya  entre  las  negras  sombras,  vuestras  pupilas  brillan. 


Hijos  del   Cid,   (|ue  se  alcen,   en   justas  giganteas 
Las  franjas  ¡jurpurinas.   las  lujas  de  la  luz  ; 
Filosos  los  aceros,   lucientes  cual   las  teas 
Aliimbren   los  s(>nderos  que  ennegreció  la   cruz.  ♦ 

,H'J<*s  ciel  Cid.  ios  inausers  sean,  en  vuestras  manos 
í..a   deidad   vengadora   de  las  viejas  leyendas  ; 
i^Jarchad!  y  al  (■nc()ntrarf)s  en  frente  á  los  tiranos 
Mareadlos  con  el   ravo  de  las  nubes  horrendas. 


Jüuo  Carlos  NETTO. 


Octubre,    1909. 


non 


de  HeUolíoí)os 


BALADA  DE  OTOÑO  }^ 

¡Qué  triste  está  la  playa!   Otrora  el  vaho 
Salobre  de  las  agua  nos  unía. 

La  tarde  va  poblándose  de  brumas 
Semivioletas  ,  languidecen  rimas 
En  la  ribera  solitaria,    y  caen 
De  los  sauces  las  hojas  amarillas ; 
Las  ráfagas  de  otoño  en  el  silencio 
Del  parque  abandonado  se  concilian 
Y  una  pareja  de  palomas  blancas 
Llora  en  la  almena  desolada  y  fría. 

Ya  la  salmodia  que  los  vientos  cantan 
Exasperados  en  la  inmensa  riva, 
Suena  en  mi  corazón  como  un  preludio 
De  la  balada  enferma  de  la  vida. 


—  No  te  vayas  aún :  en  la  discreta 
Soledad  de  la  tíirde,  amada  mía, 
Escucharás  la  oda  de  mis  besos. 
La  serenata  de  mis  frases  líricas  : 
Y,  cuando  abrase  á  mi  aterido  rostro 
El  impoluto  lis  de  tus  mejillas, 
Soñarás  arrullada  por  el  eco 
De  mi  erótico  labio  de  panida. 

La  elegía  del  mar  quiebra  en  las  rocas 
Los  acordes  de  un  arpa  amalecita, 
Y  el  muaré  de  las  agua  finge  un  velo 
Constelado  de  trémulas  fluorinas. 

¡  Qué  triste  está  la  playa !  Otrora  el  vaho 
Salobre  de  las  aguas  nos  unía. 


—  304  — 

De  la  lejana  hoguera  del  poniente, 
Donde  se  inmolan  grandes  amatistas 

Y  sardónix  de  fuego,  baja  un  rayo 
Puro  como  la  luz  de  tus  pupilas;      ::    / 
El  último  destello  de  la  tarde 

En  las  ondas  del  éter  escintila,  ;  _ 

Y  una  bandada  de  gaviotas  vuela      .        ". 
Sobre  los  riscos  de  la  playa  antigua. 

—  Dame  otro  beso,  amada.  ¡  Cómo  el  lirio 
De  tu  labio  de  seda  arde  y  palpita 
Cuando  aprisiona  el  mío !  Y,  ¡  Cómo  evoca 
La  santidad  del  alba  de  la  vida!  :. 

Otro  más . , .  otro  más  . . .  largo  y  sonoro. 
Mientras  que  nuestro  espíritu  medita : 
¡  Qué  triste  está  la  playa !  Otrora  el  vaho 
Salobre  de  las  aguas  nos  unía. 


CRISOL 

.4   Eugenio    C.    Noé. 

'■  La  noche  poemiza  en  el  misterio 

El  Eldorado  de  las  almas  jóvenes. 

Cuando  oporina  su  tristeza  evocan 
Las  almas  de  los  dulces  soñadores, 
Y,  cuando  estiva  los   poetas  le  hacen 
Una  apoteosis  de  lirismo.   Entonces 
Ríen  labios  y  espíritus 

Y  miríadas  de  astros  y  de  flores, 
Los  ópalos  aurinos  de  Selene, 
La  fronda,  el  río,  la  llanura,  el  monte, 

Y  de  los  cielos  el  azul  cimborio 
¡Oh,  la  sonrisa  inmensa  de  la  noche! 

Y,  cuando  eleva  sus  aromas  mórbidos 
Hacia  el  éter  el  búcaro  del  bosque. 

Hay  en  los  dulces 

Arcanos  de  la  noche, 
De  la  noche  silente  y  perfumada 
Una  como  piscina  de  abluciones 
En  que  se  purifican  las  tristezas 

Y  los  ensueños  de  las  almas  jóvenes. 

PÉREZ  Y  CURIS 


Año  5 


1910 


XJl^jO^     P^jPlGIjNTjPs.     F'AFíjP^     «jPíFOLO; 


sucfi.-t  i-'H)  ir  á  íiortui'.irM-   cii    i;i  '!•■!  iiiiiii<ii>  -t-  Ji.-iiJcn  inniniM-s  «i.- 

llíft  l'('i¡iit|  i;    el   ÜlK/o  (le  |Mi<'l)|t'  (j  lie  tü  h'S   SOlli  lir;l>     i'     i  ¡!1  ¡ 'í-l'í'i  ■<•(•  i,  ijit  ■^ 

nuticn  ve  ;i  |>;!i"l<'i  tic  l;t  S'UniíiTi  <!'•  *'l;'ro  fstá  ijih'  ü-im-  <m  juínoc;»  cu 

>u  camiiniinrii)  y  ;iiilu'l;i  riMiiH-<-i'  luui'liíis  di-  ('st;!>  (¡ií'cn-inin.-    ijU«- 

1-1  umiikÍo.  siH'li'U    t''ii-J;irs»-    i\r    i;i  ;niísci¡>;i  «■iiiit  1;i  .-(¡(I.-.-i  ij  ií<- <-wn''i 

<-¡tl(l;ií!.  Mltjcto  (it- sus  sut'fp's.  iinn  *'»'  y  la  eiuilaii  ijuí'  ii;nuivt;    ]n-\-f 

¡lira  a ian¡ i)ica(!a.  siibiinic  y  muy  iü»    «'s  iuciios    s<-i:'iir<>  (jOv  >c  >■]) 

^itjKM'i'ir  á  i'Kia  rfaüdaii.    Cnw  «-I  ii^'aña  i-ii  utras  iniU'lia^,  y    (|Ui-    ¡;i 

iVu-i!  (fjit  iiiii-<!ii<>  i|i-  la    iüiici-iicia.  ¡«iH'sciit'ia  íi<-  la    suñ.-Hia    n-.-iMihci 

•  'líos   se   í^^-il^,•ll!    la  <-iUíia<i  inmii*»  le  >>l>lij4'a  Iih-ií'í;'i  red  i  tica  r    aTaii 

ia  rt'ali/.ací'Ui  (¡i'    un    or  h-n-  ¡M-.r-  ¡larif   üc    sus  c.-Muinias  íih.-il:  ina  ■ 

!'''('í<i.  íJiiikIo   todo   cst.á    iiiv<'!a(i<i  cíoikís.  y    ;'i    n'.-üiicili.-irsf    <íuiz;t 

por  lu  .ilíst:  tiitiidc  h'iias  !as  vasas  cOU    ci     rcciH-r'io    d*-  su  b  ri  nru», 

sotí  iinipias.  cíMiiodas    y    luTnio-  «•onvencii'ndiiif  (i<-   (¡ui-    la-   >du- 

sas:  todas  las  iuuiff''s.  i'sjurii  ua-  dadcs   s<»ii    aldeas  cu    <:rand''.  J»- 

•i's  y  clcoaíirfs:  discretas  >    drÜ-  ijUí'  los  ('(írtesaruis  siui  lugarcñus 

'•a<ias  í.'.das   las   convcrsacicMH-s:  hicn  vcstidns.  y  de  ijU'c  no  jd-cas 

iotios  i.os  ofijfíDs.  di' j;-|isií.-:  d'Ui'ii-  di'  las    ru'indad<'s.    de  a  iíariclieia 

e¡  uión'ío  e.irre  sii'ínpre    pai'ejas  y  esencia,  {\\w  h*  causalfaii  ennj" 

con  la  lama.,  y  la  inisiria  maldad  en  <'l  lui;ar  donde  nació,  no  eran, 

y  el    uiisuio   vicio   se    presentan  como  stip(uiía.  des\  eutajas  de  ía 

constauíeHK'hte  en    f(i!'nía.s    ¡ufe  vida    de    ¡uj^'ai',    sinn   deíeetos  y 

i'eí^aníes  y  n<ivel<'scas.  limitaciones    iidiereates  á  la  na- 

Oiü'a  en  estos  mirajes  la  natu-  lurak'za  humana  y  á  la  eondición 

ral  '^xcrhiraiicia  <íe    la    iiuaü'ina-  de  las  cos.-üs  terrenas,  aurujuí-  en 

í'íón     candí.M'osa    y    at;-uijoneada  !a  aldea  se  maniliesten  en   t'ornia 

por  l<»s  presti<;'ios  <le  lo  descono-  tVecuentemeide  más  <í' rosera,  des- 

eido;  pero  obra    además    la    ten  a|>aeihle  é  incónnxia.  (¡ue  e)i    Jos 

deneia.  no  menos  tei-ca  y  <-<in^"e-  i-entros  de  la  civilización.  . 

nial  á  la  natui'aleza  dei    hombre.  En  el  juiei'j   >\ni-    los   anieriea- 

de  !',o  e(i¡|ju!-ti!;¡rse  con    las    im-  nos- f>;)rmamos  de    nosori-íis    mis 

períeericnes   de    ia  realií^íad  que  uios,    de    niu-stra    in!"eri'U'ida.d  \ 

i<í  rodea,  y  de  mantener,  mientras  nuestro  atraso.  \  de  las  excelen- 

ia.  exj'erieneia  no  le  fuer/.a   deti-  eias  de  ias  socíeilades  lejajias  (jUe 

nitivaniente  ai  d(;sen,uvino.  la  es-  nos  sirven  de  nn^delo   ¿ur<  inier- 

pei'aríza  en   una   esfera  de    wnW-  vendrá,  con  harta  tVecueneia.  ei 

dad  donde  lo  ideal  y  soñado    sea  j^énero  úv  ilusii'm    á    i\uv   me   lie 

posiíih'.  Cuaiiio  feo.  de  ruin  y  d<'  reteridoV.,.    ¿i\<>    intervendrá    nn 

niezíjuino.  \a    matei'ial,   ya    nio-  poco    del    enji'año    del    í\í"/j'   ú» 

rahnetite,     halla  .el     íugat-eño    ó  pueblo  (jue    iinajrina    ¡a    cíudaii 

proviíiciíUiíí  de  nuestro    e¡ern]>lo  eonio  la  )'ealizaei<')t!  de  nn  orden 

*¡i    su    lug'ar  ó    su  provincia,  lo  pert'eoto  y  atribuye  á  rniseri.is  d»- 

atribuye    á    la    irifei'ioridad    de  su  lug"ar  mueluis  de  las  peijUeñe 

este  nicn^uado  niarc")  dentro  del  ees  y    í'ea]dade<s    que    son    de    la 

cua!  vive,  io  c(Uisi(hn'a  }U'(»pio  y  esencia  de  las  cosas  y  de  los  honi- 

e,xeln^ivo  de  éi.    y    no    dn<{a.    ni  í>res?.=.. 

por    un   niomerdo,  de  t|ue  los  es-  Jr»sK   ]\nkm<^t:h  líOTx». 


0^  mis  tristezas 

Liéis  ni  as     deí      reeuerdo.  .  . 


Puro     Avui.o. 


\')  riií  .sé  pin'  ijuc'  iu-  rcfurüiido  Ika'  c^n  c-nlrisicc'ici;! 
tcniLir;i,  ;í  acin*,'!  bum  'í!-.'nibr</  siempre  t;it."iturn(>  y  siem- 
pre miseralMe,  que  Licias  las  iai\Jes  pasaba,  por  mí 
puerta  c<>v,  <i\  piei^ira  lÍc  alilai'  y  su  zampona  eoeera. 
l{n  u!i  instanie.  \  ueUe  ;i  mí  aciuelia  su  mustia  y  es- 
eu;i'iida  silueta  de  deseelío  humano,  e\ueada  suspirandf» 
4-omo  si  la  hubiera  amado.  ;  jLs  po.sible,  oh  tú,  alma 
deseonsulada  que  le  fui-u  quién  sabe  ;'i  dónde  en  busea 
de  pan  r,  de  .sosiei^o,  es  p<,)sib!e  que  ha\as  dejado  una- 
V!.'Z  i.;n  mi  eorazi'.'n  eom.o  dejaste  un  hih>  dorado  en  la 
irama  epie  dedo--  muertos  ya',  tejieron  en  un  nKanenio 
lejano  de  mi   \  ida  ? 

Sí,  obrero  xa^iiabinui".  lú  dejaste  una  \'oz  en  mi  eo- 
raz'Ui.  Hoy  te  am(>  en  el  reeuerdo,  te  amo  porque  en  el. 
\érti^'o  de  tu  rueda  volante,  enmadejaste  frente  á  mi 
puerta  carirnís  herman*i>,  1"S  míos  y  lo.s  de  ella,  despu('> 
de  haber  reeo>oido  sobre  los  lomos  déla  piedra  L|ue  pule. 
el  desuaste  maravillosa,  de  sus  armas  de  labí.'r,  duleiíi- 
ead'.'  por  ei  aaii^emio  amoroso  de  sus  manos  Ik-nas  de. 
e--peranza,  y  p'u-  sus  ojo>s  neí^ros  eneendidos  de  ensueñ(j>- 
i'e  amo,  peregrino  del  hambre,  porque  tú  también  te 
íuiste  y  eres  im  muerto  eomo»  ella,  una  xísiímt  í'u.nitixa 
que  he  \isto  desapareeei"  melaneólieamente  en  los  ere- 
púst'ulos  de  mi  ;dma,  haeia  una  n<)ehe  inevitable,  el 
(-)lvido.  Siuue  sonando  lejos  tu  pre,i4'(')n  musieaí,  c-n  otras 
ealles  y  para  cetros  aeeros  eonsumidos  en  la  faena  de 
otras  manos  blanea.s.  Si.uue  las  nuevas  rutas  de  tu  m;i- 
quina  trashumante,  ;í  la  búsqueda  de  los  deseonoeidos 
ajuares  que  esperan  la  .sabiduría  de  tu  muela  loea,  para 
en<4'alan.ar  la  í^loria  seereta  de  una  noche  de  bodas.  .\li 
e<)raz(')n  te  acompaña,  errante  por  d<jnde  vayas,  ;i  través 
de  la<  tierras  acia,i4"as  y  de  las  eternas  jornadas  sin  meta, 
bajo  cielos  sin  horizontes  n  junto  ;'t  los  caminos  que  no 
tienen  puertas  para  llamrirte.  Donde  quiera  que  le  de- 
tengíis,  donde  quiera  que  .nire  tu  rueda  laboriosa,  estarán 
las  palpitaciones  de  mi  sangre  acompasando  el  ritmo  de 
U).  pie  tesonero  \  el  voltear  tembloroso  de  tu  disc(.)  de 
piedra, 

Y'd  no  volveréis  ;'t  poner  en  mi  calle,  sobre  la  angustia 


callada  de  los  crepúsculos,  la  sonata  dulce  y  triste  de 
tu  zampona.  Ya  no  vendrás  á  mi  puerta  á  tejer  en  tu 
rueda  veloz,  ilusiones  hermanas  y  hermanas  esperanzas. 
Has  caminado  muy  lejos  en  mi  recuerdo,  andariego  ta- 
citurno, y  si  tuvieras  por  acaso  en  tus  ojos  la  amargura 
inconsolable  de  mi  pena,  verías  que  arrastras  con  tu 
máquina  los  hilos  rotos  de  un  poema,  y  que  sobre  el 
lomo  de  tu  muela  temblorosa,  hay  sangre  de  mi  corazón 

Maxlel  MEDINA  BETANCORT.    ' 


BLANCA    BARRIERA    SIENRA 


—   ü 


la  ti^oeulica  eti  ^l  Uruguay 

El  ministerio  de  la  crítica  no  comprende  tareas  de 
mayor  belleza  moral  que  las  de  ayudar  á  la  ascensión 
del  talento  real  que  se  levanta  y  mantener  la  venera- 
ción  por   el   grande    espíritu    que    declina. 

José    Enrique    liodó. 


Decir  que  en  nuestro  país,  prescindiendo  de  llodó,  el  admirable 
Maestro,  no  existen  críticos  de  arte  que  loen  en  sus  estudios  serenos 
y  amplísimos  el  rasgo  invulnerable  de  una  creación  artística,  paré- 
temo  superfluo  y  más  aún  importuno. 

¡  (íiaciosa  rirtiid  la  de  nuestro  crítico  cuyo  ojo  experto  halla  siem- 
pre los  lunares  mientras  permanecen  ocultos  á  los  ojos  de  su  entendi- 
miento   los   grandes   toques   y   la   concepción    genial! 

Enamorados  de  lo  frivolo  en  el  análisis  ;  apasionados  de  la  frase 
soez  y  del  bajo  preconcepto  ;  que  llenan  de  escollos  la  senda  de  los  pe- 
regrinos del  arte,  mis  nrorríficos  habrían  logrado  la  celebridad  en  un 
reino  de  magnates  donde  el  amor  á  la  lectura  no  hubiese  arraigado  aún 
y  donde  la  esperanza  de  difundir  el  pensamiento  moderno  y  la  estética, 
las  tendencias  y  modalidades  de  nuestros  contemporáneos,  liubiéraso 
desvanecido   como   el   perfume   de   una   tior  ensoñada. 

Ignoro  si  en  los  demás  países  lüspanoamericanos  ñorece  la  neocrí- 
tica,  exuberante  como  en  el  nuestro.  Sé  que  en  Cuba  Arturo  R.  de  Ca- 
rricarte,  en  Coloml)ia  Sanín  Cano  y  (Jarcia  Calderón  en  el  Peni  ofician 
noblemente  de  maestros  <>sj)i rituales  ol)servand()  el  arte  en  todas  s\is 
facetas  y  estudiando  y  avalorando  su  plasticidad  y  su  concejito  sin  su- 
peditar jamás  la  belleza  de  uno  de  ellos  á  las  debilidades  del  otro.  Es- 
tarán solos  esos  cerel)ros  de  alto  ])ensar  ó  entre  la  turba  de  los  me- 
diocres cuyos  juicios   pai'ecen   sentencias,   como   aquí  el   autor  (le  Ariel!-' 

El  espíritu  crítico  se  revela  en  los  escritores  después  del  fracase. 
El  que  no  ha'  podido  triunfar  en  la,  novela,  en  la  poesía  ó  en  cualquier 
otra  forma  de  literatura  después  de  largo  tiempo  de  labor  busca  un 
refugio  en  la  crítica  y  abomina  de  todos  aquellos  que  consiguen  lo  que 
á  él  no  le  fué  dado.  I'oi-  eso  el  crítico  literario  que  ha  siílo  forzosamen- 
te, un  mal  novelista  ó  un  i)oeta  mediocre  nunca  juzga  sinceramente, 
l^rimero  por  su  ignorancia  y  luego  por  el  odio  que  en  él  despierta  el 
triunfo  de  los  demás.  Fray  Candil,  entre  los  contemporáneos,  confir- 
ma con  su  ol)ra  mi  aseveración.  Ese  difcctivc  grotesco  de  las  letras 
castellanas,  ese  enemigo  de  los  artistas,  que,  como  ííavio  y  Moevio, 
satiriza  á  los  Poetas — digo  l'oetas  y  entiéndase  que  la  porsía  es  con- 
génita  ron  el  ('s¡>íi¡fii  (h'l  hoiulnc —  (1)  porque  no  fueron  hechos  para 
su  frente  los  laureles  del  Poeta,  tiene  aquí  algunos  emuladores,  pocos, 
pero   audaces  y  plagiarios  como  él. 

Simuladores  empedernidos,  viviendo  en  eterno  fracaso  ;  asaltan- 
do por  la  noche  los  huertos  ajenos,  suntuosos  ante  su  vista  y  en  pleno 
fie  recimiento   primaveral   que   contrastaba   con   el   misérrimo   aspecto   de 


(1)     Shelley ;    Defensa    de    Id    iweshi. 


s!i  propio  huerto,  de  sus  canteros  desamparados,  t'sos  serts  engreídos 
optaron  al  tin  por  la  crítica,  lanzando  piedras  á  diístro  y  siniestro  y 
atribuyéndose  las  cualidades  del  Genio.  Al  principio  se  les  temió,  pero 
luego,  conocido  su  sistema  de  zaherir  á  todos  para  colmar  su  envidia  ; 
descubierto  su  afán  de  menoscabar  las  creaciones  de  ios  otros,  se  j'ís 
odie   unas  veces  y  otras  se   les  tuvo  conmiseración. 

Algunos  letrados   nuestros  de   valía   y  de   renombre,   en   cuyas  fuen- 
tes abrevaran  aquellos  fatuos  (■(ihaUcritos,  fueron  más  de  una  vez  amo- 
nestados por  ellos  y  destrozados  sus  libros  por  el  hacha  que  esgrimían. 
¡  Copiaban  al  Maestro  y  lo  negaban  !    ¡  No  tenían   siquiera  el  valor 
de  reconocer  sus  méritos  ! 

Y  no  podía  ser  de  otro  modo  puesto  que  ellos,  ingenuamente, 
creíanse  suoeriores  á  él,  y  como,  según  sus  declaraciones  en  público, 
nunca   lo  habían  leído,   nada  tenían  que  agradecerle. 

Así  son  mis  neocríticos  :  tan  volubles  y  desagradecidos  como  esté- 
riles. 

En  este  ligero  esiiozo  en  que  castigo  su  esterilidad  y  sus  alardes 
de  pernicioso  exhibicionismo  no  es  preciso  citarlos  á  todos.  Fustigan-Io 
ai  más  tenaz  y  encarnando  en  él  á  todos,  nombraré,  pues,  á  ^'íctor 
Pérez  Petit,  conocido  fuera  de  nuestro  ambiente  bajo  una  faz  dis- 
tinta á  la  suya  que  lo  hace  simpático  y  hasta  benévolo  con  los  romejos 
del  arte.  Los  otros,  cuyo  dictamen  no  ha  trascendido  del  Uruguay, 
no  merecen  por  suerte  los  honores   de  la   cita. 

El  precitado  escritor  dióse  á  conocer  al  público  alia  por  el  año 
1894.  En  189o  fundó  con  líodó  y  los  hermanos  Martín*/,  Vigil  la  líi- 
vista  yaciondl  donde  iniciáronse  muchos  talentos  (|ue  más  tarde  se 
hundieron  en  el  olvido.  Del  cuadrilátero  de  escritorc  ;  que  redactab;in 
aquella  revista  sólo  Rodó  triunfó...  triunfó  no  sólo  por  su  talento  y 
su  intuición  artística  sino  también  por  su  norma  de  tolerancia.  Los- 
otros  bregaron  aún,  siguen  luchando  todavía,  pero  pertenecen  á  la 
gran  banda  que  no  crea  ni  trata  de  superarse  ;  es  decir,  son  los  tipos 
representativos   de  la   mediocridad. 

Amante  de  la  A-erdad  y  enemigo  del  convencionalismo,  sea  cual 
fuere  su  objeto,  yo  no  ocultaré  en  este  breve  ensayo  la  veleidad  del 
carácter  y  la  petulancia  del  crítico  nombrado.  Pero,  enemigo  también 
del  análisis  crítico  que  es  símbolo  de  impotencia,  no  bajaré  á  ensji- 
ñarme  con  su  obra,  á  escudriñarla  profundamente  ni  á  pregonar  sus 
plagios  ya  divulgados  y  castigados  hasta  el  delirio  por  los  colibríes  que' 
mariposean  sobre  la  flora  magnética  de  Leopoldo  Lugones. 

En  un  almacén  de  libros  conocí  hace  ya  cuatro  aííos  á  Pérez  Petit. 
Por  sus  estudios  literarios  publicados  en  la  lícvistn  Nncional  habíame 
impuesto  de  su  criterio  y  de  sus  modos  de  ver  el  arte.  Los  libros  por 
él  juzgados  no  estaban  nunca  á  la  altura  de  los  escritos  anteriormente 
por  sus  mismos  autores.  A  üaudet  y  Pérez  Galdós  los  presentaba  cual 
agotados  intelectualmente  (1). 

Cuando  le  conocí  en  el  higar  preindicado  cogió  un  libro  al  azar, 
lo  hojeó  con  nerviosa  rapidez  y  lo  arrojó  con  desprecio  sobre  el  ana- 
quel;    cogió   otro,    muchos   más,    y   todos   sufrieron    la    misma    pena,    el 


(1)     Revista   Nacional:    A'tímcro.*    de    20    de   Ahril   y    5    de    Mayo    de    1895. 


—  8  — - 

'  .■  *  ■ 

misino  castigo  del  ofuscado  demoledor.  Su  gesto,  á  no  estar  tachado  por 
el   desprecio,   hubiera   sido   el   de   un   juez  dictando  una  sentencia. 

llecuerdo  que  entre  los  liinos  excomulgados  por  él  en  breves  mi- 
nutos figuraba  uno  de  Contreras.  Lo  abrió  y  llamó  mi  atención,  di» 
ciendo :  PscJn.  i/iir  modo  di:  hnrtr  sonetos.  Leyó  uno,  luego  otro, 
después  otro,  y  fuese  al  fin  satisfecho  de  su  opinión  categórica  creyen- 
do que  yo,  en  mi  silencio  no  tle  aprol)aoión  sino  de  lástima,  habíalo 
confundido  con  un  mago  de  las  letras.  Y  he  aquí  que  un  día  leyendo 
sus  Joyeles  Bárharos  observé  entre  muchos  otros  de  Los  crepÚsculob 
DEL  jardín   reminiscencias  y   plagios  de  aquel   libro  de   Contreras. 

Con  esa  falsa  idea  que  suele  tenerse  de  la  propia  personalidad,  ol 
criterio  más  disciplinado  se  ciega  y  equivoca.  Y  Pérez  Petit,  que  no 
es  un  creador  ni  un  artista  sino  un  erudito  (la  erudición  no  es  talen- 
to) que  á  fuerza  de  leer  asimila  mucho,  no  es  persona  autorizada  para 
jt;zgar  á  un  artista  cuya  ol)ra  sólo  puede  comprenderla  un  espíritu 
exq'iisito   gemelo   del   suyo. 

Tampoco  es  él  un  exaltador  de  temperamento  digno  de  mencio- 
narse como  i'>  lii  hecho,  quizá  engañado  por  el  miraje,  mi  querido  ami- 
go el  poeta  Villaespesa.  I^os  exaltadores  aquí  se  llaman  Florencio  Sán- 
chez, Carlos  Keyles,  Kmilio  J^'rugoni...  y  son  de  vigoroso  tempera- 
mento y  de  instintos  creadores.  Pero  no  son  críticos  porque  ellos, 
para  elevarse,  no  osaron  aplicar  á  la  ol)ra  de  los  otros  el  bisturí  de 
l;i  crítica  síik)  c|ue  fueron  superándose  cada  día  y  en  cada  uno  de  sus 
libros. 

Daniel  Alaitínez  N  igil  y  líaúl  -Niontori)  Bustamante  no  son  neo- 
ciíficos,   jamás  han    ensayado   la   crítica    arrabalera. 

El  primero,  á  quien  debe  admirarse  por  la  enterí^za  de  su  carác- 
ter en  una  época  de  adulación,  de  mentira  y  positivismo,  no  es  un 
])oeta  ;  es  un  aislado  que  versifica  y  suele  observar  las  cosas  á  su  ma- 
nera (bastante  discutible  i)or  cierto)  sin  hacer  víctimas  ni  mofarse  «le 
la    producción    ajena. 

Sumido  el  segundo  en  la  sombra  del  prejuicio  religioso  qvie  no  lo 
jiermite  exjjlayarse  lil>remente  sobre  escabrosos  temas  de  sociología,, 
tiene,  no  obstante,  un  alto  espíritu  de  observación  que  interpreta  el 
arte  sutilmente.  Sus  correspondencias  de  Íjo  l'renau  bonaerense  son 
bellas  páginas  que  unen  una  galanura  de  estilo  y  una  profundidad  de 
concepto  raras  y  admirables.  Pero  el  prejuicio  religioso  suele  cortar 
las  alas  de  su  pensamiento  y  éste  da  en  tierra  confundiéndose  con  el 
de  la  multitud  creyente  que  juzga  toda  obra  artística  con  la  exigüi- 
dad de  criterio  que  el  dogma  le  impone.  Y  así  no  se  puede  ser  sincero. 
N;  puede  emitirse  una  opinión  serena  y  equitativa  porque  el  credo 
tiene  el  privilegio  de  exaltar  á  las  almas  distanciándolas  de  la  re- 
flexión. Además,  Montero  Hustamante  rinde  culto  á  nuestros  bardos 
tradicionales.  Y  ese  culto  exagerado  que  no  tiene  razón  de  ser  por 
cuanto  aquellos  copiaban  el  símbolo  literario  de  boga  en  su  época  y 
nada  trascendental  nos  legaron,  ese  amor  á  nuestros  clásicos  muy  poco 
le  favorece  ;  antes  bien,  lo  pierde,  pues  le  lleva  hasta  negar  talento  á 
lo>   poetas  de  la  actual  generación.  (1) 


(1)    Esto  he  podido   comprobarlo,   después   de   escritas   las   páginas  preceden- 
tes,   leyendo    un    artículo    suyo    que    bajo    el    título    La    crisis    literaria   publicó 


—    !.»    — 

Y  entre  éstos  y  aquéllos  no  existe  paralelo. 

Nuestros  antiguos  poetas  r.qué  fueron  sino  pequeños  Zorrillas  «> 
Esproncedas  pero  sin  genio  P  «Qué  horizontes  señalaron  á  la  juventud 
(le  su  época  y  qué  inflnenciai  ejercieron  sol)re  ella  para  que  iioy  ?«í 
les    reconozca   superioridad  ? 

Ninguno  y  ninguna. 

Habiendo  sido  alguno  de  ellos  el  poeta  de  su  tiempo,  su  ohra  no 
resistiría  hoy  el  más  somero  análisis  de  un  lector  l)enevolente.  Por 
eso  es  absurdo  el  culto  á  la  tradición,  el  cual  no  debe  aconsejarse  ;í 
nuestros  jóvenes  que  necesitan  un  campo  ilimitado  donde  desarrollar 
sus  facultades  intelectivas  y  un  fuerte  estímuh)  ci)ntra  la  corriente 
regresiva  de  los  cánones   literarios. 

Las  letras  americanas  estuvieron  de  i)aral)ien;>j  (•;)menzado  aquel 
brillante  movimiento  con  el  cual  Knbén  Darío,  José  Asunción  Silva, 
Julián  del  Casal,  (iutiérrez  Nájera  y  otros  pocDs  lograron  emanci- 
parlas de  las  tradiciones  clásicas.  Lo  mismo  aconteció  en  Kspaña : 
allí  están  los  libros  de  los  escritores  modernos,  que  son  el  mejor  ex- 
ponente de  la  propia  individualidad  y  la  más  rotunda  negación  de  la 
eficacia    del    escolasticismo   poético. 


Críticos  hay  aquí  que,  por  su  poar  doctoral  y  ^u  inepcia  en  materia 
de  arte,  son  el  hazmerreír  de  los  cenáculos  selectos.  Su  obra  ])ermane.x> 
inédita  y  jamás  se  publicará.  •  Ksos  deberían  ensayar  la  autocrítica  y 
estudiarse  severamente  para  evitar  las  tor])ezas  en  que  incurren  á 
menudo. 

Pero  no  es  este  libro  á  propósito  para  citarlos.  Que  otros  los  pon- 
gan  en  solfa   y  tracen   con   pulso  firme  sus  siluetas  de  primatos. 

Ciertos  poetillas  de  abolengo  aristocrático  han  gustado  imitar 
á  esos  cuadrumanos,  pretendiendo  enaltecer  á  los  mediocres  y  amor- 
tiguar  la    gloria   de  los   artistas   dignos   de   consagración.    Esos   expolia- 


una  de  nuestras  revistas.  iMontero  Bustamante  niegii  allí  su  propia  perso- 
nalidad, porquo  dicho  artículo  et'  una  serie  de  digresiones  erróneas  Que- 
conviene  discutir  para  soliviantar  un  tanto  el  espíritu  de  nuestros  jóvenes 
literatos.  El  aludido  escritor  también  niega,  rotund  imente,  la  eftciicia  de 
la  inspiración  personal  y  aconseja  la  regí-mentación  de  Ja  })uena  producción 
para    que    la    literatni a    nacional    recohr"    sus    rasóos    caracteristicos. 

Tales  rasgos  no  los  ha  perdido  aquélla.  Es  que  la  literatura  de  cada  época 
tiene  sus  características,  su  latido  peculiar,  sin  dejar  por  eso  de  ser  perso- 
nales   sus    más    altos    representantes. 

El  individualismo  en  arte  se  impone  y  triunfa.  No  le  pidáis  á  un  artista 
que  siga  tal  ó  cual  tendencia  poque  le  exigiríais  el  sacrificio  de  su  numen 
y   de  su  libertad   espiritual. 

Cuanto  á  que  el  romanticismo  murió  de  anemia  y  de  hiperlrofia  lírica 
la  fórmula  decadi'nt"  de  Baudelairc  y  Verlairie  es  una  gran  aberración.  Am- 
bos murieron  tranquilamente  y  por  ley  de  la  vida,  como  los  ¡tstros  y  Jas 
flores  pasado  el  ciclo  de  su  esplendor. 

Montero  Bustamante  habla  del  oficio  de  escritor.  Tal  oficio  en  nuestro 
medio  no  existe  y  por  lo  tanto  no  puede  caer  en  descrédito  á  pesar  de  la 
literatura    híbrida    que    él    atribuye    ¿é.    quién?.,     no    se    sabe. 


—  10  — 

tUiíes    que    hurtaron    á    Saniain    y    líauclelairo    en    Francia,    y    en    Amé- 
rica   á    (irutiérrez    Nájera.    Kiihéii    Darío    y    liiigoiieá,    haiise    erigido    en 
fiscales  ele  las  Ultras  y   ])r()ce(len   arl)itrarianiente.   con   petulancia   inaii- 
<lita. 

Contra     la     insolencia     ele    esos    i)ol)res    advenedizos     qw^     infestan 
nuestros  peí  iódicos  el  uso  de  la    fuerza  se  impone. 

Poetas:    esgrimid  el  yatagán   del   ridículo  y  el  garrote  de  los  mús- 
íMilos,    y   el    triunfo   será    vuestro. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


M.\K1.\      (ASTKO 
I'iiiiicia  iiitri/  lie  la  ("oniiiariia   Draniática    l'ni-|ii}fuc.sa 


—  11  — 


Flama  r^velatríz 


Arde  la  bíblica  zarza. 
Sin  quemarse,  al  umbra  y  q  ueiria... 
¡Es  el  verlío,  el   rudo  verbo 
del  Anatema! 

Es  el  Espíritu  Santo 
de  la  Verdad  lo  que  anima 
su  fuego,  corona  ardiente 
de  la  3Íma. 

Relampaguea  en  la  noche 
sobre  el  Horel)  de  mis    sueOos, 
y  á  su  luz  se  ve  á  los  grandes 
¡  muy  pequeños  I 

Se  ve  negros  precipicios 
asechando  á  las  montañas 
como  fauces  de  monstruosas 
alimañas; 

torrentes  desenfrenados 
en  una  carrera  loca, 
lajos  de  luz  en  la  carne 
de  la  roca.. : 

aguas  nuinsas  (jue  cobijan 
el  torbellino  en  su  seno. 


Ftna    Apolo. 

fuentes  puras  que  descausar 
sobre  el  cieno... 

Se  ve  al   lobo  en  los  caminos 
aguaitando  á   los  corderos, 
y  puñales  que  amenazan 
traicicnieros  : 

y  ojos  en  qm-  i'esplandecc 
el  rencor  como  una  daga, 
y  manos  qna  hunden  aceros 
en   la  llaga  : 

y  máscaras  de  inocencia 
sobre  torvas  intenciones. 
y  sonrisas  cjue  disfrazan 
maldiciones. 

Y  abrazos  que  cicri'an   lazos, 
y  crímenes  (lUc  cían  gloria, 
y  sangre  ó  lodo  en  los  puños 
de  la  Victoiia. 

Llama  ])ercnne,   ilumina 
como  el   verbo  de  un  i)ro{eta: 
arde  y  jamás  se  consume 
el  corazón  del  poeta  ! 

Emilio  EHUíiOÑl. 


-*^^ 


ta  ilusióti  del  creí)ixsculo 


Pa  ra   Afolo. 

Era    en    otoño. — En    un    salón    dorado 
qne   hablaba   de   extinguidas   etiquetas 
fulguraban  las  pálidas   siluetas 
de    una    pareja    de    tacón    realzado... 

En    las    vagas    penumbras    indiscretis 
gemían    un    romance    ya    olvidado 
sublimando     el    ambiente    perfumado 
d'j    lilas,    de    heliotropos    y    violetas 


rara   Alfredo   Marfctan. 

Para  gozar  de  nuevos  panoramas 
ó  para  usar  de  nuevos  galanteos 
el  Rey  del  día  se  esfumó  en  las  lamos 

del  estanque...  Y  la  tarde  de  turquesa 
que    amparara    sutiles    devaneos 
moría   en  la   ilusión    de  la   Marquesa. 


1910. 


José  G.  ANTUÑA. 


—  1-2 


la  £kgía  d^l   P^fióti 


Urita,  pues,  alma  mia.  ¡lianza  á 
los  vientos  tu  clamor!  Que  tu  ;i.mor 
sea  poesía  y  tu  dolor  sea  canto! 
■■  (irita,  pues,  tu  pasión  á  las  es- 
trellas !  Que  suba  á  las  estrellas  tu 
clamor  y  su  harmonía  salvaje  estre- 
mezca las  ondas  del  supremo  silen- 
cio en  cuyo  seno  gesta,  inmanente, 
el    Destino... 

¡Cuéntale  al  mar  tu  pena,  al  vie- 
jo mar  que  guarda  tan  inmensos  se- 
cretos ! 

¡Dile  tu  pena  al  viento,  para  que 
él  la  disperse  y  la  difunda,  y  la  ha- 
ga rugir  en  las  tormentas,  y  llorar 
en  las  selvas,  y  resonar  en  las  ca- 
vernas, y  silvar  en  las  jarcias  de  los 
navios...  ¡Dile  al  viento  tu  pena  para 
que  íie  la  lleve  más  allá  de  los  ma- 
res, á  las  remotas  islas,  hasta  que 
algún  girón  llegue  á  .s»  .alma,  hasta 
que   llegue   un   eco. 

II 

Fué  en  un  ocaso  tempestuoso  y  bra- 
vio; en  un  ocaso  de  nubes,  estreme- 
cido de  relámpagos^  en  que  el  viejo 
océano  con  una  insólita  pujanza,  ba- 
tía en  mis  flancos  sus  milenarias  có- 
leras... Fué  en  una  hora  en  que  me 
sentía  como  nunca  solo  y  fuerte,  con- 
tra el  mar,  contrii  el  viento,  contra 
el  cielo,  contra  el  hombre — una  hora 
dp-  tristeza  infinita  y  de  infinito  or- 
gullo, cuando  tú— ¡  fugitiva  !— posaste 
en   mí  tu   vuelo   que   se   extinguía. 

En  mí!...  En  mí,  que  soy  como  el 
dolor    hecho    roca  ! 

En  mí  que  soy  oscuro,  de  la  más 
oscura  piedra,  hir!.ato  y  hostil  y  lle- 
no   de   filosidades    mortales. 

En  mí,  que  soy  estéril,  de  una 
esterilidad  suprema,  que  hago  morir 
de  frío  los  gérmenes  que  rae  traen 
las   alas   de   los  vientos. 


En  mi,  que  yergo  mi  soberana  fren- 
te de  granito,  en  el  furor  batiente 
de  un  piélago  proceloso ;  y  que  dome- 
ño su  inmensidad  eon  la  altivez  som- 
bría  de   mi   dureza ! 

En  mí,  que  soy  el  dueño  de  mi  so- 
ledad y  mi  egoísmo...  ¡qtie  me  sien- 
to enemigo  del  mar.  enemigo  del  cie- 
lo, enemigo  del  hombre,  y  que  soy 
tanto  más  duro  cuanto  más  en  mí 
propio    me    reconcentro!... 

En  mí,  á  quien  el  odio  ha  dado  tan 
poderosa  voluntad  de  muerte,  que  pe- 
rece aterida  toda  ave  errante  que 
busque   en  mí  reposo... 

Ixl 

rlEras  tú  acaso  e]  arma  de  la  trai- 
ción para  rendirme?  Eras  acaso  el 
filtro  de  algún  hechizo  artero?  ¿O 
simplemente  un  lampo  ingenuo  de 
ternura  que  fué  poder  en  ti  pues 
emanaba    del    amor   de   los   universos? 

Porque  yo  te  he  amado.  ¡Fugiti- 
va!... Sí,  porque  yo  te  be  amado... 
Amor,  amor  era  sin  duda  aquella  vi- 
Irarióa  de  ignoto  origen,  aquella  mis- 
teriosa palpitación  de  los  átomos  es- 
tremecidos, que  perturbara,  la  dure- 
z;i    irrefragable    de    mi    misantropía... 

Amor  era  sin  duda  esa  onda  cá- 
lida que  surgía  de  las  profundidades 
entrañables  de  mi  odio — como  una 
Euménide  que  diera  á  luz  un  ángel, 
— como  si  en  mi  durmiera  desde  el 
principio  de  los  siglos,  la  célula  fe- 
cunda que,  á  tu  influjo  despertó,  en 
un     milagro!... 

Parecía  que,  del  corazón  llamean- 
te del  planeta,  una  vena  de  fuego, 
ascendiera  hasta  mí,  para  encender- 
me... 

Diríase  que  el  mar,  endulzaba  sus 
cóleras  milenarias,  y  las  fauces  del 
monstruo  que  siempre  mordieron  ira- 
cundas mis  flancos,  iban  á  acari- 
ciarlos   con    su    lengua. 


13 


De  bis  lejanas  playas  amorosas,  en 
el  viento  llegaba  vagamente,  tomo  el 
eco    de    algún   cantar   perdido... 

En  la  noche,  temblaban  con  más 
febril  angustia  las  estrellas,  como 
anunciando     oráculos     inquietantes.. 

Y  yo,  el  enemigo  de  todas  las  cosas, 
el  que  á  todas  las  cosas  odiaba,  fui 
para   tí,   como   un   regazo ! 

Como  un  regazo  yo,  el  somlirío,  el 
hirsuto,    el    helado... 

Como  un  regazo,  para  tí,  golondri- 
na de  arrullos  inefables,  golondrina 
que  un  día  te  posaste  en  mí  crestón 
airado,  golondrina  que  un  día  te  re- 
fugiaste herida,  en  la  tormenta,  so- 
bre   mi    mole    obscura!... 

Como  un  regazo.  . 

IV 

Y  lo  que  era  la  fuerza  de  mi  Odio, 
trocóse  así  en  la  fuerza  de  mi  Amor ! 

Ah !  si  fuera  como  esas  vagas  is- 
las que  el  horizonte  ensueña,  como 
esas  islas  pródigas,  á  las  que  ansia 
arribar  el  navegante,  como  esas  ver- 
des islas  donde  maduran  los  racimos 
bajo  la  gran   sonrisa  de  los  Dioses!... 

Ah,  yo  hubiese  querido  florecer,  co- 
mo un  jardín,  en  dorada  primavera 
de    rosas... 

Y  que  fuera  mi  granito,  mórbido 
como    la    carne ! 

Y  que  si  alguien  viniera  á  golpear 
mis  .flancos,  fluyeran  de  mi  entraña^ 
manantiales  de  miel,  de  leche,  de  per- 
fumes... 

lOh,    cómo    te    he   amado,    Fugitiva! 

,0h,  cómo  entregué  á  tu  leve  fra- 
gilidad de  plumas  y  de  arrullos,  todo 
mi  orgullo  secular  que  no  arredra- 
ran las  pujanzas  del  piélago,  y  des- 
preciara el  brillo   de  los  astros ! 

¡Oh,  nadie,  nadie  como  yo  ha  ama- 
do con  toda  la  potencia  de  su  Odio 
convertido  en  ternera! 


Mas...    ¿cómo    llegué    á    crer    que    til 


podías  amarme,  con  aquel  aiismo 
amor  absurdo,  que  hacía  palpitar 
mi  dureza  de  pieflra  como  si  fuera 
la    carne    de    un    corazón  ? 

riCómo  llegué  á  creer  (lue  mi  ter- 
nura inútil,  pudiera  hacerte  olvidar 
de  tus  hermanas,  y  de  tus  horizon- 
tes, y  concentrar  en  mí — en  mí  que 
era    una    roca — todi    tu    ^ed    de    vida.' 

¿Cómo  llegué  á  olvidar  que  tú  eras 
sólo  un  ave  extraviada  en  su  camino, 
un  ave  herida  que  abandonaran  sus 
hermanas,  y  que  sólo  te  detendrías 
en  mí,  los  días  fugaces,  que  basta 
ran  para  curarte  ue  tu   herida!' 

Cómo  llegué  á  olvidar  que  tú 
eras  sólo  un  ave  fugitiva,  con  el  di- 
vino don  de  la  hora  errante^  y  que 
tarde  ó  temprano  proseguirías  tu 
"•"uelo,  en  pos  de  la.s  sonrientes  lon- 
tananzas.'... 

¿Cómo    llegué    á    olvidar~¡oli    fugí 
tiva ! — que  yo  era  roca  y  tú  eres  ave? 


VI 


Y  te  he  visto  alejarte. 

Te  ha  seguido,  trat  el  mar,  mi  mi- 
rada sombría,  hacia  el  críente,  has- 
ta muy  lejos...,  basta  que  tu  ala 
blanca,  que  era  ya  casi  un  punto  im- 
perceptible, se  posara  en  el  mástil 
d^  un  navio,  que  iba  á  tierras  Ion- 
tanas... 

He  seguido  tu  ruta  hasta  más  allá 
del    horizonte. 

Te  he  seguido  hasta  más  allá  de 
la    mirada. 

Como  una  noche  que  no  tendrá 
mañana,     así,     así     he    quedado!... 

VII 

¡Lilora.  pues,  alma  mía,  que  ya 
sobre  tu  frente,  no  luce  la  cimera  de 
tu    soberbia ! 

Se   ha    rendido   tu   orgullo    y    tu    do 
lor   es    blando,    blando    como    el   dolor 
cobarde    de    los    hombres  ..    ¡un    dolor 
que    se    queja! 

¡Alma   mía!...   te  han  despojado   de 


14 


tu  aiititruo  valor  pura  siurir...  Ya  no 
eres,  no,  l.i  roe  i  altiva  contra  la, 
cual  en  vano  se  r>strellaban  las  iras 
del  destino...  y  á  qiiien,  las  viejas 
Furias,  consternaran  jamás  con  sus 
atiúllidos... 

Te  ha  vencid:)  el  Amor !  E\  Amor 
es  más  fuerte  que  el  Orgullo...  el 
Amor   que   no   venció   la   Muerte!... 


Ciime,     pues       Alma     mía! 

Bile  tu  pena  al  mar,  al  viento,  al 
cielo,    al    hombre... 

Y  que  tus  enemigos,  esos  que  no 
pudieron  rendirte,  te  vean  de  rodi- 
llas, llorando  por  la  quimera  fugi- 
tiva... 

Aurelio    UEL     HJííBKON. 


I'ABI>()    PODK-STA 

l'iiiiici'  jictor  (le  la  ("iiniiiarií:!  Xaciuiiai 


15 


£1  Suplicio 


Vitra    Apolo. 

líuperto  Olmos,  el  poeta  y  publicista  sexagenario  iallecitlo  no  ka 
aún  cuatro  primaveras,  será  iniludablernente  l)ien  recoidado  por 
vosotros.  La  inmensa  labor  poética  y  periodística  de  este  cruzado  de 
las  letras  es  frecuentemente  citada  ron  admiración.  Su  vida  bohemia, 
inquieta,  nerviosa  y  pródiga  en  coda  clase  de  accidentes  aun  sirve 
dy  tema  vastísimo  á  sus  modernos  apologistas  ;  jiero  lo  que  es  muy 
probable  que  todavía  ignoréis,  es  el  martirologio  de  los  últimos  años 
dt    su    vejez   acliacosa   y   despiadada. 

Oid  :  A  los  sesenta  y  dos  años,  no  tan  abatido  por  la  edad  come 
si  ensañado  por  los  mordiscos  de  la  miseria,  Ruperto  Olmos  fué  ata- 
cado súbitamente  de  una  parálisis  parcial  que  en  un  mal  día  lo  in- 
movilizó de  repente  sobre  su  vieja  butact»  de  estudio,  junto  al  pupi- 
tre,   allí   donde   tan    bellas   produce-iones   lapidara. 

P'ué  aquel  un  ataque  brusco,  solapado,  á  traición,  quf  inmovili- 
zó de  repente  todo  aquel  organismo  aún  hermoso  cuya  musculatura 
férrea  contrastaba  admirablemente  con  ¡a  resplandecient.'  cabellera 
(>ndulante  y  la  albina   t)arba  patriarcal  del  bardo. 

En  los  primeros  tiempos  de  su  desgracia  Olmos  vióse  visitado  con 
harta  frecuencia  por  amigos  leales  y  no  pocos  admiradores.  Algu- 
nos periódicos  y  revistas  de  las  que  él  fuera  asiduo  colaborador  mos- 
traron su  reconocimiento  hacia  aquel  Inmibre  ciivo  cerebro  fecundo 
tantos   pensamientos   saludables   supo   prodigar   á   las   multitudes. 

Además,    aunque    privado    de    lüoverse,    de    arrastrar    una    pierna    ó 
de  levantar   un   ))razo.   Olmos     aún     continuaba     enviando     producciones 
á    los    periódicos,    ]uies,    felizmente,    su    cerebro    permanecía     incólume, 
luminoso  y   clarovidente   como   en   sus   mejores   años. 

Desde  la  trágica  inmovilidad  de  su  sillón,  Olmos  recital)a  las  pre- 
seas de  su  sólido  talento,  que  luego  eran  escritas  en  el  blanco  papel 
por  ^liguel  Anibul,  un  cliicuelo  de  catorce  años,  sobrino  único  de  Ol- 
mos y  á  quien  éste  había  recogido  al  perder  aquél  sus  padres,  cuidán- 
dolo y  educándolo  como  á  un  hijo  propio"  y  utilizándolo  después  como 
su  secretario  ó  amanuense. 

Pero  un  día  las  visitas  de  los  redactores  de  periódicos,  de  los  ca- 
ma radas  y  admiradores  del  poeta  fueron  cesando  sensiblemente.  Aque- 
lla inmovilidad  lastimosa  del  pobre  paralítico  tal  vez  les  ahuyentó 
porque  les  amargaba  loS  éxitos  de  sus  actividades  diarias.  Olmos 
veíase  cada  vez  más  sólo,  y  en  mitad  de  aquel  abandono,  de  aquel  va- 
cío que  sentía  hacerse  á  su  alrededor,  él  pasábase  mortales  horas  en 
aquella  butaca  de  la  mísera  buhardilla  donde  vivía  lejos  de  todo  bulli- 
cio y   alejado   de   todo   ruido   exterior... 

Hubo  inviernos  muy  tristes  en  que  el  frío  del  cierzo  le  llegó  hasta 
el  alma.  .Pasó  noches  d^  insomnio  cruel,  evocando  recuerdos  felices, 
experimentando  la  nostalgia  de  sus  bohemias  trasnochantes.  Luego, 
conoció  más  á  los  hombres  y  palpó  hasta  el  asco  la  ingratitlid  huma- 
na ;  pero  su  espíritu  superior  y  su  alma  bondadosa  muy  poco  sabían 
recriminar..- 


—   lÜ   -^ 

—  ¡  Mit^uel !...    ¡Miguel!...    grital)a   Olmos,    con    voz  tenihloiia. 
Migue],    el    chictielo    desarrapado,    el    hijo    de    su    liennana    muerta, 
el    im!ierl)e   secretarici     leí   poetn,   hacía    su    aparición   cop.   las   manos   aún 
jiiingosas  ó   con    los  carrillos   enrojecidos   por   los   moquetes   que   recibie- 
r:i   en    un   reciente   pugilato  con   muchachuelos  de   su   edad. 

— Escribe,  Miguel,  fscril)e, — ball)uc;'aba  Olmos  transportado  por 
la  ñei)re  de  su  inspiración  de  poeta  exquisito  y  de  pensador  profundo, 
^tiguel  sonreía  unas  veces  ;  otras  refunfuñaba.  Con  mano  posada 
y  con  su  caligrah-i  de  rasgos  torpes  pero  audaces,  él  llenaba  carillas 
y  más  carillas.  Kran  veladas  hermosas,  bastantes  extensas,  en  las  que 
el  pequeño  secretario  más  de  una  vez  acabó  por  dormirse  hasta  dar  fie 
bruces  escandalosamente  sobre  las  páginas   inconclusas. 

Pero  muy  luego  el  muchacho  llegó  á  demostrar  conatos  de  rebe- 
lión. Solía  gruñir.  Su  oñcio  de  secretario  ya  se  le  hacía  intolerable. 
Íj  1  calle,  el  libre  lagabundear,  los  juegos  infantiles,  las  pillerías  del 
golfo  emancipado  le  hicieroi!  protestar  contra  aquel  tutor  que  le  obli- 
gal)a  á  pasarse  horas  enteras  llenando  carillas  y  más  carillas  con  letra 
abigarrada.  Sí:  r!  Cuándo  acallaría  aquello.^  ;•;  Cuándo  de  una  vez  por 
todas  terminaría  su  ingrata  cuan  fatigosa  tarea  de  llenar  hojas  y  más 
hojas  de  ])apel,  con  metáforas  ininteligibles,  con  historietas  absurdas, 
con  palabras  cientíñcas  ó  de  grave  liturgia  cuyo  signiticado  Miguel 
íiún  no  alcanzase  á  comprender  pero  que  él  escribía  con  perfecta  orto- 
grafía gracias  al  socorridc;  diccionari;)  qiu^  por  indicación  de  Olmos  le 
( ra    preciso   consultar   á   cada    instante? 

— silgue!,  escribe, — murmuraba  Ola.oj,  en  tanto  su  imaginación 
tejía  madrigales  delicados,  narraciones  interesantes  ó  conceptuosos 
análisis  de  acontecimientos  recientes  y  de  palpitante  interés  público. 
De  mala  gana,  forzado,  sin  voluntad  nada  bnena  de  su  parte,  Mi- 
guel escí  il)i'a.  Su  mano  pringosa  de  muchacho  desaseado  no  cesaba  de 
esgrimir  la  pluma,  .V,  sobre  el  blanco  papel,  garabateaba  renglones  in- 
íinitos  con  aquella  su  caligrafía  torpe  pero  de  rasgos  audaces  quo 
a])reudiera  desde  tiemoos  atrás  durante  las  lecciones  nocturnas  que  le 
prodigara   Olmos,  su  tío,  su  maestro  y  su  protector. 

Y  así  la  dura  miseria  era  combatida  diariamente.  Las  cuartillas 
llenadas  por  Miguel  muy  luego  convertíanse  en  ,  flamantes  monedas 
de  plata  que  alcanzaban  para  pagar  al  casero,  comer  un  mal  guijote 
y  para  no  morirse  de  hambre  aquellos  dos  seres  miserables  pero  su- 
blimes ! 

¡  Y  qué  labor  la  de  Olmos !  Nunca  el  viejo  maestro  pareció  más 
fecundo  ni  más  hermosamente  humano  que  durante  aquellos  últimos 
tiempos  en  que  su  vida  declinaba  tristemente  hacia  el  ocaso.  Su  coii- 
cepción  era  inagotable  y  su  pensamiento  de  una  clarovidencia  feliz. 
Desmoronado,  enclavado  sobre  aquella  vieja  butaca  que  ahora  fuera 
su  banco  de  suplicio,  todo  el  cuerpo  inmóvil,  la  hirsuta  cabeza  aureo- 
leada  de  canas  estremecida  por  un  temblor  perenne  y  angustioso.  Ol- 
mos parecía  resarcirse  de  la  soledad  en  que  se  hallaba,  concibiendo  y 
lapidando   hermosas   páginas   de   un    arte   exquisito   y   admirable. 

Pero  á  su  vez,  muy  pronto  Miguel  pareció  ya  harto  de  aquella 
colaboración  fatigosa  con  el  maestro  que  le  privaba  de  tantas  horas  de 
juego  y  de  holgazanería  aún  durante  las  noches.  Una  tarde  se  rebeló. 
I'erdido  por  las  malas  compañías  con  pinches  de  su  edad,  contaminado 


—  17  —  ■.^,-:--. 

por  costiinibies  y  liabitos  perniciosos  que  poco  á  pocí)  íué  adqiiii  iend.» 
desde  que  la  í^arra  de  su  tutor  paralitico  mostrábase  impotente  para 
corregirle,  Miguel  (reyósi-  con  derechos  y  línijiios  suficientes  para  gri- 
tar su  emancipación. 

— No  quiero  escril)ir !...  Ao  escribo  más !— le  grito  á  Olüio.s.  cierta 
vez,    con    insolencia 

V  á  partir  de  este  día  el  suplicio  del  pobre  viejo  fué  aún  más  te- 
rrible. La  soledad  se  le  hizo  infinita.  La  ingratitud  canallesca  del  mu- 
ch'ic-lio  lo  exaspérala.  Luego,  todo  aquel  oro  maravilloso  de  sus  peiisii- 
rnientos  que  se  iba  á  periler  á  cansa  de  la  maldita  eniennedad  qi'.«>  ic 
{>)ivase  de  coger  la  ])]unu),  aiín  amargaba  mucho  niá  i  su  triste  existvM- 
<  la. 

¡  Cuántas  ideas,  cuántos  pensamientos,  (pié  d  >  licrniosas  concep- 
ciones  percudas   é    ignoradas! 

— Miguel!...  escucha..  IV  io  ruego  yo!...  Te  lo  ruego  yo  ¡lUe  he  si- 
do más  que  un  padre  nara  tí!...  Ven,  escribe,  escribe,  liijo  ii!Í.>;  To- 
do el  dinero  que  poi'  ello  obtengas  será  para  tí  solo,  sí,  para   tí!... 

Pero  ei  ni.ucha(  lio  ya  no  estaba  á  su  lado.  Tiempo  iiá  que  vaga- 
hundeai)a  al  azar  con  granujillas  de  su  calaña  que  lo  iniciaban  lenta- 
uiente  en  el  pillaje  y  en  el  vicio.  Y  el  viejo  Olmos,  rogaba,  suplicaba, 
imploraba  con  los  'jos  llenos  de  lágrimas  desde  su  inmovilidad  de  s -r 
impotente  y  abandonado!...  Oh"  fué  aquél  un  suplicio  atroz!  l.,a  pará- 
lisis había  sido  lia.sla  entonces  resignadamente  sobrellevada,  per. 
la!... 

A  veces,  en  un  arranque  de  locura,  de  inutilidad  vana,  el  niaes- 
tr.)  hacía  esfuerzos  inauditos  por  arrancarse  de  aquella  inmovilidad 
acaso  para  él  mil  veces  peor  que  la  misma  muerte;  i)ero  ¡  ay !  sus 
brazos,  .sus  piernas,  su  torso  ya  no  le  pertenecían  ;  estaban  en  él  como 
algo  extraño  ó  sii!>eríiuo.  V  entonces,  durante  crueles  horas  de  larg,) 
agonizar.  Olmos  lloraba  en  silencio,  en  tanto  su  ■íeneral)le  cabeza  al- 
bina continual)a  moviéndose  cor  aquel  tenddor  perenne  y  angustioso... 
— Miguel!...  ^Miguel!...  ^liguel!...  Su  voz  se  hacía  tierna,  dulce, 
imjjlorante  como  un  sollozo.  Su  suplicio  era  peor  que  el  de  Tántalo: 
allí  muy  cerca  y  al  alcance  de  su  mano  yacían  sobre  el  pui)itie  las  ca- 
rillas y  la  pluma  que  él  no  podría  nunca  alcanzar! 

Y  en  aquel  abandono  nadie  venía  en  su  socorro.  Los  mil  ruidos  v!e 
I:i    calle   y    los   murmullos   de   los   pisos   bajos   llegaban    liasta    él    como   un 

ronco  zumbido  de  i)iarind)a  vieja  y  rota,  listaba  solo.  Solo  con  la  inu- 
tilidad de  su  im])otencia,  con  el  florecimiento  de  sus  ideas  (pie  le  su- 
bían á  los  labios  en  estrofas  geniales  ó  en  párrafos  bellísimos  que  sóio 
el  ]\raestro  conociera! 

Y  cuando  tras  mortales  horas  de  soledad  se  apa i\ cía  ^Miguel,  des- 
arrapado, sucio,  casi  en  girones,  oliendo  á  tabaco  ó  á  bebida.  Olmos 
conformábase  con  recil)ir  de  manos  de  aquél  el  escaso  sustento  (pie  aún 
contribuiría  á  liacerlo  vivir  para  prolongar  su  bárbaro  agonizar... 

Una  noche,  en  la  soledad  de  la  bohardilla,  á  la  Iut;  par])adeante  de 
una  vela,  el  anciano,  (n  un  transporte  de  inspiracicín.  de  locura  subli- 
me,  llamó  á  Miguel  con   voz  anhelante: 

— Miguel!...   Miguel!... 

Se  sentía   pletórico  (ie  ideas,  genial,   inspirado  cual   nunca. 

--Miguel!...   Miguel!... 


—   18  — 
ii  '  ■  ' 

L'm  silencio  mortal  !♦♦  rodeaba.  Jios  ruidos  de  los  pisos  bajos  y  de  la 
calle  eran  muy  vajeos  é  irrejíulares.  Ya  debiera  ser  media  noche  ;  aca- 
so el  alborear. 

— AJi^iiel  I...    -M  ¡,j;iiel !... 

A  un  paso  de  Olmos,  sobre  el  pupitre,  las  carillas  vírgenes,  el  tin- 
tero y   la   pluma    abandonada    le   atraían,    irresistiblemente. 

— Mifíuel !...    Miguel!... 

Hizo  un  esfuerzo.  Tentó.  La  parálisis  le  tenía  inmovilizado  como 
una    roca,    como    un    objeto   cualquiera... 

-—Miguel!...    Miguel!... 

Y  aquello  iué  milagroso,  inaudito,  casi  inexplicable.  Olmos  se  ir- 
guió.  Durante  un  segundo  pudo  permanecer  erguido,  rígido,  inmóvil, 
estirado  como  un  muerto  de  pie.  Luego  dio  un  paso...  Su  brazo,  como 
el  de  un  autómata  se  alargó  hacia  la  pluma  ávidamente  pero  sin  lo- 
grar tocarla...  Kl  viejo  Olmos,  el  anciano  poeta,  cayó  de  bruces  sobre 
el    negro  entarimado  de  la   bohardilla. 

A  la  mañana  siguiente  algunos  vecinos  le  recogieron.  Estaba  muer- 
to. Esa  tarde  los  periódicos  ensalzaron  la  memoria  del  Maestro  y  no 
pocos  lu)mbreR   lloraron    su    partida... 

Juan     PfCON    OLAONDO. 


ftuto-bosqu-ejo 

Venticinco  Febrerü.s  llevo  ya  hacia  la  meta  ; 
Ojos  verdes ;  cabello  color  piel  de  león ; 
Unos  labios  .sensuales ;  una  espalda  de  atleta, 

Y  un  cerebro  que  piensa  dentro  del  corazón.    - 

Desconozco  la  envidia  é  ignoro  el  odio.  Miento 
Cuando  creo  preciso  que  se  deba  mentir  ; 
OrjJ'ulloso  á  las  xeces  ;  sé  decir  lo  que  sientt), 

Y  bien  sé  que  una  causa  me  llevará  á  morir. 

En  mi  silencio  extrañe.)  amo  á  las  muchedumbres ; 
Amo  el  vuelo  del  ág-uila  ;  amo  al  vSol,  á  las  cumbres, 

Y  á  una  mujer  que  nunca  le  confesé  mi  amor; 

Y  á  veces  en  la  ñebre  que  mi  pasión  de.sata, 
Cambiaría  mis  versos  por  un  barco  pirata 
Para  incendiar  las  naves  de  algún  Emperador! 

OviDío  FERNÁNDEZ  RÍOS. 


10 


0«  "Breviario  GalatiU" 


M  ) 


Para    Apolo. 


f^ÜEGO 

Sólo  te  he  visto  una  hora . .  - 
Apenas  te  pude  hahlar, 
1 Y  todo  es  ya  luz  y  aurora, 
De  entonces  en  mi  soñar  T 

Tuyc  soy;  porque  te  adora 
Es  mi  ruego,  familiar . . . 
¡Te  escribo  en  verso,  Señora, 
Para  poderte  tutear  í 

Quiero  acercarme  á  tus  ojos . 

Si  es  íjue  te  agravio,  de  hinojos 
Pediré  la  absolución; 

¡Tú  eres  mi  Virgen,  Señora, 
Y  tuteándola  se  implora 
A  la  Virgen  el  perdón! 


SOFÍA    SCHLNK 


DIARIA     K.    CHT01.INI 


SU   SOMBRA 

Cuando  con  paso  tan  suave 
Por  el  pargue  en  fiesta  va 
\     Su  personita . . .  ¿  guien  sabe, 
'     Si  anda,  ó  si  volando  esta? 

..  .1  Me  pongo  al  verla,  muy  grave, 

..,  i  Temiendo  al  ensueño  ya ; 

•   I  ¿Es  ala  frágil  de  un  ave, 

.'  O  un  alma  de  hada,  guizá? 

:■¥     Pero  lo  gue  más  me  asombra. 
Es  gue  apenas  deja  sombra. 
De  la  túnica  al  trasluz 

Su  cuerpo  guü  al  sol  deslumhra. 
Proyectando  una  penumbra 
Más  gloriosa  gue  la  luz! 


(1)     l.ihyo  próxhn  i   ¡i  uporei'rr. 


Ángel  FALCO. 


—  20  - 
De  Arturo  R.  de  Carricarte 


£1  *'tiaciotiaUsmo''  m  ftm-ériea   ■> 


(Glosa  de  un  libro  chileno) 


Para    Aroi.o. 

•1    Jos/    Manuel    Ca  rhoncll,    ixitrioia    y    urtiata, 

L'no  (U-  los  piobleiiias  qii-,>  cu  América  solicitan  más  imperiosamente 
l;i  atención  de  los  ])ensa(lores  y  analistas  es,  sin  duda  alguna,  el  de  la 
(HüK-ionalizacióu)).  nuestros  países  parec(>n  entender  el  progreso  á  ba- 
se de  inmigración  extranjera,  pero  no  cuidan  de  asimilar  el  contingente 
•  •xotico  nn;i  vt^z  ingresado  al  núcleo  so;  lai,  ni  meiios  de  sele:ícionarlo 
Miites  de  píM-i'.iitii'le  (1  acces;).  \uestra  previsión  polit.i-a  se  ha  -íesr-a- 
rriado  por  un  falso  c:)ncept:>  de  internacionalismo  que  no  se  han  atre- 
vido á  llevar  á  la  ])riícti(a  ni  aiín  aquellas  naciones  que  por  su  grují 
pujaii'/.a  matei-ial  i)arecen  estar  á  cubierto  de  todo  líeiigro  (-xterior. 
Además,  esas  traiiquicias  extremas  al  elemento  extranjei'o  es  peli- 
grosa en  sí  misma  ;illí  donde  el  alma  nacional  no  ha  podido  cristalizar* 
íiiín  lie  un  unido  deñnitivo,  ni  el  suhsti-atus  social  es  tan  sólido  que 
constituya  una  i)as;'  suftcientemente  resistente  para  soportar  el  peso 
de  Formida!)les  activitlades  coniícientes,  más  poderosas  y  decisivas  que 
las  autóctonas,  ])or  cuanto  el  inmigrante  en  nuestros  países  setrans- 
fornia  en  plaxo  i)reve  de  mozo  y  obrero  en  patrón  y  jefe,  con  el  adita- 
mento de  la  riífliieza  que  ellos  acumulan  rápidamente  y  que  nosotros 
no  sabenios  conquistar.  Sobre  la  base  que  hoy  s^  practica  la  inmigra- 
ción, cada  inmigrante  llamado  para  acrecentar  la  riqueza  pública  na- 
cional es  una  fuerza  ab.sorbente  que  acapara  en  provecho  propio  la 
mayor  suma  tle  riqueza  que  sabe  extraer  de  nuestro  suelo,  descen- 
diendo á  sus  entrañas  para  arrancar  la  veta  de  la  mina  ó  roturando 
su  superñcie  para  liacerle  transformar  el  grano  en  espiga  que  luego 
transmuta   en   oro. 

(Quienes  \eaii  exajeración  en  estas  afirmaciones  deben  buscar  la  obra 
de^  seiior  Tancredo  Pinochet  Le-Brun,  «La  Conquista  de  Chile  en  el 
Siglo  XX».  en  la  cual,  metódicamente,  con  sereno  razonar  y  clara  y 
biillante  exposición  bosqueja  el  cuadro  alarmante  que  ofrece  Chile  on 
su  presente,  y  el  amenazador  porvenir  que  aguarda  á  ese  heroico  pue- 
blo del  Pacífico,  tan  gra-de  en  las  letras,  tan  grande  en  las  artes  y 
tan   glorioso  en  la  historia. 

Esa    valiente    obra    nos   mostrará    cóm;)   el    nativo   desdeña    sus   propias 


(\)     Kii   iiiii'stio  |)iiÍNÍiii.i   iiiniicic.  tfiiiuii.ni-iiK.s  <!«■  imlilii-nr  este    csUiilio  «It'l   lirilliiiite 

escritoi'  enbiuiM. 

y<if(i  di-  la  I{f(Un-cioii. 


—    21    —  :   ■:■  ■ 

cosas,  su  patria,  inclusive,  su  historia,  su  cultura  ;  cuan  inconsidera- 
damente se  deja  arrastrar  por  un  inconsulto  afán  de  repoblación  y 
con  qué  desdén  los  legisladores  dan  de  lado  cuanto  debían  primor- 
dialmente  precaver,  concitando  con  tal  imprevisión  el  irónico  desdén 
del  extranjero  á  quien  quieren  halagar.  En  esas  páginas  vibrantes,  y 
eii  las  de  esta  glosa  cuyo  línico  mérito  consiste  en  su  buena  inten- 
ción, hallará  el  lector,  con  hechos  recordados  de  veracidad  indiscuti- 
ble, las  consecuencias  fatales  que  la  excesiva  benignidad  para  con  el 
extranjero  proporciona  al  pueblo  irreflexivamente  hospitalario,  al  pos- 
poner el  alto  interés  de  la  patria  al  transitorio  individual ;  veremos 
t-ómo  la  imprevisión  legislativa  va  restringiendo  cada  un  día  más  ti 
límite  de  las  actividades  del  nativo  y  cómo  la  educación  nial  eiicami- 
rada,  huérfana  de  todo  ideal,  mantiene  en  su  desolador  desamparo 
a.i  estado  de  cosas  cuyo  líltimo  porvenir  será,  fijamente,  el  aniquili- 
iiiiento  de  la  patria. 

El  seiíor  Pinochet  lía  creído  su  obra  beneficiosa  para  Chile  y  el  autor 
d.»  estas  páginas  entiende  que  las  cuestiones  que  plantea  interesan  á 
li    América  toda. 

Tal  es  la  razón  de  ser  del  presente  folleto,  gentilmente  editado  por 
la  brillante   revista  Apolo. 


La   lectura   del   hermoso   libro   del   señor   Pinochet   Le-Brun   no   puede 
ser  más  fructífera  en   América.   Los  problemas  que  expone  con  una  va- 
lí atía  y  un   civismo   excepcionales,   no   son   exclusivos   de   Chile :    en   un 
grado    n:ás    restringido,    ó    en    ocasiones    más    extenso,    se    observan    en 
toda   la   América   española   con   igual   intensidad.   Alguna   vez  se  ha   ta- 
chado   esa    obra    de    «estrecho    patriotismo».    Confieso    mi    imposibilidad 
para    comprender    cómo    puede    ser    ((amplio»    el    patriotismo    ante    la 
amenaza    de    una    inminente    absorción,    ante    el    peligro    grave    de    la 
patria,    ante   el   riesgo   próximo   de   que   la   tierra   natal   pierda   cuanto 
le    es    privativo :  desde    el    idioma    hasta    la    propiedad    de,   las    tierras. 
Si    ante   tal    atingencia    el    patriotismo    no   vibra    enardecido,    sino    que 
sereno    y    frío    se    exterioriza,    habremos    de    confesar    que    se    trata    de 
uo  patriotismo  muy  singular,  bastante  diferente  de  lo  que  entendemos 
en   todas  partes  por  patriotismo.  Las  escuelas  en  manos  de  extranjeros, 
pero  no  de  extranjeros  que  aman  el  país  de  adopción,  en  donde  libran 
la   vida   y   gozan   de   preeminencias   y   prestigios,    sino   que   desdeñan   la 
tierra  generosa  en  donde  su  posición  social  y  sus  elementos  económicos 
han  prosperado  en  grado  imprevisto;  las  tierras  vendidas  por  los  par- 
ticulares á  sociedades  y  sindicatos  extranjeros,  cuando  no  cedidas  por 
el    gobierno    gentilmente,    graciosamente,    á    compañías    exóticas ;    las 
industrias    nacionales    vegetando    y    viviendo    vengonzantes,    las    indus- 
trias   indígenas    en    manos    de    trusts   extranjeros ;    ante   tales    cosas    el 
patriotismo   no  puede,   no  debe,   no  es  posible  que   sea  un  patriotismo 
cosmopolita,    sería    ilógico    en    presencia    de    tales    cosas    que    se    diera 
muestras  de  un  avanzado  y  moderno  altruismo.  El  tipo  de  los  deranicés 
n  j  cabe     n  el   marco  sombrío  del  panorama  que  traza  el  señor  Pino- 
<I>et.  Bien  haya  el  que  vengan  á  la  patria  extranjeros  que  contribuyan 
á   engrandecerla,   pero   bien   haya   también    quienes   mantengan    inc^lu- 


—  22  — 

i!i.,  o\  iittnvo  patrio,  liuibiies  reanimen  el  porvenir  de  la  noción  «pa- 
tria» ;  quienes  contrarresteri  las  propagandas  y  tendencias  malsanas, 
encaminadas  á  extinguir  el  concepto  nacional  y  el  ideal  de  indepen- 
dencia y  autonomía  moral,  imprescindibles  para  que  subsistan  la  indo- 
pendencia  y  la  autonomía  políticas.  Si  la  mente,  si  el  espíritu  no  vin- 
culan el  concepto  de  la  patria  y  la  bandera,  bandera  y  patria  desapa- 
recerán en  plazo  más  ó  menos  breve.  Fuera  de  Inglaterra  el  inglés  iiO' 
concibe  país  grande,  ni  admite  instituciones  progresistas  y  amplias  en 
grado  mayor  que  las  inglesas  ;  fuera  de  Francia  el  francés  no  reconoce 
el  progreso,  la  cultura  ni  la  civilización.  FJ  francés  lleva  su  exajerado 
patriotismo  hasta  el  grado  de  que  la  enseñanza  de  los  idiomas  extra^i- 
jeros  en  las  clases  elevadas  es  privilegio  de  un  número  muy  reducido, 
y  nulo  en  la  práctica  ])ara  las  masas  populares.  En  América  hacemos 
los  idiomas  extranjeros  obligatorios  para  las  escuelas  públicas.  Y  ei 
idioma  es  el  único  baluaite  que  mantiene  integérrimo  el  sentimiento 
pi.trio.  Juzgándolo  así  la  segunda  intervención  yankee  en  Cuba  liiza 
f'l  liga toria   la    enseñanza   del   iiiglé.5  en   las  escuelas   públicas... 

La  cuestión  del  idioma  es  tan  decisiva  que  el  Cíobierno  Federal  de 
México  se  vio  obligado  au  190o  á  promulgar  una  ley  en  la  cual  se 
])rohibía  el  uso  de  idiomas  extranjeros  en  las  muestras  de  casas  de 
comercio  y  en  los  anuncios  y  relames  de  las  mismas  de  no  a-rompañarse 
de   una    traducción   en   castellano. 

Jiien  sombrío  es  el  cuadro  que  el  señor  Pinochet  nos  describe  :  escue 
la>b,  industrias,  gobierno,  instintos,  ideales,  todo  tiene  sello  extranjero 
en  Chile;  todo  tiende  á  la  extranjerización.  Y,  sin  embargo  de  que 
este  cuadro  es  verdaderamente  aterrador  para  los  que  tenemos  un 
ideal  de  engrandecimiento  americano  sobre  la  base  de  la  perijetúación 
de  nuestra  subraza,  la  impresión  que  deja  el  libro  no  es  d(>  desa.liento 
ni  de  pesimismo.  Al  contrario,  es  alentadora.  Porque  los  males  no  son 
nunca  desesperados  si  se  tiene  conciencia  de  ellos.  JSingún  morb» 
social  es  fatal  si  ha  sido  diagn<)sticado  y  previsto,  y,  afortunadamente, 
no  es  el  señor  Pinochet  el  único  que  ha  dado  la  voz  de  alarma  ni  el 
único  oue  ha  rlenunciado  en  su  ])aís  la  ((extranjeri'iación»  de  Chile. 
Un  gran  diario  rioplafcense  adujo  d(-  (<La  Conquista  de  Chile  en  el 
Siglo  XX»  que  (lera  una  glosa  más  del  famoso  libro  «Raza  Chilena» 
de  Palacios».  Fn  l)uena  hora,  la  propaganda  del  libro  en  tan  noble 
sentido  januis  será  excesiva:  la  publicidad  del  terrible  peligro  naci:)- 
i.al  que  amenaza  al  culto  país  del  Pacífí'co,  es  la  muestra  mejor  de  que 
tenemos  el  derecho,  el  riente  derecho  de  abrigar  espeíanzas,  de  confiar 
e  !  que  ios  males  denur.ciados  desaparezcan  más  adelante  ;  en  que 
una  saludable  reacción  :>e  iiroduzca  en  los  elementos  del  Gobierno  y 
que  Chile  se  salve  para  la  civilización  genuinamente  americana,  para  la 
giandeza   y   el   esplendor   de  América. 

Hace  poco  tiempo  apareció  en  ^Montevideo  un  folleto  en  que  se  ataca- 
ba sañudamente  al  insigne  poeta  uruguayo  don  Juan  Zorrilla  de  San 
^Martín,  y  aunque  el  folleto  aparecía  suscrito  ])or  un  pseudónimo,'  éste 
no  pudo  velar  el  nombre  de  un  distinguido  diplomático  oriental,  publi- 
cista eminente.  El  autor  del  folleto  no  quiso  consignar  en  él  sino  burlas 
y  dicterios  contra  el  autor  de  la  (tLeyenda  Patria»'  porque  éste  intentó 
resucitar  la  epopeya  charrúa,  porque  tuvo  amor  hacia  la  raza  abori- 
gen,   que    sería    dís'jola,    que    sería    cruel,    que    sería    sanguinaria,    pero 


23 


Gakna  de  ''ApoW 


ARTURO    R.    DE    CARRK  ARTK 


—   iM   -  - 

qiU',  en  estricto  tl"ieclio,  tMa  la  propietaria  de  estas  tierras  magni- 
ficas que  el  esi)ariol  le  arrancó  con  sus  tradiciones,  con  su  derecho,  con 
su  sangre  y  con  su  vicia  liasta  el  punto  de  extinguir  la  raza.  Yo 
creo  que  los  cliiienos  no  tienen  el  derecho  de  insultar  á  los  arancanos, 
que  los  peruanos  deben  mirar  siempre  á  los  incas  con  respeto  y  admi- 
ración, que  los  mexicanos  de!. en  teiuM-  ])ara  los  aztet-as  y  toltecas 
\\i>  recuei'do  de  amor  y  de  respeto,  que  los  antillanos  debemos  siempre 
conservar  el  culto  de  una  memoria  llena  de  unción  hacia  nuestros  pro- 
genitores los  fiboneyes.  Ei  francés  venera  al  galo,  el  inglés  al  sajón,  el 
alemán  al  teutón,  y  se  glorian  de  su  ascendencia.  Y,  siti  embargo, 
ingleses,  franceses  y  alemanes  nos  enseñan  la  civilización  y  la  ciencia 
.^  la  cultura  y  las  artes  y  las  letras...  No  debemos  admitir,  proclamó- 
moslo  lealmente,  que  sea  un  europeo,  un  es))añol,  un  compatriota  de 
los  insaciables  y  sanguinarios  repobladores  de  América,  quien  nos  dé 
lección  de  humanidad,  respetando  y  amando  á  los  aborígenes  de  Amé- 
rica. Las  Casas  debe  tener  imitadores  entre  los  descendientes  del  ex- 
poliado indígena.  No  es  vengiienza  pertenecer  á  una  raza  que  no  tuvo 
tiempo  ni  oportunidad  de  incorporarse  al  movimiento  de  civilización 
y  cultura  modernas  ;  la  vergüenza  jiodría  i)roducírnosla  el  querer  retro- 
giadar.  pero  no  el  respetar  la  memoria  de  nuestros  antecesores.  Pues 
bien,  si  un  diplomático,  el  que  debe  representar  á  su  país  ante  el  ex- 
tranjero siente  tal  desprecio  por  los  aborígenes  de  su  país  ¿qné  mucho 
que  los  extraños  miren  con  desprecio,  no  sólo  al  progenitor  sino  tam- 
bién  al  descendiente;-' 

II 

La  cultura  cliilena,  en  el  estado  en  que  hoy  se  encuentra,  si  per- 
siste será  én  lo  adelante  cultura  «de»  Chile,  pero  no  chilena.  Será  la 
cultura  de  los  «habitantes»  de  Chile  pero  no  la  de  los  chilenos.  Y  c.])ov 
qué,  con  qué  derecho  renunciarán  los  chilenos  al  disfrute  de  su  país, 
al  derecho  de  tener  una  patria?  La  inmigración  es  provechosa  cuando 
faltan  brazos,  cuando  faltan  pobladores,  pero  teniendo  unos  y  otros, 
es  un  elemento  perturbador  si  no  se  controla  esa  inmigración.  El  deber 
primero  de  toda  sociedad  urgida  de  nueva  población  es  asimilarse  el 
elemento  extranjero  que  se  avecina.  Y  mal  podrá  lograrse  esta  asimi- 
lación si  el  nativo  se  desarraiga  y  niega  su  patria.  Es  un  problema 
continental  el  planteado  en  Chile.  Es  un  magno  problema  que  á  todos 
interesa  por  igual,  ya  que  ])adecemos  la  fiebre  de  la  inmigración.  Ll:"- 
vado  á  su  líltima  síntesis  el  análisis  nos  muestra  que  es  falso  el  con- 
cepto de  la  imperiosa  necesidad  de  la  inmigración  ;  el  pretexto  para 
establecer  su  urgencia  es  la  carencia  de  brazos  ;  pues  bien,  la  capacidad 
de  producción  de  un  país  no  está  siempre  en  razón  directa  del  nú- 
mero de  brazos  disponibles  para  las  tareas  mecánicas,  sino  indefecti- 
blemente en  la  de  la  capacidad  del  obrero.  ((En  sus  once  millones  de 
indios  y  mestizos  embrutecidos  por  el  fetichismo  católico,  la  ignoran- 
cia, el  fatalismo  y  el  pulque  ;  en  sus  trece  millones  y  pico  de  habi- 
tantes, ociosos  y  viciosos  en  su  mayor  parte,  México  no  produce  lo  que 
la  improvisada  Australia  en  un  territorio  más  pobre,  pues  lo  que  hace 
la  capacidad  de  los  brazos,  no  reside  en  los  brazos  ni  en  los  fetiches 
milao-rosos.   sino   en    el   cerebro   y   en    el   corazón    del   hombre   mismo  ;    y 


-  25  - 


la  China  tiene  tal  sol)ra  de  brazos  que  hay  parajes  donde  el  trabajo  de 
un  hombre  por  semana  cuesta  diez  centavos  y  las  máquinas  de  vai)ür 
resultan  inaplicables  para  la  industria  porque  la  fuerza  muscular  del 
sel  lacional  es  más  barata  q".;-  ci  (•ari)ón,  mientras  en  el  Fí<r  West  de 
la  Unión  Americana,  los  carruajes  se  alquilan  sin  cochero,  dice  Kous- 
sier,  por  que  este  gentleman  costaría  más  que  el  carruaje  y  los  ca- 
ballos.»   (1) 

Contemplemos  la  llegada  de  un  trasatlántico  cuya  sentina  \ierie  ab.;- 
rr(jtada  de  inmigrantes,  de  «salvatlores»  de  la  i^ntria  ;  de  los  que  vie- 
nen á  engrandecerla,  para  mayor  gloria  de  nue-t;-a  i)andera  ;  contem- 
plemos los  civilizadores,  los  engrandeceros,  los  salvadí  res :  míseros  la- 
briegos cuyo  noventa  ])or  ciento  es  analfabeto,  rudos  y  toscos  que  vie- 
nen u  ((jacer  la  An, erica)  no  á  puro  de  int;-lig?ncia  y  d<'  sai)er  sim»  a 
fuerza  de  brazos  y  á  golpes  de  puño.  Y  en  coriipensación,  U)s  nativos 
demandan  inutilnientt"  trabajo  ó  piden  ti<>rras  al  gol)ietiio  sin  !o- 
giarlas.  (2)  Xo  son  hombres  lo  que  nos  falta :  son  máquinas  ;  no  son 
bazos,  son  iniciativas.  La  tendencia  de  la  industria  moderna,  qué 
decir,  hasta  la  del  comen-cio  es  sui.)lir  por  la  fuerza  mecánica  el  es- 
fuerzo manual.  Nosotros  que  usamos  en  pleno  siglo  XX  el  arado  feni- 
cio, olvidamos  que  la  naturaleza  nos  ofrece  hulla  blanca  donde  nó  la 
hulla  negra  :  los  brazos  que  pedimos  á  las  viejas  naciones  del  continente, 
Y  estas  fuerzas  naturales  nos  lo  ofrecen  todo  sin  exigirn<)s  nada  en 
cambio:  ni  tierras,  ni  exenciones  de  imj)ue3to,  ni  siquiera  el  que  nues- 
tros compatriotas  aprendan,  para  jjoder  entenderse  en  su  tierra  na- 
tiva, un  idioma  extranjero.  Los  gobiernos  de  América  otorgan  todas 
las  franquicias  al  capital  extranjero,  pero  no  inician  ninguna  obra 
nacional.  Conceden  á  veces  subvenciones  tan  cuantiosas  paia  protejer 
una  industria  nueva  en  el  país,  organizada  por  extranjeros  que  son 
los  que  van  á  beneñciarse,  con  tal  munificencia  que  podiía  ese  go- 
bierno establecer  con  igual  ó  menor  gasto  por  su  cuenta  propia  la 
industria  que  otros  van  á  explotar  con  capitales  las  más  veces  nomi- 
nales y  sin  mayor  a])titud  que  la  que  pueda  poseer  un  nativo,  falto 
de  audacia  para  decidirse  y  falto  de  in-otección   para  ser  alentado. 

Tal  ocurren  en  Cliile,  donde  los  l)ancos  extranjeros  «disponen  de 
recursos  mitológicos,  que  no  traen  al  país  para  hacer  sus  operaciones. 
La  ignorancia  capital  nacional  les  lleva  depósitos  en  abundancia  que 
asombra.  El  2.5  ]ior  100  de  los  ahorros  nacionales  están  depositados  en 
aquellos  bancos  que  no  tienen  base  legal  y  sobre  los  cuales  no  cabe  vigi- 
lancia gubernativa».  (3)  Operan,  sencillamente,  con  dinero  de  la  na- 
ción, con  capitales  del  gobierno,  y  que  el  gobierno  tiene  suficiente  can- 
didez  para   tomarle    de    nuevo,    pagando    interés   leonino    á    pretexto    de 


(1)  Agustín  Alvarez :  «La  transformación  de  las  razas  en  América",  pág. 
124,    Barcelona,    1908.  - 

(2)  En  la  página  76  de  su  ol)ra  que  gloso,  el  señor  Pinochet  revela  que 
según  la  Memoria  del  inspector  general  de  colonización  correspondiente  á 
1903,  siete  mil  chilenos  habían  pedido  tierras  al  gobierno  para  colonizirlas 
y  que  el  gobierno  no  accedió  á  ello  para  poder  reservar  tierras  para  los 
inmigrantes  extranjeros. 

(3)  Discurso  del  señor  Joaquín  Walker  Martínez  citado  por  Piíux-het  Ujid 
página  127. 


-    2r.  — 

t'iüpréstitos  ()!!('  esos  lüismos  bancos  acaparan,  gracias  al  dinero  ga- 
nado... con  dinero  del  prestatario.  í>ebeinos  mirarnos  en  ese  ejemplo 
doloroso  y  seivirnos  de  las  enseñanzas  qne  él  nos  ofrece  para  no  incu- 
rrir en  los  n  i  ;í:i  ;s  errores.  La  patria  lieclia,  conquistada,  defendida 
IDor  nuestros  ])adres  (>8  un  vínculo,  una  hijuela,  del  que  no  tenemos  el 
derecl)()  de  deshacernos.  Ni  es  ni  del)e  ser  renunciable  un  patrimonio 
para  alcanzar  el  cual  lucliaron  nuestros  antepasados  más  que  nosotros 
mismos  liayanios  jxxlido  coni])atir.  Defender  esa  teoría  no  es  patrio- 
tismo «estreclio»  :  es  civismo  y  comprensión  exacta  de  la  política  que 
siguen  los  (lemas  pueblos  de  la  tierra :  toilos,  y  muy  especialmente 
aquéllos  cuyos  usos  y  hábitos  queremos  copiar  servilmente  sin  análisis 
ni  estudio.  Ks  á  los  gobiernos  á  quienes  corresponde  esa  labor  de 
(¡nacionalizar)).  Sin  olvidar  que  c:)mo  expuso  liello  hace  más  de  50  años, 
(1)  (cel  esi)ír¡tu  comercial  ha  llegado  á  ser  uno  de  los  principales  regu- 
ladores de  la    ])olític;i.)) 

Vju  un  libro  muy  reciente,  como  que  su  aparición  data  de  breves  se- 
manas, un  admirable  i)ublicista  ai'gentino  ha  puest;)  de  manifiesto  lo 
que  hacen  y  ))rei)aran  los  países  europeos  con  la  educación  de  sus 
nativos  {'2)  ;  es  la  enseñanza  á  la  base  social  lo  que  constituye  el  más 
sólido  asiento  del  ])aís :  nacionalicemos,  ])ues,  la  enseñanza,  nacionali- 
ce-üos  la  industi-K!,  nacionalicemos  ¡oh  escarnio!  nuestras  tieriias  para 
podej-  t(Mier  ])ati'ia,  para  gai'antir  su  persistencia,  para  asegurar  su  fu- 
tuiL   y  su   esplendor. 

III 

En  la  lucha  ])or  la  vitla  (the  stiugle  for  life)  cada  día  menos  preva- 
lecen y  triunfan  las  armas  naturales.  Para  dominar  el  espacio  no  bus- 
camos saltarines  sino  m()noi)lan()s  ;  para  dominar  la  distancia  no  adies- 
ti  amos  la  voz  ni  las  ])iernas,  sino  que  utilizamos  la  electricidad  de  la 
atmósiei-a  robándole  sus  ondas,  y  conti'uimos  automóviles  ;  para  domi- 
nai'  v\  tiinipo  nos  servimos  de  todos  los  agentes  transfoi'mados  por  las 
iutes,  ])()r  la  industria  y  ])or  la  ciencia.  K\  cultivo  de  la  tierra  no 
L)  dejamos  al)andonado  al  capricho  de  las  fuerzas  ciegas  sino  que  re- 
gulamos liasta  el  número  de  semillas  y  el  número  de  frutos  que  debe 
dar  cada  ái'l)ol,  como  eliminamos  los  huesos  innecesarios  del  animal  cu- 
ya carne  nos  nutre  para  que  dé  en  músculos,  en  sangre  y  fii  grasa  lo 
qne  antes  peidía  en  osamenta.  ^',  en  t>l  orden  ])olítico,  en  el  orden  social. 
no  podemos  dejar  que  actúen  libérrimamente  las  fuerzas  naturales  tam- 
j){-co,  sino  (¡ue  á  ellas  debemos  sobrejjoner  nuestra  voluntad  y  nuestra 
ii'teligencia.  Tna  legislación  adecuada  es  el  arma  con  que  podremos 
dominar  todos  ios  obstáculos,  aunando  en  ella  todos  los  empeños  y 
«jSfnerzos  para  salvar  la  i)ersonalidad,  para  mantener  incólumes  la 
soberanía,  el  crédito,  el  i)restigio,  el  honor  de  nuestros  pueblos  V, 
como  consecuencia.  ])()S(>er  ca])itales,  crédito  é  indntrias  con  que  sub- 
venir á  las  iiecesidaíh's  donié.sticas  y  trancar  con  el  extranjero. 

La  comunidad  es  susceptible  de  ])rogreso  y.  de  hecho,  avanza  siem- 
pn-   en    un    sentido   de   mejoramiento   moral   y   de   constitucionalidad,    .isí 


¡1)     Principio.'-    fie    i^erclu)     Intcrnacioiml,    i^or    Andrés    Bello,    3.a    edición    pá- 
gina   14,    París,    1873. 

(2)     lliciirdo    Tlo.jas:     "La    IJestauración    Nacionalista»,    Buenos    Aiis,    1909. 


—  27  —  - 

■*i  el  orden  interno  del  mutuo  respeto  individual,  como  en  el  trato 
recíproco  de  las  naciones  entre  sí.  Pero  es  indudable  que  esa  perfec- 
tibilidad colectiva  puede  ser  acrecentada  por  medios  externos,  y  no 
precisamente  por  una  sanción  coercitiva,  sino,  por  el  contrario,  esti- 
mulando cualidades  innatas  y  haciendo  perceptible  la  utilidad  y  co)i- 
veniencia    de    la    prevalencia    del    derecho    sobre    el    egoísmo    irreñexivo. 

Con  una  precisión  y  claridad  sorprendente  el  ilustre  pudlicista  chi- 
leno señor  Jenaro  Abasólo  expuso  este  principio  indiscutil)le  en  mi 
obra  monumental  «.lúa  Personalidad  Política  y  la  América  del  porve- 
nir)). «La  sociedad,  dice  en  la  página  296,  es  la  potencia  creadora  de 
áí  misma,   i   es   conciencia,    i   es   elección   de  lo   mejor.)) 

Ahora  l)ien,  que  no  es  equitativo  ni  beneñcioso  incurrir  en  extremos 
exajerados  :  no  existe  un  sólo  tratadista  acreedor  á  resi)eto  que  no  re- 
conozca como  imprescindible  el  derecho  de  defensa,  y  es  este  el  que 
muios  se  practica  entre  los  países  neomundiales.  K¡  «egoaltruísm)» 
<1 :  Fouillet  y  de  otros  pensadores,  entre  ellos  el  ilustre  profesor  cubano 
don  Enrique  José  Varona,  impone  la  prrscn.:n¡óíi  como  el"mento  pri- 
mordial de  existencia.  Será  altruismo  contradictorio  y  al)sur(lí)  el  que 
se  basa  en  la  propia  destrucción  ó  en  el  grave  quebranto  de  a  ¡uel  que 
realiza  el  beneñcio.  Y  ocurre  que,  inspirados  j);)!-  egoísmo  ciego,  caemos 
ei!  el  extremo  de  un  altruismo  enervante»  que  nos  Imce  abdicar  dere- 
clios  permanentes,  hipotecando  el  porvenir  sin  ninguna  vi'utajd  real. 
Sacriñcamos  bienes  inherentes  á  la  soberanía  so  pretext;)  de  preser- 
var la  soberanía  ;  habituamos  nuestros  pueblos  á  la  idea  de  una  inferio- 
ridad idiosincrásica  cuando  sólo  lo  es  circunstancial,  y  seniljramos  en 
ellos  el  fatalismo  letal,  sin  darnos  cuenta  de  que  el  pesimista  es  un 
A'encido  de  antemano.  La  profilaxis  social  que  conviene  á  Hispano-ame- 
rica  es  la  difusión  del  o[)íiniisnio  ;  inculcar  la  fe  en  el  porvenir  colec- 
tivo, la  confianza  en  el  destino  propio,  la  evidencia  de  nuestros  dere- 
chos, y  la  indiscutil)le  capacidad  para  realizar  ese  destino,  la  facultad 
iialienable  de  ejercer  los  liltimos,  Tal  es,  á  la  postre  fácil,  el  sistenia 
d¿  educación  r.acional  que  conviene,  que  urge  á  nuístros  países.  •-', 
claro  está,  debemos  comenzar  por  llevar  ese  es])íritu  de  fe  á  la  escuei.i 
pública  que  es  donde  se  incuba  el  niicleo  de  los  dirigentes  del  porvenir. 
Inculcar  en  el  ciudadano  desde  la  infancia,  no  sólo  los  deberes  que  con- 
trae por  el  heclio  de  nacer,  para  consigo  mismo,  sino  también  jiara  con 
su  T)atria.  y,  sobre  todo,  mostrar  cómo  es  incoini)atii)le  el  bien  indivi- 
dual que  tiene  por  base  el   sacrificio  de  la   colectividad. 

No  olvidemos  que  los  pueblos  que  son  tributarios  en  el  orden  econá- 
micolo  son  á  ])lazo  más  ó  menos  largo  en  el  orden  político.  Merróiioli 
económica  es  nuncio  de  metrópoli  política,  y  para  llegar  á  una  servi- 
dumbre humillante  no  vale  la  pena  recordar  que  líolivar  y  Sucre,  Saií 
^lartín  y  José  ^lartí.  Sarmiento  y  Rivadavia,  nos  enseñaron  cómo  se 
muere  por  la  p«tria,  como  se  crea  una  patria,  cómo  se  organiza  una 
l^atria.  cómo  se  coiisolida  una  nacionalidad.  Kl  español  viviendo  d<-l 
pasado,  lia  empobrecido,  su  país,  nosotros  olvidando  nuestro  pasado 
V'  estamos  envilenciendo  y  de  hecho  consentimos  en  que  nos  despojí-n 
di^  él.  Los  Estados  Unidos  del  Norte  que  tienen  una  patria  grande  y 
fi:erte  se  acuerdan  de  Inglaterra  para  amarla  y  admirarla  pero  i.o 
han  copiado  de  ella  ni  su  legislación  ni  sus  procedimientos.  Nosotros, 
e.a  cambio  nos  acordamos  de  España  para   insultarla...   y  para   imitarla 


2S 


Los  v^Ucaríos  dulces 


Para    Apolo. 


Hace   tiempo,  algún  alma  ya  boppada  fué  mía  ... 
Se  nutfió  de  mi    sombra  . . .   Siempre  que    yo  quería. 
El  abanieo  de  oro  de  su  risa  se  abría, 

O  su  llanto  «sangraba  una  corriente  más; 

Alma  que  yo  ondulaba  tal  una  cabellera  ' 

Derramada  en  mis  manos...   Flor  del  fuego  y  la  eera. 
JVItirió  de  una  tristeza  mía...   Tan  dúctil  era. 

Tan  fiel,  qué  á  veces  dudo  si  pudo  ser   jamás... 

Delmira  ñOÜSTlfíI. 


«♦« 


a  la  ciudad  d-e  Mont-evíd-eo 


]'(n'a  Deliidra  Agtislini. 

Pienso  en  ti  como  en  una  lejana  y  sonriente 
princesa  que  enamora  con  su  aliña  singular  ; 
tienes  un  ayer  noble  y  un  dorado  presente 
con  que  la  luz  de  claro  futuro  sonrosar. 

JVIás  que  soñarlo,  vi^/es  tu  sueño  felizmente, 
luces,  fuera  de  títulos  del  saber  y  el  cantar, 
oro  de  primavera  sobre  la  herniosa  frente 
y  Ojos  de  azul  purísimo  . .  .   porque   miran  al   «»ar, 

JVIereces  que  un  rey  joven  á  conocerte  vaya         j 
peregrinando,  y  sobre  la  arena  de  tu  playa 
riegue  todas  las  gemas  de  su  país  en  flor. 

Poeta  que  no   tiene  dádiva  tan  preciosa 
para  ofrecer,  te  envía  con  una  mariposa 
lírica  el  homenaje   de  su  reino  interior. 

Alberto  SñflCHHZ. 

Bogotá.  i 


Garlos  Caváco 


O  SdL^o 


*Mi'?i*    !;;]■>  '-hi-^'u  "   -I-;,    "li-i"'    n;T()   S'.,(Vi    !i   \<.- 
<■  íi<-;i   n    Mi  ii"n:(.r  ->  .•■;(>!,   !i  rni;i  iiniíi' i. 


H^ 


(■  !•■'<'■  ''  si-u   ;n  \s!  ('I' i> .  .'11!  rci'lw  s  M"c^>-!i!  :i-^sc: 
\¡\v>-/.  .jiic  ;,..  i-i  iiii.x-i  !■  ,!',->s<-  ;iii¡¡ii;(l   inniuntlii 

í';t.¡';i  >'-f  iii;ii>  {'i-\\7.  U"  ¡';'.iil;ii¡i  ■  ii<i  iniíii'io. 

OS   Ki'ossos   o,lm:os 


■.^ílíM.r;-í"  r>-ri;<    \i  y.  í;í1!;(1';i£i> 

iÚS    ;i    US    ;¡  ;!ii.i¡"i-S.    'ios    íil''U'- 


n.-.  tciH  .•iiiiñl'rs.  US  iiK-il^. 
<{i!;iii<io  i>>  lut'Us  iiIIk^v   f¡i-ar;uti 

p*  ii-,M(ii)>    )1<  '>    dillOS   l<'US. 


['"■■i'i'-iii.  ifií.v  t:!hr,,>  (i.'jx;ii";un 

ti"'   SI-   fÍ»;irt'l!V   ?!os  JllfiiS. 

I'  t'iitáí'  nn-iis  MUIOS  cfi^'.-ir.-itii 
lia  tah.-í  <i:i  lux  tli>s  ifii- 

Carlos  <'A\Á(  O. 


t^íOTj^S     SUELXjOlS 


L;i  i'*lvbí'i*la<i  os  cOíHíí  (d  ¡.'.'Ui: 
iíj<  (.!(!»•  i(>  ven  i.'ii  la  viiiricra  v>' 
;'íüi<-Mití'  !io  sai)eti  el  tí'abajo  (jue 
•.'OSt.'.'  aiUHsari'.),  ni  adivinan  las 
uiatcfias  delezjiabh'S  (|U*'  cniran 
:í  v»'<'t'<  (íji  SU  eompoüirif'in. 

lla.\  almas  fettieiiinus  (|U(' cjcr 

••••n  !a  atraecii'.'n  dt'fsas  ventanas 
>«bi<-rías  jior  d«>nd</  en  las  ihk'Iu's 

<í(- (->!  jt.' se  escapa  ia  uü'lodía    de 

Püiiiiínai' eíMíti'a  et  «iesHiK*.  es 
'•.>ní'<-^al•  una  itiícriori<iad. 

Hay  anusfad<'s  'jUe  •■■<>\a<)  el 
niunr"  de  eíectas  tnujoces  ne<'<'SÍ- 
ian  l'.i  pfeseneia   i-uusíautc   pai'a 


l'íiro     AroLd 
Ha>    a!^"o  !iiás  sul>alt»M'n"    <[!!'• 
ia  inaia  l'e  del  ipie    lanza    la    ca 
luninia;  ia  pasivida.il  de!  i¡ut'ei*'-'- 
vn  vM.i. 

VA  auiur  es  eonio  el  fa\  o;  st'i¡<> 
ra<'  soiii'e  las  eitnas. 

l'or  eiertos  ^■>razoMes  l.-i  inujei- 
pasa  sin  levantar  un  rumor:  la 
nieve  apa^a  el  eeo  de  ios    pastts.. 

A  la  pi'Sieridad  y  á  las  novias 
sólo  mostramos  h»  nnrjor  «le  no^ 

v)iros    IhisÜlOS, 

(,;ierías    IV'>rmulus    de   eortesia 
son.  eomo  ios  fj^iiantes,  un  estor- 
bo i^tara  quietí  las  usa  por  prime 
ra    Ví-z    y    unu    necesidad    para 
(|UÍen  esi.t  aeostumbrado  á  ellas. 


y^ai44a^  (i^ííMjÍ 


—  .-ll 


MU  la  alcoba 


;/■)    AV'^iio. 


r»        .i.jl!'   i  i  :l      ;iir--tt:l     i'Jl     !  ;l     í  ¡'Mi  it  llj  ip  r;í      U"I>Í< 
'¡;:.^    lal    ^  <  /    liara   >;i-i),¡i;.'    has   ■•¡iMia'in 
i'.u:    >•■    ii-.¡>rai!    !'">    ii,-."<   iiiif    IH'-    iii>t'- 
\      i  ^  V    .  i  .  -  a  ;  *  ■  i  1 1  r  s    í  1 1  ■  -ií  I  ^    1 1  !  I  ■ '    1 1  *   j  1  •  •    ( í  a  t  í  n  ! 

\\.ií    'li>r(!ii;-'    lii~   ]ia>''>    .11    !a    alt'"iiiaia 
li-'iia^a    a¡'i  ñas    (r.ir    la    -üc    íii'.|  U'-rii'. 
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N  1 


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ai'innta's-     lu 


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Ma--    iMi    .■;    ii.-.-ti.>    aaa    .-^v.-rai; 
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¡;;a>   aial  i.aü.  ..   \  rin-aa-  ■  .  ;  ■  ~   >, 


'i.-    a.i^    aiai  .ís    Ía^.-M;.-    a:    .■..¡.la. 
inii'aT;a>    '•'•¡aai'aN    lü-        ,.  ai--^    .' 


i'.. lia.    j:  .'"n  i  na 's    riiai.'i'.  .  i     ^i  .1    a''>    ■■■?.:. 
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ji.i-  a'ra-    ■■ai-.    :a    -ai- a  a  -    ■  -  '  ia-iH-'-- i  a 
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i  1  .  i  ;_;■  ■  I ; ;  1  ■  i , 
i  :•■(■)  u , 


Oe  mí  €tisu^ño 


\  i  av. 


1|.-   N..íi:tiia   i|i!á    1  síaliii   r. Miliar..      ■ 
i>.-    i:l    aiíaih.-i    lai     ri     iu'll'M    líl  i..íar)|i 
1'    :i  tra  vánciiiiiía   á    'i.    '!i<'   lir>a'('as 
r..|i    tailiiio.-    i'.-..>  : 

li^    -...  "la.i.i    i|lia.  aiiiaara."   la>'!caii;ls 
!'.il.    lii>   lii;i7ai>    i-aiini.-    .-    ¡ni    ru.-ll.. 
V.   iimy    iiaji.,  :'i    iiii   "i.l.i   i!i'a!a.- : 
'.  Mi    Amalia.   '•■   nuiaro  '  •. 

Y     'Mltl-..-    !l!I...>    ll,'    !r:-a     li  1  a  tic  li  ril. 
I.'.a-i  iii.M,!.,s    l.is    il..>    '-1I    .'!    iia-ll'i. 


Xi)Y"!i)'-     I"."''-I 


.,:;_.;-  7'.;ri      A  ai.; 

l'..     \aa'.r    mio>tr,iS   ahna^    lUiia 
i  11   un    l.T/a.  t~ria  .áai 

All!;(|nO    iru-ll;l    Tr\>l.'l     lialjtlíui:! 
^fi  i*;iiii-z,;i  4'H,  tu    ni.'iS.i.i.)   s.-vi.i, 
,\.-.i>ii:uiií<>   ¡:i   i'si'i|..-¡;!    •!••    ii.-vial.. 
<;ii.-   !,'\hal;i    111    rüi'ij'.i, 

:-SÍ.     ilii      AillUii.:!.     ;•!     .-lltMIlH     (if-    tila.-a  . 

i;l;l!Hñi  -  !',^>;í   ri!;u    íl"!'   lirl    .-iljli.'ia!  i  • 
0(HI  <;V)ii5.i-riii.s   .ia    V'.imi-.   ¡atiraiiji 

■ ;  a^..;  ,    A;)Ki  1.^'.  M  .  A'  •  r  i  A  i 


Un  triunfo 


tU-l  U     ^    u  r;í  !ii  i<-  <•>  •■{  i ::  s;i¡ 
■'.'    ■>;(•;:  ;!X;!-i- '    :-i-r    Ar'M.fi    :¡'¡ 

!:!;  I  !';í  ■'■■'.'" :   i'í    '■']'<':•'' i  i' '■■    ¡¡U-íh'- 
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'hiun'rt---  i/i'  (■i.i!'-''^M  :.i. .  ¡i:ic.-r 
lii-  <'-!,   í;-  ■  U'y,i   n-i" i>S:i    u' I r;s :!H'r!i ■ 

¡1  i    i  üV'c,    -I  ;m  1  u  n;i    ;i  ¡í !'  •     '^  i;*    h  i  -- 

lí;  M-  r;li'-  í;í  I;(  >j;\  ;í  Hi  ;•■.,::  i  ¡c  i;;-. 
sclv;i>  V  ¡.r^í'lio  \  l"i-:  •  :  ''lif  '  i 
ruii)";'    (i>  í    í'1;í;;í    \    '■■    \  ')::¡y.^<\i:i^ 


;    í  ^    K'  'í    i.     V  Ni    -      s     1    ii  i  . 


(jlli-  <-n<ii;;:íi    r.-|;ti;;\ 


üjcri  - 


I-a  L.Mtm;!  li.iü  a|"i\a'|w  ;'t  tml.-i 
íi'if;!    m¡  <i<-sílií('rc.--;i(i;(      l,-ii.i.|-    «ii 

i'i'i'  (ii- l;is  N't i'.'K  r;i.~-!ci jan;is  |irc>- 
í;ilní"  MI  \ai¡o>'i  cí  (lUMiro  1  ;i 
.\|-itl,(i  y  i'dini'iiHiycü'ii'  lU-  \n\ 
Mialifra    á     s!t     l'á;í.iiii.|     r  üf  !l  li)  I  a'a - 

i£!  !<-!ii<'  ■!<■  ayer  \   á  >u  f  ri  ii  n  I''-  ii<- 

íi<'  \      1 1  He     si-VÚ     'it'liíi  il  i\  1'.       *    'lili 
(iCi-ií:ia>i-    (|Ui-  lai    i  ruin  l'i   \i::    >¡'\<> 
ti"   I  ai'a   -M    Aihiliíi;--!  rarM'ü     -in.. 
hara^ií  !  .'íi'i'ci-h'íii    .\i  .  i^u-;: '  ^  ni<-/. 
'.■!ar     li'H.a  l'i>n!"-     ■■a     í'-i.-í-^     UiMa> 
■  .  !^i';i  i'ia-    \     «-!    ¡I  ■    ill<-!<fa   ana    ■-■aa 

■;:■/.  'UUiuia'a  li'iii  iu>  vii-.(*i  i  ja^'i»:- 
<- [  'a      ai  j  u  I     !  !i'! a-  ,  -. — 

\  )•'  M  .'1  lia  ria  a  na 
'■x;i'-!a  !!|''a  <!'' 
i->     i  ta-u  'i  !(r;í     a<- 

■aa.iii-  j."-,  más 
^■•  '¡'■ifiían  i-'-n 
I  '  li!  !'  I  a  !i  d  •*  la> 
iaui '  na>  "  ¡''Víai- 
'.i^'  !•  ■■-  ahasí-a  m- 
iU'^  líe  ficricS 
i  H  ra  ••.  i  ¡ai.  !?<  lie  i  1|~ 


K.  I.Ah'l    ÍA    <ai|)<i\  SANl.    i'!-\ii\',    ■ 


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Mi'   a  i  •  ■ '  i  a  '   1  ■  \  i  ■ !  ■  i 
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U.    .\í!\í:LI  i    lioN/ M.F.Z  U(>MA 

aüaiiTi.    para    fl.    \'r:,-<-   «jia' 
aurri<lcci'f    liUi-van 
(•("•i'i'a'ÍM-    cual!-!'   aiM'-    'li-    Ma-aa" 
an  |<is  cuales  lisi    \' ■:  U!;i  ^ ' '    '  ■''  ^H- 
fV)   s()l»i'<'    las    Zii/i'ia'a--    taiíaaa'f  ■- 
(l<-  la  ('•¡mea    \'  i-í  a  ni  i  'M  a  a-, 

VA   lcc*ii>-  Jtiz^:¡  iá    'i:-     :.     iíM  a,  : 

laiK-ia   <ia   A!'<a  ••    ■•■   !■   -ax     ai  a-r.- 

!Mi1i?;l!<-v-l-«aia:-!,af-   ü!     laiiia...   \ 

Alll«'-rica,  aiiV^.s   :. ■■!-.■'•-    Wii-.a'a- 

1(1  «-U  rslNS  pa^jana-,     i.iaaa^;i!aa 

i.   !•!"  íM'Kífrí'  \<{Cii    hí    taila    <ii-   ai^iua--    -¡ar    --•     ja» 


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ij-i-  Z,i    i'-  ií:;í/ii   liv    i  ¡1- II II    -M-      _!•> 

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t|  i:  !i-i'>',    !■<■!:'   \i>  •    i  r;¡  ti-.:  ;■  -    >■   ■;!     il  ■- 

i  IPÍ  i  V  Í<  i  ni    -^      I  I  !!■•      \   M-!|i    i;     ^!     Ü!  :     i     U  • 

j  1^  ( ir;i  i  |(  I'  1    I  i  i  I    l;i  \  !  .)■    \     i  '•  ■  i)   I  i .' :  I  •>!  • 

■      .         ■       (ic   riMÍ!Íi;is         !!-■•:    ;i-I  :t    i-i     lí^'i     es  • 

!-I;i\o   ccll.-ciríi!.-   ijii'-  ii'>    pH'f'- 

¡i''  Jl.-i'-i-r  .'i.ji'to    «i»-     SU-     list 

li!cr,'jli\';i>  ;il  ipH'.  iii.-tfííin.-!  .  (• 
i;';il'."'i   sin     •Ir.-'CíHiíii'.    iih;    ]>'.'>> 

ll/lll-'',-!.--    \      ¡IH-    llt'Víl    <■')    Im     S"H 

I  ,.,;  \  lüiiv'iiMlonn'   líela,  .-imistat!.  «il 


ti- 
iijus 

llíHJ. 


'.:n<'     .\  !'<  '1.<  i     '  j  lif     "•><     p'.'ri.'l  \'./. 
<  i»-  iiii   «'^¡li  fl  ( li,    i;i  rdi'i  t-n  i*'  iii 
-fi;  II  ii   I-i  í  riiin  l'cí . 


Sonólos 


i*^  rio  r  sin^H:  a.  s 

liiichodii  ii'JiiN  la  iH'ifd.-til:  el  valle 
nal i\  n:  cí  lili  i'iiiiKirosii; 
'-(  ccinfíitciiii   hl;iiic(t  y  silencioso; 
i:i  \iej.-i    iglesia,  la  desieila  eaíle. 

l»ej!t(i  cdii  el    i-eei|eri|i»  «(lie  batalle. 
>   l'Us<|ue  ¡i   la  líi.staueia  el  iirsiilloso 
'•iUiijiaiiai  ii>.  ((lie  liri  tieiiijxt.  elainorosd. 
iiiiilié  tiii   \  ida  en  su  mennr  iletalle. 

•  Quiere  eseiieharde  nuevo  sus  eainpanas: 

*  er  ¡,.s  maizales  en  (¡iie  i-anta  ei  viento; 
[¡eeeiíades  liablar  eon  las  aldeanas. 


irlll.LKKMc    ANIUíKXi:    —   Í'\>\M\ 


y  va;;-av  )cir  lo>  i-.i  ,^i  ,...s.  .un.,  .ili-ii!' 
jíertninado  as|iiri    niiieitis  nian.iíKis 
(¡ueaini  v¡\  en  yiatas  m  mi  íiei.-.,i;i¡¡r  i- ::. 

Kso  pensalia  ayei ;  más  \i  >iis  ■•)•>> 
y  lie  arriijad'i  al  imoinnlu  lüdo  aqiielt 
en  el  |ii-iitnndo  olvidn;  si  al^in  iiellu 
lia.v  en  la  v  ida.  «¡ue  hoy  me  eanse.  aiit")-.  « 

es  el  \eleii  .sil  IusISm  I<is  sonrojo.-- 
de  la  \lrtud:  ei  pi'idieo  di'sri'Mo 
((lie  se  advierte  en  su  trente;  r«vi'>  si  i.' 
de  lioliilad.  ((lie  ilisipa   Ir.s   eüi'i''.-.. 

¿I'or  ((lié  secreto  Intlnjo  Klla  li.i  \\'  '^-.iC. 
¡i  causar  en  mi  ser  tan  honii.a  hesi.ia  '^ 
Todavía  lo  teiifí-o  s^^  i;:iiorailo; 

Mas  lio  cello  mciiiis  mi  heredaii  p.-rdíti;. 
ni  el  valle,  ni  la  ifilesia.  ni  (I  callad., 
eellleilterio.   <"omietl/.a    enmj.itla     X  iii;i. 

r,y  ii  I  I  HM,,    .\NiH¡KVK. 


KIÍOILAN    TL'Utííis    —  TKtaM'IiiXI.I'A  l'anamú. 


.ll 


1.1   lí.l.HU'Uo     l.AVAIX)     IS\V\>-1A     fUJMKA    —  V:;NKZirKI,\ 


Hoja  d^  álbum 


((Suavidades   para  la  suave» 


¡'uro     AroiiO 


1.,,-     ;tsti-ú     en     !i     i-irüi    '.     i¡o!     <'¡i'l.>  ; 
¡  r.'-i     tlor    fil     \-i     Vi-ritc     I)r;MÍ"r;i  ; 
i  •  t'.s    castíi     (U:ji     iiu~tico     aullólo 
■       i.!i-ai   •(•"tilo     ir/.'-i\     iiri-'':iviTa. 

h'.:-i-:-    licri!:;    >     >!!r¡l    coiiu)    un    \ noto  : 
.T,-¡  j;-..,t  ¡va      ciuao      na  ,      i|UÍ::;aia. 
V  •'!!  lu  aínsa.    tn;i,~    Mane:!    i;Kc   oi    hi:K> 
-  ■      Mlorinoía'     aüa     aiMidr  !     liocliícc:-    . 

i''.>     ia     vuia     (io    ca-iio;io>,    y     aaiui'o. 
Va     -i-iiibra  lalii     la     -■  mia     do    íioi-o-; 
T  a      paH<'     !a      l'a  •■         Koi  t  ana . 

V     ino    linio    a  1    la  !!  a  la  <■    ta  n     i'oiia  . 
'/!!.'     (!(-;     rciiM     ai  '!  ■     iMi'      ohí  r-'^lla 

T.-     !.a^    íujraao    ,ai     aa     i'.yo    lio    huía.. 

<;i;ii.!.f.'./;V(i.     l,.\\.\!io      IS.WA. 
i  ..       (  Mía  ira      \  fiu-zai-la      '  "■H'). 


\.    '<  >i 


.l.'K  \  '     i;.\í;.\a    \S,  \  KN'l'./,!    11.  \ 


—  37  — 


Nuestro  corresí^otisal  «en  £uto|)a 


JLI.IO    KAUI.    MENDILAHARSÚ 


«♦«- 


JUr.IO     HERHERA    Y   REISSIG 


—  38 


La  voz  d^l  vidente 


A  Pérez  y  Curig. 


_(  Y  habló  así.  —  ilesilc  la  eiina  de  la  uioii- 
tañu  dormida,  -  después  de  pasear  sus 
miradas  por  el  abismo  elreundante  ): 

Mis  ojos  poseen  el  relámpHg'o 
ignorado  de  una  iiuevM  luz. .  .  de 
una  nueva  vida. 

He  aquí  á  mis  ojos  —  dcsaña- 
dores  y  reverberan t(!s,  —  dueilos 
<le  uu  Gran  Secreto. 

Yo  os  daré  la  dádiva  irrecom- 
l)ensable  del  secreto  de  mis  ojos, 
S\  los  santosjiiraiuentos  de  vues- 
tras fidelidades. . . 

Pero,  cuando  en  la  opulencia 
llameíinte  de  la  orgia  placentera; 
<iuando  en  el  alboi-ozo  sin  lími- 
tes de  la  delectaciíMi,  sientas  g-a- 
lo|)ar  i>or  tu  ])siquis  el  garfio 
Jielado  del  desmayo,  apag'a  los 
jjárpíidos. .  .  :  el  más  glorioso  de 
Jos  homenajes  al  Secreto,  es  el 
liomenaje  d(í  la  tiniebla. . . 

¡  »Sí !  Poi'(|ue  yo  le  arraii(|uéal 
seno  de  ]a  tiniebla  niisteriosa,  vA 
tesoTo  del  secreto  de  mis  ojos.  .  . 

(  Si'ibitaiiieiitc  tiiui  <i'rit!i  lejíiiia  le  sor 
jtrende  en  su  profétit-a  ¡ictitiuí.  \'  le  haec 
eallar.  I^os  ecos  i\f  su  yo/,  se  lian  ahoj^'a- 
do  ya  en  las  caveiiias  «luí  ii))isiii<)  espec- 
tante...  La  «íTÍta  lia  ecsíulo.  La  voz  rea- 
núdase más  vibrante,  eomo  vigorizada  por 
el  soplo  de  una  inmensa  te   : 

La  ciarovidcüicia  de  la  som- 
bra, constituye  el  enigma... 

r.  Quién  conoce  los  cHuvios 
áureos  de  la  sombra  ?  . .  . 

Mi  Gran  Secreto  se  relaciona 
con  los  hombres.  Vaticina  deve- 
nires. Aug'ura  tiem])os  ulteriores. 

Por  él,  —  i>or  este  (íraii  Se- 
creto que  os  revelo,  —  sabed  qu(í 
la  cuadriga  humana  rescatará  el 
-caudal  inmenso  de  sus  ilusiones 
perdidas  y  lloradas.  .  . 

Reconquistará  las  esperanzas. 


—  de  frentes  esmeraldinas,  — 
ciue  se  tornarán  magn  i  fícente  s 
realidades:  [  las  esperanzas  caí- 
das á  la  vorágine  del  olvido,  en 
el  más  angustioso  lloro  de  los 
desencantos  letales  ! . . . 

(  El  vidente  ha  proiiuneiado  las  últimas 
palabra.-»,  débiles  y  trémulas,  hasta  conver- 
tirlas en  affóuicos  balbuceos.  Luejío  enmu- 
dece. Reclina  la  cabeza  sobre  el  pedio,  y 
así.  rígido,  inmóvil,  como  hipnotizado  por 
(sxtrañas  fuerzas,  parece  ((ue  aguardara  el 
eoi'rer  de  las  horas.  .  Al  ñn  sale  de  su 
prot'iiiid<i  sojior.  Sacude  la  espesa  cabellera 
(lue  tlota  á  los  aires,  y  vuelve  á  exclamar 
eoii  voz  esteiitór(!a.  vivifleada  en  ((uien 
salle  que  fuentes  de  energía  ): 

¡  Aguardad  las  pascuas  uni- 
versales!  Y  saludadlas.  Saludad- 
las, porque  ellas  condensarán 
los  amaneceres  de  todas  las  ma- 
ravillas resurrectas : 

Kl  de  la  Libertad,  amordazada 


v  gimiente 


en  los  dogales  del 
J^i'ejnicio: 

J'^l  del  Derecho,  siiíi'vo  de  ¡ni- 
el tildades  tri unfadoras : 

El  d(;  la  Justicia,  burlada,  víc- 
tima   de   bárbaras  turbulencias; 

El  del  Amor,  —  el  del  sacro 
amor,  —  esclavo  de  la  ponzoíía 
de  las  almas: 

r]|  (k-  l;i  Verdad.  .  .  el  de  la  Be- 
lleza. .  . 

I  Dichas  estas  iialabras.  cayó  de  la  cima 
de  la  montaña  dormida,  al  abismo  e-spcc- 
tante.  Kl  abismo  lo  acogió  —  silencioso  y 
soKíiiiiK'  —  en  su  lecho  de  sombras  opacas 
y  pavorosas  ;. . . 

. . .  ¡  Oh,  el  tesoro  del  secreto, 
arrancado  jior  el  vidente  al  seno 
de  la  tiniebla  creadora,  fué  re- 
clamado por  el  fondo  infinito 
del  aliismo  !,  i 


Montt'vidco. 


Justo  DP^ZA. 


—  39  — 


fttit^  uti  cráti^o 


Kl  ci'áiKiO  (le  lili  lioiiiltrc  es  mi 
libro  abierto. 

Yo  roiifí-o  el  eiilto  de  los  libros. 

Y  i-ii  el  hueco  cseiiro  de  esta  caja 
de  hueso  tistáu  escritos  los  jri-aiiii<'s, 
los  misteriosos  capítulos  <lc  la  vida. 

Esa  iiiiieea  eterna,  ¿es  de  dolor' 
4's  de  risa  V 

Kl  dolor  es  el  rcHeJo  de  una  alma 
«nt'erina. 

l^M  risa  es  el  llanto  de  la  alejírla. 

liolor  y  risa  son  liernianos. 

foiiiiiadci-ed  á   los  qiK!  lloran. 

l'eró  c()ini)ade<'ed  toda\  ía  más  á 
los  (lite  ríen. 

El  llanto  se  extiende  desde  la 
<'Uiia  al  ataúd. 

La  risa  es  pasajera;  la  risa  es  una 
mentira. 

Y  este  cráneo,  ayer  nido  de  ideas 
y  lioy  nido  de  fíusanos.  rió  mucho, 
lloró  mucho. 

llo\.  ¿  seguirá  llorando  y 
¿  Seguirá  riendo  V 
f>i   lloras.  W  envidio. 


.)OA(¿UIX    t'Aí^TKO 
(('ompañia    Dramática  l'ortus'uesa) 


1  Compañía  Dramática    l'ortiisíuesa  / 

Si  líes,  te  detesto. 

Eres  tliir  de  tumba. 

l'üres  mueca  enis'míiticn. 

Ccsií  en  ti    el    movimiento;    i»ero 

nu   ci'Si)   el    ¡silencio. 

Y  el  silencio  es   sublime    cu    los 
labios  descarnailos  de  una  calavcíra. 
í_  Amaste  y 

Si  amaste  muclio.  tu  siilVimieiito 
será  eterno. 

Kl  amor  d»,'  un  cráneo  no    se    con- 

viertií  en  cenizas. 
¿Odiaste? 

si  odiaste,  serás  mii\    feliz. 
Kl  odio  honra. 
Kl   odio  es  sicipe  de  plata. 
Tiene  alas  y  se  remonta  al  cielo. 
Se  arrastra  y  baja  al  intieriio. 
El  almila  eandal  no  sabe  txliar. 
Es  centinela   did   aire. 
Xo  sabe  lo  que  pasa  en   Iji  tierra- 
¿  Inspiraste  envidia  'i 

¿Si  y 

En  tu  cámara  oscura  y  fría  como 
el  olvido  puede  entonces  alojarse 
el  tronco  del  genio. 

Ser  envidiado  es  casi  ser  un  Dios. 

YARiíAS  YILA. 


—    40   — 

De  Ismael  Cortinas 


La  vosa  natural 


COMKDIA   KX   IN   A(    To.    K«TKKAA1X\     KN    KL  TKA'I'IM    SOIJS.     l'OK     I.A 

COMPAÑÍA    COlllXA 


\ 


PKHSOxXAJKS 


])oñ(i  Miíifii   (60  años). 
Elenti    (2Ó    años). 
Eduardo    (28    años). 
Don   Ludo   (70   años). 


.Ubnio    m    años). 
Don    l'i'dro    Bodríyurz    (Ir    Stda- 
Z(ir    (4o    años). 
l'cpa    (ciiada). 


J)KC()HACIOxN 


Casa  quinta  de  modesta  apariencia. — Buen  gusto  y  distinción. — 
Ei:  primer  término,  á  la  derecha  (del  espectador)  un  juego  de  mueblis 
de  iiiimhre.- — Sobre  ]a  niesita,  un  damero  y  varias  revistas. —  Kn  segundo 
término:  la  facliada  á'  an  chalet  con  dos  puertas  practicables,  terrasse 
V  escalinata. — A  la  izquierda,  profusión  de  árboles  y  plantas. — Un  ro- 
sal florecido. — Dos  bancos  y  una  estatua  de  yeso. — Al  fondo,  verja  pra"- 
tirable.  Telón  de  foro  con  vista  hacia  el  campo.  Es  de  tarde.  Mucha 
lu/,  ('II  ías  primeras  escenas. — Después  irá  amenguando,  á  medida  q<U' 
la  tarde  declina. — (Época   actual). 

ESCENA    I 

Doñii    Makta,    Don    Lrcio    /y    EnrAuno. — Diainu'n    Pepa 

Al  alziirsc  el  telón,  se  verá  en  primer  término  á  dotj.i 
Marta  y  don  Lucio  jugando  una  partida  á  las^ damas,  oen- 
tadoti  junto  á  la  mesita. — Eduardo  trente  á  la  ierruíse 
fuma  un  cigrarrillo  y  lee  un  diario^  acostado  con  indolea- 
cia  en  una  mecedora. — Oyense  vacamente  los  acordes  del 
piano  que  tocan  en  las  habitaciones  del  cltalet.  Al  prin- 
cipio se  oirá  claramente  el  motivo  musical,  que  será  más 
vago   á   medida   que   se   avance   en   el   diálogo.) 

Don      Lniio. — Pues     si,      señora  roico...      Verdaderamente,      enton- 

n)ía  ;      eran    otros  tiempos...  ees... 

Dono   Mnrtn. — Ya   lo  creo;    mu.v  Doña    Marta. — A    usted   le   toca, 

rlistintos.  á    usted    le   toca,    Don    IjUCÍo... 

Don     Lnc'io. — ...    Otro    carácter,  Don    J.iirio. — Ah...    es   verdad, 

otro  espíritu. — Existía  el  generoso  Doña     Marta. — J^a     imaginación 

impulso    que    lleva    hacia    la    cum-  le    hará    perder   otra    vez   el    parti- 

bre,   hacia   lo  grande,    hacia   lo  he-  do...    y   serán    cinco. 


41 


Don  JjUcío. — Espere,  espere  us- 
ted, mi  respetable  amiga. — Vamos 
;í  ver.  For  aqiií  no  iiay  salida  para 
mi  peoncito. — -Veo  en  la  misma 
senda  á  \ina  gallarda  y  arrogante 
dama  y...  «jamás  fuera  caballe- 
ro...». 

Doñii  M(irt(t. — Tiene  tres  juga- 
das. 

¡)()n.  Lucio. — Tres  eran  tres,  las 
hijas  de  Elena,  tres  eran  tres... 
(mueve    una    pieza). 

Doña  Marta. — . ..  Y  las  tres 
eran  buenas. 

Don  Lucio. —  ¡Elena!...  Ahí  tie- 
ne usted  otro  nombre  del  pasa- 
do... Toda  una  epopeya,  mi  res- 
petable amiga...  Por  ella  desatá- 
ronse las  iras  del  jiueblo  Griego, 
que  se  lanzó  sobre  Troj^a  poseído 
de  todas  las  furias. — Viera  usted 
en  que  forma  magistral  canta  Ho- 
mero la  aventura,  la  singular  y 
romántica    aventura . . . 

Eduardo. — (Que  ha  abandonado 
su.  asiento  y  hii  escuchado  las  últimas 
palabras).    ^;  Aventura...    de   quién  .^ 

Don    L\tcio. — De    Helena!... 

Eduardo. — ¿Mi    hermana? 

Doña    Marta. — Pero    hijo! 

Don  J.ucio. — Hablábamos  de  al- 
iío    remoto. 

Eduardo.  —  liah,  bah...  bah... 
Creí  que  se  trataba  de  cosas  mas 
interesantes. — Amigo  Don  Lucio, 
con  esos  recuerdos  se  hace  usted 
más  viejo... 

Don  Lucio. — El  espíritu  no  en- 
vejece  nunca. 

.iJhcrto. — ¿Le    parece? 

ESCENA    II 
Dichos    y    Pepa 

J'cpa. (Entra  por  el  foro  y  habí;'. 

con    precipitación).    Señora. 

Doña  Marta.  —  ¿Qué  quieres 
muchacha  ? 

Peypa. — Este...    nada. 

Doña  Marta. — Pero...  esa  con- 
fusión...   ¿qué    te    ocurre? 


Pejia. — Buscaba  á  la  señorita... 
para  decirle... 

Eduardo. — No  oyes  que  toca  ol 
piano  ? 

Doña   Marta. — Entra    á   verla. 

Pepa. — Bueno  ;  con  su  permiso. 
(Mutis). 

Eduardo. — ¿Con  que  el  espíritu 
eh?  Pero,  mire  usted  que  hablar 
del  diluvio  á  estas  horas !  Y  si  ,vo 
le  dijera  que  detesto  los  clásicos 
que  usted  adora :  me  parecen  in- 
sípidos, aburridos.  Tienen  un  so- 
lo  mérito :    curan   el    insomnio. 

Doña  Marta. — No  le  haga  usted 
caso. 

Don  Lucio. — Amigo  mío... 

Eduardo. — Bah...  no  se  alarme 
señor  profesor. — Para  mí  el  pa- 
sado es  como  si  no  existiera.  En 
cambio  para  ustedes  eh?  ¿No  fué 
uno  de  sus  preferidos  que  dijo : 
«recordar   es   vivir...»    (con   ironía). 

Don  Lucio.  —  Cierto,  cierto. — 
Bien  lo  dijo  el   poeta  : 

«Recuerde    el    alma    dormida 
Avive    el    seso    y    despierte 
Contemplando : 
Comió    se    pasa    la   vida. 
Como   se   viene  la    muerte 
Tan    callando... 

Doñ(i  Marta. — . ..  Cuan  presto 
se  va  el  placer...  (Este  último  verso 
junto  con  las  risas  de  Eduardo  y  Ui 
entrada   de   Elena   y   Pepa   en  escena). 

Eduardo. — Pero  Don  Lucio,  us- 
ted va  á  concluir  par  hacernos 
hablar    en    verso. 

ESCENA     I  TI 

Dichos    y    Elena    y    Pepa,    por    la 
puerta    del    chalet 

¡'Jlcna.  —  (  Muy  risueñamente  ). 
Sí,  hija,  sí:  puedes  ir  ahora  mis- 
mo.— Y  apúrate,  apúrate,  no  sea 
cosa  que  le  va.va  á  pasar  algo  más 
giave.  (Riendo).  Qué  gracioso,  sa- 
ben ustedes  lo  que  ocurre? 

Pepa. — Señorita...     Señorita. 


—  A'J  - 


K<ht<n<h>.- — -;Qué  hay? 

Elfna. — Qut»  el  novio  de  Pepa., 
está    preso...     por     celoso.     (Risas), 
¡Quién  había  de  decir:...   el  mos- 
ca   muerta ! 

Doñfi  Marin. — l'ero  que  ha  ha- 
bido ? 

Elena. — Verán    ustedes... 

l'cpa. — <  interrumpiendo).  JSada, 
señora.  Hace  tiempo  que  esto  es- 
taba por  suceder.  —  Nunca  faltan 
atrevidos  que  le  digan  á  lino  cier- 
tas cosas  y  le  hagan  proposicio- 
nes... vamos...  y  como  pI  tiene  es(> 
genio  así...  que  yo  no  sé  de  donde 
lo    ha    sacado... 

Eduardo.  —  Sí,  huho...  casta- 
ñas ... 

rcpa. — Así  me  han  dicho...  y 
que  está  preso...  y  que  quiere  ver- 
me...   y   que    se   yo... 

Elena.  — -  Bueno  ; 
tiempo :  vé,  corre 
rate   muchacha. 

liona     Marta. — Xó, 
pié).     Amigo     IjUcío  : 
nuaremos    la    i)ai-tida. 

Th)n     Lucio. — Como 
])arezca    señora. 

Doña  Marta. — Está  refrescando 
mucho  y  ya  sabe  usted  que  mis 
acliaques...     j'cpa,    acompáñame. 

Elena. — AI)ríjrato,  mamá. 
Doña  Marta. — ÍKetirándose  con 
Pepa).  Si  hi,ja,  si...  (á.  Pepa).  Y  á 
ver  si  tienen  más  .juicio  .v  tratan 
de  evitar  esos  escándalos...  (Hepa 
retira  el   juego   de  damas). 

Pepa. — Señora...  yo  ya  le  he  di- 
cho... 

Eduardo. — íá  Pepa).  Sí,  cuidad'- 
con  ese...  que  tiene  muy  mal  ge- 
nio. 

ESCENA    I Y 

Ei,Ex.\,    T)oH     Lrcio    y    Edxt.xrdo 

Elena. — ri  l'ero    usted    no    se    ríe/ 
No   le   cansa    gi'acia    todo   esto? 
Don    Lucio. — Si,    la    tiene. 
Ehna. — Ese    amor    violento,    qu  ■ 


no      pierdas 
corre...    apu- 

ísjjfra.     (Do 
luego    conti- 

nsted    i  ' 


ruge   y    estalla    en    puñetazos  ..    E& 
extraordinario. 

Ednardo. — Y     ridículo.  ! 

Elena. — ri  l'or   qué?  ' 

Eduardo. — (á  Don  Lucio)  Ahí 
tiene  usted  la  herencia  de  los 
tiempos  lieroicos  donde  ha  venido 
á   parar. 

Don  Lucio.- — ^\'ah^  más  eso  y 
no... 

Eduardo. — Sí;  ya  se  lo  que  va 
usted  á  decir:  «los  descreídos,  los 
que  no  quieren  á  nadie,  los  qiie 
calculaíi»...    Bah.    Tienen    razón. 

Don  Lvcio. — Jamás,  r!  Verdad, 
Elena  ? 

Eduardo. — Sí.  Esta  .ya  se  sabe; 
también    mira    á   la    luna... 

Elena.- — Cállate.  iiO  que  yo 
quiero  ni  tú  lo  sabes,  ni  eres  ca- 
])az   de   entenderlo... 

Eduardo. — Lo  sé,  lo  sé:  estás 
esperando  que  venga  alguno  á  de- 
cirte arrodillado:  señorita,  yo  la 
(lino  con  delirio]  Pero  no  vendrá, 
])orque  liemos  i)rogrGsado  mu- 
clio...  ri Cierto,  Don  liUcio?  Fsted 
es  hv  ilnica  ¡)ersona  que  conserva 
bi  línea...  J*ero  con  usted  íio  br.v 
que   contar...    Me   ñguro. 

Elena. — Eso   es:    biirlate. 

J)()n  J.ucio. — Oh...  Ale  hacen 
rnticlia  gracia  sus  alusiones.  (á 
>Muardo).  Qué  quieres...  Ya  no  es- 
to.v  á  tiemi)o  de  retroceder  y  aun- 
que ])udiera...  no  lo  haría.  Pero 
tu    hermana    ... 

Eduardo. — Si  es  igual. — Mucha 
música,  ñores,  v...  sombras  chi- 
nescas. Pero  el  sentido  exacto  de 
la  vida,  las  cosas  como  son,  en  fin, 
el  espíritu  ])ráctico...  r!  para  qué? 
V  usted  tiene  alguna  culpa.  Los 
versos,  como  todas  las  cosas  dul- 
ces...   indigestan. 

Don  Lucio. — Juventud,  juven- 
tud. 

Elena. — No  hables  así.  Ni  soy 
cbifiada  ni  soy  romántica.  ¿Aca- 
so ya  no  se  i)uede  sentir  ni  pensar 
sinceramente...    honradamente? 


—  43  — 


Don  Lucio. — tíien  dicho.  No 
hay  que  renunciar  al  ideal... 

Eduardo. — El  ideal...  Ideal...  Si 
fuera  de   Koubigant...   menos  mal. 

Elena. — Eduardo:  riqíié  te  pro- 
pones ? 

Eduardo.  —  Sencillamente  :  de- 
cirte que  no  estás  procediendo 
hien. 

Elriía. — ¿Y    tú    me    lo    dices? 

Eduardo. — De  mí  no  se  trata. 
Yo  conñeso  francamente  mis  as- 
piraciones: llegar  á  donde  pue- 
da, por  el  camino  más  corto.  ¿Có- 
mo ni  cuando,  no  sé.  Traljajar  no 
tiene  gracia  :  será  algún  hallazgo, 
un  hillete,  una  lieredera.  No  me 
dejaré  llevar  por  la  correntada, 
les  aseguro.  Antes  que  ser  un 
vencido  digno  de  lástima,  tomaré 
por  asalto  lo  que  se  iiresente.  — 
Pero  tú,  el  espíritu  en  flor,  jugan- 
do á  los  novios  como  una  colegia- 
la sin  pensar  en  que  el  tiempo  pa- 
sa y  en  que  el  porvenir,^desde  la 
muerte  de  nuestro  padre, — no  es 
muy  halagüeño  que  se  diga... 

Elena. — Sobre  todo  si  cuento 
con  tu   apoyo.. 

Eduardo. — Ya  sabes  que  soy  ave 
de    paso.    ¡Mis   viajes!... 

Elena. — ¡Tus  viajes...  tus  via- 
jes ! 

IjiicÍo. — Pero  ramos  á  cuenta, 
(á  Eduardo).  ¿Cuántos  novios  tie- 
ne? 

Elena. — Ninguno. 

Eduardo. —    Dos. 

Elena. — No  es  cierto.  Acaso 
puedo  impedir  que  los  liombres 
miren... 

Eduardo. — Pero...  ¿para  qué 
negar  si  todo  el  mundo  lo  sabe. 
El  afán  de  los  dos  rivales  consti- 
tuye la   nota   de   la   temporada. 

Don    Ludo. — ¿Quiénes   son? 

Elena. — No  haga  usted  caso  .. 
No    es    cierto...    Nó.. . 

Kd  nardo. — ¿Qué  nó?  Mire  us- 
ted lo  que  he  recibido  hoy.  (saca 
vna    tarjeta    del    bolsillo    y    lee).    Pp. 


dro  líodrif/uez  de  ¡^alazar  y  Com- 
j>añí(i.  —  Socied((d  anónima. — 
(rran  rasa  fundada  en  el  año-.- 
(Bueno,  el  año  es  lo  de  menos). — ■ 
Xef/orios  en  (jeneral. — Ventas  al 
por  mayor. — (Y  al  contado) — Comi- 
siones y  arrendamientos. — Frutos 
del  País. — Compra  venta  de  pro- 
piedades.— -Préstamos  sobre  hipo- 
tecas... etc.,  etc.  (Este  es  el  mem- 
brete).., saluda  á  su  amigo  Eduar- 
do del  Campo  y  le  manifiesta  :  (dos 
puntos)  que  hoy  á  las  3  p.  m.  irá 
por  su  casa  de  usted  para  hablar 
de  negocios  y  á  saludar  á  su  ma- 
má y  señorita  liermana,  á  quien 
le  pide  ofrezca  mis  respetos.» 
Aquí  hay   mucha    intención. 

Don   Lucio. — Y   ])oca   gramática. 

Elena.  —  ¿Qué  negocios  tienes 
tú   con    e.se   señor   y   compañía. 

Eduardo. — Yo  no  debía  decir- 
te... pero  es  mejor  que  lo  sepas. — 
'llenemos  una  hipoteca  encima  v 
en  estos  días  se  vence.  Pero  con 
Kodríguez  hemos  de  arreglar. 
Además,  proyectamos  un  viaje  á 
Europa,  pues  yo  le  he  ofertado 
mis  servicios  para  alguna  comi- 
sión comercial. — Para  algo  son  los 
amigos. 

Ele  11(1 — Comprendo,     comprendo. 

J)on  ]^>ici(>. — r.\  el  otro...  quién 
es  ? 

Eduardo. — Ali...  el  otro  es  más 
reservado  y  prudente.  —  Aboga- 
do... sin  chapa. — Pchss...  Vu  mo- 
zo bien...  pero  escéjjtico. — Me  pa- 
lece  que  no  se  casa  si  no  hay... 
(seña    de    dinero).    ¿Comprendes? 

Elena. — Eduardo. 

Eduardo. — Vive  ahí  cerca.  Y 
parece  que  le  gusta  la  vecindad, 
por  que  está  edificando...  ¿no 
vé?...  Suele  venir  por  aquí. — Se 
llama... 

Elena. — Eduardo,     Eduardo. . . 

Edvfirdo. — Para  qué  andar  con 
rodeos...  Alberto  J.iaguna  ;  ya 
está   . 


44 


EIriKi. — Só,      lió,      don       Lucio... 
lio  crea. 

Don  Lucio. —  Hien  ;  jih'  parece 
muv  l)ieii.  (Oyese  el  eco  de  ulgunau 
voces  que  tararean  wiiix  canción  popu- 
lar que  se  indicará :  cesand:)  des- 
pués unos  instantes  mientras  conti- 
núa el  diáloíTo).  (Pep.i  hace  mutis 
por  el  foro). 

Eduardo.- — (á  iiilena)  \'es  como 
estoy  enterado?  Uno  se  insinúa, 
pero  el  otro.  éste,  (golpea  la  tarje- 
ta) no  sabe  perder  los  minutos  y 
ataca  de  ñrme. — La  verdad  :  pre- 
fiero á  los  que  atacan.  Calcule  us 
ted  un  hombre  que  ba  amasad ) 
una  fortuna  con  los  puños,  se  vá 
á  andar  ahora  con  romances.  Ata- 
ca con  la  seguridad  de  los  fuertes, 
de  los  que  se  imponen  y  triunfan 
porque  tienen  voluntad.  Es  de  los 
que  llaman  «profesoi-es  de  ener- 
gía». Ya  se  que  no  es  tu  tipo... 
talvez  porque  traliaja  demasia- 
do... 

Elena. — Xó,-  i)or  eso  iió...  es  su 
única    virtud. 

Eduardo. — ...  pero  ¡qué  dia- 
blos! el  amor  no  debe  ser  muy 
exigente  hoy  en  día...  Un  brazo, 
firme,  un  aliado  fuerte,  un  víncu- 
lo   afectuoso...    hipara    qué    más? 

Elena. — Lo  oye  usted,  lo  oye. 
Es    indigno. 

Eduardo. — Soy  como  todos:  ni 
bueno  ni  malo.  Hay  que  vivir  la 
vida  como  es   . 

Don  Lucio. — Egoista,  prosaica. 
Eduardo. — Así...  así...  una  pro- 
sa rimada...  cuando  mucho.  ^ — 'A 
Elena))  Convéncete,  los  que  más  '.a 
■cantan,  son  los  que  menos  la  sir- 
ven. Ahí  tienes  á  Don  Lucio.  Por 
mirar  arriba,  ni  siquiera  tuvo  la 
oportunidad    de   casarse. 

Don  Lucio. — Tienes  razón.   Pero 
deja   á  tu  hermana    que    haga    su 
gusto.      Ya    hablará    su    corazón... 
Eduardo. — Pues  no  se  vá   á  ca- 
sar nixnca. 

Don    JjUc'io. — Cuántas...    por   ca- 


sarse... se  suicidan.  AJira.  no  se 
por  qué.  pero  cada  vez  que  veo 
una  esquela  de  invitación  para 
una  l)oda,  me  impresiona,  iiorque 
me  parece  ver  grabada  una  cruz 
misteriosa  sobre  los  nombres  de 
los    prometidos. 

Eduardo. —    Una    cruz.         '       ■• 

Don    Lucio. — Sí,    una    cruz. 

Edua  rdo. — La    niegra. 

Don  Lucio.— No  te  rías.— Hay 
algo  impalpable  que  se  ha  soñado, 
que  nos  ha  sonreído,  y  que  ese  día 
muere  para  siempre. 

Eduardo. — Está  tisted  muy  fú- 
nebre. 

J)on  Lucio.- — ...  <(No  son  los 
n'.uertos.  los  que  en  dulce  calma, 
la  paz  disfrutan  de  la  tumba 
fría...» 

Ed  ua  rdo .  —  (Interrumpiendo)  ^;  Y 
usted   ])or  qué  no  se  casó? 

Don  Lucio.— Vor  que  no  cons- 
truí á  tiem])o.  Me  lo  pasé  cantan- 
do y  cuando  quise  reaccionar  vino 
otro   más   fuerte  y  más   práctico... 

Eduardo. — Sí :  penche  y  mesa 
limpia.  (Oyénse  nuevamente  los  can- 
tos  de   los   obreros). 

Don  JjUcío. — Ya  te  lo  he  dicho: 
Yo  también  equivoqué  el  camino. 
Pero  se  pueden  conciliar  las  dos 
cosas. 

Eduardo. — Me  parece  mity  di- 
fícil. 

Don  Liicio. — -r;  Por  qué?  Escu- 
cha,  escucha:    ó  Oyes   esos   cantos? 

Eduardo. — Sí,    ¿y    qué? 

Don  Lucio. — Son  unos  obreros 
que  trabajan  en  la  construcción 
de  al  lado. — Ya  lo  ves :  edifican 
cantando. — Así  quería  ver  un  filó- 
sofo á  la  humanidad. — ^;  No  te  pa- 
rece un  bello  símbolo?...  .-iNo  es 
hermoso  ? 

/!/(/imrí/o.— Habrán  l)ebido.  — Y 
además  tenga  usted  en  cuenta 
que  construyen  para  otro,  talvez 
para  algún  señor  afónico.  ¡  Quién 
sabe  si   ellos  fueran  los  dueños!... 

Don     Lucio. — Eres    incorregible. 


—   45   — 


Página  artística 


BAJANTE 
Nesíativii  de  O.  'ráli<-t' 


4íi 


KhiKi. — Sí,  pierde  usted  el  tiem- 
po predicándole. — Es  caso  per- 
dido. 

Eduardo. — No    tanto. — Miro    las 
cosas  como  son   y  por  lo  menos  si- 
^o   mi   camino. — En   cambio  tii   no 
sabes   cual   elegir...    Se   van   á  can- 
sar  de   esperarte   y   entonces... 

Hlefí<i. — ri  Otra     vez  'f 

Kdutirdo. — Sí,  otra  vez. — No  es- 
tá bien  lo  que  haces.  O  uno  li 
<)tro  ;  ó  Kodríguez  ó  Laguna. — 
IjO  de  ayer  en  el  Prado  fué  ridí- 
.«■nlo.    r.  Sabe    usted   lo   que    pasó  ? 

Don   Lmiu. — ¿()né? 

Elena. — Harás    que    me    vaya. 

A'di/í/rí/o.^  Figúrese  usted  que 
luimos  á  la  batalla  de  Hores. — 
Para  que  veas  que  no  soy  egoíst;i, 
te  diré  que  iba  oiguUoso,  si  señor. 
—A  cada  ])aso  oía  exclamar  : 
"Che,  mira  la  de  Del  Campo» 
<(¡Qué  budín  \»  So  faltó  quien  di- 
jera: (da  romántica».  Como  no 
faltó    quien    siguiera    al    coche. 

Elena. —  Kduardo,     Eduardo. 

Eduardo. — Dos  caballeros,  muy 
•conocidos,  que  suelen  venir  por 
aquí,  solicitaban  un  ran:o.  EUa  .s<^ 
quitó  uno  que  lleval)a  sobre  el  j^*-- 
-cho  y...  ahí  va  eso. — La  gente  se 
fijó  y  vio  que  los  do,  se  inclinal)an 
ií  recogerlo...  y  que  hal)lal)an  y 
discutían.  ^:Tú  sabes  quien  quedó 
con  él  y 

Ehna. — 'Con     ansiedad;     ^iQuién-' 

Eduardo. — No  sé,  no  ])udimos 
verlo. 

J'Jditardo.—Voro    esta    carta.    En 
fin.  til  tienes  la  (iili)a.  Seguro  que 
no     ha     ocurrido     nada,     pero     de 
i'ualquier  modo  es   ridículo.    'A  don 
Lucio).   ^:Kecuerda   usted  lo  que  de 
<-ía  hace   un   momento  sobre  el  pu 
sado'-"    Hueno :     lo    que    es    nosotros 
no  vamos  á  tener  que  decir:    aquí 
fué     Troya. — <  A     Elena  ).     .\quellas 
Helenas  eran   con  Iridie,   .\hora   \:\ 
gente   no  las  toma    por  la  tremen- 
<la  y  la  ca])a  y  la  espada  han  sido 
ísustituidas    por    la    astucia. 


J)oii  JjiicÍo. — «Todo  lambia,  to- 
do iiasi.  como  la.t  n.iibes  del  ciclo, 
como   Jti.f   aiiua.s    que    corre7i...» 

Eduardo. — Hah...  bah...  Me  han 
liedlo  ustedes  charlar  más  de  lo 
que  acostumbro. — (A  Elena)  Y  al 
fin  y  al  cabo,  quien  sabe  no  tienes 
razón. — Cualquier  día  vas  á  estar 
como  ahora  y  sentirás  de  pronto 
por  entre  el  follaje,  la  voz  del 
amado  que  como  Fausto  te  llama- 
rá cantando:  <<Elena...  Elena... 
Elena...  Elena»  'Tarareü  el  motivo 
de  Meflstófeles).  (Siéntese  el  sonido 
de  unii  ( orneta  de  automóvil  que  lie- 
ga   frente    á    la    quinta.)    ^;Oyes? 

Elena. — riQíiéP 

Mduardo. — Mefistófele...  en  au- 
tomóvil.— Mira  si  es  puntual:  las 
tres.  (Elena  hace  un  movimiento  co- 
mo para  retirarse).  Nó,  no  te  va- 
yas,   espera.    Aj)rovecha    y    decide. 

[  ESCENA    V  ; 

Dichón    ¡I    Rodríguez    ok    S.\IíAZah 

l>or    el    foro  i 

l'odríijucz. — <Con  afectada  cor- 
dialidad)    Felices     tardes,     señores. 

Eduardo. — Hola,  amigo  mío.  Es 
usted  exacto  como  un  cronómetro. 

Bodríijuez. —  Veo  que  ustedes 
me  esperaban.  (A  Elena  saludando 
la)  ,;Cómo  está  usted,  señorita... 
Se  siente  usted  bien  de  salud, 
eh?...  r.X  su  mamá  de  usted? 
Bien  ?  Ya  sabe  que  me  intei'esa. 

Elena. — (xracias. 

líodríijuez.  —  Ah,  Don  Lucio! 
(saludándolo).  Siempre  guapo,  eh? 
Me  alegro  mucho  ;  la  salud  es  lo 
primero...  (Pausa).  Pues,  si  señor: 
r.Con  que  todos  buenos  eh?  ;i 
Eduardo)    .;líecibió    mi    carta? 

Eduardi). — Sí.  Por  eso  lo  espe- 
raba. 

I{<:driiiucz.- — (Pansa)  Está  bueno, 
está  bueno.  Si  señor.  (Después  de 
una  pausa,  saca  una  ?ran  cigarrera 
y  ofrece  con  prosopopeya).  "[Tn  ciga- 
rro,   tr«'s   equis   ])uro.    De   estos   no 


47 


hay  en   plaza.   Yo  los  recibo  direc- 
tamente.— (-Lie    da    uno    á    Eduardo). 

Eduardo. — (iracias. 

Undríguez.—i^  I>on  Lucio)  Tome 
usted,    verá    que    ceniza. 

Don  Lucio.  —  Agradezco  ;  ni 
fumo. 

liodríyucz. — -(Hacundo  una  cajita 
de  bombones)  Señorita...  unos  cho- 
colatines. Sírvase  con  confianza. 
No  hay  que  fijarse  en  la  canti- 
dad...   sino   en    la   calidad. 

Hjhiin. — Sí...     gracias.     (Pausa). 

líodríiiiicz. — Si,  señor,  está  bue- 
no.— Por  mí  no  interrumpan  la 
conversación.  Talvez  trataban  al- 
go    interesante. 

Eduardo.- — Hahlábamos  de  cons- 
trucciones. Don  Jiucio  me  hacía 
notar  aquellos  obreros  que  edifi- 
can y  cantan  al  mismo  tiempo. 
Decía  que  era  un  símbolo.  r.Qué 
le   ])arece  ? 

liodríijut'z. — No,  no,  no. — O  se 
edifica  ó  se  canta.  O  se  canta  ó  se 
edifica. — Primero  la  obligación  y 
después    la    devoción. 

Don  Lucio. —  Es  que  en  este 
caso... 

Rodrií/niz. — Todo  lo  que  usted 
quiera...  Pero  lo  que  es  yo  no  ha- 
bitaba esa  casa.  No  señor,  -i  Qué 
dice   usted  señorita!-' 

Klciia. — Nada. 

l'odiíijucz. — c  Está    usted    pensa 
rlora...    ó  pensativa!-' 

Khno. — No,     distraída. 

/)oii  ]jiirio.—i'^i-eTcá,ndoi<e  á  Ele 
na)  Y  nerviosa.  N'amos :  eso  no 
está    bien. 

Kdintrdo. — Y    todo    ))()r    una    le 
tra. 

Liodrí<i\tiz. — r.  Cómo  'f 

Hdiuirdi). — Si     le     dábanu)s     bro- 
mas con   la    Helena    griega,   por  la 
cual    destruyeron    una    ciudad. 
J'odriyuf'z. — ¡  Qué    bárbaros! 

(Don  Lucio  queda  junto  á  Elena  y 
Eduardo  con  Rodríguez. — Los  diálo- 
gos siguientes  han  de  ser  simultá- 
neos). 


Eduardo. — /-iQué  tal  esos  nego- 
cios ?     Siempre     adelante. 

liodrUjuvz.—^i.    Si,    Sí... 

Eduardo. — ^iHa  meditado  bien 
lo  del  viaje !-  Yo  creo  que  le  con- 
viene. 

llodríf/urz. — Sí,  amigo  mío,  hoy 
se   resolverá   todo ! 

Eduardo. — (Palmeándolo).      Oh  ... 

usted  es  hombre  de  empresa  y  ha 
de  salir  bien... 

Don  J. lirio. — No  te  preocupes, 
hija... 

Eh'U'i. — Es  que  ya  me  voy  can- 
sando  de   so])ortar   ironías. 

Don  Xi/c/'o.- -Hueno,  bueno  ;  bay 
que   esperar. 

Elena.  —  Esjierar  ...      esperar  ... 

Siempre    lo    mismo! 

(Se  oyen  nuevamente  los  cantos  de 
los  obreros. — ■  El  ex-o  se  escuchará  por 
breves  instantes)    . 

Don  Lmvio. — ¡Oyes,  Eduardo! 
Otra  vez  los  cantos. 

Eduardo. — \  amos  á  escuchar- 
los, porque  tengo  que  salir...  Has- 
ta luego,    señor   Rodríguez. 

Don  Lucio.— Si,  te  acompañaré 
por  que  tengo  que  salir...  Hasta 
luego   señor   Rodríguez. 

l{odrí(/ucz. — Que  usted  lo  pase 
l)ien. 

Elena. — (duplicando).  Don  Eu- 
cio...    yo   quisiera    decirle.- 

Don  Lucio. —  N'oheré  más  tar- 
de. Ha  quedado  pendiente  la  par- 
tida. 

Elena.— Pero  aliora...  /■;  Dónde 
vá   usted  ? 

J)on  Lucio.  —  (Ketirándose  con 
Eduardo). 

"A    mis    soledades   voy 
De    mis    soledades    vengo. 
Porque    para     andar     conmigo 
!Me    bastan    mis    pensamientos...» 

(Quedan  Elena  y  Rodríguez  de  Sa- 
lazar  en  primer  término  y  don  Lucio 
y  Eduardo  cerca  del  foro,  mirando 
hacia  la  construcción  y  simulando 
diálogo. — Cada   vez   qu«   se   produzcan 


-  48   — 


pausas  violentas  entre  Filena  y  Ko- 
dríguez  se  oirá  como  un  mvirmullo 
del  diálogo  de  Eduardo  y  don  Lucio). 
UiHÍríinicz.  —  mespués  de  una 
pausa)  Si,  señor.  r.Vor  qué  está  us- 
ted tan  seria !' 

T-J/r/ia.—r;  Yo? 

liodríaui-.. — Sí.  usted.  (Como  \n 
piropo)  Las  caras  bonitas  se  des- 
componen  cuando   se   arrugan. 

Khnti.' — Es    que...    ya    soy   vieja. 

l{:)(lrí(juiz. — \'  ieja...  (Acercándo- 
se insinuante)  ^  a  quisieran  mu- 
chos... y  sobre  todo  algunos  que 
usted  conoce...  y  que  la  estiman.. 
si  señor  la  estiman...  la  apre- 
cian... .V  algo  más.  Saca  una  ?ran 
(artera)  ,;Sahe  usted  lo  que  tengo 
aquí  y 

EJiHti. — Dinero 

l'otliífiKtr.. — Es  cierto;  hay  va- 
lores muy  importantes,  c(mio  para 
hac'-r  temblar  la  Bolsa.  Pero  hay 
algo  que...  (Mostrando  unas  llores 
rojas)    :Mire    usted... 

KJiiiii. — Ah...  las  flores...  las  flo- 
res ...    ,:  T'stí^d  'r 

líii(lií<iiii'z. — Sí,  yo...  Ya  las  vé, 
bien  guardaditas.  Esto  quiere  de- 
cir algo. 

Klrna. — Si,    si,    comprendo. 

lioilr'niut'z. —  l<;s  claro...  J.as 
guardo  porque  son  suyas.  ,-:  Qué  le 
j)arece  !■' 

h^lriut. — ;,  \     si     se     i)erdieran  ? 

(Pausa). 

Ifotl  lid  iicz . — (Insinuante)  Si  us- 
UkI  quisiera,  yo  sería  capaz  d- 
niuclias  cosas. — x\o  encontraría 
palacio    digno    de    usted... 

Elrim. — Yo...  no  sé...  quiero  de- 
masiado mi  casa  :  mis  flores,  mis 
pá.iaros.    Aquí    he    vivido... 

l{(nlríi/urz. —  Eso  es  lo  de  me- 
nos. Klores,  pájaros,  ñeras...  co- 
lecciones ni  agn  incas,  las  compra- 
ría . . . 

El f lia. — Pero...    no    serían    estos 

líixlrítjiu'z. — Bah...    no    importa. 


(Pausa.  —  Alberto  Laguna  llega 
frente  á  la  verja  y  saluda  á  Eduardo 
y    Don    Lul:ío,    simulando    diálogo). 

llodríi/urz. — .-i'roca  usted  mu- 
cho  el   piano?  , 

Eli'ri'i. — A   vece. 

l'oílrifiiirz. — E;  claro...  eso  can- 
sa. Si  usted  quisiera...  no  le  falta- 
rian,  i)iaiiolas,  ai'istones...  Yo  soy 
loco  i)or  la  miísica.  (Pausa).  Si  us- 
ted su])iera  qué  triste  es  la  sole- 
dad! 

EJruii. — (Con  ironía  y  acongoja- 
da). Si,  triste...  muy  triste...  muy 
triste. 

(En  este  momento  ve  á  All)erto  que 
la   saluda    desde   el   foro). 

lí:ii]rí<iinz.—Se  ha  emocionado 
usted  con  mis  ])alahras. 

Ehiiii. — No.    no. 

l'oihíí/iirz. — Yo  no  quise  tanto. 
(Toma  la  cajita  de  bombones  de  arri- 
ba de  la  mesa)  Tome  usted...  prué- 
belos,   le   van    á    agradar. 

Elena. — (Después  de  habr  mirado 
con  insistencia  á  Alberto,  que  trae 
un  ramo  de  flores  rojas  en  la  houton- 
i.ierc)  Escuche:  esas  flores  no  son 
las  del  ramo  que  yo  arrojé.  (Don 
Lucio  se  despid?  .v  hace  mutis  por  el 
foro,   izquierda).  | 

Itodríijiiez. — l-'ej.-o  como  nó  .  . 
Estoy  bien   seguro. 

EhiKi. — Ahora  yo  también  estoy 
segura   de  que   no  son. 

Eduiirdo. — (Hablando  hacia  la  iz- 
quierda) Cuitlado  J)oM  Lucio,  no 
vaya  á  pasar  bajo  los  andamios!... 
rlQuéy...   Si,   es  ¡rttatura,  já,   já... 

l'ddríf/iicz. — (A  Elena)  Pero  ex- 
pliqúese  usted. 

Ele  11(1. — No    ve... 

Alhi'rfit. — (A  Eduardo)  Deseo  sa- 
ludar á   su   familia. 

Eduardo. — Si,    pase,    pase. 

h'adríf/iiiz . — Pero. . . 

Elena. — No  tiene  usted  ojos  pa- 
ra   ver  y 


—  49  — 


KSCKNA    MI 

Ki.ENA,    Rodríguez    de    Salazar, 
Eduardo    ;/    Alberto 

-liberto. (Saludando      á     Elena). 

Muchísimo    gusto. 

Eduardo. — ^  Ustedes  se  cono- 
cen ':" 

liodrujucz. — Sí,  de  vista.  rMwé 
casualidad     encontrarnos     ahora... 

eh? 

Albrrto. — (A  Elena)  ^;  Melanco- 
lías ? 

Kduardo. — Bah...  Mi  hermana 
se   preocupa   por  cualquier   cosa. 

.iUtcrfo. — Las  ilusiones,  la  qui- 
mera. 

Eduardo. — Eso:  Y  al  fin  y  al 
cabo,  las  ilusiones  son  para  el  al- 
ma de  las  mujeres  como  los  polvos 
que  llevan  en  la  cara  :  concluye!! 
por  caerse,  mostrando  las  arrugas 
Y  los  suicos  que  deja  el  tiempo. 
Es  mejor  no  usarlos. 

.Ubcrto. — Filosófico  está. 

Eduardo. — Tengo  mis -caídas.  (A 
Rodríguez)   ,;Qué  le  parece? 

RodrUjuez. — Eso    no    está    bien. 

Edua  rdo. — ¿  Po.     qué  ? 

ItodrUjucz. — Por  que...  se  me 
ocurre  que...  en  broma,  es  cla- 
ro!... las  ilusiones  son  rosadas...  y 
los  polvos  son  blancos.   (Risas). 

Eduardo. — Tiene  gracia.  Bueno, 
mis  amigos,  ustedes  me  dispensa- 
rán por  linos  instantes.  Vengo 
en  seguida.  (Se  dirige  á  las  hahita- 
ciones). 

Elena. — ¿Vov  qué  no  pasan? 
Mamá  está  ahí. 

Rodríímez. — Después  iré  á  salu- 
darla, sacando  un  gran  reloj)  por- 
que á  las  cinco  sin  falta  tendré 
que  ir  ai  Banco.  Una  operación 
importantísima. 

Alberto.  —  Está  tan  hermoso 
aquí. 

Eduardo.  —  (Despacio      á      Kodrí 
guez)    Y    piense    usted    en    nuestro 
asunto. 


Uodt'mncz.  —  1' lerda      cuidado. 
(Eduardo,    mutis    por    el    chalet). 

ESCENA   VIII 

Alberto,    Rodríguez    i/   Elena 

iÍ0(/ríí/i/*2.  —  (  i^espués  de  una 
pausa  bastante  viólenla).  Está  bue- 
no, si  señor.— Si  señor,  está  l)ue- 
no.  (Pausa)  (Sacando  nuevamente  la 
cigarrera),  ^i Quiere  usted  un  ciga- 
rro ? 

.liberto. — Gracias. 

Uodr'ujuez. —  l'res  equis...  pu- 
ros.  De  estos  no  hay  en  plaza. 

Alberto. — Gracias,    no    fumo. 

Rodriiinez. — Si  señor,  si  señor, 
está  bueno.  (De  pronto  á  Elena) 
Ahora   me   explicará   usted... 

.liberto. (Interrumpiendo)  Ele- 
na :  le  debo  una  disculpa. — Ayer 
no  tuve  oportunidad  de  acercarme 
para  agradecerle  sus  flores. 

^7,.;,í/.— (A  Kodríguez).  Vé,  todo 
queda  explicado....  Estaba  usted 
confundido. 

Rodríf/iiez. — Nó,  la  de  la  confu- 
sión es  usted  por  que  ignora  lo 
que  ha  ocurrido.  Saca  la  cartera  y 
muestra  las  flores).  Estas  son  autén- 
ticas... 

Elena. — No    es    posible. 

Itodríf/uez. (Señalando     las     que 

tiene  Alberto)...   Y  esas  también. 

Elena. — r.Cónio?  ó  Qué  dice  us- 
ted? 

Al b lito. —Cierto.  Algo  inespera- 
do, inevitable,  ridículo,  si  usted 
quiere,    pero... 

Elena. — No  comprendo. 

Rodríguez. — Verá.  verá.  Cuan- 
do usted  arrojó  el  ramo,  este  jo- 
ven se  apresuró  á  recogerlo. — -Pero 
vo    (tocándose    el    párpado)    qvie    no 

me  pierdo  de  vista,  reclamé  mi 
parte.  Al  principio  discutió,  pro- 
testó, pero  como  nos  asistía  igual 
derecho  y  se  trataba  de  personas 
cultas... 

Elcmt .  —  r.  Qué  ?  (Con  ansiedad) 
Diga  pronto. 


50  — 


líoiliíf/uez. — .Pues...  Yo  le  pro- 
puse una  transacción  :  la  mitad 
para  cada  uno.  Ahora  usted  resol- 
Acrá. 

FAn\u. — r;Es    cierto? 

Alberto. — l'erdóneme.  Yo  no  lie 
querido  provocar  esta  situación 
forzada...  y  violenta.  Fué  un  mo- 
mento de  vacilación  y  de  duda. 
r,l'nr<i  (/lié  producir  una  escena, 
pnra  (iiir?  Le  aseguro  que  esta 
tarde  he  venido  sin  ánimo  precon- 
cebido y  sin  i)resumir  estas  expli- 
caciones que  soy  el  jirimero  en  la- 
mentar. 

KJvna. — Basta,  basta,  basta.  No 
tiejie  usted  por  qué  disculparse, 
ni  usted  por  que  insistir.  Yo  no 
he  arrojado  ese  ramo.  Será  de  otra 
persona. 

Ihxlríijurz. — ^:Qai''  broini-^ta,  cii  r 
Kstos  dos  ojos  ]()  vi<>ron  ])erfecta- 
nu'nte. 

fíh'ini. — Nó,  nó.  Ao  he  sido 
,v<) —  no  puedo  lial)er  sido  yo.  (A 
Alberto)   ,;  Verdad,  que   mó:-- 

liodríf/ucz.—Feco,  si  lo  llevaba 
usted  sobre  el  jiecho.  Vamos,  i'stoy 
tan    seguro    como... 

fílniít. — lie])ito  que  nó.  íPuusa). 
Fsted,  Alberto,  nu^jor  que  nadie 
me  conoce.  Usted  que  me  ha  vis- 
t<)  cuidar  estos  rosales  con  mimo, 
con  ternura...  Nó.  no  puede  ser... 
(Transición)  V„  sé  que  ya  no  creen 
en  estas  cosas.  Fsted,  transa  sus 
negocios,  usted  sus  pleitos,  y  to- 
do lo  conciliaii,  todo  lo  reparten. 
to(h)  lo  calculan  ;  hasta  el  amor. 

•  Alberto. — Elena,. 

FAenu. — Sí,  hasta  el  amor.  J{e- 
cién  me  doy  cuenta.  Para  qué 
sentirlo  intensamente,  dominador 
y  exclusivo?  rForo  tpié,  verdad? 
lioilríf/itfz. — Parece  que  habla- 
ra  usted  en   verso 

Klenn. — ¡Para  qué!...  Esa  es 
la  frase  cruel,  con  que  ustedes  en- 
frían el  alma,  rompen  el  encanto 
de  las  cosas  inefables;  ahogan,  sí, 
ahogan    todas    las    vibraciones    del 


espíritu  ;  las  más  puras,  las  más 
nobles,  las  que  sólo  reclaman  un 
poco  de  luz  para  vivir  la  vida... 
(Con  emoción). 

.l/b(ríí>.—¡  Vivir    la    vida!...    Si 

se   pudiera  ! 

LlndrUiuez.—]^^  claro  que  se 
puede.  Que  se  vá  á  vivir  enton- 
ces...   r;la   muerte? 

1/í,,. río. —Pero  reconozca  usted 
que  el  delito— si  lo  hay— es  de  to- 
dos.   Fas   cosas   son    así. 

/<;/^,„„.__No  son  así.— Las  hacen 
ustedes  porque  piensan  los  senti- 
mientos.—.;  Quieren  que  también 
])ensemos    nosotras.-' 

í?oJr/;/./f3.— Yo  no  comprendo. 
Todo   esto   por   una   tlor. 

l,;^,,f.f(,.__Elena:  usted  exagera 
los  hechos  y  su  imaginación  le  ha- 
ce perder  el  sentido  exacto  de  las 
cosas.— Más  de  una  vez,  cuando 
hemos  hal)lado  cordialmente  en 
este  mismo  sitio,  le  he  reprochado 
su  excesiva  confianza,  su  optimis- 
mo,   casi    diré...    Su    ingenuidad... 

yjenu.--í^ó...  Si  esta  es  la  últi- 
ma... de  mis  sinceridades.  No  lo 
puedo  remediar.  Soy...  como  soy. 
Ya  se  que  me  habrán  juzgado 
desequilibrada... 

Itodríunez.— No  tanto,  no  tan- 
to.   Fn    poquito    novelera. 

ljl)f.,t„,  .^Yo  también  en  la 
adolescencia,  padecí  del  mismo 
mal  ;  pero  unas  cuantas  lecciones 
rudas  y  cn\eles,  me  han  enseñado 
á  aquilatar  fríamente  las  circuns- 
tancias.—El  amor,  es  á  veces  una 
eiiferniedad. — Si  dejamos  al  cora- 
zón que  hable  libremente ;  si  de- 
rrochamos todas  las  emociones  en 
el  primer  impulso,  puede  conver- 
tirse en  nuestro  peor  enemigo. — 
Puede  ser  el  pordiosero  del  alma. 
No  es  mejor  proceder  cuerdamen- 
te y  aliorrar  en  la  primavera  para 
cuando  venga  el  frío,  con  todo  su 
cortejo  de  nieblas,  estar  á  cubierto 
de  sus  rigores? 

Bodríiinez. — Es    claro.     El    aho- 


—  51    ^ 


Página  artística 


REOUKRDOS 
NejíJitivo  «le  O.   Tálice 


—  r»-^ 


iyj    — 


no...  es  la  lia;?e  de  todo.  VA  (\\\y 
nada    j^iiarda,    nada    tiene. 

Kh'na. — Ya  veo  que  están  muy 
cerca  uno  del  otro.  Hay  que  cal- 
<"uiar  bien  las  prohabilidadíís... 
pesar...   medir. 

Alhcrtn. — Es  usted  un  poco  in- 
justa. Cierto  que  hoy  un  conjun- 
to de  detalles  se  lian  conjurado 
como  una  acusación.  Pero  hay  qu.' 
vivir  con  la  época.  Las  furias  pa- 
sionales, quedaron  para  la  novela 
y  para  el  teatro. — Ya  vé  iisted : 
yo  que  varias  veces  he  arriesgado 
la  vida  en  lances  personales,  por 
un  suelto  político,  por  una  ironía, 
por  una  palabra,  me  vería  cohi- 
bido de  hacerlo  por  cuestión  amo- 
rosa . 

h'(>(hí</u(z. — Yo    igual. 

AUx'rto. — Y  es  que  en  los  otros 
casos  se  va  á  la  ludia,  no  poi-que 
se  crea  que  es  el  único  medio  de 
reparar  agravios.  Se  vá  porque 
los  demás  lo  mandan,  lo  quieren, 
lo  exigen. — El  dilema  es  brutal: 
ó  se  mantiene  el  brazo  firme  y  la 
caheza  erguida  ó  lo  desalojan  sin 
compasión,  en  medio  de  la  indi- 
ferencia y  el  desprecio. — La  vida 
es   así.    Convénzase    usted... 

Elena. — Si,  si...  No  hable  más. 
Comprendo  que  se  luche  por  cosas 
que  interesan.  Comprendo  que  he 
vivido  en  un  mundo  muy  distinto 
al  de  ustedes.  Tiene  usted  razón, 
ahora  me  doy  cuenta.  Ha  dicho 
una  verdad  inmensa...  lo  desalo- 
jan,   si,    lo    desalojan... 

Alberto. — ¿De  modo  que  no  me 
guarda   usted    rencor? 

Elena. — J\o...  ahora  no.  (Con 
desdén)  Si  supieran  ustedes  lo  que 
he  aprendido  en  un  sólo  día  se 
quedarían  asombrados ! 

liodríffuez. — Pero  vamos  á  ver. 
hablemos  claro. 

Elena. — Eso   es,    hahlemos   claro. 

Rodríguez. — Es  necesario  con- 
cretar.   Ya    saben     ustedes    que    á 


las     CUÍCO     me     esperan.     (Vuelve     á 
;;;iciir    el    reloj). 

Elena. — Ah...  y  no  vaya  usted 
á  faltar.  Ya  sabe  que  lo  desalo- 
jan, si.  lo  desalojan.  Únicamente 
que  se  tratara  de  cosas  sin  im- 
portancia... de  afectos  ...de  sen- 
timientos... de  amor...  Entonces 
no  hay  peligro. 

Alberto. — Vuelve  usted  á  ser 
injusta. 

Elena.  ■ —  No,  muy  razonable. 
ñ.  Dónde  se  ha  visto  que  por  amor 
se  sufra,  se  llore,  se  luche  hasta 
el  sacrificio...  Usted  lo  ha  dicho: 
únicamente  en  la  novela  y  en  el 
teatro. 

.liberto. — ^Ah...  esa  imagina- 
ción.— Don  Lucio  es  el  culpable... 
Todos  hemos  pasado  por  esa  crisis. 

Elena. — Sí...  yo  también...  ya 
pasé. — Es  claro,  él  siempre  me  re- 
petía :  cada  mujer  es  una  lira  y 
á  los  hombres  superiores  debe  im- 
portales mucho  que  lo  sean.-- 
¡  Los  hombres  superiores !  ¡  Pobre 
amigo  mío!  No  darse  cuenta  que 
hoy  las  liras  son  cosas,  objetos. 
Mírenlo,     ahí    llega... 

ESCENA   IX       I       .    -  . 
Dieho.s    1/   Don    Lucio    i>or    el   foro 

Don  Iauío. — Como  disfrutan 
ustedes  de  la  tarde  apacible.  Han 
buscado  el  rincón  máj  delicioso 
para  charlar  á  gusto. 

Elena. — Llega  usted  á  tiempo 
para  sacarnos  de  una  duda  y  para 
resolver  con  su  experiencia  un 
problema... 

Alberto. — (Me  figuro  que  no  va 
usted  á  enterarlo). 

Don    JjIkío. — ^;Es    muy    grave  F 

Elena. — Yo  creo  que  si...  ¿ver- 
dad ? 

Don    Lucio. — Vamos    á    ver. 

Elena.  —  Figúrese  usted  :  un 
pleito  original. — Hubo  una  vez 
una   mujer   ... 


53  — 


]>on  Lucio.— r,V ero  es  un  cuen- 
to y 

J<]l,'n(i. — ...  hubo  una  vez  una 
mujer  de  quien  dos  caballeros  so- 
licitaron   un    ramo    de    flores... 

Don    Lucio. — Ali...    ya    entiendo. 

yjfna. — ...  que  fué  arrojado... 
como  una  ofrenda...  Uno  de  ellos 
lo  recogió,  pero  como  otro  tam- 
bién lo  reclamaba,  á  ñn  de  evitar 
discusiones  inútiles...  ¿verdad?... 
lo  repartieron  por  mitades,  lia 
casualidad  los  reunió  después,  pa- 
ra conocer  la  intención  del  home- 
naje... Aquella  mujer  no  supo  que 
contestar,  pero  consultó  con  un 
amigo  muy  viejito  que  pasaba  por 
allí  (abrazando  á  Don  Lucio)  y,  co- 
mo éste  la  queria  de  verdad,  le 
contestó  ...  le  contestó  . . .  que  . . . 
¿qué  fué:-'...  qué  fué  lo  que  le  di- 
jo?   (Pausa). 

Don  Lucio. — Al  principio  quedó 
sorprendido,  nuly  sorprendido... 
Era  aquello  tan  nuevo  y  tan  ex- 
traño?... Pero  después  se  acordó 
de  Salomón,  que  siendo  mucho 
más  viejo  y  más  sabio,  ya  había 
resuelto    un    caso    parecido 

liodriijucz. — ¿  Cuál  ? 

Don  L>uio.—YA  de  t-os  mujer^^'s 
que  dis])utaban  por  un  niño,  di- 
ciendo que  era  liijo  suyo.  Enton- 
ces el  arbitro,  procediendo  sabia- 
mente, ordenó  que  se  partiera  en 
dos  á  la  criatura.  ¿Qué  sucedió?... 
Una  de  las  mujeres  permaneció 
impasible,  pero  en  cambio  la  ver- 
dadera madre,  protestó,  lloró,  gi- 
mió, consintiendo  por  líltimo  que 
lo  llevara  su  rival,  antes  de  ver 
sacriftcada  á  la  criatura.  Pues 
una  flor  dada  por  una  mujer,  pue- 
de ser  como  un  latido  de  su  alma. 
Si    dos   la    disputan 

AVí'Hfí.— -Sí...    ¿qué    se    hace? 

Don  Lucio. — Se  divide  como  al 
niño  en  dos  partes  y  se  sabrá  cual 
es    el    verdadero    dueño. 

líodríiivcz. — Miré  que  gracia... 
ya   está    partida. 


Don  Lucio. — Ali...  entonces  no 
era  para  ninguno  porque  ningu- 
no de  los  dos  la  (juería...  Al  re- 
partirla, mataron  lo  mejor  que 
había  en  ella  y  por  una  cosa  muer- 
ta no  vale  la  pena  discutir...  (Di- 
rigiéndose al  chalet!  Si  ustedes  me 
permiten  voy  á  continuar  una 
partida  que  hal)ía  quedado  pen- 
diente... ¿Qué  tarde  más  linda. 
eli?...  Con  permiso-  (Mutis  por  el 
chalet). 

^..  ESCKXA    X 

Ei.ENA,    Alberto    y    IIodriguez    d<' 

S.XLAZAR 

Klen.t. — (Después  de  una  pausa). 
¿  Lo  oyen  ustedes  ?  No  vale  la  pe- 
na   discutir. 

Bodrujucz. — Sí.  vale  la  pena, 
pero  hablando  sin  rodeos.  A  fran- 
queza nadie  me  gana  y  tengo 
aprendido  que  en  todos  los  asun- 
tos de  la  vida  se  debe  ir  al  grano. 
Señorita :  Usted  conoce  mis  as- 
piraciones, las  cuales  espero  rea- 
lizar— ¡  Dios  mediante !  Y  si  \is- 
tí>d  no  se  oi)one.  rlQué  hago  con 
estas  flores  ? 

Ele  no. — (Gesto  de  confu-sióni  Yo... 
no  sé. 

Alberto. — Dígalo  usted.  •  Hace 
un  momento  hubiera  considerado 
ridicula  esta  excusa.  Ahora...  tam- 
bién   me    interesa    saberlo. 

Elena . — Pues  bien,  verán  uste- 
des como  algo  he  aprendido. — Se- 
ré completamente  razonable.  Dé- 
me usted.  (Toma  las  flores  que  Ro- 
dríguez tiene  en  la  mano)  Y  usted 
también.  (Toma  rápidamente  las 
que  Alberto  lleva  en  el  ojal  del  saco 
— Después  las  tira  al  suelo).  Esto  va 
no  existe.  Fué  algo  que  pasó  y  que 
no    tiene    importancia. 

Bodrifjuez. — ¿Qué    ha    hecho? 

Alberto. — Pero... 

Elena. — Un  momento,  un  mo- 
mento.   He    dicho    que    seré    com- 


—  ól 


pletamente  razonable.  (Va  hasta  el 
rosal  y  arranca  una  rosa).  Aquí  liay 
otra   flor.    riLa   quieren    ustedes ^ 

Hodríf/ucz. — ^Sí. 

Elevo.  —  l'ues  para  ol)tenerla 
liay  que  llegar  muy  alto,  muy  al- 
to... porque  'se  'a  coloca  en  el  peloi 
hay  que  llegar   liasta   aquí. 

l'odrífpiiz. — ri  l'ero    cómo!' 

Alberto. —  Klena  !... 

Elena. — Nada  de  frases,  gestos 
]ii  actitudes-  (A  Alberto).  Recuerdo 
sus  palabras:  (¡Hay  que  vivir  coi; 
la  época  ;  las  furias  pasionales 
quedaron  para  la  novela  y  par:! 
el  teatro».  ;()li!...  Voy  á  resul- 
tar una  discípula  muy  aventaja- 
da! Ijas  mujeres  sabemos  apro 
vecbar  muy  bien  las  lecciones  que 
se  nos  dan,  por  dolorosas  que- 
sean. 

líodrítjurz.- — Otra  vez  la  misuia 
confusión. — riQné  liemos  de  hacer  r 
Discutir,    luchar... 

Elena. — Sí.  luchar...  Cada  uno 
con  sus  armas,  como  si  se  tratara 
de  una  de  tantas  cuestiones  que 
•Á  diario  les  ])reocupan. — Será  -una 
justa  moderna.  ^A  Rodríguez),  f.^.. 
ted.  la  voluntad  de  liierro,  que 
vence  todos  los  obstáculos  á  fuer 
za  de  rigor,  el  bomt)re  práctico 
que  todo  lo  conquista  ;  continúe 
la  pirámide  de  sus  éxitos,  amon- 
tone oro,  mucho  oro...  y...  quii>n 
sabe.  Y  en  cuanto  á  usted  fá  Al- 
berto) recuerde  sus  palabras:  el 
t)iazo  ñrm(>  ...  j)orque  sino  lo 
desalojan  en  medio  de  la  indife- 
rencia  y   el    desi)recio... 

l\0(hí(iiie'.. — r,  V    des))ués  ? 

EJiua.- — 'Con  afectada  gravedad) 
Después  ...  resolveré.  —  JVnsaré 
fría  y  juiciosament;'  lo  que  más 
convenga,  meditaré  todas  y  cada 
una  de  las  circunstancias,  calcu- 
laré las  pral)abilidades  y  enton- 
ces... decidiré. — Hay  que  llegar 
muy  alto.  Seré  una  mujer  digii<i 
de   ustedes,    r.  Aceptan  P 

Ttndr'uni'z. —  Kxagera     usted     un 


]í)co  y  i)lantea  la  cuestión  en  tér- 
minos... así...  pero  acepio.  JVle 
gusta  más  la  lucha  tranca  y  ain 
tapujos,  aunque  ])areKca  grosera, 
que  esa  comedia  sentimental  dig- 
na de  chicos  de  colegio. — El  amor 
viene  después,  con  el  trato...  con 
la  vida  en  común.  (A  .Uberto).  ¿Y 
usted    que    dice? 

Albnto. — Vo...  estoy  sorpi'eti- 
dido. 

l'(>(lri<jiiez. — Sí,  también  acep- 
tará, l)es])ués  (le  lo  ocurrido  hay 
(jue  llegar  á  una  solución.  Bien, 
perfectamente  bien.  Al  fin  hemos 
iial)lado  claramente.  Ahora  sabre- 
mos á  que  atenernos.  ;Y  cuando 
decidirá    usted  y 

Elena. — Ali...  el  ])lazo  corre  de 
mi  cuenta.  Tengo  que  hacer  vida 
nueva  :  lazonar,  calcular,  medi- 
tar friamente  ...rlHan  A'isto  uste- 
des  (pu'   sencillo   es   todo   esto? 

¡t<)(Jfí(Hii  ~. — .\liora  estoy  cí)p- 
tento. 

Khna. — Y  yo  también  alegre... 
muy  alegre...  muy  alegre...  ('"on 
tristeza). 

KSCF.XA  XI         ¡ 
l>¡(hiis    11    Tki'.v    j>or    el    foro 

l'i  ¡xt . 'Entrando     apresuradamfcn- 

tc)    Señorita,    señorita.. . 

Eleiiii. — Ah...     I'epa.  ; 

1'i¡)'i. — ...    J'erdonen...         i 

Elena. — Habla. 

¡'i'l)ii. — .\\\...  Si  usted  supiera 
lo  que  luí  ocurrido.  ¡  Un  escándú- 
lo !  Esc  hombre  cualquier  día  va 
á  hacer  una  barliaridad  ;  los  celos 
lo  tienen   ])eidido...   perdido. 

Elena. — ril'ero...    qué    hizo? 

J'ejia. — Aada...  una  zoncera... 
Cuando  supo  qiU'  Don  ^lelchor  me 
])erseguía  y  me  hacía  proposiciones 
.sr  h  fué  al  h  finio,  ciego  de  rabia, 
lo  provocó,  lo  insultó  y  armó  nii 
escándalo,  llegando  ha.sta  pegarle. 
.\h...   está   hecho  una   furia.   Y  tie- 


Oí) 


lie  razón,  porque  el  otro  bien  sabe 
qHo   yo   le   he   dado  la    palabra... 

KlciKi . — r,  Lo    viste  ':' 

Pppa. — 8í,  y  lia  llegado  liast' 
anuMiazainie.  .  Kstá  Ioíu  y  el  lí.' 
menos   pensado...    Yo   no   sé. 

Elena. — ¿Y   tú...    Jo   quieres!-' 

l'cjxi. — JSaturahnente...  Por  es',> 
lo  atiendo.  Ali...  señorita,  si  us- 
ted quisiera,  i)odría  arreglarse  t(i- 
do  esto... 

Kh'iKi . — r.  Casándose  'f 

Viixt. — Sí...  ó  de  otra  manera... 
por  que  sino  esto  vá  á  concluir 
mal.  El  tiene  ese  genio  así,  que 
yo  no  sé  de  donde  lo   lia   sacado... 

?]l<n(i. — Vé...    liahla    con    mamá. 

I'riiii. — (Hetiráudose)  Donde  va- 
mos ú  })arar...  Esto  no  j)iiede  se- 
guir así...  porque  cualquier  día... 
con  ese  genio...  no  faltaba  más  .. 
(Mutis   por  l¡i   derecha). 

ESÍJEXA    A 11 

Dichos    ntcnox    J'ep.v,     (h's¡ni<''.a 

EnUABDO 


nos  vá   á  trastornar   á   todos.    ¿Y 
se    puede    saber  ? 

Ifodríi/itez. — Ya  se  sabrá.  (Acer- 
cándose). Por  lo  pronto  he  medita- 
do bien  las  cosas  y  me  parece  que 
su  viaje  se  realiza...  Ifuede  us- 
ted efectuar  una  comisión  venta- 
josa  para...   los  dos. 

Eduardo. — r^  Por  qué  no  pasa 
aquí    y    hablamos    del    asunto  ? 

l{odrí(/iiez.  —  Sí;  y  al  mismo 
tiempo  trataré  con  su  mamá  de 
algo  que  le  interesa.  Hemos  de 
arreglar  el  asunto...  (Sacando  el 
reloj)  Ya  es  algo  i-arde  pero  tengo 
tiempo.    (Sube    la    escalinata). 

Eduardo. — (A  Elena)  Mira,  po- 
días darnos   un    poco  de  té. 

EJi'iitt. — (Kncaminándose  al  cha- 
let)   Sí,   voy. 

Eduardo. — (Muy  ¡Uectuoso  con 
Rodríguez)  Pase,  pase,  amigo  mío... 
Sin  cumplidos.  (Amlos  hacn  mu- 
tis por  el  chalet).  -  (Elena  va  á  subir 
la    escalinata). 

ESCENA    XIII 


T'odríi/iti'z. — (Después  de  una  p.iu 
**a)-  ¡  Las  cosas  del  bajo  pueble- ! 
Pobre   gente  ! 

AUxifo. —  ¡Gente    feliz! 

Itodr'nnu'z.  —  Parece      mentira  : 
tienen   (jue  sudar  todo  el  día  para 
ganarse    un    jornal   y    aun    les   que- 
*lan    ganas    para    armar    alborotos 
])()r    cuestión    de    faldas!... 

A  Hurto. — Es  lo  línico  que  les 
queda!     Hacen    bien. 

Edito  rdo. — (Desde  la  terrase)  ¿  Pe- 
ro, »>stán  ustedes  en  sesión  per- 
manente;" r.Qy\é  ha  resuelto  ese 
comité;-'  Seguraineiite  cosas  im- 
l)ortantísimas. 

l'odríi/iirz. — ¡Oh...  ya  lo  creo! 
"Cosas  glandes  para  el  mundo, 
pero  chicas...  (rectiflt ando)  nó,  lió.  . 
"Cosas  chicas  para  el  mundo,  i)e- 
ro   grandes   para    mí...» 

Ednardo. — r;  Usted  también  ha- 
blando en   verso?   Este   Don   Lucio 


Alhekto    !i    Ei.en.\ 

.Ubcrfo. — Elena. 

Elena. — ,-;Qiiéy 

AJhrrto. — Escúcheme. 

Elena. — -:Para   qué...    [xna  'qué:" 

Alberto. — ...  Un  momento,  un 
instante  ;  después  tendrá  tiempo 
de    ejecutar    su    venganza. 

Ehnn. —  jAcercándose)  ,;  Mi  ven- 
ganza y 

Alberto. — Si,  su  venganza.  Jus- 
ta, muy  justa  ;  ])ero  venganza  al 
fin. 

Elena. — Y    usted 

Alberto. — Sí...  Tiene  razón.  I..a 
culpa  no  es  suya.  Ahora  tal  vez 
usted    no    crea    en    mi    sinceridad. 

Elena. —  ¡Quien  sabe!  Pensaré, 
calcularé. 

Alberto. — No,  Elena.  Deje  esa 
máscara  por  un  momento  y  crea 
que   liablo   con   el   corazón. 


06    - 


Klnid. — I  t...  ¡  Kl  corazón!... 
Eso    t's    muy    viejo. 

Alberto. — Sí,  he  sentido  como 
iin  recio  latigazo  de  vida  en  el 
espíritu  y  lia  pasado  por  mí  co- 
mo uji  relámpago  la  certidum- 
bre, la  evidencia,  de  algo  muy 
doloroso,  r!  Quiere  que  sea  profun- 
damente   sincero? 

Klrnti. — Por  curiosidad...  riQí'é 
vá    usted    á    decir? 

Albrrto. —  Hace  un  momento, 
para  salir  de  una  situación  vio- 
lenta   para   todos,   propuso   usted... 

KliHít. — Si...  Una  justa  moder- 
na.— Una  lucha  (^n  que  se  pondrá 
á  prueba  la  voluntad,  el  carácter, 
el    amor...    propio. 

Alhcrfo. — Pues  l)ien  ;  yo  no  la 
acepto.  Hen unció  á  ella  y  me  de- 
claro   vencido    de    antemano. 

FJinii. — r!  Lo    ha    pensado    bien? 

Aíbifta. — No  lo  lie  jiensado...  lo 
lie    sentido. 

KJcnti. — Ks  extraño.  Provocar 
una  situación  para  retroceder  an- 
tes de  llegar  al  ñnal.  ri  Qué  fué  de 
ese  es])íritu  práctico  con  que  se 
ganan  las  más  grandes  empresas? 
Mire  usted-  (Señala  al  chalet)  Ahí 
está  el  enemigo  en  acecho,  espe- 
rando la  ojiortunidad  de  ganar  la 
partida.  Ahí  dentro,  si,  ya  ha 
empezado  la  lucha.  VA  interés 
tiende  sus  redes,  la  conveniencia 
atila  sus  garras,  el  inerte  clava 
las  uñas  sobre  el  débil,  que  al  fin 
ha  de  entregarse  cansado  de  lu- 
char... l'or  mi  pirte  ya  evstoy 
l)reparada  i)ara  todo.  Ustedes  nu^ 
han  transformado,  rl  Voy  á  pernia- 
iH'cer  inmutable  acaso?  Meditaré, 
temlré  en  cuenta  lo  que  conven- 
jra.     (Con     dojor). 

Alhrrfo. —  Precisamente,  por  eso 
es  ()ue  yo  no  ace|)to  la  lucha.  I'or 
qu«'  usted  lia  caml)iado,  porque 
usted  es  otia.  ¡Si  el  escepticismo 
me  hizo  dudar  frente  al  raudal 
purísimo.  ^:cómo  qiuiere  usted 
((ue    me   luiga   creer   en    la    corrien- 


te oscura  y  turbia?  (Con  sinceridad 
y  calor)  Vuelva  usted  á  ser  la  mu- 
jer de  antes,  la  que  arrojó  una 
flor  como  ofrenda  del  alma  y  ve- 
rá entonces  como  lucho  y  triun- 
fo. 'I'riunfo,  sí.  Urente  al  peli- 
gro de  perderla  liara  siempre,  he 
sentido  latir  el  corazón.  Dejemos 
que  hable  libremente.  No  se  cu- 
bra usted  con  esa"  máscara  cruel 
— que  la  hace  egoísta  y  calcula- 
dora— porque  entonces  se  habrá 
perdido  todo...  todo,  y  no  valdrá 
la    pena    luchar    ni   vencer... 

Eli  n  II . — r.  Acaso   soy   culpable  ? 

Alberto.- — Nó,  el  culpable  soy 
yo.  lia  culpa  la  tenemos  todos  los 
que  en  la  vida  nos  creemos  bue- 
nos, fuertes  desinteresados,  pero 
llegamos  á  dudar  de  sus  más  no- 
bles fines,  á  fuerza  de  chocar  con 
el  interés  sórdido  y  brutal ;  olvi- 
dando que  hay  un  refugio  invio- 
lable en  el  alma  de  ustedes  al  que 
sclo  debe  llegarse  par  el  amor, 
ese  amor  único,  dominador  y  ex- 
clusivo, absoluto  y  tirano,  egoísta 
de  su  jiropio  bien,  que  no  duda. 
que  no  razona  porque  es  impul- 
so misterioso  y  secreto...  Elena: 
en  este  instante  sov  un  honilue 
sincero.  He  experimentado  el  do- 
lor Jiondo  y  profundo  de  ver  ale- 
jarse una  primavera.  Haga  usted 
que  vuelva  y  me  verá  resuelto  y 
luchador,  con  generoso  l)río,  con 
noble    imiiulso... 

Eh'H't. — (Dulcemente)  ,;  Y  si  fue- 
ra   tarde? 

Alberto. — Nó  ;  en  su  alma  pue- 
de rev<>rdecer  la  Horescencia  de 
la  esjieranza  y  el  ensueño.  Per- 
done usted  al  qu«'  no  supo  mirar 
ha.sta  el  fondo. 

J'JIciiíi. — (Con     ironía)  ;_  Para  qué... 

jiara   qné? 

Alberto. — No  repita  usted  esa 
frase  cruel,  que  envenena  y  que 
mata. 

KleiKi.-^Do  usted  la  he  apren- 
dido. 


di   — 


AUxrfo. — -Olvídela...  romo  la  ol- 
vido yo.  Y  si  la  recordamos,  sea 
tan  sólo  para  preguntar:  (al  oído 
y  amorosiimente)y>f(;f<  (pu''  engañar- 
se, para  (/iié  mentir,  pura  quA 
ahogar  los  más  nobles  impulsos, 
¡Kini  í/iír  desvirtuar  lo  más  her- 
moso, lo  más  hiimano.  acaso  lo 
único  que  hace  bella  y  amable  ú 
\i\  vida  ?  ¡  Míreme  Elena  :  no  me 
vé  transfigurado!'  Aquí  junto  á 
usted,  después  de  la  prueba  do- 
lorosa,  siento  ])alpitar  un  hálito 
misterioso  de  vida  nueva  y  fecun- 
<la.  que  llega  á  lo  más  íntimo  de 
mi  ser.  (Muy  cerca  y  con  ternura. — 
Elena  con  gran  turbación  esquivará 
la  mirada).  Yo  la  quiero,  sí,  la 
quiero...  la  quiero.  Pero  como  era 
antes,  afectuosa  y  sonriente,  can- 
dorosa y  buena...  Junto  á  usted 
siento  renacer  todas  las  esperan- 
zas, rilíecuerda  aquellas  tardes 
de  dulce  y  suprema  poesía!-'... 
c  Recuerda  aquellos  versos  (Tra- 
tando de  que  ¡ílena  lo  mire  y  muy 
dulcemente)  ...  Qjos  cidros,  serenos, 
í/iir  (le  (liilre  mirar  sois  iildhados  ; 
Aj'or  (/lié  si  me  miráis,  miráis  ai- 
nidús  ?  (Pausa. — Elena  muy  emocio- 
nada y  tratando  de  ocultarse  á  las 
miradas  de  Alberto,  se  acongoja). 
'!  Ijlora     usted  ? 

Elena. — Nó,  nó.... 

Alberto. — (insistiendo  para  que 
lo  mire)  Olvidemos  lo  pasado  y 
vamos  hacia  el  porvenir  que  nos 
sonríe. — Yo  sabré  tener  el  brazo 
firme  y  la  cabeza  erguida!... 
íElena  lo  mira  aparentando  enojo^  . 
('Ojos  claros,  serenos,  ya  que  asi 
me  miráis,  miradme  al  menos. m 
(Se  estrechan  las  manos  y  se  miran 
por  un  instante  con  amoroso  aban- 
dono.— Alberto  va  á  besarla,  pero 
Elena  con  ademán  de  coquetería,  lo 
rechaza   suavemente). 

Elena. — No...   hay  que  ganar  la 
apuesta. 

Alberto. — Pero...     la    lucha    era 
por  la  otra  mujer...   la   razonable. 


la  egoísta,  la  prosaica. — Yo  quie- 
ro  á  esta. 

Elena. — -¡Vanidoso!  ^;  Y  si  la 
mujer  razonable  no  lo  perdona? 

Alberto. — Ya   me  ha   perdonado. 

Elena. — Pero...  no  podemos  fal- 
tar á  la  palabra  empeñada. — 
(Siéntese  murmullo  de  diálogo  en  el 
chalet).     Ahí    llega     el     adversario. 

Alberto. — ¿Qué    hacer   entonces? 

Elena. — ¡Qué  hacer!...  El  bra- 
zo firme,  la  cabeza  erguida!... 


ESCENA   XIV 

Dichos    u    HoDHiGrEz    1/    Eduardo 

l>or    la    tcrrasse 

l'odrí'.itiez. — Todo  se  arregl-ará. 
Si  señor. — Usted  hará  el  viaje  ami- 
go mío,  y  su  madie  aceptará  la 
prórroga  que  es  un  simple  obse^ 
quio...  (Viendo  á  Elena  y  Alberto) 
Ah...    ¿Ustedes   por   aquí  todavía? 

Alberto. — Sí,  el  sitio  es  deli- 
cioso. 

Ilodrí(jtii  z. — La  vei-dad  que  el 
panorama   es  digno  ile   un   cuadro. 

Eduardo. — Bonito   anda   el   arte. 

líodríquez. — Nó,  amigo  mío.  El 
arte...  es  el  arte.  Y  hay  que  pro- 
tegerlo. Precisamente  ayer  fcom- 
pré  un  cuadro  bien  grande,  y  con 
una    buena    firma. 

Alberto.' — ¿'J'res     equis?     (Kisas). 

liodriqnez. — Tiene  gracia.  Já, 
já,  já.  Bueno,  amigo  nu'o,  la  par- 
tida está  em])eñada.  A  luchar  y... 
á   vencer. 

.liberto.— iií. 

Eduardo. — ¿Qué   partida? 

liodriquez. — Ah...  Su  liermana 
lo  sabe.  Y  á  propósito,  señorita, 
r!  cuándo  vá  á  vencer  ese  plazo  ? 

Elena. — Pues...  se  me  ha  ocu- 
rrido, que  no  necesito  mucho 
tiempo  para  resolver.  Esta  tarde, 
á  las  cinco. 

liodrÍQUez. — Ah...    (sacando  el   re- 


—  ■>(; 


Nlinn.-  A  i...  ¡  Kl  corazón!... 
Ksd    es    muy    viejo. 

Alhirtí). — Sí,  lie  sentido  como 
un  recio  latiííazo  de  vida  en  el 
espíiitn  y  lia  pasado  j)or  mí  co- 
mo un  relámpago  la  certidum- 
bre, la  evidíMicia,  de  aijío  muy 
doloroso.  ,;(^iiiei'e  quv  sea  ])rotun- 
damente    sincero? 

Elena. — Por  curiosidad...  riQtié 
vá     usted     á    decir? 

Alht'ifo. — Hace  un  momento, 
para  salir  de  una  situación  vio- 
lenta   para   todos,    pro]) uso   usted... 

Ehntt. — Si...  l'na  justa  moder- 
na.— Una  lucha  en  que  se  ])ondrn 
5Í  prueba  la  voluntad,  el  carácter, 
el    amor...    propio. 

Allxrfi). — l'ues  l)ien  ;  yo  no  la 
acei)to.  líen  unció  á  ella  y  me  de- 
claro   vencido    de    antemano. 

Khnii. — .-;  Lo    ha     peiisado    l)ien? 

Alhirto. — No  lo  lie  i)ensado...  lo 
lie    sentido. 

KlciKi. — Ks  extraño.  Provocar 
una  situación  jjara  retroceder  an- 
tes de  llef^ar  al  ñnal.  ri  Qué  fué  de 
ese  espíritu  práctico  con  que  se 
frailan  las  más  grandes  empresas? 
JMire  usted-  (Señala  al  chalet)  Ahí 
está  el  enemigo  en  acecho,  espe- 
rando la  oportunidad  de  ganar  la 
partida.  Ahí  dentro,  si,  ya  ha 
empezado  la  lucha.  Kl  interés 
tiende  sus  ledes,  la  conveniencia 
atila  sus  garras,  el  inerte  clava 
las  uñas  sobre  el  débil,  que  al  ftn 
ha  (le  entregarse  cansado  de  lu- 
char... Por  mi  p.irte  ya  estoy 
preparada  para  todo.  Ustedes  me 
han  transformado.  ,:Voy  á  perma- 
necer inmutable  acaso?  Meditaré, 
tendré  en  cuenta  lo  que  conven- 
ga.    (Con     dolor). 

Alhrrto. —  Precisamente,  por  eso 
es  (jue  yo  no  acepto  la  lucha.  Por 
que  usted  ha  cambiado,  porque 
nsted  es  otra.  ¡  Si  el  escepticismo 
me  hizo  dudar  trente  al  raudal 
purísimo.  ^:cómo  (jiinere  nsted 
que   me  haga   creer   en    la   corrien- 


te oscura  y  turbia?  (Con  .Hinceridud 
y  calor)  Vuelva  usted  á  ser  la  mu- 
jer de  antes,  la  que  arrojó  una 
Hor  conn)  ofrenda  del  alma  y  ve- 
rá entonces  como  lucho  y  triun- 
fo, rriunfo,  sí.  I'"reiite  al  peli- 
gro tle  perderla  ])ara  siempre,  he 
sentido  latir  el  corazón.  Dejemos 
que  hable  lil)remeiite.  No  se  cii- 
l)ra  usted  con  esa  máscara  cruel 
— que  la  hace  egoísta  .v  calcula- 
dora— porque  entonces  se  habrá 
l)erdido  todo...  todo,  v  no  valdrá 
la    pena    luchar    ni    vencer... 

Khnii. — ^:  Acaso   soy   culpable? 
Alhnfo. — Nó,     el     culpable     soy 
vo.    ¡ia   culi)a   la  tenenios  todos  los 
(jue    en  ¡Vn    vida    nos    creemos    bue- 
nos,    fuertes    desinteresados,    pero 
llegamos   á    dudar   de   sus    más    no- 
bles  ñnes,   á   fuerza   de  chocar  con 
el    interés    iórdido   y    brutal ;    olvi- 
dando   que    ha.v    nn    refugio    invio- 
lable en  el  alma  de  ustedes  al  que 
sclo    debe     llegarse     par    el    amor,  ' 
ese    amor    línico,    dominador   .v    ex- 
clusivo,  absoluto  y  tirano,   egoísta 
de    su    i)roi)io    bien,    que    no    duda, 
(jue    no    razona    ]M)rque    es    imi)ul- 
so    misterioso    y    secreto...     Klena : 
en    este    instante    sov    un     hombre 
sincero.    He   experimentado    el    do- 
lor  hondo   y    ))rofundo   de   ver   ale- 
jarse   una    i)rimavera.    Haga    usted 
que    vuelva    y    me    verá    resuelto    y 
luchador,    con    genei'oso    lirio,    con 
noble    impulso... 

VJiii'i. — (Dulcemente)  ,;  Y  si  fue- 
ra   tarde  ? 

Alhnfo. — Nó  ;  en  su  alma  pue- 
de reverdecer  la  florescencia  de 
la  esperanza  y  el  ensueño.  Per- 
done usted  al  que  no  supo  mirar 
hasta  el  fondo. 

Elena. — (Con  ironía)  ^;  Para  qué... 
para    qué? 

AUxrii). — No  repita  usted  esa 
frase  cruel,  que  envenena  .T  que 
mata. 

Elena. — De  íisted  la  he  apren- 
dido. 


;)( 


.l//>(/'/n.- -Olvídela...  como  la  ol- 
vido yo.  Y  si  la  recoidaino.s,  sea 
tan  sólo  para  prcjíuntar :  (al  oído 
y  amorosiinieiite)/(í(,yí  (/ui'  eiifíaíiar- 
.s<>,  [xird  <iiir  mentir,  parit  qar 
aliojíar  los  más  nobles  impulsos, 
¡líini  u'"'  desvirtuar  lo  más  her- 
moso, lo  más  humano,  acaso  lo 
único  que  hace  bella  y  amal)le  á 
la  vida  y  ¡Míreme  Elena:  no  me 
vé  transñgurado h  Aquí  junto  á 
usted,  después  de  la  prueba  do- 
lorosa,  siento  i)alpitar  un  hálito 
misterioso  de  vida  nueva  y  fecun-' 
da.  que  llega  á  lo  más  íntimo  dv 
mi  ser.  (Muy  cerca  y  con  ternura.— 
Klena  con  gran  turbación  esquivará 
la  mirada).  Yo  la  quiero,  sí,  la 
()UÍero...  la  quiero.  Pero  como  era 
antes,  afectuosa  y  sonriente,  can- 
dorosa y  buena...  Junto  á  usted 
siento  renacer  todas  las  esperan- 
zas. rlKecuerda  aquellas  tardes 
de  dulce  y  suprema  poesía!"... 
-;  Recuerda  aquellos  versos  (Tra- 
tando de  que  Telena  lo  mire  y  muy 
dulcemente)...  Oyo.s  claros,  serenos, 
(¡lie  (le  (Jiilrr  niinir  sdÍs  <i](th(idos  ; 
Aj'or  (/lié  si  me  nuráis,  iii'tráis  <i't- 
riidns  'i  (Pausa.^ — Elena  muy  emocio- 
nada y  tratando  de  ocultarse  á  l:is 
miradas  de  Alberto,  se  acongoja). 
'!  Jjlora    usted? 

Elena. — Nó,  nó 

.liberto.- — (Insistiendo  para  que 
lo  mire)  Olvidemos  lo  pasado  y 
vamos  hacia  el  porvenir  que  nos 
sonríe. — Y'^o  sabré  tener  el  brazo 
firme  y  la  cabeza  erguida!... 
(Elena  lo  mira  aparentando  enojo").  . 
^'Ojos  claros,  serenos,  yn  que  asi 
me  miráis,  miradme  al  menos.» 
(Se  estrechan  las  manos  y  se  miran 
por  un  instante  con  amoroso  aban- 
dono.— Alberto  va  á  besarla,  pero 
Elena  con  ademá.n  de  coquetería,  lo 
rechaza   suavemente). 

Elena. — No...   hay   que   ganar  la 
apuesta. 

Alberto. — Pero...     la     lucha    era 
por  la  otra  mujer...  la   razonable, 


la  egoísta,  la  prosaica. — Yo  qui<'- 
ro   á  esta. 

Elena. — -¡\anidoso!  ^.\  si  la 
mujer  razonable   no   lo   ¡¡erdona? 

Alberto. — Ya    me   ha    perdonado. 

Elena. — Pero...  no  podemos  fal- 
tar á  la  palabra  em])eriada. — 
(Siéntese  murmullo  de  diálogo  en  el 
chalet).     Ahí     llega     el     adversario. 

Alberto. — ¿Qué    hacer    entonces? 

?Jlena. — ¡Qué  hacer!...  El  bra- 
zo firme,  la  cabeza  erguida!... 

ESCENA    XIV 


Dielios    ¡I    HomuGUEz    .1/    Eduardo 

por    hi     teriiisse 

UodrítjiK  z. — 'l'odo  .se  arreglará. 
Si  señor. — Usted  hará  el  viaje  ami- 
go mío,  y  su  madre  aceptará  la 
IJrórroga  que  es  un  simple  obse- 
quio... (Viendo  á  Elena  y  Alberto) 
Ah...    ¿Ustedes   jíor   aquí   todavía? 

Alberto. — Sí,  el  sitio  es  deli- 
cioso. 

Rodríf/itez. — La  verdad  que  el 
])anorania   es  digno  de   un   cuadro. 

Eduardo. — ^Bonito   anda   el   arte. 

líodrif/uez. — Nó,  amigo  nao.  El 
arte...  es  el  arte.  Y'  hay  que  pro- 
tegerlo. Precisamente  ayer  com- 
pré un  cuadro  bien  grande,  y  con 
una    buena    firma. 

Alberto.' — ¿'J'res     equis?     (üisas). 

Bodríqiiez. — Tiene  gracia.  Já, 
já,  já.  Bueno,  amigo  mío,  la  par- 
tida está  empeñada.  A  luchar  y... 
á  vencer. 

.liberto. — Sí. 

Eduardo. — ¿Qué   partida  ':^ 

liodrif/uez. — Ah...  Su  liermana 
lo  sabe.  V  á  propósito,  señorita, 
¿cuándo  vá  á  vencer  ese  plazo? 

Elena. — Pues...  se  me  ha  ocu- 
rrido, que  no  necesito  mucho 
tiempo  para  resolver.  Esta  tarde, 
á  las  cinco. 

HodrÍQuez. — Ah...    (sacando  el   vt- 


—  o^  — 


loj)  l)it>n  sal)e  usted  que  á  esa 
hora  tent^o  precisamente  un  ne- 
jfooio  iniportaiitísiino.  Recuerda 
\istetl ":'  Y  ya  sal)e  que  si  uno  se 
descuida,  lo  desalojan,  sí,  lo  dos- 
alojan...  como  decía  el  seüor  (P'^>r 
Alberto)  hace  un  momeiivo.  Poro 
eso  es  una  })r(mia...  (Despidiéndose) 
hall...  <á  Elenu)  lo  conozco  en  su 
cara. —  Hasta  mañana,  oh!'  Vamos 
Kduardo.  (He  aleja  con  Krtuardo 
hacia  la  verja  y  desde  allí  exclama) : 
J'ues  sí,  la  partida  está  emiK- 
ñada. 

Ele  11(1. — Y  si  lo  del  plazo...  iio 
fuera    broma  ? 

lioiliíiiuc:,. — Oh...    yo   sé   (pío   <!s. 
Eh'iKi. — Nó.    nó...    esta    tarde    .1 
las    cinco. 

l{()(Jií{¡H('Z. — (JJespués  de  dudar 
breves  instantes),  líneno.  en  ese  ca- 
so... por  las  dudas...  ;i  esa  hora 
yo  hablaré...  por  teléiono. — (Mu- 
tis c-on  Eduardo. — Siéntese  el  sonido 
de  la   corneta    del   automóvil). 


Ai.,BEHTO  y  Elen.v 

Ehnn. — (Después  de  una  pausa). 
Ha  visto  usted  como  se  vence  á 
eso    enemigo. 

Alberto. — ^?í,  Klena...  Y'  aho- 
ra...   la    flor    es    mía. 

Eli'iia. — Ahora...  (f>aca  hi  flor  del 
relo).    Ahora    sí.  I        -     . 

Alhrrtn. —  Pero,  esa  ñor  es  la 
do    la    otra...    mujer. 

Klina. — No,  os  la  mía.  (^'<^  besa 
y  vá  á  ofrecérsela  á  Alberto,  pero 
reacciona  con  un  gesto  de  amorosa 
ironía),  l'oio...  hay  que  conquis- 
tarla, cumpliendo  lo  prometido. 
A  las  cinco  (f^e  pone  la  flor  en  los 
lal)ios). 

Alhcrfd. — (estrechándole  las  ma- 
nos) A  las  cinco.  (Después  de  mi- 
rarse un  instante  amorosamente,  Al- 
berto se  aleja  y  saluda  de,«ide  la 
verja,  mientras  Klena  sonríe  con  la 
flor   en    los   labios).    (Telón   lento). 


IsM.vEí,   CXXHTINAS. 


►♦^ 


AT?:XE<)    DE    ^rONTE VIDEO 


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Bibliogtáñcas 


Vi;'  i<'  SríiíimtMlícil,  )•'■:.   i    ;;  i-- 
I'iiii/ii     —    M .  I  ■ ;  i-iii . 

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.•~t('tic<>  (le  su  liU^'I■  i:;-  i¡i!::--t  :  aiiij 
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UK  ¡,u.s  lUliRira,-  i{i-  Leopoldo  .Ij!.¡j;o!H'~. 
\' iilacspesa.  a  lüa-  de!  dan  d.-  -.'u- 
rinicntaüdad,  ¡ja-'e,'  el  de  la  'Uhii- 
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i-ceid<)  de  in-  t  ;:'i--  -clcaos  i.~eriIores 
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p.;do  i-on   íieteücióü   de   sis   laiiar  poé'  : 
'■  I.     v,:-.Ta  .y     !)rina.nTe      ('■■,71     motivo    de 
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1ÍA!ÍA       i.l       i;Ni.s¡^ 


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la- 1-     pia-i-i-a.  ir e-     =■  ai     la     ~iiite-is     : 
la      aueiia      iia!  r,--Í!   u     a. a-     Ule     ha     -a; 


En  voz  bdjo,  !•<  iv  .\M.\ia  .  Nid: 


ia     aai.'r     a.      Pk:.;.as     XiaiKAs     a-     pa- 
'.Ue.i'i.a     el;     e^io-     lllthia.s     tieilipo-     d.  ^ 
iihros:     Es    voz    i;ai\    .v    Eí.lo.s.    de    verss- 
y    prcísa     respet-tivaniente.    K!    7:)riiner! 
!¡ae    han}...-     reei'idd-i     re^ueateilieiite.    t  ■- 
aa    voia-ui  a    de    pHie-ias    tiernas    y    >er. 
:i:i:ea;  .](■-.     La     oriirinalidaíi     de     -\iiia- 
lio    '''•■__}'\''    '-    cosa    iiidisetiíililf    en    .líis 
P  ; ii.oaiiieriea.    Par   i  .-^o   .v    jíor   sti    e.vt'n - 
nía     sen.sildiidad    es    kado    eon     .a-rrui: 
y   .¡t!7.eudo   -in    di.a!ri!!;i~   de   ninfíiM:    iri  ■ 
pero, 

K.N  saz,  baia  ec.nürma  u'ia  vez  :n.,s 
la  reputaeión  .c;nc  eoza  ~u  autor  -i; 
;re  !'•-  iriauíde^  ¡i..etas  del  eontinea 
t>  -aeTÍi'  i  no.  .Vnuido  .N"ervo  y  Luis 
Ci .  'rojü'  -'OÍ  !as  n  )>  í-:lllrla^  nieM 
lan  -  en  vi  «ana  urso  aetnai  de  ¡--^ 
p-;<:!í¡:i      easteliana. 


Doiorosa, 

Un  ¡/ijd. 


:•■   i;  r  i  r'Kiin  <i  til  N- 

\      ...i  .V  i  ,  Sf!/I'  /  '■ 


.• .-  aiH  '  revé  .v  doloroso  poe;r:  - .  i;! - 
(ia-,¡(i.)  a  ia  na'nioida  de  \iri  idi'''  Jiai- 
:ad-i.  K'-i  ri'ii  ea  versos  dode(a.;.-ilala-s 
(■;  i'dleTo  lMji.e!a->A  lí.;  ua.i  idea  de  !;¡ 
roiiustai  inentalid.ad  de  íienriquez 
Carva.jal.  El  ver.-o  e>  ilaid)  y  tviele- 
diíai  y  ei-;a  exoiaa.dn  ai-  niaijníti<-:  • 
iniauenes  one  atáis,;]!  ruhara  e-'eTi;. 
V     lira  1     .iriLriaa !  ¡dad. 


MOres    'K;-!    v_,;-ini:jn.    ;■■•;    •• 
.\  ':/.'<{: y./   \  ,i  i 'i-  --w  ■      lii-i'       -■  ■/- 

.■ri  InlH  S. 

He  .inni  'ir.  ;"'!i;o  de  p'a^s¡a>  :  tnu- 
to:;  »  .\  rev- -i  ia-aa;arias  i¡rie  revelar^ 
a       na      p'a  •  !■  u     r;;;      en      eieriaa       Kl- 

eíe.  :,i.  i-I  11;;.:-  ar  '.'AMi'a  e:-  i;  í>r:- 
naa'  e^  i-.i  ¡i-  '■.::.<',:: oy.  Leilesina.  T\<i  es 
.■\:r.::iii.  iiai-.  la.'',;!'  i-n  sns  piie^íp^s 
di'í'ia  t<>-  d"  Ti-eU;  a  y  :;.  veees  ¡lasí.;. 
p.ai'oia'd  ;d  di  au-  is.  Su  :■ 'UTítr.  eii, 
ciTnl.io.  ilí.^;;  a.'~: '■  ,  - -r  na  iíireíis< 
eniiitivo  y  a  i  '  '■■•■:'.  .ia  sail.'rdo  iu- 
ehador  ijue  ■'■ 'a'"-¡ri'e  ;-...ii  .-^u  vi-i-lx»  '» 
liesíruir      pr",;  u  i; '• '^      :  :  .idii'ii.>!iuies. 


t;^ 


Cosas  de  la  vida,    !•"!.■  1'ki'i 


l,"l  !    \- 


1 1(1  /■(•/  /'  'I/I  I . 


u<X::  ~a  Ivaitorcño.  «''l'NI'us  r\n.\  Ni- 
Ños  IK  40  AÑOS  t>s  lui  lilini  oriüiii  il 
y  aiiiciiii  qiU'  (Miiticiu'  iiiufiía-  Icll''- 
z.is  (ic  ('~tili)  y  (U'iiiiU'st  r.i ,  sohi-f  lo- 
li>.    >:i ¡ra^iilait    V    al:solutii    iloiiiimo    <li' 


l'rii'in>'ir    .le    clt^.•^     r-t!ii;ic'-    Hi-     ma 
\.i!-     !  ra-'iiiilt  iiiia      \"     ilc     nía-*     lioii-i"-  Tal      iri'iici'n      lir      litfraiura 

•  .rri'pto-     en     r-ir     cii-ay.i     (h        lov;''  i 

u>;;     lii-liil     trama     psiicildírira     ^i     liii-ii 

MI  1-  (le  (iriíXiiial  iila.cl.  ilciiuu-st  ra  qur 
,a  autor  posee  ver(iailfia>  lioto  <ie 
r.ovcli~ta.  C\iv\,--  iH:  1,\  \.iA  es  una 
■  ■'.fa      iu-pií'ada     en     la     la-aluiail     >"     •'>- 

lata  M'iieilla  inent  e  y  ron  alto  en 
f  lio  .  >\i-  pei~  in  a  ie~  haü  .-ido  e:-ln>- 
.-.  o.io-  (i.u  ^lULTulaf  aeierto,  y  algu- 
na- ile  s\!.-  e-eena  ■.  ileserir  ,>  e.n 
i  a  liiiiúail.  !:i  .-ueiilo  /.a  /  •  .••/:!,  iii- 
-er-to     a!     lili     <lel     voluiui-i!.     e.-    helio     y 

o-ii.'i[ial.  Kl  (lie,-  nía-  en  tavor  del 
•  ;li  uto  de  Meften-  (|\ie  todas  las  pa- 
:-ilias    de    -\1     uovelita,. 


La  fiesta  de  la  Sangre    })" 

\   1.1.   \       \li  M.I.'KIÜ  NA      ,         |a  i|;        is  \  \i 

Mi"".''/,.    '       Lihn'rm    i/r     /'//<//'<_- 
\'nt>lr¡,l. 


V.>X.\  eleirailto  novela  _  «iiya.-  esi  e- 
nas  son  veíalader.'.s  oi'iri:i>  (ie  san- 
iri'e,  tiene  todo  el  aialof  de!  ambien- 
te afrteano  en  i\nv  t'ite  vivida..  V'.l  ;ll- 
liía  afat  e  in'oteiea  y  ermd  apai'eee 
allí  ilesiiiKl  a  y  sus  prineipales  ras'jo- 
<UU'     observa     eoM     deten<-ioii     el     t  ilen- 


.  to     (le      Isaac     Muño/,     van     .ieetit  iiiin- 

CueníOS     para     niños     de    40         .lose     arm     en  eada  párrafo,  en  cada  .a- 


anos,    !•' 'lí    !■ ' i>i'< '!.•'      1-  •'■• .  \{' > 

\i  \  \       <  1 !  i\/..\  I   I-'/.  Sdii     Sdlln 

l'.i  li'ro  asi  intitulado  trae  un  ma- 
!.,ii(.  de  euento-  interesantes  y  lle- 
nos de  eliispi,  i|Ue  me  ria-uerdiu  la 
moíialidad  y  el  frusto  ai-tistnai  d' 
Ki'ay  Moeho.  sin  (lue  P  >r  e.ei  nad.i 
¡ielia  a  las  eolliposic  iones  de  este  es- 
•i'itor     i!      vit;oroso     talento     del      euei'- 


intnlo  del  libro,  hasta,  niosti'arse  l.or 
eoiiipleto  al  espíritu  del  lector.  I''l 
imiH'tu  eoniliativo  de  los  tiijo^  del 
Moirreh  y  id  atr.oi"  do  Kamir.  la  ar- 
diente y  sensual  uiusulmana  (|Ue 
habla  un  lentrua.jp  laadritra  leseo,  es- 
tan  fieltiieiite  descritos  en  \.\  K!KííT.\ 
iiK  I. A  San(;í;k.  donde  id  autor  <be  Mo- 
iíi:n\  y  Trágica  luce  otra  vez  la  helle 
za     lie     su    estilo. 

PÉREZ  Y  CURÍS. 


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.\i-\isamos      I-e.  il)o      ilel      numero      co- 

■Tf-jiondiente    a     .\bril    y    .Mayo    de    es- 

•,i      interesante      levi-t:,      literaria,      que 

iirifre    el     señor     Saimiid     (¡oilzalcz    Ta- 
pia,.    Su     material     i->     e.veeleiite. 

<'l:i)>,i(A     MoPEKN.A.  -  /)'//(  ni/.-     Airi!<.      VA 
numero     1     de     est.i      revista      mensual 

u.vo    direetoi'    es    (d    eonoiddo    es.'citor 
iiuido       .\naiolio      (',,riev,       h  i       llcir.ido 


;i     nuestra     rertacíion.    Coniii'iie    valio- 
-Lis     eolaboraídones. 

\j\      I'niON.    -/./j       ]'ir!iini}      '  V I' II' í lí-'iii 
Hemo,-     i'eidbidos     los     números     44     >■ 
45     de     este     periíxlico     de     literatura     y 
variedades.      Aícradeceiiios      .ía      trans- 
■  ripcdon     que    hace    di-    l;t     poesía       />■■-' 
'•íi.'ií      .i.       ln.<      y  i/;;/í(i.s.',      oritrmal      de 
nuestro      Director. 


bibros    de    Flammanion 


i..  i..-a  (Ir.auad.i  ;.  Cía.  ilc  Üareel.)- 
;.i  nos  ha  oo.-equi;e'io  ion  lo.-  si - 
uiente-  libro-  del  [!  ri'c  i  K! 'io  i'Scri- 
or        K,l      \ll-\liii     V     ¡HiVKs    liF.    I.As    Kll\I)r.-. 


I'ki  rsiuDAí)     i;f     i. a     .N  m  nm.K/.  \.      Hisio 

HT.\  1)F.  IS  SAIUO  i2  í()ííll).-l_  i  \  NvTIKA- 
I.FZa.  ("iKIO  y  TiFRK\.  llKsTI-SO  I)K  I.OA 
SKRl'S       V       l)K      l.\.s       I  (ISAS 


Director-KedMctor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Sceietíirio  de   Redíicción :    OVIDIO    FERNÁNDEZ    JtíOS 


Aclmiiiistrad.or: 
LUIS       FÉrtEZ 


£i.e<Ia,ocióu  y  A.d.mii»istracióii: 
i'ÉREZ      C-A^STIüt^ruANOS,      111 


ANO  V 


Montevideo,    Febrero   de   1910 


N."  3G 


Etica  d^l  Titatiícidio 


No  hay  moral  superior  ni  anterior  á  la  moral  que  emana   de  la   necesidad 
superior  y  anterior   de   la   propia   conservación.   Subsistir   es   el   primer   mandato 
y  la  primera  ley  de  la  naturaleza.   Esto  es  verdad  sin  reserva   y  sin  limitacio- 
nes en  el  yo  elemental.  En  el  yo  social  y  mental  esta  necesidad  está  subordi- 
nada   ó    controlada    por    sentimientos,    pasiones    é    instintos    que    constituyen    lo 
más  bello,  lo  más  noble,  lo  más  fecundo  y  lo  más  formidable  del  ser  humano. 
Sulisistir  continúa   siendo   la   indesacatable  orden   suprema,   pero   la   dignidad,   el 
honor,   el  respeto  propio,  el  orgullo,  la   decencia,   la   indesconocible  tendencia   á 
la   desanimalización,   á   medida   que  la    bestia   se   eleva   por   la   generosidad   y   se 
espiritualiza    por   la   cultura,    le   dictan   términos   más   imperiosos    aún    que    ella 
misma.   Hay   una   cosa   que   se   llama   la   conciencia   humana,    último   y   con   fre- 
•  cuencia  solo  y  verdadero  Tribunal  de  vida  ó  muerte. 

Como  el  primer  interés  de  la  naturaleza  es  la  conservación  de  lo  que  ha 
creado,  porque  sus  creaciones  tienen  un  objeto  que  nosotros  no  alcanzamos, 
pero  cuya  importancia  podemos  presentir  por  las  fuerzas  protectoras  y  mis- 
teriosas de  que  rodea  su  obra,  la  primera  moral  es  sin  duda  la  que  se  inspira 
en  la  más  plena  satisfacción  de  ese  interés.  Por  ello,  no  matar  es  el  primer 
principio  de  moral,  proclamado  lo  mismo  por  los  dioses  que  por  los  hombres, 
porqxie  él  encierra  íntegra  la  moral  de  la  naturaleza,  la  moral  fundamental 
de  la  humanidad.  En  definitiva,  la  naturaleza  no  tiene  más  principio  absolu 
to  de  moral  que  la  conservación  de  su  obra.  La  vida  es  la  base  y  la  madre,  es 
el  vientre,  es  la  fuente.  En  la  preservación  de  la  propia  existencia,  están  todos 
los  orígenes  de  la  moral  y  del  derecho.  La  naturaleza  mata,  pero  la  muerte 
consumada  por  la  naturaleza  es  vitalmente  esencial  á  la  perennidad  de  las  es- 
pecies. La  muerte  del  individuo,  dice  Weismann,  es  tan  útil  á  la  raza,  que  la 
selpcción  natural  ha  exterminado  lo  potencialmente  inmortal  en  lodas  las  es- 
pecies, excepto  en  las  más  inferiores. 

Toda  la  historia  del  progreso  humano  está  en  la  lucha  secular  del  hombre 
contra  las  fuerzas  destructoras  de  la  existencia.  La  civilización  es  mensurable 
por  el  grado  de  duración  y  conservación  de  la  vida.  La.  más  completa  elimina- 
ción de  todos  los  agentes  mortíferos  equivale  sin  disputa  á  la  más  completa  y 
mejor  entendida  civilización,  como  la  mayor  aptitud  para  la  propia  protec- 
ción es  el  privilegio  de  ese  magnífico  elegido  que  se  llama  el  más  fuerte.  Hay 
civilización  allí  donde  los  más  activos  y  temibles  agentes  de  la  muerte,  las  en- 
fermedades, las  epidemias,  los  vicios,  los  fanatismos,  las  guerras,  las  tiranías, 
hari  sido  al  cabo,  en  la  mayor  medida  posible,  vencidos  y  proscritos.  Combatir- 
los y  vencerlos  ha  sido  la  grande  hazaña  humana,  á  través  de  siglos  de  mag- 
nos y  pacientes  é  incesantes  esfuerzos. 


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"     'll'     lililí'-     ¡11-     ;i ',;i'|i' !■-     li,,  ,  "j  1  I  ..I  .  .,     i'i.  ;i  '  \  .1  ic     -II.     ili-p;r  ;:;.!-     i-.-nip',.-    . 

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L:i   cieiuia    h;i    acíibudo   con   las   epidemias,   ó   ha   puesto   en   las   manos   del 
hombre   los   medios   de   prevenirlas;    ha   disminuido   el   número   de  las   enferme- 
dades, cur.i  la  mayor  parte  de  ellas,  y  ha  dado  al  hombre  los  medios  de  pro- 
longar lu  existencia,   atacada  por  la  enfermedad  incurable.  La  educación  y  la 
instrucción  pública  destruyeron  los  fanatismos.  Una  mejor  apreciación  de  Ios- 
propios    intereses,    la    temibilidad    de    los    armamentos    modernos,    el    desarrollo 
de  la  amistad  entre  los  pueblos,   el  arbitraje,   han  hecho   de  la  guerra  la  po- 
sibilidad más  remota  en  los  conflictos  internacionales.  La  democracia  ha  exter- 
minado las  tiranías  y  consolidado  la  paz  doméstica  de  las  Naciones.  En  suma, 
el  triunfo  es  de  la  vida. 

Entre  los  agentes  de  la  muerte,  ninguno  probablemente  es  más  potencial 
que  el  despotismo.  Ni  el  cólera,  ni  el  hambre  hacen  tantas  víctimas  en  Rusia 
c()mo  la  autocracia.  Además,  después  de  todo,  estos  ñajelos  no  son  sino  cor- 
tejo natural  de  aquel  despotismo  asiático.  Una  repentina  epidemia  acaba  de 
matar  en  la  cárcel  (le  Kiew  trescientos  prisioneros  políticos.  Las  guerras  pro- 
nu'vidas  por  los  despotismos  que  registra  la  historia  de  todos  los  tiempos,  han 
cu  usado  incalculablemente  más  cadáveres  y  más  estragos  que  todas  las  epi- 
rttmia.s   de   qvie   se  tiene   memoria   desde  los   tiempos   ))íhlicos. 

cQué  es  el  despotismo?  En  los  más  simples  términos  de  exactitud  y  reali- 
dad corroborables  por  quien  quiera  que  no  sea  un  inconsciente,  el  despotismo 
es  un  monstruo  que  devora  cuanto  existe,  hombres  y  cosas,  grandes  cosas,  ins- 
titvcioncs.  costumlires.  caracteres,  virtudes,  riquezas,  patrimonios  nacionales. 
El  despotismo  es  la  mayor  capacidad  posible  para  realizar  el  mayor  daño  po- 
sible, y  el  más  irreparable,  sin  piedad  y  sin  responsabili(hid  alguna,  >  omo  un 
inccíulio  ó  una  tef-pestad.  El  despotismo  es  el  mayor  azote  del  genero  huma- 
no. Kl  déspota  puede  disponer  en  cualquier  momento  y  á  su  antojo,  sin  Tuotivo  ' 
alguno  y  sin  consecuencia  alguna,  de  vuestra  mujer,  de  vuestros  hijos,  de  vues- 
tro tesor  ).  de  vuestra  vida. 

Vuestra  propiedad,  no  inrporta  cual  sea,  no  es  vuestra  sino  de  él,  por- 
que él  es  el  amo,  el  dueño,  el  verdadero  y  único  poseedor  de  todo.  Lt)  que  te- 
néis, no  importa  qué  sea.  es  vuestro  mientras  á  él  no  se  le  ocurra  (luitároslo, 
desi)ojándoos  y  dejándoos  desnudos,  deslionrados  y  crucificados,  en  \v.  vía  pú- 
bli'-a.  compadecidos  acaso  por  el  7iiiedo,  pero  de  seguro  por  el  miedo  iiijiiria- 
ilo-^  y  apedreados.  No  es  iniaginul)ie  un  agente  de  la  miu*rte  capaz  como  él  de 
tanto  mal.  Un  día  el  tirano,  cansado  de  (omunes  y  familiares  perversidades,  es- 
tragado del  crimen  cotidiano,  an;;,nece  ron  el  capricho  de  concluir  de  una  vez, 
de  hacer  de  todos  un  solo  enorme  montón  de  muertos  y  despojos  y  gozar  la  sei:- 
sa(i(')ii  extraordinaria  de  una  catástrofe  máxima.  Y  es  entonces  el  incendio  de 
Roma.  Los  horrore-  del  cesarismo  i'omano.  como  los  del  cesarismo  ruso,  y  los  del 
cesarisnio  hispanoamericano,  dicen  mejor  que  la  más  alta  pluma  en  qué  medida 
l-i  tii-aní¿i  sacrifica  los  intereses  humanos  y  viola  y  bui'la  los  más  sagrados 
de-ignio-  de  la  Naturaleza.  .Me  río.  dijo  un  tiraiu)  roma iH). -porque  pienso 
i|U(- iá  una  señal  mía  todos  podéis  sel'  degollados."  Entre  los  papeles  secretos 
de  crtro  de  estos  monstiaios.  <e  encontraron,  al  morir,  dos  larguísimas  lista-! 
de  condenados  á  muerte,  las  dos  bajo  títulos  distintos:  l'or  el  iiinuil,  encabe- 
¿.iba  la  una  :  /ioc  ,'/  !•  nciin  la  otra,  y  en  las  d<^s  se  encontraba  lo  más  grana- 
do de  la  ciudad  impei-ial.  Cuando  otro  de  estos  monstruos  murió,  los  venenos 
que  guardaba,  echados  al  mar.  envenenaron  las  aguas  en  una  inmensa  exten- 
sión. Otro  de  ellos  gritó  tu  dí;i  su  deseo  de  íiue  el  género  humano  tuviera  una 
sola  calieza  para  cortársela.  Estrada  Cabrera,  en  Guatemala,  asesina  por  do- 
cena.s  y.  ebrio  de  sangic  su  cuchilla,  no  distingue  entre  los  sexos.  Cipriano 
Castro,  en  Venezuela,  encarcela  al  Médico  que  denuncia  la  aparición  de  la 
peste  bubónica  en  La  Guaira,  ordena  á  un  médico,  ó  venal  ó  pusilánime,  ó  sim- 
plemente imbécil.  (iue  niegue  la  epidemia,  declara  sobre  este  dictamen  perfec- 
to el  estado  sanitario  del  puerto  infestado,  y  cuando  un  mes  más  tarde  es  ya 
conipleta  la  invasión  del  flagelo,  .y  general  su  reinado,  todavía  retiene  la  pro- 
«•iamación  (¡ue  reconoce  y  publica  el  espantoso  peligro,  para  que  pueda  efec- 
tu.ir.-e,  días  después,  una  fiesta  en  que  él  va  á  hartarse  de  placer  v  de  anima- 
lidad. 


La  lucha  l)ajo  la  tiranía  es  meramente  una  lucha  por  la  propia  existen- 
cia. El  tirano  os  devorará  en  una  cualquiera  de  sus  mil  formas  de  exterminio, 
ó  por  la  cái'cel.  ó  por  el  destierro,  ó  por  la  miseria,  ó  por  la  guerra,  ó  por  el 
suicidio.  <■)  direítamente  por  el  asesinato.  Y  no  vale  que  seáis  amigos  del  tira- 
no, y  lo  aduléis,  y  abdiquéis  abyectamente  en  sus  manos  todos  vuestros  atri- 
butos. Eso  no  os  proteje  contra  el  tirano.  Como  él  es  absoluto  y  todopodero- 
so, é  irresponsable,  su  facultad  de  hacer  daño  persiste  lo  mismo  sobre  vosotros, 
sus  fámulos,  que  sobre  los  indiferentes  y  los  rebeldes.  Vuestra  bajeza  no  lo 
desarma,  y  así  como  os  ha  hecho  ricos  en  un  momento,  en  un  momento  pue- 
de arrebataros  lo  que  os  dio,  porque  es  de  él  lo  que  quiera  que  os  haya  dado, 
porque  él  es  el  amo,  el  único  amo  y  señor  de  vidas  y  haciendas.  De  carne  y 
sangre  de  inválidos  están  llenas  las  garras  de  la  tiranía. 

Bajo    el    despotismo    surgen    estas    cuestiones:    r'cómo    suprimir    al    déspota  .í* 


(xS 


cuice  otros  medios  do  ciistigro  que  ha  Juzerado  «uficientes  á  los  fmes  de  lu  pe- 
na lectamente  entendidos:  la  can  el,  lo.^  trabajos  forzados,  la  prisión  perpe- 
taa:  pero  es  cliro  que  si  estos  medios  de  defensa  no  estuvieran  á  su  alcance, 
la  soficdnd  penaría  e.^os  delitos  con  la  muerte.  El  tirano  comete  todos  esos  de- 
litos, los  comete  á  diario,  á  diestro  y  siniestro,  en  todos  los  sexos  y  todas  las 
edade^',  con  la  audacia  y  el  escándalo  á  que  la  impunidad  lo  estimula.  El  tira- 
no no  es  encarcelable.  r!  Puede  cuestionarse  el  derecho  de  la  sociedad  á  detener 
de  nn  haehazo  la  mano  exterminadora? 

Por  lo  demás,  no  es  ni  más  ni  menos  que  ocioso  el  disquisicionar  sobre  si 
el  tiranicidio  es  salvador  ó  no  de  la  sociedad.  Esta  especulación  es  oportuna, 
si  ^ilg'inia  vez  lo  faere,  sobre  el  cadáver  del  tirano,  no  bajo  su  hierro  suspen- 
dido sol)!-e  nuestras  cabezas.  Lo  estupendo  es  que  los  que  discutan  el  tiranicidio 
no  discuten  la  guerra  civil  para  derribar  al  tirano.  Se  arguye  que  tras  un  tira- 
no suprimido  por  el  asesinato  otro  tirano  surge.  Pero  yo  redarguyo  que  no  se 
h-\  hecho  tt)davía  el  experimento  del  tiranicidio  sistemático,  que  contra  la  se- 
rie de  tiranos  impunes  no  se  cuenta  todavía  una  sola  serie  de  tiranos  siste- 
máticamente inmolados.  Si  el  tiranicidio  no  silva  políticamente  á  un  pue- 
blo, es  incuestionable  que  lo  salva  vitalmente,  haciendo  así  posible  en  lo  tu- 
tiiro  las  reg-eneraciones  de  la  paz  y  la  libertad. 

Lo  social,  lo   moral,   lo   natural,   lo  vital   bajo  la   tiranía   es  el   tiranicidio. 


Jacinto    LÓPEZ. 


Xucvji   V(irl<. 


|VluestPos    eoíabcpadores 


PAISAJE 


Campos     de     trigo,     olivares, 
parras,    y    bajo    las    parras, 
jarras     frescas     y     guit.irras 
y    aomnolientos    cantares. 

La    tierra    es    una    gitana 
—pelo    negro    y    clavel    grana — 
desnuda    al   sol,    que   envenena 
la    sensualidad    del    viento 
con   su   lasíñvo   y   violento 
olor    á    carne    morena. 

La    polvareda    asfixiante 
es    tomo    la    roja    flama 
de    un    horno    encendido,    y    el 
aire    cálido    y    fragante, 
es    una    ))0ca    de    llama 
que    al   besar   quema    la    piel. 


.irsro    DKZA 


Francisco    VILLA KSPESA. 


P:^y.li».;, 


^cST'-'- 


Cí)   — 


Leyendo  ''Ecos  de  ausencia" 


i'íi  I  a    Apolo. 

Ninjíún  liombre  puede  merecer  tarto  mi  admirativa  simpatía  eomci 
«(¡iicl  que  trabaja  complacido  creyendo  descxn.iar  del  trabajo.  Vivir 
en  irreductible  intim.ismo  con  una  grata  voluntad^  sonriéndole  como  ;• 
una  liermana  y  derivando  á  la  vez  de  sil  fecunda  bondad  satisi acciones 
que  t)asen  por  uno  mismo  y  trasciendan  liasla  los  demás,  no  es  don 
qne  á  todos  fuera  concedido,  ['no  de  los  snrai:;c-ricanos  ])oseedores  hoy 
de-  tal  distinción,  es  el  poeta  colomboargentino  Eduardo  Talero.  Acabü 
fl.^  le<>r  su  libro  último.  Como  otros  libros  suyos  éste  representa  horas 
perdonadas  por  la  exigente  labor  del  funcionario  y  del  i)eri:;dista.  horas 
ccn vertidas  por  esta  vez  en  colección  de  muy  agradables  y  bien  tra/.a- 
dos  cuentos. 

Ku  EcDít  (Je  (luscnrid  mal  hubiera  podido  faltar  la  nota  escriTü 
cariñosamente  en  memoria  de  la  iirimera  patria.  Talero  guarda  para 
sí  aromas  de  las  selvas  colombianas,  visiones  de  nuestra  vida  tro])Í!al  y 
tono  de  nuestros  cantares  ;  así,  los  primeros  ecos  repetidos  por  «'se  c.)- 
razón  de  ausente  poeta  al  dictar  su  libro,  han  sido  para  nosotros,  '..¡s 
demás  cuentos  escritos  pensando  en  episodios  y  lugares  de  que  el  autor 
fcnserva  recuerdos  valiosos,  acreditan  un  espíritu  reconocido  para  con 
todo  lo  que  alguna  vez  Ir  liizo  el  ofrecimiento  de  una  estimable  ini- 
jnesión. 

Y  en  Talero  casi  toda  im])resion  se  grava  fuerte  y  bondaineiitc. 
A  esa  base  y  con  el  elemento  de  un  expresar  vigoroso  y  notable  jjor  su 
precisión,  consigue  que  símtiniiento  y  colorido  sean  tan  virtuales  ai 
llegar  al  pico  de  la  ])luma  como  cuando  salieron  de  la  floresta  i's\)\- 
ritual.  Su  manera  de  decir,  concreta  sin  sequedades  y  pintoresca  sin 
suijerñcialismo,  logra  cuando  es  el  caso,  intermediar  las  nalabras'con 
una  ])ropicia  \  halagüeña  sugestión.  Gracias  á  lo  primero  derivamos  d.c 
Vitltis  hrnvids,  por  ejemplo,  tan  claro  ver  como  si  hubiéramos  asistida 
f'  drama  ribereño:  nos  conmovemos  tan  de  veras  como  si  hubiéramos 
visto  sepultar  á  la  Carmela.  Indudablemente  debich)  á  lo  segundo,  "n 
7v7  (Ich'ifc  di'  iiunir,  v  en  Se  s'ii/iii'  <nn<in<hi,  el  fantasma  en  cuya  ami- 
gable aquiescencia  liay  diluida  una  leve  gota  de  humorismo,  recrea 
nuestra    percepción    con    lo   que   salie   decir   entre   líneas. 

Talero  nosee  una  fantasía  muy  aprecialile,  una  rara  generosidad 
que  en  su  obra  se  transparenta,  una  alma  sana  y  una  inteligente  ma- 
nera de  tral)ajar  con  que  ha  sabido  adaptarse  á  las  actividades  de  la 
vida  en  el  ambiente  jjor  él  escogido.  Ha  hecho,  segiín  ya  dije,  de  su 
voluntad  una  compañera  fecunda  y  de  su  perseverancia  en  la  labor  una 
virtud  en  (¡ue  está  su  mejor  goce.  De  todo  nuestro  continente  y 
también  desde  ultraamérica,  le  llegarán  voces  de  parabién  ;  pero  "ii 
lí  (|ue  para  terminar  estas  líneas  dejo  consignada,  deseo  halle  el  poet» 
ni!   eco  fratei-nal  qne  va   desde  su  lejana   tierra. 

Alberto  SÁNCHEZ. 


rc) 


Baladas  de  la  tatde 


EFIM2RAS 

BGtán  [IU3  mu^ra  en  la  rama 
sin  haber  llegado  á  flor; 
suspiro  preso  en  los  labios; 
nota  [jue  no  tuvo  son. 

Con  el  ritmo  de  la  hoja 
5ue  el  viento  otoñal  Ikvc, 
la  pena  de  vuestra  pena 
pondré  en  doliente  canoión. 

Y  en  esa  canción  la  historia 
de  aquel  desdichado  amor; 
hotón  que  murió  en  la  rama 
sin  hah^r  llejado  á  flor. 


CREPUSCULAR 

Cada  tarde  cuando  muere 
alguna  ilusión  me  arranca, 
por  eso  al  caer  el  sol 
siempre  hay  en  mjs  ojos  lágrimas. 

Las  negruras  de  la  noche 
tras  la  luz  de  la  mañana...- 
Tras  la  ilusión  venturosa 
la  desilusión  amarga... 

Hay,  cuando  agoniza  el  dia, 
una  agonia  en  mi  alma; 
cada  tarde  cuando  muere 

alguna  ilusión  me  arranca. 

Luis  de  GTEIZA. 


-»-*^ 


¡Otilio 


en   alabanza   de   los  de   D.   Liuis  de  Góngora 


En   tu  jardín   paciTico  y  secreto 
sabes  juntar  en  bienoliente  ranno 
catorce  rosas  ¡oh  nnaestro  y  amo 
del   verbo  noble  y  el   pensar  disci'eto! 

* 

Sagital   ironía,  bravo   reto 
y  amoroso,  ternísimo   reclamo, 
son   tus   finas  espadas.   Yo  te   amo 
por   la   ma^;ia   sutil   de   tu   soneto. 

Poi'  su  cadencia   y  majestad   bravia 
me    [jarece  bajel  que  a  toda   vela 
rompe  las  olas  cuando  muere  el   día; 

con    la    proa    al   ocaso   recto  vuela, 
y   íitrás  deja   una   vaga  melodía 
y    un  aroma  de  flores  como  estela. 


-Enrique   DIEZ-CANEDO. 


-'Wr^SS^KOVü 


71 


tas  bodas  del   caballo  de  ovos 


Erase  que  se  era  un  mazu  de 
barajas,  virgen  todavía  del  con- 
tacto   de    manos    pecaminosas. 

Todas  las  cartas  eran  á  porfía 
hermosísimas  ;  pero  la  más  gallar- 
<la,  la  que  se  llevaba  la  palma  por 
su  donosura,  la  mejor  acicalada, 
era  la  sota  de  espadas.  Vestía  ca- 
tsaquilla^  argentada  con  alamares 
de  oro,  cuello  de  volados  cual  da- 
misela de  la  corte  de  Cosme  de 
Médicis,  y  mangas  acuchilladas  de 
raso  celeste.  De  los  hombros  se 
descolgaba  aii-osamente  una  artís- 
tica ca])a  de  seda  gris  perla  y  su 
cabeza  era  cubierta  })or  l)ellísima 
gorra  de  vellorí  azul,  ornada  de 
tenues  phimnlas  de  oropéndola. 
l)rendidas  al  desgaire  con  abiga- 
rrado broche  de   ¡jiedras  ])reciosas. 

Todos  los  varones  del  mazo,  la 
cortejaban,  luchando  con  ahinco 
por  conquistar  tan  precioso  te- 
soro. 

¡  A'anos  anhelos!  El  preferido 
(b  la  graciosa  esquiva  era  el  ca- 
ballo de   oros. 

Artístico  yelmo  de  acero  y  es- 
malte glauco  de  cuya  sobrecalva 
arrancaba  elegante  y  cimbrador 
plumón  negro  de  avestruz,  cubría 
su  cabeza,  dejando  vei' por  la  vise- 
ra alzada  pai'te  del  rostro  varonil. 
Su  cuerpo  ocultáI)alo  fortísima  ar- 
madura de  olilán  ;  jK-to  cortante 
COTÍ  arabescos  de  oro  .  y  (>1  risti'o 
d(  analizar  la  manija  de  la  lanza 
en  las  justas  y  torneos  de  ])ur() 
bronce  ;  espaldar  del  cual  arranca- 
ban los  escamados  guardabrazos. 
En  las  i)iernas  los  quijotes  y  las  es- 
quinelas; hasta  terminar  en  los 
escar])es  ferrados  ú  maiiei-a  de 
pico   de   albatros. 

El   corcel    no   menos   lujosamente 


Fura    Apolo. 

aparejado  ostentaba  toda  la  barl)a 
afestonada,  que  guarnecíale  el 
cuerpo  ;  y  si  lujosos  eran  el  pretal 
y  las  testeras,  no  le  iban  en  zaga 
el  ataharre  lleno  de  áureos  borlo- 
nes y  mucho  más  las  gruperas  ca- 
ladas que  ceñían  las  ancas  robus- 
tas. 

Mucho  tiempo  hacía  que  ambos 
amantes  acechaban  la  ocasión  de 
encontrarse  á  solas  ])ara  unirse  en 
indisoluble    lazo. 


El  príiicii)e  Horis  de  Argento- 
vich  daba  una  ftesta  en  su  hei'mo- 
so  castillo  de  Perm  con  motivo  de 
su  enlace  con  la  gentil  gran  du- 
quesa   (iregorowna    de    ivanhoff. 

Después  del  banquete  nupcial, 
mienti'as  las  damas  se  aderezaban 
para  el  baile  (pie  iba  á  efectuar- 
se en  los  regios  salones  del  casti- 
llo, los  caballeros  se  dispusieron  á 
jugai-  á  las  cartas  i)ara  hacer 
tiempí;. 

Comenzó  el  juego.  Horis,  encar- 
gado de  tallar,  estalla  en  desgra- 
cia. 

Al  ])oc()  rato,  el  ])ríncipe  (pie  ya 
había  perdido  ingentes  sumas, 
nervio.so  y  aii'ado  Cí»n  \d  su(>rti' 
que  tan  adversa  .se  le  mostraba, 
arrojó  sobre  la  mesa,  la  sota  de 
bastos  y  e\  caballo  .de  co])as.  di- 
ciendo : 

Al  cabalh;  juego  mi  castillo  con- 
tra todo  lo  que  he  perdido. 

— Aceptado,  contestó  imperté- 
rrito un  caballero  Inílgaro  que 
hasta  entonces  no  había  jugado. 

Con  mano  ñrme  <>!  jiríncipe. 
acostumbrado  á  este  linaje  de 
aventuras,     oprimió    las     cartas    y 


-■'Í-T- 


-  1-J 


las  liizo  deslizar  ])a  usadamente 
una    i)()i"   una. 

De  i)n)nt()  un  tenue  estreme- 
cimiento recorrió  su  cuerpo.  De- 
bajo lU  la  primera  carta  liabía 
entrevisto  las  i)h'nnulas  de  la  ^o- 
rra  de  la  sota  de  es))adas  ;  lejos  de 
inmutarse,  con  audaz  juego  de 
manos,  corrió  la  sota  dentro  la 
nianjía  ile  su  jubón.  I^ebajo  apa- 
reció (>1  caballo  de  oros.  El  prín- 
ci])C'   bal)ía    recuperado   lo   perdido. 

Kl  cal)allero  biílgaro,  que  no 
peidía  de  vista  ;i  lioris,  cogió  el 
caballo  ganador  y  lo  guardó  en 
su    cartera,    iliciendo  : 

--Lo  conservaré  como  recuerdo 
de  la  nocbe  de  bodas  del  grande 
y  gencu'oso  i)iínci])e  de  Argento- 
vicli  !    . 


I^os  salones  rel)osal)an  de  liúdas 
jó\  cues,  nobilísimas  matrojuis  y 
linajudos  caballeros.  Se  esperaba 
la  cuadi'illa  de  lioiu)i'  con  la  que 
los  recién  desijosados  y  ti'es  pare- 
ja.-   más    iban    á    iniciar   el   baile. 

!.,a  orqiU'sta  liizo  oir  los  prime- 
ros acordes  de  una  caprichosa  nní- 
sica  tziniíaua  y  los  l)ailarines  se 
<Iis])usierou  ;í  comenzar  la  danza. 
Ya  dai)a  el  i)rínc!pe  los  ]jrimeros 
])ases  lie  uso,  cuando  al  efectuar 
un  i)rimoros()  baiauce,  enrédasele 
el  fine  encaje  que  rodeaba  su  bo- 
camanga en  un  manojo  de  (¡¡(/rrt- 
fcx  de  la  dama  que  con  él  bacía 
la  figura  y  se  le  rasgó  hasta  el 
codo. 

Cf)n  asombro  de  todos  los  cir- 
cunstantes, la  sota  de  es))adas,  li- 
bre de  su  prisión  cmvó  al  suelo. 
Todos  miraron  á  Hoi'is  esperando 
una  exj)licación  de  lo  ocurrido. 
Este,  re])uesto  do  su  sorpresa  iba 
,á  emi)ezar  un  discurso  cuando  el 
caballero  búlgaro  adelantóse  cere- 
moniosamente   y    t-lijo  : 

— Señor  i)rínci])e  de  Argento- 
vich,   ya    que   el   destino  ha-  queri- 


do descubrir  la  artimaña  de  que 
os  habéis  valido  para  ganarme,  yo, 
Sigfredo  de  Spielborg,  os  devuel- 
vo el  naipe  que  había  guardado 
conu)  delicado  recuerdo  de  vues- 
tra noche  de  bodas,  para  que  él 
os  sirva  de  tarjeta  de  presentación 
ante  los  infames,  follones  y  ma- 
landrines de  los  cuales  seréis  el 
rey  con  sólo  desearlo  ; — y  arrojó 
sobre  la  alfombra  el  caballo  de 
oros. 

Dicho  esto  fuese  y  con  él  todos 
los  presentes,  dejando  al  príncipe 
como  i)etriñcado. 

¡  Solo  quedó  Horis  de  Argento- 
vicli    la    noche   de   sus   bodas ! 

En  la  alfombra  roja  de  la  sala 
de  baile,  una  sobre  otra  estaban 
las   dos   cartas! 

También  estaban  solos  en  sus 
esponsales  el  caballo  de  oros  y  1» 
sota    de    (>s])adas ! 

Otto   :\riGrKi,   C'IOXE. 


7'L.\CII)A    ("IIÍILsi    IIII.L 


73  — 


Tritotiíada 


Cómo  surgen  mis  memorias  ante  el  mar  alborotado  ! 
El  mar  es  mi  padre  auguso...  deja,  deja  que  recuerde: 
En  los  viejos  episodios,  fui  tritón,  enamorado 
de  una  joven  oceénida  oji-verde. 

Sus  cabellos  impregnaban  de  su  olor  mi  cuerpo  todo, 
cuando  trémulos  mis  brazos  musculosos  la  ceñían; 
sus  cabellos  algas  eran  verdinegras,  que  de  iodo 
y  de  ozono,  los  perfumes  embriagantes  despedían. 

Qué  dichoso  si  los  besos  de  sus  labios  escarlata 
se  pesaban  en  mis  labios,  descendían  por  mi  tronco, 
y  erizando  de  deleite  mis  escamas  de  oro  y  plata, 
inspiraban  á  mi  oblicuo  caracol  su  canto  ronco! 

Cuántas  veces  en  la  noche,  de  la  luna  á  los  reflejos, 
en  la  roca  hospitalaria  más  distante  y  más  esquiva, 
constelada  de  rojizos  carapachos  de  cangrejos, 
entregábase  á  mis  ansias,  melancólica  ó  lasciva... 

Cómo  hendíamos  las  olas  irritadas  ó  serenas, 
con  su  mano  entre  mi  mano  y  en  la  suya  mi  pupila, 
y  qué  dulces  serenatas  nos  brindaban  las  sirenas 
en  los  hoscos  arrecifes  de  Caribdis  ó  de  Sella! 


Quién  dio  muerte  á  mis  venturas?  Un  delfín  gallardo  y  bruno.. 
—  Te  burlaron  !— íVIe  burlaron —Te  vengaste?— Sabiamente!. 
Demandando  su  tridente  formidable  al  dios  Neptuno 
los  clave  sobre  mi  lecho  de  coral  con  el  tridente! 

Cómo  surgen  mis  memorias  ante  el  mar  alborotado! 
El  mar  es  mi  padre  angüsto .. .  deja,  deja  que  recuerde: 
En  los  viejos  episodios  fui  tritón,  enamorado 
de  una  joven  oceánida  oji  verde... 


—   74  — 

Prólogo 


De  «Cantos  de  la  mañana»  de  la  poetisa  Delmípa  Agustini 


La  creadora  de  belleza  que  ba 
concebido  estas  rimaB  extrañas,  de 
gracia  intensa  y  ubérrimo  colorido, 
es  una  de  las  figuras  más  gallardas  y 
complejas  de  nuestra  lírica  actual. 
No  es  la  suya  un  alma  puramente 
isentimental,  de  esas  que  sufren  el 
contagio  de  la  ajena  angustia,  ni  su 
arte  fruto  no  más  del  subjetivismo 
que  encanta  y  conmueve;  su  poesía 
ofrece  por  igual  las  íntimas  exha- 
laciones del  alma  humana  y  de  la 
naturaleza,  convertidas  en  imágenes 
de  alto  sentimiento  estético.  Su  ta- 
lento musical  y  su  virtuosa  imagi- 
nación aparecen  de  consuno  hasta 
en  sus  niás  pequeñas  manifestacio- 
nes   de    arte. 

¿No  percibís  la  frescura  y  el  ju- 
venil perfume  que  emanan  de  este 
título:    Cantos    de    la    mañana? 

¿No    os    place    la    harmonía    de    ese 
frágil   heptasílabo   que   acusa   jovial; 
dad? 

Tal  delicadeza  innata  en  la  poetisa 
hace  pendant  con  su  léxico  florido. 
Luego,  la  amplitud  del  toncepto  y  la 
belleza  plástica,  que  caracterizan  á 
la  poesía  moderna  y  revelan  al  verda- 
dero poeta,  coexisten  en  estas  estro- 
fas donde  el  hábil  é  inquieto  nu- 
men de  la  artista  juega  á  la  origina- 
lidad en  períodos  de  elegante  cons- 
trucción, á  veces  mórbidos  y  ator- 
mentados, más  siempre  ricos  de 
fausto    y    sonoridad.    Porque   si    bien 


Delmira  Agustini  gusta  dotar  á  sus 
versos  de  una  grande  alma  peregrina 
como  la  suya,  no  olvida,  por  eso,  el 
el  encanto  de  la  dicción  ni  el  sorti- 
legio del  ritmo  que  tan  bellas  co- 
sas sugiere  á  los  espíritus  contempla- 
tivos de  nuestra  época. 

En  Cantos  de  la  mañana,  como  en 
El  libro  blanco:  su  hermano  mayor 
que  tantos  lauros  conquistó  entre  los 
literatos  hispanoamericanos  (I),  hay 
variedad  de  motivos  y  matices.  De 
ahí  la  complejidad  de  esta  gran  Ele- 
gida que  florece  en  nuestro  ambiente 
como  una  orquídea  en  un  vasto  jar- 
•  din    inundado    de   rosas. 

El  verslibrismo  de  alguna»  de  las 
composiciones  que  constituyen  este 
opúsculo  es  harmoníoso  y  personal, 
sin  caer  en  el  abismo  de  la  extrava- 
gancia á  que  están  expuestos  los  que 
creen  hallar  en  él  hondos  veneros  de 
originalidad.  Las  alas  y  i  Vida !  son 
creaciones  que  confirman  ese  concei>- 
to :  el  verso  es  suave  y  á  la  vez  vigo- 
roso, y  su  sentido  profundo  y  origi- 
nal. 

Los  verslibristas  contemporáneos  se 
distinguen  por  sus  estrofas  monorri- 
mas  y  sus  cláusulas  hiperbóreas.  Y 
eso  se  explica  porque  el  verso  libre, 
no  obstante  su  absoluta  libertad,  re- 
sulta aún  más  difícil  para  el  poeta- 
orfebre  que  odia  las  asonancias  y 
ama  hasta  el  paroxismo  el  sereno  des- 
granamiento    de    sus    rimas. 


(1)  Debo  dejar  constancia  aquí  de  que  dicho  libro  no  traspuso  las  fronte- 
r!í«  del  país.  Los  juicios  de  escritores  extranjeros  insertos  al  fin  de  la  presen- 
te obra  son  parte  de  los  recibidos  por  su  autora  y  fueron  enviados  espontánea- 
mente é  inspirados  en  algunas  poesías  publicadas  por  revistas  nacionales. 


*■.  ...V^yi^'''' 


«  75  - 


Delmirai  Agnstini)  que  ha  ensayado 
con  felicidad  todas  las  combinaciones 
métricas,  maneja  admirablemente  el 
verso  libre,  melodizándolo,  y  engran- 
deciendo en  ideas  lo  que  la  métrica 
y  la  rima  restringen  al  pensador. 
Pero  donde  más  se  luce  su  maravi- 
llosa  intuición  de  artista  es  en  el  do- 
minio del  soberbio  alejandrino.  Leed 
La  boTíO  milagrosa  y  Supremo  idilio^ 
boceto  este  último  que  es  todo  un 
suntuoso  poema  en  que  impera  el 
pensamiento  y  fluye  la  melodía  fres- 
ca y  jocunda  como  el  cristal  de  un 
río...  Los  hemistiquios  de  ese  poema 
son  tan  perfectos  y  han  sido  cincela- 
dos con  tal  primor  que  concretan  la 
consagración    de    su    autora. 

Yo  no  encuentro  entre  las  poetisas 
autóctonas  de  América  una  sola  com- 
parable á  ella  por  su  originalidad 
de  buena  cepa  y  por  la  arrogancia 
viril  de  sus  cantos.  Otras  hay,  más 
dadas  á  la  poesía  amatoria  y  madri- 
galesca, que  me  halagan  el  espíritu  y 
dejan  en  el  fondo  de  mi  corazón  una 
estela  de  dulzuras  infinitas.  Pero  el 
poeta  debe  cantarlo  todo :  un  paisa- 
je, un  idilio,  la  alegría  de  las  maña- 
nas primaverales  saturadas  de  per- 
fumes y  la  insondable  tristeza  del 
invierno  que  todo  lo  arropa  en  su  ve- 
llorí de  brumas.  Y,  como  no  ha  de 
seguir  una  pauta  en  sus  inquietas  lu- 
cubraciones ni  ha  de  ceñirse  á  nor- 
mas preestablecidas,  su  emotividad  y 


su  genio  creador  exhiben  íus  deWÉU<^ 
deces  y  exaltan  la  vida.  Porque  el 
poeta  es  ante  todo  un  sublime  exal- 
tador  y  no  un  pasivo  observador  de 
las   cosas. 

Delmira  Agustini,  que  ha  cantado 
con  el  mismo  afecto  sus  paisajes  in- 
teriores y  todo  aquello  de  la  natura- 
leza que  ha  arrancado  zalemas  á  su 
espíritu  soñador,  ha  interpretado 
fielmente     el     divino     evangelio     del 

POETA. 

La  lectura  de  estos  cantos  colec- 
cionados precipitadamente  y  sin  pre- 
vio examen,  dirá  al  lector  cuál  ha 
sido  hoy  la  modalidad  de  la  elocuen- 
te poetisa,  ya  que  ella,  antes  de  ini- 
ciar una  nueva  etapa  literaria,  ha 
querido  dar  al  público,  á  manera  de 
ofrenda,  la  última  floración  de  su 
primer    ciclo    artístico    . 

¿Qué  tendencia  ó  qué  credo  buB' 
tentará   mañana? 

De  renovación,  sin  duda.  Porque 
quien  no  ha  ido  á  beber  inspiración 
en  las  fuentes  de  los  maestros  no  vol- 
verá á  los  modelos  de  viejos  clásicos 
que  imponen  lae  academias,  sino  que 
traerá  en  Bus  alforjas  nuevas  for 
mas  y  modulaciones  gratas  que  dirán 
del  proceso  evolutivo  de  su  arte  y 
señalarán  una  nueva  orientación  poé- 
tica. 

PEEEZ  Y   CUEIS, 

Enero    de    1910. 


«♦• 


Limostia  id^al 


Para    Apolo 


Ihiinina  mis  pasos;  en  mi  senda 

pon  la  miserieordií)  de  tus  oj<(¿; 

llevo  el  alma  entre  sombras  y  entre  abrojos 

y  no   sé  dónde  coldcnr  mi  tienda. 


Colma  la  pequenez  de  mis  antojos, 
se  mi  ángel  tutelar  en  la  contienda, 
dame  á  beber,  como  piadosa  ofrenda, 
el  vino  excelso  de  tus  labios  rojos. 


Oye :  mi  corazón  es  un  mendigo 
que  llega  taciturno  y  sin  abrigo 
á  pedirte  merced  para  sus  males. 

Si»tú  tienes  bondad  no   me  abandones 
que  yo  te  pagaré  con  mis  canciones 
la  limosma  de  amor  que  me  regales. 

F.  Restrkfo  GÓMEZ. 
Bogotá. 


.:^!WW^^ 


-    76 


■(■■■"  ■ 


SelUmbre 


Esbo2;a.     en.     la.     e;a.mpifia.     txraa.     a.e:t4.a.xe;la. 
Ds    tie;m.o     eoloi-iclo    tu.     pirase;!. 
En.    qxxe;    txn.    paisaje;    d.e    oro    se     (ronste;la. 
*y^¿-ij.n.a.     glorieta.     xeflor<se;e:     e;n.     él. 

1 03n,     artista :     frágil     e;s     tij.     este;la 
Como     de;     xxn.     óse;tj.lo     de:,    mié;! 
La     £ragan.e;ia     qixe;     e;l     labio     anlae;la3 
O     csoimo     el     (seo     de;    xxn.     rondel  1 

Palies    pasa.s     por     el     fan.go     de    la     "wida 
Corxio     tj.na.     t>lon.da.     xiaa.riposa.    tierida.  ^ 
I^txes    litxyes     mientras     el    jardín,    q-ixe     "u-iste 

DesriXido     atin.,    Itxce    stx    pompa     en    flor, 
i.  OJrij     artista     de     alma    soñadora,    -y     triste. 
Sea    ttx     nitAmerx    pa.ra.     xxn     gra.n.    pintor  1 

i=e:k.h:2^  -y  cuijis. 


«♦» 


ft  las  Musas 


Para  Apolo 


i>('    P>-oclii,  pni'la  liriro,  floreciente  en  Alejendria,  año   100  de  .Y.  K. 


Cantemos,  si,  canteit)os 

■4.  la  luz  que  levíuita  á  los  mortales: 

del  gran  Júpiter  son   las  nueve  hijas, 

las  MuSás,  (liosas  de  armoniosa  voz. 

Cuando  errantes  cruzaban  nuestras  almas 

los  senos  de  la  vida, 

por  gracia  "de  sus  l¡Í)ros  saludables 

fueron  santifleadas, 

libres  ya  del  funesto 

asalto  de  los  duelos  terrenales. 

Por  ellas  aprendieron  nuestras  almas 

sobre  las  hondas  ajanas  del  olvido 

á  elevarse  y  llegar  al  astro,  puras, 

á  que  su  suerte  se  halla  unida;  al  astro 

abandonado  otrora 

cuando  cayeron  á  las  playas  deste 

existir,  locamente  enamoradas 

de  la  materia.  Oh,  diosas:  el  tumulto 

calmad  de  mis  congojas  y  extasiadme 

con  las  cuerdas  palabras  de  los  sabios; 

haced  de  los  impíos  que  la  raza 

no  pueda  desviarme  del  sendero 

sagrado,  luminoso, 

fecundo.  De  entre  el  caos 

de  las  desenfrenadas  muchedumbres 

atraed  mi  alma  errante  á  la  luz  santa, 

constantemente;  cólmenla  los  frutos 

de  vuestros  caros  libros,  y  que  siempre 

posea,  permitidme, 

el  don  de  la  elocuencia  persuasiva. 

Escuchadme,  vosotras, 

diosas  que  el  gobernalle 


de  la  sabiduría  sacrosanta 

á  vuestro  arbitrio  manejáis;  vosotras 

que  encendéis  con  las  almas  de  los  hoiiibrtís 

la  llama  que  sublima; 

vosotras  que  distante  del   abismo 

tenebroso  del  mundo,  arrebataislos 

á  las  regiones  de  los  inmortales, 

con  la  pureza  de  los  csiiitos  rústicos 

santificándolos.  Oh   poderosas 

salvaguardantes:  escucliad ;  mostradnit; 

la  pura  luz  en  los  sagrados  libros; 

destruid  la  niebla  que  mis  ojos  cubre, 

á  fin  de  que  distinga  sin  obstáculo 

entre  el  dios  inmortal  y  el  mortal  hon.brf 

Que  un  maligno  demonio  no  me  tenga 

eternamente  lejos  de  los  buenos 

bajo  las  insondables 

corrientes  del  olvido, 

y  que  un  castigo  infausto  no  sujete 

con  lazos  de  la  vida  mi  alma  trémula 

en  medio  de  las  frígidas 

aguas  de  aquesta  humanidad,  mi  alma 

que  vagar  ya  no  quiere  deste  modo  ! 

Oidme,  diosas  guias 

del  supremo  saber  que  da  la  luz : 

por  entrar  en  la  senda  que  á  vosotras 

conduce,  yo  me  esfuerzo;  los  misterios 

y  las  iniciaciones 

de  las  sacras  palabras,  reveladwie  ! 

Edmundo  MONTAÍíNE. 


I  I 


Galena   de  '^a^olo'* 


ÁNGEL    FALCO 

(Autor  de   «  Breciario  Galante  »  >. 


—  78   - 
De  Arturo  R.  de  Carricarte 


£1  **nacíotialístno"  «ti  fttn-éúca 


i") 


( Glosa    de    xxn    libpo    ehileno ) 


í^ii  todos  sus  errores  y  llegar,  como  ella,  al  aniquilamiento  fatal.  Los 
Estados  Unidos  han  querido,  en  todo  tiempo,  tener  nación  propia 
nosotros  hemos  querido  tener  un  mosaico  de  naciones  en  el  que  entren 
fragmentos  de  todos  los  exotismos  excepto  algo  nacional  y  propio, 
Y  así,  en  tanto  quo  el  coloso  septentrional  del  Continente  crece  y  me- 
dra, nostros  nos  empobrecemos,  ó  cuando  mucho,  permanecemos  esta- 
cionarios, y  si  adelantamos  es  á  costa  de  la  renuncia  á  todo  lo  que  nos 
es  propio  y  autóctono,  transformándonos  lentamente  de  país  hospita- 
lario en  ((ColonÍH»  de  los  pueblos  extranjeros  surgidos  en  la  tierra  na- 
cional.   (1) 

Hace  algún   tiempo  apareoó  en  Venezuela  una  novela,   ((Don  Quijote 
e  1   América»,  en  la  cual  su   distinguido  autor,   satirizaba  á  un   innova- 
dor  (don    Quijott'   moderno)    que   quería   convertir   predios    abandonados 
í'  1    jardines    públicos,    corrales    inmundos    en    jardines    de    aclimatación , 
hosterías    en    grandes    hotehís.    callejas    intransitables    en    avenidas    su:i- 
tiiosas,  todo  esto  hecho  en  bieves  días.  Del  espíritu  del  libro  trasciende 
tr.iíi    ironía   despiadada  contra   los  innovadores,   contra   los  sinceramente 
proeres'stas.    Lo   que  se   narra   en   el  libro  como  sueño   insensato,   es   !r 
que   á  diario   realizan   los  yankees  en   su   tierra,   transformando  en   se- 
manas un  yermo  en  una  ciudad  ó  levantando  los  cimientos  de  Chicago 
l)ara   impedir   que   las    ñltraciones   de   las   aguas   en    aquel   lugar   inado- 
tnado   socaven    los   cimientos   de   los   edificios.    Es   decir   que   cuanto   ex- 
pone el  libro  en  cuestión  como  ridículo  y  fantástico,  como  fruto  de   un 
afán    inmoderado   de   progreso,   lo  vemos   practicar  cada  día   en   puebloi 
que  no  solamente  hacen  esas  maravillas  sino  que  dan  vida  á  pensadoi-es 


{*  .  En  el  núnifro  coi-respondiente  á  Alaizo  publicaieinos  la  conclusitin  de  este  cstii- 
ilio.  p]l  exeeso  de  material  nos  ha  impedido  hacerlo  hoy  como  habíamos  prometido  á 
nuestros  lectores.  —  Aota  da  la  Redacción. 

(1)  En  la  página  86  de  su  obra,  el  señor  Pinochet  declara  que  en  una 
Visita  hecha  á  lori  establecimientos  ingleses  del  Norte,  en  Chile,  por  el  Pre- 
sidente de  la  Repúl  lic^.,  asistieron  todos  los  elementos  más  respetables  á  aga- 
f^ajar  al  mandatario  «incluso  la  colonia  chilena»  según  declaración  d?! 
.í   :i-i-i  El  yfcr curio  de  19  de  Abril  de  1909. 

Y  esto  ocurre  i.ada  menos  que  en  un  país  donde  el  patriotismo  de  sus  repá- 
lilicos  es  tal,  que  para  elloe  Chile  está  por  sobre  todo  y  ante  todo,  como  aflrm:i 
Irrer^to  Quesada  en  su  obra  «La  Política  Chilena  en  el  Plata»,  Buenos  Aire^ 
1F95,  páeina  26.  Y  esta  afirmación  tiene  tanto  más  valor  cuanto  que  su  aii 
tor  es  realmente  un  observador  imparcial,  pero  en  caso  de  partidaria-no  sí' 
habrí !   de  inclinar,  forzosamente,   en  contra  de  Chile. 


-    79   - 

como  1  ¡r.njson,  literatos  y  ivoetas  como  Edgard  Poe  y  Cooper,  pint .> 
res  como  Sergent,  inveatons  como  Edison,  dibujantes  como  üanu 
üibson.  País  que  atiende  á  todo,  y  que  en  sus  escuelas  enseña  á  trans- 
formar un  grosero  alambre  en  objeto  de  útil  adorno,  ó  un  trozo  de 
madera  en  art<  racto  practi  •  •  y  bello  y,  á  la  vez,  á  pensar  y  á  crear 
belleza ;  que  ha  reducid  i  ú  reglas  matemáticas  la  creación  novelesca 
i.The  Science  of  Flot  by  W.  B.  Ransdem,  New  York,  1909),  que  ha  or- 
ganizado el  negocio  editorial  en  tal  forma  que  son  los  editores  los  que 
solicitan  á  los  autores  y  no  éstos  los  que  se  humillan  al  impresor.  Qut- 
lian  podido  elevar  á  centenares  de  miles  de  ejemplares  la  publicidad 
de  una  revista  de  cuentos  y  novelas  cortas,  que  ofrece  pagar  el  más 
alto  precio,  f<no  á  la  más  reputada  firma,  sino  á  la  mejor  producción; 
y  que  no  tieno  tasa  en  su  presupuesto  para  aceptar  originales  (Th(. 
Black  Cat). 

IV 

Dos  aspectos  se  denuncian  en  la  obra  del  señor  Pinochet :  la  acción 
disolvente  del  elemento  extranjero  y  la  desidia  nativa  para  contrarivs 
tarla  ;  el  desdén  al  trabajo  y  la  incomprensión  del  ideal  de  la  civili- 
zación moderna.  En  puridad  la  carencia  de  ideal  es  casi  general  en  nu  -- 
tra  América.  ccSe  necesita  siempre  como  guía  un  ideal,  (1)  por  distant" 
que  aparezca  su  realización.  Si  en  medio  de  esos  compromisos  que  por 
las  circunstancias  de  los  tiempos  son  ó  se  consideran  como  indispensa- 
bles, no  se  tiene  ninguna  concepción  de  lo  mejor  y  lo  peor  en  materia 
tle  organización  social,  si  nada  se  ve  detrás  de  la  exigencias  del  mo- 
mento y  se  adquiere  el  hábito  de  identificar  el  bien  inmediato  con  el 
bien  definitivo,  no  puede  entonces  haber  verdadero  progreso.  Por  it- 
nioto  que  se  halle  el  fin  y  aunque  frecuentemente  los  obstáculos  inter- 
puestos nos  obliguen  á  desviarnos  del  camino  más  corto,  es  evidente- 
mente indispensabl3  saber  donde  se  encuentran.»  Nosotros  hemos  des- 
deñado esta  suprema  ori-^ntación,  y  al  organizar  los  servicios  trasce:> 
dentes  del  Estado,  la  instrucción,  la  distribucción  administrativa  y 
hasta,  en  algunos  países,  la  misma  organización  política,  hemos  se- 
!.;:uido  los  más  varios  rumbos  sin  prefijarnos  una  línea  predomiante  de 
c'oncli.ieta  ni  cohonestar  los  elementos  diversos  encaminándolos  hacia 
una  finalidad  común.  Todavía  el  general  Mitre  se  muestra  más  ser- 
ró: «en  la  masa  general  de  nuestros  países,  dice,  se  observa  la  ausen- 
cia de  todo  ideal».  (2)  De  ahí  el  que  sea  estéril  cuanto  esfuerzo  se  ha 
realizado  para  asegurar  el  éxito  de  instituciones  excelentes  pero  deti- 
cientemente  comprendidas.  Chile  nos  ofrece  un  ejemplo  elocuente  con 
la  revolución  de  1891:  en  ella  se  dilucidó  una  cuestión  radicalísini 
de  principios :  el  movimiento  que  encabezara  don  Jorge  Montt  sus- 
tentaba como  programa  la  supremacía  del  Congreso  abrogándole  li 
suma  de  los  poderes  piíblicos  en  tanto  que  Balmaceda,  el  ilustra 
svácida,  defendía  el  principio  de  la  división  de  los  poderes  y  de  Ins 
prerrogativas  inherentes  al  Poder  Ejecutivo.  Y  véase  como  ni  el  qu.» 
á    juicio    de    los    revolucionarios   encamaba    una    política    centralizadoi:! 


(!'     Herbert   Spencer :    «El  individuo   contra   el   Estidc».   página    222. 
(2)    "Historia   de   San   Martín»,   página   25,    I. 


'■■••    ■v.-:' *■■-■•.■  ■■'■■'V 

—  80  —  ■■''.'/' 

id  grado  de  que  se  le  acusaba  de  ejercer  la  tiranía,  ni  los  que  se  lan- 
zaron á  la  lucha  armada  en  nombre  db  la  democracia  y  la  descentta- 
iización,  pusieron  coto  á  la  creciente  absorción  de  los  colonos  extran- 
jeros. Y  cuenta  que  durante  la  actuación  de  Balmaceda  desde  el  28 
de  Septiembre  de  1887  hasta  el  17  de  Julio  de  1891  se  llevaron  á  cabo 
obras  públicas  de  incuestionable  importancia,  no  siendo  las  menores 
las  relativas  á  la  instrucción  pública  que  fué  notablemente  reformada. 
La  obra  de  Balmaceda,  la  obra  de  sus  antecesores,  la  obra  de  Montt  y 
(le  sus  sucesores  mancó  en  lo  esencial,  en  lo  definitivo  de  su  orienta- 
ción patriótica :  ni  esas  obras  públicas,  ni  la  educación  popular  tuvie- 
lon  un  objetivo  nacionalizador :  las  fuerzas  vivas  del  país,  sus  reciir- 
s(  s  económicos,  y  el  contingente  más  lucido  de  sus  ciudadanos,  des- 
tinóse en  unos  casos  á  las  obras  de  ingeniería,  en  otros,  con  decidida 
preferencia,  á  realzar  el  ejército  para  garantir  la  independencia  del 
Estado  contra  los  ataques  del  exterior.  Se  vio,  y  Chile  apercibióse  para 
tal  evento,  la  posibilidad  do  un  choque  con  pueblos  extranjeros  que 
debilitase  ó  perdiese  la  independencia  del  país,  pero  no  se  advirtió  el 
lento  y  continuo  laborar  del  enemigo  interno,  la  absorción  del  senti- 
miento, del  concepto,  de  la  riqueza  de  la  patria  por  las  colonias  ex- 
tranjeras en  todo  ol  territorio  establecidas,  que  mantenían  integérrinio 
el  sentimiento  de  Ja  patria  nativa  en  contraposición  al  desprecio  que 
el  nativo  les  inspiraba  ;  el  nativo  que  le  había  cedidcí  insanamente  sus 
tierras,   su   riqueza,   su   industria  y  su   cultura   misma. 

Y  allí  donde  la  tierra  está  monopolizada,  dice  Henrj'  George  (1) 
sus  habitantes  caerán  forzosamente  en  una  condición  que  aun  cuanao 
so  vean  recompensado:^  con  títulos  y  apariencias  de  libertad,  lo  será 
viitualmente  de  esclavitud.  Basta  aplicar  este  principio  económico 
ú  ios  fenómenos  sociales  en  general,  y  especialmente  al  desenvolvi- 
iiiionto  político  de  los  pueblos  en  formación,  para  comprender  que, 
lógicamente,  (tuna  nación  que  pierda  el  doninio  de  sus  tierras  mono- 
polizadas por  el  extranjero,  cualquiera  que  sea  su  apariencia  de  li- 
líortad    será   virtualmente    esclava». 

Estudiando  los  efectos  do  la  invasióy  árabe  en  España,  dice  Buckle, 
(2)  «la  invasión  mahometana  empor.Teció  á  los  cristianos,  la  pobreza 
i  r.goüdró  la  ignorancia,  la  ignorancia  engendró  la  credulidad  quitando 
á  los  hombres  el  deseo  de  comprender  por  sí  mismo».  La  pobreza,  pues, 
de^  nativo,  en  fronte  á  la  preponderancia  del  extranjero,  es  fuente 
do   males   innúmeros  y  de  consecuencias  fatales. 

De  otra  parte,  las  excesivas  franquicias  otorgadas  á  una  colonia 
extranjera  dentro  del  territorio  patrio,  así  como  las  excesivas  conce- 
siones hechas  á  otra  nación  más  poderosa,  están  muy  lejos  de  asegu- 
rar en  la  práctica  el  que  la  colonia  se  solidarice  con  el  país  de  su 
residencia  y  de  alcanzar  de  la  nación  favorecida  una  reciprocidad 
(>í|iiivalente.  Por  el  contrario,  los  hechos  demuestran  que  está  en  razón 
inversa  de  las  concesiones  del  pueblo  débil  la  consideración  y  el  res- 
])rt!)  que  el  pueblo  fuert?  le  otorgue.  Del  primer  caso  puede  ofrecerse 
ui     ejemplo   en    la   colonia   yankee   establecida    en   la    isla   de   Pinos,   te- 

(1)     "Progress    and    Misery,    London,    1894,    página    47. 

(21  Henry  T.  Buckle:  «Bosquejo  de  una  Historia  del  intelecto  español!», 
página    28. 


•        ^  *■   "*•'     ^^r  V*-í 


-     81 


rritorio  de  la  República  de  Cuba  ;  no  obstante  Jas  liberalidades  que 
el  Gobierno  cubano  otorgó  á  esa  colonia,  ésta  no  tuvo  reparo,  en  1907. 
I^ara  pretender  erigirse  en  dueña  del  territorio  y  pedir  la  incorpora- 
ción de  la  pequeña  isla  á  los  Estados  Unidos,  desconociendo,  con  he- 
chos, las  autoridades  locales,  dependientes  del  Gobierno  de  Cuba.  Sa- 
bido es  que  la  administración  del  general  Díaz  no  ha  escatimado  es- 
fuerzos para  atraerse  la  benevolencia  del  gobierno  de  Washington  á 
la  mira  de  obtener  de  éste  la  represión  y  aún  la  prevención  de  cual- 
quier conato  revolucionario  encaminado  contra  la  administración  de 
Díaz,  que  intentara  oi-ganizarse  en  territorio  yankee  ;  pues  bien,  no 
obstante  la  innúmeras  deferencias  5'  concesiones  de  toda  índole  quv 
por  espacio  de  más  de  diez  años  México  ha  venido  haciendo  á  los  Es- 
tados Unidos  del  Norte,  éstos,  cada  vez  que  el  interés  nacional  mexi- 
cano ha  tenido  necesidad  de  su  cooperación,  se  han  mostrado  rf^miso:^ 
cuando  no  hostiles.  En  1906  estalló  en  Cananea,  en  las  minas  qu'- 
legenteaba  el  vankee  Mr.  Green,  una  huelga  de  los  mineros  mexica- 
nos en  aquel  fundo  establecidos,  é  inicuamente  explotados  ;  Cananea 
está  en  la  frontera  de  los  Estados  Unidos,  en  el  estado  de  Sonora  y 
Mr.  Green,  110  tuvo  reparo  en  llamar  fuerzas  yankees  que  gustosa- 
mente violaron  el  territorio  de  México  para  fusilar  inermes  mexi- 
canos. Semejante  hecho  provocó  las  iras  populares  ;  México  vibró  lleno 
d.'  noble  indignación,  la  prensa  independiente  denunció  el  hecho  y 
exigió  del  Gobierno  que  demandase  la  reparación  condigna  ;  la  Canci- 
llería de  \\  ashington  se  negó  resueltamente  á  ello  y  tan  sóJo  pudo  ob- 
tenerse que  se  aviniera  á  declarar  que  las  fuerzas  invasoras  habían 
traspuesto  la  frontera  á  pedido  del  Gobernador  de  Sonora .  señor  Iza- 
iial,  y  que  dichas  fuerzas  no  llegaron  en  formación  ni  como  ejército- 
nacional  de  los  Estados  I  nidos,  sino  únicamente  como  fuerza  poli- 
cial cuyos  auxilios  liabían  sido  requeridos  por  autoridad  conipetentv'. 
E>  de  advertirse  que  aún  habiendo  ocurrido  los  hechos  en  esa  forma, 
sienipr{>  resultaban  violadas  las  constituciones  del  Estado  de  Cananea 
y  la  federal  de  ^México  que  exigen  para  la  admisión  <]e  fuerzus  i\- 
tranjeras  dentro  del  territorio  mexicano  requisitos  prolijos,  todos  omi- 
tidos en  aquella  inolvidable  ocasión.  La  única  satisfacción  efectiva  que 
se  otorgó  á  la  opinión  pública  fué  la  destitución  del  gobernador  Iza- 
bal.  Todavía  hay  más:  nn  año  apenas  después  de  haberse  suscrito  un 
i'ontrato  entre  los  gobiernos  de  México  y  Washington,  en  el  que  éstos 
obtenían  el  usufructo  de  la  espléndida  baliía  Magdalena  para  ejercicios 
(íe  tiro  y  prácticas  de  la  Escuadra  Blanca,  casi  sin  limitaciones,  conce- 
sión que  indignó  al  i)aís,  un  cónsul  mexicano  fué  atropellado  villana- 
nunte  en  la  ciudad  de  El  Paso,  por  un  oficial  de  policía  de  esa  ciudatl 
La  cancillería  mexicana  sólo  pudo  obtener  de  la  de  "Washington,  la 
l>ioniesa  de  que  se  investigaría  el  caso,  pero  ni  el  castigo  del  culpabio 
y  ni  aún  siquiei-a  las  garantías  pedidas  por  el  atropella.lo  funciona- 
rio.   (1) 

El  cónsul  comunicó  al  canciller  mexicano,  señor  Ignacio  ^Mariscal. 
su  temor  de  ser  nuevamente  agredido.  En  efecto,,  menos  de  dos  me- 
ses después  era  víctima  de  un  segundo  atropello,  esta  vez  mucho  más^ 
bi  ntal,    ])ues    las    violencias    que    sufrió    le    retuvieron    en    c  ama    largos 


<!)     El   Pais,   México,   año   XI,   niim.    3,681,   24   de   Abril    de   1909. 


—  82  — 

iiu'ses.  El  cónsul  reclamó  nuevamente,  la  cancillería  pasó  otra  nota  á 
J.i  de  Washington  y  tras  una  larga  tramitación  se  obtuvo,  por  todo 
desagravio,  la  imposición  de  una  multa  de  cien  pesos  (cuando  la  legis- 
lación del  Kstado  de  Texas  para  delitos  de  las  circunstancias  de  éste, 
señala  mil  pesos  de  multa  y  dos  años  de  prisión)  al  policía  yankee,  pero 
111  siquiera  se  logró  la  indemnización  de  los  daños  materiales  inmedia- 
tas y  los  perjuicios  consiguientes  experimentados  por  el  cónsiil.  Pocj 
t.eiiipo  desjiués  este  funcionario  era  destituido.  Sería  demasiado  malicia 
^\  suponer  que  tal  destitución  tuviera  por  objeto  impedir  un  nuevo 
atropello  al  de8ani])arado  representante  mexicano;  pero,  claro  está, 
i  xonerado  éste  de  su  calidad  consular,  sería  en  lo  sucesivo  asesinado 
-como  simple  particular  y  no  como  un  representante  de  nación  amiga, 
coii  lo  cual  quedaría  á  salvo  el  decoro  de  ^léxico  y  garantido  de  todo 
nesgo  contra  el  agresivo  eshirro  texano,  el  maltrecbo  Derecbo  de 
(ientes  violado  con  admirable  contumacia.  Parece  que  los  casos  cita- 
•dos.  ya  que  son  hechos  de  veracidad  indiscutible,  prueban,  con  más 
elocuencia  que  cualquier  argumentación,  la  inocuidad  de  la  tolerancia  y 
lenidad  de  nuestros  países  en  puntos  atañaderos  á  su  seguridad,  á  su 
interés  y  hasta  á  su  decoro,  para  con  las  colonias  extranjeras  estable- 
cidas en  su  seno  y  para  con  las  naciones  jioderosas  de  cuya  amistad  tie- 
iien  i)riiebas  tan  ieliacientes  como  las  que  los  Estados  Unidos  han  dado 
i\  México  en  el  siglo  último  lüirándolo  del  magno  problema  de  organi- 
y.i'.v  y   fomentar  los  estados  de   Xuevo   Aléxico,   Texas   v   California. 


«♦• 


jPs.Lp- jPl 


A    A  mador  Sánchez. 
F'tra    ArOLD. 

— El   Pasado--Kl    Futuro — La   K-ifiíig.'  de  la   Vida  — 
líeciierdos,    esperanzas,    mutismo    de    las    cosas — 
T'ii  visionai'io  pinta   la  Tierra   Prometida. 
I  na    mujer   t-onteiiipla    un    manojo   d(>    rosas. 

La    .Aurora    es   Alegría   y   la    Tarde   es  Tristeza — 
JiKs    «'strellas    nos    niiraii     desde     remotos    cielos. 
La    Historia    de   los   i)uel)los   sueña    con    la    (Jrandeza, 
Las   almas   acarician    sus   i'ervientes    aidielos 

';(,^ué    fuei'on    Sakiamuni.    .Jesucristo.    Malionuí!' — 

Su   \()z  suena  en  los  siglos  luchando  con  la    Mueite — 

La    Ci'ítica    dcstiuye  y   la    Fe  se   des])loma — 

c^^'agneI■?  r!  Tolstoy  ?  Vencidos — Sólo  Xietzsche  es  el  fuerte. 

« 

Las    l)acant<^s    no    ríen    (»n    los   valles   de   (¡recia — 
J.as   sirenas    no   bordan    su    canto   deslumhrante — 
^;  Progi(>s() !'    Norte    América — r!  Agonía  I"    Venecia — 
T>i)i)  (Quijote  en   derrota — Sancho  Panza   triunfante. 

-:  Me   sei)ultan    las   sonil)ras    ó    la    luz    me    ilumiiui!-' 
^;  ^íe    avasalla    el    Olvido  I-'    r!  I^a    Victoi'ia    me    esperad 
Nada    sé — Todo    ignoro — Ali    vida    es    una   .encina 
Solitai'ia  que  escucha   trinar  la    l'rimavera.  . 

Jri.]o   Rai  1.   MKNDILAHAlíSr. 


■^ww^ ' 


—  Hn 


Plegaría 


Para    Apolo. 


{^estaña  este  dolop  en  el  que  vivo 
tan  hupaño  de  todo  lo  que  es^iste  ; 
topna  tu  eofazón  menos  esquivo 
á  la  mipada  de  mis  ojos  ,  triste . 

Tengo  un  presentimiento  compasivo 
CHUZ  de  ilusiones  mi  esperanza  viste: 
he  de   besar  tu   rostro  pensativo 
aunque  en   negarlo  tu   hosquedad   persiste. 

Disipa  este  pesar  que  tiene  opreso 
n^i  delirante  espíritu  soníbrío 
al  rojo  sortilegio  de  tu  beso; 

bríndame  en  eopa  de  piedad   tu   ofrenda, 
que,  esclavo  de  tu   amor  y   tu  albedrío, 
sabré  ser  el   "Don  Juan"   de  tu  leyenda. 


Juan  SERRAf^iO 


Caracas . 


KK   I'IÍADO  -    MOX'lKVinr.O 


—  .S4 


Vara    Apolo 


Sei  propriü  piizza;  dei^iia  di  rimpianto 
Se  ancora  credi  che  a  te  porti  amore, 
Te  ne  portai. . .  si  t'adorai. .  .  e  tanto 
Ma  ora  non  mi  fai  altro  che  orrore. 

No,  non  lo  creder:   toí>li  dalla  mente 
Tali  pensier,  or  mi  tai  sol  ribrezzo. 
Come  te,  son  vi  a  mille  ira  la  "-ente 
E  a  te  non  serbo  ch'odio  e  ti...  disprezzo. 


So^tio 


T'ho  riveduta,  quei^li  occhioni  neri 
Pei  quali  un  piorno  ho  tanto  spasimato, 
Que.íi"li  occhioni  si  belli  e  menzo.o-neri 
I. i  ho  contemplati,  ma  non  ho  tremato. 

\í  m'hai  parlato:  la  tua  dolce  \oce 
Scendeami  nel  cor  quasi  armunia 
Del  ciel,  ed  una  lotta  barbara. . .  feroce 
A  lun;u-o  conturbó  Tanima  mia. 

Di  nuovo  mi  dicesti  che  il  tuo  amore 
Per  me  non  ha  piú  hne  né  misara, 
Hd  io  senz'un  sol  frémito  nel  core 
'í^i   domandai:  Nc  se/  propr/o  sici/ra? 

Le  braccia  tu  allun,i>asti  per  baciarmi 
H  in  ,ií"inocchio  ,iíiui"asti  che  ne  ardevi : 
Ma  io  pei>uio  ancor  freddo  de'marmi 
Ti  risposi  un  bel  /¿o,  che  tu  hn,í>-evi. 


(;.  MOLA. 


—  85 


EL    HIOlSrOKL,    IXEUcJEIK.  1 


— La  señorita  Elida,  presa  !  La 
llevan  en  un  carruaje  con  el  se- 
ñor y  Pepa ! 

— -i  Pero  qué  dices  ^ — respondió 
Antonio,   el   mucamo   de   la   casa 

— Pues  que,  r;  no  sabes  lo  que 
liH    pasado  y 

— Cuenta,  cuenta!  Haz  prisa, 
mujer... 

Y  Carmen,  la  cocinera  de  la 
familia,  sin  saher  como  comenzar, 
habló  : 

— La  señorita  ha  muert.o  al 
hijo... 

— Calla,  bruta  !  Calla,  que  si  te 
oye    la    señora,    l>onita    te   va    á    de- 


ar 


I 


— Sí,  hombre,  si  es  cierto.  El 
novio  que  tenía  la  dejó  gruesa  y  el 
señor  que  sospechaba  de  algo  la 
amenazó  con  encerrarla  en  un  con- 
vento si  deshonraba  á  la  familia. 
La  ])obre,  por  .-njjuesto,  se  apre- 
taba el  corsé  jjara  disimular  y  el 
señor  no  notaba  la  cosa,  l^os  otros 
días  dio  á  luz,  apretó  la  garganta 
;í  la  criatura  y  la  envió  á  tirar 
por  la  mucama.  Pepa  arrojó  el 
bulto  contra  un  portón,  pero  la 
vio  un  vigilante  y  la  siguió.  Ella 
echó  á  correr  y  entró  aquí.  Pero 
el  vigilante  fué  á  ver  lo  que  era 
el  bulto  y  se  encontró  con  la  cria- 
tura muerta.  El  asunto  es  que 
vino  el  comisario  y  la  ])obre  Pei^a 
asustada  confesó  la  verdad.  Ahora 
acaban  de  llevar  á  los  tres  en  un 
<ari-uaje... 

I  I 

— Dinie,  Antonio,  i^ero  es  una 
canallada  que  Pepa  esté  en  la 
cárcel.  ^;  Por  qué  soltaron  al  pa- 
trón y  á  la  señorita   y   á   ella   ñor 

— Es  que  el  patrón  tieiu^  muy 
liuenos  amigos  y  con  un  poco  de 
l)lata  arregló  el  asunto.  Se  ha 
dado  también  á  Pepa  una  canti- 
dad  ]irometiéndole  que  saldría   en- 


seguida   para    que    ella    dijera    que 
el  nene  es  su   hijo,   y  la  infeliz  ha 
caído  en  la  tontera... 
— ^Pero,    ¿los    doctores     dé     policía 
no  revisan  'f 

— Los  doctores  dicen  lo  que  les 
mandan  los  superiores,  de  lo  con- 
trario  los   echan   del   empleo. 

— Pero  esto  es  una  barbaridad ! 
Si  ella  no  ha  cometido  la  falta. 
r por   qué  la   ha    de   pagar  ? 

— El  honor,  mujer!   El  honor!... 
Si  la  gente  sabe  que  Elida  ha  he- 
cho   eso,    las    demás    hermanas    no 
l)odrán     encontrar     marido,     pues 
nadie  las  querrá... 

— Ali !  el  honor!...  Y  dinie,  Ma- 
nuel: ¿Los  pobres,  no  tenemos 
honor;-'... 

— Pero  qué  torpe  eres.  El  honor 
es  la  sociedad,  esas  reuniones  que 
efectúan  los  señores,  ccmio  aquí 
los  viernes. 

— Entonces,  se  pierde  el  honor 
cuando  se  hace  una  cosa  que  á  la 
sociedad  no  le  gusta  'r 

— Seguramente,    mujer. 

— Y  á  la  sociedad  le  gusta  que 
la-,  mujeres  casada.s  sean  queridas 
de  los  amigos  de  la   sociedad!' 

— ¿Cómo  le  ha  de  gustar!'  ¿A 
quién   le    gusta   eso? 

— Y  entonces,  como  don  .Blas. 
Enrique  el  soVírino  de  la  señora  y 
otros  que  tú  sabes,  so'i  de  la  so- 
ciedad y  todos  están  entei'ados  de 
lo    que    hacen    sus  mujeres !'... 

— Pero   entre   ellos... 

— Ali !  entre  ellos...  Peio  Elida 
y  Carlitos  el  novio,  son  de  la  so- 
ciedad   y    sin    embargo... 

— Sí,  ])ero  ellos  no  son  casados 
y    no   siendo   casados... 

— Ah,  sí,  sí!  no  siendo  casados, 
el    hijo... 

— No  tiene  editor  responsable, 
mujer,    ¿entiendes?... 

:Maecos  froment. 


—  so 


otoñal  m^laticoUa 


'., /'.^Sag*?*' 


•f-- 


En  aquella  tarde  triste,  Carlos 
Milet  lu)  tuvo,  como  otras  veces, 
ansias  lie  ai)urar  (mi  pequeños  y 
sejíuicios  sorbos  la  favorita  bebi- 
da. Se  hallaba  ante  él  la  rebo- 
sante copa  sol)re  la  fría  mesita 
(It  mármol,  al  parecer  desprovista 
del  la  subyuij;aiite  atraccióu  de 
oti'as   lioi'as. 

A(piel  solitario,  taciturno  caba- 
llero de  oscui'a  barba  entera,  de  na- 
riz nuis  acentuada nu'ute  aguileña 
sol)i-e  el  rostro  etiria()Uecido  y  cu- 
yos ojos  grises,  ojos  con  extraños 
tuigores  tle  ñel)res  (jue  evocaban 
ia  juortal  |)ali(lez  (!«•  los  aceros, 
dej(')  vagar  sil  nuiada  tras  los 
cristales    (le    la    amplia    galei'ía. 

I']n  el  jardín  de  otoño  eia  el  mi- 
raje. Kl  cielo  plomizo,  cejijunto 
e!  lioi-izont(i  anunciador  de  borras- 
ca, la  tii'n-;¡  falta  de  alegrías  y 
de  encantos,  y  el  \¡ent()  frío,  cu- 
yo iiimor  liiciera  pensai'  en  cosas 
niueitas,  deshojaba  inii)lacal)le  las 
i'dtimas     losas    eniernuis. 

l)eso]aci(')n  inmensa  en  el  i)ai- 
saje    yerto. 

Kn  el  alma  de  Mib't,  ipu»  con- 
tem|)lal)a  a(piello,  conuMizaron  ;í 
florecer  las  llores  sin  ])ei'fumes, 
las  flores  p;ilidas  <le  la  más  hontla, 
de  la  más  punzante  de  las  melan- 
colías. Ii •remedial)lemente  se  juz- 
gó \\n  lracasad(»,  mi  \cncido  jior 
sieiii])]»'   frente   á   la    vida. 

Como  en  los  instantes  ])Ostre- 
ros  de  los  dramas  bumanos,  en 
(pie  por  un  minuto  los  protagonis- 
tas tienen  la  lucidez  C()ni])leta,  ab- 
soluta,   de    lo   que    lian    sido,    Milet 


Para    Apolo. 

apuró  el  acíbar  moral  de  todo  lo 
estéril,  de  todo  lo  iniecundo  de 
sus   años. 

Indolentemente  dejó  caer  su 
busto.  Tomaba  ahora  el  melancó- 
lico, un  relieve  doloroso  y  artís- 
tico á  la  par  que  bien  pudiera 
.simbolizar  en  una  tela  la  Amar- 
gura. Su  iiarba,  en  el  desfallecido 
incliiiar.se  de  la  faz.  rozaba  la 
ftiui  y  delicada  corbata  modernis- 
ta ;  sus  ojos  á  medio  cerrar  pare- 
cían abstraíalos  en  algo  muy  inte- 
rior, sin  mirar,  sin  seguir  por  un 
momento  las  azuladas  es])irales  del 
humo  perfumado  del  habano  que 
las  manos  exangües  del  doloroso, 
s(!stu\'¡(>ran. 

A  cada  instante  se  abismaba 
ii:;is  en  su  tornuuito  ;  comi)rendía 
(liK  la  \()limtad,  que  el  entusias- 
me y  el  optimismo  creador  en  él, 
liabíaiise  esfumado, — sufría  la  l)e- 
iia  de  (piien  no  lia  cuni]jlido  la- 
ley  de  la  \ida.  Por  un  momento  se 
C()mi)ai(';  á  los  árboles  (pie  iban 
(piedándose  desnudos  ; — los  años 
le  fueron  así  arrancando  la  espe- 
ranza y  en  vez  de  dejarle  como 
á  los  arbustos,  oscuros,  esquelé- 
ticas las  ramas,  dejábanle  á  él 
blancos,  nevados  los  caliellos  de 
las  sienes,  (pie  no  alentarían  ya, 
un  sólo,  un  ixnpieño  y  azulado  en- 
sueño. 

VA  \ient()  inclemente  seguía  y 
del  cielo  caían  las  ])rinieras  enor- 
mes gotas  de  agua,  ])]-eludio  de 
lluvia    sonora    y    copiosa. 

Andrks  T.  (íOMKXSOHO. 


*-*-»- 


.^n»!- 


—  87  — 


No  es  amor 


R^stxU 


Xo    es    ílllIOl-    11¡    (Icst'll 

1^0  <iU('  iiH'  lleva  ;i   ti   para  ailiiiirait( 
Te  admiro,   eoiiio  veo 
I'iia  ¡ova  del  arte. 


Si<;»('  para  todos  desdrñosa    y  fría. 
V  ([ue  un   \ai;o  eiisuerio 
Si-a  el   niiieo  dueño 
De  tu  tíuitasia. 


Üoiiio  miro  en  el    Louvre  ¡i  la   (iioeoiida 
Ircniica.  lisueña  y  jiensativ;!; 
Ni   le  hablo,  ni  iiuicro  i|iic   i<'spoiida 
Como  si   fuese  viva. 


^íe  miras,  y  eallas.    eoii   rostro   risueño; 
Kii  tu  oído  eáudiilo  ;  ((ué  cosas  diría. 
Si   no  fuese  un   loeo  ó     iniposilile.     empeño 
(¿ue  yo  fuese  tuyo  y  tú   fueses  mía  ! 

FuAN<isio    A.     I)K    1(\\/A. 


VISTA      DK     ^roXTENinKO 


Ingenuatnetite 


Tú.  (|ue  esperas  amor  de  los  amores. 
l'oliríí  poeta  (|ue  pusiste  un  día 
Tu  esperanza  en  el  búcaro  de    flores 
«iue  |>oi-  piedad   te  d¡<')  la   Poesía. 

Tú.  i|ue  si  t(í  liiiíren   los  dolores. 
Secas  la  sans're  .v  dices:   Dios  no  envía 
Dolores,  sino  á  ai|Uellos  pecadores 
De  alma  oscura  y  torcida  cual  la  np'a. 
("aracas-l'.io'.i. 


Puro    Apolo. 


(íoza  aliora  «leí   cielo,  ya   (¡iic  ella 
l'rendi('i  en  tu  cielo  la  primera  e.strella: 

Y  en  la  heredad  humilde  de  tu  vida. 

l'n  haz  lie  los  claveles  matizados 
Con  la  blancura  de  su  ti'z  durmida 

Y  el   lojí)  de  sus  labios  encarnados. 

I, lis    ConUKA. 


—  88  — 


Bibliográficas 


liibpos  y  folletos  recibidos 


£1  Sacrificio  de  iVIárgara  (no- 
vela), POR  Beni(4X<)  Várela. 
—  Librería  de  Pneijo.  —  Ma- 
(IrUI. 

IjH  realidad  se  ha  encargado  de 
eonñrmar  el  triunfo  que  en  estas 
mismas  páginas  auguré  á  Benig- 
no Várela  con  motivo  de  leer  su 
novela  St'tuhi  de  Toiiiini.  En  efcv'- 
to,  el  novelista  se  ha  integrado  :^n 
su  nuevo  lil)ro  ;  El  Sacrificio  de 
Máif/aia  es  una  novela  pasional 
de  generosos  sentimientos  y  ]:-\\- 
cada  psicología.  Las  escenas  ailí 
descritas  revelan  un  espíritu  olj- 
servador  y  un  corazón  de  artista, 
que  han  aunado  sus  esfuerzos  pa- 
ra exteriorizar  á  la  vez  sus  enin- 
tividades.  Cuanto  á  la  prosa  :le 
Várela,  mi  opinión  es  invariable  ; 
llallí)  en  ella  frescura  y  vigor,  á 
pesar  del  crítico  de  Xurv)  Mi:n- 
líi,,  que  ha  querido  encontrarl;i  He- 
na  de  americanismos.  El  tal  crít' 
co  se  me  figura  un  pol)re  maestro 
de  escuela  ó  un  tonto  de  capi)ote 
que  á  fuerza  de  respetar  la  gra- 
mática, incurre  en  barbaridades 
de  todo  calibi-e.  -; Quién  le  ha  di- 
cho á  él  que  no  se  del)e  innovar 
eiiriíjueciendo  el   léxico  y  dando  á 


la    cláusula    más    pureza    y    morbi- 
dez que  nuestros  clásicos? 

Prosiga  •  Beigno  Várela  con  esa 
su  prosa  de  combate  salpicada  de 
nuevos  giros,  y  no  haga  caso  á  las 
pedantescas  observaciones  de  aquel 
crítico  cuya  ceguera  no  le  permite 
ver  grandes  poetas  en  España. 

Mármoles  y  Lirios,  porK.  Pé- 
rez Ar.FONSECA.  —  Santo  Do- 
m  i  ligo. 

Es  un  pequeño  volumen  de  ver- 
sos suaves  y  afiligranados.  El  jo- 
ven dominicano  se  revela  poeta  de 
imaginación  exuberante  y  exqui- 
sito buen  gusto.  El  poema  Itoitif- 
ría  Tráfiicd,  dedicado  á  Villaes- 
pesa,  rebosa  sentimiento  y  espiri- 
tualidad. 

Almanaque  Ilustrado  del  Uru- 
guay, Director  :  K  ic  a  r  n  o 
SÁNCHEZ.  — Montevideo. 

El  ejemplar  correspondiente  á 
1910  contiene  valiosas  colaboracio- 
nes y  retratos  de  escritores  nacio- 
nales y  extranjeros.  Hay  en  él-- 
además  de  las  firmadas  por  nues- 
tros literatos — composiciones  de 
Amado  X<  rvo,  Chocano,  ligarte, 
Rul)én    Da  rio.  Carricarte,  etc.  etc. 


PÉREZ   V  CFRIS. 


Nuevos  libros  recibidos 


Feminis-mo  .Tri?ÍDi(o,  i>i¡r  3Í.  lti>- 
iitcni  navarro  (Madrid);  Cantos 
DE  i.A  Mañana,  ¡lítr  Dnhiiini  .If/íí.s- 
fini  (Montevideo)  ;  X'lises  (.Votv- 
l<i  iiri/rntiiiii).  ¡lov  (1.  Liiiirmcftin 
{Santa   Fe)  ;   Amitoi.ocíÍa.   pur  Ani- 


hrasio  L.  ItiiiiKisso  (Montevideo); 
Creih'sci'los  {pocHÍas),  por  Fer- 
iKiiah)  1/  Francisco  Llrs  (Matan- 
zas) ;  Breviario  Galante,  por  Ait- 
(jcl    FaJco   (^Montevideo). 


iNTENTlONAL  SECOND  EXPOSURE 


Bibliográficas 


ülbros    V    folíete s    recibiGí 


ti  Sacrificio  de  lYicírgara     \ 


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r  ri  1  ¡l'i  I  •■:  I  \M  !■:  ■■.IJ  !•'  lll  lili  I.'  p.-  !"ll'  I  .  ■ 
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IVIar moles  y  Lirios,  ¡^  i.-  I-'    !'i 

I'.  -    1 1 II     i  ii  'I  I  ii  fu  I    \  I  i!  i;  1,11  I,    I  !•      \  t  ' 

',11.  .  ii  i|  il  I  n  M  11  M'  1  -,■  I  |,\  I  Mil  I  ,1  1,  ■•  ;i  . ; 
I  lll  ■!  : '.  I  ll  I.  rli  '!  i  i'\  1  I  I  I  'IM  li  !  I  ■  y  •  \i  I  ,  I  , 
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¿Tose    Saan-tos     Olnoeano,    por  Juan  (íris 

(  De  Kl  Cojo  Ih'xirado,  do  ("¡irai-as  1. 


<7¿t   IWONTEV'.DEO   ^íT 


c^     IWRRZO    DE    1910      ^ 


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Revista  m^tisual  d^  atU  y  sociología 


Director-Redactor:  Pérez -y  Guris 
Secretario  le'  Redaccióíi:  Ovidio  Temáudez  Rios 


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CUERPO    Úb  IREOflCCIÓN 

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Julio.  Raúl  Mendilaharsu  — Corresponsal  en  Europa 

Tuan  Picón  Olaondo — Montevideo. 

Francisco    Villaespesa — Madrid. 

Manuel  Ufarte — París. 

Enrique  Olaya  Herrera — Bruxelas. 

T.uis  G.  Tjrbina — México. 

Rafael  An^eí  Troyo — Cartago  de  Costa  Rica. 

Guillermo   Andreve — Panamá. 

Froilán  Turcios — Tegucigalpa  (Honduras). 

Santiago  Ar¡£rüello — León  (Nicaragua). 

Arturo  Ambrogi — San  Salvador. 


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Secietiirio  de   RtMliiccióii :    OVIDIO    FERNÁNDEZ    KÍOS 


Administrador; 
LUIS       PÉREÍZ 


ítedaoción  y  A.dministraoióii: 
JPÉItEZ      CASTELLANOS,      111 


ANO  V 


Montevideo,   Marzo  de  1910 


N."  37 


¿Qu-é  Ijar-el 


7.7 


No  sé  [jué  hacer  con  una 
imposihlG  ilusión, 
¡jue,  á  toda  hora,  importuna 
mi  corazón. 

Estoy  enamorado, 
y  3s  de  una  estrella: 
cuanto  más  la  he  mirado, 
la  he  encontrado  más  hella. . . 
En  vano  husco  cjué 
hacer  con  mi  ilusión. 
¿  Qué  haré.  Señor,  cjué  haré  ? 
. .  .Haré  una  canción. 

No  sé  pé  hacer  con  cierta 
dolorosa  impresión, 
que,  al  encontrarla  ahierta, 
se  me  entró  por  la  puerta 
del  corazón. 

Tengo  un  amigo  al  lado 
suave  como  un  reptil: 
cuanto  más  lo  he  tratado, 


lo  he  encontrado  más  vil. 
En  vano  Msco  gué 
hacer  con  mi  impresión. 
¿  Qué  haré.  Señor,  qué  haré  ? 
. .  .Haré  una  canción. 

¡Oh  madre PoesiaT 
Cada  vez  que  senti 
un  ansia,  una  agonia, 
pensé  en  ti,  madre  mia; 
y  me  refugié  en  ti. . . 
Cuando  llegue  el  momento 
en  gue  mi  corazón 
se  hinche  de  sufrimiento, 
. .  .haré  una  canción; 
y  cuando  venga  el  dia 
en  gue  la  reina  de  mi  corazón 
ss  me  niegue  y  no  guiera  ser  ya  mia, 
i  me  quedará  el  consuelo  todavia 
de  hacer  una  canción! . . . 

José  Santos  CHOCANO. 


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Rumbo  al  Sol 


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.SccrctMiid    de    IíimIíkcíóii  :     OVIDIO     FEKXÁXDEZ    KÍOS 


Admiiiistrad-or: 
LUIS       r'ÉüE^Z 


ítedaocióii  y  Administración: 
fKR-EZ      CA^STIír^LAlSrOS,      111 


AÑO  V 


Montevideo.    Marzo   de   1910 


N,"  37 


¿Qu^  l)ar-é? 


7? 


No  sé  gué  hacer  con  una 
imposiWe  ilusión, 
gue,  á  toda  hora,  importuna 
mi  corazón. 

Estoy  enamorado, 
y  es  de  una  estrella: 
cuanto  más  la  he  mirado, 
la  he  encontrado  más  hella. . . 
En  vano  husco  qué 
hacer  con  mi  ilusión. 
¿  Qué  haré.  Señor,  qué  haré  ? 
. .  .Haré  una  canción. 

No  sé  qué  hacer  con  cierta 
dolorosa  impresión, 
que,  al  encontrarla  ahierta, 
se  me  entró  por  la  puerta 
del  corazón. 

Tengo  un  amigo  al  lado 
suave  como  un  reptil: 
cuanto  más  lo  he  tratado. 


lo  he  encontrado  más  vil. 
En  vano  ^usco  qué 
hacer  con  mi  impresión. 
¿  Qué  haré,  Señor,  qué  haré  ? 
. .  .Haré  una  canción. 

¡Oh  madrePoesial 
Cada  vez  que  senti 
un  ansia,  una  agonia, 
pensé  en  ti,  madre  mia; 
y  me  refugié  en  ti. . . 
Cuando  llegue  el  momento 
en  que  mi  corazón 
se  hinche  de  sufrimiento, 
. .  .haré  una  canción; 
y  cuando  venga  el  dia 
en  que  la  reina  de  mi  corazón 
se  me  niegue  y  no  quiera  ser  ya  mia, 
i  me  quedará  el  consuelo  todavia 
de  hacer  una  canción! ... 

José  Santos  CHOCANO. 


90 


Tarjóla  í)ostal 


(A  la  poi'lixa  bi'>tii/ita,    inspirada  j/  bella,  Diümiva    Agits- 
tini,  ai'lora  de  mCantus  de  la  Mañana»), 


Para  Apolo 


Besaron  mis  oídos  «Cantos  de  la  mañana», 
como  pumop  sedoso  de  lejano  aleteo; 
como  eco  de  un  apfuUo;  como  amante  gorjeo; 
cual  si  al  alba  anunciase  cKistalina  campana: 

tPovas  de  agua  {pagante  que  ente e  vergeles  nsana; 
fina  lluvia  de  polen  qu^  incuba  al  gineceo: 
eneapnación  harmónica  de  estrofas  del  deseo, 
en  cuerpo  de  teutona  con  alma  de  gitana. 

Tú,  Delmira,  has  orlado  con  rubios  arreboles, 
la  beldad  matutina,  bordándole  aureolas 
con  la  luz  de  tus  ojos  qxxz  irradian  como  soles, 
con  la  voz  de  tus  himnos  que  cantan  cual  las  olas. 

iCielos,...  ráfagas,...  mares,...  alboradas  de  grana!... 
iSon  gloriosos  tus  fúlgidos  «Cantos  de  la  |V[añanaí 

Lieoncio   JjñSSO   DE  liR   VEGfl. 


»♦« 


£1  llanto  t)«lado 


Para    Apolo. 

En   la   calma   infecunda,     gastabas    las   pupilas 
que  ffjccían  en  sueños    las   nuevas  esperanzas 
cuando    en   raudal    candente,   las  viejas  añoranzas 
retornaron   las   glorias  de    tus    noches  tranquilas. 

Volvieron  los  recuerdos  en  refulgentes  filas, 
pasando  ante  tus  ojos    en    raudas  lontananzas, 
y   en   el   dibujo  e3¿ótico  de  sus  entrañas  danzas 
bordaban    tus  paisajes  sus  pinceladas  lilas. 

Amastes  el  pasado,  desde  tus  noches  yertas, 
con  sus  encantos  idos  y  sus  canciones  muertas; 
y  cuando  tus  pupilas  sus  lágrimas  formaron, 

para  encontrar  en  ellas  las  dichas  de  un  consuelo, 
los  fríos  del  presente  sobre  ellas  se   arrojaron, 
i  y  no  brotó  tu  llanto  petrificado   en  hielo  í 

Alberto    IiASPliACES. 


íll 


Turris  Ebúrnea 


jí>Lbxe;me:,     Torre     de     naarfil,     tu.s     pixertasl 
El    anaa.1    y    el    "biera.,    los    honrabres    y  la.    \ricia. 
á     ti     no     a.lea.nza.n     ni     el     anaor     qtxe     ol"vicia. 
roba,    tti    pa.2:     eon     espera.n.2:a.s     naxiertas. 

jPlI     erítieo     Sa.tán.,     la.s     a.ras     yerta.s 
y     el     nxtxstio     libro     tix     dosel     no     a.nida. : 
n.i     ú.     la.    tribij.     de    len.gxAa.     dolorida. 
a.sila.ron     txís    bÓT7-eda.s     desiertas. 

■\7'i-u-e     á    ttx     a.mparo     la.     IBelleza. :     nntj.da.j 
iam.pa.sible,     gla.eia.1 :     -diltims.     diosa. 
q-Lie     ornó     de     mirto     el     a.ar3raoroso     griego: 

"Yo  —  eoíin.0     el     a.  ve     qtj.e     2XIin.er\7-a.     esetxda.— 
qtiiero    en.    la.    Itxmbre    de    ttj.    fas:    radiosa. 
a.paeenta.r     mis     eíretilos     de     fu.ego  1 

Gru-illermo     "X/jPs-LElSrClJPs.. 


EDMOND     ROSTA ND 


—    !)2 


Itig-eüuidad 


La  que  iiiterroü'aba  era  una 
inucbacha  fVescota,  do  ¡n.sinuaii- 
tes  ojos,  iiei>TOS  como  endrinas, 
y  una  tez  de  color  tri,i>-ueño  lim- 
pio y  sano  que  despertalxi  como 
las  frutas  maduras,  deseos  de 
uiorder;  traía  apoyado  en  la  ca- 
dera ampulosa  uu  cántaro  de 
agua  fresca  que  se  tíltral)a  á  tra- 
vés de  la  porosidad  del  barro  y 
caia  en  gotas  brillantes  sol)re  la 
vía  polvorienta. 

— Y  qué  es  de  Cecilia? 
La  interrogada  llevaba  so))re 
la  cabeza  un  rollo  do  ropa  lava- 
da que  le  escurría  por  las  sie- 
nes y  la  nuca  chorritos  de  agua 
fría;  vaciló  en  contestar: 

—  Cecilia.  .  .  se  murió,  ¿uo  sa- 
l)ías? 

La  coiu pañera  no  sabía;  hacía 
dos  años  que  se  hallaba  en  lugar 
distante  y  había  regresado  el  día 
anterior.  Cecilia  había  sido  una 
buena  amiga,  humilde,  inofensi- 
va, con  ios  ojos  morados  como 
dos  uvas  maduras  untadas  de 
aceite,  si'.'inpic  pálida  p()r(|ue 
tosía  muelle  y  casi  no  tenía  san- 
gre. 

Por  un  lado  del  camino  real 
iba  una  muralla  de  construcción 
antigua,  cuyas  piedras  estaban 
ocultas  por  un  enmarañamiento 
de  yedras  verdes;  al  frente  una 
hilera  de  árboles  vetustos  i)re- 
sentaban  al  viento  sus  ángulos 
nudosos  y  al  abrir  ti'abajosamen- 
te  la  ramazón  cenicienta,  deja- 
l3an  ver  atrás,  como  un  rebaño 
apacentando,  las  últimas  casas 
del  pueblo. 

Se  sentaron  de  espaldas  al  ba- 
rranco y  descansaron  sobre  la 
muralla  caliente  el  cántaro  obs- 
curo y  la  ropa  lavada;  desde  aba- 
ja se  las  veía    haciendo  un  con- 


ti'aste  peregrino,  bañadas  de  oro 
pálido  por  el  sol  muriente  so))re 
la  deliciosa  solución  de  cobalto 
(jue  teñía  el  firmamento. 

—  Xo  notas  como  siendo  tem- 
prano todavía  se  van   retirando 
ya  ¡as  muchachas  del  lavadero? 
Pues  es  que  el  río  se  ha  puesto, 
miedoso  por  lo  de  Cecilia.  Ella  y 
yo,  por  lo  regular,    íbamos  jun- 
tas  y    escogíamos  aquel    pocito 
lleno    ele   yerlia-buena  (|ue  tiene 
de  un  lado  un  árbol  medio  caído 
que  da  mucha  sombra  y  muestra 
fuera  una  pr)rción  de  raíces  ama- 
rillas y  delgadas  como  dedos  de 
muerto.   Un    día  acabamos  tem- 
prano de  lavar  el  líltimo  pañue- 
lo y  nos  pusimos  á  conversar  bo- 
berías.    Se  nos  fué  poniendo;  la 
sombra  caía  fría  y  pesada:  el  río 
al  colarse;  por  entre    las  piedras 
iba    conversando   cosas  que  una 
no  entendía  pero  que  eran  mie- 
dosas,    y  si  caía   en   un   pocito, 
entonces   además  de   la  conver- 
sación soltaba  quejidos  de  criatu- 
rita  enferma,  reía  como  persona 
loca    y   lloraba   delgadito    como 
para  que  no  le  oyeran. . .  Por  de- 
bajo de  las  ramazones  obscuras 
entraba  un  resplandor  lívido  que 
ti'ansformaba  las  aguas    en   co- 
rriente de  azogue,  y  las  piedras 
con   lana   verde  comenzaban    á 
verse  como  cabezas  cortadas-  Pa- 
recía que   eran   ellas   las  que  se 
lamentaban  tan  triste,  las  lanas 
verdes  flotaban  como    si   fueran 
cabellos,  la  luz  les  daba  de  modo 
que   las   desigualdades  llenas  de 
sombra    se    veían    como   bocas 
abiertas    que    seguían  gritando, 
gritando. . .  De  pronto  las  nubes 
se  encendieron  y  entonces  el  río 
era  como    de   sangre,  corría  en 
ondas  gruesas  y  se  quejaba  más 


—  98  - 

ronco,  iba  eoiitaiido  un  cuento  La  niuchaclni  d;-!  c.'intai'o  .s(í 
miedoso.  En  los  remansos  el  agua  levaritó  estupefacta. 
era  como  tinta,  las  piezas  de  ro-  — ,-;Y  no  se  casaron? 
pa  (lue  teníamos  al  lado  pai'e-  — ¿CnSíViNjuV  Xo.  Y  cuanod  la 
cían  animalitos  tjue  l)uscal)an  i>"ente  couienzi)  á mirarla,  de  cier- 
refuí^ío. ..  Tuvimos  necesidad  de  to  modo  y  liubo  ([uien  le  hiciera. 
c(n'rer,  y  corriendo  vi  un  hom-  una  señal  vergonzosa  (ni  la  calle, 
bre  ()ue  estaba  escondido.  Yo  en-  Cecilia  se  escondi()  y  apure)  un 
fermé. . .  ella  sio"iiió  yendo  sola,  veneno. . .  Dicen,  porque  le  dio 
y  al  fin,  aqnel  ii'i'andulazo  (pie  una  boi'r.iclier.i  y  lueo-c)  la  cu- 
nos daba  velas  en  las  procesio-  contra!"(»:i  inufM'ta.  .  .  Ho;<  ¿(i|uién 
ncs.  ese  la   en^'aru').  .  ,  va  á  es^x'/ar   la    noidie  en  el  río? 

Jais  T.UÍLAXCA. 


Heroínas  d-e  Sl)al?5es^eare 

Shíikespeiu'e  no  tiene  ninoún  héroe:  sólo  nos  presenta 
heroínas.  En  todas  sus  obras  no  se  encuentra  una  ñoura 
de  hombre  enteramente  heroica,  excepto  el  ligero  esbozo 
de  Enrique  V^,  exagerado  por  las  necesidades  de  la  escena; 
y  el  más  ligero  todavía,  de  Valentín  en  Los  (ios  Hidalgos 
de  Vero  na.  En  sus  obras  más  trabajadas  y  perfectas  no 
encontraréis  un  solo  héroe.  Ótelo  hubiéralo  sido,  si  su  sim- 
plicidad no  llegara  al  extremo  de  convertirlo  en  juguete  de 
todas  las  ruines  maquinaciones  que  lo  rodean;  y  éste  es  el 
único  ejemplo  que  se  aproxima  al  tipo  heroico.  La  energía 
de  carácter  de  Coriolano,  César  y  Antonio  vacila  en  oca- 
siones, y  aunque  por  momentos  se  sostiene,  las  vanidades 
terminan  por  abatirlos;  Hamlet  es  indolente  y  se  adorme- 
ce razonando;  Romeo  es  un  mozo  impaciente;  el  mercader 
de  Venecia  se  .somete  lánguidamente  á  la  adversa  fortuna; 
Kent  en  Rey  Lear,  tiene  un  corazón  noble,  pero  es  dema- 
siado rudo  y  grosero  para  ser  verdaderamente  útil  en  los 
momentos  críticos,  y  desciende  al  nivel  de  simple  criado. 
Orlando,  no  menos  noble,  es  así  mismo,  por  su  desespera- 
ción, juguete  del  azar,  acompañado,  alentado  y  redimido 
por  Rosalinda.  En  cambio,  difícilmente  ha\'  una  obra  su^-a 
en  que  no  aparezca  una  mujer  perfecta,  ñrme  en  una  gra- 
ve esperanza,  y  en  un  designio  sin  error;  Cordelia,  Desdé- 
mona,  Isabel,  Armione,  Imógena,  la  reina  Catalina,  Perdi- 
ta,  Silvia,  Viola,  Rosalinda,  Helena,  y  finalmente  X^irginia, 
quizás  la  más  dulce,  son  todas  intachaoles  y  fueron  conce- 
bidas seg"ún  el  más  alto  tipo  de  la  humanidad. 

]0Hx.  RUSKIN. 


—  w  — 


de  "las  Moras" 


Para    Apolo. 

Amanece.  En  el  húmedo  vidrio  de  mi  ventana 
iicüanse  impalpables  globitos  de  neblina. 
El  sol,  tras  una  nube  de  fuego,  se  acoquina. 
Y  en  tanto,  lo  saluda  la  matinal  campana. 

Abro  el  balcón.  El  puro  aire  de  la  mañana 
me  sorprende  con  una  fragancia  repentina; 
y,  con  ligeras  gasas  de  oro,  se  ilumina 
la  gruesa  y  uniforme  arquitectura  aldeana. 


—  95   — 

Dilátanse  en  los  aires  aromas  matinales; 
como  una  exuberancia  de  cosas  virginales 
espolvoreada  sobre  la  vida  de  la  aldea; 

todo  se  Impregna  de  aire,  de  fuerza,  de  harmonía,... 
Y  hasta  mi  triste  alcoba  huye  la  melodía 
sonora  de  una  vieja  fuente  que  parlotea... 

Lorenzo  VICENS  THIEVENT. 


»♦« 


Wl)eti  I  sl)all  R^tum 


Para   Apolo. 


Aiinqiw  'cuy   por     ticrvo  ¡'xtraTia. 
Solitario  y  peri'f/riiU}, 
Xo  coy  solit,  nii'  acoiitpaño 
Mi  candirá  por  el  camino. 


Á  lasjúccncx  pocl/sas  de  mi  Patria. 

Kn  un  Jardín,    en  medio  d«  rosalüs, 
Te  encontraré  de  nu(!Vo: 
Será  bajo  el  Azur  de  ini  terruño: 
Allá  lejos    muy  lejos, 
Donde  el   rumor  del   Plata  se  contunde 
Con  el  dulce  trinar  de  los  jilgueros; 
Donde  el  ombú  se  eleva,  solitario. 
Desaliando  las  iras  de  los  vientos 

Y  en  lasverdes  cuchillas  se  adormecen 
J^os  ranchos  de  terrón,  (jue  tanto  (luiero; 
Allá,  donde  sollozan  las  guitarras 
■Como  el  triste  ciprés  de  un  cementerio 
Cuando  cae  la  lluvia,  lentamente. 

En  incolora  i)rocesi<ín  <le  duelos.  .. 

llecorrerán  tus  ojos  pensativos 
Mi  volumen  de  versos 
<iue  te  hable  de  un  castillo  abandonado 
Bajo  el  manto  de  armiño  del  Invierno; 
Vn  castillo  con  viejos  clavicordios, 
Evocadores  de  i)asados  tiempos; 
Con  paríjiies  sin  murmullos 
Como  naves  desiertas  de  los  templos 

Y  con  lagos  dormidos 

Donde  algún  cisne  esbozará  misterios... 

Yo  besaré  tus  manos,  delicadas 
Como  el  vago  suspiro  de  un  arpegio 

Y  luego,  en  los  jazmines  de  tus  brazos 
Dirán  mis  labios  su  cantar  ingenuo. 
Hermanos  de  las  flautas  pastoriles 


F.    DI-:    llAZA. 


De  los  idilios  griegos... 

Será  bajo  el  Azur  de  mi  terruño: 

Allá  lejos,  muy  lejos... 

Ah.  yo  te  contaré  cuanto  he  sufrido 
En  mi  largo  destierro, 

Al  cruzar  por  los  puentes  de  Verona 

En  busca  de  la  sombra  de  Romeo; 

Al  soñar  nirvanisn'os  en  Venecia 
Mientras  los  gondoleros 

Musitaban  nostálgicas  canciones 
En  su  dulce  dialecto. 

Tú  me  hablarás  de  tus  serenas  horas, 
Del  fervor  de  tus  rezos 
Cuando  lasflautas  místicas  de  un  órgano 
Elevan  sus  plegarias  á  los  cielos 
Y  en  un  altar  ondean  espirales 
Frágiles  del  incienso 
Que  esparcen  la  fragancia  del  Milagro 
Con  la  edénica  paz  de  los  conventos. 
f,Y  llegaré  á  olvidará  Zarathnstra 
Para  adorar  tu  blanco  Nazareno? 

Será  bajo  el  Azur  de  mi  terruño: 
Allá  lejos,  muy  lejos... 
¡Ah,  yo  te  contaré  cuanto  he  sufrido 
En  mi  largo  destierro!.,. 

.Tino  liAir.  MEXDILAIIARSU. 

Alta    í>avoya,  lüO'.i. 


—  9H     - 

Sub  Umbta 


Era  el  anochecer.    En  la  llanura 
Tendió  la  sombra  su  ropaje  lento, 
Y  habló  la  fatigada   voz  del   viento 
Con  palabras  d'e  insomnio  y  amargura: 

«^Atraviesa,  también,  tu  Selva   Obscura 
Oh  triste,  lacerado  pensamiento; 
Lleva  tu  carga  de  Odio  y  sufrimiento; 
Tu  cilicio  de  Ensueño  y  de  Locura 

«Atraviesa  el  infierno  de  la  vida, 
Oprimiendo  los  bordes  de  tu   herida. 
Para  que  tu  Dolor  más  alto  vuele; 

Y  sé  como  el  errante  Gibelino 
Cuando,  al  final  de  lóbrego  camino. 
Empieza  el  alma    « riveder  le  stelle!» 

Leopoldo  DÍAZ. 


«♦« 


ft  Mariuccia 


Vara    Apolo. 


Amo  in  te  la  dolcezza  di  quei  labbri 
Tumidi  e  freschi  qual  'na  rosa  in  maggio, 
Amo  i  tuoi  occiií  glauchi  come  i!  mane 
Che  mi  saettan  qual  potente  raggio. 

Ed  amo  i  tuoi  capelli  color  d'oro 
Quali  spighe  ondeggianti  all'aura  lleve 
La  personcina  tutta,  sí  graziosa, 
E  le  manine  dal  color  di  nevé. 

Ma  piü  di  tutto  in  te  amo  la  pura 
Candidezza  dell'anima  sí  bella, 
Amo  in  te  la  virtú  scolpita  in  fronte 
Rilucente,  qual'é  fulgida  stella. 

iVIa  vieppiü  io  t'amo  perché  buona 
E  sincera  íu  sel,  Mariuccia  mía; 
Ma  dimmi,  se  t'adoro  e  t'idolatro. .  . 
Contraccambl  tu  un  po'la  miafollia? 

G.   MOLA. 


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—  98  — 


C-ésar  d^^gomm-é. . . 


La  pasión  de  la  Libertad  es  insaciable,  como  la  vida;   nada  la  colma; 

el  Universo  es  el  enorme  Símbolo  de  la  Libertad,  todo  reside  en  él,  todo 
está  en  su  orden  mara/illoso  ;    fuera  de  él,   no  hay   sino  el  Caos ; 

la  tiránica  pasión  de  la  Libertad,  devora  la  Vida,  la  consume  como  una 
llama  enfurecida  sobre  la  cual  soplaran  desencadenados  todos  los  vientos  de 
la    Rosa    Náutica ; 

he  ahí  que  al  corazón  de  carne  de  los  hombres,  es  sucedido  un  corazón 
de  lava  en  aquellos  que  aman  la  LiLertad,  con  un  amor  encima  del  Espíritu 
y    do   la    Vida ; 

en  esos  visionarios  del  futuro,  en  cuyo  corazón  clama  perpetuamente  la 
tempestad,  y,  que  ven  la  Vida,  al  través  del  cristal  terrible,  donde  la  Verdad, 
miiestra  al  Hombre  el  esplendor  de  sus  desnudeces  m.irtiriz.idas,  l.i  aurora 
boreal  de  la  Esperanza  tiende  raramente,  la  luminosa  red  de  sus  mirajes; 

y,  ellos  son  perpetuamente  tristes,  cual  si  el  dolor  de  todas  las  razas,  llo- 
rara como  un  diluvio,  en  el  fondo  de  su  corazón ; 

lop!  falsos  espejisnios  de  la  Libertad,  que  á  otros  consuelan  no  tie?ien  el 
placer  de  desarmarlos ; 

su  salvaje  oLstinación  no  capitula  ante  ellos,  porque  está  habituada  á 
verlos  desvanecerse  al  menor  soplo  del  viento,  y,  á  ver  aparecer  tras  el  áureo 
amaranto  de  ese  velo,  la  soledad  nocturna  del  desierto,  empurpurada  de 
nuevo   con   la   sangre   de   los   pueblos; 

y.  él,  grita  ¡  Silencio !  al  clamor  de  los  pueblos  ebrios  de  una  Libertad 
ficticia,  puestos  de  rodillas  en  las  tinieblas,  viendo  pasar  precipitado  el  carro 
del   'íltirno   Amo   que   huye... 

su  visión  neta  y  dominadora  ve  ya  venir  los  nuevos  amos,  y,  apresta 
contra  aquellos  sus  flechas,  pronto  á  traspasar  con  ellas  el  horizonte,  donde 
el  vacío  momentáneo  de  la  púrpura  hace  una  mancha  de  divino  azul ; 

tal  sucede  hoy  á  los  pensadores,  con  ese  girón  de  pueblo,  que  fué  Co- 
lombia ; 

Cocobolo   ha   huido,   como   un   bandido;    se   escapó   en   la   Noche; 

la  odisea  de  Casti-o,  iluminó  su  Miedo,  y,  el  jaguar  asustado  ante  el 
incendio,   eclipsó   la   cobardía   del   mono,   tembloroso   ante   el   cataclismo;... 

y,  el  mata  moros  dcgonfU'  -.  el  Hércules  de  feria,  pjiesto  en  presencia 
del   pueblo,' se  redujo   á   sus   verdaderas   proporciones,   y,   esciEó... 

Didador  ijerpetuo,  lo  habím  aclamado  los  suyos,  como  los  romanos  á 
Julio  Cósir,  después  de  su  último  abominable  triunfo  SDbre  li  moribunda 
Kfípública   Romana... 

Y,  él,  se  creía  perpituo...  ¡Perpetuo  en  la  movilidad  vertiginosa  de  nues- 
tra vida  democrática,  hecha  de  mirajes  y  catástrofes,  incierta  y  temblorosa 
como    un    mar!... 

Dictador,  si  que  lo  era,  esta  soldado  obscuro  y  brutal,  con  el  espíritu 
insondablemente   pequeño    y,    el   corazón   más   pequeño   todavía; 

él,  mandaba  en  alto  y  en  bajo,  seduciendo  á  todos  con  la  promesa  de 
nna  paz  que  nadie  pretendí  i  turbar;  de  un.i  tranquilid  id  sin  orgullo  de 
pnrtido  y  sin  amor  de  patria;  en  el  seno  de  una  fraternidad  hecha  de  abdi- 
caciones y  de  ¡ipostasías;  en  un  i  política  sin  dignidad  de  Gobierno  y  sin 
sinceridad  de  ideas ;  gobierno  de  facciones  y  de  exacciones ;  sin  rumbos  y  sin 
decoro;  teniendo  por  bandera  la  Venalidad  afuerií*  y  el^soborno  adentro;  de 
rodillas  ante  el  extranjero,   y  el  sable  desnudo  contra  el  pueblo; 

su  dictadura  de  cinco  años,  llenó  con  su  fango,  las  cimas  que  parecían 
inaccesibles;  .,    ,.*"...... 

los  corrompidos  de  todos  los  partidos  se  amontonaron,  en  torno  de  él, 
para  servir  su  despotismo,  disputándose  por  la  bajeza  la  mayor  zona  de 
influencia; 

los  conservadores  más  envilecidos  se  unieron  á  los  liberales  más  abvectos, 
para  hacerlo  Amo  absoluto  y  Omnipotente,  levantándolo  sobre  sus  hombros 
como   un    ídolo  ; 

predicó  á  grandes  voces  la  muerte  de  los  partidos  y,  el  reinado  de  las 
tacciones ;  . 

y  ,se  embriagó  con  el  humo  de  la  adulación  que  la  prosa  mística  de  los 
conservadores,  y,  la  retórica  plebeya  de  los  jacobinos  le  administraban  á  altas 
dosis-    y,    se   creyó    Eterno;...  •        .-  ;.' 

y,   se  infló,   en   una  hipertrofia   de  Vanidad;    soberbio   de  su  propia  peque- 


—  99  — 

ñez,  como  de  una  grandeza,  orgulloso  de  mostrar  su  propia   Vulgaridad,  como 
una    distinción; 

seguro  de  la  complicidad  de  todos,  confundiendo  esa  complicidad  con  la 
fidelidad,  se  dio  todo  entero,  á  saquear  y  despotizar,  sin  mirar  una  vez  si- 
quiera el  obscuro  y  tormentoso  horizonte,  tras  el  cual,  se  agitaba  confusamen- 
te  el   pueblo  ;  . . 

y,  he  ahí,  que  un  hombre  se  alza;  un  hombre  solo  y  desarmado,  agi- 
tando en  sus  manos  de  Escritor  y  de  Tribuno,  una  hoja  de  papel; 

era  Nicolás  Esguerra,  con  su  «Memorial  á  la  Asamblea  Nacional»  ; 

ese  Hombre,  inerme.  Le  alzaba  ante  la  Muerte,  sereno  en  su  seguridad, 
sólido  en  su  fuerza ; 

y,  el  Pueblo  se  alzó  súbitamente  tras  aquel  Hombre,  transformado  insen- 
siblemente,  en   una   Democracia,   pensadora   y   agresiva... 

y,  aquel  César,  al  cual  faltaba  todo,  hasta  el  acento  imperial  de  los 
grandes  dominadores,  tembló  ante  aquel  pueblo  que  de  súbito,  se  sentía  he- 
roico, y,  de  su  trágica  humild.xd  que  era  un  crimen,  se  lanzaba  á  la  plaza 
pública,   on  una  gallarda   ascención  hacia  sus  derechos  conculcados; 

ante  el  aliento  plebeyo  del  Pueblo,  ya  casi  olvidado,  el  Tirano  tembló 
y  cieyénilose  perdido,  escr.pó  en  la  noche,  como  un  lacayo  infiel...  y,  Colom- 
bia, quedó  sin  amo;  en  poder  de  los  lacayos...  ¿qué  harán  éstos?  ¿qué  surgirá, 
quién  se  alzará,  bajo  el  cortinaje  de  ese  solio,  que  el  miedo  del  Amo,  dejó 
\;tcío... 

esos   lacayos   hechos   ainos.   son   incapaces  de   dar   al   Pueblo   la  Libertad ; 

y,  el  pueblo  ha  optado  por  la  guerra;  ¿qué  surgirá  de  todo  eso? 

la  Lil  ertad  y  la  Tempestad,  son  gemelas;  ¿quién  osa  encadenarlas?  la 
mirada  implacable  del  Destino,  ve  desde  lo  alto,  y,  juzga  desde  lo  .alto ;  su 
justicia,  es  tan  grande,  que  se  llama  Perdón;  sin  la  Misericordia,  que  reside 
en  el  fondo  del  Destino,  la  Gloria  sería  inaccesible  para  los  pueblos  y  loe 
hombres  que  han  caído  en  la  esclavitud;  la  Liiiertad,  es  Formidable,  pero  no 
es  implacable;  ella  tiene  Piedad  de  las  cadenas  que  no  ha  sufrido...  y,  ella 
oae   no  ha   temblado,   se   estremece; 

y  se  inclina  vertiendo  'sobre  los  jjueblos  el  torrente  armonioso  de  la 
palabra  humana ;  y,  eácuchando  las  confidencias  de  su  debilidad,  las  revela 
al  mundo   como   un   alarido 

Nada  sorprende  la  Omnisapiencia  de  la  Libertad:  conociendo  todas  las 
(aídas  de  los  pueblos,  no  se  sorprende  de  ninguna:  he  ahí,  porque  ella  con- 
tinúa en  amar  ciertos  pueblos :  porque  su  gloria  ha  sido  má''  grande  ciue  su 
desvanecimiento...  por  eso  perdonó  li  Eoma  de  los  Césares:  por  eso  continuó 
en  amar  la  Francia  de  los  Nipoleones..  ¿Continuará  tn  amar  á  Colombia? 
.  ¿la  perdonará?  el  Rescate  del  ideal,  se  impone  para  aquel  pueblo;  ay ;  ¿no 
será  la   liora    demasiado   tarde?... 

¿sobre  la  tumba  de  ese  pueblo,  muerto  para  la  Libertad,  muerto  de 
Sumisión  é  Idolatría,  podremos  escribir  la  palabra  inconmensurable,  la  gran 
lalabra,  que  salva  y  vivifica,  Esperanza?...  ¿Sobre  ese  epitafio  lucirá  el  Sol 
de   Betania?...   ¿Lázaro  resurgirá?...   Yo,  no  lo  creo... 

Polífemo  desventurado,  en  vano  llenará  con  sus  clamores  los  cielos  y  la 
tierra,  un  nuevo  moscardón,  más  vil  que  aquel  que  acaba  de  abandonarlo, 
se    alzará    del    fango   para   insultar   su   Miseria. 

\Áve   César]   dicen  ya  las  brisas  resurrectas  de  Bizancio... 

¡Ave   César!... 


«♦» 


Los  QoxíUmpovéíneos 

Con  el  presente  número  comenzamos  la  publicación  en  nuestra 
portada,  de  una  serie  de  caricaturas  de  escritores  contemporáneos. 
La  de  José  Santos  Cliocano  que  hoy  ofrecemos  á  vuestros  lectores, 
ha,  sido  reproducida  de  El  Cojo  Ilustrado  de  Caracas. 

Nota  de  la  Redacción. 


—  100  — 


Para    Apolo. 

Es  la  faz  ovalada,  pálida  y  sugestiva; 
sus  ojeras  azules  como  de  monje  real 
reflejan  los  insomnios  de  una  labor  activa: 
(versos  de  amor,  caricias,  besos  en  madrigal.) 

Rojos  como  la  sangre  de  los  dobles  claveles, 
son  los  labios  sensuales  que  florecen  al  beso, 
en  ellos  arde  el  fuego  de  amorosos  rondeles 
y  las  felinas  ansias  de  un  sátiro  travieso. 

Son  dos  discos  llameantes  los  dos  ojos  castaños, 
por  los  que  el  alma  triste  mira  pasar  la  vida, 
húmedos  en  nostalgias  de  los  pasados  años 
ante  el  recuerdo  amado  de  una  muerta  querida. 

Revelan  sangre  noble  de  estirpe  Bizantina 
las  blancas  manos  tibias,  con  uñas  sonrosadas, 
(que  acusan  camafeos  de  un  mandarín  de  China,) 
ofreciendo  amorosas  sus  caricias  doradas. 

Artífice  pagano,  amó  las  tentaciones, 
las  bellezas  de  Diana,  la  desnudez  de  Europa, 
y,  nuevo  Benvenuto,  sus  líricas  canciones 
van  á  posarse  al  bajo  relieve  de  una  copa. 

Tentaron  á  su  lira  los  grupos  pastoriles, 
las  intrigas  galantes  en  Cortes  florentinas, 
y  en  los  Decamerones  con  duquesas  sutiles 
gozó  el  elogio  ardiente  de  sus  bocas  divinas. 

Y  este  nuevo  Rolando  de  corazón  amante, 
logró  amores  serenos  y  desdenes  perversos; 
en  unos  fué  vencido,  en  otros  fué  triunfante. . . 
(mas  siempre  fué  orgullosa  la  rima  de  sus  versos.) 

Carlos  María  DE  VALLEJO. 

Montevideo,  1909. 


101 


GaUna  d€  "íl|)olo" 


CARLOS    MARÍA    DE    VALLEJO 


-   102 

De  Arturo  R.  de  Carricarte 


£1  **tiaciotiaUsmo''  ^ti  Am-érica 


( Glosa  de  un  libro    chileno  ) 

(  OOXOLUSIÓX  ) 

Y   si   se   piensa  que  cuando   una   nación   de   cultura  superior   adminis- 

tui  un  pueblo  débil  lleva  á  él  sus  progresos     y  sus  beneficios  domésticos 

diríjase  la  vista  á  Puerto  Rico  y  obsérvese  la  situación  que  en  el  orden 

político,    en    el    económico,    en    el   social    mismo   S3    encuentra    el    nativo 

bajo   la   tutela    del    protectorado   yankee. 


Si    be    de    producirme    con    entera    imparcialidad,    debo    recordar    que 
una   de   los   más   extensos   territorios   de   América,    la   República   de   Co- 
lombia,  que   ha   ])odido   sustraerse   al   influjo   extranjero,   no   ha   logrado 
cnipe'f,   mayores   beneficios.    Sojuzgado   el   espíritu   público   por   el   reac- 
cionario pensamiento  católico,   por  la  educación  católica,   hasta  el  pun- 
to  de  que  el  Presidente  Reyes  enviara  al  \'aticano   una  Diputación  de 
sus   Ministros  portadores  de   una  bandera  colombiana,  y  que  el  Nuncio 
del   Papa   tomara   sieir.pre   asiento   á   su   derecha   en   las   ñe^tas  oficiales, 
el  atraso  material  de  ese  país  asombra,  por  el  contraste  que  ofrece  con 
ei  brillo,  con  el  verdadero  esplendor  de  sus  letras,  y  el  positivo  mérito 
intelectual   de   sus   hijos.    Las   comunicaciones,    por   ejemplo,    corno   todas 
las   obras   públicas,    están   en   embrión.    Para   transportar   el   mineral   de 
oro    desde    las    minas    del    interior    que    son    tan    ricas,    se    emplea    el 
mulo  como   único   transporte  y   p^ra   llegar   desde   el   exterior   á   Bogotá 
la  secular  y  culta  capital,  es  preciso  emplear  todos  los  medios  de  loco- 
moción tradicionales:    vapor  ñuvial,   lomo  de  muía,   carro  y  ferrocarril. 
liOrs  campos  de  la   República  de  feracidad  excepcional,   permanecen   yer- 
moi  porque  los  transportes  iir.plicau  erogaciones  que  el  precio  del  fruto 
no   puede  compensar.    Existe   un   caso,   muy  comentado,   de   un   culto   "ó- 
l'imbiano  que   había   vivido   en    Europa.    Al   regresar   á   la   patria,   hizo 
cuantiosos    gastos    para    sembrar    varias    hectáreas    de    cafetos    duraiii  ' 
la   fiebre  cafetera   á   que  ■>!   l'stado   de   Sao   Paulo  en   el   Brasil   debe  f-u 
ei>?i;randeciniiento.  C.ia.ido  las  plantas  comenzaron  á  producir,  la  cosecha 
iué  1ro-,  veces  más  abu n    mulo  c!«    lo  que  sus  cálculos  señalaron  y  al  or- 
¡■iwir/.iir  el  tiansporte  del  fc -ínio  encontróse  con  que  una  vez  puestos  los 
sacos   en   el   muelle   marítimo   más   cercano   aún    antes   de   pagar  el   flete 
lara   el  exterior,  el  precio  del  producto  era  igual  al  que  tenía  de  coti- 
zación   en   las   plazas   consumidoras   y   tiiA^o   que   perder   aquella   inmensa 
riqueza  que  representaba  centenares  de  miles  de  pesos  y  que  implicaba 
l:i   ¡•c-.íüdií   "if  un  capital  ruí:  nri(>sísimo,  de  tiempo  y  de  esfuerzo  impre- 
visoramente    aplicados.    Quiere    decir    que    cuando    nuestra    actividad    se 
consagra   al  fomento  de  las  artes  ó   industrias  patrias,   lo  hacemos  sin 
contar  con  todos  los  elementos  que  son   imprescindibles  y  cuando   abri- 
mos  nuestros   puertos   á   la   iniciativa   y   al   capital   extranjero,    éste   ab- 


—  103  — 

sorbe  nuestro  poder,  anula  nuestras  esperanzas  y  destruye  iiuestro  por- 
v<inir  por  una  absorción  irresistible.  México  está  surcado  en  toda; 
direcciones  por  ferrocarriles  hasta  ayer  extranjeros,  boy  on  copartici- 
pación del  Gobierno,  pero  garantizando  un  oneroso  interés  al  capital 
eñalado  á  las  erapresas  de  uso  modo  nacionalizadas.  En  Colombia  el 
elemento  extranjero  está  en  minoría  insignificante,  hay  ])oca3  indus 
trias  exóticas,  no  hay  riesgos  que  provengan  del  exterior,  pero  en 
ca:nbio  permanecen  sus  bosques  y  selvas  completamente  vírgenes  y  ca- 
rece de  vías  de  comunicación.  El  problema,  pues,  consisto  tn  aunar  los 
dos  extK-inos-  fomenta^'  lis  industrias  y  hacerlas  uí;Ci'.i  aies,  pero  sin 
que  ello  implique  el  pagar  con  fondos  de]  E'  rario,  lo  que  los  bene- 
ficios de  la  industria  debían  producir  y  que  no  pueden  en  la  prác- 
tica producir;  y  tener  en  cuenta  todos  los  elementos  quo  entarnúu 
cualquier  iniciativa  y  que  son  complementarios  de  cualquier  labor  parn 
nr  caer  en  el  fracaso  del  agricultor  colombiano.  México  tiene  16,114 
kilómetros  de  ferrocarril  para  1.987,310  de  superficie,  mientras  Colom- 
l  ia  con  1.248,200  kilómetros  de  suparficie,  sólo  tiene  72^  de  ferrocarril. 
En  Yucatán  estuvo  vigente  hasta  hace  poco  tiempo  la  ley  de  naciona- 
lización de  capitales.  Toda  industria  yucateca  era  nacional,  pues  ei 
hecho  de  adquirir  un  terreno  ó  de  poseer  una  fabrica  implicaba  la 
ciudadanía  forzosa.  JNo  había,  pues,  terratenientes  extranjeros.  E'i 
Cuba  se  propuso  una  ley  semejante  y  fué  preciso  desecharla  en  la 
Cámara,  pero  no  como  dice  el  Sr.  Pinochet,  «cediendo  á  altas  influencias 
yankees  cuj^os  intereses  lesionaba»,  (1)  sino  porque  las  ciicunstanci-is 
del  momento  imposibilitaban  la  adopción  de  esa  ley.  Al  rechazarla,  'a 
Cámara  cubana  consignó  que  la  ley  era  patriótici  y  que  el  Congresr 
s  reservaba  estudiar  el  asunto,  pero  que  el  proyectj  del  señor  Artea- 
ga,  era  inadoptable  por  cuanto  su  articulado  era  demasiado  radica). 
En  el  fondo  fué  una  ley  inconsulta,  siendo  el  principal  argument  > 
aducido  para  no  aprobarla  el  qu3,  después  de  la  crisis  provocada  po, 
la  revolución  de  1906,  y  la  dosastrosa  administración  financiera  de  la 
stgunria  intervención,  cualquier  precepto  tendente  á  dificu.'tar  la  ad- 
quisición de  propiedades  territoriales  por  lo3  extranjeros  haría  des- 
cender muy  sensiblementa  la  valorización  de  la?  tierra:  dificultando  <1 
refaccionamiento  de  las  grandes  estancias  nacionales  cuyos  propieta- 
rios necesitan  cada  año  recurrir  al  crédito  para  lograr  el  poder  liac.T 
fíente  á  las  erogaciones  correspondientes  al  corte  de  la  caña,  pagos  de 
jornales  y  demás  atingencias  propias  de  la  zafra  de  azúcar.  Por  lo 
demás  el  Congreso  reconoció  el  patriótico  espíritu  de  la  ley  en  cues- 
tión reservándose  el  legislar  sobre  la  materia  en  oportunidad  más 
adecuada.  La  ley  Arteaga,  así  desechada,  no  es  el  primer  acto  qui' 
realiza  el  Congreso  cubano  en  ese  sentido,  pues  durante  ]a  priaera 
llepública  el  senador  señor  Sanguily,  eximio  hombre  de  letras  y  pa- 
triota ejemplar,  propuso  una  ley  análoga  y  en  la  Cámara  de  Diputa 
dos  el  que  fué  presidente  de  la  misma  doctor  José  A.  Malberti,  formu- 
la ui)  proyecto  de  ley  semejante  siendo  tanto  en  e]  Senado  como  en  la 
Cámara  pospuesta  la  resolución  pertinente. 

No  debe  confundirse  esta   práctica  de  discreta   reserva    ante   el   egoís- 
mo   extranjero,    justificado   en    suma,    coa    la    preconización    del    sisten^a 


(1)     Página   51. 


—  104  — 

■ie  aislamiento  internacional,  puesto  en  práctica  con  invariable  resal- 
lado legativo.  Se  trata  solamente  de  prever  eventualidades  del  futu- 
ro, i;¡)ercibirse  para  ellas  y  nunca,  cualesquiera  que  sean  las  circuns- 
tancias, por  graves  y  perentorias  que  se  ofrezcan,  consentir  en  que 
iiueshos  propios  elementos  vayan  á  robustecer  al  extraño,  que  en  un 
monniito  dado  utilizará  las  armas  que  nuestra  inconsciencia  le  ha 
¡.rop:>icionado  para  labrar  nuestra  pérdida.  La  política  á  la  mira  in- 
ternacional ha  sido  dteñnida  exactamente  en  estos  términos:  «el  juga- 
dor <lebe  siempre  calcular  las  jugadas  del  contrario.  En  todo  cuanto 
empiendemos  luchamos  con  lo  impevisto :  el  más  previsor  gana  siem- 
pre  la  partida.»     (1). 

Vv.i  de  las  causas  que  provocan  los  males  que  á  la  lijera  quedan 
resefiados,  es  la  falta  de  solidarización  mental.  Disgregados  por  in- 
consistencia intelectual,  por  exceso  de  personalismo,  no  comprendemos 
1,1  disciplina  colectiva,  como  se  nos  hace  difícil  lograr  alguna  disci- 
plina mental.  El  general  Mitre,  entendía  que  ese  espíritu  de  extrao3'- 
dina.io  personalismo  que  nos  caracteriza,  era  un  caso  de  manifiesta 
herencia  directa:    «nos  lo  legaron  los  españoles  con  su  sangre»,  dice.  (2). 

Lfi  íoiiqu.sta,  hecha  á  puro  de  esfuerzo  personal,  dejado  á  su  al- 
bedrí  >  jn  iniciativa  de  cada  aventurero,  determinó  en  éstos  un  espí- 
ritu de  independencia,  sin  su  necesario  complemento  para  el  buen 
orde.i  social:  la  idea  de  la  responsabilidad,  limitándose  á  exaltar  la 
confianza  en  el  propio  esfuerzo  y  la  fe  en  la  labor  aislada,  de  donde  á 
¡a  hirga,  surgió  el  espíritu  de  disociación  prevaleciente  en  nuestros 
países. 

Nuestras  democracias  americanas  han  dado  demasiado  impulso  al 
individualismo  y  han  desdeñado  lo  que  constituye  la  fuerza  de  los 
países  más  adelantados:  la  especialización  y,  con  ella,  la  disciplina  y 
la  clasificación  de  las  capacidades.  Juzgándonos  individualmente  omnis- 
contt'S  nuestro  esfuerzo  colectivo  se  resiente  de  la  atomización  y  las 
actividades  disgragadas  no  tienen  ni  la  unidad  de  acción  que  garan- 
tiza ol  triunfo  ni  aún  siquiera  la  unidad  del  propósito  que  es  impres- 
cindible para  que  cristalice  en  un  éxito.  Este  mal  depende  exclusiva- 
mente del  error  inicial  con  que  la  educación  del  pueblo  ha  sido  acome- 
tida. 

La  preparación  escolar  deja  poco  campo  al  hábito  y  á  la  comprensión 
di-  las  costumbres  piíblicas.  El  respeto  al  orden,  la  necesidad  de  la  vida 
normal,  sin  turbulencias  ni  guerras  civiles,  para  asegurar  el  desenvol- 
vimiento de  las  energías  nacionales  en  todos  sus  aspectos,  y  el  deber  de 
mantener  las  relaciones  partidaristas  dentro  de  un  pacífico  razonar  y 
una  tranquila  discusión  son  nociones  muy  poco  difundidas.  Cuando  las 
violencias  de  hecho  no  estallan  porque  el  gobierno  posee  suficientes 
elementos  para  asegurar  el  orden,  las  violencias  de  palabras,  que  en- 
gendran como  inmediata  consecuencia  la  perturbación  de  la  paz  moral 
aparece  con  todo  su  cortejo  de  mezquindades  y  de  vilezas.  En  todo 
el  Continente  es  la  Argentina  el  país  de  nuestra  habla  que  ha  logrado 
sostener  la  paz  más  persistentemente,  y  con  ella  se  ha  engrandcido  de 
modo  portentoso,  siendo  un  verdadero  exponente  de  progreso  y  de  cul- 

(1)  Nabtico:    «La  Guerra  del  Paraguay»,  página  101.   París  1901. 

(2)  Ibid,  página  23,  I. 


—  105  — 

Una  ;  á  excepción  de  México,  sojuzgado  por  la  férrea  mano  del  insigJio- 
Porfirio  Díaz,  sólo  la  gran  Metrópoli  del  Plata  lia  conseguido  asimi- 
larse los  grandes  progresos  mundiales.  Pues  bien,  en  un  reciente  edi- 
t(!rial  de  La  rrcnsa  bonaerense  (24  de  Octubre  de  1909),  se  lee  el  si- 
guiente párrafo  que  es  una  síntesis  admiralile  de  un  estatío  de  alma 
colectivo  :  «quien  con  ánimo  sei'eno  tome  nota  reflexivamente  de  lo  que 
ocurre  en  ese  escenario  (el  político),  se  dará  cuenta  exacta  de  la  pro- 
fundidad en  que  radican  la  subversión  y  la  anarquía  de  las  ideas,  obra 
do  un  largo  cuarto  de  siglo  de  relajación  de  los  resortes  democráticos 
y  gubernamentales,  consumada  por  personalismos  prepotentes.  El  he- 
cho indica  que  hay  mucho  y  muy  arduo  hacer  para  encontrar  la  hue- 
lla   al)andonada)). 

Esta  anarquía  y  esta  subversión  se  advierten  en  todo  el  continente. 

Juzgando  imprescindible  inculcar  en  la  mente  del  niño  la  idea  de  la 
igualdad,  no  liemos  sabido  imponerle  la  idea  de  la  relatividad  dentro 
de  esta  igualdad  teórica  atañedera  más  que  otra  cosa  al  derecho  posi- 
tivo que  no  á  las  demás  funciones  sociales:  la  igualdad  ante  la  ley 
que  es  la  que  persigue  la  sana  democracia,  pero  que  no  es  ni  puede  ser 
igualdad  social  ni  mucho  menos  la  igualdad  mental.  A  cada  uno  según 
su  capacidad  y  á  cada  capacidad  según  su  mérito,  esa  es  la  fórmula 
más  adelantada  del  acratismo  eurojieo.  Nosotros  ampliamos  la  teoría 
hasta  el  límite  ;  á  todos  sin  medir  capacidades  ni  méritos.  Y  de  ahí 
parte  todo  el  error.  El  hijo  de  un  obrero  oye  en  la  escuela  que  él  es 
igual  al  Presidente  de  la  República  y  que  cuando  tenga  la  edad  que 
requiere  la  ley,  podrá  él  también  ser  presidente.  Andando  el  tiempo 
llega  al  conocimiento  de  que  ese  Presidente,  ha  sido  electo  por  la  mayo- 
ría de  votos  y  entonces  si  siente  el  deseo  de  ser  Presidente  no  piensa  en 
que  ese  alto  cargo  es  privativo  de  las  grandes  capacidades,  sino  de  las 
grandes  audacias  y  mira  de  igual  á  igual  al  jefe  de  la  nación  y  juzga 
á  todos  sus  compatriotas  por  un  mismo  rasero,  sin  poder  distinguir 
entre  un  alcohólico  degenerado  y  los  otros  cultos  é  inteligentes  ciuda- 
danos. La  base  democrática  se  ha  establecido  entre  nosotros  en  la 
igualdad  y  no  en  la  capacidad  ;  así  vemos  en  muchos  de  nuestros  país;'s 
que  iletrados  aspiran  á  alcanzar  puestos  técnicos  aunque  carezcan  -del 
título   que   la    ley   les   exige. 

El  otro  problema  es  el  de  la  nacionalización  del  sentimiento  colectivo 
é  individual.  En  estos  mismos  días  la  Argentina,  por  la  acción  del 
señor  Ministro  Naón,  ha  iniciado  la  «argentinización»  del  niño  ar- 
gentino. 

Para  lograr  esto  es  preciso  que  la  historia  patria,  que  las  necesi- 
dades patrias,  que  las  letras  patrias  sean  familiares  á  cada  ciudadano  ; 
que  en  las  escuelas  elementales  se  comience  á  iniciar  al  niño  en  lo 
qu(  es  patrimonio  nacional,  en  lo  que  son  las  necesidades  nacionales, 
lo  que  tenemos  y  lo  que  nos  falta.  Y  no  obstante  ello,  un  sólo  pueblo 
ibero  americano,  Venezuela,  cuenta  con  una  historia  literaria  nacio- 
nal merecedora  de  ese  nombre  :  la  del  señor  Picón  Febres,  honrado  " 
valioso  monumento  de  juicio  imparcial,  abundosa  erudición  é  indepea- 
dencia  de  criterio.  En  los  demás  países  neomnndiales  se  ha  desdeña- 
do recopilar  la  producción  literaria,  como  si  tan  desmedrada  fuera 
que  no  hubiera  hecho  fijar  en  ella  la  atención  de  jueces  tan  severos 
como    [Marcelino    ^Tenéndez    y    Pelayo    y    Frederic    Loliée.    Cuanto    á    l:r 


—  106   — 

iiistoria  uacimial,  tan  cultivada  en  todas  partes,  entre  nosotros  es 
mirada  con  el  mayor  desden.  vSi  acaso  las  monografías  abundan  es  en 
ílaño  de  la  unidad  de  pensamiento  que  debe  regir  la  confección  de 
un  texto  propio  para  ser  facilitado  en  las  escuelas  populares  á  aque- 
llos ciudadanos  que  en  el  curso  de  su  vida  no  han  de  volver  á  hojear 
semejantes  textos.  Ni  un  sólo  país  de  América,  desde  Cuba  hasta  la 
Aigentina,  tiene  un  libro  elemental  de  historia  patria  que  responda 
Á  un  fin  verdaderamente  pedagógico.  Cuando  mucho  son  libros  de 
exposición  ó  narrativos,  carentes  de  todo  incentivo  para  provocar  la 
reñexión  crítica  y  facilitar  la  deducción  y  la  comparación.  Es  más, 
«sos  mismos  textos  de  historia  narrativa  están  plagados  de  errores 
£asi  siempre.  En  México  está  de  texto  para  la  enseñanza  elemental 
y  la  secundaria  progresiva  un  libro  del  Ministro  de  Instrucción  Públi- 
ca, el  notable  literato  don  Justo  Sierra  ;  pues  bien,  la  prensa  ha  denun-r- 
ciado  repetidamente  inexactitudes  contenidas  en  los  varios  tomos  de 
^niseñanza  gradual,  sin  que  se  haya  modificado  el  texto.  La  geografía 
nacional  se  mira  como  asignatura  de  importancia  escasa,  la  oreogra- 
fía  se  desdeña  por  completo  y  cuanto  á  la  geografía  comercial  compa- 
rtida se  ignora  hasta  su  significado.  <(En  las  escuelas  y  colegios  argen- 
tinos se  ha  enseñado  Geografía,  y  aun  se  enseña,  con  mapas  extran- 
jeros algunos  de  los  cuales  trazan  en  Misiones  y  en  los  Andes  los  lími- 
tes que  pretenden  el  Brasil  y  Chile.     (1). 

Y  sobre  base  tan  débil  se  pretende  erigir  el  edificio  pesado  y  abruma- 
dor de  la  enseñanza  universitaria,  vínica  que  preocupa  y  á  la  cual 
se  otorga  una  errónea  y  descaminada  influencia  en  la  vida  colectiva. 
Últimamente  el  Presidente  de  la  Kepiíblica  Argentina,  doctor  Fi- 
gtieroa  Alcorta,  se  ha  visto  obligado  á  reconocer  (2)  que  en  la  gran  me- 
trópoli platense  ((el  progreso  material  no  corre  parejas  con  el  adelan- 
tc  institucional  ó  político»  ;efecto  característico  de  la  educación  defi- 
ciente  é   inadecuada. 

El  señor  Pincohet  cita  un -caso  que  es  realmente  típico  de  nuestra 
incomprensión  de  los  alcances  de  la  enseñanza  popular :  un  periódico 
satírico,  dice,  publicó  en  Santiago  una  caricatura  que  representaba 
un  hombre  macilento,  cuyo  traje,  cubierto  de  harapos,  mostraba  las 
emaciadas  carnes,  y  al  pie  del  grabado  se  leía  esta  significativa  leyen- 
■da  :    ((es   maestro   de   escuela  :    lo   enseña   todo». 

Tal  es  la  situación  :  contemplémosla  de  frente,  no  dejemos  vagar 
el  espíritu  oi^timista  en  cuanto  á  la  aplicación  de  los  males  sino  en 
cuanto  á  la  posibilidad  de  remediarlos  mediante  la  voluntad  y  el  es- 
fuerzo ;  tracémonos  un  ideal  superior  de  civilización  y  de  progreso  y 
aunemos  nuestras  voluntades  posponiendo  todo  estímulo  al  de  los 
grandes  intereses  de  la  patria,  solidarizando,  cada  día  más,  á  los  pue- 
blos de  nuestra  raza,  en  ideal  confraternidad  de  amor,  de  justicia  y 
do  progreso,  basado  en  la  mutua  ayuda  y  en  el  común  apoyo  que  pre- 
-conizara,  doloroso  es  decirlo,  no  uno  de  los  nuestros,  sino  el  más  culto 
representante  del  gobierno  yankee  :  Mr.  Elihu  Eoot,  en  el  primer  Con- 
greso Pan-Americano. 


(1)  «Misiones»    por    Estanislao    S.    Zeballos,    ex-Ministro    de    Relaciones    £x- 
-teriores    de  la   Kepiíblica    Argentina. — Buenos   Aires.— J.    Pouser   1903,    pág.    21. 

(2)  «La    Nación»,    Buenos    Aires    Octiihre    22    de    1909. 


—   107  — 


;ol  de  Mediodía 


Para   Apolo. 


A  OctiHit  FfriKindi'z  JOn". 


Sol  de  Mediodía.  i  Bendito 
seas !  Tú  despiertas  tn  el  alma 
mil  sensaciones  á  nn  tiempo.  En 
ti  todo  es  sonoro  porque  todo  es 
callado.  Hablan  en  ti  las  cosas  del 
presente  y  las  cosas  que  fueron. 
¡  Tú  evocas  todo  lo  que  no  puede 
ser !  Cuando  muestras  tu  cabellera 
de  oro  comienzan  á  reir  las  vi- 
das. 

Los  campos,  las  torres,  las  ca- 
rreteras, dicen  ima  añoranza 
siempre  que  tú  te  asomas !  Sol 
de  Mediodía  ¡Bendito  seas!  mur- 
muran en  ti  las  fuentes  de  todos 
los  amores.  En  ti  cantan  todas 
las  aves  y  secretean  en  tu  silen- 
cio todos  los  ruidos  de  la  Natu- 
raleza !  Luminosa  es  tu  sombra, 
porque  ¡  oh !  tus  reflejos  son  como 
una  sombra!  Sed  infinita  de  amor 
se  siente  cuando  tii  llegas.  Yo 
tengo  ansias  de  ti  ¡  tantas  como 
de  placeres  puede  tener  un  mari- 
nero á  la  vuelta  de  un  largo  via- 
je' Sonríeme  siempre,  Sol  de  Me- 
diodía !  Acuden  á  ti  todos  los  am- 
parados por  la  fortuna,  y  todos 
los  desgraciados,  porque  ¡  oh !  tú 
lo  remedias  todo!  ¡Tanta  música 
hay  en  tu  luz  que  se  olvida  lo 
triste  ! 

Por  ti  se  aleja  el  odio.  ¡Hasta 
por  ti  la  sombra  parece  luz  dor- 
mida !  Sólo  que  tu  belleza  es  un 
poco  caprichosa  ¡  me  hace  decir 
las  cosas  que  yo  no  quiero !  ]\l.as 
r.cómo  resistir?  ¡Son  tan  grandes 
y  tan  claras  tus  pupilas  y  hay 
tanto  oro  en  tu   cabello ! 

Vuelven  los  campesinos  por  la 
ancha  carretera.  Las  ermitas  al- 
zan hacia  ti  sus  grisientos  campa- 
narios. A  lo  lejos  se  ven  labrado- 
res   emparvando    mieses...     ¿Cómo 


no  amarte,  si  sólo  por  tí  todo  e.sto 
es  bello?  En  ti  cantan  todas  las 
aves  y  secretean  en  tu  silencio  to- 
dos los  ruidos  de  la  Naturaleza ! 
Por  ti  hablan  los  colores  y  hay 
como  una  onda  de  savia  en  cada 
latido  del  Universo.  ¡  Siempre  que 
tví  te  asomas  ríen  las  vidas !  ¡  Tú 
evocas  todo  lo  que  no  puede  ser ! 
Porque  eres  heriuoso  y  triste  y 
alegre,  Sol  del  Mediotiía  ¡  Ben- 
dito    seas ! 

Jrijo  J.   CASAL. 
Niza,  1909. 


«♦» 


Postura  difícil 


Siento  el  paisajt'.  Pero  la  veeiiia. 
noble  señora  «uiy  devota,  nuiy 
de  mi  pueblo,  me  ot'reee  su  anodina 
eonversaeión  de  ama  de  llaves.   Y 

mientras  la  vie.ia  va  zurciendo  prosa 
debajo  un  cielo  de  color  de  pus, 
le  pregunto,  pensando  en  otra  cosa  : 
¿  De  qué  murió  Teresa  de  .Tesús  V 

Luis    C.  LÓPEZ. 


—  108  — 

0^  mi   diavio 


Una     noehe    en    el    campo 


Para    Apolo. 

Es  esta  niui  de  las  iioclies  iiuís 
propicias  para  medir  toda  la  in- 
tensidad   de    mi    valor. 

No  siento  miedo.  Siento  esa  ex- 
traña sensación  que  produce  la  so- 
ledad ;  y  la  soledad  es  un  vacío 
■  mortificante.  Busco  en  mi  derre- 
dor el  reflejo  de  una  personalidad 
extraña  y  encuentro  un  eco  de  la 
mía.  En  esos  momentos  e,  uno 
mismo  el  que  se  vé  siempre.  Xa- 
die    me    contradice ! 

Hasta  los  propios  seres  de  que 
me  rodea  mi  fantasía,  que  antes  se 
me  antojaban  tan  extraños,  los 
encuentro  hoy  demasiado  símiles 
para  que  me  pai-ezcan  compañeros. 
No  me  producen,  por  lo  tanto,  la 
sensación  de  un  choque,  tan  ne- 
cesario á  la  simpatía  de  dos  al- 
mas. 

^^e    encuentro    solo!... 

No  sugiere  esta  exclamación  la 
idea  inmensa  de  un  es¡)acir)  in- 
menso,   interminable? 

Es  necesario  haberse  hallado 
solo,  como  yo  e;-ta  noclie  ¡jara 
al)arcar  la  intensión  de  esas  tres 
palabras. 

Me    encuentro    solo!... 

Todos  los  ruidos  que  me  son  fa- 
miliares durante  el  día,  han  cesa- 
do. El  rancho  de  material  est.í 
ubicado  sobre  la  loma  de  la  cu- 
chilla y  se  siente  el  sordo  clamoreo 
del  viento  solire  el  tejado  de  pi- 
zarra. 

Su  higubre  m()iU)tonía  aumenta 
la  tristeza  de  esta  noche  y  la 
puebla    de    misterios. 

Suena  un  golpe.  El  instinto  avi- 
sor    me    pone    alerta...     Y    Hevado 


por  un  exceso  de  i)rudencia  miro 
á  mi  derredor  impacientemente. 
Esta  impaciencia  me  ofende!  A 
quién    temo? 

Si  estuviera  seguro  de  que  de- 
trás de  la  puerta  hay  un  hombre 
armado...  13ah  !  Es  que  no  temo  á 
ningún  hombre.  Lo  que  siento  es 
vago  ;  es  acaso  temor  á  lo  sobre- 
natural. En  la  soledad  se  llena  el 
alma  de  angustia  y  de  incerti- 
dumbre.  V  no  hay  nada  ])eor  qu(' 
temer   y    no    saber    á    quien. 

El  mismo  ruido  se  re])ite,  pero 
ya  más  cerca...  Entonces  ante  la 
seguridad  dt  un  peligro,  me  sien- 
to fuerte  y  me  vuelvo  brusca  v 
resueltamente :  Veo  un  cascarudo 
negro  empeñado  en  darse  de  gol- 
pes contra  el  suelo.  Parece  un  va- 
tiro! 

Yo  me  entretengo  (>n  contar  los 
])orrazos  que  se  da.  He  llegado  á 
ocho  y  á  la  conclusión  psicológica 
de  que  a])orreándose  cree  que 
vuela.  El  casca i'udo  es  muy  estú- 
pido ! 

Fna  cantidad  de  maripositas  re- 
voletean sobre  mi  mesa  de  traba- 
jo. Algunas  permanecen  quietas 
como  en  un  letargo  estii])ido.  Se 
parecen  en  su  manera  de  volar  á 
los  cascarudos,  pero  no  son  tan 
imbéciles.  Al  contrario !  Sospecho 
en  ellas  un  cierto  grado  de  ca- 
pacidad intelectual.  í'oseen  ade- 
más la  obstinación  del  sabio  cp 
sus  investigaciones  y  llevadas  iJor 
su  terrible  curiosidad  mueren  an- 
didas en  la  llama  de  la  vela  sin 
haber  descubierto  que  es  la  luz. 


lOí) 


El  viento  lia  calmado  ;  6s  ya 
tarde  y  la  quietud  soñolienta  de 
la    noche   me   invita    á    dormir. 

Durante  el  sueño  pasan  por  mi 
imaginación  voluptuosas  formas  de 
mujer.  Sus  delicados  conrorivos 
me    incitan    á    una    sabia    vir'.i    f'e 


ilesos  y   á   soñar  con   encantadoras 
quimeras.. 

Y  mientras  sn.eño  así,  solo  as- 
piro á  que  dure  mucho  e^t;-.  no- 
che triste  con  su  (silencio  iuti- 
nito!... 

Mateo    :\rAaAKI5:0S. 


«♦• 


-  lio  - 


£1  R^cu^rdo 


Para    Afolo. 


Aquella  noche,  fría  y  lluviosa, 
sujetando  el  sombrero  con  su  pá- 
lida mano  huesuda  y  sin  sangre, 
llegó  Aristóbulo  al  club,  y  en  me- 
dio de  la  charla  alegre  reinante 
buscó  un  sitio  junto  á  la  estufa... 

Sus  ojos  se  perdían  en  la  in- 
mensidad de  las  órbitas,  adorna- 
das con  grandes  ojeras  violáceas, 
que  con  la  tos  continuada  que  te- 
nía dejaban  revelar  la  enferme- 
dad   que    le    aquejaba 

El  bien  sabía  que  poco  á  poco 
los  días  se  agostaban  para  sí,  y, 
mientras  los  demás  hacían  cálcu- 
los para  un  futuro  alegre  y  son- 
rosado, él,  echaba  una  mirada 
retrospectiva  á  su  pasado,  en  el 
cual   soñara    con   su    porvenir... 

Y  ahora  estal)a  triste,  y  sumer- 
gido en  los  muelles  sillones  del 
hall,  dejaba  ver,  como  poco  á  po- 
co, la  tisis  concluía  con  aquellos 
pulmones  cavernosos. 

Ya  el  médico  le  había  dicho:  -- 
amigo,  usted  se  muere  ;  la  ciencia 
no   puede  con   su   enfermedad. 

Y,  sin  embargo,  esta  revelación 
del  facultativo,  hecha  á  su  ruego, 
había  sido  soportada  por  su  alma 
fuerte    de    caballero    andante... 

Los  demás  departían  con  él  un 
rato  ;  luego  le  dejaban  siimergido 
en  el  sillón  y  uno  á  otro  se  de- 
cían :  —  ¡  Pobre  Aristóbulo  !  ¡  Se 
nos    muere  ! 

Y  él,  era  víctima  de  dos  males  ; 
la   tisis   y   el   recuerdo. 

Un  día  se  enaanoró  perdida- 
mente de  una  bella  rubia,  fresca  y 
lozana,  pero  coqiieta  como  deli- 
cada flor  de  invernadero  que  al 
primer  contacto  pierde  su  lucidez 
y  se  pone  miistia. 

Y  la    chica,    en    aquel    baile,    en 


que  él  la  conociera,  pasaba  junta 
al  sillón  del  tísico,  que  hacía  un 
esfuerzo  para  sonreír,  sin  dirigirle 
la  mirada,  y  el  pobre  hombre,, 
conocedor  de  su  situación,  no  se 
atrevía  siquiera  á  hacer  por  tra- 
tarla más  intimamente,  temeros» 
de   la   decantada   negativa. 

Y  pasó  el  tiempo ;  la  chica  se 
alejó  del  país,  y  el  pobre  Aris- 
tóbulo   vivía    del    recuerdo. 

Pensando  en  ella,  las  horas, 
transcurrían  así  como  su  vida,  y 
el  pobre  enfermo  con  la  obsesión 
en  S|U  recuerdo,  marchaba,  mar- 
chaba muy  aceleradamente  hacia 
la    tumba... 

Y  su  alma  latía  aún  para  aque- 
lla mujer  que  le  había  desdeñado,, 
y  el  pensar  en  ella,  era  para 
Aristóbulo  la  lanceta  terrible, 
emponzoñada  de  duda,  esperanza 
y  dolor,  que  se  clavaba  en  lo  más 
íntimo  de  su  ser,  deslizándose  las 
horas,  amargas  unas,  dolorosas  las 
otras. 

Y  su  vida,  con  estas  faces,  era 
rara  ;  el  poeta  hubiera  hecho  de 
(rila  el  poema  de  la  muerte  exó- 
tica !... 

II 

Había  pasado  algún  tiempo  y 
Aristóbulo  no  concurría  á  la  re- 
unión de  la  CTial  era  tertuliano ; 
estaba  en  la  última  faz  de  su  te- 
rrible enfermedad. 

Los  amigos  indagaron  iior  aquel 
joven,  espíritu  alegre  de  un  tiem- 
po, hoy  cuerpo  agonizante,  y  sa- 
bedores de  la  triste  nueva,  salie- 
ron en  masa  á  casa  de  Aristóbulo. 

Estaba    en    cama. 

Aquel  rostro  color  resina,  ha- 
bía   sido    adornado    con    dos    man- 


—  111  — 


chas  rojas,  tan  rojas,  como  las 
que  quedaban  grabadas  en  el  pa- 
ño, cada  vez  qne  lo  acercaba  á  su 
boca  liara  detener  los  accesos  de 
su  tos  esputosa. 

Los  compañeros  se  miraron  unos 
á  otros,  comunicándose  de  esta 
muda  manera,  la  .pésima  impre- 
sión   que    les    causaba. 

Y  Aristóbulo,  reuniendo  sus  úl- 
timas fuerzas  se  incorporó  en  el 
lecho  y  habló  : 

—Saben,  que  hoy  ha  estado  An- 
tonio á  verme,  y  me  ha  dicho  que 
María    Eugenia    se    ha    casado. 

— Vamos,  hombre,  no  lo  ocul- 
ten. 

— Bien  notan  que  son  estos  los 
últimos  restos  que  me  quedan  de 
vida  ;  sólo  lamento  no  poderlos 
pasar  en  mi  viejo  sillón  del  Club. 

— Creen  ustedes  que  pueden 
precipitar  mi  muerte  con  estas 
noticias  ?... 

— No      teman      hacerme      daño ; 


muero  con  el  cerebro  sano,  y  con 
el  recuerdo  de  la  mujer  aquella^ 
que,  casi  sin  conocerla,  hubiera 
de   haber   sido   mía... 

— Acordándome  de  ella,  no  me 
acordaba   de   la   tisis... 

Un  nuevo  acceso  interrumpid 
su  conversación,  obligándole  á  de- 
jarse  caer   sobre   la    almohada. 

Pasó  éste,  y  Aristóbulo  estira 
su  mano  : 

— Si  no  temen  el  microbio  de  mi 
mal,  estréchenla  ;  esta  será  la  úl- 
tima   vez... 

— Me  llevo  conmigo  dos  cosas : 
el  recuerdo  de  aquella  mujer  y  el 
de  los  buenos  amigos. 

Y  en  la  noche,  en  medio  de  un 
hálito  terrible  de  tristeza,  las 
doncellas  de  la  miterte,  extendie- 
ron el  negro  sudario  sobre  el  ex- 
tenuado  cuerpo   de   Aristóbulo... 


H.   O.   ARAUJO   YILLAGRAN. 


«♦» 


Oe  '*HeUotro$os" 


REMINISCENCIAS 


r  Sabes  ?  Te  adoro,  nubil  gardenia, 
Hostil  al  rito  del  Himeneo : 
Porque  has  calmado  mi  neurastenia. 
¡  Qué  horas  aquéllas  de  devaneo  ! 

,  Bajo  la  arcada  de  las  magnolias, 
Ó  en  la  avenida  blanca  y  ríente  ; 
Entre  harmonías  de  arpas  eolias, 
Y  á  los  fulgores  del  sol  poniente  : 


¡  Cómo  irisaban  sus  mil  facetas 
En  nuestras  almas  las  ilusiones. 


—   112  — 

Y  alboreaban  asaz  inquietas 
Las  mariposas  de  las  ñcciones! 

¡  Y  de  tus  labios  —  urna  de  chistes  — 
Acariciando  los  ígneos  velos, 
Iban  mis  ojos  —  pájaros  tristes  — 
Hacia  el  absintio  de  tus  ojuelos ! 

;  Ríes  ?  Aun  piensas  en  la  ilusoria 
Voz  de  las  frases  esponsalicias, 
Ríe,  sí,  pero  dame  la  gloria . . . 
Quiero  la  gloria  de  tus  caricias. 

No  de  tus  labios  arpados  brota 
Ya.  de  mis  himnos  la  melodía  ; 
;Para  qué  te  hago  versos  y  agota 
Sus  gayas  formas  mi  fantasía  ? 

Pues  que  la  gracia  de  tus  lunares  . 
Madrigaliza  mi  pensamiento. 
Fuerza  es  que  cantes  como  los  mares. 
Como  las  frondas  :  novias  del  viento. 

Mariposea  cabe  las  flores 
De  mis  estrofas,  mariposea  ; 
Liba  su  néctar  ;  ve  sus  colores. 
¡  Oh,  misteriosa  luz  de  la  idea ! 

Vive  en  el  alma  de  quien  te  adora, 
Para  consuelo  de  sus  cilicios ; 
Y,  cuando  rías  como  en  otrora, 
Piensa  en  los  votos  esponsalicios. 


; Sabes?  Te  adoro,  nubil  gardenia, 
Hostil  al  rito  del  Himeneo ; 
Porque  has  calmado  mi  neurastenia, 
¡Qué  horas  aquéllas  de  devaneo! 

PÉREZ  Y  CURIS. 


»♦» 


r- 


Gran  Sastrería  PYRAMIDES 

dalle  Sarandí  números  226  y  228 

En  esta  casa,  ¿a  pri- 
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Francesas   é  Inglesas. 


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CALLE    SARANDI,    226    Y    228 
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MAXIMINO  García 

1?  fcndc  para,  profssiGniies;  Matemáticas,  B^reclic,  Ingsnieria,  Msli- 
:ina;  Jufisprñisn^ia,  Filcsoña,  LitBratúra.  Historia"  y  Art; 

«f  ♦^  TexTOJS  esGoi^íií^e^  Y  u-nivQítJSiTJií^iojs  ^  > 

-     Saseripeion  a  diarips  y  revistas  extranjepas     -     - '   -; 

Llam:  ia  atsn:ióii  sciira  hs  iid vidalas  litanria:  resiMdas    últimamenti' 
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fldministpador» :    LiUiS    PÉREZ 

La  correspondencia   literaria  á    PI^jKKZ  Y  CUKIS 

—   MONTEVIDEO    (uKUGüAY)- 


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111  ]ac- 
iiovela 
del 


loso 


TRIS. 


Futro 

DE     lÍE- 

?lona. 


^\'T 


'^' 


Revista  mensual  d«  arte  y  sociología 


Director-Relactor:  Pérez  y  Curis 
Secratario  ¿e  Redacción:  OvidiD  Fernández  Ríos 


;  CÜEÍ^PO    DH  Í^EDflCCIÓN 

lulio  Raúl  MendilaiíaTsu— Correspcnsal'en  Europa 

Juan  Picón  Olaondo — Montevideo. 

Francisco    Villaespesa — Madrid.: 

Manuel  Ug"arte — París. 

Enrique  Olaya  Herrera — Bruxelas. 

T.uis  G.  Urbina^México. 

Rafael  Ángel  Troyo — Cartago  de  Costa  Rica. 

Guillermo  Andreve — Panamá. 

Froilán  Turcios — Tegucigalpa  (Honduras),    r. 

Santiago  Arguello — León  (Nicaragua). 

Arturo  Ambrogi — San  Salvador.  :      / 

M.  Moreno  Alba — -Barranquilla  (Colombia). 

Alberto  Sánchez — Bogotá. 

Miguel  Luis  Rocuant — Santiago  de  Chile.  ^  .  - 

Pablo  Minelli  González— Roma. 

Rosendo  Villalobos— La  Paz  (Boliyia). 

Luis  Correa — Caracas  (Venezuela)  w^^...^^^^^-.  ^,. 

Guillermo  Lavado  Isaya — La  Guaira  (Venezuela). 

Remigio  Romero  León—Cuenca  (Ecuador). 

Juan  Guerra  Núñezl — Habana.  :' 

José  de  Diego — ^^San  Juan  de  Puerto  Rico.      ^;. 

F.    García   Godoy — Santo    Domingo.  - 


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Bibliográficas 


aog. 


Cantos  de  RebiM!on,  r< -í;  \\v. 

¡•:cii.i.  .j,-!  r¡u.'V.>  Í!''M'  í"  S!;\.  s;í- 
|.>;;~>t-    'jUí     v-sií',,    r. '!  i'¡  ¡j;íi  íi'ii  í    i.-::    •\*- 

I'M-íii--  ■!<•  'jVli-  ;í  :  h  li'  i'l;!  !i  »!;■■  -'T- 
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^  Miii  li  I  i:i  í !  .■     Sin      i'it- i;:i  r:ii  i .       :íí^       h:., 

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;':¡rl.  i:i  ¡tiiiuit'/.  'ii-  !n;ÍM  ¡-i  iihr-it, 
1.:!-  ;  !i 'hí<-rtf¡;i  >-  mui  >;•  \\t\\;,-,  ci: 
!  >i      V!  I      Y  í'noi-í;,     .'li     v  .-y     .  ;.■     i.aí'-r 

i''f''ii        '  I"  ("a^ííin      i);        H  (■.i;ri,;iiN 

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>  ¡iliií'r-  aciii  u-¡;i  piij'a  iiía  i>  .  i'aía  ■u--- 
taratNc  i-iiiri-  ¡a  /nu;;i!)¡!,  .(¡.a- 
'■aiUa.  ¡M-  a-  ¡a,'ri!'s!  .■'  uí¡:\  \a^ia 
ia'ior  --ina  Ui:  raVíj  li;  í'áiuafia;.- 
'ia'i  mU-  i¡u;n,if¡a  í  a-ia  ufia  ;í  ;a^ 
lícwa-  ■■■  >!i!  uo-ic '<  r;,.-^  ijin  Se-  i.;;!-/;- 
■  la  ii     a  i      t.-'ic;i  . 

S;í\    ,  ia,      ('soa;(.-h<i      ia-      .  i'iv,  a  i  aa  .<■- 


ti.  r-  (|i!a  Sí'  le  ?i!(  a-CdiL  -.(iliíc  su 
(■!'nia-f  liiiiai.  \  "\.  I'm;  i-s"  síiíc 
alicit'a,  til'  oii^laTii»-  iia'>''í  ;  rai.iV- 
C'lirri'ii!  CUa.iri!  alKis  ia'|;!''ii  -aiíj- 
i'iiaiii-  i-ai'a.  'tía-  ijii  i'X'iat'.f  i.-í':i- 
iUiM!i;!,-^  \  Miarí.hi'  a  crisi  a  í -za  r^^. 
íri  airr.:  cii  las  ¡i.isiiU!--  ialiav  ut 
■-U     laliui     .!•      ¡'ti  aa;  pía  M  te.  ¡ 

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Excelsa      !''-í-.\ía   íí!.!.  aí.ní^-  s|    . 
i •!■  I.  ^1  \( '    .   !''  iK   ,\ ÍN'r<«,s!-..  <  -    jí¡: 

1,  .í^.i.  U;  .^  I  .fi'fi  riii.       lie       I '  <.'i  i'jií', 

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1  sai  lia  r.iii  -..líaiiuii  .!..■  v-r.laiú- 
!!■  aiii^aa  1-  1  la  ¡.ii  iniiií.ia  i<ii!a  i  [iii 
<ií  ua  ~.!;;i!  |MTí  aiiia  'li  ¡ii:t-ia.  Nt* 
-a-!'  niar;  s!i>.  ¡>aa;iias  a  ¡  iii^ünu 
IfSis  !  raist  aaiícii ;  a!  :  i;  !iív^a-J;>;a 
■'lan  icii  \  s.a;  ■  iiia-nla  i  ■■aia  '  A^í 
s»  i!ia,  1  ;¡  ci  <'iaaa:!^u.  '■>  a  if  ía  ■;  aSi- 
Si  lia  iiitaiT.-  a  lii-saiaaír  iwa  aa-íw  v 
siaa  !H!aii  i!í(  i'ra;j;(iicnta.  .ia  liiüi,, 
laaiizandi:  su  aUíiacion  ¡i;-  ¡liti- 
iMias      i'ci;.  za-,  I- 

Aiiíai.ají!  sin  raS<a'\"íi'-  ::  »■-.(•  nVJí'- 
\  i;  nnv/aisia  'jua  iai  (aairi;  ladia, 
inlariira-iaüiiniía.  hii  üía  na  raiaü  «h. 
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Sí  •  X  (  :  . 


Vo-:eS    d-í      aíma,     V'.i-      UiK- 


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(iiva-rsa-^  !■!  üujii  isif  iiiMa-.  ■  i  íi/'-i  K  ti.s 
ütias  \  pi!  lií  ;c  al' ¡as  his  uíras  ati  ¡t- 
vis!as  i  aa-í  li  a  Mas.  V.u  \'iifi;s  Síp; 
viM  \  ia  iiUur;!  úf!  iax'ía  a  ■  cs- 
ÍMíza  ajü'ua-^.  íiiri)-,  iil>ri>>  s'fVóS' 
íi'as  'íaMaliis  y  aihra  'ikííí  a-s;.-.  ri- 
'■■"">    a  a;í'ar:i?i    ¡a    aiaiiiirnifi    ih-.  >ji¡' 

!'!laai.c.      a  1  !  isi  ic:>-ii  t,a  ra  í  i<i  ,      ,  ,    i    _, 


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Revista  mensual  d^  arl^  y  sociología 


Director-Redactor:  Pérez  y  Curis 
Secretario  le  Redacción:  Ovidio  Fernández  Rios 


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Julio  Raúl  Mendilaharsu  — Corresponsal  en  Europa 

Tuan  Pir6n  Olaondo — Montevideo. 

Francisco    Villaespesa — Madrid. 

Manuel  Ufarte — París. 

Enrique  Olaya  Herrera — Bruxelas.  ^ 

T,uis  G.  Urbina— México. 

Rafael  An^el  Troyo^ — ^Cartagfo  de  Costa  Rica. 

Guillermo   Andreve — Panamá. 

Froilán  Turcios — Tegucig^alpa  (Honduras). 

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Pablo  Minelli  González — Roma. 

Rosendo  Villalobos — La  Paz  (Bolivia). 

Luis  Correa — Caracas  (Venezuela),.. -,_^-:     r. 

(niillermo  Lavado  Isava — La  Guaira  (Venezuela). 

Remigio  Romero  León— Cuenca  (Ecuador). 

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José  de  Diego — San  Juan  de  Puerto  Rico. 

F.    García   Godoy — Santo    Domingo. 


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JEtedaooión.   -y  .A.dBiiiiistraoión.: 
TREINTA  Y  TRES,     rS 


AÑO  V 


Montevideo,  Abril   de  1910 


N.°38 


c^iMivaSlS 


De  codos  en  la  mesa,  la  mejilla 
apoyada  en  el  dorso  de  la   mano, 
vuelvo  á  sentir  como  una  pesadilla 
la  calentura  de  tu  amor  lejano. 

Mis  ojos  no  te  ven,  pero  te  siento 
avivar  el  sopor  en  que  me  postro, 
y  estás  tan  cerca   que  me  abrasa  el  rostro 
el  cálido  perfume  de  tu  aliento. 

«¡La  boca  mi  bacío  tutta  tremante!» 
Sobre  las  vivas  páginas  del  Dante, 
ciegos  á  nuestro  instinto,  nos  besamos. 

Vimos  una  mirada  de  agonía  .  . .-  ^ 

El  libro,  melancólicos  cerramos  ...         '    . 
¡Y  no  leímos  más  desde  aquel  día¡  .• 

1 

Francisco    VILLAESPESA. 


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XjUIS       FÉRBZ 


ftedaooióu.    y   .A.daiiiiistra,oiói:i: 
TREINTA.  Y  TRES,      TS 


AÑO  V 


Montevideo,   Abril    de  1910 


N.»  38 


Paráfrasis 


De  codos  en  la  mesa,  la  mejilla 
apoyada  en  el  dorso  de  la    mano, 
vuelvo  á  sentir  como  una  pesadilla 
la  calentura  de  tu  amor  lejano. 

Mis  ojos  no  te  ven,  pero  te  siento 
avivar  el  sopor  en  que  me  postro, 
y  estás  tan  cerca   que  me  abrasa  el  rostro 
el  cálido  perfume  de  tu  aliento. 

«¡La  boca  mi  bacío  tutta  tremante!» 
Sobre  las  vivas  páginas  del  Dante, 
ciegos  á  nuestro  instinto,  nos  besamos. 

Vimos  una  mirada  de  agonía  ...  ^ 

El  libro,  melancólicos  cerramos  ... 
¡Y  no  leímos  más  desde  aquel  día  i 

Francisco    VILLAESPESA. 


—  114  — 


Julio  Herrara  y  R^issig 


No  sin  dolor,  sin  piedad,  sin 
tristeza,  acabo  de  ver  por  vez 
última  al  amigo  muerto,  al  poeta 
cuya  vida  hoy  se  ha  extinguido 
de  una  manera  brusca,  casi  ines- 
perada. xUlá  en  la  cámara  mor- 
tuoria acabo  de  ver  su  cabeza 
yacente.  Está  sereno,  inmutable, 
como  adormecido  en  uno  de 
aquellos  sus  ensueños  que  en 
horas  de  éxtasis  le  alejaran  de 
la  tierra.  No  parece  haber  su- 
frido ni  siquiera  experimentado 
la  visión  fugaz  del  moribundo 
que  presiente  su  fin,  y  sin  em- 
bargo, él  vio  acercársele  La  In- 
trusa, él  sintió  horas  antes  de 
expirar  cómo  la  muerte  le  roza- 
ba con  su  hálito  helado,  él  vio 
allegársele  esa  misma  muerte 
que  al  poeta  tanto  llenara  de 
misterio,  de  congoja,  de  infinito 
asombro . . . 

Envuelto  en  el  sudario  negro 
del  ataúd  y  á  la  luz  amarillosa 
de  los  cirios,  hoy  el  poeta  duer- 
me su  último  sueño :  sus  ojos 
azules  cerrados  para  siempre 
hacia  la  Eternidad,  el  arco  ama- 
ble de  su  boca  contraído  en  un 
rictus  acre,  la  comba  frente  nim- 
bada bajo  las  hebras  áureas  de 
sus  cabellos  nazarenos.  Esta  ma- 
ñana cuando  me  enteré  por  un 
diario  matutino  de  la  irrepara- 
ble pérdida  sentí  como  un  ano- 
nadamiento letal.  Aquello  colmó 
mi  estupor,  tan  inmensa  pare- 
cióme la  infausta  nueva. 

Desde  hace  quince  años  una 
afección  al  corazón  retenia  á 
Herrera  en  las  alternativas  do- 
lorosas  de  una  existencia  conde- 
nada. Las  crisis  eran  tan  agudas 
como  repentinas,  pues  á  veces  le 
sorprendían  en  la  calle  ó  en  ple- 


no trabajo  intelectual.  Y  nada 
predecía  el  asalto.  Uii  ¡  Ah !  an- 
gustioso acompañado  de  un  mo- 
vimiento instintivo  de  la  mano 
del  poeta  hacia  su  corazón,  de- 
nunciaba en  ese  instante  á  los 
presentes  el  brusco  despertar 
del  acceso.  Entonces  tornábase- 
pálido,  trémulo,  nervioso.  Luego, 
penosamente,  reteniendo  con  su 
mano  aquel  prolongado  y  rui- 
doso latir  de  su  corazón  enfer- 
mo, el  poeta  buscaba  en  las  di- 
gitales y  en  el  «  hada  morfina  » 
el  codiciado  alivio ... 

Y  estas  crisis  de  su  mal  que 
se  manifestaban  por  un  galope 
desbocado  de  su  corazón  enfer- 
mo, latiéndole  fuertemente  y  an- 
gustiosamente como  el  sonoro 
tic-tac  de  un  reloj  cuj  a  marcha 
no  es  precisa,  solía  retener  á  He- 
rrera en  el  lecho  por  espacio  de 
semanas  enteras,  hasta  que,  un 
nuevo  suspiro  musitado  por  el 
poeta,  predecía  que  en  un  re- 
torcijón doloroso  la  sangre  ha- 
bía logrado  hacerse  paso  nue-  - 
vamente  á  través  de  las  arterias 
imprimiéndole  al  corazón  su 
marcha  regular  y  rítmica. 

Pero  hoy  á  las  tres  de  la  ma- 
ñana el  acceso  sobrevino,  y  á 
las  seis,  ó  sea  tres  horas  más 
tarde.  Herrera  y  Eeissig  había 
expirado  entre  el  cariño  y  las 
manifestaciones  de  dolor  de  to- 
dos Irs  suyos. 

Ha  despertado  en  verdad  un 
unánime  sentimiento  de  pesar 
la  pérdida  de  este  bardo  cuyo 
estro  exquisito  supo  auscultar 
en  la  belleza  contemplativa  el 
alma  vibrante  de  las  cosas  y  la 
dulce  armonía  del  verbo.  De 
imaginación   fastuosa,  ebria   de 


—  115  — 


luz  y  resplandeciente  de  colo- 
rido ;  de  potencialidad  robusta, 
de  concepción  amplísima  y  feliz, 
Herrera  y  Eeissig  concibió  poe- 
mas consagrados,  sonetos  delica- 
dísimos de  fino  arte  que  se  ca- 
racterizaban por  su  sentimiento 
puro,  por  su  gracia  amable  y 
por  su  verdad  sentida  y  honda- 
mente interpretada. 

Desde  el  genio  cósmico  de 
Hugo  hasta  la  sutileza  espiritua- 
lizada de  Mallarmé,  desde  la  vi- 
sión macábrica  de  Baudelaire 
hasta  la  gracia  fina  de  un  deli- 
cado encantador  de  corazones, 
desde  el  simbolismo  etéreo  y  va- 
garoso de  un  ultra-modernista 
hasta  la  sencillez  plácida  y  se- 
rena de  Theócrito  y  Virgilio, 
sus  versos,  dijeron  del  Amor  y 
de  la  Vida,  todo  lo  más  luminoso 
y  más  sombrío.  El  amó  de  La- 
martine sus  entusiasmos  líricos 
y  de  Samain  sus  bellezas  ideo 
lógicas.  Fué  amable  para  la  mu 
jer  é  irónico  ante  el  prejuicio  ó 
el  convencional  error.  Sus  poe- 
mas cantaron  á  la  naturaleza 
en  todas  sus  faces  multiformes. 
En  su  paleta  augusta,  de  ma- 
go hechicero,  él  esfumó  cielos 
azules  de  una  luminosidad  ar- 
caica; diluyó  crepúsculos  de  oro 
vivo  veteados  de  záfiro  y  de  ru- 
bí; hizo  vernos  amaneceres  diá- 
fanos y  noches  lunares  constela- 
das de  astros  en  las  que  idilios 
lugareños  respiraban  santidad; 
ahulló  con  la  tempestad  y  se 
adormeció  en  el  silencio,  porque 
su  alma,  pantesta  y  vibrátil,  su- 
po intensificarse  con  el  pájaro 
que  trina,  con  la  nube  que  esbo- 
za su  leve  cendal,  con  la  fuente 
que  arrulla,  con  la  ola  que  abo- 
fetea, con  el  rayo  de  sol  que  di- 
ce de  alegrías  lozanas,  con  la 
sombra  que  acecha,  con  el  ár- 
bol cuyo  ramaje  pone  su  nota 
alegre  sobre  el  azur,  con  la  flor 


que   euian;i    vivacidad  y  aroma. 

Y  la  prosa  de  este  lírico  no 
fué  menos  feliz.  Artículos  de  crí- 
tica ungidos  de  una  originalidad 
muy  persona]  puesto  que  se  her- 
manaba maravillosamente  á  su 
temperamento  único ,  cuentos 
hermosos ,  narraciones  intere- 
santes, vieron  con  frecuencia  la 
luz  en  el  [¡criódico  y  en  la  re- 
vista. 

Fué  incansable  su  labor.  En  la 
soledad  de  su  existencia  él  tra- 
bajó con  el  ahinco  de  los  infati- 
gables y  la  santa  fe  de  los  ilu- 
minados. La  obsesión  de  dar  fin 
á  un  trabajo  le  asaltaba  en  la 
calle  y  en  el  mismo  lecho.  Más 
de  una  vez  su  sueño  fué  inte- 
rrumpido para  coger  febrilmente 
la  pluma  y  dar  término  á  una 
estrofa  abandonada  á  medio  con- 
cebir. La  palabra  tenía  para  él 
todo  el  iris  del  prisma  y  el  valor 
de  una  presea.  Fué  un  artífice 
no  superado  en  el  engarce.  El 
hallazgo  de  un  adjetivo  justo  é 
insustituible  le  producía  entu- 
siasmos de  esteta  y  alegrías  de 
niño.  La  redondez  armónica  de 
una  frase  le  acariciaba  como  una 
forma  impecable  de  sensualidad 
serena.  Sus  versos  pasaban  por 
el  cincel  de  un  virtuoso  donde 
ninguna  aspereza  lograba  esca- 
par á  su  oído  sensible  y  á  su  vi- 
sión clarovidente.  Un  simple  de- 
talle, una  duda  molecular,  una 
disonancia  sutil  é  inadvertida 
para  profanos  oídos,  le  atormen- 
taba sumiéndole  en  cruentas  vi- 
gilias. Y  es  que  Herrera  y  Eeis- 
sig detestaba  la  vulgaridad,  la 
frase  común,  el  «cliché»  mano- 
seado por  las  mediocridades.  Un 
lapsus  en  la  impresión  de  sus 
trabajos  constituía  la  mayor 
afrenta  que  se  le  pudiera  hacer, 
á  él,  cuyo  corazón  era  sencillo, 
y  dulce,  y  benevolente.  Luego, 
cuando  en  mitad  de  su  labor  un 


-   116    - 


mandoble  traicionero  de  su  en- 
fermedad le  obligaba  á  bascar 
en  el  reposo  el  alivio  necesario, 
entonces  una  duda  dolorosa  y 
un  anhelo  febriscente  le  asalta- 
ban.—«No  quisiera  morir, — de- 
cía,— sin  antes  haber  terminado 
esta  página!  »  —Y  era  esta,  su  ex- 
clamación, como  un  ruego  im- 
plorante, como  el  deseo  postumo 
de  un  condenado  á  muerte  cuyo 
pedido  no  es  posible  denegar, 
como  una  protesta  sórdida  hacia 
la  fatalidad  ineluctable  y  acep- 
tada, como  una  clemencia  final, 
como  una  súplica,  como  una  gra- 
cia postrera,  mezquina,  irrecha- 
zable. . . 

Su  iniciación  fué  temprana. 
Un  misal  amoroso  recogió  sus 
nubiles  ofrendas  de  iniciado.  En 
La  Razón  vieron  la  luz  aquellos 
sus  versos  que  le  vislumbraron 
poeta:  «Oriflamas»,  «^El  sauce», 
cNaturaleza»  y  la  «Oda  á  Espa- 
ña». Su  primera  y  única  obra 
aparecida  en  forma  de  libro  fué 
el  «Canto  á  Lamartine».  Después 
de  estos  trabajos  una  evolución 
hacia  el  refinamiento  de  la  for- 
ma y  el  super-engarce  del  voea- 
ble  le  atrajo  la  incredulidad  de 
las  muchedumbres  y  la  admira- 
ción de  los  estetas.  En  La  lie- 
vista  aparecieron  «Tus  ojos», 
«La  musa  de  la  playa»,  «^Epita- 
lamio», «Holocausto»,  «Wagne- 
rianas»  y  los  «Conceptos  de  Crí- 
tica». En  el  Almanaque  Artísti- 
co, que  dirigí  y  sostuve  durante 
tres  años,  Herrera  y  Keissig  pu- 
blicó «Las  Pascuas  del  Tiempo», 
«Giles  Alucinada»  y  algunos  so- 
netos brillantes,  y,  traducidos 
expresamente  por  él  para  esa 
misma  obra,  «Nina»,  de  Zola; 
«Una  carrón  a» ,  de  Ciarles  Bau- 
delaire  y  «El  sueño  de  Canope» 
de  Albert  Samain.  En  Mda  Mo- 
derna, en  los  almanaques  de 
Peusser  y  de  Prieto  que  se  edi- 


taron en  Buenos  Aires,  é  igual- 
mente en  infinidad  de  revistas  y 
periódicos  del  pais  y  del  extran- 
gero,  Herrera  y  Reissig  colaboró 
con  asiduidad.  Son  también  co- 
nocidos sus  artículos  de  crítica 
á  propósito  de  «Sueño  de  Orien- 
te», de  Roberto  de  las  Carreras, 
de  «Letanías  Simbólicas»,  de  Cé- 
sar Miranda,  y  de  «Mujeres  Fla- 
cas» de  Paul  Minely.  El  prólogo 
á  «Palideces  y  púrpuras»,  la  obra 
de  López  Rocha,  es  una  bella 
página  analítica  de  esa  literatura 
evocatriz,  á  veces  difusa,  pero 
hermosamente  rara  que  perso- 
naliza á  los  modernos  simbolis- 
tas. Son  curiosamente  exóticas 
sus  décimas  tituladas  «Desola- 
ción absurda».  Entre  los  asiduos 
del  cenáculo,  fui  de  los  pocos 
que  tuvieron  la  oportunidad  de 
conocer  el  bello  prólogo  que  es- 
cribiese piíra  una  obra  del  inspi- 
rado poeta  de  La  Plata  Osear 
Tiberio,  libro  que  ignoro  porqué 
causas  dejó  de  aparecer.  Una 
página  sobre  Andrés  Demarchi, 
el  creador  de  «El  Enemigo»,  y 
otra  sobre  Ulises  Favaro,  le  va- 
liei'on  muchos  elogios.  No  hace 
aún  un  año  v  en  ocasión  de  des- 
cubrirse  la  placa  erigida  á  la 
memoria  del  cantor  de  nuestras 
tradiciones  camperas,  el  llorado 
don  Alcides  De  María,  á  Herrera 
le  cupo  pronunciar  la  oración 
fúnebre  inicial  de  ese  acto.  Pero 
sobre  todo  como  sonetista  fecun- 
do y  perfecto  su  modalidad  fué 
saliente.  Allá  en  aquel  tradicio- 
nal armario,  que  fué  para  el 
poeta  biblioteca  y  ropería,  boti- 
quín y  secretair,  él  llegó  á  guar- 
dar más  de  doscientos  sonetos 
imaginativos,  bucólicos  y  pasto- 
riles, todos  ellos  de-  una  forma 
impecable  y  de  una  veracidad 
humana. 

Mas   su  labor  no  sólo  está  ahí. 
Aun  quedan  muchas  produccio- 


117 


nes  inéditas  que  janto  con  otras 
ya  publicadas,  pronto  verán  la 
luz  en  sus  «Peregrinos  de  Pie- 
dra», obra  á  medio  editar,  pues- 
to que  la  muerte  ha  sorprendido 
á  Herrera,  cuando  daba  los  últi- 
mos toques  á  las  pruebas  de  la 
impresión  ¡Qué  destino  implaca- 
ble el  suyo!  Ni  siquiera  le  fué 
dado  ver  recogidos  amorosamen- 
te en  un  volumen  las  maravillo- 
sos preseas  de  su  talento!  Y  esta 
ambición,  muy  justa,  que  acaso 
encarnó  uno  de  sus  ensueííos 
más  caros,  le  fué  denegada  ya 
en  las  postrimerías  de  su  ruta... 

La  vida  de  Herrera  y  Reissig 
fué  una  odisea  múltiple  en  sen- 
saciones de  todo  género.  Una 
idiosincracia  exótica  le  distin- 
guia  con  rasgos  propios  de  un 
personalismo  poco  couiún,  atra- 
yéndole simpatías  espontáneas  ó 
adversiones  pueriles.  ¿,\  aspiró 
del  Placer  las  sutilezas  más  abs- 
tractas y  del  Dolor  sus  más 
cruentas  desdichas.  Conoció  las 
abundancias  y  las  privaciones. 
Fué  un  peregrino  impertérrito 
de  la  Vida,  un  camarada  senci- 
llo, un  bohemio  delicioso  que  en 
mitad  de  sus  pobrezas  nunca  dio 
al  oro  más  valor  real  que  el  de 
su  brillo  áureo,  al  igual  de  una 
partícula  de  sol  chispeante  ! . . . 

Como  artifictj  él  fué  un  se- 
diento de  Belleza.  Sonaba  con 
París  y  amaba  á  Grecia  con 
la  fe  de  un  helenista.  Las  mara- 
villas contadas  del  Louvre,  los 
tesoros  fabulosos  del  Vaticano, 
las  telas  de  Rubén,  de  Goya,  de 
Velázquez,  de  Murillo,  de  Ra- 
fael y  de  Salvador  Rosa;  las  es- 
culturas del  Partenón  y  del  Acró- 
polis; las  ruinas   de  Roma,  de 


Egipto  y  de  Atenas;  las  curiosi- 
dades de  la  Indici  y  del  Ganges, 
en  ftn,  todo  aquello  que  para  un 
artista  ecléctico  es  poesía  deli- 
ciosa y  sensación  perdurable  de 
belleza  eterna,  le  evocaba  ensue- 
ños, ansias  infinitas,  divagacio- 
nes entusiastas  de  ver,  de  palpar, 
de  admir.-ir.  Y  sin  embargo,  to- 
dos estos  deseos  no  llegaron  para 
él  á  más  allá  de  lo  intangible! 

Allá  en  «La  Torre  >  el  supo 
conj>reg;u"  á  su  alrededor  á  una 
pléyade  de  intelectuales  quienes 
hoy  llorarán  su  muerte.  En  aquel 
santuario  del  Arte,  en  aquel  poé- 
tico mirador  donde  grabados  de 
Doré  y  retratos  de  poetas  exor- 
naban pintorescamente  los  mu- 
ros, divagué  con  Herrera  horas 
de  amistad  inolvidable.  Allí  el 
sol  del  éxito  resplandeció  sus 
rayos  y  las  sombras  del  desas- 
tre nimbaron  tétricamente  la 
derrota  de  los  vencidos.  Allí  es- 
peranzas y  desilusiones  se  con- 
taron sus  cuitas  en  fraternal 
anhelo.  Allí  crepúsculos  de  oro 
y  grana  empurpuraron  los  vi- 
dríales en  la  serenidad  augusta 
de  la  hora  taciturna,  haciendo 
sollozar  corazones  y  sonreír  á  la 
esperanza,  en  tanto,  allá  abajo, 
muy  cerca  del  paisaje  marino  y 
á  treinta  pies  de  profundidad,  la 
metrópoli  zumbaba  su  laborioso 
colmenar  humano. 

Y  así  fué  Herrera  un  héroe  y 
un  mártir,  un  retraído  y  un  noc- 
támbulo. 

Sobre  su  tumba,  yo  depongo 
una  siempreviva  de  amistad  y 
una  rama  de  laurel  simbólico. 

JüanPICÜX  OLAONDO. 

Marzo  18  de  1910. 


«♦« 


—    116 


La  sombra   cru^l 


Para    Apolo 


A  Périjz  )/  Ci'rh 


En  la  pupila  azul  de  aíiuel  ocíiso 
vino  una  sombra  en  duda,  desde  lejos, 
desde  los  cuentos,  di-sde  «  allá  más  lejos  » 
desde  que  no  hubo  flores  en  el  vaso  . . . 

En  la  intangible  estela  de  su  pasr» 
fruncieron  los  obscuros  entrecejos, 
las  alamedas  de  los  parques  viejos 
que  sentían  la  ausencia  de  otro  paso. 


Y  esa  soíiibra,  fué  una  pollera  negra, 
como  una  larga  campanada  negra 
de  un  campanario  en  ruinas,  cuasi  negro, 

una  pollera  que  arrastró  una  enferma 
en  todos  los  destinos,  yendo  enferma 
de  santidad  como  un  pájaro  negro. 

E.  LASCANO  TEGUI, 


—  119 


0^  **£l  libro  d-e  l)otas" 


Que  apapecefá  ppóxíi mámente  en  Pat» ís 


Para    Apolo. 

Cabe  la  sutileza  de  la  hora  tranquila, 
llena  de  aromas  vagos  y  de  música  blanca, 
una  admirable  rosa  floreció  en  tu  pupila, 
y  en  tu  frente  serena  fué  cada  vez  más  pálida. 

Cantaban  en  la  noche  los  dulces  ruiseñores 
con  voz  inimitable  su  canción  preferida, 
murmuraban  las  fuentes,  languidecían  las  flores, 
y  era  santa  la  luna  como  una  eucaristía. 

Yo  perseguía  en  la  suave  comunión  del  momento; 
la  dulzura  indecible  de  ingenuos  pensamientos . . . 
y  mi  alma  fué  harmoniosa  como  una  estrella  clara. 

Tú  seguías  la  inmensa  floración  de  los  astros, 
una  sonrisa  tenue  era  luz  en  tus  labios, 
y  en  la  flor  de  tu  mano  temblaba  una  esmeralda . . . 


II 


Con  un  azul  extático  y  cobarde, 
se  humedeció  de  amor  el  combo  cielo 
y  en  las  extenuaciones  de  la  tarde, 
se  escucharon  las  arpas  del  silencio  ... 

Tus  ojos  pensativos,  que  Dios  guarde, 
abrieron  sobre  mi  alma  sus  deseos, 
mientras  el  sol  en  un  postrer  alarde 
fué  á  caer  como  un  pájaro  á  lo  lejos. 

Siguiendo  los  ejemplos  cristalinos 
de  mis  versos,  tu  gusto  vespertino, 
una  canción  sintetizó  en  tus  labios. 

Tus  manos  blancas  destilaron  mirra . . . 
y  asi  como  una  lámpara  encendida, 
palideció  tu  cuerpo  en  el  ocaso. 

Fernán  Félix  DE  AMADOR. 

París  MIXCIX. 


—  120     - 

Alma  d^  Idilio  y  Rimas  Sentim^ntaks 


De  *El  Diario»    que  se  publica  en  Santiago  de  los  Caballeros 
{Santo    Dominc/o),    reproducimos  el  juicio  siguiente: 


En  estos  versos  rebosantes  de 
imágenes  de  suave  y  melancólico 
colorido,  de  factura  netamente 
modernista,  plenos  de  anhelos  y 
ensoñaciones,  ha  marcado  hon- 
damente su  huella  un  alma  do- 
tada de  exquisita  sensibilidad, 
en  la  que  con  frecuencia  vibra 
con  cierta  intensidad  la  nota  de 
un  erotismo  noble,  de  urdim- 
bre delicada,  que  no  se  solaza 
morbosamente  ante  ciertas  cosas 
de  pronunciado  carácter  sensual 
que  suelen  muchos  sedicientes 
poetas  poner  á  flor  de  mirada 
con  vivo  y  malsano  regocijo.  La 
inspiración  de  Pérez  y  Curis,  el 
inteligente  director  de  «Apolo», 
la  preciosa  revista  montevidea- 
na,  se  encauza  por  rumbos  más 
serenos  y  luminosos.  Su  musa  es 
casta.  El  deseo,  impetuoso  y  ve- 
hemente, no  pone  en  ella  llama- 
radas de  incendio.  Pérez  y  Curis 
es  un  poeta  muy  subjetivo,  que 
ve  siempre  las  cosas  de  una  ma- 
nera muy  personal  y  muy  pro- 
pia, en  una  forma  muy  artística, 
en  que  hay  combinaciones  mé- 
tricas y  rítmicas  que  tienen  como 
un  agradable  matiz  novedoso^  y 
en  que  ciertos  vocablos  flaman- 
tes ó  perfectamente  remozados 
que  esmaltan  el  lenguaje  poético 
le  habrán  sin  duda  merecido  la 
acerba  censura  de  ciertos  dómi- 
nes de  palmeta  para  quienes  el 
idioma  ^s  como  cosa  sagrada, 
intangible,  que  perdería  mucho 
de  su  esencia  divina  con  pala- 
bras nuevas,  con  más  abundante 
léxico,  como  si  pudiera  conde- 
nársele á  perpetuo  estancamien 


to.  Los  idiomas,  como  todas  las 
formas  en  que  se  refleja  la  vida, 
se  desarrollan  y  viven  siguiendo 
fases  de  caracterizada  evolución, 
procesos  de  integración  y  des- 
composición como  puede  pro- 
barse fácilmente . . . 

En  Alma  de  idilio  canta  el 
poeta : 

Ánfora  inagotable,  la  mañana, 
La  iuñnitud  del  éter  tragancia, 

Y  en  la  floresta  hay  una  algarabía 
De  púrpuras  tremantes.  Es  la  grana 

De  las  rosas  joviales.  Una  anciana — 
Coge  llores    enhiesta  todavía, 

Y  el  sol  un  copo  de  su  luz  le  envía 
Que  va  á  besar  su  cabellera  cana. 

En  la  serena  limpidez  del  cielo 
Hay  arrebolamientos  de  eglantinas  ; 
En  el  ambiente  un  trémolo  sonoro, 

Y  en  el  ribazo  azul  del  arroyuelo 
Que  baña  la  floresta,  las  divinas 
Aromas  fingen  lentejuelas  de  oro. 

De  Rimas  sentimentales,  entre 
otras  composiciones  iguales  ó 
mejores,  escojo  este  bello  soneto  : 

MIS  ENSUEÑOS 

Mi  huerto  es  una  penumbra  eterna 
Donde  florecen,  lentas  y  frías— 
Cual  en  el  borde  de  una  cisterna, 
Pátina  y  musgo— mis  nostalgias. 

Muere  la  tarde  callada  y  tierna  ; 

Y  en  tanto  me  hablan  sus  lejanías, 
Miro  en  mi  huerto:  penumbra  eterna, 
Cómo  se  esfuman  las  ansias  mías. 

Sueños,  ideales,  dicha  remota: 
Vuestro  impalpable  perfume  flota 
Todas  las  tardes  en  torno  mío  .  .  . 

Pero  en  invierno  se  hacen  las  noches 
Foscas  y  amargas  como  reproches 

Y  mis  ensueños  mueren  de  frío  ! 


F.  GAKCÍA  GODOY. 

Santo  Domingo— 1910. 


121 


Oe  rodillas 


Pora    Apolo 


Suave  forma  que  cruzas  por  mi  vida 
como  el  alma  errabunda  de  un  ensueño  : 
oh  !  adorable  quimera  con  que  sueño, 
en  noches  de  ignorado  padecer : 
fija  tus  ojos  en  los  ojos  míos 
por'itevolverme  la  perdida  calma, 
y  alumbra  las  tinieblas  en  que  el  alma 
implora  de  rodillas  tu  querer  ! 


Sufre  calladamente  su  tristeza 
el  corazón,  latido  por  latido, 
y  ya  es  hora  que  sepas  que  he  vivido 
muriendo  desde  el  día  que  te  vi  ; 
no  esquives,  pues,  la  luz  de  mi  mirada, 
sé  más  dulce,  más  buena  y  compasiva 
que  yo  sabré  quererte  mientras  viva 
con  toda  la  ternura  que  hay  en  mí.   ' 


Mis  penas  —  taciturnas  mariposas  — 
afirúpanse  á  la  luz  de  tu  reiíuerdo, 
mientras  llorando  mi  dolor  me  pierdo 
en  la  región  incierta  de  la  fe. 
Siempre,  siempre  buscando  tu  mirada 
he  de  seguir  las  huellas  de  tu  paso", 
y  de  ini  triste  vida  en  el  ocaso, 
bendiciendo  tu  nombre  moriré. 


Y  ailn  después  que  mi  vida  haya  cruzado 
el  umbral  de  la  muerte  que  la  espera, 
tríis  el  breve  pasuje  por  la  (!-sfera 
de  este  inimdo  sin  luces  ni  arrebol, 
flotará  de  tu  ser  en  lo  más  hondo 


la  vibración  de  mi  doliente  queja 
como  el  destello  que  en  la  tarde  deja 
después  de  hundirse  en  occidente,  el  sol. 


Porque  tienes  del  canto  la  armonía, 
de  la  luz   la  inefable  transparencia, 
de  la  Santa  Madona  la  clemencia, 
la  dulzura  del  niño  que  se  fué.  .  . 
Eres  como  la  luz  que  en  la  pupila 
queda  grabada  con  destellos  rojos, 
y  aunque  se  cierren  á  la  luz  los  ojos 
en  la  penumbra  cintilar  se  ve. 


Yo  vi  un  día  tu  imagen  soñadora 
y  en  el  alma  quedóse  prisionera 
como  una  inmaculada  ave  parlera 
que  inunda  con  sus  trinos  mi  pasión. 
Pero  (,  qué  importa  que  en  el    pecho  vibre 
la  lírica  efusión  de  su  garganta, 
si  por  desdicha  mía  solo  eanta 
á  expensas  del  enfermo  corazón  ? 


Tú  no  sabes  que  sufro  lo  indecible 
y  á  vivir  como  un  paria  me  condenas  ; 
todas  mis  alegrías  enajenas, 
ya  ni  tengo  el  derecho  de  vivir  ; 
que  no  es  vida  la  vida  que  soporto 
en  esta  proscripción  desventurada: 
¡  Ilumine  la  luz  de  tu  mirada 
la  horrible  lobreguez  del  porvenir! 

Josii  VIAÑA. 


LA    USIXA  TK.\s.\Tl>ÁNT10A  — -^'OX 


!>':  ) 


1^2 


Literatos  jóveties  de  Oolotnbia 


fñ.    f/íopzno    Alba 


Recio  de  cuerpo  y  luiisculoso;  cabeza  grande  redondeada;  boca 
pequefla;  trente  amplia  y  ligeramente  convexa;  ojos  negros  de 
mirar  duro  y  penetrante,  es,  este  poeta,  acróbata  y  comerciante 
á  la  vez. 

Tiene  voz  sonora  y  agradable  y  sus  palabras  bien  pronunciadas, 
una  entonación  oratoria.  Habla  como  declamando. 

Nació  muy  cerca  de  la  industriosa  ciudad  del  Caribe  donde  re- 
side habitual  mente. 

La  obra  literaria  de  Moreno  Alba  es  corta,  porque  cortos  son 
los  anos  de  su  vida;  pero  es  suficiente  para  haberle  merecido  fama 
en  la  literatura  contemporánea.  Ouahiuiera  revista  artística  se 
honra  ho\^  con  la  firma  de  Moreno  Alba. 

Su  verso  robusto  y  elegante  viste  casi  siempre  una  idea  profunda 
de  pensador  genial. 

Así  cuando  dice  : 

«  Tu  dogma  inaccesible  no  recibii»  la  herida 
del  análisis  crudo  ...  ni  el  beso  de  la  Vida  ...» 


«  Porque  si  perpetuando  la  raza  de  los  hombres 
dais  pábulo  á  la  pena  bajo  sus  varios  nombres, 
seffún  el  erudito  filósofo  j^ermano. 
también  en  vuestro  alegre,  glorioso  predominio 
reside,  ajeno  á  todas  las  formas  de  exterminio, 
el  vigoroso  germen  del  espíritu  humano.  » 

Pero  es  también  á  veces  exclusivamente  artista  y  le  atraen  las 
mujeres  jóvenes  y  elegantes  que  visten  á  la  moda  y  usan  Camia  ó 
extracto  de  Chipre  : 

«  Nubil  modelo  de  coquetería,  Muestra  la  mano  de  color  de  rosa 

ella  conoce  del  plegado  encaje  un  anillo  de  pálida  esmeralda 

y  de  la  crema  pasamanería  cuando,  con  intención  pecaminosa 

para  contraste  en  el  color  del  traje  se  recoge  los  pliegues  de  la  falda. 

Consciente  de  su  gracia  femenina  Moderna  musa  de  la  aristocracia 

viste  el  surah  tornasolado  y  rico.  que  idolatra  la  curva  de  sus  flancos, 

Y  es  adorable  cuando  el  talle  inclina  Polimnia  de  la  moda  y  de  la  gracia 

para  donaire  del  porta  abanico.  con  medias  negras  y  chapines  blancos.  » 

En  ocasiones  la  sangre  castellana  de  sus  mayores  cobra  un  fugaz 
predominio  sobre  su  espíritu  de  hombre  moderno  y, 

«la  antigua  fe  perdida  sus  alas  desentume  » 

y  canta  entonces  al  humilde  crucificado  de  Galilea: 


-    123 


«Jesús  es  como  un  astro,  Jesús  es  como  un  lirio  , 
La  bárbara  y  blasfema  corona  del  martirio 
apenas  si  en  su  frente  dejara  cicatriz. 
Mostró  la  faz  profunda  de  todo  cuanto  existe, 
y  en  el  lieroico  gesto  de  una  dulzura  triste 
lo  contempló  la  tarde  doblada  la  cerviz. 


Por  el  que  caminara  sobre  ilel  Tiberiades  ; 
ante  la  sombra  muda  de  todas  las  edades, 
—conjurador  solemne  del  agua  y  de  la  luz  - 
podrán  pasar  los  siglos  . .    mas  siempre  los  humanos 
adorarán  las  puras,  las  enclavadas  manos 
del  taciturno  y  pálido  Poeta  de  la  Cruz». 

Ahora  escribe  un  poema  de  y^randes  alcances:  «  Oro  de  Sol  » 
cjue  proloj^ará  Arturo  R.  de  C  irricarte.  Es  un  canto  de  la  viri^en 
tierra  americana  en  el  cual  se  sienten  ios  estremecimientos  de  la. 
selva  combatida  por  los  huracanes,  se  oye  el  bramido  del  ti^re  y  el 
magnífico  mugido  del  toro  padre  en  celos.  La  publicación  de  este 
bello  libro  lo  pondrá  de  hecho,  entre  los  más  distinguidos  porta- 
liras  modernos. 

Pero  si  como  poeta  Moreno  Alba  tiene  un  porvenir  halagador, 
como  prosista  es  mediano.  Casi  cíursi.  Demasiado  limada  y  repuli- 
da, su  prosa  se  torna  amanerada.  En  ella  sacrifica  muy  frecuente- 
mente el  pensamiento  á  la  forma.  Cuida  más  de  la  rotundidad  del 
período  que  de  la  compresibilidad  de  la  frase. 

Sus  cuentos,  sin  atractivos  ideológico  ó  psicológico,  calcados  so- 
bre temas  exóticos  en  este  medio,  son  insulsos.  Esas  escenas  dé 
boudoir  de  los  decadentes  franceses  se  tornan  en  cadáveres  al  pasar 
por  su  pluma. 

Pero  Moreno  Alba  tiene  mucho  talento  y  sabe  preferir  sus  versos." 
Escribe  muy  poca  prosa. 

Lástima  que  el  ambiente  de  mercantilismo  de  la  New  York  colom- 
biana vaya  á  pervertir  el  gusto  y  el  talento  de  este  exquisito  y  jo- 
ven poeta  colombiano. 

'      G.  PORRAS   TROCONIS. 


■  ♦» 


Oe  *'Us  Horas" 


Paseo  ansiosamente  por  tu  aeera 
mirando  la  cerrada  celosía    . . 
Esta  noche  he  pensado  : 
.  Hoy  me  abrirá;  veré  su  manecita 
descorriendo  el  visillo  ; 
veré  sus  ojos,  que  á  la  calle  miran 
para  saber  si  estoy  ;  y  luego  ...  y  luego, 
un  crujido  sutil :  la  celosía 
se  abre  á  dos  lados,  cual  si  fueran  alas 
para  el  amor  nacidas  ; 
asomará  su  cabecita  rubia  ; 
llegará  hasta  mi  alma  su  sonrisa 
como  diciendo  :  avanza ; 
aquí  estoy  ;  te  he  esperado;  date  prisa. 
E  iré,  nerviosamente  ; 


Tara    Apolo 

le  ofreceré  estas  rosas  de  la  India 

que  para  ella  he  cogido  y  que  aprisiona 

el  rojo  lazo  de  una  roja  cinta  ...» 

Esta  noche  he  pensado 
como  otras  tantas,  en  tu  celosía, 
siempre  cerrada  para  mi  deseo, 
siempre  cerradaámi  esperanz  \ intima  . . . 
Y  me  vuelvo,  sabiendo  que  á  la  noche 
siguiente  iré,  llevado  por  la  misma 
ilusión  de  que  acaso 
me  abras  tu  cerrada  celosía  ... 

Lorenzo  VICENS  THIKVKNT. 


-    12-1    — 

\/ip¿C3rE:isr   hiisfAimicíPs. 


La  he  visto  cuando  dormían 
Los    arrabales ...   El  alba, 
Predilecta  coníidente 
De  las  flores  solitarias, 
Puso  en  el  rostro  de  aquella 
Jovial  elfina  de  Hispania 
Los  rosicleres  joyantes 
De  su  sonrisa  de  nácar. 

Sangre  y  fuego  de  las  rosas 
De  luz  su  labio  derrama, 

Y  su  labio  es  un  cendal 
Muy  cálido  que  no  empañan 
Las  congojas  que  torturan 
Ni  las  pedidias  que  matan 
El  sentimiento  amatorio 
De  la  cítara  del  alma. 

¡Y  es  la  rosa  de  Provenza ! 
¡Sangre  y  luz  de  la  mañana! 

La  vi   cuando    su  primera 
Sonrisa  de  oro  perlaba 
El  sol,  é  iba  animándose 
La  llora  de  la  sabana  ; 

Y  en  el  odorante  y  amplio 


A  MigviH   Luis  Roriianí. 

Sendero  de  las  acacias 
Una  pareja  de  alondras 
Su  epitalamio  cantaba. 

Y  ahora,  bajo  un  fogoso 
Mar  de  lumbre  meridiana, 
Vuelve  al  hogar  lentamente 
Por   las    avenidas   áureas ; 

Y  su  veste  de  batista 
Con  lentejuelas  de  plata 
Viene  ungida   del  perfume 
Que  de  las  frondas  emana. 

¡Pobre  virgen!  ¡Cómomueren 
Los  crepúsculos  del  alma! 
Ya  no  mecen  su  cabello 
Las  brisas  de  la   mañana ! 
Candentes  irradiaciones 
Sus    morbideces  abrasan, 

Y  en  sus  ojos  hay  connubios 
De  sonrisas  y  de  lágrimas. 

¡  Pobre  rosa   de  Provenza  ! 
¡Sangre  y  luz  de  la  mañana! 

PÉREZ  Y  CURIS. 


AVHMIDA    is   Di:  .ICI.IO  —  MOXl  KVIDKO 


—  125 


Como  á  mujer  alguna... 


Para   Afolo. 


Me  dicen  tus  pupilas,  fulgentes  y  amorosas, 
que  hay  mundos  de  ternura  nuevos  en  su  interior, 
brindándose  al  secreto  de  otras  más  ardorosas 
para  envolver  sus  ansias  en  un  mismo  fulgor. 

Que  ha  tanto  tiempo  aguardan  nostálgicas  y  solas, 
la  llama  de  un  espíritu  gemelo  á  quien  amar, 
y  esperan  incansables,  brillantes  como  aureolas, 
las  hermanas  ausentes  que  sueñan  adorar. 

Que  ha  tanto  tiempo  anhelan  quemar  sus  negras  alas 
en  vano,  sin  que  puedan  su  inspiración  lucir, 
quien  sabe  si  en  castigo  de  sus  soberbias  galas, 
ó  acaso  por  su  inmenso  deseo  de  vivir. 

Perdidas  en  un  suave  deleite  no  alcanzado, 
consumen  su  esplendente  reflejo  sideral, 
sufriendo  las  nostalgias  del  amor  tan  soñado, 
opresas  en  las  redes  que  tejió  su  ideal . . . 

n 

También  las  mías  sueñan,  amar  al  espejismo 
que  ocultan  las  pupilas  enfermas  de  esperar, 
y  perderse  en  el  hondo  misterio  de  ese  abismo, 
logrando  así  el  tesoro  de  su  extraño  mirar . . . 

Si  acaso  en  sus  desvelos,  Azema,  tus  pupilas, 
presienten  que  está  cerca  la  luz  de  su  ilusión, 
si  se  miran  mis  ojos  en  sus  aguas  tranquilas, 
verás  como  por  ellos  se  asoma  el  corazón . . . 

Deja,  pues,  que  confunda  nuestra  idilio  la  luna, 
é  iluminen  sus  rayos,  nuestro  encantado  Edén, 
que  yo  he  de  amarte  tanto  como  á  mujer  alguna, 
jamás  he  idolatrado  con  tanto  amor,  mi  bien . . . 

Carlos  María  DE  VALLEJO, 

Montevideo,  1910. 


—  126  — 

aiVatiima  mia 

Para    AFOLO. 

AlVEgregio    Dr.     Joaquín    de    Salteráin,    affettiiosamente. 

Se  nella  vita  un'apgine— a^/panno  le  s^/entufc, 
E  se  i  gagliapdi  sogni — sozzanti  eolle  dufe 
Ti»aveFsie  del  destino — pev   ranima  irrequieta 
Pap  non  sará  delirio — anima  mia  t'aequiete.  .  . 
pFa  gli  spazzi  di  cobalto, — alta  lassú   nel  cielo, 
flrde  una   nuoVa  face, — cade   un  funesto  velo, 
E  fu   per   quella  fedc — che    ti   tempró  i  dolori 
flell'ora  di  calígine — priva  di  earmi   e  fiori. 
Se  di  lassú,  dall'alto — torna  con  nuoVo    maggio 
R  sorrider  la  vita; — e  tu  nel  farle   omaggio 
Terse  le  amare  lacrime — a   quel   che   fu    rivolto 
I^iconoscente  esclama: — «Tu  m'insegnasti  molto». 

JVIa  avanti,  avaj^ti  sempre.  —Se   nel  eammino  ancora 

Ti  si  parasse  innanzi  —  una  novella  aurora, 

Pallida,  ma  pur  densa,  —  di  piú  grandi  Ideali, 

Di  luce  e  scienza  ávido — spingi   piú  aVanti  l'ali. 

pino  agli  estremi  spazi  —  sotto  ai  fulgenti  rai, 

pin  che  la  vita  ha  un  frémito  —  dehl  non  t'arresta  mai. 

flivanti,  avanti  sempre  —  non  soffermare  il  piede, 

Pensa,  ch'il  tempo  —  altro  quaggiú  non  riede 

JVIa  fanno  fácil  brcceia  —  le  lacrime  e  il  dolore. 

Ove  manehi  una  fede,  —  aVe  manehi  l'onore 

Con  l'onore  e  la  fede  —  all'umana  virtude, 

R.Í  lavoro  cd  al  genio  —  nessun  la  Via  precludc. 

G.    ^lOLiH. 
»♦« 


La  agotiía  d^l   Príncipe 

Para    Apolo. 

Un  día  llegó  un  viejo,  muy  viejo,  hasta  el  Palacio 
de  un  príncipe  nocturno  que  moría  en  su  lecho, 
sintiendo  en  el  abismo  turbado  de  su  pecho 
e1   beso  de  una  estrella,  perdida  en  el  espacio  .  . 

Y  el  viejo  dijo  :  «Traigo,  en  mi  búcaro  terso 
un  bálsamo  divino   para  curar  tus  males. 
Será  como  una  de  esas  maravillas  astrales, 
para  tu  alma  vencida  por  los  ritmos  del  Verso» 


—  127  — 


El  moribundo  príncipe  apuró  la  bendita 
esencia  ...  La  silueta  de  la  santa  Afrodita, 
trasmigró  sus  encantos  á  un  Patriarca  abatido  .  .  . 
Se  dibujó  en  sus  labios  una  frágil  sonrisa 
y  en  el  misterio  austero  de  ia  tarde  indecisa 
se  quedó  aquel  Patriarca  blancamente  dormido  .  .  . 


JUSTO  DEZA. 


»♦» 


Sokdad 


Poro    Apolo. 


¡  Qué  triste  está  mi  alma,  qué  melancólica, 
Cómo  extraña  tus  risas,  tus  frases  buenas, 
Vive  aún  con  los  besos  que  dio  tu  boca 
y  hasta  con  sus  caricias  ardientes  sueíla! 

¡Qué  largas  son  mis  noches,  que  paso  á  solas 
En  extraño  coloquio  con  las  estrellas. 
Voy  viviendo  cual  planta  que  enferma  brota. 
Voy  viviendo  cual  planta  que  vive  enferma ! 

Siento  muchas  nostalgias  dentro  del  alma, 
Nostalgias  de  caricias,  pues  mi  morena 
Ya  no  arranca  los  tristes  á  mi  guitarra. 
Ni  ya  suenan  pausadas  las  habaneras. 

Ya  en  los  arcos  sombríos  de  sus  pestañas. 
No  contemplo  extasiado  sus  finas  hebras, 
Y  los  claveles  rojos  de  mis  ventanas 
No  nacen  ya  como  antes  para  sus  trenzas. 

Por  los  campos  hay  ñores  —  mi  castellana  — 
He  visto  golondrinas  —  es  Primavera  — 
Mas  en  el  pecho  mío  y  en  toda  mi  alma, 
Eeina  siempre  el  invierno  de  mis  tristezas. 

Y  ese  invierno  en  que  vivo;  toda  su  escarcha 
Va  dejando  implacable  sobre  la  senda 
En  que  vaga  mi  vida,  mi  vida  amarga 
<^ue  avanza  tras  tu  sombra,  mas  nunca  llega. 

Yo  no  puedo  olvidarte,  —  la  caravana  — 
De  tu  recuerdo  eterno,  callada  llega ; 
Yo  la  siento,  la  sigo  con  la  mirada 
Que  se  pierde  . . .  volando  tras  de  sus  huellas 


Fernando  SILVA  VALDÉS. 


128  - 


Gloria 


Eco  ie  rimas  moduladas 
Al  oído  de  una  mujer, 
Caie  las  regias  balaustradas: 
Nombra  las  aves  extraviadas 
De  mis  ilusiones  de  ayer. 

Estela  de  intimo  perfume 
Que  al  pasar  deja  una  mujer, 
Y  embriaga  y  presto  se  consume : 
Que  tu  recuerdo  no  se  esfume 
Hoy  5ue  en  mi  vuelve  a  florecer. 


Mirada  plena  de  deseo 
En  gue  arde  un  alma  de  mujer 
Y  en  cuya  gloria  fugaz  creo  : 
¿Qué  silencias  cuando  sondeo 
El  alma  de  tu  atardecer? 

Eco,  estela,  mirada. 
Vuestra  gloria  es  asi : 
Bella  como  una  hada, 
Frágil  cual  la  alborada..-. 
Pero  perdura  en  mi. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


■♦» 


La  Fe 


( ]V[onologando  ) 


Para  Afolo. 


La  fe. . .  ¿qué  es  la  fe?...  lo 
ignoro;  mi  alma  exenta  de  pa- 
siones, indiferente,  escéptica,  in- 
mutable, no  la  conoce  ó  más 
bien  dicho,  la  ha  -  perdido. . . 

Tal  vez,  en  mi  infancia, — víc- 
tima de  mi  propia  precocidad; 
porque  he  sido  precoz  en  todo 
mi  yo — la  he  sentido,  la  he  ali- 
mentado, pero  desde  que  he  car- 
gado cuatro  lustros,  cuando  re- 
cién debiera  poseerla,  cuando  es 
llegado,  para  la  generalidad,  el 
momento  propicio  á  las  pasio- 
nes ;  cuando  se  empieza  á  vivir, 
cuando  nacen  las  ilusiones  to- 
das, cuando  se  empieza,  recién, 
íl  ver  desfilar  el  cortejo  de  las 
quimeras,  de  las  esperanzas,  de 
los  ensueños  . . .  cuando  debiera 
comenzar  á  sentir  el  fuego  sa- 
grado de  la  fe,  de  la  fe  santa,  de 
la  fe  heroica,  de  esa  fe  que  arras- 
tra la  mente  y  conmueve  al  co- 
razón ya  en  un  arrobamiento 
místico,  ya  en  un  arrebato  de 
pasiones  ó  en  una  explosión  de 


A  O.  Fernández  Ríos. 

rebeldías  . . .  cuando  en  fin,  se 
inicia  en  otroS)  la  parábola  de  la 
vida,  en  mí  ya  ha  terminado  su 
trayectoria ...  en  lugar  de  na- 
cer, muere  .  .  .  ¿  soy,  pues,  una 
aberración  ?  . . .  soy  una  entidad 
en  la  vida  humana  ó  soy  un  áto- 
mo en  el  caos  de  lo  increado  ?  . . . 
soy  un  enigma  ó  soy  un  des- 
tino ? . . .  mi  alma,  la  f  e  de  mí 
alma  . . .  ¿  pero  es  que  tengo  un 
alma  como  los  demás  ?  . .  .  —  sí. 
Entonces,  si  tengo  un  alma  á 
imagen  y  semejanza  de  los  otros  ; 
¿por  qué  soy  diferente  á  ellos?  . . . 
por  qué,  entonces,  no  adoro,  no 
idolatro,  no  me  apasiono?... 
por  qué,  diferentemente  de  todos, 
para  mí  todo  es  uno  y  lo  mismo, 
bajo  sus  mil  faces  y  formas  ?  .  . . 
por  qué  no  puedo  creer  en  una 
cosa  por  sobre  todas  las  de- 
más ?  . . .  por  qué  la  duda,  esa  te- 
rrible duda,  irguiéndose  fría,  im- 
pávida, desesperante  siempre  y 
á  cada  paso,  entre  yo  y  la  creen- 
cia, entre  el  si  y  el  no  ? 


—  129 


Por  qué,  queriendo  amar,  no 
puedo  ?  . . .  por  qué,  sintiendo  la 
imperiosa  necesidad  de  ofrendar 
mi  corazón  en  aras  de  un  en- 
sueño, de  una  utopía,  después  de 
mirar  en  rededor,  no  liallo  nada, 
sobrando  tanto  ?  , , .  Por  qué  me 
siento  solo^  aislado,  sin  un  punto 
fijo  en  la  periferia  de  mi  corazón 


donde  posar  la  visual  de  mis 
afectos  ?  . . .  Por  qué,  solo  tengo 
fuerzas  para  el  análisis  ?  . . . 

i  Oh  !  la  f e  . . .  yo  bendigo  á 
aquellos  que  la  respiran  por  to- 
dos sus  poros  ...  yo  envidio  á 
aquellos  que  cargan  un  ideal 
con  la  fuerza  que  ella  les  presta. 
Yo  admiro  á  los  esclavos  de  sus 
pasiones,  á  los  idólatras  de  sus 
creencias,  á  los  convencidos  de 
sus  doctrinas ;  á  los  que  persi- 
guen un  ñn,  bueno  ó  malo  ;  á  los 
que  luchan,  á.  los  que  bregan,  á 
los  que  sufren  por  el  logro  de 
una  conquista ;  á  los  cruzados 
de  la  fe,  que  ante  nada  se  arre- 
dran, á  los  que  hacen  tremolar  el 
pendón  de  sus  sinceridades,  á 
los  que  tienen  la  fuerza  de  sus 
convicciones,  á  los  que  no  des- 
fallecen, á  los  exaltados,  ¿i  los  in- 
convencibles, á  los  extraviados,  á 
todos  los  que  aman  con  ardor, 
con  fe,  con  verdadera  fe  . . .  por- 
que son  bienaventurados;  por- 
que la  vida   tiene  para   ellos  un 


objeto,  porque  les  representa  un 
algo  . . .  porque  para  el  creyente 
que  nada  analiza,  deja  de  ser  un 
mero  paréntesis  abierto  entre 
el  ser  y  el  no  ser ;  porque  para 
el  ferviente,  para  el  crédulo,  hay 
algo  aún  más  allá  de  la  vida, 
mientras  que  para  mí,  todo  ha 
terminado  aún  antes  de  la  muer- 
te puesto  que  he  vivido  mu- 
riendo, puesto  que  he  ido  ente- 
rrando bajo  la  lápida  de  mí 
descreimiento,  una  á  una,  to- 
das mis  ilusiones;  una  á  una, 
todas  mis  creencias ;  uno  á  uno, 
todos  mis  ideales  . . . 

¡Oh!  Todopoderoso...  ¿por  qué 
no  me  has  dado  una  alma  con 
fe?...  y  si  me  la  has  dado,  ¿por  qué 
ha  sido  tan  mustia,  triste,  gasta- 
da, anémica,  que  no  ha  resistido 
el  embate  del  más  sencillo  análi- 
sis ?,. .  por  qué  me  la  has  des- 
provisto de  todo  atractivo,  de 
toda  sugestión  ?  . .  .  por  qué  me 
has  dejado  sin  un  ídolo,  sin  una 
creencia,  sin  una  ambición,  sin 
un  crimen  siquiera  ?  . . .  por  qué. 
haciéndome  vivir,  me  niegas  la 
vida?  . . .  por  qué,  no  haciéndo- 
me sufrir,  no  gozo  ?  ¿  por  qué, 
haciéndome  gozar,  no  sufro  ?  . . . 
por  qué  en  el  volcán  de  mis  pen- 
samientos, de  mi  ideología,  has 
puesto  la  nieve  perpetua  del 
escepticismo  ? . . .  por  qué,  que- 
riendo ser,  no  puedo  ?  . . .  el  co- 
razón se  supedita  al  cerebro,  ó 
el  cerebro  al  corazón  ?  . . .  quién 
es  quién  ?  . . .  ¡  supremo  arca- 
no !.. .  yo  declaro  mi  impoten- 
cia ...  yo  pregono  á  gritos  lo 
indefinido  de  mi  ser,  mientras 
no  sacuda  á  mí  yo,  la  fe  que  ne- 
cesito ...  ¿  quién  me  hace  la 
gracia  de  una  convicción  ?  . . . 
¿  quién  me  hace  la  limosna,  la 
suprema  limosna  de  un  poquito 
de  fe  ! . . . 

Santiago  DALLEGRl. 


130 


la  Barca 


Habían  quitado  al  tío  Quíco 
su  barca,  que  era  como  sí  le  Jiu- 
bieran  quitado  la  vida.  Aquella 
barca,  que  era  el  org-ullo  y  la 
admiración  del  viejo.  ¡  Cuánto 
se  la  habían  envidiado  los  pes- 
cadores de  la  aldea  !  Ningunii  la 
aventajaba  en  ligereza  y  gallar- 
día. Gustábale  al  tío  Quice  mos- 
trarla á  los  couipaíleros,  con  esa 
vanidad  con  que  los  mozos  en- 
señan á  una  novia  hermosa. 

A  fuerza  de  tiempo,  habíase 
encariñado  con  ella  como  con 
un  hijo.  Diríase  que  era  un  alma 
viviente,  á  la  cual  comunicaba, 
sin  palabras,  en  medio  de  la  infi- 
nita y  magna  soledad  del  mar, 
el  secreto  de  sus  esperanzas  y 
sus  incertidumbres.  Y  no  pare- 
cía sino  que  se  había  establecido 
entre  los  dos  una  profunda  y 
misteriosa  reciprocidad  de  sen- 
timientos. Cuando  el  abuelo  se 
mostraba  apesadumbrado,  la  bar- 
ca, á  pesar  de  que  él  remaba  con 
vigoroso  empuje,  caminaba  len- 
ta, torpe,  á  disgusto,  rimando,  al 
deslizarse  sobre  la  inquieta  lla- 
nura del  mar,  la  callada  tristeza 
de  su  patrón.  Por  el  contrario, 
cuando  la  pesadumbre  era  rego- 
cíio,  ella,  sin  necesidad  de  que 
la  tocasen,  como  si  poseyera  una 
voluntad  oculta,  cruzaba  rauda 
y  veloz  sobre  las  olas,  semejan- 
do en  la  lejanía,  con  las  velas 
desplegadas,  una  paloma  blanca 
volando  á  flor  de  agua. 

Le  habían  quitado  su  barca, 
que  era  como  si  le  hubieran  qui- 
tado la  vida. 

Era  aún  más  que  su  vida  :  era 
también  la  vida  de  su  hija,  viu- 
da, y  de  su  nieto,  á  los  cuales  él 
mantenía.  ¿  Dónde  iba  á  ganar 
en    adelante    el    pan    de    ellos, 


sí  desconocía  todos  los  trabajos  ? 
Además,  era  ya  muy  viejo  para 
emprender  nuevos  caminos.  Des- 
de muy  pequeño  dedicóse  á  la& 
luchas  del  mar.  El  le  había  dado 
siempre  para  vivir.  Primero,  con 
el  contrabando,  trabajo  lleno  de 
peligros,  pero  que  producía  pin- 
gües ganancias.  Días  hubo  en 
que  fué  perseguido  á  tiros  por 
los  carabineros,  sin  que  lograran 
nvinca  alcanzarle.  En  aquellos 
momentos  su  barca  parecía  te- 
ner alas.  Después,  acabado  el 
contrabando,  se  dedicó  á  la  pes- 
ca Infinitas  veces  la  borrasca  Je 
cogió  en  medio  del  mar.  Y,  sin 
sabérselo  explicar,  siempre  salió 
triunfante  de  aquellas  embosca- 
das siniestras  de  las  olas  revuel- 
tas. 

A  pesar  de  tantas  luchas,  á 
pesar  de  tantos  afanes,  no  logró 
salir  de  la  miseria.  ¡  Cuesta  tan 
caro  el  pan  del  pobre !  Y  en  re- 
compensa á  sus  trabajos  y  á  sus 
dolores,  ahora,  en  la  vejez,  cuan- 
do tan  difícil  le  sería  luchar  en 
campo  extraño,  le  quitaban  su 
único  medio  de  vida.  Y  todo  por 
una  maldita  enfermedad,  por 
una  pulmonía  traidora  que  el 
año  pasado  le  tuvo  en  cama  cer- 
ca de  dos  meses.  Sin  dinero  para 
atender  á  los  muchos  gastos  que 
se  ocasionaban,  pidió  á  su  v^eci- 
no,  el  tío  Juan,  una  cantidad  á 
cuenta  de  la  barca,  comprome- 
tiéndose á  pagarla  en  un  plazo 
de  seis  meses.  Pasó  el  tiempo 
marcado  y,  por  más  esfuerzos 
que  hizo,  no  pudo  cumplir  su 
palabra.  Entonces  el  otro,  va- 
liéndose de  la  justicia,  se  apo- 
deró de  la  barca. 

Viéndose  desocupado,  quiso 
aprestarse   á  trabajar  como  ga- 


131   — 


fían ;  mas  en  seguida  desechó 
tales  ideas.  Prefería  morirse  de 
hambre.  Consideraba  á  los  cam- 
pesinos como  bestias  resignadas, 
como  esclavos.  Aunque  en  el 
mar  se  habían  quedado  varios 
de  los  suyos,  nunca  dejó  de 
amarle.  Le  encantaba  aquella 
vida  de  lucha,  de  fiereza,  de 
constante  peligro  ;  aquella  vida 
que  había  que  ganarla  desafian- 
do de  cerca  á  la  muerte. 

Triste  y  solitario,  vagaba  de 
un  lado  á  otro,  hablando  consigo 
mismo,  como  un  sonámbulo.  La 
mayor  parte  de  los  días  vélasele 
en  las  tabernas,  charlando  con 
sus  antiguos  compaiíeros.  Algu- 
nos de  ellos,  para  enfarecerle,  le 
trataban  de  cobarde  por  haberse 
dejado  quitar  la  barca.  ¡  Bien  le 
engañaron,  bien  le  había  atra- 
pado el  tío  Juan  en  sus  redes ! 
¡Y  poco  que  se  ufanaba  de  ello  ! 
A  todo  el  mundo  se  lo  contaba. 
Además  parecía  protegerle  la 
Providencia.  Ni  un  día  pasaba 
sin  que  hiciera  una  gran  pesca. 
Estas  palabras  lograban  agran- 
dar el  callado  dolor  que  le  con- 
sumía. Y  aunque  trataba  de  olvi- 
dar, seguía  zumbando  en  su  ce- 
rebro, con  tenaz  constancia,  el 
pensamiento  de  su  desdicha. 

Cierto  día  se  encontró  al  tío 
Juan  en  su  camino.  Con  temblo- 
rosa voz  le  suplicó  que  le  cedie- 
ra la  barca.  Se  comprometía, 
previa  escritura,  á  pagarle  la 
deuda  en  un  corto  plazo,  y  con 
un  crecido  interés.  El  otro  se 
negó  á  sus  deseos.  Ni  aunque  le 
diera  doble  cantidad  la  cedería. 
Perdidas  todas  las  esperanzas, 
el  tío  Quice  siguió  concurriendo 
á  las  tabernas  sin  ánimo  ni  deseo 
de  ponerse  á  trabajar.  Para  amor- 
tiguar, sus  penas,  emborrachába- 
se de  vez  en  cuando,  aún  sin 
gustarle  la  bebida.  Y  gracias  al 
jornal  que  la  hija   ganaba   como 


lavandera,-  no  perecían  de  ham- 
bre. Algunas  noches,  cediendo  á 
una  imperiosa  tentación,  se  en- 
caminaba hacia  donde  estaba  la 
barca  y  daba  en  ella  un  largo 
paseo,  haciéndose  la  ilusión  de 
que  era  suya.  Luego,  vuelto  á  la 
realidad,  su  amargura  era  más 
grande.  Y  lentamente,  el  pobre 
viejo  tornaba  á  la  aldea,  llorando 
por  el  camino. 

Le  habían  quitado  su  barca, 
que  era  como  si  le  hubieran  qui- 
tado la  vida. 

Ya,  varias  veces,  el  nieto  ha- 
bíale preguntado : 

— Abuelo,  ¿  por  qué  no  me  lle- 
vas contigo  á  pescar  como  antes  ? 

El,  entonces,  inventaba  cual- 
quier disculpa  para  engañarle. 
Éstas  preguntas  avivaban  cruel- 
mente su  herida.  ¡  Oh  !,  no  poder 
satisfacer  aquel  deseo  pueril, 
que  era  la  más  grande  alegría 
del  pequeño. 

Una  mañana  volvió  llorando 
del  colegio.  Los  nietos  del  tío 
Juan  habíanle  dicho  que  su  abue- 
lo era  un  tramposo  y  que  por 
eso  le  habían  quitado  la  barca. 
Después  le  dieron  envidia  ante 
los  compañeros,  contando  que 
todos  los  días  se  paseaban  en 
ella.  Y  el  rapaz,  muy  añigido, 
preguntaba : 

¿  Es  verdad,  abuelito,  es  ver- 
dad? 

Al  fin  el  abuelo  no  tuvo  má& 
remedio  que  confirmarla.  ¡  Ah  ! 
Pero  él  prometía  que  no  habían 
de  volver  á  decirle  aquello.  Ya 
que  su  nieto  no  se  paseaba,  tam- 
poco los  otros  se  regocijarían 
mucho  tiempo.  Desde  hacía  días 
acariciaba  aquel  secreto  deseo 
de  vengarse.  Sólo  le  había  dete- 
nido un  vago  temor  de  cometer 
una  injusticia.  Puesto  que  el  otra 
daba  motivo,  estaba  dispuesto  á 
realizarlo.  En  vista  de  que  na 
volvería  á  ser  suya,  pretería  des- 


—  132  — 


hacerla   para    que   no   fuera   de 
nadie. 

Y  aquella  misma  tarde,  desde 
la  orilla,  estuvo  observando  al 
tío  Juan,  y,  cuando  le  vio  alejar- 
se, se  acercó  á  la  barca  y  duran- 
te un  rato  se  oyó  un  tenue  ruido, 
como  si  fuera  roída  por  los  rato- 
nes. Después  de  tapar  el  agujero 
con  una  mezcla  que  llevaba,  se 
ocultó  en  la  maleza  para  ver  el 
resultado. 

Al  cabo  de  una  hora  volvió  el 
tío  Juan.  Sin  sospechar  nada, 
desamarró  la  barca  y  remó  fuer- 
temente, mar  adentro.  Al  verle 
avanzar,  una  salvaje  alegría  sa- 
cudió el  cuerpo  del  tío  Quico. 
Dentro  de  muy  poco,  cuando  la 
mezcla  se  deshiciese,  el  agua  pe- 
netraría, sin  darle  tiempo  al  otro 
A  evitar  que  se  hundiese.  Y  pues- 
to que  sabía  nadar,  ya  trataría 
de  salvarse.  Luego  lo  achacaría 
á  cualquier  rajadura  abierta  por 
el  calor. 

Mas,  de  súbito,  su  alegría  se 
vio  turbada  por  una  sombra  de 
remordimierto.  Sentía  las  conse- 
cuencias de  su  propia  maldad. 
Era  como  el  dolor  de  haber  ma- 
tado á  un  hijo.  ¡  Quién  había  de 
decirle  que  cometería  aquel  cri- 
men de  destruir  él  mismo  su  bar- 
ca !  ¿  Así  era  cómo  él  pagaba  el 
que  le  hubiera  salvado  infinitas 
veces  de  la  muerte  ?  Y  su  cariño, 
y  su  gratitud,  ¿  dónde  estaban  ? 
¿  Qué  culpa  tenía  ella  de  la  mal- 
dad de  los  hombres  ?  Y  la  veía 
alejarse  como  una  vida  que  se 
pierde  en  el  misterio  eterno  de 
donde  no  se  vuelve  más. 

Dominado  por  estas  reñexio- 
nes,  quiso  dar  una  voz  para  que 
el  otro  volviese  hacia  la  orilla. 
Pero  ya  era  tarde.  La  barca  em- 
pezó á  cabecear,  y,  á  los  pocos 
momentos,  acabó  por  hundirse. 
Viendo  la  torpeza  con  que  el  tío 
Juan  nadaba,  el  tío  Quico  ahogó 


sus  sentimentalismos  con  una 
sonora  carcajada  de  salvaje  ale- 
gría. Ya  estaba  vengado.  Ya  su 
nieto  no  volvería  á  llorar  ni  á 
tener  envidia  de  los   otros : 

'  Pensaba  alejarse,  cuando  vio 
los  esfuerzos  supremos  que  el 
tío  Juan  hacía  al  nadar.  Segu- 
ramente no  tendría  fuerzas  para 
llegar  á  la  orilla.  Temiendo  una 
desgracia,  que  quizás  pudiera 
evitar,  se  detuvo.  ¡  No !  El  no 
quería  que  se  ahogara.  Sería  un 
crimen  imperdonable.  Su  propó- 
sito fué  sólo  el  de  hacer  desapa- 
recer la  barca. 

Kápidamente,  impulsado  por 
un  sentimiento  humanitario,  qui- 
tóse la  ropa  y  se  arrojó  al  mar, 
Muy  pronto  se  encontró  al  lado 
de  su  enemigo.  Al  verle,  el  tío 
Juan  lanzó  un  rugido  de  cólera, 

—  ¡  Ah,  canalla ;  tú  has  sido 
el  criminal ! 

—  ¡  Déjate  de  insultos,  si  no^ 
quieres  ir  al  fondo  —  contestó  el 
tío  Quico. 

—  ¿  Te  atreves  todavía  á  ame- 
nazarme ?  Veremos  quien  puede 
más. 

—  No  he  venido  á  pelear,  sino 
á  salvarte. 

Antes  de  pronunciar  estas  pa-. 
labras,  el  tío  Juan  habíale  ate- 
nazado el  cuello  con  una  mano, 
mientras  agitaba  el  brazo  libre 
para  mantenerse  á  flote.  Sin  po- 
derse desasir  de  aquellos  dedos 
que  le  ahogaban,  y  compren- 
diendo que  allí  no  valdrían  ra- 
zonamientos, el  tío  Quico  se 
aprestó  á  la  defensa.  Fué  una 
lucha  rápida,  ciega,  salvaje.  Al 
fin,  faltos  de  apoyo,  se  hundie- 
ron abrazados,  en  el  fondo  del 
mar. 

Le  habían  quitado  su  barca, 
que  era  como  si  le  hubieran  qui- 
tado la  vida. 

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FíOr  de  Lola. 


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í''  sa  ra\-  a-,;  a  i!"  i-l  >  ¡\;  i  ti  j . 
1!  lacia  .     Su     ;ua\  a  na  i    .•-    a  a 


Ha      ^  aal;,, 

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inait,.:,  puí'  .• 
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"i  ia'í'í-s        a  la^Tií 


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\  U   !(!-,(,       I 
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is  a  ;:  a, .        par        pT  ;  ia'    i  - 
MU! !:  í!     i !! .  ;  a  ;-a>     v     iis 
-a       aa  a  a        í   a         i";.  .:  !■: 
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I  CiS ,-       'ai     .      h' ! 

H<-va.ia  liíara': 
aw;!  (j'n-  r.ajaraaa 
A.  Aruaiasi  \  ('a 
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Di  rector -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Seciefario  de  Redacción:    OVIDIO    FERNÁNDEZ   RÍOS 


.A.<iminÍ8trador: 

LUIS     iȎiie:z 


Redacoión    y   A.dBciinistraoión: 
TR.E1K"TA.  Y  TK.KS,      rS 


AÑO  V 


Montevideo.    Mayo  de  1910 


N.»  39 


atii)eio 


Para    Apolo.      /' 

¡  Oh,  poder  traspasar  las  carnales  barreras ! 
Ver  do  no  ven  mis  ojos, 
Desbordar  ese  mar  de  ilusión  y  quimeras 
Que  revuelve  impotente  sus  eternos  despojos! 

Romper  el  horizonte  estrecho  é  implacable 
Del  pobre  cráneo  inquieto 
Y  volar,  como  vuela  la  parcela  impalpable 
Que  sabe  del  espacio  el  callado  secreto. 

Ver  dónde  están  las  luces    que  hasta  este  día  ardieron 
En  dónde,  el  movimiento... 

Dónde,  el  respiro  inquieto  de  aquellos  que  vivieron, 
Dónde,  las  notas  cálidas  de  su  sonoro  acento. 

Dónde  sevierte  el  río  de  los  humanos  lloros, 
Dónde  luce  Isí  aurora  de  las  miradas  muertas, 
A  dónde  van,  de  amor  los  ocultos  tesoros. 
Dónde,  la  idea  fútgida  reflorece  sus  huertas. 


¡Oh!  ¡Poder  destrozar  los  materiales  lazos? 
Para  mirar. . .  ¡  morir! 

Poder  reabrir  los  ojos,  de  la  Muerte  en  los  brazos. 
Quién,  como  madre  buena,  me  enseñara  á  vivir... 

Clotilde  LUtSI, 


in  I  en  I  iwnMi.  ocownLí  K.^r^\JSKUT%m 


Je  H-eiioko|)os 

LA  SOXRISA  DKL  DESDÉN 


D('  níe\  c  \    rusa  eras.  Todaxa'a 
Tu  rostro  pleno  de  amargaras  tiene 
RI  p;ilido  reliejo  de  la  ori^ia 
De  luz  de  un  iris  harmonioso  y  lene. 

Nubil  enamorada  de  los  astros, 
La  sidenil  sonrisa  ;i  cu3^o  asomo 
Una  lámina  de  oros  y  alabastros 
FiníJ'e  del  cielo  el  transparente  dom(^ 

Sua\e  constelación  era  en  el  orto 
De  tus  hoyuelos,  y  en  el  ónix  claro 
De  tus  pupilas  en  que  irradia  absorto 
El  corazón  de  un  pájaro  mu}'  raro. 

Tú  parpado  sutil  eni  un;i  hoja 
Pálidamente  malva,  y  el  ^lodoso 
Lis  de  tu  labio,  libre  de  contj'oja 
El  remedo  de  un  \aso  luminoso. 

Tu  cabellera  exótica  formaba 
De  un  abanico  griego  la  aureola, 

V  Juventa  en  sus  pómulos  quemaba 
Púrpuras  de  eo^lantina  y  amapola  ; 

_  Evanescentes  púrpuras  que  fueron 
Símbolo  de  frescura  y  lozanía, 

Y  que  al  besarte  la  tristeza  huyeron 
Acongojadamente,  como  el  día. 

Púdica  rtor  de  la  inocencia,  el  aura 
De  los  amores  te  meció  temprano: 
Hero,  Julieta,  Xhir^arita  y  Laura  . . . 
Todo  eras  tú  :  la  flor  del  meridiano. 


Director-Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 

Secretario  de   Redacción:    OVIDIO    FERNÁNDEZ   RÍOS 


Administrador: 
LUIS       PÉREZ 


Redacción,    y   Administración: 
TREllVTA.  Y  TR-KS,      73 


AÑO  V 


Montevideo.    Mayo  de  1910 


N.»  39 


atil)elo 


Para    Apou). 


¡  Oh,  poder  traspasar  las  carnales  barreras ! 
Ver  do  no  ven  mis  ojos, 
Desbordar  ese  mar  de  ilusión  y  quimeras 
Que  revuelve  impotente  sus  eternos  despojos! 

Romper  el  horizonte  estrecho  é  implacable 
Del  pobre  cráneo  inquieto 
Y  volar,  como  vuela  la  parcela  impalpable 
Que  sabe  del  espacio  el  callado  secreto. 

Ver  dónde  están  las  luces   que  hasta  este  día  ardieron 
En  dónde,  el  movimiento... 

Dónde,  el  respiro  inquieto  de  aquellos  que  vivieron, 
Dónde,  las  notas  cálidas  de  su  sonoro  acento. 

Dónde  se  vierte  el  río  de  los  humanos  lloros, 
Dónde  luce  Isí  aurora  de  las  miradas  muertas, 
A  dónde  van,  de  amor  los  ocultos  tesoros, 
Dónde,  la  idea  fúlgida  reflorece  sus  huertas. 


¡Oh!  ¡Poder  destrozar  los  materiales  lazos? 
Para  mirar. . .  ¡  morir! 

Poder  reabrir  los  ojos,  de  la  Muerte  en  los  brazos. 
Quién,  como  madre  buena,  me  enseñara  á  vivir... 

Clotilde  LUISI. 


—  136 


Desde  entonces 
¡pobre  Lilia!  para  tí  murió  el  misterio, 
y  tu  amor  fué  taciturno, 
y  mis  besos  !oli,  mis  besos! 
han  viaiado,  desde  entonces,  sobre  tí,  desnuda  y  blanca. 


sin  ningún  lugar  secreto. 


Ya  eres  de  otro 


y  aun  mi  amor  vive  on  mi  pecho, 

y  eres  pura  ante  los  hombres  que  te  ignoran 

porque   nunca  mis  palabras  han  manchado  tu  recuerdo; 

pero  ¿acaso  eres  dichosa? 

no;  yo  pienso 

que  á  buscarte  en  altas  horas  de  la  noche 

va  un  Deseo . . . 

va  un  Deseo.  . 

va  un  Deseo » 

Montreal  (Canadá)  li>Oi>. 

VÁSQUEZ  YEPES. 


«♦« 


ELENA    SERRA 


137 


Nivelacióti  social 


Fara    Apolo. 


Al  salir  del  local  donde  el  mitiu 
Sí-  iiabia  celebrado,  el  coaapanero 
ocíate  se  embozó  en  la  raída  bu- 
rr.nda  y  encendió  un  cigarro.  Petate, 
el  insigne  Petate,  el  orador  fogoso, 
tenía  trio.  Kestregóse  las  manos, 
zambullólas  en  los  bolsillos  del  pan- 
talón, y  se  alejó  á  paso .  largo  del 
teatro    de    sus    iriunfos    tribunicios. 

¡Pues   li^o!..  Flojo  fué  su  éxito  de 
aquella    noche.    Los    concurrentes,    en 
ijf.sa,    le    vitorearon,     proclamánd.  le 
bienñeclior    de    la    Humanidad.    Cier- 
to, que  su  sistema  era   infalible  para 
.'.níseguir      la      ansiada      nivelación: 
•  •.  (juánto    dinero    hay     circulando   en 
la    actualidad    por    "1    mundo  i' — üaOia 
I  rno        Petate  :— Tantos       millones. — 
-;  cuantos    ser-^s    üumanos    pueblan    ei 
globo    terráqueo ''—Tantos.    Dividiendo 
1-1  primera  cifra  entre  la  sé'^unda  re- 
sulta un  cociente  de  ciento  cincuenta 
pesetas,    que    es    la    cantidad    que    co- 
rresponde, en  ley  de  equidad,  á  cada 
hombre.    Pues    bien:     ¡nada    de    vio- 
lencias!   Kepartamos    el    dinero    exis- 
tente, y  demos  á  cada  cual  las  150  del 
fia..." 

Ijos  aplausos  inteirumpieron  su  pe- 
roración: ¡eso  era  discurrir!  Y  el  in- 
signe Petate  se  enorgullecía,  viéndose 
en  camino  de  la  celebridad... 

Un  bostezo  cambió  el  rumbo  de  sus 
meditaciones:  los  aplausos  no  alimen- 
tan, y  su  estómago  estaba  totalmen- 
te vacío.  ¡  Y,  si  al  menos  tuviera  don- 
de guarecerse!...  Bostezó  de  nuevo 
¡Ah,  si  él  poseyese  aquellos  treinta 
duros  que  equitativamente  le  corres- 
pondían! Buena  mesa  y  buena  cama 
fsr  raríanle  de  fijo:  en  tanto  que 
rhora... 

Se    había    sentado    en    el    quicio    de 
nna    puerta,    acurrucándose   para   pa 
liar    en    lo    posible    loe    efectos    de    la 
1  ciada.    A    poco,    quedóse     dormido... 


JS'o  tardó  mucho  en  despertarse,  za- 
randeado rudamente.  Dos  compañe- 
ros le  sacudían  para  hacerle  aban- 
ck  nar   el    sueño. 

— ¡A   \er,   tú.    Petate,    arriba! 

— ¡Te  lla-jian  los  individuos  de  la 
Junta    ce-.itral,    para    felicitarte! 

-  ¿yu?  es  eso?  óyue  sucede.- — in- 
quirió   Petate,   restregándose   los  ojos. 

— JNada,  liOmbre:  que  estamos  de 
cnnorabuena. 

— ¡Que  ya   mandamos! 

lí  se  vá  á  poner  en  práctica  tu 
sistema. 

— ¿De  veras? 

-  Lo    que    oyes. 

—Pero    ¿cómo    ha    sido    eso? 

—Muy  sencillo :  tu  discurso  se  ha 
propagado  rápidamente  por  el  mun- 
d'.',  y  ha  producido  tal  impresión, 
que  todas  las  clafes  sociales,  de  co- 
miín  acuerdo,  reconociendo  su  efi- 
cacia,   lo    quieren    implantar. 

— ¡  Magnifico ! 

Se  levantó  Petate,  y  entre  sus  com- 
pañeros, dirigióse  á  presencia  de  la 
Junta,  que  le  lelicitó  vivamente,  y  le 
hizo  entretja  de  sus  treinta  duros 
El  inmenso  salón  en  que  aquella  se 
constituyese,  estaba  lleno  de  indivi- 
duos, cada  uno  de  los  cuales  tenia 
e^-  la  mano,  en  plata  ó  en  papel,  su 
cuota  correspondiente.  Kl  insigne  Pe- 
tate creía  soñar:  ¡con  qué  sencillez 
habíase  llevado  á  efecto  lo  que  poco 
antes  se  juzgaba  imposible!  Ya  todos 
eran  iguale.^ :  con  igualdad  consísten- 
*f  y  perdurable,  puesto  que  tenía 
por  base  la  equidad  crematística... 

Ante  todo,  érale  necesario  comer : 
¡con  el  hambre  que  tenia!...  Pero  co- 
mo el  ors-mismo  social  se  había 
desquiciado,  ^os  estn  blecimientos  es. 
taban  cerx..\dos,  y  no  era  fácil  satis- 
facer   el    apetito.    No    obstante,    supo 


—  138  — 


■q.u'  el  compañero  Ceneque,  uno  délos 
11. ás  conspicuos  innovadores,  que  ha- 
nía  siUo  cocinero  antes  Cjue  innova- 
•dor,  acabai;a  de  improvisar  una  es- 
pecie de  casa  de  comidas,  por  puro 
Compañerismo,  naturalmente,  mere- 
ciendo por  ello  los  elogios  de  la  Jun- 
ta, la  cual,  ten:e.icio  en  cuenta  las 
ci?licultacles  le  instalación,  accedió  a 
que  cobrara  sesenta  céntimos  por 
r.nos  cocidos  análogos  á  los  que  an- 
tes valían  dos  reales,  bajo  el  oaioso 
rcgimeii  de  opresión,  ya  extinguido. 
Jr'etate  coniio  su  cocido,  y  pago  ¡i 
('eneque :  al  hacerlo,  cayó  en  la 
*uenta  de  que  el  bodegonero  impro- 
visado, destruía  la  nivelación  social, 
puesto  que  acaparaba  una  parte  del 
haber  de  .'^ns  compañeros,  y  acabaría 
X'Oi  quedarse  con  todo,  á  medida  qu-i 
it.esen  consumiendo  cocidos  y  más 
-cocidos   . 

A  pocos  paso,-  de  la  tasca  de  tJene- 
•CiUe,  el  insimio  letate  vió  á  vanos 
conspicuos  jugándose  al  cañé  las  i^u 
l.Psetas  del  repirto.  ijiio  de  ellos  des- 
plumaba á  los  otros  lindamente,  lie 
{rando  á  reunir  en  sus  manos  unas 
cuantas  -notiis.  Loa  desplumados, 
é\idos  de  desquitarse,  buscaron  un 
empréstito,  y  acudieron  al  compaile- 
ro  Ceneque,  quien  les  anticipó  al 
gunas  monedas  ríe  cobre,  y,  no  pu- 
diendo  cobrarlas  de  otro  modo,  lubo 
ne  obligarles  á  que  le  ayudaran  a 
servir  á  los  parioquianos,  cada  vez 
más  abundantes.  Kl  ganancioso,  tu 
•cambio,  aprovechó  sus  haberes  para 
establecer  una  tienda  de  ceoiaas, 
on  la  que  los  compañeros  iban  de- 
jando las  escurriduras  de  sus  respec- 
tivas   cuotas... 

Más  tarde,  el  insigne  l'etate,  nece- 
sitó renovar  su  guardarropa,  y  avistó- 
ao.  con  otro  compañero,  que  acababa 
d.í  abrir  una  sastrería,  sin  áni.-nus 
de  especulación,  claro  está,  aunque 
cobrand'^'  por  las  prendas  más  caro 
■que  antes,  en  atención  á  las  circuns- 
tancias, híirto  difíciles  para  orgaui- 
j-ai     cualquier    servicio,     pues     nadie 


(jueria  trabajar  mientras  le  durasen 
ic^  treinta  duros  del  equitativo  re- 
ía rto... 

Por  fortuna — ó  por  desgracia — el  di 
ñero  duró  poco,  i^l  insigne  Pet-ite 
vio  cómo  se  extinguía  en  su  bolsa 
t-i  dulce  peso  del  metal  acuñado,  t^in 
probabilidades  de  renovación,  pues 
e"  ilustr;^  tribuno,  como  buen  filósofo 
y  hombre  de  palabra  expedita,  deni- 
graba el  trabajo  manual,  conside- 
rándolo como  algo  depresivo  é  inde- 
coroso. 

Pero  á  otros  no  les  sucedía  lo  mis- 
mo. Pasada  la  influencia  letal  del  ¿ti- 
ñero,  la  mayoría  recordó  sus  anti- 
guos tiempos,  acudiendo  en  busca  de 
trabajo,  para  ganarse  la  vida.  Ke- 
aparecieron  los  patronos,  á  semejan- 
zi  de  los  de  antaño — los  que,  mí.s 
hábiles  ó  más  pillos  supieron  acaníi- 
rar  en  sus  mano.s  el  oro  de  los  de- 
más—y á  su  alrededor,  pulularon  de 
nuevo  Laudadas  de  trabajadores,  en 
busca    del    indispensable     mendrugo... 

Kl  Ilustre  Petate  no  salla  de  su 
asombro,  viendo  resurgir  el  organis- 
mo social  tan  enhiesto  y  regulariza- 
do como  antes  de  ser  adoptada  su 
maravillosa  reforma.  ¿De  qué  ser- 
vían, pues,  las  ideas  magnas.'  c-->e 
qué  los  discursos  elocuentes?  Kesuel- 
to  á  todo,  con  tal  de  no  trabajar — 
i  eso  nunca ! — reanudó  la  serie  de  sus 
trillantes  éxitos  tribunicios,  inte- 
rrumpida durante  el  breve  lapso  de 
ni\ elación...  Algo  desilusionado,  cier- 
tamente, volvió  á  hablar  de  injusti 
cías,  de  opresiones,  de  iniquidades; 
quiso  decir  algo  acerca  de  la  des- 
igualdad en  que  se  encuentran  los  de 
abajo  respecto  de  los  de  arriba,  pero 
sus  palabras  sonaban  á  ñueco,  ya 
que  tan  reciente  estaba  la  época  en 
nur-  todos  eran  iguales,  con  la  igual 
dad   más   efectiva  :    la   del   dinero... 

Sin  embargo,  no  le  faltaron  parti- 
darios. Los  eternos  descontentos,  que 
sólo  son  capaces  de  chillar  desde  aba- 
jo sin  fuerzas  para  elevarse  ni  una 
pulgada  sobre  su   nivel  habitual.  An- 


139 


tp  ellos  habló  nuevamente,  con  el  ío- 
gcso  apasionamiento  de  antaño,  i 
liibo  un  día  en  que  expuso  su  siste- 
ma de  nivelación  social:  "¿Cuánto 
dinero  hay  circulando  actualmente 
por  el  mundo?  Tanto.  ¿Cuántoé  seres 
liumanos  pueblan  el  globo  terrestre? 
Tantos...»  El  triunfo  no  fué  tan  gran- 
de como  la  primera  vez,  pero  aún  le 
valorearon,  apellidándolo  bienhechor 
de  la  Humanidad.  Nuevamente,  al  sa- 
Ij"  del  iri^T,  sintió  hambre  y  frío. 
Y  resguardándose  en  el  quicio  de 
una  puerta — como  la  vez  primera — 
se    durmió... 


Despertado  por  un  rudo  zarandeo, 
abrió    los    ojos. 

— íQué  hay?   ¿Qué  ocurre? 

— ¡  Arriba,    hombre,    arriba  ! 

— ¿Ha  llegado  ya  la  nuestra?  ¿Me 
ii;ma  la  v'unta  para  implartar  mi 
s'stema? 


J'os    carcajadas    le    contestaron. 
I  Vaya    una    túnica    de    terciopelo 
que  tiene ! — dijo  una  voz. 

—Déjese  de  juntas  y  de  garam- 
li'inas — exclamó  otra. — Lu  gue  hay, 
es  que  nun  es  pecmitido  pernotar  en 
este    sitio,    Conque,    Járgo    de   aqu: 

El  insigne  Petate  se  había*^,uesto 
de  pie. 

— ¿JDe  modo  que  no  se  ha  plantea- 
do de  nuevo  la  nivelación  social? — 
dijo. 

Volvieion    á    leirse    ;os   guardias. 
-Nun    satemos    de    qué    nos    habla, 
buen    hombre. 

Entonces,  el  ilustre  tribuno,  tuvo 
u  1  grito  del  corazón: 

— Pues,  la  verdad...  i  me  alegro! 
Para  lo  que  íbamos  á  ganar  con  el 
reparto... 

Augusto   MARTÍNEZ   OLMEDILLA. 
Madrid— 1910. 


«♦« 


£1   Poeta 


Para    Apolo 

Bajo  un  negro  dosel  que  el  viento  enarca 
pulsa  el  poeta  su   heptacorde  lira. 
Cuando  la  estrofa  de  su  labio  expira 
sangra  su  joven  alma  de  patriarca. 

Y  canta  el  triste  amor  que  amó  el   Petrarca, 
al  eterno  Ideal  que  no  es  mentira; 
y  mientras  canta,  en  la   penumbra  mira 
la  indigna  turba  que  nació  en  la  charca. 

Que  avanzan  hacia  él  en  son  de  guerra, 
que  intentan  apagar  con  su  gruñido 
del  poeta  los  coros  celestiales 
los  más  inmundos  puercos  de  la    tierra. 


Y  dio  el  poeta  su  postrer  jemido 
y  la  risa  reinó  en  los  albañales. 

A.  bOrquez  solar. 

Santiago  de  Ckile. 


—  140 


Muertos  ilustres 


MARK     TWAIX 


Los  í)ereérinos 
de  piedra 

Brillantemente  editado 
por  los  talleres  «El  Arte»^ 
acaba  de  ponerse  en  ven- 
ta él  primer  tomo  de  las 
obras  completas  de  Julio 
Herrera  y Eeissig-,  elilus- 
tre  poeta  recientemente 
desaparecido. 

Los  PEREGRINOS  DE  Pli:- 

DRA,  que  así  se  titula  di- 
cho volumen,  contiene 
diversas  composiciones 
que  su  autor  coleccionó 
bajo  los  títulos  siguien- 
tes: El  laurel  rosa,  Los 
éxtasis  de  la  viontaTia,  La 
torre  de  las  esfinges,  Los 
■})arqíies  abaiidottados,  Las 
campanas  solariegas. 

Anunciamos  á  nuestros 
lectores  que  los  pere- 
grinos DE  PIEDRA  están 
♦■n  venta  en  todas  las  li- 
brerías de  la  capital  y  del 
interior  de  la  República, 


■  ♦» 


angustia . . . 


Para    Apolo. 

Menudos  copos  de  grisácea  melancolía 
hielan  mi  enfermo  corazón  que  llora; 
y  es  en  el  polo  del  dolor  el  alma  mía, 
Ycebei'g  solitario  sin  un  i'astro  de  aurora  ! 

Me  acongoja  el  recuerdo  de  amarguísimo  día 
y  su  alfaiige  agresivo  mis  sollozos  desflora... 
La  esencia  de  mi  ser  es  una  flor  sombría 
suspensa  en  el  martirio  de  una  lúgubre  hora. 

Al  oprimirse  mi  alma  destilando  en  collares 
de  lágrimas  que  llevan  mis  antiguos  pesares 
y  el  aroma  sutil  de  mis  pasiones  mustias; 

Cruza  errante  en  las  sombras  de  torvas  inquietudes 
como  una  viuda  Joca  que  buscara  ataúdes 
envuelta  en  el  sudario  de  sus  propias  angustias ! .  . . 

José  M.  ANGüITA  ZEBALLOS. 


Buenos  Aires. 


—   141   — 

Héroes  ocultos 


A.1     otro     la.d.o     disl     ceíciixión.     Tr<se:ina.s 
á     Lina      elnoza     irxfe-liz,     tiencLen     sus      bxazos 
d-os     crruLcrizs,     e:n     qtxe;     etxe;lga.an.     á     pedazos 
dos    eorona.s    qtxe;    ixoy     sólo    son    de;    espina.s. 

¿,  Qtxién.es     dixerann.en.    a.laí  "y"    Leyes    di-^ina.s 
Jutn-tara     qu-izás,     en.     póstixamos     regazos^ 
á     dos     Jnéroes     qute     a-yei-^     rotos     los     la.2;os-, 
combatieron.     roda.n.do     por     las     rtxin.as. 

i  jPs.ln  1  Y"o  sé  qtj.e  en.  in.eogn.ito  laeroísmo, 
si  en.tre  los  etioqiies  de  la.  Itxelna.  a-eerba 
rnixerde     el     pol^^o     el     in.trépido     solda-do, 

ten.drá     sti     ttxnaba.     en.     ese     pol-u-o     nriisartao ; 

y     era     esa.     tixmba-     ereeerá     la.     yerba., 

y     sn     esa.     yerba,     pa.sta.ra     el     ga.n.a.do  1  .  .  . 

¿Tose     Santos     OHíOCj^^ISUO. 


K^clamo  galatit-e 

.A    /('    (.'ondi'sa   Mai/rialn. 
I' (ir a    Apolo 

r  Por  qué,  bella  señora,  ya  el  surtidor  sonoro 
de  vuestros  suaves  labios,  no  se  muestra  elocuente, 
dejando  oir  su  gárrulo  de  amor,  sobre  la  fuente 
del  corazón  que  sueña  con  su  cascada  de  oro? 

¿Dudáis,  acaso,  hermosa,  que  siempre  yo  atesoro, 
con  el  viejo  entusiasmo  que  vos  sabéis  ferviente, 
esa  blanda  ternura  de  adoración  creciente 
hacia  vuestro  donaire  que,  con  gran  celo  adoro?... 

Y,  si  queréis  que  siempre  arrulle  vuestra  vida 
con  versos  de  amorosa  pasión  nunca  sentida, 
sed  tierna  y  bondadosa  con  el  que  os  ama  tanto, 

y  á  cambio  de  sus  trovas  galantes,  noble  dama, 
brindad  en  recompensa  de  amores,  al  que  os  ama, 
un  beso,  solo  un  beso,  para  inspirar  su  canto . . . 

Carlos  María  DE   VALLEJO. 

.MoiitevidtM)    1911). 


U2    - 


Tú  sab-es  amar! 


Para    Apolo 


Nubia,  la  joven  y  ardorosa  viu- 
íiita,  consagraba  la  mayor  parte 
do  las  horas  al  cuidado  de  su  lii- 
jito,  niño  de  dos  años,  en  quien 
adoraba  una  era  reciente  de  amor 
\  do  felicidad,  que  sólo  duró  la 
brevedad  de  una  primavera,  para 
extinguirse  cuando  recién  como 
lUi  alba  gloriosa,  comenzaba  para 
ella   la    dicha    del    amar. 

Y  Nubia,  llorosa,  recorría  su  cá- 
ii'ara  de  deleites,  llevando  en  bra- 
zos su  varoncito  y  deteniéndose 
v.  intervalos  á  admirar  el  retrato 
de  su  muerto,  colocado  en  la  ca- 
1  ecera  del  lecho,  permaneciendo 
en  un  éxtasis  hasta  que  el  pe>;ii 
del  chico  adormeciéndole  los  bra- 
zos, la  volvía  en  ai. 

Mas  una  tarde  en  que  Nubia 
salió  con  su  fruto  á  distraer  su 
pesadumbre  en  la  cercana  playa, 
bailó  unos  ojos  que  en  la  vivaci- 
dad de  su  mirar,  halúáronle  d(> 
iMievaa  dichas  y  nuevos  placeres. 
Como  Una  planta  que  secárase  por 
falta  de  agua,  sintió  renacer  en 
el  fondo  de  su  alma,  la  esperanza 
de  una  augusta  aureola,  y  la 
frescura  de  su  .iuventud  cobró 
bríos  que  indujéronla  á  gustar  las 
'.  ivaces  miradas  de  los  ojos  ha- 
llados. 

El  amor  tomó  campo  en  el  es- 
píritu de  esa  viudita  de  las  ca- 
nelas, comenzando  u.n  idilio  de 
ardorosos  deseos.  Amó  á  aquellos 
OJOS  >íe  macho  atrevido,  y  lloró 
al  mismo  tiempo  el  dolor  de  un 
hijo,  estorbo  en  el  nuevo  comienzo 


(ii  un  amor  que  le  hablaba  de 
intensas  delicias  para  un  cercano 
futuro. 

Y  es  que  aquellos  ojos  que  dul- 
ce-, miraban  su  tentadora  volup- 
tuosidad, tornábanse  tristes  al  mi- 
lar  al  chico,  que  al  grito  de  ma- 
dre   besábala   siempre. 

Hablábalo    ella  : 

— El  bijo  es  la  gloria,  fruto  de 
ua  amor  que  encierra  el  poema 
ih:  toda  una  dicha  vivida.  Con- 
suelo y  fortaleza  de  un  dolor  su- 
premo, de  una  triste  página  cu- 
bierta de  luto  en  el  libro  de  mi 
\  ¡da.  Mi  hijo  es  caricia  y  arrullo, 
vida  de  mi  vida,  es  flor  perfumada 
que  despide  aroma  de  un  lecho 
adorable  que  tornóse  triste  y  frío. 
I  uy  frío...  Despojarme  de  él  es 
destruir  mi  sentimiento  ])ara  con- 
lertirmo  en  la  bestia  ansiosa  de 
ííruesos  placeres,  insaciable,  insa- 
ciable !... 

Respondióle    él : 

— Odiar  á  tu  hijo,  es  odiar  á  tí. 
Conquistar  la  dicha  de  poseerte, 
no  es  lograr  la  gloria  de  poderhe 
amar  para  ser  amado.  Amar  á  tu 
bijo,  fruto  de  tu  vientre,  vida  de 
tu  vida,  es  amar  á  tí.  Mujer  ado- 
rable, madre  sana  y  digna,  tú  sa- 
bes   amar!... 

Y  los  tres  muy  juntos,  cruzaron 
la  playa.  Ella  murmuraba :  mi 
hijo  es  mi  dicha,  tú  eres  mi  amor  : 
y  él  sonriente  y  tierno,  susurrá- 
bale al  oído:    tú  sabes  amar... 

Marcos   FTfOMENT. 


«»■ 


—  143  — 

La  aus-eticia  de  tus  labios 


A   Qfclo. 
Pa  ra.   Apolo. 

Estoy  triste,  muy  triste,  como  tina  agonía, 
poique  siento  la  ausencia  de  tus  dos  finos  labios, 
en  esta  grave  hora  de  la   melancolía, 
cua  ido  todas  las  almas  olvidan  sus  agravios  .    . 

Aqui  tengo  un  manojo  de  rosas  en  las  manos, 
para  suplir  la  esencia  de  tu  purpurea  boca, 
¿stas  rosas  me  cuentan  mis  amores  lejanos 
de  la  niñez  tan  riente,  de  la  niñez  tan  loca  .  .  . 

¡Amada!;  ya  no  puedo  vivir  sin  las  tibiezas 
de  tus  dos  finos  labios  IVIis  sombrías  tristezas, 
reclaman  á  esta  hora  tus  caricias  primeras... 

Arrúllame  como  una  paloma  enamorada, 

y  luego  con  el  alma  llena  de  unción  sagrada, 

verás  cómo  reviven  en  mí,   las  Primaveras... 

Woitevid'O,   19iO. 

Justo  DEZA. 


Oe  **Las  Woras" 


Para    Apolo 


Epa   un   ppíneipe  blondo  que  llegó  eiepto  día 
al   palacio  de   una    pnineesa   medioeval ; 
y  que  en  lo   méis   peeóndito  del  eopazón  tpaía 
los  lír<ieos  destellos  de  un  amop  inmoPtal. 

Y  dijo  el  blondo  Ppíneipe:   «Ppincesa,  vida  mía, 
en  vuestpos  ojos  upge   mi  tiepno  madpigal ; 
y  papa  vuestpa  boca,   tengo  en   mi  poesía 
el   pepdu rabie  elogio  de  un  Vepso  cssultupal  ». 

Calló,  y  en  el  unánime  silencio  de  la  sala 
pepdióse  su  palabpa  eomo  el  pumop  de  un  ala  .  . . 
Y  la  dulce  ppincesa  dijo  con  decisión : 

«  Ppodigad  las  tcpnupas  que  mi  amop  osppovoca; 
habladme   de  mis  ojos,   habladme  de  n^i  boca, 
pePo — os  lo  puego,  ppíncipe — dejad  mi  copazón,» 

Lorenzo    VICENS  TflIEVENT. 


144 


La  i)umatia  caticióti 


Del  libpo   en  pfepapación  :     "  Albas    Sangpientas  " 


I 

El  espirita  humilla  q:a5  labra  un  p]3.iii. 
Un  posma  fastuoso  dG  ritmo  y  de  luz, 
Nunca  ignora  su  triunfo  aunque  tama 
Del  vulgo  profano  la  vil  acritud. 

Por  eso  el  poeta 
Que  se  obstina  en  negir  la  virtud 
De  su  numen,  sabiéndolo  grande,  parece  co^utía 
Doncella  5ue  oculta  su  gracia  en  un  tul. 

II 

Hay  hombres  imbéciles 
Que  sonríen  y  agotan  el  léxico  d3  oro  ds  la  adula  ñon : 
[Pobres  almas  sin  luz,  gue  mendigan 
Aplausos  y  juscm  si  lauro  mejor  I' 

¡  Oh,  grandes  pigmeos : 
Apartaos  (jue  para  vosotros  mis  odios  ni  son  I 
Mis  odios  no  vierten  su  luz  en  las  almas 
Q,ue  con  trágica  sombra  proyectan  su  garra  f3r:z. 

-  ■  in 

Poeta  gue  tienes 
En  la  estrecha  cárcel  del  dogma  un  jardín : 
Yo  sé  gue  no  sufres  ninguna  tortura, 
Que  tu  áulica  estrofa  se  arrastra  por  ti. 

Alguien  gue  predice  como  tú  el  reinado 

De  la  hipocresía,  desde  su  cubil, 

Que  tiene  colmillos  y  zarpas  ignora : 

(Un  dogal  oprime  su  cuello  y  un  aura 

Capciosa  envenena  su  espíritu  gris). 

PÉREZ  Y  CURIS. 


Utta 


Vi.  filtre  niiicliiis  iiuijcii-^-  fi'i'Htilcs. 
i|ilc  imijcr!    l';irc(  IM   iiii.i   llm-. 
I''spir:iliíHi   SMS  IpIíiikIiis  jilirilcs 
111)   tVüS'Hiirc    'íi'iicMO   <li'    ;nii'ir. 

F II 1  <;•('(•  ifi .    Caiiilor  de   ;i7,iii-iii;is  ! 
Y  en  sus  ojos   de  jiliicidci   iniir 
(•ilutaban   sirnias    . 
Yo  esciielu''  el  cantar. 

Ay.   Dios  liliol  (ili(''  ilañn   un-  ha  lir. 'i  . 
la  iiiujcr  «ic   sdiirisa  ilc  tlm! 
('iMiio   )ui(lo  seiiilirar  en   mi   ¡icrlio 
la   semilla  ilc  mi   iicjíía  doidr! 

líiFiNo  BLANCO   FoMl'.i  'N  v 


-«■♦^ 


Remembranza 


Pnrd     Aroi.o 


Añorando  tieiTip')s  idos  sin  c:)ntraried  id  alguna 
bajo  la  glorieta   mis^a  cuyas  paredes  frondosas 
ocultaron  las  mlridas  in4uietantes   d¿  h  luna, 
platicamos  en  silsn  do  ¡tantas  ansias,  taitas  cosas!' 

Hubo  ensoñaciones.  Eran  nuestras  almas  como  una 
floración  de  ideal idíides,  de  recuerdos  y  de  rosas. 
Gustábamos  los    ncantos  de  la  vida,  sin  ninguna 
tristeza  que  perturbara  nuestras  citas  venturosas. 

Ho3^  se  íueron,  como  todo,  aquellas  horas  benditas. 
La  glorieta  está  en  silencio,  sus  paredes  sin  la  fronda 
de  las  hojas,  con  invierno  se  marcharon  nuestras  cit  i^. 

La  luna  filtra  su  dulce,  delicada  transparencia 

calladamente,  tendiendo  su  aterciopelada  blonda 

sobre  el  banco  desolado  que  gimiendo  está  tu  ausencia. 


La  Roclielli'.   r.Hii. 


JULIO  ].  CASAL. 


i4(;  — 


Golas  d^  tinta 


Para    Apolo 


Rcir? 

— Kíe  mi  vecino,  el  idiotii  y  ríe  el 
<  íiiico  de  enfrente  á  Quien  mantiene 
l:i   exulierante  carne  de  vina  mujer. 

Llora cr 

— Ijlor.i  la  mujer  en  venta,  con  re- 
signack)»  de  (■an.-..;da  I  estia  y  llora 
oi  idint.,  también,  poi-que  ante  su 
vista  riiza  un  pájaro  que  con  el  ba- 
tir de  -i^s  alas  le  hace  parpadear. 
;  .Vorir  ci  cornzón  y  cerrar  los  pu- 
ños cu  i;]-avo  crispamiey.to  de  ner- 
vio^- no  lo  liacen  torioí-!...  Pero, 
liazlo  11.  i  asi  podrás  ex:5erime:itar 
c:  placer  de  ser  tt-mido  y  la  suave 
carie iíi  íiue  produce  en  el  espíritu 
iniestro     el     ajeno     respeto. 


La    .lüiistad    es 
c.imhio   "spi  ritual 
lia  lo   es   ('el   inte 

Vale   decir   que 
nomía  se  adjudic 
deterniiiiado   por 
a.  la  anii'^Lad  se  1 
I;,    connieusación 
iiimieníos  genere 

L.a    :i  mistad    es 
Ínteres    (jue    por 
;'ial    tracinar    de 
estar    siempre    su 


un  factor  de  inter- 
así  como  la  mone- 
rcambio   comercial. 

así  como  en  ecoiio- 
i  al  dinero  un  valor 
el  li.umano  esfuerzo, 
a  valoriza  según  sea 
que   de    nuestros    su- 

en   nuestro  espíritu. 

la  cara  limpia  del 
el  constante  comer- 
los liomiires  siu'ie 
cia. 


ti  dolor  me  parió  des])ués  de  nueve 
niPses  de  flagelante  preñez.  Por  el  do- 
lor es  que  vivo  y  por  él  moriré.  Kn- 
tonces,  ¿el  dolor  es  el  supre;r.o  re- 
gidor   de    la    vida? — Nó. 

iiS  el  diapasón  del  inmenso  con- 
cierto de  .luestras  sensaciones.  El  ar- 
nici.iz  i    los   ecos    del   Bien   y    del    Mal. 

Jíl  sel  que  te  enceguece  y  hace  ar- 
iler  tu  sangre;  la  noche  que  te 
aduerme;  el  frío  que  te  alfllerea  las 
carnes  y  la  primavera  que  vuelca  en 
tu  alma  perfume  de  bondad  y  de  be- 
lleza, 1  o  son  m.ás  que  manifestacio- 
nes d(  dolores,  qu.í  son,  ciue  fuer'Mi 
V   (pic     eran 


Los  políticos  son  como  los  asnos. 
que  desean  todos  comer  en  el  mis- 
mo   pesebre 

Y  el  elector  es  como  el  arriei'o,  que 
por  retartirles  el  pienso  interviene  en 
sus  T"'i'^as  y  recibe  como  agradeci- 
miert-  de  tus  beneficiados,  patadas 
.V    mé      patadas. 


Uu: 
polvo 
el  ai 
tu  íi 
qne 
lez  I 
raes 
lldo. 


do  los  años  empiecen  á  em- 
ir de  blanco  tus  cal;elIos  y 
'o  del  tiempo  abra  surcos  en 
e,  no  dejes  de  recordar.  Por- 
recuerdos  son  en  nuestra  ve- 
aricia  de  un  amor  que  tuvi- 
1   castigo   de  un   delito   come- 


No  aceptes  nunca  protectorado  al- 
guno ni  creas  que  alguien  pueda 
redimirte. 

iil  primer  protector  de  más  uni- 
versal fa-r.a,  fué  Cronwell  y  el  pueblo 
ingléí  á  quíMi  protegió,  lloró  por  mu- 
ciio  tiempo  la  vergüenza  que  perdiera 
al  dejarse  proteger  tan  sangrienta- 
mente. 

L'risto  ye  dijo  Kedentor.  «Jreyeron 
los  pueblos  en  que  les  redimiría,  y 
c'epusieron  su  voluntad  porque  su  pa- 
labra supo  indicar  mirajes  jamás  POr 
millones  <!e  ojos  vistos.  Y  Cristo  no 
redimió  más  que  á  su  nombre  del 
anónimo. 

Es  que  los  protectores  y  los  reden- 
tores redimen  y  protegen  como  aca- 
rician   y    aman    las    rameras. 


Ojos  hay,  parecidos  á  focos  eléctri- 
cos, que  iluminan  lo  bueno  y  lo  ma- 
lo el  Crimen  y  el  Bien  reciben  sin 
distinción    la   irradiación    de   su   luz. 

Qub  son  ojos  criminales?  No.  Son 
ojos  de  mujeres  coquetas  y  de  uáure- 
ri>s 


Cómo    r.o    í-ufrir    hastio? 
—  Viviendo     en    perpetua     interroga- 
<  ón    con    i  as   cosas   y   los   hombres. 


La  lisa   es  un  signo  de  franqueza. 

El  criminal  ríe  Ei  hipócrita,  el  usu- 
vero   y   el    ingenuo   también   ríen. 

Y  por  li  risa  de  cada  uno  de  estos 
esclavos  de  sus  pasiones,  el  fondo  mo- 
ral   se    exterioriza    voladamente. 

Poi  eso  !a  risa  es  la  más  extraña 
ñor  de  nuestro  espíritu,  tiene  ella  el 
peí  fume   de   nuestra  savia  interior. 


La  moral  es  un  pan  duro  que  in- 
teiit  in  mascar  los  pobres  y  que  los 
ricos  digieren  con  ayuda  del  cham- 
p:tgne. 


Cómo  no  decir  mentira?  Dejanfío  ele 
ser  lo  que  somos :  Corazón  y  Cerebro. 


La  i  nenia  es  el  colchón  donde  los 
que  cargan  arrobas  de  imbecUiaad 
VLin  á  descansar  sus  cuerpos  de  las 
fatigas  que  tan  enorme  peso  oca- 
siona. 


>o  digas  nunca  que  tus  ojos  no  nan 
sido  ardientemente  acariciados  por 
las  láürimas.  Porque  entonces,  el  do- 
lor que  en  tu  interior  se  oculta  pue-- 
de  que  se  ría  de  tu  orgullo  con  la 
risa    de   Jus   propios   labios. 

CARLOS      CAKAKES. 

Montevideo,    Abril    de    1910. 


—  147     - 

fturoral 


Tal  es  el  titulo  del  liiro,   gus  á  fines  del  C3  .Tiente 
mes  publicará  el  joven-  y  taienioso   posta  Emilio  Trías 
Du  Pré.   AURORAL  es  un  manojo  de  inspiradísimas 
composiciones.   De   dicho   liüro   ¡jue   será   prologado  por- 
nuestro  Directo;^  entresacamos  los  siguientes  sonetos: 


EU    iriVlERNO 


(Vil    ALiDEA 


Lento,    lento ;     majestuoso ; 
con    paso    grave    y    pensando 
el   invierno   va  llegando... 
j  El   Invierno  irrespetuoso  ! 

Y  como  un  burgués  dichoso 
su   fortuna   acumulando, 
por    doquier,    todo   llorando  ■ 
él,  riente  y  desdeñoso. 

Despiadado    é    irrevereni^c 
en  reirse  de  la  gente 
encuentra    grande    placer. 

Al  pobre  le  infunde  miedo  ; 
al    rico,    quedo,    muy    quedo 
el  tedio  le  da  á  beber. 

Las    Piedras— 1909. 


Es  coqueta  y  es  airosa  ; 
y  en  mi  misión  de  profeta, 
es   un  sueño  de  poeta 
vn  un  capullo  de  rosa. 

Sutil,    como    mariposa, 
,  q:ie  en  la  planta  de  violeta 
retidme  la  fe  secreta 
do    su    vida    misteriosa. 

Y  aunque  sólo  es  una  aldea, 
;'.   menudo   so   pasea 
con    !j;ran   majestuosidad. 

Como   todo   lo   que   vive 
tiene    'imbición...    Y    cancibe 
un    título    do    ciudad ! 

Emtlto  trias  du  PRE. 


«♦• 


Or-e  Noslalgicl)^ 


C'idc  la  ijioírfíia;  la  vien  «riú  cliias.so.sa 
II  cielo  é  iiero,  e  tiiona  lá  lontano. 
Cliiiule  i  jietali  auüferi  la  rosa 
Mentre  iiigrossari  le  s'occie  mano  á  mano. 

E  la  continna.  Anmentano  i  riiscelli 
Che  anmentano  a  lor  volta  i  fiumi.   i  maii. 
Tutto  tace  all'intoriio ;  i  eari  ni-celli 
Stendon  l'ali  snl  nido  de  Mor  cari. 

(Ti-aocliian  dalle  poüzanslieie  le  lane 

Ed  a  sg-ridare  la  natnra  ria 

Dalla  sua  cueeia  latra  forte  ¡1  eane. 

Ed  anch'io    inipreeeo  a  (jnesta    sorte    ni  ¡a 
E  pianito  le  contrade  mié    loiitanc 
CA\é  afí'ranto  sonó  dalla  nnostalijia». 


* 


Splende  nel  cielo  azzurro  e  píen  d'iiicanti 
Un  solé  mite,  il  sol   primaverile 


A/   lít/i'i  on/ini  loniani. 

Sorride  la  (•;nnp;i^iia  ed  al  sito  baeio 
Sorride  jinr  la  manimoletta  iiinile. 

Cliisnett.-m  ¡xW  !\n;;el!ftti  ¡n  niezzn  ai  pran 
E  iiitessono  trioeondi   il    loro  nido: 
La  rondiriella  torna   f   li.^nluta 
In  niille  modi   il  profiuiiato  lido. 

Tutto  é  b(!l.  tutto  é  vita;  la  sper.inza 
Riunsee  coil'.inuir  .sublime,  austern  .  .  . 
8olo  a  me  (¡nesra  vita  o^nor  piú  ]icsa 
Per  me  si  scopre  un  (irizznnte  iien. 

Sorridi   pur.  o  bel   imttiii  d'Auíore 
Ed  a  me  tiaccia  del   pi;ieer  la  vi.i  : 
Son  bellí!  eose  ma  che  pnssan  presto 
E  altro  H'iii  resta     .  .   elie  la    «  ru<stnl(fi:!  •■ . 


Vt.   Mol. a. 


Sanee.  Marzo  r.)io. 


—   M-8  — 


Nostálgicas 


A  una  sandiiccrd. 


1'iin:     Al'OLO 


I-ji   l;is  liwr.Ms  tristes  de  tristes  ensueños 
'l'ii   iiiiaiieii   (liviiiM   me   viene  á  buscar; 
Juntos   reeorrenios  \alles   halagüenos 
1)()   iimiea   el   olvido   lot>fra   penetrar. 

A   la   li'rata  sombra   del   verde   ramaje 
l.os  dos  extasiados  deeiiuos  de  aiuor 
Frases  ardorosas  (pie  escucha  el   follaje 
\  ansi()so  rt'pitíi  claro  surtidor. 


Mm;.!    un;». 


Lil:)élu1as  i^laucas   vaj^'an   silenciosas 
l'or   la   densa   bruma   (jue  empaña    la  luzc 
Floia   en   los  auil)ientes   p'irfume  de  rosas 
\'    la   tai'dc   [)<álida.    vi'la   su   capu;c 

Cru/.aii    ru}j;alivas  cual    j^-arzas    lijeras 
Fas   nul>fs  o-risáceas  (¡ue   el   viento    impulsó: 
S;ciitt>  las  nostalj^'ias  de  vanas  (juimeras 
i|ne  en   frag-uas  doradas   mi   numen    forjó 

Julio  Carlos  NPTITO. 


-»-*^- 


l'dKTA     OKSAl'AKKCIIX) 


La  caticióti 


d^  la  mu-erl-e 


>h-  ;iri-iill;iliM  iUiiordSrt  la   iiuit'it(' 
con   una  vnz  diilec,  y  yo  k'  decía: 
-~  Xii  me  cantes  asi,  (jue    estoy  triste 
¡no  me  duei-mas  aún,   niadrecita  !. . . 

déjame  iiue  .iue}>iie, 
¡  déjame  enííañado  eieer   todavía, 

ijiie  divierte  el  jiiejío 

Nano  de  la  vi<la  ! 

VicKMK  MEDINA. 


JüAX   01-;  Dios  Pkza 


—  149  — 

ft^ostasia 


Aquella  noche,  mi  gran  amigo 
Renato  de  Grelois,  analizando 
cuidadosamente  el  libro  de  su 
filosofía,  llegó  al  convencimiento 
que  se  imponía  una  claudicación 
absoluta  en  el  sistema  pesimista 
de  sus  razonamientos. 

—  Sí,  se  dijo:  —  aunaré  todos 
los  esfuerzos  de  un  gimnasta  de 
la  voluntad,  para  vaciar  mi  yo 
en  el  molde  poco  escrupuloso  de 
una  tolerancia  acomodaticia;  y 
prodigaré  iniciaciones  en  procu- 
ra de  relumbrones,  aún  de  los 
más  insanos  y  vejatorios. 

Y  ante  un  acopio  tan  insólito 
de  enervamientos,  las  más  puras 
idealidades  iban  cayendo  como 
las  hojas  que  flagela  el  torbe- 
llino. 

—  Y  prosiguió:  en  holocausto 
de  las  timideces  fracasantes,  cui- 
daré que  el  arco  punzador  (le  los 
entrometimientos,  esté  pronto  á 
lanzar  siempre  una  flecha  en 
contra  de  ana  sensatez  perturba- 
dora. 

No  pareció  sino,  en  aquella  in- 
dagación, que  la  ninfa  Egeria, 
rebosante  de  risueflas  esperan- 
zas, trazaba  el  derrotero  á  un 
Numa  que  anhelaba  tan  solo  un 
gobierno  de  conciencia.  Tal  fué 
su  estremecimiento  de  éxtasis 
frente  al  hallazgo  de  una  pauta 
sagrada  é  inviolable. 

—  Medito  el  pian  de  ataque 
contra  el  círculo  apremiante  de 
mi  oscurantismo,  que  como  una 
noche  lóbrega,  apaga  el  brillo  de 
las  aspiraciones  legítimas  y  ma- 
ta la  recompensa  de  todos  los 
merecimientos. 

En  el  gran  ensimismamiento 
reflexivo,  su  corazón  atormen- 


tado, revivía  á  influencia  de  la 
doctrina  utilitarista  que  pensaba 
abrazar  con   fe  inquebrantable. 

—  Comparo  la  esterilidad  en 
el  aislamiento,  con  la  voz  exáni- 
me de  un  abate  enfermo  de  in- 
credulidad, en  que  las  tibiezas 
de  su  prédica  no  alcanzan  á  con- 
mover al  más  devoto  de  los  se-. 
cuaces;  quiero  revocar,  de  aquí 
en  adelante,  todo  el  programa 
de  colaborador  silencioso  que 
me  había  confeccionado;  quiero- 
dar  amplitud  á  la  onda  de  mi  lu- 
cha para  que  su  irradiación  se 
sienta  hasta  lo  lejos. 

Abandonemos  el  afán  de  revo- 
lucionar; no  nos  inquiete  el  im- 
perio del  prejuicio,  que  en  el 
mástil  del  porvenir  tremolará,, 
lánguidamente  el  traje  morteci- 
no de  los  mái'tires,  frente  á  los 
clamores  iracundos  ae  las  imbe- 
cilidades histrionas. 

En  estos  discurrí mientos,  acu- 
dieron en  tropel  las  decepciones^ 
para  rondar  esa  reacción  com- 
pleta que  iba  á  operarse  en  to- 
das las  órdenes  de  su  acción. 

De  Grelois  continuó:  -bata- 
llemos, pero  por  la  oportunidad 
del  triunfo,  sin  reparar  en  la  fe- 
cundidad de  su  significación.  Se- 
pamos hasta  el  momento  de  mo- 
rir, cuando  señalándonos  como 
promesa  halagcidora,  trunque- 
mos voluntariamente  la  labor, 
sin  haberse  erigido  en  paladín, 
de  ninguna  causa. 

Aquel  virtuoso  por  ¡diosincra- 
cia;  aquella  integridad  catonia- 
na;  el  luminoso  exótico  de  un 
puritanismo  bíblico,  atenido  por 
el  frío  de  la  indiferencia,  en  una 
brusca  ascensión  a  las  más  de 
primentes  banalidades,  contem- 
plaba la  ruina  de  los  más  caros 


150 


propósitos,  y  como  un  Aiiia  ven- 
•cido  en  las  contienda  de  la  rec- 
titud, prendía  fueg'o  á  sus  huma- 
nidades en  montón,  para  gozar 
•de  las  delicias  superbas  en  el 
Wallialla  de  la  popularidad. 

En  aquella  noche,  todos  los 
cultores  fav^oritos,  que  deleitaran 
sus  horas  taciturnas  con  el  pa- 
norama de  contemplaciones  bri- 
llantes, aquellos  mismos  que  en 
otras  veces  dejaran  una  huella 
tan  profunda  de  amargura,  con 
su  eterno  desñie  de  personajes 
terroriñcos;  se  agrupaban  ahora 
■en  torno  de  sus  exaltaciones  pa- 
ra, reforzar  el  hosanna  más  flori- 
do á  la  libertad  mas  coercitiva, 
como  Hebes  profanándose  en  la 
<icioración  á  un  Apolo  (^ue  simu- 
lal)a  enloquecer. 

De  deliberación  en  delibera- 
•ción,  había  llegado  á  ofuscarse 
•con  los  espejismos  de  un  Sahara 
bonancible;  olvidando  que  sus 
tormentas  no  conducirían  jamás 
•el  bagaje  utópico  de  la  caravana 
de  sus  sueños  á  El  Cairo  inase- 
quible de  las  ambiciones. 

Quizás  disgustado  con  la  mofa 
•de  su  apodo:  Alcibiades, — cuan- 
do se  le  huía  como  á  un  Luzbel 
sin  infierno;— quería  preparar  un 
terreno  donde  la  simiente  de 
unas  cuantas  calaveradas  produ- 
jera una  buena  cosecha  de  adu- 
laciones. 

La  fama,  como  el  musgo  que 
esconde  el  agua  cenagosa  de  las 
cisternas  asfixiantes,  aplacará  el 
subido  color  de  los  vicios  y  de 
Jos  defectos.  Así  podrá  disputar 
en  cualquier  torneo  los  primeros 
premios,  sin  temer  á  ningún  Ne 
ron  que  dispusiera,  —como  cas- 
tigo cruel  á  su  osadía  —  el  baño 
hirviendo  donde  estallarían  sus 
venas.  Sería  Lucano  afortunado. 

Volar  con  los  ímpetus  de  un 
-cóndor,  hacia  las  cumbres  de 
una  gloria  inmensa,  con  las  alas 


de  una  fama  improvisada,  ob- 
sequio de  los  discípulos  gene- 
rosos, en  su  gran  ceguera  de  in- 
concientes; conducir  turbamul- 
tas, hacia  la  conquista  de  reivin- 
dicaciones quiméricas,  equivale 
á  discernirse  por  sí  propio  la  co- 
rona de  laureles. 

Puesto  que  Renato  así  dijo  :  ■ 
desde  el  día  de  mañana,  aporta- 
ré materiales  á  la  construcción 
de  mi  popularidad,  (¡ue  como 
las  más,  descansan  sobre  pies  de 
arcilla,  a!  decir  del  profeta  Da- 
niel sobre  Babilonia.  Ella  viste 
el  traje  deslumbrante  de  las  aves 
tropicales  con  la  música  de  los 
buitres;  fragorosa  como  una  ca- 
tarata sin  arrastrar  las  arenas 
de  oro  del  Pactólo,  siempre  si- 
lencioso, con  el  silencio  de  la 
linfa  oprimida  entre  rocas  gi- 
gantescas. Tiraré  los  datos  de 
mi  destino  sobre  el  tapete  abiga- 
rrado de  los  exhibicionismos. 

Debo  torcer  mi  vocación  ínti- 
ma en  obsequio  á  una  dedica-, 
ción  para  la  cual  no  veo  sino  la 
conveniencia.  Seré  un  Sainte- 
Beuve  arrastrado  á  la  critica,  sin 
tener  por  la  medicina  más  que 
una  gran  afíción.  Pero  la  labor 
efectuada  en  la  soledad  del  ga- 
binete, no  servirá  sino  á  romper 
los  crisoles,  en  que  se  funden 
junto  con  muchos  desvelos  la 
materia  y  los  humos  mefíticos 
de  los  triunfos  exiguos. 

El  álgebra  metafísica  de  los 
misterios  hizo  que  hasta  Hugo 
vociferara  en  sus  ii'onias  de  «El 
Asno»  contra  la  sapiencia  del 
filósofo  de  Koenisberg. 

Las  tenues  ramificaciones  ner- 
viosas, que  surgen  en  la  pacien- 
cia de  una  disección  no  hacen 
sino  enredar  más  el  camino  de 
mis  elucubraciones.  La  ubi-e  de 
las  ciencias  tan  muniflcente  en- 
edades  pretéritas,  está  ya  ex- 
hausta en  fuerza  de  haber  ama- 


151  — 


inantado  tantos  Descartes  quí- 
micos y  Sócrates  naturalistas;  la 
secreción  de  la  complicada  glán- 
dula no  se  restablece  sino  con  la 
excitación  de  una  corriente  de 
alta  potencialidad  intelectiva,  de 
que  estoy  creyendo  carecer. 

Y  en  aquel  equivocado  exa- 
men de  aptitudes,  todos  los  re- 
sortes que  movían  su  voluntad  y 
su  cerebro  en  múltiples  vibra- 
ciones, polarizaban  ahora  la 
fuerza  de  sus  elasticidades  para 
impeler  la  inercia  en  una  nueva 
adaptación.  Subidamente  se  es- 
taban cotizando,  en  el  mercado 
de  absurdos,  fianiante  errores  es- 
peculativos en  detrimento  de  sa- 
bias mercancías. 

No  t'aé  sino  como  un  viento 
huracanado  que  colado  por  las 
grietas  que  dejaban  sus  falsas 
consepciones,  arrasaba  las  mejo- 
res flores  del  jardinero  solícito. 
El  mismo  que  sorprendieran  las 
albas,  asechando  los  malos  hués- 
pedes de  su  fronda  lujuriante, 
rendía  la  frente  ante  el  cetro 
ponzoñoso  de  los  azotes  cruen- 
tos  


II 


Aquella  metamorfosis  comple- 
ta, mariposa  crepuscular  abrien- 
do sus  alas  al  impulso  de  una 
voluntad  caducante  ¿no  se  po- 
blaría de  asombros  al  verse  er 
guida  de  repente  sobre  un  exis- 
tir siempre  austero  cuando  es 
tan  sólo  compañera  de  cosas  que 
agonizan  ó  que  mueren  ?,  Imagi- 
nemos el  pudor  más  santo,  blan- 
co como  los  lirios  y  las  hostias  y 
veremos  que  la  tinta  bermeja 
del  pecado,  se  destacará  inmune 
del  menor  rastro  de  sombra. 

Sin  embargo,  la  irrupción  de 
los  desórdenes  fué  de  un  poder 
tan  vasto  y  tan  fuerte,  que  ejer- 


cieron el  efecto  de  los  caos  aho- 
gando la  luz  de  las  razones  in- 
concusas. Hubo  más;  la  causa 
tenía  historia,  longeva  como  na- 
ciente allá  en  un  precoz  des- 
aliento de  sus  primeras  armas, 
allá  en  los  albores  de  un  profuso 
abortamiento  de  cálices  seráfi- 
cos, que  encontraron  muerte  en 
el  ambiente  enfermo  de  envidias 
maleficientes. 

Y  la  obra  secular  de  la  fisiolo- 
gía neptúnica;  formar  cantos  ro- 
dados del  bloque  anageométrico, 
como  ideal  armonización  en  el 
correr  vertiginoso  de  su  gran 
vientre  de  aluvión;  estaba  ha- 
ciendo la  cultura  convencional 
con  la  psiquis  de  este  errabundo 
egregio  en  su  afán  de  adhesión 
incondicional. 

Y  fué  en  aquella  noche,  céle- 
bre y  sin  igual  e)i  las  efemérides 
monótonas  de  una  vida,  que  el 
hacinamiento  de  tantas  perpleji- 
dades produjo  la  eclosión  de  esta 
guerra  radical  en  todas  las  ma- 
nifestaciones de  un  celoso  en  el 
cumplimiento  del  deber  y  en  el 
reato  de  una  obligación. 

El  Eedon  de  las  inmortalida- 
des populares,  hería  mortalmen 
te  á  otro  Catón  que  abolía  la 
esclavitud  hermosa  de  las  abne- 
gaciones. El  príncipe  augusto  de 
un  exagerado  platonismo  iba  á 
vestirse  con  el  traje  plebeyo  del 
epicureismo  adulterado.  En  su- 
basta privada,  vendía  las  pose- 
siones más  regias  de  la  nobleza 
espiritual  para  sufragar  los  elec- 
tores que  lo  conducirían  á  la 
tentadora  representación  de  los 
ascendientes. 

III 

¡Ob  !,  bien  recuerdo  la  tristeza 
subjetiva  con  que  idealizaba  to- 
das las  faces  de  un  discer- 
nimiento  luminosamente   bello ; 


-    152    - 


bien  recuerdo  la  modestia  en 
que  escudaba  la  molicie  de  hasta 
sus  más  grandes  pensamientos; 
bien  conocía  cuanto  por  encima 
de  todas  las  estulticias  estaba  su 
corazón;  para  no  extrailarme, 
cuando  vino  hacia  mí,  ebrio  de 
las  caricias  de  la  gloria: 

—  Tartarín  -Quijote,  Cincinato 
y  Diocleciaiio,  Pirrón  y  Dióge- 
nes,  Adriano  Sixto  y  De  Vigny; 
austeros,  cartujos,  esquivos,  filó- 
sofos: locos. 

—  Cleopatra  peidiendo  el  mun- 
do es  igual  que  Penélope  devo- 
rada por  la  nostalgia  infinita  de 
Telémaco. 

—  Monseñor  Bienvenido,  de- 
rrochando una  fortuna  de  al- 
truismos con  mil  Valjeanes  tiene 
el  mérito  de  Heliogábalo  malba- 
ratando los  tesoros  de  un  impe- 
rio ó  de  Calígula  coronando  su 
caballo.  Porque  los  furores  de 
los  Hunos  engendraron  á  Napo- 
león y  la  faustuosidad  Oriental 
de  los  romanos  engendró  el 
parasitismo.  Del  parasitismo  sur- 
gió la  Edad  Media  y  ésta  produ- 
ce al  Dante.  Cambises  precedió 
á  Dario  y  Lutero  precede  A 
Nietzche.  La  flor  surge  del  pan- 
tano como  la  estrella  brotó  de 
las  tinieblas. 

—  He  abandonado  mi  retiro 
solitario  donde  extendía  la  neu- 
rastenia sus  rémiges  funerarias 
de  fantasma  letal,  para  asilarme 
entre  las  gentes,  combatir,  de- 
mostrar que  vivo  y  que  soy 
fuerte. 

—  El  Werther  suicidado  por 
los  libros,  el  agobiado  por  el 
peso  de  los  remordimientos,  sur- 
ge á  la  palestra  á  luchar  con  las 
armas  más  envenenadas.  Quiero 
trocar  este  invierno  desolado  por 
las  rosas  de  una  primavera  divi- 
nal. He  llamado  en  auxilio  los 
optimismos  anacreónticos,  bellos 
como   dijes  de  esmeralda,  para 


ahogar  á  Leopardi   en   todo  su 
hastío  y  en  todo  su  mal. 

—  Como  aristócratas  del  talen- 
to, somos  hijos  del  desgarrante 
pauperismo.  De  aquí  ha  nacido 
el  estoicismo  que  defendemos 
con  la  fiebre  de  budistas  hiper- 
bóreos, de  aquí  nuestro  afán  de 
extravagancias,  que  nos  ha  lle- 
vado á  imponer  la  enmarañada 
selva  de  Sar  Peladán  y  los  ul- 
tragongorismos  sobre  la  música 
acariciante  de  los  líricos  y  el  es- 
truendo taumatúrgico  de  los  Er- 
cillas.  Con  la  fuerza  de  nuestra 
petulancia  monopolizaremos  los 
favores  de  un  siglo. 

—  Toda  una  juventud  militan- 
do en  las  huestes  de  los  impera- 
tivos de  Kant,  paní  que  la  dulce 
alabiinza  que  anhelaron  los  en- 
sueTios  del,  niño  fantasista,  en- 
contrara el  ensañamiento  inicuo 
de  los  prosistas  de  una  época 
carcomida. 

—  Vicio  valetudinario  sin  te- 
ner siquiera  un  cuarto  de  centu- 
ria: adolorido  por  los  hierros  del 
convencionalismo,  busco  resar- 
cirme con  la  conquista  de  unos 
cuantos  triunfos  sarcásticos.  To- 
das las  niieses  de  oro  de  un  alma 
helenizada,  que  se  agostaron  con 
el  fuego  de  los  insomnios  estéri- 
les, lucirán  de  nuevo  antes  que 
el  enlutado  de  un  ocaso  se  cier- 
na sobre  la  tarde  milagrosa  de 
un  poeta. 

—  ¿No  tengo  acaso  razón? 
No  queriendo  disgustar  á  mi 

amigo,  con  la  oportunidad  de  al- 
guna refutación,  dejé  que  prosi- 
guiera en  alas  de  su  acongojante 
neurastenia. 

—  Mi  espíritu  conserva  intac- 
tas, como  en  el  primer  instante, 
las  huellas  de  todas  las  tragedias 
que  he  representado,  sin  jamás 
haber  actuado  en  el  saínete  bur- 
lón que  reconforta  con  ese  des- 
dén ingenioso  que  ayuda  tanto  á 


—    153   — 


olvidar  el  acre  gusto  de  las  de- 
rrotas humillantes. 

-  Ya  volarán  azoradas,  todas 
las  abejas  de  la  colmena  imma- 
na, que  fuei'on  á  fabricar  pana- 
les de  felicidad  con  el  néctar  de 
las  ilusiones  bohemias,  cuando 
sientan  la  diatriba  que  ayita  su 
cabeza  de  envilecidos.  La  trom- 
peta del  Apocalipsis  me  anuncia 
que  tocan  á  su  ñn.  Surja  Pedro 
el  Ermitaño  aprcsrando  los  cru- 
zados. Aspiro  á  hi  sal  vacilan  del 


Santo  Sepulcro  de  un  Jeremías 
que  llora  la  ruina  de  sus  idea- 
les. 

-  Venga  Ida  de  Barancy  á  li- 
bertar el  poeta  D'Argentou  del 
inmundo  gimnasio  ^loronval.     . 

Yo  auguro  para  Renato  De 
GrL'lois  la  gloria  del  «Don  Timo- 
teo» de  José  Mariano  De  Larra. 
A  pesar  de  todo,  no  me  resta 
sino  prosternarme  ante  la  heca- 
tombe!. 

Carlos  PITTAMIGLIO  BUQÜET 


/■ 

''.ÍKfl 

» 

^^^ 

Ij^g 

MARÍA    CONCEPCiÓy   MUKOZ   ANA  Y  A 


—   154 


R  ^ro^ósito  de  uti  í)oeta  colombiano 


No  creo  que  lleguen  á  cuatro 
los  cirios  transcurridos  desde  el 
día  en  que  Emiliano  Hernández., 
ese  cantor  bohemio  de  ^rtin  ta- 
lento, de  tino  espíritu  crítico  y  de 
ojos  verdes — ojos  (jue  ponen  una 
nota  enigmática  soore  su  rostro 
moreno  de  beduino  me  hizo  co- 
nocer por  vez  primera  versos  de 
Luis  Carlos  López,  uno  de  los 
poetas  jóvenes  de  América  de 
mayor  originalidad  y  rareza.  Lo-; 
versos  que  el  ti";isliuinante  bard  > 
marcicaibeñü  nu  recitó  con  su 
grave  voz  de  pastor  anglicano, 
no  son  por  cierto  de  los  mejores 
de  López,  mas  los  hallé  de  una 
tactura  tan  sorprendente,  que 
sin  esfuerzo  se  grabaron  en  mi 
memoria  y  despertaron  en  mi  ser 
hacia  el  autor  de  ellos  viva  sim- 
patía, que  liieg'"  el  tiempo  ha 
trocado  en  amistad  inalterable  y 
en  compañerismo  intelectual  li- 
bre de  envidias  rastreras  y  de 
solapadas  veleitladcs. 

Me  agradan  jos  poetas  (|U(í, 
como  López,  viven  cun  su  época; 
esta  época  compleja  en  (jue  caen 
todos  los  ídolos  y  se  desv^irtúan 
por  añejas  ó  ridiculas  todas  las 
creencias  de  ayer,  grilletes  del 
pensamiento,  cortapisas  de  la  vo- 
luntad y  carlancas  del  libre  al  bo- 
drio de  los  humanos.  No  com- 
prendo, si  es  acaso  que  no  me 
desagradan,  á  aquellos  eantores 
que  ofrecen  una  dualidarl  des- 
consoladora entre  su  vida,  pro- 
ducto innegal)le  del  presente  y 
sus  versos,  remembranzas  sopo- 
ríferas del  pasado  más  remoto, 
dualidad  de  acciones  y  de  pensa- 
mientos que  no  sabemos  como  se 
engarzan,  compenetran  y  ejuili- 
bran.  Yo  bebo  con  placer  el  vino 
nuevo  en    odres  viejos    y  me  de- 


leito con  el  vino  viejo  vaciado  ei^ 
odres  nuevos,  lo  mismo  que  co^i 
el  vino  nuevo  que  foi'ina  espuma 
y  aromatiza  los  odres  nuevos» 
también  ;  ó  aclarando  la  ñgura 
retóricíi,  gusto  lo  mismo  de  los 
pensamientos  nuevos  vaciados 
en  moldes  antiguos  que  de  Ios- 
antiguos  ofrecidos  en  moldes  mo- 
dernísimos tanto  como  de  los 
que  siendo  nuevos  se  expresan 
de  igual  manera  y  forma.  Por 
esto  me  agrada,  Villaespesa  que 
adora  el  pasado  con  el  más  deli- 
cado romanticismo,  pero  que  lo 
cantil  en  versos  que  reflejan  cla- 
ramente las  inquietudes  de  su 
alma  compleja,  y  no  tengo  es- 
crúpulo en  manifestar  que  lo 
considero,  en  mi  sentir,  el  prime- 
ro de  los  poetas  españoles  del 
momento  presente,  superior  con 
mucho  á  Salvador  Rueda,  á  Ma- 
nuel Machado,  á  Eduardo  Mar- 
quina,  y  á  Juan  R.  Jiménez,  que 
en  grupo  con  él  forman  la  van- 
guardia en  el  movimiento  poé- 
tico de  la  siempre  muy  amada 
inadi'e  España. 

López,  de  quien  quiero  hablar, 
lleva  publicados  dos  libros  de 
versos :  De  mi  Villorrio,  desde 
hace  iin  año,  y  PosturaJt  Difíci- 
isíi,  desde  hace  dos  meses.  Con- 
ceptúo el  primero  mejor  que  el 
segundo,  (luizá  porqué  los  versos 
(¡ue  contiene  los  fi^  conociendo 
y  apreciando  uno  á  uno,  á  medi- 
da que  el  poeta  íos  producía,  y 
poriiue  los  conservo  casi  todos 
en  la  memoria.  Un  gran  elogio 
hubiera  yo  querido  hacer  oportu- 
namente de  tal  libro,  que  los  ha 
recibido  muy  merecidos  de  va- 
rios distinguidos  intelectuales  ; 
pero  una  razón  poderosa  fué  obs- 
táculo entonces   para  la  realiza- 


—  155  — 


ción  de  mi  deseo :  la  de  haber 
tenido  López  el  capricho  de  de- 
dicarme ese  estache  delicado  de 
raras  y  valiosas  -joyas  líricas. 

El  elogio  viene  ahora,  si  bien 
tarde  por  ningún  motivo  inopor- 
tuno, á  propósito  de  Posturas  Di 
fícUes,  libro  qae  me  agradi  bas- 
tante, pero  que  coloco  por  debajo 
del  primero;  preferencia  que  no 
me  lleva  desde  lueo^o  á  negar  que 
encierra  así  mismo  versos  de  fina 
ironía,  llenos  de  acabadas  des- 
cripciones, de  combinaciones  mé- 
tricas y  gramaticales  sorpren- 
dentes y  de  una  gran  percepción 
naturalista,  cualidades  distinti- 
vas de  toda  la  labor  poética  de 
López,  que  la  hacen,  al  par  que 
su  excesiva  libertad  de  espíritu, 
apreciable  y  encantadora. 

Estas  cualidades  que  dejo  se- 
ñaladas han  conseguido  llamar 
la  atención  desde  el  primer  mo- 
mento sobre  el  poeta  de  Carta- 
gena de  Indias.  De  los  más,  para 
condenarlo  por  sus  atrevimientos 
líricos  y  humanos.  Los  poetas 
mínimos  de  parroquia  que  toda- 
vía hacen  acrósticos  á  las  chicas 
en  los  días  de  cumpleaños,  déci- 
mas en  los  matrimonios  y  deplo 
rabies  sonetos  en  los  bautizos  y 
entierro  del  vecindario,  los  cali- 
ñcan  de  sartas  de  disparates, 
ayuntados  en  esta  opinión  á  los 
eruditos  del  pejugal  graduados 
en  Sigüenza,  que  se  espantan  le- 
yendo los  Crepúsculos  del  Jardín 
y  que  no  pierden  ocasión  de  ha- 
blarnos con  énfasis  de  Horacio, 
Virgilio  y  el  Dante,  como  si  no- 
sotros no  los  conociéramos  tanto 
como  ellos  y  no  los  admiráramos 
más  que  ellos.  Para  esos  organi- 
llos de  un  solo  son,  para  esos 
eunucos  del  pensamiento,  no  hay 
innovaciones,  no  hay  audacias 
meritorias;  todo  lo  simplifican  y 
reducen  á  círculo  mezquino,  por- 
que sus  nervios  jamás  se  alteran, 


porque  sus  gustos  y  aspiraciones^ 
rurales  no  se  han  visto  sujetos- 
nunca  al  tormento  de  soHar  alto- 
y  de  pensar  muy  hondo.  De  los 
menos,  ha  llamado  la  atención 
para  meditar  profundamente  en 
el  raro  talento  de  este  poeta  vi- 
goroso que  marcha  de  frente  al 
porvenir  y  á  la  cabeza  de  una  le- 
gión de  intelectuales  jóvenes, 
ante  cuyos  atrevimientos  de  for- 
ma y  de  espíritu  siente  Darío  que 
él  y  Lugones  van  pasando  de  mo- 
da y  que  muy  en  breve  habrá 
forzosamente  que  contarlos  en  el 
número  de  los  clásicos. 

No  hay  duda  alguna  de  que  la 
falta  de  estrechas  relaciones  in- 
telectuales es  la  que  hace  que  los 
más  generosos  talentos  de  Amé- 
rica sean  poco  conocidos  fuera  de 
su  terruño.  Salvo  unos  cuantos 
nombres  de  poetas  ya  muy  céle- 
bres, los  demás  son  ignorados  no- 
sólo  por  los  analfabetos  sino  tam- 
bién por  las  masas  aliterat-idas 
de  nuestras  democracias  chauvi- 
nistas. Tal  vez  me  equivoque, 
pero  creo  con  sinceridad,  por  lo 
que  he  podido  observar  personal- 
mente, que  a(iuí  en  Costa  Kica,  y 
sirva  esto  sólo  como  ejemplo,  muv 
pocos  son  los  que  conocen  si- 
(]uiera  de  oídas  á  Guillermo  Va- 
lencia, y  aún  entre  el  grupo  de 
intelectuales  hay  quienes  apenas 
han  leído  algunos  versos  suyos, 
pero  no  conocen  toda  su  obra 
poética  y  artística,  exquisita  y 
delicada.  Y  si  esto  pasa  tratándo- 
se de  un  egregio  hijo  de  Apolo, 
^;cómo  exigir  que  se  conozca  á 
otros  que  si  bien  meritorios  no 
han  alcanzado  aún  la  prodigiosa 
altura  en  que  esplende  el  inspi- 
rado payanes  ?  No  es  raro  desde 
luego  que  ignoren  en  su  mayor 
parte  que  en  tierras  de  América 
nacieron  -  y  viven  casi  todos  — 
Ricardo  Jaymes  Freiré,  Luis  Ro- 
sado  Vega,  Andrés  Mata,  Rufino 


—  156  — 


Elanco  Fombona,  Pacho  Valen- 
cia, Víctor  Londofio,  Ricardo  Mi- 
ró, Fabio   Fiallo,  Osvaldo  Bazil, 
José  Gálvez,  Néstor  Carbonell  y 
Manuel  Pérez  y  Curis,  por  no  ci 
tarlos  todos.  Apenas  si  comienza 
Á  saberse  que  en  la  lejana  Repú- 
blica del  Plata  vive  un  Ángel  de 
Estrada,  de   refinado  gusto  artís- 
tico ;  que  en  tierras  de  Nicaragua 
labra  estrofas  que  compiten   con 
las  de  Darío  y   Lugones  un  San- 
tiago   Arguello;     que    Salvador 
Díaz  Mirón   con  Lascas  ha   evo- 
lucionado completamente  y  que 
Manuel  Ugai-te  el  socialista  tenaz, 
el  escritor  vigoroso,   es  también 
poeta  á  las  veces,  lírico  y  enamo- 
rado. Fuera   de  las  lindes   de  la 
bella  República  más  ecuanímica 
de  todas  las  de   origen   hispano, 
sucede  otro  tanto  :  vaya   usted  á 
hablar  más  allá  del    Colorado  ó 
del  Golfo  Dulce   á  cualquiera  de 
esos   titulados   eruditos   lectores 
asiduos    de    las     Invernizios    y 
Braemés,  de  los  Ohnet  y  Ponson 
du  Terra  i  1,  que  de  vez  en  vez  se 
dan  un  atracón    de  Ibo   Al  faro  y 
se  sienten  en  ratos   perdidos  su- 
perhombres con  Vargas  Vila,  va- 
ya usted,  repito,  á  hablarles  de 
Roberto  Brenes  Mesen,  de  Rafael 
Ángel  Troyo  ó  de  Lisímaco  Cha- 
varría  y  no   sabrán  si  esos  caba- 
lleros   son   condecorados   de  las 
musas  ó   modestos  revendedores 
dé  cerillas  y  velas  esteáricas.  Pe- 


ro yo  no  les  hago  cargo,  sino  más 
bien  los  disculpo.  Yo  mismo  ig- 
noro la  existencia  de  muchos  en- 
tusiastas compañeros  de  Jabor,  y 
esto  seguirá  siendo  así  hasta  tan- 
to que  la  cultura  general  sea  más 
elevada  y  las  relaciones  entre  las 
Repúblicas  Colombinas  más  fre- 
cuentes y  más  fraternales. 

A  todo  lo  dicho  se  debe  el  que 
Luis  Carlos  López  sea  poco  co- 
nocido y  por  tanto  yo  he  querido 
presentarlo  á  los  lectores  de  esta 
culta  Revista  con  que  Próspero 
Calderón  contribuye  de  modo 
eficaz  al  progreso  de  Costa  Rica, 
dando  á  conocer  de  paso  algunos 
de  sus  versos,  en  la  seguridad  de 
que  interesarán  de  tal  modo,  por 
una  ú  otra  razón  de  las  expues- 
tas párrafos  atrás,  que  aún  en  el 
caso  de  que  la  crítica  valbue- 
nesca  que  atiende  más  á  la  pul- 
critud y  mensura  de  la  forma . 
queá  lo  sustancioso  del  fondo,  se 
cebe  en  ellos,  siempre  habrá  de 
reconocer  en  López  genialidad, 
facilidad  de  expresión,  hondo 
sentido  de  la  vida  y  humorismo 
irónico  inagotable,  ese  humoris- 
mo concentrado  que  según  el  de- 
cir de  don  Miguel  de  Unamuno 
no  es  frecuente  ni  en  españoles 
ni  en  hispano-americanos. 

GUILLERMO  ANDREVE. 

Costa  Rica— 1910.     - 


«♦« 


Poetas  nuevos 

INSTANTE    IiíI^ICO 


Cual  nereida  saliendo  de  la  espuma 
sur}i^Í8te  en  la  penumbra  de  la  sala  : 
todo  mi  ser  tembló,  como  una  escala 
de  notas  que  solloza  y  que  se  esfuma  .  . 

Te  vi  nimbada  de  una  excelsa  bruma 
por  eso  ignoro  si  eres  plectro  ó  ala, 
ó  harmonía  seranea  que  exhala 
todo  el  sahumerio  que  al  amor  perfuma. 


Y  me  envolvía  la  luz  de  tu  mirada 
que  tiene  lampadazos  de  alborada 
en  cuyo  fondo  hay  un  ensueño  que  arde, 

Y  navegué  anhelante  en  tu  pupila, 
como  una  estrella  tímida  rutila 
al  lado  del  lucero  de  la  tarde  . . . 


1909. 


Antonio  GIANOLA. 


;  Recuerdas?  De  tu  veste  perfumada 
La  harmonía  triunfal  de  los  matices 
Reinó  contigo:  tú  con  la  mirada, 

Y  ella  con  sus  relámpagos  felices. 

Era  la  hora  del  ángelus,  y  el  manto 
Del  horizonte  índigo  cubierto 
De  livideces,  fulguraba  en  tanto 
Con  la  serenidad  de  un  niño  muerto ; 

Amorosas  parejas  el  recinto 
Del  enflorado  parque  abandonaban, 

Y  en  un  lecho  de  rosa  y  de  jacinto 
Las  miradas  del  sol  .agonizaban  ; 

Y  tú,  del  brazo  del  efebo,  hallaste 
Una  penumbra  misteriosa  y  triste, 
Donde  á  los  ritos  del  amor  cantaste 

Y  á  su  deleite  inmenso  sonreiste. 

Y  entre  el  rumor  de  fuente  tremorosa 

Y  las  plegarias  de  aves  que  gemían, 
El  galán  percibió  la  madorosa 
Oblación  que  tus  labios  le  ofrecían. 

Y  en  el  iconostasio  de  tu  débil 
Corazón  ebrio  de  amorosa  lumbre, 
V^ibró  como  una  cítara  muy  flébil. 
Del  cariñoso  efebo  la  quejumbre. 


Hora  á  ti  llegan  vilipendios.  ■{  Quiere 
Substraerte  á  las  penas  de  la  vida  ? 
]  Ríe,  mujer !  con  la  sonrisa  hieres 
A  los  que  anhelan  ulcerar  tu  herida  I 


156  — 


Blanco   Fombona,   Pacho  Valen- 
cia, Víctor  Londofio,  Ricardo  Mi- 
ró, Fabio    Fiallo,   Osvaldo  Bazil, 
José  Gálvez,  Néstor  Carbonell  y 
Manuel  Pérez  y  Curis,  por  no  ci 
tarlos  todos.  Apenas  si  comienza 
á  saberse  que  en  la  lejana  Repú- 
blica del  Plata   vive  un  Ángel  de 
Estrada,  de   refinado  gusto  artís- 
tico ;  que  en  tierras  de  Nicaragua 
labra  estrofas  que  compiten   con 
las  de  Darío  y   Lugones  un  San- 
tiago   Arguello ;     que    Salvador 
Díaz  Mirón   con  Lascas  ha   evo- 
lucionado completamente  y   que 
Manuel  ligarte  el  socialista  tenaz, 
■el  escritor   vigoroso,    es  también 
poeta  á  las  veces,  lírico  y  enamo- 
rado. Fuera    de  las  lindes   de  la 
bella   República  más  ecuanímica 
de  todas  las  de   origen    hispano, 
sucede  otro  taiito  :  vaya   usted  á 
hablar  más  allá  del    Colorado  ó 
del  Golfo  Dulce   á  ctialquíera  de 
€SOs   titulados   eruditos   lectores 
asiduos    de    las     Invernizíos    y 
Braemés,  de  los  Ohnet  y  Ponson 
du  Terra  i  1,  que  de  vez  en  vez  se 
dan  un  atracón    de  Ibo    Al  faro  y 
se  sienten  en  ratos   perdidos  su- 
perhombres con  Vargas  Vila,  va- 
ya  usted,  repito,  á   hablarles  de 
Roberto  Brenes  Mesen,  de  Rafael 
Ángel  Troyo  ó  de  Lisímaco  Cha- 
varría  y  no   sabrán  si  esos  caba- 
lleros   son   condecorados   de  las 
musas  ó   modestos  revendedores 
de  cerillas  y  velas  esteáricas.  Pe- 


ro yo  no  les  hago  cargo,  sino  más 
bien  los  disculpo.  Yo  mismo  ig- 
noro la  existencia  de  muchos  en- 
tusiastas companeros  de  Jabor,  y 
esto  seguirá  siendo  así  hasta  tan- 
to que  la  cultura  general  sea  más 
elevada  y  las  relaciones  entre  las 
Repúblicas  Colombinas  más  fre- 
cuentes y  más  fraternales. 

A  todo  lo  dicho  se  debe  el  que 
Luis  Carlos  López  sea  poco  co- 
nocido y  por  tanto  yo  he  querido 
presentarlo  á  los  lectores  de  esta 
culta  Revista  con  que  Próspero 
Calderón  contribuye  de  modo 
eficaz  al  progreso  de  Costa  Rica, 
dando  á  conocer  de  paso  algunos 
de  sus  versos,  en  la  seguridad  de 
que  interesarán  de  tal  modo,  por 
una  ú  otra  razón  de  las  expues- 
tas párrafos  atrás,  que  aún  en  el 
caso  de  que  la  crítica  valbue- 
nesca  que  atiende  más  á  la  pul- 
critud y  mensura  de  la  forma , 
que  á  lo  sustancioso  del  fondo,  se 
cebe  en  ellos,  siempre  habrá  de 
reconocer  en  López  genialidad, 
facilidad  de  expresión,  hondo 
sentido  de  la  vida  y  humorismo 
irónico  inagotable,  ese  humoris- 
mo concentrado  que  según  el  de- 
cir de  don  Miguel  de  Unamuno 
no  es  frecuente  ni  en  españoles 
ni  en  hispano-americanos. 

GUILLERMO  ANDREVE. 

Costa  Rica— 1910.  - 


-»♦•- 


Poetas  nuevos 


INSTANTE    lilRICO 


Cual  nereida  saliendo  de  la  espuma 
surgiste  en  la  penumbra  de  la  sala  : 
todo  mi  ser  tembló,  como  una  escala 
de  notas  que  solloza  y  que  se  esfuma  .  . 

Te  vi  nimbada  de  una  excelsa  bruma 
por  eso  ignoro  si  eres  plectro  ó  ala, 
ó  harmonía  seráfica  que  exhala 
todo  el  sahumerio  que  al  amor  perfuma. 


Y  me  envolvía  la  luz  de  tu  mirada 
que  tiene  lampadazos  de  alborada 
en  cuyo  fondo  hay  un  ensueño  que  arde, 

Y  nave);ué  anhelante  en  tu  pupila, 
como  una  estrella  tímida  rutila 
al  lado  del  lucero  de  la  tarde  . . . 


1909. 


Antonio  GIANOLA. 


*       * 


-; Recuerdas?  De  tu  veste  perfumada 
l.a  harmonúi  triunfal  de  los  matices 
Reinó  contigo:  tú  con  la  mirada, 
y  ella  con  sus  relámpaí^os  felices. 

Era  la  hora  del  ángelus,  y  el  manto 
Del  horizonte  índioo  cubierto 
De  livideces,  fulguraba  en  tanto 
Con  la  serenidad  de  un  niño  muerto; 

Amorosas  parejas  el  recinto 
Del  enflorado  parque  abandonaban, 

Y  en  un  lecho  de  rosa  y  de  jacinto 
r.as  miradas  del  sol  .agonizaban  ; 

y  tú,  del  brazo  del  efebo,  h;illaste 
Una  penumbra  misteriosa  y  triste. 
Donde  cá  los  ritos  del  amor  cantaste 

Y  á  su  deleite  inmenso  sonreiste. 

Y  entre  el  rumor  de  fuente  tremontsa 

Y  las  plegarias  de  aves  que  gemían, 
El  galán  percibió  la  madorosa 
Oblación  que  tus  labios  le  ofrecían. 

Y  en  el  iconostasio  de  tu  de'bil 
Corazón  ebrio  de  amorosa  lumbre, 
Vibró  como  una  cítara  mus^  flébil. 
Del  cariñoso  efebo  la  quejumbre. 


Hora  á  ti  llegan  vilipendios.  {Quieres 
Substraerte  á  las  penas  de  la  \ida  '- 
]  Ríe,  mujer  !  con  la  sonrisa  hieres 
A  los  que  anhelan  ulcerar  tu  herida  ' 


I  ■  '^W 


ALMAS  ERRANTES 


F^n  tu  ^^arg-antn   trina  Filomela 
V  el  ave  Amor  sus  infortunios  llora, 
^'  tu  frase  hiperbólica  y  sonora  : 
Un  colibrí  que  liba  y  se  rebela, 

Hiere  con  sus  halag"os,  y  en  la  hora 
De  nuestro  idilio  su  virtud  revela ; 
Aun  perdura  en  mi  espíritu  la  estela 
De  su  voluble  vibración  canora. 

Canta.  Tus  insinuantes  harmonías 
Rimín  así  las  añoranzas  mías 
Con  l'i  nost  ílgia  de  mi  labio  opreso  ; 

\\  lueoro,  cuando   en  tu  cariño  me  hundas, 
Sj  ahji^aran  nuestras  almas  errabundas 
En  1 1  s-iorema  beatitud  de  un  beso. 


«♦« 


Biblíográfic^is 


Htievos  libpos  recibidos 

Alma  Criolla  í  novela  )    por  americana,  por  G.  Porras  Tro' 

K.  .IiMÉN'EZ  Arraiz.  —  Caracas:  coms.  —  Siucelejo     (  Cnloinhin  ) : 

El  templo  de  Taiía,    por  Au-  Le  vers  libre,  por  Marinetti. 

ttiisTo  Martínez  Olmedilla. —  —Milán. 

Víiu/rid  :  La   Clave,    por    Feli-  De  dichos   liliros  nos  ocup.-ii'r- 

FK    Trigo.  —  Madrid:  En  tiePPa  mos  en  el  pr()ximo  número. 

De  la  casa  editorial   PpíetD    y  C.'* 

Acusamos    recibo  y  agradece-  neo    de    Maintel    Bueim.   Dichos 

riios  t'l  envió  de  las  obras  esco-  libi'os.  elegantemente    impresos, 

'iiii AS    de   Jaciiifii    lienaceide   y  hablan  muy  en  favor  de  la   c;isa 

!'k\tk(j    ESPAÑcti,    C0XTEMP0RÁ-  editorial. 


-    150  — 


Gakna  ie  **aí)olo'' 


CLOTILDE   LÜISI 


i(;o 


0^  lo  tnás  l)otido 


Para   Apolo. 

I 
Nada    nos   complace    tanto   como 
colaborar  en   el   afecto  de  las   per- 
sonas,   que    nos    son    gratas. 

II 

La  simpatía  es  el  germen  del 
amor. — Brota  la  simpatía  de  im- 
proviso. 

TIT 

Pensar  eteruamnete  en  la  mu- 
jer amada,  es  ser  sonáml)ulo,  'ii- 
jo  Hngo. — Los  niños  jiensamos 
con  el  corazón  ;  los  viejos  con  d 
cerebro. 


IV 


El  amor  es  ta.nto  más  profun- 
do, cuánto  más  propicia  v\  alma 
para  la  franqueza. — Y  ¡a  fran- 
queza es  innata  porque  es  ima  vir- 
tud.— La  franqueza  hace  sensib!;'s 
á    las    almas. 

Y  así  como  las  cuerdas  sonoras 
repercuten  las  notas  que  las  hie- 
ren, el  alma  exhala  toda  la  gaina 
de  las  virtudes,  cuando  otra  alma 
ha  tocado  su  sensibilidad. 

Y  es  sensible  el  alma,  cuánto 
más  ingenua. 

Y'  es  ingenua,  porque  es  iniaii- 
til.^ — ñLos    niños    engañan,    acaso? 


Cuando  el  alma  sueña,  el  espí- 
ritu vela. — Hay  estados  del  alma 
en  que  las  ideas  que  concibe,  no 
tienen  ilación. 

Y  de  la  confusión  brota  el  sen- 
timiento, como  del  caos  brotó  el 
mundo. 


VI 

La  novia  es  para  el  alma,  co- 
mo la   madre   para   el  hijo. 

VII 

La  tarea  más  difícil  del  hombre, 
es    hacerse    comprender. 

VIII 

El  lenguaje  más  expresivo  de  las 
mujeres  son  las  miradas,  como  el 
de  los  hombres,  es  el  silencio. 

El  sdencio  del  Infinito  me  ha 
hecho   pensar  en   Dios. 

Y  como  la  materia  surje  de  la 
.nada,  de  la  palabra  nace  la  men- 
tira. 

Dicen,  que  Dios  dio  al  hombre 
la  palabra  para  ocultar  su  pensa- 
miento. 

IX 

Las  mujeres  vulgares  son  para 
el  alma  culta,  como  los  yuyos  pa- 
ra  el  jardín. 

Por  eso  el  jardinero  inteligente 
escoge   las   flores   raras... 


Cada  día  que  corro  por  la  vida, 
adquiero  un  poco  de  experiencia, 
por  cada  ilusión  que  pierdo. — Y 
este  equilibrio   me   da   esperanzas. 

¡  La     esperanza     de     adorar     á 
Dios! 

Dios,    es    un    consuelo. — En    tA 
piensan   los  tristes. 

XI 

Siendicx  el  amor  el  móvil  de  nues- 
trík  existencia  ;  si  por  el  amor-  liar 


—  161   — 

cemos,    y    por    el    amor    vivimos    y 

por  el  amor  morimos,  ¿  no  se  des  XII 

prende    que    es    algo    así    como    la 
voluntad  de  Dios?...  ¡Amor!... 

Y  si  Dios  hace  apta  á  un  alma  ¡  Dios ! , , . 

para    exhalar    las    vibraciones    de  ¡  Cómo   se    abusa    de   estas   pala- 

otra    alma,    ¿tiene   el    hombre    de-       bras! 
recho   de    impedirlo?... 

Emílio  trias  DU  PRÉ. 


«♦» 


M'ami? 

Para  AroU). 

«  Helia  <;'  la  vita 
Quando  pero  fsi  e  amati». 

TDitntXXi    tix     b^llsi     dagli     oschion.!     ne;ri 

Ve:lltxtauti    «    were;n.i 
Ctie:    t'atgsiri    qtxstssii    p«*<roHi    ait*ie;ni 

Tu.    dagll    oscHiorxl    fieri, 

JDirxxtxxit    ÍC3    t*aL«ao,    t*aum.:3    a.Xla.    follia. 

X'a.m.o    e    t'€Ld.oro    tairxto  .  ,  . 
F'íST    t«P    H.O    psLSsa-to     irxt«rfls;     xaotti    in.     pia.rLto 

^F'esr    tfip    spsratnssa.    nal» 

TDimrxxi    rxoxx    s^txti    i    battiti    d.e;l    eixors 
OHe;    txxi    sobba-l35«L    irx    petto  "=? 

Diuxtrii    norx    cr^dLi    eul    rrxio    pote^nte;    a.ffe:tto, 
oRlI    rxxio    ve;ra.<5e^    aimor»  •? 

Fors'é    lo.    spcsms    cle:l    mió    eu.or    fa-llita-V 

IDitrimi    adoratau    t3"ol«  .  .  , 
Odio    la.    te^rrsLj    rtaatl^dieo    il    solé 

Iim-pr^co    a-llau    tnia.    vit». 


Oue  tramotiti 


Paro   Afolo. 

3iren,d-e:    roseo    rxz^l    rxxm.T«Sí    «eon£irxa.to  .  .  . 
Lento,    l'aBítro    «lagaior    dell*u.niv"e;rso  : 
Solo    d-a.    pos^H-e:    ste^Ils?    imeoronato 
E    il    firí».*m.«5nto    rxella    motte    inmerso. 

ISlella    0te00'or&4    oimile    ad    txjn.    fiore 
La.    sioia    xxiia,    la    mia    cara    ¿7ita- 
Corx  txn  nonae;  stxl  labbro  «iPs-rrLOre;. . .  J?íLmore..,> 
3XI'a.bba.n.don.a.-ü-a.    tetro    in     qtxesta.    vita.  1 

G.    MIOLjRl. 


—  ](;2 


GjPs.le:p2.ia.   ide:   be;lle:z;íPs.s 


JUANA    MARÍA    1?KVES 


—  163  — 
V  OtCt  •  •  • 


Qué  ternura  de  luz  de  la  mañana! 
Oigo  tras  de  la  rústica  alquería 
la  voz  confidencial  de  la  fontana. 
i  Qué  ternura   de  luz  de  la  mañana ! 
]  No  te  vayas  aún,  mañana  mía ! 

Como  tejida  con  sutil  espuma, 
envuelve  cada  copa  amodorrada 
la  gran  tela  de  araña  de  la  bruma. 
i  El  bosque  es  un  ensueño  que  se  esfuma ! 
i  No  te  vayas  tan  pronto,  madrugada ! 

Me  baño  del  silencio  en  la  onda  rica, 
y  algo  como  blancura  en  mi  presencio : 
yo  siento  que  mi  ser  se  purifica 
en  la  casta  ablución  de  este  silencio. 

Y  sólo  á  veces,  con  afán  de  cielo, 
desde  el  hondo  boscaje  blanquecino 
la  alondra  rasga  el  silencioso  velo 
con  el  cohete  musical  de  un  trino. 

¡  No  te   vayas,  silencio,  todavía ! 
Aun  siento  que  me  acosa 
ese  ronco  zumbar  del  mediodía. 
i  Ablucióname  en  tu  onda  silenciosa ! 
í  No  te  vayas,  silencio,  todavía ! 

Si  te  vas,  se  despierta  la  mesnada. 
¡No  te  vayas,  silencio,  todavía! 
i  No  te  vayas  tan  pronto,  madrugada ! 
¡No  te  vayas  aún,  mañana  mía! 

Santiago  ARGUELLO. 

Managua.— 1909. 


-   164    - 

Las  vocaks 


(Jean  flpthur  Rimbaud) 


Paro   Afolo. 

A  negra,  E  blanca,  I  roja,  U  verde,  O  azul. 

He  de  decir  un  día,  oh!  mágicas  vocales 
vuestros  vagos  y  grandes  nacimientos  latentes, 
A,  negro  corsé  vestido  de  moscas  lucientes 
que  despiden  obscuras  iiediondeces  fatales. 

E.  albura  de  las  tiendas,  vapores  transparentes, 
picachos,  reyes  blancos,   y  ombelas  virginales. 
I,  púrpuras,  sangre  escupida,  risa  de  ideales 
labios,  en  cólera  y  embriagueces   penitentes. 

U,  cielos,  vibramlento  de  las  ondas  verdosas, 
paz  de  las  llanuras,  y   las  nobles  arrugas 
con  que  marca  la  alquimia  las  frentes  estudiosas. 

O,  clarín  supremo  lleno  de  extrañas  fugas, 
silencios  que  atraviesan  los  ángeles  y  mundos; 
O,  ei   Omega  violeta  de  sus  ojos  profundos. 


t^otiavdo  da  Viuci 


De  :  *VA  Libro  de  Horas»,  que  aparecerá 
próximamente  en  París. 

Vago  y  dulce  señor  de  las  barbas  de  seda, 
beatífico  y  sublime,  enorme  y  delicado 
que  en  el  suave  silencio  de  su  alma  serena 
vivió;  tal  un  cisne  solitario  en   su  lago. 

Su  frente  luminosa  era  un  jardín  de  estrellas, 
eran  hondos  sus  ojos  como  mares  arcanos... 
una  alondra  cantaba  dentro  de  su   alma  bella, 
y  los  divinos  lirios  perfumaban  sus   manos... 

Ei  escuchó  las  voces  lejanas  de  los  astros, 
y  hermoso  mago  fuerle,  triunfador  del  Destino, 
con  la  flor  de  sus  manos  hizo  muchos  milagros. 

Fué  como  San   Francisco  de  bondad   infinita, 
y  en  ei   huerto  sellado  de  su  farte  pensativo 
floreció  como  un  lirio:  la  ciencia  de  la  Vida. 

París,  Octubre  MCMix.  Fernán  Féüx  DE  AIVIADOR. 


—  165  — 

Pan 

(  Intermedio  ) 


Toda  á  su  arbitrio  la  verde  floresta, 
antes  que  el  día  su  párpado  entorne, 
Pan  soberano,  en  la  paz  de  la  puesta, 
alza,  mirando,  su  frente  bicorne. 


Ha  visto,  ha  visto  ...  El  abrazo  fué  ardiente, 
y  una  inefable  nostalgia  le  queda; 
su  flauta  trina  dulcísimamente 
la  pastoral  del  Cisne  y  de  Leda. 


Ha  visto,  ha  visto ...  y  sintió  que  impelía 
algún  sagrado  huracán  aquel  celo, 
porque,  al  unirse  los  dos,  parecía 
que  se  abrazaran  la  tierra  y  el  cielo. 


Ha  visto,  ha  visto ...  3'  es  tanto  el  destrozo 
que  causa  en  él  el  nostálgico  dejo, 
que  llegó  á  verles  con  saltos  de  mozo 
y  ahora  sospecha  que  muere  de  viejo. 


Ha  visto,  ha  visto ...  Su  mano  fué  incauta 
cuando,  al  pasar,  apartó  la  arboleda ; 
y,  sin  querer,  canta  y  canta  su  flauta 
la  pastoral  del  Cisne  y  de  Leda ... 

Hnvío 

Pan  :  el  amor  ha  traspuesto  su  infancia, 
y  en  vano,  en  vano  esperas  que  torne. 
¡ Pan \...  ¿ Dónde  estás  que,  á  esta  larga  distancia, 
tu  flauta  es  sólo  ancestral  resonancia, 
mitología  tu  frente  bicorne? 

Eduardo  MARQUINA. 


—    Itío 


GaUría  de  "a|)olo" 


PKREZ    Y    CÜRIS 


—  167  — 


Oe  **£l  í)o«ttta   d«  los  b^sos" 


rioGturno 


Llegué  á  tu  lecho.  Encima  de  la  almohada 
Yacían  en  desorden  tus  cabellos; 
Me  incline'  sobre  tí  sin. decir  nada^ 
Mire  tus  labios  y  cante'  con  ellos. 

La  canción  de  mis  labios,  la  exaltada 
Canción  te  despertó,  y  á  los  destellos 
De  tus  pupilas  frágiles  mi  helada 
Mano  hundióse  en  el  mar  de  tus  cabellos. 

Afuera  el  flébil  ulular  del  viento 
Y  en  la  alcoba  el  rumor  de  tus  suspiros, 
Ambos  me  emocionaron  como  un  lento 

Miserere  invernal  ó  una  elegía 
Que  retornara  con  pausados  giros 
De  la  edad  de  mi  cruel  melancolía. 


Desde  el  sendepo 

Opimo  de  violetas  el  sendero 
En  la  luz  del  crepúsculo  se  anega, 

Y  al  torvo  frío  del  invierno  entrega 
Sus  últimos  despojos  el  otero. 

Su  desnudes  misérrima  el  austero 
Sauce  gime,   y  en  esta  solariega 
Mansión  el  alma  de  los  cisnes  ruega 
Por  la  pálida  lumbre  del  Héspero. 

Vibra  el  ángelus :  llega  á   nuestro  oído 
De  sus  rituales  /nodulos  el  eco 
Vago  y  conmovedor;  el  aterido 

Pájaro  ve  en   los  árboles  la  muerte 

Y  al  posarse  en  el  suyo  -ve  en  un  hueco 
La  compañera  de  su  nido,  inerte. 

PÉREZ   V    CURIS. 


168 


La  l)ova  ütiíca 


Fara   Apolo. 


He  aquí,  amigo  mío,  que  ha  pasa- 
do para  tí  la  hora  de  la  felicidad,  y 
tú    no   la   has   vivido... 

Sí.  la  hora  de  la  felicidad  ha  tem- 
blado, para  tí,  como  una  lágrima 
ingenua  en  los  ojos  de  la  Quimera, 
y  tú  no  la  has  bebido...— no  has  gus- 
tado  su   extraña    sal   divina... 

Como  un  creyente  antiguo  volcado 
ante  el  estupor  del  ídolo,  no  viste 
la  sonrisa  que  transmutó  la  mueca 
bárbara  de  su  rostro,  con  el  encan- 
tamiento   de    la    gracia... 

En  los  labios  esquivos  de  la  Ilu- 
sión, por  un  instante  palpitó  tu  an- 
helo, como  un  supremo  llamamiento, 
y  tú  no  lo  escuchaste...  Tu  oído, 
atento  á  la  palabra  que  te  nombra 
no  supo  oir,  sin  embargo,  en  la  hora 
misma    en    que    tu    dicha    hablaba... 

Y  he  aquí  que  la  hora  de  la  feli 
eidafl  se  ha  desnudado  como  una 
querida  ante  tu  lecho  y  tú  no  has 
gozado.  !  en  tus  pupilas,  ávidas,  la 
voluntad  fulmínea,  sólo  tuvo  un  re- 
lámp.isxo    de    muerte. 


JI 


Ya   uo  más...   Ya   no  más... 

Sólo  una  hora,  en  la  profunda  obs- 
curidad del  cielo,  sobre  tu  tienda  de 
peregrino  que  sacuden  los  vientos 
del  desierto,  rutila  el  astro  heráldi 
co.    que   habla    á    tu    corazón. 

Sólo  una  hora,  en  el  mira.ie  torvo 
de  la  vida,  la  dorada  manzana  de 
la  dicha  pende,  madura,  del  árbol 
del  Destino   . 

Ay,   de  tí,  si  no  la  coges ! 

Ay.  de  ti,  si  tus  ojos  no  ven,  ni 
tus  oídos  no  escuchan,  si  tu  corazón 
no  está  aleteante,  y  tu  voluntad  no 
es  tensa,   como   un  arco!... 

Ay,  de  ti,  si  esa  hora  te  encuentra 


dormido    al   pie   del   árbol — y   te   con- 
templa,   y   pasa... 

Jamás  volverás  á  encontrarla !  ja- 
más tornará  á  tí  la  encarnada  qui- 
mera, con  sus  ojos  de  cambiantes 
reflejos,  y  trayendo  en  sus  manos  el 
don   de   la   caricia   inmortal ! 

III 

La    hora    única ! 

r! Sabes  tú,  ¡oh,  amigo  mío  infeliz! 
—  el  milagro   de  la  hora  única? 

¡Oh,  tú  debes  conocerla...  porque 
ella  ha  palpitado  junto  á  tí,  dentro 
de    ti,    quizas,    amigo    mío ! 

Toda  la  espera  trémula  de  tus  días, 
toda  la  fiebre  insomne  de  tus  noches, 
todo  el  aciago  anhelo  de  tu  ilusión, 
van  hacia  eUa,  con  impetuoso  y  cie- 
go afán,  tal  como  va  la  vida  hacia 
la   muerte. 

Cuando  sientes  en  tu  pecho  la  an- 
íiustia  indefinible  de  un  presentimien- 
to, y  toda  la  sangre  afluye  en  tor- 
bellino á  tu  corazón,  y  te  detienes, 
mudo,  lívido,  como  si  por  primera 
vez  te  interrogaras  á  ti  mismo  y  ha- 
llaras en  ti  un  desconocido,  es  que 
tu  hora  se  acerca,  es  que  tu  hora  ya 
llega,  caminando  por  un  sendero 
oculto,   con  pies  livianos... 

Sientes  oscuramente,  la  proximidad 
de  la  hora  única,  y  por  eso  te  has 
detenido  en  el  camino,  como  aguar- 
dando  la    decisión   de   tu   sentencia. 

Toda  tu  vida  tiembla  á  la  espera 
de  la  desconocida,  y  miras  con 
ojos  turbados,  pasar  los  transeún- 
tes... 

Entre  la  caravana  viene  ella.  Tu 
hora  ha  de  pasar  junto  á  tí,  con- 
fundida en  el  torbellino  de  las  ho- 
ras 15s  menester  que  tus  ojos  la 
reconozcan...   Es  menester  que  se  ilu- 


—  169 


mine  tu  inteligencia,  y  que  tu  vo- 
luntad se  apreste  á  la  conquista... 
Es  menester  que  tu  oído,  atento,  oiga 
lu  voz  en  el  preciso  instante  que  el 
destino   te    nombra. 

Porque  hay  una  hora,  hay  una 
hora  en  toda  vida  en  que  el  deseo  es 
potencia,  y  en  que  el  dorado  fruto 
d>'  la  dicha,  pende  maduro,  del  ár- 
liol    del    destino. 

Una  hora  tan  sólo  en  el  vacío  in- 
finito, en  que  parece  rendirse  ante 
el  Deseo,  toda  la  adversidad  de  la 
Quimera... 

Una  hora  tan  sólo  en  que  el  Deseo 
se  ilumina,  como  los  astros,  y  en 
que  el  torrente  de  la  vida  afluye  á 
él,  tornándolo  fecundo  y  helio  para 
el   Amor. 

¡Hora  sagrada,  divinamente  frágil, 
divinamente  fugitiva,  hora  en  que  to- 
da cosa  vive  su  primavera  triun- 
fal! 

Hora  única,  gestada  en  el  vientre 
de  la  Eternidad,  parida  con  el  dolor 
de  la  belleza,  y  amamantada  en  las 
ubre.-^    del   sufrimiento   humano! 


IV 


Y...,  si  ella  ha  pasado  junto  á  ti  y 
no  la  has  conocido...,  si  tus  manos 
no  la  han  tocado...,  si  tus  ojos  no 
Ii.u.  mirado  en  el  vórtice  de  sus  pu- 
pilas el  signo  misterioso  de  la  sabi- 
duría .,  si  no  has  bebido  en  el  án- 
fora de  su  boca  la  miel  paradisíaca 
del  Deleite  .,  si  no  has  sentido  en- 
tre tus  labios  deslizarse  su  lengua 
como  una  sierpe  que  fuera  buscando 
el  corazón...,  si  entre  las  dos  ajorcas 
de  tus  brazos  crispados,  no  has  sen- 
tido su  cuerpo  contorcionarse  en  un 
espasmo  de  pantera...,  si  no  la  has 
poseído  así,  inmensamente,  hasta 
arrancarle  un  grito  de  dolor...  ¡ay, 
de  ti!.  ya  no  serás  más  que  una 
sombra...,  tu  razón  de  vivir  se  ha 
ido   con   ella! 

Porque    ella     era,     amigo,    tu    hora 


única...  Fué  creada  por  el  destino  pa- 
ra  tí,   y   tú   para   eUa. 

Si  no  supiste  conquistarla,  si  no 
fuiste  capaz  de  extraerle  el  secreto 
de  tu  dicha,  si  la  dejaste  pasar... 
¡eres  más  miserable  que  un  mendi- 
go!... ¡más  inútil  que  un  paralítico! 
m.ás    estéril    que    un    eunuco ! 

Vagarás  por  el  mundo,  pero  no  co- 
mo Ahasveras,  llevado  por  un  an- 
helo eterno,  por  una  eterna  sed,  á 
través  de  los  mares  y  de  los  pueblos 
y   de   la   historia. 

Tú  irás  entre  los  hombres,  con 
apariencia  mansa  de  cordero,  desli- 
zándote   anónimo   y   callado. 

Nadie  al  verte  se  apiadará  de  ti, 
pues  tu  miseria  no  es  la  que  viste 
de  andrajos,  ni  tu  dolor  se  cubre  con 
púrpura    de   tragedia. 

Tu  sufrimiento  obscuro  no  tendrá 
:ii  c'  consuelo  de  ser  bello,  tu  mise- 
ria i  tirauesa  ni  siquiera  podrá  ser 
'occrrida. 

Los  que  viven  en  contacto  contigo 
ignorarán  que  sufres...  Ni  tus  ami- 
gos^ ni  tus  hermanos,  ni  la  mujer 
que  comparte  tu  lecho,  sabrán  ja- 
más tu  pena. 

Tú  solo,  tú  solo,  cuando  golpees 
tu  pecho  con  los  puños,  escucharás 
que  suena  á  hueco,  como  si  fuera  la 
tapa   de  un   ataúd... 

Tú  solo,  tú  solo  sentirás  dentr'o  de 
ti  como  se  pudre  un  muerto,  y  como 
el  frío  que  sientes  nada  puede  cal- 
marlo, y  como  te  persigue  el  olor  á 
la  podre,  á  todas  horas,  hasta  en  la 
horii   del  sueño. 


Amigo  mío !  hermano  mío !  no  me 
mires  con  esos  ojos  vitreos  de  cadá- 
ver, suelta  tu  mano  helada.  .  déja- 
me!,    apártate!  ..  Tengo  miedo  de  ti! 

AüliELio    DEL    HEBRON. 

Montevideo,.    1910  * 


—  170  — 

Prólogo 

De  "Auroral"  del  poeta  Emilio  Trias  Du  Pré 


El  libro  (]ue  habéis  abierto  pertenece  al  más  joven  de  nues- 
tros |>oetas.  No  obstante  su  juventud,  este  nuevo  portalira 
canta  como  un  convencido,  y  sus  estrofas,  ora  ingenuas,  (la 
ingenuidad  es  inherente  al  poeta)  ora  pesimistas  como  la  can- 
ción de  un  paria,  llevan  en  cada  uno  de  sus  versos,  en  cada 
uno  de  sus  giros  rítmicos  y  aterciopelados,  la  dulce  savia  del 
corazón  del  artista.  L'na  psicología  personal,  sutil  v  harto 
definida,  palpita  en  ellas  y  matiza  las  ideas  también  persona- 
les. Por(|ue  Ai'Koi^M.  es  eso  :  un  manojo  de  ideas  en  verso 
expresadas  para  deleite  de  las  almas  que  sueñan  todavía... 

i^milio  Trías  Du  F^ré  ha  bajado  á  la  aiena  de  las  justas  li- 
terarias >in  \acilación  alguna,  \-  triunfará  fácilmente.  I'^ste, 
su  primer  libro,  no  está  como  otros  de  j<')\enes  escritores,  pla- 
gado de  reminiscencias  \-  de  lugares  comunes.  La  imitacié)¡i 
\-  el  cal(-o,  en  los  (|ue  incurre  á  menudo,  creo  (|ue  incons(Meñ- 
temente,  una  gran  ¡jarte  de  nuestra  juventud,  no  se  enseño- 
rea en  sus  páginas  para  goce  de  dómines  ni  de  (TÍticos.  Poesíri 
subjetiva  (|ue  da  las  íntimas  impresiones  de  un  temperamento 
artístico  \  en  la  cual  expone  Trías  Du  l'rt-  sus  humanos  sen- 
timientos \-  su  inagotable  sensibilidad,  tal  es  el  perfume  de 
e>te  lil)r()  tan  lleno  de  \igor  como  exento  de  ñoñas  extra\a- 
gancias   \-  de  infantiles  conceptos. 

lie  observado  en  la  elocuente  simplicidad  de  muchos  de 
estos  cantos  tin  homenaje  de  amor  á  toda  la  Naturaleza,  desde 
le  más  humilde  hasta  lo  más  suntuoso;  i'se  bello  tributo  abre 
el  altTia  del  poeta  v  la  muestra  como  es:  enamorada  de  todo 
cuanto  existe. 


-  171    — 

Entusiasta  panteísta,  yo  he  experimentado  gratísimas  emo- 
ciones leyendo  La  canción  de  la  noche  v  lü  poema  del  invier- 
no, donosa  como  un  madrigal  aquélla,  v  éste  desolado  v  gris 
como  un  paisaje  de  invierno  en  el  que  imprecaran  todos  los 
odios  humanos. 

Y  si  como  poesía  descriptiva  v  de  puro  psicologismo  es 
laudable  El  poema  de  invierno,  los  sonetos  coleccionados  bajo 
el  título  El  paje  son  también  dignos  de  consagracitni  jDor  s'_: 
riqueza  harmónica  y  su  gran  melancolía  sabiamente  expre- 
sada en  los  últimos  versos. 

Merecedora  de  los  más  altos  aplausos  es  asimismo  la  liomo- 
<;eneidad  del  léxico  escogido  por  Trías  í)u  Pré  para  la  cons- 
trucción de  sus  rimas.  Los  poetas  noveles  suelen  usar  \<)c;\- 
blos  altisonantes  que  disuenan  ton  el  conjunto  de  sus  creacio- 
nes V  dan  á  la  euritmia  de  éstas  el  aspecto  de  un  bello  panneai 
(¡ue  fuera  pintorreado  por  profanas  manos.  \i\  estilo  de  este 
p(»eta,  sencillo  v  sin  afectaciones,  como  el  de  julio  b'l()rez  v 
el  del  mexicano  Icaza,  préstase  divinamente  para  la  compe- 
netración de  la  corriente  emotixa  en  el  alma  sensible  de  cuan- 
tos pueden  sentirse  artistas  en  nuestra  época  de  brutal  posi- 
tivismo. De  ahí  tjue  Trías  i)u  Pré  supedite  la  fraseología  ai 
concepto,  sin  dejar  por  eso  de  mostrarse  un  artista  de  la  t-or- 
n-a.  Porcjue  ha\-  belleza  técnica  en  estos  cantos  briosos  (]ue 
resistirán  el  paciente  análisis  de  los  acíidémicos,  de  los  p\'- 
dagogos  V  de  este  halo  de  versificadores  (]ue  tan  pronto  dis- 
cierne títulos  de  notoriedad  (^omo  profana  soberbias  cons;'- 
g:a(-i()nes. 

Bien  es  cierto  C]ue  á  l^milio  irías  l)u  Prt*  no  tiu-  prt-ciso 
decirle  :    i'oeta  :    haz  el   análisis  de  tu   propia  obra. 

pi:ri:'/  \'  ctkis. 

Mavo  '24/910. 


-    172 

Eti  uti  álbum 


Para    Apolo. 

¡  Oh,    hermosa !    i  quién   me    diera, 

de  antiguo  trovador  un  canto  regio 

que   de   tí   digno   fuera 

y   que  hasta  tí   ascendiera 

en    un    sublime    y    cristalino    arpegio ! 

Pudiera,   entonces  mi  canción  sonora. 

á  ti  llegar,  señora, 

luminosa    en    su    gala    y    reverente; 

y    ofrendarte    podría, 

de   tierna   poesía^ 

una   corona   digna  de  tu   frente. 

Pero    si    no    es   pomposa 
para  tu  sien   de  diosa 
.  la   diadema   sencilla   que   te   envío, 
recíbela    piadosa- 
mente  que   es   cariñosa 
ofrenda  para  tí  del  pecho  mío. 


VASQUEZ    YEPES. 

PRIMITIVO     HERRERA 

■♦» 


El  murciélago 


Para    Afolo. 


Extrangero  simbolista,   claudicante  del  Destino, 
Grave  numen  del  IVIistepio,  venerado  en  el  desdén: 
Tú  no  añoras  la  comedia  del  cenáculo  divino, 
Bajo  alientos  de   madonas,  siemprevivas  del   Edén.     ' 

Tus  enfermas  bendiciones  de  la   noche  son  camino 
De  las  líricas  serpientes  sitibundas  que  no  ven  ; 
Y  en   el  jacio  donde  oteas  se   retuerce  el   peregrino 
Blasfemado  como   nunca  por  los  látigos  del  Bien. 

Como  el  Cuervo,   en  tus   infames,  negadoras  sinfonías, 
Has  palpado  con   tus  alas  de   Infortunio,  siempre  frías. 
La  nostálgica  vendimia  que  florece  en    un  dolor...  * 

Eco  — adiós  de  las  tinieblas  y  del  caos  y  la   nada  : 
No  has   logrado  en   mis  jardines   la  azucena   idolatrada, 
IMí  la  eterna   madreselva  de  la  luz  que  ora  de  amor! 

ROCH  NABOULET. 

Montevideo,  r.iio. 


—  173  — 

Mustia 


.4   I't'rez  ¡/  Cvfia,  ponía. 

Jamás  podfé   olvidat>la  I  Pott  siemptte  Isi  adorapa, 
aquella  nubil  vli»gen  ct«a  una  miníatuita  ; 
sus  bpazos  patteeían  de  máfmol  de  Cattpafa 
i  un  ánfora  su  boca  de  eándida  ternui^a. 

Tras  el  susurro  blando  de  la  fontana  elara 
de  ]VIayo  en  una  tarde  deslumbradora  i  pura, 
desvanecióse  el  tinte  de  su  bendita  cara ; 
i  luego  ...  la  llevaron  á  la  amplia  sepultura. 

Aquel  earmín  divino  de  sus  mejillas  cálidas 
enrojeció  una  noche  que  entre  mis  manos  pálidas 
convulso  la   estrechaba  con    ansia   irresistible. 

Por  eso  hoi  que  está  muerta,  de  la  profunda  huesa 
hai   noches  en   t^ue  sueño    que  sale   su  cabeza 
á  hacerme  entre  las  sombras  alguna  mueca  horrible  .  .  . 

Primitivo   HERRERA. 

República  Doniinií'nna. 

»^^ 


Oe  ?xo^iUos  fútiebr^s 

Para    Apolo. 
III 

Ya  no  suena  más  el  piano  de  Julio  }íeppepsx  Reissig  . .  , 
lia  tarde  ha  ido  á  enlutarse  en  el  harem  de  un  visir 
Y  se  ha  llenado    de  sombra   la  bernuza  del  emir 

crepuscular. 

El  cuervo  decorativo  ha  graznado  en  el  muezín 

Se  destrozó  una   niuñcea  en  la  torre  de  marfil 

Se  ha  derramado    un    tintero    y  sangrando  en    el  atril 

Una  balada  florece  eonjo  la  sangre  de  Rysxjt : 

En  la  ruta  en   polvo  de  oro  cayó  el  hijo  de  Phaeton 

Se  ha  quedado  sin  auriga  el  regio  carro  del  Sol. 

E.  IiASCAlMO  TEGÜI. 


174 


DE    LUIS    k.o^e;k.to    :BOZ,j9l. 


Habláis  de  la  amistad.  d<^] 
nmor !  Vanas  palabras !  Vivimos 
como  náufragos,  y  en  este  desespe- 
rante anhelo  de  ser  dichosos,  cada 
uno  se  aterra  á  la  vida,  con  sus 
propias  ganas.  La  existencia  es 
difícil.  Se  bracea  con  angustia, 
se  lucha  á  la  desesperada.  ¡  Yo. 
xi'ilo  //o!  Nada  me  imj)orta,  her- 
mano mío,  si  atrás  qviedas,  reza- 
gado por  la  fatiga  !  No  he  de  ser 
yo.  ciertamente,  quien  vierta  so- 
bre tu  boca  sedienta,  sobre  tu 
trente  quemada  por  la  fiebre,  las 
gotas  del  agua  consoladora !  No ! 
lia  lucha  es  terrible  é  inhumana. 
Por  alcanzar  el  summum  de  mi 
hartazgo,  devoraré  á  mi  amigo,  ú 
mi  líermano. — si  es  preciso.  La 
llora  lia  sonado,  y  la  campana  del 
siglo  llama  á  los  hombres  á  devo- 
rarse á  si  mismos...  ¡  TiOs  antro- 
pófagos ! 

Es  cruel  esto.  Es  horroroso.  V 
■esta  lucha  despiadada  y  caniba- 
lesca  del  fuerte  contra  el  débil, 
ilel  audaz  contra  el  simple,  va  se- 
cando poco  á  poco  la  fuente  cri.s- 
talina  del  sentimiento  en  el  alma 
de  los  hombres,  ^a  misericordia  i-s 
una  deliilidad  y  el  amor  una  co- 
l)ar(lía.  Lleganu)s.  pues,  al  punto 
dv  i)arti(la  de  nuestros  progenito- 
!-es.  los  salvajes,  ó.  mejor  dicho. 
lo.s  bárbaros...  Cumpliremos  den- 
tro de  jioco  nuestra  labor  históri- 
ca, extinguiéndonos  nosotros  mis- 
n\()s.  el  liombi-e  devorando  al  hom- 
bre... 

Sé  bien  que  os  reirés.  vosotro.-, 
ios  imbéciles  que  vagáis  por  esos 
enormes  Hosi)icios  que  se  llaman 
bis  ['niversidades  y  las  Cátedras... 
Xo  ignoro  que  tu.  pobre  diablo  de 
ministril  ;  adiposo  l(>gnleyo  ;  '-as- 
trado  funcionario,  solapado  discí- 
pulo de  Hijiócrates  :    no   ignoro,  lo 


Para    Apolo. 

repito,  que  estiraréis  vuestras  ge- 
tas,  en  un  acceso  de  idiota  hila- 
ridad. Mas,  no  importa !  Porque 
yo  lo  digo  á  vosotros,  los  vagos, 
los  soñadores,  los  filósofos,  los  in- 
dependizados del  medio,  los  que 
formáis,  en  fin,  la  legión  dispersa 
de  los  pequeños  grandes,  mucha- 
chos de  talento:  mirad!  extended 
la  vista  á  vuestro  alrededor!  Ob- 
servad cómo  al  débil  se  le  oprime 
entre  cadenas,  aherrojándolo  en- 
tre las  cuatro  murallas  de  esos 
presidios  que  llámanse  talleres, 
hasta  los  cuales  no  llega  el  menor 
soplo  de  pura  brisa.  Observad  sus 
rostros  amarillos,  angulosos,  can- 
didatos prematuros  á  la  tisis,  á 
la  anemia,  á  la  locura,  al  suicidio! 
Contad  los  latidos,  apagados  é 
inarmónicos,  de  sus  corazones  que 
vivieron  tan  de  prisa!  r!  Acaso  no 
es  ésta  la  manifestación  más  efi- 
ciente de  la  voracidad  del  rico 
ensañándose  en  la  carne  macerada 
por  los  suplicios  de  la  miseria,  de 
los  humildes,  de  los  últimos?... 
^:  No  es.  j>or  ventura,  ésta,  la  obra 
del  jiatrón  avariento,  obra  devo- 
radora  de  vidas  que  son.  por  ley 
natural,  por  ley  humana,  tan  dig- 
nas de  ser  dichosas,  de  ser  entera- 
mente   dichosas? 

Si  qneréis.-^oh.  vosotros,  pe- 
queños grandes  muchachos  de  ta- 
lento, que  me  leéis !— os  mostraré 
un  spcciiiicri .  de  estos  bandoleros 
del  ])oder.  en  cuyo  presidio  se 
agosta  un  puñado  de  existencias 
jóvenes,  en  un  cuarto  obscuro, 
pestilente,  con  la  letrina  á  las 
puertas,  para  dar  riquezas  á  las 
arcas  sucidentas  del  patrón!  ¿Qné 
Gobierno,  qué  autoridad  le  pedi- 
rá cuentas  de  esas  vidas  que,  en 
sus  talleres,  diariamente  inmola? 
rQué     justicia     señalará     ante     el 


-ir*"' 

líí) 


imiiido  la  ergástula  reparadora 
que  debiera  segar  esa  cabeza  in- 
noble ? 

Nadie.  Por  el  contrari.),  jiava 
ol  mundo  es  iin  modelo,  un  in- 
<lustrial  experto  y  económico.  La 
sociedad  le  abre  sus  puertas.  Las 
mujeres  le  sonríen...  Y  hasta  el 
Iltmo.  y  RA'dmo.  señor  Arzobispo 
le  saluda,  al  pasar,  echándole  ben- 
diciones desde  el  fondo  afelpado 
(le  su   lujoso  carruaje... 

II 

V  tú  [jáltdn  víií/cn,  que  me  son 
líes  desde  el  solio  soberano  de  tu 
belleza  casta...  No  creo  en  tus  pa- 
labras. Creo  sólo  en  tu  deseo,  en 
tu  inmenso  y  torturador  deseo... 
Frátíil  maquinita,  carnívora  y  dé- 
l)il  pauterita  de  seda  :  al  través 
de  tu  sonrisa  angélica,  yo  visluni- 
í)r(>  tus  colmillos  que  me  han  de 
inordtM'.  'N'  dentro  de  esa  cabeza 
riinibada  de  oro  ó  de  sombra,  yo 
sé  (]ue  nada  hay,  á  no  ser  el  mis- 
nui  felino  instinto  que  anima  á 
mi    iíata    «Rip». 

V  entre  Rij)  y  téi,  estoy  ])or  ))!('- 
tfi'ir  á  la  primera.  Esta  devora  Á 
sus  gatillos  ;  y  téi.  me  lo  imagino. 
l)i()stituii'ías   él    tus   hijos... 

>;iiiti;tt;<i   de   Cliile. 


in 

V  tií,  //(/  <nni<i<)\  Me  hal)las  ■li' 
la  amistad,  de  las  mujeres,  de  la 
bondad  humana,  como  no  lo  ha- 
ría mejor  un  apóstol  ó  un  maestro 
de    escuela    moral. 

Jja    amistad!    Mientras    un    men- 
drugo  quede   en    mi    uK^sa    h(is])iti 
laria,    tendré    tantos    amibos    coim,) 
moscas    ronden    por   el    aiic. 

Las  mujeres!  Al  ti'av(''s  del  tem- 
bloroso mimo  de  tn^  labio.,  mi 
amada,  mi  apasionada  eaine  ur 
flor, — yo  descubro  las  ansias  de  tu 
apetito  de  'incurable  voluptuosi- 
dad, mientras,  al  través  de  n.i 
vestín,  tu  mirada  se  clava  en  el 
sitio  en  donde  guardo  mi  calie- 
ra   de    piel    de    Husia... 

Y  la  bondad  P  ¡  Palabras!  .Me 
diréis  que  á  diario  los  periéxlici- 
citan  los  nombres  d»'  las  damas  y 
los  señores  ((fihíntropos)) ...  ¡  l'ala- 
bras !  La  caridad,  el  bien,  el  sen- 
timiento... ¡  ])nra  fars;i  !  Ks  el 
ansia  de  ])nl)licidad.  la  satisfaccK  n 
del  es))íritu  vanidoso  y  pueril  In 
que  muev(>  é\  esos  séitrapas  y  á  es.i- 
Mesalinas  éi  arrojar  una  iiiigüja 
(pU'  les  sobi-a  de  sus  .iestuK-s.  .>o- 
bre  el  hogar  desmantelado  del 
hand)riento. 

Lris    HOREinO    WO'AX: 


CL.2PS-KLO     DE     LUISr^Pi. 


Quiero    vivir    la     vida     tic     los    éxtasis. 
Sustent(í  por  la  luz  de  una  mirada 
Ksa    vida    tranquila    que    refleja 
Sn  feudo  puro,  como  una  agua  clara 

Quiero    seiuir    el    vth-tigo    de    dicha 
Q\u-   procede    al   vibrar   de   imas   pala 

[bras. 
'.Vunque    luego    esa    dicha    se    destruya 
-VI  rodar  por  los  antros  de  la   Nada.  . 

Quiei'o    vivir   la   vida    del   poeta. 

Con   un   mundo  de  ensueños  en  el  alma. 


Vttru     AfOLu 
Quiero    sentir    de    mi    interloi-    alzai->e 
Del    rojo    IJía,    la    esplendente    alba  ' 

Quiero    el    contagio    ile    un    amor    une 

Tema  lie 
lila     caricia    eterna,    delicada. 
V    en    una    etérea    sensación    me   excite 
.V    lanzar  sempiterno  y  fausto  hosanna  I 

Quiero    vivir    la    vida    de    los    é.xtasis. 
Sustento   por   la   luz   de   una    mirada 
Esa   vida  tranquila   que   refleja 
Su  fondo  puro,  como  una  asiUíi  clara    . 
SILVA  SERRANO. 


—   176  — 

La  mu^rU  del  Gistie 


Pnru    ArOLO. 


A  una  ¡poetisa. 


Címbula  negra  que  impasible  cruza 

El  íérvido  helesponto 
De  la  gesta  de  eróticas  leyendas, 

Los  tiempos  mitológicos. 

La  Tradición,  sibila  del  pasado. 

Vuelto  hacia  atrás  el  rostro. 
Del  canto  que  seduce  y  la  tristeza 
Nos  revela  el  connubio  misterioso. 

Que  á  la  caricia  lene 
Del  ritmo  sonoroso 
Incentivo  al  placer,  sigue  el  acerbo 
De  un  íntimo  remorso. 

Con  el  blanco  disfraz  de  niveas  plumas, 
Cabe  el  río  sagrado  del  laconio. 
Gozar  pudo  de  un  rey  la  esposa  bella 
Júpiter  poderoso. 

Como  Danae,  la  princesa  argiva 

A  quien  el  ardoroso 
Rgv  del  Olimpo  fecundó  lascivo 

Con   una  lluvia  de  oro, 

Nü  quiso  la  ultrajada  del  Eurotas 

Al  dios  guardar  encono. 
Mas,  de  entonces,  presagio  de  su  muerte 
Es  del  Cisne  el  cántico  armonioso. 

II 

V^ibrando  poderosa 
Como  un   timelo  bronceo, 
La  voz  de  la  Sibila 
Que  llega  hasta  nosotros, 
De   estas  ansias  agónicas  nos  dice. 
Del   fondo  de  su  antro  pavoroso. 

Cuando  de  Caisthro  flotan 

Los  fébridos  despojos 
Sobre  el  cristal  de  las  cerúleas  aguas 
Que  agitó  con  espasmo  doloroso. 


—  177     - 

Cavan  su  sepultura 
Del  Hectrópa  en  el  arduo  promontorio, 
En  la  orilla  apartada  de  aquel  río 

Que  él  amó  sobre  todo. 

Para  que  la  de  Leda  sombra  amante 
De  su  cantor  no  busque  ya  el  consorcio, 

Ni  de  su  carne  mórbida 
Se  reanime  el  deseo  voluptuoso. 

Ah !  si  tú,  como  el  Ánade,  pudieras 

Del  cavo  pecho  en  lo  hondo 
Sepultar  tu  dolor,  y  alegres  notas 
Punteara  tu  plectro  melodioso ; 

Si  tu  laúd  ahogara  entre  sus  cuerdas 

El  último  sollozo. 
La  virgen  Poesía  tu  alba  frente 
Circundara  con  nimbo  más  radioso. 

Cual  la  esposa  de  Tíndaro,  la  pena 
No  turbe  con  sus   ansias  tu  reposo. 
Tiernos  cantos  de  amor  tu  lira  vibre 
Dulce  poetisa,  ruiseñor  canoro. 

Adriano  M.  AGblAR. 


«♦» 


Oe  ''tos  ^tisu^ííos  d^l  Jardín" 


Faru    Apolo. 


Lia  adofaeión 

Llegó  la  sombra  á  tu  redor,  callatla 
como  un  ladrón  que  duda  temeroso  ; 
por  no  turbar  tu  lánguido  reposo 
la  brisa  se  aquietó  maravillada. 

Sobre  el  césped  magníñco,  sentada 
con  tu  blanco  vestido  vaporoso, 
me  pareciste  un  ángel   delicioso 
perdido  en  la  glorieta  de  algún  bada... 

Me  arrodillé  ante  ti  ;  junté  las  manos 
y  te  adoré  confuso  y  febriccntc 
como  adoran  al  Dios  de  lo  infinito  .  .  . 

Despertaron  tus  ojos  soberanos 
y  al  mirarme  espantada  y  sonriente 
mi  boca  pálida  bebi<)  tu  grito  ! 


Iios  ensueños  heprnanos 

Bogaban  en  los  mares  de  tus  ojos 
de  la  ilusión  los  candidos  b.-ijeles  ; 
una  colmena  de  odorantes  mieles 
se  opalizaba  entre  tus  labios  rojos. 

Entre  la  íioración  de  tus  antojos 
se  elaboraban  tus  paisajes  fieles 
y  el  secreto  pintor,  con  sus  pinceles 
carminaba  tu  jiiel  con  los  sonrojos. 

De  mis  labios  las  liondaN  amarguras 
volqué  en  tu  boca  que   vertió  dulzuras  . 
y  al  aspirar  tus  s'racias  adormidas 

pude  después  de  un  meditado  empeño, 
armonizar  mi  sueño  con  tu  sueño, 
¡  como  dos  aves  en  un  vuelo  tniidas  .' 

Alhertu  LASPLACES. 


178 


ALTCíL'STi)    MAK'T'XK/C    OhMRDILLA 


Filosofíslíca 


/•.■.<;./ 


í   hi¡  ni i:  1,1 


Cartcí.   í  I.i 


Ab;iii(loiiciU()s  \a  el  romanti- 
cisiuü.  Viene-  (üi  la  adolescencia, 
pero  en  la  juventud  es  grotesco. 

Los  sentimientos  son  lo  que  los 
surcos  hechos  en  la  arena:  pro- 
fundos <')  le\"es,  v;ui  llenándose, 
muy  lenta  pero  incesantemente, 
liasta  desapare::er  por  completo. 

Las  pasiones  niñs  intensas,  ba 
jo  la  acción  di'l  tiempo,  sufren 
lo  que  las  rosas  rojas  bajo  la  ca- 
ricia iWA  sol.  el  descoloi'amiento, 
que  llega  hasta  el  tinte  palidísi- 
mo qu(!  simboliza  al  Olvido.  Y 
éste  es  señor  del  mundo  psíqui- 
co al  igual  (jue  la,  Muerte  es  dio- 
sa del  co;-i»;')re,o.  Ya\  sus  senos  no 


cabe  la  excelsitud  de  lo  eter- 
no. Abren  sus  criptas  bajo  lo 
que  empieza  á  vivir  demasia- 
do, porque  su  desaparición  es 
necesaria  á  la  «  vida  nueva  ». 
¡  Ay  !  y  no  se  olvida  —  como 
no  se  muere  —  porque  se  de- 
see. No  cae  bruscamente  el 
huésped  funeral ;  viene  como 
la  nocturna  sombra:  lento 
pero  inexorable. 
Y  yo  he  olvidado. 
¿  Por  qué  ? 

No  por  la  miseria  espiritual 
de  que  se  acusa  á  la  infor 
tunada  especie  humana,  sino 
por  la  ausencia,  verdadera 
asesina  del  amor,  y  por  el 
tiempo  que  tanto  agosta  y 
hace  caer  las  hojas  de  los 
rosales  en  nuestro  huerto, 
como  atenúa  (  hasta  borrar- 
las por  completo)  las  afec- 
ciones dentro  el  pecho. 

No  nos  culpemos,  pues ;  ellos 
lo  han  verificado.  Sti  obra  no 
merece    el    anatema ;     resigna- 
ción, acaso  gratitud. 

,:  Por  qué  tardamos  tanto  ? 
.Si  interrogas  á  las  hondas  ca- 
vernas por  qué  en  su  fondo  se 
siente  el  frío  ;  te  dirán  que  es  la 
lejanía  del  sol :  así,  el  corazón  del 
amante. 

La  presencia  no  se  sustituye 
con  nada.  El  recuerdo  es  pro- 
yección desfigurada  ;  sombra  bo- 
rrosa. 

Nada  perdura  sobre  la  mísera 
tierra ;  no  digas  que  tu  dolor 
perdurará.  Tanto  cicatriza  la  he- 
rida hecha  en  el  tronco  joven 
por  afilada  hacha,  como  la  que 
deja  el  dolor  en  los  corazones 
tiernos.  El  rocío  no  se  eterniza 
en  la  corola  de  la  ñor,  ni  el  llan- 
to en  la  mejilla  humana. 

En  tus  nuevos  amores,  cuida 
de  estar  presente ;  la  presencia 
alimenta  y  mantiene  en  pie  aj 


MISSING  PAGE(S) 


-  183    - 

fttitífotia  Madrigalesca 


Potir  Mademoiselle  Jeanette. 


Para   Apolo. 


Quémame  en  tus  ansias  locas  Apiádftte  de  mi  ui;il, 

pecadora  que  provocas  que  así  mi  amor  augura! 

el  afán  de  tantas  bocas.  tendrá  su  aurora  inmortal. 


Con  sus  perversos  enojos, 
los  verdugos  de  tus  ojos 
mi  senda  cubren  de  abrojos. 

Que  tus  manos  femeninas, 
con  sus  suavidades  fina,s, 
libren  mi  frente  de  espinas. 

Y  tus  caricias  aleves, 

(  caben  alfileres  breves  ), 
mis  penas  hagan  más  leves. 

Haz  que  tu  joven  poeta 
se  extasíe  en  tu  secreta 
ojera  color  violera. 

Dejando  de  ser  esquiva, 
dame  la  llama  que  aviva 
tu  crueldad  sensitiva  ; 

Que  á  tu  boca  como  rosa, 
mi  boca  que  es  mariposa, 
irá  á  libar  amorosa. 

Por  tus  sensuales  abrazos, 
soTIaré  con  tiernos  lazos 
cuando  me  duerma  en  tus  brazos. 

Y  en  ese  soñar  ardiente 
me  hará  delirar  vehemente 
tu  hiperestesia  ferviente  . 

Si  á  tu  frescura  de  Abril, 
es  mi  exaltación  gentil 
y  mi  palabra  sutil; 


( Esta  antífona  elegante 
fué  escrita  por  un  amante 
con  la  sangre  iIcí  n:i  tais.án  ; 
es  un  elogio  galante' 
del  tiempo  (le  L'Isie  Adaní  ). 

Carlos  :\íaría  DE  VALLEJO. 

Monteviiieo. 


■áE    t.    ^Jk    lk 


Emilio  Trías  Du  Pré 


184 


CIELO   i¿'  ixla.:el 


•  POK 

Margarita,  está  linda  la  mar,  y  el 
viento  lleva  esencia  sutil  de  azahar. 
Yo  siento  en  el  alma  una  alondra 
cantar :  tu  acento  Margarita :  te  voy 
á  contar  un  cuento. 

Este  era  un  rey  que  tenía  un  pa- 
lacio de  diamantes,  una  tienda  he- 
cha del  día  y  un  rebaño  de  elefan- 
tes ;  un  trono  de  malaquita,  un  gran 
manto  de  tisú  y  una  gentil  prin- 
cesita,  tan  bonita,  Margarita,  tan  bo- 
nita como  tú. 

Una  tarde  la  princesa  vio  una  es- 
trena aparecer.  La  princesa  era  tra- 
viesa y  la  quiso  ir  á  coger. 

La  quería  para  hacerla  decorar  un 
prendedor,  con  un  verso  y  una  perla, 
una   pluma   y   una   flor. 

Las  princesas  primorosas  se  pare- 
cen mucho  á  tí :  cortan  lirios,  cortan 
rosas,  cortan  astros :  son  así.  Pues  se 
fué  la  niña  bella,  bajo  ei  cielo  y 
sobre  el  mar,  á  cortar  la  blanca,  es- 
trella que  la   bacía  suspíra^r. 

y  siguió  camino  arriba  por  la  luna 
y  sobre  el  mar;  mas  lo  malo  es  que 
eVLa,  iba  sin  permiso  del  papá. 

Cuando  estuvo  ya  de  vuelta  de  los 
parques  de!  Señor,  se  miraba  toda  en- 
vuelta en  un  dulce  resplandor. 

y  el  rey  dijo,  ¿qué  te  has  hecho? 
Te  he  -buscado  y  no  te  hallé ;   y  qué 


MA) 

tienes  en  el  pecho^   que  encendido  se 
te  ve? 

La  princesa  no  mentía,  y  así  dijo 
la  verdad :  fui  á  cortar  la  estrella  mía, 
á  la  azul  inmensidad. 

Y  el  Rey  clama :  «No  te  he  dicho 
que  el  azul  no  hay  que  tocar?  ¡Qué 
locura !  ¡  qué  capricho !  El  Señor  se  va 
á  enojar. 

Y  ella  dice:  «No  hubo  intento,  yo 
me  fui,  no  sé  porqué;  por  las  olas,  en 
el  viento,  fui  á  la  estrella  y  la  corté». 

Y  el  papá  dice  enojado :  «Un  castigo 
has  de  tener;  vuelve  al  cielo,  y  lo  ro- 
bado vas  ahora  á  devolver». 

La  princesa  se  entristece  por  su  dul- 
ce flor  de  luz,  cuando  entonces  apare- 
ce, sonriendo,  el  buen  Jesús. 

Y  así  dice :  «En  mis  campiñas  esa 
flor  yo  se  la  di :  son  mis  flores  de  las 
i.iñas  que  al  soñar  piensan  en  mí». 

Viste  el  rey  ropas  brillantes,  y  lue- 
go hace  desfilar  cuatrocientos  elefantes 
á  la  orilla  de  la  mar. 

La  princesita  está  bella,  pues  ya  tie- 
ne prendedor  en  que  lucen  con  la  es- 
trella, verso,  perla,  pluma  y  flor. 

Margarita,  esta  linda  la  mar,  y  el 
viento  lleva  esencia  sutil  -  de  azahar : 
tu  aliento :  guarda,  niña,  un  gentil 
pensamiento  del  que  un  día  te  quiso 
contar  un  cuento. 

RüBEN  DARÍO. 


iDmj^  f'íPs.isaje: 


Para  Israel,   Vi'sr/nc:.    Yi'pe»,  ruspiHuonamente. 


Se  inquietan  al  impulso  del  ambiente 
Las  frondas   neurasténicas  y  hurañas, 
y  fingen  enigmáticas  pestañas 
Que   velan   á  la  límpida   corriente. 

Gomo  en  la  paz  de  un  lienzo  tras- 

[parente 
^e    ven   surgir   imágenes   extrañas 
Copiándose  el  ramaje  en  las  entrañas 
Azules  y  movibles  de  la  fuente. 


Emergen  de  la  vega  los  aromas 
Cuando   tu    busto   de   querub   asomas 
Entre  las  hebras  del  juncal  espeso. 

Y  es  allí  cuando  entonces  me  provoca 
Probarme  las  dulzuras  de  tu  boca 
Con  las  lubricidades  de  mi  beso. 


Tobías  CASTAÑEDA. 


Colombia    1910, 


—  185  ~ 

Relralo   d«  Juati  Motilagtie 


Para    Apoto. 


¿Ves  el  daguerreotipo  que  resguarda 
un  marco  oval  y  negro?- 

Precisamente.  Aunque  está  umbroso  el  cuarto, 

allégate  y  verás  qué  raro  y  bueno 

ese  rostro  de  un  hombre  cuya  mano 

en  actitud  juramental  ha  puesto 
con  ademán  tan  digno 
abierta  sobre  el  pecho 

que  una  banda  de  ocultos  signos  dé  oro 

cruza  por  sobre  el  hábito  severo. 


Mira,  míralo,  y  guarda 

la  imagen  y  su  aspecto. 
Frente  anchurosa  y  calma:  no  hay  tortuoso 

ni  vano  pensamiento 
en  esa  frente  que  contornan  grises 

dulces  cabellos. 


Los   extraños  ojos 
tienen  claror  de  un  alba  en  mar  abierto. 
Sobre  la  boca  noble,  bien  cerrada, 
narinas  aptas  á  espacioso  aliento. 
Y  cima  el  labio  y  en  la  barba,  afeites 
según   se  usaba  en  los  patricios  tiempos. 

Mas,  sobre  la  corbata  que  diez  veces 

rodea  el  amplio  cuello, 
qué  imponente  ademán  el  de  esa  mano 
laboriosa,  posándose  en  el  pecho 
sencillamente.  Arroba  más  al  alma 
que  la  banda  y  sus  oros  de  misterios. 

Mira,  míralo,  y  sabe 
que  ese  antiguo  sefior  fué  nuestro  abuelo, 
á  quien  no  conocimos  y  hoy  nos  guarda,     . 
porque  es  dios  tutelar-de  este  aposento. 

■  ..•"■.■.        - .  '  *  ■  ■  \ 

Edmundo  MONTAGÑE, 


186 


Fágitia  artística 


^     —  187  — 

Primitas  IrisUzas 


Para  F.  Martínez  Rifas. 


Esta  tarde  los  niños  están  tristes.  Pesarosos,  medi- 
tativos, cuchichean  en  el  jardín  solitario. 

El  jardín  también  está  triste :  el  invierno  se  robó 
todas  las  flores  y  todos  los   perfumes. 

Están  tristes  los  niños ...  y  ellos  no  lo  saben.  Tienen 
la  tristeza  que  deben  sentir  las  aves  cuando  un  poco 
de  viento  les  desbarata  el  nido:  una  tristeza  inmensa, 
pero  inconsciente  y  vaga. 

Todas  las  tardes,  en  ese  mismo  jardín,  una  abue- 
lita  de  cabellos  blancos  y  de  dulce  voz  temblorosa  les 
contaba  cuentos  maravillosos. 

Y  esta  tarde  no  viene  la  anciana.  La  anciana  se 
fué  muy  lejos ...  y  los  niños  no  saben  á  dónde.  Y 
están  tristes:  son  las  primeras  amarguras  que  llegan, 
son  los  primeros  dolores  que  muerden. 

Poco  á  poco  va  llegando  la  noche.  Hay  mucha 
tristeza.  A  intervalos  cae  una  lluvia  menudita  y  tenue. 
Se  diría  que  el  cielo  también  está  triste ...  y  que  llora. 

Los  niños  cuchichean  en  el  jardín  solitario.  Espe- 
ran que  llegue  la  anciana . .  pero  ella  no  ha  de  venir. 

La  dulce  abuelita  de  cabellos  blancos  3^  voz  tem- 
blorosa se  fué  para  un  país  lejano,  muy  lejano,  y  no 
ha  de  volver  nunca...  y  con  Ella  se  fueron  los  cuen- 
tos maravillosos.  La  dulce  abuelita  duerme  bajo  un 
montón  de  tierra  allá  lejos,  muy  lejos.  En  un  cemen- 
terio ruinoso  abrieron  un  sepulcro  muy  hondo,  y  ahí 
la  arrojaron  por  misericordia:  sin  oraciones,  sin  lágri- 
mas, sin  flores.  Ahí  la  arrojaron  como  se  arroja  una 
cosa.  Era  pobre  la  anciana...  y  á  los  pobres  los  en- 
tierran  así... 

Cae  la  noche.  En  el  jardín  solitario  los  niños  llo- 
ran porque  esta  tarde  no  ha  venido  la  dulce  abuelita 
de  cabellos  blancos,  que  les  contaba  cuentos  maravi- 
llosos. 

Los  niños  cuchichean...  y  no  saben  que  están  tris- 
tes. Y  la  anciana  se  fué  para  un  país  lejano,  muy 
lejano. 

Ernesto  SARAVIA  MATEUS. 


188 


Breviario  epistolar 


Augusto  Martínez  Olmedilt.a. 
— Madrid. — Muchas  gracias  por 
todo.  En  breve  recibirá  carta  mía. 

Manuel  Tjgarte. — París. — H^a 
llegado  á  mi  poder  «Cuentos  Ar- 
gentinos ».  Me  ocuparé  de  ese  li- 
bro en  uno  de  los  próximos  nú- 
meros. Le  agradezco  el  envío  y  el 
cariñoso    recuerdo. 

M.  Moreno  Alba. — Burranqni- 
11a  de  Colombia. — Va  en  este  nú- 
mero.   Gracias. 

A.  O.  Ll. — Montevideo. — «Ba.)0 
LAS  estrellas»  uo  se  publicará. 
Esa  composición  está  escrita,  par- 
te en   catalán  y  parte  en  español. 

Primitivo  Herrera. — Santo  TJo- 
mingo. — Recibí  «Helios».  ¡Ade- 
lante ! 

Luis  Roberto  Boza. — Santin'jo 
de  Chile. — Su  composición  vino 
sin  título.  ñFué  olvido,  acaso? 
Agradezco  mucho  su  recuerdo. 

Miguel  Luis  Rocuant. — Santia- 
(jn  (h  Chile. — ((Ronda»  no  se  pu- 
blicó antes  por  exceso  de  mate- 
rial. ¿Y  la  revista  Selecta?  No 
he   recibido  sino  un   número. 

Edmundo  Montagne.  —  Buenos 
Aires. — Le  envío  <(Apolo».  Graciis 
por  su   colaboración. 


Benigno  Várela.  —  Madrid.  — 
((Fifí»  no  se  publicó  por  estar  en 
venta  el  libro  del  cual  forma  par- 
te. Y  «Apolo»,  salvo  raras  excey)- 
ciones,  no  publica  sino  materiales 
inéditos  ó  poco  conocidos.  Envíe 
algo  inédito  y  se  le  publicará  con 
mucho  gusto. 

Alejandro  3ux. — París. — Reci- 
bí su  libro  «Cantos  de  Rebelión». 
Le  agradezco  el  envío  pero  no  lo 
felicito,  porque  esperaba  otra  cosa 
de  usted.  El  escritor  que,  desde 
las  columnas  de  <(La  Actualidad», 
señala  fácilmente  los  defectos  de 
muchos  buenos  poetas  de  Améri- 
ca, pretendiendo  ser  algo  así  como 
el  padre  espiritual  de  las  nuevas 
generaciones,  estaba  obligado  á 
producir  algo  mejor.  Y  usted,  con 
ese  libro,  no  ha  logrado  ponerse 
á  la  altura  de  aquellos  poetas  en 
quienes  encuentra  tantos  errores. 
Lamento  tener  que  castigarlo  en 
esta  ocasión,  y  sin  pretensiones  de 
maestro,  porque  odio  ese  título, 
le  ruego  que  lea  más  y  trate  de 
ser  un  poco  original  siquiera,  pa- 
ra   conseguir   el   triunfo. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


-•♦*- 


te5.i:buto 


Siembras  ángel  de  amor  en  tu  camino 
Olivos  de  virtud  y  de  belleza. 
Lanza  tu  aliento  aromas,  la  pureza 
Es  tu  fiel  compañera,  el  peregrino 

Derrama  de  sus  cautos  el  más  fino, 
A  tus  plantas  ¡Oh  Maga!...  y  contris- 

rteza 
Deja  Una  flot  de  paz  ea  tu  c»bdZa, 
Zagala    encantadora...    Y    si    Longiao 


Oh  trágico   deicida!...   con  anhelo 
Rasgó  el  costado  santo,  y  loe  dolores 
Izaron  de  Jesús  su  negro  velo, 

La   turba   de   tus   iloil   admiradores 
Levantan  coú  amor  sobre  tu  su«lo 
Augusto  pedestal  de  ricas  flores. 


TOBÍAS  CASTAÑEDA. 


Colombia  1910. 


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I  par- 
Ecep- 
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CATALOGO    DE    LA    «  LIBRERÍA    MERCURIO » 


Obras  de  la  Condesa  de  Pardo  Bazán 


1 — La    cuestión     palpitante 

2 — La    Piedra    Angular    (novela) 

3 — Los   Pazos   de   üUoa   (novela) 

4 — La   Madre  Naturaleza   (novela) 

5 — Cuentos   de    Marineda 

6 — Polémicas   y    Estudios    Literarios 

7 — Insolación — Morriña    (dos    novelas    amorosas) 

8 — La     Tribuna     (novela) 

9 — De     mi      Tierra 

10 — Cuentos    nuevos 

11 — Doña    Milagros    (novela) 

12 — Los   Poetas   épicos   cristianos 

13 — Novelas    ejemplares    

14 — Memorias    de    un    solterón    (novela) 

15 — El  Saludo  de  las  Brujas  (novela) 

16 — ( aientos    de    Amor 

1 7 — (  uenf os    sacro-profanos    

18-F.l    niño   de   Guzmán 

J9--A1  pie  de  la  Torre  Eiffel — Por  Francia  y  por 

Alemania       

2(1   -Un    Destripador    de    Antaño 

21— Cuarenta   días   en    la   Exposición 

22 — Una   Cristiana — La   Prueba   (novelas) 

23 — En    tranvía    (Cuentos    dramáticos) 

24- -De  Siglo  á  Siglo  (1896-1901) 

2; — Cuentos    de    Navidad    y    Reyes. — Cuentos    de 

la     Patria. — Cuentos    Antiguos 

26— Por    la    Europa    Católica 

27 — San  Francisco  de  Asis  (primera  parte) 

28 — San  Francisco  de  Asis  (2.''>  y  última  parte)... 

29 — La    Quimera    (novela) 

30 — Un    Viaje    de    Novios. — El   Tesoro   de    Gastón 

(novelas)    

31 — El    Fondo    del    Alma    (cuentos) 

32 — Retratos  y  Apuntes  Literarios  (primera  serie 

33 — La  Revolución  y  la  Novela  en  Rusia 

34 — Mi    Romería 

35 — 'i'eatro     

36 — Sud-Exprés      (cuentos) 

37 — La    Literatura   francesa    moderna — I.    El   Ro- 
manticismo        

Los  Franciscanos  y  Colón   (conferencia) 

Colección  completa  del  Nuevo  Teatro  Crítico 


1  tomo  $  0.75 

1       )) 

.)  0.75 

1       » 

.)  0.90 

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.)  0.90 

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..  1.15 

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>x  1.00 

»  0.50 

»  5.00 

10  CATVLOGO    DE    LA      <r  LIBRP^RÍA    MPÍRCURKl» 


Biblioteca    Clásica 

LIBROS    KNíüADKRXADOS   EN   PASTA  ESPAÑOLA,    (ADA  TOMO   $  O.80 

Clásicos    Griegos 

Tomoi 

Hoiiitro     La     lliutla ».  3 

» La    Odisea 2 

til  nxhito Los  nueve  libros  de  la  Historia  2 

riiit'irco    '. jjas    Vid;ís    paralelas ó 

- 1  nstófa  nes 1  catre    completo 3 

i  (it'tfis    Bucólicos (Teócrito,    Bioii  y  Mosco) 1 

¡'¡iidaro     Odas I 

I-Jsq uilo 'Featro    Completo 1 

'J'ucididcs      Historia   de    la    «guerra   del   Pe- 

lopont'so      2 

X  i'iiofonte     lias     Lieléiiicas 1 

>'  La     Cyropedia 1 

>'  Historia  de  la  entrada  de  Cyro 

(1    Menor    en    Asia \ 

Luciano     Obras    completas 4 

■  ^ri'inno     Expediciones    de    Alejandro 1 

l'iuias  Líriros  (Anacreonte,  Safo,  Tirteo,  Si- 
món ides,  Arquílogo,  Aristó- 
teles,    Meleagro,     etc.) 1 

f'^'lil'io Historia    l'.niversal    durante    la 

Re})úi)liea      Romana   ."5 

¡'hitan ^    La     Heipiíblica 2 

Didgcnrs     Larrcio Vida  y  opiniones  de  los  filósofos 

más     ilustres 2 

Mr,niJ¡.st<is     (Marco    Aurelio,    Teofrasto,    Ce- 

l)es,    Epicteto)    J 

■los(fn    Historia    de   las   guerras   de  los 

Judíos     2 

í  sorra  fes    Oraciones    políticas     2 

Clásicos    Latinos 

Tomoi 

I  trgilin     La     Eneida     2 

»  Églogas    y    Geórgicas 1 

Cicerón     Obras     completas 17 

Tá'ifo     Los    Anales    2 

>)        Las    Historias 1 

Sal  II  si  ¡(I     Conjuración     de    Catilina 1 

<'(''S(ir Los    Comentarios     2 

Sni'tonin    Vida  de  los  doce  Césares 1 

>  ('  n  c-ra epístolas     Morales 1 

»        Tratados    filosóficos 2 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


A  dmi  nistrador: 
JL.TJIS      PÉREZ 


Redaóolón    y  A.d»iinistraoión: 
TREINTA  Y  TKES,      TS 


ANO  V 


Montevideo,  Octubre  de  1910 


N.«44 


E^lo^o 


Para    Apou) 


La.    qtiise    con    a.ma.bl<s    dL«se;in.fr«aao, 
talv^z:    la.    aimaba    con.    id.ola.tria.  j 
Sobr^    la.    gloria    blanca,    de:    six    se;in.o 
eoMao     lin     rxirio     travie;so     ame     dormía. 


Qutiss^    e;«.    "u-ano    salvarla    de;    aqixe^l    cie^rio 
doiade:    le:    laa,llé    qtie;    raaiifxa.ga.ba.    ixn    día, 
"^iT    desde:    entonces    al    lna.eeriM.e    btxen.Of 
la    n.imbé    de    ea.riño    y    poesía. 

Soñó    nai    empeño    eon.qtd.istar    la.    gloria, 
pa.ra.    eactingtxir    eon.    ella,    de    stx    Trida, 
la    sombra    in.fa-u.sta    qt^s    dejó    la.    escoria; 

le    d.í    nai    jtxven.ttxd,    «ai    ssLn.gre,    todo, 
por    a.lean.zar    á    -u-erla.    redimida 
de    XXZ2.    SLzxtxo    de    miserias    y    de    lodo  .  .  . 


Caracas. 


fcrt4.an    SEK.K-Í1NO 


—  230 


La  Ucatón  d^  las  a^uas 


Linfas  errantes  que  la  madre 
Gravedad  arrastra,  sonorosas,  con 
arrullos,  balbuceo  de  infancia,  por 
el  flanco  de  la  montaña,  al  pie  de 
las  colinas,  á  la  sombra  de  los  bos- 
ques, en  el  valle  tendido  como  la 
palma  de  una  mano  abierta  ; 

La  madre  Gravedad  os  junta  en 
el  cauce  hospitalario,  las  de  acá 
con  esotras,  con  las  de  más  allá  ; 
Ya  sois  río  ;  atrás  quedaron  los 
arrebatos  torrentosos,  el  enarcado 
salto,  el  choque  con  las  peñas,  la 
espuma  blanca  con  sus  miles  de 
pupilas  que  el  sol  irisa,  que  pla- 
tea la  luna,  deshechas  en  el  aire, 
sin  dejar  más  huella  que  el  ala  de 
una  alondra. 

Ya  sois  río ;  la  madurez  trajo 
la  serenidad ;  os  deslizáis  quedas, 
casi  sin  rumor,  por  las  anchas  ve- 
gas susurrando  vuestro  mensaje 
da  bendición  á  las  márgenes  ami- 
gas, de  doradas  arenas,  de  bruñi- 
dos guijarros,  ó  de  verde  revesti- 
das con  yerbas  y  con  plantas,  co- 
mo atavío  de  gala  á  vuestro  pa- 
se,  evocador  de  la  vida. 

Linfas  errantes,  espejo  peregri- 
na dé  cuanta  cosa  creada  se  aso- 
ma á  vuestra  faz ;  profundidad 
de  cielo,  vagar  de  nubes,  resplan- 
dor de  astro,  sombra  de  selvas  y 
— de  la  humana  efímera  labor — 
da  los  niuros  y  las  frágiles  flotan- 
tes fábricas. 

En  cárceles  de  piedra  os  ence- 
rraron y,  la  sacra  libertad  perdi- 
da, ya  no  vagiáis  sobre  el  pecho  de 
la  tierra  al  impulso  de  lo  que  fue- 
ra vuestro  instinto.  ¡  Linfas  pri- 
sioneras, linfas  esclavas ! 


Vosotras  que  vivís  con  las  eda- 
des,   en   la   eterna   transformación 


de  la  materia,  que  no  muere  para 
la  tierra,  ó  huye  de  ellas  como  el 
espíritu,  carecéis  del  don  fatal 
de  la  memoria ;  no  conocéis  el  do- 
lor indeleble,   ni  la   dicha  vana. 

Donde  hoy  os  oprimen  rígidos 
muros,  fueron,  allá  donde  expira 
la  luz  de  nuestro  recuerdo,  para- 
jes sombríos,  bajo  el  follaje  de  tu- 
pidas arboledas.  Y  llegaron  los 
hombres,  errantes  como  vosotras, 
y  pararon  ;  fiiisteis  para  ellos  lí- 
mite y  centro ;  cerca  de  vosotras 
nacieron  y  murieron  las  genera- 
ciones, y  creció  su  número. 

Alzaron  sus  hogares  y  sus  tem- 
flos,  lucharon  sus  luchas  y  so- 
ñaron sus  sueños. 

Y  se  alejaron  y  tornaron  cerca 
de  vosotras ;  y  partieron  á  la  gue- 
rra y  volvieron  vencedores ;  y 
otras  veces  volvieron  con  la  opre- 
sión de  la  derrota,  míseros  y  hu- 
millados ;  con  su  Jiúmero  crecieron 
sus  hogares,  sus  palacios  y  sua 
templos ;  y  ellos  ahondaron  vues- 
tra cárcel  y  fuisteis  para  ellos 
fuente  de  vida  y  vía  generosa  y 
compañeras  fidelísimas. 

Y  creció  su  orgullo ;  y  creció  su 
poderío  ;  triunfadores,  no  tuvo  lí- 
mite su  soberbia ;  ávidos  nada  con- 
tuvo su  ambición. 

Y  sucedió  que  los  menos  opri- 
mieron á  los  más ;  lo  que  era  do 
todos  y  para  todos  fué  privilegio 
de  los  audaces  y  los  fuertes :  la 
iüiquidad  triunfó. 

Tal  evolución  á  través  de  los  si- 
glos, en  que  rodasteis,  oh  linfas 
errantes,  á  la  mar,  impacibles, 
¿qué  á  vosotras  las  misérrimas 
querellas  de  los  hombres? 

Y  un  día  llegó  la  aurora  roja 
más  con  sangre  de  hombres  que 
con  resplandor  de  teas,  visteis  su 
reflejo  prof ético  y  vibró  sobre  vos- 


-   231 


ctras  xin  hálito  de  redención  para 
los  míseros.  Si  las  cosas  inanima- 
das jamás  sienten,  debió  de  estre- 
meceros aquel  ímpetu  precursor  de 
caridad  y  de  justicia. 

¡  Ay  de  los  endebles  esfuerzos 
humanos  ;  perecen  en  mitad  de  su 
luminosa  trayectoria  los  empeños 
redentores  de  lo3  hombres.  Volvió 
la  opresión  ;  otro  fué  su  nombre 
su  esencia  fué  la  misma ! 

Aquellos  mismos  que  fueron 
arrojados  del  Templo  por  el  látigo 
divino,  invictos  á  través  de  los 
siglos,  volvieron  á  su  tarea ;  más 
que  nunca  es  hoy  suya  la  suerte 
de  los  hombres. 


crueldad.  Y  los  míseros  no  recuer- 
dan que  la  fuerza  es  suya. 


Crece  li  soberbia  d3  lo3  pocos 
afortunados  como  marea  invernal 
en  costas  septentrionales ;  ¡  ay  dé 
los  míseros,  cuan  míseros  son ! 
¡  ay  de  los  humildes !  Y  los  sober- 
bios les  dicen  á  los  míseros :  dad- 
me vuestro  esfuerzo  para  hacer 
mi  labor,  vuestra  sangre  para  re- 
gar los  campos  en  que  mi  codi- 
cia, disfrazada  de  patriotismo,  li- 
bra sus  batallas ;  vuestras  hijas 
para  mi  placer,  vuestros  hijos  pa- 
ra que  no  perezca  la  cría  de  mis 
esclavos. 

Y  en  mansionets  y  en  templos  y 
en  palacios  resuena  en  monstruo- 
sos  eufemismos   este    evangelio   de 

París,    1910. 


Fatigadas  estáis,  linfas  erran- 
tes, de  las  cárceles  de  piedra.  Si 
las  cosas  inanimadas  alguna  vez 
sienten,  pasarán  sobre  vosotras, 
como  ayer  los  reflejos  anunciado- 
res de  libertad,  un  soplo  de  ver- 
güenza y  vibración  de  sollozos, 
Jio  ya  como  errantes  cantos,  como 
rumor   de   profecía. 

Os  fatiga  la  opresión ;  crece 
vuestro  caudal,  crece  con  la  augus- 
ta serenidad  de  lo  inexorable ; 
pasáis  rugientes  sobre  los  muros 
que  os  oprimen ;  nada  os  detie- 
ne ;  un  día  de  vuestra  cólera  sa- 
grada, uno  sólo,  hace  temblar  la 
labor  humana  acumulada  en  si- 
glos ;  ¡  ay  de  las  mansiones  de  los 
templos,  de  los  palacios!  ¡un  'día 
más  de  vuestra  cólera  y  la  ciudad 
en  que  la  opresión  de  los  míseros 
impera — prototipo  de  cuantas  ur- 
bes hoy  florecen — donde  se  blasfe- 
ma de  Cristo,  invocando  su  ley 
para  encubrir  la  iniquidad,  un  día 
más  de  vuestra  cólera  sagrada,  oh 
linfas  errantes !  y  la  ciudad  se 
desmorona,  socavados  sus  cimien- 
tos, arrastrada  como  los  despojos 
de  un  náufrago... 

¡  Oh,  la  lección  de  las  cosas  sin 
alma ! 

PÉREZ  TRIANA. 


«♦» 


P^nsami^Titos 


El  mar  posee  un  poder  sugestivo  que  se 
impone  como  una  voluntad.  El  mar  hip- 
notiza: lo  mismo  hace  toda  la  naturaleza. 
El  gran  misterio  consiste  en  la  depen- 
dencia del  hombre  con  respecto  á  la»  fuer- 
zas ciegas. 


En  su  evolución  habrá'  seguido  la  hu- 
manidad un  falso  camino  ?  Por  qué  no  per- 
tenecemos á,  la  tierra?  Por  qué  al  aire  ó 
al  mar?  El  deseo  de  poseer  alas,  los  sue- 
ños en  que  creemos  volar,  sin  sentir  sor- 
presa, qué  significan? 

,  •  Ev^IBSEN. 


—  23: 


Periodistas  cl)iktios 


J 


EDUARDO    CONTARDO   CHAVARRIA 


»♦« 


Tu  risa  y  mi  l)ada 


Para   Apolo 


A  la  manera  de  un  madrigal. 


El  infolio  éste  es  nuevo,  do  el  cincel  se  desliza... 

Yo  quisiera  escribii'te  los  catorce  sonoros 
versos  de  un  gran  soneto,  que  tuviera  sus  coros 
tan  graves  y  armoniosos  como  un  coro  de  misa. 

Haría  el  primer  verso  recordando  tu  risa... 
En  el  otro  lo  glauco  de  tus  dos  ojos  moros 
como  piedras  preciosas  lo  engarzara  en  los  oros 
que  cincelan  los  frailes  de  un  convento  de  Niza. 


—   233  — 

Y  en  los  versos  restantes  tronaría  en  mi  cuerno 
el  leit  -  motiv  de  un  canto  que  hizo  un  bardo  moderno . . . 
(Bardo  que  no  se  corta  su  crinada  melena). 

El  infolio  éste  es  nuevo,  do  el  cincel  se  desliza . . . 

Pero,  piensa  Señora,  que  no  sentí  hoy  tu  risa 

y...  ¡Dentro  de  su  torre  se  encerró  mi  Hada -buena! 

TRÍAS  DU  PRÉ. 


-•^<- 


ToUdo 


Para    ArOLO. 


(  Transmigraeión  ) 

A   Aiiutdo  yerro,  en  pais  lejano. 


Cuántas  veces,  ¡oh  hermética!  Toledo  insustituible, 
me  adormecí  en  el  ángulo  de  tus  muros  bermejos, 
embozando  mi  rostro  como  en  los  tiempos  viejos, 
de  amadores  osados  de  un  valor  indecible. 

Y  en  ese  claroscuro  que  proyectan  las  tintas 
graves  de  tus  castillos,  con  más  de  cuatro  siglos 
de  vida  aventurera,  entre  torvos  vestiglos, 
enamoré  atrevido  tus  mujeres  extintas. 

Como  buen  Caballero,  yo  descendí  hasta  el  bajo 
sereno  y  silencioso  del  culebreante  Tajo, 
y  me  batí  en  tus  campos,  Vega  de  las  leyendas, 

para  volver  airoso  junto  á  la  reja  amada, 
con  la  ondulante  capa  que  suspende  la  espada, 
en  busca  de  los  labios  que  premian  mis  contiendas. 

Carlos  María  de  VALLEJO. 

Montevideo. 


—  2á4  — 


B^íio 


Un  gabinete  rosa-perla,  un  nido 
de  elegancia  exqiiisita,  de  artísti- 
cos decorados  y  de  exóticos  mue- 
bles de  palisandro,  ríe  con  sus  mol- 
duras doradas  á  la  inefable  cari- 
cia de  un  magnífico  velador,  que 
mano  de  mujer  coqueta  ha  ador- 
nado con  cintas  y  encajes  azules 
semi-transparentes,  donde  la  luz — 
cribada  en  ellos — toma  tintes  de 
cielo  pálido,  como  el  fondo  diluido 
y  milagroso  de  un  cuadro  parisino 
de  Rafaelli. 

El,  un  elegante  caballero  meri- 
dional, moreno,  alto,  de  grandes 
ojo  negros  y  espeso  bigote,  primo- 
rosamente cuidado,  riñe  á  la  es- 
posa querida,  una  figura  frágil  y 
esbelta  de  campánula  de  río,  en 
el  albor  evanescente  de  una  maña- 
na de  Mayo. 

Margot — la  única  hija  de  aquel 
matrimonio — canta  á  solas  en  un 
ángulo  del  gabinete,  como  un  pá- 
jaro en  la  fronda,  y  á  veces  in- 
terrumpe su  canción  de  inocencia 
para  dar  paso  al  arrullo  de  un  be- 
so, con  que  bendice  la  frente  de 
so  Bepo. 

— Música,  Bepo — dice,  al  ver  el 
piano  abierto — y  ruedan  sus  de- 
dos minúsculos  y  ágiles  sobre  el 
marfil  del  teclado...  Una  nota  sal- 
ta y  gime,  otra  ríe,  la  otra  rega- 
ña y  ronronea  en  loca  confusión 
de  acordes  extraños,  nacidos  en  el 
alma    blanca   todavía,    de    Margot. 

Bepo  es  bonito  y  no  llora  :  (Be- 
po es  un  muñeco). 

La  pareja  reñida  vuelve  los  ojos, 
húmedos,  al  prematuro  idilio  de 
la  niña,  buscando  en  él  punto  final 
á  frases  obscuras  que  el  marido, 
celoso,  ha  dejado  caer  sin  escrúpu- 
los-— como  nubes  de  invierno — so- 
bre el  ancho  y  riente  verjel  de  la 


coqueta.  Y,  como  para  desahogar 
su  corazón  atormentado,  él,  arran- 
ca del  piano  á  su  Margot,  eleván- 
dola sobre  su  cabeza,  en  un  eflu- 
vio de  cariño  paterno,  desplegado 
en  la  desolación  amarga  de  su  al- 
ma de  amoroso  creyente.  Y  ella, 
ella,  la  chiquitína  adorable,  alar- 
gando sus  labios  frescos  en  la  ac- 
titud de  un  beso,  le  dice  quedo, 
coiro  una  confidencia  ingenua  de 
su  almita  de  mujer : 

— ¡  Mañana    me    caso   con    Bepo, 


papa 


Una  turba  de  niños  juguetea 
alegremente,  haciendo  cabriolas  y 
mil  monadas  en  el  gabinete  rosa- 
perla  :  quién,  al  piano  sentada,  to- 
có la  última  lección  del  maestro 
— un  aire  de  mazurca,  sencillo  y 
melancólico — ;  quién  otro,  saltim- 
banqui diestro,  apoyando  su  cabe- 
cita  desordenada  en  la  estera  de 
la  alfombra,  da  «vueltas  de  gato»  ;  , 
otro  ha  tomado  el  álbum  de  la  se- 
ñora y  divierte  su  curiosidad  in- 
fantil, sigjuiendo — con  el  dedo  en- 
mielado— las  curvaturas  capricho- 
sas de  un  río — prodigio  de  acua- 
rela— en  un  paisaje  primaveral  de 
Donart...  ;  y  todos  ríen,  y  todos 
charlan,  y  todos  levantan  ima  no- 
ta triunfal,  en  la  algarabía  tumul- 
taria  que,  en  los  esponsales  de 
Margot,  alza  una  docena  de  chi- 
quillos rubios. 

Silencio...  En  grupo,  junto  á  la 
puerta  del  dormitorio,  en  espera 
de  la  novia,  avanzan  curiosamente 
sus  ojitos  picarescos  al  interior, 
donde  á  Margot  le  prenden — como 
último  toque  de  ioilette — guirnal- 
das simbólicas  de  azahares,  eri  la 
coronación  de  su  blancura  de  vir- 
gen desposada.  Y  ella  marcha  len- 


—  235  — 


ta,  casi  triunfalmente,  al  gabinete 
donde  brillan — como  banderas  des- 
plegadas en  un  combate — ^los  pape- 
les de  colores  de  las  sabrosas  con- 
fituras de  almendra. 

Aplausos,  risas,  notas  dispersas, 
arrancadas  al  pasar  al  viejo  piano, 
suenan  locamente,  envolviendo  el 
cuadro  encantador  en  una  como 
explosión  de  alegría  inocente  y  ju- 
glaresca. 

Y  después  la  ceremonia. 

De  un  sillón  anticuado,  de  ter- 
ciopelo rojo,  que  se  arrumbaba  en 
el  desván  de  los  muebles  inválidos, 
han  hecho  el  reclinatorio ;  y  san- 
tamente bella,  beatificada  en  su 
inocencia  blanca — no  abierta  aún 
íi  las  rosas  del  pecado — se  arrodi- 
lla la  virgen,  frente  al  pontífice 
grave  y  meticuloso,  que  alarga  ro- 
lliza mano  en  señal  de  bendición. 

Y  Bepo  está  allí,  al  lado  de  la 
novia,  impasible  y  sereno,  fijos 
los  ojos  en  el  viejo  Cristo  ahuma- 
do que  los  niños  han  traído  del 
cuarto  de  las  criadas,  para  elevar, 
en  el  zócalo  de  la  ventana,  (tel 
triunfo  de  la  leyenda»  y  santificar, 
en  el  nombre  de  Dios,  aquel  simu- 
lacro tentador  de  la  vida. 


Margot  está  triste.  En  sus  oja- 
zos  musulmanes  tiembla  el  lloro, 
próximo  á  rodar  por  sus  mejillas, 
y  en  la  flor  de  la  boca  se  adorme- 
ce una  como  contracción  de  amar- 
gura, en  el  pliegue  de  sombras  que 
la  circundan.  Bepo  se  ha  caído ; 
Bepo  tiene  el  brazo  mutilado,  la 
nariz  ahondada,  un  hueco  enorme 
en  la  cabeza  ;  Bepo  está  descuaja- 
ringado :    ¡  pabre  B^po  ! 

Debajo  de  la  escalinata  del  mi- 
rador, en  uji  agujero  cualquiera, 
ha  colocado.  Margot  los  últimos 
restos  de  su  esposo  ;  y,  tristemen- 
te meditativa,  se  sienta  á  la  me- 
sa   aquella    tarde,    entristecida    y 


pensando — á  solas — cómo  hará  pa- 
ra pedir  á  sus  padres  otro  Bepo. 

De  pronto,  sus  ojos  brillan  ale- 
gremente con  un  extraño  fulgor : 
ha  encontrado  la  solución  del  pro- 
blema y,  ensayando  sanrisas  ma- 
liciosas, alegre,  con  toda  la  jovia- 
lidad de  su  alma-mariposa,  le  pre- 
gunta á  su  mamá : 

— Cuando  papá  se  muera  ¿tú  te 
casarás  con  otro  papá,  mamaíta...-' 

Una  onda  de  rubor  cubre  instan- 
táneamente el  rostro  de  la  madre, 
como  si  aquel  vaticinio — dicho  por 
labios  vírgenes — fuera  una  maldi- 
ción caída  en  el  estrago  de  su  al- 
ma atormentada.  Y  antes  que  !a 
sorpresa  dejara  libre  el  paso,  tai- 
vez  á  una  reconvención  ó  á  un  ca- 
riño de  la  joven  madre,  él,  el  ce- 
loso marido,  concretando  su  egoís- 
nro  salvaje  en  el  verbo  candente 
de  una  mirada  interrogadora,  le 
contesta — gozándose  en  el  efecto 
(jue  sus  palabras  blasfemas  produ- 
cirán: — Sí,  ángel  mió,  sí,  se  ca- 
sará con  otro  ¡y  qi\ién  sabe...! 
Y  el  ruido  de  xm  sollozo  trémiilo 
cortó  la  frase  agresiva  que,  como 
flecha  envenenada  temblaba  aún 
en  el  aire  de  la  tarde  agonizante 
y  fría... 

— ¿Por  qué  preguntas  eso,  mi 
Margot? — dijo  el  esposo  infame, 
como  para  llevar  sus  dardos  enve- 
nenados al  sagrado  refugio  del 
llanto. 

— ¡  Ah !  no  te  digo.  Me  riñes, 
papá.  Y  balanceaba  su  dedito  de 
rosa,  repitiendo :  «No  te  digo,  no 
te  digo». 

— Dinip.  Te  doy  lo  que  pidas... 

— .M  ira  :  Bepo  se  ha  muerto.  Se 
cavó  el  pil- recito  de  la  escalinata. 
Estoy  sola,  papaíto  ¡  cómprame 
otro  Bepo ! 

^-Mañana,  sí,   mañana,  viudita. 

—¿Verdad? 

—¡Sí!    ¡sí! 

— Mañana,     mañana     viene     mi 


—  236  — 


maridito.     ¡  Qué    bueno    es    papá, 
mamaíta ;    dale    un    beso...! 


Ya  es  la  hora  de  paz. 

En  la  cuna,  arrebujada  bajo  lavs 
ropas  de  lino,  blancas  y  sedosas 
como  un  capullo  de  algodón,  Mar- 
got  sueña  con  su  nuevo  Bepo  ;  con 
la  caricia  tentadora  del  primer 
beso — desflorador  de  pétalos  into- 
cados — y  vuelve  á  verse  con  sus 
guirnaldas  de  azahares,  prendidas 
en  la  veste  nupcial,  como  sartas 
de  mariposas  blancas  y  diminu- 
tas... 

i  Sueño  de  niño !  lirios  abiertos 
en  el  arrobo  virgen  del  bosque, 
ya  nunca  tomaré  en  vuestro  va- 
so temblador  el  rocío  de  la  maña- 
na   ¡  blanco  lirio ! 

Ya  es  la  hora  negra. 

En  el  colchón  de  plumas,  cubier- 
to el  rostro  pálido  con  las  ma.nos 
tembladoras,  ella,  la  madre  infor- 
tunada, piensa,  con  honda  melan- 
colía, en  sus  primeras  ilusiones  de 
amor ;  en  las  caricias  pasadas  ;  en 
la  inefable  claridad  de  su  espíritu, 
hoy  ensombrecido  y  yacente...  Y 
una  como  ola  de  desesperación 
anubla  sus  sentidos,  pensando,  en 
su  infatigable  mariposeo,  conver- 
tir en  realidad  todo  el  cuadro  en- 
trevisto por  el  marido,  en  la  bru- 
ma   desesperante    de    los    celos. 


Ya  es  la  hora  trágica. 

En  el  estudio,  hundidos  los  de- 
dos crispados  en  la  melena  hirsu- 
ta,  él,   cavila... 

El  libro  que  comenzó  á  leer,  en 
la  mesa  de  ébano,  há  tiempo 
abierto  por  la  misma  página.  A 
intervalos,  contestáredose  él  mis- 
mo el  monólogo  terrible ;  se  le 
oye  murmurar:  «¡Ella  me  en- 
gaña... !)) 

Suena  una  hora  en  el  reloj  le- 
jano. «¡Es  tarde!»  Y  se  dirige  al 
dormitorio,  diesperezándose  como 
ur  felino  antes  de  entrar  en  la 
madriguera.  Al  paso  tropieza  su 
mirada  con  la  cuna  de  Margot,  y 
el  sentimiento  de  padre,  sobre- 
puesto á  todas  las  vicisitudes  de 
la  vida,  cae,  e.n  la  beatificación  de 
un  fulgor  misterioso,  sobre  el  sue- 
ño errabundo  de  la  inocente.  Y 
más  allá,  al  extender  el  tul  del 
mosquitero  en  el  tálamo  bendeci- 
do en  nombre  del  Señor,  le  dice  á 
la    compañera  de  sus  días : 

—r! Sabes?  Margot  sueña  con  su 
nuevo  Bepo,  y  tú...  ¿con  quién? 

— ¡  Con  quién  !  repite  la  infeliz 
esposa. 

Y  un  ahogado  suspiro  vuela  y 
llora  en  la  desolación  de  aquella 
burguesía. 

Edg.vrd   LEMAIS. 

Tiad.  de  Vázquez  Yepest. 


-•-♦^- 


Mujer  y  gala 


IjA  sorprendí  jugando  con  su  ¡snUx. 
y  contemplar  cansóme  maravil'a 
la  mano  blanca  con  la  blanca  pata, 
de  la  tarde  á  la   luz    que  apenas  brilla. 
Cómo  supo  esoonder  la  mojigata, 
del  tnitón  tras  la  negra  redecilla, 
la  punta  de  marfil  que  juega  y  mata, 
con  acerados  tintes  de  cuchilla! 


Melindrosa  á  la  par  su  comp»iñ<írí* 

ocultaba  también  la  garra  fiera; 

y  al  rodar,  abrazadas,    por  la  alfombra. 

un  sonoro  reir  truzíi  el  ambiente 

del  salón...  y  brillaron  de  repente 

cuatro  puntos  de  fósforo  en  la  sombra! 

PAHf.o  VEKLAINE. 

Trad.  da  Gitillermo  Valencia, 


237 


fltiivefsatio 


Del  libpo   «  Iti  jVIemopiam  »,  pFÓ3<íimo  á  apapeecp 


Pa  ra    Afolo. 


III 


— ^iiii  no  hace  un  año  que  ciiyó  la  tierra, 

la  tierra  del  olvido,  ji^ris  y  fría, 

sobre  elnegTO  sepulcro  (jue  me  encierra; 

aun  no  hace  un  año  del  eterno  día 
en  que  á  mi  cucriio  rígido  al)razado, 
enjuji'aste  el  sudor  de  mi  a^'onía, 

y  en  tu  pecho  mi  imají'cn  se  ha  borrado.  .. 
¡  Aun  no  brotó  una  ilor  sobre  mi  fosa, 
y  ya  á  tu  pobre  Elisa  has  olvidado  ! 

¿No  recuerdas  el  itálido  semblante 
([Uü  levantó  tu  mano  lemldorosa 
jiara  besarme  en  el  postrer  instante? 

¿  Ni  los  labios  que  tanto  te  besaron 

y  que  al  plej^arse  para  siempre,  ansiosos, 

en  un  débil  suspiro  te  llamaron? 

¿Ni  aquellos  ojos  de  mirar  doliente 
([ue  á  tus  besos  cerráronse,  vidriosos, 
para  soñar  eonti^'o  eternamente? 

¡  Ya  no  te  acuerdas  de  tu  pobre  muerta, 

la  que  bajo  la  ne^ra  sepultura 

Sillo  al  recuerdo  de  tu  amor  despierta, 

y  elevando  al  azul  su  pensamiento, 
"desde  su  negra  obscuridad  murmura 
con  un  hilo  de  luz  (jue  apaga  el  viento: 

—  Señor,  haced  de  mi  lo  que  queráis, 
mas  tened  compasión  de  esta  criatura 
((ue  sola  ¡i  su  destino  abandonáis  ! 


II 


Ya  perdí  la  esperanza,  y  aun  te  espero. 
Cuando  mi  cuerpo  de  terror  so  helaba, 
1*  inmensa  pena  del  adiós  postrero, 

más  que  por  mí  por  tu  orfandad  sentía, 
que  si  mi   coraziin  agonizaba 
era  tu  corazón  el  que  moría  ! 

Y  más  que  el  abandono  de  la  fosa 
más  que  este  pertinaz  misterio  helado 
que  me  amortaja  en  noche   tenebrosa, 

siento  tu  soledad  entristecida  .  . . 
Verte  andar,  como  un  niño,  extraviado 
por  el  gran  laberinto  <ie  la  Vida  ! 

¡  Y'a  no  habrá  quien    mitigue    tus  dolores, 

ni  pupilas  que  velen  tu  destino 

y  que  lloren  al  par  cuando  tú  llores! 


Una  huérfana  siilo  en  tí  confía  .  . . 
Vive  por  ella,  como  yo,  en  tu  caso, 
aun  sin  alma  y  sin  vida  viviría.  .  . 

Aparta  de  su  senda  los  abrojc)s, 

disipa  las  tinieblas  á  su  ¡laso. 

y  haz  que  recuerde  á  Aquella  que  sus  ojos 

apenas  retlejaron  en  la  Vida. 

á  aquella  polae  mártir  infelico 

que  ni  cu  la  tumlia  su  recuerdo  olvida, 

y  que  alzando  su  mano  descarnada 
desde  su  lecho  secular,  bendice, 
su  débil  cabecita  iirmaculada.  .  . 

i  Oh,  Mailre  de  .Tesús,  Virgen  M-'ría, 
oíd  de  una  madre  muerta  los   clamores, 
mudas  plegarias  que  hasta  el  Cielo  envía!... 

Si  UH  destino  fatal  á  mi  hija  inmola. 
sus  Maníds.  su  ti-istcza  y  sus  <tolores 
los  quiero  para  mí,   para  mi  sola  ! 


IV 


No  marchas  solo.  Sin  cesar  te   sigo, 
y  á  donde  vayas,  en  tu  ruta  incierta 
verás  mi  sombra  caminar  contigo. 

Contigo  sufriré  la  suerte  esquiva, 
y  la  que  para  todos  está  muerta 
para  ti  eternamente  estará  viva. 

Y  al  verte  vacilar  triste  y   cansado, 
murmuraré  á  tu  oído  : — Aguarda...  Espera..^ 
La  hora  de  la  partida  no  ha  sonado  ! 

Y  por  tus  sueños  pasaré  ligera, 
derramando  en  tu  espíritu   agostado 
las  ílorfS  de  ini  eterna  Primavera. 

Y  en  la  hora  final  de  la  partida, 
cuando  desciendas  á  la  tumba  á  verme, 
igual  que  en  las  tristezas  de  la  vida, 
besándote  en  los  ojos,  diré:  — ;  Duerme  ! 

Y  en  la  honda  paz  del  ataúd  estrecho, 
al  arrullo  inmortal  <ie  tu  cariño, 

te  dormiré,  cantando,  sobre  el   pecho, 
como  una  madre  que  adormece  á  un  niño. 

Francisco  VILLAESPE8A 


—  238   - 

0«  ?4uz  y  Cutís 


DE  *EL  POEMA  DEL  HOGAR» 

Paréntesis  matinal 

Su  pie  sobre  mi   huerto  posó  la  primavera... 
Ya  el  canto  de   mis  íntimos   ruiseñores  halaga 
Mi  oído,  y  el   perfume  de   Flora   me  embriaga, 
Disuelto  en   la   purísima   frescura   mañanera. 

Trepando  por  el   muro,   la    verde  enredadera 
Que  cubre  mis  balcones,  tamiza  la  luz  vaga 
Del  crepúsculo,  y  veo  que  en  un   regato  apaga 
Su  sed   una   paloma   de   la  finca  lindera. 

Inundado  de  júbilo,  yo  elogio  la   menuda, 
Magnífica  sandalia  que  calzó  Primavera 
Al  tornar  á   mi  huerto,  siempre  semidesnuda. 

Hago  luego  un  paréntesis;  á  la  puerta  me  asomo: 
Que   hay  un  concento  de  aves  y  yo  lo   escucho  como 
Si  la  voz  de  mi  alegre  primogénita  oyera. 


DE    «  ALBAS  SANGRIENTAS  » 


Para    mis    hijos    Apolo    y   Mercurio, 
cuando    entren    en   la  odolescencin . 


Apolo  : 

Oye,  hijo:  en  la  lucha  por  la  vida 
Triunfa  ligeramente  la  canalla; 
El  vulgo  es  necio,  su    pasión   estalla, 
Y  el  que  besa  su   pie  sube  en  seguida. 

El  hombre  libre,  que  es  un  mártir,  cuida 
Su   libertad  que  todo  lo  avasalla: 
Si  cuando  el   vulgo  aplaude,  él,  solo,  calla, 
Cuando  aquel  calla,  él,  solo,  es  un  atrida. 


—  239  — 

Pero  ese  triunfo  de  los  viles  pasa 
Fugaz,  y  el  mártir  solitario  asciende; 
La  gloria  acoge  al  luchador;  la  crasa 

Multitud  huye  entonces  de  la  arena, 

Y  el  hombre  austero  que  luchó,  comprende 
La  avilantez  del   vulgo...  y  la  condena. 

Mercurio  : 

Tú,  como  Apolo,  escúchame,  hijo  mío: 
Sé  altivo  y   noble,  soñador   y  humano 
Oí  tus  ideas,   pero   no  al  villano; 
Oa  tu  alegría,   pero   no  tu   hastío. 

Sea  tu  corazón,   como  el   sombrío 
Bosque,  un  haz  de  misterios;  y  tu  mano, 
Baldón  sobre  la  frente  del   tirano 

Y  fusta  sobre  el  dorso  del  impío. 

Odia  los  gestos   y  genuflexiones 
Oel  pulido  lacayo  y  ios  histriones; 
Y,  si   grave  y  solícito,  cultivas 

La  verdad:  credo  de  las  almas  fuertes, 
Más  que  á  todas  las  furias  vengativas 
Teme  á  los   hombres  frágiles  é  inertes. 


240 


£ti  -el  Yosl)iwara 


(í: 


i'a  IV.    Apolo. 


A    la  vspirit'ialidiid  cxqiiiíiiía  de  Anreliatio    Gonzáles    Tizón. 


'-     llyc  : 

A  ifii  en   el    Yosliiwiira, 
'11   1  -la  lii-lla   miflic  ciitV'niiu  i   l;int;'iiiiiii, 
i|i'.;i]i   iiiMs  \i((l¡nt;s  tiMiiis  iir^írds, 
uipi-   \  inünrs  ni';;Tiiíj  (|uc  en  Italia, 
i-a  lilarou  su,-;  pcsari's  {x   los  astros 
<^n^    lloraban  el   fondo  de  sus  cajas; 
■\v  -lis  cajas  tan  negras  i  tan  viejas, 
::ii,    llenas  <le  harnionia.s  y  nostal^'ias: 
aoi.Hic  el  curaz.ui  de  los  violines, 
riM.  les  sollozos  lafiranientc  sanü'ra  ! 


l)iia  lii-  s>iureii'.  eliica   mimosa 
.;  N  '   \es  mi  cara  pálida? 


con  un  •  kimono»  extiaño  donde  brillan 

áureos  dra.i;ones  i  dos  Ibis  de  oro; 

tiene  en  la  mano  una  pantalla  antifíua 

i[Ue  ti^nró  en  el  t(!niplo  de  «Asaekusa» 

en  tanto  ([Ue,  en  su  peebo  se  columpia, 

nna  Joyita  ebúrnea  !  .  .  . 

Otra  €n)usmé»  me  dico  (lUe  me  espera 

en  su  blanco  aposento  .  .  . 

«(juiero  besarte»  murmura  en  mi  oído, 

i  se  aleja  sonriendo, 

mientras  ([ue  de  sus  ojos  alf^o  oblicuos 

resbala  una  caricia, 

que  después  de  contarme  sus  deseos 

rueda  por  su  abanico !  .  ,  . 


t'oii.c.  cmneas  pidiéronlas 

'■11    la   cara  siniestra  de   la  noelie. 

l'iflu'iiian   las  chinescas 

la ii!,\>licas   farolas. 

)ii'iiili',-ntes  de  las  r;>inas  ^;-emebund;!s 

|i'iiiladas  de  hojas  secas:) 
III"    lapizadas  de  matices  raros, 
a'i. I  Hieren  expresiones  cadavéricas  !  .  , 


I  na   ale^i're  «nuismea  nos  acaricia 
I   W'o  cuenta  una  historia  .  .  .  asaz  extraña, 
lie    üii  «samuray»  iiue...  f.acaso  importa?  ; 
itii'  niras  ([ue  el  compafiero  de  mi  infancia, 
'ic  «saclvé»  apura  basta  la  hez  la  e0|)a!.,. 


V  :\   rrisaiitiieinn  hermoso  se  deshoja 
en    ¡a  ale;.;ri:i  enática  de  mi  alma; 
miiiitras  i|ue,  en  el  ambiente  se  estremece 
'Olla   la  vibraciiin  que  hay  en  mis  ansias... 


Allí  viene  una  «oirán»  eng'alanada 
'■'iii   un  resi<i  «kimono». 


Eh,  comiiañero:  en  marcha  .  . 

\j\\  momento  .  .  . 
espera  ([iie  sollocen  los  violines, 
los  violines  enferinos; 
f,  no  sientes  (;n  sus  sones  tan  profundos 
un  hálito  de  tue>;o?, 

así,  como  el  vajior  de  muchas  lágrimas 
brotriiido  de  un  efluvio  sidéreo  ! 
Escucha  como  lloran  los  violines, 
¡oh!  Hilé  amargo  es  su  acento!; 
se  dijera  ([iie  el  alma  se  me  escapa 
en  un  suspiro  trémulo, 
i  se  ahorca  en  las  cuerdas  dolorosas 
de  los  violines  nejfros  !  .  .  . 


Chica:  esios  versos, 

escribí  en  un  «Uuamisé»  del  yoshiwaru, 

una  noche  en  que  el   viento 

sollozaba  en  las  ramas, 

i  dos  «maickos»  risueñas 

miraban  una  estaniiia  (le  Utaniaro, 

i  un  «samuray»  hojeaba, 

sobre  una  mesa  un  álbum  !  ,  .  . 

Josi;  M.  DK  ANUÜITA  ZEBALLOS. 


Genios 


Seiob-laros  que   al  lucir 
tíMiéis  por  fuerza  que  arder, 
(lili  plid  con  vuestro  deber, 
alun  brad    hasta    morir; 
i.ichad   \)ov  ol  porvenir; 
al  aos    s:()brc    la    insidia, 


que  no  triunfa  quien  no  lidia, 
■ni  es  grande  el  que  se  levanta 
sin  sentir  bajo  su  planta 
el   pedestal   de  la   envidia  I 

Salvador  DÍAZ  MIRÓN. 


í  1  I  Del  libro  en    prepaiaclón    «Las  Selvas  del  Rio  de  Oro».  —  Buenos  Aires  líUO. 


-   241   — 

Poema 

Para  Aroi.o.  A    Carlos  J/.»  de   Vallej). 

Su  matinal  eaneión  mupmupeí  la  fontana 
á  una  volable  fosa  que  se  ofpeee  entpeabiepta 
en  lo  alto  del  tallo,  sutil   y  casquivana, 
eomo  á  las  tentaciones  de  una  engañosa  oferta. 

Espéjase  temblando  su  eot*ola  temprana, 
en  el  cristal  bruñido  de  la  fuente  desierta, 
y  al  mirarse  se  enciende  el  carmín  de  su  grana, 
tal  como  se  sonroja  una  niña  inexperta. 

Una  R^ano  de  nieve  pone  fin  al  idilio 
de  la  eglógica  fuente  y  la  flor,  cuya  esencia 
—  inédito  poema  sin  rimar  de  Virgilio  — 
perfuma  de  albo  seno  la  divina  turgencia, 
n:iientras  en  la  silente  soledad  de  su  exilio 
solloza  la  fontana  la  canción  de  la  ausencia. 

José  VlAf^A. 
»^4 


tto 


Para    Apolo. 


Ojos  verdes  y  astutos  de  monje  ó  de  bandido^ 
Una  melena  hivsida  como  la  del  león: 
Tan  libre  como  el  águila^  altivo,  descreído 
Si  pequeño  el  cerebro  muy  grande  el  corasen. 

De  natural  bohemio,  sin  ambición,  sin  nido .  .  . 
Una  meta:  el  futuro;  pasiones:  la  pasión 
De  la  mujer  y  el  vino:  cuando  más  he  sufrido, 
He  corrido  mi  pena  con  alguna  canción. 

Una  carga  injinita  de  ensueños  y  quimeras. 
En  mi  huerto  un  continuo  reir  de  primaveras, 
Lo  jocundo  del  trino,  el  perfume  y  la  jlor. 

He  de  hacer  una  escala  con  mis   sueños  dispersos 
Y  subiré'  confiado  recitando  mis  versos. 
Hasta  un  cielo  encantado  de  Locura  y  Amor. 

MONTIEL  BALLESTEROS. 

Montevideo. 


—  242  — 

Rimas 


Para    Apolo. 


Lluvia  lenta  para  sentir 
qué  del  vivir,  qué  del  sufrir 
con  un  ensueño  evanescente 
fulgurando  bajo  la  frente 
lejano,  muy  bello,  lejano... 
y  el  recrudecer  inhumano 
de  la  frígida  herida  hundida 
en  la  leve  alma  aterida . . . 

Lluvia,  lluvia  para  sentir 
qué  del  sufrir,  qué  del  morir, 
sino  la  grávida  esperanza 
de  un  misterio  que  no  se  alcanza: 
la  negra  ribera  severa 
ó  la  albada  y  dulce  ribera. 

Silenciosa  en  que  se  reposa, 
yo  quiero  luz,  no  quiero  fosa: 
luz  celeste  por  cabecera 
para  este  mal  que  desespera; 
para  este  mal,  para  esté  mal 
de  lo  infinito  y  lo  inmortal! 

Cayendo,  llorando,  diciendo 
un  gran  perdón  que  no  comprendo, 
lluvia  lenta  para  sentir 
qué  del  vivir,  qué  del  morir: 
cae,  cae  perennemente . . . 
mas  no  muera  bajo  mi  frente 
el  bello  ensueño  evanescente,  . 
muy  bello,  lejano,  lejano ... 
oh  terror,  que  fuera  la  vida 
en  alma  blanca  horrenda  herida ! 


—   243   - 


Un  tirano  sentir  profundo,... 
no  sé  qué ...  la  entraña  del  mundo 
me  gruñe  el  crimen  de  su  invierno! 

¿  Por  qué  sentir,  por  qué  sentir, 
para  sufrir,  para  morir? 


Me  pesa  el  crimen  de  este  invierno . . . 

Oh  lluvia,  reza  la  oración 
de  tu  gran  llanto  de  perdón, 
por  siempre,  por  siempre  en  lo  eterno, 
sobre  el  absorto  corazón ! 

Edmundo  MONTAGNE. 


■—*-- 


Máximo  Soto  Hall 


Te  he  visto  en  algún  cuadro  florentino  : 
Has  sido  tú  escultor,  pintor,  poeta, 
Espíritu  que  canta  ó  que  interpreta, 
Bohemio  humano,  pensador  divino. 

Nos  hemos  encontrado  en  el  camino, 
Y  hoy  te  pinta  mi  pluma  harto  indiscreta, 
Sin  poner  más  color  en  mi  paleta 
Que  el  que  á  la  gloria  tuya  ha  dado  el  sino. 

Empieza  en  tu  florida  primavera 
Tu  bella  musa  con  sus  alas  de  oro 
A  alfombrar,  de  laureles  tu  carrera. 

Y  entre  el  aplauso  de  entusiasta  coro, 
Bravo  batallador  en  tu  trinchera. 
Triunfante  suenas  tu  clarín  sonoro. 

RUBÉN  DARÍO. 


-  244  — 


"Pan«  lucrando" 


El  periodismo  no  es  hoy  un  apostolado  ni  siquiera  un  cul- 
to. Pane  lucrando, Qwiúqn'xei'íx.  de  esos  fracasados  en  el  arte  y  en 
la  lucha  cuotidiana  se  prende  como  un  náufrago  á  esa  tabla 
salvadora  que  el  destino  puso  á  su  alcance :  la  prensa,  y  arró- 
gase fácilmente  el  título  de  periodista. 

Yo  no  soy  tan  ingenuo  para  extrañarme  de  ello.  Bien  sé 
( de  América  hablo )  que  si  existieron  un  Montalvo,  un  Juan 
Vicente  González  y  un  Martí,  fué  en  épocas  de  más  alto  idea- 
lismo y  honestidad  que  la  actual  en  la  que  un  grupo  de  merca- 
deres de  sus  conciencias,  abroquelado  tras  el  escudo  de  la  ley, 
hace  fuego  contra  la  libertad,  pretendiendo  detener  la  corriente 
evolutiva  que  siguen  todos  los  pueblos. 

¡Oh,  la  prensa  asalariada;  antro  de  prostitución  donde  se 
corrompen  todas  las  almas;  donde  se  encubren  todos  los  críme- 
nes; donde  todos  los  fracasados  se  dan  cita! 

Bien  dijo  Ibsen:  <.  Es  inadmisible  que  los  sabios  martiricen 
los  animales  en  nombre  de  la  ciencia.  Los  médicos  debieran  ser- 
virse para  sus  experiencias  de  periodistas  y  políticos  ». 

PÉREZ  Y  CURIS. 


-  245 


£1  vi^o  de  las  gafas  verdes 


En  uno  de  los  barrios  de  Mon- 
tevideo, llamado  la  Aguada,  exis- 
tí' un  gran  estableciiniento  'fabril 
que  ocupa  alrededor  de  500  obré- 
ros.  Don  Fermín,  el  propietario, 
hombre  viejo  ya,  tierie  el  rostro 
color  mate,  con  pronupciadas 
arrugas,  labios  gruesos  y  un  re- 
cargo en  la  papada  que  le  dan  'el 
aspecto  de  un  hombre  en  con- 
tinuo eructo  ;  bajo  y  barrigón  : 
de  n  irada  acusadora,  como  si  la 
desconfianza  hacia  todo  estuviera 
l)alpitant9  en  su  ser.  La:5  gafas 
verdes  que  usa  y  su  bigote,  muy 
raro  y  grueso  como  cerda,  dan  á 
esta  cara  de  bestia,  un  aire  de 
repugnancia. 

Sus  operarios,  á  los  cuales  les 
jjaga  lo  menos  posible,  regañán- 
doles hasta  el  último  centesimo, 
1:  temen  por  su  eterno  mal  humor 
^    por   su   excesiva   avaricia. 

En  su  casa,  don  Fermin,  con- 
trola las  cuentas  del  gasto  domés- 
tico, discutiendo  con  su  mujer  y 
sus  hijas  todo  centesimo  que  crea 
n  al  invertido.  Odia  las  modas 
que  le  ocasionan  un  derroche  inú- 
til en  el  atavío  de  sus  hijas  ;  y 
grita  contra  las  compañías  teatra- 
les que  cobran  precios  fabulosos 
por  los  abonos,  cua.ndo  en  ellas 
se  inscribe  lo  chic  de  la  sociedad, 
y  su  mujer  que  mira  por  el  porve- 
nir de  sus  niñas  le  reclama  el  di- 
nero para  las  localidades,  puesto 
que  en  estas  reuniones  donde  acu- 
den los  jóvenes  de  bien,  existe  la 
posibilidad  de  hallar  novios  para 
éstas.  Xo  puede  conformarse  que 
habiendo  en  su  casa  cuatro  mu- 
jeres, haya  que  pagar  una  sir- 
vienta para  los  quehaceres,  que 
ellas  bien  ijcdríaii  hacer  sin  sa- 
crificar   ese    dinero    inútilments... 


Para    Apolo. 

Hay  en  una'  de  las  calles  aparta- 
das de  la"  ciudad,  cierta  casita 
conocida  por'  el  nombre  de  ((Ca- 
sa Rosada»  por  el  hecho  de  ha- 
llarse piiita/do  su  frente  de  este 
color.  Se  reúnen  en  ella  todos  los 
viejos  adinerados  y  verdes,  que 
asisten'  á  desahogar  toda  la  mor- 
lio'sidad    de    sus    degeneraciones. 

La  Isidra,  mujer  entrada  en 
años,  gorda  y  grande  como  una 
vaca,  ks  proporciona  continua- 
mente niñas,  de  las  cuales  la  ma- 
yoría no  ha  alcanzado  aún  los  15 
años.  Pero  la  Isidi'a,  á  pesar  de 
su  calidad  de  madame  y  sus  años, 
sirve  á  algunos  de  los  concurren- 
tes que  la  consideran  una  mara- 
villosa artista  en  la  materia.  Gran- 
demente difícil,  casi  imposible 
puedo  agiéverar,  resulta  la  entrada 
á  esta  casa  de  personas  ajenas  al 
círculo  de  estos  viejos  lascivos,  y 
más  aún  siendo  joven.  Pero  la 
I  idra,  á  quien  conocí  cierta  no- 
che de  carnaval  en  un  baile  de 
máscaras  que  en  el  «Club  X»  se 
realizaba,  tuvo  la  deferencia  des- 
pués de  mucho  insistir  de  permi- 
tirme lá  entrada  á  condición  de 
quedarme  recluido  todo  el  tiempo 
que  permaneciera  en  ella,  en  su 
dormitorio,  desde  el  cual  por  me- 
dio de  tres  espejos  colocados  á  ese 
efecto,,  podría  dominar  la  sala  sin 
ser  visto  por.  los  que  en  ella  se 
encontraran. 

Un  sábado,  por  ser  este  día  ei 
que  más  número  afluía  á  la  casi- 
ta, nie  encaminé  hacia  ella,  dando 
los  golpes  indicados  de  antemano 
para  entrar  sin  ser  visto.  La  Isi- 
dra, con  su  enorme  corpulencia, 
ca Trinando  de  espaldas  á  la  sala, 
hizo  imposible  percibir  mi  llega- 
da,   pudiendo    colarme    oculto    por 


-   246    - 


tan  inmensa  trinchera.  Frente  al 
dormitorio  donde  me  hallaba,  con 
una  cortina  corrida  y  desde  un 
rincón  pude,  por  medio  de  los 
espejos,  ver  todo  el  movimiento  en 
la  sala. 

En  la  pared  del  frente,  un  ar- 
tístico brazo  con  tres  picos  eléc- 
tricos y  en  las  laterales  dos  con 
otros  tres  picos  cada  iino,  llená- 
banla de  fuerte  luz.  El  piso  cu- 
bierto por  una  alfombra  granate 
formaba  un  hermoso  efecto  con 
las  paredes  decoradas  por  gran- 
des flores  granates  también  y  los 
divanes  tapizados  de  terciopelo 
del  mismo  color. 

Un  concierto  de  risas  y  voces  in- 
fantiles contrastaba  con  gruesas 
risotadas.  Ocho  ó  diez  viejos,  al- 
gunos sin  sombreros,  otros  el  sa- 
co y  chaleco  desabrochados,  y  otras 
tantas  niñas,  regord|3tas  y  en- 
cantadoras, algunas  aún  con  ru- 
los, todas  con  la  pollera  hasta  la 
rodilla,   llenaban  la  sala. 

Uno  de  nuestros  hombres,  tenía 
sobre  la  falda,  sentada  á  una  ni- 
ña que  pasaba  su  brazito  alrede- 
dor del  cuello  de  éste,  besándole 
como  pudiera  hacerlo  con  un  pa- 
dre. Otro,  tenía  entre  sus  pier- 
nas, apretándola  con  las  rodillas, 
á  una  rubiecita,  á  quien  con  sus 
manoplas  apretábale  la  cara  atra- 
yéndola   hacia    la    suya    para    im- 


plantarle ua  beso  con  sus  labios 
que  estiraba  como  los  de  un  ne- 
gro. Aquello  parecía  la  consagra- 
ción de  la~  belleza  infantil  por  ca- 
riñosos padres  que  adoraban  á  sus 
hijas  en  su  ingenuidad  y  alegría. 
Mas  nó !  De  pronto  se  veía  una 
mano  entrando  cautelosamente 
por  debajo  de  la  pollera  de  alguna 
y  un  calzón  que  caía  al  suelo... 
Se  veía  levantar  la  ropa  á  otra  y 
con  I  ostros  de  imbéciles  contem- 
plar todos  lo  que  quedaba  á  des- 
cubierto... 

Haciendo  coro  en  esta  fiesta  de 
c^ecrepitud,  el  viejo  de  las  gafas 
\eides,  sentó  sobre  sus  faldas  á 
una  niña  regordeta,  redonda  co- 
mo una  bola,  á  la  cual  balbuceaba 
algunas  jjalabras,  tomándole  por 
la   gruesa   papada. 

Luego,  la  paró  sobre  el  amplio 
diván  donde  se  hallaba  sentado. 

Tembloroso,  como  si  se  hallara 
poseído  de  una  excitación  extre- 
ma, bajóle  los  calzones. 

Sus  compañeros  entre  fuertes 
risotadas  gritaban:  ¡Ahora!... 
¡  Ahora ! 

Don  Fermín,  metió  la  cabeza 
por  debajo  de  las  ropas  tomándo- 
la ansiosamente  por  las  caderas... 
La  regordeta,  roja  como  el  fue- 
go, abrió  las  piernas  dejándose 
caer   contra  la   pared... 

MARCOS    FROMENT. 


•  ♦■ 


£1  £febo 


Tu  cuello  sur^fc  ilel  seno  como  una  torre 
de  marfil.  Oh  etebo!;  los  bucles  oscuros 
(le  tus  cabellos,  notan  sobre  tu  palidez, 
líquidos  y  más  azules  que  la  noche  de  ojos 
de  oro  con  su  traje  de  seda. 

Entre  las  vestiduras  negras,  tus  flancos 
puros  y  nerviosos,  de  los  mármoles  con- 
sagrados eternizan  la  gloria,  y  tu  boca 
sangrienta  e&  la  tibia  píxide  en  donde  re- 


vive el  perfume  de  las  cremas  fabulosas 
Empero,  tu  lindo  cuerpo  de  líneas  rít- 
micas no  calmará  nunca  el  amor  de  las 
prometidas;  tus  grandes  ojos,  semejantes 
á  gotas  de  mar,  no  bajarán  nunca  de  sus 
cielos  poéticos  en  los  cuales  sueñan,  fra- 
ternalmente, los  efebos  antiguos  con  Nar- 
ciso,  gran  corazón  que  murió  de  amarse. 

LAURENT  TAILHADE. 


CATAI.O*;0    DE    LA     «LIBRERÍA    MEKCl  HK )  »  11 


Tomos 

Ovidio    Las    Heroidas    I 

»         • Las    jjetamórfosis    1 

J^'loro     Hazañas     romanas I 

i^hiint  Ulano      Instituciones    oratorias ^¿ 

Qntnto     Cvrcío V¡da    de    Alejandro 2 

Estacio... La   Tebaida 2 

i^iicnno      La     Farsalia 2 

Tito      Livio Décadas  de  la    Historia   iíor.ia-ia  7 

TirtuHdiio Vpología    contra    los    .ij;eiitiles...  I 

Historii     .-higusta ,.  (Historia    Augusta)     ■'-1 

Mtncinl    y    Fcdro Epigramas   y   fábulas .-í 

Trr.ncio    Teatro     completo l. 

.\  ¡ndryi)     El     asno    de    oro 1 

J'Iinio      (i      Joven Panegírico  de  Trajano  y  Cartas  2 

í'orncHo    Nepote    Vidas  de  varones  ilustres 2 

■I iivcnd    y    l'ersio Sátiras     I 

J.idio    (relio ijas    r¡oches    áticas '/ 

San.    Agustrn f,;,  Cimlad  de  Dios i 

Ainniiano Historia    del    Imperio    Romano  _' 

Lricrrci)    De  la   naturaleza   de  las  c^osas  1 

Clásicos  Españoles 

Tomos 

('fivontes Novelas  ejemjjlares  y   Viaje  del 

Parnaso       2 

»              Don   (Juijote   i'e  li    Mancha S 

»              T<^atro     completo     .'-{ 

Calderón    dr    hi    Barca Teatro     Selecto     '» 

Jliirtido    de    Mendoza sus     en     prosa I 

(,hirvedo       Obras  satíricas  y  festivas 1 

»             Obras  políticas,  históricas  y  crí- 
ticas       'J 

»             Política    de    Dios 1 

Quintana- Vidas  de  españoles  célebres -2 

Duque     dr     Rivas Sublevación     de     iVápoles L 

Aléala     Galiano Recuerdos    de     un     anciano 1 

Manuel    de    Meló Guerra    de    Cataluña i 

A  ntolocjía     (Poetas     Líricos) ]'2 

i'ri'.tóbal    Colón Relaciones    de    sus    viajes..  .  ¡ 


Clásicos    Ingleses 


Tomos 


Maeanlay Estudios    Literarios    I 

))             Estudios    Históricos    1 

»             .,-  E'ltudios    Políticos 1 

»             Kstudios     Bioerátícos I 


12  CATÁLOGO    DE    LA      «LIBREKÍA    MERCURIO» 


Tomes 

'■  Estudios    Críticos    1 

Estudios    'd(>    política    y    litera- 
tura   1 

\'idas    de    políticos    ingleses 1 

Historia    de    la    Revolución    in- 
glesa      4 

Historia    del    Reinado    de    Gui- 
llermo    III    6 

■'  Discursos    parlamentarios 1 

Mil  ton       E'  Paraíso  perdido 2 

.s7('/fcf.<//f  nr*      'I'eatro    Selecto     8 

Clásicos    Italianos 

Tomo 

M'imcni       l,os    Novios    I 

!>      La      Moral      Católica 1 

»  Tragedias    y    poesías 2 

i iu'icciardin I     Historia    de    Italia 6 

M  '■,r]ui(tvi}i'     Obras     históricas 2 

"  Obras    políticas    2 

li'')iven!it<      Crll'ifí'i     Su     Vida     2 

l'nf^xo     \,a   Jerusalén   libertada 2 

Clásicos    Alemanes 

Tomos 

.  ihillir     Teatro    completo     'ó 

n  Poesías    Líricas    2 

!l('iii(      Poemas    y     fantasías 1 

»)        Cuadros    de     Viaje 'i 

(locthf    Viaje    á    Italia 2 

»  Teatro    Selecto     2 

ffvmbojdi     Cristóbal    Colón    y   el    descubri- 
miento    de     América 2 

Clásicos   Franceses 

Tomes 

l/oiiattiiK     Civilizadores    y    Conquistadores  2 

I{n!<fit((f  Oraciones    fúnebres 1 

Clásicos    Portugueses 

Tomos 

<    "/•/((.(  o>       — lios    Lusiadas    1 

|-*c)esías     Selectas 1 


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CATÁLOGO    DE    LA    «LIBRERÍA    MERCURIO»  13 

Ediciones  varias 

L'omppyo   Gener- — Cosas  de   España ., $  1.00 

l'onipeyo    Gencr — Leyendas    de    amor »   1.00 

Vicente    Medina — Poesía »  1 .00 

Antonio  Lcdesma — La  Nueva  Salida  de  D.  Quijote  de  la  Mancha  »  0.90 

l'o7i(Jesa  de  Fardo  Bazán — Insolación  (edición  ilustrada) »  1.00 

^'ondesd  de  Pardo  Bazán- — Morriña  (edición  ilustrada) »  l.Oü 

Alejandro    Larrubiera — Camino    del    Pecado »  0.75 

C pton  Sinclair — Los   envenenadores   de  Chicago ,  »  0.7-5 

Manuel    -7.    Savri — Dios    no    existe »  0.50 

Matilde   Serao- — Historia  de  dos   almas   (novela) »  0.45 

José     Asunción    Silva — Poesías »  0.50 

■fosé   Antich — Andrógino   (Poema  en   prosa) »  1.00 

-/.    M.    Llanas    Aqnilaniedo — ^Pityu'sa    (novela) »  0.90 

U.    Bahelais — ^Gargantúa »  0.90 

■T.  M.  de  Pereda — La  novela  en  el  teatro »  0.50 

José  Brisa — La  Revolución  'de  Julio  en  Barcelona »  0.50 

Fnim-iscn  A.  Sicardi — Libro  extraño  (2  tomos  rústica) »  1.80 

Intimidades  taurinas  y   El   arte  de  torear  de   Ricardo  Torres 

«Bombita»    (1    tomo    rústica) »  0.90 

E(a  de  Qiieiroz — La  ilustre  casa  de  Ramírez  (1  tomo  riística) »  0.90 

J.  M.^  Gabriel  y  Galán — Obras  completas  (2  tomos  rústica) »  2.00 

Federico   García  Sanchíz — Nuevo  descubrimiento  de  Canarias  (1 

tomo    rústica                    »  0.75 

J.  Pop  per — El  derecho  á  vivir  y  el  deber  de  morir  (1  tomo  tela)...  »  0.50 

Tí".   James — Fases  del   Sentimiento  Religioso  (3  tomos  tela) »  1.50 

Can'pano    ilustrado— Diccionario    castellano    enciclopédico    (1 

tomo    tela)                    »  i. 00 

Obras  de  Luisa  M.  Alcott 

C.\D.\  TOMO  $  0.50 

Tamos  Tomoi 

Las     mujercitas    1     La    Provincianita    1 

Las  mujercitas  casadas 1     Los    Hombrecitos 1 

Obras  de  Valle  inclán  (i) 

Aromas  de  Leyenda  ;    versos  en  loor  de  un  Santo  Ermitaño     1    tomo  9  0.76 

Historias   de    Amor    (edición    ilustrada) 1       •>  »  1.15 

lias  Mieles  del  Rosal:    crónicas 1       »  «0.50 

La   Guerra  Carlista: 

I.  Los  Cruzados  de  la  Causa .- 1       »  »  0.90 

II.  El  Resplandor  de  la  Hoguera 1       »  »  0.90 

III.  ürerifaltes    de    Antaño 1       »  »  0.90 


(1)  Ver  las  páginas  2  y  3  del  presente  catálogo. 


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14  CATÁLOGO   DE    LA     «LIBRERÍA    MERCURIO  J 


Obras  de  Rubén  Darío  (1)     ^ 

Cantos  de  vida  y  esperanza   (1  tomo   rústica) $  1.25 

Viaje    á    Nicaragua    (1.    tomo    rústica) »  1.00 

Obras   escogidas   (tomo    1."    rústica) »  0.90 

Obras    escogidas    (tomo    2.°    rústica) »  0.90 

Obras   escogidas    (tomo   S.°    rústica) »  0.90 

Prosas   Profanas   (1   tomo   tela) »  0.90 

Peregrijiaciones    (1    tomo    tela) »  0.45 

Los    Raros    (1    tomo    rústica) »  0.4o 

España  Contemporánea  (1  tomo  tela) »  l.ÜO 

La   caravana    ¡)asa    (1    tomo    tela) ; »  1.00 

Tierras    Solares    (1    tomo    rústica) »  0.90 

Obras  de  Vargas  Yila 

Á  0.25   CADA   TOMO   1-:X   RÚSTICA,    V  O.45   EN  TELA 

Tofflos  '  Tsmet 

Aura    6    las    violetas 1      Flor    del     Fango 1 

Copos  de  espuma 1      Las    rosas    de   la    tarde 1 

Á   0.90   CADA    TOMO — PASTA    DE   LUJO 

Tomes  Toáis 

Páginas    escogicjas 1       Ibis      1 

All)a     roja 1       Laureles     rojos 1 

Kí   Alma  de  los  lirios 1      Prosas    Laudes 1 

.\rs-Verba       1      La    República    Romana I 

El  Camino  del  Triunfo 1     La    Simiente I 

La    Conquista    de    Bizancio 1      Los    Parias  1 

Los  divinos  y  los  humanos 1  Verbo  de  admonición  y  de  com- 

Flor    del     Fango 1  bate      1 

Novelas  de  Eduardo  Acevedo  Díaz 

Brenda    1    tomo  $  l.oO       Grito    de    Gloria...  1       »       »  1.20 

Ismael     1       »       »  1.20       Soledad    1       »       »  1.20 

Nativa     1       »       »  1.50 

Obras  de  Samuel  Smiles 

0.(J()   CADA   TOMO   EN   TELA 

Tomos  Tomes 

El     ahorro 1  Viaje   de   un    muchacho   alrede- 

¡. Ayúdate!     1          dor  del   mundo 1 

El    Carácter 1      Vida    y    Trabajo 1 

Inventores  é    industriales 1      El    Deber   1 

Vida   de   .Jorge   Stephenson 1 


(1)  Ver  la  página  3  del  presente  catálogo. 


í-( 


CATALOGO    DE    LA      -tíJH'íEKIA    3ÍKRCUKIO  J 


Obras  de  Rubén  Darío  (1) 

Cantos   (le   \¡(\ii   y    t'i?})franza    (1    toiiu)    rilstipa) $   1.25 

\  iajc    ;í    Nicaragua    (1     ttjino    riistica) »   l.UO 

( )t)ias    i'SíH)gidas    (toiuo    1."    nistica) »  O.ÜQ 

Oliias    cseogi'ilas    (toiiio    2."    nistica) : »   0.90 

()liias    csco^^iidas    (tomo    3."    nistica) »  0.9(1 

i'rosa-s    L'roíauas    (1    tomo    tela) »  0.90 

Peregrinaciones    (1     tono    tela) »  0.4.5 

ivos     ¡{ai'os    (i    tomo    lústica) »   0.4.1 

Kspaua  C()iitenij)oráiH>a   (1   tomo  tela) d  1.00 

i^a    caravana    ¡jasa    (1    tomo    lela) >>   1.00 

i'ierras    .Solares    (1    tomo    rústica) »  0.90 

Obras  de  Vargas  Vila 

Á   0.25   CADA   KJ.MO    KN    KCSTICA,    V   O.43    EN   TEL.A 

Tomos  Tomos 

.Aura    ó    las    violetas 1      Flor    del     Fango 1 

Copos  de  esjiuma 1      Las    rosas    de    la    tarde 1 


A    (i.(j()   CADA    TO.MO — PA.STA    DE    I-UJO 

Tomos 


Tomis 


Páginas     escogicjas 1 

All)a     roja 1 

1".!    .Alma  de  los  lirios 1 

.\rs-\'erlia        1 

KI   Camino  del  Triunfo 1 

La    Conquista    de    liizancio 1 

Los   divinos   y   los   humanos 1 

Fl(n-     del     Fango 1 


Ibis      1 

íjaureles     rojos 1 

Prosas     iiandes 1 

L;i    Kepiíhlica    Romana I 

La    Simiente 1 

IjOS     Parias   1 

Verho  de  admonición  y  de  com- 

hato      1 


Novelas  de  Eduardo  Acevedo  Díaz 

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1       ))       »  1.20       Soledad    

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Toaos 


»  1.20 
))  1.20 


Tomos 


I'".!     ahori-o 1  Viaje    de    un    muchacho    alrede- 

;  Ayúdate!     1  lor   del   mundo 1 

Kl     Carácter 1  Vida    y    Trabajo 1 

Inventores    é    industriales 1  F.l     Deber    1 

Vida    de    Jorg(>    Stephenson 1 


(I)   Ver  la   ¡)ágina   'A  del  i)reseute  catálogo. 


-   -201    — 


Los  suicidas 


1 


Yo  me  explico  el  horrur  de  los 
suicidas  á  la  vida.  La  última 
cumbre  de  sus  aspiraciones  ha 
sido  franqueada  y  después .... 
un  gesto  de  metafísica  abruma- 
dora sefialará  íi  la  Muerte  C(Muo 
la  única  emperati'iz  conquista- 
dora de  las  finalidades  ascen- 
dentes. 

Hamlet  desde  la  infausta  no- 
che reveladora,  ya  nunca,  más 
oye  la  voz  de  Ofelia;  la  obsesi(3n 
de  veng'anza  llena  toda  su  vida. 

Mientras  describimos  invaria-' 
blemente  la  órbita  de  nuestro 
trágico  cotidiano,  el  espíritu  di- 
lata enormemente  el  pensamien- 
to de  la  vida  y  el  Yo  imaginati- 
vo, insosegable  corre  tras  la  cua- 
driga vertiginosa  del  Ensueflo, 
porque  va  volcando  rosas  en  su 
peregrinaje  al  infinito. 

Solo  así  concibo  la  existencia 
de  los  miserables;  desde  el  cre- 
púsculo eterno  en  que  los  ha 
sumergido  su  condición  de  hu- 
mildes, á  través  de  la  negra  no- 
che de  sus  designios,  ellos  ima- 
ginan la  torre  de  oro  que  guarda 
al  poderoso  y  comprenden  el 
reguero  de  estrellas  que  les  brin- 
da su  Dios.  (Finalidad  incons- 
ciente). 

Y  nosotros  que  describimos  la 
órbita  de  un  trágico  que  podría- 
mos llamar  trágico  perfeccionado, 
rendimos  homenaje  á  las  mismas 
leyes  y  ofrendamos  á  los  mismos 
dioses. 

•  De  esta  manera  ha  planteado 
el  sublime  místico  Maeterlinck 
su  socialismo  igualatorio,  fun- 
dado en  la  psicología.  Socialismo 
de  conciencia,  raro  y  profundo 


Para    Apolo. 

socialismo,  por  el  que  las  accio- 
nes heroicas  y  las  acciones  ba- 
nales se  diferencian  en  la  pre- 
sencia ó  en  la,  ausencia  del  yo 
trascendental.  Son  círculos  repre- 
sentando \:i  vida  con  centros  re- 
prcsent.'iudo  la  ambición.  «-Le 
Trésor  des  Humbles»,  bello  sal- 
mo de  optimismo  y  de  esperanza, 
es  así  como  la  encrucijada  donde 
confunde  destinos,  la  gloria  épi- 
ca y  la  existencia  austera,  la 
virtud,  el  silencio  y  el  dolor. 

Cuando  mayor  sea  la  inteli- 
gencia mayor  será  el  área  del 
círculo.  Así  tendremos  el  círculo 
del  imbécil  cuyo  radio  es  el  ra- 
dio de  su  cabana  y  el  radio  del 
círculo  del  sabio  que  se  extiende 
al  infinito.  (Finalidad   infinita). 

Yo  me  explico  el  horror  de 
los  suicidas  á  la  vida. 

La  última  cumbre  de  sus  as- 
piraciones ha  sido  franqueada  y 
después  .  un  gesto  de  metafí- 
sica abrumadora  seilalará  á  la 
Muerte  como  la  única  empera- 
triz Conquistadora  de  las  finali- 
dades ascendentes. 

Ofelia  cuando  siente  que  la 
espina  del  desdén  se  ha  clavado 
en  su  corazón  se  arroja  á  los 
abismos. 

Los  suicidas  son  los  que  han 
hecho  con  la  finalidad  consciente, 
la  finalidad  finita.  (Se  borran  los 
círculos,  pudieron  ser  idiotas 
como  pudieron  ser  genios;  pue- 
de ser  infeliz  el  ignorante  como 
el  genio:  el  idiota  preguntando 
para  qué  sirve  su  caballa  y  el 
sabio  preguntando  qué  es  el 
Cosmos ). 


Kioiitevideo.  Octubre  ]!»10. 


Carlos  PlTTAMKiLlO  BCC^UET. 


MISSING  I 


-   263    - 


Mi  cuc|)íllo 


Para    Apolo. 


Tengo  un  viejo  cuchillo  lobero, 
cuchillo  de  historia, 

que  al  verlo  mohoso  no  sé  por  qué  infiero 
que  en  antiguas  edades  de  gloria 
yo  fui  su  salvaje  i  audaz  compañero. 

Que  los  dos  por  las  Islas  nos  fuimos, 
de  Castro  a  los  Chonos, 
rompiendo  los  bosques,  hundiendo  los  limos, 
i  burlando  del  mar  los  enconos 
triunfantes  de  todo  los  reyes  nos  vimos. 

Me  parece  que  aún  lo  tremola 
mi  mano  siniestra, 

que  lo  hundo  hasta  el  mango,  pelando  en  la  ola 
con  el  lobo  que  herido  me  muestra 
sangrientos  sus  pechos,  su  vientre  i  su  cola. 

Que  con  él  yo  les  quito  la  vida 
a  diez  blancas  focas 

que  vienen  del  Polo  en  fantástica  huida, 
que  les  rajo  de  un  golpe  las  bocas 
i  senos  al  darles  mi  recia  embestida. 

Y  que  lanzo  clamores  salvajes 
que  el  eco  dilata; 

yo  el  rei  primitivo  de  aquellos  parajes, 
mientras  pasa  la  gris  cabalgata 
del  Austro  que  ruje  sus  rudos  rendajes. 

A.  BÓRQUEZ  -  SOLAR. 


Santiago  de  Chile. 


»♦• 


£1  coirazóti  tiento 


Erase  un  pobre  corazón  que 
estaba  todo  negro  y  al  que  nada 
podía  tornar  blanco. 

En  vano  el  pobre  corazón  les 
suplicaba  á  las  palomas  que  de- 
jaran caer  al  pasar  sus  alas  sobre 
él;  las  palomas,  enternecidas  al 
escuchar    sus   súplicas,    dejaron 


caer  sus  alas  sobre  él ;  pero  el 
pobre  corazón  permanecía  siem- 
pre negro. 

Y  en  vano  le  imploraba  á  la 
luna  que  lo  mirara  durante  largo 
tiempo:  la  luna  lo  miraba  cuan 
do  podía  y  el  pobre  corazón  per- 
manecía siempre  negro.  Y  el  agua 


264 


del  íiiToyo  lo  lavaba,  al  propio 
tiempo  que  á  las  guijas  del  álveo; 
y  la  lluvia  del  cielo  caía  sobre  él, 
como  sobre  los  trigos,  y  el  sol 
mismo  sentía  piedad  de  aquel 
{>obre  corazón  negro. 

Pero  un  día  se  aeerc(')  á  él  otro 
corazón  que  era  feliz,  puesto  ({ue 
era  blanco,  y  tocó  al  corazón  ne- 


gro, y  el  corazón  negro  se  rom- 
pió; pero  antes  de  rompeise  se 
tornó  todo  blanco,  y  sus  despojos 
eran  ciindidos  como  las  propias 
plumas  de  las  tórtolas. 

Erase  un  pobre  corazón  que 
estaba  todo  negro  y  al  que  nada 
podía  tornítr  blanco. 

Helena   VACARESCU. 


«♦« 


lllegrtas  dolorosas 


Para  mí  las  tiestas  del  carna- 
val son  de  una  tristeza  profunda, 
que  está  por  sobre  todas  las  fra- 
ses hechas  y  por  sobre  todas  las 
lágrimas  que  diluvian  en  las  lite- 
raturas. 

Yo  veo  la  desolación  más  gran- 
de en  esos  momentos  en  que  sue- 
nan infinitos  cascabeles  y  vuelan 
infinitas  serpentinas  y  un  alarido 
inmenso  desgarra  las  sedas  de 
la  tarde  y  los  terciopelos  de  la 
noche. 

Los  cascabeles  me  dicen  un 
pavoroso  espectáculo  de  mani- 
comio. Las  serpentinas  me  fingen 
miles  de  víboras  que  se  retuer- 
cen per  los  aires  en  una  furia 
tremenda  contra  las  pobres  vidas 
enloquecidas.  Y  el  alarido  inmen- 
so que  desgarra  sedas  y  tercio- 
pelos, es  el  propio  dolor  humano 
llev^ado  al  frenesí. 

I^as  máscaras  son  más  tristes 
mientras  expresan  mayores  júbi- 
los. Nada  más  desgarrador,  en 
efecto,  que  esas  faces  de  seda  y 
de  cartón  convulsionadas  de  ri- 
sas y  llenas  de  gestos  de  come- 
dia Puede  que  el  que  las  lleve 
sobre  su  mísero  rostro  sea  ver- 
daderamente   un    ser   feliz.    La 


expresión  grotesca  de  la  felici- 
dad me  restilta  más  melancólica 
que  la  mayor  desilusión. 

Siempre  ha  sido  costumbre  en 
otros  decir  que  el  carnaval  en- 
cierra y  disimula  todos  los  do- 
lores. Porque  siempre  ha  sido 
costumbre,  á  mí  me  pesa  incu- 
rrir en  idéntica  exteriori/.ación 
de  impresiones. 

Pero  á  pesar  de  todas  las  fra- 
ses hechas  y  de  todas  las  lágri- 
mas que  diluvian  en  las  litera- 
turas, es  cierto  que  las  fiestas 
de  esos  días  funambulescos  son 
de  una  tristeza  profunda. 

Y  no  quisiera  hablar  del  al- 
mizcle espantoso  que  envenena 
la  atmósfera ;  de  las  caras  mas- 
culinas que  siirgen  como  opro- 
bios por  sobre  los  rasos  llamati- 
vos de  grotescos  trajes  de  mujer : 
del  espectáculo  simiesco  de  cier- 
ta parte  maldita  de  humanidad. 

Desgraciada  fiesta  que  viene 
tradicionalmente  inspirando  he- 
chos y  frases  cursis  !  Desgracia- 
da fiesta  en  la  cual  no  hay  más 
blancura  que  la  de  Pierrot  eter- 
namente blanco  bajo  la  eterna 
harina  de  la  luna  ! 

Carlos  Paz  GARCÍA. 


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—  if^ 


<lel  arroyo  lo  lav;tba,  al  propio 
tiempo  que  á  las  Ji^uijas  del  <álveo; 
y  la  lluvia  del  cielo  caía  sobre  él, 
como  sobre  los  trig^os.  y  el  sol 
misdio  sentía  piedad  de  aíjuel 
l)obre  corazón   neg'ro. 

Pero  un  día  se  acerc('>  á  él  otro 
coraz(jn  (jue  era  feliz,  puesto  (jue 
ei"a  blanco,  v  tocó  al  corazón  ne- 


¡?ro,  y  el  corazón  negro  se  rom- 
pió; pero  antes  de  ronipeise  se 
tornó  todo  blanco,  y  sus  despojos 
eran  cándi'los  como  las  propias 
plumas  de  las  t(')rtf)las. 

Erase  un  pobre  corazón  que 
estaba  todo  negro  y  al  (]ue  nada 
podía  tornar  blanco. 

Helf.na   VACARESCU. 


ftkgrias  doloYosas 


Para  mí  las  tiestas  del  carna- 
val son  de  una  tristeza  profunda, 
(|Ue  est/i  por  sobre  todas  las  fra- 
ses hechas  y  por  sobre  todas  las 
lágrimas  (|ue  diluvian  en  las  lite- 
raturas. 

Yo  veo  la  desolación  más  gran- 
de en  esos  momentos  en  que  sue- 
nan infinitos  cascabeles  y  vuelan 
infinitas  serpentinas  y  tin  alarido 
inmenso  desgarivi  las  sedas  de 
la  tarde  y  los  terciopelos  de  la 
noche. 

Los  cascabeles  me  dicen  un 
pavoroso  espectáculo  de  mani- 
comio. Las  serpentinas  me  fingen 
miles  de  víboras  que  se  retuer- 
cen per  los  aires  en  una  furia 
tremenda  contra  las  pobres  vidas 
enloquecidas.  Y  el  alarido  inmen- 
so que  desgarra  sedas  y  tercio- 
pelos, es  el  propio  dolor  humano 
.llevado  al  frenesí. 

Las  máscaras  son  más  tristes 
mientras  expresan  mayores  júbi- 
los. Nada  más  desgarrador,  en 
efecto,  que  esas  faces  de  seda  y 
de  cartón  convulsionadas  de  ri- 
sas y  llenas  de  gestos  de  come- 
dia Puede  que  el  que  las  lleve 
sobre  su  misero  rostro  sea  ver- 
daderamente   un    ser    feliz.    La 


expi'esión  grotesca  de  la  felici- 
dad me  resulta  más  melancólica 
que  la  mayor  desilusión. 

Siempre  ha  sido  costumbre  en 
otros  decir  que  el  carnaval  en- 
cierra y  disimula  todos  los  do- 
lores. Porque  siempre  ha  sido 
costumbre,  á  mí  me  pesa  incu- 
rrir en  idéntica  exteriorizac¡<')n 
de  impresiones. 

Pero  á  pesar  de  todas  las  fra- 
ses hechas  y  de  todas  las  lágri- 
mas que  diluvian  en  las  litera- 
turas, es  cierto  que  las  fiestas 
de  esos  días  funambulescos  son 
de  una  tristeza  profunda. 

Y  no  quisiera  hablar  del  al- 
mizcle espaittoso  (|ue  envenena 
la  atmósfera  ;  de  las  caras  mas- 
culinas que  siirgen  como  opro- 
bios por  sobre  los  rasos  llamati- 
vos de  grotescos  trajes  de  mujer: 
del  espectáculo  simiesco  de  cier- 
ta parte   maldita  de  humanidad. 

Desgraciada  fiesta  que  viene 
tradicionalmente  inspirando  he- 
chos y  frases  cursis  !  Desgracia- 
da fiesta  en  la  cual  no  hay  más 
l)lancura  (jue  la  de  Pierrot  etei-- 
namente  blanco  bajo  la  eterna 
harina  de  la  luna  ! 

Caklos  Paz  GARCÍA. 


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Ilmjh      (^nnir-iif — Alisterio 

<  h  .    ('anh-ff — Hijo    del    rjar ' 

!i.     T[iirn>in(i — !?afíl(>s         

\"ictr,i-  <  ItcrhiJii  r. — Kl   Tiovio  de  la    Señorita    Saint   .Manr 

■  f'iri/''    ( ,'h  n<  t — I'n    anti<j;iio    rencor 

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,1.    C'niiui    l')ui/]c — Sable    en    mano..,.. 

.\<ln]fn   lhlnf~-YA  crimen   ('e  la   calle  de  la   Paz 

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1 
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X 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


A<iministra.d.or: 
LUIS       PÉREZ 


ftedaooión.    y   A-draainistración: 
TREINTA.  Y  TRES,      73 


AÜO  V 


Montevideo,   Diciembre  de  1910 


N.°  46 


£1   artista 


El  artista  ideal  es  aquel  que  reúne  en  una  misma 
obra  y  con  mayor  intensidad  esos  atributos  de  la.  esté- 
tica que  se  llaman  sentido  plástico  y  sentimiento  poé- 
tico. 

Todo  artista  persigue  esa  conjunción  tan  difícil  de 
alcanzar.  Todos  los  cultivadores  del  arte  quisieran  ser 
creadores  y  de  la  noble  lucha  en  que  empeñan  sus  facul- 
tades resulta  que  unos  se  imponen  por  la  idea ;  por  la 
forma  otros  y  los  menos  por  ambas. 

En  poesía  no  existe  hoy  el  taumaturgo  divino  que 
domeñe  por  igual,  llegando  al  sumo  grado  de  perfec- 
ción posible,  concepto  y  forma.  El  genio  poético  des- 
aparece poco  á  poco.  El  culto  de  la  tradición,  unas 
veces,  y  otras  el  afán  de  ganar  prosélitos,  desvían  de 
su  ruta  al  poeta  y  cohiben  su  pensamiento.  De  ahí  el 
mal  de  las  escuelas  á  cujeas  normas  él  se  somete  menos- 
cabando su  talento  en  una  cristalización  prematura  3- 
por  desgracia  definitiva.  Un  artista  en  perenne  evolu- 
ción es  siempre  un  innovador  que  no  pone  límite  á  su 
talento ;  susjnodalidades  varían  á  menudo  y  aunque  la 
idea  que  él  sustente  sea  siempre  la  misma  su  arte  es 
multicolor. 

Pero  aun  logrando  esa  conjunción  estética  de  que  he 
hablado,  el  artista  ideal  ama  sobre  todo  el  sentimiento 
poético  que  perdura. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


1!)10. 


-  266  — 

FLOR.  :be:is[ditjP5. 

Para    Apolo. 

Cojo  esta  rosa  del  solar.  —  Galana 
ofrenda  os  hace  de   ella  el  corazón. — 
(¡Mirad,  qué  roja  está  y  es  de  pasión, 
por  vuestros  ojos,  esta  ñor  toscanal) 

Flor  que  nació  en  Abril  una  mañana, 
y  naciera,  al  nacer,  en  la  prisión, 
donde  han  postrado   mis  fervores,  con 
las  bendiciones  de  una  buena  hermana. 

Flor  que  ha  nacido  para  hablar  de  amores 
á  vuestros  ojos,  que  por  ser  traidores 
ocultan  la  frialdad  de  una  estocada. 

Flor  que  ha  nacido  para  ñor  bendita . . . 
y  aunque  os    la  ofrecen  mirará  marchita 
porque  ha  nacido  para  ser  amada. 

TRÍAS   DU  PRÉ. 


•♦« 


SI    TU    SUI^IE^K-jOlS 


Si   tú   supieras  con  qué  premura 
todo   el  tesoro   de   su   ternura 
te    ofrece    el    alma !    i  Qué    triste    está ! 
cuando    á    mi   lado    pasas    esquiva 
con    el    orgullo    de    reina    altiva 
quo  despertando   pasiones  vá ! 

Si  tú   supieras  cuánto  medito 
puestos  los  ojos   en  lo   infinito 
d?    mi    angustiosa    desolación ! 
Cuanto    me    encantas    y    me    enajenas 
mientras   descienden   todas   mis   penas 
á   lo   más   hondo    del   corazón ! 

Cuando   de   lejos   sigo   tu   paso, 
puestos  los  ojos  en  el  ocaso 
do  una  esperanza   que  muere  en   él, 
pienso  que  toda  la  vida  diera 


si  en  un  instante  besar  pudiera 
tu   boca  dulce  como  la  miel. 

I'ienso — y  en  tristes  dudas  me  pierdo — 
que  es  inhumano   que  en  el  recuerdo. 
tan  sólo   á  voces   se  pueda   amar, 
porque  en  la  saña  cruel  de  tu  dolo 
coii   mis   deseos   me   dejas   solo, 
muriendo  á  fuerza  de  suspirar. 

Ven ;    no   desoigas   el   ruego   mío, 
porque   padezco    tan    cruel   hastío 
qiif.  sin  tus  besos  muero  de  esplín ; 
ven,  y   en  tus  labios  la  sed  vencida, 
ya   sin   objeto   mi   inútil  vida, 
eiitre  tus  brazos  encuentre  el  fin ! 


José  VIANA. 


».»» 


son  BliAflCO 


jPl^^t    e:tj.a.ncio     en.     el     templo 
el     veraerable     pá-xroeo 
te     dio     la.     eom.txan.ic5n,     yo     te     -u-eía. 
desde     txn.     rin.eón.     sa.gra.do  .  .  . 
"Y"     ntxn.ea.     ixn.     sol     má.s     n.í-u-eo 
tüvo  amas  rojo  oea.so 

qixe     a.qtxel     sol    del     espíxitix  —  la.    hostia. — 
a.1     desa.pa.2recrex    tra.s     de     ttxs     la.lDios. 

tJtilio    FLCf)I?.E;Z,. 


—  267  — 

Los  camellos 


Lo  triste  es  asi .  .  . 
Peter  Ai.tkmberg. 


Dos  lánguidos  camellos,  de  elásticas  cervices, 
de  verdes  ojos  claros  y  piel  sedosa  y  rubia, 
los  cuellos  recogidos,  hinchadas  las  narices, 
á  grandes  pasos  miden  un  arenal  de  Nubia. 

Alzaron  la  cabeza  para  orientarse,  y  luego 
el  soñoliento  avance  de  sus  vellosas  piernas 
—  bajo  el  rojizo  dombo  de  aquel  cénit  de  fuego  — 
pararon  silenciosos  al  pie  de  las  cisternas . . . 

Un  lustro  apenas  cargan  bajo  el  azul  magnífico 
y  ya  sus  ojos  quema  la  fiebre  del  tormento: 
tal  vez  leyeron,  sabios,  borroso  jeroglífico 
perdido  entre  las  ruinas  de  infausto  monumento. 

Vagando  taciturnos  por  la  dormida  alfombra, 
cuando  cierra  los  ojos  el  moribundo  día, 
bajo  la  virgen  negra  que  los  llevó  en  la  sombra, 
copiaron  el  desfile  de  la  Melancolía ... 

Son  hijos  del  Desierto :  prestóles  la  palmera 
un  largo  cuello  móvil  que  sus  vaivenes  finge ; 
y  en  sus  marchitos  ojos  que  esculpe  la  Quimera 
sopló  cansancio  eterno  la  boca  del  Esfinge. 

Dijeron  las  Pirámides  que  el  viejo  Sol  rescalda : 
« Amamos  la  fatiga  con  inquietud  secreta »  . . . 
y  vieron  desde  entonces  correr  sobre  una  espalda 
tallada  en  carne,  viva,  su  triangular  silueta. 

Los  átomos  de  oro  que  el  torbellino  esparce 
quisieron  en  sus  giros  ser  grácil  vestidura; 
y  unidos  en  collares  por  invisible  engarce 
vistieron  del  giboso  la  escuálida  figura. 


—  268  — 

Todo  el  fastidio,  toda  la  fiebre,  toda  el  hambre, 
la  sed  sin  agua,  el  j^ermo  sin  hembras,  los  despojos 
de  caravanas . . .  huesos  en  blanquísimo  enjambre, 
todo  en  el  cerco  bulle  de  sus  dolientes  ojos. 

Ni  las  sutiles  mirras,  ni  las  leonadas  pieles, 
ni  las  volubles  palmas  que  riegan  sombra  amiga, 
ni  el  ruido  sonoroso  de  claros  cascabeles 
alegran  las  miradas  al  rey  de  la  fatiga. 

¡Bebed  dolor  en  ellas,  ñautistas  de  Bizancio, 
qne  amáis  pulir  el  dáctilo  al  son  de  las  cadenas, 
sólo  esos  ojos  pueden  deciros  el  cansancio 
de  un  mundo  que  agoniza  sin  sangre  entre  las  venas ! 

¡  Oh  artistas !  ¡oh  camellos  de  la  llanura  vasta, 
que  vais  llevando  á  cuestas  el  sacro  Monolito  ! 
¡Tristes  de  Esfinge!  ¡novios  de  la  palmera  casta! 
¡  sólo  calmáis  vosotros  la  sed  de  lo  infinito ! 

¿Qué  pueden  los  ceñudos  ?   ¿Qué  logran  las  melenas 
de  las  zarpadas  tribus  cuando  la  sed  oprime? 
sólo  el  poeta  es  lago  sobre  este  mar  de  arenas, 
sólo  su  arteria  rota  la  humanidad  redime. 

Se  pierde  ya  á  lo  lejos  la  errante  caravana 
dejándome  —  camello  que  cabalgó  el  Excidio  ...  — 
¡cómo  buscar  sus  huellas  al  sol  de  la  mañana, 
entre  las  ondas  grises  de  lóbrego  fastidio! 

¡No!  buscaré  dos  ojos  que  he  visto,  fuente  pura         , 
hoy  á  mi  labio  exaasta,  y  aguardaré  paciente 
hasta  que,  suelta  en  hilos  de  mística  dulzura, 
refresque  las  entrañas  del  lírico  doliente; 

y  si  á  mi  lado  cruza  la  sorda  muchedumbre, 
mientras  el  vago  fondo  de  sus  pupilas  miro, 
dirá  que  vio  un  camello  con  honda  pesadumbre 
mirando  silencioso  dos  fuentes  de  zafiro  . . . 

Guillermo  VALENCIA. 


—  269 


Periodistas  chilenos 


HERACLIO     FERNANDEZ 
-^^ - 

Ojos  avises 


Fúlgidos  ojos  extraños 
de  metálicos  matices, 
divinos  ojos  castaños; 
haced  mis  horas  felices. 

Yo  vi  el  valor  de  los  años, 
yo  vi  remotos  países, 
pero  no  vi  en  mis  antaños 
la  luz  de  tus  ojos  grises. 


Hoy  esa  luz  ilumina 
mi  senda  trágica  y  bruna 
donde  tu  sombra  camina. 

Ojos  con  lumbre  de  luna, 
que  tenéis  los  míos  presos, 
he  de  cerraros  en  una 
noche,  al  calor  de  mis  besos. 

FROILÁN  TURCIOS. 


—  270  — 

£1  fvío  d^  la  larde 


En  mitad  del  camino  que  for- 
man dos  hileras  de  sauces  y  que 
costea,  ondulando,  la  orilla  del 
riachuelo,  á  veinte  pasos  del  pue- 
bluco  que  recorta  sobre  la  barran- 
ca la  línea  complicada  de  sus  te- 
jados contra  el  fondo  purpúreo 
del  cielo  de  la  tarde.  Personajes, 
un  viejo  cargado  de  años  y  de  pe- 
Jias  que  se  apoya  en  un  nudoso  y 
fornido  bastón  de  viaje,  y  dos  an- 
cianas ladinas  que  han  salido  á 
distraer  sus  nietos,  haciéndoles 
contemplar  las  imágenes  inverti- 
das  que   refleja   el   agua. 

Un  hálito  de  tranquilidad  en- 
vuelve y  dulcifica  todas  las  co- 
sas, del  mismo  modo  que  la  luz 
rosada  de  la  tarde  las  hace  risue- 
ñas. Se  oyen,  suavizadas  por  la 
distancia,  voces  de  campesinos  que 
suben  á  la  sierra  ;  los  golpes  me- 
surados del  martillo  de  la  herrería 
y  la  conversación  melodiosa  del 
agua  que  se  dispone  á  velar  el 
desfile  de  las  horas  nocturnas  ;  una 
paloma  se  queja  con  voz  de  mu- 
jer, y  los  grillos  alternan  bajo  la 
hierba  sus  agudas  canciones.  Por 
un  camino  distante  que  baja  rep- 
tando al  poblado,  se  ve  pasar  una 
procesión  de  campesinos  que  des- 
cienden lentamente. 

Dice  una  de  las  abuelas : 
— Ves  ?  Magdalena  ?  Allá  van  á 
enterrar  á  Dolores  la  novia  de 
A.ntuco.  Una  linda  muchacha 
muerta  en  hora  mala.  Ya  es  la 
segunda...  ¿Recuerdas?  Mal  año 
éste   para   mozas   casaderas... 

— Malos  años  todos  y  siempre  ; 
buen  año  éste  para  las  muchachas 
con  novio. 

— A  tristezas  de  olvido  prefiero 
el  descanso  bajo  las  rosas  y  los 
mirtos. . . 


— ¿Por  qué  dices  eso?  Juntas 
vimos  la  desesperación  de  aquel 
mozo  que  esnviudó  sin  casarse ; 
juntas  le  vimos  cubrir  á  la  difun- 
ta de  ramas  florecidas,  como  para 
impedir  que  la  tierra  hedionda 
manchara  la  palidez  de  aquella 
carne  muerta.  Además  ha  tras- 
plantado al  cementerio  todos  esos 
lirios  rojos  de  la  montaña  que  se 
abren  por  la  tardecita  como  la- 
grimones de  sangre  que  llorara  el 
sol  moribundo ;  y  en  las  noches  de 
luna  han  llegado  á  sorprenderlo, 
acodado  en  el  bardal  musgoso,  es- 
perando algo  que  ni  él  mismo  ha- 
brá logrado  explicarse... 

— Por  eso  prefiero  la  muerte... 
Estas  muchachas  que  desaparecen 
en  el  alborear  de  la  pubescencia, 
dejan  grabado  su  recuerdo  de 
una  manera  borrosa,  pero  indele- 
ble ;  dijérase  un  girón  de  neblina 
que  se  pone  á  danzar  en  el  almar. 
que  á  ratos  se  compacta  y  toma 
una  vaguedad  encantadora  de  for- 
mas corpóreas,  y  á  veces  se  disuel- 
ve,    se     disuelve     sin     extinguirse 

nunca. 

Callan  poco  rato,  y  una  de  las 
abuelas  nota  la  presencia  del  an- 
ciano, y  pregunta: 

—¿Quién  es  aquel  señor  que  allí 
mira  tan  fijamente  nuestras  ca- 
sitas ? 

—No  lo  sé,  por  mis  días,  res- 
ponde la  otra.  Pero  adivino  que 
ha  hecho  una  buena  jornada,  por- 
que trae  mucho  polvo  y  parece 
cansado.  ¿Ves?  Ha  llevado  el  pa- 
ñuelo á  los  ojos. 

Se  acercan.  Es  un  bravo  capi- 
tán que  arrima  la  nave  de  su  cuer- 
po á  la  costa  ineluctable  ;  las  es- 
pumas del  mar  de  la  vida  blan- 
quean  en   su   cabeza ;   la   transpa- 


—   271 


rencia  glauca  del  piélago  se  ha 
quedado  á  hacer  misteriosas  sus 
pupilas  ;  su  barba  de  patriarca  le 
llega    hasta    el    ombligo. 

— Buen  señor... 

Y  sentados  en  el  tronco  de  un 
árbol  que  derribaron  las  tormen- 
tas, cadáver  enjuto  y  bien  oliente 
á  quien  las  gramíneas  tratan  de 
dar  una  sepultura  verde,  echán- 
dole por  encima  sus  tallos  jugo- 
sos, departen  los  tres  como  viejos 
camaradas ;  entre  tanto  los  niños 
sobre  las  rodillas  de  las  abuelas 
se  están  quietos  con  los  ojos  ale- 
lados. 

— En  mi  pueblo,  cuenta  el  an- 
ciano, tuve  una  novia,  una  mu- 
chacha hija  de  u.n  hortelano  que 
decía  quererme  mucho,  pero  que 
amaba  más  á  su  padre,  puesto  que 
le  siguió  el  consejo  de  no  dar  su 
m.ano  á  vin  hombre  sin  fortuna. 
<'Vete — me  dijo  una  vez — y  ve  si 
en  otros  lugares  logras  con  qué 
comprar  ese  pedazo  de  tierra  de 
cultivo  que  exigen  por  única  con- 
dición para  darme  á  tí».  Recuer- 
do su  voz  temblorosa  de  persona 
que  hace  de  tripas  corazón  para 
dictarse  una  sentencia.  Recosta- 
da á  la  pared  de  su  huerto,  con 
las  manos  envueltas  en  el  delan- 
tal recogido  á  la  altura  del  seno, 
lloraba  en  silencio,  y  el  cielo  de 
aquel  Noviembre  nubloso  también 
lagrimeaba  sobre  nosotros  una  llo- 
vizna fría  y  menuda  que  enfan- 
gaba el  suelo.  «Que  no  tardes  y 
me  escribas  mucho  ;  ya  verás  cuan- 
do vuelvas  cómo  seremos  felices ; 
padre  no  exige  imposibles :  un  pe- 
dazo de  tierra  de  labor  para  que 
no  nos  coma  la  miseria...» 

— Tal   vez   no   le   escribirías,    in- 


sinúa  con   voz   muy   débil   una   de 
las   abuelitas. 

— ¿Para  qué?  Yo  confiaba  en  re- 
gresar á  los  pocos  meses  haciendo 
cascabelear  en  mi  bolsa  muchas 
monedas  de  oro,  y  olvidé  que  con- 
migo viajaría  la  infelicidad.  Su- 
frí mucho,  padecí  demasiado,  y  al 
fin  se  cerró  en  mi  corazón  ese  hue- 
quecito  en  donde  anida  la  ventu- 
ra. Hoy...  tras  de  tantos  años, 
vuelvo  á  mi  tierra,  sólo  á  buscar 
un  rincón  de  paz  donde  son  pol- 
vo los  huesos  de  los  que  me  en- 
gendraron. Magdalena...  Magda- 
lena habrá  muerto... 

Una  de  las  abuelitas  se  siente 
mala,  se  levanta  y  se  va  con  su 
muchachito  de  la  mano.  La  otra 
la  sigue. 

— Adiós,  buen  señor  ;  si  entráis 
al  poblado  en  mi  casa  hallaréis  ca- 
ma y  cena. 

En  la  luminosidad  de  la  tarde, 
que  ha  tomado  un  vivo  color  de 
naranja,  el  río,  lamiendo  la  ba- 
rranca negra,  brilla  con  brillo  me- 
tálico. Los  sauces  cabecean  lenta- 
mente y  se  besan  con  rumoreo  pa- 
sional. Las  dos  ancianas  se  ale- 
jan dejando  marcadas  en  el -polvo 
las  huellas  de  sus  pasos,  como  las 
cuentas  de  un  rosario  de  tristezas 
rezando   en   silencio. 

— ¿Por  qué  lloras?  ¿Te  duele  su 
abandono? 

— Sí  me  dviele... 

E  inclinándose  al  oido  de  su 
compañera,  muy  quedo,  como  para 
evitar  que  la  escuchen  los  niños 
que  llevan  de  la  mano. 

— Yo  soy  esa  Magdalena — ^le  di- 
ce— ¿  no    habías    comprendido  ? 

LUIS   TABLANCA. 


■  ♦« 


272 


!■■r^. 


tas  mucl)aci)as 


Yendo  hacia  la  ciudad  en  cu- 
yas terrazas  se  canta,  bajo  los 
árboles  floridos  como  ramajes 
nupciales,  yendo  hacia  la  ciudad 
en  donde  el  suelo  de  las  plazas 
vibra,  en  la  noche  azul  y  rosa, 
con  silencio  de  danzas  fatigadas, 
encontramos  á  las  muchachas  de 
la  llanura  que  venían  á  la  fuen- 
te, que  venían  anhelantes  mien- 
tras nosotros  pasábamos. 

La  dulzura  del  cielo  claro  vi- 
vía en  sus  ojos  tristes,  los  pája- 
ros de  la  mañana  cantaban  en 
sus  voces  dulces  (oh,  tan  dulces 


con  sus  ojos  de  buen  augurio  y 
tan  tiernas  con  sus  voces  de  pa- 
lomas indicadoras!)  Ellas  se  sen- 
taron para  vernos,  tristes  y  cas- 
tas y  sus  manos  juntas  parecían 
j^uardar  sus  corazones  en  jau- 
las . . .  Nosotros  vamos  hacia  la 
ciudad  en  cuyas  terrazas  se  can- 
ta, bajo  los  árboles  floridos,  par<* 
buscar  novias — oh  campanas  de 
alegría  en  el  silencio  de  las  pla- 
zas! las  campanas  tiemblan  co- 
mo flores  que  se  mecen. 

Henri  REGNIER. 


273  — 


Oe   ''ti  ^o^tna  d-e  los  besos'' 


Baladas  de  los  estados  de  alma 


II 


Sobre  mi  mesa  de  caoM 
Yacen  los  húcaros  vacios. 

Hoy  no  han  déjalo 
Mis  heliotropos  favoritos 
En  la  oguedad  de  aquesos  húcaros 
Su  perfume  desvanecido. 

La  soledad  de  mi  aposento, 
Otrora  llena  de  un  prestigio 
De  aroma,  es  hoy  cual  inodoro 
Y  humilde  páramo  maldito. 

Sólo,  filtrando  sus  clarores 
Por  los  cristales  conmovidos, 


Besa  la  luna  mi  faz  pálida 
Donde  refléjase  el  hastio. 

Fuera,  las  ráfagas  del  vienta 
Han  deshojado  un  eucalipto 
Cada  una  de  cuyas  hojas 
Sacrificadas  lleva  un  ritmo 
De  desconsuelo  hasta  gue  expira- 
Cahe  las  márgenes  del  río. 

i  Oh,  artista  dulce  y  peregrinad- 
Cultivadora  del  espíritu! 
Pon  en  los  húcaros,  mañana, 
Mis  heliotropos  favoritos. 
Que  en  su  fragancia  anegar  guierc 
Mi  ensoñación  y  mi  lirismo. 


¿No  sahes,  jardinera. 
Que  el  corazón  del  heliotropo  late  al  unisono  del  mió? 


III 


Llora  el  violin  en  la  noche 
Y  es  un  ruiseñor  enfermo. 

¿Qué  artística  mano  arranca 
Su  melancólico  acento. 
Tan  hondo  como  un  latido. 
Tan  dulce  como  el  ensueño? 

¿Qué  espíritu  idealizado 
Da  á  sus  módulos  el  treno 
De  las  alm.as  taciturnas 
En  donde  duerme  el  deseo? 

*  *  * 


-  -Sigue  llorando  en  la  noche, 
¡Pobre  ruiseñor  enfermo! 


Tu  lloro  gue  es  un  poema 
De  amor  ha  encontrado  eco 
En  mi  psiguis  agobiada 
Por  los  nublos  del  invierno. 

•  Hermano  mió  es  guien  dice 
Contigo  su  sentimiento ; 
Divinas  son  esas  manos 
Que  juegan  con  tus  misterios. 


El  eco  se  fué  apagando 
Lentamente,  y  el  silencio 
Volvió  á  poblar  doloroso 
El. corazón  del  invierno. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


274   — 


la  loba  $arda 


Oid  un  viejo  romance  de  la  sie- 
rra. 

Yo  lo  escuché,  de  labios  de  un 
zagal,  una  tarde  de  invierno  bru- 
mosa y  triste.  Cuenta  el  roman- 
ce añejas  andanzas  de  pastores 
y  lobos,  y  por  sus  versos  corren 
ráfagas  invernales ;  sólo  lo  ilu- 
mina y  templa  la  esperanza  tenue 
de  una  primavera  riente  y  fecun- 
da. Evoca  su  ritmo  el  paraje  deso- 
lado y  agreste.  Envuelto  en  el  en- 
canto del  misterio,  tiene  el  can- 
dor infantil  de  las  antiguas  le- 
yendas :  dialogan  pastor  y  lobo, 
y  á  los  requerimientos  de  la  fiera 
hambrienta  replica  el  hombre  con 
montaraz   jactancia. 

Fué  en  el  rigor  de  la  invernada. 
La  nieve  que  cayera  en  la  noche 
había  borrado  los  senderos  ;  yo 
Caminaba  aterido  bajo  el  cielo  ne- 
voso ;  temblequeaba  dentro  de  mi 
capotón  recio,  con  el  rostro  en- 
cendido por  el  azote  de  la  ven- 
tisca. Era  la  jornada  áspera  y 
dura.  Resbalando  en  la  nieve,  mil 
veces  me  perdiera  en  su  monótona 
blancura  sin  embocar  el  piierto. 
Hube  de  bordear  las  asperezas  de 
roquedal  bravio,  y,  traspiiesta  la 
cumbre,  atravesé  los  piornos  aba- 
tidos al  peso  del  nevazo ;  luego 
crucé  un  retamar ;  más  tarde  me 
acogió  la  candida  fronda  de  un 
pinar    centenario. 

En  el  silencio  de  la  montaña, 
una  esquila  tintineó  melancólica. 
La  vereda  perdíase  en  iin  calve- 
ro.  Un  pastor  salió  al  camino. 

Era  mozo ;  bajo  su  manta,  ji- 
roneada  por  el  uso,  asomaba  el 
zamarro ;  zahones  renegridos  v 
lustrosos  resguardaban  sus  pier- 
nas de  la  humedad  serrana  ;  mu- 
grienta boina  protegía  sus  gre- 
ñas. 


— ¿Queda  mucho  para  el  pue- 
blo? 

— Poco,   señor. 

— ¿  Me  perderé  en  el  camino  ? 

— Desde  la  salida  del  pinar  no 
tiene    pierde. 

— ¿  Quieres    acompañarme  ? 

Nada  dijo.  Fijó  un  momento  en 
mí  la  indiferencia  de  sus  pupilas 
claras,  y  comenzó  á  caminar  por 
entre   los   pinos,   monte   abajo. 

Soplaba  furioso  el  cierzo,  y  la 
nevisca,  que  antes  cayera  pausa- 
da y  lenta,  tornóse  alegre  y  dan- 
zarina. Declinaba  la  tarde,  y  la 
voz  del  zagal,  clara  y  vibrante, 
rasgó  su  helado  silencio : 

Las    enbriUas    van    muy    alfas, 
la    luna    va   arrehatada, 
las    ovejas    de    un    eornudo 
no  paran    en  la  majada. 
Estando   el   pastor   en   vela 
vio    venir    la.    loha    parda. 

— Llef/a,     llef/a,    loha     parda  ; 
no  tendrás  mala  llegada 
con   mis   siete   cachorrillos 
y   mi   perra    truqnillana 
y    mi    perro    el    de    los    hierros,    • 
que  sólo  para  tí   bastan. — 

— Ni    tiis    siete    cachorrillos 
ni  tu   perra   truguillana, 
ni    tu    perro    el   de    los   hierros, 
no    valen    para    mi   nada. 

Entró    y    sacó    una    horrerja, 
hija   de   una    oveja   blanca, 
que  la   tenían  mis  amos 
PA  la  mañana  de  Pascua  . 

— Aqití,    siete    cachorrillos  ; 
aquí,    perra    truquillana 
aquí,    perro    el    de    los    hierros, 
(i  correr  la  loba  parda. — 

Sirte    lequas    la    han    corrido 
por    unas    qrandes    montañas, 
V  siete   la   han   arrastrado 
por   unas   veredas   llanas. 

Al  subir  un   cotarrito 


-   276    - 


y  al  bajar  una  cotarra, 
salió  el  pastor  al  encuentro 
con    un    cuchillo    sin    vaina. 

— Pastorcillo,    no    me     mates, 
por  Dios  y  la  Virgen  sarda, 
que    diré    á    mis    compañeros 
que   no   vuelvan   á    tu   piara. 

— Siete   pellejitas   tengo 
para   hacer   una   zamarra ; 
con   la   tuya  serán   ocho 
PA    acabarla    de    aforrarla. 
Las  patas  para  manguitos, 
las    orejas   pa    polainas, 
y   el  rabo  para  agujetas 
para    coserme    las    bragas ; 
y   en   caso   que    sobre   algo 
VA    hacer    un    mandil    pa    el    ama. 

Calló  el  pastor.  Y  el  cierzo  ge- 
mebundo arrastró  en  sus  ondas 
de  hielo  la  xiltima  cadencia  del 
lomance    serrano. 

— rt  Quién  te  enseñó  el  roman- 
ce? 

— Mi  padre. 

— ¿Lo  inventó  él? 

— No,  señor  ;  mi  padre  se  lo  oyó 
á  mi  abuelo. 

— ¿  Era   pastor  tu   abuelo  ? 

— Lo  mismo  que  padre. 

Habíase  perdido  en  el  espacio 
el  último  verso  y  aún  escuchaba 
su  ritmo.  Era  el  romance  que  los 
pastores  viejos  cantaban  en  los 
hatos,  allá  en  las  noches  largas, 
para  alejar  del  corazón  de  los  za- 
gales el  miedo   del  lobo. 

Hubo  un  silencio.  El  pastor  ca- 
minaba ligero,  sin  que  sus  abar- 
cas dejasen  huella  en  la  crujiente 
nieve.  Al  coronar  una  loma  paróse 
en  firme  y  con  su  brazo  señaló  una 
dirección.  Allí  estaba  el  pueblo. 
Su  caserío  tiritaba  bajo  el  manto 
de  la  nevasca  ;  sólo  indicaba  su 
existencia  la  torre  de  la  iglesia  y 
el  humo  que  lento  ascendía  de  sus 
hogares. 

— rCómo  te  llamas? 

— Juan,   señor. 


— Pues  adiós,  Juan  ;  ya  nos  ve- 
rem-os. 

Tornóse  el  pastor  al  hato,  y  yo, 
animoso,  me  aventuré  en  la  senda 
que  ondulaba  en  el  robledo.  Bien 
entrada  la  noche  llegué  á  la  aldea. 

Después  de  un  largo  caminar 
sobre  la  nieve,  ¿quién  no  ha  sen- 
tido la  voluptuosidad  exquisita 
de  la  posada  en  el  pueblecillo  de 
le,  sierra  ? 

En  el  zaguán  obscuro  sacudís, 
como  maiojo  en  primavera,  los 
copos  que  blanquean  vuestro  ca- 
pote ;  demandáis  sitio  en  torno 
del  fuego,  y  mientras  la  moza  os 
escancia  el  retozón  vinillo  de  la 
tierra,  escucháis  de  labios  de  un 
serrano  viejo  los  fríos  fabulosos 
de   las   invernadas   de   antaño. 

i  Antes  era.n  las  nevadas  más 
fuertes  y  los  lobos  más  feroces! 

Llaman  á  la  puerta,  y  un  nue- 
vo caminante  reclama  puesto  en 
el   hogar. 

Es  un  baratillero  que  recorre 
los  pueblos  de  la  serranía.  Viene 
de  Canencia,  y,  dentro  de  su  an- 
guarina  parda,  farfulla  que  los 
negocios  están  malos,  que  la  nie- 
ve cierra  los  puertos  y  dificulta 
los  caminos  del  valle,  que  cada 
madrugada  alumbra  nuevas  fe- 
chorías de  los  lobos  hambrientos. 

IJn  trago  del  pardillo  de  Esco- 
pete ahoga  las  quejas. 

Y  de  tiempo  en  tiempo  el  cier- 
zo silba,  y  los  cristales  temble- 
quean, y  cae  el  hollín  en  la  brasa, 
y  un  copo  que  penetra  por  la  chi- 
menea, enorme  y  solitario,  se  eva- 
Dora  en  la  cresta  de  las  llamas  ro- 
jizas. Y  antes  que  el  silbo  se  ex- 
tinga y  se  evapore  el  copo,  el  viejo 
pastor  dice  con   ademán  solemne : 

— Este,  este  es  el  lobo  que  mata 
nuestros   corderos. 

Y  yo  adormezco  junto  á  la  lum- 
bre, mientras  el  viento  simula 
aullidos    y    la    brasa    finge    el    fos- 


—  276 


forescer   de   las   pupilas   de  la   loba 
parda. 


Vuelvo  á  la  sierra  en  primavera 
y   recorro   el   camino   del   invierno. 

Zarandeados  por  los  vientos 
marzales,  los  piornos  han  sacudi- 
do su  carga  de  nieve  ;  lloran  los 
pinos  sus  invernales  rigores,  y  el 
sol  no  tiene  fuerza  bastante  para 
rn jugar    su    lagrimeo. 

En  el  pinar  alcanzo  á  unos  pas- 
tores que  bajan  á  la  aldea.  Es  la 
Pascua,  y  llevan  cruzados  sobre 
sus  hombros  los  corderos  que  han 
de   sacrificarse. 

Pregunto  jior  Juan,  y  me  dicen 
que    Juan    ha    muerto   de    frío. 

Bajó  una  tarde  á  la  aldea  y  no 
tornó  al  hato.  Retuviéronle  hasta 
la  noche  el  amor  de  la  moza  y  ú 
amor  de  la  lumbre.  Intentó  subir 
luego,  y,  por  ser  la  niebla  espesa 
y  la  ventisca  fuerte,  no  acertó  el 
camino. 

— Allí  le  encontramos — dice  el 
más  anciano  de  los  pastores, — jun- 
to á  los  pastizales,  al  pie  los  can- 
chos, á  la  vera  de  aquel  boyizo. 
Y  su  brazo  indica  el  agrio  declive 
de  un  barranco,  en  cuyo  fondo, 
mugiendo,  salta  un  torrente  es- 
pumoso. 

Caminamos  en  silencio.  Al  ter- 
minar el  robledo,   en  la  primera  v 


suave  ondulación  del  monte,  aso- 
ma el  pueblo  su  albo  caserío,  en- 
vuelto en  los  últimos  jirones  de 
la  niebla  azulada.  El  agua  en  las 
caceras  ríe  bullidora  y  salpica  sus 
espumas  á  las  márgenes,  florecidas 
de  margaritas  blancas.  Vestidas 
de  fiesta,  circulan  por  las  callejas 
las  mozas,  y  brillan  al  sol  sus 
pañuelos  rameados  y  sus  zagale- 
jos de  colores  vivos. 

Y  mientras  el  valle  en  su  loza- 
nía se  alboroza,  refugiado  en  las 
altas  cumbres  el  enemigo  del  pas- 
tor, el  lobo  del  invierno,  enarca 
su  blanco  lomo,  que  se  destaca 
del   azul   de   un   cielo   castellano. 

Y  parece  que,  envuelto  en  los 
aromas  de  la  brisa  abrileña,  flota 
irónico  el  ondulante  ritmo  del  vie- 
jo  romance  serrano  : 

Vi  tus  siete   cnchorrillos, 
ni    tu    perra   trvqnillana, 
ni  t'u  perro  el  de  los  hierros 
nn  valen  para  mi  nada. 

Y  las  campanas  voltean  jocun- 
das. Y  los  hombres,  para  celebrar 
la  Pascua,  sacrifican  los  cabritos 
n)ás  tiernos  de  sus  rebaños :  los 
que  no  devoraron  los  lobos  duran- 
te las  largas  noches  de  ventisca  v 
hielo,  en  las  rabiosas  hambres  in- 
vernizas. 

Enrique    de    MESA. 


»♦■ 


LO     QUE    ITO    te:    IDjS>5.-FLXjPl 


Un  castillo  de  blancas   azucenas 

donde  una  mano  lere 
coloque  entre  armonías  y  rumores 

rocío  trasparente ; 
un  rayo  misterioso  de  la  luna 

empapado  en  el  éter; 


un  eco  de  las  arpas  que  resuenan 

y  el  corazón   conmueven  ; 
un  beso  de  un  querube  en  tus  mejillas, 

algo  apacible  y  leve, 
y  escrita  sobre  la  hoja  de  albo  lirio 

una  rima  de  Bécquer. 


Rubén  DARÍO. 


—   277  — 


Ná^oks 


Bacante  poseída  de  embriaguez  infinita. 
Bajo  el  beso  del  Sol,  etepnaniente  rubio. 
Del  agua  eternareiente  azul  al  suave  efluvio, 
flápoles  danza.  Ñapóles  ríe,  Ñapóles  grita. 

En  Vano  al  horizonte   como  una  ara  «maldita. 
Siniestra  espiral  de  humo  rojo  lanza  el  Vesubio, 
El  mar  sereno  y  límpido,    bajo  el  áureo  diluvio 
Del  Sol,  en  una  eterna  fiesta  de  luz  se  agita. 

Desde  los  verdielaros  jardines  de   la  playa 

Y  el  pintoresco  y  loco  Viejo   barrio  de  Chiaia 
Con  sus  rejas  floridas  que  aire  azul  engríe, 

Hsista  el  monte  en  que  albea  su  vetusto  castillo 

Y  sus  cincuenta  iglesias    llenas  de  falso  brillo. 
Ñapóles  canta.   Ñapóles    grita,  Nápoles  ríe. 

Francisco  CONTRERñS. 


'♦« 


{RETROSPECTIVA 


ñU  TRAVÉS  DE  LiOS  ANOS 


Fara   Apolo. 

Ataviada  de  sedas  ondulantes 
en  medio  de  la  sala,  presidías, 
un  coro  de  oficiosos  elegantes 
expertos  en  mundanas  cortesías. 

Por  todos  adulada,  recogías 
mil  frases  cortesanas  y  galantes, 
cuando  calmando  las  angustias  mías, 
permaneciste  sola  unos  instantes. 

Con  la  inocencia  de  un  incauto  chico, 
te  balbucí  mi  gran  pasión  secreta, 
y  usando  una  crueldad  que  no  me  explico 

en  mis  ingenuidades  de  poeta, 

sonreiste  detrás  del  abanico 

con  la  frivolidad  de  una  coqueta. 

.Tosió  VIAÑA. 


Para   Apolo. 

Era  blanca,  tan  blanca  como  el  lino 
mi  frágil  vestidura  de  ilusiones, 
vestidura  que  en  miseros  girones 
me  tornaran  las  zarzas  del  camino. 

Por  eso  á  la  ciudad  de  donde  un  día 
me  alejé  melancólico  y  sañudo, 
hoy  regreso,  tras  larga  romería, 
decepcionado,  sin  calor,  desnudo. 

Todo  está  como  ayer,  y  sin  embargo, 
yo  no  sé, ..  mas  encuentro  un  tinte  amargo 
en  todo. . .  hasta  en  las  aves  y  en  las  flores. 

Y  bajo  la  desgracia  en  que  me  pierdo 
ahogo,  resignado,  mi  recuerdo 
en  el  agua,  lustral  de  mis  dolores. 

F.  RESTREPO  (iÓMEZ. 


Periodistas  chilenos 


—  278     - 


-\3|^ü¿¿ 


^^s;:-  '•  -jj 


MISAEL    CORREA 
(Director  de  «El  Diario  Ilustrado») 


»♦» 


Inmortal 


Morían  las  luces  de  la  tarde 
En  el  cristal  de  tu  ventana: 

Y  sus  fulgores  temblorosos 
Al  despedirse  acariciaban 
Tu  cabellera  color  de  oro 

Que.  en  ondas  rubias,  sepultaba 
El  alabastro  de  tu  seno 

Y  el  niveo  mármol  de  tu  espalda. 
¡Qué  embriagador  era  el  perfume 
Que  las  gardenias  exhalaban! 
¡Qué  deslumbrante  tu  blancura 


Y  qué  amorosas  tus  miradas! 

Si  en  el  océano  del  olvido 
Todo  recuerdo  al  fin  naufraga: 
Si  la  luz  muere  y  se  marchitan 
En  el  jarrón  las  rosas  blancas. 
¿Por  qué  en  mi  boca  se  estreme- 

[cen 
Todos  los  besos  que  me  dabas, 

Y  no  se  borra  en  mi  memoria 
Este  recuerdo  que  me  embriaga? 


EDUARDO  ROSALES  SAENZ. 


—  279  — 

La  Embarcación  á  CiUves 


Corta  el  mar  la  barca  de  marfil  pulido; 
mascarón  de  proa  fórmale  un  cupido 
que,  esforzadamente,  sopla  un  caracol. 
Diez  remos  plateados,  á  un  solo  chasquido, 
parecen  diez  alas  abiertas  al  Sol. 

A  veces,  reposan  los  remos  en  coro; 
y,  al  trémulo  halago  de  un  viento  sonoro 
que  riza  la  espuma  del  líquido  tul, 
recorta  la  vela  de  purpura  y  oro 
su  triángulo  sobre  la  túnica  azul. 

En  popa,  cercada  de  blandos  cojines, 
la  Reina  ve  absorta  los  vastos  confines 
con  una  mirada  que  vaga  al  azar; 
y,  en  gesto  tedioso  de  mudos  esplines, 
un  brazo  desnudo  descuelga  en  el  mar.  .. 

Esclavas  etiopes  prorrumpen  en  una 
fantástica  loa  de  amor  y  fortuna. 
¡Oh  diálogo  alado  de  flauta  y  violín! 
Las  cañas  se  llenan  de  arrullos  de  cuna, 
los  arcos  vibrantes  sacuden  la  crin. 

¿A  dónde  la  barca?  Quizás  es  á  un  rico 
ducado,  á  un  celeste  País  de  abanico, 
adonde  dirige  su  vuelo  de  azor  .  .  . 
Un  alba  paloma  le  trae  en  el  pico 
un  ramo  de  dulces  naranjas  en  flor. 

La  Reina  ha  fletado  su  barca  á  Citeres  : 
entre  olas  de  ensueños,  isla  de  placeres ; 
y  su  barca  luce  marca  de  Watteau  .  .  . 
¡Oh  amada!  si  en  ella  lugar  no  me  dieres, 
detrás  de  tu  barca  nadando  iré  yo ! 

José  SANTOS  CHOOANO. 


—  280 


Oí)mion^s 


1  ^  ! 


Dejar  que  las  abejas  del  espí- 
ritu, busquen  mieles  en  las  re- 
membranzas del  pasado,  es  un 
sig'no  de  impotencia. 

La  paradoja  y  la  palabra  pro- 
funda es  propia  de  sabios  y  de 
necios... 

Un  ladrón  honrado,  no  roba 
mil  pesos...  Se  estafaríaá  sí  mis- 
mo. 

Cuando  un  filósofo  es  buen 
psicólogo,  puede  permitírsele  que 
liag-a  literatura. 

La  decadencia  empieza  donde 
termina  la  confianza  en  el  ma- 
ílana. 

Cuando  riñáis  con  un  bellaco, 
encareced  mucho  sus  cualidades 
morales:  así  le  humillaréis. 

La  libertad  no  se  posee.  Se 
vive  en  el  afán  de  alcanzarla. 

No  conocemos  la  verdad.  Ella 
es  la  vida:  nosotros  en  la  natura- 
leza somos  parte. 

En  el  hombre  el  descontento, 
es  la  iniciación  del  degenerado. 

Nada  tan  zarandeado  como  la 
juventud.  Es  campo  al  que  con- 
fían la  fructificación  de  las  se- 
millas los  nobles  y  los  malva- 
dos . . . 

Hasta  mirando  al  porvenir  so- 
mos egoístas.  Y  es  que  el  egoísmo 
es  un  instinto,  resultado  de  to- 
das las  manifestaciones  fisiológi- 
cas: por  lo  tanto  bueno  v  no- 
ble... 


Admitir  la  Ciencia  fuera  de 
nosotros,  es  no  quererla. 

La  insolencia,  es  la  torpeza 
molestada. 

Víctor  Hugo  es  la  imaginación 
con  visos  de  profundidad.  Zola 
un  héroe  de  tragedia  épica,  pero 
murió .  . . 

Tengo  un  amigo,  á  quien  por 
su  manera  de  afirmar  y  negar 
simultáneamente  llaman  incon- 
gruente. No  lo  merece.  Es  sim- 
plemente un  caso  de  ¿veloci- 
dad mental?  Habla  y  ya  al  ha- 
cerlo parte,  seguramente,  de  una 
base  negativa,  y  afirma;  mas  á 
tiempo  que  sigue  afirmando,  ya 
en  su  cerebro  ha  habido  infini- 
dad de  trasmutaciones  psíquicas. 
Tantas  que  le  conducen  á  la  ne- 
gación ...  y  niega. 

Aplacad  la  furia  de  vuestros 
látigos.  Los  periodistas,  no  me- 
recen el  rencor  incendiado  de 
los  Dioses:  El  odio. 

El  Periodismo  en  el  orden  de 
los  valores,  no  es  un  eficiente 
que  marque  un  punto.  Apenas  si 
es  un  resultado... 

La  música  buena,  es  una  bru- 
ja amable. 

Desconfiad  de  los  oradores  que 
explotan  el  símbolo.  Tan  pronto 
cantan  á  Dios  como  maldicen  al 
Diablo. 

El  derecho  de  todos  es  un 
principio  democrático.  Y  la  De- 
mocracia... ¡Ay,  que  dolor  de 
hígado ! . . . 

Delio  morales. 


Ü  zy^ 


HUEVOS  lilBROS  I^ECIBIOOS 


V 


(de  la  librería  paül  ollendorff  —  parís) 


A  punto  largo,  poík  Américo 
Lrbo;  Del  Rómantici«no  al  Mo- 
dernismo, POB  Vbntuka  Gakcía 
Calderón  ;  Horas  de  Estudio,  por 
Pedro  Henríquez  TJrbíía;  Para 
América — Desde  España,  por  Adol- 
fo Posada  ;  La  muerte  de  Pliiloe, 
'por  Pibrrb  LOTl.- 

lias  ediciones  de  la  Librería 
Ollendorff  son  de  buen  gusto  edi- 
torial. Por  las  publicadas  última- 
mente, vemos  que  dicha  casa,  po- 
ne empeño  en  enriquecer  su  bi- 
blioteca de  libros  castellanos  pro- 
curando conseguir  obras  de  los  es- 
«ritOrtes  que  más  se  destacan  hoy 
en  la  península  y  en  América. 


Ayer  fueron  Pedro  César  Do- 
minici,  Manuel  Ugarte,  Batniro 
Blanco;  José  S.  Chocano,  Rufino 
Blanco  Fomhona,  Luis  Bonafoux, 
Amado  Nervg,  Cristóbal  de  Cas- 
tro, F.  García  Calderón ;  hoy  son 
Manuel  Díaz  Rodríguez,  Américo 
Lugo,  Pedro  Menríquez  Ureiía, 
Carlos  Reyles,  E.  Rodríguez  Men- 
doza, los  que  responden  á  los 
deseos  de  aquella  casa  editorial 
que,  con  la  Biblioteea  Renaoimlon- 
to,  de  Madrid,  representa  el  ma- 
yor esfuerzo  que  puede  hacerse  en 
beneficio  de  las  letras  hispano- 
americanas. 


-•♦^ 


BiblioUoa  Retiacimietito 


♦    :.  - 


-h 


^l 


( V.    Pfieto    y    Cía.,    editopes  —  ^adirid ) 


La   Biblioteca   Renacimiento  ha 

publicado  y  anuncia  nuevas  obras 
de  Pío  Baroja,  Jacinto  Benaven- 
te,  Joaquín  Belda,  Manuel  Buenos- 
Concha  Espina,  Alberto  Insúa, 
Ricardo  León,  Ua^ael  López  de 
Raro,  J.  López  Pinülos,  Eduar- 
do  Marquina,  O.  Martínez  Sierra, 
Condesa  de  Pardo  Bázdn,  Felipe 
Ttigo,  Miguel  de  TJnamuno,  Fran- 
cisco Villaespesa,  Eduardo  Zama- 
cois.  .  '    " 


Próximamente  editará  obras  iné- 
ditas de  Francisco  Acebal,  Sera- 
fín y  Joaquín  Alvarez  Qy^iniero^ 
Azorín,  Bernardo  G.  de  Cána- 
mo, Rafael  Domenech,  Joaquín 
Dicenta,  Andrés  González  Blanco, 
Juan  R.  Jiménez,  Ramiro  de 
Maeziú,  Enrique  de  Mesa,  Ra- 
món Pérez  de  Ayála,  Pedro  de 
Répide,  Santiago  Rusiñol,  Víctor 
Said  Armestú,--'     í 


LUIS    y    IXI  jPLtíUEL    FEES.E2; 

librería  "  MERCURIO "  -  Sarandí,  240 


r 


UN  LIBRO  DE  BOIMBIXJL 

«Intimidades  Taurinas  y  el  Arte  de  Torear 

de  Ricardo  Torres  (Bombita)» 


TEXTO 

Pr(')LOGO — ¡OJi.  ¡a  sofífisa  del 
Bomba!  ^or  Felipe  Tri^o. 

C-ArÍTriJ)  1  Bioí^rafia:  La  ca- 
sa V  la  familia  Bombita  cajista  de 
imprenta.  La  revelación — El  pri- 
mer capotazo  Las  capeas.  — La 
becerrada  del  cocinero.  -El  pri- 
mer traje  de  luces. — Las  novilla- 
das.—  Hn  .Madrid.  Emilio  y  su 
hermano  —  La  alternativa  —  El 
triunfo  -El  toro  «Catalán». — Los 
toros  y  el   dinero. 

Capítulo  IÍ  Las  cogidas:  De 
novillero. — De  matador  de  toros. 
—  Precauciones  hi^^iénicas.  —  El 
por  qué  de  las  cogidas.  —Los  toros 
y  el  circo.  Una  grave  cogida  al- 
ternando con  Emilio.  Los  tres 
Bombitas  —  Ricardo  Torres,  pacien- 
te y  médico.  La  cogida  de  Méji- 
co. -  NúiTiero  de  cicatrices.  Pala- 
bras (ie  Bombita 

Capítulo  111  Of^iniones:  La 
política.  -Pintura.  -Sorolla  y  Bil- 
bao      Literatura       Blasco   Ibáñez 

V  Alarcón.    -Julio   Verne.      Músi- 
ca.— Teatro  —  Actores  —  Actrices 

V  tiples.      A    la  memoria  de  Villa 
verde 

C.-iPÍTU'  o  ÍV  El  arte  de  torear: 
La  teoría  v  la  práctica. — Primer 
tercio. — El  cambio  de  rodillas  — 
Los  toreros  á  la  derecha.  ¿Debe 
suprimirse  la  suerte  de  banderi- 
llas.^—Cómo  debe  forearse  de  mu 
leta.  Las  faenas  largas  -Lasuer 
te  de  recibir.      I' 1  volapié. 

Capítulo  V  Muertos  r  idos: 
Juicios  de  Ricardo  acerca  del  arte 

V  la   personalidad    taurina   de   La 

Precio  del   ej 


gartifo  Guerrita  Mazzantini,  Es- 
partero, Reverte.  Bombita  mayor  y 
Montes 

Capítulo  VI  -  Psicología  profe 
sional :  Las  preocupaciones  de 
Bombita.  Y\  valor  v  el  miedo.— 
Los  amigos  Los  públicos.  -  Los 
toros  Los  ganaderos.  La  pren- 
sa —  La  cuestión  de  las  puya^. — 
Los  miuras.  Bombita  y  sus  com  - 
pañeros. — El  Montepío  taurino. — 
La  cuestión  palpitante  y  el  des 
tierro. 

Capítulo  Vil  —  La  retirada:  Las 
fuerzas  físicas  y  el  arte  taurino.— ^ 
La  emoción  de  los  aplausos.  —  La 
popularidad.  ¿Qué  haría  yo.''  — 
El  amor.  -  La  familia.— Los  viajes. 
■ — La  vida  pública.  Una  vida  sin 
objeto. — Por  la  madre. — Me  reti- 
rarán 'os  toros  ó  el  tiempo. 

,     GRABADOS 

La  primera  becerrada  en  que 
toreó  Bombita  -  Bombita  rematan- 
do un  quite.  -Un  gran  pase  de 
muleta  Bombita  entrando  á  ma 
tar.  Bombita  en  París  —  Bombita 
en  Méjico.  Bombita  en  las  cata- 
raras  del  Niágara.  Bombita  en 
alta  mar.  -  Cacería  de  Chantillv. 
(Francia)  organizada  en  honor  de 
Bo7nbita  Un  pase  de  peligro  — 
Toreando  de  capa.  —  Bombita  ínti- 
mo —Bombita  con  Gloria  Laguna. 
—  Antonio  Montes  el  día  de  su 
cogida  y  muerte  en  Méjico.  Una 
guapeza  de  Bombita.  Autógrafo 
de  liombita  acerca  de  su  última 
cogida  en  Barcelona  y  de  los  ru- 
mores sobre  su  retirada    etc. 

emplai* :  >:  0.90 


liiinr-MT       L'.    Ri'RAi,,    de   Mienel    v    Feo.    Ramo> 


le    Florida    niimeros   84    v   92a 


n  - 


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ID 

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1- 


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i 


n 


Año  6 


1911 


30  CATÁLOGO    DE    LA      «LIBRERÍA    MERCURIO» 

Temos 

tíindoux     (León) Tratado    práctico    de    molienda 

y    panificación 1 

Krebs    (León) Fabricación    de   licores   y    bebi- 
das   económicas  1 

»  n El    libro  'de   las   familias.    Tra- 

tado   práctico    de    economía 

doméstica    1 

Irhrs     (lyucien) I^a     abeja    doméstica.     Tratado 

práctico    de    apicultura 1 

Lebrun    (Benaud) Manual   práctico  de  equitación     \ 

l.iirbalétrier    (Alberto) IjOS    animales    de    corral.    Cría 

de  las  gallinas,  de  los  pavos, 
de  los  ga.nsos,  de  los  picho- 
nes,   etc I 

»>  ') Tratado  práctico  de  manipula- 
ción de  la  leche,  crema,  man- 
teca   y    queso  

»  '>         Ti  atado    práctico    de    jabonería 

y  perfumería.  Manual  razo- 
nado del  tocador 1 

Maurnn  Faul  y  Broqueht  (A.)...  Tratado  completo  del  arte  lito- 
gráfico     1 

Mewenylou-ski  (G.  H.) Tratado  Elemental  de  fotogra- 
fía   práctica 1 

l'oiissard  y  Caillard , Tratado  de  carpintería.  Nocio- 
nes de  geometría  y  de  ar- 
quitectura           '2 

f'iieto  y  TiUarenl  (Emüio) ^fanual  de  Topografía.  Leccio- 
nes sumarias  para  el  levanta- 
miento  rápido   de   planos 1 

R'ihira  ilómcz  (Br.  Emilio) ,.  Manual  sobre  los  árboles  fru- 
tales    (escrito     especialmente 

para    América) 1 

Suutini      (E.) ,...,        Fl    Caballo.     Tratado    completo 

de  Hipología.  Estudio  del 
caballo  y  su  educación.  Se- 
guido de  un  curso  de  equi- 
tación para  ginetes  y  amazo- 
nas         j 

Siitinirr  (Claudio) Manual  del  relojero  y  .  colec- 
ción de  procedimientos  usa- 
dos en  la  relojería 1 

Saiizat    (M.)  Manual    del    zapatero.    Tratado 

práctico  de  corte  y  confec- 
ción   del    zapato 1 

Sfrinn-  (Ch.) Tratado  práctico  de  la  fabrica- 
ción de  aguardientes  por  me- 
dio de  la  destilación 1 


32  CATÁLOGO    DE    LA     «LIBKEKJA    MERCÜKIO  > 

Etíiciones  varias 

<  ADA   UNA  (  ONSTA   UE    1    TOMO 

iíicanlu    Gil Kl  liltimo  libro  (poesías)...  $  O.oU 

/,.    Sdcin'i-Masoch.. Jja  Venus  de  las  pieles »  0.70 

í.uiíí     <()l())na lioy     »  0.90 

Branióiin:     litis     Damas     Galantes »  0.30 

>^<ilv<ulor   llaeda Lenguas  de  Fuego  (poesías)  »  0.50 

n  »       I  ronipetas    de    órgano. »  0.50 

líente    de     Salud »  0.50 

Kn   la   vendimia »  0.10 

»  1)       Kl    patio    andaluz   (prosas)  »  0.50 

.>a    Cópula    (novela) »  0.75 


»  » 


)>  » 


-i'.sTín-      il  ildc..... La    Casa    de   las   Granadas  »  0.50 

Eduardo     Zamacois >iOches     satánicas »  0.50 

Einilio    Fcnitre \.n  vida  y  el  alma d  1.00 

UodoJfo  St'nit i. as      Estoglosias »  0.70 

lüiidio    i'íirrcn: Kl   Caballero  de  la  Muerte  »  0.75 

»             »       Kománticas      »  0.25 

Kiliiiirdo     Murquma X'endimión     (poema)  »  0.90 

))                     n .        ¡-as    Vendimias    (poema)...  »  0.80 

.!./>.    Xt'iiopol I  eoría   de   la    Historia »  1.75 

Kosrndo     (histells Croniquillas     y     Recuerdos  »  0.75 

Mminil    Mochado Mma — -Museo  —  Los    can- 
tares         »  0.75 

■  \  iiiiiH ¡O    M (I chado Soledades — Galerías — Otros 

Poemas      »  0.75 

l'i'dro    dr    Rép'ide La     enamorada     indiscreta  »  0.75 

»         »         »          las    canciones  de  la  sombra  »  0.75 

»  »  »         ..os  cohetes  de  la   Verbena 

(novela)     »  0.75 

\if\u(>    Reyes Cielo    azul     (novela     anda- 
luza)         ))  0.75 

.1/.    Mdrtiiifz   Bdirionui'vo '''1   sacrilegio   de   Sor   Ado- 
ración    (novela) »  0.90 

Enriqur     Diez-Canedo X'ersos  de   las  horas »  0.50 

»             »         »         Del   cercado   ajeno »  0.50 

»             »         »         i^a    visita    del    sol »  0.50 

Hnc/o    M  ansierberfi La  psicología  y  el  maestro  »  0.90 

.UuJrrs   (ionzáh'z   Bhincn Salvador    Rueda    y    Rubén 

Darío ))  0.90 

I.iii.^    Tnboada — l-^os     Kidículos  (edición     ilustrada) 1  tomo  »  0.9'^ 

.1.    Martínez    Olniedilla — Siervo  y   Tirano   (novela) 1       »  »  0.75 

Luciano  de  Pol'ignac — El  arte  de  descasarse 1       »  »  0.25 

\\' .   Fernández   b'lorez — La  tristeza   de  la  Paz  (Bibliote- 
ca   de    Escritores    Gallegos) 1 

Juan    Mas   y  P¡ — Canciones   de   la   vida 1 

.1.    Delpif — ¡Desaparecido!      1 

l'oyd  Laynard — ¡secretos  de   belleza,   salud  y  longevidad      I 
Antonio    Casero — Los    Castizos    (l'oesías    madrileñas) I 


)) 

»  0.50 

)) 

»  O.'Jó 

)) 

»  0.30 

» 

,)  0.30 

» 

»  0.90 

Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


^dxiaiiiistra.d.or; 
LUIS       PÉREZ 


ftedaooióu.    y  A.d»iiiii8traoión: 
TREINTA.  Y  TRES,      72 


AÑO  VI 


Montevideo,   Marzo  de  1911 


N.»  49 


dh:  i>a.x  E:3S[SXjE:fq:o  . . 


A  la  hora  en  que  enciende  Aladino 
De  su  lámpara  el  áureo  mechero; 
A  la  hora  en  que  brota  en  la  mente 

La  flor  del  recuerdo; 
A  la  luz  de  la  llama,  que  brilla 
Como  el  ojo  de  un  tigre  en  acecho. 
Mientras  blancas  miríadas  de  estrellas 

Tachonan  el  cielo; 
En  el  diáfano  tul  de  vapores 
Que,  serpeando,  se  elevan  al  techo 
De  la  estancia  en  que  alquimia  sus  filtros 

Un  mago  hechicero  ; 
Al  mirar  las  aéreas  figuras 
Que  evocara  el  conjuro  del  Genio : 
He  creído  que  tú  eras  el  Hada 

Y  yo,  era  el  Negro  ; 
El  esclavo  qne  besa  la  fimbria 
De  tu  veste  de  nítidos  velos. 
Que  argéntea  en  la  nube  azulada 

Del  áureo  mechero. 

II 

Y  á  la  hora  en  que  surgen  las  sombras 

Concitadas  por  un  sortilegio, 

En  la  incierta  penumbra  que  deja 

El  tenue  reflejo 
De  la  lámpara  en  cálida  alcoba 
Perfumada  con  mirra  é  incienso, 
Cuyo  aroma  enervante  el  ambiente 

Caldea,  saliendo 
Al  través  la  rejuela  calada 
De  la  arquilla  de  los  pebeteros  ; 
En  la  blanca  espiral  de  su  humo 

Balsámico  y  denso 
Por  un  hilo  de  encanto,  invisible. 
Suspendidos  con  hondo  misterio  : 
El  fantástico  dúo  encarnamos 

Del  Hada  y  del  Genio : 
Tú,  la  virgen  de  cuerpo  divino. 
Yo  el  etíope  de  cárdenos  belíos; 
Tú  la  diosa  que  esplende  en  el  ara, 

Y  yo,  el  sahumerio. 


Fara    Apolo 

III 

Burilada  en  el  ágata  rosa 

De  la  piedra  que  es  mi  amuleto. 

Medallón  con  cadena  de  oro 

Prendido  á  mi  cuello. 
Tu  figura  de  blanco  relieve 
Es  venera  que  guardo  en  mi  pecho. 
Bella  imagen  hialina  esculpida 

En  un  camafeo. 
De  esa  joya  preciosa,   que  tiene 
Por  emblema  tu  busto  soberbio. 
Es  divina  leyenda  tu  nombre 

Grabado  en  su  exergo. 
En  el  blanco  alquicel  que  lo  envuelve 
El  beduino  que  cruza  el    desierto, 
Bajo  el  sol  que  lo  quema,  destaca 

Su  rostro  más  negro. 
Al  contrario  :    tu  busto  alabastro 
Aun  más  blanco  parece  en  mi  pecho. 
Que  han  quemado  con  llama  de  amores 

Tus  ojos  de  fuego. 

IV 

De  la  sangre  de  torva  Medusa, 
Muerta  á  manos  del  héroe  Perseo, 
Que  dio  muerte  á  la  fiera  gorgona 

Mediante  un  espejo. 
Brotó  alado  el  caballo  Pegaso 
Que  á  los  aires  remonta  su  vuelo 
Remedando  del  hombre  el  altivo, 

Audaz  pensamiento. 
Como  al  golpe  del  casco  del  hijo 
De  Helicona  brotara  en  el  suelo 
El  raudal  de  Hipocrene,  la  fuente 

Sonora  del  estro : 
Asi,  al  golpe  de  luz  de  tus  ojos 
Que,  tan  claros,  remedan  un  cielo 
Con  sus  iris  cobalto,   que  irradian 

Fulgor  de  luceros. 
Ha  brotado  la  lumbre  ardorosa 
Que  ilumina  mi  obscuro  cerebro, 
Y  tú  eres  la  musa  inspirada 

Que  llevo  aquí  dentro. 

Adriano  M.  AGÜIAR. 


—  46  — 

Biblto^vafta 


Acabo  de  leer  un  libro  de  gran- 
des proyecciones  sobre  nuestro 
continente  y  nuestra  raza.  Me  re- 
fiero á  El  Pobvenir  de  la  Amé- 
KiCA  Latina,  de  Manuel  Ugarte. 
Con  ese  sano  optimismo  que 
campea  en  todas  sus  obras  de  ca- 
rácter sociológico,  expone  Ugar- 
te múltiples  consideraciones  acer- 
ca del  presente  y  el  porvenir  de 
los  países  laritinoamericanos,  re- 
montándose, para  ello,  á  la  épo- 
ca de  la  conquista  ;  hace  la  psico- 
logía del  tipo  aborigen  y  discu- 
rre sobre  la  fusión  de  razas,  fu- 
sión de  la  que  más  tarde  había  de 
depender  (y  aun  depende)  la  exis- 
tencia de  estos  pueblos  jóvenes  que 
marchan  paulatinamente  camino 
de  la  desaparición. 

-La  primera  parte  del  libro  está 
dedicada  al  estudio  de  La  raza ; 
al  de  La  Integridad  territorial  y 
moral  la  segunda,  y  la  tercera  al 
de  La   organización  interior. 

Dice  Ugarte  en  el  brillante  pró- 
logo de  su  libro  «aquí  sólo  hay 
ensayos  y  sondajes  para  un  traba- 
jo más  hondo,  que  alguien  em- 
prenderá acaso  algún  día.»  No 
obstante  eso  la  obra  del  escritor 
argentino,  que  es  un  bello  retoño 
de  su  robusta  mentalidad,  merece 
las  más  fervorosas  loas  por  la  sin- 
ceridad y  el  sentimiento  de  raza 
que    anima    todas    sus    páginas. 

-Nuestras  guerras  civiles  y  la 
apatía  y  carencia  de  aptitudes 
que  pesan  sobre  nuestra  raza  hu- 
bieran merecido  en  el  libro  de 
Ugarte  un  capítulo  extensísimo. 
Las  primeras  son  el  más  poderoso 
factor  de  retroceso ;  las  últimas, 
el  germen  de  tal  factor. 

Aquí,  y  como  aquí  en  los  de- 
más países  de  América,  los  ciu- 
dadanos   y,    especialmente    los    in- 


telectuales, hacen  gala  de  su  falta 
de  aptitudes  para  las  luchas  de 
la  vida  y  de  su  poco  amor  á  la 
libertad. 

Hace  días  discutía  el  que  subs- 
cribe con  Ángel  Falco,  el  cantor 
revolucionario,  y  éste,  exasperado 
por  la  intransigencia  de  aquél  en 
cuestiones  de  ética  personal,  dijo 
con  desparpajo  que  la  libertad  la 
conquista  el  hombre  que  tiene  los 
testículos  bien  ¡juestos.  No  le  ex- 
trañó al  autor  de  estas  líneas  tal 
manifestación.  El  sabe  que  Fal- 
co, poco  experimentado  y  sin  ma- 
yores nociones  de  la  vida,  pues 
aun  no  ha  vivido,  no  se  encuentra 
en  condiciones  de  apreciar  los  sa- 
crificios que  impone  la  libertad 
antes  de  ser  conqiiistada,  y  dis- 
curro, por  lo  tanto,  platónicamente. 

Y  como  el  bardo  precitado  mu- 
chos son  en  América  (intelectuales 
y  simples  vivientes)  los  que  pien- 
san de  tal  modo  acerca  de  la  li- 
bertad, 

Y  esa  carencia  de  aptitudes  de 
que  he  hablado  es,  precisamente, 
una  de  las  principales  barreras 
que  se  oponen  al  avance  de  la  ra- 
za latina  que  los  yankees  humi- 
llan á  cada  paso.  Si  no  fuera  por 
e"  imperialismo  de  éstos,  que  tan- 
tos odios  provoca,  yo  no  hablaría 
de  rivalidad  de  razas  como  no  ha- 
blo de  fronteras  que  para  mí  no 
existen. 

Ugarte  ha  hecho  obra  de  síntesis 
y,  por  lo  tanto,  muchos  puntos  de 
vista  no  han  sido  tratados  por  él 
sino  someramente.  De  modo  que 
no  me  mueve  ni  remotamente  el 
afán  de  reprocharle ;  antes  bien : 
aplaudo  con  simpatía  y  sin  reser- 
vas de  ninguna  clase  su  paciente 
labor  de  sociólogo  y  la  vastedad 
de   su    criterio   abierto   á   las   más 


—  47  — 


tiobles  manifestaciones  de  la  vida. 

il,L,   POBVENLR   DE   LA   AmÉKICA   La- 

TINA  dará  lugar  á  que  se  publi- 
quen otros  libros  de  su  índole  que 
tanta  falta  hacen  en  España  y  en 
América.  Ugarte  l^a  lanzado  el 
primer  grito  de  alerta.  Y  ese  gri- 
to salvador  encontrará  eco  en  las 
conciencias    libres. 


Un  poeta  de  alto  vuelo  cuyas 
estrofas  dicen  originalidad  y  ex- 
quisito buen  gusto  :  Enrique  Díez- 
Canedo,  acaba  de  reunir  en  un 
volumen  titulado  Imágenes  una 
bella  colección  de  sus  versiones 
poéticas.  Diez-Canedo  es  un  exce- 
lente poeta  y,  como  tal,  ha  inter- 
pretado sabiamente  los  sentimien- 
tos 'de  esos  altos  poetas  cuyas  ri- 
mas ha  traducido.  Hay  en  Imá- 
genes versiones  de  Ronsard,  Mar- 
lowe,  Raleigh  y  otros  entre  los  va- 
tes antiguos,  y  entre  los  del  siglo 
pasado,  de  Hugo,  Gautier,  Baude- 
laire,  Banville,  Verlaine,  Moréas, 
Samain,  De  Regnier,  Francis  Jam- 
mes,  Paul  Fort,  Carducci.  D' 
Annunzio,  Swinburne,  Walt  With- 
man,  A.  de  Quenta],  Bilac,  etc. 

La  fluidez  de  esas  versiones,  uni- 
da al  arte  delicado  del  autor  de 
Versos  de  las  Horas,  es  límpida 
y  maravillosa.  Muchos  guijarros 
se  oponen  al  avance  del  poeta  en 
los  campos  de  la  traducción,  pero 


Oíez-Canedo,  con  la  poesía  de  su 
l.uerto  interior  y  sus  facultades 
estéticas  harto  disciplinadas,  ha 
logrado  sobreponerse  á  todo,  ha- 
ciendo una  bella  selección  poéti- 
ca en  la  cual  la  intensidad  del 
sentimiento  responde  al  espíritu 
del  poeta  que  ha  cultivado  con 
cariño  los  jardines  de  sus  herma- 
nos. 


Alfredo  Gómez  Jaime  se  reveló 
poeta  en  su  libro  Rimas  del  Tró- 
pico, editado  en  Madrid.  Su  poe- 
ma El  Enigma  de  la  Selva,  que 
acabo  de  leer,  significa  un  nuevo 
triunfo  para  el  joven  bardo  co- 
lombiano. Poema  objetivo,  dulce 
é  ingenuo  como  una  leyenda  an- 
tigua y  exornado  de  suntuosos 
paisajes  pintados  con  naturalidad, 
todo  en  él  habla  entusiásticamen- 
te del  artista  que  lo  ha  concebi- 
do. Gómez  Jaime,  dominador  del 
ritmo  y  amable  cultivador  de  la 
forma,  ha  reunido  en  su  poema 
L<clleza  y  amenidad,  dentro  de  esa 
variedad  métrica  que  ostentan 
sus  otros  libros.  La  poesía  contem- 
poránea se  caracteriza  por  su  ten- 
dencia á  la  síntesis.  El  poema  pre- 
citado no  es  sintético,  pero  su 
autor  le  ha  infundido  tal  aliento 
emocional  que  cada  una  de  sus*  es- 
trofas deleita  y  cautiva  al  lector. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


«♦« 


**Por  javdities  ajenos" 


En  el  próximo  número  publicaremos  el  prólogo  del  libro  por 
JARDINES  AJENOS,  de  Pérez  y  Curís,  que  está  imprimiendo  actual- 
mente la  casa  F.  Granada  y  C*  de  Barcelona.  Dicho  prólogo  confir- 
ma de. nuevo  la  sinceridad  de  su  autor  en  medio  á  la  hipocresía 
que  hoy  gastan  ciertos  escritores. 


-   48  — 


De  la  £s|)afia  gloriosa 


Un  peeuevdo  á  Béeqaeti 


Para    AiOLO. 


Serafi.n  y  Joaquín  Alvarez  Quin- 
tero, los  saladísimos  escritores  se- 
villanos que  tanta  gloria  dan  al 
teatro  español  contemporáneo,  han 
tenido  la  feliz  ocurrencia  de  ini- 
ciar una  suscripción  para  erigir 
un  monumento  á  Gustavo  Adolfo 
Bécquer,  el  exquisito  poeta  de  las 
liimas,  monumento  que  habrá  de 
leva.ntarse  en  uno  de  los  jardines 
de  la   risueña  ciudad  del   Betis. 

¡  Bien  hayan  los  poetas  que  han 
recordado  al  Maestro,  y  alabados 
sean  todos  los  que  lleguen  á  con- 
tribuir á  la  pía  obra  que  da  lugar 
á  un  florecimiento  de  bellas  año- 
ranzas románticas  evocando  la  me- 
lancólica ñgura  del  amado  Gusta- 
vo  Adolfo ! 

En  el  más  blanco  mármol  y  la- 
brado por  manos  de  artista  que 
haya  padecido  del  mal  de  amar, 
el  busto  del  trovador,  colocado  en 
los  jardines  del  Alcázar,  porque 
er.  ellos  hubo  amores  de  reyes  y 
amores  d»  Im^^ildes,  casi  escondi- 
do entre  madreselvas,  jazmines  y 
mimosas,  será  como  una  imagen 
que  mereciera  el  homenaje  de  pe- 
regrinos inflamados  en  santa  de- 
voción, los  cuales  vendrían  de 
luengas  tierras  para  decir  ante  el 
mármol  todos  sus  dolores  y  toda 
sil  fe. 

¡  Cuántos  dolidos  del  corazón, 
pálidos  y  sonrientes,  un  poco  des- 
ilusionados, al  llegar  los  maravi- 
llosos crepúsculos  de  la  primavera 
arribarán  á  la  mágica  ciudad  se- 
villana y  ante  la  estatua  del  ama- 
do cantor  pedirán  curación  para 
su  mal  y  creerán  en  Dios  porque 
sobre  su  alma  sientan  la  lufluen- 
cia  de  aquellas  palabras  excelsas : 

Hoy  la  tierra  y  los  cielos  me  sonríen  ! 


JL  or  estos  pobres  caminantes  en- 
fermos del  terrible  mal  del  desen- 
gaño ;  por  los  herma.nos  poetas  que 
dejaron  en  las  zarzas  del  amor  sus 
delicadas  carnes,  llagándose  para 
siempre ;  por  los  que  cegaron  de 
tanto  mirar  el  lejano  azul  de  la 
esperanza  hemos  de  desear  que 
cuanto  antes  se  levante  eji  honor 
de  Gustavo  Adolfo  ese  busto  que 
tantas  veces  habrá  de  recibir  la 
ofrenda  de  unas  rosas  de  thé, — 
las  flores  de  los  tristes, — ó  de  unas 
violetas  marchitas,  que  acaso  es- 
tuvieron sobre  el  seno  de  una  muy 
amada   mujer. 

Acudid  á  la  suscripción  todos 
los  que  hayáis  sentido  la  pun- 
zada del  desencanto  en  lo  flo- 
rido de  vuestra  juventud ;  y  re- 
cordad que  con  el  poeta  dijisteis 
la  salmodia  de  vuestra  angustia 
en  la  dulzura  de  estos  versos : 

Volverán    las    oscuras    golondrinas 

...Porque  bien  merece  el  óbolo 
de  todos  los  sensibles,  para  recuer- 
do eterno,  el  hombre  á  quien  re- 
currimos en  nuestros  años  de  al- 
borada para  que  llorase  con  su 
lira  la  tristura  de  nuestra  espe- 
ranza ida  dejándonos  al  mismo 
tiempo  una  grata  emoción  de  con- 
suelo. 

Bécquer  vive  en  el  recuerdo  de 
toda  la  juventud  latina,  aunque 
no  le  rindamos  el  ferviente  culto 
que  mereció  en  aquella  gloriosa 
época  del  romanticismo,  cuando 
todo  era  amor,  y  lances  guerreros 
en  defensa  de  las  damas,  y  madri- 
gales floridos  trovados  en  las  mis- 
teriosas rejas  de  las  encantadoras 


—  49   - 


hembras  españolas.  A  veces,  cuan- 
do hablamos  de  nuestros  poetas, 
encontramos  que  en  los  nuevos 
hay  hijos  espirituales  de  algunos 
de  nuestros  más  inolvidables  can- 
tores ;  pero  al  buscar  el  sucesor  de 
Gustavo  Adolfo  nos  quedamos  per- 
plejos y  confesamos  dolidos :  — 
¡Aquel  Bécquer!...  No,  no  tiene 
a  quien  compararse ;  fué  Prínci- 
pe de  su  tiempo  y  aun  ocupa,  des- 
pués de  muerto,  el  mismo  lugar. 
Y  es  imposible  hablar  de  nues- 
tros exquisitos  sin  recitar  cual- 
quiera de  las  maravillosas  rimas 
del  gran  sevillano,  que  fué  capi- 
tán de  enamorados  y  padeció  to- 
das las  pasiones". 


-jOs  autores  de  la  deliciosa  co 
media  El  Amor  que  pasa,  encan- 
tador poema  de  la  vida  provin- 
ciana, merecen  bien  de  todos  los 
que  hemos  amado,  porque  va.n  á 
reparar   un   olvido. 

Sevilla,  la  ciudad  de  la  alegría, 
cuando  albergue  en  sus  jardines 
el  busto  de  Gustavo  Adolfo,  será 
la  Meca  de  los  malheridos  de 
amar,  que  irán  á  tejer  coronas  de 
laurel  para  orlar  con  ellas  el  blan- 
co mármol  que  nos  recuerde  la 
dolorosa  expresión  del  exquisito 
Uécquer,  hermano  de  Verlaine, 
hermano  también  de  aqiiel  llorado 
José    Martí. 

Leocadio    MARTIN    RUIZ. 


■  ♦» 


P^osta.     Dominicano 


Arqüímedes    Cruz 


—  50  - 


Tu  mirar 


Tus  miradas  son  suaves  como 
caricias  lentas. 

Hacen  nacer  en  mi  alma  el  re- 
toño fragante  de  esperanza,  ven- 
cedor en  los  tiempos  propicios,  lu- 
minosos de  lumen  increada ;  son 
para  mi  alma  la  primavera  que 
le  canta  y  el  sol  que  la  ilumina, 
desde  un  cielo  amigo,  en  el  rubio 
amanecer  de  una  mañana  roza- 
gante, olí: rosa  como  una  flor  ; 
blanca  y  rubia  ;  apaciblemente 
suave  como  el  sonar  de  la  égloga, 
donde  las  pia,nissimas  vibraciones 
de  la  jovial  música  subjetiva  de 
los  sentires,  se  unimisman  en  una 
gran    armonía    triunfadora... 

Cuando  me  miran  tus  ojos  ver- 
de-claros, con  la  serenidad  de  cie- 
los lejanos,  todos  los  rumores  so 
adormecen,  y  e.n  mi  predio  inter- 
no se  abre  lenta,  la  rosa  irreal, 
sjtoda  blanca  del  ensueño,  cuyo 
aroma  suprasensible  penetra  tem- 
üiando  con  temblores  de  latido, 
en  mi  corazón  que  se  enciende  de 
juventud  radiosa,  como  si  el  oro 
de  la  mañana  y  u.n  soplo  vivifi- 
cante de  montaña  se  entrase  de 
lleno,  en  la  médula  misma  de  la 
vida,  sonando  en  las  venas,  el 
hossanna... 

Tu  mirada  perlada  de  ensueño, 
penetró  en  mi  corazón,  con  suavi- 
dad acariciante,  como  un  temblor 
de  luna  y  como  un  soplo  enivran- 
te  de  viento  favorable,  haciendo 
espejear  y  resonar  en  ondinas,  el 
remanso  dormido,  bajo  la  noche 
de  balbuceos  vagcs... 


Para   Apolo 

vantaron  muchas  veces  mi  espíritu 
hacia  la  conquista  de  irredentos 
mundos  maravillosos  para  ofren- 
darte una  rara  presea  aún  no  ha- 
llada ;  hacia  supremas  ascensiones 
en  la  búsqueda  del  verso  sobera- 
no, que  ornara  tu  frente  impo- 
luta, como  diadema  aromosa  de 
retoños  subjetivos,  centelleantes  de 
la  lumen  del  pensamiento  reju- 
venecido ;  lo  he  sentido  levantarse 
paso,  lentamente,  ávido  de  más 
espacio,  como  el  mar  en  el  flujo  ; 
lo  he  sentido  vibrar  como  un  ar- 
pa como  si,  sin  palabras,  quisiera 
cantarte,  en  sonetos  rubios  como 
tu  caballerera  temblorosa  ;  lo  he 
sentido  luminoso,  con  una  nueva 
claridad  extraña,  como  si  deseara 
dar  toda  su  fuerza  y  toda  su  luz, 
er  un  relámpago  enorme,  que 
abriera  desmesuradamente  el  ho- 
rizonte misterioso,  para  que  las 
tierras  pródigas,  los  azules  diáfa- 
ros.  los  prodigiosos  horizontes 
ocultos,  el  universo  entero,  sur- 
gieri  de  pronto  para  ungirte  con 
su  aroma,  con  sus  soles  deslum- 
brados,  con  la  música  de  sus 
océanos,  en  un  himno  magno  me- 
lodioso, como  si,  obediente  á  una 
voluntad  milagrosa,  te  glorificara 
¡  ÚNICA  soBERAN.A !  con  todas  sus 
potencias,  en  un  divino  minuto 
ilusorio    de    apoteosis. 


Tus  miradas  plenas  de  ternura, 
con  clarores  extraterrestes  de  es- 
trellas   vagas,    muy    distantes,    le- 


A  veces  tus  ojos  tienen  la  diá- 
fana claridad  del  mediodía,  y  se 
A  uelven  transparentes  como  re- 
mansos á  través  de  cuya  superfi- 
cie serenante  se  divisa  el  fondo, 
en  un  ritmo  suave  de  luz  apacible, 
al  tactarla  el  sol  con  sus  dedos  in- 
dagadores  de   un    rubio   fluido... 


—  51  — 


Y  son  para  mi  pecho  conmovi- 
do, cancionero  de  amor,  como  un 
íiat  lux  glorificante. 

^os  ojos  son  el  libro  donde  se 
leen  las  almas  sencillas,  y  el  infi- 
nito que  lo  resume  todo,  para  los 
espíritus  fuertes  y  las  almas  gran- 
des. ^ 

Tu  mirar  tiene  no  sé  que  poder 
inmanejite,  qué  extraño  dulzor  en 
su  amable  omnipotencia,  qué  don 
sobrehumano  de  producir  una  re- 
novación en  el  ser,  un  mirífico 
anhelo,  un  ansia  sin  nombre:  es- 
tá lleno  de  esa  gloriosa  claridad 
creadora,  que  vierte  en  lo  más 
hondo,  como  un  raudal  de  melo- 
días aún  no  sonadas,  y  arma  al 
espíritu  de  grandes  alas  vigoro- 
sas, sonoras,  que  lo  levantan  ca- 
denciosamente, por  arriba  de  las 
cimas     arrogantes     de     las      cosas 

reales. 

Y,    entonces,    qué    vida    intensa, 
qué    tuerte    potencia    desconocida, 
qué  plenitud  desbordante,  qué  ím- 
petus   indomables    prontos    á    tra- 
ducirse en   acción   victoriosa,   sien- 
to  fluir   de   las   raíces   de  mi  ser ; 
qué    agilidad    para    saltar   el    abis- 
mo   y    la    aspereza    fatigosa    de   la 
vida,     para    luego    hacer    llamear 
la    inquieta    bandara    triunfadora, 
en     la     orguUosa     soledad     de    las 
cumbres  ;   qué  anhelo  de  tomar  al- 
tura  el  espíritu,   para  orientar  el 
vuelo    hacia    las    tierras    magnífi- 
cas   y    qué    impulsos    irrefrenables 
de  hundir  las  sandalias  desmedra- 
das   de    viandante    ávido    de    más 
allá,    en    la   zona   vedada    que   cie- 
rra  la   azulada   curva   renovadora, 
y  así,  seguir  venciendo  horizontes 
y     más     horizontes,     arrancándole 
una  palabra  sin  sonido  al  misterio 
en  la  mudez  de  su  silencio  vago, 
en    una    ansia    ilimitada    de    espa- 
cio, sin  sentir  el  ala  enervante  de 
la     fatiga     golpear     perezosa     los 
hombros    heroicos. 


i  Benditos  seáis  verde-claros  ojos 
acariciantes ! 


Figúrate  un  monte  alto,  exu- 
berante de  vida,  con  susurrantes 
frondas. 

Abajo  y  á  lo  lejos,  una  llanura 
inmensa,  que  se  esfuma  en  lo  lon- 
tano  de  la  curva  grácil  que  cie- 
rra el  horizonte  enigmático ;  des- 
colorida, con  la  tristeza  irreme- 
diable de  las  vencidas  frentes  do- 
madas; con  el  suelo  roto,  en  la 
sequedad  desolante  de  la  tierra 
ávida  del  gran  beso  reparador  de 
la    tonificante    linfa    cancionera. 

Momento  á  momento  se  siente 
sonar  un  clamor  anunciador  de 
que  una  vena  musical  de  agua 
transparente,  se  ha  abierto  del  se- 
no túrgido  del  monte  y  cae  en 
la  iianura  como  una  bendición 
profética. 

La  tierra  se  estremece  en  sus 
entrañas,  como  cuerpo  que  adivi- 
na el  dulce  acercamiento  de  la 
gran   caricia   esperada. 

Y,  las  grietas  sorben  el  agua 
cristalina,  como  si  fueran  labios 
enjuntos  que  tuvieran  mucha  sed 
El  agua  suena  con  un  rumor 
de  joviales  risas  reparadoras,  más 
bien  parece  que  cada  fresca  onda 
consolante,  hablara  en  lengua  de 
armonía,  de  juventudes  lozanas  y 
de  próximos  remozamientos  ;  y  re- 
suena en  el  espacio  con  la  suave 
tonalidad,  con  la  sana  alegría  sim- 
pática, con  que  voces  amigas  un- 
gen de  esperanza,  de  visiones  fa- 
vorables y  de  bálsamos,  el  alma 
del  hombre  que  ha  sufrido  mu- 
cho. 

Después,   el   milagro   se   realiza : 
la    fecundidad    cambia    el    aspecto 
sollozante    de   la    llanura    en    oasis 
adorable,    en    cuyo    seno    abundoso 
hierve  la  vida  jocunda  y  fuerte. 

Y,  á  la  clara  risa  del  agua,  que 
bajaba  del  monte,  sonando  buena- 


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venturas,  con  vivos  resplandores 
de  plata,  se  unió  la  risa  jovial  de 
la  llanura  remozada ;  fundiéndo- 
se en  un  solo  clamor  ondulante, 
en  un  solo  canto  venturoso,  como 
si  fuera  el  bello  reir  de  una  mis- 
ma  boca   aromada... 

Pues  bien,  soberana  en  la  gra- 
cia :  tus  ojos  en  el  éxtasis  inefa- 
K.xe,  diáfanos  con  la  diafanidad  de 
la  onda  balbuceante  en  los  días 
serenos,  me  revelaron  en  verbas 
sin  sonidos,  de  luz,  subjetivas,  las 
maravillas  desconocidas,  el  tesoro 
de  ternura  que  llameaba  en  tu 
cof  recito  sellado  ;  el  lento  amane- 
cer de  tus  sentires  florecidos  en 
primaveras ;  todo  eso  dicho  á  la 
distancia,  con  los  labios  inmóviles 
como  si  ese  mundo  fabuloso  en 
potencia  dentro  de  ti,  con  ansias 
santas  de  espaciarse,  se  hubiese 
fundido  en  tu  gracioso  mirar,  pa- 
ra llegar  íntegro,  puro  como  el 
aire  de  la  mañana,  á  mi  recogido 
espíritu,  sonante  en  la  soledad, 
produciendo  en  él — ávido  de  ese 
aire  y  ávido  de  esa  mañana — una 
inesperada  eclosión  y  como  un 
resurrexit  y  un  soberbio  desper- 
tamiento melodioso  ;  y  entonces, 
tu  mirada  reconfortante,  anun- 
ciadora de  armoniosas  afinidades, 
de  devenires  gloriosos,  fué  para 
mi  alma  incomprendida  y  sola,  lo 
que  el  agua  rumorosa  que  caía  del 
monte,  sonando  églogas  á  la  abra- 
sante gleba  desnuda :  la  transfor- 
madora amable,  la  renovadora 
bendita,  la  transfiguradora  de  las 
cosas  íntimas,  la  que  infundió,  en 
mi    parcela    interna,    olvidada    de 


la  clemencia  del  ambiente  indife- 
rente, vida  vigorosa,  briosa  exu- 
berancia exultante,  é  hizo,  reven- 
tar los  brotes  á  los  rosales  que 
morían  y  en  sus  ramas  llameó  la 
rosa  fraganciosa,  como  si  fuera 
un  corazón  que  se  abriera,  en  un 
vértigo  superbo  á  la  caricia  infi- 
nita  de   un   sol  desconocido... 

Y,  esas  rosas  nacidas,  como  en 
una  resurrección  del  ser,  con  la 
fre'scura  del  rocío  bautismal  del 
nuevo  amanecer  de  mi  espíritu, 
perfumaron  tus  manos  finas  y  el 
oro  puro  de  tus  rizos,  en  dos 
poemas  azules  que  tú  ya  conoces... 


Y,  ahora  de  pie,  sobre  mi  ego- 
ísmo, como  sobre  el  escudo,  duro 
y  sonoro  de  un  vencido,  ante  ti, 
pronuncio,  lentas :  Alabados  sean, 
glorificados  sean,  bendecidos  sean 
tus  ojos  de  primaveras ;  claros 
como  el  agua  que  corre ;  lumino- 
sos como  la  mañana  ;  verdes  co- 
mo la  mar  ;  como  el  atardecer,  so- 
renos... 

A  tus  ojos :  la  ofrenda  balsá- 
mica del  latido  tremante  que  flo- 
rece en  las  venas  como  loa  aro- 
mosa  de    savia :    esencia    de   vida. 

A  tus  ojos :  suprema  unción  de 
alabanza  ondulante  ;  á  tus  gran- 
des ojos  queridos,  que  llevo  siem- 
pre abiertos  sobre  mi  corazón  ;  co- 
mo piedras  preciosas  en  joya  de 
oro,  así  brillan  aquí  dentro,  en 
el    santuario... 

A  tus  ojos :  hossanna  exultante 
en  la  lengua  musical  del  alma 
sedienta,   ávida  de  imposibles,  en- 


53  - 


rendida  divinamente  en  las  brasas 
sagradas   del   ideal ! 

Á  tus  ojos :  todo  lo  que  siento 
hervir  con  los  hervores  ignaros  de 
la  ola  que  rebasa  mi  universo 
interno,  libre  y  suelta,  ondulosa, 
sonante,  como  verso  desprendido 
de  un  himno :  todo  lo  que  bal- 
bucea dentro  de  mí  gratas  cosas 
extraordinarias,    que    no    encuen- 


tran vocablo :  todo  lo  que  está 
pleno  de  juveJitud  y  desborda  vi- 
gores de  retoño :  todo  lo  que  sur- 
ge de  lo  más  hondo  con  la  omni- 
potencia de  un  sol  en  llamas :  to- 
do eso  es  para  tí :  todo  lo  que  es- 
tá lleno  de  lontano... 

Lino    ARANDA    CORREA. 

Montevideo,  Febrero  de  1911. 


#♦» 


tJecorativa 


A  la  señorita  Delia  Vilaró. 

Se  dipía  una  fiesta  de  ppíneesas  galantes 
pródigas  en  deeires  de  opoptana  efieaeia, 
paseando  la  nobleza  de  sus  almas  {pagantes 
en  pisueña  hapmonía  con  la  luz  y  la  gpaeia. 

Un  mupmallo  de  espumas  ha  poblado  el  ambiente 
insinuando  suspipos  de  apomátieo  vuelo, 
y  el  alma  de  Beethoven  se  hace  oip  dulcemente  .... 
como  en  una  flopida  ppimavepa  del  eielo. 

V  envuelta  en  la  capicia  de  una  túnica  posa 
que  cae  ligepaniente  como  una  gpaeia  gpiega; 
más  bella  que  la  aupopa,  divinamente  hepmosa 
como  una  sobepana  que  del  palacio  llega  ... 

Lia  Divina  morena  de  las  nianos  ducales, 
de  ojos  negpDs  y  es^tpaños,  de  un  ej^tpaño   mistepio  ; 
llenó  la    noche  alegpe  de  suaves  modales 
con  su  dulce  ppcsencia  Pcal  digna  de  inipepio. 

Esteban  ETCflEPflnE. 


-   54  — 
EPÍSTOLA.    LITH:K.jPlR.Iíí>l 


El    matttimonlo     de    Tolstoy 


fara   Apolo. 


Debo  advertiros,  antes  que  em- 
pecéis á  distraeros  en  la  lectura 
de  mi  epístola,  que  no  encontra- 
reis en  ella,  ni  un  elogio  á  El  Ma- 
trimonio de  Tolstoy,  ni  un  aplau- 
so á  vuestra  admiración  literaria. 
El  A[atrimonio  no  me  merece 
mención  ni  como  arte,  ni  como 
ciencia. 

Y  no  me  achaquéis  pedantería, 
si,  peregrinamente  me  tomo  la 
seriedad,  de  verter  en  éstas,  mis 
impresiones — descorteses  quizás — 
pero  sinceras,  porque  así  pienso 
y  así  escribo ;  pues  entiendo,  y 
de  ello  auto  de  fe  hago,  que  en 
arte  sólo  es  dable  hablar  con  sin- 
ceridad ;  que  sólo  puede  hablar  el 
que  proclame  el  derecho  del  cora- 
zón sobre  el  cerebro,  en  estos 
tiempos  de  vulgarización  en  que 
andamos,  y  donde  prejuzga,  más 
la  frialdad  de  una  idea,  que  el 
ardor  de  un  sentimiento.  No  en- 
tendáis con  esto,  que  doy  á  la 
pasión  un  precio  desmesurado,  ni 
que  para  los  actos  de  la  vida 
omito  el  fallo  del  pensamiento, 
que  así  como  el  cerebro  analiza — 
y  siglo  de  análisis  es  éste — el 
corazón  sintetiza — ^y  síntesis  debe 
ser  nuestra  juventud.  De  niños 
pensamos  con  el  corazón  ;  de  vie- 
jos con  el  cerebro.  ^Cómo  queréis 
que  el  amor  discuta  ?  Ni  razona  ; 
ni  piensa. — Ama  solamente.— Y  es 
toda    amor   la    niñez. 

Amar  todas  y  sobre  todas  las 
cosas,  y  de  ese  amor  perenne  que 
mantiene  al  espíritu  y  al  alma, 
deducir  lógicamente  del  teorema 
de    la    existencia    los    grandes    co- 


rolarios  de   la   vida :    el   Derecho, 
la  Moral  y  la  Social. 

Y  el  libro  que  nos  preocupa  es 
una  aplicación  errónea  de  ellos. 
Siempre  me  ha  disgustado  la  cá- 
tedra de  moral — ensñanza  no  en- 
señable— y  tienen  para  mí  sus 
textos  el  valor  que  tiene  un  al- 
manaque, que  con  la  exactitud  de 
un  sirviente  bien  asalariado,  me 
señala  los  días  de  veinte  y  cuatro 
horas,  con  la  sensación  del  vérti- 
go, como  si  la  insolencia  del  nú- 
mero, me  indicara  mis  horas  de 
dolor  y  mis  horas  de  placer. 

i  Oh,  la  paradoja  del  almana- 
que ! — ¿  Acaso  son  iguales  los  días 
que  el  calendario  se  afana  en  igua- 
lar? 

También  es  la  moral  una  para- 
doja.— Ella  es  vasta  como  es  vas- 
ta la  vida. — Cada  ser  tiene  su  mo- 
ral   propia. 

Tolstoy  receta  en  este  libro,  co- 
mo única  felicidad,  la  paz  del  ho- 
gar ;  y  en  su  afán  de  psicólogo, 
relega  á  la  mujer  á  una  inferio- 
ridad intelectual,  como  si  el  si- 
glo XX  consintiera  esa  negación 
al  derecho  de  vivir  con  el  alma  y 
con  el  cuerpo. 

¡  Hablad  con  el  corazón  y  decid 
si  es  ese  el  summum  del  bienestar 
que    apetecéis!... 

Y  delucile  Tolstoy,  si  tiene  la 
mujer  derecho  espiritual  solare  el 
hombre,  ó,  el  hombre  sobre  la  mu- 
jer, que  en  tanto  opino,  que  un 
libro  que  lleva  á  una  finalidad 
falsa,  es  malo. 

II 
Tomemos    otra    faz    del    libro    y 
descartemos    sus    protlagoaiistas. 
¿Os  halaga  el  marido? 


—  55  — 


En  cuanto  á  mí,  os  declaro  (jue 
esa  mujer  no  me  enamora.  La 
considero  una  mujer  vulgar.  Y  las 
vulgaridiades  son  de  los  necios. 

Una  Amada  que  se  aburre  no 
es   merecedora   del   amor. 

Y,  si  toda  ideal ;  si  toda  ensue- 
ño ha  ido  al  matrimonio  y  en  el 
menguante  de  la  luna  de  miel  ha 
visto  la  defluación  del  ensueño  y 
desconocido  ha  el  ideal ;  si  azora- 
da, los  últimos  sorbos  en  el  ánfora 
de  la  felicidad  que  soñara,  le  su- 
pieron á  hiél,  ¿quién  más  que  ella 
tiene  la  culpa .P  ¿Por  qué  ha  tro- 
cado sus  sueños  crepusculares  de 
soltera  por  las  vanalidades  de  mu- 
jer amada  y  hermosa?  ¿Por  qué 
en  vez  de  plegar  sus  alas  de  oro 
junto  al  fuego  del  Amado,  las  tien- 
de hacia  el  coqueterismo  más  in- 
sípido?... 

Y  tan  vulgar  es,  que  madre  ya  ; 
cuando  carne  de  su  carne  se  in- 
miscuye en  la  vida  ;  cuando  el  ac- 
to de  mayor  trascendencia  en  la 
vida  de  la  mujer  se  realiza  en 
ella  ;  cuando  despojada  de  lo  hu- 
mano se  diviniza,  como  demos- 
trando al  hombre  su  omnipoten- 
cia ;  ella  permanece  indiferente  y 
conserva  la  inconsciencia  de  su 
conciencia,  hasta  que  el  arrepen- 
timiento   de   una    falta    presentida 


conmueva  sus  entrañas,  para  que 
comprenda  que  es  esposa  y  que  es 
madre.  Es  menester  la  presencia 
del  mal,  para  que  se  inicie  en  el 
bien. 

...Temo  que  huelgue  deciros  la 
concepción  que  tengo  soñada  de  la 
mujer,  por  eso  concluyo,  no  sin 
glosaros  ante — á  manera  de  epílo- 
go— mis  impresiones  sobre  Tols- 
toy:  De  buena  gana  os  confesaría 
que  soy  un  profano  de  este  emi- 
nente literato  ruso,  pero  un  pro- 
fano consciente.  No  creo  en  la 
belleza  de  su  romanticismo  dog- 
mático, y  fuera  de  El  Matrimonio 
que  me  habéis  hecho  leer  tengo 
mal  leída  La  Sonata  á  Kreutzer  ; 
texto  también  de  moral,  que  hue- 
le al  cristianismo  primitivo  ; — esa 
escuela  de  negación  que  predica- 
ba el  despojo  de  la  personalidad 
en  bien  del  amor  á  la  solaridad 
humana.  Tolstoy  combate  el  ego- 
tismo del  artista  y  es  en  La  So- 
nata donde  se  caracteriza  de  dó- 
mine. El  somete  la  Vida  á  la  Mo- 
ral.— Canta  á  la  muerte  como  á  la 
suprema    salvación    del    bien. 

Irompeyo  Gener  le  incluye  en 
sus  estudios  de  patología  litera- 
ria. 

Emilio  TRIAS  DU  PRÉ. 

1911. 


•  ♦■ 


inscTiixcjPL 


Para   Apolo. 


Las  doce  pausalaments, 
rezonga  el  viejo  reloj, 
y  en  la  quietud  de  la  alcoba 
se  pierde  el  último  son. 

La  tenue  luz  de  la  vela 
vacila,  con  el  temttor, 
de  las  lentas  agonías 
de  la  desesperación. 

Una  campana,  en  la  noche, 
eleva  al  cielo  su  voz 
con  el  acento  piadoso 
de  su  mistico  dolor. 


Sobre  la  mesa  unas  cartas 
gue  guardan  con  fiel  unción, 
el  perfume  de  la  mano 
frágil  gue  las  escribió . 

Ante  mis  oio&  un  libra 
gue  no  leo,  en  el  ardor,  i 
de  una  idea  gue  me  obsede 
con  tenaz  obstinación. 

Dentro  del  libro  una  rosa 
blanca,  gue  el  tiempo  secó, 
y  una  pena  gue  no  muere 
dentro  de  mi  corazón. 

José  VIAÑA. 


—  56  — 

ftUgona  del  amor  desolado 

Paro    Apolo. 

Yo  soy  el  jardinero  caviloso 
ante  mi  pobre  almáciga  en  que  admiro 
crecer  la  flor  que  llaman  «tu  suspiro» 
y  á  la  que  di  por    nombre    «mi  sollozo». 

Damas  de  amor  en  tanto  pasar  miro; 
van  sembrando  la  angustia  en  mi   reposo, 
aunque  á  su  dulce  andar  grave  ó  airoso 
decora  primavera  mi  retiro. 

Suspiros  dan  á  mi  vergel  llegando, 
y  la  flor,  copa  azul,   brindarse  veo, 
por  si  una  dama  en  la  que  amé  soñando! 

Mas  ay,  se  alejan,   y  á  su  paso,  dura, 
clava  la  flor  su  estilo  en  mi  deseo 
y  vuelca  luego  su  corola  oscura! 

Edmundo  MONTAGNE. 


—  57  — 

ttotas  nuevas 

Para   Apolo. 
I 

Hoy  ha  entrado  á  mi  alma  luz  de  mi  poesía 
por  la  ventana  abierta  de  mi  melancolía. 
Hoy  han  redivivido  mis  amores  lejanos 
como  por  el  encanto  de  unas  mágicas  manos, 

Y  todo  canta  en  mí;  todo  lo  que  convida 
á  decir,  al  espacio,  un  brindis  á  la  vida: 

Por  el  amor  y  el  arte ;  por  la  vieja  armonía ; 
por  la  cuerda  del  alma  que  dejó  de  vibrar 
y  que  hoy  hirió  la  clara  luz  de  mi  poesía 
para  que  retornara  á  su  antiguo  cantar. 

Por  Dios,  que,  ante  mis  ojos,  abre  el  cofre  divino 
de  la  naturaleza,  con  la  llave  del  Sol ; 
y  cede,  cual  promesas,  para  nuestro  destino, 
músicas  á  los  bosques,  y  sangre  al  arrebol. 

Por  nuestro  amor,  amada;  por  las  horas  felices 
y  las  amargas  horas  que  en  nuestra  vida  son; 
por  todo  lo  que  sientes  y  todo  lo  que  dices ; 
por  el  dolor  y  el  goce  de  nuestro  corazón. 

Por  el  recuerdo  que  á  ambos  nos  une  en  el  pasado 
y  por  la  perspectiva  de  nuestro  porvenir, 
por  lo  que  hemos  sufrido  y  lo  que  hemos  gozado 
y  por  lo  que  aún  nos  queda  por  gozar  y  sufrir. 

Y,  sobre  todo,  brindo,  por  tu  belleza,  amada; 
única,  obsesionante,  olímpica  y  triunfal ; 
por  la  divina  flecha  de  luz  de  tu  mirada; 
por  tu  mano  que  oprime,  dulce  y  conñdencial. 


—  58  — 


¡  Cómo  ha  entrado  á  mi  alma  luz  de  mi  poesía 
por  la  ventana  abierta  de  mi  melancolía! 
¡Y  cómo  rediviven  mis  amores  lejanos 
como  por  el  encanto  de  unas  mágicas  manos  I 


II 


Yo  viví  muchas  horas  lejos  de  mi  poesía; 
viajé,  vi,  sorprendíme,  me  plegrué  al  Universo; 
pero  se  hizo  un  vacío  dentro  del  alma  mía : 
¡  le  faltaba  la  bella  música  de  mi  verso ! 

Y  sentía  su  urgencia  á  cada  paso  dado ; 
cuando  sobre  las  aguas  el  sol  se  diluía, 
y  el  buque,  como  un  ebrio  gigante,  fatigado, 
al  femenino  arrullo  del  mar,  se  adormecía ; 

sobre  el  suelo  romántico  de  la  España  compleja ; 
de  árabes  alcázares  bajo  los  corredores; 
donde  siempre  hay  relatos  de  alguna  historia  vieja; 
donde  siempre  hay  historias  de  algunos  trovadores ; 

en  París,  en  la  urbe  donde  siempre  agoniza 
el  recuerdo  llevado,  y  otro  recuerdo  asoma; 
en  los  nevados  montes  y  lagos  de  Suiza; 
en  la  Roma  pagana  y  en  la  cristiana  Roma. 

Estos  ojos,  amada,  que  han  visto  tantas  cosas, 
por  este  resurrexit  olvidan  sus  sorpresas ; 
ésta,  mi  alma,  tiene  para  ti  nuevas  rosas ; 
y  tú,  para  mí,  tienes  siempre  nuevas  bellezas. 

Porque  hoy  entró  á  mi  alma  luz  de  mi  poesía 
por  la  ventana  abierta  de  mi  melancolía. 
Porque  hoy  redivivieron  mis  amores  lejanos 
como  por  el  encanto  de  unas  mágicas  manos. 

Lorenzo  VICENS   THIEVENT. 


-   59    - 

Emociones    ves|>ertitias 


Para   Apolo. 


Tiene  el  oro  del  véspero  risueño 
un  tenue  encanto,  adormecido  y  vago, 
como  la  calma  plácida  de  un  sueño, 
como  las  ondas  trémulas  de  un  lago. 

El  cielo  es  muy  azul.  Para  el  ensueño,, 
para  pensar  en  tu  amoroso  halago 
está  bien  el  crepúsculo  sedeño, 
tal  vez  salido  del  pincel  de  un  mago. 

No  declina  la  tarde  todavía, 

pero  me  invade  una  melancolía 

y  con  tu  amor  y  con  tu  ser  yo  sueño ; 

Y  voy  hacia  el  jardín  donde  me  digo : 
para  soñar  y  para  estar  contigo 
está  bien  el  crepúsculo  risueño . . . ! 

H:  ^  ij: 

Tiene  el  jardín  el  duelo  de  no  verte, 
la  tristeza  más  grande  y  más  sentida 
y  el  cobarde  presagio  de  la  muerte 
por  el  recuerdo  de  tu  despedida . . . 

Ven^  Lilia  primorosa.  Ya  la  suerte 
me  brindó  la  ilusión  reverdecida 
y  un  noble  corazón  para  quererte 
sobre  todas  las  cosas  de  la  vida. 

Ven  hacia  mi  jardín  donde  la  rosa 
contrasta  con  la  pálida  azucena, 
donde  el  clavel  pecaminoso  posa 

sobre  la  dalia  un  ósculo  bendito. 

¡Ven  que  te  espero,  Lilia,  ágil  y  buena, 

soñando  sobre  el  banco  de  granito! 

*  *  * 

Te  he  esperado  ya  tanto  ! . . .  La  agonía 
suprema  del  que  aguarda  no  la  sabes, 
y  está  muy  llena  de  monotonía, 
de  cosas  tristes  y  nostalgias  graves ! 


—  60  — 


Abro  el  libro  sutil  del  almo  mía: 
las  páginas  allí  todas  son  suaves 
y  va  cruzando  la  melancolía 
por  todas  ellas,  entre  trinos  de  aves. 

Al  fin  no  volverás  ¡  pero  qué  importa ! 
Mi  pecho  varonil  también  soporta 
la  pena  que  engendró  tu  despedida, 

porque  en  mi  corazón  todo  ternura 
canta  la  alondra  del  amor  la  pura 
canción  que  endulza  el  duelo  de  la  vida! 

FlLADELFO  URUETA. 

Síncelejo    (Colombia). 


«♦» 


El  posta,  de:  la.  a.ld.ea. 


Para    Apolo. 


Un  soñador  de  quince  á  veinte  años 
que  tiene  el  corazón  de  penas  lleno 
sin  haberse  embriaprado  en  el  veneno 
de  la  experiencia  y  de  los  desengaños. 

Sueña  un  cielo  de  rimas  caprichosas 
é  ignorante  del  mundo  y  de  la  vida, 
sabe  vivir  de  la  ilusión    perdida 
y  analizar  el  fondo  de  las  cosas. 


Y  ha  recorrido  todo  lo  que   existe 
con  el  vuelo  atrevido  é  imaginario 
de  ese  pájaro  azul  que  hay  en  la  idea, 

Sin  ir  más  lejos  de  la  sombra  triste 
que  proyecta  el  vetusto  campanario 
de  su  tranquila  y  apacible    aldea. 

Julio  J.  CASAL. 


«♦» 


IDsja.d.rtie:,  qtxisro  pa.z 


Dejadme,  quiero  paz,..  Ya  estoy  hastiado 
De  este  vivir  sin  goce  ni  placeres: 
Para  mi  ya  la  vida  ha  terminado, 
Y  andaré  muerto  entre  vivientes  seres. 

_En  la  orgia  el  placer  siempre  he  buscado 
Sin  hallarle  jamás.  Y  las  mujeres 
El  corazón  y  el  alma  me  han  helado 
Con  su  hipócrito  amor  y  sus  quereres. 


Dejadme,  quiero  paz.. .  En  el  olvido 
Quiero  verter  las  hielen  que  he  bebido 

Y  para  siempre  en  él  quiero  abismarme; 

Y  si  no  logro  allí  borrar  mis  penas 

Y  romper  de  mi  angustia  las  cadenas, 
Me  sobrará  valor  para  matarme !  ! 

Antonio   MONTENEGRO  (hijo]. 


»♦« 


lXCa.dLriga.1  á.  sxx  risa. 


Risa :     cascada    armoniosa 
cual   sonata    musical ; 
risa :    diadema   ideal 
de  su  boca  color  rosa ; 

¡  Oh   vuelo   de   mariposa ! 

Risa :    nota    prodigiosa 
de  una   flauta  de  cristal, 
ó  de  Chity  un  madrigal ; 
¡  nunca    oído    por   hermosa  1 


Pora  Apolo. 
Risa  la  más  melodiosa... 

Con    todas    las    armonías, 
que  amar  pueda  en  mis   poesías, 
nunca  lograré  fijar 

el  sonido  de  su  risa : 
risa  que  sensibiliza 
como  las  ondas  del  mar. 

Carlos  María  de  VALLEJO. 

Montevideo,    1911. 


CATALOGO    DE    LA     «  LIBRERL\    MERCURIO  »  oo 


Biblioteca  Sociológica  internacional 

Ex\  VOLÚMENES  DE   II  X  ¡  "J  CM.   DE    I50  Á  250  PÁGINAS 
EN    RÚSTICA   $    0.16 

TOmOí 


Ji.    L.    Emerson ^iete      tnsayos 

/r.     de     Greef as  leyes  sociológicas 

-i.     J.oria Problemas     sociales     contempo- 
ráneos       


('.    Kantsky ,...        ¡.a   deíensa    de   los   trabajadores. 

^    la  jornada  de  ocho  horas..  1 

1'  .    Gmer   de   los   liíos Kilosoh'a     y     Sociología 1 

ir.     Sergí Leopardi   á  la  luz  de  la  ciencia  4' 

A.   Marnack l'sencia    del    Cristianismo '2 

li.     de     (rrecf Evolución  de  las  creencias  y  de 

las    doctrinas     políticas ^ 

Ih.    Zicgler La  cuestión  social  es  una  cues- 
tión   moral - 

.1.      France í,i  Jardín  de  Epicuro 1 

JJ.     González-Blanco El  Feminismo  en  las  s>ciedade-? 

modernas     '^' 

•lames Los   ideales   de   la   vida '2 

G.    de    Azcáratc Concepto  de  la  Sociología  y  un 

estudio    sobre   los    deberes   de 

la     riqueza ^ 

.     i'olajanni Kazas   superiores   y    razas   infe- 
riores         ^ 

i.      C'irlylr Sartor    Kesartus Ü 

-/.     Ftske El     destino     del     hombre i 

.>i .      Longo La    conciencia    criminosa 1 

^i,      Ardigó Tja  ciencia   de  la  educación 2 

/.    ]'ah'ntí    Vivó La  sanidad  social  y  lo.s  obrerop  2 

E.    Laurent Antropología    criminal 1 

J'.     Mossi Místicos     y    sectarios i' 

V.      Dorado .^>  nevos    derroteros    penales 1 

.1.    (.'hiappi'll'i El   Socialismo  y  el  pensamiento 

moderno      2 

JK      íiuiz. (ienealogía    de   los   símbolos ~ 

G.    Sergi La    evolución    humana     indivi- 
dual    y     social 2. 

G.     SchmoUer Política  !^ocial  y  Economía  po- 
lítica      2 

.1.     Angiolini De  los  delitos  culposos 2 

(t.    Piazzi El  Arte  en   la   muchedumbre..  2 

■/.      Antich Egoísmo   y   altruismo 1 

.1.      Ihjroff El  concepto  de  la  existencia..  1 

A.      .isturaro El   materialismo  histórico   y  la 

sociología      general 1 

P.     Eossi El  alma   de  la  muchedumbre...  2 

.1.    .Angmlli La  Filosofía  y  la  Escuela 2 


34  CATÁLOGO   DE    LA     « LIBRERÍA   MERCURIO  » 


Temoi 

V.     í'crrini El  Mundo  y  el  Hombre 1 

<T/.    Lcgrain degeneración    social    y    Alcoho- 
lismo      1 

J.   Jaiirés Acción    socialista 2 

I'.  Mossi Los  sugestionadores  y  la  mu- 
chedumbre       1 

J:iUcn     Key El  siglo  de  los  niños 2 

(i.    liodrígucz La  Nueva  Pedagogía 1 

E.      Grosse Los  comienzos  del  arte li 

M .      Tkury El    paro    forzoso 1 

ii.     Ctmbali El  derecho   del  más  fuerte 2 

#•;,    t'nt-otti El  ocaso  de  la  esclavitud  en  el 

mundo    antiguo 3 

f.      (rascón Los  sindicatos  y  la  libertad  de 

contratación      2 

A.      y  icéforo tuerza    y    Riqueza 2 

;*i.    A.    Vnccaro Génesis  y  función  de  las  leyes 

penales    2 

H.     Hüffding La   Moral.   Principios  de  Ética  1 

»  »         La  Moral.  La  moral  individual, 

social  y  de  familia 1 

3)  »         La   Moral.    La  libre   asociación 

de    cultura 1 

»  »         La  Moral.  La  cultura  religiosa 

y  filantrópica.  El  Estado 1 

¡i.   N.    Fattcn Los  fundamentos  económicos  de 

la     protección   1 

•S.     1  alcntí    Camp Premoniciones  y  reminiscencias  1 

'i'.  Carhjlc Los  héroes,  el  culto  de  los  hé- 
roes y  lo  heroico  en  la  histo- 
ria   ." 2 

tiaen     Kcy .Vmor    y    matrimonio 2 

E.     licich El   éxito  de  las  naciones 2 

I.  Orchansky La  herencia  en  las  familias  en- 
fermas       1 

A.  '  Albornoz Individualismo    y     socialismo...  1 

A.     Vhmpelli Voces  de  nuestro  tiempo 2 

>S'.    Tiilentí    Camp Atisbos     y     disquisiciones 1 

A.    Mcnger FA    Estado    socialista ..  2 

L,      Lacour Humanismo    integral 2 

Th.    Héxizka Las  leyes  de  la  evolución  social  2 

A'.     Asturaro ^^ociología     zoológica 1 

H.     Zoccoli La   Ananuía.    Los   Agitadores: 

Max     Stirner.    P.    J.    Prou- 

dhon    1 

H.     Zoccoli 1  ¡i   Anarquía.    Los   Agitadores: 

M.    Bakunin.    P.    Kropotkin. 

B.    R.    Tucicer 1 


CATÁLOGO    DE    LA     «LIBRERÍA   MERCURIO^  35 

TOBOI 

S.   N.    Fatten Teoría  de  las  J  Jerzas  sociales...  1 

M.    ZoccoLi La    Anarquía.    Las    ideas.    Los 

hechos     1 

»          »       La    Anarquía.  Apreciaciones  éti- 
cas   .  . .  1 

-/.     Caballero El  Espíritu  de  la  Enseñanza...  1 

L.    Ferriani Delincuentes    astutos   y    afortu- 
nados        2 

II'.     James La  vida  eterna  v  la  fe 1 

Biblioteca  Renacimiento 

OBRAS    DE    I    TOMO 

Augusto   Vivero   y   Antonio   de   la 

Vilia Cómo  cae  un  trono  (La  re- 
volución  en    Portugal)...     $  O.VK) 

Kduardo    Marquina En  Flandes  se  ha  puesto  el 

sol   ))  O.'M 

Angelina    Alcaide    de    Zafra La   tontería   de   un   «gato» 

(novela)     »  0.9<) 

Biblioteca  de  Poetas  Americanos 

$    o. 8o    CADA    TOMO    EN    TELA 


TOBOt 


-»j  a/1  ucl    Acuña Poesías    

Igmicio    M.    AUamirano Himas     

Santiago  Arguello.... Ojo    y    Alma 

Andrés    Bello Poesías     originales 

Manuel    Carpió Poesías 

Francisco     Contreras  I  oisón     

■iosé    S.    ('Iiocano Alma    América 

))       »  ))         Cantos    del     Pacífico.... 

Líubcn,    Darío Prosas    Profanas 

José  de  Espronceda Obras    poéticas 

Manuel     Flores ]''asionarias 

»  »       Poesías    inéditas 

,s'      García    Torres Flores    de    amor 

Emiliano    Isaza Antología    colombiana  

José    Mármol Obras   poéticas   y   dramáticas... 

Salvador  Martínez  Alomia -Nieves    

Amado    Ñervo ^  erlas    negras 

»  »     J'oemas   

Manuel    de     Olayuíbei Cajiciones    de    Bohemia 

liicardo    Falma Armonías   

Felipe    Fardo Poesías    

M.    Pimentel    Coronel Vislumbres    

Flácido     Poesías    


CATALOGO    DE     LA     «LIBRERÍA    XIERCÜRIO  » 


/  jvrn      Iti  Itnllcdo 

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Tomos 

Joyeles    1 

Poesías    escogidas   1 

i'lorilegio   1 

Cantos  de  Bronce   1 

Tiigenuas    « 1 

Puestas   de   sol 1 

l^(H^sías 2 

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Biblioteca  hilosóftca 

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/';.    .1.    i'iidrí: — Síutesis    «le!    sistema    de    TAÓgica    de 

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Biblioteca  de  los  mejores  novelistas  contemporáneos 


(  >KR A.S    DI-;    I     Tí  )M(),    CN    Kl 

('(  tic    Bo.-.iii  —  1-a    Aislada. 
l'"uJ   Bouiiiít — Fd    Emigrado, 
»  ))  T^a   Etapa. 

))  ))  YA    Fantasma, 

/'.    Copec — El    Cidpable. 
\.  Dandct — lia  capilla   del  perdón. 
1.  ))  Cabeza    de    íamilia. 

/,'.   De  Bill  ¡I-     l.a  venganza  de  una 

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T.  K.  Hiiysiiiiins — Las  olas  huma- 
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M<(.itrici<'   L(l)l(inc — .Arsenio   l.,upin. 
;>  »  Arsenio    Lujjin 

contra    .Slierlock    Sliolmes. 
Mdurici''  l.i'hliinc  —Jja  aguja  hueca. 
)>  ))  813. 

!)  ))  El    hombre    ne- 

gro. 
(j.  -Leroux — El  misterio    leí  cuarto 

amarillo. 
(' .  l.cronx — El  perfume  ile  la  ilama 

de.  negro. 
C.     ¡.cnxi.c — El     Eantasma     de     lii 
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SUCA.    .\  $  0.40  CADA  UNA 

C.  Lctinix — El  hombre  de  la  noche. 
»'         )i  El  Príncipe  Agrá. 

l'i  tiro  Lotl — Las  Desencantadas. 
<>'(/.(/      (/(■      Maupassant — El      buen 

mozo. 
M I/lid  111    Thirry — La.    Conquista    de; 

Jerusalén. 
Ohiit  f-—¥A   vendedor   de   veneno. 
1        Camino   del    amor. 
»        El   Aventurero. 
»        La   Tenebrosa. 
))         La    gente    alegre. 
II         En  el  fondo  del  abismo. 
i>        El   Rey  de   París. 
)>        El   cura   de  Favieres. 
i>        Inútil    Riqueza. 
i>        Un    antiguo    rencor. 
i>        La  Dama  vestida  de  gris 
I)        La  Hija  del  Diputado. 
/'/í'i-ri.sf — Vírgenes    á    medias. 

)i         La     Princesa  de  Erminge. 
)i         El   Otoño   de   una   mujer. 
)i         Cartas    de    mujeres. 
»         Pedro    y    Teresa. 
Sft  itdh'il — Amistad    amorosa. 


INTENTIONAL  SECOND  EXPOSURE 


¿-^K 


'^l 


í-,*¿-y¿ 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


A-dzuinistrador; 


üedaoolón.  y  ^Vdsainistraoión 
TREINTA.    Y    TflKS,     27 


AÑO  VI 


Montevideo,  Abril    de    1911 


N.»  50 


la  |)edagogía   d^l  siglo 


((Conócete  á  ti  mismo»,  dijeron 
con  Tales  de  Mileto  los  filósofos 
de  la  antigua  Grecia ;  ((enséñate 
é  tí  mismo,  para  hacerte  dueño  de 
tus  sensaciones  y  de  tus  actos», 
dice  hoy  la  Pedadogía,  actuando 
de  ciencia  fundamental  socioló- 
gica. 

Pero  hasta  los  presentes  días  (en 
que  se  ha  afirmado  con  Greef, 
Barth,  Azcárate  y  Giner  de  los 
Ríos,  la  realidad  subsantiva  de  la 
sociedad,  como  ser  \3oncreto  de 
organización  biológica,  adecuada  á 
sus  aptitudes,  y  de  energía  propia 
que  se  transforma  en  fuerza  de 
cada  una  de  sus  diferentes  partes 
para  realizar  el  proceso  de  sus 
determinaciones  peculiares,  fuerza 
que  después  de  vigorizada  reobra 
sobre  el  centro  de  que  procede), 
la  Pedagogía  no  ha  sido  conside- 
rada como  función  social  origina- 
ria de  imprescriptibles  derechos  y 
de  irrenunciables  deberes,  que  al- 
canzan á  todos  los  seres  humanos, 
sin  excepción  alguna ;  pero  dere- 
chos que  favorecen  más  directa- 
mente á  los  más  débiles  y  deberes 


que   obligan   más   á   los    más    fuer- 
tes. 

Nadie  puede  desconocer  el  dere- 
cho de  los  padres  para  dar  á  sus 
hijos  la  dirección  que  juzguen  más 
ccnveniente,  dentro  de  sus  medios, 
y  el  derecho  de  la  patria  para 
dictar  las  disposiciones  que  crea 
más  útiles  en  favor  de  la  instruc- 
ción y  de  la  higiene  de  la  juven- 
tud ;  y  el  derecho  de  la  sociedad 
á  intervenir  en  cuanto  se  refiere 
á  la  moralidad,  á  la  salud  y  á  la 
vida  de  todos  sus  individuos,  del 
modo  que  más  prudente  estime  en 
cada  tiempo  y  lugar ;  pero  supe- 
rior al  derecho  de  los  padres,  de 
los  gobiernos  y  de  la  sociedad  es 
el  derecho  de  los  jóvenes  á  ser  edu- 
cados sin  preocupaciones,  sin  fa- 
natismos y  sin  ficciones  que  atro- 
fien su  inteligencia,  extremen  su 
sensibilidad,  perturben  su  razón 
y  maten  su  libertad;  y  es  el  de- 
recho que  todas  las  personas  tie- 
nen á  la  mutua  educación  inte- 
gral y  á  la  higiene  científica  para 
garantía  de  su  conciencia  y  de  su 
salud.    También    es    sacrosanto    el 


—  62 


deber  de  los  niños  para  sus  pa- 
dres, maestros  y  protectores ;  y 
el  deber  de  los  desvalidos  que  en- 
cuentran refugio  ;  y  el  de  los  per- 
turbados que  hallan  corrección 
reintegradora ;  y  el  de  los  anor- 
males, á  quienes  la  beneficencia 
pública  protege ;  ineludible  es  el 
deber  de  los  humildes  amparados  ; 
de  los  pobres  atendidos ;  de  los 
débiles,  á  quienes  la  colectividad 
fortalece  con  su  ayuda ;  pero  es 
más  obligatorio,  más  imperioso  y 
más  inexcusable  el  deber  de  los 
poderosos,  de  los  ricos  y  de  los 
ilustrados,  que  sólo  tienen  poder, 
riquezas  é  ilustración,  no  por  fa- 
vores de  la  naturaleza,  sino  por 
privilegio   de   la   sociedad. 

El  hombre  no  es  hombre  más 
que  por  la  educación  :  la  serie  de 
mudanzas  que  desde  el  estado  em- 
brionario en  su  formación  experi- 
menta, pasando  por  distintos  gra- 
dos de  la  vida  orgánica,  no  ter- 
mina al  dejar  el  claustro  materno  ; 
continúa  en  plena  luz  y  en  pleno 
aire  hasta  que,  por  efecto  de  la 
higiene,  de  la  enseñanza  y  de  su 
actividad  bien  dirigida,  llega  á 
ser  persona  consciente,  moral, 
fuerte,  capaz  de  resistir  toda  clase 
de  presiones  contrarias  á  su  liber- 
tad de  pensar  y  de  determinarse 
en  actos  buenos ;  luego  la  Peda- 
gogía en  los  actuales  tiempos  es 
la  acumulación  de  los  recursos  co- 
lectivos empleados  reflexiva  y  me- 
tódicamente por  la  sociedad  mis- 
ma en  favor  del  perfeccionamiento 
gradual  de  todos  y  de  cada  ixno 
do    sus    individuos. 

Hasta  los  últimos  días  del  siglo 
XIX  se  entendió  que  toda  clase  de 
personas  debía  proceder  en  todo 
caso  con  sujeción  á  las  circunstan- 
cias de  su  tiempo,  y  que  los  jóve- 
nes debían  ser  educados  para  su 
época ;  pero  hoy  á  la  Pedagogía 
se  ha  confiado  la  misión  de  impul- 


sar, de  mover,  de  empujar  á  los 
hombres  á  la  consecución  de  un 
medio  social  mejor  que  el  presen- 
te, y  de  dirigir  á  los  jóvenes  hacia 
un  ideal  de  justicia  equitativo  con 
arreglo  á  un  plan  científico  sus- 
ceptible de  corregir  los  defectos 
que  nosotros  mismos,  aunque  entre 
errores  viviendo,  reconocemos  eii 
la  educación  que  hemos  recibido. 
Si  por  el  fruto  se  conoce  el  árbol, 
y  por  el  estado  social  que  nos  en- 
vuelve el  sistema  político-religio- 
so-pedagógico vigente,  ¿cómo  y 
para  qué  hemos  de  seguir  culti- 
vando el  árbol  que  da  frutos  da- 
ñinos y  las  instituciones  que  pro- 
ducen malestar,  desdichas  y  crí- 
menes sociales? 

Sabemos  positivamente  que  nues- 
tro estado  actual  de  luchas  y  de 
miserias  es  transitorio :  que  las 
condiciones  intelectuales  y  mora- 
les humanas  van  mejorando  bajo 
el  influjo  de  la  cultura  social  v 
por  reversión,  modificando  favora- 
blemente la  vida  colectiva ;  sabe- 
mos que  el  derecho  público  y  pri- 
vado, la  amplitud  de  la  idea  mo- 
ral y  hasta  el  concepto  de  la  justi- 
cia dependen  de  lo  que  pensamos 
y  creemos,  y  que  nuestros  pensa- 
mientos y  nuestras  creencias  se  de- 
livan  de  representaciones  reflejos 
internos  por  virtud  del  funciona- 
miento de  las  células  cerebrales 
á  favor  de  las  erecciones  y  vibra- 
ciones de  sus  fibrillas  nerviosas ; 
y  también  sabemos  que  el  cerebro 
humano  en  su  estado  presente, 
según  frase  de  Ramón  y  Cajal, 
<(no  representa  el  término  in- 
franqueable de  la  organización 
del  substratum  del  pensamiento. 
Marchamos  incesantemente  en  bus- 
ca de  mejores  días. 

La  Pedagogía  tiene,  pues,  que 
realizair  en  el  siglo  XX  una  obra 
de  magnitud  y  trascendencia  :  -  la 
de     recolectar     materiales     en     el 


^es- 
campo de  las  ciencias  de  la  Natu-  judídica  y  de  dicha  de  la  vida  en 
raleza  y  del  espíritu  y  con  ellos  el  culto  del  amor  á  todas  las  pa- 
preparar  el  camino  que  la  Huma-  tiias,  de  dignificación  de  la  mu- 
nidad  ha  de  recorrer  para  llegar  jer  y  de  santificación  de  la  fa- 
al  logro  de  todas  sus  aspiraciones  milia. 
de   solidaridad,    de   igualdad   ético-  M.   RODRÍGUEZ  NAVAS.. 


V*  Siembra  y  Vetiditnía" 

Tal  es  el  título  de  un  libro  de  versos  que  acaba  de  publicar  en 
Buenos  Aires  el  poeta  venezolano  Ismael  Urdaneta  que  estuvo  en- 
tre nosotros  á  su  llegada  de  la  tierra  natal. 

(( Siembra  y  Vendimia»  es  un  bello  libi-o  emotivo  y  original, 
lleno  de  feligranas  y  encantos  artísticos  que  los  cultivadores  de  la 
belleza  sabrán  admimr. 

Con  más  detención  que  la  que  nos  permite  la  brevedad  de  esta 
nota  bibliográfica,  hecha  tan  sólo  para  acusar  recibo  de  los  ejem- 
plares que  su  autor  nos  ha,  enviado,  hemos  de  ocuparnos  próxima- 
mente del  libro  de  Urdaneta. 


Escritores    Españoles 


Francisco  de  P.  L.  de  la  Vega 


-  64  — 

Un  eatitatiU  tiotabk 


Esteban   Etchepape 


Pocas  veces  nos  ha  sido  dado 
oír  un  cantante  de  dotes  tan  re- 
comendables como  las  que  posee 
por  fortuna  nuestro  distinguido 
compañero  Esteban  Etchepare, 
que  hace  algún  tiempo  se  encuen- 
tra entre  nosotros  después  de  ha- 
ber cursado  brillantes  estudios  de 
canto  en  Europa  bajo  la  dirección 
de  los  más  afamados  profesores  en 
la  materia. 

Una  tenaz  y  dolorosa  afección 
de  que  más  tarde  ha  venido  pade- 
ciendo en  las  cuerdas  vocales,  y 
que  obligó  al  inteligente  artista  á 
interrumpir  su  bella  carrera  des- 
tinada á  obtener  envidiables  triun- 
fos, hizo  necesaria  la  interven- 
ción de  los  médicos  especialistas, 
quienes,  después  de  haberlo  some- 
tido á  un  largo  y  enojoso  trata- 
miento, recientemente  le  autoriza- 
ron para  que  vuelva  á  cantar, 
aunque  sin  atacar  por  ahora  el 
registro  primitivo  de  su  voz :  el 
de  tenor  que  todavía  no  se  en- 
cuentra  diel  todo  consolidado. 

Y  la  voz  vuelve  á  nacer  hermo- 
sa, fresca  y  abundante,  con  im- 
pecable afinación  y  perfectamente 
bien  timbrada. 

Pero  lo  que  más  nos  sorprende 
en    este    excelente    cantante    es    el 


aplomo  con  que  aborda  las  más 
difíciles  y  complicadas  tesituras 
para  barítono,  de  las  que  salen 
airosos  solamente  los  consumados 
del   canto. 

A.  los  quince  días  de  volverle  la 
voz,  y  casi  sin  ejercicio  previo,  le 
hemos  oído  interpretar  notable- 
mente, con  dicción  clara  y  correc- 
ta, <(di  provenza  il  mar»  de  Tra- 
viata  ;  «non  t'amo  piú»  de  Tos- 
ti  ;  y  magistralmente,  á  la  mane- 
ra de  los  grandes  cantantes,  el 
famoso  brindis  de  Hamlet. 

Etchepare  canta  como  lo  exige 
el  Arte  Soberano :  sabe  impostar 
adnyrablemente  y  distribuye  el 
matiz  con  inteligencia  y  buen  gus- 
to. Su  dignidad  artística  es  enco- 
miable :  jamás  recurre  á  los  ba- 
jos efectismos,  ajustándose  seve- 
ramente á  la  música.  Llega  á  los 
agudos  sin  bruscas  transiciones, 
con  inspiración  y  valentía,  encen- 
diéndolos con  una  sonoridad  pa- 
sional simpática. 

El  concierto  que  con  el  concur- 
so de  algunos  aficionados  dará  este 
notable  cantante,  el  8  del  corrien- 
te mes,  en  la  elegante  sala  del 
Instituto  Verdi,  está  llamado  á 
obtener    un    éxito    lisonjero. 


'♦» 


KLH:]X[H:2XEBI?.j??i.]Sr2^jPs. 


Entonces,    cuando   era   mía, 
las   flores    ¡  cuan   gratamente 
perfumaban    el    ambiente 
allí   donde    andar   solía ! 

i  Con  qué  plácida  harmonía 
cantaba  la   alada   gente ! 
i  Cómo    la    hma    esplendente 
al   ver   su   faz   sonreía ! 


Muertos    aquellos    amores"    , 
tan  dichosos,  tan  suaves, 
fenecida    mi    fortuna, 

ni  aromas  tienen  las  flores, 
ni    dulces    trinos    las    aves, 
ni    claro    esplendor   la    luna. 

F.   rodríguez   MARÍN. 


—  65 


£1  Trovero 


I 


Aladas  trovas  (jug  vais 
doniie  no  va  el  trovador 
aladas  trovas  pe  vais 
diciendo  penas  de  amor, 
si  encontráis  á  un  rimador 
suspirando  una  canción, 
prevenidle  la  traición, 
aladas  trovas  que  vais 
donde  no  va  el  trovador. 

Prevenidle  la  traición 
aladas  trovas  que  vais 
diciendo  penas  de  amor, 
prevenidle  (jue  fiador 
no  salga  de  su  ilusión, 
aladas  trovas  íiue  vais 
donde  no  va  el  t-^ovador. 

Y  si  halláis  á  un  tejedor 
íue  con  las  perlas  de  Omán 
hilvane  para  su  amor, 
prevenidle  al  tejedor 
gue  su  Dama  no  se  alcanza, 
porque  muertos  á  traición 
ha  expirado  el  corazón 
y  su  he.í^mana  la  esperanza. 

II 
Si  sahéis  de  su  rigor, 


Pn  ra    ApOLO. 

dulces  trovas  gue  soñáis 
con  amor  más  gue  con  gloria; 
si  sahéis  de  su  rigor 
y  sahéis  tamhién  la  historia 
gue  os  contara  un  amador; 
dulces  trovas,  gue  soñáis 
con  amor  más  gue  con  gloria 

id,  cantando  mi  dolor 

¡Dulces  trovas,  porgue  sois 
las  penas  da  un  trovador! 


III 

Blanca  cinta  gue  me  atáis 
á  una  ilusión  guerida_, 
y  gue  hlanda  reguardáis 
como  una  venda,  la  herida, 
gue  una  mujer  impiadosa 
dentro  abrió  del  corazón, 
deshojad  con  mi  canción 
los  pétalos  de  una  rosa 

Y  en  galante  postración 
repetid  mi  juramento, 
gue  si  palabras,— el  viento 
se  las  lleva,  al  corazón, 
íBlanca  cinta!,  vos  le  atáis 
á  una  ilusión  guerida, 
porgue  hlanda  reguardáis 
como  una  venda,  una  herida.— 

Emilio  Trias  Du  Pré. 


•♦^ 


La   -et-ema  mascarada 


¡Todo  es  difraz!  Bajo  una  frente  hermosa 
descubro  un  pensamiento  pervertido: 
allá  contemplo  un    ser  empedernido 
con  tristes  ojos  y  la  voz  llorosa. 

Aquí  la  corrupción  con  faz  de  diosa; 
y  allá,  en  risueño  y  apartado  nido 
de  amores,  el  rencor  vela  escondido, 
cual  víbora  en  el  cáliz  de  una  rosa. 


¡Todo  es   disfraz!  Con  cara  placentera 
y  en  el  labio  la  aleg-re  carcajada 
la  horrorosa  perfidia  nos  espera. 

¡Tuvo  siempre  el  cobarde  audaz  mirada! 
¡Piel  sedosa  y  brillante  la  pantera¡ 
¡Y  resplandores  la  traidora  espada! 

MANUEL  REINA. 


—  66 


Las  futicioues  de  uti  Gobierno 


Son  las  de  un  gemente  no  las  de  un  amo 


El  Gobierno  es  el  órgano  nece- 
sario   de   la    sociedad. 

Sin  la  existencia  del  primero, 
la  segunda  no  pasaría  de  ser  una 
abstracción. 

La  sociedad  es  el  organismo,  es- 
to es,  la  estructura  orgánica  en 
que  los  órganos  se  encuentran  dis- 
puestos para  llevar  á  cabo  las  fun- 
ciones vitales ;  y  el  Gobierno  es 
el  medio  ó  el  instrumento  por  el 
cual  se  llevan  á  cabo  esas  funcio- 
nes. 

De  aquí  se  sigue  que  el  gobier- 
no debe  corresponder  forzosamen- 
te á  la  sociedad  que  representa, 
ser  una  emanación  ó  una  conse- 
cuencia lógica  de  ella,  so  pena  de 
que  haya  vin  desequilibrio  entre  la 
parte  y  el  todo,  y  resvilta,  por  en- 
de, una  sociedad  enferma,  ó  un 
Gobierno   morboso 

El  objeto  fundamental  de  la  so- 
ciedad es  ayudarse  mutuamente 
para  el  propio  desarrollo  físico, 
desarrollo  moral  é  intelectual ;  y 
el  objeto  fundamental  del  Gobier- 
no es  el  de  ayudar  eficazmente  á 
la  realización  de  los  propósitos  de 
la  sociedad  organizada. 

Cviando  una  sociedad  no  cumple 
con  ese  objeto,  no  tiene  razón  de 
ser,  y  está  madura  para  la  escla- 
vitud  ó   para   la   conquista. 

Cuando  un  Gobierno  tampoco 
cumple  con  esa  misión,  no  tiene 
razón  de  ser,  y  resulta  iniítil,  me- 
jor  dicho,    nocivo. 

Sólo  á  la  sociedad  corresponde 
el  derecho  de  dominar  por  combi- 
nación, y  no  debe  consentir  jamás, 
ni  por  ningún  motivo,  qi;e  uno 
de    sus    miembros    use    del    privile- 


gio de  ocupar  el  poder  y  de  usarlo 
en  provecho  propio,  independien- 
te de  los  propósitos  de  la  comu- 
nidad. 

De  aquí  se  sigue  que  toda  oli- 
garquía, y  principalmente  toda 
autocracia,  sea  antisocial,  por 
más  que  reclame  principios  de  paz, 
de  orden,  de  regeneración  y  de 
progreso,  porque  nada  de  eso  pue- 
de realizarse  sin  tener  la  libertad 
como  fundamento,  como  medio  y 
como   ñn. 

Porque  como  dice  una  eminente 
autoridad  norteamericana,  toda 
le\  de  desarrollo,  es  una  ley  de 
adaptación,  una  ley  para  hacer 
frente  á  las  circunstancias  del  ca- 
so ;  pero  las  circunstancias  del  ca- 
sa no  son  por  lo  que  el  Gobierno 
concierne,  las  circunstancias  de 
cualquier  caso  individual,  sino  las 
circunstancias  del  caso  de  la  so- 
ciedad, las  condiciones  generales 
de  la   organización   social. 

La  sociedad  es  mucho  más  vasta 
y  más  importante  que  el  Gobierno, 
como  lo  es  el  organismo  respeóto 
del  órgano  ;  y  'de  ahí  se  sigue  que 
el  Gobierno  debe  servir  á  la  socie- 
dad, pero  que  no  tiene  el  derecho 
de  dominarla,  porque  entonces  se 
convierte  en  tiranía,  cualquiera 
que  sea  el  pretexto  que  invoque 
para    su    acción    detentadora. 

Porque  no  debe  perderse  de  vis- 
ta que  el  Gobierno  no  es  ni  un 
])rincipio  ni  un  fin,  sino  un  medio. 

No  es  un  principio,  porque  no 
es  el  origen  de  la  sociedad  organi- 
zada. No  es  un  fin,  porque  la  so- 
ciedad no  se  ha  formado  con  el 
objeto   de   constituir   un    Gobierno. 


67  - 


Es  un  medio  creado  por  la  socie- 
dad con  el  exclusivo  objeto  de  que 
la  represente,  y  honre  la  dirección 
de  la  cosa  pública,  funcionando 
^conforme  á  las  reglas  que  le  dicte 
la  misma  sociedad,  es  decir,  con- 
forme á  su  constitución  política,  á 
fin  de  que  mantenga,  defienda  y 
fomente  los  intereses  del  organis- 
mo en  general. 

Como  consecuencia  de  estos  prin- 
cipios racionales,  indiscutibles,  no 
es  la  sociedad  la  que  debe  adaptar- 
se al  Gobierno,  sino  éste  á  aqué- 
íca,  estudiando  sus  necesidades,  re- 
«onociendo  sus  anhelos  legítimos. 
y  buscando  los  medios  de  satisfa- 
cer las  unas  y  de  realizar  los 
otros ;  sin  que  valgan  en  contra 
argumentos  como  la  ra^ón  de  Es- 
tado, y  otros  por  el  estilo,  que 
más  bien  que  argumentos,  son  ar- 
gucias invocadas  por  el  'despo- 
tismo. 

Porque  no  debe  olvidarse  que  el 
Estado  existe  por  la  voluntad  y 
para  el  provecho  de  la  sociedad,  y 
-no  ésta  para  provecho  del  Estado. 

La  acción  del  Gobierno  es  diri- 
gente, en  la  forma  ;  pero  en  el 
fondo,  ante  todo  y  sobre  todo,  es 
cooperativa. 


El  Gobierno  no  es  más  que  la 
gerencia  de  una  sociedad  anóni- 
ma, en  la  que  todos  los  ciudada- 
nos son  accionistas. — El  Gobierno 
dirige  los  negocios,  y  lleva  la  fir- 
ma de  la  sociedad,  pero  con  arre- 
glo estricto  á  la  Constitución  de 
la  misma,  y  el  provecho  exclusivo 
de  ella. 

Y  todo  lo  que  se  haga  saliéndose 
de  los  límites  de  la  Constitución, 
es  un  abuso,  y  todo  lo  que  haga 
que  no  sea  en  provecho  de  los  in- 
tereses sociales,  es  un  fraude. 

Estos  conceptos  no  son  adapta- 
bles sólo  á  los  gobiernos  republi- 
canos democráticos,  sino  á  todos 
hasta  las  autocracias ;  pues  si  es 
cierto  que  en  éstas  no  hay  ley 
escrita  que  limite  el  poder  del 
autócrata,  sí  existe  la  ley  socio- 
lógica, ineludible  y  fatal,  que 
exige  que  se  gobierne  en  provecho 
de  la  sociedad,  en  favor  de  la  cual 
se  ha  erigido  esa  autocracia,  por- 
que es  irracional  presumir  que 
pueda  haber  un  pueblo,  ni  entro 
los  hotentotes,  capaz  de  constituir 
un  Gobierno  para  que  lo  explote, 
lo  mutile  y  lo  mate   . 

R.   DE   ZAYAS   HENRIQUEZ 


»♦« 


Es^^ratiza 


Bi  ella  te  ha  dicho  espera,  es  necesario 
que  esperes,  corazón!  Dolido  espera. 
y  en  tu  templo  de  amor  el  incensario 
enciende  en  un  ritual  de  primavera. 

Suficiente  no  fué  que  de  la  altura 
épica  de  mi  orgullo  te  lanzaras, 
á  llevar  á  sus  pies  mi  desventura 
y  á  inmolarte  en  la  dicha  que  soñaras. 

Ella  estaba  tan  alta  que  á  tu  ofrenda 
lio  le  dio  asilo  en  su  piedad,  ni  quiso 
abrigar  mi  dolor  bajo  su  tienda; 
i  suspirado  y  remoto  paraíso! 


Mas  ya  que  átus  jardines  la  esperanza 
torna  en  claro  celaje  vespertino, 
pleno  de  rosas  el  cendal,  avanza 
¡oh  noble  corazón,  á  su  destino! 

■    Espera,    espera  hasta    morir  si   ((uieres 
espera  hasta  morir  si  es  necesario.  . . 
Celestial  entre  todas  las  mujeres 
ella,  afligido  corazón,  si  mueres 
encenderá  á  tu  amor  un  incensario. 


Luis  A.  CORREA 


Caracas 


—  68  — 

0^  Froíláti  Tutcios 

R   Baudelaipe 

Satánico  poeta,  permíteme  que  abra 
cual  si  abriese  tu  espíritu,  las  páginas  fatales 
en  que  va  la  theoría  de  tus  fúnebres  males 
entre  el  himno  sonoro  de  tu  ardiente  palabra. 

Tu  polífona  frase  en  el  tormento  labra 
exóticos  zafiros  y  pálidos  corales  : 
forjan  tus  manos  blancas  venenosos  metales 
y  tu  risa  es  gemido  y  tu  mueca  macabra. 

Derrama  llanto  y  sangre  tu  insólita  poesía. 
Hieres  con  tu  sarcasmo,  matas  con  tu  ironía 
y  un  doloroso  tedio  tu  corazón  consume. 

Tus  sueños  son  mandragoras  en  que  anidan  serpientes, 
mas  exhalan  tus  rimas  profundas  y  dolientes 
de  rosas  y  mujeres  un  cálido  perfume  ! 

flyet»  mufió  mi  ensueño 

Ayer  murió  mi  ensueño  cual  se  esfuma  un  celaje. 
Me  impresionó  de  lejos  su  sideral  figura 
y  fui  tras  el  aroma  de  su  extraña  hermosura, 
y  mis  ojos  amaron  su  corpino  de  encaje. 

La  distancia  embellece  el  matiz  del  paisaje 
que  es  una  árida  estepa  sin  fulgor  ni  verdura . . . 
Tal  así  me  sedujo  su  celeste  blancura 
y  su  candido  cuello  y  el  azul  de  su  traje. 

Las  horas  de  la  tarde  pasé  ayer  á  su  lado, 
de  su  ignoto  perfume  sentíme  saturado 
y  luego  el  casto  lirio  trocóse  en  hoja  seca ... 

Oí  su  risa  importuna  y  su  charla  incolora . . . 
y  me  dejó  el  recuerdo  de  su  faz  seductora, 
de  su  cráneo  vacío  y  su  alma  de  muñeca ! 


—  69     - 

£1  |)esimisla  y  -el  lucl)adov 


—  Leí  en  el  libro  de  la  vida  un  triste 
Capítulo  de  horror  y  desconcierto. . . . 

—  Pesimista,  tu  vida  es  un  desierto, 
Pero  yo  amo  el  oasis  que  allí  existe: 

Porque  es  tu  nenia  al  ideal  que  ha  muerto 
El  último  suspiro  que  tuviste 
Para  la  humanidad. 

—  Pero  subsiste 
Mi  corazón — á  tu  palabra  —  abierto. 

—  Pesimista,  las   luces  y  las  preces 
De.  mi  palabra  el  ánimo  iluminan, 

Y  ya  que  abierto  el  corazón  me  ofreces. 

Oye :  salta  otra  vez  sobre  la  arena. 

—  ¿ Y  si  las  multitudes  me  abominan? 

—  Ríe,  el  vulgo  es  feliz  con  su  cadena. 

PÉREZ  Y  CURIS. 


»♦■ 


Escultores  Españoles 


Julio    Delgado  Torres 


70 


la  primer  avru^a 


Para    Afolo. 


— Buenos  días,  tía !  gritaron  los 
chicos  alrededor  de  la  cama  de 
Eleonora,  en  alegre  alborozo.  Bue- 
nos días !  que  los  cumplas  muy 
feliz... 

— Pero,  ¿quién  les  ha  dicho  se- 
mejante  cosa  ? 

— Sí,  mamá  nos  dijo  que  cum- 
plías cuarenta  años,  que  viniéra- 
mos  á  felicitarte... 

— Cuarenta  años !  murmuró  la 
solterona  cubriéndose  la  cara  con 
las  manos  como  si  pretendiera 
ocultar  tan  dolorosa  verdad.  Mu- 
chas gracias',  queridos,  retiraos 
que    aún    no    me    levantaré... 

Eleonora  era  el  tipo  completo 
de  la  belleza  andaluza.  Hembra 
■de  corpulencia  estética,  de  redon- 
deces simétricas.  Ojos  grandes, 
regros,  coronados  por  una  aure- 
ola de  violeta  tenvie,  y  embelleci- 
dos por  largas  y  espesas  pestañas, 
como  los  ojos,  negras.  Nariz  gran- 
de y  amplia,  armónica,  con  su 
boca  de  gruesos  labios.  Poseía  la 
convicción  de  svi  belleza  y  daba  á 
su  mirar  la  arrogancia  de  un  ser 
superior.  Tenía  un  defecto,  insig- 
-nificante,  vulgar :  28  años  peren- 
nes. 

Por  eso,  tan  pronto  sus  sobrinos 
le  participaron  la  dolorosísima 
niieva,  saltó  del  lecho  cuando  se 
hubieron  retirado,  y  tomando  un 
pequeño  espejo  que  se  hallaba  so- 
bre el  lavatorio,  comenzó  á  exa- 
minar su  rostro  para  persuadirse 
de  la  veracidad  que  contenía  la 
noticia. 

Sobre  su  frente,  simulando  un 
superficialísimo  rasguño,  un  hilo 
apenas  perceptible  interrumpía  el 
delicado  glacé  de  su  cutis. 

Y  pálida,  temblando  por  el  te- 
rror á  la  vejez,  pasaba  su  nerviosa 


mano  restregándose  la  frente,  y  de 
nuevo,  el  hilo  cruel,  el  terrible  ras- 
guño, como  una  acusación  impla- 
cable y  ruda,  reaparecía  á  des- 
truir la  delicada  suavidad  que 
tantos   admiraran . 

No,  no  es  posible,  niurauraba; 
debo  haber  aioyado  mal  la  cale- 
zc-  di  rante  la  noche,  sobre  aJgi'iu 
nj echón  de  cabello  quizás,  y  con- 
tinuaba restregándose  aquella  fa- 
tal delación  de  su  madurez.  Recos- 
tóse nuevamente,  boca  arriba,  así 
la  frente  en  bieves  momentos  re- 
cuperaría   su    delicado   glacé. 

Mas  la  intranquilidad  que  agl- 
talja  su  espíritu  la  impulsaba  á 
tomar  el  espejo  cada  segundo,  y 
nada,  nada,  el  hilo  infame  per 
sistia,  aumentaba  en  ei  estupor 
que  su   presencia  le  causaba. 

El  pasado  acudió  á  su  memo- 
ria. 

Recién  aun  había  asistido  á  una 
fiesta,  y  sn  presencia,  como  siem» 
pre,  provocó  el  murmullo  de  sus 
incansables  admiríidores.  Ahora 
este  recuerdo,  solo  constituía  una 
desesperación    en   su   vida. 

Ah!  la  fatalidad  del  tiempo!... 
murmuró.  Y  tornándose  roja,  muy 
roja,  pensando  en  sus  victorias  de 
veinte  años  en  las  exhibiciones  de 
bellezas,  dejó  caer  el  espejo,  en- 
rollándose en  las  cobijas  hasta  cu- 
brir la   cabeza. 

Dos  días  permaneció  sin  poder 
abandonar  la  cama  donde  tantos 
ensueños  había  gozado  después  de 
cada  triunfo  en  los  salones  que 
frecuentaba.  Dos  días,  en  que  la 
arruga  se  pronunció  como  inexo- 
rable acusación  de  su  vejez,  aba- 
tiendo su  ánimo,  borrando  de  sus 
labios  aquella  sonrisa  que  solo  de- 
cía   de    su    intensa    felicidad. 


-   71  — 


Jamás  el  perfume  de  sus  carnes, 
volvió  á  embellecer  el  ambiente  de 
los   salones... 

Sólo  quedó,  como  recuerdo  de  s-u 


paso  por  ellos,  la  eterna  pregunta 
sin    respuesta:    ¿por   qué?...    ¿por 


qué?. 


MARCOS   FROMENT. 


«♦» 


ftsí  es 


Para  Apolo. 


A  César  Borja. 


Recibir  del  dolor  el  duro  embate 
con  alma  varonil  y  fe  valiente, 
sonreirá!  destino  indiferente 
cuando  más  ciego  su  furor  desate; 

Tener  esa  altivez  que  no  se  abate 
para  azotar  del  criminal  la  frente; 
ostentar  sobre  el  yelmo  refulgente 
la  divisa  de  fuego  del  combate; 

Es  luctiar  como  bueno  en  la  batalla; 
enrojecer  el  odio  como  hierro 
para  marcar  el  rostro  á  la  canalla; 

Y  si  Tebas  ó  Roma  nos  olvida, 
ser  grande  como  Edipo  en  el  destierro; 
¡ó  despreciar  como  Catón  la  vida! 

C.  F.  GRANADO  G. 

Del  libro  «Hojas  al  Viento» 


'♦■ 


Flor  de  loto 


Y  no  entiendo  el  amor;  á  veces 
me  parece  que  el  amor  no  ha 
existido  y  que  es  un  egoísmo 
propio  del  corazón.  ¡Yo  fui  ama- 
do también,  como  en  el  mundo 
han  sido  amados  otros  muchos, 
mas  sólo  mi  amor  fué  una  efíme- 
ra flor  que,  al  soplo  del  destino, 
marchitada  cayó. ...  La  triste 
flor  de  loto  reemplazó  á  la  de 
amor,  y  el  tiempo  hoy  ha  borra- 
do del  alma  que  me  amó,  el  ca- 
riño inmaculado  que  pasó.  ¿Es 
verdad  el  amor?  El  amor  no  ha 


existido  en  otro  corazón  que  no 
sea  el  mío. .  y  si  existió,  como  to- 
do, ha  pasado,  como  pasa  el  ria- 
chuelo por  la  arena  para  perder- 
se en  el  lejano  mar. .  . .  Y  tan  sólo 
en  esta  alma  traidora,  el  amor 
no  se  extinguió:  ya  mi  amada  no 
me  ama,  la  fé  en  mi  amor  perdió, 
mas  yo  la  seguiré  adorando, 
que  su  amor  para  mí  no  ha  sido 
flor  de  olvido,  sino  cariño  in- 
menso, indefinido,  que  hoy  para 
siempre  va  mi  corazón  per- 
dió....! 

ENRIQUE  HEINE. 


72  — 


Tú  tuí  vkjo   rosal... 

Para    Apolo. 

,  Como  un  pastor  galante  de  los  tiempos  ducales 
pon  los  prados  azules,  iba  guiando  el  céfiro 
las  nubes,  en  aprisco  de  corderos   pascuales 
y  era  dulce  el  crepúsculo  como  un  largo  suspiro. 

Con  el  vuelo  del  pájaro  y  la  voz  de  la  fuente 
el  Jardín  se  poblaba  de  sonrisas  paganas, 
como  en  esas  antiguas  églogas   italianas 
donde  las  flautas  hablan  serenísimamente. 

Los  ojos  dilatados  en  húmeda  amplitud, 
dándome  con  tus  manos  toda  tu    juventud, 
me  hablaste  con  un  ritmo   pacífico  y  zahareño,  .  . 

y  tus  frescas  palabras,   canto  primaveral, 
se  quedaron  colgadas  de  mi  viejo  rosal 
como  rosas  enormes  . .  .   abrumadas  de  Sueño  .  .  . 

Fernán  FÉLIX  DE  AMADOR. 

Paris,  Setiembre  MCMX 


»♦• 


£ti  ^l  baiU 


Para    Apolo. 


Cien  miradas  lujuriosas  por  la  sala  se  difunden; 
Las  bocas  tejen  síi  risa  debajo  de  la  careta, 
Nadie  calla,  todos  gritan  y  los  gritos  se  confunden 
Con  la  orquesta   diminuta  que   una  mazurca  interpreta 

Al  saltar  de  los  tapones  corre  el  vino  por  la  mesa ; 
Luego,  manos  como  lirios  alzan  copas  de  cristal ; 
El  mareo  sube,  sube,  y  al  llegar  á  la  cabeza 
Se  desata  la  cascada  de  la  risa  artificial. 

Luego  se  calla  la  orquesta,  niegan  su  luz  las  bobinas ; 
Se  acabó  la  mascarada  y  nobles  y  campesinas 
En  un  connubio  de  estirpes  se  hablan  de  amor  con  pasión 

Y  las  bocas  parloteras  que  al  besarse  se  devoran 
Al  traducir  las  ideas  que  las  mentes  elaboran 
Dicen  quedo  á  los  oídos  frases  de  doble  intención. 

Fernando  SILVA  VALDÉS. 


—  73  — 

£1  vUtito  Noeluttio 


El  viento  nocturno  ha  venido 
íi  decirme  cosas  muy  tristes— 
murmuró  el  pobre  hombre,  mi- 
rándome extrañamente  con  sus 
míseros  ojos  de  alcohólico.  Lo 
sabe  todo. ...  el  raudo  viento  de 
la  noche.  En  los  pliegues  sutiles 
de  su  ráfaga  sonora,  como  sobre 
las  alas  de  un  pájaro  hiperbóreo, 
vaga  el  alma  misteriosa  del  fu- 
turo. El  dice  con  su  voz  inmor- 
tal la  historia  de  los  siglos  remo- 
tos y  predice  el  porvenir  á  los 
hombres  señalados  por  el  dedo 
del  aleve  destino.  El  sabe  el  se- 
creto de  las  hondas  melodías  y 
délas  palabras  mortuorias.  Ano- 
che, mientras  soñaba  inefable- 
mente con  unos  ojos  claros  y 
distantes,  me  despertó  el  viento 
helado  con  un  rumor  de  seda 
que  cruje  y  con  una  caricia  géli- 
da y  fugaz.  Sentí  sobre  mi  el 
frío  de  una  lápida  y  me  imagi- 
né que  bajo  de  ella  todos 
mis  pensamientos  estaban 
muertos.  Y  fué  entonces 
cuando  oyó  mi  espíritu 
aquellas  cosastan  tristes 
y  profundas. 

Yo  pregunté  al  misera- 
ble. 

— ¿Y  que  os  dijo  el  fúne- 
bre viento? 

— No  lo  podré  decir  aho- 
ra, señor  —  contestó  pa- 
lideciendo. Son  cosas   que 

me   hacen  delirar Son 

cosas  de  la  otra  vida.  Ni  el 
agua  del  surtidor  en  las 
altas  horas  del  plenilunio, 
ni  el  muriiiullo  de  los  sau- 
ces en  las  necrópolis  de- 
siertas, ni  los  extraños  ru- 
mores que  en  las  leíanlas 
surgen  de  las  sombras  pro- 
fundas, pueden  poner  en  un 


espíritu  visionario  el  terror  que 
en  mí  produce  esc  ligero  ruido 
metálico  del  vientecillo  noctur- 
no. . . .  En  fin,  os  haré,  en  parte, 

la  confidencia  trágica ¿Veis 

mi  cuerpo,  mi  cabeza,  mi  boca, 
mis  ojos?  Pues  bien,  dentro  de 
algunos  meses  todo  esto  no  será 
sino  un  montón  de  tierra.  El  vi- 
ento me  dijo:  «Pronto  dormirás 
en  la  tumba»  Y  he  aquí  que  ten- 
go miedo  de  mi  propio  esqueleto. 
La  media  noche  sonó  en  la  ca- 
tedral. Una  ráfaga  de  viento  hi- 
zo vibrar  las  veletas  del  campa- 
nario. A  la  luz  de  la  lámpara  ví-- 
mientras  cruzaba  mi  cuerpo  un 
escalofrío— vi  durante  un  segun- 
do, sobre  los  hombros  del  ator- 
mentado, una  calavera  amarilla 
que  haciendo  una  horrible  mue- 
ca, sonrió  espantosamente. 

FROILAN  TURCIOS. 


•  ♦■ 


Gakria  d^  artistas 


SeSor   Almeida   Cruz 


—  74  — 


¡  Poeta  yo ! 


Llamarme  á  mí  con  el  mismo 
nombre  con  que  los  hombres  han 
llamado  y.  Esquilo,  á  Homero,  al 
Dante,  á  Shakespeare,  á  Shelley... 

¡Qué  profanación  y  qué  error ! 

Lo  que  me  hizo  escribir  unos 
versos  fué  que  la  lectura  de  los 
grandes  poetas  me  produjo  emo- 
ciones tan  profundas  como  lo 
son  todas  las  mías;  que  esas  emo- 
ciones subsistieron  por  largo 
tiempo  en  mí  espíritu,  se  impreg- 
naron de  mi  sensibilidad  y  se 
convirtieron  en  estroñis.  Uno  no 
hace  los  versos:  se  hacen  dentro 
de  uno,  y  salen El  que  me- 
nos ilusiones  puede  forjarse  res- 
pecto del  valor  artístico  de  mi 
obra,  soy  yo  mismo. 

Viví  unos  meses,  con  la  ima- 
ginación en  la  Grecia  de  Ferí- 
eles; sentí  la  belleza  noble  y  sana 
del  Arte  Heleno  con  todo  el  en- 
tusiasmo de  los  veinte  años  y 
bajo  esas  impresiones  escribí  los 
Poemas  Fáganos;  de  un  lluvioso 
otoiío,  pasado  en  el  campo,  le 
yendo  á  Leopardi  y  Antero  de 
Quenthal,  salió  la  serie  de  sone- 
tos que  llamé  después  Las  Al- 
mas Muertas;  en  loñDías  Diáfa- 
nos, cualquier  lector  inteligente 
adivínala  influencia  de  los  mís- 
ticos españoles  del  siglo  XVI; 
y  mi  obra  maestra,  los  tales  Poe- 
mas de  la  Carne,  que  forman 
parte  de  los  Cantos  del  más  allá, 
que  me  han  valido  la  admira- 
ción de  los  críticos  de  tres  al 
cuarto,  y  cuatro  ó  seis  imitado- 
res grotescos,  ¡qué  otra  cosa  son 
sino  una  tentativa  mediocre  para 
decir  en  nuestro  idioma  adora- 
ble, las  sensaciones  mórbidas  y 
los  sentimientos  complicados  que 
en  formas  perfectas  expresan  en 


los  suyos  Baudelaire,  Eosetti, 
Verlaine  y  Swinburne? 

¡No,  Dios  mío:  yo  no  soy  poe- 
ta  Soñaba  antes,    y   sueño 

todavía,  á  veces,  en  adueñarme 
de  la  forma,  en  forjar  estrofas 
que  sugieran  mil  cosas  obscuras 
que  siento  bullir  dentro  de  mí 
mismo,  y  que  quizá  valdrían  la 
pena  de  decirlas;  pero  no  puedo 
consagrarme  á  eso 

¡Poeta!  Puede  ser Ese  ti- 
quete fué  el  que  me  tocó  en  la 
clasificación.  Para  el  público  hay 
que  ser  algo.  Póneles  el  vulgo 
nombre  á  las  cosas,  para  poder- 
las decir,  y  pega  tiquetes  á  los 
individuos,  para  poderlos  clasi- 
ficar. Después,  el  hombre  cam- 
bia de  alma,  pero  le  queda  el 
rótulo.  Publiqué  un  tomo  de  ma- 
los versos  á  los  veinte  años,  y  se 
vendió  mucho;  otro,  de  versos 
regulares,  á  los  veinte  y  ocho,  y 
no  se  vendió  nada.  ]\[e  llamaron 
poeta  desde  el  primero;  después 
del  segundo  no  he  vuelto  á  es- 
cribir ni  una  línea  y  he  hecho 
nueve  oficios  diferentes.  Y,  á  pe- 
sar de  eso,  llevo  todavía  el  tí- 
quete pegado,  como  un  envase 
qne  al  estrenarlo  en  la  farmacia 
contuvo  mirra,  y  que  más  tarde, 
lleno  por  dentro  de  cantáridas, 
de  linaza  ó  de  opio,  ostenta  por 
fuera  el  nombre  de  la  balsámica 
goma. 

¡Poeta!  Pero  nó;  no  son  las  fa- 
cultades analíticas  la  razón  in- 
tima de   mi  esterilidad Es 

que,  como  me  fascina  y  me  atrae 
la  Poesía,  así  todo  me  atrae  y 
me  fascina  irresistiblemente:  to- 
das las  Artes,  todas  las  Ciencias, 
la  política,  la  especulación,  el 
lujo,  los  placeres,   el  misticismo 


-  75  — 

el  amor,  la  guerra:  todas  las  for-  cia  de  mis  sentidos  necesito  de 
mas  de  la  actividad  humana,  to-  día  en  día  más  intensas  y  más- 
das  las   formas   de   la  vida;   la  delicadas, 
misma  vida  material,  las  mismas 
sensaciones,  que  por  una  exigen-  josÉ  ASUNCIÓN  SILVA. 


«♦» 


Uti  su-eño 


De  Gabriel  D' Anniinzio. 

Estaba  muerta,  sin  calor.  La  herida 
era  visible  apenas  en  el  flanco : 
¡  estrecha  fuga  para  tanta  vida ! 

El  lienzo  funeral  no  era  más  blanco 
que  el  cadáver.  Jamás  humana  cosa 
verá  el  ojo  más  blanco  que  aquel  blanco. 

Ardía  Primavera  impetuosa 
los  cristales,  do  cínifes  inermes 
golpeaban  con  él  ala  rumorosa... 

Huyó  de  ella  el  calor.  Yo  dije  ¿  duermes  ? 
Con  un  salvaje  sonreír  violento 
más  cerca  repetíle :  r  Duermes  ?  ;  Duermes  ? 

i  Duermes  ?,  y  al  recordar  que  aquel  acento 
no  era  el  mío,  me  crispo  de  pavura. 
Escuché.  Ni  un  murmullo^  ni  un  acento. 

Cautivo  de  la  roja  arquitectura, 
se  dilataba  en  el  bochorno  un  fuerte 
olor  á  destapada  sepultura. 

El  hálito  invisible  de  la  muerte 
me  estaba  sofocando  en  la  cerrada 
habitación.  A  la  mujer  inerte, 

i  duermes  ?  le  dije,  ¿  duermes  ?  Nada,  nada. 
El  lienzo  funeral  no  era  más  blanco. 
Sobre  la  tierra  de  los  hombres,  nada 
verá  el  ojo  más  blanco  que  aquel  blanco. 

Guillermo  VALENCIA. 


—    76  ^ 


ñda  K^^xi 


ppagtnantos  de  un    juicio    epítieo 


Pocas'  figuras  como  la  de  esta 
escritora  son  interesantes  y  simpá- 
ticas en  el  conjunto  general  de 
una  literatura. 

El  nombre  de  Ada  Negri  sale 
afuera  del  vaso  cincelado,  repuja- 
do, incrustado  y  doloroso  de  la 
actualidad  literaria  italiana,  co- 
mo un  ramo  de  rosas  blancas,  ol- 
vidado por  una  mano  aturdida  en 
una  estancia  largo  tiempo  cerra- 
da, con  atmósfera  artificial,  rin- 
cones de  penumbra  sabia,  mue- 
bles profnn-dos  y  biombos  y  ban- 
dejas de  nácares  y  laca. 

Vino  Ada  Negri  á  plena  cele- 
bridad de  vida  literaria  no  hace 
todavía  muchos  años  fuños  lo  á 
lo   sumo),    y   fué    de   esta   manera : 

Publican  los  editores  Fratelli 
Treves,  de  Milán,  una  revista  li- 
teraria que  lleva  el  nombre  de 
L^illnstrazione   Popolare. 

En  las  páginas  mediocres  y  co- 
rrientes de  esta  ilustración  comen- 
zaron á  aparecer,  con  cierta  asi- 
duidad, versos  'dp  una  exquisita 
sinceridad  doliente,  que  firmaba 
una  pobre  maestra  de  Escuela, 
enterrada  en  Motta-Visconti  un 
burgo  (borgado)  de  la  áspera  liom- 
bardía. 

Decía.n  aquellos  versos,  con  una 
transparencia  de  estilo  que  se  reco- 
gía humilde  para  dar  paso  al  sen- 
timiento doloroso  y  abundante,  la 
fatalidad  menudamente  trágica  de 

•-♦^ 


lina  alma  generosa  y  grande,  con- 
denada á  vivir  en  la  monotonía,  la 
inacción  y  la   mis^-na. 

La  maestra  de  Escuela  de  Motta- 
Visconti  era  Ada  Negri. 

El  alma  italiana  recogió  con 
simpatía  larga  y  conmovida  las 
lágrimas  sinceras  de  sus  versos.  La 
mujer  había  triunfado,  abriendo 
con  sus  manos  débiles-  y  humildes 
el  camino  de  gloria  á  la  escritora. 
Lo  que  ital  vez  no  habían  logra- 
do apostrofes  valientes,  lo  alcan- 
zaron unas  pocas  lágrimas. 

El  alma  generosa  y  buena  de 
Ada  Negri,  tan  limpiamente  re- 
flejaída  en  el  agua  casta  de  un  es- 
tilo, obligó  á  volver  la  cara  á  la 
gente  distraída  que,  en  la  fiebre 
moderna  do  la  vida  tumultuosa, 
no  está  hecha  á  la  ternura  de  una 
voz  tan  fresca,  tan  graciosamen- 
te dolorida,  tan  sencillamente  sin- 
cera. 

Los  hermanos  Treves  llamaron  á 
Milán  á  la  escritora.  Las  poesías 
publicadas  en  L' IlJustrazione  fue- 
ron recogidas  en  un  tomo  elegante 
de  esta  casa  editora.  Ada  Negri 
les  dio  el  título  general  de  «Fata 
lita»,  y  el  libro  alcanzó  rápida- 
mente   la    décima    quinta    edición. 

Hoy  Ada  Negri  es  la  figura  más 
graciosa  y  más  amable  de  las  le- 
tras   italianas. 

E.  MARQUTNA. 


i=i?.h:li:jidio   inscTEi^nsco 


Ilusión  (jue  ya  duermes  en  el  alma 
el  apacible  sueño  de  la  muerte: 
Duerme  tranquila,  que  mi  amor  te  guarda 
como  guarda  la  tierra  la  simienta. 

(ierminarás  bajo  la  luz  extraña 
de  la  estrella  sombría  de  mi  suerte; 
En  el  mutismo  de  mi  vida,  nada 
podrá  turbar  tu  gestación  silente. 


Serás  gala  de  verdes  ramazones 
y  (le  lozana  tloraeión  eterna, 
si  te  nutres  de  savia  de  dolores; 

Fijando  tu  mirífica  raigambre, 
como  maraña  de  intrincadas  sierpes 
en  las  desolaciones  de  mi  alma... 

JUAN  SERRANO. 
Maraña,    lltlü. 


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Pórl 


-    79 


■Ti 


El  24  del  corriente  llegó  á  nuestra 
ciudad  de  paso  para  Buenos  Aires,  el 
ilustre  autor  de  La  Clave,  Las  Evas 
del  Paraíso,  Sor  Demonio  y  otras  no- 
velas de  fina  psicología,  don  Felipe 
Trigo.  Le  acompaña  en  su  viaje  por 
estos  países  el  señor  Ruiz  Castillo,  so- 
cio-gerente de  la  Biblioteca  Renaci- 
miento, de  Madrid. 

Fué  á  recibirlos,  á  bordo  el  director 
de  AHor.o,  quien  los  presentó  á  algu- 
nos diarios  de  ésta,  en  las  breves  ho- 
ras en  que  el  vapor  se  detuvo  en  nues- 
tro puerto.  Pronto  volverán  á  visitar- 
nos, permaneciendo  unos  quince  días 
en  esta  ciudad. 

No  viene  Felipe  Trigo,  como  alguien 
lo  anunció,  con  el  objeto  de  dar  confe- 
rencias. Su  viaje   responde  á  motivos 
de  salud,   quebrantada   como    está  la 
suya  por  el  exceso  de  labor    en    estos 
últimos    años.  No     obstante  observará 
nuestro  ambiente    y  el  de    los    países 
vecinos,  reuniendo  mate- 
riales para   una  próxima 
obra    de   mucho    aliento, 
que  devorarán  con  ansia 
sus  numerosos  lectores  de 
América. 

De  un  grupo  de  escri- 
tores y  admiradores  que 
aquí  tiene  el  novelista, 
ha  surgido  la  idea  de  ob- 
sequiarle con  un  banque- 
te que  se  realizará  en  la 
primera  quincena  del  mes 
entrante  Se  reciben  ad- 
hesiones en  la  Librería 
^Mercurio.,  Sarandí  240. 
El  señor  Ruiz  Castillo 
viene  á  estudiar  el  movi- 
miento librero  en  esta 
parte  del  continente  para 
propender  luego,  con  efi- 
cacia, á  la  difusión  del 
libro  espaiol  La  casa 
que  representa  ( Bibliote- 
ca Renacimiento )  es  la  que  ha  emprendido  con  más  acierto  la  ardua  tarea  editorial, 
presentando  obras  de  las  más  autorizadas  firmas  hispanas  en  volúmenes  elegantísimos 
de  impresión  nitida  y  con  magnificas  portadas  en  colores,  que  son  verdaderas  obras 
de  arte. 

Deseamos   á   los  viajeros    amigos    muy  grata  permanencia  entre  nosotros. 


•  ♦• 


Nuestros  agetit-es  eti  el  -ext-eríor 


Participamos  á  nuestros  lectores  de  la 
Argentina  (¿ne  desde  esta  fecha  es  nuestro 
corresponsal  y  agente  en  aquella  Repú- 
blica, para  la  Región  Cuyo,  el  joven  es- 
critor Eduardo  Arancel,  radicado  en  Men- 
doza. 

El  señor  Arancet  es  un  elemento  activo, 
(lue  dedicará  sus  esfuerzos  al  intercambio 


intelectual  de  las  provincias    andinas  con 
este  país. 

En  nuestros  próximos  niimeros  publica- 
remos colaboración  inédita  del  nuevo  co- 
rresponsal y  de  algunos  intelectuales  de 
Mendoza,  San  Luis  y  San  Juan,  que  son 
desconocidos  para  nosotros  no  obstante  su 
cultura  artística  y  su  bello  talento. 


—  80 


Teatros  y  artistas 


Solís — Con  el  éxito  acostumbra- 
do ha  dado  término  á  su  friictífe- 
ra  temporada  en  nuestro  primer 
coliseo  la  prestigiosa  compañía  de 
opereta  dirigida  por  Ettore  Víta- 
le. En  breve  debutará  en  este 
teatro  una  gran  compañía  de  ope- 
]'(>ta  española  bajo  la  dirección  ai- 
tística  del  ilustre  literato  y  saine- 
tista don  José  López  Silva.  He 
aquí  el  elenco  de  dicha  compañía  : 
Tiples:  Anita  Hernández,  Asun- 
ción Nadal,  Am})aro  Taberner, 
Dora  Herrero.  María  Silvesti'e, 
luisa  Camps,  alaría  Hernández. 
Caballeros  cantajites  :  Joaquín  Na- 
dal, Manuel  Fernández,  Valentín 
González.  Eugenio  Casáis,  Anto- 
nio 3íartíiK'z.  Jaime  Kojas,  Ma- 
nuel López,  Antonio  Robles,  Pepe 
Giménez,  ^Manuel  Diego.  Mauricio 
Martínez.  Maestros  directores  y 
concertadores :  Prudencio  Muñoz, 
Jaime  Pascual.  Banda  de  Corne- 
tas: señoritas  Niebla,  Quintana, 
García,  Palacios,  Reyes,  Liñan, 
Sofía,  Díaz  y  i'aquita.  (irán  masa 
de  coro  de   señoras  y   caballero^'. 

UrqUiza — La  troupe  liliputiense 
de  ópera  que  actúa  en  este  teatro 
y  que  tiene  por  director  al  pacieji- 
te  maestro  Guerra,  se  desempeña 
á  las  mil  maravillas.  Hay  que  ver 
con  qué  gravedad  cantan  y  gesti- 
culan estos  precoces  artistas.  La 
curiosidad  por  ver  como  se  arre- 
glan los  chicos  para  desempeñarse 
solos  en  la  escena,  ha  dado  moti- 
ve para  que  el  público  acuda  nu- 
meroso á  cada  función  anunciada. 
Lí>.  temporada  toca  ya  á  su  térmi- 
no. Próximamente  ocupará  el  tea- 
tro de  la  calle  Andes  una  excelen- 
te compañía  de  drama  italiana, 
er    la    que    figura    el    notable    actor 


Zago,    de   quien   la   crítica   europea 
hace    grandes    elogios. 

Politeama — Los  amantes  de  las 
sensaciones  fuertes  ya  tienen  don- 
de entreteiKM-se.  La  compañía  Ga- 
ralt,  que  es  muy  discreta,  es  es- 
])(cialista  en  la  representación  de 
piezas  del  espeluznante  género 
guignolesco,  de  comedias  y  dra- 
mas policiales,  melodramas,  etc. 
Los  éxitos  mayores  de  la  tempo- 
rada han  sido :  «La  diadema  de 
la  princesa».  El  vendedor  de  ca- 
dáveres», «La  mano  del  mono», 
«El  otro»,   etc.,  ecc. 

Cibiis  —  Este  antiguo  teatro, 
completamente  rejuvenecido  por 
()bra  y  gracia  de  su  empresario, 
*i  señor  Dámaso  Sierra,  ha  reco- 
brado su  merecido  prestigio,  debi- 
do al  cuidado  y  selección  con  que 
las  obras  son  puestas  en  escena. 
Ahí  está  fresco  en  la  memoria  de 
todos  el  recuerdo  de  la  brillante 
íictuación    de   la    opereta    ((Lahoz». 

La  compañía  del  veterano  Sal- 
\any,  que  actualmente  funciona 
en  este  bo.nito  teatro,  se  esmera 
en  ofrecer  al  público  espectáctilos 
altamente  morales  y  amenos,  con 
lujo  de  decoraciones  y  vestuarios. 
«La  princesa  de  los  doUares»,  «La 
casa  de  los  enredos»  y  ((Después 
del  matrimonio»,  constituyen  los 
últimos  éxitos  de  esta  compañía, 
que  tiene  como  principales  figuras 
a  las  simpáticas  tiples  Irma  Gás- 
peris  de  Salvany  y  Pilar  Mado- 
rell,  y  como  primeros  actores  á 
Salvany  y  Robles.  La  empresa  de 
este  teatro  anuncia  para  muy 
pronto  el  debut  de  la  compañía 
dramática  española  que  tiene  á 
s'i    frente    al    notable   actor   Carre- 


Emilio^ 

tor,  intérpr? 
ve.neciano,  del 
rriente  en  el  t" 
frente  de  una  gran 
mica,  en  la  que  figurar  ^^^^ 
meras  actrices  señoras  Amali^wo- 
risi,  Giselda  Gasparini  y  Yole 
Sclanizza.  De  él,  dice  la  crítica 
turopa  que  es  un  maravilloso  y 
fino  artista,  que  posee  el  don  de 
reproducir  con  exactitud  el  tipo 
que  repres&nta,  armonizando,  si- 
multáneamente, la  palabra  con  el 
gesto,  poniendo  en  su  rostro  ex- 
presivo al  pensamiento  en  relieve. 
Esj  hijo  de  Venecia,  á  la  que  ama 
con  ardor,  y  la  conoce,  y  la  estu- 
dia, y  la  reproduce  en  toda  su 
gloria,  e^  toda  su  humildad,  en 
toda  su  degeneración.  Su  reper- 
torio es  extenso,  formando  parte 
todas  las  obras  maestras  de  Gol- 
doni,  Jacinto  Gallina  y  demás  co- 
medias   originales    venecianas.    En 


fnel  teatro 
funciones,  para 
^cretaría  de  dicho 
Kerto  el  abono  que  se 
Fiando  rápidamente.  Eq 
'temporada  se  representará 
)eau)),  última  producción  del 
ilustre  maestro  Mascagni,  escrita 
para  ser  estrenada  como  primicia 
ante  los  públicos  rioplatenses ;  y 
«Morgana»,  del  autor  nacional  Ra- 
fael De-Miero,  que  se  pondrá  en 
escena  en  la  gran  función  de  gala 
á  verificarse  el  2o  de  Agosto. 

Titta  Ruffo,  Bonci,  Barrientos  y 
De  Luca — Estos  cuatro  célebres  ar- 
tistas líricos  forman  en  primer  tér- 
mino en  el  elenco  artístico  de  la 
compañía  de  ópera  que  á  fines  de 
Agosto  debutará  en  el  teatro  Ur- 
quiza,  donde  en  breve  se  abrirá 
el  abono,  estableciéndose,  además, 
la  fecha  del  debut  y  el  número  de 
representaciones   á   darse. 

RAÚL   WlDKB. 


Para    Apolo. 

Ya  sabes  que  te  guardo  de  amor  todos  mis  fuegos. 
Quisiera,  para  iiacerte  sentir  yo  sus  ardores, 
Como  la  Venus  Cipria  de  los  antiguos  griegos 
Desnuda  acariciarte  en  un  lecho  de  flores. 

Los  goces  que  he  de  darte  al  enlazarnos  ciegos 
Sobre  el  triclinlo  muelle,  serán  mucho  mayores 
Y,  del  amor  oculto  en  los  lascivos  juegos, 
Más  cálida  la  gesta  tendrás  de  mis  amores. 

Será  tentar  la  blanca  carne  de  tus  caderas; 
Será  besar  el  lila  color  de  tus  ojeras 
Y  acariciar  tus  senos  que  erectan  su  botón. 

Será  posar  gran  beso  de  amor  sobre  la  ardiente 
Múrice  de  los  labios  de  tu  boca  riente, 
En  un  espasmo  loco  de  erótica  pasión  ! 


Adriano  M.  AGUIAR. 


Mayo  1911 


83— 


Alcira  Olivera 


«♦« 


£s  |)ara  tu  dolor... 


"^a.    qtxe;    no    ptxscio    rem.e;d.ia.r    cioloxe^s 
•57-    e;se;a.la.x    ime;    e:s    ^7-e;d.a.d.o    ttx    pxisióra, 

d.<sja.    qxA.^    m±    eaneión 

cLiga    amoreíS. 

QtJ.Í2;á    ste:    a.li\ris    t-ta.    pa.sión    se;e:i-e:ta- 
Si    eseu-slrias    en.    la    re:ja    del    torreón^ 

(Z-SLTsJtsLT     a.1    croxaizón. 

de;    t^i    poeta 

"^    es    pai-a    tta.    dolor,    oíij    doña.    Ell-u-ii-a.  1 

cixjL^    eseaneio    en.  eopa    de   oro    el   dixlee   vin.o, 

qtie    te    o£ren.da    <^3t<z.   trin.o 

de    mi    lira. 

Emilio  TRÍAS  DU  PEE. 


—  84  — 

£1  retrato  ovalado 


El  castillo  en  el  cual  mi  criado 
prefirió  penetrar  á  la  fuerza  an- 
tes que  dejarme  á  campo  raso, 
mal  herido  y  exangüe  como  yo  es- 
taba, tenía  la  grandeza  algo  me- 
lancólica de  las  viejas  mansiones 
de  los  Apeninos.  Sus  almenas  de- 
rruidas y  sus  baluartes  ruinosos 
evocaban  la  lectura  de  ciertas  no- 
velas de  Mistres  Radcliffe. 

Sin  duda,  huyendo  de  nuestro 
ejército,  sus  dueños  lo  habían 
abandonado  hacía  muy  poco,  sin 
tener  tiempo  para  llevarse  otra 
cosa  que  sus  alhajas,  y  dejando 
todo   el   mobiliario   antiguo   y   rico. 

Yo  me  instalé  en  una  cámara 
del  ala  izquierda  del  castillo,  de- 
corada, aunque  lujosamente,  con 
gran  sencillez.  Sobre  la  regia  ta- 
picería que  cubría  las  paredes  des- 
tacábanse gloriosas  panoplias  y 
robles  trofeos  heráldicos  entre  al- 
gunas pinturas  modernas  encua- 
dradas en  tallados  y  ricos  marcos 
de  oro.  En  el  delirio  que  me  pro- 
dujo la  fiebre,  recuerdo  que  lle- 
gué á  interesarme  por  aquellas 
pinturas,  las  cuales  no  sólo  ocupa- 
ban la  parte  central  de  los  teste- 
ros, sino  numerosos  ángulos  en- 
trantes que  describía  la  extraña  y 
complicada  arquitectura.  Así  es 
que,  conociendo  yo  mi  facilidad 
para  el  insomnio,  ordené  á  mi 
criado  que  descorriese  las  grandes 
cortinas  de  terciopelo,  franje^idas 
de  oro  que  cubrían  el  lecho  para 
poder  disfrutar  de  la  contempla- 
ción de  los  cuadros. 

Encendí  varias  bujías  de  un  fino 
candelero  antiguo,  y  cuando  me 
disponía  á  desnudarme,  hallé  bajo 
las  almohadas  un  pequeño  libro, 
en  el  cual  estaban  enumeradas 
prolijamente  las  obras  de  arte  que 


contenía  la  señorial  mansión  aban- 
donada. 

Entre  los  cuadros  veíanse  algu- 
nos representa,ndio  viejos  nobles, 
muertos  hidalgos,  ca,ncilleres,  gue- 
rreros ilustres...,  y  las  horas  me 
parecían  rápidas  en  aquella  com- 
pañía muda  y  gloriosa.  Sería  cerca 
de  media  noche  cuando,  al  ir  á 
sustituir  una  de  las  velas  que  ya 
amenazaba  extinguirse,  merced  á 
un  movimiento  torpe  hice  oscilar 
el  candelabro,  y  extendiéndose  la 
luminosidad,  llegó  hasta  un  rincón 
de  la  estancia  que,  oculto  á  mi 
vista  por  una  de  las  columnas  del 
lecho,  había  hasta  entonces  perma- 
necido en  la  sombra.  Despierta 
mi  curiosidad  por  aquel  incidente, 
atrajo  mi  atención  una  pintura  en 
la  cual  talvez  no  me  hubiera  niin- 
ca   fijado. 

Era  un  cuadro  oval,  de  marco 
severo  y  valioso,  al  que  asomaba 
su  busto  una  joven  pálida  y  ya  nu- 
bil. Lo  miré  con  indiferencia  ;  pe- 
ro después  de  una  ojeada  rápida 
cerré  los  ojos  repentinamente,  sin 
saber  por  qué,  aunque  obedeciendo 
á  una  voluntad  resuelta  é  impera- 
tiva. Yo  quería  darme  exacta 
cuenta  del  origen  de  aquel  fenó- 
meno, y  averiguar  dónde  radica- 
ba y  cuál  era  la  razón  que  me 
obligaba  á  cerrar  los  párpados ; 
pero  concluí  por  responderme  con 
un  movimiento  equívoco,  tal  vez 
para  dar  lugar  á  un  nuevo  exa- 
men razonado  que  calmase  la  in- 
quietud de  mi  alma. 

Después  de  algunos  minutos,  ha- 
ciendo gran  acopio  de  energía,  tor- 
nó á  fijarme  en  la  pintura  . 

Entonces  ya  no  pude  achacar 
á  debilidad  ó  alucinación  el  efecto 
extraño    que    me    produjo    el    ova- 


85 


lado  lienzo.  La  luz  lo  iluminaba 
totalmente,  y  la  mujer  asomada  al 
marco  de  ébano  parecía  mirarme 
ñ jámente  con  sus  grandes  ojos  so- 
ñadores y  tristes. 

Apenas  lo  hube  mirado  con 
atención,  reconocí  por  la  factura 
el  estilo  de  Sully  en  sus  mejores 
composiciones.  Los  tonos  acerados 
del  pelo  y  los  marfileños  de  los 
brazos  y  la  garganta,  se  fundían 
armoniosamente  con  la  vaga  me- 
dia tinta  que  servía  de  fondo, 
dando  al  retrato  una  entonación 
sombría,  realzada  por  el  color  del 
marco,  cincelado  y  dorado  al  gusto 
morisco. 

Tenía  la  seguridad  de  encontrar- 
me frente  á  una  obra  maestra  ;  y, 
sin  embargo,  me  parecía  que  la 
emoción  extraordinaria  de  que 
me  hallaba  poseído  no  provenía 
de]  talento  del  artista  ni  de  la 
belleza  inmortal  de  la  retratada. 
Tampoco  podía  creer  que  mi  ima- 
ginación, extraviada  por  la  falta 
d(-  reposo  y  por  la  somnolencia, 
hubiese  juzgado  aparición  real 
aquella  melancólica  y  dulce  ñgura, 
pues  el  carácter  del  dibujo,  el  in- 
confundible estilo  de  viñeta  y  la 
magnificencia  del  marco,  en  se- 
guida hubieran  disipado  mi  calen- 
turienta ficción.  ¿Qué  motivaba, 
entonces,  la  indefinible  sensación 
que    me    producía  ? 

Mientras  reflexionaba,  siempre 
dubitativo,  no  dejé  ni  un  momento 
de  contemplar  el  retrato.  Tal  vez 
duró  aquella  agradable  tortura 
imaginativa  una  hora  entera ;  pe- 
ro al  fin  logré  descubrir  el  secre- 
to de  la  emoción  que  me  causaba. 
El  encanto  de  la  pintura  no  re- 
sidía en  determinada  facción,  sino 
en  su  expresión  vital,  absoluta- 
mente adecuada  á  la  misma  vida  ; 
en  una  rara  espiritualidad  laten- 
te en  toda  la  figura ;  existencia 
activa    é    inmortal,    que    primero 


me  había  hecho  estremecer,  y  des 
pues   me    había    confundido. 

Obligado  por  la  misma  imperati 
va  voluntad,  volví  á  colocar  el  can- 
delabro en  su  posición  primitiva, 
lleno  aún  de  un  espanto  respetuo- 
so. La  pintura  volvió  á  dormirse 
en  la  penumbra,  y  aún  en  ella  re- 
fulgía la  mirada  inextinguible  de 
aquellos  ojos  melancólicos.  -Enton- 
ces abrí  el  libro  que  contenía  la 
leyenda  de  todas  las  obras,  y  ávi- 
damente leí  en  él  la,  vaga  y  extra- 
ña  narración   que  transcribo. 


Era  una  joven  de  peregrina  be- 
lleza, que  á  este  encanto  unía  el 
de  su  carácter  inquieto,  amigo  de 
la  alegría  y  de  luz.  ¡  Maldito  el 
día  en  que  amó  y  contrajo  nup- 
cias con  el  pintor  apasionado  y 
triste  que  adornaba  su  arte  sobre 
todas  las  cosas  de  la  Tierra!  Ella, 
figulina  loca  y  amable  recha  de  sol 
y  de  sonrisas,  ponía  un  foco  de 
amor  en  todo,  menos  en  el  arte, 
su  rival,  y  odiaba  paleta  y  pince- 
les porque  le  hurtaban  el  cariño 
de  su  querido  artista.  Juzgad 
cuan  grande  sería  su  tristeza 
cuando  su  esposo  manifestó  él  de- 
seo de  hacer  su  retrato.  Pobre  fi- 
gulina, pletórica  de  pasión  huma- 
na !  Humilde  y  obediente,  duran- 
te semanas  enteras  se  colocó  con 
resignación  en  la  alta  cámara  de  la 
torre,  envuelta  en  la  tibia  luz  ce- 
nital que  caía  pálida  del  techo,  y 
su  esposo  trabajaba  febrilmente, 
casi  sin  hablarle  nunca,  sólo  pre- 
ocupado con  aquel  retrato,  que 
sintetizaba  toda  su  .pasión  de  ar- 
tista ambicioso  . 

El  hombre,  extrañamente  apa- 
sionado, lleno  siempre  de  ensue- 
ños profundos,  no  reparaba  en  que 
la  escasa  luz,  filtrada  tristemente 
por  la  cristalería  de  la  torre,  con 
sumía  la  salud  de  su  esposa,  que 
se    debiliaba    y    languidecía    á    me- 


-  86  — 


dida  que  avanzaba  la  ejecución  del 
retrato.  Todos  notaban  esto,  y  no 
atreviéndose  á  decirlo  á  él,  adver- 
tíanselo  solícitos  á  la  modelo.  Pe- 
ro ella  sonreía  siempre,  sin  exha- 
lar una  sola  queja,  prefiriéndolo 
todo  á  turbar  el  placer  del  artis- 
ta, que  pintaba  día  y  noche  sin 
comprender  el  sacrificio  de  la  mu- 
jer que  le  amaba  tanto.  Los  visi- 
tantes hablaban  muy  bajo  del 
parecido  maravilloso  como  de  una 
doble  prueba  del  genio  del  pintor 
y  de  su  cariño  hacia  la  mujer.  Pe- 
ro más  tarde,  cuando  el  retrato 
casi  tocaba  á  su  fin,  no  se  admi- 
tió á  persona  alguna  en  la  torre. 
Absorto  en  su  obra,  él  no  separaba 
la  vista  del  cuadro  ni  aún  para 
fijarse  en  su  esposa.  ¡  Pobre  figu- 
lina, hecha  de  dolor  y  de  sonrisas! 
¡  No  veía  que  los  colores  que  po- 
iban  desapareciendo  de  las  mejillas 


nía  sobre  las  mejillas  del  lienzo 
verdaderas ! 

Cuando  después  ae  mucüos  días 
de  vigilia  no  faltaba  más  que  dar 
un  toque  'de  púrpura  en  la  boca 
y  una  sombra  azulada  bajo  los 
ojos,  el  espíritu  de  la  joven  palpi- 
taba aún  como  la  llama  de  una 
lampara,  y  entonces  el  carmín  y 
l;i  sombra  fueron  dados.  Durante 
unos  momentos  el  artista  perma- 
neció en  éxtasis'  delante  de  su 
obra ;  luego,  palideció  de  entu- 
siasmo, y  al  fin  gritó  con  voz  apa- 
sionada y  vibrante: — ¡Es  colosal! 
Tiene  todo  tu  espíritu  y  toda  tu 
vida ! 

Y  se  volvió  para  dar  un  beso  á 
su  esposa. 

Pero  su  esposa  estaba  muerta. 

Edgar  POE. 


»♦» 


Flor  arg^tilitia 


¿De  dónde  viene  aquella  maravillosa,  aquella 
que  cuando  pasa,  á  paso  de  reina  diosa  va? 
¿De  Viena?  Acaso.. ¿Acaso  de  Sevilla  ó  Marsella? 
Acaso...,  pues  su  Imperio  doquiera  imperará. 

Es  la  flor  de  Argentina,  divinamente  bella, 
azucena  del  Plata,  rosa  del  Paraná, 
y  que  siempre  aparece  con  su  fulgor  de  estrella, 
ya  la  pinte  Boldini  ó  De  la  Gándara 

Ella  es  la  que  á  las  reinas  del  gran  París  emula, 
pues  como  ellas  encanta  y  sonríe  y  ondula; 
y  cual  dea  transforma,  al  golpe  de  su  pié, 

en  primavera  pura   un  triste  otoño  enfermo, 
en  el  Bois  de  Boulogne  el  Bosque  de  Palermo. 
Y  la  calle  Florida  en  la  rué  de  la  Paix! 


París,  1911 


Rubén  DARÍO. 


87  — 


NARCISO  DÍAZ  DE  ESCOBAR 
•■*-• 


De  una  espesa  selva  salióle  al 
camino  un  viejo  {'nnitano  á  un 
joven  cazador,  y  con  voz  temblo- 
na le  interroo-ó  así: 

Oh,  mozo  blanco,  de  ojos 
verdes  y  apcicibles,  deten  tu  pa- 
so. ¿A  dónde  te  diriííesy 

— Al  punto  de  mi  felicidad, 
— Pues  mirn,  toma  esta  vere- 
da de  l-i  izquierda  y  te  vns,  te 
vas  hastM  top.'ii' con  aquefl;!  sie- 
rra donde  ya  se  va  ocultando  el 
sol,  subes  á  ella,  bajas  á  un  j^-ran 
valle;  tomas  liieo;-o  á  la  derecha, 
al  lado  donde  el  sol  sale  y  verás, 
á,  lo  lejos,  una  sierra  muy  alta, 
sube  hasta  la  cumbre;  no  impor- 
ta que  te  tardes  un  día  entei'o  y 
una  noche;  pero  allá,  en  lo  más 
alto  de  esa  sierra  encontrarás 
una  fuente  y  al  pie  de  la  fuente 
un  árbol.  Sin  probar  el  a^ua  de 
la  fuente,  aunque  la  sed  esté  con- 
sumiendo tu  sanare,  tomas  de 
ella  en  la  cuenca  de  tus  manos  y 
la  llevas  al  pie  del  árbol  hasta 
humedecer  sus  raíces;  después 
que  hayas   hecho  esto,  bebes  de 


la  fuente  y  comes  del  fruto  del 
árbol,  y  eso  será  tu  felicidad 

— No,  buen  viejo;  yo  tengo  la 
felicidad  en  mi  casa. 

—Pues  qué,  ¿tienes  en  tu  casa 
la  fuente  de  la  vida  v  el  árbol  de 
la ? 

— No,  buen  viejo;  pero  tengo 
mi  mujercita  blanca,  de  ojos  ne- 
gros y  cabellos  negros,  con  unos 
brazos  más  lindos  y  torneados 
que  las  mazorcas  de  la  ladera,  y 
unas  manitástan  pequefias  como 
las  de  un  nifio,  que  yo  beso  mu- 
chas veces  y  ellas  me  acarician 
luego  que  llego,  dándome  tanta 
felicidad,  que  ya  no  cabe  masen 
mi  corazón.  Adiós,  buen  viejo! 

Ricardo  FIGUEROA. 


Líos  hepoieos  mentales 


Una  mañana  de  1869,  después 
de  haber  bebido  mucho,  me  sentí 
con  la  cabeza  pesada,  y,  ¡rara 
coincidencia!  con  el  corazón  re- 
publicano; tan  i'epublicano,  que 
resolví  dar  muerte  al  Empera- 
dor. Poseído  de  mi  negro  deseo, 
me  encaminé  hacia  las  Tullerías. 
La  casualidad  se  puso  á  mi  ser- 
vicio; en  ese  momento,  Napoleón 
sal'a  á  paseo,  y  de  á  pié.  Lo  ase- 
siné primero  con  una  mirada, 
y  . . .  para  dicha  de  él,  el  Sobera- 
no parecía  cansado  y  triste.  Su 
rostro  llevaba  ya  las  huellas  de 
la  enfermedad  que  debía  matar- 
le. Al  punto  en  mi  alma  el  poeta 
intercedió  con  el  sanguiiiario  re- 
publicano. Perdo^ié  al  tirano  y 
rae  alejé.  Este  día  me  dijo  algu- 
no—hubo un  dios  para  los  bebe- 
dores y  para  los  Emperadores. 
Hubo  también — agregué  -algu- 
nos agentes  de  policía  muy  aten- 
tos y  ique  me  causaron  cierto  te- 
mor. 

Paul  VERLAINE. 


-  88  — 

Notas  de  arte 


jVIúsíea  y  pintura 


El   compositor   Chimenti 

Ante  uji  grupo  de  damas,  críti- 
cos y  periodistas,  el  joven  pianista 
y  compositor  Armando  Chimenti 
jealizó  días  pasados  una  audición 
en  el  Círculo  de  la  Prensa.  En  ei 
programa  figuraban  solamente  pro- 
ducciones suyas.  Hay  que  adver- 
tir que  este  joven  artista  se  ha 
formado  solo,  sin  ayuda  ni  direc- 
ción de  maestro,  siguiendo  el  irre- 
sistible impulso  de  sus  aficiones. 
Sentado  al  piano  se  ha  hecho  eje- 
cutante, y  compositor  hojeando 
tratados-  de  armonía  y  contra- 
punto. 

Como  ejecutante  deja  algo  que 
desear,  pues  su  técnica  es  defec- 
tuosa y  la  digitación  incompleta. 
Pero,  teniendo  en  cuenta  sus  es- 
peciales disposiciones'  y  lo  sucep- 
tible  de  su  perfeccionamiento  con 
el  estudio,  pasaremos  por  alto  es- 
to ligero  defecto  del  que  adolecen, 
dicho  sea  de  paso,  muchos  célebres 
compositores  contemporáneos,  y 
nos  ocuparemos  de  su  lado  fuerte : 
el  de  la  composición.  Fuénos  da- 
'  do  oir  primero  un  preludio  relati- 
vamente original,  de  idea  melódi- 
ca, selecta  y  bien  desarrollada. 
Luego  una  piaráfrasis  sobre  el  fa- 
moso vals  de  «Fausto»,  bien  com- 
prendido y  adornado  con  gracio- 
sas cadencias.  En  un  melancólico 
nocturno  y  eji  otra  composición 
descripta  con  felicidad  y  titulada 
((Chanson  du  matin»,  se  revela  un 
subjetivo  exquisito,  apasionado 
adorador  del  «poeta  del  piano», 
Federico  Chopin.  Su  música  es, 
pues,  sentimental  y  delicada : 
arranca    al    teclado    notas    de    uo 


sonido  simpático,  aterciopelado, 
diluyéndolo  y  matizando  con  fe- 
briciente inspiración  en  arpegios 
sentidísimos,  que  hacen  cantar  al 
piano  quejas  muy  dulces. 

El  talentoso  compositor  dio  fin  á 
esta  audición,  que  dejará  gratos 
recuerdos  en  nuestra  memoria, 
con  una  soberbia  polonesa  suma- 
mente pianística  y  de  gran  efec- 
to, en  cuyo  desarrollo,  por  su  bri- 
llantez, nos  recordó  en  más  de  un 
pasage  al  genial  Listz.  En  breve 
tendremos  el  placer  de  oir  nueva- 
mente á  este  joven  músico,  en  el 
concierto  que  dará  en  «La  Lira». 
El  éxito  está  'descontado  de  ante- 
mano. 

Óleos 

En  el  salón  de  exposición  de 
cuadros  de  lo  de  Moretti,  Catelli 
y  C.'^  han  estado  e.n  exhibición  du- 
lante  largo  tiempo  tres  telas  de 
firmas  norteamericanas,  que  fue- 
ron premiadas  en  la  Exposición 
Artística  pro  Centenario  Argenti- 
no. La  más  importante  de  ellas  es 
un  hermoso  desnudo  de  mujer,  en 
e\  que  su  autor,  Piliph  Harley, 
que  demuestra  poseer  inteligencia 
y  ciencia  en  el  arte  del  color,  ha 
sabido  trasportar  al  lienzo  con 
perfecto  conocimiento  de  la  ana- 
temía  y  la  fisiología,  á  un  ser  jo- 
ven, palpitante  de  vida  y  de  sa- 
lud. Es  por  esto  y  por  su  manera 
exacta  de  entonar  la  carne  y 
alumbrarla  de  saludable  traspa- 
parencias,  que  el  pintor  subyuga, 
haciéndose  admirar  largo  rato  an- 
te su  obra  inspirada.  A  muchos 
no  les  ha  de  gustar  la  modelo  ele- 


-  89  — 


gida  por  pertenecer  á  la  raza  sa- 
jona, ni  cierto  amaneramiento 
académico  en  la  posse  adoptada ; 
pero  no  por  eso  dejarán  de  reco- 
rocer  la  morbidez  y  tibieza  de 
aquellas  formas  triunfalmente  be- 
llas ;  lo  gracioso  de  sus  brazos  en 
adorable  abandono ;  las  mamas, 
\erdaderos  frutos,  turgentes  y  ple- 
tóricos  de  savia  rica  ;  el  vientre 
amplio  y  fecundo  ;  y  los'  muslos 
fuertes   y   bien    torneados. 

Dos  paisajes  completan  este  trío 
pictórico  de  producción  norte- 
americana, copiando  una,  con  real 
verdad,  un  parque  abandonado,  .de 
ambiente  tibio  y  amable,  con  nin- 
cba  luz,  miicbo  aire  y  lejana  pers- 
pectiva ;  y  la  otra,  una  bahía  es- 
fumada por  una  densa  niebla,  que 
da  al  espíritu  una  sensación  de 
honda    tristeza. 

El  gobierno  ha  estado  muy  acer- 
tado al  adquirir  dichos  cuadros 
para  destinarlos  al  Museo  Nacio- 
raí. 

— En  lo  de  Moretti  Catelli  y 
C.^  exhíbese  también  u.n  grau 
cuadro  al  óleo,  verdadera  obra  de 
aliento,  'debida  al  pincel  del  inte- 
ligente artista  nacional  Carlos  M.* 
de  Herrera.  Esta  producción,  por 
su  mérito  intrínseco,  es  objeto  de 
discusiones'  aunque  no  tan  apasio- 
nadas como  las  que  se  mantuvie- 
ron entre  artistas  y  amateurs  an- 
te el  famoso  cuadro  de  Galarza  á 
caballo,  hecho  por  Blanes  Viale, 
tal  vez  porque  el  que  nos  ocupa  se 
aproxima   más   á  la   verdad. 

Se  trata  de  nuestra  gran  figura 

»♦»- 


histórica.  Artigas,  que,  en  el  ama_ 
necer  de  un  día  de  cielo  tormen- 
tos^o,  aparece  en  actitud  meditati- 
va, descubierto,  ginete  en  un  rús- 
tico caballo  criollo  detenido  sobre 
y  al  borde  de  la  agreste  meseta 
que  lleva  su  nombre.  La  labor  ha 
sido  necesariamente  grande.  Se 
impone  de  luego  la  gallardía  del 
relieve  con  que  ha  sido  tratada 
la  figura.  Aquel  conjunto  de  gi- 
nete y  cabalgadura  es  tan  real, 
se  'destaca  tanto  del  medio  ain- 
l)iente  que,  sencillamente,  asom- 
bra. La  cabeza  de  Artigas  est-í 
r.otablemente  concebida  y  alum- 
brada de  inteligencia.  En  la  fren- 
te del  liéroe.  Herrera  ha  puesto 
un  chispazo  de  inspiración,  ha  im- 
preso \in  tono  inefable  de  luz.  Y 
aquella  mirada  pensadora  y  dulce  ; 
aquel  rostro  varonil,  de  colorido 
admirable  ;  la  maestría  con  que  es- 
ta tratada  la  indumentaria  ;  ese 
verdadero  caballo  de  carne  y  hue- 
so que  alienta  ;  y,  en  segundo  tér- 
mino, la  luz  necesaria  distribuida  ; 
la  amplia  perspectiva  que  se  per- 
cibe ;  el  aire  fresco  y  húmedo  de 
Ifi  mañana,  que  la  imaginación 
palpa  ;  y  el  estado  somnoliento, 
diremos  así,  de  la  naturaleza  al 
despertar,  todo,  todo  acusa  en  el 
autor  de  esa  bella  tela  á  un  gran- 
de y  emotivo  temperamento  de' ar- 
tista. 

El  gobierno  debiera  adquirir 
también  ese  cuadro  para  desti- 
narlo al  Museo  Nacional. 

BATO    WlDRE. 


HIIDjPs-LCJjPj. 


Para  rimar  mis  versos  castellanos 
yo  me  inspiro  en  los  bardos    proveníales, 
y  escHdando  mis  tueros  ideales, 
no  reclamo  el  elog'io  dejijlanos. 

Yo  no  llamo  á  la  cliusi^#í^<?rt^hermanos,» 
pues  me  lo  impiden  mre^noblezJts-^eíiles; 
é  igual  que  los  troveros  medioevales 
escribo  madrigales  cortesanos. 

Montevidi'o,  1911. 


Yo  tengo  como  biblia  k  don  Quijote; 
desprecio  al  escritor  follón  y  aleve. 
y  cual  don  Luis  de  Gúng-ora  y  Argote. 

«he  de  seguir  la  senda  de  los  raros: 
que  mendigar  sufragios  de  la  plebe 
acarrea  perjuicios  harto  caros.» 

Carlos  María    dk    VALLE.TO 


90    - 


£n  «I  cr^^úsculo 


Más  dulce  que  el  glosar  de  una  fontana 
mi  lira  incomparable  en  el  arrullo, 
te  idealizó  en  la  hora  tramontana 
con  todos  tus  encantos  y  tu  org'ullo. 

Y  surgiste  gentil,  dominadora 
en  la  inefable  músicíi  del  verso, 
mostrándote  á  mi  ensueño  en  esa  hora 
emperatriz  de  todo  el  Universo. 


Para    Apolo. 

¡Xada  más  sublimado  ni  más  bello 
que  el  influjo  ideal  de  todo  aquello 
con  que  soñé  bajo  el  encantamiento 
de  tus  ojos.  Tus  ojos:  hondo  abismo 
donde  voleando  todo  el  pesimismo, 
torné  radiante  de  contentamiento! 

M.    Ei-cr.ioES  PEÑALVA 


l><Ia.rinia. 


—  91  — 


algunas  o^itiioties  sohve  ''A^oXo'' 


Acabo  de  recibir  €  Apolo».  En 
mi  periódico,  de  Noviembre,  le 
dedicaré  un  saludo  carifloso. 

Pedro    César  Dombiici. 


«ApoIo>  es  un  oriflama  de  arte. 
Vargas   Vüa. 

Su  revista  va  cada  vez  mejor. 
Manuel  ligarte. 

Recibo  con  mucho  gusto  su 
Revista^  que  tiene  la  amabilidad 
de  enviarme,  pero  siento  que  me 
llega  con  gran  irregularidad, 
faltándome  bastantes  números. 
Y  por  si  quiere  Vd.  enviármelos 
para  que  se  complete  la  colec- 
ción, abajo  expreso  cuáles  son 
los  que  me  faltan. 

La  Condesa  de  Pardo  Bazán. 


El  librero  Pueyo  me  envía  los 
números  de  Junio  y  Julio  de  la 
revista  «Apolo».  Doy  á  Vd.  mu- 
chas gracias  por  su  atención  y 
espero  tener  el  placer  de  seguir 
recibiendo  su  periódico, 

Juan  Ramón  Jiménez. 


Le  pido  á  Vd.  perdón  muy 
rendidamente  por  haberme  to- 
mado la  libertad  de  enviarle  un 
artículo  con  el  objeto  de  que  lo 
publique  en  el  periódico  que  tan 
dignamente  dirige. 

Luis  Moróte. 


«Apolo»  no  ha  vuelto  más  con 
sus  fragantes  versos  y  sé  que  si- 
gue su  revista  llevando  el  perfu- 
me de  la  eterna  primavera  de  su 
alma  de  poeta. 

Rafael  Ángel  Troyo. 
(Cartago  de  Costa  Rica.  ) 


...  las  páginas  de  «Apolo»,  que 
recojo  siempre  con  el  interés  que 
despierta  su  escogido  y  ameno 
material  de  lectura. 

Rosendo   Villalobos. 

(La  Paz— Bolivia) 


He  recibido  la  última  entrega 
de  su  magnífica  revista  «Apolo» 
verdadera  joya  literaria  y  artís- 
tica. Es  un  periódico  primoroso, 
por  el  cual  felicito  á  Vd. 

Adolfo  León   Gómez. 

(Bogotá) 


La  lindísima  Revista  que  tan 
magistral  mente  dirige  Vd.,  y  que 
sabe  llevar  adelante  con  tantos 
bríos,  me  trae  de  esas  latitudes 
brisas  de  juventud,  albores  de 
un  tiempo  nuevo  que  abre  am- 
plios horizontes  al  espíritu,  en- 
cerrado hasta  hoy  en  rutinarios 
convencionalismos . .  . 

Ramiro  Blanco. 

(Madrid) 


Debo  manifestarle  que  la  lec- 
tura de  «Apolo»  me  ha  propor- 
cionado la  más  alta  delectación. 

Luis    Tablanca. 

(Ocaña— Colombia) 


He  recibido  á  « Apolo  >.  Veo 
que  la  Revista  gana  terreno  en 
los  altos  cenáculos  del  Continen- 
te. 

Moreno  Alba. 

(Barranquilla  de   Colombia 


...  y  le  ruego  enviarme  siem- 
pre «Apolo»;  me  es  grato  discu- 
rrir por  su  jardín  interior. 

Tidio  M.   Cestero. 


Con    esta   publicación    presta 
Vd.  un  importantísimo  servicio 


í^^  :-''>^j- 


-  92  -  . 

á  la  América  literaria  i    á  todos-  Ya,  gracias  á  «Apolos,  empie- 

los  países  de  habla  castellana  en  zan  á  ser  familiares  en  este  país 

general.  los  litei'atos  del  Urug-uay. 

A.   Bón/uez  Solar.  -    Juan   Guerra  Núñez. 

tSaiitiiis'o  de  Chile)  (Habaují) 


la  casa  abaldonada 


Esta  noche  esto}^  solo  en  esta  casa  vieja 
que  está  vacía  y  triste  como  mi  corazón. 

El  polvo  de  los  años  ha  borrado  los  frescos 
que  pintó,  en  las  paredes,  algún  sabio  pintor. 
¡Ah,  quizá  un  día  borren  los  años  el  ensueño  > 

que  florece  sus  flores  para  mi  corazón! 

Un  frío  de  sepulcro  llena  toda  la  casa 
que  parece  que  tiembla  con  lúgubre  temblor. 
Hace  frío  en  la  casa  abandonada  y  vieja. 
Yo  también  tengo  mucho  frío  en  el  corazón! 

Mis  pasos  suenan  como  voces  que  desde  el  fondo 
de  una  tumba  salieran.  Yo  conozco  esa  voz. 
Me  detengo  y  escucho ...  Es  el  eco  de  siempre 
¡Es  el  eco  que  siempre  siento  en  el  corazón! 

En  oscuros  rincones  hay  historias  dormidas; 
pero  al  interrogarlas  siento  un  vago  temor. 
Yo  llegué,  cierto  día,  á  un  rincón  de  mí  mismo 
y  i  Dios  mío !  que  cosas  le  oí  á  mi  corazón ! 

El  patio  de  esta  casa,  que  es  frío  y  muy  oscuro, 
no  ha  recibido  nunca  ningún  rayo  de  sol. 
Es  frío  y  muy  oscuro  el  patio  de  esta  casa ..." 
Es  frío  y  tan  oscuro  como  mi  corazón ! 

Cruza  por  las  cercanas  calles  una  rondalla . . . 
Cantan . . .  Ríen ...  La  aldea  está  de  fiesta  hoy. 
Pero  á  esta  pobre  casa  no  entra  la  alegría. 
Esta  solemne  y  triste  como  mi  corazón! 

Lorenzo  VINCENS  THIEVENT. 


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CATALAGO    DK    LA    LIBRERÍA    «MERCURIO» 


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Aalens    {José) Los    horrores    del    absolutismo... 

.\riquct     {Alfredo) La    Anarquía    y    el   colectivismo 

» La  Humanidad  y  la  Patria 

{Federico) Así     hablaba     Zaratustra 

»         La   genealogía   de   la    moral 

»         La    gaya    ciencia '. 

»         El    Anticristo    

»         Aurora     

»         El    caso     W'ágner 

»         Ei   crepúsculo   de   los   ídolos 

»         ^]ás   allá   del   bien   y   del   mal... 

»         E'   origen   de   la   tragedia 

»         El  viajero  y  STi  sombra 

))         Bumano,    demasiado    humano... 

(Alberto) Ensayos   de  crítica   o   historia... 

»       Estudios     religiosos 

Sóvoa     L;i    influencia   espiritual   del   se- 
xo   femenino 

Ort'ivio    ricón    (Jacinto) Drama    de    familia 

¡''uncios     Las     universidades    populares... 

í'nl-icios    (Alfredo    L.) j^iscursos    parlamentarios 

!   ihtnrro  ■  (Antonio) su   majestad  el  hombre 

¡'(drcll    {Felipe) Ai usicalerías       

'/v:     Arroyo Cuentos  é  historias 

.'  '  /  rcm  io    Ei     Satiricón 

.  ío  Baroja   VA  tablado  de  Arlequín 

•oíí     {Eduardo) Eureka    (Estudio    del    Universo 

material    y    espiritual) 

l'orras    Troconia    (Gahriel) Proscenio   bárbaro    

'f'rniidn    (Adolfo) Autores    y    libros 

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i'inf    (José) '   Crónicas    demoledoras     

»           »         ' La  Burguesía  y  el  Proletariado 

Frnycovrt      (F.) La    moral   del    cura 

Froudhon    (P.    J.) .Qué   es   la    propiedad? 

»  »     )»  Amor    y    matrimonio 

»               »     »   El   Estado — La    dignidad    perso- 
nal      

Liafandli      (Leda)  Fr.    sueño    de    amor    (novela    so- 
cial)       

Bamirez   Ángel   (Emiliano) Después    de    la    siega 

Heclus     (Elíseo) Evolución    y    revolución 

»  ))         I. a     Montaña     

))                  ))          Mis    cxploracio^Tes    en     América 

'      )>  »         El     ari;toyo    J 

n  »         iSifestro     planeta 

ílcnán      (Ernesto) Estudios     religiosos 

))  » El  porvenir  de  la  Ciencia 2 


INTENTKMiAL  MCOIM^ 


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<K    !.A    í,.ií;KKUÍa     ■•;  MKKrriuo  '> 


Biblioteca  de   Novelistas  (Carnier) 


C   \1)\    TOMO    KN"     riJ.A    b    0.45 


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Mci'uati    ^ 

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1 10     '!"oin ~ 

L'\     lioea     lie    la     Señofa     X 1 

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Dos      .M  11  jefe^      I 

Kl    Draiiia    de    la    e;dle   de  la    Paz  ' 

Klena     y     Mald  le i 

í,n    Sefioritíi    (íira.iid.    mi    ¡riüier  i 

]:n,ii!lii      1-'     niadr-e     de     iainiiia  2 

U:,iir:!it     í /'.)— Moiiiea   I 

í    iis'ilrifil       di'      >'/  í  ,'i  ./lí/í      -  M  e^Mio- 

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Domhey    é    hijü 

Aventuras    del    Señor     Piekwick 
Dm-niii-  Duininil   —   Carlos       y 

Kiumy      

!)iiriiiii-l>iiiiunil —  Días      fn      el 

Campo     

Ksriiíiirn  —  VA  Patriarca  del  vaHc- 

F<  n  I m iii'f    i ' lili ¡icr 

Idoiiel      l.ineoln. 

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l.os    ColoTiizadores    


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VA     Padrain    de    mar 

Los     l'ui-itanos    de    América 

Mercedes    de    Castilla 

Kl    i'iloto    

Fiii'iüi  Í---VA    Diario  de   una    Da- 
ma      ■ 

Fl'iiilnrt    (/.'.> — Salammln')     

Cnifiiu      VA      Doetor      Temi.s 

Ci  lilis    (Mini.    ilf) — AdelayTeo- 

dol'o         

(Ji  liíi.^     {M  ini  .     ili) — Pl     Sitio    de 

la      Poeiiella     

//;/e;i --M  i-^terios     de     la      Vida... 
Cnlilsniílli-  A'A     N'icario    de     V\a- 
ki'fieid        

Cniíznli  '-    (.V.    .1  -V    A'A   último  hi- 

dalilo      

til ,  vHli  -     La     .Mamseika : 

i)  \'illoia''       

Ciiifhíii  ('-'.)  y  /.'  I¡"'(i!f  >.<¡. 
La     Conspiraci'.Hi     Tle     los     millo- 

:ia  r  io,> 

.\     í'iier/.a    de    millones 

VA      PeLlimieiito     de     lor^      HliUiotl- 

zai  [ores      

l'l     l),.-(pilte    del     N'lejo     MlilHÍO.., 

I'',).    Cloiio   din^ilile    

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./;;     -  La     11  i.ia     del     adela  n  t  a  1  lo. . . 

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Áíihiiis    {José) l.os    horrores    del    absolutismo. 

\-i'j,irf     (Alfri'do) i^a    Anarquía    y    el    colectivisiii 

)'  »  La  Humanidad  y  la  Patria... 


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Ija     gaya    ciencia 

El    Anticristo    

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VA    caso     V'".  agner 

El    crepúsculo   de   los    ídolos 

Más    allá    del    bien    y    del    mal. 

F.l    origen    de   la    tragedia 

VA  viajero  y  su  sombra 

Humano,    demasiado    Immano.. 
Ensayos   de   crítica    ^-    historia. 

IJst  ud  ios     religiosos 

E;i    influencia    espiritual    del   se 

xo     femenino 

Drama     de     familia 

Las     universidades     populares 
:,  iscursos     paidamentarios 


(Anfnniíi) ju    majestad   el  hombre. 

Aiusicalerías       


Cu(>ntos   é   historias 
El     iSatiricón 


Baroin El   tablado  de   Arlequín 

{Edii'irdo)  Eureka     (E.studio    del    Universo 

material     y     espiritual) 

rrn^    Tmrnnix    ((TahrieJ) Proscenio   bárbaro    


s'idn     (\dnUo) 

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•  ■■if     (.José) 


I'  inijcov  rt 

!' I  inulhon 
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Autores    y    libros 

Pedagogía       ■  • 

Crónicas    demoledoras     .■ 

Ea    burguesía   y  el   Proletariado 

(/'.) Er.    moral    del    cura 

ir.     J.) '.Qué    es    la    lu-opie-dad  ? 

)i      y,   Amor     y     matrimonio 

»      »   El    Estado — La    dignidad    perso- 
nal  

\'r.    sueño    de    amor    (novela    ■so- 
cial)  

An</rl    (EmUinno) Después    de    la    siega 

(A7/,seo) 1'volución    y    rerolución 

»  i.a     Montaña     

)>          Mis    ex])loracio'K'S    en     América 

).  El     ari;»r)yo    i 

))  .\  uestro     planeta 


ííafanelli     (Lfda) 


Hainrn 

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Estudios     religiosos. 


Ei  porvenir  de  la  Ciencia 2 


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48 


CATALOGO    DE    LA      «JJf3RERÍA    MERCURIO» 


Obras  de  Pío  Baroja  (1) 

OBRAS    DE    r    TOMO    IIX    Rl'STICA    Á    $    0. 75 


Aventuras,     inventos    y     mixtifica- 

ciónés-'  de  S.   Phraclox. 
Paradox,    Rey. 
Camino  do   Perfección. 
Los   Fltimos   Románticos. 


I^as   Tragedias   (Jrotescas. 
í.n    Dama    Errante, 
i-a  Ciudad  de  la  Niebla, 
1.a   Casa  de  Aizgorri. 


Biblioteca  Científico-Literaria 

(WDA    TO^IO    EN    RÚSTICA  '$   0. 2$ 

Toaoi 

(arlos    Früsch ,        El    Mar   y    sus    ablanos 1 

Federico  Engels   Religión,     Filosofía,     Socialismo  l 

■hifin    Mas   y   Pí í,a    Educación   del  peligro 1 

Sebastián     Gomüa Visio.nos    de    Arte    T, 


Libros  encuadernados 


Alionso     T^audef 

l'fdrn    ('ésnr    Vnininici 


Safo       ltomo$0.8 

E]   triunfo    del    ideal 

(novela)     1 

Anoel    Cuervo Dick      (novela)   1 

K'fael  Ángel  Trnijo , Poemas   del   Alma...  1 

T.vis    f  aloma    Boy     (novela)  1 

Torgp    Tsaacs    :\íaría   (edición  lujo)  1 


1 

00 

0 

°0 

1 

50 

1.15 

0 

PO 

Ediciones  de  Leonardo  Williams 

Ángel    (kvnivet Epistolario    

Leonardo   Williams   

)>  »  


1  t.  $  0.90 
1  »  »0.75 


A  z  orín 

)) 
Shellry 


Castilla       

Algunos  intérpretes  in- 
gleses de  Hamlet  y 
el  verdadero  espíri- 
tu de  Don  Quijote...     1  »  »  0.40 

Los    Pueblos 1  »  »  0.90 

La  Ruta  de  D.  Quijote     1  »  »  0.90 

Defensa  de  la  Poesía  y 

otros   ensayos    1   »   » 0.25 


Biblioteca  Renacimiento 

>'.    .1/   J.    Alvarez    Quintero La  flor  de  la  Vida 1  t.  $0.75 

Mnniif'1    Machado Apolo   (teatro  pictórico)  1  »  » O.i'O 

Jf.    Sánchez    Díaz Jesús    en    la    Fábrica 

(novela)       1  »  «0.90 


(1)  Ver  las  páginas  1,  3  y  18  del  pres&nte  catálogo. 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


administrador: 


Redaoción  y  A.dBainistración 
TREINTA.     Y     TJRKS,      rs 


AÑO  VI 


Montevideo,   Junio    de    1911 


N.o  52 


Mensaje 


Mensajerita  blanca:  extiende  el  abanico 
de  tus  alas  y  vuela  junto  á  mi  novia  ausente, 
y  llévala  esta  estrofa  que  guardo  entre  tu  pico, 
y  bésala  en  los  ojos,  los  labios  y  la  frente. 

En  el  jardín,  muy  sola,  la  encontrarás  bajo  una 
parra  frondosa  y  triste,  sentada  sobre  un  banco, 
y  recitando  acaso  mis  versos  á  la  luna, 
vestida  como  siempre,  de  trajecito  blanco. 

Si  se  ha  dormido,  espera  sobre  su  hombro,  espera: 
y  mientras  duerme,  oh  casta  paloma  mensajera! 
abriga  con  tus  alas  su  negra  cabecita, 

y  al  despertarse  rima  mi  estrofa  en  tono  blando 
y  dile  que  la  luna  me  sorprendió  llorando 
junto  á  la  reja  amada  de  la  primera  cita. 


Cartagena  de  Indias,  1911. 


Gregorio  RUEDA. 


iniKniii^lAI.  ^UWftt# 


48 


VATMAXiO    JM-]    I, A      -íLíHl^ElílA    MKRl'URJO  » 


Obras  de  Pío  Baroja  (1) 

r)BRA,s   DI-;    f    lOMo   i:\   ri'stica  á  $  0.75 

A\-(Mitnriis,     inventos    y     lüixtifica-  ^.:is   Tra-íi  (lias   (irotescas. 

(•ÍDiu's  (le   S.   Pfiradox.  [.;>     i)ania    Errante. 

f'aradox.    Rey.  [ ,«    (":¡ii(|;i(l   de  la    Niebla. 

Cnuíino   (le    Perfección.  ¡,a   Casa   de   Aizgorri. 
i. O:-;    l'ltimos   Románticos. 


Biblioteca  Gienííf ico-Literaria 

(.ADA    TOMO    ES    Rl' STIC.A  ^S    (1.2^ 


'  '/í7n.s-  Frit.^ch  ... 
h'i (Ji  rico  Engds  .. 
I 'inii  .][ii.^  1/  Vi.... 
Sf  }i(i:<i'ián     (¡omiln. 


Kl    .Mar    y    sus    abismos I 

!¡eliga()n,     Filosofía.     Socialismo  í. 

La    ívlucació»   del   peli.t^ro I 

\'!sio.3ies    (le    Arto    1 


Libros  Biicuadernados 

.!//on,?o     Daiiáff Safo       1  tomo  $  0."^  ! 

/'«,/?■,;    í'éxdr    Doiiiinici Kl   triunfo    del    'deal 

'novela) 1  »  »   1.00 

.{níj'l    C-iirrvn , Dick      (novela)    1  »  »   0."0 

R-fir]   AuijfiJ   Troi/o , i'ocmas   del    .\lma  ..  1  »  »  T.oO 

lilis    ('n]r,ma     I?oy     (novela)  1  » ,  »   1.1o 

■íoi'dr    Luanes >,!aría   (ediciíni  lujo)  1  ))  »  OSO 


Ediciones  de  Leonardo  Williams 


.  [nijcl    (rit'iiivri 

I.innnrdñ    'Willhtin?, 


.íznrín 
)) 


Kl)istolario 

Castilla       

.\], tí  un  os  intérpretes  in- 
íílcscs  de  Hamlet  y 
el  verdadero  espíri- 
tu  de  Don  Quijote... 

Los    Pueblos 

i^a  Ruta  de  D.  Quijotf» 

Defensa  de  la  Poesía  y 
otros   onsavos 


1  t.  $  O.DO 
1  »  »  0.75 


1  »  ))0.40 

1  »  »0.90 

1  »  ))0.Í50 

1  »  ).  0.'2' 


Biblioteca  Renacimiento 


S     II   •/.    -Uro re:    Quintcrn. 

M I  ni  mi     Mnchado 

t!.    Sáni'hfz    Hinz 


La  flor  de  la  Vida 1  t.  $0.75 

Apolo   (teatro  pictórico)  1   »   »  O.^'O 
J(\sús    en     la     Fábrica 

(novela)       1   »   » 0.90 


(1)   Ver  las  ])áf:!nas  1.   '?>  y  18   del   presente  catálogo. 


Director -Redactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


A  dxninistrador: 
LUIS       PÉREZ 


Redaoción.  y  A.d.ministraoióii 
TREINTA.     Y     TRES,      TS 


AÑO  VI 


Montevideo,   Junio    de    1911 


n.o  52 


Metisaj-e 


Mensajerita  blanca:  extiende  el  abanico 
de  tus  alas  y  vuela  junto  á  mi  novia  ausente, 
y  llévala  esta  estrofa  que  guardo  entre  tu  pico, 
3^  bésala  en  los  ojos,  los  labios  y  la  frente. 

En  el  jardín,  muy  sola,  la  encontrarás  bajo  una 
parra  frondosa  y  triste,  sentada  sobre  un  banco, 
y  recitando  acaso  mis  versos  á  la  luna, 
vestida  como  siempre,  de  trajecito  blanco. 

Si  se  ha  dormido,  espera  sobre  su  hombro,  espera: 
y  mientras  duerme,  oh  casta  paloma  mensajera! 
abriga  con  tus  alas  su  negra  cabecita, 

y  al  despertarse  rima  mi  estrofa  en  tono  blando 
y  dile  que  la  luna  me  sorprendió  llorando 
junto  á  la  reja  amada  de  la  primera  cita. 

Gregorio  RUEDA. 
Cartagena  de  Indias,  1911. 


De  "El  pozma  de  los  besos"  y  "Albas  Sangpient;as' 


ftUauza 

Un  día,  con   el  ritmo  de   mi   verso  elegiano, 
Flotó  de  mis  triste^^as  el  perfume.    Temprano 
Anegáronse  en  lágrimas  mis  ojos  y  no   había 
Nada  que  amortiguase  mi  gran  melancolía. 
¡Ah,  yo  adoraba  entonces   los  ponientes,  los  vagos 
Ponientes  otoñales  y  los  días  aciagos!    ^       ^     f 
La  ¡impide:^  de  un  cielo  puro  me  entristecía, 
El  gorjeo  de  un  pájaro  me  hablaba  de  la  muerte; 
Tor   eso  yo  adoraba  los  ponientes  más  vagos 
Y  los  días  más   tristes  que  elegí  para  verte. 

S\€as  otro  día  el  ritmo  de  mi  verso  elegiano 
Apagóse  en  tu  boca  que  deshojó   en   mi  mano 
Su  corola  de  besos... Y  entonces    la  alegría 
'De  la  naturaleza  se  fundió  con    la   mía. 
Tus  besos  desterraron  mis  angustias,  apenas 
Sentí,   recio,  el  latido  de  la  sangre  en  mis  venas; 
agostóse  la  adelfa   de  tni  desesperanza; 
De  mi  jardín  huyeron  las  sombras,  y  su  aroma 
Desparramó  en  mi  espíritu,  loando  nuestra  alianza, 
Tu  acento  que  es  un  frágil  arrullo  de  paloma. 

la  l)umaüa  caticióti 

IV 

Triunfar  sin   ruegos  ni   genuflexiones 

O  no  triunfar,  es  el  dilema  mío; 

Aquellos  que  se   curvan  para  el   triunfo: 

¿Vencidos,  qué  hacen? 

—  Que  responda  el  cínico. 

Tor  la  prostitución  de   la  conciencia 
Luchan  los  pordioseros   del  espíritu 
Que  palidecen  ante  el  triunfo  ajeno... 
bregar   aislado  es  el  afán  que  hostigo. 

Contra  los  viles  mercaderes  de  almas 
Y  los  conquistadores  del  ludibrio. 

PÉREZ  y  CURIS 


97   - 


Dibujo  á  lápiz   de  victoria  margpot 


Marao,  ^l  amador  de  la  bell-eza 


(Cuento   florentino) 


En  un  día  sereno,  sentado  en 
la  pendiente  rápida  de  una  colina 
bf.scosa,  mi  espíritu  se  sintió  uno 
con  toda  la  belleza  del  árbol,  del 
cielo  y  del  aire  puro.  A  lo  lejos, 
por  encima  de  la  sonriente  arbo- 
leda, se  adivinaba  Washington,  la 
más  moderna  de  las  capitales.  Ce- 
rré los  ojos  al  presente.  Acaso  co- 
raenzé    á    dormitar,    y    no    sabría 


Horae    serenae ! 


precisarlo  por  qué  coincidencia,  el 
])ensamie.nto  mío  reposó  en  Floren- 
cia Como  reminiscencia  de  una 
época  gloriosa,  vi  desarrollarse  las 
escenas  de  este  cuento. 

Vivía    en    Fiésole    y    dentro    el 

monasterio  del  mismo  nombre,   un 

joven    príncipe,    cuyo   nombre   era 

Marco.    Pertenecía    á    una   de   las 


-    ".»8     - 


más  renombradas  familias  de  prín- 
cipes mercantes,  tan  notables  por 
su  astucia  como  por  su  amor  á 
lo  bello.  La  mala  herencia  se  ha 
bía  detenido  en  el  gallardo  man- 
cebo. Sólo  la  contemj)laciÓH  de  la 
belleza,  movía  sus  acciones  y  su- 
gería   sus    ideas. 

Los  padres,  se  decía,  habían 
niuerto  víctimas  de  la  envidia  del 
gran  duque  reinante,  quien  lo  ha- 
bía recluido  después,  en  un  monas- 
terio con  el  secreto  designio  se 
volviera  monje.  Su  deseo  no  llego 
á  cumplirse.  El  adolescente,  cu- 
yc  rostro  se  asemejaba  al  de  un 
ángel  pensoso,  creció  como  rey 
que  lo  era  de  corazón.  Llegó  sin 
dificultad,  por  su  recóndito  sen- 
tido del  arte,  á  dominar  á  todos 
los  monjes.  Ley  resultaba  su  jui- 
co,  simpatía   ó  consejo. 

Aquellos  hombres  santos  alaba- 
ban á  Dios,  consagrándose  á  algún 
arte 

Por  una  fría  mañanita  otoñal, 
la  abadía  fué  notificada  que  >il 
Protector  había  muerto  y  Marco 
estaba  llamado  á  sucederle,  según 
vote    unánime   de   la    Comuna. 

No  sin  amarga  melancolía,  aban- 
done el  príncipe  su  tranquilo  ho- 
gar y  á  sus  fraternos  compañeros, 
fuertes  y  puros. 

Para  gobernar  á  un  pueblo  vo- 
luble y  refinado  como  el  Florenti- 
no,   se   exigía   otro   temple. 

No  por  mucho  tiempo  permane- 
ció en  la  inquietud  y  el  pavor  en 
pendrados     por     una      nueva     em- 
presa . 

Rememoró  el  instante  más  di- 
choso de  su  vida,  cuando  en  el  si- 
lencio divinal,  allá  sobre  la  su- 
perficie tersa  de  las  aguas-  atisiió 
la  suprema  revelación  :  el  alma  y 
sus  probabilidades ! 

Por  distintos  conductos  nos  arri- 
ba esta  sublime  nueva.  En  esto 
caso,  fué  á  través  de  la  belleza 
de  la  fisonomía,  donde  el  perfil  clá- 


sico reflejaba  la  misma  serenidad 
é  inocencia  que  en  Grecia.  Desde 
este  día,  su  vida  cambió.  Era  tan 
honda  é  intensa  su  incomparablo 
ventura,  que  viéndose  dueño  de 
Ins  destinos  de  un  pueblo,  pensó 
en  llevarlos  á  su  serenante  visión. 
.A'dielaba  también  para  ellos,  la 
dicha   suya. 

Si;  coronación  fué  claro  indicio 
de  Srii  propósito  filosófico.  Los  aus- 
teros consejeros  se  mostraron  ad- 
\eisos  á  tanta  prodigalidad.  To- 
los los  sabios  y  artistas  con  que 
ccutaba  Europa,  fueran  invitados 
á  esta  ceremonia  que  en  la  for- 
ma de  una  mascarada,  debía  re- 
Producir  la  procesión  de  los  Caba- 
lleros del  Graal,  al  sitio  donde  se 
celebraba  el  Divino  Banquete. 
Para  Marco,  el  Graal  era  la  belle- 
za, medio,  objetivo  ó  tendencia 
poi  los  cuales  en  ese  momento, 
era   más  fácil  acercarse  á  Dios. 

A'  ser  ungido  en  la  gloriosa  ca- 
tedral, atmósfera  de  profunda  es- 
liiitualidad  radiaba  del  joven  mo- 
t'.arca.  Cuando  la  insignia  ducal 
il)a  á  posar  sobre  sus  sienes,  la 
iinebató  de  las  manos  del  Car- 
rleiial  Arzobispo  y  adelantándose 
con  ella  al  altar,  dijo  humilde- 
n  ente : 

((Seré  coronado  el  día  de  mi 
nuierte,  porque  aun  no  se  sabe  i-t 
merezco    tal    recompensa». 

La  estupefacción  fué  general. 
Debía   aumentar  con   el   tiempo. 

Seleccionó  sus  consejeros  entre 
los  hombres;  cuyo  espíritu  se  in- 
clinaba más  á  la  filosofía  que  á  la 
iií-tucia,  tan  prevalente  entre  los 
f:f:t  a  distas  de  la  época.  Comenzó, 
líesele  luego,  á  desenvolver  su  filo- 
sofía política,  fácil  de  resumir: 
'(formar  por  lo  helio.  Se  rodeó 
de  una  guardia  compuesta  de  los 
j(  venes  más  bellos  é  instruidos  del 
ducatlo,  cualquiera  fuera  su  ori- 
gen. 

Mandó    construir    en    los    jardi- 


99  — 


nes  del  alcázar,  seis  magníficas 
cíisas  y  las  enriqueció  de  cuanto 
su  mansión  poseía  de  artístico  y 
lieimoso.  Por  turno,  mandó  vivir 
en  ellas  á  las  familias  desvalidas; 
do  Florencia.  Antes  de  morar  allí. 
se  les  bañaba  y  mudaba  de  ropa. 
Se  sentaban  en  la  mesa  regia  y 
vivian  esa  existencia  variada,  có- 
moda, intelectual  y  placentera  que 
ccnstituia  la  maravilla  del  Qua- 
iirvccnio.  Los  seres  felices  aumeu- 
tíuon  en  proporción  á  la  ambición 
despertada  por  aquel  caudal  esté- 
tico, fácilmente  accesible  al  es- 
fuerzo y  á  la  inventiva. 

Mascaradas  soberbias,  ideadas 
por  Boticelli,  en  que  el  arte  más' 
consumado  señalaba  las  lecciones' 
nfás  saludables  del  pasado,  se  eje- 
<:utaban  á  menudo. 

Se  invitaba  á  los  artistas  y  pen- 
sadores á  exponer  su  arte  ó  filo- 
sofía   á    la   juventud   estudio&a. 

Florencia  volvíase  el  cerebro  de 
Italia.  Serena  se  avecinaba  la 
edad  de  oro.  Un  joven  puro  y  no- 
ble conducía  á  los  Florentinos  al 
descubrimiento  del  reino,  que  no 
cá  menester  buscar  fuera  de  .nos- 
otros mismos.  El  embellecimiento 
intensivo  de  la  ciudad  también 
preocupaba  mucho  al  Duque.  Edi- 
noios  sugestivos,  no  sólo  exponen- 
tes de  alta  idealidad,  sino  de  esa 
fuerza  y  grandeza  que  la  arqui- 
tectura difunde,  se  levantaran  co- 
mo por  encanto,  acrecentando  las 
glorias  de  la  cudad. 

En  el  curso  de  los  asuntos  hu- 
manos, no  era  fácil  presumir  pu- 
diera durar  mucho  esta  tregua  al 
despotismo  y  al  envilecimiento  ciu 
dadano.  La  época  recordaba  uno 
de  esos  días  en  que  acompañado 
de  una  alma  encantadora,  se  pa- 
san   leves    las    horas    en    la    aseen 


ción  de  una  montaña.  Desearía- 
mos que  ese  momento  feliz  nunca 
tocara  á  su  fin.  Mas,  como  sobre 
aquel  día,  el  sol  habría  de  poner- 
se. El  tierno  y  enajenador  perfu- 
me de  esta  jornada,  se  evaporaría 
como  el  perfume  de  un  lirio  del 
A  alie. 

Comenzaron  á  conspirar  los  que 
en  la  sombra  prosperan.  La  agita- 
ción creció  sorda,  pero  fuertemen- 
t»^.  TJ.n  prelado,  á  quien  Marco 
había  despojado  de  una  prebenda 
influyente,  halló  medio  de  envene 
liarlo.  El  hecho  ocurrió  en  un  ban- 
ouete  faustosísimo.  Se  había  que- 
rido simbolizar  con  él,  las  nup- 
cias de  Psyquis  y  Eros.  Profundo 
estalló  el  clamor  del  pueblo.  Al 
esparcirse  la  noticia,  el  palacio  fué 
invadido  y  al  pie  del  lecho  mor- 
tuorio, asesinados  muchos  de  los 
del  séquito  del  príncipe.  El  cuer- 
po del  mártir  fué  reclamado  por 
la  muchedumbre,  que  se  acordó 
<!el  dicho  de  Marco,  al  ser  coro- 
nado. 

Con  pompa  extraordinaria  se  ce- 
lebraron sus  exequias  y  á  indica- 
ción de  los  síndicos,  el  ataúd  fué 
abierto  para  coronarlo.  La  pre- 
ciosa joya  había  desaparecido  del 
tefcoro.  Los  que  comprendieron  lo 
s-ucedido,  oyeron  en  lo  íntimo  de 
su  ser,  las  voces  de  la  juventud 
heroica  y  angéllica  que  glorifica- 
ban á  Marco.  Era  conducido  á 
los  más  altos  sitiales  del  coro  ((CU- 
ya  música  es  la  alegría  del  mun- 
do». 

Así  se  esfuman  los  grandes  sue- 
ros y  se  recompensan  á  los  fieles 
caballeros. 

ALBERTO     NIN     frías. 

Washington— 1909. 


■  ♦« 


—  100  - 

Obsesión 


Para    Apolo. 


Todas  las  noches  siento  que  acarician  mi  frente 
linos  labios  que  saben  disipar  el  dolor ^ 
linos  labios  que  dejan  con  sti  beso  indulgente 
la   savia  fecundante  de  yo  no  se'  que'  amor. 

Y  aunque  es  grande  el  anhelo,  nunca  logra  mi  empeño 
descubrir  el  secreto  de  este  dulce  besar; 

será,  acaso,  una  novia  que  me  visita  en  sueño 
y  me  brinda  los  besos  que  no  la  supe  dar? 

Y  no  se'  por  qué  extraño,  triste  sonambulismo 
estando  en  este  ensueño  donde  siempre  me  abismo 
pienso  en  mi  madre  buena  que  fué  á  juntarse  á  Dios; 

Y  la  ínelancolía  me  envuelve  en  su  miraje 
porque  el  mar  de  la  vida  me  alegó  con  su  oleaje, 
sin  besarle  en  la  frente  para  decirle:  ¡Adiós! 

M.  Euclides  PENAL  VA. 


£1  atorrante 


Para    Apolo 

jPLllá.     -u-a,    taeittxmo     y     d.e;sgr(Z;fiad.Oj 
Elte:ma     e;ne:arin.ac:ión     d.<s     la     irTd.igsn.e:iaj 
P^arizee;     qtxe;    stis     ojos     de:    ine:one;ie;in.cia 
Soria.xa.ra     la.     caricia,     de;     tin     pa.sa.do. 

lS[o     naaldigáis    su.    aspe;cto     degra.da.do, 
iPs-saso    llc-u-e:    oetxlto    e:n    stx    cson.csie:n.oia 
El     pe:sa.r    ds     la.     e:tsma.    indiferencia. 
Con     qtxe     el    laombre    lo    a.parta    de    sxx     lado 

Soñó  en  la.  gloria  y  se    perdió  erx    la    nadd. 
En-vtjLelto     en    ixrxa.     roja.     lla.marada. 
Odió,     con     la.     gra.n.de2;a.     del     -veneidoi 

"y    prefirió    a.1     a.bismo    de    la    mxierte 
desafia.r     la     tormerita.     de    sxj.    sixerte 
Con    la    rratxda    protesta    del    Olvido. 

li^endo2;a,    1911.  Eldxiardo    HEerrero. 


—  103  — 

€1  Fer^gritio 


Para    Apolo. 
I 

Nada   más   hondo  que   un   dolor   callado.  - 
Nada  más  cruento  que  una  :oculta  pena.  — 
Es  el   dolor  de  amor   idealizado 
que   todo  corazón   desencadena.  — 

Y  andando  su  camino  va  el   cuitado 
bajo  la  fronda  de  una  selva  amena, 

que  en  cambio  del  dolor  de   haber  amado 
se  siente  el  alma  más  potente  y  buena.  — 

Y  siempre  aquejumbróse  el  peregrino 
dentro  de  la  escarcela  lleva  un  sueño 
para  yantar  al   borde  del  camino.  — 

Le  ofrece  un  surtidor  cristal   risueño 
con  que  aplacar  la  sed   de  su   esperanza, 
que  es  una  estrella  que  la  mente  alcanza.— 

II 

Traza   en   el  cielo  la  argenteada   pauta 
—  al   peregrino  —  esa  fugaz  estrella, 
y  tiene  luz  de  amor,   que  es  la   más   bella, 
y  el  engaño  del   son  de  alguna  flauta.  — 

Es  el   divino  encantamiento  de  una 
divagación  que  del  dolor  emana; 
es   la  estrella  que  brilla  si   la    luna 
hace  sublime  á   la   pasión   humana.  - 

¡  Mísero   peregrino  que  tras  de  ella 

vais  en  la  andanza,    con  su   luz  por  guía, 

al   ensueño  de  amor  idealizado!... 

Pero,  ¿qué  Importa?... 

Si  nos  da  la  estrella 
para  templar  el  alma  una  harmonía, 
y  al  corazón   un   nombre  suspirado!... 

Emilio  TRÍAS   DU    PRÉ. 
Junio.    1911. 


—  104    - 


€1  Hogar 


El  poder  del  hombre  es  acti- 
vo, progresivo  y  defensivo.  Es 
el  hacedor  y  creador  por  exce 
lencia,  el  que  descubre  y  el  que 
defiende.  Su  inteligencia  es  espe- 
culativa é  inventiva;  su  energía 
está  formada  para  las  aventuras 
y  la  guerra,  así  como  para  la  con- 
quista, en  cualquiera  parte  que 
sea  justa  y  necesaria.  El  poder 
de  la  mujer,  en  cambio,  se  hizo 
para  el  gobierno  y  no  para  el 
combate,  y  su  inteligencia  no  es 
inventiva  ni  creadora,  sino  que 
está  organizada  más  bien  para 
la  dirección,  para  el  estableci- 
miento del  orden  y  para  las  de- 
cisiones suaves.  Atiende  á  las 
cualidades  de  las  cosas,  á  su  con- 
veniencia y  á  su  colocación  y 
rango.  Su  principal  función  es- 
triba en  el  elogio:  no  interviene 
en  la  pugna,  pero  es  la  que  ad- 
judica infaliblemente  la  corona 
del  triunfo  en  el  combate.  Por  su 
oficio  y  por  su  categoría  está 
amparada  de  todo  peligro  y  ten- 
tación. El  hombre,  durante  sus 
rudas  faenas  en  el  seno  de  las  mu- 
chedumbres, vése  forzado  á  pa- 
sar por  muchas  pruebas  y  á 
arrostrar  muchos  riesgos;  para 
él  son  las  injurias,  los  errores  y 
los  fracasos  inevitables;  muchas 
veces  será  herido  ó  juzgado, 
otras  veces  se  extraviará,  y  siem- 
pre resultará  endurecido  por  la 
contienda.  Pero  mantiene  apar- 
tada y  libre  á  la  mujer  de  tales 
contingencias;  y  dentro  de  su 
casa,  como  regida  por  ella  mis- 
ma, no  entrarán,  si  ella  no  los 
busca,  peligros  ni  tentaciones,  ni 
causa  de  error  ni  de  injuria. 


Esta  es  la  verdadera  naturale- 
za del  hogar,  retiro  dé  paz,  lugar 
de  abrigo,  no  sólo  contra  toda 
injuria  sino  asimismo  contra  te- 
rrores, divisiones  y  dudas.  No 
siendo  así  no  es  hogar.  Si  las  an- 
sias de  la  vida  exterior  penetran 
en  su  recinto,  si  las  personas 
casquivanas  ó  desconocidas,  si 
las  gentes  hostiles  ó  no  ama- 
das traspasan  sus  umbrales  con 
anuencia  del  esposo  ó  de  la  es- 
posa, ya  no  es  hogar,  sino  por- 
ción del  mundo  exterior  puesta 
bajo  techo,  y  donde  habéis  en- 
cendido lumbre.  Pero  si  es  lugar 
sagrado,  templo  de  Vesta,  que 
custodian  los  dioses  lares,  ante 
quienes  no  llegará  nadie  que  no 
pueda  ser  acogido  con  amor,  si  es 
esto,  y  ese  techo  y  esa  lumbre 
son  sólo  emblemas  de  una  som- 
bra y  de  una  claridad  más  no- 
bles -sombra  de  roca  en  tierra 
árida  y  claridad  de  faro  sobre 
mar  tempestuoso— entonces  me- 
rece el  título  de  Hogar  y  justifi- 
ca su  amable  renombre. 

Y  este  hogar  rodea  y  envuelve 
á  la  verdadera  esposa  por  donde 
quiera  que  vaya.  Aunque  las  es- 
trellas brillen  al  descubierto  so- 
bre su  cabeza  y  la  luciérnaga 
sea  la  única  luz  encendida  á  sus 
pies,  su  hogar  está  con  ella  en 
todas  partes  y  se  extiende  á  gran 
distancia  en  torno  á  la  mujer  no- 
ble, mucho  más  que  bajo  el  te- 
cho de  cedro  pintado  de  berme- 
llón, y  proyecta  á  lo  lejos  su  luz, 
para  los  que  sin  ella  no  tendrían 
hogar . . . 

John  RUSKIN. 


-»♦•- 


—  105  — 


La  Experiencia 

¿Dónde  marchas,  peregrino, 
No  le  temes    al   destino 
De  la  ilusión  asesino; 
A  la  torva,  cruel  y  fría 
Desolación    del  camino? 
¿Dónde  marchas,  peregrino, 
Con   la  escarcela  vacía? 

¿Peregrino  qué  tesoro 
Te  acompaíla,  llevas  oro 
(O  la  tristeza  del  lloro) 
Para  las  puertas  abrir? 
Peregrino  llevas  oro? 
Solo  su  canto  sonoro 
Te  apartará  del  sufrir. 

Peregrino,  no  has  pensado 
Que  el  camino  ha  devorado 
Al  ingenuo  y  al  cuitado 
Inocente  soñador. 
¿A  dónde  marchas  confiado? 
Ese  país  encantado 
Que  sueílas,  es  el  dolor! 

El  Peregrino 

Experiencia,  vieja  y  fría 
Apártate  de  la  vía 
Tu  creencia  no  es  la  mía; 
Mira,  llevo  mí  laúd. 
Oro  de  mí  fantasía. 
Llevo  amor,  llevo  poesía 
y  llevo  mí  juventud! 

No  quiero  tu  vieja  escuela: 
Mí  ensueño  tan  solo  anhela 


Eso  impalpable  que  vuela.... 
La  quimera,  la  ilusión. 
¿Va  vacía  la  escarcela? 
Eso  no  le  desconsuela 
A  mi  joven  corazón. 

Déjame  marchar  lo  mismo 
Yo  nivelaré  el  abismo 
Con  mí  fé,  con  mi  optimismo. 
Déjame  ir  al  azar 
Llevo  mi  romanticismo, 
INIí  bohemia,  mi  lirismo 
y  en  los  labios  el  cantar! 

La   Experiencia 

Mira  que  lo  real  yo  toco, 
Peregrino  llevas  poco, 
Peregrino,  pobre  loco, 
Deja    tu  vana  ilusión 

El    Peregrino 

Experiencia  no  revoco 
Mi  pensar -¿Que  llevo  poco? 
¡Mí  tesoro  es  mi  canción! 

Envío 

Cuando  sonría  la  suerte. 
Cuando  el  sufrir  sea  fuerte, 
Cuando  se  acerque  la  muerte. 
Yo  volcaré  mi  caudal. 
Cuando  el  dolor  me  despierto 
Cantaré,  viril  y  fuerte 
Mi  joven  canto  triunfal! 

MONTIEL  BALLESTEKOS 

Salto  líiu. 


»♦» 


LOS    EI^CTjOs-SIS 


Cuando  el  Sol  que  se  oculta  en  occidente, 
de  frente  al  mar  contemplo, 
y  la  tarde  presenta  el  argentadlo 
tenue  ósculo  del  véspero, 
— ¡claroscuros  de  Dios!  cómo  os  admiro!— 
Y  pienso  en  Tintoreto. 

Es  Selene,  la  pálida  de  insomnios, 
que  me  habla  del  cielo 
cuando  absorto  la  miro,  y  me  confía: 
en  rano  es  tu  desvelo 
débil  átomo;  ansias  el  dominio 
de  un  mundo  de  misterios! 


Para    Apolo. 

Son  dos  ojos  tan  límpidos  y  azules 
cual  dos  trozos  de   cielo, 
los  que  á  veces  me  dan  los  inefables 
éxtasis  de  mis  sueños; 
otras  veces  los  lánguidos  y  obscuros 
me  hablan  del  deseo. 

Es  la  cara  llorosa  de  una  enferma.. 
Madre  del  suírimiento, 
la  que  dice  á  mi  alma  los  arcanos 
de  dolores  intensos: 
injusto  en  su  dolor;  he  de  vengarla 
si  es  arma  mi  cerebro! 

Silva  SERRANO. 


106 


Pórtico 


(Del  Hhro  aPor  jardines 
ajcnosn,  editado  por  Ja  en- 
sa  de  F.  Granada  y  ('.'^. 
de   Bareelona). 

Este  libro,  en  mi  país,  ha  .^e 
exacerbar  el  odio  de  mis  enemi- 
gos :  los  poetas  serviles  y  los  pe- 
riodistas asalariados.  Escrito  mien- 
tras las  nulidades  abominaban  de 
los  poetas,  y  en  una  época  de  mi 
vida  en  la  que  toda  suerte  de 
preocupaciones  hacía  más  dolorosa 
la  gestación  ;  escrito  acaso  mien- 
tras aquéllas  doblegaban  la  cerviz, 
rir:diendo  parias  á  los  críticos  y  ¡i 
Ifs  cesares  de  la  prensa,  este  1i- 
liro.  como  todos  los  míos,  desrcon- 
ceriará  á  esas  grandes  nulidades 
lordioseras   del   elogio. 

Y  hay  razón  para  ello  :  los  qwi 
lucieron  para  llevar  el  dogal  en  la 
garganta  maldicen  al  hombre  li- 
bre, y  éste  á  su  vez  siente  con- 
iiiiseración  por  ellos:  i  pobres  se- 
res inferiores  que,  de  adulacióa 
en  adulación,  van  vendiendo  sm 
fí.nciencia  al  precio  de  las  lison- 
jas convencionales 

M  pluma,  pronta  al  elogio  .na- 
tural sienijire  que  se  ha  tratad) 
de  una  obra  artística,  no  lia  men- 
digado jamás  el  aplauso,  y,  pue- 
di;  asegurarlo,  nunca  lo  mendi- 
gará. 

Ali  intelecto  corresj^onde  á  mi 
carácter.  Yo  no  subordino  el  hoiü- 
1  re  libre  al  de  talento. 

;  Pero  hay  acaso  u.n  hombre  de 
trlento   que   no   sea   libre? 

No.  Hay  talentos  á  medias :  los 
qi:e  no  saben  conquistar  su  liber- 
tad ó  aquellos  otros  que,  habién- 
(¡ola  conquistado,  abjuraron  mise- 
labkmente  de  ell¿i. 

Ser  libre  es  tener  talento. 

Así  me  expreso  á  menudo  coa 
Jos    intelectuales    indiferentes    que 


me  profesan  un  odio  cordial.  Esas 
digresiones  sobre  el  talento  son, 
pues,  conocidas  de  aquéllos.  Sin 
embargo,  he  querido  ratificarlas 
aquí  como  un  homenaje  á  mis  vie- 
jas   ideas. 

Considero  inútil  manifestar  que 
e«íi-  libro  ha  sido  hecho  contrarres- 
lindo  el  avance  de  la  crítica.  De- 
tofitf  el  análisis  minucioso  al  que 
«e  dedican  los  críticos  escrudiñan- 
cio  los  defectos  de  una  obra  de  ar- 
te Tal  mezquindad  sólo  cabe  en  el 
ama  de  las  medianías  amorfas. 

Hago  obra  de  estímulo  para  las 
i.uevas  generaciones  y  si  á  veces 
mií  excedo  en  el  aplauso  es  por- 
que sé  qué  incentivo  ha  menester 
o]  espíritu  del  adolescente  cuya 
labor  he  observado. 

í!  Acaso  tengo  el  derecho  de  ma- 
tar  en   flor  las   nobilísimas   aspira 
ciones   de   la   juventud   que   sueña? 

Dejo  ese  derecho  para  los  críti- 
cofi  y  los  esclavos  del  dogma  que 
cli.-curren  acerca  del  arte.  Estos 
úliimos,  que  todo  lo  juzgan  con 
uji  criterio  netamente  religioso, 
me  mueven  á  compasión  ;  de  ahí 
que  en  muchas  ocasiones,  estando 
a  punto  lie  castigar  su  insolencia 
v  su  hipocresía,  me  haya  conteni- 
do á  tiemjio  su  mísera  condición 
d(-    ilotas. 

*  *  * 

No  hay  en  este  libro  oraciones 
ditirámbicas  dichas  en  agradeci- 
miento á  nadie.  Los  escritores  de 
cuyas  obras  me  ocupo  merecen  Tii 
admiración  u.nos,  y  mi  simpatía 
ios  otros,  por  la  iiureza  de  su  arte. 
Páginas  de  loa  al  talento,  pero  no 
le  gratitud,  éstas  han  de  exaspe- 
rar á  ciertos  literatos  dudosos  que 
adulan  á  la  plebe,  para  encum- 
biarse,  aun  á  trueque  de  quedar 
envilecidos   para    siempre. 


-    107 


((La  Neocrítica  en  el  Uruguay», 
capítulo  violento  de  verdad  y  de- 
nolición  que  .nadie  en  mi  país  «e 
dignó  escribir  por  no  romper  lan- 
zas contra  la  crítica  arrabalera 
en  él  entronizada,  aleccionará  í 
tJgunos  escritores  de  la  península 
que,  ingenxiamente,  y  deslumbra- 
dos  por  la&  hipérboles  de  quién 
sabe  qué  joven  turiferario,  dijeron 
Ijrenos  á  ciertas  mediocridades 
dei    Uruguay. 

Lamento    que    entre    aquellos   es- 


critores figure  uno  cuyo  talento 
es  digno  de  las  loas  que  le  he  de- 
dicado. Me  refiero  al  poeta  Villa- 
espesa  que  tan  lastimosamente 
desbarra  cuando  formula  opinio- 
nes sobre   nuestra   literatura. 

((Por  jardines  ajenos»  lleva  un 
soplo  de  optimismo  á  los  cenácu- 
los de  América. 

PÉREZ    Y   CURIS. 


-*■**- 


Migajas 


Li":  idea  es  pura  en  la  concep- 
ción ;  pero  al  expresarla  la  adul- 
teramos, materializándola,  porque 
escollamos  con  la  imposibilidad  de 
encontrar  la  identidad  del  símbolo 
que   la    represente. 


.  La  felicidad  en  el  matrimonio 
es  una  lotería,  á  la  que  juegan 
millares  de  parejas  y  una  sola 
acierta. 


►  ¿Por  qué  del  parecido,  con  fre- 
cuencia idéntico,  entre  individvios 
que  no  los  une  consanguinidad  ni 
paientesco,  y  que  hasta  pertene- 
cen á  razas  distintas?... 


Para    Apolo. 

Nadie   puede   ser   insincero    con- 
sigo  mismo. 


-  La  modestia  excesiva  en  ciertas 
peisonas  no  es  más  que  una  hipó- 
crita vanidad. 


-  El  hombre  de  i)ositivo  talento 
es  modesto  porque  ignora  la  iJO- 
teocialidad    intelectual    que    posee. 


•'El    instinto   de   conservación    nos 
prueba  qiie  la  vida  es  necesaria. 


— ^  El    hombre    es    el    intérprete    de 
la   Naturaleza.  , 

HAVL    ERÜS. 


Oes^o 


Dame  la  copa  del  ajenjo,  g-lauc-o. 
quiero  tener  esos  horribles  sueños 
que  da  el  licor  amarji^o. 


O  bie  ndame   tus  labios.  Tierna  mía. 
que  dulce  debe  ser  y  mareante 
el  vino  de  esa  viña. 


O  dame  á  Baudelaire,  al  que  en  las  «Flores 

del  mal»  dejó  su  alma; 

al  que  puso  en  la  piel  de   la  caricia 

como  el  sudor,  la  lágrima; 

quiero  aspirar  el  delicic'so  ai'oma 

que  es  espíritu  y  carne; 

con  vino,  con  amor  ó  con  nostalgia, 

pero  quiero  embriagarme! 

Lino  ARGUELLO. 


-  108    - 

Bibliográficas 


liibpos    y   folletos    peeibidos 

Var'ios 

Voluntarios  aristócratas  (drama  contra  la  guerra),  pob  A.  Her- 
nández— Cid,  Madrid ;  idealismos  Juveniles,  por  José  Cantarell  Dart, 
Buenos  A'ires ;  La  Epopeya  de  Artigas  (cantos  épicos),  por  Kicaudo 
Pollo   Darraqxje,    Mantcvidco. 

De   la   Librería   Paul   Ollendorff  (París) 

Tratado  de  Derecho  Penal  y  los  Comentarios  al  Código  Penal  Co- 
lombiano, por  Vicente  Concha  ;  Ocios  de  Emperador,  por  Charles 
Laurent  ;  Blancaflour,  por  Tancredo  Martel  ;  Ortología  Castellana  de 
Nombren  propios,  por  Miguel  de  Toro  Gisbert. 

L^  publicación  de  este  último  libro  significa  un  triunfo  para  la 
casfi  Ollendorff  que  día  á  día  nos  sorprende  con  la  bondad  de  sus  edi- 
ciones. Miguel  de  Toro  Gi&bert,  que  ya  tiene  otros  volúmenes  en  la  mis- 
ma biblioteca,  labora  incesa.ntemente  y  su  encomiable  labor,  variada  y 
personalísima,  resulta  provechosa  para  quienes  se  dedican  al  estudio 
de  la  lengua  castellana. 

La  de  Vicente  Concha  es  una  obra  de  consulta,  cuyo  valor  sabráíi 
apreciar  los  que  se  dedican  á  esos  estudios. 

La  Librería  I'anl  Ollendorff  tiene  en  vías  de  publicación  obras  im- 
portantísimas de  escritores  hispano-americanos  y  franceses.  Sus  biblio- 
tecas' elegantes  y  económicas,  con  magnificas  portadas  en  colores  que 
demuestran  un  buen  gusto  editorial,  obtienen  los  beneficios  del  público, 
pues  allí  figuran  obras  de  Amado  Ñervo,  Manviel  ligarte,  Bonafoux, 
Cristóbal  de  Castro,  Villaespesa,  Dominici,  Blanco  Fombana,  Contre- 
ras,  Chocano,  Reyles,  Diez-Canedo,  Martí,  Moróte,  Pompeyo  Gener,  etc., 
entre  los  autores  americanos  y  españoles'  ya  consagrados,  y  entre  los 
franceses  Lorrain,  Theuriet,  Bazin,  Paul  Adam,  Capus,  Bertheroy, 
Lombard,  Maizeroy,  Judith  Gauthier,  Uchard,  Loti,  D'Esparbes,  Ro- 
lland,    etc.,   etc. 

Biblioteca   Renacimiento   (Madrid) 

El   señor   Ruiz    Castillo,    de   la    importante    casa   editorial    (íBenaci- 
miento»,  ha  hecho  iina  gira  por  el  vecin-j  país,  estudiando  el  movimien- 
to librero,   para  dar  un  fuerte  impulso  á  la  difusión  de  sus  ediciones 
Dentro  de  breves  días  estará  entre  nosotros  y  luego  visitará  Sa.ntiago  de 
Chile. 

La  Biblioteca  Benacimiento  anuncia  ya  la  aparición  de  dos  obras 
de  Marquina :  «La  Alcaidesa  de  Pastrana»  y  <(E1  Rey  trovador»,  que 
tendrán,  sin  duda,  tanto  éxito  como  ((En  Flandes  se  ha  puesto  el  sol» 
del  mismo  escritor. 


CAT.\LO'^(:>    DE    LA   «LTBRRIíÍÁ     MERCCHIOs  49 


t. 

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0.90 

Biblioteca  CientífiQO-k-ílosófisa  (1) 

Ailolfo    i'osada — Principios    de     Sociología..... 1 

irttsfdvo    Le    Bon — Psicología    del    Socialismo.. 1 

Heiji] — Filosofía    del    Ksj>íritu 2 

H        Elstética  2 

77í.  liibot — La   Psicología   de   los   Sentimientos ^ 

»  »         Ensayo  acerca   de  la  imaginación  creadora  1 

»)  »         La   Herencia    Psicológica    1 

linit,    restalozzi    y    Goethr — Sobre    Educacic.n 1 

Frrriérc — Errores   científicos    de    la    Hiblia 1 

»  Los  Mitos  de  la  Biblia , 1 

i!:i:icJd('r — Lo     bello    y    su     historia 1 

Jlt'inK  qv''n- — La    crítica    científtca 1 

Luciano    Brmj — Lo     bello 1 

Jurisprudencia,  Filosofía  é  Historia 

/'.    I.(  rny   BcauVica — Compendio    de    Economía    Política  1  t.  rúst.  $  2.0') 
a.    M urray,   M.    .1.    -Histoi'ia    de   la    Literatura   clásica 

giiega  : 1   >)     »      »  2.-";. 

■ 'arlos   Lanche — Estética    ,  1  >)     »>      »  2.00 

//.    HoffiJinf; — Psicologí,!    Experimental    1    >>      )>       »  2.2"> 

■  Jnhn  lltiskin — Las  siete  lámparas  de  la  Arquitectura...  1   »     >>      »  1.77) 

K(hiardo   Dowcbn — Historia  de  la  literatura  francesa...  1   ¡)     »      »  2.25 

Hax  Mullir — Historia   de   las   Religiones 1   »     »      »  2.00 

»  1)        La    Ciencia    del     licnguaje 1    )>      »       )>  2.0) 

Kibjarán    (Ju'nief — El    Espíritu   nuevo ;...  1   <>     »      »  1.20 

./.    11'.   Biir</iss — Ciencia   Política   y   Derecho   Constitu- 
cional   comparado      2   »     »      »  3.50 

Etnlquc    F.    Amiel — Diario   íntimo 1  »     »      >'  2.25 

M.   Giiyai: — La  moral   inglesa  contemporánea 1   >>     »      »  3.00 

Ediciones  varias 

Antonio    Zo-.nya — Misterio    (Tríptico    campesino; ]   t.  rtist.  S  0.50 

Fernando   Mora — Los   vecinos   del   héroe    (novela) 1   »     »      )>  0.75 

Benigno     \' arela — Eiebres    Amorosas    (cuentos) 1   »      •>      »  0.7-'* 

•Julio   ('('¡ador   y   Franca, — Oro  y   Oropel   (novela) 1   »     »      )>  0.75 

i'nrrns   Enrigiiez— -Aires   da   miña    térra   (poesías) 1   »     »      »  O.""' 

Loaquin    J7.^    Bartrina — Algo     (poesías)... 1   »      »      »   l.Oí' 

Alfonso     Hernández-' 'ata — JNovela      erótica.... 1   »     r>      »  0.75 

Prudencio   Canitroi — Cuentos  de   Abades  y  de   Aldea...  1   »     y>      »  0.7."i 

Alberto    Cainha — Baratijas 1   »     »      >>  0.2' 

Delage  ij  (rohlsmitli — Las  Teorías  de  la  Evolución 1  »     «      »  O.'^'j 

Luis  de   Comoens — Los   Lusiadas 1   »     "      "  0.25 


(1)  Yex  la   página  19   del   presente   catálogo. 


i^jum^ 


-  108 


Bibliográficas 


liibpos     y    folletos    peeibidos 


Varios 

Voluntarios  aristócratas  (drama  contra  la  «íuerra),  por  A.  Her- 
nández— Cid,  Madrid  ;  Idealismos  Juveniles,  por  José  Cantarell  Dart, 
Buenos  Aires;  La  Epopeya  de  Artigas  (cantos  épicos),  POR  Ricardo 
Pollo   Darraque,    Mnintcvideo. 


.1, 

■/,'■; 


Be   la   Librería   Paul   Ollendorff  (París) 

Tratado  de  Derecho  Penal  y  los  Comentarios  al  Código  Penal  Co- 
lombiano, POR  Vicente  Concha;  Ocios  de  Emperador,  por  Charles 
Laxjrent  ;  Blancaflour,  por  Tancredo  Martel  ;  Ortología  Castellana  de 
Nombres  propios,   por  Miguel  de  Toro  Gisbert. 

La  publicación  de  este  tiltimo  libro  significa  un  triunfe  para  la 
easa  Ollendorff  que  día  á  día  nos  sorprende  con  la  bondad  de  sus  edi- 
ciones. Miguel  de  Toro  Gisbert,  que  ya  tiene  otros  volúmenes  en  la  mis- 
ma biblioteca,  labora  incesantemente  y  su  encomiable  labor,  variada  y 
personalísima,  resulta  provechosa  para  quienes  se  dedican  al  estudio 
de  la  lengua  castellana. 

La  de  Vicente  Concha  es  una  obra  de  consulta,  cuyo  valor  sabrán 
apreciar  los  que  se  dedican   á  esos  estudios. 

La  LiJirería  Faul  Ollendorff  tiene  en  vías  de  publicación  obras  im- 
portantísimas de  escritores  hispano-americanos  y  franceses.  Sus  biblio- 
tecas- elegantes  y  económicas,  con  magníficas  portadas  en  colores  que 
demuestran  un  buen  gusto  editorial,  obtienen  los  beneficios  del  público, 
piles  allí  figuran  obras  de  Amado  Ñervo,  Manuel  ligarte,  Bonafoux, 
Cristóbal  de  Castro,  Villaespesa,  Dominici,  Blanco  Fombona,  Contre- 
ras,  Chocano,  Reyles,  Diez-Canedo,  Martí,  Moróte,  Pompeyo  Gener,  etc., 
entre  los  autores  americanos  y  españoles'  ya  consagrados,  y  entre  los 
franceses  Lorrain,  Theuriet,  Bazin,  Paul  Adam,  Capus,  Bertheroy, 
Lombard,  Maizeroy,  Judith  Gauthier,  Uchard,  Loti,  D'Esparbes,  Ro- 
lland,    etc.,    etc. 

Biblioteca   Renacimiento   (Madrid) 

El   señor   Ruiz    Castillo,    de   la    importante   casa   editorial    uRenaci- 
iiiiento)),  ha  hecho  una  gira  por  el  vecin-j  país,  estudiando  el  movimien- 
to  librero,   para   dar   un   fuerte   impulso   á  la   difusión   de   sus'  ediciones 
Dentro  de  breves  días  estará  entre  nosotros  y  luego  visitará  Santiago  de 
Chile. 

La  li'íhlioteea  llenacirniento  anuncia  ya  la  aparición  de  dos  obras 
de  Marquina :  <cLa  Alcaidesa  de  Pastrana»  y  ((El  Rey  trovador»,  que 
tendrán,  sin  duda,  tanto  éxito  como  ((En  Flandes  se  ha  puesto  el  s-ol» 
del  mismo  escritor. 


f 


DÁTALO', o    DK    LA    «LIRi-íKlíiA   'MKiírnnn:^  ]'.) 

BiblíotQcn  Cierstífi30-í-ilosófiD3  (1) 

.[¡lulfn     l'iis-hhi  —  PniU'ii)ios     de     Sociología 1  t.  ¡lUt.  $  L'.O'J 

HükÍíivo    Lr    Bon — J'sir-ohigía    (1(>1    Sofialisiiio ,  \  ><  »  >.   1.7," 

Uc'jií — !''ilosofía    (!el    Kspíi-jtu 2  x  ),  >-  ■_'.i:ri 

»        Estética             2  I.  !«  )i   ^.T.-i 

fli.    Hihni — I, a    Psieolo^ifa    «le    los    Seni  iniieiilos/ "■  )■■  )>  ->  2.0  i 

))           íí          .Ensayo  acerca    de  la    imaginación   creadori  \  ;->  .■  ;>   \.~,i\ 

»           »          lia    Mereneia    ¡'si-olcgica    1  .•■  ,,  »   1.75 

/v  /;íí,    J'rsfiili:z-:i    y    ^'óf//(^-    Sobre    Educacicn 1  ).■  ..  >>  0.70 

Frriién — l'^iTores    c¡<'nt;'íicos    de    la    l'ibiia : 1  ;■  ;>  >>   1.0' 

i;            .Los   -Mitos    de   la    !5il.)lia 1  ,.  »  ,>    i  .00 

?t'í .'.tA/í /•      Lo     helio     y     su     histoi'ia 1  .  ■-  .  0.7") 

íliií  ií<  i¡!i  'Ti — í.a     ci-ítica     ci"iitííica 1  x  w  y.  0!70 

'.ilcKifid      liiriij — Lo      bello... 1  a  ..  >,    0.00 

JiírisprurienoH,  Filosofía  é  Historia 

./'.  í.inrij  lii'iiiiíii  II — C'omjx'ndio  de  Economía  l'olítica  1  t.  lúst.  $  "2.0'> 
a.    Miífiínj.    -U .    .1.     Mistoria    de    In     Lireratura    cl;ísica 

líntga 1  >/  )i  )i   2.^í. 

■'itrl'/s    l.i  mr];c — Estética    1  y.  v,  »  2.00 

//.    //(■■;//</'/((/    -i 'si cologí.i     l\xi>criinental    1  >■  »  )¡  2.2"i 

■  ffiJín  i^/.s'A/'/i — 1/is  siete  lániparas  de  la  Arqaitect;ira...  1  y¡  ¡¡  »  1.71 
K^!iiardo  !)<nr(bn- — Historia  de  la  literatura  francesa...  1  .'>  >:•  »  2.25 
i.''í,r  Miilhr — Historia   de   las    Rí'ligioiies 1  »  »  >■.  2.00 

!)           ))        La    Ciencia    del     Lenguaje , 1  >>  )<  »  2.0  i 

.'■,'(';/'"■'?"    ■hf'tncf — El    l"]s]iíj'itn    nuevo , 1  y  »  »   l.'J" 

-/.    li  .    liiiifirss — C-'iíeicia    Política   y   Derecho   Constitn- 

ci¡)nal    comparado      2  >.  >>  )>  3.50 

KurKiiif    F.    .[fuirl — Diario    íntimo 1  »  >-•  >•  2.25 

'./.    Uniy;;: — i, a    uioral    iiíglesa   conteiiiporáuea 1  »  jí  ."   3.00 

Ediciones  varias 

Infonio    Zo:ff(/n-  --Misterio    (Tríptico    campesino) 1  t.  rúst.  S  0.5o 

Fernando    Moni — Los    vecinos    riel    héroe    (novela) 1  >,  >■  >■  0.75 

liinujno     \'<iri'la  —  Lielires     -\morosas     (cuentos) 1  y  >¡  y  0.7". 

■  I  lili  (I   ('(¡iidnr    ¡I    Fr-incn — Oro   y   ()ro])el    (novela) 1  y¡  >>  >    0.7^ 

i'iinn:^    ]'j)i fK/vcz — Aires   da    miña    térra    (poesías) 1  >)  y  >■  0.7"' 

-lonijii'm     M^     Biirfrinfi — Algo     (poesías) , 1  >>  y  y   l.Oí' 

ilf'>nso     tLi'rnánde'.-"(itá — -Novela      erótica 1  »  >•■  ¡i  0.75 

!'i  iidrnr'iD   Cnnifrot — Cuentos  de   .\bades   y   de    .\ldea...  1  ).  r,  y  0.7" 

AVxrto    t'aniha — Baratijas 1  >>  "  >    0.2" 

Dchiqi    II  (h)ldsiiFitJi — lias  Teorías  de  la  Evolución 1  >>  >  y  Ú.^'i 

Lilis  de   ('^nnoin.f — Los   Lusiadas 1  "  »  >    0.2'i 


(1)   Ver   la    págiiui    10   del    presente   catálogo. 


C.\T\L'i:;ii    DI-;    L\      '■U.iBKKKÍA    MEKCURKf  » 


)■  >)  . . . . 

/   :f:<(<J-i       líUsiñnJ. 


TomoB 

/•!n>-¡ir:!'    ríñri/m   ..       Cómo   ac;il)(3    la    J)ominación   de 

lísjjaña    en    América  1 

K!    País    de    la    Selva 1 

Cosmópolif.      1 

Hojas    de    la     Vida 1 

Desde   el   Molino   é   Impresiones 

■de     Arte 1 

1 'ajaros   de   l)arro 1 

Ohras    Dramáticas    2 

Cuentos  bretones 1 

Crónicas   del    Bulevar 1 

Paisajes     Parisienses' 1 

La    novela   de  las  horas  y  de  los 

(ÍÍ1S       í 

I  .la    tarde    de   Otoño 1 

Vértigos      1 

Lígajo    ('e    ^'arios    1 


.'■hiiivij     T'í/drfi 

V.  )) 


f'il ¡II nlo    Z'iniíirois 
II  r>,     Z'i-njn     


»♦« 


OXK.C 


PlTjPlLOCS-OS 


Tenemos  á  disposición  del  público  los  sii^uientes  : 
Citáio.iío  ilusti-;ido  de  i;i  Biblioteca  Reoacimiento, 

co:i  retratos  de  los  ;iutores   y  opiniones   de  ilustres  lite 
ratos,  (nueVf)  edición). 

C.itáioiíode  la  Colección  Científica  dirii^idapor  Emilio 
Borel  \-  de  la  Bibliotecc  de  Filosofía  Científica  dirio-ida 
por  el  doctor  Gustn.  o  Le  B(;n. 

Cit.íloiío  de  1 1  cnsa  F.  Granada  y  C.'''-  de  Barcelona. 


G.  Martínez  Sierra  : 

Eduardo  Marquina : 

Canci'ix  de  Cuna  . 

y¿ 

o  go 

Doña  María  la  Brava 

$    (-.90 

El  arihi  (le  la  casa. 

> 

0.  Tí) 

En  FUnide.i  s-c  ha  pifsto  i'l  si>l  . 

»     O.Ud 

Ca-rrrKsn  IXEaxtí  d.2;  IXEissé  : 

Alte  (I<;  cortar,  cfiiilcccionar  .v  ailoniar 
tip(l;i   cliisc  (!<■  iii-cnd.-.s  de  vestir. 
■■^EXTA  EniOI(')X   (l'.iiii)        1  tomo  con   inniicrosos  K'ni''a(lo.s     .$     :¡.sO 


El  Corte  Parisién- 


S.  y  J.  Alvarez  Quintero  : 

G.  Martínez  Sierra: 

La    \i\\\\    ETEIÍNA       .             *      0    80 

Pk'Imavera  ex  ÜTorin. 

f¿ 

0  !»(* 

La    '■'ii'i-  (le   la    M'la    .      »      0   7-') 

La  síuiilj-a  fiel  padre    . 

> 

0  7r> 

¡ii:¡Hi'c.    --  ;'i    tomos    ¡ii'ot'iiSMmi'iitc   ¡lustiMíios     .     .     .     .     $ 


r.   J>'l, 


CATALOGO    DK    I, A      "LIBRERÍA    MKRCUK'IO» 


Mdchtulo  de   Aüxis.                                   El    Caira    de    Aldea .i 

Don     Casmnrro     1        '"^    Caridad    Cristiana    4 

Varias     Historias     I       ^^"^    ^í"'^'"   'i*í"lt«'i 4 

U„-,m o/— Amalia      2        ^^«^    Ksceiias    de    la    Vida 6 

.y,,,;,,,.,,,/— Penas     del     Corazón  i         "^^^    P'":«^    •^*'    IMisericordia P 

La    Envidia    I 

Mdtthiy   (A.)                                               La    Calumnia     1 

1  'i     Brasileña  1  ^^"   Madre  de  los   Desamparados  t 

Kl    Juramento   de   una    madre...  2        ^^"^    Des^raeiados     í 


Sor    Anivela    1 


Los  Hi.j('s  de  la   Fe 4 


Zoé    ehie.i-chien    1        l'.rü— Sanos    y    Culebras 1 

M.    ('.    dv    I.— Relaciones    peii-  ¡'nüwn-o     rAm/a5-Tn.stez?is      á 


a 

prosas       1  "'•i"=»s    ^l^'l    >»=''■    ' 

Mrrñ-kou-.dñ—^.!,  Muerte  de  los  y,^^,,   ,,,^    ^,,^    y,,  ,.,.^,^ 

Dioses      I 

.1/,, „,;,./■— Carne    de    Placer......      1        'f^    Piratas   del    alto    bordo 7 

El    Cai)itáii    de    los     l'i'.nitentes 

Monicjñn    (Jdv'icr   de)  negros     2 

l.a    Hija    de    IMargarita 6       ''«s  Noches  del  Barrio    de    Breda      i 

Los   Amores  de  un  loco 1       ^^^^^\    Busiñol     i 

l>as    I  Itimas    Aventuras    de    Ro- 
eaml)ole    2 


La     Cuerda     del     Alioi'cad 


o. 


o 


Kl    Co!n])adre    Leroux    1 

La    Confesión    de   Tulia 1 

(ienovexa     (íalliot    1 

La    Hija   del   .\Lie.stro  de  escuela  1        ^^^     Diamant;>     del     C'omendador      I 

Fl    Idiot'i  1        l'u>  rtn     1  izcuino-  -VA     Aiuíjr    y     ¡-i 

La     Perla    del    Palacio    Roval...  1  Caridad       2 

La  Querida  de  su  Marido 1        ^''y'>"-'(-^-    D-Hunil.erto    Fa- 

l^a     Sirena 1 

l'na    nueva    bailarina 1 

(  na    l'asión    i 

Su     Maiestd    ,4    Dinero 3        '-•     ^^''^''''^     A.loptiva 


ora 


It'ichi'h-xini    (E.) 


Juan     Lobo 
M  ii.^^s/'t    (Alindii   de)  Jj¿-   Señora  del  \'elo   n»'U;i'o. 


{'lientos  1        l'-x'hc     (Ui'ijiíKi'^ — Osear  y  Aman- 
La     Confesión     de    un     hijo    dei                  ''       

-'«'"      I              S„rz     dr     Mrlun: 

<hfr</(}    (K nrKjUrt  ■      l^a    Pastora    tlel    (¡uadiela 


.L.st<,s     V     Pecadores    ]         ''"     ^I^rqUesa    de     !'¡ 

!.os     Casamientos     del     Diabin...      1        Sriidmu-FA    Castillo    d..    Mont- 


/lis/-,,'     ,/     Vxihnii — ^^Fl     DdTc     .]<■ 
-MatLCn  rita        


<:>hrey     

»            IMariana      i 

lili,     r.srrich     i  /•, ;/  (  /(/  ii  i  ) 

!'J.     -Vnioi-    de    liis     Anioi'fs 1        El    A  :it  ic;ia  rid    2 

i'.!    infiei-no   de   los    Celos    4        .^venturas    de    NÍlii'I    2 

I  (is     .M  at  niiion  ios    <1(4     Diablo...      4        Danlioe    i)    el    Cruzado 2 

\'A   ('oi-;iz(;ii    en   la    Mano 4        (.hiinti'n    D.irward    2 

!' i     i'an     de    los     Pobres i         Hedi^autlft      '-'. 

!  •'     i'i'i'd  icituí    de    la     .MiijiT 4        iiob     !{ov     2 


WMWM 


l/ATALfKiii    ÍM-;    í.  \      v:  IJíüíKuiA    MKHCUKÍü» 


Temos 


/;,!' 


/'/';"/ 1  ¡fta 


R"¡nH 


-I     !  :n'; 


I'iis'iíi'ij . 


.''■fm,  .1,  ¡ 


!:,!.:  ,,,!■■■ 


I) 

■  i.ninf    ... 

?   <l<nfi 

))        ... 
.11        ... 

7)         .  .  .  . 

niln     


(  (in'.o    aci'iió    la    Dominación    do 

ICspnrtn    (11     América 1 

K'     País    (le    l;i    Selva I 

C'(ís;im',i;o1í~,      1. 

Hojis    (le     la     \'¡(la 1 

i),    (ic    ci    ^.lolino   é    Impresiones 

Je     Arte "í 

! 'aja ros    ele    liarro 1 

Ohras    Dran.^áticas    - 

Cuentos   bretones 1 

í'rcnica.s    del    Bulevar 1 

i'aisajes     Pai'isienses 1 

\j\\    n()\-ela    de   ias  lioras  y   de  ^los 

di  ts       í 

í.  -la    tarde    de    Otoño ! 

\  (■rti.ízo.i      1 

l.ep:ai<i    iU'    Vario.?    1 


II'! 


oxf^: 


PlX  jPí.L  o  3- o  S 


Telemos  á  dispíjsición  del  públicf)  los  sii^uientes  : 

C  itá!o,i>-o  ÜListr.idn  de  hi  Bfiiblioteca  ReuacImleMfo, 

COI'  retratos  de  'os  ;iutores    y  opiniones   de   ilustres  lite 
rales,  í  iiiievíi  edieién  ). 

C;!t;'iiOLío  de  !;í  Colección  Científica  dirioida  poi"  Emilio 
Bore!  \-  de  ia  Bibliotecc  de  Filosofía  Científica  dirio^ida. 
por  1*1  doctor  Gustn    o  .Le  B(jn. 

Cit.l'iOíío  de  1 1  casa  F.  Granada  \^  Ci^  de  Barcelona. 


G.  Martínez  Sierra 

El  (t.nxí  íA"  la  c<ts(t . 


^     o  90 

^     O.  Tr> 


Eduardo  IVIarquina  : 

])o.\A  María  la  Brava      $  o.go 

lui    Í'IüikU's  ae  lia   pxi'sl"  el  si>l   .     n     O, '.10 


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'¿armera  3X[a_rtí  ds  IXEissé  : 

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'C-        ^       Hr^S^On   ~  tinl.-i    clMst'   i\r   iin-iiil:,s   (le   vestir. 

leX'l'A   !'".1>UM()X   (!'.'Mi)        1  tiiiiiñ  ron   innncrcsíis  ^rabjiilo.s     .■*     il.^O 


S.  y  J.  Alvarez  Quintero 

l..\     ¡;;\!  \     KTKIÍNA 

¡.'I    I-'hir    ilc    la    ]'i(l(i     .       >-•       ()    T't 


: 

G.  Martínez  Sierra; 

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J'i,'nrv\i:RA  kx  OtuTíi. 

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/,i-i  sonilr-íi  (Id  pftdvc    . 

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)íÍ3foria   de    la   Revolución   fran;2e3a 


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itllS.-lUlfillf    I  lll-IIMll 


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CAT\í>(»Go    PK    I. A      M.IBKEiílA    MHRCriíTí"» 


Mnrhiiihi   <U'   .l.'í.'ís. 

bou     Casinurro     

\';ir¡;is      Historias     

Miirriiol-    Aiiiidia 

.l/('/,:'/oi/--— i'cnas     del     Cocazóu 

Maltk,!!    (A.) 

I.a     Brasil<'ña     

Ki    .J  uraiiicrito    de    una    uiailri'. . . 

Sof    Aiis^i'la     

Zdc    chicii-cliicn     

.1/.     ('.     (Ir     L.  —  l{('laciimt'S    jifii- 

iZi'Dsas        

M I  i  /■¡koirski — Tya  Alucrtc  de  los 

l)ioS<'S       

Miittt'nr — Carne    de     Placer 

}[ Diiti' i>in    {-Ini-Kr   '/i  ) 

La     Hija    de    Marica  rita 

Los    AtiHij-es   de    un    loco 

l']|    C'orupadre     l.eroux    

La    CoiitesHuí    de    'l'ulia 

(ieiiovexü      (iulliot     

La    Hija    del    Maestro   de   eseiíela 

K!     Idiota     

La     l'erla     d.-l     Palacio     Poyal... 

La   (^)uerida   líe  .=;u    Mariiio 

La     Si  relia 

i   na     uue\:i     iiailai'uia 

I   ua     i'a.^iiin     

Su      .Majesld     (I      i)in<To 

(  iicri  to> 

La      CiUi  tes!('i!i      de      un      llijo      dei 

Sli^jo  

(Iitiiiii     {  K  n  riijU  r  ■ 

■  !  U.^t  ( JS      \       Pecadi  il'es    

Lü.--     Ca.'-aní  lentos     .|el      l>i:dilo... 
'  "Sí-   ,■      7      I!,  i'inii  ¡     ~VA       i),,t.'      d.' 
Margarita         

/ '(  /''  :    /•,'.'■•<  I'  uji    1 1",  II 1-11/  lí  i  ) 

L!      -\Uhii-     di-     los      Ahiores 

i-d     íuiierno    de     los    C,.],,,     


I  II-     .Mar  riiüoiiios    lie!     i  ¡iiililu. 

!'.!    (  I  ira/.Oíi    i-!i    l;i     M  a  III I 

I. 


VA    Cuia    d(>    Al(^en 

La    Caridad    Cristiana    

La    Mujer    adúltera 

I^as     Kseejias     de     la     \'ida 

Las.    OLi-as    de    .M  iserieor-lia 

La     I''nvidia     

La.     Caluiiiuia     

lia    .Madre   de   los    Desauíiuirados 

iiOs     l)es<;raeiados     

Los    Hijis  d(-    la    Fe 

I'ii'ir — Sai)Os    y     Cule'ua.s 

r i nl>.  I  : ru      C/m;;/(;.|.' — Tri.-iti-z«..s       á 
orillas    del    iiiai- ' 

I'an    un    i]  !j    Ti  /'/  <¡  lí       ' 

Los    i'iratas    del    alto    Lordo 

H!     Canitáu     de    los     Penitentes 

Jícaros     

La.s  Xoclics.;  del  JJarrio    de    Preda 

Maese      Husiñol 

Las    Ultimas    A\'enturas    de    }{o- 

eanihole 

La      Cuerda      del      Alioreado 

El     l)iainaut;>     del     Cone'udador 
l'tnrid      1  ir.cni/i'i      VA     AuKjr     y 

Caridad        

Itnniiis    (./.     .  1  .')    'H  uiidie¡-li)     Fü- 
lira     

l!  icli  I  }f,ii  rii    íK.) 

L'      .Madre     Ado|)t¡\a 

J  ua,  n     Lolio     

L;     Señ:ira    de!    \  elo    nemo -. . . . 

Ii'irlii       i  lli  •!  I  un  "i — (  lse:i  r  \    .\l]l:!ii- 


Snrz     (/(       Mihl:r. 

].n     Pastora    di'l    Cuadieia 

i^a     .Mar-jUesa     i|e     Pinaies 

S''  ni] I  II  I! -'A-Al    Casiiilu      ¡c     ,M(Uit- 

siLrey    

))  M  a  ¡'I a  ti. -I        


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\  eiit  n  ras     ■  le     N  illiI    . . . . 
\"aiilni,'     (!     el     Cruzado.. 

■'.'11  nit  i  u     i )  a  i'w  a  rd     

Hedí^autlet       

!í,,l.      Pov     


CATAJ.oGO    DE    LA     «  LIBRERÍA    MERCURIO  » 


Obras  poéticas 

VÁ  Parnaso  Oriental 1 

)i            »                »       1 

Kl   Parnaso    Argentino 1 

)i           ))                  »           1 

VA    Parnaso    Mexicano 1 

».           »                  »           1 

/'ufifano— Parnaso     Argentino     1 

('    B.  A. — Parnaso  Venezolano 1 

Hcl    Valle — Parnaso    Cubano 1 

Donoso — Parnaso     Chileno I 

Tesoro  del  Parnaso   Americano 2 

I  'ampoamor — Los    pequeños.-  Poemas  1 

»             Doloras  y  humoradas  1 

»             Poemas  I 

»             Poesías  y  cantares...  1 

»             Obras    poéticas *2 

»                   »            »       2 

Mármol — -Poeyías    completas 1 

»                »             »  1 

S.ux- — Cantos   de    Rebelión 1 

l-'nlco — Cantos     rojos 1 

t'hocano — Obras     poéticas  1 

»                 »             '>  1 

I  laza — Poesías    I 

»         Poesías  completas..... 1 

»                 >i               »         1 

llores — Pasionarias    1 

»                  » 1 

»                  »                 1 

l'rza — Poesías     1. 

»       Poesías    escogidas 1 

»              »                  ))          1 

)i       Glorias    de     México 1 

»              »           ))           »        J 

))       Monólogos    1 

.liuñrt — Poesías    completas 1 

»                ))                 »           I 

Ueine — Poesías    completas 1 

Xúñez  de   Arce — Poesías 1 

»         »         »            »        1 

Kxproncedü — Obras     poéticas 1 

»                   »                »        1 

Zorrilla — Poesías     completas 1 

))                   ))                  ))          1 

Ualart — Obras    poéticas    1 

))                 »                      ;) 1 

'/jorriVd   de  Han    Martin — '.I'abaré...  ] 

n          )<        ))              ))                 »        ...  1 


tomo 

ilustrado. 

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tomo 

ilustrado. 

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38  -  Catálogo  de  la    «  lib«ería  mekcürio  » 


Biblioteca  de  los  novelistas  (Bouret) 

CADA  TOMO  EN  TELA  >$  O.45 


Toaei 


Blest    Gana    {(inilLermo).'. La     ií'ascinación   i 

El   Pago  de  las  deudas 1 

El    Primer    amor 1 

La   Aritmética   en   el   amor 2 

E¡    Ideal    de    una    calavera...!..  2 

Martín     iii  vas 1? 

Vastera    (í'edro) Carmen    1 

Champsaiir  {Fdiriano) Jb]l     nido    vacío ] 

rhantecUiir    , La     Aljodelo  1 

Cfíatcaubriund     Átala,   Rene  y  el   último   Aben- 
cerraje   1 

Deanircdh:     {l>xlro) Los    dos     l'iiletes 2 

DoctetiT    {('arlos)    Por  un  título   1 

l)umaí<     {Alepindro) KJ     capitán     Pable 1 

El   Caballero  de  Casa  Roja 2 

KJ   Caballero  de   I-larmeiital 2 

Ijh    Hija   del   Regente '¿ 

liOí,   compañeros   de   Jehú 2 

l'l    conde    de    Monte-Cristo 7 

La  Condesa  de  Salisbury 1 

La    Guerra    de    las    mujeres 2 

Memorias   de   un    módico 6 

VA   Collar   de   la    Reina 4 

Ángel    Pitou 2 

La  Condesa  de  CKarny 5 

Los   Mil   y    un   fantasmas 8 

l'Os    Moliicanos    de    París 10 

Na  poleón     ] 

La    Reina    Margarita 2 

lia    Dama    de    Monsoreau '<i 

lios    Cuarenta    y    cinco 4 

La    San    Felice 8 

Sultanetta      1 

I^os    tres    iMosqueteros 'ó 

Veinte    años    después 4 

E'    vizconde   de    Bragelonne 6 

Isabel     de     Uaviera 2 

La    Regencia 1 

liuis    XV^    2 

Las    lobas    de    Machecoul H 

Kl     Speronare 2 

Kl    capitán    Arena 1 

El     Corneólo '2 

Un  año  en    Horejicia.  I 

Ija     Villa     Palmieri 1 


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aiaLuüo  l»e  la  clibri-.k.a  mercurio >  39 


SOBM 

Uvmns     {Alejandro) Las    Orillas    del    Kin 2 

»                   »             Quince    días    en    el    Sinaí 1 

))                  '»            La    Suiza    3 

if urnas    {Hijo)     La  dama  de  las  Camelias 1 

Knseñat    {J .    B.) Tritón      1 

»           »       »      Por    la    Honra 1 

Fernández  y  González La    Dama    de    Noche 1 

(ienlis  {Madame   de) El   Sitio  de  la  Rochela..; 1 

fJómez    Carrillo    {Enrique) iJel  amor,  del  dolor  y  del  vicio  1 

»               »                »           La  bohemia  sentimental   I 

»               »                 »           Maravillas      1 

Bernández    {Dr.    Fortunato) Desequilibrio 1 

Hugo    {Víctor)    De  orden  del  rey '2 

Jho     Alfaro     {Manuel) Malditas    sean    las    mujeres 1 

ísaacs    {Jorge)    María      1 

Koch    (Paul   de) El  Prado  de  Amapolas 2 

í,ópez    Penha    (Abraham    Z.) La  desposada  de  una  sombra...  1 

Ijoti    {Pedro)    Mi    hermano     Ivés 1 

Mary_  {Julio) Los    Últimos    Cartuchos 2 

I  arios    autores Mejores  cuentos  de  los  mejores 

autores    españoles    contempo- 
ráneos        1 

.\()mbela    {Julio) Historia  de  un  minuto 1 

»      La  novela  de  un  joven 1 

La    Fiedra    Filosofal 1 

La  realidad  de  un  sueño I 

»      Un   Hijo   natural 1 

La   Niña  de  Oro 1 

El   Secreto  de  la   Vida i 

Bisutería    literaria 1 

líl    Ultimo    duende /  1 

La  semilla  y  el  fruto... 1 

Novelas    cortas    de    los    mejores 

autores    españoles    contempo- 
ráneos. 

I'tirdo  {Mif/iiil  Eduardo) \  iliabrava      I 

Pezfí    {Juan    de    Dios) Memorias,    reliquias    y    retratos  1 

i'iibt'n     Darío Peregrinaciones     i 

Savage    {Coronel) Mi   esposa   oficial I 

Sirnkieyvicz     (Knriquf) El     Diluvio    2 

Siniiés  de  Marco  (María  del  P'dar)       La    Ley    de    Dios 1 

')        »           »           »           »         »           Sofía   Restaud    de   Cottin 1 

Iheuriet    lAndri') b'lavia      1 

Wisemann    Fabiola    *■' 

Zola    {Emilio) J^a    caída    del    Padre    Mouret..  2 

»           »         Los    Misterios    de    Marsella -' 


» 

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arios 

ati 

ton» 

40  CATÁLOOO    DE    LA     «  UBREKÍ  A    MERCURIO» 


Biblioteca  Artística 

OBRAS   I)K    I    TOMO,    ES  RÚSTICA,    Á  $  O.50  CAÜA  UNA 

Altamirano      Clemencia. 

Jjalzac       Los   Soldados   del   Imperio. 

Castanier     La  orgía  romana. 

„  La  Cortesana  de  Menfis. 

)) La  hija  de  Creso. 

),  El   Loto   del   Ganges. 

Dominici      Dionysos    (costumbres    de   la    a,nti- 

gua   Grecia). 

Ilalevy    1^1   abate   Constantino. 

tieller    Amores    antiguos. 

i.ouyfí     Afrodita. 

,)        La  mujer  y  el  Pelele. 

„        Aventuras  del  rey  Pausóle. 

Massón      napoleón  y  las  Mujeres     (,KI  Amor). 

llehdl    L'i  Nichina. 

Biblioteca  Científica 

CAI)\   TOM(í    FN    la'sTICA  :    $  0.75 

Tcmss 

Ernesto  Haeck el-    VListoiia  de  la  creación  de  los  seres  según   las  leyes  _ 

naturales  

/•.    Lonfrey — Historia   Política  de   los    l'apas I 

.1.  Renda — El  destino  de  las  dinastías • 1 

I).   F.    Strauss — Xiu>va    \  idií    i!e    Jesús ■ - 

J.    Fola   7í7Mr/^;Jr-^-líevelaciones    cieiitíñcas.    que    comprenden    á    todos 

los    conocimientos     iluiiiaiioi         ••■ 

/'.  J.   Frowd/i";,-  -De   la    creación   del   orden   en  la  humanidad   ó   prin- 
cipios de  organización    política 

■losé  Ingcyniercs'    1  i  isteria  >  Sugestión     (Estudios  de  Psicología  clínica)  I 
o                 o                Simulación     de     la     locura     ante     !a     (.'nminalogía, 

la    iMedicina    Legal    y    la    Psiquiatría i 

IjVÍs    Bnclner — Ln     vida     i)síquica     de     las     bestias ^ 

A'nqufitii     IJiíJe — Kl     tin     óe     las     religiones ' 

i;-rfne1      AUn  mi  ni      \']s.]mui\       en       América I 

Carlos   Octavio    Bunge 

lia     Kducación 1    tomo    en     rustica    $    l.óí) 

Obras  de  Carmen  de  Burgos  (Colombino) 

(ADA   TOMO    í:\    IU'sTK'A    $    0.25 

Tomos  TomCS 

La    cocina    moderna 1  alud     y     Belleza ! 

.Vrte     (le    saber    vivir 1        ¡.as    artes    de    la    mujer..,: 1 

.Modelos     de     cartas I 


Di  rector -Kcdnctf)!-:   l'VAlK/u  Y   CUKIS 


Adnainistracior: 
LUIS       PÉREZ 


I:í,edaocióii  y  A.<inainisitracJóii 
■^ritElK-TA     Y     TK,EíS,      TS 


AÑO  VI 


Montevideo.   Julio    de    1911 


N."  53 


Visión  Itidia 


Dül  M;iliiib}iriit;i. 


Para   Ai'or.o. 


Cabe  la   margen     del   apestado   Ganges 
piepos  combaten  Koravas   y   Pandavas; 
Con  pesio    empuje  las  índicas    falanges 
Unas  sobre  otras  se  precipitan    bravas. 

I^ayan  los  cráneos  ensangrentados  franges 
Que    abren  los  golpes  de  ponderosas    clavas, 
V  sajan  hondo  los  filosos   alfanjes 
Lia  carne  flaca  de  las   turbas  esclavas. 


Hlarde   cruento   de  bárbaras  pujanzas. 
Perdido   el  brillo  de    sus  hojas   cortantes. 
Sangre   destilan  las  falas  y  las  lanzas 
Que  los  Ghatrias  guerreros  blanden   triunfantes. 
Lia    tierra  tiembla.      Sobre  el    juncal  las  panzas. 
Lia    trompa  al  aire,   al   trote,  jadeantes 

Pasan    los   elefantes 
Como  una  tromba,   en  apretadas  filas; 
Y  en  la  pagoda    husmea   las  nraatanzas 
XJn  ídolo   «monstruoso  de  hoscas  pupilas 
Kalí,  la   torva    «Diosa  de    las  Venganzas ». 


Junio,  1911. 


Adriano   JVI.    ñGUlñí^, 


trt  I  s^rví 


m"!'  iifMi      I  lil  .1 


40 


CA'I'ÁI-Oíio    DE    LA      «LIBRERÍA    MERCURIO» 


Biblioteca  Artística 

OBRAS   l)K    1    TOMO,    EN   Rl'  STICA,    Á  $  O.5O  CADA  UNA 

Altamirano      Clemencia. 

Bnlzac       Los   Soldados   del    Imperio. 

Cantanier       La  orgía  romana. 

1)  La  Cortesana  de  Menfis. 

» La  hija  de  Creso. 

))  VA   Loto   del    Ganges. 

Dominíci      Dionysos    (costumbres    de    la    anti- 
gua  Grecia). 

Kl    abate    Constantino. 

Amores    ant igiios. 

Afrodita. 

La  inujer  y  el  Pelele. 

,)        .Vventiiras   del   rey   Pansole. 

Massón .Napileóny  lasAlnieres     (Li  .\nior). 

líehiil f^a  Xichina. 

Biblioteca  Gientcfica 


ILaievy 
tvcUer 

11 


.•.\l)\  TO.Mn  i-N  Ri'sTUA  :    $  0.75 


Temos 


KrtKsto  HaccLul      Histoiia  de  hi  creación   de   los  seros  según    las   leyes 
naturales 

./'.    />íí/)/r''i/— Historia    Política    do    los    l'apas i 

1.   lUtirla — El  destino  de  las  dinastías ■■■        ! 

/>.    F.    Strauífs     Niio-.a    \  10a    >!c    .Jos\is 

./.    Fola    IgúrliiíJi '-    i;o\-olacioiics    (•¡oiitííicas.    que    compronden    a    todos" 
los    conociniiíMiTos     1  lum;!  no.-         '■ 

/'.  .7.   l'ro-i¡dh"ii      Do   la    cicación    del   oi'dtMi   en   la   liunianidad   ó   prin- 
cipios de   orga  ii  i/.acii'iii    i>olític-a    ' 

h>sé  Inijciinn  ri::<^    1 1  i.-.tona  >  Sogcstión     (Kstmlios  de  Psicología  clínica)     i 
o                 ■.)                 .Siiniihu-ión     do     la     locura     ante     !a     Criminalogía, 
la     [Medicina     Legal    y    la     Psiquiatria ¡ 

/.'/í.v     F>iicl:iirr — l.n      \i(l;i      ])sí<|nica     do     las     Itcstias i 

1  i/í/i/s-^i.     Dille — MI      lili     liv     las      i-oligioiios i 

L'iifiiil      Altamini      Kspaña       011       .Aniónca I 

Carlos   Octavio    Bunge 

La     lüliicaciíin 1     tomo    ou     rustica     $     LÓü 

Obrus  de  Carmen  de  Burgos  (Colombino) 

(.\i!A  'rf).\io  i:\  Ki's'iK  \  $  0.25 


Tomos 


Toincs 


Lii  cixnia  iiiodorna  — 
.\rto  <lc  s:il)or  \'ivir. 
-Modelos     do     cartas 


1  alud     y     Helleza 

1         i.as    artes    de    la     muier 


Director- lícdnetor:    l'KK'KZ   Y   CURIS 


Administrador: 

LUIS      PÉri,E:z 


K,eda.cción  ■^,'  Administra oióii 


AÑO  VI 


Montevideo.    Julio    de    1911 


N."  53 


Visión  India 


Del   ^r;lll:lb!l^:lt:l. 


l'<ii-(r  Ariir.o. 


Cabe  la   margen     del   apestado   Ganges 
piepos  combaten  Kopsí'^sis   y   Pandavas; 
Con   pecio    enipujc  las   índicas    falanges 
Unas  sobfe  otras  se  precipitan    bravas. 

Rayan  los  cráneos  ensangrentados  franges 
Qixz    abren  los  golpes  de  ponderosas    clavas, 
V  sajan  hondo  los  filosos   alfanjes 
lia  carne  flaca   de  las    turbas  esclavas. 


ñlarde   cruento   de  bárbaras  pujanzas, 
Perdido   el   brillo   de    sus  hojas   cortantes. 
Sangre   destilan   las  falas   y  las   lanzas 
Que  los  Ghatrias  guerreros  blanden   triunfantes. 
Lia    tierra   tiembla.      Sobre  el    juncal  las  panzas. 
Lia    trompa  al  aire,   al    trote,  jadeantes 

Pasan    los   elefantes 
Como  una  tromba,   en  apretadas  filas; 
Y  en  la  pagoda    husmea    las  matanzas 
Ijn  ídolo   monstruoso  de  hoscas  pupilas 
I^alí,  la  torva    «Diosa  de    las  venganzas ». 


Junio,   1911. 


Adriano   M-    flGÜIAf^. 


—   112  — 

fl  los  trovadores  áulicos 


De  «Albfis  Sansiieiitus» 

Troveros   que  algún  día 
Loasteis  la  Verdad, 

Y  veis  ahora  en  la  venal  jauría 
De  los  necios,  pudor  y  austeridad, 
Sed  discretos;  el  alma  no  es  el  limo 
En  que  anegáis,  con  gestos  de  acritud, 
La  poesía  3'  el  rosal  opimo 

De  la  belleza  en  flor  de  juventud. 

(En  el  alba  sangrienta  de  mis  luchas  yo  rimo 
Apostrofes  sonoros  á  vuestra  turpitud) 

No  embadurnéis  el  busto 

De  Apolo  ni  el  perfil 

De  los  panidas  líricos;  callad  bajo  el  augusto 

Baldaquino  del  templo  de  la  Belleza. 

Hostil 
Es  vuestra  voz  meliflua,  troveros  y  rapsodas 
Con  almas  de  libertos  en  torres  de  marfil. 
Que  oficiáis  vuestra  misa  en  las  pagodas 
Del  vicio  obscuro  y  la  pasión  servil. 

El  arte— y,  como  el  arte 

La  libertad— para  vosotros  es 

Una  mueca No  alcéis  el  estandarte 

De  la  teoría  de  poetas,  pues 
La  poesía  no  persigue  impuras 
Aspiraciones.    Poesía  es: 
Candor  en  las  risueñas  criaturas. 
En  las  divinas  flores  eclosión, 
Esperanza  en  la  vida. 
En  el  alma  ilusión, 

Y  astral  reflejo  en  la  tiniebla  erguida. 


-  113    - 

Y,  decidme:  ¿qué  son 
La  verdad  del  artista  y  el  talento 
De  las  mujeres  libres  cuyo  aliento 
Espiritual  nos  llena  de  emoción? 

Trovadores  coreantes, 

Sed  discretos,  callad. 

No  busquéis  en  la  piara  de  mediocres  triunfantes 

Ensueños  de  pureza  ni  amor  de  santidad. 

Si  en  el  aula  cubierta  de  artesones  fastuosos, 
Claudicasteis,  poniendo  vuestra  musa  á  los  pies 
De  los  reyes  del  agio,  no   digáis  rencorosos 
Que  todos  los  poetas  os  siguieron  después. 

Hay  poetas  que  empañan  el  crisol  de  la  vida, 
(Troveros  curvilíneos  gestados  con  pesar); 
Id  con  ellos,  pensando  que  la  rama  garrida 
Se  dobla,  mas  al  peso  de  su  carga  florida, 

Y  se  yergue  de  nuevo,  pronta  para  gestar 

Y  vosotros,  en  tanto, 

Ascendéis  á  la  cumbre  con  el  canto 
Prostituido  y  la  súplica  vulgar. 

El  poeta  cautiva,  como  el  mar,  con  su  encanto, 

Y  no  hay  nadie  que  intente  la  conquista  del  mar. 

¿No  fué  Apolo  un  rebelde  cual  Orfeo, 

Y  el  emotivo  Anfión 

Un  artista  viril  y  un  corifeo 
De  la  lucha,  fogoso  de  pasión? 

Impúdicos  troveros, 
Ya  que  sois  pregoneros 
Del  vicio,  acariciad 

Su  desnudez Empero  no  habléis  de   poesía: 

La  poesía. 

Qué  fué  del  genio — patrimonio — un  día, 

Jamás  abjura  de  su  libertad! 

PÉREZ  Y  CURIS. 


—  114   — 

Oe  '*£l  ritmo  de  la  vida" 


Háme  sorprendido  siempre, 
enormemente,  que  hombres  del 
raro  valer  de  Arturo  Schopen- 
hauer,  hayan  escrito  grandes 
libros,  con  el  solo  fín  de  bus- 
car, el  fundamento  de  la  Moral; 

porque  paréceme,  que  éste,  se 
muestra  á  vuelta  de  poco  esfuer- 
zo, con  una  transparencia  cris- 
talina, y,  no  por  modo  de  Reve- 
lación, sino  de  simple  demostra- 
ción, en  vena  de  escudriñar; 

basta  querer  ver,  para  hallar 
sin  esfuerzo  que;  la  base  de  toda 
Etica,  es,  el,  Interés-^ 

el  Interés  Colectivo,  imponién- 
dose como  norma  al  Interés  In- 
dividual, para  anularlo; 

y,  esa  lucha  entre  el  Interés 
Social,  y,  el  Interés  Individual, 
entre  la  Sociedad  despótica  y  el 
Individuo  libre,  ha  sido  la  lucha 
de  todos  los  tiempos  y,  todos  los 
momentos  de  la  Historia,  y,  á 
través  de  ella,  la  Moral,  ha  sido 
el  Código  Social,  imponiéndose 
al  Individuo,  para  limitarlo  y 
anularlo; 

de  ahí,  que  toda  Moral,  es 
anti-Individualista,  y,  por  ende, 
anti-Natural,  y  anti-Humana; 

es  el  Sacrificio  del  Individuo 
á  la  Colectividad;  la  absorción 
del  Yo,  por  ese  Minotauro  lla- 
mado :    Todos. 

toda  Moral  se  disuelve   en    le- 


yes, como  la  nube  se  disuelve  en 
agua; 

de  ahí,  que  la  Ley,  tenga  el 
mismo  origen  que  la  Moral :  el 
Interés  Colectivo,  en  guerra  con 
el  Interés  Individual;  la  guerra 
de  todos,  contra  el  el  Yo  que  de- 
debería  ser  Sagrado  é  Intangible. 

todo  Precepto,  todo  Deber, 
todo  ley,  es  un  yugo; 

código  de  rebaños; 

se  ayuntan  los  bueyes; 

no  se  ayuntan  los  leones; 

he  ahi  por  qué,  los  hombres 
aman  los  bueyes  y  no  los  leones; 

porque  no  los  ayudan  á  arar 
sus  campos; 

los  leones,  no  son  explotables, 
he  ahí  por  qué  los  leones  son 
abominables; 

los  leones,  no  quieren  ser  es- 
clavos; 

he  ahí  por  qué  los  leones  son 
un  peligro; 

como  los  hombres  libres; 

no  deben  existir; 

he  ahí  por  qué  se  organizan 
cacerías  contra  los  leones  y  con- 
tra los  libres... 

Sociedad  y  libertad  son  in- 
compatibles; 

es  natural  que  la  Una  devore 
la  Otra; 


«♦■ 


EIL    -2Ps.2XrOI5.    ES     DOLOI5.1 


El  amor  es  dolor!    lo  presentía! 
Y  el  dolor  es  placer,    haber  sufrido 
Para  poder  gozar;  yo  lo  he  sentido 
En  mi  poema  de  melancolía. 

Placer  de  la  tortura  y  la  agonía 
Tan  intenso,  tan  hondo,    tan  vivido! 
Grato  y  suave  dolor,  porque    perdido 
Es  que  te  anhelo  más,    placer  de  un  día! 


— Y  ella  permite  que  mi    angustia  siga 
Con  su  crueldad.  —Oh  dulce  mi  enemiga. 
Volved  á  ciliciarine  con  desdenes, 

No  con  indiferencias  asesinas, 

Para  gozar  cual  Cristo    con  los  sienes 

Sangrando  en  la  crueldad  de   las  espinas! 

Salto,  1911        MONTIEL  BALLESTEROS. 


-   115 


Señorita  María   Terksa  Jerf:z 


R  la  tiífla  Mana  Teresa  Jet-ez 


En  su  cumpleaños 


Sori     ttxs     ojos,     nirisL.     amacia. 
De:    lixces    \jLr\Si.    eascada, 
ÜXEas     tix     I-ostro     (sspiritixal 
ISTo     trad.tj.e:e;     los     eolore:s 

Sed-U-cstore^s 
D^    ttj.    pale:ta    genia.1. 

C    de:    la    F'jPlLTXEA.    (Violeta.) 
Jf?5.gosto    1/    1811 


116    — 


Alma  andaluza 


Paseando  mis  melancolías  pol- 
las playas  de  dormida  arena  de 
esta  MALAGA  paradisíaca,  do;. de  los 
vijios  tienen  el  mismo  sabor  que 
los  besos  de  sus  mujeres,  yo  he  re- 
cordado, esta  tarde  de  otoño,  que- 
rido HAROLDO,  la  divina  frase  de 
Madame  Sevérine.  «...En  cada 
bella  ciudad  que  visitamos,  vamos 
dejando  un  pedazo  de  nuestro  oo- 
lazón...»  ¡Porque  nada  es  más 
doloroso  que  contemplar  estos  be- 
llo.'^  sitios  de  ensueño,  y  pensar,  al 
njismo  tiempo,  que  pronto  vamos 
á  decirles  adiós,  á  perderlos,  qui- 
zás para  6Í)i|>mpre,  com¡o  ¡hemos 
perdido  tantas  cosas  lejanas  ;y 
amadas...  Pero  no  melancolice- 
mos. El  recoger  tristes  añoran- 
zas en  la  tierra  del  sol  y  los  can- 
tares, casi  es  un  pecado.  Olvide- 
mos un  instante  que  nuestro  es- 
píritu es  doliente  relicario,  y  bus- 
quemos refugio  piadoso  en  el  alma 
loca   del  vino.   Andalucía   nos  dice. 

((Yo    húré    sonrisa    tu   pcnti 
•  'nn   una  aleare   balada, 
Mirntras    mi    mano    de.    hada 
Acaricia   tv    melena. n 

De  la  Andalucía  fantástica  de 
G.\UTiEtR  y  de  la  milagrosa  Sevilla 
de  Alfred  de  musset, — confesémo:- 
io  tristemente, — queda  muy  poco  : 
pero  Andalucía  .sigue  siendo  uno 
de  los  lugares  que  el  mundo  ha 
escogido  para  sitios  de  peregri- 
nación sentimental  ;  y  si  Carmen- 
rita  no  lleva  ya  la  navaja  en  la 
liga,  ni  blasfema,  ni  siquiera  mur- 
mura, sus  ojos,  en  cambio,  siguen 
siendo  siempre  negros,  siempre 
adorables,  y  tan  bellos !  ta-n  be- 
llos !  La  alegría  no  la  ha  abando- 
nado ;  no  la  abandonará  jamás: 
está  en  su  alma  ;   ¡  es  su  alma  mis- 


— Para  Haroldo — . 

nía  !  Esa  alegría  que  se  refleja  en 
la  reja  que  baña  el  sol,  que  aro- 
nan  los  azahares  del  patio  riente 
y  fresco,  donde  bordan  arabescos 
l-is    enredaderas    del    jardín. 

¡  Andalucía  sigue  siendo  la  Ate- 
nas sonriente  de  la  gracia;  el  co- 
razón de  España,  que  eternamen- 
t  •  canta  y  encanta  !  Sigue  siendo, 
también,  la  patria  clásica  de  la 
n^a.ntilla,  del  garbo,  de  la  sal  me- 
ridional. Las  cabelleras  de  sus  mu- 
jeres son  siempre  adorables  en  la 
fiesta  de  sus  claveles  rojos :  y  si  la 
rairada  ardiente  de  sus  morenas 
ya  no  derrite  el  asfalto  de  las 
(I  <  eras, — como  reza  el  lindo  cantar 
de  la  tierra, — la  gallarda  manda 
que  pasa  suele  llevarse  todavía 
nu  stro  corazón,  prendido  en  el 
lloco  do  su  mantón  de  Manila... 
El  piropo  es  otra  de  las  cosas  que 
•;ara  este  pueblo  jacarandoso  y  di- 
charachero sigue  siendo  una  reli- 
gión. Penetremos  en  la  calle  del 
Molinillo  del  aceite  ó  recorramos 
la  arifstoorática  avenida  de  La 
Caleta  é  infaliblemente  tropezare- 
n  os  con  el  galán  un  tanto  des- 
X^reocupado,  en  eterna  persecución 
de  la  morena  de  cara  bonita  que 
luive  cual  mariposa,  esbelta  en  el 
anadear  de  sus  caderas,  ruborosa 
cuando  T)on  Jnan  la  dice  apasio- 
r.adame.nto,  «marecita,  ay !  quién 
fuera   sordao   y   nsté   bandera.» 

...Tropezaremos  aún  con  la  reja 
que  adornan  macetas  floridas  y 
lujuriantes  rosas,  y  donde  el  mozo 
de  garbo  pela  la  pava,  y  trata  en 
vano  de  ocultar  la  cabeza  tras  las 
anchas  alas  del  ladeado  cordobés, 
f  .a  florista  de  mirar  picaresco  y  pia- 
<lo.sos  labios...  nos  saldrá  al  paso,  y 
1(>\  antando  de  la  cadera  ondulosa 
donde  descansa,  el  jarro  de  las  fio- 
res,    nos   dará   á  beber  los   nardos 


-    117    - 


embriagantes...  En  una  esquina 
veremos  aún  la  farándula  del  pue- 
blo que  se  arremolina  alrededor 
de  la  gitanilla  graciosa  y  zandun- 
guera,  para  admirar  las  danzas 
vibrantes,  que  se  deslizan  en  mo- 
vimientos intensos,  que  acompa- 
ña una  guitarra  de  risas  sin  pu- 
dor... 

¿...Seguimos  caminando...?  Es- 
cucharemos, un  poco  más  allá,  el 
eco  inolvidable,  único,  del  cante 
flamenco  que  se  escapa  de  un  bal- 
concillo inmediato,  y  viene  hasta 
la  calle  y  la  llena  y  la  inunda.   ¡  Es 


tan  ingenuo,  tan  hondo  ese  cante, 
que  diríase  el  alma  sentimental 
de  esta  tierra  saliendo  de  la  gar- 
ganta de  la  camtaora  !  ¡  Si  cantas 
andaluza,  eres  divina, — me  digo  ; 
— porque  el  cantar  .nació  contigo, 
en  tu  cuna ;  y  si  bailas,  también 
tres  divina,  porque  á  la  cuerda 
llorosa  y  sentida,  ó  riente  y  cruel, 
se  ajusta  el  aire  flamenco,  que 
también  baila  contigo,  ondulante, 
vibrante !   ¡  Salve,  morena  ! 

Ricardo  GÓMEZ  CARRILLO. 


Paisaje 


Para    Apolo. 


Bajo  el  misterio  de  la  noche  en  g'ermen 
alza  la  tarde  su  ropaje  triste ; 
la  sombra  avanza  y  al  llegar  se  viste 
sus  galas  negras ...  En  los  nidos  duermen 

las  aves  que  han  truncado  sus  gorjeos; 
la  brisa  inicia  su  canción  de  flautas, 
y  á  las  peñas  que  esbozan  mausoleos 
las  ondas  llegan  á  morir  incautas. 

En  la  sombría  ramazón  se  incrusta 
la  tristeza  letal,  y  la  vetusta 
é  inmensa  peña  de  la  fuente — evoca 

inclinada  á  la  linfa  que  murmura  — 
un  Cíclope  de  piedra  que  procura 
besar  las  ondas  con  sedienta  boca. 


Fernando  SILVA  VALDÉS. 


118  - 


T^atralía 


SOLIS. — La  compañía  cómica  italia- 
na que  actúa  en  este  teatro,  tiene 
como  director  y  primer  actor  á  uno 
dj  los  cómicos  más  eficaces  que  ha- 
yan desfilado  por  nuestros  escena- 
rios. Alto,  enjuto,  de  mirada  vivaz 
y  traviesa,  naturaiisimo  dentro  üe 
sus  graciosas  interpretaciones  ae 
■imachietista»,  el  capo-cómico  Sichel, 
posee  el  secreto  inimitable  de  pro- 
vocar en  el  publico  con  su  gracia 
irresistible,  verdaderas  explosiones  de 
hilaridad. 

Pero  no  vaya  á  suponerse  que  pa- 
ra obtener  esto,  el  artista  se  valga 
de  gesticulaciones  y  de  piruetas  gro- 
tescas. No.  Su  procedimiento  es  sen- 
cillo y  difícil  á  la  vez.  Toda  su  co- 
micidad la  pone  en  la  voz,  en  lo  que 
dice  y  ejecuta,  con  una  expresión  in- 
teligente, maliciosa,  ó  torpe,  que  ha- 
ce de  los  personajes  que  encarna 
este  brillante  cómico,  acabadas  y  ad- 
mirables creaciones  risueñas.  Nos  ha 
hecho  reir  hasta  las  lágrimas  en  «TI 
portafoglio»,  su  caballo  de  batalla,  en 
"Un  groso  affare»,  en  «II  tacchino», 
en...,  en  fin,  en  varias  pochadas  lle- 
nas de  situaciones  equivocas  y  de 
calembours  picarescos  é  ingeniosos, 
liiste  demonio  de  Sichel  es  un  cura^ 
neurasténicos,  nipocondrlacos,  nistft- 
ricos,  y  demás  enfermos  que  sufren 
de    nebulosas    en    el    espíritu. 

Convencido  de  esto,  el  público  acu- 
de numeroso  para  reir  libremente  a 
carcajadas. 

Entre  los  compañeros  de  escena  de 
este  mago  de  la  risa,  se  aestacan. 
Napoleón  Massi  y  Arturo  Garzes  (ca- 
racterístico), excelentes  cómicos,  ven- 
tajosamente conocidos  por  nosotros; 
Valpreda,  Maccheroni,  Pescatori,  Ga- 
ra ;  y  como  primera  dama,  Azucena 
Dalla  Porta,  de  rostro  hermoso,  de 
elegante  y  distinguida  figura,  que  en 
la  función  de  su  beneficio  pudimos 
apreciarla  debidamente,  reconociendo 
en  ella  á  una  actriz  discreta,  que 
reúne  cualidades  muy  recomendables 
para  el  género  que  cultiva.  Por  su 
orden  artístico  siguen  la  Privato,  la 
Piacíentini    y    la    Scarrone. 

En  breve  debutará  en  nuestro  pri- 
mer coliseo  la  gran  compañía  lírica 
dirigida  por  el  genial  Mascagni,  de 
quien  oiremos  como  Dios  manda,  sus 
más  celebradas  producciones,  entre 
las  que  se  cuenta  su  última  ópera 
«Isabeau»,  cuyas  primeras  represen- 
taciones en  Buenos  Aires  provocaron 
<;i.n  variados  juicios  críticos  y  tari 
tas    discusiones    apasionadas. 

Se  ha  organizado  una  comisión  de 
connacionales,  músicos  y  críticos  mu- 
sicales para  recepcionar  y  agasajar 
al  Ilustre  maestro,  que  de  un  mo- 
mento á  otro  llegará  á  ésta  con  so 
compañía. 


URQU1ZA.— La  opereta  está  de  mo 
da.  Los  que  la  cultivan  hacen  for- 
tuna. Sino  que  lo  digan  Pranz  Le- 
har,  Leo  Fall,  Straus,  Luis  Ganne  y 
otros  músicos  no  menos  afortunados, 
que  con  un  poco  de  alegre  y  travie- 
sa, aunque  no  siempre  constante  ins- 
piración, satisfacen  el  gusto  nada 
exigente  de  ese  publico  oonaciion, 
que  se  le  arrulla  fácilmente  con  me- 
lodías sencillas  y  digeribles,  rimadas 
en  valses,  marchas,  mazurcas,  y  mi- 
nuets. 

Montevideo,  que  no  ha  podido  sus- 
traerse á  la  chifladura  reinante, 
quiere  y  pide  insaciable,  opereta.  Y 
durante  más  de  dos  años  consecuti- 
vos se  le  ha  servido  con  preferencia 
el  plato  apetecido.  No  bien  una  com- 
pañía de  ese  género  lía  sus  petates 
para  irse  á  otra  parte  con  su  alegre 
música  instrumental  y  de  pesos,  ya 
tenemos  otra  en  vísperas  de  llegar. 
No  hay  vuelta  de  hoja:  estamos  irre- 
mediablemente operetizaaos.  centre 
nosotros  triunfaron  varias  veces,  la 
de  Sconamiglio,  la  de  la  Cittá  de  Mi- 
lano, la  de  Marchetti,  la  de  Vítale, 
que  en  el  mes  entrante  vuelve  á  So- 
lis  la  de  uahoz,  la  de  uatinl-An- 
geline  y  no  recuerdo  cuantas  más. 
Ahora  tenemos  otra  en  el  teatro  de 
los  hermanos  Crodara :  la  de  Mares- 
ca,-Uaracciolo,  que  nos-  trae  una 
troupe  numerosa  y  bien  combinada ; 
que  pone  las  obras  en  escena  con 
todo  lujo  de  decoraciones  y  vestua- 
rios; y  que  tiene  mujeres  bonitas 
de  formas  idem,  en  cantidad,  y  de 
estrella  (le  primera  magnitud  a  la 
monísima  y  graciosa  soprano  i^io- 
dia  Maresca.  La  «Donne  vienesi»,  del 
mimado  autor  de  «La  viuda  alegre» 
y  de  «El  conde  de  Luxemburgo»,  que 
nos  dio  á  conocer  esta  compañía,  á 
ratos  tiene  música  de  verdadera  y 
alta    inspiración. 

Pero  aún  cuando  esta  suele  de- 
caer, incurriepdo  el  compositor  en 
haios  recursos,  apelando  á  menudo  á 
los  bailables,  desilusionándonos,  la 
partitura,  en  sus  lineamientos  gene- 
rales, artísticamente  considerada  es 
más  honesta  que  las  nombradas.  En 
la  sinfonía  con  que  comienza  el  pri- 
mer acto;  en  el  concertante  ñnal  del 
segundo :  en  el  dúo  de  amor  del  ter- 
cero ;  y  en  alguna  que  otra  frase  fe- 
liz,   es    donde    realmente    culmina    la 

obra. 
Liuego,    infinidad    de    reminiscencias 

y  motivos  que  nos  son  familiares  por 
lo  oído/  plagan  el  curso  musical  de 
esta  producción  del  maestro  uenar. 
En  su  interpretación  se  lucieron  y 
cosecharon  aplausos,  la  señorita  Elo- 
dia  Maresca,  de  bonita  voz  y  agrada- 
ble timbre;  el  tenor  Grassi,  que  po- 
see   una    voz     beua,    de    las    que    no 


MISSING  PAGE(S) 


—  123   - 


si-prema  delicadeza,  la  otra  pier- 
na... 

Hacía  dos  horas  que  nos  hallá- 
bamos acostados,  sin  recordar  ella 
sn  calidad  de  casada,  ni  yo  mi  si- 
tuación peligrosa,  cuando  un  ca- 
rruaje se  detuvo  frente  á  la  puer- 
ta. Con  la  sorpresa  del  caso,  oímos 
cómo  se  abría.  Salté  del  lecho  y 
corrí  á  la  sala,  mientras  ella  apre- 
suradamente cubría  con  sus  ro- 
pas las  mías  que  había  colocado 
sobre    una    silla. 

— Martha !  gritó  el  marido,  Ua- 
ir.ando  con  los  dedos  á  los  crista- 
les de  su  dormitorio. 


— Eduardo,    eres    tú?... 

— Sí,  vengo  á  avisarte  para  que 
es-tés  sin  cuidado  porque  tenga 
mucho  que  hacer  y  no  vendré  á 
dormir. 

— Ah !  respiré  corriendo  hacia 
ella    y    abrazándola    fuertemente.  . 

Cerróse  nuevamente  la  puerta. 
Partió  el  carruaje,  tornando  nos- 
(.tios  con  la  tranquilidad  tan  bien 
gil  nada,  á  concluir  de  clavar  el 
puñal  en  las  espaldas  de  la  ho- 
nestidad conyugal... 

MARCOS    FROMENT. 


■  ♦» 


arabesco  ^ti  ^ns  m^tiot 


Para    Apolo- 


Recuerdo  con  qué  impaciencia 
apella  tarde  le  frío, 
paseabas  la  opulencia   / 
de  tu  gracioso  atavio. 


Envuelta  en  la  ioa  gñs 
ágil,  suave  y  caprichosa; 
eras  la  más  deliciosa 
mujercita  de  Paris. 


Tu  pie  leve  y  delicado 
como  un  pétalo  de  acacia, 
era  el  objeto  admirado 
de  toda  la  aristocracia. 


Ligeramente  rosada 
bajo  tu  lindo  chapeau, 
parecías  escapada 
de  algún  cuadro  de  Watteau: 

Montevideo— 1911 


Al  hablarte  de  Rubén 

observé  pe  entristecías 

¡Y  pensar  5ue  merecías 
un  soneto  de  Verlainel.... 

Esteban  ETCHEPARE. 


—    124  — 


T^Tigo  una  amiga... 


Mi  amiga  es  una  extraña  cria- 
tura muy  inteligente,  muy  linda, 
muy  .sentimental.  Tiene  un  alma 
(le  niño  y  es  como  los  niños,  ver- 
sátil y  caprichosa.  Tras  su  ado- 
rüble  apariencia,  esconde  en  el  co- 
razón una  florecilla  satánica  que, 
en  ocasiones  graves,  puede  causar 
la  muerte  de  algún  incauto.  Ama 
l<i  luna  y  la  peniimbra  crepuscu- 
lai  en  el  gabinete  exornado  de  pe- 
sadas colgaduras ;  ama  los  clave- 
les rojos  y  las  miísicas,  que  son 
encajes  de  sonidos,  á  las  formas 
sTÍtiles  de  aristocracia  espiri- 
tual... ;  pero  todo  lo  ama  un  ins- 
tante... Sus  amores  tienen  la  du- 
ración del  perfume  de  las  violetas 
y  cambian  de  matiz  como  las  nu- 
bes, y  son  como  las  nubes  iluso- 
rias y  nómadas...  Van  hacia  todos 
ios  rumbos,  en  fugaz  vuelo  de  ma- 
riposas... y  nada  hay  más  comple- 
to y  difuso  que  su  pensar  amoro- 
so, i  Desgraciado  del  que  crea  que 
sil  impresión  de  u.na  hora  va  á  du- 
rar eternamente!  i  Desgraciado 
del  que  oiga  sin  sonreír  su  can- 
ción de  sirena  !  Porque  ella,  en 
verdad,  no  sabe  lo  que  ama,  ni 
•  ta  importancia  alguna  á  las  pa- 
labras. Y  es  á  un  mismo  tiempo 
triste  y  alegre,  apasionada  é  indi- 
ferente, dulce  y  cruel,  sincera  y 
banal.  r.Qué  es  ella  .°  ¿Qué  es  ella? 
J  eal  y  pérfida,  inspira  deseos  com- 
plicados y  es  un  paraíso  y  un  abis- 
mo.  El  tedio  la  roe  interiormente. 


como  el  gusano  á  la  ñpr...  Ríe  en 
los  bailes,  en  los  paseos,  en  todas 
partes  ;  sonríe  á  la  amiga  que  pa- 
sa, al  majadero  que  la  persigue, 
al  petimetre  que  la  devora  con 
los  ojos...  Ella  ríe  y  se  burla,  ó 
tiene  lástima  de  todo  y  de  todos... 
Entre  sedas  y  rosas  revuela  su  al- 
ma sutil  precozmente  melancólica. 
Sus  limpios  ojos  castaños  recogie- 
roii  la  tristeza  de  las  cosas,  y  la 
ilusión  no  tiñe  de  azul  su  lonta- 
r.aiiza... 

Ha  vivido  demasiado  y  aun  no 
'  t'ene  veinte  años.  Nerviosa  é  im- 
pulsiva, una  emoción  anormal  la 
hace  vibrar,  pero  como  sucede  á 
{POS  miniísculos  relojes  exornados 
de  rubíes,  que  las  duquesas  llevan 
on  sus  abanicos,  su  mecánica  in- 
1  erna  fe)B  inndoviliza  pronto  ;  y 
para  disculpar  la  aridez  de  su  es- 
píritu, finge  confundir  la  jiiedad 
coiv  el  amor. 

Yo  quiero  mucho  á  esta  amiga 
tan  joven  y  tan  enigmática.  Me 
atrae  con  su  gracia  encantadora. 
Tengo  fe  en  su  afecto...  de  un 
t!ía.  Hoy  es  mi  mejor  amiga,  á 
pesar  de  su  divina  juventud  que 
perfumó  en  algún  tiempo  mi  co- 
razón. Daría  una  parte  de  mi  al- 
ma p  5r  verla  feliz.  Pero  jamás 
l'odrá  serlo,  porque  su  pensamien- 
to y  su  hastío  la  llevan  más  allá 
'Irf  B¡cn    y   del  Mal. 

Froilán  TURCIOS. 


«♦» 


ft  una  francesa 


El  mal    que  en  sus    recursos    es  proficuo, 
Jamás  en  vil  parodia  tuvo  empachos; 
Mefistófeles  es  un  cristo  oblicuo 
Que  lleva  retorcidos  los  mostachos. 


Y  tú,  ((ue  eres  unciosa    como  un  ruejío 

Y  sin  mácula   y  simple  como  un  nardo, 
Tienes  trágica  crin  dorada  á  fuego  . 

Y  amarillas  pupilas  de   leopardo  . . . 


Amado  ÑERVO. 


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Baudelaire    {(Jarlos) Los     paraísos     artificiales i 

Bcnuzzi    (Modolfo) Creación    y    vida 1 

Bfocrnson    {Bjoernstjcrni.) El    Rey t 

»  »  El    guante — -Más     allá     de     lis 

fuerzas    humanas ! 

Blanco    Fomhona    {Bu  fin  o) El   hombro   de   hierro ! 

Blasco    Ibáñez    {Vicentt) Cuentos    valencianos .1 

»  ))  »         Ija    condenada I 

Boulii'lJcr    {Saint    Ge  ¡nirs    de) El    rey   sin    corona    (drama) 

Bovio     {Juan) Las    doctrinas    de    los    partidos- 
políticos     en     Europa. '..  I 

iSracco     {lioberto) Muecas    humanas ! 

))  »  —  Se   acabó   ol   amor — Bjocrnson  - 

Una    quiebra 1 

BUchner    {Luis) Fuerza    y    materia ,.  \ 

»  »      LUZ    y    vida ' 

"  ))      Ciencia  y  Naturaleza ..  1 

B\icklc     {Enrique) Bosquejo    de    una     historia    '' '1 

intelecto   espaiiol   desd*>   ol      - 

glo  V  y  hasta  mediados  del  x  x  ^ 

Bueno    {Manuel)  ^\    ras    de    tierra I 

Bunge    {Carlos    urtario) í>a  novela  de  la  sangre 1 

Cantaclaro    Comentarios    al    Concordato 1 

(■apitán    (Jasero Recuerdos  de  un  revolucionario  } 

Comandante    **•    Así    hablaba    Zorrapastro i 

Conde     Fabraquer     La  expulsión  de  los  jesuitas...    .  i 

Cortón     {Antonio) El  fantaáma  del  Separatismo    .  ^ 

Chamberlain    {John) El   atraso  de  España .  ' 


HfTENTKHUL  SECOtm  KBfGSUm. 


—    124  — 

T-etigo  utia  amiga... 


Ali  ami^a  es  una  extraña  cria- 
tura muj'  intelig(>nte,  miiy  linda, 
muy  sentimental.  Tiene  iin  alma 
íle  niño  y  es  como  los  niños,  ver- 
sátil y  caprichosa.  Tras  su  ado- 
rable apariencia,  esconde  en  el  co-. 
Tazón  una  Horecilla  satánica  que, 
,  en  ocasiones  graves,  puede  causar 
la  muerte  de  algún  incauto.  Ama 
1-i  luna  y  la  penumbra  crepuscu- 
lai  en  el  gabinete  exornado  de  pe- 
sadas colgaduras ;  ama  los  clave- 
les rojos  y  las  miisicas,  que  son 
ericajes  de  sonidos,  á  las  formas 
siítiles  de  aristocracia  espiri- 
tual... ;  pero  todo  lo  ama  un  ins- 
tante... Sus  amores  tienen  la  du- 
ríuión  del  perfume  de  las  violetas 
y  cambian  de  matiz  como  las  nu- 
bes, y  son  como  las  nubes  iluso- 
rias y  nómadas...  Van  hacia  todos 
los  rumbos,  en  fugaz  vuelo  de  ma- 
riposas... y  nada  hay  más  comple- 
to y  difuso  que  su  pensar  amoro- 
so. ¡  Desgraciado  del  que  crea  que 
SI,  impresión  de  u.na  hora  va  á  du- 
rHr  eternamente!  i  Desgraciado 
tlel  que  oiga  sin  sonreir  su  can- 
ción de  sirena !  Porque  ella,  en 
verdad,  no  sabe  lo  que  ama,  ni 
•  la  imijortancia  algu.na  á  las  pa- 
labras. Y  es  á  un  mismo  tiempo 
triste  y  alegre,"  apasionada  é  indi- 
ferente, dulce  y  cruel,  sincera  y 
banal.  ^;Qué  es  ella  P  o  Qué  es  ella  .^ 
leal  y  pérfida,  inspira, deseos  com- 
plicados y  es  un  paraíso  y  un  abis- 
mo.  El  tedio  la   roe  interiormente, 


como  el  gusano  á  la  ñor...  llíe  en 
los  bailes,  en  los  paseos,  en  todas 
partes  ;  sonríe  á  la  amiga  que  pa- 
sa, al  majadero  que  la  persigue, 
al  petimetre  que  la  devora  con 
los  ojos...  Ella  ríe  y  se  burla,  ó 
tu-ne  lástima  de  todo  y  de  todos... 
Entre  sedas  y  rosas  revuela  su  al- 
iDi'  sutil  precozmente  melancólica. 
Sus  limpios  ojos  castaños  recogie- 
ioii  la  tristeza  de  las  cosas,  y  la 
ilusión  no  tiñe  de  azul  su  lonta- 
iiaiza... 

Ha  vivido  demasiado  y  aun  no 
tM'ue  veinte  años.  Nerviosa  é  im- 
pulsiva, una  emoción  anormal  la 
hace  vibrar,  pero  como  sucede  á 
(SOS  minúsculos  relojes  exornados 
de  rubíes,  que  las  duquesas  llevan 
c^n  sus  abanicos,  su  mecánica  in- 
lerna  s>3  innioviliza  pronto;  y 
para  disculpar  la  aridez  de  su  es- 
liiitu,  finge  confundir  la  piedad 
con   el  amor. 

Yo  quiero  mucho  á  esta  amiga 
tan  joven  y  tan  enigmática.  Me 
aiiae  con  su  gracia  encantadora. 
Tengo  fe  en  su  afecto...  de  un 
(!ía.  Hoy  es  mi  mejor  amiga,  á 
pesar  de  su  divina  juventud  que 
perfumó  en  algún  tiempo  mi  co- 
razón. Daría  una  parte  de  mi  al- 
ma p  or  verla  feliz.  Pero  jamás 
vodrá  serlo,  porque  su  pensamien- 
to y  su  hastío  la  llevan  más  allá 
'Iri  Bien    y   del   Mal. 

Froilán  TÜECIOS. 


R  utia  francesa 


El  mal    ([ue  en  sus    recursos    es  proficuo, 
Jamás  en  vil  parodia  tuvo  empachos; 
Mefistófeles  es  un  cristo  oblicuo 
Ciue  lleva  retorcidos  los  mostachos. 


Y  tú,  (|ue  eres  unciosa    como  un  rue^'O 

Y  sin  mácula   y  simple  como  un  nardo. 
Tienes  trásicii  crin  dorada  á  fue^o 

Y  amarillas  pupilas  de    leopardo... 


Amado  ÑERVO. 


CATAL<»(;<»    UK    LA     «  LIBRERÍA    MKHCURIO* 


Biblioteca  Sempere 


LIBROS     POm  !  ARRS     Á     $     O.15    KL    TOMO    Rl'STK  A 


Tea?: 


.1.      Ramón Oetemiinismo  y  Jtt^sponsabilidad  1 

»  »       Psicología  del  militar  profesional  1 

))             »       I  sicología      del     socialista-anar- 
quista        ; ! 

))  »        Socialismo    y    anarquismo -, 

has   tiiez  y   un  n    noches 1 

Una     mujer T 

Emilio  Zola    (ÍSu  vida  y  sus  obras  ] 

Las  chicas  dol   amigo    Lefevrc  ..  J 


Alada    Galiana    {José) 

Aicratiio     {^Sibila)   

.'ili'xis.    Bonafoux,    JUnsin    ll/áÍKZ... 

Alexis :' 

Altamira    {Rafael) Cosas    del     día 

Ángel    Guerra Literatos    extranjero? 

Argente  (Baldomcro) 1  ierras    sombrías 

]'n  k  nnnine    {Miguel) 

))  »  


Dios  y  el   Estado 

Federalismo,    Socialismo    y 

titeologismo    

l'nrúii  de   Holbach Moisés,   Jesús  y    -Maliouia... 

¿Jaudelaire     {Carlos) Los     paraísos     artificiales... 

¡ienuzzi    {Rodolfo) Creación    y    vida 

JJfoernson    {Bjoernstjii/i'j 

)i  »  


de      1 


Blaneo   Fombona    {Un fino), 
¡ileiíicn    J  báñez    {  Vicent<  ^ . . . . 
»              »                  »          . . . . 
¡ioii/irUcr    {Suint     G(  ii'i'S 
liar  i  o    (./  uan) 


dr). 


¡{racen 
1) 

liüehner 

)) 

» 
Ihiekle 


{Roberto). 


{Jaiís).... 

))      

»      — 
{Knrique). 


¡{lleno 
liinu/e 


(Manuel)   

{Carlos     ui-fariu'). 


El    Jtiey 

El    guante — Más     allá 

fuerzas    humanas 

El    hombro   de    hierro 

Cuentos     valencianos 

lia     condenada 

El    rey   sin    corona    (drama)..    .. 
Las    doctrinas    de    los    i):irti(.i  )s- 

políticos     en     .Lnroi)a .■. . 

lluecas    humanas ,. 

Se    acalx)   ol    amor--  Biae rnson   - 

Una     quiebra 

Enerza     y     niíiteri  a 

i-uz    y,    vida 

Ciencia   y   Naturaleza 

liosquejo    de    una     hisiona    <   'I 

intelecto   español    desd»-    (>1 

glo  V  y  hasta  mediados  del  x  x 

.^     ras    de    tierra 

La   novela  de  la  suugre... 


! 

1 

T 


Cnntaclaro    Comentarios    al    Concordato 

Capitán    Casero líecuordos  de  un   revolucionario 

Comandante    ***    Así    hablaba    Zorrapastrn 

('onde     Fahraquer     La  expulsión  de  los  jesniías'    . 

Ce)Ttón      {Antonio) El   fantasma   del   Separatismo    . 

Chamberlain    {John) El   atraso  de   España 


44  CATÁt.A(it»    1>E    LA     «  I.IltKKUJA     MKliCUKlOa 


))  )) 

'     »  )) 


TOBOt 

Laugel    {Augusto) Los  problemas  de  la  iSaturaleza  1 

lios    prol)lemas    del    alma 1 

Los  problen¡as  de  la  vida t 

t.roiiK     {Kiiríque) VA    sindicalismo  1 

■'.orcnzo      (Anselmo)  Ki     l'uehlo 1 

López   lioUrsteros  {Luis) Junto    á    las   máquinas 1 

i.ub'jock    \a\.   dicha   de   la   vida 1 

.Mackaij   {Juan    Enrunn) Los   anarquistas    1 

■.acteriinch     {Mauricio) Kl  tesoro  de  los  humildes 1 

\íalit()    (i'(irlos) !■  üosofía    del    anarquismo 1 

»  »      La    gran    huelga    (Horrores    del 

capitalismo)     '2 

Márqui-,    Stciimq Ln    diplomacia    en    nuestra   his- 
toria   1 

Marx      (('arlos)  Kl     capital 1 

'  \Iatto   <l(    Turner   (('lorincl  i) Aves   sin    nido   1 

Max     Hdlbr Juventud  (drama  en  tres  acto&)  I 

Max    .\ordau Fl    mal   del   siglo '2 

»  »        Las   mentiras  convencionales  de 

la    civilización '2 

')             I)        Matrimonios     morganáticos 2 

'>              "        I>a   comedia  del  sentimiento......  1 

Max     Sfinirr |<'J    único   v   su    propiedad 2 

Mazzíiii     {-lose) I)el)eres    del    hombre  1 

Merlititi    (F.    S.) ;  Socialismo     ó     monopolismoP...  1 

M r.rejl:i>\\'xky      {Ihmitry) Ln    muerte    de    los    dioses 2 

"                         "          Lii    resurrección    de  los   dioses...  2 

'1                        >'          VA    Antecristo    (Pedro    y    Alejo)  2 

\fprimii      (Fróspira)     Los     hugonotes I 


))  » 


Cosas   de   España 1 

Cliché!     (Jjiiisa)  .: VA    mxindo    nuevo 1 

Mitiyi.du     \')viavii>)    Sebastián     tíoch    (T/H    educación 

.Jesuítica)        1 

))  »  VA    abate   Julio 1 

Mitjdiiii      (Rafael) Discantes   y   contrapuntos I 

5)  ))  .     Kn     el     Magreb-el-Aksa ' 

»  »  ¡Para     música     vamos! 1 

\foehuis   (]'.    J.) La     inferioridad     mental    de    la 

mujer       J 

Molesíhoi     (Jacohi))  La   circulación  de  la   vida 2 

Mora  ni  f  I     ¡Aquellos     tiemiDos !    1 

Murof'     (Luis) Pasados     por     agua 1 

i)  )i      Kel)año     de      almas 1 

))  ))      Lí<    Duma    (2.''   i)arte  de    Rehaña 

(Ir     aliñas)  1 

y,  )i     !)<>  la  Dictadura   á  Ja  República 

(La    vida  política  en  l'ortugal)  ! 

»  >i      La    conquista    del    Mogrel 


1 


^m^ 


* 


Sobre  el  libfo  "Pop  jafdines  ajenos'*  de   Pérez  Cupís 


Ha  llegado  á  mis  manos  y  acabo 
de  leer,  con  el  cuidado  y  la  reflexión 
que  son  necesarios  para  que  la  lec- 
tura nos  resulte  provechosa,  el  nue- 
vo libro  del  poeta  Pérez  y  Guris,  con 
cuyo   título   encabezo   estas  líneas. 

Editado  por  la  importante  empresa 
de  publicidad  de  F.  0ranada  y  Cía.,, 
de  Barcelona,  forma  el  libro  un  to- 
mo de  158  páginas,  en  4.o,  con  ele- 
gante carátula  de  colores  serios  y 
.  artístico  dibujo,  perfectamente  im- 
preso en  buen  papel  y  bien  presen- 
tado. 

Esto,  respecto  al  material;  en. 
cuanto  á  la  obra  en  sí,  comienza  por 
una  sencilla  dedicatoria  que,  en  una 
sola  línea,  dice  mucho,  y  nos  mues- 
tra con  esta  ofrenda  á  la  memoria 
de  su  padre,  cómo  perdura  en  el  jo- 
ven escritor  el  noble  sentimiento  del 
cariño  niial,  ya  exteriorizado  en 
idéntico  homenaje  de  veneración  ha- 
ce más  de  do^  años,  en  una  breve 
página  de  su  revista  Apolo,  con  oca- 
sión del  fallecimiento  del  autor  de 
sus  días. 

Viene  luego  un  severo  Pórtico — que 
63  do  granito  por  lo  recio :  «janua 
critica»  con  inscripciones  ia:;\Lu.i  o 
en  la  que  el  autor  con  serena  ener- 
gía, resueltamente,  nos  dice  lo  que 
es  su  libro;  y  á  este  pórtico,  que  es 
un  contrarresto  á  todo  avance  male- 
volente de  la  baja  crítica,  sigue,  en 
el  mismo  tenor  decidido,  y  levanti'-co, 
el  vigoroso  capítulo :  «La  Neocrítica 
en  el  Uruguay» — que  es,  como  bien 
lo  expresa  Pérez  y  Curis,  un  capítulo 
violento  de  verdades  demoledoras  de 
los  Zoilos  que  ofician  de  críticos  sin 
tener   condiciones   para   ello. 

Aunque  guardando  una  forma  cul- 
ta, quizá  sin  apercibirse  de  que  no 
hay  siempre  necesidad  de  decir  alto 
y  libremente  nuestro  sentir,  movido 
por  quién  sabe  qué  injustificados 
agravios  ó  rispidas  rozaduras  á  su 
personalidad  pensante,  que  no  nos 
es  permitido  apreciar  ni  mucho  me- 
nos queremos  investigar,  Pérez  y  Cu- 
ris ha  reunido  en  este  magistral  exe- 
dra  de  vapuleo  á  todos  sus  gratuitos 
ofensores,  sin  temer  al  «mugitus  la- 
byrintho»  de  que  nos  habla  la  sen- 
tencia latina ;  la  protesta  airada  de 
los  Versificadores  ramplones,  aullante 
destoncierto  de  gozques  ladrando  por 
detrás  de  los  bórdales  á  una  risueña 
Selene. 

Pero,  si  el  escritor  que  se  ha  for- 
T»>qdo  por  sí  mismo  y  ha  triunfado 
tiene  la  conciencia  de  su  propio  va- 
ler, esta  su  exaltación  no  debe  ha- 
cerle olvidar  que  la  ingratitud  es  de- 
fecto demasiado  frecuente  en  los  hu- 
manos, y  que  también,  muchas  veces 
ella  es  provocada  ■por  la  arrogancia 
del  bienhechor.  Una  superioridad  que 
se  nos  exhibe  con  cierta  frecuencia 
puede  producir  molestia,  y  luearo,  un 
desvío  rencoroso.  El  talento  de  un 
hombre  libre  que  vale  por   sí  y   que 


ha  conquistado  una  sólida  reputa- 
ción, despierta  siempre  envidias,  y  no 
seria  de  extrañarse  que  por  I  s  opi- 
niones vertidas  por  Pérez  y  Curis  en 
los  prolegómenos  de  su  nuev  >  libro, 
aún  sin  propósitos  de  polémica,  al- 
gún Babirius  le  saliera  á  la  p  ilestra 
obligándole  á  preparar  sus  t  ililetas 
otra  vez  y  á  empuñar  su  estilo  para 
rechazar   el   ataque. 

Después  de  estos  introito^  igrios, 
viene  la  parte  elevada  y  sedante  del 
libro,  la  parte  verdaderamente  artis 
tica  de  la  obra,  en  la  que  por  nin- 
guna parte  aparecen  ni  la  r  ^qúicia 
ni  los  mezquinos  sertimientos  que 
alguien  ha  atribuido  á  Pérez  y  Cu- 
ris. 

Una  docena  de  loas  de  fino  factu- 
ra, escritas  con  robusto  estilo  y  me- 
recidas por  los  poetas  y  prosador  s 
á  quienes  van  dirigidas,  y  media  do- 
cena de  notas  breves,  reunidas  bajo 
el  título  de  «Ideas  y  Sentimientos», 
forman  la  médula  del  libro  que,  sin 
duda,  ha  de  Uevar  un  vivificante  so- 
plo de  aliento  y  nobles  estímulos  á 
todos  los,  cenáculos  literarios  de  Amé- 
rica, porque  respecto  á  aqueflos  de 
quienes  se  ocupa,  este  poeta  de  idea- 
les generosos,  seguro  de  su  arte,  no 
se  bajaría  á  otorgarles  por  favor  lo 
que  ellos  no  pudieran  pretender  co 
mo   una   recompensa   á   su   n;érito. 

A  pesar  de  su  literalidad,  Pérez  y 
Curis  en  sus  loas  sólo  rinde  culto  á 
la  verdad,  sin  sacrificar  su  indepen- 
dencia de  escritor.  Parco  en  el  elo- 
gio, acertado  en  sus  juicios  el  con- 
junto de  la  obra  resulta  en  extremo 
favorable  para  su  autor,  un  sensitivo  r 
enamorado  de  la  Belleza;  y  si  toda 
obra  poética  por  sugestiva  y  per- 
sonalísima  qu-s  sea,  es  una  o>ra  so- 
cial y  toda  obra  analítica  é  inter- 
pretativa es  de  enseñanza,  de  este 
viaje  «Por  Jardines  Ajenos»  'pode- 
mos decir — que  es  un  libro  en  el  qae 
los  ignorantes  pueden  aprender  y  en 
el  que  los  doctos  pueden  aumentar 
su   caudal. 

No  pretendemos  hacer  una  critica 
literaria  detallada,  del  nuevo  libro 
de  Pérez  y  Curis,  que  á  tanto  no  lle- 
gan nuestras  fuerzas;  dejamos  esa 
tarea  á  otras  plumas  de  más  fuste 
que  la  nuestra,  y  deseamos  tan  solo, 
al  poner  de  manifiesto  nuestras  im- 
presiones respecto  de  él,— llamar  la 
atención  de  los  inteligentes  sobre  el 
mismo,  para  que  puedan  valorar  su 
mérito,  que  es  grande,  iio  solamen- 
te por  la  plasticidad  de  la  forma  si- 
no porque  en  él  se  hallan  reunidos 
en  estrecho  consorcio  la  profundidad 
del  sentimiento  y  la  claridad  en  la 
expresión  de  la  idea.  Bien  venido, 
pues,  sea  este  libro  que  aparece  co- 
mo una  nueva  luz  en  el  horizonte 
del  arto  nacional — alumbrándonos 
una   ruta   de   Verdad   y   de   Belleza. 

Adriano    M.    AGUIAR. 


-Jf, 


CVTALOGO    DE    I-A     cMBRKKÍA    AIFRCURIO» 


Roht'iti.    Conde   de    París 2 

r':i    l'irata    2 

Ln     I*rÍ5Í6n     de     Edinburgo 2 

La     l.inda     Moza    de    Perth 2 

(íuv    Manuering    ó    el    el    astró- 

lojvo       2 

Waverley,    ó   hace   sesenta   años  2 

Woodostocli.   ó  el  Caballero 3 

VA     Monasterio 2 

FA    Condestable    de    Chester 2 

Ke-iiiihvoorth     2 

Las    Crónicas    d^^    la    Canongata  2 

l.o^     Puritanos    de    Escocia 1 

El     Enano    Negro    1 

Las    Aguas    de    San    Ronán 2 

Fl    Castillo    Peligroso 2 

Capitán    Aventurero    1 

l*evriil    del    Pico 1 

FA   Talisniá-i    ó  Ricardo  en   Pa- 


Eva      1 

Stnl'l  )Mme.  de) — Corina  ó  Ita- 
lia       2 

Staj}ha}( — Noche    de    carnaval...  1 

Sihendtl — La  Cartuja  de  Parma  2 

»  Rojo    y    Negro 2 

Strvenson — La    Isla    del    Tesoro  1 

Sué    (Eugenio)  : 

Ija  Atalaya  del  diablo  ó  la  bar- 
ba azul   1 

El     Judío     errante 6 

Tarrago  y  Mateos   (E.) — El  Mon- 

ge   Negro    2 


Icstina 
Fl     A!):k1 
Ijí:     NOvia 
Carlos     (1 

S¡(  :i  I,  ¡I  irr: 
S i!  i-rsf  /■(' 


1 

2 

de    Lammermoor 2 

Temerario 2 

^Quo    Vadis? 2 

( D— El     Pecado     de 


Tohtoi  (León)  ¡ 

Cuentos    Populares 

Recuerdos       

K  atia 

La   Guerra   y  la   Paz 

Ana     Karenine 

Resurrección      

Tirior   Hiicjo — Los   Miserables. 
Wallare    (Luis) — Ben-Hur 


1 
1 

,1 

2 
5 
2 


'Pop  jardines  ajenos ' 

(ÜETRRS      HISPANO  -  AMERICANAS)     ; 
rDe; ■ ¡  '■' 

I  ": 

f.  Qranada  y  (^.®  ^  ^^re^lona 


Zi  venta: 


En  la  Liirer.a  ::  MERCURI3  » 
Saranli,    núm  240 


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Inip.    L.1   Rural,    de   M     y   F,    R.amos,    Florida    84    y    92a 


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Director -Redactor:  PP^REZ  Y   CURIS 


A  dministrador: 
IL>UIS       PÉREZ 


JEledaooión  y  A-dministraeióii 
TREINTA-    Y     TRES,      73 


AÑO  VI 


Montevideo,   Agosto-Setiembre    de  1911 


N."  54-55 


Poetas   cotiUm^orátieos 


Gabfiel     Aloman 


Gabriel  Alomar  es  un  poeta  es- 
pañol ;  pero  no  es  un  poeta  cas- 
tellano ;  ha  nacido  en  Mallorca  y 
escribe  sus  versos  en  la  provenzal 
lengua  de  Raimundo  Lulio. 

Sin  embargo,  no  es  un  poeta 
regional ;  su  poesía  és  de  todas 
partes,  de  todos  los  tiempos ;  clá- 
sica y  futurista. 

Para  convencerse  de  ello  basta 
leer  su  último  libro.  La  columna 
dt  foc. 

Le  precede  un  bello  prólogo  de 
Santiago  Rusiñol,  que,  más  que 
por  la  pluma,  parece  trazado  por 
su    florido    pincel. 

Rusiñol  hace  de  Gabriel  Alomar 
la    siguiente    pintura : 

<(E1  que  escribe  versos  impeca- 
bies  ;  él  que  ha  aprendido  la  Mi- 
tología como  un  cristiano  la  Doc- 
trina ;  que  ha  bebido  en  el  ánfora 
de  Horacio,  que  tiene  el  Parte- 
nón  por  parroquia  y  Venus  Afro- 


dita por  patrona,  que  (si  los  hu- 
biera en  los  bosques)  saldría  á 
cazar  faunos,  á  pesar  de  lo  que  le 
espantan  las  armas ;  él,  que  trata 
en  sus  artículos  de  cuestiones  eco- 
nómicas, que  es  socialista,  que  es 
pagano,  que  estima  la  uniformi- 
dad, que  es  amante  de  la  línea 
recta,  de  la  Ciencia,  del  cinema- 
tógrafo y  de  los  sonetos  sobre 
bloques  de  mármol,  es,  aunque  se 
ofenda  (y  ya  sé  que  no  se  ofende- 
rá), es...  terriblemente  román- 
tico.» 

Es  cierto ;  Gabriel  Alomar  ha 
bebido  en  el  ánfora  de  Horacio, 
como  lo  demuestra  la  Horaciana, 
que    á    continuación    traduzco : 

Bajo  la  parra,  en  la  serena  tarde, 
junto  á  la  boca  del  callado  pozo, 
Lesbia  ¿  recuerda  que  de    amor  moríamos 
como  poetas? 

Tranquilo  el  aire  en  libertad  pasaba, 
sobre  nosotros,  bajo  el  puro  cielo, 
lo  mismo  que  un  dosel,  nuestros  amores 
cubrían  pámpanos. 


iM  I  ci^  I  iv^nML.  ^tuUNÜ  IbAHUbUKh 


■'^m-. 


Bibliográficas 


(Obnas     necomendadas    pop     «Apolo 


m. 


rOB    fiEOKGES    D'ESPARHf.S.— 
^tilUntít     (íf     E.     Diez     Ca- 


si Tumulto. 

(  l'irsión     Cíi,- 
íit'(/(<). 

VA  lirisuu)  (■'pi<'0  (le  Ccoriní  d'Kxpnr- 
'.( >-  canta  en  la  pi-osa  do  eiite  vola 
mt'ii  con  fiatror  do  tornionta.  Ks  iin;i 
sticosiüti  do  cuadros  liitítóricos  luMulii- 
dos  por  el  aliento  vital  del  lioroís- 
nio.  una  catai'ata  de  prifos  y  ruuio- 
i'os.  do  quejriS  y  ext'laniacionos  do  víc- 
t(  ría.  de  abnofracioncs  y  sacrificios  en- 
tro el  estruendo  de  la  pólvora,  las  vo- 
ces de  mando  .v  el  estallido  do  triun- 
fos que  pai'ocen  arrancados  de  la  vie- 
ja eepi  de  las  edades  mitológicas. 
Canto  repiil)l¡cano  entusiasta,  es  El 
TiMri.TO  la  epopeya  en  prosa  de  los 
ai'ónimos.  de  les  ig-norados.  de  los  que 
hichuroii  y  murieron  entreprando  su  vi- 
da en  l>olocausto  de  la  Tndiri^ihh  ,  cu- 
y  )  verdadero  sitrnifitado  fueron  á  bus- 
ca i  entre  los  despojos  del  campo  de 
batalla. 

La  pcrtentosa  imaErin.ición  de  (Icor- 
íM'.-'  d'K!<¡ni  rhi'^.  ha  idasmado  en  Fl 
Trviri.TO  una  visión  grandiosa  de 
aquella  lucha  homérica  que  la  Fran- 
ci  1  rc])ublicana  luibo  do  sostener  ton- 
tr;'  seis  iioderosas  naciones  á  la  vez,  y 
05  cada  pápina  un  clarín  que  del  fon- 
do do  las  tumbas  snrgre  cantando  el 
l.ei-oísmo  del  pueblo— jóvenes,  ancia- 
nos, mujeres,  niños- que  harapiento, 
faiiiélico,  armado  de  los  más  hetero- 
pcnoos  instrumentos  de  combate,  pasó 
triunfante  la  bandera  do  la  república 
s<ibre  cien  campos  de  batalla,  que  fne- 
roi.  á  la  vez  cementerio  do  héroes  y 
perennes  monumontos  elevados  al  in- 
domable empuje   de   la    raza 

Lej'endo  las  páprinas  de  soberana 
n' a  estría  de  Fl  TrMii/ro.  conmuévon- 
so  las  fibras  más  tiondas  del  sentimion 
to,  y  Á  despecho  do  cnanto  pueda 
existir  en  el  lottor  contrario  á  la  ideri 
de  puerra,  el  corazón  palpita  con  vio- 
le i.cia,  laten  las  sienes,  y  el  escalofrío 
do  tanta  grandeza  recorre  la  médubi, 
!  I  (.Viseando  la  admiíación  y  el  entu- 
>i  ismo  por  quienes  de  manera  tan  te- 
II  il. lómente  hermosa  supieron  defen- 
di-i'  el  suelo  de  six  patria  contra  los 
r  icv  mil  cschiroí!  que  los  dr^potas 
Ichzarnn   á   ?us  fronteras. 

El  TiMi'LTO  es  una  gloriosa  lección 
cívica,  una  cantera  inagotable  de  emo- 
ción, un  galopar  constante  del  heroís- 
mo, y  una  fuente  inexhausta,  donde 
jóvenes  y  viíjos  hallarán  la  base  de  su 
piicpia  elevación  do  alma.  Libros  co- 
mo éste,  además  de  una  neiesidnd, 
SOI'  x\n  bello  presente  á  las  genera- 
ciones jóvenes,  y  un  reactivo  contra  el 
afeminamiento  do  los  caracteres  que 
f-s  el  primer  síntoma  de  la  decaden- 
cia y  desaparición  do  los  pueblos.  La 
ju\entud  de  habla  castellana  encentra- 


r.i  en  los  cuadros  históricos  de  El  Tcr- 
lun.TO,  además  de  una  prosa  vibrante 
y  castiza,  materia  abundante  para  el 
fortalecimiento  de  sus  ideales  de  pro- 
greso republicano. 

La  versión  castellana,  del  celebra- 
di  poeta  í'.  Diez  Cañedo,  os  irrepro- 
chable, y  la  portada  artística  de  El 
Tumulto  un  mérito  más  que  agregar  á 
la   esmerada   edít  ion. 

Camino  de  perfección  y  otros  ensayos, 

roR    Mantel   Díaz   Rodríguez. 

KI  distinguido  litoíato  vonozolaiui, 
don  Manuel  Díaz  Rodríoucz,  lia  com- 
puesto un  hermoso  libro  de  jtiventud 
en  el  que  se  hallan  condensados  el  on- 
ti  siasmo,  la  fe  en  el  arte  y  la  serena. 
cor.i-cpción  de  la  1  elleza.  Por  las  casti- 
zas páginas  de  Camin'o  de  rERiECCióN.  en 
d  indo  el  idioma  castellano  se  muestra, 
purísimo  y  brillante,  corre  un  dulce 
m anantí  il  de  ensueño  generoso  cele- 
I  r  indo  el  desinterés  como  la  mejor  co- 
ra;: 1  del  ideal,  como  el  arca  santa  del 
esi-íritu. 

En  estos  tí'.-mpos  de  egoísmo,  en  qtie 
las  sociedades  parecen  al  dicar  de  su 
tentimontalidad  en  holoiausto  á  lo 
práctico,  á  lo  inmediato  y  tangible, 
causa  verdadero  agrado,  sano  placer, 
el  entusiasmo  con  que.  armado  de  to- 
da;: armas— buen  gusto,  cultura  lite- 
raria y  filosófica, — sale  á  la  palestra 
DÍAZ  EouRÍr.T-EZ  en  defensa  de  su  dul- 
cinea  la  Belleza. 

Camino  ue  i'FRPErcid.v  es  un  libro  repo- 
sado, sereno,  de  esencia  eminentemen- 
te ciftica.  sobre  cuya  base  inicial  ha 
1  ( rdado  el  autor  varios  ensayos  de 
grandísimo  valor  en  los  cuales  mues- 
tra peregrinas  condiciones  de  crítico. 
sagac  idad  psicológica  y.  lo  que  es  mu- 
cho, un  espíritu  abierto  á  la  contem- 
plación de  todas  las  manifestaciones 
cíeiititicas  ó  estétii  as.  La  noblemente 
aj  asionada  y  vigorosa  juventud  que 
ti  asciende  en  todas  las  páginas  de  es- 
t?  volumen,  tiene  á  veces  sus  puntos  y 
1  il  otes  de  ironía,  de  una  piadosa  iro- 
nía que  da  suaves  cachetazos  y,  burla 
lurl  indo,  oportunos  pasagonzalos  á 
ese  figurón  especial  llamado  don  Per- 
fecto. Y  buscando  en  la  contextura  de 
esto  personaje  que  en  todas  las  Aca- 
demias tiene  silla  y  es  el  Aristóteles 
(lo  las  pasadas  y  venideras  Humanida- 
des, es  como  el  celebrado  literato  ve- 
nezolano se  nos  revela  en  toda  su  va- 
lía con  una  serie  do  estudios  que  bas- 
tarán á  la  crítica  para  dedicarle  sin- 
ceros  elogios. 

El    libro,     primorosamente    editado, 
fcrma  un  volumen  de  cerca  de  300  pá- 
ginas,  y   lleva   una  artística   y  simbó- 
lica   portada    del    también    muy    cele 
br;ido  pintor  venezolano  Tito  Salas. 


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l^iroctor-llednctor:   VVAiK'Á  Y   CÜIÍIS 


A^dniiíiist  radon 

j^  u  I  s     f  É  K,  e:  Z 


I:i.e<ia,ooióii  y  Adnniíii^^ti-a-eióii 


AÑO  VI 


Montevideo.   Agosto-Setiembre    de  1911 


N.'  54-55 


Poetas   cotiUm^oráti-eos 


Gabriel     fllomat» 


Gabriel  Alomar  es  un  poet^_jB&'- 
pañol  ;  pero  no  es  un  poeta  cas- 
tellano ;  ha  nacido  en  Mallorca  y 
escribe  sus  versos  en  la  provenzal 
lengua   de   Raimundo   Lulio. 

Sin  embargo,  no  es  un  poeta 
regional ;  su  poesía  es  de  todas 
partes,  de  todos  los  tiempos  ;  clá- 
sica y  futurista. 

Para  convencerse  de  ello  basta 
leer  su  último  libro,  La  columna 
de    loe. 

Le  precede  un  bello  prólogo  de 
Santiago  Rusiñol,  que,  más  que 
por  la  pluma,  parece  trazado  por 
su    florido    pincel. 

Rusiñol.  hace  de  Gabriel  Alomar 
la     siguiente    pintura : 

"El  que  escribe  versos  impeca- 
bies  ;  él  que  ha  aprendido  la  Mi- 
tología como  un  cristiano  la  Doc- 
trina ;  que  ha  bebido  en  el  ánfora 
de  Horacio,  que  tiene  el  Parte- 
nón   por  parroquia  y  VeJius  Afro- 


dita por  patrona,  que  (si  los  hu- 
biera en  los  bosques)  saldría  ;í 
cazar  faunos,  á  pesar  de  lo  que  le 
espantan  las  armas" ;  él,  que  trata 
en  sus  artículos  de  cuestiones  eco- 
nómicas, que  es  socialista,  que  es 
pagano,  que  estima  la  uniformi- 
dad, que  es  amante  de  la  línea 
recta,  de  la  Ciencia,  del  cinema- 
tógrafo y  de  los  sonetos  sobre 
bloques  de  mármol,  es,  aunque  se 
ofenda  (y  ya  sé  que  no  se  ofende- 
rá), es...  terriblemente  román- 
tico.» 

Es  cierto ;  Gabriel  Alomar  ha 
bebido  en  el  ánfora  de  Horacio, 
como  lo  demuestra  la  Horaciana, 
que    á    continuación    traduzco : 

Bajo  la  parra,  en  la  serena  tarde. 
Junto  á  la  boca  del  callado  pozo, 
Lesbia  ¿recuerda  que  de    amor  moríamos 
como-  poetas? 

Tranquilo  el  aire  en   libertad  pasaba, 
sobre  nosotros,  bajo  el  puro  cielo, 
lo  mismo  que  un  dosel,  nuestros  amores 
cubrían  pámpanos. 


—  128  — 


Sobv«  ^l  libro   ''Por  jardines  ajetios" 


^Kelll■u  liuriúii    lU-     ¡<t    Dic ) 


La  crítica  es  quizás  !a  más  deli- 
cada tarea  á  que  i)uedaii  dedicar- 
se los  cultoi-es  de  la  literatura.  Y 
es  que  para  ello  se  requieren  cua- 
lidades esenciales,  tales  como  la 
sinceridad  y  el  conocimiento  sufi- 
ciente de  la  obra  que  se  critica,  es 
decir,  erudición. 

Carecer  de  alguna  de  estas  con- 
diciones es  exponerse  al  ridículo. 
La  sinceridad  debe  primar.  Sin 
ella,  la  crítica  queda  relegada  á 
un  instrumento  de  bajo  servilismo 
ó  infame  venganza.  Erudición  pa- 
ra  un   sano   análisis. 

Pérez  y  Curis.  á  quien  cono- 
cíamos ccmo  á  un  ferviente  cultor 
dfi  la  sublime  Musa,  se  presenta 
con  un  nuevo  libro,  en  prosa,  de 
crítica  y  de  combate.  Desde  sus 
primeras  páginas,  se  respira  un 
hálito  de  frescura  en  el  estilo  y  se 
experimenta  la  sensación  del  valor 
-de  los  conceptos  vertidos  en  sus 
\ibrantcs  pá^dias.  .\dniira  por  la 
■entereza  can  que  expone  su  pen- 
samiento. Y  admira  doblemente, 
si  se  tiene  en  cuenta  que  en  nues- 
tro mundo  intelectual,  la  envidia 
no  hace  otra  cosa  que  pretender 
minar  con  sordas  y  malevolentes 
injurias,  la  reputación  de  los  ele- 
mentos más  descollantes  en  nues- 
tra  intelectualidad   . 

La  loa  surge  de  este  libro  va- 
liente, como  una  j^loriosa  voz  de 
aliento  que  consagrara  caminof  de 
triunfo,  imposibles  de  asaltar  por 
los  mendicantes  del  elogio.  La  per- 
sonalidad de  los  jóvenes  e&criti)res 
hispanoamericanos,  se  destaca  en 
ella  con  toda  su  luminosa  poten- 
cialidad. Son  figuras  conocidas  y 
admiradas,    comunes    con    nosotros 


por  sus  obras  y  hasta  por  sus  idea- 
les. 

El  anatema  tiene  caracteres  de 
rudeza  ¡mijlacable.  Es  la  severidad 
de  un  temperamento  convulsiona- 
ilo  por  la  vanidad  de  los  adapta- 
dos  ó   impotentes. 

Por  jardines  ajenos,  contiene 
tambiéii  algunos  artículos  de  lu- 
cha, que  cierran  el  libro,  dejando 
en  nuestros  espíritus  un  grado  su- 
i'fiente  de  esperanza,  para  creer 
(,ue  aun  existen  cerebros  sanos  y 
espíritus    iconclastas    . 

En  Los  simuladores  dice  Pérez 
y  Curis:  ((La  simulación  es  la  úni- 
ca habilidad  de  las  almas  inferio- 
res que  andan  á  tientas  en  la 
sombra  ocultando  sus  movimien- 
tos á  las  miradas  del  sol». 

En  El  hombre  sincero :  ((Fuerte 
es  el  hombre  sincero.  Y  cuanto  más 
sincero    más   odiado   es». 

En  El  Artista  hace  la  siguiente 
definición  : 

((El  artista  ideal  es  aquel  que 
leúne  en  iina  misma  obra,  y  con 
mayor  intensidad,  esos  atributos 
de  la  estética  que  se  llaman  senti- 
do plástico  y  sentimiento  poético.» 

Conceptos  todos,  que  exponen 
ante  los  criterios  elevados,  la  per- 
sonalidad de  mi  luchador  valiente 
y  talentos'O. 

El  nuevo  libro  de  Pérez  y  Cu- 
ris, puede  servir  de  encarrilamien- 
to  á  todos  aquellos  que  desviados 
de  la  verdadera  senda,  sólo  se  pre- 
ocupan de  crear  ídolos  y  destruir 
reputaciones. 


Marcos  FROMENT. 


Julio.  1910. 


—    120   — 

Egipto 

Para    Apolo. 

Cuarenta  siglos  há.  El  cocodrilo, 
El  blanco  ibis,  la  flor  azul  del  loto 
Son  dioses.  Las  pirámides,  el  Nilo 
La  eterna    faz  de  aquel  país  remoto 

Divinidad  velada  en  el  sigilo. 
Del  Misterio,  Hermes,  el  dios  ignoto. 
El  Verbo  creador  tiene  un   asilo 
En  cada  ser.  Todo  le  está  devoto. 

Duermen  las  momias  en  los  hipogeos 
De  Cheops  y  Micerino,  mausoleos 
De  los  reyes   pastores  y  Faraones.  {i 

Perdieron  su  virtud  los  Icneumones; 
Una  puerta  de  bronce  las  edades 
Separa,   Hoy,  son  ruinas  las  ciudades 
De  Tantáh  y  Luxor. 

Solo  el  fecundo  río  fertiliza 
Aquel  suelo  sagrado  que  agoniza 
Bajo  la  planta  de  un  conquistador! 

Adriano  M.   AGUJAR 


•  -  •^— 


tas  gotas  amargas... 

Para    APOLO. 

Yo  he  querido,  pulsando  la  lira, 
Mil  veces  contarte  mis  cuitas,  mis  ansias. 
Que  van,  como  sombras  traidoras  y  densas, 
Envolviendo,  alevosas  mi  alma... 

En  las  lloras  de  insomnio  — que  paso 
üenando  incansable  mis  páginas  blancas  - 
También  he  rimado  á  tus  o|os,  la  rima 
Que  arrancarles  pudiera  una  lágrima. 

Pero  a!  largo  silencio,  que  avanza 
Cual  ruda  mordaza  invisible,  la  Nada, 
Se  cierne  triunfante  como  ave  siniestra 
Que  impusieran  mutismo  sus  alas. 

Patrimonio  del  hombre,  que  vive 
Del  negro  Destino  sujeto   á  la  garra, 
Es  del  alma   la  fuente  finita 
Que  vierte  incesante  las  gotas  amargas. 

Mendoza,  1911  J.  Enrique  ACEVEDO 


130   - 


Marcos  Froment 


Ou^tito  blanco 


(Papa  mujepes    histétiicas) 


Fara   Apolo. 

Pálida,  ojerosa,  flaca,  muy  fla- 
ca. Tenía  los  labios  ardidos  por  el 
deseo,  donde  las  huellas  de  sus 
dientes  jamás  desaparecían.  Los 
hombres  debiendo  prosternarse  an- 
te su  austera  personalidad,  que 
ios  veía  llegar  con  un  mortificante 
despotismo  en  la   mirada. 

Todos,     tímidos,     sólo     deseaban 
desembarazarse   de  la   primera  en 
trevista,  para  respirar  ampliamen- 
te lejos  de  ese  verdugo  de  los  an- 
helos. 

Sintió  frío.  Frío  en  su  orgullo 
rebelde.    Y    lloró    una    noche   sobre 


el  pecho  del  varón  que  sonriendo 
á  sus  impertinencias  quebrantado- 
ras,  había  persistido  durante  una 
semana  en  la  obra  en  que  tantos 
y    tantos    fracasaran. 

Ni  un  beso !  quejóse  á  una  ín- 
tima. Ni  iin  beso  después  de  siete 
días !  Ese  hombre  no  tiene  sangre. 
Le  insulto,  le  grito,  le  pellizco ; 
5Í,  le  pellizco  y  siempre  sonríe, 
ríe,    sonríe... 

Todavía  nada,  nada ! — ^habló  á 
su  amiga  por  segunda  vez.  Un 
mes,  te  aseguro ;  de  todo  ríe,  todo 
es  para  él  broma.  Esta  noche  re- 
solveré en  definitiva. 

Lo  he  perdido  ! . . . — dijo  en  su 
tercera  confidencia.  Es  usted  un 
hielo,  carece  de  sensualidad,  des- 
conoce la  misión  de  la  juventud 
en  el  amor.  Sonrió  sin  murmurar 
una  sola  palabra.  Busqué  excusas 
para  acercar  mi  rostro  al  suyo,  le 
hablé  á  los  oidos,  le  toqué  la  cara 
para  gozar  de  la  suavidad  del 
cutis  después  de  afeitado. 

Me  miró  un  rato.  La  sonrisa  fué 
desapareciendo  de  sus  labios,  y 
cor  ella,  mi  última  esperanza  mo- 
ría como  el  último  rayo  de  sol, 
que  al  desaparecer  lleva  consigo 
la?  ínfimas  caricias  de  su  destello. 

Adiós ! — dijo  extendiéndome  la 
mano. — Adiós !  Y  desapareció  en 
las  sombras  de  la  noche,  donde  he 
enterrado  para  siempre  mis  más 
caras  esperanzas.. 

Marcos  FROMENT. 


-  131   - 

ios4  Martí,  en  Guatemala 


Una  página  de  amof 


De  la  tierra  del  padre  Hidal- 
go, el  cura  heroico,  pasó  Martí, 
á  principios  de  1877,  á  Guatema- 
la, deteniéndose  antes  en  la  Ha- 
bana, á  recoger  unas  cartas  de 
presentación  para  distintas  perso- 
nalidades del  Gobierno  de  aquella 
líepública.  Allí,  apenas  sacudido 
el  polvo  del  camino,  fué  nombra- 
do Catedrático  de  Derecho  Polí- 
tico y  Director  de  la  ((Revista 
(Guatemalteca».  Allí  escribió,  á  pe- 
tición del  Gobierno,  nn  drama  his- 
tórico en  cuatro  actos  y  en  verso, 
y  también  allí,  una  angelical  al- 
ma de  niña,  sintió  por  él  la  más- 
purísima  de  las  pasiones.  Era  una 
distinguida  señorita,  hija  de  un 
General  ilustre  de  aquel  país,  que 
lo  amó  locamente.  Y  dicen  que 
Martí  sufría  como  de  un  crimen, 
al  tener  que  mostrarse  indiferente 
ante  aquel  amor  primaveral.  Pero 
él,  cuando  fué  á  Guatemala,  ya 
estaba  comprometido  en  México 
con  Carmen  Zayas  Bazán,  á  quien 
hizo  luego  su  esposa  y  es  hoy  su 
viuda  respetada :  por  eso  no  amó 
Martí  aquella  criatura  tan  tier- 
na y  talentosa.  Martí  salió  á  Mé 
jico  de  .nuevo  á  contraer  matrimo- 
nio, y  volvió  casado  á  Guatema- 
la. Y  dicen  que  la  pobre  enamo- 
lí/da  murió  entonces  de  dolor,  del 
dulce  mal  de  sentir  demasiado 
las  ingratitudes  de  la  vida.  Mar- 
tí, años  después,  pensando  sin  du- 
da en  esta  historia  romántica  que 
estremeció  su  existencia,  escribió 
estos  divinos  versos  de  ternura  y' 
melajicolía : 

((Quiero,  á  la  sombra  de  un  ala, 
contar   este    cuento    en    flor: 


la    niña    de    Guatemala, 
l'j.  que  se  murió  de  amor. 

Eran   de   lirio   los   ramos, 
y  las  orlas  de  reseda 
y   de   jazmín :    la    enterramos 
en   una   caja    de   seda. 

¡  ...Ella    dio    al    desmemoriado 
lina  almohadilla  de  olor : 
él  volvió,  volvió  casado  ; 
ella  se  murió  de  amor. 

Iban   cargándola   en    andas 
Obispos  y  Embajadores; 
detrás    iba    el    pueblo    en    tandas, 
todo  cargado  de  flores. 

...Ella,    por   volverlo   á   ver, 
salió  á  verlo   al  mirador : 
él  volvió  con  su  mujer   : 
ella  se  murió  de  amor. 

Como  de  bronce  candente,      ? 
al  beso  de  despedida 
era   su   frente,    ¡  la   frente 
que  más  he  amado  en  mi  vida ! 

...Se    entró    de   tarde    en    el    río, 
la  sacó  muerta  el  doctor : 
dicen  que  murió  de  frío : 
yo  sé  que  murió  de  amor. 

Allí,    en    la    bóveda    helada, 
la   pusieron   en   dos   bancos ; 
besé  su  mano  afilada, 
besé  sus   zapatos   blancos. 

Callado,   al   oscurecer, 
me   llamó   el   enterrador : 
nunca  más  he   vuelto   á  ver 
á  la  que  murió  de  amor! 

Otras  pasiones  inspiró  Martí  á 
otras  mujeres,  pero  acaso  ninguna 
tan  pura  y  tan  hermosa  como  esa 
que  inspiró  á  la  niña  de  Guatema- 
la, la  de  las  ma.nos  de  lirios  y  la 
fíente  purísima  :  luz  y  música  he- 
cha carne... 

Néstor  CARBONELL.. 


—  132  — 


0^1  Libro:   Covt-e  de  amor 


He  aquí  un  libro  de  juventud, 
un  libro  escrito  en  esta  edad  di- 
chosa de  sueños  y  de  esperanzas, 
i  Hoy  esa  edad  se  me  aparece  ya 
casi  lejana !  Al  releer  estas  pági- 
nas, que  después  de  tantos  años 
tenía  casi  olvidadas,  he  sentido  en 
ellas  no  sé  qué  alegre  palpitar  de 
viela,  qué  abrileña  lozanía,  qué 
gracioso  borboteo  de  imágenes  des- 
usadas, ingenuas,  atrevidas,  de- 
tonantes. Yo  confieso  mi  amor  de 
otro  tiempo  por  esta  literatura : 
La  amé  tanto  como  aborrecí,  esa 
otra,  timorata  y  prudente,  de  al- 
gunos antiguos  jóvenes,  que  nun- 
ca supieron  ayuntar  dos  palabras 
por  primera  vez,  y  de  quienes  su 
ruta  fué  siempre  la  eterna  ruta, 
trillada  por  todos  los  carneros-  de 
Panurgo.  Como  aquellos  viejos  é 
ignorantes  doctores  de  Salamanca, 
ni  siquiera  osan  presumir  que  ha- 
ya tierras  desconocidas,  á  donde 
se  llegue  surcando  mares  nunca 
navegados.  Amparándose  en  la 
gloriosa  tradición  del  siglo  XVII, 
se  juzgan  grandes  sólo  porque 
imitan  á  los  grandes,  y  presumen 
que  hicieron  como  ellos  el  divino 
Lope  y  el  ,  humano  Cervantes. 
Cuando  algunos  espíritus  juveni- 
les buscan  nuevas  orientaciones, 
revuélvense  invocando  rancios  y 
estériles  preceptos.  Incapaces  de 
comprender  que  la  vida  y  el  arte 
son  una  eterna  renovación,  tienen 
por  herejía  todo  aquello  que  no 
hayan  consagrado  tres  siglos  de 
rutina.  Predican  el  respeto  para 
ser  respetados,  iJero  la  juventud 
desoye  sus  clamores,  y  hace  bien. 
La  juventud  debe  ser  arrogante, 
violenta,  apasionada,  iconoclasta. 
No  haya  de  entenderse  por  esto 
que  proclamo  yo  la  desaparición  y 
muerte  de  las  letras  clásicas  y  la 


hoguera  para  sus  libros  inmorta- 
les, no.  Han  sido  tantas  veces  mis 
maestros,  que  como  á  .nobles  y 
viejos  progenitores  los  reverencio. 
Estudio  siempre  en  ellos  y  pro- 
curo imitarlos,  pero  hasta  ahora 
jamás  se  me  ocurrió  tenerlos  por 
inviolables  é  infalibles,  acaso  por- 
que los  biienos  cristianos  sólo  reco- 
nocemos como  dogmática  la  doc- 
trina de  nuestro  padre  el  Sumo 
Romano  Pontífice.  Pero  hay  mu- 
chos desgraciados,  víctimas  del  De- 
monio, que  discuten  las  parábolas- 
de  Jesús,  y  no  osan  discutir  una 
mala  comedia  de  Echegaray,  ni  un 
lamentable  soneto  de  Grilo.  Esas 
idolatrías  han  provocado  la  cólera 
divina.  El  Señor  derribó  á  los  ído- 
los y  maldijo  á  los  sacerdotes,  se- 
cándoles el  aeso  y  alargiándoles 
las  orejas,  como  á  Nabucodono- 
sor.  Esta  adulación  por  todo  lo 
consagrado,  esta  admiración  por 
todo  lo  que  tiene  polvo  de  vejez, 
son  siempre  una  muestra  de  ser- 
vidumbre intelectual,  desgracia- 
damente muy  extendida  en  esta 
tierra.  Sin  embargo,  tales  respe- 
tos han  sido,  en  cierto  modo,  pro- 
vechosos, porque  sirvieron  para 
encender  la  furia  iconoclasta  que 
boy  posee  á  todas  las  almas  jóve- 
nes. En  arte  como  en  la  vida, 
destruir  es  crear.  El  anarquismo 
es  siempre  un  anhelo  do  regene- 
ración, y,  entre  nosotros,  la  úni- 
ca   regeneración   posible. 

Yo  he  preferido  luchar  para  ha- 
cerme un  estilo  personí».l,  á  bus- 
carlo hecho,  imitqindo  á  los  es- 
critores del  siglo  XVIIT.  Leyen- 
do á  los  antiguos  aprendí  dónde 
se  hurtan  esos  postizos  clásicos, 
con  que  disfrazaíi  su  miseria  li- 
teraria todos  los  desventurados 
que    van    á    segar    en    lo-j    fértiles 


133  — 


campos  de  Cervantes  y  de  Queve- 
do,  como  los  villanos  gallegos  van 
á  las  Castillas  para  cegar  espigas 
en  el  campo  del  rico,  pero  hallo 
mejor  hacerme  un  huerto  y  tra- 
bajar en  él,  solo  y  voluntarioso. 
J)e  esta  manera  hice  mi  profesión 
de  fe  modernista :  Buscarme  en 
sí  mismo  y  no  en  los  otros.  Por- 
qiie  esa  escuela  literaria  tan  com- 
batida no  es  otra  cosa.  Si  han 
caído  sobre  ella  toda  suerte  de 
anatemas,  es  tan  sólo  porque  le 
falta  la  tradición.  Las  obras  que 
los  críticos  admiten  sin  protesta, 
y  que  todos  los  hombres  admiran, 
son  aquellas  que  cuentan  cientos 
de  años,  y  que  nadie  examina, 
porque  ya  tienen  la  sanción  uni- 
versal. 

Si  en  la  literatura  de  hoy  exis- 
te algo  nuevo  que  pueda  recibir 
con  justicia  el  nombre  de  moder- 
nismo, es,  ciertamente,  un  vivo 
a.nhelo  de  personalidad,  y  por  eso 
hin  duda  advertimos  en  los  escri- 
tores jóvenes  más  empeño  por  ex- 
presar sensaciones  que  ideas.  Las 
ideas  jamás  han  sido  patrimonio 
exclusivo  de  un  hombre,  y  las  sen- 
saciones sí.  Las  ideas  están  en  ol 
ambiente  intelectual,  tienen  su 
órbita  de  desarrollo,  y  el  escritor 
es  lo  más  que  alcanza  á  perpe- 
tuarlas por  el  hálito  de  persona- 
lidad ó  por  la  belleza  de  expre- 
sión. Ocurre  casi  siempre  que 
cuando  un  nuevo  torrente  de  ideas 
y  de  sentimientos  transforma  las- 
almas,  las  obras  literarias  á  que 
da  origen  son  bárbaras  y  persona- 
les en  el  primer  período,  serenas 
y  armónicas  en  el  segundo,  retó- 
jicas  y  artificiosas  en  el  tercero. 
Podrá,  aislada,  la  personalidad  de 
un  poeta,  adelantar  ó  retroceder 
en  la  evolución,  pero  la  obra  li- 
teraria en  general  sigue  su  órbita 
con  absoluto  fatalismo,  hasta  que 
germinan  nuevas  ideas  ó  se  for- 
man nuevos  idiomas.  • 


Por  todo  esto  no  puede  afirmar- 
se, sin  notoria  injusticia,  que 
sean  las  contorsiones  gramatica- 
les y  retóricas  achaque  exclusivo 
de  algunos  escritores  llamados 
«modernistas».  En  todas'  las  lite- 
raturas— si  no  en  todos  los  tiem- 
pos— hubo  espíritus  culteranos,  y 
todos  nuestros  poetas  decadentes 
y  simbolistas  de  hoy,  tienen  en  lo 
antiguo  quienes  les  aventaje.  Que 
yo  sepa,  no  ha  llegado  nadie  en- 
tre los  vivos  á  las  extravagancias 
del  jesuíta  Gracián,  ya  citado  á 
este  propósito  por  D.  Juan  Valera. 
Gracián,  en  su  poema  <(Las  sel- 
vas del  año»,  nos  presenta  al  sol 
como  picador  ó  caballero  en  pla- 
za, que  torea  y  rejonea  al  Toro  ce- 
leste, aplaudiendo  sus  suertes  las 
estrellas,  que  son  las  damas  que 
miran  la  corrida  desde  los  palcos' 
c  balcones.  El  sol  se  .convierte  lue- 
go en  gallo. 

Con  talones  de  pluma 
Y  con  cresta  de  fuego. 

y  las  estrellas,  convertidas  en  ga- 
llinas, son  presididas  por  el  sol. 

Entre  los  pollos  del  Tmdario  hue- 

[uo  ; 

lo  cual  significa  que  el  sol  llega  al 
signo  de  los  Gemelos, 

riles  la  (jran  Leda  por  traición  di- 

Empolló   clueca   y  concibió   (jallma. 

Si  en  la  literatura  actual  exis- 
te algo  nuevo  que  pueda  recibir 
con  justicia  el  nombre  de  «mo- 
dernismo», no  son,  seguramente, 
las  extravagancias  gramaticales  y 
retóricas,  como  creen  algunos  crí- 
ticos candorosos,  tal  vez  porque 
esta  palabra,  ((modernismo»,  co- 
mo todas  las  que  son  muy  repeti- 
das, ha  llegado  á  tener  una  sig- 
nificación   tan    amplia    como    du- 


—  134  — 


dosa.  Por  eso  no  creo  que  huel- 
gue fijar,  en  cierto  modo,  lo  que 
ella  indica  ó  puede  indicar.  La 
condición  característica  de  todo 
el  arte  moderno,  y  muy  particular- 
mente de  la  literatura,  es  una 
tendencia  á  refinar  las  sensaciones 
y  acrecentarlas  en  el  número  y 
en  la  intensidad.  Hay  poetas  que 
sueñan  can  dar  á  sus  estrofas  el 
ritmo  de  la  danza,  la  melodía  de 
la  música  y  la  majestad  de  la  es- 
tatua. Teófilo  Gautier,  autor  de 
la  Sinfonía  en  blanco  mayor,  afir- 
ma en  el  prefacio  á  las  Flores  del 
mal  que  el  estilo  de  Tertuliano  tie- 
ne el  negro  esplendor  del  ébano. 
Según  Gautier,  las  palabras  al- 
canzan por  el  sonido  un  valor  que 
los  diccionarios  no  pueden  deter- 
minar. Por  el  sonido,  unas  pala- 
bras son  como  diamantes,  otras 
fosforecen,  otras  flotan  como  una 
neblina.  Cuando  Gautier  habla  de 
Baudelaire,  dice  que  ha  sabido  re- 
coger en  sus  estrofas  la  leve  es- 
fumación  que  está  indecisa  entre 
el  sonido  y  el  color;  aquellos  pen- 
samientos que  semejan  motivos  de 
arabescos  y  temas  de  frases  mu- 
sicales. El  mismo  Baudelaire  dice 
que  su  alma  goza  con  los  perfu- 
mes, como  otras  almas  gozan  de 
la  música.  Para  este  poeta,  los 
aromas  no  solamente  equivalen  al 
sonido,    sino    también    al   color : 

//    est    des    parfums    frais    comme 

des  rhairs  d'enfants. 

j^ouces  comme  les  hauts  bois,  veris 

comme  les  prairles. 

Pero  si  Budelaire  habla  de  per- 
fumes verdes,  Carducci  ha  llama- 
do verde  al  silencio,  y  Gabriel  d' 
Annunzio  ha  dicho  con  hermoso 
ritmo  : 

i'ania  la  nota  verde  d\in  bel  limo- 
ve    inflar  I' . 

Hay  quien  considera  como  ex- 
travagancias   todas    las    imágenes 


de  esta  índole,  cuando  en  reali- 
dad, no  son  otra  cosa  que  una 
consecuencia  lógica  de  la  evolu- 
ción progresiva  de  los  sentidos. 
Hoy  percibimos  gradaciones  de 
color,  gradaciones  de  sonido  y  re- 
laciones lejanas,  entre  las  cosas 
que  hace  algunos  cientos  de  años 
no  fueron  seguramente  percibidas 
por  nuestros  antepasados.  En  los 
idiomas  primitivos,  apenas  existen 
vocablos  para  dar  idea  del  color. 
En  vascuence,  el  pelo  de  algunas 
vacas  y  el  color  del  cielo  se  indi- 
can con  la  misma  palabra :  «Ar- 
tuña».  Y  sabido  es  que  la  pobre- 
za de  vocablos  es  siempre  resulta- 
do de  la  pobreza  de  sensaciones. 

Existen  hoy  artistas  que  preteai- 
den  encontrar  una  extraña  co- 
rrespondencia entre  el  sonido  y  el 
color.  De  este  número  ha  sido  al 
gran  poeta  Arturo  Rimbaud,  que 
definió  el  color  de  las  vocales  en 
un   célebre   soneto : 

A-no¡r  E-bleu,  I-rouge,  U-vert,  0- 

jaune., 

Y  fnás  modernamente  Renato 
Ghil,  que  en  otro  soneto  asigna 
á  las  vocales,  no  solamente  color, 
sino  también,   valor  orquestal   . 

A.    cldifonne    vainqueur    e>n    rouge 

flamboiement. 

Esta  analogía  y  equivalencia  de 
las  sensaciones  es  lo  que  constitu- 
ye el  ((modernismo»  en  literatu- 
la.  Su  origen  debe  buscarse  en  el 
desenvolvimiento  progresivo  de  los 
sentidos,  que  tienden  á  multipli- 
car sus  diferentes  percepciones  y 
corresponderías  entre  sí,  forman- 
do un  solo  sentido,  como  uno  so- 
lo  formaban   ya  para   Baudelaire : 

O    meta  mor  phose    mytique 
Ve   tous   mes   sens  fondus   en   vm: 
Son  heleine  fait  la.  musique. 
( omme   se   voix   fait   le   parfum. 

VALLE    INCLAN. 


—  135  — 


T^attos    y  ftrlistas 


Solis^El  19  del  corriente  debutará 
en  este  teatro,  la  compañía  dramáti- 
ca francesa  de  Lutien  Guitry,  el  más 
célebre  de  los  artistas  dramáticos  del 
teatro  francés  contemporáneo.  Este  in- 
teligente actor  acaba  de  realizar  una 
brillantísima  temporada  en  Buenos 
Aires,  mereciendo  grandes  elogios  por 
parte  de  la  prensa  argentina.  El  con- 
junto que  acompaña  al  gran  artista 
es  excelente.  Entre  los  mejores  ele- 
mentos de  la  compañía,  figura  en  pri- 
mera línea  Henriette  Roggers,  joven, 
inteligente  y  hermosa  actriz,  de  bri- 
llante carrera  escénica,  habiéndose 
conseguido  toda  una  merecida  reputa- 
oión  en  las  creaciones  de  «Le  Domai- 
ne»,  de  Lucien  Besnard ;  en  «La  bou- 
re  ou  la  vie»,  de  Capus ;  en  «Le  roi 
Candaule»,  de  Gide,  y  en  otras  mu- 
chas obras.  Maree  Magnier,  es  una 
de  las  artistas  mimadas  del  público 
parisién,  quien  la  ha  aplaudido  con 
verdadero  entusiasmo  en  «Place  aux 
femmes»,  y  en  «La  bonne  hotese»,  en 
la  que  está  inimitable.  MUe.  Jeanone 
Déselos  es  una  de  las  más  jóvenes 
artistas  de  París.  Tiene  talento,  es 
hermosa  y  elegante,  y  ocupa  uno  de 
los  primeros  puestos  de  la  escena 
francesa. 

Además  figuran  en  esta  «troupe», 
Marie  Sestat,  Marcelle  Homerey,  Ee- 
née  Charmoy  y  Augusta  Prieur,  to- 
das ventajosamente  conocidas  en  la 
interpretación  del  teatro  francés.  En- 
tre los  hombres,  hay  para  nosotros 
nombres  conocidos  como  el  de  Sig- 
noret  y  otros  cuya  fama  ha  llagado 
hasta  aquí :  Henry  Lamothe,  Charles 
Mosuier,  Jean  Duval,  Louis  Sauce,  etc. 

El  dúctil  talento  interpretativo  de. 
Guitry,  abarca  el  repertorio  clásico  y 
moderno  del  teatro  francés.  En  la  se- 
cretaría del  teatro  Solís  queda  abierto 
el  abono  para  las  cuatro  únicas  fun- 
ciones que  dará  dicha  compañía,  lle- 
vando á  escena  las  siguientes  obras . 
«L'Aventurier»,  de  Capus;  «L'Emi- 
gre»,  de  Bourget ;  «Le  Tribun»,  tam-  ' 
bien  de  Bourget  y  «Mariage  de  Mlle. 
Boulemans»,    de   Fonsons. 

Paderewsky — En  breve  y  también  en 
nuestro  primer  coliseo,  dará  dos  con- 
ciertos este  famoso  artista  polaco, 
reputado  por  la  crítica  <  ontemporá- 
nea  como  el  mejor  pianista  del  mun- 
do. Su  técnica  maravillosa,  su  manera 
única  de  decir  y  de  arrancar  sonidos 
aterciopelados  al  teclado,  y  su  inspi- 
rada interpretación  de  los  clásicos. 
le  han  valido  el  colosal  renombre  de 
que  hoy  goza,  pudiéndosele  llamar  sin 
exageración,  el  príncipe  del  piano. 
Nuestro  público  tendrá  la  envidia- 
ble oportunidad  de  apreciarlo  inter- 
pretando fielmente  al  genio  de  Beetho- 
ven,    al    divino    Mozart,    al    romántico 


Listz,  al  sentimentalísimo  «poeta  del 
piano»,  al  aristócrata  y  sutil  Schum- 
man,  etc. 

Adelina  Patti — Esta  celebérrima  can- 
tatriz española,  que  ha  hecho  las  de- 
licias de  nuestros  padres  con  su  voz 
excepcional,  á  pesar  de  contar  hoy 
sesenta  y  ocho  años,  pretende  aun  ha- 
cerse admirar  en  varios  conciertos, 
habiendo  firmado  un  contrato  con  el 
empresario  norteamericano,  Benjamín 
Harris,  con  el  objeto  de  hacer  una 
«tiournée»  artística  en  la  próxima 
temporada,  por  las  principales  ciu- 
dades de  los  Estados  Unidos. 

Urquize — Otra  compañía  de  prosa  de- 
butará en  breve  en  el  teatro  de  la  ca- 
lle Andes.  La  compañía  cómico-dra- 
mática del  teatro  do  la  Comedia  de 
Madrid,  dirigida  por  el  primer  actor 
José  Santiago,  en  la  que  figura  la  ce- 
lebrada actriz  Mercedes  P.  de  Var- 
gas. El  repertorio  es  interesante.  Helo 
aquí:  «La  escuela  de  las  princesas>, 
«Lo  cursi»,  «El  automóvil»,  «Los  bu- 
hos», «Rosas  de  Otoño»,  de  Jacinto  Be- 
navente:  «El  centenario»,  «Las  de 
Caín»,  «La  musa  loca»,  «El  genio  ale- 
gre», «Amores  y  amoríos»,  «La  escon- 
dida senda»,  «Los  peces  de  colores», 
«Los  galeotes»,  «Las  fiores» :  de  Alva- 
rez  Quinteros;  «El  gran  tacaño»,  Mi- 
guette  y  ^ü'.mamá» :  de  Paso  y  Abatti ; 
«El  príncipe  consorte :  de  Martínez 
Sierra;  y  otras  comedias  de  Costa  y 
Gorda.  Arniches  y  García  Alvarez,  An- 
tonio Palomero. 

La  temporada  constará  de  diez  fun- 
ciones. 

Politeama— Con  éxito  y  por  tercera 
vez,  actúa  en  este  teatro  la  compañía 
dialectal  Cittá  di  Nápoli,  dirigida  por 
el  actor  Carlos  Nunziata. 

El  cuadro  artístico  es  discreto,  des- 
tacándose de  él  su  director  y  G.  Tren- 
gi,  y  las  señoras  C.  MuUer  y  A.  Caffe- 
recci.  El  repertorio  es  copioso  y  va- 
riado, de  piezas  llenas  de  color  re- 
gional, en  las  que  la -realidad  está  re- 
producida con  cuadros  exactos  y  vi- 
gorosos, intensificados  de  sincera  y 
fuerte  expresión,  que  ponen  de  mani- 
fiesto la  elocuente  capacidad  artística 
de  la  apasionada   raza  napolitana. 

Al  final  de  las  obras,  hay  una  ame 
na  parte  de  concierto,  en  la  que  las 
señoras  Franchi.  Muller  y  el  tenor 
Frengi  <  antan  hermosas  conzonettas 
y  dúos  napolitanos,  con  esa  gracia  y 
poesía  sentimentales,  -  que  solamente 
saVen  sentirlas  y  colorearlas  de  ex- 
presión, los  hijos  de  ese  pueblo  en  ei 
que  el  sol  es  tan  pródigo. 

El  púMico  que  concurre  á  las  fun- 
ciones d3  esta  compañía  es  numeroso, 
aplaude  con  entusiasmo  á  los  actores 
y  se  retira  más  que  satisfecho  del 
teatro. 


-   i; 


Cibiis-  La  afortunada  "troupe"  na- 
cional de  Supparo-Arellano.  continúa 
atrayendo  enorme  público,  al  que  ofre- 
ce diariamente  interesantes  estrenos  de 
obras  de  autores  rioplatenses.  "La 
dulce  calma».  "El  león  ciego»,  «La 
quiebra».  "El  alma  de  la  casa».  «El 
cuento  del  tío  Marcelo».  "Primavera», 
"Frente  á  la  muerte>',   «El  último  cau- 


dillo», y  sin  olvidar  las  incompara- 
bles pieziis  del  infortunado  Florencio 
Sáncliez,  y  otras  más  que  no  recor- 
damos, han  constituido  verdaderos  su- 
cesos  para  los  meritorios  artistas  que 
componen  el  elenco  de  la  compañía 
que  funciona  en  el  antiguo  coliseo  de 
1 1   c  lile  Ituzaingó. 

WIDRE. 


»♦« 


Sikticio 


Para    Apolo 

El  crepúsculo  reza  con  murmurio  de  fuente 
La  oración  del  silencio.  En  los  brazos  del  sueño 
La  campiña  se  entrega  tan  candorosamente 
Como  una  niña  en  brazos  de  su  adorado  dueño. 

La  tarde,  con  un  gesto  de  calma  displicente 
Se  esfuma  en  las  umbrías  del  paisaje  zahareño, 

Y  sólo  rompe  el  tedio  crepuscular,  la  riente 
Canción  de.  una  zagala  de   semblante  risueño. 

El  aire  está   impregnado  de  olores  excitantes, 
Que  recuerdan  los  tibios,  rojos  y  palpitantes 
Labios  que  cierta  noche  nos  contaron  un  cuento. 

Inician  su  chispeo  los  astros  en  la  altura 

Y  así,  por  cada  estrella  que  en  el  azul  fulg'ura: 
Sobre  la  frente    mía  chispea  un  pensamiento. 

Fernando  SILVA  VALDÉS 


»♦» 


p"i^  jPLG;-ii<rE]srx  o 


Dan  los  talentos  imaginativos  en  pensar  que  poeta  es 
como  oficio.  Poeta  es  algo  como  relámpago;  se  encien- 
de á  instantes ;  pero  los.  campos  de  la  tierra  no  se  cul- 
tivan sin  que  el  sol  dore  por  la  tarde  las  amarillas 
copas  de  las  mieses.  La  vida  práctica  necesita  un 
hombre  práctico.  Duro  es  traer  á  la  tierra  la  imagina- 
ción que  vuela  á  lo  alto;  pero  si  lo  dice  el  deber:  así 
lo  entiende  el  que  sueña ;  así  lo  sabe  el  que  vive.  Y 
puesto  que  vivir  no  es  placer:  puesto  que  para  llegar  á 
todo  es  necesario  andar  por  lo  que  lleva  á  ello,  cúm- 
plase el  deber,  vívase  la  vida,  ándese ! 

Tose  MARTI. 


37 


'    I 


Ismael    Urdaneta 


•  ♦« 


I  E^^tld 


Pafa  Ai'OLO 


A  Luis  Burisso . 


L,a     "BLomsL    cLisoltxta.     en     ^1    xsointo 
pierio     d-e;    sol.     Ixrita.    six     deseo 
la.    tixr'ba    y    mixestra.    s-ut    brtital    instinto 
d.e    san.gxe    ■57-    lixcstiaí     en.    vasto    dainoxeo. 

La.t4.xo    eni    las    sien.es,     itnpexial    el    plin.to, 
a-laxe    el    Oésax    el    txágieo    toxn.eo ; 
y    stx    d-iestxa    aban.d.ón.ase    en.     el    ein.to 
si    eae    ixn.    glad.iad.ox    ó    tin.    nn.a.ea.'b  eo. 

El    gla.diadox      qixe    naixexe,      xtxdo    el    doxso, 
se    in-naoviliza    en.    -tin.    sotsexbio     eseoxzo  s 
el    naáxtix    de    xodillas.    Sol    de    gixalda. 

J^Llegxa.    el    eixeo,    y    ]R.oma.    disoltxta. 
a-pla-u.de,    na.ien.txas    qtxe    ISIexón.    esexixta, 
ol£n3.pieo,    al    txavés    de    stx    esxn.exalda. 


IQll— Inédita. 


IS1><I:jí>s.E;L    XJxdaneta 


—  138  — 


£1  mUdo 


Para    Apolo. 


La  conversación  giró  sobre  di- 
\ersos  tópicos,  sin  método  pi  or- 
den, con  esa  inconstancia  con  que 
familiarmente  se  habla,  pasando 
de  un  tema  á  otro  completamente 
opuesto,  saiscitado  repentinamen- 
te, y  de  ese,  á  otro  y  á  otro.  Fué 
así  y  de  una  manera  impensada 
que  se  llegó  á  tratar  del  miedo. 
Un  jovencito  nervioso  y  locuaz,  y 
nci  muy  valeroso  por  cierto,  tomó 
la    palabra   y   dijo : 

— Pocos,  muy  pocos,  han  sentido 
y  saben  lo  que  es  el  miedo,  el  ver- 
dadero miedo,  el  miedo  cerval,  el 
miedo  aterrador,  el  miedo  mor- 
tal.— La-nzó  un  profundo  suspiro, 
luego  un  ¡  ah !  prolongado,  son- 
rió y  prosiguió : 

— No  pueden  imaginarse  ustedes 
el  susto  que  llevé  no  hace  aún 
mucho  tiempo.  Ustedes  saben  lo 
que  es  el  insomnio  porque,  ¿quién 
no  lo  ha  sufrido  alguna  vez  en 
su  vida?  Pues  bien.  Me  había 
acostado  á  las  diez  de  la  noche 
sin  ninguna  juiciosa  preocupa- 
ción, pero  sí  con  el  maldito  é 
incurable  temor  que  me  asalta  á 
veces  de  desvelarme,  defecto  de 
toda  persona  nerviosa, — ¿Por  qué 
no  decirlo  .P — y  apocada.  Sentí  en 
el  reloj  del  comedor,  inmediato  á 
mi  dormitorio,  dar  las  once,  las 
doce,  hiego  la  una,  las  dos,  y  no 
podía  conciliar  el  sueño  por  más 
que  en  ello  me  exnpeñaba.  Me 
alargaba  en  la  cama,  me  encogía, 
daba  vueltas  y  revueltas,  me  re- 
volvía nervioso  buscando  cómoda 
posición,  quedaba  luego  largo  ra- 
to quieto,  muy  quieto,  sin  pens'ar 
más  que  en  dormir,  cerrando  los 
ojos,  respirando  tranquilamente, 
haciéndome  el  inconsciente  dor- 
mido. Pero  era  en  vano :  el  sueño, 
reacio,    no    venía.    Cansancio    que 


hubiera  deseado  tener  no  sentía.  Y 
respiraba,  respiraba  y  no  dormía. 
Entonces  trataba  de  provocar  el 
sueño,  bostezando  larga  y  profun- 
damente ;  abría  desmesuradamente 
los  ojos,  hasta  irritarlos  y  can- 
sarlos, fijándolos  fuertemente,  co- 
mo queriendo  sondar  la  densa  obs- 
curidad que  me  rodeaba,  en  Ta 
que  reposaban  tranquilamente  las 
cosas,  en  medio  del  mortal  silen- 
cio reinante.  Decididamente,  el 
sueño  me  era  esquivo.  ¡  Qué  impa- 
ciencia no  poder  dormir  cuando 
se  desea.  ¡  Qué  tormento !  Y  qué 
largas,  interminables  y  eternas- 
parecen  las  noches  pasadas  así ! 
Preferible  es  estar  de  pie,  andar 
automáticamente.  ¡  Qué  exaspera- 
ción !  Comprendía  que  me  estaba 
atormentando  inútilmente,  y  tra- 
taba de  tranquilizar  mis  nervios 
irritados,  de  tener  paciencia,  pero 
no  podía.  Al  fin,  después  de  infi- 
nitas tentativas  y  de  mascullar 
mil  maldiciones,  á  las  tres  de  la 
madrugada,  anulada  la  concien- 
cia empezaba  á  dormir,  cuando 
un  ruido  casi  sordo,  como  de  ropa 
mojada  caída  al  suelo,  me  des- 
pertó. Aquel  ruido  provenía  de 
la  pieza  inmediata  á  la  mía.  Oí 
atentamente,  y  como  no  se  repi- 
tiera, me  dije:  «bah!,  no  es  na- 
da.» Disponíame  á  continuar  el 
interrumpido  sueño,  cuando  res'O- 
nc  en  mis  oídos  otro  ruido  me- 
nos amortiguado  y  más  distinto 
que  el  primero.  Sobresaltado  abrí 
los  ojos,  los  restregué  y  pensé  todo 
temeroso :  <(es  un  ladrón».  Y  a 
medida  que  escuchaba  atento  mi 
intranquilidad  crecía  por  momen- 
tos, apoderándose  de  mi  alma  un 
miedo  desconocido  hasta  entonces. 
De  pronto  siento  crugir  el  pestillo 
de  la  puerta,  chillan  sus  goznes, 
y  yo,  que  empezaba  á  temblar  y  á 
soltar   á   «la   loca   de  la   casa»,   vi 


—   139 


en  el  espacio  de  la  puerta  abierta, 
un  hombre  recio,  corpulento,  de 
feroz  mirada  relampagueante,  in- 
quisitorial, el  que — ¡horror! — es- 
grimía un  filoso  puñal  que  relucía 
siniestramente  en  la  obscuridad. 

Al  ver  aquello,  el  corazón  me 
golpeaba  fuertemente  el  pecho ; 
me  zumbaban  los  oídos,  y  frío  su- 
dor corría  por  mis  sienes.  El  ho- 
rrible asesino,  con  gran  cautela  y 
de  puntillas,  dio  un  paso,  dos, 
tres,  hacia  mi  cama.  Redobló  mi 
temor.  Quise  gritar  :  (( ¡  Socorro, 
que  me  matan!»,  pero  el  terror 
me  ahogaba  la  voz  en  la  garganta 
y  no  podía  articular  una  palabra, 
\  en  terrible  bandido  frente  á  mí, 
contemplándome  gozoso,  me  mos- 
traba el  centelleante  puñal  que  en 
seguida  hundiría  en  mi  cuello!  Se 
aproximó  más  á  mi  lecho  y  me 
tocó  pesadamente  los  pies !  Nueva- 


niente  intenté  gritar,  pedir  auxi- 
lio, y  no  pude.  Entonces,  desespe- 
rado, aterrado,  enloquecido  de  mie- 
do, me  refugié  bajo  las  cobijas, 
qiie  cubrieron  mi  cabeza  trastor- 
nada. Así,  suspendida  la  respira- 
ción, paralizado  todo  mi  ser  de 
mortal  espanto,  esperé  que  me  ase 
sinase  aquel  monstruo  infernal,  sin 
oponer  la  menor  resistencia,  sin 
exhalar  la   más  leve  qjieja!... 

Un  ¡miau!,  tembloroso  y  lasti 
mero,  que  resonó  en  el  silencio, 
me  hizo  recobrar  la  calma  y  vol- 
ver á  la  realidad.  Era  mi  cariñoso 
Micifuz  quien  me  había  dado  aquel 
susto  mayúsculo,  y  que  esa  noche 
se  echaba  á  dormir  sobre  mis  pies. 

Había  sufrido  una  ridicula  y  lo 
ca  alucinación. 

Raúl  ERtrS. 


•  ♦« 


la  musa  d^l  amor 


Tríptico 


¡  Bendígote,  divina  !  Si   no  me  amas  . 
¡  qué  importa !  si  entretanto  que  te  vea 
coré  vibrar  las  ¡gemebundas  g'amas 
de  mi  verso  que  es  mi  única  presea. 

Una  de  tus  miradas,  una  sola, 
basta  para  embriagarme  de  ternura  ; 
eres  voluble  así  como  la  ola 
mas  tu  inconstancia,  igual,  muy  poco  dura. 

Si  soy  feliz  al  verte  ;  que  más  quiero  ! 
Antes  de  conocerte  no  setttia 
la  infinita  bondad  con  que  me  hiero... 

Hoy  sólo  tengo  malestar  que  es   gloría. 
Hoy,  cual  la  Aurora,    mi  melancolía 
saltó  el  carro  triunfal  de  la  victoria  ! 

II 

¡  Noche  hermosa  y  feliz  !  Noche  de  orgía 
rara  mi  eterno  duelo  como  una 
palabra  redentora,  que  á  mi  oído 
llegó  con  un  augurio  de  fortuna... 

¡Noche  hermosa    yfeliz!  Noche  de  orgía 
entre  expansiones  amistosas  ;  luego, 
la  mayor  expresión  de  mi  alegría : 
la  amada  abandonándose  á   mi  ruego. 


Para    Apolo. 


¡  Oh  !  insondables  misterios  de  la  vida, 
que  logran  despertar  la  fe  dormida 
de  mi  existencia  lóbrega  y   escéptica. 

Olvidaré  del  sol  los  resplandores  ! 
sólo  pondré  en  las  Noches  mis  amores 
porque  á  mi  alma  inundan  de  luz  poética! 

III 

Yo  la  encuentro  en  lo  etéreo...;  en  lo  pál- 
en  la  imaginación,  ó  en  el  deseo...;    (pable; 
en  la  nube  que  elévase...,  inestable..., 
y  en  la  imagea  viviente  que   poseo... 

Es  un  sueño  de  amor  si  no  la  veo, 
y  realidad  feliz  si  se  aproxima, 
—y  creyente  seré  en  lo  que  hoy  no  creo: 
pues  no  hay  revelación  como   la  rima!  — 

En  todo  está  su  ser.  En  lo  que  hallo, 
desde  la  onda  y  luz  de  mi  intelecto 
hasta  el  mundo  visual  qne  me  despierta... 

Pero  ¡ay!  que  en  llanto  doloroso  estallo, 
al  verla  en  cuánto  la  buscó  mi  afecto 
mas  no  en  la  estrofa  que  mi  amor  le  oferta! 

SILVA  SERRANO. 
Montevideo,  Julio  de  I9ii. 


uo 


'^Sotimtido'' 


Llegó  un  día  á  la  redacción  de 
"El  Cojo  Ilustrado»,  de  Caracas, 
el  libro  De  mi  yunque  del  señor 
Alejandro  Sux.  El  ático  escritor 
venezolano  Jesús  Sempriín,  encar- 
gado á  la  sazón  de  la  Bibliogra- 
fía de  aquella  ?evista,  acusó  reci- 
bo del  libro  mencionado,  con  e^tas 
6  parecidas  palabias: 

((Hemos   recibido   De  mi  yunque, 
libro   de   versos   del   argentino   Ale 
jandro   Sux.    De   la   musa   feroz   de 
este    poeta,    consignamos    una    es- 
trofa : )) 

(Y  aqvií  una  estrofa  sangrienta). 

Transcurrieron  cinco  años,  y  el 
señor  Alejandro  Sux  remitió  á  la 
misma  revista  su  nuevo  libro  Can- 
tos de  Hehelión.  Jesús  Semprún, 
encargado  todavía  de  la  sección 
bibliográfica  de  la  revista  cara- 
queña, se  acordó  de  De  mi  yun- 
que ;  recorrió  la  colección  de  ((El 
Cojo  Ilustrado»  y  encontró  la  no- 
tícula  que  dedicara  á  aquel  libro 
de  versos.  Tal  notícula  resultaba 
de  perlas  para  el  nuevo  libro,  y 
Semprún,  que  es  un  espíritu  se- 
lecto, la  recortó  cariñosamente,  in- 
jertándola luego  en  ((El  Cojo  Ilus- 
trado», previa  permuta  del  título 
y  de  la  estrofa... 

Señal  de  que  el  escritor  venezo- 
lano no  tuvo  necesidad  de  modifi- 
car su  opinión. 


Irritado  el  señor  Sux  por  unas 


palabras  mías  que  concretan  el  ges- 
to de  Semjjrún,  había  perdido  el 
sueño,  pero  al  fin  ha  logrado  re- 
euperarlo.  Acontece  que  la  apari- 
ción de  mi  libro  Pok  jardines  aje- 
nos llenóle  de  regocijo,  regocijo 
oue  ha  torturado  su  exquisita  in- 
genuidad hasta  que  el  señor  Sux 
optó  por  exteriorizarlo  en  las  pá- 
ginas  de    ((Mundial». 

Y  no  creáis,  lectores,  que  el 
autor  de  Cantos  de  llebelíón  igno- 
ríi  qué  es  el  delirio  de  las  persecu- 
ciones ;   leed  sus  versos : 

"...los   humanos   que  forman  la   piara, 

pebres   bestias   sin    alma   ni   seso, 

me  desprecian,  me  escupen  la  cara...» 


Y  bien :  dice  el  señor  Sux  que 
I'OR  JARDINES  AJENOS  es  un  libro 
bilioso ;  poetas  y  novelistas  han 
afirmado  que  es  la  obra  de  un  lu- 
chador, y  yo  agrego  que  es  uñ  li 
bro  en  el  que  tan  pronto  se  cas- 
tiga á  los  poetas  serviles  y  á  los 
]  eriodis-tas  asalariados,  como  se 
desprecia  á  los  troveros  ramplo- 
nes que  han  profesado  la  acra- 
cia, (la  acracia  es  un  sentimien- 
to), no  por  convicción  sino  como 
un    modus   vivendi. 

Y  conste  que  el  señor  Sux  es 
el  único  á  quien  le  ha  caído  el 
sayo... 

PÉREZ  Y  CURIS. 


»♦« 


"€l  Madrigal" 


Nuestro  colaborador  el  delicado  poeta  Emilio  Trías  du  Pré,  acaba  de  entregar  á 
las  cajas  los  originales  del  poema  con  cuyo  título  encabezamos  estas  lineas. 

En  el  próximo  número  nos  ocuparemos  de  la  nueva  producción  del  poeta  ;  por 
ahora  adelantamos  que  ella  contiene  escenas  rimadas  concebidas  con  mucho  arte  y 
sentimiento  exquisito. 


'.*  ; 


La  muerte  de  Phüae,  fob  Piebbe  Loti, 
de  la  Academia  Francesa.  —  (Versión 
castellana    de    Pedro    Simón    Pineda). 

Lo  primero  que  surge  de  este  libro 
es  una  luminosidad  trasparente,  rosa- 
da, reflejo  fidelísimo  de  la  que  se  quie- 
bra sobre  la  cadena  de  montañas  de 
Libia,  bajo  la  caricia  de  un  sol  po- 
niente. Fierre  Loti  es  un  alma  de  ar- 
tista diáfana  y  sensible,  en  la  cual  la 
belleza  del  pasado  reverbera  como  so- 
bre los  floreados  capiteles  de  las  des- 
enterradas ruinas  tebanas,  y  en  cuyo 
límj)idb  espejo  sendor^o  toma  cada 
paisaje  una  forma  plástica,  luminosa, 
animada  y  definitiva.  Las  ruinas  sur- 
gen de  las  profundidades  de  los  siglos ; 
siéntese  gravitar  el  alma  silenciosa  de 
lod  desiertos  líbicos,  y  ante  la  Gran 
Esfinge,  como  en  las  ruinas  del  Cairo, 
en  las  márgenes  del  Nilo  ó  en  presen- 
cia de  las  inmensas  necrópolis  de  los 
antiguos  Faraones,  el  genio  artístico 
y  la  aguda  sensibilidad  de  este  viaje- 
ro poeta  evocan  toda  una  civilización 
cien  veces  milenaria,  como  si  á  través 
de  los  amontonamientos  de  columnas, 
techumbres,  frisos,  capiteles  y  esta- 
tuas el  rosal  de  la  existencia  antigua 
floreciera... 

En  la  magia  de  su  estilo,  desbor- 
dante de  luz,  ha  engarzado  Fierre  Loti 
suü  grandes  amores  por  aquellas  ar- 
tífcticas  civilizaciones  pretéritas,  ru- 
díiuiente  combatidas  por  los  hombres 
primero,  sepultadas  por  el  desierto 
después,  y  exhumadas  ahora  por  el 
sentimiento  y  la  veneración  de  los  mo- 
dernos, para  que  sirvan  de  mofa  y  de 
*irrisión  á  esa  pandilla  de  turistas  de 
las  agencias  de  viaje  que,  guía  en 
mano,  recorren  el  Egipto  profanando 
lieduinamente  el  alma  de  ruinas  tan 
gloriosas,  de  la  misma  manera  qu2 
han  profanado  la  limpidez  y  el  silen- 
cio de  aquellas  latitudes  con  pintarra- 
jeados hoteles  á  la  moderna,  y  chime- 
neas y  ferrocarriles.  Y  es  tan  podero- 
sa la  evocación,  que  al  conjuro  del 
artista  vamos  anhelantes  recorriendo 
las  páginas  con  una  secreta  esperan- 
•  7.-Í  de  ver  animarse  las  estatuas  del 
templo  de  Ammón,  y  barrer  al  vigoro- 
so impulso  de  sus  gigantescos  miem- 
bro8  petrificados,  cuanto  de  bárbaro 
y  sacrilego  han  llevado  al  Egipto  los 
civilizados  contemporáneos. 

Pero  la  ilusión  se  desvanece,  y  des- 
pués de  recorrer  El  Cairo,  de  visitar 
loá  inmensos  cenáculos  de  momias ; 
cuando  hemos  contemplado  Tebas  y 
acudido  á  una  galante  audiencia  de 
Amenofis  II,  tristeza  infinita,  mezcla 
de  piedad  y  de  silencio  se  apodera  de 
nuestros  corazones,  mientras  la  diosa 
Isis  mírase  tristemente  en  las  ver- 
duzcas  aguas  que  inundan  su  mag 
níflco  templo  y  cubren  toda  la  inmor- 
tal isla  de  Philae,  gracias  al  descu- 
brimiento inglés  de  que  estas  estan- 
caciones hacen  más  productivos  los 
algodonales... 

Li%ro  de  luz  y  de  ensueño,  de  pie- 
dad artística  y  de  rebelión  contra  los 
vándalos    que    asuelan    la    patria    de 
KDmséB,  deja  en  el  ánimo  una  duránt 
dera   sensación   de   simpatía   acrecen- 


tada por  el  brillante  estilo  de  una 
traducción  digna  de  la  elegancia  U- 
teiaria  que  anima  todas  las  produc- 
ciones de  este  viajero  infatigable  que 
so  llama  Fierre  Loti. 

El  señor  De  Phocas,  poe  Jean  Lo&rain. 
— (Versión  castellana  por  Carlos  de 
Batlle). 

La  literatura  francesa  contemporá- 
nea puede  enorguUecrse  de  esta  verda- 
dera joya  literaria  que  el  maestro  au- 
rífice  Jean  Lorrain  bautizó  con  el  nom- 
bra de  El  señor  De  Phocas.  El  prota- 
gonista, real  ó  imaginario,  creado  por 
el  malogrado  escritor,  no  es  héroe  de 
folletín,  es  algo  más  y  es  otra  cosa,  es 
la  síntesis  de  esas  vagas  y  terribles 
dolencias  del  siglo,  de  esas  modernas 
entidades  patológicas  que  los  faculta 
tivos  llaman  «las  neurosis»  pero  que  el 
sentido  común  de  la  humanidad  me 
diana,  que  no  se  precia  de  clínico,  se 
lí  ha  antojado  achacarlas  á  la  falta 
de  ciertos  elementos  que  con  el  nombre 
de  principios  contribuyen  en  gran  par- 
te á  la  salud  moral  del  individuo  y  de 
la  especie. 

Jean  Lorrain  ha  sabido  describir  con 
rara  perfección  ese  mundo  especial  de 
buscadores  de  sensaciones  cuya  febril 
curiosidad,  perversos  refinamientos  y 
enfermizas  originalidades  han  hurga- 
do, aguijoneado  y  arrastrado  en  todo 
tiempo  á  cuantos'  se  han  empezado  en 
gozar,  como  seres  aparte,  con  las  pon- 
zoñas y  venenos  de  la  naturaleza. 

Hay  páginas  y  capítulos  enteros  en 
esta  obra  que  son  verdaderas  visio- 
nes, otras  hay  que  valen  tanto  como 
los  mejores  estudios  de  crítica  artísti- 
ca que  se  han  publicado  en  estos  úl- 
timos tiempos,  y  casi  en  todos,  sin 
exceptuar  un  solo  capítulo,  se  mues- 
tra el  autor  como  en  realidad  fué : 
un  verdadero  artista. 

Pax,  POR  Lorenzo  Marroquín. 

La  novela  de  costumbres  latiho-ame- 
ricanas,  que  con  tan  breve  pero  sig- 
nificativo vocablo  ha  dado  á  luz  dpn 
Lorenzo  Marroquín,  miembro  corres- 
pendiente  de  la  Real  Academia  Espa 
ñola,  ha  suscitado  numerosas  contro- 
versias que  consagran  los  talentos  de 
aquel  fecundo  literato  como  crítico 
sagaz  y  agudo  observador,  y  colocan 
esa  curiosa  producción  en  la  catego- 
ría de  documento  étnico  de  grandísi- 
ma importancia.  Con  efecto,  si  en  la 
mayor  parte  de  las  repúblicas  sud- 
americanas falta  para  su  progreso  y 
desarrollo  el  don  considerado  por  el 
Cristo  como  la  mejor  y  más  valiosa 
prenda,  no  es  porque  carezcan  de  ins- 
tituciones adecuadas,  leyes  justas  ó  sa- 
1>ias  disciplinas,  sino  por  la  influencia 
que  en  sus  destinos  logran  alcanzar 
hombres  en  quienes  la  audacia  rivali- 
za con  la  indigencia  intelectual  ó  con 
indigesta  erudición  enciclopédica  sin 
fundamentos  filosóficos.  Tal  es  la  ense- 
ñanza que  se  desprende  de  esta  nove- 
la^  y  une  la  informa  vigorosamente. 
Allí  se  ven  pintados  con  magistral  pa- 
leta al  empleado  subalterno,  de  obscu- 
ro qrigen,  que  delira  con  la  magistra- 


:i-  •  ■■  :,-; 


.--*■-• 


INTENTIONAL  SECOND  EXPO&URE 


140 


''Sotimtido" 


i 


Llegó  un  día  á  la  redacción  de 
((El  Cojo  Ilustrado»,  de  Caracas, 
el  lii)ro  De  mi  ¡jnr^quc  del  señor 
Alejandro  Sux.  El  ático  escritor 
venezolano  Jesiis  Sempnín,  encar- 
gado á  la  sazón  de  la  Bibliogra- 
fía de  aquella  levista,  acuse  reci- 
be del  libro  mencionado,  con  esrtas 
V   ])arecidas   palabias: 

((Hemos   recibido    T>e    ¡ni   yunque, 
libro    de    versos    del    argentino   Ale 
jandro    Sux.    De    la    musa    feroz   de 
este    poeta,    consignamos    una     es- 
trofa :  » 

(Y  aquí  una  estrofa  sangrienta). 

Transcurrieron  cinco  aiios,  y  el 
señor  Alejandro  Sux  remitió  á  la 
misma  revista  su  nuevo  libro  C(in- 
tos  d<>  Hehelión.  Jesiís  Semprún, 
encargado  todavía  de  la  sección 
bibliográfica  de  la  revista  cara- 
queña, se  acordó  de  T)e  mi  yun- 
que ;  recorrió  la  colección  de  <(EI 
Cojo  Ilustrado»  y  encontró  la  no- 
tícula  que  dedicara  á  aquel  libro 
do  versos.  Tal  notícula  resultaba 
de  perlas  para  el  nuevo  libro,  y 
Sempnín,  que  es  un  espíritu  se- 
lecto, la  recortó  cariñosamente,  in- 
i^ertándola  luego  en  «El  Cojo  Ilus- 
trado», previa  permuta  del  título 
y  de  la  estrofa... 

Señal  de  que  el  escritor  venezo- 
lano  no  tuvo  necesidad  de  modifi- 
car su  opinión. 


Irritado   el  señor  Sux   por  unas 


lía  la  liras  mías  que  concretan  el  ges- 
to de  Sempnín,  babía  perdido  el 
sueño,  pero  al  fin  lia  logrado  re- 
cuperarlo. Acontece  que  la  apari- 
ción de  mi  libro  Por  jardines  aje- 
nos llenóle  de  regocijo,  regocijo 
oue  ba  torturado  su  exquisita  in- 
genuidad basta  que  el  señor  Sux 
oi)t6  por  exteriorizarlo  en  las'  pá- 
ginas   de    ((Mundial». 

V  no  creáis,  lectores,  que  el 
üutor  de  Cantos  de  líebelión  igno- 
ra (jué  es  el  delirio  de  las  persecii- 
cicnes  ;   leed  sus  versos : 

"...los   humanos   que  forman   la   piura, 

pebres    bestias   sin    alma    ni    seso. 

me  (desprecian,  me  escupen  la  cara ..  >> 


Y  bien  :  dice  el  señor  Sux  que 
I'oR  JARDINES  .VTENÓs  es  uu  Hbro 
bilioso  ;  poetas  y  novelistas  han 
afirmado  que  es  la  obra  de  un  lu- 
chador, y  yo  agrego  que  es  uii  li 
bro  en  el  que  tan  pronto  se  cas- 
tiga á  los  poetas  serviles  y  á  los 
]  eriodis'tas  asalariados,  como  se 
desprecia  á  los  troveros  ramplo- 
nes que  han  profesado  la  acra- 
cia, (la  acracia  es  un  sentimien- 
to), no  por  convicción  sino  como 
un    modns   vivendi. 

Y  conste  que  el  señor  Sux  es 
el  único  á  quien  le  ha  caído  el 
savo... 

PÉREZ  Y  CURIS. 


»♦» 


"£l  Madvigal" 


Nuestro  colaborador  el  delicado  poeta  Emilio  Trías  liii  Pré,  acaba  de  entregar  á 
las  cajas  los  orifíinales  del  poema  con  cuyo  titulo  encabezamos  estas  lineas. 

Kn  el  próximo  número  nos  ocuparemos  de  la  nueva  producción  del  poeta  :  por 
ahora  adelantamos  (lue  ella  contiene  i'scenas  rimadas  concebidas  con  nnicho  arte  y 
.sentimiento  e.xquisito. 


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Director -Eedactor:  PÉREZ  Y  CURIS 


^dxninistradort 
XjUIS       PÉREZ 


Redetooión.  y  i\.d.Biixiistraoión. 
TREINTA.    Y    TRES,      72 


ANO  VI 


Montevideo,   Octubre  de  1911 


U."  56 


Biblia  Profana 


Pufiñeación     del     Templo 


Salido  que  hubo  Jesús  de  las 
Bodas  de  Cana,  y  después  de 
pasar  unos  días  en  Cafarnaum, 
situada  en  las  risueHas  y  pláci- 
das orillas  del  lago  de  Geneza- 
ret,  tomó  rumbo  á  Jerusalem, 
con  motivo  de  la  Pascua  y  á  fin 
de  aprovechar  ésta,  para  pre- 
sentarse y  revelarse  como  Me- 
sías, en  la  Capital  de  Israel. 

Entró  Jesús  al  templo  el  día 
de  su  llegada  y  se  halló,  con 
profunda  sorpresa,  que  en  el 
gran  atrio  llamado  de  los  genti- 
les, alegremente  hacían  su  ne- 
gocio una  multitud  de  trafican- 
tes, vendiendo  corderos,  bueyes 
y  palomas,  para  los  sacrificios ; 
y  cambistas  especulando  con 
monedas  griegas  y  romanas. 

La  ira,  venciendo  el  natural 
pacífico  de  Jesús,  se  apoderó  de 
él,  en  vista  de  tan  magno  sacri- 
legio. Hizo,  de  las  cuerdas  con 
que  cenia  su  túnica,  un  azote,  y 
arremetió  contra  los   profanado- 


res, que  huyeron  del  recinto 
santo  con  sus  objetos  de  comer- 
cio. 

Sólo  permanecieron  impasi- 
bles una  hermosa  hija  de  Israel, 
blanca  como  los  lirios  de  Bitinia, 
encarnada  como  las  rosas  de  Je- 
ricó,  y  un  joven  de  aspecto  so- 
Cador,  como  David,  el  rey  au- 
gusto del  salterio  de  oro. 

—  Salid — les  dijo  Jesús,  alzan- 
do en  son  de  amenaza  el  azote 
que  vibraba  en  su  diestra. 

— ¿  Por  qué  nos  arrojas,  hijo 
de  Nazaret? — le  dijeron  ambos 
— :  No  somos  traficantes  ni 
cambistas. 

Jesús  clavó  sus  ojos  despre- 
ciativos en  los  negros  y  ardoro- 
sos de  la  joven  y  con  voz  firme 
repuso : 

—Sal,  flor  de  impureza.  Tú 
eres  infiel  y  engaCas;  traficas 
con  los  más  hermosos  sentimien- 
tos del  alma  ;  profanas  el  templo 
del  amor ;  maldita  seas  ! 


—  142  — 


Y  dirigiéndose  al  joven  agregó: 
— Sal,  germen  de  miasma.  Mi 
padre  te  dotó  con  el  verbo  divi- 
no :  eres  poeta ;  pero  en  busca 
del  aplauso  vil,  dejas  las  regio- 
nes de  lo  alto  y  rastreas  adulan- 
do el  gusto  pervertido  de  las 
muchedumbres:  profanas  el  tem- 
plo del  arte.   Maldito  seas  ! 


Y  Jesús,  más  indignado  que 
antes,  descargó  el  azote  sobre 
sus  espaldas,  mientras,  baja  la 
frente,  iban  ambos  á  confundirse 
con  los  traficantes,  y  con  Ios- 
cambistas. 

M.  SOTO  HALL. 


-•♦»■ 


txíXx^  las  vamas 


Eligieron  el  árbol  más  oculto 
del  bosque  para  fabricar  su  vi- 
vienda amorosa. 

Un  roble  copudo  y  gigantesco, 
escondido  en  un  paraje  virgen 
de  las  plantas  humanas,  fué  el 
predilecto  á  la  consagración  de 
aquel  idilio  salvaje. 

Era  una  pareja  de  ruiseñores 
que,  amante  y  jubilosa,  llegaba 
á  consolidar  su  amor  en  la  fron- 
da amiga  del  árbol  centenario. 
Nacieron  los  dos  en  indiferentes 
nidos  de  un  huerto  tropical,  ba- 
jo la  majestuosa  serenidad  de 
una  noche  estrellada  y  al  mediar 
de  un  estío  largo  y  lujuriante. 
Cuando  pudieron  volar,  presuro- 
sos é  ingratos  abandonaron  los 
nidales  paternos  y  de  rama  en 
rama,  de  jardín  en  jardín,  bus- 
cando con  parlera  alegría  el 
cotidiano  sustento.  Al  despun- 
tarla madrugada,  como  jocun- 
da salutación  á  la  luz,  desgra- 
naban sus  himnos  eglógicos, 
y  en  bulliciosa  algazara  pasaban 
el  día  revoloteando  por  entre 
la  ramazón  de  los  plantíos,  Al 
llegar  el  crepúsculo,  cuando 
sobre  los  campos  empezaban 
á  amontonarse  las  sombras,  la 
enamorada  pareja  se  guarecía  en 


cualquier  rama,  para  seguir  la. 
noche  entre  arrumacos  y  mimos. 

Pero  ello  fué  que  un  día  el 
padre  Invierno  descargó  su  ru- 
deza sobre  aquellos  lugares,  y 
las  dos  avecillas,  medrosas  y  he- 
ladas, hubieron  de  emigrar  á  ho- 
rizontes lejanos,  donde  encontra- 
ran la  caricia  del  sol.  El  viaje  ng 
les  fué  fatigoso  ni  largo  y  al  atar- 
decer del  mismo  día,  llegaron  á 
un  bosque  donde  aun  el  verano 
tenía  plantada  la  esplendidez  de 
sus  dominios.  En  amante  connu- 
bio continuaron  allí  su  vida  de 
jolgorio  los  suaves  trovadores  ba- 
jo la  paz  beatífica  de  un  cielo  sin.' 
mancha,  respirando  la  frescura 
de  un  ambiente  aromado  y  con 
trovas  cristalinas  loando  incon- 
cientes, la  augusta  solemnidad 
de  la  naturaleza,  que  en  aquel 
sitio  ostentaba  manificencias 
de  templo.  Y  como  al  cabo  la 
hembra  experimentara  la  ímpe  • 
riosa,  necesidad  del  nido,  eligie- 
ron los  dos  el  árbol  más  oculto 
del  bosque,  un  roble  soberbio  y 
en  su  fronda  opulenta  fabricaron, 
de  hojarascas  el  pequeño  recinto. 

Ella  se  echó  al  tibio     nidal, 
atristada,  y  enferma,  y  mientras- 
amorosamente  cumplía  su  sagra- 


-    143  — 


da  misión,  el  uicicho  solícito  y  li- 
gero revolaba  por  las  huertas 
distantes,  en  busca  del  sustento 
y  á  la  tarde  volvía  con  la  gar- 
ganta llena  de  granos  y  de  arpe- 
gios para  la  dulce  conipaílera. 

Mas  sucedió  que  algunos  lena- 
dores  penetraron  cierta  mañana 
al  fondo  de  aquel  bosque,  y  al 
fijarse  en  el  roble  portentoso,  re- 
fugio de  la  alada  pareja  llenos 
de  codicia  febril  é  ignorantes 
déla  maldad,  que  cometían  con 
el  cortante  filo  de  sus  hachas 
arremetieron  impetuosos  contra 
el  árbol  espléndido.  Los  ámbitos 
del  bosque  se  poblaron  de  ecos 
á  medida  que  los  .hombres  tala- 
draban el  tronco  y  en  la  apacible 
pomposidad  del  paraje  aquellos 
ecos  sordos  eran  como  una  ago- 
niosa lamentación  de  la  natura- 
leza, como  un  divino  miserere 
por  la  hermosa  pareja  que  calen- 
taba á  sus  polluelos  impluines 
en  la  fronda  del  roble  que  mo- 
ría. 

Cobarde  y  temeroso,  á  las  pri- 
meras sacudidas  del  árbol  el  rui- 
seílor  abrió  las  alas  y  con  la  ra- 
pidez de  una  flecha  disparada 
hendió  los  aires  y  se  internó  en 
el  corazón  de  la  selva.  Y  á  la  vez 
que  el  golpe  de  las  hachas  hei'ia 
la  religiosa  tranquilidad  del  es- 
pacio y  con  retumbos  de  truenos 
repercutía  hasta  el  confin  del  bos 
caje,  el  prófugo  alado,  cual  si  se 
sintiera  perseguido,  duplicaba  la 
velocidad  de  su  vuelo  á  través 
de  las  tupidas  marañas,  olvidado 
de  su  amorosa  compañera. 

Llegó  al  límite  del  bosque,  y 
un  instante,  amedrentado    é   in- 


quieto, se  detuvo  en  la  copa  de 
una  ceiba  elevada;  brincó  un  mo- 
mento entre  el  obscuro  ramaje, 
desgranó  una  tonalidad  quejum- 
brosa, y  luego,  como  poseída 
de  inquebrantable  resolución, 
reanudó  su  fuga  indolente  y  se 
perdió  á  lo  lejos,  en  el  desmayo 
azul    del   horizonte. 

En  tanto,  el  roble  centenario 
donde  la  amante  pareja  fabrica- 
ra su  albergue,  empujado  por  la 
fuerza  del  hombre  se  desploma- 
ba, estrepitoso  y  trágico,  con  la 
.egregia  majestad  de  un  monarca 
vencido. 

Cuando  la  hembra  canora  sin- 
tió que  el  coloso  caía,  como  en 
busca  de  amparo  exploró  con 
angustiosas  miradas  el  frondaje 
vecino,  porque  quizás  pensó  que 
el  compañero  llegara  impaciente 
á  salvarla  y  á  salvar  á  sus  im- 
plumes  hijuelos.  En  vano  inda- 
gó tenaz  á  las  ramas  tembloro- 
sas, en  vano  observó  el  impasi- 
ble horizonte,  en  vano  aguzó  el 
oído  por  sorprender  la  proxi- 
midad de  un  aleteo.  Entonces, 
ya  perdida  la  postrera  esperan- 
za, lanzó  un  himno  desgarrador 
y,  lejos  de  huir  como  el  ingrato, 
con  dulcedumbre  de  madre  ex- 
tendió el  blancor  de  sus  pluma» 
sobre  sus  débiles  polluelos,  y  re- 
signadamente  se  dejó  aplastar 
por  la  vigorosa  ramazón  del  árbol 
que,  impulsado  por  la  mano  del 
hombre,  se  desplomó  sobre  la 
tierra,  solemne  y  pomposo,  en 
una  trágica  apoteosis  de  muer- 
te. 

F.  RESTREPO  GÓMEZ. 

1911. 


■  »■ 


—  144  — 
De  un  libro  ppó^imo  á  aparecet» 


En  ^l  jardín 


Auroral  manto  de  rosas 
Cubre  el  jardín  que  dormita, 
Eezan  palabras  piadosas 
Las  esquilas  de  Ja  ermita. 

A  las    plantas  ruborosas, 
El  viejo  pino  recitó, 
Todo  ese  mundo  de  cosas 
Qué  en  el  silencio  palpita 


La  aurora  en  traje  de  tul 
Sufre  vértigos  de  azul 
Y  en  el    azul  se  deslié. 


El  sol  envió  un  ígneo  rayo, 
Que  al  filtrarse  de  soslayo 
Besa  al  pino  que  sonríe. 


O^solacíóti 


Alma,  madre,   no^áa,  vida! 
Sacra  fuente  de  mi  huerto, 
Eres  la  pnlnia  dormida 
Nota  azul  en  el   desierto. 

Con  la  brújula  perdida. 
Llega  mi  dolo  á  tu  puerto, 
Sembrando  rosas  su  herida, 
Desangrado  y  medio  muerto. 


Por  tu  desdén  desolada 
Y  en  el  madero  enclavada. 
Gime  mi  pena  afligida. 


Vengo  á  buscar  tu  consuelo, 
¡Ten  compasión  de  mi  duelo: 
Alma,  madre,  novia,  vida  ! 


■  ♦■ 


Más  allá 


A   Roberto  Buela. 

Ambulaba  en  la  sombra  automáticamente 
Como  suelen  algunos  caminar  por  la  vida. 
Una  idea  obsesora  se  enseñoreó  en  mi  mente 

Y  su  peso  doblaba  mi   cabeza  abatida. 

Mi  conciencia   gemía  bajo  el  yugo  candente 
Que  formó  en   mi  memoria  la  caricia  prohibida 
Me  alumbraron    los  ojos  de  la  safia  serpiente 
Con  la  luz  que  despide  la  carroña  podrida. 

Un  deseo  infinito    de  cumplir  penitencia. 
Para  limpiar  las  manchas  de  mi  torva  conciencia, 
Llevó  mi  pensamiento  más  allá  de  la  muerte. 

Descendió  hasta  mi  espíritu  un  rocío  divino. 
La  luz  de  la  bonanza  alumbró  mi  camino 

Y  en  medio  de  la  noche  la  fe  me  hizo  más  fuerte. 

Gerardo  Y.  RODRÍGUEZ. 


145  — 


Homenaje  d-e   "^^olo" 


flli     DÍJAJVIATÜI^GO 

FüORENCIO   SÁNCHEZ 


En  el  primer  aniversario  de  su   muerte 


—  146  — 

Oe  **Los  ritos   confid^ticiaks " 

Para    APOLO. 

Caían  á  manera  de  guirnalda 
Las  ramas  de  los  sauces,  sobre  el  lago, 

Y  suscitaban  un  recuerdo  aciago 
Con  el  otoño  de  su  tinta  gualda. 

Palidecía  toda  la  esmeralda 
De  tu  jardín,  y  el  amarillo  vago. 
Se  insinuaba  en  mi  ensueño  sobre  el   mago 
Reclinatorio  lila  de  tu  falda. 

Después  bajó  tu  frente  hasta  la  mía. 
Olvidando  mi  lúgubre  elegía 
Aniquiló  mi  pena  sus  despojos. 

Y  al  abrirse  el  prodigio  de  tu  cielo. 
Mi  pensamiento  azul   tendió  su  vuelo 
Por  la  curva  celeste    de  tus  ojos! 

Te  invadía  la  tarde  en  la  lejana 
Angustia  del  jardín  hondo  y  íi*agante... 
Una  carreta  en  la  quietud  distante 
Palideció  su   nota   rusticana. 

El  clamor  funeral  de  una  campana 
Desma3'aba  tu  ensueño  alucinante, 
En  la  calma  beatífica  y  sedante 
De  la  lumbre  litúrgica  y  arcana. 

Hubo  una  larga  pausa  de  gemidos. 
Mis  enfermos  rosales  florecidos 
Deshojaron  sus  pálidas  corolas. 

Todo  se  diluía  en  el  mutismo 
De  un  sereno  3^  profundo  misticismo... 

Y  nuestras  almas  se  quedaron  solas ! 

Tejían  las  canciones  del  retorno 
Bajo  el  asombro  inquieto  de  los  tilos. 
Un  desconcierto  de  enredados  hilos 
Que  fraguaban  las  voces  del  contorno. 


—  147  — 

De  la  hoguera  sonámbula  de  un  horno 
Las  parábolas  de  humos  intranquilos 
Se  dilataban,  y  clavó  sus  filos 
Estridentes,  la  música  de  un  corno. 

El  amor   de  la  tarde  en  la  floresta 
Apagaba  los  oros  de  su  fiesta 
Junto  á  la  unción  humilde  de  los  prados. 

Y  cuando  me  alejé  de  tus  jardines, 
Un  coro  de  litúrgicos  violines 
Ofició  mis  silencios  encantados ! 

Carlos  SÁBAT  ERCASTY. 


«♦» 


ftvt^íientimi^nlo 


A.  Roberto  Buela 

Turbada  por  los  bruscos  desenfrenos 
De  mis  manos  prosaicas,  diste  un  grito 
Y  cruzaste  ios  brazos  en  tus  senos 
invocando  el  perdón  del  Infinito 

Dibujóse  el  azul  en  tus  serenos 
Ojos  de  virgen  inocente.  El  rito 
De  tus  pudores,  resistiendo  menos 
Se  deshojó  como  un  clavel  marchito. 

La  tarde  se  arropó  tras  la  difusa 
Tira  del  horizonte.  La  inconclusa 
Página  de  tu  Vida,  lentamente 

Se  grabó  en  tu  recuerdo;   y  entre  tanto 
Te  miraba  pensar,  noté  que  el  llanto 
Corría  por  tu   rostro  amargamente. 

Fernando  SILVA  VALDÉS. 


Envío 


]XEa.nos;      ttxs    "blaiacas     amaños    ■bond.ad.osa.s 
si     el     xtxego     a.<roge:n     IDios    t^    la.s     t>e;nciiga., 
q.t:te:      marxos     qtxe:    perdonan     son.      sagradas  ; 
ÍT    si    tiis    man.os    ftá.e;ren.    impiadosas 
Cl^a.s;    le    n.egaran.    pan.    a    qtxién.    m.e:n.diga, 
también.    ben.ditas ;    i  lXEan.os    despiadadas  1 

Emilio    TK.IJPS.S    DU    JE^FLEl. 


—  148   — 


Elogio  (i«  la  Carne  y  del  Esí)ívitu 


Hablé  á  la  Carne  y  hablé  al  Espíritu: 
Yo  adoro  en  una  viril  é  hidalga 
Mujer,  los  módulos  de  vuestras  voces 

Y  la  concordia  de  vuestras  ansias. 

Y  respondióme  la  Carne,  trémula: 
Doy  al  espíritu  toda  mi  savia; 
Yo  soy  jocunda  como  la  aurora, 

Y  echo  mi  sándalo  sobre  la  senda  por  donde  pasan 
Las  hembras  todas  enardecidas  por  el  deseo. 
Todos  los  hombres  atormentados  por  la  nostalgia. 

Quien  abomina  de  mis  encantos, 
Ignora  el  triunfo  de  las  humanas 
Afinidades  en  el  consorcio 
De  los  sentidos  y  de  las  almas. 

La  poesía  sin  mi  perfume 
No  es  inodora,  pero  es  estéril :  i  ave  que  canta 
Siempre  cautiva,  viendo  el  espacio 
Desde  el  columpio  ruin  de  su  jaula! 

En  los  paisajes  la  soñadora 
Luz  de  la  luna  teje  arabescos  de  ópalo  y  plata, 

Y  yo  derramo  sobre  las  ígneas  rosas  joyantes 
Mi  voluptuosa,  vital  fragancia. 

Bajo  los  tiernos  ojos  ustorios 
De  las  mujeres  enamoradas 
Hay  un  grácil  curva  violeta 
Que  mi  amatoria  fiebre  dilata. 


Yo  soy  la  sangre, 
Soy  la  coyunda  de  la  especie  humana. 


-   149   — 
II 

Luego  en  voz  baja  dijo  el  Espíritu : 
Soy  en  la  sombra  luz  que  no  apagan 
Jamás  los  vientos  de  la  tristeza 
Ni  los  alardes  de  la  desgracia ; 
Hacha  de  viento  para  la  ira 
Boreal  en  tierras  hospitalarias. 

¡Oh,  los  lisiados  y  los  enfermos 
Cuyas  sonrisas  florecen  pálidas 
Al  suave  soplo  de  mis  dulzuras 

Y  al  ritmo  intenso  de  mis  palabras  ! 

¡  Oh,  las  endebles  vírgenes  mustias 
Que  bordan  todos,  todos  los  días  tras  la  ventana, 
Soñando  acaso  con  los  mancebos 
Que  en  los  vernales  atardeceres,  erguidos  pasan ! 
Ellas  conocen  mis  alegrías, 
Vírgenes  débiles  ebrias  de  sombra  como  los  parias. 

Guían  al  ciego  y  al  peregrino 
Mis  luces  blancas ; 

Y  á  los  rebeldes  excomulgados, 

Y  á  los  vencidos  en  la  mundana 
Lucha,  mi  esencia  maravillosa 
Los  solivianta. 


Yo  soy  la  esfinge. 
Soy  el  enigma  de  la  prole  humana. 

III 

Sangre  y  Esfinge  : 
Yo  adoro  en  una  viril  é  hidalga 
Mujer,  los  módulos  de  vuestras  voces 
Y  la  concordia  de  vuestras  ansias. 


PÉREZ  y  CURIS. 


—  150  — 


ftrt^  y  artistas 


Carlos    Severin 

La  pantomima,  género  teatral  muy 
poco  cultivado,  debido  á  las  dificulta- 
des que  su  arte  sutil  ofrece,  tiene  ac- 
tualmente un  intérprete  de  facultades 
extraordinarias  é  insuperables. 

Este  grandilocuente  actor  mudo  se 
llama  Carlos  Séverin,  y  es  el  orgullo 
de  los  franceses. 

Ha  llamado  grandemente  la  aten- 
ción de  la  crítica  y  públicos  del  mun- 
do entero.  En  Buenos  Aires,  de  don- 
de viene,  ha  hecho  furor. 

Actúa  en  el  alegre  teatro  de  la  ca- 
lle Andes,  y  él  por  sí  solo  se  basta  y 
sobra  para  llenar  el  programa  del 
divertido  music-hall.  Lo  hemos  admi- 
rado en  sus  incomparables  creaciones 
tituladas  «Conciencia»  y  «Pobre  pie- 
rrot»,  convencidos  de  que  el  tal  es  un 
artista  psicólogo  en  toda  la  exten- 
sión  del  vocablo. 

Asombra  la  inspiración,  diremos 
así,  de  su  gesto  inteligente;  en  el 
pensamiento  y  sensibilidad  de  la  mi- 
rada, en  los  que  expresa  y  define  in- 
confundiblemente el  dolor  y  el  placer 
en  sus  matices  y  nuances  más  varia- 
dos, más  complejos,  más  íntimos  y 
recónditos. 

De  este  mimo  se  podría  decir  que 
tiene  la  genial  virtud  de  reñejar  y 
fijar  asombrosamente  el  alma  sobre 
el   rostro. 

Cibiis 

Los  señores  Arellano  y  Supparo,  in- 
teligentes directores  artísticos  de  la 
discreta  compañía  que  con  tanta  for- 
tuna actúa  en  el  bonito  teatro  de  la 
calle  Ituzaingó,  no  se  dan  un  momen- 
to   de    reposo    para    responder    digna- 


mente á  la  franca  protección  que  le 
dispensa  el  público,  ofreciendo  sema- 
nalmente  interesantes  estrenos,  por  lo 
que  resulta  atrayente  el  programa  de 
sus  funciones.  Como  de  costumbre, 
esta  compañía  tiene  actualmente  en 
ensayo,  y  estrenará  en  breve,  varias 
piezas  de  autores  nacionales.  En  lo 
que  va  de  la  temporada,  entre  otras 
han  constituido  verdaderos  éxitos  las 
representaciones  ie  «El  drama  d€  to 
dos»,  una  serie  de  cuadros  á  base 
de  episodios  de  nuestras  sangrientas 
guerras  civiles,  que  es  toda  una  do- 
lorosa  enseñanza.  Su  autor  es  el  pe- 
riodista señor  Enrique  Crosa;  «El  ver- 
dadero amor»,  comedia  del  fecundo 
dramaturgo  Éamos;  y  la  comedia 
«Partenza»,  hermosa  producción  que 
acusa  en  su  autor,  Otto  Miguel  Clo- 
ne, una  vez  más  sus  especiales  con- 
diciones de  observador  fino  y  de  hábil 
mane j  ador  del  diálogo ;  la  obra  del 
inteligente  escritor  señor  Ismael  Cor- 
tinas, titulada  «Rene  Masón»,  es  una 
comedia  de  tendencia  antifeminista, 
muy  bien  tramada  y  de  dialogado  Vi- 
vaz y  conceptuoso. 

Politeama 


Desde  el  24  del  corriente  actúa  con 
éxito  en  este  teatro,  la  compañía  dra- 
mática española  de  drama,  comedia, 
vaudeville,  gran  guiñol  y  obras  po- 
liciales, de  Eamón  Caralt,  que,  como 
se  recordará,  en  este  mismo  coliseo 
efectuó  hace  seis  meses  una  tempora- 
da larga  y  fecunda  en  éxitos.  Como 
primera  actriz  figura  esta  vez  Mer- 
cedes Blanco,  ventajosamente  conocida 
por   nuestro   público. 

"WIDRE. 


■  ♦» 


Jomadas  d-e  Ctisu^eño 


Para    Apolo. 


La  abeja  de  Platón  sobre  el  yermo  latino 
Deshojaba  la  fábula  de  los  racimos  de  oro ; 
Sangre  de  nueve  diosas,  el  vaso  gongorino 
Ha  escanciado  á  las  rosas^de  mi  labio  sonoro! 


Se  ha  encendido  de  zarza  milagrosa  el  tesoro 
De  Maetoerlinck  ahora  y  un  pálido  destino 
Ha  abierto  la  ventana  para  que  suene  el  coro 
Ungido  á  la  parábola  lunar  de  su  camino ! 


—  151  — 

...  La  leyenda  de  bronce  sepultó  sus  escudos 
En  el  bosque  de  mirtos  . . .  Sangran  sus  pies  desnudos 
Entre  espigas  azules,  los  silencios  en  flor  ... 

Y  la  paz  nazarena  de  la  emoción  cautiva 
Hila  su  rueca  blanca  bajo  la  nueva  ojiva 
Sobre  el  mito  del  tiempo,  con  un  ruego  interior ! 

Vicente  BASSO  MAGUO. 


•  »■ 


**  Cosas  del  medio  ambUtiU** 


Así  se  titula  el  libro 
que  el  joven  escritor 
Elzear  Santiago  Giu- 
ffra  acaba  de  publicar 
entre  los  aplausos  de 
la  prensa  nacional  y 
extranjera.  Cosas  del 
MEDIO  AMBIENTE  Con- 
tiene, un  estudio  sere- 
no y  bien  meditado  de 
nuestro  pequeño  mun- 
do artístico-literario ; 
Giuffra  se  rebela  en  él 
un  analista  de  mérito, 
que  juzga  nuestras  co- 
sas, no  superficial- 
mente, sino  ahondan- 
do el  concepto  hasta 
buscar  su  origen  y  se  ■ 
guir  su  desarrollo. 
El  nuevo  libro  del 
jovenlescritor  ha  tenido  aquí  una  acogida  muy  favo- 
rable. 


ELZEAR     S.    GIUFFRA 


Para  Apolo. 


—  152  — 

Eílislolarío 

(A.  Eriinda  Nüñez) 


Tengo  á  la  vista  tu  sublime  carta  y  no  sé  por  donde 
empezar  á  contestarla.  Hablemos  de  ti,  primero.  Dices 
que  no  sabes  explicarme  lo  que  sientes,  lo  que  tu  alma 
pasa,  y  sin  embargo  todo  me  lo  explica  esta  palabra:  «amo 
en  silencio» — Amiga  mía!... 

Amar  en  silencio  es  un  martirio,  pero  un  martirio  que 
puede  tener  término  y  en  el  cual  se  pueden  gozar  mo- 
mentos de  inexplicable  encanto  siempre  que  nuestro  co- 
razón abrigue  la  dulce  esperanza  de  ser  correspondido. 

¿  Crees  que  el  ser  á  quien  amas  puede  corresponder  á 
tu  pasión  ? 

En  ese  caso  auia  y  espera,  sonríe  y  no  llores — porque 
amar  y  ser  amada  es  alcanzar  sobre  la  triste  tierra  el 
prometido  Edén. — El  amor  es  el  Iris  donde  se  reflejan  y 
abrillantan  los  colores  mágicos  del  prisma  ;  es  la  aurora , 
resplandeciente  que  ilumina  la  noche  de  la  existencia,  y 
la  nota  de  un  himno  sublime  que  al  resonar  en  nuestro 
oído  repercute  en  los  ámbitos  más  recónditos  del  alma 
conmoviendo  nuestro  ser  una  sensación  encantadora  y 
dulcísima. 

Por  eso  cuando  amamos  y  nos  creemos  amadas,  nos 
parece  todo  más  bello,  porque  todo  lo  ven  nuestros  ojos, 
sublime,  risueño,  iluminado  con  las  célicas  tintas  del 
amor  y  la  poesía!... 

Mas  ¡ay!  del  corazón  que  ama  sin  esperanza!  ¡Ay!  del 
ser  desgraciado  que  amando  con  todo  el  fuego  de  su  espí- 
ritu ardiente  deposita  el  raudal  de  su  insólita  ternura  en 
un  corazón  ingrato  ó  pequeño  que  no  sepa  comprender  la 
sublimidad  del  sentimiento  que  inspira!... 

Entonces  la  vida  es  triste  y  el  porvenir  sombrío,  eston- 
ces el  alma  se  estremece  sollozante  envuelta  en  las  som- 
bras de  la  duda,  y  la  existencia  se  convierte  en  un  infierno 
más  espantoso  aún  que  la  muerte 

Por  eso,  amiga  mía,  te  aconsejo  prepares  tu  alma,  ya  sea 
para  gozar  las  delicias  supremas  de  un  amor  correspondi- 
do, ya  para  soportar  con  altivez  de  espíritu  el  dolor  de 
los  dolores  :  el  olvido. 

Yo  he  sufrido  mucho.  Hoy,  gracias  á  mi  entereza,  mi 
alma  está  serena  y  mi  espíritu  tranquilo:  quizá  el  sol  de 
la  ventura  que  en  mis  delirios  vislumbré  no  vuelva  á  irra- 
diar en  el  cielo  de  mi  vida,  pero  á  lo  menos  viviré  tran- 


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ral  y  sencilla  al  mismo  tiempo,  que  no 
choca  con  los  sentimientos  del  lector, 
á  pesar  de  lo  extravagante  de  sus 
aventuras. 

Al  mismo  tiempo  el  autor  ha  dis- 
puesto con  el  mayor  ingenio,  al  rededor 
de  su  famoso  protagonista,  una  accióu 
verdaderamente  extraña,  en  que  apa- 
rece el  curioso  contraste  de  la  vida 
oriental  con  los  refinamientos  de  nues- 
tra existencia  civilizada  y  en  la  que 
figuran  como  principales  personajes, 
Andrés  de  Peyrade,  sobrino  de  Bar- 
bassou  y  la  joven  odalisca  Konye  Gul. 
Los  amores  de  Andreo  y  de  Konye 
Gul,  que  se  inician  en  la  intimidad 
del  harén,  llegan  á  adquirir  carácter- 
trágico  que  excita  el  más  vivo  inte- 
rés y  tienen  feliz  desenlace.  Los  dra- 
máticos episodios  del  rapto  de  Kony.-í 
Gul  por  su  madre,  de  su  encierro  en 
un  convento  griego,  de  su  evasión  y 
de  la  persecución  de  Daniel,  hacen  de 
esta  novela  uno  de  los  más  interesan- 
tes libros  de  aventuras. 

A  todo  esto  se  unen  lo  elegante  y 
literario  del  estilo,  las  originales  teo- 
rías del  autor  y  lo  notable  de  las  ilus- 
traciones. En  resumen.  Mí  tío  Barbassou 
es  un  cuento  de  las  Mil  y  una  no- 
ches que  se  desarrolla  bajo  el  her- 
moso cielo  de  Provenza  y  en  medio  de 
los  refinamientos  de  la  vida  pari- 
sígusg. 

El  conocido  literato  granadino  don 
Miguel  de  Toro  Gómez,  ha  traducido 
esta  obra.  Desde  todos  los  puntos  de 
vista,  el  texto  castellano  iguala  al 
francés. 

Mi  tio  Barbassou  forma  un  elegante 
tomo  de  más  de  300  páginas,  esmera- 
mente  impreso  en  papel  satinado,  con 
abundantes  ilustraciones  y  con  una 
artística    cubierta    á    dos   tintas. 

Bizancio,  por  Jean  Lombard.— (Fers/óíi 
casteUana   de   Mifjuel  de    Toro   Gómez). 

Hay  pocos  litros  que  hayan  llamado 
la  atención  tan  poderosamente  como 
la  hermosa  novela  de  Jean  Lombard. 
que  lleva  este  título.  Y  no  sólo  en  el 
público,  sino  en  la  gente  de  letras,  se 
ha    dejado   sentir   su    influencia. 

Del  mismo  modo  que  allá  en  el  oca- 
so de  la  Edad  Media,  la  célebre  no 
vela  caballeresca  Amadis  de  Gaula, 
dio  lugar' á  innumerables  imitaciones 
y  produjo  en  literatura  el  famoso 
ciclo  de  los  Avmdises,  puede  decirse 
que  la  inspiración  de  Jean  Lombard 
al  resucitar  la  brillante  y  fastuosa 
existencia  del  Imperio  bizantino,  con 
sus  apasionadoras  carreras  del  circo, 
sus  luchas  religiosas  y  políticas  y  su 
civilización  semi-bárbara  en  medio  de 
su  refinamiento,  dio  lugar  á  que  otros 
escritores  distinguidos  volviesen  la  vis- 
ta á  aquellas  edades  lejanas  y  trata-., 
sen  de  buscar  inspiración  para  sus 
novelas  en  Grecia  y  en  Roma. 

La  novela  Bizancio,  que  nos  presenta 


el  cuadro  de  la  hermosa  capital  de 
Oriente  en  tiempo  de  Constantino  V 
Coprónimo,  tiene  además  el  atracti- 
vo del  prodigioso  estilo  de  Lombard 
que  ha  sabido  pintar  como  nadie  las 
grandes  oleadas  de  la  mudiedum- 
br<-,  y  cuya  exuberante  imaginación 
ha  logrado  hacer  revivir  de  un  modo 
inimitable,  no  sólo  los  variados  inci- 
dentes de  la  épic.i  coiitieTida  entre 
Verdes  yAzules,  sino  tanil)ién  todas 
las  suntuosidades  de  la  vida  de  Bi- 
zancio. El  traductor  no  ha  omitido 
esfuerzo  ni  trabajo  para  conservar  í 
esté  libro  admirable  toda  la  b.rilhui- 
t'3z  de  su  estilo,  y  ha  completado  su 
^.trabajo  agregando  al  texto  \iii  léxico 
''en  que  se  hallan  explicadas  multitud 
de  palabras  desconocidas  para  la  ge- 
neralidad de  los  lectores.  Lj\  obra 
forma  un  volumen  de  388  páginas, 
elegantemente  ilustrado  é  impreso. 
y  con  una  artística  cubierta  á  cuatro 
tintas. 

La  Bailarina  de  Pontpeya.  pok  Jean 
BeRTHEROY. — {Versión  rastt  lUi  tiii  de  M  ,- 
(juel    Zerolo). 

Desde  los  días  en  que  Bulwer  Lytton 
trazó  en  páginas,  ciue  tuvieron  y  aun 
tienen  justa  fama.  Los  Vitimos  Jík.-- 
de  Pompcya,  no  halla  vuelto  á  figu- 
rar sino  en  los  catálogos  de  los  anti- 
cuarios y  en  los  obras  de  los  arqueó- 
logos, el  nombre  de  la  insigne  c-iu- 
dad  que  compartió  con  Heiculano  la-: 
abrasadas  caricias  del  V -subió,  en  los 
albores  de  nuestra  Era.  La  elegante 
plumi'  de  Jean  Bertheroy  ha  hecho 
resonar  de  nuevo  armoniosamente  este 
nom-bre  en  el  campo  de  las  letras,  con 
su  deliciosa  novela  La  Bailarina  de  Pom- 
peya.  Los  casi  idílicos  amores  de  !a 
diminuta  Nonia  con  el  «amilo  de. 
templo  de  Apolo  podrían  lignrar  dig- 
namente  en   las    Pastorales    de    Longo. 

Al  mismo  tiempo  que  la  .sencilla 
tramn  de  estos  amores,  que  costaron 
la  vida  al  pobre  Camilo,  traza  el  au- 
tor un  cuadro  lleno  d?  anima  ion  y 
colorido,  sin  violencias  naturalistas. 
de  la  vida  sensual  é  intensa  de  aque- 
lla ciudad  que  tenía  como  patrona  y 
divinidad  tutelar  á  la  Venus  Física. 
En  el  seno  de  aquella  ciudad  entre- 
gada por  completo  al  culto  del  amor 
y  del  deleite,  aparece  como  hermosa 
protesta  del  'd-al  elevado  y  puro,  úni- 
co que  puede  hacer  vibrar  las  áureas 
cuerdas  del  arpa  de  Apolo,  la  noble 
figura    del   Sacerdote   Cresto. 

Se  d?be  al  conocido  escritor  don  Mi- 
guel Zerolo,  esta  hermosa  y  corre,  ta 
traducción. 

Forma  la  obra  un  eleg.nite  tomo 
de  300  páginas,  impreso  en  papel  sati- 
nado, con  gran  cantidad  de  grabados 
y  una  artística  cubierta  r  cuatro  tin- 
tas,   tirada    sobre    papel    nacarado. 

(lioTetin    Bihl iiiiiráfico). 


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l'OET.\S    BOLIVIANOS. 

H     HLA.NC'O    l'"()MH()NA 

LETRAS  Y  LI:TRAD0S  OE  IÍLSÍ'A- 
.\0-A.\rñRICA. 

CANTOS  DE  LA  PRISUÍN  V  DEL 
DESTIKPRO. 

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LO.-    :,0DERN0S. 

.\il  NO/   KSC'A-MEZ 

L.v    CiCDAl)    DE   LOS    STICIDAS. 

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BCRBCJAS    DE    LA    VIDA. 

lOSi;    S.    CHOCAXO 

FIA'I      LL'X. 
M.   AKA.MIU  lU)  Y   .MACHAIXI 

r  rifclPATCKA    CRÍTIC.V. 


AMADO    X\El{AO 

EN    VOZ    BAJA. 
ELLOS. 

MIS  filosofías. 

Cl^lSTOBAL    J)E   CASTRO 

CANCIONERO    GALANTE. 

.M.    DE    l'OKO   G1S13ERT 

ENMIENDAS    AL    DICCIONARIO    DE 
LA  ACADEMIA. 
APUNTACIONES  LEXICOGRÁFICAS 

A  K  M  A  X  1)0    C  H  J  H  \  EC  H  ES 

LA    CANDIDATURA    DE    RO.I  VT 

E.  (JOAIEZ   DE  JiAQUEHO 

ASl'ECTOS. 

J.AIKA    ME.NDEZ    DE    v  lEXCA 

SIMPLEZAS. 

K     (iAKClA    CAJ.DEHOX 
PROFESORES  DE  iDr.A:  i-í::o. 

M.    DÍAZ    iJODlUGlEZ 

CAMINO    DE    PEREECC;(;K. 

AAIKJUCO    El'GO 
A  PUNTO  LARGO. 

I'.    HEXIUQTEZ  FREIÑTA 

HORAS    DE   ESTUDIO. 

E    líODJJKJl  EZ  MEXDOZA 
CUESTA     ARRIBA. 

1>.    IU)DJU(;rEZ    EMBIL 
LA   INSURRECCIÓN. 

CAi{l>OS  iíEYLES 

LA    >n  ..RTE   DEL   CIí^NE. 

E.    DIEZ-CAXEDO 
IMÁGENES. 

TI  ElO  M.  CESTERO 

CIUDAD    ROMÁNTICA. 
hRAXCISCO    VILLAESPESA 

TORRE    DE    MARFIL. 


A 


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ISSUES(S) 


Director-Redactor:     PÉREZ    Y    CURIS 


.A.<lxiainistr£tdor: 
XjUIS       I?ÉltEZ 


f^edaooión.  y  A.d.'BaiixistraLOióii.  : 
TREINTA.    Y    TRKS,     7S 


AÑO  VI 


Montevideo,   Diciembre  de  1911 


58 


£1  -eulkrro  del  camarada 


-a 


.4 


El  fúnebre  cortejo  bajaba  pjc  la 
gran  pendiente  del  cementjrio  del  Bu- 
ceo, y  durante  unos  minutos,  bajo 
la  sombra  de  los  altos  tipreses  y  de 
las  hermosas  arancanias,  no  se  oyó 
más  ruido  Que  el  rozar  da  los  za- 
patones de  los  obreros  sobre  los  grue- 
sos areniscos  del  camino  recto  é  in- 
terminable. 

Iban  allí  unos  veinticinco  hombres, 
tc.da  la  cuadrilla  á  la  que  pertene- 
ciera Eufrasio,  expresamente  autori- 
zatta  por  ei  AuiinnibLiaUor  fio  la 
Compañía  para  concurrir  al  entierro 
del  pobre  camarada  muerto.  Entre 
esos  hombres  se  hallaba  üuizot,  el 
anciano  capataz,  un  hombre  enérgi- 
co, muy  trabajador  y  minucioso;  Ri- 
go,  el  encargado  del  primer  grupo 
de  calderas,  y  Parral,  el  foguista  más 
viejo  de  la  casa;  hombre  compla- 
ciente y  dócil,  pero  cuyo  grave  de- 
fecto consistía  en  emborracharse  to- 
dos los  domingos,  con  grave  perjui- 
cio de  su  mujer,  á  quien  apaleaba 
irremisiblemente  por  la  noche,  para 
luego,  al  otro  día,  esto  es,  todos  los 
lunes,  pasárselo  de  holganza,  con  pér- 
dida   segura   del   jornal. 

— ¡Qué  suerte  perra!  gruñó  Parral, 
blandiendo  los  puños  en  una  ráfaga 
de  cólera. 

Guizot,  el  viejo  capataz  que  presi- 
día ol  duelo,  tuvo  una  frase  elogiosa 
para  el  pobre  muerto: 

—Murió  en  su  puesto  como  un  buen 
soldado, — dijo  con  gravedad. 

un  nuevo  silencio  enmudeció  al 
grupo.  Acaso  las  palabras  de  Guizot 
les    hacía    pensar,    porque    todos    pro- 


Para  «Apolo». 

siguieron  caminando,  silenciosos,  ves- 
tidos con  lar'  Hj»  j-ore.s  ropas  reservadas 
para  los  domingos  y  las  grandes  oca- 
siones, llevando  ei  sombrero  respe- 
tuosamente recogido  en  1h  diestra. 

La  voz  monótona  del  sacerdote  na- 
politano que  iba  dolante  masculla- 
ba latines ;  al  chirriar  de  los  arenis- 
cos bajo  los  burdos  zapatones,  reper- 
cutía siempre  en  un  frotamiento  ás- 
pero y  acompasado ;  el  confortable  sol 
de  Octubre  caía  en  los  claros,  sobre 
loa  nombres,  bruñendo  algunas  ca- 
belleras cenizas  y  dando  lustre  A  sl- 
gunas  calvicies  precoces. 

— Crick — Crick — Crick Marchaban 

siempre,  en  columna,  mientras  á  su 
paso  los  panteones  y  las  tumbas  de 
mármol  ó  granito,  con  portadas  y 
dijes  Ue  bronce,  centelleaban  bajo 
aquel  cielo  muy  azul,  cielo  lleno  de 
luminosidades  estivales  y  de  una  dia- 
fanidad serena.  X  en  tanto  prose- 
guían, en  marcha  siempre  hacia  el 
fondo  del  vasto  cementerio,  donde  en- 
tre verdes  acacias  y  paraísos,  los 
desheredados  de  la  suerte  reciben  pia- 
dosa sepultura  en  plena  tierra,  en  el 
grupo  se  recordaba  al  pobre  Eufrasio, 
al  buen  camarada  sin  padres  ni  pa- 
rientes en  América,  y  que,  á  causa 
de  la  rotura  de  una  cañería  de  vapor, 
había  fallecido  la  tarde  antes  en  una 
sala   del   hospital. 

Bruscamente,  el  grupo  se  aetuvo. 
Entonces  todos  los  ojos  miraron  con 
curiosidad,  hacia  adelante,  creyendo 
haber  llegado  al  sitio  prefijado:  pero 
muy  pronto  la  estola  blanca  del  sa- 
cerdote y  el  ataúd  negro,   se  destaca- 


/ 


174  — 


yon  otra  vez  en  un  recodo  del  camino, 
doblando  hacia  la  izquierda,  para  in- 
ternarse por  un  senderillo  estrecho, 
trazado  entre  hileras  interminables  áe 
nuevas  tumbas  que  surgían  á  flor  de 
tierra  en  una  vecindad  fraternal. 

Mas  después  de  un  breve  rodeo,  la 
cuadrilla  hizo  alto  junto  á  un  mon- 
tículo recién  removido  y  en  cuyo  bor- 
de se  hallaba  la  sepultura.  Era  la 
losa  de  poca  profundidad ;  apenas  si 
la  necesaria  para  cubrir  bien  la  caja. 
A  su  alrededor,  y  en  filas  escalona- 
das, otras  fosas  iguales  se  extendían, 
cual  bocas  glotonas  aguardando  nue- 
vos muertos.  En  muchas  de  ellas  las 
aguas  pluviales  habían  formado  char- 
cas cenagosas,  donde  los  mosquitos 
zumbaban  en  enjambres  tuiíiaores, 
y  las  más  próximas  parecían  haber 
sido  rellenadas  la  víspera,  ó  tal  vez 
breves  horas  antes,  pues  la  tierra, 
enrojecida,  aún  se  conservaba  en  te- 
rrones, como  si  las  paladas  se  hubie- 
sen sucedido  con  apremiante  precipi- 
tación y  sin  tiempo  para  detenerse  á 
apisonar. 

— i  a  nemos-  iiegaüo, — había  dicno 
Eigo  haciéndose  paso  para  llegar  has- 
ta ol  féretro  y  ver  por  última  vez. 
Un  corrillo  apeñuzcado  habíase  for- 
mado alrededor  del  ataúd,  un  humil- 
de ataúd  de  pino  forrado  con  merino 
negro  y  que  la  Compañía  había  ad- 
quirido por  su  cuenta,  üuizot,  que 
también  observaba,  murmuró  una  fra- 
se : — Esto   ya  va   á   concluir,    dijo. 

Un  movimiento  de  curiosidad  esti- 
raba los  cuellos  y  abría  enormemen- 
te los  ojos.  Todos  querím  ver.  Lr.s 
tumbas  contiguas,  donde  reposaban 
otros  muertos,  eran  pisoteadas  en  el 
deseo  de  no  perder  los  detalles,  y  ya 
los  sepultureros  na  oían  clavado  el 
número  correlativo  de  la  caja:  era  el 
N.o  34937 ;  los  guarismos  grandes,  pin- 
.  tados  en  negro,  sobre  fondo  gris. 

Un  último  responso  murmuró  el  sa- 
cerdote despuc's  de  rociar  la  caja  con 
agua  bendita.  Entonces,  alrededor  del 
numilde  léretro,  el  silencio  aun  se 
alzo  mayor :  tué  un  ei-oncio  impo- 
nente, tétrico,  que  tan  sólo  los  par- 
i-inciUnes     gori,\jnes     se     p;\rmi:(.eron 

interrumpir  con  tus  alocados   gorjeos. 
En  el  sopor  del  aire  adormecido,   algo 
chirrió    lúgubremonte :     fvié    como    un 
quejido    triste,     desolado    y    agorero. 
Después   el   humilde   ataúd   comenzó   á 
descender,    descendió    más.    más,    hasta 
que,  durante  unos  segundos,  aún  se  le 
pudo  ver  allá,   en  el  fondo  de  la  fosa 
obscura...      Luego    el    capataz      Guizot, 
adelantándose     y    persignándola    con 
respeto,    lanzó    el    primer    puñado    de 
tierra    negra    y    dura...    La    caja    sonó 
sordamente,     hasta     producir     escalo- 
fríos,   pero    otros    puñados    se    sucedie- 
ron,   y   así   la    caja    continuó    sonando, 
hasta    que    aquel    golpeteo    comenzó    á 
debilitarse  á  medida  que  la  tierra  cu- 
bría al   muerto... 
— Ya    no    sufrirá    más,    dijo    Guizot, 


enjugando  con  el  dorso  de  la  callosa 
mano  una  lágrima  sincera. 

— Cierto,  le  respondió  Parral;  ya  no 
sufrirá  más. — Y,  con  amarga  ttloso- 
fía,  añadió : — Ni  tampoco  ya  tendrá, 
que  trabajar... 

No  le  respondieron.  Silenciosos  y 
conmovidos  por  esta  escena  se  mar- 
chaban cabizbajos  por  entre  las  tum- 
bas y  los  montículos,  donde  tantos 
muertos  reposaran  en  una  vecindad 
bonachona  y  íraternai.  Los  gruesos 
zapatones  pisaban  nuevamente  las  ho- 
jarascas secas,  mientras  los  labios 
iban  descifrando  torpemente  nombres, 
efemérides  luctuosas,  frases  da  cariño 
ó  de  trágica  desesperación,  y  todo  en- 
tre tristes  ofrendas  de  cruces  y  de 
coronas,  algunas  ya  marchitas  por 
las   inclemencias    del   tiempo. 

Una  vez  de  nuevo  en  el  gran  ca 
mino  central  una  bocanada  de  aire 
salitroso,  venido  desde  la  costa,  les 
oreó  los  rostros,  haciéndoles  respirar 
á  pulmón  pleno.  Ya  el  capataz  Gui- 
zot,— qa.3  había  tomado  punta, — apri?- 
miaba  el  paso  con  los  ojos  aún  enro- 
jecidos; pero  el  resto  de  la  cuad'-i 
lia  se  había  quedado  rezagada,  escu- 
chando á  Parral,  quien  ponderab.a  las 
bellezas  del  paisaje  en  tanto  distri- 
buía   oigerrilJos 

—Son  de  lo.<  buenos,  decía  Parral, 
pasando  su  petaca  de  mano  en  mano, 
i'umaban  todos,  uas  espirales  ue 
humo  blanco  salían  de  bo:.as  y  na- 
rices desvaneciéndose  en  tenues  hila- 
chas, bajo  los  rayos  del  sol,  en  tanto 
es'cuct-.aban  á  i'arral,  que  ludicat).^ 
perspectivas  y  sorpresas  maravillo- 
sas. Sí,  el  buen  muchacho,  en  ayunas, 
parecía  estar  encantado.  Y  en  verdad 
que  el  cuadro  era  sorprendente :  los 
arenales  de  la  playa  reverberaban  á 
lo  lejos,  entre  nimbos  de  luz  ofuscado- 
ra ;  el  río,  muy  azul,  aletargado  en 
una  calma  suprema,  tenía  irisaciones 
aceradas-  y  bruñideces  de  blanquísimo 
estaño ;  las  islas  de  Flores  eran  en  la 
lejanía  como  tres  puntillos  nivosos  so- 
bre aquel  plafón  muy  azul;  arbole- 
das frondosas  de  un  encanto  paradi- 
siaco diseminábanse  en  lontananza, 
semejando  manchones  verduzcos,  mien- 
tras escalando  las  lomas,  hasta  más 
allá  de  Carrasco,  los  plantíos  de  vi- 
des y  de  hortalizas  formaban  capricho- 
sas cuadraturas,  cual  gigantescas  pie- 
zas de  un  extraño   dominó. 

Por  Euerte  para  todos,  á  esa  hora 
una  brisilla  del  norte  soplaba  hacia 
el  rio,  nevándose  tierra  arnera  las 
molestas  exhalaciones  del  vecino  va- 
ciadero de  residuos  de  la  metrópoli  y 
el  hedor  desagradable  de  los  hornos 
de  ladrillo  que  pululan  en  el  pa- 
raje. 

¡  Ah,  qué  hermosa  mañana !  Tanta 
Quizura,    tanta    tluiaez    en    el    aire    y 

en  las  cosas,  tanta  prodigalidad  de  la 
naturaleza  toda  junto  á  la  paz  in- 
finita del  cementerio  pareció  conmo- 
ver   profundamente     a    rarral,     que. 


175 


acaso  en.  un  arranque  de  sentimenta- 
lismo lírico,  acaso  nostálgico  de  sus 
clásicos  lunes  de  holganza,  prorrum- 
pió en  una  exclamación  sentida : 

— Aquí  los  muertos  son  felices,,  dijo; 
nadie  trabaja... 

Y,  como  ya  esta  frase  la  hubiera 
repetido  momentos  antes,  "1  capataz 
Guizot  se  creyó  en  el  deber  de  inter- 
venir : 

—No  trabajan  pero  tampoco  beben, 
como  tú  lo  haces  los  domingos!  repli- 
cóle  riendo. 

Como  vuelto  de  súbito  á  la  reali- 
dad, Parral  le  miraba  asomLrado. 

— Cierto ;  tú  tienes  razón  :  ellos  tam- 
poco  se   emborrachan ! 

E  indudablemente,  la  frase  le  hacía 
meditar.  Posiblemente  se  maravillaba 
de  no  habérsele  ocurrido  tamaña  ver- 
dad. Acaso  la  dulce  visión  de  sus  bo- 
rracheras desfiló  en  esos  instantes  an- 
te sus  ojos,  porque,  sus  pupilas  crista- 
lizadas de  bebedor  sempiti^rno  se  ilu- 
minaron, una  piaiCiaez  bei>titica  j.o 
dulcificó  el  rostro  abotagado,  su  len- 
gua chasqueó,  y  su  boca,  carnosa  y 
concupiscente  como  la  de  un  sátiro 
libidinoso  comenzó  á  sonreír  con  pa- 
ternal  bonhomía. 

Como  ya  hubiesen  llegado  h.ista  la 
portada  donde  les  aguardaban  los  co- 
ches. Parral  se  obstinó  en  no  regre- 
sar á  Montevideo  sin  antes  beber  una 
copa  en  una  taberna  vecina  al  cam- 
posanto, y  en  la  que,  en  perfecta  paz 
y  armonía  venüíanse  comestibles  y 
brebajes,  conjuntamente  con  urnas  fu- 
nerarias y  otros  objetos  destinados  al 
culto  exclusivo  de  los  muertos. 

— Antes  de  irnos  iremos  hasta  allí, 
hasta  ese  boliche.  Una  copa,  una  sola 
copa  que  yo  pagaré  de  mil  amores, 
repetía. 

Guizot.  siempre  celoso  de  sus  debe- 
res y  metódico  en  sus  costumbres,  se 
oponía  á  ello ;  pero  Parral,  muy  se- 
rio,   muy    lormai    y    nasta    oienaiüo, 

fundaba   gravemente  su   petitorio. 

— Tienes  que  complacerme...  Cuando 
yo  les  digo  que  sólo  se  trata  de  una 
copa,  es  porque  será  así  como  lo  he 
aicho.  Aaemas, — anadia  en  un  tono 
henchido  de  enternecimiento,  este  es 
un  gusto  mío  y  que  yo  abonaré  en 
recuerdo  á  él,  ¿oyes?...  á  el,  á  Eu- 
frasio, al  pobre  amigo  muerto  que 
hemos  dejado  allá  abajo... 
'  Los  sollozos  le  ahogaban ;  gu  voz  hi- 
posa  tenía  mucho  de  trágico  y  de  có- 
mico ;  todo  su  rostro  húmedo  por  las 
lágrimas  se  estremecía  en  una  epi- 
lepsia    conmovedora,      que     ahondaba 


hasta   el   ridículo   las    anchas   arrugas 
que  lo  surcaban. 

Y  ante  esa  súplica  Guizot  no  pudo 
menos  de  acceder.  Entonces,  en  tropel 
y  formando  ruidoso  grupo  todos  pene- 
traron al  bodegón,  donde  la  caña,  la 
ginebra  y  ei  vino  seco  lueron  ser- 
vidos  de  inmediato. 

Con  la  voz  trémula  y  sollozante.  Pa- 
rral levantó  su  copa  de  ginebra,  lle- 
na hasta  el  borde. 

— Bebamos  por  él...,  por  Eufrasio... 
por  el  pobre  amigo   que... 

Como  los  sollozos  le  ahogaran,  in- 
terrumpió su  iLinebro  brindis  para 
apurar  de  un  sorbo  el  ardiente  líqui- 
do, á  la  vez  que  Rigo,  Guizot  y  todos 
los  demás  hombres  allí  presentes  le 
imitaban,  sucediéndose  entonces  un 
silencio,  durante  el  cual,  en  aquel  ex- 
traño comercio  atestado  de  botellas  y 
de  cascos,  de  urnas  de  latón  y  de  hie- 
rro, el  gluc-gluc  de  los  bebedores  pudo 
oírse   con   claridad. 

— ¡  En  marcha ! — había  dicho  Gui- 
zot, indicando  los  coches;  pero  Pa- 
rral, ya  beoido  el  primer  sorbo  y 
puesto  en  tren  de  carrera  hizo  una 
tentativa    de   Botorno. 

— ¡  Nó  ! — exclamaba.— Otra  copa ;  una 
segunda  copa  que  yo  también  paga- 
Tí  y  luego   nos  marcharemos... 

El  viejo  capataz  se  opuso  terminan- 
temente.— ¡Basta!  basta!...  Hemos  ve- 
nido aquí  para  acompañar  á  un 
muerto  y  no  á  beber,  repetía  con 
firmeza. 

Y  estas  palabras,  muy  razonables 
y  muy  juiciosas,  parecieron  conven- 
cer á  todos,  porciue  un  murmullo  de 
aprobación  las  acogió,  á  la  vez  que 
lentamente  y  de  uno  á  uno  comen- 
zaron á  abacdomr  el  despacho  bus- 
cando los  carruajes. 

Arrellenároiise  eu  los  bracks  y  vo- 
lantines como  pudieron.  Ya  el  corte- 
jo retornaba.  A  su  paso  los  chalets, 
las  pequeñas  casitas  y  los  barrios  de 
Obreros  aiEominarlos  á  lo  largo  del 
camino  desfilaban  á  la  carrera.  Allá 
lejos,  hacia  donde  iban,  en  la  ciudad 
febril  y  bullí.  íost,  les  aguardaba  el 
taller,  las  rojas  fauces  de  las  horna- 
llas  siempre  hambrientas  de  carbón, 
los  tornos  monstruosos,  las  calderas 
trepidantes,  los  tubos  traidores  donde 
el  vapor  hirviente  chirriaba  y  mata- 
ba. Detrás  de  ellos,  de  donde  volvían 
y  entre  las  tellezas  de  un  paisaje  en- 
cantador, quedaba  la  paz,  el  reposo 
eterno,  el  pobre  camarada  caído  en 
la  lucha  diaria  por  el  Pan  y  por  la 
Vida... 

Jü.iN  Picón  Ol.iondo. 


»♦« 


—  176  — 

OMo 


Caen  las  hojas  secas. -El  viento    marchita 
las  últimas  flores   que  abren   los  rosales.— 
En  las  tardes  grises,   iargas,  otoñales 
hay   una    tristeza   vaga  é  Infinita.— 

Las  sendas  se  enlodan.— La  fuente  recita 
su  postrer   leyenda.  -Sombras    espectrales 
semejan  las  cusas   bajo   los   Hílales, 
reflejos   del   cielo.  -  La  brisa   musita. 

Cánticos  extraños.— Blanca,  cual  la  cera 
Ja  pálida  enferma  mira   la  severa 
oalma  del   paisaje,  y    á   la   luz    incierta. 

grave  y  taciturna   dal  ocaso  triste, 

Ja  pálida  enferma  se  finge  que  asiste 

al  ultimo  ensueño  de  una  novia  muerta  .  . , 

Juanita  FERNhNDEZ  MORALES. 


Motivos  d-e  skmí)r^ 


Resulta  más  difícil  de  lo  que 
se  cree  el  saber  cómo  ha  de 
portarse  un  hombre  para  hacer- 
se un  medio  lug-ar  en  el  mundo. 
Si  uno  yp.-irenta  talento  ó  ins 
trucción,  se  acarrea  el  odio  de 
todos  los  ignorantes  envidiosos 
porque  lo  toman  por  soterbio  y 
capaz  de  cosas  grandes.  Si  al 
contrario,  se  mue^stin  humilde  y 
modesto,  lo  desprecian  por  inú- 
til. Si  ven,  que  es  prudente  y 
detenido,  lo  toman  por  traidor 
y  vengativo.  Estas  considera- 
ciones, pesadas  con  madurez  y 
confirmadas  con  tantos  ejemplos 
como  abundan,  le  quitan  al  hom- 
bre todo  sentimiento  de  bondad, 
liaciéndolo  el  más  exagerado  in- 
dividualista. 

Las  extravagancias  liumanas 
son  tan  antiguas  como  ridiculas; 

Buenos  Aires  2/912. 


por  consiguiente  me  guardaré 
muy  bien  de  creer  que  haya  ha- 
bido siglo  en  que  los  hombres 
hayan  sido  cuerdos.  Cada  era 
ha  tenido  su  locura  favorita.  La 
nuestra  es  de  creer  que  somos 
lo  que  no  seremos  jamás. 

* 
*  * 

¿Quiér.es  son  los  filósofos  ? 
Unos  hombres  rectos  y  amantes 
de  las  ciencias,  que  quisieran 
hacer  á  todos  los  hombres  odiíir 
las  necedades  que  tiene  la  len- 
gua unísona  con  el  corazón  y 
otras  ridiculeces  semejantes. 
Vuélvanse,  pues,  los  filósofos  á 
sus  bohardillas  y  dejen  rodar  al 
hombre  de  modo  que  á  fuerza 
de  dar  vueltas,  se  desvanezcan 
las  pocas  cabezas,  que  aun  se 
mantienen  firmes,  y  se  convier- 
ta el  mundo  en  un  hospital  de 
locos,  que  ese  es  su  fin. 
Esteban  ETCHEPAKE. 


—  177 


~r 


H    Gakría  ítifantil    ^ 


"^" 


Chita  Sanst  quz  tenemos  el  gus- 
to de  presentar  á  ostedes^  y  que 
hoy  desfila  por  esta  ligera  sec- 
ciónt  que  APOLO»  con  general 
simpatía»  destina  á  los  niños»  atrae 
verdaderamente  la  atención  . . . 

Los  ni- 
ños...! cabe- 
lleras rubias 
de  ángeles» 
hermosos 
ojos  que  en- 
cierran pro- 
mesas de 
ternura  .  * . 
caricias  ... 
besos . . . 

iQuíén 
no  ha  senti- 
do un  ins- 
tante la  in- 
fluencia de 
la  caricia 
tierna  y  pu- 
ra de  la  in- 
fancia ...  1 
¿  En  qué 
estará  pen- 
sando este 
Plcrrot  de 
medio  me- 
tro de  alto» 
con  su  c&ri- 
ta  angelical 
y  sus  cabe- 
llos llenos 
de  harina  ? 
Probable- 
mente esta- 
rá curioso 
por    saber 

qué  hay  dentro  de  la  máquina 
fotográfica  que  le  ha  hecho 
abrir»  tamaños»  sus  ojitos  bri- 
llantes* No  por  eso  se  ha  olvi- 
dado la  coqueta  de  adoptar 
una  pose  interesante  y  de  arre- 
glarse sobre  la  frente  los  bucles 
de  su  cabellera»  nada  más  que 
para  que  adornen  mejor  su 
preciosa  carita»  capaz  de  dar 
envidia  á  las  muy  rosadas  y 


CHITA     SANS 


pintadas  de  sus  muñecas»  pues  es. 
la  admiración  de  todos»    quienes 
le  rinden  cumplido  homenaje  á  la. 
belleza  de  que  fué  dotada  por  na- 
tura» y  que  sin  duda  tal  como  está, 
en  el  retrato»  con  su  actitud  pen- 
sativa ;    sus 
grandes  ojos 
alzados»  co- 
mo si  siguie- 
ran una   ri- 
sueña visión 
infantil ;   su 
gorrito    con 
borlítas   cu- 
briendo  stf 
cabellera    y 
su    trajecito 
para    rendir 
homenaje  al 
Dios  Momo, 
resulta    una 
belleza  ideal 
y  exquisita; 
un   angelito 
de  Rafael» 
escapado  de 
uno   de  sus 
cuadros  y 
vestido    de 
Pierrot .  . . 

No  duda- 
m  o  s  que 
nuestras  a- 
mables  lec- 
toras al  con- 
templar  á 
este  travieso 
Pierrot,  de- 
searán cu- 
brirlo de  be- 
sos» y...  es  muy  posible  que 
la  picarona  las  dejara  hacer» 
siquiera  para  acreditar  su  se-, 
ráfica  actitud»  que  la  hace 
todavía  más  bonita  y  atra- 
yente. 

Habría  que  elegir  fragantes 
flores  y  rimar  versos  primoro- 
sos para  hacer  algo  digno  de 
esta  hermosa  galería, 

ESOJ. 


—    178   — 

"€l  íllcázav  d^  las  Pavías" 


Esta  leyenda  trágica,  dividida 
en  cuatro  actos,  puesta  en  verso 
por  el  gran  poeta  Francisco  Vi- 
llaespesa,  antes  áe  ser  estrenada 
en  el  Teatro  de  la  Princesa,  lo 
fué  en  Granada,  Córdoba  y  Má- 
laga, obteniendo  en  todas  partes 
clamoroso  éxito.  Cuando  fué  es- 
trenada en  la  ciudad  granadina, 
los  periódicos  de  aquella  capital 
relataron  el  argumento  de  la 
hermosa  leyenda.  ¡Cuál  no  sería 
la  agradable  sorpresa  de  Juan 
García  Goyena  al  cerciorarse  de 
que  la  obra  escénica  del  renoni 
brado  vate  se  halla  inspirada 
esencialmente  en  la  ieyenda  de 
igual  título,  de  su  original,  pu- 
blicada en  1905! 

Efectivamente,  en  dicho  año 
García  Goyena  pul)licó  un  libro 
titulado  Al-lanhk-bar  (Aiah  es 
grande),  uno  de  cuyos  primeros 
ejemplares  llegó  á  mis  manos, 
con  amable  dedicatoria  del  au- 
tor, á  quien  hace  años  me  une 
verdadera  amistad.  Aquí  debo 
hacer  constar  que  García  Goye- 
na es  uno  de  los  hombres  más 
bondadosos  que  he  conocido;  su 
vasta  cultura  de  literato  corre 
parejas  con  sus  dotes  de  exqui- 
sito poeta;  su  proverbial  modes- 
tia quizá  sea  causa  de  que  al 
presente  no  goce  de  envidiable 
fama. 

El  expresado  libro,  que  fué 
por  cierto  muy  celebrado  por  la 
crítica,  contiene  cuatro  leyendas 
árabes,  en  prosa,  absolutamente 
originales,  «pues  él  inventó  la 
acción  y  los  personajes,  asi  como 
sus  caracteres  y  hasta  sus  nom- 
bres, fuera  de  los  puramente  his- 
tóricos, j  aun  éstos  hubo  de 
amoldarlos  á  Jas  circunstancias 
de  las  ñlbulas   por  él  ideadas,  á 


las  que  puso  por  nombres  El 
alcázar  de  las  perlas,  El  etiope, 
El  homúnculo  y  El  hebreo,  in- 
tentando reproducir  en  ellas  to. 
da  la  Granada  morisca». 

García  Goyena,  al  enterarse 
de  la  coincidencia,  escribió  una 
correctísima  carta  á  Villaespesa, 
tan  correcta  como  ^hábil,  publi- 
cada en  el  Heraldo  de  Madrid, 
en  la  cual,  entre  otras  cosas,  le 
manifestaba. 

«Sirve  de  base  á  su  obra  el  constante 
(leseo  de  Alhamar,  desde  que  subió  al 
trono,  de  dotar  á  Granada  de  un  mara- 
villoso alcázar  asombro  de  las  (gentes, 
sueño  de  mag:niñuencia  no  realizado  por 
no  encontrar  artífice  que  lo  UeVara  á 
efecto;  la  existencia  en  la  ciudad  morisca 
de  un  alarife  de  clase  humilde,  Azhun  a, 
tenido  por  loco  poniue  en  sus  sueños  de 
arte  cree  ver  en  los  aires  alcázares  sun- 
tuosos por  el  construidos;  la  aproxima- 
ción del  Emir  y  del  artífice,  que  se  eom- 
prcnilcn  y  sd  unen  para  realizar  la  mis^ 
ina  idea;  los  amores  de  Azliuna  con  8o- 
beya  {hija  de  un  rico  comerciante  grana- 
diiioj,  que  le  anima  en  su  empresa  y  re- 
presenta para  el  alarife  el  ángel  de  la 
esperanza;  la  impotencia  de  Azhuna  para 
dar  forma  al  alcázar  soñado  y  la  necesi- 
dad de  que  recorra  el  mundo  en  artística 
pcrejirrínación  en  busca  del  ideal  ansiado; 
la  decisión  de  Sobeya  de  compartir  con 
él  los  pelig:ros  del  viaje;  la  realización 
de  este  por  ambos  con  asentiirtiento  de 
Alhamar  y  del  padre  de  la  joven,  esposa 
ya  del  alarife;  el  regreso  de  ambos  á  Gra- 
nada al  caer  de  una  tarde  sin  haber  con- 
seguido su  deseo,  él  abatido  y  ella  siem- 
pre esperanzada;  su  detención  en  la  vega, 
donde,  al  ocultarse  el  Sol  tras  los  pica- 
chos de  la  Sierra,  formando  fantásticas 
visiones,  mira  Azhuna  reflejarse  en  el  cie- 
lo los  contornos  del  alcázar,  que  dibuja 
rápido  y  tembloroso;  la  muerte  de  Alha- 
mar y  Azliuma  sin  ver  la  construcción  del 
maravilloso  alcázar. 

Esta  es  la  parte  esencial  del  argumento 
de  su  celebrada  tragedia  y  esta  misma  esl 
la  de  mi  leyenda.  ¿Qué  existen  diferen- 
cias entre  ambas  obras?  ¿Qué  duda  cabe, 
siendo  usted  el  autor  de  la  tragedia? 

Usted,  huyendo  de  la  sencillez  de  la 
leyenda,  no.  apropiada  para  la  escena,  en 
derredor  de  estos  personajes  ha  creado 
otros  dignos  de  la  corte  de  Alhamar  y  ha 
Ideado  otra  acción  secundaria,  más  plás- 
tica, por  la  cual  Sobeya  es  perseguida  por 
el  i)oderoso  y  rebelde  Abu-Ishac,  que  ase- 
sina á  Azhuna,  á  quien  roba  los  planos 
del  alcázar;  el  que,  á  su  vez,  es  asesinado 
por  Sobeya,  que  recupera  éstos  y  que  to- 
ma asi  venganza  de  ia  muerte  de  su  ama. 


I7Q  — 


do;  además,  usted  hace  hablar  á  los  acto 
res  en  magrniftcos  versos,  en  contraposi- 
ción con  la  humilde  prosa  de  mi  leyenda; 
pero  todo  esto,  que  indudablemente  avalo- 
ra la  tra$|^edia,  no  es  más  que  el  marco  de 
la  accióu  principal  reseñada,  que  es  su 
fundamento  y  esencia,  y  que,  como  llevo 
dicho,  fué  creada,  sin  inspiración  ajena 
de  ninguna  clase,  por  mi  fantasía 

Siendo  esto  así,  la  cuestión  á  debatir 
no  puede  ser  más  sencilla,  circunscribién- 
dose á  estos  dos  extremos: 

1.0    Kl  autor  que  de  tal  modo  se  inspi- 
'  ra  en  otra  obra,  ¿debe  pedir  autorización 
para  pul)ltear  la  suya? 

2.»  Al  publicarla,  ¿debe  hacer  constar 
en  los  carteles  y  en  el  libro  la  fuente  de 
su  inspiración? 

Respecto  del  primer  extremo,  mi  crite- 
rio es  tan  amplio  que  entiendo  que  si  bien 
por  cortesía  puede  darse  tal  paso,  literaria- 
mente no  es  imprescindible,  pues  las  ideas 
deben  ser  de  todos,  y  máxime  de  aquellos 
que  al  acojerlas  las  avaloran  mejorándo- 
las. Pero  no  puedo  opinar  lo  mismo  res- 
pecto del  segundo  extremo,  pues  los  más 
rudimentarios  principios  de  ética  literaria 
exigen  que  se  indique  la  procedencia  de  la 
parte  fundamental  de  un  argumento  y  de 
/  los  personajes  que  en  él  intervienen  cuan- 
do han  sido  tomados  con  los  mismos  ca- 
racteres y  los  propios  nombres  de  otro  au- 
tor». 

í)iez  días  transcurrieron  desde 
la  publicación  de  la  carta,,  que 
en  parte  acabo  de  transcribir, 
durante  cuyo  lapso  de  tiempo 
Villaespesa  dio  la  callada  por 
respuesta,  en  vista  de  cuya  con- 
ducta, García  Goyena,  teniendo 
en  cuenta  que  ambos  pertenecían 
á  la  Academia  de  la  Poesía  Es- 
pañola,  y  toda  vez  que  con  arre- 
glo al  caso  S."  art.  2."  de  sus  es- 
tatutos, uno  de  los  fines  de  esta 
corporación  es  el  de  fomentar 
entre  sus  socios  el  espíritu  de 
confraternidad  y  solidaridad  y 
servir  de  arbitro  en  sus  diferen- 
cias, acudió  al  ¡lustre  Presidente 
de  aquella,  D.  Alfredo  Vicenti. 
rogándole  se  sirviera  adoptar  las 
medidas  pertinentes  al  caso. 

En  este  punto  la  cuestión,  Vi- 
llaespesa, desde  Granada,  dirigió 
un  telegrama  á  García  Goyena, 
publicado  en  el  Heraldo  de  Ma- 
drid, el  cual,  copiado  á  la  letra, 
es  del  tenor  siguiente: 

«Xada  contesté  á  su  carta  fecha  16  por 
parecerme  prematura  toda  discusión  mien- 
tras V.  no  conozca  mi  Alcázar  de  las  per- 


las. Cuando  la  obra  se  publique,  V.   reco- 
nocerá lo  aventurado  de  sus  suposiciones 
En  tanto  no  puedo  prestarme  á  ningún  gé- 
nero de  reclamo.— Villaespesa». 

En  verdad  que  á  casi  todo  el 
mundo  sorprendió  el  desenfado 
y  bástala  incorrección  de  Villa- 
espesa,  máxime  tratándose  del 
demandante,  cuya  digna  actitud, 
desde  el  punto  y  hora  en  que 
entablara  el  pleito  literario,  me- 
reció generales  alabanzas. 

La  contestación  de  García  Go- 
yena fué  pronta  y  expresiva.  Se 
publicó  en  el  Heraldo  de  Madrid 
al  día  siguiente  de  haberse  dado 
á  luz  el  transcrito  y  comentando 
telegrama.  He  aquí  la  respuesta 
de  García  Goyena. 

«Muy  señor  mío:  Recibo  su  telegrama, 
y  como  en  esta  clase  de  cuestiones  no 
pneden  seguirse  dos  procediinientos  á  la 
Tez  y  yo,  en  vista  de  su  silencio,  ya -adop- 
té el  de  los  Tribunales,  comenzando  por 
el  literario  de  la  Academia  de  la  Poesía 
Española,  para  continuar  después  por  otros 
si  fuera  preciso,  no  he  de  apartarme  de 
este  camino  por  su  tardía  contestación, 
que  contiene  frases  desconsitleradas  que 
me  han  sorprendido  mucho,  pues  no  co- 
rresponden á  los  términos  en  que  me  di- 
rigí á  usted,  y  que  ye  recogeré  á  §u 
tiempo  en  forma  adecuada», 

Pero  afortunadamente  la  in- 
tervención de  la  Academia  de  la 
Poesía  Española  tan  eficaz  re- 
sultó en  este  caso, — fui  el  prime- 
ro en  holgarme  de  ello— que  la 
publicación  de  las  siguientes 
epístolas,  insertas  en  el  repetido 
y  popular  diario  madrileño,  puso 
término  al  pleito  literario  segui- 
do entre  ambas  partes  litigantes. 
— He  aquí  dichas  cartas: 

Señor  D.  Juan  Gaicía  Goyena. 

Madrid. 

Mi  querido  y  admirado  amigo:  Deseo- 
so de  acabar  de  una  vez  la  discusión  que 
involuntariamente  hemos  entablado,  y 
creyendo  de  justicia  que  el  piiblico  conoz- 
ca su  resultado,  puesto  que  pública  se  hi- 
zo, confieso  espontáneamente,  para  su  sa- 
tisfacción, que  entre  los  muchos  libros 
que  consuJté  para  escribir  mi  tragedia  ¡il 
alcázar  ríe  los  perlas  se  encuentra  el  tomo 
primero  de  las  «.Toyas  de  la  literatura  uni- 
versal», con  el  titulo  de  Lit-^ratura  árabe, 
publicado  por  la  Editorial  Ibero-america- 
na, de  Barcelona,  el  eu.-tl  contiene,  entre 
traducciones   de  los  más    famosos  poetas 


—  i8o  — 


del  Islam,  dos  admirables  Leyendas  ára- 
bes puestas  en  prosa  castellma— así  dice 
textualmente  el  libro— por  Jnxn  Garda 
Goyena,  y  en  una  de  estas  leyendas,  El 
alcázar  de  las  perlas,  do  un  Siibor  arábigo 
prodigioso,  encontré  valiDSOs  elementos 
para  la  formación  de  mi  trageifia. 

Es  natural  que,  de  haber  s.-ibido  que 
dicha  leyenda  era  original  de  usted  y  no 
una  traducción,  como  indican  los  editores 
de  dicho  libro,  yo  no  hubiese  vacilado  en 
declararlo  asi,  como  lo  hago  ahora,  des- 
pués de  nuestra  cordialisinia  entrevista  de 
ayer,  entendiendo  que  el  autor  dramático, 
cuando  intenta  escribir  un  trabajo  histó- 
rico, se  ha  aprovechado  siempre  de  todos 
los  elementos  que  i)uedan  dar  á  su  obra 
carácter  y  ambiente  de  é¡»oca.  Y  esta 
misma  declaración  pensaba  y  pienso  ha- 
cerla en  la  autocrítica  que  se  publicará  al 
frente  de  la  edición  de  mi  Alcázar  de  las 
perlas. 

En  cuanto  á  lo  que  pudiera  haber  de 
personal  en  este  asunto,  una  vez  deshecho 
el  error  editorial  que  lo  motivó,  (lueda 
completamente  desvanecido,  puestos  de 
relieve  de  una  manera  terminante  su  pro- 
verbial corrección  y  caballerosidad  y  mi 
buena  fe;  y  felicitándole  y  felicitándome 
por  ello,  le  envío,  con  un  fuerte  apretón 
de  manos,  el  testimonio  más  sincero  de  mi 
admiración  y  amistad  inquebrantables. 

Francisco  Vii.laespesa. 
Madrid,  Diciembre  18,  911. 

Señor  D.  Francisco  Villaespesa. 

Mi  querido  amigo;  En  vista  de  nues- 
tra conferencia  de  ayer  y  de  las  nobles 
manifestaciones  consignadas  en  su  carta 
de  hoy,  ¿qué  quiere  usted  que  le  diga?  Que 
desvanecido  el  error  que  motivó  nuestras 
diferencias,  sólo  me  queda  agradecer  á 
usted  su  correctísimo  proceder  y  corres- 
ponder á  su  cariñoso  apretó::  de  manos 
con  otro  cordialísimo,  repitiéndome  de  us- 
ted, como  en  mi  primera  carta,  su  más 
entusiasta  admirador  y  amigo. 

Juan-  García  Goyexa. 
Madrid,  Diciembre  18;  911, 


El  insigne  Villaespesa,  en  ]a 
autocrítica  de  El  alcázar  de  las 
perlas,  publicada  en  La  Noche, 
importante  diario  de  Madrid, 
declara: 

«El  motivo  inicial,  la  idea  fundamenta- 
de  mi  tragedia,  surgió  después  de  la  lecl 
tura  de  la  famosa  leyenda  de  El  Lamina- 
ni,  preclaro  poeta  descendiente  de  los  ara 
bes  sicilianos,  que  floreció  en  Túnez  en  el 
siglo  XI F  y  que  fué  huésped  ilustre  de  la 
corte  de  los  nazaritas.  El  legado  de  Al- 
hamar  es  Víiui  maravillosa  leyenda,  digna 
de  ser  bordada  en  oro  en  el  velo  negro 
que  cubre  la  Kaaba. 

Alhamar  agoniza  en  medio  de  la  vega, 
al  salir  al  frente  de  sus  huestes  y  acompa- 
ñado de  D.  Enrich,  aquel  hermano  aveii- 
urero  y  bravio  de  D.  Alfonso  el  Sabio,  á 


combatir  á  los  walíes  rebeldes  de  Málaga  • 
Gomares  y  Guadix. 

En  torno  de  su  tienda  se  agrupan  los 
caudillos.  Su  hijo  primogénito  solloza  jun- 
to á  la  litera  real.  Alhamar,  en  trance  de 
muerte,  le  entrega  su  espada  de  pedre- 
ría, su  sello  de  oro  y  una  misteriosa  bol- 
sa de  cuero.  El  principe  descubre  en  ella 
la  silueta  de  un  alcázar  é  interroga  al. 
padre  acerca  de  aquellos  extraños  trazos. 
Alhamar,  entonces,  le  cuenta  que  una 
tarde,  en  la  que  cabalgaba  por  la  vega, 
tuvo  de  pronto,  entre  los  últimos  fulgores 
del  sol,  la  visión  de  un  alcázar  quimérico 
que  resplandecía  en  la  cumbre  de  la  Sie- 
rra. Glav ')  el  acicarc  á  su  p  itro  y  partió  á 
galope;  mas,  á  medida  que  avanzaba  en 
su  carrera,  ei  alcázar  se  ib:i  desvainjciendo. 

¿N)  piidj  nacer  de  aquí  aquello  de  Zo- 
rrilla: 

«hauzjse  el  fiero  bruto  con  ímpetu  vio- 
lento?» 

Murió  el  alcázar  con  el  crepúsculo,  y 
Alliamar  tornó  á  la  ciudad,  pensativo,  lle- 
nos los  ojos  dü  la  mágica  visión  encanta- 
da. Venia  la  noche,  cuan  lo  en  una  de  las 
alquerías  do  la  vega  es  nu-hó  el  ulular  de 
la  multitiiil  y  vio  al  populacho  que  ape- 
dreaba á  un  miserable  fugitivo. 

Ante  la  presencia  del  en>ir,  huyeron 
las  gentes.  Descendió  Alhamar  de  su  ca- 
bal^'adura  y  tenilió  la  mano  al  caído. 

— ^Sólo  Alhamar  es  capaz  de  dar  su 
mano  á  un  leproso. 

Y  el  miserable,  diciendo  esto  al  emir. 
entrególe  un  pergamino,  en  el  que  apare- 
cían las  siluetas  de  un  alcázar  maravi- 
lloso. 

Esta  leyenda  de  piedad  y  de  ensueño, 
del  divino  leproso  y  de  la  más  alta  glo- 
ria de  la  casa  del  Naz.-ir,  dominó  mi  espí- 
ritu y  fué  el   alma  madre  de  mi  tragedia.» 

Pese  íl  la  declaración  de  nues- 
tro gran  lírico,  encerrada  en  su 
autocrítica,  yo  creo,  separándo- 
me del  juicio  de  algunos  reputa- 
dos críticos,  que  la  principal 
fuente  de  inspiración  en  que  él 
lia  bebido  para  componer  su  her- 
mosa tragedia,  es  la  leyenda  de 
García  Goyena,  cuya  influencia 
es  más  notable,  más  decisiva  que 
la  que  puede  repararse  en  la 
maravillosa  obra  debida  á  la  fan- 
tasía del  huésped  ilustre  de  la 
Corte  de  los  nazaritas. 

Así  lo  podrá  deducir  el  discre- 
to lector  de  todo  cuanto  impar- 
cialmente  he  manifestado  en  el 
ayuntamiento  del  pleito  literario 
habido  entre  Villaespesa  y  Gar- 
cía Goj^ena. 

* 
*  * 

En  mi  concepto,  el   celebrado 


i8i  — 


poeta  de  El  mirador  de  Linda- 
raja,  aunque  considerara  la  obra 
de  García  Goyena  como  una  tra- 
ducción, debió  solicitar  de  éste, 
en  virtud  de  lo  que  exigen  los 
más  rudimentarios  principios  de 
ética  literaria,  el  competente 
permiso  para  valerse  de  los  im- 
portantes elementos  que  ha  uti- 
lizado en  su  primar  trabajo  es- 
cénico, toda  vez  que  cualquier 
traducción  es  digna  de  respeto, 
máxime  si  se  trata  de  la  versión 
en  castellano  de  una  obra  de  la 
literatura  árabe. 

¿Cómo  Villaespesa  leyendo  El 
alcázar  de  las  peídas  de  García 
Goyena,  pudo  pasar  inadvertido 
que  esta  obra  era  fruto  de  la  fan- 
tasía de  un  escritor  contempo- 
ráneo? ¿Acaso  no  se  fijó  en  las 
llamadas  á  notas  que  aparecen 
al  pié  de  algunas  de  las  páginas 
de  la  leyenda?  A  veces  dormita- 
ba el  buen  Homero... 

La  conducta  de  Villaespesa 
contrasta  con  la  de  dos  jóvenes 
literatos  á  quienes  acaba  de  con- 
ceder autorización  para  hacer  la 
parodia  de  su  celebrada  leyenda 
trágica.  La  parodia,  que  proba- 
blemente se  titulará  La  casa  de 
las  perras,  se  estrenará  en  breve 
en  uno  de  las  principales  teatros 
madrileños. 

Los  parodistas  no  desconocen 
los  más  rudimentarios  princi- 
pios de  ética  literaria... 


* 
*  * 


La  bellísima  obra  escénica  de 
Villaespesa  ha  sido  uno  de  los 
más  grandes  éxitos  teatrales  de 


nuestra  época;  noche  tras  n óche- 
se ha  representado  y,  como  el 
día  del  estreno,  el  nombre  del 
poeta  siempre  ha  sido  insistente 
y  calurosamente  aclamado. 

El  asunto  dramático  de  la 
obra,  tan  bello,  pese  á  los  que  de 
nimio  lo  han  calificado,  aparece 
envuelto  en  la  magnificencia  de 
impecables  estrofas  líricas,  de 
castizos  romances,  de  sonetos 
magistrales,  de  kásidas  y  gace- 
las, en  los  cuales  vibra  con  mú- 
sica deliciosa,  ora  la  energía,  ora 
la  ternura  del  alma  apasionada 
del  glorioso  autor  de  El  espejo 
encantado.  Los  versos  en  que  el 
legítimo  sucesor  de  Zorrilla  can- 
ta la  misteriosa  poesía  de  las 
fuentes  de  Granada,  es  de  lo  más 
admirable  que  ha  producido  la 
Musa  castellana  de  nuestros  tiem- 
pos. 

La  interpretación  no  puede 
resultar  más  afortunada:  María 
Guerrero,  á  guien  el  poeta  debe 
gratitud  eterna,  nunca  ha  dicho 
versos  con  tan  pasmoso  dominio 
de  su  arte;  Díaz  de  Mendoza,  en 
el  papel  de  Azhuna^  sobrio  al 
par  que  delicado;  los  demás  ac- 
tores muy  discretos. 

Dos  veces  he  visto  la  obra,  de 
Villaespesa,  y,  si  muchas  más  la 
viere,  siempre  saldría  profunda- 
mente emocionado  al  influjo  de 
su  maravilloso  estro,  pero  nunca 
la  influencia  de  tantas  bellezas 
me  perturbarían  el  ánimo  hasta 
el  extremo  de  ser  injusto... 

Francisco  de  IRACHETA. 

Madrid,  á  13  de  Enero  de  1912. 


«♦» 


—    l82 


La  catili^a  d^l  dolot 


De    «  plopcs  de  lys 


¡Así  lo  quiere   el  destino 
que   tu   sigas  el  camino 
y  yo   mi    camino   siga " 


Toma   en   la   copa   mi   vino. . . 
Yo  tomaré   de  tu  lino, 
y   andando   por  el    camino 
cantando   iré   mi    cantiga.  — 

Asi  lo    quiso    el    destino 
que  te    encontrara  á  la  vera 
florida   de   mi   camino. . . . 
Un   ruiseílor  hizo   un   trino 
y   se   voló    á    la   pradera. . . . 


Hace   mucho   que   sabía 
esa   suave    melodía 
que    cantara    el    ruiseñor. 
Yo,    decírtela   quería, 
y   el   destino    se    oponía. . 


Para    Apolo. 


1011. 


Se   la  dije  al  ruiseñor 
y   el   ruiseílor  de  aquel   trino 
hizo   un   canto     fino. ..  .fino. . . 

tan  fino  que  era  de  amor 

j  Así  lo  quiso   el   destino  ! . . . 

Andando  por   el    camino 
recuerda  de    mi    cantiga. . . . 
Yo,   tejeré   con    tu    lino 
la   cantiga  de   dolor 
para   que  nadie    me   diga 
que    no   cuido    de     mi  amor.- 
Tú,  sigue    por  el   camino 
hasta  que    llegue    y   te   diga 
alguno,    que  se   mitiga 
tu  dolor    con   otro  vino  ; 
pero   nadie    en   el     camino 
te   dirá   de    mi    cantiga . . . 
¡  Así  lo   quiere   el    destino  ! . . 

Emilio  TRÍAS  DU  PRÉ. 


«♦» 


T^attos 


Iios  teatros  reabren  sus  puertas.  El 
«alor  declina,  el  frío  avanza  paulati- 
namente. Las  gentes  abandonan  las 
playas  para  buscar  abrigo  y  distrac- 
ción en  los  espectáculos  teatrales.  El 
año  se  presenta  con  halagadoras  pro- 
mesas novedades  en  todos  los  campos. 
Para   todos   habrá  satisfacción. 

SOLIS,  ofrece  un  agradable  espec- 
táculo. La  compañía  de  óperas  y  ope- 
retas que  allí  funciona  desde  el  jue- 
ves 14,  compuesta  por  elementos  en  su 
mayoría  jovencitos,  ha  despertado  el 
mayor  interés  en  nuestro  público.  Las 
obras  son  puestas  en  escena  con  todo 
lujo,  mereciendo  bastantes  aplausos 
su  director  artístico,  señor  Arnalrto 
Billand.  Figura  como  director  de  or- 
<iuesta  y  maestro  concertador  el  señor 
íínrique   Giusti 

URQUIZA— Sagi  Braba,  el  feliz  barí- 
tono á  quien  nuestras  cazueleras  siem- 
pre miman,  está  conquistando,  en 
compañía    de   su    inseparable   tiple    se- 


ñorita Vela,  los  mayores  éxitos  de 
boletería...  Nada  diremos  de  la  labor 
artística  de  estos  simpáticos  cantan- 
tes, pero  del  resto  de  la  compañía... 
Sagi    sabrá    porquo    lo    trae. 

18  DE  JULIO— Zarzuela,  género  chi- 
co. Buen  elemento  y  mejor  dirección. 
Perdiguero  ha  sabido  seleccionar  un 
conjunto  que  pueda  satisfacer  á  los 
innumerables  attcionados  á  este  gé- 
nero teatral. 

Juanita  Eamón  y  Mercedes  Díaz,  ti- 
ples ya  conocidas  y  con  muchos  ad- 
miradores ;  Perdiguero,  del  cual  no  es 
necesario  hablar;  Grotti,  buen  baríto- 
no, que  canta  con  mucho  gusto,  y 
otros  elementos  que  escapan  á  nues- 
tra memoria,  son  suficientes  para 
acreditar  á  cualquier  compañía  de 
zarzuela.  Por  ello,  es  lógico  que 
triunfen  todas  las  noches...  empresa- 
rios y*  actores 

FROM. 


—  18.-?  — 


r 


"x 


Garlitos  Dighiero 


Eti  uti  albutn... 


Amor!  — acorde  dulcísimo 
arrancado  de  un  arpa  celeste 
por  la  mano  de  un  ángel!  Rayo 
de  esplendorosa  luz  desprendi- 
do del  trono  excelso  de  Dios! 
Grandioso  y  sublime  sentimien- 
to, ¿quién  no  ha  sentido  tu  má- 
gica influencia?  Qué  corazón  no 
ha  palpitado  al  compás  de  tu 
rítmica  armonía?  ¡Todo  lo  bueno 
solo  tú  lo  inspiras!... 


Tara    Afolo. 

El  que  no  ha  amado  no  ha  go. 
zadolas  delicias  supremas  de  la 
tierra;  elque  no  ha  amado  no 
puede  comprender  la  inmensa 
felicidad,  el  inefable  encanto,  la 
magnitud  grandiosa  del  senti- 
miento sublime  que  encierra  esta 
sencilla  palabra:  ¡amorl 

VIOLETA. 
Febrero  19-1912. 


'     —   l84  — 

Poetas  uruguayos 

Emotiva 

Para    Apolo. 

Reclinando  sobre  mi  hombro  su  alba  frente 
Aureolada  por  la  luz  de  ideal  ensueño, 
Preguntóme  mi  divina,  dulcemente: 
« i  Cómo  me  amas  ?,  ¿  de  qué  modo  ?,  di,  mi  dueño  1 » 
Adorable  de  abandono  la  inocente 
Aguardaba  mi  sentir  más  halagüeño; 
Toda  el  alma  en  las  palabras  y  en  !a  mente^ 
Con  purísima  intención  y  con  empeño,  ; 

Conmovido,  y  en  la  forma  más  sencilla: 
«  Yo  te  amo,  —  la  juré  —  con  la  ternura 
Con  que  suelen  prodigar  al  avecilla, 
—  Prisionera,  tremulante  de  pavura  — 
Nuestras  manos».  —  Y  su  boca  sin  mancilla 
Como  gracia  me  brindó  la  criatura !       i 


^adfe 

Tres  años  hace  que  te  fuiste 

Sagrada,  augusta  madre  mía  !  ' 

Tres  años  hace  que  estoy  triste, 

Lo  estaré' tanto  todavía! 

El  amor  de  mi  alma  se  resiste 

A  creerte  demacrada,  yerta  y  fría. 

Oh,  no!  tu  ausencia  para  mí  reviste 

Misterioso  viaje  del  que  un  día 

Tornarás  cariciosa  é  inefable, 

—  E  imprimirás  un  ósculo  impalpable 

—  Sobre  mi   sien,  marchándote  á  hurtadillas. 
Oh,  madrecita  mía  tierna  y  santa! 
De  que  me  beses  la  ansiedad  es  tanta 
Que  te  aguardo,  durmiendo,  de  rodillas !    ^ 

Raúl  ERÚS.  ; 

Concordia,  1912.  ^/  ^7  -^f  ^f 


»♦» 


Nota   de  Redacción  Jo  Flores    del  alma  y  dedicada 

á    la   seilora  Otilia    Schnltz    de 

La  poesia  de  nuestra  col  abo-  Galarza. 

radora  Violeta,  que   insertamos  Quedan  salvados    el    error  y 

en  el    número    anterior,    debía  ^a    omisión     que    involuntaria- 

,¿aberse  publicado    con  el    títu-  mente  cometimos.              ; 


-  i85  - 

Idilio 


A  mi  querida  amiga   Violeta  con  motivo  de  su 
canto  á  « Las  mariposas  » 

Las  lindas  mariposas  de  la  ilusión  te  dieron 
Sus  vividos  colpres,  sus  alas  de  tisú 

Y  de  las  blancas  flores  de  su  jardin  huyeron 
Para  besar  las  flores  de  tu  alba  juventud, 

¡Y  que  felices  fueron 
Cuando  saber  quisieron 
Como  cantabas  tú! 

Y  el  ave  de  las  selvas,  dulcísima  y  canora 
Despierta  entre  las  hojas  del  verde  guavij'ú. 
Cuando  iba  con  sus  trinos  á  saludar  la  aurora 
Sintió  que  estremecido  vibraba  tu  laúd. 

Callóse  de  improviso 
Porque  saber  quiso 
Como  cantabas  tú! 

Y  tú,  entre  blancas  nubes,  cual  misteriosa  ondina, 
Cual  virgen  de  los  cielos  con  túnica  de  luz. 
Alzabas  á  los  aires  una  canción  divina 

que  trémulas  dejaba  las  cuerdas  del  laúd, 
Por  eso,  Carolina, 
Soñaba  el  alma  mía 
Cuando  cantabas  tú! 


B.  C. 


«♦» 


P-erdonadm-e . . . 


Para    Apolo. 

Señora,  cuánto  sufro  en  vuestro  nombre  La  vida  que  desprecia  el  llanto  vano 

mi  vieja  soledad  me  causa  miedo.  se  entreg'a  enamorada  al    fuerte  y  sano  ... 

Si  pudiera  llorar...  pero  no  puedo...  ¡Despreciadme,  Señora,  despreciadme; 

¿Es  vergüenza,  verdad,  que  llore  un  liom 

H)re  ?         si  me  vierais  llorar  en  vuestro  nombre! 
Si  fuera  un  niño  ...  pero  siendo  un  hombre 
Señoia,  por  aquel  nuestro  cariño  ¿es  vergüenza,  verdad,  mas...  perdonadme... 

si  vierais  en  mis  nwclies    cuánto    escucho 

llorar  el  corazón...  í  Oh  llora  mucho!  Juan  TALAlIONi. 

¿  No  es  vergíLeuia,  verdad,  que  llore  un  ni- 

Iño  ? 


—  i86  — 
<r\  •  •  •  • 


Epistolario 


.  Voy  a  turbar  nuevamente  tu 
silencio  que  ya  parece  el  sueño 
de  los  muertos. 

Te  quiero  demasiado  para  no 
disculparte,  y  tan  demasiado  que 
bien  podria  decir  de  tí  lo  que 
aquel  viejo  —  rezador  y  creyen- 
te —  decia  de  ana  otra :  «Al  cíelo 
me  iba  dentrando  Cuand©'  me 
dijo  San  Pedro  Si  no  la  olvida 
no  dentra,  Y  nif  volví  desde  el 
cielo.  .  .  » 

Tanto  hace  que  no  me  escri- 
bes ! . . . 

Con  una  paciencia  lieroica  he 
resistido  tu  silencio  (y  di<^o  he- 
roica porque  asi  debe  llamai'se 
cuando  el  cariño  es  grande). 

Los  días  han  pasado,  se  lian 
sucedido  los  meses  y  con  los  me- 
ses las  estaciones. 


Cuando  me  escribiste  la  últi- 
ma vez  era  en  el  estío :  los  árbo- 
les estaban  prefiados  de  racimos, 
flores  risueíias  bordaban  la  lla- 
nura, y  los  pájaros  preludiaban 
amores  mirándose  en  los  crista- 
les de  las  aguas  puras. . . 

Después...  oh!  después  vino 
el  otoño  con  su  séquito  salvaje; 
los  árboles  perdieron  sus  hojas, 
languidecieron  las  flores,  y  los 
pájaros  se  ocultaron  en  el  bos- 
que á  llorar  su  amor  perdido. 
Luego  vino  el  invierno  frío,  gla- 
cial como  la  indiferencia  misma, 
y  el  corazón  sensible  y  ávido  de 
expansiones  herido  por  la  incon- 
secuencia  


Violeta. 


"Éxtasis" 


Para    Apolo. 

Vivida  imagen  de  la  Venus  griega 
En     dórica    columna  reclinada, 
Un   éxtasis    á    mi   alma   que    te   ruega 
Brinda  el  célico  azul  de  tu     mirada. 

Dime  que  amante   hasta   tu  oído   llega 
El  eco  de  mi   voz  apasionada; 
Que  con  mi  amor  tu   corazón  se  anega, 
Ánfora  sacra   por  mi  fe  exaltada. 

Roja    amapola    de   un   ardiente  estío 
Tu    labio  selle  sobre  el  labio  mío 
Nema   profundo   de  cariño  tierno, 

Y,  en  el  deleite  que  mi  afán    provoca. 
Con  el  beso  quemante-  de  tu   boca 
En  mí  sienta  encenderse  fuego  eterno. 


P"(sbre;ro     1©12 


Adriano  M.  AGUIAR. 


-  i87  - 

Azules 


i) 


Para    Apolo. 

¡  Azules,  pero  azules  como  el  color  del   sueño  ! 
—Son  las  pupilas  tuyas   de  las  que  soy  el  dueño. 

Pupilas  que  interrogan  con  su  mirar  profundo 
Y  que  confraternizan  con  el  plafón  del  mundo. 

Oh   pupilas  amadas,  celestes  espejismos 
asis  donde  apago  la  sed  de  mis  lirismos  ; 

Hunque  vosotras    no  me   prestaréis  ayuda 
En  esta  lucha  eterna  en   la  q^e   á  veces  duda 

El  pensamiento,  y  queda  el    corazón  partido  : 
Tan  sólo  por  ser  vuestro    dueño  hubiera    vivido  ! 

(Pupilas  de  mirada  celeste  que  me  atraen 

A  donde  el   alma  vuela  cuando  las    carnes  caen.) 

Amada  ¿no  recuerdas  cuando  sentados  juntos 
A  la  vera  del   lago,  dimos  en  ver  los   puntos 

Suspensivos  de  una  bandada    de  marinas 
Aves,  que  trasmigraban   Junto  con  tus  divinas 

Miradas  errabundas  .  .  .  ¿  No  recuerdas  —  querida  — 
Que  te  dije  galante,   con  la  faz  encendida  : 

Señora,  tus  pupilas  — sin  que  esto  encierre  halago  — 
¿Son  hermanas  del  cielo...  son  gemelas  del  lago?... 

Fernando  SILVA  VALDÉS. 


■♦» 


Tl^Clct    ti 


Para    Apolo. 


Única  flor  (le  amor  que  he  cultiraiio 
en  el  Jardín  de  mi  íntima  tristeza, 
y  el  rieg'o  de  mis  lágrimas  te  he  dado 
en  holocausto  á  tu  gentil   belleza; 

¡no  me  abandones,  no!  piensa  en  mi  vida, 
tan  triste  como  un  árido  desierto, 
—  ¡qué  soledad  después  de  tu  partida! — 
y  aun  cuando  vivo  yo  me   siento  muerto. 

Tú  eres  oasis  de  esa  triste  vida, 

y  un  eco  en  mi  constante  soledad. 

Tú  eres  sangre  que  pierdo  de  una  herida... 

contigo  arrastras  mi  vitalidad. 


Eras  lumbre  y  calor  al  almajmía 
en  las  noches  sin  luz  de  mis  desvelos. 
Eras  la  blanca  claridad  del  dia 
que  esmalta  de  matices  á  los   cielos. 

¡Pero  has  partido  ya!  Sólo  me  resta 
morir  de  frío  en  medio  del  desierto. 
— Tú  eres  un  Sol  brillante  allá  en  su  pnesta- 
Se  han  secado  las  flores  en  mi  huerto. 

Silva  SERRANO. 


-.  ■■  .!•: 


—  i88  — 

Deseos 


Para    Apolo. 


Dormir  comG  el  teru-tero, 
ha] o  la  ceiha  florida 
■donde,  aun,  no  ha  entrado  el  Pampero 
ni  la  luz  de  algún  lucero, 
¿Es  anhelo  de  otra  vida? 

Dentro  de  déhil  harquilla, 
seguir  la  mansa  corriente 
de  algún  arroyo  en  (¡ue  hrilla 
la  verdura  de  la  orilla 
i  Es  anhelo  de  demente  ? 

Lihar  de  la  lechiguana 
la  miel,  gue  guarda  entre  el  cardo, 
lu3har  con  la  verde  iguana 

¿no  es  la  vida  americana? 

¿no  puede  anhelarla  un  hardo  ?  ... 

Si:  es  la  vida  gue  he  anhelado, 
:para  amortiguar  congojas, 


hoy  gue  el  tiempo  se  ha  llevado 
mi  infancia  y  un  ser  amado, 
como  el  Otoño,  las  hojas. 

Ya,  gue  nada  ha  fenecido    . 
en  mi  vivir  de  ilusiones 
¿  por  qué  no  he  de  hallarme  henchido 
de  deseos  gue  han. nacido 
en  medio  de  las  pasiones? . . . 

Sólo,  á  mi  Destino  ruego 
gue,  en  la  lid  de  un  cataclismo, 
no  apague  ese  tenue  fuego, 
aungue  guede  sordo  y  ciego,   ,   - 
hundido  en  profundo  ahismo. ' 

Pedro  MASCARÓ  y  REISSIG. 

Montevideo,  Diciembre  de  1911 


lU  misa  «st 


.''-íic? 


Para    Apolo. 


;^ 


Mi  pensamiento  peca  en  tus  encantos 
con  la  iuoceiicia  de  un  amor  culpable, 
y  mis  ojos  Uiipúdieos  profanan 
en  vértigos  lascivos  y  cobardes: 

¡el  virg^íneo  blasón  de  tus  pudores 
y  la  nieve  impoluta  de  tus  carnes!... 

La  plástica  belleza  de  tus  formas 
nevada  de  prestij^ios  virginales, 
con  la  fascinación  de  sus  hechizos 
y  el  mórbido  perfume  de  sus  carnes, 
me  supi-imen  tan  hondo,  que  bien  c#eo 
que  un  instinto  de  locas  pubertades: 

¡  en  la  redoma  de  mi  ser  dan  vida 
al  fauno  de  las  viejas  saturnales  !.. 

Y  te  amo  con  la  roja  decadencia 
•de  un  sátyro  provecto...  y  en  los  parques, 
donde  más  se  complican  mis  deseos, 
y   es    más    firme    tu  amor    inexpugnable: 


¡  germinan  por  mí  ser  todas  las  fiebres 
de  los  siete  pecados  capitales!.. 

Si  tu  invicta  belleza  es  el  estímulo 
de  mis  largos  insomnios  contumaces; 
si  el  vértigo  sensual  que  me  corroe 
en  la  ilusión  se  atreve  á  profanarte: 


¿cómo  cambiar  en  un  amor  platónico 
la  ingénita  lujuria  de  mi  sangre?.. 


Yo  soy  tan  inocente  de  mi  mismo, 
que  mi  pasión  al  adorar  tu  imagen, 
aunque  bien  lo  quisiera,  no  podría, 
en  un  amor  ideal  transfigurarse: 


¡  porque  rueda  el  ideal  hecho  pavesas 
aute  el  grito  supremo  de  la  cariie !.. 

JusÉ  M.  DE  ANGUITA  ZEBALLOS. 


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END